1.de Sal y Arena - .Escrito en Las - Elisabeth Deveraux

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De sal

Y
Arena...

Escrito en las arenas del tiempo...

Elisabeth Deveraux
Sinopsis:

¿Qué pasa cuando todo en lo que crees no es verdad?


Cuando las emociones tienen su propio lenguaje...
Cuando las palabras cobran poder...
Cuando en todo en lo que crees se desvanece...

Ana es una mujer madre de familia con un don muy particular, que ha
escondido una buena parte de su vida. Por circunstancias familiares, se entera
de que su hija mayor, también tiene un don especial y eso la aterroriza.
Empieza a investigar en la historia familiar y descubre que descienden de un
linaje tan antiguo como el tiempo. Su vida se complica demasiado en un
momento en el que cree que el amor ha pasado, como su primera juventud.
Sara su amiga del alma, también se encuentra en una encrucijada y Ana
decide tomar cartas en el asunto, entre tanto descubre, que en su familia
pende una profecía que se remonta a miles de años. Su vida da un giro de
trescientos sesenta grados, obligándole a enfrentarse a fantasmas del pasado.
Una familia especial con dones especiales, se verán inmersos en una
trama escrita hace mucho tiempo y que les obligará a iniciar el viaje de sus
vidas. Forzadas a dar un salto de fe, se encontraran inmersas entre seres de
leyenda y libros mágicos que les hará replantearse creencias muy arraigadas.
Esta es la historia de unas mujeres que deberán enfrentarse al mayor reto de
sus vidas. Descubrirán que el amor no tiene edad. Descubrirán que son más
valientes de lo que creían. Pero sobre todo descubrirán, que la vida es un
viaje lleno de sorpresas.
Personajes de leyenda, mitos y fabulas, que creyeron, eran parte de una
historia perdida, cobraran fuerza, cambiando la realidad de sus vidas.
Un viaje de descubrimiento, escrito hace mucho tiempo, en las arenas
del tiempo…
Este es el primer volumen de una trilogía fantástica donde nada es lo que
parece. Una historia nacida en el mundo onírico donde todo es posible, donde
el misterio y la magia, tienen su propio reino.
Descubre a esta familia convirtiéndote en uno más de la saga. En una
inmersión que no te dejará indiferente.
Un viaje que empieza en un tren llamado destino…
La esencia de mujer en estado puro.
Índice:

Prólogo.

Primera parte:

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V

Segunda parte:

Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
PRÓLOGO:

El viento se había unido a la intensa lluvia y ahora golpeaba su cuerpo


con la fuerza de un vendaval. Sabía que estaba completamente empapada.
Llevaba tanto tiempo de pie, a la intemperie, que se le habían dormido los
pies. Aunque estaba apenas a un metro de la losa de piedra, casi no distinguía
el nombre de su madre. La constante lluvia, parecía una cortina fluctuante
que impedía discernir las letras con claridad. Estaba tan muerta por dentro
como helada por fuera. Había perdido la noción del tiempo. No podría decir
si llevaba tres minutos o tres horas, allí clavada en el suelo, mientras la
tormenta incesante, la golpeaba sin compasión.
Toda una vida sin saber qué hacer. Toda una vida ocultándose,
ocultando quien era. Toda una vida de vivir con miedo, la había convertido
en una experta en el arte del fingimiento.
Y todo empezaba y moría delante de la maldita piedra fría, que tenía delante.
Su madre.
Una mujer que la trató con absoluto desprecio y se lo demostró a la
menor oportunidad. Algunos recuerdos muy lejanos, le decían que hubo un
tiempo en que la amaba. Pero estos se desdibujaban en la memoria, y había
perdido el poder de discernir si había sido real o sólo su imaginación patética
y necesitada de cariño, la que confabulaba creando bellos recuerdos.
Era noviembre. Al parecer era un mal mes. Se cumplían dos años de la
muerte de su marido. Todo pasaba en noviembre. Las personas que la
marcaron de una u otra forma, terminaban abandonándola. En el caso de su
madre, tenía que reconciliarse con la idea de que era un descanso para su
alma. Con respecto a su marido, la honda pena seguía pasándole factura.
El cielo encapotado, oscurecía el cementerio de por sí sombrío. Levantó
la cabeza sintiendo como se quejaban los músculos de sus hombros. Una
mueca de dolor, apareció en su rostro ceniciento. Oscuras ojeras envejecían
sus facciones, de manera prematura. Cerró los ojos inspirando lentamente.
Cuando se enteró de que su madre había muerto, no daba crédito.
Siempre pensó en ella, como en una figura imperecedera en su vida. La
necesidad de ver con sus propios ojos su última morada, nacía de la más
angustiosa necesidad.
Algo se rompió dentro de ella. Indefinido. La imagen de cadenas rotas,
inundaba su mente con sesgo dramático. Empezaba a parecerse demasiado a
Sara. Pero no podía sustraerse a la sensación de que una parte de ella, que
había permanecido oculta y encerrada en un profundo y oscuro agujero,
estaba emergiendo.
La resolución se fue señoreando en algún lugar de su maltrecha alma.
Había un tiempo para llorar. El suyo había acabado, de igual forma que
no seguiría mintiendo ni ocultando qué era. No sabía cuando su nombre
adornaría una losa similar a la que estaba contemplando pero antes,
necesitaba saber. Necesitaba saber porqué y sobre todo enfrentarse a las
pocas personas que le importaban y descubrir si la repudiarían como su
propia madre.
Los últimos dos años había estado en el limbo. Xavi la abandonó y con
él, se llevó las ganas de vivir. Le asombraba no tener un sólo recuerdo claro,
sobre algo en particular que hubiera acontecido durante aquellos largos
meses. Pero nada, no había nada. Sólo confusión. Había estado perdida para
todos. Incluso para ella misma. Una fuerza que no sabía de dónde nacía,
estaba insuflando energía a sus famélicas células. Por primera vez en mucho
tiempo, tenía un objetivo.
Era macabro e incluso grotesco.
Su madre, apenas se estaba enfriando dentro de su tumba, y ella sentía
con sorpresa, que las fuerzas que alguna vez tuvo, regresaban.
Aterida se volvió lentamente con intención de marcharse. Allí ya no
había nada. La oscuridad era casi completa. Notó algo... Se giró. El corazón
empezó a golpearle con fuerza, prácticamente no quedaba luz solar, estaba
nublado y llovía pero... Una tenue luz daba de pleno en el nicho de su madre,
se le aceleró el pulso, podía engañarse diciéndose que la luz mortecina le
estaba jugando una mala pasada pero sabía perfectamente que no era así. Para
nada.
Se estaba despidiendo en su línea, con marcado dramatismo. Una mueca
burlona pasó por su cara tan rápida que prácticamente fue un amago.
—Siempre te ha gustado decir la última palabra... como no podía ser de
otra forma —murmuró con voz rasposa. Un lejano trueno, avisaba de que la
tormenta, se estaba recrudeciendo. Inspiró y con una tranquilidad que no
sabía de dónde venía, se marchó lentamente.
Cuando atravesaba las puertas del cementerio, un suave aroma a rosas,
inundó sus fosas nasales. Se paró en seco. Era imposible sin embargo, el
perfume persistía. Se volvió casi esperando verla detrás de ella. Era el aroma
de su madre. Lo tenía asociado a ella. Igual que las rosas blancas. Por eso las
odiaba. La oscuridad cada vez más cerrada, sólo le permitió vislumbrar el
camino embaldosado del cementerio. Temblado siguió andando sin volver la
vista atrás, aun cuando todo le decía que mirase. No pensaba ponérselo fácil.
Si estaba en proceso de perder la cordura, bien sabía Dios que presentaría
batalla.
Mientras más se alejaba, más era su deseo de girar la cabeza. La intensa
sensación de que la estaban observando, era tan real como el viento que le
golpeaba el rostro.
Se obligó a no acelerar el paso. En breve llegaría al cruce.
Cuando dobló la esquina y cruzó la calle, un suspiro de alivio se le
escapó sin querer. Siguió andando con paso firme. En pocos minutos llegaría
a su casa. Rogó que no hubiera nadie. No quería hablar. Sólo refugiarse en su
hogar y poner en orden sus pensamientos.Una amalgama de recuerdos
agridulces, copó su mente, tiempos que no volverían… El mundo podía
esperar.
Cuatro años antes…

—¡Mamá! Vais a perder el avión —dijo Júlia exasperada.


