La Norma de Ortodoxia Cristiana Antes de La Formación Del Canon Del Nuevo Testamento: La Importancia Perenne de La Antigua Regla de La Fe

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La norma de ortodoxia cristiana antes


de la formación del canon del Nuevo
Testamento: la importancia perenne
de la antigua regla de la fe
Daniel Eguiluz
Daniel Eguiluz (PhD, Calvin Theological Seminary) es misionero con Serge Global en su Perú
natal, donde brinda educación teológica a pastores y líderes de diversas iglesias.
[email protected]

Resumen: Este artículo ofrece un resumen del origen, contenido y beneficios de la regla
de la fe de los primeros siglos de la era cristiana. Argumenta que esta regla viene de
Cristo y sus apóstoles, que tuvo una estructura tripartita—Padre, Hijo y Espíritu—y
que las iglesias evangélicas la deberían incorporar en su teología y práctica.

Al escuchar la frase “regla de fe”, la mayoría de los evangélicos naturalmente


pensamos en la Biblia. Esto se debe en gran parte a que, desde sus inicios en la
Reforma del s. XVI, varias tradiciones protestantes han contrastado claramente la
autoridad suprema de los libros divinos del Antiguo y Nuevo Testamento a las
diversas tradiciones humanas que surgieron en la iglesia con el transcurrir de los
siglos. El sexto de los Treinta y Nueve Artículos anglicanos de 1571, por ejemplo,
afirma que “ninguna cosa que no se lea en las Sagradas Escrituras ni con ellas se
demuestre, debe demandar el asentimiento de nadie como un artículo de la fe”.1 Por
su parte, la respuesta a la tercera pregunta del Catecismo Mayor de Westminster de
1647 enseña que “Las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento son la
Palabra de Dios, la única regla de fe y obediencia”.2 Haciendo unas pequeñas
alteraciones a la Confesión de Westminster, la Segunda Confesión Bautista de
Londres de 1677 empieza con la declaración de que “La Sagrada Escritura es la única
regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia
salvadores”.3

1 Para la declaración completa en inglés, ver https://www.anglicancommunion.org/


media/109014/Thirty-Nine-Articles-of-Religion.pdf. A menos que se indique lo contrario,
todas las traducciones del inglés al español son mías.
2 Ver James T. DENNISON (ed.), Reformed Confessions of the 16th and 17th Centuries in English
Translation (Grand Rapids, MI: Reformation Heritage Books, 2014), 4:299. La letra itálica no es
original.
3 Ver DENNISON, Reformed Confessions, 4:531–532. La letra itálica no es original.
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 121

Estas y similares declaraciones doctrinales nos llevan a preguntarnos: ¿Cuál era


la regla de la fe cristiana antes de la colección y la normalización del Nuevo
Testamento? ¿Tenía la iglesia una norma de ortodoxia en sus primeros siglos? Y es
que cabe recordar que, aunque los apóstoles apelaban constantemente a la autoridad
divina de los escritos proféticos, ningún libro del Antiguo Testamento enseña
explícitamente el mensaje principal que los primeros predicadores cristianos
querían comunicar, a saber, que Jesús de Nazaret era el Mesías prometido de Dios.4
De ahí que los apóstoles hayan tenido que debatir arduamente con sus compatriotas
judíos sobre el significado de las Escrituras hebreas.5 De manera similar, aunque los
libros del Nuevo Testamento empezaron a ser escritos a mediados del primer siglo,
la lista canónica más antigua que representa la forma final del Nuevo Testamento no
aparecería hasta el año 367, en la respectiva carta pascual del obispo Atanasio de
Alejandría. Por supuesto, este detalle no quiere decir que ninguna iglesia tenía los
libros del Nuevo Testamento hasta esa fecha. El punto simplemente es que les tomó
muchos años—incluso siglos—a las primeras iglesias compartir los escritos
apostólicos y llegar a un acuerdo acerca de los libros que deberían componer el
canon neotestamentario. Efectivamente, el canon de Atanasio, al representar la
opinión de un solo obispo, no terminó con el debate; algunos autores posteriores
seguirían cuestionando la autoridad de ciertos libros dentro del canon, en particular
la de Apocalipsis.6
Repetimos, pues, la pregunta que surge ante la clara falta del canon bíblico que
los protestantes identificamos como “la única regla de fe”, en los primeros siglos de
la iglesia: ¿Cuál era la norma de ortodoxia cristiana para la iglesia primitiva? ¿Existía
tal cosa? Los documentos de la iglesia antigua demuestran que sí había una norma
clara, y ésta de hecho llegó a llamarse “la regla de la fe”, pero esta primera regla—en
contraste con el lenguaje de las confesiones protestantes citadas anteriormente—no
era la Biblia que tenemos en el presente.
¿Qué cosa era, entonces, la regla de fe de la iglesia antigua? ¿Cuál era su
contenido? ¿De dónde surgió esta norma doctrinal? El presente artículo no sólo se
dedicará a responder estas preguntas, sino que también argumentará que la iglesia
en cada generación necesita prestar atención a la antigua regla, la norma más
temprana de ortodoxia cristiana.

El concepto de la antigua regla de la fe


Desde fines del s. II, varios autores cristianos de diferentes partes del imperio
romano hacen referencia al mismo fenómeno con expresiones similares: “la regla de

4 Romanos 10:8–9; 2 Co 4:5.


5 Hechos 17:2–3; 18:28.
6 Para un breve resumen del proceso de formación del NT, ver Aquiles E. MARTÍNEZ,
Introducción al estudio del Nuevo Testamento, (Nashville, TN: Abingdon Press, 2006), 145–168.
Para estudios más completos, ver Romano PENNA, La formación del Nuevo Testamento en sus
tres dimensiones (Navarra: Editorial Verbo Divino, 2012) y David ÁLVAREZ CINEIRA, Qué se
sabe de ... La formación del Nuevo Testamento (Navarra: Editorial Verbo Divino, 2015).
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fe”, “la regla de la verdad”, “la regla de la iglesia”, “la regla de la piedad”.7 A pesar de
su variedad de designaciones, esta antigua regla se define comúnmente como el
resumen de la fe básica y fundamental de la iglesia. El famoso historiador Justo
González, por ejemplo, explica que “la regla de fe es un intento de bosquejar y
resumir la fe de los apóstoles”.8 De manera similar, el profesor Tomas Bokedal
describe a la regla antigua como “la suma del contenido de la enseñanza apostólica”.9
Por su parte, el erudito Everett Ferguson argumenta que todas las designaciones que
acabamos de mencionar se refieren a “resúmenes de la fe predicada y enseñada por
las iglesias”.10
Efectivamente, como veremos en la siguiente sección, cuando los autores
antiguos mencionan la regla, estos ofrecen resúmenes de la fe fundamental de la
iglesia. Estos resúmenes tratan de aclarar la única fe que, a pesar de las diferencias
en doctrina y práctica que podían existir entre diversas comunidades, todas las
iglesias apostólicas repartidas por el mundo confesaban juntas. En otras palabras, los
resúmenes asociados a la regla intentan sintetizar el mensaje principal que los
apóstoles encomendaron a todas las iglesias que establecieron. Desde esta
perspectiva, la regla antigua es una síntesis o bosquejo de “la fe encomendada una
vez por todas a los santos” (Jud 3).11
Sin embargo, es necesario añadir que la razón principal por la que estos
resúmenes son presentados con el nombre de “regla” es la convicción fundamental
de que la única fe que los apóstoles encomendaron “una vez por todas a los santos”
debía servir como la norma suprema de ortodoxia dentro de la iglesia. Es decir que
las primeras comunidades cristianas creían que la única fe que todas ellas recibieron
de parte de los apóstoles—el evangelio del Señor Jesucristo—debía servir como la
guía principal para determinar las creencias y prácticas correctas dentro del pueblo
de Dios. De ahí el uso constante del nombre “regla”. Ya vimos que los autores
antiguos usaban diversas expresiones para referirse al mismo fenómeno, pero a pesar
de todas estas variantes, un elemento es constante: la palabra “regla”, la cual es una
traducción del griego κανών (kanon). Y es que, desde antes de usar la palabra
“canon” para referirse al Nuevo Testamento—incluso desde antes de que se
consolidase el canon neotestamentario—los cristianos ya usaban la palabra “canon”
para describir el rol regulador y normativo que el evangelio apostólico cumplía
dentro de la iglesia. Como explica Bokedal en vista del significado de κανών como
“vara recta” para determinar “rectitud” o “medida”: “El uso definitorio del caso

