5 Novela Tempestira
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Tempestira
Algo sucede en las tierras de Azeroth. Muchos de los adormecidos habitantes del
mundo sufren terribles pesadillas de las que no pueden escapar. Los pocos que despiertan
no encuentran ningún consuelo: visiones espantosas los asaltan mientras brumas que
ocultan formas dantescas se extienden por el mundo de la vigilia.
A medida que más seres caen víctimas de esta enfermedad, los druidas de Azeroth
luchan por sanar el enfermo Árbol del Mundo de Teldrassil. Uno de los druidas que acuden
es Broll Bearmantle, de corazón recio, que sospecha que algo oscuro se oculta tras el
debilitamiento de Teldrassil. El druida pronto recibe una llamada de auxilio de la Suma
sacerdotisa Tyrande Whisperwind, que acaba de descubrir que Malfurion Stormrage, su
compañero que permanece en coma, se muere. Aunque la forma de sueño de Malfurion
lleva mucho tiempo perdida dentro del Sueño Esmeralda, últimamente su estado ha
empeorado. Aunque parezca extraño, el declive de la salud de Malfurion parece coincidir
con la enfermedad de Teldrassil y la siniestra fuerza que aterroriza a los durmientes de
Azeroth…
Junto con el extraordinario humano Lucan Foxblood y la valiente orca Thura,
Tyrande y Broll parten en busca de la forma de sueño perdida de Malfurion. En el camino
descubren que la Pesadilla Esmeralda, una aflicción tenebrosa que ha echado raíces dentro
del Sueño, es la responsable del mal de Malfurion, Teldrassil y los habitantes durmientes
de Azeroth. La Pesadilla es tan poderosa que incluso algunos de los majestuosos dragones
verdes guardianes del Sueño han caído presa de ella y se han vuelto locos. A medida que la
influencia de la Pesadilla crece sin control, a Tyrande y a sus compañeros solo les queda
una opción: viajar a las regiones corruptas del Sueño y encontrar a Malfurion ellos
mismos.
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Richard A. Knaak
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¡Un agradecimiento especial a todos los que han tenido que ver con este proyecto y con
mis otras incursiones en Azeroth! A la gente de Blizzard, sin ningún orden concreto… Rob,
Gina, Evelyn, Micky, Tommy, Jason, Glenn, Samwise… ¡y a todos los que me haya dejado!
¡Y, con el mayor reconocimiento, a Chris Metzen, que ha estado ahí desde el principio!
Para los más de doce millones que le han dado vida a Azeroth.
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«Entiendo que debo encontrar la verdad allá donde me lleve… incluso aunque acabe por
costarme mi propia vida…»
Malfurion Stormrage, El pozo de la Eternidad
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PRÓLOGO
BÚSQUEDA DE SANGRE
T hura estaba en pie al borde del gran abismo escarpado. La joven orca apretó
instintivamente su recia mano sobre el hacha mientras buscaba en vano un lugar por donde
cruzar. De miembros y torso gruesos y musculados, la orca era una diestra luchadora, a
pesar de haber llegado apenas a la edad adulta. Pero ahora sus anchos y toscos rasgos
expresaban algo más infantil, más temeroso, mientras corría arriba y abajo sin tener éxito
en su búsqueda. Frunció su amplia boca llena de colmillos. Thura sacudió la cabeza y
farfulló una protesta silenciosa. Su fosca melena castaña, que normalmente llevaba
recogida en una coleta pero que ahora llevaba suelta, caía sobre el lado izquierdo de su
cara.
Al otro lado estaba teniendo lugar una imponente batalla, que tenía en el centro un
solitario y fornido macho de su raza; alguien a quien conocía básicamente de recuerdos
infantiles e historias contadas por el gran gobernante orco Thrall. Delante de ella estaba un
guerrero canoso de rostro severo y brazos poderosos. Igual que ella, llevaba la falda y el
arnés de cuero de un luchador. Su cuerpo estaba cubierto de antiguas cicatrices de otras
batallas, otras guerras. Incluso rodeado, el macho gritaba su desprecio hacia sus
monstruosos enemigos.
Y ciertamente eran monstruosos, pues eran demonios de la Legión Ardiente…
criaturas malignas mucho más altas que el valeroso guerrero solitario. Llevaban armadura
y ardían de la cabeza a los pies con un virulento fuego amarillo verdoso cuya intensidad
rivalizaba con la feroz determinación que se veía en los ojos marrones del orco. Con
espadas malignas y otras armas infames, cortaban el aire una y otra vez buscando atravesar
su guardia. Pero siempre los mantenía alejados con su hacha, un arma asombrosa que
resultaba aún más fantástica por el hecho de estar tallada en madera.
No… tallada, no. Thura recordaba que un chamán la había inspeccionado y había
declarado que una gran magia habla «dado forma» al hacha de doble filo, una magia que se
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indefenso guerrero. Al hacerlo, de las hojas empezaron a brotar terribles espinas, todas
apuntando hacia dentro. Pincharon al orco y, allá donde lo hacían, hacían salir la sangre.
El orco tembló. Se le abrió la boca y cayó sobre una rodilla. Los tentáculos de
hierba cubrieron su cuerpo hasta que lo ataron por completo. De las monstruosas heridas
continuaba manando sangre mientras el elfo de la noche observaba divertido.
Thura gritó el nombre del orco, incluso aunque ya era demasiado tarde para
salvarlo:
—¡Broxigar!
De repente, los demonios se convirtieron en niebla. Solo quedaban el elfo de la
noche, su víctima y Thura. El elfo de la noche dio otro paso hacia atrás, y su mirada
burlona se volvió hacia ella.
Los ojos dorados se volvieron completamente negros. Se convirtieron en profundos
pozos que tiraban fríamente del alma de la orca.
Entonces, de esos oscuros pozos surgieron monstruosos bichos carroñeros.
Escarabajos, ciempiés, cucarachas y otros salían de los ojos del elfo de la noche en
terribles corrientes que caían al cielo. Las criaturas se dispersaron por todas direcciones y
árboles, y otra flora se materializaba a su paso. Pero las frondosas plantas apenas habían
aparecido cuando los insectos las cubrían. Arbustos, matas, incluso los árboles más altos
estaban envueltos en bichos.
Y luego se marchitaban. Todo se marchitaba, El mundo de Thura se convirtió en
una visión retorcida y horrible.
El elfo de la noche rio. De su boca saltan más repugnantes insectos…
Desapareció.
Thura volvió a gritar el nombre de Broxigar. Con esfuerzo, el moribundo guerrero
consiguió mirar hacia ella. Una mano se liberó de la hierba que lo maniataba y estiró el
brazo, empuñando el hacha mágica.
Su boca susurró un nombre…
Thura se despertó sobresaltada.
Se quedó tumbada un rato, tiritando a pesar de que en el bosque por el que estaba
viajando había una temperatura agradable. El sueño se repetía en su cabeza, tal como
ocurría cuando la orca no lo estaba reviviendo en sueños.
Con cierto esfuerzo, Thura acabó por levantarse. La pequeña fogata que había
hecho hacía tiempo que se había apagado, y ahora solo quedaban unos débiles hilillos de
humo. Soltando por un instante su arma, Thura echó tierra para sofocar lo que quedaba del
fuego y luego buscó su bolsa. Agarrando el pequeño saco de cuero, recogió el hacha y se
puso en camino.
Siempre era así. Andaba hasta que se agotaba, cenaba y luego dormía hasta que el
sueño la despertaba y la dejaba en tal estado que sabía que era mejor seguir adelante. En
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cierto macabro sentido, eso le parecía bien a la orca. Últimamente era arriesgado dormir, y
además cada paso la acercaba más a su meta, la acercaba más a vengar a los suyos.
Y más aún. Se había dado cuenta de que la movía otra misión: evitar una catástrofe
que no solo acabaría con su propio pueblo… sino con todo lo demás.
El orco, Broxigar, era el hermano de su padre, aunque los padres de estos eran
distintos. Ella sabía de su legendaria defensa junto a sus camaradas contra la Legión
Ardiente, una defensa que había terminado con Broxigar, o Brox, como único
superviviente. Incluso de niña, Thura podía notar la culpa que él habla sentido por seguir
vivo mientras sus amigos habían muerto.
Y entonces Thrall, el gran líder orco, había enviado al veterano guerrero a una
misteriosa misión con otro compañero. Ninguno de los dos regresó nunca, pero entonces
corrió el rumor de que un viejo chamán había devuelto la maravillosa hacha de madera de
su sueño y se la había entregado a Thrall. Aquel chamán también había contado que Brox
se había convertido en un héroe que había ayudado a salvar no solo a los orcos, sino
también a todos los demás. Hubo quienes dijeron que al chamán le brotaron alas y se
perdió volando en la noche, transformándose en un ave gigante o un dragón.
Thura no sabía si eso último era cierto, solo que, cuando alcanzó la edad guerrera y
demostró su destreza, el propio Thrall le entregó la legendaria hacha. Era, después de todo,
la única pariente de Brox que quedaba, excepto por su único tío, Saurfang el Viejo, que
había perdido recientemente a su hijo en batalla. El hacha podría haber ido a cualquiera de
ellos, pero el chamán de mayor confianza de Thrall había visto en un sueño que debía
pasar a Thura. El porqué nadie lo sabía, pero Thrall había seguido el consejo.
Thura se sintió honrada de llevar esa arma; una ironía, como sabía bien. Hacía
años, bajo la influencia de la maldición de sangre del señor demoníaco Mannoroth,
algunos orcos bajo el mando del legendario Grom Hellscream habían invadido los bosques
de Vallefresno y habían matado a Cenarius cuando les presentó resistencia. Aquello había
ocurrido antes de que Thrall le hubiese devuelto a su pueblo el respeto por la naturaleza.
La muerte había sido lamentable… pero Thura no había tomado parte en aquello, así que,
con el sentido práctico de los orcos, asumió que el espíritu de Cenarius también lo habría
entendido.
En el momento en que Thura le puso las manos encima, sintió que era como debía
ser. Pero el hacha también trata algo más. Al principio no, ni siquiera durante los primeros
entrenamientos después de que se la dieran. No, su secreto no se había revelado hasta
después, y al principio ella lo había ignorado. Un sueño era solo un sueño…
O no.
A Thura no le hizo falta el chamán para acabar dándose cuenta de la verdad. El
espíritu de su fallecido pariente había estado intentando llegar a ella para pedir venganza.
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El sueño era una insinuación de la verdad, de eso estaba segura. Le había enseñado cómo
había muerto Brox en realidad… traicionado por alguien a quien creía un amigo.
El elfo de la noche.
Y, aunque no podía decir cómo lo sabía, Thura también entendía que el elfo de la
noche seguía vivo y que podía encontrarlo. Lo único que tenía que hacer era prestar
atención al sueño. Cada vez que el sueño la despertaba, sentía la dirección que tenía que
tomar.
La dirección en que encontraría al traicionero asesino del valeroso Brox.
Brox había dicho su nombre, que resonaba en su cabeza desde la primera vez que
tuvo el sueño a pesar de que nunca se lo había oído decir al orco en voz alta.
Malfurion Stormrage… Malfurion Stormrage…
Thura levantó su hacha… el hacha que había sido de Brox. La orca le había hecho
un juramento a su tío muerto. Encontraría a Malfurion Stormrage sin importar lo lejos que
tuviese que viajar y sin importar a quién le obligara a enfrentarse su búsqueda de sangre.
Encontraría a Malfurion Stormrage… y entonces el hacha no solo haría una justicia
que se había demorado mucho tiempo, sino que quizás Thura podría salvar a Azeroth antes
de que fuese demasiado tarde…
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CAPÍTULO UNO
TELDRASSIL
U na sensación premonitoria que la elegante sacerdotisa elfa no había sentido
desde la caída de Zin-Azshari la sacudió hasta la médula.
Tyrande Whisperwind intentó concentrarse en sus meditaciones. Darnassus, la
nueva capital de los elfos de la noche, había sido construida para honrar la supervivencia
de la raza, como era lo apropiado, y no para honrar a una reina loca. Aunque era mucho
más pequeña que su predecesora, Darnassus era a su propia manera no menos espectacular,
en parte debido a su localización en las ramas occidentales más altas de Teldrassil… el
Árbol del Mundo. Tan gigantesco y poderoso era que los elfos de la noche habían podido
construir sobre él edificios tan imponentes como el Templo de la Luna, hecho de piedra
traída del continente y alzado debido a la increíble altura del tronco mediante la magia.
Ciertamente, más asombroso incluso que el hecho de que la capital se encontrase instalada
entre las ramas de Teldrassil era que se trataba del mayor de los varios asentamientos que
existían entre el follaje.
Y mucho de todo aquello se les podía atribuir a los druidas, que habían hecho
crecer el árbol.
Tyrande intentó no permitir que ni siquiera el más nimio de los pensamientos sobre
los druidas interfiriese con su necesidad de paz. Respetaba su trabajo, pues la naturaleza
había sido y siempre sería parte integral de la existencia de los elfos de la noche, pero
pensar en ellos, aunque fuese de pasada, siempre le traía pensamientos y preocupaciones
acerca de su amigo de la infancia, de su amante Malfurion Stormrage.
La pálida luz de la diosa luna brillaba a través de la vidriera redonda e iluminaba la
vasta cámara central, transformándose temporalmente de plateada a púrpura claro. Pero se
volvía plateada al cubrir el brillante estanque que rodeaba a la estatua de Haidene, la
primera Suma sacerdotisa que de niña había oído la sagrada voz de Elune. Como era su
costumbre, Tyrande se sentó con las piernas cruzadas al borde del estanque, sobre los
gigantescos escalones de piedra, ante los brazos levantados de Haidene, buscando
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resultado de los últimos seis o siete años de auténtico envejecimiento que la marca de los
diez duros milenios que había vivido.
Pero intentar gobernar sabiamente durante más de cien siglos le había pasado
factura interiormente, motivo por el cual la Suma sacerdotisa buscaba alguna que otra vez
un descanso mediante la meditación. Tyrande solo quería una hora de vez en cuando, lo
que sin duda no era una petición exagerada a Elune. Aquí, bañada en la siempre presente
luz de la Madre Luna, solía encontrar fácilmente la concentración. Sin embargo, esta vez la
sensación de paz parecía esquivarla. Tyrande entendía los motivos, pero se negaba a ceder.
Se concentró más profundamente…
Tyrande dejó salir un grito ahogado. La pálida luz de la luna brilló, volviéndose
cegadora… y, por primera vez, dolorosa.
Su entorno se transformó. Ya no estaba sentada en el refugio del templo, La elfa de
la noche se encontraba en un lugar oscuro cuyos muros de tierra lo identificaron
inmediatamente como un túmulo. Los detalles de la cámara subterránea pasaban ante ella
como si fuesen las páginas de un libro. Tyrande vio las bolsas de hierbas, plumas, dientes y
otros objetos pertenecientes a la fauna de Azeroth. También había marcas, algunas de las
cuales le resultaban conocidas mientras que otras le eran incomprensibles.
Un escalofrío le recorrió la columna. Sabía dónde estaba, pero aún pretendía en
vano negarlo.
Entonces apareció otra sacerdotisa de Elune. Tyrande la conocía por su nombre y
por su rostro delgado y terso. Merende. Aunque era mucho más joven que la Suma
sacerdotisa, era una respetada acolita de la Madre Luna.
Una segunda sacerdotisa, a quien también conocía, seguía a Merende. A esa la
siguió una tercera. Todas tenían expresión sombría y mantenían la cabeza gacha. Llevaban
sencillas túnicas plateadas con capucha. Llevaban los sencillos ropajes por respeto al lugar
en el que estaban, pues esas sacerdotisas no se encontraban en su entorno, sino en un
dominio bajo el cuidado de los druidas. Ciertamente, este era el túmulo, el hogar, por así
decir, de uno de ellos.
Y, mientras Tyrande pensaba en esto, su visión cambió, aunque no por elección
propia. Siguió las miradas de las atribuladas sacerdotisas. Había un cuerpo tumbado sobre
una alfombra de hierba tejida, y una débil luz argéntea, la luz de Elune, cubría el inmóvil
cuerpo. Se le aceleró el pulso ante esta visión solemne, aunque debería estar acostumbrada
desde hacía tiempo.
Incluso en reposo, el orgulloso rostro mostraba las marcas del tiempo y un trabajo
incluso mayor que el de ella. Las sacerdotisas habían colocado su larga melena verde sobre
su pecho, donde parcela fundirse con su frondosa y larga barba. Tenía unas espesas cejas
angulosas que le hacían aparecer serio y contemplativo.
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Las amplias y poderosas alas del cuervo de tormenta batían con fuerza mientras el
ave se acercaba a la isla. De color marrón madera con salpicaduras plateadas en los bordes
de las plumas, era grande, incluso para un ejemplar de su especie. Una mecha plateada
inclinada coronaba su cabeza, y dos copetes iguales de plumas del mismo color colgaban
de ambos lados de su cráneo, dándole un aspecto mayor, casi sabio. Unos profundos ojos
plateados se asomaban por debajo del ceño, observándolo todo.
Aunque una densa niebla amortajaba el cielo nocturno, el cuervo de tormenta se
alzaba por el aire con una rapidez que sugería que conocía el entorno. Acierta distancia en
el mar centelleó un relámpago, y el pájaro se aprovechó de la momentánea iluminación
para buscar la isla.
De repente, el solitario viajero se vio obligado a resistir una curiosa ráfaga de
viento frío que parecía decidida a echarlo atrás, como si le avisara de que solo un necio
seguiría adelante. Pero eso fue justo lo que hizo el cuervo de tormenta, luchando contra la
helada borrasca. Notaba que estaba muy cerca de su meta.
Y, de hecho, como si se abriesen unas cortinas, la niebla finalmente cedió. Por fin
apareció la isla, empequeñecida bajo aquello por lo que se le conocía y cuyo nombre
llevaba. Desde la distancia, aquellos que tuvieran delante por primera vez la esplendorosa
visión habrían creído que estaban viendo una enorme montaña con lados marcadamente
perpendiculares. Pero, si pudieran observarlo a la luz del día y con un clima más benigno
que aquél que sobrevolaba el cuervo de tormenta, descubrirían que aquello no era una
montaña, ni siquiera, quizás, un gran edificio construido por alguien, sino que era algo
mucho más asombroso.
Era un árbol.
Ocupaba casi toda la isla, que no era pequeña. En las propias raíces del árbol estaba
el puerto, llamado Rut'theran por los elfos de la noche que lo habitaban. Estaba claro que la
isla existía simplemente para albergar al leviatán cuyo nombre llevaba y por el que todos la
conocían.
Era el hogar de Teldrassil… el segundo Árbol del Mundo.
Diez mil años antes habían plantado sobre el Monte Hyjal el primer Árbol del
Mundo, Nordrassil, tras la destrucción de la fuente original de poder de los elfos de la
noche, el Pozo de Eternidad. Montado sobre el segundo Pozo creado por la traición de
Illidan, Nordrassil había servido a dos propósitos. No solo evitaba que otros abusaran de la
magia del nuevo Pozo, sino que también impedía que la segunda fuente de poder creciese
demasiado con el tiempo. Bendecido por tres de los grandes Dragones Aspectos,
Alexstrasza la Protectora, Nozdormu el Atemporal e Ysera la Soñadora, el vasto árbol no
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solo protegía Azeroth, sino que estaba conectado a la inmortalidad y al poder de los elfos
de la noche.
Pero, hacia menos de una década, el venerable Nordrassil había sufrido terribles
daños durante la titánica batalla contra los mismos demonios, la Legión Ardiente, cuya
invasión inicial había causado que lo plantasen. Su estado debilitado había privado a los
elfos de la noche de su muy pregonado poder y, peor aún, de su propia inmortalidad. Y,
aunque las raíces de Nordrassil estaban volviendo a crecer lentamente, la inmortalidad no
había vuelto aún.
Y así, los druidas, cuyas aprensiones había calmado su nuevo líder Fandral, habían
plantado a Teldrassil, su sucesor.
El cuervo de tormenta se ladeó mientras el árbol continuaba mostrándose ante su
vista. Si bien Teldrassil no era tan majestuoso como lo había sido su antepasado en su
máximo esplendor, nadie podía negar que el nuevo Árbol del Mundo era una maravilla, un
extraordinario ejemplo del cultivo de la naturaleza mediante la misma magia de Azeroth
tal como la manejaban los druidas. La anchura del tronco de Teldrassil superaba en tamaño
a algunos países. Pero, por increíble pareciera, era poca cosa computada con su gigantesca
corona verde, que parecía extenderse hasta el infinito.
Algo llamó por un instante la atención del pájaro, que giró levemente la cabeza
para observarlo. Entre las enormes ramas, el cuervo de tormenta vio movimiento entre lo
que parecían ser no una sola estructura de piedra, sino varias. De hecho, alzándose sobre
las ramas, se veía la parte de arriba de varios edificios.
Mientras volaba, otros asentamientos más pequeños pasaron ante su vista. De tan
grandes y accidentadas que eran las gigantescas ramas, incluso se veía un lago brillar con
luz trémula entre las hojas. Y, más adelante, sobresalía la cima de una montaña.
El cuervo de tormenta se acercó a las ramas más altas. Allí vio otra maravilla sobre
la más alta de las grandes ramas. Desde aquel prodigio llegaba luz no solo de las antorchas,
sino de lo que parecían ser fragmentos de luz de luna viva.
La magnífica ciudad de Darnassus, capital de la raza que habitaba en el árbol, lo
atraía. Incluso desde la distancia estaba claro que Darnassus rivalizaba con lugares
legendarios como la Ciudad de Ventormenta de los humanos o la Orgrimmar de los orcos.
El Árbol del Mundo recogía suficiente rocío como para crear y alimentar muchos
ríos, corrientes y lagos entre sus ramas, uno de los cuales era tan grande que parte de
Darnassus había sido construida sobre él. Los elfos de la noche habían usado el agua para
conservar el esplendor de los jardines del templo y el impresionante canal que cruzaba la
ciudad. Más al norte, al otro lado del canal, los druidas habían construido su propio
santuario, el Enclave Cenarion, envuelto en el bosque.
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Pero el pájaro se desvió, no solo de Darnassus, sino del resto de las increíbles
ciudades anidadas sobre la copa del árbol. Por tentadora que resultase, el destino del
cuervo de tormenta estaba mucho más abajo.
El enorme pájaro bajó hasta unos doce metros del suelo y luego, con habilidad
innata, arqueó las alas para frenar su descenso. Extendió sus garras al prepararse para
aterrizar.
Justo antes de que el cuervo de tormenta tocase el suelo, aumentó de tamaño,
creciendo en apenas un segundo hasta alcanzar una altura mayor que la de cualquier
humano. Sus patas y garras cambiaron de forma; las primeras volviéndose más gruesas y
largas, y las otras convirtiéndose en pies calzados con sandalias. Al mismo tiempo, ambas
alas se alargaron, y de ellas surgieron dedos. Las plumas desaparecieron, reemplazadas por
espeso pelo de color verde boscoso recogido por detrás y que caía por delante en forma de
espesa barba que llegaba hasta lo que ahora era un pecho envuelto en una capa.
El pico había desaparecido, convirtiéndose en una nariz prominente y una amplia
boca torcida en lo que era un ceño perpetuamente fruncido. Las plumas negras habían
dejado paso a carne de color violeta oscuro que marcaban al metamorfo como miembro de
la raza que vivía en esa tierra y sobre ella.
Broll Bearmantle, siendo elfo de la noche, se parecía mucho a la mayoría de los
otros druidas. Sí, era más musculoso y tenía más aspecto de guerrero que los demás. Su
atribulada existencia, nada pacífica, le había dado rasgos más llenos, más castigados, pero
el resto de los druidas todavía lo consideraban uno de ellos.
Miró a su alrededor. No vio a ningún otro druida, aunque los sentía cerca. Le
pareció bien. Quería un momento de soledad antes de unirse a los demás.
En su cabeza se amontonaban muchos pensamientos, la mayoría concernientes a su
shan’do, su maestro. Cada vez que Broll regresaba a Teldrassil, el corpulento elfo de la
noche pensaba en su shan’do, sabiendo que sin él no sería quien era, incluso aunque Broll
se consideraba a sí mismo un druida lamentable. De hecho… ninguno de aquellos reunidos
para aquel repentino cónclave, ni siquiera Fandral, estarían aquí de no ser por el legendario
Malfurion Stormrage.
Malfurion no solo había sido su líder, sino que había sido el primer druida mortal
de Azeroth y había sido adiestrado por el semidiós Cenarius personalmente. La deidad del
bosque había visto en el joven elfo de la noche una cualidad única, un nexo único con
mundo y lo había alimentado. Y, antes de que Malfurion hubiese terminado su
adiestramiento místico, se vio arrojado a su primera batalla titánica contra los demonios y
los miembros traidores de su propia raza… incluyendo a la mismísima reina de los elfos de
la noche, Azshara, y su desleal consejero Xavius. Muchos creían que, de no haber sido por
los esfuerzos de Malfurion, el propio Azeroth habría dejado de existir.
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había conocido. Hamuul llevaba dos gruesas trenzas, también encanecidas, que colgaban
sobre su pecho. La vocación druida le había llegado tarde y, en gran medida, naturalmente,
animada por Malfurion Stormrage. El tauren había sido el primero de su raza en unirse a
las filas de los druidas en casi veinte generaciones y, aunque ahora había más, ninguno era
tan hábil como él.
—El viaje ha sido extrañamente tranquilo —declaró el tauren.
Entrecerró los ojos de color verde claro bajo su poblado ceño como si quisiera
añadir algo, pero decidió no hacerlo. El elfo de la noche asintió, y sus pensamientos
volvieron brevemente a cómo lo recibirían los demás. Se había esperado tanto de Broll
desde su nacimiento… y todo debido a un rasgo singular que compartía con Malfurion, un
rasgo singular que para Broll era un recordatorio siempre presente de sus carencias.
Las astas que sobresalían de sus sienes tenían casi cincuenta centímetros y, aunque
no eran tan impresionantes como las que adornaban al famoso Archidruida, ciertamente
eran dignas de verse. Desde la infancia habían marcado a Broll y eran consideradas una
señal de distinciones futuras. Incluso de niño le habían dicho que un día, algún día, sería
legendario.
Pero, mientras los demás habían visto en las astas un don de los dioses, Broll
rápidamente había acabado por considerarlas una maldición. Y, a sus ojos, su vida hasta el
momento le había demostrado que tenía razón de sobra.
Después de todo, ¿de qué le habían servido cuando había necesitado ayuda en el
momento más importante de su vida? Cuando Broll se había enfrentado a un ataque de
demonios y no-muertos dirigidos por el vil señor del foso Azgalor, parecía que al fin todas
las predicciones se harían realidad. Llevando el ídolo de Remulos, sus poderes druídicos
habían aumentado. El enemigo se vio obligado a replegarse mientras los camaradas de
Broll habían aprovechado su sacrificio para retirarse hacia el ejército principal.
Pero, una vez más, demostró no estar a la altura de la tarea. El agotamiento lo
asaltó. La malévola espada de Azgalor, Maldad, manejada expertamente, acabó venciendo
a las debilitadas defensas de los elfos de la noche. Broll dejó caer el ídolo cuando el filo de
Maldad lo alcanzó.
El poder de la espada del demonio corrompió al instante las energías de la figura, y
de ella brotó una fuerza mágica distorsionada que envolvió al último defensor que quedaba
junto a Broll.
Había habido muchas veces, especialmente desde entonces, en que el elfo de la
noche se había planteado cortarse las astas y cauterizar las protuberancias para evitar que
creciesen de nuevo en el futuro… pero nunca había acabado por dar el paso final.
Broll se dio cuenta de que Hamuul había estado observándolo silenciosa y
pacientemente.
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—Ella estará siempre contigo. Los espíritus de nuestros seres queridos siempre
velan por nosotros —dijo el tauren.
—No estaba pensando en Anessa —murmuró, mintiendo, el elfo de la noche.
Las orejas de Hamuul se doblaron.
—Mis más humildes disculpas por recordártela.
Broll minimizó las disculpas del tauren.
—No has hecho nada malo —masculló—. Vamos a movernos. Los demás ya se
estarán reuniendo en el portal como es costumbre…
Hamuul frunció el ceño.
—Pero no vamos a subir a Darnassus ni al Enclave Cenarion. Fandral quiere que la
reunión tenga lugar aquí abajo… ¡De hecho, al lado contrario de donde ahora nos
encontramos! ¿No lo sabías?
—No… —Broll no cuestionaba la decisión del Archidruida. Después de todo,
como líder de los druidas, Fandral Staghelm lo hacía con la mejor intención. Si creía que
era mejor reunirse ahí abajo que en Darnassus, pues muy bien. Sin duda habría un buen
motivo para…
Y entonces se dio cuenta. Quizás Fandral había encontrado un modo de salvar a su
shan'do.
—Vámonos —le dijo a Hamuul, repentinamente impaciente por llegar. Alentado
por la profunda y férrea esperanza que lo consumía cada vez que regresaba a Teldrassil,
Broll estaba seguro de que Fandral tenía alguna respuesta a la grave situación de
Malfurion.
Y, si no… el elfo de la noche temblaba al pensar qué otro curso de acción, si es que
había alguno, les quedaría a los druidas…
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CAPÍTULO DOS
CÓNCLAVE
H acía días que Lucan Foxblood no dormía. Tanto por elección como por
necesidad. Incluso intentaba mantener al mínimo sus momentos de descanso, pues cada
pausa en su interminable huida significaba correr el riesgo de dormirse. Sin embargo,
siempre llegaba el momento en que el cartógrafo de pelo rojizo no podía seguir adelante,
en el que las piernas le cedían y caía al suelo, a menudo ya inconsciente y soñando.
Y sufriendo pesadillas… las mismas pesadillas que habían acosado a tantos otros
en lugares por los que había viajado como Villadorada, los Páramos de Poniente y su
propia ciudad de Ventormenta…
Lucan tenía el aspecto de alguien que podría haber sido soldado en otro tiempo y,
ciertamente, lo llegó a ser brevemente, aunque nunca llegó a luchar en ningún conflicto.
Pero ahora, con poco más de tres décadas de edad, parecía como si estuviese en medio de
una guerra. La túnica y los pantalones que una vez fueron de color marrón oscuro se
habían vuelto del color del barro, y el delicado bordado de las hombreras y los costados de
los pantalones había empezado a deshilacharse. Sus botas de cuero estaban manchadas y
cuarteadas.
El cartógrafo no estaba en mucho mejor estado que sus ropas. Aunque aún quedaba
evidencia de sus rasgos patricios, la palidez de su piel y el tiempo que hacía que no se
afeitaba le hacían parecer casi como una de las criaturas en lento estado de descomposición
de la plaga de los no-muertos. Solo sus ojos, casi tan verdes como los de un gato,
mostraban algún brillo.
Había perdido casi todas las herramientas de su profesión durante su febril éxodo, e
incluso la mochila en la que había guardado sus magras reservas y una manta para dormir.
Lucan no recordaba el nombre del último asentamiento en el que había encontrado
alojamiento. Apenas podía recordar su vida antes de que los sueños y pesadillas lo
poseyeran, a veces ni siquiera estaba seguro de si esos recuerdos eran reales… o
recordatorios de las propias pesadillas.
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La región por la que viajaba estaba densamente arbolada, pero, para el caso que le
hacía, tanto le hubiese dado que le rodeasen montañas de diamantes. Lucan Foxblood solo
quería seguir moviéndose.
Parpadeó por primera vez en varios minutos.
El paisaje a su alrededor se tornó abruptamente verde esmeralda con tonos azul
pálido, y el aire brumoso parecía envolver a la tambaleante figura como una gruesa manta.
Muchos de los puntos de referencia se desvanecieron, haciendo que el entorno del
cartógrafo pareciese un dibujo incompleto. Pero, a pesar de este llamativo cambio, Lucan
siguió adelante sin mostrar interés.
Volvió a parpadear. A su alrededor, la tierra recuperó su color normal… pero los
detalles habían cambiado. Ya no era la región por la que había estado viajando. Cierto, aún
había árboles, pero en la distancia ahora se alzaba un asentamiento que no había estado ahí
antes. Además, ahora le llegaba a la nariz el olor del mar, aunque pasó tan desapercibido
como la adusta sombra que cubría todo el paisaje.
Lucan pasó por un hito que tenía un grabado que le hubiese resultado ilegible si se
hubiese dado cuenta de que estaba allí. Pero el escrito le habría resultado perfectamente
legible a un elfo de la noche que, al leerlo, hubiese sabido con toda certeza dónde estaba a
punto de llegar.
Auberdine…
***
Un viento más frío y violento encaró a Broll y al tauren mientras ponían rumbo
hacia donde Hamuul había dicho que tendría lugar el cónclave. Ambos druidas agacharon
las cabezas, empujando contra el viento como si fuese un enemigo. Hamuul no dijo nada,
pero el tauren dejó salir un gruñido que pareció reflejar la creciente inquietud del elfo de la
noche.
Se escuchó un gran crujido de hojas. Broll levantó la mirada con curiosidad.
El druida se quedó pasmado. Los ojos se le abrieron como platos por el terror.
Teldrassil había cambiado. Sí, las grandes ramas superiores estaban llenas de hojas,
pero muchas se habían secado y arrugado repentinamente mientras que otras ahora eran de
color negro y rizadas. Todas, incluso las que aún seguían verdes, estaban cubiertas de
agudas espinas.
Broll oyó la voz de Hamuul, pero era como si el tauren estuviese a kilómetros de
distancia. Las hojas seguían retorciéndose y ennegreciéndose, y ahora los frutos del gran
gigante también estaban cambiando. Entre las nudosas ramas habían brotado bayas
redondas de una palidez mortal del tamaño de su cabeza e incluso mayores, y emitían un
hedor de descomposición. Ningún druida, ningún elfo de la noche, se habría atrevido a
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alimentarse de tales frutos, incluso aunque morir de hambre fuese la única alternativa. La
espantosa metamorfosis no dejó nada incólume. La corteza de Teldrassil se había agrietado
en muchos puntos, y a través de las grietas se podían ver venas palpitantes de savia
negruzca. La savia brotó primero como un goteo y luego fluidamente. Bichos diminutos
salieron del Árbol del Mundo, ciempiés y otras criaturas saliendo y entrando del tronco en
un número que indicaba una corrupción interior aún mayor.
—No… —murmuró Broll—. No…
Una sombra surgió desde Teldrassil, extendiéndose rápidamente más allá de los
dos druidas. Aunque el elfo de la noche no se volvió para observar su crecimiento, supo
inmediatamente que ya se había extendido más allá del alcance de Teldrassil hasta el
continente, infectando las tierras con la enfermedad del gigante.
Entonces estalló un ruido parecido al de una lluvia torrencial. Apartando la mirada
del tronco enfermo, Broll volvió a mirar hacia la copa.
Lo que había tomado por lluvia demostró ser en realidad un crujido de hojas aún
más violento. Las ramas se movían atrás y adelante con una fuerza tal que parecían querer
liberarse de las siniestras hojas.
Y lo estaban consiguiendo. Miles de macabras hojas empezaron a caer.
Ciertamente llovía, aunque las gotas no eran de agua.
Las hojas que caían también se habían transformado. Se volvieron pequeñas
criaturas negras y esmeralda vagamente semejantes a elfos de la noche, pero con patas de
animal y espaldas encogidas como los tauren. Solo eran siluetas espantosas, sin rasgos
distintivos en sus estrechas cabezas, excepto unos cuernos retorcidos. Emitían inquietantes
siseos y caían en interminables columnas hacia los dos druidas…
—Broll Bearmantle, ¿estás bien?
Sorprendido, el elfo de la noche trastabilló hacia atrás. Pero, cuando recuperó la
compostura y abrió los ojos, vio que el Árbol del Mundo había recobrado su estado
normal. Las ramas estaban quietas, y las hojas de un verde lozano seguían en el árbol.
Hamuul se inclinó sobre él con expresión preocupada. Broll asintió con retraso y,
cuando se oyó un cuerno, se sintió agradecido por no tener que entender o explicar lo que
acababa de ocurrir.
—Tenemos que seguir adelante —urgió Broll—. El cónclave está a punto de
empezar.
El tauren parpadeó y siguió al elfo de la noche. Unos momentos después, los dos
alcanzaron el lugar donde Fandral había decidido convocar la reunión.
Había más druidas de los que Broll había visto en cualquier otro cónclave reciente,
y aún venían más desde la dirección opuesta. Dos en particular le llamaron inmediatamente
la atención. Una adusta joven estaba hablando con otro que, aunque parecía confiado y
ciertamente irradiaba mucho poder, apretaba constantemente los puños como si estuviera
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ansioso por algo. Tanto Elerethe Renferal como Naralex se estaban lamentando, aunque
los motivos de cada uno eran distintos. Elerethe se había dedicado a salvar la flora y la
fauna del Valle de Alterac durante la última guerra entre la Alianza y la Horda, pero había
sido incapaz de evitar la carnicería provocada no solo por los dos ejércitos en conflicto,
sino por un chamán orco. Después de la guerra había jurado restaurar el valle. Varios años
después, aún seguía intentándolo.
Naralex había sido víctima de unas ambiciones mayores al buscar devolverle la
vida a un lugar en el que hacía tiempo que no la había. Acompañado por un pequeño grupo
de compañeros con la misma idea, había entrado en los Baldíos y, con astutos hechizos, se
las había arreglado para hacer aparecer agua desde las profundidades del reseco paisaje y
crear un puñado de pequeños oasis. Pero entonces algo malévolo se había hecho con el
control no solo de su trabajo, sino del desprevenido Naralex y de muchos de sus
compañeros. Los atrapados se habían vuelto corruptos… versiones distorsionadas y
malignas de ellos mismos sin más deseo que extender la oscuridad. El propio Naralex
había caído en la locura, luego recuperó la cordura para de nuevo caer en la locura y así
sucesivamente, recuperándose solo mediante la inesperada ayuda de una partida de
aventureros.
Desafortunadamente, aunque su mente estaba más o menos recuperada, Naralex no
podía recordar nada de lo que le había poseído a él y a los demás. En cuanto a los Baldíos,
aunque por el momento estaban tranquilos, Fandral había ordenado que ni él ni ningún otro
druida volvieran allí. El Archidruida veía absurdo arriesgar vidas y energía en un lugar que
el Gran Cataclismo al final de la Guerra de los Ancestros había convertido en un desierto.
Tal como lo veía Fandral, incluso las tierras áridas tenían su lugar en Azeroth.
Sus miradas y las de varios más se fijaron en los recién llegados… y a Broll le
recordaron aún más su vergüenza. Cuanto más sintonizaba un druida con la naturaleza y su
vocación, más posibilidades había de que sus ojos tomasen el brillo dorado de la vida de
Azeroth. Así estaban marcados los grandes druidas.
Pero los ojos de Broll Bearmantle seguían siendo plateados con un ligero brillo
azulado que hasta ahora aparentemente había significado muy, muy poco.
Sacudiéndose la frustración, Broll se dirigió hacia la pareja, pero entonces sonó un
segundo cuerno. Los druidas reunidos se giraron al unísono hacia la dirección del sonido.
Un solo druida con una pulsera verde en su antebrazo bajó un cuerno de cabra y luego se
volvió hacia Teldrassil.
La rugosa corteza en la que se concentraba aquel que acababa de tocar el cuerno se
onduló. Broll tembló recordando su extraña visión. Entonces la corteza se rajó, abriendo un
hueco lo suficientemente grande como para que entrase un elfo de la noche… o, como en
este caso, para que saliese.
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Esmeralda, la gran dragona verde Ysera, pero hasta aquello había sido inútil. La Soñadora,
como también la llamaban los druidas, no había conseguido tampoco contactar con él.
Hasta hacía poco todo esto se les había ocultado a los elfos de la noche e incluso a
la mayoría de las sacerdotisas y de los druidas. Sin embargo, las crecientes preguntas
habían acabado por forzar a un reacio Fandral a alertar a los demás druidas, aunque no al
resto de su raza, de la gravedad de la situación, lo que era el motivo principal de que
hubiesen respondido tantos a esta repentina convocatoria. Broll creía que todos los druidas
habían adivinado, como había hecho él, que la reunión tendría que ver con el rescate de
Malfurion.
Pero Teldrassil era un motivo al menos tan importante, si no aún más, para los elfos
de la noche como raza. El propósito original para plantar el nuevo Árbol del Mundo era
recuperar su inmortalidad y aumentar sus poderes. Pero Fandral había señalado que el
árbol mágico podría ser también su única oportunidad para encontrar el cuerpo astral de su
fundador e iniciar su rescate.
Pero si Teldrassil está tan enfermo… Broll frunció el ceño y vio su aprensión
reflejada en los rostros de Hamuul y los demás.
Fandral caminó entre ellos. Su aguda mirada se posó brevemente sobre Broll.
Aunque obviamente no era la intención del Archidruida, la mirada volvió a recordarle a
Broll su terrible fracaso. Pero, por otra parte, ese recuerdo no estaba nunca lejos de su
mente.
El Archidruida sonrió, como un padre a sus hijos.
—Pero no desesperemos, amigos míos —dijo—. No los he llamado solo para
hablarles de desastres…
—¿Hay alguna esperanza? —exclamó otro de los druidas.
—¡Hay más que esperanza! —proclamó Fandral—. ¡Los he llamado a este lugar,
aquí, junto a las raíces de Teldrassil, para que podamos ayudar a sanar al Árbol del
Mundo! —sonrió animadamente—. Y, cuando Teldrassil vuelva a estar sano, podremos
volver a concentrarnos en nuestra búsqueda de Malfurion Stormrage…
—Pero ¿cómo podemos ayudar a Teldrassil? —preguntó alguien más.
—Con esto —el Archidruida extendió la mano. En ella se encontraba un objeto que
todos reconocieron… y que hizo que de los labios de Broll saliera un grito ahogado de
consternación y sorpresa.
Fandral sostenía el ídolo de Remulos.
El nombre quizás pudiera confundir, pues el ídolo no se parecía en nada a aquel
cuyo nombre llevaba. Remulos, el inmortal hijo de Cenarius, que en sí mismo ya componía
una llamativa figura, había tallado la efigie con la forma de un dragón verde erguido sobre
dos patas. El tren inferior del cuerpo de Remulos era el de un orgulloso corzo, pero allí
donde la paletilla de las patas anteriores debería alcanzar el cuello, se alzaba un poderoso
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pecho humanoide. Sus pezuñas estaban hendidas y eran fuertes. Como su padre, Remulos
era medio animal del bosque, mientras que la parte superior recordaba sobre todo a un
druida de los elfos de la noche. Pero ahí terminaban los parecidos. Sus manos acababan en
garras de madera y hojas, y su pelo y barba estaba compuesto de hojas, matas y musgo.
Remulos también era el guardián del Claro de la Luna. Broll se había preguntado si
el druida inmortal aparecería aquí, aunque hacía tiempo que Remulos no había aparecido
por los cónclaves. Se rumoreaba que había llevado a cabo su propia búsqueda de
Malfurion…
Pero Fandral no había enseñado el ídolo por sus méritos artísticos. Era un poderoso
objeto mágico capaz de ayudar a los hechizos de los druidas… si no provocaba más daños
antes.
De hecho, Broll no pudo contenerse. Se atrevió a decir:
—Archidruida, con el mayor de los respetos… ¿eso debería formar parte de
nuestros esfuerzos?
Fandral se giró y miró severamente a Broll.
—Tu preocupación es comprensible, buen Broll. La pérdida de Anessa no fue
culpa tuya. Hiciste lo que pudiste para salvar muchas vidas y derrotar a los demonios.
Broll luchó por no horrorizarse al oír las palabras de Fandral, incluso aunque estas
habían sido dichas con la intención de tranquilizarlo. Un rostro humano apareció en los
recuerdos de Broll, el de un hombre decidido de pelo oscuro cuya mirada hablaba de más
pérdidas de las que había sufrido el elfo de la noche que se había hecho su amigo. Varían
Wrynn había permanecido al lado de Broll cuando el druida había ido a recuperar la
maldita figura de las manos de un fúrbolg enloquecido. Ambos habían forjado una
profunda amistad anteriormente, siendo esclavos y gladiadores. Varian lo había hecho,
incluso aunque no tenía ninguna noción de su propio pasado, ningún recuerdo de que a
todo un reino le faltaba el hombre que había sido su monarca…
Fandral volvió a apartarse de Broll. Sostuvo la figurilla y luego señaló al Árbol del
Mundo.
—¡En su momento lo alimentamos para que de una semilla creciese hasta
convertirse en el leviatán que es ahora! El esfuerzo nos costó caro, pero las recompensas
han sido múltiples… un nuevo hogar, comida y agua en abundancia, y protección ante
nuestros enemigos…
Los druidas asintieron. Broll se dio cuenta de que Fandral no había mencionado la
inmortalidad que su pueblo seguía sin recuperar, pero dado que Teldrassil aún no la había
devuelto, pensó que quizá fuera un asunto delicado para el Archidruida.
El Archidruida empujó el ídolo hacia uno de los otros druidas reunidos. El elfo de
la noche dio instintivamente un paso atrás.
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planta. Fandral sostuvo el ídolo de Remulos. Ahora brillaba con una débil luz verde; no
solo el color del dragón al que representaba, sino el del auténtico animal conectado con la
figura. Ni siquiera Remulos sabía con cuál de los dragones verdes estaba conectada su
creación, pues esa elección la había hecho Ysera en secreto. Fuese cual fuese el dragón
elegido, había sido sin duda uno muy poderoso.
Broll sintió cierta inquietud cuando la magia de la figura los tocó a él y a la raíz de
Teldrassil, pero su confianza en el Archidruida venció a sus recuerdos de lo malvado del
objeto. La magia se filtraba en la mente y el alma del druida…
Se convirtió en Teldrassil, y Teldrassil se convirtió en él.
Broll no podía contener la euforia que lo llenaba. Se sintió como si todo Azeroth se
abriese a él, de tan profunda y lejanamente que se habían extendido las raíces del Árbol del
Mundo. Vio más allá de la isla, más allá de las aguas que la rodeaban…
Pero, antes de que su consciencia pudiese extenderse más allá, Broll sintió un tirón.
Una ligera debilidad lo alcanzó. Pero los pensamientos de Fandral llenaban su mente,
garantizándole a él y al resto que su plan era seguro.
El poder de los druidas fluía hacia Teldrassil, alimentándolo. Dándole fuerzas. Con
tanta voluntad y deseo tras su ofrenda, Broll estaba seguro de que, fuese lo que fuese lo
que afectaba al Gran Árbol, sería derrotado y que entonces, como el Archidruida había
indicado, podría ayudarlos a rescatar a Malfurion…
En cuanto pensó en su shan’do, Broll sintió algo discordante en su conciencia. Una
sombra se extendió por sus pensamientos, y sintió la misma intranquilidad que le había
asaltado cuando se había imaginado a Teldrassil monstruosamente corrompido. Broll
intentó ignorar esa intranquilidad, pero ésta crecía…
Broll Bearmantle…
Oír su nombre hizo pedazos hasta el último rastro de calma del druida. ¿Conocía
esa voz? ¿Era…?
El enlace entre Teldrassil y él se rompió. Broll dejó escapar un grito ahogado y
cayó sobre una rodilla. Sentía vagamente a los otros a su alrededor, incluido Hamuul. ¿Era
Hamuul quién lo había llamado, como había hecho antes? No, casi no parecía real; el
sonido se había desvanecido de sus pensamientos sin dejar rastro.
Era difícil concentrarse; era como cuando en un sueño su mente se deslizaba hacia
la inconsciencia…
Hamuul le puso la mano en el hombro. Broll miró hacia arriba. Un puñado de
druidas lo habían rodeado, básicamente amigos suyos.
—Estoy bien —les dijo sin aliento—. Perdónenme por romper el hechizo…
—Tú no has tenido nada que ver con eso —comentó con perplejidad Naralex,
agachándose junto a Broll—. Hamuul llamó la atención sobre ti, y los que estábamos más
cerca acudimos rápidamente, pero tú no interrumpiste nuestros esfuerzos…
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Naralex y Hamuul ayudaron al druida a ponerse en pie. Broll estaba ruborizado por
la vergüenza.
—Si no han sido mis carencias, ¿entonces qué ha sido?
Pero, mientras hablaba, sintió a través de la tierra que lo rodeaba que los druidas ya
no estaban solos. Una presencia se acercaba rápidamente.
Broll miró hacia Fandral, que estaba en pie, dándole la espalda a Teldrassil,
mirando hacia el camino de su izquierda. Ahora le resultaba evidente que el Archidruida
había detenido el hechizo porque se acercaban forasteros.
Un grupo se dirigía hacia el cónclave con seguridad. Quienes venían por detrás se
abrieron para proteger a su líder. Aunque eran elfos de la noche, no se los podría tomar
nunca por druidas.
Eran todas hembras y obviamente de una orden religiosa. Llevaban fundas vacías
en los costados y carcajes en la espalda. Broll pensó que debían de haber dejado sus armas
atrás por respeto a los druidas. Por sus cuerpos delgados y su gracilidad se podía ver que
estas hembras no solo eran expertas en el uso de varias armas, sino también en el combate
cuerpo a cuerpo.
En esta partida eran once, aunque el número de miembros de su orden era mucho
mayor. Llevaban túnicas plateadas brillantes que les llegaban a los tobillos. El cuerpo del
vestido estaba adornado hacia la mitad por elegantes gotas de plata encapsuladas en unas
esferas azules. También llevaban cinturones arqueados de eslabones con cierres
decorativos. Las túnicas eran muy sueltas, lo que permitía libertad de movimientos a las
que tenían conocimiento de artes marciales. Incluso sin las espadas o los arcos, las once
suponían una fuerza bélica preparada.
Su líder rápida, casi impacientemente, observó a los druidas. Extendió las manos…
y por todo el cielo cubierto brilló repentinamente la mayor de las dos lunas de Azeroth
iluminando la zona.
—Nuestra presencia no causa problemas, ¿verdad? —preguntó educadamente
Tyrande Whisperwind—. Después de todo, no es aquí donde se suele reunir el Círculo…
—La Hermandad de Elune es siempre bienvenida —respondió Fandral—. Aunque
seguramente un cónclave de druidas no tiene mucha importancia para la Suma sacerdotisa
de la diosa luna y gobernante de todos los elfos de la noche…
—No sería importante, incluso aunque su localización sea desacostumbrada
—replicó mientras su expresión se endurecía de un modo que hizo que Fandral frunciese el
ceño y los demás druidas se inquietasen—, si Elune no me hubiese revelado la terrible
verdad.
Hubo murmullos entre los druidas. Fandral hizo gesto de que guardasen silencio.
Frunciendo el ceño, preguntó:
—¿Qué «terrible verdad», Suma sacerdotisa?
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CAPÍTULO TRES
EL ÁRBOL
E l dolor lo desgarraba una y otra vez… Sentía cómo su cuerpo seguía
retorciéndose lenta, espantosamente. Hacía tiempo que los brazos se le habían
contorsionado alrededor de la cabeza y los dedos se le habían separado y estirado en varias
direcciones. De sus piernas no quedaba más que un grueso tronco porque los dos apéndices
se habían fundido en uno y parecía que había sido hacía toda una vida.
¿Cuánto tiempo había estado allí, rígido y sin moverse? ¿Cuánto tiempo había
pasado desde que había caído prisionero del Señor de la Pesadilla? ¿Qué estaba ocurriendo
en el plano mortal?
¿Qué le había pasado a Tyrande?
Como había hecho muchas veces ya, Malfurion Stormrage luchó contra la agonía.
Habría gritado debido al terrible esfuerzo que le suponía… si todavía tuviese boca. Su
monstruoso captor solo había dejado intactos sus ojos, pues el diablo deseaba que viese su
propia transformación para que comprendiese lo desesperado de su destino.
Malfurion el elfo de la noche había desaparecido. En su lugar había un árbol
macabro y esquelético, un fresno. En lo que habían sido los brazos y dedos, y que ahora
eran ramas, ya crecían unas hojas con agudas espinas. El tronco se torcía en ángulos
extraños allí donde antes el torso se encontraba con las caderas. Los pies se le habían
abierto formando lo que ahora eran retorcidas raíces.
Intentando alejar su mente de esta tortura, Malfurion se imaginó el rostro de
Tyrande recordando el momento en que los dos se habían manifestado silenciosamente su
amor, cuando ella lo prefirió por delante de su ambicioso hermano Illidan. En secreto, él
creía que ella prefería a su gemelo pues, aunque era temerario, Illidan había avanzado
mucho en su aprendizaje de la hechicería. Más aún, sus esfuerzos en la lucha contra la
Legión Ardiente lo habían hecho aparecer como un salvador… al menos en los corazones
de muchos elfos de la noche y a veces también en el del propio Malfurion. Pero Tyrande,
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por entonces aprendiz de Elune, aparentemente había visto algo mejor en el entonces
bisoño druida, algo especial. Él todavía no sabía qué había sido.
El mismo Malfurion recuperó algo de fuerza gracias a su visión, pero los
pensamientos sobre Tyrande también venían acompañados por un tremendo sentido de
culpa. Había sido decisión de él que ella se quedase sola para proteger Azeroth durante
muchos siglos mientras él y los druidas recorrían el Sueño Esmeralda. No importaba que la
decisión la hubiese tomado por el bien de su mundo y hubiese demostrado ser la correcta.
Así y todo, la había abandonado.
El Archidruida de repente quiso chillar. Los pensamientos y emociones eran los
suyos propios, pero ¿estaban influidos por su captor? No sería la primera vez. La insidiosa
presencia se había infiltrado ya muchas veces en su mente, causando estragos entre los
recuerdos y pensamientos del elfo de la noche. Esta, en contraste con la espantosa
transformación, era la parte más sutil de su tortura.
No había habido dolor. Después de todo, se encontraba en el Sueño Esmeralda y
había entrado con su cuerpo astral, no el físico. El dolor habría sido imposible bajo esas
circunstancias.
Como para llevarle la contraria, su cuerpo se retorció aún más. Y, de nuevo, no
pudo liberar su agonía gritando.
¿Malfurion?
La voz atravesó su dolor. Se aferró a su existencia como si fuese un salvavidas. Era
distante… apenas un susurro… pero sonaba como… sonaba mucho como…
¿Malfurion? Soy… Tyrande… estás…
¡Tyrande! Si su llamada hubiese sido audible, estaba seguro de que podría haberse
escuchado desde kilómetros de distancia. ¡Tyrande!
¿Malfurion? La voz tomó fuerza. Malfurion sintió crecer sus esperanzas. La
conocía desde hacía más de diez mil años y durante más de diez mil años la había amado.
Ella debería haberlo odiado por todas las ausencias que él se había tomado siguiendo su
vocación, pero al final siempre había estado allí. Ahora… ahora, una vez más, Tyrande
había demostrado que nada se interpondría entre ellos.
¿Malfurion? Su llamada era más enérgica, más inminente. Casi como si estuviese
cerca…
Una forma sombría tomó cuerpo delante de él. Todo el dolor había abandonado
ahora su cuerpo astral. El Archidruida se sintió como si fuese a llorar al ver acercarse la
silueta de Tyrande.
El resplandor que la rodeaba la diferenciaba de él o de cualquier otro druida
viajero, pues era de un sutil, aunque poderoso, color plateado que indicaba el poder de
Elune. Malfurion habría sonreído de tener boca. Cómo había llegado hasta ahí, no tenía ni
idea… pero allí estaba.
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Quizás ya ni siquiera piensa en ti, dijo una nueva voz dentro de su cabeza. Después
de tanto tiempo, después de que la abandonases tan a menudo, después de que le dejases a
ella el destino de tanta gente mientras tú te escondías del mundo y de tu responsabilidad…
Malfurion intentó sacudir la cabeza, pero ya no tenía cabeza que sacudir.
La voz volvió, muy parecida a una venenosa víbora que se arrastrara por el alma de
Malfurion. Igual que abandonaste a otro tan importante para ti; lo abandonaste a la
traición, al encarcelamiento, a la condenación…
Illidan. Malfurion había intentado salvar a su gemelo, pero al final la ambición de
Illidan lo había convertido en aquello mismo contra lo que había luchado. Un demonio. Si
Malfurion hubiese actuado de otro modo desde el principio, quizá buscando ayudar a su
hermano en lugar de encarcelarlo… podría haber salvado a Illidan.
¡No!, consiguió pensar el capturado Archidruida. ¡Intenté ayudarlo! Fui a su cárcel
una y otra vez con la esperanza de apartarlo de su fatal camino…
Pero fallaste… siempre fallas… te fallaste a ti mismo y por eso le fallarás a tu
Azeroth…
En el Sueño Esmeralda… la Pesadilla… lo que había sido Malfurion Stormrage se
retorció una vez más. Ya no relucía con la brillante luz verde que toman los cuerpos
astrales cuando entran en ese reino mágico. En vez de eso, un tono más oscuro y sombrío
de verde lo envolvía ahora.
Una oscuridad aún mayor rodeaba al Archidruida preso, la única evidencia visible
de lo que se hacía llamar el Señor de la Pesadilla. De esa penumbra infecta surgían
docenas de tentáculos que entraban en Malfurion no solo alimentando la alteración de su
cuerpo, sino buscando penetrar más allá en la mente del elfo de la noche mientras este se
transformaba lenta pero inexorablemente en un árbol.
Un árbol que sufría un inconcebible y agónico dolor…
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Pero era más que el aspecto físico lo que hacía al Claro de la Luna ser lo que era.
Como druida, Broll en particular podía notar la paz inherente a este lugar. No era nada
extraño que hubiese sido escogido como lugar sagrado para aquellos que compartían su
oficio.
—Qué lugar tan apacible —comentó la Suma sacerdotisa.
—El espíritu de Cenarius es gran parte de ello —replicó Fandral, aparentemente
complacido por el halago de Tyrande—, y también está presente en su guardián, su hijo…
—Ojalá yo fuese mi padre —se oyó una voz que trajo con ella una sensación
primaveral—. Ojalá lo fuese…
Los druidas no habían oído aproximarse a la figura, puesto que sus pasos no
provocaban sonido alguno. Inmediatamente se arrodillaron en señal de respeto, e incluso
las sacerdotisas saludaron la aparición de Remulos con una inclinación formal. Sin
embargo, no parecía demasiado complacido con los saludos.
—¡Levántense! —conminó a los druidas mientras el aire que lo rodeaba se llenaba
del olor de las flores, y la hierba crecía más frondosa bajo sus pezuñas—. No necesito que
me honre ninguno de ustedes —añadió agriamente sacudiendo su melena de hojas—. ¡Soy
un fracaso abyecto!
Fandral extendió la mano en protesta.
—¿Tú, oh grande? ¡Sin duda tales palabras no podrían utilizarse para describir al
Señor del Claro de la Luna!
El rostro, semejante al de un elfo de la noche, miró hacia los reunidos, mientras las
ventanas de su nariz se dilataban como le ocurriría a un corzo furioso. Se concentró
brevemente en Broll, que inmediatamente bajó la mirada y luego se volvió hacia Fandral.
—Son palabras adecuadas, Fandral, puesto que mis esfuerzos por buscar ayuda
para Malfurion no han servido de nada. Sigue dormido… y ahora ha empeorado, supongo.
¿Por qué otro motivo iba a venir al Claro de la Luna un grupo como este?
—Se está… muriendo —admitió Tyrande.
El rostro de Remulos reflejó conmoción. Sus cuatro veloces patas dieron un paso
atrás sin hacer ruido, y unas coloridas flores silvestres brotaron de sus huellas.
—Muriéndose… —la conmoción se desvaneció dejando paso a algo más
sombrío—. Tiene sentido… ¡porque la Pesadilla está creciendo más deprisa que nunca, y
su locura farfulladora es ahora más audible por la mayor parte del Sueño Esmeralda! Peor
aún, también se mueve más deprisa, atrapando desprevenidamente a más defensores del
Sueño… y corrompiéndolos en cuerpo y en espíritu…
Oír a Remulos hablar también de este modo añadía más credibilidad a los temores
que sentían Broll, Tyrande y los demás. Broll apretó los puños deseando por un momento
volver a la simplicidad de sus años como gladiador.
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A pesar de lo breve que fue su movimiento, eso u otra señal notoria de emoción
hizo que Remulos volviese a mirarlo. Pero las palabras de Remulos fueron para Fandral,
no para Broll.
—¿Sigues teniendo el ídolo, Archidruida?
—Sí, oh grande.
Remulos miró a Fandral.
—No lo utilices. Escóndelo. Que su poder no toque a Azeroth… al menos por
ahora…
Varios de los druidas, Broll incluido, miraron a su líder. Fandral no mencionó su
reciente decisión, limitándose a asentirle a Remulos y responder:
—Está a salvo en mi morada. Y así permanecerá.
—Ten en cuenta lo que he dicho. Por ahora no puedo dar más motivos… pues yo
tampoco estoy seguro…
—Te lo juro —dijo Fandral.
La deidad asintió y se retiró aún más. Al hacerlo, su cuerpo se fundió de algún
modo con su entorno, el cercano y el lejano.
—Esta noticia, aunque temible, me mueve a hacer otra cosa. Suma sacerdotisa,
tienes mis simpatías…
La respuesta de Tyrande fue cerrar brevemente los párpados. Pero para entonces
Remulos ya se había convertido en su entorno, desvaneciéndose como si se tratara de una
ilusión creada por las hojas y la flora del claro místico.
Pero su voz permaneció:
—Una última advertencia, amigos míos… ha habido rumores… de que han
aparecido durmientes en distintos reinos, durmientes de todas las razas… Se dice que son
aquellos que no pueden despertarse a pesar de todos los intentos de sus seres queridos…
Presten atención a las historias que oigan, tal como yo haré… pueden ser importantes…
Y entonces desapareció.
—Durmientes… que no pueden despertar… —murmuró Tyrande—. ¿Qué puede
querer decir?
—Puede que no quiera decir nada —señaló Fandral—. Como ha dicho Remulos,
solo son rumores. Es probable que no sean más que eso.
Hamuul gruñó.
—He oído… de un orco de cuya palabra me fío… que hay una aldea en la que
cinco fuertes guerreros no pueden despertarse.
El Archidruida no parecía nada convencido.
—La palabra de un orco…
El tauren se encogió de hombros.
—No tenía motivos para mentir.
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Tempestira
Sueño Esmeralda. Broll pensó instintivamente en Malfurion, pero su cuerpo era más
pequeño y no estaba en absoluto formado como el de uno de los suyos. Más bien se parecía
cada vez más a…
—Broll! —una voz áspera susurró en su oído—. ¡Broll Bearmantle!
El elfo de la noche se sacudió. Los demonios volvieron a tornarse hojas, y las
hojas, repitiendo la visión que había tenido de Teldrassil, volvieron a sus lugares entre la
vegetación.
Broll miró al preocupado Hamuul. Se dio cuenta de que el tauren y él estaban
solos. Los demás ya estaban distantes, alejándose de la zona.
—Broll Bearmantle, algo te aflige —Hamuul dio unos pasos para colocarse delante
de su amigo—. Los demás no se han dado cuenta, pues cuando te vi envararte me coloqué
de tal modo que pareciese que estábamos hablando. Incluso entonces, la falsa conversación
que mantenía contigo parecía no afectarte. Estabas… estabas como está nuestro shan'do.
Sintiendo cómo se le debilitaban las piernas, Broll tomó a Hamuul del brazo para
apoyarse. Cuando respondió, fue con una voz ronca que lo asustó.
—No…. no estaba como Malfurion. He tenido… he tenido una visión…
—¿Una visión? ¿Cómo puede ser?
El elfo de la noche pensó.
—No. Una visión no. Era como si… como si Azeroth… u otra cosa… intentase
advertirme…
Dándose cuenta de que ahora tenía que confiar en alguien, Broll rápida y
calladamente le contó al tauren lo que había experimentado. Las ventanas de la nariz de
Hamuul se dilataban a menudo según escuchaba el relato. Como era habitual entre los de
su raza cuando se encontraban inquietos o excitados, el tauren resopló más de una vez.
—Deberíamos contarles esto a los demás —sugirió Hamuul cuando Broll hubo
terminado.
Broll sacudió la cabeza.
—Fandral no verá nada más que ansiedad… o quizá locura. Para él, Teldrassil es la
clave… y probablemente tenga razón.
—Pero tus visiones… que, como dices, ya son dos… deben de tener algún
significado, Broll Bearmantle.
—No estoy tan seguro… si hay algo de verdad en lo que he visto… fuese lo que
fuese… ¿por qué soy el único que lo ve?
El tauren reflexionó sobre esto por un momento y luego replicó:
—Quizá tú eras el más indicado…
—¿El más indicado para qué?
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CAPÍTULO CUATRO
LAS SOMBRAS SE MUEVEN
— E sos perros sarnosos deben de estar en los pozos más hondos—gruñó el
mariscal Dughan a sus hombres mirando por las rendijas de su casco hacia una profunda
galería de la Cantera de Jaspe. Una nube de polvo se le atragantó, y se volvió para escupir
en el suelo—. Creo que es prudente hacer una parada momentánea.
Los sonidos metálicos de las armaduras resonaron por todas las paredes de la
galería mientras los quince hombres del mariscal relajaban sus posturas de alerta. Pero
Zaldimar Wefhellt, un mago mediocre de Villadorada que había acompañado al grupo en
su búsqueda, mantuvo su posición con la mirada fija en el oscuro túnel.
—Te he dicho que descanses —dijo bruscamente Dughan.
El canoso y barbudo mago caminó hacia los demás. Aunque en Villadorada se le
respetaba, Zaldimar no se habría hecho famoso en una de las capitales. Aun así y aunque el
grupo que Dughan había reunido era lo bastante fuerte como para derrotar solos a esos
bastardos, estaba seguro de que los hechizos del mago ayudarían a llevar a cabo una
ejecución rápida y despiadada.
Localizada en las estribaciones norte del Bosque Elwynn, la cantera de Jaspe había
sido uno de los puntos clave de donde se extraía el metal que se necesitaba para construir
armas y armaduras. Pero con tantas presiones sobre Ventormenta, el número de fuerzas
militares que protegían las minas del bosque había quedado reducido a nada, y la Cantera
de Jaspe y las demás estaban horriblemente infestadas.
Sin enemigos, los kobolds, humanoides de morros largos y peludos que
normalmente eran más molestos que peligrosos, habían regresado a la zona. No eran
luchadores hábiles, ni tampoco particularmente inteligentes, pero se reproducían como
conejos y existían en gran número… aunque no por mucho tiempo si el mariscal Dughan
se salía con la suya. Había hecho grandes progresos las últimas semanas; entre la Cantera
de Jaspe y la Mina Abisal que se encontraba más al suroeste, había pedido la cuenta de los
kobolds que ya había matado, tan constante que se había vuelto la cacería.
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Dughan se quitó el casco. Tenía la cara ancha, el pelo corto, un bigote espeso con
perilla y había luchado bastante cuando era joven. Elegido mariscal tras la misteriosa
muerte de su predecesor, Dughan, durante los últimos años, había traído el orden y la paz a
Villadorada, eliminando no solo a los kobolds, sino a los lobos, los osos, los bandidos, a
los múrlocs, que parecían peces, y a otros.
Pero ahora los kobolds habían regresado.
—Esas alimañas van a luchar con dientes, clavos, martillos y hachas cuando los
ataquemos —dijo Dughan—, pero también estarán metidos en sitios estrechos… y ahí es
donde entras tú, Zaldimar…
El mago, con su túnica púrpura y azul inmaculada a pesar del polvo que cubría a
los demás, asintió gravemente.
—Una serie de hechizos arcanos sería el curso de acción más efec…
Dughan lo cortó con un gesto.
—Ahórrame las explicaciones. Mata, hiere y asusta a todos los que puedas antes de
que tengamos que entrar. ¿Puedes hacerlo?
Zaldimar asintió. Dughan se volvió a poner el casco y luego le indicó al grupo que
siguiera adelante. Cortó varias telarañas gruesas que estorbaban parte de su camino, restos
de las enormes arañas de mina que solían alimentarse de cualquier cosa que fuese lo
bastante estúpida para entrar y, sobre todo, de kobolds. De hecho, al cortar una tela, un
viejo cráneo de kobold cayó al suelo. El traqueteo resonó por toda la mina.
Dughan maldijo. Puede que los kobolds sospechasen de la presencia de los
hombres, pero ahora lo habían confirmado.
Varios hombres tosieron por el polvo, que parecía más espeso de lo normal. Y no
tardaron en descubrir por qué. Una de las galerías laterales, un pasillo que habría llevado a
una salida secundaria para los mineros, se había venido abajo. La mirada del mariscal se
topó con varias toneladas de rocas, tierra y vigas de madera destrozadas.
—Un accidente —dijo Zaldimar—. Les advertí que estaban acumulando demasiada
tensión en esa zona la última vez que vinimos a deshacernos de los kobolds.
—No importa —señaló Dughan—. Lo que importa ahora es que hace que nuestra
tarea sea más sencilla.
Zaldimar asintió. Los kobolds tenían un número limitado de direcciones por las que
moverse. Ahora las únicas salidas estaban cortadas.
La confrontación estaba cerca…
Toparon con un cuerpo, pero no el que esperaban. Era una araña de mina del
tamaño de un perro grande. Con su veneno y otras armas, era más que capaz de atrapar a
un kobold… y posiblemente a un humano. Esta había sido hecha pedazos. A la débil luz el
mariscal pudo ver varias huellas.
