Libro Derecho Procesal Civil - Gomez Lara

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Antonio Caso 142, Col.

San Rafael,
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Área: Derecho y Ciencias Sociales


Colección Textos Jurídicos Universitarios

Academic consultant: Leonel Pereznieto Castro


Commissioning editor: Flor María Díaz Soto
Mario Andrés Aliaga
Dirección Editorial:
Valenzuela
Lilia Guadalupe Aguilar
Edición:
Iriarte
Producción: Claudia Celia Martínez
Amigón
Rutilo Olvera Argüello
Portada: Brenda Reyes Coix

DERECHO PROCESAL CIVIL


Todos los derechos reservados © 2005, respecto a la séptima edición por
Cipriano Gómez Lara
Ninguna parte de esta publicación puede reproducirse, almacenarse en un
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de Autor de Oxford University Press México, S.A. de C.V.,
al domicilio que se señala en la parte superior de esta página.
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Editorial Mexicana, registro número 723.

ISBN 970-613-812-9

sobre papel Bond Editor Alta Opacidad de 65 g.


El tiraje fue de 2 000 ejemplares.

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del presente título fue realizada por
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Dedico este trabajo, como un modesto homenaje a mis maestros,
los señores doctores en derecho y catedráticos
Humberto Briseño Sierra, Ignacio Burgoa Orihuela,
Raúl Cervantes Ahumada, Guillermo Colín Sánchez,
Carlos Cortés Figueroa, Javier de Alva Muñoz,
Eduardo García Máynez, Ignacio Medina Lima,
Celestino Porte Petit y Juan Manuel Terán Mata
Índice de contenido

Nota a la séptima edición


Prólogo
Capítulo 1. Proceso y juicio
1. Proceso y juicio
2. La unidad fundamental del proceso
3. Diversos criterios de clasificación de los procesos
3A Primera clasificación: procesos civil,mercantil y de
familia
3B Segunda clasificación: procesos oral y escrito
3C Tercera clasificación: proceso inquisitorial,proceso
dispositivo y proceso publicista
3D Cuarta clasificación: procesos con unidadde vista
y procesos preclusivos
3E Quinta clasificación: proceso singular y proceso
universal
3F Sexta clasificación: procesos uniinstancialesy
biinstanciales
3G Séptima clasificación: procesos de conocimientoy
procesos de carácter ejecutivo
Capítulo 2. Las fases procesales
4. Carácter temporal del proceso
5. Etapas del proceso
6. La instrucción
7. Fase postulatoria
8. Fase probatoria
8A Ofrecimiento de la prueba
8B Admisión de la prueba
8C Preparación de la prueba
8D Desahogo de la prueba
8E Valoración de la prueba
9. Fase preconclusiva
10. El juicio
Capítulo 3. Cuestiones preliminares
11. Concepto y reglamentación legal
12. Los medios preparatorios del juicio en general
13. Otros trámites previos o preparatorios
13A Separación de personas como acto prejudicial
13B Preparación del juicio arbitral
13C Preliminares de consignación
14. Providencias precautorias. Arraigo y embargo precau-
torio
15. La audiencia preliminar, el procesomonitorio y el pre-
trial
Capítulo 4. La demanda
16. La demanda judicial
17. Concepto, forma y contenido de la demanda
18. Defectos de la demanda; subsanablese insubsanables
19. Procedencia y fundamentación de la demanda
Capítulo 5. Interposición de la demanda
20. Tiempo, lugar y forma de interposición de la demanda
21. Efectos de la presentación de la demanda
22. Admisión de la demanda y efectos de su admisión
23. Medidas que puede ordenar el juez al tiempo de admitir
la demanda
24. Transformación de la demanda, ampliación de la mis-
ma y desistimiento
25. Desechamiento o rechazo de la demanda
Capítulo 6. El emplazamiento y sus efectos
26. Concepto y formas del emplazamiento
27. Formas del emplazamiento
28. Efectos del emplazamiento
29. Nulidad del emplazamiento
Capítulo 7. La participación activa del demandado
30. Actitudes del demandado
31. El allanamiento
32. Confesión y allanamiento de la demanda
33. Oposición de defensas y excepciones
33A Los principios del debido proceso legal y de ser
oído y vencido en juicio
33B El derecho de contradicción
33C Excepción y defensa
33D La doble pertenencia de la acción
33E Criterios de clasificación de las excepciones
Capítulo 8. La reconvención
34. Concepto de reconvención
35. Antecedentes históricos
36. Requisitos del tiempo, modo y forma de la reconven-
ción
Capítulo 9. Contumacia o rebeldía
37. Concepto de contumacia
38. Contumacias parcial y total, y unilateral y bilateral
39. Declaración en rebeldía y sus efectos
Capítulo 10. Audiencia previa y de conciliación
40. Concepto y denominación
41. Los antecedentes del despacho saneador y de la refor-
ma española de 1984
42. La audiencia previa y de conciliación en el derecho me-
xicano
43. Regulación legislativa de la audiencia previa y de con-
ciliación
Capítulo 11. Las costas procesales
44. Aspectos económicos del proceso
45. Costas procesales, gastos judiciales y justicia gratuita
46. Condena en costas. Sistemas para imponerla
Capítulo 12. La prueba
47. La prueba o confirmación y el derecho probatorio
48. Concepto de prueba procesal
49. Principios rectores de la prueba procesal
50. Diversos criterios de clasificación de las pruebas
Capítulo 13. La carga de la prueba
51. Concepto de carga de la prueba
52. Distribución de la carga de la prueba
53. Inversión de la carga de la prueba
54. Poderes del juez en materia probatoria
Capítulo 14. El objeto de la prueba
55. Prueba de hechos, hechos positivos y hechos negati-
vos
56. Hechos que no requieren prueba
56A. Hechos confesados o reconocidos por las par-
tes
56B. Hechos a cuyo favor existe una presunción legal
56C. Hechos derivados de las máximas de la expe-
riencia
56D. Hechos notorios
57. Prueba del derecho. Diversos supuestos
57A. Prueba del uso
57B. Prueba de la costumbre
Capítulo 15. Procedimiento probatorio
58. Preconstitución de la prueba
59. Términos y plazos probatorios. Clasificación de los pla-
zos probatorios
60. Ofrecimiento de pruebas
61. Pruebas supervenientes
62. Admisión de prueba y condiciones de admisibilidad de
la misma
63. Forma, lugar y modo de desahogo de las pruebas
Capítulo 16. Prueba por confesión
64. Antecedentes históricos de la prueba confesional
65. Sujetos de la confesión
66. Confesión y litisconsorcio
67. Formas de confesión
67A. Confesión mediante posiciones
67B. Interrogatorio directo
67C. Interrogatorio recíproco
68. Objeto de la confesión
69. Confesión extrajudicial
69A. Nulidad de la confesión
Capítulo 17. Prueba documental
70. El documento como medio de acreditamiento
71. Acto jurídico y documento
72. La naturaleza del documento y su carácter registral
73. Clasificación de los documentos
73A. Documentos simples
74. Autenticidad de los documentos
75. El concepto de la fe pública y de los documentos nota-
riales
76. Documentos notariales y documentos oficiales
77. Objeción e impugnación de documentos y sus efectos
procesales
Capítulo 18. Prueba pericial
78. Concepto de prueba pericial
79. Sujetos de la prueba pericial
80. Función del perito
81. Objetos de la prueba pericial
82. Tiempo, lugar, modo y forma de producción de la prue-
ba por peritos
82 bis Peritos en rebeldía y tercero en discordia
Capítulo 19. Inspección o reconocimiento judicial
83. Concepto de inspección judicial
84. Antecedentes históricos de la inspección judicial
85. Sujeto y objeto de la inspección
86. Inspección y pericia anexa
87. Clases de inspección
Capítulo 20. Prueba testifical
88. Reglamentación legal
89. Testigos instrumentales y testigos medio de prueba
90. Testigos de cargo y de abono
91. El testimonio en la historia procesal
92. Concepto y clasificación de los testigos
93. Deber de rendir testimonio
94. El testimonio y la psicología judicial
95. Aleccionamiento de los testigos
96. Técnica del interrogatorio a testigos. Forma del interro-
gatorio. Interrogatorio judicial e interrogatorio por las par-
tes
97. Preconstitución de la prueba testifical
98. Tacha de testigos
99. Valoración del testimonio
Capítulo 21. Presunciones
100. Etimología
101. Determinación de si las presunciones son reglas de
prueba
102. Presunciones y ficciones legales
103. Indicios, hipótesis, conjeturas y sospechas
104. Naturaleza jurídica de las presunciones y riesgos de
su utilización
Capítulo 22. Conclusiones
105. Contenido y objeto de los alegatos
106. Memoranda y conclusiones por escrito en segunda
instancia
Capítulo 23. Citación para sentencia
107. La citación para sentencia y las etapas procesales
Capítulo 24. La sentencia civil
108. Naturaleza jurídica de la sentencia
109. Requisitos formales y requisitos materiales de la sen-
tencia
110. Clasificación de las sentencias
111. Cosa juzgada
112. Límites objetivos y límites subjetivos de la cosa juzga-
da
Capítulo 25. Resoluciones impugnables y resoluciones
inimpugnables en el proceso civil
113. Teoría de la impugnación
114. Recursos y medios de impugnación
115. La impugnabilidad de las resoluciones judiciales y la
nulidad
116. Naturaleza jurídica de la sentencia sujeta a impugna-
ción
Capítulo 26. Revocación, reposición y queja
117. Régimen procesal de la revocación y de la reposición
118. Recurso de queja
Capítulo 27. El recurso de apelación en particular
119. Vías impugnativas en el proceso civil
120. Recursos ordinarios y extraordinarios
121. El recurso de apelación en particular
122. La expresión de agravios
123. La revisión de oficio
Capítulo 28. Apelación extraordinaria
124. La apelación extraordinaria
125. Apelación extraordinaria y juicio de amparo (plenitud
de jurisdicción y reenvío)
125 bis Nulidad de la cosa juzgada
126. El mal llamado recurso de responsabilidad
Capítulo 29. La ejecución
127. La ejecución y las etapas procesales
128. Carácter no procesal de la ejecución
129. Juicio ejecutivo y vía de apremio
129A. Vía de apremio
129B. Ejecución provisional y ejecución definitiva
Capítulo 30. Ejecución de la sentencia
130. Presupuestos de la ejecución de sentencia
131. Principios que rigen la ejecución de sentencia
132. Patrimonio ejecutable
133. Formas de la ejecución
Capítulo 31. El juicio ejecutivo
134. Antecedentes históricos del título y del juicio ejecuti-
vos
135. Naturaleza del juicio ejecutivo
136. Los títulos ejecutivos en particular
137. Preparación de la vía ejecutiva
138. Los juicios ejecutivos en el Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal
Capítulo 32. El remate de bienes
139. Concepto de remate judicial
140. Fincamiento del remate, subasta y adjudicación
141. Intervención de terceros en el remate
142. El pago a los acreedores
Capítulo 33. Los juicios especiales
143. Enumeración y clasificación de los juicios especiales
en el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal
Capítulo 34. El juicio hipotecario
144. Consideraciones preliminares
145. Noción de juicio hipotecario
146. Regulación y tramitación en el Distrito Federal del jui-
cio especial hipotecario
Capítulo 35. Desahucio
147. Vigencia y naturaleza de este juicio
148. Reglamentación de estos juicios en nuestro derecho
Capítulo 36. Cooperación procesal internacional
149. Convenciones interamericanas de derecho internacio-
nal privado
- . Panamá, 1975
- . Montevideo, 1979
- . La Paz, 1984
- . Montevideo, 1989
- . México, 1994
1. sobre exhortos y cartas rogatorias
2. sobre régimen legal de poderes para ser utilizados en
el extranjero
4. sobre recepción de pruebas en el extranjero
6. sobre arbitraje comercial internacional CIDIP-II.
Montevideo, 1979
8. sobre eficacia extraterritorial de las sentencias y lau-
dos arbitrales extranjeros
9. sobre domicilio de las personas físicas en el derecho
internacional privado
10. sobre normas generales de derecho internacional
privado
11. sobre prueba e información acerca del derecho ex-
tranjero
12. sobre cumplimiento de medidas cautelares
13. Protocolo adicional a la sobre exhortoso cartas roga-
torias
15. sobre conflictos de leyes en materia de adopción de
menores
16. Protocolo adicional a la sobre recepción de pruebas
en el extranjero
17. sobre personalidad y capacidad de personas jurídi-
cas en el derecho internacional privado
18. sobre competencia en la esfera internacional para la
eficacia extraterritorial de las sentencias extranjeras
20. sobre restitución internacional de menores
21. sobre obligaciones alimentarias
22. sobre tráfico internacional de menores
150. Reformas a los códigos mexicanos para ajustarlos a
las convenciones internacionales
151. Código Procesal Civil modelo para Iberoamérica
Capítulo 37. El juicio arbitral
152. Importancia práctica del arbitraje en materia civil
153. Arbitraje y amigable composición
154. Régimen procesal del juicio de árbitros: preparación y
procedimiento
155. Naturaleza jurídica del laudo arbitral
Capítulo 38. Controversias del orden familiar
156. Génesis de los tribunales de lo familiar en México
157. Competencia de los tribunales de lo familiar
158. El procedimiento ante los tribunales de lo familiar
159. Poderes del juez en las controversias del orden fami-
liar
160. Cuestiones incidentales en las controversias del orden
familiar
160 bis. Pérdida de la patria potestad de menores acogidos
por una institución pública o privada de asistencia social
Capítulo 39. Intervención de terceros en el proceso civil
161. Clasificación de las tercerías
162. La tercería coadyuvante. Su régimen y sus diferencias
con el litisconsorcio
163. Las tercerías excluyentes
164. Llamamiento a terceros
Capítulo 40. Juicios universales en general
165. Concepto y clasificación
165A. Clasificación tradicional
165B. Juicios del fuero federal y juicios del fuero co-
mún
165C. En cuanto al derecho sustantivo al que se re-
fieren
166. Panorama de los juicios universales en el derecho
procesal positivo mexicano. Crítica
167. Naturaleza jurídica de los juicios universales
Capítulo 41. Concurso de acreedores
168. Concepto y clasificación
169. El sujeto concursado
170. El síndico en el concurso
170A. Concepto
170B. Naturaleza jurídica
170C. Clases
170D. Personas que pueden desempeñar la sindica-
tura
170E. Funciones
170F. Honorarios
170G. Responsabilidad
171. Los acreedores en el concurso
172. Atractividad del juicio de concurso
173. Desarrollo del procedimiento concursal
Capítulo 42. Los juicios sucesorios
174. Concepto y clasificaciónde los juicios sucesorios
175. Testamentarías e intestados
176. Secciones en que se dividen
177. Atractividad
178. El albacea. Naturaleza jurídica del cargo
179. El interventor
180. El Ministerio Público en los juicios sucesorios
181. Los herederos
Capítulo 43. Inventario y administración
182. Inventario y avalúos
183. Administración de la sucesión
184. Las cuentas del albaceazgo
Capítulo 44. Partición y división
185. Liquidación y partición de la herencia
Capítulo 45. Tramitación por notarios
186. Tramitación notarial de las sucesiones
Capítulo 46. Jurisdicción voluntaria
187. Concepto de jurisdicción voluntaria
188. Régimen de la jurisdicción voluntaria en nuestro dere-
cho positivo
189. Sujetos y objeto de los actos de jurisdicción voluntaria
190. Impugnación de los actos de jurisdicción voluntaria
Capítulo 47. Materias de la jurisdicción voluntaria
191. Actos materia de jurisdicción voluntaria en el Código
de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal. Enu-
meración y análisis
Disposiciones generales
Nombramiento de tutores, curadores y discernimiento
Autorización para vender y gravar bienes y transigir
derechos de menores, incapacitados y ausentes
Adopción
Informaciones ad perpetuam
Apeo o deslinde
Otras cuestiones sometidas a jurisdicción voluntaria
192. Divorcio por mutuo consentimiento. Sus formas
Divorcio administrativo
Divorcio judicial por mutuo consentimiento
193. Naturaleza de la decisión de fondo en materia de di-
vorcio por mutuo consentimiento
Capítulo 48. Procesos arrendaticios de vivienda urbana
194. Antecedentes de ubicación del problema
195. La reforma de julio de 1993
196. Vigencia simultánea de articulados diversos
Capítulo 49. Justicia de paz
197. Consideraciones preliminares
198. Concepto de justicia de paz
199. Reglamentación legal
199A Justicia de paz
199B Emplazamiento y citaciones
199C Identidad de las partes
199D Del juicio
199E Ejecución de las sentencias
199F Incidentes
199G Reglas generales
Bibliografía
Índice analítico
Prólogo

Es indudable que todo libro tiene un propósito definido. En quienes


ejercen la docencia, éste generalmente se va sedimentando con el
transcurso del tiempo y poco a poco adquiere matices acuciantes
que llegan en un momento determinado a persuadir y a resolver el
ánimo del autor respecto de escribirlo.
El propósito que movió al maestro Gómez Lara a escribir esta
obra fue el de que constituyese un libro de texto, en el cual se
desarrollaran minuciosamente los temas del programa oficial vigente
de la materia Derecho procesal civil, en la Facultad de Derecho de
la . Su materialización abarca un periodo de varios años,
durante el cual el autor ha impartido tanto esta asignatura como la
de Teoría general del proceso, en la mencionada Facultad, en su
calidad de profesor titular. Además, en la medida de lo necesario,
recoge las experiencias forenses que como abogado ha ido
acumulando en su largo ejercicio profesional. Es decir, este trabajo
combina dos prácticas: la docente y la judicial; por estar orientada
dicha sinérgica confluencia hacia la enseñanza, la obra atiende más
a los aspectos formativos que a los simplemente informativos, por
eso mismo en su elaboración se ha procurado observar un preciso
rigor didáctico, de ahí la presencia de algunas reiteraciones, de
algunas advertencias, más perdonables que censurables si se
piensa que obedecen en mucho al afán de “explicar” y no al de
abundar sin motivo.
Por esta razón, porque no se trata de un libro de tesis sino de
exposición, es por lo que en lo posible el autor se ha preocupado
por evitar la disquisición filosófico-jurídica, la lucubración erudita, lo
cual no implica que se haya olvidado de citar oportunamente y de
forma sencilla los principales aspectos teóricos y doctrinarios en que
se apoya la estructura científica de esta disciplina, así como las
figuras procesales que conforman el derecho positivo mexicano.
En virtud de la exigencia didáctica, en este libro destaca una
cierta tendencia descriptiva, la cual no excluye la presencia del
método sistemático, que advertimos cuando reparamos en el
carácter clasificatorio del proceso que en la obra se le reconoce a
las normas sustantivas y procesales, en la categórica posición que
en ella se adopta con relación a la unidad fundamental del proceso o
en la afirmación de la continuidad de la acción a lo largo del mismo,
para citar algunos de los puntos que corroboran la adopción del
método expresado y en cuyo desarrollo es menester conjugar y
coordinar lo descriptivo con lo cronológico, a fin de que el derecho
procesal civil rescate y se reserve la entidad y la identidad que le
corresponden dentro del extenso y multiforme universo del derecho.
Acorde con este objeto, el maestro Gómez Lara ha querido
explicar, y lo ha logrado con éxito singular, qué es tal o cual
elemento o institución del derecho procesal civil y cuál es el
momento, el lugar temporal y dinámico que ocupa en el proceso
civil, entendido éste no sólo como el aspecto externo de la función
jurisdiccional, sino como ese “fenómeno jurídico complejo” cuyo fin
es arribar a una sentencia que dirima un conflicto de intereses o
dilucide una situación de incertidumbre, ya distinguiendo, ya
limitando. Incluso, en este trabajo se han insertado posiciones
revolucionarias como la sustentada por el doctor Humberto Briseño
Sierra, que niega a la sentencia su carácter jurisdiccional.
El tratamiento que se le ha impreso al aspecto expositivo de la
temática de esta obra ha permitido que algunos temas de tradicional
dificultad para su comprensión, por parte de los estudiantes, hayan
cedido hacia conceptualizaciones de fácil acceso y cómoda
“aprehensión”. Se citan a título de ejemplos de lo dicho tanto las
explicaciones como el cuadro que ilustra gráficamente lo relativo a
los recursos y al amparo, y el caso de la procedencia y de la
fundamentación de la demanda, temas éstos que tanta confusión
causan no sólo en el ámbito académico, sino también en el del
ejercicio profesional.
Finalmente, comparto con el autor algo a lo que él ya aludió en la
introducción de su Teoría general del proceso: la necesidad de que,
en nuestra América Latina, la enseñanza de las materias procesales
tienda a inculcar en los estudiantes una conciencia crítica, mediante
su acercamiento a la realidad jurídica, porque considero que de esta
manera se coadyuva a preparar profesionales conscientes de su
responsabilidad individual y social, vale decir, histórica.
Lo anterior podrá facilitarse si se adoptan los cuatro pasos a que
él hace referencia en la obra mencionada:

1. Exposición verbal de clase.


2. Utilización de métodos audiovisuales, de recursos de
enseñanza gráfica, esquemática y objetiva.
3. Laboratorios de clínica jurídica, seminarios de aplicación
jurídica, talleres jurídicos.
4. Simulación de actuación judicial.

Como se ha dicho, esta obra pretende ser un texto de enseñanza


universitaria; la legitimidad de tal propósito lo sancionará no el
anhelo del autor, sino el que los jóvenes estudiantes, que son
quienes lo inspiraron y a quienes va dirigido, encuentren en él una
herramienta que les facilite el aprendizaje de esta importante rama
de la enciclopedia jurídica y los invite a trascender en ella, ya que
sin su activo concurso es imposible actualizar la indeclinable y
constante aspiración del derecho: alcanzar la justicia.
D .R M H
Universidad Nacional de El Salvador
Nota a la séptima edición

Agradezco la aceptación que han tenido las anteriores ediciones de


esta obra.
La actualización de una obra de derecho procesal es una tarea
que debe emprenderse periódicamente. Los cambios legislativos y
las variaciones e innovaciones doctrinales son tan frecuentes que
cualquier texto, si no se pone al día, se vuelve pronto obsoleto.
La tarea para esta séptima edición ha tomado más de un año de
sesiones de trabajo más que matutinas, de madrugada y todo ello
no hubiera sido posible sin el apoyo, la ayuda constante y la actitud
rigurosa y exigente de tres excelentes colaboradores, que restando
tiempo al reposo y haciendo a un lado tareas y compromisos
importantes siempre estuvieron a mi lado.

A los licenciados

José Alfonso Herrera García


Margarita Domínguez Mercado
Xitali Gómez Terán

les quedo infinitamente agradecido.

C G L
Mayo de 2005
1 Proceso y juicio

1 Proceso y juicio
Es común que los significados de los vocablos proceso y juicio se
confundan, se tomen uno por otro y que, en algún sentido, se hagan
equivalentes.1
En este último caso, la palabra juicio parece equivaler a lo que
hoy entendemos por proceso. Para explicar lo anterior es
conveniente recordar que en el siglo xix los códigos españoles no se
llamaron procesales o de procedimientos, sino leyes de
enjuiciamiento. El código español de 1855, por ejemplo, fue
denominado precisamente Ley de Enjuiciamientos Civiles. Aquí
están subyacentes los conceptos de juicio y de enjuiciar, es decir, de
proceso y de procesar.
Otra acepción de juicio, distinta de las anteriores, es la que se le
otorga cuando se quiere aludir a una parte del proceso. Y al
mencionar las etapas en que se divide el proceso, se habla de una
inicial a la que llamamos instrucción y de una segunda a la que se le
denomina juicio. Éste es otro contenido de la palabra juicio como
segunda parte del proceso.
¿De dónde le provino al derecho procesal la palabra juicio? ¿De
qué disciplina o rama del conocimiento procede este vocablo? Se
deriva de la lógica, entendida ésta como ciencia del conocimiento,
como ciencia del razonar, como ciencia del pensar. Y es que, en su
aspecto lógico, el juicio es un mecanismo del pensamiento. El
concepto original de la denominación juicio corresponde o proviene
de la lógica aristotélica y no es, en este sentido, sino un mecanismo
del razonamiento mediante el cual llegamos a la afirmación de una
verdad. Claro, a través de un proceso dialéctico que implica una
premisa mayor, una premisa menor y una conclusión.
Por lo que se refiere al proceso, resulta que la mencionada
segunda parte que llamamos juicio es, en este sentido, un
verdadero juicio lógico, que se actualiza en el momento de dictar la
sentencia, en cuya estructura están presentes la premisa mayor, la
premisa menor y la conclusión. La premisa mayor es la norma
general, la premisa menor es el caso concreto sometido a la
consideración del tribunal y, la conclusión, es el sentido de la
sentencia.
Es evidente que hay aquí un juicio lógico jurídico, porque en el
momento de sentenciar el juez toma como premisa mayor a la
norma; como premisa menor, el caso concreto y, por ese medio,
llega a la conclusión, que es el sentido de la sentencia.

2 La unidad fundamental del proceso


¿En qué consiste la unidad procesal? ¿En qué campos se puede
hablar de ella? Los campos en que se puede hacer referencia a ella
son el académico doctrinal, el legislativo y el jurisdiccional, aunque
nosotros hemos sostenido, tanto en trabajos anteriores como en la
cátedra, la posición unitaria de lo procesal, que constituye la razón
misma de la existencia de la teoría general del proceso; debe
advertirse que existen sectores muy respetables de la doctrina que
postulan posiciones separatistas y, por tanto, contrarias a la unidad
de lo procesal. Sostener la unidad de lo procesal radica
fundamentalmente en postular que el proceso es un fenómeno
común y que presenta las mismas características esenciales,
aunque los litigios que se ventilen tengan materias o sustancias
diferentes o distintas. En otro trabajo2 hemos sustentado que las
seis razones fundamentadoras de la unidad de lo procesal consisten
en: a) el contenido de todo proceso es un litigio; b) la finalidad de
todo proceso es la de dirimir o resolver un litigio; c) todo proceso
presenta una estructura triangular en cuyo vértice superior está el
órgano jurisdiccional y en los inferiores se encuentran las partes en
contienda; d) todo proceso presupone la existencia de una
organización judicial con jerarquías y escalonamientos de autoridad;
e) todo proceso está dividido en una serie de etapas o secuencias
que se desenvuelven a su largo, desde su principio hasta su fin; f)
todo proceso tiene un principio general de impugnación mediante el
cual se postula la necesidad de que las resoluciones del tribunal
puedan ser reexaminadas o revisadas, ya sea porque no estén
apegadas a derecho, porque sean incorrectas, equivocadas o
ilegales; y g) en todo proceso existen cargas, posibilidades y
expectativas propias, exclusivas y peculiares del propio proceso.

3 Diversos criterios de clasificación de los


procesos
Vamos a entrar al análisis de diversos criterios de clasificación del
proceso.

❖ Primera clasificación: procesos civil, mercantil y de familia.


❖ Segunda clasificación: procesos oral y escrito.
❖ Tercera clasificación: procesos inquisitorial, dispositivo y
publicista.
❖ Cuarta clasificación: procesos con unidad de vista y
preclusivo.
❖ Quinta clasificación: procesos singular y universal.
❖ Sexta clasificación: procesos uniinstanciales y biinstanciales.
❖ Séptima clasificación procesos de conocimiento y de carácter
ejecutivo.
3A Primera clasificación: procesos civil, mercantil y de
familia
¿Por qué esta clasificación tripartita? Porque hablamos de proceso
civil, de proceso mercantil y de proceso de familia, que sería una
clasificación de los procesos que podemos llamar del derecho
privado. Estamos conscientes de que recientemente se ha
cuestionado el carácter meramente privado del proceso de familia,
en virtud de que muchos de sus institutos y de su problemática, por
implicar aspectos de interés y de orden público, podrían salir de la
clasificación tradicional del derecho privado. Sin embargo, hasta
ahora la pertenencia de los problemas del proceso familiar al
proceso civil ha sido poco impugnada, lo que de ninguna manera
supone la posibilidad del surgimiento de otra rama procesal más: el
derecho procesal familiar.
En este criterio de clasificación debe atenderse a aquella norma
conforme a la cual sentencie el juez cuando resuelva el conflicto.
Briseño Sierra3 distingue la norma sustantiva de la norma procesal,
y advierte que una es la que sirve para conducir el proceso, y la
otra, la aplicable para resolver el litigio. El proceso se caracteriza de
acuerdo con la norma sustantiva que se vaya a aplicar al sentenciar.
Nosotros hemos dicho, en otra obra, que el proceso es un conjunto
complejo de actos del Estado como soberano, de las partes
interesadas y de terceros ajenos, actos todos que tienden o que
están proyectados a la aplicación de una ley general a un caso
concreto controvertido, para dirimirlo. Esa ley general que va a ser
aplicada al caso concreto no es una ley procesal sino una ley penal,
civil, mercantil o de familia, es decir, la naturaleza de la norma va a
ser la que calificará al proceso como penal, civil, mercantil o de
familia.

3B Segunda clasificación: procesos oral y escrito


¿Cómo puede afirmarse hoy que un proceso es oral o es escrito?
En el presente, más que hablar de procesos orales o de procesos
escritos en un sentido puro, debe hablarse de tendencias; de
tendencias hacia la oralidad y tendencias hacia la escritura, porque
de un proceso puramente oral sólo tendría sentido hablar dentro de
un enfoque histórico, es decir, en algunas épocas de la humanidad
hubo procesos puramente orales, sobre todo los procesos
primitivos, como el llamado de Salomón. Las partes llegaban ante el
juez, que podía ser el rey o un anciano respetado y distinguido, pero
no había registro alguno de las actuaciones, sino que todo era
verbal en el sentido material del término. Esta carencia de registros
es lo que caracteriza al proceso puramente oral, el que, como
podemos observar, tiene más importancia histórica que práctica, ya
que este tipo de procesos puramente orales, con la evolución de los
grupos sociales, casi ya no existen. Ahora, cualquier tipo de proceso
lleva alguna clase de registro escrito, es decir, algún expediente.
Entonces, simplemente habrá que detectar la prevalencia, o bien de
lo escrito, o bien de lo oral para caracterizar al proceso como de
tendencia hacia la oralidad o como de tendencia hacia la escritura.
También, así como afirmamos que en el presente no puede haber
procesos puramente orales en el sentido histórico, es decir, como se
desenvolvieron en épocas pretéritas, no podrá, de otro lado, haber
procesos puramente escritos. Los elementos de escritura y de
oralidad se dan entremezclados en cualquier tipo de proceso
moderno.
Las características que la doctrina ha señalado al proceso con
tendencia a la oralidad también pueden presentar el signo opuesto o
contrario, y ello implicará que el proceso tenga una tendencia
contraria, o sea, una tendencia a la escritura.
Se dice que un proceso tiene tendencia a la oralidad cuando se
inclina hacia los rasgos o características siguientes:

Primera Concentración de actuaciones.


Identidad entre el juez de instrucción y el juez
Segunda
de decisión.
Inmediatez física del juez con los demás
Tercera
sujetos procesales.
Cuarta Restricción de los medios impugnativos, sobre
todo de los referidos a resoluciones
intermedias o interlocutorias.

Si bien los cuatro puntos anteriores indican las características


sobresalientes de la tendencia a la oralidad, Cappelletti4 agrega una
nota o característica que es la siguiente: que para la valoración de la
prueba se empleen métodos de los que se llaman de apreciación
por prudente arbitrio, o sea, la prueba que también se denomina
razonada o de la sana crítica.
Una explicación muy breve de las características mencionadas
nos lleva a precisar lo siguiente. En la primera, hablar de la
concentración de actuaciones es postular un principio procesal
determinado por la economía, por el llamado, precisamente,
principio de la economía procesal. Este principio postula que debe
lograrse el máximo resultado de la actividad procesal; debe haber
un máximo de resultado con un mínimo de actividad. La meta es
alcanzar un buen resultado con un mínimo de trabajo. Este principio
económico no vale solamente para el proceso, sino para cualquier
actividad y, en cierto sentido, implicaría postular la ley del menor
esfuerzo dentro del ámbito de la materia procesal.
Esto está implícito en el principio de concentración de
actuaciones, cuya finalidad es que en el menor tiempo y con el
menor esfuerzo posible logremos los mejores resultados. Un
ejemplo de la concentración procesal llevada a un extremo, que no
es recomendable ni aconsejable en todos los casos, sería el de esos
juicios muy rápidos en los que en una sola mañana se cita a las
partes a una audiencia de demanda, excepciones, pruebas,
alegatos y sentencia. Quiere decir ello que el proceso comenzaría a
las 10 de la mañana; a las 11 o a las 12 de la mañana ha terminado
y tenemos, incluso, ya dictada una sentencia. Es probable que tal
solución no sea aconsejable para todo tipo de juicios, quizá para la
mayoría sí, pero hay cuestiones delicadas que ameritan mayor
reflexión y un mayor y más sereno razonamiento sobre los puntos
cuestionados. Sería preocupante, por ejemplo, que una cuestión
muy delicada sobre tierras, en que tengan que examinarse
documentos y pruebas periciales, se tratase de resolver en dos
horas o en una mañana. O que un divorcio muy intrincado, donde
haya que valorar testimonios, declaraciones de las partes, cartas y
quizá también dictámenes periciales, se tratara de resolver de un
plumazo. Esta concentración, aconsejable para la mayoría de los
asuntos cotidianos, no es recomendable en este tipo de asuntos.
La segunda característica, o sea, la relativa a la identidad entre el
juez de instrucción y el juez de decisión, aconseja que el juez que
ha recibido los escritos de las partes y ha asumido las pruebas
presentadas por aquéllas sea el mismo que dicte la sentencia,
porque al dictarla él tendrá pleno conocimiento de todo lo sucedido
en el proceso ya que será, por decirlo así, un testigo presencial de la
actuación de las partes, de las reacciones de éstas, de las actitudes
de los testigos y de las actitudes de los peritos; en otras palabras,
habrá vivido directamente y bajo sus ojos el drama procesal.
Aconsejar lo contrario implicaría el principio de la escritura: sería
romper la identidad y postular que un juez debe ser el instructor,
quien reciba pruebas y escritos, y que una vez concluida la
instrucción el expediente pase a otro juez distinto, a un juez que no
tuvo contacto con las partes. Hay dos valores en juego, que son los
siguientes: se ha pensado, si se postula la identidad, que ese juez
estará más compenetrado acerca de lo que las partes quieren y de
las reacciones que éstas tienen. El otro juez es un juez de gabinete,
que no tiene identidad porque nunca ha conocido a las partes ni ha
vivido junto con ellas el drama procesal. ¿Qué es aconsejable entre
los dos extremos? Resulta muy difícil, sin más ni más, decidirse por
una o por la otra solución ya que si el juez es maduro, entonces sin
temor podemos entregarle en sus manos el drama procesal para
que lo viva y con toda sensatez resuelva, porque no se va a dejar
influir por cuestiones superficiales. Por el contrario, si el juez es una
persona inmadura, se corre el riesgo de que la relación procesal con
las partes, con los testigos o con los peritos pueda influirlo en un
sentido equivocado. En otras palabras, si el juez no es maduro,
entonces alguna antipatía o alguna simpatía personal en relación
con alguna parte, hasta la belleza o la frialdad de alguna de las
partes, inclinaciones ideológicas o políticas, pueden influir en su
ánimo. Se dice que la justicia es ciega, y el simbolismo de la justicia
ciega radica precisamente en que los jueces no deben ver esas
cosas circunstanciales o superficiales, pero sí tener en la mano la
justicia, la balanza y medir quién tiene la razón, desde luego, sin
apasionarse. Entonces, ¿qué es lo que debemos postular? Si
sostenemos la identidad del juez de decisión estamos sustentando
precisamente la idea de que debe ser un mismo juez el que reciba
pruebas, el que reciba escritos y el que decida. Esto adelanta el
tercer punto característico del proceso oral, o sea, el relativo a la
inmediatez física, porque la inmediatez física es ese contacto
personal del que estábamos hablando: es esa posibilidad de que el
juez esté presente en las audiencias, conozca a las partes, reciba
directamente los testimonios de los testigos, pueda interrogar a los
peritos, etc. Ahora bien, ¿es ello o no conveniente? Los que
postulan la oralidad propugnan la identidad del juez de instrucción y
del juez de decisión, y también dicha inmediatez física. Por el
contrario, los que postulan la escritura consideran que es mejor que
uno sea el juez de instrucción y otro el juez de decisión.
La tercera característica del proceso oral, como lo anticipamos, es
la que se ha dado en llamar inmediatez física del juez con las partes
y con los restantes sujetos procesales. Ésta consiste en la afinidad
que guarde el juzgador con los sujetos procesales, al tiempo de
realizar los actos del proceso, es decir, no es otra cosa sino el
contacto directo que en el desenvolvimiento del proceso tenga el
juzgador con los sujetos procesales. El juzgador ha de presenciar
los actos que realicen en el proceso todos y cada uno de los sujetos
procesales, por ejemplo, la presentación por las partes de su
demanda o de la contestación a la misma; o bien los diversos actos
que las partes ejecuten para impulsar el proceso, o bien los actos de
desahogo de sus pruebas, o bien, finalmente, los actos de alegatos
por las partes o por sus abogados. Esta característica de la
inmediatez física del juez con los sujetos procesales propicia que el
juzgador vaya teniendo, conforme se desarrolla el proceso,
experiencias inmediatas, impresiones directas o, si se quiere,
vivencias desnudas de toda la información que se le va
proporcionando, a fin de que él pueda llegar a formarse una
convicción plena acerca de la verdad debatida en el proceso. En
nuestro sistema debe darse como ejemplo de inmediatez lo
preceptuado por el art. 60 del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal.5
La cuarta característica del proceso oral radica en la restricción
que se impone a las partes en lo que se refiere al uso, al empleo de
medios impugnativos para combatir resoluciones intermedias, o
anular actos procesales defectuosos, a fin de que se alcance lo más
rápidamente posible la resolución del litigio a través de la sentencia
definitiva. Con dicha restricción se persigue evitar que mediante el
empleo de esos medios impugnativos se retarde o se aletargue el
desenvolvimiento normal y fluido del proceso, es decir, evitar que
mediante el uso de trámites entorpecedores o de las llamadas
chicanas se entorpezca, se obstaculice la buena marcha del
proceso.
La quinta característica consiste en el sistema de valoración de la
prueba llamado del prudente arbitrio o de la sana crítica, en el que el
juzgador debe realizar un análisis crítico de la eficacia de los
resultados provenientes de los medios de prueba desahogados.
El juzgador ha de realizar las inferencias a partir de los datos
aportados por los distintos medios probatorios, de tal modo que
sean objetivamente constatados, que sean racionalmente
verificados; con ello se persigue que los motivos de prueba que el
juzgador deduzca o infiera puedan ser corroborados de manera
objetiva. Este sistema ha nacido como respuesta a los excesos a
que se llegó con los sistemas de la prueba libre y de la prueba legal
o tasada; en el sistema de la sana crítica, el juzgador no se
encuentra vinculado a ningún criterio específico de valoración, como
sí se encuentra quien está constreñido a seguir el sistema de la
prueba legal. Lo anterior no entraña, sin embargo, que el juzgador
en el sistema de la sana crítica tenga absoluta libertad para hacer la
valoración de la prueba.
Alcalá-Zamora ha hablado de cuatro sistemas de valoración de la
prueba en la historia del derecho procesal, cuyo escalonamiento
cronológico es el siguiente: el más primitivo es el denominado
ordálico de apreciación de la prueba y se relaciona con las ordalías
o juicios de Dios; después vino el legal o tasado; el tercero fue
precisamente el de la prueba libre; y el cuarto sistema que viene a
tratar de remediar los excesos de la prueba libre y los de la prueba
tasada es el que se está analizando, o sea, el del prudente arbitrio
del juzgador, de la prueba razonada, también llamado de la sana
crítica.6

3C Tercera clasificación: proceso inquisitorial, proceso


dispositivo y proceso publicista
No abundaremos acerca de estos tres tipos de proceso, ya que su
estudio debe tratarse en un curso de teoría general del proceso.
El proceso inquisitorial es aquel que apareció en los regímenes de
tipo absolutista, despótico o dictatorial. Estos procesos se
caracterizan básicamente por una ruptura de la triangularidad de la
relación procesal, puesto que el juzgador se ve investido de
amplísimos poderes, a tal punto que no solamente lo convierten en
un sujeto parcial y suprapartes, sino que lo hacen igualmente parte
del proceso. Dicho esto, con otras palabras, en el proceso
inquisitorial el juzgador es a la vez juez y parte, y el acusado se ve,
como consecuencia, en una posición de inferioridad respecto del
juzgador. En el proceso penal, por ejemplo, el acusado se veía a tal
punto en situación de inferioridad e indefensión que debía demostrar
su inocencia y no como ocurre en el proceso moderno, en que se le
debe a él, al acusado, demostrar su culpabilidad.
El proceso dispositivo aparece con el advenimiento de los
regímenes de carácter liberal burgués. El proceso dispositivo trata
de contraponerse a la índole, a las características del proceso
inquisitorial y, en vista de ello, el juzgador pierde los amplios
poderes que tuvo durante la etapa del proceso inquisitorial y se ve
restringido en su actuación procesal, en su actuación judicial, hasta
llegar a convertirse sólo en un mero espectador pasivo de la
contienda litigiosa. Por el contrario, en este tipo de proceso las
partes ven fortalecidos sus derechos, ven vigorizados sus poderes y
posiciones, y formalmente se ven libres en cuanto a la posibilidad de
disponer tanto del proceso como de los derechos procesales. Dicha
disponibilidad también condujo a excesos y fue el proceso publicista
el que vino después a resolver, a superar las deficiencias del
proceso dispositivo.
El proceso publicista trató de atenuar las desigualdades a que
había conducido el liberalismo característico del proceso dispositivo.
En el proceso publicista se invistió o se revistió de poderes al
juzgador, de los poderes que había perdido durante la etapa del
proceso dispositivo. Pero no se le dieron poderes, no se le volvieron
a conferir con el mismo propósito que le fueron conferidos al
juzgador en el antiguo proceso inquisitorial; en cambio, en el
proceso publicista el juzgador reconquista amplios poderes, pero se
vale de ellos con fines de protección o de tutela a los intereses de
aquellas partes procesales que sean económicamente débiles,
socialmente desvalidas y, además, que corran el riesgo de estar mal
defendidas o asesoradas. En el proceso publicista, las partes que se
ven beneficiadas con esta tendencia proteccionista, derivada del
empleo que hace el juzgador de los amplios poderes con que se ve
revestido, son, como es de suponerse, los núcleos ejidales, los
trabajadores u obreros, los acusados en los procesos penales y los
menores de edad, entre otros. ¿De qué manera se ha logrado en el
proceso publicista proteger a los trabajadores, a los procesados en
materia penal, a los campesinos o núcleos ejidales o a los menores
de edad? Esto se ha logrado a través de dos instituciones
características del proceso publicista: la llamada prueba para mejor
proveer y la llamada suplencia de la queja. La prueba para mejor
proveer o prueba para mejor decidir o resolver es la institución que
consiste en la atribución dada al juzgador de mayores poderes para
ordenar el desahogo de pruebas, aun en el caso que las partes en el
proceso no las hayan ofrecido, es decir, por esta institución tiene el
juzgador facultades para disponer que se realicen las
averiguaciones probatorias conducentes a la obtención de una
verdad, que es la verdad discutida en el proceso. Ya no se trata de
que las partes por su actividad lleguen a una verdad supuesta, a
una verdad creíble o a una verdad formal, porque mediante esta
institución lo que se persigue es que en el proceso se obtenga una
verdad real, una verdad de hecho, una verdad verdadera. Y eso es
así porque de lo que se trata siempre es de proteger la posición de
los económicamente desvalidos o de los socialmente inferiores.
La suplencia de la queja denota, como su nombre lo indica, que el
juzgador tiene facultades para suplir, para corregir las deficiencias,
los defectos en que en el planteamiento de sus posiciones
procesales incurran las partes o sujetos que se tratan de proteger en
estos procesos publicistas. Es decir, por esta institución el juzgador
tendrá la posibilidad de suplir las argumentaciones, los
razonamientos, las deducciones o las inferencias erróneamente
trazadas, defectuosamente construidas, con vistas a la
consolidación de la posición o de las posiciones que en el proceso
se adopten. Los arts. 278 y 279 del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal establecen la prueba para mejor
proveer en lo que respecta al proceso civil. No hay reconocimiento
en la legislación local del Distrito Federal respecto a la institución de
la suplencia de la queja, que sólo cobra vigor cuando se trata del
juicio de amparo.7

3D Cuarta clasificación: procesos con unidad de vista y


procesos preclusivos
Proceso con unidad de vista es aquel en que se lleva a cabo la
concentración de actuaciones procesales a un máximo de
expresión, esto es, se realiza una compactación de los actos
procesales, de acuerdo con el principio de economía procesal, a fin
de realizar el mayor número de actos procesales en el menor tiempo
posible.
Un proceso con unidad de vista, llevado a su máxima expresión,
sería aquel en el que todos los actos procesales se verificaran, se
llevasen a cabo en una sola audiencia, desde la demanda, pasando
por la contestación a la misma, por la etapa probatoria, por los
alegatos, llegando hasta la sentencia.
El proceso preclusivo, por el contrario, es aquel que tiene varias
etapas, varias fases en que se suceden los actos procesales de una
manera dispersa en el tiempo. En otras palabras, en el proceso
preclusivo hay una dispersión de los actos procesales; hay una
distancia, un alejamiento entre cada uno de ellos. Por ejemplo,
primero se realiza la fase postulatoria en un periodo determinado;
luego, en otro periodo más o menos largo, se lleva a cabo la fase
probatoria; más adelante, en otro periodo distinto, más o menos
largo, también, se efectúa la etapa de los alegatos o etapa
preconclusiva, y después, ya transcurrido bastante tiempo, se llega
a la etapa final del proceso, que es la del juicio.

3E Quinta clasificación: proceso singular y proceso


universal
Proceso singular es aquel en que se conoce y se resuelve un litigio
en relación con la disputa que exista respecto a un derecho o a un
bien. En otras palabras, proceso singular es aquel en el cual se
debate una cuestión litigiosa que tiene que ver con un derecho o un
bien, o con un conjunto de derechos o un conjunto de bienes, pero
que no constituyan la totalidad de un patrimonio, y aquí radica la
distinción fundamental: que la controversia no se refiera a la
totalidad del patrimonio de alguna de las partes. Por el contrario,
proceso universal es aquel que recae sobre la universalidad de
bienes y derechos de alguna de las partes o, siendo más precisos,
proceso universal es aquel en que al mismo tiempo se ventilan, se
discuten, diversas pretensiones de dos o más sujetos respecto de la
totalidad de un patrimonio, por ejemplo, el caso de que haya una
cesación de pagos y el deudor sea insolvente. Debe advertirse que
esta noción de proceso universal la detallaremos posteriormente;
por lo pronto, basta que señalemos estas características.
Con respecto al juicio sucesorio como proceso universal, debe
advertirse que posteriormente se hará su afinación, la cual nos
permitirá definir si en estricto sentido es un proceso o una mera
tramitación de jurisdicción voluntaria. Las razones que hacen nacer
un proceso de los llamados universales, en su conjunto, pueden
consistir en la muerte del titular de dichos bienes, o bien en la
cesación de pagos en que incurra, o en el estado de insolvencia en
que se encuentre, que lo llevan a un procedimiento en el que, por
regla general, suele haber varios acreedores, y la necesidad de
liquidar un patrimonio y de hacer una aplicación de bienes.
Por lo que toca a los juicios o procesos singulares, de acuerdo
con De Pina y Castillo Larrañaga, pueden a su vez dividirse en
ordinarios y extraordinarios; los procesos universales pueden
subdividirse primeramente en procesos universales intervivos y
procesos universales mortis causa.

3F Sexta clasificación: procesos uniinstanciales y


biinstanciales
Procesos uniinstanciales son aquellos que tienen una única
instancia, entendida ésta como el grado de tramitación procesal,
según el órgano jurisdiccional a cuyo conocimiento corresponda
dicha tramitación, desde el planteamiento de la demanda hasta la
sentencia definitiva. Los procesos que se tramiten ante un órgano
jurisdiccional, sin la posibilidad de sujetarlos a revisión mediante la
interposición de un recurso o medio impugnativo intraprocesal
contra la sentencia definitiva, serán uniinstanciales. Son
biinstanciales aquellos en los que cabe la posibilidad de un
reestudio, de un reexamen de la instancia inicial por medio de un
órgano jurisdiccional jerárquicamente superior a aquel otro que
hubiera emitido la sentencia y por virtud de la interposición de un
recurso en contra de ella.

3G Séptima clasificación: procesos de conocimiento y


procesos de carácter ejecutivo
Entre los procesos de conocimiento pueden mencionarse, primero,
los declarativos, luego los constitutivos y, finalmente, los de
condena. Esta clasificación, por lo demás, también suele ser de las
sentencias y de las acciones (pretensiones) y no solamente de
procesos. El carácter declarativo implica que al resolver el tribunal
no crea nada nuevo, sino simplemente reconoce y sanciona una
situación preexistente. Un proceso es constitutivo y su sentencia
también lo será cuando la situación que creen no hubiere existido
antes del proceso mismo, y sea una consecuencia que
necesariamente se derive de éste; finalmente el proceso de
condena implica que haya siempre una orden dada por la sentencia
al condenado para que realice alguna conducta, es decir, para que
haga algo, para que deje de hacerlo o para que entregue alguna
cosa.
Entre los procesos ejecutivos pueden incluirse, primero, el
proceso ejecutivo propiamente dicho y, segundo, los procesos
llamados cautelares o precautorios. La nota de conocimiento se
opone a la nota ejecutiva, porque en el orden normal del proceso, el
conocimiento precede a la ejecución. Cuando se invierte ese orden
normal surge el juicio ejecutivo.

1 Esta equivalencia se hace más acentuada en los sistemas procesales de origen


hispánico, porque en el antiguo derecho español prevaleció el concepto de juicio con
una significación análoga a la que hoy en día le damos al concepto de proceso.
2 Cipriano Gómez Lara, Teoría general del proceso, 10a. ed., Oxford University Press,
México, 2004, pp. 34 a 36.
3 Humberto Briseño Sierra, Derecho procesal, t. ii, Cárdenas, México, 1970, p. 261.
Véase edición de Oxford University Press, México, 1999.
4 Mauro Cappelletti, La oralidad y las pruebas en el proceso, trad. S. Sentís Melendo,
EJEA, Buenos Aires, 1972, p. 103.
5 Este artículo establece la obligación de los jueces y de los magistrados de presidir los
actos de declaraciones y de recepción de la prueba.
6 Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, “Sistemas y criterios para la apreciación de la prueba”,
Estudios de derecho probatorio, Universidad de Concepción, Concepción, 1965, pp. 32
y 33.
7 Salvo el caso de suplencia de los defectos de la demanda, en controversias familiares,
por la reforma al art. 941 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal,
del 27 de diciembre de 1983.
2 Las fases procesales

4 Carácter temporal del proceso


El proceso no se produce en su totalidad de manera instantánea,
sino que se despliega en el tiempo. Es decir, no se produce en un
solo acto, de manera cabal, sino que se desarrolla través de un
conjunto de actos que se suceden en el tiempo. Se ha establecido
ya que el proceso es un conjunto complejo de actos; ese conjunto
complejo de actos se despliega, se desarrolla lo largo de espacios
temporales más o menos amplios. Como tal, el proceso tiene un
principio y tiene un fin, y cadacto que se le integra va sucediendo a
otros, un primer acto inicial hasta un último acto final.
La forma como se desenvuelven los actos del proceso, por lo que
toca su temporalidad y por lo que se refiere al orden en que deben
producirse, ha sido motivo de estudio en la doctrina. Es decir, los
actos del proceso se han estudiado desde el punto de vista del
orden en que deben presentarse y desde el punto de vista del
tiempo en que deben acontecer. La preocupación de la doctrina ha
estado encaminada desde estos puntos de vista establecer las
divisiones en que cabe diferenciar a este conjunto de actos que
integran el proceso jurisdiccional.
Este tema es de tal manera importante que se ha considerado
que en todo proceso existe una secuencia, un orden de etapas,
desde su iniciación hasta su fin. La doctrina no es uniforme por lo
que respecta la determinación de las etapas que integran a todo
proceso. Hay las más diversas sugerencias, las más diversas
opiniones en torno a este problema.

5 Etapas del proceso


Es posible, sin embargo, establecer que en todo proceso cabe
distinguir dos grandes etapas: la instrucción y el juicio.1 La
instrucción es la primera gran etapa del proceso y el juicio es la
segunda y final. Estamos empleando el término juicio en su
acepción como parte del proceso y no como sinónimo del mismo.
Juicio es una parte, la segunda de todo proceso, en este sentido.
La instrucción se divide en tres fases: fase postulatoria, fase
probatoria y fase preconclusiva; a su vez, la fase probatoria se ha
subdividido en cuatro momentos: el ofrecimiento, la admisión, la
preparación y el desahogo de la prueba.
La división que se hace del proceso en etapas obedece a razones
lógicas, cronológicas y jurídicas. El proceso por antonomasia, según
Briseño Sierra,2 se secciona lógica y jurídicamente para dar
acomodo al instar proyectivo, en los tres principales cometidos que
se han de imputar a las peticiones a que hacen referencia las
respectivas instancias. Ese autor sostiene que cada etapa de aquél
tiene asimilada una función, tiene por objeto realizar determinadas
metas. Por otra parte, también Briseño Sierra expresa que las
etapas en que se divide tienen entre sí una estructura y una función
distinta, pero interrelacionadas y siempre dispuestas de tal manera
que hacen posible alcanzar su objetivo, que no es otro que el de
resolver el litigio. Briseño Sierra estima que cada etapa tiene
entonces una estructura y una función específicas, de tal suerte que,
sumándolas, interrelacionadas en su conjunto, el proceso queda
integrado de tal modo que será posible finalmente alcanzar la meta
que le es connatural, que le es inherente; esa meta es la de resolver
el litigio.
6 La instrucción
La instrucción engloba, abarca y comprende todos los actos
procesales, tanto del tribunal y de las partes en conflicto como de
los terceros ajenos a la relación sustancial; actos por los cuales se
precisa, se determina el contenido del debate litigioso, y por los
cuales también se desarrolla lactividad probatoria y se formulan
igualmente las conclusiones o alegatos de las partes. En la etapa de
la instrucción, el objetivo que se persigue es instruir al juzgador. El
nombre que designa esta etapasí lo revela. La meta que se
buscalcanzar en esta primera etapa del proceso es la de instruir al
juzgador, esto es, provocarle un conocimiento acerca del litigio
sobre el que en su oportunidad habrá de pronunciarse en la
segunda etapa del proceso. Se trata, pues, de poner al juzgador en
posición de pronunciar o de dictar una sentencia jurisdiccional que
venga resolver el conflicto de intereses. En resumen, el propósito
que se busca en la instrucción es allegarle, acercarle al juzgador
todo el material informativo para que se produzca el juzgamiento
con la propiedad jurídica y lógica debidas.

7 Fase postulatoria
La primera fase de la instrucción es la postulatoria. Esta fase, por
razones lógicas, antecede a las demás. El juzgador sólo administra
justicia cuando se le requiere para ello. La jurisdicción, como función
estatal, sólo se despliega, exclusivamente se desarrolla, únicamente
se pone en movimiento cuando lo demanda un gobernado a través
del ejercicio de su derecho de acción, y nuncantes. Por ello, el
juzgador nunca puede administrar justicia sin que se lo requieran,
sin que se lo soliciten a través del ejercicio del derecho de acción.
Briseño Sierra3 afirma que el juzgador “no es un Quijote que sale
al mundo externo buscando entuertos que desfacer, sino que es un
juez requerido”. El juzgador está imposibilitado humanamente para
conocer de todos y cada uno de los litigios que en la sociedad
acontecen y ninguno puede conocer y decidir al instante todos y
cada uno de los litigios que se produzcan en la vida humana. No los
conoce porque no es omnipresente: sólo puede resolver los litigios
cuando se le ha pedido que así lo haga y cuando se le ha informado
que existen y se le han proporcionado datos e informes suficientes
sobre ellos. Nunca resuelve de oficio, esto es motu proprio. En la
fase postulatoria, las partes exponen sus pretensiones y
resistencias; sus afirmaciones y sus negaciones acerca de los
hechos, y finalmente invocan las normas jurídicas aplicables al caso
concreto. El objetivo que se trata de alcanzar no es otro sino el de
recoger el debate litigioso, esto es, se trata de precisar el contenido
del proceso, de determinar aquello que será objeto después de
lactividad probatoria y de los alegatos y, por último, objeto también
de una resolución jurisdiccional definitiva, que es la sentencia. Se
presenta la demanda o se presenta la acusación y se responde a la
demanda o se defiende contra la acusación.
La fase postulatoria puede ser simple o complicada y compleja; es
simple cuando solamente se integra por la demanda y por la
contestación a la demanda. Ésta es la regulación que establece el
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.4 El
proceso civil local tiene una fase postulatoria simple, puesto que se
compone solamente de una demanda y de una contestación; puede
ser compleja, puede ser más complicada cuando el debate litigioso
se completa, se precisa, además de la demanda y de la
contestación a la demanda, con las llamadas réplica y dúplica,
escritos que enmarcaban momentos procesales que han dejado ya
de existir en el Distrito Federal; o bien cuando además de la
demanda, de la contestación a la demanda, de la réplica y de la
dúplica, se forma un debate litigioso de apariencia interminable con
la tríplica y la cuadrúplica, y así sucesivamente.

8 Fase probatoria
La fase probatoria tiene una estructura y una función complejas. La
necesidad de esta fase radica en el hecho de que el juzgador
solamente tiene hasta la fase postulatoria un conocimiento parcial y
subjetivo de cada una de las posiciones de las partes contrapuestas
en el proceso. Esto es, el juzgador solamente conoce la opinión
personal respecto al litigio que le presentan tanto el actor como el
demandado. Por ello, es indispensable e imprescindible que el
juzgador se allegue un conocimiento objetivo sobre la controversia
de intereses. Este conocimiento lo obtendrá el juez mediante
lactividad probatoria que se desenvuelve en la fase que hemos
llamado probatoria. El juez tiene necesidad de recibir todos los datos
suficientes y necesarios por los cuales venga constatar, venga
corroborar y a confirmar la posición o posiciones de las partes en el
proceso. El juzgador va recibir de las partes los medios de prueba
que apoyen, que apuntalen, que sostengan sus respectivas
posiciones contrapuestas.

8A Ofrecimiento de la prueba
El primer momento de la fase probatoria es el ofrecimiento. En él,
las partes ofrecen al tribunal, al órgano jurisdiccional, los diversos
medios de prueba con los que suponen que llegarán a constatar o a
corroborar lo que han planteado en la fase postulatoria. Los medios
de prueba que pueden ofrecer las partes son, entre otros: la
confesional, la testimonial, la documental y la pericial.
Las partes han de relacionar los medios de prueba que ofrecen
con cada uno de los hechos que han invocado en la fase
postulatoria.

8B Admisión de la prueba
El segundo momento de la fase probatoria es el llamado de
admisión de la prueba. En este momento, el juzgador es el que
califica la procedencia de los medios de prueba que han ofrecido las
partes; en esta clasificación debe atenderse a la pertinencia y a la
utilidad de cada uno de los medios ofrecidos, así como a la
oportunidad del ofrecimiento (en tiempo).

8C Preparación de la prueba
Los actos de preparación de la prueba suelen ser de origen
complejo, ya que participan en ellos tanto el órgano jurisdiccional
como las partes e incluso algunos terceros. Citar testigos y peritos,
formular interrogatorios o pliegos de posiciones, fijar fechas para la
celebración de audiencia o diligencia, etc., son actos típicos de este
momento procesal.

8D Desahogo de la prueba
Este momento entraña una serie de actividades, también de
naturaleza compleja, en virtud de las cuales se asume la prueba y
ladquiere el tribunal. Según el medio de prueba de que se trate, así
es el trámite y la naturaleza de los actos: las preguntas a las partes
y a los testigos; los cuestionarios a los peritos y la respuesta de
todos ellos, así como la visita personal que el juez haga los locales o
sitios para ver por sí mismo las cosas. Todos los anteriores son
momentos de desahogo de las pruebas, y este extremo es de suma
importancia en cuanto al levantamiento de las actas en que se
consigna, es decir, se deja constancia en el expediente de los
diversos actos de desahogo de las pruebas señaladas.

8E Valoración de la prueba
La valoración de la prueba no pertenece, en rigor, a la fase de
instrucción, sino a la del juicio, puesto que la valoración de prueba
se hace al sentenciarse. Sin embargo, es necesario apuntar la
tendencia una valoración anticipada del material probatorio de
acuerdo con los principios de la oralidad cuando el juez, en virtud de
la identidad y de la inmediatez, vapreciando el material probatorio
paralelamente al desahogo.

9 Fase preconclusiva
La fase preconclusiva la integran los actos de las partes que se han
llamado tradicionalmente alegatos o conclusiones. Éstos son las
consideraciones, las reflexiones, los razonamientos y las
argumentaciones que las partes o sus abogados plantean al tribunal
acerca de lo que se ha realizado en las fases procesales anteriores
(postulatoria y probatoria).
Con tales elementos se persigue dar al juzgador una idea con
respecto a lo que se hafirmado o negado; acerca de lo que las
partes han pretendido y resistido y, lo que es más importante, se
trata de hacer ver al juzgador aquellas afirmaciones y negaciones
que han sido confirmadas, que han sido constatadas, que han sido
corroboradas o verificadas por los medios probatorios desahogados.
En resumen, como lo expresa Briseño Sierra,5 citando alsina, el
alegato sólo debe ser un examen de la prueba para orientar al juez,
quien personalmente sacará de ella las conclusiones que considere
pertinentes, porque el actor piensa que ha logrado su objetivo,
sustentar el derecho que le asiste y justificar la exigencia de su
tutela y el demandado sostiene una posición similar. De manera que
ambos están en la tesitura de creer que sólo puede recaer un
pronunciamiento: el que cada uno postula. En otras palabras, al
hacer cada una de las partes sus reflexiones acerca de lactividad
procesal realizada hasta entonces, se le está planteando al juzgador
la manera como debe llegar a resolver la controversia. Es decir, se
le trata de plantear, se le trata de proponer un pronunciamiento que
debe recaer en la controversia o sobre la controversia; se pretende
darle un proyecto de la sentencia, según entienden las partes, que
debe dictarse.
10 El juicio
Esta segunda etapa del proceso es aquella en la que solamente se
desenvuelve una actividad por parte del órgano jurisdiccional, etapa
en la que el juzgador o los juzgadores, si se trata de un órgano
jurisdiccional colegiado, emiten, dictan o pronuncian la sentencia
jurisdiccional definitiva que viene a terminar el proceso y a resolver
la contienda, el conflicto de intereses.
La etapa del juicio puede revestir caracteres de sencillez,
simplicidad y rapidez, o también puede revestir caracteres de
complejidad y de alargamiento. Es sencilla y breve en procesos con
tendencia la oralidad, en los cuales el juzgador dicta su sentencia
definitiva en la mismaudiencia en que se producen las pruebas y se
rinden los alegatos por las partes; también es más o menos sencillo
el pronunciamiento de la sentencia en los procesos de primera
instancia que tengan un solo titular, como es el caso de los juzgados
civiles y familiares del Distrito Federal. La sentencia la dicta el
mismo juez que ha seguido la instrucción, sin necesidad de una
mayor complicación, puesto que lo único que debe hacer el juzgador
es leer, estudiar y analizar el expediente para posteriormente dictar
su sentencia.
Por el contrario, esta segunda etapa reviste caracteres de mayor
complejidad y de mayor alargamiento cuando se trata de un órgano
jurisdiccional de segunda instancia y de carácter colegiado, como es
el caso de las Salas del Tribunal Superior de Justicia del Distrito
Federal.
La segunda instancia es dirigida en su etapa de instrucción por un
magistrado integrante de la Sala, pero la etapa del juicio es de la
competencia de todos los integrantes de la Sala. En otras palabras,
mientras que la instrucción la dirige o conduce un solo magistrado,
el juicio como parte final del proceso corresponde conocerlo a todos
los magistrados integrantes de la Sala y, por lo mismo, esta segunda
etapa del proceso se complica, pues es necesario que el magistrado
que ha conocido de la instrucción haga un proyecto de sentencia, el
cual se someta la consideración de los demás integrantes de la Sala
fin de que en una sesión se discuta y, en su caso, se apruebe.
La etapa de la instrucción termina con lo que se ha dado en llamar
el auto de citación para sentencia, esto es, el auto que ordena cerrar
la etapa de la instrucción, el cual dispone que se dicte sentencia
definitiva. Esto por lo que tocal proceso civil; en el proceso penal, la
instrucción termina con el auto que ordena el cierre de la misma.
Este auto se llama, en el proceso penal, auto de cierre de
instrucción.
Es de hacer notar que en el proceso civil del Distrito Federal ha
quedado suprimido el auto que cita para oír sentencia, puesto que
conforme a modificaciones al Código de Procedimientos Civiles, la
instrucción termina con laudiencia de pruebas y alegatos, y el
cómputo del plazo para que el juez dicte su sentencia corre a partir
del día siguiente aquel en que se realiza laudiencia de pruebas y
alegatos.6

1 Hacemos notar que pueden darse una serie de cuestiones preliminares al proceso.
2 Humberto Briseño Sierra, El juicio ordinario civil, vol. 1, Trillas, México, 1975, p. 294.
3 Esta idea se la hemos oído al profesor Briseño Sierra en sus conferencias y cátedras,
sin que la hayamos ubicado en su muy amplia obra escrita.
4 Lo cual se desprende del análisis de los arts. 255, 260 y 272 del ordenamiento referido.
5 Humberto Briseño Sierra, Derecho procesal, t. IV, Cárdenas, México, 1970, p. 537.
Véase edición de Oxford University Press, México, 1999.
6 Cfr. Art. 87 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
3 Cuestiones preliminares

11 Concepto y reglamentación legal


En general, deben entenderse como cuestiones preliminares, actos
prejudiciales o cuestiones preprocesales todos aquellos trámites,
diligencias y gestiones que se desenvuelven ante los propios
tribunales o ante autoridades de otro tipo, y que los sistemas
procesales legales consideran convenientes o, a veces, necesarios
o indispensables para dar, posteriormente, lugar al inicio de un
proceso, no sólo válido, sino también eficaz y trascendente. Estas
cuestiones varían de una reglamentación legal a otra y de un
sistema a otro; así, por ejemplo, en materia penal todo lo relativo a
la averiguación previa constituye indudablemente un conjunto
complejo de tramitaciones realizadas ante el Ministerio Público e
impulsadas por el mismo, sin las cuales no puede darse inicio a un
proceso penal formalmente válido y eficaz. Nótese, pues, que en el
proceso penal es necesaria una fase prejudicial o preprocesal que
es precisamente la instrucción previa o preparatoria, sin la cual, se
insiste, el proceso penal no podría surgir a la vida con validez y
eficacia.
En otro tipo de procesos, y en los procesos privados en general,
no siempre es necesaria una fase prejudicial, previa o probatoria; las
leyes señalan esa necesidad en casos especiales, o la conveniencia
de que se lleven a cabo dichos actos, diligencias o trámites, antes
de la iniciación misma del proceso.
En nuestro sistema procesal del Distrito Federal, el título v del
Código de Procedimientos Civiles es el que, en seis capítulos,
reglamenta las cuestiones a las que denomina, genéricamente,
actos prejudiciales. Dichos capítulos tratan las cuestiones
siguientes:

Medios preparatorios del juicio en


Capítulo
general
Capítulo Medios preparatorios del juicio ejecutivo
Separación de personas como acto
Capítulo
prejudicial
Capítulo De la preparación del juicio arbitral
Capítulo De los preliminares de consignación
Capítulo De las providencias precautorias

Los arts. 193 a 254 del señalado ordenamiento legal son los que
reglamentan dichas cuestiones y quedarán, en lo pertinente,
comentados en los apartados siguientes.

12 Los medios preparatorios del juicio en general


En los arts. 193 a 200 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal quedan reglamentadas las cuestiones que, bajo el
rubro “medios preparatorios del juicio en general”, se enuncian en el
capítulo i del título v ya comentado. Comúnmente, como lo hemos
de ver en seguida, se trata de trámites, peticiones y diligencias que
van encaminados precisamente, como su nombre lo indica, a
preparar un juicio ulterior.
La preparación del juicio usualmente se refiere a diversas
peticiones que pueden hacer las partes para diversas cuestiones:
declaración bajo protesta de alguien a quien se pretenda demandar
respecto de algún hecho relativo a su personalidad o a la calidad de
su posesión o tenencia; exhibición de cosa mueble que haya de ser
objeto de una acción real; exhibición de diversas cosas cuando se
tenga derecho de elegir una o más de ellas; para que se exhiba un
testamento; o para que el vendedor exhiba títulos u otros
documentos al comprador; para que el socio o comunero presente
documentos con cuentas de la sociedad o comunidad al otro
consocio; para que se examinen testigos cuando éstos sean de
edad avanzada, se hallen en peligro inminente de perder la vida o
próximos a trasladarse a un lugar con el cual sean tardías o difíciles
las comunicaciones y en caso de que aún no pueda ejercerse o
deducirse la acción por no estar cumplido algún plazo o alguna
condición; el examen de testigos para probar alguna excepción,
siempre que dichos testigos estén en los supuestos antes
señalados; y el examen de testigos y otras declaraciones que se
requieran en un proceso extranjero.
Al pedirse este tipo de diligencias preparatorias debe indicarse al
tribunal por qué se están solicitando y el litigio que se trata de seguir
o que se tema; sobre todo cuando se trata de lo que se ha
denominado prueba para futura memoria, las diligencias deben
practicarse con citación de la futura parte contraria, pues de otra
suerte no podrían tener efectos en un juicio ulterior.
Es deseable una mejor reglamentación de estos medios
preparatorios del juicio en general, a fin de que se permita y se
reglamente expresamente la admisión de todas las pruebas
necesarias, para que surtan efectos, como futura memoria, en un
juicio ulterior. En otras palabras, sería deseable que no sólo se
pueda anticipar la declaración de testigos, sino que también puedan
anticiparse, en caso de necesidad, las recepciones de todo tipo de
pruebas: periciales, confesional, inspección judicial, etcétera.

13 Otros trámites previos o preparatorios


Los cuerpos legales de carácter procesal suelen reglamentar, y el
nuestro del Distrito Federal no es la excepción, otra serie de trámites
previos o preparatorios entre los cuales podemos señalar los del
juicio ejecutivo, que trataremos en este apartado junto con otras
cuestiones relativas a la separación de personas como acto
prejudicial, a la preparación del juicio arbitral, a los preliminares de
consignación y a las providencias precautorias. Estos extremos
habremos de comentarlos en los apartados subsecuentes.
En cuanto a la preparación del juicio ejecutivo, los arts. 201 a 204
del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal son los
que se ocupan de tal extremo. Debe tenerse en cuenta la regla de
que no puede haber un juicio ejecutivo sin un título ejecutivo que le
preceda o fundamente. En otras palabras, sin título ejecutivo no hay
juicio ejecutivo.
En tal virtud, lo que sucede es que a falta del referido título
ejecutivo como documento que trae aparejada ejecución y permite
que se despache ésta, la ley le permite al acreedor que virtualmente
fabrique un título al pedir, al deudor, una confesión judicial bajo
protesta de decir verdad. Aunque este reconocimiento en principio
se establece que deba hacerse ante el órgano jurisdiccional,
también puede hacerse ante notario público.
Además, se contempla un procedimiento regulado por el art. 202
del referido código, para que se tenga por reconocido un documento
privado cuando el deudor reconozca su firma ante la presencia
judicial o cuando requerido para ello rehúse contestar si es o no
suya la firma y cuando deje de asistir a la audiencia de
reconocimiento sin justa causa.
Finalmente, aunque un documento privado contenga una cantidad
ilíquida, el código establece que podrá prepararse con el mismo la
acción ejecutiva si el procedimiento de liquidación puede hacerse en
un término que no exceda de nueve días, según lo establece el
numeral 204 del texto legal comentado.

13A Separación de personas como acto prejudicial


El capítulo iii de este título v reglamenta las cuestiones relativas a la
separación de personas como acto prejudicial en sus arts. 205 a
217. Se trata de una cuestión que indudablemente pertenece al
derecho procesal familiar, y ello queda en evidencia en el texto
mismo de los arts. 205 y 206, pues se trata siempre de la
separación de una persona cuando intente demandar, denunciar o
querellarse contra su cónyuge, concubino o pariente, los que podrán
acudir al Centro de Justicia Alternativa, que deberá llamar a los
mediados para tratar de dirimir la controversia. Sólo los jueces de lo
familiar son los que pueden decretar tales separaciones.
Se señala que la forma de la solicitud puede ser escrita o verbal y
deben indicarse las causas en que se funde, el domicilio para la
habitación, la existencia de hijos menores y las demás
circunstancias del caso.
Es pertinente advertir que esta separación de personas sustituyó
al anterior depósito de persona que generalmente solicitaba la
esposa y, desde que se dictó un grupo de disposiciones que
pretendieron igualar los derechos de la mujer a los del hombre, se
suprimió aquel viejo depósito de la esposa para sustituirlo por la
figura de la separación, que claramente se entiende que deben pedir
el esposo o la esposa cuando se coloquen en el supuesto, ya
referido, de pretender demandar, denunciar o querellarse en contra
de su cónyuge.
La medida reviste un carácter ejecutivo que se desprende del
texto del art. 209 del ordenamiento señalado, puesto que el juez, sin
más trámite, debe resolver sobre la procedencia de la medida y, de
concederla, dictar las disposiciones pertinentes para que se efectúe
materialmente la separación. Al efecto es interesante ver la relación
que puede tener el art. 209 del Código de Procedimientos Civiles
con la disposición contenida en el art. 282 del Código Civil para el
Distrito Federal puesto que, aunque tal dispositivo se refiere a la
admisión de la demanda de divorcio, señala que pueden adoptarse,
“desde que se presenta la demanda de divorcio y sólo mientras dure
el juicio”, también una serie de medidas entre las cuales están las
relativas a decidir, en los términos de la fracc. v del señalado 282 y
del art. 213 del Código de Procedimientos Civiles, bajo el cuidado de
en qué cónyuge se pondrán los hijos menores del matrimonio, lo
cual puede ser muy importante en algunos casos, ya que la
separación puede considerarse para el cónyuge solamente o
también para alguno o algunos de los hijos.
Cuestión de mucha importancia es que esta medida que autoriza
la separación sea de carácter estrictamente transitorio o provisional
hasta que quede convalidada, porque el solicitante demuestre que
ha presentado la demanda, acusación o querella, para lo cual el art.
211 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal le
concede un plazo de hasta 15 días hábiles contados a partir del día
siguiente de efectuada la separación, con la posibilidad de conceder
una sola prórroga por igual término a juicio del juez, si así se le
solicitare.
Una cuestión más debe destacarse respecto de la naturaleza de
esta medida y es la que se refiere a que, si al vencimiento del plazo
concedido, el solicitante no acredita que ha presentado la demanda,
denuncia o querella, van a cesar los efectos de tal separación,
quedando obligado el cónyuge a regresar al domicilio dentro de las
24 horas siguientes (art. 215).

13B Preparación del juicio arbitral


Cuatro reducidos artículos, del 220 al 223 del Código de
Procedimientos Civiles son los que señalan las cuestiones
relacionadas con la preparación del juicio arbitral.
Los supuestos de dicha reglamentación implican que cuando las
partes ya hubieren decidido someter un asunto al arbitraje y el
árbitro no hubiere sido nombrado, se darán los pasos para que el
juez haga dicha designación (art. 220). Se establece la necesidad
de citar a las partes a una junta para que éstas, ante el propio juez,
elijan al árbitro, apercibiéndoles de que en caso de no hacerlo, el
juez hará esa designación.
El tribunal procurará que los propios interesados hagan la
elección del árbitro de común acuerdo y, de no conseguirse esto, la
designación deberá recaer en alguna de las personas que el
Tribunal Superior determina anualmente para que funjan como
árbitros.
Una vez designado el árbitro en la junta a que se refieren estos
artículos, ya sea por las partes o por el propio tribunal, se iniciarán
las labores del árbitro y las partes serán emplazadas en los términos
en que se reglamenta tal diligencia para los juicios de este tipo.

13C Preliminares de consignación


Estas diligencias están reglamentadas por la legislación procesal
civil del Distrito Federal en sus arts. 224 a 234. La doctrina ha
clasificado dentro del rubro de la jurisdicción voluntaria a este tipo
de tramitaciones, que tienen como supuesto fundamental que el
acreedor se rehúse a recibir la prestación debida o a extender el
documento justificativo de pago. Aunque, por otro lado, también se
contempla el supuesto de que ese acreedor sea una persona
incierta o bien una persona incapaz. Y la finalidad de estas
diligencias es preparar el trámite por el que el deudor pueda librarse
de la obligación.
Es conveniente advertir que la pura diligencia de consignación de
la cosa o prestación debida no libera por sí misma al deudor de su
obligación de pago, ya que esto debería ser logrado posteriormente
en un juicio contencioso en el que una sentencia firme decidiera ese
extremo.
En tal virtud, estas tramitaciones son meramente justificatorias de
la entrega de alguna cosa o de alguna cantidad y, por ello, si el
acreedor es conocido y cierto se le cita al tribunal para que reciba, o
vea depositar, la cosa debida.
En el caso de acreedores desconocidos se les debe citar
mediante los periódicos y por el plazo que el propio juez designe. La
mayoría de los casos de consignación implican la exhibición de
dinero; sin embargo, en los artículos comentados también se
contempla la posibilidad de que la consignación sea de dos cosas, y
esto puede llegar a presentar ciertos problemas si se trata de
animales o de muebles de difícil movilización que, en un momento
dado, deben quedar depositados en forma segura para garantizar
los intereses tanto del acreedor como del deudor.
Debe destacarse la naturaleza de jurisdicción voluntaria que
tienen estas diligencias cuando en el art. 234 se prevé la posibilidad
de que se desarrollen ante notario.
Además, la cuestión relativa a la necesidad del juicio libratorio
posterior se resalta en la parte final del art. 233 comentado.
En la Ley Orgánica del Tribunal Superior de Justicia del Distrito
Federal, de enero de 1996, es sólo el art. 172 el que se refiere a la
Dirección de Consignaciones Civiles, dando a ésta la competencia
genérica para conocer de las diligencias preliminares de
consignación.
En los términos del art. 172 de la referida ley orgánica, la
consignación de dinero debe hacerse exhibiendo el billete de
depósito, expedido por institución legalmente facultada para ello. La
Dirección de Consignaciones Civiles notificará personalmente de
manera fehaciente al consignatario la existencia del billete de
depósito a su favor, para que éste, dentro del término de un año,
acuda ante la misma, la que previa identificación y recibo hará la
entrega correspondiente. En caso de oposición o de no presentarse
consignatario, a petición del interesado se expedirá la constancia
resultante.
Como estos preliminares de consignación tienen, en rigor, la
naturaleza de una tramitación de jurisdicción voluntaria, se sustraen
al conocimiento de los jueces todas estas cuestiones y se remiten a
la ya señalada Dirección de Consignaciones Civiles.

14 Providencias precautorias. Arraigo y embargo


precautorio
Los arts. 235 a 254, inclusive, del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal se refieren a las providencias precautorias,
que fundamentalmente son, por una parte, el arraigo y, por la otra, el
embargo precautorio.
La naturaleza de estas providencias es meramente preservativa,
provisional y temporal, y tiene como fundamentos los establecidos
por el numeral 235 del señalado código, o sea, el temor de que una
persona contra la que se pretenda entablar o ya se haya entablado
una demanda, se ausente o se oculte; el temor también de que se
oculten o dilapiden algunos bienes sobre los que deba ejercitarse
una acción real; y también el temor de que el deudor los oculte o
enajene; cuando la acción sea personal, los únicos bienes que
tuviere y sobre los que en todo caso habría de practicarse alguna
diligencia de aseguramiento.
Estas providencias, no obstante su carácter precautorio y
temporal, pueden decretarse antes o después de que se inicie el
juicio.
El solicitante de estas diligencias deberá acreditar el derecho que
tiene para gestionarlas y la necesidad de la medida que solicite, por
medio de documentos o de tres testigos idóneos, por lo menos. La
petición de arraigo, si se hace al entablarse la demanda, implicará la
orden de que en el momento de notificarse la demanda se prevenga
al demandado para que no se ausente del lugar del juicio sin dejar
representante legítimo suficientemente instruido y expensado que
responda a las resultas del juicio. El art. 240 del Código de
Procedimientos Civiles ha sido reformado por decreto publicado en
el Diario Oficial de la Federación el 24 de mayo de 1996 y dispone
que si el arraigo de una persona para que conteste en juicio se pide
al tiempo de entablar la demanda, bastará la petición del actor y el
otorgamiento de una fianza que responda de los daños y perjuicios
que se causen al demandado, cuyo monto discrecionalmente fijará
el juez, para que se haga al demandado la correspondiente
notificación. La previa reforma de enero de 1987, cuyos términos
continúan vigentes en los ulteriores párrafos del señalado art. 240,
sostuvo principalmente que el apoderado que se presente instruido
y expensado quedará obligado solidariamente con el deudor,
respecto del contenido de la sentencia; si resulta que no está
expensado aunque así lo hubiese afirmado, también la reforma
establece que incurrirá en la pena aplicable a los que proceden con
falsedad en las declaraciones judiciales. Es fácilmente imaginable
que en la gran mayoría de los casos estos candidatos a
representantes instruidos y expensados de los arraigados serán
bastante difíciles de encontrar en la práctica y en la realidad de
nuestro medio. Esta disposición, en la práctica, constituirá otro
ejemplo de letra muerta en el texto de nuestras leyes porque la
reglamentación obedece a supuestos irreales que los legisladores,
alejados de las realidades prácticas, desconocen e ignoran. Antes
de esta reforma, se interpretaba que las expensas a que el precepto
se refiere quedaban limitadas a los gastos y costas judiciales; ahora,
con el nuevo texto, no hay la menor duda de que la expensa que
debe dar el arraigado al representante se refiere a las resultas del
juicio. De tal suerte, ello implica aún más la posibilidad de que no
tenga aplicación práctica el precepto comentado.
El promovente del arraigo, si lo hace antes de entablar la
demanda, deberá, además de acreditar los extremos de dicha
medida, otorgar una fianza a satisfacción del juez, para responder
de los daños y perjuicios que se sigan, si no llegase a entablar la
demanda respectiva.
Quien quebrante el arraigo sin cumplir con los extremos de dejar
representante instruido y expensado será castigado penalmente.
En torno al secuestro provisional, o embargo precautorio, el
solicitante deberá expresar el valor de la demanda o de la cosa que
reclame o vaya a reclamar; ello permitirá al juez decretar la medida
correspondiente y fijar la cantidad por la cual haya de practicarse la
diligencia; además, de pedirse dicho secuestro sin fundarlo en título
ejecutivo, el solicitante deberá otorgar también fianza para
responder por los daños y perjuicios que se sigan si la providencia
es revocada, o si, entablada la demanda, llegase a absolverse al
demandado.
Si el demandado consigna el valor u objeto reclamado, o si da
fianza bastante a juicio del juez o prueba tener bienes raíces
suficientes para responder del éxito de la demanda, podrá hacer que
no se lleve a cabo la providencia precautoria o que se levante la que
se hubiere decretado. Estas diligencias se decretan sin citar a la
persona contra quien se pidan, o sea, sin audiencia previa, pues, de
otra suerte, perderían su eficacia (art. 246). Además, en la ejecución
de las mismas no se admitirá excepción alguna (art. 248) y una vez
ejecutadas, si se intentaron antes de presentar la demanda, deberán
entablar ésta dentro de los tres días siguientes si el juicio se hubiere
seguido en el lugar en que se dictaron; si el juicio debiera seguirse
en lugar distinto, el plazo para la presentación de la demanda se
aumentará en un día por cada 200 kilómetros de distancia, según la
reforma del 14 de enero de 1987 al art. 250 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal. Si la demanda no se
presenta dentro del plazo señalado, la providencia precautoria será
revocada en cuanto lo pida el demandado.
Estas providencias pueden ser reclamadas tanto por las personas
contra las que se hayan decretado como por terceros cuyos bienes
hayan sido afectados por el secuestro.
Finalmente, si la providencia es decretada por un juez que no sea
el que deba conocer del negocio principal, una vez ejecutada y
resuelta la reclamación en su caso, habrá de remitirse al juez
competente lo actuado que, en su oportunidad, deberá unirse al
expediente principal (art. 254).

15 La audiencia preliminar, el proceso monitorio y


el pre-trial
Aunque en un próximo capítulo se tratarán las cuestiones relativas a
la audiencia previa y de conciliación, incorporada al sistema
procesal civil del Distrito Federal, consideramos pertinente hacer
una breve referencia de tres instituciones que en algunos sistemas
procesales pueden constituir verdaderas cuestiones preliminares.
Nos referimos a la audiencia preliminar, al proceso monitorio y al
pre-trial anglosajón. Se trata, en los tres casos, de diligencias o
cuestiones que pueden constituir trámites preprocesales,
verdaderamente preliminares o anteriores al proceso. Es cierto que
la audiencia preliminar puede reglamentarse ya dentro del desarrollo
del proceso, y parece que este sería el caso más extendido. Sin
embargo, podríamos imaginar sistemas procesales en donde una
audiencia preliminar constituya un trámite previo a la iniciación
misma del proceso. Esta audiencia puede tener como finalidades
principales básicamente tres: procurar la conciliación, determinar la
materia de litigio y, finalmente, depurar los defectos e irregularidades
procesales, con objeto de evitar que avancen, indebidamente,
procesos que tengan algún defecto fundamental y que provoquen un
derroche de energías y de esfuerzos sin conseguir ningún resultado
concreto. El proceso monitorio, que reglamentan algunas
legislaciones europeas, parece tener, en algunos casos, similitudes
o paralelismos con estas intenciones ordenadoras y saneadoras del
proceso. Pero además, este proceso monitorio podría conducir a
una solución rápida y anticipada del problema si se presentan
determinados extremos o requisitos que deben satisfacerse y que
podrían evitar, con ahorro de tiempo y respeto del principio de
economía procesal, un largo e inútil proceso ulterior.
Finalmente, el pre-trial anglosajón constituye una institución muy
extendida en los tribunales de los países de habla inglesa y también
tiene como finalidad afinar y enfocar debidamente las cuestiones
que deben ser materia del proceso, con un amplísimo campo de
negociación entre los abogados de las partes que, a la larga, puede
llegar a solucionar el problema de fondo o, cuando menos, a
delimitar la materia de la controversia y, en algunas ocasiones,
hasta los procedimientos, reglas y tácticas de la prueba. En el pre-
trial anglosajón creemos encontrar un margen muy amplio de
dispositivismo del proceso, que no iría de acuerdo con las
tendencias modernas que postulan el carácter público e indisponible
de muchas de las instituciones y de los derechos y las conductas
procesales.
4 La demanda

16 La demanda judicial
La demanda podemos conceptuarla como el primer acto que abre o
inicia el proceso. La demanda es el primer acto provocatorio de la
función jurisdiccional, es el primer momento en el que se ejerce la
acción y debe entenderse como la actividad concreta del particular
frente a los órganos de administración, frente a los tribunales o
jueces.
El hecho de que la demanda se presente no debe confundirse con
el hecho de que la demanda se elabore. Alguien puede en su casa o
en su oficina elaborar un escrito de demanda y guardarlo en el cajón
del escritorio. Esto no tendrá trascendencia jurídica ni trascendencia
procesal. La trascendencia jurídico-procesal se viene a manifestar
cuando se lleva ese escrito de demanda y se entrega al tribunal; al
entregarlo y al ser recibido oficialmente, en ese momento se está
excitando la función jurisdiccional. Mediante esa presentación de la
demanda se desencadena una serie de actos procesales, todos los
cuales van a constituir en su conjunto un proceso. Por tanto, la
demanda es importante como acto de provocación de la función
jurisdiccional y como primer acto mediante el cual el actor provoca
precisamente la función jurisdiccional, echa a andar la maquinaria
del proceso.
17 Concepto, forma y contenido de la demanda
La demanda se define como el primer acto de ejercicio de la acción,
mediante el cual el pretensor acude ante los tribunales persiguiendo
que se satisfaga su pretensión. Este acto debe desligarse del escrito
material de demanda, porque hay ocasiones en que ni siquiera es
necesaria una demanda escrita, sino que puede haber una
demanda meramente oral, por comparecencia, por cuyo medio, y en
muchos procesos así se contempla, el actor simplemente se
presenta de manera personal ante el tribunal sin llevar ningún
escrito y de viva voz dice: “Vengo a demandar esto o lo otro”; en tal
caso, el tribunal debe levantar un acta, y esta demanda es una
demanda por comparecencia, o sea, una demanda oral.
Desde luego, la demanda es un primer acto de ejercicio de la
acción. Si bien es cierto que las acciones se agotan con su ejercicio,
de acuerdo con un viejo principio procesal también es cierto que no
todo el ejercicio de la acción se agota en la pura demanda. La
acción se comienza a ejercer en la demanda, pero continúa
ejerciéndose a través de todo el proceso; se sigue ejerciendo acción
cuando se ofrecen pruebas, cuando se impugnan tales pruebas,
cuando se alega, cuando en cualquier momento del proceso se
sigue empujando o impulsando el desarrollo o el desenvolvimiento
del mismo.
La demanda debe fundarse en la ley para que tenga éxito
posteriormente y las pretensiones exigidas por su medio sean
reconocidas por la sentencia.
Es muy importante que la demanda se haga bien, si es escrita, o
que se diga bien, si es oral, porque bien hecha, o sea, una demanda
ordenada, clara, precisa, congruente, sistemática, en una palabra,
bien expresada, no revestirá mayor complicación en la interpretación
que de ella haga en su oportunidad el tribunal. Este propósito de
claridad, de fijeza en los conceptos que se exponen a través de la
demanda, no se lograría si la demanda fuera oscura, fuera irregular,
fuera poco clara, fuera incongruente; y lo anterior suele suceder,
sobre todo si los que acuden a los tribunales son malos abogados.
En algunos casos, especialmente en los procesos de tipo laboral,
de propósito son presentadas demandas oscuras, irregulares, que
constituyen verdaderos buscapiés, a ver qué sale después. Esto
sucede porque en materia laboral tenemos la institución
denominada suplencia de la queja, por la que el propio tribunal va a
suplir las deficiencias de planteamiento, cosa que no sucede, en
términos generales, en el derecho privado, en los juicios civiles.
Tradicionalmente, si no está bien planteada una demanda, hay el
riesgo de que el asunto se pierda, precisamente porque el
planteamiento no se haya hecho con claridad, con congruencia, con
buena redacción. De ahí que, como postulado general, debe
sostenerse que la demanda habrá de ser clara, sistemática,
ordenada, bien redactada.
En cuanto a la forma, la demanda puede ser oral o escrita. En la
justicia de paz en el Distrito Federal, se postula en el art. 7o. del
título respectivo la posibilidad de que la demanda pueda ser escrita,
lo que debe interpretarse en el sentido de que también puede ser
oral, y con mucha frecuencia los jueces de paz admiten, y no
solamente lo hacen sino que propician la posibilidad de que las
demandas se formulen oralmente. Piénsese que esta justicia de
mínima cuantía es para las clases populares que muchas veces, y el
fenómeno desgraciadamente es agudo en nuestro país, son gente
analfabeta, y no podemos pedirle a un analfabeto que vaya a
presentar una demanda escrita, sobre todo en relación con
cuestiones de poco monto o de poca importancia económica. De ahí
que la facilidad de que la demanda pueda ser oral implica dar
acceso a la administración de justicia a gente que, sin ser
necesariamente analfabeta, también va posiblemente a tener
dificultad para redactar un escrito o para conseguir que alguien se
los redacte, y podrá ir al tribunal y de viva voz exponer al juez su
problema a través de una comparecencia, de una presentación oral
de la demanda. Otro caso que tenemos reglamentado en nuestro
sistema jurídico es el relativo al juicio de amparo: cuando hay peligro
de privación de la libertad o de la vida puede demandarse por
comparecencia la protección de la justicia federal ante los jueces de
distrito.
Por lo que toca al contenido de la demanda, debemos remitir al
texto del art. 255 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal. Este artículo establece en sus diversas fracciones
qué es lo que debe contener el escrito de demanda.1
Cabe advertir que la lectura del citado código o la exposición
catedrática de lo que una demanda debe contener no pueden dar la
idea cabal de lo que sea tal contenido, idea que sólo se logra al leer
con los propios ojos un escrito de demanda. Por ello, es
recomendable que paralelamente al desarrollo del curso se realicen
visitas a los tribunales; aquella idea se verá lograda cabalmente
cuando se tenga a mano un expediente y en él se vea el escrito de
demanda y se coteje el mismo, en sus diversos puntos, con las
distintas fracciones del mencionado art. 255, para que pueda uno
darse cuenta de si esa demanda reúne o no los requisitos que
señala este precepto.
La estructura de una demanda, y esto no lo establece el código,
implica necesariamente la existencia de cuatro apartados o de
cuatro partes, que son:

❖ El preámbulo
❖ La exposición de los hechos
❖ La invocación del derecho
❖ Los puntos petitorios

A estas cuatro partes, quizá, habría que agregar otra a la que


llamamos el rubro de una demanda. En el rubro simplemente se
identifica el asunto con una mención genérica del tipo de juicio,
proceso o trámite, en la circunstancia de que es una práctica que no
está sancionada por el texto legal, porque en la ley no se encontrará
ninguna regla sobre el rubro y los escritos ante los tribunales. Esto
es simplemente una cuestión consagrada por el uso, por la práctica.
En el rubro se suele poner primero el nombre del actor, comenzando
por su apellido paterno, después se abrevia la palabra latina versus:
vs —que significa contra—, en seguida viene el nombre de la parte
demandada y, al final, la mención del tipo de juicio: si es uno
ordinario, si es un juicio de alimentos, si es uno de desocupación,
etcétera.
En el preámbulo se identifica el asunto, se dice quién es el actor,
cuáles son sus generales: nombre, estado civil, edad, nacionalidad,
domicilio, lugar de nacimiento, ocupación, etc.; luego, también
vendrá la identificación del demandado, su domicilio y demás datos
que sirvan para localizarlo e identificarlo. En el mismo preámbulo
debe precisarse qué es lo que se pretende, qué es lo que se quiere,
qué es lo que se está demandando. También ahí vienen los datos de
identificación del representante, ya sea del actor o del demandado,
así como otra serie de datos que permitan identificar plenamente el
asunto. Concluido el preámbulo, que es una introducción general del
asunto, vendrá la siguiente parte de la demanda.
La exposición de los hechos está mencionada y reglamentada por
el propio art. 255 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, en una de sus fracciones. Dispone la referida
fracción que la relación de los hechos debe ser clara y sucinta. Esto
quiere decir que tal relación, por ser un relato, debe ser una
narración sucinta, clara y precisa de los hechos. En este momento,
el actor da su versión de los hechos.
Terminada la narración de los hechos, que es la parte histórica de
la demanda, viene la siguiente parte, que es donde se va a invocar
el derecho. Nótese que la invocación del derecho deberá implicar
todo un razonamiento, o sea, la fundamentación, por parte del actor,
de su pretensión. En ella, debe decir por qué él considera que
determinados artículos o, principios jurídicos e, incluso, determinada
jurisprudencia o determinados precedentes, apoyan la posición que
está sosteniendo como actor.
Al terminar esta parte de razonamiento jurídico de invocación del
derecho, prácticamente la demanda está concluida y sólo falta lo
que llamamos los puntos petitorios, que constituyen un auténtico
resumen muy condensado de lo que se le está solicitando al
tribunal. Se está pidiendo que decida en tal o cual sentido, que
condene a la parte demandada al cumplimiento de determinada
conducta, que reconozca los derechos del pretensor. Estos puntos
suelen ser muy breves: a veces la redacción de los mismos no va
más allá de uno o dos renglones en donde, en forma muy resumida,
se le está pidiendo al tribunal lo que de él se desea.
En cuanto a la contestación de la demanda, o sea, el escrito en
virtud del cual el demandado a su vez da respuesta a la demanda,
debe tenerse en cuenta el art. 260 del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal, el cual en forma paralela al art. 255
indica los términos que debe contener este escrito del demandado:
señalar el tribunal ante quien conteste; precisar su nombre y
apellidos, el domicilio que señale para oír notificaciones y recibir
documentos y valores; referir cada uno de los hechos en que el
actor funde su petición, detallando los documentos que tengan
relación con cada hecho, así como si los tiene a su disposición. De
igual manera proporcionará los nombres y apellidos de los testigos
que hayan presenciado los hechos relativos; asentar la firma del
puño y letra del demandado o de su representante legítimo; invocar
todas las excepciones que se tengan; cualquiera que sea su
naturaleza se harán valer simultáneamente en la contestación, a no
ser que fueren supervenientes. De las excepciones procesales se le
dará vista al actor para que conteste y rinda las pruebas que
considere oportunas. Dentro del término para contestar la demanda
se podrá proponer la reconvención, que debe ajustarse al art. 255
del mismo código; y finalmente se dispone que a la contestación se
deberán acompañar las copias simples de la propia contestación y
de los documentos anexos a ella, para cada una de las partes.

