Buena Fe. Coderch
Buena Fe. Coderch
Buena Fe. Coderch
1.2020 contractual
Artículo 1.258 del Código Civil
Abstract
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In the Spanish Law of Contracts, the good faith standard is conceived as a set of
due behavior of the parties which is aligned with the contract itself (section 1,258
of the Spanish Civil Code). If the contract is valid, the good faith standard
modulates the specific contractual clauses and fills the gaps. As a matter of rule,
contractual good faith is always contextual and it does not enable Courts and
arbitration panels to contradict valid clauses of a valid contract. If, and only if,
some clauses are void, or the whole contract is in the verge of collapsing, can the
good faith standard be used to amend the contract regulation.
Title: The contextual conception of contractual good faith in the Spanish Law of Courts.
Section 1,258 of the Spanish Civil Code 1889
-
Palabras clave: buena fe contextual, reglas, principios, buena fe subjetiva, buena fe
objetiva, ley imperativa, causa de los contratos, usos del comercio, buena fe y
negligencia, buena fe en derecho europeo y español del consumo, análisis económico
del derecho, buena fe procesal, validez de los contratos, buena fe y normas sociales
Keywords: contextual good faith, rules, standards, subjective good faith, objective good
faith, mandatory law, cause and consideration of contracts, usage of trade, good faith and
negligence, good faith in European and Spanish Consumer Law, Law and Economics,
procedural good faith, validity of contract, good faith and social norms
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Índice
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1.2020
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Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
Los autores de este artículo defendemos una concepción contextual de la buena fe contractual.
En su virtud, el principio general de buena fe se entiende en coherencia con el contrato mismo –
apegado a él -, así como a su naturaleza, a la ley y a los usos.
“Los contratos se perfeccionan por el mero consentimiento, y desde entonces obligan, no sólo al
cumplimiento de lo expresamente pactado, sino también a todas las consecuencias que, según su
naturaleza, sean conformes a la buena fe, al uso y a la ley”.
La tesis defendida en este trabajo es normativa, pero está positivamente fundada en el artículo
citado. De acuerdo con ella, la buena fe, entendida como deber de corrección de la conducta de
las partes de un contrato 1, ha de ser máximamente coherente con el texto del contrato mismo (o
con los actos concluyentes que lo perfeccionan, si el contrato es tácito), con su naturaleza (tipo
y causa concreta, modo de contabilización), con los usos (interpretativos y normativos) del sector
del tráfico en el cual se inserta el contrato y con la ley que lo regula (tanto imperativa como
dispositiva). La buena fe es paralela al contrato y a su contenido, no alternativa: el contenido
contractual modula el alcance de la buena fe, pues las partes pueden exigirse un entendimiento
estricto del texto del contrato, o pueden superar el perímetro del principio de buena fe y
establecer que el contrato se integre con criterios de pura equidad.
Esta tesis de la buena fe contextual se entiende no solo por aquello que incluye, la exigencia de
máxima coherencia entre la concreción del principio de buena fe y el contrato concreto en el cual
se incardina, sino y muy señaladamente por todo lo que excluye.
∗ Los autores son miembros del Grupo de Investigación en Derecho Patrimonial (2017 SGR 1636), dirigido por el Prof.
Josep Ferrer Riba (Universitat Pompeu Fabra) financiado por la Agencia de Gestión de Ayudas Universitarias y de
Investigación (AGAUR), adscrita a la Secretaría de Universidades e Investigación del Departamento de Empresa y
Conocimiento de la Generalitat de Catalunya.
Tomás Gabriel García-Micó, a su vez, es titular de una beca para la contratación de personal investigador novel (FI-2019),
concedido por el AGAUR en un proceso abierto y competitivo y cofinanciado por el Programa Operativo de Cataluña
2014-2020 CCI 2014ES05SFOP007 del Fondo Social Europeo.
1
Por todos, Ángel CARRASCO PERERA (2016), Tratado del abuso de derecho y del fraude de ley, Aranzadi, Cizur Menor, p. 140.
Una paralela concepción contextual de la buena fe se incluía ya en el artículo 57 del Código de Comercio de 1885.
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vaciamiento. Una muy notoria fue la propagada por la Alemania nacionalsocialista, y en cuya
virtud, el texto de la ley y de los contratos se subordinaban a la sana conciencia del pueblo
interpretada por sus dirigentes no elegidos por nadie 2.
En el artículo 3.2 del Código Civil, la equidad es un fundamento de decisión distinto a la ley y,
por ello precisamente, el artículo establece que las resoluciones de los tribunales solo podrán
descansar en la equidad cuando la ley misma expresamente lo permita. En cambio, la buena fe
contractual es contextual, aparece junto con el contrato, los usos y la ley. Ocurre que, tratándose
la buena fe de un principio general del derecho, no se contrapone al contrato válido y eficaz y,
por lo tanto, conforme con la ley, aplicable paralela o complementariamente. La equidad, en
suma, podría operar, si el artículo 3.2 del Código Civil no lo impidiera, al margen de la ley. La
buena fe en cambio, lo hace junto con ella. Hay arbitrajes de derecho y arbitrajes de equidad, pero
no hay un tertium genus de arbitrajes de buena fe 4.
2
Bernd RÜTHERS (2012), Die unbegrentze Auslegung. Zum Wandel der Privatrechtsordnung im Nationalsozialismus, 7. Aufl.,
Hidelberg. El autor ilustra la perversión del derecho con base en una reconstrucción nacionalsocialista del principio de
buena fe (Treu und Glauben) con el objeto de limitar los derechos de personas judías (véanse pp. 229 y ss. 3, „Treu und
Glauben“ als politische Kampfklausel zur Beseitigung bestehender Vertragsansprüche“). Klaus ANDERBRÜGGE (1978),
Völkisches Rechtsdenken. Zur Rechtslehre in der Zeit des Nationalsozialismus, Berlin, Duncker & Humblot. Jens
MEIERHENRICH (2018), The Remnants of the Rechtsstaat. An Etnography of Nazi Law, Oxford University Press, Oxford.
Michael STOLLEIS (2008), „Recht im Unrecht. Studien zur Rechtsgeschichte des Nationalsozialismus“, en Frank DIETMEIER,
Goltdammer’s Archiv für Strafrecht, Vol. 155, núm. 2, pp. 121-122. Das Rechte (Un)recht, 2015. Heinrich LANGE (1943),
„Wesen und Gestalt des Volksgesetzbuch“, Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, Bd. 103, H.2., pp. 208-259. Luis
DÍEZ-PICAZO Y PONCE DE LEÓN (1986), “Prólogo”, en José Luis CARRO (Trad.), El principio de buena fe, Editorial Civitas,
Madrid, 2ª reimpresión, pp. 11 y 12. Dirk LOOSCHELDERS y Dirk OLZEN (2015) (en su comentario al § 242 del BGB en J. von
Staudingers Kommentar zum Bürgerlichen Gesetzbuch mit Einführungsgesetz und Nebengesetzen, B.2 Recht der
Schuldverhältnisse 241-243 Treu und Glauben, Sellier, De Gruyter, Berlín, pp. 372-373) dan cuenta de la tentativa de
disolución del derecho civil del BGB en un Volksgesetzbuch en el cual, el ejercicio de todos los derechos subjetivos habría
de regirse por la buena fe y por los principios reconocidos de la vida comunitaria del pueblo y siempre partiendo de que
el bien de la comunidad habría de prevalecer sobre el provecho o beneficio privados. Parecidamente, Justus Wilhelm
HEDEMANN, heraldo del nuevo y nonato Volksgesetzbuch, había escrito en 1933 Die Flucht in die Generalklauseln: eine
Gefahr für Recht und Staat, Mohr Siebeck, Tübingen. En la doctrina procesal española, Juan MONTERO AROCA (2002), I
principi politici del nuovo proceso civile spagnolo, Edizioni Scientifiche Italiane, Nápoles, pp. 100-102 ha advertido del
potencial vaciamiento del derecho procesal objetivo mediante la utilización expresa de un principio de buena fe al
servicio de concepciones del Estado totalitario y Manuel CACHÓN CADENAS, “La buena fe en el proceso civil”, Justicia,
2005a, p. 15 ha puesto repetidamente de manifiesto la dificultad de cohonestar una interpretación amplia del principio
de buena fe con las garantías constitucionales del proceso y el principio de legalidad en el derecho sancionador.
3
Una buena síntesis puede leerse en Johannes FRIESECKE (2018), “Comentario al § 242 BGB”, Otto PALANDT, Bürgerliches
Gesetzbuch mit Nebengesetzen, 78. Auflage, C.H. Beck, München, pp. 264-276.
4
En la exposición de motivos de la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de Arbitraje, y en ausencia de acuerdo entre las
partes sobre el tipo de arbitraje al que someterán su controversia, se presupone que estas han acordado resolverlo “sobre
la base de los mismos criterios jurídicos que si hubiere de resolver un tribunal” (motivo VII), cuestión que se mantiene
en el artículo 34.1 de la Ley: “Los árbitros sólo decidirán en equidad si las partes les han autorizado expresamente para
ello”. Cfr. Disposición Adicional Única de la Ley (“Esta ley será de aplicación supletoria al arbitraje a que se refiere la Ley
26/1984, de 19 de julio, general de defensa de consumidores y usuarios, que en sus normas de desarrollo podrá establecer
la decisión en equidad, salvo que las partes opten expresamente por el arbitraje en derecho”) y el artículo 33.1 Real
Decreto 231/2008 (“El arbitraje de consumo se decidirá en equidad, salvo que las partes opten expresamente por la
decisión en derecho”).