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—Parece que los kobolds se están haciendo más listos. Atacan en grupo a las
arañas para matarlas.
—Eso da que pensar —comentó Zaldimar.
Asintiendo ásperamente, Dughan apretó la mano con la que sostenía la maza con
pinchos. Con su mano libre el mariscal se limpió instintivamente el tabardo. La feroz
cabeza de león dorada y azul de su pecho brilló llamativamente una vez más. Volvió a dar
la orden de seguir adelante…
A lo lejos, en la oscuridad, una voz áspera susurró y otra, airada, respondió.
Una pequeña llama, como la de una vela, se materializó algo más allá… y luego la
apagaron repentinamente.
—Zaldimar… —susurró Dughan.
El mago se colocó en vanguardia. Levantó las manos e hizo gestos. Una luz
púrpura relampagueó acompañada por un sonido vibrante. El rayo arcano recorrió el túnel
hacia abajo, donde había estado la pequeña llama.
Un momento más tarde explotó… y volvió a explotar… y una vez más. La mina
tembló. Sobre los soldados cayeron pequeños fragmentos de roca y polvo, y el mariscal
maldijo la negligencia del mago.
La galería quedó brevemente iluminada por un aura púrpura tan brillante que
Dughan tuvo que taparse los ojos. Del otro extremo llegó un coro de gruñidos.
El mariscal parpadeó mientras su mirada se ajustaba a la luz.
—¡Por el Rey! —gritó Dughan.
La galería estaba repleta de kobolds, había más demonios de cara de rata de lo que
se indicaba en los informes, muchísimos más. De repente los adiestrados soldados de
Dughan parecían muy poca cosa.
Los kobolds en vanguardia de la manada soltaron unos gritos bestiales y blandieron
sus armas. Movían las colas adelante y atrás, indicando su creciente agitación. Ninguno de
ellos parecía herido por el ataque de Zaldimar.
—Prepárense para una retirada ordenada —los conminó Dughan. Los soldados
estaban poco preparados para eso. En lugar de limpiar la mina, él y sus hombres estaban
ahora en peligro de que los matasen.
Delante de él, Zaldimar permanecía en silencio mirando a las criaturas mientras los
efectos luminosos de su rayo arcano comenzaban a disiparse.
—¡Haz algo, mago! ¡Dispara otro!
El hechicero se volvió. La expresión de Zaldimar era de total asombro.
—D-debo descansar un minuto… estos hechizos me agotan…
Aunque no era mago, el mariscal sabía que Zaldimar necesitaba recobrar todas las
fuerzas… y deprisa. Agarró a Zaldimar por el brazo y lo apartó del resto de la partida.
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—¡Debes intentarlo, Zaldimar! ¡Es muy probable… que nuestras vidas dependan
de ello!
Antes de que el mago pudiese responder, los kobolds se lanzaron hacia delante. Lo
que había parecido algo cómico y una amenaza solo para los niños pequeños (los kobolds
no medían más de un metro veinte como mucho) era ahora una aterradora y peligrosa
amenaza para todos.
—¡Atrás! ¡Atrás! ¡Ustedes tres! ¡Mantengas las espadas delante, junto a mi maza!
Dughan empujo a Zaldimar detrás de él. Aunque el mago resultase ahora inútil, el
mariscal no iba a dejarlo para que lo matasen.
El primero de los kobolds llegó hasta los defensores. Dughan golpeó a uno y luego
se enfrentó a otro mucho más grande.
—¡Tú no quitar vela! —rugió.
La vela en cuestión estaba sobre una pequeña palmatoria. Los kobolds veían bien
en la oscuridad, pero en la mina todavía necesitaban iluminación en las zonas más
profundas.
—¡No… quiero… tu… maldita vela! —le gritó Dughan.
Golpeaba una y otra vez. Aparecía una cara de rata tras otra solo para ser
derribadas por la experta mano del mariscal. A su alrededor sus hombres demostraban su
habilidad aplastando, cortando y apuñalando a los kobolds sin piedad.
Las tornas habían cambiado. Las numerosas docenas de enemigos kobold se
convirtieron en montones de cadáveres. Una sonrisa cruzó el rostro de Dughan.
Al final, los soldados de Villadorada se encontraron hundidos hasta las rodillas en
sangre y cadáveres. El hedor de los kobolds muertos demostró ser cien veces peor que
cuando estaban vivos, pero los hombres estaban dispuestos a sufrirlo, tan completa había
sido su victoria. Incluso hasta la última de las velas de los kobolds se había apagado.
El mariscal Dughan contó a sus hombres. Estaban todos presentes. Algunos tenían
heridas leves, sobre todo arañazos, pero seguían presentes y sanos.
No… había uno que no estaba presente.
—¿Dónde está el mago?
Los otros sacudieron la cabeza. Dughan buscó entre los cuerpos allí donde había
visto a Zaldimar por última vez. No había rastro había rastro de la presencia ni de la del
hechicero.
Dughan supuso que el indefenso Zaldimar probablemente habría huido antes de la
batalla. Sin duda volverían a encontrar al cobarde en Villadorada.
—Vámonos de aquí —decidió el oficial—. Asegúrense de que las otras galerías
estén despejadas.
Dudaba en que fuesen a encontrar más de un par de kobolds después de la pelea,
pero incluso aquellos tenían que ser erradicados.
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las muchas amenazas que se cernían sobre mundo, Tyrande practicaba a menudo con la
guja.
Ahora, sin embargo, solo quería practicar su habilidad en el combate cuerpo a
cuerpo, en gran parte por la necesidad de estirar los músculos. Tratar con Fandral le había
provocado suficiente tensión, pero tener que viajar con él para ver el cuerpo de Malfurion
le había hecho mucho más daño de lo que se hubiese imaginado.
Fandral… aunque los respetaba a él y a su puesto, sus planes no la contentaban. Por
el momento había cedido, pero la larga espera que el trabajo de él sugería iba cada vez más
en contra la tendencia natural de ella de actuar rápida y decididamente, actuar como una
guerrera…
Enfrentándose a sus propios deseos. Tyrande se dedicó con más ánimo al
entrenamiento. La Suma sacerdotisa arqueó los brazos y lanzó una patada. Había llegado
lejos desde sus tiempos de novicia; en cierto sentido, más lejos que Malfurion, quien
durante los últimos diez milenios había abandonado Azeroth demasiado a menudo por la
aparente perfección del Sueño Esmeralda. Había habido veces durante sus desapariciones
en que había llegado a estar enfadada con él por abandonarla… pero su amor siempre
había vencido esas emociones más oscuras.
Tyrande giró y golpeó con la mano izquierda con los dedos formando una curva
capaz de aplastar una tráquea. Se elevó sobre los dedos del pie derecho y lanzó hacia arriba
la mano derecha… y de repente notó algo detrás de ella.
La Suma sacerdotisa se giró ferozmente sobre los dedos de los pies y lanzó una
patada a su atacante. Nadie debería haber entrado sin avisar. ¿Dónde estaban sus
centinelas? Aun así, Tyrande atacó solo para incapacitar, no para matar. A cualquier
intruso lo necesitaría vivo para que respondiese a preguntas.
Sin embargo, en lugar de golpear algo sólido, Tyrande observó cómo su pie
atravesaba una opaca figura negra y esmeralda. El sombrío asesino se disolvió en mil
fragmentos de niebla y luego recuperó la forma.
Pero la elfa de la noche ya se había movido para coger la guja lunar. Al hacerlo vio
a dos figuras pesadillescas más. Sus formas borrosas hacían que fuese imposible identificar
cualquier rasgo, pero a Tyrande le pareció que eran medio animales. Por algún motivo, eso
despertó un miedo irracional en ella.
En ese breve lapso, las otras dos sombras demoníacas se lanzaron. Tyrande blandió
la guja justo a tiempo, y los curvados filos los atravesaron a ambos.
Pero la guja hizo que las mitades inferior y superior se separasen
momentáneamente. Recuperándose inmediatamente, los demonios se lanzaron a cortarla
con unas largas zarpas que les brotaron repentinamente de las manos.
—¡Unngh!
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Tyrande se retiró como mejor pudo, intentando recuperarse del ataque. No había
cortes ensangrentados donde las zarpas habían cortado, pero la elfa de la noche se sentía
como si tuviese aún clavados unos cuchillos de hielo. Una parte de ella quería soltar el
arma y lanzarse al suelo.
Pero hacerlo significaría sin duda la muerte. La Suma sacerdotisa blandió
furiosamente la guja, más para obligar a sus atacantes a continuar recuperando sus formas
que porque confiase en herirlos.
Un segundo grito, más terrible, salió de su boca cuando sintió unos puñales helados
clavarse en su espalda. Distraída por los demás, no había notado a otro atacante detrás de
ella.
La guja se le escapó de la temblorosa mano. Tyrande se preguntó por qué, con sus
dos gritos, nadie había aparecido para investigar. Quizá los demonios habían hecho que
desde fuera todo pareciese silencioso dentro. Los asesinos la matarían, y nadie lo sabría
hasta que alguien entrase en la tienda por otro motivo.
No… eso no va a pasar…, insistió para sí Tyrande. Soy sacerdotisa de la Madre
Luna… la luz de Elune es parte de mí…
Y, como si esta idea la recorriese, fundió el hielo en su interior y acabó con el
miedo que buscaba dominar su voluntad.
—Soy la Suma sacerdotisa de la Madre Luna… —declaró a sus sombríos
adversarios—. Sientan su luz…
El brillo plateado llenó su tienda. Las figuras negras y esmeralda se encogieron
ante su gloria.
A pesar de esta prometedora reacción, la elfa de la noche no se relajó. Se abrió a
Elune. El suave consuelo de la Madre Luna la envolvía. Elune protegería a su hija.
La luz plateada se intensificó mil veces más. Con un siseo, los monstruosos
asesinos se disolvieron como si en realidad no estuviesen hechos de nada más que de
sombras.
De repente, todo se volvió negro como la boca del lobo. Tyrande dejó escapar un
grito ahogado. La luz de Elune había desaparecido, y de algún modo ella se encontraba
sentada en el suelo en postura de meditación. La Suma sacerdotisa miró hacia la guja, que
seguía sobre las mantas, donde había estado antes de que entrasen los intrusos. ¿O no lo
habían hecho? El dolor helado de su espalda regresó, o quizás era un escalofrío que le
recorría la columna. Tragó. Tenía la boca seca y el corazón desbocado.
Mientras Tyrande se levantaba, una guardiana entró de repente en la tienda.
Enmascarando sus emociones, Tyrande se enfrentó a la confusa mirada de la centinela. Por
la expresión de la otra sacerdotisa se dio cuenta de que no sabía nada del intento de
asesinato de su señora.
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Oyó un ruido entre los árboles que había detrás de él, un rastro como de un grito
ahogado.
Padre…
El elfo de la noche se envaró. ¿La había oído… a ella?
Broll se incorporó silenciosamente.
Padre…
Ahí estaba otra vez. Conocía esa voz mejor de lo que conocía la suya propia. Broll
tembló. No podía ser ella.
Miró a Hamuul, cuyos ronquidos seguían siendo regulares. El agudo oído del
tauren no había captado nada. Para Broll, eso confirmaba que solo había imaginado que
oía…
Padre… te necesito…
¡Anessa! Broll dio un grito ahogado. ¡Sí que la había oído!
El druida reaccionó instintivamente, levantándose y mirando hacia los árboles
buscando a su hija. No la llamó, temeroso no solo de alertar a los demás, sino de que su
amada hija se fuese corriendo.
Pero…, una parte de su mente le recordaba, Anessa está muerta… y yo soy el
responsable…
A pesar de ser consciente de ello, Broll sintió cómo se le aceleraba el corazón. Dio
un paso inseguro hacia la dirección de la que creía que había salido la llamada.
Padre… ayúdame…
Las lágrimas llenaban los ojos del habitualmente imperturbable druida. Recordaba
su papel en la muerte de ella. La vieja agonía volvió a azuzarlo. Regresaron los recuerdos
de la batalla.
Sí, Anessa estaba muerta.
¡Pero ella me llama!, insistía la parte más básica de él. ¡Esta vez puedo salvarla!
Una sombra se movía entre los árboles delante de él, a lo lejos. Broll se dirigió
hacia la forma. De repente, el mundo del druida formó ondas. Los árboles se retorcían
como si estuviesen hechos de humo. La indistinta figura era cada vez más distante. El cielo
se volvió el suelo, y el suelo el cielo. Broll se sintió como si sus huesos se hubiesen
licuado.
Intentó llamar a su hija.
Algo se movió hacia él viniendo desde el bosque. Al acercarse crecía hasta
alcanzar proporciones espantosas. Incluso entonces, el druida no fue capaz de distinguir
rasgos concretos. Casi parecía…
Broll intentó gritar… y se despertó.
Comenzó a recuperar la concentración. Lentamente, el elfo de la noche se dio
cuenta de que había varias cosas que no encajaban con lo que recordaba de lo que le
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rodeaba. No se encontraba al borde del bosque, sino que estaba tumbado en el suelo como
si siguiera durmiendo. Entrecerrando los ojos, Broll miró hacia arriba. Por la posición del
sol, debían de haber pasado varias horas.
El canto de los pájaros y el susurro del viento le llegaron a los oídos, pero faltaba
otro sonido. Miró sobre su hombro derecho y vio a Hamuul devolviéndole una mirada
solemne. El Archidruida estaba apoyado sobre una rodilla sobre su tembloroso amigo.
—Estas despierto, sí —dijo el tauren interpretando la pregunta que se le ocurría a
Broll—. ¿Ocurre algo? Pareces…
El elfo de la noche no le dejó terminar…
—Era un sueño. O más bien una pesadilla…
—Un sueño… como dices…
Hamuul se quedó en silencio un momento y luego añadió:
—Me he despertado antes que tú, porque siendo de día y no siendo yo un elfo de la
noche, apenas he dormido una pequeña siesta. Te oí decir algo. Murmuraste un nombre
—continuó el tauren con ciertas dudas—. Un nombre que te resulta cercano.
—Anessa…
Fragmentos de la pesadilla regresaron. Broll tembló. Ya había soñado otras veces
con su hija, pero nunca de esta manera. El tauren inclinó brevemente la cabeza de nuevo a
la mención de la hija fallecida de Broll.
—Anessa, sí —levantó la mirada hacia el elfo de la noche—. ¿Pero estás bien
ahora, Broll Bearmantle?
—Ya estoy bien. Gracias.
—Eso no ha sido natural, Broll Bearmantle… tan poco natural como tus visiones
anteriores… aunque distintas en todos los demás sentidos, creo.
—Solo ha sido una pesadilla, Hamuul. —El tono de Broll le indicó al otro druida
que no discutiese—. Ni eso ni lo otro significa algo.
El tauren parpadeó y acabó por encogerse de hombros.
—No te insistiré, amigo mío, pues solo agravaría tu dolor… pero ambos sabemos
que no es así…
Antes de que se pudiese decir algo más, llegó del bosque un débil crujido de hojas.
Broll se tensó inmediatamente, y Hamuul abrió los ojos.
De detrás de los árboles apareció una figura. Sin embargo, no era una sombra de
Anessa que hubiese regresado al plano mortal. Era una de las sacerdotisas que habían
acompañado a Tyrande hasta el Claro de la Luna.
—Mi señora desea hablar contigo, druida —le murmuró a Broll la delgada figura.
Su mirada pasó al tauren—. Querría que acudieses solo… con el debido respeto,
Archidruida…
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CAPÍTULO CINCO
LA TRAICIÓN DEL DRUIDA
tienda.
—H a venido —le murmuro la guardiana a Tyrande desde la entrada de la
—Dile que entre y vigila por si se acerca alguien —le ordenó la Suma sacerdotisa.
Asintiendo, la guardiana se retiró. Un momento después, entró respetuosamente
Broll Bearmantle. El druida hizo una profunda reverencia como la que haría un súbdito
ante su gobernante. En voz baja dijo:
—Suma sacerdotisa, me has llamado…
—No seas tan formal conmigo aquí. Broll. Nos conocemos desde hace tiempo.
El druida asintió, pero no dijo nada.
—Por favor —empezó a decir la Suma sacerdotisa señalando una alfombrilla de
hierba con intrincados dibujos de luna—, siéntate.
Broll sacudió la cabeza.
—Prefiero estar de pie, gracias… sin ánimo de faltarte al respeto.
Ella asintió.
—Muy bien. En cualquier caso, esto será breve… y desde este momento te digo
que tienes todo el derecho a rechazar mi petición.
Broll alzó sus espesas cejas. Tyrande podría, si de verdad quisiera, complicarle la
vida ordenándole que hiciera lo que se antojara.
Pero ella no solía hacer así las cosas.
—Broll… tú eres el único presente aquí al que podría pedir esto. Malfurion
confiaba mucho en ti y por eso pongo mi fe en tus manos. Después de todo, llevas la marca
de la grandeza, y tus actos durante la Tercera Guerra han demostrado tu capacidad. —miró
sus astas.
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—Me halaga, mi señora… —El druida bajó la mirada—. Y exagera. El tiempo que
he pasado lejos de mi puesto difícilmente me habrá mantenido en su alta estima… —Su
mirada se giró hacia la guja, que ahora estaba sobre la mesa.
Tyrande lo observaba atentamente. La había colocado cerca del campo de visión,
considerando la posibilidad de que la primitiva arma le recordara a Broll su pasado como
gladiador. Contaba con él para esta tarea, confiando en que sus recientes aventuras en el
exterior hubieran azuzado su lealtad personal por Malfurion lo suficiente como para que
fuese más allá del curso de acción decidido por el Círculo Cenarion.
—No exagero. Antes de desaparecer, Malfurion lo dejó muy claro. Entendía el
dolor y la ira que sufrías y sabía que tenías que solucionarlo tú solo. —Entrecerró los
ojos—. Permíteme ser directa, Broll. El cuerpo astral de Malfurion debe regresar a su
cuerpo. La visión de Elune era clara; ¡se muere, y se muere rápidamente! ¡No sobrevivirá
al plan de Fandral! De eso estoy segura. Sé que tiene buena intención, pero está claro que
Fandral es inflexible, ni siquiera yo puedo hacerlo cambiar de idea. Tú y yo debemos
rescatar a Malfurion de la prisión que lo retiene.
Él dudó.
—¿Estás totalmente segura? ¿Tu visión no puede ser equivocada?
—Era la Madre Luna —dijo con total confianza—. Elune no engaña a sus fieles.
Para su alivio el druida asintió por fin. La decisión de Broll le demostró que había
escogido correctamente.
—Te conozco a ti. Conozco a Elune. —Como la mayoría de los elfos de la noche,
Broll había crecido adorando a la Madre Luna. La llamada a seguir el camino de los
druidas había llegado después, pero de ningún modo había borrado el respeto que sentía
por la deidad—. Y, aunque la decisión de Fandral es sensata, han ocurrido cosas que me
llevan a pensar más como tú. Si tienes un plan, mi señora, me inclino por él, debe hacerse
algo y, con el debido respeto al Archidruida Fandral, temo que Teldrassil sea más una
distracción que un camino. ¿Qué tienes en mente?
Su decisión de estar de acuerdo con la Suma sacerdotisa era abrupta, pero no le
faltaba razonamiento. Sí, al principio Broll se había mostrado satisfecho, incluso
esperanzado, con el plan de Fandral; pero oír el ruego de Tyrande había llevado al primer
plano la incertidumbre que se daba cuenta de que había estado alimentando desde la última
y más terrible de sus visiones. Algo espantoso estaba ocurriendo… algo que sin duda era la
Pesadilla. Que esas visiones se le presentasen de repente y que la última tuviese que ver
con su fallecida hija había añadido importancia a las preocupaciones de la Suma
sacerdotisa. Algo horrible era inminente, y lo más probable es que fuese la muerte de
Malfurion.
No… sanar a Teldrassil sin duda tomaría demasiado tiempo, pensó el druida. Pero
Fandral no lo entendería…
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Había pocos más capaces o experimentados que Shandris, a quien Tyrande había
rescatado en el campo de batalla durante el primer conflicto contra la Legión Ardiente
hacía tanto tiempo. Shandris era huérfana, una de tantas. Bajo la tutela de la Suma
sacerdotisa, había llegado a convertirse en una de las guerreras más habilidosas de su raza.
Era perfectamente lógico que Shandris hubiese sido la sirviente escogida por
Tyrande para esta misión crucial. La Suma sacerdotisa no le confiaría a nadie más una
misión tan desesperada. Ciertamente, Broll se sentía honrado de encontrarse entre sus
sirvientes elegidos.
Notando que estaba cerca de su destino, Broll apartó cualquier otro pensamiento.
Apenas un aleteo después, el cuervo de tormenta atravesó el follaje… hacia la zona de la
capital conocida como el Enclave de Cenarion.
Como ocurría con gran parte de Darnassus, era imposible ver que este lugar
sagrado era parte de una ciudad construida sobre el propio árbol. Árboles altos, robles y
fresnos particularmente, rodeaban el Enclave. Cada árbol tenía runas místicas grabadas en
la corteza. Dentro del claro circular creado, un puñado de estructuras únicas moldeadas de
los mismos árboles y piedras cuidadosamente esculpidas daban forma al lugar habitual
donde se celebraban los cónclaves. La mayor de las estructuras le servía de nueva
residencia a Fandral Staghelm.
El cuervo de tormenta no se dirigió directamente al sagrario del Archidruida, sino
que se posó sobre una rama que le permitía ver toda la zona. Aunque el Enclave de
Cenarion irradiaba una sensación de calma, y ciertamente era un lugar de descanso, no le
faltaban sus guardianes, especialmente los que había colocado el propio Fandral.
Broll aleteó hasta otra rama lo bastante oculta para evitar que lo viesen desde
dentro del Enclave, pero lo suficientemente cerca del sagrario del Archidruida. Su
incursión tenía que ser rápida pero cauta.
Todo parecía en calma, pero, mientras Broll estudiaba el edificio verde y carmesí,
notó las finas cuerdas de liana que lo cruzaban. Inclinando la cabeza, vio los diminutos
brotes en las lianas. Eran una sutil indicación de qué clase de plana decoraba el edificio…
y la única pista de la astucia de Fandral. A la mayoría de los otros druidas les habría
costado identificarla.
Girando la cabeza, el cuervo de tormenta arrancó una pluma de su cuerpo.
Ignorando la ligera punzada de dolor, Broll emprendió el vuelo sobrevolando las lianas.
Dejó caer la pluma.
La pluma cayó flotando sobre un brote que se abrió inmediatamente. De este fluyó
una sustancia pegajosa que encapsuló la pluma, lo que hizo que cayese al suelo como una
piedra. La sustancia se había endurecido rápidamente.
Había cientos, quizá miles de esos brotes. En tal número podrían cubrir a Broll en
una prisión semejante, dejándolo atrapado hasta el regreso de Fandral.
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Tempestira
Broll inspeccionó las lianas. Unas pocas abejas pasaron cerca de los brotes sin
peligro.
El cuervo de tormenta dejó escapar un breve pero triunfante sonido y luego
descendió hasta el suelo. Se aseguró de hacerlo lejos del sagrario del Archidruida.
Una vez en el suelo, Broll recuperó su forma auténtica. No perdió el tiempo y
murmuró para sí. Pero el druida no pronunciaba palabras, sino sonidos de un tono agudo y
zumbador.
Un momento después, Broll oyó más zumbidos. Siguió emitiendo sus propios
sonidos y observó a las abejas reuniéndose delante de él. Volaron a su alrededor más con
curiosidad que otra cosa.
El druida cambio el ritmo de su tono, y el enjambre reaccionó inmediatamente. Las
abejas volaron en masa hacia el edificio cubierto de lianas.
Broll se volvió a transformar en un cuervo de tormenta y siguió a las abejas, cuyo
número seguía creciendo hasta ese momento. Todas habían acudido como respuesta a su
llamada, que él había entonado como una invitación. Las abejas se congregaban allí donde
indicaba ahora el elfo de la noche; una zona cubierta de lianas que rodeaba una ventana.
A Broll le habría resultado imposible atravesar la ventana, incluso aunque hubiese
volado a toda velocidad que le permitiesen las alas.
Sin embargo, ahora las abejas se amontonaban sobre los brotes buscando en vano
los capullos que les habían comunicado que se encontraban allí. Broll lamentó el
subterfugio, pero no tenía otra elección.
En el momento en que todos los brotes parecían ocupados, el druida se lanzó hacia
la ventana. Entonces vio moverse a algunos de los brotes. Sin embargo, la presencia de las
abejas impidió que le lanzasen su sustancia pegajosa.
Su tamaño apenas le permitió pasar, pero acabó pasando. Broll se posó sobre el
suelo y luego volvió a su forma normal. Sabía dónde guardaba Fandral lo que buscaba y
sabía que el Archidruida no consideraría a nadie lo bastante audaz como para cometer el
delito que ahora planeaba Broll.
Sin prestar atención al resto de lo que lo rodeaba, Broll se dirigió directamente a un
baúl tejido de bambú. Aunque por fuera parecía blando, cuando se tejía de esa manera el
bambú era resistente como el metal. Un elfo de la noche corriente habría sido incapaz de
cortarlo o de abrir la tapa, pero Broll estaba familiarizado con los métodos de Fandral
porque ambos habían aprendido a manos de Malfurion. Ciertamente, Broll había aprendido
algunas cosas que creía que incluso Fandral ignoraba.
Uniendo las manos, el druida probó el tejido del baúl. Notó los hechizos de cierre
que había usado Fandral y el modo en que el Archidruida le había dado forma al bambú.
Las tiras que sellaban la tapa se desataron. Broll dudó y luego abrió el baúl.
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Tempestira
El ídolo de Remulos estaba allí. La figurita del dragón parecía impaciente por su
llegada.
La batalla estalló de nuevo en su cabeza. Vio de nuevo a los demonios de la Legión
Ardiente y a su comandante, el señor del foso Azgalor. Broll volvió a ver indefenso cómo
el ídolo se escapaba de sus manos, y la espada del demonio lo cortaba.
Y de nuevo vio aquellas fuerzas desatadas y corruptas rodear la única persona que
quedaba a su lado. A su hija. La muerte de Anessa no había sido rápida. Se había quemado
horriblemente, y su carne se había agostado ante su mirada…
Broll apretó los dientes al forzar al dolor a desaparecer. No se atrevía a permitir
que sus emociones lo controlasen. Tenía la estatuilla, eso era lo que importaba ahora… eso
y el destino de Malfurion.
Existía la posibilidad de que Fandral hubiese desobedecido a Remulos y hubiese
vuelto a usar la estatuilla. Pero Fandral había hecho caso al guardián del Claro de la Luna y
había permitido así que Broll consiguiese su propósito. El elfo la noche tomó
cuidadosamente la figura, admirando no por primera vez su irreal majestuosidad. Por un
momento se maravilló de que una obra tan exquisita hubiese sido también la fuente de un
mal tan grande. Por supuesto, el ídolo había sido «limpiado» desde aquello, quizás eso
marcaba la diferencia.
El elfo de la noche pensó en la advertencia de Remulos, pero no veía otra elección,
considerando el plan que había ideado. Broll necesitaba el ídolo. Tendría que tener un
cuidado especial.
Acabando con sus dudas, el druida volvió a sellar rápidamente el baúl.
Y ahora he añadido el robo a la lista de mis logros, pensó amargamente Broll.
Cómo se reirían Varian y Valeera…
Ocultó la estatuilla dentro de su capa. Igual que el resto de sus ropas y efectos
personales, pasaría a ese lugar mágico al que iban cuando se transformaba.
Pero cuando el druida volvió a recuperar el aspecto de un cuervo de tormenta, oyó
un fuerte golpe. Girando la cabeza, Broll encontró el ídolo junto a sus patas.
Dejando salir un graznido de frustración, Broll aleteó y cogió la estatuilla con las
garras. Cuando por fin sostuvo el ídolo, se vio obligado a ir con mayor velocidad. Puede
que los demás no le prestasen mucha atención a un cuervo de tormenta volando, pero un
cuervo de tormenta llevando una estatuilla sin duda provocaría peguntas que preferiría
evitar.
Aleteando, Broll se dirigió hacia la ventana. Al hacerlo, su mirada recayó sobre una
figura colocada sobre una rama que hacía las veces de mesa o balda. La estatuilla tenía
runas grabadas, pero lo que le llamó la atención al druida por un momento fue a quién
representaba el ídolo. La figura era un elfo de la noche joven que se parecía mucho a
Fandral. Sin embargo, no era Fandral.
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Tempestira
***
Thura se abrió camino a través de la espesa vegetación sin que su mente práctica de
orca viese motivo alguno para no poder usar el hacha mágica para una tarea tan mundana.
Después de todo, ¿para qué servía un arma si una no podía llegar hasta su enemigo?
Sentía que se acercaba a su meta. Puede que el viaje durase días aún o que acabase
al día siguiente, pero la clave para encontrar al traicionero elfo de la noche estaba ya cerca.
El bosque dejó paso al fin a un campo más abierto y al comienzo de una cordillera
de colinas altas. La orca vio varias cuevas de distintos tamaños entre ellas. Thura agarró de
nuevo el hacha como un arma. Las cuevas podrían suponer peligros, especialmente en
forma de animales hambrientos o trolls.
Al entrar en la zona de colinas, Thura notó que un extraño silencio cubría la región.
¿Dónde estaban los pájaros? Unos pocos insectos anunciaban su presencia, pero no había
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Tempestira
ningún animal grande que graznase o que volase. Eso sugería que la caza no sería buena
por allí… y que quizás ella se convertiría en la presa.
Sin embargo, apenas adentrada unos minutos en el nuevo terreno, el descanso
acabó por exigirle toda su atención a Thura. No tenía más elección que arriesgarse a
dormir. Miró las oscuras bocas de las cuevas que la rodeaban, escogiendo al fin una que
parecía demasiado pequeña como para albergar a un gran depredador, pero lo bastante
grande como para acomodarse a sus necesidades.
La cueva se extendía solo unos pocos metros antes de acabar en una pared curvada.
Tras asegurarse de que no había aberturas ocultas que pudiesen albergar alguna amenaza,
la guerrera se colocó en un rincón que le proporcionaba visión de la cueva y de su entrada.
Le quedaba poco alimento y lo dividió valiosamente. Tres pedazos de carne seca de
cabra, unos tubérculos que se estaban pudriendo lentamente y media cantimplora de agua.
Thura se comió uno de los pedazos de carne y un tubérculo, y luego se permitió dos
pequeños tragos de agua salobre. Ignoró las protestas de su estómago, que llevaba días sin
ser saciado. La carne y el agua dulce eran muy escasas desde que había entrado en esa
región. En alguna parte encontraría lo suficiente como seguir adelante hasta que hubiese
cumplido su juramento de sangre. Solo entonces, si sobrevivía a eso, se preocuparía de sus
necesidades mundanas…
Un siseo reverberó por toda la cueva.
A la orca le llevó un momento darse cuenta de que el sonido había llegado desde
fuera. Luchando contra su agotamiento, Thura se levantó y se dirigió hacia la boca.
Agarraba con fuerza el hacha. El siseo no venía de una serpiente o un lagarto normales
sino de algo mucho, mucho mayor.
La falta de pájaros y animales en la zona ahora tenía mucho más sentido.
Thura esperó, pero no volvió a oír el sonido. Por fin dio un paso adelante,
preparada para enfrentarse a cualquier enemigo.
De repente empezó a soplar un fuerte viento, tan fuerte que casi empujó a la
corpulenta orca dentro de la cueva. La zona oscurecida se volvió aún más oscura, como si
algo quisiera bloquear las estrellas y la luna.
Y, por un breve momento, algo lo consiguió. Una gran sombra atravesó el lugar
donde se encontraba Thura. Pasó más allá de ella, penetrando aún más en la zona.
La orca salió aún más de la cueva, intentando ver mejor. En la distancia, el enorme
cuerpo bajaba más allá del horizonte.
Tras esperar a ver si volvía a salir volando, Thura regresó a la cueva. Se sentó, pero
mantuvo el hacha aferrada. Un débil brillo se veía ahora en sus ojos.
Esto era una señal. La última vez que había dormido, había habido diferencias en el
repetitivo sueño. Al final había aparecido una señal de algo, una forma vaga, apenas
avistada, que solo había podido identificar después.
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Tempestira
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CAPÍTULO SEIS
DRAGONES Y ENGAÑO
M alfurion sintió la sombra cerca de él y supo lo que significaba. Estaba cerca
una nueva tortura.
Las líneas de color esmeralda oscuro se extendieron más aún sobre él, y al
principio parecían formar dedos irregulares y huesudos que después se convirtieron en la
silueta de un gran árbol macabro que empequeñecía el árbol en que se había convertido el
druida. Pero por limitado que fuese su campo de visión, el elfo de la noche sabía que había
una sombra… no había otro árbol.
¿Puedes saborear sus sueños?, se burló el Señor de la Pesadilla. ¿Puedes saborear
sus miedos? Ni siquiera tus seres más queridos son inmunes a ello.
Malfurion no contestó, sabía que su captor aún podía sentir sus emociones. En ese
aspecto el Archidruida buscaba constantemente concentrarse en su interior. Cuanto más
calmado pudiese estar, más esperanza habría para los demás.
Y era mejor que el Señor de la Pesadilla no supiese de sus auténticos esfuerzos. Su
captor creía que los hechizos que rodeaban al elfo de la noche evitaban que Malfurion
alcanzase a su amada Tyrande o a nadie más y, básicamente, era cierto. Pero el
Archidruida no había estudiado por más de diez mil años para estar completamente
derrotado. No podía y no se atrevía a llegar hasta Tyrande o a unos otros; pero había
métodos de comunicación, aunque requerían delicadeza y complicados planes. Si el Señor
de la Pesadilla sospechase, aunque sea solo una vez… entonces Malfurion estaría
completamente perdido y, con él, quizá todo lo demás.
La sombra creció y se retorció, casi como si se deslizase para ver mejor a su presa.
El propio Malfurion de repente se retorció y el doloroso árbol en que el que se había
convertido tomó un nuevo aspecto más vil. De las hojas de sus ramas brotaron flores
negras. Cada flor que germinaba era una aguja clavada en los ojos del elfo de la noche.
Había cientos que pronto cubrieron la mayor parte del torso.
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Tempestira
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Tempestira
***
Hay algo innombrable que busca dominar el mundo, pensó la figura encapuchada
mientras ojeaba una serie de esferas flotantes que tenía delante. Sentado en una silla
excavada de una estalagmita, la delgada, alta y casi élfica figura estudiaba la imagen que
se veía dentro de cada esfera. A su voluntad reflejaban imágenes de todos los lugares de
Azeroth.
Llevaba la túnica violeta del Kirin Tor, aunque su actual curso de acción era
decisión propia. Ciertamente, muchas de sus actividades les resultaban desconocidas,
incluso a su líder, que había sido pupilo suyo y que entendía la verdad sobre él. La figura,
que a menudo observaba a las razas más jóvenes, tenía que concentrarse ahora en los
vuelos, pues tras muchos siglos de consistencia, las grandes criaturas aladas se encontraban
en estado de cambio. Esa era una preocupación que a muchos les habría resultado
importante, pero especialmente a Krasus.
Después de todo, él era uno de ellos.
Era de aspecto desgarbado, de rasgos aquilinos y tenía tres largas cicatrices
irregulares que le bajaban por la mejilla derecha. El pelo era casi todo plateado con
mechones negros y carmesíes. Pero las canas no indicaban su verdadera edad. Para saber
más sobre eso había que mirar sus refulgentes ojos negros, ojos que no eran de una criatura
mortal. Los ojos y las cicatrices eran las únicas muestras de su verdadera identidad, la del
gran dragón Korialstrasz.
También era el principal consorte de la reina del vuelo rojo y el Aspecto de Vida, la
gloriosa Alexstrasza, y como tal era su principal agente cuando se trataba de proteger
Azeroth.
Y ese era su papel ahora, pues había surgido un problema que afectaba a sus dos
grandes preocupaciones: Azeroth y su raza. Un mal se estaba extendiendo no solo por el
mundo mortal, sino que también había alcanzado en gran medida al Sueño Esmeralda.
Había intentado ponerse en contacto con Ysera, pero no había podido encontrarla. Y no
pudo localizar a ninguno de los dragones verdes, excepto a uno… y Krasus no querría
tener nada que ver con ese en concreto.
No tenía que preguntarse quién era el auténtico responsable. Para los demás, la
pregunta no tenía una respuesta definitiva, pero Krasus lo sabía. Conocía con toda su alma
la maldad que llevaba detrás.
—Te conozco, Destructor —susurró mientras veía otra esfera—. Tu nombre es
Deathwing…
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Tempestira
Solo podía ser el dragón negro, el Aspecto enloquecido que una vez se llamó
Neltharion el Guardián de la Tierra. Krasus se levantó. Tendría que actuar
inmediatamente…
Una risa familiar resonó por su sagrario de la montaña, un lugar oculto situado no
muy lejos de donde había estado la fantástica Dalaran, ciudad de los magos. Sin embargo,
ahora un enorme cráter marcaba lo que incluso Krasus se había visto obligado a admitir
que era uno de los hechizos más asombrosos, aunque potencialmente catastrófico, que se
habían formulado. La ausencia de Dalaran significaba que había pocos motivos para ir a
ese desolado lugar… a menos que buscasen al propio dragón mago.
Krasus se puso en pie. Instintivamente, movió la mano para despejar las imágenes
de las esferas y luego vio con temor que todos tenían una visión. Era un ojo, el ojo ardiente
del Destructor…
—Deathwing…
Al decir el nombre del dragón negro, las esferas explotaron. Los restos volaron en
todas direcciones por la cámara, golpeando las paredes de piedra, los salientes calizos y,
sobre todo, a Krasus. El hechizo que formuló para escudarlo demostró ser inútil y la fuerza
de los cristales mandó volando a Krasus contra la silla de piedra.
Aunque tenía aspecto mortal, su cuerpo era más resistente que el de cualquier elfo
o humano. La piedra se agrietó, y tanto Krasus como la silla cayeron rodando. Sin
embargo, Krasus le prestó poca atención al choque porque el dolor provocado por los
muchos cristales que tenía clavados era mucho peor.
Aun así, se esforzó por ponerse en pie y preparar un contraataque. Aunque no era
tan poderoso como un Aspecto, Krasus se encontraba entre los más versátiles y astutos de
su clase. Además, Deathwing se había atrevido a atacarlo en su sagrario, donde había
varios elementos que le servirían al consorte de Alexstrasza.
Pero, en el momento en que reunió las energías que necesitaba para su hechizo, los
cristales brillaron. Una sacudida recorrió su cuerpo.
Los fragmentos que habían golpeado en otras partes por todo el sagrario se
desclavaron. Viéndolo, un dolorido Krasus se agachó. Su cuerpo comenzó a hincharse, y
sus brazos y piernas se retorcieron, volviéndose más reptilescos. De su espalda brotaron
los vestigios de dos alas membranosas que comenzaron inmediatamente a crecer.
Las risotadas de Deathwing llenaron el sagrario. De nuevo los cristales comenzaron
a brillar. Krasus, a medio transformarse en Korialstrasz, el dragón rojo, titubeó.
Los otros cristales lo alcanzaron. Sin embargo, en lugar de enclavarse en Krasus
como antes, comenzaron a pegarse en su cuerpo. Krasus intentó quemarlos, incluso
sacudírselos, pero no sirvió de nada.
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Tempestira
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Tempestira
La recién llegada llevaba una armadura hasta el cuello incluyendo una placa
pectoral que marcaba sus formas, hombreras y guardas de metal acolchado y cuero en las
piernas que iban desde las caderas hasta las botas a juego. Casi toda la armadura era de un
tono verdoso, aunque ribeteado de un color violeta semejante al color de la piel de la
mayoría de los elfos de la noche.
—Al menos tú te ganas las alabanzas.
Shandris Feathermoon se quitó los guanteletes. Se acercó desarmada hasta la Suma
sacerdotisa, como era costumbre en Darnassus… una costumbre que la propia general de
los elfos de la noche hacía cumplir vigorosamente. Sus rasgos eran incluso más afilados
que los de la mayoría de los de su raza y en sus ojos, siempre entrecerrados, se veía una
determinación casi fanática. Tyrande sabía que esa determinación fanática se debía a ella,
que en muchos sentidos Shandris Feathermoon creía que solo existía para servir a la Suma
sacerdotisa.
Tyrande se acordó de la huérfana a quien había salvado durante uno de los terribles
avances de la Legión Ardiente durante aquella espantosa guerra hacía unos diez mil años.
Aquellos temerosos e inocentes ojos eran ahora muy distintos. Shandris se había
convertido en la hija que Tyrande nunca tuvo… y no se parecía a la que hubiese esperado.
Shandris estiró el cuello, que estaba protegido por un collarín de cuero y metal.
Bajo los ojos, los irregulares tatuajes que marcaban un antiguo rito de pasaje parecían
ahora burlarse de Tyrande, pues incidían en el temible aspecto de la joven elfa. La Suma
sacerdotisa nunca había querido convertir a la joven huérfana en una máquina de guerra,
pero lo había hecho.
—No discutiremos el tema, Shandris —dijo amargamente la Suma sacerdotisa
refiriéndose a la alta opinión que tenía sobre ella.
—Bien, porque tengo razón. —Aunque respetaba en todos los sentidos a su
salvadora, Shandris era la única persona que le hablaba sin rodeos a Tyrande.
Cambiando de tema, la general preguntó:
—He venido a solas y en secreto a este lugar, como me ordenaste antes de salir de
la isla. Ahora quizá puedas contarme por qué. Por nuestra proximidad al Claro de la Luna,
supongo que tiene algo que ver con los druidas.
La elfa de la noche más joven caminaba adelante y atrás mientras hablaba. En
muchos sentidos sus movimientos recordaban a los de un sable de la noche, uno de los
grandes gatos que las Centinelas usaban como medio de transporte de tierra y como arma
pesada.
—Sí, tiene que ver con los druidas… y con Malfurion en particular.
Shandris asintió con una expresión indistinguible.
—Debemos encontrar un modo de traerlo de vuelta con nosotros, Shandris. Por
muchos motivos. Sea lo que sea lo que está pasando en el Sueño Esmeralda, no solo
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Tempestira
involucra a los druidas, sino que creo que está alcanzando a Teldrassil… y quizás también
a otras partes de Azeroth…
Los ojos de la general se convinieron en diminutas hendiduras.
—Ha habido informes imprecisos… al principio pocos y vacilantes… que venían
de las tierras de humanos y enanos. Mencionan en parte algo sobre unos que no pueden
despertar. Algo parecido a la situación de Malfurion, ahora que lo pienso…
Tyrande miró la luna buscando consuelo. Luego, poniendo una mano el hombro de
la general, murmuró:
—Elune me ha indicado que Malfurion se muere. Espero que ya lo sepas.
La general la miró a los ojos.
—Lo sé. Lo siento. Lo siento mucho.
Tyrande sonrió tristemente.
—Gracias. Pero Elune también me ha dicho que esto va más alto mis inquietudes
personales y que debo hacer todo lo que sea necesario por el bien de Azeroth… y por eso
te he llamado.
Shandris Feathermoon cayó inmediatamente sobre una rodilla.
—¡Ordéname lo que necesites, señora! Haré lo que tú me digas, iré donde tú digas.
Mi vida es tuya… ¡siempre!
La vieja culpa regresó.
—Tengo que pedirte un favor grandísimo. Un favor, no una orden…
—¡Pídemelo!
—Conoces a Broll Bearmantle.
—Ese es más guerrero que druida, señora —ofreció Shandris a modo de respuesta.
—Broll se dirige a Vallefresno con la esperanza de rescatar a Malfurion. ¿Lo
entiendes ahora?
En su deseo por ser la mejor general posible, Shandris había creado una red de
recopilación de información que alcanzaba más allá de Darnassus y las tierras de los elfos
de la noche. Así, Vallefresno parte de esas tierras, caía fácilmente en su zona de influencia.
La expresión de Shandris se envaró, pero también tenía un tinte de aprobación.
—Es osado. Peligroso. Y yo diría que a estas alturas es la única esperanza.
—No tengo la intención de que vaya solo.
—¡Sospechaba que tenías algo en mente, así que me he preparado con antelación
para un viaje largo! —Los ojos de la soldado brillaban con ilusión. Shandris se puso en pie
con el puño sobre el pecho—. ¡Puedo salir inmediatamente de aquí! ¡Soy consciente del
peligro y de lo necesaria que es esta misión! No se le puede confiar a cualquiera…
—Exacto —Tyrande se envaró, decidida a hablar ahora como gobernante—. Y por
eso seré yo la que viaje con él.
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Tempestira
Sus palabras cayeron como un rayo. Shandris se trastabilló hacia atrás. Miró a la
Suma sacerdotisa con la boca abierta.
—¿Tú? ¡Pero Darnassus te necesita! Soy yo la que debe ir…
—Elune me ha mostrado que, como su Suma sacerdotisa soy la que mejor
preparada está. Esta tarea requerirá todas las enseñanzas de la Hermandad y, como su
dirigente, no puedo pedirle a nadie esto. Además, nadie conoce a Malfurion como yo…
nadie está tan conectado a él como yo. Si se puede encontrar su cuerpo astral, soy yo la que
debe ser capaz de hacerlo. —Su mirada era dura—. Y, aunque salvar a Malfurion es mi
mayor deseo personal, puede que él también sea la única esperanza de Azeroth. Como
Suma sacerdotisa, debo ser la que acompañe a Broll…
Shandris asintió al fin. Pero, aunque estaba de acuerdo, la general todavía tenía
preguntas.
—¿Qué piensa Fandral sobre esto?
—Yo no respondo ante Fandral.
—A veces parece no entenderlo.
Hubo un breve momento de humor en la mirada de Shandris. Era una de los pocos
que sabía que el druida y su señora no siempre estaban de acuerdo en cuanto al modo de
gobernar de Tyrande, especialmente cuando sus decisiones afectaban a los druidas y su
esfera de influencia. Luego, poniéndose seria de nuevo, continuó:
—¿Y Darnassus?
—A Darnassus debes protegerla tú, Shandris, como has hecho cuando he tenido
que irme por otros asuntos de estado.
—Esto no es lo mismo… —Una vez más la guerrera se arrodilló—. Pero protegeré
la ciudad y nuestro reino como siempre hasta tu regreso.
Su énfasis en la última palabra era casi una exigencia para que Tyrande se
asegurase de volver. La gobernante de los elfos de la noche estiró el brazo y tocó la mejilla
de Shandris.
—Hija mía…
Al oír esas palabras, la endurecida guerrera saltó hacia delante y envolvió con sus
brazos a la Suma sacerdotisa. Shandris enterró la cara en el cuello de Tyrande.
—Madre… —susurró con una voz que sonaba exactamente como la de la asustada
huérfana de hacía años.
Luego, igual de rápidamente, Shandris se apartó. Aparte del rastro de una lágrima
que le corría por la mejilla derecha, volvía a parecer la experimentada general de las
Centinelas. Saludó a Tyrande.
—Tengo la montura justo para ti —dijo Shandris—. Como he dicho está preparada
para un largo viaje. Y no la hay mejor. No está lejos, sígueme.
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Tempestira
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CAPÍTULO SIETE
AUBERDINE
B roll aterrizó justo más allá de Auberdine, ya impaciente por alejarse de sus
inmediaciones. Aunque oficialmente era parte del reino de los elfos de la noche, la región
en general, llamada Costa Oscura debido a la extraña niebla que tendía a cubrirlo todo, era
evitada por casi toda su raza. Había habido intentos de colonizar esa tierra, algunos de
ellos por parte de otras razas, pero todos habían fracasado. Había ruinas desperdigadas por
los campos, y ahora muchas de ellas albergaban amenazas para los viajeros dispuestos u
obligados a pasar por la zona.
Auberdine era la única fortaleza, si podía llamarse así. Era un lugar sombrío no
solo para los estándares de los elfos de la noche, sino incluso para los humanos o enanos.
La zona parecía estar perpetuamente cubierta por nubes de tormenta y un viento helado
que atravesaba el alma. Auberdine existía más por necesidad que por otra cosa, pues
Darnassus necesitaba un lugar cercano en el continente donde tuviesen lugar sus tratos con
el mundo exterior.
Los que habitaban la ciudad eran generalmente menospreciados por los habitantes
de la capital, un defecto que incluso Broll había sufrido a veces. La población de
Auberdine consistía en marginados e inadaptados. Cierto, había una guarnición de
Centinelas e incluso algunos druidas, pero permanecían tan apartados de la gente de la
ciudad como les era posible.
Broll recuperó su verdadera forma y maldijo mientras sacudía el pie. En su forma
de cuervo de tormenta sus brazos se convertían en sus alas y sus pies en garras.
Desgraciadamente, algunos de los brotes le habían alcanzado, dejando al druida con el
ídolo pegado a ese pie.
Broll extrajo unas hierbas de la bolsa que llevaba a la cintura y las espolvoreó sobre
la sustancia. Como la nieve tocada por el sol, la sustancia se ablandó y luego se fundió. El
ídolo de Remulos se cayó ignominiosamente al suelo.
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Tempestira
Tras recuperarlo, Broll miró hacia adelante; el camino estaba oscuro y, aunque eso
no molestaba mucho al elfo de la noche, se preguntó por qué no había ninguna luz en el
horizonte a pesar incluso de la niebla. De hecho, no recordaba haber visto ninguna luz
mientras descendía. Auberdine debería haber estado lo suficientemente iluminada como
para poder verla desde donde se encontraba, aunque solo fuese por las otras razas que
frecuentaban el asentamiento.
Con un gruñido, el druida siguió adelante. Podría haber aterrizado más cerca de la
ciudad, pero no quería llamar la atención sobre su presencia más allá de lo necesario.
Tras ocultar el ídolo en un lugar recóndito de su capa, Broll comenzó a caminar.
Esperaba que Fandral no se diese cuenta de su robo durante un tiempo. No había motivo
para que el Archidruida quisiera la figurita… pero Broll nunca confiaba en su suerte.
Al alcanzar la cima de la colina, el druida se volvió más cauto. Seguía sin ver luces
en Auberdine y, estando tan cerca, la niebla no debería haber sido impedimento alguno.
Un cierto temor creció dentro de él. Broll se replanteó su decisión anterior de no
volar directamente hasta la ciudad. Volvió a sacar el ídolo y lo colocó bajo su pie.
Pero al levantar los brazos, se dio cuenta de que no estaba solo. El aleteo
inmediatamente le inspiró imágenes de Fandral persiguiendo al druida errante, pero lo vio
Broll en el cielo no era un cuervo de tormenta, sino la borrosa imagen de un hipogrifo.
Y el animal tenía un jinete, aunque no podía distinguirla, no dudó ni por un
momento de que se trataba de Shandris Feathermoon.
La figura volaba bajo, justo por encima de los árboles. Y desapareció de su vista
antes de que pudiese hacerle una señal. Broll dudaba de que Shandris fuese a aterrizar
directamente en Auberdine; igual que él, encontraría un lugar más allá de la ciudad.
Ambos estaban siendo extremadamente cuidadosos, pero era un rasgo que a Broll le había
sido muy útil en el pasado y sin duda también a la general… y tenía más sentido ante la
extraña falta de luz.
Broll terminó rápidamente su transformación y luego, agarrando la figurilla, alzó el
vuelo. Como la jinete del hipogrifo, voló justo por encima de los árboles. El druida siguió
su rastro lo mejor que pudo, pero Shandris no aparecía por ninguna parte, eso posiblemente
significaba que ya había aterrizado.
Auberdine no estaba muy lejos. Los edificios bajos de madera se alzaban ahora
como tumbas amortajadas. Como poco, los puentes y senderos debían haber estado
iluminados, pero lo único que Broll podía distinguir eran las siluetas en forma de arco de
lo que debían de haber sido un par de edificios.
¿Qué ha pasado en Auberdine? Ninguno de los druidas del cónclave había
mencionado que pasara nada raro y, sin duda, al menos algunos habían atravesado la
región. Si había ocurrido algo, había sido durante los dos últimos días.
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Tempestira
P á g i n a | 83
Tempestira
Al mismo tiempo una luz plateada despejó la niebla que rodeaba a Broll. Este se
giró a la su derecha.
La luz emanada de arriba, y bañada en su gloria se veía claramente a una
sacerdotisa de Elune. Broll empezó a decirle que apagase la luz, y entonces vio quién se le
acercaba.
—Mi señora… ¡Tyrande! ¿Qué haces aquí?
—Reunirme contigo, aunque no como había planeado en principio.
Sus ojos se movieron de un oscuro rincón a otro, como si esperase que se uniesen a
ellos otros acompañantes menos deseados.
El druida abrió la boca.
—¡Me dijiste que era Shandris la que se reuniría contigo! Esperaba que viniese
ella…
—También Shandris. Pero esta tenía que ser mi misión… y cuanto más veo de esta
ciudad más entiendo que mi decisión ha sido la correcta. Si te hubiese dicho entonces que
vendría yo, podrías haberte negado y no podía permitirlo. Mis disculpas por el engaño.
—¡Suma sacerdotisa, no deberías estar aquí! Algo terrible está teniendo lugar en
Auberdine…
Asintió con gravedad.
—Ven conmigo y verás lo terrible que es.
Sobre ellos, el animal, el hipogrifo, como Broll había sospechado incluso antes de
atacarlo, dejó escapar un graznido grave y enfadado.
Tyrande le susurró algo a su montura. El hipogrifo descendió a desgana,
aterrizando cerca de su jinete. Le echó una mirada torva al druida.
—¿Qué le has hecho a Jai? —preguntó la sacerdotisa en voz baja pasando una
mano por el pico de la criatura.
—Unas hierbas que provocan picores…
La Suma sacerdotisa sonrió brevemente.
—Has tenido suerte. Me atrevería a decir que si lo hubieses intentado en otra parte
Jai no habría volado por encima de ti sino a través de ti. Pero él sabía que yo quería un
prisionero si era posible. Vivo.
Tyrande continuaba pasando la mano por la cara del animal y Broll comentó:
—Los efectos de las hierbas se pasarán en unos momentos.
—No tenemos tiempo para eso.
Un débil brillo cayó desde el cielo sobre los ojos del hipogrifo. Jai sacudió la
cabeza y luego pareció mucho más contento. Asintiendo satisfecha, la Suma sacerdotisa
volvió a mirar al druida. Su expresión permanecía seria.
—Ven conmigo. Tengo que enseñarte algo.
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Con el hipogrifo siguiéndola, Tyrande llevó a Broll hasta la casa más cercana.
Sorprendió al druida entrando en el domicilio sin dudarlo, señal de que las cosas estaban
aún peor de lo que había imaginado. Temía lo que podrían encontrar dentro.
El interior tenía algunas de las características del hogar de un elfo de la noche, pero
las plantas parecían enfermas, débiles. La niebla que cubría Auberdine había penetrado
dentro de la casa, lo que añadía una nota a la sensación de desastre inminente.
Jai, demasiado grande para entrar por la puerta, miraba inquieto. Broll observó a
Tyrande asomarse a los dormitorios. Apartándose, le indicó a Broll que mirase también.
Con mucha cautela, el druida lo hizo. Los ojos se le abrieron como platos.
Dos elfos de la noche, un hombre y una mujer, yacían sobre alfombras tejidas. El
brazo de ella estaba sobre el pecho de él. Estaban completamente inmóviles, lo que le
indicó a Broll lo peor.
—Es igual en todas las otras casas donde he mirado —dijo solemnemente su
compañera.
El druida quería acercarse a la pareja, pero se contuvo por respeto.
—¿Sabes cómo han muerto?
—No están muertos.
Él la miró. Cuando Tyrande no añadió nada más, el druida se arrodillo ante la
pareja. Se le abrieron los ojos.
Ambos respiraban de manera silenciosa pero regularmente.
—¿Están… dormidos?
—Sí… y no he podido despertar a los otros que vi antes.
A pesar de lo que ella había dicho, Broll no pudo resistirse a mover ligeramente al
elfo. Cuando no lo despertó con eso, hizo lo mismo con la elfa. Como último intento, Broll
los cogió a cada uno por el brazo y los sacudió. Apartándose el druida gruñó:
—¡Debemos encontrar el origen de este hechizo! ¡Debe de haber un mago loco
suelto!
—Haría falta uno ciertamente muy poderoso para hacer todo esto —dijo la Suma
sacerdotisa. Señaló la puerta—. Ven conmigo. Quiero enseñarte otra cosa.
Salieron de la casa y, con Jai siguiéndolos, Tyrande guió a Broll por un puente que
conectaba con las zonas más comerciales de Auberdine. La niebla ocultaba gran parte de
los detalles de la ciudad, pero Broll vio un cartel escrito en darnassiano y en lengua común
que decía «Taberna Último Refugio».
Broll sabía que la taberna, sobre todo, debería haber estado iluminada y animada.
Junto a la posada local, la taberna era uno de los pocos lugares públicos de reunión en la
ciudad.
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Broll parpadeó intentando ajustar su vista, pero parecía que la niebla se había
espesado… ¿o es que había desenfocado la vista? Las diabólicas formas con las caras de
los desafortunados habitantes de Auberdine eran de nuevo solamente formas borrosas. De
repente, el druida tuvo la sensación de estar cerca del suelo… y al palpar con las manos
descubrió que estaba de rodillas. Entonces se dio cuenta de que había estado soñando, que
los demonios solo habían existido en su subconsciente.
—¡Por la Madre Luna! —le oyó gruñir a Tyrande, pero solo en un débil eco—.
¿Qué…?
El humano de mirada vacía que había aparecido de la nada habló por fin entre la
oscuridad antinatural.
—No vuelvas a dormirte… No duermas… —susurró.
Broll notó un brazo alrededor de su hombro, y él y Tyrande, arrodillados uno junto
al otro, se vieron sostenidos débilmente por el desaliñado humano que se había agachado
junto a ellos.
El mundo se desvaneció. No desapareció. Se desvaneció, como si fuese más
recuerdo que sustancia.
Y, además, se volvió de un color verde intenso.
Auberdine no estaba. Solo era un paisaje apenas visto. Broll intentó concentrar sus
pensamientos el tiempo suficiente para comprender dónde estaban, pero entonces el paisaje
cambió como si estuviesen corriendo junto a él a un ritmo imposible para cualquier
criatura mortal.
Igual de repentinamente, su nuevo entorno perdió su tono verdoso. A su alrededor
surgieron formas muy distintivas. De nuevo era de noche y, aunque había niebla, no era tan
espesa como en Auberdine.
Broll descubrió que se estaba moviendo. Esa revelación lo hizo reaccionar e intentó
controlar su movimiento cuando aparentemente no debería haberlo hecho. El druida cayó
hacia adelante.
El suelo era duro, pero afortunadamente estaba cubierto por cierta vegetación. Broll
se las arregló para caer sobre una rodilla. Junto a él, Tyrande había tenido mejor fortuna y
había seguido dando varios pasos hasta poder controlar sus movimientos.
Fue la Suma sacerdotisa la que se las arregló para hablar primero. Sobre unas
piernas obviamente inestables, pero capaces de sostenerla, observó su entorno.
—¿Dónde… dónde estamos? ¡Esto no es Auberdine!
No era Auberdine y, a primera vista, no era ningún lugar que le resultase conocido
al druida. Sacudió la cabeza, intentando concentrarse mejor. Algunas cosas que acababan
de pasar empezaban a tener sentido… aunque no el que deseaba.
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—¿Y qué ocurre con este? Si no ha sido un hechizo, ¿cómo nos ha traído desde
Auberdine hasta aquí?
—Solo hay un camino. —El tono de Broll no podía ocultar su propia incredulidad
acerca de lo que estaba diciendo—. Creo… creo que quizá, por un instante… nos hizo
atravesar el Sueño Esmeralda.
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CAPÍTULO OCHO
LUCAN
A lgo distinto se movió cerca del amortajado lugar donde se encontraba
Malfurion, algo que era a la vez familiar… y desconocido.
El Archidruida se preguntaba qué nueva tortura tenía en mente ahora el Señor de la
Pesadilla. La agonía de su constante transformación aún lo asaltaba, pero Malfurion se las
había arreglado para mantener esa parte de su mente escudada. Sabía que su captor era
consciente de eso y quería romper ese escudo. Por eso creía que lo que ocurría ahora era su
nuevo esfuerzo por acabar con su resistencia.
Malfurion no estaba seguro de su propia capacidad para aguantar mucho más.
Hacer lo que había hecho y seguir sufriendo esa tortura le había pasado una factura muy,
muy alta. El Señor de la Pesadilla sabía bien cómo atormentarlo, golpeando justo con
quien el Archidruida amaba más o con aquello que más temía.
La forma era enorme, aunque no tanto como la sombra de un árbol gigantesco que
era lo único que Malfurion conocía de su enemigo.
La nueva forma se movía con una confianza y ligereza que molestaba al elfo de la
noche. Deseó que la espesa e inquietante niebla que rodeaba su diminuta prisión se
dispersara solo por un momento para poder ver mejor y entender qué nuevo mal iba a
aparecer.
Estoy aquí…, dijo una voz en su cabeza. Sin embargo, no era el Señor de la
Pesadilla, sino la nueva forma. Tampoco le hablaba a Malfurion, este sencillamente la
había oído cuando hablaba con otro.
Y ese otro apareció. La sombra del árbol se inclinó sobre el cuerpo retorcido de
Malfurion, y las ramas del Señor de la Pesadilla se estiraban como tentáculos hacia el
recién llegado.
Hubo silencio. Malfurion se dio cuenta de que su captor le hablaba a la forma,
pero, al contrario que esta, el Señor de la Pesadilla mantenía sus deseos ocultos a su
prisionero. El elfo de la noche se preguntó por qué era eso necesario.
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La nueva sombra dejó escapar una risa burlona. Sí… así se hará… qué broma va a
ser.
De haber podido, el Archidruida habría fruncido el ceño. Esto no era una nueva
tortura para él… al menos no directamente. Más bien, su torturador tenía algunas tareas
para aquella otra sombra.
Entenderlo le inyectó determinación a Malfurion. Dejó que su dolor concentrase
sus poderes. Seguía en el Sueño Esmeralda… o Pesadilla ahora… y, aunque hasta el
momento sus esfuerzos por atravesar la niebla y ver cómo el mal que lo barría había
cambiado aquel reino habían fracasado, quizás… quizás Malfurion podía arreglárselas para
algo más concreto.
El velo no se iba a apartar. La forma seguía siendo solo una forma. Pero el
Archidruida se concentró usando los mismos métodos que utilizaba para mirar dentro de sí
durante la meditación que precedía al abandono del cuerpo por parte de la forma astral.
Notar todo lo que provenía de esa inquietante visita se convirtió en la única misión de
Malfurion. Lo había intentado con el Señor de la Pesadilla y había fracasado, pero, si no
esperaban que lo volviese a intentar con el recién llegado…
¡Eres un bichejo demasiado curioso!
La mente de Malfurion se vio golpeada por una fuerza mental tan grande que lo
aturdió momentáneamente. Eso tuvo el curioso efecto de aminorar su dolor, aunque solo
por un segundo.
Me voy…, le dijo la sombra al silencioso torturador del elfo de la noche. El
Archidruida se las arregló para volver a concentrarse lo suficiente como para ver cómo la
forma se desvanecía entre la densa niebla.
La sombra del árbol que conformaba la presencia del Señor de la Pesadilla se
retorció para flotar sobre Malfurion. Aún te queda demasiado espíritu, pero no por mucho
tiempo… cuánto esfuerzo ¿verdad? ¿Cómo va tu corazón mortal, amigo mío?
El elfo de la noche lo entendió inmediatamente. Sintió cómo aumentaba la
debilidad que tenía origen no en su forma astral, sino en su verdadero cuerpo. Su intento de
averiguar algo más le había costado valiosas energías.
Las ramas de sombra pasaron sobre sus ojos casi como si quisieran arrancárselos.
Pero Malfurion era consciente de que sus ojos eran probablemente la parte que más a salvo
estaba de su cuerpo astral. El mal que lo retenía quería que viese, incluso aunque no
hubiese nada que ver… o quizá porque no había nada.
¿Quieres ver? Pero si solo tenías que pedirlo, amigo mío… es lo menos que puedo
hacer por alguien que cede tanto ante nuestros deseos…
Las ramas se estiraron hacia delante, separándose en dos grupos que a su vez
actuaban como manos monstruosas que apartaban la niebla… revelando por primera vez
en qué se había convertido el reino esmeralda.
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Tempestira
***
A pesar de lo que habían visto, a pesar de lo que aquello podría suponer para ellos,
Tyrande y Broll sabían que también tenían que dormir. La terrible lucha en Auberdine los
había agotado más de lo que habían creído.
No tenían ni idea de dónde estaban con respecto a Auberdine o Vallefresno, pero el
druida le había dicho a ella que creía que estaban cerca de su meta. Desgraciadamente, ella
ahora no tenía a Jai, lo que significaba que no podrían volar. Por poderoso que fuese el
cuerpo de cuervo de tormenta de Broll, no podía llevarla a ella y a su enigmático
acompañante.
Tyrande siguió estudiando al humano dormido. Parecía inofensivo y no sintió
ninguna abrumadora presencia mágica a su alrededor, aunque debería haber notado algo no
solo como Suma sacerdotisa de Elune, sino como alguien que se había pasado siglos
estudiando distintos casos de magia. Tenía algo que hablaba de alguna clase de magia, algo
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Tempestira
muy sutil, como una parte inherente de su ser más básico y no algo aumentado mediante el
estudio de las artes místicas.
Miró al cielo, que pasaba de gris a negro. Había pasado un día, un valioso día
mientras esperaban que el humano despertase. Aunque murmuraba entre sueños, no
actuaba como los habitantes de la ciudad. Puede que sus pesadillas fuesen vívidas, pero no
habían cobrado vida.
Al volver a recordar Auberdine, la Suma sacerdotisa se estremeció. Ella y Broll
habían estado cerca de convertirse en víctimas como el pobre Jai. Tyrande revivió las
pesadillas que había sufrido, unos infernales sátiros sonrientes que habían aparecido para
llevarla ante su amo y dio gracias por que el humano hubiese aparecido cuando lo hizo.
Broll le había hablado de sus propios monstruos, espantosos demonios de la Legión
Ardiente. Para ambos elfos, las criaturas eran espantosos remedos de los habitantes
dormidos de Auberdine.
No por primera vez, Tyrande quería despertar a su nuevo acompañante. Malfurion
caía cada vez más en el olvido o algo peor con cada día que pasaba. Sin embargo, ella y el
druida habían acordado que era inútil volver a intentar algo tan fútil. El humano había
permanecido inconsciente a pesar de sus primeros y enérgicos intentos. Parecía que no se
despertaría hasta que él lo decidiese así.
¡Pero volveré a perderlo!, insistió Tyrande, endureciendo su expresión. No lo
perderé, ni siquiera aunque haya sido culpa suya acabar en este…
Una sensación de vergüenza la apabulló. Malfurion había partido en busca de una
posible amenaza. Lo había hecho por el bien no solo de los druidas, sino de todo
Azeroth… igual que tantas otras veces antes…
Tyrande sacudió la cabeza intentando eliminar su remordimiento. Dio las gracias
cuando oyó moverse a Broll.
Este no se dio cuenta del cambio de su expresión, pues fijó su atención en el
humano.
—Veo que sigue durmiendo.
—Tengo mis dudas de que vaya a despertar.
—También yo. No actúa como los otros, pero dormir el día entero y la mitad de la
noche anterior…
La Suma sacerdotisa jugó con su guja. Se alegró de haberla sacado de la montura
de Jai. De no haberlo hecho, el arma se habría quedado en Auberdine. Que Tyrande llevase
en su interior los dones de la Madre Luna no la hacía invencible. La guja era un arma
sólida y necesaria.
—¿Lo dejamos aquí? No querría hacerlo, considerando cómo nos ha ayudado.
—Pienso lo mismo. Pero tenemos que llegar a Vallefresno y, aunque podría
llevarlo durante un tiempo, nos retrasaría aún más.
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Tempestira
Ella acabó por decir lo que había estado pensando casi todo el tiempo que había
estado despierta.
—Deberías ir solo. Es lo que habías planeado cuando te sugerí lo de Vallefresno.
Broll pareció horrorizarse.
—¡No te abandonaré aquí! ¡Especialmente después de lo de Auberdine! Iremos a
Vallefresno juntos. —Señaló con un grueso pulgar al humano—. Y con suerte con él…
—¿Entonces qué hacemos?
El druida parecía sentirse culpable.
—Algo que había planeado hacer más allá de Auberdine de todos modos. —De su
capa extrajo lo que había tomado de la vivienda de Fandral—. Es hora de que intente que
mi robo sirva de algo, si es posible.
Ella no podía creerse lo que estaba viendo.
—¿Es… es el ídolo de Remulos?
—Sí.
—Había oído que lo habías dejado al cuidado del Archidruida Fan…
—Y ahora lo he tomado prestado.
Su expresión le pedía a la elfa que no insistiese en el tema. Cuando Tyrande
asintió, Broll pareció aliviado y añadió:
—Puede que sea nuestra mejor esperanza si conseguimos usar bien el portal.
—¿Cómo?
—Remulos dijo que estaba conectado con un dragón verde de un gran poder. El
Aspecto Ysera no le quiso decir quién cuando añadió su influencia en su fabricación.
Remulos sospecha quién es, igual que yo, pues lo vi brevemente cuando quise limpiar la
corrupción el ídolo. Aunque no sabía el nombre, sentí su gran poder. Debe de ser uno de
sus consortes.
