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Revista de Indias, vol.

48, nº 182-183 (1988)

Revista de Indias, 1988, vol. XLVIII, núms. 182-183

LA OLIGARQUIA COSTE&A Y LA REPUBLICA ARISTOCRATICA


EN EL PERU, 1895-1919 *
POR

RORY MILLER
Universidad de Liverpool, Inglaterra

A fines del siglo xrx, como consecuencia del crecimiento de las


exportaciones agropecuarias a los mercados europeos y norteame­
ricanos, las oligarquías terratenientes parecían en pleno control
de muchos países latinoamericanos. En el Perú esta tendencia pa­
rece más notoria entre 1895 y 1919, período llamado «República Aris­
tocrática». Los historiadores, tanto peruanos como extranjeros, han
identificado a los productores costeños del algodón y del azúcar,
sobre todo, como los dirigentes de la política del país durante estos
años. Julio Cotler, por ejemplo, escribe: «A pesar de persistir y
crearse nuevos motivos de disidencia interna de la clase dominante,
el grupo que representaba los intereses de los exportadores dirigió
la política gubernamental y tuvo la suficiente influencia para hacer
del Estado su instrumento político de desarrollo» ( 1 ). Dennis Gil­
bert, en su estudio sociológico de tres familias oligárquicas, consi­
dera también que entre 1895 y 1919 el sistema político fue domina­
do por estas familias que recién habían desarrollado su poder eco­
nómico y social (2).

* Un artículo mío anterior sobre el tema de la vida política peruana


durante esta época apareció bajo el título "The Coastal Elite and Peruvian
Politics, 1895-1919" en Journal of Latin American Studies 14:1 (1982), pp. 97-
120. Este ha sido escrito nuevamente, pero utilizando algunas ideas del an­
terior. Una beca de la Nuffield Foundation apoyó mis investigaciones en
Lima. Debo agradecer también a D. Humbcrto Rodríguez Pastor, primer di­
rector del Archivo del Fuero Agrario, por su ayuda y apoyo durante muchos
años, y a D. Félix Zamora por su ayuda en el mejoramiento de mi castellano.
(1) Julio COTLER: Clases, estado y nación en el Perú, Lima, Instituto de
Estudios Peruanos, 1978, p. 128.
(2) Dennis L. GILBERT: The Oligarchy and the Old Re gime in Peru, tesis
de doctorado, Universidad de Cornell, 1977, pp. 2 y 26. (Esta tesis ha sido
publicada en castellano bajo el título La oligarquía peruana: historia de tres
familias, Lima, Horizonte, 1982.)

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No hay completa unanimidad sobre la composición exacta de


este grupo dominante. A diferencia de Cotler, quien subraya el pa­
pel de los exportadores, otros autores incluyen otras actividades
económicas en su análisis de la oligarquía. Manuel Burga y Alberto
Flores Galindo, por ejemplo, identifican a la oligarquía como «un
conjunto de familias cuyo poder reposaba en la propiedad de la
tierra (rasgo inevitable), las propiedades mineras, el gran comercio
de importación-exportación y la banca», pero confirman que «con
la excepción del gobierno de Billinghurst [ 1912-14] y, en cierta ma­
nera, del período de Benavides [1914-15], la oligarquía ejerció di­
rectamente el poder político ... Uno de los elementos empleados
para este propósito fue el Partido Civil» (3).
Muchos historiadores han visto un gran grado de continuidad
entre esta oligarquía de los principios del siglo y la de los años 60
atacada por el régimen militar del Presidente Velasco. Denis Gil­
bert anota que de las treinta familias identificadas por sus entre­
vistados como indudablemente oligárquicas, 25 ya habían consegui­
do un símbolo importante de prestigio, el ingreso al Club Nacional,
antes de 1919 (4 ). Muchos historiadores están de acuerdo en su
descripción del ámbito social en que vivía esta elite. Contraían
alianzas matrimoniales dentro de su grupo restringido, vivían en
el mismo barrio, educaban a sus niños en los mismos colegios y
dominaban instituciones importantes tales como el Partido Civil,
el Club Nacional, la Beneficencia, el Congreso, las cátedras de la
Universidad de San Marcos, los bancos, la prensa, la Cámara de
Comercio y la Sociedad Nacional Agraria.
Sin embargo, este modelo ortodoxo nos presenta algunas difi­
cultades significativas. Tanto Ernesto Yepes del Castillo como Bur­
ga y Flores Ga1indo, por ejemplo, han destacado el problema de
las relaciones entre la oligarquía limeña o costeña y otras oligar­
quías regionales tales como la arequipeña o la del centro (5). Es
difícil también precisar las formas de articulación política entre
la oligarquía y los hacendados y los gamonales de la sierra, tema
de debate fuerte entre Karen Spalding, Nils Jacobsen y otros histo­
riadores ( 6 ). Además de estos problemas se pueden enumerar otras
dudas, como siguen:
(3) Manuel BURGA y Alberto FLORES GALINDO: Apogeo y crisis de la repú­
blica aristocrática: oligarquía, aprismo y comunismo en el Perú, 1895-1932,
Lima, Rikchay-Perú, 1979, p. 88.
( 4) [2], pp, 56-58; véase también Jorge BASADRE: "Historia de la Repúbli­
ca del Perú", Lima, Historia, quinta ed., 1963-68, pp. 4732-4734.
(5) Ernesto YEPES DEL CASTILLO: "Burguesía y gamonalismo en el Perú",
Análisis 7, 1979, pp. 31-66; [3], pp. 87-89.
(6) Karen SPALDING: "Estructura de clases en la sierra peruana, 1750-

