1.de Sal y Arena - .Escrito en Las - Elisabeth Deveraux
1.de Sal y Arena - .Escrito en Las - Elisabeth Deveraux
1.de Sal y Arena - .Escrito en Las - Elisabeth Deveraux
Y
Arena...
Elisabeth Deveraux
Sinopsis:
Ana es una mujer madre de familia con un don muy particular, que ha
escondido una buena parte de su vida. Por circunstancias familiares, se entera
de que su hija mayor, también tiene un don especial y eso la aterroriza.
Empieza a investigar en la historia familiar y descubre que descienden de un
linaje tan antiguo como el tiempo. Su vida se complica demasiado en un
momento en el que cree que el amor ha pasado, como su primera juventud.
Sara su amiga del alma, también se encuentra en una encrucijada y Ana
decide tomar cartas en el asunto, entre tanto descubre, que en su familia
pende una profecía que se remonta a miles de años. Su vida da un giro de
trescientos sesenta grados, obligándole a enfrentarse a fantasmas del pasado.
Una familia especial con dones especiales, se verán inmersos en una
trama escrita hace mucho tiempo y que les obligará a iniciar el viaje de sus
vidas. Forzadas a dar un salto de fe, se encontraran inmersas entre seres de
leyenda y libros mágicos que les hará replantearse creencias muy arraigadas.
Esta es la historia de unas mujeres que deberán enfrentarse al mayor reto de
sus vidas. Descubrirán que el amor no tiene edad. Descubrirán que son más
valientes de lo que creían. Pero sobre todo descubrirán, que la vida es un
viaje lleno de sorpresas.
Personajes de leyenda, mitos y fabulas, que creyeron, eran parte de una
historia perdida, cobraran fuerza, cambiando la realidad de sus vidas.
Un viaje de descubrimiento, escrito hace mucho tiempo, en las arenas
del tiempo…
Este es el primer volumen de una trilogía fantástica donde nada es lo que
parece. Una historia nacida en el mundo onírico donde todo es posible, donde
el misterio y la magia, tienen su propio reino.
Descubre a esta familia convirtiéndote en uno más de la saga. En una
inmersión que no te dejará indiferente.
Un viaje que empieza en un tren llamado destino…
La esencia de mujer en estado puro.
Índice:
Prólogo.
Primera parte:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Segunda parte:
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
PRÓLOGO:
Júlia salió con un par de compañeros, iba riendo de algo que estaban
contando. Ana se acercó lentamente, se sentía casi como una intrusa. Toda su
confianza cabía en ese momento en un vaso.
—Hola Júlia —dijo suave. Notó como se tensaba.
Júlia se giró a mirarla sin saber muy bien qué decir.
—Hola —dijo seca. No era el saludo del año que dijéramos.
—Pasaba por aquí y pensé que te apetecería ir a hacer un café —incluso
a ella le sonó falso. Los dos compañeros estaban escuchando y eso no
ayudaba.
—No tengo mucho tiempo yo...
—¡Hola! He escuchado mucho hablar de usted —dijo uno de los
compañeros interrumpiéndole —me llamo Daniel —se acercó y le tendió la
mano. Ella dudo un segundo pero aceptó devolviéndole el saludo.
—Hola, encantada. Yo Ana —miró a su hija que tenía el ceño fruncido y
apretaba la boca en un gesto que conocía muy bien.
—Si, lo sé. Júlia lo ha comentado alguna vez —dijo sonriéndole.
Era mayor, tendría alrededor de cuarenta años, alto, de espaldas amplias,
pelo entrecano y complexión atlética. Definitivamente era un hombre muy
atractivo.
El otro compañero se despidió y quedaron ellos tres mirándose por un
instante un tanto incómodo.
—Bueno, no quiero molestar, es evidente que tenéis cosas que hablar —
dijo con una sonrisa de circunstancias.
—Gracias, muy amable —murmuró Ana educadamente.
—No es necesario. Mamá si te parece te llamo y quedamos en otro
momento, es que tenía un compromiso anterior y no te esperaba...
—Júlia, no te preocupes, ya quedaremos en otro momento —dijo el tal
Daniel. Ana supo sin la menor duda, que ese hombre sabía algo sobre el
problema con su hija.
—Gracias Daniel. Eres muy amable, es importante lo que tengo que
hablar con mi hija —comentó con una sonrisa tensa.
—Para nada. Espero verla en otra ocasión. Me voy, nos vemos mañana
Júlia. Un placer conocerla Ana —dijo cortes. Ciertamente tenía una bonita
sonrisa.
Júlia apretó aún más si cabe los labios. Al paso que iba se arrugaría
como una uva pasa antes de los treinta.
Daniel se marchó y se quedaron las dos mirándose, incómodas.
—Mamá, te agradecería que cuando vengas a mí trabajo me avises. No
soy una niña pequeña y no me gusta que me manipulen —dijo tajante.
Ana observó a su hija, estaba distante y fría. No tendría que haber
dejado pasar una semana. Pero eso no era motivo para que fuera grosera.
Empezaba a notar como se caldeaba su propio carácter. Paciencia.
—No sabía que para hablar con mi hija tuviera que pedir audiencia —
dijo con voz neutra.
—¡No tenemos nada de qué hablar! Te dije que ya pasaría yo por casa
cuando estuviera preparada —se notaba que estaba conteniéndose. No le
había gustado que se presentara sin aviso. La miró pensativa. Había más.
—¿Sabes hija? Durante mucho tiempo tú has sido mi luz.
Probablemente no habría sobrevivido a estos dos últimos años sin tu ayuda.
Fui una cobarde y no me importaba nada ni nadie y eso incluía a mis hijos.
De alguna manera me he recuperado milagrosamente pero sé que no hubiera
sido posible sin ti. Me queda mucho que hacer y mucho tiempo que recuperar
pero nada me importa si no te tengo a mi lado.
Júlia la miraba con los ojos anegados de lágrimas sin derramar
—Necesito a mi niña. Necesito que me recuerde que parezco un
espantapájaros y que tengo que ir a la peluquería —dijo con un amago de
sonrisa —eres mi mejor parte nena...
Júlia seguía impertérrita. Parecía que estuvieran solas en la calle, ajenas
al ruido ambiental.
—Quiero que sepas que tengo y no sé cómo, un montón de problemas
que ni te imaginas. No tengo ni idea de como arreglarlo y se me ocurre que tú
tienes un don natural para organizarlo todo —dijo limpiándose rápidamente
las lágrimas que se escapaban de sus ojos sin querer —seguro que sin ti la
liaré parda. Cielo, soy capaz de salir a la calle con la ropa del revés y si me
preguntan les diré que es culpa tuya...
—¡Deja de decir tonterías! —dijo con un amago de sonrisa pero sonrisa
al fin y al cabo.
—No son tonterías. Y con calcetines de diferentes colores y zapatos
desparejos y...
—Ya lo he entendido. Eres tonta mamá —Ana tenía el corazón en un
puño deseando y temiendo al mismo tiempo hacer la pregunta.
—Júlia, tesoro... Si quieres hacer tu vida... Lo entenderé, Dios sabe que
me costará la vida pero lo entenderé y si tú me dejas, te ayudaré a todo lo que
necesites. Te lo prometo. Pero no me dejes —las lágrimas le resbalaban
silenciosas, no le importaba.
—¿Cómo me ayudas si no quieres que me vaya? Es una incongruencia.
—Porque vivir en la misma casa no es sinónimo de estar unidas. Y vivir
en otro sitio no quiere decir que no estés conmigo. ¿Lo entiendes? Quiero
recuperar a mi hija aunque viva en las antípodas. Pero por favor. ¡No me
cojas la palabra y te vayas a vivir a Australia!
Se sonrieron tímidamente.
Júlia suspiró y se limpió los ojos con cuidado de no estropearse el
maquillaje. Miró a su madre que parecía a punto de derrumbarse. Sentía el
corazón en un puño, sabía que había estado retrasando el momento, algo se
rompió dentro de ella cuando vio todas las cosas de su padre tiradas por el
salón sin cuidado. Como si fueran trastos viejos. La superó. Suspiró
mentalmente. Era hora de arreglar las cosas.
—Yo también te he echado de menos —dijo sonriendo tímidamente.
No dio tiempo de más. Ana la abrazó con fuerza.
—Creo que estamos dando un poco el espectáculo —comentó Júlia, al
cabo de unos momentos, aun abrazadas.
—No me importa —dijo Ana sonriendo, sentía el corazón más ligero —
pero que te pongas enferma y cojas un catarro sí que me importa. Anda,
vamos cielo.
Cruzaron la calle y rodearon parte del parque para ir a la cafetería.
Entraron de prisa apenas eran las seis de la tarde pero el frío intenso,
calaba los huesos.
Ana miró a su hija, con amor de madre. La melena rubia oscura con
reflejos cobrizos que lucía Júlia, era de anuncio, tenían los mismos ojos
verdes, salvo que los de su hija eran almendrados, confiriéndole un aire felino
y los suyos más bien redondos. Júlia tenía un perfecto rostro ovalado pero,
cuando sonreían se les marcaba a las dos los mismos hoyuelos. Alta y esbelta
con unas piernas larguísimas, era una mujer con una belleza natural que
llamaba la atención.
—Se ve muy agradable Daniel. Me ha dado muy buena impresión —
dijo de forma casual.
—Es mi jefe —dijo sin mirarla a los ojos.
—Ya. Me pareció entender que habías quedado con él para no sé qué.
Imagino que lo mal interpreté —Júlia la miró evasiva. Se le encendieron
luces rojas.
—Bueno... Pensábamos ir a comer algo... Teníamos unos temas
pendientes de trabajo, nada que no podamos resolver mañana.
—Entiendo —no pensaba añadir mucho más. No era el momento, los
puentes entre su hija y ella eran todavía muy débiles.
—Te dije hace ya un tiempo que el señor Freixas había muerto. Su hijo
estaba en otra delegación pero después del fallecimiento de su padre decidió
tomar las riendas de la empresa desde aquí —le explicó Júlia. Hablaba un
poco de prisa, la observó concentrada.
—Lo recuerdo vagamente, lo siento hija, al parecer no presté la debida
atención. Era un buen hombre, sé que le tenias un gran cariño —era cierto,
desde que entró en la empresa siendo estudiante en prácticas, habían tenido
una buena relación. El señor Freixas había sido el clásico caballero. Amable y
encantador.
—Si, lo cierto es que al principio lo eché de menos. Sigo guardando un
gran recuerdo de él.
—Entonces. ¿Su hijo no había estado nunca en esta delegación hasta que
su padre murió? De las veces que he venido, no recuerdo haberlo visto antes
—comentó de pasada.
—Sí que estaba por aquí pero de forma intermitente. Tenía sus
diferencias con su padre en cuanto la manera de dirigir el bufete. Decidió
hace ya unos años abrir otro en la ciudad, no lo ha tenido fácil pero con
trabajo duro ha conseguido hacerse un nombre —explicó efusiva. Se notaba
que lo admiraba.
—Es innegable que hacer lo que él ha hecho, tiene mérito —hizo una
pausa —no he podido dejar de notar que es un madurito muy atractivo. Tu tía
diría que está hecho un queso.
Júlia se sonrojó. Curioso.
—No me he fijado mucho —dijo Júlia evasiva.
—Cariño eres mujer y respiras. ¡Es imposible no verlo! Incluso yo soy
capaz de reconocerlo —Júlia estaba deseando dejar el tema.
—Supongo que tienes razón —reconoció con una mueca.
Ana hubiera jurado, que a su hija le atraía su jefe. ¡Madre mía! Era el
típico tópico.
—Mamá, te voy a ser muy sincera. Quiero volver a casa y quiero
arreglar nuestras diferencias pero también quiero que sepas que me buscaré
algo para irme a vivir por mi cuenta —dijo contundente. No quería que a su
madre le cupiera la menor duda al respecto.
Ana observó a su hija seria. La sensación de alivio la inundaba, se le
habían aflojado hasta los dedos de los pies. Sinceramente esperaba más
oposición por parte de Júlia pero su ángel de la guarda, había estado haciendo
horas extras. Se lo agradeció mentalmente.
—Me parece bien —dijo con voz controlada —entiendo que quieras
hacer tu vida. Tienes edad y lo entiendo... Si quieres después de navidades te
ayudo a buscar algún apartamento, tienes todo mi apoyo cielo.
Júlia dejó salir el aire que había estado conteniendo. No esperaba que su
madre aceptara mansamente.
—Me parece bien —dijo repitiendo las mismas palabras que su madre
—después de navidades me voy.
Ana asintió con una sonrisa beatífica.
—Tenemos una conversación pendiente. Si te parece mientras cenamos
podemos hablar —ofreció. Júlia no contestó.
—¿Tía Sara sigue en casa? —preguntó.
—Si, es un sol. No ha querido dejarme sola. En ocasiones tengo la
sensación de que me aprovecho de nuestra amistad
—Yo también la quiero mucho —dijo Júlia con cariño —bien, pues si
quieres nos vemos en casa. Tengo que pasar por casa de mi amiga a recoger
mis cosas —Ana asintió totalmente de acuerdo —y... Mamá, no pensaba
alargarlo mucho más... Necesitaba distancia para pensar. No quiero que te
quedes con la impresión de que tenías que venir a pedirme nada... Yo...
Estaba en proceso...
—Júlia cielo, no hay nada que yo no hiciera por ti o por tus hermanos.
¡No lo dudes! Iría al fin del mundo si con ello recupero a Alex. Por ti no haría
menos. Sois mi razón de vivir. Y que sepas que me costará acostumbrarme a
que hagas tu vida pero sé que es normal y si no hubieras roto con Dan, ya
hace mucho que estarías viviendo con él y... Qué curioso...
—¿El qué mamá? —preguntó extrañada.
—Que tú ex novio y tú nuevo jefe se llamen igual. Qué casualidad
¿verdad? —preguntó risueña.
—No veo porqué —contestó a la defensiva —hay muchos hombres que
se llaman igual y no por ello creo que es casualidad.
—Por supuesto cielo, sólo me ha venido de golpe la idea... No me hagas
mucho caso —sonrío restándole importancia.
—No pasa nada. Bueno pues me voy. Nos vemos en casa si te parece.
¿Quieres que te acerque? —se ofreció.
—Gracias cielo, pero he quedado con tía Sara. Después nos vemos —un
poco más y se le escapa que con quien había quedado era con su otra hija.
¡Dios, no tenía madera para urdir planes!
En una ocasión que su abuela vino de visita, la buscó y hablo con ella.
Por aquel entonces, ella ya no vivía con su madre, había tenido la genial idea
de irse con el chico malo de la película, el rebelde sin causa, su primer
marido. En aquella época, cualquier cosa le parecía mejor que vivir con su
progenitora. Su abuela se presentó en el apartamento que compartía con su ex
marido y le dijo que tenía que hablar con ella. Fue la conversación más
extraña de toda su vida.
Los recuerdos de aquel día, aún la perseguían.
SEGUNDA PARTE:
Capítulo V:
Llegaron a la estación. Era una tarde cálida de verano. Corría una brisa
fresca. Los árboles de la avenida por la que habían ido paseando tapaban con
sus copas los brillantes y cálidos rayos de sol dejando el paseo sombreado y
con una temperatura agradable
—¡Dame un beso Anita! —ordenó con su habitual tono —Recuerda que
esté donde esté te querré con toda mi alma y te protegeré todo lo que pueda.
No tengas miedo. Prométeme que harás lo que te he dicho.
—Te lo prometo abuela —dijo como una buena niña —no me has dicho
porqué la inscripción dice eso y qué tiene que ver conmigo.
Su abuela sonrió.
—No, no te lo he dicho. A su debido momento lo sabrás —dijo
abrazándola con cariño, reteniéndola contra sí —cuando aceptes quien eres y
lo que eres, sabrás qué tienes qué hacer. Será entonces cuando se desvele tu
destino y el de tu familia, hasta entonces, sólo recuerda mis palabras y ten
presente que te quiero con toda mi alma —su abuela la abrazó contra sí —
vete Anita.
—Adiós abuela. Te quiero —se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Adiós mi niña... yo también te quiero. Ahora vete.
Se fue con un nudo en la garganta. Se giró a mirarla. Su abuela seguía
allí, estática. Levantó el brazo despidiéndose en la distancia. Fue la última
vez que la vio. Casi treinta años después, la echaba de menos como el primer
día.
Pestañeó volviendo al presente. Hacía mucho tiempo de aquello. De
alguna manera siempre que pensaba en su abuela la embargaba una miríada
de emociones contradictorias, por una parte el amor por ella era indudable
pero por otra, sentía que de alguna manera le había fallado. Era consciente de
que nunca aceptó su sexto sentido y que seguía asustándose cuando veía
cosas. Se había cerrado en banda y como si de un ente vivo se tratara, eso
buscó otras vías de comunicación. Los sueños. Alguna vez se había
despertado sudorosa y con palpitaciones pero con los años había aprendido a
controlar sus reacciones al respecto. Su abuela la miraría con desaprobación
manifiesta, seguro. Bueno...algunas cosas iban a empezar a cambiar. De
alguna manera sabía que ese día que profetizó su abuela, había llegado.
Suspiró.
—Abuela, creo que empiezo a ver... en más de un sentido —dijo en voz
alta.
Inspiró profundamente, dándose ánimos. Cuando abriera la caja que
llevaba entre las manos, en más de un sentido sería como abrir la caja de
Pandora.
—¡Por fin! —exclamó Clara cuando la vió bajar las escaleras.
—¿Aún no ha llegado tú hermana? —preguntó mirando a su alrededor.
—No. Le he mandado un mensaje y me ha dicho que está en camino.
Tía Sara está en la cocina.
—¡Hola querida! —dijo Sara con dulzura —ya me ha dicho Clara que
habéis pedido pizza para cenar.
—Hola Sara. Sí, he pensado que así no nos liábamos preparando algo
para comer.
—Me parece bien.
En ese momento, se abrió la puerta principal.
—¡Júlia querida, qué alegría cielo! —dijo Sara abrazándola
efusivamente.
—Hola hermanita, yo también me alegro de verte —dijo Clara
abrazando también a su hermana.
—¡Hola a todas! Sólo hace una semana que me he ido, no un año —dijo
Júlia riendo, evidentemente conmovida por la calurosa acogida.
—¡Nos ha parecido mil años! —dijo Sara, exagerada como siempre.
Todas rieron como tontas. Júlia miró a su madre.
—Hola cielo, bienvenida a tu casa —dijo Ana acercándose y dándole un
abrazo con todo su corazón.
—Lo sé mamá.
—Es maravilloso volver a estar todas juntas —dijo Sara con un suspiro.
Ana llegó a su casa casi sin darse cuenta. Había estado conduciendo con
el piloto automático. Tenía la cabeza en otro sitio, había conseguido la
primera parte que se había propuesto, ahora tenía que trazar un plan para el
segundo acto. Si el primero había sido complicado el segundo la llevaba a la
tumba de cabeza.
Pensó en Júlia, los viernes plegaba al mediodía. Le dio vueltas a la idea
de hacerla participe del plan que estaba llevando a cabo. Había hecho la
promesa de no esconder nada de ahora en adelante. Además su hija tenía una
mente brillante. Seguro que se le ocurría algo. Ella para todo lo que fuera
urdir estratagemas, estaba quedándole claro como el agua que era una
perfecta inútil.
—¡Ya sé como averiguar algo sobre la procedencia del anillo! —fue el
saludo de su hija.
—Menos mal que no íbamos a tocar el tema hasta el fin de semana —
dijo Ana suspirando.
—Bueno... Es viernes. Se puede decir que ya “es fin de semana” —soltó
Júlia con una sonrisa traviesa.
Al parecer sus hijas habían aceptado infinitamente mejor el legado
familiar que ella misma. Claro que por otra parte no habían tenido una madre
como la suya, pensó torvamente.
—Ilumíname —soltó sarcástica.
—Cuando tú abuela te dio el anillo, no contábamos con las tecnologías
de hoy en día —un brillo emocionado brillaba en los ojos de su hija —pero
ahora con internet podemos descifrar casi cualquier cosa. Hacemos una foto a
la inscripción, la pasamos por el escáner y la introducimos en el ordenador...
Y ¡Voila! —Júlia no podía estar más satisfecha. Parecía un gatito ante un
enorme plato de crema.
—No se me había ocurrido —dijo pensativa —¿Crees que se puede
hacer eso? Quiero decir que el anillo es redondo... Ya me entiendes, hacer
una foto que se vea con claridad y todo eso...
—Se puede. En caso de que no sea así, tengo un par de opciones más
pero creo que no será necesario. ¿La cámara de fotos que le regalaste a papá
no la has donado, imagino? —preguntó Júlia mirando a su madre
atentamente.
—No. Las cosas de tú padre están en el garaje. Tú hermana las guardó
—explicó a su hija —nena, sólo hice lo que tendría que haber hecho hace dos
años —dijo apretándole la mano en un firme apretón —acepto que quizás no
hice las cosas de la forma más correcta. Pero no os haría eso ni a vosotras ni a
su recuerdo.
Júlia la miró contenida. Era evidente que seguía siendo un tema
delicado.
—Bien... Bueno, ya pasó...
—No Júlia, creo que es mejor que lo hablemos para que no se enquiste y
nos pase factura más adelante —dijo con firmeza —no puedo explicar con
lógica qué me pasó durante esos días. Sólo sé que necesitaba hacerlo en ese
momento. Era como si algo me hubiera poseído. Un día estaba apática y al
día siguiente, era como si me hubieran inyectado una dosis de adrenalina. No
puedo explicar lo que aún yo misma no alcanzó a entender.
Su hija asintió lentamente.
—Supongo que tener algunas capacidades especiales no quiere decir que
tengamos las respuestas para todo —concluyó con voz tranquila.
—Supongo. Tú tía dice que es un milagro pero ya sabes la vena que
tiene para el drama —dijo sonriendo con una mueca burlona —en mi
opinión... La muerte de mi madre fue una sacudida emocional más intensa de
lo que esperaba y activó un interruptor interno que llevaba mucho tiempo
apagado...
—Mamá eres humana. Creo que siempre te has juzgado con mucha más
dureza a ti misma de lo que los demás lo hemos hecho.
—Posiblemente. No es fácil asumir que la muerte de mi madre fue un
alivio —dijo dejando ver lo mucho que la atormentaba.
—¡Y ahora quién es dramática! No te alegras mamá. Te sentiste liberada
—Júlia le apretó la mano transmitiéndole todo su cariño.
Posiblemente tenía razón pero era complicado combatir los sentimientos
ambivalentes que le producía pensar en su progenitora.
—Mamá, no te tortures más. El porqué pasó no es lo importante, lo
importante es que pasó. ¿Lo entiendes? No le des más vueltas. Saliste de la
depresión en la que estabas envuelta con tú inimitable estilo. Eres una
extremista de libro. O todo o nada —dijo su hija en un intento de mitigar su
angustia —también tengo mi parte de responsabilidad en todo esto...
Se quedó mirando a su hija sin entender a qué se refería.
—No entiendo que quieres decir nena —su confusión era evidente.
Su hija suspiró y la miró a los ojos con infinita tristeza.
—Cuando murió papá, todas quedamos destrozadas, pero de alguna
manera... Hacerme cargo de algunas cosas, me producía cierto alivio... Tú
estabas hundida en la más absoluta miseria pero al cambiar el rol madre hija...
Me hacía sentir bien... Cuando de repente “volviste”… —Júlia se mesó los
cabellos con cierta ansiedad —Me venía bien que estuvieras mal... Me sentía
útil, necesitada y de alguna manera, es como si todo estuviera en su lugar
dentro de mí... Lo siento —dijo con abatimiento.
No tenía que haber sido fácil admitir eso. Sus hijas eran infinitamente
más valientes que ella, pensó. La inundó un sentimiento de humildad. No era
perfecta pero algo de lo que había hecho, lo había hecho bien. Sus hijos.
—¿Sabes nena? No existe una fórmula mágica para curar. Todas son
válidas. A ti te ayudó hacerte cargo de todo para no pensar, a mí refugiarme
en mi interior, a tú hermana alejarse para lamer sus heridas a solas... Las
recriminaciones no tienen lugar. Hemos salido más fortalecidas. Ese es el
mensaje con el que tenemos que quedarnos —miró a su hija con todo el amor
que sentía —creo que es hora de pasar página en más de un sentido —afirmó
con contundencia —no quiero decir que no podamos hablar sobre ello, por
supuesto que sí, pero en positivo. El tiempo de las recriminaciones y de las
culpas ha pasado.
La fuerza y la convicción se colaban en cada una de sus palabras.
Júlia asintió con gesto grave.
—Estoy de acuerdo —dijo inspirando con fuerza —no más
recriminaciones.
—Bien. Sólo una pregunta y cambiamos de tema —Júlia asintió
intrigada —si ya sabemos lo que dice la inscripción del anillo. ¿Por qué
quieres escanearla?
—Porque he leído que en función de los símbolos podemos saber el año
más o menos de su inscripción y en ocasiones hay como un sello que nos
indica el nombre de quien lo escribe. No perdemos nada por probar.
—Entiendo. Bien, ahora quiero hablarte de tu tía Sara y que me des tu
opinión.
—No hay problema.
—Nena, durante bastantes años fuiste un bichete de primera. Ahora que
las piezas empiezan a encajar, entiendo que te fueras volviendo más retraída.
Supongo que el miedo a tocar cosas te hizo más introvertida...