7 Ver, p. ej., Ireneo de Lyon, Demostración de la enseñanza apostólica 3; Contra las herejías 3.15.1;
Clemente de Alejandría, Stromata 7.7.41; Orígenes, Sobre los principios 1.5.4.
8 Justo L. GONZÁLEZ, Historia del pensamiento cristiano: Desde los orígenes hasta el Concilio de
Calcedonia (Nashville, TN: Editorial Caribe, 2002), 1:143.
9 Tomas BOKEDAL, “The Rule of Faith: Tracing Its Origins”, Journal of Theological
Interpretation 7 no 2 (2013): 234.
10 Everett FERGUSON, The Rule of Faith: A Guide (CC 20; Eugene, OR: Cascade Books, 2015), 2.
11 Todas las citas de la Biblia provienen de la Nueva Versión Internacional (2015).
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 123

genitivo usado aquí (κανὼν τῆς πίστεως/ἀληθείας) frecuentemente indica que la fe


o la verdad misma es la regla o norma para la creencia y práctica cristiana”.12
Como regla de fe y norma de ortodoxia, el evangelio que las iglesias recibieron
de los apóstoles servía ciertas funciones vitales dentro de la iglesia antigua.13 Para
empezar, el evangelio apostólico constituía el contenido de la predicación y
enseñanza fundamental de las primeras iglesias. ¿Qué es lo que uno debía creer para
ser salvo? ¿Qué mensaje debía uno aceptar y confesar para recibir el bautismo
cristiano y ser admitido como miembro de la iglesia de Dios? La regla de la fe definía
la respuesta. Segundo, la fe apostólica también servía como guía para reconocer la
herejía. Como demuestran pasajes como Romanos 14, los cristianos han tenido
diferentes opiniones acerca de varios temas desde el principio. ¿Cómo se podía
distinguir las diferencias tolerables de las herejías que las iglesias debían rechazar
enérgicamente? Una vez más, la regla proveía la solución. Si algo contradecía la fe de
la regla, las primeras comunidades cristianas concluían que tal error era sumamente
grave e inaceptable en la iglesia del Señor Jesucristo. Tercero, la predicación
apostólica también servía como guía para reconocer a las iglesias hermanas con
quienes se debía mantener comunión. Así como las diferencias entre hermanos
cristianos, la herejía también ha existido desde el inicio de la iglesia.14 Por ende, las
iglesias debían ejercer discernimiento al decidir con qué congregaciones se
relacionaban. La regla de la fe también servía de guía para esta necesidad. Cuarto, el
evangelio apostólico funcionaba como guía para la interpretación correcta de las
Escrituras. Como ya mencionamos, inicialmente las Escrituras hebreas, i.e. el
Antiguo Testamento, eran toda la Biblia que la iglesia tenía. La regla de la fe resumía
el mensaje principal de todos los libros divinos y establecía los límites que ninguna
interpretación podía violar.
Quinto y último, la fe que los apóstoles encomendaron a las iglesias mediante su
predicación fue una guía indispensable para la formación del Nuevo Testamento.
Ninguna de las primeras iglesias recibió todos los libros que hoy conforman el
Nuevo Testamento. Efectivamente, las diferentes iglesias a las que los apóstoles y sus
socios les escribieron de forma individual tuvieron que compartir estos escritos con
el resto de la comunidad cristiana para que la colección del Nuevo Testamento
pudiera ver la luz. ¿Pero cómo podían las iglesias estar seguras de que los nuevos
libros que recibían de otras comunidades representaban la verdadera enseñanza
apostólica? Respuesta: un verdadero escrito apostólico debía estar en armonía con la
fe que estas iglesias habían recibido de forma oral. Como sugiere el mismo Pablo en
Gálatas 1:8–9, “Pero aun si alguno de nosotros o un ángel del cielo les predicara un
evangelio distinto del que les hemos predicado, ¡que caiga bajo maldición! Como ya
lo hemos dicho, ahora lo repito: si alguien les anda predicando un evangelio distinto

12 BOKEDAL, “The Rule of Faith”, 235.


13 Varias de estas funciones también aparecen en FERGUSON, The Rule of Faith, 67–82. Ver las
páginas citadas para encontrar numerosas referencias patrísticas que ejemplifican las funciones
de la regla mencionadas en la presente sección. Las citas patrísticas en la sección “El contenido
de la regla” de este artículo también demuestran las funciones enumeradas en la presente
sección.
14 Hechos 20:29–30; Ro 16:17; 2 Jn 1:9–11.
124 Daniel Eguiluz

del que recibieron, ¡que caiga bajo maldición!”. El fragmento muratoriano,


comúnmente atribuido a la iglesia de fines del s. II y aceptado como la lista canónica
neotestamentaria más antigua de todas, demuestra que las iglesias antiguas siguieron
la instrucción de Pablo, ya que el fragmento explica su rechazo de algunas cartas bajo
el nombre del apóstol porque estas contenían la herejía de Marción.15
En resumen, el contenido claro del evangelio que los apóstoles encomendaron a
las primeras iglesias las guio para cumplir tareas verdaderamente esenciales: definir
el mensaje principal de la predicación cristiana, instruir a los nuevos miembros de
la iglesia, reconocer la herejía, distinguir a las comunidades hermanas de las falsas,
interpretar correctamente el Antiguo Testamento y reconocer los libros inspirados
para conformar el Nuevo Testamento. Cumpliendo todas estas funciones, la fe
apostólica sirvió de “regla” para la iglesia y primer canon de ortodoxia cristiana.

El contenido de la antigua regla


¿Cuál era el contenido de la regla? ¿Cuáles eran los puntos principales de este
resumen de las doctrinas esenciales de la fe cristiana? Curiosamente, no existe una
sola versión de la regla. Sí, la regla aparece como un resumen, pero era un resumen
que cada maestro podía elaborar con relación a alguna situación específica. Si, por
ejemplo, un maestro invocaba la regla para denunciar una herejía relacionada a la
doctrina de Dios Padre, entonces tal autor elaboraba tal punto de la regla con mayor
cuidado y detalle que los otros. Pero, obviamente, si el error denunciado era
diferente, el resumen de la regla también sería un poco diferente. Pero a pesar de
estas variaciones en detalle, se puede discernir una estructura básica en todas las
versiones de la regla. De ahí que hablemos de una sola regla y no de muchas. Una de
las cosas que podemos deducir de estas variaciones fue lo que notó el famoso
historiador R. P. C. Hanson: “ningún escritor cristiano de los primeros cuatro o
cinco siglos seguía los niveles modernos de precisión literal meticulosa al citar o
reproducir los credos. Los antiguos estaban interesados en el contenido esencial, no
en la terminología precisa de sus fórmulas de fe”.16

15 Henry BETTENSON y Chris MAUNDER (eds.), Documents of the Christian Church, 4ª ed.
(Oxford: Oxford University Press, 2011), 30. Esto no quiere decir que la ortodoxia era el único
parámetro para determinar la canonicidad de un escrito. Otras consideraciones eran su autoría
(apostólica), antigüedad y uso eclesiástico. En conjunto, todos estos parámetros ayudaron a la
iglesia antigua a reconocer la inspiración divina de los libros que conformarían el canon
neotestamentario. Ver Lee M. MCDONALD, “Canon (of Scripture)”, en Encyclopedia of Early
Christianity, ed. Everett FERGUSON (New York: Routledge, 1999), 209.
16 R. P. C. HANSON, “Creeds and Confessions of Faith”, en Encyclopedia of Ancient Christianity,
ed. Angelo Di Berardino (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2014), 1:631. La afirmación de
Hanson no debe tomarse como que los antiguos padres no notaban las diferencias entre los
credos que las diversas iglesias desarrollaban, sino que ellos estaban más interesados en el
acuerdo esencial entre estas confesiones. Para una comparación patrística de diferentes credos,
ver Rufino de Aquileya, Comentario al símbolo apostólico, trad. Pablo Cervera Barranco (BP 56;
Madrid: Ciudad Nueva, 2001), 45.
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 125

Como prueba de este acuerdo esencial a pesar de las diferentes versiones de la


regla, citaremos varios ejemplos de fuentes primarias.17 Empezamos con una cita del
tratado Demostración de la predicación apostólica escrito alrededor del año 180 d.C.
por Ireneo, discípulo de Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol Juan. Es
apropiado que la primera cita provenga de este autor ya que parece haber sido él
quien popularizó las frases “regla de la fe” y “regla de la verdad”. Leemos en el
capítulo 6 de la Demostración de Ireneo:
He aquí la Regla de nuestra fe, el fundamento del edificio y la base de nuestra
conducta: Dios Padre, increado, ilimitado, invisible, único Dios, creador del
universo. Éste es el primer y principal artículo de nuestra fe. El segundo es: el
Verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que se ha aparecido a los
profetas según el designio de su profecía y según la economía dispuesta por el
Padre; por medio de Él ha sido creado el universo. Además al fin de los tiempos
para recapitular todas las cosas se hizo hombre entre los hombres, visible y
tangible, para destruir la muerte, para manifestar la vida y restablecer la
comunión entre Dios y el hombre. Y como tercer artículo: el Espíritu Santo por
cuyo poder los profetas han profetizado y los Padres han sido instruidos en lo
que concierne a Dios, y los justos han sido guiados por el camino de la justicia, y
que al fin de los tiempos ha sido difundido de un modo nuevo sobre la
humanidad, por toda la tierra, renovando al hombre para Dios.18
Escribiendo un poco después de Ireneo, es decir, cerca al año 200 d. C., el cartaginés
Tertuliano, el primer gran autor cristiano en latín, demuestra que el concepto de “la
regla de la fe” trascendía las fronteras eclesiásticas. En el capítulo 13 de su tratado
Prescripciones contra todas las herejías, el maestro norafricano explica:
Ahora bien, es regla de fe [Regula fidei] (para que ya desde este momento
confesemos lo que defendemos) aquélla [sic], naturalmente, según la cual se cree:
que hay un solo Dios y no distinto del creador del mundo, que produjo de la
nada todas las cosas mediante su Verbo, emitido antes de todas ellas; que este
Verbo—llamado su Hijo, visto de diversas formas en nombre de Dios por los
patriarcas, oído siempre en los profetas, descendido finalmente, por el espíritu y
el poder de Dios Padre, a la Virgen María, hecho carne en su seno y nacido de
ella—fue Jesucristo; que después predicó una nueva ley y una nueva promesa del
reino de los cielos, que realizó milagros, que, crucificado, resucitó al tercer día,
que, arrebatado a los cielos, se sentó a la derecha del Padre; que envió la fuerza