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1. El modeno del control oligárquico parece con frecuencia un


modelo casi estático, desprovisto de dinámica. Pero no se puede
pasar por alto el desarrollo extensivo y rápido de la economía pe­
ruana entre la Guerra del Pacífico y la Primera Guerra Mundial (7).
Como resultado aparecieron nuevos empresarios y nuevos intere­
ses económicos que debieron ser incorporados a la elite. En otros
términos, la composición de la oligarquía se debió cambiar mu­
cho más extensamente en las primeras dos décadas de este siglo
que en cualquier otro antes de los años 70. ¿Cómo se incorporaron
las nuevas familias y con cuáles consecuencias para las institucio­
nes ya mencionadas? ¿Hubieron algunos conflictos, sea económi­
cos o sociales, entre las familias antiguas coloniales, las plutocráti­
cas que habían sobrevivido desde la edad del guano y del salitre,
y las nuevas elites económicas de la posguerra?
2. Si se fija la atención sobre la continuidad de la composición
oligárquica, se corre el riesgo de olvidar a algunas familias como
los del Solar, los Garland, los Gallagher, los La Rosa, los Alzamora,
etc., que tenían prestigio e importancia en esta época, pero que han
desaparecido o empobrecido después.
3. Algunas familias consideradas generalmente como oligár­
quicas tenían intereses distintos de los de los agricultores. Los
Prado, por ejemplo, se concentraban en la industria y en la expan­
sión urbana, José Payán en la banca, los Ayulo en el comercio y
Pedro Gallagher en la formación y gerencia de compañías de ser­
vicios (8). Entre la banca y la exportación agraria se pueden ima­
ginar conflictos fuertes sobre cuestiones como el cambio, conflic­
to que en la práctica se hizo muy intenso en los años 90 (sobre el
asunto del «Gold Standard»), y más tarde sobre la provisión del
circulante durante la guerra después de 1914.
4. Las suposiciones de cohesión oligárquica no explican ni la
lucha intensa de la vida política peruana ni su inestabilidad funda­
mental durante la mayoría del período, a excepción posible de los
años 1903-08. ¿ Cómo se explican, por ejemplo, los conflictos de las
administraciones de Piérola ( 1895-99) y de López de Romaña ( 1899-
1903)? ¿Las luchas entre Lcguía y los civilistas disidentes entre
1909 y 1912 que tuvieron como resultado la formación del Bloque
1920", Ancilisis 1, 1977, pp. 25-35; Nils JACOBSEN: "Desarrollo económico y re­
laciones de clase en el sur andino, 1780-1920: una réplica a Karcn Spalding",
Análisis 5, 1978, pp. 67-81.
(7) Véase sobre todo Rosemary TIIORP y Gcoffrey BERTRAM: Perú, 1890-
1977: growth and policy in an open economy, Londres, MacMillan, 1978, se­
gunda parte.
Rory MILLER: "The Coastal Elite and Peruvian Politics, 1895-1919", Jour­
nal of Latin American Studies 14: 1, 1982, pp. 110-111.

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y la elección de Billinghurst en vez de Antero Aspillaga? ¿La con­


ducta del gobierno del mismo Billinghurst entre 1912 y 1914, que
parecía en cierta medida favorecer a la clase trabajadora? ¿O bien
los problemas de la segunda administración de José Pardo, que
terminó en 1919 en el golpe de Leguía que puso fin a la República
Aristocrática y echó los cimientos del oncenio?
S. El modelo no ofrece tampoco detalles de los mecanismos
del control oligárquico sobre el Estado. Algunos hablan del poder
extenso del presidente, sin reconocer que durante estos años sola­
mente dos presidentes Candamo, 1903-04, y José Pardo, 1904-08 y
1915-19) pertenecieron sin duda a la oligarquía costeña. Otros sub­
rayan el papel de las asociacioens funcionales fundadas durante el
gobierno de Piérola, la Sociedad Nacional Agraria, la Sociedad Na­
cional de Industrias y la Sociedad Nacional de Minería. Sin embar­
go no hay pruebas efectivas de la influencia de tales asociaciones
después de 1900, y todas parecen casi moribundas antes de 1910 (9).
Es muy diferente el caso de la Cámara de Comercio de Lima, fun­
dada en 1888, y la única organización semejante sobre que se ha
publicado una historia institucional ( 10). La Cámara parece haber
hablado en nombre del gran comercio mucho más efectivamente
que las otras asociaciones funcionales, y se hacía además responsa­
ble de preparar para el gobierno informes frecuentes sobre diver­
sos asuntos económicos durante todo el período. Es la excepción
de la regla.
6. Los que subrayan el control de la oligarquía sobre el poder
ejecutivo deben explicar también la vulnerabilidad de éste a la
censura congresional, frente a problemas importantes como los
arreglos firmados con la Peruvian Corporation, los negocios sobre
los préstamos extranjeros, la explotación preferente de los depó­
sitos del guano por la agricultura nacional, los presupuestos, o la
legislación para proteger a los trabajadores contra los accidentes
industriales. Deben explicar además los cambios frecuentes de los
ministerios y el anhelo marcado del Congreso de comerse a un
ministro, como dijo Pedro Dávalos y Lissón (11). Tenemos que pre­
guntarnos qué papel exacto desempeñaba el Congreso dentro del

(9) [8], pp. 107-109.


BASADRE y Rómulo A. FERRERO: Historia de la Cá­
(10) [8], p. 110; Jorge
mara de Comercio de Lima, 1888-1963, Lima, Santiago Valverde, 1963, pp. 57-
60 y 77.
( 11) Pedro DÁVALOS Y L1ssoN: La primera centuria: causas geográficas,
políticas y económicas que han detenido el progreso moral y material del
Perú en el primer siglo de su vida independiente, Lima, Lib. Gil, 4 tomos,
1919-1926, t. 1, p. 63.