—No sólo me ocurre cuando toco cosas...
Ana se quedó de piedra.
—¿Qué quieres decir? —tenía miedo de la respuesta.
—Cuando toco a ciertas personas... Veo cosas que le han pasado...
Incluso siento sus pensamientos...
¡Madre del amor hermoso y de todos los Santos!
Esto era... ¡No tenía palabras!
—¿Con ciertas personas dices? —tenía miedo de saber la respuesta.
—Bueno... evito el contacto en la medida de lo posible.
—¡Madre mía! No sé qué decir...
—No te preocupes, lo entiendo…
—La que empieza a entender los cambios que se han ido operando en ti
soy yo —murmuró Ana mortalmente sería —no puedo ni imaginarme lo que
ha tenido que ser para ti todos estos años... te he fallado yo...
—¡No me has fallado! Si quieres buscar culpables volveremos a hablar
de tú madre. Mejor lo dejamos estar... Yo también podría haber intentado
explicártelo, pero no lo hice.
Ana pensó en su abuela.
La avisó de las repercusiones de no aceptar su legado. Empezaba a darse
cuenta de todo lo que ello implicaba.
—Te prometo que buscaremos respuestas.
¡No les volvería a fallar!
—Mira la parte positiva, ahora lo sabemos y tenemos un misterio que
resolver.
—Seguro —dijo pero se notaba a la legua que mentía como una bellaca.
Júlia se rió ante la cara de estupefacción que tenía su madre. Ella por su
parte, se sentía mucho más ligera, poder compartir su secreto, en cierto modo,
la había liberado.
—Bueno, cambiando de tema. ¿Qué me querías contar de tía Sara? —
preguntó interesada.
Por un momento, Ana no supo de qué le hablaba su hija. Era tal el
desasosiego que le embargaba que tenía serios problemas para asimilar un
cambio tan drástico de conversación.
—Bueno, tendría que explicarte algunas cosas sobre tú tía... No puedo
traicionar su confianza explicándote algunas pero... intentaré hacerlo lo mejor
que pueda.
Le contó todo sobre César y su implicación junto a la trama que habían
urdido ella y Clara.
—…Imagínate el show. Yo en plena crisis de pánico diciéndole que era
un ataque hormonal y él mirándome como si fuera una histérica ofreciéndose
a llamar a un médico.
Júlia se reía a carcajadas.
—Estoy pensando que podrías invitarlo a almorzar el domingo a casa.
Es amigo tuyo con lo cual tienes derecho, y estaremos todas allí para darte
apoyo moral.
Esa era la peor idea del mundo.
—Nena... te acabo de decir que tú tía está susceptible con el tema, saldrá
corriendo y habremos perdido la única oportunidad de unirlos. No puedo
contarte...
—Lo sé —acotó Júlia —se todo mamá o...al menos me hago una idea
general de lo que vivió tía Sara en su juventud. Te recuerdo que veo cosas.
Al parecer iba a ser uno de esos días que una no ganaba para sustos.
—Nena... cuando dices que sabes lo de tía Sara, exactamente ¿A qué te
refieres? —miedo le daba la respuesta.
Su hija la miró largamente.
—Se que tía Sara estuvo embarazada y sé porqué se quedó en estado.
También sé como lo perdió. Aún se lamenta por la pérdida del bebé.
Ana se sirvió una copa de vino que se bebió casi de un trago. Al final le
tendría que dar la razón a Sara. Empezaba a ser mayor para tanto ajetreo.
—¿Desde cuándo sabes lo de tu tía? —preguntó con voz cavernosa, ante
la divertida mirada de su hija.
—Más o menos... Hace unos siete u ocho años.
Respiró profundamente.
—¿Como pasó?
—Bueno... Es complicado. Cuando empecé a tener las visiones, a veces
eran imágenes inconexas... Conforme fui haciéndome adulta creo que de
alguna manera las visiones fueron siendo más claras, no sé explicarlo mejor.
Creo y esto es una opinión mía, que no veía hasta que emocionalmente no
estaba preparada.
Tenía sentido, pensó Ana. El Don, como lo llamaba su abuela, de alguna
manera tenía que saber cuando la persona estaba preparada. Claro que esa
línea de razonamiento, inevitablemente la conducía a darse cuenta que por el
mismo motivo, ella había tenido épocas de no ver nada.
—Imagino que jamás le referiste nada —dijo, pero era pura retórica.
Su hija hizo una mueca burlona.
—Hasta el otro día que hablamos, a la única persona que se lo había
dicho era a papá y... ya sabes la respuesta.
Ana había pensado mucho en esos días. Lo cierto es que le costaba
congraciarse con el conocimiento de saber que su marido no le contó nada
sobre su hija. Él sabía que ella “tenía” un sexto sentido, pero aún así decidió
no hacerla participe.
—Bueno, al parecer tendremos que acostumbrarnos a que incluso las
personas que más amamos, son tan imperfectos como nosotras mismas.
—Al final es así mamá, terminamos idealizando a nuestros seres
queridos y los juzgamos más duramente si cabe, cuando se equivocan. Somos
humanos. Papá era una maravillosa persona pero ciertamente tenía sus luces
y sus sombras.
—Totalmente de acuerdo —musitó con un suspiro.
Júlia asintió.
—Mamá ve a buscar el anillo, y yo voy a buscar la cámara de fotos de
papá. ¿Sabes en qué caja la guardó mi hermana?
Todo apuntaba que de una u otra forma hoy saldrían de dudas o al
menos lo intentarían.
—Etiquetó las cajas en función de lo que hay en su interior.
Cuando bajó su hija estaba trasteando con la cámara fotográfica.
—Está sin batería —dijo con gesto compujido. Ana no pudo reprimir
una sonrisa.
—Bueno, déjala cargando y de aquí a un rato la miramos.
—No queda otra.
Júlia la miró con obvia frustración.
—Ya que estamos hablado de confidencias, y a tenor de que ya sabes la
mayor parte de la vida de tú tía, te voy a contar algo de lo que me enteré la
semana pasada, me gustaría saber tú opinión.
—De acuerdo —dijo acomodándose en una silla y colocando los pies
encima de otra —espero que ya tengas el tema de los muebles del salón en
marcha, echo de menos tener un sofá como Dios manda.
—Pues estas destinada a sufrir una desilusión.
Júlia la miró socarrona.
—Sólo a ti se te ocurriría desmontar un salón en vísperas de Navidad y
sin tener un plan definido.
—Estoy segura de que todo se solucionara a su debido momento. Bien,
ahora escúchame, tú tía colabora desde hace muchos años con una asociación
que también es un centro de acogida...
Le explicó todo. No se dejó nada en el tintero. Acabó con ronquera de
tanto hablar.
La tarde fue cayendo lentamente, acompañando confidencias a la luz
mortecina del ocaso, los rincones en penumbra, fueron testigos mudos de
todo lo que allí se contó, cuando la oscuridad venció, encendieron la lámpara
que había encima de la mesa de la cocina alumbrando con su cálida luz toda
la estancia.
Se sumieron en un silencio cómodo. Júlia se había acomodado juntando
tres sillas. Había ido a buscar una pequeña manta y la tenía echada sobre las
piernas. Tenía la cabeza apoyada contra la pared con los ojos semi cerrados.
—Ya me dirás que estás pensando. Por favor que sea una solución al
tema de tu tía —rogó fervientemente.
Júlia sonrió sin moverse. Parecía como si fuera a dormirse de un
momento a otro.
—Si te duermes y te caes de la silla, me niego a sentirme responsable,
que lo sepas —advirtió.
—Tranquila, es materialmente imposible dormirse en estas malditas
sillas.
—Siempre podemos poner una manta en el salón delante de la chimenea
y tumbarnos allí —sugirió.
Júlia abrió un ojo para mirarla escéptica.
—¿También has vendido la alfombra?
—No, se la regalé a tu hermana —puntualizó —bien. ¿Qué opinas de
todo lo que te he contado? —preguntó.
—Estoy pensando. Por una parte creo que si tía Sara no acepta su
pasado, no aceptará lo de César por mucho que lo intentemos.
Júlia se quedó mirando a su hija esperando que añadiera algo más.
—Vale. ¿Y?
—Creo que la única alternativa posible es contarle a tía Sara que
“sabemos” que César es un buen tío y que es su media naranja.
—Bueno... No sabemos si es un buen tío. Se lo que he visto y lo que
sentí cuando tu tía me habló de él. Nada más.
—Por eso lo vamos a invitar a almorzar a casa y yo sabré si es un buen
tío. Tía Sara tiene que entender que tendría las garantías por las que
cualquiera pagaría una fortuna.
—¡Ni se te ocurra decir eso delante de tú hermana! Conociéndola como
la conozco, seguro que monta una agencia matrimonial o algo parecido.
Tiene una vena para los negocios muy mercenaria. Te lo digo yo que la
conozco.
Júlia rompió a reír con ganas.
—Tú ríete, pero antes de que te des cuenta te ha montado una
consultoría matrimonial. Acuérdate de lo que te digo. Y no necesito mis dotes
para saberlo —añadió cínicamente.
—Son casi las siete. Si te parece preparamos algo para cenar y las
invitamos.
—Tu hermana no sabe nada de nada de lo de tu tía —advirtió.
—Pues ya va siendo hora de que se entere —dijo cáustica.
Ana empezaba a darse cuenta, que iba a ser condenadamente difícil.
Sonó el teléfono móvil.
¡Era Cesar!
Se le secó la boca del ataque de nervios. Júlia se levantó rauda y le quitó
el móvil de las manos.
—¿Hola?... No, no soy Ana, soy su hija... Está duchándose y no puede
ponerse... Si, no hay problema... Me ha dicho que pensaba invitarte a
almorzar el domingo... Si... Sara estará también... Creemos que es la mejor
opción... No tranquilo no es una reunión familiar... Es algo más informal,
estamos pintando el salón... No gracias no es necesario... Te lo agradezco
pero... Bueno, si insistes, pero no te sientas obligado... Como quieras... Me
parece bien. Pues entonces nos vemos el domingo... Júlia... Encantada yo
también... De acuerdo. Si ahora te paso la ubicación... Seguro... Pues adiós.
Dejó el móvil sobre la repisa de mármol y se volvió a sentar tan
campante.
Júlia estaba adquiriendo más confianza en sí misma. Eso la alegraba,
decidió Ana, pero que tomara la iniciativa aún cuando sabía que ella se había
quedado bloqueada, le estaba costando de asimilar. De hecho le molestaba
sobremanera.
—¿Qué? ¿No me vas a decir qué te ha dicho? —preguntó picada.
—Ha aceptado la invitación y vendrá el domingo a almorzar, como le he
dicho que estamos pintando, se ha ofrecido a ayudarnos. Parece muy
agradable, incluso diría que encantador.
—Pues esta mañana me dio la sensación de estar sentada delante de un
depredador. Te aseguro que me las hizo pasar canutas —dijo bastante
molesta. Su hija la miró y sonriendo.
—Mamá no te enfades, pero no tienes mucha experiencia con hombres,
cualquiera que te diga más de dos palabras seguidas te hace sentir
amenazada. Pero en mi opinión, me ha parecido un buen tipo.
Ana no estaba para nada de acuerdo con su hija pero se limitó a negar
con la cabeza. Esto iba a ser un desastre.
—No he comprado la pintura ni nada de nada.
—Pues ningún momento mejor que el presente.
Se estaba sintiendo manejada.
—¿Y la cena?
—Pues... pasamos por ese italiano que tanto os gusta a tía Sara y a ti y
cogemos algo.
Esa idea le levantó el ánimo. Los panecillos de ajo y especias, eran su
debilidad.
—Me has convencido, pero que sepas que básicamente es por
agotamiento.
Júlia se rió con ganas.
A tenor de los acontecimientos, ese fin de semana pintarían el salón,
descifrarían un mensaje escrito hacia miles de años, invitarían a César y
estallaría el pandemónium.
Capítulo VII:
—Bien, que sepáis que estoy impaciente por ver si podemos descifrar
algo más de la inscripción —comentó Clara ansiosa. Sentándose a la mesa.
—Yo también. Pero mamá no me ha dejado hacer nada hasta que
estuviéramos todas —dijo Júlia con cierto reproche.
—Y me parece bien —murmuró su hermana asintiendo satisfecha.
Cenaron deprisa. Sin hacerle justicia a la deliciosa comida de Don
Giovanni. Estaba claro que la expectación, las tenía excitadas.
Ana se levantó temprano, tendría que haberse tomado algo para dormir,
pensó haciendo una mueca. Siempre que se ponía nerviosa por algo, daba
igual el motivo, dormía poco y de forma intermitente. Curiosamente no
estaba cansada, al contrario, se sentía llena de energía. Al parecer, le iban las
emociones fuertes. Una sonrisa torcida, cinceló su boca, en un gesto pleno de
auto burla.
Con una taza de café humeante se acercó a la ventana de la cocina.
Apenas eran las seis y poco de la mañana, prácticamente todavía era de
noche. El cielo estaba raso, observó las estrellas brillar en el firmamento.
Siempre la inundaba una sensación de paz, contemplar el bello manto
luminiscente. El silencio roto por algún sonido propio de la noche, era un
bálsamo para las emociones que sentía a flor de piel. No había comentado a
nadie, la sensación que desde hacía unos días persistía cada vez con mayor
fuerza. Era algo parecido a la calma que precede a la tormenta. Sabía que
algo iba a pasar. No se le escapaba la ironía. Mientras ignoró con toda su
alma, su Don, lo hizo pensando que era lo mejor para su familia. Ahora lo
buscaba e incluso lo invocaba, por el mismo motivo.
La fuerza nacía de la necesidad de proteger a los suyos. No había poder
más grande en el universo, que el amor de una madre hacia sus hijos.
—¿Qué haces levantada tan temprano? —Ana soltó un grito lo
suficientemente alto, como para despertar a toda la vecindad. Júlia gritó a su
vez —¡Jolín mamá! —dijo llevándose la mano al pecho —Un poco más y me
matas.
—¿Un poco más y te mato dices? ¡Yo casi muero! Se me ha escapado el
corazón por la garganta huyendo despavorido...
Júlia la miró un momento sería como un juez y al momento rompió a
reír con ganas.
—Pensé que me habías escuchado bajar las escaleras —dijo limpiándose
las lágrimas de tanto reír.
—Al parecer, no —dijo desabrida —¿Se puede saber qué haces tan
pronto levantada?
—Fui a buscarte a tú habitación para hablar contigo de tía Sara, antes de
que se despertara. Se nos acaba el tiempo y habrá que hablar con ella, digo
yo.
Recuperándose del monumental susto. Reflexionó sobre su amiga. Ana
sabía que su hija tenía razón, pero no sabía como abordar el tema. Mientras
tanto Júlia se dirigió a la cafetera a prepararse un café.
—Bueno, no soy una experta en relaciones personales —comentó Júlia
haciendo una mueca —en eso la experta es Clara, pero no obstante, sugiero
ser lo más verticales posibles... Habida cuenta de que mañana vendrá César a
almorzar...
Ana resopló con un gesto nada femenino.
—Te recuerdo que en eso, te puedes atribuir todo el mérito. ¡Bonita! —
dijo mordaz.
—Tú fuiste a hablar con él y tenías pensado invitarlo y...
—Tenía pensado concertar una cita entre ellos. ¡No invitarlo a mi casa!
—dijo levantando el tono.
Júlia la miró desde el otro extremo de la cocina, con el ceño fruncido.
—Eso... Son matices —Ana levantó los brazos al cielo en muda plegaria
pidiendo paciencia —lo que importa ahora es cómo vamos a decírselo.
—Me parece bien. Si quieres ahora cuando baje tu tía, le dices que sabes
tooooda su vida gracias a la psicometría y que no es para tanto, qué si eso, lo
supere lo más tardar en digamos veinticuatro horas porque mañana el hombre
de su vida viene a comer. ¡Tienes mi beneplácito! —dijo sarcástica.
—No es necesario...
¡Sara estaba en la puerta! ¡Madre del amor hermoso!
Se iba a liar parda y aún no eran ni las siete de la mañana. ¡Por el amor
de Dios! Necesitaba un día, sólo un día de paz. Rogó Ana mentalmente. ¿Era
tanto pedir? Al parecer, sí.
—Sara cielo...
—¡No empieces con Sara cielo! Estáis hablando de mí. ¡Actuando a mis
espaldas! Ahora no me vengas con “Sara cielo “porque soy muy capaz de
estrangularte. ¡A las dos! —dijo abarcando con la mirada también a su
sobrina.
Ana se quedó un momento sin saber qué decir.
Júlia por su parte, le dio el café qué había preparado para ella a su tía y
se dispuso a hacerse otro para ella. Al menos mientras tanto, tenía algo que
hacer.
Sara no sabía qué hacer, había cogido el café, por pura inercia. Pero de
lo único que tenía ganas, era de salir corriendo y no parar.
El silencio sólo era roto por el sonido de la cafetera al ponerse en
marcha.
—Siempre he dicho que esa cafetera hace un ruido horrible —dijo con
voz neutra.
Ana miró a su amiga sorprendida. Se esperaba cualquier cosa, salvo eso.
—Lo sé, pero hace un gran café —dijo en el mismo tono.
—En este momento me apetece estrellarte la taza en la cabeza —su voz,
no podía ser más suave.
Después del brote del otro día, Ana la creía capaz de cualquier cosa.
Empezó a mirarla con cierta desconfianza.
—Sería una pena desperdiciar un buen café tía —dijo Júlia con
indiferencia. Si con eso, pretendía ayudar, Ana no lo tenía muy claro.
—Claro, que por otra parte arrancarte la lengua y hacer que después te la
tragues, suena infinitamente mejor —continuó como si Júlia no la hubiera
interrumpido.
Ana se removió en su asiento cada vez más intranquila. Que hiciera esos
comentarios tan tranquila seguro que no era bueno...al menos para su
integridad física.
—Sara, si nos dejas explicarte, seguro que no lo ves tan negro...
—¡Oh! ¿Entonces lo he entendido mal? —preguntó con gesto exagerado
de fingida sorpresa —¿No es cierto que Júlia sabe que fui puta? O ¿A lo
mejor no sabe que gracias a eso no puedo tener una relación estable con
nadie? O mejor aún ¿Qué conocí a un hombre maravilloso pero al que mandé
a paseo para evitar que me mire con asco si se llegara a enterar algún día? —
esto último lo grito con todas sus fuerzas. Incluso Júlia se encogió ante la
furia de su tía.
Estrelló la taza con café y todo contra la pared del fondo. Tanto Ana
como Júlia, dieron un brinco ante el estallido. Ana se quedó mirando la pared
y pensó resignada, que al parecer, también pintarían la cocina.
Sara abrió los ojos con horror, ante su propia reacción, no lo había hecho
a conciencia, su cara lo decía todo. Se giró de prisa con la intención de salir
huyendo. Ana se levantó rápida de su silla y la sujetó por la espalda. Su hija,
tuvo la misma idea y se lanzó sobre su tía, de poco acaban las tres tiradas en
el suelo.
—¡Soltarme! —gritó Sara como una posesa —¡Os odio, Dios mío, como
os odio! —masculló con los dientes apretados. Se contorsionaba como una
loca. Al final se cayeron. Cierto que fue casi a cámara lenta, pero
irremediablemente acabaron por los suelos —¡Maldita seáis! ¡Ojalá no os
hubiera conocido jamás! ¡Os odio con todas mis fuerzas! —gritaba con
expresión sanguinaria. Ana se encaramó encima de su amiga sujetándole los
brazos. Para ser de complexión más baja, estaba teniendo serios problemas
para controlarla.
—¡Agárrale los brazos por encima de la cabeza! —dijo levantando la
voz para que su hija la escuchara. Sara estaba gritando como una posesa y era
complicado. Júlia obedeció sin vacilar.
Después de unos minutos, Sara empezó a quedarse sin fuerzas. Lloraba
pero la furia asesina parecía que iba remitiendo. Estaban las tres sudando
como si hubieran corrido la maratón. El esfuerzo no sólo había dejado
exhausta a Sara. Ana se planteó seriamente, estrellarle algo en la cabeza a su
amiga con intención de noquearla, en caso de que le diera otro ataque. No
tenía ánimos ni de correr para salvar su propia vida.
—¡Por fin! —exclamó Júlia aliviada cuando notó que su tía ya no
forcejeaba. La miró con infinita pena al ver su cara de sufrimiento —tía
tranquila, no te preocupes... Es normal, no pasa nada... Mamá y yo te
queremos y no te vamos a dejar jamás.
—Eso no es un consuelo... Es un castigo —pontificó Sara. Júlia
compuso una mueca de dolor.
—Sara escucháme —dijo Ana mirando fijamente a su amiga —te juro
que si te tengo que atar a una silla, estoy más que a la altura de la labor.
Ana notó como su hija la miraba sorprendida.
—No estoy bromeando Sara —vio como su amiga cerraba los ojos,
lágrimas silenciosas le resbalaban por las sienes.
Sara asintió lentamente sin abrir los ojos. Ana la soltó sin quitarle la
vista de encima. Al final le tendió la mano a su amiga en un gesto de paz.
Sara se quedó mirando la mano unos instantes, finalmente la aceptó. Cuando
se puso en pie, se miraron fijamente, sin decir palabra.
En un sólo movimiento, Ana abrazó a su amiga con toda sus fuerzas.
Júlia estaba impactada. Obviamente, la conmoción de la escena, escapaba a
su experiencia de vida, no se esperaba ese despliegue de emociones y desde
luego no estaba preparada para ver perder el control de una forma tan
visceral, a su tía.
Sara por su parte, rompió a llorar desconsoladamente. Era desgarrador
escuchar sus sollozos.
—Ya... Ya... Sssshhh... Ya... Tranquila nena... Tranquila... No pasa
nada... —no la soltó. Ana sintió como Sara le estaba empapando el cuello, no
importaba. Mejor que dejara salir todo lo que atenazaba su interior. Ya habría
tiempo. Tiempo para llorar, tiempo para curar...
Después de lo que pareció una eternidad, empezó a remitir la vorágine
emocional que tenía a Sara desmadejada. Ana le ayudó a sentarse en una
silla, hizo un gesto a su hija vocalizando la palabra “infusión “Júlia asintió
entendiendo. Se dejó caer en la silla de enfrente, sin dejar de mirar a su
amiga. Se pasó las manos por el pelo, la goma con la que se lo había sujetado,
se le había caído durante el altercado. Estaba convencida de que tenía que
tener pinta de loca.
Júlia se acercó con la infusión.
Sara tenía la mirada perdida. Parecía una muñeca rota. Ana pensó, que
lo vivido hacía un momento, era similar a su experiencia personal cuando
tuvo íntima relación con un whisky de veinticinco años. El torrente
emocional no conocía caminos, se abría paso por sí sólo hacia el exterior
inundando todo a su paso.
—Sara, entiendo como te sientes... Sé que no es fácil plantarle cara a
nuestros miedos.
Sara seguía sorbiendo su infusión como si fuera la cosa más importante
del mundo.
—Tía Sara... Hace mucho tiempo que sé lo que te pasó —Sara levantó la
vista y miró a su sobrina con angustia —jamás te he tratado de forma
diferente, al contrario, te quiero más si cabe —Júlia se sentó más cerca de su
tía pero sin tocarla —fue muy duro para ti perder al bebé... de alguna
manera... Te culpas porque crees que podrías haber hecho algo... No podías
tía, te sientes responsable pero no estaba en tus manos... Fuiste una víctima...
Igual que tu pequeño —lágrimas silenciosas resbalaban por las mejillas de
Sara —sé que no puedes tener hijos por la atrocidad que te hicieron, siempre
has deseado ser madre... Con todas tus fuerzas... Por eso ayudas a todas esas
mujeres... Para darles la oportunidad que a ti te negaron. Eres una gran mujer,
una gran y maravillosa mujer
A esas alturas, Ana estaba llorando como una magdalena, las palabras de
su hija, habían calado hasta su mismísima alma. Si Sara no reaccionaba con
eso, no sabía qué narices podía decir ella.
Sara por su parte estaba desbordada, sentía tanto que no sabía si
resistiría. Cuando bajó las escaleras y las escuchó hablar, de pronto fue como
si el suelo se abriera, la sensación de perder pie la sobrecogió, no se sintió tan
desnuda, tan vulnerable, desde que despertó en el hospital aquella mañana de
hacía mucho tiempo. Se había ido envolviendo poco a poco en tantas capas,
para evitar aquella horrible sensación, que de pronto, sentirse expuesta la
superó.
—Creo tía... Que tienes una oportunidad para aceptar por fin tu pasado.
Sé que no es fácil, pero nosotras estaremos a cada paso que des. No te
niegues la oportunidad de ser feliz... Por favor tía...
—Eso está muy bien —dijo Ana con contundencia interrumpiendo a su
hija —pero sobre todo nena, no pidas perdón. ¡Fuiste una víctima! Sufriste y
pagaste y sabe Dios que no te merecías todo aquello. No vivas de rodillas
Sara, no te hagas eso a ti misma.
Dos pares de ojos la miraron con diferentes grados de sorpresa. Todo lo
que decía Júlia era cierto, pero Sara necesitaba además de todas esas palabras,
recuperar su orgullo, su autoestima. Revolcarse en el pasado no traía nada
bueno, Ana lo sabía muy bien.
Una sonrisa tímida asomó en el rostro de su amiga.