18 Defectos de la demanda; subsanables e


insubsanables
Cuando una demanda está muy mal planteada, y a tiempo el actor o
su abogado por su capacidad autocrítica se dan cuenta de ello,
todavía existe un remedio salvador. Puede haber un desistimiento
de ella llevándose el documento a la casa o a la oficina sin que
hubiere pasado nada más. Pero si una demanda mal redactada, mal
hecha, echa a andar la maquinaria estatal y se le notifica al
demandado, emplazándolo al juicio, entonces la problemática es
mayor porque ya se ha instaurado la relación procesal, ya se ha
llamado al demandado; en este momento, retirarnos, echarnos atrás
no es ya tan fácil, porque se requiere, como sabemos, el
consentimiento del demandado para que podamos desistir, no de la
demanda, sino de la instancia. Además, téngase muy en cuenta que
si el demandado se percata de que el escrito de demanda está mal
redactado, como a él le conviene que así se quede porque va a
tener mayores posibilidades de éxito en ese proceso, posiblemente
no va a querer acceder al desistimiento.
Los defectos normales o subsanables son aquellos en que incurre
alguna parte por omisiones, ya sea porque haya omitido el nombre,
porque no haya citado el domicilio de alguna parte, etc. El tribunal
puede, de oficio, señalarle al actor que corrija o que complete su
demanda. Tal principio está en el art. 257 del código. El juez puede
hacer esta prevención si la demanda fuere oscura o irregular y
dentro del término de tres días señalará con toda precisión en qué
consisten los defectos de la misma en el proveído que al efecto se
dicte. Se ha eliminado, gracias a la reforma legislativa de mayo de
1996, la absurda e inconstitucional prevención verbal que permitía a
algunos malos y torpes jueces asumir las más caprichosas y
absurdas actitudes mediante actos de autoridad verbales sin
fundamento ni motivación ninguna. El texto vigente del art. 257
dispone además que el actor deberá cumplir con la prevención que
le haga el juez en un plazo máximo de cinco días contados a partir
del día siguiente a aquel en que haya surtido efectos la notificación
por el Boletín Judicial de dicha prevención, y de no hacerlo,
transcurrido el término, el juez la desechará y devolverá al
interesado todos los documentos originales y copias simples que se
hayan exhibido, con excepción de la demanda con la que se haya
formado el expediente respectivo. La anterior determinación o
cualquier otra por la que no se dé curso a la demanda, se podrá
impugnar mediante el recurso de queja, para que se dicte por el
Superior la resolución que corresponda.2 Si una vez prevenido, el
actor insiste en su posición, el juez tendrá dos caminos: si estima
que el defecto hace improcedente la admisión, rechazará o
desechará la demanda; si considera que ello no afecta la
procedencia, la admitirá sin perjuicio del riesgo que para el actor
implique el defecto de su demanda al momento de dictarse la
sentencia.

19 Procedencia y fundamentación de la demanda


Es importante la distinción entre dos conceptos. Una cosa es la
procedencia de una demanda y otra cosa es la fundamentación de
la misma. En la práctica, jueces, secretarios y abogados suelen
confundir estos dos términos; debe evitarse esta confusión. Dar
curso a una demanda o admitirla es reconocer que procede, mas no
anticipar que esté fundada o no, porque donde va a juzgarse si
estuvo fundada es en la sentencia. Es donde el juez va a decidir si
lo que ha pedido el actor en su demanda estaba o no fundado. Pero
en el momento de admitirse la demanda lo único que tiene que
analizar es si esta demanda es procedente o no.

1 Por reforma publicada el 6 de septiembre de 2004 se agregó la fracc. IX a este artículo,


que establece las reglas para la primera notificación de la demanda incidental.
2 Infra, numeral 118.
5 Interposición de la demanda

20 Tiempo, lugar y forma de interposición de la


demanda
Señalábamos en un apartado anterior que lo importante de la
demanda no es hacerla, sino llevarla al tribunal y presentarla
oficialmente. De allí el nombre incluso de este tema, que habla de
interposición de la demanda. Interponer la demanda quiere decir
presentarla al tribunal, hacerla valer oficialmente.
El actor, que es quien inicia el proceso, quien ejerce la acción,
puede interponer en principio su demanda cuando él lo decida,
cuando le convenga. Claro, para ello debe siempre tener en cuenta
—y más que él, su abogado— lo relativo a los plazos de
prescripción de los derechos. Porque si presenta una demanda
exigiendo un derecho prescrito, hay el riesgo de que el demandado
advierta esa circunstancia y la haga valer como excepción, es decir,
diciéndole al actor: “Tu derecho, aunque lo hayas tenido, está
prescrito... porque no lo hiciste valer dentro de los plazos que la ley
te concede para ello.”
Por lo que se refiere al lugar en que debe ser interpuesta la
demanda, es el de ubicación de la oficialía de partes común a los
juzgados de lo civil, familiar, arrendamiento inmobiliario y de paz en
materia civil en el Distrito Federal.1
Parecería conveniente recordar aquí lo relativo a que los criterios
para determinar la competencia de un tribunal son la materia, el
grado, la cuantía y el territorio. De estos cuatro criterios, el que nos
importa con especial énfasis es el relativo a la competencia por
territorio, porque esta competencia por territorio va a determinar cuál
es el juez competente en cuestión de ubicación y, entonces, esto
determinará el lugar físico donde la demanda deba ser presentada.
En lo que atañe a la forma, basta recordar que ya señalábamos
que la demanda puede ser escrita u oral o por comparecencia y que
los textos legales marcan el contenido que tal acto debe reunir; en
cuanto a la forma, si es escrita, implica cumplir con extremos
comentados previamente: el rubro, el preámbulo, la narración de
hechos, la invocación del derecho, los puntos petitorios e, incluso, el
llamado juramento de mancuadra,2 que no es sino una frase final,
antes de cerrar el escrito que en nuestro sistema suele ser: “protesto
lo necesario”. Esta frase presume una actitud de respeto hacia el
tribunal y de sometimiento a sus mandatos legítimos.

21 Efectos de la presentación de la demanda


Con la presentación de la demanda se inician los actos procesales,
aunque la relación procesal no esté todavía debidamente
instaurada. En el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, art. 258, se establece cuáles son los efectos de la
presentación de la demanda. Analizando este artículo encontramos
que dichos efectos son: primero, interrumpir la prescripción, si no ha
sido interrumpida por otros medios. Los plazos de prescripción son
distintos para diversos derechos y pueden interrumpirse cuando
haya constancia fehaciente de que el pretensor ha exigido su
derecho. Por ejemplo, un requerimiento notarial o, incluso, una carta
en donde el deudor ha reconocido la obligación implicarían una
interrupción de la prescripción. Pero si la prescripción no se ha
interrumpido por otros medios, entonces la presentación de la
demanda ante el tribunal interrumpe el plazo de prescripción.
Por lo que se refiere al segundo efecto, el art. 258 establece que
la presentación de la demanda señala el principio de la instancia,
entendida ésta como un grado del procedimiento, pero también,
según Briseño Sierra,3 como una instancia proyectiva. Entonces, el
primer acto de esa instancia, el que señala el principio de la
instancia, es el que consiste en la presentación de la demanda.
Finalmente, también el tercero y último de los efectos de la
presentación de la demanda es el relativo a que se señale, mediante
esa presentación, el valor de lo que se está pidiendo, si no es
posible referir dicho valor a otro momento o a otro tiempo.
Adicionalmente, después de las reflexiones anteriores debemos
advertir que toda demanda debe acompañarse tanto del documento
de poder que acredite la personería con la que un representante
esté presentándose ante el juicio como de lo que se llama el
documento o los documentos fundatorios de la acción. Además de
esos documentos fundatorios de la acción, así como de los
documentos que acreditan la personería, debe acompañarse copia
del propio escrito de la demanda y copia de los documentos que se
han anexado a ese escrito, para el efecto de que se lleve a cabo
algo que en los tribunales se llama correr traslado, y que consiste en
entregarle al demandado, en el momento en que se le notifique, una
copia de la demanda y de cada uno de los documentos que se
hayan anexado a la misma. Esto sirve para que el demandado o su
abogado puedan tener una idea integral de en qué consiste la
demanda y qué documentos se han acompañado a ella, con el
objeto de que puedan preparar debidamente su contestación. Al
referirse los hechos, se precisarán los documentos públicos o
privados que se relacionen con cada hecho, indicando si se tienen o
no a la disposición.

22 Admisión de la demanda y efectos de su


admisión
Insistimos en que es necesario distinguir entre la procedencia de
una demanda y su fundamentación. En el momento en que la
demanda se pretenda, el juez o el tribunal no tienen por qué
examinar su fundamentación, sino simplemente su procedencia. Si
es procedente se admite y se le da trámite o curso. Por tanto, hay
que advertir aquí en qué consiste la admisión de la demanda y
cuáles son los efectos de esa admisión, efectos que no deben
confundirse con los de la presentación de la demanda.
El acto de admisión es un acto del tribunal, del juez; el juez es el
que admite; ¿cuándo lo admite y por qué? La demanda, cuando
cumple con una serie de requisitos legales, debe ser admitida. Esos
requisitos, entre otros, son los que señalan los arts. 95, 96 y 255 del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.4 Esto le
permite al juez, una vez que admite la demanda, poner a funcionar
el mecanismo jurisdiccional para que en seguida ordene la
notificación del demandado de que se presente a juicio.

23 Medidas que puede ordenar el juez al tiempo de


admitir la demanda
Reconozcamos que la orden que el juez dé para que se notifique o
emplace al demandado es la primera y más importante de estas
medidas; las demás que el juzgador puede ordenar al momento de
admitir una demanda dependen ante todo del tipo de juicio que se
esté tramitando, porque cada juicio tiene tramitaciones específicas;
así, por ejemplo, en el juicio hipotecario, una medida que se va a
ordenar es la inscripción de la demanda en el Registro Público de la
Propiedad y de Comercio (antes expedición, inscripción y fijación de
la cédula hipotecaria,5 la cual sigue vigente en algunas legislaciones
estatales). Otras medidas son el aseguramiento de documentos o el
embargo de objetos, así como que se exhiban cosas, que queden
separadas o depositadas a personas, etc. Hay una serie de
diligencias prejudiciales que tienen precisamente como objeto
preparar la situación que después se va a contemplar en un juicio o
proceso ulterior.6
24 Transformación de la demanda, ampliación de
la misma y desistimiento
La transformación de la demanda o su ampliación se encuentra en
relación directa con las tendencias que presenten los procesos. Así,
por ejemplo, podemos advertir que la demanda puede ser ampliada
o cambiada con mayor facilidad si hay un sistema que se llama de
litis abierta. Por el contrario, en el sistema de litis cerrada es más
difícil cambiar o variar el sentido de la demanda. Sólo que debe
advertirse que el problema de cambio de la demanda lo enfocamos
suponiendo que el demandado ya está emplazado; si el demandado
no está emplazado, si aún no ha sido llamado a juicio, el actor
puede llegar al tribunal y exponer: “Ya no quiero seguir adelante,
devuélvanme mi demanda, devuélvanme mis documentos.” No ha
pasado nada que tenga trascendencia jurídica, y puede regresar el
actor al día siguiente o la próxima semana, con una nueva demanda
distinta y volver a presentarla. Entonces, esto quiere decir que si el
demandado aún no ha sido llamado a juicio, el actor tiene plena
libertad para retirar su demanda, cambiarla, modificarla o agregarle
lo que quiera y volver a presentarla.
Cuando, por el contrario, la demanda ya ha sido notificada al
demandado y el actor viene con la pretensión de querer modificarla,
hay mucho rigor para ello si el sistema es el llamado de litis cerrada;
si el sistema es de litis abierta simplemente se abre un poco la
posibilidad, bien de cambiar esa demanda o bien de introducir
nuevos elementos en el litigio.
Nuestro sistema tiende, hoy en día, a la litis abierta, aunque
tradicionalmente era más bien de litis cerrada. La estructura del
proceso era, según disposiciones ya derogadas en el Distrito
Federal, de cuatro escritos para fijar la controversia; además de la
demanda y contestación, había otros dos que se llamaban escrito de
réplica y escrito de dúplica. La réplica y la dúplica desaparecieron ya
de nuestro sistema; cuando existían tales escritos, el sistema se
calificaba como de litis cerrada. No obstante lo dicho al principio de
este párrafo, el art. 31 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal contempla también una tendencia hacia la litis
cerrada al afirmar que no pueden acumularse acciones contrarias ni
contradictorias en la misma demanda.
La litis, para entender qué es lo que queremos decir con esta
expresión, no es sino la serie de puntos en donde hay contradicción
entre el actor y el demandado, o sea, los puntos fundamentales de
la contradicción del litigio.
En el sistema anterior se perdía mucho tiempo en un momento
procesal en el que el secretario del tribunal tenía que hacer un
resumen o fijación de la litis y precisar las contradicciones entre el
actor y el demandado, de acuerdo con sus escritos; se llegaba a
perder toda una audiencia para que el secretario dictara el resumen
de la litis o de los puntos cuestionados. Esto ya no rige hoy y la
verdad es que la litis, la determinación de los puntos cuestionados,
simplemente se deduce de la contradicción que exista entre el
escrito de demanda y el escrito de contestación, pero hasta cuando
el juez tiene que dictar su sentencia, o sea, al fin del proceso.
Creo que habría que puntualizar, además, que no puede haber un
sistema total de litis abierta, sino que se debe obligar, con cierta
medida, a las partes a que jueguen limpio y exhiban todas las cartas
desde el inicio. Este principio del juego limpio y de exhibir las cartas
implica que se limite la posibilidad de guardarse argumentos y de
sacarlos sorpresivamente a última hora.
La tendencia para que todo lo que sepan y tengan las partes lo
expresen y no se guarden nada, es hacia la lealtad procesal. Se
restringe así el que oculten o guarden cosas para después sacarlas
sorpresivamente. El espíritu de esa limitación, de que todo lo que se
tenga que discutir de una y de otra parte se exprese desde un
principio, está en la postulación del sistema de tendencia hacia lo
que llamamos la litis cerrada.
El desistimiento implica una renuncia procesal de derechos en
manos del actor. Este tema ya se debe haber visto en el curso de
Teoría general del proceso. El desistimiento es una actitud del actor
por medio de la cual renuncia, no quiere seguir ya adelante, se echa
atrás y desiste. Ahora bien, sabemos que esos desistimientos
pueden ser de tres clases: puede haber desistimiento de la acción
(mal llamado así), que equivale a una renuncia total del derecho
sustantivo o de fondo; desistimiento de la demanda, en que el actor
puede retirar su demanda cuando quiera, si el demandado no ha
sido emplazado, y desistimiento de la instancia, que implica que el
demandado ya ha sido llamado a juicio, lo que va a obligar a recabar
su anuencia o consentimiento para no seguir adelante con el
proceso. Si el demandado, por el contrario, se niega a dar ese
consentimiento o esa anuencia, entonces el juicio tendrá que seguir
adelante.

25 Desechamiento o rechazo de la demanda


Desechar o rechazar la demanda por parte del juez es una actitud
contraria a la de admitir la demanda. El rechazo de la demanda es
un acto del juez, porque considera que no reúne los requisitos, tanto
del art. 255 como de los arts. 95 y 96 del propio Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
Las consideraciones que el juez toma para el desechamiento
pueden ser del siguiente tipo: que el actor no acredite debidamente
su personería o representación; que los presupuestos del ejercicio
de la acción no se reúnan; que la vía que haya escogido el actor
esté equivocada y no sea la que proceda para ese tipo de juicios;
que el juez considere que no es competente para conocer de ese
asunto y cuando el juez se percate de que las partes, ya sea el actor
o el demandado, no tienen capacidad o personalidad. Sin embargo,
el juez puede equivocarse o el actor puede creer que el juez se
equivocó. Entonces, para esto debe quedar abierta una vía
impugnativa para ese rechazo de la demanda. En otras palabras,
contra el auto que desecha o que rechaza la demanda, el actor
puede acudir al recurso llamado de queja. Y esta cuestión está
reglamentada y postulada en el art. 723, fracc. i, del código.
1 Cfr. con los arts. 65 y 65 bis del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, y con el art. 173 de la Ley Orgánica del Tribunal Superior de Justicia, publicada
en el Diario Oficial de la Federación, el 7 de febrero de 1996.
2 Antiguamente se llamaba juramento de mancuadra al juramento mutuo que deben
hacer los litigantes de proceder con verdad y sin engaño en el pleito (Joaquín Escriche,
Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, t. IV, Temis, Bogotá, 1977, p. 6).
3 Humberto Briseño Sierra, Derecho procesal, 2a. ed., Harla, México, 1995, pp. 483 a
488. Véase edición de Oxford University Press, México, 1999.
4 Poder para acreditar la personalidad del que comparece en nombre de otro; documento
o documentos que acrediten el carácter con el que el litigante se presente en juicio, en
el caso de tener representación legal de alguna persona o corporación o cuando el
derecho que se reclame provenga de habérsele transmitido por otra persona; todos los
documentos que la parte tenga en su poder (respecto de los que no posea, la parte
interesada deberá acreditar que ha solicitado oportunamente la expedición de los
documentos respectivos); copia legible del escrito y de los documentos para correr
traslado; documento o documentos fundatorios del derecho; escrito que contenga: el
tribunal ante el que se promueve, el nombre y domicilio del actor, el nombre y domicilio
del demandado, lo reclamado con sus accesorios, los hechos fundatorios de la acción,
numerándolos y narrándolos sucintamente con claridad y precisión, los fundamentos de
derecho y la clase de acción y el valor de lo demandado; así como la firma del actor o
de su representante legítimo.
5 No obstante la reforma que suprimió la expedición e inscripción de la cédula
hipotecaria, la continúan mencionando los arts. 178, 543, fracc. II, y 663 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
6 Reglamentadas en los arts. 193 a 254 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal.
6 El emplazamiento y sus efectos

26 Concepto y formas del emplazamiento


La palabra emplazar, en una de sus acepciones, significa dar un
plazo que el juez le impone al demandado, desde luego con base en
la ley, para que se apersone al juicio, para que comparezca a dar
contestación a la demanda. La institución del emplazamiento cumple
la garantía de audiencia establecida en la propia Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, básicamente en los arts.
14 y 16. El art. 14 constitucional, que es el más importante en este
aspecto, establece que nadie podrá ser privado de la vida, de la
libertad o de sus propiedades, posesiones o derechos, sino
mediante un juicio seguido ante los tribunales previamente
establecidos, en el que se cumplan las formalidades esenciales del
procedimiento. Al cumplirse con las normas del emplazamiento se
está respetando la garantía de audiencia, que también ha sido
designada como el derecho que todo ciudadano tiene de ser oído,
para ser vencido. Para condenar a alguien en un juicio, hay que oírlo
y vencerlo. La garantía de audiencia va de la mano con la garantía
de debido proceso legal. El principio del cumplimiento del debido
proceso legal1 comienza con un emplazamiento correcto.

27 Formas del emplazamiento


El emplazamiento, como llamamiento al juicio, como notificación
especialísima para que se pueda traer a alguien a juicio, puede
hacerse de diversas formas o maneras que están reglamentadas
por el texto legal; lo deseable es que siempre se haga de manera
personal y, por tanto, hay una primera forma de emplazamiento que
es el que hace personalmente el secretario actuario del juzgado,
dándole de viva voz y personalmente noticia al demandado de ese
llamamiento que el tribunal le hace para que comparezca a juicio.
Además, podemos contemplar las siguientes formas o maneras de
hacer el emplazamiento: por cédula, por boletín judicial, por edictos,
por correo y por telégrafo.
El emplazamiento por correo y por telégrafo puede presentar
riesgos. En ese orden de ideas podríamos llegar a admitir un
emplazamiento por teléfono, lo cual, como puede comprenderse,
sería sumamente peligroso por las dificultades de identificación
entre el emisor y el destinatario. De los emplazamientos enunciados
habría que eliminar como admisibles en nuestro sistema los dos
últimos, ya que sólo encontramos en él, para el emplazamiento la
notificación personal, la notificación por cédula, la notificación por
boletín judicial, la notificación por edictos, la notificación por correo y
por telégrafo.2
Lo deseable es que el emplazamiento se haga personalmente,
pero a veces hay que optar por otro medio, básicamente, en razón
de que puede haber una imposibilidad de encontrar al demandado
en su domicilio; si lo busca el actuario en su casa y no lo encuentra,
entonces se opta por otro de los siguientes métodos del
emplazamiento: el hecho por cédula,3 entendiéndose por cédula un
documento que condensa el acuerdo que se le va a notificar a
alguien a quien no se ha encontrado. Esa cédula la firma el
secretario actuario y debe acompañarse con copia de la demanda y
copia de los documentos que se hubieren agregado a la misma. El
actuario, en el momento de hacer el emplazamiento, debe
cerciorarse, por medio de algún recurso idóneo, de que ése es el
domicilio del demandado, debe asentar la razón que tuvo para
notificar por cédula, debe asentar cómo se cercioró de que ése es el
domicilio del demandado y consignar que está dejando la
notificación con una persona capaz y que habita en el mismo
domicilio de la persona que no se encontró. Si ello no se respeta, el
emplazamiento es nulo.
El edicto es una inserción periodística, un aviso que llama a
alguien para algo. Una de las formas de llamar a personas
judicialmente consiste en la publicación de edictos; el art. 122 del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal provee las
reglas de procedencia de este tipo de notificación para los
siguientes casos: si no se conoce el domicilio del demandado, si se
trata de personas inciertas y la matriculación de inmuebles en el
Registro Público de la Propiedad.

28 Efectos del emplazamiento


Se encuentran reglamentados por el art. 259 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal. Sabemos ya que el
emplazamiento es la notificación que se hace al demandado de que
se ha iniciado un juicio en su contra, llamándolo y dándole un plazo
para que comparezca a contestar esa demanda.
El primer efecto de ese emplazamiento es el de prevenir el juicio
en favor del juez que lo haga. La prevención4 es, en ese caso, una
especie de exclusión de todos los demás jueces por el primero que
conoce del asunto; el criterio de prevención implica que un juez que
conoce de un asunto, si es competente, excluye a los demás que en
principio también lo hubieran sido.
En seguida, las fraccs. y del citado art. 259 se refieren a dos
fenómenos íntimamente relacionados. Uno es la sujeción del
emplazado al tribunal para que siga el juicio ante el juez que lo
emplazó. Y el otro, que es una consecuencia del anterior, es obligar
al demandado a contestar ante el juez que lo ha emplazado. En los
dos casos se deja a salvo la posibilidad de que el demandado
plantee la incompetencia del juez. La fracc. hay que coordinarla
con el art. 2080 del Código Civil, porque se está hablando de la
interpelación. La interpelación judicial es una notificación fehaciente
mediante la cual queda constancia de que el acreedor le ha exigido
al deudor el cumplimiento de su obligación. Esta interpelación
también tiene efectos de interrupción de la prescripción; sólo que si
se trata de la demanda, su sola presentación es causa de
interrupción de la prescripción, desde antes de que la demanda
fuera notificada al demandado. Y finalmente, la fracc. establece
que se origine el interés legal, que es de 9% anual de acuerdo con
el Código Civil,5 en aquellas obligaciones que no causen réditos por
sí mismas.
Otro de los conceptos que utiliza la fracc. del art. 259 es el de
mora. La mora es el retraso en el cumplimiento de las obligaciones.
Un deudor u obligado es moroso cuando no cumple a tiempo sus
obligaciones.

29 Nulidad del emplazamiento


Un emplazamiento puede ser nulificado cuando haya sido realizado
en forma defectuosa o viciada y hay varias maneras, como métodos
o caminos, para lograr estas nulidades. El primero es mediante lo
que se llama un incidente de nulidad de actuaciones, con base en
los arts. 74 a 78 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal. El segundo es el recurso de la apelación
extraordinaria6 que implica, en rigor, un pequeño juicio nulificador.
Finalmente, un tercer método o vía para combatir un emplazamiento
mal hecho es el juicio de amparo indirecto, o sea, un juicio seguido
ante un juez de Distrito para que por medio de una sentencia de
protección de garantías nulifique o desaplique los efectos de un
emplazamiento mal realizado.

1 Este principio lo vemos plasmado en el segundo párrafo del art. 14 constitucional, que
establece: “... en el que se cumplan las formalidades esenciales del procedimiento...”
2 Cfr. con el art. 111 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
3 Cfr. con el art. 117 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, que
fue reformado por el decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 14 de
enero de 1987 y que entró en vigor a los 90 días siguientes al de su publicación.
4 Cfr. con la fracc. I del art. 259 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
5 Art. 2395 del Código Civil para el Distrito Federal.
6 Infra, numeral 124.
7 La participación activa del demandado

30 Actitudes del demandado


Las actitudes que el demandado puede asumir, una vez que ha sido
vinculado en la relación procesal, es decir, una vez que ha sido
introducido en el proceso, son las siguientes:

1. Allanamiento.
2. Resistencia u oposición.
3. Contraataque o contrademanda.1
4. Inactividad, rebeldía o contumacia.

De estas cuatro actitudes, las tres primeras podemos calificarlas de


activas; esto es, implican una actividad por parte del demandado,
mientras que la última es una actitud que puede ser calificada de
pasiva.

31 El allanamiento
El allanamiento es, según lo ha explicado claramente Alcalá-
Zamora, una figura autocompositiva unilateral de solución de los
litigios. El allanamiento como forma autocompositiva se caracteriza
porque la parte resistente del litigio despliega una actividad
tendiente a resolver su conflicto. La actividad que despliega el
resistente en el litigio, en este caso, radica en consentir el sacrificio
del interés propio en beneficio del interés ajeno. Así pues, como
figura autocompositiva el allanamiento implica una actividad que
realiza el demandado en el proceso, actividad por la cual da
solución al conflicto en el que era parte resistente y se convierte en
parte sometida. Es conveniente dejar asentado que el allanamiento
como actitud de sometimiento no siempre implica el reconocimiento
del demandado respecto a la fundamentación de la pretensión del
actor.

32 Confesión y allanamiento de la demanda


La confesión judicial debe entenderse como el reconocimiento que
hace cualquier parte respecto de hechos que le son propios y que le
puedan resultar perjudiciales; dicho reconocimiento, para ser
judicial, debe hacerse dentro del proceso y ante juez competente,
mientras que el allanamiento es el sometimiento del demandado a
las pretensiones del actor. La confesión y el allanamiento son figuras
distintas y su estudio a fondo corresponde a un curso de Teoría
general del proceso. El allanamiento judicial está reglamentado en
los arts. 274,2 404 y 508 del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal. La primera de las disposiciones citadas de la
regla establece que, allanada la demanda en todas sus partes, se
citará para sentencia; de igual forma se procedería cuando el actor
manifieste su conformidad con la contestación de la demanda (el
actor confiesa, mas no se allana). El segundo de los dispositivos
mencionados, o sea, el art. 404, habla del plazo de gracia que debe
concederse al deudor cuando éste se allane a la demanda.
Respecto a la problemática de cuánto tiempo será el plazo que
otorgue el juez, apuntamos que quedará al prudente arbitrio del
mismo señalarlo. Finalmente, el último de los preceptos arriba
mencionados, el art. 508, condiciona los efectos del plazo de gracia
a que haya habido previamente un aseguramiento de los bienes
mediante secuestro, o sea, que el plazo de gracia solamente podrá
concederse cuando el deudor garantice el cumplimiento de su
obligación. Se refieren también a diversos aspectos del allanamiento
los arts. 470, último párrafo; 471, segundo párrafo; 517, último
párrafo, y 667 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.

33 Oposición de defensas y excepciones


Esta actitud de oposición de defensas y excepciones por parte del
demandado es seguramente la más importante y la que merece
mayor atención en el estudio. El demandado va a oponerse, va a
objetar en alguna forma ya sea la pretensión o la fundamentación de
la pretensión del actor; o bien, va a atacar algún aspecto que él
considere que no es correcto, que no es válido, de la integración de
la relación procesal.
Esta actitud de oposición en cuanto al contenido, en cuanto al
enfoque y en cuanto al destino que tenga, es lo que permitirá
distinguir entre los distintos tipos de excepciones, o incluso llegar, si
eso fuera dable, a una posible distinción entre lo que la doctrina
tradicional también ha querido diferenciar como excepción, por un
lado, y defensa, por el otro.3

33A Los principios del debido proceso legal y de ser


oído y vencido en juicio
Básicamente el art. 14 de la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos es el que formula los principios del debido
proceso legal y de que una parte, para ser sentenciada en juicio,
debe ser primero oída y vencida. Este art. 14 de la Constitución, en
los párrafos segundo y cuarto dispone que nadie podrá ser privado
de la vida, de la libertad o de sus propiedades, posesiones o
derechos, sino mediante juicio seguido ante los tribunales
previamente establecidos, en el que se cumplan las formalidades
esenciales del procedimiento y conforme a las leyes expedidas con
anterioridad al hecho. Y el párrafo cuarto del mismo precepto
establece que en los juicios del orden civil, la sentencia definitiva
deberá ser conforme a la letra o a la interpretación jurídica de la ley
y a falta de ésta, se fundará en los principios generales del derecho.
En los párrafos segundo y cuarto del art. 14 constitucional están
consagrados estos dos principios. El principio que los anglosajones
han llamado el due process of law, o sea, el debido proceso legal y
el principio también, por otra parte, de que nadie puede ser
sentenciado o no se puede pronunciar una sentencia en contra de
alguien si a esa persona no se le ha llamado a juicio y no ha sido
oída y vencida.
Complementariamente, encontramos fundamentación también
para esto en el art. 17 de la misma Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, pues ahí está la base del derecho de
defensa ante los tribunales. Todas las personas tenemos esta
garantía constitucional, para que se nos oiga en el proceso en
defensa, frente a los actores que puedan demandarnos. Está
sancionado el principio de la necesidad de ser oídos y vencidos en
juicio, y para que previa audiencia, se nos pueda condenar.

33B El derecho de contradicción


El derecho de contradicción ha sido definido por Lauro Aguirre,4
citando a otros autores, de la manera siguiente:

El derecho de contradicción, también llamado derecho de defensa o


excepción, no es otra cosa que el derecho a la jurisdicción, desde el
punto de vista del demandado o de la defensa. El derecho de
contradicción es al demandado, como el derecho de acción lo es al
demandante o actor. Son dos aspectos de la misma garantía. La
garantía jurisdiccional, que contiene otros muchos derechos o
garantías; la de ser oído y vencido antes de ser juzgado, tener
medios adecuados para la defensa en un plano de oportunidades
igual que el demandante, igualdad de las partes, un proceso
legalmente prestablecido, debido o adecuado.
El derecho a la jurisdicción, como lo han sostenido muchos autores,
es un derecho que pertenece, por un lado, al actor que acude al
tribunal y, por el otro, al demandado que se va a defender ante el
tribunal; pero el derecho es el mismo, es a recibir una solución a un
conflicto, derecho a la jurisdicción por parte del actor y derecho a la
jurisdicción por parte también del demandado. Básicamente, este
derecho de contradicción es el reverso de la moneda del derecho de
acción.

33C Excepción y defensa


La doctrina ha debatido mucho y en distintas épocas la diferencia
entre la excepción y la defensa. Nuestras leyes y códigos no hablan
específicamente de la defensa ni la reglamentan como tal. En
nuestra práctica judicial englobamos en el término excepción lo que
se había entendido como las excepciones propiamente dichas y
además las defensas. En un sentido genérico y en la práctica así lo
usamos: se habla de excepción comprendiendo a las que
tradicionalmente se les llamaba defensas. Aguirre,5 con relación al
origen histórico de esta denominación y con la distinción entre la
excepción y la defensa, dice lo siguiente:

Las excepciones son oposiciones sustanciales o de fondo y aunque


se hayan confundido con elementos procesales, pensamos que
todavía es posible rescatar su esencia, su naturaleza original. Las
excepciones son oposiciones que no desconocen o niegan la
existencia de la razón o de los hechos y derechos en los que el
actor pretende fundamentar su demanda, sino que le contraponen
nuevos o diferentes hechos y/o derechos, suficientes para excluir,
desvirtuar o postergar, los efectos jurídicos pretendidos por el actor.
Oposición que va más allá de la simple negación o desconocimiento
de la razón o fundamento en que el demandante apoya su
pretensión. Creemos que los conceptos de defensa y excepción
pueden y deben ser distinguidos. La defensa es la simple negación
de la razón, hechos y/o derechos de la pretensión del actor.
Mientras que la excepción va más allá de esto, para contraponer
otros nuevos o diferentes hechos y derechos, suficientes para
excluir, exceptuar o anular, los efectos jurídicos que normalmente
corresponderían a los hechos y derechos que el actor trae a juicio,
pero sin tener en consideración otras circunstancias, como por
quién son traídos a juicio; si pueden no ser tomados de oficio; por
considerar que fluctúan de acuerdo con la mayor o menor política
publicista del proceso. Es decir, carecen de solidez suficiente como
para fundamentar una diferencia científica.

Cuando frente a una afirmación que entraña una pretensión del


actor, el demandado le responde, por ejemplo: “no es verdad, no es
verdad lo que estás afirmando, no es cierto que exista tu derecho o
no es cierto que existan los hechos sobre los cuales pretendes tú
desprender la consecuencia de tu pretensión”, dirige su oposición
hacia la existencia y hacia la fundamentación de la pretensión y, por
tanto, sería ésta una típica defensa. Una excepción, por el contrario,
siempre en esta concepción tradicional, implicaría que el
demandado alega un hecho nuevo, una circunstancia nueva que ha
modificado la situación anterior. Un ejemplo característico, típico en
el tenor de estas ideas, es el de la prescripción. Porque aun
reconociendo que son ciertos los hechos esgrimidos como
fundamento de la pretensión y reconociendo la fundamentación del
derecho, sin embargo se aduce que transcurrió determinado lapso y
que en virtud de ello ha operado la prescripción; es decir, ésta sería
una típica excepción, mientras que negar la existencia de la
obligación sería una defensa característica. No obstante, es
pertinente advertir nuevamente que hoy esta distinción no es tan
firme como lo pretenden algunos autores, porque hemos englobado
en la designación de excepción tanto a las excepciones propiamente
dichas como a las defensas tradicionales.
El origen histórico de la denominación excepción se encuentra en
el derecho romano, en el que apareció después de las
prescripciones. Fue introducida en el derecho romano por los
pretores para mitigar los rigores del derecho civil y evitar así que
una sentencia, siendo legal, fuera injusta o inequitativa. El derecho
civil no consideraba los vicios de la voluntad y sólo tomaba en
cuenta la forma externa de los actos.
Las excepciones consistían en una cláusula accesoria, dentro de
la fórmula, que limitaba o condicionaba los poderes del iudex. La
excepción surgió, indudablemente, en la etapa del proceso
formulario romano. Sería pertinente también recordar que la fórmula
no era sino una especie de instrucción que daba el magistrado al
juez privado indicándole cuál era la materia sobre la que debía
resolver y qué poderes o atribuciones se le adjudicaban para que
decidiese. La evolución del derecho formulario hace que por
razones de equidad, el pretor, al enviar la fórmula al juez privado, le
agregue una pequeña parte donde le advierte que si se presentan
determinadas circunstancias posteriores, entonces tendrá que
resolver en determinado sentido. Es indudable la utilidad que en
aquella época representó la inclusión de la excepción como parte de
la fórmula.

33D La doble pertenencia de la acción


No es el momento propicio para recapitular la teoría de la acción,
pues ésta debe darse por conocida por haberse estudiado en el
curso de Teoría general del proceso. Sin embargo, es conveniente
sólo apuntar que si en lo relativo a la teoría sobre la acción se ha
avanzado mucho doctrinalmente, a grado tal que se han disipado
muchas de las dudas y la solidez de las nuevas posiciones es cada
vez más fuerte, no ha sucedido lo mismo con la excepción, porque,
incluso, es muy poco lo que se ha dicho sobre la misma para
equiparar esta excepción a lo que podríamos llamar un concepto
moderno de la excepción; así como se habla de un concepto
moderno de la acción y se ha vertido mucha tinta en él, no ha
sucedido lo mismo por lo que se refiere a la excepción. En lo que
respecta a su concepción, la excepción sigue adherida a criterios
tradicionales y es necesario rescatarla para que podamos elaborar,
cosa que no se ha conseguido cabalmente hasta la fecha, una
verdadera teoría moderna de la excepción, pues se ha caminado
muy poco por este sendero. Así como se ha logrado concebir la
acción como algo distinto, independiente y autónomo del derecho
sustantivo o de fondo y de la pretensión de fondo, algo similar debe
suceder, pero no se ha dado cabalmente en el campo doctrinal, en
torno a la excepción. También la excepción tendría que formularse
en un sentido moderno y actual para que la concibiésemos como un
concepto estricta y limitadamente procesal. En este sentido, algunos
autores han sostenido lo que se denomina actualmente la doble
pertenencia de la acción. Acción-excepción en un sentido
típicamente procesal. Así, por ejemplo, Alcalá-Zamora6 explica que
este tema de la doble pertenencia de la acción es algo relativamente
nuevo porque

[...] durante mucho tiempo se ha venido considerando que la acción


la ejercita el actor, pero ya se va abriendo paso en la corriente
doctrinal de que en realidad la acción tiene dos titulares y que la
única diferencia que hay es de carácter cronológico, en el sentido
de que el actor es quien primero acciona, pero también el
demandado, a través de la contestación de la demanda, es
accionante, porque también se dirige al órgano jurisdiccional para
recabar de él un pronunciamiento de fondo. Precisamente esta idea
de la dualidad de pertenencia, puesta de relieve por Carnelutti y en
Argentina por Podetti, explica una serie de instituciones procesales.

Entre estas cuestiones cita Alcalá-Zamora fenómenos como el de la


reconvención o contrademanda, la necesidad de la aceptación del
desistimiento del actor por parte del demandado, la acción
impugnativa que puede ser ejercida tanto por el actor como por el
demandado y finalmente el fenómeno llamado de la apelación
adhesiva o adhesión a la apelación. En todos los casos anteriores
es indudable que la titularidad del accionar, entendido éste en su
más amplia acepción, pertenece tanto al actor como al demandado.
Y es que el demandado en el proceso es un verdadero
reaccionante; resulta peligroso desde luego inventar o sugerir
términos nuevos. Alguna vez se ha propuesto, con cierta timidez,
que si al actor se le llama así porque es el accionante, pues al
demandado en vez de llamarle demandado, desde un punto de vista
estrictamente procesal, podría denominársele reactor. Pero estas
denominaciones nuevas y revolucionarias deben usarse con cautela
ya que la introducción de nuevos términos en materia procesal y en
materia jurídica en general debe ser muy cuidadosa. Las palabras
nuevas que se empleen deben tener tal justificación que no quepa
lugar a dudas sobre la necesidad de la innovación, porque muchas
veces innovaciones a la ligera pueden resultar peligrosas y
sumamente desorientadoras. Lo cierto pues, hasta aquí, es que ese
demandado sí tiene un derecho paralelo al del actor, y tanto acciona
aquél como acciona el propio actor, en el sentido moderno, en el
sentido científico, de lo que hoy entendemos por autonomía de la
acción. En este juego de ideas, lo que está frente a la acción,
procesalmente hablando, es la excepción; no toquemos, sin
embargo, las cuestiones de fondo, porque si entramos a ellas
sabemos que el contenido necesario de la acción es la pretensión
de fondo. Frente a la pretensión de fondo no está la excepción en un
sentido procesal moderno, está la resistencia del demandado a la
pretensión. Lo que pasa es que, con toda facilidad, a esas
resistencias del demandado a la pretensión les llamamos defensas
o excepciones incluso, distorsionando el verdadero sentido que
debería tener procesalmente la palabra excepción. En un sentido en
el que hay que andar todavía mucho camino, debemos lograr una
teoría de la excepción para rescatarla del sentido sustancial que
todavía tiene, puesto que seguimos hablando de la excepción, no en
un sentido estrictamente procesal, sino referido a muchas de las
resistencias sustanciales o de fondo que opone el demandado; no a
la acción en su sentido nuevo, sino a la pretensión de fondo del
actor. Cuando el demandado le aduce al actor que ya le pagó o bien
aduce que el contrato o el acto jurídico del cual el actor pretende
derivar su pretensión es nulo, o que debe rescindirse, cualquier
cuestión de éstas que planteara el demandado no se está refiriendo
a la válida integración de la relación procesal desde ningún punto de
vista, sino que es una resistencia a la pretensión de fondo y, por
tanto, en el sentido moderno no constituiría una genuina o
verdadera excepción. Pero desgraciadamente le seguimos llamando
excepción y por ello tenemos que continuar enfocándolas bajo esa
denominación. Ojalá que en el camino que nos toca recorrer se
llegue a depurar y a corregir esto, pero hay que advertir que
continuamos hablando de las excepciones en un sentido que puede
calificarse de sustancialista y que aún no hemos podido
emanciparnos de ello. Por lo anterior, la clasificación que sigue
siendo útil en los tribunales y que sigue utilizándose en los textos
legales y en los académicos, habla básicamente de cuatro criterios
que examinaremos a continuación.

33E Criterios de clasificación de las excepciones


Los criterios más comunes de clasificación de las excepciones son
los siguientes:

1. Excepciones de fondo o sustanciales.


2. Excepciones de forma, rito o procesales.
3. Excepciones perentorias.
4. Excepciones dilatorias.

Existe enorme dificultad para distinguir cuándo estamos frente a uno


u otro de los cuatro tipos de excepciones mencionados. Para
establecer un criterio válido de distinción es necesario que nos
preguntemos: ¿de qué depende que una excepción sea de fondo o
de forma?, ¿de qué depende también que una excepción sea ya
perentoria, ya dilatoria?
Enfocando inicialmente los dos primeros criterios de clasificación,
o sea, los relativos a las excepciones de fondo o a las excepciones
de forma es como podríamos, sin lugar a dudas, afirmar que esta
distinción es la más importante desde un punto de vista técnico. Y
ello tiene relación con lo que afirmamos anteriormente, en el sentido
de que la verdadera significación procesal de la excepción frente a
la acción obligaría a distinguir la excepción propiamente dicha de las
resistencias de fondo o sustanciales frente a la pretensión del actor.
De toda suerte, y dados los criterios tales, vamos a tratar de
responder a las preguntas que nosotros mismos nos hemos hecho,
o sea, de qué depende que una excepción sea sustancial o de
fondo, o formal o de rito. La respuesta que podemos dar, a reserva
de explicarla con mayor detenimiento, es que esto depende de la
naturaleza misma de la excepción. Si la actitud del demandado
implica una resistencia a la pretensión o al derecho sustantivo del
actor, estaremos frente a una excepción sustancial, de fondo,
material o de mérito. Así, si el demandado le dice al actor: “ya te
pagué, la deuda está prescrita, nunca te he debido, la obligación es
inexistente, te he pagado parcialmente, el acto del que pretendes
derivar tus derechos es nulo, etc.”, a lo que se está oponiendo el
demandado es a la pretensión de fondo del actor y, en
consecuencia, estaremos frente a una excepción de fondo,
sustancial o de mérito. Por el contrario, la excepción será el rito,
formal o procesal, cuando el demandado al adoptar una posición de
resistencia no se esté oponiendo precisamente a la pretensión de
fondo del actor, sino que esté objetando o esté señalando alguna
irregularidad referida a la válida integración de la relación procesal,
podríamos decir a la válida, útil, eficiente y eficaz integración de la
relación procesal. En ese caso, el demandado podría exponer:
“independientemente de que yo le deba o no al actor, de que esté o
no prescrita la deuda, de que el acto deba o no ser rescindido, yo
creo que el juez en este asunto no es competente porque no tiene
atribuciones y éstas le corresponden a otro juez”; o bien, el
demandado le dice al actor: “creo que no tienen capacidad procesal,
o no tienes representación suficiente, o este asunto ya está siendo
conocido por otro juez”. La oposición, es obvio, no es el fondo del
asunto, sino que simplemente se está señalando que hay una
cuestión importante qué denunciar con respecto a esa relación
procesal que presenta alguna irregularidad. Otros casos, a título de
mero ejemplo, serían los de que el demandado, independientemente
de la razón que asista o no al actor, haga ver que el asunto está
relacionado con otro que le es conexo, o bien que le haga ver al juez
que existió, antes del surgimiento del litigio, un compromiso arbitral.
Es obvio que en ambos casos el demandado se estará refiriendo a
un aspecto de la válida, eficiente y útil integración de la relación
procesal y entonces estará frente a una excepción formal, de rito o
procesal.
La cosa juzgada como excepción ameritaría una reflexión especial
porque parece tener un carácter mixto, pues por un lado ya existió
un proceso y una sentencia anterior que resolvió el fondo del asunto
y, sin embargo, al hacerse valer en el segundo proceso parece tener
un carácter procesal, porque implica una oposición del demandado
a la válida integración de la segunda relación procesal, alegándose,
desde luego, la existencia de la primera.
Queremos de tal suerte concluir, en relación con la interrogante
que nos formulábamos, en el sentido de que podremos clasificar
una excepción como de fondo o sustancial o como de forma o
procesal atendiendo a su naturaleza, la cual se determina
subrayando que si la oposición del demandado se refiere a la
pretensión misma del actor, la excepción será sustancial o de fondo
y, por otra parte, si esa objeción o resistencia se enfoca hacia la
relación procesal, hacia su válida integración, se tratará de una
excepción formal, de rito o procesal.
Es necesario ahora plantearnos la segunda interrogante en los
términos siguientes: ¿de qué depende que una excepción sea
dilatoria o perentoria?7 Aquí la naturaleza misma de la excepción no
va a poder tomarse en cuenta porque una excepción es dilatoria o
perentoria según el trámite y la calificación que le dé el texto legal
procesal. Si ese texto la señala como dilatoria, será dilatoria y si, por
el contrario, el texto no la señala como tal, será una excepción
perentoria. Además, es conveniente que el estudioso del derecho
procesal civil se aleje de la mera significación de origen semántico
respecto de las excepciones dilatorias y perentorias; no basta
simplemente afirmar que la excepción dilatoria es la que dilata y que
la perentoria es la que hace perecer. Contestarlo así produce una
simplicidad que lejos de resolver, confunde; en otras palabras, la
cosa no es tan simple, sino algo más complicada. Hemos dicho que
una excepción es dilatoria cuando la ley procesal la reglamenta
como tal y, por exclusión, será perentoria cuando dicha ley procesal
no la reglamente como dilatoria. La mayor parte de las leyes
procesales hacen una lista de las excepciones dilatorias, tomando
en consideración muchas razones, incluso de política judicial. A las
excepciones que la ley califica como dilatorias les da un trámite
especial y privilegiado para su conocimiento, a grado tal que en
algunos casos llega a calificar a ciertas dilatorias como de previo y
especial pronunciamiento, porque deben resolverse cuanto antes ya
que impiden el curso ulterior del juicio; las otras dilatorias simples,
que no son de previo y especial pronunciamiento, permiten que el
juicio siga su curso hasta el final, pero deben conocerse en el
momento de sentenciar, previamente a las otras excepciones y de
ahí su carácter de dilatorias. Entonces, es dilatoria una excepción
cuando la ley procesal la reglamenta como tal, le da un trámite
especial y privilegiado y, por exclusión, son perentorias todas
aquellas excepciones que no están reglamentadas por la ley como
dilatorias.
Es útil y vale la pena advertir que no deben confundirse, y esto es
muy frecuente en boca de los litigantes, las excepciones dilatorias
con las formales, ni las perentorias con las de fondo; esta confusión
es lamentable y trataremos de demostrar que no puede haber una
absoluta ni total coincidencia entre unas y otras.
De Pina y Castillo Larrañaga,8 al hablar de excepciones dilatorias
y perentorias, hacen una lista de estas últimas y entre ellas
comprenden la cosa juzgada y el juicio arbitral. Tal afirmación de los
autores citados es correcta a la luz del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal, que en ninguna parte considera
dichas excepciones como dilatorias y, de acuerdo con las reglas
antes dadas, deben considerarse como perentorias; sin embargo, si
nos trasladamos al imperio de los códigos de procedimientos civiles
de los estados de Sonora o Zacatecas, resulta que en estas
entidades las mismas excepciones son consideradas, por el
contrario, como dilatorias y de previo y especial pronunciamiento.
Aparentemente podríamos formular la interrogante siguiente: ¿quién
tiene razón, los autores citados o los códigos de los estados ya
mencionados? La respuesta técnica que debe darse a este
problema radica en percatarnos de que para los sistemas
procesales de Sonora y Zacatecas, tales excepciones, por estar
reglamentado así, se consideran dilatorias, de previo y especial
pronunciamiento; por el contrario, en el sistema procesal del Distrito
Federal, las mismas excepciones son perentorias por no estar
reglamentadas en la ley procesal como dilatorias.
Los autores citados,9 al hacer una lista de las excepciones
perentorias, mencionan las siguientes:

Los tratadistas sostienen que estas excepciones son tantas como


las causas en virtud de las cuales se extinguen las obligaciones. No
es, sin embargo, este criterio suficiente para comprenderlas todas.
Una enumeración que pretendiera comprender las principales
excepciones perentorias debería mencionar el pago, la dación en
pago, la compensación, la confusión de derechos, la remisión de
deuda, la novación, la revocación, la pérdida de la cosa, la
prescripción, el término extintivo, la transacción, el pacto o promesa
de no pedir, la renuncia del derecho del reclamante, la nulidad o
rescisión del contrato, la excepción non numerata pecunia, la falta
de acción, la plus petition, el compromiso de someter la cuestión al
juicio de árbitros o amigables componedores, la simulación o
inexistencia, la falsedad del título y la cosa juzgada.

1 El actual art. 272-A del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, por
reforma publicada en el Diario Oficial de la Federación el 14 de enero de 1987,
establece que una vez contestada la demanda o contestada la reconvención, el juez
señalará fecha y hora para la celebración de una audiencia previa y de conciliación
(infra, capítulo 10).
2 En el Diario Oficial de la Federación, el 27 de diciembre de 1983 se publicó el decreto
que reforma al art. 274. Dicha reforma exige la ratificación de los escritos de las partes
en que confiesen o se conformen con la contestación, exclusivamente en los casos de
divorcio. Es criticable que ese principio no se haya extendido a todo el derecho familiar.
Por otra parte, la referencia en el texto de la reforma al art. 271 del mismo código es
incongruente y absurda, pues este dispositivo alude a la rebeldía, cosa diversa de la
confesión y del allanamiento.
3 Infra, numeral 33C.
4 Lauro Aguirre González, Las actitudes del demandado en el proceso civil, tesis
profesional, UNAM, México, 1976, pp. 61, 64, 65, 67, 68, 69 y 71.
5 Ibídem, p. 65.
6 Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, “Notas tomadas en un curso de teoría general del
proceso”, Doctorado, UNAM, México, 1967, p. 312.
7 El criterio que se expondrá para clasificar una excepción como dilatoria o perentoria es
de índole doctrinal, por lo que ello es válido, a pesar del penelopeísmo jurídico, del tejer
y destejer legislativo, que suprimió la lista de las excepciones dilatorias, por reforma de
10 de enero de 1986, para resucitarlo en la reforma de 24 de mayo de 1996, pero con
el imperdonable desacierto de calificarlas ahora de procesales, cuando las fraccs. V, VI
y VIII del art. 35 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal aluden,
sin lugar a dudas, a excepciones sustantivas. Ello es consecuencia de tolerar que
personas no conocedoras preparen y conduzcan reformas legislativas.
8 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, Instituciones de derecho procesal civil,
Porrúa, México, 1979, p. 189.
9 Loc. cit.
8 La reconvención

34 Concepto de reconvención
La reconvención o contrademanda es la oportunidad para el
demandado de plantear una nueva pretensión suya en el proceso en
contra del actor inicial. La reconvención no es una defensa; como
actitud del demandado significa que éste no sólo se limita a
oponerse a la pretensión del actor, sino que también asume una
posición de ataque. Mediante la reconvención, el demandado
adopta en el mismo proceso dos posiciones: la primera, como
resistente u opositor a la pretensión inicial del actor encaminada en
su contra y la segunda, de ataque en contra del actor inicial
dirigiéndole en su contra una nueva pretensión.
La reconvención se conoce también como contrademanda o
mutua petición. Por la reconvención se está introduciendo una
nueva cuestión litigiosa en un proceso preexistente. Por lo mismo, a
través de ese proceso se van a resolver dos litigios distintos, dos
conflictos de intereses diversos. Uno, el primero, que es aquél a que
ha dado lugar la demanda inicial que ha planteado el actor en el
proceso; y el otro, el segundo, el litigio a que ha dado lugar la
demanda reconvencional planteada por el demandado contra el
actor inicial del proceso.
Por la reconvención, cada parte en el proceso es al mismo tiempo
atacante y atacada. El actor inicial es demandado reconvencional y
el demandado inicial es actor reconvencional; ¿cuál es la finalidad
que se persigue con la reconvención? Básicamente alcanzar dos
objetivos: ahorrar actividad procesal, en la medida en que dos
litigios distintos se resuelvan a lo largo, a través de un mismo cauce
procesal y, segundo, evitar sentencias contradictorias en los asuntos
que tengan entre sí conexidad.
¿Cuáles son los requisitos de procedencia de la reconvención?
Según el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal,
son dos los requisitos que han de concurrir para que sea procedente
la proposición o el planteamiento de una contrademanda, a saber: 1.
que exista un proceso previo en el que el actor reconvencional haya
sido emplazado y 2. que el órgano jurisdiccional que conozca de la
reconvención sea competente.
El primer requisito resulta de la oportunidad única que existe, que
se admite, para proponer una contrademanda y esta oportunidad es
la del momento en que se conteste la demanda, conforme a lo
establecido en los arts. 260, fracc. vi, y 272 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal. El segundo requisito
es consecuencia natural de la aplicación de las reglas de las
disposiciones de competencia relacionadas con el litigio
reconvencional.
La reconvención ha sido confundida con la compensación. Es
preciso, por ello, distinguir entre una y otra; a ese fin se pueden
señalar como distinciones las siguientes:

1. El demandado que opone la compensación no exige del actor


ninguna prestación, esto es, por la compensación no se
encamina ninguna pretensión.
2. La compensación sólo procede en relación con deudas
líquidas y exigibles, mientras que la reconvención puede
referirse a cualquier otro tipo de obligaciones.
3. Una vez que se ha declarado la compensación se absuelve al
demandado, mientras que declarada fundada la reconvención,
es decir, una vez que se ha reconocido judicialmente en la
sentencia que es fundada la demanda reconvencional, puede
suceder que el demandado inicial sea condenado por lo que
respecta a la demanda inicial.
35 Antecedentes históricos
Podemos decir que en un principio en el derecho romano no se
contempló la reconvención. Posteriormente, en el mismo derecho
romano, al florecer la cultura jurídica se instituyó la reconvención.
Papiniano,1 el gran jurisconsulto, fue el primero que al dictar su
fórmula atribuyó al juez la facultad no sólo de absolver al
demandado, sino que por igual le atribuyó la facultad de condenar al
mismo actor. En ese punto quedaba ya instituida la figura de la
reconvención. Luego, también tuvo florecimiento esta figura en el
derecho canónico, con la peculiaridad en este derecho de que la
reconvención podía proponerse en todas las causas y en todos los
litigios.
En la época medieval, cuando existían los distintos fueros o las
distintas jurisdicciones, como la secular y la eclesiástica, se empezó
a utilizar la reconvención como un medio de prorrogar la jurisdicción.
Cuando el demandado estaba sujeto a la jurisdicción secular,
proponía ante el juez una reconvención, que originalmente
correspondía conocer a un juez perteneciente a la jurisdicción
eclesiástica.
Una última referencia breve, a propósito de la reconvención, es
que también estaba prevista y fue reglamentada por la tercera
Partida de las siete promulgadas por Alfonso X, el Sabio.

36 Requisitos del tiempo, modo y forma de la


reconvención
En cuanto al tiempo, la reconvención deberá proponerse al
contestar la demanda y no podrá plantearse en ningún momento
posterior, según lo establece el art. 272 del Código Procesal Civil. Si
no se presenta la reconvención al contestarse la demanda, entonces
precluirá el derecho de hacerlo. En cuanto a la forma de proponerla,
ésta deberá cumplir con los mismos requisitos de forma que para la
demanda señala el art. 255 del código. Pero también es requisito
que el texto de la reconvención se proponga después del texto de la
contestación a la demanda. En otras palabras, el demandado
primero deberá responder a la demanda y después podrá pasar a
proponer su reconvención. Este requisito obedece a razones
lógicas. Antes de reconvenir, es decir, antes de contraatacar, deberá
el demandado primero oponerse o resistir a las pretensiones del
actor. Aquí conviene hacer dos aclaraciones: una, el actor inicial
reconvenido tiene un plazo de seis días para contestar la demanda;
y otra, no debe confundirse la reconvención ni la contestación a la
reconvención con los anteriores actos o escritos de réplica y dúplica.

1 “La reconvención aparece ya en el derecho romano vinculada, principalmente, a la


compensación. Papiniano la habría concebido como un instituto requerido por la
equidad. Más tarde, el derecho canónico la desenvuelve... en España las grandes
distancias y la dificultad de las comunicaciones favorecen la admisión de la
reconvención como un medio procesal idóneo para dilucidar en un mismo juicio varias
cuestiones jurídicas recíprocas. De la Ley Española de Enjuiciamientos Civiles de 1855
la reconvención pasó a nuestras legislaciones procesales.” Enciclopedia Jurídica
Omeba, Bibliográfica Omeba, t. XXIV, Editorial Driskill, Buenos Aires, 1987, p. 95, voz
reconvención.
9 Contumacia o rebeldía

37 Concepto de contumacia
El proceso, contemplado desde un punto de vista estático, como lo
hizo Goldschmidt1 en su teoría de proceso como situación jurídica,
se presenta como un conjunto de cargas, posibilidades y
expectativas.
La carga es la necesidad que tienen las partes de realizar
determinados actos procesales a fin de evitar perjuicios procesales
e, incluso, una sentencia definitiva adversa; es la exigencia forzosa
que pesa sobre cada una de las partes de realizar actos en el
proceso que les eviten sufrir perjuicios procesales y perjuicios
sustantivos en la sentencia. Las cargas en el proceso son múltiples.
Podemos mencionar como ejemplos la presentación de la demanda,
la contestación a la demanda, el ofrecimiento de pruebas, la
preparación de pruebas, el desahogo de pruebas, los alegatos y la
interposición de recursos.
La institución o figura procesal estrechamente ligada a la carga
procesal es la rebeldía o contumacia. Se llama rebeldía o
contumacia a la situación producida por no realizar el acto en que
consiste la carga procesal. Se ha definido a la rebeldía como el
hecho de no desembarazarse de una carga procesal. En otras
palabras, la rebeldía o contumacia es la actitud de las partes
consistente en no realizar un acto procesal respecto del cual existe
la carga. La rebeldía o contumacia se produce tanto por el actor
como por el demandado al no efectuar actos procesales para los
que la ley ha concedido oportunidades limitadas en el tiempo,
medidas en plazos y términos.

38 Contumacias parcial y total, y unilateral y


bilateral
La contumacia puede ser parcial o total. Se presenta la contumacia
parcial cuando el actor o el demandado dejan de realizar un
determinado acto procesal. Cuando se abstienen de actuar
ocasionalmente, por ejemplo, cuando dejan de designar el perito
que les toca, supuesto que lleva a la designación del perito en
rebeldía designado por el juez, pero que merced a la reforma del 24
de mayo de 1996, trae ahora como consecuencia que se le tenga a
la parte omisa como conforme con el peritaje del perito de la
contraparte.2 Hay contumacia total cuando el demandado, que ha
sido emplazado legalmente, no concurre al proceso, absteniéndose
de realizar todos los actos que le corresponden según su posición
procesal. También puede incurrir en rebeldía total el actor cuando,
después de haber planteado su demanda, se mantiene en total
inactividad posterior, en otras palabras, cuando después de haber
presentado su demanda se abstiene de realizar o de continuar
realizando actos procesales.
Adviértase que la rebeldía total a cargo del actor es total en el
sentido estricto, puesto que por lo menos ha realizado un acto
procesal: el de proponer la demanda. La contumacia puede dividirse
en unilateral y bilateral. Es unilateral cuando sólo el actor o bien sólo
el demandado dejan de realizar actos procesales. Hay rebeldía o
contumacia bilateral cuando al mismo tiempo el actor y el
demandado se abstienen de practicar actos en el proceso.
Conforme a las dos clasificaciones anteriores puede ocurrir que
haya rebeldía unilateral y parcial; que haya rebeldía unilateral y total,
que haya rebeldía total y bilateral y, finalmente, que haya rebeldía
parcial y bilateral.
El art. 133 del código distrital establece de forma general la
sanción para toda rebeldía parcial, la que consiste en la pérdida del
derecho conferido a la parte por no realizar el acto omitido dentro de
los plazos establecidos para ello. Pero también hay otras sanciones
especiales; así, el art. 271 del mismo ordenamiento legal estatuye,
en forma particular, la consecuencia a la falta de contestación a la
demanda dentro del plazo otorgado para ello. En el caso en que el
demandado no conteste la demanda en dicho plazo, el proceso
continuará su curso sin necesidad de que la contraparte acuse la
rebeldía. Pero además establece el mismo precepto que se
impondrá un trámite diferente que el código denomina juicio en
rebeldía, el cual se aparta del procedimiento normal.

39 Declaración en rebeldía y sus efectos


Nuestro sistema procesal establece que una vez que se constituya
en rebeldía un litigante, se van a producir varias consecuencias que
se podrían enumerar así: a) no se volverá a practicar diligencia
alguna en su busca y las siguientes notificaciones se le harán
exclusivamente a través del Boletín Judicial; b) se producirá la
confesión ficta de los hechos de la demanda, excepto en asuntos de
relaciones familiares, del estado civil de las personas y en los casos
en que el emplazamiento se hubiere hecho por edictos; c) se
seguirá el juicio de ahí en adelante mediante las reglas especiales
del llamado juicio en rebeldía; d) se podrá ordenar, si así lo solicitare
la parte contraria, la retención de los bienes muebles y el embargo
de los bienes inmuebles del deudor.3
La declaración de rebeldía la hará el juez sin necesidad de
petición expresa de la parte contraria y sólo deberá examinar,
escrupulosamente y bajo su más estricta responsabilidad, si las
notificaciones al demandado se hicieron en forma legal. Si el juez
encuentra que el emplazamiento no se hizo correctamente podrá
mandarlo reponer, con lo que se da, en este aspecto, lo que se
denomina saneamiento procesal, o sea, la posibilidad de que el
propio órgano jurisdiccional pueda corregir o enmendar diligencias o
actuaciones judiciales que presenten algún defecto o irregularidad.
La reforma del 24 de mayo de 1996 conserva el campo y las
posibilidades del saneamiento procesal al dar el párrafo tercero del
art. 271 la posibilidad al juez de reponer el emplazamiento mal
hecho y a jueces y magistrados de subsanar toda omisión que
notaren en la sustanciación para regularizar el procedimiento,
únicamente con la limitante de que no podrán revocar sus propias
determinaciones.4

1 James Goldschmidt, Derecho procesal civil, s. d., Barcelona, 1956, pp. 347 a 357.
2 Cfr. con el art. 347-VI del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
3 Cfr. con los arts. 271, 637 y 640 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
4 Cfr. con los arts. 171, tercer párrafo y 272-G del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal.
10 Audiencia previa y de conciliación

40 Concepto y denominación
Como quedó enunciado en el apartado 15, la doctrina y la práctica
procesal extranjeras han consagrado diversas instituciones que son
antecedentes y tienen paralelismo o correspondencia con lo que
ahora pretendemos llamar la audiencia previa. Así, Barrios de
Ángelis1 expresa que la denominación audiencia preliminar es la
expresión que puede caracterizar la reunión de partes y tribunal, ya
iniciado el proceso y antes de la etapa de prueba y conclusiones, a
los efectos de excluir el proceso mismo, reducir o precisar su objeto,
denunciar o adelantar pruebas. Plantea después la razón para
llamarla preliminar y no previa, y puntualiza otra serie de
denominaciones como la austriaca, que habla de una primera
audiencia; la alemana, que se refiere a una comparecencia personal
de las partes o la francesa, que habla de comparecencia personal;
o, por otra parte, el pre-trial procedure. Finalmente, el autor advierte
que las dificultades de traducción de los vocablos referidos a este
tipo de instituciones les dará un grado de imprecisión y que, en todo
caso, la calificación de la audiencia no es otra que la ya conocida de
previa.
Por su parte, Véscovi2 advierte que el nombre de audiencia
preliminar suscita a alguna perplejidad, pues lo preliminar da idea de
previo, lo que podría entenderse como anterior al proceso, esto es,
preprocesal. Y nos ilustra indicándonos que si se considera como
antecedente cercano el del régimen austriaco, debería traducirse
literalmente como primera audiencia dentro del proceso. Señala que
también se podría enfocar la comparecencia personal de las partes,
circunstancia a la que alude justamente la denominación alemana.
Se trata, pues, de una primera audiencia dentro del proceso a la que
deben comparecer ambas partes y que será presidida por el
tribunal, con un muy complejo contenido, pero con el fin primordial
de evitar el litigio, o limitar su objeto y depurar el procedimiento.
Zepeda3 ha advertido, con todo tino, que muchas de las
instituciones que ahora pretenden resumirse y amalgamarse en la
reglamentación específica de una audiencia previa preliminar han
tenido antecedentes aislados en la legislación mexicana, pues, en
efecto,

[...] hay numerosas normas atinentes al saneamiento; que la mayor


parte de ellas son sabias; que otras por anacrónicas o complejas,
deben desaparecer o modificarse; que, en términos generales, las
normas prevén la ‘incidental’ para la tramitación y decisión de las
cuestiones a que se refiere este trabajo; y que, sin embargo, hay
intentos muy serios —al menos en la ley— por sistematizar los
procedimientos”.

En seguida, enuncia una serie de ejemplos de preceptos contenidos


en diversos cuerpos legales: el Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal, el Código Federal de Procedimientos
Civiles, la Ley del Tribunal de lo Contencioso Administrativo del
Distrito Federal, la Ley Federal del Trabajo y el Código de Comercio.
Así examina, pues, algunos aspectos relativos a la decisión y
tramitación de las cuestiones de incompetencia, las declaraciones
como medios preparatorios a juicio del futuro demandado, las
excepciones de falta de personalidad o personería, disposiciones
tan interesantes como el art. 77 del Código Federal de
Procedimientos Civiles, que permite al tribunal ampliar la litis y
también las prácticas conciliatorias, sobre todo las surgidas en los
procesos laborales y en los procedimientos de divorcio por mutuo
consentimiento, advirtiéndonos que en la práctica, sobre todo en
materia de divorcio, dicha conciliación no ha funcionado
eficazmente.

41 Los antecedentes del despacho saneador y de


la reforma española de 1984
El despacho saneador es una institución procesal que encuentra sus
antecedentes en los derechos portugués y brasileño. Vicente
Martínez4 citando a Barbosa Moreira comenta que el objeto del
despacho saneador es el análisis de los llamados presupuestos
procesales y las condiciones de la acción. En otras palabras, al
estudiar la legitimación de la relación procesal se tienen como
presupuestos de ésta la legitimación de cada uno de sus sujetos.
Del actor ha de exigirse el derecho subjetivo que pretende por la
acción, con todos sus requisitos; del demandado, las legitimaciones
necesarias, y del oficio judicial, el poder legal. En la declaración de
saneamiento se observan los presupuestos en dos aspectos: el
primero como requisitos subjetivos: competencia e imparcialidad del
juez, y habilidad de las partes; y el segundo como requisitos
objetivos: a) extrínsecos a la relación: inexistencia de hechos
imperativos; y b) intrínsecos, subordinación del procedimiento a las
normas legales.
La misma autora citando a Briseño Sierra advierte que estos
efectos constituyen un tema controvertido. Se trata de precisar las
consecuencias que para el desarrollo subsecuente del proceso
pueda tener la declaración judicial sobre condiciones y
presupuestos. Así, los efectos procesales del despacho saneador
son tanto como provocar el contacto inicial del juez con la causa, lo
que puede provocar que se extinga la relación mediante una
decisión que da por terminado el proceso, o bien, mediante la
supresión de vicios antes de la fase de instrucción (como abrir las
puertas a la instrucción de hecho, destinada a realizar diligencias y
recibir pruebas periciales y testimoniales para esclarecer los hechos
controvertidos, pertinentes al fondo de la acción).
Así, el despacho tiene dos proyecciones: una orientada a la
solución y otra para esclarecer la decisión del litigio siempre que sea
necesaria la audiencia. Además, provoca la concentración de la
causa y habilita al juez para dirigirla con correcto dominio del litigio.
Agrega Vicente Martínez5 que Briseño Sierra, orientándose en la
obra de Ayarragaray, señala que el despacho saneador encuentra
sus antecedentes en el decreto dado en Portugal en 1907, el cual
creó en el derecho portugués el llamado despacho regulador del
proceso y que, adicionalmente, el decreto de 1926, que reformó el
proceso civil portugués, atribuyó al despacho regulador tres
propósitos definidos: conocer las nulidades, apreciar la legitimidad
de las partes y su representación en juicio, y juzgar las cuestiones
previas y prejudiciales. Se separó así el juzgamiento de mérito del
juzgamiento previo, que antes se resolvía conjuntamente con la
sentencia final. De esta manera, la jurisprudencia portuguesa
extendió la institución del despacho regulador a algunas cuestiones
de fondo y así lo consagró en el decreto de julio de 1932. El Código
Procesal brasileño recogió estos antecedentes cuya influencia fue
decisiva en la legislación brasileña al surgir el despacho saneador,
en 1939, como una decisión que sigue a la postulación e implica el
examen de la legitimidad de la relación procesal, dispone la
corrección de los vicios subsanables y, de forma resumida,
contempla: a) un juicio positivo de admisibilidad de la acción
intentada en el sentido de que el juez, examinando las preliminares
hechas valer por el demandado, declara que es procedente el
ejercicio de la acción; y b) un juicio positivo de validez del proceso
por haberse constituido y desarrollado sin vicios, o por haber sido
oportunamente saneados los que hubieran existido.
El otro antecedente, más cercano en cultura y en tiempo, es la
reforma a la Ley de Enjuiciamiento Civil Española, del 6 de agosto
de 1984, por medio de la llamada Novela 84. Respecto a la misma,
en la edición de 1985 de su tratado Prieto-Castro6 hace un
minucioso análisis de esta reforma de comparecencia obligatoria, la
cual está limitada a los denominados procesos de menor cuantía. La
comparecencia obligatoria en el nuevo derecho español es
convocada por el juez dentro de los tres días siguientes a aquel en
que ha sido contestada la demanda o, en su caso, la reconvención,
o aquel en que hayan transcurrido los plazos para hacerlo. El juez
debe realizar esa convocatoria dentro de los tres días siguientes a
los supuestos mencionados, para celebrarse antes de que
transcurran otros seis días. Las partes deben ser citadas para
comparecer personalmente o por medio de procuradores con
cláusula especial. De no comparecer las partes, el tribunal sin más
trámites dictará auto de sobreseimiento del proceso, ordenando el
archivo de los autos; si, por el contrario, acude alguna de las partes,
la diligencia continuará.
Una primera función procesal de esta comparecencia es el acto
del juez por el que exhortará a las partes a que lleguen a un acuerdo
que, de lograrse en todas las cuestiones planteadas, evitará que el
proceso continúe adelante. Después de lo anterior, se establecen
las secuencias. Así, la primera secuencia obliga al juez a oír a las
partes sobre la clase del juicio, sobre todo para definir si es o no uno
de menor cuantía, pues sólo en esos procedimientos es obligatoria
esta comparecencia personal de las partes. La segunda secuencia
obliga al juez a oír a las partes e invitarlas a que concreten los
hechos, fijen aquellos en que no exista disconformidad y
puntualicen, aclaren y rectifiquen cuanto sea preciso para delimitar
los términos del debate. La tercera secuencia tiene un carácter
manifiestamente procesal, puesto que puede consistir en subsanar o
corregir los posibles defectos de los correspondientes escritos
expositivos, o en salvar la falta de algún presupuesto o requisito del
proceso aducido o denunciado por las partes o que aprecie de oficio
el juez.

42 La audiencia previa y de conciliación en el


derecho mexicano
La reforma procesal del 10 de enero de 1986, fecha de publicación
en el Diario Oficial de la Federación del decreto respectivo, introdujo
la audiencia llamada previa y de conciliación. La exposición de
motivos de la reforma en torno a esta institución advierte que al
establecerse la misma se recojan en esta materia las aportaciones
contemporáneas tanto legislativas como de la doctrina procesal y se
propone una modernización del ordenamiento procesal del Distrito
Federal. Se hace referencia en dicha exposición de motivos a los
antecedentes de la ordenanza procesal civil austriaca de 1895, así
como a los ya comentados despachos saneadores de los derechos
de Portugal y de Brasil y, finalmente, al antecedente ya citado de la
reforma del 6 de agosto de 1984 a la Ley de Enjuiciamiento Civil
Española de 1881. Admite la propia exposición de motivos que la
regulación de la audiencia previa en nuestra legislación es similar a
la introducida en la Ley Procesal Civil Española, pero con la
incorporación de algunas orientaciones dinámicas, sobre todo en la
labor conciliadora, la cual debe estar encomendada a un funcionario
especial con preparación adecuada, es decir, a un conciliador
profesional, figura que, por lo demás, tiene antecedentes ya en el
derecho del trabajo y en la propia legislación del Distrito Federal,
según la reforma del 7 de febrero de 1985 en relación con las
controversias en materia de arrendamiento de inmuebles destinados
a la habitación.
Es importante que transcribamos la parte final de la exposición de
motivos, porque en ella se resumen los propósitos de esta
innovación legislativa. En sus últimos párrafos la exposición de
motivos expresa:

Cuando una de las dos partes no comparecen a dicha


audiencia sin motivo justificado, el juez debe imponerles
una sanción. En este supuesto, cuando no se logra el
avenimiento, el juzgador debe continuar dicha audiencia
para examinar, con amplias facultades de dirección
procesal, y previa vista al actor de las excepciones
opuestas, las cuestiones relativas a la legitimación procesal
de las partes; la regularidad de la demanda y de la
contestación; la conexidad; la litispendencia y la cosa
juzgada, con la finalidad de subsanar errores o
deficiencias, y en caso de no lograrlo, dictar resolución que
proceda de acuerdo con los elementos de convicción
presentados e, inclusive, declarar terminado el
procedimiento.
Si es posible la continuación del juicio, el tribunal debe proceder
a la apertura del plazo para el ofrecimiento de pruebas.
La decisión del juzgador pronunciada en esta audiencia es
apelable sin efectos suspensivos. Con la audiencia previa y de
conciliación se favorece la justicia pronta y expedita, en virtud de las
razones que en seguida se mencionan, entre otras:
Primera, porque la finalidad que se persigue a través de esa
diligencia es depurar la litis, centrando el pleito de manera
específica, en su fondo; como se le conoce en la terminología
latinoamericana, es una audiencia de “saneamiento” en que se
desahogan incidentes y excepciones que ahora tienen la calidad de
previo y especial pronunciamiento, con la natural excepción de la
falta de competencia. Esta abreviación destaca, si se comparan los
artículos 35, 38, 39, 40, 41, 42 en vigor, con las propuestas de
artículos 272-bis, 272-C, 272-D, 272-E, 272-F y 272-G, de la
presente iniciativa, en cuyos términos se desahogarían las
cuestiones relativas a la legitimación procesal de las partes, la
regularidad de la demanda y de la contestación, la conexidad, la
litispendencia y la cosa juzgada, con el fin de depurar el
procedimiento.
Segunda, porque de la audiencia previa y de conciliación puede
derivar un arreglo, un convenio procesal entre las partes, que será
preparado y propuesto por un conciliador adscrito al juzgado y, en la
hipótesis de que los interesados lleguen a un convenio, el juez lo
aprobará de plano si procede legalmente, y dicho pacto tendrá
fuerza de cosa juzgada.
Cada conciliación que se logre representará un asunto que no
distraerá innecesariamente la abrumada máquina judicial, ni exigirá
mayores, ulteriores e inútiles esfuerzos a los sujetos en conflicto.
Otro tanto puede desprenderse de la previsión del párrafo
segundo del artículo 55 de la iniciativa para los casos en que lo
permita la ley y no se hubiese logrado un avenimiento en la
audiencia previa, los conciliadores estarán facultados para intentar
la conciliación en todo tiempo, siempre que sea antes de que se
dicte la sentencia definitiva.
43 Regulación legislativa de la audiencia previa y
de conciliación
Los artículos agregados al Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal en la reforma del 10 de enero de 1986 fueron las
siete disposiciones contenidas en los arts. 272-A a 272-G. En
seguida habremos de examinar las disposiciones contenidas en
dichos preceptos.7 Adviértase que la reforma de mayo de 1996,
derogó el art. 272-B.
De las seis disposiciones antes mencionadas merece un análisis
muy especial por su amplio y complejo contenido la primera de ellas:
el art. 272-A. En primer término, establece la regla de que el juez ha
de fijar la fecha y hora para la celebración de la llamada audiencia
previa y de conciliación dentro de los 10 días siguientes a aquel en
que se verifique alguno de los tres supuestos siguientes: a)
contestación de la demanda; b) contestación de la reconvención; y
c) declaración de rebeldía. Debe hacerse notar que en las últimas
reformas de 14 de enero de 1987 se suprimió en el texto del 272-A
la mención relativa a la rebeldía y se remitió ésta al texto del art.
271, pero el resultado sigue siendo, de todas suertes, el mismo, por
lo que la señalada reforma fue desacertada e inútil. En esta
resolución, el tribunal deberá dar vista a la parte que corresponda,
con las excepciones que se hubieren opuesto en contra, por un
término de tres días.
El mismo precepto sanciona la incomparecencia de las partes y
establece que la misma ameritará la imposición de una multa,
haciendo expresa referencia a lo dispuesto por la fracc. ii del art. 62
del mismo ordenamiento, con lo que califica tal medida como una
corrección disciplinaria; puede no comparecer una sola de las partes
o ambas, y si lo hacen sin justificación deberá sancionarlas el juez
de igual manera y, de todas suertes, procederá a examinar las
cuestiones relativas a la depuración del juicio. La práctica y la
doctrina ulterior deberán fijar este concepto de depuración y, por lo
pronto, nos atrevemos a señalar que la misma tendría cierto
parentesco con las medidas saneadoras que, en un momento dado,
un juez con amplias facultades puede dictar, respecto de
presupuestos procesales, representación, en general, regularidad en
los procedimientos.
Si asistieran las dos partes, el juez previamente deberá examinar
las cuestiones relativas a la legitimación procesal (aquí cabría hacer
hincapié en que las cuestiones atingentes a la legitimación
sustancial o de fondo no podrán tratarse sino hasta la sentencia) y,
una vez hecho lo anterior, se pasará a la fase de conciliación, que
estará a cargo de un conciliador, según lo establece el código.
Como es de advertirse, el sistema pretende postular la existencia de
un conciliador diferente del propio juzgador. Este punto acarreará en
la práctica múltiples problemas, porque tener buenos conciliadores
al lado de los jueces es un problema de política y de administración
judicial difícil de resolver. Esos conciliadores, aparte de tener
autoridad moral, deben reunir un mínimo de conocimiento para que
su función sea eficaz y efectiva; de otra suerte, si los mismos se
limitan a preguntar a las partes si se arreglan o no, como suele
suceder en varios tribunales, más valdría que desaparecieran. Es de
notar cómo en el espíritu del legislador, reflejado en esta
disposición, se señala que el conciliador deberá preparar y proponer
soluciones a las partes en litigio. De lo anterior se infiere que ese
conciliador debe ya haber estudiado a fondo el asunto para poder
proponer y preparar previamente dichas alternativas. Obviamente, si
los interesados llegan al convenio buscado, el juez lo aprobará de
plano, de proceder legalmente, y dicho pacto va a tener la fuerza de
una sentencia, o sea, de cosa juzgada.
En el caso de que no obstante los esfuerzos de conciliación no se
logre el acuerdo entre las partes, la audiencia deberá proseguir y el
juez, al que se le dota de amplias facultades de dirección procesal,
podrá examinar, en su caso, las excepciones de conexidad,
litispendencia y cosa juzgada, con el objeto de depurar el
procedimiento.
Es una lástima que estas reformas, tanto de 1986 como de 1987,
no hayan incluido también como excepción que va a examinarse en
estos momentos la del compromiso arbitral, que sí contemplan otros
códigos8 como los de Sonora y Zacatecas.
La derogación del art. 272-B y la reforma de los arts. 262, 263 y
264 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal de
mayo de 1996, significa un loable esfuerzo sistemático para sacar
todas las reglas del planteamiento de cuestiones competenciales
(inhibitoria y declinatoria) de la parte relativa a la audiencia previa y
de conciliación y concentrar su tratamiento (que antes era disperso)
en los arts. 163 a 169 del mismo código, habiéndose modificado las
reglas respectivas con reformas a los numerales 163 y 165 a 168.
El art. 272-C habla de la legitimación procesal y advierte que si
ésta fuere subsanable, el juez resolverá de inmediato lo conducente
y que, de no ser subsanable, va a declarar terminado el
procedimiento, aquí sí, en observancia loable de la economía
procesal.
El resto de las disposiciones contenidas en los arts. 272-D, E, F y
G se refieren a la posibilidad de que el juez dicte las medidas
conducentes para subsanar defectos en la demanda o en la
contestación; a que en lo relativo a las excepciones de conexidad,
litispendencia o cosa juzgada, el juez resolverá con vista las
pruebas rendidas; a la regla, que parece aplicable a todo tipo de
resoluciones, de que éstas cuando sean dictadas en la audiencia
previa y de conciliación podrán ser apelables en el efecto devolutivo
y, finalmente, a la amplia facultad para que jueces y magistrados
puedan ordenar, aun fuera de la audiencia que se comenta, que se
subsane toda omisión que notaren en la sustanciación, para el solo
efecto de regularizar el procedimiento, con lo que se consagra en
forma clara el principio del saneamiento procesal, aunque limitando
la reforma de mayo de 1996 a que dichos jueces y magistrados no
podrán revocar sus propias determinaciones, lo que reduce
drásticamente el ámbito del saneamiento procesal en aras de un
principio de seguridad jurídica en el desarrollo del procedimiento.
1 Dante Barrios de Ángelis, “La audiencia preliminar”, Revista Uruguaya de Derecho
Procesal, núm. 1, Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 1975, p. 11.
2 Enrique Véscovi, “El Proyecto de Código Procesal Civil Uniforme para América Latina”,
xi Congreso Mexicano de Derecho Procesal, Instituto Mexicano de Derecho Procesal,
México, 1986.
3 Jorge Antonio Zepeda, “El saneamiento del proceso y la audiencia preliminar”,
Comunicación a las IX Jornadas Iberoamericanas de Derecho Procesal, España, junio
de 1985.
4 Anselma Vicente Martínez, La suplencia de las deficiencias procesales, tesis
profesional, UNAM, México, 1986, pp. 144 y 145.
5 Ibídem, p. 138.
6 Leonardo Prieto-Castro y Ferrandiz, Tratado de derecho procesal civil, t. I, Aranzandi,
Pamplona, 1985, p. 877.
7 El tratamiento que da el anteproyecto de Código de Procedimientos Civiles para
Sinaloa (en el que participamos como redactores y que entregamos al Instituto de
Investigaciones Jurídicas en 1986) a la institución de la audiencia previa y de
conciliación difiere del sistema distrital en los puntos siguientes:
1. Si las partes no concurren a la multicitada audiencia, el juez dictará auto de
sobreseimiento.
2. En el anteproyecto en cuestión, el ofrecimiento de pruebas se realiza en los escritos
iniciales de las partes, teniendo una oportunidad más para el ofrecimiento de pruebas
en esta primera audiencia, tras haberse realizado en la misma las fases de certificación
de la legitimidad, conciliación y saneamiento.
En la misma audiencia se dicta auto de admisión o desechamiento de pruebas; se
ordena la preparación de las que hayan sido admitidas y se fija fecha para la audiencia
final que debe celebrarse dentro de los treinta días siguientes a la admisión de pruebas.
8 Cfr. con el art. 49 fracc. V del Código de Procedimientos Civiles para el Estado de
Sonora.
11 Las costas procesales

44 Aspectos económicos del proceso


Dos interrogantes deben plantearse en cualquier análisis que se
haga de los aspectos económicos del proceso: ¿cuánto cuesta
social o individualmente el proceso? y ¿quién debe pagar ese costo
y con qué fundamento? Un análisis integral de estos problemas ha
sido pobremente abordado por la doctrina. Es deseable que la
administración de justicia no sea demasiado gravosa ni para el
estado ni para los particulares, ya que puede resultar que lo que
legítimamente se reclame en los tribunales se vea menoscabado por
exacciones, legítimas o no, de las autoridades judiciales o de sus
funcionarios y empleados y, por otra parte, por los honorarios y
cuotas, compensaciones y gratificaciones a abogados, peritos,
testigos, auxiliares y demás sujetos que en una forma u otra actúan
en el proceso. Las costas procesales, los gastos judiciales e
instituciones como la justicia gratuita, el beneficio de pobreza y el
patrocinio gratuito, por estar relacionados con los aspectos
económicos del proceso, ocuparán nuestra atención en las líneas
siguientes.

45 Costas procesales, gastos judiciales y justicia


gratuita
Las costas procesales pueden tener diversas significaciones. En
nuestro sistema debemos atender la disposición constitucional1 que
prohíbe las costas judiciales, entendiéndose por esto la prohibición
de que la administración de justicia cueste a los particulares, o sea,
que se reglamente un sistema de administración gratuita de la
justicia; en muchos países, el estado cobra a los particulares si
éstos acuden a los tribunales.
Como costas procesales debe entenderse las cantidades que por
concepto de honorarios se cubren a los abogados por la atención
profesional de los asuntos que se les encomiendan. A ellas deben
agregarse también los diversos gastos en que incurran las partes
con motivo o en relación con el proceso: honorarios a peritos,
viáticos por viajes de las partes, abogados, peritos, testigos, etc., y
todas las erogaciones legítimas y comprobadas que sean una
consecuencia directa del proceso. La determinación concreta en
juicio, en cada caso, de estos gastos amerita la apertura de un
incidente de costas y gastos, en ejecución de sentencia. Le toca al
juez regular las costas. Los aranceles, como tarifas por el cobro de
honorarios, están regulados por la Ley Orgánica del Tribunal
Superior de Justicia del Distrito Federal.2
Dos instituciones íntimamente ligadas con estos aspectos
económicos son el beneficio de pobreza y el patrocinio gratuito. El
beneficio de pobreza no existe en México, en razón de la gratuidad
de la justicia o, en todo caso, todos gozamos de él. Consiste, en los
países en que el estado cobra por la administración de justicia, en
que cuando algún sujeto de derecho sufre una pobreza extrema que
le impide pagar la costa judicial, mediante el correspondiente
trámite, quizá no desprovisto de complicaciones burocráticas, se le
exime de él. El patrocinio gratuito, institución paralela, consiste en
que aquellas personas carentes de recursos y que no pueden pagar
abogados cuenten de toda suerte con la asesoría y la orientación de
letrados. Son diferentes en el mundo los sistemas adoptados para
ello, con más o menos eficacia en su desempeño; en nuestro país
han venido funcionando las defensorías de oficio que, por desgracia,
dejan mucho qué desear porque los abogados que las atienden
están muy mal remunerados y los servicios que prestan no son
precisamente gratuitos, amén de que quienes acuden a solicitarlos
no son siempre personas que realmente los necesiten, ni existen
sistemas de investigación económica y social ni de correcta
asignación del servicio.