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sistema político y cuánta influencia poseía la oligarquía sobre las


elecciones y el comportamiento de los congresos.
En gran parte estos problemas interpretativos resultan de la
falta relativa de investigaciones detalladas sobre la historia política
del Perú. Desde 1970 se ha visto un gran florecimiento de las inves­
tigaciones históricas tanto en el país como en el extranjero, pero
los historiadores han preferido estudiar los temas económicos o
sociales más que la vida política, a excepción de la política de las
masas (las rebeliones campesinas y el crecimiento de la organiza­
ción trabajadora) y el desarrollo de los partidos modernos como
el Apra (12). Otro problema, a diferencia de los países europeos y
norteamericanos, es la falta de fuentes primarias. En Inglaterra,
por ejemplo, el historiador puede utilizar los papeles políticos pri­
vados y los archivos gubernamentales. En el Perú no hay archivos
similares para la historia política de este período. Es cierto que
hay algunas autobiografías, escritas para justificar la trayectoria
individual, como las de Germán Arenas, Alberto Ulloa Cisneros o
Luis Alberto Sánchez (13). Nos proveen muchas informaciones va­
liosas sobre la atmósfera contemporánea, pero como fuentes sufren
del problema obvio del partidismo.
¿Existen otras fuentes que puedan evitar este partidismo explí­
cito para alumbrar la vida política de las familias oligárquicas?
Hasta ahora se han utilizado los recursos del Archivo del Fuero
Agrario, ante todo, para la historia económica y social. Sin embar­
go, en los archivos de las haciendas como Cayaltí las cartas priva­
das de la familia terrateniente incluyen muchos datos sobre sus
objetivos y estrategias políticas. Los Aspíllaga, como es bien cono­
cido, eran dueños no sólo de las haciendas Cayaltí (azúcar) y Palto
(algodón), sino también poseían intereses en bancos, compañías
de seguros, la minería y la Compañía Peruana de Vapores (14). An­
tero Aspíllaga tuvo una carrera política destacada, como Ministro
de Hacienda del gobierno del Presidente Cáceres en la década de

(12) Véanse Heraclio BONILLA: "The New Profile of Peruvian History",


Latín American Research Review 16: 3, 1981, pp. 210-224, y Rory Mn.LER: "In­
troduction: sorne rcflections on foreign research and Peruvian history", en
Rory MILLER (comp.): Region and Class in Modern Peruvian History, Liver­
pool, Institutc of Latín American Studies, 1987, pp. 7-20.
(13) Germán ARENAS: Algo de una vida (para después de mi muerte),
Lima, 1941; Alberto ULLOA: Reflexiones de un cualquiera, Buenos Aires, 1943;
Luis Alberto SÁNCHEZ: Testimonio personal: menwrias de un peruano del
siglo XX, Lima, Villasan, 1969, t. I.
(14) [8], p. 110. Las cartas de los Aspíllaga han s.ido utilizadas por Bill
ALBERT: An Essay on the Peruvian Sugar Industry, Norwich, Shool of Social
Studies, 1976, y por Michael J. GoNZÁLEZ: Plantation Agriculture and Social
Control in Northern Peru, 1875-1933, Austin, University of Texas Press, 1985.

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los 80, Presidente del Senado, Alcalde de Lima y dos veces candida­
to gubernamental a la Presidencia de la República (1912 y 1919), sien­
do derrotado ambas veces, en 1912 por un pacto imprevisto entre
el Presidente Leguía y Guillermo Billinghurst, y en 1919 por un
golpe inspirado por el mismo Leguía. Burga y Flores Galindo con­
sideran su carrera como «una de las biografías más representativas
del mundo oligárquico» ( 15). Hace algunos años leí las cartas pri­
vadas de los hermanos Aspíllaga durante 1912 y 1918, años graves
de la República Aristocrática (faltaba el tomo para los años 1918-
19). Alumbran algunos detalles de la vida política peruana y del
poder de la oligarquía, pero abren también más interrogantes.

* * *

Se puede considerar como base que los Aspíllaga tenían como


objetivo imperioso mantener y aumentar tanto como fuese posible
sus ingresos de la hacienda Cayaltí. En los primeros años de esta
investigación de sus cartas, durante el gobierno de Billinghurst,
les inquietaban mucho más las vicisitudes del poder local que las
de la política nacional, aunque había vínculos entre los dos niveles.
Afrontaban dos problemas principales: el abastecimiento del agua
a la hacienda y su pugna con la comunidad vecina de Saña sobre
algunos terrenos comunales que habían sido incorporados a la ha­
cienda. Estos dominan su correspondencia. Su rivalidad con Aure­
lio Sousa, otro hacendado del valle y billinghurista destacado, hizo
más dificil la situación. Para proteger sus intereses encontraban
necesario tener ascendiente o negar la influencia de otros hacen­
dados sobre los oficiales locales, el ingeniero de la Comisión Téc­
nica de Aguas, el prefecto de Lambayeque, el subprefecto de Chi­
clayo y el comisario de policía. Así, en una semana crítica de octu­
bre de 1913, Ramón Aspíllaga consiguió del Ministro del Gobierno
la destitución del prefecto Ferreyros, que había censurado las me­
didas de la hacienda en el asunto de Saña (16). Era necesaria una
vigilancia constante de parte del representante de los hermanos en
Lima para asegurar el nombramiento de oficiales simpatizantes y
negar la influencia de los hacendados rivales. En enero de 1914, el

(15) [3], p. 90.


(16) Ramón Aspillaga a Antero Aspillaga, 21 de octubre, 1913, t. 204, car­
tas reservadas, Archivo de Cayaltí, Archivo del Fuero Agrario, Lima (a par­
tir de esta nota se refiere a estas cartas simplemente en términos del remi­
tente, del destinatario, de la fecha y del tomo del archivo). Sobre el asunto
de Saña véase también [14 (GONZÁLEZ)].