—Sólo a ti, en uno de los peores momentos de mi vida, se te ocurriría
darme órdenes —dijo con un deje irónico.
Ana hizo una mueca burlona.
—No sé hablar tan bien como mi hija. Pero sí sé lo que es mejor para
todo el mundo —anunció sin fingir falsa modestia.
Tanto Júlia como Sara la miraron con franco estupor.
—¿Es una advertencia amiga? —dijo Sara con suspicacia.
Ana se balanceó sobre las puntas de sus pies, mirándola con
detenimiento, estaba claro que estaba sopesando decirle algo más.
—Mañana vendrá a almorzar César. Tienes una oportunidad. No volveré
a inmiscuirme en tus asuntos, ni aun sabiendo que tengo más razón que un
santo. Si decides volver a mandarlo a paseo, no pondré objeciones al
respecto, pero creo que será la peor decisión que tomarás.
Sara no sabía qué decir. Era demasiada información. No tenía capacidad
para procesarla toda. ¡Necesitaba tiempo!
—¡Hombre! Dije que había que ser vertical, pero... ¿Crees que hacía
falta decirlo así? —dijo Júlia frunciendo el ceño.
—Pues a lo mejor no, pero como alguien que yo me sé, invitó al tal
César, no nos queda mucho tiempo para sutilezas —soltó mordaz.
Sara miró a una y a otra.
—¿Como sabes que... César es? —no podía ni formular la pregunta.
—Imagino que te haces una idea —dijo con ironía. Su hija chasqueó la
lengua dejando claro lo que pensaba —Sara, no te diré nada de lo que vi. Si
decides conocerlo y tener una relación con él, perfecto, y si decides lo
contrario también perfecto. No pienso inclinar la balanza diciéndote nada
más. Bastante me he inmiscuido ya. Seguro que mis antepasadas no pensaban
que usara mi “herencia” para hacer de casamentera —terminó diciendo un
poco enfadada con todo.
Júlia miró a su madre sorprendida, pensaba que le diría que la la había
visto con César y que sabía que era su media naranja. Por el contrario, se lo
insinúo con su injerencia pero poco más. Después de meditarlo, vio la
sabiduría de sus actos. El derecho a decidir.
Sara miró a su amiga, como un náufrago a una tabla de salvación.
Cuando más necesitaba que le dijera qué hacer, cosa que por otra parte, era la
especialidad de Ana, esta había decidido no hacerlo. Parecía una broma
grotesca. Podía recordar cientos de veces, donde ella había tenido que decirle
que no podía imponer su voluntad a los demás y ahora cuando más la
necesitaba, se le ocurriría hacerle caso. Era para morirse de risa si no fuera
por la patética situación en la que se encontraba.
—Creo que sería bueno ir a vestirse —dijo Ana mirando el reloj que
había colgado en una de las paredes de la cocina —no creo que tarden en
llegar Clara y Sergio —estaban todas en pijama. Ella por su parte, necesitaba
una ducha como el comer, se sentía pegajosa.
—Mamá...al igual podemos dejar el tema de la pintura para otro día.
—¡Al contrario! Creo que es lo que necesitamos. Es una manera de
canalizar toda esa energía que...al parecer tenemos en exceso —miró a su
amiga con toda intención. Sara por su parte no parecía darse por aludida.
—Creo que si no os importa, me voy a mi casa... Necesito estar a solas.
—¡Para nada! —exclamó Ana con firmeza —necesitas empezar a
plantar cara no esconderte para lamer tus heridas.
—¡Soy yo la que decido “qué necesito”! —dijo Sara recobrando a ojos
vista su temperamento.
—Al parecer, no sabes una mi...
—¡Mamá!
La mirada de reprobación de Júlia no tenía precio. Ana se mesó los
cabellos en un gesto suyo muy típico. ¡Entendía a Sara! Pero no podía darle
tiempo para que volviera a parapetarse detrás de su armadura otra vez. Era
ahora o nunca. Tenía que forzar un poco más la situación. Esperaba estar
haciendo lo correcto, porque se iba a jugar su amistad.
—Sara ¡Mírame! —su voz firme restalló en la estancia —sí sales por esa
puerta, estarás diciendo adiós a una relación de más de veinticinco años.
Perderás a la única familia que tienes. Piénsalo... Porque una vez que des el
paso... No habrá marcha atrás.
—No puedes decirlo en serio...
—Totalmente.
—Mamá creo...
—¡No te metas Júlia! —ordenó tajante, rezando para que por una vez, su
hija le hiciera caso. Era mucho lo que se estaba jugando.
—Ana... No me encuentro preparada para... Enfrentarme a todos... Me
siento incluso, físicamente mal —dijo con tono lastimero.
—Sara... Ve a ducharte y te vistes, tómate un par de aspirinas, incluso si
quieres fúmate un piti pero no vas a salir huyendo... Si lo haces, le diré a
Clara... Todo —dijo sería como un juez.
—¡No te atreverías! —Sara la miró con furia asesina. Eso era bueno. La
prefería guerrera mil veces que hundida en la miseria.
—¡Ponme a prueba y veras! —dijo dando una vuelta más de rosca.
—Ana, te juro que si lo haces no te perdonaré jamás —amenazó Sara
con los dientes apretados.
Se quedó mirando a su amiga ladeando un poco la cabeza en un gesto de
profunda concentración. Sara por su parte, empezó a ponerse nerviosa,
conocía a su amiga y la creía capaz de todo, además, cuando hacía ese gesto,
significaba que estaba meditando su próxima jugada. Era una experta en
conseguir que los demás hicieran lo que ella quisiera.
—¿Sabes? —dijo Ana con voz meditabunda —creo que tienes razón —
Sara entrecerró los ojos con evidente sospecha —no soy yo la que tiene que
contarle a Clara nada respecto a tu pasado. Entiendo que ese honor te
corresponde sólo a ti...
—¡No pienso contarle nada de nada a Clara! —dijo casi gritando. ¡Sabía
que estaba pensando en algo! Pero esta vez se equivocaba si creía que la
manejaría a su antojo.
Ana por su parte, se tomó su tiempo en contestar. En todo momento no
rompió el contacto visual con su amiga.
—Como tú digas —acepto mansamente. Ahora sí que estaba alerta Sara
—somos todas una familia, conoces nuestros secretos más profundos...
Nosotras —hizo un gesto con la mano abarcando a su hija y a ella misma —
sabemos los tuyos. Pero la única que no sabe nada es Clara. Sí alguna vez se
entera, de que su madrina, la mujer que más admira, no confió en ella...
Posiblemente no te perdone jamás... Lo vivirá como una traición. Creerá que
no confiaste en ella lo suficiente. Entiendo qué esa decisión, es enteramente
tuya.
Sara sintió cada palabra como un puñal. Amaba a su sobrina con toda su
alma. Era la hija que nunca tuvo. Los quería a todos pero Clara era especial,
era su pequeña, no había nada que no hiciera por ella... Y Ana lo sabía.
¡Maldita fuera su estampa!
—¡Eres una maldita hija de puta! —siseó Sara con virulencia.
—Posiblemente —aceptó Ana con elegancia. Su porte decía claramente
que no iba a retroceder ni un ápice.
—¡Te pareces a la arpía de tú madre más de lo que imaginas! —escupió
venenosa.
Júlia las miraba dé hito en hito.
—Posiblemente también tengas razón en eso —dijo con tranquilidad —
Bien. Como he dicho, me voy a duchar y a adecentarme un poco, os sugiero
que hagáis lo mismo.
Estaba todo dicho. Ana salió de la cocina con toda tranquilidad. Cuando
llegó a las escaleras, se cogió al pasamano con fuerza. ¡Le temblaban hasta
las pestañas! Había mantenido las manos dentro de los bolsillos, para que no
vieran como le temblaban. Le había costado la vida decirle todo aquello a su
amiga pero alguien tenía que hacerlo. Ahora ya no podía hacer nada más. La
decisión le correspondía a Sara.
—Tía Sara... No creo que mi madre haga lo que ha dicho —dijo Júlia
intentando suavizar la situación —además, se equivoca, Clara jamás te lo
tendría en cuenta, si no quieres contarle nada, por mi parte jamás lo sabrá...
Te lo prometo tía —Júlia la miraba profundamente afectada.
Sara suspiró cansada, se sabía vencida. Ana la conocía mejor que nadie.
Sabía exactamente dónde golpear... Y con la precisión de un cirujano,
arremetió con fuerza.
—Creo... Que será mejor que vayamos a vestirnos... Tú hermana no
tardará en llegar —dijo evitando contestar.
Júlia por su parte la miró sin saber qué decir. Estaba molesta con su
madre por todo lo que le había dicho a su tía, había sido muy dura y estaba
claro, al menos para ella, que le había hecho daño gratuitamente. Después del
enfrentamiento, arrinconarla de esa manera le pareció el gesto más vil y más
carente de compasión que había presenciado jamás. No conocía esa faceta de
su progenitora y la había sorprendido desagradablemente. Tenía intención de
decírselo. Quería a su tía y le partía el corazón verla tan hundida.
—Como quieras tía —dijo suavemente.
Subieron en silencio la escalera y se dirigieron a sus respectivos
dormitorios.
Júlia se vistió deprisa. Tenía pensado decirle un par de verdades a su
queridísima madre.
—¡Ha sido una canallada por tu parte decirle todo eso a tía Sara! —dijo
cerrando la puerta del dormitorio tras de sí —¡No tenías derecho a ponerla
contra las cuerdas!
Ana por su parte, terminó de atarse las zapatillas de deporte con
parsimonia. Para un observador avezado, era claro que estaba intentando
ganar tiempo.
—¿Sabes hija? Creo que entiendo mejor que tú misma como te sientes.
Pero he hecho lo que creo, tenía que hacer —dijo con voz neutral.
—¿Eso crees? Pues ¡Sólo lo crees tú! Tía Sara se ha ido a su cuarto
destrozada. Jamás he visto a nadie tan hundido como a ella. ¿En serio crees
que era necesario, después de todo por lo que ha pasado? —preguntó Júlia
con incredulidad.
—Sí. Creo que era necesario. Respetaré su decisión pero ruego
encarecidamente que encuentre el valor necesario para tomar las riendas de
su vida y combatir los demonios que habitan en su interior.
—Mamá... ¿Y si no quiere luchar? Hay personas que viven toda su vida
en un área pequeña y son felices. Que tú veas las cosas de esa manera no
significa necesariamente que sea así. Ni que estés en posesión de la verdad
más absoluta —el tono recriminatorio estaba implícito.
—Cuando hace un par de semanas, tu tía me pidió que la acompañara a
comprarse un vestido para su cita con César, parecía una niña la mañana de
Navidad. Cuando me llevó a la asociación, estaba orgullosa —hizo una pausa
para que su hija asimilase sus palabras —tú tía no se cree merecedora de un
premio a su labor y por supuesto no quiere ir a recogerlo porque tendría que
anunciar públicamente que también fue una de ellas. No quiere tener nada
que ver con César porque el pánico a que descubra su pasado la supera. No
hace una cosa u otra por convicción sino por miedo, eso es lo que marca la
diferencia.
—No lo había visto de esa manera —dijo Júlia asimilando todo cuanto
estaba escuchando.
—No obstante, quiero que sepas, que jamás empujaría ni a ella ni a
nadie, a una situación para la que no esté preparada. Es cierto que la he
puesto contra las cuerdas, pero Sara me conoce muy bien.
Júlia asintió no muy convencida, entendía que le faltaba experiencia en
la vida para reconocer situaciones límite y actuar en consecuencia.
—Anda, vamos, aún tenemos que recoger el desastre de la cocina, antes
de que llegue tú hermana.
—Tienes razón —dijo Júlia suspirando —a veces la vida es muy
complicada mamá.
Ana sonrió con cierta melancolía.
—Bueno, tienes que ver la parte positiva —dijo con ironía —somos
muchas cosas pero aburridas no es una de ellas —añadió guiñándole un ojo.
Su hija soltó una risilla triste, pero sonrisa al fin y al cabo.
Hacía mucho que se sentía atraído por Ana, al principio sólo sabía que
se sentía cómodo trabajando con ella, su humor negro y su sagacidad, le
divertían. Más tarde empezó a percatarse de detalles. Un nuevo peinado, el
cambio de perfume. La inteligencia y la rapidez mental, eran rasgos que
admiraba. Fue algo paulatino, lo pilló desprevenido. Después de la muerte de
su marido, esperó un tiempo prudencial para acercarse pero ella no era
consciente de su presencia. Lo saludaba con indiferencia. Los intentos de
entablar conversación durante el último año, habían vapuleado su orgullo.
Verla esa mañana tan nerviosa a causa de su presencia le robó varios
puntos de confianza. Llegó a la conclusión de que sólo veía a un superior
cuando lo miraba. Decidió no seguir intentando que viera al hombre. Cuando
se la encontró por casualidad en la panadería, se le paró el corazón por un
segundo. Poder sentarse con ella, entablar una conversación normal, le
pareció un regalo. Notó el momento exacto en que lo vio como a un hombre.
Se le dilataron las pupilas y la boca se le entreabrió lo justo para formar una
O casi perfecta. Estuvo a punto de saltar de la silla. Se sintió un hombre al
menos diez años más joven. La cara de Ana era un poema. Tenía un rostro
muy expresivo. No sabía si se sentía atraída por él. Esperaba que sí. Cuando
la besó para despedirse, notó que estaba receptiva.Cuando sus alientos se
mezclaron, sintió una erección tan intensa que lo pilló desprevenido. Sabía
que tenía que ir despacio. Por nada del mundo quería asustarla. Pensó no con
cierta ironía, que a su edad no se veía dándose duchas frías. Se sonrió con una
mueca burlona. Hacía un frío de mil demonios pero él sentía un agradable
calorcillo que lo entibiaba.
Había leído un artículo en una de esas revistas que a veces daban vueltas
por la cafetería del hospital, que le había llamado la atención. Estaba más que
de acuerdo con el titular. ¡Había vida después de los cincuenta!
—¿Ana? ¿Eres tú? —preguntó Sara desde la cocina.
—Si nena, soy yo —contestó quitándose el abrigo.
Entró a la cocina como una zombi, su mente estaba en otro lugar. Sara la
miró con gesto extrañado.
—He comprado un poco de salmón ahumado y queso fresco —explicó
observando a su amiga ponerse un vaso de agua y bebérsela casi sin respirar.
Ana estaba rara, pensó Sara frunciendo el ceño. Tenía muy claro que no
iba a dejarse persuadir para que hiciera lo que ella quisiera.
Con respecto a César, había decidido disculparse por su comportamiento
de la última vez que se vieron, y dejarle claro que no tenía especial interés en
tener nada más que una amistad. Si le parecía bien, perfecto, sino, podía irse a
hacer gárgaras.
Esa tarde después de mucho meditar, llegó a la conclusión de que la
presión emocional a la que se había visto expuesta, era sin lugar a dudas, el
motivo para esos arranques. Ella no era así. Ahora que volvía a tener el
control, se sentía muchísimo mejor.
—¿Ana? ¿Sigues enfadada por lo de antes? —preguntó a la defensiva —
quiero que sepas que sigo pensado lo mismo... Bueno, casi lo mismo. No creo
que juegues a ser Dios. Y creo que tu afán proviene de la preocupación
porque me quieres, pero aún así, es mi vida y tengo derecho a vivirla como
estime oportuno —dijo con firmeza. Esperaba que le debatiera. Se había
preparado argumentos de peso para discutir si era necesario.
Ana la miró obviamente abstraída.
¡Se le había olvidado que había ido a ver a su hermano! ¡Mierda!
—¿Ana cómo está tu hermano? Lo siento cielo, tendría que haber
supuesto que esto te afectaría —dijo acercándose a su amiga y sentándose a
su lado.
Ana la miró con expresión perdida.
—Mi hermano sigue siendo el cretino pedante de siempre —dijo
apesadumbrada.
—Imagino que las cosas no han resultado como esperabas —musitó
comprensiva.
—Al contrario —comentó cáustica —han sucedido tal y como creía,
sólo que esperaba o mejor dicho deseaba equivocarme.
Sara le dio un apretón afectuoso en el brazo.
—Explícame que ha pasado —dijo suavemente.
—Poca cosa. No se ha sorprendido tanto como me esperaba. Después
me ha invitado a que me marchara.
Sara esperó unos segundos a que dijera algo más pero su amiga estaba
ensimismada. Se preocupó. No era normal tanta apatía, Ana era más
expresiva. Ese comportamiento tan comedido era ajeno a su naturaleza.
—¿Y? —la instó —¿Ya está? ¿Te ha dicho que te fueras y te has ido?
—Lo he invitado a que pase las navidades con nosotras y prácticamente
se ha reído en mi cara —dijo con una mueca.
Sara levantó las cejas casi hasta la raíz del pelo.
—Bueno cielo, lo has intentado, a riesgo de ser repetitiva, no puedes
obligar a la gente a que hagan lo que tú quieras por...
—¡Ya sé! —acotó Ana soltando un bufido —pero eso no significa que
me guste —Ana se frotó la cara con las manos en un gesto de evidente
frustración.
—Bien, pues si te parece, dejemos el tema. ¿Quieres irte a dar una ducha
mientras preparo la cena? —ofreció con una sonrisa apaciguadora.
—Si. Creo que es lo que necesito —aceptó mansamente.
Cuando estaba en la puerta se giró con expresión tormentosa.
—Sara, un hombre me ha besado —Sara se quedó helada.
—¿Perdona? Creo que no te he entendido. ¿Has dicho que un hombre te
ha besado? —preguntó incrédula.
—Eso he dicho —murmuró con angustia —soy un enferma Sara ¡Me
doy asco! Estoy recuperándome de la muerte de Xavi. ¿Como puedo
traicionarlo de esta manera? ¿Cómo puedo ser tan... ¡Oh Dios!
—¡Tú no estás enferma! ¡Estás viva! ¿Lo entiendes Ana? ¡Estás viva! —
dijo contundente.
Volvieron a sentarse pero obviamente el ambiente no era el de un
momento atrás.
—¡Explícamelo todo! No te dejes ni las comas —ordenó Sara con
firmeza.
Ana suspiró audiblemente
—El médico que ha venido esta mañana, me lo he encontrado en la
panadería. He ido a tomarme un chocolate, después del encuentro con mi
hermano no me apetecía encerrarme en casa y pensé que era una buena idea.
Hemos hablado de esto y aquello, después se ha ofrecido a acompañarme a
casa y... Cuando hemos llegado a la puerta, se ha despedido con un beso... En
la boca.
La mezcla de sentimientos que embargaban a Ana, era apabullante.
Sara se mordió el labio para evitar sonreír.
¡No había pasado nada! Un simple beso de despedida. En ocasiones le
asombraba lo inocente que era su amiga con la edad que tenía. Seguro que
ahora se estaba fustigando pensado que había sido infiel a la memoria de su
marido. Ana era una extremista nata.
—¿Eso es todo? ¿Un simple beso de despedida? —preguntó arqueando
una ceja. Esperaba que su tono ayudara a poner las cosas en su justa medida.
—¿Qué si es todo? ¿Te parece poco? —dijo levantándose de la silla y
paseando por la estancia como un felino encerrado —¡Jesús! Sara. ¡He
besado a otro hombre! ¿No lo entiendes?
—Perfectamente querida —contestó cruzándose de brazos y adoptando
una postura lánguida mientras miraba a su amiga ir y venir —Sólo que no
existe otro hombre, no hay nadie.
Ana se paró en seco, con ojos vidriosos.
—¿Como puedes decir eso? —preguntó ahogándose.
—Con naturalidad. Ana tu marido murió hace más de dos años, en algún
momento tenías que volver a vivir, eres una mujer joven y sana con apetitos
naturales y...
—¡Yo no tengo apetitos! No quiero... No puedo sentir eso por nadie
más. ¿No lo entiendes? Xavi era el amor de mi vida...
—El amor de tu vida se murió.
—¡No digas eso! —la cortó con virulencia —él ha sido mi piedra
angular, me ha querido como yo era, me aceptó cuando otros me repudiaron
era el mejor hombre que he conocido. No hables de él así...
Sara se quedó mirando a su amiga. Era mucho más pragmática en ese
aspecto que Ana. Las cosas duraban lo que duraban. Pero Ana se había
aferrado a Xavi adorándolo casi con locura.
Siempre sospechó que el hecho de que Xavi aceptara su sexto sentido,
había sido determinante. El trauma que arrastraba gracias a la bruja de su
madre, la condicionó. Pero Xavi no apoyó jamás su don, para nada, de hecho
lo ignoró. No lo criticaba, Xavi fue un hombre sencillo que quería una vida
sencilla. Fue un buen padre para sus hijos y un buen marido pero se había ido
y la vida continuaba.
—¿Te gustó?
—¿Qué?
—Ya sabes... El beso.
Ana se ruborizó como una colegiala.
—Creo que eso no tiene importancia —dijo eludiendo responder.
—¡Oh! Yo creo que la tiene toda —dijo Sara en tono casual —si te han
dado un beso repulsivo, o peor aún, un beso baboso... He observado en mi
dilatada experiencia, que los hombres no saben besar —añadió observándola
atentamente.
Ana estaba fuera de su área de confort y se notaba a ojos vista.
Sara por su parte estaba disfrutando más que un gato ante un plato de
crema.
—No ha sido repulsivo —dijo frunciendo el ceño —de hecho ha sido
más una caricia que un beso —explicó remisa.
—Entonces no ha sido un beso, querida —pontificó con aires de
suficiencia.
—¡Ha sido un beso!
¡Como estaba disfrutando! Sara no se relamía de gusto, gracias a un
ejercicio de voluntad.
—Ana, un besito de despedida es lo más natural del mundo. Entiendo
que has estado viviendo en el siglo pasado pero tampoco es cosa de que
hagas una tormenta en un vaso de agua. ¿No crees cielo? —dijo con el punto
exacto de aburrimiento.
Ana se volvió a ruborizar.
—Supongo que tienes razón —concedió dudosa.
—Créeme, la tengo.
—Me ha dicho de quedar otro día para tomar algo.
—Querida, si te gusta, entiendo que salgas con él y que disfrutes de la
vida.
—Bueno, no me he planteado si me gusta. Lo cierto es que no había
pensado en hombres desde que murió Xavi. Tampoco es que tenga veinte
años.
Sara sabía que su amiga estaba hecha un lío en ese momento.
—Para disfrutar del sexo no es necesario tener una edad concreta. Se
puede disfrutar con setenta años si el cuerpo te lo pide, créeme que sé de qué
hablo —musitó con una sonrisa ladina.
Ana la miró horrorizada. Hablar de sexo con tanta soltura la ponía un
poquito nerviosa.
—No me imagino a nadie con setenta años, practicando sexo —
murmuró con gazmoñería.
Sara se rió con ganas.
—¡Ana eres una ingenua! Se puede disfrutar del sexo a cualquier edad.
Sólo que con algunas digamos, connotaciones. Te puedo asegurar que es una
experiencia que recomiendo. He tenido algún amigo que se acercaba
peligrosamente a esa edad, que me ha hecho pasar una de las mejores noches
de mi vida. Lo que les falta en vigor lo compensan ampliamente en
experiencia —la sonrisa risueña de Sara era incontestable.
Ana está patidifusa. Si abría más los ojos, corría el peligro de que se le
cayeran.
—Bueno, no estoy en posición de rebatir... Tus argumentos...
Sara volvió a reírse con ganas.
—Ana cielo, no pienses tanto. Disfruta de la vida, Xavi fue un buen
hombre que te quiso pero ya no está. Si conoces a un tipo decente con el que
pasar un buen rato, aprovéchalo, no hace falta que te lo quedes... Ya me
entiendes, sólo disfruta hasta que se acabe la magia.
Ana tenía mucho en que pensar. En ese momento se sentía desbordada
por un millar de emociones contradictorias.
—Creo que voy a ir a ducharme y ponerme cómoda —dijo con un
suspiro.
—Me parece bien —contestó Sara sonriendo —yo termino de preparar
la cena en cinco minutos —Ana asintió.
—¿Cielo, no me has dicho si te gustó?
Ana se paró un segundo pero no se volvió y por supuesto no contestó,
siguió andando y enfiló las escaleras deseando dejar el tema atrás. No
pensaba hablar más al respecto. Una ducha y relajarse era lo que necesitaba.
Sara por su parte sonrió satisfecha. Que no contestara era en sí una
respuesta. Despertó su curiosidad ese médico que había vuelto del revés la
vida de su amiga con un simple beso.
Capítulo X:
—¡Sara me estás volviendo loca! —dijo Ana con ganas de tirarse del
pelo.
—¡Tú te vuelves loca sin ayuda de nadie, bonita! —contestó venenosa
su amiga.
—¿Quieres hacer el favor de estarte quieta? —preguntó por enésima vez
—¡Estamos pintando, maldita sea! No es normal que quieras poner flores por
todas partes.
—¿Por qué no, a ver, dime? —preguntó Sara con los brazos en jarras —
la cocina ya está, intentar que tenga un aire más elegante no es una mala idea
—acabó diciendo con petulancia.
Ana cerró los ojos rogando paciencia.
—Sara —dijo mordiendo las palabras —Mi cocina, ya es elegante y
acogedora y tus absurdas flores le da un aire cursi y repelente, que lo sepas.
—¡Oh! No me puedo creer lo que has dicho —dijo profundamente
ofendida —¡Tengo un gusto exquisito! —dijo casi gritando.