—Hay tiempo —repuso Ana rebuscando con la cabeza dentro del
armario—, lo que pasa es que tu padre es un obseso de la puntualidad.
—Ana querida, Xavi está a un paso de tirarse de los pelos —dijo Sara
apareciendo en el dormitorio.
El claxón del coche, sonó con insistencia. Ana suspiró intentando
controlar su propio genio.
—¿Qué estás buscando cielo? —preguntó Sara.
—El… ¡Lo encontré! —exclamó con una sonrisa —el libro de viajes.
Tengo anotado los sitios que no podemos dejar de ir —explicó— también el
restaurante ese que nos recomendastes.
—Eres un desastre —sentenció Sara cabeceando— anda vamos, que
Alex está a punto de que le dé un tabardillo.
—A mi hijo esperar no se le ha dado nunca bien —murmuró con una
sonrisa impenitente.
—No seas mala, se ha ofrecido a llevaros al aeropuerto —repuso Sara
amagando una sonrisa.
—Ya. Porque su padre le deja el coche mientras estemos en Roma.
Bajaron corriendo las escaleras. Xavi la esperaba con el ceño frncido
pero al verla aparecer, una lenta sonrisa ocupó su lugar.
—Eres peor que las chicas un sábado por la noche —murmuró haciendo
caso omiso de las exclamaciones indignadas de sus hijas y las risillas de
Alex.
—Imposible. Yo sólo me he retrasado unos minutos, ellas necesitan dos
horas para decidirse entre un vestido u otro —dijo mordaz mientras un brillo
travieso, iluminaba sus ojos.
—¡Mamá! —exclamaron al unísono sus hijas —eso no es cierto —
repuso Júlia indignada.
—Bueno… un poco sí que lo es —reconoció Clara impenitente.
Entre risas se despidieron de sus hijos y de Sara que los observaba con
una cálida mirada cargada de cariño. Alex refunfuñaba sobre el tráfico que
encontrarían pero nadie le hizo mucho caso.
En pocos minutos, ya estaban en camino. Ana seguía despidiéndose de
sus hijas y de Sara, mientras el coche se alejaba. Como siempre que se iba de
su hogar, un nudo de aprensión se instaló en su pecho. El miedo a que les
pasase algo y ella no estuviera, la angustiaba. Sabía que era absurdo, pero no
podía evitar sentir así.
—Espero que no estés martirizándote pensando en todo lo que les puede
ocurrir —dijo Xavi sagaz, mirándola de soslayo.
—¡No! Para nada —dijo demasiado de prisa.
Xavi se rió sabiendo que estaba mintiendo.
—Venga mamá, que te conocemos —repuso Alex que iba sentado en el
asiento posterior —ya no somos unos críos. Por cierto, creí que me dejarías
conducir.
—Y te pienso dejar. A la vuelta —dijo Xavi observando a su hijo por el
espejo retrovisor. Un bufido por parte de Alex, le arrancó una caracajada.
—¿Qué era eso tan importante que no podía esperar? —preguntó Xavi
risueño a su mujer.
—El libro que me compré sobre Roma. Tengo anotaciones de ciertos
lugares…
—Cariño, vamos a estar toda una semana allí. Tendremos tiempo de
verlo todo. Te lo prometo.
—Lo sé pero no quiero olvidarme de nada —dijo con una gran sonrisa.
Xavi tomó la mano de Ana y la besó sin despegar la vista de la carretera.
—Y no lo harás —repuso— van a ser unas magnificas vacaciones. Y el
año que viene, iremos a Escocia, a las Tierras Altas. Ya lo he estado mirando.
—¿En serio? —preguntó emocionada.
—En serio —dijo mirándola rápidamente con una sonrisa —tus deseos
son ordenes. Quiero que seas la mujer más feliz del mundo.
—¡Oh! Lo soy mi vida —exclamó Ana extasiada. Se acercó para darle
un suave beso en el cuello a su marido, mientras Alex, soltaba un bufido
despectivo.
—¡No empecéis por favor! —exclamó fingiendo un extremecimiento —
sois empalagosos hasta decir basta.
Ana se rió sin hacer muncho caso a su hijo, mientras Xavi, le guiñaba un
ojo.
—Soy irresistible hijo, que le vamos a hacer —dijo Xavi divertido, ante
los sonidos que hacía su hijo en el asiento de atrás.
—Los padres de mis amigos, ya ni se miran y vosotros estáis todo el día
haciéndoos arrumacos. Es antinatural, que lo sepáis —sentenció Alex
mirándolos con desaprobación manifiesta.
Tanto Xavi como Ana, rompieron a reír, encantados con la cara de
disgusto que lucía su hijo.
Llegaron al aeropuerto antes de lo esperado. Se despidieron entre besos
y abrazos y antes de que entraran por la terminal, Alex con una sonrisa de
anticipación, se subió al flamante automóvil disfrutando anticipadamente del
placer de conducirlo.
—Como le haga siquiera un rasguño, lo cuelgo de los pulgares —
murmuró Xavi viéndolo marchar con pericia entre el trafico habitual del
aeropuerto.
Ana se rió en sordina.
—Está en el séptimo cielo. Lo cuidará como a un tesoro.
—Esperemos —murmuró no muy convencido.
—Creo caballero, que nuestro carruaje nos espera —dijo Ana
abrazandolo por la cintura.
—Disculpe señora. Tiene mi solemne palabra, que soy suyo para
cualquier cosa qué necesite. Estaré más que encantado de cumplir hasta sus
más ínfimos deseos —murmuró besando suavemente sus labios entre
abiertos.
—¿Infimos deseos? —preguntó Ana enarcando una ceja —yo no tengo
de esos…los mios son más bien deseos grandes, muy grandes.
La carcajada de puro regocijo y el brillo travieso que iluminó los ojos de
Xavi, la colmaron de dicha.
—Intentaré estar a la altura de las expectativas —murmuró divertido.
—Estoy convencida de ello —repuso con una gran sonrisa.
Entraron a la terminal, abrazados como lo que eran, una pareja
enamorada, perdiéndose entre la multitud, disfrutando de sus muy merecidas
vacaciones. Por primera vez, iban como pareja y no como familia. Era casi
como una segunda luna de miel. La vida les sonreía y los proyectos de futuro,
se antojaban más dulces que nunca.
PRIMERA PARTE:
En la actualidad…
Capítulo I:
El teléfono sonó varias veces, no importaba, no había encendido las
luces y al parecer por el entumecimiento que sentía, tampoco la calefacción.
Estaba sentada en medio del salón, en el suelo, apoyada contra la pared,
despatarrada y para más inri, fumando. Agarró una botella de whisky
escocés, después de acabarse otra de bourbon. Por ella se podía ir el mundo
entero al infierno.
Ahora sonaba el teléfono fijo. ¡Joder! Quien fuera, era un cretino, pensó
entre la bruma que espesaba su cabeza. La única que solía hacer eso, era su
hija Júlia y se jugaba los ovarios que no era ella.
Estaba intentando determinar si el mareo que sentía era por la bebida o
por el tabaco, sentía pesadas las extremidades, le costaba mantener la cabeza
erguida. Se encendió otro cigarrillo en el sacrosanto espacio de su marido. Se
lo permitía casi todo, menos fumar en su maldito salón. Bien, pues por ella
podía joderse.
—Si no te gusta vienes y me lo dices. ¡Cobarde! ¡Da la maldita cara! —
gritó con fuerza. Que se cabreara, a ver si tenía bemoles de presentarse.
Siguió bebiendo, sumida en sus negros y profundos pensamientos, perdiendo
la noción del tiempo.
—Si eztas por aquí... ¡Manifiéztate!...Estoy fumando en tú habitación
zagrada... Y me estoy bebiendo tus preciozas botellas... Y zabes qué... ¡Me
importa una mierda! —estaba segura que de ser ella un fantasma, con todo lo
que estaba diciendo se le aparecería a ver si con suerte se cargaba al muy
cretino de un susto.
Empezaba a cogerle el tranquillo a eso de beber, mejor que las puñeteras
pastillas, estaba tan exhausta de llorar y de sentir dolor que necesitaba algo
para amortiguarlo. Estaba dando resultado.
—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado aquí?
—¿Sara? —preguntó bizqueando.
—¡Por supuesto que soy Sara! Nena... ¿Qué ha pasado? —la había
estado llamando pero al no cogerle el teléfono se preocupó y como tenía un
juego de llaves, decidió ir a ver si estaba bien. Incluso pensó que estaba
siendo un tanto exagerada... En vista de los hechos, se había quedado corta.
—Eztoy hablando con Xavi... Bueno yo hablo...él sólo escucha... Como
siempre —le dio risa la cara de Sara, tenía una expresión muy divertida.
—¿Con Xavi? —Sara miró a su alrededor, como sí esperara que saliera
de una esquina.
—¡Aja! Zi, con Xavi —asintió vigorosamente, mala idea, la cabeza se le
fue para todas partes —¡No veo nada, me he quedado ciega! —gritó haciendo
aspavientos.
—No te has quedado ciega, idiota —Sara se acercó y le echó el pelo
hacia atrás, acuclillándose delante de su amiga y mirándola con franca
preocupación —estás fumando —no fue una pregunta.
—Qué ozcerbadora —dijo Ana con una sonrisa torcida —Si quieres te
invito.
—Ana, cielo, no entiendo nada, déjame que te ayude y te llevo a tú
habitación.
—Gracias pero no, eztoy genial... no me duele nada —le costaba mirar a
su amiga, no paraba de moverse —¡Deja de moverte!
—No me estoy moviendo pero entiendo que tú creas que sí. ¿Dónde está
Júlia? —preguntó.
—Ze ha ido, empecé a dezmontar el puñetero zalon y... que sepas que la
culpa ez tuya... por hacerte caso...ze ha ido... Me ha abandonado, como todos.
—A ver si lo entiendo, empezaste a... —no sabía qué decir, la sala
estaba como si hubiese pasado un huracán por ella —vaciar las estanterías del
mueble ¿Si? —Ana asintió otra vez pero con menos fuerza —bien, y
entonces...
—Entonces llegó Júlia y ze enfadó y... Dizcutimos y después ze marchó.
—Entiendo —mentira, no entendía nada— y ¿Sabemos dónde ha ido?
—NPI —tenía la clásica sonrisa que mañana le costaría una jaqueca de
campeonato.
—¿NPI?
—Ni Puta Idea —le dio un ataque de risa y a continuación empezó el
hipo.
—Bueno, esto... entonces decidiste hacer un brindis a la vida, ¿cierto?
—Para nada, esto —dijo señalando la botella de whisky —zon medidas
de pre… precaución —dijo muy satisfecha.
—Medidas de precaución... entiendo... para qué —esa excusa no la
había escuchado jamás.
—Me empezó a doler el corazón y decidí tomarme un whisquito para
aclarar la zangre y evitar un infarto —le dio otro ataque de hipo, Sara tenía
una cara graciosísima.
—Ya. Todo explicado, por supuesto... medidas de prevención... Mañana
te lo recordaré, que lo sepas —Sara suspiró. ¡Madre del amor hermoso!
Estaban apañadas.
—Me da miedo preguntar Ana... Y ¿Xavi? —se la quedó mirando muy
seria, sinceramente estaba preocupada, algo gordo había pasado y pretendía
enterarse de todo.
—¿Qué paza con Xavi? —miró detrás de Sara, como buscándolo. Sara
también giro la cabeza no sabiendo que esperar... y temiéndolo a partes
iguales.
—No lo sé, dímelo tú —Sara empezaba a tener también, un incipiente
dolor de cabeza.
—Él no quería que yo fumase aquí... pos yo fumo... Le encantaba tener
el mueble bar bien zurtido... pos yo me lo bebo... toooodaz sus cosas muy
bien ordenadaz... pos yo las des... las desordeno... fácil —claro como el agua.
Sara se cogió el puente de la nariz y soltó un agudo gemido. Miró a Ana sin
saber muy bien que decirle.
—Ya. Y entonces ha venido a hablar contigo...
—Sara, pero que tonteriaz dices... Joder... ¡Xavi está muerto! —Sara
había bebido también al parecer.
—¡Ya sé que está muerto, maldita sea! Tú estabas hablando con él
cuando yo he llegado —le iba a dar algo. Si volvía a ver a su amiga llevarse a
la boca algo más fuerte que una naranjada la estrangulaba con sus propias
manos.
—¡No te enteras!... ¡Le eztaba pegando la bronca a ver si tenía los
bemoles de prezentarse! —a veces su amiga era más corta que las mangas de
un chaleco. Estaba clarísimo —ziempre lo arreglaba todo, zi me dizcutia con
una de las niñas, iba él y lo arreglaba... puez está todo mal azi que... ¡Quiero
que venga y que lo arregle!
—Mierda —algo estaba muy mal, Sara estaba sintiendo escalofríos, y
los pelos del cogote se le estaban erizando.
Se levantó del suelo, una de las piernas se le había dormido, ni se había
dado cuenta que se estaban alumbrando con la luz del recibidor, se pasó la
mano por la cara. ¡Madre mía! Qué lío por Dios. Encendió todas las luces, no
le apetecía ver ninguna sombra, ya tenía bastante disparada su imaginación.
Joder, Ana estaba medio grogui, tenía los ojos cerrados pero no estaba
tranquila, murmuraba algo ininteligible y gesticulaba o algo parecido por lo
que pudo observar.
—Ana, cielo, vamos...ayúdame, vamos a levantarnos... no, no, no te
asustes, soy yo Sara, venga vamos, así preciosa, muy bien... ya está cielo...
Le iba a costar la vida llevarla a la maldita cama pero, aunque fuese lo
último que hiciese ¡Por Dios que lo haría!
Llevar a Ana a la cama fue toda una odisea, le quitó la ropa y la metió en
la cama, esperaba que no se acordara de la mitad de las cosas... Y de que
había fumado, no tenía ni idea de dónde había sacado el tabaco. Dejó la luz
de la mesilla encendida, por si acaso, aunque no creía que se fuese a
despertar, Ana estaba en otro mundo, más cerca del coma que de los brazos
de Morfeo.
Cogió el móvil y llamó a Clara, ya era hora que esa chica se comportara
como una adulta a tiempo completo.
—¿Clara? Hola soy tía Sara, necesito qué vengas a casa de tú madre
ahora. ¡Sí! Es urgente. No, no es mi intención asustarte, Clara cielo... No lo
has entendido. Ven cagando leches. ¡Ya!
Le colgó, se imaginaba la cara que debía tener, normalmente eso, era
algo que hacía ella no se lo hacían a ella. Ana las tenía demasiado
consentidas y mimadas, siempre protegiéndolas de peligros que en ocasiones,
sólo estaban en su imaginación. La marcha de Alex había marcado un antes y
un después. Había desarrollado una fragilidad sutil, ni siquiera Xavi fue
consciente de ello, siempre que las chicas salían o hacían alguna escapada,
los niveles de ansiedad en Ana se disparaban. Cuando Clara dijo que se iba a
vivir con su novio, Ana vivió uno de los peores momentos de su vida, el
síndrome del nido vacío era un juego de críos en comparación. Ana siempre
había sido la princesa guerrera pero, después de Alex, perdió fuelle, no era
tan combativa, se lo cuestionaba todo, perdió confianza en sí misma y jamás
la volvió a recuperar.
Y para colmo Xavi, era su roca. Su brújula. Cuando lo perdió parte de su
fuerza, de sus ganas de vivir se fueron con él. Mucho se temía que su amiga
del alma estaba al borde del abismo.
—¿Hola? tía Sara —dijo Clara entrando por la puerta—. ¿Dónde estás?
Como me hayas hecho venir para una chorrada me vas a escuchar
—Hola Clara.
—¡Joder qué susto me has dado tía! ¿Se puede saber qué haces en la
cocina medio a oscuras? —Clara era de genio vivo pero, se habría de llevar
una sorpresa antes de que acabase la noche, de eso se iba a encargar ella.
—Abre el salón —dijo sucintamente.
—¿Perdona? —su rostro reflejaba confusión.
—¡Abre la puerta del salón! —por un momento Clara se quedó inmóvil,
fue hacia el salón mirando hacia atrás, Sara la siguió lentamente.
—¡Madre mía! ¿Qué ha pasado aquí, han entrado a robar, mamá está
bien? —ahora sí que estaba asustada.
—No, no han entrado a robar, al menos que yo sepa, esto lo ha hecho tú
madre, al parecer quiso guardar las cosas de tú padre, por lo que he podido
sonsacarle, después se ha peleado con tú hermana, Júlia ha decidido irse de
casa, no me ha quedado claro si por un rato o para siempre y por último
decidió montarse una fiesta, se ha bebido hasta el agua de los floreros, ha
vuelto a fumar y está a un paso del coma etílico. Creo que más menos te lo he
resumido todo —si no fuese por lo trágico de la situación, lo cierto era que la
cara de su sobrina era impagable.
Clara abrió la boca para decir algo, pero no le salió ni un sonido. Volvió
a mirar el estropicio.
—¿Dónde está mi madre? —preguntó sería como un juez.
—Arriba, en la cama, aún no sé como he podido llevarla pero así es —
salió del salón, esa noche no era capaz de estar en esa habitación. No tenía
muy claro si por la extraña conversación con su amiga pero, lo cierto era que
tenía una sensación que no pensaba en ese momento sondear.
—¿Está muy mal? —el miedo cruzó por un momento sus facciones.
—Depende de como lo mires. Cuando llegué estaba manteniendo una
conversación con tú padre —ya estaba dicho.
—¡Jesús!
—Ya. Estoy de acuerdo —haber como lidiaba con eso.
—¿Crees que lo estaba viendo?... Ejem... Quiero decir si crees que
deliraba y todo eso —ahora se le notaba que todo ese pasotismo del que tanto
alardeaba, no era más que un barniz. Estaba asustada y no era capaz de
disimularlo.
—No puedo contestar a eso, no sé lo que ha visto o lo qué cree que ha
visto, te aseguro que no pienso tocar el tema. Yo no.
—Ella a veces siente cosas... Ya sabes... Es como si tuviese un sexto
sentido, a mí particularmente no me va ese rollo pero, me consta que sabe
cosas...
Clara la miró esperando que dijese algo en la línea de “eso es un
cuento”. Lo llevaba crudo. Que se sentara a esperar.
—Tu madre siempre ha tenido un don especial. Rara vez se equivoca,
así que no pienso preguntarle si mientras se ponía hasta los ojos de licores
varios, mantenía una conversación con su querido pero muy difunto esposo.
Clara se agachó y recogió una botella con tres colillas en el interior, al
lado había una de whisky por la mitad. Se giró hacia su tía.
—¿Sabes o tienes una ligera idea de cuánto ha bebido? —preguntó.
—La verdad es que no.
Clara apretó los dientes, dejó las botellas en una mesita junto al sofá, se
notaba a las claras que no tenía ni idea qué decir o qué hacer, la situación la
desbordaba.
—¿Crees qué empieza a tener un problema con la bebida? —parecía una
niña perdida, su cara lo decía todo. Estaba angustiada y no sabía qué hacer.
—No tengo una respuesta para eso...
—¡Joder!
—Mira Clara, tú madre ha estado bajo mucha presión, desde que tú
padre murió, ha tenido que enfrentarse a muchas cosas y lo ha hecho de
manera encomiable... Demasiado si me preguntas, no era normal, en algún
momento tenía que pasar una debacle... Parece ser que el “momento” es
ahora.
Clara se paseó del recibidor a la cocina, hizo el amago de entrar otra vez
al salón pero se volvió en el último momento. Se paró, suspiro, se frotó la
cara con ahínco y volvió a pasear. Sara la observaba ir i venir con los brazos
cruzados apoyada en la baranda de la escalera, dándole tiempo para asumir la
situación.
—¿Sabes algo de mi hermana, la has llamado? —preguntó parándose
delante de ella.
—No y no —Clara la miró esperando que dijese algo más. No lo hizo.
—¿Y? —interrogó.
—¿Y qué? —dijo Sara alzando una ceja.
—¡Pues no se tía Sara! Me llamas me dices... ¡No! Me ordenas que
venga y a mí hermana doña perfecta no le dices nada. No lo entiendo —
terminó diciendo, levantando una octava la voz.
—Clara querida... ¡Ni se te ocurra que te voy a tolerar que me levantes
la voz! —no alteró el tono, parecía que estaba hablando de nimiedades pero,
no por ello fue menos contundente.
—Lo siento tía —dijo contrita.
—No importa, la pregunta que cabe hacerse ahora es. ¿Qué vas hacer?
—dijo mirándola fijamente.
—¿Yo? —dijo pasmada.
—Es tu madre —dijo sucintamente.
—También es la madre de Júlia y para el caso de Alex... ¡No sólo la
mía! —soltó en un exabrupto.
—Ya.
—¡No me mires así! No tengo la menor idea de qué tengo que hacer —
se mesó con energía los cabellos y volvió a pasearse de un lado a otro como
un tigre encerrado. Se paró en seco en la puerta del salón. Parecía que había
pasado un vendaval, no había ni una maldita cosa en su sitio. ¿Qué narices le
había dado a su madre para hacer una cosa así? —no sé sí quiero hacerme
cargo... Yo también tengo mis problemas, mi madre tiene la vida resuelta yo
todavía tengo que empezar como aquel que dice, la mía. Mañana hablaré con
ella y le diré que necesita ayuda profesional y si eso... La acompaño a ver
algún psicólogo... no sé... —la mirada retadora de su tía, la hizo sentirse
incómoda, empezaba a sentirse peor que una rata de alcantarilla. Volvió a
mesarse los cabellos girándose de espaldas a su tía, no quería ver su
expresión de decepción.
—Excelente... Bien, voy a subir a ver a tú madre...
Sara estaba maravillada del ejercicio de contención. No había cedido a la
tentación de estrangular a su sobrina y eso que le picaban las yemas de los
dedos de las ganas que tenía. Inspiró lentamente y empezó a subir la escalera.
—Tía... no te enfades...aún tengo que asimilar todo esto... ¡Yo también
lo he pasado muy mal y no me he hundido! —se agarró al pasamanos y se
quedó mirando a su tía que se giró en el descansillo de las escaleras.
—¿Sabes por qué no te has hundido como tú dices? —preguntó Sara
mirándola con aire retador —¡Porque tú madre no te dejó! Desde que murió
tú padre se encargó de todo, ninguna de vosotras os hicisteis cargo de los
detalles del entierro, ni del tema de seguros, ni de nada de nada si vamos a
eso. Tu madre no ganará jamás el premio a la madre más cariñosa del año
pero se pasaba a verte varias veces por semana te mandaba mensajes y te
llevaba comida que según ella “le sobraba”. Y ahora sí quieres hacer una
pataleta mientras te miras el ombligo, aunque no es mi casa, por favor, hazlo
en otro sitio.
Sara se giró lentamente y terminó de subir las escaleras regiamente, con
una tranquilidad que bien sabía Dios, no sentía.
Entró en el dormitorio de Ana y se sentó a los pies de la cama. Se quedó
en silencio oyendo la respiración tranquila de su amiga, de vez en cuando
emitía un suave suspiro pero se la veía bien. Hablaría con Ana y tomarían
decisiones, si se tenía que venir a vivir con ella una temporada lo haría.
Cuando murió Xavi, lo propuso pero hasta ella reconocía que lo hizo de una
manera muy tibia, durante un tiempo casi que andaba de puntillas en lo
concerniente a Ana, en aquella época esperaba algo como lo de ahora pero
como no pasó se fue relajando. Los años de rígido control a los que había
estado sometida su amiga, no le permitían dejarse llevar por sus emociones,
se controlaba en exceso incluso de una manera insana a su entender, la faceta
suave y femenina afloró con Xavi. Ana era una mujer guapa, no era una
belleza pero tenía un carisma qué cautivaba. Su mundo era Xavi, vivía para y
por Xavi y Xavi lo sabía. Fueron la pareja de un cuento de hadas, siempre
enamorados como el primer día. No existía el uno sin el otro. Y ahora...
Ahora sólo existía... Cuando era joven hubiera matado por vivir una historia
de amor como la de su amiga, ahora que era más vieja y más sabia, daba
gracias al cielo por no haberlo conocido jamás.
—Está dormida —Sara se sobresaltó cuando escucho a Clara, creía que
se había ido —esto... Voy a llamar a Sergio, habíamos quedado con unos
amigos pero, le diré que sí eso que vaya él...
Con la luz que entraba del pasillo vio que Clara tenía las manos metidas
en los bolsillos del pantalón y los hombros hundidos, no podía leerle la
expresión ya que la luz quedaba a sus espaldas.
—Como quieras, yo voy a ir a mi casa a buscar ropa y me quedaré lo
que resta de fin de semana. Después ya veremos lo que hago —le era
indiferente lo que hiciese, lo que tenía que decir ya lo había dicho.
—Tía... lo siento... Quizás he sido un poco egoísta —su tía la miró
levantando las cejas —vale, sin quizás... —hizo una mueca burlona —cuando
mi padre murió me quería morir yo también, me sentía tan mal y veía a mi
madre tan normal que me dio rabia. Era como si a ella no le doliera tanto
como tendría que dolerle, como si no le importara... No sé como explicarlo
—suspiró con fuerza —quería incluso hacerle daño y preferí apartarme... No
es una excusa... bueno...al igual si pero, en su momento me pareció la mejor
opción.
Hubo un silencio sólo roto por algún suspiro entre cortado de Ana.
Clara no sabía como decirle a su tía que lo sentía. Se quedó mirando
fijamente la alfombra sin saber muy bien qué decir ni qué hacer. En
momentos como ese echaba a faltar a su padre con desesperación. Él la
hubiese abrazado y le hubiera hecho alguna carantoña. Le diría “tranquila
cielo, todo está bien, papá se encarga”. Pero no estaba, no estaría nunca más
y eso dolía como nunca nada le había dolido.
—¿Sabes qué podrías hacer? —preguntó Sara.
—Dime.
—Podrías ir a comprar unas pocas de cajas y mientras se despierta
podríamos entre las dos organizar el caos del salón... si quieres...
—Hecho.
Sara se levantó de la cama y le cogió de las manos mirándola a los ojos.
Se le hizo un nudo en la garganta del tamaño de un puño.
—Lo siento tía —se le rompió la voz, no quería pero era superior a ella,
estaba desbordada. Sara la abrazó con cariño como hacía siempre, la arrulló
meciéndola suavemente.
—¡No pasa nada cielo, no pasa nada! Todo se va a arreglar, tranquila
corazón, tía Sara está aquí y no se va a ir a ninguna parte. Os quiero como si
fuerais hijas mías. Todo se va arreglar... No llores mi vida, tranquila...
Sara abrazaba a su sobrina intentando que se calmara. No se arrepentía
de haberle dicho todo lo que le había dicho pero le dolía verla llorar de esa
manera. ¡Sabía Dios que la quería con toda el alma! Pero, a veces había que
hacer daño para curar.
—Ya, ya, sssshhh —¡Vaya par de dos! Pensó. Y su amiga durmiendo a
un metro de distancia sin percatarse de nada. Increíble
—¡Te quiero tía!
—Y yo a ti cielo —dijo abrazándola con todo su amor —bien, pues si tú
vas a comprar las cajas yo mientras tanto me voy a hacer algo para cenar y
cuando vuelvas nos ponemos manos a la obra. ¿Te parece? —le preguntó a su
sobrina.
—Por mi perfecto. Si quieres paso a buscar algo de comida para llevar y
no te lías... —Propuso Clara.
—Gracias pero no —le sonrió con cariño, colocándole un mechón de
cabello detrás de la oreja —ya me viene bien, me relaja cocinar. Ahora
miraré que tiene tú madre en la cocina y ya veré qué hago.
—Ok. Si es lo que quieres no seré yo la que se queje, si eso, puedes
hacer alguna tarta —le dijo guiñándole un ojo.
Se echaron las dos a reír como crías. Miraron a la bella durmiente por
última vez y bajaron abrazadas, un rumbo a la cocina y la otra a comprar las
cajas.
Cuando Sara escuchó la puerta principal ya tenía en el horno una tarta de
manzana y en el fogón se estaba cociendo a fuego lento carne en salsa de
queso. Estaba cortando unas hortalizas para acompañar con una ensalada,
había encontrado un surtido de frutos secos que tenía pensado añadir junto
con unas aceitunas negras. Aprendió a cocinar siendo muy niña, su madre
murió cuando ella tenía once años de parto, era la mayor de cinco hermanos,
le tocó ser madre antes de ser mujer, su padre trabajaba de sol a sol, siempre
ausente, ella dejó el colegio para atender la casa y hacerse cargo de sus
hermanos pequeños, recordaba su primera tortilla de patatas... ¡Madre mía!
Se sonrió con tristeza. ¡No frió las patatas! No tenía ni idea. Cuando la sirvió
para cenar y empezaron a masticar, la cara de su padre y de sus hermanos fue
todo un poema, ella, haciendo un esfuerzo titánico, siguió masticando como
si fuese lo más normal del mundo, su padre no dijo nada, le puso la mano
encima del tenedor cuando se lo llevaba otra vez a la boca moviendo la
cabeza de un lado a otro. Aquella noche cenaron pan y un poco de embutido.
Cuando acabaron, su padre le dijo que entendía lo que había pasado pero que
tenía que esforzarse más. Durante los siguientes cinco años esa fue su vida,
criar a sus hermanos y esforzarse más. Una vecina que había sido amiga de su
madre, se compadeció de los pobres huérfanos y de vez en cuando les llevaba
comida que sabía a gloria. Era muy dulce y olía a polvos de talco, le gustaba,
no recordaba muy bien a su madre pero sí se acordaba de su olor. Olía como
ella. A partir de entonces, empezó a ser una visitante asidua y la enseñó a
cocinar. Sus hermanos daban saltos de alegría y su padre que siempre había
sido un hombre taciturno, sonreía. No fue hasta mucho después que entendió
el porqué. Un día, se los encontró metidos en la cama. Salió corriendo, corrió
y corrió... Hasta que se dio cuenta de que no tenía dónde ir. Volvió sobre sus
pasos, cabizbaja y arrastrando los pies. Cuando llegó a casa, aquella mujer
estaba en la cocina haciendo la cena y organizando “su casa”. Elsa, que así se
llamaba la mujer, le dijo que tenía que estar contenta por poder volver a ser
una niña y comportarse como una niña. Recordaba con onda tristeza a aquella
joven de casi dieciséis años que no había acabado la escuela, que no sabía ser
niña y no tenía ni idea de como ser mujer. Se convirtió en una rebelde,
reconocía que le hizo pasar las de Caín a su padre y a Elsa pero... Después lo
pagó con creces... ¡Dios mío si lo pagó!... Con sangre... Era mejor dejar el
pasado en su sitio... En el olvido.
—¡Ummhhh! Aquí huele de maravilla tía Sara —dijo Clara, entrando
por la puerta cargada de cajas de cartón plegadas.
Dejó las cajas en el recibidor y entro directamente a la cocina, levantó la
tapa de la cazuela e inspiró con intenso placer.
—Has tardado lo tuyo querida —comentó suavemente pero el reproche
era patente.
—Si. Es cierto, he pasado por casa y he hablado con Sergio, no le he
dicho mucho... Sólo que mi madre no estaba bien y que me quedaría hoy con
ella... Tampoco tenía muy claro qué decirle —se la veía confusa.
—Me parece bien —removió la carne y la probó con una cuchara de
madera. Estaba en su punto. Apagó el fuego y se agachó a mirar la tarta, le
quedaba poco, ya empezaba a dorarse y tenía una pinta increíble —¿Quieres
beber algo? —preguntó sin mirarla.
—En vista de los acontecimientos, un refresco de cola si hay. Y si no
agua —dijo Clara con una mueca. No solía beber mucho, siendo una
adolescente hizo un par de tonterías pero nunca le encontró el gusto así que
bebía poco y ocasionalmente.
—Pues yo me voy a tomar una cerveza —dijo Sara hurgando dentro de
la nevera.
—Me parece bien, no es por fastidiar pero mi madre la única cerveza
que tiene es sin alcohol, que lo sepas —era cierto, Ana casi no bebía, en las
raras ocasiones que se tomaba una cerveza era sin alcohol y la mezclaba con
limonada.
—Podría tener cerveza normal digo yo, aunque sea para cuando vengo a
visitarla.
—Mi hermana...aun no entiendo qué ha pasado.
—Ya... Mira no sé qué ha pasado entre tú hermana y tú madre, deduzco
que se han peleado, tu madre no está bien, por mucho que diga que no le
afecta, ayer enterraron a su madre... Lleva arrastrando lo de tú padre. Ya sé
que todas vosotras lo estáis pasando mal pero... Siento que está llegando al
límite. He pensado esperar a ver qué dice ella.
—Eso lo puedo entender. Lo que no tengo tan claro, es porqué ha hecho
lo que ha hecho en el salón. Pero puedo imaginarme la pelea con mi hermana
cuando ha visto el estropicio.
—Yo también puedo imaginármelo —dijo Sara con un suspiro —no
había tocado nada desde la muerte de tu padre. Y con su inimitable estilo, ha
decidido que ya era hora. Seguro.
—¿Y tenía que ser precisamente ahora? —preguntó con una mueca —
¿La vieja bruja se muere y a ella le dá un perrenque y arrasa el salón?
—Creo que mejor dejamos el tema hasta que podamos hablar con ella
—dijo Sara sabiamente —mejor dime cómo llevas las reformas de la casa.
—¡Uff! Creo que me haré vieja y aún estaré liada con la casa. A veces
me recuerda la peli aquella “esta casa es una ruina” —dijo divertida,
aceptando tácitamente, el cambio drástico de conversación —No te rías, en
serio, arreglamos una cosa y se rompe otra, es desmoralizador —dijo con
expresión abatida.
La suave carcajada de Sara, arrancó una sonrisa a Clara.
Cenaron tranquilas, mientras charlaban amigablemente, como si fuera
una noche de sábado normal. Clara le contó las diversas ideas que tenía para
la casa que se había comprado con su novio. Habían encontrado una ganga
hacía poco menos de un año. Una casa vieja que necesitaba un montón de
reformas y les hacía mucha ilusión arreglarla a su gusto. El ambiente
distendido, daba la medida de la afinidad que tenían, era casi palpable.
Clara admiraba a aquella mujer que conocía de toda su vida. Era su ideal
de mujer. Elegante, educada, todo lo que tenía que ser una dama. Cuando fue
adolescente, más de una vez había ido a verla para explicarle alguna
confidencia, se sentía más cercana a ella que a su propia madre.
La noche las cogió entre confidencias, al final decidieron proseguir al
día siguiente con el tema del salón. Se fueron a dormir. Mañana seria otro
día.
Eran las siete de la mañana, a Sergio le daría un pasmo si la viese
levantada a esa hora, pensó Clara mientras se preparaba un café y daba cuenta
de un trozo de pastel que su tía había hecho el día anterior. Estaba delicioso,
era uno de sus preferidos, y su tía lo sabía. Hizo una mueca cuando miró por
la ventana de la cocina, estaba amaneciendo, había una suave niebla y seguía
cayendo una fina lluvia. Lo cierto es que se sentía bien. Curioso, no era
persona antes del mediodía, estaría haciéndose mayor, pensó burlonamente.
Se terminó el café y se fue al salón, la bombardearon mil imágenes con
sólo abrir las puertas correderas, había crecido en aquella casa, no tenía
recuerdos o al menos ninguno digno de mención de su vida antes de ir a vivir
allí. Con un suspiro, puso manos a la obra. Cuando empezó a guardar las
cosas de su padre desparramadas por todo el salón, un sentimiento de
nostalgia y pena, la embargó. Poco apoco, fue recogiendo todas aquellas
cosas plagadas de recuerdos, una solitaria lágrima, recorrió su rostro, sin ser
apenas consciente.
Llevaba una hora tranquilamente recogiendo aquel caos, cuando sintió,
que no estaba sola.
—Ya veo que alguien se ha levantado pronto —dijo Sara.
Llevaba unos tejanos que le sentaba como un guante, una camisa de
suave franela a cuadros y unas botas de caña alta de piel. El pelo recogido en
un moño bajo, unos mechones se habían escapado y los llevaba detrás de las
orejas, la cara limpia, sin maquillaje y sin embargo se la veía guapísima. Sara
era toda una belleza, no parecía que tuviera la edad que tenía. Aparentaba
diez años menos, su cuerpo curvilíneo pero bien formado, era la envidia de
cualquier mujer.
—Increíble pero cierto —murmuró Clara con una sonrisa torcida —
quiero acabar de empacar todo esto —dijo desperezándose, de estar
encorvada le dolía la espalda.
—Pues yo me voy a tomar un café y ahora vengo a ayudarte —comentó
Sara y se encaminó a la cocina.
—¡Umm! Creo que te voy acompañar y me tomo otro —sé levantó de la
alfombra masajeándose la zona baja de la espalda —Sara la miró por encima
del hombro sonriendo pero no se detuvo.
Un rato mas tarde…
—Has guardado ya un montón de cosas —comentó Sara cuando
entraron más tarde al salón. ¿Y la consola? —preguntó al no verla en su sitio.
—Ya la he guardado junto con los juegos que he visto. Si a mi madre y a
mi hermana les parece bien, me la llevaré —le traía miles de recuerdos de
domingos por la tarde jugando con su padre. La quería poner en la habitación
que estaba renovando.
Sara asintió.
Clara empezó a dar viajes al garaje, mientras Sara terminó de guardar
los libros y algún que otro objeto de Xavi en cajas. Tenía la cabeza en otra
cosa. No tenía hijos pero, siempre pensó que si hubiera tenido alguno, le
hubiese encantado que se pareciera a Clara. Los quería a todos, incluso a
Alex, el muy idiota, pero, Clara era especial. Sabelotodo, gruñona pero, en el
fondo una niña. Una dulce y maravillosa niña.
—¿Qué haces? —Ana estaba en la puerta con expresión obviamente
confusa.
—¡Hola cielo, buenos días! ¿Has dormido bien? — Sara se levantó y se
acercó a su amiga, obviamente Ana sufría de una resaca descomunal —¿un
café? —la cara de asco de Ana, no tenía precio.
—Paso —las náuseas habían remitido un poco pero seguía teniendo el
estomago del revés
—Supongo que en algún momento me explicarás todo esto —Sara miró
a su amiga que tenía los ojos inyectados en sangre. La abrazó por la cintura y
la guió a la cocina suavemente.
—¡Ey, buenos días mamá! —dijo Clara entrando por la puerta —ya veo
que te has levantado, bien, nos queda un par de cajas más y ya estamos.
Queda todo un poco vacío... Muy vacío, ya dirás que quieres hacer —dijo con
una vitalidad y una alegría que a Ana, le dieron ganas de estrellarle algo en la
cabeza.
Sara le puso un café. Ana las observaba por encima del borde de la taza.
Le sonreían las dos como si fueran idiotas, Sara se sentó en frente, mirándola
y su hija se apoyó en la repisa de la isla con las piernas cruzadas también
observándola con interés mal disimulado.
Nadie hablaba. Malo. Siguió sorbiendo el café.
—¿Qué? Al igual quieres compartir con nosotras qué ha pasado —dijo
Sara ansiosa, sin que se le borrase la maldita sonrisa.
—Necesito un par de aspirinas —las necesitaba más que respirar pero,
también necesitaba tiempo para despejarse y aclarar sus ideas.
Clara fue al botiquín y le acercó las aspirinas mirándola divertida.
—Aquí tienes —cogió una silla y se sentó a horcajadas observando
fijamente a su madre.
—Bueno... —Se aclaró la garganta —no hay mucho que contar —Sara
enarcó una ceja, Clara soltó un bufido nada femenino —ayer decidí que ya
era hora de guardar las cosas de Xavi... Si quieres algo puedes cogerlo —dijo
mirando a su hija, la susodicha asintió —bien... entonces llegó Júlia y me
encontró en plena faena... nos discutimos y se fue de casa —se le rompió la
voz, cerró los ojos un momento inspirando profundamente para tranquilizarse
—nada más.
Sara y Clara se miraron la una a la otra, después se la quedaron mirando
fijamente.
—¿Cómo qué nada más? —soltó Clara —¡Y una mierda! —se levantó
de la silla con tanto ímpetu que casi la tira al suelo.
—¡Clara! Controla esa boca por favor —dijo Sara.
—¡Mamá, ayer pillaste una cogorza de impresión estabas comatosa y
hoy me dices que nada más! ¿Estamos locos o qué? ¿Qué pasa, ahora es
normal que te pongas hasta las trancas?
—Clara por favor, así no... —Sara estaba angustiada, odiaba que se
pelearan.
—¿Entonces cómo? ¡Mírala! Toda tranquila tomando su café como si no
pasara nada. Nos hemos quedado esta noche aquí contigo porque no
sabíamos nada y no estabas en condiciones ni de ir tú sola al lavabo —Clara
estaba perdiendo los papeles a la velocidad de la luz. Tenía un temperamento
volátil, pasaba de cero a cien en un segundo.
—Lamento mucho si os he causado problemas, nada más lejos de mi
intención, os agradezco...
—¡No quiero que me agradezcas nada! —interrumpió Clara —¡Quiero
que me digas qué pasa!
Hubo un silencio sólo roto por el sonido de la nevera al ponerse en
marcha. Sara la miraba con profunda pena. Clara con ganas de matarla.
Suspiró cansada, se frotó la frente con fuerza. No estaba preparada en ese
momento para la confrontación que estaba teniendo lugar. Las miró de hito
en hito.
—No sé muy bien que decir... Cuando Júlia se marchó, no tengo muy
claro que pasó, me superó todo... no se... No puedo explicar lo que yo soy
incapaz de entender. Lo siento —acabó diciendo con un hálito de voz —lo
siento Clara...
Clara inspiró con fuerza, se meso los cabellos y se dio la vuelta
apoyándose con las dos manos en el mármol de la encimera. Después de unos
segundos se giró a mirarla con gesto adusto.
—No te entiendo mamá, te juro que lo intento pero no te entiendo... No
sé qué te pasa, no hablas, no explicas y yo no tengo una bola de cristal... No
eres la de antes, sé que desde que papá murió las cosas han cambiado, para
todos pero, si no me dejas no te puedo ayudar. ¿Sabes? Yo también tengo una
vida que vivir, si quieres destrozar la tuya adelante pero no esperes que me
quede a ver como lo haces.
Ana se limpió rápidamente una lágrima pero, no emitió ni un sonido.
Asintió lentamente, nada más. Su hija la miró francamente enfadada. Le dolía
la garganta de aguantarse las ganas de gritar, pero tenía que mantener el
control, la rigidez se había apoderado de su cuerpo, las manos apretaban con
tanta fuerza la silla en la que estaba sentada que se le habían entumecido.
—Tía Sara, me voy a casa, si necesitas algo me llamas —dijo
bruscamente.
—Cielo, espera, las cosas no se arreglan así, date una vuelta... ve al
garaje y termina de arreglar las cajas y si...
—¡No! —acotó —lo siento... No puedo, ahora no —miró a su madre.
Ana seguía callada y rígida en la silla, no movía ni un músculo, parecía de
cera. Sólo el movimiento de los hombros delataba que respiraba. Su tía no lo
entendía pero si se quedaba probablemente cedería a la tentación de
zarandear a su regia madre hasta que le castañearan los dientes.
Sara la miró rogándole pero Clara hizo caso omiso del mensaje.
—Cuando vuelvas a ser humana si quieres llámame —dijo con voz de
hielo —Por cierto... nunca has querido parecerte a tu madre... vas camino de
fracasar.
Y con ese agrio comentario salió de la casa dando un portazo.
—No se lo tengas en cuenta, está enfadada, no lo entiende Ana, porque
no sabe, cielo... en algún momento tendrás que hablar con ella... Con las dos.
Sara se levantó de la silla y empezó a frotar vigorosamente los brazos de
su amiga.
—Venga, respira lentamente... Si...así... Muy bien, tranquila cielo...
llora... Llora mi niña... Sácalo todo, ya sé que duele.
Ana rompió a llorar despacio, poco a poco fue cobrando fuerza y la
tormenta que contenía en su interior se desató. Se abrazó a Sara con ansias, el
llanto iba aflojando los músculos agarrotados. Sara lloraba con ella, su Sara,
la quería como a una hermana sino más.
El llanto fue remitiendo lentamente, Sara la tenía abrazada y le
acariciaba lentamente el pelo, estaba sentada en el alféizar de la ventana
sosteniéndole la cabeza en el regazo peinándole con los dedos el cabello. Ya
no decía nada, sólo se escuchaba algún suspiro roto de alguna de las dos.
—Bueno cielo, no tienes que decirme nada ya lo sabes... —empezó Sara
—Sara, he perdido otro hijo —se le volvió a romper la voz, la pena la
ahogaba.
—No creo que por haber discutido con Júlia la hayas perdido como tú
dices. A veces eres una extremista y lo sabes —Sara la miró con acritud.
—Fue más que una discusión, cuando vio todas las cosas de su padre
por el suelo se encendió... Intentó colocarlo de nuevo en su sitio pero, no sé
que me dio y se lo impedí —suspiró entre cortada —yo perdí los papeles y...
le recordé que esta casa era mí casa —hizo una mueca de asco hacia sí misma
—gané la discusión, no cabe duda pero, perdí una hija. Me dijo que en unos
días vendría a buscar las cosas de su padre, que las guardara hasta entonces.
Sara soltó un silbido alzando las cejas.
—Ana... creo que Júlia tiene un problema similar al tuyo. ¡No me mires
así! Se contiene demasiado. Siempre es tan perfecta que no es normal. ¿No lo
ves? Lleva una agenda, se apunta todo, no llega nunca tarde, siempre es
correcta, es metódica hasta decir basta... Sabes que no la llaman doña perfecta
por nada. Necesita tener el control y aborrece los cambios como si fueran la
peste. Que llegase a casa y encontrara el salón como si hubiera pasado un
tsunami la pondría a cien y si para más inri eran las cosas de su sacrosanto
padre, tuvo casi que hiperventilar.
Ana reconoció la verdad que contenían las palabras que decía su amiga,
era cierto, estaba tan sumida en su propio infierno personal que no fue
consciente de la debacle que suponía para su hija los cambios nada sutiles por
cierto que emprendió por su cuenta.
—¿Sabes? Es curioso, siempre he sentido cosas... tú sabes, en más de
una ocasión ese sexto sentido me ha salvado incluso la vida...
—Nos, dilo bien, nos ha salvado —puntualizó Sara.
—Como quieras, y sin embargo soy una inepta para mis hijos —dijo
amargamente.
—¡No es cierto! —Sara se removió en su silla incómoda.
—Sabes que es verdad, cuando lo de Alex, no lo vi venir, ahora con
Júlia más de lo mismo. Tú te has dado cuenta y has entendido lo que le pasa,
en cambio yo no podía ser más ciega ni aunque me lo propusiera —se levantó
y se fue a uno de los cajones de la cocina, Sara la miraba con suspicacia.
Sacó una cajetilla de tabaco, un encendedor y un cenicero pequeño pintado a
mano.
—¡Ah no! Eso sí que no —se levantó deprisa y fue a quitarle el tabaco,
Ana la miró admonitoriamente sería como un juez.
—¡Sara, déjame! Lo he dejado más veces, ya lo volveré a dejar —se
encendió un cigarrillo e inhalo lentamente. Su amiga se la quedó mirando
pasmada, su mirada lo decía todo.
—He ayudado a gente a lo largo de mi vida, gente que no eran nada mío.
No pongas esa cara Sara, sabes que no lo digo por ti. Tú eres mi familia y lo
sabes, la cuestión es que tengo tres hijos y al parecer soy incapaz de saber
qué necesitan y como ayudarlos. Todo lo que he hecho durante toda mi vida
ha sido protegerlos de mi madre y de su padre biológico... al parecer no era
suficiente —dijo, utilizando las mismas palabras que le espetó su hija cuando
se discutieron.
—Ana cielo, no te hagas eso —suplicó Sara cada vez más angustiada.
Ana se rió sin ganas, le dio una última calada al cigarrillo apagándolo.
Se puso un vaso de agua. El sabor que le dejaba el tabaco en la boca después
de fumar no le había gustado nunca.
—Es cierto y lo sabes. Xavi era el más afectuoso de los dos, cuando
necesitaban cariño él se lo daba a manos llenas, mis hijos no tienen la culpa
de que su madre, sea una lisiada emocional. Por lo que respecta a ellos, he
suspendido estrepitosamente, esa es la verdad y ya va siendo hora de que lo
asuma.
Sara se limpió una solitaria lágrima, le dolía como nada ver a su amiga
sufriendo de esa manera. No había suspendido, tenía tres hijos maravillosos,
aunque uno de ellos fuese idiota, ella lo quería con toda su alma. Las chicas
eran dos tesoros y era gracias a su madre.
—Ana, estás siendo muy dura contigo misma, creo que necesitas tiempo
para pensar. Cuándo reflexiones verás como hay solución, todo se puede
solucionar.
—Si tú lo dices...
Se estaba poniendo difícil, la conocía muy bien, cuando entonaba el
“mea culpa” lo hacía como todo, sin medias tintas.
—Cielo, tienes que explicarles. La muerte de tu madre, te ha afectado
aunque no quieras admitirlo sino no se entiende que de la noche a la mañana
desmontes media casa. No habías querido tocar nada desde la muerte de Xavi
y ahora de golpe y porrazo…Creo que tendrías que llamarla, tienes que
hacerla entender que en esta casa viven los vivos no los muertos.
—Lo sé —se paseó por la cocina sin saber muy bien qué hacer.
—Sí es necesario, aconséjale que vaya a un psicólogo —se giró a
mirarla con expresión adusta —no queremos que quede tocada
emocionalmente. ¿Verdad? Siempre has dicho que Júlia parecía que viviese
dentro de un corsé... Creo que tendremos que hacer algo para cortar los
cordones.
—¿Tendremos? —la miró sin pestañear.
—Tendremos, las dos juntas, eres mi familia, las chicas son como mis
hijas. No te voy a dejar sola, iremos juntas, de la mano, para lo bueno y para
lo malo.
Ana tuvo que tragar varias veces para bajar el nudo que le comprimía la
garganta, sabía que a Sara le estaba pasando lo mismo.
La abrazó con fuerza.
—Sabes que te quiero ¿Cierto?
—Lo sé.
Se separaron y se rieron como tontas, la carga emocional se sentía en el
ambiente, como un ente vivo. Sin pretenderlo, la muerte de su madre estaba
haciendo de catalizador aflorando emociones que de otro modo posiblemente
seguirían escondidas. Ese fin de semana estaba siendo catártico. No estaba en
condiciones de discernir si era bueno, el tiempo lo diría.
Llamaron a un restaurante de comida para llevar, y mientras llegaba y no
el pedido, terminaron de sacar las cosas de Xavi y de colocarlo todo en el
garaje. Subieron después al dormitorio principal e hicieron lo mismo, para
cuando acabó el día no quedaba nada de los efectos personales de su marido.
Salvo alguna foto de ellos y poca cosa más todo lo demás estaba en el garaje.
Se sentía mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo. Supo que él se
lo agradecía, el ambiente era menos pesado. Había hecho lo correcto.
Más tarde, sentadas en el sofá del salón con los pies en la mesita, cada
una de ellas sumidas en sus propios pensamientos, se respiraba paz.
—¿Sabes? —dijo como al descuido.
—No, dime —contestó Sara con los ojos cerrados.
—Estoy pensando...
—¡Pues no lo hagas! —dijo Sara de golpe interrumpiéndole.
Se rieron al unísono.
—Que voy aprovecharme de ti —Sara abrió un ojo suspicaz —creo que
voy a decorar el salón... Y tú me vas ayudar.
Un brillo se instaló en la mirada de Sara.
—¿Qué quiere hacer, pintar, cambiar los muebles de sitio?
—¡Voy a cambiarlo todo! —miró a su amiga expectante —cuando hable
con Clara, le diré si quiere algo para su casa, los muebles están bien, a lo
mejor quiere aprovechar algo. Y si no, lo venderé todo a una de esas tiendas
de segunda mano.
Ana esperó impaciente la reacción de su amiga.
—¿Eres consciente que el mes que viene es Navidad, verdad? —
preguntó Sara ya totalmente despejada —Si nos liamos con esto ahora es
posible que en fiestas navideñas esté todo empantanado. ¿Dónde celebrarías
entonces? —dijo enarcando una ceja.
—Fácil, en tú casa —la sonrisa que le cinceló la cara sólo se podía
describir como maquiavélica.
La cara de Sara no tenía precio.
—Entonces... ¿Me ayudarás con el salón?
—¡Seguro! Mañana mismo empiezo a mirar —la lealtad de Sara era
inquebrantable.
—Sara, no te suelo dar las gracias... ¡Sí, lo sé! Sé que no es necesario
pero quiero decirlo. Gracias por ser mi amiga, gracias por ser mi hermana,
gracias por ser la mejor tía del mundo. Pero sobre todo, gracias por quererme
como soy.
—¡Eres idiota! Me vas hacer llorar, vaya fin de semana que llevamos —
se enjugó los ojos con la manga de la camisa —y ¿Qué vas hacer con las
niñas? —preguntó preocupada.
—Mañana llamaré a Júlia cuando salga de trabajar. Intentaré quedar con
ella. Júlia necesita saber algunas cosas, después será ella la que decida.
—Me parece bien. Cuando la llames cerciórate que está receptiva, sino
deja pasar unos días. Por cierto. ¿Sabes dónde está durmiendo?
—No, imagino que en casa de una de sus amigas —le angustiaba no
saberlo.
—Bueno, supongo que estará bien, otra cosa no pero, nuestra chica es
sensata —se miraron y sé sonrieron con un marcado sesgo de tristeza.
—Y ¿Clara? —preguntó.
—Clara es harina de otro costal. Nunca he sabido bien como conectar
con ella. La llamaré y miraré de quedar con ella. Han sido unos días difíciles,
espero que lo entienda.
—Clara es una chica muy inteligente —comentó Sara —si le vas a
contar cualquier excusa lo notará y se distanciará más... Ana creo que tienes
que empezar a plantearte que las chicas son adultas, que ya pueden entender
lo que pasó... lo que tú has pasado...
—Hay algunas cosas que no le conté ni a Xavi... sólo las sabes tú —
confesó angustiada —no sé si estoy preparada.
—¡Nunca estarás preparada Ana! Tienes que hacerlo porque es justo que
sepan.
Suspiró con fuerza.
—Supongo que tienes razón.
—Como diría Clara... ¡Sé que tengo razón! —le sonrió apretándole la
mano.
—Bueno... ¿Te vas a quedar a dormir? —cambió de tema.
—Tenía pensado quedarme unos días por aquí... Si a ti te parece bien —
dijo insegura.
—Me parece una gran idea, así planeamos el salón, las navidades y... lo
que venga.
Pusieron la tele un rato cada una de ellas en un sofá, la suave luz qué
emitía la chimenea, las alumbraba tenuemente. El temporizador de la
televisión se apagó pero las dos mujeres, estaban para entonces, en el reino de
los sueños.
Capítulo II:
El lunes por la mañana al contrario que los últimos tres días, amaneció
un día soleado, brillante y luminoso. Ana, había dormido contra todo
pronóstico como una marmota.
Sara por su parte, tuvo una noche intranquila pensando en mil cosas, los
acontecimientos de los últimos días, habían hecho que pensara en su pasado,
algo que normalmente evitaba. En ocasiones sentía la intranquilidad de un
gigante con pies de barro, se había reinventado así misma. Le gustaba la vida
que se había construido pero, a veces el subconsciente la traicionaba y se
preguntaba qué habría sido de su familia. No tenía sentido angustiarse
gratuitamente. Los esqueletos estaban mejor encerrados en el armario. Con
un suspiro de impaciencia se fue a duchar, había estado demasiado tiempo
remoloneando en la cama y ahora iba justa de tiempo, tendría que darse prisa
o llegaría tarde a trabajar.
Cuando bajó a desayunar, Ana ya estaba a punto de salir por la puerta.
—¡Buenos días! Si bajas cinco minutos más tarde ni nos vemos —
comentó Ana.
—¡Buenos días! —saludó —ya me lo imaginaba, lo cierto es que para
mí aún es pronto pero, tengo que pasar por mi casa a recoger unas cosas para
la tienda y si no me pongo pronto en marcha, llegaré tarde —se sirvió una
taza de café y apoyada en el fregadero se lo empezó a tomar de prisa. Más
tarde iría a desayunar a la cafetería que estaba en frente de su tienda.
—¡Eres la dueña! Si llegas diez minutos más tarde nadie te va a dar la
bronca —dijo Ana con ironía.
Sara la miró con cara de disgusto.
—Los horarios están para cumplirlos —le reprochó.
Ana sonrió con sorna.
—Lo sé. ¡Hay que dar ejemplo! Bueno, nos vemos después, que yo sí
tengo jefe y llego justa —le dio un beso rápido y salió deprisa cerciorándose
que llevaba el teléfono móvil y las llaves en el bolso.
—¡Qué tengas un buen día! —dijo Sara —¡Adiós! —pero Ana ya salía
por la puerta casi corriendo.
Sara lavó la taza, cogió su bolso y se dispuso a empezar la semana, tenía
varios pedidos que comprobar. Estaba a tope de faena, se acercaban las
navidades y eran fechas de muchísima actividad.
No había salido del aparcamiento que su cerebro ya estaba en modo
trabajo, era deformación profesional y lo sabía pero, no le importaba, su
negocio era su bebé.
Ana por su parte, llegó al hospital con el tiempo justo, sacó un café de la
máquina cuándo salió del vestuario y se encaminó a su servicio. Trabajaba en
consultas, no era tan intenso como otros servicios en los que había estado
pero, se sentía muy cómoda con las compañeras. Llevaba un par de años, un
poco antes de que muriera Xavi, le ofrecieron el puesto, estaba encantada,
trabajar allí implicaba tener días de fiesta en festivos lo cual, dada su
profesión, era un lujo.
Recordaba como había hecho planes con su marido, imaginando lo que
podrían hacer los fines de semana. Les encantaba hacer escapadas pero
coincidían poco. Se fueron a cenar para celebrarlo y se pasaron toda la
comida hablando de todas las cosas que iban hacer. Dos semanas después su
mundo se volvió del revés. Aquel día, la avisaron de que su marido había
tenido un accidente. Xavi estaba en urgencias, cuando lo vio dejó de respirar,
sus compañeros la sacaron a rastras. Los sonidos que le llegaban del box, a
los que estaba tan familiarizada, le parecieron fuera de lugar. La sensación de
irrealidad la embargó. No supo el tiempo que estuvo allí sentada. Buscaba la
mirada de ellos cuando salían pero la evitaban, en un momento dado, salió un
médico, el doctor Méndez, había trabajado con él años atrás, se dirigió
lentamente hacia ella, fue el único que la miró fijamente desde que salió del
box. No lo dejó hablar, salió corriendo, cuando entró al box, los ojos se le
fueron automáticamente al monitor, estaba apagado. Se volvió loca, gritó y
gritó. Alguien la abrazó, después supo que había sido el mismo médico. Fue
la única vez en su vida que la dominaron las emociones hasta el punto de
perder el control total. Le administraron un sedante. Lo siguiente que
recordaba fue despertar en una camilla, al parecer también se desmayó. Los
días que siguieron, los recordaba vagamente. Hacerse cargo de los detalles