Lo que para la Suma sacerdotisa significaba un dragón con un conocimiento y
poder que muy pocos tenían. Tyrande entendió el razonamiento de Broll.
—¿Crees que puedas entrar en contacto con él a través de la figurilla?
—Merece la pena haber mancillado mi honor por esa esperanza, sí.
A ella no le gustó como había sonado eso.
—¿Qué hará Fandral cuando descubra que te lo has llevado de su casa?
Broll se encogió de hombros.
—No tengo ni idea, pero, si sobrevivo a esto, lo sabré.
Tyrande estudió la figurita rezando para que al druida le mereciera la pena el precio
que iba a pagar… y también a los demás.
—¿Qué esperas hacer… y cómo puedo ayudarte?
—No puedes ayudarme en nada. Esto tengo que hacer yo.
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Broll colocó la figurita en el suelo delante de él y se sentó con las piernas cruzadas.
Los ojos del dragón miraban directamente a los ojos del druida.
—Estoy intentando algo distinto. No quiero usar el propio ídolo. —De repente se
interrumpió—. De hecho, nunca pensé que volvería a ver este maldito objeto…
La Suma sacerdotisa no dijo nada, consciente del dolor que le había causado a
Broll su anterior encuentro con la figurilla. Conocía la angustia que había sufrido cuando,
debilitado, no pudo salvar a su hija de las retorcidas fuerzas del ídolo. Él hablaba más para
sí mismo que para ella.
Colocando las palmas de las manos frente al ídolo, Broll comenzó a murmurar. El
ídolo seguía conectado con el dragón, allá donde estuviese. El druida esperaba entrar en
ese enlace y tocar la mente del dragón. Tyrande sabía exactamente por qué. El dragón
verde podría darle una pista de qué era lo que estaba ocurriendo, pero, aún más importante,
era posible que pudiese ayudarlo a pasar hacia el Sueño Esmeralda. Antes, el ídolo podía
hacerlo. Broll lo había utilizado de ese modo cuando luchó contra su propia furia al
manifestarse su forma de oso. Pero eso había sido antes de que la Pesadilla hiciese que
hasta los lugares intactos fuesen difíciles de alcanzar. Sin duda tener a uno de los
guardianes de ese reino de su lado aumentaría las posibilidades no solo de supervivencia,
sino de éxito.
Un débil fulgor de luz esmeralda bañó al ídolo, y una marchita corriente de
energías surgió de la figurita.
La magia que unía al ídolo con el misterioso dragón.
De repente, Broll llamó la atención de la Suma sacerdotisa. A su alrededor se
alzaba ahora un débil fulgor de un verde más oscuro. Curiosamente, no emanaba de él,
sino del suelo cubierto de hierba en el que se sentaba. Como druida, Broll recibía gran
parte de su poder de la flora y la fauna de Azeroth, y por primera vez Tyrande lo estaba
viendo. También había poder dentro de él, ella era muy consciente de eso a través de
Malfurion, pero ese era un aspecto del oficio de su amado que no había tenido muy en
cuenta. En cierto sentido, era semejante a su conexión con la Madre Luna.
Quizás Malfurion y yo no somos tan distintos ni siquiera en eso, pensó la Suma
sacerdotisa. Y quizá por eso nos hemos alejado tanto…
Era un recordatorio de lo que ella debería haber sabido bien, pues había
experimentado las enseñanzas de Cenarius y había luchado junto a su amado y otros
druidas. Azeroth formaba gran parte de un druida, los afectaba constantemente. Malfurion,
tan compenetrado, sin duda lo sentía todo mucho, mucho más que Broll.
No puede apartarse de su vocación como yo no puedo apartarme de la mía… pero
estas vocaciones se entrecruzan igual que nuestras vidas… Si sobrevivimos a esto…
descubriremos cómo hacer que ambas se crucen… y al fin estar juntos…
Si sobrevivimos…
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El verde oscuro empezó a crecer hasta la corriente mágica que surgía a través del
plano de Azeroth, hasta allá donde ahora se encontrase el dragón. Pero apenas había
empezado a hacerlo cuando pareció fallar. Había resistencia.
Broll murmuró algo.
La resistencia se debilitó.
—¡No! ¡No debes!
El humano estaba entre ellos, con la mirada tan enloquecida como antes. Estaba
medio de rodillas, intentando alcanzar desesperadamente el ídolo.
Mientras se acercaba a la figurilla, Tyrande vio a su alrededor un paisaje que era y
no era allí donde se encontraba el trío. Una parte parecía tan simple.
La otra parte…
La Suma sacerdotisa lanzó una patada. Sin embargo, su objetivo no fue el humano,
sino el ídolo de Remulos.
La figurita del dragón salió por los aires. Rebotó contra una elevación y luego cayó
sobre una piedra pequeña.
Broll, con su hechizo destrozado, miró a la pareja con una mezcla de frustración y
confusión.
—Por el Árbol del Mundo, ¿qué estás haciendo? —le preguntó a Tyrande. El
druida se puso en pie y agarró al humano por el cuello—. ¿Qué maldad tramas? ¿Qué le
has hecho a ella?
La boca del hombre se movió, pero de ella no salió ningún sonido. Las imágenes
que Tyrande había visto a su alrededor desaparecieron y, aunque se esforzó por grabarlas
en su memoria, se desvanecieron en el olvido… igual que los sueños, tanto alegres como
oscuros, suelen hacer.
Pero se acordaba de una cosa. Saltando al lado de Broll, lo contuvo para que no
asustase más al harapiento humano.
—¡Suéltalo! ¡Quería ayudarnos!
—¿Ayudarnos? ¡Te engañó para que rompieses el hechizo justo cuando empezaba
a funcionar! —Pero respetando claramente su opinión, Broll aflojó su presa.
—No funcionaba, no funcionaba —balbuceaba el hombre, su vista fija más allá de
ellos—. Solo funcionaba para ellos, atrayéndolos…
—¿Quién? —preguntó Tyrande, colocando una mano en su hombro para calmarlo.
Por fin concentró la mirada. Posó su vista en ella.
—Yo… no lo sé… ellas… las pesadillas… —El hombre miró al suelo—. He
dormido… no puedo dormir… no dormir…
—¿Quién eres? —preguntó Broll con un tono mucho más amable—. ¿Cuál es tu
nombre?
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***
Thura observó a los desconocidos desde una colina al oeste de donde estos se
encontraban. Dos elfos de la noche y un humano.
Dos varones y una hembra. Inmediatamente descontó al humano, porque a pesar de
estar en la flor de la vida, no parecía un guerrero. Los dos elfos, por otra parte, parecían ser
oponentes más dignos. El varón era probablemente un druida. Thura respetaba el poder de
aquellos que estaban conectados a la naturaleza.
La hembra intrigó más a la orca, porque siempre había deseado comparar su
habilidad con aquellas de su género de otras razas. La elfa de la noche se movía con
impresionante gracilidad, y la guja que llevaba requería fuerza y mucho entrenamiento.
Thura confiaba, por supuesto, en su hacha, pero se preguntaba cómo sería la pelea de no
ser así.
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CAPÍTULO NUEVE
PERSIGUIENDO A UN DRAGÓN
L os druidas estaban agotados. Habían dado de sí mismos tanto como podría
haber dado cualquier ser vivo y, aunque Fandral les dijo que sus esfuerzos no estaban
siendo en vano, a muchos seguía resultándoles difícil creerlo. Teldrassil no parecía haber
cambiado… y, ciertamente, para Hamuul Runetotem el Árbol del Mundo tenía algo que
ahora lo inquietaba más.
Peor aún, su preocupación aumentaba por la repentina curiosidad de Fandral por la
ausencia de Broll. Con tantos druidas reunidos y tanta urgencia, la desaparición había
pasado desapercibida hasta después del hechizo. Pero ahora el Archidruida principal
parecía estar dándole una importancia especial.
Hamuul había prometido buscar a Broll, pero solo lo había hecho para tranquilizar
a Fandral. Desgraciadamente, no había mucho que Hamuul pudiese hacer al respecto de
una promesa que sabía, con mucha sensación de culpa, que no tenía grandes esperanzas de
cumplir.
Había intentado alejarse del cónclave, pero sabía que también acabarían por darse
cuenta de su ausencia. Con la esperanza de evitar más preguntas, se mantuvo cerca del
grupo, moviéndose aquí y allá como si siguiese buscando.
Hamuul se acercó a Naralex. Aunque tan agotado como el resto, el elfo de la noche
estaba en pie, observando una semilla que tenía en mano. Cuando el tauren se acercó,
Naralex pasó la otra mano sobre la semilla al mismo tiempo que murmuraba como si
hablase con un bebé.
La semilla se abrió. Un diminuto zarcillo brotó de él. Cuando alcanzó más de diez
centímetros, Naralex movió la mano libre hacia la izquierda. El brote se arqueó en esa
dirección.
El elfo de la noche hizo un movimiento en curva hacia la derecha. Conservando el
arco hacia la izquierda la nueva planta empezó a crecer ahora en la dirección contraria.
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Tempestira
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Tempestira
***
Habían vuelto a moverse. Broll lo sabía, incluso aunque de nuevo había sido
incapaz de concentrarse el tiempo suficiente en el lugar por el que habían atravesado.
Estaba seguro de que había sido el Sueño Esmeralda… pero entonces, ¿por qué sus
recuerdos de aquellos momentos eran tan borrosos como la niebla que cubría Auberdine?
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Y, más importante aún, ¿cómo un humano (¡Un humano!) era capaz de cruzar
físicamente el reino místico sin apenas darse cuenta?
Sin embargo, no había tiempo para pedirle respuestas a Lucan Foxblood. Los tres
seguían moviéndose, pues el repentino acto de Lucan no los había alejado del dragón…
sino que más bien casi los había colocado por debajo de él.
—¡Al suelo! —susurró Tyrande.
La sombra los sobrevoló como si le estuviera echando una carrera al viento. La
corriente creada por el dragón casi consiguió que la sugerencia de la Suma sacerdotisa se
hiciese realidad. El trío quedó sacudido y cayó de rodillas.
Pero… el dragón no se volvió. No giro y se lanzó sobre ellos. En lugar de eso, se
adentró hacia las montañas más allá de donde se encontraban ellos… y no volvió a
aparecer.
Broll fue el primero en decir en voz alta lo que los otros sin duda estaban pensando.
—A esa velocidad, debería haber ascendido o haberse estrellado…
—¿Qué hace aquí un dragón negro? —preguntó Tyrande—. Sea donde sea este
lugar…
—No era negro.
Los elfos de la noche miraron a Lucan. Aún con los ojos como platos, repetió:
—No… no era negro… era verde…
—Un humano que no distingue los colores —gruñó Broll.
—Si no los distinguiese, no vería verde en lugar de negro —señaló la Suma
sacerdotisa.
Con un tono tranquilizador, le dijo a Lucan:
—Dinos por qué dices que el dragón era verde.
Él se encogió de hombros.
—Estaba lo suficientemente cerca para verlo.
El druida sacudió la cabeza.
—Bueno, esa es una respuesta. No la correcta, dado que nosotros estábamos igual
de cerca, y era negro.
Tyrande estudió al humano. Finalmente, dijo:
—Pero es una respuesta que siento que tiene cierta verdad potencial, Broll… al
menos como Lucan la entiende. —Miró su guja—. Creo que deberíamos investigar a este
dragón que podría ser negro o podría ser verde. Podría haber una razón para que
acabásemos tan cerca de él.
—¿Y si resulta ser un dragón negro?
Ella miró en la dirección hacia la que habían visto volar a la bestia. Tyrande
preparó la guja para lanzarla.
—Entonces, lo matamos.
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Lucan miró a Broll como esperando que le dijese que la Suma sacerdotisa no
hablaba en serio. Pero, en lugar de eso, el druida sujetó al cartógrafo por el brazo y se lo
llevó, diciendo:
—Estás mejor con nosotros que solo…
Lucan no parecía tan convencido.
Retomaron su camino sobre las montañas, moviéndose tan deprisa como les
permitía la presencia de Lucan. No era lento, pero tampoco estaba en perfecto estado de
salud ni era un elfo de la noche. Pero mantenía el ritmo mejor de lo que Broll había
esperado, considerando por todo lo que había pasado el humano.
Se detuvieron solo una vez, cuando Broll sintió un picor en el cuello. Miró detrás
de él.
—¿Qué pasa? —preguntó Tyrande con voz queda.
—Me parecía que alguien nos estaba siguiendo… pero me equivocaba.
Poco después, la Suma sacerdotisa se detuvo. Lucan aprovechó el momento para
recuperar el aliento mientras los elfos de la noche hablaban.
—Si el dragón ha aterrizado… ha debido de ser muy cerca de aquí —dijo Tyrande.
—Cierto. Hemos visto unas cuantas cuevas, pero ninguna lo bastante grande para
una criatura de ese tamaño… y este es mayor que muchos, sea cual sea su color.
—Pero no lo vimos en el aire, y el paisaje, aunque sea montañoso, también
obligaría al dragón a salir a campo abierto si intentase andar.
Broll pensó.
—Quizás haya algo de razón en lo que dijo Lucan. Si el dragón es…
Tyrande le miró fijamente.
—¿Dónde está Lucan?
El druida se giró. El humano ya no estaba donde lo había dejado.
Por un momento los elfos de la noche se miraron el uno al otro como si estuviesen
pensando lo mismo… que Lucan había vuelto a desaparecer en lo que Broll sospechaba
que era parte del Sueño Esmeralda. Luego, un ruido de piedras le contó a la pareja una
verdad más sencilla. Lucan simplemente se había apartado.
O más bien… estaba trepando por la ladera de una colina a un ritmo impresionante,
considerando su agotamiento.
—¡Lucan! —llamó el druida tan prudentemente como pudo—. ¡Lucan!
Pero el cartógrafo lo ignoró. Broll se dirigió a seguirlo con Tyrande solo un paso
por detrás. Tan cerca de una posible guarida de dragón, no podían permitirse quedar al
descubierto.
Lucan se lanzó hacia la cima. Broll se las arregló para agarrarlo por el tobillo justo
antes de que el humano hubiese empezado a bajar por el otro lado. El druida se puso a su
altura.
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Tempestira
—¿Te has vuelto loco…? —Broll pensó por un momento que ya tenía su respuesta,
porque Lucan lo miraba fijamente, como si lo que le quedaba de su sentido común lo
hubiese vuelto a abandonar.
—Está ahí abajo —murmuró finalmente Lucan. Señaló hacia una de varias cuevas
que se veían abajo—. La que tiene la entrada puntiaguda. Ahí es donde está el dragón.
—¿Y tú cómo lo sabes?
Por toda respuesta, Lucan solo pudo encogerse de hombros.
Tyrande llegó hasta ellos.
—¿Lo he oído bien? ¿El dragón está ahí abajo?
—De eso está seguro, aunque de nada más. —Un ruido llamo la atención de Broll.
Miró hacia el camino por el que habían llegado—. Hay algo o alguien detrás de nosotros…
—¡No importa! ¡Lucan se va!
Broll se giró para ver que, ahora que el druida ya no lo sujetaba y ambos elfos de la
noche estaban distraídos, el hombre estaba bajando por el otro lado de la colina.
Consciente de que dejaban a algún perseguidor detrás, Broll saltó a por Lucan de todos
modos. Se las arregló para alcanzar al cartógrafo casi en la base de la colina. Girando a
Lucan para que lo mirase, Broll vio la misma mirada casi ausente.
—¿Quieres morir? —le preguntó al humano.
—No… —Lucan pareció darse cuenta al fin de dónde estaba. Se quedó aún más
pálido—. Es que… es que fui donde tenía que ir.
Rindiéndose a la imposibilidad de entender a su acompañante, Broll empezó a tirar
de Lucan hacia Tyrande, que estaba justo detrás de ellos.
Un siseo reptilesco, débil y lastimero, salió de la cueva.
Los tres se quedaron helados. La Suma sacerdotisa dio un paso hacia la cueva.
—¡Debe de haber otra entrada! —murmuró—. Eso es demasiado pequeño para un
dragón.
Broll hizo un gesto ante lo que se le había ocurrido.
—Entonces… ¡es una buena entrada para nosotros!
Tyrande asintió. Lucan tragó saliva y no dijo nada.
Preocupado por el humano, que ciertamente no era un luchador experimentado
como Varian Wrynn, Broll dijo.
—Hay unas rocas grandes allá. Puedes ocultarte entre ellas. Si no volvemos en más
o menos una hora sigue por el camino que estábamos llevando. Creo saber vagamente
dónde estamos, y es más cerca de Vallefresno de lo que pensaba.
Para sorpresa de ambos elfos, Lucan se envaró y replicó:
—No. Iré con ustedes. Me han ayudado… y yo los he traído aquí.
No había tiempo para discutir. Broll asintió, Tyrande sacó un puñal de su cinturón
y se lo dio a Lucan. Este lo tomó, aunque claramente entendía lo inútil que era contra un
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Tempestira
dragón. Aun así, el arma le daba cierto consuelo… y era probable que el humano supiera
que también podría usarlo en sí mismo si era necesario.
Broll intentó ir primero, pero Tyrande ya se había adelantado Parecía casi deseosa
de enfrentarse al dragón, como si eso le devolviese de alguna manera a Malfurion.
¿O llevarla a ella con él si mueren ambos?, se preguntó el druida repentinamente
preocupado.
Tyrande sostenía la guja preparada para arrojarla al entrar en la boca de la cueva.
Estaba oscura, pero, aunque eso podría inquietar a Lucan, no le preocupaba a ninguno de
los elfos de la noche. Aun así, la Suma sacerdotisa emitía un débil fulgor, quizá para el
humano o quizá para atraer la atención del dragón.
—Quédate cerca —le recordó Broll al cartógrafo. No dudaba de que esa fuese la
intención de Lucan, pero, con el hábito que tenía el humano de desaparecer, era buena idea
recordárselo.
La cueva giraba de un lado a otro y se estrechaba según iban avanzando. Ahora era
apenas lo bastante grande para que dos caminasen juntos. Que un dragón acechase en
alguna parte cerca de allí significaba que tenía que haber otra entrada. Eso era algo a
recordar si esta quedaba bloqueada.
Por supuesto, esa otra entrada también le permitiría al dragón perseguirlos.
La temperatura de la cueva bajó. Los dragones negros tienden a preferir moradas
más cálidas, lo que añadía verosimilitud a la sugerencia de Lucan de que Broll se había
equivocado. Pero el druida y la Suma sacerdotisa habían visto a una criatura de ébano. Si
no era un dragón negro, ¿por qué se disfrazaría así un dragón de otro color?
Broll recordó de repente algo que sus problemas presentes habían hecho que
olvidase. Una vez en el pasado, se había enfrentado a la terrible hija del dragón negro
Deathwing. Onyxia era un monstruo, pero lo que ahora recordaba Broll era que había sido
capaz de adoptar otras formas… incluso algunas más pequeñas.
Tocó a Tyrande en el hombro. La Suma sacerdotisa se giró en silencio.
—Cuidado —susurró Broll—. Puede que estos túneles sean lo bastante grandes
para el dragón después de todo.
Ella entrecerró los ojos. Tyrande Whisperwind también conocía esa capacidad de
los dragones, aún más que Broll, que no conocía sus lazos con el dragón rojo Korialstrasz.
—Sí —murmuró—. Debemos tener mucho cuidado.
Oyeron un ruido, un ligero movimiento, procedente de un lugar más profundo. Los
tres se envararon inmediatamente. Broll mantuvo a Lucan detrás de Tyrande y de él. La
Suma sacerdotisa siguió adelante antes de que Broll pudiese retenerla.
Unos pocos metros más adelante llegaron a una cámara más amplia llena de huecos
lo bastante grandes como para parecer pasillos. La cámara era quizá diez veces más alta
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Tempestira
que el druida, y las rugosas paredes mostraban caminos, algunos de ellos precarios, que
podían servir para llegar a muchos de los posibles pasillos.
Pero lo más importante era que, entre las estalagmitas que salpicaban el suelo de la
cámara, Broll vio huellas. Se arrodilló para investigarlas.
—Parecen de uno de los nuestros —le comentó el druida a Tyrande—, o son quizá
de un humano. Y están una encima de otra. Sean de quien sean, son de alguien que ha
caminado por aquí a menudo.
—Noto una corriente —dijo ella. Bajó la guja—. Hay al menos otra entrada cerca.
—¿La buscamos?
—¿Hacia dónde se dirigen la mayoría de las pisadas?
Broll las estudió más de cerca y señaló hacia su derecha.
—Hacia allá…
Cuando Broll se levantó, Lucan pestañeó y comenzó a hablarle a Tyrande. Al
notarlo, la Suma sacerdotisa colocó su mano libre en la muñeca del humano y le apretó
suavemente.
—La dirección de la corriente encaja con lo que dices —señaló la Suma sacerdotisa
soltando la muñeca de Lucan—. Podemos seguirlas o…
Tyrande se calló, su mirada repentinamente concentrada.
La luz de Elune bañó la cámara.
Y en su luz apareció una figura invisible para ellos hasta entonces, pero a quien
Lucan obviamente había notado con su peculiar talento. Tyrande se había dado cuenta de
lo que estaba a punto de decir y lo acalló para sorprender al espectador.
Llevaba una túnica larga con capucha que recordaba una combinación de la ropa de
un mago y la de algunos sacerdotes humanos. La figura era unos pocos centímetros más
alta que Broll, que no era precisamente bajo con sus más de 2 metros, pero era más ligero
de forma. Sus manos eran parecidas a las de los elfos de la noche, pero, aunque su rostro
también tenía ciertas similitudes a los suyos, era de un color mucho más pálido que no se
parecía en nada a ninguna raza de elfo que ninguno conociera.
Hasta ahí es lo que les permitió ver, pues la figura encapuchada inmediatamente
dirigió la mano hacia la amenaza más obvia, la Suma sacerdotisa.
Fue un error que Broll aprovechó con gusto.
El druida se lanzó hacia el misterioso mago, pero no como un elfo de la noche.
Broll había desaparecido, reemplazado por una figura enorme y peluda de más del doble
de su envergadura. La boca y la nariz del druida se alargaron creciendo al mismo tiempo
para crear unas salvajes fauces. Unas garras enormes agarraron al hechicero. Broll era
ahora un feroz oso.
Su enemigo se tambaleó hacia atrás bajo el peso y el impulso. Por un momento
pareció que iba a caerse. De repente, un aura verde rodeó al adversario de Broll. El druida
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salió volando hacia un lado y acabó chocando con dos duras estalagmitas, destrozando una
de ellas. El oso se desplomó, momentáneamente aturdido.
Tyrande mantuvo la guja preparada, pero no atacó. La Suma sacerdotisa se
enfrentó a la mirada del hechicero.
Y solo entonces, al ver aquellos ojos, la Suma sacerdotisa pensó que debería
reconocer a quién se estaba enfrentando. Su aspecto había cambiado, pero Tyrande estaba
segura, de otro modo su identidad le hubiese resultado conocida inmediatamente. Intentó
recordar su nombre…
Entonces para sorpresa de los tres, dejó escapar un grito de angustia. Colocó un
brazo por encima de su cara… y comenzó a transformarse.
—¡Espera! —gritó Tyrande—. ¡Espera! ¡A menos que seas uno de los dragones del
Vuelo Negro, buscamos tu ayuda, no luchar contra ti!
La transformación, que apenas había comenzado como para que su verdadera
forma pudiese ser perceptible en lo más mínimo, se detuvo. Dejando caer el brazo, el
hechicero la miró con lo que parecía ser compasión.
—¡Más te valdría estar enfrentándote a uno del linaje de Deathwing, pequeña elfa
de la noche! ¡Uno de ellos sería menos monstruoso para ti que tener que enfrentarte a mí!
—¿Eres un monstruo? —rugió Broll volviendo a su forma auténtica. Miró a su
alrededor buscando lo que en su cuerpo de oso no podía llevar con él.
Se encontraba a los pies de su enemigo, que ahora lo recogió del suelo de la
cámara.
—¡Ah! ¡Este maldito objeto! ¡Sentí su presencia! ¡Ojalá ella nunca me hubiese
pedido que le diese mi poder!
El druida se alzó.
—¡Entonces tú eres el dragón verde ligado al ídolo de Remulos!
—¡Ligado es la palabra adecuada!
La figurita voló en dirección a Broll. Cuando el elfo de la noche la tomó con una
mano, el dragón siseó:
—Atado a ella con toda mi esencia… aunque hay que reconocer que ni siquiera mi
Ysera podría haber previsto las cosas terribles que ocurrirían por ello. Cuando lo hizo, nos
permitía acudir inmediatamente en ayuda de Remulos o de aquellos que él considerase
dignos de portarla. —Miró al druida—. Y, hablando de portarla… ¡te conozco por la firma
de tu magia, si no por tu nombre! Usaste la figura hace tiempo con resultados terribles…
Broll hizo un gesto.
—Sí, terribles y entonces, cuando lo creí perdido, resultó que se había corrompido.
La forma encapuchada soltó una risotada áspera.
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—Esa corrupción no era nada comparada con el auténtico peligro, druida… Tienes
suerte de que yo sea una ruina en lugar de la maldad que podría haber alcanzado a tu
corazón hace poco…
El druida se preparó para volver a atacar, aunque era lo bastante inteligente como
para contenerse por el momento. Había más cosas que averiguar… y quizá la oportunidad
de evitar un derramamiento de sangre.
—¿Qué quieres decir con eso?
Su adversario le miró incrédulo.
—¿Estás ciego ante la Pesadilla? ¿No la has notado?
—¡Sí, la he notado, como la mayoría de los míos! Puede que no seamos dragones,
pero también hemos luchado por el Sueño Esmeralda…
—¡Tonterías! —El delgado «elfo» creció de tamaño al gritar, y sus palabras
acabaron en un rugido—. ¡No sabes nada! ¡No entiendes nada! ¡Yo, yo que estaba a su
lado, no lo entendía! La traicioné, traicioné al Sueño y ayudé al Señor de la Pesadilla a
empezar su invasión no solo de ese reino… ¡sino también de este plano mortal!
Ahora Broll al menos entendía a qué se enfrentaban. Mientras el dragón se hacía
menos «elfo» en forma y más fiel a su naturaleza, el druida se movió hacia Tyrande. Iban a
necesitar todo su poder para tener la esperanza de escapar de este dragón.
—Ahora te conozco —dijo tranquilamente al leviatán en proceso de
transformación—. ¡Eres uno de los corrompidos! Eres uno de aquellos que la Pesadilla
volvió contra Ysera…
Unas grandes alas membranosas se extendieron por toda la cámara. Cuernos largos
y afilados brotaron de su cabeza. La cintura del dragón llenaba más de dos tercios del
espacio. Los verdes eran más delgados que la mayoría, más etéreos, pero este era un
gigante que tenía que arquear su largo cuello para poder estar en pie. Los ojos… Broll se
dio cuenta de que había estado mirándolos en todo momento cuando en general los ojos de
un dragón verde estaban cerrados, pues las bestias vivían a todas horas en parte en el
Sueño. Los miraba con una fiereza que superaba incluso a la de Lucan en sus peores
momentos.
—«Uno de los corrompidos»… Qué manera más simplista de expresarlo, pequeño
elfo de la noche… ¡apenas entiendes lo que eso significa! Apenas entiendes lo que es tener
tu mente, tu corazón, tu alma… «alma» como la entendemos los dragones… ¡arrancada de
ti, devorada por la oscuridad y vuelta a colocar en tu vacía cáscara aullante!
De nuevo surgió la áspera risa, sacudiendo tanto la cueva que algunas de las
estalactitas se soltaron. El trío pudo evitar aquellas que cayeron más cerca, y el dragón no
se distrajo en absoluto por las toneladas de piedra caliza y rocas que chocaron con su piel
escamosa.
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CAPÍTULO DIEZ
UNO A UNO
V entormenta era la más fuerte de las fortalezas humanas que quedaban, un
reino que había sobrevivido a la destrucción de gran parte del continente e incluso se había
reconstruido tras la primera Guerra. Varian Wrynn ahora gobernaba Ventormenta, o más
bien la volvía a gobernar, puesto que había sido rey, había desaparecido durante un tiempo
y había vuelto recientemente. Desde el Castillo de Ventormenta, en la capital que también
llevaba el nombre del reino, el feroz líder de pelo castaño buscaba mantener tanto sus
tierras como la Alianza intactas. Varian era un hombre decidido, más aún desde la muerte
de su amada esposa Tiffin durante unos tumultos hacía casi trece años. Su único consuelo
era su hijo Anduin, que era solo un bebé en los brazos de su madre en el momento de su
trágica muerte y que había sufrido como rey durante la larga ausencia de Varian.
Y, con tanta tragedia y luchas a sus espaldas, no era sorprendente que el Rey
Varian tuviese problemas con sus sueños. Últimamente prefería dormir usando pociones
aturdidoras que alejaban esos sueños, pero solo como último recurso. Hasta que el
agotamiento le exigía dormir, era más probable que a Varian se lo viese caminando por las
almenas.
Varian era un hombre alto de mediana edad, con una belleza tosca y el pelo castaño
que se negaba a que lo amansaran; era para su gente epítome de un campeón. Pero ahora
llegaba una amenaza que Varian no sabía cómo enfrentar.
Su pueblo no se despertaba.
Más aún, cada día el número de durmientes crecía. Había empezado con uno o dos,
luego cinco, diez más. Con cada durmiente que aparecía, el pueblo se desconcertaba más.
Algunos lo creían una enfermedad, pero los estudiosos con quienes conferenció el rey
estaban seguros de que era mucho más. Alguna fuerza estaba atacando Ventormenta, en
concreto mediante una curiosa dolencia… y Varian sabía exactamente quién era.
La Horda.
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No tenía pruebas, pero a Varian le parecía que tenía sentido. Había demasiados
elementos en la Horda en quienes no se podía confiar para que respetasen la paz. Orcos
aparte, y ellos se encontraban entre aquellos de los que sospechaba Varian, el rey no podía
ver motivo alguno para creer en el honor de los elfos de sangre, elfos nobles que habían
recurrido a absorber magia demoníaca tras la pérdida de su alabada fuente de poder, la
Fuente del Sol, y se habían vuelto adictos a las energías viles. Tampoco tenía ninguna fe en
los no-muertos Renegados, que decían estar libres del mando del Rey Exánime. De toda la
Horda, los tauren eran los únicos que no provocaban inmediatamente en el gobernante de
Ventormenta ganas de desenvainar su arma, pero el hecho de que se hubiesen alineado con
los orcos los había vuelto también poco dignos de confianza.
Varian decidió escribir una misiva dirigida a Lady Jaina Proudmoore, archimaga y
gobernante de la Isla Theramore en el sureste del continente de Kalimdor, que a su vez se
encontraba al oeste, al otro lado del Mare Magnum. Llevaba días pensándolo, pero iba
posponiéndolo una y otra vez. Ahora el rey sospechaba que debería haberlo hecho desde el
momento en que se le había ocurrido.
Una centinela del muro, con casco y armadura y el orgulloso león de Ventormenta
en su coraza, lo saludó diligentemente. Era la primera centinela con la que Varian se había
tropezado en un tiempo. Incluso el contingente del castillo se había reducido a un tercio de
lo normal.
—¿Todo despejado? —preguntó.
—¡Sí, señor! —dudó la centinela, añadiendo— Todo despejado excepto por esa
maldita niebla que va creciendo más allá…
Varían se asomó por encima de las almenas. Sí que era más espesa que la noche
anterior… y que la anterior a esa. Los centinelas lo habían notado por primera vez hacía
una semana… justo antes de la mañana en que habían encontrado a los primeros
durmientes.
Se acordaba en la última vez en que Ventormenta se había visto envuelta en una
niebla así. Había sido para encubrir el avance de la Plaga de los no-muertos. Los
necrófagos la habían utilizado para acercarse a la capital. Pero, aunque existía ese
parecido, había algo más etéreo e incluso más siniestro. Esta niebla parecía estar viva… y
afectaba a la mente además de al cuerpo. Ciertamente, parecía tanto un mal sueño como
realidad.
El rey parpadeó. Por un momento hubiese jurado que había visto algo moviéndose
en la niebla. Varian se inclinó hacia delante, pero no pudo distinguir nada. Y no era un
hombre que tendiese a imaginarse cosas.
—Mantente alerta —advirtió a la centinela—. Díselo a los demás.
—Sí, Majestad.
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Tempestira
Al irse, Varian no pudo evitar un bostezo. Pronto iba a tener que descansar, pero no
hasta que se tomase la poción que le habían preparado los alquimistas. Entonces al menos
no habría sueños…
Varian frunció el ceño. La poción parecía ayudarlo a dormir. ¿También lo ayudaba
a protegerlo de aquello que alcanzaba a los que no podían despertar? No se lo había
planteado. El rey sabía que ni mucho menos estaba versado en alquimia, pero parecía más
descansado que los demás. ¿Había una conexión entre las pesadillas que todos los
durmientes parecían sufrir y el hecho de que él no tuviese sueño alguno?
La idea parecía tener sentido para Varian, y aceleró el paso. Aún debería ser
posible reunir a los alquimistas y a otros que pudiesen entenderlo mejor y presentarles su
argumento. Si le creían, quizá sería posible dejar que otros probasen las pociones y evitar
más víctimas…
Casi se chocó con un guardia al que le faltaba el aliento y que surgió de entre las
almenas. Varian, asumiendo que el hombre llegaba tarde a su puesto, pero sin tiempo para
regañarlo, rodeó al soldado.
—¡Mi señor! ¡Me han enviado a buscarlo! —dijo el hombre—. ¡Malas noticias, mi
señor!
Varían pensó instintivamente en el movimiento que creía haber visto en la niebla.
—Ahí fuera…
El casco ocultaba la mayoría de los rasgos del soldado, pero su tono revelaba su
gran confusión.
—¡No, mi señor! ¡Lo… lo hemos encontrado sobre una silla en la gran sala! ¡No…
no estaba fuera!
Un miedo intenso aferró al rey. Agarrando al soldado por los hombros, Varian
rugió:
—¿Quién? ¿Quién?
—El… ¡el príncipe! El Príncipe Anduin…
Varian notó cómo la sangre huía de su rostro.
—Anduin… mi hijo… ¿está muerto?
Prácticamente lanzó al hombre a un lado mientras bajaba las escaleras hacia el
castillo. Todo era un borrón para Varian. ¡Hacía nada que había recuperado la memoria y a
su hijo! ¿Qué cruel asesino se había llevado a Anduin?
Corriendo hacia la gran sala, esa amplia cámara de altos techos donde antaño la
tarea más importante había sido confirmar la lista de invitados a los bailes que allí tenían
lugar, Varian se topó con un ansioso grupo de guardias, sirvientes y otros trabajadores.
—¡Apártense! —gritó el rey—. ¡Abran el paso!
La gente se separó. Varian vio a su hijo. El joven era una mezcla perfecta de su
padre y su madre, con un pelo algo más claro que el de Varian y un rostro más suave, no
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Tempestira
solo debido a la herencia de Tiffin, sino a que estaba menos azotado por las inclemencias
de la vida. Aun así, para no tener todavía trece años, Anduin parecía mucho mayor.
En aquel momento también parecía, al menos a ojos de Varian, desangrado.
Anduin tenía medio cuerpo sobre la silla. El capitán de la guardia, un encallecido
veterano con una barba castaña recortada, parecía querer colocar al príncipe en una postura
más cómoda, pero con miedo de tocar al heredero real.
Varian solo vio a su hijo y, con nada más en su mente, pasó por delante del capitán
y se acercó a Anduin.
Vio como el pecho del joven subía y bajaba. La esperanza del rey creció… hasta
que oyó a Anduin dejar escapar un gemido.
Su hijo se había unido a las filas de los durmientes.
—No… —susurró el señor de Ventormenta. Sacudió a Anduin, pero el chico no se
despertaba—. No…
Levantándose al fin, Varian gruñó.
—Llévenlo a la cama. Con delicadeza. Iré pronto.
Dos de los guardias cumplieron sus órdenes. El rey añadió para el capitán:
—¡Llama a los alquimistas! Quiero verlos inmediatamente…
Se oyó un cuerno. A la vez, los presentes miraron hacia arriba. Varian supo por la
señal desde dónde venía: las almenas de donde acababa de venir.
—¡Cuiden de Anduin! —les recordó a los guardias—. ¡Y llama a los alquimistas,
capitán!
Sin molestarse en esperar respuesta, el rey volvió corriendo hacia donde había
estado paseando. En las almenas un puñado de soldados miraban fijamente en dirección a
la niebla. Cuando uno miró hacia atrás y vio al rey, avisó inmediatamente al resto. Los
centinelas se colocaron en postura firme.
—¡Dejen eso! —Varian pasó cerca de ellos para mirar más allá del límite de la
ciudad de Ventormenta—. ¿Qué están…?
Se quedó helado. Ahora sí que había figuras muy claras moviéndose dentro de la
niebla. Cientos de ellas… no… tenía que haber miles…
—Traigan a todos los soldados disponibles a… —De nuevo Varian se detuvo, pero
esta vez por otro motivo. Aunque la niebla y aquellos que estaban dentro estaban todavía
lejos, por algún motivo el rey estaba seguro de reconocerlos a todos. En cierto sentido eso
no era tan asombroso, pues eran las mismas dos personas una y otra vez.
Eran Anduin… y su madre.
Pero esa no era la amada Tiffin de los recuerdos de Varian. Cada una de las dobles
se tambaleaba en dirección a la ciudad sobre unas piernas que eran medio de hueso y de
carne verduzca putrefacta. La antaño hermosa cara de Tiffin estaba destrozada por los
gusanos y otros insectos carroñeros. Las arañas se movían por los mechones de pelo, y el
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Tempestira
vestido con el que había sido enterrada estaba manchado y desgarrado. La monstruosa
escena se repetía una y otra vez.
En cuanto a Anduin, aunque estaba entero permanecía cerca de su madre,
permitiendo que una mano esquelética se aferrase a su cuello en un gesto más posesivo que
amoroso. Para Varian era como si la horrorosa aparición le estuviese diciendo que su hijo
ahora era de ella.
—No… —Varian quería que eso fuese una pesadilla. Quería descubrir que se
encontraba entre los durmientes. Había pocas cosas que lo conmoviesen, pero esta era una
escena tenebrosa que jamás podría haber imaginado. Tenía que ser una pesadilla… tenía
que serlo.
Pero Varian se dio cuenta de que, al contrario que su hijo, estaba viviendo algo
real, incluso aunque a su manera también fuese una pesadilla. El rey había estado tomando
las pociones antes de que apareciese el primero de los durmientes; estaba seguro de que
eso lo había protegido de algún modo, consiguiendo que no tuviese sueños.
Desgraciadamente, Varian no había conectado una cosa con otra a tiempo para evitar que
su hijo cayese víctima de ello.
Y ahora, lo que fuese que acechaba tras los durmientes, tras sus inquietos sueños,
se infiltraba en la capital mostrándole sus peores miedos.
Eso le dio cierta fuerza a Varian. Se volvió al guardia más cercano, la mujer con la
que había hablado antes, y le preguntó:
—¿Ves algo en la niebla?
Su voz temblorosa le bastó para decirle lo terrible que la visión era para ella.
—Veo… a mi padre… muerto en batalla… a Tomas… un camarada de armas…
Veo…
El Rey Varian miró a los demás guardias.
—¡No ven nada más que su imaginación! ¡Nada más que sus miedos! ¡Ellos
conocen sus miedos y se alimentan de ellos! Son pesadillas, lo que significa que no son lo
que creen…
Los soldados obviamente se animaron por la fuerza de su voz. Varian ocultó su
propia ansiedad por pensar en Anduin y Tiffin. Si incluso consciente de que eran visiones
falsas lo afectaban, ¿cómo les iría a lo demás?
Desde más allá de la muralla de la capital y cerca del borde de la niebla se oyó otro
cuerno. Una de las patrullas de guardia nocturna. Por el momento Varian se había olvidado
de ellos. Esa noche eran una media docena…
—¡Llámenlos! —ordenó al corneta más cercano—. ¡Toca ya! ¡Los quiero a todos
dentro!
El soldado dio la señal. Varian esperó.
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Tempestira
Una patrulla hacia el oeste respondió. Otra más al sur también. Del noroeste llegó
otra respuesta.
La cuarta llegó de los que estaban cerca de la niebla. Varian lanzó un suspiro de
alivio al oír el cuerno…
Y entonces el sonido se cortó demasiado pronto.
Peor aún… no había respuesta alguna de las otras dos.
—¡Otra vez!
El corneta tocó. El rey y los soldados esperaron.
Silencio.
Varian miró a las figuras que se movían en la niebla. De nuevo, fue como si las
estuviese viendo desde mucho más cerca. Sabía que no era por azar, sino que era obra de
lo que se acercaba a su ciudad. Quería dejarle ver lo que estaba pasando, ver y temer…
Y lo que el monarca de Ventormenta vio lo hizo temblar, pues respondía más
preguntas. Los muchos Anduins y Tiffins ya no estaban solos. A sus filas se habían unido
figuras tambaleantes con armaduras que llevaban el orgulloso león en el pecho. Pero
Varian también podía ver los cuerpos tirados de los mismos hombres en el suelo, incluso
con sus monturas caídas a su lado. Muchos de los pálidos soldados llevaban monturas con
ojos sin pupilas y cuerpos retorcidos.
—¡Es la Plaga que vuelve por nosotros! —gritó alguien.
Sin mirar a quien lo había dicho, el rey ordenó:
—¡Silencio! ¡Es un truco de magia, nada más!
Entonces la niebla… y su ejército se detuvieron delante de la muralla. Los Anduins
y Tiffins miraron hacia arriba con su mirada sin alma fija en Varian. Detrás de ellos, las
otras figuras también miraron hacia las almenas.
Sin previo aviso, los Anduins y Tiffins miraron por encima de sus hombros a la
impía muchedumbre. Varian no pudo evitar seguir sus miradas.
Al principio solo vio a los soldados mezclados con ellos. Luego otras figuras se
volvieron más claras. Aunque sus formas no se distinguían del todo… eran como
oníricas… sus rostros eran terribles parodias de gente normal.
Y entonces… entre ellos vio a alguien más conocido. A una mujer de hermoso
rostro con largo pelo rubio. Si no hubiese estado vestida como una maga, Varian la habría
ignorado como una sombra más.
Era Lady Jaina Proudmoore.
Su expresión era tan temible como la del resto, atrapada entre el horror y la muerte.
Varian dio un paso atrás, comprendiendo que la situación era aún más terrible de lo que
había imaginado. Como para confirmarlo, a la derecha de Jaina se formó otra figura a
partir de la misma niebla. La cara le resultaba desconocida al rey, pero eso no importaba.
Vio otra y otra tomando forma.
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Tempestira
***
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Tyrande le pidió a Elune que disminuyese su luz, dejándola a un nivel que aún
sirviese para que Lucan lo viese todo.
Eranikus se dejó caer y acabó sentado en una parte de la pared que sobresalía como
una silla.
—Oh, grande —murmuró Tyrande—, si estuviste corrompido, obviamente ya no es
así. Cualesquiera que sean los fracasos que crees haber cometido, ahora tienes la
posibilidad de corregirlos.
A cambio de su sugerencia, Tyrande recibió otra risa amarga.
—¡Que ingenuidad! ¿Cuánto has vivido, elfa de la noche? ¿Mil, cinco mil años?
Ella se alzó orgullosa.
—¡Luché contra la Legión Ardiente la primera vez que apareció en Azeroth! ¡Me
enfrenté a Azshara! ¡Estaba allí cuando destruyeron el Pozo de la Eternidad!
—Más de diez mil años, entonces —respondió Eranikus y su tono no sonaba
impresionado—. En tiempo y experiencia, no es más que una mota comparada con las de
mi raza y desde luego con la de alguien de mi edad. Pero aun así tienes una ligera medida
de mi miseria, ¿puedes pensar en tus más terribles fracasos?
—Soy muy consciente de ellos, sí…
—Entonces multiplícalos por una magnitud tan grande como la altura del Árbol del
Mundo y posiblemente apenas podrás entenderlo… —Frunció el ceño Eranikus, pero su
humor se dirigía hacia sí mismo—. He hecho cosas terribles… ¡y lo peor de todo es que
podría volver a hacerlas!
Broll y Tyrande se miraron el uno al otro. La Suma sacerdotisa dijo al fin:
—Pero estás libre de la corrupción… Yo estuve allí… ¡De hecho fue la luz de
Elune, a través de mí misma y de varias sacerdotisas, la que finalmente te limpió! ¡Te
hubiese reconocido de inmediato de no ser porque habías cambiado de forma!
—Eso creí yo también… ¡pero cuando la Pesadilla creció descubrí la verdad! La
sombra siempre estará conmigo mientras exista… y por mi culpa existe en el reino de mi
señora… —gruñó—. ¡Y por eso no adopto la forma de elfo de la noche que conoces y por
eso me disfrazo como dragón negro cuando me veo obligado a volar en busca de sustento!
¡No quería que nadie supiera que era yo! ¡No quería que nadie me buscase!
—Pero Ysera y el Sueño Esmeralda… —empezó a decir la Suma sacerdotisa.
—¡Llámalo como debería ser! ¡Llámalo como será! ¡Llámalo la Pesadilla
Esmeralda! ¡Nuestra Pesadilla!
Mientras gritaba, Eranikus se puso en pie. Su forma cambió, volviéndose otra vez
parte elfo, parte dragón. También tenía un aspecto más etéreo, como si fuese parte onírico.
Entonces la figura encapuchada se solidificó. Eranikus se quedó mirando al espacio
con expresión horrorizada.
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—No… casi… no debería haber hecho eso… La línea entre los dos reinos se
desvanece… pero no debería ser tan malo aún…
Detrás de Tyrande, Lucan se movió hacia las sombras. Broll se dio cuenta, y
Eranikus se dio cuenta de que Broll miraba.
—Humanooo…
El dragón verde, aún en una extraña mezcla de sus dos yo, se acercó hacia Lucan.
La cara élfica tenía un morro y dientes demasiado afilados para la forma mortal. Unas
pequeñas alas se movieron agitadas y lo que deberían haber sido manos eran garras
salvajes de largas uñas.
—Viene del humanooo…
La Suma sacerdotisa adoptó una postura defensiva delante del cartógrafo.
—Con el debido respeto, él está bajo la protección de Elune.
Broll se acercó a ella.
—Y también bajo la protección de este druida.
Eranikus movió una mano.
Los dos elfos de la noche se vieron arrojados en direcciones opuestas dejando a
Lucan delante del dragón verde.
Envarándose, el hombre dio un paso adelante.
—¡Mátame y acaba con esto si quieres! He sufrido demasiado como para
preocuparme por que me devore un monstruo.
—Prefiero algo más sencillo —respondió con acritud Eranikus. Su rostro volvió a
ser algo más élfico mientras estudiaba al desharrapado mortal—. Solo quiero verte más
profundamente…
Tyrande se puso en pie, preparando su guja para lanzarla. Sin embargo, Broll, que
también se había levantado, le hizo un gesto de que se contuviese. Podía notar que el
dragón no quería hacerle daño… al menos por el momento.
Y, si eso cambiaba, Broll ya tenía un ataque en mente.
Eranikus se agachó en dirección a Lucan, que no era un humano muy bajo. El
cartógrafo miró valientemente al dragón a medio transformar, que acercó un dedo con
garra hacia su pecho.
—Los humanos siempre son los soñadores más fascinantes —murmuró Eranikus,
sonando más tranquilo—. Qué diversidad de imaginación, de deseo. Sus sueños pueden
crear belleza y horror en el mismo momento.
—No me gusta soñar —dijo el hombre.
Esto le provocó una inesperada risa al dragón.
—Ni tampoco a mí últimamente, tampoco a mí.
La garra se quedó a milímetros de Lucan… y de repente, ambas figuras emitieron
un fulgor esmeralda.
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Para sorpresa de los dos elfos de la noche, su pregunta pareció llenar al poderoso
dragón con un temor renovado.
—¿Lo hace? ¿Sí? —Eranikus le mostró los dientes a Lucan, haciendo que el
hombre y los elfos de la noche se preparasen para lo peor—. ¿Entra en la Pesadilla?
—Eso creemos —replicó Broll con su hechizo preparado—. Y sale limpio, aunque
no sin verse afectado.
—No debería ser… pero nació allí, y la llamada es de allí… pero Azeroth también
lo llama… —Eranikus dio un paso atrás sin perder de vista a Lucan—. ¿Y cuánto tiempo
llevas sufriendo eso, pequeño mortal?
—Me llamo Lucan Foxblood.
Habiendo descubierto que podía enfrentarse a un dragón, el cartógrafo también
había descubierto que no le gustaba que lo llamasen «pequeño mortal».
—El derecho de corrección es tuyo en ese caso —respondió Eranikus en un tono
que decía que el humano no tenía razón en mucho más.
Por razonablemente que un dragón hablase con una criatura que no era de su clase,
la mayoría lo seguía haciendo con la sensación innata de que su raza era la primera y
principal de los hijos de Azeroth.
—¡Dime! ¿Cuándo lo sufriste por primera vez? ¿Lo recuerdas?
—Siempre he soñado con una tierra idílica, libre de la interferencia del tiempo y la
gente —declaró Lucan, casi nostálgico. Pero su expresión se oscureció después—. Pero las
primeras pesadillas… los primeros malos sueños… —se detuvo para pensar y luego se lo
contó.
Eranikus frunció el ceño.
—Hace apenas unos años. Un parpadeo para los dragones, pero mucho tiempo para
los mortales, lo sé…
—Demasiado tiempo —replicó el cartógrafo.
—¡Y demasiada coincidencia! —gruñó Broll haciendo que el resto lo mirase. Miró
sombríamente a Tyrande—. Por lo que he entendido, las pesadillas de Lucan comenzaron
justo antes de que tú encontrases el cuerpo de Malfurion…
***
A pesar de su tamaño, los orcos pueden ser extremadamente sigilosos. Thura era
una de esos orcos sigilosos. Había conseguido seguir al trío sin ser vista e incluso lo
bastante como para oír sus voces. No todas las palabras tenían sentido y algunas habían
resultado ininteligibles, pero una palabra en particular la inquietó.
El nombre del malvado. El vil elfo de la noche. Malfurion.
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CAPÍTULO ONCE
HACIA TALLOUMBRÍO
P oca luz se filtraba desde fuera. La mayoría de la luz que se veía en la cueva
aún se debía a Tyrande. Aun así, la débil luz del exterior parecía poner todavía más
nervioso al dragón.
—Esto no es natural —murmuró—. El cielo debería brillar más.
Eranikus cerró los ojos un momento. Su expresión se endureció, los volvió a abrir y
les dijo:
—¡No deberían haberse quedado! He visto el exterior. No hay tantas nubes
bloqueando el sol sino una niebla que a estas alturas tendría que haberse disipado. No es
natural… siento… siento la Pesadilla más cerca que nunca…
El dragón verde rara vez llamaba al reino por el nombre por el que se conocía
desde tiempo inmemorial. Para él allí solo existía el horror en que se había convertido.
No hizo mención tampoco al destino de su señora Ysera, lo que a Broll no le dio
buena espina. Pero, a pesar de estar tan obviamente preocupado por su reina y compañera,
Eranikus se negó a acompañarlos a Vallefresno… un tema que se había convertido en una
discusión que había durado toda la noche.
Eranikus permaneció en su forma de falso elfo, como si ser él mismo durante un
breve periodo de tiempo fuese arriesgarse a volver a corromperse. El dragón les había
dicho que se fueran más de una vez, pero ni el druida ni la Suma sacerdotisa se habían
movido, ni siquiera cuando los había amenazado. A ambos les resultaba obvio que, siendo
la situación tan grave en el reino del sueño, iban a necesitar la ayuda de alguien que lo
conociese mejor aún que Broll. Afortunadamente, había quedado muy claro que por sus
propias razones Eranikus no tenía ninguna intención de hacerles daño.
—He sido muy paciente —gruño el dragón dándoles la espalda—. Márchense antes
de que los eche de este lugar.
—Podrías haberlo hecho más de una vez —señaló Broll—, y no lo has hecho.
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***
Lucan oía todo esto con una sensación de fatalidad inminente. Lo que se discutía lo
superaba, pero sí entendía que la cosa estaba empeorando y que, a pesar de que deseara
que no fuese así, de algún modo estaba vinculado a ellos.
Un deseo de tener al menos un poco de silencio había ido creciendo gradualmente
en él. El cartógrafo finalmente cedió. Con los elfos de la noche todavía discutiendo con el
dragón, Lucan decidió separarse de ellos. No muy lejos. Solo lo suficiente como para tener
un poco de paz.
Eranikus bloqueaba el camino por el que habían entrado, así que Lucan se
encaminó en dirección opuesta. Escogió un pasillo al azar, ya que le importaba solo que
fuese lo bastante largo como para escapar de las voces. Cada vez deseaba más alejarse.
Aunque no era ni mucho menos tan sigiloso como el druida o la Suma sacerdotisa,
el humano salió de la cámara sin que se dieran cuenta. Respirando ya con mayor facilidad,
Lucan tastabilló por el desigual y estrecho pasillo.
Las voces lo seguían. Insatisfecho, Lucan siguió adelante. La discusión se convirtió
en meros sonidos, pero seguía sin ser suficiente.
Lucan había dejado de la zona iluminada, pero un débil rayo de luz delante de él le
permitía al menos cierta visibilidad. Instintivamente se dirigió hacia él.
Al fin encontró una salida al exterior. Afuera apenas había más luz que allí donde
estaba y unos tentáculos de niebla entraban por el pasillo, pero, a pesar de su cautela,
Lucan sintió la necesidad de continuar. No había nada de malo en dar un solo paso fuera.
Si le parecía mínimamente peligroso, lo único que tenía que hacer era volver a entrar.
Convencido por esa lógica, el humano salió del pasillo. Vio un desdibujado paisaje
que al principio le hizo pensar en el prístino paisaje esmeralda con el que siempre había
soñado y en el que aparentemente había entrado y ahora temía.
Aun así, salir después de una noche en la cueva le resultó de cierto alivio a Lucan.
Solo me quedaré aquí un momento, prometió. Quizás… quizás para entonces ellos ya
sabrán qué hacer.
Lo único de lo que estaba seguro era de que no tenía ningún deseo de ir a
Vallefresno. Ya se había dado cuenta de que en cierto sentido aquel lugar estaba
relacionado con el reino del sueño. Lucan no les había dicho a los elfos de la noche que,
cuanto más cerca estaba de cosas que estaban vinculadas con lo que el dragón llamaba con
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Antes de que el cartógrafo pudiese ver algo más, se vio arrastrado hasta ponerse en
pie, y luego lo dieron la vuelta.
Sí que era un orco y era una hembra, aunque con una cara que Lucan esperaba por
el bien de ella que fuese atractiva para los de su raza. La boca era ancha y la nariz corta y
aplastada. Los ojos tan odiosamente fijos en él eran los únicos rasgos que podría llamar
atractivos. De hecho, habrían resultado hermosos en una humana.
El filo de un hacha se colocó bajo su barbilla. La orca gruñó:
—¡Llévame hasta él!
—¿Hasta… hasta quién?
—¡Aquel que no tiene honor! ¡El vil asesino! ¡El mal que lo amenaza todo! ¡El elfo
de la noche que se hace llamar Malfurion Stormrage!
Lucan intentó levantar la barbilla, pero el hacha la siguió. Con los dientes apretados
respondió:
—¡No sé… no sé dónde encontrarlo!
Esto no le sentó bien a su captora. Lucan se preguntaba por qué no volvía a
Azeroth como siempre había hecho otras veces. Se concentró… pero no ocurrió nada,
excepto que la orca le apretó el hacha contra el cuello con más fuerza.
—¡Lo sabes! ¡La visión me lo dijo anoche! Te vi allí cuando él mató al gran y leal
Brox…
—No… no tengo ni idea de qué… —se detuvo cuando una dolorosa sensación bajo
su barbilla le informó de que el filo del hacha había provocado sangre.
—¡Era distinto otra vez! ¡Siempre me dice qué hacer! ¡Estoy cerca, humano!
Vengaré a mi pariente… ¡y tú me ayudarás o compartirás el destino del elfo de la noche!
Lucan sabía que hablaba en serio. Murmuró cautelosamente:
—Sí… te llevaré allí.
El hacha bajó. La orca se inclinó hacia él; su aliento era casi tan fuerte como el olor
de su cuerpo. Miró más allá de él con su mente en otra parte.
—Mi venganza está escrita… ¡Soñé que saldrías y por dónde, y ha ocurrido!
Malfurion morirá…
Lo volvió a girar de nuevo para que la guiase. Solo entonces vio Lucan por primera
vez el lugar a través del que, en otras ocasiones, solo había pasado medio muerto o a toda
velocidad.
El paisaje que tenían más cerca era idílico, un lugar inmaculado de belleza natural.
Una hierba larga y suelta se extendía por campos moteados por colinas y frondosos
árboles. Había señales de vida animal, sobre todo pájaros, en la distancia. Pensó que
ciertamente era algo como salido de un sueño.
Entonces el cartógrafo se dio cuenta de que no había pájaros cerca de ellos. Todos
estaban lejos. Al no ver nada en la dirección en que estaba, miró por encima de su hombro.
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***
Eranikus se estremeció.
—¡El portal fue abierto! —Miró a su alrededor—¿Dónde está el humano?
Toda discusión quedó olvidada mientras el trío empezó a buscar a Lucan. Broll
captó su rastro primero.
—¡Ha ido por aquí!
Tyrande siguió al druida, pero Eranikus se giró en dirección contraria. Ninguno de
los elfos de la noche tenía tiempo para preocuparse del dragón, que parecía decidido a no
ayudarlos.
Broll salió a cielo abierto momentos después. La niebla era más espesa y le
recordaba demasiado a Auberdine.
—¿Lo ves? —preguntó la Suma sacerdotisa.
—No, pero con esta niebla puede que solo esté a unos metros de aquí.
Tyrande colocó una palma delante de ella y comenzó a rezar para sí. La niebla
empezó a disiparse, como si la empujase una mano invisible.
Pero en la zona que se mostraba no había rastro del cartógrafo. El druida volvió a
estudiar el terreno, encontrando rápidamente las huellas apenas visibles de Lucan.
—Se fue por aquí, pero parece que caminaba de un sitio a otro. Él… —Broll se
detuvo, luego presionó su cara contra el duro suelo mientras captaba otros detalles—. Hay
otras huellas… y por su forma yo diría que de un orco.
—¿Un orco? ¿Aquí?
Un ruidoso batir de alas hizo que los dos elfos de la noche mirasen hacia arriba y
detrás. Por encima, la inmensa forma del dragón verde aparecía en toda su majestuosidad.
Era enorme en comparación con la mayoría de los dragones que había visto, aparte de los
Grandes Aspectos. Pero Eranikus también era más delgado, más largo que muchos. Se
quedó flotando con sus enormes alas membranosas extendidas a cada lado. De su coronilla
surgían hacia atrás dos largos cuernos. Sus estrechas mandíbulas se abrieron mostrando
unos inquietantes dientes afilados tan largos como un brazo de Broll. Bajo la barbilla, un
menudo mechón de pelo le daba al consorte de Ysera un aspecto más intelectual.
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El gran dragón parecía preocupado, tanto que la inquietud de los elfos de la noche
aumentó grandemente.
—Bien podríamos preguntarlo, pequeño druida… bien podríamos preguntarlo.
Descendió al suelo y, con una inclinación de cabeza, les indicó que subiesen sobre
su cuello. Tyrande ya había montado en dragones, así que obedeció sin dudarlo. Broll
frunció el ceño, pero la siguió inmediatamente. Su forma de pájaro no podría seguirle el
ritmo a un dragón.
En cuanto estuvieron preparados, Eranikus se elevó. Trazó un círculo y luego se
dirigió hacia donde el druida había supuesto que se encontraba Vallefresno.
—¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar? —gritó Tyrande—. ¿Cuánto tiempo
tardaremos hasta Vallefresno?
—¡No mucho, pero quizás demasiado! —le gritó a su vez el dragón—. ¡Apriétense
contra mi cuello y sujétense bien!
Surcaron el cielo a una velocidad que casi les quitó la respiración a los elfos de la
noche. Las ráfagas de viento podrían haber sido más difíciles de resistir, pero Eranikus
arqueó el cuello para ofrecerles cierta protección.
Broll se atrevió a inclinarse a su derecha lo suficiente como para ver algo del suelo.
Lo que vio lo dejó más preocupado. Había niebla por todas partes. No era una extensión
continua y espesa, pero había separaciones. Ciertamente, el dibujo le recordaba a algo.
Como druida, por fin se le ocurrió. Ramas… los tentáculos de niebla parecen
ramas de un árbol maléfico.
El parecido se veía acentuado por zonas que recordaban a hojas con bordes
aserrados. Eso le recordó las visiones había tenido antes y se preguntó por su relación con
todo eso.
Volaron y volaron. Las colinas se convirtieron en bosques. El aire se enfrió un
poco. Los árboles pasaron a ser un frondoso bosque verde que Broll conocía de viajes
anteriores.
—Lo veo… —les informó Eranikus—. Talloumbrío se encuentra justo delante…
«Justo delante» para el dragón seguía significando para sus pasajeros que no lo
verían hasta pasados unos minutos. Entonces…
—¡Lo veo! —gritó Tyrande.
Broll le tocó en la espalda en señal de reconocimiento. Él también podía ver al fin
el Gran Árbol.
Quedaba empequeñecido por sus más poderosos parientes, pero aún se alzaba sobre
la región como un monarca por derecho propio. Desde la distancia el árbol parecía estar
bien, incluso aunque su base estuviese cubierta de niebla. Sus vastas ramas se extendían
más de un kilómetro y entre ellas se podía encontrar a una multitud de criaturas,
incluyendo a muchas de aquellas que servían a los guardianes. Era uno entre un puñado de
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CAPÍTULO DOCE
SIRVIENTES DE LA PESADILLA
E l dragón verde no era tan grande como Eranikus, pero sí era de gran tamaño y
estaba decidido a acabar con los elfos de la noche. Broll lanzó el hechizo de calma que
había funcionado al menos en parte con el consorte de Ysera con la esperanza de frenar a
la bestia que los atacaba.
Pero sus esfuerzos solo se vieron recompensados con más risotadas malévolas. El
dragón habría caído sobre ellos de no ser por Tyrande, que empujó al druida a un lado y
lanzó su guja.
Brillando con la majestuosidad de Elene, el arma de tres filos giró certera hacia su
objetivo. La punta hizo un corte en el hocico del dragón, justo sobre la zona de color rojo
que casi parecía una barba y, aunque el monstruo parecía semiinsustancial, un relámpago
de oscura energía esmeralda salió del corte. El dragón cornudo arqueó el cuello, más
furioso que herido. Desplegó completamente las alas, mostrando una membrana roja que
contrastaba llamativamente con su color verde. Los demoníacos ojos de Lethon estaban
abiertos por la furia, y estaba claro que, al contrario que Eranikus u otros pertenecientes al
vuelo verde, que generalmente mantenían los ojos cerrados y lo observaban todo a través
de un estado semidormido, el corrupto gigante veía muy bien.
—Hay que enseñarles cuál es su sitio… —siseó la bestia cuando la guja regresó a
Tyrande.
—¡Aléjate del portal! —ordenó Broll—. ¡Retírate de él!
La pareja se echó hacia atrás, intentando regresar a Vallefresno, pero las energías
del portal se extendieron para seguirlos. No importaba cuánto empujaban, no podían
alcanzar el plano mortal.
Entonces una poderosa figura intentó alcanzarlo. Gnarl, medio sumergido en las
energías del portal, agarró a Tyrande con una enorme mano y a Broll con la otra mientras
el siniestro dragón se lanzaba hacia delante.
—No pueden escapar… ¡la Pesadilla los rodea y está en su interior!
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Al decir eso, del mismo aire que rodeaba a los elfos de la noche se formaron
criaturas de sombra que hicieron que Tyrande dejase escapar un grito ahogado. Aunque
solo eran siluetas, tenían el aspecto de sátiros. Sus musculadas patas eran semejantes a las
de las cabras, acabando en unas pesadas pezuñas hendidas, y en sus cabezas había afilados
cuernos que caían hacia atrás. Había rastros de otros rasgos de los sátiros, como las largas
colas y las barbas, mientras que los torsos y las cabezas recordaban a los de los elfos de la
noche. La silueta de sus salvajes garras estaba bastante definida. El hecho de que fuesen
sombras añadía una nueva dimensión al horror de aquellos que se habían enfrentado a los
auténticos demonios en el pasado.
Su número creció rápidamente, amenazando con aplastar al trío. Gnarl empujó a
los elfos de la noche detrás de él y luego se enfrentó a las sombras de los sátiros. Estos
saltaron contra el anciano con feroz despreocupación. Arañaron, arrancaron y mordieron
con sus colmillos y garras de ébano. Atravesaron la dura corteza. Una savia de color
marrón oscuro goteaba por los cortes del anciano, pero Gnarl no parecía impresionado por
las heridas que había recibido.
El anciano agarró a una de las sombras y apretó. La silueta se hizo mil pedazos.
Gnarl cogió a otra e hizo lo mismo.
Pero los pedazos de la primera se volvieron a unir en diferentes lugares. De la
sombra que había destruido nació media docena más. Lo mismo ocurrió con los
fragmentos de la segunda.
Pero el anciano les había conseguido tiempo a sus dos compañeros para planear sus
propios contraataques. La Suma sacerdotisa lanzó su guja. El arma se convirtió en una
muerte voladora cortando sombra tras sombra. La luz de la luna que rodeaba los filos
quemaba luego las siluetas cortadas.
En cuanto a Broll, se transformó, tomando de nuevo forma de oso. El enorme oso
oscuro cayó sobre las sombras de los sátiros. Las garras destrozaron y atravesaron a las
siluetas mientras brillaban con llamas de color púrpura. Las sombras caían a docenas
mientas Broll dejaba que su instinto animal se hiciese cargo de la situación.
La insidiosa risa del dragón ahogó todos los demás sonidos. Se acercó a Broll.
—¡Tus llamitas no me harán daño!
El leviatán abrió la boca y exhaló. Una gran nube de oscuridad total emergió de
ella y envolvió al druida. Broll no podía ni ver ni sentir nada. Gruñendo, cortó y mordió,
pero no encontró nada sólido.
¡Padre! ¡Padre!
El gigantesco oso enseñó los dientes, desconfiado y ansioso. Broll reconoció la voz
de su hija.
¡No, padre, no!
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Sabía que no era real, que era una pesadilla provocada por el dragón… pero el grito
parecía tan real.
Por un momento Broll vio a una elfa de la noche. Eso reforzó su melancolía por
Anessa. El druida recuperó su forma normal…
Las sombras lo presionaban… pero de ellas también apareció la figura que había
visto. Lo agarró con fuerza y tiró de él.
—¡Broll! ¡Despierta!
Pestañeó, sin saber cuándo había cerrado los ojos.
—¿A-Anessa?
—¡No! ¡Tyrande!
—Tyrande…
El druida recuperó el sentido. Estaba junto a la Suma sacerdotisa, que tenía un
brazo alrededor de su cintura mientras en la otra mano esgrimía la enorme guja reluciente.
La luz de Elune aún estaba en arma, dándole poder contra las sombras de los sátiros.
—¡Aquí viene otra vez! —le advirtió.
Broll no tenía que preguntar quién, pues el monstruoso dragón ya se encontraba
sobre ellos. De Gnarl no había ni rastro, y el druida también se preguntaba qué le había
pasado a Eranikus. ¿Los había traído hasta aquí para que este otro dragón acabase con
ellos? No… ¡eso no tiene sentido! ¡Si fuese así, también él estaría aquí asegurándose de
nuestras muertes!
Pero lo que importaba más en ese momento era sobrevivir. El dragón se lanzó hacia
abajo con la boca abierta. Broll se temió otra niebla de oscuras pesadillas.
Entonces, con un rugido gutural, Gnarl volvió a la escena. Del cuerpo del anciano
colgaban pedazos de su corteza, y savia caía por todas partes, pero Gnarl no mostró
debilidad alguna mientras agarraba al monstruoso reptil.
—¡No serán tuyos, Lethon! —gruñó.
—Todos serán nuestros… —se burló el dragón corrupto—. Azeroth y el Sueño han
estado inexorablemente unidos desde la creación del mundo… y por lo tanto están unidos
al Sueño y todo lo que es… No pueden esconderse de lo que está en su interior…
Lethon… Broll conocía ese nombre.
—¡Fue asesinado! —le dijo el druida a Tyrande mientras luchaban por escapar de
las energías del malévolo portal—. ¡Lethon debería estar muerto!
—¿Entonces cómo existe aquí?
El druida lo entendió de repente. Explicaba por qué las energías habían seguido a la
pareja.
—¡Solo su cuerpo astral sigue vivo! ¡Es un dragón verde, uno de los más
conectados al Sueño! ¡Lo que lo haya corrompido debe de ser capaz de mantener esa parte
suya «viva», pero solo mientras esté lejos del plano mortal!
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Lethon se interpuso entre el gigante y el druida. Giró ante Broll y las risas del
dragón le provocaron un escalofrío involuntario al gran oso. Broll le rugió al dragón
mientras intentaba encontrar un modo de sobrepasarlo. Más atrás, Tyrande luchaba con las
sombras que habían redoblado el ataque contra su posición.