46 Condena en costas. Sistemas para imponerla


La condena en costas presupone que su pago haya sido
expresamente solicitado por las partes en el juicio y tiene el carácter
de una pretensión accesoria a la principal deducida en el juicio. La
condena en costas responde a tres orientaciones o sistemas:

1. El vencimiento puro o simple.


2. La compensación o indemnización.
3. La sanción por la temeridad del litigante.

El sistema del vencimiento puro o simple sostiene que el triunfo es


por sí razón generadora de una pena adicional para el que ha
perdido. La indemnización o compensación responde al propósito de
restituir, a quien injustificadamente ha sido llevado al tribunal, de las
erogaciones, gastos y pagos en que haya incurrido por razón del
proceso. Finalmente, el sistema sancionador de la temeridad o mala
fe implicaría la imposición de una pena a quien, a sabiendas de que
carece de derecho, acude al tribunal y provoca injustificadamente la
actividad jurisdiccional, la de la contraparte y la de otros terceros
que acuden al proceso. Estas sanciones no tienen, en ocasiones,
sólo el carácter de compensación o indemnización a la parte
inocente, sino de sanción final que puede dedicarse o destinarse a
fondos para el mejoramiento de la administración de justicia.3
No puede considerarse ninguno de los tres sistemas como único o
mejor. Todo parece indicar que la solución preferible consiste en
combinarlos de acuerdo con una serie de reglas en que por la
naturaleza del asunto, por el monto de los gastos erogados, por la
actitud de buena fe o temeridad, por la posición social y económica
de las partes y de sus abogados, se puede llegar a una condena en
costas justa y operante, jurídica y socialmente. Nuestro Código
Procesal Civil combina eficazmente los tres sistemas en los artículos
que regulan la condenación en costas.4
La reforma de mayo de 1996, por lo demás, introduce el cobro de
costas en la justicia de paz, limitándolas a 5% como máximo del
monto de las prestaciones que resulten de la condena.5

1 Cfr. con el art. 17 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.


2 Cfr. Título séptimo, arts. 126 a 148 y art. 141 del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal.
3 Cfr. con el art. 10 del Código de Procedimientos Civiles del Estado de Sonora.
4 Cfr. con los arts. 138 a 142 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
5 Cfr. art. 142 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
12 La prueba

47 La prueba o confirmación y el derecho


probatorio
En la doctrina tradicionalmente se han escrito diversas obras que
podrían considerarse clásicas en materia de prueba. En el campo
universal, fundamentalmente se han distinguido por sus estudios
Lessona1 y Bentham.2
En nuestro país también tenemos algunos tratadistas que en el
pasado centraron la atención en la problemática de la prueba. Ellos
son, básicamente, Moreno Cora3 y Mateos Alarcón.4
Debe advertirse que la atención de esos autores ha sido enfocada
a lo que podríamos llamar la prueba judicial, o sea, a los
mecanismos probatorios en los procesos. Este tema es el que ahora
nos interesa. La actividad probatoria no sólo se limita al campo de lo
estrictamente procesal, ni siquiera al campo de lo estrictamente
jurídico, sino que a veces rebasa esos campos.
Un esquema de círculos concéntricos ayudará a comprender ese
triple nivel, o esa triple dimensión de lo que es la actividad
probatoria en general, que estaría comprendida en el círculo más
grande; después, en un círculo más reducido, tendríamos el campo
de la actividad probatoria jurídica y, finalmente, en el círculo
concéntrico más pequeño, tendríamos la actividad probatoria
específicamente judicial o que podríamos también denominar
actividad probatoria procesal.
En el esquema que hemos trazado, en el círculo del centro más
pequeño está el campo de la prueba procesal o judicial. Luego, en el
siguiente, ya en un sentido más amplio, lo que podríamos
denominar la prueba jurídica, y en el círculo más amplio está la
prueba en general.
La actividad probatoria en general se realiza cotidianamente, no
sólo por los juristas, ni siquiera sólo por los profesionales en un
sentido estricto, sino por muchas personas: hay verificaciones
cotidianas tan simples como la que realiza el conductor de un taxi
cuando va a cobrar, haciendo una lectura de su aparato taxímetro;
ése es un mecanismo de verificación de la distancia recorrida para
efectos de que, con base en la comprobación de ésta, se aplique
una tarifa para el cobro de un servicio de transporte.
Todos los profesionales están usando también procedimientos de
verificación; pensemos en el ingeniero que verifica la resistencia de
sus materiales, las dimensiones, la calidad de lo que está utilizando;
o en el médico quien también tiene una serie de procedimientos de
verificación, sobre todo en lo que se llama la técnica del diagnóstico,
para determinar el padecimiento que sufre el enfermo que está
atendiendo, y además, en la medicina curativa, también coteja,
constata si los medicamentos que ha suministrado han ido
produciendo los resultados deseados o no los han producido; esa
labor de verificación es asimismo muy común cuando el médico o
sus auxiliares toman la temperatura, la presión arterial, observando,
verificando día con día cuál es la marcha del desarrollo de una
enfermedad, y todo esto es verificación, prueba o comprobación. En
otros campos distintos, podemos ver que comprueba el contador
público, que comprueba el veterinario y que, en última instancia,
comprobamos todos. Comprueba el comerciante si la calidad de la
mercancía que se le ofrece es la que él después desea vender a
otra persona. En una operación de compraventa tenemos que
cerciorarnos de la bondad de la cosa que nos es ofrecida, y ¿cómo
lo logramos? Pues a partir de una muestra que se nos da, que es un
tipo de procedimiento de verificación.
Para Carnelutti,5 la prueba jurídica de los hechos controvertidos
implica que probar no quiere decir necesariamente demostrar la
verdad de los hechos discutidos, sino determinar o fijar los hechos
mismos, a través de los procedimientos autorizados por la ley.
Alcalá-Zamora6 sostiene que la prueba es el nudo del proceso;
porque precisamente desatar ese nudo implicará solucionar el
problema sobre el que hay incertidumbre o duda.
Esa incertidumbre o duda hay que despejarla; y se despeja
desatando el nudo del proceso y solucionando el problema que tal
nudo plantea.
La prueba como procedimiento tiende a proporcionar al juzgador
el conocimiento de la verdad acerca de lo que se le ha planteado.
Tradicionalmente se ha hablado de la prueba como la actividad o
el medio para llegar a un resultado. Otras veces, por el contrario, se
habla de la prueba como el resultado obtenido por ese
procedimiento. En esta virtud, se habla de medio de prueba, de
objeto de prueba, de fin de la prueba, y hay que tener cuidado para
distinguir entre estos conceptos. El medio de prueba es el
procedimiento o mecanismo utilizado. El fin de la prueba es el para
qué queremos probar, o sea, conocer la verdad, forjar la convicción
del juzgador. El resultado de la prueba es el objeto que la prueba
pudo producir, es una consecuencia del mismo procedimiento
probatorio, que puede ser en uno o en otro sentido.
La correcta utilización de los medios de prueba es algo
sumamente importante en el proceso porque, téngase muy en
cuenta, las partes y sus abogados muchas veces están convencidos
de que tienen la razón de su lado. Una parte va y relata a su
abogado con toda pasión y buena fe la problemática de su asunto.
El abogado lo primero que debe preguntarle, ya que debe actuar, en
primer lugar, como juez, es ¿qué pruebas tiene usted? No basta
tener el derecho, hay que acreditar que se le tiene. Y esto no
solamente es difícil, sino en ocasiones imposible.
La buena fe de los abogados los lleva a provocar que sus clientes
inicien procesos que después van a perder. Porque aquéllos han
llegado a la conclusión de que la parte a la cual representan tiene la
razón. Sin embargo, dicha parte no cuenta con los medios de
prueba adecuados o conducentes para acreditar ante el tribunal los
hechos que son el fundamento de los derechos que se pretenden.
La prueba es el acreditamiento, la verificación, la confirmación de
los hechos aducidos por las partes. Sentís Melendo7 afirma que en
realidad no se prueban los hechos, sino que lo que se prueba son
las afirmaciones que las partes hacen sobre los mismos. En otras
palabras, hay un mecanismo de verificación: se trata de verificar
mediante una comparación entre lo que se aduce y la realidad. Este
procedimiento de verificación entre lo que se aduce y la realidad es,
pues, un procedimiento de confirmación, y esto tiene tal fuerza que
Briseño Sierra8 más que hablar de prueba, habla de confirmación. El
planteamiento fundamental del autor radica en sostener que no
debe hablarse de medios de prueba en la forma en que
tradicionalmente ha venido haciéndose, sino de medios de
confirmación. Éstos se subdividen en cuatro grupos o sectores muy
bien definidos:

Medios de convicción, que simplemente inclinan el ánimo del


juzgador hacia una afirmación inverificable por sí misma: confesión,
testigos.

Medios de acreditamiento, que están representados por cosas


materiales que contienen datos o expresiones significativas sobre
actos o hechos jurídicos: documentos, monumentos, instrumentos y
registros.

Medios de mostración, que implican que los objetos sean


directamente mostrados al tribunal o juez y que esa experiencia
directa permita el conocimiento de los mismos: inspección judicial.

Medios de prueba (propiamente dichos), que se limitan a ser los


procedimientos de verificación técnica y científica de fenómenos
naturales siguiendo las leyes causales a que estén sometidos, o
sea, la producción eficiente de fenómenos con arreglo a sus propias
leyes: pruebas científicas, periciales, técnicas.
Esta tesis sobre los medios de confirmación que ya hemos
comentado en otra obra,9 va cobrando, por su indudable rigor
técnico, cada vez más adeptos no sólo en el campo de la
especulación teórica, sino en el lenguaje forense y en los textos de
las sentencias judiciales. Además, contiene en sí una jerarquización
de dichos medios que hace deseable, y por lo demás obvio, que la
prueba científica vaya teniendo mayor importancia y preeminencia
que los otros medios de confirmación, en el proceso de una
sociedad moderna y civilizada. Por el contrario, el proceso de una
sociedad primitiva y poco evolucionada contendrá una reducida
proporción de prueba científica y una preeminencia de los otros
medios de confirmación: medios de acreditamiento, de mostración y
de convicción, que son menos confiables y más endebles que la
prueba científica.
Finalmente, y aquí descubrimos un amplio campo de acción para
el jurista del presente y del futuro, va dándose una positiva e
inevitable interrelación entre la prueba científica y los otros medios
tradicionales de confirmación, a grado tal que los procedimientos de
verificación técnica y científica van entrelazándose y combinándose
con los interrogatorios judiciales (medios para calificar la veracidad
de la confesión, de la declaración de parte y de la testimonial); con
los documentos y registros (pruebas de autenticidad y todo lo
relativo a computación electrónica y a técnicas de procesamiento y
clasificación de datos e información); y con las mostraciones o
inspecciones judiciales (por el auxilio que el juzgador puede tener de
peritos, o por la utilización directa por el juez de aparatos o
procedimientos que la divulgación científica y técnica va haciendo
de uso común).
El derecho probatorio es el conjunto de normas jurídicas relativas
a la prueba, o el conjunto de normas jurídicas que reglamentan los
procedimientos de verificación de afirmaciones sobre hechos o
sobre cuestiones de derecho.
48 Concepto de prueba procesal
El vocablo prueba presenta diversas acepciones. Una es la
etimológica y, desde este punto de vista, prueba significa acción y
efecto de probar, pero ésta no sirve mucho para resolver la cuestión
del concepto de la prueba, desde el punto de vista jurídico procesal.
Veamos otros sentidos, otras acepciones que tiene este mismo
vocablo. Se entiende por prueba, en una primera acepción, los
diversos medios probatorios, o sea, en ese sentido prueba es el
conjunto de instrumentos por los cuales se persigue dar al juzgador
el cercioramiento sobre las cuestiones controvertidas. En una
segunda acepción, prueba designa al procedimiento probatorio, es
decir, designa el desarrollo formal de la fase probatoria del proceso.
En una tercera significación, expresa a la actividad de probar, esto
es, al hacer prueba, al conjunto de actos de pruebas, al conjunto de
actos de probar. En una cuarta acepción, se ha entendido el
resultado en el proceso. Finalmente, en una quinta acepción, se ha
querido expresar la razón, motivo o argumento que hacen tener por
verificado o por verificadas las afirmaciones o las negaciones que se
han introducido en el proceso.
La doctrina o los autores han sido reticentes en dar conceptos de
prueba procesal debido a los riesgos que ello implica. Ovalle Favela,
en un artículo publicado en la Revista de la Facultad de Derecho de
México,10 se ha atrevido a dar una definición de prueba, advirtiendo
que puede entenderse en dos sentidos: uno estricto y otro amplio.
Prueba en sentido estricto es la obtención del cercioramiento judicial
acerca de los hechos indispensables para la resolución del conflicto
sometido a prueba; el sentido amplio comprende todas las
actividades procesales que se realizan a fin de obtener dicho
cercioramiento, con independencia de que éste se obtenga o no.

49 Principios rectores de la prueba procesal


También por lo que toca a este tema de los principios rectores de la
prueba procesal, los autores se han visto en dificultades al entrar a
su estudio. Al igual que en el tema relativo a los principios
procesales,11 estamos muy lejos de alcanzar una uniformidad
doctrinal. A título de ejemplo, veamos cómo Pallares,12 bajo el rubro
de principios generales relativos a la prueba, expone las ideas
siguientes:

❖ El juez no debe juzgar por el conocimiento extraprocesal que


tenga de los hechos controvertidos, sino por el que se
desprende de los autos.
❖ Las pruebas deben ser producidas por las partes, aunque en
algunos casos la ley da facultades al juez para producirlas.
❖ Sólo los hechos están sujetos a prueba, el derecho sólo
cuando sea extranjero.
❖ Las pruebas deberán rendirse en debate contradictorio.
❖ Además, no habrán de admitirse las pruebas impertinentes,
las contrarias al derecho, las inmorales, las que se refieren a
hechos imposibles o notorios, las que conciernen a hechos
cuya existencia o inexistencia no está controvertida en el juicio
y las contrarias a la dignidad del hombre o al respeto que
merece la persona humana, así como aquellas sobre las
cuales haya cosa juzgada.
❖ Las partes pueden producir las pruebas, por regla general,
sólo durante el término de prueba.
❖ Las pruebas rendidas en un juicio pueden hacerse valer en
otro diverso, cuando en el primero ha sido oída la parte contra
la cual se hacen valer.
❖ Las máximas de la experiencia no necesitan ser probadas.
❖ Se puede obligar a las partes a producir una prueba que las
perjudique.
❖ Todas las pruebas para su eficacia deben ser documentadas,
excepto la de presunciones, pues lo que debe documentarse
en éstas es el hecho en que se fundan.
❖ La enunciación de los medios de prueba hecha por el código
no implica una jerarquía entre las mismas.
❖ Las pruebas rendidas en contravención de las reglas que las
rigen son nulas.
❖ Las leyes que determinan cuáles son los medios de prueba y
su valor probatorio pertenecen al derecho sustantivo: las que
fijan los procedimientos según los cuales deben rendirse, al
procesal.
❖ La nueva ley no debe desconocer los medios de pruebas que
otorgaba la anterior ni su eficacia probatoria, bajo pena de
violar el principio de no retroactividad.
❖ La prueba es esencial al juicio cuando en éste se discuten
cuestiones de hecho.
❖ Las leyes relativas a la prueba son de orden público y no
pueden ser derogadas por los particulares.

Todas las ideas de Pallares que hemos mencionado, en realidad no


constituyen algo que sistemáticamente pudiera ser expuesto, según
lo pretende dicho autor, como verdaderos principios relativos a la
prueba. En el mejor de los casos, solamente constituyen una
enunciación, más o menos amplia, de algunos principios y de
algunas reglas, muchas de ellas contenidas en los códigos, así
como, por otro lado, de opiniones personales, como la relativa a que
los medios de prueba y su valor probatorio pertenezcan al derecho
sustantivo, idea ésta que desde ningún punto de vista compartimos.
Ovalle Favela, con un criterio mucho más riguroso y sistemático,13
enuncia los principios siguientes:

a) Principio de la necesidad de la prueba.


b) Principio de la prohibición de aplicar el conocimiento privado
del juez sobre los hechos.
c) Principio de la adquisición de la prueba.
d) Principio de contradicción de la prueba (omitido en la última
edición de la obra).
e) Principio de igualdad de oportunidades para la prueba.
f) Principio de publicidad de la prueba.
g) Principios de la inmediación y dirección del juez en la
producción de prueba.

Al explicar estos principios, el autor citado expone lo siguiente:


En cuanto al relativo a la necesidad de la prueba, que los hechos
sobre los cuales debe fundarse la decisión judicial necesitan ser
demostrados mediante las pruebas aportadas por las partes o por el
propio juez.
En relación con el segundo principio de la prohibición de aplicar el
conocimiento privado del juez sobre los hechos, el problema ha sido
ampliamente debatido en la doctrina y hay posiciones de signo
contrario en lo que se refiere a la significación de dicho
conocimiento.
Por lo que atañe al principio de adquisición de la prueba, una vez
realizada la prueba, ésta ya no pertenece a quien la realiza o aporta,
sino que es propia del proceso.
Respecto de la contradicción de la prueba, la parte contra quien
se propone una prueba debe gozar de oportunidad procesal para
conocerla y discutirla, incluido el ejercicio de su derecho de
contraprobar. Este principio no es sino una manifestación específica
del principio de contradicción que debe regir, en general, toda
actividad procesal.
En cuanto a la igualdad de oportunidades, significa que las partes
dispongan de las mismas oportunidades para presentar o pedir la
práctica de pruebas y constituye, en nuestra opinión, sólo una
aplicación del principio de igualdad de las partes, que debe regir, a
lo largo de todo el proceso, para la etapa de la prueba.
La publicidad de la prueba implica la posibilidad de que las partes
y terceras personas puedan reconstruir las motivaciones que
determinaron la decisión judicial; en otras palabras, que el examen y
las conclusiones del juez sobre la prueba deban ser conocidas por
las partes y estar al alcance de cualquier persona que se interese en
ello.
Finalmente, los principios de la inmediación y dirección del juez en
la producción de la prueba denotan que éste debe ser quien dirija,
de manera personal, sin mediación de nadie, la producción de la
prueba. Éste, desde luego, implica variaciones en cuanto a que el
proceso tienda hacia la escritura o hacia la oralidad, y es obvio que
en este último tales principios de inmediación y de dirección del juez
en la prueba se cumplirán más cabalmente.

50 Diversos criterios de clasificación de las


pruebas
También Pallares14 enuncia diversos criterios de clasificación de los
medios de prueba, en los términos siguientes:

1. Directas o inmediatas. Producen el conocimiento del hecho sin


intermediario.
2. Reales. Consisten en cosas, y son contrarias a las personales,
producidas por actividades de las personas.
3. Originales y derivadas. Éste es un mero criterio de
clasificación, en realidad, de las pruebas documentales y
tradicionalmente se ha entendido por original ya sea la matriz
o el primer documento que se produce, y como copias, las
derivadas de aquéllos.
4. Preconstituidas y por constituir. Las primeras son las que se
han formado o constituido antes del juicio, y las segundas, las
que se llevan a cabo durante el mismo juicio.
5. Plenas, semiplenas y por indicios. Esta división se refiere al
grado de intensidad de la convicción o fuerza probatoria del
medio. Si esta fuerza probatoria es de máximo grado, se le
llamará prueba plena y, por el contrario, si la prueba por
indicios es muy débil, puede llegar a representar una mera
conjetura.
6. Nominales o innominadas. Las primeras son las que tienen un
nombre y una reglamentación específica en el texto de la ley.
Las segundas, por el contrario, son las que no están
nombradas ni reglamentadas.
7. Pertinentes e impertinentes. Las primeras se refieren a hechos
controvertidos y las segundas a hechos no controvertidos.
8. Idóneas e ineficaces. Las idóneas no sólo son las bastantes
para probar los hechos litigiosos, sino las pruebas adecuadas
para ello; así, por ejemplo, la existencia de una enfermedad
solamente podrá probarse mediante una pericial médica, o
sea, que ésta será la única prueba idónea para ello. Las
pruebas no idóneas son aquellas no adecuadas para probar
determinado tipo de hechos.
9. Útiles e inútiles. Las útiles o necesarias conciernen a hechos
controvertidos; las inútiles, a hechos sobre los que no hay
controversia, o bien a hechos que ya están anteriormente
probados.
10. Concurrentes. Son varias pruebas que convergen a probar
determinado hecho. Opuestas serían las pruebas singulares,
que no están asociadas con otras.
11. Inmorales y morales. El autor citado no las define; las
considera explicadas por sí mismas.
12. Históricas y críticas. Son pruebas históricas las que implican la
reconstrucción de los hechos a partir de un registro o del
relato que de los mismos hace alguna persona; por el
contrario, las críticas no reproducen el hecho que se ha de
probar, sino que implican un análisis de causas y efectos y,
por tanto, alguna deducción o inferencia. Básicamente, éstas
son las pruebas de tipo técnico y científico, entre ellas las
periciales.
1 Carlos Lessona, Teoría general de la prueba en el derecho civil, trad. Enrique Aguilera
de la Paz, s. d., Madrid, 1928. Véase diversa edición: Editorial Jurídica Universitaria,
México, 2002.
2 Jeremías Bentham, Tratado de las pruebas civiles,trad. José Gómez de Castro, s. d.,
Madrid, 1835. Véase diversa edición: Editorial Jurídica Universitaria, México, 2002.
3 Silvestre Moreno Cora, Tratado de las pruebas judiciales en materia civil y en materia
penal, Herrero, México, 1904. Véase diversa edición: Editorial Jurídica Universitaria,
México, 2002.
4 Manuel Mateos Alarcón, Las pruebas en materia civil, mercantil y federal, Cárdenas,
México, 1979.
5 Cfr. con Francesco Carnelutti, La prova civile,Athenaeum, Roma, 1915, p. 36, donde
este autor expone lo siguiente: “La verdad es como el agua: es pura, o no es verdad.
Cuando la investigación de la verdad material está limitada en el sentido de que ésta no
pueda ser en cada caso y con cada medio conocida, o sea que el límite sea puesto con
más o menos rigor, el resultado es siempre éste: que no se trata más de una
investigación de la verdad material, sino de un proceso de fijación formal de los
hechos.”
6 Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, “Sistemas y criterios para la apreciación de la prueba”,
Estudios de derecho probatorio, Universidad de Concepción, Concepción, 1965, p. 24.
7 Santiago Sentís Melendo, “Introducción al derecho probatorio”, Estudios procesales en
memoria de Carlos Viada, Prensa Castellana, Madrid, 1965.
8 Humberto Briseño Sierra, Derecho procesal, t. iv, Cárdenas, México, 1970, pp. 313 a
317.
9 Cfr. con Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., pp. 305 y 306.
10 José Ovalle Favela, “La teoría general de la prueba”, Revista de la Facultad de Derecho
de México, t. xiv, núms. 93 y 94, enero-junio de 1974, pp. 273 a 302.
11 Cfr. con Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., pp. 289 a 293.
12 Eduardo Pallares, Derecho procesal civil, Porrúa, México, 1961, pp. 374 a 375.
13 José Ovalle Favela, Derecho procesal civil, 9a. ed., Oxford University Press, México,
2003, pp. 127 a 129.
14 Eduardo Pallares, op. cit., pp. 372 y 373.
13 La carga de la prueba

51 Concepto de carga de la prueba


La carga de la prueba es una de las diversas que pueden
presentarse en el proceso. Otras son las de la presentación de la
demanda, la de la contestación, la de la impugnación. La carga
procesal es una situación jurídica por la que una parte en el proceso
tiene que realizar un acto para evitar que le sobrevenga un perjuicio
o una desventaja procesal.
La carga de la prueba, según De Pina y Castillo Larrañaga,1 es el
gravamen que recae sobre las partes de facilitar el material
probatorio necesario al juzgador para formar sus convicciones sobre
los hechos alegados o invocados.
Las partes en la fase postulatoria solamente proponen sus
posiciones procesales; para llegar a obtener por parte del juzgador
una decisión jurisdiccional en la que se les conceda la razón
jurídica, preciso es que le alleguen al juzgador material informativo
para que éste pueda tener la posibilidad lógica y objetiva de llegar a
pronunciarse sobre las pretensiones o resistencias de las partes en
el proceso.

52 Distribución de la carga de la prueba


Como sabemos, es necesario aportarle al juzgador material
informativo para que resuelva la controversia. Ahora bien, si hay
esta necesidad, ¿a quién corresponde realizar la actividad
probatoria?; si es necesario que haya material informativo, ¿quién
va a ser el encargado de allegarlo al juzgador? Frente a este
problema, la doctrina ha tratado el tema de la distribución de la
carga de la prueba y la legislación se ocupa también de determinar
a quiénes se va a asignar la carga de la prueba.
La distribución de la prueba atiende a un principio general que
puede expresarse de la manera siguiente: el que afirma un hecho en
que funda su pretensión está obligado a probarlo. Por implicación, el
que afirme un hecho en que funde su resistencia, asimismo ha de
probar tal hecho. Como corolario de este principio general, el que
niega no está obligado a probar su negación. De Pina y Castillo
Larrañaga2 señalan dos razones por las cuales se distribuye de este
modo la carga de la prueba entre las partes del proceso: la
oportunidad y el principio de igualdad de las partes en materia
probatoria.
Por la primera razón, la carga de la prueba se distribuye porque
tiene más oportunidad de demostrar un hecho aquel que lo está
afirmando y que por ello está en el conocimiento de tal hecho, y está
también en la posibilidad de elegir los mejores medios probatorios
tendientes a acreditarlo en el proceso. Por el principio de igualdad
de las partes en el proceso, se distribuye la carga de la prueba, ya
que se deja a la iniciativa de cada una de ellas el hacer valer los
hechos que quieren que sean considerados por el juez como
verdaderos. En nuestro sistema, la distribución de la carga de la
prueba está señalada en el art. 281 del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal.

53 Inversión de la carga de la prueba


La inversión de la carga de la prueba viene a mostrar que el
principio general que hemos estudiado en el apartado anterior tiene
excepciones. No hay que confundir una negación lisa y llana con
una negación que implique una afirmación de otro hecho. Nuestra
legislación3 contempla cuatro supuestos en los que se produce la
inversión de la carga de la prueba.

Primer supuesto. El que niega sólo será obligado a probar cuando la


negación envuelva la afirmación expresa de un hecho; por ejemplo:
cuando el cónyuge demandado niegue haber estado en tal fecha en
el hogar conyugal, consecuentemente deberá demostrar que en esa
fecha estuvo en otro lugar.

Segundo supuesto. El que niega sólo será obligado a probar cuando


desconozca la presunción legal que tenga a su favor el colitigante;
por ejemplo: si se niega la legitimidad del hijo de matrimonio,
entonces deberá probarse su ilegitimidad.

Tercer supuesto. El que niega sólo será obligado a probar cuando


se desconozca la capacidad; por ejemplo: en materia de
sucesiones, si uno de los herederos desconoce la capacidad de otro
para heredar, tendrá que demostrar la incapacidad.

Cuarto supuesto. El que niega sólo será obligado a probar cuando la


negativa fuera elemento constitutivo de la acción; ejemplos citados
por Pallares4 son los siguientes: las acciones (pretensiones) del
pago de lo indebido, del desconocimiento de la paternidad, de
inexistencia de un contrato por falta del consentimiento y de nulidad
de un matrimonio por no haber sido autorizado por el funcionario
debido.

54 Poderes del juez en materia probatoria


En el proceso, se busca alcanzar una verdad que responda
fielmente a la realidad de los hechos que han dado origen al litigio;
en otras palabras, se quiere siempre alcanzar en el proceso la
verdad respecto de los hechos litigiosos, tal como han ocurrido en la
vida real. Pero para que el juez alcance este conocimiento de los
hechos verdaderos, esta verdadera verdad,5 no basta que las partes
tengan un tratamiento legal de igualdad en materia probatoria por
parte del tribunal, es decir, no se va a alcanzar esta verdad
verdadera por el simple hecho de que en los códigos procesales se
consigne una igualdad legal o formal entre las partes. En la realidad
pueden darse desigualdades entre las partes, de carácter
económico, social, político y cultural. El derecho moderno, mediante
la institución denominada prueba para mejor proveer, ha tratado de
superar esta situación formalmente rígida y se ha investido al
juzgador de facultades tales que le permitan suplir la deficiente
actuación probatoria de cualquiera de las partes en el proceso, claro
que preferentemente de la parte débil, mal asesorada o torpe. Esto
es, por esta facultad de la prueba para mejor proveer, puede el juez
subsanar las deficiencias, los errores, las omisiones que en materia
probatoria tengan o hayan tenido las partes.
Esta institución de la prueba para mejor proveer está
reglamentada en el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.6 En él se establece la posibilidad de que el juez pueda
valerse o servirse de cualquier persona y de cualquier cosa material
para lograr los fines probatorios del proceso. El sistema permite
amplios poderes al juez en materia probatoria al dársele al tribunal
la facultad de decretar en todo tiempo la práctica o ampliación de
cualquier diligencia probatoria conducente al conocimiento de la
verdad sobre los puntos cuestionados.

1 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., 1979, p. 295.


2 Ibídem, p. 296.
3 Cfr. con el art. 282 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
4 Eduardo Pallares, Derecho procesal civil, Porrúa, México, 1961, pp. 382 y 383.
5 Cfr. con Cipriano Gómez Lara, Teoría general...,p. 61.
6 Cfr. con el art. 279 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
14 El objeto de la prueba

55 Prueba de hechos, hechos positivos y hechos


negativos
Se ha sostenido tradicionalmente que el objeto de la prueba son los
hechos jurídicos, comprendidos desde luego los actos jurídicos. Es
importante precisar que, en todo caso, el acto o hecho jurídico
objeto de la prueba debe implicar la realización de un supuesto
normativo del cual las partes infieren consecuencias jurídicas que
esgrimen como fundamento de sus pretensiones (los actores) o de
sus resistencias (los demandados). En otras palabras, se esgrime la
existencia de un hecho —que debe probarse— y tal hecho encaja
en, o corresponde a la realización de un supuesto normativo que
precisamente al haberse realizado —objeto de la prueba—
producirá consecuencias jurídicas, esto es, derechos u obligaciones.
Algunos sectores de la doctrina1 han sostenido también que el
objeto de la prueba no son los hechos en sí, sino las afirmaciones o
negaciones que de los mismos hacen las partes, por lo que la
prueba es una verificación o confirmación de la relación o
congruencia entre los hechos y las afirmaciones que las partes
hagan de ellos.
En cuanto al carácter positivo o negativo de un hecho o acto, no
parece haber ninguna base, ni racional ni científica, que permita la
distinción que depende, en todo caso, de la estructura gramatical de
la frase u oración en que se haga la postulación del hecho. En otras
palabras, el hecho jurídico en sí es neutral en cuanto a una
calificación de la expresión significativa a través de la cual la
persona, el ser pensante, sostiene la existencia o no del hecho
jurídico. Además, en las formas de decir las cosas, cuando se hace
expreso lo negativo puede haber aspectos positivos implícitos, y
viceversa. Por ejemplo: si alguien afirma que es soltero (hecho
positivo) está negando ser casado, viudo o divorciado (hechos
negativos); si alguien afirma estar hoy en determinado lugar
(positivo) niega estar en otros lugares al mismo tiempo (negativo); si
se niega haber estado en Guadalajara en determinada fecha
(negativo), hay la afirmación implícita de haber estado
necesariamente en otro lugar (positivo). La regla tradicional
imperante ha pretendido ser la de que quien afirma debe probar y
quien niega no debe probar; pero creemos necesario atemperar la
radicalidad de estos postulados. Nuestro sistema procesal lo ha
intentado al establecerse que el actor debe probar los hechos
constitutivos de su demanda (pretensión) y el reo los de sus
excepciones (defensa),2 porque en todo caso la pura estructura
gramatical de una frase no podrá por sí sola establecer la regla de la
carga de la prueba.

56 Hechos que no requieren prueba


La doctrina3 ha sostenido que no requieren prueba: a) los hechos
confesados o reconocidos por las partes; b) aquéllos a cuyo favor
exista una presunción legal; c) los derivados de las máximas de la
experiencia; d) los notorios.

56A Hechos confesados o reconocidos por las partes


Por regla general, un hecho confesado o reconocido por una parte
está fuera de la litis o de la controversia. Sin embargo, las
tendencias modernas han puesto en tela de duda el valor de los
medios de convicción y la jurisprudencia ha ido sosteniendo el
principio de validez de la confesión, siempre que no resulte
inverosímil lo confesado o reconocido en relación con otros medios
de confirmación u otras evidencias.

56B Hechos a cuyo favor existe una presunción legal


En capítulo aparte4 habremos de examinar lo relativo a las
presunciones. Se adelanta aquí sólo el principio de que cuando se
trata de una presunción que no admite prueba en contrario (jure et
de jure) estamos frente a una excepción absoluta a la necesidad de
probar; mientras que en la presunción que sí admite prueba en
contrario (juris tantum) sólo se trata de una inversión de la carga de
la prueba.

56C Hechos derivados de las máximas de la experiencia


Es difícil definir lo que deba entenderse por máxima de la
experiencia. Es obvio que se trata de los mecanismos
presuncionales derivados de las reglas científicas de la causalidad,
así como del razonamiento lógico y matemático.
Recuérdese que ya hemos mencionado5 que el progreso
científico permite directamente al tribunal o juzgador cada vez más
la utilización de aparatos o procedimientos que la divulgación
científica y técnica va haciendo de uso común.

56D Hechos notorios


La naturaleza del hecho notorio que solamente necesita invocarse
por la parte, sin probarlo, también ha sido motivo de preocupación
doctrinal. Puede afirmarse que el hecho notorio es aquel conocido
por todas las personas de nivel medio social, cultural y económico
de un grupo social o comunidad. Quedaría por precisar en qué
consiste ese nivel medio. Entre el hecho notorio y la fama pública
parece haber una mera diferencia de grado, y no esencial. La fama
pública también constituye un conocimiento generalizado
socialmente, sólo que en un grupo o comunidad más reducidos, e
implica, además, el desahogo de una prueba testimonial de calidad
especial. En el hecho notorio, en la notoriedad, se invoca un hecho
que forma parte de la conciencia o del conocimiento social
generalizado, por ejemplo, que alguien sea presidente de un país, o
la visita pública a una ciudad de un personaje conocido mundial o
internacionalmente.

57 Prueba del derecho. Diversos supuestos


El juez, por la esencia de su función, debe ser un perito en derecho,
un experto conocedor del orden jurídico. Por tanto, la regla general
señala que las normas jurídicas sólo deben ser invocadas por las
partes y no se requiere que prueben o justifiquen su existencia. El
principio llega al extremo, en las controversias de orden privado, de
obligar al juzgador a resolver un asunto sin que pueda invocarse la
inexistencia de normas aplicables al caso, las que están
necesariamente implícitas en el sistema y deben encontrarse por el
juzgador incluso yendo a buscarlas a lo que la doctrina ha llamado
principios generales de derecho.6
La regla sobre prueba del derecho extranjero no es ya necesaria,
pues basta su invocación por las partes y queda a cargo del juez la
investigación e información sobre el mismo.7
El sistema procesal mexicano8 establece que el derecho estará
sujeto a prueba en los dos supuestos siguientes:

57A Prueba del uso


El uso o práctica de alguna conducta suele ser fuente jurídica
importante, sobre todo en el moderno derecho bancario.9 Si se
invoca determinado uso o práctica, debe acreditarse al juez su
existencia.

57B Prueba de la costumbre


La costumbre tiene mayor jerarquía que el uso y menor jerarquía
que la ley. No pueden invocarse costumbres contra legem, según el
art. 10 del Código Civil para el Distrito Federal, disposición de la cual
desprendemos que la costumbre debe estar sancionada por la ley y,
también, debe probarse al juez su existencia.

1 Santiago Sentís Melendo, Estudios de derecho procesal, EJEA, Buenos Aires, s. d., p.
605.
2 Cfr. con el art. 281 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
3 Rafael de Pina, Tratado de las pruebas civiles, Porrúa, México, 1981, p. 106.
4 Infra, capítulo 21.
5 Supra, numerales 47 y 50.
6 Cfr. con los arts. 19, 20 y 21 del Código Civil para el Distrito Federal.
7 Cfr. con el art. 284-bis del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
8 Cfr. con el art. 284 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
9 Cfr. con el art. 2o., fracc. III, de la Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito.
15 Procedimiento probatorio

58 Preconstitución de la prueba
Preconstituir una prueba es producirla o desahogarla antes del
proceso. Hay razones que pueden llegar a justificar tal anticipación,
por ejemplo, que las personas o cosas que vayan a examinarse
estén en peligro de desaparecer o de desplazarse a otro lugar. Esto
da lugar a lo que se ha denominado prueba para futura memoria.
Nuestro Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal
reglamenta este tipo de pruebas preconstituidas en los arts. 193 a
200. En dichos dispositivos se encuentran reglamentadas acciones
de exhibición de cosas o documentos (fraccs. , , , y del art.
193), o bien examen anticipado de testigos (fraccs. , y del
propio artículo) o prueba confesional anticipada (fracc. del mismo
art.). Fuera de estos casos puede surgir la duda respecto de la
posibilidad de ofrecer, antes de que el juicio se inicie, desahogo de
otro tipo de pruebas: dictámenes periciales, reconocimiento o
inspección judicial, otros registros y demás elementos que
produzcan convicción en el juzgador; el código no reglamenta estos
extremos y habrá que examinar la procedencia de un ofrecimiento y
desahogo anticipado de estos medios, en cada caso.
De tal suerte y para que el medio ofrecido pueda tener efectos
probatorios eficaces, se deberá desahogar con citación de la parte
contraria,1 con objeto de respetar el principio de igualdad de las
partes; si esto se viola, la prueba que se hubiere desahogado sin la
debida citación de la parte contraria no tendrá ninguna eficacia en el
juicio.

59 Términos y plazos probatorios. Clasificación de


los plazos probatorios
Ya debe haberse precisado, en un curso anterior, la distinción entre
término y plazo, en el sentido de que el primero es un momento
determinado y fijo, y el segundo es un lapso o sucesión de
momentos, o sea, un espacio de tiempo dentro del cual válidamente
puede ser realizado un acto procesal. Aunque nuestra legislación
habla siempre de términos, en realidad el vocablo plazo es el justo
para examinar el fenómeno al que queremos aludir. En otras
palabras, el plazo nos interesa como el lapso dentro del cual
válidamente pueden desarrollarse o desenvolverse diligencias
procesales. En materia probatoria, según nuestro sistema
establecido por el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, deben tenerse en cuenta los plazos siguientes:

a) El de 10 días para ofrecer pruebas, a partir del día siguiente al


de la audiencia previa, de conciliación y de excepciones
procesales o desde la misma audiencia en que el juez abrirá el
periodo de ofrecimiento de pruebas (art. 290).2
b) El de 30 días, dentro de los cuales deberá citarse a la
audiencia para el desahogo de las pruebas (art. 299).
c) El de 20 días, dentro de los cuales se deberá fijar fecha para
una segunda audiencia de continuación de pruebas
pendientes, que no se hubieren desahogado en la primera
audiencia. No habrá posibilidad de una ulterior audiencia salvo
caso fortuito o fuerza mayor acreditados, supuestos en los que
el señalamiento de la fecha de continuación se hará dentro de
los 10 días siguientes (art. 299).3
d) De 60 y 90 días, como plazos extraordinarios para desahogo
de pruebas que hubiere de practicarse fuera del Distrito
Federal o del país, respectivamente (art. 300).

60 Ofrecimiento de pruebas
De acuerdo con lo establecido en el art. 290 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal hay un plazo, según
se ha dicho ya anteriormente, de 10 días. Conforme al nuevo
sistema, ese plazo empezará a contarse desde el día siguiente al de
la notificación del auto que manda abrir el juicio a prueba; debe
relacionarse el art. 290 con el 277 a la luz de las reformas
publicadas en el Diario Oficial de la Federación el 14 de enero de
1987.
El ofrecimiento de prueba es el primero de los cuatro momentos
en que se desenvuelve la etapa probatoria; los otros tres
consecutivos son la admisión, la preparación y el desahogo.4 El
ofrecimiento de prueba es un acto procesal característico de la
parte; y el oferente, en nuestro sistema, debe relacionar las pruebas
que haya ofrecido con los hechos de la demanda o de la
contestación que pretenda confirmar o refutar. En el anterior sistema
procesal y tratándose del extinto juicio sumario, no existía este
plazo; las pruebas debían ofrecerse precisamente en los escritos
que fijaban la controversia. La regla anterior sobrevive actualmente
para los asuntos familiares que conservan una tramitación especial
y respecto del anuncio previo que las partes deben hacer respecto a
documentos y a testigos desde los escritos iniciales de demanda y
contestación, según la reforma de mayo de 1996.5

61 Pruebas supervenientes
Las pruebas supervenientes son aquellas de las que no se tenía
conocimiento en el momento normal del ofrecimiento, o bien, se
refieren a hechos no sucedidos hasta entonces. Las reglas en
relación con estas pruebas, sobre todo documentales, están
contenidas en los arts. 95-III, 98 y 99 del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal. Parece más correcto hablar de
hechos supervenientes que de pruebas supervenientes. Claro está
que pueden darse dos supuestos: uno es el de que no se tuviera
conocimiento de la existencia de determinado medio probatorio en el
momento del ofrecimiento; y otro es el caso propiamente del hecho
superveniente que consiste en que haya un acontecimiento posterior
al ofrecimiento de la prueba y que ese acontecimiento, ese hecho o
acto sea de tal importancia para el litigio que venga a determinar en
forma muy decisiva la suerte del mismo, de tal manera que entonces
la parte le dice al juez que ha habido un hecho nuevo, un acto
jurídico nuevo que modifica totalmente el planteamiento inicial; este
hecho es un hecho superveniente y sobre el mismo, sobre su
existencia, se ofrece esa otra prueba.
El art. 98 del código prescribe la regla general de que haya una
serie de documentos que deben presentar las partes desde los
escritos en que se fija la controversia; sin embargo, el propio artículo
da reglas de excepción: a) escritos con fecha posterior a los que
fijen la controversia (aquí tendríamos que imaginar que, desde
luego, son documentos producidos en los que se hace constar actos
posteriores a los de los escritos que fijan la controversia); b)
documentos anteriores respecto de los cuales, bajo protesta de
decir verdad, se declare no haber tenido antes conocimiento de su
existencia (la parte que los presente va a decirle al juez, bajo
protesta de decir verdad, que no tenía conocimiento de la existencia
de estos documentos); c) los que no haya sido posible adquirir con
anterioridad, por causas que no sean imputables a la parte
interesada y siempre que se haya hecho oportunamente la
designación.
Desde luego, el art. 99 del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal también completa las anteriores reglas, al advertir
que a ninguna de las partes se le admitirá documento alguno
después de concluido el desahogo de pruebas, porque de lo
contrario el juez repelerá de oficio todoslos documentos que se
pretendan agregar, mandando devolverlos a la parte sin ulterior
recurso, es decir, los rechazará, no admitiéndolos como medios
probatorios, todo lo anterior sin perjuicio de las facultades
amplísimas que los tribunales tienen para conocer o para investigar
la verdad de los hechos controvertidos.

62 Admisión de prueba y condicione de


admisibilidad de la misma
De los momentos en que se subdivide lo que hemos llamado la
etapa probatoria, el segundo es la admisión; primero es el
ofrecimiento, que es un acto de parte; la admisión es un acto de
tribunal; después viene la preparación, y finalmente el desahogo. La
admisión de la prueba, como acto de tribunal, depende de que las
pruebas o los medios de prueba que hayan ofrecido las partes sean
pertinentes, sean idóneos, sean congruentes. La calificación de
congruencia, pertinencia, procedencia e idoneidad, desde luego, la
hace el tribunal. Debe haber una congruencia, una pertinencia de la
prueba para que el tribunal la admita y además de esa congruencia
y de esa pertinencia y procedencia, en el caso concreto, no debe
olvidarse que hay una cuestión sumamente importante ya antes
mencionada, o sea, la de que la prueba esté directamente
relacionada con los hechos que se investigan; esta relación de la
prueba con los hechos que se investigan hay que vincularla con
algunas disposiciones del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, en especial con los arts. 291 y 292 que expresan
que las pruebas deben ser ofrecidas relacionándolas con cada uno
de los puntos controvertidos y señala otros requisitos; por ejemplo,
si se trata de testigos o de peritos, hay que dar su nombre y
domicilio para que se pueda preparar la prueba, así como citar a la
contraparte; si la prueba es confesional, ello implica una absolución
de posiciones y la necesidad de exhibir el llamado pliego de
posiciones. Debe advertirse que en la práctica existe una corruptela
muy extendida en los tribunales en lo que concierne a esta carga de
relacionar las pruebas. Para que tal carga se desahogase o se
cumpliese debidamente, en el ofrecimiento de la prueba, cada
medio debería de relacionarse concretamente con algunos de los
puntos de la demanda o de la contestación; así, por ejemplo, si el
punto uno del escrito de demanda establece que los cónyuges
procrearon hijos o contrajeron matrimonio, al hacerse el ofrecimiento
de las pruebas de esa relación señalada por el art. 291 entre las
pruebas y los hechos controvertidos, debería hacerse más o menos
en estos términos: “Ofrezco como prueba las documentales públicas
consistentes en las copias certificadas de actas de nacimiento y de
matrimonio... y relaciono esta prueba con el punto uno de la
demanda”; porque en el punto uno de la demanda, en el caso, se
había ya hecho referencia a la existencia del matrimonio y a la
existencia de los hijos; y así sucesivamente. Por ejemplo, si en el
punto seis de la demanda se ha hecho referencia a la causal en
virtud de la cual se va a pedir el divorcio, suponiendo que sea la
dramática causal del adulterio, ¿cómo vamos a probar el adulterio
para el divorcio?; probar esta causal es sumamente difícil, es una
prueba difícil, pero quizás el abogado, el cónyuge ofendido o la
cónyuge ofendida fueron ingeniosos para la creación u obtención de
prueba, por medio de fotografías, grabaciones, filmaciones y
testigos; al ofrecer esas pruebas deberán relacionarse
expresamente con el punto seis de la demanda, en el caso, en
donde se invoca dicha causal de divorcio.
Esta carga no se desahoga correctamente en el trabajo diario de
los tribunales y existe la corruptela, en los escritos en los que se
ofrecen las pruebas, de afirmar que se relacionan éstas con todos y
cada uno de los hechos de la demanda o de la contestación; con
esta frase se quiere salir del paso y lo peor de todo es que algunos
tribunales así lo admiten; lo anterior no es relacionar las pruebas,
pues no quedan relacionadas y, por tanto, no se estaría dando
cumplimiento a lo ordenado por el art. 291.
63 Forma, lugar y modo de desahogo de las
pruebas
En cuanto a estos puntos de forma, lugar y modo de desahogo de
los distintos medios de prueba, no se pueden hacer consideraciones
de tipo general porque cada medio de prueba tiene sus propias
reglas. En otras palabras, los aspectos relativos a la forma, el modo,
el tiempo y el lugar de desahogo de las pruebas van dándose de
forma particular con cada una de las clases de prueba, ya que cada
medio de prueba tiene sus propias reglas y su propia naturaleza en
cuanto a su desahogo. Por ejemplo, por lo que se refiere al
desahogo de la prueba documental, se suele afirmar que se
desahoga por su propia naturaleza; simplemente los documentos
obran en el expediente, están agregados a los autos y ya no hay
que hacer nada para desahogar la prueba; el tribunal, en todo caso,
cuando la vaya a valorar, la tiene a la vista agregada al expediente
y, por tanto, se desahoga por su propia naturaleza; pero es distinto
el desahogo de otras pruebas, como la confesional o la testimonial,
que sí requieren todo un procedimiento para que la prueba se reciba
o sea asumida por el tribunal; no basta ofrecerla, no basta admitirla,
ni siquiera prepararla, pues después hay que desahogarla y
tenemos todo un procedimiento que va a indicar precisamente la
forma, el modo, la manera, el tiempo y el lugar en que va a ser
recibida. Si es necesario, el juez saldrá del recinto del tribunal por la
naturaleza, ubicación o situación de las cosas y personas que deban
examinarse; si es posible, se le traerán esas cosas o personas al
juez al recinto mismo del tribunal para su examen.

1 Cfr. con el art. 198 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
2 Este artículo fue reformado por el decreto publicado en el Diario Oficial de la
Federación el 24 de mayo de 1996.
3 Cfr. Reforma a este artículo publicada el 27 de enero de 2004 en la Gaceta Oficial del
Distrito Federal.
4 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., pp. 115 y 116.
5 Cfr. con los arts. 255-V, 260-III y 943 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal.
16 Prueba por confesión

64 Antecedentes históricos de la prueba


confesional
La prueba por confesión es una de las más antiguas. En el derecho
romano y en muchos sistemas jurídicos primitivos se le dio gran
importancia; incluso se le consideró la más importante, la más
trascendente, a grado tal que en algunas épocas históricas se le
calificó como la reina de las pruebas.
La confesión en ciertas épocas estuvo sumamente vinculada con
la religión. Incluso muchos países no han superado esta etapa de
vinculación. Hay una institución llamada juramento que está
íntimamente relacionada con el desahogo de la prueba confesional
en esos sistemas tradicionales. La mayoría de los países
latinoamericanos son católicos y sigue imperando en sus sistemas
jurídicos el juramento como una cuestión vinculada a la confesión.
También los países anglosajones tienen esta estrecha vinculación al
punto de que en los tribunales debe ofrecerse la declaración
precedida por una verdadera ceremonia de juramento con la mano
sobre la Biblia. En México no admitimos ya el juramento; lo
desterramos jurídicamente desde hace más de 100 años de nuestro
sistema y lo hemos sustituido por una simple y civil protesta de decir
verdad. El juramento consistió básicamente en una invocación de la
divinidad como especie de testigo de la verdad de lo afirmado.
La figura de la confesión puede ser definida en cuanto al resultado
del medio probatorio, no en cuanto a su procedimiento; en aquél
sentido se le considera como el reconocimiento de la parte de
hechos propios.
Es necesario no confundir la confesión con otra figura afín que es
el allanamiento. Éste consiste en el sometimiento a las pretensiones
de la parte contraria, sometimiento que es una conducta propia del
demandado. Por el contrario, la confesión puede ser una conducta
procesal, tanto del actor como del demandado. De ahí que no haya
base para confundir allanamiento y confesión.
En los términos de la posición de Briseño Sierra,1 este medio de
prueba, junto con la testimonial, sería de los llamados medios de
convicción.Estos medios de convicción están bastante
desprestigiados; tanto la confesión como la testimonial son medios
de prueba o confirmación sobre los que, en los últimos tiempos, ha
venido creciendo la desconfianza. La confesión civil, la confesión
penal y la confesión en todo tipo de juicios se ha estado
desprestigiando mucho. Son frecuentes las ocasiones en que por
desequilibrios psíquicos, violencia física o moral, deseos
exhibicionistas, etc., una parte o un testigo declaran fácilmente
falsedades; un infeliz, miserable en todos los sentidos, con tal de
exhibirse ante los demás reconoce a veces que es autor de hechos
incalificables, cuando en realidad no lo ha sido. Todos estos
factores, el temor, la locura, el desequilibrio, el deseo de
exhibicionismo, etc., hacen que en los juicios algunas partes puedan
reconocer conductas que en realidad no han realizado. De ahí pues
que la prueba de la confesión como también la testimonial son
medios que hay que ver con reserva y con cuidado. El juez debe ser
un buen psicólogo, examinar con mucho detenimiento el resultado
de estas pruebas y procurar, además, cotejarlo con algunos otros
elementos de prueba. En materia penal, por ejemplo, se ha pensado
que cada vez es menos aconsejable que el juez pueda condenar al
procesado basándose sólo y exclusivamente en la confesión,
precisamente por los riesgos, por los precedentes funestos y
nefastos que tenemos en la historia judicial de condenas basadas
en la pura prueba de la confesión. Entonces el juez debe ser muy
escrupuloso, tener mucho cuidado en la valoración de la confesión,
examinar si ha sido hecha por una persona capaz, por una persona
que esté en pleno uso y en pleno goce de sus facultades mentales,
porque la confesión de un loco o de un desequilibrado mental no
podrá, desde ningún punto de vista, ser tenida en cuenta.

65 Sujetos de la confesión
Desde luego, los sujetos de la confesión solamente pueden ser las
partes contendientes en el proceso. Y aquí los papeles pueden
cambiarse por cualquiera de las partes: en un momento dado,
puede ser la que pregunte y también cualquiera de las partes puede
ser la que conteste el interrogatorio. Por eso, a los sujetos de este
drama confesional se les llama el absolvente y el articulante. El
articulante es el que formula las preguntas y el absolvente es el que
las contesta. Se cita a una parte a absolver posiciones; el que va a
absolver es el que debe responder y el que está articulando es el
que formula las preguntas; como se dijo, los papeles pueden
siempre cambiarse, porque el que articula en un momento dado
puede convertirse en absolvente y el que está absolviendo puede
cambiar su situación y convertirse en articulante. En realidad, quien
articula no es el propio litigante —porque en la mayoría de los casos
no sabría ni cómo hacerlo—; casi siempre el que articula posiciones
es el abogado de la parte quien habla y actúa por ella, y se las
articula directamente a la otra parte, que va a ser la absolvente. Las
posiciones no se pueden absolver, más que en casos
excepcionales, por otra persona. La prueba confesional es
personalísima; claro que hay manera de dar poder u otorgar
mandato a otra persona para que pueda absolver posiciones en
nombre de una tercera. Este poder o mandato debe otorgarse
precisamente con cláusula especialísima: “Autorizo a Juan para que
pueda absolver posiciones por mí en un juicio.” Esto se ha discutido
por la doctrina. Debe verse hasta dónde es posible que una persona
pueda absolver posiciones por otra. Si los hechos son
personalísimos, esa absolución de posiciones no podría valer. Por
ejemplo, en materia de juicios de divorcio o de cuestiones familiares,
¿cómo sería posible, si se trata de cuestiones personalísimas
involucradas, que una persona vaya a absolver posiciones por otra?

66 Confesión y litisconsorcio
Se puede definir al litisconsorcio como la situación surgida en el
proceso por el fenómeno que podemos llamar de pluralidad de
partes. Cuando los litigantes en una posición procesal son dos o
más, entonces se habla de que son colitigantes o, lo que es lo
mismo, litisconsortes. Los colitigantes o litisconsortes son, pues, dos
o más partes que están litigando en una misma posición procesal.
Este litisconsorcio como fenómeno de pluralidad de partes puede a
veces ser activo, si son varios los actores, y puede ser pasivo, si son
varios los demandados. Además, y esto completa nuestro análisis
del fenómeno, hay veces que es meramente voluntario, porque les
conviene a las partes litigar unidas y la ley se los permite o no se los
prohíbe, y hay otras veces en que no es voluntario sino forzoso,
necesario o legal; es decir, las partes por la naturaleza del problema
involucrado deben forzosamente litigar unidas.
La relación que podemos establecer entre el litisconsorcio y la
prueba confesional es la que encontramos reglamentada en el art.
314 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal. Si
fueren varios los que han de absolver posiciones al tenor de un
mismo interrogatorio (se sobreentiende que son varios actores o
varios demandados), las diligencias se practicarán separadamente y
en un mismo acto, evitando que los que absuelvan primero se
comuniquen con los que han de absolver después. Vale la pena
hacer un análisis comparativo entre el art. 314 y el art. 364 del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal; este
último referido a los testigos y que contiene una regla paralela para
su examen, cuando también son varios los que deban declarar.
67 Formas de confesión

67A Confesión mediante posiciones


Arellano García2 dice que posición constituye una típica expresión
procesal con significado propio en la prueba confesional y consiste
en la pregunta que se formula a la parte absolvente que soporta el
peso de la confesional.
El pliego de posiciones es un escrito en el que la parte oferente de
la prueba expresa las preguntas que la absolvente debe desahogar.
El pliego de posiciones lo puede acompañar la parte que solicita el
desahogo de la prueba confesional, en dos supuestos: uno, cuando
el que debe desahogar la prueba no se encuentre en el lugar del
juicio; y el otro, cuando potestativamente así lo decida la parte
oferente de la prueba. Luego de que se abra el sobre que contiene
el pliego de posiciones, el juez deberá leer las mismas y calificarlas
y aprobarlas, según lo establecen los arts. 311 y 312 del código
procesal.

67B Interrogatorio directo


Se entiende por interrogatorio directo el formulado por una parte a la
otra, sin pliego de posiciones, ysólo puede formularse si está
presente en el desahogo la parte absolvente, ya sea que todo el
interrogatorio sea así, o que se formule ese interrogatorio a
continuación del interrogatorio de las posiciones escritas y una vez
agotadas éstas.

67C Interrogatorio recíproco


Si la parte que ha ofrecido la prueba confesional se encuentra
presente en el momento de su desahogo por el absolvente, podrá
este último, después del desahogo de la prueba a su cargo, pedir
que el oferente, a su vez, desahogue las posiciones que le quiera
formular directamente.3

68 Objeto de la confesión
El objeto u objetivo de la confesión es que el sujeto pasivo, el
absolvente de la prueba, reconozca hechos propios; además, como
se verá más adelante, esta prueba confesional a través del medio
de prueba de la confesión constituye, de tener éxito, una típica
confesión provocada. A través del interrogatorio se provocará que
quien declara reconozca hechos que le pueden, en un momento
dado, perjudicar; en muchas ocasiones, sobre todo si la parte
absolvente es hábil o si además se conduce con verdad y el
contrario no tiene razón, no se va a lograr la finalidad de hacer que
la contraparte reconozca hechos que le son perjudiciales. Otras
veces el absolvente, incluso, al ir contestando lo va haciendo de
manera que niega los hechos y se afirma en su declaración.
Habiéndose tenido un desahogo de la prueba confesional, no hubo
confesión, confesión como resultado, es decir, como reconocimiento
de hechos propios que perjudiquen al que declara, aunque sí haya
habido confesión como prueba desahogada.
Es evidente, pues, que una cosa es el desahogo de una prueba
confesional y otra cosa bien distinta es un resultado que puede
consistir, precisamente, en que se haya provocado, en que se haya
logrado ese reconocimiento, o bien, en que ese intento o ese
propósito haya fallado.
Es muy importante la forma en que el absolvente da respuesta a
las posiciones que se le formulen por la contraparte. El código
establece4 que las contestaciones deben ser categóricas, en sentido
afirmativo o negativo. Después de la contestación, después del sí o
del no, el absolvente podrá agregar todas las aclaraciones que
juzgue pertinentes; es decir, tiene libertad, pero debe inicialmente
definirse por un sí o por un no; las respuestas deben ser categóricas
y es muy peligroso para el absolvente adoptar actitudes evasivas,
por ejemplo, actitudes que suelen ser muy comunes en personas
que están siendo interrogadas. Entonces el tribunal debe instar al
que está contestando a que responda positiva o negativamente,
porque esas evasivas (quién sabe, no me acuerdo...) pueden
conducir a que se declare confeso al que está absolviendo las
posiciones.

69 Confesión extrajudicial
La doctrina la define como la confesión hecha fuera de juicio, en
conversación, carta o en cualquier documento que en su origen no
haya tenido por objeto servir de prueba del hecho sobre el que
recae; también se ha considerado así la confesión hecha ante juez
incompetente; se ha extendido esta calificación a la confesión
desahogada ante un juez competente, cuando faltan algunas
formalidades legales.5 Vale la pena considerar el caso de la
confesión desahogada ante juez competente y cumpliéndose todas
las formalidades; pero en juicio distinto de aquel en que se ofrece.
La calificación de extrajudicial equivaldría, en este caso, a fuera de
juicio.

69A Nulidad de la confesión


La nulidad, entendida como una sanción que produce la ineficacia
de los actos jurídicos, implica la presencia de algún vicio o defecto
de los que tal acto adolece y que, precisamente por su importancia,
o relevancia, acarrea la ineficacia. Ahora bien, es necesario
desentrañar la naturaleza de la expresión nulidad de la confesión;
en nuestra opinión, son dos supuestos distintos los que podrían
darse. Primer supuesto: el de nulidad de una actuación judicial, en la
que se hubiere desahogado, indebidamente o violándose reglas de
procedimiento, una prueba confesional y, al decretarse la nulidad, la
consecuencia consistiría en la necesidad de reponer el
procedimiento, observándose todas las reglas y requisitos para que
la actuación nueva fuere válida (el caso estaría regido por los arts.
74 y 78 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal). Segundo supuesto: el de la nulidad de la confesión, no
como actuación judicial, sino como acto dispositivo o, de voluntad de
la parte y de la confesión como resultado de la prueba, lo que
acarrearía, no una nulidad de actuación, sino una nulidad del acto
dispositivo de reconocimiento tramitada incidentalmente, sin que en
el caso cupiese ningún tipo ni clase de reposición de procedimiento,
sino limitándose a la resolución judicial que debe emitirse en la
sentencia definitiva que podría suprimir los efectos del acto jurídico
nulo: la confesión (el caso estaría regido por los arts. 320 y 405 del
mismo ordenamiento legal).

1 Humberto Briseño Sierra, Derecho procesal, t. IV, Cárdenas, México, 1970, p. 442.
2 Carlos Arellano García, Derecho procesal civil, Porrúa, México, 1981, p. 193.
3 Cfr. con el art. 318 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
4 Cfr. con el art. 316 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
5 Rafael De Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., p. 319.
17 Prueba documental

70 El documento como medio de acreditamiento


Briseño Sierra1 sostiene que los documentos se comprenden dentro
de lo que él llama medios de acreditamiento, losque a su vez forman
un capítulo de lo que ya conocemos, en mayor extensión, como
medios de confirmación. Otros medios de acreditamiento, junto con
los documentos, son los instrumentos,los monumentos ylos
registros. Lo que va, según Briseño Sierra, a distinguir al documento
de otros medios de acreditamiento como son los instrumentos, los
monumentos o los propios registros, es su carácter escritural. El
documento podría definirse, de manera simplista, como un
instrumento escrito, de ahí que todavía a la prueba documental se le
llama también instrumental. Sólo que el término instrumento es más
amplio; hay instrumentos que no son documentos. El documento es
un instrumento escritural, es decir, un instrumento en el cual hay
escritura y, entonces, mediante la escritura se plasma una serie de
datos, de noticias y, en cierta forma, también de registros escritos
sobre acontecimientos.
Eso está muy ligado con la aparición de la escritura en la historia,
ya que el documento aparece cuando nace la escritura y, además,
tanto el instrumento como el documento son cosas en las cuales
están plasmadas, en forma gráfica o escritural, ideas, conceptos y
finalmente palabras.
71 Acto jurídico y documento
No es este el lugar idóneo para ahondar en la explicación o en el
análisis de lo que sea el acto jurídico. Baste afirmar que el acto
jurídico es un hecho en el que interviene la voluntad consciente de
los sujetos productores de este acto o de ese hecho. Es un hecho
pues, querido en forma consciente por los sujetos que lo producen.
Existe una relación muy estrecha entre los documentos y los actos
jurídicos, porque la gran mayoría de los documentos, casi su
totalidad, plasman o contienen noticias sobre la realización de actos
jurídicos. Entonces, en el documento se plasma, se da noticia, se
registra la existencia de un acto jurídico.
Primitivamente estos documentos fueron muy rudimentarios. Se
usaron diversos tipos de cosas materiales para plasmar en ellas las
ideas, los conceptos o las palabras: bloques de barro, pedazos de
madera, etc. Muchos de los jeroglíficos, que en las diversas culturas
están plasmados en piedra, siguen siendo documentos. Hay quien
habla de monumentos en estos casos, pero si gráficamente, de
manera gráfica y escritural está plasmada una idea en piedra, en
papel, en madera, en ladrillos, etc., se tratará de un documento. La
forma más práctica como el hombre llegó después a inventar para
plasmar estas ideas en una cosa, fue y lo sigue siendo el papel.
Se ha pensado que los documentos no necesariamente deben
estar compuestos o estructurados por un lenguaje escrito, sino que
ese lenguaje podría también estar constituido por dibujos o por
símbolos. Llevar la idea del documento hasta estos extremos es una
exageración. Un plano, un mapa u otra serie de instrumentos
gráficos, por ejemplo, un dibujo, una pintura, la misma fotografía, no
deben definirse estrictamente como documentos. Desde luego
también son cosas que registran y de ahí que, siguiendo a Briseño
Sierra, podremos aceptar que son registros, en términos generales,
y no documentos; porque el documento tiene un carácter
necesariamente escritural: es escritura mediante el lenguaje. Hay
muchas formas de lenguaje, pero cuando éste deja de ser escritural
y se vuelve un lenguaje propiamente gráfico expresado por medio
de dibujos o de otra clase de signos, ya no se trata de un
documento sino de un registro o instrumento, como la multitud de
nuevos registros tales como el moderno videotape, la cinta
magnética grabada, los discos de las computadoras, donde a base
de registros magnéticos o a veces de perforaciones se conservan
informaciones. Éstos no son propiamente documentos: son
registros.
La lista de medios de prueba contenida antes en el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal2 reglamentaba, en
nuestro sistema, este tipo de instrumentos. Las fraccs. ii y iii del
artículo citado hablaban de los documentos públicos y de los
documentos privados; la fracc. vii mencionaba las fotografías, las
copias fotostáticas, los registros dactiloscópicos y todos aquellos
elementos aportados por los descubrimientos de la ciencia;en esta
última expresión se abre la gama o el abanico amplísimo de
posibilidades y cabe en el presente y para el futuro hablar de un
margen abierto en la utilización de múltiples medios de prueba, que
son instrumentos o registros. En realidad, la finalidad de un
documento es la de perpetuar, hasta donde se pueden perpetuar,
las cosas, hechos o actos pasados.
En la actualidad debe tenerse cuidado con un papel que contenga
huellas digitales con datos de identificación; en realidad, no es en
este sentido estricto un documento y se convierte en un registro.
Pallares afirma que el documento consiste en cualquier cosa que
tenga algo escrito, con sentido inteligible, aunque para precisar el
sentido sea necesario acudir a la prueba de peritos traductores.
Devis Echandía expresa que hay documentos que son
absolutamente necesarios para la validez de los actos jurídicos,
suelen llamarse solemnes y ser un requisito de existencia para el
acto jurídico al que se refieren. En otras palabras, el acto y el
documento están ligados indisolublemente. Uno de los ejemplos es
el de lo que llamamos título de crédito, porque lo define la ley como
el documento necesario para ejercer el derecho que en él se
consigna. Van ligados indisolublemente el acto jurídico y el hecho.
Otro caso sería el del matrimonio, que no puede existir sin el acta de
matrimonio.
Es posible, sin embargo, sustituir algunos documentos. La
mayoría de ellos en algunos casos pueden, en un momento dado,
ser sustituidos por otros que se elaboren y vengan a tomar el lugar
del documento anterior; cuando un título de crédito se extravíe, se
robe o se pierda, existe un procedimiento para sustituirlo por otro.
Habrá que ver qué documentos son de carácter verdaderamente
solemne, para que esa solemnidad vaya ligada indisolublemente al
acto al cual el documento se está refiriendo. Ese carácter es
excepcional de algunos actos jurídicos, pero en la mayoría el
documento no es un requisito esencial, sino simplemente un
instrumento para probar: adprobationem.

72 La naturaleza del documento y su carácter


registral
Etimológicamente, la palabra instrumento proviene de instrumentum
y del verbo instruere. Este verbo significa “enseñar”. Por ello, en el
derecho romano el instrumento era la manera de instruir, de obtener
datos sobre algo. Se dice que3 hay dos formas en que los hechos se
plasman o se recuerdan: la primera a través de la mente humana,
es decir, de la memoria, la cual es bastante falible, salvo para
mentes privilegiadas capaces de recordar y registrar muchas cosas,
datos e informaciones. Pero la mente es perecedera, como parte del
hombre, ya que éste perece. Si un hombre sabe mucho y
desaparece, se lleva consigo todo ese caudal y todo ese registro si
no lo plasma o registra en alguna parte antes de morir. Por tanto, la
segunda forma consiste en que ese registro, que primero se da en la
mente, se pase a un papel o se traslade, hoy, a una computadora.
Pero se debe pasar a algo en que se registre para que se mantenga
y se haga no ya imperecedero, sino menos perecedero, porque en
última instancia, y al final de cuentas y al final de los tiempos,
también los documentos y los registros desaparecerán algún día,
como todo lo demás. Pero se hacen menos perecederos, al menos,
que el hombre mismo.

73 Clasificación de los documentos


Los criterios para la clasificación de documentos son muy antiguos.
Un primer criterio es el de los documentos públicos, los cuales se
definían como los que producía el escribano, aquel funcionario
antecesor de nuestros notarios y de nuestros secretarios judiciales.
Un segundo criterio es el de los llamados documentos
auténticos,que eran aquellos cuyo origen estaba fuera de duda y
hacían prueba por sí mismos. Un tercer criterio por exclusión es el
de los documentos privados, que se definían como los que no eran
ni públicos ni auténticos.
Hoy en día la clasificación de documentos se hace en dos
grandes grupos: documentos públicos4 y documentos privados.5
Los públicos son los que otorgan autoridades o funcionarios en el
ejercicio de sus atribuciones, o bien, funcionarios o personas
investidas de fe pública.
El art. 327 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal señala cuáles son, en nuestro sistema, los documentos
públicos. El propio código,en el art. 334, da una noción también muy
genérica de lo que considera documentos privados, artículo que
más que una definición proporciona una enunciación, una
descripción de los documentos privados; los arts. 335 y 336 se
refieren a la forma en que se presentan en originales algunos
documentos y que, cuando forman parte de un libro, de un
expediente o legajo, tendrán que exhibirse para que se compulse la
parte que se haya señalado de los mismos. Es decir, tendrá que
exhibirse todo el legajo o todo el libro y de la parte correspondiente
se habrá de compulsar, es decir, de cotejar, oficialmente el
contenido del documento.
Desde luego, son documentos privados, por exclusión, todos
aquellos que no son públicos, o sea, que provienen de los
particulares y no de autoridades en ejercicio de sus funciones.

73A Documentos simples


Una subclasificación del documento privado, que debe tenerse muy
en cuenta, es la que han hecho la jurisprudencia y la doctrina al
hablar de documentos simples. Éstos son documentos no
provenientes de las partes sino de un tercero; al respecto, también
la jurisprudencia ha determinado que el documento que proviene de
un tercero tiene el mismo valor testimonial de ese tercero y deberá
llamarse a su autor para que declare sobre el contenido de tal
documento.

74 Autenticidad de los documentos


La autenticidad es, en realidad, una indubitabilidad, es decir, el no
poder dudar del origen y de la procedencia de un documento. El
hombre desde épocas muy remotas para garantizar esa
autenticidad, aunque algunas veces haya fallado en ello, ha
recurrido a una serie de mecanismos y procedimientos: las firmas,
las rúbricas, los sellos, los lacres, las huellas, los papeles
especiales, papeles con ciertos sellos que a veces se ha pretendido
que son infalsificables o, al menos, de difícil falsificación. En el
sistema anglosajón, por ejemplo, hay una serie de listones de
colores que se pegan con lacre y con sellos para darle autenticidad
a los documentos. Esos listones, que en la mayoría de los casos
son rojos, han dado lugar en el idioma inglés a una expresión que
literalmente quiere decir cinta roja, o sea, red tape, y que
curiosamente la sabiduría popular ha identificado con burocracia,
papeleo, trámite difícil. Otra forma de garantizar la autenticidad de
los documentos, sobre todo de los documentos públicos que van a
surtir efecto en otros lugares, es el procedimiento llamado de
legalización de firmas. Se van legalizando en cadena las firmas y los
funcionarios, cada vez con mayor rango, simplemente van
certificando la firma anterior como aquella que usa el funcionario
para emitir sus actos. La legalización de firmas es un procedimiento
para garantizar la autenticidad de los documentos. Los documentos
públicos, y entre ellos los notariales, tienen una presunción de
autenticidad que sólo quedará desvirtuada si son objetados
oportunamente y también acreditada su falsedad o su origen
indebido o siniestro.
En cuanto a los documentos privados, si la contraparte de quien
los haya ofrecido considera que no son auténticos,debe objetarlos
en tiempo y acreditar su falsedad o su no autenticidad.

75 El concepto de la fe pública y de los


documentos notariales
La fe pública es una facultad, una atribución que se confiere a
determinados funcionarios, a los que se les otorga una confianza
oficial para que certifiquen y para que atestigüen con un testimonio
de calidad y, sobre todo, con un atestiguamiento sancionador. Estas
personas que están investidas de fe pública pueden ser algunos
funcionarios públicos, los notarios públicos, los corredores públicos
y los secretarios judiciales, entre los cuales, desde luego, están los
actuarios. Se dice en términos generales que estos funcionarios
tienen fe.

76 Documentos notariales y documentos oficiales


Desde luego, hay que hacer una distinción entre el documento
notarial y el documento oficial. El oficial es un documento público y
el notarial también. Sólo que tienen un distinto origen. Mientras que
el notarial, como su nombre lo indica, proviene de un funcionario
público que es el notario, el oficial proviene de cualquier autoridad
en el ejercicio de sus funciones. Los notariales, a los que también se
les suele denominar instrumentales, están autorizados por los
notarios. Y, desde luego, hay un enorme cúmulo de documentos
notariales que lo deben ser, incluso por ley. La adquisición de un
inmueble que exceda de cierto valor, la constitución de una sociedad
anónima y otra serie de actos, forzosa y necesariamente tienen que
ser notariales.
Aquí volvemos a la cuestión de la solemnidad, porque, por
ejemplo, el acta constitutiva de una sociedad tiene que extenderse
en el protocolo de un notario; de lo contrario, no vale legalmente esa
sociedad, sería una sociedad irregular, una sociedad que no está
bien constituida porque no lo está en escritura pública.
Los documentos oficiales o administrativos comprenden una
gama muy amplia, desde una licencia de manejar expedida por una
dirección de policía y tránsito, hasta los expedientes en los que se
consigna cualquier tipo de trámite en dependencias oficiales.
Finalmente, habría que hacer referencia a los informes. Estos
informes son relaciones de actividades que dan las autoridades al
tribunal en relación con hechos o con actos jurídicos sobre los
cuales se les pide que den noticia. El campo de los informes es
sumamente amplio. En nuestro sistema está reglamentado como
medio de prueba el informe de autoridad, que podría considerarse
un medio de prueba autónomo, independientemente de que en la
práctica se limita a ser la forma de desahogo, por las autoridades,
de pruebas confesionales o testimoniales rendidas a su cargo.6 El
informe de autoridad, tanto previo7 como justificado,8 es una
institución de nuestro juicio de amparo que equivale a la
contestación de la demanda de garantías por parte de la autoridad
responsable, a la que se atribuyen actos violatorios de garantías
individuales.

77 Objeción e impugnación de documentos y sus


efectos procesales
La objeción y la impugnación de documentos son figuras sutilmente
diferentes y así se tratan en nuestra legislación procesal civil. Los
artículos del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal que regulan estos problemas básicamente son los
siguientes: 101, 335, 340, 341 y 386. Las anteriores disposiciones
ameritan, a nuestro juicio, algunas reflexiones: es necesario
distinguir la objeción, propiamente dicha, como una oposición a la
admisión del documento, o sea, a la pretensión puramente procesal
de que no sea admitido y se rechace; y, por otro lado, la
impugnación como un documento que entraña una pretensión en el
sentido y dirección de restarle o nulificarle la fuerza probatoria a un
documento ya admitido, pero que se considera inadecuado, ineficaz
o falso. Así, el primero de los numerales citados está refiriéndose no
a una impugnación, como erróneamente lo dijo el legislador, sino a
la admisión indebida de un documento en contra de lo que la propia
ley dispone.9 El art. 335, que debe examinarse conjuntamente con
el 340, implica una consecuencia grave al no objetarse los
documentos privados ofrecidos por la contraparte, pues ello traerá
como resultado que dichos documentos se tengan como admitidos y
como si se hubiesen reconocido expresamente. La objeción que se
efectúe a dichos documentos deberá hacerse valer dentro de los
tres días siguientes a la apertura del término de prueba, siya habían
sido presentados, y respecto de documentos exhibidos con
posterioridad, también en un plazo de tres días contados a partir del
día siguiente a aquel en que surta sus efectos la notificación del
auto que ordene la recepción. El art. 341 remite al dictamen pericial
para el cotejo de firmas y letras, siempre que se ponga en duda la
autenticidad de documentos privados o públicos que carezcan de
matriz. Por último, el art. 386 reglamenta propiamente la
impugnación de falsedad de un documento, la cual debe hacerse en
un plazo que va desde la contestación de la demanda hasta seis
días antes de la celebración de la audiencia de pruebas y alegatos,
indicándose motivos y pruebas de la impugnación, con señalamiento
de los documentos indubitables para el cotejo y promoviendo la
pericial correspondiente, sin todo lo cual no se tendrá por redargüido
o impugnado el instrumento. El proceso penal que se hubiere
instaurado sobre la falsedad del documento no suspenderá el
proceso civil, y el juez podrá reservar los derechos del impugnador
para el caso de que penalmente demuestre la falsedad, o bien,
podrá el juez subordinar la eficacia ejecutiva de la sentencia a la
prestación de una caución.

1 Humberto Briseño Sierra, Derecho procesal, t.IV, Cárdenas, México, 1970, pp. 415 a
435.
2 Art. 289. Este artículo fue reformado por decreto del 10 de enero de 1986; se suprimió
la lista de los medios de prueba, para quedar como sigue: “Son admisibles como
medios de prueba aquellos elementos que puedan producir convicción en el ánimo del
juzgador acerca de los hechos controvertidos o dudosos.”
3 Francesco Carnelutti, La prova civile, Athenaeum, Roma, 1915, p. 141.
4 Cfr. con el art. 327 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
5 Cfr. con el art. 334 del mismo ordenamiento.
6 Cfr. con los arts. 326 y 359 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
7 Cfr. con el art. 132 de la Ley de Amparo.
8 Cfr. con el art. 149 de la Ley de Amparo.
9 Cfr. con el art. 98.
18 Prueba pericial

78 Concepto de prueba pericial


La prueba pericial se hace necesaria en el proceso cuando, para
observar, para examinar el hecho que se trata de demostrar, se
requieren conocimientos científicos, o bien, la experiencia de la
práctica cotidiana de un arte o de un oficio.
La prueba pericial es el medio de confirmación por el cual se
rinden dictámenes acerca de la producción de un hecho y sus
circunstancias conforme a la legalidad causal que lo rige. La prueba
pericial, cuando es técnica o científica, encaja en el concepto de
prueba científica que hemos tomado de Briseño Sierra y que
entraña la producción eficiente de fenómenos dentro de las reglas
de su propia legalidad científica.

79 Sujetos de la prueba pericial


De Pina1 define a los peritos como los sujetos que son entendidos
en alguna ciencia o arte y que pueden ilustrar al tribunal acerca de
diferentes aspectos de la realidad concreta, para cuyo examen es
indispensable que se tengan conocimientos especiales, en mayor
grado que el caudal de una cultura general media.
La doctrina y la legislación clasifican a los peritos en dos grandes
grupos: los peritos titulados y los peritos entendidos. Los peritos
titulados son los que han cursado una carrera superior y han
obtenido el título profesional que los acredita como especialistas en
un área del conocimiento científico o técnico. Los peritos entendidos
son los que desarrollan actividades prácticas de manera cotidiana y
que vienen a adquirir un conocimiento empírico de las cosas, o bien,
a adquirir el dominio de un arte, entendido como técnica y no en su
significación estética.2
Otra clasificación de los peritos distingue entre peritos de parte y
peritos de oficio. También la doctrina hace otra serie de
clasificaciones como la del perito extrajudicial,del perito judicial,de
los peritos colegiados,del perito individual,etcétera.
Para ser perito es indispensable que se cumplan determinados
requisitos: la imparcialidad, porque si ésta falta puede recusarse al
perito;3 que se tenga título universitario si la profesión o arte
estuvieren reglamentados; para ser perito oficial se exige ser
ciudadano mexicano, gozar de buena reputación, tener domicilio en
el Distrito Federal, conocer la ciencia, arte u oficio sobre el que vaya
a versar el peritaje y acreditar su pericia;4 finalmente, si la actividad
o profesión no están reglamentadas, el perito esencialmente debe
ser un experto o entendido en las cuestiones sobre las que va a
opinar.

80 Función del perito


En la doctrina procesal se ha debatido y discutido acerca de la
naturaleza de la función del perito. Se ha dicho que es un auxiliar
del juez; también, que es un medio de prueba, que es un testigo de
calidad y que finalmente, es un auxiliar o encargado judicial. Becerra
Bautista5 sostiene que las funciones del perito son dos: ser auxiliar
del juez o de la administración de justicia, y ser un medio de prueba.
El mismo autor señala como funciones que realizan los peritos las
siguientes:
1. Auxilian al juez en la percepción o en la inteligencia de los
hechos.
2. Indican al juez los principios científicos o técnicos que le
permitan deducir consecuencias de hechos indispensables
para el conocimiento de la verdad.
3. Deducen las consecuencias de tales hechos basándose en
sus conocimientos especializados.
4. Señalan las consecuencias jurídicas que extraen por la
subsunción del hecho en la norma jurídica.

Las cuatro funciones podemos reducirlas a dos: el perito es un


auxiliar del juzgador, cuando, por ejemplo, es traductor; pero es a la
vez auxiliar y medio de prueba cuando le proporciona a aquél el
conocimiento científico y técnico para la explicación o comprensión
de los hechos controvertidos.

81 Objetos de la prueba pericial


Pueden ser objetos de la prueba pericial los hechos controvertidos
que requieran explicación científica, técnica o de la experiencia y
también, excepcionalmente, el derecho extranjero tanto escrito, en
cuanto a su interpretación, y el consuetudinario, en cuanto a su
existencia.

82 Tiempo, lugar, modo y forma de producción de


la prueba por peritos
Nuestra legislación6 y la doctrina7 indican que el tiempo de
desahogo de la prueba pericial debe hacerse en plazos de cinco o
de 10 días posteriores a la fecha de aceptación y protesta del cargo,
según se trate de juicios ordinarios o especiales; el lugar es la sede
o domicilio del tribunal; el modo y forma constituyen la rendición de
un dictamen escrito. Los peritos podrán ser interrogados o
formulárseles observaciones por el juez, por las partes y por el
perito tercero. El ofrecimiento de la prueba, por cualquiera de las
partes, implica la designación de un perito y el derecho de la
contraparte para nombrar un perito de su parte, así como la
posibilidad de que el tribunal designe otro perito más, tercero en
discordia;todo esto implica la naturaleza colegiada de la prueba
pericial, ya que el juez examinará libremente todos los peritajes
rendidos, los que podrá valorar atendiendo a las reglas de la lógica y
de la experiencia.8

82 bis Peritos en rebeldía y tercero en discordia


La designación del perito en rebeldía sólo se da en relación con el
de la parte oferente de la prueba, pues si la contraria no designare
perito o éste no se presentare, se le tendrá por conforme con el
peritaje de la parte contraria. También el juez nombrará perito único
en rebeldía, si los peritos de ambas partes no rindieren su dictamen.
El perito tercero en discordia deberá rendir su peritaje en la
audiencia de pruebas y sus honorarios se cubrirán por mitad por
ambas partes, según el art. 353 del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal.
Una muestra del desatino legislativo se evidencia en la reforma
del 27 de enero de 2004 al art. 349 del código en cita, al
considerarse como probable delito de falsedad en declaraciones
ante autoridad judicial, la contradicción entre los dictámenes
periciales rendidos y la obligación para el juez de dar vista al
Ministerio Público con los dictámenes sustancialmente
contradictorios, antes de designar al perito tercero en discordia.

1 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., p. 322.


2
Cfr. con Humberto Briseño Sierra, El juicio ordinario civil, t. II, Trillas, México, 1975, p.
744.
3 Cfr. con el art. 351 del código distrital.
4 Cfr. con el art. 102 de la Ley Orgánica del Tribunal Superior de Justicia del Distrito
Federal.
5 José Becerra Bautista, El proceso civil en México, Porrúa, México, 1977, pp. 123 y 124.
6 Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, arts. 346 a 353 y 391.
7 Briseño Sierra, op. cit., pp. 744 y 745.
8 Art. 402.
19 Inspección o reconocimiento judicial

83 Concepto de inspección judicial


A este medio de prueba en algunas ocasiones se le ha denominado
inspección ocular; la mayoría de las veces, el juez o el tribunal al
desahogar esta prueba observa las cosas u objetos que se le
muestran, mediante el sentido de la vista. De ahí que
tradicionalmente se le haya llamado inspección ocular.
Nuestro sistema, con mejor criterio, llama a esta prueba
inspección o reconocimiento judicial. No es verdad que sólo por
medio del sentido de la vista el juez puede examinar cosas, objetos
y personas, sino que en realidad puede hacerlo mediante todos los
sentidos que, aunque se ha considerado que son básicamente
cinco, la psicología y la ciencia médica no pueden explicar que ello
sea cierto, que haya solamente cinco sentidos. Los cinco sentidos
básicos, efectivamente son el oído, la vista, el tacto, el olfato y el
gusto, pero ésos no son todos. Existen, por ejemplo, el sentido del
equilibrio o el de la temperatura, etc. Así, se puede llevar al juez, no
solamente para que mediante el olfato perciba determinada
sensación que quizá sea molesta y está causando daños a los
habitantes de una casa o que vaya y oiga el tremendo ruido que se
está produciendo por unas máquinas; sino que también lo podemos
llevar para que se coloque en un lugar y sienta qué vibración o qué
frío o qué calor se sufre.
El juez de este modo percibirá por sí mismo cuál es la
temperatura y la molestia de esa temperatura y la vibración, y lo que
ellas impliquen o signifiquen.
Es muy conveniente la observancia del principio de que la
percepción que el juez haga de esos fenómenos no deba requerir
ningún conocimiento especializado, sino que debe ser una
percepción que pueda ser captada por cualquier persona, porque si
requiriera algún conocimiento especializado, esto ya no sería
materia de la prueba de inspección judicial, sino de una prueba
típicamente pericial. La importancia de este medio de prueba radica
en la posibilidad de que en el proceso surja alguna cuestión que
pueda ser observada directamente o percibida, más que sólo
observada, de manera directa por el juzgador. Dentro de la posición
de Briseño Sierra, hemos apuntado anteriormente1 que esta prueba
es la que consiste en la mostración, o sea, la actividad que entraña
mostrar directamente al juzgador las personas, las cosas o los
objetos relacionados con los puntos del litigio por resolverse, para
que de esa observación pueda obtener alguna luz o ilustración
sobre las cuestiones debatidas.

84 Antecedentes históricos de la inspección


judicial
Este medio de prueba es muy antiguo y ya en Roma, en las XII
Tablas, se hacía referencia al mismo. Entre otras cosas, se utilizó
mucho para solucionar problemas de confusión de linderos que
separaban predios. También en el derecho canónico tuvo gran
desarrollo. Es importante resaltar el dato de que en el antiguo
derecho español, en la Partida de las Siete partidas, esta prueba
también estaba reglamentada.

85 Sujeto y objeto de la inspección


El sujeto de la inspección es el propio juez, el propio titular del
tribunal, que es quien está inspeccionando las cosas; el objeto de la
misma lo pueden ser cosas y personas. Así, puede inspeccionarse u
observarse un inmueble, un edificio, las personas, los semovientes,
los animales, las cabezas de ganado, etc., siempre que esta
inspección no requiera conocimientos especializados de parte de
quien la realice.
La inspección, en sí misma, debe estar íntimamente relacionada
con el asunto litigioso, porque, de no estarlo, sería una prueba
inconducente o impertinente, ya que no tendría nada que ver con los
puntos puestos a discusión. De la inspección o reconocimiento se
levanta siempre un acta en la que se hace constar la fecha, la hora,
el lugar en donde se está actuando y las cosas, los objetos o las
personas que se hayan observado, procurando que dicha acta sea
lo más precisa y lo más descriptiva posible. Se debe pormenorizar
todo aquello que es lo importante de la inspección: para qué se llevó
al juez a observar esas cosas, con objeto de que se diera cuenta de
qué cuestiones.
Es muy importante aquí, más que en otras pruebas, el aspecto de
la oralidad o de la no oralidad del proceso, en cuanto a la identidad
del juez de instrucción y del juez de decisión, porque no va a ser
igual que el juez que haya ido personalmente a la inspección sea el
mismo que decida o que, por el contrario, el juez que haya ido a la
inspección sea distinto del que va a decidir, pues este último, en ese
caso el segundo juez, sólo tendría frente a sí un acta fría en el
expediente. Será muy distinto que el mismo juez que realizó la
inspección sea el que dicte la sentencia y ello significará
indudablemente una tendencia hacia la oralidad.

86 Inspección y pericia anexa


Independientemente de que la pericia no debe confundirse con la
inspección, el código procesal distrital2 advierte que pueden
acompañar al juez, en esta prueba de inspección judicial, tanto los
que se llaman testigos de identidad como los peritos.
Acompañan al juez los testigos de identidad para identificarle la
cosa, la persona o los objetos por inspeccionarse, y el perito, para
dar lo que se llama la pericia anexa a la inspección. La inspección,
en sí, no debe requerir conocimientos especializados, ya que para
explicar los puntos complementarios de interpretación que el juez no
puede apreciar por sí mismo, es para lo que la ley autoriza esta
asociación de pruebas.
Esta combinación de la prueba de inspección con la prueba
pericial e incluso con los testigos de asistencia representa una
tendencia que persigue cumplir el principio de economía procesal,
permitiendo que varios actos no tengan que repetirse en distintos
momentos, sino que se realicen en una misma y única diligencia.

87 Clases de inspección
Se puede hablar de dos tipos de pruebas de inspección, deduciendo
esta clasificación del código distrital;3 la inspección puede ser a
petición de parte, si es que ésta ha sido solicitada por alguna de las
partes, pero también puede ser de oficio, o sea, no a petición de
parte, sino cuando la prueba es provocada u ordenada por el propio
tribunal.

1 Humberto Briseño Sierra, Derecho procesal, t. IV, Cárdenas, México, 1970, pp. 435 a
442.
2 Cfr. con el art. 354.
3 Cfr. con los arts. 279, 354 y 355 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
20 Prueba testifical

88 Reglamentación legal
Los artículos del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal que de manera especial se refieren a la reglamentación de
este medio de prueba son, primero, del 356 al 372, que regulan
concretamente a la prueba testifical; otra disposición es el art. 392,
que establece cómo debe ser levantada el acta de la audiencia en lo
que toca al desahogo de esta prueba de testigos, y finalmente, el
art. 354, en su párrafo tercero, que se refiere a los testigos de
identidad en la prueba de la inspección judicial.
Hay otras disposiciones que nos hablan de distintos tipos de
testigos, como la Ley Orgánica del Tribunal Superior de Justicia del
Distrito Federal,1 que alude a los testigos de asistencia; estos
testigos de asistencia sustituyen ausencias de los secretarios y
actúan al lado del juez, dando fe de sus actuaciones, ya que el juez
no debe actuar solo, sino tener a su lado a alguien que dé fe de su
actuación. Esos testigos de asistencia no desempeñan el mismo
papel que los otros testigos que son medio de prueba.

89 Testigos instrumentales y testigos medio de


prueba
Es importante distinguir dos tipos fundamentales de testigos: los que
vienen a atestiguar, a veces como requisito esencial de algún acto
jurídico, por ejemplo, los que a veces por ley llama un notario para el
otorgamiento del testamento. Esos testigos no serían de naturaleza
procesal, sino instrumentales; ellos vienen a dar fe de esta forma, a
atestiguar la realización de un acto jurídico.

90 Testigos de cargo y de abono


En el proceso penal hay los que se llaman testigos de cargo y
testigos de abono. Los de cargo son aquellos que vienen a dar
noticias sobre hechos que impliquen o confirmen la acusación; por
el contrario, el testigo de abono tiene la función contraria: él viene a
abonar la buena conducta del procesado, a decir que un procesado,
por ejemplo, es un buen hombre y que ha observado buena
conducta.

91 El testimonio en la historia procesal


La prueba a base de testigos que vengan a dar noticias de hechos
que les constan aparece con el nacimiento del proceso mismo,
porque es una de las formas más antiguas de acreditar un hecho,
ésta de traer ante el funcionario a una persona de la que se afirma
que le consta algún hecho relacionado con los puntos cuestionados
en el litigio.
Sabemos, por antecedentes de tipo histórico, que ya en el
proceso egipcio la prueba de testigos se encontraba contemplada,
pero indudablemente fue en los procesos griego y romano donde
encontró un desarrollo más avanzado, principalmente, en el proceso
romano y en el derecho romano, en general.
No es lo mismo llamar a un testigo para que dé noticia de un
acontecimiento pasado que él presenció, que a él le consta, que
llamar a un testigo para que específicamente presencie una cosa
que va a suceder; este segundo caso es el de testigo instrumental;
el otro testigo, al que se llama para que dé noticia de algo que ya
sucedió, es un testigo procesal. También en el derecho antiguo
español, inclusive en el Fuero Juzgo y en las Partidas, hubo reglas
muy claras sobre los testigos, sobre el testimonio, sobre el valor de
la prueba testimonial y sobre los requisitos que los testigos deberían
reunir. Así, aquella vieja regla latina que después pasa al derecho
español y que rezaba: “testigo único, testigo nulo”, esta regla,
decíamos, ya no está vigente en la mayoría de los códigos y no se
llega a disponer expresamente si vale o no el testimonio del testigo
único. Lo que sucede es que en la naturaleza misma y en la
tradición de la prueba testimonial, la regla había sido que los
testigos debían ser dos o más, sobre todo porque es necesario
comparar las declaraciones cuando menos de dos testigos, para
cerciorarse de si esas declaraciones son conformes o no unas con
otras, como se dice en la práctica: si son conteste y conformes, lo
que quiere decir que tales declaraciones coinciden, no solamente en
lo principal, sino también en los detalles. Por ello, tradicionalmente
los testigos debían ser dos o más y no se permitía la prueba con un
solo testigo. Hoy, hay excepciones a esta regla, sobre todo la
consignada en el art. 402 del código distrital,que deja la apreciación
del medio de prueba al prudente arbitrio del juzgador; en virtud de lo
dicho, una apreciación de la declaración de un testigo bien razonada
por el juez podría referirse a un testigo único. No debemos olvidar
que en algunas ocasiones solamente hay un testigo al que le consta
un hecho, porque en el momento en que sucedieron las cosas no
había otras personas. Es obvio que resulta más difícil probar con un
testigo único que con varios testigos, porque hay la imposibilidad de
cotejar o constatar o confirmar lo que un testigo conteste, con lo que
otro u otros testigos también vayan a deponer, lo que no implica que
el testigo único no tenga algún valor probatorio.