17 Para otros ejemplos de la antigua regla de fe, ver Justino Mártir, Primera apología 61; Ireneo de
Lyon, Demostración de la predicación apostólica 3; Contra las herejías 1.10.1; 3.4.2; 4.33.7;
Tertuliano, El velo de las vírgenes 1.3-4; Contra Práxeas 2; Hipólito de Roma, Contra Noeto 17-
18. Versiones menos completas de la regla se pueden encontrar en Ignacio de Antioquía, A los
trallianos 9.1-2; Acta de Justino Mártir en Actas de los mártires; y Didascalía de los apóstoles 26.
18 Ireneo de Lyon, Demostración de la predicación apostólica, trad. Eugenio Romero-Pose (FP 2;
Madrid: Editorial Ciudad Nueva, 1992), 62–64. La fuente más antigua del texto completo de la
Demostración de Ireneo es una traducción armenia de fines del s. VI. Para el texto armenio de
esta obra, ver S. Irenaeus, “The Proof of the Apostolic Preaching with Seven Fragments”, en
Patrologia Orientalis, ed. Karapet Ter Mekerttschian y S. G. Wilson (Paris: Firmin-Didot et Cie,
1919), 12:653–802.
126 Daniel Eguiluz

vicaria del Espíritu Santo para guiar a los creyentes, que ha de venir con
esplendor para tomar a los santos con destino al goce de la vida eterna y de las
promesas celestiales, y para condenar a los malvados al fuego eterno, luego de
realizada la resurrección de ambas partes junto con la restitución de la carne.
Esta regla—instituida por Cristo, como se probará—no tiene entre nosotros más
cuestiones que las que introducen herejías y hacen a los herejes.19
Otro maestro norafricano sumamente popular en el tercer siglo de la iglesia fue el
alejandrino Orígenes. A diferencia de Tertuliano, pero al igual que Ireneo, el idioma
preferido de Orígenes era el griego. Entre los años 220 y 230, Orígenes compuso el
tratado Sobre los principios, el cual muchos consideran el primer texto de “teología
sistemática” de la iglesia. El prefacio de dicho tratado también da testimonio de la
antigua regla de la fe:
Esta es la expresión de lo que se trasmite de modo claro por la predicación
apostólica. Primero, que Dios es uno solo, que creó y dispuso todo, y que, de la
nada, hizo existir todo; Dios desde la primera creación y fundación del mundo;
Dios de todos los justos: Adán, Abel, Set, Enós, Henoc, Noé, Sem, Abraham,
Isaac, Jacob, los doce patriarcas, Moisés y los profetas; y que este mismo Dios, en
los últimos días, tal como había prometido anteriormente por sus profetas, envió
al Señor Jesucristo para llamar primero a Israel y luego también a las naciones,
después de la infidelidad del pueblo de Israel. Este Dios, justo y bueno, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, Él mismo dio la ley, los profetas y los evangelios, el cual
es también el Dios de los apóstoles, así como del Nuevo y del Antiguo
Testamento.
Luego, que Cristo Jesús, el mismo que vino, nació del Padre antes que toda
criatura. El cual, habiendo sido ministro del Padre en toda la creación, pues todo
fue hecho por medio de él, en los últimos tiempos, vaciándose a sí mismo, se hizo
hombre, se encarnó. Siendo Dios, incluso hecho hombre continuó siendo lo que
era, es decir, Dios. Asumió un cuerpo semejante a nuestro cuerpo, solo difiere
de él porque nació de la Virgen y del Espíritu Santo. Y, puesto que este Jesucristo
nació y padeció en verdad, y no en apariencia, verdaderamente sufrió esta
muerte común. También resucitó verdaderamente de entre los muertos, y
después de la resurrección, habiendo convivido con sus discípulos, fue llevado
[al cielo].
También [los apóstoles] transmitieron que el Espíritu Santo está asociado al
Padre y al Hijo en cuanto al honor y a la dignidad. […] Sin duda, se predica en
la Iglesia de modo clarísimo que este mismo Espíritu Santo inspiraba a cada uno
de los santos, tanto profetas como apóstoles, y que no había un Espíritu en los
antiguos y otro en los que fueron inspirados en la venida de Cristo.20

19 Tertuliano, “Prescripciones” contra todas las herejías, ed. Salvador Vicastillo (FP 14; Madrid:
Ciudad Nueva, 2001), 183, 185, 187. Este volumen es especialmente útil ya que proporciona el
latín original del texto.
20 Orígenes, Sobre los principios, ed. Samuel Fernández (FP 27; Madrid: Ciudad Nueva, 2015), 121,
123, 125.
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 127

Esta última cita es tan organizada en su presentación de la regla, dividiendo los tres
puntos principales de ella claramente, que nos conduce naturalmente a la conclusión
de la presente sección. ¿Cuál era el contenido de la regla de la fe de la iglesia pre-
constantiniana? ¿Cuáles eran los puntos principales de la fe fundamental del
cristianismo apostólico de los primeros siglos? A pesar de las diferentes variaciones
de la regla que hemos repasado, podemos discernir un bosquejo básico que
comparten todas estas versiones. El respetado teólogo Jaroslav Pelikan,
representando “la labor cuidadosa de los eruditos neotestamentarios”, describe este
bosquejo básico de manera apta:
[1] el único Dios verdadero, el Creador del cielo y de la tierra;
[2] su único Hijo [Jesucristo], nacido de la virgen María, divinamente poderoso
en palabra y obra, crucificado bajo Poncio Pilato, resucitado de los muertos, y
que regresará a juzgar el mundo;
[3] el Espíritu Santo, quien inspiró a los profetas de antaño y cuyo aliento es la
vida de la santa iglesia.21

El origen de la antigua regla


¿De dónde provino la regla? ¿Quién la compuso y la diseminó por las iglesias de los
primeros siglos? Los autores antiguos que hemos citado tenían muy claro la
respuesta a estas preguntas. Tertuliano afirma sin ambigüedad que “esta regla [fue]
instituida por Cristo”. De manera similar, Orígenes declara que la regla era “la
expresión de lo que se trasmite de modo claro por la predicación apostólica”. El
argumento de esta sección es que el Nuevo Testamento demuestra que los padres de
los primeros siglos estaban en lo correcto. Aunque Cristo y sus apóstoles no parecen
haber usado nunca frases como “la regla de la fe” o “la regla de la verdad”, los escritos
apostólicos sí revelan que el Señor Jesús delineó y transmitió claramente todos los
puntos de la antigua regla a los apóstoles como el contenido fundamental de lo que
ellos debían predicar, y que los apóstoles de hecho cumplieron fielmente la tarea de
predicar esta única fe por el mundo y encomendarla a las iglesias que establecieron
como la norma de fe y práctica cristianas. Con el propósito de probar esta tesis,
repasaremos los pasajes pertinentes del Nuevo Testamento recordando los puntos
principales que ya identificamos en la regla.
Como no podría ser de otra manera, debemos empezar esta cortísima
demostración con el famoso pasaje de Mateo 28:18–20. En la llamada “gran
comisión”, el Señor Jesucristo instruye a sus apóstoles a que “hagan discípulos de
todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”. He aquí el verdadero origen de la antigua regla de fe de la iglesia,
directamente de los labios de su Señor y fundador. Nótese que no estamos diciendo
simplemente que Jesús habló del nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo, sino que
estableció este nombre singular como la fórmula del bautismo cristiano. Para
entender la importancia de esta institución, debemos observar que el resto del Nuevo
Testamento presenta el bautismo como medio de unión con Cristo y su obra