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ingeniero de aguas del valle multó a la hacienda, resultando que


Ramón se quejó de la influencia de Sousa y «de la plaga de inge­
nieros, que como pulpos se han ahogado [ ?] a los ríos, llamando
su objetivo: ganar sueldos al Gobierno y explotar a los Hacenda•
dos» (17).
Para los Aspíllaga, de actuación destacada en la vida política
nacional desde la Guerra del Pacífico, los asuntos locales parecen
haber tenido mucha prioridad en estos años. Pero esta necesidad
de defender constantemente su propiedad contra intereses rivales,
sea de los hacendados o de las comunidades, significó que no po­
drían retirarse de la intervención política al nivel nacional. Después
de su decepción de 1912, Antero Aspíllaga ya se había resuelto a
no tomar más parte en la política nacional (18). Durante casi dos
años este hombre célebre vivió en la hacienda, en vez de Lima. La
familia observó, pero no tomó parte en la oposición creciente con­
tra la administración de Billinghurst. No hay ningunos indicios
en la correspondencia Cayaltí que los Aspíllaga tuvieron conoci•
miento de antemano del proyecto de golpe contra Billinghurst. Sin
embargo, antes de esa ya se había hecho evidente que el manteni­
miento del poder económico local dependía de poseer alguna in­
fluencia política al nivel nacional. Ninguna familia terrateniente
( sea oligárquica o no) podría retirarse completamente de la políti­
ca, aunque no tuviese ambiciones personales. Como en el caso de
los Aspíllaga en 1914, así correrían el riesgo de no poder defender
sus propios intereses locales. Ya en enero de 1914, Ramón Aspílla­
ga había expresado su frustración: «Si estuviéramos al poder, las
influencias y las cosas pasarían de otra manera» (19). Luego del
gol pe de febrero de 1914 lo inmediato fue conseguir el nombra­
miento de un prefecto, de un subprefecto y de un comisario sim­
patizantes, porque en el sistema peruano se solían cambiar todos
los oficiales en tal situación (20). Pero dentro de un mes, en vista
del futuro incierto, ya se había hecha clara la necesidad de interve­
nir más abiertamente en el proceso político. «Hasta por nuestros
propios intereses no podemos continuar siendo Don Nadie», le es­
cribió Ramón a su hermano (21).

(17) Ramón Aspíllaga a Antero Aspíllaga, 17 de enero, 1914, t. 204.


(18) Ramón Aspíllaga a Antera Aspíllaga, 19 de diciembre, 1913, y 2 de
enero, 1914, t. 204.
(19) Ramón Aspíllaga a Antera Aspíllaga, 17 de enero, 1914, t. 204.
(20) Ramón Aspíllaga a Antcro Aspíllaga, 6 de febrero, 1914; 9 de febre­
ro, 1914; 13 de febrero, 1914; 28 de febrero, 1914, t. 204.
(21) Ramón Aspíllaga a Antero Aspíllaga, 18 de febrero, 1914, t. 204.

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El argumento que se propone entonces es que el análisis políti­


co debe comenzar al nivel local o regional. La mayoría de los ha­
cendados querían sobre todo guardar sus propios intereses locales.
Esta preocupación traía consigo la necesidad de interesarse en la
política nacional. Además, la defensa de los intereses locales sig­
nificaba que la familia entraría en conflicto con otros hacendados
vecinos, resultando que al nivel nacional la política estaría llena
de luchas personales dentro de la elite por causa de estas rivali­
dades. Entre 1912 y 1914 los Aspíllaga nos proporcionan un ejem­
plo de una familia que había tomado la decisión de retirarse de la
política, pero que en efecto no pudo. Cualquier hacendado impor­
tante tendría que mantener bastante influencia en Lima para con­
trolar los nombramientos oficiales a la provincia donde se encon­
traba su propiedad, pues si no sus rivales podrían atacar sus
intereses o dependería del apoyo de oficiales de poca confianza.
Sin duda, la intervención política traería otras ventajas, por ejem­
plo, la posibilidad de conseguir empleo para los dependientes o los
compadres del hacendado y así fortalecer a su clientela. Es impor­
tante anotar también que a veces las necesidades económicas de
la hacienda podrían significar un interés político en otras regiones
del país a alguna distancia de la hacienda misma. Ramón Aspíllaga
recibió un pedido, por ejemplo, de un enganchador para que ejer­
ciese alguna presión en el nombramiento del gobernador de Bam­
bamarca (del departamento de Cajamarca) con miras a contratar
más fácilmente a los obreros (22). Esto podría producir conflictos
con hacendados serranos, que tendrían a su propio candidato. A
medida que iba creciendo la amenaza de huelgas durante la Primera
Guerra Mundial, la importancia de poder conseguir el apoyo de las
autoridades políticas aumentaba. En septiembre de 1914, accedien­
do al ruego de los Aspíllaga, el prefecto despachó a ochenta solda­
dos al puerto de Etén (23). En el valle de Saña, donde se encontraba
Cayaltí, todos los hacendados tenían un acuerdo de pagar juntos
el sueldo del comisario (24).
Así, no se niegan en este análisis ni la dominación de los hacen­
dados peruanos durante esta época ni las posibilidades de su coo­
peración en ciertas circunstancias, sino se subrayan dos puntos
más: la fuerza de las rivalidades dentro de la clase terrateniente
para controlar la vida local, y la falta de distinción en este asunto
entre los oligárquicos costeños y los hacendados serranos. Ambos
(22) Francisco Negrete a Ramón Aspíllaga, 24 de septiembre, 1914, t. 215.
(23) [2], p. 173.
(24) Antero Aspíllaga a Baldomero y Ramón Aspíllaga, 26 de febrero,
1915, t. 217.