del funeral, fue una de las cosas más duras que había tenido que hacer en su
vida. La sensación de irrealidad la acompañó durante bastante tiempo.
Descubrió en sus propias carnes lo que significaba vivir estando muerta
por dentro. Literalmente. Se encontró establecida en una rutina monótona que
la mantenía a una sana distancia del mundo. La indiferencia al paso de las
estaciones, fue testigo mudo.
Hasta hacía tres días... su mundo cambió de nuevo drásticamente con la
muerte de su madre. Fue una sacudida en toda regla. La amalgama de
sentimientos encontrados fue toda una sorpresa. La catarsis llegó hasta la
misma esencia de su ser. La muerte de su madre abrió las compuertas que
mantenían prisionera su voluntad.
Sara se sentó en una mesa apartada de la cafetería que estaba en frente
de su tienda. Normalmente lo hacía en la barra y hablaba con la camarera
pero, hoy no tenía muchas ganas de entablar conversación. La simpática
chica que la atendió pareció entender y salvo un par de comentarios casuales
la dejó tranquila. Estaba famélica. Raquel la instó a marcharse en cuanto
tuvieron los pedidos bajo control. Era un encanto, la contrató hacía ya cinco
años y no se había arrepentido ni una sola vez desde entonces. El año
siguiente su preciosa tienda cumpliría la mayoría de edad. Le parecía
increíble que ya hubiesen pasado dieciocho años. Le vino a la mente, el
miedo escénico la primera vez que levantó la persiana del establecimiento. Le
temblaban hasta las pestañas. Recordaba la tarde que estaba paseando con
Ana por el centro cuando vieron el letrero de traspaso. Hablaron con la
dueña, una mujer por demás encantadora, les enseñó la tienda y la parte
trasera de la misma, en la trastienda había un pequeño almacén, un aseo y una
salita diminuta donde la mujer tenía una mesa un sillón y una máquina de
coser. Desde que fue dueña de su vida, jamás había tomado una decisión sin
madurarla pero, aquello fue amor a primera vista. Dos horas más tarde,
salieron de la tienda habiendo cerrado el trato que la convirtió más tarde, en
toda una empresaria.
Poco a poco fue cambiando el estilo de la tienda, ahora era más elitista
por así decirlo. La reformó y adquirió el local de al lado para ampliarla. Años
después, compro la casa de encima a la misma señora, cuando esta se fue a
vivir con su hija, terminó siendo dueña de dos locales y de su vivienda, no le
había ido mal. Siempre le había llamado la atención la confección artesana de
la ropa de casa. Pero jamás se planteó que algo así fuera tan rentable, venían
de otras poblaciones a encargarle piezas únicas, exclusivas. Incluso el párroco
era amigo y cliente. Si alguna vez supieran quién era ella no la volverían a
mirar a la cara... ¡Maldita sea!... ¿Porqué la traicionaba el subconsciente de
esa manera? Hacía años que no pensaba en todo eso.
No lo entendía, esos últimos días habían removido pozos oscuros,
insondables, sacando a flote cosas que mejor estaban relegadas al olvido... En
fin... Imaginaba que el carrusel de acontecimientos, tenían la culpa de todo.
Terminó de desayunar, se despidió de la camarera y se fue a su tienda a
enterrarse entre pedidos y facturas. No le gustaba ese desasosiego que la
embargaba, supuso que el trabajo la absorbería lo suficiente como para no
pensar en lo que estaba muerto y enterrado.
Sara entró en casa de Ana con su propia llave, Ana siempre le había
hecho sentir que aquella también era su casa.
—¿Ana?
—Estoy aquí, en el salón —contestó su amiga.
Sin palabras.
Sara se quedó sin palabras.
—Al parecer, hemos estado ocupadas —no sabía qué pensar.
Ana se echó a reír, no con la típica sonrisa a la que le tenía
acostumbrada que no le llegaba a los ojos. Para nada. ¡Era una sonrisa
auténtica!
—Podríamos decirlo así —concedió con gracia.
El salón estaba completamente vacio. No había ni un clavo.
—¿Dónde está…todo?
—Lo he vendido a una casa de esas de segunda mano.
—¿Todo? —repitió incrédula. Ana asintió satisfecha.
—¿Qué vas hacer? Porqué digo yo, que tendrás un plan —murmuró
enarcando una ceja.
—Más o menos —la sonrisa de Ana, le confirió un aire pícaro.
—¡Sorpréndeme!
—He llamado a Clara —Sara la miró prestándole toda su atención.
—¿Y?
—Le he dicho que tenemos que hablar —la sorpresa de Sara era más
que evidente —he decidido que es el momento.
—Eso está muy bien —murmuró intentando procesar tantas cosas a la
vez —¿Pero que tiene que ver la conversación con este…cambio?
—Llevo dos años esperando y lo único que ha pasado durante todo este
tiempo es la vida. Sara, ha pasado la vida.
—Entiendo... No... No entiendo nada —la confusión de Sara era
evidente.
Ana se echó a reír.
—Estoy de acuerdo, desde lo de Xavi, no eras tú. Pero cada uno lleva el
duelo a su ritmo. Necesitabas curarte por dentro. Cielo, es normal. ¡A ti no te
lo tengo que explicar! Las heridas que no se ven son las que más cuestan de
curar —no le faltaba razón.
—Estos últimos días, han pasado demasiadas cosas pero, no sé sí puedo
explicarte como me siento —caminaba arriba y abajo por la estancia. Se la
veía alterada... No, alterada no, se la veía como antes. Ana era una persona
con una inagotable energía capaz de extresar a un santo.
—¿Me estás diciendo que la muerte de tú madre y la discusión con
Júlia...? Bien, no sé como acabar la pregunta —dijo Sara fascinada —¿Qué
todo esto te... Ha cambiado?
Ana sonrió entendiendo la confusión de su amiga.
—No creo que me haya cambiado, creo que me ha despertado. No sé
explicarlo mejor —se pasó la mano por el pelo en un gesto ansioso—. Sara,
me siento bien, ligera... Sé que suena absurdo. es como si hubiera salido de
una larga enfermedad y ahora estuviera curada.
Sara la miró largamente, observó el brillo de su mirada. Con una
claridad meridiana entendió qué le había pasado a su amiga, había cambiado
su aura, no era algo que pudiera decirse en voz alta, por lo menos en según
qué foros pero, no le quedaba ninguna duda. La alegría, la fuerza de carácter
que hacía unos días no existía, ahora había vuelto, podía notarla.
—Me alegro mucho, no creo que importe entenderlo todo en la vida, a
veces, las cosas pasan. ¡Demos gracias a Dios por ello! —le dio un abrazo
con fuerza.
—Estoy de acuerdo, no sé qué ha pasado, sólo sé que me siento
diferente.
Sara notó que el ambiente de la sala había cambiado, estaba más cálida,
el aire era menos pesado... Más... Ligero. Sara se tenía por una mujer sensata,
pensó que al cambiar el patrón emocional de Ana, había cambiado su
entorno. Podía creer en eso.
—Me alegro cielo. Si crees que esto es lo que necesitabas, entonces está
bien —dijo muy seria —entonces... ¿No hace falta que me quede? —
preguntó.
—¡Y tanto que sí! Tenemos mucho que hacer Sara. No sé si eres
consciente que el mes que viene es Navidad. ¡Hay que organizar todo esto!
Te necesito ahora más que nunca —el gesto de incredulidad de Sara, no tenía
precio. Ana se echó a reír divertida.
—¡Por favor, dime que tienes una idea de como vas a decorarlo! —rogó
con miedo a la respuesta.
—Para nada —murmuró Ana impenitente —no he llegado tan lejos, te
recuerdo que hace unas horas ni siquiera era consciente de necesitarlo.
Sara gimió en voz alta cerrando los ojos, Ana se reía cuando sonó el
timbre de la puerta.
—Será Clara —dijo.
Clara y su novio, entraron y se quedaron boquiabiertos cuando vieron el
salón.
—¡Hola Sergio! ¿Qué tal? —se acercó a darle un abrazo afectuoso.
—Hola —murmuró sin despegar la vista de la estancia vacía —esto…
está muy vacio —Ana se rió dándole un cariñoso abrazo.
—Estoy llevando a cabo una serie de cambios —explicó mientras su
yerno asentía sin saber qué decir.
—Mamá... No entiendo que está pasando. ¿Has hablado con Júlia? —su
confusión era evidente.
—Lo sé nena. Quiero hablar contigo —su hija la miró frunciendo el
ceño.
—Creo que nosotros os vamos a dejar —dijo Sara —Sergio cielo,
seguro que te apetece un trozo de tarta —dijo tomando del brazo al joven y se
lo llevaba a la cocina.
Cuando se quedaron solas, Ana miró a su hija con gesto grave.
—Este fin de semana soy la primera que reconoce que ha sido…
diferente —dijo buscando las palabras —no puedo explicar lo que yo misma
no acabo de entender —reconoció con una mueca —pero algo a cambiado
dentro de mí.
—Puedo entenderlo. Aunque no te llevaras bien con tu madre, no dejaba
de serlo.
—Es mucho más que eso —repuso —pero ya hablaremos más
tranquilamente. También quiero que sepas que cuando arregle el problema
con tu hermana, tenemos que sentarnos a hablar.
Se sonrió al ver la mirada de sospecha de su hija.
—No te preocupes, sólo vamos a charlar.
—¡Uff! Esto me suena a secreto gordo —dijo Clara con una tibia
sonrisa.
—Bueno, más que un secreto, fue una decisión que tomé en su día,
entendí qué era lo mejor para ti y tus hermanos. Creo que no me equivoqué
pero, Sara tiene razón, ha llegado la hora de explicaros cosas que llevan
mucho tiempo enterradas.
—Me estás poniendo de los nervios, que lo sepas. Si tardas mucho en
arreglar lo que tengas con mi hermana, ya me encargo yo de traerla aunque
tenga que arrastrarla por los pelos.
—Me parece bien, aunque no creo que haga falta —sonrío con una
mueca —y ahora viene la segunda parte...
—¿Hay más? —se la notaba insegura.
—La verdad es que sí, sólo te pido paciencia —su hija asintió. No tenía
muy claro como explicar lo que ella misma no entendía muy bien. Suspiró —
cuando murió tu abuela, lo cierto es que fue lo primero que me alteraba en
dos largos años. Desde que murió tú padre todo me daba igual. Me consta
que tanto tú como tu hermana lo habéis pasado mal, pero la vida seguía, es lo
normal, no creas que minusvaloro vuestro sufrimiento, para nada,
sencillamente el mío copaba todo mi ser. Vivía consumida, apática, apartada
todo lo posible de la realidad. Es cierto que cuando habéis necesitado algo,
creo que he estado más o menos a la altura pero, tengo que confesar que la
única fuerza que me impulsaba era la costumbre de muchos años, del oficio
de madre. Pero estos últimos días es como si hubiese despertado, empecé a
sentir... Lo cierto es que me encontré sintiendo más de lo que era capaz de
gestionar. No puedo explicar lo que yo misma no alcanzo a entender. Al
parecer la muerte de mi madre tuvo un efecto catártico —una mueca cínica
cinceló su boca —supongo que no pudo evitarlo si hubiera sospechado que
algo bueno saldría de su muerte, de seguro hubiera pactado con el diablo en
persona para evitarlo. En fin... Es la única conclusión plausible que se me
ocurre.
Miró a su hija que estaba inmóvil mirándola fijamente. Se levantó del
sofá y se apoyó en la chimenea, esa parte había sido la fácil.
—Sabes aunque nunca lo hemos hablado abiertamente, yo... Siento
cosas... Casi siempre tiene que ver con las personas que conozco o de mi
entorno —miró a su hija, esta asintió tragando convulsivamente y sin quitarle
la vista de encima —cosas tales como presentir un accidente... Entre otras...
Bien, alguna vez he sentido energías a mí alrededor... Lo cierto es que me
angustia y ya hace mucho que preferí ignorarlo... Pero... Con tú padre... Lo
busqué... Me reconfortaba... —Clara soltó un gemido, los ojos le brillaban
como gemas preciosas —el sábado por la noche cuando bebí más de la
cuenta... Digamos que me discutí con él...
—¡Jesús! —dijo Clara. Tenía la respiración alterada aunque no se había
movido ni un pelo.
—Bueno... La cuestión es que de alguna manera me llegó un mensaje.
No sé cómo pero sabía que había llegado al final del trayecto. El tren siguió,
por así decirlo. Entre esta vida y la siguiente hay muchas paradas, no tengo
ninguna duda al respecto. A partir de entonces estaría sola. Creo que abría
hecho cualquier locura...él se encargó de que no lo hiciera mientras me
curaba... Siempre cuidando de mí, me protegió. Era el protector de todas
nosotras...aún lo es... Sólo que a otro nivel.
Parpadeó como si despertara de un largo letargo, miró a su hija que
lloraba silenciosamente, más allá, apoyada en la puerta estaba Sara, lloraba
también aunque le sonreía. Ana tragó el nudo que tenía en la garganta, se
sentía bien, había hecho lo correcto.
—Quería hablar contigo a solas y explicarte como me siento ahora y
como me sentía antes, espero que puedas perdonarme por no estar a la altura
de lo que esperabas de mí... Jamás he querido defraudarte ni a ti ni a tus
hermanos.
Clara se lanzó a sus brazos llorando como una niña pequeña, Ana la
abrazó con toda su alma. Miró a Sara que seguía apoyada en la puerta,
llorando flojito abrazándose así misma. Abrió los brazos en un gesto mudo.
Clara se giró con los ojos anegados de lágrimas y miró a su tía acercarse
despacio.
—¡Ooohhh! ¡Un abrazo de equipo! —reían y lloraban abrazadas entre
sí.
—¿Sergio? —preguntó Ana
—Debo de decir —dijo Sara, intentando encontrar la compostura, cosa
difícil limpiándose las lagrimas con las mangas de la camisa —que se ha
terminado lo que quedaba de tarta, un zumo de naranja y ahora lo he dejado
conectado al móvil con no sé qué juego y atacando una caja de galletas. Ese
chico tiene la solitaria —pontificó fascinada.
Se echaron a reír las tres. El ambiente había cambiado.
—Bien, yo voto por ir al rescate de lo que quede de la caja de galletas.
¿Qué te parece? —dijo mirando a su hija.
—¡Me parece una idea genial! Tengo hambre y de tanto llorar me voy a
deshidratar.
—Son casi las ocho. ¿Qué os parece si llamamos al restaurante chino y
pedimos algo para cenar? —preguntó Sara.
—¿En serio? —a Ana le costaba de creer que Sara propusiera eso, a ella
ya le parecía bien, más de una noche llamaba, sobre todo cuando Júlia no
venía a cenar. Júlia... Su niña perfecta. La recuperaría costase lo que costase.
—Oye. ¡Qué yo también pido comida para llevar! —dijo Sara un poco
picada.
—Impresionante —añadió sólo para chinchar.
—¡Parad ya las dos! —dijo su hija riendo —venga, vamos a llamar que
estoy literalmente muerta de hambre.
Mucho más tarde, se despidieron entre besos y abrazos.
Cuando salieron por la puerta su hija y su yerno, Sara se apoyó en la
escalera y la miró sonriendo.
—Ha sido una gran noche, de las mejores de los últimos tiempos —dijo
satisfecha.
—Sin lugar a dudas. Tenías razón Sara —su amiga la miró expectante
—ha llegado el momento de abrir la caja de Pandora.
—Poco a poco Ana, deja que Clara asimile lo de esta noche. Aún tienes
que hablar con Júlia.
—Cierto. Un paso detrás de otra vieja amiga —dijo con la voz cargada
de intención y un brillo travieso en la mirada.
Sara se rió descaradamente.
—Esta vieja amiga está que no se tiene en pie. Me parece que me voy a
acostar, el día a dado para mucho.
—Estoy de acuerdo.
Cerró la puerta con llave y fue apagando luces. Subieron lentamente la
escalera cada una de ellas sumidas en sus propios pensamientos. Se dieron las
buenas noches y se despidieron.
Había sido un día largo pero productivo. Ana sentía que volvía a tomar
las riendas de su propia vida. Se sentó en la cama abrió el cajón de la mesilla
de noche y tomó la camisa de Xavi, aquella que guardaba y con la que
dormía muchas noches. Se la acercó a la cara y la olió profundamente, la
sostuvo así un momento. Con un suspiro, volvió a guardarla en el cajón. Le
deseó buenas noches a su marido y se metió en la cama. Dijo una oración por
su hijo antes de quedarse dormida. Estaba prácticamente en el mundo de los
sueños cuando sintió un beso en la frente... De alguna manera, supo que era
una despedida, se durmió plácidamente por primera vez en mucho tiempo.
Ana fue a ver a su hija mayor.
Fue un desastre.
La esperó a la salida de su trabajo e intentó un acercamiento. Pero Júlia
no estaba preparada. Al final tuvo que aceptar que su hija necesitaba más
tiempo.
Júlia trabajaba en un bufete de asesoría jurídica. Era uno de los más
respetados de la comarca, la cartera de clientes era abultada, lo comentaba a
menudo orgullosa. Sara también era clienta. Las oficinas estaban en un viejo
edificio renovado del centro, en la zona peatonal. Era el sitio por excelencia
para pasear, lleno de tiendas y de establecimientos para tomar algo o para
comer. La tienda de Sara también estaba en la misma manzana.
A Ana se le ocurrió pasar por la tienda de su amiga, miró el reloj, aún le
daba tiempo, estaría a punto de cerrar pero sabía que su amiga era de las que
se quedaba después del horario, a terminar pedidos y organizar el trabajo del
día siguiente. Necesitaba hablar de lo que había pasado.
Estaba llegando cuando vio a Júlia entrar en la tienda. Se paró en seco.
No supo qué hacer.
La tentó la idea de hacer como que pasaba por allí. La desechó. Mejor
no forzar la situación. Con un suspiro y bastante abatida, dio media vuelta y
se fue. Se sentía como un perrito mendigando un hueso. No era deseo de estar
con su hija. Era necesidad. Por un momento sintió celos de su amiga. ¡Sara
no se lo merecía! Sintió asco de sí misma. Siguió andando hundida en
lúgubres pensamientos.
Un villancico se escuchó más fuerte al pasar por delante de una tienda
que tenia la puerta abierta, una familia salía canturreando contentos y llenos
de paquetes de regalos. Era uno de los villancicos preferido de Xavi y... De
Alex. Se le encogió el corazón, aquellas navidades se presentaban amargas.
Rogaba equivocarse, esperaba que no fuera demasiado tarde.
Sonó la campanilla de la entrada. ¿Quién narices sería, sí era la hora de
cerrar? Sara salió de la trastienda y se quedó parada.
—Hola tía Sara —saludó su sobrina. Llevaba el cuello del abrigo
levantado y las manos en los bolsillos.
—Hola querida. ¡Qué sorpresa! Pasa cielo —dijo saliendo de detrás del
mostrador.
—Ya sé que es la hora de cerrar... Sólo pasaba a saludarte —soltó
insegura.
—Júlia cielo, no necesitas excusas para pasar a ver a tú tía preferida.
Espera un segundo. ¿Quieres?
Sara fue hacia la puerta y le dio la vuelta al letrero que decía “abierto”.
Apagó las luces del escaparate y cerró con pestillo. No sabía qué decir.
Decidió no decir nada.
—Tengo café, no está recién hecho pero si te da igual… —dijo
sondeando a su sobrina con la mirada.
—No gracias, no me apetece.
Júlia estaba paseando por la tienda. Sara la observaba sin decir palabra.
Sabía que en ocasiones las palabras no encontraban el camino.
Su sobrina estaba perdida, sabía que el corazón era la brújula que nos
guía. A Júlia le había puesto la vida un imán debajo de su brújula.
—Hoy a venido mamá al trabajo —dijo masticando las palabras —me
estaba esperando en la puerta.
Esperó. Parecía que no iba añadir nada más.
—Querida, se preocupa por ti.
Júlia seguía paseando, tocando esto y lo otro. Sin mirarla.
—Quería que fuéramos a tomarnos algo y hablar —se giró a mirarla
directamente —le he dicho que no, no sabía qué decirle, que contarle...
—Entiendo.
—¿Sí? ¿En serio? —se rió sin ganas— ¡Pues sería todo un detalle si me
lo explicaras! —dijo sarcástica.
Sara alzó una ceja sin decir nada. Acercó una caja de pañuelos bordados
que una clienta había estado mirando y empezó a doblarlos.
—Lo siento tía. Soy una borde de campeonato —se disculpó. Se pasó
nerviosamente la mano por el cabello.
—No pasa nada cielo. No estás bien, lo sé. Tú madre tampoco —la miró
atentamente, tenía los ojos brillantes de lágrimas contenidas.
—¡No sé qué me pasa! Desde que murió papá las cosas son diferentes,
mamá es diferente. Clara va a la suya, mamá parece que no se entera de nada,
exceptuando los últimos días con lo de la muerte de la abuela... Que no sé
qué ha sido peor. Me he encargado estos últimos meses de un montón de
cosas tía y lo sabes y ahora de golpe se levanta un día y quiere tirarlo todo y...
Me superó... Ya no podía más... No puedo más —Se llevó las manos a la
cara, la angustia trascendía de su persona.
Sara dejó la caja de pañuelos a un lado, se acercó a su sobrina, estaba de
espaldas, tenía la mirada perdida. Le acarició suavemente la espalda, no dijo
nada, Júlia necesitaba tiempo para pensar, para sacar a la superficie todo la
que le estaba ahogando impidiéndole avanzar.
—... Cuando rompimos Dan y yo, no se preocupó de cómo me sentía.
Un día que me sentía fatal, fui a buscarla para hablar, estaba sentada en el
porche, era un domingo por la mañana, la noche anterior me encontré con
Dani en un bar musical, iba acompañado de una rubia con unas tetas que
parecían dos boyas... Basta decir que estuvieron dando el espectáculo. En un
momento dado se me acercó y me la presentó como si yo fuese una vieja
amiga. Hacía menos de un mes que habíamos roto —dijo haciendo una
mueca. Miró a su tía, las lágrimas contenidas empezaron a rodar cara abajo.
Sara se acercó abrazándola fuerte contra su pecho —¿Sabes qué me dijo? —
preguntó Júlia.
—No nena, conociendo a tú madre, cualquier cosa —dijo soltando un
suspiro.
—¡Que al menos no estaba muerto! Eso me dijo —Sara cerró los ojos —
¡Ni una vez me ha preguntado como estoy! En estos dos últimos años se ha
jubilado mi jefe. Ni lo sabe.
—Bueno... Que se halla jubilado tú jefe no es lo más importante. ¿No?
—la apartó un poco de sí para mirarla. Su cara era un poema. Tenía el rímel
corrido y la nariz como un pimiento.
—¡No! ¡Sí! No lo sé. He intentado ser una buena hija, apoyarla, estar
con ella y... Llega un día y rompe todos los esquemas y pone el mundo del
revés y no se preocupa de como me siento yo... —hizo un mohín, como
cuando era pequeña. Se soltó de su abrazo para buscar un pañuelo que no
aparecía.
—Toma cielo —dijo dándole uno de los que había estado doblando.
¡Por una vez tenía pañuelos cuando se necesitaban!
—Pero ese es precioso tía. ¡Lo voy a estropear!
Sara sonrió haciendo una mueca burlona.
—¡Querida, las cosas bonitas están para disfrutarlas! —Júlia se limpió
los ojos y se sonó la nariz con delicadeza. Le hizo gracia lo cuidadosa que era
consciente de lo que valía el pañuelo —te lo puedes quedar cielo.
—Gracias, te lo pagaré —ofreció educadamente.
—¡No es necesario! Puedo regalarle un pañuelo a mi sobrina por el
placer de hacerlo. Bien, en mi opinión, creo que desde que murió tú padre, tú
madre no ha sido la que era, no la disculpo, pero entiendo que cada persona
lleva el duelo a su manera. Tus padres se querían con locura. Jamás vi una
pareja como ellos —hizo una pausa para que lo asimilara —cuando tú padre
se fue, una parte de tú madre se fue con él. Durante estos dos años, has vivido
con una cáscara vacía. Por ella se podría haber hundido la casa y le hubiera
dado igual. La muerte de tu abuela... Parece ser que tocó alguna cuerda... No
sé explicarlo mejor... Pero por alguna razón que no sabemos, se activó algo
que estaba roto... No tiene mucho sentido lo que digo... Lo sé. Sin embargo,
es así.
Se quedaron en silencio. Júlia tenía la mirada perdida.
No podía decirle más sin comprometer a su amiga. Ana y su hija
hablarían cuando estuvieran preparadas. Ella había allanado el camino, a
partir de ahí, era cosa de Ana.
—Supongo que tiene sentido... Créeme, quiero entender pero...
—Estás pensando Júlia y no tienes que pensar. ¡Tienes que sentir! Estás
buscando razones. Con el tiempo entenderás que el corazón tiene su propio
idioma.
Zarandeó suavemente a Júlia. Su sobrina la miró confusa. Era una de las
personas más inteligentes que conocía. Era capaz de resolver una ecuación de
esas con incógnitas prácticamente en segundos, tenía conocimiento de casi
cualquier cosa, siempre estaba con la nariz hundida en algún libro.
Lamentablemente en cuestiones más mundanas, era más inútil que un
ventilador en la Antártida.
—¿Sabes cielo? Me gusta pensar que las emociones son como caminos
que se entre cruzan... Las palabras fluyen por esos caminos, se mezclan con
otras palabras... cuando nos enfadamos o cuando sufrimos, no sabemos
porqué salen palabras que no queríamos o que no pensábamos —su sobrina la
miraba con cara de extrañeza —entonces las emociones no fluyen... Se
colapsan, si esto sucede, las palabras surgen sin orden, paradójicamente es su
manera de avisar que estamos mal pero como están mezcladas sale las que no
tocan. Es cuando herimos a nuestros seres queridos. Nos dominan y no
pensamos, sólo sentimos. ¿Lo entiendes cielo? Por eso... Cuando sufrimos a
su vez... hacemos sufrir.
Sara se sentía un poco avergonzada. No tenía muy claro si su sobrina
había entendido algo o si ahora pensaba que tenía una tía peculiar.
¡Ana le debía una muy grande!
Júlia asintió casi como en trance.
—Creo... Que lo entiendo... No es lógico... pero... Lo entiendo.
—¡No tiene que tener lógica! Júlia, cielo. ¡Tienes que escuchar con el
corazón! La lógica es necesaria para muchas cosas en la vida, pero el corazón
es nuestra brújula. Sin ella estamos perdidos —le acarició la mejilla
limpiándole con el dorso de la mano, los restos de lágrimas que le quedaban.
Vio en sus ojos el mar de dudas que estaba atravesando.
—Si tía Sara —dijo como una niña buena.
—Para eso están las tías solteronas... Para eso y para acordarse de ellas
con un regalo increíble en Navidad —añadió guiñándole un ojo con una
sonrisa traviesa que le confería un aspecto juvenil.
—¡Cuenta con ello! —se rieron entre abrazos y besos.
Julia se sintió mejor después de hablar con su tía. Tenía los mismos
problemas que un rato antes cuando entró en la tienda. Sólo que la sensación
era de que pesaban menos.
—Gracias tía. Mi madre no sabe la suerte que tiene de tenerte —abrazó
a su tía con cariño —tengo mucho que pensar.
—La suerte es mía, cielo. ¡Tengo la familia más maravillosa del mundo!
—dijo riéndose.
—Me voy... Pensaré, eso te lo puedo prometer —aseguró con
vehemencia —en todo lo que me has dicho, en mi madre... En mi... —dijo
flojito.
—Me parece bien nena, sobre todo piensa en ti. Si no nos conocemos
profundamente no podemos aspirar a conocer a los demás. No hay nada más
fácil en este mundo que engañarnos a nosotros mismos. No lo olvides cielo.
—No lo olvidaré tía Sara. Tienes mi palabra —miró el reloj —¡Dios
mío! ¿Sabes la hora que es?
—No importa, pero otro día cuando diga de ir a tomar algo. ¡Vamos!
¡Estoy muerta de hambre! Espero que te mueras de remordimientos —soltó
con esa vena dramática que tanto exasperaba a su amiga.
Júlia se rió con ganas.
—¡Prometido! —se hizo la cruz encima del corazón dándole así más
énfasis a su promesa.
Se despidieron con un enorme abrazo.
Cuando Júlia se marchó, Sara se quedó pensativa mirando la puerta.
Supo sin lugar a dudas, que todo se arreglaría. Esa sería una navidad especial.
Entró en casa de Ana de puntillas, no sabía si su amiga estaba despierta
o no. Tenía intención de decirle que había hablado con Júlia pero al parecer,
tendría que esperar hasta el día siguiente.
Se levantó tarde, lógico, pensó Sara, llevaba unos días que si no era por
una cosa era por otra, trasnochaba. Suspiró. Se estaba haciendo mayor.
Estaba a gusto en casa de Ana, no era la primera vez que se “mudaba” a casa
de su amiga. Pero echaba en falta la rutina de su vida. Su casa era su templo.
Cuando cerraba la tienda por la noche, subir a su hogar, quitarse los zapatos y
coger una cerveza, era un ritual que echaba de menos.
Suspiró sonoramente y se puso en marcha.
Cuando bajó las escaleras, vio una nota enganchada en la puerta de la
calle. Ana le deseaba un feliz día y la invitaba a comer.
Ana estaba teniendo un mal día, una compañera no había ido a trabajar
por encontrarse indispuesta, pero en vez de cubrirla, dividieron su trabajo
entre las restantes. Los puñeteros recortes en sanidad estaban haciendo
estragos. Para colmo el programa informático aquel día había decidido
colgarse a cada minuto. Iba retrasada y estaba de mal humor. Claro que no
haber desayunado no hacía nada para aliviar su estado.
Transcurrió la mañana con rapidez, era lo único bueno que podía decirse
de ese maldito día. ¡Menos mal que mañana era viernes!
Pensó en su amiga.
Sara era una mujer dulce, con una capacidad para amar superior a la
media. Los años de padecimiento la dejaron con una fragilidad que asustaba.
¡Años tardó en recuperarse! Sara vivió mucho tiempo oculta, en una crisálida.
Se contentaba con ver vivir a los demás. Llevó una vida ascética. Ella lo
entendía pero en ocasiones la exasperaba, jamás fue paciente, tardó una
eternidad en entender que cada uno necesita su tiempo para curarse. Ahora
tenía que aplicar lo aprendido y darle a su hija el espacio que necesitaba.
Mas tarde…
Entró al restaurante buscando con la mirada a su amiga. Localizó a Sara
en una mesa del final. Era un local muy antiguo pero muy bien conservado,
hicieron reformas hacía pocos años respetando la arquitectura y el diseño
original, manteniendo el ambiente de mediados de siglo pasado. En las
paredes había fotos que databan de finales del siglo XIX y de primeros del
XX. Fotos del pueblo, de sus gentes, del local en sus inicios, era un viaje al
pasado en blanco y negro.
—¡Hola Sara! —dijo todavía con la respiración no del todo uniforme.
—¡Hola nena! ¿Qué te pasa? Estás sofocada —se levantó de su asiento
para darle un beso.
—¡Llevo un día de perros! —dijo soltando un suspiro —en fin... ¿Tú
qué tal?
—Bueno, tengo una clienta que me lleva por la calle de la amargura —
Ana soltó una risita.
—No será para tanto. Te recuerdo que tú vena para el drama es más
ancha que el Amazonas —soltó con ironía.
—Créeme, esta vez es verdad. Me encargó una mantelería de hilo
egipcio con unos bordados muy finos. La cuestión es que ella quería que en
las servilletas, se bordara el emblema de su familia —la mirada escéptica de
Ana lo decía todo —sí, lo sé. En un principio no había problema, el
proveedor se comprometió a tenerlo listo para antes de fiestas.
—¿Dónde está el problema? —le había picado la curiosidad. Sirvió dos
copas de vino, mirando a su amiga con curiosidad.
—Bueno. Pues que al igual no me tienen las servilletas bordadas para
antes de las fiestas —su amiga soltó un silbido —ya. Y no es lo peor —
añadió.
—Supongo que te ha montado una escena de campeonato —auguró
Ana.
—¡Si fuera eso! Resulta que la buena señora, comentó al parecer a unos
amigos que vienen a comer no sé qué día de fiestas, que tenía una mantelería
con el emblema familiar que “usaba todas las navidades” y que era una
“reliquia de familia”.
Ana abrió los ojos como platos. ¡La gente era increíble!
—Pero pregunto... ¿No se nota que no puede ser “una reliquia” ya que
es nuevo?
Sara suspiró negando con la cabeza.
—Hay mantelerías muy bien conservadas que no sabrías decir con
exactitud de cuando son a no ser que seas un experto.
La cara de Sara denotaba la frustración que sentía.
—Se me escapa porqué la gente es tan mentirosa —dijo Ana asombrada.
—Pues la gente, como tú dices, necesitan a veces darse importancia
porque los que están a su alrededor no se la dan —dijo Sara agriamente —les
gusta ser protagonistas por un rato, está en la condición humana Ana.
Ana miró ceñuda a su amiga con los brazos cruzados apoyada en el
respaldo de la silla.
—Me parece bien —Sara miró a su amiga suspicaz —pero también hay
gente que les gusta fardar dándoselas de que tienen más de lo que tienen para
hacer sentir a los demás que no son nada y lo sabes.
—No sé ni me interesa en qué grupo está mi clienta, el caso es que me
está llamando casi todos los días y ya no sé qué decirle.
—¡Houston, Houston, tenemos un problema! —dijo impenitente.
—¡Tú ríete bonita! ¿Así me pagas una amistad de tantos años? —para
entonces Ana se reía abiertamente.
Llegaron los platos humeantes con aspecto delicioso.
—Si los problemas nos quitaran él hambre, seríamos unas sílfides —dijo
Ana con acento cínico.
A su pesar Sara sonrió incapaz de quitarle la razón a su amiga.
—¡Ya te digo! La cuestión, es que he hablado con mi proveedor y le he
dicho que si es capaz de obrar un milagro le invito a cenar.
Ana dejó de comer.
—¿Le invitas dices?
—Bueno... Lleva tiempo diciéndome de quedar —Sara cogió la copa de
vino y bebió sin mirar a su amiga.
—Ya. No me habías dicho nada —dijo como al descuido mirándola
fijamente.
Sara empezó a desmenuzar el pan signo evidente de que estaba nerviosa.
—Bueno... No hay mucho que decir, me ha invitado en varias ocasiones
pero por una cosa u otra siempre le digo que no.
—¿Y el tema de la dichosa mantelería ha inclinado la balanza? —dijo
con evidente sarcasmo.
—Lo solté de golpe sin pensar y me tomó la palabra —Sara miró a su
amiga con cierta inseguridad.
—Nena... ¿Qué no me estás contando? —dijo Ana observando con
atención a su amiga.
—Hace tiempo que quedamos una vez a tomar algo... Digamos que no
salió como esperaba y desde entonces le he ido dando largas.
Eso sí que no se lo esperaba. Sara salía con hombres, pero no había
tenido ninguna relación seria con nadie. Cuándo hablaban de sus ligues
siempre era en tono festivo. Nunca estaba con el mismo mucho tiempo, decía
que era porque no había encontrado al hombre de su vida. Ella por su parte,
había llegado a la conclusión de que si aparecía el “hombre de su vida”
saldría corriendo en dirección contraria. Su amiga se había repuesto después
de mucho tiempo, aunque siempre sospechó que su pasado le había dejado
grandes secuelas afectivas respecto a las relaciones con hombres. Al final
cada uno tenía sus propios demonios.
—¿Entonces? —preguntó.
—¡Fue un impulso! Cuando me quise dar cuenta ya lo había dicho —
algo se le estaba escapando.
—Sí te altera tanto, manda a la clienta a freír espárragos y al proveedor
con ella.
Sara se quedó callada. Eso no era buena señal.
La camarera apareció preguntando si ya estaban.
—Sara, si no quieres que te tire algo a la cabeza. ¡Explícame que pasa!
—Ana practicaba siempre que podía la paciencia, pero al parecer estaba
destinada a fracasar estrepitosamente.
—Cuando quedamos aquella vez... Me gustó... Me hizo sentir especial,
fue una velada... Perfecta.
Ahora sí que no entendía nada.
—Abría que matarlo por ser tan desconsiderado. ¡Mira qué ser el
perfecto caballero!
Goteaba sarcasmo.
—Sara, si fue tan perfecta y el tío te gustó... ¿Está bueno? —no se le
había ocurrido preguntar... Estaba desentrenada al parecer.
—Sí, es guapo. Y fue una noche para no olvidar. ¡Ese es el problema!
Era demasiado perfecto para ser verdad.
—¿Tienes miedo Sara? —preguntó preocupada.
—Durante mucho tiempo soñé con encontrar a un hombre que me amara
incondicionalmente por encima de todo. Después crecí —dijo cáusticamente
—cuando conociste a Xavi, pensé que era maravilloso encontrar a tu media
naranja. Cuando Xavi murió llegué a la conclusión de que era la peor putada
que te podía hacer la vida. Nunca he querido encontrar eso Ana. No quiero
enamorarme y desde luego no a mi edad.
Ana soltó un silbido bajo. ¡Se moría por conocer a ese tipo!
—Por despejar dudas... ¿Los hombres con los que has salido estos
años... Te acostabas con ellos?
Sara la miró sería como un juez.
—Eres idiota. ¡Pues claro que me acostaba con ellos! ¿Qué creías que
nos despedíamos con un casto beso en la puerta? —dijo exasperada.
—¡Pues la pregunta tenía sentido!
—¡Y una pimiento tenía sentido!
—Entonces. ¿Dónde está el problema? Te juro que no lo entiendo.
Conoces a un tío que al parecer está bueno es un perfecto caballero y huyes
de él como de la peste... Salvo que tenga tendencias sadomasoquistas. ¿Me
puedes explicar qué narices pasa? —Sara la miraba con furia asesina. Algo
pasaba y no iba a cejar hasta enterarse.
—¡Me gustó demasiado! No tengo intención de correr riesgos a estas
alturas de mi vida.
Se miraron pon un momento en silencio.
—Sara, conocer a alguien que crea que el sol sale y se pone contigo es
lo mejor que te puede pasar. Es cierto que cuando murió Xavi me quise morir
yo también pero, no cambiaría ni un segundo por evitarme el dolor. ¡No
renuncies a nada por miedo! Eso es vivir a medias, cielo.
—No vivo a medias, tengo una vida plena, tengo amigos, mi negocio,
mi casa, a vosotros...
—¡No seas obtusa! Sabes muy bien lo que he querido decir. De todas
formas, por salir con él una vez y que fuese de cine, no quiere decir nada.
Tranquilamente puedes haberlo mitificado en tu mente y que ni sea tan guapo
ni tan caballero ni... Tan buen amante.
—No nos acostamos —dijo mirando por la ventana.
—Ahora sí que no lo entiendo... ¿Fue una velada perfecta pero
platónica?
Sara la miró apretando los labios y con mirada asesina.
—¡Puede ser las dos cosas! Quedamos para otro día...
—Pero le distes largas desde entonces —interrumpió Ana con su
diplomacia habitual.
—Algo así.
—Yo creo que salir con él es lo acertado. Confirmas que es como
recuerdas, cosa que si es así, le haces una escena y sales corriendo
asegurándote que no te vuelve a pedir de salir nunca más de los jamases. O,
descubres que no era para tanto y te quedas tranquila.
—¿Podrías tomártelo en serio? —dijo Sara exasperada.
—¡Ooohhh! Me lo tomo en serio. Tanto como puedo, te lo resumo: Has
conocido a un tipo guapo, fantástico y todo un caballero que te encanta y te
hace sentir bien cosa que por otra parte te da un miedo horroroso porque no
quieres que te guste demasiado. Lo justo. Así que le das largas para no
encontrarte en esa tesitura porque a estas alturas de tú vida no quieres
complicarte con ninguna relación seria. ¿Me dejo algo? —preguntó con
pedantería.
—¡No uses ese tono conmigo! —dijo enfadándose.
—Perdón —dijo sonriendo impenitente.
Sara buscó en el bolso una pinza para el pelo, se recogió la melena en un
moño con agilidad.
Ana la miraba divertida. La pinza era una obra de arte. Estaba toda llena
de pedrería de diversos colores con una filigrana dorada y era de las más
sencillas que tenía. Le había visto algunas con plumas y objetos varios.
—Supongo que tienes razón... Al igual salgo con él y descubro que no
es tan interesante como recordaba.
Ana asintió.
—Seguro —dijo reafirmando su postura.
—Al igual estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua —Ana
volvió a sentir demostrando su conformidad —quiero decir... Que aunque
parezca interesado, a lo mejor sólo quiere un revolcón y después si te he visto
no me acuerdo... Y estoy yo pensando más de lo que debería.
—Posiblemente. Siempre lo haces —volvió asentir.
—Eso contando que aceptase mi invitación por ser cortes pero no con la
idea de quedar en serio. Ya te he dicho que es muy caballero.
—Esa es otra posibilidad. Por cierto. ¿Como se llama ese dechado de
virtudes? —preguntó Ana con interés.
—César.
—¡Ummmh!
—¡Ummhhh! ¿Qué? —preguntó Sara suspicaz.
—¡Nada! Estas un poquito susceptible —hizo un gesto con el dedo
índice y pulgar.
—¿Te estás burlando?
—Para nada. Quitándole hierro más bien. Total, al igual ni se da el caso.
Sara suspiró.
Se acercó la camarera a retirar los platos y les preguntó si querían café, a
lo qué asintieron al unísono.
—Es más joven.
—¿Perdona?
—Qué es más joven.
—¿Cómo cuánto?
—Como seis o siete años —murmuró Sara mirando a su amiga por
encima de la copa de vino esperando su reacción. Estaba un pelín mareada,
había bebido un poco más de la cuenta y ya notaba las consecuencias.
—¡No seas antigua Sara, por favor! Hoy en día nadie se fija en esas
chorradas —como todo eso, viniese porque era más joven, de seguro que le
pegaba, pensó Ana torvamente —¿Te has frito el cerebro buscando excusas
porque es más joven?
—¡No, para nada! Bueno...al igual un poco, pero como tú dices,
posiblemente mi imaginación esté haciendo horas extras y...
Sonó el móvil de Sara avisando de que había recibido un mensaje.
Le cambió la cara.
Ana pensó que sí fuese jugadora se apostaría el sueldo de un mes que el
tal César tenía mucho que ver.
—¿Qué pasa? — preguntó Ana en tono casual.
—César —dijo.
No se besaba porque no podía. Le costaba aguantarse la sonrisa que
amenazaba con traicionarla.
—¿Qué dice?
Sara levantó la vista del móvil y se le quedó mirando estupefacta.
—Tiene la mantelería. Se pasa mañana por la tienda a traérmela y si me
va bien, para ir a cenar.
—Hombre de palabra sin duda —dijo Ana con una gran sonrisa. Estaba
contenta por su amiga.
—Le voy a decir que no puedo. He quedado contigo este finde para el
tema del salón y...
—¡Eehh! El sábado empezaré a preparar para pintar. Para eso no te
necesito.
—Si no has ido a comprar la pintura. ¡Me dijiste que no sabías el color
que pondrías! —dijo alzando una ceja.
—Cierto. Por la mañana iré a mirar. Por cierto... Mañana es viernes, no
es por nada, si quedas a cenar no entiendo porque no puedes venir conmigo el
sábado por la mañana a la tienda de pinturas.
Sara era una crack en muchas cosas, sin duda, siempre que no fuese
jugar al póquer. ¡Era más transparente que el cristal de bohemia!
—Entiendo —Ana estaba disfrutando viéndola en un aprieto.
—Ana...
—Sara cielo, si vas a decirme que no te espere despierta... Déjalo —la
sonrisa ladina que le salió sólo podía calificarse de malévola.
—Estas disfrutando —dijo Sara con cara de pocos amigos.
—¡No sabes cuánto! Supongo que al igual te quedas a dormir... En tu
casa...
—¿Sabes qué a veces resultas odiosa?
—Si.
—¡No sé qué haré! Ni siquiera tengo claro que vaya a aceptar la
invitación para mañana.
—Si tú lo dices —se la veía nerviosa como a una cría de quince años
con su primer novio.
—Tengo que pensar —se frotó la frente. A Ana no le dio ni un poco de
pena. Le gustaba el César ese y aún no lo conocía.
—Sara, deja de pensar. ¡Vive! Si mañana te apetece quedar, sal y
disfruta. Olvídate de lo demás.
Sara la miró asintiendo. De pronto se quedó quieta.
—¡No tengo nada que ponerme! —las cosas iban bien.
—La boutique que hay cerca del trabajo de Júlia seguro que te lo
soluciona.
Aún no le había dicho nada sobre eso.
—¿Qué haces esta tarde? —preguntó interesada.
—Nada.
—Te vienes conmigo a la boutique —al parecer todo lo que tenía que
pensar ya lo había pensado. Porque estaba repartiendo órdenes como un
general.
—Ok. Y ¿La tienda? —sabía que su negocio era lo más importante en la
vida de su amiga.
—Los pedidos los he podido acabar esta mañana. Raquel puede hacerse
perfectamente cargo por un par de horas. Si necesita algo me puede llamar.
Ahora se lo digo. Llamaré también a la clienta y le diré que ya tengo su
mantelería. Me pregunto cómo ha conseguido que le hicieran los bordados.
—Parece que es un hombre de recursos.
Sara la miró y le sacó la lengua.
—¿Puedes pagar tú mientras le doy las buenas nuevas a la clienta y
concreto con Raquel un par de cosas de la tienda?
—No hay problema.
Sara estaba al teléfono dando indicaciones a Raquel. Terminaba de
hablar cuando llegaron a su casa.
La casa de Sara estaba encima de la tienda. Tenía una puerta lateral muy
coqueta que llevaba al piso superior donde estaba la vivienda.
—¿Has acabado ya de llamar a todo el mundo? —preguntó Ana con
tranquilidad.
—Si. Ya está. Subimos un momento que me quiero cambiar de ropa.
—¿Y eso? —dijo extrañada.
—Porque este vestido es bastante incómodo de poner y quitar y si me
voy a probar ropa no es el mejor que digamos —explicó Sara con tono de “no
te enteras”.
—¿Sabes querida? Espero que ese tal César valga la pena. Porque estas
un poquito borde —subieron la escalera y al punto Sara se perdió al fondo del
pasillo donde estaba su dormitorio.
—Ana, si quieres un café, tendrás que hacerlo en mi vieja cafetera —
dijo con voz amortiguada.
—No gracias. Ese artefacto no creo que sea ni seguro. Me esperaré a que
acabes. Por cierto... Ya que no dices nada. Te pregunto yo... ¿Qué te dijo
Júlia?
Un silencio al fondo del pasillo le dijo que no se esperaba algo así. Sara
salió en ropa interior con una blusa en la mano.
—¿Como lo sabes? —preguntó sería.
—La vi ayer cuando entraba a la tienda. No quise forzar la situación.
Sara entró a la habitación y volvió a salir casi de inmediato,
abrochándose unos tejanos.
—Pensaba hablar contigo hoy sobre el tema... No es que quisiera
ocultártelo —miró a su amiga esperando que no creyera que actuaba a sus
espaldas. Ana y su hijas eran su familia jamás haría algo que pudiera
empañar esa relación.
—Lo sé Sara. No me mires así. Sólo quiero saber si está bien no que
desveles sus secretos, estoy preocupada.
—No está bien, Esta situación la desborda. No entiende. Necesita
tiempo y paciencia, aunque las dos sabemos que no es tu fuerte.
Sé sonrieron como lo que eran. Dos amigas de toda la vida.
—Bien, vamos a comprarte algo bonito para tu cita con César y después
hablamos de Júlia.
—¡Me parece perfecto!
Se probó todos los vestidos de la boutique.
Después de una hora y pico, a Ana se le había agotado la paciencia.
Cuando estaba por tirar a su amiga al contenedor más cercano, Esta se
decantó por un vestido que se había probado casi al principio. Le daba igual
que escogiera un saco de patatas. Estaba por tirarse de los pelos del ataque de
nervios al que la había arrastrado con su incesante entrar y salir del probador.
Al final había escogido un par. Suspiró con impaciencia deseando salir
de una vez.
Más tarde ya en su casa, encendió la radio. La música llenó la cocina
con suaves notas. Puso la mesa y estaba terminando de prepararlo todo,
cuando escuchó la llave en la cerradura de la puerta principal. Se asomó, era
Sara.
—¡Ya estás aquí! ¡Ummhhh! Por lo que huelo has traído pan de ajo.
¿Sí?
Sara se rió de la cara de deseo que puso su amiga. Sabía que tenía
debilidad por el pan de ajo.
—Puede ser —dijo haciéndose la interesante. Habían acordado encargar
la cena en su restaurante favorito.
Fue a la cocina y dejó las bolsas encima de la isla central.
—¿Me da tiempo de una ducha rápida? —preguntó.
—Si no son más de cinco minutos me comprometo a esperarte. Más allá
de eso no respondo —se le estaba haciendo la boca agua sólo de olerlo.
Sara le dio un beso rápido en la mejilla y subió corriendo las escaleras.
Mientras tanto, Ana abrió las cajas de comida, había raviolis rellenos,
crema de queso, salsa de champiñones con trufa y unos panecillos deliciosos
de ajo y especias.
Sara entró en la cocina luciendo un “modelito “similar al suyo, sólo que
en vez de llevar pantuflas como ella, se había puesto unos gordísimos
calcetines de lana. Se había recogido el pelo en un moño flojo con otra de sus
pinzas de pedrería, una incongruencia con su atuendo pero formaba parte de
la idiosincrasia de su amiga.
—Hace tiempo que no vamos al Don Giovanni —dijo Sara, refiriéndose
al restaurante italiano que les gustaba tanto.
—Cierto. Pero lo compensamos pidiendo comida para llevar —comentó
Ana mientras se servía una generosa ración de pasta.
—¿Me vas a contar que pasó con Júlia? —inquirió interesada.
—Bien, creo que Júlia está un poco perdida —dijo lentamente —La
discusión contigo, en mi opinión, fue el detonante.
—Puedo entenderlo. Pero tengo la sensación de que soy culpable sin
saber muy bien cuál ha sido mi delito —se veía a las claras que Ana estaba
confusa.
—Desde que murió Xavi, ella de alguna manera se hizo cargo de un
montón de cosas, detalles de los que tú, no eras consciente —Sara miró a su
amiga atentamente para ver como se lo tomaba —de pronto, a raíz de la
muerte de tú madre, tú cambias, vuelves de alguna forma a ser quien eras y
ella no estaba preparada para eso, sí te conociera mejor sabría que tú eres así
por naturaleza, imprevisible y extremista. Pasaste de estar apática un día, a
eufórica al siguiente —Ana estaba atenta mirándola con fijeza —Júlia no
estaba preparada para un cambio tan radical. No lo entiende. En honor de la
verdad, debo decir, que yo en un principio también me quedé sin saber qué
pensar.
—No lo hice de forma consciente. ¿Qué quería, que estuviera zombi
toda mi vida? En algún momento esto tenía que cambiar.
Se removió en la silla inquieta.
—Estoy de acuerdo Ana —dijo lentamente —¡Eres única! Le das una
dimensión nueva a la expresión “de un día para otro” —soltó con ironía —
entenderás que los cambios radicales no todo el mundo los lleva bien. Me
explicó que cuando rompieron Dan y ella, tú prácticamente ni pestañeaste y
cuando se lo encontró con una rubia de tetas operadas y te lo contó... En fin,
consolar no está entre tus virtudes.
Ana se ruborizó. Estaba molesta pero aguantó el tipo.
—Estabas sumida en tú dolor y no veías el de los demás. Clara tenía a
Sergio. Pero ella no tenía a nadie. Tuvo que pasar la muerte de su padre y la
ruptura con su novio sola. Júlia no tiene el carácter extrovertido de Clara, ella
tiene su mundo interior, se sumerge en sus libros y a veces pasa
desapercibida. Durante todo este tiempo, hacerse cargo de la casa, de comprar
etc. Le hacía sentir bien. En cierto modo la consolaba. De golpe un día se
despierta y siente que no es necesaria que ya no tiene el control, el peso que
llevaba a sus espaldas la puede y decide salir corriendo. ¿Te suena?
Ana apartó el plato. Se le había quitado el apetito.
Escocía escuchar todo lo que estaba diciendo su amiga. Sabía que tenía
razón. Tenía que buscar la manera de explicarle a su hija algunas cosas. Claro
que para eso, debía coincidir en la misma habitación.
—Creo que tengo mucho por lo que disculparme —se sentía
francamente mal -¿Sabes qué me decía hasta cuando tenía que ir a la
peluquería a teñirme? —preguntó con la voz rota.
—Lo sé. Alguna vez la había escuchado —contestó apretándole
afectuosamente la mano.
—¡Dios, Sara! —se meso los cabellos deshaciéndose la cola.
—Ana, tú hija era consciente de que no te preocupabas de muchas cosas.
Ella se hizo cargo de buen grado. Pero su obsesión por el orden, el control, su
carácter metódico se zarandeó cuando entró por la puerta y te encontró
desmontando media casa. No convulsionó de milagro —hizo una pausa —
entiendo que te sientas culpable hasta cierto punto. Como te dije, vive
encorsetada. Mantiene sus emociones bajo un férreo control y eso no es
bueno. Es la persona más inteligente que conozco. Sensata hasta decir basta,
tiene una mente analítica y eso hace que diseccione todo y cuando digo todo
es todo. Si no es así lo descarta. Tú y yo sabemos que las emociones no se
pueden explicar. Se sienten. Tenemos que conseguir que sienta. Porque vivir
con esa rigidez no es bueno.
Ana escuchó a su amiga atentamente. Pensaba en todo lo que estaba
diciendo Sara. Pero su mente estaba en otra parte. Su hija mayor había sido
un demonio cuando era pequeña. De adolescente se peleaba con su hermana
como una loba. Y después cambió... Si no fuera porque era imposible,
pensaría que su madre tenía algo que ver. Desechó la idea por absurda. Ella
se preocupó de que no las pudiera tocar.
—Estoy de acuerdo... —dijo pensativamente.
—¿Pero?
—Me esperaré al fin de semana si para entonces no ha dado señales de
vida, intentaré otro acercamiento —concluyó firmemente.
—Sólo te pediría que no lo dejes pasar mucho tiempo. Sabes que las
cosas acaban enquistándose, no dejes que llegue a eso —dijo sabiamente
Sara.
—Para nada. No te preocupes —hizo una mueca burlona —¡Ha vuelto
la vieja Ana! —Sara gimió en voz alta, con cara de evidente sufrimiento.
—Cielo, se supone que los años te tienen que volver más sabía y más...
Tranquila. Con Júlia siempre espero que se desate pero no pasa nunca,
contigo sólo sobrevivir.
Ana miró a su amiga por un instante sería como un juez. Al segundo
comenzó a reírse con ganas, a mandíbula batiente. Sara al verla se sonrió
contenta de ver a su amiga reír de nuevo después de tanto tiempo.
Ana se limpió los ojos llenos de lágrimas e intentó ponerse seria. Se le
escapó otra risotada, inspiró hondo, intentando serenarse.
—Bueno... Intentaré ser —otro conato de risas —intentaré ser más
contenida para que no te quite el sueño.
—¡Qué amable! —soltó Sara con evidente sarcasmo —puedo recordar
algunos episodios tuyos en los que dejaste en ridículo a la niña del exorcista.
Así que no me vengas ahora con esas. Bonita —dijo con reluctancia.
El fuego que se prometía en Júlia pero que nunca hacía acto de
presencia, en Ana era una parte elemental. Sara podía recordar episodios que
los dejaba a todos agotados, a Ana por ser la protagonista, a los demás por ser
espectadores obligados.
Cuando pudo cortar el cordón umbilical que la unía a su madre tras
dolorosos años de padecimientos. Descubrió que tenía carácter y una
fortaleza interior desmedida. Sólo en presencia de su progenitora, se volvía
hermética.
Era cierto. La vieja Ana había vuelto.
Terminaron de cenar entre anécdotas del pasado y proyectos de futuro.
Fue una cena agradable, el ambiente de intensa camaradería fluía por toda la
cocina, reflejo de los lazos que las unía hacía tantísimos años.
Capítulo III:
La mañana del sábado fue ajetreada, pero fructífera.
Ana estaba mirando una revista de decoración con un vaso de cola y
unas patatas fritas, sentada en la mesa de la cocina cuando sintió la puerta de
entrada.
Era Sara.
—¡Hola Sara! Pensaba darte media hora más, si para entonces no tenía
señales tuyas que sepas que pensaba mandar a un equipo de rescate —soltó
con sorna.
Sara hizo una mueca.
—Bueno... No ha hecho falta, estoy entera... O eso creo —dijo cáustica.
Ana frunció el ceño al escuchar el tono lastimero de su amiga.
—Suena como si la cita del año, hubiese sido un fiasco —la miró
atentamente.
—Digamos que no ha salido como esperaba... Bueno, según como se
mire. Sabía que no tenía que haber quedado. Al final tenía razón —estaba
abatida.
—Ven cielo, vamos a sentarnos y me lo explicas.
Sara asintió y se dejó llevar a la cocina. Se sentó con aire cansado. Un
rictus de sufrimiento cincelaba su cara. Ana le pasó una cerveza sin decir
palabra.
—Podrías haber comprado cervezas con alcohol, digo yo. Al menos
mientras viva aquí contigo.
—Lo tendré en cuenta —dijo con evidente falta de interés —¿Qué ha
pasado nena?
Sara se pasó las manos por el pelo, evidentemente estaba alterada, apoyó
los codos en la mesa y escondió por unos instantes la cara entre las manos.
Algo había ido francamente mal.
—Sara... ¿Qué pasa?
—¡Todo... Pasa de todo! —dijo mirándola con los ojos vidriosos —¡Era
una mala idea! Yo lo sabía y aún así me dejé convencer porque en el fondo
quería... Creer —acabó con un hálito de voz.
Rompió a llorar.
Ana se quedó pasmada. Se esperaba cualquier cosa... Menos eso.
¡Madre de Dios!
—Sara... Nena —no sabía qué decirle.
Sara apoyó la cabeza sobre los brazos encima de la mesa, llorando
desconsoladamente. Ana le acarició la cabeza como si fuese una niña.
—No sé si es un buen momento para recordártelo... Pero no soy la mejor
ofreciendo consuelo —dijo con ironía. Sara levantó la cabeza y la miró a
través de las lágrimas que surcaban su rostro —ahora... Sí lo que necesitas es
que le parta la cara a algún mal nacido, entonces soy tu chica.
Sara la miró como si no entendiera, Ana empezó a pensar que no había
sido su mejor comentario cuando de pronto, su amiga rompió a reír. Primero
fue una sonrisa triste, a la que ella correspondió, después fue como si hubiese
contado el mejor chiste del mundo. Sara reía y reía. Incluso Ana se reía sin
saber muy bien porqué.
Después de unos segundos, cuando la situación hilarante fue remitiendo,
Sara la miró con verdadero cariño.
—¿Sabes qué hacía mucho que no me decías eso? —dijo más tranquila.