21 Jaroslav PELIKAN, Credo: Historical and Theological Guide to Creeds and Confessions of Faith
in the Christian Tradition (New Haven, CT: Yale University Press, 2003), 377.
128 Daniel Eguiluz

expiatoria (Rom 6:3–4; Ga 3:27; Col 2:12) como también de recepción del Espíritu e
incorporación en la iglesia (Hch 2:38, 41; 1 Co 12:13). Efectivamente, la epístola de
1 Pedro llega a declarar que el bautismo “nos salva” (3:21). De ahí que Pablo, en uno
de los pasajes más recitados con respecto a la unidad de la iglesia, conecte esta unidad
cristiana tanto a las tres personas de la Trinidad como al bautismo: “Hay un solo
cuerpo y un solo Espíritu, así como también fueron llamados a una sola esperanza;
un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está
sobre todos y por medio de todos y en todos” (Ef 4:4–6). Concretamente, la
recepción del único bautismo cristiano significaba la recepción de la única fe de toda
la iglesia, y esta fe era resumida en la fórmula trinitaria (Hch 2:41).
Naturalmente, la antigua regla deriva su estructura tripartita directamente de la
fórmula bautismal instituida por el Señor Jesucristo. Por esta razón, el erudito
patrístico John Behr es capaz de afirmar que la antigua regla “se basa en los tres
nombres del bautismo”.22 En realidad, Behr, quien ha escrito extensamente sobre el
pensamiento de Ireneo de Lyon,23 simplemente repite lo que en su momento declaró
el padre del s. II: “Por esto [i.e. los tres artículos de la antigua regla] el bautismo,
nuestro nuevo nacimiento, tiene lugar por estos tres artículos”.24 El mismo Ireneo
conecta la antigua regla con el bautismo de forma aún más estrecha en su Contra las
herejías al escribir que todo miembro de la iglesia recibía “la regla de la verdad que
recibió por medio del bautismo”.25 En otras palabras, Ireneo no pensaba que la regla
y el bautismo compartían la misma estructura por una mera coincidencia, sino que
el bautismo consistía precisamente en un encargo personal de la fe de la regla. Lo
cual explica por qué los credos locales que empezaron a surgir en el siglo III—los
cuales a veces se confunden con la regla, pero se pueden distinguir de ella por tener
un texto fijo—se usaban como cuestionarios para los nuevos miembros de la iglesia
durante el bautismo.26 Como explica Ferguson, el bautismo no era el único uso de la
regla, pero sí que era uno de los principales.27 Pero el punto central que resaltamos
es que la institución de la fórmula bautismal trinitaria de parte del mismísimo Señor
Jesucristo fue una causa determinante en el desarrollo de la antigua regla de fe.
Por estas y otras consideraciones, Hans Lietzmann, respetado historiador de la
iglesia antigua, concluye que “es indisputable que el origen de todos los credos es la
fórmula de fe pronunciada por el candidato bautismal, o escuchada y aceptada por
tal persona, antes de su bautismo”.28 De manera similar, el historiador luterano

22 John BEHR, The Way to Nicaea (FCT 1; New York: St Vladimir’s Seminary Press, 2001), 36.
23 Cf. John BEHR, Irenaeus of Lyons: Identifying Christianity (CTC; Oxford: Oxford University
Press, 2013).
24 Ireneo de Lyon, Demostración, 65.
25 Ireneo de Lyon, Contra las herejías I, ed. Juan José Ayán Calvo et al. (FP 37; Madrid: Editorial
Ciudad Nueva, 2022), 415, 417.
26 Cf. Hipólito de Roma, La tradición apostólica 21.
27 FERGUSON, The Rule of Faith, 67–82.
28 Hans LIETZMANN, Die Anfänge Des Glaubensbekenntnisses: Festgabe Zu A. V. Harnacks 70
(Tubinga: Mohr Siebeck, 1921), 226. Cf. J. N. D. KELLY, Early Christian Creeds, 3a ed. (Londres:
Continuum, 1972), 30.
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 129

Friedrich Bente concluye que “esta regla [de fe] era idéntica [en contenido] a la
confesión que se requería de los candidatos para el bautismo; [y] su origen se atribuía
a los apóstoles”.29 Verdaderamente, es difícil de exagerar la importancia de la
fórmula bautismal instituida por el Señor Jesucristo para el desarrollo de la regla de
fe y el dogma trinitario. Como explica el cardenal y teólogo alemán Walter Kasper,
“el punto de partida para la iglesia antigua fue la confesión de fe bautismal, lo cual a
su vez se derivó de la comisión del Señor resucitado con respecto al bautismo. Así,
pues, el conocimiento del misterio trinitario se debió directamente a la revelación
del Verbo y no a un proceso de deducción”.30
Por sí sola, la fórmula bautismal instituida por el Señor Jesucristo es capaz de
explicar el surgimiento de la regla a grandes rasgos, mas no explica todos los detalles
de su contenido. Para entender el surgimiento de estos detalles necesitamos mirar
un poco más de cerca la predicación que Cristo encomendó a los apóstoles. Para
empezar, podemos deducir varios puntos de la regla de los elementos que los cuatro
evangelios canónicos tienen en común. A pesar de que el contenido de estos
evangelios no sea exactamente igual, ya que son pocos los milagros y parábolas que
aparecen en todos ellos, los cuatro evangelios sí incluyen y resaltan la identificación
de Jesús como el Cristo de Dios, su muerte y su resurrección (Mt 26–28; Mc 14–16;
Lc 22–24; Jn 18–21). Como esta observación anticipa, veremos que la predicación o
kerygma apostólica tenía un carácter claramente cristocéntrico. Ahora bien, no es de
sorprender que la predicación apostólica no desarrolle el artículo sobre el Padre
Creador, ya que inicialmente ésta estaba orientada a un contexto netamente judío
que tomaba tal fe por sentada (Mc 12:29). Lo que sí es curioso es que el artículo sobre
el Espíritu Santo se deriva directamente del artículo sobre el Hijo, a quienes todos
los evangelios presentan como aquel “que bautiza con el Espíritu Santo” (Mt 3:11;
Mc 1:8; Lc 3:16; Jn 1:33).
Los evangelios sinópticos presentan al Señor enfatizando de manera personal su
identidad mesiánica, su muerte y su resurrección. Podríamos citar varios pasajes,31
pero, como una pequeña muestra, nos limitamos a Mateo 16:13–27, en el cual vemos
a Pedro declarando en nombre de todos los apóstoles un punto central de la regla—
a saber, que Jesús es “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”—. Notablemente, el Señor
responde que “sobre esta piedra edificaré mi iglesia”, alertando a los discípulos de la
importancia suprema de la confesión de Pedro. Pero también hemos de notar que
Jesús se apresura a aclarar que Él no era el Mesías que los judíos esperaban, sino que
cumpliría su misión salvadora mediante su crucifixión y resurrección, y repite estos
puntos específicos numerosas veces a sus discípulos antes de la última pascua que
comparte con ellos.32 Además, el Señor llega a incluir en el contexto de Mateo 16 la
formación de la iglesia, la segunda venida y el juicio final en la explicación de su
misión mesiánica: “El Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus

29 G. Friedrich BENTE, “Historical Introductions to the Symbolical Books”, en Triglot Concordia:


The Symbolical Books of the Ev. Lutheran Church, ed. G. Friedrich BENTE (Saint Louis, MO:
Concordia Publishing House, 1921), 1:10.
30 Walter KASPER, The God of Jesus Christ, nueva ed. (Londres: Continuum, 2012), 276–277.
31 Mateo 12:40; Mc 8:29–31; 9:31; 10:34; Lc 9:20–22, 44; 17:25.
32 Marcos 9:31; 10:34; Lc 9:44; 17:25.
130 Daniel Eguiluz