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grupos tenían un interés vivo en conseguir influencia política, es­


pecialmente en el nombramiento de los oficiales, en perjuicio de
sus vecinos. Por lo tanto, los conflictos políticos, tanto nacionales
como locales, se hacían generalmente muy amargos, y la clase do­
minante, sea en la costa o en la sierra, se encontraba muy agrieta­
da (25). Hacendados vecinos dependientes de los mismos cultivos
podrían encontrarse en un estado de envidia mutua.
Ya antes del estallido de la guerra estaba creciendo otra ame­
naza contra los intereses azucareros, los impuestos a la exportación,
como resultado de la grave crisis fiscal. Este episodio nos demues­
tra la cohesión limitada de la oligarquía (26). Primero, aunque el
presidente mismo fue azucarero, no se pudo impedir la imposición
de algunos derechos. Segundo, los intereses agrícolas entraron en
conflicto entre sí, los algodoneros contra los azucareros. Resultó
aún muy difícil conseguir una alianza de éstos solos. Los Aspíllaga
se quejaron de la competencia provocada entre los hacendados por
el comportamiento notorio de Víctor Larco (hay anécdotas descri­
biendo cómo Larco daba nombres franceses a los campos suyos
linderos con los de la hacienda Casa Grande, propiedad de los
Gildemeister, y mandaba a su orquesta hacendaria a tocar la Mar­
sellesa al alcance del oído de los gerentes alemanes de Casa Gran­
de) (27). Se inquietaron también por el impacto de las rivalidades
entre los azucareros sobre los problemas laborales (28). Antero As­
píllaga la había comentado en julio de 1914 acerca de otro asunto,
«Si los azucareros estuviesen unidos, ya habrían conseguido en su
favor muchas cosas justas y convenientes» (29). Siguió algunos días
más tarde escribiendo, «Si los azucareros fuesen más unidos mu­
chos beneficios podríamos conseguir, pero aquí cada actua [ ?] por

(25) Véase también el estudio de Lewis TAYLOR sobre los vínculos entre
las rivalidades de la elite y el bandolerismo en Cajamarca: Bandits and Po­
litics in Peru: landlord and peasant violence in Hualgayoc, 1900-1930, Cam­
bridge, Centre for Latin American Studies, 1986.
(26) [8], pp. 109-110.
(27) Roberto MACLEAN Y EsrEÑOS: Sociología del Perú, Ciudad de México,
Instituto de Investigaciones Sociales, 1959, p. 118. Hay otras anécdotas acer­
ca de las excentricidades de Víctor Larco: véase Peter F. KLARÉN: Moderni­
zation, Dislocation, and Aprismo: origins of the Peruvian Aprista Party, 1870-
1932, Austin, University of Texas Press, 1973, p. 19. Klarén subraya también
el conflicto entre los hacendados de Chicama, provocado por la concesión
del puerto de Malabrigo a Casa Grande por el gobierno de Benavides en
1915: pp. 71-79. Esta concesión fue resistida por los senadores de La Libertad,
José I�nacio Chopitea y Víctor Larco, ambos azucareros de la región: El
Financista, 206, 15 de octubre, 1917.
(28) Víctor Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 23 de febrero, 1915, t. 217.
(29) Antero Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 4 de julio, 1914, t. 205. Mi
énfasis.

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su lado, lo que hacen es comerse entre sí» (30). Otros hacendados


miraban a los azucareros con envidia. «Como por ]a guerra europea
ha subido el azúcar ya nos creen millonarios», escribió Antera As­
píllaga en agosto de 1914 (31). A pesar de sus problemas los azu­
careros tuvieron algún éxito, porque el impuesto sobre el azúcar,
a diferencia de las otras exportaciones, fue fijo a un nivel bajo en
vez de en escala móvil. Sin embargo, era imposible sostener una
resistencia permanente contra los otros sectores agrícolas, sobre
todo en vista de su falta de cohesión como grupo. A partir de 1918
tuvieron que pagar impuestos, como los otros, en escala móvil (32).

Durante la segunda administración de José Pardo (1915-1919),


Antero Aspíllaga comenzó a actuar otra vez al nivel político nacio­
nal. En febrero de 1918 fue invitado a encargarse de la dirección y
la regeneración del Partido Civil, con vistas de otra candidatura
presidencial el año siguiente (33). No obstante, sus cartas privadas,
durante todo este período, no revelan al historiador ni un espíritu
nacional ni un deseo de superar las divisiones dentro de la oligar­
quía, sino su lealtad interna de familia, su interés en garantizar su
poder local y su desdén por los otros políticos y hasta por los otros
azucareros. No tenía ninguna confianza ni en Víctor Larca ni en
los otros azucareros de Chicama (34). De sus vecinos de Tumán ya
había escrito que «los Pardo no quieren dejar el poder» (35). Había
demostrado también su antipatía hacia los otros elementos de la
oligarquía, explicando la crisis financiera que afligió al país des­
pués del estallido de la guerra como obra del Banco del Perú y
Londres «que abusó del crédito». En la opinión tanto de los Aspí­
llaga como de otras familias grandes, esta institución, el banco
principal del país, había acumulado una cartera de deudas malas,
como resultado de su irresponsabilidad (36). Así había un resenti­
miento general por la responsabilidad del banco de la crisis fi­
nanciera.
Los Aspíllaga poseían también un odio intenso para los politi­
queros. «El país -ya escribió Ramón en enero de 1914- está com­
pletamente aplastado, debilitado políticamente, es la obra de Le-
(30) Antero Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 8 de julio, 1914, t. 205.
(31) Antero Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 14 de agosto, 1914, t. 209.
(32) [8], p. 109.
(33) Antero Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 25 de febrero, 1918, t. 244.
(34) Antero Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 1 de junio, 1914, t. 209.
(35) Antero Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 13 de febrero, 1914, t. 205.
(36) Antero Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 13 de agosto, 1914, t. 209; Víc-
tor Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 9 de octubre, 1914, t. 215.
(37) Ramón Aspíllaga a Antero Aspíllaga, 2 de enero, 1914, t. 204.