—No recuerdo habértelo dicho antes —dijo haciendo un rápido repaso
mental.
—Hace bastante tiempo, de hecho hace años —comentó con tristeza.
—¿Ah, sí? Refréscame la memoria —cualquier cosa que la hiciera dejar
de llorar, era una buena idea.
—Fue cuando estuve ingresada en maternidad. Te ofreciste a romperle
la cara a cierto tipo... Incluso me dijiste que conocías a un par de individuos
que lo mandarían un tiempo al hospital... Gratis —Sara la miró con gesto
contenido.
Pues no había sido una buena idea después de todo.
—No me acordaba —dijo Ana suscita. Le dio un trago a su refresco de
cola. Se había quedado un tanto descolocada.
—Ya. Yo sí. De hecho aquel día supe que existía Dios. Me sentía como
la basura que todos pensaban que era... Pero tú... Tú me consolaste... Y eso
que no es tu fuerte —una sonrisa melancólica suavizó sus rasgos —por aquel
entonces yo no lo sabía, claro que no tenía base con qué comparar.
—De eso hace ya mucho Sara. Ahora ya no importa —sabía lo mucho
que angustiaba a su amiga recordar según qué cosas.
—¡Ahí te equivocas! Todo está relacionado.
Sara hablaba en código. No entendía nada. Ana se recordó que tenía que
ser paciente.
—¡Explícame porqué! —dijo más seca de lo que pretendía.
Sara la miró, sonriendo con ironía. Tomó la cerveza y le dio un buen
trago.
—¿Dónde tienes los cigarrillos? —preguntó levantando una ceja.
Esto iba mal.
—No quieres fumar. Te recuerdo que el otro día, te pusiste como una
fiera conmigo.
—¡Donde tienes los malditos cigarrillos Ana!
La paciencia estaba a punto de irse a paseo.
—En el cajón de la derecha —dijo sería como un juez.
Sara se levantó a coger los dichosos cigarrillos, volvió a la mesa, se
encendió un pitillo exhalando el humo lentamente con los ojos cerrados.
—Sara... Empiezo a estar preocupada —la informó seria. Su amiga por
su parte parecía que no tenía ninguna prisa.
—No te preocupes, me recuperaré... Soy una superviviente —sonó
cínica.
Siguió fumando con toda la tranquilidad del mundo. Se acabó la cerveza
y fue a buscar otra al frigorífico.
—Tómate el tiempo que necesites —dijo Ana con evidente sarcasmo. Se
apoyó en el respaldo de la silla con los brazos cruzados estirando las piernas
—Tenemos toooodo el tiempo del mundo.
Sara apagó el cigarrillo, se frotó la frente mirándola con ojos
atormentados.
—¡No sé por dónde empezar! —inspiró angustiada.
—Por el principio sería una buena idea —soltó cáustica.
Sara estaba jugando con la etiqueta del botellín de cerveza. Rascaba una
esquina con fijeza. Ana se dio cuenta que estaba buscando las palabras.
Esperó.
—Me puse uno de los vestidos que compramos. El granate oscuro —
Ana asintió instándola a seguir —estaba nerviosa pero, debo de reconocer
que me hacía ilusión. César llegó puntual. Me regaló un ramo de rosas
precioso, exquisito, había mezcladas de dos colores, rosas y amarillas. Me
recordaron los pasteles de nubes de caramelo. Me encantó, le di las gracias y
me dijo que cuando las vio no pudo resistirse —hizo una mueca burlona —ya
sé que está muy manido y todo eso... Pero me cautivó desde el principio.
Se quedó callada.
—Bien, te regaló flores, entonces os fuisteis a cenar. ¿Sí? —instó a su
amiga.
Sara asintió.
—Fuimos a la ciudad, a un restaurante precioso cerca del Teatro Real.
La cena fue perfecta. Es un gran conversador. Las horas pasaron sin ser
apenas conscientes. Cuando salimos se había levantado bastante viento, me
abrazó y fuimos así hasta el coche —se quedó otra vez en silencio.
Empezaba a parecer una novela por capítulos.
—¿Y?...
Sara la miró pero era obvio que estaba muy lejos.
—Cielo. ¿Estás segura que no te has tomado nada? —comentó con una
mueca.
Sara la miró sin comprender.
—No ¡Maldita sea Ana! Estoy hecha polvo y tú diciendo tonterías —se
levantó de la silla y empezó a pasearse por la cocina. Estaba alterada hasta
decir basta.
—Perdóname. A veces soy un poco imbécil —dijo con humildad.
Observó a su amiga ir y venir. Era como si no la escuchase, o no daba
muestras de ello. Esperó.
Sara dejó de pasear y suspirando, volvió a sentarse. Inspiró
profundamente.
—Regresamos por la autopista. Llegamos en poco tiempo, le invite a
tomar una copa, él aceptó... Fue la mejor noche de mi vida... ¡Jamás nadie me
había hecho el amor! ¿Entiendes? Me he acostado con innumerables hombres
a lo largo de mi vida, pero nunca había hecho el amor... Hasta ayer.
Decir que Ana estaba perpleja, era el eufemismo del año.
Ahora sí que no entendía nada.
Se quedó mirando a Sara, segura de que su cara lo decía todo.
—Esto... Sara, seguro que no lo he entendido bien... ¿Dónde dices que
está el problema? —le preguntó francamente interesada.
Sara la miró como si fuera a romper a llorar de un momento a otro.
—¡No lo entiendes! Yo sabía que no tenía que haber quedado.
—Sara, a riesgo de parecer obtusa... ¿Me puedes explicar qué narices
pasa?
—Pasa, que no puedo tener una relación seria con nadie. César me dijo
que jamás había sentido lo que sentía conmigo. Qué algo le decía que yo era
especial. Qué quiere conocerme mejor. Qué no era una noche de paso. Qué
aunque pudiera parecer prematuro... Quiere... Más.
Entonces se abrió el cielo y empezó a llorar con todas sus fuerzas. Eran
sollozos desgarradores.
Había más. Se apostaba algo.
—Cuando te dijo todo eso, tú te asustaste… Quiero decir que al igual te
abrumó un poco por no esperarlo...
—¡Me reí! ¿Entiendes? Me entró pánico y me reí en su cara. Le dije
cosas que... Yo... Le hice daño... ¡Ana me miró como si hubiera salido
reptando de debajo de una piedra! Se vistió en silencio y se disculpó por
haber mal entendido la situación...Ana se disculpó por ser el hombre más
maravilloso que he conocido en toda mi vida.
Lloraba de una manera desgarradora. Ana sentía un nudo en la garganta
de ver a su amiga llorar de esa manera. Al paso que iban, acabarían llorando
las dos, como idiotas.
—Nena, no lo entiendo. ¿Por qué hiciste eso? Entiendo que te asustara...
Bueno, no... No lo entiendo.
—¿No lo entiendes? ¿En serio no lo entiendes? Tú de entre todo el
mundo deberías saber porqué.
—Pues al parecer tienes una amiga lerda porque no lo sé.
—¡Fui puta! —gritó con todas sus fuerzas —¡Maldita sea Ana, fui puta!
¿En qué momento de la relación se lo digo? “Por cierto querido, no te lo he
contado... No tiene mucha importancia... Pero fui puta”.
—Si sigues gritando así no será necesario que se lo cuentes —dijo con
tono neutro.
—¡Me importa una mierda! —exclamó con ferocidad.
A Ana también le importaba un ardite que se enterase nadie. Cualquiera
que dijera algo de su amiga se las vería con ella. Pero sabía que después,
cuando se tranquilizara, le pesaría.
—Sara, en todos estos años que nos conocemos, alguna vez ha cruzado
por mi mente que todo aquello te marcó, pero como salías con hombres jamás
pensé que te condicionara...
—¡Claro que me marcó! —dijo con fuerza —Viví un infierno. Que
hayan pasado veinticinco años, no quiere decir que se me olvide —hizo una
inspiración profunda en un intento de tranquilizarse —a día de hoy, aún tengo
pesadillas —reconoció con voz rota.
Ana estaba perpleja. Sara jamás había dado muestras en todos esos años,
de sentirse estigmatizada, no era idiota, entendía perfectamente que el horror
que había vivido su amiga era enorme, pero de alguna manera, pensó que lo
había superado. Al parecer, también estaba equivocada con respecto a eso.
—Lo siento mucho Sara —no sabía que más decir —nunca me habías
dicho hasta qué punto estabas traumatizada.
Sara la miró con una sonrisa cínica.
—¿Qué querías que te dijera Ana? No tenía sentido darle vueltas al
tema. Salí de aquel horror y no necesitaba hablar de ello y recordarlo
continuamente.
—Al contrario nena —dijo inclinándose hacia su amiga —hablar de
aquello era lo que necesitabas. Quizás no estuve a la altura de las
circunstancias y no fui consciente, cosa que lamento profundamente.
—No era tu problema, bastante tenias ya en aquel momento, para cargar
también con mis cosas —dijo encogiéndose de hombros.
—Tonterías. Eras mi amiga y tendría que haberlo visto. Lo único que
puedo decir en mi descargo, es que también era muy joven y no tenía la
experiencia necesaria para verlo.
—Es igual. Ya no importa. Lo cierto es que no me han ido mal las cosas
desde entonces y ahora no tiene sentido hablar de ello.
—No estoy de acuerdo —dijo mirándola fijamente —si ha condicionado
tu vida al punto de no poder tener una relación seria con nadie, tiene todo el
sentido del mundo.
—Ana querida —dijo recuperando su talante —eso es algo que decidiré
yo.
Ana frunció el ceño, contrariada.
—Si tú lo dices —dando a entender lo contrario —pero entonces durante
todos estos años que salías con hombres...
—Salía con hombres, me acostaba con ellos pero jamás pasaron de ser
relaciones pasajeras —dijo interrumpiéndole —¡Me aterraba tener algo serio
con alguien y que se enterara de mi pasado! En mis momentos más bajos, me
imaginaba cruzarme con alguien y que me reconociese...aún me aterra la
posibilidad —el miedo y la vulnerabilidad estaban patentes en su voz y en su
lenguaje corporal.
—Sara. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡No tienes nada que ver con aquella
chica! ¡Por el amor de Dios! Hace más de veinticinco años. Toda una vida.
—Pero el tiempo no me exime de lo que fui. No conozco a ningún
hombre que se sienta orgulloso de su mujer sabiendo que fue prostituta en
algún momento de su vida... Ni aunque hayan pasado veinticinco años... Esto
no es una película... Es la vida real y yo no soy “pretty women“.
El silencio se instaló en la cocina. Ana no sabía qué decir. Sara estaba
hecha polvo, no hacía falta ser un lince para verlo.
—Creo sinceramente que el hombre adecuado, lo entendería.
—Seguro —dijo con dureza —yo no soy tan fuerte como crees. No
pienso dejar mi vida al azar, jugarme todo por lo que he luchado por la
posibilidad de que un hombre sea magnánimo y acepte mi pasado. ¡Por Dios!
¡No voy a vivir arrastrándome agradecida de que me acepte y perdone mis
pecados!
—Nadie está diciendo que tenga que perdonar nada. ¡Joder Sara! No
eres una cualquiera... Está bien... Sabes lo que quiero decir. Eres una mujer
sofisticada, elegante, tienes un negocio que te permite vivir con holgura.
Tienes amigos en círculos a los que yo no tengo acceso...
—¿Cuántos de todos esos a los que llamas amigos seguirían a mi lado si
saliera a relucir mi pasado? ¿Dime? O ¿Cuántas señoras respetables
comprarían en mi tienda si se enteraran? ¿Quieres que te lo diga? ¡Ni una
Ana! Saldrían corriendo ofendidas de haber tenido algo que ver conmigo.
—Todos no son así Sara. Hay gente...
—¡Vivimos en un mundo de hipócritas! —dijo gritando —la mayoría de
tooooda esa gente que aparentemente se preocupan por los más
desfavorecidos, no los quieren cerca. No los invitarían a su casa. Y desde
luego no los aceptarían en su círculo. Todo eso es una gran mentira. Lo ves
cada día en la televisión, en las noticias, miles de refugiados padeciendo
penalidades, niños pequeños muriendo de hambre, trata de blancas, mujeres
engañadas y obligadas a prostituirse... A todos les da mucha pena pero si ven
acercarse a alguno de ellos en la calle para pedirles ayuda, salen corriendo no
vaya a ser que tengan algo contagioso. La gente que hoy me trata con respeto
y me invita a eventos, mañana me girarían la cara si se enterasen de la
verdad.
Sara se abrazaba así misma sentada en la silla, con las piernas contra el
pecho. Tenía la mejilla apoyada encima de las rodillas, el pelo le caía en
desorden tapándole parcialmente el rostro.
Por primera vez en mucho tiempo, Ana no sabía qué decir. Era
desgarrador verla tan vulnerable. Se le partía el alma. Le acarició suavemente
el pelo. Se inclinó sobre su amiga y la abrazó dejando que todo el cariño, el
amor que sentía por su hermana del alma, hablara por ella. Sara se giró y se
abrazó sin fuerzas apoyando la cabeza en su vientre. Ana la sostuvo así, hasta
que dejó de llorar.
Cuando lo peor había pasado, se acuclilló quedando a su altura,
limpiándole los restos de lágrimas del rostro, con los pulgares.
—Quiero que sepas que eres una gran mujer. No lo digo porque seas mi
amiga, ni por los muchos años que llevamos juntas. Eres una gran mujer
porque te has hecho a ti misma. Lo tenías todo en contra pero no te rendiste.
Sufriste las peores vejaciones que le pueden hacer a una mujer y aún así no te
distes por vencida. Te arrancaron a golpes a tú hijo nonato y te repusiste al
dolor sufriendo en silencio, sabiendo que no volverías a ser madre. Jamás un
paso atrás. Has conseguido todo lo que te has propuesto en la vida. Eres
muchas cosas pero no eres una cobarde. No soy imbécil, sé que hay gente que
se refocilan en las desgracias ajenas, que disfrutarían de poderte hacer daño.
No tienes que esconderte de ellos... ¡Son ellos los que no tiene nivel para
hacerles partícipes de tú pasado! Pero hay personas maravillosas que te
querrían aún más si supieran como lo sé yo, la gran mujer que eres. No tengo
hermanas, bien sabe Dios que lo único que tengo es un inútil por hermano
con más codicia qué sentido común. Pero Dios, el cielo, las fuerzas del
universo... No lo sé... Me hicieron el mejor regalo que le pueden dar a
alguien... Me dieron una hermana. ¡Y a mi hermana nadie le hace daño si no
quiere comer sopas toda su vida! ¿Entendido? —la zarandeó suavemente.
Sara asintió llorando nuevamente.
—Entendido —intentó sonreír pero fue un penoso intento.
Ana volvió a abrazarla meciéndola suavemente.
—¡Ssssshhh! Tranquila cielo... Llevas demasiado tiempo llevando una
mochila que no te corresponde. Tardarás en entender que no te toca. Pero
aunque sea lo último que haga, haré que lo veas. Que te veas a través de mis
ojos. Que te veas en el espejo tal y como eres. Una gran mujer. Una dulce y
maravillosa mujer.
Sara asintió pero Ana sabía que no era por haberle convencido... Más
bien era por agotamiento. Lloró hasta quedarse seca. Ahora sólo se
escuchaban débiles hipidos y sonidos entrecortados.
La apartó de sí y esperó a que la mirase a los ojos.
Cuando levantó la mirada, su cara era un poema. Tenía los ojos
hinchados como un sapo, la nariz era un pimiento rojo brillante. Se le rompió
el corazón de verla tan desvalida.
—Ahora quiero que subas y te des una ducha —le dijo con firmeza —
Yo voy a preparar algo para comer. ¡No digas que no! Haré algo ligero, una
ensalada quizá. Después ya veremos qué hacemos.
—No soy hoy muy buena compañía... Quizá tendría que irme a mi
casa...
—¡No te vas a ir a ningún sitio! —dijo interrumpiéndole —ya veremos
qué hacemos después, Sara. Si no tenemos ganas de ir a ningún sitio pues no
vamos. Si queremos quedarnos en casa tranquilas pues nos quedamos.
¿Entiendes? Decidamos lo que decidamos, juntas.
—Juntas —repitió
—Eso es. Ahora vete a duchar, después ya veremos. ¿Vale?
Sara asintió. Salió andando despacio hacia la escalera. Lentamente.
Derrotada. Ana la observó concentrada.
Tenía mucho en qué pensar.
La mente de Ana iba a mil por hora. Necesitaba más datos con respecto
al César ese.
Si no podía hablar después sobre él para sonsacarle, ya miraría de
indagar otro día pero tenía preguntas que necesitaban respuestas.
Cuando tuviera toda la información no tenía muy claro qué iba hacer.
Se mesó los cabellos hasta dejarlos desordenados.
Las casualidades no existen.
Siempre lo había dicho. Era curioso que se recuperase milagrosamente
justo en aquel momento.
Diez días atrás era casi una zombi.
Hoy era la más centrada.
Hizo una mueca burlona. Ese dato no dejaba en muy buen lugar a su
familia. Al igual eran una panda de locos. Posiblemente. La idea tenía su
mérito. Pero eran su panda de locos.
Curiosamente se sentía bien, no es que no le importase su amiga, al
contrario, le importaba y mucho, sólo se sentía bien porque volvía a sentirse
útil. Necesitada. Su familia la necesitaba...aunque ellos aún no lo sabían.
Sara bajó después de un buen rato, se tomó su tiempo.
Entró en la cocina despacio, el abatimiento se cernía sobre ella como
una nube.
Se quedó allí, en medio de la estancia, sin saber qué hacer.
—Siéntate nena. He hecho una ensalada de pollo —informó.
Sara asintió.
Se sentaron a la mesa. Ana estaba preocupada. No había emitido ni un
sonido desde que había bajado.
—Ha venido esta mañana Fran, el hombre que me dijiste, para restaurar
el mueble del salón. La verdad es que me ha gustado.
Parecía que tendrían monólogo.
—Hizo unos bosquejos del mueble, añadiéndole una vitrina y unas
molduras, dándole un aire provenzal muy elegante.
Se calló.
Miró a su amiga pero no observó cambio alguno.
—También ha venido a visitarme el ministro de sanidad, se ha enterado
que quería hablar con él y como le venía de paso, se ha acercado a saludarme.
Nada.
—Lo acompañaba la mismísima reina y...
—¿De qué narices me estás hablando? —¡menos mal! Lo siguiente era
estrellarle algo en la cabeza.
—¡Oh! Te contaba las visitas tan singulares que he tenido esta mañana
—dijo con tono neutro.
—¡Ana, no me importa quién te ha venido a ver!... ¡Como si ha sido la
mismísima reina!
Casi acierta.
—Me lo figuraba... —dijo mansamente.
Sara apartó el plato prácticamente sin tocar. Había estado jugando con la
ensalada desplazándola de un extremo del plato al otro.
—Y porqué no me explicas lo que sí te importa —sugirió.
Sara la miró como si le hubieran brotado dos cabezas.
—¿Qué quieres que te diga que no te haya dicho ya? Ana, por favor.
¡No le des más vueltas! ¡No quiero seguir hablando del tema!
—Normalmente estaría de acuerdo contigo...
—¿Pero? —preguntó Sara con reticencia.
—Pero creo, que aunque nos callemos, seguirás dándole vueltas al tema.
Con lo cual es infinitamente más fácil que le des voz a tus pensamientos a
que yo trate de adivinarlos.
—Ana, no tengo ánimos para seguir. ¡Estoy agotada! —sonaba
exactamente como decía.
—Perdona —dijo suavemente —Mira, creo que tienes razón. Mañana ya
hablaremos...
—No volveremos hablar del tema. Ni mañana ni nunca —dijo
levantando el tono.
Pues no estaba tan agotada como parecía.
Ana se quedó mirando a su amiga evaluándola.
Tomó una decisión. Arriesgada... Pero... El que no se embarca...
—¡Tienes razón! No hablaremos más del tema. Sabes que te quiero
mucho y a veces eso me nubla el sentido —dijo con petulancia —Lo cierto es
que es verdad. Has sido una puta y cualquier hombre se podría plantear si te
obligaron o si podrías haber escapado en algún momento... Ya sabes lo que
opinan la mayoría de ellos... Que a las putas les gusta...
—¡Eres una hija de perra! —escupió Sara.
Iba bien aunque no lo suficiente.
—Posiblemente. Imagínate la cara de... ¿César? Cuando piense que le ha
llevado flores a una puta y a cenar a un exclusivo restaurante. Pensará que lo
has engañado con tus modales y todo eso... Figúrate que al igual se imagina
que todo era un montaje para cobrarle una tarifa mayor... Ya sabes... Las
putas son por encima de todo, mujeres de negocio...
Levantarse de la silla y abalanzarse sobre Ana, fue todo uno. Cayeron
estrepitosamente hacia atrás. ¡Menudo costalazo sé dio! Las manos de Sara
eran garras. Gritaba como una posesa. Faena tuvo, intentando evitar que no le
arrancara los ojos.
¡Lo que tenía que hacer por una amiga!
Intentó quitársela de encima pero le estaba costando lo suyo.
—¿Se puede saber que está pasando aquí?
Se quedaron heladas.
Sara enmudeció de golpe horrorizada.
—¿Mamá... Tía Sara? —dijo Clara francamente sorprendida.
Genial. ¿Qué hacía su hija en casa a esas horas? Pensó Ana torvamente.
Desde el suelo, giró la cabeza en un ángulo imposible para mirar a su
hija.
—¡Hola nena! ¿Qué tal? —dijo como si estuvieran sentadas tomando
café —esto... ¿No tendrías que estar trabajando?
Sara se bajó de encima de Ana, dejándose caer como un saco de patatas
a su lado. Estaba catatónica. Se miraba las manos en trance.
Ana se levantó como si nada, cogiendo a su amiga de un brazo y
acompañándola para que se sentara en una silla, todo ello con naturalidad
estudiada.
—Me debían unas horas y me han dado la tarde de fiesta —contestó
Clara mirándolas con obvio desconcierto.
—Ya —acercó dos vasos y una botella de agua ofreciéndole uno a su
amiga.
Sara por su parte lo tomó como una zombi.
Miró a su amiga como de pasada, con preocupación disimulada.
—Bueno... Pues tú dirás qué quieres —se sentó en su silla favorita
acomodándose el cabello.
Clara se las quedó mirando de hito en hito. Llevaba las manos en los
bolsillos y se balanceaba sobre sus pies.
—¿No tenéis nada que decir? —preguntó obviamente todavía bajo los
efectos de la sorpresa de ver a su madre y a su tía peleándose en el suelo
como dos gatas callejeras.
Sara la miró, abrió la boca y la volvió a cerrar, al parecer no sabía qué
decir.
—Pues... No. Lo cierto es que no. Estábamos manteniendo una
conversación... Quizás un poco más entusiasta de lo necesaria... Será la
menopausia. A las mujeres de nuestra edad nos dan ataques hormonales. No
le des más importancia de la que tiene.
Sara se giró a mirarla, los ojos abiertos como platos. Desde luego con la
vena que tenía para el drama y una vez que la necesitaba, al parecer, se había
esfumado.
—Mamá... ¿Crees que soy idiota? —soltó Clara empezando a salir del
estupor.
—Para nada cielo. Creo que eres una mujer muy inteligente y sabes
cuándo no tienes que preguntar —miró a su hija con toda la intención.
Clara se quedó callada un momento sopesando.
—Tía Sara. ¿Estás bien? —estaba preocupada aunque saltaba a la vista
que no sabía porqué.
—Eh... Si, si cielo... Estoy bien ¿Por qué no iba a estarlo? Como ha
dicho tú madre, estábamos manteniendo una conversación y... Se nos fue un
poco de las manos, nada más.
—Ya. Vale. No insisto más —soltó resentida —es más, me voy. Espero
que cuando me vaya no sigáis con... Vuestra conversación.
—Tranquila, empezar de nuevo ha perdido todo su interés. Entonces.
¿Para qué has venido, dices? —preguntó Ana desviando el tema.
—Bueno, dijiste que hoy querías ir a mirar muebles para el salón y todo
eso, pensé en acompañarte.
—Gracias nena. Creo que al final hoy no iremos. Tía Sara no se
encuentra muy bien. Le duele la cabeza.
Clara miró a su tía sin saber muy bien que decir.
—Ya. Me imagino.
Era una escena tan absurda que Ana empezó a sentir unas ganas locas de
reír. Estaban mirándose las unas a las otras sin tener muy claro qué hacer a
continuación.
Parecían tres tontas en problemas.
Sara tenía un aspecto conmovedor con todo el pelo despeinado y... ¡Un
roto en la camiseta! Clara con ganas de marcharse pero sin decidirse a
dejarlas solas. Y ella... atusándose el cabello como si estuviera en el salón del
trono.
Apareció una sonrisa tímida en su rostro que poco a poco se fue
transformando en una risa franca. Mientras más la miraban horrorizadas, más
risa le daba.
Sara empezó a sonreír, al cabo de un instante estaba riéndose de ver a su
amiga desternillarse en medio de la cocina.
—¡Estáis mal! —dijo Clara sonriendo.
Era como si hubiera contado el mejor chiste del mundo.
Sara estuvo a un pelo de caerse de la silla de tanto reírse. Cosa que por
otra parte enardeció aún más el ambiente.
Ana estaba abrazándose las costillas, era obvio que de tanto reír le
empezaban a doler.
Era imposible estar en compañía de esas dos locas y no terminar como
ellas.
Clara comenzó a reír bajito pero al cabo, estaba riendo a carcajadas
contagiada por la escena que tenía delante.
Después del paroxismo de hilaridad, fue poco a poco volviendo la
calma.
—Bueno... Como veo que estáis bien. Me voy a casa con Sergio y le
arruinaré la tarde —vio el gesto de interrogación de su madre —le dije que
me iba con vosotras de tiendas y él feliz como una perdiz, me dijo que se
quedaría en casa tranquilo jugando con la consola.
—Gracias nena. Te llamaré mañana. Tengo que comentarte unas cosas
—dijo levantándose de la silla.
—¡Miedo me das, mamá! Últimamente cada fin de semana pasa algo en
esta casa.
—Es para que no te aburras —contestó abrazándola por la cintura —dile
adiós a tía Sara y te acompaño a la puerta.
Clara miró a su madre con extrañeza pero no la contradijo.
—Adiós tía Sara. Ya te llamaré —dijo dándole un beso en la mejilla.
—Adiós cielo.
Salieron al recibidor.
Ana la acompañó hasta la calle. Clara no sabía qué esperar. Después de
lo visto, cualquier cosa.
—Mama. Si tienes algo que decirme, suéltalo ya —dijo con
impaciencia.
Su madre se acercó dándole un abrazo.
—Necesito hablar contigo y que tú tía no se entere —le dijo al oído.
La soltó acariciándole la mejilla con cariño.
—¿Pasa algo malo? —preguntó preocupada. ¡Ya no sabía qué pensar!
Su madre negó con la cabeza sonriendo, era evidente que estaba
disimulando por si su tía se asomaba por la ventana de la cocina.
—¡Adiós nena! Acuérdate de lo que te he dicho.
—Como si pudiera olvidarlo —dijo con sorna.
Se fue rumiando en todo lo que había pasado. ¡Su madre y su tía
peleándose! El ataque de risa.
Empezaba a plantearse seriamente llamar a su hermana y hablar con ella.
Claro que no sabía qué papel jugaba su tía en todo eso. ¡Nada la había
preparado para la escena que se encontró! Al igual había alguna no sé qué
planetaria y les había afectado. Era de juzgado de guardia.
El otro día su madre explicándole que había estado en contacto con su
padre. Su hermana en un arranque sin precedentes, se había marchado
después del finde rarito. Y ahora... Esto. Algo tenía que estar afectando a las
mujeres de su familia. ¡No había otra explicación! Seguro que ella no se
había contagiado porque mantenía una sana distancia. Ese año no sabía como
iban a ser las navidades. A ese paso al igual ni llegaban. Faltaban apenas tres
semanas y su familia vivía en un completo y absoluto caos.
Llegó a su casa y se le ocurrió decirle a Sergio de ir a ver alguna película
al cine. No le apetecía para nada quedarse en casa. Y tampoco tenía muchas
ganas de seguir dándole vueltas al tema. A fin de cuentas, hasta que no
hablara con su madre, no iba a sacar nada en claro.
Abrió la puerta de su casa y se dirigió al salón donde estaba su novio.
—¡Adivina quién tiene la tarde libre y quiere ir al cine! —dijo alegre
dejándose caer en el sofá.
Sergio la miró sorprendido. Esperaba tener la tarde sólo para él y su
nuevo juego.
—¿Y eso. No te ibas con tú madre de compras? — preguntó extrañado.
—¡Aja! Cambio de planes, al parecer están en plena crisis mi tía y ella.
¡Miedo me da llegar a los cincuenta! —dijo riéndose —¿Qué dices, te
apetece ir al cine?
Sergio la miró sonriendo.
—Me apetece mucho más... Otras cosas...
Clara le sonrió con picardía.
—No tengo la menor idea de a qué te refieres —dijo fingiendo sorpresa.
Sergio dejó el mando de la consola muy despacio sobre la mesa, sin
quitarle la vista de encima y se acercó lentamente mirándola con evidente
deseo.
—¡Oh! No te preocupes... Tengo tooooda la tarde para explicártelo...
Muy... Despacio.
Clara se rió bajito, enlazando sus brazos en el cuello de su novio
acercándolo lentamente.
—Soy muy lenta para... entender... tendrás que emplearte a fondo... —
susurró besándole en la comisura de los labios.
—Creo que no tendrás ninguna queja —dijo antes de besarla a
conciencia.
Todo quedó reducido a los brazos del hombre que amaba. El mundo
podía esperar a mañana.
Ana entró en casa, cerró la puerta y se apoyó en ella. Había querido
hacer reaccionar a su amiga, pero quizás se había pasado un poco...
¡Madre mía, qué lío! No sabía qué pensaría su hija. Miedo le daba
preguntar. Mañana la llamaría y hablaría con ella. Aún estaba perfilando el
plan de acción.
Sara estaba hirviendo agua. Señal inequívoca de que se iba a prepara un
té. Bien, eso era positivo.
—¿Vas a hacer té? Si es así, me apunto —dijo con frescura.
Sara no contestó.
Si la volvía a sacar de sus casillas esta vez, al igual le estrellaba la tetera
en la cabeza. No era una opción.
Por otra parte si intentaba consolarla, se vendría abajo y la
autocompasión haría el resto.
Tampoco era una opción. Pues se estaba quedando sin opciones.
—Creo que te debo una disculpa por mi comportamiento, ahora subiré a
recoger mis cosas y me iré. Lamento muchísimo lo que ha pasado —dijo con
voz monótona —entenderé si decides no querer saber nada más de mí.
Al parecer se había entretenido con su hija más de lo que pensaba, ya
que le había dado tiempo a parapetarse detrás de su armadura.
—No tengo nada que disculpar. No es necesario que te vayas, al
contrario. Y no voy a dejar de ser tu amiga...aunque seas idiota —dijo con
firmeza.
—Ana, no sé qué quieres que te diga —se volvió a mirarla.
—Que has recobrado el sentido común sería un buen principio.
—¡No tengo palabras! Cuando te escuche llamarme... Bueno... Ya sabes
y que si César se enteraba... Y lo de la tarifa... ¡Ana, me hiciste daño! —dijo
dolida.
La tetera sonaba indicando que ya estaba el agua. Sara la apartó del
fogón y procedió a verter su contenido en sendas tazas de porcelana.
—Sólo le puse voz a lo que tú piensas pero que no te atreves a decir
Sara. Tú eres tu peor enemigo. Nadie piensa en ti en esos términos. Permites
a los fantasmas del pasado que dominen tú vida.
Buscó la caja que contenían los tés y la llevó a la mesa.
Daba la engañosa sensación de mantener una conversación trivial, por la
forma tan domestica con qué actuaban.
Sara se sentó y procedió a coger una bolsita de té igual a la suya.
—Tengo miedo a perder lo que tanto esfuerzo me ha costado ganar —
murmuró Sara con voz cansada.
—Eso puedo entenderlo. Pero al miedo se le vence —no pensaba ceder.
Sara la miró con expresión atormentada.
—Es fácil para ti ahora que tú madre a muerto, decir que al miedo se le
vence —soltó urticante.
Bueno...ahora ya sabía a lo que iban a jugar.
—Cierto. La verdad que con mi madre muerta tengo bastantes cosas
menos de qué preocuparme. Pero, no recuerdo haber salido huyendo alguna
vez —contestó con parsimonia.
—¡Oh! ¿Quieres que te recuerde cuando te fuiste de su casa en medio de
la noche con los niños pequeños? —atacó.
Iba a la yugular.
—Para nada. Lo recuerdo perfectamente. Sencillamente mi versión
difiere un poco de la tuya... Si no recuerdo mal protegía a mis hijos, no huía.
Sabes mejor que nadie que la he enfrentado varias veces en los últimos años.
No le tenía miedo, ni antes ni ahora —dijo con voz firme.
—Llámalo como quieras. No recuerdo que la vencieras jamás. Ella
siempre te llevó dos pasos por delante.
—Bien, al parecer vamos hablar de mi madre. Lo creas o no, jamás puse
el corazón en nuestros enfrentamientos. Cuando entendí que no tenía
salvación, que estaba total y absolutamente perdida sabes que no me quedó
otra opción que apartarme. Era destructiva hasta los extremos. No le hubiera
importado hundirse si con ello me arrastraba. Eso no es miedo. Era auto
conservación —dijo serena, mirando profundamente a su amiga.
—¡Lo siento! —dijo Sara arrepentida.
—No lo sientas, no importa, ya no. Ahora importas tú. Importa lo que
piensas, lo que sientes. Importa que luches contra tus propios demonios. Que
veas las cosas en la perspectiva correcta...
—¡Ana por favor, la perspectiva correcta! ¿Cuál es? ¡Fui puta! ¿En qué
perspectiva coloco eso, dime? —dijo Sara inspirando profundamente en un
intento de controlarse.
—Exactamente donde corresponde, en el pasado. Sara... ¡Por el amor de
Dios! Fuiste puta hace veinticinco años y no fue por decisión propia. ¡Joder!
Casi mueres de la paliza que te dieron. Perdiste a tú bebé ¿Cuándo en nombre
del cielo vas a perdonarte a ti misma? —dijo perdiendo la paciencia.
—En serio crees que hay diferencia. ¡Tú la ves porque me quieres!...
—¡Y una mierda! Veo la diferencia porque existe Sara. Y para que
conste, si fueras puta porque sí, te seguiría queriendo, eres mi hermana, mi
familia. Las putas tiene familia ¿sabes?...
—¡Ya lo sé, no soy imbécil! —dijo interrumpiéndola.
—... Y tienen hijos y amigos y una vida al margen de su profesión —
prosiguió como si no la hubiese interrumpido —Pero las mujeres que han
sido obligadas, a las que se las ha esclavizado sexualmente, no han decidido
ser. Le han robado el derecho a decidir ¡Joder Sara! Tú eras apenas una cría
cuando te captaron... —dijo exasperada —no es lo mismo —añadió con voz
ronca.
Ana no sabía como convencerla. Estaba a un paso de zarandear a su
amiga, hasta que se le aflojaran los dientes.
—Si no me puedes convencer a mí... ¿Como podría yo convencer a
nadie? —la amargura se colaba en sus palabras como cuchillos.
—No tengo que convencer a nadie Sara. Salvo a ti. No tienes que ir
contando tú vida a todo el mundo. Yo no lo hago y en mi experiencia, no lo
hace nadie. Cuenta lo que quieras contar. La gente creerá lo que tú quieras
que crean. Incluso si pasara tu peor pesadilla de que alguien te reconociera,
cosa que lo veo difícil, no me reconocen a mi gente con la que he tenido
trato... Pero en el peor de los casos, alzas esa ceja tuya y con tu actitud más
clasista lo miras como si fuera un bicho repugnante. En serio Sara... ¿Crees
que alguno de esos tipejos se fijaba mucho en tu cara o para el caso en la cara
de alguna? Lamento decirte que para los tíos que frecuentan esos antros, las
caras no son lo que miran... Tú lo sabes mejor que nadie... No les importan
una mierda... Pagan por un cuerpo. ¡Un cuerpo Sara! No miran las caras... No
miran sus ojos... Te jodieron la vida una vez. No dejes que te la sigan
jodiendo nena.
Sara lloraba en silencio.
Tenía la cabeza gacha, los hombros hundidos.
—Sara, te lo repito, eres una gran mujer. No quiero convencer a nadie.
Sólo a ti.
Sara asintió. Levantó la vista despacio. Cuando sus ojos se encontraron,
le mantuvo la mirada en silencio. Transmitiéndole todo lo que no podía decir
con palabras. Ana apretó su mano con fuerza. Haciéndole saber que estaba
allí para ella. No estaba sola.
—Nunca te he contado que colaboro con una asociación de mujeres —
dijo entre lágrimas.
—Bueno... Entiendo que no me lo cuentes todo... Sólo porque yo lo
haga no quiere decir que tú tengas que hacerlo —soltó un poco picada.
Sara se rió a su pesar.
—¡Eres tonta! No te lo conté porque... En cierto modo... Es una parte de
mi vida de la que prefiero no hablar...
—¿Qué clase de asociación es? —preguntó con suspicacia.
—Son mujeres que han salido de las calles... Y las ayudamos a buscar
trabajo y a integrarse en la sociedad. Mi aportación no es gran cosa. La
presidenta de la asociación, se llama Gloria. ¡Tendrías que conocerla! Es
increíble —dijo con admiración.
—Cualquier persona que dedique su vida a empresas como esa, cuenta
con todo mi respeto. Cuando quieras Sara, te acompaño... Si quieres.
—Lo sé. ¡Estoy hecha un lío Ana! Son demasiados años pensando de
una forma determinada y viviendo en consecuencia. Es un hábito. No sé si lo
conseguiré, sólo puedo prometerte que lo intentaré —dijo con sinceridad.
Ana sabía perfectamente como funcionaban las cosas. Los hábitos y las
creencias eran difíciles de cambiar. En ocasiones imposible.
—No te puedo pedir más —dijo sería. Y era cierto.
—En ocasiones me invade la melancolía... Cuando me quedé
embarazada me asusté. ¡No sabes hasta qué punto Ana! Mientras que no sentí
al bebé vivía angustiada... No sabía quién era el padre y el embarazo me lo
recordaba constantemente. Pero... Cuando empecé a sentirlo —cerró los ojos
y las lágrimas brotaban a través de las pestañas —todo cambió... Dejó de ser
algo monstruoso, algo más que me habían hecho. Se convirtió en sólo mío.
No puedo explicarlo. Empecé a soñar despierta, maneras de escapar. Me
imaginaba criando a mi bebé en una casa con un montón de juguetes —se le
rompió la voz con un sollozo —Llevaba casi dos años viviendo aquella
pesadilla, había perdido la esperanza de salir y lo peor es que ya no me
importaba, incluso tenía una amiga. Me acostumbré Ana. Aprendí en carne
propia que el ser humano es capaz de acostumbrarse a todo —Sara se calló
un momento, Ana entendió que revivir todo aquello tenía que ser un infierno.
Sabía que las palabras tenían poder, de igual forma que hacían daño
también ayudaban a sanar.
—Yo sentía al bebé pero no se notaba todavía, lo llevaba en secreto. No
quería que nadie lo supiera, era algo mío. Un día no pude contenerme más —
se rió, Ana jamás escuchó una risa tan lastimera —¡Tenía tantas ganas de
compartirlo con alguien! Se lo conté a mi amiga. Al contrario de lo que yo
esperaba, ella se horrorizó, me dijo que no se lo contara a nadie. Me hizo
prometérselo. Me asusté de verla a ella tan asustada. Empezamos a hacer
planes a escondidas para escaparnos. Nos encerraban de día y siempre
estábamos vigiladas pero, había un vigilante que estaba encaprichado de mi
amiga, urdimos un plan de escape. Contábamos también con el hecho de que
ya no nos controlaban tanto como al principio, nos vigilaban sí, pero más
relajados —volvió hacer una pausa, Ana sabía que lo peor estaba por venir —
Lo teníamos todo planeado, habíamos repasado el plan mil veces. Acordamos
escaparnos el domingo por la mañana. Temprano. Era el día más tranquilo de
la semana y también el día que había menos vigilancia. Habíamos conseguido
unas gotas de sedante que les ponían a las chicas nuevas para que no dieran
problemas. Mi amiga lo invitaría a un revolcón rápido y se lo administraría.
Tendríamos apenas cinco minutos para salir corriendo. Suficientes para
cruzar la puerta y ser libres. Jamás tuvimos oportunidad de ponerlo en
práctica. El viernes me llamaron a una sala donde había un par de sofás
maltrechos y una mesa absurdamente blanca. Es curioso como recuerdo que
pensé que se veía incongruente. Era una mesa preciosa en una sala mugrienta.
Había tres tipos, dos de ellos estaban repantigados en los sofás, el otro estaba
medio sentado en la mesa, balanceando una pierna... Es curioso como tengo
lagunas sobre ciertos aspectos de esa época y sin embargo recuerdo detalles
absurdos como si hubiera pasado ayer... Llevaba una camisa con rallas
diplomáticas y puños blancos con gemelos. Me preguntó si era verdad que
estaba embarazada. Me quedé helada. No sabía qué decir. ¡Estaba
aterrorizada! Sentía la lengua pegada al paladar. Me dio un bofetón que me
lanzó sobre uno de los sofás. Me advirtió que no le gustaba repetir la misma
pregunta dos veces... Me lo volvió a preguntar con voz suave... Casi dulce.
Le dije llorando que sí, que estaba embarazada, le aseguré que no iba a darles
problemas que me iría y no volverían a verme. Se rió Ana, se rió como si
fuera la cosa más divertida que hubiera escuchado. Al parecer nos
administraban anticonceptivos con la comida, al quedar embarazada, dieron
por sentado que me había saltado las comidas que lo portaba. ¡Yo ni siquiera
sabía con qué alimentos nos lo mezclaban! —inspiró con fuerza —la mujer
que nos controlaba, era la encargada de comprobar que las chicas
estuviéramos limpias... Ya me entiendes y de facilitarnos las compresas cada
mes —hizo una mueca burlona —¡Habíamos pensado en todo menos en ese
detalle! No tuvimos ninguna oportunidad. Aquel hijo de puta, me dijo con su
voz dulce, que no me preocupara, que él se encargaría de todo... Y se
encargó, ya lo creo que se encargó. Me agarraron entre los otros dos
sosteniéndome de los brazos... y... Empezó a golpearme en el vientre... Yo
grité con todas mis fuerzas. ¡Dios mío, como gritaba!... Hasta que me golpeó
en la cara... Me llovían golpes y patadas por todas partes, sentía como me
retorcían los brazos. Las piernas no me sostenían. No sé cuánto tiempo
estuvieron así, perdí el conocimiento. Cuando volví a abrir los ojos, mejor
dicho el ojo, tenía la visión borrosa, sentí más que ver a mi amiga llorando a
mi lado. Me dijo que no me preocupara, que resistiera. Yo no podía hacer
nada, no había un músculo de mi cuerpo que no me doliera. Rogué al cielo
morir, acabar con ese sufrimiento... No me importaba nada Ana... Sólo que
todo acabara. Parece ser que perdí de nuevo el conocimiento... Cuando lo
recobré, lo primero que vi, fue a una chica joven embarazadísima curándome.
Me dijo que se llamaba Ana y que no me preocupara, que estaba a salvo —
Sara miró a su amiga con un rictus amargo, revivir aquel infierno le estaba
suponiendo un alto coste personal —tiempo después, estando todavía
ingresada, vino a verme mi amiga, ella se escapó como teníamos planeado, al
parecer, después de que se hartaron de pegarme, me dejaron tirada como un
guiñapo sanguinolento en la habitación que compartíamos ella y yo, con todo
el revuelo, no cerraron con llave y ella vio la oportunidad y la aprovechó. Fue
a la Policía y... Lo demás, ya lo sabes. Lo que no sabes es que esa amiga que
me salvó la vida, arriesgando la suya propia es la mujer de la que te he
hablado. Es Gloria.
A esas alturas, Ana lloraba por su amiga, en silencio.
—Sara cielo, nunca me habías contado todo esto. Siempre entendí que
era una parte de tú vida que preferías mantener alejada pero era una pesadilla
que te marcó a fuego... Creo que te hará bien haberlo dejado salir, eso dentro
de ti no podía hacer nada salvo daño.
Sara lloraba silenciosamente con la mirada perdida.
—No sabía que habías decidido tener al bebé y mucho menos que tenía
planes para vivir con él... Francamente Sara después de casi un cuarto de
siglo de amistad, tengo que reconocerte el mérito de dejarme sin saber qué
decir.
Sara la miró desconcertada. Asomó tímidamente una sonrisa a la
comisura de su boca.
—En algún momento tenía que pasar —dijo con dulzura.
—Decididamente hubiera preferido con mucho que el motivo fuera otro
—dijo tragando el nudo que le comprimía la garganta.
La estancia estaba cargada de una tensión eléctrica que podía cortarse
con un cuchillo. Las emociones dominaban el ambiente señoreándose en
aquel par de almas vulnerables qué rememoraba el dolor descarnado que
podía llegar a sufrir un ser humano, infringido por otro.
Ana sentía un puño en el bajo vientre, como si alguien estuviera
retorciéndole las entrañas. El dolor que transmitía Sara, lo sentía casi físico
de lo intenso que era.
Su mirada reflejaba todo el amor que sentía por su amiga. No la hubiera
podido querer más aunque fuera su hermana de sangre. Todo le gritaba que el
vínculo que tenía con ella traspasaba los límites de lo terrenal. En otro
momento, en otra vida, Sara y ella habían sido familia. Seguro. Ninguna
creencia tenía raíces más firmes que aquella.
—Cielo, has cargado una mochila durante mucho tiempo, ya es hora de
dejarla a un lado —dijo con seriedad —se que te costará. El ser humano se
acostumbra como tú dices a todo, incluso a su mochila llena de equipaje que
no necesita, cuando se deshace de él, lo echa de menos, curiosamente lo ha
llevado por tanto tiempo que aunque después ande más erguido y respire
mejor, piensa en su mochila con nostalgia, porque se había convertido en una
parte de él. Necesita sus miserias. Hasta que no avance un poco en su camino
tomando distancia, no será consciente de que su alma es más ligera y sin
razón aparente será más feliz. No todos consiguen dejar atrás esa
mochila...algunos se revuelven rabiosos porque revolcarse en sus problemas
en cierto modo les consuela... Son su razón de vivir, por eso no se puede
ayudar a quien no quiere ayuda... Y es cierto.
Sara sonrió con cariño, a su amiga.
—Esa es mi Ana. Cielo, te he echado de menos no sabes cuánto —dijo
afectuosamente.
Ana sonrió bajando la cabeza, casi con pudor.
—Bueno, pues si es por eso, tranquila, no tengo intención de ir a ningún
lado.
—Creo que me alegro de que lo sepas. De compartirlo contigo. ¡Ojalá lo
hubiera hecho antes! —soltó con alivio. Era verdad que se sentía mejor
después de compartirlo con su amiga del alma.
—Gracias Sara. Nos queda mucho por hablar, pero... Creo que por hoy
ya hemos avanzado lo suficiente como para tomarnos un descanso.
—¿De qué tenemos que hablar? —preguntó suspicaz.
—Bien, por ejemplo de César —Ana sonrío viendo a su amiga negar
con la cabeza, dejando clara su postura al respecto —cariño, ten por seguro
que hablaremos —dijo con firmeza.
—Ana, quizá dentro de otros... digamos veinticinco años, los traumas de
uno en uno.
Se miraron sonriendo. Las dos eran muy conscientes de que Ana era
como un perro de presa. No la dejaría en paz hasta que no quedara totalmente
satisfecha. Sólo le estaba dando un respiro.
—¿Sabes? No tengo sofás, ni alfombras, en verdad no tengo ni un sólo
mueble en el salón. ¿Te apetece un bol de palomitas con película incluida en
pijama? Nos preparamos una bandeja con cosas de esas que engordan sólo
con mirarlo y nos ponemos ciegas viendo pelis.
—Suena bien, pero ¿Dónde? —preguntó interesada.
Ana le sonrió con un brillo peculiar en la mirada y una sonrisa ladina.
—Fácil. Te invito a mi cama. Sólo platónicamente. Si te veo mirarme
haciéndome ojitos o te acercas más de lo que considero apropiado, te echaré a
patadas. Estas advertida.
Sara la miró sorprendida y de repente rompió a reír con ganas.
—Acepto la invitación pero te advierto que si me propones algo
indecente... ¡Aceptaré!
Se rieron como lo que eran, dos hermanas unidas por la vida, sin una
sola gota de sangre en común.
—¿Clara? —preguntó.
—¡Si estás llamando a mi móvil, quien crees que es! —contestó Clara
un tanto molesta. Definitivamente su hija por las mañanas no era muy
sociable.
—¡Buenos días nena! No tengo mucho tiempo. Escúchame, mañana al
mediodía cuando hagas el descanso para comer, tendríamos que vernos.
Necesito hablar contigo y es confidencial, si te parece, quedamos aquí en
casa. Hago cualquier cosa para comer y hablamos —dijo rápidamente. Sara
estaba todavía durmiendo, pero no quería arriesgarse a que la pillara hablando
con su hija y sospechara algo.
—Mamá, empiezo a creer que han abducido a mi familia. De un tiempo
a esta parte, la palabra normalidad la habéis descartado de vuestro
diccionario.
—Mira nena, entiendo que pienses así pero ahora no puedo hablar
contigo, es por eso que te pido vernos mañana. Por cierto, no le digas nada a
tu tía de que hemos quedado —la informó. No quería que Sara se pusiera a
pensar.
—¡Quedar a comer con mi madre no es un secreto de estado! —gruñó
con impaciencia.
Llamar tan temprano a su hija, estaba quedando claro que no había sido
una de sus mejores ideas. Miró el reloj. Eran casi las nueve de la mañana.
Bueno, al igual sí era un poco pronto dado que era domingo.
—¡Ya sé que no es un secreto! —siseó— pero no digas nada. Mañana lo
entenderás —explicó.
Clara soltó un suspiro destinado a que lo escuchara Ana y medio mundo.
—¡Vale mamá! Mañana nos vemos —dijo arrastrando las palabras.
—Gracias cielo. Sé que todo esto puede parecer raro, pero cuando
hablemos seguro que lo entenderás —dijo con un tono ligero.
—Mamá, raro es un vestido verde y lunares morados. Lo vuestro es para
estudio. Bien, pues si no tienes nada más que decir, te dejo —comentó con
evidentes ganas de despedirse.
—Vale, pues que pases un feliz domingo. Dale un beso a Sergio de mí
parte —dijo a modo de despedida.
—Ok. Un beso también para ti —dijo Clara a su vez.
—Adiós hija.
Clara ya había colgado.
Se quedó mirando el móvil. Desde luego llamar a su hija a esa hora,
siendo el único día que podía dormir hasta tarde, no había sido una de sus
mejores ideas. Suspiró reprendiéndose mentalmente.
Había aspectos de su carácter que con los años los aprendió a controlar
mejor, la madurez jugó un papel importante, pero en lo concerniente a su
impaciencia, al parecer estaba destinada a suspender estrepitosamente.
Cuando intentaba algún ejercicio de autocontrol como por ejemplo
contar o respirar lentamente, se le hacía un nudo en el estómago que le
generaba ansiedad. Decidió dejar de intentarlo, de igual forma nunca lo
lograba.
Escuchó ruidos en la planta de arriba, señal inequívoca de que Sara
había vuelto del reino de los sueños. Estuvieron hasta las tantas de la
madrugada viendo películas. Comieron todas las cosas prohibidas en
cualquier dieta. Había sido una idea acertada. Rara. Pero acertada. No
hablaron de nada importante el resto de la noche. Fue un acuerdo tácito sin
necesidad de palabras.
Se tomaron un respiro de realidad.
Vio aparecer a su amiga por la puerta de la cocina. Se había recogido el
pelo en un moño flojo con una de sus queridas pinzas de pedrería. Un
pantalón de chándal que se parecía sospechosamente a uno suyo y una
sudadera que había visto mejores tiempos completaba su atuendo.
—¡Buenos días! —dijo alegre —si eres capaz de no vomitar en el
proceso, te hago un café -le dijo con sorna.
—Creo que un café es una muy buena idea —Sara había descansado
contra todo pronóstico.
Tomó asiento y se quedó mirando por la ventana con aire embelesado.
—¿Qué piensas? —preguntó Ana cuando le acercó la taza de café recién
hecho.
—Pues, en todo y en nada —fue su críptica respuesta.
—¡Tómate el café y ya verás como se te aclaran las ideas! —vaticinó
con contundencia.
Sara la miró y sonrió. Si en algo era especialista Ana, era en decirles a
los demás qué tenían que hacer.
—¡No sabía que tú café era mágico! —comentó con sorna.
—¿No? Pues lo es —dijo con rotundidad sonriendo con petulancia.
Sara se sentía un poco descolocada, el día de ayer había abierto de
alguna forma la caja de Pandora. Contarle a su amiga algunos pasajes, le
había hecho revivir momentos que pensaba, estaban enterrados hacía mucho.
Llevaba más de veinte años engañándose así misma. Ahora entendía como
nadie lo que significaba problemas enquistados.
—¡Eeehhh! ¡Despierta! —dijo Ana chasqueando los dedos delante de su
cara.
Sara sonrió pestañeando. Volviendo al presente.
—Te he dicho un par de veces que si te apetece hacer algo hoy.
—Lo cierto es que si. Había quedado para ir a la asociación. Suelo ir un
par de veces al mes. Mantengo contacto con Gloria semanalmente pero salvo
que ella me llame por algún problema, aparezco cada quince días —hizo una
pausa —me gustaría que me acompañaras.
Eso no se lo esperaba. El gesto de sorpresa de Ana, la delató.
—¡Por supuesto! Lo cierto es que me siento halagada de que me invites.
—Ahora que te lo he contado quiero que lo veas —durante más de
veinte años, ocultó esa faceta pero ahora, quería que su amiga la compartiera
con ella.
—Pues me parece bien. ¿Por cierto, dónde está?
—En la ciudad. Unas calles por debajo del centro comercial al que
solemos ir —informó Sara sorbiendo su café.
—Me parece bien. Pues si quieres, después nos damos una vuelta y
comemos algo por ahí —dijo contenta.
—Hecho. Mira...ahora que lo sabes, si quieres colaborar...a veces las
chicas llegan con lo puesto. Si tienes ropa que no te pongas mucho o mantas
o cualquier cosa... En fin...allí siempre sabes que le darán un buen uso —Sara
miró a su amiga, un poco cohibida. Ana frunció el ceño, le molestaba
sobremanera que su amiga le preguntara balbuceando casi.
—Ana si no quieres no te sientas obligada. Sólo era una idea... Ya sabes.
—Sara querida, no me siento obligada para nada, salvo de darte una
patada en el trasero. ¿Cómo me lo dices como si me fuera a enfadar o algo
así? Te lo paso porque no eres tú.
Sara la miró mordiéndose el labio inferior. Se había puesto nerviosa.
Ana la observó concentrada. ¡Madre mía! ¡Sara se sentía insegura con
respecto a ella!
—Ana... No sé qué pensar...
—No pienses. Siempre que lo haces lo complicas —dijo sonriendo.
—Tienes razón. De todas maneras si eres mi amiga es porque tampoco
eres muy normal. ¿Sabes de qué me estoy acordando? —dijo sonriendo con
nostalgia.
—Imposible. Tú patrón mental es de órdago —repuso con evidente
sarcasmo.
—Tú venías cada día después de acabar tu jornada y te sentabas a
contarme un montón de historias absurdas. Yo al principio no entendía
porqué lo hacías —hizo una mueca burlona —yo no es que estuviera muy
habladora por aquel entonces. Después de unos días, esperaba con
impaciencia que llegaras.
—Se me rompía el corazón verte tan desvalida. Era consciente de tus
muchas heridas pero... Verte la cara tan amoratada y aquel ojo... Por entonces
aún no sabíamos si te quedarían secuelas.
Se hizo un momento de silencio. Cada una de ellas sumidas en sus
propios pensamientos.
—Me acuerdo de que te pregunté varias veces si volvería a ver...
Evitabas contestarme directamente. ¡Estaba muerta de miedo! No sabía que
sería de mí, ni qué haría cuando saliera del hospital... Fueron días muy
negros...
La pena se traslucía en cada palabra. Pena por aquella chica sola y
vulnerable a la que la vida había golpeado sin piedad.
—Pero todo se arregló Sara. Regodearse en todo aquello es gratuito y no
se consigue nada. Nada te devolverá a tu bebé o tu vida. Pero después de salir
de aquella pesadilla podía haber sido peor...
—Lo sé Ana. Es por ese motivo por lo que colaboro con la asociación de
Gloria. Salir de ese tipo de vida es como mínimo complicado, pero después...
Tienes que empezar de nuevo pero no sabes por dónde... Desde servicios
sociales y asociaciones no gubernamentales a día de hoy tienen programas de
reinserción pero son insuficientes. Todos te dicen que ahora tienes que hacer
vida normal... La cosa es que no sabes lo que eso significa.
Ana sabía que era verdad. Conocía el trabajo que llevaban a cabo
diferentes asociaciones y las quejas eran siempre las mismas, la falta de
fondos y programas eran demandas comunes a todas ellas.
—No sé qué decirte Sara. Me viene a la cabeza algo que leí una vez.
“No podemos salvar a todos pero todos podemos salva a alguien”. Siempre lo
he creído. No es que pretenda banalizar el tema. Para nada. Pero entiendo que
tiene que ser frustrante ver a tanta gente con necesidades y no poder
ayudarlos. Sé que es absurdo pero siempre me ha consolado pensarlo.
—Lo sé. Más de una vez te he oído decirlo. Sólo que cuando a todos les
pones caras... Entonces te preguntas a quien salvas y a quien no... En fin...
Vamos a ponernos en marcha o no valdrá la pena que vayamos.
—Tienes razón —dijo levantándose de la silla y llevando las tazas al
fregadero —por cierto, conduces tú —dijo sonriendo impenitente.
—Me lo imaginaba. En algún momento tendrás que plantearte que
conducir por la ciudad es igual que conducir por aquí —comentó Sara con
una sonrisa sabedora de lo mucho que le molestaba a su amiga que se lo
dijera.
—No me importa conducir a la ciudad —mintió descaradamente —me
importa conducir dentro de la ciudad. No es lo mismo.
Sara cabeceó sonriendo.
—Lo que tú digas. Voy subiendo que me tengo que duchar. ¡Nos vemos
en media hora!
—¡Yo también subo! En veinte minutos estoy lista que lo sepas —subió
corriendo las escaleras. Cuando llegó arriba se giró sacándole la lengua a su
amiga. Sara por su parte le sonrió con cara resignada. Ana era una fuerza
arrolladora, incombustible. Se le había olvidado.
Cuarenta minutos después, salían por la puerta. Llevaban dos bolsas con
ropa que Ana hacía mucho que no usaba. Pusieron la radio de una conocida
cadena musical y fueron todo el camino destrozando las canciones que
ponían en el dial.