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jurisprudencia, de un case law, que no solo complementa el ordenamiento jurídico, sino que es
fuente primaria de derecho 5. No es nuestro sistema, no es civil law.
En este trabajo defendemos que el de buena fe, como principio, es fuente de derecho y se aplica
en defecto de ley, pero antes que ello y según el artículo 1.258 CC el principio mismo se entiende
e integra coherentemente con la ley, tanto con la imperativa, como con la dispositiva. Por así
decirlo, los autores de este trabajo defendemos una posición que trata de asumir las cualidades
del debate entre Hart y Dworkin, entre el derecho positivo y los principios, entre el pedigrí y el
contenido: el principio de buena fe integra el derecho positivo sin confundirse con él ni
desplazarlo 6.
En teoría del derecho, se distingue entre reglas (rules) y principios (standards) 7. La aplicación de
una regla requiere conocer su supuesto de hecho, entenderlo y, para ello, no es preciso formular
un juicio de valor. Entendido el supuesto de hecho, se aplican las consecuencias de derecho, por
sencillo ejemplo, la norma que establece una prohibición de circular a una velocidad superior a
100 km/h no requiere para ser aplicada ningún género de valoración y, tradicionalmente, la
podría aplicar una máquina. En cambio, los principios integran el sistema normativo, pero su
supuesto de hecho suele ser más abstracto que el de las reglas, y su aplicación requiere una
apreciación humana, un juicio de valor; por ejemplo, una norma que obligue a circular
diligentemente con la velocidad máxima que exija una conducción diligente dadas las
circunstancias del caso 8.
Además, en el Código Civil español, el de buena fe es un principio general del derecho (artículo
7.1, en relación con el artículo 1.1 del Código Civil) 9. Por lo tanto, la primera cuestión que hay
que tratar en el marco de la concepción defendida en este trabajo es cómo enlazar la doctrina
general de las fuentes del derecho –la posición de los principios generales del derecho en nuestro
sistema jurídico- con el entendimiento de la buena fe en sede contractual, siempre en coherencia
con el contrato, el tráfico y la ley.
En efecto, si la buena fe es un principio general y estos son fuentes del derecho en defecto de la
ley y costumbre, difícilmente podría sostenerse que la buena fe no solo rige en defecto de ley sino
al margen de la ley misma. Y, aún más claramente, en el artículo 1.258 del Código Civil se parte
por hipótesis de la existencia de un contrato válido y eficaz. Dado el presupuesto anterior, el
5
Por ejemplo, Martijn HESSELINK (1998), “Chapter 18. Good Faith”, en Arthur HARTKAMP, Martijn HESSELINK, Ewoud
HONDIUS, Carla JOUSTRA & Edgar DU PERRON (Eds.), Towards a European Civil Code, 2ª ed., Kluwer Law International, The
Hague/London/Boston, pp. 305, 307.
6
El debate empezó con la publicación por Ronald DWORKIN en 1967 del artículo “The Model of Rules I”, University of
Chicago Law Review, nº 35, pp. 14-46. En él criticaba la posición positivista que HART había expuesto en su conocida obra
de 1961, titulada The Concept of Law. Para un análisis del debate y sus consecuencias, véase Scott J. SHAPIRO (2007), “The
“Hart-Dworkin” Debate: A Short Guide for the Perplexed”, Public Law and Legal Theory Working Paper Series, Working
Paper nº 77.
7
Para una muestra de la distinción entre reglas (rules) y principios (standards), léase Ward FARNSWORTH (2007), The Legal
Analyst. A toolkit for thinking about the law, University of Chicago Press, Chicago, pp. 163-171.
8
La distinción está ciertamente en crisis, pues la inteligencia artificial permite integrar reglas y principios, en tanto en
cuanto el dispositivo sea capaz de añadir desarrollos nuevos, pero coherentes con la experiencia anterior. Sin embargo,
este no es el tema de este trabajo.
9
Ya Luis DÍEZ-PICAZO Y PONCE DE LEÓN (2014), La doctrina de los propios actos. Un estudio crítico sobre la jurisprudencia del
Tribunal Supremo, Bosch, Barcelona, p. 139.
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contenido de la buena fe en el caso concreto se dilucida siempre en el contexto del contrato (de
su contenido y naturaleza) y de la ley, así como de acuerdo con los usos del tráfico. En el artículo
1.258 del Código Civil, la buena fe es contextual (con el contrato y con la ley) y consonante con
los usos del tráfico (normativos e interpretativos). De nuevo hay que recalcar que el juez está
vinculado por la ley y por el contrato, no decide autónomamente en contra de ninguno de ellos,
y si aparentemente lo hace así, muy excepcionalmente, es porque el contrato ha quebrado, ha
perdido su base negocial o esta se ha alterado mucho más allá de aquello que las partes
pretendieron conseguir al celebrarlo o de aquello que razonable y previsiblemente habrían
pretendido. De nuevo, la buena fe contractual es contextual y no se confunde con la equidad.
Por eso, si el contrato es contrario a la ley imperativa, entonces será nulo, y su nulidad solo
permitirá matizaciones desde la buena fe subjetiva, de una o de ambas partes contratantes. Pero
la buena fe objetiva no sanará la nulidad, pues el artículo 1.258 del Código Civil no opera en caso
de nulidad del contrato. Parecidamente, si el contrato fue celebrado solo por el engaño de una
parte que indujo a la otra a contratar, pues entonces hubo dolo inicial y el contrato podrá ser
anulado a instancias del contratante engañado. Otro ejemplo: si el contrato es nulo simplemente
porque las partes expresamente han resuelto no excluir “la responsabilidad procedente del dolo”
(artículo 1.102 CC) o cuando la obligación condicional sea nula porque “el cumplimiento de la
condición dependa de la exclusiva voluntad del deudor” (condición puramente potestativa,
artículo 1.115 CC), la relación entre las partes mismas no es jurídica, no las vincula, sino que
simplemente es una relación social, como tantas otras que suceden cada día en la vida real. Lo
mismo ocurrirá cuando las partes, de buena fe, excluyeron la justiciabilidad de su relación:
expresamente no quisieron que jueces y tribunales intervinieran en sus vicisitudes en ningún
caso, pero, entonces, tampoco ha lugar a la aplicación del artículo 1.258 del Código Civil, pues
no hay relación jurídica contractual, sino una mera relación social sujeta a criterios o pautas
ajenas al derecho de los contratos.
Así, y en una primera conclusión, aunque el principio de buena fe es muy amplio, la buena fe
contractual del artículo 1.258 del Código Civil es contextual, coherente con el texto y con las
prácticas reales del tráfico 10.
10
La diferenciación entre el principio general de buena fe del artículo 7.1 del Código Civil, y la buena fe contractual del
artículo 1258 del Código Civil ha sido vista por la doctrina más perspicaz: CARRASCO (2016, pp. 80 y ss. y 142).
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En la doctrina española del último tercio del siglo XX influyó mucho la reconstrucción romanista
que, una década después de acabada la Segunda Guerra Mundial, había realizado Franz
Wieacker 11. Esta concepción es canónica en la doctrina española 12 pero, llevada al extremo,
desnaturaliza la función de la jurisprudencia, tal como la entendemos en el Civil Law continental
y, más específicamente, en el artículo 1.6 del Código Civil, pues la acerca al praetor romano o al
case law angloamericano. Por ello, en este trabajo defendemos que la buena fe contractual es
contextual y, que no habilita al juzgador, ni al árbitro de derecho, para prescindir del tenor del
contrato el cual, por hipótesis es válido y eficaz.
Wieacker, quien en 1955 reaccionaba tácitamente 13 contra sus propios excesos de una generación
antes, recurrió, para el rescate del derecho, a la ayuda de la gran tradición romanista. Pero, al
cabo, se vio obligado a retroceder, pues los sistemas judiciales del Civil Law continental europeo
no reproducen la función y la posición del derecho honorario, del pretor romano (ni la del juez
del Common Law). Así, en primer lugar, y con base en un texto de Papiniano, las funciones de la
buena fe son tres: interpretar, suplir y corregir el derecho escrito (“iuris civilis iuvandi, supplendi
o corrigendi gratia”) 14. No obstante, y a diferencia del derecho honorario romano, la
interpretación del principio de buena fe no puede fundamentar un estado de cosas en el cual, y
en palabras de Wieacker, “el juez revista soberanamente un dare oportere civil con una acción,
ni, a la inversa, […] que dé una actio honoraria a un debere no reconocido civilmente” 15. Por ello,
el autor volvía sobre sus pasos y contrarrestaba una concepción expansiva de la buena fe
mediante la utilización de categorías y subcategorías concretas fundamentadas en doctrinas bien
establecidas en cada derecho nacional:
- La exceptio doli, cuando el “juez actúa con mayor libertad y praeter legem, cuando exige a
las partes que en el ejercicio o defensa de sus derechos se comporten de manera justa”.
Esta potestad del juez de actuar praeter legem se concreta cuando la cuestión litigiosa se
centra en el ejercicio de los derechos de forma contraria a los actos propios (venire contra
factum proprium), o en la falta de un “interés propio duradero” (p. 63: “dolo agit qui petit
quod statim redditurus est”, o cuando el derecho en cuestión ha sido adquirido “de mala
fe” (p. 66) o, finalmente, cuando se halla frente a una “[a]cción legal claramente inocua
y desconsiderada” (p. 70).