—Malgastas el aliento… Nadie puede escapar… Nadie puede huir… Nos
perteneces…
Gnarl estaba medio sumido en la niebla. Todavía más y más manos le agarraban los
brazos, luchaban contra sus piernas y se aferraban a su torso. Otras tiraban de la cabeza del
valiente guardián e incluso buscaban ahogar su voz.
Pero Gnarl consiguió lanzar un grito.
—¡Huyan a través del portal! ¡Huyan a través del…!
Las manos, parecidas a las de elfos de la noche, humanos, orcos, tauren y otras
criaturas de Azeroth, ahora cubrían prácticamente al anciano. Había tantas que el propio
Gnarl apenas podía moverse. Arrastraron un pie hacia la niebla. A eso se le unió un
hombro, luego el brazo entero. La cabeza de Gnarl desapareció en la impenetrable niebla.
El anciano tembló. Luego pareció quedar sin fuerzas.
Las manos arrastraron el resto de su cuerpo dentro de la niebla.
Tyrande había estado buscando un camino al otro lado de Lethon, pero no se abrió
hasta que no desapareció Gnarl. Tan desesperada estaba por alcanzar a su aliado que la
Suma sacerdotisa dio unos pasos hacia delante antes de darse cuenta de que no solo era
demasiado tarde para Gnarl, sino que Lethon había dejado que se pusiera ella sola en un
compromiso para hacer de ella su siguiente víctima.
Aparecieron las primeras manos, tan hambrientas como antes.
Obligada a salvarse del destino de Gnarl, la Suma sacerdotisa desvió su atención de
Lethon para combatir con las manos, con la luz de Elune y con su guja.
Un aullido titánico sacudió a los tres combatientes. Una forma brillante apareció
entre ellos. Eranikus.
Los ojos cerrados del dragón esmeralda estaban fijos en Lethon. El corrompido
leviatán rugió de repente. Se giró y gritó:
—Los arboles… ¡se me acercan!
Al decir esto, Broll y los otros vieron lo que parecían ser unos inofensivos árboles
reunirse alrededor del dragón corrompido. Para el druida parecían ser inocuos,
sanadores… pero para Lethon era como si su mero roce fuese venenoso.
Pero entonces Lethon sacudió la cabeza. Los árboles de niebla desaparecieron.
Lethon miró a Eranikus con expresión asesina.
—¡Estoy más allá de esos nimios ataques del sueño! Ciertamente, tú sueñas
demasiado, querido Eranikus… Sueñas demasiado y entiendes muy poco de en qué me he
convertido mediante el poder creciente de la Pesadilla…
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Las zonas quemadas se curaron. Lethon se inclinó hacia delante y, aunque no era
tan grande como Eranikus, era temible.
—Pero volverás a entenderlo cuando vuelvas a ser uno de nosotros…
Lethon abrió los ojos de par en par… y cambiaron, revelando que lo que habían
visto antes había sido una ilusión. Ahora llegaba la temible realidad.
Eran pozos, pozos tan oscuros que parecían querer tragarse a aquellos a los que
miraban. En ellos había la misma hambre y el mismo horror que los que habían exhibido
las manos. Pero en el dragón se habían convertido en una maldad distinta, una maldad
personal.
—¡Ahora solo soy corrupción, Eranikus! Me ha consumido, y saboreo ese
consumo…
—Entonces… entonces no hay motivo para que sigas viviendo…
El compañero de Ysera miró enfurecido a Lethon.
Broll se dio cuenta de que el dragón corrompido no se había atemorizado ni había
luchado. En lugar de eso, Lethon aguardaba… expectante.
—¡Eranikus! —gritó el druida—. ¡Cuidado! ¡Hay otro!
Lethon giró la cabeza, y sus ojos vacíos quisieron atravesar el alma de Broll. El
druida dejó escapar un grito ahogado, pero luchó contra la terrible sensación.
La niebla que rodeaba a Eranikus se fundió en una espantosa forma que era la
Pesadilla encarnada. Era uno de los de la raza de Eranikus, pero apenas. La gran
majestuosidad de un dragón verde había sido remplazada por algo tan enfermizo que su
carne estaba podrida. Era hembra, pero ahora apenas reconocible. Las membranas violetas
de las alas estaban hechas jirones, y un hedor a putrefacción envolvió a los elfos de la
noche.
Tyrande tembló, reviviendo la primera guerra contra la Legión Ardiente, cuando la
tierra quedó cubierta de muertos inocentes. Broll dejó escapar un gemido de dolor al ver a
Anessa morir de nuevo junto a tantos otros en la batalla, mucho más reciente, contra los
demonios en Monte Hyjal.
El nuevo terror tenía unos siniestros ojos negros cuyo centro era de un escalofriante
blanco hueso. Se acercó a un sorprendido Eranikus, hundiendo unas garras esqueléticas en
sus patas delanteras.
—¿Te has olvidado de la querida Emeriss? —pregunto el macabro dragón con una
voz que literalmente provocaba escalofríos—. Estamos deseando tenerte otra vez con
nosotros, Eranikus…
—¡No! ¡No permitiré que la Pesadilla me vuelva a arrastrar! —dijo, volviendo la
mirada hacia ella.
Esta escupió. Una pútrida sustancia verduzca cubrió los ojos de Eranikus.
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Eranikus rugió e intentó quitarse la repugnante baba, pero ella lo sujetaba con
fuerza. Peor aún, Lethon se había unido a su ataque.
—Te hemos echado tanto de menos… —susurró Emeriss—. No te resistas a
nuestro abrazo… Acepta lo inevitable…
—¡No! ¡Nunca! ¡No puedo! ¡No lo haré!
Pero, a pesar de sus protestas, Eranikus no podía evitar que la pareja empezase a
arrastrarlo hacia la niebla. Allí, las manos volvieron a aparecer, agarrando el aire y
esperando con anticipación al leviatán.
Ni Broll ni Tyrande podían hacer nada, apenas podían defenderse contra las
sombras de los sátiros que habían reemprendido su ataque.
Un fuego carmesí desde detrás del consorte de Ysera bañó a Emeriss y a Lethon.
Sorprendidos y enfurecidos, lo soltaron y se retiraron hacia la niebla. Inmediatamente,
Eranikus se dirigió hacia el portal, olvidando por completo a sus dos compañeros en su
ansiedad.
Pero otra ayuda llegó hasta ellos. Dos grandes manos hechas de suave energía roja
barrieron las sombras y luego levantaron con dulzura al druida y a la Suma sacerdotisa
como si fuesen juguetes. Las manos se retiraron, poniéndolos a salvo más allá del portal.
Las fuerzas de color esmeralda oscuro volvieron inmediatamente después a su
estado normal.
Eranikus yacía resoplando a un lado. Su mirada estaba apartada de donde se
encontraban los elfos de la noche y su salvador. Su salvador… otro dragón. Un dragón
rojo.
Un dragón rojo muy, muy grande, que empequeñecía incluso a Eranikus.
Dos enormes cuernos surgían de una orgullosa cabeza reptilesca. Casi todo el
cuerpo del gigante era de un carmesí esplendoroso, pero el pecho tenía una gran mancha
plateada, al igual que las garras. Unos pequeños parches membranosos se extendían a cada
lado de la cabeza.
Pero lo que diferenciaba al dragón de todos los demás, aparte de su inmenso
tamaño, eran los ojos. No eran los ojos brillantes del vuelo de Eranikus, sino una ardiente
luz dorada que les trajo calma y esperanza a los elfos de la noche.
Cuando el dragón habló, su voz era imperiosa pero tranquilizadora.
—Han huido. No me esperaban. Es triste decir que yo tampoco los esperaba a ellos
o sino habría estado lista para ayudarlos desde el principio.
—Eres… un Aspecto… —declaró solemnemente Tyrande—. Eres…
La gigantesca dragona inclinó la cabeza.
—Soy… Alexstrasza. Y yo te conozco, Tyrande Whisperwind, tanto de aquella
lejana lucha ahora llamada la Guerra de los Ancianos como de la posterior bendición de
Nordrassil.
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mirada de Broll, o bien un intrincado casco bien colocado sobre su cabeza… o unos
pequeños cuernos.
El carmesí, el violeta y toques de negro azulado, todo bordeado por una tira dorada,
eran los colores de sus ropas, y su piel era de un ligero rojo castaño. Su cara era más
redonda que la de Tyrande o cualquier otro elfo de la noche, casi como si estuviese
mezclada con rasgos humanos. Su nariz era más pequeña y su boca estaba perfectamente
curvada. Su pelo acababa en punta sobre la frente y enmarcaba ambos lados de la cara.
Solo los ojos del Aspecto no habían cambiado, excepto para ajustarse a su nuevo
tamaño. Broll y Tyrande se arrodillaron instintivamente y agacharon la cabeza como
saludo. Aunque servían a otros, todos honraban a la Vinculadora de Vida.
—Levántense —ordenó—. No busco súbditos, sino aliados…
Alzándose, Tyrande declaró solemnemente:
—¡Si Elune lo concede, te ofrezco el poder que tengo tanto en mi guja como en mis
oraciones! ¡Estuve con los tuyos contra los demonios hace diez mil años y si, como creo,
nuestras preocupaciones coinciden, lo volveré a hacer!
—Así es. —La gloriosa figura miró a Broll—. ¿Y tú, druida? ¿Qué dices tú?
—Ya te debemos nuestras vidas, señora, y eres la hermana de la Soñadora. No se
me ocurre otro motivo para que estés aquí aparte de los nuestros, y no se puede discutir a
quién prestaré mi apoyo…
Ella asintió agradecida.
—Mi Korialstrasz, mi adorado compañero, yace en un sueño inquieto del que no
puede despertar, aunque noto que lo intenta. No es ni mucho menos el único, hijos míos,
como ya saben. No solo están afectados otros de los de mi clase, aunque menos, dado que
los dragones no necesitan dormir tanto como la mayoría de las razas, sino que este sueño
terrible ha alcanzado a todas las razas. Peor aún, encuentra un interés particular en aquellos
prominentes y poderosos: magos, reyes, generales, filósofos y otros.
—¡Shandris! —exclamó Tyrande.
—Si ella es una de los tuyos, hija mía, entonces tiene más posibilidades. Los elfos
de la noche no lo han sufrido en el mismo grado que otras muchas razas. Lo encuentro
curioso. Creo que tenemos otro aliado, aunque me sorprende si es quien creo que es…
Antes de que pudiese decir más, oyeron un gemido. Broll miró furioso a Eranikus,
que yacía donde había caído tras escapar de sus corruptos congéneres.
—¡Espero que un mejor aliado que ese! Huir por su vida después de dejar que otros
entrasen primero a un lugar que él sabe que…
El dragón verde levantó la cabeza. Sus rasgos reptilescos estaban retorcidos en una
mueca patética.
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—¡Ni siquiera ahora lo entiendes, pequeño druida! ¿No los has visto? ¿No
comprendes en lo que se han convertido Lethon y Emeriss? ¿No has querido huir tú
también?
—No sin mis amigos.
Con otro gemido, el dragón se volvió.
—No lo entiendes…
Alexstrasza se volvió hacia la gigantesca bestia. Aunque su expresión no denotaba
ira, su tono no era de perdón.
—Tampoco yo, Eranikus… y eso en sí mismo dice mucho de tus actos. —Cuando
el dragón verde empezó a protestar, el Aspecto lo interrumpió—. Y sí, sé lo que es ser
esclava de la oscura voluntad de otros, una esclava responsable de actos abominables.
Eranikus la miró y finalmente asintió.
—Lo sabes.
—Y también sé más sobre lo está pasando que tú. —Se puso delante de sus
inmensas mandíbulas y, aunque en su forma actual era mucho más pequeña que él,
destacaba—. Sé que Ysera conocía tu redención y supervivencia… y era consciente de que
en el último momento decidiste no volver a su lado por temor a que la Pesadilla pudiera
hacer que un día volvieses a traicionarla.
La poderosa mirada de Eranikus no era nada para ella. Al principio Broll se había
preguntado por qué no había cerrado los párpados y la había mirado como lo hacían los de
su raza. Solo ahora se le ocurrió al druida que volver a hacerlo significaba para Eranikus
abrirse a la Pesadilla, lo último que deseaba.
—Ella… ¿lo sabía? —preguntó al fin el gigante a Alexstrasza—. ¿Sabía que
mientras volaba hacia ella en el Sueño noté a la Pesadilla llamándome a pesar de haber
sido limpiado de mi corrupción, llamándome con tal fuerza que entendí que mi renovada
confianza no era más que una falsa esperanza?
—Lo supo inmediatamente. Pero te ama tanto que aceptó tu decisión con la
esperanza de que aun así acabarías volviendo a ella.
—Y ahora… y ahora es demasiado tarde… también se la han llevado…
Los asombrosos ojos del Aspecto se entrecerraron.
—No… aún no.
Eranikus la miró con desesperada esperanza.
—¿Está a salvo?
—No precisamente. —Alexstrasza extendió una mano para incluir a los dos elfos
de la noche—. Conozco más sobre la Pesadilla de lo que ustedes tres han averiguado hasta
ahora. Es un peligro contra el que Ysera lleva un tiempo luchando…
Ysera, según la dragona roja les informó, había notado que sus sueños eran
oscuros, incluso a pesar del control absoluto que ejercía sobre ellos. Al principio les había
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echado la culpa a sus propias preocupaciones, pero descubrió la verdad demasiado tarde.
Las pesadillas que ella experimentaba afectaban a Azeroth, tomaban vida y alcanzaban las
mentes de los mortales.
Fue entonces cuando Ysera cometió un terrible error. La Señora del Sueño
Esmeralda había mirado en las mentes dormidas, buscando la fuente de lo que se había
infiltrado incluso en su propio subconsciente. Lo hizo sin saber que eso era justo lo que la
fuente de la amenaza deseaba de ella.
—Lethon llegó a ella mientras su mente estaba ocupada en su búsqueda —les contó
Alexstrasza—. Lo acompañaban sombras, los sátiros contra los que estos elfos de la noche
acaban de luchar. Cayeron sobre su forma astral mientras él tomaba lo que más deseaba…
el Ojo.
Eranikus se puso en pie. Su mirada se volvió algo que ni Broll ni Tyrande pudieron
resistir.
—¿Se han llevado el Ojo de Ysera? ¡Eso temía! ¿Cómo puedes decir que mi amada
reina no es prisionera?
—El Ojo está donde Ysera y su vuelo se congregan más a menudo en el Sueño
—informó quedamente Broll a Tyrande—. Se dice que es un lugar idílico. Malfurion lo ha
visto y sé que también Fandral, pero pocos más, incluso entre los druidas. Me han dicho
que es un valle entre grandes montañas. La tierra es fértil y está cubierta de hierba y flores,
pero el nombre viene de la magnífica cúpula dorada en su centro, donde la propia Ysera
vive… vivía…
El gran dragón resopló.
—¡Una pálida, aunque aceptable descripción, pequeño druida! ¡No hay un lugar
más perfecto en toda la creación! —gimió de repente—. ¡El Ojo robado! ¿Dónde,
entonces, está mi reina si no está capturada?
Ahora Alexstrasza movió tristemente la cabeza ante la continuada furia del dragón
verde.
—No. Ysera evitó ser capturada. Está luchando. Ella, los consortes que le quedan y
un puñado más que luchan no solo para salvarse ellos, sino para encontrar la verdad en el
oscuro corazón de la Pesadilla. ¡No tiene ninguna intención de permitir que ni su dominio
ni Azeroth caigan ante esta monstruosidad!
—¡Está loca! ¡Si cae presa, todo habrá terminado! ¡La Pesadilla es tan poderosa
que creía que ya la habían capturado, pero, si busca su verdad y su poder, hará de ella algo
peor que lo que ha hecho con Lethon o Emeriss, y a través de ella alterará ambos planos y
los convertirá en un horror mucho peor que cualquier cosa que hayamos experimentado!
—Ella hace lo que debe hacer —replicó tranquilamente Alexstrasza—. Y yo busco
ayudarla como puedo. Sumo mi fuerza a la suya desde lejos, observo todos los avances de
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la Pesadilla en este mundo, busco a aquellos que pueden ayudar… y observo a los
corrompidos, a los que no despiertan.
El dragón verde miró hacia abajo. Con tono de autodesprecio, murmuró:
—Tú haces todo eso por ella mientras ella se arriesga, y yo… ¡me meto en una
cueva, escondiéndome del fin del mundo! ¡Ocultándome de la defensa de mi amor y mi
reina! ¡Conozco a tu Korialstrasz desde hace tiempo igual que te conozco a ti, Vinculadora
de Vida! No soy digno de estar en tu presencia ni en la de mi Ysera…
Alexstrasza casi habló, pero Eranikus sacudió la cabeza.
—¡Pero si hay esperanza de volver a ser digno de ella, solo me queda un camino!
El gran dragón verde giró para encarar el portal. Sus energías latían suave,
inocentemente.
Eranikus se dirigió hacia allá.
—Ya no siento la Pesadilla cerca. La maldita corrupción ha vuelto a cambiar. Por
el momento es seguro entrar… pero más allá… —Miró a los elfos de la noche—. Su papel
termina aquí.
—No, iremos contigo —replicó Tyrande—. No creo que nuestra reunión fuese
debida al azar. Alguien busca reunir a aquellos que mejor pueden servir a Azeroth y a su
supervivencia. Nada ocurre sin un motivo…
—¡Por supuesto que sí! —respondió bruscamente el consorte de Ysera, cambiando
su expresión a la de desesperada esperanza—. ¡Debe de ser mi reina! ¡Incluso con tantas
preocupaciones, trabaja y planea para nuestra salvación! Debería haberlo visto…
—Ysera no. No mi hermana —interpuso sabiamente Alexstrasza. Miró a Tyrande y
a Broll—. Creo que otro busca guiarlos… y creo que es el propio Malfurion Stormrage.
***
Está pasando, se atrevió a confiar Malfurion, intentando hacer cuanto podía por
ocultarle esos pensamientos a su captor. Puede que ellos sospechen… pero está bien
mientras él no…
Las temibles sombras de repente se estiraron sobre el árbol de dolor en que se había
convertido el elfo de la noche. La insidiosa presencia del Señor de la Pesadilla rodeaba a
Malfurion y llenaba su mente y su alma.
¿Has llegado a amar la agonía? ¿Forma ya tanta parte de ti que no puedes
distinguirla de ti mismo?
Malfurion no contestó. Era absurdo contestar. Hacerlo solo le servía a su captor.
¿Sigues buscando consejo en tus propios pensamientos, Malfurion Stormrage? Los
esqueléticos tentáculos del árbol de sombra rodearon al Archidruida. ¿Hablamos de esos
pensamientos… esos sueños… esas esperanzas?
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Muy a su pesar, el elfo de la noche no pudo evitar crisparse por la última frase.
¿Ese ser despreciable lo sabía?
Compartamos algunas consideraciones… compartamos algunas ambiciones…
El Archidruida enterró sus pensamientos lo más profundamente que pudo. Su plan
estaba a punto de dar frutos. Había una posibilidad…
El Señor de la Pesadilla se rio en su cabeza. Y, sobre todo, Malfurion Stormrage,
hablemos de insensatos sueños de fuga…
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CAPÍTULO TRECE
EN EL MARGEN DE LA
PESADILLA
L os druidas estaban agotados. Se habían vaciado tanto que muy probablemente
varios de ellos no iban a ser de ninguna ayuda para lanzar más hechizos en días. Sus
esfuerzos combinados habían alimentado a Teldrassil, pero sin un éxito visible… al menos,
hasta donde podía ver Hamuul.
En cuanto al tauren, se había convertido en un paria para casi todos los demás,
aunque oficialmente no había habido censura alguna ni condena por parte del Archidruida
Fandral al respecto de lo que había hecho Broll. Fandral ni siquiera había informado a
Hamuul de lo que había hecho el druida desaparecido. Simplemente había mirado con
desaprobación al tauren, y lo había hecho el tiempo suficiente como para que los demás
entendiesen que Hamuul había perdido su favor.
Naralex y algunos otros desafiaban el desprecio, pero Hamuul hacia cuanto podía
para apartarse de ellos, no fuesen a sufrir ellos también. El tauren estaba dispuesto a
aguantar su parte de responsabilidad al permitir que Broll pasara desapercibido el tiempo
suficiente. Confiaba en su amigo. Pero Fandral tenía derecho a estar furioso.
El Archidruida principal había insistido en que quedaran junto a la base de
Teldrassil, lejos de Darnassus. Hasta ahora, solo él había regresado a la ciudad. Cada vez
que volvía, Fandral apremiaba a los druidas con algo nuevo. Les aseguraba que estaban
haciendo progresos, que el Árbol del Mundo estaba sanando.
Hamuul tenía que asumir que no era un Archidruida suficientemente adepto como
para sentir lo que sentía Fandral.
El tauren se sentó con las piernas cruzadas, algo distante de los demás. Los druidas
estaban meditando, intentando recuperar sus fuerzas para el siguiente hechizo de Fandral.
Hamuul no se había sentido tan agotado en toda su vida, ni siquiera durante la caza de una
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semana que había formado parte de su rito de pasaje de niño a adulto. Aquello había
requerido que ayunase durante toda la semana.
Me estoy haciendo viejo… fue su primer pensamiento. Pero ninguno de los elfos de
la noche parecía mucho más fuerte que él. Hasta ahora parecía que los planes del
Archidruida principal habían hecho poco más que llevar a casi todos los druidas al borde
del agotamiento.
Pensando de nuevo en Fandral, Hamuul lo buscó. Sin embargo, no estaba por
ninguna parte. El tauren solo podía suponer que Fandral quizá hubiese vuelto al Enclave de
Cenarion para consultar algún texto antiguo. Hamuul esperaba que eso les diese resultados
más tangibles que los que habían conseguido hasta el momento.
Viendo que le resultaba imposible meditar, el tauren se levantó. Y, como ninguno
de los otros le prestaba ninguna atención, se acercó al Árbol del Mundo.
Incluso aunque Hamuul no había estado a favor de un segundo árbol gigante, no
solo apreciaba su majestuosidad, sino también el efecto de Teldrassil en el mundo. Siendo
un tauren, Hamuul creía en el equilibrio entre la naturaleza y las vidas de las distintas razas
de Azeroth. Por eso había buscado a Malfurion Stormrage y le había pedido que lo
instruyese en las artes druídicas. Y, aunque Hamuul solo llevaba unos pocos años siendo
druida, creía que había demostrado su valía. De no ser así, no habría llegado a convertirse
en uno de los pocos Archidruidas y el único de su raza.
El tauren deseaba que hubiese algo más que pudiese hacer por Broll, además de lo
que ya había hecho. Seguía sintiendo que la decisión de Broll era la correcta, a pesar de
cómo había contrariado a los buenos propósitos de Fandral. De pie ante Teldrassil, miró
hacia las nubes donde se encontraba Darnassus. Si el portal hubiese estado cerca, Hamuul
podría haberse sentido tentado de atravesarlo. Tal como eran las cosas, su única elección
era volar…
Con un gruñido, se inclinó apoyándose en Teldrassil con una mano. Necesitaba
hacer más. Si Broll…
Alguien estaba susurrando.
Hamuul se apartó del árbol y buscó a quien hablaba. Sin embargo, el susurro cesó
inmediatamente.
Frunciendo sus espesas cejas, el Archidruida se volvió a acercar al tronco.
El susurro volvió a empezar. Hamuul miró fijamente a Teldrassil… luego miró a
sus pies. Allí, una parte de su pie derecho tocaba una de las raíces del Árbol del Mundo.
Puso la mano en el tronco.
El susurro llenó su cabeza. Hamuul no podía entenderlo. No era ninguna de las
lenguas que hablaban las razas inteligentes de Azeroth. Más bien le recordaba a otra cosa,
algo que el tauren debería conocer bien…
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Tú, con tu espíritu fuerte, serías de grandísima ayuda en ese esfuerzo, pero tienes que
recuperar más tuerza. Si temes que haya algo más serio con el Árbol del Mundo, entonces
esto es sin duda una buena noticia para ti.
Inclinando la cabeza, el tauren contestó:
—Como tú digas, Archidruida Fandral.
—¡Excelente! Ahora ven conmigo. Te contaré más sobre nuestro próximo
encantamiento. Será agotador. Puede que haga falta más de un día de meditación para
recuperarse de él…
Fandral empezó a caminar. Hamuul no pudo hacer más que seguirlo. Pero, mientras
escuchaba al elfo de la noche comenzar su explicación, miró atrás a la zona que había
tocado. Había oído los incoherentes susurros y sabía que era la voz del Árbol del Mundo.
De no haber investigado también el Archidruida principal, el tauren habría estado aún más
ansioso de lo que estaba. Pero seguía lo suficientemente preocupado como para
preguntarse… y preocuparse.
Para Hamuul Runetotem, el susurro solo podía significar una cosa.
Teldrassil se estaba volviendo loco.
***
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perfectas, pues la erosión no existía allí. Hierba alta y hermosos árboles se extendían por
un paisaje ondulado. La fauna era pacífica, sin miedo. Para los druidas había sido como el
paraíso.
Pero ahora ningún otro nombre era más adecuado, al menos para la zona que tenían
delante, que aquel por el que Eranikus la había llamado… Pesadilla.
La tierra estaba envuelta por una sustancia húmeda y supurante que burbujeaba. El
hermoso color esmeralda se había convertido en el putrefacto color de la podredumbre.
Los árboles que quedaban se habían convertido en deformes parodias de sí mismos. Sus
hojas eran negras y afiladas, y estaban llenas de púas venenosas. Unas alimañas pequeñas
y oscuras se arrastraban por la costrosa corteza, deteniéndose a menudo para alimentarse
de la espesa y olorosa savia que brotaba de las grietas en los troncos.
—Cenarius, protégenos… —susurró el druida.
Todavía incrédulo, Broll dio un paso adelante. Un crujido bajo sus pies hizo que el
druida mirase hacia abajo.
El suelo estaba cubierto de pequeños escorpiones de un verde negruzco, nervudos
ciempiés, cucarachas del tamaño de un dedo, arañas con cuerpos como puños y otros. Un
espeso y pegajoso alquitrán cubría ahora la suela de la sandalia de Broll, resultado de haber
aplastado varias de las criaturas con su pisada.
—Están por todas partes —suspiró Tyrande—. Cubren el suelo hasta donde
alcanza la vista…
—No por mucho tiempo —respondió decidido el dragón.
Echó el aliento por el suelo. Fue como si Eranikus hubiese exhalado fuego. El
crepitar de miles de diminutos cuerpos abrasándose llenó sus oídos e incluso el dragón se
estremeció ante el ruido.
La tierra que Eranikus había arrasado estaba ahora negra. Asintió al ver su obra.
Pero de las formas achicharradas surgió movimiento. Del caparazón de una
cucaracha quemada brotaron varias patas segmentadas. Una nueva cucaracha tan espantosa
como la anterior emergió de su predecesora.
Y, para consternación de los tres, aquello se repitió en cada bicho muerto. Todo lo
que Eranikus había destrozado estaba siendo reemplazado…
Unos tentáculos de niebla pasaron por el macabro escenario, como buscando
recuperar el espacio que el consorte de Ysera había despejado. El dragón verde soltó otro
soplido, que apartó la niebla… por el momento.
—Es monstruoso… —dijo la Suma sacerdotisa, intentando sin éxito escoger con
cuidado dónde pisaba.
Cada pisada se veía seguida de más crujidos y el ruido del espeso alquitrán
supurando de los cuerpos destrozados. Y peor aún, en el momento en que apartaba el pie,
tenía lugar el repugnante renacimiento de sus víctimas.
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—Esto solo es parte de ello… —murmuró Eranikus. El brillo de sus ojos se había
apagado en ese lugar—. Siento que la Pesadilla se ha fortalecido, ha empeorado más de lo
que yo podría creer…
Y, mientras hablaba, se percataron de un movimiento en el margen de la niebla.
Casi se podían ver las formas… pero no del todo.
—Las sombras de los sátiros han vuelto —decidió Tyrande.
Eranikus no dijo nada. En lugar de eso, volvió a soplar, bañando a las más cercanas
de aquellas formas apenas visibles. Como con las demoníacas criaturas bajo sus pies,
inmediatamente se oyó el ruido del fuego.
Pero entonces unos gritos frenéticos y suplicantes ensordecieron al trio. Aturdido,
el dragón verde detuvo rápidamente su ataque. Broll y Tyrande se taparon los oídos ante el
terrible sonido. No eran los gritos de unos monstruos vencidos.
—¡Que Ysera me perdone! —consiguió decir Eranikus cuando la niebla se apartó y
se revelaron sus víctimas.
Eran… o habían sido elfos de la noche, humanos, orcos, enanos, miembros de
todas las razas mortales. Lo que quedaba después del implacable ataque de Eranikus eran
cuerpos calcinados que seguían estremeciéndose, que buscaban pedir ayuda o al menos un
fin a su sufrimiento.
Ignorando a las alimañas, Broll acudió corriendo a los más cercanos con Tyrande a
su lado. Eranikus permaneció donde estaba. El dragón verde estaba claramente asombrado
por el daño que había provocado.
—Los durmientes… —se dio cuenta Broll—. Son los durmientes…
—¡Podría haber matado a todo Azeroth como si hubiese ido a la cama de cada uno
de ellos y los hubiese prendido fuego! —gruñó el consorte de Ysera—. ¡Incapaces de
escapar de sus sueños, habrían sufrido como han sufrido aquí!
—Eso no lo sabes —le discutió el druida—. No…
Los quebradizos huesos del elfo de la noche ante el que se había arrodillado se
movieron.
Una mano ennegrecida y sin carne lo agarró de la muñeca y un cráneo con dos ojos
destrozados se dirigió a él.
El cuerpo destrozado volvió a chillar su agonía. Lo agarró con más dedos
abrasados.
Broll tiró lo más fuerte que pudo.
—¡No puedo liberarme!
Tyrande preparó la guja, pero luego dudó. En lugar de usarla, rezó.
El chillido se detuvo. El esqueleto se desvaneció.
Pero las otras víctimas retomaron sus lastimeros gritos. Tyrande continuó rezando,
usando una mano para extender el poder de su diosa por todo el paisaje visible.
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Antes de que pudiese añadir más, volvió a haber movimiento en la niebla. La Suma
sacerdotisa no perdió el tiempo, iluminando los alrededores con la luz de la Madre Luna.
Pero lo que vio no era nada de lo que los otros esperaban.
Era Lucan Foxblood.
—¡Tú! —gritó Broll.
Agarró al humano antes de que nada pudiese separarlos. Lucan se lo quedó
mirando con los ojos como platos y tan vacíos como la muerte, pero obviamente no era un
fantasma.
—Son reales… —susurró. Una sonrisa débil y algo loca cruzó su rostro
demacrado—. Eres tú… —Miró a Tyrande, y su sonrisa se calmó un poco—. Y tú…
Entonces vio lo que volaba tras los elfos de la noche, y su creciente alivio se
desvaneció.
—Todos somos tus amigos —lo tranquilizó Tyrande.
Lucan se calmó.
—Reales… todos… —Sus ojos miraron hacia un lado—. Intente irme, pero algo
me contuvo aquí… Intenté irme, pero algo quería que ella siguiese adelante…
El druida oyó esto último.
—¿Ella? ¿Te refieres al orco? ¿Era una hembra?
—Sí… sí…
—Sabes tan bien como yo que hay pocas diferencias entre un orco y una orca
cuando se trata de luchar —le señaló Tyrande a Broll—. Nunca hay que subestimar a
ninguno.
—No estaba pensando en eso. Solo me preguntaba quién podría ser y por qué
estaba aquí.
—Se llama Thura —dijo Lucan casi sin entonación—. Ha venido a matarlo. Ha
venido a matar a su Malfurion Stormrage.
Esas palabras dejaron asombrado incluso al dragón. Tyrande agarró a Lucan por el
cuello, pero Broll consiguió tranquilizarla.
—¡Escúchalo, mi Señora! ¡La culpa no es suya!
—¡Ha dicho que la orca quiere matar a Malfurion! Él la ha traído para que lo
haga… —Pero Tyrande por fin recuperó la calma—. Aunque contra su voluntad… lo sé…
Lucan… lo siento…
Lucan le dedicó una sonrisa nerviosa. Estaba claro que la Suma sacerdotisa le caía
bien.
Broll lo devolvió al asunto.
—¡La orca! Ha venido a matar a Malfurion… ¿por qué? ¿Cómo puede saber dónde
encontrarlo? ¿Lo ha dicho?
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—Las visiones… balbució algo sobre visiones… dijo que… que la llevaron a mí…
que le habían mostrado el camino hacia él paso a paso… Las visiones la ayudaban a
vengar a su pariente y salvar Azeroth también, dijo…
—Un juramento de sangre orco —murmuró Tyrande—. Los conozco bien. No se
detendrá hasta que muera o lo cumpla.
La Suma sacerdotisa sacudió la cabeza…
—La segunda parte… debe de ser locura…
—Sea cual sea el caso, algo quiere que tenga éxito —añadió el druida—. Pero lo
primero… ¿cree que Malfurion mató a uno de los suyos? ¿Y qué? Los orcos entienden la
muerte en la batalla —le preguntó a Lucan.
El humano se concentró.
—Dijo… dijo que era un «vil asesino». Que había traicionado a su amigo y lo
había matado cuando este le estaba dando la espalda, confiado… creo.
Era más de lo que Tyrande podía soportar. Esgrimió la guja, lo que hizo que Lucan
diese un respingo, preocupado.
—¡Mentiras! ¡Todo es mentira! ¿Una amenaza para Azeroth? ¡Ja! ¡Una auténtica
locura, como he dicho! E incluso esa supuesta traición… ¡Malfurion nunca haría algo así!
¡Como prueba de eso, rara vez ha tenido la oportunidad, pues el número de orcos que
podía llamar amigos se podían contar con los dedos de una mano!
—¡Solo lo mencionó una vez! ¡Dijo un nombre! Bruxigan… Broxigan…
—¿Broxigar? —La Suma sacerdotisa se tambaleó hacia atrás. Soltó la guja. Las
lágrimas llenaron sus ojos—. ¡Brox! —les gritó Tyrande a los demás—. ¡Un orco que vino
antes de su tiempo! ¡Siendo novicia, me hice amiga suya cuando mi pueblo lo capturó!
Luchó contra la Legión Ardiente y los servidores de Azshara a nuestro lado… —tragó—,
¡y murió defendiendo el camino, según afirmó Krasus, contra el propio Señor de los
Demonios, Sargeras!
La mirada del druida se agudizó.
—Debe de ser él de quien hablaba.
—¡Pero era amigo de Malfurion! —continuó diciendo la disgustada Suma
sacerdotisa—. ¡Nunca lucharon entre ellos, y Malfurion lo honró a mi lado cuando todo
había acabado! ¡Debes acordarte, Broll! ¡Nuestro pueblo hizo una estatua de él, es el único
orco al que hemos homenajeado!
—Lo recuerdo… ahora. —Broll frunció el ceño—. Entonces, si está hablando de
él, la han engañado… y la Pesadilla parece la causa…
—¿Pero por qué razón?
—¿No es obvio, mi Señora? Porque es una amenaza al poder que hay tras ella. Al
menos nos da cierta esperanza. Significa que debe de tener cierta capacidad para luchar.
Tyrande se aferró a esa esperanza. Secándose los ojos, dijo:
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CAPÍTULO CATORCE
LAS PESADILLAS INTERIORES
¡N o!, Malfurion no podía evitar pensar. No.
Había sido consciente de que, según iba fructificando su plan, su esperanza secreta
correría más peligro de ser descubierta. El Señor de la Pesadilla se había mofado de él
hablándole de ser rescatado, e incluso lo había torturado con sugerencias e imágenes de
Tyrande perdida y moribunda entre la niebla.
O peor aún… convirtiéndose en parte de lo que el Archidruida sabía que se estaba
reuniendo alrededor del centro de la Pesadilla, justo más allá de la niebla que lo rodeaba.
Debo… hacer algo más…
No podía sentir cerca a su captor, lo que no significaba ni mucho menos que no lo
estuvieran observando. Por eso Malfurion tenía que actuar de un modo extremadamente
sutil.
Con un gran esfuerzo, hizo que las ramas que habían sido sus brazos se moviesen.
El elfo de la noche lo había hecho más de una vez, generalmente buscando cierto alivio
para su agonía. La agonía permanecía, pero la diminuta parte de su mente que estaba
protegida estaba planeando algo distinto. Una posible distracción.
El plan auténtico se encontraba bajo la superficie, allí donde sus raíces lo anclaban
al suelo. Casi todo el tiempo servían al propósito del Señor de la Pesadilla, manteniéndolo
en su sitio y alimentándolo con el horror que habitaba aún más abajo. Sin embargo, dado
que el elfo de la noche estaba atrapado, no era extraño que su captor pudiese confiarse y
así ignorar el hecho de que una diminuta raíz se había vuelto de una importancia crucial
para Malfurion.
Mediante concentración y voluntad, el Archidruida había conseguido dominarla.
Siendo la más pequeña de una multitud de raíces, fue ignorada por el Señor de la Pesadilla.
Así Malfurion usó todo su tiempo en fortalecer su poder sobre esa parte para que hiciese lo
que necesitaba.
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Tempestira
Y ahora necesitaba que se alimentase de más abajo, más allá de las otras raíces.
Malfurion usó todo su conocimiento en esto, el vínculo de un druida con la naturaleza.
Convenció a la raíz para que creciese, empujándola cada vez más abajo, más allá de las
alimañas que horadaban la tierra y que se esforzaban por minar aún más lo que una vez
había sido el Sueño Esmeralda.
Entonces, cuando estuvo lo bastante profunda, hizo que girase. Siempre cauteloso
ante la presencia del Señor de la Pesadilla, el Archidruida concentró su voluntad en
empujar la raíz más allá, hacia la niebla.
Cada vez estaba más cerca de su meta. No tenía más elección que seguir adelante,
incluso aunque eso alertase al árbol de sombra. El tiempo era un concepto nebuloso en
aquel lugar, pero, al menos para Malfurion, se estaba acabando. O conseguía la libertad…
o la condenación se apoderaría de él, y se encontraría sirviendo voluntariamente al horror.
Centímetro a centímetro continuó empujando el druida. La raíz solitaria estaba casi
en su meta.
Malfurion sintió que el árbol de sombra se estiraba hacia delante. Las esqueléticas
ramas rastrearon la tierra que había delante de él. El Señor de la Pesadilla no habló, lo que
no era un buen augurio. Las sombras se extendieron en la dirección en que Malfurion había
enviado la raíz.
Una risa grave e insidiosa alcanzó a su mente, pero Malfurion luchó contra el
miedo a ser descubierto.
Los necios siguen inútilmente adelante…, se burló el Señor de la Pesadilla. Incluso
aunque su número se reduce… y sus pérdidas suman a la Pesadilla…
¡Perseverarán!, respondió el Archidruida, esperando alejar cualquier atención de
sus esfuerzos. ¡La Pesadilla será destruida! ¡Tú serás destruido!
Ni siquiera saben lo que significa perseverar…, replicó el árbol de sombra. Ni
siquiera saben lo que significa planear y esperar… y esperar… Oyó más risotadas
espantosas. Y seremos recompensados por nuestra espera… engulliremos todo Azeroth…
La sombra se retiró de su vista. Malfurion no se animó por ese detalle. No solo lo
estaba observando el Señor de la Pesadilla, sino que el oscuro demonio estaba
manipulando constantemente incontables asuntos. El Archidruida sabía mejor que la
mayoría lo que estaba ocurriendo. Si su plan no funcionaba…
La raíz alcanzó el punto que deseaba.
Lo único que podía hacer Malfurion ahora era esperar… y rezar.
***
Incapaz de detener a Tyrande, Broll no tuvo más elección que ir detrás de la Suma
sacerdotisa. Sin embargo, no lo hizo con su cuerpo de druida, sino como un gran felino. Al
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Tempestira
entrar en la espesa niebla, el druida usó sus sentidos más desarrollados del olor y el oído
para compensar la limitada visibilidad.
Inmediatamente localizó su rastro. De hecho, resultó más sencillo de seguir de lo
que Broll había supuesto. Aunque ella ponía su amor por Malfurion por encima de su
propia seguridad, Tyrande no era tan tonta como para olvidar los peligros a los que se
enfrentaban. Broll estaba seguro de que aún no se habían enfrentado a lo peor de la
Pesadilla. La Suma sacerdotisa de Elune había dejado un rastro de pasos iluminados por la
luz de la luna que despejaba el espantoso flujo de horrendos parásitos. Broll no era tan
delicado, sus garras aplastaban a las criaturas a su paso.
Más adelante entrevió una figura, pero no seguía exactamente la ruta que había
tomado Tyrande. Dejando escapar un grave gruñido, el druida se desvió para evitarla. Broll
no tenía tiempo para enfrentamientos…
El suelo que tenía delante se hinchó. Bichos negros surgieron de la erupción.
¡Padre! ¡Padre!
Anessa se encontraba delante de Broll con los brazos extendidos en desesperación,
su cara suplicante. Era más delgada que Tyrande y algo más baja. Sus ojos estaban llenos
de inocencia e incomprensión.
Broll clavó las garras en el suelo y se detuvo. ¡No eres real!, pensó ante la
aparición. ¡No eres real! En su mente la volvió a ver engullida por el poder conjunto del
ídolo y la corrupción demoníaca. Así era como había perecido, debido al ataque de
Azgalor y su propio fallo. Anessa estaba muerta… muerta.
¡Padre! ¡Por favor, sálvame!, gritó la visión de Anessa.
Y, aun así, a pesar de saber con certeza que no se trataba de su amada hija, el
druida empezó a notar que le flaqueaban los nervios. Una parte de él deseaba tanto
salvarla…
Unos tentáculos color esmeralda atraparon a Anessa. Chilló e intentó zafarse de
ellos, pero la sujetaban con fuerza.
El felino se echó hacia atrás, volviendo a ser elfo de la noche. Así no es como
murió…
Los tentáculos color esmeralda apretaban más y más. El cuerpo de Anessa crujió.
Su cabeza estaba atrapada en un terrible nudo.
El cráneo crujió, pero Anessa seguía pidiendo ayuda. Sin embargo, ahora, de su
boca y de cada parte rota de su cuerpo, surgían los ciempiés, cucarachas y otros
devoradores de carroña. Con ellos brotaba una sustancia espesa y oscura que tenía el color
verduzco de la podredumbre.
Ante los horrorizados ojos de Broll, los últimos rasgos reconocibles de su hija
desaparecieron de los tentáculos. Todo lo que quedaba eran las cosas grotescas que habían
manado de ella. Cayeron al suelo, extendiéndose entre la basura que ya había antes.
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Tempestira
—Tú… eres… real —dijo una voz que un aturdido Broll necesitó un momento para
reconocer que no era la suya—. Al contrario que ella, que era una imagen creada para
atraerte a la Pesadilla…
Una enorme figura surgió de la niebla. Broll cambió a forma de oso y amenazó a la
figura con sus garras.
—No, druida… no quiero hacerte daño. —Era un anciano.
Broll volvió a cambiar.
—¿Gnarl?
Pero casi en cuanto lo hubo dicho, el druida se dio cuenta de que se equivocaba. La
figura se parecía a Gnarl hasta cierto punto, pero estaba más doblado a la altura del
hombro y sus colmillos eran más largos. Su piel de corteza era de un color más verdoso,
incluso teniendo en cuenta dónde se encontraban.
Más aún, este anciano, igual que Gnarl, le resultaba conocido a Broll.
—Me acuerdo de ti —dijo el elfo de la noche—. Arei…
El Anciano de la Guerra inclinó su pesada cabeza. Muchas de las hojas que
deberían haber formado parte de su barba y melena estaban marchitas. El anciano parecía
muy cansado.
—Ese soy yo… —Su mirada inspeccionó al druida—. Y tú eres Broll Bearmantle.
Como yo, has venido a través de un portal… Vallefresno, diría…
—Sí.
El gigantesco ser frunció el ceño.
—Y, por tus palabras, ¿Gnarl ya no lo protege?
Tragando saliva, el elfo de la noche contestó:
—A Gnarl se lo han llevado… la Pesadilla…
Arei dejó escapar un sonido parecido al de un enorme árbol partiéndose lentamente
por la mitad. A Broll le provocó escalofríos, pues era un grito primigenio. Podía sentir la
gran sensación de pérdida de Arei ante esa noticia.
—Otro caído —murmuró el gigantesco guardián—. Nuestro número decrece
mientras que el de la Pesadilla se multiplica… Libramos una batalla que no podemos
ganar…
—¿Quiénes? ¿Qué haces aquí?
—Lo que podemos. —El anciano miró hacia otra parte—. Ven… él tiene que saber
que estás aquí…
—¿De quién hablas? —preguntó Broll, pero el anciano ya había entrado en la
niebla.
El druida se quedó dónde estaba por un segundo, dudando entre seguir a Tyrande u
obedecer al anciano. Sin embargo, la decisión ya estaba tomada, pues el rastro de la Suma
sacerdotisa había desaparecido y Broll dudaba de poder seguirla incluso en su forma felina.
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Tempestira
Quedaba una esperanza… que Arei o aquel otro del que hablaba conociese el
paradero de Malfurion Stormrage. Eso pondría al druida de nuevo en el rastro de Tyrande.
Con esa desesperada esperanza en mente, Broll se resignó a seguir al anciano… y a rezar
porque no estuviera cayendo en otra terrible trampa de la Pesadilla.
***
Tyrande era muy consciente de que había sido excesivamente impulsiva al lanzarse
hacia la niebla, pero un miedo imparable por Malfurion la había poseído. Durante los
muchos milenios que sus corazones habían estado unidos, se había enfrentado varias veces
a la terrible posibilidad de su muerte. Pero desde su primera batalla contra los demonios de
la Legión Ardiente, la Suma sacerdotisa no había sentido el terrible miedo que sentía
ahora.
El hacha de Brox se lo había provocado. Sabía de su poder, sabía de su
monumental fuerza y de su poderosa magia. En manos de Brox había hecho grandes cosas,
cosas importantes…
Y ahora esa fuerza y esa magia estaban en contra de Malfurion. Solo podía asumir
que era la última y terrible trampa que la Pesadilla le había preparado a ella y a su amante.
¡No! ¡No morirás!, pensó Tyrande casi furiosa con Malfurion. ¡No te dejaré que
hagas eso!
Por supuesto, su furia estaba mal enfocada, pero la empujaba a seguir. Tyrande
solo tenía la vaga forma de un castillo que evidentemente no existía allí para guiar sus
pasos. Incluso a través de la niebla más espesa, permanecía apenas visible. De nuevo, era
consciente de que podía ser una trampa, pero era su única pista.
Tyrande permanecía consciente de que había algo más acechando en la niebla, algo
que deseaba alcanzarla. Sabía que estaba conectado a los durmientes que Eranikus temía
haber matado al atacar sus cuerpos astrales, pero sentía que era algo más profundo y
oscuro que aquellos.
Y, fuese lo que fuese, se acercaba cada vez más según avanzaba.
El apenas visible castillo no parecía más cerca que antes, lo que también la
preocupaba. En el Sueño Esmeralda la distancia y el tiempo no tenían un significado
concreto. Malfurion se lo había enseñado. Para él, su cautiverio podría estar durando
siglos, no años. Puede que estuviera muy cerca, pero ella podría tener que correr durante
días para llegar a donde estaba.
—¡No! —murmuró—. ¡Lo encontraré, y pronto!
No… no… no…, susurró de repente la niebla con mil voces. No… no… no…
La Suma sacerdotisa miró con furia hacia el húmedo, prácticamente visible paisaje,
buscando los susurros. Le rezó a Elune, y la guja resplandeció. Tyrande iluminó a la
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Tempestira
izquierda con su arma, pero el espació que había cortado solo mostraba a mas bichos
carroñeros.
Pero justo más allá de la luz…
Tyrande se movió hacia ello, pero fuese lo que fuese se retiraba con la niebla.
Estaba ahí, apenas visible.
Y esperando a que ella diese un paso en falso fatal.
Madre Luna, guíame ahora… fortalece mi voluntad…, rezó la elfa de la noche.
Voluntad… voluntad…, dijeron los susurros.
No pudo evitar estremecerse. No solo repetían sus palabras, sino también sus
pensamientos. ¿No había nada a salvo?
Nada a salvo… nada a salvo… nada a salvo…
Tyrande tenía su respuesta. Sin embargo, ni siquiera se planteó retirarse. Su deseo,
su misión, estaba clara. Nunca pensó que podría llegar hasta Malfurion sin ser vista. La
Suma sacerdotisa esperaba tener que pelear, y mucho. Por lo tanto, que la Pesadilla supiera
que estaba allí y cuáles eran sus intenciones no cambiaba nada.
—Me enfrentaré a todo lo que lances contra mí —le murmuró a la niebla—, ¡y lo
derrotaré!
No hubo susurros burlones. Si eso era bueno o malo, Tyrande no podía saberlo.
Siguió adelante. Aunque las alimañas se apartaban de ella, podía oír como volvían
rápidamente una vez había pasado. Además, el suelo se volvía resbaladizo con una
sustancia verde negruzca que le recordaba a entrañas de los bichos y que lo cubría todo.
Tenía que despegar los pies del suelo, un acto al que acompañaba un enfermizo sonido
pegajoso. Su avance se ralentizó.
—Tomará más que eso —le dijo a la niebla.
Una risa femenina atravesó la niebla.
La risita horrorizó a Tyrande más que cualquier otra cosa hasta el momento.
Conocía esa risa, todavía soñaba con esa risa.
Era la risa de Azshara.
Pero la reina de los elfos de la noche estaba en el fondo del mar que marcaba donde
se habían encontrado una vez su ciudad y el Pozo de la Eternidad… al menos por lo que
Tyrande sabía. Sin embargo, era esa duda diminuta, el saber que no había sido testigo de la
muerte de Azshara, lo que le había provocado las pesadillas que había sufrido
frecuentemente durante siglos. Aunque la reina loca, cautivada por el poder de Sargeras y
pensando en sí misma como la futura consorte del titán, ciertamente no había tenido la
oportunidad de huir de Zin-Azshari, era posible que sí se las hubiese arreglado de algún
modo.
¡Así que este es tu plan ahora!, le dijo desafiante a la niebla. ¡Una valiente
elección, pero te extralimitas!
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Para enfatizar su desafío, estiró los brazos como si le diese la bienvenida a este
nuevo ataque. Sin embargo, no ocurrió nada. No hubo una repentina materialización de la
temible reina, ni siquiera otra risita.
—Sigue con tus juegos, entonces —dijo en voz alta la Suma sacerdotisa—. Yo
tengo asuntos más serios a los que prestar mi atención.
Una vez más continuó avanzando, apartando a las alimañas y peleando por cada
paso. Al fin la elfa de la noche parecía estar más cerca del neblinoso castillo. Tyrande
sentía en parte que su absoluta determinación le ayudaba a progresar, que la Pesadilla se
doblegaba, al menos en parte, a su voluntad. Sin embargo, tomó la precaución añadida de
dedicar una oración silenciosa a Elune para que el castillo ni desapareciera ni retrocediera
en el último momento.
El olor a putrefacción, siempre presente, se volvió más fuerte. El suelo, más
resbaladizo. A veces Tyrande casi podía jurar que latía, como si fuese un gran ser que
respiraba lentamente. La Suma sacerdotisa se dijo que era simplemente la Pesadilla
buscando quebrantar su determinación, pero de todos modos se movía con cautela.
Entonces resbaló. Tyrande no pudo hacer nada por evitar caer de cara en la
nauseabunda sustancia. Un repugnante moco cubría sus labios y le quemaba la lengua.
Rápidamente lo escupió, insegura de si estaba envenenado.
Su guja se encontraba a cierta distancia, con la punta de una de las hojas oscurecida
por la niebla. Tyrande logró ponerse de rodillas, aunque el esfuerzo fue mayor de lo que
esperaba. El suelo estaba tan resbaladizo que sus manos apenas podían encontrar apoyo.
Un ruido como de arañazo hizo que volviese su atención hacia la niebla. La guja
resbalaba por el suelo, desapareciendo cada vez más.
La elfa de la noche se lanzó a por su arma, pero volvió a caerse. Ahora solo se veía
la punta de una de las hojas.
Calmándose, invocó la luz de Elune, la dirigió hacia la guja…
Algo reptaba detrás de Tyrande. La elfa de la noche miró inmediatamente en esa
dirección, pero no vio nada. Rápidamente volvió su atención hacia la guja. Había
desaparecido.
La risita de Azshara volvió a alcanzar los oídos de Tyrande.
Intentando girarse hacia el origen de la siniestra risa, Tyrande solo consiguió
enfangarse cada vez más. Finalmente recurrió de nuevo a la luz de Elune, esperando que
eso hiciera que el suelo se endureciese.
Pero, al intentarlo, volvió a oír el sonido reptante. Tyrande se negó a cesar en sus
esfuerzos, pero no pudo evitar intentar ver también qué se acercaba a ella…
Algo musculoso pero húmedo se enredó en su cuello con la crudeza de un látigo.
Tyrande abandonó su hechizo para luchar contra lo que ahora la estaba asfixiando.
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Tyrande luchó por invocar a Elune. Pero la luz que ya tenía se desvaneció aún más.
Mientras se apagaba, los naga se acercaban más y más ansiosos. Se amontonaron sobre
ella…
—Y todavía me servirás… —dijo la reina con una sonrisa que mostraba sus
colmillos.
Las piernas de la elfa de la noche empezaron a fundirse. Azshara la estaba
convirtiendo en una naga.
Tyrande tiró con más fuerza de la cola que rodeaba su cuello. Apenas podía
mantenerse consciente y mucho menos pensar.
Pero en su último resto de conciencia, la cara de Malfurion llenó sus pensamientos.
Él no dijo nada, solo le dedicó una mirada de ánimo.
Aquello espoleó a la Suma sacerdotisa para que hiciese un esfuerzo más por
invocar a su diosa. Aunque Tyrande no podía hablar, movió los labios con el nombre de
Elune.
El fulgor plateado de la Madre Luna la bañó.
Perdió la conciencia.
Azshara y todos los naga habían desaparecido. Tyrande se quedó inmóvil en el
resbaladizo suelo, y los bichos carroñeros empezaron lentamente a cubrir su cuerpo. La
niebla se espesó alrededor de la Suma sacerdotisa.
Pero Tyrande seguía sin moverse. Yacía allí, con las manos en el cuello…
alrededor del cuello.
Como si hubiese estado estrangulándose ella misma.
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CAPÍTULO QUINCE
DEFENDIENDO EL SUEÑO
L as sólidas murallas de Orgrimmar carecían del «refinado» toque de las de
Ciudad de Ventormenta, pero no podía ignorarse su salvaje gloria. Altas y con enormes
torres de vigilancia que observaban las tierras adyacentes, advertían a quien fuese lo
bastante necio como para atacar del alto precio en sangre que tendría que pagar. Duros
guardias orcos patrullaban las pasarelas interiores, y no era extraño ver entre ellos trolls
Lanza Negra, tauren e incluso a los no-muertos Renegados.
Y, aunque a un humano el interior podría haberle parecido propio de bárbaros, con
su población dividida en pequeños valles más que en barrios y sus edificios rurales más en
sintonía con el pasado nómada de los orcos, estaba claro que Orgrimmar era un centro tan
importante para aquellos que vivían allí como la capital de Ventormenta. Allí la población
se contaba por miles que comerciaban, estudiaban, se preparaban para la guerra…
Situada en la base de la montaña más cercana al valle de Durotar, Orgrimmar era
un símbolo de la lucha que el gran libertador Thrall había tenido que librar para darles por
fin a sus seguidores un auténtico hogar. Igual que había bautizado al valle con el nombre
de su padre asesinado, bautizó la ciudad con el nombre del Jefe de Guerra que había
tomado bajo su protección al entonces esclavo y gladiador fugado, y que más tarde lo
había escogido como sucesor.
El propio Thrall gobernaba desde el Fuerte Grommash, situado en el Valle de la
Sabiduría, zona central de la capital. El Fuerte Grommash desplegaba toda la bárbara
belleza del dominio del Jefe de Guerra orco, con grandes edificios redondeados con
afiladas agujas en sus tejados, grandes entradas también redondeadas y muestras en
muchos de los muros de piedra gris que hablaban de pasadas victorias tanto del Jefe de
Guerra como de la Horda en general. Entre esas muestras se encontraban las temibles
cabezas momificadas de las criaturas utilizadas por la Legión Ardiente, armas y armaduras
de los propios demonios y, más adelante, armaduras y banderas de otros enemigos, la
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Alianza. Que estos fuesen ahora aliados no importaba a los orcos. Habían sido victorias y
como tales eran festejadas.
Pero la gloriosa victoria no estaba en las mentes de los guardias orcos y el chamán
que se apelotonaban en el santuario del Jefe de Guerra. Los guerreros observaban con
ansiedad mientras el chamán dibujaba círculos sobre una figura tendida sobre la basta
cama de roble cubierta por las amplias pieles de animales que usaban como mantas. Cada
vez que el chamán retiraba la mano, los guerreros se inclinaban con expectación… y se
echaban hacia atrás derrotados.
La figura sobre la cama se movió repentinamente, luego murmuró algo. Sus manos
aferraban en vano el aire. Luego una mano se balanceó como si empuñase un hacha.
Los violentos movimientos no animaban a los espectadores. Los habían visto
muchas, muchas veces. Thrall no estaba más cerca de despertarse de lo que había estado
tras los anteriores esfuerzos del chamán.
—Sigue teniendo ese terrible sueño —murmuró el entrecano chamán—. Se repite
una y otra vez, y nada de lo que hago consigue penetrarlo…
El anciano orco de pelo plateado miró desde unos ojos hundidos un estilizado puñal
que había sobre mesa redonda de madera que había cerca. Lo habían utilizado para, con
cuidado, pinchar al dormido Jefe de Guerra con la esperanza que un dolor repentino y
agudo acabase con la pesadilla.
Eso también había fallado.
—¿Lo ponemos con los demás? —dijo cautelosamente un guardia. Inmediatamente
otro orco lo sacudió de un golpe en la cabeza. El primero miró airadamente al segundo y,
de no ser porque el arrugado chamán se interpuso entre ambos, hubiese empezado una
pelea.
—¡Deberían avergonzarse los dos! ¡El gran Thrall yace hechizado y ustedes se
pelean! ¿Es eso lo que él querría?
Los dos guerreros, avergonzados, sacudieron la cabeza. Aunque fueran el doble de
corpulentos que el chamán vestido con pieles de osos, temían su poder. No era el más
talentoso de su oficio en Orgrimmar (de hecho, ese título pertenecía al propio Thrall), pero
de aquellos chamanes que todavía estaban despiertos él suponía la mejor esperanza.
Pero esa esperanza se estaba desvaneciendo.
De un lado a otro de la cámara se oyó un aullido lastimero. Todos los orcos se
giraron a la vez para mirar a una enorme loba blanca que aullaba hacia la ventana. El
animal era de tan gran tamaño que cualquiera de los guerreros podría haber montado en él
como si fuese un caballo. De hecho, el jefe de Guerra usaba a su compañera más fiel con
ese propósito. Ambos eran legendarios compañeros de batalla. La loba podía ir y venir por
todo el edificio, y ningún guardia se quejó nunca de esa situación.
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Tempestira
La gigantesca bestia dejó escapar otro aullido. El sonido estremeció a los guerreros
y al chamán más que cualquier otra cosa que hubiesen visto desde que se había descubierto
el estado de Thrall.
—Calla, Canción de Nieve —murmuró el chamán—. Liberaremos a tu hermano de
caza…
Pero entonces la loba empezó a intentar trepar y salir por la ventana. Sin embargo,
el hueco, aunque era grande, no lo era lo bastante para la gigantesca cazadora. Con un
gruñido de frustración. Canción de Nieve se giró y se lanzó hacia la colosal puerta.
Al chamán se le abrieron los ojos.
—¡Ábranle! ¡Deprisa!
Uno de los guardias se apresuró a obedecerlo. Apenas había abierto la puerta
cuando Canción de Nieve chocó con él. El corpulento orco salió volando como una hoja
movida por el viento y acabó por chocar con una pared. La loba continuó su camino.
—¡Síganla! —ordenó el anciano chamán—. Siente algo…
Seguida por los orcos, la loba blanca cargó a través del fuerte. Se detuvo en dos
ventanas más que también eran pequeñas y finalmente se dirigió hacia las enormes puertas
de la entrada principal.
Los soldados de guardia se envararon ante la sombrosa figura que se abalanzaba en
su dirección. Antes de que el chamán pudiese advertirles, uno de ellos tuvo el sentido
común de abrir una puerta. Si la loba buscaba salir con tanta urgencia, el guardia asumió
que probablemente habría algún peligro fuera.
Canción de Nieve salió. La loba se detuvo solo para reconocer su entorno y luego
corrió hacia la parte más cercana de las murallas que rodeaban Orgrimmar.
Aunque era mucho mayor que los demás, el chamán los sorprendió demostrando
ser el más rápido. Con ligeros movimientos más parecidos a los de la loba, casi estaba a la
altura de Canción de Nieve. Había otros métodos por los que podría haberse movido más
deprisa, pero cierta cautela innata frenaba al anciano orco.
Trolls y orcos que andaban ocupándose de sus asuntos se apartaron del camino de
Canción de Nieve. Al recuperarse, la mayoría desenfundó sus armas. Orgrimmar llevaba
días en alerta, y a los presentes les pareció que las prisas de la loba señalaban que la hora
de la batalla había llegado.
El chamán miraba a su alrededor mientras seguía a la loba. Por muchos que fuesen,
había menos defensores de Orgrimmar presentes de los que debería haber habido. Peor
aún, según se acercaban a la muralla vio que la niebla había entrado más en la capital. Era
casi imposible ver a los guardias de arriba.
El anciano orco deseó, no por primera vez, que aquellos que tenían más
conocimiento y experiencia con las artes arcanas que él no se hubiesen contado, junto con
Thrall, entre los primeros en no despertar.
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Tempestira
Canción de Nieve no corrió hasta los escalones que llevaban a las atalayas. En
lugar de eso, la loba blanca se subió a una escalera que llevaba a uno de los niveles
inferiores de la muralla. Allí, el astuto animal siguió un paso tras otro hasta que llegó a la
parte superior de la muralla.
El blanco pelaje de la loba destacaba incluso en la espesa niebla esmeralda. El
chamán subía unos cuantos escalones detrás del animal. Al llegar arriba vio al centinela
más cercano de pie, inmóvil.
—¿Qué te aflige? —preguntó el anciano orco. Cuando el centinela no le respondió
el chamán le tocó el brazo.
Solo entonces al soldado se le inclinó la cabeza hacia un lado.
El chamán pensó al principio que el guerrero estaba muerto, pero al ponerle la
mano en el pecho se dio cuenta de que respiraba. Lo miró a la cara y vio que tenía los ojos
cerrados.
Aunque en pie, el centinela estaba dormido.
El chamán miró al siguiente… y vio lo mismo.
Algunos de los guardias que lo seguían lo alcanzaron. Se quedaron mirando a sus
camaradas con pasmo.
—¡Avisen! —ordenó el anciano orco—. Encuentren a más para proteger la…
Canción de Nieve volvió a aullar lastimeramente. La loba se irguió sobre sus patas
traseras mientras que las delanteras las apoyaba sobre el parapeto para poder ver más allá
de Orgrimmar.
Los orcos miraron hacia donde Canción de Nieve observaba.
Había figuras en la niebla. Cientos o más.
Uno de los guardias tomó un cuerno que colgaba de un gancho de madera en la
muralla. Sin embargo, antes de que el orco pudiese llevárselo a la boca, este, el chamán y
los demás se quedaron paralizados.
Las figuras se habían adelantado hasta el límite de la niebla.
Eran orcos.
—Grago —gruñó sorprendido un guerrero—. Mi hermano duerme… pero lo estoy
viendo ahí…
—Hidra… mi compañera, Hidra, ¡marcha con ellos! —dijo otro.
—¡Un truco! —insistió un tercero—. ¡Trucos de mago! La Alianza…
—No es la Alianza —exclamó sin rodeos el chamán. Se inclinó hacia delante—.
Son todos los que duermen… todos ellos…
Y, mientras lo decía, su mayor miedo se reveló ante él. De repente, Thrall estaba
allí, pero un Thrall que era una grotesca parodia del Jefe de Guerra. La piel le colgaba
como pudriéndose y se podía ver el hueso. También tenía los ojos de un rojo llameante…
el rojo de la corrupción demoníaca.
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Tempestira
***
Broll creía que había perdido a Arei, pero el anciano regresó con él.
—No te alejes. Estamos muy cerca. Él sabe que vienes.
—¿Él?
Antes de que el anciano pudiese responder, una oscuridad esmeralda aún más
espesa los cubrió.
Unas voces farfullantes llenaron la mente de Broll. Un escalofrío se le alojó en el
corazón. Se sintió como si le estuviesen arrancando la piel de la carne y, peor aún, entre las
voces, los gritos de su hija lo abrumaban. El druida estaba siendo arrastrado a un abismo
donde unas manos desesperadas lo agarraban y tiraban de él cada vez más… y más…
¡Márchense!, ordenó una nueva y vibrante voz que le dio al elfo de la noche un
ancla a la que aferrarse mentalmente. Las voces cesaron. Las manos se retiraron. El hielo
en su corazón se fundió…
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Tempestira
La oscuridad volvió a la aún ominosa niebla. Broll descubrió que estaba de rodillas,
jadeando. Tenía una mano en el pecho.
Una suave luz que se extendía desde delante de él bañó al druida. Broll levantó la
mirada.
—¿Remulos? —dijo.
Pero, aunque la brillante figura recordaba al guardián del Claro de la Luna, Broll
vio rápidamente que no era él. Más aún, el druida se dio cuenta de que lo que estaba
viendo no era, como eran él y el anciano, un ser sólido.
Y cuando el elfo de la noche reconoció al fin quién estaba en pie… no, quién
flotaba… ante él, tragó saliva.
La razón de que se pareciese a Remulos era obvia. Se trataba de su hermano…
Zaetar.
Pero Zaetar estaba muerto.
Broll se puso en pie. Zaetar se había enamorado de Theradras, una elemental de la
tierra. Se decía que con ella había engendrado al primero de los centauros. Pero los
violentos hijos de Zaetar le habían devuelto el favor de que los hubiese traído al mundo
asesinando al guardián del bosque. La leyenda decía que una desconsolada Theradras,
incapaz de admitirlo, había ocultado sus restos.
¡Detén tu mano!, dijo el gigante. Su boca no se movió, pero oyó claramente las
palabras. Tu preocupación es comprensible, pero la verdad ha cambiado…
Incluso teniendo en cuenta dónde se encontraba y el hecho de que no era carne sino
espíritu, Zaetar era de un color más verde que su hermano pequeño vivo. Aparte de eso, las
dos figuras titánicas eran obviamente los hijos de Cenarius. Sin embargo, el rostro de
Zaetar era ligeramente más alargado y tenía una constante expresión de tristeza, esto
último quizá era lógico, considerando su muerte.
El druida miró a Arei, que asintió. El anciano de la guerra parecía más demacrado
que antes del ataque contra Broll, lo que le hizo preguntarse al elfo de la noche si Arei
también había sufrido.
A ambos los ha alcanzado la pesadilla, aunque Arei estaba mejor preparado, dijo
Zaetar, indicación que había leído los pensamientos de Broll. Eso volvió al druida aún más
cauteloso.
Somos aliados, Broll Bearmantle, insistió el espíritu, extendiendo las palmas de las
manos abiertas hacia el elfo de la noche. Mientras «hablaba», la forma de Zaetar formaba
ondas, como si fuese parte de la niebla.
—Él nos ha dirigido durante estos momentos duros —añadió Arei—. Y es una de
las razones por la que todavía resistimos…
Aunque dudo que podamos resistir más tiempo que las pocas semanas que ya
hemos resistido…
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***
Casi había llegado. Thura podía oler a su presa… o al menos eso creía. Estaba
escondido en alguna parte en el sombrío castillo.
La orca no conocía esta tierra de nieblas, pero la incomodidad que pudiese sufrir
mientras la recorría era poca cosa comparada con su impaciencia por acercarse al fin al
cobarde asesino. Pronto, muy pronto, vengaría a su pariente.
Algo se movió en la niebla. Hacía tiempo que Thura era consciente de que había
otros rodeándola. Eran más que animales, aunque tampoco parecían ningún enemigo que
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CAPÍTULO DIECISÉIS
LA SOMBRA SE MUEVE
T yrande notó el gentil roce de una mano en su mejilla. Se despertó y vio a
alguien arrodillado junto a ella.
Era un sonriente Malfurion. Estaba exactamente tal como lo recordaba la última
vez. Alto, de hombros anchos para un elfo de la noche, aunque no tan corpulento como un
avezado guerrero como Broll Bearmantle. Su cara y sus ojos mostraban los siglos de
trabajo que había llevado a cabo en servicio de su puesto y de Azeroth. Sus astas eran
largas y orgullosas, símbolo de su cercanía a la naturaleza, al mundo que amaba.
Con el corazón alterado, la Suma sacerdotisa se puso en pie lo suficiente como para
abrazar con tuerza al Archidruida.
—Mal… —susurró Tyrande, sonando por un momento milenios más joven de lo
que era—. Oh, Mal… ¡por fin te encuentro! ¡Alabada sea Elune!