Dejaron el coche en un parking de una de las calles principales de la


zona de teatros de la ciudad. Cogieron las bolsas de ropa y se dirigieron a la
asociación situada en una estrecha calle, que pertenecía al casco antiguo.
Aquella parte de la ciudad parecía como si fuera la cara oculta de la misma.
A pocas calles todo era luces, color y brillo, mientras que esta era,
oscura mugrienta y de brillo poco ya que algunas eran tan estrechas que
jamás habían visto la luz del sol.
Ana nunca había estado en esa zona concreta. Si bien era cierto que
bajaba poco, cuando lo hacía era para ir a algún centro comercial o al teatro o
algo por el estilo. La zona del casco antiguo que ella conocía, era una parte
preciosa con construcciones de la época medieval, totalmente restaurados
Pero esa parte, no tenía nada que ver con el esplendor señorial de la
zona histórica, para nada, eso era más bien los bajos fondos. Callejuelas
oscuras donde mil ojos te observaban sin ser apenas consciente de ello. Sara
andaba por aquel lugar con confianza. Se notaba que era un camino
aprendido de muchas veces. Incluso la vio saludar con un ligero cabeceo, a
un par de sujetos de aspecto como mínimo sospechoso, con naturalidad.
Llegaron a un edificio de mejor aspecto qué los que lo rodeaban. Tenía
unas puertas dobles de madera robusta con mil arañazos y muescas. Sara picó
y al momento vino alguien a abrir la puerta.
—¡Sara! Qué alegría de verte —dijo una chica que no aparentaba más
de veinte años.
—Hola preciosa —dijo Sara con evidente cariño —hemos venido a ver a
Gloria. ¿Está por aquí? —preguntó mirando con curiosidad, como si esperara
verla aparecer en cualquier momento.
—Anda por la casa —dijo mirando con interés a Ana —Si quieres,
esperaros en la sala mientras la llamo.
—Gracias querida. Hazme el favor de llevarte estas bolsas, déjalas
donde siempre —dijo Sara con su habitual sonrisa.
—Seguro —contestó guiñándole un ojo con sonrisa picara.
Se marchó por un pasillo lateral canturreando una canción que estaba de
moda en ese momento.
El recibidor era bastante grande al parecer hacia las veces de
distribuidor. Había varias puertas de doble hoja, blancas con molduras y
cristales en la parte superior. El suelo era de mosaico con intrincados dibujos.
Los techos eran muy altos y unas escaleras amplias, de primeros de siglo
pasado, con una barandilla de hierro forjado, de diseño floral, completaban
una entrada, con la elegancia de otro tiempo de ambiente añejo pero señorial.
Ana se quedó parada cuando entraron a una sala, con los techos pintados con
alegorías de caza, no esperaba encontrarse frescos en aquella casa. Los sofás
que dominaban la estancia tenían un aire vintage, el suave desgaste los hacía
parecer más atractivos e invitadores. Entre ellos como punto central, había
una mesa grande y cuadrada con diferentes revistas puestas en orden en una
esquina y unos candelabros bajos con velas gruesas en el lado opuesto.
Había diversos muebles, una pequeña vitrina con cristales de colores, una
estantería atestada de libros. Todo tenía el mismo aire viejo y a la vez
encantador, más de un diseñador mataría por conseguir darle ese aspecto a un
salón.
Un suave olor a cítricos, inundaba el ambiente, como si hubieran
encerado recientemente los muebles.
Se dio cuenta de que Sara la observaba con atención.
—Es un lugar encantador —dijo con un poco menos de confianza de la
era habitual en ella.
Sara sonrió asintiendo.
—No has visto nada. Cuando te presente a Gloria si tiene tiempo que te
enseñe la casa. Sino ya te acompañaré yo para hacer un recorrido por ella —
dijo con una sonrisa serena.
—No es necesario. De veras —Ana estaba un poco nerviosa. Era
absurdo.
—¡Relájate Ana! Creo que te gustara este sitio.
Ana la miró dudosa pero no dijo nada.
Alguien entró en ese instante, por la reacción de Sara, dedujo que era
Gloria.
La miró con franca curiosidad.
No era como se la había imaginado. Bueno, tampoco tenía muy claro
como sería. Pero desde luego no la mujer que tenía delante.
Era pelirroja, le llegaba el pelo casi a media espalda. Alta de
aproximadamente su misma edad. Delgada con un busto pequeño y largas
piernas. De rasgos patricios. Era la clásica mujer que envejecía bien. Cuando
se soltó del abrazo de Sara y se giró a mirarla con evidente interés, pudo ver
el brillo de inteligencia que adornaba sus ojos y... ¡Un ojo de cada color! Era
increíble. Tenía un ojo verde y otro azul. Costaba no mirarla con interés. Ana
sabía de casos así pero jamás los había visto.
Tenía una sonrisa radiante de dientes blanquísimos y perfectos en una
boca bellamente maquillada. ¡Esa mujer era una auténtica modelo!
Ana intentó que no se le notase la sorpresa. ¡Era guapísima! Cualquier
fotógrafo vendería su alma con tal de poder fotografiarla.
—¡Hola! Tú debes de ser Ana —dijo con sagacidad sin que las
presentaran. Ana se sorprendió —Sara me ha hablado mucho de ti. Tenía
muchas ganas de conocerte —dijo sonriéndole y dándole un suave abrazo.
—¡Hola! Si soy Ana, yo también he oído hablar de ti...Ayer —comentó
con toda intención.
Gloria por su parte miró rápidamente a su amiga levantando la ceja en
gesto interrogativo.
—¿Ayer? Bueno... Debo confesar que yo sé de ti hace como unos
veinticinco años. Tengo la sensación de conocerte, casi como si fuéramos
viejas amigas —sonaba totalmente sincera.
—Bien, seguro que cuando nos conozcamos mejor lo seremos —le dijo
devolviéndole la sonrisa. Era una mujer encantadora.
—Gloria, por cuestiones que en estos momentos no tienen importancia,
ayer le hablé de ti y de tú trabajo. Ana se interesó y hoy ha querido
acompañarme. Lamento no haberte llamado para avisarte.
—No tienes que avisar para nada —Gloria miró a Sara cabeceando —
sentaros. ¿Queréis tomar un café? Una de las chicas ha hecho galletas y están
de vicio. ¿Os parece? —preguntó con educación pero a la vez con la
informalidad que da la confianza de muchos años.
—A mí ya me parece bien —dijo Ana con una sonrisa. Intentaba no fijar
la vista en sus ojos pero era bastante complicado —pero sin galletas.
Pensamos ir a comer dentro de poco y si no...
—¡Ni pensarlo! No vais a venir para iros tan pronto, almorzareis con
nosotras —dijo en un tono que no admitía réplica.
—Gloria en serio, no es necesario...
—¡No admito un no, como respuesta! - aseveró suavizándolo con una
sonrisa —Ana, seguro que tienes mil preguntas y yo por mi parte estoy
encantada de responderlas... Sobre la asociación me refiero —Ana no sabía
muy bien qué decir. Para ser alguien que tenía serios problemas para estarse
callada, estaba sufriendo un ataque de timidez ajeno a su naturaleza.
—Bueno... No queremos ser una molestia —dijo mirando a su amiga
buscando apoyo. Sara por su parte estaba observando a Gloria con profundo
interés —en fin...aceptamos la invitación —terminó diciendo, habida cuenta
de que Sara no se pronunciaba.
Gloria asintió con una sonrisa radiante. Era una mujer que exudaba
confianza por todos los poros de su piel.
—Perfecto. Bien pues ahora que ya está decidido. ¿Qué os parece si
damos una vuelta por la casa y te explico qué hacemos aquí? —comentó
alegre.
—¿Y el café? —preguntó Sara.
—¡Oh! Bueno, si te parece lo posponemos para más tarde. En un rato
comeremos. ¿Sí?... Por cierto Ana, quiero que sepas que te reconozco el
mérito por no preguntarme por mis ojos– dijo guiñándole un ojo.
—Bueno... Son... Peculiares pero entiendo que tienes que estar un poco
harta de que te pregunten... Supongo —dijo con cierta incomodidad.
Gloria se rió con una risa gutural totalmente seductora.
—Créeme cielo, a estas alturas de mi vida, estoy más que acostumbrada.
Se llama heterocromía. Se da más casos en el mundo animal. Yo siempre
hago la misma broma. Tengo mi parte animal más desarrollada que la media
—dijo guiñándole un ojo y sonriendo de forma diabólica. Incluso así, era una
belleza.
—Gloria —dijo Sara arrastrando las palabras —sé buena chica. Ana no
te conoce.
Gloria miró a su amiga haciendo una mueca.
—Seguro que no se asusta. ¿A qué no cielo? —le preguntó haciendo un
mohín perfecto.
—¡No, para nada! —¿Qué le pasaba a Sara? ¡Ni que ella fuera mojigata!
—¿Ves? —dijo mirando a Sara —Sara ha sido siempre tan correcta que
a veces da miedo —comentó fingiendo un escalofrío —gracias a un gran
esfuerzo por mi parte, intento poner el contrapunto. Pero como ves cielo, no
me lo agradece —dijo con el punto exacto de dramatismo.
¡Esa mujer era increíble! El magnetismo que desprendía era brutal.
—Lo haces parecer como si ser correcta fuera pecado —dijo con una
sonrisa trémula.
—¡Querida, es aburrido! —dijo con un gesto grandilocuente —toooodo
lo que está sujeto a reglas es aburrido. Pero si quieres ser alguien entiendo
que tienes que jugar según las reglas —dijo con un suspiro —Sara siempre
me lo recuerda... ¿No es así cielo? —preguntó retóricamente a su amiga —En
fin... Qué puedo decir... Al final debemos plegarnos a los designios del
sistema, lo contrario, sería un suicidio.
Ana asintió mirando a Sara. Esta por su parte tenía ligeramente el ceño
fruncido y cabeceaba mirando a su amiga como si no tuviera remedio.
Gloria cogió a Ana cariñosamente del brazo y la instó a salir de la sala.
Sara las seguía a la zaga, con paso lento.
—Esta casa fue en sus tiempos algo así como una mansión, tiene unos
ciento cincuenta años... Más o menos. Hace como unos veinte años se me
presentó la oportunidad de hacerme con ella y la aproveché. Desde entonces
es un refugio para muchas mujeres que necesitan un tiempo para adaptarse y
empezar una nueva vida —explicó mientras salían al enorme recibidor —
tiene una disposición obviamente anticuada. He ido reformando diferentes
estancias, ya las iras viendo. En esta planta hay cuatro salas de trabajo, la
cocina, un par de lavabos y unas cuartos al fondo que en su día estaban
destinados para el servicio doméstico, qué hemos acondicionado y ahora son
aulas de estudios.
Mientras iban haciendo el recorrido, Gloria explicaba el funcionamiento
de cada una de las estancias. Las salas de trabajo eran pequeños talleres, en
una de las más grandes, habían varias máquinas de coser, en otra dominaba
una enorme mesa de varios metros de largada con rollos de telas y lo que
parecían, patrones.
En las paredes apoyados, había un sinfín de rollos de diferentes texturas
y colores. En otra sala había lo que parecía, un taller de pintura. El olor a
disolvente era evidente con sólo abrir la puerta.
Ana estaba verdaderamente sorprendida. Se notaba que a Gloria le hacía
gracia su estado.
La cocina tenía las dimensiones de su salón y cocina juntos. ¡Era
enorme! Era una cocina Kosher. ¡Jamás había visto una igual! Tenía el doble
de todo. Dos cocinas, dos fregaderos, dos neveras... Y así con todo. Al otro
lado de la estancia había una mesa también de enormes proporciones, pudo
contar al menos veinte sillas. ¡Estaba alucinando! La cocina tenía una puerta
que daba a un patio interior.
Cuando se asomó a mirar, no podía creer lo que estaba viendo. ¡Había
un huerto! Jamás se hubiera pensado que en medio de aquel tugurio, se
erigiera un oasis como aquel. Tanto Sara como Gloria la miraban con
evidente interés.
—¡Estoy alucinando! —dijo Ana con voz incrédula —¡Esto es...
Increíble! En serio... Sara, me alegro mucho de que me lo contaras. Gloria,
esto... ¡No tengo palabras!... Es impresionante... Yo...
Gloria y Sara se rieron de su evidente confusión. Sus balbuceos eran
divertidos, sobre todo para Sara que sabía que sorprender a su amiga no era
cosa fácil.
—Esto es el trabajo de muchos años. Créeme, cuando adquirí esta casa,
el huerto era una especie de estercolero. Si te fijas veras que los edificios de
los alrededores que son mucho más nuevos en su construcción que este,
aunque no lo parezcan; tienen sus patios traseros y los balcones orientados al
huerto, por aquel entonces, lanzaban toda la basura y trastos varios
convirtiendo lo que ahora es un precioso huerto, en un vertedero.
Decir que Ana estaba sorprendida era un eufemismo. La ingente
cantidad de trabajo que escondían aquellas palabras dichas en tono casual, era
de órdago.
—¡Madre mía! No tengo palabras.
—Aún te queda mucho por ver —dijo Sara con ironía.
Ana asintió estupefacta.
Siguieron el recorrido cruzándose con mujeres de diferentes edades.
Gloria se paraba unos segundos con cada una de ellas para preguntarles
alguna cosa. Se le notaba que se preocupaba por todas ellas. Sara también las
saludaba y les hacía algún pequeño comentario.
Algunas de las chicas se la quedaban mirando con curiosidad, otras sin
embargo, evitaban mirarla. Sabía que la vida de esas mujeres no había sido
fácil y lo que les quedaba por delante no sería precisamente un lecho de
rosas. Ana entendía que evitaran enseñar la fragilidad que las embargaba.
Sólo el tiempo y aprender de nuevo a confiar, curaría poco a poco, de adentro
hacia afuera. No había otra manera.
—Después te presentaré a todas las chicas que viven ahora aquí —le
comentó Gloria cuando se cruzaron con un par de muchachas que llevaban
dos cestos de mimbre con lo que parecía ser, la colada —hay unas chicas
nuevas desde la última vez que viniste —le dijo a Sara girándose para
mirarla.
—Ya me he dado cuenta de que había caras que no conocía —dijo
asintiendo.

Entraron en lo que habían sido antaño, las dependencias del servicio.