11
Franz WIEACKER (1955), Zur rechtstheoretischen Präzisierung des § 242 BGB, J.C.B. Mohr, Tübingen.
12
Paradigmáticamente MIQUEL (1995, pp. 841-842).
13
Rüthers vio bien cómo dos obras de referencia de la historia del derecho y de la metodología de la ciencia jurídica, Franz
WIEACKER (1952), Privatrechtsgeschichte der Neuzeit, Vandenhoeck und Ruprecht, Göttingen, 1ª ed. y Karl LARENZ (1960),
Methodenlehre der Rechtswissenschaft, Springer, Berlin, 1ª ed., orillaban toda mención a la época nacionalsocialista.
RÜTHERS (1997, p. 94).
14
D. 1.1.7.1.
15
Véanse las pp. 50 y 51 de la traducción al español de WIEACKER.
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crear, de facto, una situación ajena a la prevista en la letra del contrato. De hecho y en
esta sede Wieacker intenta aclarar, en la nota 94 de su libro que “aquí no se predica carta
blanca para la jurisprudencia, sino, al contrario, se desaconseja una prematura creación
judicial del derecho”.
Una de las razones por las cuales en este trabajo se defiende la concepción contextual de la buena
fe es que, dado que esta se ciñe al tenor del artículo 1.258 del Código Civil, no se ve luego en la
necesidad de emprender en un viaje de vuelta. Dicho de otro modo, no exponemos una
concepción expansiva de buena fe para luego vernos obligados a retroceder.
En la mejor doctrina española es fundamental la voz Buena fe que el profesor José María Miquel
González redactó en 1995. En ella, las connotaciones de la buena fe son:
La buena fe contractual es entendida aquí como un deber de conducta correcta y coherente. Otras
connotaciones del concepto contextual de la buena fe se asocian con las connotaciones de las
expresiones “comprensión y consideración”, “cooperación y colaboración”, “compasión y
contención”, “continuidad y credibilidad”.
16
José María MIQUEL GONZÁLEZ (1995), “Buena fe”, en Alberto MONTOYA MELGAR (Dir.), Enciclopedia Jurídica Básica,
Madrid, Civitas, pp. 831 y ss. También del mismo MIQUEL GONZÁLEZ (1991), “Comentario al artículo 7.º 1”, en Cándido
PAZ-ARES RODRÍGUEZ, Luis DÍEZ-PICAZO Y PONCE DE LEON, Rodrigo BERCOVITZ y Pablo SALVADOR CODERCH (Dirs.),
Comentario del Código Civil, Ministerio de Justicia, Madrid, p. 38.
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Se distingue clásicamente entre buena fe objetiva y buena fe subjetiva 17. En este trabajo nos
sumamos a esta concepción dual de la buena fe. La buena fe objetiva es un canon de conducta
que se concreta en deberes de corrección y coherencia que aquí calificamos, repetidamente, como
contextuales con el contrato y la ley, así como con los usos del tráfico. Más allá del contrato, el
referente de la buena fe objetiva se halla en el artículo 7.1 del Código Civil: “Los derechos deberán
ejercitarse conforme a las exigencias de la buena fe.” Y, más allá del derecho de contratos, en el
artículo 65 del TRLGDCU.
“Los contratos con los consumidores y usuarios se integrarán, en beneficio del consumidor,
conforme al principio de buena fe objetiva, también en los supuestos de omisión de información
precontractual relevante.”
En cambio, la buena fe subjetiva es un “hecho del espíritu que caracteriza a quien incumple una
norma o lesiona un derecho sin conciencia” 18, así como también como “un estado de la
conciencia, un hecho espiritual que se refiere a un defecto jurídico y produce en muchas
ocasiones una consecuencia favorable, que sin ella no tendría lugar” 19. Integra supuestos de
hecho adquisitivos en propiedad y otros derechos reales, paradigmáticamente en el artículo 34
LH, o en la usucapión (1.950 del Código Civil), o en los efectos de la posesión, etc.; o modula las
consecuencias de la nulidad como sucede con el matrimonio nulo (artículo 78 del Código Civil),
etc.
6. Buena fe y diligencia
Se distingue, a veces 20, pero no siempre, entre buena fe y diligencia. En buena fe contractual, y
en el marco de la concepción contextual de la buena fe contractual aquí defendida, la distinción
17
José María MIQUEL GONZÁLEZ (1991, p. 40) critica los planteamientos que han tratado de unificar las facetas objetiva y
subjetiva de la buena fe como “intentos […] bien intencionados” pero que “están condenados de antemano a permanecer
en las alturas de la vaguedad y de la abstracción, en un plano, por tanto, pobre en información, que no aporta los
desarrollos necesarios para la aplicación fundada del principio”. En efecto, buena fe objetiva y subjetiva son conceptos
distintos. Tratar de hacerlos converger en uno solo sería un error. Asimismo, en el prólogo de la traducción al castellano
de la obra de Franz WIEACKER, Luis DÍEZ-PICAZO, trata la cuestión de la buena fe, y diferencia entre la buena fe como
concepto técnico-jurídico —entendido como elemento configurador del supuesto de hecho delimitador de una u otra
institución jurídica—, del principio general de buena fe, entendido como estándar de comportamiento exigible a los
integrantes de una comunidad jurídica y del cual emanan normas técnicas de obligado cumplimiento [DÍEZ-PICAZO Y
PONCE DE LEÓN (1986, pp. 11 y 12)].
18
MIQUEL GONZÁLEZ (1995, pp. 834, 836).
19
Ídem.
20
Escribe MIQUEL GONZÁLEZ (1995, p. 837-838): “El inconveniente de definir la buena fe subjetiva desde un modelo de
conducta diligente es que ignora la gran variedad de situaciones en que es relevante la buena fe y la valoración de las
diferentes circunstancias de cada supuesto de hecho. […] [B]uena fe y diligencia son conceptos diversos, cuya
involucración impide la comprensión de algunos preceptos del CC y no concuerda con sus definiciones de la buena fe.
[…] Mas también debe distinguirse entre negligencia en el cumplimiento de una obligación o en el cumplimiento de una
carga. […] La negligencia en el cumplimiento de propias obligaciones constituye sin duda una cierta falta de honradez y
a pesar de ello el CC incluye dentro del deudor de buena fe a un deudor negligente, aunque no sólo a él (artículo 1.107).
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es clara: una de las partes del contrato puede ser torpe, puede actuar desafortunada o
desacertadamente, o puede simplemente olvidarse de cumplir. Pero torpeza no es sinónimo de
mala fe, por lo menos no la primera vez. Que ello es así resulta del artículo 1.107 (I) del Código
Civil, el cual distingue entre el incumplidor que ha de responder más o menos según sea de buena
fe o de mala fe. El primero es en el Código Civil y su artículo 1.101, un deudor negligente; y el
segundo es, de acuerdo con el mismo artículo, un deudor doloso.
El incumplimiento de una carga en puridad se traduce en consecuencias desfavorables para el sujeto que no las observa
y no entraña falta de honradez”.
21
Juan VALLET DE GOYTISOLO (1973), Estudios sobre Derecho de las Cosas, Madrid, p. 363. José Luis LACRUZ BERDEJO y
Franciso de Asís SANCHO REBULLIDA (1984), Derecho Inmobiliario Registral, Civitas, Madrid, p. 185. José Manuel GARCÍA
GARCÍA (1998), Derecho Inmobiliario Registral o Hipotecario, t. II, Civitas, Madrid, pp. 299-355. Y más comedidamente, Luis
DÍEZ PICAZO (2012), Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, vol. 2, Civitas, Madrid, p. 379. Antonio PAU PADRÓN (2001),
Esbozo de una teoría general de la oponibilidad, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, Madrid, pp. 121-122.
22
GARCÍA GARCÍA (1998, p. 313).
23
Fuera del ámbito de la buena fe en el derecho de contratos, esto es, del que es objeto de este trabajo, el artículo 4.1 de
la Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal reputa desleal “todo comportamiento que resulte objetivamente
contrario a las exigencias de la buena fe”. Y a continuación, el subpárrafo segundo establece que “[e]n las relaciones con
consumidores y usuarios se entenderá contrario a las exigencias de la buena fe el comportamiento de un empresario o
profesional contrario a la diligencia profesional, entendida ésta como el nivel de competencia y cuidados especiales que
cabe esperar de un empresario conforme a las prácticas honestas del mercado, que distorsione o pueda distorsionar de
manera significativa el comportamiento económico del consumidor medio o del miembro medio del grupo destinatario
de la práctica, si se trata de una práctica comercial dirigida a un grupo concreto de consumidores”. En el texto, buena fe
se contrapone a mala fe, pues “contrario” a “las exigencias de la buena fe” es solo la conducta de mala fe, no la negligente,
como corrobora el mismo texto del artículo cuando se refiere a prácticas “honestas” del mercado. De nuevo la negligencia
no es compatible con la deshonestidad.
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“Les contrats doivent être négociés, formés et exécutés de bonne foi. Cette disposition est d'ordre
public.”