—Te he echado tanto de menos —respondió él, abrazándola con igual fuerza. Su
tono perdió de repente su alegría—. Pero no deberías estar aquí. Deberías irte. No esperaba
que fueses tú la que me encontrase primero…
—¿Irme? —La Suma Sacerdotisa se puso en pie. Su expresión mostraba su
tremenda incredulidad—. ¡No te abandonaré ahora!
El Archidruida miró su alrededor como si estuviese inquieto por algo. Tyrande
siguió su mirada, pero solo vio el inmaculado y espacioso paisaje del Sueño Esmeralda.
Era hermoso tan puro como Malfurion se lo había descrito siempre…
A Tyrande le dolía la cabeza.
—Esto no está bien… hay algo extraño en nosotros.
—Esto solo es una imagen en tu cabeza —respondió el Archidruida cada vez más
inquieto—. ¡Quería que me vieras, que supieras que soy yo!
—Malfurion…
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ver con todas las vidas que había visto perderse tan cruelmente durante la Guerra de los
Ancestros, vidas que probablemente creía que de algún modo podría haber salvado.
Ella ya no tenía la guja, pero eso no importaba. La elfa de la noche reemprendió su
camino. No había rastro del castillo, solo la pegajosa niebla y las formas semivisibles que
siempre acechaban justo más allá del margen.
Eso la hizo pensar brevemente en la advertencia de Malfurion. ¿Me están
pastoreando? ¿Tiene razón?
Pero incluso, aunque fuese cierto, el hecho de que fuese consciente de ello le daba
cierta ventaja. Malfurion se había esforzado por ser muy cauto cuando le advirtió. Había
trabajado de modo que su captor, el Señor de la Pesadilla, no lo supiera.
Tyrande acabó por ignorar sus preocupaciones. Lo único que importaba era llegar
hasta Malfurion.
El paisaje no cambió, la luz que ella proyectaba hacía que las alimañas corrieran a
refugiarse a la niebla, y lo que la observaba desde la bruma también se quedaba allí.
Complacida con mantenerlos a raya, la Suma sacerdotisa siguió buscando alguna señal de
su amado. Estaba cerca, la raíz lo demostraba.
Se permitió una sonrisa sucinta por la astucia de Malfurion. Incluso con su cuerpo
astral cautivo, se las había arreglado para hacer crecer y manipular una planta… un
árbol… para sus propósitos.
¡La raíz! Tyrande estudió su ángulo y calculó su posible dirección. Segura de haber
hecho el cálculo correcto, la Suma sacerdotisa miró hacia la niebla.
Y en la temible bruma pudo atisbar repentinamente un árbol. Aunque podría haber
sido uno más entre diez mil árboles, Tyrande sabía que ese era el que buscaba. El que la
llevaría a Malfurion.
Era poco más que otra sombra, pero qué sombra. Se alzaba sobre ella incluso
aunque estaba a cierta distancia. No había hojas que pudiese distinguir, solo cierto número
de ramas retorcidas y esqueléticas que a veces parecían manos gigantes.
La sombra se ondulaba. Tyrande no podía distinguir el árbol propiamente dicho,
pero tenía que estar cerca. A pesar de su patentemente horrible aspecto, la elfa de la noche
se animó con su sola existencia. Dio un paso hacia él…
Y algo se acercó hacia ella desde la derecha.
Tyrande se giró para enfrentarse a ello.
Un potente golpe la alcanzó con dureza, y un cuerpo muscular chocó con la elfa de
la noche con tal fuerza que Tyrande cayó lejos de donde se encontraba. Aterrizó de
espaldas entre las alimañas, aplastando varias. El resto se desperdigó ante la luz de la
Madre Luna que iluminaba la zona…
La Suma sacerdotisa empezó a levantarse… pero se encontró con el mortal filo de
un hacha apretado contra su garganta.
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Pero allí donde la niebla antes había estado tan dispuesta a apartarse ante la luz de
la Madre Luna, ahora se apretaba contra la elfa de la noche como si quisiera asfixiarla.
Tyrande se concentró buscando calmarse. Al hacerlo, la luz plateada se hizo más potente, y
la niebla retrocedió un poco.
Sabiendo que tendría que contentarse con eso, la Suma sacerdotisa siguió adelante.
Se concentró en la vasta sombra. Siempre parecía cercana, pero seguía sin distinguir el
árbol que la proyectaba.
Pero sí distinguió otra cosa. Otro árbol más pequeño. A Tyrande le falló el pie al
verlo. Su monstruosamente retorcida forma la conmocionó hasta el tuétano. Sintió a la vez
repulsión y tristeza por la obvia tortura por la que debía de estar pasando.
De Thura no había ni rastro, y Tyrande temió haber seguido el camino equivocado.
Pero según giraba a su izquierda, algo atrajo su mirada de nuevo al espantoso árbol.
Incluso por horrible que fuera, no la inquietaba tanto como la sombra que se proyectaba
sobre él, la sombra que todavía se negaba a revelar su origen.
Algo susurró. Tyrande se giró para colocarse en la dirección de la que provenían
los susurros. Aunque Tyrande no entendía lo que decían, sentía que estaban rogando.
Necesitaban ayuda. Suplicaban ayuda.
Y, a pesar del siniestro aspecto de la niebla, la Suma sacerdotisa supo que los
ruegos eran sinceros.
Atraída por ellos por su compasión innata, Tyrande volvió a darle la espalda al
torturado árbol. Estiró una mano hacia una de las turbias formas que veía allí. Por primera
vez la sombra se movió hacia ella en lugar de retirarse.
Pero de repente algo la agarró de un pie. Creyendo que había caído en una trampa,
la Suma sacerdotisa le rezó inmediatamente a Elune y formó una lanza de pura luz. A
Tyrande un esfuerzo tal le resultaba caro, pero ya no sentía que tuviese elección.
La lanza cayó sobre lo que le aferraba el pie. La luz lo atravesó como si estuviese
hecha de puro acero.
Lo que al principio había tomado por un tentáculo la soltó en el acto. Inmovilizado
por la reluciente lanza, se retorcía agónicamente.
Solo entonces se dio cuenta de que no era un tentáculo, sino una raíz.
Y, al darse cuenta, la enormidad de lo que acababa de hacer la golpeó con fuerza.
La Suma sacerdotisa rápidamente retiró la lanza de luz. Cuando esta se desvaneció,
Tyrande se arrodilló para curar la raíz. No era una druida, pero estaba segura de que Elune
se apiadaría del daño hecho accidentalmente por su seguidora a un inocente.
Al tocar la raíz, Tyrande volvió a sentir la presencia de Malfurion. Era tan fuerte
que casi podía creer que él estaba allí y no entrando en sus sueños.
Los ojos se le abrieron como platos.
Miró al torturado árbol. Palideció.
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—Malfurion…
***
Los susurros buscaban volverlo loco, o eso creía Broll mientras corría por el
húmedo y oscuro paisaje en forma de felino. Era desafortunado que con esa enorme forma
felina su oído fuese más agudo. Eso solo reforzaba los susurros.
Pero su nariz lo reforzaba a él. Había captado el olor de Tyrande, y no era un truco.
Estaba cerca.
Sus garras estaban cubiertas por la repugnante sustancia de las entrañas de las
alimañas, pero incluso la quemazón que provocaba no era suficiente para frenar al druida.
Con cada paso aplastaba más de esas repulsivas criaturas, y lo único que lamentaba Broll
es que sabía que detrás de él unas nuevas se formaban a partir de los restos de las muertas.
La niebla seguía amenazando con engullirlo, pero, con un movimiento esporádico
de su garra acompañado del fuego púrpura mágico, el felino mantenía a una distancia
segura tanto a la niebla como a los que acechaban en ella.
Luego, una tremenda sacudida hizo estremecerse a Broll y a lo que lo rodeaba. A
pesar de sus agudos reflejos, el gran felino se vio lanzado de acá para allá. Broll se las
arregló para caer de pie y luego clavó las garras en el suelo mientras recuperaba la
orientación.
Una enorme forma bajó en picado. Fue seguida de otra y otra y otras más. E
incluso a través de la densa niebla, el druida pudo ver que se trataba de dragones. Dragones
de color esmeralda. Los súbditos de Ysera seguían defendiendo el Sueño. El druida contó
al menos diez y rezó para que fuesen muchos más.
Justo cuando estaban a punto de dejarlo atrás, de repente uno se apartó del grupo.
Bajó hacia el druida, que vio que era una hembra.
—¿Qué haces aquí solo, elfo de la noche… y en tu forma mortal?
No reconoció al dragón, pero eso no era necesariamente una sorpresa.
Transformándose, Broll se lo dijo.
Ella dejó escapar un grito ahogado de sorpresa.
—¡Eranikus vuelve a volar por el Sueño! Esto… —Miró en la dirección en la que
habían ido los otros leviatanes, como si oyese algo. Se le abrieron los ojos.
El dragón gruñó y luego le dijo al druida:
—¡Elfo de la noche, súbete! ¡Te llevaré conmigo!
—Mis amigos…
—¡Te lo explicaré cuando estemos volando!
No añadió nada sobre que fuese a ser más seguro en el aire, y Broll sabía que no
sería así. Con seres corrompidos como Lethon acechando y los poderes de la Pesadilla que
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seguían siendo un misterio, era posible que «en el aire» fuese incluso menos seguro que el
suelo.
Por supuesto, con un dragón como montura, el elfo de la noche se sintió un poco
más seguro.
Pero al alzarse al cielo Broll vio que la maldad de la Pesadilla se extendía ahora
mucho más allá de lo que lo hacía antes. Ya no podía distinguir más que colinas envueltas
en la niebla.
No, podía distinguir otra cosa. En lo que parecía ser todas direcciones, incluso más
arriba, surgían brillantes destellos de energía mágica como relámpagos de una fantástica
tormenta. De nuevo volvió a oírse la sacudida, tan intensa que hasta hizo que el dragón
verde titubease un momento.
—¿Qué está ocurriendo? —gritó.
El dragón giró la cabeza para mirarlo directamente a los ojos, aunque los suyos, por
supuesto, estaban cerrados.
—¿No has oído su llamada? ¿Tú, que eres de su raza y lo estás buscando?
¡Escucha!
—Su… —Pero, incluso cuando empezó a hablar, el druida oyó la llamada. Era la
invocación del último ser que hubiese esperado oír, pero la que más esperaba.
La llamada de Malfurion.
No tenía palabras, pero invocaba a los que luchaban contra la pesadilla a que
estuviesen vigilantes. Algo estaba a punto de pasar, algo significativo.
También estaba claro que los advertía. Malfurion no quería que nadie resultase
herido o muerto por su causa. Pero el Archidruida, estuviese donde estuviese, también
sabía que esto iba más allá de su encarcelamiento. Esto lo amenazaba todo.
—Pero ¿cómo puede ser? —preguntó el elfo de la noche—. ¿Y qué hacemos
entonces?
—¿No lo ves todavía? —contestó el dragón verde, batiendo las alas con más
fuerza—. ¿No sientes la maldad? ¡Mira adelante… y en el interior!
Broll obedeció… y en la niebla, apenas visible, aparecía una sombra. La sombra de
un árbol.
Un árbol tan espantoso que no podía ser producto de la naturaleza.
—Mi shan'do está ahí abajo —gruñó el elfo de la noche.
—Y con él la causa de la Pesadilla —añadió solemnemente su montura.
Desde donde estaba, la Pesadilla era una gran masa verde grisácea que latía como
si estuviese viva. Unas formas se movían a través de ella, formas inquietantes que no podía
identificar pero que de todos modos parecían cosas que Broll debería poder reconocer. Se
preguntaba por qué estaban tan ocultas y qué ocurriría si, y cuando, se revelasen. El druida
se estremeció.
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CAPÍTULO DIECISIETE
LA PESADILLA SE MUESTRA
L ucan estaba solo en la niebla con un dragón verde imprevisible. Peor aún,
estaba montado sobre el cuello de ese dragón, algo que a Eranikus le gustaba aún menos
que a él.
—¡No deberíamos habernos separado! —gruñía el leviatán—. ¡No aquí! ¡Y no
ahora!
El cartógrafo no dijo nada. Se sentía inútil. Hasta ahora, había huido de un lugar a
otro buscando escapar de sus crecientes pesadillas, siendo manipulado por un ser poderoso
tras otro y despreciado por la mayoría y, en el mejor de los casos, tratado como a un niño.
Y ahora estaba en un lugar en el que sin duda el poco talento que tuviese como
ayudante de cartógrafo era inútil.
El dragón verde echó un vistazo por el turbio paisaje y su ira continuaba creciendo.
Mucha de su amargura estaba dirigida a sí mismo.
—¡Debería haber estado allí con ella, pero no, fracasé! ¡Ahora ella se está
enfrentando a la Pesadilla sin mí!
Lucan sabía que no era buena idea hacer ningún comentario. ¿De qué habría
servido? Él no era nada… no, menos que nada.
Eranikus dejó escapar otro gruñido, pero este dirigido hacia la pesadilla.
—¿Qué es lo que guarda justo lejos de nuestra vista? ¿Qué insidiosas fuerzas
mantiene en reserva la Pesadilla… y por qué?
El humano abrió la boca para hacer una sugerencia, pero la cerró rápidamente. Sus
ideas no tenían apenas valor.
Aun así… repentinamente en su mente apareció el destello de una idea, una idea
que de repente emocionó tanto a Lucan que apenas pudo evitar gritársela a Eranikus. Lo
que lo contuvo era que el dragón nunca le permitiría hacer algo así, incluso aunque fuese
posible… y si fuese una buena idea intentarlo.
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Pero Lucan no podía contenerse. Más de una vez lo habían rescatado otros. Ya era
hora de que les pagara para variar, usando sus inquietantes habilidades en su beneficio. En
el peor de los casos, él les evitaría tener que seguir aguantándolo.
Lucan se concentró. Al principio aparecieron imágenes de Ventormenta. Vio a su
enjuto señor, Lord Edrias Ulnur, jefe cartógrafo de Su Majestad el Rey Varían, mirando
con desaprobación el trabajo de Lucan… el mismo trabajo que más tarde copiaría con su
nombre sin hacer cambio alguno. Vio a los elegantes cortesanos admirar los mapas hechos
por la mano de Lucan por los que su superior se llevaba las alabanzas. Y vio a las
hermosas damas, especialmente dos de ellas, que habían entrado y salido de su vida sin
saberlo.
Fue solo la conversación de Eranikus lo que despertó a Lucan de esos momentos de
fallos y lamentos pasados. No prestó atención a las maldiciones del dragón. Eranikus
estaba mucho más amargado incluso que Lucan.
Lucan intentó volver a concentrarse. Esta vez el cartógrafo se concentró en la
persona que buscaba. La imagen le llegó inmediatamente y con tal claridad que supo que
estaba en el camino correcto.
Eranikus estaba gritando ahora a pleno pulmón, pero fuese lo que fuese lo que el
gigante alado le quería decir a Lucan, no llegó a sus oidos. El cartógrafo ya había
desaparecido.
***
Ella está cerca… muy cerca…, pensó con ansiedad Malfurion. ¿Pero lo sabe él y
sabe por qué?
A pesar de su temible prisión, Malfurion se había esforzado para averiguar en
secreto lo que pudiera sobre aquellos que estaban luchando contra la Pesadilla. No se había
atrevido a entrar en contacto con ellos, sino que había esperado hasta que sus planes diesen
fruto. Solo la Señora del Sueño tenía alguna idea sobre lo que había planeado, y eso había
ocurrido en un solo pensamiento que le había hecho llegar hasta ella.
Y ahora Ysera había puesto en acción a sus dragones. Ellos, los druidas y otros
protectores de Azeroth habían lanzado un ataque a gran escala que aun así fracasaría por
completo a menos que él lo hubiese calculado todo a la perfección.
Pero hasta que ella llegase ante él, Malfurion no sabría si había sido así.
Sintió al Señor de la Pesadilla cerca, pero la siniestra sombra parecía concentrada
en los dragones y los demás. Malfurion hizo cuanto pudo para enmascarar sutilmente su
llegada. Era imperativo que ella llegase hasta él y actuase sin que la sombra lo supiera.
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Algo se movió a través de la espesa niebla, algo que el Archidruida rezaba para que
solo él pudiese notar. Tan astutamente como podía, Malfurion no solo tenía que evitar que
ella viese lo que de verdad acechaba a su alrededor, sino también que la viesen.
Ella apareció en el pequeño claro que lo rodeaba.
La orca sonrió cuando sus ojos hundidos se fijaron en el árbol. Ella no lo veía. Para
ella, Malfurion Stormrage el Archidruida, el miserable asesino y corruptor, se encontraba
delante de ella con una desafiante sonrisa en la cara. Era una ilusión solo para ella, una
ilusión que Malfurion había construido cuidadosamente igual que cuidadosamente había
construido cada visión que la había traído hasta este lugar.
Malfurion no sentía ninguna sensación de triunfo por atraer a la orca Thura a ese
lugar. Ponía en peligro tanto el alma como la vida de la orca. Pero, en su desesperada
búsqueda de lo que mejor podría liberarlo de su prisión, había sentido el hacha mágica de
Brox. Malfurion sabía que había acabado entre los orcos, aunque la historia la conoció
miles de años después. El dragón rojo Korialstrasz, también conocido por unos pocos
como Krasus el mago, se la había dado al Jefe de Guerra Thrall mientras estaba disfrazado
como un anciano chamán orco. Lo había hecho para honrar a Brox, por su gran sacrificio
cuando contuvo al Titán Sargeras a raya el tiempo necesario.
Pero el hacha era aún más poderosa de lo que creían los orcos, y nadie lo sabía
mejor que Malfurion. Su propio shan'do la había imbuido con fuerzas vinculadas al
mundo, fuerzas que la hacían parte de Azeroth; igual que los mares, la tierra y el aire eran
parte de Azeroth.
Y con esa hacha era con lo que Malfurion esperaba vencer a la Pesadilla y
liberarse.
Thura se acercó a él. No se cuestionaba lo que veía. El druida había influido en sus
sueños demasiado tiempo. Thura aceptaba lo que él quería. Eso lo llenó de más
arrepentimiento; había abusado de su mente, fuese cual fuese su motivo.
—Elfo de la noche —gruñó la orca—, ¡amenazas a mi pueblo, a mi mundo! ¡Y
tienes la sangre de mi familia manchando tus deshonrosas manos! ¡He venido a ponerle fin
a tu maldad!
¡Golpea!, le ordenó silenciosamente. ¡Golpea! Malfurion incluso le sugirió dónde
apuntar. Era vital que lo golpease certeramente.
Viendo lo que para ella era el estómago del Archidruida y que en realidad era el
centro del tronco del árbol, Thura añadió:
—¡Te daré una oportunidad! Te permitiré que hagas las paces…
El Archidruida se quedó asombrado. ¡A pesar de lo que sin duda pensaba de él, ella
aún estaba dispuesta a darle una oportunidad de salvar la vida!
¡Golpea!, repitió, mostrando una imagen de desprecio.
Thura lo miró con furia.
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Para sorpresa de Malfurion, el único ataque del hombre parecía ser agarrar a Thura
por la cintura. A qué propósito podía servir, quedó claro un momento después cuando ella
y su atacante comenzaron a desvanecerse.
Y con ella se desvanecería el hacha… y la última esperanza de Malfurion.
Pero, en el último momento, Thura consiguió zafarse. Cayó de rodillas.
En ese momento, Malfurion sintió que la atención del Señor de la Pesadilla se
volvía hacia lo que estaba pasando cerca de su preciado cautivo.
Era demasiado tarde para el Archidruida, pero intentó advertir a Tyrande y a los
demás. Sus ramas se sacudieron y las afligidas hojas se estremecieron al dedicar toda su
voluntad a alertarlos del peligro.
Demasiado tarde…, se burló el Señor de la Pesadilla. Demasiado tarde…
Las sombras cayeron sobre Malfurion, sombras esqueléticas que surgían de las
ramas del invisible árbol.
Pero esas ramas no atacaban al Archidruida. Apuntaban hacia los otros.
Malfurion volvió a intentar advertirles, pero solo el humano pareció darse cuenta.
El hombre miró la macabra forma de Malfurion y luego dejó escapar un grito ahogado.
Empezó a decirles algo a las dos combatientes, lo que aumentó las esperanzas del
Archidruida…
Una tremenda fuerza de color esmeralda barrió la zona.
La sombra del árbol se echó hacia atrás, pero mantuvo su posición. Sin embargo, la
mayoría de la niebla desapareció, y el horror que solo Malfurion sabía que estaba
esperando se desvaneció de igual modo, buscando la seguridad de aquellas zonas todavía
cubiertas por la maldad.
Tyrande y Thura detuvieron su pelea para seguir con sus miradas el dedo del
humano. Y, aunque Malfurion no podía ver el objeto de su interés, con sus otros sentidos
entendió la enormidad de todo aquello quizá mejor que ellos.
El cielo estaba lleno de dragones, los dragones de Ysera. Todos aquellos que
permanecían incorruptos habían llegado en este momento desesperado para atacar a la
Pesadilla y a su siniestro amo.
Más aún, habían venido para rescatarlo a él.
Eso no era lo que Malfurion había querido. Los otros dragones se ponían en
peligro. Pero no podía evitar animarse al ver como la Pesadilla se venía abajo ante ellos.
Lo que había empezado como una distracción para que el plan del Archidruida tuviese
éxito, ahora se había convertido en parte del rescate. El Gran Aspecto había entendido que
no podía seguir confiando en que la orca siguiese comportándose como se esperaba. La
intención de Tyrande casi provocó involuntariamente una catástrofe.
La niebla se retiró como si ardiese. Allí donde los sirvientes de Ysera lanzaban su
poder, los siniestros tentáculos de niebla se retiraban y el Sueño quedaba restaurado. Los
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bichos carroñeros se fundían bajo el gran brillo esmeralda del poder de los dragones,
desapareciendo. La hierba y los árboles volvían a crecer.
Y en ese momento Thura usó la batalla para cumplir con su misión. Abandonó a
una distraída Tyrande y se zafó del desesperado agarrón del humano.
Malfurion la acuciaba. Observó mientras alzaba el hacha.
Tyrande la vio. La Suma sacerdotisa brilló, preparándose para detener a la orca.
La sombra del árbol se movió. Malfurion se dio cuenta de que Tyrande seguía sin
creer que podía ser manipulada. Sin nada que perder, Malfurion comenzó a maniobrar con
otra raíz en la que había estado trabajando desde que había hecho crecer a la otra más allá
de su prisión. Aquella había sido preparada para ayudar a Thura, no a Tyrande. Esta ahora
tendría que distraer a la elfa de la noche, aunque solo fuese durante un crítico segundo.
Pero alguien más acudió de repente en socorro de Malfurion. Incluso transformado,
el atrapado Archidruida lo reconoció. Broll Bearmantle, corriendo en forma felina, gruñó
para llamar la atención de Tyrande. Que lo hiciese significaba que sabía cuáles eran las
intenciones de Malfurion, lo que no era una sorpresa para este, dado que obviamente había
llegado con la venida de los dragones verdes.
Su aparición cumplió su propósito. Sobresaltada, Tyrande perdió su oportunidad.
Thura atacó. La sombra del árbol que era el Señor de la Pesadilla reaccionó
demasiado lentamente.
El hacha cortó justo como esperaba Malfurion. El dolor le recorrió el cuerpo, pero,
tras la constante agonía que había sufrido por el capricho de su captor, era un dolor que
podía suavizar fácilmente. Lo importante era que, al cortar el árbol, el hacha, forjada por
Cenarius y con la fuerza vital de Azeroth alimentándola, también destruyó los hechizos
que habían tomado por sorpresa a Malfurion y lo habían atrapado.
Con un grito que era de alivio, no de angustia, Malfurion se deshizo de sus infectas
ataduras. Las puntiagudas hojas negras se fundieron. Las ramas que habían sido sus brazos
y manos se encogieron y recuperaron sus formas. Las raíces se retiraron, se convirtieron en
pies que su vez se volvieron a convertir en dos piernas separadas.
Y el oscuro y enfermizo verde que había sido su color desapareció ante el brillante
esmeralda de su cuerpo astral.
No…, se oyó la voz del Señor de la Pesadilla. No va a ser tan sencillo…
Las sombras de varias ramas cruzaron el pecho de Malfurion. A pesar de que ni
ellas ni él eran de materia sólida, o quizá debido a ello, el elfo de la noche sintió como si le
aplastasen el pecho. La euforia de su fuga desapareció mientras sentía cómo su enemigo
volvía a deslizarse en sus pensamientos y su misma alma.
—¡Mal! —gritó Tyrande.
Ella y Broll se lanzaron hacia el Archidruida. En su defensa, hay que decir que el
humano los siguió.
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solo consiguió que a los tentáculos les resultase más sencillo atraparlo. Como a los
anteriores, se lo tragó.
El resto se retiró. De hecho, Malfurion sintió que aquellos que luchaban contra el
mal en todas partes también se veían obligados a retirarse repentinamente. Era como si se
enfrentasen a un adversario completamente nuevo y mucho más formidable. Dragones,
ancianos, druidas… todos tenían que retirarse si no querían unirse a las filas de los que ya
habían perdido.
Pero en la estela de su huida la niebla seguía disipándose. Lentamente, el
distorsionado paisaje de lo que había sido el Sueño Esmeralda volvía a verse. Las antaño
orgullosas colinas estaban ahora cubiertas de ennegrecidas depresiones, y sobre ellas se
arrastraban las alimañas como si estuviesen en grandes nidos. Los árboles que quedaban
estaban sin hojas y cubiertos de pequeños succionadores de color rojizo que se movían
como bocas y tenían dientes. Las ramas se retorcían y giraban como si buscasen
constantemente cualquier cosa desprevenida que cayese a su alcance.
El suelo estaba repleto no solo de toda clase de bichos, sino del enfermizo pus que
brotaba de grietas que ahora se abrían por todas partes. El hedor de la podredumbre llenaba
más que nunca el aire.
Y entonces la Pesadilla le reveló a los demás lo que Malfurion ya sabía, lo que más
había mantenido oculto. Malfurion había esperado con su fuga que su maldad se viese al
menos reducida, pero no era así. De hecho, se había vuelto más horripilante de lo que le
había mostrado anteriormente su captor.
Allí donde había niebla se amontonaban. Sus filas se extendían más allá de la vista
y el Archidruida sabía que también más allá. Peor aún, se multiplicaban por segundos, y
cada cara se parecía a las otras solo en su angustia y ansia.
Eran los durmientes a los que había pillado desprevenidos, pero eran muchos más.
Malfurion había luchado contra demonios y contra la Plaga de no-muertos. Las espantosas
parodias en que se habían convertido estos durmientes hacían que los mencionados
pareciesen agradables en comparación. Los durmientes eran criaturas carentes de alma, y
sus formas lo reflejaban. Cuando se movían era a la vez de modo fluido y con evidentes
señas de insoportable dolor que hacía que las torturas que había padecido Malfurion se
quedaran en nada.
Su carne arrugada cubría cráneos estirados. Sus bocas se abrían en constantes gritos
más de lo que era físicamente posible. Tenían los ojos hundidos en el cráneo y miraban
con odio a todo lo que no compartiese su sufrimiento.
Y seguían apareciendo más, más de los que podría haber en cien Azeroths. Eran
todos los sueños horribles que sufría cada durmiente, lo que hacía que su número fuese
potencialmente infinito. Lanzaban hacia delante sus manos como garras mientras se
movían, avanzando… avanzando…
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Tempestira
Malfurion sabía qué buscaban agarrar y cuál era su hambre. Su captor había estado
encantado no solo de mostrarle su sufrimiento, sino de permitirle sentir lo que el Señor de
la Pesadilla había hecho que pensaran que iba a ser su salvación. Para ellos el único
respiro, aunque momentáneo, era robar y experimentar lo que aquellos que aún no habían
caído presos de la Pesadilla todavía conservaban… la capacidad de dormir sin dolor, sin
miedo.
Pero era un falso deseo, algo que nunca podrían alcanzar. Era solamente un plan
para que siguieran adelante, para volverlos tan desesperados como para que atrapasen a sus
amigos y seres queridos, todo para el provecho de la Pesadilla.
Y Malfurion sabía que, a pesar de lo buenas que fuesen la mayoría de estas
personas… sus presencias de pesadilla no dudarían lo más mínimo en provocar la
destrucción de Azeroth.
Su número continuaba creciendo, extendiéndose. Los miembros restantes del vuelo
de Ysera no eran nada para ellos. Los dragones atacaban y atacaban, pero con el mismo
resultado que unos granos de arena intentando evitar una inundación.
Malfurion supo por qué. También supo que el Señor de la Pesadilla había estado
manipulándolo desde el principio. Con toda su astucia el Archidruida le había dado a la
abyecta sombra lo que de verdad deseaba. El elfo de la noche había servido a su captor tan
bien como si hubiese sido uno de los corrompidos…
—¡Debemos retirarnos de este lugar! —rugió al resto uno de los dragones verdes
más ancianos—. ¡Debemos reagrupamos!
¿Reagrupamos? ¿Por qué?, se preguntó en silencio Malfurion, aún horrorizado por
el papel que había jugado. ¿Qué esperanza hay?
La Pesadilla nunca lo había querido a él. Oh, su señor sí, pero había sido un deseo
personal empequeñecido por la necesidad definitiva.
Malfurion había sido el cebo. Sus poderes, su vínculo con Azeroth y el Sueño
Esmeralda habían sido lo bastante fuertes como para instigar las intenciones de la
Pesadilla, pero nunca para saciarlas. Para eso la sombra había necesitado al ser que más
vinculado estaba al reino mágico.
A quien la Pesadilla había deseado desde el principio era a la Señora del Sueño
Esmeralda.
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CAPÍTULO DIECIOCHO
SUEÑOS PERDIDOS
E n la Ciudad de Ventormenta, en Forjaz, Dalaran, Orgrimmar, en la Cima del
Trueno y en todas las otras ciudades, pueblos y aldeas, la niebla empezó a moverse.
Incluso en Entrañas, donde los no-muertos no deberían soñar, la niebla se hizo con las
pesadillas ocultas de sus habitantes. Los Renegados se vieron malditos con sufrir sus vidas
perdidas de nuevo, en sueños que les ofrecían alivio pero que no cumplían esa promesa.
Entrañas tenía el nombre adecuado por muchas razones, la menor de las cuales era
que estaba enterrada bajo las ruinas de lo que había sido una de las mayores ciudades… la
famosa Ciudad Capital de Lordaeron. Sin embargo, en la Tercera Guerra, el Príncipe
Arthas, corrompido por el Rey Exánime, tomó la capital de su padre y mató al Rey Terenas
en su propia sala del trono.
Pero el temible destino del Rey Exánime había atraído a Arthas al frío Rasganorte
y durante ese tiempo los Renegados, los no-muertos que se habían liberado del yugo del
Rey Exánime, tomaron las ruinas. Viendo sus ventajas defensivas, habían construido lo
que se convertiría en su capital, excavando sus catacumbas a mayores profundidades y
haciendo lo que para muchos de los vivos hubiera sido una terrible burla de las vidas
perdidas de los no-muertos.
Por toda la ciudad se podía ver un siniestro emblema consistente en tres flechas
cruzadas, una de ellas rota, cubiertas por una máscara blanca agrietada. Era la marca de los
Renegados y, especialmente, de su reina. Entrañas era un lugar de colores oscuros y
sombríos, pasajes y escaleras de piedra. Sin embargo, los no-muertos no dormían y, por lo
tanto, tampoco la ciudad. Entrañas tenía posadas, forjas y negocios que trataban no solo
con los no-muertos, sino con visitantes de la Horda, con quienes los no-muertos se habían
aliado. Había cierta iluminación en forma de lámparas mortecinas y débiles antorchas. No
estaban ahí solo para servir a los vivos, aunque los no-muertos no tenían una necesidad
auténtica de luz, era que nadie quería admitir que quizá les diese a sus habitantes una
fachada de otra vida diferente.
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Tempestira
Pero ahora… algo nuevo e inquietante incluso para aquellos que habían construido.
Entrañas había llegado a la capital de los Renegados. Algo que parecía el sueño…
La líder de los Renegados, la temible Reina Alma en Pena Sylvanas Windrunner,
había estudiado el extraño estado de aquellos de sus seguidores que ahora parecían
muertos de verdad… pero no del todo. Era el más pequeño de los movimientos lo que
demostraba que no lo estaban.
La Reina Alma en Pena era hermosa incluso en su estado de no- muerte. No solo
había sido una elfa noble, sino también general de los Forestales de Lunargenta. E, incluso
en su puesto actual, Sylvanas era única, pues no era fantasmal como solían serlo las almas
en pena, sino que tenía forma sólida. Ágil, elegante y de piel marfileña, caminaba entre los
cuerpos tumbados reunidos por sus sirvientes para ella. Todos estaban iguales. Ninguno le
daba una respuesta, y eso solo servía para aumentar su frustración.
Vestida con una armadura de cuero ajustada diseñada para que pudiese moverse
con facilidad y con una capa con capucha semejante a un sudario de color carmesí,
Sylvanas parecía el heraldo de la muerte. Ni siquiera los cuatro guardias elfos nobles
no-muertos que había presentes, con sus rostros putrefactos, las costillas marcadas y la
mirada vacía, podían provocar tanto miedo como el alma en pena.
—¿Bien, Varimathras? —le preguntó a una presencia sombría que se hallaba en un
rincón de la húmeda y fría sala bajo la ciudadela.
Su voz era seductora en el sentido en que para algunos lo es la oscuridad, pero
también tenía algo que asemejaba un viento helado.
—¿Todavía no tienes nada que decirme?
La sombra se separó de la pared y mostró una figura gigantesca, un demonio.
Llevaba una armadura de cuero y metal del color del ébano más oscuro. El tono de
Sylvanas denotaba una tremenda desconfianza entre ellos. El demonio se colocó junto a
ella apoyado en sus dos enormes pezuñas hendidas. Su piel era de un tono púrpura que
recordaba a la sangre, y también el de las dos grandes alas membranosas que le surgían
desde cerca de los hombros. Tenía la cabeza larga y estrecha con una melena oscura que
caía desde la base de un cráneo, por otra parte, completamente calvo. Dos cuernos negros
retorcidos brotaban de sus sienes. Gemas verdes, de un color que imitaba al de sus
inhumanos ojos, adornaban su armadura en los antebrazos y la cintura. Esos ojos se
encontraron con otros relucientes de color plateado.
—He lanzado hechizo tras hechizo, me he metido dentro de cada uno de esos
necios… y todos revelan lo mismo, Majestad… —replicó fríamente. El demonio ladeó la
cabeza y, con interés analítico, observó cómo se retorcía la expresión de su reina.
—¡Nosotros… no… soñamos! —respondió Sylvanas con una voz tan aguda que el
demonio tuvo que taparse las alargadas orejas puntiagudas. Incluso así, su cuerpo se vio
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afectado por un agudo dolor. El chillido de un alma en pena era un poder aterrador, y
Sylvanas era la más letal de las almas en pena.
—Esa… distracción… está más allá de nosotros —añadió la Reina de los
no-muertos más calmadamente—. No están soñando, Varimathras…
—¿Ni siquiera… Sharlindra?
Sylvanas no pudo evitar mirar a un cuerpo inmóvil. Al contrario que el resto, lo
habían colocado cuidadosamente sobre una tarima de piedra. El cuerpo parecía más
espejismo que sólido, una ilusión que se desvanecía. Radiaba un aura blanca con tintes
azulados. En vida había sido una elfa muy querida, y su hermosura era todavía evidente
incluso en la no-muerte. Sylvanas consideraba que la otra alma en pena era sabia y, al
contrario que el demonio, podía confiar en su consejo.
Pero Sharlindra había sido la primera en caer. Y lo que era más inquietante, cuando
Sylvanas vio el cuerpo se inclinó hacia ella y se dio cuenta de que Sharlindra estaba
murmurando algo.
Todavía lo hacía. Todos lo hacían. Todas las pruebas sugerían que estaban, como
había dicho el demonio antes, soñando.
—¡Es un truco! —Pero Sylvanas sabia por su propia y amarga experiencia que tal
cosa no era posible—. Esto es un truco, igual que la niebla que flota sobre Entrañas…
Le dio la espalda a Sharlindra y también a Varimathras. Los ojos le
relampagueaban mientras pensaba quién usaría esas tácticas.
Solo un nombre se le vino a la mente y, cuando lo pronunció, apenas susurrando, la
furia de Sylvanas alimentó su poder e hizo que la piedra misma temblase.
—Arthas… yo diría que esto es cosa del Rey Exánime… pero eso ya no es pos…
Con un grito ahogado, Sharlindra abrió de repente los ojos. Se quedó mirando hacia
arriba, viendo algo que Sylvanas no podía ver.
El alma en pena sonrió. Levantó una mano delgada, etérea.
—Vida… vivo otra vez…
Cerró los ojos. Su mano cayó. De nuevo volvió a murmurar, aunque las palabras
eran ininteligibles.
Los ojos de Sylvanas ardieron con más furia aún. Se inclinó sobre el cuerpo
inmóvil.
—¿Qué retorcida broma es esta? ¡Tiene sueños imposibles con cosas que son aún
más imposibles! ¿Sueña con vivir? ¡Una locura!
—No tan loca —dijo Varimathras detrás de ella—. Un hechizo sencillo, en
realidad.
Sylvanas se giró, sorprendida por las increíbles palabras del demonio. Varimathras
sabía que no debía burlarse de ella. Había aprendido rápidamente que los demonios no
eran los únicos torturadores expertos.
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Pero la sujetaron con más fuerza aún. Sylvanas miró las monstruosas cuencas de
los ojos de uno de ellos y vio tal odio hacia ella que quedó sin habla.
—Puede que estén un poco celosos —comentó Varimathras, volviéndose más
inmaterial—. La verdad no deberían estarlo. No permanecerás así mucho tiempo.
La elfa se vio atrapada entre el miedo y el arrepentimiento.
—¿No dura?
—Duraría si te diésemos la oportunidad.
El que hablaba no era el demonio, sino alguien que había entrado sin que Sylvanas
lo supiera. Pero, aunque no podía verlo desde donde estaba, Sylvanas conocía bien la
voz… y se estremeció por ello.
Varimathras hizo que los guardias la girasen para que viese al recién llegado.
Para que viese a una figura con una armadura negra cubierta de hielo.
Para que viese al Rey Exánime.
Forcejeó para liberarse, pero los guardias la sujetaban con mano de hierro. Peor
aún, la arrastraron hacia el Rey Exánime.
Pero esto es imposible, recordó Sylvanas. ¡Fue derrotado! Fue…
Arthas le sujetó la barbilla. Sus rasgos humanos se podían ver a través de las
aberturas del casco. Un aliento helado salía de él cuando hablaba.
—Tan hermosa como elfa noble… y mucho más como alma en pena…
La colocaron sobre una plataforma de piedra y luego la encadenaron. Varimathras
se unió al Rey Exánime, que de nuevo agarró a su cautiva por la barbilla.
—Esta vez… lo haré bien —le prometió Arthas. Su frío aliento corrió sobre el
rostro de Sylvanas, pero no era su aliento lo que la dejó helada.
Arthas pensaba volver a convertirla en un alma en pena…
Sylvanas todavía recordaba las horribles agonías que la última fuerza vital que le
quedaba había sufrido durante la temible transformación. Sabía que ahora pasaría por un
terror mil veces peor.
—¡No! —gritó intentando usar sus poderes. Desafortunadamente, esos poderes no
le pertenecían hasta que se hubiese completado el monstruoso hechizo.
Arthas alzó su larga y elegante espada, Agonía de Escarcha. La maldad de la
espada era casi tan grande como la del Rey. Colocó la punta de la espada sobre ella de
modo que él y su arma eran todo lo que Sylvanas podía ver.
—Sí, esta vez serás una sirviente obediente, mi querida Sylvanas… incluso aunque
tenga que repetirlo una y otra y otra vez hasta que salga bien…
Sylvanas chilló…
***
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El alma en pena dejó escapar un chillido que comenzó como un ataque desesperado
y acabó en angustia…
La Pesadilla envolvió Entrañas.
***
***
La Pesadilla apareció por casi todas las tierras conocidas de Azeroth. La niebla se
desvanecía lo suficiente para que los que estaban despiertos viesen lo que había sido de sus
víctimas… y cuál sería su propio destino. Pero, a pesar de eso, fueran los orcos de
Orgrimmar, los enanos de Forjaz o cualquier otra raza de cualquier otro reino, los que
quedaban para defenderse de ese terror en su mayoría no se rindieron. Sabían que no tenían
más elección que seguir luchando… no importaba la poca esperanza que tuviesen en ello.
Pero había un reino extrañamente libre de la niebla. Era Teldrassil y, por lo tanto,
también Darnassus. Eso no significaba que Shandris Feathermoon no supiera lo que estaba
pasando en el continente y más allá. La general estaba bien informada mediante su red.
Una red que, sin embargo, se estaba viniendo abajo rápidamente.
Shandris dejó la última carta recibida de un agente cerca de Orgrimmar. Repetía lo
que decían desde Ciudad de Ventormenta, la Cima del Trueno de los tauren y los otros
lugares por donde Shandris había tejido su red.
La misteriosa niebla se movía. Peor aún para ella era que tampoco tenía
información sobre dónde se encontraba su señora. Tyrande se había dirigido hacia
Vallefresno… y entonces parecía haber desaparecido.
¡No está muerta!, insistía para sí la joven elfa de la noche.
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Shandris retomó su camino… y luego se volvió. No podía decir por qué, pero
decidió seguir al druida.
La figura desapareció rápidamente en la espesa arboleda que formaba parte del
Enclave. Shandris lo siguió con facilidad. La comandante de los Centinelas se movió como
una sombra entre los altos árboles. Muchos le recordaban a versiones en miniatura de
Teldrassil, lo que a su vez le volvió a recordar las visiones de las sacerdotisas.
El druida volvió a aparecer. Había algo raro en su modo de andar y en el hecho de
que se tapase con la capa. Era casi como si no le gustase estar en el Enclave.
Entonces el druida se detuvo. El encapuchado miró a izquierda y derecha, como
pensando en qué dirección ir.
La figura se decidió. Shandris sonrió porque lo había adivinado. Empezó a
seguirlo…
O más bien intentó seguirlo. Su pie se tropezó en una raíz que la elfa de la noche
estaba segura de haber esquivado. Cuando Shandris se movió hacia un lado, la raíz pareció
estirarse desde el suelo, volviendo a atrapar su pie.
La Centinela se zafó ágilmente de la raíz… y una rama le alcanzó la cara. La fuerza
del golpe hizo que Shandris cayese hacia atrás y chocase con el árbol más cercano.
Las raíces del árbol le sujetaron los pies. Shandris alargó el brazo para tomar el
puñal que llevaba siempre, con la intención de cortar rápidamente las ramas y seguir
adelante.
Otra rama la golpeó con fuerza en la cabeza. Aturdida, Shandris se quedó sin
fuerzas momentáneamente.
Entonces, la irregular corteza se abrió. Incluso mareada, Shandris se sintió atraída
dentro del tronco.
Se esforzó por recuperar la concentración, pero de nuevo la golpearon en la cabeza.
El interior del gran roble la rodeaba. Con la visión borrosa, la General vio cómo la corteza
volvía a cerrase.
Una oscuridad que ni siquiera su aguda vista podía penetrar la rodeaba. Peor aún,
en su pecho crecía la presión. Shandris se dio cuenta vagamente de que el espacio en el que
se encontraba era demasiado estrecho. No podía respirar…
La elfa de la noche se desmayó, consciente en el último instante de que la muerte
se le acercaba.
Entonces la corteza volvió a abrirse. La presión se aflojó. El aire fresco despertó a
Shandris, aunque no lo suficiente para evitar que se desplomase hacia delante.
Aterrizó en los brazos de una corpulenta figura. Shandris se esforzó por
recuperarse, convencida de que su captor había ido a por ella.
Un olor almizcleño asaltó a la elfa de la noche, haciendo que recuperase la
consciencia. Miró a quien la sostenía.
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Era un tauren.
Hamuul Runetotem la miró con los ojos entrecerrados.
—Así que… eres tú…
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CAPÍTULO DIECINUEVE
DESPIERTO EN LA PESADILLA
N o había esperanza. En toda su larga vida, Malfurion solo había sentido tal
desesperación una vez. Había sido durante la Guerra de los Ancestros.
El dragón verde que había enviado Ysera todavía los alejaba a él, Tyrande, Broll,
Lucan e incluso a Thura de la catástrofe. Los dragones verdes no solo se estaban batiendo
en retirada, sino que entre ellos reinaba la confusión. Su moral estaba tan baja como la de
Malfurion, o quizá más. Sabían que habían estado perdiendo lentamente, pero ahora
además sabían que todos sus esfuerzos no habían sido más que mentiras. La Pesadilla los
había engañado y había esperado su oportunidad.
Con Ysera… ¡puede hacer cualquier cosa! ¿Por qué se ha puesto en peligro por
mí? Cierto, la captura de Ysera se había debido al engaño de Lethon, pero no hubiera
estado en peligro de no ser por su inexplicable interés en asegurarse la liberación de
Malfurion.
—¡Nos gana terreno! —gritó Tyrande.
Y decía la temida verdad. En su mente Malfurion pudo ver la brillante figura del
cuerpo astral de otro druida sujetado no solo por los tentáculos de la sombra del árbol, sino
por las anteriores víctimas de la Pesadilla. Las garras destrozaban la forma astral como si
el elfo de la noche estuviese hecho de tela finísima. Dio un grito cuando su mismo ser
quedó hecho mil pedazos…
Apenas un momento después, Malfurion vio al mismo druida al frente de la
monstruosa turba de la Pesadilla. Su cuerpo astral era ahora más oscuro y demacrado.
Corrompido, estiraba sus retorcidos dedos hacia los defensores más cercanos con la
intención de que se uniesen a él.
Pero, a pesar de lo terrible que fuese su fallo, a pesar de lo imposible que fuera, el
Archidruida sabía que no podía rendirse a lo inevitable. No iba a permitir que otro más
cayera ante la Pesadilla mientras él huía.
Pero mientras volvía a intentar zafarse, el dragón verde le gritó:
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***
—¡No!
El Archidruida se incorporó de un salto. Inmediatamente, el dolor sacudió su
cuerpo. Se agarró el pecho y cayó.
Estaba de nuevo en su sagrario, resultado accidental de su intento. No debería
haberse sorprendido, dado que el vínculo entre su cuerpo y su forma astral era fuerte por
naturaleza.
Pero algo iba mal. Apretando los dientes, Malfurion luchó contra el dolor. ¿Era este
el resultado de haber estado fuera de su cuerpo tanto tiempo?
El Archidruida dejó escapar un ruido gutural. Se dio cuenta de que no podía haber
sobrevivido tanto tiempo sin la ayuda de otros.
En general, su cuerpo estaba en buen estado. Eso también lo notaba. Sintió la
caricia de Elune, una fuerza que el elfo de la noche conocía bien a través de Tyrande.
Malfurion no tenía ninguna duda de que su amor había sido la que había organizado todo
para salvarlo.
Pero, a pesar del gruñido, ninguna sacerdotisa acudió a ayudarlo.
Lentamente, ganó la pelea. Justo entonces Malfurion notó algo que solo sus
expertos y afinados talentos druídicos podrían haber descubierto.
La fuente de su sufrimiento, y lo que todavía buscaba matarlo, era una pequeña,
muy pequeña pizca de polvo. Pronto identificó la hierba potenciada mágicamente que
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Sabiendo que le sería más sencillo ayudar a los vivos que a los muertos, Malfurion
consideró sus opciones. Ya no pensaba en meditar; el Claro de la Luna estaba mancillado.
Regresar a su forma astral sería demasiado peligroso. Tenía que ir a otra parte, encontrar a
los otros defensores.
Sobre todo, tenía que averiguar lo que le había pasado a Tyrande y a los que
estaban con ella. Habían entrado físicamente en el Sueño Esmeralda. Para Malfurion, eso
significaba un portal, y el más cercano al Sueño y a la Pesadilla estaba en Vallefresno.
Apenas acababa de decidirse a ir allí, apenas había empezado a transformarse en
cuervo de tormenta, cuando Malfurion se dio cuenta de que sus esfuerzos tenían que
concentrarse en una dirección casi opuesta a la que en principio había pensado dirigirse.
Aunque había estado mucho tempo apresado, Malfurion sabía que su pueblo había estado
planeando un nuevo asentamiento en el oeste, en una isla en la costa. Incluso durante la
Pesadilla, Malfurion había notado los poderosos esfuerzos de los otros druidas por hacer…
algo. Desgraciadamente, al intentar mantener ocultos a su captor sus propios esfuerzos, no
había podido descubrir los resultados de los de los otros. Tenía sus sospechas…
El elfo de la noche echó un vistazo por el claro apenas distinguible. No había
siquiera rastro de Remulos. Sin duda el guardián del Claro de la Luna habría aparecido al
notar el despertar de Malfurion. Malfurion intentó proyectar sus pensamientos, pero no
pudo encontrar al hijo de Cenarius. ¿Acaso Remulos se había unido a los otros druidas?
La ironía de que estaba tan solo en Azeroth como lo había estado siendo prisionero
del Señor de la Pesadilla no se le escapó al Archidruida. Empezó a pensar en ello y
entonces se preguntó por qué estaba perdiendo más tiempo en lugar de actuar
inmediatamente, como debería estar haciendo.
Malfurion se concentró. Inmediatamente, su entorno tembló… y solo entonces
descubrió el auténtico peligro.
Había estado soñando despierto. No había sido cosa suya. La Pesadilla era tan
poderosa que había saturado el Claro de la Luna.
Atrapado en su preocupación por los demás, el Archidruida no se había dado
cuenta de cuándo había empezado a caer en ese estado de semivigilia. Probablemente
había sido lo que había atacado a las sacerdotisas que protegían su cuerpo.
Pero la Pesadilla no estaba satisfecha con eso. Malfurion se agitó y se vio atacado
por el propio claro.
La hierba se retorcía alrededor de sus piernas, su torso y sus brazos. Los árboles se
doblaban para asfixiarlo. A todos los había alcanzado la conocida corrupción que había
visto en el Sueño Esmeralda… pero ahora estaba en el mundo real. El Señor de la Pesadilla
se había hecho con el gran poder de Ysera para romper la última barrera entre el sueño y la
realidad.
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La niebla no solo cubría el Claro de la Luna. Cubría la tierra que se encontraba más
allá y aún más allá.
De hecho… cubría hasta donde alcanzaba la vista de Malfurion.
***
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***
Tyrande estaba arrodillada junto a un hito de piedra. Estaba llorando, pero tardó un
instante en darse cuenta de por qué.
Malfurion estaba enterrado ahí.
Estaba muerto, aunque la Suma sacerdotisa no recordaba la causa de su muerte.
Solo sabía que lo echaba de menos, que echaba de menos la vida que nunca habían podido
tener.
—¡No! —gritó furiosa Tyrande, levantándose al mismo tiempo—. ¡No me lo
quitarán! ¡No nos lo quitarán!
Miró al cielo, donde la luna llena brillaba con fuerza. La Suma sacerdotisa levantó
las manos hacia la luna, hacia Elune.
—¡Concédeme este deseo! Lléname con tu luz como nunca lo has hecho antes…
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Tyrande sabía que lo que esperaba hacer estaba mal. De hecho, todo lo que rodeaba
a esa situación estaba mal, pero una temible determinación la poseía. ¡Recuperaría a
Malfurion! ¡Lo haría!
La luz de la Madre Luna brotó de ella. Hizo un gesto hacia el hito. El resplandor
lunar lo bañó.
Las piedras se movieron. Unas pocas cayeron.
Una mano esquelética salió.
Tyrande intentó detener su hechizo, pero la luz de Elune siguió iluminando el hito.
La mano apartó más piedras. A pesar de la naturaleza plateada del don de la Madre Luna,
los dedos del cadáver brillaban con un siniestro color verde.
Entonces, con un gran ruido, el hito se vino abajo. Las piedras llovieron sobre
Tyrande.
Del destruido hito funerario surgió un monstruoso Malfurion…
***
***
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Lucan se quedó mirando a sus compañeros. Estaban inmóviles como estatuas y con
los ojos medio cerrados. Sus miradas parecían perdidas.
Estaban atrapados por la Pesadilla.
Por qué no lo estaba él era una pregunta para la que no tenía respuesta.
Probablemente porque él era el menos amenazador para la Pesadilla. Incluso ahora, lo que
el cartógrafo más deseaba era esconderse.
Y, en su desesperación, aquello le pareció a Lucan la decisión más acertada.
El humano agarró a sus tres compañeros lo mejor que pudo, esperando que tocarlos
fuese suficiente. Ni siquiera entonces se movieron, pero Lucan no tenía tiempo para
preocuparse en su estado.
Intentó hacer lo que antes parecía funcionar solo cuando no lo intentaba. Pero había
habido un par de momentos recientes en los que su deseo consciente había hecho que su
poder funcionase.
Los esclavos de la Pesadilla cayeron sobre el indefenso grupo…
Lucan y los demás se desvanecieron.
Se materializaron en el Sueño Esmeralda, el último lugar al que Lucan quería
regresar. Estaba seguro de que la Pesadilla también los acosaría allí.
Los otros empezaron a despertar de sus pesadillas personales. Parecían cansados y
momentáneamente desorientados.
Lucan fue el único que notó la sombra que los tapó de repente. Miró hacia arriba.
—¿Y qué quieres de mí ahora? —gruño Eranikus.
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CAPÍTULO VEINTE
EL ENCLAVE
H
con el tauren.
amuul Runetotem no estaba solo. Naralex, a quien Shandris conocía, estaba
Su presencia bastó para confirmar las sospechas de la general de que eran los
responsables de su encarcelamiento. Se zafó de Hamuul y sacó un puñal.
Pero Hamuul se movió con rapidez y seguridad ante su ataque. Estiró una mano y
desvió el puñal, pero no sin que su extremidad resultase herida.
Ignorando la sangre, el tauren se lanzó hacia ella. Y, al mismo tiempo, dijo en un
susurro:
—¡Debes parar o sin duda él nos va a ver, Shandris Feathermoon!
—¿Quién? —preguntó ella quedamente.
—¡Un traidor entre nosotros! ¡Un traidor que amenaza a toda Darnassus y lo
demás!
Se detuvo. Hamuul y Naralex se miraron con gran preocupación.
—Lo sabe… —murmuró el elfo de la noche.
—¡Deprisa! ¡Colócate entre nosotros! —le ordenó Hamuul a Shandris.
Hizo caso a su instinto, que la urgía a obedecer, mientras los druidas empezaban a
transformarse en pájaros.
Del suelo brotaron largas lianas que querían atrapar al trío. Shandris cortó dos con
su puñal y repelió a unas cuantas.
Hamuul habría querido salir volando, pero el tauren estaba atrapado por otras dos
lianas. Mientras le agarraban las alas, de las puntas brotaron lo que en principio parecían
capullos.
Los capullos se abrieron… mostrando unas púas retorcidas que actuaban como
dientes.
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Habrían mordido al tauren, pero Naralex usó el pico para cortar las lianas. Las
puntas cayeron, pero el respiro fue solo momentáneo, pues igual que habían hecho las que
había cortado Shandris, a estas les crecieron unas nuevas raíces.
Hamuul le graznó algo a Naralex. El elfo de la noche agarró inmediatamente a
Shandris por los hombros y se la llevó volando. Pero cuando despegaron algo más cayó
sobre ellos desde las ramas. Eran formas sombrías que parecían brotar de las mismas hojas.
Naralex, decidido a llevar a su compañera a lugar seguro, se lanzó al centro.
Una de las criaturas lanzó una mano etérea hacia Shandris. Ella gritó como si su
alma misma sufriera escalofríos. La comandante de los Centinelas soltó el puñal. Se
estremeció.
Pero fuese cual fuese su sufrimiento, el de Naralex fue mucho peor. Las criaturas
de sombra cayeron sobre él, hiriendo al cuervo de tormenta con salvaje placer.
El vuelo de Naralex se alteró. Intentó sacudirse a sus atacantes, pero, cuando eso
falló, el druida se dirigió hacia el suelo más cercano, al sendero que salía del Enclave.
Soltó a Shandris de sus garras en cuanto estuvo lo bastante cerca como para evitar
que saliese herida en el aterrizaje. Aún aturdida por el espantoso escalofrío, cayó de
rodillas.
Un rugido resonó en sus oídos. Hamuul, en su auténtica forma, había agarrado
varias lianas y con su gran fuerza las arrancó. Sin embargo, en lugar de tirarlas a un lado,
las lanzó al aire.
Un brillo esmeralda las rodeó. Todos los tentáculos se encogieron rápidamente.
Un momento después, las semillas en que se habían convertido cayeron
inofensivamente alrededor del tauren.
Desgraciadamente mientras esto ocurría, las criaturas de sombra también se
lanzaron sobre Hamuul. El tauren metió una mano en la bolsa y lanzó sus contenidos a la
que estaba más cerca.
Aunque sus atacantes parecían insustanciales, el polvo marrón que había lanzado el
Archidruida cayó sobre ellos como si los demonios fuesen sólidos. Más aún, tuvo un efecto
devastador. Las criaturas se retorcieron y sufrieron convulsiones. Empezaron a encogerse y
a cambiar de forma. Su muerte estuvo acompañada por un coro de monstruosos siseos.
Hamuul abrió los ojos. Las sombras habían quedado reducidas a hojas. Esa no
había sido la intención de su hechizo. El tauren solo podía inferir que las hojas
representaban la verdadera naturaleza de sus atacantes.
—No… —gimió—. No ha podido llegar tan lejos…
Pero esa distracción le costó cara al tauren. Otra de las sombras atravesó su mano
en la espalda del druida. Mientras el espantoso frío encapsulaba su alma, otra sombra clavó
su mano en el pecho.
El tauren cayó de rodillas. Su mirada se tomó vidriosa.
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Tempestira
Shandris lo vio caer, pero no pudo hacer nada. Empezó a arrojar su guja…
Unas ramas descendieron y la agarraron. Una le quitó el arma. El resto la sujetó
con fuerza.
Otra rama más pesada golpeó a la Centinela en la nuca, dejándola inconsciente.
Naralex dejó escapar un graznido de dolor al chocar con el suelo. A primera vista,
parecía que lo estaban despedazando, pero cada pedazo que arrancaban las sombras
desaparecía cuando lo lanzaban a un lado.
El elfo de la noche recuperó su forma normal. Jadeando, cayó y quedó inmóvil.
De entre los árboles apareció tranquilamente otro druida, se quedó mirando al
inmóvil tauren y luego a la inconsciente Centinela.
—Lo siento —les dijo con sinceridad Fandral Staghelm, aunque no podían oírlo—.
Deben creerme cuando lo digo.
El Archidruida caminó entre las sombras, que se apartaban respetuosamente.
Fandral se acercó a Naralex, que yacía inmóvil.
Inclinándose, Fandral tocó el cuello del elfo de la noche.
—Sigue vivo…
Al levantarse, Fandral miró a los tres con decepción.
—Algo habrá que hacer con ustedes —declaró mientras una sonrisa le aparecía en
la cara—. ¡Valstann sabrá qué hacer! Mi hijo tendrá la respuesta…
Empezó a caminar de regreso a su sagrario sin volver a mirar a Shandris, el tauren
o Naralex. Las criaturas de sombra rodeaban al trío, pero no los tocaban. En lugar de eso
las ramas que sujetaban a la Centinela la elevaron hacia las oscuras y frondosas copas.
Otras recogieron a Hamuul y Naralex, y los llevaron también.
Cuando hubieron acabado, las criaturas de sombra desaparecieron al unísono. Su
esencia también ascendía hacia los árboles, donde recuperaron su forma latente… la de las
hojas de Teldrassil.
***
La niebla se extendía incluso hacia más allá del mar. Malfurion no podía creer lo
espesa que era. Batió las alas con más ímpetu al tiempo que el viento empezaba a soplar
con fuerza. Se avecinaba una tormenta la cual, el Archidruida estaba seguro, solo se estaba
formando por su presencia.
Malfurion no sabía qué planeaba, no del todo, pero cierto sentido común lo llevó a
la isla donde su pueblo había decidido construir su nuevo hogar. Dentro de él estaba
formándose una sensación creciente de urgencia que le decía que allí se encontraba al
menos una de las claves de la catástrofe que estaba engullendo dos mundos.
Un huracán en toda regla lo azotó.
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enfermedad, sino también por los recuerdos de Nordrassil y lo que había sido. ¡Ojalá
hubiesen esperado! Se podría haber reconstruido a Nordrassil… con tiempo…
El follaje se espesaba cada vez más, lo que obligó al fin a frenar a Malfurion. Podía
sentir que estaba cerca de su destino…
Su camino se volvió de repente un espeso revoltijo de ramas y hojas. Malfurion
viró.
Las ramas se movieron, impidiéndole de nuevo el paso.
El Archidruida trató de evitarlas, pero era demasiado tarde. Chocó.
El follaje lo envolvió. Pretendía inmovilizarle las alas, sujetarle el pico y retorcerle
el cuerpo hasta romperle los huesos.
Malfurion notó la familiar y temible presencia del Señor de la Pesadilla. No era
directa, era como si la fuerza maligna hubiese dejado parte de ella en ese lugar.
Unas risotadas enloquecidas llenaron la mente de Malfurion. Las hojas parecían
adoptar rostros, caras ensombrecidas que casi, aunque no del todo, se convertían en
espantosas criaturas.
Que recuperase su propia forma pilló por sorpresa solo por un momento al follaje
que lo asfixiaba. Las hojas comenzaron a cambiar inmediatamente, convirtiéndose en
sombras con pezuñas deseosas de atrapar al elfo de la noche.
Recuperando el aliento, Malfurion se concentró. Un fuerte viento sopló cerca de él.
Las enormes ramas se vieron barridas hacia atrás como si fuesen briznas de hierba, y las
cambiantes criaturas de sombras salieron volando como las hojas de las que habían
surgido.
El elfo de la noche se levantó y volvió a transformarse. Mientras la tormenta
arreciaba, voló con todas sus fuerzas. Más hojas lo siguieron con la intención de atraparlo,
pero eran demasiado lentas.
Malfurion entró en Darnassus.
Había dos cosas que notó al instante. Una era la propia ciudad. Se extendía
orgullosa por las enormes ramas Sus hermanos y aquellos otros que habían ayudado a
construir la nueva capital de los elfos de la noche habían creado una auténtica obra
maestra.
Pero lo segundo que notó Malfurion fue que la ciudad parecía completamente
ignorante, no solo de todo lo que afectaba a Teldrassil, sino también al resto de Azeroth.
Vio movimiento en los edificios e incluso podía oír música que venía desde una dirección.
¿Cómo podían no saberlo? ¿Cómo podían seguir ignorándolo?
La respuesta era sencilla. Alguien quería que fuese así.
Aun así, era extraño que los Centinelas no estuviesen al menos informados hasta
cierto punto. Malfurion conocía muy bien a Shandris Feathermoon; en un sentido lejano
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Tempestira
era casi como un segundo padre para ella. No habría dejado que la ciudad estuviese tan
confiada.
Pero no tenía tiempo de descubrir qué sabían o qué ignoraban los Centinelas; el
desesperado contacto de Hamuul había llegado de otra dirección.
Malfurion se abrió paso en esa dirección, evitando el contacto con otros elfos de la
noche, incluso con los druidas. Por su propia seguridad, no quería que ninguno supiese de
su presencia. Por el motivo que fuese, el Señor de la Pesadilla no quería atacar todavía
Darnassus. Era una situación precaria y a Malfurion no le gustaban las opciones que tenía,
pero tendría que conformarse.
Supo incluso antes de llegar que estaba en el nuevo enclave Cenarion. Mucho se
había hablado sobre ese lugar de meditación y reunión en las conversaciones sobre la
ciudad propuesta. El propio Malfurion había sugerido muchos de los detalles que ahora
veía florecer delante de él. Pero se le caía el alma a los pies al sentir que la mancha
también era fuerte aquí.
Malfurion aterrizó cambiando de forma en el proceso. La zona estaba en silencio,
demasiado para un lugar donde los pájaros y otra fauna deberían verse de día y de noche.
La única elección que tenía era evitar los árboles que rodeaban el Enclave. El
Archidruida sabía que eran como las ramas que había luchado.
Una sospecha que llevaba tiempo creciendo en él se avivó. El ataque lo había
confirmado, aunque Malfurion todavía quería negar esa posibilidad…
El pensamiento se vio interrumpido por un breve contacto de Hamuul. Era crudo en
su necesidad de apremio. Malfurion intentó llegar al otro Archidruida, pero resultó inútil.
Sin embargo, sabía desde dónde le había llamado Hamuul. Malfurion se dirigió
hacia el edificio que se encontraba en el centro del Enclave.
Era también donde aquel que ahora dirigía a los druidas desde la ausencia de
Malfurion había escogido colocar su nuevo sagrario.
Malfurion se acercó al edificio… y se detuvo horrorizado.
Había tres figuras atadas por las lianas que cubrían el sagrario. Sus extremidades
estaban estiradas y abiertas lo más posible. Uno era Hamuul Runetotem. El segundo era
Naralex. La tercera no era otra que Shandris Feathermoon. Todos parecían inconscientes…
o algo peor.
Lo que significaba que habían engañado a Malfurion para que fuese ahí.
—Así que el legendario shan'do vuelve para agraciamos con su inmerecida gloria
—resonó la voz de Fandral Staghelm alrededor de Malfurion—. Siempre el único que
puede salvar al mundo, porque se considera a sí mismo único. Te sentí venir hace tiempo y
he preparado una bienvenida adecuada…
Malfurion no se giró para buscar a Fandral, consciente de que eso lo que el otro
deseaba. En lugar de eso, habló en dirección al edificio.
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—¿Qué está pasando aquí, Fandral? ¿Por qué estás haciendo esto?
—¿No es obvio? —replicó la voz—. ¡Esos tres son un peligro para nuestro pueblo!
¡Para todo Azeroth!
—¿Estos tres? —Malfurion buscaba sutilmente la auténtica localización de
Fandral. Para él, obviamente el Señor de la Pesadilla había engañado al otro Archidruida.
Si Malfurion podía enfrentarse a Fandral, sería capaz de sacar a su hermano druida del
hechizo—. Shandris es una defensora a ultranza de nuestra raza, y Hamuul es un miembro
sincero y digno de nuestro oficio, igual que Naralex…
—¡Mentiras, mentiras, mentiras! —Las palabras reverberaban en la cabeza de
Malfurion—. ¡Quieren acabar con todo! ¡Quieres dividirnos! ¡Él me lo ha dicho!
—¿Quién, Fandral? ¿Quién?
Una parte de las lianas que no estaban agarrando al trío se curvaron de repente.
Formaron una masa cada vez más gruesa y tan alta como Malfurion.
Las lianas se apartaron de repente.
Fandral Staghelm se quedó mirando a su antiguo shan'do.
—Ya te gustaría saberlo, ¿verdad? ¡A mí me resulta muy claro que tú también eres
un traidor! —Su expresión era de dolor sincero, mezclado con locura—. ¡Pero también
eres demasiado peligroso! La hembra, Naralex y la bestia… están confundidos. Pero ahora
duermen y sueñan. ¡Despertarán renovados, como todos los demás!
Malfurion dio un paso hacia Fandral.
—¡Nadie despertará! ¡La Pesadilla ya se extiende más allá del Sueño Esmeralda!
¡Todo, excepto esto, está siendo asediado por su maldad, y esa maldad llena este Árbol del
Mundo!
—¡Sigues rechazando que necesitemos a mi Teldrassil! —escupió el otro
Archidruida, superado por una repentina ferocidad—. ¡Pero he hecho grandes cosas con él!
¡Ha ayudado a reformar no solo a nuestra raza, sino también a todo Azeroth!
—¡Teldrassil está corrompido, Fandral! ¡El Señor de la Pesadilla lo ha infectado!
¿No lo sientes? ¡Mira en tu interior y toca el corazón de Teldrassil!
Fandral lo miró con desprecio.
—¡Conozco el corazón de Teldrassil mejor que tú o que nadie! Yo le he dado mi
corazón a cambio, y por ese sacrificio él me lo ha devuelto…
Solo entonces Malfurion notó una sombra flotando tras el hombro del otro elfo de
la noche. Era una de las repugnantes criaturas que lo habían atacado cuando se dirigía
hacia allí.
Pero, incluso aunque Fandral miraba a la sombra, no parecía inquieto por su
obviamente siniestra presencia. En lugar de eso, Fandral sonrió al demonio con amor
paternal.
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CAPÍTULO VEINTIUNO
TORMENTA SOBRE
VENTORMENTA
B roll volvió en sí siendo consciente de que no podía recordar cuándo había
caído presa de la Pesadilla. Se encontró junto a Tyrande, Lucan y la orca… delante de un
muy enfadado Eranikus.
Peor aún, habían regresado al Sueño Esmeralda, o a lo que quedaba de él. El grupo
se encontraba en un valle profundo que todavía conservaba la marchita gloria del antaño
fabuloso reino. Unas altas colinas los rodeaban, pero, aunque parecían centinelas fuertes y
severos, el druida era muy consciente de la poca protección que suponían en realidad.
El dragón verde miró a Lucan como si fuese una peste a quien convendría devorar.
Es de rigor decir que el cartógrafo se enfrentó al gigante sin temblar.