Desde la cocina se acedía por un pasillo estrecho. Había tres puertas angostas
evidentemente menos elaboradas, no era necesario invertir en las habitaciones
de los criados. En aquella época la señora de la casa pocas veces pisaba la
cocina, las habitaciones de la servidumbre, jamás.
Allí se encontraban las aulas. A Ana le sorprendió el tamaño. Todo lo
que había visto hasta ese momento eran estancias grandes, espaciosas. Pero
las aulas tenían dimensiones normales. Se lo preguntó.
—En un principio pensé en tirar las paredes y hacer un aula grande y
espaciosa. Pero en la práctica no era viable. Las chicas tienen diferentes
niveles de conocimientos con lo cual era mejor diferenciar espacios,
adecuarlos a las necesidades... No sé si me entiendes.
Ana asintió escuchando evidentemente interesada.
—Me parece una gran idea. ¿Qué tipo de clases dais aquí? —preguntó.
—Bueno... Es complicado. Tenemos clases de educación general,
preparamos a las chicas para que puedan examinarse de bachillerato. Las que
tienen ese nivel se las prepara para acceder a un grado de formación
profesional. Algunas chicas no son de aquí y las ayudamos a mejorar el
idioma. En definitiva nos adaptamos a las necesidades y de alguna manera
hacemos las clases a medida.
—Es fascinante. Las salas evidentemente son talleres de confección.
¿También enseñáis costura y todo eso?
Gloria la miró con una sonrisa. Se volvió hacia Sara mirándola con
intención. Ana se dio cuenta del cruce de miradas.
—¿Qué pasa? —preguntó con curiosidad manifiesta mirando de hito en
hito a las dos mujeres.
—Pasa que soy yo la que enseña costura y confección —dijo Sara con
una mueca burlona.
—¿Tú? —eso sí que no se lo esperaba —¿Pero como?... Quiero decir...
Me dijiste que vienes un par de veces al mes... ¿Como puedes dar clases
entonces?
—Ahora vengo menos, hay una chica, Tamsim, que es una verdadera
maravilla, ella tiene magia en las manos, sus creaciones son una obra de arte.
Ella se ocupa de enseñar a las nuevas. Yo voy viniendo a supervisar los
trabajos pero el grueso de todo, es mérito de ella.
—¿Tamsim? ¿Quién es? —Ana no había escuchado ese nombre jamás,
curiosamente le sonaba bien, tenía una tonalidad dulce.
—Es una joven sudafricana de veinticinco años. Nosotras trabajamos en
conjunto con asuntos sociales. Psicólogas que vienen al centro así como
trabajadoras sociales etc. Son en su mayoría del área de bienestar... Ya sabes
—Ana asintió —pero no son suficientes. Tamsim no quería volver a su país
de origen... Digamos que para ella era difícil. Se quedó con nosotras para
colaborar. Descubrimos que tenía un talento innato con todo lo que tuviera
que ver con el diseño. De eso hace ya más de tres años. Sara le enseñó todo lo
que sabe. A día de hoy es la encargada de los talleres.
Ana soltó el aire que ni sabía que estaba aguantando. Estaba
sobrecogida. La labor que llevaban a cabo esas mujeres no podía describirse.
Eran Ángeles, protegían, cuidaban.
—No tengo palabras... En serio —no sabía qué decir. Estaba de verdad
conmovida del trabajo y dedicación de tanta gente anónima.
Subieron a la segunda planta. Allí había varias habitaciones, eran
dormitorios espaciosos sin grandes pretensiones. La ropa de cama como las
cortinas llamaban la atención por los colores tan llamativos y por la evidente
calidad de los mismos. Todo estaba reluciente, el olor a limpio inundaba las
fosas nasales. En el tercer piso, Gloria tenía sus dependencias personales.
Bajaron a la planta baja. Se escuchaban murmullos de conversaciones y
ruidos que identificó inequívocamente con utensilios de cocina.
Mientras se acercaban, Gloria seguía explicándole como funcionaban.
Con respecto a las chicas, al parecer su número oscilaba. En ocasiones
había seis o siete chicas viviendo en la casa y otras veces habían tenido hasta
veinte. El tiempo de estancia también oscilaba. Desde un par de meses hasta
más de un año. Cada caso era diferente, especial. Eran muchos los factores a
tener en cuenta. La edad, religión, nivel cultural y procedencia entre otros. El
tiempo que habían estado sometidas a las redes de tratas de mujeres, los
abusos... Eran variantes a tener en cuenta. Y cada una de ellas, lo vivía de
forma diferente.
Gloria le comentó que muchas de aquellas mujeres, cuando dejaban la
asociación, seguían en contacto como voluntarias. No todas las historias eran
un éxito. Había mujeres que habían vuelto a caer en la prostitución por no
saber adaptarse, o volvían a mantener contacto con el proxeneta que las había
introducido en ese mundo. La autoestima tenía mucho que ver.
Las experiencias que vivían les afectaban por una parte a todas igual en
cuanto a denominadores comunes. Pero la afectación mental y emocional, eso
era algo intrínseco de cada persona. En ocasiones jamás se curaban.
Cuando entraron a la cocina, Gloria le presentó a todas las chicas, la más
joven tenía dieciocho años recién cumplidos, la mayor no llegaba a treinta. Se
notaba las que llevaban más tiempo de las que no. La manera de actuar era un
lenguaje claro y nítido.
Algunas chicas saludaron a Sara con afecto. Llegó una chica de color
guapísima con el pelo lleno de trencitas de colores.
—¡Sara! —gritó con alegría.
Sara dejó de hablar con dos de ellas y se giró hacia la persona que
entraba por la puerta.
—Tamsim. ¡Qué alegría cielo! —había cariño en su expresión. Se
abrazaron afectuosamente.
—¡No me habías dicho que vendrías hoy! —dijo la tal Tamsim mirando
a Gloria con el ceño fruncido evidentemente molesta.
Sara se rió encantada.
—No te podía decir nada porque hasta el último momento no sabía si
vendría. ¿Qué te has hecho en el pelo? —dijo tocándole las trencitas
multicolor.
—Me aburría —dijo sonriendo —me deje llevar por un impulso y...
¡Voila! —dijo girando sobre sí misma para que Sara la viera bien.
—Querida estás guapísima pero... Me tendrás que dar tiempo para
acostumbrarme —Sara abrazó a Tamsim por la cintura y se acercó donde
estaban Ana y Gloria —ven cielo, quiero presentarte a alguien muy especial
—Tamsim la miró con expresión interrogante.
—Ana, esta preciosa niña es Tamsim... Tamsim, esta es mi amiga Ana
—dijo haciendo las presentaciones.
—Hola Tamsim —dijo Ana acercándose para saludarla —encantada de
conocerte. He oído cosas maravillosas con respecto a ti.
—¿Ana? —miró a Sara buscando confirmación. Sara asintió —Ana...
Esa Ana. ¿Tú hermana?
Sara volvió a asentir sonriendo.
—Al parecer, lo soy —dijo Ana solemnemente.
—¡Encantada de conocerte por fin! Hace mucho tiempo que tenía
ganas. He escuchado tantas cosas de ti —dijo sonriendo encantada,
abrazándola con espontaneidad.
Ana se rió encantada.
—¡Me encanta que a todas nos encante! —dijo Gloria en tono jocoso.
Hubo risas colectivas. Las chicas más veteranas sonreían por la
efusividad de Tamsim. Las más recientes en incorporarse a esa familia tan
peculiar, miraba con una mezcla de extrañeza y curiosidad al mismo tiempo.
—¡Niñas! Ahora que estamos todas —dijo Gloria alzando el tono de voz
—Quiero que sepan que hoy vamos a hacer una comida especial. Tamsim
querida, ves a la pastelería de la esquina y compra algunas cosas de esas que
engordan con sólo mirarlas pero que están deliciosas como el pecado —
Tamsim sonrió asintiendo —¡Vamos a celebrar que por fin hemos conocido a
Ana! —se volvió para mirarla de frente —quiero que sepas que es mi más
ferviente deseo que te conviertas en alguien asiduo a esta casa.
—Gracias Gloria. ¡Jamás me he sentido tan bien acogida! —estaba
sobrecogida por la calidez que se respiraba en un lugar donde sabía
perfectamente que el día a día de todas ellas, era como mínimo complicado.
Las chicas aplaudieron encantadas ante lo que parecía un acontecimiento
especial. A Ana le llamó la atención la seriedad de una de ellas. Había un
brillo de desconfianza en su mirada que era imposible pasar por alto. Le
recordó a un animal herido.
Se mantenía en un segundo plano, era evidente que aún estando en una
estancia llena de gente, buscaba su propio espacio, se alejaba dentro de lo
posible de las demás. La tensión que desprendía a pesar de ser tan joven, la
golpeó con fuerza.
Gloria seguía la conversación general que se desarrolló después de su
declaración, haciendo algún comentario casual, pero con naturalidad
estudiada, se acercó a la chica y le dio un suave apretón en el brazo. Era un
gesto de cariño pero por encima de todo, era una muestra de apoyo. Volvió a
desplazarse por la cocina con desparpajo, acercándose nuevamente a
Tamsim. Compartieron una mirada cómplice entre las dos y...algo más. Ana
se percató pero se abstuvo de hacer ningún comentario.
Se unieron al trabajo de equipo que se estaba repartiendo en la cocina.
Unas preparaban la comida, otras iban poniendo la mesa. Lo cierto es que el
ambiente de camaradería fluía por toda la estancia creando buenas
vibraciones. Como una melodía sutil.
Ana estaba abrumada.
En el sitio que menos esperaba encontrar paz, era en una trinchera.
La labor que llevaban a cabo mujeres como Gloria la hacían sentirse
humilde.
Cuando terminaron la opípara comida, fueron a la sala privada de Gloria
a tomar el café. Se despidió de las chicas prometiéndoles volver. Y lo decía
en serio.
Ana se repantigó en un cómodo sillón de piel suave, había comido con
ganas y ahora se sentía pesada, incluso somnolienta. Sara por su parte, se
quitó los zapatos y se medio estiró en uno de los sofás, Tamsim se sentó en la
mullida alfombra. Ana se percató como Gloria, le acarició la espalda en un
gesto casual. Tamsim la miró con expresión arrobada. La misma sensación
que tuvo un rato antes la volvió abordar. Miró a Sara pero esta pareció no
percatarse de nada. Posiblemente ya lo sabía y lo vivía como lo que era, una
cosa natural. No entendía porqué no se habían presentado como pareja.
Después de todo lo que habían vivido esas mujeres, bien sabía Dios que se
merecían ser felices.
—Bueno Sara. ¿Qué te parece todo esto? —preguntó Gloria relajada.
—Creo que desde que hemos llegado esta mañana estoy repitiendo todo
el rato lo mismo —soltó riéndose —decir que estoy sorprendida es poco. La
labor que lleváis a cabo es asombrosa. No exagero si te digo que contáis con
toda mi admiración. Y la oferta que te he hecho antes la decía muy enserio,
quiero que contéis conmigo.
Gloria asintió con aire satisfecho.
—Te cojo la palabra. Sin duda toda persona que quiera cooperar, es bien
recibida.
—¡Con los brazos abiertos! —dijo riéndose Tamsim.
Sara escuchaba con una sonrisa en la boca y los ojos semi cerrados.
—¿La chica que llevaba una camiseta a rayas... No lleva mucho aquí,
cierto? —preguntó con sincero interés.
Sara abrió un ojo para mirarla.
—Bueno, digamos que ha salido de un infierno. Aún no sabemos si la
recuperaremos... Está por ver —comentó Gloria recuperando el tono serio,
profesional casi.
—¿Por qué lo preguntas? —dijo Tamsim mirándola fijamente.
Ana sopesó la pregunta.
—He notado como tomaba distanciamiento con el grupo. Estaba pero no
estaba, más bien era una observadora que una participante... No sé si
entiendes qué quiero decir.
Gloria asintió, Sara se sentó más recta demostrando que estaba atenta a
la conversación pero no dijo nada.
—Tiene apenas dieciocho años recién cumplidos. Hace un par de meses
vino con la asistenta. Ya me había hablado de ella, siempre que viene una
chica nueva mantenemos una reunión y me pone al tanto de la situación...
—Siempre que se puede —interrumpió Tamsim.
—Cierto —dijo seria —siempre que se puede. En ocasiones después de
una operación policial nos encontramos con casos de urgencia. Estamos
preparadas por supuesto, pero este caso no fue así. De hecho estaba en otra
casa de acogida... Pero no funcionó. Somos su última oportunidad.
Se notaba que le afectaba.
—No quiero parecer que tengo una curiosidad morbosa o algo así —
explicó Ana con sinceridad.
—Lo sé Ana. Recuerdo las veces que Sara me explicaba que su amiga
tenía...un sexto sentido —dijo lentamente. Se veía a las claras que no quería
decir algo que la pudiera ofender.
Ana sonrió con sorna, levantando la taza a modo de brindis dirigido a
Sara.
Tamsim que lo observaba todo atenta, sonrió por el mensaje que llevaba
implícito.
—Bueno, no hay mucho que decir al respecto —dijo con un
encogimiento de hombros -Me ha parecido que rehuía cualquier muestra de
cariño, se distanciaba de todo el mundo pero... Estaba alerta como un
animalito herido y acorralado. Sara me contó que las mujeres que vienen
aquí, son mujeres que casi siempre vienen del mundo de la prostitución,
entiendo que tiene que ser durísimo. Ni se me ocurriría decir que sé por lo
que habéis pasado. Pero esa chica parece que ha ido al mismísimo infierno y
ha vuelto...
Se hizo un silencio. Gloria y Tamsim se miraron con un lenguaje que
sólo entendían ellas. Después buscaron la mirada de Sara como esperando
que su amiga dijera algo. Sara por su parte sorbió su café aparentemente
ajena al interés que suscitaba.
—¿Qué? —preguntó en general —os dije como era. ¡No sé a qué vienen
ahora esas caras!
—Has acertado de pleno. Elena, intento suicidarse en la otra casa de
acogida —dijo Gloria con pesar.
—No me acordaba de su nombre, es precioso —Ana lamentó
profundamente lo que estaba oyendo —tengo una pregunta. ¿Si ya venía de
otro centro de acogida, quiere decir que la rescataron hace ya un tiempo?
¿No?
—Hacia un año como tú dices, la rescataron, tenía por aquel entonces
dieciséis años, casi diecisiete. Estuvo en un centro con toda la ayuda que el
sistema puede ofertar. La asistenta que me contó su caso, se tomó el asunto
como algo personal. Esta casa no está pensada para menores de edad. Hay
centros que funcionan muy bien para menores. Yo personalmente conozco un
par de ellos y la gente que lo lleva son personas comprometidas hasta las
cejas. Nosotras somos una asociación y nuestro plan de acción es otro. Pero
como en los últimos años hemos tenido algunos casos... Difíciles y ella lo
sabía y digamos que salieron bastante bien. No bien cumplió los dieciocho
habló con ella y le propuso venir aquí. Tenía que aceptar voluntariamente.
Esto no es un centro de internamiento ni nada parecido. Aquí preparamos en
la medida de lo posible a las chicas para volver a la sociedad. Tenemos
conciertos con algunas empresas que contratan a mujeres para cadenas de
producción. Acceso a alquileres sociales que desde bienestar social fomentan
para que puedan independizarse. En fin... Somos de alguna manera el último
eslabón. Después de nosotras, está el mundo. Para bien o para mal.
—La cuestión es que si no conseguimos que se adapte no hay más —
dijo sucintamente Tamsim —los recortes han hecho mucho daño en cuanto al
área de bienestar social. Nosotras tenemos subvenciones, pero el grueso,
económicamente hablando, son aportaciones privadas. No dependemos tanto
de la función pública. Gracias a eso tenemos más libertad de acción pero
tampoco hacemos milagros —se notaba que Tamsim era parte importante del
proyecto que allí llevaban a cabo. Su conocimiento sobre algunos temas era
más que evidente.
Sara tenía el gesto serio. Meditabunda.
—Entiendo que ejercía la prostitución, pero con lo joven que es tuvo que
ser apenas una cría...
—No exactamente... Su madre biológica se juntó con un
sinvergüenza...al parecer el muy cabrón abusó de ella siendo una cría
repetidas veces y cuando no tenía pasta la prostituía entre sus amigotes. No
tenemos claro cuánto tiempo estuvo pasando. Bienestar social se hizo cargo
de ella cuando tenía dieciséis años largos. Lo demás ya lo sabes.
Ana se sintió enferma. Pensar que había hijos de puta capaces de hacer
eso a una niña...
—¿Y su madre? —ella hubiera matado literalmente a cualquiera que se
acercara a sus pequeñas.
—Su madre... Por llamarla de alguna manera, negó todos los hechos.
Como tenía otra hija más pequeña, le quitaron la tutela sobre ella. En estos
momentos sabemos que se encuentra con una familia en acogida. Parece que
es feliz y todo apunta a que la depravación que sufrió Elena, no llegó a
alcanzarle. Estamos convencidas que era cuestión de tiempo pero bueno...
—¡Hijo de puta! —Ana se levantó sin poder contenerse más.
Tardó unos momentos en tranquilizarse. Notó que alguien le tocaba
suavemente la espalda, casi como el aleteo de una mariposa. Se giró. Era
Sara.
—Cielo, está aquí. A salvo. Y su hermana también —dijo con voz suave
—recuerda eso que siempre dices. “No podemos salvar a todos. Pero todos
podemos salvar a alguien”.
A veces, saber cosas así la conmocionaba afectándola profundamente.
Sara lo sabía.
Gloria y Tamsim le dieron espacio y tiempo para que recobrase la
compostura. Se miraron entre ellas, vivir con la cara oculta de la vida cada
día, no quería decir que no les afectara. Tamsim apoyó la cabeza en las
rodillas de Gloria. Esta por su parte, le acariciaba las trencitas multicolor sin
mirarla. El nexo de unión era fuerte.
—Lo siento mucho. Lamento haber perdido los papeles —dijo forzando
una sonrisa. Se pasó la mano por el cabello, en un gesto muy suyo,
volviéndose a sentar.
—¡No te disculpes por ser humana! —dijo Gloria con serenidad —no
creas que no nos afecta cuando nos enteramos de semejantes atrocidades. No
quiero perder mi capacidad de sentir. Por eso tanto Tamsim como yo,
tenemos un especial interés en recuperar a Elena. Tiene toda la vida por
delante y bien sabe Dios que ya ha tenido su cuota de sufrimiento para siete
vidas. Merece ser feliz.
Tamsim asintió con gesto consumido. Pensó en ella misma, hacía apenas
tres años había salido de su propio infierno.
—No tengo experiencia en temas... De estos... Bueno ya sabéis lo que
quiero decir. Pero si me decís de qué manera puedo ayudar. ¡Contar
conmigo! —lo decía en serio. Ya había dicho que cooperaría con la
asociación pero esto era diferente. Elena era poco más que una cría. Algo le
decía que era especial.
Gloria asintió.
—Seguro Ana. Todas podemos hacer algo.
—¿A cuántas mujeres como a Elena habéis ayudado en estos años? —
preguntó seria.
—Ana cielo. A todas las que hemos podido. ¡Ni a una menos! —dijo
Sara con sentimiento.
—Perdón... Tienes razón... No importa a cuantas... Todas cuentan —dijo
aceptando lo que no se decía. En el corazón de todas pesaba las que se habían
perdido por el camino.
—¡Cambiemos de tema! —dijo Gloria con resolución —Sara, querida,
la asistenta social me comentó el otro día que quieren dar unos premios de
reconocimiento a una serie de entidades y entre esas entidades también
estamos nosotras. En nuestro caso, por la labor que llevamos haciendo
durante estos veinte años. Parece ser que con motivo del centenario de la
muerte de no sé quién... Mi memoria para los nombres... Ya sabes, van a
hacer un acto conmemorativo y se nos ha concedido un “premio” —hizo una
pausa —¡Una dotación de dinero para el programa de formación que
llevamos a cabo!
—¡Gloria eso es fantástico! Te mereces todo el reconocimiento del
mundo. ¡Me alegro mucho nena! —dijo Sara entusiasmada.
Gloria y Tamsim sonrieron pero el cruce de miradas entre ellas, le dijo a
Ana, que había más.
—Al parecer —continuó Gloria con aire casual —hay que hacer algo así
como un discurso de agradecimiento y explicar un poco la trayectoria de
nuestra asociación.
Se calló mirando significativamente a Sara.
—¿Y? —preguntó Sara con suspicacia.
—Y... Como bien sabes soy un desastre para los nombres y lo de hablar
en público se me da fatal... Total que les he dicho que mi socia que es
miembro fundadora de la asociación será la encargada de recoger dicho
premio y de dar el discurso.
Sara se puso en pie como si de un resorte se tratara.
—¡Ah, no! Espera. Por si no lo he expresado con suficiente claridad.
¡No! —estaba profundamente molesta.
Gloria por su parte se cruzó de brazos y con aire satisfecho, se limitó a
asentir con la cabeza.
—No pienses ni por un instante que te vas a salir con la tuya Gloria.
¡Estás total y absolutamente equivocada! —Sara estaba a un paso de tirarse
de los pelos.
Ana iba mirando a una y a otra sin emitir ni un sonido. Tamsim
sabiamente, la imitaba.
—Querida, alguien tiene que ir o perderemos el importe del premio —
dijo Gloria con mucha tranquilidad.
—Me importa un pimiento el premio. ¡He dicho que no! —Sara se
paseaba por la estancia sin apenas darse cuenta —Gloria. ¡Quítate ese aire
satisfecho de encima. No pienso hacerlo.
Gloria se sacudió una pelusilla de la manga obviamente nada
amedrentada con la explosión de su amiga. Sara por su parte la miraba con
furia asesina.
—Sara, cuando te tranquilices entenderás que no es para tanto —
comentó Gloria con tono neutro.
—Entonces, si no es para tanto. ¿Porque no lo haces tú? Bien puedes
llevarte el discurso escrito como hacen los políticos y lo lees —soltó Sara un
poco menos alterada.
—Porque seguramente haré un lío con todo y el ridículo será mayúsculo.
—Prepáratelo. No tiene que ser tan difícil —dijo ácidamente.
Gloria se la quedó mirando con parsimonia. Era evidente que la
situación no la estaba alterando lo más mínimo. Sara por su parte estaba
rigida como un palo de escoba y con expresión tormentosa.
Ana no tenía muy claro si lo conseguiría o si por el contrario saltaría
sobre Gloria como hizo ayer con ella. La idea tenía su mérito.
—No entiendo porqué te incómoda tanto el tema Sara. Quiero decir, tú
tienes bagaje en hablar en público y te mueves en círculos elevados, tienes la
experiencia necesaria para salir airosa...
—Yo no hablo en público. Maldita sea. Tengo un negocio de cara al
público. No es lo mismo —dijo interrumpiéndola.
—Bueno... Es casi lo mismo. Yo no tengo la paciencia de tratar con
todos esos burócratas rechonchos que lo único que les interesa es salir en la
foto —soltó Gloria.
—¡Me da igual. He dicho que no y es mi última palabra —acotó Sara.
Tanto Tamsim como Ana, seguían la discusión como si de un partido de
tenis se tratara.
—Sé que acordamos desde el principio que tú te mantendrías a la
sombra de la asociación y todo eso. Pero... Han pasado veinte años cielo. Tu
implicación ha sido esencial para poder llevar esto adelante. Recuerdo
cuando hablábamos de montar un refugio para mujeres como nosotras —una
sonrisa nostálgica le surcó el rostro —teníamos muchos proyectos pero ni un
céntimo... Por aquel entonces sólo eran sueños. Y ahora estamos aquí,
sentadas tranquilamente tomando un café y a punto de recibir un
reconocimiento público. Hemos recorrido un largo camino Sara. Es hora de
recoger algo de lo que sembramos.
La cara de Sara era un poema.
Inspiró fuertemente. Le había tocado la fibra. Ella lo sabía y Gloria por
su expresión, también.
—Gloria. No puedo... No me lo pidas... Por favor —dijo masticando las
palabras.
—¿Sabes? De todas las que estamos aquí, posiblemente sea la que mejor
entienda porqué no puedes —dijo críptica —y...aún así, creo que también soy
la única que te lo puede pedir —añadió suavemente.
Se miraron largamente. Algo estaba pasando que sólo entendían ellas
dos.
—Gloria...
—Me debes un favor —soltó Gloria interrumpiéndola.
Sara giró la cabeza para no enfrentar la mirada de su amiga. Si es que
aún la consideraba así.
—Sabes que no tienes forma de presionarme para que lo haga —dijo
Sara mortalmente sería.
—Lo sé. Sólo tengo tu palabra —dijo Gloria con el mismo tono serio.
—Esto... Chicas... No es que quiera interferir en lo que parece algo
personal. Pero lo cierto es que se me escapa porque tú, que evidentemente
quieres a Sara y que sois amigas hace una eternidad, la quieres hacer pasar
por una situación que evidentemente no quiere. No lo entiendo.
Todas las miradas se centraron en Ana. Incluso Sara la miró con el
entrecejo fruncido. Parecía que se hubiera olvidado que estaba presente.
—Porque hace muchos años que Sara se esconde. Creó una Sara nueva y
encerró a la vieja Sara en algún lugar recóndito. La chica que yo conocí no
era culpable de todo lo que le pasó. Pero ella lo ha vivido como si tuviera que
avergonzarse, como un estigma. Fue la víctima de algo horrendo. Estuvo a
punto de perder la vida. Una parte de ella murió... Y aún así jamás culpó a
nadie salvo así misma. Ha sido su propia juez y se auto impuso una condena
de por vida. Porque la quiero...
—Si me quieres como dices, no me obligues a hacer algo para lo que no
estoy preparada. No ahora, no en este momento —dijo Sara elevando la voz,
impidiéndole terminar.
—¡Jamás estarás preparada! —exclamó Gloria levantándose del sofá y
poniendo de manifiesto que no estaba tan tranquila como aparentaba —
posiblemente no lo entiendas... Pero hago esto por ti. Más de una vez he
pensado cómo hacer para que te enfrentes a tú pasado y lo veas como lo que
fue. Un momento muy duro que superamos, por supuesto tenemos cicatrices
que atestiguan que no fue fácil. ¡Para ninguna lo fue! Pero los que van al
frente siempre vuelven con heridas de guerra. ¡Pero volvieron Sara! Eso es lo
importante. ¡Volver! —Gloria suspiró evidentemente alterada —mira Sara...
Si decides no dar el paso y no ir pues... No vayas... Pero que sepas que
sencillamente declinaré el reconocimiento y lo qué conlleve. Hagas lo que
hagas tendrás que vivir con ello.
Sara miró a su amiga con evidente frustración.
Se notaba a las claras que no se imaginaba ese giro en su vida.
—Gloria, estás poniendo a prueba nuestra amistad... Mi papel en la
asociación... ¡Todo! Y no sé si la pasará —dijo con un tono frío.
—Me arriesgaré —nurnuró Gloria.
—Creo que tendríamos que tomarnos un respiro —dijo Ana mirando a
ambas. Parecían contrincantes —¿Cuándo es el evento en cuestión?
—El viernes veintitrés —dijo Tamsim suavemente.
—¿El viernes veintitrés? ¿En serio? Me cuesta creer que te lo dijera la
asistenta social el otro día —dijo Sara sarcástica —esos eventos se
programan con meses de antelación. ¡Tenías que saberlo hace tiempo! El
porqué no me lo has dicho es harina de otro costal. Por favor. Ilumínanos
haciéndonos partícipes de tu sabiduría.
Gloria la miró sin amedrentarse.
—Quizás porque no era la mejor idea darte mucho tiempo para pensar
como salirte de esta. Tienes casi dos semanas para pensarlo. Más tiempo del
que necesitas en mí opinión.
—Nadie te la ha pedido. ¡Joder Gloria! Te tuvo que llegar incluso una
invitación por carta del ministerio.
De pronto se giró mirando a Tamsim con toda la intención.
—¡Tamsim! —dijo con fuerza. La pobre Tamsim dio un respingo
sobresaltada —cuando vine hace un par de semanas tú ya lo sabías. Estuviste
conmigo organizando los talleres con todo lo de navidades y no me dijiste ni
una palabra. ¡Con todo lo que hice por ti!
—¡No se te ocurra meter en esto Tamsim! —atacó Gloria perdiendo
toda pretensión de tranquilidad —ella hizo lo que yo le pedí. Yo soy la
responsable.
—Pero tú sí que la puedes meter en medio. Qué bonito —dijo riéndose
con cinismo.
—Creo que es un buen momento para marcharnos. Se está haciendo
tarde. Sara cielo, tienes mucho en qué pensar y...
—¡No tengo que pensar en una maldita cosa! No pienso dejar que nadie
me coaccione ni por todas las malditas buenas razones del mundo. Tengo
cuarenta y ocho años casi. Creo que soy lo bastante mayorcita como para
decidir por mi cuenta. Y si decido no querer jamás enfrentarme a nada de mi
pasado. ¡Es mi decisión! —dijo señalando con el dedo a Gloria.
Tanto Gloria como Tamsim estaban alteradas. Se notaba que les
conmovía profundamente la reacción de Sara.
—Haz lo que consideres —dijo Gloria más serena —yo por mi parte me
pienso mantener firme. No voy de sobrada pero puedo pasar sin ese dinero y
lo sabes, la mención honorífica me importa un ardite. Pero a las mujeres que
ayudamos, mujeres como nosotras en su día, a ellas sí les hace falta. Tú
decides.
Sara la miró con rabia. Tamsim bajó la cabeza. Una mueca de cinismo
deformó su boca.
—Ana nos vamos —sin añadir ni una palabra más, salió de la sala y se
encaminó a las escaleras.
Ana se quedó un momento sin saber muy bien qué hacer. Optó por la
única opción factible.
—No sé si entiendo muy bien tu postura —le dijo a Gloria —ni siquiera
sé si estoy de acuerdo con tu modo de proceder que digamos, es... un tanto
peculiar. Pero lo que sí sé es que te estás jugando la amistad de una gran
persona para demostrar algo. Espero que valga la pena Gloria, porque sí
fracasa y las dos sabemos que tiene números, no podrás volver atrás.
—Sara... ¿Dime una cosa? ¿Nunca se te ha pasado por la mente que Sara
vive una vida a medias? ¿Que huye de las relaciones afectivas a excepción de
las personas que la conocemos hace muchos años? ¿Que incluso tú que se
supone eres su mejor amiga, su hermana y no te había explicado que yo
existía hasta ayer? ¿Qué mantiene oculta esta parte de su vida a todos cuantos
la rodean como si fuéramos leprosas? ¿En serio nunca te has planteado que
vive una mentira perfectamente orquestada fingiendo ser alguien diferente?
O... ¿Es que al igual ya te estaba bien y era mejor mirar hacia otro lado?
Ana inspiró con fuerza acusando el golpe. Había sido una finta
magistral. Primero le dio varias estocadas para hacer sangre. Reculó sólo un
poco para después entrar con fuerza y asestar el golpe final.
—Lamento que te encontraras en el fuego cruzado. Estoy segura de que
hubiéramos sido amigas —dijo Gloria suavizando el tono.
—Yo también lo lamento —dijo con elegancia —por cierto, acostumbro
a recoger el guante cuando me lo lanzan. Despídenos de las chicas si eres tan
amable. Ha sido un placer.
Se encaminó a la salida con el firme propósito de irse con Sara. Su
amiga la necesitaba quizá más que nunca.
—Se me olvidaba —dijo girando sobre sí misma con una sonrisa en los
labios que no le llegó a los ojos —hacéis buena pareja.
Tanto Gloria como Tamsim abrieron los ojos con genuina sorpresa
evidenciando que no se lo esperaban.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Gloria perdiendo parte de su
compostura habitual.
—Ya sabes... Mi sexto sentido... También me he percatado de que lo
lleváis en secreto. Al principio he pensado que lo sabían todas, incluso Sara.
Pero curiosamente no es así. Llegados este punto, una se pregunta porqué
tanto interés de que Sara salga del armario y acepte un montón de cosas que
sólo la harán sufrir y sin embargo alguien que se abandera con la verdad
absoluta tiene una relación con una de sus pupilas veintimuchos años más
joven pero que mantiene en secreto —Gloria se puso rígida. Las facciones de
su rostro, parecían esculpidas en piedra —buenas tardes —dijo a modo de
despedida y haciendo una reverencia cargada de fina ironía, salió en pos de
su amiga.
Sara la esperaba en la puerta. No hablaron en todo el trayecto hasta él
parking. Cada una de ellas sumida en sus propios pensamientos. Había
oscurecido y un frío de mil demonios junto a la humedad, evidenciaba lo
cerca que estaban de la zona portuaria. Salieron del casco antiguo entrando
casi en otra dimensión. Las luces de esa parte de la ciudad brillaban a esa
hora con todo su esplendor. A pesar del frío, las calles estaban abarrotadas de
gente con paquetes de regalos. Le pareció incongruente la alegría general que
parecía estar por todas partes y la cara de funeral de su amiga.
Desde luego estaban apañadas. Pensó Ana. Llevaban unos días dignos
de escribir una novela claro que nadie se la creería. Hizo una mueca burlona.
Se subieron al coche en pesado silencio. Empezaba a estar un poco
harta.
—Sara cielo si prefieres no hablar del tema lo entiendo pero este
mutismo está empezando a ponerme de los nervios —dijo con tono casual.
Sara suspiró ostensiblemente.
—Ana lo siento. No tengo muchas ganas de hablar. Me parece que no ha
sido una buena idea venir y tengo demasiadas cosas en que pensar —dijo
abatida y con voz cansada.
—Lo entiendo —dijo —espero que valores que soy yo la que está
conduciendo —comentó con lo que intentaba ser un pobre intento de
bromear.
Sara sonrió cansada.
—Lo tendré en cuenta —murmuró con un amago de sonrisa.
Encendió la radio y dejó que la música inundará el habitáculo del coche.
Fueron en silencio todo el trayecto. Había sido un día muy largo.
Capítulo IV:

El lunes empezó como todos los lunes. Corriendo.


Ana llegó a casa y se puso deprisa a preparar la comida. Se había
entretenido un poco más de lo que pensaba e iba justa para hacer el almuerzo.
Estaba terminando, cuando escuchó la puerta de la calle. Clara había
llegado.
—Hola mamá, ya estoy aquí —dijo su hija desde la entrada.
—¡Hola nena! Estoy terminando de preparar la comida.
Clara se acercó a darle un beso.
—¿Mamá, has llamado a Júlia? —preguntó su hija mientras ponía la
mesa.
Ana paró un segundo de cortar las hortalizas.
—No.
—¿No? ¿Y ya está? —dijo mirándola con gesto de extrañeza —pensé
que este finde la llamarías...
Terminó de preparar la ensalada y la llevó a la mesa.
—Pensé en llamarla pero después surgieron unos problemas y... Lo
cierto es que esta tarde pienso llamarla y hablar con ella —dijo esquivando la
mirada escrutadora de su hija. Sabía que no le faltaba razón. Era cierto que
había tenido un fin de semana movido pero no era excusa. Era su hija.
—No lo entiendo, a estas alturas creí que ya habríais arreglado vuestros
problemas —comentó confusa ante su actitud.
Terminaron de llevar los platos a la mesa y se sentaron a comer.
—Tienes toda la razón, en un principio pensé darle unos días para que
aclarara sus ideas pero reconozco que ha pasado una semana y estamos como
al principio
—Bueno, yo creo que ya ha tenido tiempo de sobras para pensar. Si no
consigues hablar con ella, dime algo y lo haré yo —dijo con determinación
—no he querido entrometerme porque entendí que era algo vuestro pero
desde luego no tengo intención de que se repita la historia.
Las dos se quedaron calladas un momento. Sabía perfectamente que
pensaban en lo mismo... O mejor dicho en la misma persona. Alex.
—Esta tarde la llamaré o quizás me pase por su trabajo... No sé... Pero
no lo dejaré pasar más tiempo. Tienes mi palabra —prometió. Su hija asintió
conforme.
—Me parece bien. No quiero interferir pero si no lo solucionáis, no
pienso quedarme al margen —repitió con gesto serio.
Ana entendía perfectamente a su hija. Ya vivieron un calvario cuando
Alex se marchó, quizá Clara lo acusó más que ningún otro miembro de la
familia. Era su mellizo. La unión entre ambos era especial.
—Bien. Y ahora ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme y no
puede enterarse tía Sara? —preguntó intrigada.
Se quedó un momento callada sopesando qué le contaba a su hija y qué
no.
—Ante todo tienes que prometerme el más estricto secreto sobre el
tema.
—Prometido —Clara dejó incluso de comer mirándola con avidez.
—Bien. Es un poco largo, intentaré resumirlo la más posible —Clara
asintió —tú tía ha conocido a un hombre que...al parecer le gusta... Le gusta
mucho. Y César, que así se llama, siente lo mismo por ella. Pero a tú tía por
experiencias pasadas, digamos que le ha dado miedo ir más allá y... En fin...
Que lo mandó a paseo —era complicado explicar algo así sin explicar el
porqué —la cuestión es que quiero orquestar de alguna manera otra reunión
entre ellos dos, para darles una oportunidad de arreglar las cosas pero, no sé
dónde localizarlo y tampoco tengo muy claro cómo hacerlo y pensé que me
echaras una mano... —acabó bajito. Mientras hablaba en voz alta, se dio
cuenta de lo mal que sonaba. Cuando lo pensó le pareció una gran idea.
Ahora ya no lo tenía tan claro.
Clara se la quedó mirando estupefacta. Empezó una sonrisa lenta y un
brillo travieso adornó su mirada.
—A ver si lo he entendido bien —no sabía si quería escuchar lo que iba
a decir su hija. Cerró los ojos temiéndose lo peor —tía Sara ha tenido un lío
con un hombre que le gusta pero lo ha mandado a freír espárragos porque se
ha asustado. Y tú has pensado montar una cita a ciegas para ver si lo arreglan
o se matan... También puede que se alíen para matarte a ti por entrometida —
añadió con malignidad.
—No quiero prepararle una cita a tú tía... Sólo un encuentro... Casual...
Para entonces, Clara sonreía abiertamente. Ana empezaba a sentirse un
poco idiota.
—¿Qué sueles decir tú? —dijo Clara dándose golpecitos con un dedo en
el mentón —¡Ya me acuerdo! “Cuestión de semántica” —dijo con evidente
ironía.
—Clara es un poco más complicado de lo que te he contado pero, no
puedo decirte nada más sin traicionar la confianza de tú tía. Sólo sé que tengo
que hacer algo... Pero no puedo darte una explicación lógica —miró a su hija
un poco incómoda. No solía hablar de esas cosas qué sentía y desde luego no
con su hija. Sara había sido siempre su confidente y alguna vez Xavi, pero
poco, sabía que le incomodaba el tema y ella prudentemente no solía hablar
sobre ello.
—Ya —Clara la miró con fijeza —y eso que sientes. ¿Como es?
¿Sientes voces, o ves los colores del aura de los demás? Una vez lo leí en una
revista en la peluquería mientras esperaba turno.
Ana observó a su hija, con gesto contenido. Le dolía la garganta del
esfuerzo que estaba haciendo por no ponerse a gritar a la muy inútil hasta
desgañitarse.
—Normalmente me llega un mensaje al móvil —dijo con sarcasmo.
Clara por su parte frunció el ceño claramente molesta.
—¿Podrías tomártelo en serio? Estoy intentando entenderte. Son cosas
que me interesan. ¡Imagínate que yo herede ese don o como quieras llamarlo
—dijo un poco indignada.
—Tranquila no lo has heredado —comentó más tranquila.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó interesada.
—Créeme, lo sé —dijo sucintamente.
Cuando sus hijos eran pequeños, tuvo miedo de que alguno se le
pareciera pero con los años se fue relajando. Hacía mucho que sabía que
ninguno de ellos lo había heredado.
—¿También te lo ha dicho eso como se llame? - preguntó medio en
broma.
—Más o menos. Bien. ¿Entonces me ayudaras con todo esto? —
preguntó intentando volver al tema que le interesaba.
—Pues claro que te ayudaré —dijo sonriendo —además tengo más
preguntas sobre eso...
—¡No lo llames eso! Haces que parezca una cosa rara y a mí me haces
sentir como si fuera un bicho de dos cabezas —dijo interrumpiéndola.
Se levantó y empezó a recoger los platos.
—Mamá. No pretendía molestarte, lo cierto es que como nunca hablas
sobre el tema me ha pillado desprevenida y me han surgido preguntas. Pero
sólo quería entender. En serio —Ana dejó lo que estaba haciendo para
enfrentarse a su hija. Para ella su don era fuente de angustia, su secreto mejor
guardado.
—Perdona Clara. Llevo tanto tiempo sin hablar de todo esto que me
hace sentir un poco incómoda. Pero tienes razón. Si quieres preguntarme
alguna cosa, intentaré contestarte con franqueza.
Clara la miró sorprendida pero a la vez fascinada.
—Pues ahora que lo dices... ¡Lo quiero saber todo! —dijo con
entusiasmo —me acuerdo cuando era pequeña, en un par de ocasiones
escuché como le contabas algo a tía Sara, no lo entendía mucho —hizo una
mueca burlona —pero me parecía genial que mi madre fuera una especie de
bruja.
Ana gimió ostensiblemente. Cerró los ojos un instante. Cuando los abrió
su hija seguía sonriendo.
No tenía muy claro como se había deteriorado la conversación y había
tomado esos derroteros.
—¿Qué quieres saber? —preguntó con voz cansada.
—¿Qué sientes y como sabes a veces cosas? —preguntó obviamente
con interés.
—Bueno... No sé si sabré explicarlo... Normalmente es como una
impresión, no tiene un patrón definido, en ocasiones puedo estar hablando
con alguien y me asalta una avalancha de emociones... Entonces con una
claridad meridiana sé como va a terminar lo que sea que me estén
contando...aunque aún no haya pasado —observó a su hija que estaba
totalmente concentrada —otras veces tengo flashes de escenas pero son las
menos y son muy rápidas, también tengo sueños... Sobre cosas que aún no
han pasado pero, tienen una coherencia no es como lo otro que parece una
consecución de fotogramas, en el caso de los sueños es más bien como una
película, bueno como una escena de una película…
Hubo un silencio pesado.
Clara la miraba embobada. Ana empezaba a ponerse nerviosa. Era un
tema que le producía ansiedad. Había cosas que era mejor no contar, la gente
solía pensar de personas como ella, que estaban medio locas o que eran
enfermas.
—¡Guau! Eres vidente. ¿Te ha pasado siempre, cuando eras una niña
también? —preguntó con interés.
—¡No soy vidente! Maldita sea Clara, es un sexto sentido un poco más
desarrollado que la mayoría —la televisión había hecho mucho daño, pensó
lúgubre —y sí. También me pasaba siendo niña. ¡No tengo un botón donde
me enciendo y me apago a placer!
—Perdón —dijo en un intento vano de parecer arrepentida —Supongo
que no tuvo que ser fácil ser una niña con visiones.
—Por última vez. ¡No soy vidente y no tengo visiones! —había sido una
mala idea, Ana suspiró intentando controlarse —cuando era muy pequeña
pensaba que era normal, ni siquiera me había planteado que los demás no
fueran como yo. Y cuando sentía cosas o veía esos flashes, no sabía distinguir
lo que veía en mi mente con la realidad, para mí todo era real —se sonrió con
melancolía —te puedo asegurar que para un niño pequeño es muy
complicado explicar lo que le pasa y discernir lo suficiente como para separar
el presente del futuro. En alguna ocasión le di un buen susto a mi madre —
dijo recordando escenas que en su momento no entendió.
—¡Madre mía! Por eso sabes que nosotros no lo hemos heredado. Te
confieso que en parte me alegro —dijo Clara aliviada.
—Básicamente es así. Mi madre no tenía... No era como yo... Pero mi
abuela sí —miró a su hija esperando que asimilara el significado de lo que
acababa de decir.
Supo el momento exacto, en que su hija entendió toda la extensión de
sus palabras.
—¿Me estás diciendo que mis hijos pueden ser como tú? —estaba
conmocionada sólo con imaginarlo.
—No tiene porqué ser tu hija puede ser que sea la hija de tu hermana.
—¿Hija no hijo?
—Mi abuela me dijo en una ocasión que se transmitía de madres a hijas,
que siempre había sido así en nuestra familia pero que en ocasiones se saltaba
alguna generación. No sigue una regla. Pero siempre lo hemos llevado en
secreto, la gente es mala con lo que no entienden. Yo lo he comprobado en
primera persona, quería ser como los demás, era mi mayor deseo —recordó
la cara de repulsión de su madre cuando descubrió que su hija era como su
madre —un día me contó que las mujeres de nuestra familia que teníamos el
don, teníamos que aceptarlo como lo que era, un regalo especial pero también
una responsabilidad. Se nos había concedido para poder proteger a nuestros
seres queridos. Sí no nace ninguna más de momento soy la última de nuestra
familia.
La expresión de Clara, era casi cómica. Se notaba a las claras que estaba
entre sorprendida y alucinada.
—¿Seguimos con el tema de tú tía?
—Aún tengo una pregunta y te juro que después haré lo que tú digas, te
ayudaré en lo que sea. Hasta haremos de Cupido aunque creo que no toca.
Pero bueno...
—¿Qué pregunta Clara? —tenía ganas de dejar ya el tema.
—¿Puedes hablar con los espíritus? —¿Porqué cuando se sentía tan
cerca de alguno de sus hijos, abrían la boca y lo estropeaban?
—No, no puedo Clara. Pero si tienes mucho interés, lo intento.
—¡Qué dices! No para nada. Era una pregunta tonta, si en el fondo me
da igual, sólo me preguntaba si podías y si el otro día habías...estado
hablando con mi padre porque lo veías y todo eso...
Miró a su hija sopesando qué decirle.
—Tú padre me ayudó a superar estos dos años de profunda melancolía
en los que me he visto inmersa por mi incapacidad de vivir sin él. De alguna
forma nos comunicamos pero no tiene nada que ver con tu desbocada
imaginación pero no te lo puedo explicar mejor.
Ana entendía perfectamente que su hija se sintiera abrumada
—Puedes contar conmigo. Te aseguro que a la mitad de todo lo que me
has dicho, ya me tenías convencida —dijo Clara sonriendo.
—Bien. Pues si te parece esta tarde cuando salgas de trabajar, quedamos
en la tienda de tú tía. Yo la entretendré con el tema de las cortinas para el
salón y tú mientras tanto, tienes que coger su archivo de tarjetas de visitas y
buscar una que ponga César y le haces una foto.
Así dicho no parecía difícil. No tenía muy claro todavía como
organizaría la cita pero lo fundamental en este momento era saber al menos
donde localizar a ese dechado de virtudes, que le había sorbido el seso a su
amiga.
—¿Mamá eres consciente de que tía Sara tiene un archivador con
tarjetas de hace no sé cuántos años? —preguntó Clara no muy convencida.
—Si lo sé. Te apuesto lo que quieras que la suya la tiene en un lugar
accesible. Mira directamente en la primera y en la última página.
Clara asintió. Torció el gesto con una mueca burlona.
—¿Qué estás pensando? —preguntó sospechosamente al ver el gesto de
su cara.
—¡Oh! Nada en particular... Hace poco menos de dos semanas tenía una
vida relativamente tranquila, ahora mi hermana se ha ido de casa, está
enfadada con el mundo y a desaparecido en combate, mi madre está saliendo
de lo que al parecer ha sido una crisis de proporciones cósmicas, mi tía ha
encontrado al hombre que puede desestabilizar sus cimientos y huye
despavorida, me voy a confabular contigo para escamotear unos datos de un
hombre al que no conocemos para organizarle una cita a ciegas y por si no
hubiera bastante, para aderezar el asunto, resulta que vengo de una saga de
mujeres con poderes especiales y tengo muchos puntos de que mi futura hija
sea también especial. Tiemblo sólo de pensar qué pasará la semana que viene
o... Qué nuevo secreto verá la luz.
Ana miró a su hija. Abrió la boca para rebatirlo pero se lo pensó mejor y
la volvió a cerrar. Poco podía decir. Bueno... Eso no era del todo correcto,
podía decir más, mucho más pero tampoco era cuestión de que su hija
convulsionara. No era necesario explicarlo todo de golpe... Mejor darle
tiempo para que fuera asimilando.
—Bien. Creo que lo has resumido bastante bien —dijo con tono neutral
—ahora que ya sabemos lo que tenemos que hacer, lo demás será fácil.
Era el eufemismo del año. Fácil. ¡Ja!
—Seguro —dijo Clara con ironía.
—Clara no hagas un mundo de eso.
—Podría ser peor. Podrías ser médium. Eso sería infinitamente peor.
Figúrate —dijo su hija con tono reflexivo.
—Te estás poniendo difícil adrede —dijo seca.
—Tranquila mamá —dijo interrumpiéndola —sé que hay gente que
pueden hacer cosas que se salen de lo normal y al parecer tú eres una de esas
personas. No creas que esto va hacer que te vea como un bicho raro. Para
nada. Además, para ser sincera, ya sabía parte de la historia, escuchar a
escondidas tiene eso —dijo con ironía.
—¿Escuchar a escondidas?
—Cuando éramos pequeños y hablabas con tía Sara —dijo mirando a su
madre con toda intención.
—¿Por qué no me preguntaste si tenías el suficiente interés como para
escuchar a hurtadillas? —apostilló.
—Bueno... No tanto interés. Más bien era el morbo de escuchar algo
prohibido. La pregunta que me surge con respecto a tú sexto sentido como tú
dices es, sí nunca te equivocas.
—No. Nunca me equivoco. Puedo...a veces no interpretar bien lo que
veo, ya te he dicho que no siempre son imágenes claras y en ocasiones son
como presentimientos...
Clara la miró con aire reflexivo.
—¿Sólo te pasa en relación a los demás o también contigo misma?
—Pocas veces y en contadas ocasiones. De lo cual me alegro
enormemente —dijo sincera.
—Supongo... Pero no me dirás que no sería increíble que pudieras ver
los números de la lotería o cosas así —dijo en tono jocoso.
Su hija era única para restarle seriedad a cualquier situación. Pero era
parte de su encanto.
—Si en algún momento eso sucediera, créeme, serás a la primera
persona a la que se lo diga —acotó guiñándole un ojo —bien, entonces esta
tarde cuando vayas a la tienda de tú tía me mandas un mensaje y nos
encontramos allí —dijo ya dando el otro tema por zanjado.
—Sin problemas. Oye... ¿Sabes como es el tipo ese? Guapo, feo, bajo,
alto... Ya sabes... Datos.
—Lo único que sé es que es un poco más joven que tía Sara. Pero es
algo que averiguaremos en breve.
—¡Tía Sara sí que sabe! —exclamó riendo —¿Qué tienes pensado
hacer?
—Bueno... Todavía no lo sé. Imagino que algo surgirá, primero quiero
conocerlo y... Después espero que me venga alguna inspiración —concluyó
con un suspiro.
—¿Y no puedes echar mano de tu súper sentido? —dijo Clara
socarrona.
Ana cerró los ojos pidiendo paciencia.
—Clara cielo... Estoy viendo en tú futuro inminente que algo puede
terminar estrellado en tu cabeza de chorlito —soltó con dulzura fingida.
Clara estalló en carcajadas.
—¡Vale! Entendido.
—Nunca he sido muy buena planificando estratagemas —se quejó —en
eso la que era un hacha era tú abuela.
Clara la miró con el gesto torcido.
—Lógico. Doña brujilda tenía nivel experto en cuanto a tramar
maldades —dijo Clara ácidamente.
—Bueno... No sé porqué me ha venido a la mente. Supongo, que ha sido
pensar en urdir planes y por asociación de ideas... Ya sabes...
—¡No te martirices mamá! Siempre habrá cosas que te la recuerden y
además urdir planes no es malo, lo malo es hacerlo pensando en hacer daño.
Ana intentó que no se le notase, el franco estupor ante las sabias
palabras de su hija. En ocasiones le sorprendía con perlas de sabiduría que
sinceramente la dejaban patidifusa.
—Tienes razón nena. Nosotras vamos a intentar hacer algo bueno... Sólo
pido a Dios que tu tía me perdone cuando se entere.
—Seguro. Tía Sara no tiene un gramo de rencor en todo su cuerpo. Sí al
final resulta que te equivocas, tendrás que arrastrarte un poco pero te
perdonará. Fijo. El tema es como se lo tomará el César ese.
Ana se quedó pensando. Empezaba a tener sus dudas, jamás había hecho
lo que ahora pretendía hacer. No estaba en su forma de ser meterse en la vida
de nadie, ni siquiera en la de su familia. ¡Pero tenía tan claro que tenía que
hacer algo!
—Bueno... Espero que todo salga bien. Mis nervios no aguantarán la
presión, empiezo a ser mayor para algunas cosas —comentó pesarosa.
—Mamá no hemos empezado y ya tienes mala conciencia... Tuviste que
ser un bocadito para tu madre —dijo Clara con agudeza.
—Gracias hija. Nadie como tú para dar ánimos —murmuró con una
mueca.
Clara soltó una risotada nada femenina.
—¡Me voy! Empiezo en poco rato y aún quiero pasar un momento por
mi casa —miró a su madre y una sonrisa maquiavélica se instaló en su cara
—nos vemos esta tarde por casualidad. Por cierto... Por si lo necesitamos...
Ves pensando en palabras claves... Ya sabes...
Ana le lanzó una mandarina que su hija cogió al vuelo, riéndose.
Se despidieron entre bromas.
Cuando se quedó sola, empezó a pensar en su hija mayor.
No la pensaba llamar. Iría a verla directamente. Había cosas que eran
mejor decirlas cara a cara. Júlia la estaba eludiendo y no tenía muy claro el
motivo. Pero sea como fuere, conseguiría que le explicara qué narices le
estaba pasando.
Ana estaba esperando en la puerta del trabajo de su hija viendo a unos
críos jugar en el parque, que había en frente. Hacía frío pero ellos no parecían
darse cuentan, los niños eran así. Recuerdos de sus hijos cuando eran
pequeños cruzaron su mente. Siempre tenía que ir detrás de alguno porque se
había dejado el gorro o la bufanda. Alex era el más olvidadizo. En algún
momento empezó a desmoronarse su familia y no había sido consciente de
ello. Los últimos años habían sido difíciles, demasiadas muertes. Su padre, su
marido... Su madre. Pero nada le dolió tanto como perder a su hijo, excepto la
muerte de su marido. Pero en planos diferentes. Quiso a Xavi con toda su
alma pero el amor que profesaba a sus hijos era inmenso. Con las navidades
tan cerca, no podía evitar pensar en todos los que ya no estaban. Siempre
imaginó a toda su familia sentada al rededor de la mesa. Era una estampa
bucólica de Navidad, pero era la que le hubiera gustado.
Sí tuviera que pedir un deseo, sin lugar a dudas, sería ese.