¡Menos mal que no estaba nerviosa por la visita César! Seguro. Se le
notaba a la legua el temple.
—¿Queréis parar vosotras dos? —dijo Clara exasperada —parecéis dos
crías.
—¿Yo? —dijo incrédula —¡Habla con tu tía! Y por cierto, con ese
modelito ¡Ni borracho se va a creer que estabas pintando!
Sara soltó un grito ofendida, mirándose a sí misma.
—Me he puesto lo primero que he encontrado —dijo a la defensiva.
Ana se llevó las manos a la cabeza demostrando su exasperación.
¡Lo primero que ha encontrado! Pensó. Y los burros vuelan.
—Estás preciosa Sara —dijo Sergio sonriendo. Se lo estaba pasando en
grande.
—Gracias querido —contestó Sara con una gran sonrisa. Se giró a mirar
a su amiga retándola a que dijera algo.
Júlia las miraba aguantándose una sonrisa.
—Eso Sergio, tú dale cuerda —soltó Ana enfurruñada.
Sergio soltó una risotada.
—Mamá, la cocina ya está acabada, sólo nos falta unos retoques en el
salón y ya estaremos. Si nos damos prisa, podemos terminar antes de que
llegue y después todos nos cambiamos para almorzar y asunto arreglado —
dijo Júlia intentando apaciguar los ánimos.
—Si, será lo mejor —contestó suspirando —Sara haz lo que sea que
estabas haciendo, mientras nosotros terminamos de pintar el maldito salón.
¡Pero no pongas más jarrones con flores!
Sara le sacó la lengua en un gesto pueril mientras que los chicos se
reían.
—No te preocupes Doña quisquillosa, no pensaba poner más flores.
Voy a poner un precioso mantel para que al menos parezca un almuerzo de
domingo.
—¿Y qué mantel has decidido? —preguntó entrecerrando los ojos.
—Uno que traje ayer de mi casa que da la casualidad que no uso —
explicó con insidia.
—¡Ah!... Muy bien, ahora resulta que no tengo ningún mantel que
cuente con tu aprobación. Fascinante —Ana no tenía claro si ahogarla con las
malditas flores o estrangularla con el puñetero mantel.
—Tienes toooodos los manteles en cajas porque no tienes muebles en el
salón —dijo casi gritando —¿Necesitas que te lo recuerden?
—¡Dios, dame paciencia! —dijo Ana levantando la vista al techo —
Sara, si por casualidad me dices en un futuro que César no te afecta, te pego
—dijo muy lentamente con los dientes apretados.
Sara abrió los ojos con expresión ofendida.
—¡Vale! Vamos a terminar —dijo Clara intentando mediar —mamá, se
más comprensiva por favor. Tía Sara está un poquito nerviosa, es normal.
—Si eso lo puedo entender, lo que se me escapa es que lleve dos horas
dando vueltas como una gallina sin cabeza, volviéndonos a todos locos —
murmuró malévola.
Sara soltó un bufido mascullando unas palabras nada apropiadas en una
dama.
Sergio silbó, demostrando que lo había escuchado.
Haciendo un gesto de exasperación, Ana decidió dejarla por imposible.
Si se quedaba un minuto más, las malditas flores adornarían el velatorio de
alguien.
Más tarde, Ana estaba reclinada sobre un montón de cojines con una
tableta de chocolate y una novela entre las manos, dispuesta a disfrutar de
una tarde tranquila. Pensó en Sara. Esperaba que encontrara el valor
necesario para ser feliz… Las visiones la desbordaron. Sara entre los brazos
de César, Sara llorando amargamente, Sara vistiéndose con mucho cuidado,
Sara hablando en un estrado...
Desaparecieron como habían venido, en un momento estaba viendo a su
amiga y al instante siguiente estaba mirando la portada de la novela. Las
pulsaciones de su corazón se habían disparado pero no como en otras
ocasiones. Extendió la mano, observó que le temblaba el pulso pero si
hubiera habido alguien con ella en ese momento, podría haberlo disimulado.
Una tibia sonrisa asomó lentamente. Empezaba a controlar sus visiones,
bueno, eso no era totalmente cierto, empezaba a controlar la reacción que le
suponía tener visiones. Un ramalazo de euforia le sobrevino al reconocer esa
simple pero absoluta verdad. ¡Estaba en el buen camino! Estuvo a punto de
llamar a su hija para decírselo. El deseo de compartir la experiencia que
acababa de vivir, le daba la medida exacta de lo mucho que había andado en
el camino correcto. Si en un futuro sólo se le alteraba un poco la frecuencia
cardiaca, ya le parecía bien.
Meditó en las visiones, eran bastante claras. Apostaría que el estrado que
vio, tenía mucho que ver con el galardón. Pero no vio a César en ese
momento tan especial. Seguro que en el orden general de las cosas, las piezas
encajarían llegado el momento.
En el futuro de su familia se avecinaban grandes cambios. Estaban en el
momento exacto de una eclosión mística, porqué lo sabía, era un misterio
pero que lo sabía, era tan cierto como que el sol salía cada día.
Capítulo XI:
Álvaro miró el carísimo reloj que llevaba en la muñeca, hizo una mueca
de fastidio. Había querido pasarse por casualidad por la cafetería pero se
había entretenido más de lo esperaba hablando con Vicent. Ana ya habría
desayunado. Se estrujó el cerebro buscando una excusa para llamarla, pero no
encontró ninguna plausible. Dejó aparcado el tema en cuanto entró a su
despacho. El trabajo lo absorbió dejando fuera todo lo demás. Había sido uno
de los motivos que su ex mujer le reprochó cuando se divorciaron. Estaba
harta de ser la segunda opción. Se tiraría de los pelos si supiera que una
mujer se colaba en sus pensamientos más veces de las que quisiera, pensó
irónico. No entendía por qué no podía dejar de pensar en ella. Era cierto que
siempre le había atraído, era cuestión de perfiles. También había cierta cuota
de química, bueno... mucha química, al menos por su parte, algo que también
lo tenía perplejo. Suspiró mentalmente aparcando definitivamente el asunto
hasta más tarde, el trabajo se le acumulaba en la mesa del despacho, mejor
empezar o se quedaría hasta las tantas para variar. Con una mueca burlona se
sumergió perdiendo la noción del tiempo. Su trabajo era una amante mucho
más posesiva que ninguna mujer que conociera... La imagen de cierta mujer,
le golpeó entre los ojos, poniendo en tela de juicio, una de las verdades más
absolutas de su vida.
Mucho más tarde, Ana no podía dormir. Álvaro le había mandado esa
tarde, un mensaje invitándola a tomar un café. No le había contestado.
Primero pensó en decirle que estaba ocupada, después en aceptar, no había
nada malo en eso. Más tarde, decidió responderle cuando llegara a casa,
tampoco lo hizo. Ahora era muy tarde, estaría durmiendo. Sabía que él sabía
que lo había leído. Eso la estaba poniendo nerviosa. No quería que pensara
que lo estaba evitando, pero lo cierto es que era lo que estaba haciendo. Por
otra parte si no le contestaba y se lo encontraba por algún pasillo, no sabía
muy bien qué decirle. Eso también la estaba poniendo de los nervios. Dio otra
vuelta en la cama, golpeó la almohada pero no consiguió encontrar una
postura cómoda para intentar conciliar el sueño.
Con un suspiro malhumorado, decidió levantarse y tomarse algo para
dormir. El teléfono móvil estaba en su mesilla de noche y parecía que le
estaba diciendo algo. Le estaba diciendo que era imbécil. Pensó con humor
negro. Con una mueca burlona, se lo metió en el bolsillo de la bata y se
dirigió a la cocina.
Se hizo una infusión para relajarse. Miró el reloj. Era casi medianoche.
Cogió el teléfono y decidió contestar.
"Hola, perdona que no te contestara antes, estaba un poco liada y se me
pasó. Ya hablamos en otro momento. Buenas noches."
Lo envió satisfecha. Se quedó mucho más tranquila.
El sonido de un mensaje la sobresaltó. ¡Era él! ¿Es que ese hombre no
dormía?
"Hola, no te preocupes, lo entiendo."
Esperó unos minutos. Nada.
Frunció el ceño molesta. Vale, era lo que pretendía pero le molestaba
que pensara que le estaba dando largas. Era así pero no quería que se notara
mucho.
Se mordió el labio estrujándose la cabeza pensando qué hacer. Tampoco
era cosa de que pensara que era imbécil. Suspiró agobiada.
"Mañana no puedo quedar, si quieres el miércoles tengo que ir a hacer
unas compras al centro comercial, podemos hacer un café si te apetece"
Lo envió antes de pensárselo mucho. Esperó. ¡Ahora sí que se estaba
poniendo nerviosa!
El teléfono vibró avisando de un mensaje nuevo.
"Perfecto. Buenas noches"
¿Y ya está?
Se quedó mirando la pantalla del teléfono como una tonta.
¿Todo ese sufrimiento para decirle perfecto?
Desde luego había hecho una tormenta en un vaso de agua. Para ella
había sido motivo suficiente para tenerla todo el día nerviosa y él sólo había
querido ser cortes.
¡Señor! ¡Era la mujer más estúpida del mundo!
¿Ahora qué hacía? No podía desdecirse. Podía buscar una excusa. El
teléfono sonó. Tenía un mensaje.
"Me lo pasé muy bien el sábado... Contaré las horas hasta el miércoles"
¡Contará las horas hasta el miércoles!
¡Madre del amor hermoso! Una sonrisa iluminó su cara. Otro mensaje.
Eran emoticonos dando besos.
Sabía que eran habituales, ella misma los mandaba casi a diario a sus
hijas y a Sara, pero se le antojaron diferentes. Era absurdo. Se sentía como si
tuviera una cita. No es que fuera una cita, sólo que ella se sentía como si lo
fuera. Álvaro lo vería como algo natural. Era un hombre sofisticado, seguro
que no había pensado en el asunto más que unos minutos. Tenía que
sobreponerse y mantener bajo control su híper imaginación. Con ese
pensamiento y mucho más tranquila se fue a la cama.
La infusión casi sin tocar, quedó olvidada encima de la mesa.
Álvaro por su parte, dejó las gafas de leer en la mesilla de noche. Se
frotó los ojos cansados. Estaba acostado leyendo cuando recibió el mensaje
de Ana, ya no lo esperaba. Contestarle tan tarde sólo podía ser debido a dos
motivos. O no le interesaba nada y se lo estaba haciendo saber educadamente
o, todo lo contrario y no sabía muy bien como proceder. Estaba
prácticamente convencido que era más lo segundo que lo primero. Ana no
había salido con nadie que él supiera, desde que se había quedado viuda.
Cuando la besó, había sido un impulso, en esencia no fue algo premeditado.
Pero la reacción de ella, le elevó la moral... entre otras cosas. Pensó sí se
habría pasado, diciendo que contaría las horas. Una arruga surcó su frente
mientras lo meditaba. Si fuese jugador, se jugaría el sueldo de un mes, a que
la había puesto nerviosa. Le fascinaba todo lo que concernía a Ana. Jamás le
había pasado con nadie.
Apagó la luz de la mesilla de noche, era tarde y la mañana llegaría
demasiado pronto. Se durmió pensando en una mujer que al parecer, copaba
últimamente, sus pensamientos.
Mientras tanto...
Mientras tanto...
En otro plano...
Júlia estaba alucinando. Ser espectadora de otra vida, otro lugar tan
lejano en el tiempo era increíble. Le frustraba no entender lo que decían.
Estaba convencida de que en el libro, sí aparecía, tenía que venir algo así
como un manual de instrucciones, sus antepasadas, seguro que no dominaban
el egipcio antiguo.
Vio aparecer a un hombre ricamente vestido con un faldellín largo, casi
hasta los tobillos, una túnica sin mangas y diversos collares de oro y piedras
preciosas, en los antebrazos, llevaba brazaletes también de oro e
incrustaciones. Iba rapado al cero pero no se cubría la cabeza con nada.
Estaba maquillado. Sabía que en el antiguo Egipto, el maquillaje lo usaban
tanto las mujeres como los hombres pero saberlo y verlo, eran dos cosas
diferentes. Portaba debajo de un brazo unos rollos de papiro. Hizo una
reverencia esperando permiso para levantar la vista. Empezó a hablar,
escuchó con atención para ver si era capaz de captar alguna palabra. Era
complicado. Por los gestos, entendió que le decía algo sobre el estado de su
mano, hubo un intercambio de frases rápidas, el hombre de los papiros asintió
y procedió a desplegar los rollos de papiro.
Se acercó intentando ver algo de lo que estaba escrito. Hizo una mueca
burlona. Era una mezcla de dibujos y símbolos. El hombre de los papiros,
despejó parte de la mesa donde estaban las viandas, para extenderlos. Eran
preciosos, se notaba el esmero que se había puesto. Estaban llenos de figuras
a color y símbolos en tinta negra. El otro hombre que al parecer tenía que ser
algún tipo de jefe, se acercó a la mesa para observar más atentamente
mientras escuchaba la explicación.
Unos sirvientes silenciosos, recogieron el estropicio, de manera
eficiente, sin levantar la mirada, con una economía de movimientos dignos de
admirar. Los soldados volvieron a sus puestos también en silencio. No
miraban al jefe, ninguno, ni el hombre de los papiros. Cuando se dirigía a él,
no levantaba la vista más allá del cuello. La deferencia y el profundo respeto
eran palpables. El jefe se dirigió a uno de los siervos que inmediatamente se
arrodilló inclinando la cabeza, le dijo algo y lo ignoró al segundo.
Obviamente sabía que sus deseos se cumplirían con celeridad. Volvió a la
mesa a estudiar los papiros. Toda la estancia estuvo en pocos minutos
ordenada, en la pequeña mesa, volvía a lucir, una bandeja con vino y dos
copas. Estaba tan pendiente de lo que hablaban que no fue consciente de la
llegada de la mujer, Esta se paró con la cabeza inclinada a pocos metros de
donde estaban los hombres. Dos soldados la custodiaban, dieron unos pasos
atrás y se quedaron casi fuera de la pérgola.
—Yamanik............. Ta Netcher.
¡Tenía que ser su nombre!
Él la volvió a llamar haciendo un gesto con la mano instándola a que se
acercara. La mujer se acercó lentamente sin levantar la cabeza. El hombre
dijo algo y al momento un sirviente llenaba una copa de vino y se la acercó
extendiendo la copa como una ofrenda, siempre con la cabeza inclinada. El
jefe bebió sin dejar de observar a la mujer, después le ofreció la copa a ella,
girándola, la mujer lo miró directamente con sus preciosos ojos verdes y una
expresión de sorpresa. Acercó la copa a sus labios, sabía que estaba bebiendo
por el mismo lugar que había bebido él. No despegó su verde mirada,
mientras bebía, de los profundos e insondables ojos dorados del hombre. Él
hizo un gesto de satisfacción y una tibia sonrisa se asentó en su rostro. Por
otra parte, se percató que el hombre de los papiros, apretaba los labios en un
gesto inequívoco de censura. Algo lo estaba molestando y al parecer ese algo,
era su antepasada. El jefe, los despidió a todos, al momento se quedaron
nuevamente solos. Se acercó a la mujer y con un gesto cariñoso le levantó la
barbilla repitiendo la misma palabra varías veces. La soltó con una sonrisa,
ofreciéndole la mano, mientras le decía algo. Ella lo miró con cierto temor,
tras unos segundos de vacilación, aceptó su mano, él sonrió ampliamente,
acercándola contra su cuerpo. La mujer se sobresaltó pero no se apartó, se
alejaron lentamente por un camino de grava, que descendía suavemente por
un lateral de la enorme terraza en la que se encontraban, sólo en ese
momento, Júlia fue consciente del lugar en el cual estaban. ¡Estaba en un
palacio! Parecía la ladera de una colína por su arquitectura a diferentes
niveles. Diversas terrazas naturales con pérgolas, descendía hasta la ribera de
un río de grandes proporciones. La belleza del lugar la sobrecogió. Levantó la
vista, desde dónde se encontraba, podía apreciar, una edificación en piedra
con grandes escalinatas que a su vez, daba paso a otra serie de terrazas.
Volvió a centrar su atención en la pareja, que se alejaba por el camino en
dirección al río. Se subieron a una barcaza bastante grande, que tenía una
especie de tienda con tres paredes de tela liviana.
Dentro de la tienda había un asiento lo suficientemente grande como
para dar cabida a dos personas. Pudo apreciar desde la distancia a la que se
encontraba, las mesas que había a cada lado con viandas y bebida. Dos
sirvientes esperaban en la entrada con grandes abanicos que movían
lentamente. La imagen era decadente. Había visto escenas similares en
películas pero ni en sus mejores sueños podía imaginarse tanta magnificencia.
La elegancia de los muebles, la riqueza en el vestir, no era la ropa en sí,
más bien los complementos enjoyados, la pedrería, el maquillaje, incluso el
olor. Un intenso olor a inciensos provenientes de varios quemadores cercanos
impregnaba el ambiente. Cada vez que miraba a su alrededor, descubría
nuevas cosas fascinantes. La pareja se alejó en la barcaza llevada
eficientemente por la guardia que custodiaba al hombre. Estaba segura de que
era alguien importante. No se atrevería a decir quien sin pruebas reales, pero
todo apuntaba a que el poder era inherente a su persona.
Se le notaba que portaba la autoridad con la naturalidad de quién la da
por hecho. Empezó a sentir que una niebla espesa la envolvía, se dejó llevar,
sabía que había llegado la hora de volver a casa. Por ahora.
En este plano...
—Gloria, explícame porqué dentro de dos días, tendría que hacer algo
que sabes de sobras, no quiero hacer, y hazlo con claridad meridiana.
Gloria observó a su amiga sentada en su despacho, su lenguaje corporal,
no auguraba nada bueno. Suspiró mentalmente.
—Porque estamos en serias dificultades económicas —dijo sucinta.
—¿Me puedes explicar como puede ser? Yo misma comprobé las
cuentas apenas hace unas semanas y nuestra situación era más que saneada.
—Me lo gasté.
Silencio.
—¿Perdona? Creo que no te he entendido. ¿Dices que te lo gastaste?
—Si.
—¿Nada más? ¿No tienes nada más qué decir? ¡Maldita sea Gloria!
¿Qué puñetas está pasando?
Gloria se puso a jugar con un bolígrafo ausente. Tenía el ceño fruncido y
los labios apretados en una fina línea.
—He comprado el edificio de al lado.
—¿Perdona? ¿Has comprado un edificio sin consultarme?
Sara se levantó de la silla dejando a un lado toda pretensión de
tranquilidad.
—Gloria nos conocemos hace muchos años, sólo por eso te doy
exactamente cinco minutos para que me des una explicación y espero que
sea buena o salgo por esa puerta y te juro que no me vuelves a ver.
Sara estaba apoyada con las dos manos en el escritorio mirando a su
amiga con expresión mortalmente seria. Gloria no era de las que se
amedrentaba pero bajo la mirada escrutadora de su amiga, notó como su
confianza perdía varios puntos. Sabía que tenía motivos sobrados para estar
enfadada.
—Sara siéntate por favor —pidió serena. No estaba acostumbrada a dar
explicaciones pero sabía que esta vez se jugaba mucho. La relación con una
de las pocas personas, que le importaban de veras.
—Empieza —dijo Sara tomando asiento.
—Me llegó el soplo, de que iban a ponerlo en venta y al parecer había
varios inversores interesados. Hablé con el propietario y llegamos a un
acuerdo. El proyecto es hacer una escuela taller. Invertí hasta el último
céntimo y he pedido un préstamo avalado con mis propiedades personales.
Era ahora o nunca. Tomé la decisión que me pareció más correcta.
Sara se quedó de una pieza. ¡Había arriesgado su patrimonio! Si había
algo que Gloria valoraba por encima de todo, eran sus propiedades, jamás las
ponía en riesgo, decía que eran su plan de pensiones, y ahora se lo había
jugado todo en una empresa que no tenía la seguridad de sacar adelante.
—Gloria. ¿Por qué? No necesitamos una escuela taller.
—¡No es suficiente Sara! Hay muchas mujeres que se quedan fuera del
programa. No he hecho las cosas llevada por un impulso. Me conoces de
sobras. Tenemos varios mecenas que creen en el proyecto y un acuerdo de
colaboración. A primeros de año empezará la rehabilitación del edificio con
capital privado. He conseguido también que varias instituciones se
impliquen...
—Entonces, repito. ¿Por qué? —acotó Sara levantando la voz.
—¡Porque hasta entonces estamos sin liquidez! —Gloria se pasó las
manos por el pelo en un gesto de exasperación —Maldita sea Sara. ¡No
tenemos ni un puñetero céntimo! El galardón parecía llovido del cielo. Es la
respuesta a todos nuestros problemas.
Sara se frotó la frente cerrando los ojos.
—Te conozco Gloria. Tú no te quedas con el culo al aire. Algo ha
pasado para que estemos en esta situación.
Gloria observó a su amiga sopesando sus opciones. Sara por su parte
conocía perfectamente esa expresión. No se lo estaba contando todo.
—¿Te acuerdas cuando estuve en contacto con Araceli la asistenta, por
el tema de Elena?
Sara asintió sorprendida por el cambio de tema.
—Bien. Pues fui varias veces al centro de menores y... Había una pareja
de hermanos... Ella tiene ocho años y su hermano nueve. La madre era una
prostituta politoxicómana, y el padre ni se sabe... Ya sabes como son esas
cosas. Hace tres meses falleció y no tienen familia. He decidido hacerme
cargo de ellos.
Decir que Sara se había sorprendido era el eufemismo del año. ¡Gloria
pensaba adoptar! No podía ser.
Gloria por su parte, sonrió con cinismo.
—A ver si lo entiendo... ¿Vas a adoptar a dos niños? ¿Vas a ser madre?
¿A estas alturas de tu vida? Entiéndeme, tienes casi mi edad y en todos los
años que te conozco jamás he visto que tengas inclinaciones maternales... No
lo entiendo.
Gloria observaba reflexiva la cara de desconcierto de su amiga.
—Cuando decidí hacerme cargo de los pequeños, invertí mi dinero en
comprar una casa a las afueras, quiero darles una vida lo más normal posible
y en un entorno tranquilo. Ese es el motivo. Cuando surgió la oportunidad de
comprar el edificio, había invertido todo mi capital.
—Pero. ¿Y el fondo de la asociación?
—Invertido.
—¿Has invertido el fondo de la asociación y tu propio patrimonio en un
proyecto?
Gloria asintió.
—¿Por qué no me dijiste nada? —el reproche estaba implícito.
—Hace meses que voy al centro de menores a verlos, no empecé con
ninguna idea en concreto. Surgió. Cuando Araceli me dijo como estaba la
situación sencillamente pensé que yo podía ayudarlos. Sara, nadie se iba a
hacer cargo de ellos.
—¡Eso tú no lo sabes! Hay familias maravillosas que acogen a niños en
situaciones similares y lo hacen increíblemente bien y...
—¡Nadie los va a querer más que yo! —gritó dando un golpe encima de
la mesa. Sara dio un respingo, sobresaltada.
—Entiendo.
—En pocos meses las cuentas estarán de nuevo saneadas. De hecho
cuando veas el proyecto te sorprenderás de la cantidad de gente que se ha
adherido a él. El capital que he invertido lo recuperaré y seremos uno de los
centros de referencia. No me jugaría mi futuro en una empresa en la que no
creyera.
—No tengo la menor duda en tus capacidades financieras. Sé que tus
conocimientos son muy superiores a los míos.
—¿Pero?
—Pero creo que esta vez te has excedido y has arriesgado la estabilidad
de la asociación y no creo que pueda perdonar el hecho de que me hayas
obviado de esta manera. La escuela taller todavía no es una realidad pero las
mujeres que dependen de nosotras si lo son —se notaba que estaba
intentando mantener su genio bajo control —pero gracias a las decisiones
arbitrarias que has tomado, me has puesto en la disyuntiva de seguir fiel a la
decisión que en su día tomé o por el contrario, salvar a toda esa gente que
depende de nosotras.
Gloria miraba a su amiga impertérrita
—Con respecto a tu... Deseo de hacerte cargo de esos niños, no tengo
nada que decir. No soy quién para juzgar tus decisiones —hizo una pausa. Se
miraron fijamente —el viernes iré a la entrega de premios y recogeré el
galardón y el cheque. Después de eso, mi abogado se pondrá en contacto
contigo para una transferencia de poderes. Seguiré haciendo una aportación
económica anual como hasta ahora, pero mi vinculación con la asociación
acabará ahí.
Gloria tragó convulsivamente. Esperaba gritos reproches incluso alguna
recriminación pero jamás imaginó que la abandonaría cuando más la
necesitaba. El dolor agudo que sintió en el pecho amenazó con ahogarla. Sara
era más que una amiga. La consideraba su familia. Y ahora la abandonaba. La
rabia se apoderó de ella con la fuerza de una erupción.
—Me parece bien —dijo con un tono de voz cuidadosamente neutro —
Te crees mejor que yo, mejor que todas y por nada del mundo quieres que tus
amigos sepan que fuiste una puta. ¡Maldita sea! Trajiste a tu queridísima
amiga Ana hace apenas unas semanas. Después de más de veinte años. Eres
peor que todos. Eres una maldita hipócrita. No tienes los ovarios necesarios
para enfrentarte al mundo y la primera y única vez que te he pedido un
puñetero favor te enfrentas a mí toda digna y me dices que vas a hacer el
inmenso sacrificio de ir al maldito evento por nosotras. ¡No te necesito me
oyes! Si tengo que ir a mendigar lo aré pero no quiero deberte un puto favor
en toda mi vida. Vete tú y tus prejuicios con tú maravillosa vida llena de
fingimientos. Ahora vete. ¡Fuera! —gritó, conteniéndose a duras penas para
no sacarla ella misma.