Sin embargo, alguna sentencia de la Sala Primera del Tribunal Supremo –como la de 14 de marzo
de 2011 24– ha negado que la buena fe sea aplicable de oficio. Una tesis que, de generalizarse,
arrastraría con ella la de su imperatividad. Sin embargo, y como ha visto bien Ángel Carrasco,
esta doctrina “sólo es aceptable si se entiende en el sentido de que el juzgador no está obligado
a construir o reconstruir los hechos de los que, una vez acreditados, hubiera de resultar vi legis
una calificación sancionada por el artículo 7 CC” 25.
En punto a esta cuestión, conviene distinguir. Ya hemos apuntado que, en la concepción aquí
defendida de la buena fe contextual, esta es graduable por las partes con los límites del derecho
imperativo (y, más generalmente, con los límites del artículo 1.255 del Código Civil: moral y
buenas costumbres). Si lo anterior es correcto, el tribunal habrá de estar a lo dispuesto por las
partes mismas y resolver de acuerdo con lo alegado y probado. No cabría pues, y como escribió
el magistrado Jesús Corbal en su ponencia de la STS, 1ª, 14.3.2011, reconstruir los hechos en
casación 26.
Por otra parte, dicho planteamiento no es un mero argumento o razón que justifica la decisión, sino
que supone introducir en el proceso una cuestión con sustantividad propia que exige la alegación de
parte, y no cabe introducir de oficio, porque no es de orden público y excede del ámbito del "iura
novit curia". Con la apreciación sorpresiva efectuada se altera el componente jurídico del debate, y
se crea indefensión para la contraparte, a la que no le fue factible alegar ni probar una conclusión
diferente de la adoptada por el juzgador. […] la denuncia de la falta de ésta corresponde a la parte
afectada […]. Al no haberlo hecho así, es claro que se han infringido los principios de rogación del
art. 216 LEC y de la congruencia […], con vulneración además del derecho a la tutela judicial efectiva
del art. 24.1 LEC al introducirse en el proceso un elemento sorpresivo y "ex novo", determinante de
indefensión.”
En segundo lugar, ramas enteras del ordenamiento jurídico postulan la aplicabilidad de oficio y
la imperatividad del principio de buena fe contractual. Uno de los supuestos más destacables es
el derecho de los consumidores 27. Así, el artículo 3.1 de la Directiva 93/13/CEE del Consejo, de 5
de abril de 1993, sobre las cláusulas abusivas en los contratos celebrados con consumidores (en
lo sucesivo, la “Directiva 93/13” o la “Directiva”) dice:
24
STS, 1ª, 14.3.2011 (ECLI:ES:TS:2011:1489; MP: Jesús Eugenio Corbal Fernández).
25
CARRASCO PERERA (2016, p. 81).
26
En la sentencia, el Tribunal Supremo conoce de un recurso extraordinario por infracción procesal y de un recurso de
casación. La cuestión legal era si los administradores de la sociedad filial podían ser condenados como responsables de
la deuda derivada de un préstamo impagado concedido por la sociedad matriz a su filial participada al 98%.
27
La imperatividad de las disposiciones de protección del consumidor tiene su reflejo más evidente en el artículo 6.1 de
la Directiva 93/13, según el que la naturaleza abusiva de una cláusula contractual –entre otras razones, por su
contrariedad a las exigencias de la buena fe– se sanciona con la no vinculación del consumidor a la misma (en el caso del
derecho español, su nulidad).
38
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
Como en la Directiva, la buena fe se erige como un estándar primario para controlar la condición
abusiva de una cláusula contractual. Sin embargo, el legislador español va más allá de la
Directiva, pues precisa en el artículo 65 del TRLGDCU que los contratos celebrados con
consumidores “se integrarán 28, en beneficio del consumidor, conforme al principio de buena fe
objetiva” 29 y, similarmente, el artículo 80.1 TRLGDCU incorpora una lista de los requisitos de
validez que deben cumplir las cláusulas no negociadas individualmente (las “condiciones
generales de la contratación”, en la LCGC) y, concretamente, en su subapartado c) se vuelve a
revivir la buena fe 30.
“1. En los contratos con consumidores y usuarios que utilicen cláusulas no negociadas
individualmente […] aquéllas deberán cumplir los siguientes requisitos:
[…]
c) Buena fe y justo equilibrio entre los derechos y obligaciones de las partes, lo que en todo caso
excluye la utilización de cláusulas abusivas.”.
28
El legislador emplea el termino en imperativo (“integrarán”), en vez de otros tiempos verbales que expresarían, no
obligatoriedad, sino posibilidad (podrán integrarse, por ejemplo).
29
En contratos con consumidores celebrados electrónicamente o a distancia, el artículo 98 TRLDGCU establece una
exigencia de buena fe contractual idéntica a la de la cláusula general del artículo 65: “el empresario […] deberá respetar,
en particular, el principio de buena fe en las transacciones comerciales”.
30
La imperatividad de la buena fe en derecho del consumo es destacada por Reinhard ZIMMERMANN (2005), The New
German Law of Obligations – Historical and Comparative Perspectives, Oxford University Press, Oxford. Puede consultarse
la solvente traducción de Esther ARROYO I AMAYUELAS (2008), El nuevo derecho alemán de obligaciones – Un análisis desde
la Historia y el Derecho comparado, Bosch, Sabadell, pp. 231, 240 y 257.
39
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
El TJUE, desde su sentencia de 27 de junio de 2000, dictada sobre los asuntos acumulados C-
240/98, C-241/98, C-242/98, C-243/98 y C-244/98 (Océano Grupo Editorial, S.A. y Salvat Editores,
S.A.) 31 estableció que los tribunales pueden examinar y apreciar de oficio la condición abusiva de
una cláusula (y ello incluye, necesariamente, la consideración al principio de la buena fe):
“la facultad del Juez para examinar de oficio el carácter abusivo de una cláusula constituye un
medio idóneo […] para alcanzar el resultado señalado por el artículo 6 de la Directiva […]”.
La sentencia del asunto Océano y la jurisprudencia posterior dejan clara la posibilidad de que el
juez nacional aprecie o examine de oficio el carácter abusivo de una cláusula. No obstante, no
podrá realizarse este control cuando se trate de cláusulas que se refieran “a la definición del
objeto principal del contrato ni a la adecuación entre precio y retribución, por una parte, ni a los
servicios o bienes que hayan de proporcionarse como contrapartida, por otra, siempre que dichas
cláusulas se redacten de manera clara y comprensible” (artículo 4.2 de la Directiva 93/13). Este
límite fue analizado por la Sala Cuarta del TJUE en su sentencia de 30 de abril de 2014, en el
asunto C-26/13 (Kásler y Káslerné Rábai) 32:
“42. Toda vez que el artículo 4, apartado 2, de la Directiva 93/13 establece una excepción del
mecanismo de control del fondo de las cláusulas abusivas previsto en el sistema de protección de
los consumidores que establece esa Directiva, esta disposición debe ser objeto de interpretación
estricta.
43. Ésta incluye, en primer término, las cláusulas relacionadas con «el objeto principal del
contrato»”.
31
En el caso, las compradoras demandantes habían suscrito con las demandadas y vendedoras en el procedimiento
principal un contrato de compraventa a plazos de una enciclopedia. El contrato incluía una cláusula de atribución de
competencia jurisdiccional a los Tribunales de Barcelona, ciudad que era el domicilio social de las vendedoras, pero donde
ninguna de las compradoras residía. La cuestión legal que se planteó al TJUE era la conformidad con el derecho
comunitario de tal cláusula de atribución de competencia jurisdiccional.
32
En este asunto la cuestión legal era si una cláusula relativa al tipo de cambio aplicable a los pagos efectuados por los
prestatarios para la amortización de un préstamo referenciado en una divisa extranjera (francos suizos, cuando la moneda
funcional de los prestatarios era el forinto húngaro) e incorporada en un contrato de préstamo hipotecario suscrito por
los demandantes prestatarios con una entidad financiera era conforme con el derecho comunitario.
33
Algunos ejemplos de sentencias del TJUE ratifican el sentido del texto:
Asunto C-473/00, de fecha 21 de noviembre de 2002 (Cofidis), en el cual se discutía si la imposición de un plazo de
preclusión para la apreciación de la abusividad de una cláusula penal inserta en un contrato de crédito al consumo era
conforme con el derecho comuitario.
C-168/05, de 26 de octubre de 2006 (Mostaza Claro), sobre la conformidad con el derecho comunitario de una cláusula
compromisoria incorporada en un contrato de abono a una línea de telefonía móvil.
C-243/08, de 4 de junio de 2009 (Pannon GSM Zrt.), que versaba sobre la conformidad con el derecho comunitario de una
cláusula de sometimiento expreso a los tribunales del domicilio de Pannon inserta en un contrato de abono a una línea
de teléfono móvil.
C-484/08, de 3 de junio de 2010 (Banco Español de Crédito), en la cual se preguntaba si un juez nacional podía apreciar
de oficio la naturaleza abusiva de una cláusula de interés de demora del 29% incluida en un contrato de préstamo
hipotecario.
40
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
“111. La posibilidad de la intervención del juez, incluso de oficio, se revela así como una
herramienta imprescindible para conseguir el efecto útil de la Directiva 1993/13. […]
113. Precisamente, por tratarse de una intervención de oficio, no necesita que el consumidor
presente una demanda explícita en este sentido […]”.