Júlia salió con un par de compañeros, iba riendo de algo que estaban
contando. Ana se acercó lentamente, se sentía casi como una intrusa. Toda su
confianza cabía en ese momento en un vaso.
—Hola Júlia —dijo suave. Notó como se tensaba.
Júlia se giró a mirarla sin saber muy bien qué decir.
—Hola —dijo seca. No era el saludo del año que dijéramos.
—Pasaba por aquí y pensé que te apetecería ir a hacer un café —incluso
a ella le sonó falso. Los dos compañeros estaban escuchando y eso no
ayudaba.
—No tengo mucho tiempo yo...
—¡Hola! He escuchado mucho hablar de usted —dijo uno de los
compañeros interrumpiéndole —me llamo Daniel —se acercó y le tendió la
mano. Ella dudo un segundo pero aceptó devolviéndole el saludo.
—Hola, encantada. Yo Ana —miró a su hija que tenía el ceño fruncido y
apretaba la boca en un gesto que conocía muy bien.
—Si, lo sé. Júlia lo ha comentado alguna vez —dijo sonriéndole.
Era mayor, tendría alrededor de cuarenta años, alto, de espaldas amplias,
pelo entrecano y complexión atlética. Definitivamente era un hombre muy
atractivo.
El otro compañero se despidió y quedaron ellos tres mirándose por un
instante un tanto incómodo.
—Bueno, no quiero molestar, es evidente que tenéis cosas que hablar —
dijo con una sonrisa de circunstancias.
—Gracias, muy amable —murmuró Ana educadamente.
—No es necesario. Mamá si te parece te llamo y quedamos en otro
momento, es que tenía un compromiso anterior y no te esperaba...
—Júlia, no te preocupes, ya quedaremos en otro momento —dijo el tal
Daniel. Ana supo sin la menor duda, que ese hombre sabía algo sobre el
problema con su hija.
—Gracias Daniel. Eres muy amable, es importante lo que tengo que
hablar con mi hija —comentó con una sonrisa tensa.
—Para nada. Espero verla en otra ocasión. Me voy, nos vemos mañana
Júlia. Un placer conocerla Ana —dijo cortes. Ciertamente tenía una bonita
sonrisa.
Júlia apretó aún más si cabe los labios. Al paso que iba se arrugaría
como una uva pasa antes de los treinta.
Daniel se marchó y se quedaron las dos mirándose, incómodas.
—Mamá, te agradecería que cuando vengas a mí trabajo me avises. No
soy una niña pequeña y no me gusta que me manipulen —dijo tajante.
Ana observó a su hija, estaba distante y fría. No tendría que haber
dejado pasar una semana. Pero eso no era motivo para que fuera grosera.
Empezaba a notar como se caldeaba su propio carácter. Paciencia.
—No sabía que para hablar con mi hija tuviera que pedir audiencia —
dijo con voz neutra.
—¡No tenemos nada de qué hablar! Te dije que ya pasaría yo por casa
cuando estuviera preparada —se notaba que estaba conteniéndose. No le
había gustado que se presentara sin aviso. La miró pensativa. Había más.
—¿Sabes hija? Durante mucho tiempo tú has sido mi luz.
Probablemente no habría sobrevivido a estos dos últimos años sin tu ayuda.
Fui una cobarde y no me importaba nada ni nadie y eso incluía a mis hijos.
De alguna manera me he recuperado milagrosamente pero sé que no hubiera
sido posible sin ti. Me queda mucho que hacer y mucho tiempo que recuperar
pero nada me importa si no te tengo a mi lado.
Júlia la miraba con los ojos anegados de lágrimas sin derramar
—Necesito a mi niña. Necesito que me recuerde que parezco un
espantapájaros y que tengo que ir a la peluquería —dijo con un amago de
sonrisa —eres mi mejor parte nena...
Júlia seguía impertérrita. Parecía que estuvieran solas en la calle, ajenas
al ruido ambiental.
—Quiero que sepas que tengo y no sé cómo, un montón de problemas
que ni te imaginas. No tengo ni idea de como arreglarlo y se me ocurre que tú
tienes un don natural para organizarlo todo —dijo limpiándose rápidamente
las lágrimas que se escapaban de sus ojos sin querer —seguro que sin ti la
liaré parda. Cielo, soy capaz de salir a la calle con la ropa del revés y si me
preguntan les diré que es culpa tuya...
—¡Deja de decir tonterías! —dijo con un amago de sonrisa pero sonrisa
al fin y al cabo.
—No son tonterías. Y con calcetines de diferentes colores y zapatos
desparejos y...
—Ya lo he entendido. Eres tonta mamá —Ana tenía el corazón en un
puño deseando y temiendo al mismo tiempo hacer la pregunta.
—Júlia, tesoro... Si quieres hacer tu vida... Lo entenderé, Dios sabe que
me costará la vida pero lo entenderé y si tú me dejas, te ayudaré a todo lo que
necesites. Te lo prometo. Pero no me dejes —las lágrimas le resbalaban
silenciosas, no le importaba.
—¿Cómo me ayudas si no quieres que me vaya? Es una incongruencia.
—Porque vivir en la misma casa no es sinónimo de estar unidas. Y vivir
en otro sitio no quiere decir que no estés conmigo. ¿Lo entiendes? Quiero
recuperar a mi hija aunque viva en las antípodas. Pero por favor. ¡No me
cojas la palabra y te vayas a vivir a Australia!
Se sonrieron tímidamente.
Júlia suspiró y se limpió los ojos con cuidado de no estropearse el
maquillaje. Miró a su madre que parecía a punto de derrumbarse. Sentía el
corazón en un puño, sabía que había estado retrasando el momento, algo se
rompió dentro de ella cuando vio todas las cosas de su padre tiradas por el
salón sin cuidado. Como si fueran trastos viejos. La superó. Suspiró
mentalmente. Era hora de arreglar las cosas.
—Yo también te he echado de menos —dijo sonriendo tímidamente.
No dio tiempo de más. Ana la abrazó con fuerza.
—Creo que estamos dando un poco el espectáculo —comentó Júlia, al
cabo de unos momentos, aun abrazadas.
—No me importa —dijo Ana sonriendo, sentía el corazón más ligero —
pero que te pongas enferma y cojas un catarro sí que me importa. Anda,
vamos cielo.
Cruzaron la calle y rodearon parte del parque para ir a la cafetería.
Entraron de prisa apenas eran las seis de la tarde pero el frío intenso,
calaba los huesos.
Ana miró a su hija, con amor de madre. La melena rubia oscura con
reflejos cobrizos que lucía Júlia, era de anuncio, tenían los mismos ojos
verdes, salvo que los de su hija eran almendrados, confiriéndole un aire felino
y los suyos más bien redondos. Júlia tenía un perfecto rostro ovalado pero,
cuando sonreían se les marcaba a las dos los mismos hoyuelos. Alta y esbelta
con unas piernas larguísimas, era una mujer con una belleza natural que
llamaba la atención.
—Se ve muy agradable Daniel. Me ha dado muy buena impresión —
dijo de forma casual.
—Es mi jefe —dijo sin mirarla a los ojos.
—Ya. Me pareció entender que habías quedado con él para no sé qué.
Imagino que lo mal interpreté —Júlia la miró evasiva. Se le encendieron
luces rojas.
—Bueno... Pensábamos ir a comer algo... Teníamos unos temas
pendientes de trabajo, nada que no podamos resolver mañana.
—Entiendo —no pensaba añadir mucho más. No era el momento, los
puentes entre su hija y ella eran todavía muy débiles.
—Te dije hace ya un tiempo que el señor Freixas había muerto. Su hijo
estaba en otra delegación pero después del fallecimiento de su padre decidió
tomar las riendas de la empresa desde aquí —le explicó Júlia. Hablaba un
poco de prisa, la observó concentrada.
—Lo recuerdo vagamente, lo siento hija, al parecer no presté la debida
atención. Era un buen hombre, sé que le tenias un gran cariño —era cierto,
desde que entró en la empresa siendo estudiante en prácticas, habían tenido
una buena relación. El señor Freixas había sido el clásico caballero. Amable y
encantador.
—Si, lo cierto es que al principio lo eché de menos. Sigo guardando un
gran recuerdo de él.
—Entonces. ¿Su hijo no había estado nunca en esta delegación hasta que
su padre murió? De las veces que he venido, no recuerdo haberlo visto antes
—comentó de pasada.
—Sí que estaba por aquí pero de forma intermitente. Tenía sus
diferencias con su padre en cuanto la manera de dirigir el bufete. Decidió
hace ya unos años abrir otro en la ciudad, no lo ha tenido fácil pero con
trabajo duro ha conseguido hacerse un nombre —explicó efusiva. Se notaba
que lo admiraba.
—Es innegable que hacer lo que él ha hecho, tiene mérito —hizo una
pausa —no he podido dejar de notar que es un madurito muy atractivo. Tu tía
diría que está hecho un queso.
Júlia se sonrojó. Curioso.
—No me he fijado mucho —dijo Júlia evasiva.
—Cariño eres mujer y respiras. ¡Es imposible no verlo! Incluso yo soy
capaz de reconocerlo —Júlia estaba deseando dejar el tema.
—Supongo que tienes razón —reconoció con una mueca.
Ana hubiera jurado, que a su hija le atraía su jefe. ¡Madre mía! Era el
típico tópico.
—Mamá, te voy a ser muy sincera. Quiero volver a casa y quiero
arreglar nuestras diferencias pero también quiero que sepas que me buscaré
algo para irme a vivir por mi cuenta —dijo contundente. No quería que a su
madre le cupiera la menor duda al respecto.
Ana observó a su hija seria. La sensación de alivio la inundaba, se le
habían aflojado hasta los dedos de los pies. Sinceramente esperaba más
oposición por parte de Júlia pero su ángel de la guarda, había estado haciendo
horas extras. Se lo agradeció mentalmente.
—Me parece bien —dijo con voz controlada —entiendo que quieras
hacer tu vida. Tienes edad y lo entiendo... Si quieres después de navidades te
ayudo a buscar algún apartamento, tienes todo mi apoyo cielo.
Júlia dejó salir el aire que había estado conteniendo. No esperaba que su
madre aceptara mansamente.
—Me parece bien —dijo repitiendo las mismas palabras que su madre
—después de navidades me voy.
Ana asintió con una sonrisa beatífica.
—Tenemos una conversación pendiente. Si te parece mientras cenamos
podemos hablar —ofreció. Júlia no contestó.
—¿Tía Sara sigue en casa? —preguntó.
—Si, es un sol. No ha querido dejarme sola. En ocasiones tengo la
sensación de que me aprovecho de nuestra amistad
—Yo también la quiero mucho —dijo Júlia con cariño —bien, pues si
quieres nos vemos en casa. Tengo que pasar por casa de mi amiga a recoger
mis cosas —Ana asintió totalmente de acuerdo —y... Mamá, no pensaba
alargarlo mucho más... Necesitaba distancia para pensar. No quiero que te
quedes con la impresión de que tenías que venir a pedirme nada... Yo...
Estaba en proceso...
—Júlia cielo, no hay nada que yo no hiciera por ti o por tus hermanos.
¡No lo dudes! Iría al fin del mundo si con ello recupero a Alex. Por ti no haría
menos. Sois mi razón de vivir. Y que sepas que me costará acostumbrarme a
que hagas tu vida pero sé que es normal y si no hubieras roto con Dan, ya
hace mucho que estarías viviendo con él y... Qué curioso...
—¿El qué mamá? —preguntó extrañada.
—Que tú ex novio y tú nuevo jefe se llamen igual. Qué casualidad
¿verdad? —preguntó risueña.
—No veo porqué —contestó a la defensiva —hay muchos hombres que
se llaman igual y no por ello creo que es casualidad.
—Por supuesto cielo, sólo me ha venido de golpe la idea... No me hagas
mucho caso —sonrío restándole importancia.
—No pasa nada. Bueno pues me voy. Nos vemos en casa si te parece.
¿Quieres que te acerque? —se ofreció.
—Gracias cielo, pero he quedado con tía Sara. Después nos vemos —un
poco más y se le escapa que con quien había quedado era con su otra hija.
¡Dios, no tenía madera para urdir planes!

Poco después, Ana entraba por la puerta de la tienda de su amiga, más


nerviosa de lo que le gustaría reconocer.
—¡Hola Ana! No sabía que ibas a venir. Clara también está aquí, ha ido
un momento a la trastienda a dejar el bolso y la chaqueta —dijo Sara
encantada.
—Hola nena. Le dije a Clara que pensaba pasarme por aquí a mirar las
telas para las cortinas... Imagino que pensó en pasar para ayudarme a elegir
—¿Habían acordado que se encontrarían por casualidad o que habían
quedado? ¡Maldita sea, no se acordaba!
—No me habías dicho nada —dijo Sara con expresión pensativa.
—¿No? Pensaba que sí. En todo caso si te parece bien les echamos un
vistazo y...
—¡Hola mamá! —dijo Clara demasiado efusivamente —como me
dijiste que vendrías a mirar las telas pensé en pasar y ayudarte a elegir —
sonreía como una tonta. Su hija se lo estaba pasando en grande.
—Ya. Bien, pues... Esto... Sara enséñame los modelos nuevos que me
comentaste.
Sara la miró un tanto extrañada pero no dijo nada. Se encaminó a un
mueble con diferentes muestrarios de tejidos.
—Mira —dijo cogiendo un par de catálogos y llevándolos a la mesa que
tenía para tal fin —ve mirando y me dices cual se acerca más a la idea que
tienes y a partir de ahí empezamos.
—Tía Sara, si quieres quédate con mi madre y la aconsejas y yo voy
recogiendo el mostrador, hace tiempo que no lo hago pero recuerdo más o
menos donde van las cosas —ofreció Clara solicita.
—Bueno cielo... No es necesario —dijo Sara dudosa —puedo hacerlo
más tarde y sino Raquel mañana a primera hora cuando llegue.
—¡No me cuesta, en serio! —dijo Clara con una gran sonrisa —a no ser
que no quieras... —dejó a conciencia la frase sin acabar cambiando la
radiante sonrisa por un gesto de incomodidad evidente. Ana empezaba a
darse cuenta de que Clara tenía una vena manipuladora innata.
—¡No cielo! Claro que no me importa que me ayudes. ¡Al contrario!
Sabes que me encanta que vengas a echarme una mano de vez en cuando —
Sara picó —si quieres ir recogiendo pues hazlo, los muestrarios que tienes a
tu derecha son nuevos, aún no les he buscado un sitio. Si quieres déjalos en la
trastienda y mañana los reviso.
Clara asintió encantada. Le guiñó un ojo de forma exagerada a su madre,
en cuanto Sara se dio la vuelta.
Su hija no tenía remedio. Pensó Ana. No la había pillado Sara de
milagro.
—Bueno...al parecer me puedo quedar contigo mirando los tejidos —le
dijo sonriente.
—Pues no sabes como me alegro. La verdad es que no lo tengo muy
claro... Casi que me pongo en tus manos —dio la vuelta a la mesa como sin
querer dándole la espalda al mostrador donde se encontraba su hija, Sara por
su parte se vio obligada a imitarla para mirar juntas el catálogo.
—¿Sabes ya de que color vas a pintar las paredes del salón? —preguntó
Sara.
—Bueno... —No había pensado una maldita cosa —tengo varias ideas...
Pero quería escuchar las tuyas.
Sara la miró sonriendo halagada.
—Creo que Este seria genial —dijo señalando una tela con unos rombos
finos dorados que se cruzaban entre sí.
—No sé... Esos rombos parecen diseños de los años sesenta —dijo Ana
arrugando la nariz.
Sara la miró ofendida.
—¡Estos rombos como tú dices es la última moda! Tiene un aire vintage
que le vendrá muy bien al estilo provenzal —dijo molesta.
—Si tú lo dices... Enséñame otro que creas que le sentará bien —podía
ser el último grito en moda de casa pero eran horrorosos con avaricia.
Sara le enseñó otros modelos, mientras Ana los observaba todos con aire
ausente. —Tía Sara, me parece que ya lo he recogido todo —dijo Clara,
bastante rato después. Ana no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.
—Gracias cielo. ¿Quieres venir a darnos tú opinión? Al parecer tú
madre y yo no terminamos de ponernos de acuerdo– dijo con tono frustrado.
—No, paso yo... —Ana miró a su hija con toda intención —esto... Claro,
si... Por supuesto.
Clara sonrió asintiendo y se acercó a mirar las telas.
—¡Esta es bonita! —dijo señalando una al azar.
—¡Te lo dije! —dijo Sara con aire satisfecho. Mientras, Clara levantaba
los pulgares en señal de victoria, cuando Sara no miraba.
—Bien, pues no se hable más. Sara cielo, me inclino ante tu
conocimiento superior del tema. Haz lo que tú veas.
Sara aplaudió encantada.
—¡Genial! Pues si te parece bien, guardaré también un poco de la misma
tela para hacer algún cojín, así los mezclaremos con los otros y quedarán de
película.
—¿Qué otros? —Ana se había perdido.
—Pues cuando compres el sofá tendrás que poner cojines y estos
quedarán genial mezclados... —Sara soltó un suspiro —no te preocupes Ana,
yo me encargo,
—Sí, creo que será lo mejor —dijo aliviada —bueno, nos hemos
entretenido más de la cuenta —dijo mirando el reloj —ya es casi la hora de
cerrar. Por cierto... Júlia viene a cenar —tanto Sara como Clara empezaron a
dar saltos y a aplaudir emocionadas.
—¡Mamá no me habías dicho nada!
—Ni a mí tampoco. Menos mal que soy tú mejor amiga y todo eso... Si
no me enteraría de las cosas importantes por los periódicos —acotó Sara
exagerando.
—Tenéis razón. Sencillamente no lo sabía hasta hace un rato. He pasado
a verla y hemos estado hablando. No está todo arreglado pero es un principio.
También vuelve a casa... —los gritos de alegría la interrumpieron. Ana sonrió
—¡Oh, nena! Es fantástico. ¿Como no me lo has dicho en cuanto has
entrado por la puerta? —le reprochó Sara haciendo un mohín.
—Bueno... —Clara la miró con una sonrisa ladina, sabía que no podía
decirle que se había ceñido al plan que tenían —esto... Pensaba daros una
sorpresa.
Sara estaba tan contenta que no se percató de que sonaba un poco
forzada la explicación. Clara por su parte la miraba risueña.
—En fin, da igual. Lo importante es que se solucionen los conflictos y
estar todas unidas.
—Cierto. Bien, pues si os parece me voy y ahora nos vemos en casa.
Clara vamos y te acerco. ¿Te parece? —le preguntó a su hija.
—Me parece —contestó —tía Sara, ha sido un placer ayudarte otra vez
en la tienda. Cuando quieras un ayudante... Ya sabes... —Sara sonreía
encantada.
—Sabes que si hubieras querido te hubiese contratado a ti en vez de a
Raquel, estoy encantada con ella, todo sea dicho pero me hubiera gustado
mucho tenerte a ti por aquí.
Clara lo sabía, cuando su tía se lo ofreció hacía unos años, lo rechazó
porque estaba en ese momento de su vida que quería demostrar que podía
valerse por sí misma. Ahora que era más madura y más sabia, reconocía que
le encantaría trabajar con su tía. No podía culpar a nadie salvo a su propia
estupidez de adolescente.
—Gracias tía, lo tendré en cuenta.
Salieron de la tienda entre risas y abrazos. Tan pronto doblaron la
esquina Ana le preguntó a su hija:
—¿Como has tardado tanto?
—¿Qué como... ¡Otra vez vas tú a ver si te das más prisa! —soltó Clara
bufando.
—Tu tía me estaba volviendo loca con tantas telas y tejidos. ¡Me ha
explicado hasta como se hacen! —dijo aliviada de haberse quitado de encima
el tema de las puñeteras cortinas.
Clara se rió en sordina.
—Al final. ¿Cuál has escogido? — preguntó curiosa.
—¡No tengo la más mínima idea! —dijo en un exabrupto —estaba más
pendiente de los ruidos que estabas haciendo en la trastienda qué de lo que
me estaba explicando Sara.
Clara sonrió ante la evidente confusión de su madre.
—Bueno... No te preocupes, tía Sara tiene un gusto exquisito —dijo en
un intento por calmar a su madre.
—No dirías eso si hubieras visto las telas que me ha enseñado —dijo
frunciendo el ceño.
—¡No seas mala! Sabes de sobra que tengo razón —dijo defendiendo a
su tía.
—En fin... Esperemos que tengas razón porque le he dado carta blanca y
estoy un poco intranquila al respecto. Bueno. ¿Has podido hacerle la foto a la
tarjeta de visita de Cesar?
Clara asintió con aire satisfecho.
—Si. El señor César Montalvo tendrá el gusto de conocerte en breve —
vaticinó sonriendo.
Llegaron al aparcamiento casi sin darse cuenta.
—¿Te quedas a cenar o te acerco a tú casa? —le preguntó a su hija
mientras arrancaba el coche.
—Creo que me quedo a cenar. Tengo ganas de ver mi hermana y en caso
de que la líes puedo mediar entre las dos —dijo sólo por ver la cara de
fastidio de su madre.
—No voy a liar nada —murmuró Ana un poco picada.
—Si tú lo dices... ¿Le vas a explicar a mi hermana que eres vidente? —
preguntó con tono inocente.
Ana miró a si hija con ganas de estrangularla.
—¡No soy vidente! —dijo masticando las palabras, mientras Clara,
sonreía impenitente.
Llegaron a casa hablando de esto y aquello. Por acuerdo tácito no
tocaron más el tema.
Un rato más tarde…

—¡Mamá, ha llegado tía Sara! ¿Hay que llamar a un equipo de rescate?


—preguntó a gritos Clara desde la planta de abajo.
Su hija no tenía remedio. Pensó Ana resignada. Estaba sentada a los pies
de la cama con una cajita de madera antigua que contenía un anillo muy
especial.
Se lo había dado su abuela hacía muchos años. Fue la última vez que la
vio con vida. Su abuela fue una mujer increíble. La relación de su abuela con
su madre tampoco fue miel sobre hojuelas, para nada, hubo épocas que no se
hablaban y no tenían relación alguna. Cuando las visitaba, eran estancias de
pocos días, terminaban discutiendo y su abuela marchaba entre agrias
acusaciones. Recordaba con especial precisión, una vez que escuchó cerrarse
la puerta con un estruendoso golpe, se asomó a las escaleras y desde la
barandilla vio a su madre arremeter contra los muebles rompiendo una mesita
que tenían en la entrada junto con la lámpara que reposaba encima. Algún
ruido tuvo que hacer, porque su madre se giró hacia ella con la cara
desfigurada por la ira y señalándola con el dedo le gritó que todo era por su
culpa, que ojalá hubiera muerto al nacer... Ella salió corriendo como alma que
lleva el diablo y se escondió en el armario de su habitación. Por aquel
entonces tendría unos nueve años. No tenía ni idea de lo que había hecho
pero tenía que ser algo espantoso.
Con los años entendió que no necesitaba hacer nada, sólo respirar, su
madre jamás le perdonó ser diferente. Aprendió a esconder sus emociones,
aprendió a fingir que era normal pero... Sobre todo aprendió a reprimirse
hasta tal punto que en ocasiones tenía la absurda sensación de ser otra
persona. Se cerró en banda a todo lo que no fuese normal.
Cuando tenía alguna de sus visiones o sentía algo, luchaba con todas sus
fuerzas para expulsarlo. Hubo una época en su juventud, en que llegó a creer
que se había curado. Durante un tiempo relativamente largo no sintió ni vio
nada, estaba tan feliz de ser normal, que buscó a su madre para decírselo... Se
rió en su cara. Le dijo que los monstruos como ella eran monstruos toda su
vida...apenas tenía dieciséis años...
Lloró hasta que se quedó sin lágrimas, se sentía sola, tenía miedo pero
por encima de todo, fue la primera vez que fue consciente de que la
maldición que arrastraba tenía que ser el secreto mejor guardado, si su propia
madre no la aceptaba, nadie lo haría.
A partir de ese día encerró esa parte de sí misma e intentó olvidarse de
que existía... En ocasiones eso era más fuerte que ella y emergía...odiaba
cuando le pasaba...

En una ocasión que su abuela vino de visita, la buscó y hablo con ella.
Por aquel entonces, ella ya no vivía con su madre, había tenido la genial idea
de irse con el chico malo de la película, el rebelde sin causa, su primer
marido. En aquella época, cualquier cosa le parecía mejor que vivir con su
progenitora. Su abuela se presentó en el apartamento que compartía con su ex
marido y le dijo que tenía que hablar con ella. Fue la conversación más
extraña de toda su vida.
Los recuerdos de aquel día, aún la perseguían.
SEGUNDA PARTE:

Capítulo V:

Veintiocho años antes...

—Hola mi niña —dijo Lucia Urquijo, de pie en el rellano del


apartamento.
—¡Abuela! Pasa —dijo echándose a un lado.
—No nenita, prefiero que vayamos a dar un paseo.
—Si... Claro —Ana cogió las llaves y siguió a su abuela.
Andaban despacio sin hablar, su abuela parecía sumida en tristes
pensamientos. Ella por su parte, estaba un poco nerviosa.
Llegaron al parque que había cerca de su apartamento. Su abuela se
sentó en un banco un poco alejado del sendero principal.
—Querida niña, estas enorme —dijo mirando con toda intención su
abultado abdomen.
—Bueno, es lo que pasa cuando estás embaraza —dijo haciendo una
mueca.
La miró con fijeza, con aquellos ojos que habían visto tanto.
—Lamento que estés pasando por todo esto Anita —dijo con pesar.
—Abuela, estoy bien y Toni no es tan malo, en serio —su intento por
tranquilizarla, consiguió el efecto contrario.
—Sé que no lo entiendes, pero es culpa mía todo cuanto te ha pasado
y…lo que está por venir.
Ana observó a su abuela ladeando la cabeza, habitualmente de por sí, era
críptica pero aquel día se llevaba la palma.
—Abuela, no sé qué te habrá contado mi madre, pero no es culpa tuya,
en serio. Quiero a Toni, estoy embarazada y tenemos muchos planes de
futuro.
—Ya lo sé mi niña, sé que tú lo crees así, pero imagino que todo tiene
un porqué, incluso mi ceguera ante la demencia enfermiza de tu madre.
—Ya sé que soy muy joven, pero tú misma tuviste a mi madre con mi
edad —dijo pensando que era eso lo que tenía a su abuela preocupada, sólo
tenía dieciocho años. Apenas una cría.
Su abuela acarició su mano con cariño.
—No hija, no es por eso. Los designios del destino son indescifrables
para la mente humana. El tuyo como el de todos, está escrito en las arenas del
tiempo. Poco a poco se te irá revelando.
Ana estaba fascinada. Era incapaz de seguir el hilo de aquella
conversación.
—Abuela... quiero que sepas que me estás asustando.
Su abuela se rió bajito palmeándole el brazo.
—Lo siento hija. Perdóname. Pero ahora que me acerco al final de mi
vida, poseo una claridad mental incongruente en una anciana —dijo con
cierto sarcasmo.
—Tú no eres una anciana abuela.
—Anita... Tengo que contarte una historia, pero no tengo muy claro por
dónde empezar...
—Abuela, me puedes contar lo que quieras, y sí yo puedo hacer algo...
Su abuela sonrió con cariño.
—Eres una dulce niña —le dijo afectuosa —pero no es algo que tengas
que hacer. Se trata más bien de algo que tengo que hacer yo...
La estaba asustándola en serio.
Su abuela le apretó la mano en un gesto de cariño que la reconfortó.
—Sé que tienes un Don especial y sé que intentas ocultarlo. ¡No intentes
negarlo nenita! —exclamó levantando la mano, cuando ella abrió la boca para
rebatirlo.
—¡Abuela...!
—Anita, venimos de un linaje muy especial. Las primogénitas de
nuestra familia nacen con el don de la videncia... No todas las que nacen lo
tienen... tu madre es mi primogénita pero no es vidente, sabemos que en
ocasiones se salta alguna generación, aunque desconocemos el motivo.
Nuestra historia se remonta a cientos de años —suspiró y guardó silencio por
unos instantes, estaba claro que estaba pensado como seguir —tu madre
siempre fue una persona frágil, aunque te cueste de creer. Saber que ella por
derecho de primogenitura, tendría que haber nacido con el don y que sin
embargo en su caso, el destino se la saltó, es algo que jamás encajó. Le
explicamos que habían más mujeres que como ella no eran videntes pero que
habían dado a luz a las más poderosas en la historia de la familia —el
corazón de Anita dio un vuelco ante esas palabras —al parecer eso no la
consolaba. Lo cierto es que durante años he intentado que aceptase su
destino, que se sintiera orgullosa de su linaje y que os enseñara tanto a tu
hermano como a ti, la historia familiar. También me equivoque en eso. Me
dijo que no interfiriera en vuestra educación y yo acepté. No imaginé que os
ocultaría el derecho a saber, Pero deformar la verdad haciéndote creer que
eres un monstruo...
—Abuela... por favor, no quiero hablar de esto —rogó angustiada.
—¡Es imperativo que lo hagamos Anita! —dijo su abuela con firmeza
—llevas toda tu vida creyéndote algo que no eres. ¡No lo eres!... Eres como
yo.
Su cara de sorpresa, lo decía todo. Su abuela era la persona más dulce y
más maravillosa del mundo. ¡Ella no podía ser un monstruo!
—¡Abuela tú no eres un monstruo!
—Ni tú tampoco Anita —dijo su abuela mortalmente seria —ni tú
tampoco cielo... El único monstruo es tu madre —la pena y el pesar goteaban
en cada palabra —poseer el Don de la videncia es un regalo que los Dioses
hicieron a las mujeres de nuestra familia. La historia de cada uno está escrita
desde el principio de los tiempos, pero nos concedieron el libre albedrío,
siempre que estamos en una encrucijada decidimos, cada una de esas
decisiones nos lleva por diferentes caminos a diferentes realidades. Nosotras
tenemos la capacidad de ver hacia dónde conducen esos caminos... eso nos
convierte en seres poderosos con capacidad de cambiar el futuro, por eso
educamos a las niñas que nacen, explicándoles la historia de nuestra familia y
los preceptos por los que nos regimos. Tu madre no sólo te ha negado tu
derecho de nacimiento. Te ha mentido. Y te ha utilizádo en su venganza
personal contra su destino. Yo hubiera intercambiado mi lugar con ella
gustosamente para verla feliz... —lágrimas silenciosas surcaban el arrugado
rostro de su abuela —he aceptado que no puedo salvarla pero tengo el firme
propósito de salvarte a ti —dijo con contundencia mirándola a los ojos —
Anita, cuando estés preparada, busca a tu tía. Ella no es como nosotras pero
guarda todos los conocimientos que necesitarás. Te ayudará a entender quién
eres... sé que durante mucho tiempo huirás de ti misma. Es culpa mía, tendría
que haber sabido que tu madre se estaba perdiendo en un abismo negro que
consumiría incluso su alma pero... Mi amor por ella me cegó. Si te sirve,
piensa en este Don, como si de un sexto sentido se tratara, hay muchas
personas diferentes en este mundo, acéptalo querida, si lo haces te ayudará a
tomar las decisiones correctas y ayudarás a otros seres cuando pierdan la
capacidad de ver por sí solas el camino correcto. Es tu destino.
Asintió sin emitir ni un sonido. ¡No sabía que decir! Era la conversación
más extraña que había tenido jamás.
Su abuela sacó una cajita del bolso y se la puso en las manos
cerrándoselas con las suyas propias. Sintió algo dentro de sí que la
sobrecogió.
—Abre la caja Anita —ordenó su abuela.
Al abrir la caja, encontró sobre un fondo de terciopelo negro un anillo
espectacular. De oro macizo, sostenía en el centro, una enorme piedra verde
pálido con pequeñísimas vetas más oscuras. El diseño era sobrio pero de una
elegancia exquisita.
Se notaba que era una pieza antiquísima, lo sostuvo en sus manos con
gesto reverente, pesaba más de lo que esperaba. Sintió un ramalazo dentro de
sí que la sobrecogió.
—Hay una inscripción en su interior —dijo su abuela con voz gutural.
¡Eran jeroglíficos!
—¿Qué significa abuela? —preguntó conmocionada.
Su abuela la observó unos instantes valorando su reacción.
—“De sal y arena en la fragua del tiempo, se forja el amor eterno”
—No entiendo.
—Este anillo ha pasado de generación en generación, de madres a hijas,
siempre la hija mayor se lo cedía a su vez a su hija mayor y así ha sucedido
desde hace cientos de años. Este anillo es una reliquia... Y contiene un gran
secreto. Es el principio de la historia de nuestra familia.
Recordó cómo se había quedado sin palabras.
—¿Entonces no tendrías que habérselo dado a mi madre? —preguntó
extrañada.
Su abuela asintió.
—Efectivamente, pero llegado el momento, supe que no era una
Guardiana. Te lo entrego a ti y espero que tú hagas lo mismo con tu hija.
—Pero... ¿Es porque tengo un sexto sentido?
—No nenita, es por qué es tu derecho de nacimiento, así está escrito en
el libro de la familia. Tu madre no ha sido merecedora de ese honor. Rara vez
nacen dos hijas de cada una de nosotras. No sé el motivo, pero es así, cuando
esto sucede, la hija mayor es la poseedora del anillo mientras que la hija
menor es la Guardiana del libro. Mi hermana tiene en su poder el libro pero
sólo en custodia. Cuando nazca tu segunda hija y esté preparada se lo pasará
a ella. Siempre el libro y el anillo permanecen en la misma rama. En el caso
de que nazca sólo una mujer, ella será la encargada de preservar ambas
reliquias para la siguiente generación.
—Abuela, todo esto... me suena a película de ciencia ficción. ¡Es
increíble! No sé si estoy preparada para... No creo que pueda.
—No estás preparada porque ciertamente nadie te ha preparado para
aceptar el legado de nuestra familia. Necesitas tiempo para asimilar y lo
entiendo. ¡No me devuelvas él anillo! —dijo cuando ella hizo el amago de
dárselo.
—¡Pero es que no lo quiero abuela! No entiendo todo lo que me estás
contando y no sé si quiero entenderlo. ¡Todo esto es más de lo que quiero en
mi vida! Quiero una vida normal, sin sentidos súper desarrollados ni dones
ni nada de nada. ¡Quiero ser normal! No quiero saber que hay un libro donde
cuenta... Lo que sea que cuente, ni quiero un anillo con inscripciones que no
entiendo, ni nada... quiero ser feliz, tengo una relación estable y pensamos
casarnos y crear una familia y... no quiero nada más abuela, por favor.
¡Entiéndeme!...
Se pasó la mano por el pelo en un gesto que delataba la ansiedad y el
desasosiego que la embargaba.
Su abuela la miró profundamente. Sopesando qué decirle. Suspiró con
cansancio pero su resolución era firme.
—No nos volveremos a ver.
El corazón le dejó de latir por unos instantes.
—¿Por qué dices eso abuela? ¿Por qué no quiero este dichoso anillo? —
no quería perder a su abuela. Ya era malo tener la relación que tenía con su
madre, si era por el maldito anillo se lo quedaría. Le sonaba a película de
serie B pero aún así haría lo que fuera por su abuela.
—No Anita, no es por el anillo…
—¡Abuela, no es culpa tuya que mi madre sea así! —dijo
interrumpiéndola.
Su abuela le sonrió con infinita pena.
—Tal vez no nenita, pero sí soy culpable de no querer ver lo que estaba
pasando delante de mis ojos. Ya no importan los motivos ni los porqués...
Tienes que prometerme que jamás le dirás a tu madre que tienes el anillo.
—Te lo prometo abuela —lo que fuera con tal de no perderla.
—Bien. Sé que todo lo que te he explicado en estos momentos te
supera... Pero un día, entenderás que ha llegado el día. Cuando esto suceda,
quiero que busques a tú tía. Ella te explicará la historia del anillo, junto con el
libro, ahora no es relevante.
—Abuela, puedes explicármelo tú cuando vengas a verme —dijo en un
intento por camelarla. Empezaba a sonarle efectivamente como si de una
despedida se tratara.
—No querida, no seré yo la que te guíe muy a mi pesar. Mi tiempo en
esta tierra está por concluirse. Me lo dicen mis viejos huesos —dijo
acariciándole un mechón de pelo que descansaba sobre su seno —Anita...
Tienes ante ti tiempos muy duros. Habrá ocasiones que sientas que no puedes
más...No desesperes, eres alguien muy especial. Cuida a tus futuros hijos de
tú madre. Protégelos. Conocerás a una mujer que habrá vivido un infierno, se
convertirá en una hermana para ti. Esa mujer tardará mucho tiempo en
curarse, le ayudarás y crearás un vínculo especial con ella. Tomarás
decisiones que no te serán fáciles pero cuando lo hagas, aceptarás quién eres,
cuando esto suceda, busca a tu tía.
Sintió escalofríos ante las predicciones de su abuela, ella jamás había
tenido visiones tan claras. ¡Dios mío! Aún era muy joven para escuchar todas
esas cosas. ¡Ni siquiera tenía hijos! Estaba embarazada, pero su abuela
hablaba de hijos. ¡No estaba preparada!
—No puedo decirte más, no, si no quiero asustarte.
¿Qué no quería asustarla? ¡Estaba a punto de entrar en la mayor crisis de
toda su vida!
—Abuela... no puedo... respirar... —su abuela la miró con gesto serio.
Le cogió el rostro entre sus huesudas manos.
—¡Mírame! —ordenó —tranquila, respira. Déjate llevar... no tengas
miedo...
Sintió como si algo suave y caliente reptara por su piel abriéndose
camino dentro de ella. Era indescriptible la sensación de bienestar que la
inundó. Una fusión de almas.
No sabía de dónde había surgido ese pensamiento. Pero supo que era así.
Abrió los ojos. Su abuela la estaba mirando con un brillo especial en la
mirada. Un rictus de cansancio cincelaba su fina boca.
—¿Cómo lo has hecho? —estaba alucinada.
—Con amor Anita, con mucho amor. No tengas miedo del Don que
posees, es un Don nacido del amor. Ya lo entenderás en su día. Me tengo que
ir querida, el tren pasara ya mismo y tengo un largo viaje hasta mi casa —
dijo mirando el reloj. Le pareció extraño, un gesto tan prosaico tan mundano
como mirar el reloj cuando la conversación más transcendental de su vida
estaba sucediendo en esos momentos —se que tienes mucho en qué pensar,
cuando tengas preguntas que te surgirán, llámame. Acuérdate de guardar el
anillo y de protegerlo.
Asintió mirando a su abuela bajo otra luz.
—Abuela... Yo no veo cosas como al parecer ves tú —tenía que
decírselo, se sentía como una estafadora. Al igual tampoco tenía derecho al
anillo.
Su abuela se levantó del banco estirándose la falda e instándola a que la
siguiera.
—Acompáñame a la estación querida —dijo suavemente tomándole del
brazo —sé que ves cosas como tú dices, pero no son más que espejismos sin
acierto ni concierto, cuando esto ocurre te asustas y cierras tu mente para que
desaparezcan. ¿Voy bien? —preguntó con fino sarcasmo. Ella asintió.
Siguieron andando a paso lento –Cuando eras pequeña y no dabas señales de
ser especial, ella fue feliz, te amaba y te cuidaba con tesón. Recuerdo una
tarde que estábamos tomando café en el patio traserode la granja, tú jugabas
con tu hermano mientras nosotras charlábamos tranquilamente. Te acercaste
y preguntaste donde estaba la señora... ¿Cómo se llamaba la vecina de tu
madre? —preguntó.
—Señora Belinda —murmuró.
—Señora Belinda, es verdad. El caso es que preguntaste dónde estaba,
porque te había traído tu tarta de queso preferida y querías un trozo. Tu
madre y yo nos miramos perplejas. La señora Belinda no había venido y por
supuesto no había ninguna tarta de queso. Tu madre te regañó —se sonrió
recordando otros tiempos —tú te fuiste muy indignada...a los pocos minutos
llegó la señora Belinda con una olorosa tarta de queso recién hecha. Jamás
olvidaré la cara de tu madre cuando la vio aparecer. Ella sabía lo que eso
significaba. Te acercaste con esa naricilla tuya respingona alardeando de que
siempre decías la verdad. No eras lo suficientemente mayor para diferenciar
lo que veías con los ojos de la mente, de la realidad. A partir de ese día ella
cambió. Me hizo prometer que no interferiría, tenía derecho a educar a su
propia hija como considerase. A cambio me prometió que te explicaría todo a
su debido momento. Yo acepté. Pocas promesas han hecho tanto daño. Anita,
eres una mujer especial con un maravilloso Don, que desciende de uno de los
linajes más antiguos de la historia, con un destino grandioso.
—Abuela yo no soy…no quiero ser —murmuró angustiada.
Su abuela sonrió con tristeza, emprendiendo nuevamente el camino,
estaban cerca de la estación, ya se veía al final de la calle.
—Cuando aceptes quién eres, poco a poco veras con la misma nitidez
que veo yo. Sólo acuérdate de la señora Belinda, fuiste capaz de ver siendo
una niña pequeña. Entonces no entendías pero ahora sí. Volverá a pasarte
Anita, con la naturalidad que lees un libro o ves una película. Cuando estés
preparada, el libro te mostrará todo lo que necesites.

Llegaron a la estación. Era una tarde cálida de verano. Corría una brisa
fresca. Los árboles de la avenida por la que habían ido paseando tapaban con
sus copas los brillantes y cálidos rayos de sol dejando el paseo sombreado y
con una temperatura agradable
—¡Dame un beso Anita! —ordenó con su habitual tono —Recuerda que
esté donde esté te querré con toda mi alma y te protegeré todo lo que pueda.
No tengas miedo. Prométeme que harás lo que te he dicho.
—Te lo prometo abuela —dijo como una buena niña —no me has dicho
porqué la inscripción dice eso y qué tiene que ver conmigo.
Su abuela sonrió.
—No, no te lo he dicho. A su debido momento lo sabrás —dijo
abrazándola con cariño, reteniéndola contra sí —cuando aceptes quien eres y
lo que eres, sabrás qué tienes qué hacer. Será entonces cuando se desvele tu
destino y el de tu familia, hasta entonces, sólo recuerda mis palabras y ten
presente que te quiero con toda mi alma —su abuela la abrazó contra sí —
vete Anita.
—Adiós abuela. Te quiero —se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Adiós mi niña... yo también te quiero. Ahora vete.
Se fue con un nudo en la garganta. Se giró a mirarla. Su abuela seguía
allí, estática. Levantó el brazo despidiéndose en la distancia. Fue la última
vez que la vio. Casi treinta años después, la echaba de menos como el primer
día.
Pestañeó volviendo al presente. Hacía mucho tiempo de aquello. De
alguna manera siempre que pensaba en su abuela la embargaba una miríada
de emociones contradictorias, por una parte el amor por ella era indudable
pero por otra, sentía que de alguna manera le había fallado. Era consciente de
que nunca aceptó su sexto sentido y que seguía asustándose cuando veía
cosas. Se había cerrado en banda y como si de un ente vivo se tratara, eso
buscó otras vías de comunicación. Los sueños. Alguna vez se había
despertado sudorosa y con palpitaciones pero con los años había aprendido a
controlar sus reacciones al respecto. Su abuela la miraría con desaprobación
manifiesta, seguro. Bueno...algunas cosas iban a empezar a cambiar. De
alguna manera sabía que ese día que profetizó su abuela, había llegado.
Suspiró.
—Abuela, creo que empiezo a ver... en más de un sentido —dijo en voz
alta.
Inspiró profundamente, dándose ánimos. Cuando abriera la caja que
llevaba entre las manos, en más de un sentido sería como abrir la caja de
Pandora.
—¡Por fin! —exclamó Clara cuando la vió bajar las escaleras.
—¿Aún no ha llegado tú hermana? —preguntó mirando a su alrededor.
—No. Le he mandado un mensaje y me ha dicho que está en camino.
Tía Sara está en la cocina.
—¡Hola querida! —dijo Sara con dulzura —ya me ha dicho Clara que
habéis pedido pizza para cenar.
—Hola Sara. Sí, he pensado que así no nos liábamos preparando algo
para comer.
—Me parece bien.
En ese momento, se abrió la puerta principal.
—¡Júlia querida, qué alegría cielo! —dijo Sara abrazándola
efusivamente.
—Hola hermanita, yo también me alegro de verte —dijo Clara
abrazando también a su hermana.
—¡Hola a todas! Sólo hace una semana que me he ido, no un año —dijo
Júlia riendo, evidentemente conmovida por la calurosa acogida.
—¡Nos ha parecido mil años! —dijo Sara, exagerada como siempre.
Todas rieron como tontas. Júlia miró a su madre.
—Hola cielo, bienvenida a tu casa —dijo Ana acercándose y dándole un
abrazo con todo su corazón.
—Lo sé mamá.
—Es maravilloso volver a estar todas juntas —dijo Sara con un suspiro.

Un rato después, estaban todas cenando y charlando animadamente.