92 Concepto y clasificación de los testigos


Al principio del capítulo hemos adelantado algunos conceptos de
clasificación de testigos. En cuanto al de testigo, podemos decir que
es aquella persona a la que le constan ciertos hechos y se le llama
para que rinda una declaración ante el funcionario u oficial, o ante el
juez, declaración que va a verter ese propio testigo mediante un
interrogatorio y por medio de preguntas que se le van formulando.
Pallares2 afirma que el testigo es una persona que tiene
conocimiento de los hechos controvertidos y que, además, no es
parte del juicio.
El art. 356 del código distritalcorrobora esta afirmación, en cuanto
a ese carácter del testigo, y subraya la intervención del mismo como
una obligación, es decir, están obligados a testificar aquellos a
quienes consten los hechos.
Además de las clases de testigos que hemos mencionado, hay
otros a los que se les llama testigo de vista y testigo de oídas. Lo de
testigo de oídas y testigo de vista implica lo siguiente: el testigo de
vista es aquel que estuvo presente en el momento en que
acontecieron los hechos y es el que nos interesa y el único que tiene
trascendencia procesal. El otro, el llamado testigo de oídas, siempre
es desechado, porque en el momento en que se le pregunta la
razón de su dicho, el cómo llegó a saber algo, manifiesta que se lo
contaron. Es decir, no le constan personalmente los hechos, sino
que se los relataron. Este testigo no vale procesalmente si no ha
presenciado los hechos.

93 Deber de rendir testimonio


Decíamos líneas arriba que el art. 356 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal impone a todos los
ciudadanos, no sólo a los que sean requeridos por la autoridad para
ello, la obligación de rendir el testimonio. Esto no incluye solamente
a los ciudadanos, sino a todos los gobernados.
El testigo está obligado, además, a declarar con veracidad y a ser
imparcial. No debe tener interés en el asunto. Debe emitir antes de
su declaración lo que se llama la protesta de decir verdad,de
conducirse con verdad. Esta protesta implica que el secretario del
tribunal, a la hora en que el testigo esté proporcionando sus
generales,3 le advierta que hay una sanción penal4 para aquellos
que no digan la verdad en declaraciones judiciales: los testigos que
falten a su obligación de decir verdad incurrirán en falsedad en
declaraciones judiciales.
Los testigos, por regla general, son testigos de parte,porque es
una parte la que los ofrece, de tal suerte que puede haber testigos
de la parte actora o testigos de la parte demandada. Al ofrecerse la
declaración debe relacionarse ese ofrecimiento con hechos
expresados en los escritos de la demanda o de la contestación.
La reforma de mayo de 1996 obliga a las partes a anunciar
anticipadamente los testigos desde los escritos de demanda y de
contestación, según lo dispuesto en los arts. 255-v y 260-iii del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal. Es obvio
que en nuestro sistema puede haber testigos a los que llama el juez,
quien tiene esa posibilidad dentro de sus amplísimas atribuciones o
facultades, aun los no ofrecidos por otras partes. Y finalmente,
también opinamos que puede haber testigos que llegan solos al
proceso, sin que nadie los haya llamado, invocando, desde luego,
que tienen la obligación de declarar los hechos que les constan.

94 El testimonio y la psicología judicial


Es importante hacer notar que existe en la prueba testimonial algo
muy parecido a la prueba confesional. El juez, al apreciar la prueba,
sobre todo en el proceso oral, debe procurar ser un muy buen
psicólogo, debe hacer uso de la psicología. Por eso se habla de la
psicología judicial. Es muy difícil en un juicio con tendencia hacia la
escritura que se haga uso de esta psicología judicial, porque el juez
lo único que ve son las hojas escritas y las actas en las que consta
lo que declararon los testigos o lo que declararon las partes. Por el
contrario, en el proceso oral el juez está en mejor posibilidad (dadas
la identidad del juez de instrucción con el juez de decisión, y la
inmediatez física)de hacer uso del arbitrio y de la psicología judicial.
El juzgador debe tener mucho cuidado en esto. Debe ser cauto.
Muchas veces, el testigo o en ocasiones la parte, si se trata de la
confesional, pueden aparentar un gran aplomo, gran seguridad, una
certeza, hasta un tono de voz teatral y engolado y ser los
declarantes más falsos; y al revés, un testigo puede tener una voz
vacilante, estar sudando, ponerse blanco o verde y, sin embargo,
estar diciendo la verdad. En el saber apreciar esto consiste
precisamente la madurez del juez para apreciar la prueba
psicológicamente. El juez no debe dejarse llevar por las apariencias
y, sobre todo, debe estar también muy atento a la constatación de
unos elementos probatorios con los otros, de unas pruebas con
otras y sobre todo, en el caso de la testimonial, el cotejo de lo que
un testigo conteste, en relación con lo que los otros testigos
expongan. Por regla general, los testigos deben ser dos o más
sobre los mismos hechos y por ello se les pregunta de forma
separada, como ya hemos visto, y de manera sucesiva, lo que
implica que no se les puede interrogar al mismo tiempo, ni un testigo
puede oír las preguntas que se formulen a otro, sino que hay que
separarlos y examinarlos sucesivamente tal como lo establece el
código distrital.5
La valoración de las respuestas es muy importante. Y, desde
luego, ello entraña la utilización de una verdadera técnica, sobre
todo por el doble interrogatorio, el cual es el que le da su verdadero
valor a la prueba testimonial.
El interrogatorio primero lo formula la parte que ofrece la prueba;
pero después lo continúa el abogado de la contraparte, quien
repregunta. Generalmente, las preguntas del abogado de la parte
que ofrece son sobre temas o puntos en los que el testigo ya ha sido
aleccionado, ya sabe lo que se le va a preguntar porque se le ha
dicho antes. El riesgo y el peligro para el testigo viene en las
repreguntas, porque no las sabe de antemano. Ahí es donde la
técnica de la pregunta, del examen cruzado, lo que en el derecho
anglosajón se llama cross examination, cobra importancia. Las
preguntas que se formulen van a ser sobre detalles y ahí es donde
los testigos pueden caer en contradicciones.

95 Aleccionamiento de los testigos


El aleccionar testigos es práctica bastante frecuente y consiste en
reunir a los que van a declarar, por lo general en la víspera de la
diligencia, para indicarles lo que se les preguntará y cómo deberán
responder. Si tal práctica sólo tiene como objeto que los testigos no
caigan en confusiones y para que declaren bien lo que bien saben,
ello no tendrá nada de reprobable; por el contrario, es condenable el
aleccionamiento que consista en preparar a los testigos para
declarar sobre hechos que no conocen ni les constan.

96 Técnica del interrogatorio a testigos.


Forma del interrogatorio. Interrogatorio
judicial e interrogatorio por las partes
Si en la prueba confesional, como en su oportunidad lo vimos, la
forma para absolver las posiciones es que haya una respuesta
categórica acerca del hecho sobre el cual se interroga, con un sí o
un no respecto de la misma, en la prueba de testigos esto no es así.
No se le pide al testigo que diga sí o no respecto de algo, sino más
bien si le consta, si sabe algo. Se debe prestar atención a la
diferencia de la forma de la pregunta en la prueba confesional y en
la prueba de testigos. En la confesional se le diría al absolvente:
“diga usted si es cierto, como lo es, que usted conoce a Juan
Pérez”; la respuesta puede ser sí o no. En la prueba testimonial, la
pregunta respecto de un hecho similar será: ¿es cierto que usted
conoce al señor Juan Pérez?
En el interrogatorio al testigo incluso hay más libertad al formular
las preguntas: es más abierto, se pueden preguntar más cosas.
Porque no necesariamente son hechos propios del que declara,
como en la prueba confesional, sino sólo deben ser cualesquiera
hechos que le consten al testigo.
En nuestro sistema, de todas maneras, la prueba de testigos en
cuanto al interrogatorio tiene cierta limitación, porque el hecho sobre
el cual se esté preguntando debe tener una relación directa e íntima
con la litis, o sea, con los puntos cuestionados. En este aspecto
existe una diferencia muy importante entre la técnica del
interrogatorio en nuestro sistema y en otros sistemas como, por
ejemplo, el anglosajón, en el que hay mayor libertad de formular
preguntas sobre cuestiones que aparentemente no tendrían relación
directa con la litis, pero que después, a partir de una serie de
inferencias, de conexiones lógicas, sí van a presentar esa
vinculación o conexión.
El interrogatorio judicial es aquel que hace el tribunal sin que se lo
pidan las partes, o sea, por su propia cuenta. El interrogatorio por
las partes es el común y corriente, el que hacen, primero, la parte
que ofreció la prueba, que puede ser tanto la actora como la
demandada y, después, la parte contraria.

97 Preconstitución de la prueba testifical


Las pruebas preconstituidas, como lo hemos visto, son las
producidas previamente o antes de que el proceso se inicie y, por
tanto, en una fase o etapa preprocesal. En cuanto a las
posibilidades de emplear una prueba testimonial para futura
memoria, cabe señalar que nuestro sistema jurídico contempla
diversas disposiciones6 en las que se reglamentan los extremos
siguientes:

a) Posibilidad de que el juicio se prepare pidiendo el examen de


testigos, cuando éstos sean de edad avanzada o se hallen en
peligro inminente de perder la vida, o próximos a ausentarse a
un lugar alejado y de difícil comunicación y la acción
respectiva no pueda deducirse aun por depender su ejercicio
de un plazo o de una condición que no se hayan cumplido.
b) También se podrán llamar testigos para probar alguna
excepción, siempre que la prueba sea indispensable y los
testigos se hallen también en alguno de los casos señalados
en el inciso anterior.
c) Desahogo de testimonial y de declaraciones requeridas por un
juez extranjero.
d) También se llamará a los testigos para acreditar la necesidad
de que se obtenga una providencia precautoria, ya sea el
arraigo o el embargo precautorio; los testigos deberán ser por
lo menos tres.

98 Tacha de testigos
Lo que se llama tacha de testigos es un trámite que ha caído en
desuso. La tacha (tachar significa cancelar, borrar, invalidar, como si
se tachara una cifra, se tachara una letra; así se tacha un testigo) es
pues un procedimiento para restar o nulificar el valor de la
declaración de un testigo. La tacha son las objeciones que se hacen
a la eficacia o a la veracidad de las declaraciones de un testigo,
fundadas en circunstancias personales del declarante, por ejemplo,
que tenga parentesco con los litigantes, que sea amigo o que tenga
enemistad con alguno de ellos, que tenga interés en el asunto y por
ello se le pueda tachar. También se le podrá tachar por defectos en
sus declaraciones, porque haya incurrido en contradicciones en sus
afirmaciones, etc. Entonces, la tacha de testigos consiste
precisamente en invalidar o impugnar la validez de la declaración de
un testigo porque se presuma la parcialidad en su testimonio o se
presuma su falsedad.
Hoy se considera poco práctico, inútil, retardador el trámite de la
tacha de testigos, como un trámite que pretende atacar la
credibilidad de sus declaraciones. Además, existen dos expedientes
para atacar esa credibilidad; por un lado, las repreguntas que la
contraparte puede hacer para desbaratar la declaración del testigo;
y ya después, y por el otro, una vez concluida la etapa probatoria,
los alegatos, en los que se va a poder hacer un análisis del valor de
las declaraciones y determinar y sugerir al juez cómo debe valorar la
declaración de los testigos.

99 Valoración del testimonio


De acuerdo con el art. 402 del código distrital,los medios de prueba,
en general, serán valorados en su conjunto por el juzgador, tomando
en consideración las reglas de la lógica y de la experiencia. Este
sistema ha sido denominado de la sana crítica, prudente arbitrio o
de la prueba razonada.
El juez tiene enorme libertad para calificar o para valorar la
prueba, pero esa libertad se le concede dentro de las reglas de la
lógica y con la obligación, que de todas suertes le está impuesta por
el art. 16 de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos, de motivar y fundamentar suvaloración.7 Esa motivación
yesa fundamentación, precisamente, se cumplen en la sana crítica o
en el prudente arbitrio, porque es necesario que el juez razone la
prueba o razone la circunstancia que hace que esa prueba sea para
él definitiva o tenga determinado sentido. El juez debe razonar, tiene
libertad para apreciar la prueba, pero dentro de ciertas reglas de
lógica. Es decir, no con arbitrariedades y mucho menos tampoco
con lo que se ha llamado la prueba o apreciación de la prueba en
conciencia, que aunque se postula en sistemas como el de la
justicia de paz y en el derecho del trabajo, ya la jurisprudencia ha
determinado que la prueba en conciencia no puede entenderse en el
sentido de que el juez calle y guarde para sí los argumentos de
valoración, los cuales de acuerdo con nuestro sistema jurídico no
está legitimado para callar u ocultar. El juez debe exponer, debe
expresar y debe estructurar dentro de la más rigurosa lógica jurídica
todos los argumentos y todos los razonamientos para cumplir con la
regla del prudente arbitrio, de la sana crítica o de la prueba
razonada, que además llevan al juzgador a cumplir con el precepto
constitucional ya citado de fundar y de motivar todas sus
resoluciones.

1 Cfr. con el art. 76, párrafo tercero.


2 Eduardo Pallares, Derecho procesal civil, Porrúa, México, 1961, p. 424.
3 Las generales son el nombre, el lugar de origen, la fecha de nacimiento, la ocupación,
el estado civil, la nacionalidad, etcétera.
4 Arts. 311 y siguientes del Nuevo Código Penal para el Distrito Federal.
5 Cfr. con el art. 364.
6 Arts. 193, fraccs. VII, VIII, IX, y 239, párrafo segundo del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal.
7 El mismo art. 402 del código distritalapunta: “En todo caso el tribunal deberá exponer
cuidadosamente los fundamentos de la valoración jurídica realizada y de su decisión.”
21 Presunciones

100 Etimología
Etimológicamente, presunción proviene de la preposición latina prae
y del verbo summo, y significa “tomar anticipadamente las cosas”.
En este sentido, la presunción jurídica debe entenderse como la
inferencia o la conclusión que se tiene acerca de las cosas o de los
hechos, aun antes de que éstos se demuestren o aparezcan por sí
mismos.
En otras palabras, la presunción, en el sentido jurídico que es el
que nos interesa, se entiende como el mecanismo del razonamiento,
como el raciocinio por el cual se llega al conocimiento de hechos
desconocidos partiendo de hechos conocidos.
Por la prueba presuncional, entonces, se llega al conocimiento
indirecto de los hechos controvertidos, independientemente de que
se desconozcan, de que no se pueda comprobar directamente su
existencia. Desde luego, como inferencias, como conclusiones, las
presunciones pueden no verse correspondidas en la realidad con la
certeza con que se asumen. De aquí que las presunciones siempre
impliquen márgenes de incertidumbre, probabilidades de error.
La prueba presuncional así llamada no es más que un método
reconstructivo de inferencia o de deducción de los hechos materia
de la controversia.
101 Determinación de si las presunciones son
reglas de prueba
De Pina1 define a la presunción como la operación lógica mediante
la cual, partiendo de un hecho conocido, se llega a la aceptación
como existente de otro desconocido, y por tal se entiende a la
presunción. Debemos concluir que la presunción por sí misma no
aporta información nueva ni adicional al proceso, en el sentido en
que aportan esa información nueva y adicional todos y cada uno de
los otros medios probatorios. Esto es, por la presunción no se le
allegan al juzgador nuevos materiales informativos, sino que, por el
contrario, por la presunción, a partir del material informativo
recabado, se llega a extraer nuevas implicaciones, si bien éstas
pueden tener el carácter de novedosas.
El Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal
regula la presunción en sus arts. 379 a 383. No es posible estimar a
la presunción como medio probatorio.
Alcalá-Zamora2 distingue dos significados que se dan al vocablo
presunción. Uno de ellos es el que tiene la llamada presunción legal
y está relacionado con la carga de la prueba. El otro, que es el que
corresponde a la llamada presunción humana, se relaciona con la
fuerza probatoria de los medios de prueba. El autor citado sostiene
que la única presunción es la legal. La llamada presunción humana
no es tal porque cuando los medios probatorios permiten llegar
directamente a la prueba no se hace necesario ningún raciocinio, ni
se hace indispensable ninguna operación lógica; pero cuando los
medios probatorios por sí mismos directamente no permiten llegar a
la prueba, entonces se hace indispensable acomodar, en vez de
interpretar y adecuar los datos que brindan los medios probatorios
desahogados para llegar a obtener la prueba de un hecho. En otras
palabras, por sí mismos, cuando no se trata de una prueba directa,
los medios probatorios no prueban nada, o sea, se trata
simplemente de medios probatorios semiplenos e indirectos. Será
necesario que con la conjunción, con el agrupamiento de todos esos
medios probatorios y de su interpretación, se llegue a una
presunción. Pero por esa vía no se llega a la presunción legal que
hemos definido, sino a un hecho inferido de los datos y de las
informaciones proporcionadas por los medios probatorios. La
presunción, pues, por sí sola, no produce prueba plena, pero un
conjunto de presunciones sí pueden llegar a ella, es decir, un
conjunto de presunciones pueden permitir llegar a una prueba plena.

102 Presunciones y ficciones legales


La ficción legal se ha confundido con la presunción; se dice que
ambas son sinónimas, que son semejantes. Sin embargo, se trata
de dos cosas distintas. La ficción legal debe entenderse, según
Escriche,3 como:

Una suposición que hace la ley dando a una persona o cosa una
calidad que no le es natural, para establecer en su consecuencia
cierta disposición que de otro modo parecería repugnante. La
ficción obra los mismos efectos que la verdad, y por lo tanto debe
imitarla sin presentar cosa alguna que sea contraria a la
verosimilitud, y sin que se extienda a lo que por la naturaleza de las
cosas es imposible[...]

Por su parte, la presunción legal es el reconocimiento que la ley


ordena o impone que se tenga de una situación de hecho como
cierta, cuando concurren los elementos señalados por la ley, a fin de
que se le imputen determinadas consecuencias jurídicas.

103 Indicios, hipótesis, conjeturas y sospechas


En torno a estos conceptos existe en la doctrina un verdadero caos:
nadie sabe por dónde se encuentran y cada quien toma su rumbo.
Se dice, por un lado, que las presunciones, los indicios y las
conjeturas, son lo mismo. Por otro lado, se sostiene que los indicios
se distinguen de las presunciones. De Pina4 señala que indicio es la
prueba indirecta deducida de una circunstancia o circunstancias
que, en relación con un hecho o acto determinado, permite fundar
racionalmente su existencia; entiende por conjetura un juicio
probable formado de las cosas, derivado de determinadas
observaciones e indicios, y que se asemeja al indicio en ser medio
de prueba indirecta. Se dice, por otra parte, que indicio es el hecho
conocido del que se parte para establecer la presunción y conjetura;
es una vacilación que se tiene respecto a la exactitud del hecho
inicial, que puede trascender a la formación de la presunción. Para
nosotros, el indicio es el dato de que se parte en el mecanismo
presuncional; la hipótesis es una reconstrucción lógica de los
hechos sucedidos; la conjetura es el punto de arranque de la duda,
que conduce al mecanismo presuncional y la sospecha, que puede
ser fundada o no, es simplemente una inclinación del ánimo que
hace suponer la existencia de ciertos hechos, partiendo de alguna
base que puede ser cierta o no, fundada o no.

104 Naturaleza jurídica de las presunciones y


riesgos de su utilización
De todo lo expuesto podemos llegar a la conclusión de que las
presunciones no son medios de prueba propiamente dichos y que
su verdadera naturaleza se determina por la función que están
llamadas a cumplir.
Por lo que se refiere a las presunciones legales, si estamos frente
a la presunción que no admite prueba en contrario (jure et de jure),
se tratará de una excepción absoluta a la necesidad de probar; por
el contrario, si estamos frente a la presunción que sí admite prueba
en contrario (juris tantum), se tratará de una inversión de la carga de
la prueba.
En cuanto a las presunciones humanas, que son las que el juez
puede inferir de los hechos ya acreditados, su utilización debe
ceñirse a la más rigurosa lógica. El juez deberá aplicar, previo
dictamen pericial si fuese necesario, las reglas de la causalidad
fenomenológica; es decir, cuando entre el hecho conocido y el
desconocido exista un nexo causal que implique una necesidad
lógica de causa a efecto o de efecto a causa, esta inferencia es
obligada e inevitable. Por el contrario, el juez deberá ser receloso y
frío cuando no exista esa necesidad lógica causal entre el hecho
conocido y el desconocido, pues se estará ante sospechas
infundadas, conjeturas o menores indicios que pueden derivarse de
la ignorancia popular, del fanatismo político o religioso o de otras
distorsiones del pensamiento, de las cuales, desgraciadamente,
está llena la historia judicial de la humanidad.

1 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., p. 329.


2 Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, Estudios de derecho probatorio, Universidad de
Concepción, Concepción, 1965, pp. 102 y 103.
3 Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, t. II, Temis,
Bogotá, 1977, p. 598, voz ficción.
4 Rafael de Pina, Tratado de las pruebas civiles, Porrúa, México, 1981.
22 Conclusiones

105 Contenido y objeto de los alegatos


De las tres fases en que se divide la instrucción y que son la
postulatoria, la probatoria y la preconclusiva, nos toca analizar esta
última. Adoptando la terminología de Briseño Sierra, denominamos
a la segunda parte, o sea, a la parte probatoria, como fase
confirmatoria, puesto que en esa segunda fase lo que se persigue
es llegar a confirmar lo que en la primera se ha afirmado. En ese
orden de ideas podríamos denominar, con cierta liberalidad, a esta
tercera fase posterior a la segunda como fase reafirmatoria; esto es,
la tercera fase de la instrucción, que es la preconclusiva, implica que
en ella las partes reafirmen sus posiciones, en vista a lo que ellas
mismas consideran que han llegado a confirmar, en la segunda
etapa, que es la probatoria.1
Conforme al texto actual de los arts. 394 y 397 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, solamente puede
alegarse en forma oral, aunque también pueden formularse
conclusiones por escrito al finalizar la audiencia de pruebas y
alegatos.
El texto anteriormente en vigor implicaba que la fase
preconclusiva en nuestro proceso civil comprendía una tramitación
en la que se presentaban escritos de alegatos, pero no en la
audiencia de pruebas y alegatos, sino en un momento procesal
especial que seguía a la fase probatoria. Este procedimiento estaba
regulado en ese entonces por el art. 425, actualmente derogado, y
se concedía a cada una de las partes cinco días para alegar, para
presentar alegatos escritos, primero al actor y después al
demandado. Como podrá suponerse, este procedimiento acarreaba
una dilación en el desarrollo del proceso y se suprimió,
consignándose que sólo podría alegarse en la misma audiencia en
la que se rindieran las pruebas, o sea, en la audiencia de pruebas y
alegatos.
La fase preconclusiva comprende actos de las partes, que se
conocen en el proceso civil como alegatos yen el proceso penal
como conclusiones. Los alegatos podemos entenderlos como la
exposición de los razonamientos de las partes que proponen al
tribunal a fin de determinar el sentido de las inferencias o
deducciones que cabe obtener atendiendo a todo el material
informativo que se le ha proporcionado, desde el acto inicial del
proceso hasta el precedente inmediato anterior a los alegatos. Los
alegatos de cada una de las partes tratarán de argumentar la
justificación de cada una de sus respectivas posiciones, y la solidez
de las argumentaciones jurídicas y de la fuerza probatoria de los
medios de prueba ofrecidos; se tratará en ellos, por otra parte, de
desvirtuar la fuerza probatoria de los medios de prueba ofrecidos
por la contraparte.
En el proceso mercantil mexicano todavía subsiste el
procedimiento escrito de alegar.2
Para la cabal comprensión de lo que es el sistema de los alegatos
actualmente en vigor deben examinarse los arts. 393 y 395 del
código distrital,3 en los que está establecida la mecánica conforme a
la cual van a desahogarse. En ellos se dispone que cuando
concluya la recepción (debería decirse desahogo), el tribunal
dispondrá que las partes aleguen por sí o por sus abogados o
apoderados, primero el actor y luego el demandado; el tribunal
concede el uso de la palabra a cada una de las partes, y éstas
deberán procurar brevedad, concisión y evitar el uso de palabras
injuriosas o de alusiones a la vida privada y a las opiniones políticas
o religiosas de la contraparte, debiéndose limitar a tratar de las
acciones y de las excepciones que quedaron fijadas en la clausura
del debate y de cuestiones incidentales que surgieran; no se podrá
hacer uso de la palabra por más de un cuarto de hora cada vez en
primera instancia y de media hora en la segunda.
Desgraciadamente, esta disposición es letra muerta; la razón es que
esos alegatos orales nadie los produce en la realidad y en la
práctica de nuestros tribunales. Esto provoca una mentira procesal
muy socorrida que se consigna en las actas. Después de la
pregunta trillada y rutinaria que los secretarios están cansados de
hacer de si se va a alegar, sabiendo de antemano la respuesta, los
abogados contestan siempre negativamente y entonces se escribe
que: “cada una de las partes alegó lo que a sus derechos convino”,
sin que en rigor se hubiera alegado nada.
En la práctica, no se alega porque ese alegato no lo escucha
nadie, a grado tal de que si algún abogado excéntrico se pusiera a
producir su alegato verbalmente, en primer lugar causaría un
revuelo y una sorpresa en los tribunales y, además, nadie
escucharía el alegato porque el juez suele no estar presente en la
audiencia y el secretario osaría tomar el periódico diario y se saldría
a leerlo al corredor.
Al prohibirse expresamente4 la práctica de dictar en la audiencia
el texto de los alegatos, resulta que no queda huella, rastro ni
registro de lo dicho, con lo que se evidencia la inutilidad del alegato
oral en nuestro sistema. Aun permitiéndose la posibilidad de hacer
valer lo que el código llama conclusiones por escrito,5 no precisa
cuándo deben presentarse, y pensar que se elaborarán durante la
misma audiencia no resulta lógico, porque en esa audiencia están
sucediendo las cosas sobre las que tendríamos que reflexionar para
elaborar el alegato. Lo ideal sería que se contase, como mínimo,
con dos o tres días para que, de acuerdo con lo sucedido en la
audiencia, con lo que contestaron los testigos, con lo que
respondieron las partes, con el contenido de los documentos, se
hiciera un correcto alegato por escrito, el cual en el actual sistema
no tendría ya sentido si la sentencia se pronunciase durante la
misma audiencia o inmediatamente después de cerrada ésta.
106 Memoranda y conclusiones por escrito en
segunda instancia
Se pueden presentar alegatos escritos en forma de memoranda y
también se pueden presentar alegatos orales, sin estar éstos
reglamentados por las leyes procesales.
Cuando se trata de un tribunal colegiado, se ha vuelto costumbre
presentar alegatos por escrito que reciben el nombre de
memoranda, los cuales no se encuentran reglamentados, y también
se presentan alegatos de forma oral, tratándose de tribunales
colegiados, que reciben el nombre de alegatos de oreja.
Estos alegatos, tanto los orales como los escritos, tienen el
propósito de forjar o de intentar forjar una convicción en todos y
cada uno de los integrantes del tribunal colegiado; ya que el
procedimiento para emitir sentencia en esos tribunales es
complicado y como las decisiones se someten a votación, por ese
medio se trata de ir ganando la inclinación de ánimo de todos y cada
uno de los juzgadores. Los alegatos de oreja se acostumbra
practicarlos unos momentos antes de que los ministros o
magistrados entren a la sesión en la que llegarán a dictar sentencia
y es que en el ánimo del juzgador la impresión viva del problema
que la parte le presente en su alegato de oreja puede llegar a pesar
definitivamente en el momento de pronunciarse la sentencia. En la
práctica suele ser muy útil saber exponer y redactar, en forma
concisa, clara y breve una síntesis del asunto que está por
resolverse. Esto, bien hecho, puede ser más efectivo que los largos
e interminables memoriales o los detallados escritos del propio
expediente que, en ocasiones, los juzgadores no pueden detenerse
a examinar.

1 Cfr. Alberto Saíd, Los alegatos, Oxford University Press, México, 2004.
2 Cfr. Arts. 1388 y 1055, fracc. I, del Código de Comercio.
3
Por reforma del art. 393, publicada en el Diario Oficial de la Federación el 14 de enero
de 1987, el texto de dicha disposición quedó redactado de la manera siguiente:

Artículo 393. Concluida la recepción de las pruebas, el tribunal dispondrá que las
partes aleguen por sí o por sus abogados o apoderados, primero el actor y luego el
demandado; el Ministerio Público alegará también en los casos en que intervenga,
procurando la mayor brevedad y concisión. No se podrá hacer uso de la palabra por
más de un cuarto de hora en primera instancia y de media hora en segunda.
4 Art. 394 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
5 Loc. cit.
23 Citación para sentencia

107 La citación para sentencia y las etapas


procesales
Si la primera etapa del proceso es la instrucción y la segunda el
juicio. Hay un momento procesal entre ambas que destaca más en
los procesos penales, denominado citación para sentencia; con la
citación para sentencia se subraya que ha terminado la instrucción y
se inicia la segunda etapa, o sea, la del juicio. Citar para sentencia
es indicar entonces que ha terminado la instrucción y que se pasa a
la segunda etapa, es decir, a la del juicio.
Las consecuencias procesales de importancia de la citación para
sentencia, además de indicar que la instrucción ha terminado y que
se pasa a la etapa del juicio, son las de indicar que terminan,
precluyen, varios derechos procesales; al cerrarse esta instrucción,
ya no se puede seguir postulando, ni probando, ni alegando; las
etapas para hacerlo han quedado atrás. Las partes dieron todo lo
que tenían que dar y ahora les corresponderá recibir, porque en la
primera etapa, en la instrucción, las partes dan y el tribunal recibe; y
en la segunda etapa, o sea, en la del juicio, el tribunal da y las
partes reciben, y lo que reciben es nada menos que la sentencia, la
decisión de su litigio; entonces, una primera consecuencia es que
las partes ya no pueden ni afirmar, ni alegar nada, porque ya
pasaron las oportunidades que tuvieron para hacerlo; además,
después de ese momento, ya no es posible interponer la recusación.
Doctrinalmente estamos enfocando este fenómeno de la citación
para sentencia, pero en nuestro parchado y remendado código
distrital hubo una reforma que eliminó la citación para sentencia; ya
no existía como un momento procesal determinado, y al no existir
esta citación, los litigantes y los jueces, y también los teóricos, se
preguntaban si habría algún momento en el proceso que fuese
equivalente a la citación para sentencia; se creyó, por cierto sector,
que tal momento sustitutivo era el de la iniciación de la audiencia de
pruebas y alegatos.
Merced al reformismo legislativo precipitado e incongruente
sobrevivió en el código distrital una disposición,1 que continuó
hablando de la citación para sentencia cuando prescribe que la
sentencia debe dictarse dentro del plazo de 15 días, contados a
partir de la referida citación; es decir, en dicha disposición se
conservó todavía la expresión.
Lucero Montaño2 expuso en torno a este problema que debería
corresponder al momento de citación para sentencia, el del auto que
declare terminada la audiencia de pruebas y alegatos. Aunque
advirtió que no se trata de un auto formal, esto es, un auto que
expresamente da por terminada la audiencia de pruebas y alegatos.
Esto porque solamente hasta que termina la instrucción, o sea,
hasta que termina el último acto dentro de la audiencia, por ejemplo,
el alegato de parte del demandado, podría entenderse que se da por
terminada la instrucción en sentido estricto. En efecto, al iniciarse la
audiencia pueden quedar pendientes de realizarse muchos actos de
instrucción, y si la función técnica de la citación para sentencia es la
de dividir la instrucción del juicio, parece lógico y congruente que el
momento equivalente del cierre de la instrucción sea aquel en que la
audiencia termina y no el del inicio de ésta. Ese tejer y destejer que
ya hemos calificado de penelopeísmo jurídico legislativo ha
resucitado la citación para sentencia en el texto del art. 87 del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, según
reforma de mayo de 1996.
1 Art. 87. El plazo de 15 días que se menciona es merced a la reforma que sufrió el
citado numeral, por el decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 11 de
enero de 1987 y que entró en vigor a los 90 días siguientes al de su publicación.
2 De forma oral y como adjunto de clase.
24 La sentencia civil

108 Naturaleza jurídica de la sentencia


La sentencia es el acto final de un proceso normal que se desarrolla
en todos sus pasos; ese proceso va proyectado, va destinado a
terminar precisamente en una sentencia. La sentencia es el acto
final del proceso, acto aplicador de la ley sustantiva a un caso
concreto controvertido para solucionarlo o dirimirlo.
Existe un paralelismo en esta referencia a las sentencias, con la
noción del proceso. Ya hemos definido al proceso como un conjunto
complejo de actos, del estado como soberano, de las partes
interesadas y de terceros ajenos a la relación sustancial, actos todos
que tienden a uno final de aplicación de la ley general a un caso
concreto controvertido, para dirimirlo o solucionarlo,1 resulta que ese
acto final mediante el cual se aplica la ley general a un caso
concreto controvertido para dirimirlo o solucionarlo es precisamente
la sentencia.
Si un proceso no llega a sentencia final o definitiva, se dan las que
se llaman formas anómalas de terminación del proceso.
Además, si las sentencias se impugnan, entonces se abre una
nueva fase procesal, para analizarlas y revisarlas, y ésta termina
con otra sentencia, que es la de segunda instancia. Incluso podría
seguirse a una tercera instancia o a otro juicio completo de
impugnación, como es el caso de nuestro juicio de amparo que, a su
vez, vuelve a terminar con otra sentencia. Las sentencias las vamos
a encontrar a cada paso en la práctica profesional porque son la
forma normal como terminan los procesos.
Después de la sentencia, cabe preguntarnos si hay otras fases
procesales; si el proceso no ha terminado, aun durante la fase de
ejecución, desde luego debemos tener presente que la ejecución ya
no forma parte del proceso, sino que es una consecuencia del
mismo.
La sentencia como acto jurisdiccional de gran importancia ha sido
motivo de atención y de estudio muy especial por parte de los
cultivadores del derecho, por ejemplo, hay libros especialmente
escritos para estudiarla.2 Así, se establece que “la sentencia es en
su esencia un acto de la inteligencia del juez y, precisamente, un
juicio lógico que reviste la forma del silogismo (cuya materia es) la
declaración de la norma jurídica aplicable en el caso concreto”.3
La etimología de la palabra sentencia proviene del verbo sentir y
es que refleja la sentencia lo que el juez siente, lo que el tribunal
siente en relación con el problema que se le ha planteado.
La sentencia es también una conclusión, derivada del juicio lógico
que implica y que se produce en la segunda etapa del proceso, o
sea, en la llamada del juicio. Esto es en razón de que la sentencia
contiene la estructura de un juicio lógico a la manera aristotélica: la
premisa mayor es la norma general aplicable al caso concreto; la
premisa menor es el caso concreto; y la conclusión es el sentido de
la sentencia, o sea, lo que la sentencia decide y lo que la sentencia
ordena.
Escriche4 dice que la denominación sentencia proviene del latín
sentendo, que es una especie de gerundio, sintiendo, y por ello se
dice que la sentencia se da cuando el juez ya puede sentir el asunto
y en virtud de que ya lo siente puede resolverlo. Manresa5 sostiene
que la sentencia es el acto solemne que pone fin a la contienda
judicial y, al hacerlo, decide sobre las pretensiones que han sido
objeto del pleito. La mayoría de los autores consideran que la
sentencia es un acto jurisdiccional. Ésa es la posición tradicional y
tanto es así que incluso la etimología de la palabra jurisdicción, es
decir el derecho. Y losautores clásicos sostuvieron que el derecho
se dice al sentenciar. Según esta concepción, el acto que parece
más jurisdiccional es la propia sentencia, puesto que en ella se está
diciendo el derecho.
Sin embargo, Briseño Sierra6 sostiene que la sentencia en sí ya
no es un acto jurisdiccional. Que son jurisdiccionales todos los actos
del estado, previos a la sentencia, actos en los cuales el tribunal
recibe y las partes dan; pero que el momento en que el tribunal o el
juez ya no recibe, sino van a dar la sentencia, este acto ya no sería
eminentemente jurisdiccional. Debe examinarse con cuidado esta
posición porque es revolucionaria y, como muchos de los conceptos
e ideas de ese autor, no tiene buena acogida entre los sectores
tradicionales de la doctrina.
Para Couture,7 la sentencia puede ser analizada desde tres
puntos de vista: como acto jurídico, como hecho jurídico y como
documento. El análisis se reduce a dos enfoques: al de la sentencia
como acto jurídico y como documento; pero como documento
simplemente en cuanto a que éste es la cosa material donde se
plasman los conceptos y las ideas. La sentencia puede en un
momento dado estar contenida en un documento, pero no
necesariamente. Hacer referencia a algún documento es aludir al
papel en el cual se materializa el sentido de la sentencia.

109 Requisitos formales y requisitos materiales de


la sentencia
En otra obra8 hemos hecho referencia a la problemática relativa a
los requisitos formales ya los requisitos materiales de las
sentencias. Sentimos la necesidad de reproducir aquí algunas de
estas ideas.
Por lo que toca a los requisitos formales, puede hablarse de la
estructura de la sentencia, en cuanto a forma de redacción y los
elementos que ésta deba contener, por ejemplo, estar redactada,
como todos los documentos y resoluciones judiciales, en español; la
indicación del lugar, fecha y juez o tribunal que la dicte; los nombres
de las partes contendientes y el carácter con que litigan y el objeto
del pleito; llevar las fechas en cantidades escritas con letras, no
contener raspaduras ni enmiendas, por lo que, en caso de error,
deberá ponerse sobre las frases o palabras equivocadas una línea
delgada que permita su lectura y salvarse el error al final con toda
precisión; estar autorizadas con la firma entera del juez o de los
magistrados que dictaron la sentencia.
Lo cierto es que, independientemente de las reglas que
contengan las diversas legislaciones concretas sobre estos
requisitos, la estructura de toda sentencia presenta cuatro grandes
secciones o partes: . el preámbulo; . los resultandos; . los
considerandos; . los puntos resolutivos.
El preámbulo debe contener el señalamiento del lugar y de la
fecha, del tribunal del que emana la resolución, los nombres de las
partes y la identificación del tipo de proceso en que se está dando la
sentencia.
Los resultandos son consideraciones de tipo histórico-descriptivo
en los que se relatan los antecedentes de todo el asunto, con
referencia a la posición de cada una de las partes, sus afirmaciones,
los argumentos que se han esgrimido, así como la serie de pruebas
que las partes han ofrecido y su mecánica de desahogo, sin que en
esta parte el tribunal pueda realizar ninguna consideración de tipo
estimativo o valorativo.
Los considerandos son la parte medular de la sentencia. Ahí,
después de haberse relatado en la parte de resultandos toda la
historia y los antecedentes del asunto, se llega a las conclusiones y
a las opiniones del tribunal, como resultado de la confrontación entre
las pretensiones y las resistencias y también por medio de la luz que
las pruebas hayan arrojado sobre la materia de la controversia.
Finalmente, los puntos resolutivos son la parte final de la
sentencia en donde se precisa en forma muy concreta si el sentido
de la resolución es favorable al actor o al reo; si existe condena y a
cuánto monta ésta; además, se precisan los plazos para que se
cumpla la propia sentencia; en resumen, en ella se resuelve el
asunto. Nada podrá dar mejor idea de la estructura de una sentencia
que encontrar los cuatro puntos a que nos hemos venido refiriendo
en ejemplares de este tipo de resoluciones, que por todos los
conceptos es recomendable que los alumnos consulten durante el
desarrollo del curso.
Por lo que se refiere a los requisitos sustanciales,consideramos
necesario exponer lo siguiente: De Pina y Castillo Larrañaga9 han
sostenido que los requisitos sustanciales de las sentencias son los
tres siguientes: congruencia, motivación y exhaustividad.
La congruencia consiste en una correspondencia o relación lógica
entre lo aducido por las partes y lo considerado y resuelto por el
tribunal. Por tanto, si esa correspondencia se encuentra en las
sentencias, entonces puede decirse que reúnen el requisito de
congruencia; por el contrario, si la sentencia se refiere a cosas que
no han sido materia del litigio, ni de las peticiones o posiciones de
las partes, será incongruente. Alude a este principio el art. 81 del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, cuando
dispone que las sentencias deben ser claras, precisas y
congruentes con las demandas y demás pretensiones deducidas
oportunamente en el pleito.
La motivación de la sentencia consiste en la obligación del tribunal
de expresar los motivos, razones y fundamentos de su resolución.
En el régimen jurídico mexicano, la motivación y fundamentación de
los actos no son exclusivas de los órganos judiciales, sino que se
extienden a todo órgano de autoridad; en efecto, al disponer la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que “nadie
puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o
posesiones sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad
competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento”,10
se está consagrando el derecho de todo gobernado a que cualquier
acto de autoridad competente entrañe la obligación para ésta de
motivar y fundamentar sus actos, lo que debe entenderse en el
sentido de que la propia autoridad está obligada a expresar los
preceptos o principios jurídicos en los que funde su actuación
(fundamentación) y los motivos y razonamientos que lleven a la
autoridad a aplicar ese principio jurídico al caso concreto
(motivación). Por tanto, es obligación de toda autoridad la
motivación y fundamentación de sus actos, y esta necesidad se
redobla o acentúa en el caso de los actos jurisdiccionales y muy
especialmente en la sentencia, que es la resolución más importante
con la que culmina un proceso jurisdiccional. De ahí que esta
sentencia sea el acto estatal que mayor necesidad tiene de
motivación y de fundamentación.
La exhaustividad es consecuencia necesaria de los dos principios
anteriores. En efecto, una sentencia es exhaustiva en la medida en
que haya tratado todas y cada una de las cuestiones planteadas por
las partes, sin dejar de considerar ninguna. Es decir, el tribunal al
sentenciar debe agotar todos los puntos aducidos por las partes y
referirse a todas y a cada una de las pruebas rendidas. La sentencia
no será exhaustiva cuando deje de referirse a algún punto, a alguna
argumentación, a alguna prueba; en otras palabras, al dictarse una
sentencia debe tenerse mucho cuidado de examinar, agotándolos
todos, los puntos relativos a las afirmaciones y argumentaciones de
las partes y a las pruebas rendidas.11
Todo lo relativo a los requisitos sustanciales de las sentencias
tiene una muy especial importancia porque está vinculado con los
temas de la impugnación. En efecto, la impugnación de las
sentencias, independientemente de los defectos formales, externos
o de estructura que éstas puedan presentar, por lo general, se
enfoca a defectos sustanciales, o sea, a las circunstancias de que la
sentencia presente fallas en sus requisitos, ya mencionados, de
congruencia, motivación y exhaustividad.

110 Clasificación de las sentencias


Se habla en la doctrina, en un primer criterio, de sentencias
definitivas y de sentencias interlocutorias. Las sentencias definitivas
son las que resuelven un litigio principal en un proceso. Por el
contrario, la sentencia interlocutoria, según la etimología de
interlocutorio, es aquella que resuelve una cuestión parcial o
incidental, dentro de un proceso. El vocablo interlocutorio quiere
decir a media plática o discurso. Éste es el sentido etimológico
inicial y por extensión se aplicó a las sentencias dictadas en el
transcurso del desarrollo del proceso, o sea, aquellas que se dictan
durante el proceso; mientras que la sentencia definitiva sería la que
se pronuncia al finalizar el proceso.
Otro de los criterios atiende a la índole, a la naturaleza, a la
pretensión que se plantea en el proceso. Y así se clasifican las
sentencias en declarativas, constitutivas yde condena. Esta
clasificación, por lo demás, corresponde a otras ya vistas de
procesos y de pretensiones.
Las sentencias también se clasifican en de conocimiento, de
ejecución y cautelares o precautorias. No haremos referencia
específica a cada una de estas tres clases de sentencias, pues ya
en nuestro curso previo de Teoría general del procesose hizo amplia
alusión a ellas.
Atendiendo a la impugnabilidad, las sentencias pueden ser
definitivas y firmes. Son definitivas las que ponen fin al proceso,
aunque quepa contra ellas la interposición de algún medio de
impugnación por la parte inconforme. Las sentencias firmes son
aquellas que ya no pueden ser impugnadas por ningún medio.
Normalmente estas sentencias las dictan órganos jurisdiccionales
de superior jerarquía, de segundo o ulterior grado.
La siguiente clasificación de las sentencias, que atiende al éxito o
al fracaso de la pretensión inicial, permite diferenciar entre
sentencias estimatorias ysentencias desestimatorias.
En razón del tribunal que dicta las sentencias, puede establecerse
la clasificación entre sentencias de primera instancia y sentencias
de segunda o ulterior instancia.
Y finalmente, como última clasificación, podemos señalar aquella
que parte de la consideración de la naturaleza de la cuestión, de la
índole del problema, de la controversia que se resuelve en la
sentencia. Conforme a este criterio se distingue entre sentencias de
fondo ysentencias puramente formales o procesales.
111 Cosa juzgada
Podemos definir la cosa juzgada como el atributo, la calidad o la
autoridad de definitividad que adquieren las sentencias. Con base
en esta característica, esencialmente procesal, se ha llegado a
establecer una distinción de la cosa juzgada que nos ha permitido
distinguir entre el punto de vista procesal yel punto de vista material.
Se dice que la cosa juzgada, desde un punto de vista formal o
procesal, significa lo que ya hemos expresado: la imposibilidad de
impugnación de una sentencia.
La cosa juzgada desde el punto de vista material o de fondo alude
al carácter irrebatible, indiscutible, inmodificable de la decisión de la
controversia de intereses a que se ha llegado mediante la aplicación
de una norma sustantiva general al caso conflictivo y la imputación
de las consecuencias jurídicas concretas que tal aplicación produce.
Se ha dicho que la cosa juzgada, en el sentido material, consiste
en la verdad legal. Es una verdad definitiva que ya no puede ser
rebatida desde ningún punto de vista y en ninguna oportunidad.
En relación con estos conceptos, Couture12 expresa:
“La distinción entre cosa juzgada formal y sustancial o material
constituye el paso previo al estudio de los límites de la cosa
juzgada”. Él denomina cosa juzgada formal a la situación de que
determinadas decisiones judiciales tienen, aun agotada la vía de los
recursos, una eficacia meramente transitoria y limitada al proceso en
que se han juzgado, y añade: “existe en cambio, cosa juzgada
sustancial, cuando a la condición de inimpugnable en el mismo
proceso, se une la inmutabilidad de la sentencia aun en otro juicio
posterior”.
Debe agregarse, en relación con la institución de la cosa juzgada,
que la finalidad perseguida por el derecho con la creación de esta
institución es la de dar certeza y definitividad a las situaciones
jurídicas sancionadas por la sentencia. Si no hubiera cosa juzgada,
no habría definitividad ni certeza en las cosas decididas por los
tribunales. Esa definitividad y esa certeza son necesarias para
mantener la paz social y el equilibrio; de otra suerte, los litigios
podrían volver a replantearse indefinidamente. Ésta es la función
social de la cosa juzgada y así como se habla de la función social de
la prueba, también podemos hablar de la función social de la cosa
juzgada. Al fin y al cabo ambas persiguen los mismos fines que el
derecho: mantener el equilibrio, la paz y la armonía sociales, hasta
donde ello sea posible.
Maldonado,13 a propósito de estas reflexiones que se hacen en
torno de la cosa juzgada, ha dicho que la finalidad última que
persigue el proceso es la realización del valor de la seguridad
jurídica, al establecer la definitividad de las situaciones jurídicas que
se imponen mediante la sentencia; o sea, el objetivo inmediato de la
cosa juzgada, interpretando las palabras del autor citado, es,
primero, establecer el carácter definitivo de las situaciones jurídicas
que se crean o que se determinan por medio de la sentencia y,
segundo, una vez que haya definitividad, es posible aspirar ya a
conseguir, a alcanzar, la seguridad jurídica, como uno de los valores
que persigue todo orden jurídico.
La definitividad de las situaciones jurídicas debe ser una
aspiración aun en el caso de que esas situaciones jurídicas sean
injustas. Justas o injustas, equivocadas o acertadas, legales o
ilegales, equitativas o inequitativas, las situaciones jurídicas
definitivas deben siempre ser la aspiración de todo orden jurídico.
El Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal
establece que hay cosa juzgada cuando la sentencia causa
ejecutoria.14
Según lo establece el código, las sentencias ejecutorias pueden
serlo por ministerio de ley o por declaración judicial. Por ministerio
de ley, causan ejecutoria las sentencias a las que se refieren las
seis fracciones del art. 426, y son ejecutorias por declaración judicial
expresa aquellas a que aluden las tres fracciones del art. 427 del
mismo código.
Respecto a las sentencias que causan ejecutoria por declaración
judicial, cabe decir que, para que éstas adquieran la calidad de cosa
juzgada se requiere que sean consentidas expresamente por las
partes, o bien, que transcurra un plazo establecido por la ley y que,
durante el mismo, no se interponga, según corresponda, ningún
recurso o medio de impugnación. Esto es, de no interponerse el
recurso o el medio de impugnación que corresponda y transcurrido
el plazo para ello, precluirá el derecho de combatir la sentencia y
ésta adquiriría por declaración judicial la calidad de cosa juzgada.
Por el contrario, las sentencias que causan ejecutoria por ministerio
de ley, automáticamente al pronunciarse y notificarse se consideran
firmes y, por tanto, producen la cosa juzgada per se,sin necesidad
de una ulterior declaración judicial expresa que así lo determine.

112 Límites objetivos y límites subjetivos de la


cosa juzgada
Cuando se hace referencia a límites objetivos se alude al asunto
que se ha resuelto, a los objetos y cuestiones que se decidieron y
definieron en la sentencia. Por el contrario, cuando se hace
referencia a los límites subjetivos se alude a las personas que
fueron afectadas por la sentencia dictada. Así, la sentencia puede
afectar a los que litigaron y no a terceros ajenos. Una sentencia es
una res inter allios judicata. La expresión inter allios acta se refiere a
los contratos y establece que dos contratantes no pueden afectar a
un tercero ajeno en su contrato o por virtud de éste. Tal principio de
los contratos se traslada a las sentencias y podría enunciarse como
res inter allios judicata; o sea, que la sentencia solamente puede
afectar a aquellos que fueron parte y no a alguien que no litigó, a
alguien que no fue oído ni vencido en juicio. Éstos son los límites
subjetivos.

1 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 107.


2 Alfredo Rocco, La sentencia civil, Stylo, México, 1944.
3 Ibídem, p. 57.
4 Joaquín Escriche, Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia, Temis, Bogotá,
1977.
5 José María Manresa y Navarro, Comentarios a la Ley de Enjuiciamiento Civil,t. II,
Imprenta de la Revista Legislación, Madrid, s. d., p. 95.
6 Humberto Briseño Sierra, Derecho procesal, Harla, México, 1995, pp. 523 a 527.
7 Eduardo J. Couture, Fundamentos de derecho procesal civil,Depalma, Buenos Aires,
1958, pp. 277 a 291.
8 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., pp. 327 a 333.
9 Ibídem, p. 285.
10 Art. 16 constitucional, primer párrafo.
11 Cfr. Art. 81 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
12 Eduardo J. Couture, op. cit.
13 Adolfo Maldonado, Derecho procesal civil,Robredo, México, 1947, p. 145.
14 Art. 426.
Resoluciones impugnables y
25 resoluciones inimpugnables en el
proceso civil

113 Teoría de la impugnación


Es conveniente que nos remitamos al estudio de la teoría de la
impugnación, de los fines de la impugnación y de la distinción entre
lo que se denomina recurso y medio de impugnación, así como de la
naturaleza de la impugnación en general.
Lo mismo que la prueba o confirmación es un tema no exclusivo
del proceso, la impugnación es tema que rebasa las fronteras de lo
estrictamente procesal y jurisdiccional. La impugnación constituye,
en general, una instancia reclamadora de la legalidad o procedencia
de un acto de autoridad, instancia que se hace valer ante la misma
autoridad u otra jerárquicamente superior o ante algún órgano
revisor específico, para que califique la procedencia o la legalidad, o
ambas cosas, respecto del acto que se reclama. De las instancias
estudiadas por Briseño Sierra, ya analizadas por nosotros en otra
obra,1 son fundamentalmente la queja y el reacertamiento las que
pueden representar medios impugnativos de actos o resoluciones
de autoridades.
Por otro lado, la impugnación procesal,la que se da y vive dentro
del proceso, sí es parte de la temática de la teoría general del
proceso y cabe hacer sobre ella la consideración siguiente: la
impugnación procesal es un segmento del derecho de accionar de
las partes, aunque implique también la utilización de una instancia
impugnativa (quejao reacertamiento) insertada en el proceso
jurisdiccional.
También se sostuvo, en su oportunidad,2 que una de las seis
razones que se esgrimen o que se aducen como fundamentadoras
de la unidad de lo procesal es la de que en todo proceso existe un
principio general de impugnación, mediante el cual las partes, y
también alguna vez los terceros afectados, pueden combatir las
resoluciones judiciales cuando consideren que son ilegales,
incorrectas, equivocadas, no apegadas a derecho o, incluso,
injustas.
Debe ponerse en tela de duda que una resolución injusta
fundamente por esa sola razón una impugnación. Lo que sucede es
que muchas veces los principios de justicia y de legalidad no
coinciden, porque hay situaciones legales, perfectamente legales y
que, sin embargo, pueden ser injustas. Además, la justicia o
injusticia de una situación resulta que es calificada frecuentemente
con subjetividad, ya que la justicia es un valor cambiante y la historia
así lo demuestra; no solamente cambiante en el tiempo, sino
cambiante en cuanto a quien aprecie o en cuanto a quien analice lo
que se considere justo o injusto. En otras palabras, lo justo o injusto
de una situación cambia de época a época y también de persona a
persona. Además, en multitud de ocasiones estamos frente a
situaciones perfectamente legales y, sin embargo, también
totalmente injustas. De ahí que no siempre la injusticia de una
resolución implique que ésta sea ilegal. Hay casos, aunque sea
triste y doloroso reconocerlo, de resoluciones terriblemente injustas,
pero que son perfectamente legales y, por tanto, al llevarlas a un
procedimiento de impugnación resulta que éste no tiene éxito, ya
que si la resolución está legalmente dictada, no puede modificarse
simplemente porque sea injusta, de acuerdo con el criterio o la
apreciación de quien esté valorando esa situación o esa resolución;
un principio elemental de garantía de los derechos humanos, un
principio elemental de debido proceso legal, implica que todo
sistema procesal tenga medios de impugnación, o sea, estas
medidas, estas formas, estos recursos o procedimientos mediante
los cuales los justiciables que acuden a los tribunales pidiendo
justicia tengan a la mano dichos medios, procedimientos y recursos
para que las resoluciones que se han dictado se reexaminen, se
haga un análisis cuidadoso de ellas, a veces por el propio tribunal
que ha dictado la resolución, pero, por regla general, sobre todo si
se trata de la resolución final de un proceso, por un tribunal de
jerarquía superior o de segunda instancia.
Todo medio de impugnación, como procedimiento, como medida
que se tenga para que se revisen o se reexaminen las resoluciones,
necesariamente tiene que llegar a uno de estos resultados: la
resolución se confirma, se modifica o se revoca. Éstos son los tres
fines, los tres resultados posibles de todo medio de impugnación.
Quien interpone el recurso, el que lo hace valer, nunca está
persiguiendo la confirmación, sino que pretende que se revoque o
que se modifique la resolución, pero a veces se fracasa y la
resolución no se modifica sino que, por el contrario, se confirma. Al
confirmarse una resolución se está declarando por la autoridad que
la misma estuvo bien, legal y correctamente emitida y, por tanto, se
le da plena validez; por el contrario, si se modifica o revoca, ello
implica que no estaba bien ni correctamente dictada, que amerita o
bien una modificación o que se le deje sin efectos, que se le
cancele, que se le borre. Revocar una resolución es dejarla sin
efectos.
La fundamentación de los medios de impugnación, su razón de
ser, radica en la imperfección y en la falibilidad humana. El hombre
es imperfecto, por tanto, es falible y puede equivocarse. De ahí que
todo sistema jurídico tenga que abrir sus puertas a los medios de
impugnación porque al fin y al cabo los gobernantes, aunque a
veces se crean ellos mismos superhombres, no son sino hombres a
secas y hombres falibles; esta falibilidad humana, esta posibilidad
de error hace que deban estar abiertos los medios de impugnación.

114 Recursos y medios de impugnación


La distinción entre lo que llamamos recursos y medios de
impugnación radica en que válidamente se puede sostener que el
medio de impugnación, o más bien, que los medios de impugnación
abarcan a los recursos. En otras palabras, la expresión medio de
impugnación es mucho más amplia que el término recurso. Lo que
nos llevaría a este juego de palabras y de conceptos: todo recurso
es un medio de impugnación; mas no todo medio de impugnación es
un recurso. Básicamente, los medios de impugnación contienen a
los recursos, que son aquellos reglamentados en un sistema
procesal, que tienen vida dentro del mismo. Así, por ejemplo, como
se verá más adelante, los recursos reglamentados por el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal son la apelación, la
revocación o reposición y la queja. Son recursos porque son medios
de impugnación que están reglamentados por un sistema procesal,
es decir, medios de impugnación intraprocesales. Por el contrario,
puede haber medios de impugnación que no estén reglamentados ni
pertenezcan a ese sistema procesal, sino que estén fuera y que
forman lo que podríamos llamar medios de impugnación autónomos,
los cuales tienen su propio régimen procesal o derivan de otro
régimen procesal. El caso característico, sobre todo en nuestro
sistema, es el del juicio de amparo, que constituye típicamente un
medio de impugnación. No es un recurso porque no tiene vida
dentro del sistema procesal, sino que está fuera del mismo y tiene
su régimen procesal propio. Tanto es así que dentro del mismo juicio
de amparo que es un medio de impugnación, existen recursos
internos, como es la llamada revisión. La revisión en el amparo es
un recurso interno.

115 La impugnabilidad de las resoluciones


judiciales y la nulidad
Vamos a examinar si las resoluciones que se van a impugnar son
resoluciones que están mal dictadas o que tienen algún grado de
invalidez. Es muy necesario distinguir, y eso vamos a tratar de
hacer, entre la nulidad procesal,osea, la nulidad de resoluciones
procesales o de actos procesales, y la impugnación de esas
resoluciones o de esos actos.
Hay actos jurídicos válidos y actos jurídicos que están viciados o
que tienen algún defecto o algún grado de invalidez.
Esta reflexión se hace sólo para establecer un paralelismo
comparativo, ya que en materia de impugnación de actos jurídicos,
no de resoluciones, jamás se pueden intentar al mismo tiempo una
acción de rescisión y una acción de nulidad de un acto, porque
serían contradictorias. Si se está empleando la nulidad, se está
sosteniendo que el acto tiene algún grado de ineficiencia, de
invalidez, que tiene alguna nulidad o alguna inexistencia. Por el
contrario, si se pide la rescisión de un acto, el mismo, en principio,
tiene que ser plenamente válido, pues no se puede pedir la rescisión
de un acto que esté afectado de nulidad.
Algo similar sucede en el campo del proceso. La nulidad de los
actos procesales tiene, en general, rasgos similares a los de la
nulidad de los actos jurídicos. Y los recursos se enderezan contra
resoluciones válidas.
Hablar de impugnabilidad de las resoluciones que se dictan en los
procesos civiles es hacer un análisis de cuáles de éstas admiten
medios de impugnación y calificarlas como impugnables o no
impugnables en el proceso civil.
Según expusimos, los medios de impugnación que están dentro
del proceso, que pertenecen al sistema procesal, que están
reglamentados por el mismo, se llaman recursos. Ahora bien, las
reglas para establecer cuándo procede un recurso y cuáles
resoluciones son recurribles, resultan muy importantes de
determinar en los sistemas procesales.
Hablar de recurribilidad es hablar de recursos, de los medios de
impugnación internos, y hablar de impugnabilidad es hacerlo sobre
la posibilidad no solamente de interponer recursos, sino de que
pudiere haber otro medio aparte, un medio de impugnación
autónomo, para combatir una resolución.
Nuestro sistema no es muy claro ni muy preciso en cuanto a las
reglas de procedencia de los recursos. Adelantamos en párrafos
anteriores que los recursos reglamentados por el código distrital son
la apelación, la revocación y la queja. El problema consiste en
determinar, ya en la experiencia concreta de un proceso, cuándo
estamos frente a una resolución, que es la que queremos combatir,
y mediante qué recurso puede ser atacada: ¿la apelación, la
revocación o la queja? El problema no es de decisión fácil, porque
las reglas en el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, se insiste, no son muy precisas. Existen otros códigos de
procedimientos civiles,como los de los estados de Sonora y
Zacatecas, en donde las reglas son un tanto más precisas al hablar
de la procedencia de estos recursos.3
En el trámite, y esto es muy importante, mientras que la apelación
y la queja son recursos cuyo mecanismo de procedimiento implica
que conozca y decida el jerárquicamente superior del que pronunció
la resolución, por el contrario, en la revocación y en la reposición es
el mismo órgano que ha dictado la resolución el que la revisa y, en
todo caso, puede modificarla, enmendarla, revocarla o confirmarla.
Para determinar qué recurso es procedente resulta necesario
realizar el análisis siguiente. Adolfo Maldonado,4 en nuestra opinión
el autor que con más acierto ha tratado la cuestión relativa a la
procedencia de los recursos, dice:

[...] (en cuanto al Código Federal de Procedimientos Civiles) son


apelables las sentencias [238] cuando recaen en un negocio cuyo
valor exceda de $1 000.00, y en aquellos cuyo interés no sea
susceptible de valuarse en dinero. La regla general [239] establece
que la apelación procede en ambos efectos, y sólo en el devolutivo
cuando así lo ordena expresamente la ley, debiendo interponerse el
recurso [241] en el acto de la notificación, y, a más tardar, dentro de
los 5 días siguientes de que cause estado...(en cuanto a los autos)
[...] se dividen en dos clases [...] no apelables, que admiten
revocación en los términos de los decretos [227 a 230] [...] y
apelables cuando lo sea la sentencia definitiva del juicio en que se
dicten, siempre que decidan un incidente o haya disposición
expresa de la ley, siendo la regla general que el recurso proceda
sólo en el efecto devolutivo, requiriéndose disposición especial para
que proceda en ambos [...] (y por lo que se refiere a los decretos)
[...] son revocables [227] por el mismo tribunal que los dicte,
siempre que el recurso se interponga [228] en el acto de la
notificación, o, a más tardar, dentro del día siguiente de haber
quedado notificado el recurrente, y la sustanciación se reduce [229]
a dar vista a las demás partes por el término de 3 días, transcurrido
el cual debe dictarse la resolución dentro de otros 3, siendo
irrecurrible la nueva resolución [230].

En cuanto al Código de Procedimientos Civiles para el Distrito


Federal, el autor en consultacontinúa exponiendo, que por lo que se
refiere a las sentencias:

[...] son apelables en ambos efectos [700- ] además de los


casos determinados expresamente en la ley, si se dictan en
juicio plenarios; [...] interlocutorias, que son las que
resuelven un incidente promovido antes o después de
dictada la sentencia [...] (y) [...] son apelables [691] cuando
lo sea la definitiva; pero sólo en el efecto devolutivo... pero
si el juicio fuere ordinario y el apelante presta fianza para
responder de las costas, daños y perjuicios, se admitirá la
apelación en ambos efectos [...] la sentencia definitiva
admite, además, la apelación extraordinaria, cualquiera que
haya sido la especie de juicio y se rige por lo dispuesto en
los artículos 717 y 722.
Es admisible la queja contra las interlocutorias dictadas en la
ejecución de sentencia y contra la denegación de apelación [723- y
].
La aclaración o adición de la sentencia [84] pueden hacerse de
oficio o a instancia de parte.
(En cuanto a los autos, continúa explicando el autor en consulta)
son apelables [691] cuando lo sea la sentencia definitiva, y
procederá el recurso [695] en el efecto devolutivo, a no ser que
haya prevención legal de que se admita libremente o en ambos
efectos; pero si el auto paraliza o pone término al juicio [700-ii]
procede la apelación en ambos efectos.
Procede la queja [723-i] contra los autos que niegan la admisión
de una demanda, y contra los que desconocen, de oficio, la
personalidad de un litigante, antes del emplazamiento.
Si no son apelables los autos, admiten revocación por el mismo
tribunal que los dictó [684]... los autos del tribunal superior, aun los
que serían apelables en primera instancia, admiten reposición, que
se sustancia en la misma forma que la revocación [686]... (En
cuanto a los decretos) son las simples determinaciones de trámite
[79-i], y deben dictarse en el mismo término que los autos [89]; son
revocables [684] siempre que se interponga por escrito el recurso,
dentro de las veinticuatro horas siguientes a la notificación [685] y
se sustancia en los mismos términos que la revocación de autos no
apelables.5

Por lo demás, pueden existir otros tipos de resoluciones que no


sean recurribles, porque no proceda contra ellas la interposición de
ningún tipo de recurso. En otras palabras, no existe el recurso. La
expresión de que contra una resolución no procede ningún recurso,
ola frase absurda en el Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, que dice que contra las resoluciones no procede
más recurso que el de responsabilidad, equivalen a que no procede
recurso alguno, pues el mal llamado recurso de responsabilidad no
es ningún recurso.
Una resolución del tribunal contra la que no cabe recurso ordinario
puede ser combatida o atacada mediante el juicio de amparo
indirecto, que es un medio de impugnación y no un recurso, un
medio de impugnación autónomo que pertenece a otro sistema
procesal distinto y diferente del sistema procesal anterior. Si se trata
de una resolución que no sea sentencia, sino otra resolución, por
ejemplo, un auto, una resolución interlocutoria y ésta no fuere
recurrible, entonces procede que se combata tal resolución,
mediante el juicio de amparo indirecto ante un juez de distrito y con
la posibilidad de una doble instancia interna dentro de dicho juicio de
amparo. Una sentencia definitiva, por el contrario, se deberá
impugnar por medio del juicio de amparo directo, llamado también
uniinstancial.
116 Naturaleza jurídica de la sentencia sujeta a
impugnación
Una sentencia está sujeta a impugnación tanto porque se encuentre
en examen a causa de un recurso ordinario o por motivo de un juicio
de amparo directo; en ambos casos, la sentencia está sujeta a
impugnación y ello quiere decir que la misma no ha sido declarada
ejecutoriada y, por tanto, no es todavía, ni puede serlo, una
sentencia firme, porque se encuentra sujeta a un medio de
impugnación, repetimos, ya sea éste un recurso o el amparo en
nuestro sistema.
¿Qué debemos entender o en qué consiste que una sentencia
cause ejecutoria? No debe confundirse el hecho de que una
sentencia cause ejecutoria con el hecho diverso de que una
sentencia sea ejecutable o se ejecute; son dos cosas distintas y
que, además, no siempre tienen relación una con la otra.
La sentencia causa ejecutoria cuando se considera firme, cuando
se estima que ya no proceden contra ella medios de impugnación ni
recursos.
Los arts. 426 a 428 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal establecen los procedimientos para que se declaren
ejecutoriadas las sentencias. Hay sentencias, como ya vimos, que
causan ejecutoria por ministerio de ley, o sea que automáticamente
al expedirse la sentencia ésta se considera firme y definitiva.
Caso distinto, como también hemos visto, es el de las
resoluciones que para causar ejecutoria requieren una declaración
judicial y, por tanto, para que esta declaración se dé, para que se
produzca, atenderemos el contenido del art. 428 reformado por
decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 14 de
enero de 1987, que entró en vigor a los 90 días siguientes al de su
publicación, el que indica que cuando se trata de sentencias
consentidas expresamente por las partes, el juez de oficio hará la
declaración y para el caso de las sentencias notificadas en forma,
respecto de las que no se interpuso recurso o, interpuesto, no se
continuó en forma o se desistió de él, la declaración se hará de
oficio o a petición de parte, previa la certificación correspondiente de
la secretaría. Entonces, si se interpone oportunamente algún medio
de impugnación, éste impide que la sentencia pueda ser declarada
firme, y válidamente sostenerse que la sentencia sujeta a
impugnación ytambién la que requiere la declaración de su
definitividad, se consideren actos jurídicos de autoridad sujetos a
una condición suspensiva. Mientras no se agote ni resuelva el
trámite del recurso o del medio de impugnación, no puede
declararse ejecutoriada la sentencia; y esta falta de declaración
detiene o deja pendiente su plena eficacia jurídica.

1 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., pp. 127 a 132.


2 Ibídem, p. 36
3 Cfr. Arts. 367 a 398.
4 Adolfo Maldonado, Derecho procesal civil, Robredo, México, 1947, pp. 137 a 140.
5 Todos los números entre los paréntesis angulares en la cita de Adolfo Maldonado se
refieren a los artículos ya sea del Código Federal de Procedimientos Civiles o del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, vigentes en el año de edición
de la obra del autor en mención.
26 Revocación, reposición y queja

117 Régimen procesal de la revocación y de la


reposición
Estos dos recursos, tanto el de revocación como el de reposición,
son medios para impugnar las resoluciones que, en concepto del
que impugna, pueden estar mal dictadas, ser erróneas o estar
apartadas o alejadas del derecho.
Tanto la revocación como la reposición presentan lo que puede
denominarse grados de intensidad de los recursos: la revocación es
el recurso más simple, el más sencillo, porque lo interponen las
partes en contra de resoluciones simples, que se denominan
decretos o resoluciones de trámite, o bien, contra autos en los que
por no ser apelable la sentencia definitiva, tampoco ellos lo son.
La revocación sólo se sustancia y tramita en la primera instancia y
debe interponerse mediante un escrito dentro de un plazo de tres
días siguientes a la notificación, pudiéndose resolver de plano por el
juez, o dar vista a la contraria por un término igual, y la resolución
deberá pronunciarse dentro del tercer día.
Por lo que se refiere al recurso de reposición, su trámite es igual
al de la revocación, excepto que la reposición se hace valer y se
tramita ante la segunda instancia, porque su mecánica y su
tramitación reflejan las de la primera instancia y la reposición es,
además, contra autos que en primera instancia hubieran sido
apelables.1
118 Recurso de queja
En cuanto a la queja, este recurso es de tradición antigua y el
tercero de los ordinarios reglamentados por el código distrital. Los
otros dos son la apelación y la revocación.
Según Vicente y Caravantes,2 la queja opera cuando el juez
deniega o rechaza la admisión de algún recurso ordinario, por
ejemplo, la apelación. Esto motivó, en algunos códigos del siglo xix,
que se hablara de un recurso que se llamaba de denegada
apelación; hoy, la queja ha recogido lo que antes era la denegada
apelación y, además, se endereza en contra del rechazo o en contra
de la no admisión del recurso ordinario. También se da la queja en
contra del funcionario que comete faltas, abusos o deficiencias en el
desempeño de algún tipo de atribuciones y, desde luego, estas
actitudes de los funcionarios pueden ser imputables a los
secretarios o a los jueces, e implica que alguna autoridad superior,
también judicial, conozca de esta queja para remediar esa falta, ese
exceso o ese abuso en el ejercicio de las atribuciones, o bien, ese
rechazo al trámite de un recurso ordinario.
De Pina y Castillo Larrañaga,3 con un criterio parcialmente
acertado, lo califican de recurso supletorio porque afirman que su
procedencia requiere que exista otro recurso utilizable; lo anterior
sería cierto solamente en el caso de la denegada apelación.
Los arts. 723 a 727 del código distrital son los que reglamentan
los varios tipos de quejas; de la lectura de dichos preceptos puede
desprenderse que la queja procede por las razones siguientes:

a) Cuando se rechace o no se admita una demanda.


b) Cuando se desconozca de oficio la personalidad de un
litigante, antes del emplazamiento.
c) Respecto de interlocutorias dictadas para la ejecución de
sentencias.
d) Contra la denegación de apelación.
e) Por exceso o defecto en las ejecuciones.
f) Por omisiones y negligencias en el desempeño de funciones
(respecto de los secretarios).

El juez conocerá de la queja en los casos de los supuestos


enumerados como c) (si el secretario actuó como juez ejecutor), d) y
e). Conocerá el tribunal superior de la queja contra el juez, en los
supuestos enumerados como a), b), c) (si el propio juez resuelve las
interlocutorias) y d).
La reforma de mayo de 1996 precisa otras reglas de trámite: la
queja se debe interponer dentro de los tres días posteriores al acto
reclamado; el juez rendirá informe con justificación dentro de tres
días y el superior decidirá dentro de otros tres días.
La queja que puede llamarse institucional o queja recurso debe
distinguirse de otro tipo de queja, la que se ha conocido con una
expresión no académica, pero ilustrativa, y que se usa en el foro, de
queja-chisme; esta queja-chisme no tiene un trámite establecido ni
mucho menos y simplemente consiste en que un litigante o un
abogado vaya ante el superior jerárquico de un funcionario judicial,
sea un secretario, sea un juez, y formule una queja, en el sentido
más elemental, diciendo que el funcionario inferior cometió tal acto
que no es correcto. Esta queja no es un recurso, pues no tiende ni a
modificar ni a revocar la resolución del juez y debemos advertir que
todo recurso tiene como finalidad que se examine o se reexamine
una resolución judicial para que ésta pueda, después de ese
examen, ser confirmada, modificada o revocada. Por tanto, la queja
solamente será en rigor un recurso cuando quepa dentro de tal
concepción, porque si existe alguna queja de otro tipo, que no tenga
como resultado una posible confirmación, revocación o modificación
de una resolución, sería una clase de queja que no constituiría un
recurso.
Debemos hacer referencia a la idea del autor Briseño Sierra, ya
examinada por nosotros en otra obra,4 respecto del concepto de la
queja como una instancia. Aquí también reiteramos nuestra objeción
a la tesis de este autor, que considera al juicio de amparo como una
queja, o sea, como una mera instancia que tiene una finalidad
sancionadora respecto de actos ilegales cometidos por autoridades
inferiores. Nos atrevemos a proponer una reflexión, en cuanto al
carácter mixto del juicio de amparo, dentro de esa misma posición
de Briseño Sierra, que considera al amparo una instancia mixta que
tiene, a la vez, naturaleza de acción y de queja.
Finalmente, debe aludirse a la queja administrativa, la cual no
constituye recurso jurisdiccional y pueden interponer las partes ante
el Consejo de la Judicatura del Distrito Federal para sancionar la
comisión de faltas administrativas de magistrados, jueces y
empleados.5

1 Cfr. con los arts. 685 y 686 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
2 José de Vicente y Caravantes, Tratado histórico crítico filosófico de los procedimientos
judiciales en materia civil, t. III, Gaspar y Roig, Madrid, 1858, p. 438.
3 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, Instituciones de derecho procesal civil,
Porrúa, México, 1979, p. 371.
4 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 129.
5 Cfr. Título decimotercero de la Ley Orgánica del Tribunal Superior de Justicia del
Distrito Federal.
27 El recurso de apelación en particular

119 Vías impugnativas en el proceso civil


De conformidad con lo expuesto hasta ahora, hay dos tipos de
medios de impugnación: los llamados ordinarios o normales, que
son los que están regulados por el propio sistema en una forma
ordinaria; en relación con ellos hemos hablado de la revocación, de
la apelación y de la queja. Éstos son los recursos o medios de
impugnación ordinarios y es conveniente “de una vez” advertir que
paralelamente a estos medios ordinarios existen los extraordinarios.
De estos medios extraordinarios, algunos están regidos por el propio
sistema procesal en que se regulan; otros, por el contrario,
pertenecen a un sistema procesal autónomo y diferente. Por
ejemplo, entre los medios extraordinarios de impugnación internos
tenemos el que llamamos apelación extraordinaria, y entre los
externos tenemos al juicio de amparo, tanto directo como indirecto y,
además, en un sentido histórico, existió un recurso también
extraordinario externo que se usó y aplicó mucho hace algún tiempo
y que se llamaba la reparación constitucional. A esta reparación
constitucional alguna vez en tono despectivo se la llamó amparoide.
Era, en efecto, a manera de un pequeño amparo dentro del
procedimiento, que además resultaba muy útil y se podía interponer
por violaciones procesales que no tuvieran ningún recurso con qué
combatirse y que debían conocerse y resolver por el propio tribunal
ante el que se actuaba, siendo él mismo el que debía resolver en un
plazo perentorio la impugnación que se le hacía valer. El legislador
con gran desacierto lo quitó de la Ley de Amparo, no obstante que
esta reparación constitucional era un recurso muy eficaz para
interponerse en cualquier tipo de juicio, cuando no eran procedentes
otros recursos. Constituía la manera de preparar el juicio de amparo
directo, mediante la posibilidad de que el juez o tribunal repararan
sus violaciones; y por eso se denominaba a este recurso reparación
constitucional. Al interponerse, se le decía al tribunal que la
resolución que había dictado no admitía otro recurso y entonces se
interponía la reparación constitucional; si el tribunal no otorgaba esa
reparación constitucional y ratificaba el sentido de su resolución,
entonces se protestaba para los efectos del amparo.

120 Recursos ordinarios y extraordinarios


Pallares,1 en cuanto a recursos ordinarios y recursos
extraordinarios, establece que estos últimos no son propiamente
recursos. Nos permitimos aclarar que incluso algunos de ellos
implican el ejercicio de una nueva acción y la iniciación de un
procedimiento distinto cuyo objeto es obtener la ineficacia de los
actos que se están impugnando.
Además, los recursos llamados ordinarios no pueden hacerse
valer contra sentencias que hayan declarado ejecutoriadas, mientras
que estos medios extraordinarios de impugnación sí pueden
hacerse valer contra sentencias que se hayan declarado
ejecutoriadas. Tal es el caso tanto del juicio de amparo como de la
apelación extraordinaria.
En el esquema que aparece en la página siguiente se intenta dar
una idea del régimen impugnativo de las resoluciones en los
procesos civiles, de acuerdo con nuestro sistema.
En dicho esquema se ha pretendido dar una idea de los diversos
medios impugnativos que pueden enderezarse en contra tanto de
las resoluciones intermedias dentro de un proceso como en contra
de las sentencias definitivas del mismo. Las resoluciones 1, 3 y la
sentencia son apelables y la resolución 5 es revocable. Por el
contrario, las resoluciones 2, 4 y 6 no son recurribles y, por tanto, en
contra de ellas cabe el amparo indirecto ante un juzgado de distrito.
En contra de la sentencia definitiva podrá caber la apelación y
entonces el asunto se irá al tribunal superior para que se tramite la
segunda instancia. Pero también es probable que si no cabe la
apelación contra dicha sentencia, entonces ésta sea impugnable
mediante un amparo directo que ha de tramitarse ante los tribunales
colegiados de circuito. Además, la sentencia de segunda instancia
dictada por un tribunal superior de justicia, a su vez puede ser
impugnable por medio de un amparo directo ante los tribunales
colegiados o excepcionalmente ante la propia Suprema Corte de
Justicia. Finalmente, también debe observarse que las resoluciones
de trámite en la segunda instancia pueden, en algunos casos, ser
objeto del recurso de reposición y, de no existir recurso alguno,
podrán dar lugar a un amparo indirecto ante juzgado de distrito.
Además, todas las impugnaciones promovidas por amparo indirecto
ante juzgado de distrito presentan la posibilidad de una segunda
instancia, mediante el recurso de revisión, ante los tribunales
colegiados o ante la Suprema Corte de Justicia. Es obvio que, por lo
que se refiere a los detalles de la mecánica impugnativa del juicio de
amparo, tales extremos deberán plantearse en el curso respectivo.

121 El recurso de apelación en particular


La apelación puede calificarse, sin lugar a dudas, como el más
importante de los recursos judiciales ordinarios. Y podemos
continuar esta idea sobre la apelación afirmando que, mediante este
recurso, la parte vencida en primera instancia obtiene un nuevo
examen y, desde luego, mediante éste, un nuevo fallo, una nueva
sentencia, con relación a la cuestión debatida ante el órgano de
primera instancia. Esto implica la dualidad de instancia y el principio
de la biinstancialidad. Si no hay biinstancialidad no puede hablarse
de apelación. La apelación es la forma para dar apertura a la
segunda instancia.
Dicho recurso se ha llamado tradicionalmente de alzada, porque
nos alzamos de la primera a la segunda instancia.
Recordemos que la apelación puede ser no sólo contra
sentencias definitivas, sino contra algún tipo de autos o resoluciones
que no son los finales del proceso. Habría que advertir que no todos
los autos y resoluciones son apelables y, desgraciadamente, en
nuestro sistema procesal la regla de procedencia para saber qué
resoluciones son apelables no es muy clara. De todas maneras se
deja establecido que son apelables aquellas resoluciones del juez
que pueden implicar un perjuicio o un daño que no puede ser
reparado ulteriormente por la sentencia.
Este recurso, como todos los demás, está basado o encuentra su
fundamentación o razón de existencia en la falibilidad humana, en la
posibilidad de error. El hombre es un ser que puede equivocarse, a
veces con mucha frecuencia, y en virtud de esta posibilidad de error,
de equivocación, las resoluciones de los jueces, que también son
emitidas por hombres, deben estar sujetas a un procedimiento de
reexamen, para que mediante éste se llegue a alguno de los tres
probables resultados de todo medio de impugnación: revocación,
modificación o confirmación. Se confirmará cuando el tribunal de
segunda instancia o grado encuentre que la resolución de primer
grado estaba bien y correctamente dictada. Esta confirmación
equivale a una ratificación de la resolución anterior, en sus términos,
sin cambiarle ni agregarle nada.
En algunas ocasiones, los tribunales de segunda instancia al
dictar sentencia pueden en parte confirmar y en parte revocar la
resolución de primera instancia. La confirmación puede ser parcial,
porque en opinión del tribunal de segundo grado el juez de primera
instancia había tenido razón en algunos de los puntos o
consideraciones de su sentencia; podría suceder también que se
hubiere equivocado en otros que deban modificarse o revocarse. De
aquí que en algunos casos, sobre todo los muy complejos, el
resultado del recurso incluso pueda ser triple (confirmación,
modificación y revocación).
La mecánica de procedimiento para el trámite del recurso de
apelación está dada en nuestro sistema en las disposiciones del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal contenidas
en los arts. 688 a 715.
Las características generales que podemos atribuir al recurso de
apelación son las siguientes:

1a. La apelación es un recurso que tiene como objeto que el superior


jerárquico reexamine una resolución dictada por el inferior.
2a. Pueden apelar, de acuerdo con el art. 689, las partes y los terceros que
se vean afectados por la resolución que se está impugnando.
3a. No puede apelar el que obtuvo todo lo que pidió.
4a. La apelación adhesiva,2 sin embargo, consiste en la posibilidad de que
el ganador, no obstante la regla de que el que obtuvo todo lo que pidió
no puede apelar, sí puede adherirse a un trámite de apelación que haya
interpuesto su contrario con objeto de que se mejoren los argumentos
de la sentencia, porque aunque el juez le haya concedido todo,
encuentra que la sentencia en sus razonamientos está falla o es
endeble. Aprovechando que la otra parte ha apelado se adhiere al
trámite de la apelación, no porque no le favorezca la sentencia, sino
para mejorar o robustecer los argumentos del juez de primer grado y
obtener una sentencia de segunda instancia mejor fundada. Además, es
importante que se tenga en cuenta lo siguiente: los argumentos que se
hagan valer en la apelación adhesiva, de ser adversa la sentencia de
segunda instancia, podrán esgrimirse en el amparo directo, como
conceptos de violación. De lo contrario, de no hacerse así, dichos
argumentos no expuestos o callados al abrirse la segunda instancia no
podrían hacerse valer en el juicio de amparo si la sentencia de segunda
instancia nos fuese adversa.
5a. La apelación debe hacerse valer en forma escrita.
6a. El apelante debe ser respetuoso con el tribunal al interponer su recurso
y no denostar al juez. Denostar al juez es no guardarle el respeto que se
le debe por razón del cargo del que está investido.
7a. El juez tiene que admitir este recurso sin sustanciación, es decir,
admitirlo automáticamente, si es procedente; el art. 693, reformado en
enero de 2004, ha introducido el requisito del pago de las copias para
integrar el testimonio de apelación, imponiendo una costa judicial
violatoria del art. 17 constitucional. El juez puede considerar que no es
procedente y entonces deberá rechazarlo y contra esta resolución cabe
el recurso de queja.
8a. Los efectos de la admisión pueden ser el devolutivo y el suspensivo. El
juez, en el acto de admisión del recurso, debe definir en qué efectos lo
admite. El efecto devolutivo implica el reenvío del asunto al superior. Lo
contrario a devolutivo es retentivo; un recurso es retentivo cuando el
tribunal conserva el asunto para conocerlo él mismo y resolverlo. La
apelación es siempre devolutiva, pues implica invariablemente el envío o
la remisión del caso al tribunal superior para que éste conozca y decida.
Eventualmente, la apelación puede ser suspensiva, cuando se admite
en ambos efectos. La revocación y la reposición son siempre de
carácter retentivo.
El efecto suspensivo implica que quedan en suspenso las
consecuencias de la resolución impugnada, entre ellas la ejecución
de la misma. Lo contrario al efecto suspensivo es el efecto ejecutivo
o ejecutable, lo que significa que la resolución impugnada no queda
en suspenso, en cuanto a sus consecuencias y ejecución, sino que
ésta pueda llevarse adelante sin perjuicio del trámite mismo del
recurso.
La procedencia de un trámite o recurso es un mero aspecto
procesal que implica que debe tramitarse, que debe dársele trámite
o curso a aquello que se haya promovido o solicitado. Por el
contrario, la fundamentación ya es la consideración de fondo sobre
si lo que se ha pedido o pretendido debe o no otorgarse o
concederse. Esta distinción es muy importante. En el momento en
que se interpone ante el juez un recurso, no puede decirse si es
fundado o no; el juez solamente tiene que decidir sobre su
procedencia, no sobre su fundamentación.

122 La expresión de agravios


El escrito de expresión de agravios es el documento o promoción
mediante el cual la parte apelante expone los argumentos y
razonamientos en virtud de los cuales considera que la resolución
impugnada le afecta por estar erróneamente pronunciada; deben
esgrimirse en este escrito los razonamientos sobre aplicaciones
inexactas de preceptos legales, o bien, disposiciones dejadas de
aplicar o razonamientos y argumentaciones equivocadas del juez de
primer grado.
Por la reforma de mayo de 1996 y de acuerdo con el art. 692 del
Código de Procedimientos Civiles, al interponerse el recurso se
deben expresar los agravios por el apelante; por ello no se
contempla más la interposición oral del recurso. El momento más
importante de la apelación es el de la expresión de agravios porque
representa, para la segunda instancia, lo que la demanda es para la
primera instancia. Es el escrito más importante de la parte no
conforme con la resolución de primera instancia, que puede ser el
actor o el demandado y generalmente lo es quien ha perdido;
recordemos la regla de que no puede apelar aquel que obtuvo todo
lo que había pedido.3. Quiere decir que va a apelar, iniciar el trámite
del recurso, aquel perdidoso que no obtuvo todo lo que había
pedido.
En el escrito de expresión de agravios es donde muchas veces el
abogado litigante muestra que efectivamente lo es, y que es un
buen abogado, porque en ese momento deben exponerse,
manifestarse, expresarse (expresión de agravios) los argumentos
con los cuales la resolución está siendo atacada, y por qué se le
considera incorrecta, injusta, no apegada a derecho; en qué han
consistido las equivocaciones del juez; qué errores ha cometido; qué
pruebas no apreció o apreció erróneamente y cuáles de sus
razonamientos o conclusiones son los equivocados. En la mayoría
de los casos se invoca como el artículo violado por los jueces, el 81
del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
La Sala, al recibir las constancias que remita el inferior, revisará si
la apelación fue interpuesta en tiempo y calificará si se confirma o
no el grado en que se admitió por el inferior.
La falta oportuna de expresión de agravios es algo serio y grave
que contempla el art. 705 del código y, si ello sucede, el recurso se
tendrá por desierto; es decir, como si no lo hubiera interpuesto la
parte apelante, y entonces la resolución impugnada queda firme,
como si no hubiera sido atacada, lo cual es gravísimo, porque por
un descuido o indolencia se pierde el recurso antes de haberlo
tramitado integralmente; a los abogados indolentes e irresponsables
suele pasárseles el plazo para la expresión de agravios y la
responsabilidad que les compete es sumamente grave; omitir una
expresión de agravios por descuido es algo que a ningún abogado
se le debe excusar.
Así como tenemos un escrito de expresión de agravios, por parte
del apelante, también existe un escrito de contestación a los
agravios, por parte del apelado. Reglamentan este escrito de
contestación diversas disposiciones del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal.4
En materia de amparo directo, mediante el cual se ataca una
sentencia definitiva ante el tribunal colegiado o, en algunos casos,
ante la propia Suprema Corte de Justicia, también hay un momento
procesal que equivale a lo que es la expresión de agravios en la
apelación, sólo que en el amparo no se le llama expresión de
agravios, sino escrito de expresión de los conceptos de violación; en
los escritos en que se interpone el amparo, se expresan los
conceptos de violación, que equivalen, en cierto sentido, a la
expresión de agravios en la segunda instancia. Expresar los
conceptos de violación, en el amparo, es hacer una serie de
razonamientos por los cuales se considera una sentencia como
violatoria de algunos preceptos constitucionales.
Existe un indudable paralelismo entre ambas instituciones: en el
amparo se están alegando violaciones a las garantías
constitucionales, básicamente a las consagradas en los arts. 14 y 16
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que
son la garantía de legalidad, la de debido proceso legal, la de
correcta aplicación de la ley; entonces, cuando estamos
impugnando una sentencia, la ilegalidad de la misma se convierte,
para los efectos del amparo, en un acto anticonstitucional, y de allí
la procedencia y la fundamentación ulterior del amparo en contra de
una sentencia ilegal y violatoria de garantías.
La estructura del escrito de expresión de agravios, en la
apelación, y del escrito de conceptos de violación, en el amparo
directo, es similar: en ambos escritos se está argumentando en
contra de una sentencia o resolución; se está impugnando y se le
están señalando los vicios, los defectos, las omisiones en que el
tribunal ha incurrido. Por las violaciones, por las omisiones, los
errores, las faltas de lógica o de congruencia se atacan las
sentencias, en la apelación, mediante la expresión de agravios y, en
el amparo, por medio de los conceptos de violación.
123 La revisión de oficio
El Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal
establecía la revisión de oficio en su art. 716.5
A esta institución deberíamos calificarla como sui generis. Por
medio de la revisión de oficio se perseguía reexaminar la legalidad
de la sentencia dictada por jueces de primera instancia, en dos tipos
de asuntos:

a) La rectificación de actas del estado civil de las personas.


b) La nulidad del matrimonio.

La revisión de oficio da lugar, en los sistemas en que sigue en vigor,


a que se abra automáticamente la segunda instancia ante el tribunal
superior. Se abre esta segunda instancia, incluso, sin que las partes
interpongan la apelación, sin que se expresen agravios y sin que
hagan ofrecimiento ni desahogo de pruebas ni instancia alguna. No
debe entenderse como un recurso, ya que está operando de oficio y
no a instancia de parte agraviada. Para que podamos hablar en
estricto sentido de un recurso, es preciso y forzoso que la parte que
se sienta perjudicada, en ejercicio de la acción impugnativa,
combata la resolución que le está perjudicando; si esto no ocurre, no
se trata estrictamente de un recurso.
La finalidad de esta revisión de oficio es lograr una seguridad
jurídica, porque la sentencia definitiva que se reexamina afecta
cuestiones de orden público, como son las del estado civil de las
personas y la nulidad del matrimonio; podríamos apuntar la
posibilidad de abrir para el Ministerio Público la oportunidad de que
interpusiese la apelación en contra de este tipo de sentencias y dar
también la misma oportunidad a aquellos terceros que, aunque no
hubieren litigado, pudieran verse afectados por la sentencia
definitiva. Porque en juicios relativos al estado civil de las personas
y a la nulidad del matrimonio pueden causarse efectos respecto de
terceros, aunque éstos no hayan sido partes en el juicio.6
En esta institución hay un espíritu de protección, de tutela, ya que
no basta la sola sentencia de primera instancia. Se ha criticado
también este trámite porque implica la institucionalización de una
desconfianza oficial sancionada hacia los juzgadores de primera
instancia; sin embargo, el carácter publicista de estos asuntos basta
para justificar la revisión forzosa o segunda instancia de oficio.
Los casos de rectificación de actas suelen ser muy frecuentes en
nuestro medio y se dan no sólo por un error estricto en cuanto al
nombre o algún otro dato, sino para que se adapte el nombre que
realmente usa la persona en la realidad social en que ésta ha vivido;
sucede, por ejemplo, que a un niño le ponen un nombre que
después no les gusta a los propios padres o al hijo; por ello,
comienzan a usar otro con el que lo inscriben en la escuela y con el
que vive el resto de su vida, pero resulta que el acta registra un
nombre distinto del que ha venido usando. De lo dicho, colegimos
que procede la rectificación de acta no solamente para enmendar
errores, sino para adaptar el nombre que se usa en la realidad social
y así sancionarlo. Este trámite de la rectificación de las actas
implicaba la necesidad de que se abriera una segunda instancia. La
gran mayoría de los juicios de rectificación de actas se refiere a las
de nacimiento; esto no quiere decir, desde luego, que las actas del
estado civil que consignen otros actos del registro no puedan
también rectificarse o estar sujetas a rectificación; así, puede
pedirse la rectificación de las actas de defunción, de matrimonio, de
divorcio, etcétera.