ángeles, y entonces recompensará a cada persona según lo que haya hecho” (v 27).
La regla de los primeros siglos demuestra que los primeros cristianos entendieron
no sólo la identidad mesiánica de Jesús, sino también la aclaración de su misión en
la crucifixión, la resurrección, la segunda venida y el juicio final, como parte del
fundamento sobre el cual la iglesia es constituida.
Por si toda la repetición antes de los eventos de su pasión y glorificación no fuera
suficiente, el Señor insiste en los mismos puntos después de su resurrección y se los
encomienda a los apóstoles como el contenido principal de su predicación. Además,
Jesús describe los puntos enfatizados como el cumplimiento de las promesas del
Antiguo Testamento. Concretamente, el evangelio de Lucas subraya este detalle en
el capítulo 24, en el que el Señor resucitado afirma que “todo lo que han dicho los
profetas” consistía en que el Cristo “tenía que sufrir […] antes de entrar en su gloria”
(vv 25–26; énfasis del autor). Según Jesús, este mensaje podía hallarse “en todas las
Escrituras” (v 27). El discernir la promesa de su muerte y resurrección equivale a
“comprender las Escrituras” (v 45). “Lo que está escrito [es] que el Cristo padecerá y
resucitará al tercer día, y en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón
de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén” (vv 46–47).
Finalmente, después de dejar absolutamente clara la importancia de su identidad
mesiánica y el cumplimiento de su misión por medio de su crucifixión, resurrección
y segunda venida hablando repetidamente de estos puntos tanto antes como después
de los eventos claves, Jesús empieza a preparar a los apóstoles para el ministerio del
Espíritu Santo (Lc 24:49), aunque esto no debe interpretarse como que la enseñanza
de Jesús sobre el Espíritu estuvo limitada a los días entre la resurrección y
Pentecostés. El Señor tuvo mucho que decir a sus discípulos sobre el Espíritu durante
la instrucción previa a la crucifixión (Lc 11:13; 12:10, 12; Jn 14:15–31; 16:5–15). Pero
la promesa del Espíritu al final de Lucas tiene el efecto especial de conectar el final
del evangelio a la manera en que todos los evangelios canónicos empiezan, a saber,
con la expectativa de aquel “que bautiza con el Espíritu Santo”.33 Concluimos, pues,
que los evangelios demuestran que Jesús sí enfatizó los puntos de la regla a sus
apóstoles, e incluso identificó estos puntos como el fundamento de la iglesia.
¿Pero hicieron lo mismo los apóstoles con las iglesias que formaron? ¿Recalcaron
los discípulos originales del Señor el contenido de la regla para las generaciones
futuras de cristianos? El Libro de los Hechos demuestra que sí lo hicieron.
Encontramos registros de los sermones apostólicos en varios capítulos de Hechos,34
y estos pasajes también subrayan los puntos de la regla. Como una pequeña muestra,
citamos las secciones claves del primer sermón apostólico predicado el día de
Pentecostés por Pedro, el líder de los apóstoles. En Hechos 2, Pedro proclama que
Jesús fue “clavado en la cruz” por los oyentes originales del sermón (v 23), pero que
“Dios los resucitó” (v 24), todo esto en cumplimiento de profecías como la de Salmo
16 (vv 25–31). Después de haber ser sido “exaltado” y de haber “recibido del Padre
el Espíritu Santo”, Jesús pudo derramar el don celestial sobre sus discípulos (v 33).
Por ende, Pedro concluye que Dios “ha hecho [a Jesús] Señor y Mesías” (v 36).

33 También debemos recordar que Lucas planeaba continuar su relato con el libro de los Hechos,
donde el Espíritu Santo aparece como el personaje principal de la historia.
34 Cf. Hch 2, 3, 4, 5, 10, 13, 17.
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 131

El contenido del sermón de Pablo en Hechos 17:22–31 es un poco diferente al de


los otros sermones en Hechos porque desarrolla la singularidad de Dios y su
dominio total sobre la creación. ¿A qué se debe esta diferencia? Simplemente que,
en contraste a los sermones anteriores, Pablo se estaba dirigiendo a una audiencia
que no estaba familiarizada con la fe judía. Pablo no le predica a judíos o gentiles
“temerosos de Dios” en Hechos 17 sino a paganos en todo el sentido de la palabra.
Consecuentemente, el apóstol debe desarrollar el primer punto de la regla, el cual se
da por sentado en los otros sermones: Dios Padre, Creador del cielo y de la tierra.
De todas formas, Pablo concluye su sermón haciendo referencia a los otros puntos
de la regla: “[el único Dios Creador] ha fijado un día en que juzgará al mundo con
justicia, por medio del hombre que ha designado. De ello ha dado pruebas a todos al
levantarlo de entre los muertos” (v 30, énfasis del autor).
Pasando de Hechos a las cartas de Pablo, encontramos que el apóstol enseña que
todos los apóstoles recibieron de parte del mismísimo Señor Jesucristo un bosquejo
básico para su predicación, y que ellos transmitieron esta enseñanza fielmente a las
iglesias que establecieron. Ya vimos cómo el Señor enseñó los puntos de la regla a
los apóstoles originales. El testimonio de Pablo sugiere que Jesús hizo algo similar
con Pablo a pesar de haber sido un apóstol “nacido fuera de tiempo” (1 Co 15:8). El
Señor se le apareció de forma personal y le encomendó un evangelio que, al ser
comparado, resultó ser la misma predicación que Cristo encargó a los apóstoles. En
las palabras del propio Pablo en Gálatas 2:7, los apóstoles “reconocieron que a mí se
me había encomendado predicar el evangelio a los gentiles, de la misma manera que
se le había encomendado a Pedro predicarlo a los judíos”.
¿Cuál era el contenido de este evangelio que Pablo recibió personalmente de
Cristo y estaba en armonía completa con la predicación de los primeros apóstoles?
Pablo nos lo resume en varias partes de sus cartas,35 y cuando leemos estos pasajes,
nos damos cuenta de que estos resúmenes coinciden con el contenido de la regla.
Dos pasajes de 1 Corintios resaltan. El capítulo 8 declara que “para nosotros no hay
más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no
hay más que un solo Señor, es decir, Jesucristo, por quien todo existe y por medio
del cual vivimos” (v 6). Luego, en el capítulo 15, el apóstol describe “el evangelio que
les prediqué” (v 1) como “que Cristo murió por nuestros pecados según las
Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se
apareció a Cefas, y luego a los doce” (vv 3–5).
Podemos ver, pues, que el contenido del evangelio que todos los apóstoles
predicaban era, en esencia, el mismo que el de la regla. En base a los textos
neotestamentarios citados o mencionados hasta el momento, el erudito C. H. Dodd
concluye en uno de sus estudios más influyentes que la predicación apostólica
incluía los siguientes puntos:
(1) Las profecías se cumplieron y la nueva era se inauguró con la venida de
Cristo.
(2) [Quien] nació de la simiente de David.

35 Además de los pasajes de 1 Co citados a continuación, también podríamos mencionar Ro 1:1–


5; 2:16; 10:8–9; 2 Tim 2:8–9.
132 Daniel Eguiluz

(3) Murió según las Escrituras, para librarnos del presente siglo malo.
(4) Fue sepultado.
(5) Resucitó al tercer día según las Escrituras.
(6) Fue exaltado a la diestra de Dios como Hijo de Dios y Señor de vivos y
muertos.
(7) Vendrá de nuevo como juez y salvador de los hombres.36
La tesis de Dodd ha servido de punto de partida para que otros estudiosos examinen
el contenido de la predicación apostólica. Por su parte, estos nuevos estudios han
sugerido la adición de algunos puntos al bosquejo inicial de Dodd. Andrés Messmer,
por ejemplo, propone que “El kerygma termina siempre con una llamada al
arrepentimiento, con la oferta del perdón y del Espíritu Santo y con la promesa de
salvación”.37 Incluso la poca evidencia que hemos repasado en esta brevísima
demostración sirve para sustentar la propuesta de Messmer. Concluimos una vez
más, pues, que la fe de la regla es en esencia la fe del evangelio, la fe de la predicación
apostólica, la fe que cada miembro de la iglesia recibía en su bautismo trinitario
como el fundamento de toda la iglesia.
Vale la pena resaltar que no estamos diciendo simplemente que el contenido de
la regla es “bíblico” porque puede hallarse en las Escrituras. El punto es más preciso
y significativo. El argumento es que el Nuevo Testamento confirma que, aun sin usar
la expresión “la regla de la fe”, el propio Señor Jesucristo introdujo el concepto de la
regla al delinear claramente los puntos de esta regla a sus apóstoles como la fe
fundamental que ellos debían predicar, y que por su parte los apóstoles encargaron
esta misma fe a las iglesias que establecieron como la guía y norma de todas sus
creencias y prácticas. De ahí que Cristo identificara la fe evangélica de los apóstoles
como la piedra sobre la que edificaría la iglesia (Mt 16:18) y Pablo escribiera que
quien sea que intentase introducir un evangelio diferente en la iglesia estaría “bajo
maldición” (Ga 1:8). En otras palabras, cualquier idea o mensaje contrario al
evangelio debía ser rechazado completamente. El evangelio apostólico había de
funcionar como la “piedra de toque” en la iglesia. Evidentemente, el concepto de la