—¡Por primera y última vez, vete y llévate a esos otros lejos de mí! ¡Estarías mejor
cortando cualquier absurdo vínculo que nos ate, humano!
—Solo esperaba que nos fuéramos lejos de donde estábamos —respondió Lucan
con algo más que cierta exasperación—. ¡No sabía que volveríamos aquí!
El dragón siseó.
—¡Si hubiese sabido que serías un dolor de cabeza tan grande, te habría dejado
siendo bebé en el Sueño Esmeralda! ¡Que un humano pueda poseer un poder tan peligroso
y aleatorio simplemente por haber nacido aquí! Sí, habría sido mejor dejarte al albur de los
caprichos del destino…
A pesar de sus protestas, el tono de Eranikus le indicaba a Broll que en realidad su
ira no se concentraba en Lucan. La furia del gigante estaba dirigida hacia sí mismo.
Pero esa era una cuestión que el propio Eranikus tendría que solucionar. A Broll le
preocupaba más otra situación, una que Tyrande expresó por él.
—¿Puedes llevarnos hasta Malfurion? —le preguntó al dragón—. ¡Tenemos que
encontrarlo! ¡Tengo que encontrarlo!
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—¿Para qué? —se burló Eranikus—. ¡Todo va a acabar tristemente! ¡La Pesadilla
se ha llevado a mi reina, a mi compañera! ¡Ya no hay esperanza! Le he vuelto a fallar…
Esto le ganó una mirada de desprecio por parte de la Suma sacerdotisa.
—¡Y por eso te regodeas en el fracaso! ¡Pues nosotros no!
Eranikus extendió sus alas. Miró alrededor, casi como si tuviese miedo de que la
Pesadilla lo hubiese notado. Entonces, con su furia venciendo momentáneamente a su
miedo, siseó:
—¡Pueden ir donde les plazca y hacer las tonterías que quieran mientras que a mí
no me recuerden de nuevo lo que ha pasado!
Un ala se movió hacia las diminutas figuras. Broll empujó a Tyrande hacia Lucan y
vio que, inteligentemente, Thura también había reconocido sus intenciones.
En cuanto a Lucan, hizo lo que Eranikus obviamente pretendía. Enfrentado a lo que
parecía ser una amenaza… el humano salió involuntariamente del Sueño Esmeralda.
Con él se fueron los otros. En un momento, el gran dragón se encontraba ante ellos
y, al siguiente, se encontraban ante los muros del gran castillo.
Y en medio de una frenética batalla.
A un lado, los espantosos cuerpos astrales de las víctimas de la Pesadilla pasaban
por encima de las defensas y caían sobre el castillo. Sus retorcidas y agónicas formas, sus
bocas aulladoras… todo en ellos provocaba los miedos más básicos, incluso entre los más
duros del grupo. Unos ojos vacíos buscaban a cualquiera con el que pudiesen compartir su
tortura.
En el otro, una banda de cada vez menos defensores vestidos con una armadura
familiar intentaba contener lo que no podía contenerse. Su valor era tremendo, pues
ninguno huía, aunque eran considerablemente inferiores en número. Mientras los
cadavéricos demonios se acercaban, los defensores se mantenían firmes.
Para sorpresa de Broll, conocía el lugar.
—Esto es Ciudad de Ventormenta… ¡y el castillo real!
Un soldado los vio. Se tomó un momento para asimilar su extraña llegada y luego
llamó a un par de compañeros. El trío cargó ansiosamente hacia los recién llegados,
esgrimiendo espadas y antorchas al acercarse.
La orca se movió para luchar contra ellos, pero Tyrande le bloqueó el paso.
—¡Creen que somos parte de la Pesadilla! —le gritó la Suma sacerdotisa a Broll—.
¡Debemos convencerlos de lo contrario!
Antes de que los otros pudiesen evitarlo, Lucan se colocó al frente. Con los brazos
estirados enseñando las palmas de las manos a los soldados, gritó:
—¡Esperen! ¡Somos amigos! ¡Soy Lucan Foxblood, tercer ayudante cartógrafo del
rey! ¡Debemos verlo!
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Tempestira
Los soldados dudaron, más de uno mirando a la orca con grandes sospechas. Broll
adivinó lo que estaban pensando. ¿Qué clase de pesadilla tomaría una forma tan extraña?
Señalando a sus compañeros que se detuviesen, el primer soldado se acercó a
distancia de espada de Lucan. Estiró la espada hacia el cartógrafo, que no se movió.
La punta tocó carne sólida. El soldado parecía más aliviado aun que Lucan. Sin
embargo, volvió a mirar a Thura.
La Suma sacerdotisa se acercó a Lucan, tapando la vista de la orca.
—¡Soy Tyrande Whisperwind, líder de los elfos de la noche y conmigo viene Broll
Bearmantle, camarada del rey Varian! La orca viene con nosotros. No les desea ningún
mal…
—Broll Bearmantle… —Al menos ese nombre le resultó conocido al soldado.
Asintió señalando a ambos elfos de la noche—. Mi señora, nos sentimos honrados…
—¡El Rey! —le recordó Lucan—. ¡Necesitamos ver al rey Varian inmediatamente!
—Entonces será mejor que vengan conmigo —replicó el soldado—. ¡Tenemos que
retirarnos de aquí de todos modos!
No había terminado de hablar cuando se oyó un grito cercano. Se giraron y vieron a
otro soldado a unos pocos metros detrás de ellos, luchando entre la niebla. Unas manos
surgidas de la bruma lo agarraron, y las macabras caras de los esclavos de la Pesadilla
cubrieron ansiosamente al indefenso soldado como si quisieran devorarlo.
Antes de que nadie pudiese ayudarlo, el hombre desapareció. Su propio grito
seguía resonando, volviéndose más espantoso, más parte de la Pesadilla.
—¡Rápido! —ordenó el soldado que estaba con Broll y los demás.
Los guio a gran velocidad por una larga escalera de piedra y luego a través de un
patio hacia otra parte de la muralla. Al llegar, Broll le dijo al guía:
—¡La ciudad! ¿Cómo está?
—¡En pedazos desperdigados por todas partes! El Distrito de los Mercaderes, el
puerto, el Valle de los Héroes… ¡todo está oscuro! —le gritó el hombre—. Algo de ruido
en el Casco Antiguo, la Plaza de la Catedral y el Distrito de los Enanos… ¡y el Barrio de
los Magos sigue iluminado!
Hizo un gesto a su derecha, donde el druida vio un despliegue constante de colores
que señalaban que se estaban lanzando hechizos. Había otras pocas zonas donde también
aparecían otros despliegues de luz mucho más discretos.
—Era mucho más brillante hace una hora —continuó el soldado—. No estamos
aguantando. Nadie está aguantando…
—¡Ya es asombroso aguantar! —intervino Tyrande—. ¿Qué dices tú, Broll?
El druida asintió.
—Por valientes y poderosos que sean los defensores de Ventormenta, tanto
guerreros como magos ya deberían haberse visto tragados… —Pensó un poco más en el
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Tempestira
asunto y se le ocurrió una esperanza mínima—. ¡Puede sea cosa de Malfurion, pero creo
que hasta ahora ha sido la Señora del Sueño!
—¡Pero Ysera ha sido capturada!
Broll se enorgulleció un poco en lo que dijo después.
—¡Ella es un Aspecto, una de los grandes dragones! ¡Más aún, es la protectora del
Sueño Esmeralda! Incluso cautiva de la Pesadilla, creo que lucha por evitar que la utilicen
contra el Sueño y contra nosotros…
Thura miró el tétrico paisaje que inexorablemente se les acercaba cada vez más.
—Ella lucha, pero esta ciudad… y quizá también Orgrimmar caerán.
Empezaron a subir por otro tramo de escaleras de piedra. Más de una vez su
trayecto se veía acentuado por gritos de terror y consternación.
—¡Ysera se sacrificó para que Malfurion escapase! —añadió el druida—. ¡Debe de
creer que mi shan'do puede hacer algo todavía!
—¿Y qué hay de nosotros? —preguntó Tyrande.
Broll no tenía respuesta para eso. No podía decirle lo que le reconcomía
constantemente. La última pesadilla con su hija le había recordado su gran fracaso. Él no
era Malfurion Stormrage. Ni siquiera era un Archidruida.
Solo era un antiguo gladiador y esclavo rebelde. Pero eso era también lo que hacía
que Broll siguiese adelante. El soldado los llevó por fin hasta una figura conocida. Incluso
con la armadura tapándolo, la postura solo podía ser de una persona.
—¡Lo'Gosh! —rugió Broll.
La figura blindada se giró. A través del visor del casco, Varian observó lo que tenía
delante.
Desgraciadamente, en lo primero que se fijó en Thura.
—¡Una orca en Ventormenta!
El rey atacó inmediatamente con su legendaria espada, Shalamayne, preparada para
matar. La gran hoja de Shalamayne, con su filo estrecho especial en la punta y el filo más
ancho y en ángulo más abajo parecía capaz de partir en dos a la orca. La gema de la parte
baja de la hoja brillaba como un sol enfurecido.
Thura maniobró para defenderse. Varian lo interpretó como una confirmación de
sus sospechas. Sujetó con fuerza la larga y delgada empuñadura mientras el arco invertido
de la parte baja de la hoja protegía sus dedos tirantes.
—¡Que tu sangre sea la primera de mil orcos que morirán esta noche por lo que
está ocurriendo! Te…
Broll se puso delante.
—¡Estás perdiendo la vista, Lo'Gosh! ¡No es bueno para un rey, y no digamos para
un triste remedo de gladiador!
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Era un veterano soldado de pelo cano ataviado con una brillante armadura dorada y
roja con una sobrevesta azul marino y la orgullosa cabeza de león de Ventormenta. Tenía
en la cara las marcas de la experiencia y llevaba una barba recortada. En la mano derecha
llevaba una tizona.
—¡El druida! —dijo ásperamente cuando vio a Broll—. Yo te conozco…
—¡Y yo a ti! —replicó Broll—. Sirves con el general Marcus Jonathan…
El elfo de la noche se calló, recordando lo que había dicho el soldado que los había
llevado hasta ahí. El Valle de los Héroes, donde el general y Mattingly deberían estar
apostados, ya había caído.
Los ojos del mayor confirmaron la preocupación de Broll.
—El general pidió refuerzos cuando la niebla empezó a llevarse a nuestros
hombres. Me envió para que los llevase. Antes de pudiese volver, la niebla cubría el
valle…
—El maldito estúpido casi se mete de cabeza contra la niebla incluso entonces
—añadió Varian sin ninguna ira—. Pero Mattingly sabía que necesitábamos a todos los
hombres y ordenó a los soldados que había reunido que volviesen aquí…
Al mayor, el Rey de Ventormenta le dijo:
—Sabes dónde vivía… vive la embajadora de los elfos de la noche. Necesito a
alguien de fiar, pero lo bastante cauteloso como para que los lleve allí… aunque no me han
dicho exactamente por qué.
Tyrande no lo dudó.
—Tiene una piedra de hogar.
Los ojos de Varian no fueron los únicos que se abrieron como platos. Broll también
sabía a qué se refería la Suma sacerdotisa, aunque él solo había visto un objeto como ese
dos veces. Una piedra de hogar era un cristal del tamaño de una mano, de forma ovalada,
que estaba vinculado mediante magia arcana no solo a su portador sino a un lugar
concreto. Generalmente estaban vinculados a grandes lugares como, aparentemente en este
caso, Darnassus. La distancia no importaba.
—Creía que solo eran leyenda —dijo cauteloso Varían—. Cosas que solo se oían
en historias de magos… o elfos.
—O elfos —repitió la Suma sacerdotisa con una breve sonrisa amarga.
—Es curioso que tu embajadora tenga una.
—Pero ahora quizá sea bueno para nosotros —respondió Tyrande con calma.
Asintiendo, el rey no dijo nada más. Miró al mayor, que lo saludó. Mattingly hizo
gestos a los demás para que lo siguieran.
Varian no intentó evitar que la orca siguiese a los elfos de la noche, y ni Broll ni
Tyrande se atrevían a dejarla con los humanos. La propia Thura parecía no tener muchas
ganas de quedarse.
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Pero un miembro de su grupo les dio una sorpresa. En lugar de quedarse con su
Rey y compatriotas, Lucan Foxblood también los siguió.
—Estás en casa —murmuró Broll—. ¡Quédate aquí!
—Puede que me necesiten —repuso Lucan con los ojos llenos de una
determinación imposible de frenar—. Puede que mi poder sea impredecible y peligroso,
pero puede resultar útil… en caso de necesitar huir…
El druida no dijo nada más. Ya estaban en las puertas del castillo. El mayor gritó
una orden y se abrieron, aunque los centinelas las cerraron rápidamente detrás de ellos.
Cuando salieron, Tyrande dijo algo que todos los demás notaron inmediatamente.
—Aquí la niebla es espesa, pero no se ve por ninguna parte a esos pobres diablos…
—¿Por qué iban a estar aquí? —replicó sombrío Broll—. ¡Esta parte de
Ventormenta ya está bajo el poder de su amo!
Ciertamente no se oía ningún ruido cercano, aunque en la distancia podían oír los
gritos, chillidos y explosiones que señalaban a los menguantes defensores. El sobrenatural
silencio era un cruel recordatorio de cuántas partes de Azeroth ya estaban así.
—Ella debe resistir —dijo el druida, refiriéndose a Ysera—. Debe…
—Y nosotros debemos rezar para que Malfurion esté bien y pueda ayudarnos
—añadió Tyrande.
No dijo lo que quedaba claro por su tono, que temía por él por el amor que sentía
hacia el Archidruida.
—Tu Embajadora tiene una casa en el Distrito de los Mercaderes —les informó el
mayor—, aunque nunca he entendido por qué lo prefería al Parque, donde tu gente suele
congregarse. —Cuando la Suma sacerdotisa no ofreció explicación alguna, Mattingly se
tiró de la barba y cambió de tema—. Será mejor que evitemos la Plaza de la Catedral.
Siguen defendiéndola, y podríamos caer atrapados en un hechizo. Además, tenemos que
evitar los canales… allí la niebla es particularmente densa… allí sorprendió a muchos
cuando apareció por primera vez en la ciudad.
Lucan hizo una mueca.
—Pero eso significa que tendremos que atravesar el Casco Antiguo.
Eso provocó una risa en Mattingly.
—¡En este momento no es muy distinta al resto de la capital, Foxblood!
Corrieron por una calle empedrada cuyo extremo norte estaba marcado como la
entrada al Distrito de los Enanos. Desde allí salían más ruidos de lucha desesperada. Los
enanos al menos seguían luchando.
Vigilando constantemente, el mayor los guio por una pasarela hacia el Casco
Antiguo. Allí, a pesar del comentario de su guía, los demás entendieron por qué a Lucan le
había preocupado tener que pasar por allí. El Casco Antiguo era una parte de Ciudad de
Ventormenta que no había sido tan duramente castigada por los orcos y, por lo tanto,
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Tempestira
nunca había necesitado ser reconstruida. Sin embargo, eso también significaba que se le
había prestado menos atención a su mantenimiento desde entonces y que, aunque se
conservaba bien, no estaba ni mucho menos tan limpia como el resto de la capital. Cierto,
el Salón de los Campeones estaba allí, y también las barracas del ejército, pero también se
encontraban allí los pedigüeños, los ladrones y los pobres. Las calles estaban mucho más
sucias que aquellas por las que habían pasado hasta entonces, y había presente un olor a
podredumbre que no tenía nada que ver con la Pesadilla, excepto que esta lo acentuaba aún
más.
—Cuerpos… —advirtió Mattingly.
Tres humanos desarrapados yacían tirados de cualquier manera. El primero tenía la
mano en forma de garra y la boca abierta. Los otros dos parecía que habían estado
apoyándose el uno en el otro para andar, pues cada uno tenía el brazo alrededor del otro. El
mayor se separó de los otros el tiempo suficiente para tocarlos.
—El primero está muerto. De miedo, me parece a mí. Pero los otros dos duermen
como los demás —les informó—. Sigamos.
Pronto les quedó claro que, sin su guía, era bastante probable que Broll y los otros
se hubiesen perdido. Incluso Lucan, un cartógrafo, no parecía conocer bien esa parte de
Ciudad de Ventormenta. Además de por la niebla, porque las calles tenían vueltas y
revueltas que alimentaban la ya gran ansiedad del grupo.
Se encontraron con más cuerpos, pero el mayor Mattingly no se detuvo a
examinarlos. Estaba claro que todos eran víctimas, que siguieran vivos o estuviesen
muertos era indiferente.
Con mucho alivio, Broll vio que se acercaban a la entrada del Distrito de los
Mercaderes. La niebla era allí tan densa como en el Casco Antiguo, pero no había rastro
del ataque que estaba teniendo lugar en el castillo o en la catedral. Aun así, ninguno
asumió que no los atacaría la Pesadilla.
—Giraremos a la izquierda cuando salgamos del pasaje —les informó el oficial.
Inclinándose hacia Tyrande, Broll murmuró:
—¿Por qué vive la embajadora en esta parte de la ciudad en lugar de en el parque?
En un susurro apenas audible, la Suma sacerdotisa le dijo:
—Porque hay algunos con quienes necesito que se reúna y que en el Parque serían
demasiados llamativos.
Broll entrecerró los ojos y Tyrande añadió:
—No es ninguna amenaza para Varian o Ventormenta; los deberes de la
embajadora consisten justo de lo contrario, Broll. Ahora, no me hagas más preguntas.
Él hizo lo que le pidió consciente de que, como líder de su pueblo, Tyrande se veía
obligada a llevar cabo actos políticos que quizás hasta su leal Shandris ignoraba. No sería
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simplemente por el bien de la raza de los elfos de la noche, aunque eso sería lo más
importante, sino por el beneficio de toda la Alianza.
El Distrito de los Mercaderes tenía el aspecto de estar mucho mejor cuidado, de ser
un barrio más ecléctico. Broll habría estado contento de caminar por sus calles empedradas
si hubiese estado en las condiciones habituales. La actividad incesante, las distintas razas y
oficios… le recordaban la riqueza que había tenido Azeroth.
Pero ahora el Distrito de los Mercaderes se parecía demasiado al Casco Antiguo.
La niebla flotaba por las tiendas, las posadas y otros edificios como si el barrio fuese una
vasta e intrincada necrópolis. Peor aún, había un gran número de cuerpos caídos de
cualquier manera como si muchos de sus habitantes simplemente se hubiesen caído
mientras caminaban
—¿Están muertos o dormidos? —preguntó Thura de repente.
La orca había estado callada todo el trayecto. Su tono indicaba una inseguridad que
probablemente había estado intentando ocultar. Esos no eran peligros a los que estuviera
acostumbrada una guerrera.
—No hay tiempo para comprobarlo o para que nos importe —replicó Mattingly.
Señalo un edificio ensombrecido a la derecha—. Es ahí.
Llegaron hasta el edificio, una posada, sin que surgiera ninguna amenaza. Broll y
Tyrande intercambiaron miradas de preocupación; hasta ahora, habían tenido suerte.
—Será mejor que alguien vigile la puerta aquí abajo. —sugirió el mayor mirando la
silenciosa calle. Los ruidos de pelea se iban amortiguando, como si las últimas defensas de
Ciudad de Ventormenta estuviesen cayendo.
—Yo encontraré la habitación —decidió Tyrande.
—Y yo iré contigo —insistió Broll—. Mi shan'do nunca me perdonaría que te
dejara ir sola… y tampoco yo.
Thura gruñó.
—Yo me quedo aquí, donde un hacha tiene espacio para abrir cabezas.
—Yo también me quedaré —dijo Lucan mirando a la orca y al mayor y
colocándose entre ambos. Mattingly le dio una espada corta.
—Nos daremos prisa —prometió la Suma sacerdotisa. En realidad, había poco que
esos tres pudiesen hacer para defender el edificio; eran más bien vigilantes.
El interior de la posada estaba marcado por el cuerpo de un corpulento humano que
probablemente era un cliente del establecimiento. Estaba sentado en una silla con los
brazos colgándole a los lados. Su expresión tenía tal rictus de horror que los elfos de la
noche no pudieron evitar frenar en seco.
Broll se inclinó sobre el cuerpo. El humano murmuraba algo. La expresión del
druida se endureció.
—Debemos seguir adelante.
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suelo. Con el paso momentáneamente despejado, cambió a forma felina para ser más
rápido.
Vio el portal. Broll no dudó en lanzarse hacia él. Una vez que hubiese llegado hasta
los demás, podrían ayudarlo a poner fin a ese horrible ataque.
El mundo giró a su alrededor. Era una sensación distinta a la que había sentido al
usar la piedra de hogar. El druida se sintió como si lo empujasen.
Ciertamente, apenas un instante después, Broll salió del portal justo en la base de
Teldrassil. El gran felino observó sus alrededores, y no le sorprendió no encontrar a nadie
allí. Los druidas seguían reunidos algo más allá.
Con cuatro fuertes patas, Broll corrió por la base de Teldrassil buscando al
cónclave. ¿Cómo han podido ser tan inconscientes?, se preguntaba. Como poco, Fandral y
los otros archidruidas deberían haber notado lo que estaba ocurriendo…
Fandral.
La aprensión cayó sobre Broll. Recordaba lo unido que Fandral estaba a Teldrassil.
El Árbol del Mundo era como el propio hijo del Archidruida. Sin duda Fandral habría
notado lo que estaba ocurriendo. A menos que…
Una lluvia de púas alcanzo al gran felino. Broll rugió de dolor, perdió pie y cayó
hacia adelante. Se sintió mareado, un mareo inquietante que no podía ser normal.
Las espinas estaban drogadas. Su experta mente calculó rápidamente las hierbas
con las que habían sido empapadas. Para su alivio, ninguna era venenosa. Estaban
preparadas para incapacitar.
Broll podía sentir cómo los músculos se le paralizaban. Estaba semiconsciente pero
incapaz de moverse. Broll notó que regresaba a su auténtica forma, pero eso no lo alivió.
Una mano lo agarró con fuerza del brazo. Lo giraron nada ceremoniosamente. Con
la vista borrosa, vio al menos a cuatro druidas inclinándose sobre él, pero no distinguió los
rasgos de sus caras.
—Alguien debería decírselo a Fandral —dijo uno de ellos—. Alguien debería
decirle que tenemos al traidor…
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CAPÍTULO VEINTIDÓS
LOS INFECTADOS
L as víctimas de la Ciudad de Ventormenta iban a por ellos. Lucan, Thura y el
mayor estaban rodeados por las desaliñadas y dormidas figuras. Cada una de ellas gritaba
algo terrible por lo que los culpaban a los tres. Y, peor aún, todos se movían directamente
ellos con los ojos firmemente cerrados.
—¿Qué hacemos? —preguntó Lucan.
—¡Luchar contra ellos! —gruñó la orca, con el hacha preparada—. ¡O luchamos
contra ellos o nos harán pedazos, idiota!
—¡Son inocentes! —respondió en tono reprobatorio el mayor Mattingly—. ¿Lo
harías si fuesen de tu propia raza?
—Sí… porque hay que hacerlo.
La mirada del oficial cuando dijo eso era prueba suficiente de que Mattingly
comprendía su lógica. Pero de todos modos sacudió la cabeza al pensarlo.
—¡Foxblood! ¡Llévatela a ver qué ha pasado con los elfos!
—Pero te quedarás solo…
Los dos humanos se miraron el uno al otro. Lucan entendió al fin. Mattingly estaba
intentando salvar a los inocentes de Thura, que sin duda pagarían un alto precio incluso
aunque acabase por ser vencida. Era obvio que el mayor también esperaba que surgiese
algún milagro de los esfuerzos de Tyrande y Broll.
—¡Ven! —le ordenó el cartógrafo a la orca.
Por sorprendida que estuviera ante su tono, Thura le siguió con desgana, mientras
el mayor movía su espada en el espacio cada vez más pequeño que lo separaba de los
sonámbulos locales.
Pero en cuanto entraron en la posada una corpulenta figura blandiendo un hacha de
trabajo se lanzó contra Lucan.
—¡Es mi granja! —gritó el hombre—. ¡No te dejaré que la quemes!
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***
—¡Piensa, Fandral, Piensa! —gritó Malfurion—. ¿De verdad quieres que sea así?
¿Creaste a Teldrassil para destruir a los tuyos?
—No nos estoy destruyendo, ¡nos estoy salvando de ti y de otros que han
traicionado a nuestro mundo!
Mientras hablaba, Fandral inclinaba la cabeza hacia la sombra a la que creía su
hijo. El enloquecido Archidruida asintió y luego le dijo a Malfurion:
—¡Tú hablaste contra el nacimiento de Teldrassil! ¡Sabías que le devolvería la
gloria a nuestro pueblo y la inmortalidad que nos arrebataron!
Malfurion esquivó cuando una flor brotó delante de él. Era una lila negra y de ella
surgió un polen blanco. No tenía ni idea de qué podría hacer ese polen, pero cualquier
planta manchada por la Pesadilla era sin duda una amenaza.
El polen cayó cerca. La zona sobre la que había estado Malfurion se quemó y
marchitó.
Notó un intenso dolor en su mano izquierda. Un solo grano había caído cerca del
pulgar. Ese único grano era suficiente para hacer que Malfurion apretase los dientes. Si le
hubiesen alcanzado mil…
Notó una sensación de presión en el pecho. Malfurion cayó de rodillas. La presión
aumentó. Se le hizo imposible respirar.
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El esfuerzo crecía. Malfurion sintió su poder debilitarse. No era que Fandral fuese
más fuerte; era que Malfurion estaba intentando proteger a los habitantes al mismo tiempo.
¡Debe ocurrir pronto! ¡Deben entenderlo!, pensó.
Entonces sintió la presencia de otros en el Enclave, y sus esperanzas crecieron a la
vez que sus preocupaciones. Cómo reaccionaran marcaría la diferencia entre la victoria y
la derrota.
Fandral redujo su ataque, manteniéndolo solo lo suficiente para mantener a raya a
Malfurion. Este lo había supuesto. Él, a su vez, bajó las manos y cortó el hechizo.
Por un momento quedo en desventaja, pero luego Fandral hizo lo mismo. Ese no
era el momento para que ninguno de ellos pareciese el agresor. Estaban a punto de ser
juzgados.
Los otros Archidruidas y druidas se reunieron a su alrededor, la mayoría cautelosos
e inseguros. Malfurion los miró a los ojos a todos, dejando que viesen su alma. No tenía
nada que ocultar, mientras que Fandral sí.
Y una cosa que ocultaba Fandral era la criatura de sombra que creía que era
Valstann que había vuelto con él. El otro Archidruida se presentó ante sus hermanos con
una sonrisa beatífica, como si hubiese sido él quien los hubiese convocado. Sin embargo,
esa responsabilidad estaba en dos figuras improbables, quizá tres, vio Malfurion, que ahora
aparecieron en el centro del enclave.
Fandral no pudo evitar mirar detrás de él. Hamuul Runetotem y Shandris
Feathermoon ya no eran sus prisioneros.
El ataque de Malfurion tenía muchas sutilezas. Además de luchar contra los
esfuerzos del otro Archidruida, Malfurion había usado la distracción para manipular
también las siniestras lianas que sujetaban al trío.
Malfurion intentó revivir a Naralex, pero el elfo de la noche permaneció
inconsciente. Tuvo más éxito con Hamuul y Shandris. Poniendo a Naralex al cuidado de
Hamuul, los envió hacia el portal, esperando mientras tanto que la locura de Fandral
evitase que el Archidruida se diese cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Malfurion lo había conseguido, pero seguía siendo cuestión de si esos dos habían
venido a ayudarlo o a apoyar a Fandral. El tercer de miembro del grupo dio señas de esto
último, pues les gruñó a varios druidas. Malfurion quería saber desesperadamente cómo
había llegado hasta ahí Broll Bearmantle, pero la respuesta tendría que esperar.
—¡Muy bien! —exclamó Fandral hacia los recién llegados—. ¡Los traidores están
reunidos! ¡Un trabajo excelente!
—Ellos dicen que el traidor eres tú, Maestro Fandral —dijo cautelosamente un
druida.
Broll se dirigió a quien había hablado.
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—¡Y lo es, aunque tardé en entender que los estaba obligando a alimentar aquello
que corrompe Teldrassil en lugar de curar al Árbol del Mundo! —explicó a Malfurion—.
¡Cuando vine a advertirles, un grupo me capturó! Afortunadamente, antes de que pudiesen
hacer mucho más, aparecieron Hamuul y Shandris y se las apañaron para hacerles entrar en
razón…
—¡Hicimos lo que creíamos que era lo correcto! —contestó el druida aludido.
Algunos de los druidas parecían dispuestos a luchar contra Broll. Hamuul
Runetotem se puso junto al elfo de la noche. Shandris se movió hacia ellos, pero luego
miró a Malfurion.
Asintiendo, les dijo a los reunidos:
—Ya me conocen. A la mayoría los adiestré. Hagan examen de conciencia y vean
si todavía tienen fe en mi palabra.
—¡La Pesadilla lo ha seducido! —interpuso Fandral—. ¡Ya saben cuánto tiempo
ha estado perdido! ¡Por grande que fuese una vez nuestro shan'do, ahora es un emisario de
la oscuridad! ¡No escuchen sus palabras!
—¿Y por qué deberían escuchar las tuyas, Fandral? —respondió Broll—.
¡Prometiste que Teldrassil ayudaría a nuestro pueblo, pero ahora lo único que tienen que
hacer es buscar con sus sentidos para ver en qué se ha convertido!
Malfurion miró a Broll con aprobación.
—Siempre te has subestimado. Sabes lo que acecha en el interior del Árbol del
Mundo, ¿verdad, Broll? —Se giró hacia el tauren—. Y también tú, Hamuul…
—Lo sentí, pero no podía creerlo, Malfurion Stormrage. Vine aquí con Naralex,
que sentía lo mismo, y encontramos a la general, que también buscaba la verdad…
—¿Naralex? —Malfurion miró a su alrededor, pero no había rastro del elfo de la
noche.
—Sigue inconsciente —le aclaró amargamente el tauren—. Era el que estaba más
gravemente herido. He hecho cuanto puedo por él… pero hace falta más…
Muchos de los druidas se movieron incómodos, obviamente disgustados por las
revelaciones. Naralex era un poderoso druida querido por muchos. Miraron a Fandral con
una nueva perspectiva… y con consternación.
Fandral miró desafiante a los reunidos que ahora estaban claramente contra él.
—¡Naralex es otro traidor! ¡No me dejó elección! ¡Son todos traidores!
Sus arrogantes palabras solo consiguieron ponerle más en contra a los druidas.
Varios de los que quedaban se unieron a Broll y a los que ya habían tomado partido por
Malfurion. Este avanzó, decidido a aceptar la responsabilidad por todos y cada uno de los
actos de Fandral.
—¿Cuántos más deben sufrir o morir? —preguntó Malfurion—. ¡Todo Azeroth
está cayendo, Fandral!
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El corrompido guardián del bosque intentó recuperarse, pero Malfurion cayó sobre
las piernas de la criatura. Más rápido y ágil, el felino esquivó al gigantesco anciano.
La copa del Árbol del Mundo se espesó y se oscureció. Por todas partes crecían
espinas. Ningún felino del tamaño de Malfurion podría haber girado como lo hacía él; el
elfo de la noche hacía uso de unos reflejos afinados siglo tras siglo.
Pero, justo cuando llegaba donde sentía que se encontraba su meta, un pequeño
cuerpo peludo cayó sobre su hocico y le arañó los ojos. Era solo una ardilla, uno de los
muchos habitantes del árbol, pero incluso ella había sido corrompida por el mal.
La ardilla era un enemigo que fácilmente podía eliminar moviendo la cabeza, pero
ese no era el auténtico peligro. Malfurion intentó compensar por lo que fuera a llegar
después. Cuando una rama más pequeña se le enganchó en una pata y casi le hizo caer, el
Archidruida cambió inmediatamente a su forma normal y se detuvo antes de que lo
atrapasen unas ramas de otros árboles cercanos que lo esperaban.
Unas criaturas de sombra cuyos perfiles reconoció cayeron de las ramas superiores.
Los demonios se apilaron en el punto donde Malfurion había estado. Rasgaron el cuerpo y
el alma de Malfurion…
Un rugido salvaje que le salió del interior hizo caer a las sombras. Unas enormes
garras brillantes barrieron a las criaturas, dejando varias hechas pedazos. De nuevo en su
forma felina, Malfurion usaba sus habilidades inherentes para diezmar a sus turbios
atacantes.
Caían ante sus garras como la hierba ante el segador. En segundos solo quedaba
Malfurion el felino, un vencedor que lanzó un último y poderoso rugido, y luego se lanzó
los últimos metros hacia lo que buscaba.
Surgía del tronco del Árbol del Mundo y, aunque por una parte tenía la forma de
una de las muchas ramas gigantescas que crecían por todo Teldrassil, el color lo marcaba
claramente. Era un color que Malfurion asociaba con algo que no era un árbol, infectado o
no. Y desde luego, cuando cambió a su forma de elfo nocturno, solo tenía que mirarse la
mano para ver piel de un color semejante.
Incluso sin tocarlo, el Archidruida podía sentir lo expertamente que había sido
injertado en lo que en su momento había sido seguramente un Teldrassil mucho menos
maduro. Malfurion distinguía el trabajo de Fandral y supo que el otro Archidruida debía
haber regresado varias veces para que su añadido completase su espantoso crecimiento.
Ahora tenía más de dos metros de altura, sus ramas tenían al menos un metro o metro y
medio y estaban cubiertas de docenas de esas hojas oscuras con pinchos. También había
unas frutas pálidas que tenían una forma que recordaba vagamente a un cráneo.
Malfurion se acercó al injerto. Las frutas brillaban y una de ellas cayó cerca del
elfo de la noche. Se abrió con el golpe que se dio contra la rama que sostenía al
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Archidruida. Una espesa sustancia blanca brotó de ella, y el hedor que acompañaba a la
sustancia recordaba al de cadáveres en descomposición.
Malfurion se apartó, aunque eso lo alejó un paso del injerto. Sabía lo que el Señor
de la Pesadilla tenía en mente, pero no podía hacer nada más.
Cayó otra fruta. Al abrirse, la sustancia blanquecina se convirtió en cientos de
ciempiés de color hueso con cabezas semejantes a las de cráneos sin carne de elfos de la
noche.
Malfurion Stormrage…, lo llamaban según se acercaban a él. Malfurion
Stormrage… es hora de que te unas a nosotros…
Reconoció esas voces. Cada una era distinta, pero las conocía todas y cada una de
ellas. Estaba Lord Ravencrest, que había dirigido a las fuerzas de los elfos de la noche
hasta que fue asesinado por un agente de los Altonato de la Reina Azshara; la Suma
sacerdotisa Dejahna, la predecesora de Tyrande, el malvado Capitán Varo'then, el devoto
sirviente de Azshara y muchos, muchos otros que habían habitado sus sueños y
seguramente los de Tyrande durante milenios.
Malfurion… hemos esperado tanto… ven, únete a nosotros en nuestro largo
descanso…
Se tambaleó sin hacer nada mientras los monstruosos ciempiés llegaban a sus pies.
El primero trepó sobre su pie con las esqueléticas mandíbulas abiertas…
El Archidruida se agachó y lo agarró. Apretó con fuerza.
El ciempiés aulló como un elfo de la noche moribundo. Su fantasmagórica cáscara
exterior se peló y reveló una hermosa rosa que brotaba hacia arriba.
Los otros ciempiés también empezaron a aullar. Todos sufrían como había sufrido
el que sujetaba Malfurion.
—Que este sea su legado —le dijo al injerto mientras las rosas brotaban por todas
partes—. Que honren a todos los que defendieron a Azeroth… a los que no cambiaron su
mundo por poder…
La copa de Teldrassil se estremeció como sí un enorme viento soplase a través de
ella. Las hojas de los cientos de árboles más pequeños sobre él crearon lo que a oídos de
Malfurion era un rugido furioso y amargo.
Usó el momento de la furia del Señor de la Pesadilla para volver a cambiar de
forma, pero esta vez se convirtió en un enorme oso, un oso temible. Con su tremenda
fuerza Malfurion agarró el injerto y lo arrancó de Teldrassil. Hurgó en el tronco,
arrancando incluso las «raíces».
El Árbol del Mundo tembló. Enormes árboles que estaban sobre él se soltaron.
Malfurion el oso se agarró al tronco, y el movimiento arreció. Solo podía esperar que
aquellos que se encontraban en Darnassus estuviesen protegiéndose.
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El temblor pasó. El druida buscó inmediatamente con su mente hasta dónde había
llegado el daño y se quedó asombrado. A pesar de la brevedad del temblor, la intensidad
había sido suficiente para dejar en ruinas los bosques de Teldrassil. Poderosos robles
enteros se habían partido por la mitad. Gran parte de la copa era una maraña de restos
peligrosos.
Hay que abandonar Darnassus, decidió el Archidruida. Hasta que se supiese la
extensión del daño provocado al Árbol del Mundo, todos estaban en peligro.
Mientras Malfurion pensaba en esto, una gran masa de árboles destrozados
demostró de repente ser demasiado para las ramas que soportaban su peso. Con un ruido
como el de un trueno repetido, las ramas crujieron, y toneladas de madera y polvo cayeron
con un rotundo estrépito. Más abajo, la inercia provocó el destrozo de otros árboles
gigantescos, y la asombrosa visión se repitió.
Entonces, a pesar de lo que ocurría en el Árbol del Mundo, el Archidruida miró la
rama solitaria que había arrancado. Había palidecido mucho, y ahora algo goteaba de ella.
Era una sustancia espesa que tenía la consistencia de la savia de un árbol, pero no era de
ese color. De hecho, los sentidos de oso de Malfurion captaron un olor que agitó una
increíble ira en su interior.
Era el origen del mal que se había extendido por Teldrassil. Malfurion lanzó un
gruñido bestial. Sabía lo que era… y, por lo tanto, cómo había llegado a ser así.
Era sangre. Aunque espesa, era fresca y era exactamente igual a lo que fluía a
través de su cuerpo o el de cualquier otro elfo de la noche.
Sangre… de un árbol.
El druida recuperó su verdadera forma cuando se dio cuenta de eso. Solo existía un
árbol así. Malfurion, había provocado que ese árbol existiera, hacía milenios. Lo había
hecho para poner fin a una maldad y había hecho algún bien… pero, evidentemente había
puesto en movimiento una oscuridad más terrible.
La rama era del árbol que proyectaba la sombra del Señor de la Pesadilla. Un árbol
que una vez había sido el temible consejero de la horrible Reina Azshara.
El nombre era como veneno en los labios de Malfurion.
Xavius…
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CAPÍTULO VEINTITRÉS
TELDRASSIL REDIMIDO
X avius. Qué bien recordaba todavía Malfurion al malvado confidente de la
reina. Había sido Lord Xavius quien había alimentado el hechizo de los hechiceros
Altonatos de Azshara que habían abierto el portal para la Legión Ardiente. En lugar de
sentirse repugnado por lo que había descubierto, Xavius incluso ayudó a su insidiosa reina
cuando esta les dio la bienvenida a los demonios.
Dos veces Malfurion lo había dado por derrotado. La primera vez fue durante una
lucha desesperada sobre la misma torre donde habían abierto el portal para los demonios.
Malfurion, con sus poderes druídicos en todo su esplendor, había invocado una tormenta
que primero hizo arder a Xavius con un rayo, lo fundió con la lluvia y finalmente desató un
rugido atronador que literalmente hizo pedazos al villano. Malfurion aún recordaba el
rostro contrahecho de Xavius, especialmente los siniestros y negros ojos mágicos que
tenían un fulgor de rubí en cada uno de ellos. El Archidruida recordaba especialmente el
último y aterrador chillido del consejero.
Y, entonces, Xavius había dejado de existir.
Pero él y los defensores habían subestimado el poder del titán maléfico Sargeras.
Tras llevarse lo poco que quedaba del espíritu incorpóreo de Xavius y torturarlo
largamente por el fracaso del consejero, Sargeras lo había remodelado en algo más terrible.
Xavius había renacido como sátiro, el primero de los monstruos con aspecto caprino que
desde hacía tanto tiempo eran los enemigos de los elfos de la noche, y su maldad no había
hecho más que crecer con ese nuevo aspecto espantoso.
Malfurion casi había perdido a Tyrande por culpa de Xavius y los corruptos
Altonatos. Al final, incapaz de arriesgarse a que Xavius volviese a escapar de la muerte,
Malfurion había invocado el poder de Azeroth para transformar al sátiro. A pesar de la
resistencia de Xavius, el joven druida había convertido a su enemigo en un inofensivo
árbol.
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O eso había creído estos últimos diez mil años. La maldad había estado infestando
Azeroth todo ese tiempo, y Malfurion lo ignoraba.
En todo esto pensaba Malfurion furioso consigo mismo mientras, de nuevo en
forma felina, con la rama entre los dientes, volvió corriendo a Darnassus. Se culpaba por lo
que estaba pasando, pero también pensaba cómo había sobrevivido Xavius tanto tiempo
para convertirse en el Señor de la Pesadilla.
Pero ignoró esos pensamientos al entrar en la capital y transformarse. Darnassus
estaba en ruinas, y gran parte de eso se debía a la caída de otras ramas del enorme árbol.
También yacían por todas partes víctimas de los sirvientes de la Pesadilla. Las Hermanas
de Elune y los Centinelas estaban intentando ayudar a los que podían.
Vio a Shandris Feathermoon dando órdenes a ambos grupos. La general parecía
agotada, pero en su elemento. Desgraciadamente, no se daba cuenta del peligro que todavía
rodeaba a su pueblo.
—¡Shandris! —Al oír la voz de Malfurion, se giró.
—Malfurion… —dijo la general, saludándolo respetuosa y aparentemente
aliviada—. Menos mal que estás bien.
Se fijó en la inquietante rama que ahora él sujetaba con ambas manos y frunció el
ceño.
—¡Por la Madre Luna! ¿Qué enfermedad aflige a esa rama?
—Esta es la corrupción que se extendía por Teldrassil —respondió
apresuradamente el Archidruida—. ¡Por ahora no debemos preocupamos por eso! ¡Hay
que evacuar Darnassus! El Árbol del Mundo ha sufrido mucho; ¡los árboles caídos que vez
a tu alrededor son solo una parte! ¡Por la seguridad de todos deben irse!
Como acentuando sus palabras, otro atronador crujido resonó por Darnassus. La
ciudad tembló. Teldrassil permanecía en pie, pero no se podía decir lo mismo de la capital.
—¡Me encargaré de que así se haga! —prometió Shandris.
—Iré a ver a los druidas —le dijo Malfurion al separarse—. Quizás podamos hacer
algo para contenerlo… pero no puedo prometer nada…
—¡Entendido!
Por otra parte, se oyó un grito de agonía, una voz llena de dolor. No venía de
ninguna de las víctimas a las que Malfurion estaba mirando, sino de una dirección
inesperada.
Se giró hacia el Enclave y vio a los otros druidas que salían de allí. Broll iba el
primero, y Hamuul lo seguía de cerca, detrás de él.
El origen del interminable grito era Fandral. Con la vista perdida, el Archidruida
gritaba una y otra vez el nombre de su hijo. Le rogaba a Valstann que volviese con él.
Dos druidas lo guiaban de la mano mientras él caminaba tropezando, llamando a su
hijo. Detrás de ellos, otros druidas vigilaban a un pequeño grupo… aquellos que habían
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escogido la locura de Fandral por encima de todo lo demás. A Malfurion le resultaba obvio
qué habría que hacer con ellos. El Claro de la Luna tenía lugares que podían albergar a los
enfermos o a los corruptos. Había una esperanza de redención para aquellos que habían
seguido a Fandral.
Pero, al observar al padre de Valstann, Malfurion se preguntaba si se lo podría
curar alguna vez. Entre la Pesadilla y su pérdida personal, el Archidruida loco parecía
haberse perdido para siempre.
Malfurion se reunió con Broll, dándole el mismo aviso que le había dado a
Shandris. Broll asintió comprendiendo, pero sus ojos se movían constantemente hacia la
macabra rama. Malfurion acabó por contarle lo que había averiguado.
—Xavius… —Broll no conocía el nombre, pero había sentido la inmensa furia y
temor en la voz de su shan'do cuando Malfurion lo había pronunciado.
—Los druidas deben ayudar a evacuar a la gente y luego estar preparados para
cuando sepan de mí. ¡Será pronto así que deben apresurarse!
—¿Qué pretendes hacer?
Malfurion agarró una rama más pequeña que sobresalía de la parte de arriba. La
rompió. El mismo líquido espeso y repugnante brotó de ella.
—Lo que debo. Lo que debemos.
Dicho eso, Malfurion pidió rápidamente una antorcha. Guardándose la pequeña
rama, el Archidruida le prendió fuego a la más grande. En un parpadeo se hizo cenizas,
que fueron arrastradas por el viento.
—Prepárate —le dijo a Broll.
—¡Por supuesto, shan'do! Yo…
Pero Malfurion ya se había transformado y había echado a volar.
***
Tyrande sabía quién hablaba, aunque había estado inconsciente durante su anterior
encuentro. Lo sabía porque Malfurion le había contado después la aterradora experiencia…
y lo que le había hecho a su captor.
—No puedes ser… —protestó.
La sombra del gigantesco árbol esquelético se retorció alrededor del trío. La Suma
sacerdotisa sintió cómo algo le apretaba el pecho, aunque, cuando se llevó la mano al
cuerpo, no había nada que quitar. Tyrande notó que Lucan y Thura hacían lo mismo.
Puedo y siempre existiré… Tyrande Whisperwind… Yo soy la Pesadilla, y la
Pesadilla soy yo… Somos eternos… y pronto Azeroth será solo una parte de nosotros…
—¡Nunca! —Tyrande le rezó a Elune, y la luz de la Madre Luna la llenó.
Inmediatamente, Tyrande concentró esa luz en la sombra.
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Malfurion volaba por el aire, que estaba ahora tan cubierto por la niebla que
rodeaba la isla como a todo lo demás. El Señor de la Pesadilla ya no tenía motivo para
mantener ignorante a Darnassus de la extensión del peligro ahora que Fandral había caído.
El Archidruida se inclinó a un lado. Teldrassil se extendía por debajo de él. No lo
podía ver en su totalidad, pero veía la parte central, que era donde estaba concentrándose.
Para entonces, los otros druidas tenían que estar preparados. Tenían que estar
preparados.
Hamuul… Broll… aunque nombró a los dos, Malfurion alcanzó a todos y cada uno
de los druidas en o cerca del Árbol del Mundo. Le respondieron rápidamente.
Vamos a curar a Teldrassil, les informó.
Muchos se asombraron, especialmente después de la traición de Fandral, pero no
dudaron en seguir sus instrucciones, dado que se trataba de Malfurion.
Malfurion descendió y aterrizó en lo que sabía que era el punto central del árbol.
Allí se transformó. El aire era helado, pues se encontraba incluso por encima de los
bosques que crecían en lo alto del árbol. Pero lo único que le importaba en ese momento
era su plan.
Estirando las manos hacia delante como para abarcar la vasta copa, el Archidruida
reforzó su vínculo con los otros.
Que lo que es la vida de Azeroth nos guíe para erradicar la corrupción…
En su mente podía ver a los otros druidas imitando sus movimientos. Malfurion se
puso en contacto con Teldrassil. El Árbol del Mundo estaba lleno de corrupción, pero no
estaba más allá de toda salvación. Buscó el núcleo de lo que quedaba sano, un lugar
enterrado no en su gigantesco tronco, sino en la profundidad de sus raíces.
Malfurion animó a esas raíces a crecer, a excavar más profundamente. Se
hundieron más, alcanzando las partes más primitivas de Azeroth… y las más puras.
Aliméntate y sánate…, le dijo al Árbol del Mundo. Aliméntate y sánate…
La reacción fue lenta, tal como esperaba. Malfurion siguió insistiendo. Habiendo
estado enfermo tanto tiempo, Teldrassil necesitaba que lo forzasen.
Al fin notó que Teldrassil empezaba a moverse. Con los druidas ayudándolo, el
Árbol del Mundo empezó a alimentarse. Azeroth le proporcionaba la sustancia, como hacía
con todas las formas de vida que había en él. Teldrassil se robusteció.
El esfuerzo era agotador para los druidas. Malfurion sudaba a pesar del aire frío y
sabía que sus seguidores también estaban sufriendo. Sin embargo, nadie daba señales de
abandonar, lo que lo llenaba de orgullo por cada uno de ellos.
Lo que hubiese llevado muchos años, lo que incluso ellos habían creído que era
imposible para el Árbol de Mundo original, Nordrassil, estaba ahora teniendo lugar en
Teldrassil. De repente surgió una maravillosa corriente de vida…
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—¡No, mortal, no! ¡Que lucha aun estando cautiva es todo lo que tengo para
mantener el ánimo! ¡Vengo porque he notado un gran crecimiento de vida en un momento
de peligro! Era tal que no pude evitar venir a verlo… ¡y parece que tú eres la fuente!
—Alexstrasza miró a Teldrassil—. ¡Y qué hazaña, Malfurion Stormrage!
—¡Teldrassil tenía que ser curado, Vinculadora de Vida! ¡Incluso aunque lo
plantasen contra nuestros deseos, ahora es una de las fuerzas más poderosas que le quedan
a Azeroth!
—Así es… así es… —La expresión del Aspecto era de cautela. Obviamente
muchos pensamientos cruzaban por su mente—. Incluso aunque se hizo sin la bendición de
ningún Aspecto, es una visión hermosa y orgullosa, lo admito…
En ese momento, el Archidruida se sintió un poco mareado. Tuvo que esforzarse
para no caer.
El gran dragón miró de cerca a la diminuta figura.
—Malfurion Stormrage, mientras estabas ayudando a todo el mundo, ¿no has
descansado?
—No… no hay tiempo suficiente…
La dragona roja pasó la mirada de él al árbol y luego volvió a mirarlo a él. Tras un
momento, dijo:
—Debe haber tiempo para esto.
Alexstrasza estiró la mano y tomó al Archidruida en la palma. Luego se alzó cada
vez más, tanto que al fin era visible toda la copa del árbol. Malfurion, aún agarrando la
pequeña rama, sacudió la cabeza, incrédulo al estar a tal altura. Él no podría haber volado
tan alto.
—He tomado una decisión —declaró el Aspecto con una voz atronadora—.
¡Aunque ni yo ni los otros bendijimos este árbol en sus comienzos, ahora se necesita una
bendición!
Extendió las alas, y un glorioso y cálido resplandor irradió de ella. La Vinculadora
de Vida sonrió hacia Teldrassil como habría lecho hacia cualquiera de sus hijos.
—¡Que esta bendición alcance a Teldrassil y todo lo que hay sobre él! —ordenó la
dragona roja—. ¡Y que también cree una nueva esperanza y un nuevo comienzo para
nosotros!
El fulgor color rojo dorado se extendió de Alexstrasza hacia la copa. Con una
asombrosa velocidad, bajó por el tronco y más allá de la vista de Malfurion.
Y con eso… estaba hecho. Teldrassil no estaba solo curado… ahora también estaba
bendecido, aunque solo por la Vinculadora de Vida. Pero esa sola bendición significaba
mucho.
Alexstrasza voló en círculos alrededor del Árbol del Mundo. La transformación era
completa. El glorioso fulgor se apagó, pero no desapareció de Teldrassil.
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Tempestira
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—¿Lo sabes, entonces? —oyó gruñir a Shandris—. ¡Se selló en cuanto el árbol
estuvo curado! Al principio creíamos que era cosa tuya, pero…
—La Pesadilla está sellando todos los caminos físicos hacia el Sueño —les informó
la dragona roja—. Así que aquí también es demasiado tarde.
Malfurion, mientras se le despejaba la cabeza, no dijo nada. Al tocarlo, Teldrassil
también le había revelado al Archidruida algo muy interesante.
Malfurion se estiró.
—El Enclave…debemos ir allí.
Sin esperar, el Aspecto lo tomó no solo a él, sino a los que estaban con él, Broll y
Hamuul. Para ella era fácil transportarlos la corta distancia hacia el Enclave y volver a
aterrizar.
El sagrario de Fandral yacía en ruinas, y las lianas que protegían su morada estaban
muertas. No había nada en ellas que pudiera haberse salvado; habían sido el resultado de la
obra del enloquecido Archidruida combinada con la maldad de la Pesadilla.
—¿Es aquí donde Fandral ha vivido siempre?
—No —replicó Broll—. Al principio, escogió la cámara superior del árbol más
grande. Aquél de ahí.
El elfo de la noche señaló una zona no lejos, hacia la derecha.
—Pero, hace poco tiempo, creó esto de repente.
Malfurion asintió.
—Eso confirma lo que sospechaba. Solo necesitaré un momento. —Le dio la
ramita a Broll—. Cuida un momento de esto, pero ten cuidado.
—Entiendo, Shan'do —murmuró Broll.
Malfurion elevó los brazos en mitad del enclave. El tiempo era esencial, y rezó
para que lo que iba a intentar no le llevase mucho. También rezó por no equivocarse en sus
suposiciones.
Aunque estaba en pie, el elfo de la noche entró en trance de meditación. Su larga
experiencia le permitía alcanzar rápidamente el estado que deseaba, un lugar entre los
mundos físico y onírico. Se arriesgaba a quedar vulnerable a la Pesadilla y a Xavius, pero
también se abría a lo que le ofrecía Teldrassil.
Se comunicó en mente y alma con el Árbol del Mundo… y el árbol le dio la
bienvenida. Sentir su gentil caricia emocionó y entristeció por igual al Archidruida. Rezó
por la recuperación de Teldrassil, por la de todo Azeroth, si el mundo sobrevivía a ese
ataque.
Teldrassil rezó con él.
El elfo de la noche abrió sus defensas para el árbol. Si aún quedaba algún rastro
oculto de la maldad de Xavius, Malfurion también se había abierto a su enemigo.
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Tempestira
Pero lo único que sintió fue el maravilloso calor de Teldrassil. Todo el sufrimiento,
la falta de alimento y descanso, comenzaron a disminuir. Malfurion sonrió.
Una parte primitiva de Malfurion quería escapar hacia Teldrassil, convertirse en
parte de él y abandonar su existencia mortal. Ese era un riesgo que corrían siempre los
druidas, imbuirse de tal modo en la gloria de la naturaleza que su propia existencia
palidecía en comparación.
Pero el rostro que siempre emocionaba al corazón y al alma de Malfurion más que
su deseo lo devolvió a la cruda realidad.
—Tyrande… —susurró para sí.
Teldrassil pareció hacerse eco de ese sentimiento, pues sus hojas se sacudieron
aunque no soplaba el viento y Malfurion habría jurado que el ruido que hacían era parecido
al nombre de la Suma sacerdotisa.
Malfurion no sabía cómo podría salvar a Tyrande. Solo se le ocurría una
posibilidad.
La Vinculadora de Vida era la única que quedaba con él. Malfurion nunca se
atrevería a pedirle a un Aspecto que se fuese. Pero Alexstrasza permanecía pacientemente
en silencio, habiendo decidido aparentemente que las acciones que importaban ahora eran
las del elfo de la noche.
Se agachó, colocando una mano en el suelo ante el sagrario. Malfurion habló con
Teldrassil y le pidió que lo ayudase a revelar la verdad.
El poder fluía tanto del Archidruida como del árbol. El dañado edificio tembló. Las
anteriormente letales lianas se volvieron ceniza, y todo lo que había dispuesto Fandral se
vino abajo. El sagrario tomó una nueva forma, convirtiéndose en algo familiar pero a la
vez asombroso.
—¡Imposible! —murmuró Broll.
Levantándose, Malfurion se acercó hacia su descubrimiento. Había notado su
presencia. Sabía que estaría ahí, a pesar de que no debería estar.
En secreto, Fandral había creado su propio portal al Sueño Esmeralda.
Era sencillo, y su forma redonda estaba enmarcada por ramas sinuosas y piedras.
Unos poderosos hechizos se lo habían ocultado a los demás.
—Sigue abierto… —dijo Alexstrasza.
Malfurion asintió y luego llamó con su mente a los otros druidas. Amigos míos…
vengan al Enclave.
Los druidas llegaron un instante después. Todos se asombraron por lo que había
hecho Fandral, pero Malfurion no podía darles tiempo para que asimilasen su presencia.
—Todo depende de nosotros —les dijo Malfurion a los demás—. Debemos lanzar
el último ataque contra la Pesadilla, para esto es para lo que nos ha preparado nuestro
oficio. Un mal busca a Azeroth; siendo los que cuidamos de los bosques, las llanuras y las
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demás tierras que son sus jardines y alentamos el don de la vida que es su fruto… debemos
acabar con esta plaga…
Los druidas reunidos se pusieron rodilla en tierra ante él e, incluso cuando les hizo
gestos de que se levantasen, permanecieron en esa respetuosa posición.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó solemnemente Broll, que parecía ser el
portavoz de los demás.
—Lo que no debería pedirles. Los necesito… y sí, a todos aquellos que aún
podamos reunir, sean druidas o no… para marchar hacia la Pesadilla a través del que
posiblemente sea el último portal abierto en Azeroth…
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CAPÍTULO VEINTICUATRO
REUNIENDO A LAS HUESTES
T yrande, Lucan y Thura se vieron depositados en un valle oscuro. A su
alrededor oían los incesantes chillidos y gritos de las víctimas de la Pesadilla que al mismo
tiempo sufrían y servían a Xavius. El suelo se movía con las oscuras alimañas de la
Pesadilla.
—Mira lo que te he traído… —le dijo Lethon a la niebla.
Un gran jirón de niebla se fundió para convertirse en la putrefacta figura de
Emeriss. El otro dragón sonrió ante los prisioneros que le mostraba.
—Tan enteros… tan impolutos… —susurró Emeriss—. ¿No será divertido jugar
con ellos?
—Ya sabes lo que desea el amo.
A Emeriss no le gustó que la regañasen.
—¡Por supuesto que sí!
Tyrande escuchaba esto con creciente consternación. Pero estaba más preocupada
por los otros y por Malfurion, allá donde estuviese. Estaba segura de que estaba haciendo
lo que podía para luchar contra la Pesadilla, aunque, ahora que Alexstrasza era también
esclava de Xavius, las posibilidades de victoria eran inexistentes.
¿O la Vinculadora de Vida no era en realidad su esclava? Tyrande recordaba la
imagen y también la malicia de la Pesadilla. La visión había sido demasiado fugaz. ¿Por
qué ocultársela a ellos? ¿Por qué esconder rápidamente a Alexstrasza de su vista?
A menos que la imagen de la dragona roja prisionera hubiese sido una ilusión
planeada para quitarles la esperanza.
La Suma sacerdotisa apretó los puños. No era la primera vez que había caído presa
de la Pesadilla.
—El hacha primero —ordenó Lethon.
Las palabras del dragón corrompido le llamaron la atención a Tyrande, y se
preguntó por qué el arma había estada hasta ahora en las manos de la orca. Y, más
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Tempestira
importante aún, sin duda Xavius debería habérsela quitado a Thura en cuanto el grupo
estuvo ante su sombra. Después de todo, siendo lo que era ahora, el Señor de la Pesadilla
sin duda no desearía que ninguno de sus enemigos la tuviese delante de él.
De nuevo Tyrande pensó en la visión de Alexstrasza. Todo estaba planeado para
crear la desesperación en los defensores del Sueño… quizás en gran parte por esa misma
arma.
Emeriss miró fijamente a la orca. Thura agarró con fuerza el hacha, obviamente
nada dispuesta a soltarla. La esgrimió ante la dragona que, notó Tyrande con interés, se
aseguró de no acercarse demasiado a ella.
¡Tiene que ser eso!, decidió la Suma sacerdotisa.
—¡Ese juguetito no te va a ayudar! —siseó Emeriss. La dragona siguió mirando a
Thura, a quien empezaban a temblarle las manos.
—¡El hacha es mía! —gruñó la orca.
—Ya no… —interpuso Lethon, mirando a Thura.
A la orca se le cerraron los ojos. Temblando, cayó sobre una rodilla. Las manos le
temblaban violentamente, pero seguía sin soltar el hacha.
La Suma sacerdotisa sabía lo que le estaban haciendo a Thura. La atacaban con los
poderes oníricos de su raza. Thura estaba sufriendo pesadillas personales una y otra vez,
todo para que soltase el arma.
El arma.
—Lucan… el hacha… —le urgió quedamente Tyrande.
Él la miró, vio hacia dónde miraba ella y, a pesar de un dejo de inseguridad, se
movió.
Tyrande miró en su corazón y le rezó a Elune, alcanzando lo que le había hecho
desear convertirse en una de las acólitas de la Madre Luna. Recordó la palidez, la belleza
de la luz de la luna sobre ella y cómo sabía que con ella podría ayudar a otros.
El brillo plateado se materializó sobre ella.
—¡Pequeña necia! —escupió Emeriss. Lethon gruñó y también se volvió hacia la
elfa de la noche.
Lucan agarró a Thura. La orca entendió inmediatamente lo que pretendía el
humano.
Hombre y orca se desvanecieron cuando Lucan los sacó de la Pesadilla hacia
Azeroth. Pero antes de hacerlo la sombra de una rama pasó sobre ellos. Nadie, ni siquiera
la Suma sacerdotisa, se dio cuenta.
Tyrande seguía allí. No se le había pasado por la cabeza huir con los otros. Los
dragones se habían confiado demasiado con su poder y se habían concentrado en
arrebatarle el hacha a Thura. Ambas cosas habían jugado a su favor a la hora de conseguir
la libertad de la orca y de Lucan.
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Tempestira
Pero una fuerza terrible la golpeó. Tyrande cayó entre los bichos, que rápidamente
se echaron sobre ella. Se los quitó de encima y se encontró con la cabeza cubierta de pus
de Emeriss delante de ella.
—Gracias por cumplir tu parte… —rio la monstruosa gigante.
Lethon se unió a ella en su siniestra risa. Mientras Tyrande se levantaba, vio que,
aunque sus compañeros habían logrado huir, habían dejado algo atrás.
—¡Tu esfuerzo ha sido valiosísimo! —se burló Lethon—. La distracción quebró la
concentración de la orca y le hizo abrir la mano el tiempo suficiente en el momento
adecuado… cuando ella y el humano estaban entre los dos reinos…
A unos metros delante de Tyrande y medio abierta por las hambrientas alimañas, se
encontraba el hacha que había pertenecido a Brox. Y sobre ella colgaba la sombra de una
esquelética rama.
***
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Tempestira
Alexstrasza no se detuvo hasta que llegó delante de las energías que giraban. La
Vinculadora de Vida miró dentro del portal.
El llameante fulgor que rodeaba su cuerpo se intensificó. Se adentró en el portal.
Hubo un destello de llamas dentro, y todos fueron conscientes de que, si había habido algo
al otro lado, habría quedado completamente incinerado.
—Nada lo atravesará y nada podrá sellar este portal desde el otro lado —declaró en
un tono que no admitía dudas—. El portal permanecerá abierto, Malfurion Stormrage…
Yo me encargare de ello.
El Archidruida asintió sombríamente.
—¡Entonces no hay más motivos para dudar! Hamuul, creo que necesitaré tu
ayuda… y también la tuya, Broll. En cuanto a los demás; ya saben qué tienen que hacer…
Los druidas comenzaron a dividirse para llevar a cabo las tareas asignadas. Muchos
se reunieron cerca del portal. Otros tomaron cuerpos más veloces y salieron rápidamente
del Enclave.
Malfurion se sentó en medio de los druidas, con Hamuul y Broll arrodillados a cada
lado de él. Malfurion cerró los ojos, pero, antes de empezar su meditación, les dijo:
—Necesitaré toda su fuerza y su cautela. Me disculpo por el peligro que pueda
hacerlos pasar.
El tauren resopló, y Broll gruñó.
—¡He luchado como gladiador durante años, pero prefiero luchar a tu lado de este
modo!
Agradecido por su lealtad y sacrificio, Malfurion se retiró a su interior. Necesitaba
alcanzar a algunos de los otros, los que pudieran estar a su lado… suponiendo que quedase
alguno. Exigiría un tremendo sacrificio a cada uno de ellos y posiblemente solo serviría
para que la victoria de la Pesadilla fuese mucho más completa.
Pero ya no quedaban otras opciones.
A Malfurion no le resultaba difícil alcanzar el estado que necesitaba a pesar de la
presión que lo rodeaba. El Archidruida sintió que los vínculos entre su forma astral y su
cuerpo físico se deshacían. No resultó un gran esfuerzo deshacerse de su forma mortal y
elevarse sobre Broll y Hamuul.
Aunque no podían verlo, ambos miraron hacia arriba por instinto. Malfurion se
puso en contacto con ellos mediante el pensamiento, informándoles de sus intenciones y
buscando la ayuda que pudieran ofrecerle al respecto de ciertas cosas.
Entonces Malfurion intentó algo que no había hecho antes. Era su mejor
probabilidad de alcanzar de los que aún podían ayudar a Azeroth. El Archidruida llegó
hasta Teldrassil y, a través de Teldrassil, hasta Azeroth, aprovechando el hecho que, sin
importar dónde estuviera, sería parte del mundo.
Y Teldrassil y Azeroth le dieron lo que buscaba.
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Malfurion dejó escapar un grito ahogado cuando de repente vio todo el mundo al
mismo tiempo. Era casi demasiado. Malfurion entendió que, de haber sido cualquier otro
mortal, se habría vuelto loco al fragmentarse su mente en un millón de pedazos y más.
Había cosas que ni sabía que existían y cosas en la periferia que lo llenaron de temor,
males antiguos encerrados en el mundo que tenían algo familiar, pero que ignoró mientras
miles de otros asuntos pedían su atención. Con tantas cosas, desde las grandes a las
diminutas, asaltándolo, hasta él tenía que esforzarse por mantener tanto la concentración
como la cordura.
De nuevo, extrajo sus fuerzas del Árbol del Mundo y de Azeroth El peligro de
perderse para siempre desapareció. Malfurion miró su mundo asediado y encontró a
aquellos a los que buscaba.
No eran tantos como esperaba, pero entre ellos encontró a aquellos que eran
esenciales para su plan.
***
Varian miró a sus sitiadas tropas. Sabía que aún había partes aquí y allá por la
capital y quizá más allá que todavía resistían, pero cada vez eran menos. Eso no le
sorprendió, pues las armas eran inútiles. Básicamente, él y sus hombres tenían que huir, un
acto innoble, aunque necesario.
El fuego parecía ralentizar a las horribles hordas, al menos en parte. La nueva
oleada de terror, los sonámbulos, suponían por una parte un impacto mucho mayor, pero
también eran un enemigo contra el que se podía luchar físicamente. El único problema
eran las dudas por hacerle daño a un inocente, incluso aunque ese inocente te estuviese
atacando con saña.
Pero la desesperación había provocado que más de un soldado de las decrecientes
tropas de Varian hubiese derramado sangre, y él mismo había tenido que repartir fuertes
golpes.
Varian… Rey de Ventormenta…
Solo debido al tono calmado y reconfortante de la voz supo Varían que no estaba
cayendo ante el poder de la Pesadilla. Esta no ofrecía calma; parecía arrastrar
inmediatamente a sus víctimas a sus miedos.
Varian… camarada de Broll Bearmantle… Soy Malfurion Stormrage.
Inmediatamente se detuvo. Aunque Varian no conocía al famoso Archidruida,
como muchos líderes de la Alianza y la Horda, conocía el papel de Malfurion como líder
de los druidas; los esfuerzos de los druidas habían sido críticos para vencer la batalla del
monte Hyjal y, por lo tanto, la Tercera Guerra. Varian no había estado entonces en
Kalimdor, pero había oído la historia con muchos detalles.
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Tempestira
Que el Archidruida ahora hablase en la cabeza del rey no era sorprendente. Sin
embargo, por bienvenida que fuese en ciertos aspectos la presentía de Malfurion. Varian
tenía poco tiempo que dedicarle. Todo se estaba volviendo aún más desesperado.
—Quieras lo que quieras, será mejor que hables deprisa… —murmuró en voz baja
el Rey de Ventormenta para que sus soldados no se preocupasen de que les estuviese
hablando a las sombras.
Varian, necesito que dirijas a los que van a atacar a la Pesadilla allí donde es más
vulnerable… dentro del Sueño Esmeralda…
—¡No dejaré Ventormenta!
Sin darse cuenta. Varian había elevado la voz. Algunos de sus soldados lo miraron
y volvieron a su frenética lucha.
Todos deben abandonar lo que aman si esperan poder salvarlo…
Varian apretó los dientes.
—Maldito seas… pero ¿cómo salimos de aquí y dónde vamos, incluso aunque
consigamos salir?
No hay necesidad de irse… lo único que tienes que hacer es seguir mis
instrucciones…
Un sonámbulo aullante se lanzó contra el Rey. Era uno de sus sirvientes personales.
Los ojos del hombre estaban cerrados, y su cara estaba contorsionada por un grito tan
terrible que parecía que se le había desencajado la mandíbula. Varian no le prestó atención
a lo que gritaba. Todos los sonámbulos sufrían pesadillas en las que intentaban atacar a
quienes los atormentaban… que siempre eran los defensores de la ciudad.
Varian intentó golpear al enloquecido hombre en la sien con la parte plana de la
espada. A los sonámbulos se los podía noquear así. Aunque generalmente hacía falta
mucho más que un golpe.