1 Eduardo Pallares, Diccionario de derecho procesal civil, Porrúa, México, 1978.


2 El código distrital en su art. 690 regula, de forma deficiente, esta institución útil pero
poco utilizada en el foro, tal vez por esa razón. Por nuestra parte, hemos propuesto en
el Anteproyecto de Código de Procedimientos Civiles para el Estado de Sinaloa, en
cuya elaboración participamos, una regulación más detallada: ampliando el plazo para
adherirse a tres días; señalando que la adhesión seguirá la misma suerte que el
recurso de apelación incluso para los casos de desistimiento del apelante o que se
declare desierto el recurso y precisando que el objeto de la apelación adhesiva es
“reforzar los argumentos de hecho o de derecho de la sentencia apelada, porque el que
se adhiere considere que, aunque obtuvo todo lo que pidió, las consideraciones
fundatorias del fallo deban mejorarse o corregirse por el tribunal de apelación” (art. 468
del Anteproyecto citado).
3 Cfr. con el art. 689 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal y
supra, apartado 121.
4 Arts. 693, 706, 710 y 712.
5 En el Diario Oficial de la Federación del 27 de diciembre de 1983 se publicó el decreto
mediante el cual se derogó el art. 716. En virtud de dicha derogación, la revisión de
oficio dejó de existir a partir de abril de 1984.
6 Cfr. con los arts. 24, 422 y 689 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
28 Apelación extraordinaria

124 La apelación extraordinaria


La apelación extraordinaria es una institución impugnativa de
contenido complejo. ¿Constituye una verdadera y genuina
apelación? Éste es el problema al que nos enfrentamos. No es una
verdadera apelación, porque no se persigue mediante la apelación
extraordinaria la finalidad que corresponde a la apelación normal, ya
que la finalidad ordinariamente atribuida a la apelación es la de que
el reexamen que se haga de una resolución modifique, revoque o
confirme a ésta.
La apelación extraordinaria tiene el carácter de apelación
solamente porque procede en los cuatro supuestos a que se refiere
el art. 717 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal. En nuestro sentir, es una institución impugnativa de
contenido complejo, que presenta paralelismo, en parte, con el juicio
de amparo indirecto; es decir, se trata de un pequeño proceso
impugnativo autónomo.
Las fraccs. , y del art. 717 del código contemplan los
siguientes supuestos de procedencia de la apelación extraordinaria:
a) que las partes no estén representadas legítimamente o las
diligencias se hayan entendido o llevado a cabo con personas
incapaces; b) que no se hubiere emplazado al demandado conforme
a la ley, o sea, que no se hubiesen seguido los requisitos formales
en el emplazamiento; y c) cuando el juicio se hubiere seguido ante
un juez incompetente, en el caso en que no sea prorrogable la
competencia.
Los tres supuestos se refieren a los casos en que hay violaciones
al procedimiento.
Por el contrario, la primera fracción del mismo artículo establece
un supuesto distinto que hace pensar en una oposición del rebelde o
contumaz. En la rebeldía, se da oportunidad al demandado rebelde
que no contestó la demanda para que se presente e, incluso,
ofrezca pruebas y las desahogue, pues también, después de dictada
la sentencia, puede impugnar la sentencia el demandado que
hubiese sido emplazado por edictos y no hubiere contestado la
demanda, habiéndosele seguido el juicio en rebeldía.1
En el caso de las fraccs. , y antes relacionadas, si triunfa la
apelación extraordinaria, se decretaría tanto la nulidad del
procedimiento como de la sentencia dictada, y el tribunal remitirá los
autos al juez de primera instancia para que éste reponga el
procedimiento. Sin embargo, la ley no es clara en cuanto a las
consecuencias de que la apelación extraordinaria se pida con
fundamento en la fracc. i del mismo artículo. En otras palabras, si se
interpone la apelación extraordinaria en el caso de que el
demandado haya sido emplazado por edictos y el juicio se hubiese
seguido en rebeldía, el código no señala qué efectos tendrá la
sentencia que resuelva esa apelación extraordinaria en el caso de
ser favorable. El supuesto imaginable es que el demandado rebelde
pueda llegar a demostrar la falacia del actor en cuanto a su
afirmación de ignorar el domicilio del demandado y, entonces, no
hubiera procedido el emplazamiento por edictos hecho para iniciar el
primer juicio que está ahora siendo revisado mediante la apelación
extraordinaria. Si en la apelación extraordinaria el demandado
puede demostrar que no era cierto que el actor desconociera su
domicilio, en este supuesto la apelación extraordinaria también
tendrá el efecto nulificador de la sentencia y del juicio de primera
instancia para ordenar que se remita el expediente al juez a fin de
reponer el procedimiento.
La naturaleza de la sentencia que puede ser impugnada mediante
la apelación extraordinaria tampoco está determinada por el
código.En efecto, una sentencia puede ya haber sido considerada
firme conforme a los arts. 426 y 427 del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal. El problema es fundamental, porque
de la solución que se le dé, o sea, de que se determine si se trata o
no de una sentencia definitiva o firme, va a depender que la
apelación extraordinaria adquiera el carácter de recurso o el
carácter de un medio impugnativo autónomo.
Si la sentencia es definitiva, es decir, impugnable mediante un
recurso, entonces la instancia que se sigue ante el tribunal superior
de justicia tendrá la naturaleza de segunda instancia, o sea, de
instancia impugnativa, y la interposición de la apelación
extraordinaria tendrá el carácter de recurso. Pero si se entiende que
es una sentencia firme, la interposición de la apelación
extraordinaria no tendrá el carácter de recurso, sino el de una
demanda de nulidad,y la instancia que se siga en la apelación
extraordinaria no será una instancia impugnativa que pertenezca al
propio sistema, sino que será una instancia impugnativa autónoma.
Nosotros opinamos que antes de que se haga valer la apelación
extraordinaria, la sentencia sí es firme y que la verdadera naturaleza
de la apelación extraordinaria es la de un genuino juicio de nulidad.
Finalmente, debe considerarse que, interpuesta la apelación y
admitida ésta por el juez, la tramitación será según las formalidades
del juicio ordinario,2 y en tal caso se seguirá el juicio con todos sus
trámites: plazos de prueba, ofrecimientos, admisiones y alegatos.
Tratándose de sentencias dictadas por jueces de paz, conocían de
la apelación extraordinaria los juzgados de primera instancia y no el
tribunal superior.3

125 Apelación extraordinaria y juicio de amparo


(plenitud de jurisdicción y reenvío)
La relación entre la apelación extraordinaria y el juicio de amparo
consiste en que ambos constituyen juicios autónomos nulificadores
de procedimientos judiciales iniciados. Mediante un juicio de amparo
indirecto se puede obtener el mismo efecto nulificador que se
consigue por medio de la apelación extraordinaria; de aquí el
paralelismo y la relación.
Para complementar estas reflexiones creemos oportuno comentar
algo sobre la plenitud de jurisdicción y sobre el reenvío, los cuales
son aspectos sutiles de las técnicas de impugnación que tienen
íntima relación con los mecanismos operativos del amparo, de la
apelación extraordinaria y de la apelación ordinaria.
En el reenvío, el tribunal que está examinando una resolución
dictada por otro tribunal no va a sustituirlo, sino que simplemente
declara la nulidad y vuelve a mandar el asunto para que lo
enmiende, para que lo componga la autoridad inferior. El reenvío se
da más frecuentemente en los casos de reposición de
procedimiento, cuando se devuelve el asunto para que se reponga
el procedimiento, para que se corrijan y enmienden los errores en
que se hubiere incurrido. Pero el reenvío también puede ser para
cuestiones de fondo, no solamente para que se reponga el
procedimiento, sino para que se dicte otra sentencia y en esta nueva
resolución se modifiquen cuestiones sustanciales. En lo que
llamamos el amparo para efectos, la autoridad de amparo (Suprema
Corte o tribunal colegiado de circuito), una vez que ha resuelto,
remite el asunto para que el tribunal que incurrió en errores o en
omisiones corrija o complete y dicte una nueva sentencia o lleve
bases al proceso, reponiendo las que estuvieron mal llevadas
anteriormente.
Por el contrario, en otros casos (como en la apelación ordinaria)
no hay reenvío y el tribunal que está revisando la resolución de
primer grado se sustituye con plenitud de jurisdicción, al tribunal de
primera instancia. Y no va a devolver el expediente para que se
haga algo, sino que, al sustituirse, con plenitud de jurisdicción,
vuelve a resolver el asunto entrando al fondo del mismo.
Véase la diferencia: una cosa es resolver un recurso con plenitud
de jurisdicción, sustituyéndose al tribunal de primera instancia, y otra
distinta es decretar una especie de nulidad y devolver el expediente
al tribunal de primera instancia para que vuelva a dictar otra
sentencia. En este último caso se trata del reenvío y en el otro caso
se trata de la plenitud de jurisdicción; constituyen dos técnicas, dos
formas de diferenciación muy sutiles de las vías impugnativas.
Mientras que la apelación extraordinaria es, indudablemente, una
forma del reenvío porque se remite el asunto para que se dicte una
nueva sentencia, para que se reponga un procedimiento; en la
apelación ordinaria, por regla general, no hay reenvío, sino una
sustitución del tribunal de segunda instancia por el de primera, con
plenitud de jurisdicción, para volver a resolver el asunto,
precisamente, con lo que se llama plenitud de jurisdicción.
Los tribunales federales de amparo no tienen plenitud de
jurisdicción y ello implica que siempre deberá haber un reenvío
porque no se puede sustituir a los jueces naturales u ordinarios, sino
que éstos simplemente van a calificar la constitucionalidad o
inconstitucionalidad de la sentencia y a regresar el asunto para que,
en su caso, se dicte una nueva sentencia, si el amparo es
concedido. Si el amparo es negado, simplemente queda viva,
subsistente, intocada la sentencia impugnada.

125 bis Nulidad de la cosa juzgada4


Un refrán campesino mexicano reza: Para los toros de Jaral, los
caballos de allá mesmo. La sabiduría del dicho radica en la
consideración de que frente a la comparación elogiosa de una
especie —los toros— encontraremos la contrapartida respecto de
otra especie —los caballos—, con el resultado de que ambas
provienen del mismo lugar: el Jaral. Viene a cuento lo anterior,
porque la contradicción entre los valores de seguridad, por una parte
y de justicia, por la otra, que subyace entre la cosa juzgada, como
verdad final, inmutable y obligatoria, y las posibilidades de revisarla
excepcionalmente sometiéndola a un reexamen crítico, tendremos
que resolverla armoniosamente dentro del propio derecho.
La tradición jurídica nos puede mostrar ejemplos vivos y
maravillosos de esa armonía. La fuerza y la obligatoriedad del
derecho están plasmadas en el viejo principio latino dura lex, sed
lex, pero frente a esta sentencia advertimos la fuerza y contundencia
del principio opuesto summum jus, summa injuria. En materia de
fuerza y de obligatoriedad de los contratos se invoca siempre la
regla de pacta sunt servanda; sin embargo, la atenuación de ese
rigor está manifestada en el principio rebus sic stantibus. La ley es
dura, pero es la ley y debe cumplirse. Sólo que el derecho llevado a
extremos exagerados puede llegar a constituir la máxima injusticia.
Los contratos deben cumplirse y respetarse, sí; pero cuando las
circunstancias en que fueron pactados cambien de tal manera que
conviertan las prestaciones en exageradas, desproporcionadas
absurdas o imposibles, no deben cumplirse tal como fueron
pactadas.
La cosa juzgada es, sin lugar a dudas, una de las instituciones
jurídicas más valiosas para lograr seguridad y el carácter definitivo
en los asuntos resueltos y decididos de manera final por los
tribunales. Uno de los grandes temas que se ha presentado en el
escenario del derecho procesal civil es saber sobre la existencia del
límite temporal de inmutabilidad de la sentencia pasada en autoridad
de cosa juzgada, entendiéndose como tal la calidad que le asiste a
la “última” sentencia, definitivamente agotado el debate y cerradas
todas las posibilidades para el justiciable perdidoso.
En principio, podríamos definir la cosa juzgada como la
inatacabilidad de una sentencia jurisdiccional una vez que ha
quedado firme. No se trata sólo de una mera repercusión negativa
del pronunciamiento, esto es, imposibilidad de abrir un nuevo
proceso sobre lo mismo, sino también de una verdadera función
positiva de aquél: la prohibición de que en otro pleito se decida en
forma contraria a lo ya fallado.En ayuda de la necesidad de un
orden público y una paz social, los legisladores consagraron la cosa
juzgada.
La institución de la cosa juzgada pretende darle estabilidad y
permanencia a las decisiones judiciales, en especial a las
sentencias, haciéndolas así definitivas e irreversibles, con lo que
preserva la paz y la seguridad jurídicas.
La cosa juzgada desde lo antiguo está llamada a dar firmeza y
definitividad a las sentencias, a esa expresión jurídica que ha sido
calificada como el verdadero derecho, con una vocación de mayor
eternidad que las propias leyes, para decirlo en la expresión de
Couture.5 Sobre esa calidad, situación, o energía6 de la cosa
juzgada existen y han existido tanto un debate doctrinario como
diversas regulaciones normativas. Un caso extremo se encuentra en
el Código Federal de Procedimientos Civiles, donde se le califica
como la verdad legal,7 concepción, desde luego, debatida.8
La institución procesal, elevada a principio constitucional, ergo
derecho fundamental del justiciable, y denominada cosa juzgada, se
da cuando procesalmente el órgano jurisdiccional competente ha
emitido un pronunciamiento definitivo, sentencia sobre una
controversia jurídica sometida a su conocimiento.9
Así pues, los argumentos centrales de la fortaleza y permanencia
de la cosa juzgada son la regla general. En ayuda de la necesidad
de un orden público y una paz social, los legisladores consagraron
la cosa juzgada.
Por el contrario, y de manera excepcional, se abre el camino para
la posibilidad de ampliar las vías de revisión, en supuestos que son
verdaderamente extremos aberrantes, contradictorios con la esencia
y el espíritu de los principios que la propia cosa juzgada parece
proteger y garantizar.
La acción autónoma de nulidad tiene su origen en el derecho
romano, en el cual se preveía contra los hechos fraudulentos que el
perjudicado ejerciera la exceptio doli contra la actio judicati; la
restitutio in integrum como inadmisibilidad de la misma acción; la
replicatio doli contra la exceptio rei judicata y, subsidiariamente, aun
con la actio doli.
Luego, la regla de la Partida pasó a la Recopilación, Leyes 2 y
10, Título 17, Libro 4. El tipo de oposición contra la cosa juzgada
fraudulenta, en forma de recurso, parece tener origen en la base 19
que dio la Ley 21, de junio de 1880, antecedente inmediato del art.
1976 de la Ley de Enjuiciamiento Civil española de 1881, que se
mantiene en la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil prevista en el art.
509 y siguientes, con el rótulo de recurso de revisión, en sus cuatro
incisos, tomándose esta vía recursiva por varios códigos procesales
iberoamericanos e incorporándose a ellos.
La antigüedad de la discusión acerca de la relativización de la
fuerza y autoridad de la cosa juzgada en la búsqueda de la
humanización del proceso judicial, como medio y no fin en sí mismo
(a partir de la conceptualización de la cosa juzgada formal) data del
derecho romano, donde se consideraron figuras procesales como la
exceptio doli, replicatio doli y, sobre todo, la restitutio ad integrum
(restitución por entero), esta última como posibilidad de volver a
discutir judicialmente una decisión judicial de orden previo en casos
excepcionales de injusticia, buscando volver las cosas al estado
anterior al de la sentencia injusta, esto es, reparar las cosas al
estado de una nueva sentencia justa, obviamente en un nuevo
proceso judicial.
Los códigos y las leyes procesales han ido admitiendo
gradualmente las vías de posibilidad de revisión de la cosa juzgada,
de manera diversa en cuanto a la naturaleza de la instancia
respectiva, la legitimación y los requisitos para promoverla, los
procedimientos, los órganos competentes y los efectos de las
resoluciones respectivas.
No todos los sistemas procesales contemplan una reglamentación
expresa de revisión de la cosa juzgada, amén de que en los de
naturaleza federal existen reglamentaciones diversas para distintas
entidades del mismo país. En México el estudio de los medios de
anulación de un proceso se complica —no sólo por las intrínsecas
dificultades del análisis de la cosa juzgada y la distinción entre
nulidad y medios de impugnación— por dos razones. La primera es
la coexistencia de medios de anulación en la legislación federal
(juicio de amparo directo, llamado de casación por algún sector de la
doctrina), la normatividad de las entidades federativas, la distrital, y
el derecho jurisprudencial. La segunda es la existencia de 33
códigos adjetivos civiles: uno federal, otro distrital y 31 en las
entidades federativas. Esta última circunstancia, a pesar de las
concienzudas críticas doctrinales,10 no ha pesado en el ánimo del
legislador para resolverla, y hay quien considera que es una sana
expresión de la autonomía de los estados y del Distrito Federal la
facultad de legislar en esta materia.
Además, se sostiene que aunque no exista una reglamentación
expresa de todas suertes debe admitirse la instancia respectiva.
La diversidad de situaciones y los distintos tipos de
procedimientos encuentran su razón de ser en la complejidad que
en la realidad pueden presentar los problemas de revisión de la
cosa juzgada.
Respecto de la naturaleza de la instancia surge una interrogante:
¿es un recurso, una instancia nulificadora o una acción autónoma?
Quizá pueda compartir varios caracteres o rasgos, según el enfoque
o la tramitación que se le otorgue. Así, se le califica de figura
intermedia en el caso de Argentina o desde la perspectiva
portuguesa, en la que parece haber una instancia inicial con más de
un recurso y un juicio rescisorio ulterior que se acerca más al
ejercicio de una acción. Sin embargo, parecen ser dominantes las
posiciones que se pronuncian por considerar esta vía impugnativa
como una verdadera y genuina acción.
Son las propias partes —o sus causahabientes— del proceso en
que se hubiese pronunciado la sentencia por impugnarse las que en
todo caso se encuentran legitimadas para iniciar una instancia de
revisión de la cosa juzgada. Sin embargo, distintos sistemas
contemplan la posible legitimación de terceros afectados, y entre
éstos a los acreedores. Vale la pena poner en tela de duda la
pertenencia de las acciones nulificadoras hechas valer por los
terceros, al campo preciso y limitado de la impugnación de la cosa
juzgada por las propias partes. Tiene relación con esto la figura de
la oposición de tercero que parece de especial relevancia en el
derecho portugués.
La disyuntiva en cuanto al órgano competente para conocer de la
revisión de la cosa juzgada consiste o en someter su conocimiento a
un tribunal de máxima jerarquía dentro de cierta esfera
competencial, o bien al mismo juez natural que originariamente
emitió la sentencia que ahora se pretende impugnar.
De la lectura a diferentes legislaciones se advierten dos sistemas
distintos de impugnación: uno que determina que entiende
directamente en el recurso el Tribunal Superior de Justicia, como es
en Uruguay (SCJ) y en España (Sala de lo Civil del Tribunal
Supremo o del Tribunal Superior de Justicia de una Comunidad
Autónoma); otro que prevé una demanda autónoma a iniciarse ante
el mismo juez o tribunal que dictó la sentencia (San Juan) o ante
otro juez (Italia).
Entendemos como el más apropiado al sistema que aconseja
tramitar la demanda autónoma ante otro juez, teniendo en cuenta
principalmente que si bien el fraude habitualmente proviene de las
partes o de terceros, también puede ser del propio juez o de sus
auxiliares.
Debe subrayarse que tanto la acción de tutela colombiana como
el amparo mexicano presentan una variable interesante en cuanto al
juez competente, que puede ser un órgano judicial de control de
legalidad, o incluso de constitucionalidad.
Cabe advertir que en un mismo sistema jurídico puede
presentarse el extremo de varios tipos distintos de tramitaciones de
naturaleza muy diversa. Por ejemplo, en Colombia una sentencia
aparente o fraudulenta únicamente puede impugnarse por medio de
una de las instituciones siguientes:

a) Mediante recurso extraordinario de revisión, el cual exige que


la sentencia esté ejecutoriada, es decir, que haya hecho
tránsito a cosa juzgada formal, y con base en unas taxativas
causales, que en la práctica difícilmente se producen o no
siempre se pueden probar, y siempre que no haya transcurrido
el término de caducidad de la acción.
b) Mediante la acción de tutela, que puede formularse ante
cualquier juez, cuando la sentencia constituye una vía de
hecho. Este remedio es eficaz tanto respecto de sentencias
que sean cosa juzgada formal (carente de recursos o
agotados éstos) como de aquellas que tengan la calidad de
cosa juzgada material.
c) Mediante incidente o trámite especial de nulidad de la
sentencia, pero sólo cuando ésta carece de recursos.
Parecería aconsejable como trámite apropiado el de un juicio
plenario y ordinario que permita el conocimiento y la decisión del
asunto con amplitud y profundidad. Pero encontramos tramitaciones
por la vía de aparente recurso como la apelación extraordinaria de
México, que guarda cierta similitud con el juicio de contradicción
peruano.
En cuanto a los plazos de interposición de la revisión existe una
situación dispar y hasta errática o incluso caótica. Así la apelación
extraordinaria mexicana señala un plazo de tres meses; pero la
reglamentación en otros códigos del juicio autónomo de revisión el
plazo de impugnación es de dos años. El plazo es de seis meses en
el procedimiento peruano, en Argentina es de dos años, en Chile es
de un año en materia civil, aunque parece devenir en derecho
perpetuo ahí donde no se señala plazo, como en el proceso penal, y
para complicar más nuestra confusión sobre el particular, en
Portugal encontramos un doble plazo: por un lado de cinco años y
por otro lado de 60 días.
En el caso de México, en distintas resoluciones del Poder Judicial
de la Federación se había recogido el juicio de nulidad, lo que
permitió su ejercicio en toda la República, a pesar de no existir
regulación en algún código adjetivo civil. Por reformas al Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, publicadas en la
Gaceta Oficial el 27 de enero de 2004, en un ambiente
controvertido, se introduce el título decimosegundo bis, cuyo
capítulo i se denomina De la acción de nulidad de juicio concluido, el
cual consta de 12 artículos (737-A a 737-L).
El primero de estos numerales (art. 737-A) señala que procede la
acción de nulidad de juicio concluido para aquellos asuntos en los
cuales se dictó sentencia o auto definitivo que ha causado
ejecutoria, enunciando las hipótesis de procedencia de dicha acción.
El art. 737-B indica que la acción de nulidad de juicio concluido
puede ser ejercitada por cualquiera de las partes en el proceso, sus
sucesores o causahabientes, por terceros a quienes perjudique la
resolución y la autoridad correspondiente, como el Ministerio
Público, cuando la sentencia afecte al interés público.
En el art. 737-D se precisan las circunstancias por las cuales no
podrá interponerse esta acción: ya sea por el transcurso de un año
desde que hubiere causado cosa juzgada la resolución y cuando
hayan transcurrido tres meses desde que el recurrente hubiere
conocido o debió conocer los motivos en que se fundare la misma.
El art. 737-F, de desafortunada hechura, establecía el delito de
fraude procesal, que debería ubicarse en el código penal; pero
además lo reprobable de esta reforma es que se considere como
autor de dicho delito a todo aquel que no obtenga sentencia
favorable o se desista de la demanda o de la acción, y la misma
suerte corre para sus abogados. No procede esta acción contra las
resoluciones dictadas en el mismo juicio de nulidad, pero sí son
procedentes los medios de impugnación a que estuvo sometida la
resolución ejecutoriada dictada en el juicio cuya nulidad se pide (art.
737-J).
Finalmente, el art. 737-K señala la indemnización a que se hace
acreedora la persona que resulte responsable por haber dado lugar
a alguna de las causales establecidas en el art. 737-A y que hayan
sido determinantes para que el juez resolviera en la forma en que lo
hizo en el juicio que se declare nulo.

126 El mal llamado recurso de responsabilidad


Mediante este llamado recurso de responsabilidad se persigue
obtener de parte del funcionario judicial responsable el resarcimiento
de los daños y perjuicios que haya causado a aquella parte
perjudicada por una resolución dictada en forma ilegal o no apegada
a derecho y en las circunstancias que más adelante
puntualizaremos.
Las reglas de este mal denominado recurso están contenidas en
los arts. 728 a 737 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal;según tales disposiciones, este recurso se tramitará
en una única instancia cuando se plantee en contra de los jueces de
primera instancia o de los magistrados de las Salas del Tribunal
Superior de Justicia. En este juicio participa como demandado el
funcionario judicial responsable.
Tratándose de la responsabilidad de los jueces de paz, conocerán
los de primera instancia y, en este caso, sí cabe el recurso de
apelación.11
Una regla importante de señalar es la relativa a que para que
proceda el recurso de responsabilidad es necesario que la
resolución que ha motivado su interposición sea definitiva, o sea,
aquélla contra la cual no quepa ya ningún recurso ordinario.
Este trámite del que venimos hablando no constituye un
verdadero recurso porque los recursos siempre tienen por finalidad
el reexamen de una resolución para obtener que ésta sea
modificada, revocada o confirmada. Jamás mediante el llamado
recurso de responsabilidad se logran estos objetivos; el propio
códigoestá obligando a que previamente se agoten todos los
recursos, todos los medios de impugnación y, una vez agotados, se
estará en la posibilidad de intentar el recurso de responsabilidad.
En la realidad, y en la práctica, es muy difícil ver este tipo de
juicio. Sin embargo, al menos teóricamente, puede plantearse el
supuesto de fundamentación del llamado recurso de
responsabilidad, en el caso de que un funcionario judicial incurra en
las conductas que el mismo código señala,12 al dictar una resolución
absurda, equivocada, en función de negligencia o ignorancia
inexcusables, que no pueden justificarse en los funcionarios
judiciales. Sería necesario, sin embargo, mediante la apelación
ordinaria, lograr revocar esa sentencia e, incluso, en su caso agotar
todos los medios de impugnación y llegar al amparo, y obtener una
resolución favorable en el asunto y sólo hasta ese momento podría
intentarse el mal llamado recurso de responsabilidad contra el juez
de primera instancia que hubiera dictado mal esa sentencia y a
efecto de que simplemente pudiera estar expuesto al pago de daños
y perjuicios que se derivaran de dicha resolución.
1 Cfr. con los arts. 637 a 651 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
2 Art. 718 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
3 Art. 719 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal. Por reformas
publicadas en el Diario Oficial de la Federación, del 27 de diciembre de 1983, se derogó
el art. 719 y, en tal virtud, se suprime la apelación extraordinaria en todos los asuntos
de la justicia de paz.
4 El presente subtema retoma varias de las ideas plasmadas en el trabajo final de la
ponencia general que presentó el autor de este libro en las xviii Jornadas
Iberoamericanas de Derecho Procesal, celebradas en Montevideo, Uruguay, en octubre
de 2002, con la colaboración de los ponentes nacionales siguientes: Gabriel José Díaz
Cornejo (Argentina), Arodin Valcarce (Argentina), Cándido Rangel Dinamarco (Brasil),
Casimiro de Pina (Cabo Verde), Raúl Tavolari Ontiveros (Chile), Juan Guillermo
Velázquez G. (Colombia), Alberto Saíd (México), Aníbal Quiroga León (Perú), Carlos
Manuel Ferreira da Silva (Portugal).
5 Eduardo J. Couture, Procedimiento civil. Primer curso. Juicio Ordinario, versión
taquigráfica por Marcos Vidal de los apuntes de clase en la Facultad de Derecho de
Montevideo, Editorial Medina, s/f, t. III, p. 34.
6 Ibídem, p. 32.
7 Art. 354. La cosa juzgada es la verdad legal y con ella no se admite recurso ni prueba
de ninguna clase, salvo los casos expresamente determinados por la ley.
8 Cfr. Alfonso Romero Flores, La cosa juzgada no es la verdad legal, Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales, tesis profesional, UNAM, México, 1945.
9 Enciclopedia Jurídica Omeba, t. IV, Editorial Driskill, Buenos Aires, junio 1996, p. 989.
10 Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, “Unificación de los códigos procesales mexicanos tanto
civiles como penales”, en Derecho procesal mexicano, t. I, Porrúa, México, 1976; Jorge
Carpizo, “Sistema federal mexicano”, en Estudios constitucionales, UNAM, México,
1983; Luis Dorantes Tamayo, Elementos de teoría general del proceso, Porrúa, México,
1983; Cipriano Gómez Lara, Teoría general del proceso, 10a. ed., Oxford University
Press, México, 2004. Desde luego que la nómina de procesalistas en favor de la
unificación es mucho mayor.
11 Art. 730 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
12 Art. 728 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
29 La ejecución

127 La ejecución y las etapas procesales


Todo proceso tiene como presupuesto un litigio, se desenvuelve a
través de un recorrido que es el procedimiento y tiene una meta que
es la sentencia, de la cual puede suceder eventualmente, no
necesariamente, que se derive como consecuencia la ejecución.1
Podemos señalar al litigio, al procedimiento, a la sentencia y a la
ejecución como consecuencia probable, no necesaria, del proceso,
y a esta última como momentos, fases o etapas de estructura de
precedentes y consecuencias procesales.
La ejecución es una consecuencia probable de todo tipo de
proceso, ya sea penal, civil, administrativo, etc. En términos
generales, debe entenderse por ejecución la materialización de lo
ordenado por el tribunal a efecto de que tenga cumplimiento en la
realidad —en lo fáctico— lo establecido en la sentencia.2
No todas las sentencias ameritan una fase de ejecución forzosa:
por una parte existen resoluciones —las de mera declaración de
certeza— que no pueden ejecutarse ni dan materia para ello; por
otra, cuando la sentencia contiene un mandato que incluye
realización de conducta, es decir, una condena, el destinatario de
ella puede acatarla voluntariamente y no habrá necesidad de
ejecutar, o bien, independientemente de la resistencia o anuencia
del obligado, puede presentarse una imposibilidad material para
ejecutar —insolvencia absoluta del deudor—, con lo que tampoco se
presentará la ejecución por inútil e ineficaz.

128 Carácter no procesal de la ejecución


Aun cuando se pone en tela de juicio si la ejecución es una actividad
verdaderamente procesal o jurisdiccional, podemos afirmar que la
ejecución, en sí misma, no es en esencia procesal, porque la
jurisdicción y el proceso ya se desenvolvieron y culminaron con la
sentencia. Por consiguiente, la ejecución es algo metaprocesal, está
más allá del proceso y después de él: es una consecuencia del
mismo proceso, pero no es ni procesal ni jurisdiccional en esencia.
Al considerar el proceso penal, es evidente que la fase de
ejecución no les compete a los jueces ni tiene por qué
corresponderles, ya que su intervención es simplemente para
verificar, vigilar y fiscalizar en algunos casos el cumplimiento de
resoluciones, pero no para intervenir directamente en su ejecución.
En una sentencia que ordena la pena capital, es decir, la privación
de la vida del procesado mediante cualquiera de los sistemas
refinados que el hombre ha inventado: la guillotina, la silla eléctrica,
el garrote o el fusilamiento, ¿cuál es la intervención del Poder
Judicial en la ejecución de la sentencia? Esa materialización, es
decir, el hecho de que se baje el acero y corte la cabeza del
sentenciado o se disparen los fusiles o se conecte la energía
eléctrica, no le compete al Poder Judicial, quien ordena
simplemente. A quien corresponde la amarga labor de la ejecución
penal es al Poder Ejecutivo, a las áreas administrativas del estado,
no al Poder Judicial. En el sistema anglosajón no corresponde a la
autoridad judicial la realización de los embargos ni de los remates
en materia civil. Los jueces ordenan las diligencias, pero las
ejecutan las áreas administrativas de la organización pública. Son
los alguaciles quienes van y realizan las diligencias de embargo, de
secuestro, los remates, etc. De este modo, las diligencias de
ejecución están en manos de funcionarios distintos, no judiciales, y
que, por tanto, tampoco desarrollan ni desempeñan labores
esencialmente jurisdiccionales. En consecuencia, todo lo que se
refiere a la ejecución y su naturaleza ya no es ni procesal ni
jurisdiccional.
En cuestión de política judicial, de política procesal, resulta
interesante señalar que en algunos sistemas jurídicos los
legisladores han considerado más conveniente que algunas etapas
de la ejecución estén en manos del Poder Judicial y no en las de
otros poderes, pero no porque esencialmente ésa sea una labor
judicial, procesal o jurisdiccional, sino porque así lo ha considerado
conveniente el legislador, que sea encomendada a los jueces dicha
tarea y no a las agencias o entidades administrativas del estado. En
nuestro sistema de ejecución civil tendemos más hacia una
intervención mayor del Poder Judicial en las etapas de la ejecución.
Finalmente, es pertinente referirnos a lo que se ha denominado la
jurisdicción mixta porque hay momentos, fases de la ejecución, en
que reaparecen aspectos procesales y surgen controversias,
pequeños litigios ya en el momento de estar ejecutando, sobre
cuestiones relacionadas con la propia ejecución; entonces se
regresa a etapas procesales en donde hay un pequeño litigio y, por
tanto, un pronunciamiento del tribunal sobre ese litigio que está
relacionado, vinculado o referido a la ejecución. La expresión
jurisdicción mixta pretende denotar ya el carácter no exclusivamente
procesal de la ejecución, pues lo mixto implica que algunos de sus
aspectos regresarían a lo jurisdiccional y a lo procesal, porque
renace el contradictorio, resurge la bilateralidad y hay necesidad de
un pronunciamiento judicial; y claro, esto se dará en todos los
incidentes que se tramitan y deciden en ejecución de sentencia.

129 Juicio ejecutivo y vía de apremio


Esta distinción del juicio ejecutivo y de la vía de apremio responde a
la estructura de nuestro Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal. En el articulado del mismo código así se contempla.
El juicio ejecutivo tiene íntima relación con la vía de apremio, porque
ésta es una vía ejecutiva precisamente, es vía de ejecución, y el
juicio es ejecutivo.
Para explicar la íntima relación que hay entre los dos
procedimientos debemos remitirnos al art. 444 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, que concede al
ejecutante la opción para irse a la vía de apremio o al juicio
ejecutivo. Este juicio ejecutivo se basa en una sentencia, en un
convenio, en un laudo o en un juicio de contadores. En vez de irse a
la vía de apremio, se elige el juicio ejecutivo; como puede
apreciarse, la diferencia es una mera opción de vías. La vía de
apremio, como veremos más adelante, es la forma normal de
ejecutar la sentencia. Ya con una sentencia, podemos ir a un
segundo juicio, que es el juicio ejecutivo. En la práctica, no es usual
que se elija el juicio ejecutivo en vez de la vía de apremio.
El juicio ejecutivo se ha calificado como un proceso en el que está
alterado el orden normal de las etapas. Está alterado este orden
porque primero debería estar la fase llamada de conocimiento y
después la fase de ejecución, y aquí las fases están invertidas, ya
que primero se ejecuta y después se conoce. Es necesario que
exista un título ejecutivo para que pueda haber juicio ejecutivo. El
título ejecutivo es un elemento preconstitutivo de prueba, que deja
una evidencia que permite al tribunal o al juez despachar una
ejecución, la cual tendrá carácter de provisional porque dependerá
de lo que diga la sentencia que, en este juicio ejecutivo, va a
calificar la procedencia y la fundamentación de la ejecución. Esto se
verá más adelante con mayor detalle.3

129A Vía de apremio


El art. 500 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal es el primero que habla de la vía de apremio. No la define:
simplemente dice que procede la vía de apremio a instancia de
parte, siempre que se trate de la ejecución de una sentencia o de un
convenio celebrado en el juicio, ya sea por las partes o por terceros
que hayan venido al juicio por cualquier motivo.
El vocablo apremio proviene de apremiar, urgir, forzar a alguien a
que haga algo. El apremio judicial es un apremio forzoso. Se está
compeliendo a alguien a cumplir con algo a través del apremio. Es
decir, consiste en la ejecución forzosa de algo y básicamente en la
ejecución de las sentencias mediante el procedimiento de embargo
y remate.
El embargo y el remate son fases de un procedimiento
expropiatorio no por causa de utilidad pública, sino por causa de
utilidad privada, de utilidad particular. Este procedimiento
expropiatorio se lleva a cabo debido a la existencia de una
sentencia, o bien, de un crédito indubitable. En ese caso, la vía de
apremio consiste en la afectación de bienes para someterlos a un
procedimiento de venta, a fin de que con el producto de esa venta
se haga pago al acreedor de su crédito. En esto consiste la
ejecución forzosa.
Pueden considerarse también los llamados secuestros
convencionales: alguien puede afectar cosas, bienes de su
propiedad para que se secuestren sin que haya procedimiento de
embargo; para garantizar el pago de crédito o de obligaciones se
celebra un secuestro convencional y se afecta bienes que queden
embargados porque así lo pactan las partes.

129B Ejecución provisional y ejecución definitiva


Pueden distinguirse dos tipos de ejecución: la provisional y la
definitiva. Como ya se advirtió, en el juicio ejecutivo la ejecución
realizada es provisional porque está sujeta al procedimiento de
conocimiento posterior a la ejecución, que va a producirse en una
sentencia, en la cual generalmente se ordenará un remate; por el
contrario, podría darse una sentencia absolutoria cuando, no
obstante la existencia del título ejecutivo, el demandado tuviere
excepción que implicara que el ejercicio de la acción ejecutiva
hubiera sido improcedente o infundado. Tal sentencia absolutoria
levantaría el embargo y, por tanto, la ejecución provisional quedaría
sin efectos.
En la mayoría de los casos, por la fuerza de los títulos ejecutivos,
la sentencia en un juicio ejecutivo es de condena y sustitutivamente
ordena el remate, si no se obtiene el pago espontáneo o el
cumplimiento espontáneo; pago entendido en la forma genérica de
cumplimiento de las obligaciones.
Como el embargo es sólo el principio del procedimiento
expropiatorio, éste continuará, en su caso, después de la sentencia
y culminará con el remate, con la adjudicación de los bienes a
quienes hayan acudido como postores al remate y finalmente con el
pago al acreedor con el producto de la venta.
Por el contrario, la ejecución, como consecuencia de una
sentencia firme, es definitiva porque se refiere a una sentencia que
ha producido la cosa juzgada y que ya tiene definitividad. Sin
embargo, no toda ejecución de sentencia puede considerarse
definitiva, ya que la que se da respecto de las sentencias contra las
cuales haya procedido el recurso de apelación en el solo efecto
devolutivo, también deberá considerarse como provisional porque
estará sujeta a lo que se resuelva en la apelación.
Resumiendo, podemos concluir que la ejecución provisional la
encontramos: a) en las medidas precautorias; b) en los embargos
emanados de los juicios ejecutivos; y c) en ejecución de sentencias
en contra de las cuales se tramite una apelación que haya sido
admitida en el solo efecto devolutivo. La ejecución definitiva se limita
entonces a la derivada de una sentencia firme contra la que no cabe
ya recurso ni medio de impugnación alguno.4

1 Cfr. con Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, “La teoría general del proceso y la enseñanza
del derecho procesal”, Revista Iberoamericana de Derecho Procesal, s. d., p. 24.
2 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 341.
3 Infra, capítulo 31.
4 Cfr. con los arts. 510, 548 a 552 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
30 Ejecución de la sentencia

130 Presupuestos de la ejecución de sentencia


Los presupuestos de la ejecución de sentencia son:

1. Que la sentencia sea de condena.


2. Que sea firme o definitiva o que, no siéndolo, el recurso de
apelación se haya admitido contra ella en el solo efecto
devolutivo.
3. Que quien pida esa ejecución esté legitimado para ello.
4. Que el obligado se resista o no pueda cumplir exactamente
con lo que se le ordena.
5. Tratándose de ejecuciones de carácter económico, que exista
un patrimonio ejecutable sobre el cual llevar a cabo la
ejecución (solvencia del deudor).

131 Principios que rigen la ejecución de sentencia


Los principios que rigen la ejecución de sentencia son múltiples y
están dados en nuestro sistema por los arts. 500 a 533 del Código
de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal; un breve análisis
de los aspectos más importantes contenidos en la parte citada del
ordenamiento en consulta, nos obliga a las reflexiones siguientes:
❖ La ejecución de las sentencias, laudos o convenios
celebrados en los juicios implica la procedencia de la vía de
apremio (art. 500).
❖ Si los convenios o transacciones se celebran en segunda
instancia, deben ser ejecutados por el juez que los haya
conocido en la primera, a cuyo efecto el tribunal devolverá los
autos al inferior, acompañándole testimonio del convenio (art.
502).
❖ Las sentencias arbitrales, los convenios celebrados ante la
Procuraduría Federal del Consumidor y los laudos dictados
por ésta deberán ser ejecutadas por el juez competente
designado por las partes o, en su defecto, por el juez del lugar
del juicio (art. 504).
❖ En el caso de que se sentencie al pago de cantidad líquida, se
procederá al embargo de bienes del deudor sin necesidad de
previo requerimiento (art. 507).
❖ Sólo hasta que se hayan asegurado los bienes por medio de
secuestro podrán tener efecto los términos de gracia
concedidos por el juez o por la ley (art. 508, en relación con
los arts. 404 y 470, último párrafo).
❖ Si el deudor no cumple dentro del plazo señalado por la ley o
por la sentencia, se procederá al embargo (art. 509).
❖ Si se llegasen a embargar dinero, sueldos, pensiones o
créditos realizables en el acto, como efectos de comercio o
acciones de compañías que se coticen en la bolsa, se hará
pago al acreedor inmediatamente después del embargo (art.
510).
❖ La necesidad de que se efectúe un avalúo previo a la venta en
almoneda y la regla de que no se requerirá tal avalúo cuando
el precio conste en instrumento público o se haya fijado por
consentimiento de los interesados o se determine por otros
medios, según las estipulaciones del contrato (art. 511).
❖ La adjudicación al acreedor con renuncia de subasta una vez
que transcurre el plazo señalado por la sentencia para el
cumplimiento (art. 512).
❖ La regla de que del precio del remate se pagará al ejecutante
el importe de su crédito y se cubrirán los gastos que haya
causado la ejecución (art. 513).
❖ Las condenas sin señalamiento de cantidad líquida también
en el caso de pago de daños y perjuicios y la forma de tramitar
la liquidación de dichas cantidades (arts. 515 y 516).
❖ La condena a hacer alguna cosa y la opción, por parte del
ejecutante, para reclamar el resarcimiento de daños y
perjuicios (arts. 517 y 518).
❖ Las diversas cuestiones relacionadas con la rendición de
cuentas (arts. 519 al 522).
❖ Lo relativo a la sentencia que condena a dividir una cosa
común y la forma de presentar el plan de partición (art. 523).
❖ La condena a no hacer y su infracción, que se resolverá en el
pago de daños y perjuicios (art. 524).
❖ De las condenas a entregar cosas inmuebles o cosas muebles
y del despacho a ejecución por cantidades señaladas por el
actor, en caso de que no se entreguen dichos bienes (art.
525).
❖ La orden de entregar personas (art. 526). La limitación al mal
llamado recurso de responsabilidad para atacar las
resoluciones dictadas para la ejecución de sentencias y la
procedencia del recurso de queja tratándose de interlocutorias
(art. 527).
❖ El plazo en que prescribe la acción de ejecución se fija en 10
años, contados a partir del día en que haya vencido el término
judicial para el cumplimiento voluntario de lo ordenado por la
sentencia (art. 529).
❖ Las diversas excepciones que pueden oponerse a la
ejecución de sentencia, con fijación de los diversos plazos
dentro de los cuales cabe hacer valer estas excepciones, que
son: la de pago, la transacción, la compensación, el
compromiso en árbitros, así como la novación, la espera, la
quita, el pacto de no pedir, cualquier otro arreglo que
modifique la obligación y la falsedad de instrumento, todas las
cuales, a excepción de la falsedad, deberán ser posteriores a
la sentencia, convenio o juicio y deben constar por instrumento
público o por documento privado judicialmente reconocido o
por confesión judicial (art. 531).

132 Patrimonio ejecutable


En los cursos sustantivos de derecho civil se aborda el tema del
patrimonio. Éste tiene que ver básicamente con el estudio de dos
temas de derecho civil: el de los bienes yel de la persona;
precisamente al relacionar los bienes con la persona, surge el
concepto del patrimonio. Éste se entiende como una universalidad
jurídica, como un conjunto de bienes, derechos y obligaciones
apreciables o estimables en dinero, que son atribuibles a una
persona. Tal patrimonio, en su carácter de universalidad jurídica,
tiene que tomarse como un todo, en una universalidad, o sea, en un
conjunto de polos positivos o negativos; por eso se habla de bienes,
derechos y obligaciones.
El patrimonio no sólo es activo; también puede ser pasivo, ya que
comprende no solamente lo que la persona debe, sino lo que le
deben.
El concepto de patrimonio ejecutable opatrimonio sobre el cual
puede recaer la ejecución lo encontramos básicamente en el
derecho civil o privado, debido a que la mayoría de las obligaciones
privadas y del derecho civil se refieren a aspectos o cuestiones que
pueden ser medidos en dinero y que tienen un valor económico. De
aquí que el concepto de patrimonio referido a las cuestiones civiles
sea muy importante.
Ahora bien, hay que advertir que si el patrimonio es más negativo
que positivo, la ejecución tampoco es posible en función de que no
hay bienes sobre los cuales ejecutar; la ejecución va a dar, al final,
resultados negativos porque la persona deberá más de lo que a ella
se le deba o de lo que a ella se le deba y tenga.
El activo, concepto que manejan los contadores, está formado por
lo que tenemos y por lo que nos deben: son los dos renglones que
lo componen; mientras que el pasivo está formado sólo por lo que
debemos. Entonces, si la relación entre lo que debemos (pasivo) y
lo que se nos debe y lo que tenemos (activo) es de desequilibrio,
nuestro patrimonio es negativo.
La mayoría de las ejecuciones son individuales o concretas, o
bien, se limitan a una cosa o a que se ejecute sobre una porción
delimitada del patrimonio que basta para garantizar el crédito.
Frente a éstas, habría que contemplar ejecuciones universales y
que son las que tenemos cuando llegamos a los procedimientos que
hemos calificado como universales y que son básicamente el
concurso y la quiebra, así como las sucesiones, porque en el
concurso, en la quiebra y en las sucesiones hay una especie de
embargo o de afectación de todo el patrimonio ejecutable. Si se trata
de los casos del concurso y de la quiebra, habría que excluir de este
patrimonio ejecutable algunos bienes que se califican como no
embargables, sobre los cuales no puede recaer la ejecución, como
veremos más adelante.

133 Formas de la ejecución


Como formas de ejecución enumeramos las siguientes: el embargo,
el secuestro, la intervención y la inhibición.
El embargo es la iniciación de un procedimiento expropiatorio
mediante el cual se afecta un bien o un grupo de bienes
determinados; esta afectación implica un bloqueo o afectación
patrimonial de esos bienes; el dueño de los mismos, desde el
momento del embargo, ya no puede disponer libremente de ellos y
quedan sujetos a las resultas de ese procedimiento expropiatorio
que, por lo demás, no es definitivo ya que el deudor puede frenarlo o
evitarlo ya sea demostrando que sí había cumplido con la obligación
u oponiendo alguna excepción procedente y fundada, o bien,
cumpliendo con la obligación y liberando los bienes del embargo, es
decir, desafectándolos y haciendo que se produzca el levantamiento
del embargo.
La naturaleza del embargo se ha discutido en la teoría y en la
práctica. Se ha cuestionado si constituye o no un derecho real por
ser una afectación de una cosa, y también se han discutido sus
relaciones o preferencias respecto de la constitución de prendas e
hipotecas. El debate en torno a esto continúa. El embargo tiene un
origen histórico común con otras instituciones como son la propia
hipoteca y la misma prenda y viene a ser una afectación similar a las
que crean y constituyen derechos reales.
La jurisprudencia ha determinado que, en nuestro sistema, el
embargo no constituye un derecho real, sino simplemente un
derecho personal de carácter procesal, derivado de un derecho de
crédito. Debe considerársele como “una institución de carácter
procesal y de naturaleza sui generis, cuyas características se
relacionan con el depósito... debiendo buscarse el origen de esta
institución en lo que los romanos denominaban secuestro”.1
El fin normal del embargo es conducir a un remate. No conducirá
a remate el embargo cuando el propio deudor cumpla
espontáneamente con la obligación, o bien, ofrezca elementos de
defensa que prueben que la obligación que se le ha exigido, y que
se pretende hacer efectiva a través del embargo, no es exigible o ya
se había cumplido.
En cuanto al secuestro, no creemos que sea diferente del
embargo. Los códigos y la práctica hablan de lo que se llama
secuestro convencional como un embargo pactado por las partes
que tendrá los mismos resultados que el embargo común, pero que
no es consecuencia de un mandato judicial, sino de que las propias
partes así lo han pactado.
En nuestro derecho, las palabras embargo y secuestro tienen,
sobre todo en la forma en que las utiliza el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, cierta sinonimia.
Basta para fundamentar esta afirmación que el código,después de
hablar de los embargos en los preceptos anteriores, en el art. 543,
sin más, comienza mencionando los secuestros. Se habla de
secuestros cuando hay un interventor ycuando existe una persona
que bajo su responsabilidad nombra el acreedor, la cual puede ser
él mismo o el deudor, para que tenga la custodia de los bienes
embargados;2 una custodia que va a ser muy importante y cuyas
normas respectivas se indican en los arts. 553 y 555 que
reglamentan la institución del interventor judicial. Este interventor es
una figura de depositario, llamado depositario interventor con cargo
a la caja. El supuesto para que esto tenga sentido es el embargo de
una negociación. Ahí, no solamente se trata del embargo de una
cosa estática (unos muebles, un automóvil, una casa), sino que es
el embargo de una negociación, de una universalidad dinámica de
derechos y obligaciones.
El embargo de una negociación implica que ésta siga
funcionando. Las reglas de inembargabilidad de bienes3 obligan a
que no puedan desmembrarse las negociaciones, porque ello sería
antieconómico, ya que si se sustraen básculas o las cortadoras de
una carnicería, se paralizaría la negociación y eso es lo que está
prohibido de acuerdo con las reglas mencionadas. Lo que el
acreedor puede hacer es embargar toda la negociación.
Finalmente, debemos referirnos a la inhibición, que es un
mandato, una orden para no hacer algo. Esto quiere decir que la
inhibición es una orden para abstenerse y el problema consiste en
determinar cómo podrán ejecutarse en materia judicial dichas
órdenes de abstenerse. En otras palabras, qué va a suceder con
aquel que no se abstiene habiéndosele ordenado abstenerse.
Simplemente se incurre en una conducta prohibida que puede
acarrear la generación de daños y perjuicios que van a ser
reclamados mediante otra vía. El incumplimiento de las obligaciones
de hacer o de no hacer por parte del obligado suele traducirse en
obligación de dar. Porque si no se cumple esa obligación de hacer o
de no hacer y ya que la obligación de inhibición es un no hacer, se
transformará en una obligación de dar. Al respecto, el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal establece4 que la
infracción a una sentencia que condena a no hacer se resolverá en
el pago de daños y perjuicios.

1 Semanario Judicial de la Federación, Apéndice 1975, cuarta parte, Tercera Sala, tesis
185, pp. 554 y 555.
2 Cfr. con el art. 543 reformado por decreto en el Diario Oficial de la Federación del 14 de
enero de 1987, que entró en vigor 90 días después de su publicación.
3 Art. 544, fracc. VII, del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
4 Art. 524.
31 El juicio ejecutivo

134 Antecedentes históricos del título y del juicio


ejecutivos
Como hemostenido oportunidad de señalar en otra obra,1 el título
ejecutivo —documento necesario para ejercer el derecho que en él
se consigna— se origina en la Edad Media, ligado indisolublemente
al juicio ejecutivo, creación de los comerciantes para contar con un
instrumento que les permitiera un trámite judicial rápido y abreviado
y que supone la elaboración de un documento indubitable en el que
el deudor reconoce expresamente la deuda y, en cierta forma, se
somete anticipadamente al juicio ejecutivo y a sus consecuencias.
Éste constituye, pues, un procedimiento sumario determinado,
nacido al parecer en el proceso medieval italiano para alejarse de
los trámites dilatados y difíciles del proceso extraordinario. Además,
una característica fundamental de este juicio es la deser de
conocimiento limitado, o sea, en el que existe unafuerte limitación a
la oponibilidad de excepciones. El demandado sólo podrá oponerse
en cuestiones relativas a la validez misma del título o a la
procedencia de la ejecución.

135 Naturaleza del juicio ejecutivo


El juicio ejecutivo, de acuerdo con una idea de Alcalá-Zamora,
implica unainversión del orden normal de las etapas del proceso.
Este orden normal obliga a que primero se agote la fase de
conocimiento y después se dé la fase de ejecución. En el juicio
ejecutivo, la inversión del orden normal aparece porque primero está
la fase de ejecución y después la de conocimiento. El fundamento
de lo anterior reside en la existencia del título ejecutivo, que
constituye en esencia “una prueba preconstituida, de la acción que
se ejercita”2 y es una prueba documental preconstituida,porque en
el documento ejecutivo se consigna con indubitabilidad una
obligación en forma fehaciente, clara, exigible y líquida. Una
obligación está determinada, en cuanto a su liquidez, cuando se
puede decir a cuánto asciende en pesos y centavos.

136 Los títulos ejecutivos en particular


Tenemos dos tipos de títulos ejecutivos: los títulos ejecutivos civiles
y los títulos ejecutivos mercantiles; los primeros son los que están
reglamentados por el Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, en la parte relativa a los juicios ejecutivos, y los
segundos están reglamentados por el Código de Comercio ypor la
Ley General de Títulos y Operaciones de Crédito,
fundamentalmente. Esta doble división también da lugar a dos tipos
especiales de juicios: el ejecutivo civil yel ejecutivo mercantil.
Los títulos ejecutivos civiles están expresamente señalados por el
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, en su art.
443, y remitimos a la lectura de tal precepto. Por su parte, el Código
de Comercio hace un señalamiento similar en su art. 1391.

137 Preparación de la vía ejecutiva


Sin título ejecutivo no hay juicio ejecutivo. En tal virtud, las leyes
procesales suelen posibilitar la creación de títulos ejecutivos y una
vez fabricados, ir con ellos al juicio ejecutivo. El Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, dentro del título de
actos prejudiciales, establece en los arts. 201 a 204 las reglas de lo
que se llama medios preparatorios del juicio ejecutivo. Al no
contarse con un título ejecutivo, no puede irse al juicio ejecutivo.
Para ello se recurre al procedimiento a fin de fabricar el título
ejecutivo.

138 Los juicios ejecutivos en el Código de


Procedimientos Civiles para el Distrito Federal
La reglamentación del juicio ejecutivo en el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal está contenida en los
arts. 443 a 467. Ya hemos hecho mención de algunas cuestiones
sobresalientes de dichos preceptos. Reiterando algunas de ellas y
pretendiendo resumir, es conveniente agregar las consideraciones
siguientes:

❖ se contiene la lista o catálogo de los títulos ejecutivos (art.


443);
❖ se comprende también la posibilidad de que las sentencias
ejecutoriadas, los convenios judiciales, los celebrados ante la
Procuraduría Federal del Consumidor, los laudos que emita la
propia Procuraduría y loslaudos o juicios de contadores
motiven ejecución por la vía de juicio ejecutivo, si así lo elige
el interesado (art. 444);
❖ se dan las reglas relativas a la ejecución respecto de
obligaciones de hacer (art. 449) y de obligaciones de entregar
(art. 450);
❖ la diligencia inicial deberá ser de requerimiento, embargo y
emplazamiento, en ese orden (arts. 453, 534 y 535);
❖ deberá abrirse una sección de ejecución por cuerda separada
(expediente aparte), en la que se contendrán todas las
cuestiones relativas a la ejecución (arts. 454 y 456);
❖ la sentencia, de ser fundada la pretensión, debe ordenar el
trance y remate de los bienes embargados y el pago al
acreedor con el producto de la venta (art. 461);
❖ los últimos cuatro artículos (464 a 467) aluden a los casos de
rescisión de los contratos de compraventa y a la compraventa
con reserva de dominio para recuperar la cosa por la vía
ejecutiva.

1 Cipriano Gómez Lara, Estudio comparativo de los juicios ejecutivo mercantil y civil, tesis
profesional, UNAM, México, 1955, pp. 13 y 17.
2 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, Instituciones de derecho procesal civil,
Porrúa, México, 1979, p. 427.
32 El remate de bienes

139 Concepto de remate judicial


El remate judicial es una venta de bienes mediante un
procedimiento de subasta pública. El remate judicial, al ejecutarse,
entraña la continuación de un procedimiento expropiatorio que no es
en interés público, sino en interés privado de un acreedor. La
culminación de tal procedimiento es la adjudicación de los bienes
rematados al adquirente mejor postor y, luego, el pago al acreedor
con el producto de la venta. El remate implica que la cosa quede
vendida y que la autoridad tome el precio de esa venta y adjudique
la cosa rematada; la adjudicación, consiste en atribuir legalmente la
propiedad a alguien: si queda algún remanente tendrá que
entregarse a quien era el propietario del bien rematado.
El remate judicial es un procedimiento de venta forzosa, en
pública almoneda o subasta. La palabra almoneda, de origen árabe,
significa precisamente “venta pública” y es lo mismo que un remate
judicial.
En nuestra legislación procesal del Distrito Federal son 35
artículos los que tratan lo referente a los remates; sin embargo, 34
de ellos (564 a 597) se refieren al remate de bienes inmuebles y
sólo una disposición, el art. 598, al remate de bienes muebles, el
cual, más que un genuino remate, “se traduce solamente en la
consignación del bien mueble, a una casa de comercio o a un
corredor, para que éstos a su vez enajenen dicho bien, sin que sea
necesario que la enajenación sea mediante remate”.1
140 Fincamiento del remate, subasta y
adjudicación
La subasta indica ya el momento mismo del remate, en que los
bienes se están ofreciendo a la venta, y consiste en el llamado y
concurrencia de postores que son probables compradores.
El remate de bienes inmuebles necesita que los postores sean
convocados. Esa convocatoria de postores se tiene que hacer con
los procedimientos que la ley procesal civil establece. La doctrina2
parece estar de acuerdo en que el remate tiene tres momentos: 1.
Avalúo; 2. Subasta o remate; 3. Entrega de precio, otorgamiento de
escritura y pago al acreedor ejecutante. Se podría sostener la
necesidad de considerar, agregándolo, un cuarto momento, que
debe preceder a la subasta o remate y que es la convocatoria de
postores, la cual debe hacerse por medio de edictos, que se fijarán
por dos veces en los tableros de avisos del juzgado y en los de la
Tesorería del Distrito Federal; entre una y otra publicaciones
deberán mediar siete días hábiles, al igual que entre la última fecha
y la fecha del remate. Si los bienes valen más de 182 días de salario
mínimo general vigente en el Distrito Federal, los edictos se
insertarán, además, en un periódico de información, pudiéndose
utilizar algún otro medio de publicidad a petición de cualquiera de
las partes y a su costa.3
Una vez convocados los postores, los interesados en participar en
el remate tienen que depositar, mediante billete de depósito de
Nacional Financiera, S.A., cuando menos 10% del valor de avalúo
del bien o bienes por rematarse, para poder ser aceptados como
licitadores. Esta cantidad de 10% garantiza la seriedad y formalidad
de las ofertas de compra, ya que de otra suerte podrían presentarse
paleros o simuladores a cualquier remate. Si un postor poco serio no
sostiene la oferta, corre el riesgo de perder dicho 10% a favor de los
litigantes por concepto de indemnización.4 El acreedor ejecutante no
necesita, para participar como postor, hacer depósito alguno, pues
se considera que su carácter de acreedor da por sí garantía de la
seriedad de las posturas u ofrecimientos de precio que pudiera
formular.5
Del monto del avalúo, es postura legal la que represente las dos
terceras partes de dicho valor. Quien se haya inscrito como postor y
haya exhibido el antes citado 10%, debe ofrecer postura mínima
inicial, que represente por lo menos las dos terceras partes
mencionadas.6
Después de una primera oferta declarada preferente, el juez,
quien es el director o conductor del remate, tendrá que interrogar a
los presentes sobre si no hay otro u otros licitadores que ofrezcan
una postura más alta. Si transcurrido un plazo de cinco minutos
después de cualquier oferta válida anterior no hay ningún otro postor
que la mejore, el juez tendrá que fincar el remate en favor del último
postor. Fincado y aprobado el remate, deberá adjudicarse ese bien
al postor de la puja más alta. Este postor tendrá que exhibir el resto
del precio, lo que le dará derecho a que dentro de los tres días
siguientes se le extienda la escritura correspondiente, si se trata de
un bien inmueble.7

141 Intervención de terceros en el remate


Las dos clases de terceros que pueden intervenir en el remate,
puesto que no son partes: son los postores (según ya lo anotamos)
y los acreedores. Estos acreedores son los titulares de gravámenes
que hubieren aparecido de un certificado de gravámenes que debe
expedir el Registro Público de la Propiedad8 a petición del tribunal.
Tienen derecho a intervenir en el avalúo y en la subasta de los
bienes, si les conviniere hacerlo; pueden hacer observaciones en el
acto del remate, recurrir al auto de aprobación del mismo y nombrar,
a su costa, un perito valuador para que practique el avalúo
conjuntamente con los peritos del ejecutante y del ejecutado.9
142 El pago a los acreedores
El pago a los acreedores es la finalidad y la justificación del remate.
Una vez que se ha obtenido la exhibición por el mejor postor del
total del precio exhibido, se pagará al acreedor ejecutante hasta
donde se alcance a cubrir el importe de su crédito.10 Si los
acreedores fueren varios, deberá examinarse la prioridad o
preferencia de sus créditos, pues con el producto de la venta deberá
pagarse primero a quien tenga mejor derecho, o consignársele la
cantidad adeudada si no estuviere presente. Satisfechos todos los
créditos registrados, si queda algún remanente deberá entregarse al
deudor, si no se hallare retenido judicialmente para el pago de otras
deudas.11

1 Cfr. con José Ovalle Favela, op. cit., p. 305.


2 Cfr. con ibídem, p. 244.
3 Cfr. con el art. 570 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
4 Cfr. con los arts. 574 y 588, párrafo segundo, del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal.
5 Cfr. con el art. 575 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
6 Cfr. con el art. 573 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
7 Cfr. con los art. 580, párrafo segundo, y 581 del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal.
8 Cfr. con el art. 566 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
9 Cfr. con los arts. 567 y 568 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
10 Cfr. con el art. 591 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
11 Cfr. con los arts. 592 y siguientes del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
33 Los juicios especiales

143 Enumeración y clasificación de los juicios


especiales en el Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal
Para llevar a cabo esta enumeración y clasificación examinaremos
el índice del propio Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, de acuerdo con la relación que ahí se hace de los
diferentes tipos de procedimientos especiales.
Antes de ese examen debemos reflexionar sobre la naturaleza de
lo que vamos a entender por juicio especial. Nos parece, en
principio, más apropiada la denominación de procedimiento
especial, porque no todos estos procedimientos constituyen
verdaderos juicios o procesos, sino que en muchos casos son
meras tramitaciones, formas especiales de tramitación o de
procedimientos. Sólo algunas de estas formas de juicios especiales
constituyen un genuino proceso, un genuino juicio. Al respecto, es
conveniente señalar que a través del tiempo se ha registrado un
predominio alterno de tendencias opuestas produciéndose una
especie de zigzagueo que, por lo demás, es común en la evolución
de todas las instituciones sociales.
Esa evolución se inicia en la Edad Media cuando frente al juicio
ordinario, normal, común y corriente surgen los juicios especiales y
simplificados. Nacen así los juicios sumarios, juicios más rápidos,
menos pesados y menos difíciles, ágiles en su tramitación, porque
implican acortamiento de los lapsos, concentración de actuaciones y
aligeramiento de formalidades para llegar más rápidamente a una
sentencia.
Después de haberse postulado la conveniencia y necesidad de
que existan estos juicios especiales, han proliferado de tal manera
que en algunos sistemas incluso se ha llegado al extremo de llevar
casi todos los asuntos a juicio especial y así queda reducido el
campo para el juicio normal, ordinario o tradicional.
En el Distrito Federal se dio la supresión de los juicios sumarios
como una medida necesaria ocasionada por esa funesta costumbre
que tenemos de desnaturalizar las instituciones.1
En teoría, en el código y en la doctrina, el juicio sumario debería
haber sido un juicio más breve, más ágil. Sin embargo, en la
práctica de los tribunales se había convertido en un juicio lento, lleno
de escollos y de problemas, a tal grado que, en ocasiones, el
litigante estaba insatisfecho de que correspondiera para
determinado asunto el trámite sumario, porque el juicio ordinario
tardaba mucho menos que el trámite sumario. Ante tal experiencia
concreta desnaturalizada, fue un acierto del legislador, al considerar
que los sumarios han funcionado tan mal, suprimirlos y remitir al
juicio ordinario, que ha estado funcionando bien, todas las
tramitaciones que antes correspondieron al sumario genérico.
No obstante, sobreviven a esta quema de los sumarios algunos
procedimientos que, aunque no se les llame de ese modo,
conservan tal carácter.
Si se examina el índice del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal, se ve que en el título se comienza a hablar del
juicio ordinario y se expone una serie de reglas, que son generales
para el mismo. Entre esas reglas hay una muy importante en el
sentido de que si un juicio no tiene señalada una tramitación
especial en el código, deberá seguirse en juicio ordinario. En otras
palabras, la regla general para todo tipo de asuntos es que se lleve
al juicio ordinario; la regla especial, que tiene que ser expresa, es
que caiga en alguno de los procedimientos especiales. En el título
que sigue al del juicio ordinario encontramos ya una clasificación de
los procedimientos especiales.
Al seguir el índice del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal vemos no solamente la clasificación de lo que, en
sentido estricto, podríamos llamar juicios especiales, sino también
de procedimientos especiales. Los enumeraremos siguiendo la
relación que el propio índice de dicho código hace al respecto:

1. Juicio ejecutivo.
2. Juicio hipotecario.
3. Juicio especial de desahucio.2
4. Juicio arbitral.
5. Juicio en rebeldía.
6. Tercerías.
7. Divorcio por mutuo consentimiento.
8. Concursos.
9. Juicios sucesorios.
10. Jurisdicción voluntaria.
11. Controversias del orden familiar.
12. Controversias en materia de arrendamiento inmobiliario.
13. Procedimiento especial de la justicia de paz.
14. Pérdida de la patria potestad de menores acogidos por una
institución pública o privada de asistencia social.3

Concluyamos el presente capítulo advirtiendo que en la clasificación


anterior, que es la del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, el procedimiento especial puede surgir por la
naturaleza de la pretensión que se hace valer (ejecutivo, hipotecario,
desahucio, divorcio por mutuo consentimiento, concursos, juicios
sucesorios, jurisdicción voluntaria, controversias del orden familiar,
controversias en materia de arrendamiento inmobiliario,
procedimiento especial de la justicia de paz y pérdida de la patria
potestad de menores); por la existencia de una cláusula
compromisoria arbitral que obligue a las partes a no acudir al
proceso jurisdiccional, sino al árbitro o juez privado (juicio arbitral);
finalmente, a verdaderos accidentes procesales, como la inactividad
procesal de una parte (juicio en rebeldía) o la necesidad de admitir
en un proceso ya iniciado la presencia de un tercero interesado que
viene a deducir una pretensión propia, pero vinculada al tema del
proceso inicial (tercerías).

1 Por decreto de 26 de febrero de 1973, publicado en el Diario Oficial de la Federación el


14 de marzo del mismo año, y que entró en vigor 15 días después.
2 En principio el juicio especial de desahucio desaparece del código al derogarse los arts.
489 a 499 según decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 21 de julio de
1993. Sin embargo, un diverso decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el
23 de septiembre de 1993 limitó los efectos de la derogación a ciertos supuestos y, por
tanto el articulado continuó teniendo un margen de aplicación, modificándose por última
vez el 28 de abril del 2000 al ordenarse la aplicación de las disposiciones del código
previstas en los decretos mencionados a partir del 31 de diciembre del 2001.
Cfr. con apartado 147 infra.
3 Procedimiento especial introducido por reforma publicada el 9 de junio de 2004 a los
arts. 430 a 435 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
34 El juicio hipotecario

144 Consideraciones preliminares


Es necesario enfocar dos consideraciones preliminares que nos
permitirán desarrollar el presente tema.
La primera consideración radica en la circunstancia de que en las
ediciones anteriores de esta obra se había omitido el tratamiento
especial de ese juicio hipotecario; la única justificación que podemos
aducir es que el tema tampoco aparecía en el programa oficial de la
materia Derecho procesal civil, en la Facultad de Derecho de la
Universidad Nacional Autónoma de México. Sin embargo, esta
absurda omisión no justifica, en manera alguna, que también
nosotros caigamos en el error de omitir el tratamiento de una
cuestión tan importante, no sólo por su profundo arraigo en nuestro
medio, sino por la práctica constante —y nosotros consideramos
que útil— de este tipo de juicio especial. Es por ello que
encontramos muy justificado incluir un capítulo adicional que trate
este juicio.
La segunda consideración, que también es relevante, aunque
habría muchas otras paralelas a ésta en el desarrollo de un curso de
Derecho procesal civil, radica en que, cuando el alumno se enfrenta
con la problemática del juicio hipotecario, calificado como especial,
resulta que aún no ha estudiado, en las materias sustantivas, la
institución de la hipoteca.
Esta segunda consideración hace, pues, necesario que, sin
pretender explicar o estudiar la hipoteca a fondo (porque no
correspondería a este curso), debemos dar aunque sea una ligera
noción de la misma, para después entrar a las consideraciones
sobre el juicio hipotecario.
En cuanto a la noción de este acto jurídico, nuestra ley sustantiva1
establece: “La hipoteca es una garantía real constituida sobre
bienes que no se entregan al acreedor, y que da derecho a éste, en
caso de incumplimiento de la obligación garantizada, a ser pagado
con el valor de los bienes, en el grado de preferencia establecido
por la ley.” Lo anterior no constituiría, en rigor, una verdadera
definición de este acto jurídico sino, en el mejor de los casos, la
descripción de algunas de sus características y funciones. Es
necesario que precisemos algunas cuestiones; así, en primer lugar,
debe advertirse que, aunque esté reglamentada en la parte del
código civil relativa a contratos, la hipoteca, en sí no es un contrato,
aunque puede constituirse formalmente dentro de un contrato. Su
naturaleza esencial es la de un acto unilateral de voluntad que se
perfecciona a través de la declaración hecha por una persona
capaz, afectando algún bien de su propiedad, que por lo general es
inmueble, para que responda del cumplimiento de alguna obligación.
Ello también nos llevaría a la consideración de que es un acto
jurídico accesorio y que, por otro lado, está anexo a un acto jurídico
principal, el cual sí puede ser un contrato; desde este punto de vista,
la hipoteca es simplemente un acto jurídico accesorio garantizador
de las obligaciones, o del cumplimiento de éstas, en otro tipo de
contrato o de acto.
En la mayoría de los casos la hipoteca recae sobre bienes
inmuebles; sin embargo, el derecho, sobre todo el de la navegación,
ha permitido la constitución de hipotecas sobre naves y sobre
aeronaves.
La hipoteca es un acto jurídico muy frecuente y común, y el
abogado debe estar acostumbrado a analizarla y a examinarla,
especialmente para verificar que haya sido constituida con apego a
la ley y al cumplimiento de los requisitos sustanciales y formales que
la hagan plenamente válida.
Sigue siendo, aún hoy, una de las más firmes garantías, a grado
tal que muchos negocios, y sobre todo la banca, siguen
fundamentalmente exigiendo a sus deudores que para garantizar el
cumplimiento de sus obligaciones constituyan hipotecas sobre los
bienes de su propiedad.
Es claro que el estudiante deberá examinar y asimilar los
pormenores y detalles sobre este acto jurídico en los cursos
respectivos de derecho civil; aquí nos limitamos a lo antes apuntado.

145 Noción de juicio hipotecario


Hay que advertir que no todas las legislaciones o sistemas
procesales consagran la existencia de un juicio hipotecario,
reglamentado en forma especial. Un ejemplo de ello es nuestro
Código Federal de Procedimientos Civiles, que no contiene una
reglamentación especial sobre este juicio hipotecario; sin embargo,
en la mayoría de las legislaciones procesales civiles de las
entidades de la República sí se encuentra específicamente
reglamentado. Nos atreveríamos a describir el juicio hipotecario de
la manera siguiente: es un procedimiento judicial de naturaleza
contenciosa en virtud del cual un acreedor puede reclamar de su
deudor el pago de ciertas obligaciones que no hayan sido cubiertas
en la forma originalmente pactada, para que, de manera sustitutiva,
se eche a andar toda la maquinaria estatal de la expropiación sobre
los bienes hipotecados y, en su momento, los mismos, después del
cumplimiento de ciertos procedimientos y requisitos, sean vendidos
en pública subasta o remate judicial a fin de que con el producto de
dicha venta se le pague al acreedor insatisfecho.
Además de estudiar y asimilar muchas cuestiones relacionadas
con la problemática hipotecaria en los cursos sustantivos, el
estudiante de derecho deberá asomarse a la problemática viva en
notarías y juzgados de este tipo de asuntos. A título meramente
ejemplificativo, será necesario familiarizarse con términos tales
como adjudicación, aprobación del remate, avalúos, convocatorias
de acreedores, convocatorias para postores, depositario,
fincamiento del remate, otorgamiento de escritura en rebeldía por el
juez, prelación, pública almoneda, registro, remate, etcétera.

146 Regulación y tramitación en el Distrito Federal


del juicio especial hipotecario
El Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal
contiene las reglas relativas al juicio hipotecario en los arts. 468 a
488, inclusive. De los 21 artículos que contiene el capítulo iii
correspondiente al juicio especial hipotecario, han sufrido reformas
en enero de 1987 y en mayo de 1996; habremos de referirnos a las
mismas a través del comentario que iniciaremos en seguida. Una
disposición inicial del mismo código,el art. 12, se refiere a la acción
hipotecaria en general y advierte que ésta podrá iniciarse para: a)
constituir una hipoteca; b) ampliarla; c) registrarla; y d) obtener el
pago o prelación del crédito que la hipoteca garantice.
El precepto inicial del capítulo respectivo también reitera la regla
de que se tratará en la vía especial hipotecaria todo juicio que tenga
por objeto: a) constitución; b) ampliación; c) división; d) registro; e)
extinción; f) nulidad; g) cancelación; h) pago; o i) prelación. Como se
ve, son nueve los supuestos de iniciación de diversas acciones
hipotecarias; pero, a decir verdad, y como es fácil corroborarlo, los
artículos siguientes al 468, que estamos comentando, se refieren
fundamentalmente a la acción de pago de la hipoteca; por tanto, el
resto de las acciones quedan simplemente enunciadas sin llegar a
reglamentarse su tramitación en forma detallada.
El mismo artículo que comentamos advierte que para iniciar el
juicio cuyo objeto sea el pago o prelación del crédito hipotecario que
se seguirá de acuerdo con las reglas del código, el crédito debe
constar en escritura debidamente registrada y de plazo cumplido o
que debe considerarse como previamente exigible, remitiendo a las
disposiciones legales aplicables, que son las del Código Civil
Federal contenidas en los arts. 1959 y 2907.
La disposición contenida en el art. 469 es de sumo interés, porque
advierte que no será necesario el requisito del registro si la acción
va a intentarse entre los que originalmente contrataron la hipoteca,
porque vale decir que entre ellos el registro es superfluo, puesto que
el mismo fundamentalmente va dirigido a los terceros, o sea, que
ese registro es necesario para proteger el crédito frente a terceros,
pero no frente al propio deudor.
El juicio hipotecario, aunque se le haya quitado la denominación
de sumario que se le daba en el texto original del códigode 1932,
sigue siendo por naturaleza un juicio abreviado y de conocimiento
restringido; por tanto, su naturaleza continúa siendo la de un juicio
sumario; pero, además, tiene un carácter ejecutivo y ello se deduce
claramente de la disposición contenida en el art. 470, puesto que,
cumplidos los requisitos, el juez deberá ordenar que se anote la
demanda en el Registro Público de la Propiedad y mandará que se
corra traslado de la misma al deudor para que la conteste dentro de
nueve días y oponga las excepciones que tuviere. Este auto es un
verdadero auto de ejecución.
El art. 479 habla sólo de la inscripción de la demanda en el
registro correspondiente.
El art. 480 establece que en el supuesto de que la finca no se
halle en el lugar del juicio, deberá librarse exhorto al juez de la
ubicación para que ordene el registro de la cédula y no de la
demanda. Error grave de técnica legislativa en la reforma de 1996,
que suprimió la cédula hipotecaria y olvidó este artículo.
A partir del emplazamiento, el deudor contrae la obligación de
depositario judicial de la finca hipotecada y de sus frutos, en la
inteligencia de que, si el deudor no quiere aceptar tal
responsabilidad, entregará desde luego la tenencia material de la
finca al actor o al depositario que éste nombre (arts. 481 y 482).
El juez presidirá la audiencia, la que se diferirá de no desahogarse
todas las pruebas, debiéndose fijar una nueva fecha dentro de los
10 días siguientes, audiencia que no podrá diferirse salvo caso
fortuito o fuerza mayor (art. 483).
La similitud de la inscripción de la demanda con la del embargo
queda nuevamente de manifiesto en el texto del art. 486, fracc. vi, y
que remite a las disposiciones del códigoen materia de remates.
La naturaleza de la resolución final de estos juicios es la de una
sentencia de remate, y ello se deduce de lo dispuesto por el art.
486.
El art. 487 contempla el supuesto de la revocación del fallo de
primera instancia, lo que obligaría a la cancelación de la inscripción
de la demanda en el Registro Público de la Propiedad.
Finalmente, el art. 488 del código hace referencia a la
adjudicación de la cosa por parte del acreedor hipotecario mediante
convenio con el deudor, por el precio que se fije al exigirse la deuda;
para tal efecto se deberá solicitar avalúo del bien. La venta se hará
de la manera que se hubiere convenido, y a falta de convenio, por
medio de corredores. Este artículo señala que el deudor puede
oponerse a la adjudicación alegando las excepciones que tuviere;
asimismo, pueden oponerse a la venta los acreedores hipotecarios
posteriores, alegando prescripción de la acción hipotecaria.

1 Cfr. con el art. 2893 del Código Civil para el Distrito Federal.
35 Desahucio

147 Vigencia y naturaleza de este juicio


A partir de la reforma de julio de 1993 se derogaron los arts. 489 a
499 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal,
por lo que, en principio, podría afirmarse que el juicio de desahucio
ha dejado de existir entre nosotros. Sin embargo, se han modificado
los transitorios del anterior derogatorio por varios decretos-parche:
el primero, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 23 de
septiembre de 1993, que revivió el desahucio para ciertos supuestos
excepcionales, hasta 1998; posteriormente, el 19 de octubre de
1998 se prorrogó su vigencia seis meses, cuando por decreto del 17
de abril de 1999 se estableció la aplicación de las disposiciones
previstas en los decretos anteriores a partir del 30 de abril del 2000
en casos excepcionales; se modificó por última vez el 28 de abril de
2000 al ordenarse la aplicación de las disposiciones del código
previstas en los decretos mencionados a partir del 31 de diciembre
de 2001. Lo anterior ha dado pie a que se cuestione sobre la
vigencia de este juicio, el cual, en principio, fue derogado; sin
embargo, por su interés histórico conservamos este capítulo del
texto en su contenido original, no sin antes señalar que en algunas
entidades federativas todavía se prevé el juicio de desahucio.
El juicio de desahucio es indudablemente de origen sumario.
Tanto es así que antes se denominaba juicio sumario de desahucio.
Actualmente, el juicio sigue siendo el mismo; en esencia no se le
cambió ninguna regla, lo único que se suprimió, por las reformas de
1973, fue el nombre de sumario. Ahora, en vez de ser sumario es
especial, pero no cambió en nada su estructura: simplemente se le
cambió el nombre. Eso nos lleva a la conclusión de que la
naturaleza de este procedimiento sigue siendo sumaria por el
acortamiento de plazos, por la sencillez del trámite, por la rapidez
con que se lleva a cabo y por la limitación del conocimiento.
Constituye lo que la doctrina ha calificado como un juicio sumario
determinado, o sea, un sumario con tramitación específica para
cuestiones muy concretas.
Aquí se trata necesariamente de arrendamientos de inmuebles.
Su carácter específico radica en que sólo se pueden tramitar
cuestiones relativas a arrendamientos de inmuebles, es decir, algo
relacionado con el arrendamiento de un bien mueble no podría
tramitarse a través de este procedimiento. Para que un juicio de esta
naturaleza tenga lugar, se exige la existencia previa de un contrato
de arrendamiento sobre bienes inmuebles, los que podrán ser
urbanos o rústicos o rurales.
La doctrina también califica a estos procedimientos como juicios
de lanzamiento.

148 Reglamentación de estos juicios en nuestro


derecho
El art. 489 y los siguientes del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal dan las reglas fundamentales para la
procedencia y tramitación de estos asuntos. El supuesto ineludible
para que pueda fundarse una demanda es que el inquilino o
arrendatario haya dejado de pagar dos o más mensualidades de
rentas. Las rentas, por tanto, deben estar pactadas para pagarse
mensualmente, y si estuvieran pactadas para pagarse por
anualidades, el adeudar una sola renta implicaría que el adeudo,
obviamente, es de más de dos meses, a lo que se refiere el art. 489
ya citado.
Es muy importante destacar que lo que el arrendador, dueño del
inmueble, demanda en este tipo de juicios no es el pago de las
rentas de dichos meses, sino, invocando una causal de rescisión,
que es el incumplimiento de dichos pagos, solicita la desocupación
por parte del inquilino del inmueble arrendado; esta causal
podríamos afirmar que está sujeta a una condición de carácter
resolutivo que, de presentarse, produce la ineficacia de la causal
rescisoria. El actor está demandando, en rigor, una terminación de la
relación contractual porque se le deben cuando menos dos rentas
del local alquilado y, de ser fundada su pretensión, va a obtener una
sentencia del tribunal que condenará a la desocupación del
inmueble por parte del inquilino (esto equivale a una rescisión). La
ejecución de esa sentencia, si hay oposición del inquilino, podrá
llegar al extremo de que el bien se devuelva, si es necesario
lanzando al inquilino, expulsándolo con sus muebles y pertenencias
a plena calle. Éste es un procedimiento violento que, cuando se
dirige, como en la mayoría de los casos, contra personas de
condición miserable, puede llegar a entrañar graves injusticias
sociales. Se insiste: es un juicio que puede llegar a ser
verdaderamente trágico porque implica que se expulse a familias
miserables de una vivienda y se les ponga en la calle. El realizar
estas diligencias se aleja mucho del ideal que nosotros nos hemos
formado del ejercicio de la profesión de abogado. Cabanellas1
advierte que las actitudes legales en torno a estos problemas de
arrendamiento han sido modificadas profundamente por
legislaciones con un criterio social; sin embargo, advierte lo
siguiente: “no ha dejado de pesar en esta actitud legal el
dramatismo algo exagerado, en periodismo y literatura, al presentar
siempre como víctima a los que en ocasiones son cínicos
insolventes dispuestos a convertir el inquilinato en derecho de
habitación gratuito y vitalicio.” Se ha argumentado que es un juicio
que está consagrado como privilegio de los caseros, pero hay
opiniones opuestas que afirman que se beneficia o protege a los
inquilinos. Lo cierto es que esta legislación tiende a cambiar, pues el
sentido social del derecho actual contradice las consecuencias
originales de este tipo de procedimientos. Tendríamos que
estructurar un sistema social en el cual nunca fuera necesario
arrojar en forma violenta a los miserables a la calle cuando no
pueden pagar la renta de modestas viviendas, porque si este
extremo llega a darse significaría que están aconteciendo en la
sociedad graves daños morales y económicos generalizados.
Ovalle Favela2 explica que la demanda de desocupación de este
juicio que interponga el arrendador debe fundarse en la falta de
pago de dos o más mensualidades y deberá acompañarse del
contrato escrito de arrendamiento; no obstante, dicho contrato podrá
acreditarse mediante otros medios probatorios. Continúa el autor
explicándonos que una vez presentada la demanda, el juez
requerirá al arrendatario para que en el acto de la diligencia
acredite, con el recibo correspondiente,3 estar al corriente en el
pago de las rentas, y en caso de que no lo haga así, se le prevendrá
para que desocupe dentro de 30 días si la finca sirviera para
habitación, dentro de 40 si fuera para giros mercantiles o
industriales, o dentro de 90 días si la finca fuere rústica; en el mismo
acto se le emplazará para que en el término de nueve días oponga
las excepciones que pudiera tener. Se podrá embargar bienes del
inquilino al hacerse el requerimiento. Continúa el autor, citando una
opinión de Ignacio Medina, que en razón del posible remate de
dichos bienes habría una obligación de acumulación de acciones —
entiéndase de pretensiones— y por ello las dos pretensiones
realizables simultáneamente son la de desocupación y la de pago.
Diferimos de la opinión anterior en virtud de que en el caso no
procede la acumulación, puesto que se trata de acciones
contradictorias. En efecto, lo que se pide en el juicio, como lo hemos
afirmado antes, es la desocupación de la finca, no el pago de las
rentas; y si se logra dicho pago antes de esa desocupación, quedará
sin efectos esta última, aunque ya hubiera sido decretada por
sentencia, por lo que concluimos que la acción de pago de las
rentas adeudadas vinculada con el embargo y remate de bienes es
una acción independiente de la desocupación hecha valer en el
juicio de desahucio.
Finalmente, el autor en consulta advierte que si la sentencia es
condenatoria debe señalar el plazo para la desocupación y estima
que la sentencia, ya sea condenatoria o absolutoria, debe notificarse
personalmente al inquilino. La diligencia de lanzamiento, que deberá
ser siempre en ejecución de sentencia, deberá entenderse en los
términos del art. 497 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal con el ejecutado inquilino, o bien, con cualquier
persona de la familia, doméstico, portero, agente de la policía o
vecino, pudiendo incluso romperse las cerraduras de la puerta si
fuere necesario. Los muebles y objetos que se encuentren en la
casa, si no hubiere persona que los recoja o reciba, se remitirán por
inventario a la demarcación de policía correspondiente al local que
designe la autoridad administrativa.
Un breve pero sustancial análisis de este tipo de procedimientos
es el que contiene la obra de De Pina y Castillo Larrañaga.4

1 Guillermo Cabanellas, Diccionario de derecho usual, Bibliográfica Omeba, Buenos


Aires, 1968, t. I, pp. 666 y 667, II, voz desahucio.
2 José Ovalle Favela, op. cit., pp. 384 a 387.
3 Para la forma de acreditar el pago confróntese el art. 491 reformado por decreto
publicado en el Diario Oficial de la Federación el 14 de enero de 1987, que entró en
vigor a los 90 días siguientes al de su publicación.
4 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, Instituciones de derecho procesal civil,
Porrúa, México, 1979.
36 Cooperación procesal internacional

149 Convenciones interamericanas de derecho


internacional privado
Este capítulo es una contribución al esclarecimiento y la información
sobre la problemática de las cuestiones de cooperación procesal
internacional en el ámbito latinoamericano, atendiendo a las
disposiciones del Proyecto de Código Tipo de Procedimientos
Civiles para Latinoamérica, obra del Instituto Iberoamericano de
Derecho Procesal, así como a las reformas mexicanas a los
Códigos de Procedimientos Civiles Federal y del Distrito Federal.1
Los antecedentes de las directrices legislativas y del proyecto se
encuentran, sin duda, y en gran parte, en los convenios
internacionales emanados de las tres Conferencias Interamericanas
de Derecho Internacional Privado, a las que en adelante se hará
referencia a ellas como -, - y - , celebradas
respectivamente en Panamá (1975), en Montevideo (1979) y en La
Paz (1984).2
Con posterioridad se han celebrado las - , - y - ,
respectivamente en Montevideo (1989), México (1994) y Washington
(2002). Cabe señalar que en la - no se suscribieron
convenciones, sino leyes modelo inscritas en el propósito de
impulsar el desarrollo y codificación del derecho internacional
privado en el hemisferio.
Con el fin de tener un esquema de las Convenciones emanadas
de las conferencias mencionadas, se enumeran a continuación, en
la inteligencia de que se destacarán en negrillas todas aquellas que
tengan carácter procesal predominante.

CIDIP-I. Panamá, 1975

1. 3sobre exhortos y cartas rogatorias


2. sobre régimen legal de poderes para ser utilizados en el
extranjero
3. sobre conflictos de leyes en materia de letras de cambio,
pagarés y facturas
4. sobre recepción de pruebas en el extranjero
5. sobre conflictos de leyes en materia de cheques
6. sobre arbitraje comercial internacional

CIDIP-II. Montevideo, 1979


7. sobre conflictos de leyes en materia de sociedades
mercantiles
8. sobre eficacia extraterritorial de las sentencias y laudos
arbitrales extranjeros
9. sobre domicilio de las personas físicas en el derecho
internacional privado
10. sobre normas generales de derecho internacional
privado
11. sobre prueba e información acerca del derecho
extranjero
12. sobre cumplimiento de medidas cautelares
13. Protocolo adicional a la sobre exhortos o cartas
rogatorias
14. sobre conflictos de leyes en materia de cheques4

CIDIP-III. La Paz, 1984


15. sobre conflictos de leyes en materia de adopción de
menores
16. Protocolo adicional a la sobre recepción de pruebas
en el extranjero
17. sobre personalidad y capacidad de personas jurídicas
en el derecho internacional privado
18. sobre competencia en la esfera internacional para la
eficacia extraterritorial de las sentencias extranjeras

CIDIP-IV. Montevideo, 1989

19. sobre contrato de transporte internacional de mercadería


por carretera
20. sobre restitución internacional de menores
21. sobre obligaciones alimentarias

CIDIP-V. México, 1994


22. sobre tráfico internacional de menores
23. sobre derecho aplicable a los contratos internacionales

Para nuestra exposición se necesitan dos puntualizaciones.


Tienen carácter predominantemente procesal las convenciones y
protocolos adicionales, citadas con los números 1, 2, 4, 6, 8, 9, 10,
11, 12, 13, 15, 16, 17, 18, 20, 21 y 22. No lo tienen las citadas con
los números 3, 5, 7, 14, 19 y 23.
Las marcadas con los números1, 2, 3, 4, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 13, 15,
16, 17, 18, 20, 21, 22 y 23 han sido ratificadas por México5 (con
carácter procesal las anotadas en negrillas) y, aparentemente, no se
han adoptado por México, aún, las marcadas como 5, 12, 14 y 19
(con carácter procesal las anotadas en negrillas).
Es decir, la única Convención Interamericana no aprobada por
México, en materia procesal, es la referida al cumplimiento de
medidas cautelares. En el orden señalado se harán algunas breves
consideraciones sobre las convenciones ya aprobadas que tienen
contenido procesal.

1. sobre exhortos y cartas rogatorias


Según Abarca Landero,6 esta tiene por objetivo asegurar y
agilizar (sic) el cumplimiento internacional de exhortos que tengan
como materia:

1. La realización de actos procesales de mero trámite, incluidos


entre ellos los emplazamientos, las citaciones y notificaciones.
2. Entre los países que no lo reserven expresamente, la
recepción u obtención de pruebas en el extranjero.

Es pertinente destacar como aspectos más relevantes de esta los


siguientes:

❖ la no aplicabilidad de los exhortos para ejecuciones coactivas


(art. 3);
❖ la definición de una autoridad central en cada estado como
entidad intermediaria (art. 4);
❖ los requisitos de legalización y traducción (art. 5);
❖ los documentos que deben anexarse al exhorto (art. 8);
❖ la circunstancia de que la mera diligenciación del exhorto no
implica ni reconocimiento a la competencia del órgano
jurisdiccional requirente ni compromiso de reconocer validez o
proceder a la ejecución de la sentencia (art. 9);
❖ al principio locus lex regit actum se le concede la excepción
de una tramitación especial si ello no es contrario a la
legislación del estado requerido (art. 10);
❖ lo relativo a costas y gastos por la diligenciación del exhorto,
designación de apoderado del interesado y la regulación local
del beneficio de pobreza (art. 12);
❖ la imposibilidad de emplear medios coercitivos (art. 13) y la
imposibilidad de cumplimiento cuando éste sea contrario al
orden público del estado requerido (art. 17).