Recientemente, la Gran Sala del TJUE ha resuelto una cuestión prejudicial formulada por el
Tribunal Supremo sobre el alcance de la nulidad de una cláusula contractual abusiva: en la
sentencia de 26 de marzo de 2019, dictada sobre los asuntos acumulados C-70/17 y C-179/17
(Abanca Corporación Bancaria, S.A. y Bankia, S.A.) 35 el TJUE ha establecido que declarar la
nulidad solo parcial de una cláusula abusiva es contrario a derecho comunitario, pues solamente
podría el juzgador nacional integrar la cláusula con lo estipulado con la ley cuando el contrato
no pudiera subsistir sin la mencionada cláusula:
“Los artículos 6 y 7 de la Directiva 93/13/CEE […] deben interpretarse en el sentido de que, por una
parte, se oponen a que una cláusula de vencimiento anticipado de un contrato de préstamo
hipotecario declarada abusiva sea conservada parcialmente mediante la supresión de los
elementos que la hacen abusiva, cuando tal supresión equivalga a modificar el contenido de dicha
cláusula afectando a su esencia, y, por otra parte, no se oponen a que el juez nacional ponga
remedio a la nulidad de tal cláusula abusiva sustituyéndola por la nueva redacción de la disposición
legal que inspiró dicha cláusula, aplicable en caso de convenio entre las partes del contrato,
siempre que el contrato de préstamo hipotecario en cuestión no pueda subsistir en caso de
supresión de la citada cláusula abusiva y la anulación del contrato en su conjunto exponga al
consumidor a consecuencias especialmente perjudiciales”.
La salvedad relativa al objeto principal del contrato, al bargain entre las partes, vuelve a poner
de manifiesto la naturaleza contextual de la buena fe contractual, pues los contratantes
determinan cuál es el objeto principal del contrato, determinación que queda a salvo de la
heterointegración que pudiera realizar el juez al amparo de la buena fe si el contrato no pudiera
subsistir sin aquella y la anulación del contrato resultara especialmente perjudicial para el
consumidor. En la Sentencia se recuerda además que “el propósito de la Directiva 93/13”, su
“objetivo no es restringir la libertad de fijación de precios … sino que persigue obligar a los
Estados miembros a establecer un mecanismo que asegure que toda cláusula no negociada
C-415/11, de 14 de marzo de 2013 (Mohamed Aziz), sobre la conformidad con el derecho comunitario de las disposiciones
españolas en materia de ejecución hipotecaria que no permitían suspender dicho procedimiento, ni cuando se observaba
que la cláusula que había motivado la ejecución era – o podía ser – abusiva.
C-488/11, de fecha 30 de mayo de 2013 (Asbeek Brusse y de Man Garabito), sobre la conformidad con el derecho
comunitario de una cláusula de declaración de mora por un solo impago, de una demora del 1% mensual y una pena
contractual de 25 € por día de impago, incorporadas en un contrato de arrendamiento de vivienda por remisión a las
condiciones generales del Raad voor Onroerede Zaken (Cámara de la Propiedad de Holanda).
34
En este caso se discutía si las cláusulas suelo incorporadas en contratos de préstamo hipotecario suscritos por los
demandantes con múltiples entidades financieras eran o no abusivas.
35
Fernando GÓMEZ POMAR (2019), “¿Qué hacemos con los créditos hipotecarios impagados y vencidos? El Tribunal
Supremo ante la sentencia Abanca del TJUE”, InDret 2/2019: “La Sentencia Abanca resuelve sendas cuestiones
prejudiciales planteadas en relación con los arts. 6 y 7.1 de la Directiva 93/13 por la Sala 1ª del Tribunal Supremo y por
el Juzgado de 1ª Instancia nº 1 de Barcelona y relativas a las cláusulas de vencimiento anticipado por impago de
mensualidades debidas en dos contratos de préstamo hipotecario para adquisición de vivienda, uno por importe de
100.000 euros y a 30 años, el otro por importe de 188.000 euros y a 37 años.”
41
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
individualmente pueda ser controlada para apreciar su eventual carácter abusivo” (nº 44), pues
“la libertad de fijación de precios [en la industria de las empresas aéreas dedicadas al transporte,
entre otros, de viajeros]… es la culminación de una progresiva eliminación del control de precios
ejercido por los Estados miembros para abrir el sector a la competencia” (nº 47) 36.
Más allá del derecho de los consumidores (artículo 1 TRLGDCU), en el derecho general de los
contratos, el alcance del principio de buena fe es modulable por las partes. Así estas pueden
pactar que se reservan toda información privada relacionada con el objeto del contrato en el cual
y, por ejemplo resuelvan vender y comprar una cosa “as it is”. También pueden, en una carta de
intenciones, “ponerse de acuerdo sobre cuándo una ruptura de la negociación no será de mala
fe” 37. Las partes pueden incluso quedarse más acá del principio de buena fe cuando, también por
ejemplo predeterminan que las relaciones que entablan no van a ser en ningún caso
jurídicamente vinculantes, es decir, no van a ser contractuales 38.
Incluso en el ámbito de una negociación contractual, las partes pueden finalizarla con un acuerdo
de cuya nulidad sean conscientes y, como consecuencia de ello, pongan expresamente de
manifiesto que ninguna de ellas podrá excepcionar posteriormente el abuso de la nulidad formal
del contrato en el futuro, aunque tal abuso conforme una categoría específica de la apreciación
del principio de la buena fe que, en circunstancias normales, limitaría la alegación de la nulidad.
Y ya en el ámbito específico del artículo 1.258 CC, es decir, en presencia de un contrato válido y
eficaz, las partes pueden especificar que el entendimiento de sus cláusulas deberá ser estricto y
que, por ejemplo, deberá excluir la consideración de cualesquiera circunstancias posteriores a su
celebración, incluso de aquellas que, normal e históricamente, serían atendibles por exigencias
de buena fe (como una alteración sobrevenida, imprevisible y extraordinaria de las
circunstancias). En la práctica, tales disposiciones se podrán entender como una modificación
típica del contrato, por ejemplo, una tal que se refuerce la asunción de riesgos de una parte hasta
convertirlo en un contrato aleatorio o de seguro.
En todo caso, los ejemplos anteriores muestran cómo la buena fe contractual es contextual, está
ceñida al contrato y a sus circunstancias, y que es modulable con sujeción únicamente a los
límites genéricos de los artículos 1.255 y 1.275 del Código Civil. El que la buena fe contractual
sea modulable, el que sea contextual, no resta ni un ápice a su naturaleza contractual: en ningún
caso sería justificable un comportamiento penalmente típico o ilícito, por contrario a la ley
imperativa, a la moral y a las buenas costumbres. No cabe el duelo por contrato.
36
La Sentencia menciona extensamente otra anterior de 18 de septiembre de 2014, Vueling Airlines (C-487/12, EU:
C2014: 2332), en la cual el TJUE consideró que el Reglamento 1008/2088 se opone a una regulación, como era la
controvertida en aquel asunto, que obligaba a las compañías aéreas a transportar en cualquier caso el equipaje facturado
sin poder exigir suplemento de precio alguno: proteger a los consumidores y fijar precios son cosas distintas. La libertad
de fijación de precios en un mercado competitivo es compatible con la regulación europea y las nacionales de protección
de los consumidores (aunque en la cultura jurídica española, la fuerza de la doctrina escolástica del justo precio ha
influido notablemente en el derecho del consumo, la ordenación europea de los viajes aéreos es la expuesta por la
Sentencia de 2014, revalidada por la de 2019).
37
Ángel CARRASCO PERERA e Inés FONTES MIGALLÓN (2019), Construyendo contratos. Estrategias para la práxis negocial. Cizur
Menor (Navarra), Thomson Reuters Aranzadi, p. 65.
38
Pablo SALVADOR CODERCH (2015), Relaciones de complacencia en el entorno digital. Discurso de ingreso como Académico de
Número en l’Acadèmia de Jurisprudència i Legislació de Catalunya, Barcelona.
42
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
8. Buena fe procesal
El principio de buena fe procesal (artículos 11 LOPJ y 245 LEC, se citan), es claramente aplicable
de oficio según señala la doctrina 41, pese al posicionamiento de un sector minoritario contrario
a tal apreciabilidad de oficio, en virtud del principio dispositivo que debe regir las actuaciones en
el proceso civil.
La doctrina procesal que construye un concepto amplio de la buena fe, se aleja de la concepción
contextual defendida en este trabajo. En efecto, según la línea doctrinal defendida por Picó i
Junoy, el “carácter imperativo de los arts. 11.1 LOPJ y 247 LEC” permite concluir que “el principio
de buena fe debe hacerse respetar también ex officio” 42.
En la misma línea, y siempre según Picó i Junoy, el principio dispositivo que rige el proceso civil
no obsta para que el juez, en el marco del proceso, y siempre acordemente con “la delimitación
fáctica de lo enjuiciado” 43 que las partes hayan realizado en sus respectivos escritos de demanda
y contestación, pueda aplicar de oficio el principio de buena fe procesal en la doble dimensión
de la relación jurídico-procesal y jurídico-material:
Y desde un punto de vista material, la misma regla vendría exigida por el Código Civil (artículos
1.305 y 1.306), cuya consecuencia procesal es que a un tribunal hay que acudir con las manos
limpias (nemo auditur).
39
Joan PICÓ I JUNOY (2013), El principio de la buena fe procesal, 2ª ed., Bosch, Barcelona.