Pero el sirviente cambió de posición repentinamente. En lugar de con lo plano,
Varian cortó profundamente con el filo.
De la herida brotó sangre. El sonámbulo herido cayó sobre el Rey. Uno de los
soldados le quitó inmediatamente de encima al moribundo, pero el Rey de Ventormenta no
se percató. Lo único que sabía es que al fin había matado a uno de sus súbditos, otra
pesadilla a añadir a las que ya sufría.
—¡Sea lo que sea lo que hagas, hazlo, entonces! —le gruñó al invisible
Malfurion—. ¡Y hazlo deprisa!
El Archidruida le dijo qué hacer. Varían parecía incrédulo, pero luego se rindió a
las indicaciones de Malfurion.
—¡Suelten las armas! —les gritó a los otros—. ¡Da la señal de no combatir!
Tendré que usar cierta fuerza…, añadió Malfurion. Necesitaré empezar contigo,
será mejor para que alcances a los demás
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Tempestira
—¡Espero que sepas lo que estás haciendo! Hemos estado tomando una poción
para evitar…
Eso no importará. Mi hechizo lo anulará todo…
El Rey gruñó. Mientras sus aturdidos soldados miraban, Varian cerró los ojos con
desgana…
E inmediatamente se quedó dormido.
***
Por encima del resto del norte de Mulgore, situada en los altos acantilados cerca de
la Sierra Espolón, se encuentra la ciudad de los tauren. Hasta la construcción de Cima del
Trueno, todos los tauren llevaban una vida nómada. Solo recientemente, tras la expulsión
de los centauros merodeadores de sus tierras, el pueblo de Hamuul había establecido por
fin un asentamiento comparable a Orgrimmar, Ciudad de Ventormenta y las otras capitales
de Azeroth.
Cuatro colinas componían Cima del Trueno, la mayor y más populosa en el centro.
Los grandes tótems de los tauren se veían sobre estructuras que recordaban mucho el
pasado de la raza como nómadas perpetuos. Incluso las grandes casas estaban construidas
como las largas estructuras de madera que usaban las tribus para las estaciones invernales,
mientras que los domicilios más pequeños tenían la forma de las puntiagudas tiendas de
madera y pieles de animales que durante generaciones habían servido diariamente a los
nómadas.
Los tauren habían escogido la localización por motivos estratégicos. Las colinas les
proporcionaban una gran defensa contra la mayoría de los enemigos. Sin embargo, ni
siquiera los acantilados ofrecían protección alguna contra un enemigo que era parte de
ellos mismos…
Baine Bloodhoof, hijo del gran cabecilla tauren Cairne, esto lo sabía muy bien…
ahora. Con un hacha en una mano y una lanza corta en la otra, se encontraba en la
vanguardia de una banda de guerreros que bloqueaban el puente que llevaba a Alto
Mediano, donde hasta hacía poco los mercaderes habían prosperado. Alto Mediano era
todo lo que quedaba defendido en las partes norte y este de Cima de Trueno. Los horrores
se habían apoderado de lo demás, aunque quedaban diminutos puntos de resistencia.
El hijo de Cairne atacó con la lanza a una figura tambaleante que se encontraba
unos pocos metros delante de él, intentando contenerlo sin matarlo. Baine conocía al otro
tauren, un antiguo camarada llamado Gam. Habían luchado juntos contra los centauros.
Ahora Gam, con los ojos cerrados y farfullando algo sobre los merodeadores cuadrúpedos,
intentaba matar al hijo de Cairne como si él fuese un centauro.
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Tempestira
Gam seguía atacando. Al final, Baine no tuvo elección y le clavó la lanza a Gam en
el pecho. Su abrigo marrón oscuro y su melena negra ya estaban salpicados de sangre a
pesar de la guarda de piel que llevaba sobre los hombros, giba y brazos.
Con un gruñido, el tauren sonámbulo soltó el arma y cayó del puente de cuerda. Su
cuerpo se desplomó hacia las llanuras de abajo. Afortunadamente, desapareció en la
maldita niebla y le ahorró a Baine ver cómo se destrozaba el cadáver de su amigo.
Los elevadores no estaban lejos, pero descender no tenía sentido, Los exploradores
que había enviado Baine antes no habían vuelto, aunque deberían haberlo hecho hacía
tiempo. Eso probablemente significaba que los habían derrotado y ahora eran parte de la
amenaza.
El puente se movió al paso de más sonámbulos.
—¿Qué hacemos? —preguntó uno de sus guerreros.
Los tauren eran de naturaleza estoica, pero esta batalla los tenía preocupados y con
los ojos de par en par… lo que hacía que se viese mejor el rojo en sus ojos por la falta de
sueño.
Ojalá me guiases en esto, padre, pensó Baine. Pero el anciano Cairne se
encontraba entre los primeros durmientes, y Baine no podía evitar pensar que eso había
ocurrido por algún motivo. La mayoría de los tauren no se podían imaginar la vida sin su
venerable cabecilla, especialmente Baine.
Resoplando, el hijo de Cairne tomó una decisión. Solo le conseguiría un poco de
tiempo, pero no había otra elección. Rezó por los inocentes a los que estaba a punto de
enviar a la muerte.
—¡Corten las cuerdas! —ordenó Baine.
—¿Las cuerdas? —El otro tauren parecía consternado.
—¡Córtenlas! —repitió Baine, levantando su hacha por encima de la cuerda que
tenía más cerca.
En ese momento, oyó una voz en su cabeza.
Baine Bloodhoof… soy el Archidruida Malfurion Stormrage, amigo de Hamuul
Runetotem… Te ofrezco una esperanza… para nosotros…
Baine les dio las gracias a sus ancestros y, sin importarle lo que pensaran los otros,
dijo:
—Cuéntamela… y deprisa…
***
Una pregunta que hacía tiempo que inquietaba a Malfurion fue respondida durante
sus visitas a los sitios más lejanos de Azeroth. Qué estaba pasando en Dalaran. Su primer
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Tempestira
vistazo al reino de los magos lo sobresaltó, pues todo el reino de Dalaran no estaba donde
debería haber estado. Ahora flotaba en el aire.
En general, los elfos de la noche no tienen una gran consideración por los magos y
otros hechiceros arcanos, pero Malfurion, que conocía a los magos mejor que muchos de
su raza, había actuado junto a ellos en el pasado con cautelosa confianza. Animado por el
despliegue de sus increíbles habilidades, buscó llegar a ellos, especialmente a Rhonin, a
quien había conocido hacía diez mil años, pero descubrió que incluso Dalaran había caído
presa de la Pesadilla.
De hecho, Dalaran había caído especialmente. Los primeros vistazos de Malfurion
no revelaron más que el vacío envuelto en la niebla. Al entrar en algunos de los edificios
de extrañas formas, se topó con los primeros durmientes. Yacían allí por docenas, algunos
en sus camas, otros donde los había llevado el agotamiento.
Y en una de esas camas encontró no solo a Rhonin, sino a la compañera del
Archidruida, la elfa noble Vereesa. Aunque Malfurion no la conocía, sabia de ella por las
palabras de Rhonin. Estaban atrapados durmiendo. Sus caras mostraban que su sueño
estaba, como el de todas las demás víctimas, atrapado en los horrores de la Pesadilla.
No había sonámbulos, aunque Malfurion sentía que muchas de las víctimas estaban
a punto de convertirse en uno. Pero un hechizo las contenía allí donde se encontraban… y
finalmente descubrió su fuente en la Ciudadela Violeta.
El poderoso edificio se elevaba sobre todo lo demás. Su forma básica era la de una
enorme torre con añadidos en forma de cono flanqueando la base. Mucho más arriba del
resto de la ciudad, el puntiagudo extremo estaba rodeado por una formación circular que
mantenían en su lugar unos poderosos hechizos.
Ignorando esto y las incontables agujas de punta púrpura de debajo, Malfurion tocó
a los que se encontraban dentro. Un nombre se le vino inmediatamente a la mente, una
maga anciana llamada Modera. La imagen de una mujer de fuerte carácter con pelo cano
corto y un ligero y perpetuo ceño se le apareció a Malfurion. Llevaba no los elaborados
ropajes azul y violeta que señalaban al comité de gobierno, los Kirin Tor, sino una
armadura gris y azul.
El Archidruida…, respondió ella con gran agotamiento. Bueno, no todo Azeroth ha
caído…
Su sorpresa porque lo hubiera reconocido al instante quedó apagada por su segunda
frase. Los magos de la cámara estaban completamente aislados del mundo exterior.
Es todo lo que podemos hacer para evitar que nuestros hermanos vuelvan a
alzarse… apenas nos dimos cuenta a tiempo… perdimos a los que quedaban en nuestro
bando cuando aparecieron los primeros sonámbulos…
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Tempestira
Ella había respondido su pregunta antes de que él pudiese formularla. Los magos
que quedaban en Dalaran no se unirían a su plan. Hacían cuanto podían por evitar que los
mejores de ellos se uniesen al ejército de las tinieblas de la Pesadilla.
Malfurion le contó a Modera lo que le había contado a Varian. Modera asintió,
aunque no parecía confiar demasiado en él. ¿Has hablado con otros magos más allá de
Dalaran?
Sí.
Ella asintió. Modera estaba obviamente agotada, como la docena de hechiceros que
estaban con ella en otras partes de la ciudadela. Que ellos puedan ayudarte… Y que la
buena suerte guíe tus esfuerzos… Me temo que lo que planeas es nuestra última
oportunidad…
Malfurion rompió el contacto con ella. Esperaba no haberse traicionado. Puede que
Modera hubiese puesto en duda su orgullo si hubiese sabido lo que de verdad intentaba
hacer con los otros magos y los de más a los que estaba reuniendo…
Y mientras Malfurion hablaba con Varian, Baine y Modera también habló con
docenas más. Habló con el chamán orco Zor Lonetree en Orgrimmar, con el consejero del
rey Magni en Forjaz, con el explorador trol Rokhan, ahora obligado a llevar a lugar seguro
a una banda de su pueblo atrapada fuera de la capital orca… y a muchos, muchos más.
Como los trols, varios eran de razas enemigas de la raza de Malfurion, pero intentó
convencerlos de todos modos. Con algunos tuvo éxito, con otros no.
No podía culpar a aquellos que rechazaban su oferta de ayuda. Les pedía que se
quedaran indefensos ante la Pesadilla.
Y, entre los que aceptaron, Malfurion sentía cautela y preocupación… hasta que
descubrieron que lo que muchos creían sus espíritus pero que en realidad eran sus formas
astrales se materializaron en un lugar que la mayoría no podía ni imaginar.
El Sueño Esmeralda.
¿Qué es este lugar?, preguntó Varian por todos.
También en forma astral, Malfurion les explicó. Es el lugar donde se encuentran el
sueño y la vigilia… Fue un lugar de gentil comunión, pero ahora ha sido poseído por la
Pesadilla…
Entonces… ¿de qué sirve habernos traído aquí? ¿No deberíamos al menos caer en
nuestras propias tierras? Muchos estuvieron de acuerdo.
Porque solo aquí podrán marcar la diferencia… solo aquí podrán usar sus
armas…
Aquello era todo el ánimo que necesitaban. Pero incluso entonces empezaron a
dividirse por raza y facción. Eso no funcionaría. Malfurion los necesitaba como si fuesen
uno, no muchos.
Varian los liderará, declaró rotundamente.
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Malfurion observaba cómo ocurría todo esto con gratitud y remordimiento. Solo
Zaetar entendía la verdad. Solo Zaetar entendía toda esa fuerza no serviría de nada si lo
que intentaba el Archidruida fracasaba.
Pensar en el espíritu hizo que el elfo de la noche pensara también en Remulos. El
hijo de Cenarius no estaba por ninguna parte. Malfurion esperaba haber encontrado a
Remulos durante su hechizo, y que no lo hubiese encontrado no era buen presagio. Las
cosas solo se le ocultaban al Archidruida allí donde la Pesadilla se encontraba victoriosa,
en el Sueño… y, si Remulos estaba allí…
Malfurion no podía preocuparse del guardián perdido, por mucho que su poder
hubiese aumentado sus posibilidades. Ciertamente, el hijo de Cenarius no era la mayor de
sus preocupaciones. Esa era y siempre sería Tyrande, a quien había vuelto a decepcionar.
Tyrande…
En cuanto hubo pensado en ella, una breve, muy breve presencia alcanzó su mente.
Sabía sin dudarlo que era ella, que solo podía ser ella. Igual que hacía unos diez mil años,
Tyrande siempre se había puesto de su parte. Lo había hecho incluso cuando él la había
abandonado una y otra vez. Si ella moría ahora… los años que habían perdido se le
quedarían clavados en el alma. Él era la principal, y en su mente la única, causa de sus
separaciones.
Malfurion no pudo evitar estremecerse ante tales ideas, pues también sabía que ella
se encontraba a la sombra del árbol que era su némesis… y que los dones de la Madre
Luna no eran el motivo de que ella hubiese podido comunicarse momentáneamente con él.
El Señor de la Pesadilla lo estaba invitando.
El Archidruida regresó a su cuerpo. Sintió el inmenso alivio de Broll y Hamuul
ante su regreso.
También sintió a otro cerca de ellos… alguien que no debería estar ahí.
Malfurion se puso en pie de un salto en el momento en que recuperó el control.
Broll y el tauren se echaron hacia atrás sorprendidos.
—¿Estás bien, shan'do? ¿Ha ocurrido algo?
Pero Malfurion no les contestó, preparándose para enfrentarse a un peligro
inesperado para todos ellos.
La figura eclipsó al trío. No sonrió, sino que asintió sombríamente en dirección a
Malfurion. En una mano llevaba una larga lanza hecha de una sola rama. En la otra…
La otra mano… y el brazo al que estaba unida… eran una masa retorcida y
marchita que ahora se parecía más a una rama de árbol putrefacta.
Ante ellos estaba Remulos, el guardián de bosque, el hijo de Cenarius, avanzando
sobre sus cuatro pezuñas. Allí donde la sensación de la primavera era una constante de su
ser, ahora era como si el guardián del bosque llevase un manto de invierno helado. Su piel
era más gris, y las hojas de su pelo estaban marrones y secas.
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CAPÍTULO VEINTICINCO
UNA DECISIÓN
E staban de nuevo en Azeroth, aunque no en una parte que Lucan reconociese.
Lo único familiar era lo que ahora todo el mundo parecía tener en común… la pegajosa
niebla de la Pesadilla.
Una poderosa mano le agarró el cuello. Thura se acercó a él, y el aliento de la
enfurecida orca era cálido y oloroso.
—¡El hacha! ¿Qué has hecho con el hacha?
—¡No sé de qué me estás hablando!
Thura le mostró la otra mano, que ahora formaba un amenazador puño.
—¡El hacha de Broxigar! ¡No ha venido con nosotros! Estaba en mi mano… ¡y ya
no está!
—¿Estás segura de que no la has soltado? —La expresión con que le miró la orca
le hizo retractarse rápidamente de la pregunta—. ¡Entonces debería haber seguido contigo!
¡Ya lo había hecho antes!
Soltándolo, la guerrera miró con furia a su alrededor.
—¿Entonces dónde está, humano?
Lucan no sabía dónde se encontraban. El montañoso paisaje estaba lleno de
peligrosos barrancos y terreno desolado. Había algunos arbustos y, sobre una colina, un
enorme y feo árbol…
El cartógrafo tragó saliva. El árbol no encajaba con la falta de vida a su alrededor.
De hecho, de toda la vegetación que había parecía ser el único que crecía, aunque apenas
tenía hojas.
Pero eso no era lo que inquietaba del árbol a Lucan. Era la silueta que proyectaba
incluso entre la niebla.
Era como una gigantesca mano esquelética.
Ahora parecía comprender cómo y por qué el hacha había quedado atrás. Algo
había querido que se quedase, algo que tenía el poder de cumplirlo.
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—El hacha de Broxigar está por aquí. ¡Debemos darnos prisa! Si la Pesadilla
consigue el poder del hacha, se convertirá en una amenaza más, pero, si la recuperamos
nosotros, quizá podamos usarla para liberar a Ysera antes de que ella ya no sea capaz de
evitar que la Pesadilla utilice su poder de dragón…
Malfurion frunció el ceño.
—¿No has sido capaz de tomarla tú mismo?
—Esta mano es el resultado de mi último intento. Haremos falta los dos para
enfrentarnos al dragón y tomar el hacha… y para rescatar a tu Tyrande, amigo mío…
Asintiendo solemnemente, el Archidruida dejó que el guardián del bosque lo
guiase. Malfurion observó su entorno, o la falta de él, mientras avanzaban.
—Hay mucho silencio… ¿por qué?
—Es probable que el Señor de la Pesadilla esté más preocupado ahora por tu
valiente ejército —replicó Remulos sin mirar atrás—. Y, con Emeriss para vigilar el arma
y a la Suma Sacerdotisa… ¿qué puede preocuparle?
—Si el hacha es tan importante para la Pesadilla, debería haber más de un dragón
para vigilarla a ella y a Tyrande —comentó Malfurion—. Yo no las dejaría tan poco
vigiladas, especialmente a ella…
—¡Tu fe en tu amor es loable, pero no subestimes el poder que tiene la dragona
corrompida! Además, la Pesadilla tiene muchos planes en marcha, y sus sirvientes también
tienen que estar pendientes de ellos…
El Archidruida no respondió, pues en ese momento oyó una respiración pesada.
Los latidos de Malfurion empezaron a acompañar la siniestra respiración, que sabía que
debía de ser la de Emeriss.
—¡Estate preparado! —murmuró Remulos—. Entre los dos deberíamos poder, al
menos, contenerla…
La oscura silueta de un enorme cuerpo alado empezó a formarse delante de ellos.
Emeriss parecía tener la mirada fija en algo que había en el suelo, cerca de sus patas
anteriores… muy probablemente el hacha mágica.
Malfurion escogió ese momento para mirar detrás de él, pero casi inmediatamente
Remulos le pidió su atención.
—¡Mira a su lado! ¡No lejos de la dragona! ¡La Suma sacerdotisa!
Y, ciertamente, la sombría silueta que se veía más allá era la de una elfa de la
noche vestida de un modo muy parecido a como estaba vestida Tyrande. Malfurion apretó
los dientes ante la aparición; Tyrande colgaba a algunos metros del suelo, como si
estuviese atada a un poste invisible. O quizá un árbol. Sus brazos y piernas estaban
fuertemente atados por detrás. Y, peor aún había más de una docena de sátiros de sombra
arañando el aire delante de ella. Sus garras no la alcanzaban por muy poco.
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—Debes extraer las energías del hacha. Reformarlas para que tomen su estado
original.
Mirando hacia arriba, el elfo de la noche comentó:
—Eso podría debilitar el hacha, o incluso provocar que se desintegrase.
—Yo estaré preparado para reconducir las energías y encargarme de que tomen la
forma necesaria.
Frunciendo el ceño, Malfurion se levantó.
—Quizás sería mejor si tú hicieras lo primero, y yo lo segundo. Me temo que
podría fallarte.
La pezuña de Remulos arañó con impaciencia el suelo.
—¡No fallarás, Malfurion! ¡Ahora date prisa! Tyrande sigue ahí, ¿recuerdas?
—Nunca lo he olvidado. —El Archidruida empezó a girarse hacia donde colgaba la
figura envuelta en sombras—. Primero me encargaré de ella.
—¡Harás lo que te ordeno!
Puesto que ya se esperaba lo que estaba a punto de ocurrir, Malfurion saltó. El
fulgor verde que había usado Remulos con la dragona y los sátiros cayó donde había
estado. Sin embargo, ahora tenía un tinte verde oscuro muy parecido al del aura maligna
que rodeaba al hacha.
Malfurion se enfrentó a Remulos… pero no al Remulos que conocía. Sí, el brazo
seguía marchito, sin duda como había dicho el guardián del bosque, como resultado de
haberse enfrentado antes con Emeriss… pero el hijo de Cenarius era ahora una versión vil
y deformada de sí mismo. El follaje de su barba y pelo consistía en cardos y hierbas
negras. Su rostro y cuerpo tenían un aspecto esquelético. Su piel ahora era del blanco de la
muerte, sus ojos de los macabros y cambiantes colores de la Pesadilla.
Había sido corrompido. Su nuevo amo se había esforzado mucho en ocultar la
transformación del guardián y, por unos breves segundos, tras hablar con Remulos en el
Enclave, Malfurion había creído que su viejo amigo había regresado herido, pero con la
mente intacta.
Pero Remulos se había mostrado demasiado deseoso de separarlo de sus
compañeros, demasiado deseoso de concentrarse solo en el hacha y no tanto en Tyrande.
El Remulos que Malfurion conocía habría estado preocupado por ella, incluso más
que por recuperar el hacha.
Corrompido, parecía que Remulos, igual que su amo, tampoco podía tocar el
hacha. La Pesadilla era todo lo que era antinatural, lo contrario a la creación de Cenarius.
Por eso había necesitado a Malfurion y por eso Emeriss y los sátiros eran los únicos que
guardaban el arma junto a Tyrande.
En cuanto a esta, había sido el cebo para asegurarse de que el Archidruida llegara
hasta ahí, por si el hacha demostraba no ser suficiente.
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—¡Sigues siendo un idiota sentimental! —se burló Xavius a través del cuerpo que
ocupaba.
Pero el Archidruida no se estaba disculpando ante él. Metiendo la mano en una
bolsa, Malfurion sacó lo que buscaba. Inmediatamente frotó lo que llevaba en la mano
contra el cuerpo de Remulos.
El hijo de Cenarius rugió, su piel empezó a endurecerse, a tomar el aspecto de una
gruesa corteza.
Era una variación única de un hechizo usado para fortalecer la piel de un druida
contra los ataques. Malfurion la había inventado para usarla contra la Legión Ardiente hace
mucho, se había dado cuenta de que el hechizo podía tener una reacción inversa y, en este
caso, adversa, a la que provocaba originalmente. El polvo había sido molido de la corteza
más dura que existía.
Remulos se tensó. Ahora era más estatua que ser vivo. La ira que todavía le
quedaba en los ojos era claramente la del Señor de la Pesadilla. La ironía del hechizo no se
le escapó a Malfurion; había transformado a Xavius en un árbol, y ahora estaba haciendo
lo mismo con el pobre Remulos. Parte del Archidruida quería lo que estaba haciendo, pero
un entristecido Malfurion sabía que no tenía más elección que elección que completar el
terrible hechizo.
Un grito sin palabras escapó de Remulos antes de que su boca dejara de funcionar.
Una mano buscó arrojar la lanza, pero falló.
Tambaleándose, Malfurion ignoró su obra. Echó un vistazo rápido al hacha, supo
que sus enemigos no podían tocarla y se dirigió a toda velocidad hacia la figura de su
amor, pero al lugar donde la había sentido al principio.
Eso, más que nada, era lo que había confirmado sus sospechas sobre la «búsqueda»
de Remulos. Se había dado cuenta de que lo alejaba de ella, que la falsa imagen existía
solamente para dirigirlo hacia el hacha.
Unos sátiros de sombra surgieron de entre la niebla, lanzándose hacia él. Malfurion
cambió a forma felina y los desgarró.
Por fin llegó hasta Tyrande. Una gran emoción y una agitación provocada por el
tremendo miedo lo llenaron al mirarla. Colgaba en una postura idéntica a la que le había
mostrado la falsa imagen. Tenía los ojos cerrados. Sabía que estaba viva; pero, si estaba
corrompida, eso no podía saberlo aún el Archidruida.
Todavía en forma felina, Malfurion saltó. Aunque Tyrande colgaba a cierta
distancia, solo era un pequeño salto para su poderoso cuerpo. Al acercarse a ella, el
Archidruida tomó su verdadera forma. Al mismo tiempo, vio que su cuerpo brillaba con un
ligero, pero consistente fulgor plateado. No había duda de la pureza del poder de Elune que
la cubría. Sí, la habían capturado, pero todavía no habían tenido la ocasión de corromperla.
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Sobre ellos, Emeriss dejó escapar un grito ahogado. Apenas se la podía identificar
como dragón. Ante la vista de Malfurion, los últimos restos de la gigante desaparecieron.
Dejando escapar un suspiro, la Suma sacerdotisa dejó caer las manos.
—No sabía si funciona… funcionaría… y, desde luego no… no así…
—¿Si funcionaría qué, Tyrande?
Ella se recompuso.
—Pensé en lo corrompida que estaba y quise intentar algo distinto; forcé el poder
sanador de Elune hasta el máximo con la intención de quitarle la maldad.
Malfurion miró hacia donde estado volando Emeriss.
—Entiendo.
—Sí… lo único que quedaba de ella era corrupción… y, cuando quise curar eso…
solo quedó el vacío…
El Archidruida habría contestado, pero sintió un nuevo peligro.
—Las sombras de Xavius se acercan. Demasiadas, sospecho. Tengo que sacarte de
aquí.
—¡Pero el hacha! —Tyrande le agarró del brazo—. Thura perdió el hacha aquí…
—No podemos preocupamos por eso —respondió él de modo cortante.
Corrió hacia donde estaba la lanza y la recogió a pesar del dolor que sabía que le
causaría. Entonces, con Tyrande cerca y el inmóvil Remulos entre ellos, Malfurion hizo lo
que había hecho el corrompido guardián del bosque.
Un portal se abrió ante ellos. Transformándose en oso, el Archidruida siguió
sujetando la lanza mientras agarraba al pesado Remulos.
—¡Mal, piensa lo que estás haciendo! ¡Tenemos que recuperar el hacha! ¡Ahora lo
sé! Sé qué…
Malfurion le rugió para que atravesase el portal. A regañadientes, ella lo obedeció.
Arrastrando a Remulos con él, Malfurion la siguió. El hueco desapareció.
Los sátiros de sombra desaparecieron en el momento en que lo hizo el portal. Por
un momento, no se oyó nada. Luego la sombra del árbol se estiró hasta la zona donde se
encontraba el hacha.
Las siluetas de las esqueléticas ramas cubrían el arma, pero no podían sujetarla. Sin
embargo, no había ni rastro de frustración por parte del Señor de la Pesadilla. Xavius no
podía tocarla, pero allí donde estaba tampoco podía hacerle daño.
La ronca risa del Señor de la Pesadilla resonó por la neblinosa región. La sombra
del árbol se retiró… y la niebla cubrió el hacha.
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CAPÍTULO VEINTISÉIS
PESADILLA DENTRO DE LA
PESADILLA
E l Rey Varían permanecía con la hueste, observando mientras la Pesadilla
avanzaba. Dentro de su espesa niebla había cosas tanto definidas como indefinidas,
algunas reconocibles, otras no.
La hueste aguardaba ahora no solo su señal, sino la de Broll. Varian no era tan
vanidoso como para creer que su mando era absoluto; de hecho, pensaba justo lo contrario.
Como todos los demás, había esperado que Malfurion Stormrage fuese quien, mediante los
druidas y sus aliados, coordinase sus esfuerzos con los de su ejército.
Pero cuando Broll entró por un momento en su mente, diciéndole que era él el que
iba a ser el contacto de Varian, al Señor de Ventormenta no le importó demasiado. Los dos
habían compartido una vida salvaje como gladiadores y se conocían bien. Así, cuando
Broll le avisó de que al fin había llegado el momento, ambos recuperaron sus viejos
papeles de camaradas de guerra.
El ejército de cuerpos astrales avanzó para encontrarse con la oscuridad. Mientras
la Pesadilla se acercaba a ellos, se formaban multitudes de sátiros de sombras, con garras
de más de treinta centímetros.
Pero, justo antes de que el primero de esos demonios pudiese atacar, los druidas y
otros hechiceros reunidos comenzaron su propio asalto. Los druidas lideraban el ataque,
pues eran los que mejor conocían el Sueño y la Pesadilla. Un fuego plateado iluminó el
paisaje barriendo las filas infernales. Por docenas los sátiros de sombra ardieron hasta la
desaparición.
En el caos atacaron los seguidores de Varian. Sus espadas astrales atravesaban a un
sátiro tras otro, pero, al contrario que el mundo mortal, no volvían a formarse. Más bien,
como cintas de seda cortada, caían hechos pedazos que acababan pisoteados por los pies,
pezuñas y patas de los animosos soldados.
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Los druidas trabajaban con lo que aún crecía en la pequeña parte del Sueño que
quedaba. Las semillas de los árboles se convirtieron en una lluvia de furiosos proyectiles
que caían sobre la Pesadilla y luego brotaban. En segundos, unos árboles moldeados por
los esfuerzos de Broll y los druidas crecieron entre los sátiros.
Un sátiro cortó el tronco más cercano. Del árbol brotó una espesa savia. El sombrío
demonio se echó atrás con un siseo cuando la savia lo regó, a pesar de la supuesta
inmaterialidad del sátiro.
Pero no quedó ahí, pues las zonas que habían tocado las gotas se extendieron y, al
hacerlo, quemaron al sátiro. La sombra quiso escapar, pero no pudo. En pocos segundos, la
savia lo había deshecho por completo.
Los árboles empezaron a expulsar savia por todas partes, especialmente de las
ramas más altas. Una lluvia de ardientes gotas de savia guiada por los druidas cayó sobre
un vasto pedazo de terreno. Los sátiros de sombra ardieron.
La caída de las primeras líneas de la Pesadilla animó a los defensores. Aunque
sufrían bajas, parecía haber esperanza después de todo. Enemigos enconados luchaban
codo con codo, incluso escudando a aquellos que habían quedado al descubierto. Desde la
Guerra de los Ancestros no se veía a fuerzas tan distintas unidas. De hecho, con el añadido
de las criaturas llamadas por Malfurion y el resto de los druidas, se podía decir que
Azeroth estaba mejor representado que nunca en ese momento.
Pero a Varian y Broll les preocupaba lo que parecía ser una simple batalla. Unidos
por los esfuerzos de Broll, comentaron sus sospechas de que a la Pesadilla no se la
vencería tan fácilmente.
Y momentos después su aprensión se vio confirmada. De la niebla surgieron las
formas de la Pesadilla, como Broll había empezado a llamarlas… los espantosos y
malditos cuerpos astrales de los miles de víctimas de la Pesadilla multiplicado por mil.
Sacados del subconsciente de los durmientes, eran versiones macabras de los inocentes, lo
que hacía que a los defensores les resultasen mucho más horribles.
¡No podemos permitir que su apariencia nos frene!, le exhortó Broll a Varian. ¡Son
solo sueños!
Lo sé…, replicó sombríamente el Rey, viendo múltiples versiones de su hijo y de la
pesadilla de su esposa muerta. Varian avanzó con su espada y lideró el camino, ensartando
a la primera imagen de su hijo. Aunque las visiones de su esposa le recordaban que aquello
no era el auténtico Anduin, seguía sufriendo mientras Shalamayne lo atravesaba y la figura
desaparecía.
Y eso, todos lo sabían, era también parte de las insidiosas intenciones de la
Pesadilla. Minar la moral de los defensores.
Pero, bajo la dirección del Rey, las legiones de formas astrales continuaban
avanzando. Por el camino hubo dudas que resultaron caras, pero no se podía evitar. Varian
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y Broll solo podían rezar para que el ver a un ser querido atacándolos furiosamente una y
otra vez no agotase a los bravos soldados.
Entonces uno de los defensores soltó un grito confuso. Varian miró a su lado a
tiempo de ver a uno de sus propios soldados de Ventormenta, cuyo cuerpo astral era de un
verde pálido, agarrarse el cuello. El soldado atacado soltó su arma que, siendo también una
representación astral, desapareció. Con el último jadeo, el soldado se derrumbó.
Un segundo luchador, un bronco guerrero orco, se agarró el estómago y entonces,
como el humano, cayó y desapareció.
Un tercero murió, y Varian buscaba en Broll. Sin embargo, para su sorpresa, una
voz distinta, una criatura distinta contestó a sus pensamientos.
Soy Hamuul, rey Varian Wrynn… Debes tener cuidado… Ahora la pesadilla vuelve
a atacarnos en Azeroth de un modo que no debería ser posible…
¿Qué quieres decir?, preguntó el Rey de Ventormenta. Dos más de sus soldados
cayeron. Los otros empezaban a darse cuenta de la misteriosa y debilitadora amenaza que
se encontraba entre ellos.
Los sonámbulos están atacando los cuerpos dormidos de aquellos que forman tu
hueste… Y de algún modo hacen que las formas astrales de tus guerreros perezcan al
mismo tiempo que sus cuerpos físicos… ¡Te repito, no debería ser así! Las formas astrales
deberían seguir «vivas».
El Rey recordaba amargamente las figuras de pesadilla que atacaban a sus hombres
antes de la invocación de Malfurion Stormrage. Había temido que se volviesen contra los
inmóviles e indefensos cuerpos de los soldados, y ahora esa pesadilla estaba teniendo
lugar, con resultados aún más terribles de los que había imaginado.
¿Qué sugieres?
Debemos seguir luchando…, replicó Hamuul. Debemos seguir luchando…
¿Dónde está Broll?, preguntó Varian… pero el tauren no se lo dijo.
Otro guerrero orco se desplomó y desapareció. Varian dejó escapar un gruñido de
exasperación e hizo lo que le había dicho Hamuul. No tenía elección. Ninguno de ellos
tenía elección.
¿Dónde está Broll?, siguió preguntándose mientras desesperadamente volvía a usar
su espada contra su hijo y su esposa. ¿Y dónde está Malfurion Stormrage?
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disculpas no solo por haberlo hecho, sino por verse obligado a pedirles algo más ahora.
Les explicó rápidamente lo que deseaba, incorporando factores buenos y malos que no
contenía su plan original.
Aceptaron su palabra, en parte por el mismo motivo por el que lo había hecho
Eranikus… porque no hacerlo era darle la bienvenida a la victoria de la Pesadilla. Aun así,
detrás de esa aceptación se encontraba el valor por el que Malfurion se sentía agradecido.
Solo el dragón verde le resultaba una incógnita al Archidruida. Pero Eranikus había
prometido cumplir su parte… mientras el elfo de la noche demostrase ser capaz de hacer lo
propio.
Solo quedaba Broll. La conversación entre Malfurion y los otros solo llevó unos
segundos. Ahora buscó a Broll, sacándolo de la batalla y dejando a Hamuul en su puesto
de guía, entre los elementos de la Alianza y la Horda que componían el ejército liderado
por el rey Varian y los druidas defensores de Azeroth.
Te oigo, mi shan'do…, replicó Broll.
Ya estás muy lejos de ser mi alumno, lo reprendió. ¡No me atrevería a pedirle a
ningún alumno lo que debo pedirte ahora!
Haré lo que tú me digas.
Que hubiese otro que creyese tanto en Malfurion entristeció al Archidruida. Ya
habían muerto muchos a causa de lo que era necesario hacer, y probablemente morirían
muchos más.
Le explicó lo que necesitaba, y recibió la confirmación inmediata de Broll. Se
podía confiar en Hamuul para que coordinase el ataque con el rey Varian y los demás. El
tauren se aseguraría de que los esfuerzos de los defensores no flaqueasen.
No se atrevían… Ni aunque fuese muy probable que, solos, todos aquellos a los
que había reunido Malfurion demostrasen no bastar para detener la maligna oleada.
Y entonces, confiando en que los otros estuviesen pronto donde los necesitaba,
Malfurion al fin supo que tenía que decirle a Tyrande donde estaban.
—Esta región está ahora muy distinta, pero debes recordarla.
La Suma sacerdotisa había estado observando el paisaje durante el breve contacto
de Malfurion con los otros. Su expresión se había vuelto cada vez más preocupada.
—No puedo evitar la sensación… —Tyrande lo miró a los ojos y abrió los suyos
como platos—. Malfurion, esto no es donde… Pero Suramar fue tomada…
—Sí —murmuró el Archidruida—. Estamos en Azshara… en el límite de lo que
fue Zin-Azshari.
La Suma sacerdotisa se estremeció, luego su ánimo se fortaleció.
—¿Dónde vamos?
El Archidruida señaló hacia su derecha. Allí, apenas se podían distinguir entre la
niebla unas montañas irregulares. El olor del mar, el Mar de Coral, como ambos sabían,
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impregnaba el aire, y en la distancia podían oír el choque de las olas contra los grandes
acantilados que se asomaban a la oscura extensión de agua. Aguas donde en el pasado
lejano se encontraban la legendaria capital de los elfos de la noche y el Pozo de la
Eternidad.
Tyrande asintió y luego frunció el ceño.
—Debería haber sido arrastrado al mar con todo lo demás, Malfurion.
El Archidruida entrecerró los ojos, pensativo.
—Sí… así debería haber sido.
Con una expresión sombría, la elfa comenzó a caminar hacia las montañas. Sin
embargo, Malfurion la agarró del brazo.
—No, Tyrande… esto hay que hacerlo de otro modo.
Puso lejos la lanza. Entonces, de su cinturón, el elfo de la noche sacó lo poco que
quedaba de la rama que había arrancado. Malfurion la había colocado ahí antes de seguir a
Remulos.
Para sorpresa de la Suma sacerdotisa, se sentó.
—¡Mal! ¿Te has vuelto loco?
—Escúchame —la exhorto él—. Obsérvame atentamente. Debo hacer algo que
puede que me ponga en un gran peligro, pero hay que hacerlo si quiero que los demás
cumplan su parte. Ten cuidado… fácilmente podría escoger este momento para atacarnos.
Ella miró a la niebla.
—Esto está muy silencioso.
—Y es entonces cuando el peligro es mayor.
Colocándose en la postura de meditación, Malfurion cerró los ojos.
—Si hago esto bien, solo tardaré un instante.
Exhalando, el Archidruida se concentró. A pesar de sus preocupaciones, empezó
rápidamente a entrar en el estado que necesitaba.
Lo que había sido una vez el glorioso Sueño Esmeralda lo recibió. Malfurion saltó
hacia delante. Su meta estaba justo ahí.
Una sombra se movió. Pero no era uno de los sátiros, sino la sombra del enorme y
maligno árbol de las ramas esqueléticas.
He estado esperando tu regreso…
Malfurion no le dijo nada al Señor de la Pesadilla. Solo le faltaban unos metros…
El suelo se abrió. La forma astral de Malfurion cayó hacia atrás. Mantuvo una
mano firmemente cerrada mientras intentaba recuperar el equilibrio.
Las extremidades de sombra se lanzaron hacia él. Al mismo tiempo, del suelo
brotaron cuatro grotescas figuras, todas las cuales reconoció el Archidruida por haberlos
conocido durante la Guerra de los Ancestros.
Únete a nosotros… únete a nosotros…, resonaban las voces en su cabeza.
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Aunque sabía que eran fantasmas, tal era el poder de su adversario que Malfurion
tuvo que luchar para recordarlo. Esas visiones habían sido lo que en un principio habían
hecho que el elfo de la noche bajase sus defensas el tiempo suficiente para que Xavius lo
capturase.
—Esta vez no —murmuró Malfurion. El Archidruida unió ambas manos y moldeó
lo que sostenía en las palmas.
De las manos de Malfurion brotó un largo bastón plateado. El árbol de sombra se
retorcía. Pero no solo era el bastón lo que había pillado desprevenido al enemigo del
Archidruida, era que el bastón estaba formado de la misma esencia del árbol auténtico que
era Xavius, el Señor de la Pesadilla. Malfurion, mediante su conocimiento arcano y su
larga experiencia, había traído con él una parte del mundo físico cuando había entrado en
forma astral. Había hecho falta un gran esfuerzo, pero era necesario.
Levantando el bastón sobre su cabeza, Malfurion lo giró una y otra vez. Líneas de
energía esmeraldas y doradas brotaron de los extremos. Las líneas devoraban la niebla.
—¡De lo que ha robado el Sueño llegará su salvación! —proclamó el Archidruida.
Las macabras ramas del árbol de sombra se retiraron más hacia la niebla. Malfurion
siguió avanzando.
Las visiones macabras de su pasado giraban a su alrededor, pero el bastón los
atravesaba como si fuesen de aire. Desaparecieron con terribles suspiros.
Vio el hacha, pero no se acercó a ella. Malfurion continuó persiguiendo la sombra
del árbol.
Pero el Señor de la Pesadilla ya no se retiraba. Quizás Xavius sentía lo que
Malfurion había sabido desde el principio.
Una larga y huesuda sombra saltó del árbol. La extremidad buscó el pecho del
Archidruida. Malfurion no tuvo más opción que defenderse. El bastón y la sombra
chocaron en un breve y oscuro destello.
Un diminuto pedazo de la sombra cayó de la rama, disipándose inmediatamente.
Pero en la mente del elfo de la noche, Xavius se rio. El Señor de la Pesadilla sabía que no
podía destruir lo que había sido extraído de su esencia física, pero tampoco era suficiente
para causarle daño.
Se acerca el final de este pequeño drama, se burló Xavius. Y lo único que sabes
hacer es fracasar y fracasar, Malfurion Stormrage…
De repente la sombra se alargó ante el Archidruida. Las siluetas de sus ramas
esqueléticas volvieron a atacar a Malfurion. Una se acercó al pecho del elfo de la noche.
Malfurion tomó el bastón y lo empujó, con la punta por delante, hacia la sombra.
Sin embargo, su golpe falló y, en lugar de alcanzarla, enterró la punta en el suelo.
Las ramas querían aplastarlo con su abrazo. Fracasaron, pero Malfurion soltó el
bastón.
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Tempestira
La risa de Xavius llegó desde todas partes. Las sombras rodearon al Archidruida.
Malfurion desapareció… y se despertó.
Pero descubrió que la situación en Azeroth era poco mejor
—¡Mal! ¡Alabada sea Elune! —gritó Tyrande.
A su alrededor unos oscuros y enormes tentáculos brotaban del parcheado terreno,
dirigiéndose hacia donde Tyrande había estado observando al meditativo Malfurion.
Atacaron al Archidruida y a la Suma sacerdotisa como sanguijuelas hambrientas.
Malfurion contó más de una docena, y más se sumaban a ellas desde las grandes fisuras
que ahora se abrían.
Tyrande las rechazó lo mejor que pudo. La luz de Elune tenía ahora la forma de un
arma que se parecía a una guja. La ágil guerrera saltó entre los tentáculos, algunos tan
gruesos como troncos de robles, y lanzó el arma mortal. Cortaba todo aquello que se
acercaba demasiado a ella y a Malfurion, y luego volvía a ella para que la volviese a
lanzar. En segundos había varias piezas cortadas desperdigadas a su alrededor, pero el
Archidruida notó que ninguno de los tentáculos principales parecía anulado.
Vio por qué un momento después, cuando ella consiguió cortar otro pedazo. El
tentáculo selló inmediatamente la herida y le volvió a crecer el extremo.
—¡Atrás! —le gritó Malfurion a Tyrande.
Pero en su decisión de protegerlos a ambos, la Suma sacerdotisa acabó por dar un
mal paso. Uno de los tentáculos la agarró de la pierna e intentó arrastrarla hacia una fisura
humeante.
Malfurion se lanzó a su lado, pero el tentáculo resultó ser más fuerte que los dos
juntos. Las piernas de Tyrande se resbalaban por la fisura. Se agarró a Malfurion mientras
este intentaba evitar que la arrastrasen a las oscuras profundidades.
Colocando una mano sobre el tentáculo agresor, el Archidruida descubrió que,
aunque formaba parte del mundo vegetal, también era algo más. No pudo evitar mirar
hacia lo que creía que era su verdadero origen. Incluso ahora era imposible ver desde
dónde venían lo que no eran tentáculos, sino raíces.
Cuando Malfurion había sido prisionero del Señor de la Pesadilla, había usado su
cautiverio para crear raíces que habían crecido lo suficiente como para servir a su
propósito. Evidentemente, Xavius, atrapado como árbol durante diez mil años, había hecho
lo mismo, solo que en una escala mucho mayor.
Sus raíces se extendían por kilómetros. Además, su movilidad le daba a Malfurion
una pista de cómo podía el árbol estar donde estaba, en lugar de en el fondo del mar, que
era donde debía estar.
No había tiempo para lanzar un hechizo adecuado ni para empujar a Xavius desde
la distancia. Malfurion buscó ayuda en el mismo Azeroth, pero al principio solo encontró
terreno muerto. No había nada en él, ni insectos, ni vida vegetal… nada. Xavius se había
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Tempestira
alimentado de todo lo vivo para crecer más fuerte y letal. Pero la parte final, la más visible
de la devastación, solo había podido tener lugar hacía poco, pues alguien hubiese notado
esa tierra muerta. El Señor de la Pesadilla había sido inteligente, probablemente comiendo
de abajo mediante sus letales raíces, y luego acabando con el resto cuando ya estuvo
preparado para atacar.
Y Xavius había podido hacer todo esto en gran parte por ser aquello en lo que lo
había convertido Malfurion.
Él y Tyrande luchaban no solo para evitar que ella fuese arrastrada a las
profundidades, sino para que no los atacasen más raíces. Malfurion consiguió desviarlas,
pero sabía que el Señor de la Pesadilla tiraba inexorablemente cada vez más hacia adentro
a la Suma sacerdotisa.
El Archidruida profundizó con su mente, buscando la vida que tenía que haber por
alguna parte. Se negaba a creer que Xavius hubiese convertido toda la región en un erial,
especialmente habiéndolo hecho tan lentamente y en secreto.
Pero lo que encontró Malfurion fue algo incluso aún más sorprendente que lo que
Xavius le había hecho al entorno. Era un mal tan intenso, tan monstruoso, que casi hizo
que soltase a Tyrande. Solo su amor por ella evitó que el Archidruida se cayera. Otra pieza
más del rompecabezas se colocaba en su lugar. Ahora estaba claro como había podido
cambiar la localización de Xavius.
Algo se hinchó dentro de Malfurion. Buscó de nuevo las fuerzas vitales de Azeroth
y al fin las encontró. El Archidruida absorbió energía de ellas.
Estalló un trueno. El suelo volvió a temblar.
De repente apareció un relámpago más adelante, en la dirección donde se
encontraba realmente el Señor de la Pesadilla.
Las raíces liberaron a Tyrande. Sin embargo, el suelo empezó a cerrarse. Malfurion
pudo sacarla apenas a tiempo antes de que el cierre de la grieta aplastase las piernas de la
elfa.
La pareja se arrastró fuera de la zona del temblor. El suelo se movió, y se formaron
unas colinas en el choque de las rocas con el suelo.
—¿Qué está ocurriendo? —gritó Tyrande.
—¡Hay dos fuerzas luchando entre sí! ¡Una viene de la Pesadilla!
—¿Y la otra?
Malfurion no respondió, aunque sabía la verdad. De algún modo, el Archidruida
había agitado a Azeroth como nunca antes. Estaba luchando contra la maldad de Xavius.
No… El Archidruida frunció el ceño. Había algo más que Xavius.
Corrieron hasta que no pudieron seguir corriendo. Detrás de ellos seguían teniendo
lugar gigantescos movimientos de tierra. Ahora no era solo la niebla lo que oscurecía
mucho de lo que tenían delante, sino también unas inmensas nubes de polvo y vapor.
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Tempestira
Y continuaba.
Pero, aunque Malfurion había provocado una fuerza que lo asombraba incluso a él,
no sentía ninguna esperanza. Al profundizar en las fisuras, Malfurion había ido más allá de
lo que había pensado. No solo había alcanzado el núcleo de Azeroth, sino que también
había tocado el lugar de donde Xavius extraía su siniestro poder. Un lugar más allá del
mundo mortal y del Sueño Esmeralda, pero que los infectaba a ambos.
Y en ese repugnante lugar sintió algo increíblemente antiguo… y de algún modo
familiar. El veterano Archidruida se estremeció.
Había otra tuerza aún más oscura detrás del Señor de la Pesadilla…
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CAPÍTULO VEINTISIETE
EN EL OJO
H umanos, elfos de distintas naturalezas, orcos, enanos, trols, taurens, gnomos,
draeneis, no-muertos y demás continuaron enfrentándose a esa marea de enemigos que
avanzaba de manera implacable. Guerreros, druidas, magos, sacerdotes, así como otros
seres, contribuyeron con sus propios poderes y esfuerzo a que la fuerza defensora pudiera
plantar cara mejor a aquel ejército invasor.
El ejército astral de Varian siguió sacrificándose en la vanguardia, batallando
contra aquel innumerable enemigo y pereciendo no solo ante las garras de los sátiros sino
también, cada vez más, por culpa de la muerte de sus receptáculos físicos. Hamuul, quien
estaba observando todo aquello, meditó profundamente sobre por qué las formas astrales
no sobrevivían a las muertes de sus cuerpos físicos (tal y como ocurría con los druidas). La
única hipótesis que se le ocurrió fue que la terrible magia de la Pesadilla fluía de esos
golpes mortales que se producían en Azeroth hacia los cuerpos astrales a través del vínculo
inherente que unía a ambas partes de la víctima.
Los druidas se sumaron a la masacre con sus conjuros. Aquí, las semillas
explotaban en un fuego purificador plateado. Allá otros druidas que portaban formas de
oso, felino u otras tanto o más temibles utilizaban sus garras, dientes e incluso sus rugídos
imbuidos de magia para desatar el caos entre los siervos de la oscuridad.
Poco a poco aquella marea fue perdiendo impulso, se estancó..., y cambió de
sentido.
Entonces, tanto aquellos que permanecían en Azeroth como aquellos que luchaban
en el otro reino descubrieron cuál era la siguiente oleada de fuerzas del mal que los
aguardaba. De las tinieblas de cada plano surgieron unos ejércitos compuestos de
dracónidos poseídos por las sombras, dracos menores... y dragones corrompidos por el
mal.
Entonces... entonces ocurrió algo que ningún druida, ni siquiera Malfurion, podría
haber esperado.
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Tempestira
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Tempestira
No obstante, el cartógrafo ignoraba cuánto tiempo iba a tardar en llegar hasta ahí;
ni lo sabía ni le importaba. Quizá tardara solo unos minutos o tal vez horas... pero el
tiempo carecía ya de significado para él. Lo único que le importaba era que ya había
alcanzado la entrada... la cual halló sellada por una oscuridad que pertenecía a la Pesadilla.
Aquel terrible descubrimiento le hizo recordar en qué circunstancias se encontraba
realmente, de tal modo que Lucan estuvo a punto de darse la vuelta y salir corriendo...
pero, entonces, intuyó que lo que lo había arrastrado hasta aquel lugar etéreo se hallaba
dentro de aquella estructura.
Y, fuera lo que fuese lo que lo aguardaba ahí dentro... necesitaba su ayuda.
De repente, escuchó el batir de unas poderosas alas y, rápidamente, dobló una de
las esquinas de aquella estructura para ocultarse en uno de sus laterales. Nada más
esconderse ahí, una enorme silueta cubrió el cielo.
Pese a que Lucan había creído hasta entonces que le resultaría imposible identificar
a un dragón con solo verle la cara, en ese momento estuvo seguro de que aquel dragón era
el llamado Lethon. Aquel leviatán de escamas oscuras, cuya forma espectral relucía con el
mismo fulgor verde y perverso de la Pesadilla, observó todo cuanto lo rodeaba con aire de
sospecha.
Los ojos de Lethon, que eran unas fosas sin fondo, se volvieron en dirección al
lugar donde se hallaba Lucan. Pero, entonces, el dragón apartó la mirada poco antes de
llegar al punto exacto donde el humano se ocultaba.
Lethon resopló y, acto seguido, abandonó aquel lugar.
El dragón se desvaneció en la lontananza y, entonces, el agobiado cartógrafo, que
se hallaba pegado lo más posible a la pared, profirió un suspiro.
De improviso, aquella pared brilló.
Y la atravesó.
No obstante, no acabó en una habitación, sino en medio de un torbellino de fuerzas
mágicas que giraban alrededor de él y que, a su vez, lo hicieron girar sobre sí mismo de
manera descontrolada mientras volaba a través del tornado. Y lo que es aún peor, Lucan
sintió que las fuerzas lo abandonaban. Sabía que pronto ni siquiera sería capaz de
mantenerse despierto y consciente.
Calma, joven Lucan... anularé los efectos durante el tiempo necesario... o al menos
eso espero...
Conocía aquella voz, sabía a quién pertenecía incluso antes de que su cuerpo girara
para dirigirse a la fuente de aquellas palabras.
Al igual que el humano, la gran dragona Ysera flotaba en medio de aquel remolino
de intensas energías mágicas; no obstante, esas fuerzas la atacaban con mucha más
intensidad a ella, como cabía esperar. Tenía las alas extendidas de par en par y se
encontraba rodeada por un aura muy fina de color gris esmeralda que centelleaba
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No pude hacer nada para que las circunstancias en que se produjo tu nacimiento
fueran distintos, aunque tal vez... actué con cierta arrogancia y falta de previsión al no
procurarte... algún tipo de protección desde el principio..., aseveró Ysera, quien jadeó de
nuevo, y acto seguido, prosiguió. Pero de nada sirve arrepentirse de lo hecho en el
pasado... He estado intentando... contactar con otro... y ya prácticamente había
abandonado la esperanza de lograrlo... pero eres un ser único, y quizá tu peculiaridad
pueda ayudarme a contactarme con él...
Ah, ¿sí? Dime, ¿qué puedo hacer por ti?
Una vez más, aquella dragona sufrió una tremenda agonía y estuvo a punto de
desvanecerse en la nada.
¡Estamos... llegando a un punto sin retorno!, alcanzó a decir la dragona al fin. Tal
vez seas el medio de sortear los hechizos de la Pesadilla que impiden que pueda
comunicarme con Malfurion Stormrage...
¿Con Malfurion? ¡Haré todo cuanto haga falta, siempre que te sea de ayuda,
aunque eso me cueste la vida!, respondió el cartógrafo. Lo decía muy en serio, ya que, si
todo caía ante el avance implacable de la Pesadilla, ¿qué sentido tendría seguir vivo?
Espero que no tengamos que llegar a hacer tales sacrificios, comentó el Aspecto,
que una vez más le dio la impresión de que le leía los pensamientos. Entonces, con los ojos
todavía cerrados, la dragona añadió: ¿Estás seguro de que lo vas a hacer, Lucan
Foxblood? ¿Seguro que comprendes el riesgo que corres?
El cartógrafo asintió.
Intentaré ser lo más delicada posible.
Tras pronunciar esas palabras, Ysera abrió los ojos. Y su mirada se encontró con la
del humano. Para él fue como si todos los sueños que hubiera tenido jamás volvieran a
desfilar ante sus ojos. La mirada de Ysera traía consigo un caleidoscopio de imágenes,
todas ellas relacionadas con Lucan... y con cualquier otra criatura capaz de soñar. El
cartógrafo se convirtió en una parte de cada uno de esos sueños y, de este modo, reveló los
rincones más recónditos de su subconsciente a aquella dragona...
Lucan Foxblood observó asombrado y sobrecogido cómo la fuerza de voluntad de
aquel Aspecto se adueñaba de su ser.
***
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humano Lucan, quien de algún modo era el instrumento a través del cual la mente de Ysera
había logrado sortear los muros de su prisión para poder comunicarse con el resto del
mundo.
Pero el otro... el otro no debería estar escuchando sus palabras; sin embargo, había
logrado interceptar esa comunicación... y lo que había descubierto gracias a ella había
prendido la mecha de su furia.
¡Te he encontrado al fin! ¡He intuido que eras tú al instante! ¡Te tienen encerrada
en el Ojo! ¡Debería habérmelo imaginado! Reconozco que son audaces... pero, al final,
eso será su perdición..., afirmó Eranikus.
Malfurion percibió que el dragón acababa de dejar a Thura cerca de un lugar donde
Broll se encontraría. Y ahora, tras haber interceptado el desesperado intento de contacto
con el Archidruida que había realizado su reina, solo había un pensamiento en la mente de
aquel dragón que lo obsesionaba... liberarla.
Préstame atención mi amor, le rogó Ysera, que intentaba así detenerlo. Será mejor
que centres tus esfuerzos en ayudar a Malfurion...
¡No! ¡Voy a salvarte!, le espetó Eranikus interrumpiéndola bruscamente. Aquellas
palabras resonaron con tanta fuerza en sus mentes que provocaron un fuerte dolor de
cabeza a Malfurion y Lucan. ¡Lo juro!
Ysera intentó disuadirlo, pero Eranikus se negaba a escucharla. Malfurion, quien
entendía ambas posturas y podía mantener cierta equidistancia, decidió hablar primero con
Eranikus. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada, alguien lo zarandeó
violentamente, lo cual provocó que se cortara la comunicación.
—¡Mal! ¡Cuidado! —exclamó Tyrande.
Al instante, el elfo de la noche se centró en su entorno físico más inmediato.
Y enseguida comprobó que estaban rodeados por sátiros de sombra por todas
partes.
No... Aquellos sátiros no estaban hechos de sombras, sino que eran muy sólidos,
muy reales. Se trataba de genuinos sátiros, entre cuyas filas se encontraban los siervos
Altonatos de la reina Azshara que habían seguido a Xavius hasta las simas de la
condenación. El poder que poseía el renacido Xavius los había seducido de tal modo que
habían renunciado a sus apuestos rasgos y bellos cuerpos para adoptar unos físicos
monstruosos, y todo para servir a la causa del Señor de la Legión Ardiente, de Sargeras.
Además, daba la impresión de que contaba con un número infinito de tropas.
Malfurion se encontraba perplejo. Sin duda alguna, durante todo ese tiempo, los sátiros
habían ocultado sus verdaderas intenciones mientras se reunían para preparar aquellos
funestos planes con mucha anticipación.
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Tyrande había rezado a Elune para que le concediera su ayuda, y se la había dado
cuando más la necesitaba bajo la forma de unas guardianas creadas a partir de la luz de la
luna. Con gujas, arcos, espadas, lanzas, mazas, bastones y otras armas, aquella reluciente
formación diezmó a los sátiros de la vanguardia. No obstante, muchos más continuaron
arremetiendo contra ellas.
Malfurion no permaneció ocioso mientras Tyrande y aquellas figuras que había
invocado lo defendían. Como era consciente de que la Suma sacerdotisa tenía razón al
afirmar que tenía que centrarse en la verdadera batalla, Malfurion centró su atención en
dos cosas.
En primer lugar, argumentó su decisión ante Varian y Hamuul para convencerlos.
¡La Pesadilla debe ser combatida en el Sueño!, insistió. ¡La base del poder de la
Pesadilla se encuentra en las energías que extrae de los durmientes, así como de Ysera!
¡Hay que obligarla a centrar su poder en este plano, debemos obligarla a defenderse en
este reino!
Ambos aceptaron la decisión del Archidruida. No obstante, Malfurion se sentía
culpable porque era bastante probable que muchos perecieran por culpa de la estrategia
que iba a adoptar a pesar de que, probablemente, aquel plan era su única esperanza de
vencer a la Pesadilla. A continuación, el elfo de la noche contactó con Broll.
¿Has encontrado ya a Thura?
Broll Bearmantle respondió de inmediato.
¡Sí, Shan'do! ¡Pero aquí no puede luchar de manera eficaz! Deberíamos llevarla
de vuelta a Azeroth para que...
No..., ya sabes que necesito que haga una cosa.
Al igual que había sucedido con Hamuul y el rey Varian, Broll accedió a sus
planes.
Acto seguido, Malfurion volvió a posar la mirada sobre Tyrande, quien se mostraba
desafiante a pesar de tenerlo todo en contra; era la misma actitud que había mostrado
mucho tiempo atrás en la Guerra de los Ancestros. Su rostro había adquirido un tono muy
oscuro (eso era lo que les pasaba a los elfos de la noche cuando se ruborizaban) debido al
esfuerzo. Lanzó su guja una y otra vez, y aquella arma reluciente cercenó miembros, abrió
profundas heridas en varios torsos y decapitó a un sátiro.
Sin embargo, el Archidruida se dio cuenta de que la luz de luna que la rodeaba
había menguado ligeramente, lo cual había provocado que las guardianas de Elune que
combatían con ella perdieran consistencia. No obstante, la Suma sacerdotisa no solo
batallaba contra aquellos adversarios, sino también contra Xavius, quien estaba desviando
parte del poder que había acumulado hacia aquellos sátiros, reforzando así sobre todo a
aquellos que combatían a Tyrande. Por otro lado, la Suma sacerdotisa era la fuente de
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poder del que aquellas guardianas extraían su sustancia. Si ella caía, ellas se disiparían al
instante.
Entonces, Malfurion se centró en el problema que ocupaba el segundo lugar en su
lista de prioridades. Con suma rapidez, busco entrar en contacto con la mente del dragón.
¡Eranikus! ¡Piénsalo bien!
¡No! ¡No pienso abandonar el Ojo sin ella!
De inmediato, el elfo de la noche vio el mundo desde otro punto de vista.
Malfurion vio lo mismo que veía Eranikus a través de sus ojos y pudo comprobar que el
dragón se encontraba ya muy cerca de su destino.
El Ojo ya no era como el Archidruida lo recordaba. Mientras Eranikus se
aproximaba a él, su aspecto cambió. Y aquellas estructuras se transformaron en unas
construcciones repletas de irregularidades y afilados salientes que parecían dispuestas a
empalar a aquel dragón. De improviso, aquellos edificios intercambiaron su sitio con otros.
¡No van a poder engañarme!, le dijo Eranikus con vehemencia. ¡Por mucho que
intenten ocultarla en mil sitios distintos, la encontraré! ¡El vínculo que había entre ella y
yo se ha restablecido, y esta vez nadie va a volver a cercenarlo! ¡Juro que daré con ella!
¡Ten cuidado!, exclamó Malfurion en vano.
Eranikus se lanzó en picado sobre la estructura menos impresionante, que de
repente aumentó su tamaño.
¿Lo ves?, dijo el dragón con tono triunfal. Ysera está en ese gran edificio, aunque
se han esforzado mucho para lograr que esa construcción tuviera un aspecto muy distin...
Malfurion, que estaba prestando atención a otras cosas que estaban sucediendo en
el Ojo y que no estaban centradas en Ysera, tuvo la sensación de que se producía un
cambio en la Pesadilla.
Eranikus...
Al instante, Lethon se materializó por encima del obsesionado dragón y, acto
seguido, cayó sobre él.
¡Bienvenido, hermano Eranikus!, exclamó irónicamente al mismo tiempo que
clavaba sus garras en el cuerpo del otro leviatán. De inmediato, brotaron de aquel corrupto
dragón unos tentáculos de energía de color verde oscuro que se adentraron en el consorte
de Ysera.
Al instante, Eranikus gritó y se estremeció terriblemente. Sus escamas se
retorcieron y convulsionaron; era como si un enorme gusano se desplazara a través de su
cuerpo e intentara salir de él violentamente...
Tu mayor pesadilla se hace realidad..., le susurró Lethon. Bienvenido al redil...
Malfurion hizo todo lo posible por mantener el contacto mental con Eranikus, y lo
consiguió, pero este se había debilitado tanto que no podía percibir qué pensaba el dragón.
Además, por mucho que lo había intentado, no había logrado hacerle entender a Eranikus
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corrupto adversario tanto con sus garras como su magia. Pese a que Eranikus se encontraba
malherido, su férrea voluntad estaba decantando la batalla en su favor momentáneamente.
No obstante, era consciente de que no iba a durar mucho; por lo tanto, Malfurion se
vio obligado, muy a su pesar, a dejar de intentar ayudar a Ysera a salir de su prisión.
¡¡NO!!, exclamó Eranikus, cuya voz retumbó de manera atronadora en la mente del
Archidruida. ¡Debes salvarla! ¡Yo acabaré con Lethon!
Al parecer, Lethon fue capaz de captar esa conversación, ya que se rio de la
arrogante actitud de la que había hecho gala Eranikus. En esos momentos, el coloso
corrupto se hallaba totalmente henchido de poder extraído de la Pesadilla y era ya más
grande que el consorte de Ysera.
¡Tú sí estás acabado, Eranikus! ¡Ríndete ante la Pesadilla! ¡Deja que se adueñe de
tu esencia! ¡Los muros que separan Azeroth de este lugar se están debilitando! Muy
pronto, yo y otros que son como yo podremos volar por el cielo de Azeroth sin traba
alguna...
El cielo de Azeroth..., repitió Eranikus.
De repente, un fulgor rodeó al consorte de Ysera por entero. El semblante de aquel
dragón se tomó torvo y sombrío. Al mismo tiempo, la incertidumbre se apoderó del rostro
de Lethon.
¿Pero qué haces?, exigió saber Lethon.
Sin embargo, el otro dragón no respondió, sino que hizo acopio de sus fuerzas
absorbiendo otro tipo de energías. Malfurion fue capaz de percibir lo que estaba
sucediendo y fue entonces cuando el Archidruida al fin comprendió cuál era la estratagema
de Eranikus.
Y, en cuanto ambas figuras titánicas se fueron desvaneciendo, Lethon también supo
qué tramaba su rival... pero era ya demasiado tarde como para hacer algo al respecto.
¡No puedes hacerlo! ¡Si lo haces tú también perecerás! ¡Juro que así será! ¡La
inestabilidad que estás provocando acabará con ambos!
Que así sea, escuchó Malfurion replicar a Eranikus.
¡Mi amor!, exclamó Ysera... pero era ya demasiado tarde.
La Pesadilla pretendía fusionar aquel reino con Azeroth. Si lograba, surgiría un
nuevo reino cuyo poder sería incomparable, un nuevo reino que sería invencible.
Pero la fusión no se había completado aún... y ahí mismo, en los alrededores del
Ojo, del centro neurálgico del Sueño Esmeralda, Malfurion pudo comprobar que las
devastadas barreras que separaban ambos reinos se habían vuelto tan inestables que
colocarse justo en la frontera que dividía a ambos era un suicidio.
Eranikus no hizo el más mínimo ademán de soltar a aquella criatura corrupta.
Ambos se adentraron en aquella frontera inestable, de tal modo que, de repente,
coexistieron en ambos reinos.
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Tal y como Lethon le había advertido, y tal y como temían Malfurion e Ysera, el
villano, presa de la desesperación, intentó absorber todo el poder posible de su amo en su
fuero interno en un vano intento por evitar lo inevitable, pero era ya demasiado tarde.
Aquel monstruo aulló al ser despedazado. Y las temibles fuerzas que había
acumulado en su interior se desataron.
Una terrible vorágine de energías surgió de repente en el mismo espacio que
Lethon había ocupado hasta hacía una fracción de segundo. Aquel torbellino mágico
engulló a Eranikus, quien no hizo nada por escapar.
Aquellas descontroladas fuerzas amenazaban con arrasarlo todo. Malfurion sintió
que Ysera lo urgía a hacer algo para contenerlas. Si bien no estaba muy seguro de qué era
lo que pretendía que hiciera, el Archidruida intentó hacer todo lo posible para contener
aquel terrible maremoto de energías destructivas.
Entonces, se le ocurrió un plan a la desesperada. Haciendo un ímprobo esfuerzo,
logró desviar aquellas energías hacia un objetivo muy concreto: la prisión de Ysera.
De ese modo, arrasó toda la parte central del Ojo, que quedó reducido a vapor... al
mismo tiempo que lograba liberar por fin a Ysera.
La Señora del Sueño Esmeralda rugió de alivio al sentiré libre al fin, acto seguido,
se alzó sobre los restos de aquel lugar donde había estado confinada. Un aura esmeralda
rodeaba toda su silueta, un aura que fugazmente iluminó el Ojo por entero.
Pero entonces, una niebla se fue arremolinando en torno a la dragona, una niebla
que pretendía capturarla otra vez. Súbitamente Ysera profirió otro rugido y su aura se
expandió. De inmediato, todo cuanto esa aura tocó recuperó repentinamente la vitalidad,
esplendor y belleza que habían hecho tan famoso al Sueño Esmeralda. Al instante, aquellas
nieblas se retiraron...
Y en ese impagable momento, el Aspecto desapareció.
Malfurion ya no la percibía en aquel reino. Ysera se había refugiado en Azeroth. La
dragona, que sabía mejor que nadie cómo funcionaban las fronteras y los vínculos que
había entre ambos reinos, decidió materializarse cerca de los druidas que peleaban en
Darnassus.
Gracias... Malfurion Stormrage..., dijo la dragona con un tono de voz plagado de
tristeza. Tú... y Eranikus...
Tu consorte hizo lo que tenía que hacer, replicó con suma rapidez el Archidruida,
reconociendo así el sacrificio de aquel dragón; no obstante, también era consciente de que
muchos otros sacrificios estaban teniendo lugar en esos mismos momentos. Aun así,
albergaba muchas esperanzas de que se alzaran con la victoria ahora que la Señora del
Sueño Esmeralda ya había sido liberada, ahora que Xavius ya no contaba con esa
prisionera tan poderosa de la que extraer energías con las que poder alcanzar sus metas.
Ahora que contaba con el poder y la guía de Ysera...
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No... Malfurion... me temo... me temo que no puedo ser de gran ayuda... el esfuerzo
que he tenido que realizar para evitar que la Pesadilla pudiera acceder a todo mi poder
me ha dejado más exhausta de lo que... me... imaginaba...
Aquellas palabras desconcertaron tanto a Malfurion que el vínculo que le permitía
comunicarse con los demás estuvo a punto de cortarse. ¡Había depositado tantas
esperanzas en ella! ¡No había nadie más poderoso que ella en todo el Sueño Esmeralda!
¡Nadie podría enfrentarse a aquella maldad que se extendía por aquel reino, salvo ella! Si
no había sido capaz de derrotar antes a la Pesadilla, era porque había sido capturada de
manera muy necia. Si no hubiera sido por Xavius, que había sido capaz de aprovechar al
máximo su escaso poder, el caos en el que ahora se hallaban sumidos nunca se habría
desatado...