2. sobre régimen legal de poderes para ser


utilizados en el extranjero
Se destacan los aspectos relevantes siguientes:

❖ los poderes se sujetarán a las leyes del estado en que se


otorguen, pero si se exigen solemnidades especiales para su
validez en el país requerido, se aplicarán éstas (art. 2);
❖ la publicidad, los efectos y el ejercicio se sujetan a la ley del
estado donde el poder se ejerza (arts. 4 y 5);
❖ el funcionario que legalice debe certificar o dar fe de los
antecedentes y circunstancias del poder: identidad del
otorgante (nacionalidad, edad, domicilio, estado civil), su
derecho para otorgar el poder en representación de otra
persona física o moral, la existencia legal de ésta, así como su
representación y el derecho que tuviere el otorgante para
conferir el poder (art. 6);
❖ en todo caso y de no poderse certificar lo anterior por carencia
de funcionario competente para ello, debe haber declaración
formal del otorgante de decir verdad y agregarse copias
certificadas o pruebas que acrediten los requisitos ya
indicados y la firma del otorgante debe ser autenticada (art. 7);
❖ los requisitos de legalización y traducción están presentes
(arts. 8 y 9);
❖ no es necesaria la aceptación expresa del poder, la que se
dará tácitamente por el ejercicio del mismo (art. 11);
❖ el estado requerido podrá rehusar el cumplimiento de un
poder cuando sea contrario a su orden público (art. 12).

4. sobre recepción de pruebas en el extranjero


Sobre esta advierte Abarca Landero7 que su objetivo “era... hacer
posible que los tribunales del sistema jurídico latinoamericano
recibieran u obtuvieran válida y eficazmente pruebas necesitadas en
las cortes del common law y para que éstas a su vez estuvieran en
posibilidad de hacerlo en favor de nuestros tribunales en forma
eficaz y económica”. Todo parece indicar que el propósito
fundamental es el de hacer compatibles, hasta cierto punto,
sistemas jurídicos con prácticas y concepciones diversas y, a veces,
hasta opuestas. La estructura tradicional del proceso jurisdiccional
hispánico es opuesta a las técnicas anglosajonas del pre-trial
discovery como sistema probatorio anterior al juicio.8
La Convención busca un acercamiento entre los dos sistemas,
aunque una pretendida “reciprocidad” para que ellos (los
anglosajones) acepten lo “nuestro” y nosotros aceptemos lo “suyo”,
como en muchos otros casos, representa ventajas para quien es
más fuerte y tiene más recursos.
Esta tiene las siguientes notas dignas de destacarse:

❖ Las diligencias probatorias en cumplimiento de exhortos no


deben ser contrarias a disposiciones legales del estado
requerido y para complementarse será necesario que el
interesado ponga a disposición del órgano jurisdiccional todos
los medios necesarios para el diligenciamiento (art. 2).
❖ El órgano judicial que se declare incompetente y estimare que
otro es el órgano competente del mismo estado, deberá
transmitirle de oficio los documentos y antecedentes del caso.
El tribunal requerido podrá utilizar los medios de apremio
previstos en sus leyes (art. 3).

Para poder cumplimentarse, los exhortos en materia probatoria


deben contener:

❖ indicación del objeto de la prueba,


❖ copia de los escritos y resoluciones que funden y motiven el
exhorto,
❖ interrogatorios y documentos necesarios;
❖ nombre y dirección de partes, testigos, peritos y demás
personas intervinientes y datos indispensables para la
recepción u obtención de la prueba;
❖ un informe resumido del proceso y una descripción de los
requisitos o procedimientos especiales que solicitare el órgano
requirente (art. 4).
❖ aunque se postula la sujeción a las leyes y normas procesales
del estado requerido (art. 5), se admite la posibilidad de que
se observen formalidades adicionales o procedimientos
especiales adicionales siempre que sean compatibles con la
legislación del estado requerido y de posible cumplimiento (art.
6);
❖ las costas y demás gastos correrán por cuenta de los
interesados (art. 7);
❖ el cumplimiento de los exhortos no implicará ni reconocimiento
de la competencia del órgano jurisdiccional requirente ni
compromiso para reconocer validez o ejecutar la sentencia
que se dictare (art. 8);
❖ el órgano judicial requerido podrá rehusar el desahogo de
pruebas previas al procedimiento judicial (pre-trial discovery
o❖ documents) (art. 9);
❖ deben observarse los requisitos de legalización y traducción
(art. 10).

6. sobre arbitraje comercial internacional


De esta es necesario destacar las cuestiones siguientes:

❖ se otorga validez a los acuerdos de sometimiento a las


decisiones arbitrales, pudiendo constar el acuerdo en escrito
firmado por las partes o en el canje de cartas, telegramas o
comunicaciones por télex (art. 1);
❖ el nombramiento de árbitro se hará en la forma convenida por
las partes y puede delegarse a un tercero; los árbitros podrán
ser nacionales o extranjeros (art. 2);
❖ si no existe pacto al respecto, el arbitraje se ajustará a las
reglas de la Comisión Interamericana de Arbitraje Comercial
(art. 3);
❖ la sentencia o laudo arbitral no impugnables quedan
equiparados a la fuerza de una sentencia judicial ejecutoriada
(art. 4).

Existen excepciones para denegar el reconocimiento y la ejecución


de la sentencia (arbitral) a petición de parte interesada, la cual
deberá acreditar los extremos siguientes:

❖ incapacidad de las partes o falta de sometimiento de las


mismas a una ley;
❖ falta de notificación debida de la designación del árbitro y del
procedimiento o imposibilidad de hacer valer los medios de
defensa;
❖ que la sentencia trate de abarcar algún punto no previsto en el
acuerdo de las partes; que no se ajusten al acuerdo la
constitución del tribunal o el procedimiento o que la
constitución del tribunal arbitral o procedimiento arbitral no se
hayan ajustado a la ley del estado donde se haya efectuado el
arbitraje;
❖ que la sentencia no sea aún obligatoria o haya sido anulada o
suspendida por la autoridad competente del estado en que
haya sido dictada la sentencia;
❖ finalmente, también se podrá denegar el reconocimiento y la
ejecución si la materia no es susceptible de solución por la vía
del arbitraje o es contraria al orden público del estado en que
pretende ejecutarse (art. 5).

8. sobre eficacia extraterritorial de las


sentencias y laudos arbitrales extranjeros
Acudimos a la autoridad de José Luis Siqueiros,9 quien indica que
esta Convención establece en su art. 1 que la misma se aplicará a
las sentencias judiciales y laudos arbitrales dictados en procesos
civiles, comerciales o laborales, salvo las reservas que
oportunamente formulen los estados signatarios; se establece que la
eficacia extraterritorial de dichas resoluciones estará condicionada al
cumplimiento de las formalidades que aseguren su autenticidad; que
los documentos estén debidamente traducidos al idioma oficial del
estado en el que hayan de cumplimentarse y debidamente
legalizados; asimismo, deberá también haberse cumplido con los
extremos de competencia del tribunal sentenciador, definitividad de
la sentencia, emplazamiento personal y derecho a defensa del
demandado y que no se contraríen los principios de orden público
del estado donde se pide el reconocimiento o la ejecución (art. 2).
Agrega el autor consultado que esta Convención en su texto es
demasiado ambiciosa y su contexto demasiado general, porque se
trató “de captar en algunos breves artículos toda la compleja e
intrincada problemática de esta materia, acogiendo fórmulas
generales con poco realismo. Esto plantea la necesidad de la firma
de un Protocolo adicional estableciendo los parámetros (bases) de
la jurisdicción internacional, de acuerdo con el art. 2, inc. d) de la
Convención”.

9. sobre domicilio de las personas físicas en el


derecho internacional privado
Respecto de esta Convención también acudimos a Siqueiros,10
quien nos ilustra al señalar que la misma

[...] viene a regular las normas uniformes que rigen el domicilio de


aquellas en el derecho internacional privado. Dicha Convención
reglamenta, mediante normas materiales, la determinación de
aquél, estableciendo criterios prioritarios. Asimismo, señala las
pautas respecto al domicilio de los incapaces, de los cónyuges, de
los funcionarios diplomáticos y de los comisionados oficiales. Esta
Convención se ajusta a los principios actualmente vigentes en el
derecho internacional privado y no es de carácter polémico.

10. sobre normas generales de derecho


internacional privado
El mismo autor citado informa que esta Convención adoptó algunos
de los textos sugeridos por los delegados mexicanos José Luis
Siqueiros y Carlos Arellano García en un anteproyecto.

En general, puede afirmarse que esta Convención reviste


características de modernidad y actualización en las corrientes más
progresivas de los conflictos de leyes. Dentro del breve resumen
que se presenta al lector, sería prolijo el análisis de cada una de las
nueve normas generales establecidas en el texto de la Convención.
Sin embargo, en forma sinóptica, puede decirse que dicho
instrumento consagra los principios relativos a la obligación de
aplicar el derecho extranjero en la misma forma que lo harían los
jueces del Estado de origen; sin embargo, que cuando la institución
o procedimiento no sean concedidos en la legislación del Estado
receptor, el último podrá negarse a aplicar dicha ley a menos que
tenga instituciones o procedimientos análogos. Se reafirman
también los principios de excepción en favor del orden público, del
fraude a la ley y de los derechos adquiridos. El artículo 9o. encierra
una fórmula tendiente a la resolución armónica de los diferentes
aspectos de una misma relación jurídica marcando como pauta la
realización de las finalidades perseguidas por cada una de las
legislaciones en conflicto y atendiendo a las exigencias impuestas
por la equidad en los casos concretos.11

11. sobre prueba e información acerca del


derecho extranjero
Esta Convención trata de resolver, con un sistema único, la
obtención de los elementos necesarios para el conocimiento y la
aplicación del derecho extranjero, y sin limitar las facultades de la
autoridad solicitante, le ofrece tres sistemas para ellos, que
consisten en: a) la obtención de pruebas documentales como copias
certificadas de los textos de las leyes o de los precedentes
judiciales; b) la práctica de prueba pericial; y c) la obligación de
suministrar informes oficiales sobre el texto, la vigencia, el sentido y
el alcance legal del derecho aplicables a casos determinados. Estos
informes, sin embargo, no tienen efectos vinculatorios para el estado
que los emite, porque tienen el carácter de opinión. Tampoco el
estado solicitante queda obligado a aplicar el derecho extranjero en
los términos y en el mismo sentido de la opinión recibida. No
obstante, el informe oficial es el medio que resulta más eficaz en la
práctica para conocer el derecho extranjero, pero su eficacia había
quedado limitada por la reticencia de los estados a comprometerse
internacionalmente al solicitar o al rendir informes de este tipo.12
12. sobre cumplimiento de medidas cautelares
Señala Siqueiros13 que esta Convención vino a satisfacer una
necesidad vigente en los países interamericanos en materia de
cooperación judicial. Sus objetivos son que se dé cumplimiento a las
medidas necesarias para garantizar la seguridad de las personas,
tales como la custodia de hijos menores o de alimentos
provisionales, así como las medidas destinadas a garantizar la
seguridad de los bienes, tales como embargo y secuestros
preventivos de bienes inmuebles y muebles, inscripción de
demandas e intervención de empresas. Aunque la medida cautelar
se dictará de acuerdo con las leyes del lugar del proceso, la
ejecución y la contracautela o garantía serán resueltas por los
jueces del estado requerido. Además, el cumplimiento de las
medidas cautelares no implica el compromiso de reconocer y
ejecutar la sentencia extranjera que se pudiera dictar en el mismo
proceso. Se conceden limitaciones a los estados para circunscribir
el alcance de la Convención específicamente a cierto tipo de
medidas cautelares. El problema de las medidas conservatorias o
de urgencia que deberá atender el juez requerido plantea el
problema genérico de la competencia que inicialmente se atribuye al
juez requirente.
Finalmente, cabe reiterar que esta Convención sobre el
cumplimiento de medidas cautelares es la única de contenido
preponderantemente procesal que México no ha adoptado; las
razones que parecen fundamentar tal reticencia están
fundamentalmente en el temor de acoger dichas medidas cautelares
derivadas de procedimientos en los que el afectado no haya sido
debidamente llamado a juicio, ni oído ni vencido previamente a que
se haya decretado la medida asegurativa.

13. Protocolo adicional a la sobre exhortos o


cartas rogatorias
El mismo autor que he estado consultando14 expresa que este
Protocolo fue ampliamente discutido y negociado con la delegación
de Estados Unidos de América que lo propuso y se llegó a un
completo acuerdo sobre sus términos, y lo señala como ejemplo de
una exitosa negociación que puede servir de precedente para la
concertación de otros Protocolos que reglamenten diversos
aspectos de la cooperación judicial interamericana. Contiene cuatro
aspectos fundamentales: a) la autoridad central no es una nueva
entidad burocrática, sino el nombre internacional de la entidad oficial
que en cada país se encarga de controlar el trámite de los exhortos
o las cartas rogatorias y cada país habrá de designarla en el
momento de adhesión al Protocolo; b) la expedición de los exhortos
se hará en los formularios contenidos en dicho Protocolo, los cuales
estarán sujetos a revisión que no afectará a la propia Convención; c)
sólo estará sujeto al requisito de traducción el propio exhorto y la
copia de la demanda; pero como el formulario, de suyo, está
traducido a los cuatro idiomas oficiales, no requiere traducción más
que en los pocos párrafos escritos en otro idioma; d) los países que
conservaren el pago de costas judiciales, totales o parciales,
deberán informar a la Secretaría de la Organización acerca de su
concepto y monto, así como del importe del depósito que deba
constituirse para que pueda atenderse un exhorto de notificación, a
fin de facilitar a los solicitantes el cumplimiento de los requisitos
necesarios para el diligenciamiento.

15. sobre conflictos de leyes en materia de


adopción de menores
A partir de esta Convención, no se han encontrado referencias
doctrinales nutridas. Además, esta Convención no es esencialmente
procesal, sino sustantiva; aunque por los aspectos procesales
contemplados se incluye en este análisis.
❖ La Convención se aplicará a la adopción de menores bajo las
formas de adopción plena, legitimación adoptiva y otras
instituciones afines, que equiparen al adoptado a la condición
de hijo cuya filiación esté legalmente establecida, cuando el
adoptante (o adoptantes) tenga su domicilio en un Estado
Parte y el adoptado su residencia habitual en otro Estado
Parte (art. 1);
❖ la ley de la residencia habitual del menor regirá la capacidad,
el consentimiento y demás requisitos para ser adoptado, así
como cuáles son los procedimientos y formalidades
extrínsecas necesarios para la constitución del vínculo (art. 3);
❖ la ley del domicilio del adoptante regirá la capacidad para
serlo; los requisitos de edad y estado civil del adoptante; el
consentimiento del cónyuge del adoptante, si fuere el caso, y
los demás requisitos para ser adoptante; sin embargo, podrá
regir la ley del domicilio del adoptado, si los requisitos de la ley
del adoptante son manifiestamente menos estrictos a aquellos
señalados por la ley de residencia del adoptado (art. 4);
❖ la publicidad y el registro de la adopción quedarán sometidos
a la ley del estado donde deben ser cumplidos (art. 6);
❖ se garantizará el secreto de la adopción (quizá debió
expresarse mejor aludiendo al secreto sobre la familia de
origen del adoptado) (art. 7);
❖ las autoridades que otorguen la adopción podrán exigir que el
adoptante acredite su aptitud física, moral, psicológica y
económica a través de determinadas instituciones públicas o
privadas que deberán informar oportunamente lo necesario a
la autoridad otorgante de la adopción (art. 8);
❖ tratándose de adopción plena, legitimación adoptiva y figuras
afines, se establece que las relaciones entre adoptante y
adoptado se regirán por la misma ley que regula las relaciones
del adoptante con su familia legítima; y los vínculos del
adoptado con su familia de origen deberán considerarse
disueltos; sin embargo, subsistirán los impedimentos para
contraer matrimonio (art. 9);
❖ si se trata de figuras distintas de las adopciones anteriores,
las relaciones entre adoptante y adoptado se rigen por la ley
del domicilio del adoptante y las del adoptado con su familia
de origen por la ley de su residencia habitual al momento de la
adopción (art. 10);
❖ en materia sucesoria, los derechos sucesorios que
corresponden al adoptado o adoptante se regirán por las
normas aplicables a las respectivas sucesiones, y en los
casos de la adopción plena, legitimación adoptiva y figuras
afines se tendrán los mismos derechos que corresponden a la
filiación legítima, en materia sucesoria (art. 11);
❖ se establecen las respectivas reglas sobre la revocación,
conversión y anulación de la adopción (arts. 12, 13 y 14); se
reconoce competencia para el otorgamiento de las adopciones
a las autoridades del estado de residencia habitual del
adoptado (art. 15);
❖ se establecen las reglas de competencia para los casos de
anulación o revocación y conversión, así como para las
cuestiones relativas a las relaciones entre adoptado y
adoptante y la familia de éste y los casos de distinción entre el
adoptado con domicilio propio, distinto del de los adoptantes o
con el mismo domicilio (arts. 16 y 17);
❖ y, por último, es interesante destacar la regla de que las
adopciones otorgadas conforme al derecho interno cuando
adoptante y adoptado tengan su domicilio o residencia
habitual en el mismo Estado Parte, surtirán efectos de pleno
derecho en los demás Estados Partes, sin perjuicio de que
tales efectos se rijan por la ley del nuevo domicilio que
llegaren a tener el adoptante o los adoptantes (art. 25).
16. Protocolo adicional a la sobre recepción de
pruebas en el extranjero
Este Protocolo contiene reglas instrumentadoras de la eficacia e
interpretación de la Convención original. Por ello:

❖ trata lo relativo a la designación de la autoridad central por


cada Estado Parte (art. 1);
❖ establece formularios tanto para la elaboración misma de los
exhortos como para la comunicación de devolución, los que se
anexan, en su texto, al propio Protocolo (art. 2);
❖ con toda claridad queda reglamentado el procedimiento de
recepción del exhorto por la autoridad central y el envío, por
parte de ésta, a la autoridad judicial correspondiente del
referido exhorto, para su diligenciación;
❖ la devolución del exhorto ya diligenciado, a la autoridad
central y la devolución por ésta al estado requirente (art. 3);
❖ se contempla la posibilidad de aplicación de medidas de
apremio por el órgano jurisdiccional exhortado si se llenan los
requisitos exigidos por su propia legislación para que estas
medidas puedan aplicarse en los procesos locales (art. 4);
❖ el órgano jurisdiccional del estado requirente puede solicitar
que se le informe la fecha, hora y lugar en que se vaya a
cumplir el exhorto y los apoderados judiciales de las partes o
sus abogados pueden presenciar las diligencias de
cumplimiento del exhorto o carta rogatoria (art. 5);
❖ se establece el carácter gratuito del diligenciamiento, pero se
señala la posibilidad de que los interesados deban realizar
erogaciones por otros conceptos, en la inteligencia de que
cada Estado Parte presentará un informe de cuáles son las
actuaciones que según su ley interna debe sufragar
directamente el interesado, con especificación de las costas y
los gastos respectivos (arts. 6 y 7);
❖ se permite, y esta admisión es de gran importancia, que los
agentes diplomáticos o consulares de un Estado Parte, en el
ámbito de su competencia territorial, reciban pruebas u
obtengan informaciones en el Estado Parte donde ejerzan sus
funciones, sin que puedan emplear medidas de apremio.

Los Estados Partes podrán limitar a determinadas materias las


facultades de los agentes diplomáticos o consulares de los otros
Estados Partes y establecer las condiciones que estimen necesarias
o convenientes en la recepción de pruebas u obtención de
información, entre otras, aquellas condiciones relativas al lugar y
tiempo en que ello deba practicarse (arts. 9 y 10).
Por lo que atañe a la diligenciación de exhortos o cartas
rogatorias en los que se solicite la exhibición y transcripción de
documentos, deberán cumplir estos requisitos: que se haya iniciado
el proceso y que los documentos estén identificados
razonablemente en cuanto a su fecha, contenido u otra información
pertinente y que se especifiquen los hechos o circunstancias que
permitan razonablemente creer que los documentos pedidos son del
conocimiento de la persona de quien se requieran o que se
encuentran o se encontraban en posesión o bajo control o custodia
de ella (art. 16).

17. sobre personalidad y capacidad de personas


jurídicas en el derecho internacional privado
Esta Convención Internacional:

❖ se aplicará a las personas jurídicas constituidas en cualquiera


de los Estados Partes (art. 1);
❖ los aspectos de existencia, capacidad, funcionamiento,
disolución y fusión de las personas jurídicas privadas se rigen
por la ley del lugar de su constitución, o sea, la del Estado
Parte donde se cumplan los requisitos de forma y fondo
requeridos para la creación de dichas personas (art. 2);
❖ se establece el reconocimiento de pleno derecho a las
personas jurídicas privadas en los demás Estados Partes;
❖ sin embargo, dicho reconocimiento nunca podrá exceder al
que el propio Estado Parte reconozca a las personas creadas
en su propio territorio (art. 3);
❖ los actos que impliquen realización del objeto social se regirán
por la ley del Estado Parte donde se realicen (art. 4);
❖ si una persona jurídica privada pretende establecer su sede
efectiva de administración en otro Estado Parte deberá
ajustarse a los requisitos establecidos en este último (art. 5);
❖ cuando una persona jurídica privada actúe por medio de
representante, éste o quien lo sustituya podrá responder de
pleno derecho a los reclamos y demandas que contra dicha
persona pudieran intentarse con motivo de los actos en
cuestión (art. 6);
❖ en cuanto a los propios Estados Partes y a las personas
jurídicas de derecho público, gozarán de personalidad jurídica
privada y por ello podrán adquirir derechos y contraer
obligaciones en el territorio de los demás Estados Partes, con
las restricciones impuestas por éstos y sin perjuicio de invocar,
en su caso, la inmunidad de jurisdicción (art. 7);
❖ regla similar a la anterior se establece para las personas
jurídicas internacionales, las que gozan de reconocimiento
como sujetos de derecho privado en todos los Estados Partes,
del mismo modo que las personas jurídicas privadas, sin
perjuicio, también, de que invoquen la inmunidad de
jurisdicción (art. 8);
❖ finalmente, y como es usual, se establecen las reglas de
inaplicabilidad, en caso de que se considere afectado el orden
público, así como del derecho a establecer reservas por los
estados firmantes (arts. 9 y 13).
18. sobre competencia en la esfera internacional
para la eficacia extraterritorial de las sentencias
extranjeras
Las reglas de esta Convención son sumamente complicadas y su
redacción, por desgracia, no fue nada afortunada, amén de que,
como se verá más adelante, restringieron su aplicación a múltiples
materias, por lo que su campo de acción y efectividad serán
bastante reducidos. Al efecto, para considerar satisfecho el requisito
de la competencia, en la esfera internacional se contemplan cuatro
supuestos siguientes: a)en materia de acciones personales; b)en
materia de acciones reales sobre muebles; c) en materia de
acciones reales sobre bienes inmuebles; y d)en acciones derivadas
de contratos mercantiles.
En cuanto a las acciones personales de naturaleza patrimonial, se
considerará satisfecho dicho requisito de competencia en los
supuestos siguientes:

❖ que el demandado, al momento de entablarse la demanda,


haya tenido su domicilio o residencia habitual en el territorio
del Estado Parte donde fue pronunciada la sentencia, si se
tratare de personas físicas, o que haya fijado su
establecimiento principal en dicho territorio, en caso de
personas jurídicas;
❖ en el caso de acciones contra sociedades civiles o mercantiles
privadas, que éstas hayan tenido su domicilio principal o bien
se hubieren constituido en el Estado Parte donde fue
pronunciada la sentencia; si se trata de acciones contra
sucursales, agencias o filiales de dichas sociedades, que las
actividades que originaron las demandas se hayan realizado
en el Estado Parte donde se pronunció la sentencia;
❖ y en materia de fueros renunciables, que el demandado haya
aceptado por escrito la competencia o habiendo comparecido
a juicio no hubiere cuestionado oportunamente dicha
competencia.
En materia de acciones reales sobre muebles: que los bienes se
hubieran encontrado, al momento de entablarse la demanda, en el
territorio del Estado Parte donde fue pronunciada la sentencia.
Si se trata de acciones reales sobre inmuebles, que éstos se
hayan encontrado situados, al momento de entablarse la demanda,
en el territorio del Estado Parte donde se pronunció la sentencia.
Por lo que atañe a las acciones derivadas de contratos
mercantiles celebrados en la esfera internacional:

❖ que las partes hubieran acordado someterse a la jurisdicción


del Estado Parte siempre que tal competencia no haya sido
establecida en forma abusiva y, además, que haya existido
una conexión razonable con el objeto de la controversia (art.
1).
❖ El Estado Parte, a través de su órgano jurisdiccional, puede
reconocer competencia al órgano jurisdiccional extranjero si
éste asumió la competencia, para evitar denegación de justicia
por no existir órgano jurisdiccional competente (art. 2);
❖ para el caso de sentencia que comprende la decisión sobre
una contrademanda, se le considera como acción
independiente y se remite a las reglas anteriores (art. 3);
❖ se niega eficacia a la sentencia extranjera si ésta invadiera la
competencia exclusiva del Estado Parte ante el cual se invoca
(art. 4);
❖ la eficacia extraterritorial de la sentencia se condiciona a que,
además de tener el carácter de cosa juzgada, sea susceptible
de reconocimiento o ejecución en todo el territorio del Estado
Parte donde se pronunció (art. 5);
❖ y, como ya se indicó líneas arriba, la Convención
expresamente no rige y, por tanto, excluye todas estas
materias: estado civil y capacidad de las personas; divorcio,
nulidad de matrimonio y régimen de bienes en el matrimonio;
pensiones alimenticias; sucesión testamentaria e intestada;
quiebras, concursos, concordatos u otros procedimientos
análogos; liquidación de sociedades; cuestiones laborales;
seguridad social; arbitraje; daños y perjuicios de naturaleza
extracontractual y cuestiones marítimas y aéreas (art. 6).

20. sobre restitución internacional de menores


Los objetivos de esta Convención son asegurar la pronta restitución
de menores que tengan residencia habitual en uno de los Estados
Parte y hayan sido trasladados ilegalmente desde cualquier estado
a un Estado Parte, o que habiendo sido trasladados legalmente
hubieren sido retenidos ilegalmente; y hacer respetar el ejercicio del
derecho de visita y el de custodia o guarda por parte de sus titulares
(art. 1); para los efectos de esta Convención se considera menor de
edad a toda persona que no haya cumplido 16 años (art. 2);
asimismo, se considera que el derecho de custodia o guarda
comprende el derecho relativo al cuidado del menor y, en especial,
el de decidir su lugar de residencia; mientras que el derecho de
visita comprende la facultad de llevar al menor por un periodo
limitado a un lugar diferente del de su residencia habitual (art. 3).
Son competentes para conocer de la solicitud de restitución de
menores, las autoridades judiciales o administrativas del Estado
Parte donde el menor tuviere su residencia habitual inmediatamente
antes de su traslado o de su retención; por razones de urgencia
podrá presentarse la solicitud ante las autoridades del Estado Parte
en cuyo territorio se encontrare o se supone que se encontrare el
menor ilegalmente trasladado o retenido, al momento de efectuarse
dicha solicitud; igualmente, ante las autoridades del Estado Parte
donde se hubiere producido el hecho ilícito que dio motivo a la
reclamación (art. 6).
Los titulares del procedimiento de restitución podrán ejercitarlo:

❖ a través de exhorto o carta rogatoria, mediante solicitud a la


autoridad central, directamente o por la vía diplomática o
consular (art. 8);
❖ dicha solicitud o demanda deberá contener los antecedentes o
hechos relativos al traslado o la retención, así como la
información suficiente respecto a la identidad del solicitante,
del menor sustraído o retenido y, de ser posible, de la persona
a quien se imputa el traslado o la retención, la información
pertinente relativa a la presunta ubicación del menor, las
circunstancias y fechas en que se realizó el traslado al
extranjero o al vencimiento del plazo autorizado y, por último,
los fundamentos de derecho en que se apoya la restitución del
menor (art. 9);
❖ el juez exhortado, la autoridad central u otras autoridades del
estado donde se encuentra el menor adoptarán, de
conformidad con su derecho y cuando sea pertinente, todas
las medidas adecuadas para la devolución voluntaria del
menor; en caso de que ésta no sea voluntaria, las autoridades
judiciales o administrativas, previo cumplimiento de los
requisitos correspondientes y sin más trámite, tomarán
conocimiento personal del menor, adoptarán las medidas
necesarias para asegurar su custodia o guarda provisional en
las condiciones que aconsejaren las circunstancias y, si fuere
procedente, dispondrán sin demora su restitución (art. 10).

La restitución del menor dispuesta conforme a la presente


Convención podrá negarse cuando sea manifiestamente violatoria
de los principios fundamentales del estado requerido consagrados
en instrumentos de carácter universal y regional sobre derechos
humanos y del niño (art. 25).

21. sobre obligaciones alimentarias


Esta Convención:

❖ tiene como objeto la determinación del derecho aplicable a las


obligaciones alimentarias, así como a la competencia y a la
cooperación procesal internacional, cuando el acreedor de
alimentos tenga su domicilio o residencia habitual en un
Estado Parte y el deudor de alimentos tenga su domicilio o
residencia habitual, bienes o ingresos en otro Estado Parte
(art. 1);
❖ se aplica a las obligaciones alimentarias respecto de menores,
considerándose como tales a quienes no hayan cumplido la
edad de 18 años;
❖ sin perjuicio de lo anterior, los beneficios de esta Convención
se extenderán a quien habiendo cumplido dicha edad,
continúe siendo acreedor de prestaciones alimentarias;
asimismo, se aplica a las obligaciones alimentarias que se
deriven de las relaciones matrimoniales entre cónyuges o
quienes hayan sido tales (arts. 1 y 2).

Por declaración interpretativa, México extendió los beneficios de


esta Convención a las concubinas y concubinarios, a los parientes
colaterales dentro del cuarto grado menores o incapaces y al
adoptado en relación con el adoptante.
Serán competentes en la esfera internacional para conocer de las
reclamaciones alimentarias, a opción del acreedor, el juez o la
autoridad del estado del domicilio o de la residencia habitual del
acreedor o del deudor, el juez o la autoridad del estado con el cual el
deudor tenga vínculos personales tales como posesión de bienes,
percepción de ingresos u obtención de beneficios económicos; se
considerarán igualmente competentes las autoridades judiciales o
administrativas de otros estados a condición de que el demandado,
en el juicio, hubiera comparecido sin objetar la competencia (art. 8).
Las condiciones que deben reunir las sentencias extranjeras
sobre obligaciones alimentarias para tener eficacia extraterritorial en
los Estados Parte son: que el juez o autoridad que dictó la sentencia
haya tenido competencia en esfera internacional para conocer y
juzgar el asunto; que la sentencia y los documentos anexos que
fueren necesarios estén debidamente traducidos al idioma oficial del
estado donde deban surtir efecto, se presenten debidamente
legalizados de acuerdo con la ley del estado donde deban surtir
efecto y vengan revestidos de las formalidades externas necesarias
para que sean considerados auténticos en el estado de donde
proceden; que el demandado haya sido notificado o emplazado en
debida forma legal de modo sustancialmente equivalente a la
aceptada por la ley del estado donde la sentencia deba surtir efecto;
que se haya asegurado la defensa de las partes, y que tengan el
carácter de firmes en el estado en que fueron dictadas. En caso de
que existiere apelación de la sentencia, ésta no tendrá efecto
suspensivo (art. 11).
Los documentos de comprobación indispensables para solicitar el
cumplimiento de las sentencias son: copia auténtica de la sentencia,
de las piezas necesarias para acreditar que se ha dado
cumplimiento a lo dispuesto sobre la notificación o el emplazamiento
del demandado y la defensa de las partes y del auto que declare
que la sentencia tiene el carácter de firme o que ha sido apelada
(art. 12). Podrá rehusarse el cumplimiento por razones de orden
público (art. 22).

22. sobre tráfico internacional de menores


Al respecto esta Convención:

❖ tiene por objeto la prevención y sanción del tráfico


internacional de menores, así como la regulación de aspectos
civiles y penales del mismo (art. 1);
❖ se aplica a cualquier menor que se encuentre o resida
habitualmente en un Estado Parte al tiempo de la comisión de
un acto de tráfico internacional contra dicho menor (art. 2).
❖ Los Estados Parte, en la medida de lo posible, cooperarán
con los Estados no Parte en la prevención y sanción del tráfico
internacional de menores y en la protección y el cuidado de los
menores víctimas del hecho ilícito (art. 4).
❖ Tendrán competencia para conocer de los delitos relativos al
tráfico internacional de menores: a) el Estado Parte donde
tuvo lugar la conducta ilícita; b) el de residencia habitual del
menor; c) en el que se hallare el presunto delincuente si éste
no fuera extraditado; y d) el Estado Parte en el que se hallare
el menor víctima de dicho tráfico, teniendo preferencia el
Estado Parte que hubiere prevenido en el conocimiento del
hecho ilícito (art. 9).
❖ Serán competentes para conocer de la solicitud de
localización y de restitución, a opción de los reclamantes, las
autoridades judiciales o administrativas del Estado Parte de
residencia habitual del menor, o las del Estado Parte donde se
encontrare o se presuma que se encuentra retenido; cuando
existan razones de urgencia a juicio de los reclamantes, podrá
presentarse la solicitud ante las autoridades judiciales o
administrativas del lugar donde se produjo el hecho ilícito (art.
13).
❖ Recibida la solicitud respectiva, las autoridades requeridas
dispondrán las medidas necesarias de conformidad con su
derecho interno para iniciar, facilitar y coadyuvar con los
procedimientos judiciales y administrativos relativos a la
localización y restitución del menor (art. 14).

Número Convención o protocolo Fe


ch
a
de
pu
blic
aci
ón
1 Exhortos y cartas rogatorias 25
abr
19
78
2 Poderes para ser utilizados en el 19
extranjero ag
o
19
87
4 Recepción de pruebas en el 2
extranjero ma
y
19
78
6 Arbitraje comercial internacional 27
abr
19
78
8 Eficacia extraterritorial de las 20
sentencias y los laudos arbitrales ag
extranjeros o
19
87
9 Domicilio de las personas físicas 19
en el derecho internacional ag
privado (DIP) o
19
87
10 Normas generales de DIP 21
se
p
19
84
11 Prueba e información acerca del 29
derecho extranjero abr
19
83
13 Adicional sobre exhortos o cartas 28
rogatorias abr
19
83
15 Conflictos de leyes en materia de 21
adopción de menores ag
o
19
87
16 Adicional sobre recepción de 7
pruebas en el extranjero se
p
19
87
17 Personalidad y capacidad de 19
personas jurídicas en el derecho ag
internacional privado o
19
87
18 Competencia en la esfera 20
internacional para la eficacia ag
extraterritorial de las sentencias o
extranjeras 19
87
20 Restitución internacional de 18
menores no
v
19
94
21 Obligaciones alimentarias 18
no
v
19
94
22 Tráfico internacional de menores 14
ma
y
19
96

Respecto de esta Convención sólo se ha publicado en el Diario


Oficial el decreto de aprobación del Senado (14 de mayo de 1996).
Antes de analizar las disposiciones sobre cooperación procesal
internacional en los códigos mexicanos (CM) y en el Código
Procesal Civil Modelo para Iberoamérica (CPCMPI) y, por
considerarlo de utilidad, se señalarán las fechas de publicación en el
Diario Oficial de la Federación (órgano oficial del gobierno
mexicano) de las Convenciones Internacionales ya analizadas y que
tienen contenido predominantemente procesal.

150 Reformas a los códigos mexicanos para


ajustarlos a las convenciones internacionales
García Moreno expresa:

Después de firmar y ratificar las Convenciones


Interamericanas en Materia de Conflictos de Leyes se le
planteó al Gobierno Mexicano la forma de incorporar sus
normas a la legislación nacional, aunque cabe recordar que
el artículo 133 constitucional establece que los tratados
‘...celebrados y que se celebren por el presidente de la
República, con aprobación del senado, serán la ley
suprema...’ No obstante lo anterior, el Gobierno Mexicano,
con una sólida colaboración de la Academia de Derecho
Internacional Privado, se dio a la enorme tarea de preparar
las reformas y adiciones a la legislación mexicana a fin de
hacer operativas las disposiciones de los instrumentos
conflictuales interamericanos.
Sin embargo, cabe aclarar que fue política del Gobierno
Mexicano tocar el menor número posible de artículos por reformar y
no agregar capítulos o libros nuevos a la legislación, como aconseja
una buena técnica legislativa.15

Las reformas de los códigos mexicanos de enero de 1988 se enfocó


tomando como baseel Código de Procedimientos Civiles del Distrito
Federal y haciendo la concordancia con el Código Federal, porque
como lo ha puntualizado García Moreno16 basta analizar uno de los
dos ordenamientos, ya que son casi iguales. Él optó por hacer el
análisis a partir del Código Federal ynosotros optaremos por el
camino inverso, a partir del Código del Distrito Federal,para cotejar
resultados y aprovechar las concordancias que contiene su
trabajo.17

Contenido de CPCDF1 CFPC19


las reformas 8 Artículos
Artículos
Improcedencia 40-III 72
de conexidad
en procesos
ventilados en el
extranjero.
Los exhortos 108 549 a 556
que se remitan
al extranjero o
se reciban de
él se sujetarán
al Código
Federal de
Procedimientos
Civiles.
El derecho no 284 86-86 bis
está sujeto a
prueba, sólo
los hechos.
Exhortos. 604 554 a 556
Requerirán
homologación
sólo si se
refieren a
ejecución
coactiva sobre
personas,
bienes o
derechos. Los
exhortos
relativos a
notificaciones,
recepción de
pruebas y de
mero trámite se
diligenciarán
sin formar
incidente y de
acuerdo con lo
siguiente:
podrá
concederse
simplificación
de
formalidades o
la observancia
de
formalidades
distintas, si no
resulta lesivo al
orden público
ni a las
garantías
individuales;
las
notificaciones y
la recepción de
pruebas para
ser utilizadas
en procesos
extranjeros
podrán
ventilarse
como
diligencias de
jurisdicción
voluntaria o
como
diligencias
preparatorias.
La tramitación
será por
duplicado,
debiendo
conservarse
éste para
constancia de
lo enviado o de
lo recibido y
actuado.
Eficacia y 605 569
reconocimiento
de la sentencia
extranjera. En
caso de
utilizarse como
prueba basta
que sean
documentos
auténticos.
Fuerza 606 571
ejecutiva de la
sentencia
extranjera. Que
no sea
consecuencia
del ejercicio de
una acción
real; que el
juez
sentenciador
haya tenido
competencia
de acuerdo con
las reglas
internacionales
; que el
demandado
haya sido
emplazado
personalmente
para
asegurarle la
garantía de
audiencia; que
tengan el
carácter de
cosa juzgada
sin recurso
alguno en su
país de origen;
que no exista
acción
pendiente
sobre el mismo
asunto en
México, que no
sea contraria al
orden público.
Documentos 607 572
anexos al
exhorto: copia
auténtica de la
sentencia;
documentos
que
comprueben
extremos del
artículo
anterior;
traducciones al
español y
señalamiento
de domicilio del
ejecutante en
el lugar de la
homologación.
Reglas para el 608 573-577
reconocimiento
y la ejecución
de sentencia
extranjera; el
tribunal
competente
para ejecutar
es el del
domicilio del
ejecutado;
apertura de un
incidente con
citación
personal y
nueve días
para exponer
defensas y
audiencia de
pruebas.
Intervención
del Ministerio
Público.
Apelabilidad de
la resolución
en ambos
efectos si
deniega y en el
efecto
devolutivo si
concede; lo
relativo a
depositaria,
avalúo,
liquidación y
ejecución
coactiva de la
sentencia
extranjera
serán dictados
por el tribunal
de la
homologación;
los fondos
resultantes del
remate
quedarán a
disposición del
juez
sentenciador
extranjero; no
podrán los
tribunales
decidir sobre la
justicia o
injusticia del
fallo ni sobre
los
fundamentos
de hecho o de
derecho; sólo
atenderán a la
autenticidad
del fallo y a la
procedencia de
la ejecución;
podrá darse la
eficacia parcial
de una
sentencia y
solamente
sobre ello se
ejecutará.
Preparación 193-IX 562
del juicio.
Admisibilidad
de examen de
testigos u otras
declaraciones
que se
requieran en
un proceso
extranjero.
Aplicación del 284 bis 86-86 bis
derecho 14-15 del CC Federal20
extranjero por
el tribunal: tal
como lo harían
los jueces del
estado cuyo
derecho
resultara
aplicable, sin
perjuicio del
derecho de las
partes para
alegar la
existencia y el
contenido del
derecho
invocado. Para
informarse del
texto, la
vigencia, el
sentido y
alcance legal
del derecho
extranjero, el
tribunal podrá
valerse de
informes
oficiales
pudiendo
solicitarlos al
Servicio
Exterior
Mexicano o
bien ordenar o
admitir las
diligencias
probatorias que
considere
necesarias o
que ofrezcan
las partes.
Exhibición de 337 bis 561
cosas o
documentos.
No existe
obligación de
hacerlo cuando
se pretendan
identificar por
características
genéricas; no
habrá
inspección de
archivos que
no sean de
acceso público.
Testimonial o 362 bis 562
declaración de
parte. Para
surtir efectos
en procesos
extranjeros
podrá llevarse
a cabo con
interrogatorio
verbal y
directo, pero
deberá
acreditarse que
los hechos
materia del
interrogatorio
están
relacionados
con el litigio y
que medie
solicitud de
parte o de
autoridad
exhortante.
Por jurisdicción 893 S/r21
voluntaria
podrán
practicarse a
solicitud de
parte legítima
las
notificaciones o
emplazamiento
s necesarios
en procesos
extranjeros.
No es válida la S/r22 567
elección de
foro cuando la
facultad de
elección opere
en beneficio
exclusivo de
alguna de las
partes pero no
de todas.
Los tribunales S/r23 568
nacionales
mexicanos
tendrán
competencia
exclusivamente
para conocer
de asuntos
sobre las
siguientes
materias:
tierras y aguas
ubicadas en el
territorio
nacional,
incluidos el
subsuelo,
espacio aéreo,
mar territorial y
plataforma
continental, ya
sea que se
trate de
derechos
reales, de
derechos
derivados de
concesiones de
uso,
exploración,
explotación, o
aprovechamien
to, o de
arrendamiento
de dichos
bienes;
recursos de la
zona
económica
exclusiva o que
se relacionen
con cualquiera
de los
derechos de
soberanía
sobre dicha
zona en los
términos de la
Ley Federal del
Mar, actos de
autoridad o
atinentes al
régimen interno
del estado y de
las
dependencias
de la
Federación y
de las
entidades
federativas;
régimen interno
de las
embajadas y
consulados de
México en el
extranjero y
sus
actuaciones
oficiales y en
los casos en
que lo
dispongan así
otras leyes.
La práctica de S/r24 548
diligencias en
país extranjero
para surtir
efectos en
juicios que se
tramiten ante
tribunales
nacionales
podrá
encomendarse
a los miembros
del Servicio
Exterior
Mexicano por
los tribunales
que conozcan
del asunto.

151 Código Procesal Civil modelo para


Iberoamérica
Como sostiene la entidad propulsora del anteproyecto:25

En esta materia el anteproyecto se limita a reproducir las soluciones


más recibidas en el derecho internacional privado y, sobre todo, en
los tratados suscritos en el ámbito americano de las (, )
a las que ya se hizo referencia, por lo demás, son similares a las
adoptadas por los países europeos en su moderno derecho
comunitario. El cual tomamos como modelo, salvo las
especialidades de nuestra área geográfico-cultural.

Las disposiciones relativas están comprendidas en el título ix-


Normas procesales internacionales, que contiene cuatro capítulos
con 20 artículos (372 a 391).
Los Principios generales (capítulo primero) comprenden los arts.
372 y 373 y de ellos es de destacarse lo siguiente:

❖ Resulta que las normas estatales se consideran supletorias de


las emanadas de los convenios o tratados y sólo en defecto de
éstos encuentran aplicación.
❖ Sin embargo, se establece que los procesos y sus incidentes
se sujetarán a las leyes procesales del estado.
❖ Las pruebas se admitirán y valorarán según la ley a que esté
sujeta la relación jurídica objeto del proceso (sustantivismo
probatorio);
❖ La aplicación del derecho extranjero es de oficio y
lostribunales deben interpretarlo como lo harían los tribunales
del estado de origen.
❖ Las partes pueden, sin embargo, acreditar la existencia,
vigencia y contenido de la ley extranjera.
❖ Los recursos nacionales deben admitirse en los casos de
aplicación del derecho extranjero.
❖ Se postula la inaplicabilidad de la ley extranjera cuando se
contraríen manifiestamente los principios del orden público
internacional (esteconcepto rebasa incluso al utilizado en el
lenguaje de las convenciones, que se limita al concepto de
contrariar el orden público interno del estado requerido, lo que
llevará a la necesidad del esclarecimiento de este nuevo
concepto).

El capítulo segundo, de la Cooperación judicial internacional,


comprende los arts. 374 y 377, de los que es de destacarse lo
siguiente:

❖ los actos de mero trámite, o sea las notificaciones, citaciones


y emplazamientos, así como la recepción y obtención de
pruebas, se librarán por exhortos y cartas rogatorias;
❖ se admite por tratado o convención a funcionarios consulares
y agentes diplomáticos para llevar a cabo tales diligencias;
❖ los exhortos o cartas rogatorias podrán ser transmitidos por
los interesados, por agentes consulares o diplomáticos o a
través de autoridad administrativa competente o por vía
judicial;
❖ no será necesaria la legalización cuando el trámite sea por vía
diplomática, consular o administrativa; la ley procesal aplicable
será la del estado de su cumplimiento, pudiendo admitirse
formalidades o procedimientos especiales;
❖ se hará, en su caso, la traducción respectiva del exhorto y de
sus anexos; el cumplimiento no implicará ni reconocimiento de
la competencia del tribunal ni de la eficacia de la sentencia;
❖ el tribunal que se declarare incompetente remitirá de oficio la
documentación al tribunal competente.

El capítulo tercero, de la Cooperación judicial internacional en


materia cautelar, abarca los arts. del 378 a 384 y en los mismos se
destaca:

❖ se admite el cumplimiento de las dictadas por otros estados,


excepto las que estuvieren prohibidas o fueren contrarias al
orden público internacional;
❖ la procedencia de la medida la rige la ley de origen, pero la
ejecución y la contracautela, la ley del destino;
❖ las tercerías se admitirán ante el tribunal ejecutante, pero
deberán sustanciarse ante el tribunal de origen;
❖ sin embargo, tratándose de tercería de dominio, de derechos
reales o posesorios, se resolverá por el tribunal del estado;
❖ el cumplimiento de la medida no obliga ni al reconocimiento ni
a la ejecución de la sentencia que llegare a dictarse en el
proceso extranjero;
❖ tratándose de medidas referidas a custodia de menores o
incapaces, los tribunales podrán limitar sus efectos
territorialmente, sin perjuicio de lo que resuelva en definitiva el
tribunal del proceso principal;
❖ se otorga facultades a las partes para solicitar medidas
urgentes y conservatorias con el fin de que esté en el territorio
nacional y para garantizar el resultado de un litigio pendiente o
eventual; si el proceso extranjero ya se hubiere iniciado, se
comunicará la medida al tribunal;
❖ si el proceso extranjero no se hubiese iniciado, el tribunal que
ordenó la medida fijará un plazo para el ejercicio del derecho,
bajo pena de caducidad de la medida;
❖ se faculta a los órganos jurisdiccionales a decretar medidas
cautelares que vayan a cumplimentarse en el extranjero;
❖ las comunicaciones en esta materia podrán hacerse llegar por
las partes interesadas, por los agentes consulares o
diplomáticos, a través de autoridad administrativa o, en su
defecto, por una judicial.

El capítulo cuarto, del Reconocimiento y ejecución de las sentencias


extranjeras, comprende los arts. 385 a 391, de los que se señalará
lo siguiente:

❖ pretende abarcarse la ejecución de sentencias extranjeras en


diversas materias: civil, comercial, de familia, laboral,
contencioso administrativo;
❖ las dictadas por tribunales internacionales cuando se refieran
a personas o intereses privados y las sentencias penales en
cuanto a sus efectos civiles;
❖ se establece que la naturaleza jurisdiccional del fallo y la
determinación de la materia corresponden al tribunal de origen
y según su ley;
❖ la sentencia extranjera tendrá efectos imperativos, probatorios
y fuerza ejecutoria, sin que proceda su revisión sobre el fondo
del asunto, sino la simple calificación formal del cumplimiento
de requisitos;
❖ la sentencia de condena es la susceptible de ejecución y
deben cumplimentarse diversos requisitos: formalidades
externas, legalización, traducción, competencia internacional
del tribunal de origen sin que, al mismo tiempo, exista
competencia exclusiva del tribunal de destino, emplazamiento
legal, defensa de las partes, autoridad de cosa juzgada del
fallo, apego al orden público;
❖ se establecen comprobantes indispensables: copia auténtica
de la sentencia y de los documentos que acrediten el legal
emplazamiento y la debida defensa, copia de la certificación
de que se produjo la cosa juzgada;
❖ la sentencia extranjera puede tener efectos limitadamente
imperativos y probatorios; la ejecución se pedirá ante el
Tribunal Supremo y se emplazará a la parte contra la que se
pida con un traslado por 20 días y se oirá al procurador del
estado, dictándose resolución irrecurrible;
❖ si procediere la ejecución se remitirá la sentencia al tribunal
competente;
❖ los actos de jurisdicción voluntaria extranjeros surtirán efectos;
❖ las disposiciones anteriores serán aplicables a los laudos
arbitrales extranjeros en todo lo que fuere pertinente.

1 Publicadas en el Diario Oficial de la Federación de México, de fechas 12 y 7 de enero


de 1988, respectivamente.
2 Cfr. con Víctor Carlos García Moreno, “Reformas de 1988 en materia de cooperación
procesal internacional”, XII Semanario de Derecho Internacional Privado, octubre de
1988, Tlaxcala, México, mimeógrafo.
3 En el resto del trabajo, las siglas CI indican Convención Interamericana.
4 Repetitiva de la número 5 (cheques) según lo señala José Luis Siqueiros, “Resumen de
los resultados obtenidos en la Conferencia Interamericana de Derecho Internacional
Privado (CIDIP-II) celebrada en Montevideo, Uruguay, del 23 de abril al 8 de mayo de
1979”, Cooperación Interamericana en los Procedimientos Civiles y Mercantiles, UNAM,
México, 1982, p. 682.
5 Cfr. con Víctor Carlos García Moreno, op. cit., anexo IV, pp. 52 a 54 y
http://www.oas.org página electrónica de la Organización de Estados Americanos.
6 Ricardo Abarca Landero, “Convenciones Interamericanas en Materia Procesal,
Panamá, 1975”, Cooperación Interamericana en los Procedimientos Civiles y
Mercantiles, UNAM, México, 1982, p. 648.
7 Ibídem, p. 661.
8 Ibídem, p. 662.
9 Cfr. con José Luis Siqueiros, op. cit., pp. 683 y 684.
10 Ibídem, p. 685.
11 Ibídem, p. 686.
12 Ibídem, p. 685.
13 Ibídem, p. 684.
14 Ibídem, p. 686.
15 Víctor Carlos García Moreno, op. cit., pp. 4 y 5.
16 Ibídem, p. 8.
17 Ibídem, pp. 24 a 32.
18 Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
19 Código Federal de Procedimientos Civiles.
20 El Código Civil Federal (arts. 14 y 15) establece importantes reglas sobre la
aplicabilidad e inaplicabilidad del derecho extranjero: se aplicará como lo haría el juez
extranjero correspondiente, para lo cual el juez podrá allegarse la información necesaria
acerca del texto, vigencia, sentido y alcance legal de dicho derecho; se aplicará el
derecho sustantivo extranjero, salvo cuando dadas las especiales circunstancias del
caso, deban tomarse en cuenta, con carácter excepcional, las normas conflictuales de
ese derecho, que hagan aplicables las normas sustantivas mexicanas sobre un tercer
estado; no será impedimento para la aplicación del derecho extranjero que el derecho
mexicano no prevea instituciones o procedimientos esenciales a la institución extranjera
aplicable, si existen instituciones o procedimientos análogos; las cuestiones previas,
preliminares o incidentales que puedan surgir con motivo de una cuestión principal no
deberán resolverse necesariamente de acuerdo con el derecho que regule a esta
última, y cuando diversos aspectos de una misma relación jurídica estén regulados por
diversos derechos, éstos serán aplicados armónicamente, procurando realizar las
finalidades perseguidas por cada uno de tales derechos. Las dificultades causadas por
la aplicación simultánea de esos derechos se resolverán tomando en cuenta las
exigencias de la equidad en el caso concreto. Lo dispuesto en el presente artículo se
observará cuando resultare aplicable el derecho de otra entidad de la Federación. No
se aplicará el derecho extranjero cuando artificiosamente se hayan evadido principios
fundamentales del derecho mexicano, debiendo el juez determinar la intención
fraudulenta de tal evasión, y cuando las disposiciones del derecho extranjero o el
resultado de su aplicación sean contrarios a principios o instituciones fundamentales del
orden público mexicano.
21 Sin referencia o correspondencia en el texto del Distrito Federal.
22 Sin correspondencia en el texto del Distrito Federal.
23 Sin relación ni correspondencia en el texto federal.
24 Sin correspondencia en el texto del Distrito Federal.
25 Cfr. con el Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica, Instituto Iberoamericano de
Derecho Procesal, Secretaría General, Montevideo, 1988, p. 83.
37 El juicio arbitral

152 Importancia práctica del arbitraje en materia


civil
Como hemos tenido oportunidad de exponerlo en otro trabajo,
“Carnelutti calificó al arbitraje de equivalente jurisdiccional,porque a
través de él se obtiene la misma finalidad que se logra mediante el
proceso jurisdiccional. En el arbitraje, las partes por un acuerdo de
voluntad someten sus diferencias a la resolución de un juez
eventual, privado y no profesional, al que llamamos árbitro”.1
En ese mismo trabajo tuvimos también oportunidad de advertir la
problemática relativa a si el arbitraje existe antes o
independientemente del estado, o si éste, por el contrario, le da vida
y lo reglamenta. Sin tener en cuenta lo amplio o estrecho que haya
sido el campo del arbitraje como antecedente histórico del proceso,
lo cierto es que actualmente no se le puede concebir sino como
reglamentado y tolerado por el estado en aquellos campos de lo
jurídico en que se le puede permitir. También es conveniente que
reiteremos, tomándolo de la misma obra, que los juicios arbitrales
pueden ser de estricto derecho o de equidad.
Los primeros se llevan a cabo conforme a la ley, es decir, que el
árbitro se sujeta a la misma; los juicios de equidad, por el contrario,
dan lugar al libre arbitrio del juzgador, quien resuelve conforme a
justicia el caso concreto. En el arbitraje de derecho hay un
sometimiento a las reglas impuestas por el régimen jurídico; en el de
equidad no se da tal sometimiento. Al igual que sucede con las
figuras autocompositivas, también tratándose del arbitraje el estado
limita sus posibilidades a determinado tipo de asuntos, porque no
todos los casos le son sometibles; los asuntos en los que se ventile
alguna cuestión de orden o de interés público no podrán someterse
al conocimiento de jueces privados. Por ejemplo, en el caso de
divorcio, en los asuntos del estado civil y en los juicios de alimentos
el orden estatal no permite el arbitraje. Los asuntos que pueden
sometérsele deberán estar libres de cualquier esfera de orden o
interés público para que las partes tengan una libre disposición de
los derechos respectivos.
El arbitraje constituye una institución útil en materia civil, siempre
que por su medio se logre, en forma rápida y fácil, la solución de
conflictos, en contraste con los procesos jurisdiccionales
establecidos por el estado, que frecuentemente tienden a ser lentos,
difíciles y costosos. Se han señalado como ventajas del arbitraje las
siguientes: si existen irregularidades fiscales de los litigantes, el
árbitro no tiene la obligación de denunciarlas y, en cambio, el juez sí
la tendría; el secreto, o sea, la discreción en cuanto a la materia de
la contienda, también es obligatoria para el árbitro y actualmente,
cuando se trata de cuestiones de patentes, de marcas, de secretos
industriales o comerciales, es muy probable que a ciertos
contendientes no les convenga la divulgación de determinados
asuntos relacionados con esos secretos, lo cual hace recomendable
recurrir al arbitraje; y finalmente, la especialización y el avance
tecnológico, que cada día son más abrumadores, aconsejan en
muchos casos que quienes dirijan o resuelvan una controversia de
cuestiones sumamente complejas en las que el criterio técnico va a
ser determinante, sean precisamente los peritos o especialistas de
estas tecnologías, que al designarse como árbitros podrán más
fácilmente solucionar conflictos con alto grado de especialización.
Un requisito indispensable para el éxito del arbitraje lo constituye
que las partes en litigio actúen de buena fe. De lo contrario, el
arbitraje, que tiene como veremos más adelante un origen
eminentemente contractual, en vez de ser un instrumento adecuado
para la solución de los conflictos puede convertirse en un embrollo y
hasta en un estorbo que haga más difícil su solución, e incluso,
después de la pérdida de valioso tiempo, pueda llegar a
desembocar finalmente en actividades procesales —desarrolladas
ante jueces estatales públicos—, ya sea para interponer recursos en
contra de las resoluciones dictadas por los árbitros, o bien, para
proceder a la ejecución de dichas resoluciones o laudos, cuando las
partes, precisamente por ausencia de buena fe, no están dispuestas
a cumplimentar lo ordenado por el árbitro de manera espontánea y
autónoma, sin la presión estatal.

153 Arbitraje y amigable composición


No deben confundirse las dos instituciones mencionadas. Si bien en
su origen histórico la amigable composición pudo haber sido el
antecedente del arbitraje, esta figura de la amigable composición,
señalada también por Carnelutti como un equivalente jurisdiccional,
no tiene vida ni entidad propia, como lo ha señalado con todo acierto
Alcalá-Zamora,2 porque si la amigable composición triunfa, lo que
logra es avenir a las partes, o sea, consigue que lleguen a adoptar
alguna solución autocompositiva; y si esa amigable composición
fracasa, entonces no se soluciona ningún tipo de conflicto. En otras
palabras, la amigable composición constituye únicamente una
actividad conciliadora de un tercero ajeno, el cual es aceptado por
las partes en conflicto como mediador para que procure conciliar los
intereses en desacuerdo. Por el contrario, el arbitraje, o más bien
dicho el pacto arbitral o cláusula compromisoria, no sólo constituye
una anuencia para que un tercero intervenga como conciliador o
amigable componedor, sino que esa anuencia va más adelante
hasta constituir un compromiso para que ese tercero ajeno e
imparcial actúe como juez privado y dicte una resolución —laudo—
a manera de sentencia dictada por el árbitro, cuyo acatamiento ha
sido pactado en forma anticipada por las partes. En lo anterior
radica la diferencia fundamental entre el arbitraje y la amigable
composición.
Finalmente, valdría la pena recordar que otra diferencia
fundamental entre la amigable composición y el arbitraje radica en
que la primera es sólo un antecedente histórico del
segundo.También hemos tenido oportunidad de precisar,en el
cuadro esquemático sobre la evolución de las formas de solución de
la conflictiva de intereses, en una obra anterior,3 que tanto la
amigable composición como la conciliación
históricamenteconstituyen figuras intermedias entre la
autocomposición y la heterocomposición.Es decir, que entre las
formas de solución unilaterales y bilaterales que las propias partes
encuentran por sí mismas (desistimiento, allanamiento y
transacción) y, por otro lado, las formas heterocompositivas
impuestas a las partes por un tercero (arbitraje y proceso), hay un
estado intermedio constituido precisamente por la amigable
composición y por la conciliación.

154 Régimen procesal del juicio de árbitros:


preparación y procedimiento
Se han entendido como condiciones de realización del arbitraje:

Condiciones de realización, que abarcan todo el conjunto de


hechos, actos, etapas, fases o pasos que conducen al tercero
imparcial (en este caso el árbitro) a pronunciar la solución que
defina el litigio planteado por los contendientes. Tales condiciones
comprenden desde el sometimiento al arbitraje mediante la cláusula
compromisoria o compromiso, la presentación u ocurrencia del
conflicto por objeto de la solución arbitral, la iniciación del
procedimiento arbitral con todos los proveimientos que impulsan la
actividad procesal del arbitraje (que abarca al accionante, a su
adversario y al tercero imparcial, el árbitro) hasta el laudo.4

En nuestra opinión, las ideas que acabamos de transcribir sintetizan


correctamente las diversas etapas o fases que presupone la
realización de un arbitraje: 1. cláusula compromisoria o compromiso;
2. acaecimiento del conflicto previsto por la cláusula o compromiso;
3. iniciación del procedimiento arbitral y desarrollo del mismo; 4.
pronunciamiento del laudo. El mismo autor citado opina que la
ejecución del laudo ya no cae dentro del procedimiento arbitral y,
además, sostiene que es “factible hablar de acción arbitral... porque
a un órgano de decisión (juez privado o árbitro) se somete la
solución de un conflicto jurídico mediante el pronunciamiento de
fondo, advirtiendo como ya se dijo, que en este evento es un tercero
imparcial el que decide”. Por su parte, Ovalle Favela,5 quien por
cierto dirigió la tesis profesional del autor antes citado, expresa que
el arbitraje tiene como fundamento de obligatoriedad el acuerdo
celebrado entre las partes para someter un determinado litigio a la
decisión del o de los árbitros. Este compromiso se denomina
cláusula compromisoria o compromiso arbitral; y distingue Ovalle
Favela entre uno y otro, afirmando que el compromiso arbitral se
celebra cuando ya el conflicto o litigio ha surgido y que, en cambio,
si éste no ha surgido, y como parte anexa a otro tipo de contrato o
de convenio, se establece la cláusula compromisoria, la cual suele
estipularse antes de que el litigio se manifieste. El Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal trata todo lo relativo a
este juicio arbitral en sus arts. 609 a 636. El mismo autor en
consulta, al realizar el análisis de algunas de esas disposiciones del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal destaca
cuestiones de suma importancia, y así advierte que hay una relativa
libertad para comprometer en árbitros todo tipo de negocios. Sin
embargo, citando el art. 615 del ordenamiento señalado, advierte
que hay cuestiones de tal naturaleza que el estado las ha sustraído
a la posibilidad de someterse al arbitraje, y estos casos son: a) el
derecho de recibir alimentos; b) el divorcio, ya sea voluntario o
contencioso, excepto en lo concerniente a la separación de bienes y
a las demás cuestiones puramente pecuniarias; c) la nulidad de
matrimonio, y d) el estado civil de las personas. El autor citado
también señala que si no se determina el asunto concreto para el
cual debe valer el arbitraje, éste puede considerarse nulo; en
cambio, la falta de designación de árbitros es subsanable mediante
una exhortación que les formulará un juez y, de no ponerse de
acuerdo en la designación, el propio juez podrá designar en forma
sustitutiva al árbitro.
Ya celebrado el compromiso, continúa explicando Ovalle, y
durante la tramitación del juicio arbitral, las partes no podrán acudir
a la jurisdicción ordinaria, a no ser que revocaran de común acuerdo
el compromiso o la cláusula y, en el caso de que alguno intentase
plantear el litigio ante los tribunales estatales, la otra parte podrá
oponer las excepciones de incompetencia y litispendencia; cabría
advertir que los Códigos de Procedimientos Civiles de Sonora y
Zacatecas, en nuestro país, sí admiten la posibilidad de oponer la
excepción de compromiso arbitral, que sería una excepción
específica para este caso.6
En cuanto al procedimiento arbitral, las partes y los árbitros
podrán seguir en el procedimiento los plazos y las formas
establecidas para los juicios comunes ante los tribunales estatales,
si no se hubiese convenido otra cosa, tal como lo indica el autor en
consulta. Sin embargo, se advierte que los árbitros siempre deben
recibir pruebas y oír alegatos, si las partes lo piden, esto para
cumplir mínimamente con la garantía de audiencia, que también
debe regir para el arbitraje. Un punto de crítica, de nuestra parte, al
sistema establecido en el Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, radica en el hecho de que, si bien el art. 619 del
citado ordenamiento así lo establece, no consideramos que sea
factible que las partes puedan renunciar a la apelación y tampoco
estamos de acuerdo con la regla contenida en el mismo dispositivo,
en el sentido de que si el arbitraje se da en un negocio en grado de
apelación, el laudo que se llegue a dictar sería inimpugnable. Tanto
la apelación como la posibilidad de interponer el juicio de amparo,
en su caso, son derechos derivados del régimen constitucional y
constituyen garantías individuales, las cuales por su esencia no son
renunciables; en otras palabras, si se ha llegado a hablar de una
acción arbitral,7 por consiguiente opinamos que son derechos de
acción (el interponer apelación es parte de ellos, así como hacer
valer el juicio de amparo) y por esas razones llegamos a la
conclusión de la irrenunciabilidad de los derechos para interponer la
apelación y para hacer valer el juicio de amparo en materia de
arbitraje privado y en contra de los laudos que en dicho
procedimiento lleguen a dictarse.

155 Naturaleza jurídica del laudo arbitral


Un magnífico estudio sobre la teoría general del laudo y sobre la
naturaleza jurídica de éste se contiene en el trabajo de René Irra
Ibarra.8 En dicho análisis, el autor advierte que son tres las
cuestiones que deben dilucidarse en torno a la naturaleza de la
resolución arbitral: 1. precisamente su naturaleza; 2. sus
semejanzas y diferencias con la sentencia, y 3. los problemas
relativos a la homologación y a la ejecución del laudo.
En cuanto a la naturaleza jurídica del laudo, se advierte que la
discusión no solamente se encuentra en la doctrina, sino también en
la jurisprudencia. Los dos pareceres contrapuestos podrían
sintetizarse así: por un lado se afirma que el laudo no es una
sentencia, pero por otro se le pretende equiparar a aquélla por
constituir un acto que se impone a los contendientes como modo de
solución imparcial que se obtiene mediante el proceso.
Al analizar las semejanzas entre la sentencia y el laudo, Irra Ibarra
enumera las siguientes:

1. Ambos resuelven un conflicto jurídico entre las partes.


2. Son emitidos por un tercero imparcial: árbitro y juez.
3. Culminan el procedimiento encaminado a la solución de fondo
del conflicto.
4. Suponiendo que la decisión haya quedado firme, las partes se
encuentran obligadas a cumplirla.
5. Las partes pueden interponer apelación y alegar vicios de
fondo y de procedimiento.
6. La ejecución se realiza por orden de un juez.
7. La apelación es llevada ante el Tribunal Superior de Justicia.

Refiriéndose, por otra parte, nuestro autor en consulta, a las


principales diferencias, las detalla de la manera siguiente:

a) Lo emite un particular.
b) Aunque es obligatorio para las partes, carece de
ejecutabilidad e imperio.
c) Necesita de la homologación para ser ejecutado.

a) La emite un juez.
b) Tiene el imperio de la potestad pública.
c) No necesita de la homologación para ser ejecutada.

En cuanto a las dificultades de la homologación y ejecución del


laudo, explica el mismo autor en su obra ya citada que cuando un
laudo condena al cumplimiento de determinada prestación o
conducta, se plantea el problema de si el árbitro es un particular y,
por tanto, su resolución no constituye un acto de autoridad, ya que
al ser un órgano meramente de decisión no puede ordenar su
ejecución. La homologación y el exequátur constituyen el
reconocimiento y la orden de ejecución de un laudo; es decir, tienen
el efecto de darle ejecutabilidad al laudo para poder obtener el
cumplimiento forzoso mediante el imperio de la autoridad estatal que
se ejerce por los jueces ordinarios competentes.
Se señala que ese reconocimiento del juez respecto de la
legalidad del laudo podría implicar el análisis de violaciones
alegadas, que pueden dividirse en violaciones de fondo yen
violaciones de procedimiento. A través de la mera homologación, se
sostiene que el juez ordinario se encontraría imposibilitado para
revisar las violaciones de fondo cometidas en el laudo arbitral; sin
embargo, esa homologación sí podrá tomar en consideración las
diversas circunstancias que pudieran implicar que el conflicto
jurídico resuelto no hubiera sido el designado en el compromiso en
árbitros o en la cláusula compromisoria, y cuando el asunto no fuere
susceptible de solución mediante el arbitraje.
También se señalan otros extremos, como el relativo a que quien
hubiere celebrado el acuerdo de arbitraje o hubiera nombrado los
árbitros fuese incapaz, o no tuviere facultades para ello; en tales
extremos el laudo sería ineficaz y no podría ejecutarse. Por otro
lado, las violaciones procesales deben hacerse valer a través de los
recursos y medios de defensa que concedan las leyes que rijan al
procedimiento arbitral.
Irra Ibarra, por otra parte, analiza los extremos de la Convención
sobre el Reconocimiento y Ejecución de las Sentencias Arbitrales
Extranjeras, según decreto publicado el 22 de junio de 1971, en
relación con la posibilidad de denegar el reconocimiento y la
ejecución de laudos arbitrales dictados en el extranjero, convención
que autoriza tal denegación si se dan diversos extremos: que alguna
de las partes o ambas al celebrar el acuerdo arbitral estuvieren
sujetas a alguna incapacidad; que la parte contra la cual se invoca la
sentencia arbitral no hubiere sido debidamente notificada o no
hubiere podido hacer valer sus medios de defensa; que la sentencia
se refiera a una diferencia no prevista en el compromiso o no
comprendida en las disposiciones de la cláusula compromisoria; que
la constitución del tribunal arbitral o el procedimiento arbitral no se
hayan ajustado al acuerdo celebrado o a la ley del país en que se
efectuó el arbitraje; que la sentencia no sea aún obligatoria para las
partes o haya sido anulada o suspendida por una autoridad del país
y conforme a la ley del mismo en que se hubiere dictado el laudo;
que según la ley de ese mismo país, el objeto de la diferencia no
sea susceptible de solución por vía arbitral y, finalmente, que el
reconocimiento o la ejecución de la sentencia fueren contrarios al
orden público de ese país.9
Cabe advertir a este respecto la necesidad de tener en cuenta, en
relación con este tema, toda la reglamentación relativa a la
ejecución de sentencias dictadas por tribunales del extranjero.
En este punto, habría que indicar también la problemática
relacionada, por un lado, con la irrenunciabilidad de la apelación y
del juicio de amparo en relación con los arbitrajes, no obstante lo
dispuesto por el art. 619, disposición a la cual ya nos hemos
referido, sosteniendo que a pesar de que establezca la posibilidad
de renunciar a la apelación o a otros medios de impugnación,
valdría la pena tener presente el actual contenido del art. 55 del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, que
establece que no se puede renunciar a los recursos ni al derecho de
recusación por convenio de los interesados. Este principio, siendo
de orden público y, además, constituyendo la apelación y el juicio de
amparo, derechos del accionar, nos lleva a la conclusión de que a
pesar de lo dispuesto en el art. 619, no es renunciable el derecho a
apelar y tampoco el derecho a interponer juicio de amparo, aun
tratándose del arbitraje. Otro aspecto que debemos tratar, y que
está muy relacionado con la naturaleza del laudo y con la función
del árbitro, es la problemática de la procedencia del amparo en
contra de los actos del árbitro, extremo previsto por el art. 635 del
código citado. La jurisprudencia y la doctrina se encuentran
divididas, pues si se considera que el árbitro es un particular y no
una autoridad, cabría argumentar la improcedencia de este juicio
contra los actos de un árbitro, ya que el juicio de amparo solamente
procede en contra de autoridades. Irra Ibarra, finalmente, en la obra
que consultamos, nos advierte sobre el criterio publicado en la
página 3392 del tomo lxxxix del Semanario Judicial de la
Federación, en que se sostiene que el árbitro nombrado en virtud de
la aplicación del art. 9o. transitorio del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal, vigente, tiene el carácter de
autoridady,en consecuencia, no es improcedente el juicio de amparo
que contra el mismo se promueve.10 También el mismo autor nos
informa de un trabajo del profesor Jesús Toral Moreno11 en el que se
aborda

la interesante cuestión de si procede o no el juicio de amparo en


contra del laudo arbitral dictado por árbitros nombrados por
particulares, concluyendo en sentido afirmativo, después de un
análisis de su naturaleza. A este respecto, sostiene que el
procedimiento arbitral es un genuino proceso y en él se
desenvuelve propiamente hablando la función jurisdiccional... pese
a que las conclusiones a que llega el profesor Toral nos parecen
acertadas, en ocasiones usa una terminología imprecisa e
inadecuada; así, por ejemplo, al explicar que ‘si el laudo es en sí
mismo ineficaz por ser acto de un particular y que para cobrar
obligatoriedad se necesite la homologación y el exequátur, son
afirmaciones que apuntan a un problema diferente’ parece decir que
el laudo no es obligatorio antes de ser ejecutable, cosa que es
insostenible. Probablemente se refiera a la ejecutividad y no a la
obligatoriedad del laudo ya que de no ser así habría una
contradicción con lo que sostiene en el apartado número 7, que
trata precisamente sobre imperio y ejecutividad.

Para concluir este capítulo es necesario precisar que la posición que


se adopte en torno a la naturaleza jurídica del laudo estará
inevitablemente vinculada y ligada a la naturaleza misma del
arbitraje. Si nos adherimos a la posición doctrinal de considerar que
el arbitraje no implica el desempeño de una función jurisdiccional
plena, puesto que a los árbitros les falta el imperio, entendido como
la facultad de hacer cumplir sus propias determinaciones, entonces
resultará que de acuerdo con tal enfoque los actos del árbitro tienen
naturaleza de privados y contra los mismos no podría pensarse en
interponer un juicio de amparo, que sólo cabe en contra de
autoridades con plenitud de imperio soberano. En todo caso, el
juicio de amparo cabría en contra de la homologación y del
exequátur y, obviamente, en contra de las resoluciones dictadas ya
por tribunales estatales, en apelación del laudo arbitral.

1 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 27.


2 Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, Proceso, autocomposición y autodefensa, 2a. ed.,
UNAM, México, 1970, p. 73.
3 Cipriano Gómez Lara, Teoría general...,p. 13.
4 René Irra Ibarra, El arbitraje como medio de composición de litigio, tesis profesional,
UNAM, México, 1978.
5 José Ovalle Favela, op. cit., pp. 345 y 346.
6 Cfr. con el art. 49-V.
7 René Irra Ibarra, op. cit., p. 51.
8 Ibídem, pp. 61 a 68.
9 Cfr. art. v.
10 Op. cit., p. 77.
11 Jesús Toral Moreno, “¿Procede el amparo contra laudos de árbitros nombrados por
particulares?”, citado por Irra Ibarra, op. cit., p. 78.
38 Controversias del orden familiar

156 Génesis de los tribunales de lo familiar en


México
La creación de los juzgados de lo familiarse llevó a cabo mediante
un decreto del 24 de febrero de 1971, publicado en el Diario Oficial
de la Federación el 18 de marzo de ese mismo año y el cual
“reformó la Ley Orgánica de los Tribunales de Justicia del Fuero
Común del Distrito Federal y Territorios Federales (existentes hasta
entonces) por cuyo medio se crearon los juzgados que conocen
cuestiones relativas al derecho familiar, institución que se conoce
como juzgados de lo familiar, siendo sus titulares los jueces de lo
familiar”.1 El brillante trabajo de Azuara Olascoaga, al cual
pertenece la cita anterior, contiene un profundo estudio sobre el
surgimiento de estos tribunales de lo familiar, precisamente a raíz de
las reformas publicadas en el Diario Oficial del 18 de marzo. En esa
obra2 su autor explica que antes de la existencia de estos tribunales
de lo familiar, los asuntos que ahora son de su competencia
pertenecían a los juzgados de lo civil y a los ya desaparecidos
juzgados pupilares.
En ese entonces, los jueces civiles intervenían en las cuestiones
de jurisdicción voluntaria cuyo conocimiento no correspondiera a los
jueces pupilares, en los juicios sucesorios si el caudal hereditario
pasaba de un mil pesos, y también en los asuntos judiciales
concernientes a acciones relacionadas con el estado civil o la
capacidad de las personas, con excepción de lo que estaba
reservado al conocimiento de los jueces pupilares.
En cuanto a los jueces pupilares, había tres de ellos en el Distrito
Federal: dos radicaban en la Ciudad de México y el restante en los
otros partidos judiciales en los que, curiosamente, se desempeñaba
como un verdadero juez de circuito, porque ciertos días de la
semana estaba en Coyoacán, otros en Xochimilco y otros en Villa
Álvaro Obregón. Correspondía a estos jueces conocer de los
asuntos que afectaran a la persona e intereses de los menores y
demás incapacitados sujetos a tutela, vigilar los actos de los tutores
para impedir, por medio de disposiciones apropiadas, la transgresión
de sus deberes, discernir las tutelas de los menores incapacitados
para comparecer en juicio y nombrar tutor interino para acreditar la
incapacidad por causa de demencia, cuando ésta no fuera
declarada por sentencia firme y así el peticionario pudiera seguir el
juicio contra el tutor interino.
Como ya se indicó en líneas anteriores, al suprimirse los juzgados
pupilares se instituyeron los juzgados de lo familiar.

157 Competencia de los tribunales de lo familiar


Al crearse en 1971 los tribunales de lo familiar, tuvo que reformarse
la Ley Orgánica de los Tribunales de Justicia del Fuero común del
Distrito Federal (y de los territorios entonces federales). El texto
vigente del art. 52 de la Ley Orgánica del Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal de enero de 1996, similar al art. 58 de la
anterior Ley Orgánica, indica en sus ocho fracciones que los jueces
de lo familiar conocerán:

I. De los procedimientos de jurisdicción voluntaria, relacionados


con el derecho familiar;
II. De los juicios contenciosos relativos al matrimonio, a su ilicitud
o nulidad; de divorcio; que se refieren al régimen de bienes en
el matrimonio; que tengan por objeto modificaciones o
rectificaciones de las actas del Registro Civil; que afecten al
parentesco, a los alimentos, a la paternidad y a la filiación; que
tengan por objeto cuestiones derivadas de la patria potestad,
estado de interdicción y tutela y las cuestiones de ausencia y
de presunción de muerte, y que se refieran a cualquier
cuestión relacionada con el patrimonio de familia, con su
constitución, disminución, extinción o afectación en cualquier
forma;
III. De los juicios sucesorios;
IV. De los asuntos judiciales concernientes a otras acciones
relativas al estado civil, a la capacidad de las personas y a las
derivadas del parentesco;
V. De las diligencias de consignación en todo lo relativo a la
materia familiar;
VI. De la diligenciación de los exhortos, suplicatorias, requisitorias
y despachos, relacionados con el orden familiar;
VII. De las cuestiones relativas a los asuntos que afecten en sus
derechos de persona a los menores e incapacitados, y
VIII. En general, todas las cuestiones familiares que reclamen la
intervención judicial.

En un afán simplificador y sintetizador de la amplia gama de


atribuciones otorgadas a los jueces de lo familiar, podría incluirse
dentro de su competencia lo siguiente: asuntos matrimoniales,
divorcio, aspectos patrimoniales del propio matrimonio, cuestiones
de registro civil, parentesco, alimentos, paternidad, filiación, patria
potestad, estado de interdicción, tutela, ausencia, presunción de
muerte, patrimonio de familia, juicios sucesorios, estado civil,
capacidad jurídica; todo lo relacionado con menores e incapacitados
y asuntos familiares en general; así como las consignaciones y la
diligenciación de exhortos, suplicatorias, requisitorias y despachos,
en todo lo concerniente a las cuestiones ya enunciadas.
Como se advierte fácilmente, el ámbito competencial de este tipo
de juzgados es de una enorme amplitud. Así, por ejemplo, se ha
podido observar que, en rigor, no todo el derecho sucesorio tiene
necesariamente relación con el derecho familiar, ya que puede
haber testamentarías en las que los herederos sean personas
físicas o morales sin ningún vínculo familiar con el autor de la
sucesión. Sin embargo, hubiera sido de consecuencias negativas
separar el conocimiento de los juicios sucesorios entre los que sí
tuvieran vínculos con el derecho familiar, para que fueran conocidos
por los juzgados familiares, y los que no tuvieran tal vínculo, que
seguirían conociéndose por los jueces de lo civil pues ello hubiera
sido fuente de diversos conflictos competenciales y de problemas de
límite o frontera entre ambas competencias. En tal sentido se
justifica la decisión de que todo lo relacionado con el derecho
sucesorio fuera a dar a manos de los juzgados de lo familiar, como
ha quedado reglamentado. Cabe advertir que de acuerdo con el art.
149, segundo párrafo, del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, puede verificarse la prórroga de la competencia en
las materias civil y familiar cuando las prestaciones reclamadas
tengan íntima conexión entre sí, o por los nexos de las personas
que litiguen, sea por razón de parentesco, negocios, sociedad o
similares, o deriven de la misma causa de pedir. Es criticable que se
establezca una prórroga de competencia por materia y sobre todo
es absurdo que se hable de una prórroga competencial sin acuerdo
de las partes.

158 El procedimiento ante los tribunales de lo


familiar
“El título 160 del Código de Procedimientos Civiles referente a las
‘controversias de orden familiar’, fue adicionado al Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, por decreto de fecha
26 de febrero de 1973, publicado en el Diario Oficial de la
Federación, el día 14 de marzo del mismo año y entró en vigor
quince días después.”3 Aunque se ha comentado, quizá como regla
biológica, que la función crea al órgano, en el caso de los tribunales
de lo familiar parece invertirse, ya que, como ha quedado arriba
apuntado, dichos tribunales fueron creados en 1971 y la
reglamentación de las controversias del orden familiar se dio en una
adición al Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal,
en 1973; es decir, todo parece indicar que se invierte ese principio
en este caso y los órganos han creado la función.
El mismo Azuara Olascoaga comenta que el propio decreto del 26
de febrero de 1973 suprimió del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal el primer capítulo del título 70, que regulaba
los juicios sumarios y sumarísimos, y en el art. 430 derogado por
dicho decreto, varios de los juicios sumarios en materia familiar se
referían a alimentos, a la calificación de impedimentos de
matrimonio y a la responsabilidad por incumplimiento de promesa
matrimonial; a lo relativo al patrimonio familiar, a las diferencias
entre marido y mujer sobre administración de bienes comunes,
educación de hijos, oposiciones de maridos, padres y tutores y, en
general, las cuestiones familiares que reclamaran la intervención
judicial y la rendición de cuentas por tutores, administradores y
aquellas personas a quienes la ley o el contrato impusiere dicha
obligación. También advierte de la existencia de una forma
sumarísima de tramitación en los casos de las calificaciones de
impedimentos de matrimonio y de la responsabilidad por
incumplimiento de promesa matrimonial, así como en las cuestiones
relativas a las diferencias entre marido y mujer.
Paralelamente a la supresión de los procedimientos sumarios,
surge la reglamentación de las controversias de orden familiar por la
adición del referido título 16o., que comprende los arts. 940 a 956
del propio código,algunos de los cuales serán objeto de nuestro
análisis. Por reformas publicadas el 6 de septiembre de 2004 se
agregaron cinco artículos, 941-bis a 941-sextus.
Los 22 artículos (arts. 940 a 956) que forman el título de las
controversias de orden familiar constituyen un agregado al texto
tradicional del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, han venido a representar una nueva problemática, con lo
que se plantea un nuevo campo de regulación jurídica procesal, que
es el derecho procesal familiar. Ello ha dado motivo a que las
inquietudes de los juristas lleguen al extremo de proponer un Código
de Procedimientos Familiares,4 aspecto en el que, por ahora, nos
pronunciamos en contra. Si pensamos que la materia familiar es de
competencia local, esto acabaría ocasionando un problema de
dispersión legislativa al originar 32 códigos más de procedimientos
familiares para el país. Una solución, que afectaría el ámbito de las
soberanías estatales, consistiría quizás en la federalización del
derecho familiar,5 aunque ello entrañaría posiblemente ciertas
desventajas. Cabe señalar que surgió una legislación familiar
autónoma, distinta e independiente de la civil, con la expedición, en
el Estado de Hidalgo, del Código Familiar y del Código de
Procedimientos Familiares, publicados el 8 de noviembre de 1983,
en el Periódico Oficial de dicha entidad, los que han sufrido reformas
del 8 de diciembre de 1986. Debe mencionarse que también el
Estado de Zacatecas cuenta con un Código Familiar a partir del 10
de mayo de 1986.
Los artículos mencionados disponen que todos los problemas
inherentes a la familia se considerarán de orden público, ya que
aquélla constituye la base de la integración de la sociedad (art. 940).
Se otorga al juez de lo familiar la facultad para intervenir de oficio en
los asuntos que afecten a la familia, especialmente tratándose de
menores, de alimentos y de cuestiones relacionadas con violencia
familiar, decretando las medidas que tiendan a preservarla y a
proteger a sus miembros (art. 941). Esta intervención de oficio
puede ser criticada, pues implicaría en algunos casos una
intervención exagerada del estado en la vida de los particulares,
además de que podría cuestionarse la posibilidad de que un juez de
lo familiar iniciara un proceso, sin que hubiera previamente una
petición de parte; ello llegaría a desnaturalizar la propia función
jurisdiccional, que por esencia y principio no puede desenvolverse si
no es a petición de parte. Además, en el mismo precepto 9416 se
faculta al juez de lo familiar con poderes para exhortar a los
interesados a lograr un avenimiento, resolviendo sus diferencias
mediante convenio. Es decir, se le otorgan poderes de conciliador,
los cuales, por otra parte, están a tono con el texto, también
reformado en 1973, del art. 55 del código, que da facultades para
exhortar a las partes a tener voluntariamente un avenimiento sobre
el fondo de la controversia y para lograr un convenio transaccional.
Por reforma publicada el 6 de septiembre de 2004, el art. 205
contempla la mediación realizada a través del Centro de Justicia
Alternativa como un medio para dirimir las controversias entre
cónyuges, concubinos y parientes. Nunca nos hemos pronunciado
abiertamente en favor de la conciliación procesal,7 pues es cierto
que puede representar una válvula de escape a la conflictiva social y
una significativa disminución del trabajo judicial; por otra parte
entraña el riesgo de que las partes débiles, mal asesoradas y
torpes, lleguen por su situación de desventaja a convenios que
perjudiquen aquellos derechos de los cuales son legítimos titulares y
que se les reconocerían plenamente mediante un debido proceso
legal. Por ello, en lo personal, no somos partidarios fervientes de la
conciliación, aunque reconocemos su utilidad práctica para
solucionar conflictos; simplemente señalamos los riesgos de
sacrificio indebido de derechos que pueden acarrear.
Se establece el procedimiento por seguir cuando, a petición de
parte interesada, se deba resolver provisionalmente sobre la
custodia y convivencia de las niñas y niños con sus parientes por
consaguinidad en línea colateral hasta por el cuarto grado (art. 941
bis). No será obstáculo para regular el derecho de convivencia de
manera provisional el hecho de que una de las partes manifieste
unilateralmente y sin estar reconocido por resolución judicial firme,
que ha habido violencia familiar en contra de los menores o algún
otro de los miembros del núcleo familiar. Sin embargo, en caso de
duda y para salvaguardar a los menores, el juez de lo familiar podrá
ordenar que la convivencia se realice en los centros o instituciones
destinados para tal efecto, únicamente durante el procedimiento (art.
941 ter). El incumplimiento a permitir la convivencia con el
ascendiente que no tiene decretada la custodia dará lugar al cambio
de ésta a favor de la otra parte (art. 941 quater). El ascendiente que
tenga el derecho de convivencia con el hijo por resolución judicial y
no asista a dichas visitas, sin causa justificada, se podrá suspender
el goce y ejercicio de ese derecho, quedando como precedente para
no solicitarlo ni ejercerlo de nuevo con ese hijo, mientras sea menor
de edad (art. 941 quintus). Cuando el ascendiente que conserva la
guarda y custodia cambie de residencia, tiene la obligación de
informar al juez y a quien no ejerce la custodia los datos del nuevo
domicilio y número telefónico (art. 941 sextus).
Se advierte (art. 942) que no se requieren formalidades
especiales para acudir ante los jueces de lo familiar. El texto de esta
disposición, que debe relacionarse con el art. 52 de la Ley Orgánica
del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, el que ha
quedado antes transcrito, hace un señalamiento, de nueva cuenta,
de algunas de las cuestiones en las que se entiende que tienen
competencia los jueces de lo familiar, y así menciona:

[...] la declaración, preservación, restitución o constitución de un


derecho ...la violación del mismo o el desconocimiento de una
obligación, tratándose de alimentos, de calificación de
impedimentos de matrimonio o de las diferencias que surjan entre
marido y mujer sobre administración de bienes comunes, educación
de hijos, oposición de padres y tutores y en general todas las
cuestiones familiares similares que reclamen la intervención judicial.

Del anterior texto legislativo, Azuara Olascoaga8 deduce una serie


de consideraciones en cuanto a la problemática, que consiste en
que puede haber cuestiones de derecho familiar no incluidas en esta
reglamentación y que, por tanto, deben irse a tramitar de
conformidad con las reglas comunes y generales del código. Tal
sería el caso, muy importante, tanto del divorcio necesario como del
divorcio por mutuo consentimiento, en los que el consenso general
en la práctica de tribunales es en el sentido de que no queden
regidos por estas normas de las controversias de orden familiar, y el
divorcio necesario deba llevarse de acuerdo con las reglas del juicio
ordinario, y el divorcio voluntario con las reglas específicas que para
éste contiene el código.A tal conclusión llega el autor en consulta
después de una correcta interpretación de los arts. 942 y 956 del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, ya que el
primero de dichos dispositivos solamente habla de cuestiones
familiares similares a las enunciadas en ese artículo, y el segundo
remite a las normas generales del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal cuando el asunto no esté expresamente
comprendido en las reglas de las controversias del orden familiar.
En cuanto al procedimiento propiamente dicho (art. 943), se
establece que podrá acudirse al juez de lo familiar por escrito, o
bien, oralmente mediante comparecencia personal, en todos los
casos de competencia de los jueces de lo familiar. El juez hará
saber al interesado que puede contar con el patrocinio de un
defensor de oficio para conocer de su procedimiento. Se correrá
traslado a la parte contraria ya sea con copia del escrito o con las
copias de las actas levantadas por las comparecencias, y dicha
parte deberá comparecer dentro de un plazo de nueve días.
Además, se establece el principio de que durante dichas
comparecencias se ofrezcan las pruebas y, desde el momento en
que se ordena la notificación o traslado a la contraria, se señalará el
día y la hora para la celebración de la audiencia respectiva. En ese
mismo artículo también se establece en materia de alimentos la muy
importante regla de que el juez podrá fijar en forma provisional su
monto sin audiencia del deudor, mientras se resuelve el juicio. Esto
ha dado motivo a diversos debates y objeciones, sobre todo por la
privación al deudor de su derecho a ser oído antes de fijarse dicha
pensión alimenticia provisional. En rigor, se trata de una acción de
carácter ejecutivo y de naturaleza cautelar que se decreta sin oír a
la parte, hasta la resolución del procedimiento, debido a la gravedad
que representaría si los acreedores alimentarios se quedaran sin
alimentos. Finalmente, en el artículo mencionado se establece el
carácter optativo, para las partes, de acudir asesorados por
licenciados en derecho, y se prevé como regla que si una parte
acude asesorada y la otra no, se solicitarán los servicios de la
defensoría de oficio, difiriéndose en su caso la audiencia respectiva.
Únicamente sería deseable que esas defensorías de oficio
funcionaran con mayor eficacia en nuestra realidad judicial.
En cuanto a la audiencia en estos juicios de lo familiar, de los arts.
944 a 948, se establece que las partes aportarán las pruebas que
procedan y se hayan ofrecido, siempre que no sean contrarias a la
moral o estén prohibidas por la ley. La audiencia se practicará con
asistencia de las partes o sin ella. El juez podrá cerciorarse
personalmente o con el auxilio de trabajadores sociales de la
veracidad de los hechos. El informe de los trabajadores sociales se
considera un testimonio de calidad. El juez y las partes podrán
interrogar a los testigos. La audiencia deberá llevarse a cabo dentro
de los 30 días contados a partir del auto que ordene el traslado y la
demanda inicial habrá de ser proveída dentro del término de tres
días. Si no llega a celebrarse la audiencia, deberá señalarse nueva
fecha dentro de los ocho días siguientes. Las partes deberán
presentar a sus testigos y peritos, y si manifiestan no poder hacerlo,
bajo protesta de decir verdad, habrán de citarse por el actuario del
juzgado con apercibimiento de arresto hasta por 36 horas, y además
se podrá imponer al oferente de la prueba una multa hasta de 30
días de salario mínimo en caso de señalamiento inexacto de
domicilio o si se comprueba que sólo solicitó la prueba para retardar
el procedimiento. De ofrecerse la confesional, las partes deberán ser
citadas con apercibimiento de ser declaradas confesas de las
posiciones que se les articulen y sean calificadas de legales, a
menos que acrediten justa causa para no asistir.
La sentencia (art. 949) se pronunciará de manera breve y concisa
en el momento mismo de la audiencia o dentro de los ocho días
siguientes.
En materia de recursos en estos juicios de lo familiar (arts. 950 a
962), se establece que la apelación deberá tramitarse según las
disposiciones generales del código, pero se reitera lo relativo a la
regla de que si alguna parte carece de abogado, la Sala solicitará
para ella intervención de un defensor de oficio.
También se remite a la regla del art. 700 del código para la
admisión de apelaciones en ambos efectos y se establece que las
resoluciones sobre alimentos que fueren apeladas se ejecutarán sin
fianza.
Ni la recusación ni la interposición de excepciones dilatorias
impedirán que el juez adopte las medidas provisionales sobre
depósito de personas, alimentos y menores, pues hasta después de
tomadas dichas medidas se dará el trámite correspondiente a la
cuestión planteada (arts. 953 y 954).