40
CACHÓN CADENAS (2005a) y Manuel Jesús CACHÓN CADENAS (2005b), “La buena fe en el proceso civil”, Cuadernos de
derecho judicial, núm. 18, pp. 209-250.
41
Mª del Carmen GETE-ALONSO Y CALERA (1992), “Comentario al artículo 7 del Código Civil”, en Manuel ALBALADEJO
GARCÍA y Silvia DÍAZ ALABART (Dirs.), Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, EDERSA, Madrid, p. 897. Mª
Nélida TUR FAÚNDEZ (2011), La prohibición de ir contra los actos propios y el retraso desleal, Aranzadi, Cizur Menor, p. 55.
42
PICÓ I JUNOY (2013, p. 135).
43
PICÓ I JUNOY (2013, p. 137).
44
PICÓ I JUNOY (2013, pp. 137-138).
43
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
La segunda y estricta posición doctrinal de la buena fe, bien representada por Montero Aroca y
Cachón Cadenas, sostiene que hay que ceñirse a una construcción del principio de buena fe
procesal que permita compatibilizarlo con las garantías constitucionales del proceso, con el
principio de legalidad en el derecho sancionador, así como con el principio dispositivo propio del
proceso civil: la buena fe no permite construir un ordenamiento alternativo, no habilita al juez o
al árbitro de derecho para laminar los derechos de defensa y las garantías procesales de las partes.
“En las dos características de la noción de buena fe procesal que he mencionado, es decir, el
tratarse de un concepto indeterminado y, a la vez, potencialmente omnicomprensivo, estriba, a mi
juicio, la principal dificultad para hacer compatible esa noción con las garantías constitucionales
del proceso y con el principio de legalidad procesal y sancionadora […]. Precisamente por el
carácter indeterminado y potencialmente expansivo de la noción de buena fe procesal, si este
concepto no es objeto de una delimitación drástica, se corre el riesgo de que se convierta en una
especie de ordenamiento procesal alternativo al previsto en la Constitución y en la ley, de manera
que, en mayor o menor medida, dicha noción acabe por desplazar o suplantar al derecho
positivo” 45.
Hay, pues, en la procesalística española dos concepciones matizadamente distintas del principio
de buena fe procesal: una expansiva, según la cual el principio se interpreta directamente en
función del catálogo de derechos fundamentales declarados por el artículo 24 de la Constitución
Española (CE) y, en particular, de los derechos a la tutela judicial efectiva 46, a la defensa 47, a la
igualdad 48 y aun proceso sin dilaciones indebidas 49. Y otra más ceñida a los principios de
legalidad, de defensa y de garantías procesales.
En este trabajo defendemos una posición sobre la buena fe contractual más próxima a la segunda
posición procesalista que a la primera: la buena fe permite pensar un ordenamiento paralelo,
pero no en otro alternativo. Entre la fundamentación específica en la regulación constitucional
de las garantías procesales de la CE (véanse los arts. 24 y 25) y la general referida a los derechos
fundamentales, prima aquella 50.
45
CACHÓN CADENAS (2005b).
46
PICÓ I JUNOY (2013, p. 88): “la jurisprudencia del TC ha recurrido, en casos extremos, al principio de la buena fe procesal
como criterio para evitar el uso malicioso de las normas procesales, al comportar la vulneración del derecho a la
efectividad de la tutela judicial de la contraparte […]. En esta línea, también la doctrina se ha encargado de poner de
manifiesto la relación entre el principio de buena fe procesal y la garantía de la tutela judicial efectiva”.
47
PICÓ I JUNOY (2013, p. 90): “La actuación maliciosa de un litigante suele, en la mayoría de las ocasiones, estar dirigida a
perjudicar el derecho de defensa de la parte contraria, por lo que si se desea proteger este derecho fundamental deberá
rechazarse la citada forma de actuación procesal”.
48
PICÓ I JUNOY (2013, pp. 91-92): “[…] una actuación maliciosa es susceptible de romper este equilibrio de intereses que
las leyes procesales establecen para hacer respetar la pena igualdad de trato entre ambos litigantes; o en términos del
TC, la vigencia de este derecho a la igualdad de armas procesales obliga al juez a evitar cualquier obstáculo que dificulte
gravemente la situación de una parte respecto de la otra”.
49
PICÓ I JUNOY (2013, pp. 92-93): “[…] el uso de ciertas instituciones procesales puede no tener por objeto el legalmente
previsto, sino tan solo retrasar el curso normal de las actuaciones. En estos casos […], de intervención maliciosa de alguna
de las partes, el secretario judicial o el juez debe rechazar la petición que se le formule si no quiere infringir a la parte
contraria su derecho fundamental a un proceso sin dilaciones indebidas”.
50
Cfr. STC, 2ª, 29.9.1997 (ECLI:ES:TC:1997:151; MP: Carles Viver Pi-Sunyer).
44
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
La utilización del principio de buena fe, escriben Mackaay y Schäfer, permite reducir los costes
de transacción, y particularmente, los gastos incurridos por las partes en precaverse
recíprocamente de la mala fe de la otra; también posibilita incrementar el beneficio conjunto del
contrato concebido como instrumento de creación de riqueza; y, por último, dificulta que una
parte consiga una redistribución a su favor de los beneficios del contrato que resulte manifiesta
y gravemente injusta.
Para el análisis económico, la explotación grave de una parte por la otra se ve facilitada en los
entornos contractuales caracterizados por una asimetría estructural de información a favor de la
parte que obtiene la ventaja excesiva. Esta ha de ser suficientemente conspicua, es decir ha de
superar una proporción (threshold) que es relativa a cada circunstancia contractual concreta.
El análisis económico del derecho es consciente de que el concepto de buena fe facilita ampliar
la discrecionalidad del juez o del árbitro, favorece el activismo judicial e ignora que los jueces –
menos los árbitros profesionales- no siempre están bien informados de las circunstancias del
contrato concreto (casi nunca lo están tan bien como las partes, fuera del derecho del consumo)
o de las pautas o usos de la contratación en los sectores del tráfico relevantes –aunque la
especialización creciente de la segunda instancia judicial en España contrarresta esta objeción –
54
.
El análisis económico del derecho de la buena fe contractual también ha puesto de manifiesto
cómo su alcance se acota mediante el recurso a categorías o subcategorías 55 que la presuponen,
51
“(1) In the interpretation of this Convention, regard is to be had to its international character and to the need to
promote uniformity in its application and the observance of good faith in international trade.”
52
(1) Each party must act in accordance with good faith and fair dealing in international trade. (2) The parties may not
exclude or limit this duty.”
53
“self-interest seeking with guile”. Véase Oliver E. WILLIAMSON (1975), Markets and Hierarchies: Analysis and Anti-trust
Implications: A Study in the Economics of Internal Organization, Free Press, New York, p. 255.
54
Ejan MACKAAY y Violette LEBLANC (2003), “The Law and Economics of Good Faith in the Civil Law Contract”, en 2003
Conference of the European Association of Law and Economics, Nancy, France, 18-20 September. Ejan MACKAAY (2009),
“The Economics of Civil Law Contract and of Good Faith”, en Symposium in honour of Michael J. Trebilcock, Toronto, 1-2
October. Ejan MACKAAY (2011), “Good Faith in Civil Law Systems – A Legal-Economic Analysis”, Cirano Scientific Series
2011s-74, Montréal. Hans-Bernd SCHÄFER & Hüseyin Can AKSOY (2015), “Good Faith”, en Encyclopedia of Law and
Economics, Springer Science & Business Media, New York, p. 1.
55
A este respecto, y como bien apuntan SCHÄFER y AKSOY (2015, p. 3), las subcategorías del principio general de buena fe
son, entre otras: “culpa in contrahendo; contract with protective effects for a third party; liability for breach of trust;
adaptation of the contract to changed circumstances (clausula rebus sic stantibus); side obligations from a contract
45
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
como ocurre en el artículo 7 del Código Civil español, en el cual la referencia al abuso de derecho
sigue a la buena fe. El abuso del derecho es social o institucional 56, mientras que la buena fe es
individual y concreta, pues se predica de actos de ejercicio de un derecho.
Exactamente lo mismo, una explicación general del principio de buena fe seguida de un elenco
de categorías y subcategorías que la concretan, lo encontramos, en las antípodas del análisis
económico, en los grandes comentarios y tratados secularmente elaborados por la doctrina
alemana sobre el BGB y su parágrafo 242 57. Esta doble aproximación, desde el análisis económico
y doctrinal, es fecunda por su independencia recíproca, pues se lleva a cabo prácticamente del
mismo modo desde dos ámbitos muy distintos y tradicionalmente poco interrelacionados, como
son el análisis económico del derecho y la dogmática civil alemana, aunque hasta en Alemania
la integración del discurso económico en el jurídico es creciente 58.
En tercer lugar, el artículo 1.258 del Código Civil incorpora el principio espiritualista del derecho
español de contratos (artículos 1.254 y 1.278 del Código Civil), el cual excluye o minimiza la
(breach of which constitutes a case of breach of contract); obligation to contract; principle of trust in formation,
interpretation, and gap filling of legal transactions; misuse (abuse) of rights; and forfeiture.”
56
CARRASCO (2016), pp. 507-509.