Sara por su parte se había quedado blanca. No esperaba ese ataque.
—¡He dicho fuera! —volvió a gritar Gloria, señalando la puerta.
—Creo que podemos hablar...
—¡Tú y yo no tenemos nada de qué hablar! —se echó a reír con una risa
cargada de amargura —Eres patética. Te has vuelto igual que aquellas
mujeres que nos trataron como si fuéramos basura. Dijimos que ayudaríamos
a todas las que pudiéramos para que no tuvieran que pasar lo que pasamos
nosotras. Quiero que sepas que yo me avergüenzo de ti. Sara la gran dama.
No quiero hablar contigo. ¡Lárgate!
Sara estaba impactada.
—¡Lárgate maldita sea! —exclamó Gloria con rabia. El desprecio en su
voz, golpeó a Sara con la fuerza de un ariete.
Salió corriendo. La puerta del despacho rebotó con fuerza contra la
pared al abrirla.
Sara salió a la calle y por un momento se quedó allí, desconcertada. No
sabía qué hacer. Un sollozo se le escapó sin poder reprimirlo. Miró a ambos
lados y como una sonámbula, comenzó a andar, cegada por las lágrimas. El
pecho le ardía y la garganta le quemaba como brasas ardientes. Estaba
destrozada. Su mente aún no era capaz de procesar lo que había sucedido
momentos antes. Era increíble que Gloria hubiera dicho todo aquello. ¡Ella
no era así! Su vida no era una mentira. Había trabajado muy duro para
construirse una vida digna. ¡Ella no se avergonzaba de Gloria! Eso no era
cierto. "Hasta hace pocas semanas no conocí a tu querida amiga Ana". ¡Dios
mío! ¿Qué había hecho? "Te has convertido en aquello que odiábamos". No
podía ser verdad. La angustia amenazaba con desbordarla. Llegó al coche sin
apenas darse cuenta. Sabía que la gente la miraba. No importaba. Se dejó caer
en el asiento y lloró como hacía mucho tiempo que no lloraba. Sollozos
desgarradores tomaron el control de su cuerpo.
Después de lo que parecieron horas. Arrancó el coche sin saber muy
bien dónde ir. La imagen de Ana, copó toda su mente. Como una autómata
sin más pensamiento que ese, se dirigió a casa de su amiga. Un coche le tocó
el claxon, se había incorporado sin mirar. Estaba tan alterada que no le
importó. Uno de los pilares de su existencia, se había desplomado y la
vorágine emocional, amenazaba con ahogarla. ¿En qué se había convertido?
—¿Sabes cariño? Eres casi tan mala como yo — Gloria sentía todavía
un peso en el pecho después de la pelea con su amiga pero tenía demasiadas
cosas que hacer como para perder el tiempo en lamentaciones.
El cambio de vida en poco más de veinticuatro horas, iba a poner su
mundo del revés. Jamás pensó encontrarse en esa tesitura pero ahora lo
anhelaba como nunca creyó posible. Iba a ser madre de familia. Increíble.
—Tamsim cariño. Creo que tendríamos que replantearnos nuestra
relación —Tamsim la miró con desconcierto —me refiero a legalizarla. Ya
sabes, vamos a ser mamás, sería interesante también ser matrimonio. ¿Qué
me dices? —preguntó risueña.
Tamsim abrió los ojos con absoluta sorpresa. Se esperaba cualquier cosa
menos eso.
—Nunca has dicho ni una palabra de casarnos. Creí que... Bueno, que no
creías en esas cosas y además nunca has hecho pública nuestra relación, al
menos no abiertamente y...
—No lo hice por mí sino por ti. Eres mucho más joven que yo y no
quería que en unos años, te encuentres atada a una vieja, te quiero demasiado
para eso.
—¡Gloria! No me puedo creer que me digas eso —se notaba que le
había dolido.
—No te enfades cariño. Al final me he dado cuenta de que no tengo
madera de mártir. No soy capaz de renunciar a ti —hizo una mueca burlona
—así que como al parecer no tienes el sentido común que deberías, he
pensado que podríamos hacerlo público. Sólo si tú quieres —terminó
arrastrando las palabras. Su mirada ardiente desmentía la frivolidad del tono
casual que había empleado. Gloria era así, parecía que jamás se tomaba la
vida muy en serio.
—¡Si quiero! ¡Si quiero! ¡Si quiero! —se lanzó a sus brazos besándola
por todo el rostro.
Las risas se mezclaron con besos.
—Te quiero Gloria. No me importa la diferencia de edad, nunca me ha
importado, me enamoré de ti nada más conocerte, quiero vivir contigo,
compartir mi vida junto a ti, no necesito nada más.
Gloria tragó un nudo que constreñía su garganta.
—Me alegro mucho porque el mes que viene nos casamos. Ya sabes,
año nuevo, vida nueva. No será nada muy espectacular pero te prometo que
cuando nos estabilicemos, la luna de miel, será memorable.
La besó lentamente, con todo el amor que sentía. La vida había sido dura
con ella pero ahora la recompensaba con lo último que podía imaginar, ni en
sus más locas fantasías. Todo lo demás, podía irse al infierno, le importaba
un ardite.
—Bueno, pues vamos a ponernos en marcha. Tenemos muchas cosas
que hacer. Mañana vienen los niños y tenemos una boda que preparar.
Gloria la miró con una sonrisa cargada de ironía.
—Por cierto ¿No serás de esas mujeres que nada más ponerle un anillo
en el dedo se vuelven unas mandonas, verdad cariño?
Tamsim se rió con ganas.
—Lo averiguarás muy pronto —dijo llena de picardía.
Salieron abrazadas. Tenían muchas cosas que planificar. Una vida
entera.
Ana estaba de los nervios.
Se había probado medio armario de ropa, en aquellos momentos, había
más ropa encima de la cama que en el armario.
Se había mordido una uña de tal manera que se había hecho sangre.
Ahora llevaba una tirita. Estaba a un paso de llamar a Álvaro y cancelar la
cita.
Sonó el timbre de la puerta principal. Dio un brinco del susto.
Automáticamente miro el reloj, no era Álvaro, imposible. Bajó rápidamente
pensando en quién podría ser.
—Hola.
Al abrir la puerta, se quedó sin palabras. Tenía delante de sí, a la Sara de
sus visiones. El maquillaje o mejor dicho lo que quedaba de el, estaba hecho
un desastre. El pelo revuelto y su aspecto abatido, le confería un aire de
animalito herido.
—¿Sara? ¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado?
—Ana... Yo... Gloria me ha echado y... Creo que tiene razón pero... Yo
no soy como ella dice... Yo...
—Sara tranquilízate. Pasa por favor.
La abrazó por la cintura y la condujo a la cocina. Sara se dejó caer en
una silla y empezó a llorar silenciosamente. Algo estaba muy mal. Suspiró.
—Sara, cielo. ¿Qué ha pasado?
—He ido a ver a Gloria. Nos hemos peleado y me ha echado.
—Entiendo.
¡No entendía nada!
Sara se limpió la nariz. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar.
—El otro día me llamó Elena. Me dijo que la asociación tenía problemas
económicos y que al parecer, el galardón y el premio en metálico, eran
necesarios.
—¿Y como lo sabía Elena?
—Bueno. Escuchó sin querer una conversación entre Gloria y Tamsim y
pensó que yo tenía que saberlo.
—Ya. Y hoy presumo que has ido a ver a Gloria para que te dé
explicaciones —no era una pregunta. Sara asintió.
—Me ha explicado los motivos, me he comprometido a ir a recoger el
galardón pero... Le he dicho que a partir de ese momento, me desvinculaba de
la asociación.
—¿Y?
—Ana. ¡Me ha echado en cara que me avergüenzo de ella! Eso no es
cierto. Yo no... Yo no me avergüenzo de nada, sólo he llevado separada esa
parte de mi vida del resto —su desolación era evidente —nunca ha sido por
esos motivos. Jamás. No ha querido escucharme. Simplemente me ha echado.
¿Entiendes?
Ana empezaba a entender. En un principio pensó que todo esto tenía que
ver con César. Se equivocaba. No había visto en sus visiones a César porque
no tenía nada que ver.
—Ana. ¿Qué hago?
—Primero. ¿Tú qué piensas? Quiero decir, con respecto a Gloria.
Sara resopló encogiéndose de hombros. Por alguna razón, no quería
ahondar en ese tema.
—Sara. ¿Qué no me estás contando?
Su amiga evitó mirarla. Mal asunto. Ana empezaba a darse cuenta que
esto no era más que la punta del iceberg.
—Me reprochó que en casi veinte años desde la fundación de la
asociación, jamás te había hablado a ti de ella... Me dijo que me... Que era
una hipócrita, que me avergüenzo de mi pasado y que por ese motivo no he
querido que me vincularan...con... que me recordara de dónde vengo.
Ana no sabía qué decirle. Entendía los argumentos de Gloria, iban en la
línea de lo que ella misma pensaba.
—¿No tienes nada que decir? —preguntó Sara.
La mirada de su amiga no tenía precio. Se notaba que esperaba que
dijera algo del estilo Gloria se equivoca. Esto iba a ser complicado.
—Sara, cielo, algunas cosas que te ha dicho Gloria, tienen sentido. Sé
que no es lo que quieres escuchar ahora y lo entiendo pero no te mentiré.
El gesto de reproche y dolor, eran evidentes.
—¿Como puedes decirme eso? ¡Tú me conoces! Yo no soy así.
Se le rompió la voz. Se notaba que estaba haciendo un esfuerzo titánico
por mantener la compostura. Enternecía ver como le temblaba el mentón.
—Sé que eres una mujer maravillosa y que tienes el corazón más grande
de este parte del hemisferio y te quiero, pero también es cierto que mantener
una parte de tu vida en la clandestinidad, no ha sido lo más... Correcto.
Fácilmente podría entenderse que te avergonzabas de ella...A veces, no
somos justos con las personas que más nos importan.
Sara lloraba amargamente. Aún le escocían las palabras que le había
dicho Gloria. Un dolor sordo se había instalado en su pecho y no parecía que
fuera a desaparecer.
—Nunca lo hice pensando así... Yo admiro a Gloria, he trabajado con
ella todos estos años porque creo en ella...
—Estoy segura nena, pero Gloria no lo ve igual. En honor de la verdad,
tengo que confesarte que cuando me explicaste todo lo qué hacíais y que
llevabas casi veinte años, en cierto modo me dolió —Sara la miró con horror
—sentí que no me lo habías contado porque no tenías plena confianza en mí.
—¡Eso no es cierto! —gritó angustiada.
—Ya. Pero era lo que parecía. Sara veinte años ocultándome tu
implicación, estarás conmigo que como mínimo es sospechoso.
Sara se deshinchó como un globo. Empezaba a darse cuenta que quizás
no había actuado de la mejor manera. Miró a su amiga sintiendo que su alma
se rompía en mil pedazos. Se dejó llevar por los recuerdos.
—Durante aquellos dos años... Llegué a plantearme quitarme la vida,
fue horrible —la desolación en su rostro era absoluta —me sentía sucia. Por
mucho que me lavara... No conseguía sentirme limpia, llegué a despellejarme
de tanto que me frotaba. Parecía que no conseguía llegar hasta el fondo de
toda esa mugre... Necesitaba desvincularme de todo ese mundo. Era esencial
para mí paz mental.
Ana fue consciente de lo muy traumatizada que estaba su amiga. El
tiempo no había sido indulgente, permitiéndole tomar distancia de aquel
horror.
—Últimamente debido a todo por lo que estamos pasando en esta
familia, he llegado a ser consciente de que sigues arrastrando tu pasado como
una losa.
Sara cerró los ojos atormentada. Empezaba a ser consciente de la verdad
que encerraba las palabras de su amiga.
—Gloria está hecha de otra pasta. Se enfrentó a sus demonios y ha
aprendido a vivir con su pasado, mirándolo de frente. Es parte de ella y lo ha
aceptado, ahí radica su fuerza. Tú sin embargo, permitiste que te condicionara
y lo has alimentado con tu sentimiento de culpabilidad que por otra parte, era
gratuito.
—Ana... No sé qué hacer...
—Creo que como todo en esta vida. Poco a poco.
No había una respuesta fácil.
—¿Como arreglo las cosas con Gloria?
—Siendo sincera. No hay otra forma. Gloria te quiere, ella sabía de mi
existencia y sin embargo no te presionó, entenderá mejor de lo que crees.
—Le dije que abandonaba, cuando más me necesita la dejo tirada. ¡Ana
soy horrible!
—No cariño, para nada. Sólo eres una mujer que ha sufrido más que la
media.
—Dijo que me había convertido en una de aquellas mujeres que nos
ayudaron en su día pero que nos miraban como si fuéramos escoria. Ana no
lo he olvidado, sus miradas, sus silencios... no teníamos más remedio que
aceptar la ayuda viniese de donde viniera pero cuando me miro al espejo, en
ocasiones sigo viendo sus ojos censurándonos.
Ana se levantó abrazándola, transmitiéndole todo su cariño.
—Es curioso, no recuerdo las caras de los hombres que me usaron como
a un trozo de carne... Pero... Tengo grabado a fuego sus ojos, los de ellas...
Ana sabía que eran necesarios todos los que luchaban contra situaciones
como la que le había tocado vivir a su amiga, pero reconocía que veinticinco
años atrás, no se ponía el énfasis en curar por dentro. Se creía incluso en
algunos foros de la época, que mujeres como Sara, se habían buscado ellas
mismas todo cuanto les pasara, por relacionarse con según que gente. Fue una
época de la historia que hizo un flaco favor a los gais, lesbianas o a cualquier
ser que se saliera de las normas preestablecidas de entonces. El SIDA
irrumpió con fuerza y el miedo a esa enfermedad, volvió a personas normales
en agresores. Mucha gente vivió su sexualidad en secreto. Ser diferente podía
costarles incluso la vida. Sara fue una víctima más. Se veía a través de los
ojos de aquellas personas y por consiguiente, ocultó aquella faceta de su vida
para evitar que la siguieran juzgando. Habían pasado veinticinco años desde
entonces, las cosas habían cambiado mucho, pero el trauma que arrastraba sin
saberlo, la había anclado en aquel momento sin permitirle avanzar.
—Creo que tendrías que llamar a Gloria. Decirle lo que te sale del
corazón. No te mires las palabras, no tienen que ser bonitas ni las frases
medidas, sólo dile lo que sientes. Ella entenderá.
—¿Sabes qué piensa adoptar a dos hermanos pequeños que están en un
centro de acogida?
—No. No me has dicho nada —le sorprendió. Ana había visto a Gloria
un par de veces, pero no le pareció la típica mujer maternal. Le recordaba
más a una pantera.
—Ya. Me he enterado hoy. Y ¿Crees que le he dicho algo apoyándola?
¡No! Me he limitado a informarla de lo muy enfadada que estaba por las
decisiones que había tomado sin consultarme. Tiene que creer que soy una
cretina.
—No creo. Es una mujer de carácter, entenderá mejor que muchos, las
explosiones de genio —dijo Ana con sabiduría.
—Ana, he metido la pata hasta el fondo. No me perdonará jamás y lo
peor es que la entiendo —sentenció Sara con amargura.
—Bueno. Lo importante no es como va a reaccionar Gloria. Es qué vas a
hacer tú.
Sara se pasó las manos por la cara frotándosela con fuerza. Lo poco que
quedaba de maquillaje se le quedó entre los dedos.
—Iré a la recogida del famoso galardón —dijo arrastrando las palabras.
—Me parece bien.
—Hablaré con Gloria, al menos lo intentaré. Siempre puede ser que me
tire por la ventana.
—No creo.
—Y creo que seguiré a partir de ahí.
No había nombrado a César para nada.
—¿Y César? —notó como se tensaba.
—Ana es complicado.
—Sara cielo...
—Ana, cada vez que me dices Sara cielo, me da miedo lo que sigue.
Ana sonrió al escucharla.
—Cierto. Sara cielo, necesitas tiempo para aclarar tus ideas pero si vas a
dar el paso, ten presente que si hay alguna posibilidad de que la relación entre
vosotros prospere, no será sobre una mentira. Gloria posiblemente entienda,
no en vano fue tu compañera de vicisitudes. Pero César no sabe, cuando se
desconocen los hechos, podemos equivocarnos en nuestros juicios. Tenlo
presente.
Sara entendía lo que su amiga estaba intentando transmitirle.
Sencillamente estaba desbordada. Necesitaba aclarar sus ideas y reconciliarse
consigo misma. Podía entender de una forma racional que el trauma vivido,
había condicionado toda su vida pero no por saberlo su patrón mental
cambiaría de la noche a la mañana. Eso llevaba tiempo.
—Prometo pensarlo.
—Creo que eso es suficiente.
Se quedaron en silencio unos instantes. Cada una sumida en sus propios
pensamientos.
—Ana...
—¿Dime?
—¿Puedo quedarme aquí esta noche? —Ana no pudo evitar el gesto de
sorpresa —no quiero ver a César y no quiero darle explicaciones. Sé que soy
una cobarde pero si le digo que tengo que quedarme porque me necesitas...
Ana entendió
—No hay problema.
—Gracias.
—Eres tonta Sara.
Sara sonrió de medio lado al escuchar a su amiga.
—Pues si te parece, subo a darme una ducha y a ponerme cómoda. Creo
que voy a ponerme a hacer un bizcocho.
Ana no se sorprendió. Cocinar había sido siempre su vía de escape. A
mucho se equivocaba, tendrían pasteles para dar y regalar los próximos días.
—Entenderás que no voy a objetar nada. Más bien creo que le mandaré
un mensaje a Sergio, ese chico te venera —pontificó pensando en lo contento
que se pondría su yerno.
Sara sonrió con lo que pareció, la primera sonrisa de verdad.
—Ana, te quiero mucho.
Ana la abrazó con fuerza. Su Sara estaba rota, le partía el corazón verla
tan desvalida.
—Yo también te quiero —la carga emocional se notaba en cada sílaba
—anda, vete a lavar la cara.
Sara subió despacio las escaleras, estaba agotada.
—Ana... ¿Qué ha pasado en tu habitación?
¡Se le había olvidado!
Corrió escaleras arriba mirando el reloj y calculando el tiempo que le
quedaba para arreglarse. Álvaro llegaría en breve.
—¿Por qué tienes medio armario encima de la cama? —preguntó Sara
extrañada.
—Hola Ana.
—Ho… hola, hola. ¿Qué tal? Ya estoy. Si quieres nos vamos.
Ana salió al porche de prisa, cerrando la puerta tras de sí. Álvaro por su
parte, se hizo a un lado lo justo con lo cual esperando que se apartara y no
hacerlo, se chocó con él torpemente. De hecho lo pisó. Levantó la cabeza
para mirarlo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción. La miraba sin
parpadear. El aliento se le quedó atascado en la garganta.
—Perdón... Lo siento —dijo con torpeza disculpándose por el pisotón.
Se apartó hacia atrás y se golpeó con la puerta clavándose la aldaba entre los
omoplatos. Ni queriendo lo hacía mejor.
Álvaro por su parte la observó curioso. Un brillo divertido se instaló en
sus ojos.
—¿Nos vamos? —dijo sujetándola por el brazo. Ella se quedó mirando
su mano —es por tu seguridad —explicó sucinto.
Genial, pensó Ana. Además de pensar que era medio imbécil, también la
creía patosa. Y aún estaban en su porche delantero. La tarde prometía.
Le abrió la puerta del coche en actitud caballerosa. Era de alta gama tipo
todoterreno. El silencio se instauró poniéndola nerviosa.
—¿Dónde vamos?
—Había pensado ir a Santa Paula, si te parece bien.
Se quedó sorprendida. Santa Paula era un pueblo costero a poco más de
veinte kilómetros que en temporada veraniega, era muy turístico pero que en
esos momentos pre navideños, no imaginaba que tuviera mucho ambiente.
—Me parece bien. Me sorprende un poco, pensaba que nos quedaríamos
por aquí, ya sabes...
Ana gestículaba más de lo necesario. Quería parecer natural, distendida,
sólo que le estaba costando la vida.
—No creo que te sientas cómoda saliendo conmigo con todos tus
vecinos mirando.
El estómago se le cayó a los pies.
—Álvaro, no estamos saliendo, quiero decir que sí que vamos a
tomarnos algo, pero eso no es salir como salen las parejas, somos
compañeros de trabajo y los compañeros se toman un café juntos y...
—Yo no salgo con compañeros de trabajo.
Se le secó la boca. Se humedeció los labios con la punta de la lengua.
—Bueno... Es una forma de hablar, ya sé que no somos estrictamente
compañeros pero trabajamos en el mismo sitio y...
—Ana, yo no salgo con ningún compañero de ningún tipo —eso era
hablar claro.
¿Qué maldita cosa decía ahora?
—Ya. Bueno, también somos vecinos... —Álvaro la miró un instante. A
ella se le aceleró la frecuencia cardiaca —yo tengo unos vecinos muy
agradables, incluso quedamos alguna vez para tomar un café, bueno menos la
señora Sibina, ella prefiere el té y a ser posible con un poquito de licor dice
que así mantiene sus arterias limpias y... Bueno que somos vecinos.
Se pararon en un semáforo. Álvaro se giró hacia ella contemplándola
con su hermetismo habitual. Ana le devolvió la mirada intentando encontrar
alguna pista de qué estaba pensando. Con premeditación deliberada, Álvaro
lentamente le acarició la parte posterior del cuello. Ana estaba convencida
que podía sentir los latidos desbocados incluso allí. Con la misma lentitud, se
acercó a ella y ejerciendo cierta presión, le obligó a su vez a acortar la
distancia entre los dos. Cuando casi saboreaba sus labios, el sonido de un
claxon rompió el encantamiento. Con un movimiento fluido, la soltó y volvió
su atención a la carretera.
Ana comprobó de manera empírica, que un ser humano podía estar sin
respirar y no morir en el proceso.
Empezó mentalmente a reprocharse su pasividad. Debía pensar que era
una mujer desesperada, tenía que decir algo, eso lo sabía, lo que no tenía tan
claro era el qué.
—Álvaro... Creo que sin pretenderlo, te he dado una imagen que no se
corresponde con la realidad... Quiero decir que no estoy buscando liarme con
nadie...
—Me alegro de saberlo.
—¿Te alegras? Quiero decir que por supuesto... Que yo también me
alegro de que lo entiendas porque...
—Yo tampoco quiero liarme como tú dices.
Ana le sonrío mucho más tranquila.
—Me alegro mucho —Ana sonreía como si se hubiera quitado de
encima un gran peso —soy una firme defensora de hablar claro, así evitas
malos entendidos y puedes relajarte sin estrujarte el cerebro imaginando lo
que puede estar pensando el otro, Yo...
Álvaro se paró en el arcén. Como sus movimientos eran tan pausados,
Ana no se asustó, imaginó que había un motivo lógico. Cuando iba a
preguntar se encontró abrazada con firmeza. Abrió la boca para protestar,
momento que aprovechó Álvaro para besarla con firmeza. Fue un beso lento
y profundamente sensual.
Sara estaba desbordada, era la única explicación a las ganas de llorar que
tenía. Las últimas semanas habían sido estresantes en más de un aspecto y
todo eso sumado al enfrentamiento con Gloria y la conversación con César,
la tenían al borde de las lágrimas. Escucharle decir que estaría allí para ella,
era demasiado, tenía los nervios a flor de piel.
—Prefiero ir sola si no te importa.
—Como quieras —le molestó pero lo disimuló con una sonrisa que no le
llegó a los ojos.
Sara bebió un trago de vino con expresión ausente. Después de empezar
a contarle su vida, sentía la necesidad de explicárselo todo. No quería
secretos, ya no.
—César, me gustaría terminar de explicarte... Bueno, me quedé a
medias.
César con una sonrisa diabólica dejó su copa de vino.
—Tenía la impresión de haberte dejado satisfecha —Sara sintió como se
ruborizaba.
—¡No seas tonto! —la sonrisa de César, se hizo más profunda mientras
un brillo de pura diversión, suavizaba su rostro.
—No me digas que mi pequeño dragón se ruboriza a estas alturas —
murmuró con sorpresa.
—¿Tu pequeño dragón? ¿En serio? —el gesto ofensivo, le arrancó una
carcajada de pura dicha.
Sara no pudo dejar de notar que tenía una risa muy bonita. Bronca y
muy, muy sexy.
—Eres un pequeño dragón que en ocasiones echa fuego pero también
eres una preciosa gatita a la que hago ronronear de placer.
Sara frunció el ceño, no tenía muy claro si ofenderse o sentirse halagada.
—Sara cariño, sé que para ti es importante explicarme lo que sea que
quieras decirme, yo también quiero saberlo y después pasaremos página. Tu
pasado no va a condicionar nuestro presente y mucho menos, nuestro futuro.
Eso puedo prometértelo.
Otra vez las malditas ganas de llorar.
—He sido una persona horrible... César cuando sepas lo mal que me he
comportado con las personas que más quiero, en fin...