159 Poderes del juez en las controversias del


orden familiar
El art. 73 bis del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal faculta a los jueces de lo familiar para emplear, respecto de
la convivencia de menores, arresto hasta por 36 horas. La
reiteración inmediata de no permitir la convivencia de quien ejerza la
custodia del menor dará lugar a la intervención del agente del
Ministerio Público para el ejercicio de la acción correspondiente de
acuerdo con la fracc. iii del art. 173 del Código Penal para el Distrito
Federal.
Como ya hemos apuntado, al otorgar el art. 941 del código al juez
de lo familiar, facultad para intervenir de oficio en los asuntos que
afecten a la familia, especialmente cuando se trata de menores, de
alimentos y de cuestiones relacionadas con la violencia familiar,
decretando las medidas que tiendan a preservarla y a proteger a sus
miembros, puede llegar a implicar una intervención exagerada del
estado en la vida de los particulares, además de que puede
cuestionarse la posibilidad de que un juez de lo familiar iniciara un
proceso sin que hubiera previamente una petición de parte, pues
esto llegaría a desnaturalizar la propia función jurisdiccional que, por
esencia y principio, no puede desenvolverse sino mediante dicha
petición de parte o excitación.
Al examinar la problemática de las partes en las controversias
familiares se explica lo siguiente:

En materia civil, se aplica el principio dispositivo, ya que la


acción procesal, tanto activa como pasiva, se encuentra
encomendada a las partes. De acuerdo con este principio,
a nadie puede obligársele a intentar y proseguir una acción
en contra de su voluntad; a oponer excepciones o negar la
demanda; a ofrecer pruebas; a interponer recursos, etc.
Por su parte, el juzgador debe sentenciar según lo alegado
y probado en autos; pero toda regla tiene sus excepciones
y en este caso destacan las siguientes: el juzgador puede
suplir los principios jurídicos y las normas legales
aplicables al caso concreto, aun cuando las partes no lo
hayan hecho en debida forma; puede ordenar la práctica de
diligencias para mejor proveer; debe declararse
incompetente cuando así proceda; debe examinar de oficio
la personalidad de los litigantes; está facultado para
rechazar la demanda que no reúna los requisitos legales;
debe revisar las sentencias pronunciadas en los juicios en
nulidad de matrimonio y rectificación de actas del estado
civil, etcétera.
Dentro de las controversias del orden familiar se aplica
predominantemente el principio inquisitivo, porque de acuerdo con
lo dispuesto por los artículos 940 y 941 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, dichas controversias
se consideran de orden público y se faculta al juzgador para
intervenir de oficio en los asuntos que afecten a la familia... existen
casos en los que la actividad judicial sustituye a las partes, como
cuando el condenado a otorgar algún instrumento o a celebrar un
acto jurídico no cumple con la obligación impuesta en la sentencia
(art. 517); cuando el deudor se niega, en la vía de apremio, a
otorgar a favor del comprador la escritura de venta del inmueble
rematado o la factura correspondiente, tratándose de muebles (arts.
589 y 598); cuando el juzgador decreta la práctica o ampliación de
alguna diligencia probatoria (art. 279); generalmente cuando las
partes no se ponen de acuerdo en el nombramiento de alguna
persona que deban designar, etc... dentro de las controversias
familiares el juzgador puede sustituir la voluntad de las partes en la
mayoría de los actos judiciales, toda vez que está facultado para
intervenir de oficio en los asuntos que afecten a la familia,
especialmente tratándose de menores y alimentos (art. 941)...
también sustituye la voluntad de las partes cuando fija una pensión
alimenticia sin audiencia del demandado (art. 943); cuando se
auxilia de trabajadores sociales que intervienen aun cuando las
partes no lo hayan solicitado ni estén de acuerdo con dicha
intervención (art. 945); cuando las partes no se ponen de acuerdo
sobre el manejo del hogar, la formación y educación de los hijos y la
administración de los bienes comunes, así como en los casos de
oposición de maridos, padres y tutores, según se desprende de los
artículos 168 y 169 del Código Civil para el Distrito Federal, entre
otros casos.9

El mismo autor también señala el riesgo de que este amplio arbitrio


caiga en una arbitrariedad, ya sea por falta de autonomía, por
corrupción o por incapacidad de los juzgadores y, sobre todo,
advierte que estas limitantes pueden llegar a ser muy frecuentes en
nuestro sistema por la carencia de un método específico de elección
o selección de los funcionarios encargados de administrar justicia.10
Concluye Parrales Ronquillo11 que deben limitarse muchas de las
atribuciones otorgadas a los jueces de lo familiar porque los
juzgadores desconocen las causas y la magnitud de los problemas
que se les plantean, además de que no se cumple con el principio
de inmediación procesal y se carece de la experiencia y sensibilidad
necesarias para comprender y resolver los asuntos de forma que
realmente se pueda preservar a la familia y proteger a sus
miembros, especialmente a los menores que, por lo general, son
ajenos a los problemas de los padres.
Por nuestra parte, opinamos que el problema fundamental radica
en dos extremos: primero, en la falta de capacidad, preparación y
sensibilidad de algunos jueces, que en materia de controversias de
orden familiar podrían llegar a usar en forma inadecuada o
desmedida los amplios poderes de que están investidos; y segundo,
aunque dichos poderes estén otorgados por la ley, a veces
constituyen letra muerta, porque algunos juzgadores no están
acostumbrados a un uso pleno de dichas facultades.

160 Cuestiones incidentales en las controversias


del orden familiar
Es el art. 955 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal el que fija las reglas de tramitación de las cuestiones
incidentales, al disponer que éstas se decidirán con un escrito de
cada parte sin suspensión del procedimiento. Se establece que si se
promueve prueba deberá ofrecerse en los escritos respectivos,
fijándose los puntos sobre los que verse y se citará dentro de ocho
días para audiencia indiferible en que se reciba, se oigan
brevemente las alegaciones y se dicte la resolución dentro de los
tres días siguientes. Vale la pena analizar el alcance de tal
disposición, sobre todo planteando las cuestiones siguientes: el art.
7812 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal
establecía la posibilidad de que se forme artículo de previo y
especial pronunciamiento cuando se plantee la nulidad de
actuaciones por falta de emplazamiento, por falta de citación para la
absolución de posiciones y para reconocimiento de documentos, y
en los demás casos en que la ley expresamente lo determine. Al ser
la regla del 955 especial para las controversias en materia familiar,
cabría la posibilidad de preguntarnos si ello implica que el incidente
de nulidad por defecto de emplazamiento no llega a provocar, en el
caso, la suspensión del procedimiento. Parecería desprenderse así
de una correcta interpretación del art. 955; sin embargo, no
parecería correcto, técnicamente, que cuando se alegue la falta de
efecto de emplazamiento, el procedimiento pueda continuar. Por
otra parte, a la luz del art. 3613 del mismo código,en su texto actual,
salvo la excepción de incompetencia, las demás excepciones
procesales, y las objeciones respecto de los presupuestos
procesales se resolverán en la audiencia previa, de conciliación y de
excepciones procesales, y respecto a las excepciones de falta de
personalidad, conexidad, litispendencia o falta de capacidad se dan
reglas sobre ofrecimiento y desahogo de pruebas y se establece
que las mismas deberán ofrecerse oportunamente y prepararse para
recibirse en la propia audiencia ya señalada. Cabe destacar que en
los juicios familiares no existe una audiencia previa y el art. 943 del
código procesal señala las reglas de actuación y oportunidad en la
depuración del procedimiento.
160 bis Pérdida de la patria potestad de menores
acogidos por una institución pública o privada de
asistencia social14
Este procedimiento, que se regula en los arts. 430 a 435 del Código
de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, tiene las
características siguientes:

❖ Se tramitará cuando se trate de menores recibidos por una


institución pública o privada de asistencia social para el efecto
de que se decrete la pérdida de la patria potestad en los casos
previstos en el art. 444, fraccs. , , y del Código Civil,
correspondiéndole la acción al representante legal de la
institución o al Ministerio Público (art. 430).
❖ Admitida la demanda se correrá traslado a las personas a que
se refiere el art. 414 del Código Civil, a fin de que en el plazo
de cinco días presenten su contestación (art. 431).
❖ Los incidentes no suspenden el procedimiento y todas las
excepciones que se opongan y los recursos que se
interpongan se resolverán en la sentencia definitiva. Si la parte
demandada no formula su contestación, se tendrá por
contestada en sentido negativo. No se admite la reconvención
(art. 433).
❖ Transcurrido el periodo de emplazamiento, dentro de los 10
días siguientes se celebrará una audiencia de pruebas y
alegatos, la que podrá diferirse por una sola vez por un
término no mayor de cinco días. Desahogadas las pruebas y
concluida la fase de alegatos, se dictará sentencia dentro de
los cinco días siguientes (art. 434).
❖ Contra la sentencia que se dicte procede la apelación en
ambos efectos (art. 435).
1 Juan Enrique Azuara Olascoaga, Antecedentes y situación actual de la jurisdicción en
materia familiar en el Distrito Federal, tesis profesional, UNAM, México, 1976.
2 Ibídem, pp. 129 y siguientes.
3 Ibídem, p. 210.
4 Ibídem, p. 231.
5 Cfr. con Gonzalo Armienta Hernández, Hacia la federalización del derecho familiar,
tesis profesional, UNAM, México, 1976. Este autor, en las conclusiones de su trabajo,
estima que el derecho familiar ya no debe ser considerado como una rama del derecho
civil y tampoco debe ubicársele dentro del derecho privado; considera que es una rama
autónoma del derecho. Interesa a toda la colectividad, pues en la familia descansa la
estabilidad del estado y, por tanto, este derecho es de orden público. Por ello postula la
federalización del derecho familiar, la que exigiría reformas constitucionales, mediante
un capítulo que establezca las bases de las relaciones familiares, y reformas a diversas
disposiciones constitucionales para la creación de los tribunales de lo familiar, dentro de
una nueva estructura y funciones del Poder Judicial de la Federación. Ello entrañaría la
expedición de códigos familiares federales, tanto sustantivos como de procedimientos y,
consecuentemente, la derogación de todos los preceptos que actualmente regulan las
relaciones familiares.
6 El art. 941 ha sido modificado por decreto publicado en el Diario Oficial de la
Federación del 27 de diciembre de 1983, agregándosele al texto anterior la obligación
para los jueces y los tribunales en asuntos del orden familiar de suplir la deficiencia de
las partes, en sus planteamientos de derecho. El agregado es desafortunado y carente
de técnica legal, ya que la deficiencia del planteamiento debe suplirse más en las
cuestiones de hecho que en las de derecho, pues en éstas ya regía y seguirá vigente el
principio jura novit curia. Puede consultarse la obra Lázaro Tenorio Godínez, La
suplencia en el derecho procesal familiar, Porrúa, México, 2004.
7 El actual art. 55 establece: “Salvo en los casos que no le permita la ley, y no se hubiese
logrado un avenimiento en la audiencia previa, los conciliadores estarán facultados para
intentarlo en todo tiempo, antes de que se dicte sentencia definitiva”. Supra, capítulo
10.
8 Juan Enrique Azuara Olascoaga, op. cit., pp. 211 y siguientes.
9 Abel Parrales Ronquillo, El arbitrio judicial en las controversias del orden familiar, tesis
profesional, UNAM, México, 1983, pp. 107 a 110.
10 Cfr. con Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., pp. 191 a 197, capítulo 35: Carrera
judicial. Sistema de selección y ascenso y garantías del juzgador.
11 Abel Parrales Ronquillo, op. cit., pp. 103 y siguientes.
12 Por decreto publicado el 14 de enero de 1987 en el Diario Oficial de la Federación, que
entró en vigor a los 90 días siguientes al de su publicación, se reformó el art. 78
reduciéndose la posibilidad de formar incidente de previo y especial pronunciamiento
únicamente para el caso de nulidad de actuaciones por falta de emplazamiento.
13 Artículo derogado por decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación del 10
deenero de 1986 y vuelto a poner en vigor en un nuevo texto por la reforma de mayo de
1996.
14 Juicio especial agregado por reforma publicada el 9 de junio de 2004.
Intervención de terceros en el proceso
39
civil

161 Clasificación de las tercerías


Hemos tenido oportunidad de afirmar que, “como figuras distintas a
los terceros ajenos a la relación sustancial y a los terceros llamados
al juicio, existen los terceristas, que son sujetos que se insertan en
relaciones procesales previas”. Estas tercerías, de acuerdo con la
reglamentación legal respectiva pueden ser de los tres tipos
siguientes:

a) Tercerías excluyentes de dominio.


b) Tercerías excluyentes de preferencia.
c) Tercerías coadyuvantes.

Haremos en seguida referencia a estos tres tipos fundamentales de


tercerías, advirtiendo que, en los tres casos, se trata de la inserción
de un tercero que persigue un interés propio en una relación
procesal preexistente.1 Estos terceros, llamados terceristas, vienen
al proceso solos, es decir, por sí mismos.
El código distrital trata el tema de las tercerías en los arts. 652 a
673.
162 La tercería coadyuvante. Su régimen y sus
diferencias con el litisconsorcio
La tercería coadyuvante se da cuando un sujeto inicialmente extraño
al proceso se encuentra legitimado y tiene un interés propio para
acudir a ese proceso preexistente, con el fin de ayudar, de
coadyuvar o colaborar en la posición que alguna de las dos partes
iniciales adopte en el desenvolvimiento de ese proceso.2
En cuanto a este tipo de tercerías, se expresa en la doctrina3 que
pueden oponerse en cualquier juicio, sea cual fuere la acción que en
él se ejercite, con tal que no se haya pronunciado sentencia que
cause ejecutoria. Por ello, dichos terceros coadyuvantes se
consideran asociados con la parte a cuyo derecho coadyuvan y en
consecuencia pueden: a) intervenir en el pleito en cualquier
momento en que se encuentre, con tal que no se haya pronunciado
sentencia que cause ejecutoria; b) hacer las gestiones que estimen
oportunas dentro del juicio, deduciendo la misma acción u
oponiendo la misma excepción que el actor o el reo,
respectivamente, siempre que no hubieren designado
representación común; c) continuar su acción y defensa aun cuando
el principal desistiere; d) apelar e interponer los recursos
procedentes. El demandado debe denunciar el pleito al obligado a la
evicción antes de la contestación de la demanda solicitándose del
juez, quien según las circunstancias ampliará el término del
emplazamiento para que el tercero pueda disfrutar del plazo
completo. El tercero obligado a la evicción, una vez salido al pleito,
se convierte en principal.4
El litisconsorcio implica el desarrollo de la apelación procesal:
“con la presencia de más personas físicas o morales figurando como
actoras contra un solo demandado o un actor contra varios
demandados o, finalmente, varios actores contra varios
demandados; cuando esto suceda se dice que en el proceso existe
una pluralidad de partes originándose la institución denominada
litisconsorcio.”5
Por nuestra parte, hemos tenido ya oportunidad de afirmar que “la
acumulación de parteses un fenómeno dentro del cual caben dos
posibilidades: a) pluralidad de partes; b) litisconsorcio. No deben
confundirse ambas situaciones porque en la pluralidad de partes
tenemos, por regla general, la posibilidad de intervención de
terceros ‘terceristas’ en relaciones procesales preexistentes”.6 Es
decir, el fenómeno del litisconsorcio es sustancialmente diverso del
de la tercería coadyuvante, en razón de que, en el primero, la
posición de las partes que litigan juntas como actoras o como
demandadas es igual frente al proceso y dichas partes, las que se
encuentran en litisconsorcio, persiguen el mismo tipo de sentencia y
tienen el mismo tipo de interés, independientemente de que dicho
litisconsorcio sea activo o pasivo (de actores o demandados),
voluntario o forzoso (pactado libremente por las propias partes o
impuesto por la ley). En la tercería, aunque ésta sea coadyuvante, el
interés del tercerista y la sentencia que persigue no son
necesariamente paralelos al interés o a la sentencia que persigue la
parte (actor o demandado) en cuya posición procesal se coadyuva.
Debe, pues, tenerse muy en cuenta que este tercerista
coadyuvante, para llegar a insertarse en un proceso preexistente,
independientemente de que su posición coadyuve, apuntale o ayude
a la de alguna de las partes iniciales, debe, sin embargo, perseguir
un interés propio y diferente del de las partes iniciales.
Con todo acierto se ha sostenido que: “En nuestro derecho
positivo mexicano, la reglamentación que tiene lugar en relación a la
misma (tercería coadyuvante) ha sido totalmente parca, ya que no
analiza ni regula en forma clara el procedimiento a seguir, dando a
entender que ésta se ventilará con las formalidades establecidas
para un juicio, no siéndolo por las consideraciones que se apuntan
más adelante.”7 El mismo autor, en el trabajo citado advierte que la
característica principal que se desprende de este tipo de tercería es
la de que el tercero no interviene para hacer valer un derecho suyo
en posición autónoma, sino solamente para “sostener las razones”
de alguna de las partes, es decir, para ayudar a una de las partes
principales a hacer valer su derecho frente a la otra. Y cita, como
casos de tercerías coadyuvantes, las siguientes: “La intervención del
notario en el proceso por falsedad o nulidad de la escritura pública
pasada ante él; el fiador en el proceso promovido contra el deudor
principal; los acreedores en los juicios de su deudor, en resguardo
del patrimonio que es su prenda; el acreedor hipotecario, en el juicio
por reivindicación del inmueble gravado; etcétera.”
Concluye Zavaleta Martínez, en cuanto a la naturaleza jurídica de
esta tercería coadyuvante, afirmando que este tercerista no reviste
propiamente la calidad de parte, porque la posición procesal que
asume no implica que tenga facultades plenas de tal, ya que su
actuación es meramente accesoria o subordinada a la que apoya.
Agrega que el coadyuvante no puede confundirse con el sustituto
procesal ni asimilarse a éste, y su actuación se limita a una
colaboración con la parte coadyuvada que también actúa en el
proceso, pudiendo en algún extremo llegar a suplir esa actividad
cuando, por desinterés u otra causa, la parte principal abandona
total o parcialmente su defensa. También advierte que al tercero
coadyuvante no se le puede confundir con el representante porque
no obra en nombre de la parte sino en nombre propio;8 cabe, por
último, advertir que ante la deficiente reglamentación legal y la poca
presencia de este tipo de juicios en los tribunales, podemos concluir
que la tercería coadyuvante es una figura que está casi en desuso.

163 Las tercerías excluyentes


Al hablar de las tercerías excluyentes hemos advertido9 que debe
presuponerse que en forma judicial se ha llevado a cabo algún tipo
de ejecución o de afectación sobre bienes, y entonces el tercerista
(excluyente) se inserta en esa relación procesal alegando mejores
derechos sobre dichos bienes. A estas tercerías se les llama
excluyentes precisamente porque mediante ellas se pretende
sustraer los bienes, que son objeto de la afectación o ejecución. La
tercería excluyente de dominio implica que, en relación con los
bienes sobre los que se haya trabado ejecución, se presente al
proceso un tercer sujeto alegando ser el dueño de los mismos; al
respecto, deberá probar plenamente la propiedad de dichos bienes,
y si llega a hacerlo, el tribunal deberá levantar el embargo que sobre
ellos exista y ordenar que sean devueltos a su legítimo propietario.
En cuanto a la tercería excluyente de preferencia, ésta implica que
sobre los bienes afectados por la ejecución, un sujeto extraño a las
partes originales se presente o inserte en dicho proceso y alegue
que tiene mejor derecho a ser pagado con el producto de la
ejecución de dichos bienes. El tercerista en este tipo de trámite
excluyente de preferencia alega tener una prelación, o sea, un mejor
derecho a ser pagado.10
El Código Civil para el Distrito Federal contempla en su art. 3010
(antes el 3008) una regla que podríamos calificar como de
supertercería excluyente de dominio, al disponer que, en caso de
embargo precautorio, juicio ejecutivo o procedimiento de apremio
contra bienes o derechos reales se sobreseerá el procedimiento
respectivo de los mismos o de sus frutos, inmediatamente que
conste en los autos, por manifestación auténtica del Registro
Público, que dichos bienes o derechos están inscritos a favor de
persona distinta de aquella contra la cual se decretó el embargo o
se siguió el procedimiento, a no ser que se hubiere dirigido contra
ella la acción, como causahabiente del que aparece como dueño en
el registro. En estos casos, pues, al aparecer en el expediente
constancia del registro de la propiedad de que los bienes están
inscritos a favor de persona distinta de la demandada, entonces se
sobreseerá el embargo, con lo que no será necesario en este
extremo el planteamiento estricto y formal de todo un juicio de
tercería.11

164 Llamamiento a terceros


Al lado de los terceros que vienen solos, o por sí mismos, a
intervenir en un proceso ya existente, tenemos a los terceros que
son llamados o traídos al proceso, generalmente por petición de
alguna de las partes iniciales. Los casos más característicos de
estos llamamientos a terceros son el llamamiento en garantía, el
llamamiento en evicción y la denuncia del pleito, de carácter
genérico. En cuanto a las tres figuras antes mencionadas, por lo que
toca al llamamiento en garantía, generalmente se hace a un
codeudor o a un fiador. Así, cuando se demanda a un primer deudor
y éste es insolvente, se puede denunciar el juicio al fiador; aunque
con el fiador, si no ha renunciado al beneficio de orden, puede
precisamente pedir que se llame a juicio al deudor principal. En el
segundo caso, o sea en el llamamiento en evicción, el tercero que
es llamado al juicio debe responder por el saneamiento de la
evicción, es decir, por el buen origen de la propiedad de alguna
cosa; por regla general, es el vendedor o el que ha transmitido la
propiedad de alguna cosa el que es llamado a juicio por el
comprador o adquiriente, a quien otro tercero le disputa la
legitimidad sobre la cosa. El tercero llamado en evicción
precisamente es traído al juicio para que responda del buen origen
de la cosa y para que, en todo caso, le depare perjuicio la sentencia
que en ese proceso se llegue a pronunciar. Finalmente, en el tercer
caso pretendemos englobar todos los otros tipos de denuncia del
pleito, a cualquier tipo de tercero al que interese que también le
depare perjuicio la sentencia que se dicte, por múltiples razones.12
Zavaleta Martínez, en un estudio acertado y bien documentado de
estos problemas,13 expresa:

Lo que toca analizar ahora es lo referente a lo que en Roma se...


conocía como la litis denuntiatio, calificada ahora como intervención
obligada o llamamiento a terceros y en la que tiene origen por el
llamamiento que hacen las partes o el juez a un tercero por
considerar que la causa-motivo del juicio es conexa o común con un
tercero, lo llaman a efecto de que se apersone en el juicio,
adoptando la postura que estime pertinente, para que la sentencia
que se pronuncie en dicho juicio le pare perjuicio... La naturaleza de
ésta corresponde, según tratadistas, al hecho de que el tercero que
es llamado a juicio no entabla una demanda propia y por separado
en contra de las partes principales, como en los casos de
intervención voluntaria (tercerías), sino que según los casos adopta
posiciones de coadyuvante, litisconsorte, sustituto... en mi
consideración y toda vez que la intervención obligada se presenta
cuando el llamamiento lo hace la parte o el juez al tercero, a efecto
de que comparezca al juicio por existir una causa conexa o común,
su intervención es lograr que la sentencia a pronunciarse produzca
contra dicho tercero efecto de cosa juzgada, es decir, para que
quede englobado en sus límites subjetivos, o para evitar que resulte
de cumplimiento imposible por la inaudiencia del tercero... es una
medida excepcional que sólo debe decretarse cuando exista de por
medio un interés jurídico que proteger y porque nuestra
Constitución establece que nadie puede ser condenado sin antes
haberle dado la oportunidad de defenderse.

Continúa su trabajo Zavaleta Martínez advirtiendo que a la


clasificación del llamamiento de terceros se le ha dado básicamente
tres categorías: el llamamiento del tercero para que responda a la
evicción, el llamamiento en garantía y el llamamiento del tercero
pretendiente.

1 Cfr. Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 232.


2 Ídem.
3 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, Instituciones de derecho procesal civil,
Porrúa, México, 1979, p. 455.
4 Arts. 655 a 657 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
5 F. Jairo Ortiz Bautista, Las partes y terceros en el proceso civil, tesis profesional,
UNAM, México, 1980, p. 41.
6 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 296.
7 Abundio Zavaleta Martínez, De las tercerías y del llamamiento a terceros en el proceso
civil, tesis profesional, UNAM, México, 1981, pp. 60 y 61.
8 Ibídem, pp. 62 y siguientes.
9 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 232.
10 Cfr. arts. 659 y 660 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
11 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., p. 453.
12 Cfr. con Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 232.
13 Abundio Zavaleta Martínez, op. cit., pp. 86 y siguientes.
40 Juicios universales en general

165 Concepto y clasificación


Juicios universales son aquellos que comprenden o versan sobre la
totalidad del patrimonio de una persona y cuya finalidad es distribuir o
atribuir los bienes comprendidos en dicho patrimonio, que sean
susceptibles de enajenarse, entre las personas que conforme a la ley
tengan derecho a los mismos, o sea, aquellos que “recaen sobre una
universalidad de bienes o derechos” (De Pina y Castillo Larrañaga, p.
346), y no sobre un bien singularmente determinado.1
El mismo Mejía Salazar, en la obra citada, deduce, del concepto que
propone, dos características importantes de los juicios universales:
la primera, que el objeto de estos juicios lo forma el patrimonio de
una persona, entendido como una universalidad de derecho
perteneciente a la persona, sea ésta física o jurídico-colectiva; la
segunda, que la finalidad de dichos juicios es la de distribuir o
atribuir los diferentes bienes que integran el patrimonio de una
persona, y que sean susceptibles de enajenarse, entre aquellos que
conforme a la ley tengan derecho a ellos, como pueden ser los
acreedores o los herederos.
En cuanto a los criterios de clasificación de estos juicios
universales, Mejía Salazar continúa diciendo que pueden ser tres:

165A Clasificación tradicional


Este criterio atiende a las causas que motivan los juicios
respectivos, y pueden ser elestado de insolvenciade una persona
física o jurídico-colectiva, o la muerte de una persona física. Por
tanto, habrá juicios universales que tienen una causa inter vivos,
donde encontramos los juicios o procedimientos originados por el
estado de insolvencia o por la falta de pago; por otra parte, mortis
causa son aquellos juicios que se originan debido al fallecimiento de
una persona física, cuyo patrimonio debe transmitirse a un nuevo
titular. Éste es el amplio campo de los juicios llamados sucesorios
que, a su vez, podrán ser testamentarios o intestados, los cuales se
estudiarán más adelante.2

165B Juicios del fuero federal y juicios del fuero común


Éste constituye el segundo criterio de clasificación de Mejía Salazar
y se formula en atención al órgano al que le corresponde legislar en
lo referente a estos juicios. Así, toca al Congreso de la Unión, que
es federal, legislar en lo que corresponde al concurso mercantil, que
es una materia comercial; por el contrario, corresponde legislar
sobre esta materia a los congresos locales en los casos de los
concursos de acreedores y de los juicios sucesorios, por ser una
materia privada civil y común.

165C En cuanto al derecho sustantivo al que se refieren


Finalmente, los juicios también podrán clasificarse en:

1. Juicios civiles, como es el concurso de acreedores, por


referirse a cuestiones meramente patrimoniales y de carácter
civil.
2. Juicios mercantiles, como es el concurso mercantil, que se
refiere a personas que posean la calidad de comerciantes.
3. Juicios sucesorios, que son testamentarías e intestados, y de
los cuales conocen los juzgados de lo común locales, en cada
una de las entidades federativas.

166 Panorama de los juicios universales en el


derecho procesal positivo mexicano. Crítica
De las consideraciones anteriores podemos concluir que en el
derecho procesal mexicano existen tres sectores de regulación de
estos juicios de carácter universal:

1. Los concursos mercantiles, que están regulados por la Ley de


Concursos Mercantiles, de carácter federal, procedimiento que
por ser mercantil queda en principio fuera del enfoque de
nuestro estudio en este texto y en el curso de Derecho
procesal civil.
2. Los juicios sucesorios regidos por las disposiciones de los
diversos códigos de procedimientos civiles locales, que
constituyen derecho procesal civil de naturaleza común o
local.
3. Los concursos de acreedores, que también se encuentran
reglamentados por las legislaciones procesales civiles locales,
de carácter común.

La diversidad legislativa a que tiene que enfrentarse el estudioso del


derecho procesal civil es, por tanto, motivo de preocupación. Sin
embargo, nuestras referencias al concurso de acreedores y a los
juicios sucesorios, que serán hechas en los subsecuentes capítulos,
tomarán como modelo la legislación procesal civil del Distrito
Federal, sin que la extensión y el propósito de esta obra permitan
hacer un recorrido analítico por el resto de las legislaciones
procesales civiles locales, análisis que de todas suertes se ha
emprendido ya por la doctrina de nuestro país, con resultados
sumamente provechosos.3
El estudio de los concursos mercantiles, a nuestro parecer, no
pertenece ni a un texto ni a un curso de Derecho procesal civil, por
corresponder al derecho procesal mercantil; sin embargo, la muy
prestigiada obra de los maestros De Pina y Castillo Larrañaga
dedica todo un capítulo al estudio de lo que se denominaba juicio de
quiebra.4

167 Naturaleza jurídica de los juicios universales


La doctrina ha planteado la interrogante de si estos llamados juicios
universales pertenecen a la jurisdicción contenciosa, a la jurisdicción
voluntaria o a la jurisdicción mixta, o si, por el contrario, presentan
una naturaleza especial. En esta materia no existe todavía un
consenso, pues se puede afirmar que estos juicios a veces se
encuadran en la llamada jurisdicción mixta, en otras ocasiones
parece que son jurisdicción voluntaria y, también, pueden llegar a
presentar los problemas típicos de ejercicio de la jurisdicción
contenciosa, por parte de los órganos del estado. Probablemente la
confusión se presenta porque durante la tramitación de estos juicios
pueden surgir, en forma inesperada, cuestiones litigiosas que
implicarán, por sí mismas, el desarrollo del proceso, instancias o
fases genuinamente procesales porque tendrán como contenido un
litigio y, por tanto, provocarán función jurisdiccional decisoria de
controversias. Sin embargo, estos extremos no son necesariamente
consustanciales ni típicos de ese tipo de juicios.
Podríamos afirmar, sin mayor dificultad, que no es propio de estos
procedimientos el que lleguen a provocar una verdadera función
jurisdiccional por parte del estado. Ni el concurso mercantil, ni el
concurso de acreedores, ni los trámites sucesorios implican por
fuerza la existencia de una contienda, y por ello tampoco entrañan
necesariamente el ejercicio, en todos los casos, de una verdadera
función jurisdiccional del estado. En principio, consideramos que la
denominación de juicio, atribuida a todas estas tramitaciones, es
impropia, ya que debería reservarse sólo para asuntos de
naturaleza contenciosa, en los que exista una sentencia que dirima
un litigio o controversia. Como hemos puntualizado, la contienda o el
litigio no necesariamente surgen en este tipo de tramitaciones y
creemos que su naturaleza se acerca más a la de verdaderos
trámites de jurisdicción voluntaria, sin perjuicio de que, cuando surja
cuestión alguna entre partes a través del desarrollo de estos
procedimientos, se inicie el juicio o la fase contenciosa
correspondiente, para que, una vez resuelta ésta, se regrese al
curso normal del procedimiento respectivo, en el concurso, en la
quiebra, o en el juicio sucesorio, dando por descontado lo que ya se
ha afirmado en relación con la finalidad común de todos estos
procedimientos, que es la de liquidar un patrimonio, una
universalidad jurídica, para aplicar la misma a los acreedores o a los
nuevos titulares de dicho patrimonio, el cual amerita entrar en
liquidación, ya sea por la muerte de su titular anterior, o bien, por la
insolvencia y por la cesación de pagos del concursado o del
quebrado.
Ovalle Favela,5 citando a Alcalá-Zamora, señala los rasgos
comunes de carácter procesal de estos juicios universales, que son
los siguientes:

1. La intervención de órganos parajudiciales (sujetos que ocupan


una posición intermedia entre la de partes y la de juez) en la
adopción de importantes resoluciones y acuerdos. Ejemplo de
tales órganos son las juntas de interesados (de aspirantes a la
herencia, de herederos instituidos, de acreedores, etc.), y nos
atreveríamos por nuestra parte a agregar a los notarios, en las
tramitaciones sucesorias.
2. Desvinculación procesal del conjunto de bienes,el cual cuenta
con capacidad de ser parte, a título de patrimonio autónomo,y
que actúa en el comercio jurídico mediante un administrador
(el albacea en las sucesiones y el síndico en los concursos).
3. La situación intermedia o de tránsito entre jurisdicción
contenciosa y jurisdicción voluntaria, hasta el extremo de que
el Código de Procedimientos Civiles de 1884 formó con estos
juicios una llamada jurisdicción mixta.
4. La peculiaridad de la acumulación que origina esta clase de
juicios, a la cual el autor citado llama —considerando el plano
de superioridad en que el juicio universal se encuentra
respecto de los singulares— acumulación-absorción.

1 Jesús Mejía Salazar, La regulación de los juicios universales en el Código de


Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, tesis profesional, UNAM, México, 1979,
p. 11.
2 Infra, capítulo 42.
3 Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, Síntesis de derecho procesal, UNAM, México, 1966,
pp. 135 y 136.
4 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, Instituciones de derecho procesal civil,
Porrúa, México, 1979, pp. 189 a 514.
5 José Ovalle Favela, op. cit., p. 398.
41 Concurso de acreedores

168 Concepto y clasificación


Como señala Mejía Salazar,1 nuestra legislación no define al juicio
de concurso de acreedores,pues el art. 2965 del Código Civil para el
Distrito Federal se limita a hablar de su procedencia indicando que
ésta se dará siempre que el deudor suspenda el pago de sus
deudas civiles, líquidas y exigibles. Por su parte, De Pina y Castillo
Larrañaga2 indican que la declaración de concurso supone la
existencia de un conjunto de obligaciones civiles exigibles,
correspondientes a un deudor no comerciante cuyo patrimonio es
insuficiente para satisfacerlas en su totalidad, y la existencia de
varios acreedores. El concurso de acreedores presupone, por otra
parte, el principio de que el deudor responda del cumplimiento de
sus obligaciones con todos sus bienes presentes y futuros.
Doctrinalmente, esto ha planteado la problemática de que, en caso
de afectación del patrimonio del deudor, si éste es insuficiente para
satisfacer la totalidad de las obligaciones a su cargo, qué criterios
van a seguirse para distribuir y aplicar los bienes existentes entre los
diversos acreedores y qué procedimientos habrán de utilizarse para
ello.
De Pina y Castillo Larrañaga, citando a Castán, advierten que los
legisladores, en cuanto al primer problema, suelen resolverlo
estableciendo un principio general de reparto o distribución
proporcional, fundado en que si cada uno de los acreedores tiene
derecho, por igual, al conjunto de los bienes, justo es que todos
ellos sufran proporcionalmente la reducción de sus créditos cuando
el patrimonio del deudor no basta para satisfacerlos por entero. Pero
este principio de igualdad tiene importantes excepciones, pues
determinados acreedores gozan de un derecho de preferencia o
prelación con respecto a los demás, fundado unas veces en una
disposición general de la ley que concede a aquéllos un especial
favor (privilegios), y otras veces en la existencia de un derecho real
constituido a favor de un acreedor sobre uno o varios bienes del
deudor. En cuanto al segundo problema, las soluciones serían:
permitir que cada acreedor ejercite individual y aisladamente su
acción ejecutiva o establecer un procedimiento colectivo, para que
todos los acreedores realicen de manera ordenada y conjunta los
bienes del deudor. Este procedimiento colectivo, intervenido
judicialmente, es el que recibe la denominación de concurso de
acreedores. Agregan los referidos autores que, en opinión de
Castán, el procedimiento colectivo es superior al de las ejecuciones
individuales, porque hace posible la distribución igualitaria y
equitativa de los bienes del deudor, con beneficio para todos. Al
calificar al concurso de acreedores, los mismos autores señalan
como sus características más importantes las siguientes:

Ser universal, inter vivos, atractivo y mixto de declarativo y


ejecutivo. Es universal e inter vivos porque tiene por objeto el
patrimonio de una persona existente, y aunque puede haber ab
intestatus y testamentarías concursados, el hecho de la muerte del
causante será origen de aquellos juicios, mas no del concurso que
se hubiera podido producir sin el fallecimiento; es un universal en el
sentido de que todos los acreedores son llamados a él; es atractivo
porque a él se acumulan otros; y es declarativo y ejecutivo, lo
primero, porque en él se hacen muchas declaraciones de derechos,
como las de reconocimiento, graduación de créditos, calificación del
concurso o terminación del mismo, y lo segundo, por tomarse
muchas medidas de ejecución, ya preventivas o cautelares, como el
embargo, inhabilitación del concursado, intervención y
administración de sus bienes, etc., ya posteriores a resoluciones
declarativas o no, como el pago de créditos hasta donde alcancen
los bienes.
En cuanto a la clasificaciónde los diversos tipos o clases de
concursos que existen, dice Mejía Salazar:3

Puede ser de dos clases en atención a la persona o personas que lo


promuevan. Se llama concurso voluntario cuando es el propio deudor
común quien inicia el juicio de concurso, y se llama concurso necesario
cuando son los acreedores los que lo inician. De acuerdo con nuestra
legislación, el juicio de concurso “es voluntario cuando el deudor se
desprende de sus bienes para pagar a sus acreedores y es necesario
cuando dos o más acreedores de plazo cumplido han demandado o
ejecutado ante uno o diversos jueces a sus deudores y no haya bastantes
para que cada uno secuestre lo suficiente para cubrir su crédito y costas”
(art. 738).

169 El sujeto concursado


Se puede conceptuar el concursado o deudor común como aquella
persona física o colectiva que, sin ser comerciante, ha suspendido el
pago de sus deudas líquidas y exigibles por no contar con liquidez
en determinado momento. La persona concursada debe ser un
particular no comerciante, pues de lo contrario tendría que
sometérsele a un juicio de quiebra.
Además, debe puntualizarse que la falta de liquidez en
determinado patrimonio no implica necesariamente, como con
frecuencia se ha creído, que el pasivo supere al activo; éstos son
conceptos meramente contables. Puede existir, y de hecho existe,
una serie de situaciones en las cuales, aunque el activo sea superior
al pasivo, se da la cesación en el cumplimiento de las obligaciones
vencidas y exigibles, caso en el cual procederá el concurso, aunque,
repetimos, el activo sea superior al pasivo. Es el caso característico
de un comerciante que puede en un momento dado tener sus
bodegas repletas de mercancías, pero no puede, por cualquier
circunstancia, venderlas, y al carecer de efectivo no puede hacer
frente al pago de sus obligaciones, en dinero.
El estatus del concursado implica que una vez que se da la
declaración de concurso,éste queda incapacitado para seguir
administrando sus bienes, así como para desempeñar cualquier otra
administración que pudiera corresponderle y, además, lo anterior
ocasiona que se venza anticipadamente el plazo de sus deudas;
esto implica una limitación a la capacidad de ejercicio del deudor
común, en lo referente a sus derechos de carácter pecuniario, y no
así respecto del ejercicio de los derechos relativos a su persona, ya
que éstos podrá ejercitarlos libremente y por sí mismo; así, por
ejemplo, podrá ejercitar todas las acciones relativas a su estado
civil, como sería el caso del divorcio. Además, el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal le reserva las
facultades siguientes:

a) Puede asistir, por sí o apoderado, a todas las juntas de


acreedores que se celebren (art. 747).
b) Oponerse al concurso necesario, o pedir la revocación del
concurso voluntario, dentro del tercer día siguiente a la
declaración del concurso voluntario, siempre que alegue algún
error en la apreciación de sus negocios (arts. 740 y 742).
c) Oponerse a la adjudicación de sus bienes (art. 753).
d) Celebrar convenios con los acreedores, pero únicamente en
las juntas de acreedores debidamente constituidas,
debiéndosele otorgar carta de pago y cubrir previamente las
costas y los créditos privilegiados (art. 753, así como los arts.
2968 y 2969 del Código Civil para el Distrito Federal).
e) Objetar los créditos presentados contra él (art. 749).
f) Intervenir como parte en los incidentes relativos a la
rectificación de créditos, pero no a la graduación, y también en
las cuestiones relativas a la enajenación de bienes (art. 767).
g) Intervenir como parte en los incidentes relativos a alimentos si
se trata de deudor de buena fe (art. 768). En todas las demás
cuestiones será representado por el síndico (art. 767).4
El mismo autor indica que el concursado tiene derecho a recibir
alimentos cuando esté sujeto a patria potestad o a tutela, o cuando
estuviere físicamente impedido para desempeñar algún trabajo, o
cuando sin su culpa careciere de bienes, de una profesión o un
oficio, siempre que el valor de los bienes sea superior al importe de
los créditos. Pero si en el curso del juicio se hace constar que los
bienes son inferiores a los créditos, entonces cesarán los alimentos.
Critica también los arts. 545 y 768 del Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal porque, en su opinión, el segundo de
dichos dispositivos es innecesario tal como está redactado en la
actualidad, y en cuanto al 545, este autor opina que el concursado
debería tener derecho a recibir alimentos, sin importar si es mayor o
menor el valor de sus bienes que el importe de sus créditos.
Compartimos la opinión del autor citado, puesto que el referido
derecho a alimentos se hace inoperante en la gran mayoría de los
casos.

170 El síndico en el concurso


La figura del síndico es de tal importancia que Mejía Salazar,5 al
referirse a esta figura procesal, divide su estudio en las cuestiones
siguientes:

a) Concepto.
b) Naturaleza jurídica.
c) Clases.
d) Personas que pueden desempeñar la sindicatura.
e) Funciones.
f) Honorarios.
g) Responsabilidad.

Seguiremos en gran parte al referido autor, conservando el mismo


orden de exposición que él sugiere.
170A Concepto
A partir de la definición del propio Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal, puede afirmarse que “el síndico es el
administrador de los bienes del concurso, debiendo entenderse con
él las operaciones ulteriores a toda cuestión judicial o extrajudicial
que el concurso tuviere pendiente o que hubiere de iniciarse”. Puede
considerarse, de tal suerte, que esta figura que también existe en
las quiebras mercantiles, es un administrador de los bienes sujetos
al procedimiento concursal, o sea, es un administrador de los bienes
de la masa. Es una figura paralela al albacea de los juicios
sucesorios.

170B Naturaleza jurídica


Las dos posiciones doctrinales dominantes en torno a la naturaleza
de la figura del síndico son, por una parte, la que lo considera como
un representante y, por la otra, la que afirma que es un órgano
auxiliar de la administración de justicia. Gelsi Bidart, citado por Mejía
Salazar, al preguntarse sobre la naturaleza de este órgano de la
quiebra estima que no corresponde a la de un representante de
ninguno de los sujetos procesales involucrados; tampoco es
apoderado de los mismos ni reviste la calidad de sustituto, porque
actuando en nombre propio no lo hace en sentido estricto ni de los
acreedores, ni del fallido, sino más bien como los órganos públicos
legitimados como parte, es decir, legitimados en interés social o
público, para ejercer tal actividad en un proceso como el de quiebra,
pudiendo en consecuencia su actuación coincidir con el interés de
alguno de los interesados o incluso no coincidir con ninguno de
dichos intereses.
Estamos de acuerdo con la anterior opinión de que constituye un
órgano público legitimado como parte y, además, es representante,
no del fallido ni de los acreedores, sino de un interés social, público
y general similar al que tutela el Ministerio Público, como ya ha
quedado apuntado. Es obvio que sí representa a la masa de bienes
o conjunto patrimonial que está afectado por el procedimiento
concursal.

170C Clases
En cuanto a la clase de síndicos, éstos pueden ser: síndico
provisional, designado por el juez una vez declarado el concurso; y
síndico definitivo, que es aquel nombrado por los acreedores en la
junta de rectificación y graduación de créditos, aunque también
puede llegar a ser nombrado por el propio juez en defecto de las
personas asistentes.

170D Personas que pueden desempeñar la sindicatura


El art. 87 de la Ley Orgánica del Tribunal Superior de Justicia del
Distrito Federal6 establece en sus ocho fracciones los requisitos que
deben llenar las personas para poder ser síndicos:

a) Ser ciudadano mexicano en pleno uso y goce de todos sus


derechos políticos y civiles;
b) Ser licenciado en Derecho con cédula profesional expedida
por la autoridad o institución legalmente facultada para ello y
acreditar una práctica profesional, no menor de cinco años;
c) Gozar de buena reputación;
d) No encontrarse comprendido en el caso previsto por el art. 88
de esta ley;
e) No haber sido condenado por delito que amerite pena
privativa de libertad de más de un año de prisión, pero si se
tratare de robo, fraude, falsificación, abuso de confianza u otro
que lastime seriamente la buena fama en el concepto público,
inhabilitará para el cargo cualquiera que haya sido la pena;
f) No haber sido removido de otra sindicatura, por falta o delitos
cometidos en el ejercicio de sus funciones;
g) No estar comprendido en alguna de las restricciones a que se
refiere el art. 762 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal; y
h) Tener domicilio en el Distrito Federal.

170E Funciones
Se advierte que éstas son diferentes, si se trata del síndico
provisional o del definitivo. A aquél le corresponde hacer un breve
informe para presentarlo al principiar la junta de rectificación y
graduación de créditos. En dicho informe se referirá al estado
general del activo y pasivo del deudor común; a los documentos
justificativos de cada uno de los créditos; a la clasificación de los
créditos de acuerdo con sus privilegios, y a su dictamen acerca de
cada uno de los créditos presentados con anterioridad a la junta y
de los cuales haya tenido conocimiento. Finalmente, este síndico
provisional podrá, previa autorización del juez, enajenar bienes o
valores del concursado que corran el riesgo de perderse,
deteriorarse, disminuir su precio, etc. Por lo que se refiere al síndico
definitivo, deberá tomar posesión bajo inventario de los bienes,
libros y papeles del concursado; entenderse de todas las
operaciones que correspondan a toda cuestión judicial o
extrajudicial que el concursado hubiere tenido pendiente, así como
de las que deban iniciarse; dar fianza dentro de los 15 días
siguientes a su aceptación de cargo; ejecutar personalmente o por
medio de un mandatario todas las funciones que deban realizarse
fuera del asiento del juzgado; depositar mensualmente el dinero que
hubiere percibido como resultado de su administración; presentar al
juzgado dentro de los 10 primeros días de cada mes un estado de la
administración de los bienes del concursado.7

170F Honorarios
Se informa que el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal no regula los honorarios que deberá percibir el síndico y que
de esta omisión adolece también la Ley Orgánica del Tribunal
Superior de Justicia del Distrito Federal, por lo que se considera que
estos honorarios deberán fijarse por convenio celebrado entre el
síndico y la junta de acreedores. En este caso, Mejía Salazar8
sostiene que “es necesario que la Ley Orgánica establezca un
arancel para quienes ejercen el cargo de síndicos, albaceas o
interventores, ya que sus funciones son muy distintas aun siendo
abogados de las que se ejercen en un juicio singular como
procurador o patrono de una de las partes contendientes”.

170G Responsabilidad
Advierte el mismo autor que el síndico es responsable del exacto
cumplimiento de las funciones que la ley le encomienda y señala,
específicamente, que si el mismo falta al cumplimiento de sus
obligaciones o facultades, podrá ser removido de su encargo y
perderá el derecho de cobrar honorarios; independientemente de lo
anterior, el síndico puede incurrir en responsabilidad por la
realización de actos ilícitos civiles o penales, y estará obligado al
pago de daños y perjuicios causados a los acreedores por su
conducta, por lo que será merecedor de las sanciones
correspondientes.

171 Los acreedores en el concurso


“Los acreedores listados en el estado del deudor o que presenten
sus documentos justificativos tienen derecho a nombrar un
interventor que vigile los actos del síndico.”9 Por su parte, Ovalle
Favela explica lo siguiente:10

Los acreedores, que son las personas que tienen en su favor un


crédito pendiente a cargo del concursado, están facultados tanto
para demandar el concurso necesario (art. 738) como para
promover la revocación de la declaración del concurso. También
tienen derecho a:

1. Objetar los créditos reconocidos por el deudor y a denunciar


cualquier acto culpable o fraudulento del mismo, para lo cual
deben ofrecer las pruebas respectivas (arts. 744, 749 y 750).
2. Presentar en el juzgado, en el plazo fijado por éste, la
demanda de reconocimiento, graduación y pago de sus
créditos, así como los títulos justificativos de éstos,
expresando su monto, origen y naturaleza (arts. 739, fracc. ,
y 744).
3. Examinar los papeles y documentos del concursado en la
secretaría del juzgado antes del reconocimiento de los créditos
(arts. 747 y 748).
4. Asistir, por sí o por apoderado, a la junta de reconocimiento y
graduación de créditos (arts. 747 y 748).
5. Designar al síndico definitivo (art. 753) y al interventor (art.
758).
6. Celebrar acuerdos con el concursado (art. 753).
7. Integrar, por sí mismos, o a través de sus representantes, la
junta de acreedores (arts. 747 y 748).

Podemos afirmar que los sujetos acreedores del concurso son los
destinatarios del procedimiento concursal mismo y, en última
instancia, sus beneficiarios; el procedimiento concursal tiene como
meta primordial satisfacer los intereses de los acreedores en la
medida en que lo permitan los activos del deudor común sujeto a
concurso.

172 Atractividad del juicio de concurso


Al igual que para los juicios sucesorios (art. 778), el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal establece la
atractividad de los juicios de concurso (art. 739, fracc. ). La regla,
por lo demás, es bastante sencilla al disponerse que una vez
declarado el concurso el juez resolverá:

Pedir a los jueces ante quienes se tramiten pleitos contra el


concursado, los envíen para su acumulación al juicio universal. Se
exceptúan los juicios hipotecarios que estén pendientes y los que
se promuevan después, y los juicios que se hubiesen fallado en
primera instancia; éstos se acumularán una vez que se decidan
definitivamente. Se exceptúan igualmente los que procedan de
créditos prendarios y los que no sean acumulables por disposición
expresa de la ley.

Estos juicios son universales y atractivos,y esa atractividad implica


la necesidad de que los juicios pendientes de tramitación o de
tramitación futura se acumulen al juicio universal. Este principio de
acumulación por atractividad se contempla en la legislación procesal
civil del Distrito Federal. En estos casos no llega a haber una fusión
material de los expedientes en el sentido de que los provenientes de
otros tribunales por causas pendientes en contra del concursado
deban llevarse juntamente, en forma física, con las constancias de
la propia tramitación concursal; lo único que sucede es que los
expedientes de todos los asuntos relacionados con el concurso
deben tenerse a la vista, guardarse juntos y tenerse todos como
relacionados con el propio concurso y a las resultas de este punto.11

173 Desarrollo del procedimiento concursal


En el procedimiento concursal cabe distinguir, de acuerdo con
Alcalá-Zamora, cuatro fases:

1. La de declaración del concurso y aseguramiento inicial;


2. La de rectificación y graduación de crédito, en la que se
incluye el nombramiento del síndico definitivo;
3. La de remate y enajenación; y
4. La de distribución y pago.
A estas fases hay que añadir, señala el autor hispano, las
actuaciones concernientes a la administración. A continuación se
examinará cada una de estas fases.
Ya se ha explicado que el juicio de concurso puede ser promovido
tanto por el deudor insolvente, desprendiéndose de sus bienes para
pagar a sus acreedores, como por los de éstos que hayan procedido
judicialmente contra su deudor, sin haber encontrado bienes
suficientes para cubrir sus créditos y costos. En el primer caso se
trata del concurso voluntario y, en el segundo, del concurso
necesario.
De acuerdo con el art. 739 del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal, una vez declarado el concurso el juez debe:

1. Notificar, personalmente o por cédula, al deudor, la iniciación


de su concurso necesario y por el Boletín Judicial, el concurso
voluntario.
2. Notificar la iniciación del concurso también a los acreedores,
mediante edictos por publicarse en dos periódicos de
información; los acreedores que haya en el lugar del juicio
deberán ser citados por medio de cédula, por correo o
telégrafo si fuese necesario.
3. Nombrar síndico provisional.
4. Decretar el embargo y aseguramiento de los bienes, libros,
correspondencia y documentos del deudor, diligencias que
deben practicarse en el día, sellando las puertas de los
almacenes y despachos del deudor, así como los muebles
susceptibles de embargo que se hallen en el domicilio del
deudor mismo.
5. Notificar a los deudores la prohibición de hacer pagos o
entregar efectos al concursado, y la orden a éste de entregar
los bienes al síndico, bajo el apercibimiento de segundo pago
a los primeros y proceder penalmente contra el deudor que
ocultase cosas de su propiedad.
6. Señalar un plazo, no menor de ocho días ni mayor de 20 para
que los acreedores presenten en el juzgado los títulos
justificativos de sus créditos, con copia para ser entregada al
síndico.
7. Fijar día y hora para la junta de rectificación y graduación de
créditos, que deberá celebrarse 10 días después del plazo
mencionado en el número anterior. El día señalado para esta
junta, así como el nombre y domicilio del síndico, se harán
saber en los edictos aludidos en el punto 2.
8. Pedir a los jueces ante quienes se tramiten juicios contra el
concursado que los envíen, para su acumulación, al juicio
universal, exceptuándose los juicios hipotecarios y los que
procedan de créditos prendarios, así como los juicios que
hayan sido fallados en primera instancia, los cuales se
acumularán una vez que se decidan mediante sentencia
firme.12

Finalmente, en cuanto al procedimiento concursal Mejía Salazar13


se pregunta cuáles son las fases del juicio de concurso con el
propósito de sistematizar su estudio, y para poder responder a tal
interrogante acude a la distribución por capítulos contenida respecto
de este tema tanto en el Código de Procedimientos Civiles de 1884
como en el actualmente en vigor, de 1932, advirtiendo que dichas
divisiones legislativas son arbitrarias y carentes de sistematización.
Señala, sin embargo, que el código de 1884 fue superior al actual en
este punto, y dividió en cuatro las secciones de tramitación de los
juicios de concurso:

a)La sección de sustanciación.


b) La sección de administración.
c) La sección de graduación.
d) La sección de ejecución.

Después de citar a Ovalle Favela y a Alcalá-Zamora, Mejía Salazar


postula las fases de desarrollo siguientes:
❖ Declaración del concurso y sus efectos.
❖ Reconocimiento y graduación de créditos.
❖ Terminación del concurso, distribución de los bienes y pago a
los acreedores.

En torno al inicio del juicio de concurso,reitera lo ya expresado en el


sentido de que éste puede ser voluntario o necesario.
En cuanto a la declaración del concurso y susefectos, reitera
Mejía Salazar lo que ya hemos apuntado de Ovalle Favela. En lo
que respecta al reconocimiento y la graduación de créditos,se hace
referencia a la junta respectiva, en la cual el juez debe declarar, de
acuerdo con la votación de los acreedores, cuáles créditos deben
reconocerse como legítimos, por qué cantidades y, además, el
orden en que deben pagarse, o sea, la graduación o prelación de los
mismos. La fase siguiente consiste precisamente en la distribución
de los bienes y el pago a los acreedores y, consecuentemente, en la
terminación del concurso. Ahí, Mejía Salazar advierte que el
concurso puede terminar en diversas formas, citando para ello a
Pallares, de tal suerte que dicha terminación podría ser:

a) Por revocación del auto que lo declaró.


b) Por convenio celebrado por los acreedores con el deudor
común, en los términos del art. 753 del código vigente, que
exige la unanimidad de dichos acreedores para la validez del
convenio.
c) Por aplicación en pago que se haga a los acreedores, de los
bienes del deudor común.
d) Por realización de los bienes que forman la masa, en remate
judicial o fuera de dicho remate, como previene el art. 754 del
mismo código, y pago a los acreedores.

Para terminar su mención de estas cuestiones, el propio Mejía


Salazar advierte que durante la tramitación de los juicios de
concurso pueden surgir conflictos entre las partes, lo que dará
origen a pequeños procedimientos contenciosos dentro del mismo
juicio concursal. Estima que dichos procedimientos quedan
encuadrados dentro de la jurisdicción mixta al considerar que puede
haber juicios de concurso en los que en ningún momento surjan
conflictos, por lo que su trámite se realizará como si fuera un mero
procedimiento de jurisdicción voluntaria. Sin embargo, si surgen
conflictos ya sea entre el concursado y los acreedores, entre los
acreedores entre sí o entre el síndico y el concursado, tales
cuestiones entrañarán una problemática que debe ser resuelta a
través de jurisdicción contenciosa.Analiza, por último, las
oposiciones que en materia de concurso pueden darse, según las
disposiciones del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, y las detalla de la manera siguiente:

a) Oposición a la declaración del concurso, sea éste voluntario o


necesario.
b) Oposición al reconocimiento de un crédito admitido por la
mayoría.
c) Oposición de alguno de los acreedores al convenio celebrado
por la junta de acreedores con el concursado.
d) Oposición del concursado a la adjudicación de sus bienes.
e) Oposición a las cuentas presentadas por el síndico.
f) Oposición por el mal desempeño de la sindicatura.

1 Jesús Mejía Salazar, op. cit., s. d., p. 37.


2 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, Instituciones de derecho procesal civil,
Porrúa, México, 1979, p. 79.
3 Jesús Mejía Salazar, op. cit., p. 40.
4 Ibídem, p. 42.
5 Ibídem, pp. 51 y siguientes.
6 Esta ley de febrero de 1996 reglamenta lo relativo a los síndicos en sus arts. 81 a 94. El
art. 82 faculta al Consejo de la Judicatura para formular las listas de los síndicos
provisionales que podrán designar los jueces.
7
Cfr. arts. 745, 760, 761, 763 a 765 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal.
8 Jesús Mejía Salazar, op. cit., p. 58.
9 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., p. 481.
10 José Ovalle Favela, op. cit., p. 402.
11 Cfr. Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 301.
12 José Ovalle Favela, op. cit., pp. 403 y 404.
13 Jesús Mejía Salazar, op. cit., pp. 63 a 90.
42 Los juicios sucesorios

174 Concepto y clasificación de los juicios


sucesorios
Con esta denominación se designa a los procedimientos universales
mortis causa que tienen por objeto la transmisión del patrimonio del autor
de la sucesión, en favor de sus herederos y legatarios. Los juicios
sucesorios son intestados o ab-intestato cuando el autor de la sucesión
haya fallecido sin haber dejado testamento válido, por lo cual la
transmisión del patrimonio hereditario debe llevarse a cabo de acuerdo
con las reglas de la sucesión legítima (arts. 1599 a 1637 del Código
Civil).A losjuicios sucesorios se les llama testamentarías cuando,
habiendo dejado expresada su voluntad, el autor de la sucesión en un
testamento, la transmisión del patrimonio hereditario se debe ajustar a lo
ordenado en dicho testamento.1
Es oportuno, para nosotros, reiterar aquí lo que hemos expuesto en
otra obra2 en el sentido de que si bien la tramitación sucesoria es
“muy similar a la concursal; lo que cambia fundamentalmente de una
a otra es que en la primera, el supuesto es el fallecimiento de la
persona titular del patrimonio y la finalidad es la liquidación de ese
patrimonio realizada entre los herederos, legatarios y acreedores”.
El juicio sucesorio, en tal virtud, es un procedimiento ejecutivo de
liquidación mediante el cual se toma todo el patrimonio, o sea, el
conjunto de obligaciones y derechos estimables en dinero, de una
persona y, en virtud del fallecimiento de ésta, se hace una
depuración, una liquidación y una aplicación de sus bienes, pagando
las deudas, cobrando los créditos, determinando ingresos y egresos,
poniendo al corriente las cuentas y depurando los pasivos y los
activos, de manera que después de haber sido liquidadas y
aclaradas todas esas situaciones, los bienes restantes, una vez
cubiertas las deudas y los créditos, puedan ser aplicables y
adjudicados a quienes tengan derecho de ser sus nuevos titulares.

175 Testamentarías e intestados


Como ha quedado apuntado líneas arriba, los juicios sucesorios
pueden ser de dos clases: testamentarías o intestados. La
testamentaría es el juicio sucesorio que se abre por la muerte del
autor del testamento, con las mismas finalidades ya apuntadas, pero
habiendo quedado expresada en el texto del testamento la voluntad
del autor de la sucesión, respecto del destino final de los bienes que
formaban su patrimonio al momento de la muerte. Por el contrario, la
intestamentaría presupone que el autor de la sucesión, al fallecer,
no dejó ninguna disposición testamentaria sobre su patrimonio3 y, en
tal virtud, se van a aplicar, como ya lo hemos citado de Ovalle
Favela, las reglas de la sucesión legítima contenidas en los arts.
1599 a 1637 del Código Civil.

176 Secciones en que se dividen


En realidad, las secciones en que se divide un juicio sucesorio
forman, por un lado, las distintas etapas de su tramitación y, por otro
lado, los diferentes cuadernos o expedientes que se van abriendo,
en virtud del tránsito de unas etapas a las otras. Ovalle Favela
citando parcialmente a Becerra Bautista establece, a través de
cuatro interrogantes, las mismas cuatro secciones de los juicios
sucesorios: quiénes son los herederos, qué bienes constituyen el
acervo hereditario, cómo deben distribuirse éstos y cómo deben
administrarse. Ello da lugar a que:

[...] estas cuatro finalidades vienen a quedar enmarcadas en las


cuatro secciones que integran todo juicio sucesorio, de acuerdo con
los artículos 784 a 788 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, de la siguiente manera:

1) La primera sección (sucesión): el reconocimiento de los


derechos sucesorios.
2) La segunda (inventario): el inventario y avalúo de los bienes.
3) La tercera (administración): la administración de los bienes.
4) La cuarta (partición): la partición y aplicación de los bienes.4

El contenido en detalle de cada una de estas cuatro secciones se


precisa en los arts. 785, 786, 787, 788 del propio Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, a cuya lectura
remitimos.

177 Atractividad
La atractividad de los juicios sucesorios es, en todo caso, un
fenómeno de acumulación procesal en el cual:

Se pueden contemplar tres especies de fenómenos distintos,


dándose así lugar a lo que se ha llamado acumulación de partes
(litisconsorcio); acumulación de acciones (de pretensiones); y
acumulación de autos (o de expedientes)... nosotros sí pensamos
que las razones fundamentales de toda acumulación radican en un
principio de economía procesal y también en un principio lógico...
ahí donde pueda existir la concentración y se evite, a través de ella,
la duplicidad o multiplicidad de situaciones y relaciones procesales,
habrá indudablemente un ahorro de actividad jurisdiccional y de
actividad accionadora; por otra parte, es aconsejable que las
cuestiones relacionadas o conexas entre sí se resuelvan al mismo
tiempo por el mismo juzgador, con lo que es dable evitar
resoluciones contradictorias entre sí, en asuntos que quizá también
estén íntimamente vinculados o relacionados... La acumulación de
expedientes de asuntos relacionados con las sucesiones opera en
una forma paralela y similar a la de la acumulación concursal.
Nuestra legislación procesal civil al respecto establece que son
acumulables a los juicios testamentarios y a los intestados:

I. Los pleitos ejecutivos incoados contra el finado antes de su


fallecimiento.
II. Las demandas ordinarias por acción personal, pendientes en
primera instancia contra el finado.
III. Los pleitos incoados contra el mismo por acción real que se
hallen en primera instancia, cuando no se sigan en el juzgado
del lugar en que esté sita la cosa inmueble o donde se
hubieren hallado los muebles sobre los que se litigue.
IV. Todas las demandas ordinarias y ejecutivas que se deduzcan
contra los herederos del difunto en su calidad de tales
después de denunciado el intestado.
V. Los juicios que sigan los herederos, deduciendo la acción de
petición de herencia, ya impugnando el testamento o la
capacidad de los herederos presentados o reconocidos, o
exigiendo su conocimiento, siempre que esto último acontezca
antes de la adjudicación.
VI. Las acciones de los legatarios, reclamando sus legados
siempre que sean posteriores a la facción de inventarios y
antes de la adjudicación, excepto los legados de alimentos, de
pensiones, de educación y de uso y habitación (art. 778 del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal).5

178 El albacea. Naturaleza jurídica del cargo


Se considera al albacea como “uno de los sujetos más importantes
en los juicios sucesorios, al igual que acontece con el síndico en los
juicios de concurso”;6 el mismo Mejía Salazar, al estudiar la figura
del albacea, habla entre otras cosas de los extremos siguientes:
concepto, naturaleza jurídica, clases, personas que pueden
desempeñar el albaceazgo, funciones, honorarios, responsabilidad,
y el caso del albacea único heredero.
Tratando de resumir las ideas citadas por el señalado autor,
convenimos con él en que: “El albacea es el administrador de los
bienes que constituyen la masa hereditaria, encargándose por lo
tanto de la realización de todos los actos tendientes a la
conservación, administración y adjudicación de los bienes del de
cujus.”
En cuanto a la naturaleza jurídica del albacea, en la doctrina
también se ha debatido en puntos similares a los de la polémica
para determinar la naturaleza jurídica de los síndicos. El albacea
desempeña una función como auxiliar de la administración de
justicia; sin embargo, en algunas resoluciones judiciales de la
Suprema Corte de Justicia se ha asimilado el cargo al de un
mandatario. Mejía Salazar, citando a Becerra Bautista, expone su
pensamiento en el sentido de que al constituir la sucesión un
patrimonio autónomo, para efectos procesales, el albacea tiene una
representación funcional de ese patrimonio.
Por lo que toca a las clases de albaceas, en función del origen de
su designación pueden ser testamentarios, legítimos y
convencionales, así como dativos. El primero es el concebido por la
vía de un testamento; el legítimo, cuando fuere heredero único y no
se haya nombrado otro albacea en el testamento; el convencional es
el designado por los propios herederos en la junta respectiva y el
dativo es el nombrado por el juez cuando en la votación efectuada
por los herederos para designarlo no hubiere mayoría, o cuando no
haya heredero o el nombrado no entre en la herencia; en cuanto al
número de personas que lo desempeñen, éste puede ser
unipersonal o pluripersonal; en lo que toca a las facultades, el
albaceazgo puede ser universal o especial; por lo que atañe al
momento procesal en que se le nombre podrá ser albacea
provisional o albacea definitivo.
En cuanto a la calidad de las personas que puedan desempeñar
el cargo, debemos referirnos al art. 100 de la Ley Orgánica del
Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal vigente, que
establece que los albaceas, tutores, curadores, depositarios, así
como interventores diversos a los de concurso, ya sean
provisionales o definitivos, designados por los jueces, deberán
reunir los mismos requisitos establecidos para los síndicos en
aquello que sea compatible con su carácter y función. En tal virtud,
al establecerse este paralelismo legal se nos remite a los requisitos
que la ley establece para los síndicos, aunque algunos de ellos no
serían aplicables a los albaceazgos ya que el desempeño de este
último cargo no exige que se cumplan todos los requisitos que son
exigibles para la sindicatura, tales como la ciudadanía o el ser
licenciados en derecho.
Por tanto, se afirma que puede desempeñar el cargo de albacea
cualquier persona siempre que tenga la libre disposición de sus
bienes y posea capacidad de goce y de ejercicio. No obstante, la
propia ley señala algunos impedimentos para el desempeño del
cargo y el art. 1680 del Código Civil fija quiénes no pueden ser
albaceas, excepto en los casos de ser herederos únicos, y así
menciona a los magistrados y jueces que estén ejerciendo
jurisdicción; a los que por sentencia hubieren sido removidos otra
vez del cargo de albacea; a los que hayan sido condenados por
delitos contra la propiedad y a los que no tengan un modo honesto
de vivir.
En cuanto a las funciones del albacea, dice el mismo Mejía
Salazar que éstas y las obligaciones y facultades las reglamenta el
Código Civil siguiendo dos criterios distintos. Así, establece en su
art. 1706 algunas de las obligaciones a su cargo; por otra parte las
contiene también, en diversas disposiciones aisladas previstas en
los arts. 1695, 1699, 1700, 1717, 1719 al 1723 y, finalmente, se
refiere al art. 772 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal, en el que se le otorgan funciones de mera
conservación de los bienes y el pago de deudas con autorización
judicial. Opina el autor en consulta que en realidad bastaría que el
legislador estableciera como función del albacea el llevar a cabo la
tramitación del juicio sucesorio por todas sus etapas, encargándose
de la conservación, administración y distribución o venta de los
bienes que integran la masa hereditaria, con las facultades y
obligaciones de un apoderado general para actos de administración,
pleitos y cobranzas, debiendo solicitar el consentimiento de los
herederos y, en su defecto, la autorización judicial para la realización
de aquellos actos que se refieren a bienes de la masa hereditaria
cuyo valor sea superior al monto de la garantía otorgada para el
desempeño del cargo y en los casos en que no se haya otorgado
fianza.
En cuanto a la responsabilidad, le toca al albacea la relativa al
correcto desempeño de su cargo, pudiendo incurrir en ella por los
delitos que cometa con el propósito de disminuir la masa hereditaria,
así como por aquellos actos que impliquen deslealtad para con el
juez, los herederos, legatarios y demás sujetos que intervengan en
el juicio sucesorio correspondiente, por lo que podrá ser removido
de su cargo mediante el incidente que se promueva durante el juicio
y en el que se prueben las causas de la remoción, y será
responsable de los daños y perjuicios que con su conducta hubiere
causado a la sucesión; también incurrirá en responsabilidad por los
daños y perjuicios que ocasione por no desempeñar el cargo una
vez aceptado.
Finalmente haremos referencia al contenido del art. 1745 del
Código Civil, que dispone los casos en que los cargos de albacea e
interventor acaban, a saber: por el término natural del encargo; por
muerte; por incapacidad legal declarada en forma; por excusa que el
juez califique de legítima con audiencia de los interesados y del
Ministerio Público, cuando se interesen menores o la beneficencia
pública; por terminar el plazo señalado por la ley y las prórrogas
concedidas para desempeñar el cargo; por revocación de sus
nombramientos hecha por los herederos, y por remoción.

179 El interventor
En realidad, el legislador del Distrito Federal, en materia procesal
civil, ha sido bastante desafortunado al utilizar el vocablo interventor
en diversas disposiciones del código refiriéndose, en rigor, a figuras
diferentes. Por una parte, una verdadera figura de interventor se
daría cuando, tal como lo advierte Ovalle Favela,7 tal denominación
corresponde al nombrado por el heredero o los herederos
inconformes con el nombramiento previo de albacea hecho por la
mayoría y que “tiene como función vigilar ‘el exacto cumplimiento del
cargo de albacea’”. Es decir, la verdadera figura del interventor
corresponde a la de un funcionario que tiene como primordial
atribución la de vigilar, fiscalizar y verificar el funcionamiento y el
desempeño del cargo de otro funcionario. Tal es el caso del
interventor en los concursos, en que éste tiene como atribución la de
vigilar los actos de los síndicos. Por ello, el verdadero interventor, en
las sucesiones, sería el que vigile, en cualquier forma, el
desempeño del albacea. Por lo demás, las otras denominaciones
que usa el Código se refieren a diversos tipos de funcionario y de
atribuciones, como con todo acierto lo indica el propio Ovalle, en los
diversos casos sancionados por la legislación procesal, que son:

[...] cuando, pasados diez días de la muerte del autor de la


sucesión, no se presenta el testamento o cuando en él no está
nombrado el albacea, o, por último, si no se denuncia el intestado
(art. 771). Este tipo de interventor funciona sólo como un simple
depositario de los bienes hereditarios hasta que se nombre el
albacea (arts. 772 y 773); su papel se asemeja al del síndico
provisional en el juicio de concurso, por lo cual, con razón, Alcalá-
Zamora opina que debió denominársele albacea provisional para
evitar confundirlo con el otro interventor.8

Tal comentario del propio Ovalle, citando a Alcalá-Zamora, nos


parece un agudo señalamiento del desafortunado uso, que ya
mencionábamos, del término interventor,que en realidad se emplea
para diversas figuras que podrían tener participación provisional o
paralela a la del propio albacea, tal como ha quedado indicado.
180 El Ministerio Público en los juicios sucesorios
De la legislación vigente en materia sucesoria en el Distrito Federal
son ocho las disposiciones del Código Civil y13 las disposiciones del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal que se
refieren a la intervención del Ministerio Público en materia sucesoria.
En el Código Civil para el Distrito Federal, los artículos respectivos
son 1483, 1551, 1654, 1668, 1726, 1745-iv, 1769 y 1776; por lo que
se refiere al Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, los artículos relativos son los siguientes: 769, 770, 779,
795, 802, 803, 808, 811, 843, 877, 878, 886 y 887.
Iniciemos, en primer término, el análisis de las disposiciones
contenidas en el Código Civil,en los términos siguientes:

❖ al reglamentarse la carga perpetua sobre el heredero, se


establece que éste podrá capitalizarla e imponer el capital a
interés con primera y suficiente hipoteca, y que dicha
capitalización e imposición del capital se hará con intervención
de la autoridad correspondiente y con audiencia de los
interesados y del Ministerio Público (art. 1483);
❖ al reglamentarse la apertura del sobre que contenga el
testamento ológrafo,esto deberá hacerse en presencia del
Ministerio Público (art. 1561);
❖ la herencia dejada a los menoresydemás incapacitadosserá
aceptada por sus tutores, quienes podrán repudiarlacon
autorización judicial, previa audiencia del Ministerio Público
(art. 1654); en lo referente a la aceptación o repudiación de
herencias, cuando se trata de corporaciones de carácter
oficial,no podrán hacer la repudiación sin aprobación judicial y
previa audiencia del Ministerio Público (art. 1668);
❖ en los casos en que sea heredera la beneficencia pública o
los herederos fueran menores, intervendrá el Ministerio
Público en la aprobación de las cuentas (art. 1726);
❖ los cargos de albacea e interventor pueden acabar, entre otras
causas, por excusaque el juez califique de legítima, con
audiencia de los interesados, y del Ministerio Público cuando
se interesen menores a la beneficencia pública (art. 1745,
fracc. );
❖ puede suspenderse laparticiónpor convenio de los
interesados, pero, habiendo menores entre ellos, deberá oírse
al tutor y al Ministerio Público (art. 1769);
❖ la separación de la prosecución del juicio podrá darse, aunque
haya menores herederos, si éstos están debidamente
representados y el Ministerio Público da su conformidad, en la
inteligencia de que los acuerdos que se tomen entre los
herederos se deberán denunciar al juez y éste oirá al
Ministerio Público dando su aprobación si no se lesionan los
derechos de los menores (art. 1776).

Por lo que se refiere a las disposiciones del Código de


Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, podemos hacer las
consideraciones siguientes:

❖ en cuanto el tribunal tenga conocimiento de la muerte de una


persona deberá, con audiencia del Ministerio Público, y
mientras no se presenten los interesados, dictar las
providencias necesarias para asegurar los bienes (art. 769);
❖ el Ministerio Público deberá asistir a la diligencia de
aseguramiento de los bienes que se hallen en el lugar en que
se tramite el juicio (art. 770);
❖ también corresponde al Ministerio Público, en los juicios
sucesorios, representar a los herederos ausentes,a los
menores o incapacitados que no tengan representantes
legítimos, y a la beneficencia pública, cuando no haya
herederos legítimos dentro del grado de ley mientras no se
haga reconocimiento o declaración de herederos (art. 779);
❖ cuando existan herederos cuyo paradero se ignore y a los que
habiendo sido citados no se presentaren, y mientras se
presentan, deberá citarse al Ministerio Público para que los
represente, en la inteligencia de que luego que se presenten
dichos herederos ausentes cesará su representación (art.
795);
❖ en el caso de los herederos ab intestato,que sean
descendientes del finado, podrán obtener su declaración con
pruebas documentales u otras, así como con información
testimonial, la cual deberá practicarse con citación del
Ministerio Público, debiendo formular su pedimento, en la
inteligencia de que, hubiere o no dicho pedimento, el juez
deberá resolver lo conducente (arts. 802 y 803);
❖ en caso de presentarse otros parientes, después de los
edictos y llamamientos a que se refiere el art. 807, el juez
señalará un plazo de 15 días para que, con audiencia del
Ministerio Público, presenten dichos otros parientes sus
justificantes de parentesco (art. 808);
❖ en caso de conflicto entre dos o más aspirantes a la herencia,
dicha controversia se sustanciará incidentalmente y el
Ministerio Público presentará su pedimento en la audiencia
respectiva (art. 811);
❖ en el caso de ausencia de herederos, el Ministerio Público
conjuntamente con el juez y el secretario firmarán la cubierta
del sobre en que se archivarán los documentos que no se
entreguen a la beneficencia pública (843);
❖ cuando se trate de testamento público cerrado, el Ministerio
Público conjuntamente con el notario, testigos y secretario del
tribunal, deberá presenciar la diligencia de aperturade dicho
testamento (arts. 877 y 878);
❖ en cuanto a la declaración de ser formal el testamento
privado,a la audiencia de información respectiva deberá
citarse al representante del Ministerio Público y, de la
resolución que acuerde la declaración de ser formal dicho
testamento, puede apelar el propio Ministerio Público (arts.
886 y 887).
Por lo demás, en materia común, el Ministerio Público en el Distrito
Federal tiene como atribuciones la protección de los derechos e
intereses de menores, incapaces, ausentes, ancianos y otros
sujetos, consistente en la intervención en procedimientos
jurisdiccionales, en los términos que determinen las leyes.9
Podemos concluir, a partir del análisis de las disposiciones antes
señaladas, tanto del Código Civil como del Código de
Procedimientos Civiles yde la Ley Orgánica de la Procuraduría
General de Justicia del Distrito Federal,que el Ministerio Público, en
los juicios sucesorios, tiene una serie de funciones fundamentales
enfocadas a representar a incapaces, menores, ausentes, y también
muy especialmente a la beneficencia pública. Por ello, la posición
vigilante de los agentes del Ministerio Público, que en ocasiones
parecería recargada y exagerada, representa al interés público y al
interés general. Sobre todo, le corresponde en forma muy especial
exigir la debida comprobación de los lazos de parentesco de
quienes pretendan ser herederos legítimos, ya que de no
acreditarse dichos lazos, pasaría a ser heredera por ley la
beneficencia pública de la cual, como ha quedado apuntado, es su
representante en la tramitación de los juicios sucesorios. Debe
hacerse notar que si no existen ni menores, ni incapacitados, ni
ausentes y hay ya herederos debidamente reconocidos,
prácticamente cesa y no tiene ya razón de ser a partir de ese
momento de la tramitación sucesoria, la intervención del
representante del Ministerio Público.
Cabe finalmente señalar que en muchas ocasiones, y sobre todo
en la práctica judicial en materia familiar en el Distrito Federal, las
actitudes y posiciones de algunos representantes del Ministerio
Público suelen no ser muy objetivas, y parecen a veces ideadas o
fraguadas solamente para obstaculizar, retardar o detener los
trámites de las sucesiones. Cuando estos representantes soliciten
cuestiones absurdas o exageradas en sus pedimentos, los
solicitantes deberán, con comedimiento, hacérselo ver así a los
jueces, pidiéndoles que dicten las resoluciones que correspondan
en derecho, aun en contra de pedimentos absurdos o burocráticos
de dichos agentes.

181 Los herederos


“La intervención de los herederos tiene por objeto conseguir la
adjudicación de la porción hereditaria que les corresponda; por otra
hereditaria o el legado que les corresponda respectivamente...”10
También integran la junta de herederos,órgano similar a la junta de
acreedores en los concursos. Los herederos o legatarios menores
de edad o incapacitados deben ser representados en el juicio por
sus tutores (art. 776)11 y, en su defecto, por el Ministerio Público (art.
779).
Como ya hemos señalado, los herederos pueden ser de dos
clases: los testamentarios,que son instituidos por el autor de la
sucesión y que tendrán reconocido tal carácter en cuanto se haga la
declaración formal del testamento y, por otro lado, los herederos
legítimos o ab intestato,los cuales son reconocidos como tales por la
autoridad judicial a partir del auto de declaración de herederos.

1 José Ovalle Favela, op. cit., p. 405.


2 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., p. 302.
3 Por reforma publicada el 13 de septiembre de 2004 se estableció el procedimiento
especial de los intestados de los arts. 815 bis a 815 sextus del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal.
4 José Ovalle Favela, op. cit., p. 408.
5 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., pp. 295 y 302.
6 Jesús Mejía Salazar, op. cit., pp. 109 y siguientes.
7 José Ovalle Favela, op. cit., p. 407.
8 Loc. cit.
9 Arts. 2, fracc. III; 7, fracc. IV; y 8, de la Ley Orgánica de la Procuraduría General de
Justicia del Distrito Federal.
10 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., p. 461.
11 José Ovalle Favela, op. cit., p. 407.
43 Inventario y administración

182 Inventario y avalúos


“El inventario es la relación pormenorizada de los bienes, derechos
y acciones que pertenecen al autor de la herencia, así como de los
créditos que contra él aparezcan, formado por escrito... el avalúo
(equivalente a la tasación o justiprecio) tiene por objeto determinar
exactamente el justo valor de los bienes inventariados.”1 Es claro
que las operaciones que implican la facción del inventario y el
avalúo, como señalan De Pina y Castillo Larrañaga, son distintas,
aunque podrían practicarse simultáneamente, según lo establece el
segundo párrafo del art. 816 del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal.Sin embargo, en la gran mayoría de los
casos suele elaborarse en primer término el inventario y en segundo
lugar el avalúo.
Cabe advertir que dichas operaciones, y los documentos en los
cuales se les consigna, pueden tener ciertas características
especiales en el seno de las tramitaciones sucesorias judiciales.
En términos generales, inventariar y valuar bienes son labores
que se realizan cotidianamente en negociaciones, por
administradores, contadores y expertos, para diversos fines de
carácter contable, comercial, etc. El inventario que se realiza en una
negociación no puede ni debe ser esencialmente distinto del que se
practica dentro del juicio sucesorio y consiste fundamentalmente en
una lista pormenorizada y descriptiva del conjunto de bienes,
derechos y obligaciones que forman el patrimonio del autor de la
sucesión. La determinación de este inventario es de suma
importancia, ya que debe ser omnicomprensivo, para abarcar en él
todos y cada uno de los bienes, derechos y obligaciones del autor
de la sucesión, pues dejar alguno fuera podría implicar perjuicios
tanto para los herederos como para el fisco, como sería el caso de
un descuido u omisión que disminuyera el acervo o la masa
hereditaria.
Por otro lado, el avalúo no es sino la consideración valorativa
sobre la dimensión económica de los bienes, derechos y
obligaciones que hayan sido materia del inventario respectivo.
La determinación del valor de todos y de cada uno de los bienes,
derechos y obligaciones pertenecientes al acervo hereditario es de
suma importancia ya que va a servir de base, a la postre, para
determinar los aspectos relativos a la administración, a la partición y
a la adjudicación.
Son los arts. 816 a 831 del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal los que contienen las reglas fundamentales para
la formulación y elaboración de los inventarios y avalúos. El art. 786
del mismo ordenamiento es el que habla de la sección segunda, a la
que denomina del inventario, y establece que la misma contendrá el
inventario provisional del interventor; el inventario y avalúo que
forme el albacea; los incidentes que se promuevan y la resolución
sobre el inventario y avalúo.
Al examinarse las reglas señaladas de los artículos del código,la
doctrina indica que:

Corresponde al albacea proceder a la formación del


inventario y el avalúo dentro de los 10 días siguientes a la
aceptación del cargo, dando aviso al juzgado, y debe
presentarlos dentro de los 60 días que sigan a la misma
fecha (art. 816). El inventario se practicará por el ejecutor
del juzgado o por un notario nombrado por la mayoría de
los herederos cuando ésta la constituyan menores de edad
o cuando los establecimientos de beneficencia tengan
interés en la sucesión como herederos o legatarios (art.
817). Deben ser citados por correo para la formación del
inventario: el cónyuge supérstite, los herederos, acreedores
y legatarios que se hayan presentado, pudiendo ocurrir el
juez cuando lo estime oportuno (art. 818).
El día señalado, el actuario o el albacea, en su caso, harán la
descripción de los bienes con toda claridad y precisión por el orden
siguiente: dinero, alhajas, efectos de comercio o industria,
semovientes, frutos, muebles, raíces, créditos, documentos y
papeles de importancia, bienes ajenos que tenía en su poder el
finado en comodato, depósito, prenda o bajo cualquier otro título,
expresándose éste (art. 820). La diligencia de inventario será
firmada por todos los concurrentes y en ella se expresará cualquier
inconformidad, designando los bienes sobre cuya inclusión o
exclusión recae (art. 821).
El albacea también puede elaborar, por sí mismo, el inventario y
presentarlo por escrito al juzgado, donde podrán objetarlo los
interesados en un plazo de cinco días. Para el avalúo, los
herederos, dentro de los 10 días siguientes al reconocimiento de
sus derechos, deben designar, por mayoría de votos, un perito
valuador y, en su defecto, el juez lo hará (art. 819). El perito
designado debe valuar todos los bienes inventariados (art. 822),
con excepción de los señalados en el artículo 823.
[...]
Practicados el inventario y el avalúo, serán agregados a la
segunda sección del expediente y se pondrán de manifiesto en la
secretaría del juzgado por cinco días, para que los interesados
puedan examinarlos, citándoseles al efecto por cédula o correo. Si
no hay oposiciones, el juez aprobará el inventario y el avalúo y, en
caso contrario, las oposiciones deberán tramitarse a través de un
incidente (arts. 825 y 828).
El inventario hecho por el albacea o por heredero aprovecha a
todos los interesados, aunque no hayan sido citados, y perjudica a
los que lo hicieron y a los que lo aprobaron. Una vez aprobado, el
inventario no puede reformarse sino por error o dolo declarados por
sentencia definitiva, pronunciada en juicio ordinario (art. 829).2

Para otro tipo de trámites, en el caso de los juicios sucesorios, en


especial los formularios descritos al inicio de esta sección, y de
inventarios y avalúos, así como resoluciones que aprueban
inventarios y avalúos, remitimos a la obra de Arellano García.3
183 Administración de la sucesión
Dispone el art. 787 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal que la tercera sección, de las cuatro en que se
divide la tramitación del juicio sucesorio, se llamará de
administración y contendrá todo lo relativo a la administración; las
cuentas, su glosa y calificación y la comprobación de haberse
cubierto el impuesto fiscal. Por otra parte, los arts. 832 a 853 del
mismo cuerpo legal se refieren a la administración misma y a la
rendición de cuentas.
Es oportuno llamar la atención sobre la posibilidad de juicios
sucesorios en los que los bienes hereditarios sean únicos, pocos,
que no presenten problemas complejos de administración y de
cuentas. Supóngase el caso de una herencia que tenga como único
bien el inmueble en el que habita la familia. Frente a estos casos,
habrá los de sucesiones que comprendan un conjunto de bienes,
derechos y obligaciones de enorme complejidad, porque el autor de
la sucesión hubiere sido propietario de varias empresas, tiendas,
fábricas y almacenes. En este caso, y también si se tienen varios
bienes inmuebles, muchos de ellos arrendados, entonces la
administración y la rendición de cuentas presentará altos grados de
complejidad. De todas suertes, entresacaremos de las disposiciones
señaladas las normas más importantes sobre los aspectos de
administración de la sucesión. Así, por ejemplo, es de advertirse que
el cónyuge supérstitetendrá la posesión y administración de los
bienes de la sociedad conyugal,con intervención del albacea. En
estos casos, la intervención del albacea se limitará a ser un vigilante
de la administración del cónyuge (arts. 832 y 833). El interventor que
se nombre, si dentro de un mes de iniciado el juicio sucesorio no ha
habido designación de albacea, tiene ya las atribuciones de
administración en cierto sentido provisional mientras no se designe
al señalado albacea (arts. 836 a 840). Durante la sustanciación del
juicio sucesorio no se podrán enajenar los bienes inventariados, sino
en los casos excepcionales previstos en los arts. 1717 y 1758 del
Código Civil para el Distrito Federal, ycuando los bienes puedan
deteriorarse, sean de difícil y costosa conservación, o existan
condiciones ventajosas para la enajenación de los frutos (art. 841).
Es el albacea a quien corresponde, en rigor, salvo en caso del
cónyuge administrador de los bienes de la sociedad conyugal, la
administración de la sucesión en los términos del art. 1706, fracc.
del Código Civil para el Distrito Federal,o sea que la administración
de los bienes y la rendición de las cuentas del albaceazgo son
obligaciones del propio albacea general.

184 Las cuentas del albaceazgo


La rendición de cuentas es el cumplimiento de uno de los aspectos
fundamentales de la administración, y están obligados a efectuarla
el interventor, el cónyuge y el albacea en sus respectivos casos, y
deben proceder a realizar dicha rendición dentro de los cinco
primeros días de cada año del ejercicio a su cargo (art. 845). Esta
obligación es de tal importancia que cuando el que administre no
rinda dentro del término legal su cuenta anual, será removido de
plano.También procederá la remoción cuando alguna de las cuentas
rendidas no fuere aprobada en su totalidad (art. 848). Si los bienes
para pagar deudas y legados no alcanzan, el albacea debe dar
cuenta de su administración a los acreedores y legatarios (art. 849).
Al concluirse las operaciones de liquidación, y dentro de los ocho
días siguientes el albacea debe presentar su cuenta general de
albaceazgo y sino lo hace se le apremiará por los medios legales,
siendo aplicables las reglas de ejecución de sentencia (art. 850).
Una vez presentada la cuenta mensual, anual o general de
administración, se mandará poner en la secretaría a disposición de
los interesados por un término de diez días para que se impongan
de la misma (art. 851); si los interesados aprobaran la cuenta o no la
impugnaren, el juez la aprobará. Si alguno de los interesados no
estuviere conforme, se tramitará el incidente respectivo; para que se
le dé curso, la objeción debe precisarse y los que la sostengan
deberán nombrar un representante común; el auto que apruebe o
repruebe la cuenta es apelable en el efecto devolutivo (art. 852).4

1 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., p. 470.


2 José Ovalle Favela, op. cit., pp. 410 y 411.
3 Carlos Arellano García, Práctica forense civil y familiar,Porrúa, México, 1981, pp. 570 a
576.
4 Los artículos citados en este párrafo son del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal.
44 Partición y división

185 Liquidación y partición de la herencia


La liquidación de la herencia es la operación o serie de operaciones
aritméticas mediante las cuales, tomando como base el inventario y el
avalúo, se fija el líquido del caudal divisible entre los herederos, deducidas
las cantidades que legalmente deban serlo. La partición es el conjunto de
las operaciones practicadas para fijar el haber de cada partícipe, y
adjudicarle el que le corresponda.1
La liquidación y partición hereditaria y la adjudicación posterior
constituyen las fases culminantes de todo el procedimiento
sucesorio. El orden en que deben ser dadas es precisamente ése:
liquidación, partición, adjudicación. En efecto, la liquidación tiene
que ser la determinación numérica del quantum distribuible entre los
herederos y que precisamente queda como líquido por dividirse.
Este concepto de liquidez no coincide con el que se usa
actualmente en un sentido contable y financiero, pues dicha liquidez
en estas últimas acepciones suele entenderse como existencia en
efectivo.
En el léxico sucesorio, la liquidez implica la cifra aplicable o
repartible, una vez hechas las depuraciones, gastos, pagos a
acreedores, pagos de impuestos, etc. Por tanto, la cantidad líquida,
en este sentido, será la repartible. La partición es el señalamiento ya
concreto de las cosas físicas o de los porcentajes, también ya
determinados, que sobre dichas cosas físicas correspondan a cada
heredero. Si todos los herederos interesados están de acuerdo en la
partición, se podrá seguir adelante hacia la fase culminatoria final,
que será la de la adjudicación, debiendo entenderse por ésta lo que
ya en el derecho romano se explicaba en el sentido de que implica
la potestad por la cual “el juez debe atribuir la cosa, o parte de la
cosa, o derechos sobre la cosa, a algunos de los litigantes”.2
En el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal,
los arts. 854 a 870 tratan todas las cuestiones relativas a la
liquidación y partición de la herencia. Al comentar algunas de dichas
disposiciones, De Pina y Castillo Larrañaga3 indican que el albacea,
dentro de los 15 días de aprobado el inventario, presentará al
juzgado un proyecto para la distribución provisional de los productos
de los bienes hereditarios, señalando la parte de ellos que cada
bimestre deberá entregarse a los herederos y legatarios, en
proporción a su haber, dándose vista a los interesados por cinco
días y si éstos están conformes o nada exponen, el juez aprobará y
mandará abonar a cada uno la porción que le corresponda, en la
inteligencia de que si dichos productos varían de bimestre a
bimestre, el albacea deberá presentar un proyecto de distribución
por cada uno de los periodos indicados (arts. 854, 855 y 856);
aprobada la cuenta general de administración, dentro de los 15 días
siguientes el albacea deberá presentar el proyecto de partición de
los bienes, y si no lo hiciere por sí mismo manifestará al juez dentro
de los tres días de aprobada la cuenta, a fin de que se nombre
contador que lo realice, haciéndose la designación en junta de
herederos, y si no existe acuerdo lo nombrará el juez de entre los
propuestos (arts. 857 y 860). Señala en seguida quiénes tienen
derecho a pedir la partición de la herencia (art. 859); el juez pondrá
a disposición del partidor los autos, papeles y documentos relativos
al caudal para que proceda a la partición, señalándose un término
que nunca exceda de 25 días para que se presente el proyecto
partitorio, bajo el apercibimiento de perder los honorarios que
devengare, ser separado de plano de su encargo y de una multa de
100 mil pesos. Concluido el proyecto, el juez lo mandará poner a la
vista de los interesados por un término de 10 días, y si no se hacen
oposiciones vencido tal plazo, el juez lo aprobará y dictará sentencia
de adjudicación (arts. 861 y 864); para dar, en esta materia, curso a
las oposiciones, es indispensable que sobre ellas se exprese
concretamente cuál es el motivo de la inconformidad y las pruebas
que se invoquen como base de la misma; finalmente, se podrá
hacer valer la oposición que se sustanciará en forma incidental, y si
los que la promueven no asistieren a la audiencia se les tendrá por
desistidos (art. 865). La adjudicación de bienes hereditarios se
otorgará con las formalidades que, por su cuantía, exige la ley para
su venta, y la sentencia que apruebe o repruebe la partición será
apelable en ambos efectos cuando el monto del caudal exceda de
mil pesos (arts. 868 y 870).