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guía, Bloque y Billinghurst» (37). No tenían ninguna confianza ni


en los políticos civilistas ni en el Congreso. «¿De cuántas barbari­
dades habremos escapado o nos libraremos una vez clausurado el
Congreso? ¡Que se vayan a sus provincias y nos dejen tranquilos!,
se quejó Antero (38). Como crecía la amenaza de los sindicatos y
las huelgas, la familia se hacía más crítica de los politiqueros,
vinculando su comportamiento irresponsable con la falta de disci­
plina laboral. Se quejaron en septiembre de 1916, durante algunas
huelgas en San Nicolás y Paramonga, «de la situación interna tan
insegura que hay en el país, a lo que tanto contribuyen los méto­
dos de los políticos y donde tanto faltan los elementos e intereses
conservadores» (39). Es posible que tal temor explique el nuevo
interés de Antero Aspíllaga en conseguir la presidencia. «Los pro­
pietarios y los hombres de bien tendrán pues que tomar la direc­
ción del Estado, y sacarla de los politiqueros, no sólo de oposición,
sino hasta los que forman el gobierno, que pierden su tiempo en
cuestiones políticas o personales en lugar de la muy simple y
llana de administrar honradamente el país», le había escrito su
hermano en 1917 (40). Estos comentarios nos muestran hasta qué
grado los Aspíllaga consideraban haber perdido el control del país.
¿Se pueden entonces resumir algunas conclusiones sobre los
Aspíllaga durante esta época crítica de la historia peruana? Tienen
percepción bastante fuerte de su papel como clase, especialmente
a diferencia de las capas populares, pero de una clase estrecha y
amenazada. No utilizan la palabra oligarquía, sino prefieren hablar
de los grandes propietarios y los honzbres de bien. Se identifican
casi siempre con los agricultores, excluyendo a los banqueros, los
comerciantes y los otros grandes intereses urbanos. Sin embargo,
es una clase que, a pesar de su poder económico, se encuentra llena
de discordias entre las familias, los individuos y las diversas activi­
dades económicas.
Consideran al aparato gubernamental como fuera de su control
y critican especialmente a los políticos del Congreso, a los minis­
tros y a la burocracia. Habrían sin duda apoyado los comentarios
de La Agricultura, revista <le la reciente reorganizada Sociedad Na­
cional Agraria, que escribió, «Nosotros lo único que combatimos,
por no creerlo patriótico, es que se aun1enten los impuestos agríco­
las para hacer crecer los sueldos de una plaga inútil de burócratas,
que no tienen 1nás n1érito que el no saber desempeñar su empleo,
(38) Antcro Aspíllaga a Ramón y Baldomero Aspíllaga, 25 de enero,
1915, t. 217.
(39) Aspíllaga Hermanos a Víctor Aspíllaga, 7 de septiembre, 1916, t. 234.
(40) Ramón Aspíllaga a Antcro Aspíllaga, 14 de junio, 1917, t. 244.

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que han hecho del presupuesto su patrimonio y que se estén adju­


dicando sueldos a hombres que no tienen puestos públicos y que
sólo sirven para mezclarse en aquellas perturbaciones que deshon­
ran al país» (41). Sin embargo, mientras que se quejaban de «la
situación interna tan insegura» y de «los métodos de los políticos»,
no poseían ninguna estrategia política (42). Tenían alguna confian­
za de mantener el control de su propiedad mediante una combina­
ción de patemalismo, de medidas de control como la policía secreta
de la hacienda, y de su alianza con los oficiales locales, pero no
tenían ningunas ideas de cómo podrían proteger sus intereses y re­
cuperar su control al nivel nacional. La oligarquía misma estaba
demasiado dividida, por las rivalidades personales y sectoriales,
como era también su pretendido vehículo político, el Partido Civil.
El nombramiento de Antero Aspíllaga a su jefatura provocó la re­
tirada de otras familias prominentes como los Prado (43). Los As­
píllaga se quejaban de los miembros de los Congresos, tanto de los
representantes de la sierra como de los políticos profesionales li­
meños, como Mariano H. Cornejo, el «canceroso político», o Víctor
Maúrtua, a quien Ramón describió como «el más peligroso de to­
dos los socialistas... después de haber vivido a costillas del gobier­
no ... por muchos años» (44). No tenían ninguna estrategia para
introducir las reformas constitucionales que les negarían a tales
hombres su influencia política, y que así reestablecerían el poder
de los hombres de bien.

* * *

La intención de este ensayo es hacer una tentativa de entender


más detalladamente la vida política del Perú y el poder de los gran­
des intereses económicos durante la República Aristocrática. Con
tal propósito no basta contar los cambios presidenciales y ministe­
riales o los debates parlamentarios, ni hacer generalizaciones esca­
samente fundadas acerca del poder político de la oligarquía duran­
te la República Aristocrática. Es importante reconocer la posibili­
dad de un divorcio entre la riqueza y la influencia económica y el
control político. Cuando se leen cartas como las de los Aspíllaga,
la cohesión y conciencia de clase de la oligarquía costeña (incluyen-
(41) La Agricultura 3: 34, marzo de 1918, p. 527.
(42) Aspíllaga Hermanos a Víctor Aspíllaga, 7 de septiembre, 1916, t. 234.
(43) [2], pp. 234-235; Jesús CHAVARRfA: "La desaparición del Perú colo-
nial, 1870-1919", Aportes 23, 1972, pp. 144-152.
(44) Ramón Aspíllaga a Antero Aspíllaga, 3 de septiembre, 1914, t. 213;
Ramón Aspíllaga a Antero Aspíllaga, 2 de julio, 1917, t. 244.