César la agarró por el mentón, obligándole a mirarlo a los ojos.
—Escúchame. No hay nada que me puedas decir que me haga salir
corriendo. Aunque me confesaras que has matado a una persona. ¿Me
entiendes? ¡Nada!
Sara asintió. Su labio inferior temblaba y los ojos anegados de lágrimas
hacían de su cara un cuadro enternecedor. César sintió un tirón a la altura del
pecho. La acercó más y la besó porque era lo único que podía hacer.
El sabor del vino se entremezclaba con su propia esencia, volviéndolo
casi loco de deseo. No entendía que le pasaba con Sara, pero lo hacía sentir
como un adolescente con su primera mujer.
Apoyó su frente en la de ella, buscando tranquilizarse, si Sara supiera lo
que estaba pensando en esos instantes, pensaría que era un obseso sexual, al
final la que saldría corriendo sería ella, pensó con ironía.
—Cuéntame lo mala que eres.
Sara suspiró. César era un milagro. Su milagro. Tenía miedo de creer.
Empezaba a vislumbrar el poder que ejercía sobre ella. Eso la aterraba. Podría
hacerle tanto daño…
—Ayer fui a ver a Gloria...
Ana tenía fiesta ese viernes, de hecho era su primer día de vacaciones
navideñas. Parecía mentira pero había pasado otro año, otro más sin Xavi. El
conocido dolor que sentía al pensar en su marido, iba lentamente
atenuándose, siempre lo echaría de menos, lo quiso con locura pero también
era cierto que la vida continuaba. Ese día era un día importante en la vida de
Sara. Era el día. En poco más de dos horas, recogería el galardón y daría el
discurso. Le estaba dando vueltas al tema cuando escuchó el sonido de la
puerta principal. No esperaba a nadie. Se asomó a las escaleras para ver quién
había llegado. Eran sus dos hijas y Sergio. Eso no se lo esperaba.
—¿Qué hacéis aquí?
—Buenos días a ti también —dijo Clara con una sonrisa irónica —
vamos contigo a la entrega del galardón.
Se sorprendió. Ni siquiera sabía que ellas sabían algo. Bajó las escaleras
lentamente.
—¿Como os habéis enterado?
—César —dijo Júlia con un brillo sospechoso en la mirada.
—¿Perdona? ¿Has dicho César? —ahora sí que no entendía nada.
—Aja. Nos ha mandado un mensaje. De hecho no creo que tarde.
—Me he perdido.
—Parece ser que tía Sara, habló con él y le explicó todo. César se
ofreció para acompañarla hoy pero ella no ha querido. Entonces nos ha
llamado y nos lo ha contado, tengo que decir que el pobre pensaba que ya
sabíamos de que hablaba, lo cual no era posible porque nadie nos había
explicado nada —dijo Clara con toda intención —después de una charla muy
esclarecedora, hemos quedado que iríamos todos juntos para apoyarla.
Ana se quedó mirando a su familia con expresión culpable.
—Hasta hace apenas dos días, no sabía que Sara pensaba ir a recoger el
premio. Y por otra banda, el tema de Gloria, es algo muy personal y no me
tocaba a mí dar explicaciones.
—¡Oh! Vamos mamá. ¡No me salgas con esas! ¿Cuándo vas a empezar
a darte cuenta de que hemos crecido? Ya no somos unas niñas —dijo Clara
indignada —no tiene sentido, al menos para mí, que un extraño nos revele
una parte muy importante de la vida de tía Sara.
—Mamá, estoy con Clara, somos una familia pero parece ser que sólo lo
recuerdas cuando te interesa —acotó Júlia dejando claro que esta vez no la
apoyaba.
Ana se las quedó mirando de hito en hito. Después se giró un poco para
abarcar a su yerno, Este a su vez, la miraba con cierto aire socarrón.
Estaba disfrutando del rapapolvo que estaba recibiendo. Ana empezaba
a darse cuenta, de que Sergio tenía una vena canallesca y un sentido del
humor de lo más irritante. Suspiró.
—Lo lamento —dijo humildemente —tenéis razón. Tengo que empezar
a pensar que sois dos mujeres adultas. Lo siento.
Sus hijas la miraron valorando si era sincera. ¡Lo estaba diciendo en
serio! ¿Por qué no la creían? La respuesta llegó sola. Se olvidaba demasiadas
veces que habían crecido.
—De todas maneras. ¿No tendríais que estar trabajando? ¿Todos? —dijo
mirando a su yerno con toda intención.
—Yo empiezo hoy vacaciones —dijo Sergio con una sonrisa inocente.
—Yo casi. Teníamos hoy jornada intensiva. He pedido un favor —
explicó Júlia.
Su hija pequeña, de pronto se había quedado extasiada observando el
suelo.
—¿Clara?
—Bueno...yo...He llamado y he dicho que no me encontraba bien...
Gastroenteritis.
Ana la miró mordiéndose la lengua.
—¿César viene aquí?
—Eso mismo. Es más, no creo que tarde —dijo Sergio mirando el reloj
—por cierto ¿En esos sitios no ponen Buffet libre?
Sergio era increíble, pensó Ana. Estaba segura que tenía una pierna
hueca donde almacenaba todo lo que comía.
—No tengo la menor idea.
Sonó el timbre de la puerta principal.
—Ese debe de ser él —dijo Júlia.
Ana fue a abrir.
—Hola Ana —dijo César. Llevaba un traje de dos piezas y corbata.
Recién afeitado y el cabello ligeramente húmedo. Tenía que reconocer que
estaba impresionante. Sólo sus ojos delataban las turbulentas emociones de
que era preso. Eso y las ojeras que aunque tenues, rebelaban lo poco que
había dormido.
—Tengo que decir que no sabía que vendrías hasta hace poco, claro que
para el caso, tampoco sabía que mi familia había estado confabulando a mis
espaldas.
Un amago de sonrisa, cinceló la boca de César.
—Pasa —dijo invitándolo —los chicos están en la cocina.
Cuando lo vieron los demás, lo saludaron afectuosamente. Como si de
un viejo amigo se tratara. Ana los observó a todos meditabunda. Daba la
sensación de que encajaba como un guante con su familia. Pero su familia
eran de todo menos normales, las últimas semanas, eran testigo mudo de que
aceptaban con naturalidad, cosas que a otros les hubiera dado un tabardillo.
—Estás guapísimo César —dijo Clara a modo de saludo con su
desparpajo habitual —le estábamos diciendo a mi madre, la conversación tan
interesante que tuvimos.
César hizo una mueca al escucharla.
—Si bueno, Sara siempre dice que sois una piña, entendí que en estos
casos es cuando más hay que demostrarlo —hablaba en general pero miraba a
Ana con toda intención.
—Y lo somos —dijo Sergio con una gran sonrisa —en esta familia te
puedo asegurar que no te aburres.
Las chicas se rieron entre dientes.
—Bien. Parece ser que al final Sara te explicó...Algunas cosas de su
vida —soltó Ana intentando averiguar cuánto sabía.
Este la miró curioso.
—Al parecer sí —dijo sucinto.
Las chicas se dieron cuenta al instante del cambio de actitud en César,
había sido cordial hasta ese momento. Ahora parecía alerta.
—No quiero parecer indiscreta pero me preocupo por mi amiga,
sinceramente yo siempre defendí que no se ocultara pero no te conozco lo
suficiente y quiero saber cuáles son tus intenciones.
Se podía decir más alto pero no más claro.
—Mamá ¿Le estás preguntando a César que te diga si tiene intención de
casarse con tía Sara? —dijo Clara en tono de guasa.
Ana cerró los ojos durante un segundo rogando paciencia. Su hija
pequeña iba a ser la causa de su muerte prematura. Estaba convencida.
—¡Eres tonta Clara! —dijo Júlia molesta —mamá no está diciendo eso,
so boba.
—Pues lo parece. Y como me vuelvas a decir boba, te vas a arrepentir
—advirtió Clara frunciendo el ceño.
—Creo que César me ha entendido de sobras. ¿No es cierto? —
preguntó.
César por su parte las miraba con aire reflexivo.
—También sería interesante saber porqué tú no les habías dicho nada a
ellos —atacó con un tono suave.
Ana abrió los ojos con sorpresa.
—Pensé que era algo muy difícil para Sara y ella no les había dicho
nada con lo cual entendí que prefería que no lo supieran.
—Me parece que distes demasiadas cosas por supuestas. Sara no tiene
claras sus ideas en Este momento, si hubiera tiendo más tiempo, estoy seguro
que ella misma lo habría contado pero tú sí tendrías que haberlo sabído.
Ana empezaba a perder la paciencia. No estaba dispuesta a aceptar
críticas de alguien que prácticamente era un desconocido. Era irónico que ella
hubiera sido su más firme defensora, empezaba a arrepentirse.
—César mi madre siempre hace las cosas pensando en los demás. No
estás siendo justo con ella —dijo Júlia sintiendo la necesidad de defender a su
madre.
—Es cierto. Puede parecer en ocasiones un tanto arbitraria pero se
cortaría su mano derecha antes que hacerle daño a alguien de la familia —
señaló Sergio demostrando lealtad. Eso emocionó a Ana.
—¿Sabes César? Creo que has entendido mal la situación. Te
agradecemos que nos llamaras y nos explicaras lo de hoy pero de ahí a que
creas que puedes venir a nuestra casa a censurar a mi madre hay un abismo.
Estás pisando hielo fino.
César miró a Clara con cierta sorpresa, de las dos sobrinas de Sara, esta
era la más jovial y abierta, de hecho le había caído genial cuando se la
presentó pero ocultaba una faceta de tigresa que no se lo esperaba. Observó
que Sergio no estaba ni un poco sorprendido.
—No era esa mi intención. Ana discúlpame —dijo cauto —sólo estoy
un poco alterado.
Clara lo observó con aire reflexivo.
—Lo entiendo. Supongo que estamos todos un tanto susceptibles. Bien,
entonces como dice mi madre. ¿Qué intenciones tienes con tía Sara? —
preguntó risueña.
Se escucharon unas risitas por parte de Sergio.
—Es como un perro de presa —dijo orgulloso.
—Eso es algo entre Sara y yo.
—Para nada. Si quieres formar parte de la vida de Sara, vete haciendo a
la idea que es algo de todos —dijo Ana.
—Las cosas de pareja se dilucidan en pareja.
—Las cosas de familia se dilucidan en familia —perseveró Ana.
—No soy miembro de vuestra familia —replicó con tozudez. César no
estaba acostumbrado a dar explicaciones de su vida.
—¡Ah! Esa es la cuestión. Sí quieres serlo alguna vez —soltó Ana
sagaz.
—Pues francamente no lo sé.
César se cruzó de brazo, no pensaba permitir un interrogatorio respecto
a su relación con Sara.
—César, no te enfades con nosotras. Lo cierto es que nos caes bien y
creemos que eres bueno para tía Sara, pero nos preocupa que vuelva a sufrir,
sólo necesitamos saber si te preocupa lo suficiente y valoras al ser humano
que hay detrás de la imagen autosuficiente que vende a los demás. Nos
mueve el cariño que le tenemos —dijo Júlia apoyando su mano en el brazo de
César.
Se aclaró la garganta.
—Conozco a Sara desde no hace mucho como ya sabéis, pero siento...
Es una persona muy importante para mí, no puedo explicarlo mejor —hasta
ahí era todo lo que pensaba decir.
Al parecer fue suficiente. El ambiente cambió de forma drástica.
—Con eso nos basta —dijo Ana con una tibia sonrisa —Me consta que
en estos momentos está aterrorizada, sólo quiero que sepa que la apoyamos y
que la queremos y lo más importante de todo, la protegeremos de cualquiera
que quiera hacerle daño.
Eso era una declaración en toda regla.
—En ese aspecto, puedo aseguraros que estoy totalmente de acuerdo.
Nadie le hará daño y saldrá indemne —prometió César solemne. Recordaba
las lágrimas de Sara la noche anterior. Se le rompía el alma de imaginar lo
que había tenido que vivir su pequeño dragón. Tenía ganas de matar a alguien
y la frustración de saber que no podía, por llegar veinticinco años tarde, era
más de lo que podía en esos momentos asimilar. Su instinto de protección
estaba totalmente alerta. Si alguien pretendía hacerle daño a su mujer, se
llevaría una desagradable sorpresa.
—Entonces creo que estamos todos de acuerdo —dijo Clara rompiendo
el silencio —creo que encajarás en esta familia.
César arqueó una ceja ante ese comentario.
—Te lo agradezco. Vosotros también me caéis bien —no sabía que más
decir. Se sentía un poco incómodo, no estaba habituado a hablar tan
abiertamente de sus sentimientos, cosa que parecía normal en aquella familia.
—Creo que tenemos que ponernos en marcha si no queremos llegar
tarde —dijo Ana mirando el reloj. En ese momento sonó su teléfono móvil.
Era Álvaro —esperarme un momento, no tardo.
Se fue al salón y cerró las puertas, no quería que su familia escuchara la
conversación.
—Hola Álvaro.
—Hola pequeña —dijo afectuoso. La sorprendió el apelativo cariñoso
—¿Como estás?
—Bien. ¿Y tú? —se sentía torpe.
—Bien. Del uno al diez. ¿Cuánto te gustan las sorpresas? —Ana se
quedó parada.
—Supongo que si son agradables, diez.
—Creo que esta es agradable —aseguró misterioso.
—¿Y si no lo es? Quiero decir que no sabes lo que me gusta...
—Pero lo pienso averiguar —dijo interrumpiéndole —¿Sobre qué hora
estarás en casa esta tarde? —preguntó.
—Supongo que a partir de las cuatro más o menos. Me estás poniendo
nerviosa. Dime qué es.
Álvaro se rió con aquella risa intima, que le hacía sentir mariposas en el
estómago. Era un sonido muy sensual. ¿De dónde había salido ese
pensamiento?
—Vas a tener que esperar. Te veo después, que pases un buen día... Se
me ocurre si los besos de buenos días también entran en nuestro acuerdo...
¿Tú qué dices? —preguntó con voz gutural.
Ana sintió como le daba un vuelco el corazón. Preguntarle eso a traición
era jugar sucio.
—Pues no lo sé, no nos vemos por la mañana para poder contestarte —
dijo evasiva.
—Pero eso tiene fácil solución. Si cuento con la promesa de un beso iré
todos los días a la puerta de tu casa para decirte buenos días.
—No es necesario —dijo cortante. Al otro lado de la línea, se volvió a
escuchar una carcajada —creo que burlarte de mí es muy rastrero, que lo
sepas —añadió altiva.
—No me burlo princesa, sólo me divierto. Ya me dirás cuando te vea
que has decidido.
—¿Qué he decidido de qué? —se había perdido. ¿Porque siempre que
hablaba con él tenía que parecer medio lerda?
—Si hay besos de buenos días, o besos de hola o sólo el beso de adiós
—murmuró.
Se le aceleró el torrente sanguíneo. Se acaloró y notaba sus mejillas
ardiendo. No estaba preparada para tener nada que ver con un hombre. Pensó
angustiada.
—Creo que acordamos que sólo habría besos si yo lo decidía así, quiero
decir que al igual no hay más, ni para despedirnos ni nada de nada. Sólo
amigos.
—Tienes razón pequeña. Será como tú decidas pero quiero que sepas
que desearía que me besaras cuando nos vemos porque lo desees tanto como
yo y te atormentes con el último porque es una despedida aunque
precisamente por eso, pongas el corazón en él —se le paró el corazón. Se
había lanzado en una carrera alocada y ahora se había parado. ¿Como le decía
esas cosas por teléfono? Sentía que su núcleo más íntimamente femenino,
estaba ardiendo. ¡Toda ella estaba ardiendo! Definitivamente no estaba
preparada para tener nada que ver con hombres en general y menos con ese
hombre en particular.
—Creo que te tengo que dejar. Me está esperando mi familia. Adiós.
—Adiós pequeña.
Colgó el teléfono y se lo quedó mirando como si tuviera la culpa de
algo. ¡Jesús! No estaba preparada, se dijo por enésima vez. Su experiencia
con hombres se limitaba al padre de sus hijos y a Xavi. Punto. El primero era
mejor no recordarlo y con Xavi siempre fue una relación fácil. Jamás la hizo
sentir incómoda o insegura. Además estaba el tema del legado familiar.
Suspiró mentalmente. No estaba preparada para ninguna relación. Cuando lo
viera se lo diría. Lo curioso es que después de tomar la decisión, no se sintió
mejor.
—¿Mamá? —la llamó su hija mayor desde la puerta del salón —te
estamos esperando. Vamos a llegar tarde si no nos vamos ya.
—Si por supuesto. ¿Como lo hacemos? Quiero decir nos vamos en más
de un coche o todos juntos.
—César dice que todos juntos y así después se viene con tía Sara en el
suyo.
—Me parece bien.
Su hija desapareció por la puerta. Escuchó los murmullos que procedían
de la cocina. Tenía que ponerse en marcha. Ya tendría tiempo para seguir
estrujándose el cerebro hasta provocarse una aneurisma.
Álvaro por su parte colgó el teléfono con una sonrisa en los labios. Sabía
que la había puesto nerviosa. No podía sustraerse a la necesidad de
escucharla parlotear esquivando sus preguntas y evitando dar una respuesta
directa. La deseaba con intensidad.
Esa tarde esperaba no equivocarse. Si había juzgado bien su carácter,
todo iría sobre ruedas, pero sino... Prefería no pensar en esa posibilidad. Una
llamada de su secretaria lo devolvió a la realidad.
Mientras tanto...
El almuerzo fue una de los mejores de los últimos tiempos. Las risas y
bromas junto con anécdotas de momentos compartidos, pusieron la nota
predominante. Incluso los pequeños acabaron riéndose en más de una
ocasión.
Ana no recordaba un almuerzo tan maravilloso. La felicidad compartida
tenía eso. Sentía que Gloria y su familia, formarían parte de la suya propia
y…algo más.
Apartó de su mente todo lo que no fuera la felicidad del momento. Ya
habría tiempo para lo que estuviera por venir. Una idea empezó a tomar
forma. Necesitaba ayuda pero...
—Un momento de silencio por favor —dijo golpeando con una
cucharilla su copa casi vacía.
Las caras de todos reflejaban sorpresa.
—Como al parecer, nuestra familia está creciendo —dijo mirándolos a
todos —cosa que me parece maravillosa. Creo que se merece una celebración
especial. Y como pasado mañana es Navidad, y soy una firme creyente de
que los milagros existen. Todos y cuando digo todos, quiero decir
exactamente eso, estáis invitados a mi casa... —los aplausos y las risas
interrumpieron su precario discurso —Gloria, me gustaría que hicieras
extensiva la invitación a Elena —dijo entre las exclamaciones de alegría de
su familia. Gloria asintió sonriendo —no he terminado. Como algunos de
vosotros ya sabéis, por circunstancias que ahora no vienen al caso, me
encuentro sin muebles en el salón —se escucharon más risitas por parte de
sus hijas al ver las caras de sorpresas de Gloria y Tamsim —bien, lo que voy
a pediros es...En el mejor de los casos inusual. Necesito ayuda para montar
una mesa enorme junto con sus sillas y voluntarios para ir a comprar el árbol
más grande y bonito para dentro de dos días. Así que necesitamos organizarlo
y la colaboración de todos.
Las caras de perplejidad eran evidentes. Sara se levantó de su silla para
abrazarla.
—Creo que es la mejor idea que has tenido —dijo emocionada.
—Bien, pues tenemos trabajo —dijo Clara con su pragmatismo habitual
—sólo a ti se te ocurre poner a trabajar a tus invitados mamá.
—Cierto —concedió con gracia —pero como son unas Navidades
especiales todo vale. ¿Como hacemos los grupos y dividimos las tareas? —
preguntó mirando a todos.
Fue un almuerzo memorable.
Ana observaba a su familia, con ganas de llorar de pura dicha.
Se tocaban, se abrazaban, reían. Contagiándose los unos a los otros, y
potenciando sentimientos y emociones, de aquellas que alimentaban el alma.
Su abuela sostenía que el amor era mágico. Ella también lo creía.
Capítulo XIV:
—Hola Ana.
¡Santa Madre de Dios! ¡Su hermano estaba en la puerta de su casa!
—¿Vicent? —preguntó incrédula. El cerebro se le había colapsado.
Su hermano la miraba con cierta inseguridad pero con su altivez
habitual. Álvaro estaba con él. ¡Ni lo había visto!
—¿Álvaro? —esto no tenía sentido.
—Hola Ana —dijo con semblante serio.
—Yo... Esto... No me lo esperaba, pasar por favor —dijo apartándose de
la puerta —los dos hombres entraron y se quedaron parados en el recibidor.
Álvaro sabía que no tenía salón para recibir visitas pero Vicent no tenía ni
idea —vamos a la cocina si...
—¿A la cocina? Preferiría si es posible un lugar más cómodo, salvo que
no tenga categoría para ir a tu ilustre salón —dijo Vicent mordaz.
Ana se lo quedó mirando apretando la boca por no contestar lo que
pugnaba por salir.
Sin miramientos lo cogió del brazo y lo arrastró al salón, ignorando sus
quejas. Abrió las puertas y se cruzó de brazos. Vicent se asomó y la sorpresa
hizo que alzara las finas cejas casi hasta la raíz del cabello. Ana sonrió con
cinismo, imaginando lo que estaba pensando su hermano.
—Por Este motivo mi queridísimo hermano, te he dicho de ir a la
cocina.
—No sabía que tenías tantos problemas económicos como para vender
los muebles.
Ana cerró los ojos rogando paciencia.
—No tengo problemas financieros —dijo entre dientes —he renovado el
mobiliario al completo y no me traen los nuevos hasta primeros de año.
—Ya. Y por supuesto no se te ha ocurrido quedarte con los viejos hasta
entonces —hacía dos minutos que su hermano había entrado por la puerta y
ya tenía ganas de soltarle un sopapo. Esto no iba bien.
—A mí me apetece un café si no te importa —dijo Álvaro conciliador.
—Claro. Por supuesto, vamos. Vicent tú puedes quedarte sentado en las
escaleras si lo prefieres —dijo mordaz pasando por delante de su hermano en
dirección a la cocina.
Álvaro tosió intentando enmascarar la sonrisa que pugnaba por salir.
Vicent por su parte se quedó mirando la espalda envarada de su
hermana, no tenía a dónde ir o mejor dicho con quien. La siguió resignado.
Ya le había advertido al doctor Méndez que esto era una mala idea. Pero
como siempre, nadie le hizo caso.
En la cocina se hizo un silencio incómodo. Ana tenía los nervios de
punta. Estaban todos sentados alrededor de la mesa tomando café y sin saber
qué decir.
Álvaro tenía expresión ausente. Vicent removía su café sin levantar la
vista y ella los miraba a los dos de hito en hito. Se le acabó la paciencia.
—Bueno, me gustaría saber a qué se debe el honor de esta visita —
preguntó a los dos hombres que la miraban.
—Tú me dijiste que me invitabas a pasar la Navidad en tu casa, con tu
familia —dijo su hermano con tono acusador.
Ana abrió los ojos con genuina sorpresa.
—Y lo mantengo Vic —dijo utilizando el diminutivo de cuando eran
pequeños —sólo que no me lo esperaba. Por supuesto que eres bienvenido.
El ambiente cambió después de esas palabras.
—Pero no tienes ni siquiera un sillón, yo no puedo estar todo el tiempo
sentado en una silla —dijo con abatimiento.
—No te preocupes por eso, seguro que encontramos algo para que estés
cómodo —dijo pensativa. Sara tenía un sillón orejero precioso que le vendría
como anillo al dedo.
Su hermano la miró frunciendo el ceño. Algo no le encajaba, estaba
claro.
—Vicent, suelta lo que sea que estés pensando.
—Que parece todo muy normal. Casi como si no lleváramos muchos
años sin tener apenas relación. No puedo evitar pensar que tienes razones
ocultas. Tanta generosidad no está en tu forma de ser —se hizo un silencio —
lo siento, creo que no ha sido una buena idea venir.
—Creo señor Segarra, que no está siendo justo con su hermana.
Conozco muy bien a Ana y le puedo asegurar que es una de las personas más
nobles que he tenido la suerte de conocer.
Ana agradeció en su fuero interno la defensa de Álvaro pero no dijo
palabra. Miraba a su hermano fijamente. Este tenía los labios apretados y su
rostro reflejaba el malestar que sentía. Decidió que era hora de tomar el toro
por los cuernos.
—Álvaro, te agradezco que trajeras a mi hermano, pero te tengo que
pedir que por favor nos dejes. Si eres tan amable, podrías venir más tarde...
—Si se va el doctor Méndez, me voy con él. No quiero quedarme aquí
—dijo tajante.
—Vicent. Te vas a quedar aquí y en eso no hay discusión. Al menos un
rato, después si decides marcharte, yo misma te llevaré a donde quieras o
llamaremos al doctor.
Ana tenía claro que algunas cosas había que hablarlas, por lo menos ella
iba a hablar y su hermano iba a escuchar. Vicent apretó los labios pero no
dijo nada.
—Pues entonces me despido. Llámame después.
No lo acompañó a la puerta, se quedó mirando a su hermano que tenía
un marcado rictus de tozudez como cuando se enfadaba de pequeño.
—Ahora vuelvo —dijo en voz alta saliendo detrás de Álvaro —espera.
Álvaro se giró ya con la mano en el pomo.