36 C. H. DODD, The Apostolic Preaching and its Developments (Chicago: Willett, Clark &
Company, 1937), 18. En vista de los estudios más completos realizados posteriormente al de
Dodd, Andrés Messmer ofrece un bosquejo alternativo de la predicación de los apóstoles: “1.
Discusión de las profecías del Antiguo Testamento o del Dios creador en general. 2. Una
explicación del ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús, de la que se ha hecho un breve
relato: (a) su vida, (b) su muerte y (c) su resurrección. 3. En virtud de la resurrección, Jesús ha
sido exaltado a la diestra de Dios como Señor, Cristo e Hijo de Dios. 4. El Espíritu Santo en la
Iglesia es el signo del poder y de la gloria presente de Cristo. 5. Jesús vendrá de nuevo como Juez
y Salvador de los hombres. 6. El kerygma termina siempre con una llamada [sic] al
arrepentimiento, con la oferta del perdón y del Espíritu Santo y con la promesa de salvación”.
Ver Andrés MESSMER, “El kerygma de C. H. Dodd ochenta y cinco años después: síntesis y
evaluación”, DavarLogos 19 no 1 (2020): 77.
37 MESSMER, “El kerygma de C. H. Dodd”, 77; cf. Andrew MESSMER, “The Apostolic Kerygma
and the Apostles’ Creed: A Study in Compatibility”, St Vladimir’s Theological Quarterly 64 no
4 (2018): 378–380.
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 133

fe apostólica como la regla de la iglesia proviene de los mismos apóstoles y hasta del
Maestro divino que los comisionó.
Además del impresionante testimonio bíblico que acabamos de repasar, otra
evidencia convincente del origen divino y apostólico de la regla es el consenso que
había entre las iglesias alrededor del mundo mediterráneo acerca del contenido de
la fe fundamental del cristianismo. Ya vimos el acuerdo esencial entre los autores
representativos Ireneo, Tertuliano y Orígenes. Es justamente debido a este acuerdo
esencial que Ireneo es capaz de afirmar en la sección 1.10.2 de su famoso tratado
Contra las herejías:
Habiendo recibido esta predicación y esta fe, como hemos dicho antes, la Iglesia,
aunque diseminada en todo el mundo, las custodia con diligencia como quien
habita una sola casa, y de la misma manera cree en ellas como quien tiene una
sola alma y un solo corazón, y de manera sinfónica las predica, enseña y
transmite como quien tiene una sola boca. Aunque las lenguas son diferentes en
el mundo, la fuerza de la tradición es una y la misma. Las Iglesias establecidas en
Germania no creen o transmiten otra cosa; tampoco las constituidas en Iberia o
entre los Celtas o en Oriente o en Egipto o en Libia o en el centro del mundo.
Como el sol, creatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también
la luz, la predicación de la verdad, brilla en todas partes e ilumina a todos los
hombres que quieren llegar al conocimiento de la verdad. Entre los que presiden
las Iglesias, el que sobresale por la palabra no dirá una cosa distinta a éstas—pues
nadie está por encima del Maestro—, y el que es pobre de palabra no mermará
la tradición, porque, como la fe es una y la misma, ni el que puede decir mucho
de ella la amplía, ni el que dice menos la merma.38
¿Cómo puede explicarse que todas las iglesias apostólicas de los primeros siglos
tuvieran la misma regla de fe a menos que todas estas la hayan recibido de sus
diversos fundadores, quienes, a su vez, la recibieron del Salvador que los
comisionó?39
De hecho, Ireneo llega a afirmar que, aun sin el testimonio del Nuevo
Testamento, la iglesia podía estar segura del origen apostólico de su fe por el
consenso doctrinal alrededor del mundo. Esta idea puede sonar un poco

38 Ireneo de Lyon, Contra las herejías I, 435, 437, 439, 441.


39 Además de resaltar la unidad de la fe cristiana en todas partes, el pasaje de Contra las herejías
que acabamos de citar también explica la importancia del adjetivo “católico”, el cual el
cristianismo apostólico adoptó desde el muy temprano periodo que estamos estudiando para
distinguirse de los grupos heréticos. La verdadera iglesia de Cristo es la iglesia que confiesa la
misma fe en todas partes y, por ende, es “católica” o “universal”. Como explica Jaroslav Pelikan
en su comentario sobre el desarrollo de la teología medieval, “La diferencia entre la iglesia
católica y ‘los conventos de los herejes’ era que la iglesia se extendía por todo el mundo, mientras
que los seguidores de alguna doctrina falsa estaban confinados a unas pocas regiones”. Ver
Jaroslav PELIKAN, The Growth of Medieval Theology (600-1300), The Christian Tradition: A
History of the Development of Doctrine 3 (Chicago: The University of Chicago Press, 1978),
14. Asimismo, este pasaje de Contra las herejías también identifica algunas de las doctrinas
secundarias que las iglesias apostólicas podían explicar de manera diferente.
Sorprendentemente, Ireneo llega a incluir la pregunta de “porque el Verbo de Dios se hizo carne
y padeció” (1.10.3; énfasis original).
134 Daniel Eguiluz

controversial a nuestros oídos evangélicos, pero debemos de recordar una vez más
que los apóstoles fundaron las primeras iglesias antes de escribir los libros del Nuevo
Testamento, y encomendaron la fe cristiana a estas iglesias antes de que se empezara
a formar el canon neotestamentario. Como ya mencionamos, el proceso de
formación del canon tardó varios siglos, por lo que es de notar que las iglesias
antiguas podían estar en comunión aun si tener un acuerdo total sobre los libros que
debían pertenecer al canon. La regla hacía posible tal comunión. Ireneo explica esta
dinámica de forma muy elocuente y repasa brevemente el contenido de la regla en
Contra las herejías 3.4.1–2:
En el supuesto de que los apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras, ¿acaso
no habría que seguir el orden de la tradición, que ellos entregaron a aquellos a
quienes confiaban las iglesias? A esta disposición dan su asentimiento muchos
pueblos bárbaros que creen en Cristo. Ellos poseen la salvación, escrita por el
Espíritu Santo sin tinta ni papel en sus propios corazones (2a Co. 3:3) y conservan
cuidadosamente la tradición antigua, creyendo en un solo Dios creador del cielo
y de la tierra y de todo lo que en ellos hay, y en Cristo Jesús, Hijo de Dios quien,
a causa de su grandísimo amor para la obra modelada por Él, ha consentido en
ser engendrado de la Virgen, para unir por sí mismo el hombre con Dios, y ha
padecido bajo el poder de Poncio Pilato, ha resucitado y ha sido elevado a la
gloria y vendrá en la gloria como Salvador de los que se van a salvar y juez de los
que serán juzgados y enviará al fuego eterno a los que desfiguran la verdad y
menosprecian a su Padre y a su propia venida. Los que aceptaron esta fe sin
letras, pueden ser bárbaros en cuanto al idioma, pero en lo que se refiere a sus
ideas, sus costumbres y a su modo de vida, por medio de la fe se han hecho
extraordinariamente sabios, y Dios se complace en ellos, y viven con una justicia,
castidad y sabiduría perfectas. Si alguno, hablando con ellos en su propia lengua,
les anuncia las invenciones de los herejes, al punto, cerrando sus oídos, se
escaparán lo más lejos que puedan, incapaces ni siquiera de oír estas
conversaciones blasfemas. Así, gracias a aquella antigua tradición de los
apóstoles, ni siquiera pueden admitir en su mente la idea de cualquiera de esas
cosas de tan extraños discursos.40
Repetimos, pues, por última vez las preguntas con las que iniciamos la presente
sección. ¿De dónde provino la antigua regla de la fe? ¿Quién la compuso y la
diseminó por las iglesias? En vista de la evidencia tanto dentro como fuera del Nuevo
Testamento, debemos concordar con los padres eclesiásticos de quienes aprendemos
la regla: todos los puntos de la regla fueron claramente entregados a las iglesias por
la enseñanza de los apóstoles del Señor Jesucristo. En otras palabras, la regla proviene
finalmente del propio Jesús, el amo y fundador de la iglesia. Ahora bien, esto no
quiere decir que Cristo o sus apóstoles hayan usado las expresiones exactas de “la
regla de la fe” o “la regla de la verdad”. Sin embargo, todo indica que no sólo el
contenido, sino también el concepto de la regla proviene de ellos. Los evangelios
presentan a Cristo enfatizando repetidamente a los apóstoles, tanto antes como

40 Ireneo de Lyon, Obras escogidas de Ireneo de Lyon, ed. Alfonso Ropero (Barcelona: Editorial
Clie, 2018), 298-299.
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 135

después de su resurrección, la importancia fundamental de una confesión de su


identidad mesiánica que corresponda con la realidad de su crucifixión y
resurrección. Esta confesión básica, junto con la promesa del Espíritu Santo para
todo creyente, fue el mensaje principal que el Señor encomendó a los apóstoles para
predicar por doquier, todo bajo la fórmula bautismal “en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo”. De esta forma, la fe apostólica que todo miembro recibía
y confesaba en el bautismo debía servir de norma y guía para la iglesia.
Notablemente, “cuando todavía eran autónomas, las congregaciones cristianas
dispersas [por el mundo] consideraban la adopción de esta regla de fe como la única
condición necesaria para la unidad y la comunión cristiana”.41

Los beneficios del uso de la regla en el presente


La última sección del presente artículo buscará repasar brevemente los varios
beneficios del uso de la antigua regla con el fin de convencer a la comunidad
evangélica de que nuestras propias congregaciones deberían usar esta regla para su
propia salud espiritual.42 Sin embargo, antes de ofrecer este repaso, vale la pena
recordar que en la antigüedad existían diferentes presentaciones de la regla y que el
mismo autor podía resumir la fe apostólica ligeramente diferente según la necesidad
que apremiaba. Como advirtió Hanson,43 la idea principal de apelar a la regla no era
establecer una “terminología precisa” a la que todos debían asentir sin excepción
alguna, sino dar testimonio de la única fe cristiana. Todas las versiones de la antigua
regla y los credos que esta inspiró eran simples resúmenes o sinopsis de la fe. De ahí
que los credos también fuesen llamados “símbolos” de la fe.44 Las palabras del credo
son una cosa, y el Cristo vivo a quien estas palabras apuntan es otra. Finalmente,
quien nos salva no es ninguna fórmula de palabras sino el propio Cristo al que las
diversas versiones de la antigua regla apuntan. Por ende, cuando sugerimos que las
iglesias evangélicas deberían usar la regla, no estamos diciendo que estas tengan la
obligación de adoptar una fórmula única e inalterable. Al igual que nuestros
antepasados cristianos, podríamos utilizar versiones diferentes según la necesidad
de las circunstancias.
Esta aclaración demuestra que no estamos proponiendo la adopción de una regla
de fe que se agregue al mismo nivel de las Escrituras o—peor aun—que las suplante.
La Biblia tiene un carácter único y diferente al de la antigua regla de fe. Para empezar,