1 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., p. 473.


2 Vittorio Scialoja, Procedimiento civil romano, EJEA, Buenos Aires, 1954, pp. 159 y 160.
3 Op. cit., pp. 473 y siguientes.
45 Tramitación por notarios

186 Tramitación notarial de las sucesiones


En los arts. 872 a 876 bis del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal se reglamenta la tramitación notarial de los juicios
sucesorios. Al respecto, la doctrina mexicana ha sido bastante
escueta y parca, y solamente se informa lo siguiente:1

Aunque esta forma de tramitación de las sucesiones se


encuentra incluida en el Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal (arts. 872 a 876), constituye un
procedimiento extrajudicial, que tendría su colocación
adecuada en la legislación notarial. Esto en el caso de que
se quiera seguir invistiendo a los notarios de atribuciones
ajenas a su verdadera y propia función.
La tramitación de las sucesiones por notarios está autorizada
cuando todos los herederos son mayores de edad y han sido
instituidos en un testamento público, o cuando todos sean mayores
de edad y hayan sido reconocidos judicialmente con tal carácter en
un intestado.
En ambos casos, los trámites se reducen a la presentación de un
testimonio del testamento, o de la resolución que reconozca a los
herederos, en el caso del intestado, y de la partida de defunción del
causante, ante un notario público; manifestación, ante el mismo, de
que aceptan la herencia; publicación de edictos; formación del
inventario por el albacea y protocolización, en caso de conformidad
de los herederos; formación del proyecto de participación, por el
albacea, y, previa aprobación por los herederos, exhibición ante el
notario para que los protocolice. El notario deberá suspender su
intervención en cualquier momento en que surja oposición de algún
aspirante a la herencia o de cualquier acreedor.

Por otro lado, también se indica, en un tono similar:

Cuando todos los herederos sean mayores de edad y


hayan sido instituidos en un testamento público, la
sucesión puede tramitarse ante notario, mientras no haya
controversia alguna (art. 872). También puede llevarse el
juicio de intestado, cuando todos los herederos sean
mayores de edad y hayan sido reconocidos judicialmente
con tal carácter (art. 876).
Si se trata de testamentaría, el notario debe publicar dos veces,
con una diferencia de 10 días y en uno de los periódicos de mayor
circulación, las declaraciones de los herederos en que aceptan la
herencia y se reconocen sus derechos hereditarios, así como del
albacea que va a proceder a formar el inventario de los bienes de la
herencia (art. 873).
Practicado el inventario por el albacea, con el consentimiento de
los herederos, el notario deberá protocolizarlo. Asimismo, también
protocolizará el proyecto de partición de la herencia formado por el
albacea con la aprobación de los herederos. El notario suspenderá
su intervención siempre que haya oposición de algún aspirante (art.
875).
El artículo 876 bis, adicionado con motivo de la reforma
publicada en el DOF del 6 de enero de 1994, regula la tramitación
de la sucesión en favor de los legatarios instituidos en testamento
público simplificado.2

Cabe advertir que el requisito fundamental para que el trámite salga


del ámbito judicial y pueda ser llevado a la notaría, es que no
existan herederos menores de edad. Debe señalarse que en la gran
mayoría de los casos en que esto sucede, los interesados solicitan
que el expediente salga del juzgado para radicarse en una notaría, y
ello es una seña inequívoca de que el trámite sucesorio marcha
mucho mejor, con mayor rapidez, con menos obstáculos y con
menos trabas burocráticas, en la sede de una notaría organizada y
eficaz, que en la gran mayoría de los juzgados de lo familiar.
Por reformas publicadas el 13 de septiembre de 2004 se
agregaron cinco artículos, del 815 bis al 815 sextus, relativos al
procedimiento especial de los intestados. Estos artículos disponen
que en las sucesiones intestamentarias en que no hubiere
controversia alguna, los herederos ab intestato mayores de edad,
menores emancipados o personas jurídicas, o sus representantes,
pueden acudir al juez o ante notario para realizar el procedimiento
especial de los intestados, exhibiendo copia certificada del acta de
defunción o declaración judicial de muerte del autor de la sucesión;
actas de nacimiento para comprobar el entroncamiento de los
herederos o parentesco, así como de matrimonio en caso de
cónyuge supérstite; inventario de los bienes, al que se le
acompañarán los documentos que acredite la propiedad del de
cujus; y convenio de adjudicación de bienes (arts. 815 bis y 815 ter).
El juez o notario público en una sola audiencia o acto, habiendo
solicitado previamente informe del Archivo General de Notarías
sobre la existencia o inexistencia del testamento, en presencia de
los interesados examinará los documentos, así como los testigos a
que se refiere el art. 801 y resolverán conforme a las disposiciones
de este código y, en su caso, de la Ley del Notariado para el Distrito
Federal (art. 815 quater). Si en el procedimiento especial hubiere
controversias, el juicio se seguirá conforme a las reglas generales
de los juicios sucesorios (art. 815 quintus). La adjudicación de
bienes se hará con la misma formalidad que la ley exige para este
acto jurídico (art. 815 sextus).

1 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, op. cit., pp. 475 y 476.
2 José Ovalle Favela, op. cit., p. 414.
46 Jurisdicción voluntaria

187 Concepto de jurisdicción voluntaria


Establece la legislación procesal civil del Distrito Federal en su art.
893: “La jurisdicción voluntaria comprende todos los actos en que
por disposición de la ley o por solicitud de los interesados, se
requiere la intervención del juez, sin que esté promovida ni se
promueva cuestión alguna entre partes determinadas.”
Cabanellas1 explica que es “aquella en que no existe controversia
entre las partes; la que no requiere la dualidad de las mismas. Se
trata de actuaciones ante los jueces, para solemnidad de ciertos
actos o para el pronunciamiento de determinadas resoluciones que
los tribunales deben dictar.” El mismo autor, refiriéndose a la Ley de
Enjuiciamiento Civil Española de 1881, establece que el art. 1811
señala: “Se considerarán actos de jurisdicción voluntaria todos
aquellos en que sea necesario o se solicite la intervención del juez
sin estar empeñada ni promoverse cuestión alguna entre partes
conocidas y determinadas.” Esta redacción está muy emparentada
con la ya transcrita del art. 893 de nuestra ley procesal.
De Pina y Castillo Larrañaga2 hacen un amplio estudio sobre la
naturaleza de este fenómeno procesal refiriéndose a tratadistas
como Vicente y Caravantes, Guasp, Prieto Castro, Wach, Cuché y
Vicent, Chiovenda, Carnelutti, Calamandrei, Prosé, Rocco y Kuisch,
así como Rosenberg. Toda la elaboración doctrinal parece tener
como preocupación básica la que podría plantearse con estas dos
interrogantes: ¿es la jurisdicción voluntaria parte esencial de la
función jurisdiccional del estado?; opuesta la jurisdicción voluntaria a
la jurisdicción contenciosa, ¿tiene aquélla la misma naturaleza que
ésta? Los autores en consulta, después de su profundo análisis,
llegan a la conclusión siguiente:

A nuestro entender, la tendencia que ha de prevalecer acerca de la


naturaleza de la llamada jurisdicción voluntaria es seguramente la
que afirma que es verdadera y propia jurisdicción y no meramente
actividad administrativa o cuasiadministrativa. Aun los que
sostienen este criterio reconocen en los actos de la jurisdicción
voluntaria caracteres específicos que los distinguen de los
administrativos, aun prescindiendo del órgano que los produce. La
actividad contenciosa entraña siempre una actividad con relación a
un conflicto de intereses; la voluntad no supone esta oposición, sino
la necesidad de documentar, tutelar o garantizar una especial
situación jurídica. En realidad, los intentos de distinguir entre la
jurisdicción contenciosa y la voluntaria han conducido al fracaso,
precisamente porque no hay manera de separar actividades que
tienen idéntica naturaleza.

Con todo respeto hacia las ideas de tan insignes autores, no


compartimos su punto de vista. Hemos tenido ya oportunidad de
señalar que, en nuestra opinión, la única genuina jurisdicciónes la
contenciosa. En otras palabras, como para nosotros el contenido de
todo proceso es siempre un litigio,3 consecuentemente en toda
tramitación en que no exista como contenido un litigio no habrá una
genuina jurisdicción. Es decir, creemos que puede sostenerse que la
mal llamada jurisdicción voluntaria no es ni jurisdicciónni tampoco
voluntaria. En efecto, no es jurisdicción porque reservamos tal
denominación para la función estatal en la que aplicando una ley
general a un caso concreto controvertido, lo dirime o soluciona y,
este extremo, nunca se da en la jurisdicción voluntaria. Además, la
voluntariedad de la misma solamente puede quedar reducida al
carácter potestativo u opcional de tramitarla o no, puesto que no
puede llegar al extremo de sostenerse tal carácter voluntario en otro
sentido; o sea, si se quiere obtener los resultados que la ley
prescribe como alcanzables, mediante los diversos trámites y
procedimientos de la llamada jurisdicción voluntaria, éstos tendrán
que realizarse para alcanzarlos.
En el sentido anterior parece pronunciarse Ovalle Favela,4 citando
también a Alcalá-Zamora y Castillo, al afirmar que

[...] si algún resultado concluyente ha logrado obtener la doctrina


sobre la naturaleza de la jurisdicción voluntaria, es el de que ésta
no es ni jurisdicción ni voluntaria: ‘No es jurisdicción —afirma el
procesalista hispano—, porque de la variadísima lista de negocios
que la integran será difícil encontrar alguno que satisfaga fines
jurisdiccionales en sentido estricto; y mucho menos es voluntaria,
porque con frecuencia la intervención judicial resulta para los
interesados en promoverla tan necesaria o más que la jurisdicción
contenciosa...

Se trata, pues, sin duda, de una actividad de naturaleza


administrativa, que por razones de política judicial se encomienda o
se pone en las manos de los tribunales, con objeto de que a través
de esa intervención se certifique, se sancione, se dé fe de ciertos
hechos o actos jurídicos, sobre todo como requisito formal y en
muchas ocasiones de autenticidad y de garantía de legalidad. Tanto
es así que no vemos obstáculo alguno para que, por meras razones
de conveniencia y, se repite, de política, ciertas atribuciones de
estos trámites o gestiones de la llamada jurisdicción voluntaria, en
un momento dado, puedan reubicarse, ponerse en manos de otros
funcionarios administrativos o de notarios. Así, por ejemplo, como lo
habremos de ver más adelante, en los trámites de divorcio
voluntario su naturaleza es meramente administrativa, en esencia,
ya sea que su conocimiento y sanción estén encomendados a
jueces o, por el contrario, estén en manos de autoridades
administrativas. Tal sería el caso, en nuestro medio, del llamado
divorcio por mutuo consentimiento,en sede judicial, o de su pariente
muy cercano, el denominado divorcio administrativo,en sede
puramente administrativa, ante los funcionarios (mal llamados
jueces por infortunadas reformas legislativas) de las oficinas del
Registro Civil.5
Como habrá de quedar en evidencia a partir de las
consideraciones subsecuentes, en todos los trámites de la llamada
jurisdicción voluntaria se reitera que existe un especial interés de la
sociedad, del estado y de los propios particulares que los piden o
solicitan, de que se sancione, certifique o autentifique algo,
insistimos, para una mayor garantía de formalidad legal y porque el
legislador ha querido que muchos actos, para protección de la
sociedad y de los interesados en ellos, no tengan plena validez ni
puedan surtir efectos si no han sido realizados, sancionados y
autorizados por los funcionarios judiciales.

188 Régimen de la jurisdicción voluntaria en


nuestro derecho positivo
En nuestro Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, son 47 los artículos (893 a 939) que tratan todas las
cuestiones relativas a la jurisdicción voluntaria. El título
decimoquinto del código, que comprende todas estas cuestiones, se
divide en siete capítulos, en los que se contemplan tales temas:

I. Disposiciones generales.
II. Del nombramiento de tutores y curadores y discernimiento de
estos cargos.
III. De la enajenación de bienes de menores o incapacitados y
transacción acerca de sus derechos.
IV. Adopción.
V. De las informaciones ad perpetuam.
VI. Apeo y deslinde.
VII. Disposiciones relativas a otros actos de jurisdicción voluntaria.

Nos hemos limitado, en el párrafo anterior, a hacer una enunciación


de los actos en materia de jurisdicción voluntaria reglamentados por
el Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal,pero el
análisis detallado de esa regulación será motivo del contenido del
próximo capítulo.6

189 Sujetos y objeto de los actos >de jurisdicción


voluntaria
Debe advertirse que los sujetos de la jurisdicción voluntaria no son
partes,en el sentido procesal tradicional. En efecto, puede hablarse,
sin lugar a dudas, de solicitanteso promoventesde las
diligencias,pero nunca de partes en el verdadero sentido procesal.
Quien promueve una jurisdicción voluntaria, aunque esté realizando
un acto de instar, no tiene la triangularidad ni la proyectividad
necesarias para que dicho acto constituya una verdadera acción,
sino una mera solicitud o petición al tribunal. El objeto de todos
estos actos de jurisdicción voluntaria, como ya hemos apuntado
oportunamente, implica la necesidad, sancionada por la ley, de que
diversos actos y hechos de trascendencia jurídica sean sometidos al
conocimiento de la autoridad judicial, para que ésta dé fe de los
mismos, los comunique a otras personas y, en algunos casos, los
sancione, apruebe o verifique, ya que al no estar promovida
cuestión alguna entre partes, dicho objeto de la jurisdicción
voluntaria se limita a lo ya anotado. Más adelante veremos en
detalle cómo se realizan diversos objetos perseguidos por los
solicitantes, según las finalidades y los propósitos específicos
designados y perseguidos para cada tipo especial de tramitación.

190 Impugnación de los actos de jurisdicción


voluntaria
Habría que preguntarse sobre la posibilidad de que en materia de
jurisdicción voluntaria se dé la cosa juzgada. Ésta es, como ha
quedado doctrinalmente asentado, la “meta o culminación del
proceso contencioso y, por tanto, extraña a la jurisdicción voluntaria,
que se caracterizaría, en cambio, por la reformabilidad de sus
resoluciones”.7 Es decir, podemos afirmar que en materia de
jurisdicción voluntaria no puede hablarse propiamente de cosa
juzgada y en ese sentido encontramos la disposición contenida en el
art. 897 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal, que establece:

El Juez podrá variar o modificar las providencias que


dictare sin sujeción estricta a los términos y formas
establecidos respecto de la jurisdicción contenciosa.
No se comprenden en esta disposición los autos que tengan
fuerza de definitivos y contra los que no se hubiere interpuesto
recurso alguno, a no ser que se demostrara que cambiaron las
circunstancias que afectan el ejercicio de la acción (sic).

En el párrafo segundo del referido art. 897, que hemos transcrito,


parecería vislumbrarse un principio de definitividad en algunas de
las resoluciones de la jurisdicción voluntaria; sin embargo, éste
queda desvirtuado al agregarse la frase de que llegue a
demostrarse que cambiaron las circunstancias,lo que permitirá en
todo caso dictar a los jueces resoluciones diferentes de las que
primero habían pronunciado. Finalmente, cabría criticar el cierre de
expresión de dicho dispositivo legal cuando con toda falta de
propiedad habla de “ejercicio de la acción”:esto constituye un
verdadero absurdo legislativo, porque no puede hablarse, en
materia de jurisdicción voluntaria, de un genuino ni de un verdadero
ejercicio de acción.
Lo anterior, consecuentemente, nos lleva al análisis de las reglas
relativas a la impugnación de los actos de la jurisdicción voluntaria y
son dos las disposiciones del propio Código de Procedimientos
Civiles para el Distrito Federal las que regulan la materia:

Las providencias de jurisdicción voluntaria serán apelables en


ambos efectos, si el recurso lo interpusiere el promovente de las
diligencias, y sólo en el devolutivo cuando el que recurre hubiere
venido al expediente voluntariamente o llamado por el Juez, o para
oponerse a la solicitud que haya dado motivo a su formación. La
substanciación de las apelaciones en jurisdicción voluntaria se
ajustará a los trámites establecidos para la de las interlocutorias.
(Arts. 898 y 899.)

Finalmente, consideramos que en contra de la resolución de


segunda instancia que resuelva las apelaciones en materia de
jurisdicción voluntaria procede el amparo indirecto, con fundamento
en la fracc. iv del art. 114 de la Ley de Amparo, pues una resolución
de tal extremo cabría en el supuesto de dicha fracción, que regula la
procedencia del juicio constitucional cuando establece, para el caso:
“Contra actos en el juicio que tengan sobre las personas o las cosas
una ejecución que sea de imposible reparación.”8

1 Guillermo Cabanellas, Diccionario de derecho usual, t. II, voz jurisdicción voluntaria.


2 Rafael de Pina y José Castillo Larrañaga, Instituciones de derecho procesal civil,
Porrúa, México, 1979, pp. 77 y siguientes.
3 Cipriano Gómez Lara, Teoría general..., pp. 34, 35 y 293.
4 José Ovalle Favela, op. cit., pp. 418 y siguientes.
5 Cfr. arts. 272 a 276 del Código Civil para el Distrito Federal; 674 a 682 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal y 76 a 83 del Reglamento del Registro
Civil del Distrito Federal.
6 Infra, capítulo 47.
7 José Ovalle Favela, citando a Alcalá-Zamora, op. cit., p. 418.
8 Cfr. con Carlos Arellano García, Práctica forense del juicio de amparo, Porrúa, México,
1982, pp. 233 y 234.
47 Materias de la jurisdicción voluntaria

191 Actos materia de jurisdicción voluntaria en el


Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal. Enumeración y análisis
Como ya se había indicado en el capítulo anterior, el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal divide el tratamiento
de las cuestiones de la jurisdicción voluntaria en siete capítulos, que
son:

I. Disposiciones generales.
II. Del nombramiento de tutores y curadores y discernimiento de
estos cargos.
III. De la enajenación de bienes de menores o incapacitados y
transacción acerca de sus derechos.
IV. Adopción.
V. De las informaciones ad perpetuam.
VI. Apeo y deslinde.
VII. Disposiciones relativas a otros actos de jurisdicción voluntaria.

Independientemente de la anterior división del título del código, ya


señalada, pueden ubicarse otro tipo de procedimientos, y al
respecto, seguimos los criterios de enunciación que con todo acierto
expone Ovalle Favela siguiendo a Héctor Fix-Zamudio,1 al
indicarnos que pueden existir diversos casos de tramitación de
cuestiones de jurisdicción voluntaria, a saber:

1. Las medidas necesarias para evitar que, por mala


administración, se derrochen o disminuyan los bienes de los
hijos (art. 441 del Código Civil);
2. Las medidas provisionales en caso de ausencia, la
declaración de ausencia y la declaración de presunción de
muerte del ausente (arts. 648 a 678 del Código Civil);
3. La constitución, la modificación y la extinción del patrimonio
familiar (arts. 731 a 733 y 742 del Código Civil), y
4. La comunicación del aviso de terminación del contrato de
arrendamiento celebrado por tiempo indeterminado (art. 2478
del Código Civil).

Y más adelante continúa explicando el mismo autor, en relación con


otros procedimientos, que:
El art. 938 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal prevé que se pueden tramitar como incidentes,en los que se
escuche al Ministerio Público, los siguientes asuntos:

a) La autorización que soliciten los emancipados para enajenar o


gravar bienes raíces o para comparecer en juicio;
b) El permiso para que los cónyuges celebren contratos entre sí
o para obligarse solidariamente o ser fiador uno del otro;
c) La calificación de la excusa de la patria potestad en los casos
a que se refiere el artículo 448 del Código Civil, y
d) La aclaración de actas del estado civil cuando se trate de
errores gramaticales o mecanográficos, de letras o de
palabras concernientes a la real identificación de la persona.

Conviene señalar que el art. 138 bis del Código Civil, introducido
con las reformas de 1979, permite la aclaración de las actas del
estado civil por la Oficina Central del Registro Civil, cuando “existan
errores mecanográficos, ortográficos o de otra índole que no afecten
los datos esenciales de aquéllas”.
El art. 939 del Código de Procedimientos Civiles para el Distrito
Federal autoriza el depósito de menores o de incapacitados que
sean maltratados por sus padres o tutores, que reciban de éstos
ejemplos perniciosos a juicio del juez, o que sean obligados por
ellos a cometer actos reprobados por las leyes. Asimismo, el citado
precepto faculta al juez para decretar el depósito de huérfanos o
incapacitados que queden en abandono por la muerte, ausencia o
incapacidad física de la persona a cuyo cargo estuviesen. También
puede solicitar su custodiael menor de edad que, deseando contraer
matrimonio, necesite acudir a la autoridad competente para suplir el
consentimiento de sus padres. El artículo señalado permite que en
estos casos el juez decrete el depósito sin “formalidades de ninguna
clase, asentándose solamente en una o más actas las diligencias
del día”.
En rigor, el depósito decretado conforme al art. 939 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal debería ser sólo una
medida cautelar personal, similar a la separación de la persona que
intente demandar o presentar denuncia o querella contra su
cónyuge (arts. 205 a 217) la cual no implica una decisión sobre la
patria potestad o la tutela, cuya pérdida, suspensión o remoción sólo
podrá ser resuelta en un juicio contencioso.2
Por ello, y para un mejor entendimiento de estas cuestiones,
consideramos útil reproducir el cuadro resumen que contiene la obra
de Ovalle Favela, respecto de los diversos procedimientos de
jurisdicción voluntaria,3 y que es el siguiente:
Según el orden del autor citado, haremos al respecto las
consideraciones críticas siguientes.

Disposiciones generales
Éstas se encuentran contenidas en los arts. 893 a 901 bis del
Código de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal. Entre
dichas disposiciones, mencionaremos solamente las cuestiones
relativas a que la jurisdicción voluntaria comprende todos los actos
en que por disposición de la ley o por solicitud de los interesados se
requiere la intervención del juez, sin que esté promovida ni se
promueva cuestión alguna entre partes determinadas (art. 893). En
estos trámites deberá oírse precisamente al Ministerio Público,
cuando la solicitud promovida afecte intereses públicos, se refiera a
la persona o a los bienes de menores o incapacitados, tenga
relación con los derechos o bienes de un ausente y cuando lo
dispusieren las leyes (art. 895). En los casos de oposicióna la
jurisdicción voluntaria, después de efectuado el acto respectivo, se
reservará el derecho al opositor para que lo haga valer en la vía y
forma que corresponda por lo que el negocio deberá irse al trámite
que también le corresponda (art. 896). Cuando las cuestiones de
jurisdicción voluntaria impliquen negocios de menores e
incapacitados, deberán intervenir los jueces de lo familiar y los
demás funcionarios que determine el Código Civil (art. 901). Se
establecen las reglas para que la institución de asistencia social
reciba a un menor para ser dado en adopción (art. 901 bis).

Nombramiento de tutores, curadores y discernimiento


Para conferir la tutela es necesario que previamente se declare el
estado de minoridad o de incapacidad, en su caso. El primero puede
ser solicitado por el mismo menor si ha cumplido 16 años; por el
cónyuge del incapaz o del menor; por sus presuntos herederos
legítimos; por el albacea; por el Ministerio Público, o en el caso de la
minoridad, por los funcionarios encargados de ello por el Código
Civil (art. 902). La declaración de incapacidad por alguna de las
causas a que se refiere el art. 450, fracc. , del Código Civil para el
Distrito Federal (art. 901 bis) deberá acreditarse a través de un juicio
ordinario y mediante la presentación de una demanda de
interdicción,lo cual implicará la participación de médicos que
practiquen el examen respectivo y que emitan su dictamen pericial,
debiendo el juez dictar una serie de medidas como son la de
designación de tutor y curador interinos, disposiciones sobre la
administración de los bienes del incapaz y sobre la patria potestad o
tutela de personas que el presunto incapacitado tuviere bajo su
responsabilidad; en audiencia se declarará la resolución
correspondiente. En caso de haber oposición, el trámite deja de ser
de jurisdicción voluntaria y deberá sustanciarse como un juicio
ordinario (art. 904); el juicio ordinario, que deberá tramitarse en caso
de interdicción, debe reunir los requisitos de tramitación señalados
por el propio código(art. 905); el tutor deberá manifestar su
aceptación o rechazo del cargo dentro de los cinco días siguientes a
la notificación de su designación (art. 906); el menor podrá oponerse
al nombramiento del tutor hecho por la persona que no siendo
ascendiente le haya instituido heredero o legatario, siempre que
tuviere 16 años o más (art. 907); se establece un registro de los
discernimientos que se hicieran de los cargos de tutor y de curador,
el cual deberá examinarse anualmente (arts. 909 y 910); la rendición
y aprobación de cuentas presentan reglas adicionales especiales
(art. 912).

Autorización para vender y gravar bienes y transigir


derechos de menores, incapacitados y ausentes
Se establece la necesidad de una licencia judicial para que puedan
venderse los bienes que pertenezcan exclusivamente a menores o
incapacitados, siempre que sean bienes raíces, derechos reales
sobre inmuebles, alhajas y muebles preciosos, y acciones de
compañías industriales y mercantiles cuyo valor exceda de cinco mil
pesos (art. 915); al hacerse la solicitud se deberá expresar el motivo
de la enajenación y el objeto a que deba aplicarse la suma que se
obtenga, así como justificarse la absoluta necesidad o la evidente
utilidad de la enajenación (art. 916), en la inteligencia de que, a este
respecto, deben ser tomadas muy en cuenta las disposiciones
establecidas en los arts. 436 y 437 del Código Civil para el Distrito
Federal, que contienen las reglas relativas a las subastas de alhajas
y muebles preciosos, remates de inmuebles en cuanto a la
enajenación y a los gravámenes que podrán imponerse por quienes
ejerzan la patria potestad sobre los bienes que pertenezcan a sus
hijos, y también dicha autorización deberá solicitarla el tutor
respecto de los bienes de sus pupilos. La solicitud deberá
sustanciarse en forma de incidente y con participación del curador y
del Ministerio Público (art. 916). El resto de las disposiciones sobre
estos aspectos se refiere a reglas relativas a las subastas de alhajas
y muebles preciosos, remates de inmuebles, almonedas, ventas de
acciones y títulos de renta, créditos contratados a nombre de los
menores y gravamen y enajenación de los bienes de los ausentes,
así como transacción y arrendamiento por más de cinco años de
bienes de ausentes e incapacitados (arts. 917 a 922).

Adopción
Los arts. 923 a 926 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal tratan la cuestión referida al trámite relacionado con
la adopción, remitiendo, desde luego, a las disposiciones del Código
Civil sobre la materia.
El solicitante, al iniciar su trámite deberá manifestar si se trata de
adopción nacional o internacional, el nombre, la edad y el domicilio,
si lo hubiere, del menor o incapacitado, así como el nombre, la edad
y el domicilio de quienes, en su caso, ejerzan sobre él la patria
potestad o tutela, o de la persona o institución que lo hayan acogido,
y acompañará un certificado médico de buena salud de los
promoventes y del menor. Una vez rendidas las justificaciones y
obtenido el consentimiento de las personas que deban darlo, el juez
deberá resolver lo que proceda respecto de la adopción. También se
reglamenta lo relativo a la solicitud de revocación de la adopción,
que habrá de tramitarse a través de una audiencia en la que se
deberá oír nuevamente a las personas que hubieren prestado su
consentimiento, y también al Ministerio Público.

Informaciones ad perpetuam
Los supuestos para la procedencia de este tipo de solicitudes son
muy amplios e implican que no tenga en ello interés más que el
promovente y se trate de justificar algún hecho o de acreditar un
derecho, o bien, se pretenda justificar la posesión como medio para
acreditar el dominio pleno de un inmueble, o cuando se trate de
comprobar la posesión de un derecho real. Deberá citarse en los
dos primeros casos al Ministerio Público y, tratándose de posesión
de un derecho real, al propietario y a los demás participantes del
mismo.
El aspecto fundamental es el examen de testigos a los cuales les
constan los hechos que se quiera acreditar. Éstos deberán ser
identificados y si no fueren conocidos por el juez o por el secretario,
deberán otros testigos, a su vez, abonar la identidad de los
primeros. Las informaciones levantadas se protocolizarán y el
testimonio respectivo se inscribirá en el registro público de la
propiedad, si se trata de bienes raíces y, finalmente, no podrán
admitirse en jurisdicción voluntaria informaciones de testigos sobre
hechos que fueren materia de un juicio ya iniciado (arts. 927 a 931).
Por último, respecto a las informaciones ad perpetuam cabe
advertir la necesidad de relacionar las disposiciones que se acaban
de analizar, con el art. 122, fracc. iii del propio Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal y con los arts. 3046,
fracc. i, y 3047 del Código Civil para el Distrito Federal.El actual
texto de la fracc. iii del art. 122 del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal a nuestro entender no establece un juicio
contencioso. Las reformas del año 1964, a las que Ovalle Favela se
refiere, simplemente establecieron un procedimiento más completo y
que cubre más extremos, respecto de las llamadas informaciones de
dominio.Éstas no son otras que las aludidas en la fracc. II del art.
927, ya señalado.
Estamos de acuerdo con Ovalle en lo impropio de ubicar esta
reglamentación en una disposición que debería limitarse a
reglamentar las notificaciones por edictos, o sea, el art. 122 del
Código de Procedimientos Civiles; pero, independientemente de
este error de ubicación, respecto de las disposiciones contenidas, lo
cierto es que la referida fracc. iii del art. 122 del Código de
Procedimientos Civiles, en relación con el texto actual de los arts.
3046, fracc. i, y 3047 del Código Civil, están estableciendo un
procedimiento que no llega por necesidad a ser contencioso;
simplemente, lo importante es que cite mediante los edictos a las
personas que puedan ser consideradas perjudicadas, llamándose
asimismo a la persona de quien se obtuviera la posesión o a su
causahabiente, al Ministerio Público, a los colindantes, al delegado
de la Secretaría de la Reforma Agraria en el Distrito Federal y a la
Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología. Además deberá abrirse
la dilación probatoria a que alude dicha fracción y, finalmente,
pronunciarse la resolución que corresponda. Agotado el trámite sin
que haya oposición,deberá declararse que el poseedor se ha
convertido en propietario, en virtud de la prescripción, y tal
declaración se tendrá como título de propiedad y será protocolizada
e inscrita en el Registro Público, tal como lo dispone el último
párrafo del art. 3047 del Código Civil, ya señalado. Ahora bien, si en
dicho trámite se presentase cualquier oposición, deberá aplicarse la
regla general de los trámites de jurisdicción voluntaria, en el sentido
de que, si surge cuestión alguna que sea de carácter contencioso,
deberá tramitarse todo ello en la vía que corresponda y como, por lo
tanto, no podrá continuar la jurisdicción voluntaria, en los términos
de lo dispuesto por los arts. 893, 896 y 900 del Código de
Procedimientos Civiles yen los términos del párrafo segundo del art.
3049 del Código Civil.

Apeo o deslinde
Las diligencias de apeo o deslinde tienen lugar siempre que en
relación con algún inmueble no se hayan fijado los límites que los
separen de otro u otros o, habiéndose fijado, haya motivo para creer
que no son exactos, porque se hayan naturalmente confundido, o
bien porque se hubieren destruido las señales que los marcaban o
se hubieren colocado éstas en lugares distintos de los primitivos
(art. 932); tienen derecho a promover estas diligencias el propietario,
el poseedor con título bastante para transferir el dominio y el
usufructuario (art. 933); en la petición, el solicitante deberá indicar el
nombre y la ubicación de la finca que deba deslindarse, así como la
parte o partes en que el acto de deslinde deba ejecutarse, los
nombres de los colindantes que puedan tener interés, el sitio donde
estén y donde deben colocarse las señales y, si éstas no existen, el
lugar donde estuvieron y, además, los planos y demás documentos
que puedan servir para la diligencia y designación de un perito por
parte del promovente (art. 934). Una vez hecha la solicitud el
tribunal deberá notificarla a los colindantes para que en un plazo de
tres días presenten títulos o documentos de su posesión y nombren
perito si quisieren hacerlo, y se señalará el día, hora y lugar para
que dé principio la diligencia de deslinde (art. 935); en la fecha en
que se señale para la celebración de la diligencia respectiva, el juez,
acompañado del secretario, peritos, testigos de identificación e
interesados que asistan, desarrollará la diligencia practicando el
apeo, que no tiene otro propósito que el de ir enmarcando y
delimitando los linderos del fundo de que se trate. El propio tribunal
otorgará la posesión al promovente de la propiedad que quede
comprendida dentro de dichos linderos, si ninguno de los
colindantes se opusiera, omandará que se le mantenga en la
posesión que viniere disfrutando. Si hubiere oposición de algunos de
los colindantes,el juez oirá a los testigos de identificación y a los
peritos e invitará a los interesados a que se pongan de acuerdo; si
no lograre que lo hagan, se abstendrá el juez de hacer declaración
alguna, respetando la posesión que se disfrute en ese momento y
reservando los derechosa los interesados para que los hagan valer
en el juicio correspondiente (art. 936).
Como puede fácilmente observarse, esta diligencia puede ser
muy útil para delimitar, fijar y precisar los linderos de un predio,
siempre que no exista oposición de los colindantes, porque si existe
cualquier oposición, como ha quedado ya apuntado, la diligencia
deberá suspenderse y los derechos de las partes se reservarán para
que los hagan valer en juicio y en la oportunidad que corresponda.

Otras cuestiones sometidas a jurisdicción voluntaria


Remitimos aquí a las observaciones ya hechas por Ovalle Favela4
en la obra que hemos estado consultando, sobre los demás casos
en los cuales la ley establece o reglamenta diligencias de
jurisdicción voluntaria, en otros casos que no son sino los ya
precisados del art. 938 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal,así como los trámites de depósito de menores o
incapacitados y, finalmente, el divorcio voluntario, sobre el que
habremos de pronunciarnos en seguida.

192 Divorcio por mutuo consentimiento. Sus


formas
Consideramos correcta la posición doctrinal de inducir al divorcio por
mutuo consentimiento como un trámite que tiene naturaleza de
jurisdicción voluntaria. En efecto, a este tipo de solicitud (así la
considera el art. 675 del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal) considerarlo como de jurisdicción voluntaria, porque
no está promovida cuestión alguna entre partes. Ahora bien, este
divorcio por mutuo consentimiento encuentra su fundamento en el
segundo párrafo del art. 266 del Código Civil y presenta dos cauces
diversos de tramitación: el llamado divorcio administrativo, a que
alude el art. 272 del propio Código Civil, y el divorcio judicial por
mutuo consentimiento, al que se refiere el art. 273 del mismo
ordenamiento. Trataremos de precisar brevemente la tramitación de
ambos.

Divorcio administrativo
Previene el art. 272 del Código Civil para el Distrito Federal que si
los consortes, habiendo transcurrido un año o más del matrimonio,
convienen en divorciarse y son mayores de edad, y además no
tienen hijos o éstos son mayores de edad y no requieren alimentos y
han liquidado de común acuerdo la sociedad conyugal, si se
hubieren casado bajo ese régimen, se presentarán personalmente
ante el juez del Registro Civil del lugar de su domicilio comprobando
su matrimonio y su mayoría de edad y manifestando de manera
terminante y explícita su voluntad de divorciarse. La cónyuge no
debe estar embarazada y ambos consortes no han de requerir
alimentos. El juez del Registro Civil, previa identificación de los
consortes, levantará un acta en que hará constar la solicitud
respectiva y citará a los cónyuges para que se presenten a ratificarla
a los 15 días. Hecha la ratificación, el juez del Registro Civil los
declarará divorciados, levantando el acta respectiva y haciendo la
anotación correspondiente en el acta del matrimonio anterior.

Divorcio judicial por mutuo consentimiento


Si los cónyuges también desean divorciarse, pero no reúnen los
requisitos del art. 272 del Código Civil entonces pueden obtener su
divorcio también por mutuo consentimiento, ocurriendo al juez de lo
familiar en los términos del Código de Procedimientos Civiles para el
Distrito Federal,cuerpo legal que establece (arts. 674 a 682) que los
cónyuges deberán ocurrir al tribunal presentando el convenio a que
alude el art. 273 del Código Civil, disposición que examinaremos a
pie de página.5
También deberán exhibir una copia certificada del acta de
matrimonio y de las actas de nacimiento de los hijos menores.
Presentada la solicitud, el tribunal citará a los cónyuges y al
representante del Ministerio Público a una junta en la que se
identificarán plenamente y en la que procurará su reconciliación. Si
no logra avenirlos, aprobará provisionalmente, oyendo al
representante del Ministerio Público, los puntos del convenio
relativos a la situación de los hijos menores o incapacitados, a la
separación de los cónyuges y a los alimentos de los hijos, así como
a los que un cónyuge deba dar a otro mientras dure el
procedimiento, dictando las medidas necesarias de aseguramiento.
Si los cónyuges insistieren en su propósito de divorciarse, citará el
tribunal a una segunda junta y en ella volverá a exhortarlos para que
se reconcilien y, si no lo lograre y en el convenio quedaren bien
garantizados los derechos de los hijos menores o incapacitados, el
tribunal, oyendo al Ministerio Público, dictará sentencia en que
quedará disuelto el vínculo matrimonial y aprobará el convenio
presentado. El cónyuge menor de edad necesita de un tutor especial
para solicitar el divorcio y, en general, los cónyuges deben
comparecer personalmente a las juntas y no pueden hacerse
representar por procurador. Si se dejan pasar más de tres meses sin
continuar el procedimiento, se declarará sin efecto la solicitud y se
mandará archivar al expediente. El Ministerio Público podrá
oponerse a la aprobación del convenio por considerar que viola los
derechos de los hijos o no quedan bien garantizados y podrá
proponer modificaciones al mismo, las que se harán saber a los
cónyuges para que manifiesten lo que corresponda a sus intereses.
Si no las aceptaren, el tribunal resolverá en sentencia lo que
proceda conforme a derecho, en la inteligencia de que, si el
convenio no es de aprobarse, no se podrá decretar la disolución del
matrimonio.

193 Naturaleza de la decisión de fondo en materia


de divorcio por mutuo consentimiento
La naturaleza del trámite y de la resolución dictada, en ambos
procedimientos que hemos descrito, es la misma. Se trata
estrictamente de trámites de jurisdicción voluntaria, uno de ellos en
sede judicial y el otro en sede administrativa. Es claro que las
diferencias esenciales entre uno y otro trámites entrañan que
merezca mayor tutela estatal el trámite judicial, y obsérvese que el
mismo se exige para el caso de que existan hijos del matrimonio,
menores o incapacitados, o de que los cónyuges sean menores de
edad, o de que no hubieren liquidado la sociedad conyugal. En otras
palabras, si interpretamos, a contrario sensu, resulta que no hay
necesidad de esa tutela estatal en los casos de cónyuges que sean
mayores de edad, que no tengan hijos y que ya hubieren liquidado
de común acuerdo la sociedad conyugal, porque entonces
simplemente se presentan ante un funcionario administrativo, el mal
llamado juez del Registro Civil y le presentan una solicitud para que,
después del trámite bastante simple, los declare divorciados. En el
trámite judicial, por el contrario, el aspecto tutelar y de protección se
da, entre otras razones, por la fuerte intervención del Ministerio
Público y por los poderes del juez, en la decisión, que pueden ir más
allá de la sola voluntad de las partes, puesto que en los términos del
art. 680, segundo párrafo, del Código de Procedimientos Civiles
para el Distrito Federal, el tribunal deberá resolver lo que procede
con arreglo a la ley, garantizando los derechos de los hijos y, en
algunos puntos relativos, aun en contra de la voluntad de los
cónyuges.
Estimamos, pues, que no se trata, en ninguno de los dos casos,
de una verdadera sentencia jurisdiccional. Si bien en una forma
externa y de estructura el llamado juicio de divorcio voluntario
termina por una “sentencia”, la verdad es que no hay tal. Como
tampoco existe una genuina o verdadera sentencia en ninguno de
los procedimientos de la llamada jurisdicción voluntaria. Se trata de
resoluciones, muchas veces dictadas por los jueces, porque así
conviene que sea, pero que no entrañan el genuino desempeño de
la función jurisdiccional y, consecuentemente, tampoco el ejercicio
de acción ni la existencia de un genuino proceso; constituyen
acuerdos o decretos administrativos en los que la autoridad, ya sea
judicial o administrativa, cumplidos determinados requisitos, declara
disuelto el vínculo matrimonial,sancionando solamente una solicitud
en la cual no hay litigio ni controversia de las partes, puesto que los
solicitantes de un divorcio por mutuo consentimiento suelen estar en
desacuerdo sobre todas las cosas de la vida y del mundo, pero
están plenamente de acuerdo en una sola, que es, precisamente, el
separarse y obtener la disolución del vínculo matrimonial que los
une.

1 José Ovalle Favela, op. cit., p. 422.


2 Ibídem, pp. 431 y 432.
3 Ibídem, p. 434.
4 Op. cit., p. 431.
5 El citado artículo obliga a los divorciantes a presentar un convenio mediante el cual
hagan saber al juez quién se encargará de la custodia de los hijos, la forma de subvenir
sus necesidades durante el procedimiento y después de ejecutoriada la sentencia
(fraccs. I y II); el domicilio donde habitarán los cónyuges durante el procedimiento
(fracc. III); la forma de pagar y garantizar los alimentos entre los cónyuges (fraccs. IV y
V); cómo se deben administrar los bienes de la sociedad conyugal y la forma de
liquidarlos, debiéndose presentar inventario y avalúo (fracc. VI) y el régimen de visitas
(fracc. VII).
Procesos arrendaticios de vivienda
48
urbana

194 Antecedentes de ubicación del problema


En toda gran ciudad, y el caso de la Ciudad de México no es la
excepción, existe un problema habitacional agudo, sobre todo para
las clases más bajas de la población. Por regla general, las medidas
gubernamentales, desde hace casi medio siglo, en vez de ayudar a
solucionar este problema de la escasez de vivienda, lo han
agravado. El afán paternalista y proteccionista para con los
inquilinos, que es la tradicional clase débil, frente a los poderosos
arrendadores o dueños de viviendas, no deja de ser sino una añeja
leyenda. La mayoría de las medidas habían venido a proteger en
forma desmesurada a los inquilinos y ello ocasionó mayor escasez
de viviendas para el arrendamiento. Esta situación comenzó con
aquel decreto de congelación de rentas, en diciembre de 1948, que
aunque contemplaba algunos antecedentes previos decidió, en
aquel entonces, que no se pudieran alterar las cláusulas de los
contratos de arrendamiento que no excedieran en sus rentas de los
300 pesos mensuales.
La interpretación jurisprudencial de aquel decreto limitó la
aplicación del mismo a los contratos que ya estuvieren celebrados
en el momento en que tal decreto inició su vigencia. Por tanto, los
inquilinos que celebraron contratos con posterioridad a la entrada en
vigor del señalado decreto ya no quedaron afectados por el mismo.
Sin embargo, por reformas publicadas en el Diario Oficial de la
Federación del 30 de diciembre de 1992, aquel decreto que
prorrogaba los contratos de arrendamiento quedó abrogado. Para
ello se fijaron los plazos y las condiciones a partir de las cuales
empezaría a surtir efectos la abrogación:

a) A los 30 días para las casas o locales destinados a comercios


o industrias.
b) A los dos años para las casas o locales ocupados por
trabajadores a domicilio o talleres.
c) A los dos años para las casas o locales destinados
exclusivamente a habitación y cuya renta mensual sea de 250
pesos o más.
d) A los tres años, las casas o locales destinados
exclusivamente a habitación, cuya renta mensual sea de 100
pesos y menos de 250 pesos.
e) A los cuatro años, las casas o locales destinados
exclusivamente a habitación cuya renta mensual sea hasta de
100 pesos.

Consideramos que la razón por la cual se fijaron estos plazos fue


principalmente el hecho de que los arrendatarios, sobre todo los que
menos renta pagaban, contarían con tiempo más que suficiente para
encontrar una nueva vivienda. Se trataba fundamentalmente de
inquilinos que habían habitado toda su vida estas casas,
departamentos o vecindades pagando cantidades que se
encontraban fuera de la realidad económica. Generalmente todos
los inmuebles que se sujetan a renta congelada se hallan en
pésimas condiciones habitacionales, pues el dueño o el arrendador
en muy pocos casos invirtió recurso material alguno para
rehabilitarlos.
El decreto que nos ocupa señala que se establecerá un programa
específico con soporte crediticio, facilidades administrativas y
asesoría jurídica que permita apoyar a quienes tengan derecho a
ocupar casas o locales destinados a habitación, a efecto de
promover la adquisición por parte de los arrendatarios de los
inmuebles que ocupan, así como su rehabilitación, y también
buscará la reducción de costos. Se impone además a los
propietarios de los inmuebles que tengan el carácter de históricos y
artísticos la conservación y, en su caso, su restauración.
En los últimos años las medidas legislativas que se han tratado de
implantar en la ciudad de México dejan de ser protectoras y
paternalistas a favor de los inquilinos. Todo parece indicar que el
peso de la balanza se encuentra ahora a favor de los propietarios de
viviendas, es decir, a favor de los arrendadores.

195 La reforma de julio de 1993


El 21 de julio de 1993 se publicaron en el Diario Oficial de la
Federación reformas que modificaron sustancialmente el juicio de
arrendamiento inmobiliario urbano y en particular se reformaron las
siguientes disposiciones legales que regulan el arrendamiento, entre
ellas el entonces Código Civil para el Distrito Federal, en Materia
Común y para toda la República en Materia Federal, el Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal y la Ley Federal de
Protección al Consumidor.
Las reformas de 1993 introdujeron reglas de procedimiento que
hacen que el juicio de controversia de arrendamiento inmobiliario
sea más ágil y expedito. Se trató de evitar al máximo la posibilidad
de que alguno de los litigantes o de las partes entorpezca el
procedimiento. El Código de Procedimientos Civiles en su art. 957
señala que a las controversias que versen sobre el arrendamiento
inmobiliario les serán aplicables las disposiciones del título
decimosexto bis. Sin embargo, subsiste una disposición absurda y
pésimamente redactada pues advierte que el juez tendrá las más
amplias facultades para decidir en forma pronta y expedita lo que
“en derecho convenga”. La última expresión es muy poco feliz y el
intérprete tendrá serias dificultades para saber qué es lo que en
derecho convenga, cuando quizás el legislador debería de haber
dicho lo que “en derecho proceda”.
Se agregó a esta disposición legal un segundo párrafo
relacionado con las acciones que se intenten contra el fiador o
terceros por controversias derivadas del arrendamiento, relativo a
que las acciones que se intenten contra ellos deberán aplicarse las
reglas del Título referido a las controversias en materia de
arrendamiento.
También se aplicarán las reglas para la acción que intente el
arrendatario para exigir al arrendador el derecho de preferencia1 y el
pago de daños y perjuicios.
El numeral 958 establece en su segundo párrafo una gran
innovación al procedimiento ya que dispone que en la demanda,
contestación, reconvención y contestación a la reconvención las
partes deberán ofrecer las pruebas que pretendan rendir en el juicio,
exhibiendo las documentales que tengan en su poder o el escrito
sellado mediante el cual hayan solicitado los documentos que las
partes no tuvieran en su poder.
El numeral 959 dispone que el juez del conocimiento, una vez
admitida la demanda con los documentos y las copias requeridas,
correrá traslado de ella a la parte demandada y señalará fecha para
la celebración de la audiencia de ley, que deberá fijarse entre los 40
y 50 días2 posteriores a la fecha del auto de admisión de la
demanda. El demandado continúa gozando de un término para
contestar y, en su caso, formular reconvención dentro de los cinco
días siguientes a la fecha de emplazamiento.
Una vez contestada la demanda y en su caso la reconvención, el
juez admitirá las pruebas ofrecidas, las cuales deberán desahogarse
a más tardar en la audiencia de ley.
El numeral 960 establece que desde la admisión de las pruebas y
hasta la celebración de la audiencia se preparará el desahogo de las
pruebas que hayan sido admitidas de acuerdo con lo siguiente:

I. La preparación de las pruebas quedará a cargo de las partes,


por lo que deberán presentar a los testigos, peritos y demás
pruebas que les hayan sido admitidas y sólo en caso de que
demuestren la imposibilidad de preparar directamente el
desahogo de algunas de las pruebas que les fueron admitidas,
el juez en auxilio del oferente deberá expedir los oficios o
citaciones y realizar el nombramiento de peritos, incluso perito
tercero en discordia, poniendo a disposición de la parte
oferente los oficios y citaciones respectivas, a efecto de que
las partes preparen las pruebas y éstas se desahoguen a más
tardar en la audiencia de ley.
II. Si llamado un testigo, perito o solicitado un documento que
hayan sido admitidos como prueba, no se desahogan éstas a
más tardar en la audiencia, se declarará desierta la prueba
ofrecida por causa imputable al oferente.

El numeral 961 dispone que la audiencia de ley a que se refieren los


artículos anteriores se desarrollará conforme a las reglas siguientes:

I. El juez deberá estar presente durante toda la audiencia y


exhortará a las partes a concluir el litigio mediante una
amigable composición.
II. De no lograrse la amigable composición se pasará al
desahogo de pruebas admitidas y que se encuentren
preparadas, dejando de recibir las que no se encuentren
preparadas, las que se declararán desiertas por causa
imputable al oferente, por lo que la audiencia no se
suspenderá ni diferirá en ningún caso por falta de preparación
o desahogo de las pruebas admitidas.
III. Desahogadas las pruebas, las partes alegarán lo que a su
derecho convenga y el juez dictará de inmediato la resolución
correspondiente.

El numeral 962 dispone que en caso de que dentro del juicio a que
se refiere este título se demande el pago de rentas atrasadas por
dos o más meses, la parte actora podrá solicitar al juez que la
demandada acredite con los recibos de renta correspondientes o
escritos de consignación debidamente sellados, que se encuentra al
corriente en el pago de las rentas pactadas y si no lo hace se
embargarán bienes de su propiedad suficientes para cubrir las
rentas adeudadas. En el caso de que al contestar la demanda se
acredite que se encuentra al corriente en dichos pagos, el juez
concluirá el juicio.3
El numeral 963 señala que para los efectos de este título siempre
se tendrá como domicilio legal del ejecutado el inmueble motivo del
arrendamiento.
El numeral 964 establece que los incidentes no suspenderán el
procedimiento. Se tramitarán en los términos del art. 88 del código,
pero la resolución se pronunciará en la audiencia del juicio
conjuntamente con la sentencia definitiva.
El numeral 965 dispone que para la tramitación de apelaciones
respecto del juicio a que se refiere este capítulo, se estará a lo
siguiente:

I. Las resoluciones y autos que se dicten durante el


procedimiento y que sean apelables, una vez interpuesta la
apelación, el juez la admitirá si procede y reservará su
tramitación para que se realice en su caso, conjuntamente con
la tramitación de la apelación que se formule en contra de la
sentencia definitiva por la misma parte apelante. Si no se
presentara apelación por la misma parte en contra de la
sentencia definitiva, se entenderán consentidas las
resoluciones y autos que hubieren sido apelados durante
dicho procedimiento; y
II. En los procedimientos en materia de arrendamiento no
procederá la apelación extraordinaria.

El numeral 966 señala que en los procedimientos de arrendamiento


las apelaciones sólo serán admitidas en efecto devolutivo.

196 Vigencia simultánea de articulados diversos


“Aunque usted no lo crea”... La frase de Ripley podría quedar aquí
como anillo al dedo. Y el mismo Kafka, quien se ha dicho que sería
un autor costumbrista en nuestro medio, quedaría asombrado de ver
el desatino y la vacilación que el legislador ha producido con los
absurdos zigzagueos. Expliquémonos.
Todos los artículos de la reforma de julio de 1993 debieron estar
plenamente en vigor 90 días después de la publicación en el Diario
Oficial de la Federación del decreto respectivo, por lo que tal
vigencia debió haber sido con toda plenitud a partir del 19 de
octubre de 1993. Sin embargo, poco menos de un mes antes, el 23
de septiembre de 1993, en un acto de miedo y de arrepentimiento,
el legislador dio marcha atrás por las múltiples protestas y
amenazas de los inquilinos y, en el fondo, dejó a medias todo,
armando un verdadero galimatías: “va de nuevo, la reforma sí entra
en vigor, pero no entra en vigor”.
¿Cómo? Bueno, sí entra para unos y no entra para otros. ¿Para
cuáles sí y para cuáles no? El decretito de reforma a la reforma
aplazó la entrada en vigor de las disposiciones comentadas hasta el
19 de octubre de 1998 (cinco años después de la fecha inicial en
que deberían haber entrado en vigor). Lo anterior entraña el
“siempre no” de la reforma. El “siempre sí” de la reforma está en la
redacción mágica del artículo segundo transitorio, reformado por el
decreto del 23 de septiembre de 1993, en el que se establece que
“siempre sí” estarán vigentes las reformas a partir del 19 de octubre
de 1993 cuando se trate de inmuebles que:

I. No se encuentren arrendados al 19 de octubre de 1993.


II. Se encuentren arrendados al 19 de octubre de 1993, siempre
que sean para uso distinto del habitacional.
III. Su construcción sea nueva, siempre que el aviso de
terminación sea posterior al 19 de octubre de 1993.

Ello dio como resultado dos articulados diversos, ambos vigentes en


los numerales 957 a 966 del Código de Procedimientos Civiles para
el Distrito Federal.
En la actualidad existe otra cuestión que consideramos importante
comentar. Por decreto de 28 de abril de 2000 se modificó el art. 2o.
transitorio, segundo párrafo, del anterior decreto del 17 de abril de
1999.4 En tal caso se indica que tanto los juicios y procedimientos
judiciales actualmente en trámite, así como los que se inicien antes
del 31 de diciembre de 2001, derivados de contratos de
arrendamiento de inmuebles para habitación y sus prórrogas, que
no se encuentren en los supuestos que hemos señalado líneas
arriba, se aplicarán hasta su conclusión las disposiciones del Código
de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal vigentes con
anterioridad al 19 de octubre de 1993. Tómese en cuenta la reforma
publicada el 16 de enero de 2003 que en su artículo tercero
transitorio establece otra regulación temporal para cierto tipo de
asuntos. Ello quiere decir que tanto los litigantes como el juez, en su
caso, tendrán que ser muy cuidadosos al momento de invocar y
aplicar, respectivamente, las disposiciones contenidas en el título
decimosexto bis, ya que en nuestros días siguen rigiendo, “aunque
usted no lo crea”, articulados diversos respecto de la misma materia,
claro dependiendo del caso a que se refiera. Por tanto, la
multiplicidad de disposiciones aplicables terminará una vez que
queden concluidos los asuntos en los que venían aplicándose las
legislaciones anteriores.
Consideramos que con estas reformas, tanto litigantes como
jueces tienen a mano un procedimiento más rápido, eficaz y
expedito puesto que esos juicios de arrendamiento regidos por las
normas anteriores vigentes se prestaban a vericuetos, retardos y
complicaciones, en detrimento de una buena administración de
justicia en esta materia.5

1 Agregado por decreto publicado el 16 de enero de 2003.


2 Plazos modificados por decreto publicado el 16 de enero de 2003.
3 Agregado por decreto publicado el 16 de enero de 2003.
4
Cfr. con los decretos publicados en la Gaceta Oficial del Distrito Federal del 17 de abril
de 1999 y de 28 de abril de 2000.
5 Cfr. con Carlos Serna Rodríguez, El juicio de arrendamiento inmobiliario y sus
desventajas. Conveniencia de tramitar las controversias en materia de arrendamiento a
través del procedimiento de la Justicia de Paz, tesis profesional, UNAM, México, 1986.
49 Justicia de paz

197 Consideraciones preliminares


La inclusión del presente capítulo en esta edición obedece a que
consideramos necesario el tratamiento de las cuestiones relativas a
esta justicia de paz, por las modificaciones en las reglas de la
competencia por cuantía que han variado considerablemente.

198 Concepto de justicia de paz


Estimamos que en la mayoría de los sistemas procesales del mundo
existen jueces que conocen de asuntos de poca monta económica y
que, también en la competencia penal, actúan para imponer
sanciones de poca consideración por faltas o delitos no graves. El
nombre de juzgados de paz, que surge en el derecho francés, es la
figura que adoptan nuestros sistemas procesales en México desde
el siglo .
Independientemente de la denominación, resulta que incluso en
sistemas jurídicos diversos hay jueces de barrio o jueces de pueblo
que, sin sujetarse a formalismos rígidos de los juicios ordinarios o
normales, y en muchas ocasiones haciendo el papel de verdaderos
conciliadores, tratan a veces de avenir a las partes y, de no lograrlo,
dictan una resolución con una justicia que ha sido tradicionalmente
denominada justicia de martillo; en ella, el juez decide verbalmente
la controversia y da un golpe sobre la mesa con su martillo para
indicar que así está decidida la cuestión.
Parecería que históricamente son varios los rasgos que podrían
caracterizar a este tipo de administración de justicia: poca monta o
importancia económica de los asuntos; penas o infracciones leves
para ser conocidas por dichos tribunales; ausencia de formalidades;
tendencia hacia la oralidad; economía procesal; inapelabilidad de la
resolución y, a veces, de la misma sentencia final, etcétera.

199 Reglamentación legal


En nuestro sistema procesal en el Distrito Federal existe un título
especial al final del Código de Procedimientos Civiles que es
denominado con el título especial de la justicia de paz y que
comprende, con otra numeración distinta de la del código, otro grupo
de artículos, del primero al 47, en la inteligencia de que cuatro de
dichos preceptos, 22, 36, 39 y 42, han sido derogados.
Un análisis de las disposiciones relativas a la reglamentación de
la justicia en nuestro Código de Procedimientos Civiles nos
aconseja, con propósitos sistemáticos, percatarnos de que son siete
las divisiones que el articulado presenta:

a) De la justicia de paz.
b) Emplazamiento y citaciones.
c) Identidad de las partes.
d) Del juicio.
e) Ejecución de las sentencias.
f) Incidentes.
g) Reglas generales.

199A Justicia de paz


Los preceptos iniciales, que comprenden los arts. 1o. a 6o.,
establecen que en el Distrito Federal habrá los juzgados de paz que
determine la Ley Orgánica de los Tribunales de Justicia del Fuero
Común; esta referencia debe tenerse como hecha a la Ley Orgánica
del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal de febrero de
1996, que en sus arts. 67 a 72 da las reglas respectivas “De la
Justicia de Paz”. En tales preceptos se establece que:

❖ los jueces de paz serán designados por el Consejo de la


Judicatura y que, para los efectos de su designación, el
Distrito Federal se considerará dividido en las delegaciones
que fije la Ley Orgánica de la Administración Pública del
Distrito Federal (arts. 67 y 68);
❖ el Consejo de la Judicatura señalará la competencia territorial
de los Juzgados de Paz, pudiendo un juzgado abarcar
jurisdicción en una o varias delegaciones y establecerse dos o
más juzgados en una delegación (art. 69);
❖ para el despacho de los asuntos contarán con los servidores
públicos de la administración de justicia que fije el presupuesto
(art. 70);
❖ conocerán, en materia civil:
I. De los juicios contenciosos que versen sobre la
propiedad o demás derechos reales sobre inmuebles,
que tengan un valor hasta de 60 mil pesos, y en los
demás negocios de jurisdicción contenciosa, común o
concurrente, cuyo monto no exceda de 20 mil pesos.
Dichas cantidades se actualizarán en forma anualizada
que deberá regir a partir del 1o. de enero de cada año,
de acuerdo con el índice nacional de precios al
consumidor que determine el Banco de México. Se
exceptúan de su competencia los interdictos, los asuntos
de competencia de los jueces de lo Familiar y los
reservados a los jueces de Arrendamiento Inmobiliario;
II. De las diligencias preliminares de consignación, con la
misma limitación final de la fracc. i anterior, y
III. De la diligenciación de los exhortos y despacho de los
demás asuntos que les encomienden las leyes (art. 71);
❖ conocerán en materia penal:
I. De los delitos que tengan una o más sanciones no
privativas de libertad cuando sean las únicas aplicables,
o sanciones privativas de libertad hasta de cuatro años.
Cuando fueren varios delitos se estará a la penalidad
máxima del delito mayor, sin perjuicio de que los propios
jueces impongan una pena superior cuando sea
pertinente, en virtud de las reglas contenidas en el art.
79 del Nuevo Código Penal para el Distrito Federal, y
II. De la diligenciación de los exhortos y despacho de los
demás asuntos que les encomienden las leyes (art. 72).

Regresando a las disposiciones del código en esta primera división


de los seis artículos iniciales, diremos que en algunos de ellos se
repiten las reglas prescritas en la Ley Orgánica en cuanto a la
determinación del monto por el que se establece la competencia,
pero con un criterio diverso; es decir, el texto del art. 2, aludiendo a
la competencia de los juzgados de paz en materia civil, la establece
sobre asuntos de propiedad o demás derechos reales sobre bienes
inmuebles ubicados dentro de su jurisdicción y que tengan un valor
hasta tres mil días de salario mínimo general vigente en el Distrito
Federal, y en los demás negocios de jurisdicción contenciosa común
o concurrente cuyo monto no exceda de mil días de salario mínimo
general vigente en el Distrito Federal, cantidades que se
actualizarán anualmente como lo dispone el art. 71 de la Ley
Orgánica del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal. Como
puede fácilmente observarse, la Ley Orgánica de febrero de 1996
señala competencias en 60 mil y en 20 mil pesos; por el contrario, el
Código de Procedimientos, con reforma de mayo de 1996 —tres
meses después— está señalando una competencia de cuantía en
múltiplos de salario mínimo general vigente en el Distrito Federal.
Por otra parte, se establece en el art. 5, que cada juzgado conocerá
de los negocios relativos a predios ubicados dentro de su
jurisdicción, cuando se trate de acciones reales sobre bienes
inmuebles y se agrega que conocerán también de aquellos en que
el demandado pueda ser citado en algún lugar que se encuentre
comprendido en el perímetro de su jurisdicción.

199B Emplazamiento y citaciones


En cuanto al procedimiento respectivo a petición del actor, se citará
al demandado para que comparezca dentro del tercer día. Incluso
se establece que la cita que se expedirá en presencia del actor será
entregada a la persona que deba llevarla y expresará por lo menos
el nombre del actor, lo que demande, la causa de la demanda, la
hora que se señale para el juicio y la advertencia de que las pruebas
se presentarán en la misma audiencia. Se establece la posibilidad
de que la demanda se presente por escrito, con lo que, a contrario
sensu, podría pensarse, y así se ha aceptado generalmente, que las
demandas podrán también ser orales, aunque este extremo no se
ve realizado en la práctica.
La doctrina ha advertido que esta citación al demandado es de
gran vaguedad y que no se le concede un plazo definido, puesto
que se dice que se le debe llamar a que comparezca dentro del
tercer día, pero no se establece con cuántos días de anticipación se
deberá entregar ese citatorio, por lo que en muchos casos habrá
una premura para comparecer que colocará al demandado en un
verdadero estado de indefensión. Ovalle Favela cita una tesis de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación que señala que debe
transcurrir un plazo de dos días hábiles entre la entrega del citatorio
y la audiencia.1 Expedida la cita, deberá enviarse al demandado por
medio del secretario actuario de juzgado y se le podrá citar en su
habitación, despacho, establecimiento mercantil o taller, o bien en el
lugar en que trabaje u otro que frecuente y en el que haya de
creerse que se encuentre al llevarle la cita; sin embargo, de no
encontrar al demandado dejará la cita con la persona de mayor
confianza que se encuentre; sólo podrá dejar el citatorio en la
habitación, despacho, establecimiento mercantil o taller, y no en
algún otro porque allí debería encontrarlo personalmente y no le
podrá dar cita, sino que deberá expedirse otra a petición del actor.
Autoriza el código la posibilidad de que se llame al demandado
notificándolo en el lugar donde se encuentre.
Finalmente, en cuanto a notificaciones, el código contiene una
innovación que ha sido poco utilizada y que es la posibilidad de que
si se trata de citar a peritos, testigos o terceros que no sean partes,
éstos pueden ser llamados por correo, telégrafo y aun por teléfono,
cerciorándose el secretario previamente de la exactitud de la
dirección (debería decirse: en su caso, del teléfono respectivo).

199C Identidad de las partes


Es un solo precepto, el art. 16 de este título especial, el que se
intitula de la manera en que ha quedado arriba anotado. El texto
derivado de la reforma de mayo de 1996 dispone: “En toda
diligencia o comparecencia ante el juez o secretario, las partes
deberán identificarse plenamente.” El texto anteriormente vigente
era de enorme complicación y hablaba de declaración oral, de carta
de conocimiento, de documento bastante o de cualquier otro medio
que fuere suficiente a juicio del juez. En la realidad, quizás lo más
usual sea el documento bastante, que en la actualidad lo
constituyen las múltiples credenciales o tarjetas de identificación que
en muchas ocasiones contienen no sólo la fotografía, sino a veces la
firma o la huella digital de la parte interesada; finalmente, el código
deja esta identificación a cualquier otro medio posible que sea
suficiente a juicio del juez.

199D Del juicio


Son los arts. 17 a 23 inclusive los que se refieren a la tramitación de
este juicio de paz.
Si al anunciarse el despacho del negocio no estuviere presente
injustificadamente el actor, y sí el demandado, se impondrá a aquél
una sanción pecuniaria que no será mayor del equivalente a 120
días de salario mínimo general diario vigente en el Distrito Federal,
que se aplicará al demandado por vía de indemnización (art. 17).
Si es el demandado el que no estuviera presente y se compruebe
que fue debidamente citado, se dará por contestada la demanda en
sentido afirmativo y deberá continuarse con la audiencia y, de
presentarse en algún momento del desarrollo ulterior de la misma el
demandado, se deberá continuar tal audiencia con su intervención,
según el estado en que se halle y no admitiéndole pruebas sobre
ninguna excepción si no demostrare el impedimento de caso fortuito
o fuerza mayor que le hubiere imposibilitado presentarse a contestar
la demanda (art. 18).
En el supuesto de que no estuvieren presentes ni el actor ni el
demandado, se tendrá por no expedida la cita y podrá expedirse
otra si el actor así lo solicitase; lo mismo se observará cuando no
concurra el demandado y aparezca que no fue citado debidamente
(art. 19).
Las disposiciones comprendidas en las diversas fracciones del
art. 20 ponen de relieve el carácter oral que pretende dar el
legislador a este tipo de procedimiento por las características de
concentración y de inmediatez que afloran de inmediato. Así,
expondrán oralmente sus pretensiones, por su orden, el actor su
demanda y el demandado su contestación, y exhibirán los
documentos y objetos que estimen conducentes a su defensa y
presentarán a los testigos y peritos que pretendan sean oídos. Las
partes pueden hacerse mutuamente las preguntas que quieran,
interrogar a los testigos y peritos en general, presentar todas las
pruebas que se puedan rendir, desde luego. Respecto al principio de
concentración y de economía procesal, así como al principio lógico
también, se establece que todas las acciones y excepciones o
defensas deben hacerse valer en el acto mismo de la audiencia sin
que se sustancien artículos o incidentes de previo pronunciamiento.
La reforma de mayo de 1996 suprimió el texto anterior de una de
las fracciones del art. 20, que facultaba al juez para hacer
libremente preguntas a personas que estuvieran presentes en la
audiencia, aunque no hubieran sido ofrecidas como testigos, y
omitió también la facultad que antes tenía el juez de paz para carear
a las partes entre sí y con los peritos. Es decir, el texto reformado
restó poderes a los juzgadores de paz y omitió también la facultad
que se contenía en el texto anteriormente vigente de exhortar a las
partes a una composición amigable del asunto.
El art. 21 en el texto derivado de la multicitada reforma de mayo
de 1996 remite, respecto de los requisitos para pronunciar las
sentencias, a lo dispuesto por el art. 81 del propio código y, al
derogarse el texto anterior, se abandona el principio de las
sentencias dictadas en conciencia, a verdad sabida y buena fe
guardada. En este sentido la reforma ha sido positiva y, como ya lo
habíamos señalado en anteriores ediciones de este libro, se corría
grave riesgo de violación de la garantía de legalidad contenida en el
art. 16 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
respecto de la necesidad de que todo acto de autoridad esté
fundamentado y motivado.
El art. 22 de este título derogado por la reforma de mayo de 1996
establecía que no se causarían costas judiciales, cualquiera que
fuera la naturaleza del juicio. En relación con este extremo debe
tenerse muy presente el texto actual del art. 142 del Código de
Procedimientos Civiles para el Distrito Federal también reformado
en mayo de 1996, que textualmente establece: “En todos los
negocios ante los jueces de paz se causarán como máximo costas
del cinco por ciento del monto de las prestaciones a que resulte
condenada la parte que pierda el juicio, sin necesidad de formular
planilla, pagaderas juntamente con las prestaciones principales y
accesorios.”
Por último, se establece la regla de que contra las resoluciones
pronunciadas por los jueces de paz no se dará más recurso que el
de responsabilidad que, como es bien sabido, no constituye un
recurso, por lo que la única forma de impugnación de estas
sentencias será el amparo directo ante los tribunales colegiados de
circuito (art. 23).
199E Ejecución de las sentencias
Se reitera en esta parte el carácter oral del procedimiento, porque se
establece el principio de que si al pronunciarse la sentencia
estuvieren presentes ambas partes, el juez podrá interrogarlas
acerca de la forma en que propongan la ejecución, y aun en esto
debe procurar avenir a las partes. La fracc. del art. 24 habla de la
posibilidad de una fianza que otorgue una persona abonada para
garantizar el pago; este extremo es poco práctico y no sucede en la
realidad; es más importante lo dispuesto por la fracc. del mismo
artículo, en el sentido de que si no se cumple la sentencia deberá
procederse, si se trata de una resolución de carácter condenatorio,
al secuestro de bienes, determinándose en los arts. 25 y 26 sobre
qué tipo de éstos puede recaer el secuestro y cómo el ejecutor
tendrá el derecho de señalarlos, y reiterando algunas reglas, por lo
demás prescritas en otras disposiciones del código, sobre
inembargabilidad de algunos bienes.
La diligencia se podrá entender con el condenado en su
habitación, despacho, taller o establecimiento, o bien, con la
persona que se encuentre, y si no hubiere nadie, con un vecino y
con el gendarme del punto (art. 27); además, en caso de ser
necesario, previa orden especial, se podrán practicar cateos y
romper cerraduras en cuanto fuere indispensable para encontrar
bienes bastantes, o sea, un facultamiento al juez para hacer uso de
los medios de apremio (art. 28).
Repitiendo otras reglas del código, esta parte del título también
establece preceptos en cuanto al secuestro si éste recayere sobre
créditos o rentas, supuesto en el cual el secuestro consistirá en
notificar a quien deba pagarlos que los entregue al juzgado, luego
de que venzan o sean exigibles; en cuanto a los remates, el propio
título remite a las disposiciones generales para éstos, contenidas en
el Código de Procedimientos Civiles, sólo dando la regla de que el
avalúo se puede hacer, no por los medios tradicionales, sino por
cualquier otro y a través de la clase de pruebas que el juez podrá
allegarse de oficio (arts. 29 y 30).
En el caso de bienes muebles embargados, se establece el raro y
curioso principio de que éstos puedan pignorarse, antes de
venderse a Nacional Monte de Piedad, y si con el monto de la
pignoración se pueden cubrir los gastos, se entregará el billete de
empeño al ejecutar; en caso contrario, el empeño se hará en el
concepto de que el objeto salga a remate en la almoneda más
próxima y el billete se retendrá en el juzgado hasta que el acreedor
quede íntegramente pagado o hasta que los objetos pignorados se
realicen, entregándose entonces al deudor las demasías que
hubiere (art. 31).
Finalmente, el código proporciona reglas específicas acerca de
las sentencias que condenen a entregar cosa determinada o que
condenen a hacer, remitiendo a otras reglas comunes del código en
estas materias (arts. 33 y 34).
Una disposición difícil de interpretar, y posiblemente más difícil de
aplicar, es la contenida en el art. 35, que permite a un tercero que
considere perjudicados sus derechos al ejecutarse la sentencia,
ocurrir al juez de paz presentando pruebas; se trata quizás en rigor
de una verdadera tercería sumarísima y que, sin embargo, aunque
no se resuelva como lo dice el propio precepto sobre la propiedad
de la cosa ni sobre otros hechos, sí da facultad al juez para resolver
si subsiste o no el secuestro decretado. Como puede observarse, la
interpretación de tal precepto en la práctica será muy problemática.

199F Incidentes
Solamente hay dos disposiciones que se refieren a los incidentes:
los arts. 37 y 38. En ellos se establece que las cuestiones
incidentales en la justicia de paz se resolverán juntamente con lo
principal y no formarán en ningún caso artículo, sino que se
decidirán de plano. También se establece que la conexidad sólo
procederá cuando se trate de juicios que se sigan ante el mismo
juez de paz, y se resolverá luego que se promueva, sin necesidad
de audiencia especial ni de otra actuación, y se proscribe
definitivamente la posibilidad de acumulación de autos llevados ante
juzgados de paz diferentes. Finalmente, las promociones de nulidad
de actuaciones por falta o defecto de citación o notificación deben
ser desechadas de plano, esto sin perjuicio de las facultades
saneadoras que el juez de paz tiene y que han quedado
comentadas previamente.

199G Reglas generales


La reforma de mayo de 1996 derogó el art. 39 que hacía obligatorias
las disposiciones de este título a los juicios sobre actos mercantiles.
La declaración tuvo una correcta razón técnica porque una
disposición local no podía tener efectos derogatorios respecto de
disposiciones federales como son las del Código de Comercio.
Se establece la supletoriedad del resto de las disposiciones del
código para complementar las disposiciones del título específico y la
justicia de paz (art. 40). Se declara que no será necesaria la
intervención de abogados ni se exigirá ritualidad alguna, ni forma
determinada para las promociones o alegaciones que se hagan (art.
41). Las audiencias serán públicas y deberán desarrollarse en el
orden en que hubieren sido solicitadas. También se autorizan
suspensiones temporales, hasta de una hora, por si es necesario
esperar a alguna persona para reanudar las audiencias y, en caso
de necesidad, su continuación al día siguiente, lo cual en la práctica
resultará problemático por el señalamiento de otras audiencias (art.
43).
Deberá formarse un breve expediente por cada asunto y se
establece, con absoluta obsolescencia, que si el asunto no excede
de 300 pesos de monto, no se requerirá la formación de
expedientes, pues bastará un asiento en los libros de gobierno del
juzgado (art. 44). La crítica que nos permitimos hacer contra esta
disposición es que no debería contener una cantidad fija, sino un
múltiplo de salario mínimo para que estuviese acorde con la
inflación.
Interesante disposición es la relativa a la reglamentación de los
esqueletos impresos que se dice que deben usar estos juzgados
para facilitar y hacer rápido el despacho de citas, órdenes, actas y
demás documentos. También se establece una curiosa
responsabilidad para el presidente del Tribunal Superior y para el
jefe del Departamento Central (hoy jefe de Gobierno del Distrito
Federal), en el sentido de que tienen la obligación de fijar, cada
diciembre, los modelos de los esqueletos que vayan a usar los
juzgados de paz en el desempeño de sus tareas (art. 46).
Finalmente, el art. 47 establece que los jueces de paz no serán
recusables, pero que deberán excusarse cuando estén impedidos, y
en tal caso el negocio pasará al siguiente juzgado en número. Si los
jueces impedidos no se excusaren, a queja de parte, el Consejo de
la Judicatura impondrá la corrección disciplinaria correspondiente
haciendo la anotación en el expediente del funcionario.

1 José Ovalle Favela, op. cit., pp. 325 y 326.


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Índice analítico

Absolvente, 110
Acreedores
definición, 299
pago a los, 214
Actividad probatoria procesal, 85
Activo, 204
Acto(s)
de jurisdicción voluntaria, 327
impugnación, 331-332
jurídico, 116
prejudiciales, 22-23
Actuaciones, concentración de las, 5
Acumulación por atractividad, 300-301
Adjudicación, 211, 322
Administración de la sucesión, 319
Admisión
de la demanda, 42
de la prueba, 18, 106
efectos de la, 178
Adopción, 338
Agravios
contestación a los, 179
expresión de, 178
Albacea, 308
convencional, 309
definitivo, 309
funciones, 310
legítimo, 309
provisional, 309
rendición de cuentas, 320
testamentario, 309
Alegatos, 19, 145
de oreja, 147
Allanamiento, 51, 109
Almoneda, 211
Amigable composición, 259
Amparo
directo, 49
para efectos, 186
Apelación, 175
adhesiva, 177
características, 176
extraordinaria, 172, 183
y juicio de amparo, 185
Apeo, 340
Apremio judicial, 198
Arbitraje, 257
condiciones de realización del, 260
de derecho, 258
etapas del, 260
Arraigo, 29
Arrendamiento, 345-346
Articulante, 110
Asociación de pruebas, 129
Atractividad de los juicios
de concurso, 300
sucesorios, 307
Audiencia
de conciliación, 75, 77
preliminar, 31, 71-72
previa, 71, 75, 77
Auto
de cierre de instrucción, 21
de citación para sentencia, 21
Autonomía de la acción, 57
Autoridad central, 238
Avalúo, 316
Averiguación previa, 22

Beneficio de la pobreza, 81

Carga de la prueba, 94
distribución, 95
inversión, 95-96
Carga procesal, 94
Cédula, 47
Citación para sentencia, 148
Cláusula compromisoria, 259, 261
Código
de Procedimientos Civiles para el Distrito Federal, art. 393, 145n
Procesal Civil modelo para Iberoamérica, 253-256
Comparecencia obligatoria, 74
Compensación, 82
y reconvención, 64
Compromiso arbitral, 261
Concepto de violación, 180
Conclusiones, 19
por escrito, 146
Concursado común, 294
Concurso
de acreedores, 292-293
necesario, 294
voluntario, 294
Condena en costas, 82
Conferencia Interamericana
sobre arbitraje comercial internacional, 234
sobre competencia en la esfera internacional para la eficacia extraterritorial de las
sentencias extranjeras, 243
sobre conflictos de leyes en materia de adopción de menores, 238
sobre cumplimiento de medidas cautelares, 237
sobre domicilio de las personas físicas en el derecho internacional privado, 235
sobre eficacia extraterritorial de las sentencias y laudos arbitrales extranjeros, 235
sobre exhortos y cartas rogatorias, 231
protocolo adicional a la, 238
sobre normas generales de derecho internacional privado, 236
sobre obligaciones alimentarias, 246
sobre personalidad y capacidad de personas jurídicas en el derecho internacional
privado, 241
sobre prueba e información acerca del derecho extranjero, 236
sobre recepción de pruebas en el extranjero, 232
protocolo adicional a la, 240
sobre régimen legal de poderes para ser utilizados en el extranjero, 231
sobre restitución internacional de menores, 244
sobre tráfico internacional de menores, 247
Conferencia Interamericana de Derecho Internacional Privado
I, Panamá 1975, 229
II, Montevideo 1979, 229
III, La Paz 1984, 230
IV, Montevideo 1989, 230
V, México 1994, 230
Confesión
como prueba desahogada, 112
como resultado, 112
desahogada, 113
extrajudicial, 113
judicial, 51
Confesión (cont.)
mediante posiciones, 111
nulidad de la, 113
objeto de la, 112
provocada, 112
Conjetura, 143
Consignación, preliminares de, 27
Contrademanda. Véase Reconvención
Controversias familiares, 277-278
Contumacia, 67
bilateral, 68
total, 68
unilateral, 68
Correr traslado, 41
Cosa juzgada
como excepción, 59
definición, 156, 188
formal, 157
nulidad de la, 187
sustancial, 157
Costas procesales, 81
Cuestiones preliminares, 22

Declaración
de concurso, 294
de saneamiento, 73
en rebeldía, 69
Defensa, 54
Defensorías de oficio, 81
Demanda, 32
admisión, 42
ampliación, 43
defectos subsanables, 37
definición, 33
desechamiento, 45
desistimiento, 45
efectos de su presentación, 40-41
escrita, 34
estructura, 35-36
fundamentación, 38
interposición, 39-40
oral, 34
preámbulo, 35
procedencia, 38
rechazo, 45
requisitos legales, 42
rubro, 35
transformación, 43
Demandado, actitudes del, 50
Denuncia del pleito, 286
Depositario interventor con cargo a caja, 206
Depósito de persona. Véase Separación de personas
Derecho
de contradicción, 53
privado, 3
probatorio, 88
procesal familiar, 4
Desahogo de la prueba, 18
Desahucio, juicio de, 217n, 224-225
Deslinde, 340
Despacho
regulador del proceso, 74
saneador, 73
Desistimiento, 44
de la acción, 45
de la demanda, 45
de la instancia, 45
Deudor común. Véase Concursado común
Dirección de Consignaciones Civiles, 28
Divorcio
administrativo, 341
judicial por mutuo consentimiento, 342
Doble pertenencia de la acción, 56
Documento(s)
autenticidad, 119
auténticos, 118
definición, 115, 117
fundatorios de la acción, 41
notarial, 121
oficial, 120
privados, 118-119
públicos, 118-119
simples, 119
Due process of law, 53
Dúplica, 44

Edicto, 48
Ejecución(es), 195
de sentencias, 201-203
definitiva, 199
provisional, 200
universales, 204
Embargo, 205
y remate, 199
Emplazamiento, 46
efectos, 48
formas de, 47
nulidad, 49
por correo y por telégrafo, 47
Excepción(es), 54
de fondo, 59
de rito, 59
dilatoria(s), 60-61
simples, 60
perentoria, 60-61
Expresión de agravios, 178

Fase
confirmatoria, 144
postulatoria, 16
preconclusiva, 19, 145
probatoria, 17
reafirmatoria, 144
Fe pública, 120
Ficción legal, 142

Hecho(s)
a cuyo favor existe una presunción legal, 100
confesado, 99
derivados de las máximas experiencias, 100
notorios, 100
Herederos, 315
legítimos, 315
testamentarios, 315
Herencia, liquidación de la, 321
Hipoteca, 220
Hipótesis, 143

Impugnación, 122
de sentencia aparente o fraudulenta, 192
medios de, 161, 163
procedencia, 164
procesal, 160
recursos de, 161
teoría de la, 159
Incidente de nulidad de actuaciones, 49
Indemnización, 82
Indicio, 142-143
Informaciones ad perpetuam, 338-339
Informe de autoridad, 121
Inhibición, 206
Iniciación de la audiencia de pruebas y alegatos, 149
Inmediatez física, 7
Inspección judicial, 127-129
a petición de parte, 130
de oficio, 130
pericia anexa a la, 129
sujeto de la, 128
Instrucción, 1
fases, 15
Instrumento, 118
Inter allios acta, 158
Interpelación judicial, 48
Interrogatorio
directo, 112
judicial, 137
por las partes, 137
recíproco, 112
Interventor, 311
judicial. Véase Depositario interventor con cargo a la caja
Intestados, 305-306
Inventario, 316

Jueces
de lo familiar, 268-269, 276
pupilares, 268
Juez de instrucción y juez de decisión, identidad del, 6
Juicio(s), 1-2, 20
arbitral, 257
Juicio(s) (cont.)
civiles, 288
de amparo y apelación extraordinaria, 185
de concurso
atractividad del, 300
fases, 301
tramitación de los, 303
de desahucio, 217n, 224-225
de equidad, 258
de lanzamiento. Véase Juicio de desahucio
de paz, 357
ejecución de sentencias, 358
incidentes, 360
del fuero federal y del fuero común, 288
ejecutivo, 198, 209
preparación, 24, 210
reglamentación del, 210
y vía de apremio, 197
en rebeldía, 69
especial(es), 215, 217
de desahucio, 217em n
hipotecario, 219, 221
lógico jurídico, 2
mercantiles, 288
preparación, 23
sucesorios, 288-289, 305
atractividad de los, 307
secciones de los, 306
tramitación notarial, 324
sumario(s), 216
de desahucio. Véase Juicio de
desahucio
universales, 287
naturaleza jurídica, 290
Juramento de mancuadra, 40n
Jurisdicción
contenciosa, 328
mixta, 197
voluntaria, 327, 330, 333-334, 336
procedimiento de, 335
sujetos de la, 331
Justicia
de martillo, 353
de paz, 352-354
ejecución de sentencias, 358
incidentes, 360
Juzgados
de lo familiar, 267, 270
de paz, 352
pupilares, 267

Laudo y sentencia, diferencias, 263


Legalización de firmas, 120
Ley de Enjuiciamientos Civiles, 1
Litis, 44
Litisconsorcio, 110, 282-283
Llamamiento
a terceros, 285-286
en evicción, 285
en garantía, 285
Lógica, 2

Medio(s)
de acreditamiento, 87, 115
de confirmación, 115
de convicción, 87, 109
de mostración, 88
de prueba, 86, 88
forma, lugar y modo de desahogo, 107
Medios de impugnación, 161
extraordinarios, 172
internos, 163
ordinarios, 172
restricción de, 8
Memoranda, 147
Ministerio público en materia sucesoria, intervención del, 312
Mora, 49
Mutua petición. Véase Reconvención

Norma
procesal, 4
sustantiva, 4
Novela 84, 74
Nulidad
de la cosa juzgada, 187
procesal, 162

Objeción, 122
Objeto de la prueba, 98
Ofrecimiento de la prueba, 18, 104
Oposición de defensas y excepciones, 52
Órganos parajudiciales, 291

Pacto arbitral, 259


Papiniano, 65
Partición, 321-322
Pasivo, 204
Patria potestad de menores, pérdida de, 280
Patrimonio, 204
ejecutable, 204
Patrocinio gratuito, 81
Peritos, 123
en rebeldía, 126
entendidos, 124
funciones del, 124
tercero en discordia, 126
titulados, 124
Plazo, 103
Plenitud de jurisdicción, 186
Pliego de posiciones, 111
Postura
legal, 213
mínima inicial, 213
Preparación de la prueba, 18
Presunción
definición, 140-141
humana, 141, 143
jurídica, 140
legal, 142
Pre-trial, 31
Prevención, 48
verbal, 37
Primera audiencia. Véase Audiencia preliminar
Principio(s)
de adquisición de la prueba, 92
de la contradicción de la prueba, 92
de la economía procesal, 5
de la igualdad de oportunidades, 92
de la inmediación y dirección del juez en la producción de la prueba, 92
de la necesidad de la prueba, 91
de la prohibición de aplicar el conocimiento privado del juez sobre los hechos, 91
de la publicidad de la prueba, 92
de ser oído y vencido en juicio, 52
del debido proceso legal, 52
generales del derecho, 101
Procedencia de un trámite o recurso, 178
Procedimiento
arbitral, 262
concursal, fases del, 301
Proceso, 1, 14
biinstanciales, 12
clasificación, 3
con unidad de vista, 11
constitutivo, 13
de condena, 13
de conocimiento, 13
dispositivo, 9
ejecutivo, 13
escrito, 4
inquisitorial, 9
monitorio, 31
oral, 4-5
preclusivo, 11
publicista, 9
singular, 11
temporalidad del, 14
uniinsustanciales, 12
universal, 12
Providencias precautorias, 28
Prueba(s)
a base de testigos, 132
admisión de la, 18, 106
asociación de, 129
concepto, 87, 89
concurrentes, 93
Prueba(s) (cont.)
de la costumbre, 101
del uso, 101
desahogo, 18
directas o inmediatas, 92
distribución, 95
fin de la, 86
históricas y críticas, 93
idóneas e inútiles, 93
inmorales y morales, 93
judicial, 85
jurídica de los hechos controvertidos, 86
medios de, 86, 88
nominales o innominadas, 93
objeto de la, 98
ofrecimiento, 18, 104
originales y derivadas, 92
plazos para las, 103
para futura memoria, 24, 102
testimonial, 137
para mejor proveer, 10, 97
pericial, 123, 125
objetos de la, 125
pertinentes e impertinentes, 93
plenas, semiplenas y por indicios, 93
por confesión, 108
preconstitución de la, 102
preconstituidas, 137
y por construir, 93
preparación, 18
presuncional, 141
principios generales, 90-91
procesal, 88
reales, 92
supervenientes, 104
testifical, 131
valoración, 19
Psicología judicial, 135

Queja, 37-38, 169


administrativa, 171
institucional, 170
-chisme, 170

Rebeldía. Véase Contumacia


Reconocimiento judicial. Véase Inspección judicial
Reconvención, 63
forma, 66
tiempo, 65
y compensación, 64
Recurso(s)
de alzada. Véase Apelación
de denegada apelación, 169
de la apelación extraordinaria, 49
de queja, 37-38, 169
de responsabilidad, 193
extraordinarios, 173
ordinarios, 173
Rectificación de actas, 181
Reenvío, 186
Reformas a los códigos mexicanos para ajustarlos a las convenciones internacionales,
250-253 c
Remate
de bienes inmuebles, 212
judicial, 211
y embargo, 199
Rentas, congelación de, 345
Reparación constitucional, 172-173
Réplica, 44
Reposición, 168
Res inter allios acta, 158
Resolución arbitral, naturaleza jurídica, 262
Revisión, 162
de oficio, 181
Revocación, 168

Saneamiento
de la evicción, 285
declaración de, 74
procesal, 69
Secuencias, 75
Secuestro convencional, 199, 205
Sentencia(s)
clasificación, 155-156
citación para, 148
congruencia de la, 154
Sentencia(s) (cont.)
definición, 150-151
definitivas, 155-156
ejecución de, 201-203
Sentencia(s) (continuación)
ejecutorias
por declaración judicial, 158
por ministerio de ley, 158
estructura, 153
exhaustividad de la, 154
firmes, 156
interlocutoria, 155
motivación de la, 154
que cause ejecutoria, 166
requisitos, 152, 154
sujeta a impugnación, 166
y laudo, diferencias, 263
Separación de personas como acto prejudicial, 25
Síndico, 296
definitivo, 297-298
honorarios, 299
naturaleza jurídica, 296-297
provisional, 297-298
requisitos, 297
responsabilidad, 299
Sistema
de la prueba libre, 8
de la sana crítica, 8, 139
de litis abierta, 43
de vencimiento puro o simple, 82
del prudente arbitrio del juzgador, 9
legal o tasado, 8
ordálico, 8
sancionador de la temeridad o mala fe, 82
Sospecha, 143
Sujeto(s)
acreedores del concurso, 300
de la confesión, 110
de la inspección, 128
Supertercería excluyente de dominio, 285
Suplencia de la queja, 10, 33

Tacha de testigos, 138


Técnica del interrogatorio a testigos, 136
Teoría de la impugnación, 159
Tercería(s)
coadyuvante, 282
excluyentes, 284
de dominio, 284
de preferencia, 284
Terceristas, 281
Terceros, llamamiento a, 285-286
Término, 103
Testamentarías, 305-306
Testigo(s)
aleccionamiento de, 136
de abono, 132
de asistencia, 131
de cargo, 132
de identidad, 129
de oídas, 134
de parte, 134
de vista, 134
definición, 133
instrumentales, 132
medio de prueba, 132
tacha de, 138
Título(s)
de crédito, 117
ejecutivo(s), 208
civiles, 209
mercantiles, 209
Tramitación notarial de los juicios sucesorios, 324
Tutores, nombramiento de, 336

Unidad procesal, 2-3

Valoración de la prueba, 19
Vía de apremio, 198
y juicio ejecutivo, 197

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