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do a agricultores, banqueros, industriales y comerciantes) parecen


mucho más frágiles que lo que muchos historiadores suponen. Ellos
mismos veían su control del Estado, especialmente de la legislatura
y de los ministerios, como defectuoso, aunque podían generalmente
contar con el apoyo armado de la policía y del ejército contra las
masas populares. El análisis de la historia política de esta época
así debe tomar cuenta de otros puntos significativos.
Se deben subrayar, sobre todo, la primacía de las preocupacio­
nes locales, la organización de la política alrededor de la familia y
su clientela y la debilidad de los partidos. Si se leen los debates
que tuvieron lugar en la Cámara de Diputados y en el Senado se
da cuenta inmediatamente de la prioridad de los asuntos locales.
Como en los años 60, como lo describe Fran�ois Bourricaud, la
primera tarea del representante era conseguir los recursos guber­
namentales para los proyectos de su provincia ( 45 ). Quería también
controlar el nombramiento de los oficiales provinciales y departa­
mentales, algo que fortalecería al diputado con relación a los ha­
cendados de su circunscripción, y conseguir puestos para sus pro­
pios parientes y adherentes. Como resultado había una rivalidad
intensa entre las diversas familias poderosas de cada provincia pa­
ra ganar control de la diputación, sea para un pariente o para un
aliado. Con frecuencia estas rivalidades terminaron en la violencia
y aun en el asesinato durante las elecciones, especialmente en al­
gunos departamentos de la sierra ( Cajamarca, Cuzco, Apurí­
mac) ( 46 ). Se debe hacer notar también que el representante era
elegido por seis años, y su reelección así dependería las más de las
veces del presidente próximo y no del actual. Por lo tanto un pre­
sidente débil podría perder el apoyo de la Cámara, porque los dipu­
tados tendrían vistos a sus sucesores posibles. Deberían además
responder a los deseos de sus patrones locales y a los cambios po­
líticos en el interior, y por lo tanto querrían retirar su apoyo de la
administración actual. Es claro que en algunos departamentos le­
janos como Cajamarca, Puno, Cuzco o Apurímac había rivalidades
intensas dentro de las elites locales casi completamente fuera del
control de cualquier gobierno limeño ( 47).
Burga y Flores Galindo nos llaman nuestra atención sobre estas
fuertes rivalidades familiares que persistían en muchas zonas de la
sierra -las familias Puga, Iglesias, Villanueva, Alva, Osores, en
(45) Franc;ois BouRRICAUD: "Notas acerca de la oligarquía peruana", en
José MATOS MAR (comp.): La oligarquía en el Perú, Buenos Aires, Instituto
de Estudios Peruanos/ Amorrortu, 1972, pp. 19 y 31.
(46) [8], pp. 117-118.
(47) [8], pp. 116-118.

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Cajamarca, por ejemplo, o los Lizares y los Ruiz en Azángaro (48).


Carlos Miró Quesada destaca a otros caciques independientes de
esta época: los Durand de Huánuco, los Seminario de Piura, los
Chaparro de Cuzco, los Sámanez Ocan1po de Abancay, todos a veces
jefes montoneros (49). Hasta el oncenio de Leguía, y en algunos
casos mucho más allá, estas familias mantenían su influencia re­
gional y su dominación de la representación congresual. Pero la
oligarquía civilista costeña era también una coleción de familias
importantes, cada una con su propia clientela: los Prado, los Pardo,
los Miró Quesada, los Aspíllaga, etc. Como evidencia se puede citar
un proyecto iniciado por algunos algodoneros en 1914 de gravar
con un impuesto las exportaciones del azúcar, iniciativa de Fran­
cisco Tudela y Varela y de Abraham del Solar. Comentó significa­
tivamen.te Antera Aspíllaga que los Barreda y los Pardo, ambos
azucareros, se encargarían de «su pariente político Tudela» (50).
Así, la política peruana era una amalgan1a de lealtades familiares
e intereses económicos, cubierta con una desconfianza, sea de par­
te de los caciques serranos, sea de parte de los oligárquicos coste­
ños, frente al gobierno limeño, a los politiqueros indignos y falsos
y a los burócratas avariciosos.
Por lo tanto tenían escasa importancia los partidos políticos,
salvo como agrupaciones cambiantes de clanes políticos y de dipu­
tados independientes que trasladaban su apoyo desde un jefe hasta
otro según sus propios intereses. Ciertamente no demostraban los
partidos diferencias ideológicas profundas. Como escribió Miró
Quesada, «La diferencia estaba en los hombres más que en las ideas
soltadas al viento de una campaña electoral» (51). Neptalí Benve­
nutto, compilador de un diciconario biográfico importante, explicó
la carerra de Oreste Ferro, que había sido diputado liberal y en­
tonces demócrata, en las palabras siguientes: «Estas transforma­
ciones de nuestra vida partidaria se explican por el tinte personal
de nuestras agrupaciones políticas; en el Perú no hay partidos de
principios seriamente organizados; los acercamientos en política
se determinan por causas accidentales que nada tienen que ver ni
con los programas ni con las tradiciones de los hombres que inter­
vienen en el debate púb.lico, y esto explica la crisis de los partidos,
que eran un engendro del caudillaje» (52).
-----·---
(48) [3]. pp. 104-105.
(49) Carlos Mrn.ó QuESEDA LAOS: "Radiografía de la política peruana", Li-
ma, Páginas Peruanas, 1959, pp. 68-69.
(50) Antero Aspíllaga a Ramón Aspíllaga, 14 de agosto, 1914, t. 209.
(51) [ 49], p. 67.
(52) Ncptalí BENVENUTTO: Parlamentarios del Perú contemporáneo, 1904-
1924, Lima, Malatesta, 3 tomos, 1921-1924, 111, p. 93.