41 BENTE, “Historical Introductions”, 1:10.


42 Varios (pero no todos) de los beneficios que repasaremos se pueden encontrar en FERGUSON,
The Rule of Faith, 83–90.
43 HANSON, “Creeds and Confessions of Faith”, 631.
44 El §188 del Catecismo de la Iglesia Católica reconoce este significado, pero también lo expande:
“La palabra griego symbolon significaba la mitad de un objeto partido (por ejemplo, un sello)
que se presentaba como una señal para darse a conocer. Las partes rotas se ponían juntas para
verificar la identidad del portador. El ‘símbolo de la fe’ es, pues, un signo de identificación y de
comunión entre los creyentes. Symbolon significa también recopilación, colección o sumario.
El ‘símbolo de la fe’ es la recopilación de las principales verdades de la fe. De ahí el hecho de que
sirva de punto de referencia primero y fundamental de la catequesis”. Ver
https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2_sp.html (20 de abril del 2022).
136 Daniel Eguiluz

ya que la Biblia presenta los escritos de los mismísimos apóstoles y profetas que
sirven como “el fundamento” de la iglesia (Ef 2:20), en el caso hipotético que nos
encontrásemos una presentación de la antigua regla que no se ajuste a la enseñanza
bíblica, tal presentación debería ser rechazada. Además, en contraste a la variedad
de presentaciones de la antigua regla que podrían ser usadas de manera indiferente,
la colección de libros que, como enseña el famoso pasaje de 2 Timoteo 3:16–17,
fueron “inspirados por Dios […] a fin de que el siervo de Dios esté enteramente
capacitado para toda buena obra”, sí es universalmente autoritativa, inalterable e
irremplazable. La Biblia es el único texto que necesariamente debe leerse y predicarse
en el culto de la iglesia.
En vista de estas consideraciones, podemos proponer el primer beneficio de usar
la regla en el presente. Y este es que la antigua regla confirma la necesidad de las
Escrituras para la labor teológica y didáctica de la iglesia. Por un lado, la antigua
regla enseña que el Espíritu “habló por los profetas”. Por ende, la iglesia necesita
atesorar los escritos de los profetas y apóstoles como las palabras del mismísimo
Dios. Por otro lado, ya que la antigua regla se presenta en forma de simples
resúmenes, necesitamos una fuente confiable para desarrollar en mayor detalle los
puntos resumidos de la regla. Obviamente, esta fuente no es otra que la Biblia. En las
palabras del erudito neotestamentario Luke T. Johnson, los cristianos que usan los
antiguos credos de la iglesia necesitan leer estos símbolos de fe “a la luz de la
Escritura”.45
Un segundo beneficio de conocer y estudiar la antigua regla de la iglesia es “la
otra cara de la moneda” del punto que acabamos de notar. Si bien la regla debe leerse
“a la luz de la Escritura”, por su parte la Escritura también debería leerse a la luz de
la regla. La experiencia demuestra que la Biblia puede y de hecho es interpretada en
un sinnúmero de formas, muchas de las cuales son completamente contradictorias
e irreconciliables. Consecuentemente, no es suficiente confesar a la Biblia como “la
palabra de Dios” para garantizar nuestra salud espiritual. Efectivamente, la gran
mayoría de herejes que la iglesia ha condenado a través de los siglos alegan enseñar
las Escrituras. Es necesario, por tanto, interpretar las Escrituras correctamente. El
aprender y repasar constantemente el contenido de las muchas versiones de la
antigua regla y los primeros credos sirven a guía natural para la interpretación
correcta de la Biblia.46
Esto se hace más evidente si recordamos que la regla no sólo fue una guía de
interpretación bíblica para la iglesia antigua, sino también un punto de referencia
para identificar a los libros que debían conformar el canon del Nuevo Testamento.
Si nosotros aceptamos el canon neotestamentario de parte de la iglesia antigua, pero
rechazamos la fe que guio todo el proceso de formación de tal canon,
inevitablemente malinterpretaremos el Nuevo Testamento. Vemos, pues, que la

45 Luke T. JOHNSON, The Creed: What Christians Believe and Why It Matters (New York:
Doubleday, 2004), 323.
46 Aunque, como Johnson advierte, el rol de la regla como guía “no agota el significado de la
Escritura. No dicta cómo se debe leer cada pasaje de la Escritura. Pero sí proporciona un código
de lectura que guía al lector fiel a la comprensión adecuada de las Escrituras en su totalidad”
(JOHNSON, The Creed, 49).
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 137

Biblia y la antigua regla pertenecen juntas: la regla resume el mensaje de la Biblia y


la Biblia explica la fe de la regla. Finalmente, tanto la Biblia como la antigua regla
dan testimonio del mismo evangelio y la misma fe apostólica.
Asimismo, aunque hoy en día estamos acostumbrados a pensar en la Biblia como
un solo libro, ella realmente es una colección de libros, los cuales, si bien fueron
todos inspirados por el mismo Espíritu de Dios, a la misma vez fueron escritos por
diferentes personas en diferentes contextos sociales y culturales, respondiendo a
diferentes circunstancias en diferentes estilos. ¿Tienen todos estos libros un mensaje
unificado? ¿Cuál es este mensaje? La regla responde estas preguntas enseñando que
todas las Escrituras apuntan a la obra redentora de Dios por medio del Hijo y el
Espíritu Santo. Como enseña Lucas 24:45–47, “Entonces [Jesús] les abrió el
entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Esto es lo que está escrito, les
explicó, que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día, y en su nombre se
predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones,
comenzando por Jerusalén”. Desde esta perspectiva, podemos agregar que el estudio
constante de la antigua regla no sólo brinda una guía natural para la interpretación
correcta de las Escrituras, sino que también esclarece que esta interpretación
correcta es una interpretación cristocéntrica, ya que la persona y la obra de Cristo
son el corazón de la predicación apostólica. Esto es incalculablemente importante
porque, como sabemos bien los evangélicos, es sólo en Cristo que encontramos la
salvación.
De manera similar, la regla demuestra que la interpretación correcta de las
Escrituras no sólo es cristocéntrica sino también trinitaria. Es verdad que en la
iglesia antigua era posible encontrar grupos heréticos que confesaran la regla, pero
la estructura trinitaria del credo cristiano fue una de las razones principales por las
que la iglesia rechazó las herejías de tales grupos. ¿Cómo podía la iglesia confesar
una salvación “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”, a menos que el Hijo
y el Espíritu sean tan divinos como el Padre? “La salvación es de Jehová” (Sal 3:8
RV60), no de Jehová y sus primeras creaturas. Por lo tanto, Padre, Hijo y Espíritu
deben ser miembros iguales de la Deidad. El cristianismo clásico confiesa a un solo
Dios en tres personas en gran parte por la influencia de la antigua regla de fe.
Quinto, la antigua regla presenta claramente la prioridad de la gracia divina en
la salvación humana. La regla no confiesa lo que el ser humano ha hecho en sus
fuerzas para reconciliarse con Dios, sino lo que Dios ha hecho para reconciliar al
hombre pecador consigo mismo. Además, el mero concepto de la regla “de la fe”
asume lo esencial que es una fe correcta para el cristianismo. Efectivamente, la regla
parte de la idea de que la salvación se recibe por medio de la fe. Como Ireneo escribe
en el pasaje de Demostración 3 citado anteriormente, “ya que la fe sostiene nuestra
salvación, hemos de cuidarla con gran esmero”. Obviamente, nada de esto quiere
decir que la ética y la moralidad sean irrelevantes. Después de todo, la regla también
afirma que el Señor Jesucristo regresará en gloria para dar a cada uno “según sus
obras”. Pero el énfasis de la regla deja en claro que cualquier virtud humana depende
enteramente de la previa actividad redentora del Dios que salva por medio de su Hijo
en el poder del Espíritu Santo.
Sexto, la regla inspira confianza en el Dios verdadero que salva su pueblo en la
vida real. Si bien la regla resalta la necesidad de tener una fe correcta en Dios, el Dios
138 Daniel Eguiluz