—No te preocupes, entiendo que tenéis que hablar e intentar solucionar
vuestras diferencias —dijo acariciándole la mejilla.
—Gracias por entenderlo. Supongo que esta era la sorpresa —dijo con
ironía.
—Algo así.
—Agradezco la intención pero creo que no saldrá bien —dijo pesarosa.
—Ya hablaremos. Sólo ten presente una cosa, no lo he presionado para
venir, digamos que se ha dejado llevar pero me resultó evidente que lo había
estado meditando. Dale una oportunidad.
Ana asintió. Álvaro se inclinó y rozó su boca en un beso suave.
—Es un beso de despedida —susurró con un brillo travieso en la mirada.
—Se supone que los besos de despedida tienen también que ser por
iniciativa mía. Eres un tramposo señor Méndez —dijo en tono serio pero la
sonrisa que asomaba a sus labios, desmentía sus palabras.
Álvaro sonrió de medio lado confiriéndole un aire pirata que la subyugó.
—No recordaba en esencia esa parte del acuerdo —mentía
descaradamente y los dos lo sabían —me voy pequeña. Llámame.
Después de marcharse Álvaro, se fue a buscar unos cojines a su
habitación.
—Menos mal. Creí que te habías olvidado de mí —dijo Vicent cuando
la vio entrar momentos despues.
—Imposible. Normalmente no tengo gnomos gruñones en mi cocina —
soltó con ironía.
Se acercó a su hermano y sin mediar palabra, colocó los cojines en el
asiento y en el respaldo, cuando estuvo satisfecha se sentó en frente de él con
una mirada intensa.
—Me estás poniendo nervioso mirándome así —se quejó Vicent —dime
lo que tengas que decirme y después llama al doctor Méndez. Sé que ha sido
cosa mía venir pero créeme si te digo, que estoy profundamente arrepentido.
Ana no lo dudaba. Imaginó que las cuatro paredes del hospital habían
inclinado la balanza a su favor, algo así como menos malo. Ahora con una
dosis de realidad, se encontraba perdido e incómodo en una casa donde jamás
había llegado a poner un pie, hasta ahora.
—Vic, creo que no vamos a solucionar veinte años de malos entendidos
y problemas varios. Yo por mi parte creo que es imposible pero sí creo que
podemos llegar a unos acuerdos de mínimos —Vicent la miraba con interés
—Sé que te va a costar creer lo que te voy a decir, sólo te pido que escuches
hasta el final.
Vicent asintió mirándola de frente, algo que no tenía costumbre de
hacer. Eso la animó.
—Sé que te han hecho creer que soy una especie de monstruo, lo sé
porque hasta hace poco yo también lo creía. Incluso sé que se me atribuyen
varios acontecimientos deleznables, tampoco voy a defenderme de eso. Sólo
quiero que sepas que no soy un bicho, tengo una familia maravillosa y
amigos que me quieren y no conozco a ninguna mala persona que disfrute de
todo eso si su condición es esa. Mamá te convenció de cosas horribles, cosas
que en ocasiones eran totalmente mentiras o verdades deformadas y
adulteradas pero lo cierto es que lo único que hay es un legado familiar que
se saltó una generación...
—¿De qué demonios me estás hablando?
—Venimos de una estirpe de mujeres videntes que se remonta a más de
tres mil años —esperó unos segundos dándole tiempo a su hermano a que lo
asimilara —en ocasiones, no se sabe porqué, se salta una generación, en este
caso fue la de mamá. Ella lo llevó bien mientras que pensaba que de alguna
manera, con la abuela se había acabado pero cuando resultó evidente, que yo
sí había heredado el don de la videncia, empezó a trastornarse, fue algo
paulatino pero constante. El deterioro mental se hizo evidente incluso para su
madre. La abuela intentó avisarme pero en aquellos años no estaba preparada
para todo lo que me explicó y sencillamente me cerré en banda. Vic, yo
amaba a mamá. Pero llegué a creer, gracias a ella, que yo era algo así como
un Anticristo. Incluso me dijo en cierta ocasión, que la había poseído el
diablo y que yo era el fruto de aquella unión impía. Una noche vi en una de
esas visiones, a mamá hacer daño a los niños, eran muy pequeños, fue
después de mi separación, cuando volví a casa una temporada... No entraré en
detalles, basta decir que aquel día marcó un antes y un después en mi relación
con mamá. Sé que no es la historia que esperabas escuchar, pero es lo que
hay, no soy un monstruo y no soy un engendro del demonio y en todo caso si
así fuera, desde luego no es por vía paterna.
Vicent la miraba sin expresión alguna en el rostro. Sólo el leve parpadeo
evidenciaba que estaba vivo. No había movido ni un músculo.
Ana por su parte, suspiró mentalmente sabiéndose vencida. No iba a
conseguir que la creyera. Era absurdo.
—Entonces, si lo he entendido bien. Mamá era un bicho que se inventó
tus incursiones con la magia negra y que le costó la vida a papá, por ejemplo
—dijo con voz suave pero cargada de escepticismo.
—¡Yo no maté a papá! Maldita sea Vicent. La única vez que nos pilló
como tú dices haciendo magia negra, fue cuando nos reunimos en el granero
con la pandilla. ¡Éramos unos críos de doce o trece años! Por el amor de
Dios. Y estábamos intentando contactar con el espíritu de Elvis porque lo
habíamos visto en una película. Nos pareció divertido. Nada más.
—Ya. ¿Y papá? Entonces no eras una cría si no recuerdo mal.
—Estábamos discutiendo para variar y papá intentó mediar entre las dos.
Cuando me fui de casa, papá seguía vivo. Más tarde me llamaste desde el
hospital para decirme que había sufrido un infarto pero no puedes culparme a
mí por eso.
—Esa no es la versión que yo conozco.
—Me imagino pero lo que te he dicho es la verdad. Creé lo que quieras,
no puedo obligarte a ver si no quieres hacerlo.
Ana se sentía frustrada y se le notaba. Se pasó la mano por el pelo con
aquel gesto suyo, tan característico.
—Dices que la abuela era vidente, pero yo no recuerdo ni una sola vez
una conversación sobre el tema. Es más, jamás escuché nada sobre una
estirpe de mujeres ni nada por el estilo. Sinceramente querida hermana, ha
sido una historia divertida, pero no me tomes por imbécil, no lo soy —la
sonrisa carente de humor marcó los pliegues de su rostro, poniendo de
manifiesto un envejecimiento prematuro.
—No te tomo por imbécil. Soy plenamente consciente de que lo eres —
dijo desabrida —tienes una caja de madera bastante vieja. Está guardada en
un armario, pero antes de eso, había estado escondida durante mucho tiempo
en un sitio oscuro y pequeño, algo así como un compartimento secreto. La
caja tiene diversos objetos pero lo más significativo, son unas cartas muy
viejas que llevan mi nombre y que por el motivo que sea, nunca recibí.
Vicent perdió todo rastro de color. Ana se preocupó, se le había
olvidado su delicado estado de salud, no quería que nadie pensara si le pasaba
algo, que también era culpa suya.
—La caja que dices no está en un armario.
Ana lo miró con gesto interrogante.
—De hecho está en el coche del doctor. Pasé antes de venir aquí por
casa, llámalo algo así a un regalo de Navidad.
¡No se lo podía creer! Le había traído la caja para regalársela. Esa
mañana la había sentido cerca, pero jamás esperaba que fuese tanto.
—¿Dices qué la abuela también era vidente? —preguntó Vicent con voz
un tanto aguda.
—Si. Y era realmente poderosa. No todas nacemos con el mismo grado
de capacidad por así decirlo, según parece, la abuela tenía una capacidad
extraordinaria.
Vicent sopesó toda aquella información. Sabía algo sobre aquella noche
en que su hermana salió huyendo, hubiera preferido no saber pero el destino
lo obligó en cierto modo, a ser testigo obligado. Su madre entró en la
habitación de sus sobrinos dormidos, él pasaba por delante de la puerta que
estaba entreabierta y le vio coger una almohada y dirigirse a la cama de su
sobrina mayor, algo le erizó el vello de la nuca. La postura de su madre, el
rictus desencajado de su cara, no supo muy bien que fue pero entró con la
excusa de darles las buenas noches a los niños, fingiendo que no se había
dado cuenta de que estaban dormidos. Su madre lo miró con ojos vidriosos,
como en trance, se percató de la almohada que llevaba y la lanzó lejos de ella
con la cara desencajada de terror. Salió corriendo y se encerró en su
dormitorio, él se sentó en un pequeño sillón y se quedó en la habitación sin
saber muy bien porqué pero lo hizo, al poco rato llegó su hermana, cuando la
escuchó, se fue antes de que lo viera y le pidiera explicaciones.
Desde su propia habitación y con la puerta casi cerrada, la vio aparecer
con expresión de pánico en el rostro, barbotaba algo de que tenía que irse,
que no era seguro, despertó a Júlia y agarró a los mellizos y salió como una
exhalación del dormitorio y de la casa. Si él no hubiera pasado por allí en
aquel momento, posiblemente su hermana hubiera llegado medía hora tarde.
Nunca había vuelto a pensar en esa noche, le producía angustia. Se había
convencido con los años que su imaginación hiperactiva le había jugado una
mala pasada. Hasta hoy.
Estaba demasiado cansado y sentía como le dolían todos los huesos.
Necesitaba acostarse un rato.
Ana se dio cuenta de la extrema palidez de su hermano. Estaba
demacrado y aunque lo ocultó, vio un pequeño gesto de dolor. Esa
conversación no los iba a llevar a ninguna parte. Mejor dejarla para otro
momento o para nunca, tampoco tenía mucha razón de ser.
—Vic, creo que tendrías que acostarte un rato. Vamos, te acompaño.
Tengo una habitación de invitados con todos los muebles.
—No sabes como me alegro de saberlo.
Su hermano se dejó llevar. Subieron lentamente las escaleras, lo ayudó a
recostarse en la cama y le quitó los zapatos para que estuviera más cómodo.
Fue en busca de una suave manta de lana y lo tapó. Incluso le pasó una mano
por el escaso pelo que le quedaba. La vida no lo había tratado bien.
—Descansa un rato Vic. Cuando vayamos a cenar te llamo.
Vicent sintió un nudo en la garganta. Desde que había muerto su madre,
nadie le había tocado, el trato de las enfermeras era impersonal, no contaba.
No había sido consciente de lo mucho que echaba de menos una simple
caricia. En ese momento su hermana podía ser una gárgola y aún así le estaría
agradecido.
—Llama al doctor Méndez. Dile que al parecer me quedaré por aquí. Él
tiene una pequeña bolsa de viaje con mis cosas y... la caja. Puedes quedártela,
podemos prescindir de formalismos. Me gusta cenar a las ocho si no te
importa.
Cerró los ojos y dejó claro que para él, no había nada más que decir.
Ana estuvo a un tris de tirarle algo. Ni queriendo podía ser más pedante. ¡La
había despedido en su propia casa! Se contuvo para no dar un portazo pero le
picaban las manos del deseo de hacerlo.
Bajó a la cocina y empezó a pasear arriba y abajo. Necesitaba recuperar
el control. Estaba alterada hasta decir basta. Tenía demasiadas cosas que
hacer en los próximos dos días y encima ahora su hermano era su invitado. Se
lo había buscado ella solita. No se daba de cabezazos contra la pared gracias
a un ejercicio de contención pero vamos, que estaba al límite. ¿Podía pasarle
algo más? Supuso que no. Llamó a Álvaro. Después de colgar el teléfono, se
acordó de que había pospuesto sus vacaciones por ella. Una mezcla de
sentimientos entraron en colisión.
Hacía poco más de un mes no se atrevía a hablar de sus visiones, hoy se
lo había soltado a su hermano con naturalidad. Era increíble. Se preparó una
taza de té. Mejor dejar la cafeína, ya tenía suficiente excitantes en su vida.
Mandó un mensaje a Sara explicándole de forma resumida lo de su hermano
y lo del sillón. Estaba tomándose tranquilamente la infusión, pensando en
todo lo que tenía que hacer cuando sonó el timbre de la puerta principal. Se
sobresaltó y de poco se tira el té por encima. Maldiciendo como un marinero,
se fue a abrir. Era Álvaro.
—Hola, pasa —Álvaro alzó las cejas cuando entró en la cocina y vio
que estaba vacía —está recostado arriba, supongo que el trajín del día lo ha
fatigado —explicó sin necesidad de decir de quién estaba hablando.
—Tengo en el maletero una bolsa con sus efectos personales y una caja
de madera viejísima que se ha empeñado en traer.
—Lo sé. Me lo ha dicho él mismo.
—No sabía que tu familia vivía a las afueras en una granja.
—Bueno, imaginaras que no suelo hablar mucho de mi familia por
motivos obvios —explicó con pesar.
Álvaro se acercó con sus maneras tranquilas, abriendo los brazos sin
decir palabra. Ana se refugió entre ellos, enterrando la cara en su camisa.
Inspiró profundamente, olía a sándalo y a hombre. No sabía que necesitaba
tanto un abrazo hasta ese momento. Permanecieron así durante unos minutos.
Sin hablar. No hacía falta
—Me gusta sentirte así —susurró Álvaro con su característica voz
ronca. Un cosquilleo de placer se instaló dentro de ella —prefiero los besos
pero esto lo sigue muy de cerca —Ana sonrió al escucharlo, levantó la cara
sin despegarse, en muda invitación.
Álvaro bajó la cabeza con lentitud premeditada, siempre concediéndole
la prerrogativa de apartarse pero esa lentitud tenía el efecto contrario. Cuando
tomó posesión de su boca, ella deslizó los brazos hacia arriba enlazándolos
detrás de su cabeza. El asalto a sus sentidos fue brutal.
Deslizó la lengua dentro de su boca, jugando y obligándola a participar,
acarició sus labios, mordiéndolos y lamiéndolos con una sensualidad que le
aflojaron a Ana, todos los huesos del cuerpo. Jamás pensó que un beso
pudiera encerrar tantos matices.
Álvaro ciñó con más fuerza su cintura, sosteniéndola firmemente contra
su cuerpo, al sentir su erección a través de la ropa, una curiosa mezcla de
excitación y miedo la asaltó, apartándose bruscamente.
Ana no se atrevía a mirarlo. Se había dejado llevar.
Álvaro por su parte la observaba con talante reflexivo. Sus ojos parecían
plata liquida pero era el único signo externo que evidenciaba que no estaba
tan tranquilo como aparentaba. Por lo demás, se apoyó contra la repisa de la
cocina con las manos en los bolsillos del pantalón.
Ana intentaba recobrar la normalidad. Era una pretensión absurda.
—¿Te apetece tomar algo, un café, té, otra cosa? —preguntó mirándolo
de soslayo.
Álvaro tardó en contestar.
—A ti.
¿Como le decía esas cosas? El corazón se saltó un latido. Lo miró
enfadada. Él con intensidad.
—¡No digas eso! Tenemos un maldito acuerdo y tú —dijo acusadora —
no lo estas cumpliendo.
Álvaro seguía impasible.
—Cierto. Pero no dijimos cómo tenía que actuar cuando tú te ofreces
incitadora —respondió suave, muy suave.
Ana sintió como se ponía colorada. No tenía respuesta a eso. Abrió la
boca pero se lo pensó mejor y volvió a cerrarla. Tenía razón. Había sido ella.
Se fue hacia la ventana dándole la espalda.
Álvaro sintió un tirón a la altura del esternón. Había prometido darle
tiempo, pero era la promesa más difícil que había hecho. Se acercó
lentamente. La tensión de sus hombros era evidente. Se quedó a su espalda,
casi rozándola, la tentación era tan grande que sus manos se cerraron con
fuerza dentro de los bolsillos.
—Hace poco más de un mes, mi vida era tranquila, casi monótona —
dijo Ana con voz contenida, sin volverse —pero un buen día desperté de una
especie de letargo y desde entonces siento que me ahogo en un remolino
donde no soy dueña ni de mí misma. Todo va muy rápido y yo no consigo
seguirle el ritmo —un suspiro entrecortado se escapó entre sus labios —creo
que te debo una disculpa. No soy así y...
Álvaro la agarró por los brazos obligándole a darse la vuelta. La escrutó
con intensidad, ella se dejó llevar sin oponer resistencia.
Vio como él apretaba con fuerza la mandíbula, sus ojos grises parecían
en ese momento plata líquida.
—No quiero que te disculpes. Quiero que confíes en mí lo suficiente
para que pruebes tus alas conmigo —susurró con emoción contenida —no
quiero fingimientos entre tú y yo. No te presionaré ni perderé la paciencia,
tienes mi palabra.
Si la soltaba en ese preciso instante se caía. Fijo.
—Ana no huyas —dijo acercándola todavía más a su cuerpo —Cuando
estoy contigo, haces que quiera ser mejor sólo por ti. Esperaré por ti, ten el
valor de saltar yo te cogeré.
De pocas palabras. Se definía así mismo, hombre de pocas palabras. ¡Si
añadía una coma más se desharía como mantequilla caliente!
—Álvaro, hablas demasiado —una sonrisa genuina iluminó su rostro
confiriéndole un brillo acerado a su mirada.
Ana lo cogió por las solapas de la chaqueta obligándolo a que bajara la
cabeza y así acceder a su boca. Él se prestó de buena gana permitiéndole
llevar el control. Lo besó como la había enseñado, aprendiendo sus formas, el
contorno de sus labios, el terciopelo de su lengua, paladeando su sabor. No
guardó nada, se entregó al mundo de sensaciones que jamás pensó, podía
encerrar un beso.
Se separaron lentamente. Álvaro apoyó la frente en la de ella un instante.
Tenía la respiración alterada. Era absurdo pero le hizo sentir bien, femenina...
—Eres preciosa —dijo mirándola con adoración.
—Gracias —contestó con timidez. Se separó un poco buscando espacio,
él se lo permitió aunque renuente —Álvaro, sé que suena absurdo lo que te
voy a decir...Sé que a mi edad y siendo madre de familia numerosa y
habiéndome casado dos veces, puedes pensar que tengo experiencia pero...
No es así, contigo me siento torpe y no sé como actuar... No sé qué esperas
de mí —la mirada incendiaria del hombre, lo decía todo —bueno... Sí sé lo
que quieres, sólo que no sé sí estoy preparada para dar ese paso...Y no
arrepentirme después.
Lo miró con una mezcla de timidez y rebeldía, difícil de resistir.
Una sonrisa de medio lado cruzó el rostro masculino, confiriéndole ese
aire pirata que tanto le subyugaba.
—Creo que sabes la respuesta —susurró.
—Si la supiera no estaría tan nerviosa.
—Al contrario. Estás nerviosa precisamente por eso —contestó
lacónico.
Ella lo miró mordiéndose el labio. Álvaro siguió el movimiento con
intensidad. El gris acerado de sus ojos se oscureció, delatando su necesidad.
—Parezco una adolescente inmadura que no sabe lo que quiere —dijo
apartándose el pelo en un gesto nervioso —no es mi intención, en serio.
—Eres una preciosa mujer que necesita aceptarlo. Sólo eso —dijo
fingiendo una tranquilidad que estaba lejos de sentir.
Ana hizo una mueca burlona al escucharlo.
—Espero que tengas razón porque si algo necesito en este momento de
mi vida, son respuestas —sabía que él no entendía el doble sentido.
—Las tendrás pequeña. Mientras tanto, pondremos a prueba
mi...autocontrol —comentó con una sonrisa que esperaba, fuese
tranquilizadora —prometo no quejarme.
Ana lo miró evaluándolo. Álvaro sabía qué estaba viendo. Nada. Su ex
mujer siempre le decía que no había conocido a nadie con una cara tan
inexpresiva. De seguro sus testículos estarían morados. Pero la mirada de
confianza de Ana, bien valía la pena.
Ana se acercó lentamente, el rostro de Álvaro no revelaba emoción
alguna pero sus ojos... Sus ojos decían otra cosa. Le estaba dando el espacio
que necesitaba a costa de sus propias necesidades, no eran críos, entendía
perfectamente lo que le estaba pidiendo y el hecho de que no la presionara la
enternecía como nada. Le acarició la mejilla sintiendo la aspereza de una
incipiente barba, le gustó. Xavi casi no había tenido, había sido prácticamente
lampiño, siempre bromeaba diciendo que su aspecto aniñado atraía a las
chicas.
Un suave dolor le atravesó, los recuerdos de su marido la asaltaban
cuando menos lo esperaba. Invocó su imagen pero lo único que veía era el
rostro de Álvaro. Se asustó. ¿En que la convertía eso? No estaba preparada
para responder.
—Gracias —lo dijo de corazón. Álvaro movió la cabeza para encontrar
con su boca la mano de ella, besándole en la palma con pasión —sé que no
tiene que ser fácil para ti y por eso te lo agradezco incluso más, no puedo
prometerte nada pero sí puedo comprometerme a que si decido dar ese paso,
tú serás el primero en saberlo.
—No necesito más.
El sonido de un teléfono los sobresaltó a los dos. Era Sara.
—Hola nena.
—Hola, he visto el mensaje. ¿Dices que tu hermano está en tu casa y
que necesitas mi sillón durante unos días. Lo he entendido bien?
—Si.
—Sólo te he dejado sola un par de horas y ya la has liado. Querida eres
un peligro —dijo Sara riéndose —creo que le diré a César que traiga unas
cuantas sillas de más para el domingo, al paso que vas al igual las necesitas.
—Gracias bonita —dijo cáustica —estás muy simpática.
Sara se rió con ganas. Un murmullo sospechoso le llegó de lejos.
—Saluda a César —dijo mordaz.
—De tu parte cielo —contestó impenitente —bueno, pues mañana nos
vemos, tenemos que comprar un montón de cosas y nos va a salir por un ojo
de la cara por dejarlo para el último minuto.
—No seas miserable Sara, podemos permitírnoslo —a veces su amiga
era una tacaña de cuidado.
—Ya, pero eso no quiere decir que me guste. Bueno, pues si no
necesitas nada más, que pases buena noche. Un beso cielo.
—Buenas noches.
Álvaro había salido mientras hablaba con Sara a recoger la bolsa de
viaje de su hermano y la famosa caja. Dejó la bolsa en el recibidor y entró
con la caja a la cocina depositándola en la mesa. Ella se la quedó mirando
sintiendo como se le aceleraba el corazón. Verla en sus visiones y tenerla
delante, eran dos cosas muy distintas. Se percató de una muesca en la tapa,
exactamente igual. Era increíble.
—Bueno, creo que es hora de que me vaya.
—Supongo que quieres empezar tus vacaciones...
—Lo cierto es que no tengo muchas ganas pero tampoco me apetece
quedarme por aquí —confesó dejando entrever cierta melancolía.
—Ya. Si te quedas, me encantaría que vinieras el día de Navidad, somos
un grupo variopinto y... me encantaría.
Álvaro reprimió la necesidad de abrazarla con fuerza. Cuando creía que
tenía la situación bajo control, le soltaba algo así y el mundo se desplazaba de
su eje.
—Si decides aceptar, tengo que confesarte que abusaré de ti, por
motivos que ahora no viene al caso, nos hemos distribuido el trabajo por
equipos, ya te lo explicaré —dijo cuando lo vio enarcar una ceja —así que si
te quedas, tendrás que ganarte la comida —terminó con una sonrisa traviesa.
Álvaro sopesó con aire reflexivo la extraña invitación. Lo cierto es que
no le apetecía mucho irse a esquiar, para ser sincero, cada vez menos. Ana lo
estaba mirando con ojos de cordero y una sonrisa cargada de promesas.
—¿Qué tipo de trabajos?
Ana soltó un grito de alegría abrazándolo en un impulso. Él la envolvió
de manera automática enterrando la cara en su cuello.
—Nada de importancia —dijo vagamente —ya sabes, esto y aquello.
Un brillo travieso iluminaba su rostro.
—No sé porqué pero no te creo. Recuerda que sé que no tienes muebles
en el salón.
—¡Ah! Bueno, no te preocupes, ya lo tengo solucionado. Mañana
empieza la operación Navidad. No te creerás de lo que somos capaces. Si
quieres formar parte de mi equipo, estás invitado.
—No puedo negarme. Jamás he recibido una invitación tan... Peculiar.
—Es que en esta casa somos un pelín peculiares... Ya te irás dando
cuenta.
Una sonrisa espectacular cinceló su sensual boca.
—Me gusta la idea de estar por aquí, para descubrirlo —dijo con voz
ronca.
Se acercó con la clara intención de besarla cuando se escuchó una voz
desde el piso de arriba.
—Creo que mi hermano se ha despertado.
—Eso parece —murmuró.
"Ana querida,
Sé que estás leyendo esta carta bastante después de que yo haya
abandonado este mundo.¿Sabes querida? Me cuesta escribir pensando en tu
presente actual cuando para mí es tu futuro, espero no hacer un lío de esto.
No sé si ya has descubierto que tu hija mayor tiene el don de ver el pasado.
Son muy pocos los casos de mujeres de nuestro linaje que han tenido ese
raro don, cuando tu tía te entregue el libro familiar, verás anotado que una
tata tatarabuela tuya, lo tenía. Existe una profecía, tienes que prepararte, es
necesario que aceptes plenamente qué eres, sé que tienes miedo, pero
querida, tienes que superarlo, eres una de las videntes más poderosa de todo
nuestro linaje. Ahora más que nunca es imperativo si todavía no has
contactado con tu tía, que lo hagas. Debes conocer la historia de nuestro
linaje y el papel que jugarás tú y tu familia. Un destino grandioso os espera.