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Este artículo ha sido nada más que un ensayo, una tentativa


de explorar la República Aristocrática desde una perspectiva alter­
nativa y algo heterodoxa. En conclusión cabe hacer algunas pre­
guntas que necesitan más investigaciones para que podamos des­
arrollar mejores interpretaciones del período y de sus conflictos
políticos. En primer lugar, el papel del diputado como broker entre
el Palacio Presidencial y las elites provincianas queda aún poco
claro. Víctor Andrés Belaúnde distinguió entre los caciques parla­
mentarios, el grupo terrateniente serrano y la oligarquía, descri­
biendo al diputado como «un burócrata con aires de independen­
cia» (53). Había (y ya hay) vínculos estrechos entre las carreras
políticas y la profesión de abogado. Con frecuencia los abogados
fueron elegidos por la facción dominante de la elite provincial.
Pero ciertos diputados se convertían más que en simples agentes
de los terratenientes, desarrollando su propio papel político. Jorge
Basadre ha citado a los ejemplos de Manuel Bernardino Pérez,
Amador del Solar, Germán Arenas y Alberto Salon1ón, todos civi­
listas (54 ). Otros can1biaban su afiliación política como su traje.
Mariano H. Cornejo había dado su apoyo sucesivamente a Billing­
hurst, Benavides, Pardo y Leguía (55). Ya otros, con10 José Manuel
Torres Balcázar y Manuel Químjer, militaban siempre en las filas
de la oposición, cualquiera que fuese el gobierno (56).
Todo esto implica la necesidad de estudiar en más detalles el
desarrollo de las elites provinciales, como sugirió Pablo Macera
hace algunos años. ¿Hasta qué punto encabezaban los movimien­
tos populares contra el gobierno limeño; hay alguna continuidad
entre el caciquismo provinciano y el crecimiento posterior de los
partidos de masas con10 la Acción Popular o el Apra? (57). Si re­
cordan1os los apellidos de algunos 1ninistros de los gobiernos de
este decenio -Alva, Hoyos- es evidente que hay una tradición
extensa de actuación política de parte de ciertas familias. Desde
que Macera sugirió esta línea de investigación se han organizado
en el Perú los archivos departamentales que deberían servir como
base para el análisis de la política a nivel dcpartan1ental o pro­
vincial.

(53) Víctor Andrés Brn.A(1N1>E: Meditaciones peruanas, Lima, Cía. de Im­


presiones y Publicidad, 1932, pp. 121-122.
(54) Jorge BASADRE: La vida v la historia: ensayos sobre personas, luga-
res v pro/Jlc11rns, Lima, Banco Industrial, 1975, pp. 124-125.
(55) [52], I, pp. 48-49.
(56) í52], T. pp. 161-162; JI, pp. 70-71 y 189.
(57) Jorge BASADRE y Pablo MACERA: Conversaciones, Lima, Mosca Azul,
1974, pp. 167-168.

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Por último es necesario llamar la atención hacia la falta casi


absoluta de informaciones sobre la burocracia de esta época, aun­
que las fuentes primarias como las cartas Aspíllaga subrayan su
preocupación con las actividades de los ingenieros, los prefectos
y los subprefectos. Se debe notar que los gastos del gobierno, ex­
cluyendo las operaciones de crédito, se aumentaron durante la Pri­
mera Guerra Mundial, desde 4,54 millones de libras peruanas en
1913 (con una baja, por causa de las dificultades fiscales del go­
bierno, hasta 3,23 millones en 1915) hasta 6,60 millones en 1919 (58).
Un aspecto importante de esta expansión burocrática es el tamaño
creciente del Ministerio de Fomento. Sus gastos se aumentaron
desde Lp. 255.428 en 1913 hasta Lp. 635.262 en 1919. Ya tenía 654
empleados en 1919, incluyendo a los ingenieros que tanto enojaban
a los Aspíllaga. Se establecieron además en 1918 las direcciones de
estadística y de agricultura (59). No se sabe hasta qué punto los
agricultores mismos pedían o temían estos cambios. Lo claro es
de un profesionalismo creciente de algunos ramos del aparato gu­
bernamental que implicaba una intrusión en el campo cerrado de
los hacendados {y, en el caso contemporáneo de La Brea y Pariñas,
de las compañías extranjeras además).
Aún más significativamente para la investigación histórica no
se sabe casi nada de los agentes más importantes que el gobierno
limeño mandaba a las regiones del Perú, los subprefectos y los
prefectos. Existen muchas anécdotas y algunas evidencias cualita­
tivas, especialmente sobre las exacciones de los subprefectos, pero
ningún análisis riguroso de estas capas de la burocracia. ¿ Quiénes
son? ¿ Cómo se desarrollan sus carreras oficiales? ¿ Cómo son sus
relaciones con los terratenientes rivales de su departamento o de
su provincia? ¿Durante cuánto tiempo se quedan en el cargo? ¡Oja­
lá que la organización reciente de los archivos departamentales
en el Perú tenga como resultado un mayor interés en estos proble­
mas de la articulación entre el poder local y la vida política na­
cional!

(58) Ministerio de Hacienda y Comercio: Extracto Estadístico del Perú,


1931-1933, Lima, Imp. Americana, 1935, p. 202.
(59) [58], p. 206; Carl F. HERBOLO: Developments in the Peruvian Admi­
nistrative System, 1919-1939: modern and traditional qualities of government
under authoritarian regimes, tesis de doctorado, Universidad de Yale, 1973,
pp, 153-155,

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