¡Eso no es cierto, Malfurion!, exclamó Ysera, quien se esforzaba por seguir
consciente. ¡Conoces perfectamente qué fuerzas han maquinado esta estrategia y cuánto
tiempo han estado tramando este plan!
¿Y eso qué importa?, replicó el elfo de la noche. ¡Si ni siquiera tú eres capaz de
poner punto final a este caos, estamos perdidos!
El Aspecto iba cayendo poco a poco en las redes de la inconsciencia. Lo único que
podía hacer en aquellos momentos era defenderse, nada más.
Todavía hay esperanza... yo estoy... yo estoy ligada al Sueño Esmeralda... pero tú...
tú estás ligado al Sueño Esmeralda... ¡y a Azeroth también! Eso... tal vez permita que...
¿Qué quieres de...?
De repente, se interrumpió la comunicación. El Aspecto había perdido la batalla
por permanecer consciente. La tensión que había vivido le había acabado pasando factura.
Mientras los pensamientos de Ysera se desvanecían en la mente de Malfurion, la
risa del Señor de la Pesadilla parecía retumbar en su cabeza.
Ysera acababa de dejar el destino de ambos reinos en manos Malfurion... quien no
tenía ni idea de qué podía hacer.
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CAPÍTULO VEINTIOCHO
ANTE EL ÁRBOL
B roll Bearmantle intentaba evitar a toda costa que Thura lo adelantara. Sin
embargo, la orca insistía en que tenían que seguir avanzando lo más deprisa posible, pese a
que se hallaban probablemente en uno de los peores lugares que cabía imaginar.
El elfo de la noche se encontraba en aquel sitio porque Malfurion necesitaba que
estuviera ahí precisamente. Aunque el Archidruida no le había explicado exactamente por
qué, Broll confiaba en su shan'do. Aun así, le habría gustado saber por qué aquella orca
debía acompañarlo. Thura no contaba con ninguna arma útil y su testarudez iba a acabar
provocando que acabara en las garras de la Pesadilla.
—¡Es por aquí! —exclamó la orca, aunque no era la primera que lo hacía—. ¡Por
aquí!
Hasta entonces, habían avanzado sin hallar ningún obstáculo, salvo por la niebla
que se arremolinaba en torno a ellos de manera nauseabunda. Broll creía que eso era un
mal presagio. Con casi toda seguridad la pesadilla no los consideraba una gran amenaza
por sí solos; una opinión con la que el druida habría estado bastante de acuerdo.
¿Qué estás tramando Malfurion?, quería saber Broll. ¿Qué?
Por delante, la niebla de repente hizo algo muy perturbador: retrocedió. Si bien no
toda la niebla se apartó, sí una parte sustancial de ella; lo suficiente como para que se
abriera en ella un camino lo bastante ancho para que ambos pudieran caminar a la misma
altura.
Thura, por supuesto, se dirigió directamente hacia allí.
—¡Espera! —gritó el druida.
Sin embargo, la orca lo ignoró y aceleró el paso.
—¡Oh, mira, ahí está!
Broll, que en esos momentos estaba más preocupado por la supervivencia de ambos
que de cualquier otra cosa (tanto en el plano físico como el espiritual, donde se hallaba la
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Tempestira
amenaza de la Pesadilla), no entendió en un principio qué quería hasta que vio aquella
hacha.
Se trataba del hacha mágica, así que no era de extrañar que Thura quisiera hacerse
con ella. Con aquella arma, podría enfrentarse a las sombras y las pesadillas...
No obstante, el druida sospechaba que para recuperar aquella hacha no iba a bastar
con recogerla simplemente del suelo.
Thura hizo ademán de ir a recogerla... y, súbitamente, el hacha centelleó con un
fulgor verde esmeralda.
Al mismo tiempo, escuchó un alarido iracundo. Broll giró sobre sí mismo, aquel
grito furioso provenía de todas direcciones. Al principio, temió que se tratara de una nueva
manifestación de su vieja ira, de esa furia descarnada contra la que tanto había luchado, a
la que había derrotado tras mucho esfuerzo en un viaje anterior al Sueño Esmeralda. Sin
embargo, prácticamente de inmediato, el druida se percató de que aquella ira tenía un
origen distinto, mucho más terrible. El Señor de la Pesadilla estaba furioso.
Además, no entendía por qué ahora la orca parecía incapaz de tocar esa hacha o no
parecía estar dispuesta a hacerlo, lo cual, sin duda alguna, beneficiaba a aquella maldad
invisible.
—¿Qué sucede, Thura? —masculló Broll—. ¿No puedes recogerla o acaso no
quieres?
La orca hizo un gesto de negación con la cabeza. Miró hacia atrás, en dirección al
elfo de la noche, con un semblante poseído por la confusión más absoluta.
—N-no lo sé, druida... No lo sé...
Mientras Thura le revelaba que ignoraba qué le sucedía, aquella niebla se fue
cerrando a su alrededor. Broll pudo percibir que la ira del Señor de la Pesadilla estaba
centrada en ellos dos. Si bien había sido capaz de arrebatarle el hacha a Thura, resultaba
evidente que era incapaz de manejarla. Por tanto, había aguardado a que aparecerá alguien
que fuera capaz de blandirla.
—Vas a empuñar esa hacha, orca —se oyó decir a una voz que estremeció al
druida, ya que sabía perfectamente a quién pertenecía—. Gracias a ti, esta hacha se
convertirá en nuestra arma...
Entonces un enorme puño se materializó en aquella niebla, una cosa purulenta
recubierta de corteza de árbol por la que unas chinches carroñeras se arrastraban tanto por
dentro como por fuera. Golpeó a Broll con suma fuerza en un costado, lo que provocó que
cayera al suelo y se alejara de la orca.
Súbitamente, Gnarl emergió de aquella ansiosa niebla. El anciano corrompido por
el mal esbozó una amplia sonrisa. Sus ojos mostraban los colores demencialmente
cambiantes de la Pesadilla, y unas ramas espinosas sobresalían por todo su cuerpo. En ese
instante, Broll comprobó que las horrendas hojas que había visto en sus visiones (que, en
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Tempestira
realidad, eran la consecuencia de los intentos que estaba haciendo Malfurion para ponerse
en contacto con él) cubrían ahora por entero a aquella criatura.
—¡No pienso utilizar esa arma para defender tus fines! —exclamó Thura de
manera desafiante.
—Lo harás... —respondió Gnarl, con un tono de voz que mezclaba la voz del Señor
de la Pesadilla y la de aquel anciano.
Acto seguido, se acercó a la orca. Thura intentó apartarse, pero, como el suelo
volvía a estar cubierto de chinches carroñeros, perdió el equilibrio. Mientras caía, se
percató de que lo que en un principio le había parecido que era simplemente un conjunto
de gusanos negros que emergían de aquel suelo destrozado eran, en realidad, las sombras
de unas raíces.
Las raíces de un árbol esquelético.
No obstante, aunque solo fueran sombras, intentaban inmovilizar a la orca, que se
resistía como podía, como si fueran unas cuerdas muy resistentes.
Broll se levantó. Si bien había esperado que se produjera ese ataque en cualquier
momento y estaba listo para defenderse, no esperaba que el atacante fuera Gnarl. Aun así,
el golpe que había recibido lo había dejado momentáneamente sin aire.
Entonces, se abalanzó sobre aquel anciano y se transformó en pleno salto en felino.
Sin embargo, no era rival para Gnarl.
Aquel anciano corrompido por el mal intentó golpearlo nuevamente, pero Broll
esta vez fue mucho más hábil. Mientras se aproximaba su adversario, se retorció de tal
modo que aquel descomunal puño no le acertó. Al mismo tiempo, el druida aprovechó la
oportunidad para arañar la pierna más cercana de su rival.
Gnarl rugió presa de un intenso dolor y una terrible furia. Se olvidó de Thura y se
volvió hacia el lugar donde había aterrizado el felino.
—El Sueño y Azeroth pronto pertenecerán a la Pesadilla... —bramó Gnarl/el Señor
de la Pesadilla—. Para ti, elfo de la noche, tengo reservado un tormento muy especial y
eterno...
En ese instante, unas siluetas sombrías rodearon al felino y estrecharon el círculo
que habían formado a su alrededor. Broll miró en dirección a Thura, quien tenía aún una
mano libre, una mano que tenía aquella hacha a su alcance. Si pudiera cogerla...
¡No!, pensó Broll, quien se habría dado cuenta de lo que realmente sucedía incluso
si no hubiera sido testigo de cómo una de aquellas raíces sombra evitaba acercarse a la
mano libre de la orca. ¡La Pesadilla quiere que tome el hacha sin pensar!
Como ni la Pesadilla, ni tampoco sus siervos corruptos, podían, por alguna razón,
blandir esa arma, esta pretendía valerse de Thura como un simple instrumento con el que
poder esgrimir esa hacha para satisfacer sus propios fines.
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***
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Malfurion se preguntaba por qué intentar sellar aquel último portal seguía siendo
una cuestión de vital importancia para Xavius, puesto que, en aquellos momentos, no
parecía un elemento clave que pudiera decantar el resultado de aquella batalla...
Entonces, la Protectora contestó telepáticamente al elfo de la noche.
¡Nos atacan cada vez con más y más furia! ¡El Señor de la Pesadilla quiere sellar
este portal! ¡Necesito concentrar todo mi poder en este frente para evitar que lo logre!
¡No puedo hacer más por ti!
A pesar de que el Archidruida todavía no le había planteado ninguna pregunta,
Alexstrasza había supuesto acertadamente por qué había intentado contactar con ella. La
determinación de Malfurion flaqueó al tener que enfrentarse a un nuevo contratiempo.
Aunque la dragona roja dijo algo más, no le prestó atención, puesto que estaba
escuchando otras voces en su mente que exigían también ser escuchadas. El rey Varian y
su ejército se hallaban en una situación desesperada; sus formas físicas caían cada vez en
mayor número ante los envites de los esclavos de la Pesadilla en Azeroth. Asimismo, la
suerte que había corrido Broll seguía siendo un misterio, y Hamuul únicamente había
logrado advertirle fugazmente de que los corruptos siervos de la naturaleza (ancestros,
dríades y demás) estaban sometiendo a una gran presión a los druidas y Lucan, quienes
luchaban valientemente bajo la guía del tauren.
Xavius (y el verdadero Señor de la Pesadilla) se encontraban en las puertas de la
victoria.
Un ejemplo claro y cercano de que esa horrenda posibilidad podía hacerse realidad
muy pronto era el caso de Tyrande, quien se hallaba en la situación más apurada en la que
se había encontrado jamás por intentar proteger al ser que tanto amaba y cuya
supervivencia creía que era clave para garantizar el futuro de Azeroth. La Suma
sacerdotisa tuvo que hincar una rodilla en tierra mientras seguía combatiendo para evitar
que tres sátiros la destrozaran. Entonces, dos de aquellas guardianas hechas de luz de la
Luna se desvanecieron sucesivamente al igual que muchas de las esperanzas que albergaba
Malfurion.
Haciendo gala de una tremenda ferocidad, los sátiros arremetieron contra Tyrande
y Malfurion con intención de acabar con ellos de una vez por todas.
Por un instante, el Archidruida se olvidó de que la sombra de una catástrofe
inminente planeaba sobre Azeroth y el Sueño Esmeralda. Malfurion se centró en Tyrande,
cuyo destino estaba sellado a menos que él hiciera algo al respecto. Nada más importaba
en aquellos momentos. De hecho, en aquel instante, Azeroth le importaba un bledo, ya
que, si su amada perecía, poco le importaría que el mundo sobreviviera o no a aquel
conflicto.
Una terrible sensación de culpa lo invadió, una culpa como nunca había sentido.
Entonces, Malfurion recordó, como había hecho tantas veces en otras ocasiones, todas las
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tribulaciones y penalidades que le había hecho sufrir a Tyrande y cómo una y otra vez
siempre había estado a su lado, nunca le había dado la espalda. También se acordó de esos
tiempos tan escasos y valiosos en que habían conocido la paz y se habían aislado del resto
del mundo. Malfurion recordaba con especial agrado la época en que levantaron la primera
capital nueva de los elfos de la noche tras la Guerra de los Ancestros. Gracias a sus
habilidades como druida y a las oraciones de Tyrande a Elune, habían logrado crear una
gran pérgola en el corazón de la capital que, si bien conmemoraba el hecho de que su
pueblo iniciaba una nueva era, también celebraba el amor que se profesaban mutuamente,
aunque esto último solo lo sabían ellos dos. Había empujado a crecer a los robles de tal
modo que se entrelazaron con las florecientes enredaderas; después, el poder de Elune, a
través de la Suma sacerdotisa, les había otorgado un suave fulgor de un blanco azulado que
hacía que la pérgola irradiara una sensación de paz y calma que cualquiera que pasaba bajo
ella podía percibir.
Era algo insignificante, de muy poca importancia si se comparaba con las luchas
titánicas que habían librado a lo largo del tiempo; sin embargo, por eso mismo, Malfurion
le tenía un especial cariño. Porque era algo que habían hecho ambos por unas razones muy
sencillas y puras. Lo cierto es que podrían haber hecho muchas cosas más juntos, pero no
había podido ser por su culpa. Ella podría haberle negado su amor para siempre tras tantas
largas y crueles ausencias que él había protagonizado a lo largo de muchos milenios... pero
no lo había hecho. A pesar de que ella también tenía muchas obligaciones que atender
(algunas de una importancia extraordinaria), la Suma sacerdotisa siempre lo había
esperado.
Y ahora Tyrande iba a morir porque una vez más él había antepuesto sus
obligaciones a ella.
—Esta vez no... —afirmó el Archidruida con voz sumamente grave—. ¡Jamás
volveré a dejarte en un segundo plano!
Acto seguido, Malfurion apretó los puños e invocó como pudo todas las fuerzas
innatas que tanto él como Ysera habían reunido para ayudarla a escapar de su prisión. De
inmediato, un torbellino de energías se alzó del mismo suelo, mientras otra serie de fuerzas
descendían del cielo que permanecía oculto tras unas densas nubes.
De improviso, la tierra se hinchó, y un bosque frondoso emergió de ella, llevándose
por delante tanto a la vanguardia de los sátiros como a Tyrande. Sin embargo, mientras sus
enemigos eran engullidos, la Suma sacerdotisa era transportada gentilmente sobre aquella
vegetación que había brotado del suelo súbitamente, y, a continuación, unas ramas la
guiaron hasta su amor.
Tras arrasar con todo cuanto había encontrado en las tierras que lo rodeaban,
Xavius se había dejado algunas semillitas que habían pertenecido a sus muchas víctimas,
tan insignificantes para el Señor de la Pesadilla que ni siquiera había reparado en ellas. Sin
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embargo, Malfurion las había hallado gracias a sus poderes druídicos, sin que importara a
qué profundidad estuvieran enterradas o cuánto tiempo llevaran bajo tierra. Después, el
Archidruida no solo les había insuflado nueva vida, sino que había liberado todo su
potencial.
Si bien el bosque había tratado a Tyrande de manera sumamente gentil, a muchos
sátiros les había dado muerte de forma cruel y violenta. Decenas de ellos pendían de las
ramas de los árboles empalados, ya que Malfurion no tenía tiempo para andarse con
remilgos. Al menos, habían perecido con gran celeridad; esa era toda la misericordia que
había podido ofrecerles.
No obstante, aparecieron más sátiros para reemplazar a los que habían caído.
Entonces, temerosos de que pudieran alcanzar a su amada, pidió a Azeroth que le entregara
más poder. Contactó mentalmente con Teldrassil, e incluso Nordrassil, y, para su alivio y
eterno agradecimiento le dieron lo que necesitaba... a pesar de que Nordrassil todavía se
estaba recuperando de la última guerra contra la Legión Ardiente.
El viento ululó con fuerza por largo tiempo y aumentó exponencialmente su
intensidad. Al instante, una veintena de sátiros fueron empujados por el viento hacia el
letal bosque, donde compartieron el destino de sus compañeros. Entonces, por fin, las
tropas enemigas titubearon. No se enfrentaba a una víctima fácil, tal y como su «dios» les
había prometido, sino que aquella maldita presa poseía un poder inimaginable.
Pero desde el punto de vista de Malfurion, no bastaba con que vacilaran, ya que
habían amenazado a Tyrande. El Archidruida los obligó a retroceder y logró que Tyrande
se aproximara a él.
Entonces, en ese momento, la Suma sacerdotisa le gritó:
—¡No te preocupes por mí! ¡Los demás te necesitan mucho más!
Si bien Malfurion no cejó en su empeño de seguir protegiéndola, entendió
perfectamente qué había querido decir su amada. De hecho, se sentía muy orgulloso de
haber antepuesto la vida de su amada a todo lo demás; sentía que acababa de dar inicio una
nueva vida para él, una muy distinta a la que hasta entonces había dedicado por entero a
defender al resto del mundo. La decisión de proteger por encima de todo lo que más le
importaba en el mundo a Malfurion Stormrage el elfo de la noche, no el legendario
Archidruida, había renovado sus fuerzas.
Entonces, Malfurion se armó de valor y extendió su voluntad por todo el Sueño
Esmeralda, tal y como había hecho con Azeroth, con la intención de extraer más energías
de su esencia para poder contribuir a la derrota definitiva de la Pesadilla. En cuanto el
Sueño Esmeralda le entregó lo que le había pedido, se sintió realmente aliviado. Gracias a
estas nuevas energías el Archidruida disipó la niebla que rodeaba al ejército astral de
Varian. De inmediato, unos campos rebosantes de verdor volvieron a surgir en aquel lugar.
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así como con la ayuda del poder de aquella antigua maldad que reforzaba el tremendo
poder de su voluntad.
—¡Pero no volverás a engañarme! —exclamó el elfo de la noche.
Tyrande apoyó una de sus manos sobre el hombro de su amado. Su amor
aumentaba el poder que Elune otorgaba a Malfurion. Entonces, el Archidruida lanzó una
mirada iracunda a su invisible enemigo e imploró a ambos reinos que le permitieran
acceder a un poco más de su poder.
Al instante, sintió como una nueva oleada de energía fluía a través de él. Malfurion
se concentró para ejercer su voluntad como nunca lo había hecho.
De improviso, multitud de relámpagos rasgaron el cielo e impactaron contra
aquella devastada tierra. De inmediato, aquellas raíces se arrastraron de regreso a los
agujeros de los que habían salido...
Al mismo tiempo, en la ciudad de Ventormenta, Orgrimmar y el resto de las
capitales que se encontraban sumadas en la batalla, el viento arreció con fuerza, guiado por
una mano invisible, de tal modo que atacó a aquellos que suponían una amenaza y sorteó a
los guerreros durmientes que se encontraban ahí indefensos por culpa de Malfurion, quien
les había pedido que lo ayudaran a combatir en el Sueño Esmeralda. No obstante, el
Archidruida hizo todo cuanto pudo por proteger a todas las víctimas de la Pesadilla que
ahora la servían sin ser conscientes de ello, a las que juntó en base a repetidas ráfagas de
viento y apretó tanto unas contra otras que ya no pudieron hacerse daño mutuamente.
Sin embargo, los sátiros sombras, la niebla y demás seres corrompidos por aquella
maldad seguían atacando a los defensores, quienes cada vez eran menores en número. Y,
pese a que habían logrado que los seres vivos a los que la Pesadilla había utilizado como
títeres retrocedieran, sus pesadillas habían adquirido sustancia en el Sueño Esmeralda e
incluso en el plano mortal. El poder de Xavius había alcanzado unas cuotas terribles.
Malfurion se vio obligado a combatir a su adversario en todos esos frentes mientras
sudaba copiosamente por culpa del terrible esfuerzo que estaba haciendo. El viento
arreciaba con fuerza por doquier, incluso en el Sueño Esmeralda y, gracias a él, los siervos
de la Pesadilla, ya fueran sombras o seres corruptos, no pudieron avanzar más.
Pero eso no bastaba.
—¡Esto nunca acabará a menos que me presente ante él! —le explicó Malfurion a
Tyrande—. He de atacar el mismo corazón de las tinieblas... Xavius es la clave... sin él
incluso la antigua maldad que se halla tras sus nauseabundos actos no podrá mantener la
Pesadilla cohesionada...
La Suma sacerdotisa contempló a los sátiros y las raíces que no habían cejado en su
empeño de alcanzarlos en ningún momento. Únicamente Malfurion los mantenía a raya
gracias a sus constantes esfuerzos. En ese instante Tyrande alzó su arma de luz de luna.
—Muy bien... empecemos...
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pudieron comprobar que también contaba con hojas. No obstante, al contrario de lo que
sucedía con las hojas corrompidas por el mal del Árbol del Mundo, estas eran largas y
arqueadas; asimismo, Malfurion pudo comprobar con su aguda vista que tenían una forma
que recordaba a una hoz afilada. Además, a medida que se iban acercando aún más, fue
evidente tanto para el Archidruida como para la Suma sacerdotisa que tanto las hojas como
el árbol no eran de color negro, como les había parecido en un principio... sino del mismo
color rojo intenso de la «savia» que fluía por él.
No era el árbol en el que había transformado a su adversario miles de años atrás.
Aquel era un símbolo de renovación, de algo que celebraba la vida, justo lo contrario que
buscaba Xavius, quien solo pretendía extender la muerte. Pese a que Malfurion había
tenido la intención de volver a aquel árbol después de la guerra para supervisar su
crecimiento, no lo hizo porque creyó que había sido destruido cuando Zin-Azshari cayó.
¿Cómo es posible que esta abominación haya permanecido oculta?, se peguntó
Malfurion. Entonces pensó en esa antigua maldad que se escondía tras Xavius, la cual
seguramente había extendido su poder hasta Azeroth para impedir que nadie pudiera
percibirlo.
La tenebrosa fuerza que respaldaba al Señor de la Pesadilla debía de haber
contactado con Xavius poco después de que Malfurion hubiera abandonado aquel árbol, ya
que seguramente sus planes habían ido cobrando forma y desarrollándose a lo largo de
muchos milenios. Aquello era una muestra más de la insidiosa paciencia del exconsejero y
de su monstruoso amo. Sin embargo, cuando aquel árbol ya era lo bastante poderoso, lo
bastante pavoroso, habían dejado de molestarse en ocultar su existencia.
Entonces, como si un tremendo viento las impulsara, aquellas ramas se movieron
repentinamente al unísono hacia el lugar al que se dirigían a gran velocidad el Archidruida
y su amada. Pese a que todavía los separaba una gran distancia de aquel árbol, aquellas
ramas se fueron estirando y acercando más y más...
Hasta que se encontraron prácticamente encima de ellos.
Malfurion notó cómo la tierra temblaba de nuevo. Masculló una advertencia a
Tyrande y se apartó a un lado bruscamente. De inmediato, unas raíces brotaron justo en el
lugar que acababan de abandonar y se elevaron tan alto que estuvieron a punto de chocar
con las ramas situadas arriba y que seguían acercándose.
Al instante, se escuchó un siniestro restallido, y el Archidruida se retorció en pleno
salto para poder esquivar más de una decena de ramas pequeñas, cada una de ellas repleta
de unas largas hojas con forma de hoz, que no los alcanzaron por solo unos centímetros. Si
bien Malfurion hizo todo lo posible por esquivar todas aquellas ramas, al final, dos lo
alcanzaron.
Sus hojas le rasgaron la piel, y pudo escuchar cómo Tyrande profería un grito
ahogado.
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Giró manteniendo su forma de felino en todo momento y comprobó que la parte del
sendero que ya habían recorrido se encontraba ahora bloqueado por un muro de raíces que
cortaba la vía de escape a ambos. Asimismo, un buen número de sátiros estaban
atravesando aquel muro con sumo entusiasmo por el único hueco que había en él.
Sin duda alguna, Xavius quería que ambos se presentaran ante él.
—¡Cuidado! —gritó Tyrande, y, acto seguido, su guja atravesó tres ramas antes de
que sus letales hojas pudieran siquiera rozarlos.
Entonces, Malfurion tomó una decisión. A pesar de que el Archidruida estaba
haciendo lo posible para seguir todavía en contacto con los demás con el fin de guiarlos,
era consciente de que iba a tener que redoblar sus esfuerzos en ese sentido.
A continuación, advirtió a Tyrande con un gruñido de que debía cambiar de forma
de nuevo. Al instante, la Suma sacerdotisa desmontó con suma destreza mientras seguía
haciendo buen uso de su guja con el fin de cercenar toda rama que se abalanzara sobre
ellos.
En cuanto volvió a adoptar su verdadera forma. Malfurion se concentró tanto en el
reino de Azeroth como en el Sueño Esmeralda. Esta vez, tuvo que rebuscar más, tuvo que
adentrarse en las simas más profundas de su fuero interno y de ambos reinos.
El cielo bramó. Y no rugió solo por encima de ellos, sino por toda Azeroth, por
todo el Sueño/Pesadilla Esmeralda. No obstante, como Malfurion se hallaba sometido a
una gran tensión, no prestó mucha atención a este hecho.
Su nuevo ataque no estaba centrado en el enemigo, al menos no directamente, sino
que más bien optó por concentrarse en aquellos a los que más necesitaba en esos
momentos cruciales.
Broll... Thura...
Y, esta vez, pudo percibirlos. Esta vez, pudo sentir cómo el otro druida luchaba
denodadamente para evitar que la Pesadilla se adueñara de todo.
Shan... do..., escuchó como respuesta. Aquella voz resonó en su mente tenuemente,
pero con firmeza.
Ha llegado el momento... las piezas están en su sitio... Ahora te voy a explicar el
verdadero origen de la rama que te di, así como qué debemos hacer...
Acto seguido, Malfurion se lo explicó todo detalladamente.
Broll asimiló las instrucciones con suma celeridad y demostró, una vez más, que
confiaba plenamente en el Archidruida. Terminada la explicación, Broll dijo:
Estoy... listo...
Eso era lo único que Malfurion necesitaba oír. De inmediato vociferó las siguientes
órdenes sobre el fragor de la tormenta a Tyrande:
—¡Márchate de aquí! ¡He de poner punto a final a todo esto aquí y ahora! No
puedo prometerte...
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CAPÍTULO VEINTINUEVE
LOS DOS ÁRBOLES
B roll esperaba perecer en aquel ataque, pero de alguna manera había logrado
repeler aquel insidioso asalto dirigido no solo contra su cuerpo sino también contra su
mente. La Pesadilla lo buscaba, porque era consciente de que Malfurion lo tenía en alta
estima. Su mente se vio asaltada por unos gritos y unas visiones en las que vio a su hija
moribunda y en las que sintió cómo recaía la pesada culpa de su muerte sobre su
conciencia. Había sido un ataque muy bien calculado, ya que Anessa siempre había sido su
punto flaco.
No obstante, había logrado sobrevivir a aquel ataque. Pese a que Broll había sido
testigo de los horrores de la Pesadilla y conocía su forma de actuar, pese a que había visto
cómo utilizaba contra otra gente la honda tristeza que estos sentían por el vacío que habían
dejado en sus vidas esos seres queridos que habían fallecido, había estado a punto de
convertirse en una presa fácil de esa fuerza. Había utilizado la misma estrategia con él, se
había valido de la muerte de su hija para intentar doblegarlo. Se maldijo a sí mismo. Así no
iba a honrar su memoria. La Pesadilla era especialmente hábil a la hora de manipular la
mente de sus víctimas y convertir el amor en un instrumento de tortura.
Entonces, el druida lanzó un polvo a sus enemigos que estaba compuesto de una
mezcla de diversas plantas famosas por ser capaces desencadenar grandes incendios. En
cuanto aquel polvo alcanzó a sus tenebrosos adversarios, crepitó. Al instante, esas sombras
se consumieron entre un mar de llamas y desaparecieron, profiriendo unos atormentados
siseos. Broll buscó a Thura, esperando lo peor, pero entonces comprobó que la orca se
hallaba agachada junto a él, con los ojos cerrados, pero en perfecto estado.
—Tengo una promesa que cumplir —afirmó con rotundidad—. Y pienso
cumplirla...
A continuación, Broll disipó la niebla que los rodeaba y, de repente, comprobó que
no solo el hacha se encontraba cerca de ellos, sino también otro objeto mucho más extraño.
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Se trataba de algo que en su día había estado vivo, de algo que había sido plantado ahí con
sumo cuidado por alguien desconocido, pero no porque quisiera verlo florecer.
Era una rama. Un objeto nauseabundo que Broll reconoció al instante. El druida
también comprendió enseguida por qué la habían dejado. El plan que habían urdido aún
tenía una oportunidad de llegar a buen puerto.
Mientras reflexionaba acerca de todo aquello, una tormenta asoló aquella zona. Sin
embargo, Broll no sintió ningún temor ni preocupación, ya que conocía cuál era su origen
y su fin: protegerlos tanto a él como a los demás.
Entonces, el druida tomó aquella rama. Para el ser del que había sido arrancada con
el fin de ser injertada en Teldrassil, la rama no significaba nada. Estaba muerta.
No obstante, todavía albergaba en su interior la esencia del Señor de la Pesadilla.
—¡Thura! ¡Toma el hacha en el mismo momento que yo golpee!
La guerrera orca comprendió aquella orden de inmediato. Acto seguido, Broll se
dispuso a realizar un conjuro muy desagradable. Cualquier druida poderoso era capaz de
extraer un hálito de vida de plantas, e incluso árboles, aparentemente muertos; no obstante,
Broll conocía perfectamente cuáles eran sus límites. Por otro lado, no habría tenido ningún
reparo en intentar resucitar a cualquier otra planta, pero la rama que tenía ante sí era harina
de otro costal.
Ahora, sin embargo, pretendía revivir algo tremendamente montuoso. Su shan'do le
había revelado todo cuanto había que saber sobre aquella rama, así como sobre el árbol del
que había sido arrancada. Broll pudo percibir la tremenda maldad de la esencia demoníaca
que anidaba incluso en un fragmento tan pequeño. Aquella ya no era una criatura de la
naturaleza, sino una auténtica atrocidad.
Pero, en cuanto comenzó a realizar aquel hechizo, Broll también percibió la
presencia otra maldad mucho más antigua sobre la cual también le había advertido
Malfurion; ese horror ancestral que había contribuido con su poder infernal a forjar al
Señor de la Pesadilla.
Pasado un tiempo, halló la chispa vital que buscaba en aquella rama. Broll la avivó,
a pesar de que eso provocó que su maldad se intensificara.
De improviso, aquella rama tembló en sus manos. Se resistía al druida.
—¡Ahora! —gritó el druida al mismo tiempo que alzaba la rama.
Thura se lanzó a por el hacha, que todavía relucía con un aura en la que se
mezclaba su poder con las fuerzas malévolas de la Pesadilla.
La mano de la orca y la rama tocaron aquel fulgor en el mismo instante, lo cual era
justo lo que necesitaban, ya que acabó con la influencia que la Pesadilla tenía sobre aquella
arma; una influencia que era lo bastante poderosa como para mantener el hacha en aquel
lugar, pero no lo bastante como para poder llegar a corromper aquella reliquia encantada.
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Cenarius había forjado esa hacha inmaculada para Brox, quien con sus hazañas la había
dotado de aún más pureza.
Thura, quien había sido elegida en parte por Malfurion, era una sucesora digna de
ambos.
La orca alzó aquella arma y Broll tiró al suelo la rama, la cual ya no podía
sobrevivir una vez concluido el conjuro. Entonces el druida cambió de forma y se
transformó en felino.
Thura se montó en él y, acto seguido, el druida inició su marcha. Pese a que la
sombra de aquel árbol se estiraba con la pérfida intención de atraparlos, la tormenta
arreciaba con tanta fuerza que doblaba hacia atrás esas ramas humeantes y disipaba aquella
nauseabunda niebla. Los relámpagos achicharraron a las criaturas sombra e incluso
llegaron a prender fuego a algunas de esas ramas intangibles.
Lo que estaba presenciando maravilló a Broll. En otras ocasiones, había sido
testigo de cómo habían aunado esfuerzos un gran número de druidas para provocar alguna
tormenta cuando hacía mucho tiempo que escaseaba la lluvia, pero nunca había sido
testigo de una tempestad tan poderosa provocada y guiada mediante la magia.
¡Seguro que Malfurion ha contado con la ayuda de todos los demás druidas para
provocar y mantener esta tormenta!, pensó.
No obstante, daba igual cómo su shan'do había desatado aquella furiosa tormenta,
ahora Broll y Thura debían cumplir con su parte del plan: tenían que llegar al árbol
sombra, cuya espeluznante silueta se alzaba ante ellos...
De repente, una mano descomunal los golpeó a ambos, apartándolos a un lado. De
inmediato, Gnarl agarró a una aturdida Thura, quien aún aferraba con fuerza aquella hacha.
—Todo formará parte de la Pesadilla... —afirmó el corrupto anciano con un tono
de voz chirriante.
Mientras rodaba por el suelo, Broll recuperó su forma de elfo de la noche. En
cuanto logró detenerse, apretó los dientes con fuerza para aguantar el dolor y consiguió
lanzar un sortilegio.
Aquel anciano seguía siendo una planta en su esencia. A pesar de haber sido
corrompido, estaba cubierto por una tremenda vegetación que ahora estaba impregnada de
maldad. Aun así, esa flora todavía podía ser manipulada para satisfacer sus propios fines
por un astuto estudiante de las artes druídicas.
Súbitamente, esa atrofiada vegetación se transformó en unas gruesas enredaderas
que, en solo unos segundos, inmovilizaron al anciano. Las que se encontraban más cerca
de la mano con la que agarraba a Thura se la apretaron con tal fuerza que obligaron a Gnarl
a soltar a la orca. Al instante, la orca cayó al suelo de pie. En un principio se tambaleó,
pero enseguida recuperó el equilibrio.
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Gnarl se resistía como podía. Al final, logró quebrar algunas de las enredaderas que
le impedían mover las piernas y uno de sus brazos y se liberó. De inmediato, volvió a
abalanzarse sobre Thura y...
Entonces, Broll soltó un gruñido y redobló sus esfuerzos. Al instante, las
enredaderas se tornaron más fuertes y gruesas. Justo antes de que aquella mano colosal
pudiera agarrar de nuevo a la orca, las enredaderas apretaron al corrupto anciano con tanta
fuerza que ya no pudo moverse más. Broll no aflojó en ningún momento. Se concentró, y
las enredaderas siguieron creciendo, siguieron apretando cada vez más y más.
Al final, el anciano se cayó al suelo, sin poder mover ni un solo músculo. El elfo de
la noche se maravilló ante la proeza que acababa de realizar, puesto que era consciente de
que, muy poco tiempo atrás, no había creído poseer un poder suficiente como para capturar
a una criatura como Gnarl sin matarla.
Thura, entretanto, no había perdido el tiempo y se encontraba ya junto al árbol
sombra. Entonces, alzó el hacha y...
La tormenta flaqueó. El viento amainó. Y el árbol se movió. De improviso, una
rama sombra atravesó el pecho de la orca. A pesar de que carecía de sustancia, la empaló.
Thura permaneció inmóvil, con el hacha en alto.
Mientras, las demás ramas se dirigieron hacia Broll...
***
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La Suma sacerdotisa asintió; sabía perfectamente qué era lo que su amado esperaba
que hiciera. Sin más dilación, Tyrande rezó a Elune.
Malfurion intentó contactar con los demás druidas... con todos aquellos que aún
quedaban vivos en cualquiera de ambos reinos, salvo Broll.
Dejen que les muestre lo que juntos podríamos conseguir...
Para lograr su objetivo, Malfurion tenía que pedir al resto de druidas que bajaran
sus defensas. Se sintió sorprendido y sobrecogido al comprobar que todos ellos aceptaban
sus instrucciones sin titubear.
Les explicó lo que ya sabían, pero que todavía no llegaban a comprender del todo.
Eran druidas. Eran los cuidadores y guardianes de Azeroth y también desempeñaban el
mismo papel en el Sueño Esmeralda. Aun así, pese a que entendían que estaban unidos a la
esencia de ambos reinos por un vínculo muy poderoso, no se daban cuenta de que todos
juntos poseían un poder mucho mayor del que habían imaginado.
No obstante, ambos reinos estaban interrelacionados de una manera tan compleja
que ni siquiera los druidas habían llegado jamás a entender del todo cómo se relacionaban.
Por tanto, el vínculo entre ambos reinos y el vínculo de los druidas con ellos era mucho
más complejo de lo que imaginaban y, en consecuencia, con casi toda seguridad, mucho
más poderoso de lo que creían. Los druidas se maravillaron ante lo que el shan'do les había
revelado, pero Malfurion no podía permitirse el lujo de que se distrajeran con ese
asombroso descubrimiento. Tenían que centrarse en que aquel conjuro alcanzara el
objetivo pretendido por el Archidruida.
La tormenta. Su tormenta. Si bien los demás druidas habían jugado un papel clave
en su creación y desarrollo, gracias a Malfurion (y a las plegarias de Tyrande a la Madre
Luna que habían logrado que la Pesadilla no pudiera influenciar su voluntad ni controlar su
mente) había crecido hasta alcanzar las proporciones épicas que eran realmente necesarias
para llevar a buen puerto su plan.
Entonces, se escuchó un tremendo estruendo que hizo temblar tanto Azeroth como
el Sueño Esmeralda. El rey Varian mantuvo el orden entre sus filas, puesto que era
consciente de que no podían dar por sentado que aquello fuera una señal de que podían
albergar nuevas esperanzas de triunfo. A veces, cuando el Rey de Ventormenta lideraba la
lucha, la imagen de un lobo se superponía sobre su rostro; ese fenómeno insuflaba ánimos
renovados a aquellos que conocían el poder de aquel espíritu.
Entretanto, la Vinculadora de Vida, que se hallaba ante el único portal que
mantenía a raya a la Pesadilla, sonrió de manera sonta al percatarse de qué era lo que
estaba haciendo Malfurion. Al instante, decidió emplear sus últimas fuerzas en cerciorarse
de que iba a cumplir con la misión que tenía encomendada y no iba a fracasar.
Malfurion percibió cómo todas las piezas encajaban en su sitio. Se percató de que
los druidas actuaban como si fueran un solo ser bajo su liderazgo. Asimismo, fue
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consciente de que, al fin, comprendía su mundo y el Sueño Esmeralda con mucha más
claridad que jamás habría imaginado. No obstante, pudo aprovechar ese nuevo
entendimiento, ese nuevo conocimiento gracias en gran parte al fuerte vínculo amoroso
que mantenía con Tyrande.
La tormenta se desató con fuerza inusitada.
Poseía una furia que ninguna tempestad había poseído jamás. Azeroth tembló. El
Sueño Esmeralda titiló. Aquellos dos reinos eran uno solo, pero no del modo que Xavius
había deseado. Él soñaba con pervertir uno de ellos para que fuera un espejo de su propia
maldad y de la perfidia de la fuerza malévola que actuaba a través de él.
Sin embargo, Malfurion traía consigo la pureza y el vigor de la naturaleza.
El viento rugió e hizo jirones la niebla. Su terrible fuerza provocó que las figuras
de pesadilla y sátiros sombra fluctuaran y se disiparan como polvo arrastrado por un
ciclón. Ventormenta, Orgrimmar... todo aquel lugar de Azeroth donde estaba teniendo
lugar aquel conflicto se vio liberada de la tenebrosa influencia de la Pesadilla.
Diluviaba, y los ríos se extendieron por toda la tierra donde la maldad se había
extendido. Aquellas prístinas aguas no solo se llevaron por delante a las sombras de la
Pesadilla y a sus horrendos siervos, sino que insuflaron nueva vida a la vegetación, allá
donde la Pesadilla la había atrofiado y manipulado.
Los insectos carroñeros se desintegraron bajo la lluvia, su perfidia fue incapaz de
soportar la tremenda fuerza de sus gotas. No obstante, aquellos a los que la Pesadilla había
corrompido tanto que ya no podían ser salvados, huyeron de las aguas purificadoras y se
batieron en retirada junto a la niebla que se disipaba, la cual representaba el poder
menguante de la oscuridad.
Sin embargo, la Pesadilla todavía mantenía su férreo yugo sobre muchas de sus
víctimas y el poder que extraía de sus miedos aún era tremendo. Los sonámbulos se
alzaron en gran número, impulsados por sus aterradores sueños para atacar a los vivos.
No obstante, Malfurion sabía que eso tenía que suceder. Entonces invocó al trueno,
al que hizo bramar.
Jamás se había escuchado un rugido similar en toda Azeroth. Ni siquiera la
erupción de un centenar de volcanes habría sido capaz de rivalizar con aquel estruendo.
Todas las tormentas de la historia juntas palidecían ante la inconcebible furia de esta.
Y ninguna criatura, por muy profundamente dormida que estuviera, por muy
escondida que se hallara en las profundidades más recónditas de cualquier cueva o en las
cimas más altas de cualquier montaña o tras el muro de piedra más voluminoso, pudo
evitar escuchar aquel trueno.
El trueno bramó iracundo.
Los durmientes se despertaron.
El yugo de la Pesadilla se resquebrajó.
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Sin embargo, Xavius consiguió desviar esas llamas hacia sus adversarios. A pesar
de que Tyrande hizo todo cuanto pudo para proteger a Malfurion, el Archidruida se quemó.
Thura clavó su legendaria hacha en el árbol por tercera vez. Esta vez, la hoja se
hundió tanto en la sombra que se desvaneció fugazmente.
Y, entonces... arrancó aquella arma mágica del tronco... y el árbol sombra
simplemente se esfumó en el aire.
Al instante, el Señor de la Pesadilla chilló.
Al mismo tiempo, en Azeroth, el verdadero árbol se estremeció y se fue
marchitando con suma celeridad. Sus ramas se desplomaron. Sus grandes raíces se
marchitaron.
Súbitamente, la voz teñida de amargura de Xavius, del Señor de la Pesadilla,
retumbó atronadoramente en la mente del Archidruida.
¡Malfurion Stormrage! ¡Nunca te librarás de mí! ¡Seré siempre tu Pesadilla!
¡Te...!
De repente, la copa de aquel espantoso árbol se vino abajo.
Unas cenizas negras presagiaron su caída. Las ramas más bajas se astillaron,
pulverizándose al impactar contra el duro suelo. Incluso el tronco se derrumbaba, de tal
modo que unos enormes fragmentos salieron volando en todas direcciones. Malfurion
desvió los trozos que se dirigían tanto hacia él como hacia Tyrande. La corteza
ennegrecida se pudrió rápidamente.
Al final, solo quedó un tronco podrido (que daba la sensación de llevar siglos
muerto) cuando el polvo se asentó.
Xavius, quien en su día fue consejero de la reina Azshara, quien en su día fue el
líder de los sátiros, quien llegó a ser el Señor de la Pesadilla... había pasado a mejor vida.
Malfurion no se regodeó en su victoria, sino que, más bien, siguió con su ofensiva
para aplastar los pocos restos que quedaban ya de la Pesadilla, procurando así erradicarla
completamente. La rama del árbol de Xavius que Fandral había injertado en Teldrassil
había permitido a Xavius establecer un vínculo con ambos reinos, lo cual había permitido
al mal que se hallaba tras el Señor de la Pesadilla acceder tanto a Azeroth como al Sueño
Esmeralda simultáneamente con la intención de corromperlos. Sin embargo, la forma física
de Xavius había sido la predominante en Azeroth y, como ya no contaba con el árbol para
mantener aquel vínculo, los restos de la Pesadilla ya no podían aferrarse a ese plano.
Y cuando Azeroth se vio libre de su maldad, Malfurion (asistido por Tyrande a lo
largo de todo el proceso) se centró totalmente en el Sueño Esmeralda, dispuesto a
purificarlo completamente. La Pesadilla menguó, retrocedió...
Aunque en un pequeño rincón recóndito del Sueño Esmeralda, en una vasta y
profunda grieta a la que los druidas llamaban la Falla de Aln, de donde se creía que había
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surgido aquel reino mágico, ni siquiera los esfuerzos combinados del Archidruida y la
Suma sacerdotisa iban a poder poner punto final al conflicto.
La Pesadilla resistía con firmeza en aquel lugar, que aquellos que eran druidas
como Malfurion creían que iba a dar al Vacío Abisal y a la Gran Oscuridad del Más Allá.
Malfurion observó detenidamente aquel abismo insondable que irradiaba energías
primordiales que ni siquiera él se habría atrevido a investigar. De hecho, la misma falla
parecía estar hecha de sueño en parte, ya que había algo de onírico en ella, e incluso, de
vez en cuando, le dio la sensación al Archidruida de que fluctuaba como si estuviera a
punto de desvanecerse o de cambiar de forma.
Lo más curioso es que fue entonces cuando Malfurion percibió de verdad y con
claridad a aquella maldad tan antigua que había utilizado a Xavius como instrumento.
Aunque se resistía a abandonar aquel lugar, realmente se encontraba en las profundidades
de los mares de Azeroth. Pese a que el vínculo que había mantenido con el reino de los
sueños gracias a Xavius ya se encontraba roto, era lo bastante poderosa como para
mantener aquel lugar bajo su espantoso dominio.
Al final, el elfo de la noche tuvo claro que por mucho que siguiera presionando a
aquel aterrador enemigo no iba a conseguir nada, así que cesó su ataque. Como sabía que
debía atender a aquellos que aún lo necesitaban, Malfurion selló la zona que circundaba la
fisura. Tyrande y él acordaron, sin necesidad siquiera de hablarlo, que la batalla había
concluido y habían salvado ambos reinos... Esa otra guerra tendría que esperar, sería
librada en otro momento más propicio.
Una vez pasado el peligro, el elfo de la noche pudo sentir cómo lo abandonaban
aquellas increíbles energías que había absorbido, pero no le importó. No obstante, todavía
tenía que resolver ciertos asuntos con esos poderes antes de que se desvanecieran
totalmente. Escrutó ambos reinos en busca de alguna criatura corrupta que hubiera sido
capaz de sobrevivir. Dio con unas pocas, y de esas pocas solo pudo salvar a un puñado.
Gnarl fue uno de esos pocos privilegiados, ya que había sido corrompido hacía muy poco.
Remulos, por su parte, ya había sido purificado. Sin embargo, muchos otros,
lamentablemente, como sucedía con Lethon y Emeriss, eran incapaces de sobrevivir sin la
presencia de la Pesadilla; se desintegraron tal y como les había sucedido a los sátiros
sombra. Malfurion lamentó su muerte y honró la memoria de quienes habían sido y
homenajeó todo cuanto habían hecho antes de ser corrompidos.
A continuación, devolvió a sus cuerpos a los supervivientes del ejército astral de
Varian, sin importar de dónde hubieran sido invocados. En verdad, tanto los elfos de la
noche, por supuesto, como los orcos, trols, draeneis, elfos de sangre, taurens, enanos,
gnomos, goblins y humanos... todos habían aportado su granito de arena, incluso algunos
no-muertos también. Disfrutó especialmente al ser testigo fugaz de cómo el rey corría
hacia su hijo y de cómo ambos se unían en un fuerte abrazo. Con los defensores que no
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contaban con un cuerpo al que volver en el plano físico, el Archidruida intentó armonizar
sus esencias lo mejor posible con el Sueño Esmeralda, con el fin de que pudieran llevar
unas vidas lo más plenas posibles.
No obstante, dedicó más tiempo y atención a aquellos que habían sido sus aliados
más cercanos en aquella lucha. Devolvió a Thura con su pueblo, e informó a su líder,
Thrall, del papel clave que había desempeñado aquella orca en el conflicto. Lucan
Foxblood, el humano que poseía esas habilidades únicas, pasó a estar bajo la tutela de
Hamuul Runetotem. El tauren había aceptado quedarse en el Claro de la Luna por un
tiempo para enseñar al cartógrafo a controlar sus peculiares poderes. Ambos conformaban
una extraña pareja bien avenida, y Malfurion tenía depositadas grandes esperanzas en que
ese adiestramiento diera frutos.
Mientras Malfurion hacía todo esto, percibió que Tyrande había invocado a las
Hermanas de Elune para que se adentraran en las tierras de la Alianza e hicieran todo lo
posible para imponer el orden y llevar la calma y la paz a las víctimas del conflicto. Los
chamanes y druidas también colaboraron con toda su sabiduría y capacidad en favor de los
otrora esclavos de la Pesadilla, atendiendo a aquellos con quien su raza en particular tenía
afinidad para evitar posibles conflictos. Ni siquiera aquellas tremendas fuerzas que el
Archidruida guiaba eran capaces de sanar todas aquellas heridas. Por otro lado, habían
muerto demasiados seres como para que nadie fuera capaz de borrar los recuerdos de aquel
conflicto. Aunque aquella maldad había quedado arrinconada en la Fisura de Aln (donde
Malfurion esperaba que se quedase), el legado de la Pesadilla atormentaría al mundo
durante muchos años.
Malfurion también vio muchas otras cosas que le hubiera gustado arreglar haciendo
uso de los poderes que le habían concedido Azeroth y el Sueño Esmeralda, pero era
consciente de que había llegado el momento de despedirse de esos poderes. Con suma
gratitud, dejó que los demás druidas se desvincularan de aquel gran conjuro en primer
lugar. Habían dado todo, mucho más de lo que debería haberles exigido. Se sentía muy
orgullosos de todos ellos.
Por último, Malfurion se desvinculó a regañadientes de aquel hechizo y devolvió a
ambos reinos el poder que le habían otorgado. Entonces, el Archidruida se volvió a
concentrar en el mundo real, y su mirada se posó en su amada, quien había estado junto a
él desde el principio de aquella lucha hasta el final, a pesar de los tremendos errores que él
había cometido y que habían llevado a su captura y tortura, y a pesar de las tribulaciones y
penalidades que ella había tenido que sufrir por culpa de su amado. Malfurion pudo ver el
amor que anidaba en el corazón de su amada y, aunque sabía que no era digno de él, estaba
más que dispuesto a no separarse nunca más de ella.
Acto seguido, acarició la mejilla de Tyrande con suma ternura.
Y el agotamiento al fin pudo con él.
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CAPÍTULO TREINTA
UN CÓNCLAVE DE ESPERANZA
B roll Bearmantle se tomó la noticia del despertar de Malfurion con una
exuberancia rara vez vista en la mayoría de los elfos de la noche, y mucho menos en un
druida. Dejó escapar un sonoro grito que resonó por todo el Enclave y se dirigió a toda
prisa al Templo de la Luna. Se adelantó a aquellos que se acercaban más solemnemente al
hogar de la Hermandad, ya que solo le importaba que su shan'do parecía estar bien.
Dos Hermanas armadas le bloquearon brevemente el camino hasta que una lo
reconoció.
—Tenemos órdenes de dejar pasar solo a unos pocos elegidos —le explicó—, de lo
contrario el templo estaría lleno de los que están preocupados por la salud del Archidruida.
Broll asintió, agradecido de ser uno de aquellos a los que Tyrande permitía la
entrada. Sabía dónde habían llevado a Malfurion, así que Broll no necesitaba guía.
Atravesó el templo corriendo, rindiendo homenaje y dando las gracias a la imagen de la
Madre Luna más de una vez por el camino.
Habían organizado un lugar para Malfurion bajo la gran estatua, donde la luz de la
luna brillaba siempre. La Suma sacerdotisa había insistido en que lo llevasen al templo,
aunque la primera idea de los druidas había sido llevar a su shan'do al Claro de la Luna.
Sin embargo, Tyrande se había negado a que la hiciesen cambiar de idea y, dado que no
solo era la gobernante de los elfos de la noche, sino también la amada de Malfurion, al
final nadie pudo negarse a sus deseos.
Con los ojos cerrados, Malfurion yacía sobre una alfombrilla de hojas tejidas y
hierbas... una ofrenda de los druidas. Tyrande estaba arrodillada a su lado con un paño
suave y húmedo en la mano. Había estado cuidando de él como si fuera una novicia, no la
dirigente de una orden. Detrás de ella, vigilante, estaba también una silenciosa Shandris
Feathermoon. La general tenía una mirada que Broll hubiese esperado más de una hija
preocupada por sus padres que de una experimentada guerrera.
—Mi señora —le dijo Broll a Tyrande al acercarse.
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—Y yo creo que hace tiempo que deberías haber encontrado a alguien con más
sentido común que yo —replicó Malfurion, más recuperado. Sujetando la mano libre de
Tyrande, le dijo a Broll—: Bueno, Broll Bearmantle, ¿estarás a mi lado?
—Sin duda hay otros que...
—Muy buenas personas, pero te escojo a ti.
El druida inclinó la cabeza.
—Entonces, me siento honrado. Solo rezo para no cometer ningún error.
Su shan'do se rio.
—No puedes cometer un error más grande que el mío abandonándola tan a menudo
todos estos milenios, amigo mío.
—¿Cuándo tendrá lugar la ceremonia?
Sin pretenderlo, Malfurion y Tyrande contestaron a la vez:
—Tan pronto como sea posible.
***
Aunque en ciertos aspectos Darnassus no era el lugar más práctico para celebrar
una ceremonia así, ningún otro lugar hubiese sido más apropiado. Dado que Malfurion
Stormrage era el líder de los druidas y Tyrande Whisperwind era no solo la Suma
sacerdotisa de Elune sino también monarca de los elfos de la noche, solo podían escoger la
capital.
Mucho antes de la víspera de la ceremonia, los dos ya habían arreglado cualquier
duda que se pudiese plantear sobre sus papeles... o, más bien, Tyrande lo había hecho.
Malfurion sabía que Tyrande era la mejor líder que su pueblo podía tener y no alegó nada
en ese sentido. Sin embargo, ella insistió en que la única elección era que los dos
gobernasen juntos, iguales en todo lo que concernía a su raza. Ella seguiría siendo Suma
sacerdotisa del Templo de Elune, y él, el principal Archidruida; pero ahora esos dos
puestos estarían más vinculados, lo que beneficiaría a los elfos de la noche en general.
La ceremonia tuvo lugar en el Templo de Elune, por supuesto. Cierto, eso
significaba que para colocar a los asistentes hubo que hacer unas cuantas maniobras, pero
la general Shandris demostró ser tan hábil organizando a los invitados como lo era en la
batalla. Había quien decía, no cerca de ella, claro, que parecía disfrutarlo más que sus
deberes habituales.
Pero, además de las Hermanas, los Centinelas también asistían, asegurándose de
que nadie provocase problemas... una precaución necesaria dado que, además de a su
propio pueblo, Malfurion y Tyrande habían invitado al rey Varian, al archimago Rhonin y
a otros líderes. Naturalmente, cada uno vino con sus asistentes y guardias personales.
Incluso con la gran recuperación que estaba teniendo lugar por todo Azeroth, Varian y los
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demás habían entendido que era una prioridad absoluta reconocer este suceso fundamental
en la vida de uno de los seres que más participación había tenido en que siguieran todavía
en Azeroth. Incluso los independientes enanos del clan Martillo Salvaje, los afamados
jinetes de grifos de Pico Nidal, habían acudido, liderados por su señor feudal Falstad.
Thrall, representante de la Horda, les envió a Malfurion y Tyrande sus buenos
deseos. La frágil amistad entre la Horda y la Alianza ya se estaba viniendo abajo debido a
que los odios personales estaban reflotando ahora que el peligro principal había pasado.
Era todo cuanto la pareja podía esperar, conscientes de lo deprisa que podía desvanecerse
la paz. El único beneficio del mensaje fue que la portadora no era otra más que Thura, que
le había pedido a su Jefe de Guerra ser quien la llevase. Para ella, el Archidruida, la Suma
sacerdotisa y aquellos junto a los que había luchado eran camaradas de sangre.
Aunque el momento de la ceremonia se había fijado para cuando la Dama Blanca,
la gran luna plateada que para los elfos de la noche era la propia Elune, estaba en su cénit,
existía otra luz que a la vez añadía fastuosidad y calmaba los ánimos de los invitados que
no eran de naturaleza nocturna. Miles de luciérnagas decoraban los árboles, y pequeños
globos de color azul plateado de luz de luna flotaban sobre los asistentes. Guiados por
Rhonin, que en un sentido peculiar conocía a la pareja desde hacía más tiempo que casi
todos los presentes, los magos crearon una serie de magníficos arco iris que, en contraste
con el cielo oscuro, marcaron la relación de diez milenios de Malfurion y Tyrande.
Cerca de Rhonin se encontraba su mujer, Vereesa Windrunner, líder de los elfos
nobles del Pacto de Plata (creado para oponerse a la inclusión de elfos de sangre en los
Kirin Tor) y sus dos gemelos. Los dos niños tenían un aspecto tranquilo. Tenían el pelo
carmesí y el marcado mentón de su padre, pero de algún modo parecían más estilizados y
tenían las orejas ligeramente más largas. La mezcla de elfo y humano podía ser
desafortunada, pero ambos eran niños hermosos.
Unos cuernos triunfantes anunciaron la entrada de los novios. Una guardia de
honor de Centinelas con lanzas rematadas alternativamente por la bandera lunar de la
Hermandad y por la divisa del Círculo de Cenarion (una gran hoja de la que brotaban
majestuosas astas) abría el camino. A la guardia de honor la seguía una majestuosa
procesión de druidas y miembros de la Hermandad. Detrás de ellos marchaban
solemnemente los oficiales de los Centinelas escogidos personalmente por la general
Shandris.
Y entonces... llegaron Malfurion y Tyrande.
Malfurion, con la barbilla alta y las astas apuntando al cielo, llevaba una larga capa
de hojas del bosque y una coraza hecha de madera caída. En ella aparecía el Árbol del
Mundo con la divisa del Círculo de Cenarion sobre él. Además, el Archidruida llevaba una
falda verde hasta la rodilla y sandalias.
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Tyrande fulgía del amor de Elune. Era obvio que la Madre Luna bendecía esa
unión. Al pasar, muchos elfos de la noche se arrodillaron instintivamente. Tyrande iba
vestida con las prendas de la Suma sacerdotisa. También la adornaba una gran capa de luz
azul plateada que ondeaba más allá de donde acababa su montura. Llevaba el pelo azul
medianoche suelto y largo y, aunque parecía tan sabia como todos creían que era su
gobernante, también tenía una cierta juventud añadida a su tremenda belleza que muchos
atribuyeron a la felicidad del momento.
Shandris y Broll caminaban detrás de la pareja, los dos también con largas capas
semejantes a las del Archidruida y la Suma sacerdotisa, pero no tan espectaculares. Su
tarea era ser testigos y dar fuerza a sus respectivos compañeros, una tarea de la que
obviamente estaban orgullosos.
El grupo se detuvo en el centro de la gran sala. Malfurion y Tyrande se tomaron de
la mano y continuaron caminando solemnemente. Broll y Shandris se colocaron a un lado
y detrás de la pareja, con el druida cerca de su mentor y la general cerca de su gobernante.
La guardia de honor, los druidas y las Hermanas se dividieron en dos columnas que
marcharon en direcciones opuestas.
Se había conjeturado mucho sobre quién celebraría la ceremonia. Si las cosas
hubiesen sido distintas, muchos creían que lo habría hecho Remulos. Sin embargo, el
guardián del bosque, ahora recuperado pero débil, se encontraba entre los asistentes igual
que otros como Elerethe Renferal, que ayudaba a Naralex, que se encontraba a su lado.
Incluso en ese momento solo la Suma sacerdotisa y el Archidruida sabían quién sería. Ni
siquiera Broll y Shandris conocían la verdad.
Malfurion y Tyrande estaban preparados. Juntos, miraron hacia arriba.
La luz de Elune brilló más de repente sobre la pareja. Pero eso no era lo que
parecía llamar su atención.
Un gran batir de alas resonó en el cielo. Los asistentes, que entre sus miembros
contaban con Lucan, Hamuul y Thura, siguieron la complacida mirada de Malfurion y
Tyrande. El tauren miró hacia arriba con unos ojos que no solo brillaban con un fuerte
color dorado, sino que también tenían un especial tinte de color verde esmeralda en los
bordes; él también había dado tanto de sí para ayudar a guiar los esfuerzos de Malfurion
que había quedado marcado. Lucan, que ahora no era solo el alumno de Hamuul sino que
había sido nombrado recientemente cartógrafo jefe del Rey Varian de Ventormenta (a
quien Malfurion y Broll le habían contado muchas cosas sobre el papel de su súbdito en la
batalla), irradiaba placer ante la fantástica visión. Aunque provocó algunas miradas
horrorizadas, saludó con la mano como si viese a un amigo entre los gigantes que volaban
en círculos.
Dragones verdes y rojos llenaban el cielo sobre Darnassus.
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—Tranquilos —dijo Malfurion con calma antes de que se provocase el caos—. Han
venido como amigos e invitados...
La mayoría de los dragones se quedaron sobrevolando, pero los cuatro más grandes
descendieron. Los dos más pequeños y obviamente machos aterrizaron sobre algunas de
las ramas más grandes.
Una risita se le escapó al archimago Rhonin, que, junto con la pareja, reconoció al
dragón rojo. Su nombre era Korialstrasz y era el consorte jefe de Alexstrasza. Despertado
con el resto de los durmientes, había estado activo al restablecer la calma en Azeroth.
Pero para el trío y la compañera de Rhonin, Vereesa, también era el misterioso
mago Krasus. En cuanto a Rhonin, estaba muy claro por la expresión de Korialstrasz que
el dragón no hubiese querido perderse este importante momento por nada.
Y, naturalmente, Korialstrasz había llegado en compañía de su reina. Alexstrasza
estaba suspendida en el aire justo por encima de las columnas y, a su lado, no estaba otra
más que Ysera.
La dragona verde parecía cansada y más delgada. Su titánica tarea le había exigido
mucho. Pero también ella exhibía una tremenda expresión de orgullo, un orgullo dirigido a
Malfurion Stormrage.
Las dragonas se quedaron suspendidas en el aire un momento más y luego, ante los
asombrados ojos de los presentes, las dos leviatanes aterrizaron y se transformaron. Las
alas se encogieron, y sus cuerpos cambiaron. Las dragonas encogieron hasta tomar el
tamaño de elfos de la noche y formas semejantes a las suyas.
Alexstrasza se convirtió en una figura gloriosa llameante, tal como la habían
conocido Broll y los otros. Ysera no era menos asombrosa, aunque de un modo etéreo. Con
un delicado vestido de esmeralda, el rostro de la dragona era prácticamente el gemelo del
de la anterior, excepto que su piel era de un verde pálido y, como de costumbre tenía los
ojos cerrados.
Los dos Aspectos sonrieron a la Suma sacerdotisa y al Archidruida. Ysera tomó un
puesto cerca de Malfurion mientras que Alexstrasza se colocó junto a Tyrande.
—Nos sentimos honradas de que nos hayan pedido ser las que celebren la unión de
dos espíritus —entonaron al unísono—. Pero en realidad estos espíritus han sido uno desde
el principio...
Las dos hembras unieron las manos de la pareja y luego colocaron las suyas por
encima y debajo.
—Aunque esta ceremonia será breve, marcará para siempre la culminación de diez
mil años de amor, de destino —continuaron Alexstrasza e Ysera—. Que haya paz para esta
pareja que la ha traído para todos, que se han sacrificado por todos...
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La luz de la luna que caía sobre los novios brilló con más fuerza. Al mismo tiempo,
una hermosa aura carmesí brotó alrededor de Alexstrasza mientras que una de color
esmeralda lo hizo alrededor de Ysera.
Las auras se fundieron con la luz de la luna, bañando a la Suma sacerdotisa y al
Archidruida.
—Que nuestra bendición caiga sobre ti, Tyrande Whisperwind, Suma sacerdotisa
de Elune y gobernante de los elfos de la noche, y sobre ti, Malfurion Stormrage,
Archidruida y líder del Círculo Cenarion...
Ahora Malfurion y Tyrande brillaban espectacularmente. Su resplandor hubiese
sido cegador de no haber sido relajante para los presentes.
—¡Este es un día que quedará marcado en Azeroth! —Los Aspectos retiraron las
manos. La fantástica mezcla de auras y luz de luna siguió rodeando a los recién casados—.
¡Pero, sobre todo, es un día que esta pareja se ha ganado merecidamente! Tyrande
Whisperwind... Malfurion Stormrage… bendecimos esta unión y, como presente, también
haremos algo más en este glorioso día...
Las expresiones de los dos elfos de la noche indicaban que desconocían el
significado de esas palabras igual que el resto de los invitados. En respuesta, Ysera y
Alexstrasza hicieron un gesto en dirección a la vasta copa de Teldrassil.
—Este árbol nació sin nuestra bendición... Ha sido purificado por los druidas y
bendecido por una de nosotras, pero ahora celebraremos una bendición más especial... Que
ahora reciba a través de nosotras dos nuestras esperanzas para un mundo y un futuro del
que todos podamos enorgullecemos...
Siguiendo sus instrucciones, la pareja miró al centro de Teldrassil. Cada uno de los
Aspectos estiró un brazo en esa dirección. Malfurion y Tyrande sonrieron al entenderlo.
Desde las dos dragonas transformadas brotó una maravillosa luz que fluyó hacia el
Archidruida y la Suma sacerdotisa, y luego hacia el árbol.
Bañó toda la copa en un instante, se extendió a través de las ramas hacia el tronco y
rápidamente se perdió de vista. Lo que los asistentes podían ver se había fortalecido y
crecido. Nadie podía negar que Teldrassil era más fuerte y vivo.
El momento emocionó a Malfurion. Su pueblo, su mundo, estaban a salvo.
Teldrassil estaba purificado.
Sobre todo, al fin estaba con su amada.
Dentro de él creció una sensación de deber cumplido, el Archidruida sonrió.
Muchos de los presentes lanzaron gritos ahogados.
—¡Mal! —Dijo Tyrande—. ¿Qué estás haciendo?
De repente se dio cuenta de que estaba brillando y de que este resplandor ahora
tocaba a Teldrassil de un modo semejante al de la bendición de las dragonas.
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Tempestira
Los invitados miraban con asombro al ver cómo incluso el suelo bajo sus pies se
transformaba.
El fulgor que rodeaba a Malfurion se desvaneció, pero Teldrassil continuó
iluminado. En esa luz, sus hojas eran aún más frondosas que cuando Malfurion lo había
limpiado de la mancha de la Pesadilla. Unas enormes frutas multicolores crecían en las
ramas y, tras alcanzar un grosor semejante al de una manzana grande, empezaron a caer
suavemente. Los reunidos rieron con alegría al recoger la fruta y atreverse a probarla.
—¡Es como el néctar más dulce! —dijo Elerethe Renferal.
—Debo admitir que no hay nada como esto en Pico Nidal —rugió Falstad mientras
prácticamente se tragaba una de las dos que había recogido.
Tyrande probó una y también sonrió.
—Mal… esto es increíble...
Él la miró a los ojos.
—Esto se debe a ti...
Ella se sonrojó.
—Que su vida esté tan llena de vida como lo está Teldrassil ahora —les murmuró
Alexstrasza a los novios mientras ella e Ysera se apartaban.
—Nuestra presencia en esta celebración ha terminado. Felicidades, hijo mío —dijo
la señora del Sueño Esmeralda a Malfurion—. Sé digno de ella...
—Intentaré serlo siempre.
Ysera se puso más seria.
—Esto es solo el principio para ustedes... pero tú sobre todo, mi Malfurion, has
alcanzado una nueva etapa. Cuando haya tiempo... y digo cuando... tendrás que empezar
un complejo adiestramiento, uno con el que nadie más ha tenido que enfrentarse nunca.
—Estoy deseando empezar tus enseñanzas, oh magna...
El Aspecto ladeó la cabeza.
—Esto no es algo que yo pueda enseñarte... es algo que tienes que aprender tú
mismo. Has hecho lo que nadie, ni siquiera yo, puede hacer. —Tras una pausa, la dragona
añadió—: Pero estaré dispuesta a aconsejarte, aunque, si yo fuese Malfurion Stormrage, le
haría más caso a quien tengo a lado...
Malfurion le apretó la mano a Tyrande.
—Oh, lo haré.
Alexstrasza Ysera asintieron y sin más palabras se transformaron. Se elevaron en el
aire, de nuevo convertidas en grandes gigantes.
Los dos elfos de la noche se miraron el uno al otro. Tyrande asintió rápidamente.
A Ysera, el Archidruida le grito:
—Ysera... Oh, magna... ¡Te damos nuestras condolencias por el valiente Eranikus!
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Tempestira
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SOBRE EL AUTOR
Richard A. Knaak es un escritor superventas de la lista del New York Times, autor
de unas cuarenta novelas y numerosos relatos cortos para series como Warcraft, Diablo,
Dragonlance, Age of Conan y su propio Dragonrealm. Ha escrito varios mangas con la
editorial Tokyopop, incluyendo la trilogia superventas Sunwell y la trilogía de próxima
aparición Dragons of Outland. También ha escrito material de referencia para juegos. Sus
obras se han publicado por todo el mundo en muchos idiomas.
Entre sus obras recientes se incluyen Legends of the Dragonrealm, una
recopilación de las primeras tres novelas de su propia serie de fantasía épica Beastmaster;
Myth, un relato heroico que devuelve a sus raíces al personaje clásico del cine y la
televisión en una nueva aventura y The Gargoyle King, el tercero en su trilogía de Ogre
Titans para Dragonlance. Actualmente está trabajando en varios proyectos.
Divide su tiempo entre Chicago y Arkansas. Lo pueden visitar en su página web:
http://www.richardaknaak.com. Aunque no pueda responder a todos los correos
electrónicos, los lee. Únanse a su lista de correo para recibir anuncios de nuevas obras y
apariciones en público.
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