Él libro que custodiamos desde hace siglos, guarda un inmenso poder, él
tiene su propia magia, te desvelará secretos que para muchas de nosotras
han seguido ocultos, pero eso será, a su debido momento. Sé que al final de
la vida de tu hermano, volverá a ti, eso está bien querida, es un ciclo que
tenía que cerrarse, ayúdalo todo lo que puedas, tu hermano al que he
querido mucho, ha sido siempre un hombre débil, él lo sabe, y tu madre lo ha
manipulado a su antojo, creo que ella pese a su enfermedad, os quiso todo lo
que era capaz de querer.
Tu madre ha hecho mucho daño, jamás me perdonaré haber sido tan
ciega, una madre tiene que saber esas cosas, pero yo fallé y mi error, ha
traído mucho dolor. Lo lamento.
"Querida sobrina,
Me parece muy mal que no respondas, eso no es lo que se te ha
enseñado, quiero creer que estás muy liada y no que se te ha olvidado tu
familia. Tu prima se va a casar en breve, me gustaría que vinieras, te adjunto
la invitación a la boda, quiero que sepas que te daré un gran abrazo pero no
te salvas de la regañina por ser tan dejada y no acordarte de tu única tía.
Dentro del sobre estaba la invitación, llegaba con veinte años de retraso.
"Querida Ana,
Hoy he hablado con tu abuela. Me ha dicho que te has ido de casa de tu
madre y que estás empezando a rehacer tu vida después de la separación. Lo
siento, no tenía ni idea. También me ha comentado que no sabías nada de la
boda de tu prima, lamento muchísimo que no te llegara la invitación, te
hubiera encantado, fue una boda preciosa, tu abuela me ha dicho que te
llegará en un futuro, no lo he entendido pero ya estoy acostumbrada a las
frases crípticas de mi madre. Si ella lo dice seguro que será. Me gustaría que
cuando te instales en tu nueva vida, vengas a visitarnos. Tú prima te manda
un abrazo.
"Ana,
He hablado con tu abuela. Me ha contado cosas espantosas. Le pido a
Dios que se equivoque pero sé que lamentándolo mucho, no será así.
Me ha explicado llorando que tu madre es un cascarón vacío y que se
ha perdido irremisiblemente. Doy gracias a Dios por no estar ahí, me habría
destrozado ver en qué se ha convertido.
Me ha dicho que ha hablado contigo y que te ha explicado la historia
familiar. Creí que hacía tiempo que lo sabías pero que la timidez de la
juventud, te impedía hablar de ello. No me podía creer que no supieras nada
de nada, tu madre ha cometido un pecado contigo, no te quepa la menor
duda querida sobrina. Supongo que ha tenido que ser... Bueno, no me lo
imagino, yo crecí con esas historias, no me puedo imaginar la vida sin ellas,
entiendo que estarás impactada.
Me ha dicho que también te ha hablado del libro. Es maravilloso Ana,
cuando lo veas te sorprenderá. Es antiquísimo, pero su estado de
conservación es increíble. Parece como si no pasara los años. Supongo que
la palabra magia te tiene que sonar extraña, pero cuando lo tengas entre tus
manos, la sentirás mi querida niña. Me ha dicho mi madre que te ha dado el
anillo de Yamanik, me alegro que lo tengas, es parte de las reliquias de
nuestra familia, tu madre nunca ha sido merecedora de él. Dice que las
cartas que te he escrito, al igual que esta misma, tardarás mucho, mucho
tiempo en leerlas, no me ha querido precisar más, en ocasiones he de
confesar que me enerva, la quiero con toda mi alma, pero que sepas, que
tiene una vena de testarudez más ancha que el Amazonas. Dice que te
pondrás en contacto conmigo a su debido momento. ¿Te lo puedes creer? Y
me ha dicho que te adjunte la profecía. También te mando mi número de
teléfono. Hemos cambiado la línea por problemas técnicos y nos han
asignado uno nuevo. Espero saber de ti pronto.
Posdata:
Mi querida niña, si al final mi madre tiene razón y no sabemos nada de
ti en mucho tiempo, no sientas miedo, el día que sea, aunque pasen veinte
años, si sigo viva, estaré aquí esperándote con los brazos abiertos. Mi madre
tiene el fuerte presentimiento de que contigo se cumplirá la profecía. Me
gustaría ser testigo de ello. Te mando todo mi amor.
—¿Mamá?
—¡Dios qué susto! Maldita sea Júlia, entre tu hermana y tú, me vais a
matar.
Júlia sonrió ante la cara de espanto de su madre, ella misma se había
sobresaltado del aullido que había soltado.
—Pensé que me habías escuchado —dijo sonriendo, ante la visión de su
madre que se había puesto verde.
Ana por su parte, seguía mirando a su hija con mala cara, con una mano
en el pecho y otra en la frente. Había estado a punto de darle un patatús.
—¿Qué haces aquí a estas horas? Pensé que ya estarías durmiendo.
Júlia se dejó caer en una silla mirando con curiosidad la caja y las cartas
desparramadas por toda la mesa.
—¿Qué es todo esto?
—Una cápsula del tiempo —dijo sucinta. Júlia la miró con extrañeza —
mi hermano está aquí, en la habitación de invitados y...
—¿Como que está aquí? ¿De qué narices estás hablando?
Ana suspiró cansada.
—Antes de nada, lee estas cartas, espera, por este orden —dijo
colocándolas por fechas.
Júlia no sabía muy bien que pensar. Al coger las cartas entre sus manos,
un montón de imágenes la inundaron, las aceptó con serenidad, eran de su
propia familia, su bisabuela escribiendo, hablando con su hija, su tía abuela
con cara de preocupación mientras pensaba qué escribir para no asustar a su
sobrina... Un cofre de madera oscura bellamente tallado con incrustaciones de
piedras preciosas y con símbolos gravados... Su bisabuela levantó la tapa por
unos instantes y el impacto de ver el libro le robó el aliento, sintió que el
libro la miraba a ella...
—¿Nena qué te pasa? —dijo su madre con preocupación manifiesta.
—Nada... Sólo que he visto momentos pasados...Y el libro...
—¿Has dicho el libro, ese libro?
Júlia asintió meditabunda. Había sido algo muy extraño, era absurdo, un
libro no era un ser vivo, sintió un tirón a la altura del corazón, tenía que ser el
impacto emocional de ver algo de lo que llevaban hablando tanto tiempo.
Seguro. No había otra explicación.
—¿Cómo es?
—Antiguo. Muy antiguo y está dentro de una caja repleta de símbolos y
con incrustaciones de piedras preciosas. Es grande, más de lo que me
imaginaba, no sé porqué pero cuando pensaba en él, siempre tenía la absurda
idea de algo pequeño, casi abstracto. Estaba total y absolutamente
equivocada.
Ana miró a su hija escrutándola.
—¿Qué no me estás contando?
—Es absurdo, pero me pareció como si el libro me mirase a mí a través
del espacio tiempo... No puedo explicarlo mejor.
Ana entendió exactamente lo que quería decir. El libro tenía su propia
magia. Todo esto se salía de lo normal, nadie hoy en día hablaba de magia y
de profecías ni de nada por el estilo, eso sólo pasaba en las películas, pero por
avatares del destino, su familia estaba inmersa en una historia repleta de
misterios digna del mejor guión.
—Júlia, lee las cartas, después hablamos.
Su hija la miró con gesto serio. Ana se levantó despacio, estaba
realmente cansada, estaba siendo un día muy largo que parecía, no acabar
nunca. Se fue a preparar un café con leche bien caliente. Volvió a la mesa y
se dejó caer en una silla observándola con intensidad
Un rato después, con la cara desencajada, Júlia dejó las cartas encima de
la mesa, se quedó mirando a su madre sin saber muy bien qué decir.
Demasiada información. Cuando leyó el nombre de su antepasada, Yamanik,
el corazón le dio un vuelco. ¡Ella tenía el anillo de Yamanik! Era todo tan
increíble. El libro en perfecto estado de conservación según su tía abuela. La
magia que le atribuían. Encajaba perfectamente con lo que ella misma había
sentido un rato antes en sus visiones. El intelecto le decía que no era posible.
La magia era cosa de mitos y leyendas. Pero el corazón le contaba una
historia muy diferente.
—Creo que estás empezando a darte cuenta de que esto —dijo Ana
abarcando con la mano todo lo que había encima de la mesa —es mucho más
de lo que parecía en un principio.
—Supongo que sí. Necesito tiempo para procesar tanta información —
hizo una mueca burlona —empiezo a parecerme a ti más de lo que quisiera.
Ana sonrió con cierto pesar.
—Espero que entiendas que ayudaré a mi hermano —no era una
pregunta y las dos lo sabían.
—Por supuesto. Lo cierto es que tengo la sensación de una vida
desperdiciada.
Compartía con su hija la misma opinión.
—Y supongo de que eres consciente de que vamos a abrir la caja de
Pandora. Tengo la sensación de que no va a ser la última sorpresa que nos
llevemos...
—Lo comparto al cien por cien. La profecía entiendo o creo entender
parte de lo que dice, el pasado y el presente unidos, eso hace una alusión
directa a ti y a mí pero lo demás... Estoy dándole vueltas y no consigo encajar
más piezas.
—Yo también pero no consigo descifrarlo.
—La guardiana podría ser Clara por ser la Guardiana del libro pero sigo
sin entender eso de que se abra al conocimiento. ¿Al conocimiento de qué?
Me frustra no entenderlo.
Ana sonrió al escuchar a su hija. Demasiadas incógnitas que dilucidar.
—Hay mucho por descubrir.
—Clara bizqueará de placer, ella no dirá historia, dirá aventura. Tenlo
presente.
Era cierto. Clara quedaría extasiada y llegaría a una conclusión
grandiosa. Ana no tenía ninguna duda al respecto.
—Mañana cuando venga, antes de que salte sobre mi hermano, tiene que
leer las cartas.
—Estoy de acuerdo —dijo imaginando la escena. Clara era visceral
hasta decir basta, normalmente actuaba y después se paraba a pensar —yo me
encargo.
Ana asintió.
—Recoge todo esto entonces y guárdalo tú, ten cuidado por favor no
querría que cayera en manos de cualquiera, nos guste o no, es nuestra
historia, nuestro legado familiar.
—No te preocupes mamá. Sólo la llevaré a casa de Clara y después
volveré a traerla aquí. Tienes mi palabra.
—Bueno... Creo que es hora de acostarnos, en pocas horas tenemos otro
día muy largo por delante —su hija asintió —por cierto nena... Posiblemente
un amigo mío vendrá a pasar con nosotros el día de Navidad.
—¿Un amigo dices? ¿Quién?
—Un compañero del trabajo. Está solo y me ha parecido lo más
correcto, nadie tiene que pasar estas fechas sólo.
Su hija la miró suspicaz.
—Entiendo.
Ana no pensaba entrar en ese jardín, pero se moría por preguntar qué
entendía.
—Bien. Pues ya está todo explicado. Vámonos a dormir.
Más tarde, ya en la cama, Ana seguía dándole vueltas a la profecía. Se
unirán la sal y la arena... Sal y arena... Sabía que esas palabras encerraban
un simbolismo crucial pero no alcanzaba a verlo. Suspirando decidió dejar de
pensar.
Tenía que empezar a confiar, dar un salto de fe y entender que en algún
momento, el conocimiento se abriría paso, desvelando todas esas incógnitas.
Era un juego de palabras... La clave estaba ahí. El conocimiento...uniría la sal
y la arena... Era para volverse loca.
—¿Tía Ana?
Silencio.
—¿Anita... Eres tú?
—Si tía. Soy yo —se le rompió la voz sin poderlo evitarlo.
—¡Alabado sea Dios! Es un milagro. Después de tantos años he de
confesar que había perdido la esperanza. Mi madre me lo advirtió pero es
muy difícil de mantener la fe cuando va pasando el tiempo.
—Hace apenas unos días que he recibido tus cartas. A propósito, felicita
a mi prima por sus esponsales —un sollozo se escuchó a través de la línea
telefónica.
—Anita, estoy temblando como una hoja. No te haces una idea de lo que
significa para mí, poder escucharte.
Las lágrimas corrían libremente por el rostro de Ana. Se hacía una ligera
idea.
—Son muchas las cosas que quiero decirte pero ahora mismo estoy... No
sé como estoy tía.
—Lo entiendo Anita, yo me siento igual. Casi no recuerdo lo que te
escribí —confesó emocionada.
—Tengo tus cartas entre las manos. Puedo decirte lo que me decías —
ofreció intentando controlarse. No podía dejar de llorar.
—No es necesario querida. Lo importante es que las tengas y que
podamos vernos.
—Tía, tengo la intención de ir en cuanto pasen las fiestas. Hay
demasiadas preguntas sin respuestas.
—Supongo que te refieres al libro de la familia. No te preocupes, está a
buen recaudo. Lo importante es que vengas, ya empiezo a tener una edad y
son muchas las cosas que tengo que explicarte.
—Y yo quiero que me las expliques —se rieron como tontas.
Júlia estaba atenta a la conversación, entendía que estaba siendo un
momento especial para su madre pero el deseo de saber era casi una
necesidad. Instó a su madre a que le preguntara a su tía. Ana la miró
entendiendo lo que estaba intentando decirle con gestos
—Tía ya habrá tiempo para todo pero, hay una cosa que si me gustaría
que me explicaras.
—Lo que tú quieras. Dime.
—Yo poseo el don de ver el futuro pero mi hija mayor ve el pasado y...
—¿Qué? ¿Tú hija puede ver... En serio?
—Si. En serio —¿A qué venía ese tono de sorpresa? Su abuela le había
dicho que aunque raro, solía aparecer cada pocas generaciones.
—Anita, tu abuela pensaba que la profecía se cumpliría en esta
generación. Pero para ello, era imperativo que se dieran una serie de
circunstancias. Una de ellas es que como dice la profecía, se unan el pasado y
el futuro, esas sois tú y tu hija. ¡Estoy emocionada! Perdona Anita...
—No te preocupes tía, lo entiendo, nosotras también hemos llegado a la
misma conclusión, son las demás cosas que dice a las que no le encontramos
sentido.
—No te preocupes, el libro te explicará todo lo que necesitas saber.
—Lo que quería decirte, es que esta noche sin ir más lejos, he visto una
secuencia del pasado, concretamente del pasado inmediato de Júlia y eso nos
ha dejado sin saber qué pensar, jamás me había pasado. ¿Tienes la menor
idea de por qué ha podido pasar?
Ana oyó como su tía inspiraba con fuerza. Se puso nerviosa. Júlia casi
no respiraba a su lado.
—Hay un capítulo en el Libro de los Tiempos...
—¿El libro de los tiempos?
—Ese es su nombre —explicó su tía —como te decía, hay un capítulo
que dice que cuando converjan en el mismo tiempo, dos mujeres de nuestro
linaje, con el poder de ver el pasado y el futuro, podrán alimentarse la una de
la otra.
Ahora la que se había quedado sin palabras era ella.
—¿Eso quiere decir que de alguna manera mi hija y yo nos podemos
pasar nuestros poderes? —eso empezaba a sonar demasiado fantástico para
su mente.
—No exactamente —dijo su tía arrastrando las palabras —cada una de
vosotras mantiene los suyos pero tú como la vasija primordial, puedes
acceder a los de ella. Parece complicado pero créeme, no lo es.
¿No lo era? Santo cielo. Ana estaba a punto de caerse redonda. Júlia la
miraba con los ojos desorbitados. Intentó tranquilizarse por su hija. Esto
tampoco era fácil para ella.
—Al parecer es necesario para que pueda cumplirse la profecía.
También hay una especie de conjuro para potenciarlo...
—¡Dime que me estás tomando el pelo! —rogó fervientemente.
—Lo cierto es que no —dijo su tía con naturalidad —Anita, creo que
tenemos que vernos y dar una clase acelerada de historia familiar. Tienes
poderes, tu hija tiene poderes, yo tengo un libro que nunca envejece y me
preguntas si existe la magia como si fuera la cosa más increíble que has
escuchado. No lo entiendo.
—Tía, es que es la cosa más increíble que he escuchado. Créeme. Hace
poco que he empezado a aceptar mis poderes. No ha sido algo progresivo.
¡Ha sido una inmersión en toda regla!
—Pero... Tú siempre has poseído el poder de ver el futuro ¿Como
puedes decir que hace poco tiempo? —se notaba la confusión de su tía
incluso a través del teléfono.
—Porque... Lo he combatido toda mi vida —reconoció pesarosa.
De nuevo se hizo un silencio ensordecedor.
—Creo... que eso no es posible... Han podido quedar latentes pero aun
así, has tenido que tener visiones aunque no quisieras. Es parte de tu
naturaleza, de ti misma, de la misma manera que lo son tus ojos verdes como
los de todas las primogénitas, desde los tiempos de Yamanik.
—Es cierto. No siempre he podido mantenerlo bajo control, pero se
manifestaban en contadas ocasiones y desde luego no con la claridad de los
últimos tiempos —confesó sintiendo un cierto pudor.
—Anita, creo que empiezo a entender todo cuanto me contó mi madre
en su día. Si es verdad lo que me estás diciendo, cosa que no pongo en duda,
tenemos un problema enorme entre manos. Tus poderes lejos de desaparecer,
van aumentando con los años. Tienes que aprender a controlarlos, por el bien
de nuestra familia.
—Entiendo —no era cierto, cada vez entendía menos. Su tía pareció
darse cuenta.
—Sobrina, necesitas abrazar lo que eres. Si mi madre estaba en lo cierto,
necesitas prepárarte, tus hijas también. Sois las encargadas de cumplir la
profecía. El Libro de los Tiempos, desvelará sus secretos a la Guardiana y
cuando ocurra eso, un inmenso poder recaerá sobre vuestros hombros.
—Entiendo —no sabía que más decir.
Su tía suspiró audiblemente
—Anita tranquila, me destetaron con historias de Yamanik y de su
amante egipcio, el gran faraón Uadyi. Se me hace muy complicado estar
hablando contigo sabiendo que no sabes nada de tu herencia. Son nuestros
antepasados.
¿El gran faraón? ¿Su amante?
—Tía, no tenía la menor idea de nada... sabemos que Yamanik existió
porque Júlia la vio en una de sus visiones cuando se puso su anillo y...
—¿Qué has dicho? —gritó su tía. Júlia que estaba escuchando la
conversación dio un respingo.
—Que Júlia la vio.
—Anita. ¿Estás sola?
—No, Júlia está conmigo, te está escuchando.
—Júlia...
—Hola tía.
—Hola hija. Escúchame muy atenta. Nadie ha podido ver a Yamanik.
Jamás. Las mujeres que como tú tenían el poder de ver el pasado, nunca
pudieron llegar tan lejos en el tiempo. ¿Entiendes hija lo que te estoy
diciendo? ¡Eres la única que lo ha conseguido!
Júlia estaba temblado de la impresión.
—Yo... Cuando mamá me dejó el anillo, me transportó directamente a
otro tiempo... Jamás me había pasado, quiero decir que toda yo estaba en
aquel momento, era invisible para los demás y desde luego no podía entender
lo que decían pero los veía con la misma claridad que estoy viendo a mi
madre... Podía sentir el aire, el calor, los olores... Todo... Creí que era normal.
—¡Santa Patrona! ¡Hija eres un Milagro! Hay un capítulo que habla
sobre lo que estás contando, pero nadie había sido capaz... Hasta ahora. Ana
no esperes hasta después de fiestas. Ven en cuanto puedas.
—Estoy de acuerdo. Hablaré con mis hijas, quiero decir, con mi otra hija
y te llamaré para decirte que día nos vemos.
—Me parece bien. Por cierto, mi madre me dijo algo... Era un mensaje
que se supone, tú tendrías que entender, me dijo exactamente "la pecadora
lleva nuestros colores, el azul egipcio y el verde mar”. Entiendo que habla de
una parte de la profecía, sinceramente espero que tú entiendas que quería
decir.
La imagen de Gloria le vino a Ana a la cabeza como por ensalmo. Gloria
tenía un ojo verde y otro azul. Y desde luego, se la podía tildar de pecadora,
aunque supuso que no le haría mucha gracia escucharlo.
—Podría ser —dijo vagamente. Júlia la miró y vocalizó el nombre de
Gloria, ella también había tenido el mismo pensamiento —tía es tarde, creo
que es mejor despedirnos, te llamaré en breve para decirte cuando bajamos.
—Muy bien sobrina. Estaré contando los días. He pensado mucho en ti a
lo largo de todos estos años.
—Te quiero tía —dijo emocionada.
—Y yo a ti cariño. Dar un beso muy grande a Clara y a Alex de mi
parte.
Ana sintió un vuelco en el corazón cuando escuchó nombrar a su hijo.
Lo echaba de menos con todas sus fuerzas. No había día que no se acordara
de él.
Cuando colgó el teléfono, se lo quedó mirando sin saber muy bien qué
decir. Estaba sentada en la cocina como una noche normal, su hija estaba
junto a ella exactamente igual pero las dos sabían que habían cruzado una
frontera. Las limitaciones de su mente, le decían que todo aquello no existía,
pero el corazón gritaba lo contrario.
—Júlia... No sé muy bien qué decir —confesó mirando a su hija a los
ojos.
—Tenemos mucho en que pensar. No es fácil hablar de magia fuera de
un contexto de ficción, quiero decir que una cosa es ver la película de Harry
Potter y otra muy distinta es vivirla. Sé que es un ejemplo absurdo pero...
—Entiendo lo que quieres decir nena. Supongo que mi tía tiene razón. Si
me hubieran preparado toda mi vida para esto y yo a mi vez, os hubiera
preparado a vosotras. Pero no fue así.
—Ahora no caben lamentaciones mamá —dijo Júlia con frescura —
buscaremos las respuestas y llegaremos hasta el final.
—Creo que no nos queda otra. Tú hermana convulsiona cuando se lo
contemos, descendemos de un faraón. Es increíble.
Se quedaron un momento en silencio, sumidas cada una en sus propios
pensamientos.
—Mamá. ¿Crees que tu abuela se refería a Gloria?
Ana suspiró pasándose la mano por la frente.
—No tengo la más remota idea pero, es la única pecadora que
conocemos que luzca dos colores. Claro que si hipotéticamente tuviese algo
que ver con la profecía, cosa que tampoco entiendo, cuando le hiciéramos
partícipes de todo esto, se estaría desternillando hasta el día del juicio final.
Júlia pensaba lo mismo que su madre. Le gustaba Gloria pero no la veía
muy paranormal. Si se le podía aplicar algún adjetivo, desde luego no iría en
esa línea.
—Tenemos que cuadrar los días para ir a casa de tu tía. Seguro que el
libro nos puede desvelar algunas respuestas o ponernos en el buen camino
para encontrarlas.
—Hablamos con tu hermana y lo organizamos.
—Me parece bien. Yo como de momento no tengo trabajo me puedo
amoldar.
—Nena. ¿Quieres que hablemos? —ofreció Ana sincera. El oficio de
madre prevalecía por encima de todo.
—En otro momento —dijo evasiva —ahora sólo quiero irme a dormir.
No la presionó. Era la orgullosa madre de dos mujeres adultas con la
cabeza en su sitio. Sólo deseó que su hija no cometiera los mismos errores
que ella.
—No voy a insistir Júlia, sólo espero que nuestro legado no condicione
tu vida. No hagas como yo...
—Tranquila mamá. Tuviste la desgracia de tener una madre que te
traumatizó y has tenido que arrastrarlo toda la vida y... Papá era un gran
hombre al que echaré siempre de menos pero tampoco te apoyó. En cambio
yo te tengo a ti y a Clara y a tía Sara.
Ana sopesó esas palabras.
—Tienes razón —dijo poniéndose de pie —mañana nos espera otro día
de muchas emociones. Sobre todo cuando le contemos a tu hermana lo que
hemos averiguado.
Júlia se rió en sordina.
Subieron las escaleras como tantas otras veces, abrazadas. Con todo lo
acontecido, se olvidaron de Max. Este había estado acostado en su colchón en
un rincón de la cocina en silencio, pero cuando vio que se quedaba sólo se
levantó con intención de ir en busca de compañía. Cuando Max subió las
escaleras, ellas ya estaban en sus dormitorios con las puertas cerradas.
El cachorro se quedó escuchando, un suave ronquido. Se dejó guiar por
su oído, el dormitorio donde dormía Vicent, tenía la puerta entreabierta, se
acercó a la cama, olisqueando con la cabeza levantada. El movimiento de su
rabo indicaba que conocía ese olor. Con bastante torpeza, se subió a la cama
y se acomodó para dormir.
Vicent por su parte se despertó sobresaltado. Notó un bulto contra sus
piernas. Encendió la lámpara de la mesilla de noche para descubrir al
cachorro durmiendo plácidamente en su cama. Con todos los sitios que había
en esa enorme casa para que el perro durmiera, tenía el dudoso honor de
compartir su cama. Intentó moverlo con la pierna para que se fuera. Nada. El
cachorro siguió durmiendo tan tranquilo. Al final con un suspiro resignado,
apagó la lámpara. Al parecer iba a tener compañero de cama quisiera o no.
De sal y arena...
Escrito en las arenas del tiempo...
Elisabeth Devereraux.
Adelanto de la 2ª parte De Sal y Arena…
Sombras del pasado…
Continuará…