57
FRIESECKE (2018), Dirk LOOSCHELDERS & Dirk OLZEN (2015), “Comentario al § 242 BGB”, en STAUDINGER, J. von Staudingers
Kommentar zum Bürgerlichen Gesetzbuch mit Einführungsgesetz und Nebengesetzen, B.2 Recht der Schuldverhältnisse 241-
243 Treu und Glauben, Sellier, De Gruyter, Berlín, pp. 339-735. KRÜGER (2018).
58
Hein KÖTZ (2012), Vertragsrecht, 2. Auflage, Mohr Siebeck Lehrbuch, Tübingen, p. 266.
59
Ángel CARRASCO PERERA (2017), Derecho de contratos, 2ª ed., Aranzadi, Cizur Menor, pp. 119-137.
46
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
Solo en casos de quiebra total o parcial del contrato, o en casos manifiestos e intolerables de
exceptio doli, por ejemplo, el artículo 1.258 del Código Civil, en tanto que objetiva, la buena fe es
corrección, pero, además, es coherencia con el contrato y el texto no ampara resoluciones que
integren el contenido del contrato pero que sean incongruentes con el contrato mismo. Utiliza
la palabra “consecuencia”, es decir, “[h]echo o acontecimiento que se sigue o resulta de otro”,
“[i]lación o enlace del consiguiente con sus premisas” (acepciones 1ª y 4ª del DRAE) que se
pretende hacer derivar de la buena fe con las premisas en las cuales se sigue el contrato mismo.
Se ve ahí cómo la alegación de la buena fe difícilmente puede contradecir lo pactado. Solo en
casos extremos, en contratos de tracto sucesivo y de larga duración objetos de una alteración
exorbitante, imprevisible o extraordinaria de las circunstancias (cláusula rebus sic stantibus), o
en casos manifiestos e intolerables de exceptio doli, por ejemplo, es admisible la alteración
aparente del principio de congruencia. Es más, en tanto en cuanto el contrato se ha celebrado
sobre una base, en vista de tales o cuales circunstancias y su evolución previsible, su adaptación
o terminación por exigencias de la buena fe no sería incongruente con el contrato mismo. Del
mismo modo un contrato normalmente vinculante no puede excluir la prestabilidad del dolo.
Mas el juzgador habrá de explicitar cuál es la categoría o subcategoría que incorpora y modula la
doctrina general de la buena fe y que considera aplicable al caso. Este acoplamiento lo hemos ido
viendo a lo largo de este trabajo, particularmente en el derecho de los consumidores, en el cual
la referencia a la buena fe hace se formula siempre junto con expresiones tales como “justo
equilibrio entre los derechos y obligaciones de las partes” [artículo 80.1.c) TRLGDCU],
47
Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
“desequilibrio importante de los derechos y obligaciones de las partes que se deriven del
contrato” (artículo 82.1 TRLGDCU) y “falta de reciprocidad en el contrato” (artículo 87
TRLGDCU). El género de la buena fe se concreta en la especie.
En español, “naturaleza” es una expresión ambigua, pero en este trabajo su sentido contextual
propio más probable es “especie, género o clase” (10ª acepción en el DRAE) 60. La articulación y
alcance de la buena fe contextual en los contratos se delimita de acuerdo con la clase o tipo de
contrato de que se trate, con su causa y, en particular, con su causa concreta. A la consideración
jurídica propia del análisis doctrinal, se suma la consideración económica y contable, cuyos
criterios básicos aparecen en el Plan Nacional de Contabilidad 61. La referencia a este no es
extravagante, pues la relevancia del plan resulta naturalmente del principio de unidad del
ordenamiento jurídico, así como de criterios normativos razonables aplicados por leyes generales
como por ejemplo es el caso del artículo 13 de la Ley 58/2003, de 17 de diciembre, General
Tributaria. En parecido orden de ideas, los deberes de lealtad son típicos de las relaciones de
gestión de asuntos o intereses ajenos, pero mucho menos intensos en la compraventa y, en un
contrato de juego, se ciñen a las exigencias de juego limpio o fair play. Como se puede ver de
nuevo, la buena fe es contextual.
Influye también el contrato concreto, la ordenación concreta que las partes han previsto y aquí,
de nuevo, hay que hacer mención a las disposiciones sobre buena fe de nuestro derecho de
consumo, en las cuales su exigencia se asocia al equilibrio prestacional o, más cercanamente, al
artículo 1.289.1 in fine del Código Civil.
La referencia a los usos en el artículo 1.258 CC ha de ponerse en relación con el artículo 1.3,
párrafo 2º CC y con el artículo 1.287 CC. En la doctrina se ha discutido si los usos del artículo
60
Una sencilla búsqueda en el Código Civil permite ver que en su texto aparecen 63 referencias al término de “naturaleza”,
de las cuales 7 se incluyen en los títulos de diversos Capítulos del Código Civil. Las 56 referencias restantes se encuentran
mayoritariamente concentradas en sede contractual (artículos 1.257, 1.258, 1.286, 1.483, 1.495, 1.555.2, 1.558, 1.608,
1.655, 1.680, 1.705, 1.707, 1.719 y 1.800 del Código Civil). También en el derecho general de obligaciones (artículos
1.100.2, 1.104, 1.118, 1.120, 1.122, 1.128, 1.148, 1.151 y 1.174 del Código Civil), en sucesión por causa de muerte (artículos
9.8, 796, 823, 956, 959, 1.047 y 1.061 del Código Civil) y el derecho de filiación (artículos 9.4, 108, 112 y 180.4 del Código
Civil). Las restantes menciones a la “naturaleza” son residuales. Concretamente, las hallamos en sede de asociaciones de
interés público (artículo 36 del Código Civil) adopción (artículo 175.5 del Código Civil), el uso adecuado a la “naturaleza”
de los bienes muebles (artículo 337.II del Código Civil), la comunidad de bienes (artículo 396 del Código Civil), las aguas
como bienes de dominio público (artículo 407.4 del Código Civil) y de dominio privado (artículo 408.2 del Código Civil),
la posesión (artículo 456 del Código Civil), el usufructo (artículo 485 del Código Civil), la ocupación (artículos 610 y 617
del Código Civil), las donaciones (artículo 620 del Código Civil), el régimen económico-matrimonial de la comunidad de
gananciales (artículos 1.356 y 1.385 del Código Civil), la fianza (artículo 1.843) y la concurrencia y prelación de créditos
(artículo 1.928 del Código Civil).
61
Real Decreto 1514/2007, de 16 de noviembre. En él pueden verse, por ejemplo, por ejemplo, para la permuta la norma
2ª, 1.3; para el arrendamiento la norma 8ª, para los ingresos por venta la norma 14ª, 2; o para las donaciones la norma
18ª.
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Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
El artículo 1.258 CC no distingue entre unos y otros; cuáles sean los relevantes para modular la
buena fe en los casos concretos dependerá de las circunstancias de cada uno de ellos. En algunos,
se tratará de usos normativos (es decir, de costumbre en sentido estricto) 63 y su tratamiento será
parejo al que la buena fe contractual tiene con la ley, con la única e importante salvedad de que
en el sistema español de fuentes, la costumbre es praeter legem, no contra legem 64. Un límite
inferior al concepto amplio de usos para modular la buena fe connotado por el artículo 1.258 CC
es el modo o práctica propios y exclusivos de las partes en sus relaciones contractuales si son
repetidas porque la práctica bilateral no basta, en principio, para configurar un uso. Mucho
menos, la práctica exclusivamente individual de una de las partes la cual no ha de extrapolarse
sin más a la relación contractual bilateral, pues el contrato se interpretará o se integrará con los
usos o prácticas usuales y no necesariamente con los modos de hacer de una de las partes, los
cuales, de nuevo, no tienen por qué haberse tenido en cuenta en el contrato concreto del cual se
trate. La insistencia en la contextualidad de la buena fe se constata también en el caso en el cual
las partes se acomoden a un código de buenas prácticas. Cuál sea su alcance específico dependerá
de la naturaleza del código, por ejemplo, de que se haya establecido por mandato legal, de que
62
Luis DÍEZ-PICAZO (1991), “Comentario al artículo 1 CC”, en Cándido PAZ-ARES RODRÍGUEZ, Luis DÍEZ-PICAZO Y PONCE DE
LEON, Rodrigo BERCOVITZ y Pablo SALVADOR CODERCH (Dirs.), Comentario del Código Civil, Ministerio de Justicia, Madrid,
p. 7 afirma el carácter de “fuente secundaria del ordenamiento jurídico español” a la costumbre pues estas “normas
jurídicas de carácter consuetudinario […], aquellas que, cualquiera que sea su origen […] poseen real eficacia, por su
efectiva implementación y observancia, durante largo tiempo” y solo se aplican “«extra» o «praeter legem». Así lo
establece claramente el artículo 1.3: «sólo regirá en defecto de ley aplicable»” [Rodrigo BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO
(2013), “Comentario al artículo 1 CC”, en Rodrigo BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO (Coord.), Comentarios al Código Civil, 4ª
edición, Cizur Menor, Aranzadi, p. 22). Luis DÍEZ-PICAZO, en el “Comentario al artículo 1.258 CC” afirma, apoyándose en
DE CASTRO, que “[l]os usos aludidos en el art. 1258 son los que la doctrina ha llamado usos del tráfico o usos de los
negocios, que DE CASTRO definía como el modo normal de proceder en el mundo de los negocios”, usos que integran el
contrato “de un modo objetivo y con independencia de la voluntad de los otorgamientos. No rige porque se presuma que
las partes quisieron o hubieran querido lo que es habitual querer, sino como un criterio independiente de tal voluntad”
(T. II, p. 438).