que la fe presenta no es un Dios abstracto que se deduce de la reflexión sobre


cuestiones esotéricas y misteriosas, sino un Dios que se manifiesta en sus obras de
creación y redención en el transcurso de la historia humana. El Dios de la regla es el
Dios que se revela a todas las personas por medio del asombroso poder y maravilla
manifestados por la creación que habitamos; el Dios que envió a su Hijo para hacerse
uno de nosotros y morir “bajo Poncio Pilato” y dar testimonio de su resurrección
por medio de mensajeros fiables con el fin de darnos una “esperanza viva” (1 Pd 1:3);
el Dios que constantemente da fe de su poder santificador por medio de la morada
transformadora del Espíritu Santo en los corazones de los creyentes. El Dios de la
regla es el Dios de la historia, el Dios de la vida real, el Dios de la vida cotidiana, el
Dios que es capaz de salvar incluso en medio de los reveses más extremos, incluso a
través de una cruz. En resumen, la regla nos presenta un Dios en el que podemos
confiar con todo el corazón, incluso a través de todas las dificultades y “cruces” que
encontramos en esta vida.
Por las mismas razones, agregamos que—séptimo—el uso de la regla facilita la
instrucción adecuada de los miembros de la iglesia. Si queremos que todos los
miembros de nuestras congregaciones reciban una instrucción adecuada para su
propia salvación, especialmente desde la instrucción inicial que los prepara para el
bautismo, necesitamos identificar las creencias esenciales del cristianismo, y la regla
nos ayuda a cumplir este objetivo.
Siguiendo la misma lógica, podemos añadir que un octavo beneficio de usar la
antigua regla es que también facilita la comunión cristiana, ya que nos ayuda a
identificar a los individuos y grupos con quienes compartimos la misma fe cristiana.
En su carta a los efesios, el apóstol Pablo ordena que nos esforcemos por mantener
“la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (4:3) y que perseveremos en
oración “por todos los santos” (6:18). ¿Cómo podemos cumplir este tipo de
mandamientos si no sabemos quiénes son nuestros hermanos y hermanas en la fe?
Al delinear las creencias esenciales del cristianismo, la regla también nos ayuda con
a fomentar la unidad de la iglesia.
Noveno, la regla sugiere la importancia del consenso de toda la iglesia. La fuerza
del argumento de Ireneo a favor de la regla contra la herejía gnóstica dependía
completamente de que se pueda encontrar iglesias en todo el mundo que confesaran
la misma fe, porque este consenso confirmaba el origen divino y la autoridad
suprema de la fe que Ireneo defendía. Sin este acuerdo universal, los herejes podían
alegar que ellos representaban el auténtico cristianismo. Si cada iglesia confesaba
algo diferente, la verdad del evangelio se convertía en cuestión de debate. Todas las
posturas tenían el mismo pedigrí eclesiástico y, por lo tanto, la validez de estas
posturas dependía meramente de la preferencia personal o la habilidad de
persuasión del expositor. De manera similar, los críticos modernos del cristianismo
clásico postulan que nunca existió una sola versión autoritativa del evangelio y, por
ende, sólo deberíamos hablar de cristianismos (en plural).47 Jesús pudo haber tenido
su punto de vista, pero cada discípulo interpretó las palabras del maestro a su
manera. Por lo tanto, es imposible saber a ciencia cierta lo que Jesús pensaba. En

47 Ver, p. ej., Antonio PIÑERO, Los cristianismos derrotados: ¿Cuál fue el pensamiento de los
primeros cristianos heréticos y heterodoxos? (Madrid: Editorial EDAF, 2007).
La norma de ortodoxia cristiana antes de la formación del canon del NT 139

respuesta a tales propuestas, Ireneo prueba convincentemente que, a pesar de las


variaciones que se podía encontrar entre las muchas iglesias que los apóstoles
fundaron alrededor del mundo grecorromano, todas estas confesaban la misma fe
esencial. Por su parte, este consenso universal demostraba que, en efecto, Cristo sí
fue enfático en su enseñanza a los apóstoles, y que todos ellos comunicaron fielmente
el mismo evangelio a las comunidades que establecieron. De esta manera, la voz del
Señor se escuchaba de manera más fuerte y clara en el acuerdo esencial entre la
diversidad de voces de creyentes alrededor del mundo. Obviamente, esto tiene
implicaciones tremendas para las iglesias evangélicas del presente. Si nosotros
pretendemos representar el cristianismo genuino, pero contradecimos el consenso
de las iglesias de los primeros siglos, nuestra pretensión es sólo eso: una pretensión.
Verdaderamente, el Señor habla de manera más clara en el acuerdo de sus discípulos,
no sólo a través de las múltiples denominaciones del presente, sino también a través
de todos los siglos.
Décimo, el uso de la regla ayuda a prevenir distorsiones del evangelio. ¿Qué
ocurre cuando nos dividimos por debates sobre temas secundarios?
Inevitablemente, nos empezamos a identificar por las creencias que nos diferencian
de otros cristianos. Mas al distinguirnos por lo que nos diferencia de otros grupos
cristianos, también empezamos a enfatizar temas secundarios. Eventualmente, el
presentar temas secundarios como si fueran sumamente importantes o hasta
primordiales (para justificar nuestra separación o nueva identidad distintiva), puede
resultar en una distorsión del evangelio. Finalmente, nuestro mensaje principal ya
no es el evangelio que todos los cristianos compartimos, sino la doctrina secundaria
que nos distingue. Cuando esto sucede, ya no estamos predicando el evangelio que
Cristo encomendó a los apóstoles para toda la iglesia, sino nuestro propio evangelio.
Onceavo, la regla revela de manera indirecta los errores que debemos condenar
como verdaderas herejías. No todos los errores doctrinales son igualmente dañinos.
La herejía no es cualquier tipo de error doctrinal, sino una desviación que afecta la
esencia misma del cristianismo. Como tal, la herejía atenta contra la propia
salvación. Naturalmente, estos son los errores que no podemos tolerar de ninguna
manera en nuestras iglesias. La carta del apóstol Pablo a los gálatas ilustra el tipo de
errores que debemos rechazar sin ninguna ambigüedad: “Aquellos de entre ustedes
que tratan de ser justificados por la ley, han roto con Cristo; han caído de la gracia”
(5:4). Todo lo que contradice la predicación apostólica resumida en la antigua regla
debe ser condenado como una verdadera herejía.
En conclusión, la antigua regla de la fe traería un sinnúmero de beneficios
espirituales a toda congregación que decida usarla. ¿Cómo podría usarse esta regla?
Varias ideas se derivan del artículo: la antigua regla puede funcionar como el
bosquejo de instrucción para los nuevos miembros de la iglesia, la confesión de fe
que los nuevos miembros hacen en su bautismo, la confesión de fe grupal durante la
celebración de la Santa Cena para la renovación del compromiso de los miembros
de la iglesia, la declaración de fe común para una fraternidad de pastores o
congregaciones de diferentes denominaciones, los temas para una serie de sermones,
la letra para canciones en el culto, entre otros usos. Si es verdad que Cristo mismo
encomendó la fe de la antigua regla a los apóstoles para que esta fe sirva de norma y
guía para su iglesia, es simplemente imposible que podamos a la misma vez rechazar
140 Daniel Eguiluz

esta fe y ser fieles al Señor que confesamos. Por otro lado, si atesoramos la fe de la
antigua regla y la aprovechamos de diversas maneras, seremos cristianos
genuinamente apostólicos y verdaderos discípulos de Cristo. Concordamos, pues,
con la evaluación de Tertuliano en Prescripciones 20.7–9:
Es inevitable que toda especie sea clasificada de acuerdo con su origen. Por
consiguiente, tantas y tan grandes iglesias son en realidad una iglesia, aquella
primera (fundada) por los apóstoles, de la cual todas proceden. De este modo,
todas son primeras y apostólicas, comoquiera que todas son una. Demuestran
esa unidad la comunicación de la paz, la (mutua) denominación de hermano y
el intercambio de hospitalidad. Los cuales derechos ninguna otra norma los
regula sino la única trasmisión de [una misma doctrina a partir de Cristo].48

48 El texto original concluye el párrafo con la oración: “Los cuales derechos ninguna otra norma
los regula sino la única trasmisión de un mismo sacramento [latín: sacramenti]”. De todas
formas, el propio traductor explica lo siguiente en la respectiva nota a pie de página: “En la
lengua de las comunidades cristianas del s.II, el término «sacramentum» asume todas las
significaciones del término bíblico y eclesiástico μυστήριον, entre las que está la de «verdad
escondida a nuestra inteligencia y revelada por Dios». No menos de veintiséis veces da
Tertuliano este valor doctrinal al término «sacramentum» en su obra, queriendo significar con
él el depósito de verdades o la santa doctrina que transmite la Iglesia a partir de Cristo. A veces
el término «sacramentum» deja trasparecer también el sentido de vínculo o de unidad, por
cuanto estas verdades reveladas sirven para establecer la alianza de Dios con los hombres o para
fundar la unidad de todas las iglesias entre sí y, sobre todo, con las iglesias apostólicas, como se
resalta en este mismo texto” (Vicastillo, “Prescripciones” contra todas las herejías, 211 n 21).

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