63
Con cita de la doctrina mercantilista, DÍEZ-PICAZO pone de manifiesto “la dualidad de los usos, separando usos
normativos y usos interpretativos”, siendo el primer tipo aquel que “representa una rama del Derecho objetivo que se
impone como tal a la voluntad de las partes”, por lo que es “independiente de la voluntad de las partes” mientras que los
segundos “representan siempre el contenido típico de un contrato”. También Calixto DÍAZ-REGAÑÓN GARCÍA-ALCALÁ
(2013), “Comentario al artículo 1258 CC”, en Rodrigo BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO (Coord.), Comentarios al Código Civil,
4ª edición, Cizur Menor, Aranzadi, p. 1506 pone de manifiesto el debate doctrinal entre usos normativos y usos
interpretativos destacando que “[u]na doctrina autorizada defiende que la distinción entre usos normativos y usos
interpretativos «ex» artículo 1.3 no afecta a la interpretación del artículo 1287; que este precepto no distingue dos tipos
de usos o dos usos de diferente naturaleza (el interpretativo en su primer inciso y el normativo en el segundo), sino dos
funciones susceptibles de ser desempeñadas por los usos y que nada obsta para que un uso normativo cumpla una función
interpretativa”. El autor cita los trabajos de Luis DÍEZ-PICAZO (1996), Fundamentos del Derecho civil patrimonial, T. I,
Civitas, Madrid, p. 408 y Ángel M. LÓPEZ Y LÓPEZ (1995), “Comentario al artículo 1287”, en Manuel ALBALADEJO y Silvia
DÍEZ ALABART (Dirs.), Comentario al Código Civil y Compilaciones forales, t. XVII, vol. 2º, 2ª ed., Edersa, Madrid, pp. 62-64.
64
Véase en esta misma línea a Luis DÍEZ-PICAZO (1991), “Comentario al artículo 1 CC”, en Cándido PAZ-ARES RODRÍGUEZ,
Luis DÍEZ-PICAZO Y PONCE DE LEON, Rodrigo BERCOVITZ y Pablo SALVADOR CODERCH (Dirs.), Comentario del Código Civil,
Ministerio de Justicia, Madrid, p. 7: “No son admisibles las llamadas costumbres contra legem o costumbres que
establecen o disponen lo contrario de lo ordinario o lo dispuesto por la ley”. En este mismo sentido, Rodrigo BERCOVITZ
RODRÍGUEZ-CANO (2013), “Comentario al artículo 1 CC”, en Rodrigo BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO (Coord.), Comentarios al
Código Civil, 4ª edición, Cizur Menor, Aranzadi, p. 22: “La costumbre no puede ser contraria ni a la ley (STS 2 abril 1993
[RJ 1993, 2985]), ni a la moral social dominante, ni al orden público (art. 1.3)”. Luis DÍEZ-PICAZO (1991), “Comentario al
artículo 1 CC”, en Cándido PAZ-ARES RODRÍGUEZ, Luis DÍEZ-PICAZO Y PONCE DE LEON, Rodrigo BERCOVITZ y Pablo SALVADOR
CODERCH (Dirs.), Comentario del Código Civil, Ministerio de Justicia, Madrid, p. 7, dice que una excepción a la prohibición
de la costumbre contra legem es “en los Derechos civiles especiales de determinadas regiones o comunidades autónomas,
pues el art. 149.1.8 de la Constitución, les reserva el establecimiento de sus propias fuentes del derecho, por lo que es
posible que en ellas la existencia de costumbres contra ley, como ocurre, singularmente, en el Derecho foral de Navarra
según su Compilación”.
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Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
sea una práctica profesional impulsada por la industria o el gremio profesional, o de que sea
incluso un acuerdo marco de las relaciones entre las partes. No cabe generalizar pero el principio
de buena fe es también consonante con los usos.
En el artículo 1.258 CC no se distingue entre ley imperativa o prohibitiva y ley dispositiva. Por
ello, defendemos que la buena fe contractual se integra con la ley sin más.
No tendría mucho sentido dejar de modular el principio de buena fe en cada contrato al margen
de su conformidad con el derecho imperativo (ius cogens), mucho menos en una concepción que
asume integrar principios con derecho positivo sin confundir sus orígenes, pues los principios
tienen mucho que ver con la moral social y no se confunden con el derecho positivo (véase
artículo 1.255 CC). Cierto es que, a la postre, como el artículo 1.4 CC establece que “los principios
generales se aplicarán en defecto de la ley”, la doctrina dominante tiene a su favor la
subsidiariedad de esta fuente del derecho en el sistema del Código Civil. Pero ello, apuntamos
aquí de nuevo, no sería coherente con el inciso final del mismo artículo 1.4 CC que dice “sin
perjuicio de su carácter informador del ordenamiento jurídico” y no lo sería tampoco con la
concepción integradora del debate Hart-Dworkin asumida en este trabajo. “Informador”, de
“informar”, es, en este contexto, “[f]undamentar, inspirar” (3ª acepción del DRAE) e, incluso,
“[d]ar forma sustancial a algo” (4ª acepción del DRAE). En la concepción del artículo 1.258 CC
hay, por así decirlo, un ir y venir entre el principio de buena fe y la ley imperativa y dispositiva
casi como si se tratara, en expresión feliz de José María Miquel, “de un ordenamiento paralelo”,
coherente. Y esta reflexión nos lleva al último epígrafe de este trabajo.
65
Calixto DÍAZ-REGAÑÓN GARCÍA-ALCALÁ (2013), “Comentario al artículo 1.258”, en Rodrigo BERCOVITZ RODRÍGUEZ-CANO
(Coord.), Comentarios al Código Civil, 4ª edición, Cizur Menor, Aranzadi. Jesús ALFARO ÁGUILA-REAL (1995), “Integración
contractual (Derecho Civil)”, en Alfredo MONTOYA MELGAR (Dir.), Enciclopedia Jurídica Básica, Madrid, Civitas, p. 3639.
Luis DÍEZ-PICAZO (1991), “Comentario al artículo 1258 CC”, en Cándido PAZ-ARES RODRÍGUEZ, Luis DÍEZ-PICAZO Y PONCE
DE LEON, Rodrigo BERCOVITZ y Pablo SALVADOR CODERCH (Dirs.), Comentario del Código Civil, Ministerio de Justicia, Madrid,
p. 462. Juan ROCA GUILLAMÓN (1993), “Comentario al artículo 1258 CC”, en Manuel ALBALADEJO GARCÍA y Fernando
REGLERO CAMPOS (Dirs.), Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, t. XVII, vol. 1º A, Edersa, Madrid, p. 462.
66
Por todos, véase Wolfgang KRÜGER (2018), “Comentario al § 242 BGB”, en Franz JÜRGEN SÄCKER, Münchener Kommentar
zum Bürgerlichen Gesetzbuch, 8. Auflage, C.H. Beck, München, p. 135 (nº 75, letra c). Todas las normas se modulan de
acuerdo con la buena fe contractual, también las imperativas.
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Pablo Salvador Coderch y Tomás Gabriel García-Micó InDret 1.2020
Las consideraciones anteriores nos llevan a un último apunte sobre la relación entre el principio
de buena fe contractual y las normas sociales (social norms). Las normas sociales son los cánones
y pautas de conducta no establecidos por el Estado o, por lo menos, que no son aplicados por el
Estado y sus órganos 67. El principio de buena fe es, así, el mecanismo al cual recurren los
contratantes o, en su caso, los mediadores, los árbitros o los tribunales para interpretar o integrar
el texto del contrato según cánones de conducta que la comunidad asume que en el caso concreto
resultaban exigibles. Según la concepción dominante, unilateralmente dworkiana, las normas
sociales podrían ser directa e inmediatamente aplicables. En la concepción que hemos defendido
y fundamentado en este trabajo la buena fe es contextual, no es independiente del contrato, sino
que se aplica con respeto a su texto, su contenido, su naturaleza y, por supuesto, la ley. En el
artículo 1.258 CC la idea rectora es que la buena fe se aplica además, no en vez, del contrato.
11. Conclusión
Buena fe es una expresión recurrente en los textos de derecho privado español y su sentido cabal
en cada uno de ellos está en función de cada uno de estos mismos textos. En algunos es buena fe
objetiva; en otros, buena fe subjetiva. En el artículo 1.258 CC la buena fe es contextual: interpreta
e integra un contrato válido y eficaz. Incluso cuando excepcionalmente lo corrige o lo termina,
ello ocurre porque una doctrina específica sitúa al juzgador en el momento de la celebración del
contrato y en contemplación de las circunstancias que constituyen la base del negocio. Pero esto
es excepcional. En la inmensa mayoría de los casos la buena fe contractual no es ningún comodín,
sino que es contextual.
El carácter contextual de la buena fe, como se defiende a lo largo de este trabajo, excluye
interpretaciones maximalistas que tengan por objeto la creación de un ordenamiento jurídico
alternativo al que surge del derecho positivo vigente y al que resulta aplicable al contrato
concreto. La buena fe, como se entiende en este trabajo, debe ser un mecanismo que contribuya
a la compleción del contrato, siempre dentro de los marcados límites del contrato suscrito entre
las partes pues, en definitiva, la buena fe es un mecanismo de interpretación e integración del
contrato, no para novar el contrato o crear un segundo contrato, ajeno del primero.
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