—Clara, en la nevera hay cerveza “con alcohol “para tu tía. También


hay refrescos.
—Por fin me has comprado cerveza decente. ¡No me lo puedo creer! —
dijo Sara llevándose la mano al corazón fingiendo que la emoción la
embargaba.
—Sigue así y te va a comprar la cerveza tu tía —dijo haciendo una
mueca burlona.
Así entre bromas siguieron durante toda la cena. Cuando Sara empezó a
servir los cafés, Ana decidió que era el mejor momento para sacar el tema.
—Bien, ahora que ya estamos todas más tranquilas, creo que es un buen
momento para explicar algo que espero, tenga sentido sobre todo para ti Júlia
—dijo sería.
—¿Porqué para mí y para ellas no? —preguntó mirando confusa a su
madre.
—Digamos que tú tía ya lo sabe... más o menos y tu hermana también...
—¿Vas a decirle que eres vidente? —preguntó Clara con inocencia.
Se hizo un silencio en la cocina. Les había tomado aquella pregunta
aparentemente inocente, por sospresa. Ana por su parte estaba haciendo un
ejercicio de contención para no saltar por encima de la mesa y estrangular a
su hija.
—¡Oh Dios! —dijo Sara con aire funesto.
—¿Vidente? —preguntó Júlia totalmente descolocada —¿De qué está
hablando Clara? —añadió confundida.
Ana cerró los ojos por un segundo. El impulso de matar a su hija
pequeña, no había remitido.
—Bueno...al parecer mamá tiene un “sexto sentido” —dijo Clara
haciendo el gesto de las comillas con los dedos —y puede ver cosas y tiene
sueños premonitorios. Como las médium que salen en las pelis... ya sabes. Y
no ha querido decírnoslo hasta ahora para que no pensáramos que es rara. Yo
le he dicho que no se preocupe, que siempre hemos sabido que no era del
todo normal pero que la seguiremos queriendo —añadió en tono jocoso.
Júlia miró a su madre como si le hubiesen salido dos cabezas.
—Hay mucha gente que tiene sentidos especiales —dijo Sara intentando
ayudar —de hecho el otro día, en un programa de televisión salió una mujer
que podía leerle la mente a los animales.
Ana gimió en voz alta. Esto no estaba saliendo como esperaba. Júlia
seguía mirándola sin decir palabra.
—Cierto —dijo Clara con aire satisfecho —yo también lo vi. Igual que
ese programa americano que emiten en el canal dieciséis... ese como se
llame... El mentalista. ¡Es genial! Averigua cosas de la gente que es una
pasada y...
—¡No soy un espectáculo! —explotó —lamento profundamente no ser
una pasada hija —soltó ácidamente —lo mío viene a ser algo mucho más
normalito —ella preocupada por la reacción de sus hijas y al parecer no
estaba a la altura de las expectativas.
—Yo tengo psicometría —ahora sí que enmudecieron todas. Júlia había
soltado una bomba de proporciones cósmicas.
—¿Tú tienes qué? —preguntó Clara totalmente asombrada.
—Psicometría. Puedo saber cosas tocando un objeto —el mundo se
salió de su eje.
¡Madre del amor hermoso!
¿Pero qué había estado haciendo durante toda su vida? Su hija tenía un
Don como ella... y lo ocultó. Ana inspiró con fuerza. Su abuela se lo dijo.
Tenía que aceptar lo que era. El daño resultante podía ser peor.
Empezaba a ver como su cobardía, había afectado a su familia.
—¿Cuándo lo supiste? —preguntó Ana con un halito de voz.
—Bueno... Era pequeña. El abuelo me dio el bolígrafo que llevaba
siempre en el bolsillo de la camisa, estaba haciendo deberes y el mío se
quedó sin tinta. Cuando lo tomé entre las manos, un calor parecía irradiar del
mismo y me asustó. Lo miré pensando que se había roto o algo parecido pero
estaba igual. Lo volví a coger y volvió a pasarme lo mismo entonces vi al
abuelo firmando unos papeles en un despacho con otro hombre —se calló por
unos segundos. Nadie dijo nada. Parecía que todas entendía que necesitaba
buscar las palabras correctas —era un testamento. El otro hombre, imagino
que sería un abogado. Le devolví el bolígrafo y no dije nada.
Ana se sentía como el ser más miserable de la faz de la tierra. Su hija
tenía un Don especial, y lo había vivido en secreto porque ella…” no hay más
ciego que el que no quiere ver”. Las palabras de su abuela le golpearon con
fuerza.
—¿Por qué nunca dijiste nada? —preguntó dolida.
—Bueno, no tenía claro qué decir. O como te lo tomarías, en una
ocasión se lo comenté a papa...él me dijo que no le diera importancia, que si
no pensaba en ello se pasaría...
—¡Ni que fuera un resfriado! —dijo Clara —perdón. Quería a papá
como la que más. Pero había cosas que sencillamente se le escapaban. A papá
no le podías explicar “cosas inexplicables “. Recuerdo que a propósito de los
programas esos, hubo una época que me encantaban y no me perdía ni uno.
Cuando le comenté una vez un caso que me llamó poderosamente la atención,
me dijo que todo era un montaje y que a él esas cosas no le gustaban. Papá
era así. Era un hombre maravilloso pero lo que no podía tocar no existía.
Punto.
Era cierto, pensó Ana. Xavi había sido el amor de su vida pero jamás
terminó de aceptar algunas cosas. Cuando sentía algo sencillamente no se lo
decía. Sabía que le incomodaba, y como para ella también era un tema
susceptible, se instauró un acuerdo tácito y no hablaban sobre el tema. Era
infinitamente más fácil ignorarlo que aceptarlo.
—Querida yo te hubiera escuchado... —dijo Sara también preocupada.
—Bueno...Aprendí a sobre llevarlo. Cuando tocaba algo y sentía calor lo
dejaba corriendo para no ver nada —miró a su hermana con una sonrisa
ladeada —¿Por qué crees que en ocasiones aunque jurabas que no me habías
cogido una camiseta yo sabía que no era cierto? —la cara de Clara era un
poema.
—¡No me digas que siempre que te cogía algo lo sabías! —exclamó
perpleja.
Júlia se rió con franqueza, al ver la sorpresa pintada en el rostro de su
hermana.
—No siempre, pero las suficientes para no creerte jamás. Eras una
mentirosa de tomo y lomo.
Clara se echó a reír asombrada. Se notaba que estaba recordando
episodios de su adolescencia.
—No lo hubieras dicho jamás. ¿Cierto? —dijo Sara mirando a Ana con
toda intención. Sabía perfectamente la respuesta.
—He investigado en la medida de lo posible porqué ocurren estas cosas
pero la verdad no hay mucho —comentó Júlia con tono neutro.
—Bien. Pues creo que es hora de que en esta casa se empiece a hablar
de todo y cuando digo todo quiero decir exactamente eso —hizo una pausa y
las miró con toda intención —Antes quiero pediros perdón, sé que pensáis
que tengo mucho carácter y que soy una persona valiente, pero tengo mis
luces y mis sombras como todo el mundo. Mi madre me hizo sentir durante
toda mi infancia, algo así como un monstruo. Cuando tuvimos que salir una
noche huyendo de su casa al poco tiempo de separarme de vuestro padre
biológico, debo confesar que la vi haciendo una...atrocidad contigo —dijo
mirando a su hija mayor —aquella noche cogí un poco de ropa, lo
imprescindible y me fui a casa de tía Sara —se sonrió con melancolía
mirando a su amiga. Sara le devolvió la sonrisa, sabía lo que iba a contar —
de poco matamos a tu tía del susto que le dimos, cuando fue a abrir la puerta
a altas horas de la madrugada y nos vio allí. Tú por aquel entonces tenías tres
años y tus hermanos uno. No había teléfonos móviles como ahora, así que el
único aviso que recibió fue el sonido del telefonillo de la portería. Al día
siguiente fui a casa de mi madre a recoger vuestras cosas. No sabía qué
decirle. Años de reprensión habían pasado factura. Al final opté por contarle
una excusa absurda. Me dijo que no la tomara por imbécil, que sabía que esa
cosa que me tenía poseída me lo había revelado... por primera vez en mi vida
la mire bajo otro prisma, sin miedo a su reacción, Era madre de tres hijos
pero aún así seguía estando sometida a la voluntad de mi madre... le dije que
el único monstruo que existía lo tenía delante de mis ojos... —hizo una
mueca burlona —creo que fue la única vez en su vida que me miró con
respeto —dijo con pesar —a partir de entonces tuvimos una
relación...complicada. Me fui volviendo valiente gracias a vosotros. El oficio
de madre me hizo ser lo que jamás hubiera sido por mí misma —parpadeó
rápidamente para volver a enfocar la mirada. Vio que todas la observaban con
profunda concentración —a partir de ahora no volverán a ver secretos. Jamás.
Aprenderemos qué somos y porqué. Buscaré a mi tía y aceptaré mi
herencia…nuestra herencia. Os lo prometo.
—Vaya —dijo Clara. Estaba claro que no sabía qué decir —desde luego
eres única para contar historias.
Ana sacó la cajita que guardaba en el bolsillo y la puso encima de la
mesa. Justo en el centro. Seis pares de ojos se quedaron mirando la caja como
si fuera a salir de ella el genio de la lámpara.
—¿Qué es esto? ¿Historias para no dormir 2.0? —preguntó Clara con
evidente sarcasmo.
—Ahora os voy a contar lo que en su día me explicó mi abuela. Aún no
habíais nacido. Fue la última vez que la vi con vida. Después os enseñaré lo
que llevo guardando más de un cuarto de siglo.
Tenían puesta toda su atención en ella. Podría decirse que con “todos los
sentidos” pensó Ana con cierta ironía. Las miró largamente y procedió a
relatar la última vez que vio a su abuela.

—... Y este es el Anillo —dijo abriendo la caja. Todas lo miraban con


algo parecido a un miedo reverencial. Lo entendía perfectamente. Ella había
tenido más de veinticinco años para asimilarlo, ellas apenas unos minutos.
—¡Es precioso! —dijo Clara saliendo de su estupor. Normalmente
siempre era la primera en recuperarse —entonces, si lo he entendido bien, mi
tía con la que no tenemos relación desde hace no sé cuánto tiempo, tiene un
libro que yo tengo que custodiar para las generaciones venideras. Y este
anillo junto con el libro, es algo así como un legado que pasaremos a nuestras
hijas... en el caso de que tengamos hijas... ¡Es una pasada!
Estaba encantada con la historia. Ana no sabía porqué la sorprendía,
Clara tenía esa clase de personalidad, aceptaba cosas que para otros era casi
un cataclismo.
—Mamá... si toco el anillo hay una enorme probabilidad de que vea
cosas... —dijo Júlia en un susurro.
—Imagino que tienes razón. Pero no quiero que te sientas obligada a
hacer nada nena —no sería ella la que obligara a su hija después del calvario
que le había hecho pasar su propia madre.
—Querida, creo que por una noche tenemos suficientes emociones.
Podemos dejarlo para otro día... —dijo Sara evidentemente conmocionada.
—Bueno...yo no tengo poderes, a mí me ha tocado la parte aburrida de
proteger un libro. ¿Puedo...? —preguntó mirando a su madre. Esta asintió.
Clara tomó el anillo con reverencia. Encajaba como si hubiera estado
hecho para ella ex profeso. Todas miraban como temiendo que pasara algo.
Pero no ocurrió nada. Era un anillo precioso y antiguo. Nada más.
—Es una joya de incalculable valor Ana —dijo Sara un poco pálida.
—Imagino que tienes razón. Jamás lo he llevado a tasar. Como he dicho
lo guardé y nunca he dejado que lo viera nadie... Hasta ahora.
Júlia lo miraba hipnotizada. Clara por su parte admiraba el pesado anillo
girando la mano hacia un lado y hacia otro.
—Déjamelo Clara —dijo Júlia mortalmente seria.
—No hagas algo de lo que te puedas arrepentir nena —dijo Ana
intentando controlar su miedo.
—Ana cielo, deja que sea Júlia la que decida lo que quiere hacer. No le
transmitas tus miedos, querida. Dicho esto soy de la opinión que mejor
dejarlo para otro...
Clara le dio el anillo a su hermana. Júlia lo encerró entre sus dos manos.
Cerró los ojos y por unos momentos no respiraron. Ninguna.
Abrió los ojos de repente y soltó el anillo como si le quemara. Estaba
demudada. Se le habían dilatado las pupilas y respiraba un poco demasiado
rápido. Una fina película de sudor, cubría su labio superior. Fuera lo que
fuese que había visto, la había dejado evidentemente alterada.
—¿Qué? —preguntó Clara. Ana tenía miedo de preguntar y por la cara
que tenía Sara, tampoco se la veía con muchas ganas de saber.
—Ese anillo contiene la historia de nuestra familia. He sentido que me
miraba, él a mí. Ha sido...No sé. No encuentro palabras para describirlo...
—Pues vaya. Toda la vida con la nariz enterrada en un sinfín de libros y
cuando resulta que tienes algo importante que contar no tienes palabras.
Impresionante —dijo Clara con evidente frustración.
—No sé como va a sonar esto...pero, nuestros ancestros vivieron en el
antiguo Egipto.
—Sólo has tenido unos segundos el anillo y... ¿Resulta que has visto
todo eso? —preguntó escéptica Clara.
—He visto un ojo enorme...Muy cerca. Y cuando se ha ido alejando,
estaba encima de una...Pirámide. Yo estaba rodeada de gente...Jamás he visto
algo así... —añadió conmocionada.
—Creo que mejor será guardarlo. Intentaré ponerme en contacto con mi
tía haber si me puede decir algo —dijo Ana frunciendo el ceño. No tenía muy
claro como hacerlo.
—Egipto... Impresionante —balbuceó Sara —al parecer todos los
secretos tiene la misma cuna.
Clara soltó un bufido nada femenino.
—Con razón las pelis de momias y faraones tienen tanto éxito...
—¡Deja de decir tonterías, por favor Clara! —exclamó Ana un poco más
seca de lo que pretendía. Su hija la miró con gesto adusto.
—¡Ahora va a ser culpa mía! Bastante que no me he quedado catatónica
como mi hermana. Creo que estoy siendo muy coherente, has contado la
historia más fantástica que he oído en mucho tiempo y no me he desmayado
ni nada por el estilo.
—¡Tú no te desmayas aunque se te aparezca la Virgen! —soltó Ana con
frescura —es más fácil que provoques un desmayo a que lo padezcas —
añadió con un deje cínico.
Su hija le hizo una mueca pero no perdió el buen humor. Era curioso,
realmente lo había encajado mejor que nadie. Clara siempre tenía la
capacidad de sorprenderla.
—Mamá, me gustaría hablar más tranquila de todo esto. Creo que quiero
saber porqué somos así y conocer la historia familiar —dijo Júlia con su
aplomo habitual.
Clara por su parte volvió a coger el anillo y miró en su interior.
—Estoy pensando... Qué si nuestra familia procede del antiguo Egipto y
esto es un jeroglífico de verdad, tiene muchos números de que exista una
historia fascinante —preguntó pensativa —el significado es precioso.
—Supongo —dijo Ana intentando digirir la revelación que había hecho
su hija, respecto a la procedencia familiar —tengo que reconocer que no he
pensado mucho en estos años en el anillo, ni en su inscripción.
Hubo un silencio general. Todas estaban hipnotizadas, con los ojos
clavados en la singular joya.
—Los conocimientos que tengo sobre esa época de la historia, son
realmente escasos —dijo Júlia observando a su hermana, darle vueltas al
anillo.
—Pues muy mal por tu parte —acotó Clara —¿Me quieres decir que has
estado leyendo durante todos estos años sin parar?
—Pues un poco de todo —contestó Júlia a la defensiva —pero eso no
quiere decir que sea una erudita en historia antigua.
Estaba siendo una noche de muchas emociones y el ambiente empezaba
a calentarse.
—Creo que en primer lugar es necesario que nos tomemos todo esto con
calma —comentó Ana a modo de advertencia —y en segundo lugar, entiendo
que ninguna de nosotras tiene respuestas a todas las preguntas que nos
planteemos.
—Estoy de acuerdo con vuestra madre niñas —dijo Sara en tono
conciliador —creo que sería bueno que nos tomemos unos días para
reflexionar sobre... en fin. El tema este —no sabía como describirlo —y si os
parece bien, el fin de semana con más calma, volvemos a hablar sobre cómo
proceder.
—Como he dicho intentaré hablar con mi tía…y Júlia, no quiero que te
quede ninguna duda al respecto, puedes contar conmigo para lo que necesites,
no creo que te sirva para mucho porque no sé mucho...aún así te prometo que
llegaremos hasta el final —dijo Ana mirando a su hija con gesto serio —
quiero que sepáis que pase lo que pase, iremos juntas de la mano. No volveré
a fallaros —terminó diciendo con acritud.
Sus hijas la miraron con comprensión, se notaba que en mayor o menor
medida todas y cada una de ellas, estaban intentando asimilar las revelaciones
y repercusiones de todo lo acontecido esa noche.
—Esto, me ha impactado como creo que nada jamás lo ha hecho. Pero
podéis contar conmigo para todo lo que necesitéis —dijo Sara reflexionando.
—Bueno, yo también quiero conocer la historia de mi familia. Y
también quiero leer el libro de nuestros ancestros, con lo cual por la parte que
me toca, podéis contar conmigo para lo que haga falta —dijo Clara con
semblante serio —¡Seremos los cuatro mosqueteros! —no tenía remedio. La
miraron tres pares de ojos con diferentes grados de resignación. La sonrisa de
Clara era radiante —¿Qué? Es cierto. Todas para una y una para todas. ¡Es un
lema que nos queda como anillo al dedo! Como anillo al dedo... ¿Lo pilláis?
Empezaron tímidamente pero terminaron sonriendo ante las tonterías de
Clara. Tenía el don de hacerlas reír en cualquier momento.
—Bien, si os parece, lo dejamos por hoy, es tarde y mañana hay que
levantarse temprano para ir a trabajar —dijo Ana intentando poner punto y
final a la noche.
—Me parece bien —dijo Júlia —mamá me alegro de haber hablado de
todo est. Hoy he empezado a tener respuestas para un montón de preguntas
que llevo años haciéndome...Saber que no soy un bicho raro, que incluso mi
madre es como yo...En fin. Hace que no me sienta tan sola en el mundo.
Ana tenía un nudo en la garganta como un puño de grande. La
generosidad de su hija no conocía límites.
—Soy yo la que tiene que agradecer que no me reprochéis ni tú ni tu
hermana que durante todos estos años me haya guardado esto en secreto
causando más angustias de las necesarias —dijo con voz rota —si no hubiera
sido tan cobarde podría haberte ahorrado muchos sinsabores, posiblemente
no...
—¡No te hagas mala sangre mamá! —dijo Clara con contundencia —
arrepentirse no sirve para nada. Tú has tenido que vivir creyendo que eras
casi un castigo y lo ocultaste porque nadie te explicó como proceder. Mi
hermana a su manera intentó buscar explicaciones científicas, cada persona
tiene que vivir con sus propios demonios, porque tengáis súper poderes no
estáis exentas.
Otra vez Clara la dejaba sin palabras. Últimamente estaba pasado más
veces de las que esperaba. La tenía maravillada
—Familia, si no os importa me voy. Mañana seguimos con esta charla.
Pero me estoy cayendo de sueño y Sergio estará preocupado —dijo mirando
el móvil. Le había mandado un mensaje a su novio avisándolo de que llegaría
tarde pero con todo sabía que Sergio no se dormiría hasta que ella no llegase
—buenas noches a todas. Quiero que sepáis que aunque no me lo habéis
preguntado, que os quiero aunque seáis raritas. Tía Sara somos las únicas
normales de la familia. No sé si aguantaré tanta presión —dijo llevándose la
mano a la cabeza en un alarde de histrionismo.
Sara por su parte se limitó a sonreír. Se notaba que también estaba
cansada.
—Bien. Pues no se hable más. Nena te acerco con el coche en un
momento. ¡Ni se te ocurra discutirlo! No acepto un no por respuesta.
Cuando Ana regresó de dejar a su hija, vio que la caja con el anillo
seguía encima de la mesa. Lo volvería a poner en su lugar. El fin de semana
cuando hablaran, le daría el anillo a su hija. Era su derecho. Y tenía la
sensación de que al margen de que su hija tuviese el don de ver cosas del
pasado, el anillo le pertenecía como jamás le perteneció a ella. Subió las
escaleras en dirección a su habitación. Al pasar por delante de la habitación
de su hija vio que aún estaba despierta. Entró y se acercó a la cama, como
tantas veces lo había hecho en el pasado, le acarició el pelo retirándoselo de
la frente.
—Buenas noches hija —dijo transmitiéndole todo el amor que sentía, en
cada palabra.
—Buenas noches mamá —dijo Júlia con voz pastosa señal inequívoca
de que el sueño la estaba venciendo. Se acercó y le besó la frente con dulzura.
—Quiero que sepas que no somos monstruos y si los monstruos son
como nosotras, entonces no son tan malos como cuentan —le dijo bajito. Su
hija la miró con una tímida sonrisa.
—Lo sé mamá. Te quiero y no hubiera querido tener a otra madre.
Se sonrieron sabiendo cada una de ellas que un nuevo conocimiento se
abría camino entre las dos, uniéndolas como nunca lo habían estado.
Salió del cuarto de su hija y se fue al suyo propio. Tardo apenas unos
minutos en su ritual de cada noche. Poco después, sólo se escuchaba el
tranquilo sonido de su respiración.
Capítulo VI:

La semana transcurrió con relativa tranquilidad, a la luz de los


acontecimientos de los últimos días, era de agradecer.
El viernes Ana tenía fiesta en el hospital, y decidió acercarse a la
empresa donde trabajaba César Montalvo.
Cuando llegó a la dirección de la tarjeta de visita, se quedó dentro del
coche sin saber muy bien qué hacer. Estaba en un polígono industrial. No se
le había ocurrido que al ser un proveedor, lógicamente la empresa tendría un
almacén de logística para dar servicio a sus clientes. Vio el restaurante típico
de los polígonos. Se bajó del coche y se encaminó lentamente hacia el
establecimiento, iba dándole vueltas a la idea de llamarlo al teléfono que
figuraba en la tarjeta. Claro que por otra parte, no tenía muy claro que decirle.
Sabía que el tal César era el hombre ideal para su amiga, pero saberlo no era
suficiente. Necesitaba un plan.
¡Maldita sea su estampa!
No tenía la menor idea de como proceder.
Entró al bar restaurante y pidió un café. Se quedó mirando la vitrina
expositora que había en la barra con un surtido de pastas, barajando la
posibilidad de ceder a la tentación de pedir una berlina de chocolate que tenía
una pinta estupenda.
—¡Hola César! Ya pensaba que no vendrías hoy a tomar un café —dijo
el camarero a un hombre que se había acercado a la barra. Lo miró
evaluándolo. Era alto, posiblemente metro ochenta y cinco, de constitución
robusta, llevaba el pelo corto y empezaba a peinar canas, bien afeitado de
rasgos fuertemente marcados, muy masculinos, y desprendía un olor a
perfume carísimo. En pocas palabras. Estaba como un queso. Vestía un
elegante traje de dos piezas en gris oscuro, una camisa blanca y una corbata a
conjunto con el traje.
—Pues a punto he estado —dijo el tal César —menos mal que es viernes
—comentó con socarronería.
—¿Lo de siempre? —preguntó el camarero.
—Si gracias Luis.
Mientras le preparaban “lo de siempre “el tal César se entretuvo ojeando
un periódico que había encima de la barra.
Se preguntó cuántos hombres en aquella zona, se podrían llamar César.
Decidió que pocos.
—Señora. ¿Quiere algo más? —le preguntó solícitamente el camarero.
—Pues sí, gracias. Una berlina de chocolate —dijo con una sonrisa
cortes. Se percató de que el tal César la miró de soslayo pero sin especial
interés.
Inspiró profundamente para infundirse ánimos y se lanzó.
—¡Hola, buenos días! —dijo con más efusividad de la necesaria y una
enorme sonrisa.
—Hola... Buenos días —contestó un tanto curioso.
—Me llamo Ana —se la quedó mirando serio como un juez.
—Mucho gusto —dijo formal aunque no hizo el amago de darle la
mano.
—¿Y usted se llama? —preguntó manteniendo la enorme sonrisa como
una imbécil.
Se tomó los suficientes segundos en contestar, para hacerle sentir
incomoda.
—César.
—Encantada de conocerlo César —dijo haciendo ver que no se había
dado cuenta de que no estaba nada receptivo.
—¿Trabaja por aquí cerca? —dijo intentando arrancarle una frase
completa.
El tal César, enarcó una ceja y una sonrisa sesgada, marcadamente
cínica, desfiguró su bien delineada boca.
—Mire... Señora —dijo arrastrando las palabras —no estoy interesado
en... Comprar nada —dijo mirándola de arriba abajo. Lentamente.
¡Santa Madre de Dios! ¡Pensaba que era una prostituta!
Eso sí que no se lo esperaba. Le estaba bien empleado por sonreír como
una imbécil.
—Me parece que le he dado una impresión equivocada, César —dijo
altiva.
César se la quedó mirando apoyado en la barra en una postura relajada.
El tipo no tenía problemas de autoestima.
—Perfecto. Bien, no tengo tiempo para conversaciones ociosas. Si me
disculpa...
Agradeció al camarero su almuerzo y con una mano recogió la bandeja y
con la otra, el periódico que había estado ojeando. Estaba claro que para él,
había acabado la conversación, si es que se la podía tildar de eso, pensó Ana
con torva ironía.
Se dirigió a una de las mesas del fondo sin volverla a mirar siquiera.
Suspiró. Esto no estaba saliendo como había imaginado.
Como decía su padre... de perdidos al río.
Cogió su café y la berlina de chocolate que no había tocado y lo siguió a
la mesa.
Cuando se acercó, él levantó la vista para mirarla, estaba claro que ya se
había olvidado de ella, puso una mueca de fastidio.
“Valor Ana, valor”. Se dijo mentalmente.
—¿Le importa que lo acompañe? —preguntó. Y sin esperar respuesta
tomó asiento.
César se le quedó mirando con una mueca de incredulidad.
—Mire señora... —empezó a decir.
—Ana —le interrumpió.
—¿Perdón? —preguntó.
—Ana, llámame Ana —dijo intentado acercar posiciones.
—Mire Ana, no quiero ser grosero pero tengo poco rato para desayunar
y me apetece leer el periódico —le explicó con impaciencia —si me hace el
favor, le agradecería que se buscará otro lugar para tomar su café.
Esto no estaba saliendo bien. Nada bien. ¡Mierda!
Bueno... Pues a quemar su último barco.
—No quiero molestarte... quiero explicarte...
—No me interesa nada que pueda explicarme —dijo contundente, e hizo
el amago de levantarse para irse a otra mesa.
Ana por instinto se lo impidió agarrándole del brazo. César incrédulo
abrió la boca para decir algo evidentemente en una línea menos... Educada.
—¡Soy amiga de Sara!
Lo que fuera a decir no llegó jamás a salir de su boca. Volvió a sentarse
lentamente sin dejar de mirarla. Hizo una mueca bastante graciosa. A todas
luces lo había “noqueado “pensó satisfecha.
—Supongo que todo este numerito tiene una razón de ser —dijo
recobrándose de la sorpresa inicial.
—Yo no lo llamaría numerito, estaba intentando entablar una
conversación —volvió a enarcar la ceja. Sara también hacía eso —estoy
dispuesta a reconocer que las relaciones personales no son mi fuerte.
César sonrió de medio lado al escucharla.
—¿Puedo saber qué quieres de mí...Ana? —preguntó con una sonrisa
que no le llegó a los ojos. Curiosamente se había puesto alerta.
—Mira, sé que esto te va a parecer raro —César por su parte hizo un
gesto burlón —vale, muy raro. Sara me habló de ti —vio que se removía en
la silla —no quiero que te hagas una idea de mi errónea... Jamás he hecho
esto —puntualizó —pero... me dio la sensación de que... Había algo especial.
Parece ser que hubo un mal entendido y...
—No hubo ningún malentendido —acotó César —tú amiga me dejó
muy claro que no quería tener nada que ver conmigo. Final de la historia.
Ana se mordió el labio nerviosa. No se lo iba a poner fácil.
—César, no me conoces y entiendo que te tiene que parecer como
mínimo extraño que una desconocida te aborde de esta manera pero, no
estaría aquí si no fuera por una buena razón —notó un cambio en él.
Pequeño.
—¿Te ha dicho que vengas para hablar conmigo? —preguntó
interesado.
—Lo cierto es que no tiene la menor idea. Imagino que si se entera
posiblemente acabe una amistad de más de veinticinco años —quería que
fuese consciente de lo que se estaba jugando ella.
La observó bajo un nuevo prisma.
—¿Qué te ha dicho para que entonces te hayas tomado la molestia de
venir? —preguntó con curiosidad.
—Bueno... digamos que ha sido una mezcla de lo que me ha dicho y...
de lo que se ha callado —se estaba devanando los sesos, buscando un buen
motivo sin desvelar la verdad.
—Eso es muy ambiguo —la estaba presionando —mira, puedo creer que
te preocupes por tu amiga pero...
—¿Estás verdaderamente interesado en Sara o sólo ha sido un buen
revolcón? —a la mierda la diplomacia.
Escuchó como inspiraba con fuerza. Cruzó los brazos sobre el pecho y
sé reclinó en la silla. Ana supo sin el menor asomo de duda, que estaba
barajando la posibilidad de mandarla a paseo.
—Antes de que me mandes a paseo, plantéate la pregunta, si estoy
equivocada y no te interesa como creo que es el caso, entonces no tenemos
más que hablar, si por el contrario tengo razón, te ofrezco la oportunidad de
arreglarlo. Tú decides.
La observó como un depredador a una presa. Ni parpadeaba. Le estaba
costando aparentar la misma confianza.
—¿Por qué estás tan segura de que me interesa? Y no estoy admitiendo
nada —puntualizó.
¡Ese hombre era exasperante! Ella no tenía paciencia para jugar al gato y
al ratón.
—Mira, podría decirte porqué lo sé. Sencillamente no me creerías así
que tendrás que conformarte con mi palabra —era consciente de que su
legendaria impaciencia estaba tomando posiciones.
—Supongamos y digo supongamos que tienes razón, aún así te estás
olvidando que fue tu amiga la que me dio calabazas. No sé como el que yo
admita que me atrae, va a cambiar en algo la situación.
Bueno, por fin dos frases seguidas, algo es algo.
—Vale. Supongamos y digo supongamos, que mi amiga vivió una
situación... traumática la cual le dejo cicatrices importantes, entonces conoce
a un tipo especial y le da un miedo horroroso cuando ve que podría llegar a
ser...algo. Por supuesto, hipotéticamente hablando.
Lo miró esperando su reacción. El muy canalla podría dedicarse a jugar
al póquer. No movió ni un músculo.
—Hipotéticamente hablando. Si ese fuera el caso bien podría el tipo ese
volver a intentarlo y que le dieran otra vez calabazas. No tendría sentido si no
puede acercarse lo suficiente.
Conque ese era el juego.
—En el caso de que estuviera lo suficientemente interesado como para
intentarlo de veras, podría encontrarse con ayuda... mucha ayuda —dijo
mirándolo con toda intención.
César se inclinó hacia adelante apoyando los codos en la mesa. Estaba lo
suficientemente cerca como para verle las motitas parduscas de los ojos. No
cedió al impulso de apartarse.
—Si por un hipotético caso crees que puedes jugar conmigo, permíteme
sacarte de tú error. Así que dime como tienes pensado “ayudar “ —era un
depredador. No tenía dudas al respecto. Ana empezó a plantearse si había mal
interpretado las señales que había sentido. Bien sabía Dios que estaba
oxidada. Años de combatirlo no se arreglaba sólo porque de pronto dijera
que...
La golpeó entre los ojos... Sara y César abrazados... Sara riendo feliz...
juntos en un parque con un bóxer y una... el escenario cambió, Sara preciosa
con un vestido de novia y César esperándola en el altar… la última imagen
eran ellos paseando muy mayores...
—¿Te lo estás pensando mejor y prefieres dejarlo correr? —preguntó
con marcado sarcasmo.
Parpadeó varias veces seguidas, estaba temblando. Se pasó la mano por
la cara en un intento por recobrar la compostura. No había tenido un episodio
así de claro en años. Necesitaba salir a tomar el aire. Se estaba asfixiando.
¡Madre de Dios! Estaba a punto de entrar en una crisis de pánico. ¡Tenía que
controlarse!
César por su parte empezó a darse cuenta de que algo le pasaba... Tenía
la frente perlada de sudor y el temblor de sus manos no era fingido.
—¿Qué te pasa, te encuentras mal? —preguntó preocupado. Vio como
se le dilataban las pupilas y se le aceleraba la respiración, siendo incluso
audible.
Era uno de los días más raros que recordaba haber vivido. Que lo
abordara una mujer no era una sorpresa pero la insistencia de esta en
concreto, lo puso alerta. Había mucha loca suelta. Pero que terminara siendo
amiga de Sara, lo alteró más de lo que estaba dispuesto a admitir. No sabía
qué pensar.
—Si... Gracias... Necesito salir, si me disculpas —se levantó sin
importarle lo que pensara. Necesitaba respirar y no encontraba aire suficiente
allí dentro.
Salió a la calle y se dejó caer contra la pared, cerró los ojos y se limitó a
concentrarse en la respiración. Inspirar expirar. Inspirar expirar. Las rótulas al
parecer, se le habían desecho porque sentía que de un momento a otro, sus
piernas dejarían de aguantarla.
—Oye ¿Qué te pasa? ¿Quieres que llame a un médico? —preguntó
César que al parecer la había seguido. Tenía el ceño fruncido y se le veía
sinceramente preocupado.
—No, gracias... No te preocupes... Es la menopausia —fue lo único que
se le ocurrió. Esperaba que se lo tragara porque la verdad era inviable.
La miró mucho más tranquilo. César había escuchado cosas al respecto.
El tema de los sofocos y todo eso, pero tenía que reconocer que no se
imaginaba que fueran tan brutales.
—Te he traído el bolso y el abrigo —dijo solicito.
Ana asintió e intentó una sonrisa de agradecimiento pero resultó
patética.
Poco a poco fue notando como el aire entraba con mayor fluidez en sus
pulmones. Hacía pocos días que le dijo a su hija que contara con ella para
todo.
¡Menuda ayuda le iba a proporcionar!
Primero tenía que ser capaz de controlar los ataques de pánico que
amenazaban con no dejarla llegar a vieja.
César por su parte, observaba con atención a la amiga de Sara. No tenía
mucha experiencia en temas de menopausia, pero estaba seguro que no
podían ser tan virulentos los sofocos. Algo no le encajaba. Si le hubieran
preguntado, diría que tenía un ataque severo de asma. Tenía un amigo
asmático y en alguna ocasión lo había visto en un mal momento y la crisis de
esa mujer se lo recordaba.
—Ya estoy mejor... Siento la escena... —dijo Ana no sin esfuerzo.
—No te preocupes. No importa —dijo restándole importancia —
¿Quieres que llame a alguien? —se ofreció.
Ella negó con la cabeza. Empezaba a recuperarse.
—Gracias César, ya estoy mejor —se pasó la mano por el pelo en un
gesto muy suyo —la verdad es que ahora me siento un poco ridícula —dijo
con un amago de sonrisa.
—No te preocupes, no creo que sea algo que hagas a voluntad —dijo
sonriéndole con gesto amistoso.
—Te aseguro de que no —dijo devolviéndole la sonrisa. Se puso el
abrigo que aún sostenía César. Hacía un día soleado pero las temperaturas
eran más bien bajas —creo que hemos dejado una conversación pendiente.
—Mira, aunque no te conozco, admito que debes apreciar mucho a tu
amiga para venir a hablar con un desconocido. No sé que tienes planeado
pero... te concedo el beneficio de la duda —la miró con intensidad. Esperaba
no hacer una segunda vez el papel de tonto.
Aún le escocía la reacción de Sara. No era un hombre vanidoso pero lo
cierto es que jamás le había faltado compañía femenina. Pero cuando conoció
a Sara algo le dijo que esa mujer era especial.
—Te lo agradezco. Entiendo que todo esto no es muy normal que
digamos —dijo haciendo una mueca —pero tengo una... Muy poderosa razón
para creer que algo muy especial podría surgir —dijo eligiendo
cuidadosamente las palabras.
—¿Tienes una bola de cristal? —preguntó sonriendo un poco incómodo.
Casi acierta sin querer.
—Digamos... Que tengo el instinto femenino, más desarrollado de lo
normal —rezó para que no siguiera indagando.
César la miró evaluándola. Parecía una buena mujer. Una buena amiga.
Le tentaba enormemente su proposición. Lo cierto es que no se quitaba de la
cabeza a Sara. Hacía mucho que no se sentía tan atraído por una mujer.
Sopesó la situación. Si se paraba a pensarlo mucho, desecharía la idea por
surrealista.
—Me tengo que ir. Tengo una reunión a la que llego tarde. Apúntate mi
número de teléfono y quedamos otro día —dijo con decisión. Ana asintió
aliviada.
Sacaron los teléfonos móviles y se dieron mutuamente los números de
cada uno.
—César, no quiero forzarte a hacer algo que no quieres, si te parece
bien, piénsalo más tranquilo y me llamas —sentía que tenía que decirlo. Ella
podía ver muchas cosas pero cada persona debía decidir. El libre albedrío era
una ley inquebrantable.
—Nadie ha podido jamás “forzarme” a nada —dijo con cierta ironía —
te llamo esta tarde y quedamos digamos... ¿El domingo? —preguntó
enarcando una ceja.
Ella repasó mentalmente todo lo que tenía para ese finde. No tenía muy
claro si podría.
—En un principio creo que puedo... Estoy dándole vueltas a una idea
pero quiero madurarla antes de decirla —dijo pensativa.
—No sé si tengo que preocuparme —comentó haciendo una mueca.
—Para nada.
—Ok. Me tengo que ir. Nos llamamos —dijo mirando el reloj de
muñeca.
—Te agradezco que no me tiraras el café a la cabeza. Hablando de café.
¡No he pagado la consumición! —dijo estupefacta.
—Ana déjalo, ya le digo a Luis que me lo apunte a mi cuenta —ofreció
cortes —tranquila. Por cierto, Sara tiene mucha suerte con una amiga como tú
—le guiñó un ojo y se despidió.
Ana se quedó allí parada unos segundos, mirando a su alrededor sin
saber muy bien qué hacer. La experiencia había sido de infarto pero, estaba
bastante orgullosa después de todo.

Ana llegó a su casa casi sin darse cuenta. Había estado conduciendo con
el piloto automático. Tenía la cabeza en otro sitio, había conseguido la
primera parte que se había propuesto, ahora tenía que trazar un plan para el
segundo acto. Si el primero había sido complicado el segundo la llevaba a la
tumba de cabeza.
Pensó en Júlia, los viernes plegaba al mediodía. Le dio vueltas a la idea
de hacerla participe del plan que estaba llevando a cabo. Había hecho la
promesa de no esconder nada de ahora en adelante. Además su hija tenía una
mente brillante. Seguro que se le ocurría algo. Ella para todo lo que fuera
urdir estratagemas, estaba quedándole claro como el agua que era una
perfecta inútil.
—¡Ya sé como averiguar algo sobre la procedencia del anillo! —fue el
saludo de su hija.
—Menos mal que no íbamos a tocar el tema hasta el fin de semana —
dijo Ana suspirando.
—Bueno... Es viernes. Se puede decir que ya “es fin de semana” —soltó
Júlia con una sonrisa traviesa.
Al parecer sus hijas habían aceptado infinitamente mejor el legado
familiar que ella misma. Claro que por otra parte no habían tenido una madre
como la suya, pensó torvamente.
—Ilumíname —soltó sarcástica.
—Cuando tú abuela te dio el anillo, no contábamos con las tecnologías
de hoy en día —un brillo emocionado brillaba en los ojos de su hija —pero
ahora con internet podemos descifrar casi cualquier cosa. Hacemos una foto a
la inscripción, la pasamos por el escáner y la introducimos en el ordenador...
Y ¡Voila! —Júlia no podía estar más satisfecha. Parecía un gatito ante un
enorme plato de crema.
—No se me había ocurrido —dijo pensativa —¿Crees que se puede
hacer eso? Quiero decir que el anillo es redondo... Ya me entiendes, hacer
una foto que se vea con claridad y todo eso...
—Se puede. En caso de que no sea así, tengo un par de opciones más
pero creo que no será necesario. ¿La cámara de fotos que le regalaste a papá
no la has donado, imagino? —preguntó Júlia mirando a su madre
atentamente.
—No. Las cosas de tú padre están en el garaje. Tú hermana las guardó
—explicó a su hija —nena, sólo hice lo que tendría que haber hecho hace dos
años —dijo apretándole la mano en un firme apretón —acepto que quizás no
hice las cosas de la forma más correcta. Pero no os haría eso ni a vosotras ni a
su recuerdo.
Júlia la miró contenida. Era evidente que seguía siendo un tema
delicado.
—Bien... Bueno, ya pasó...
—No Júlia, creo que es mejor que lo hablemos para que no se enquiste y
nos pase factura más adelante —dijo con firmeza —no puedo explicar con
lógica qué me pasó durante esos días. Sólo sé que necesitaba hacerlo en ese
momento. Era como si algo me hubiera poseído. Un día estaba apática y al
día siguiente, era como si me hubieran inyectado una dosis de adrenalina. No
puedo explicar lo que aún yo misma no alcanzó a entender.
Su hija asintió lentamente.
—Supongo que tener algunas capacidades especiales no quiere decir que
tengamos las respuestas para todo —concluyó con voz tranquila.
—Supongo. Tú tía dice que es un milagro pero ya sabes la vena que
tiene para el drama —dijo sonriendo con una mueca burlona —en mi
opinión... La muerte de mi madre fue una sacudida emocional más intensa de
lo que esperaba y activó un interruptor interno que llevaba mucho tiempo
apagado...
—Mamá eres humana. Creo que siempre te has juzgado con mucha más
dureza a ti misma de lo que los demás lo hemos hecho.
—Posiblemente. No es fácil asumir que la muerte de mi madre fue un
alivio —dijo dejando ver lo mucho que la atormentaba.
—¡Y ahora quién es dramática! No te alegras mamá. Te sentiste liberada
—Júlia le apretó la mano transmitiéndole todo su cariño.
Posiblemente tenía razón pero era complicado combatir los sentimientos
ambivalentes que le producía pensar en su progenitora.
—Mamá, no te tortures más. El porqué pasó no es lo importante, lo
importante es que pasó. ¿Lo entiendes? No le des más vueltas. Saliste de la
depresión en la que estabas envuelta con tú inimitable estilo. Eres una
extremista de libro. O todo o nada —dijo su hija en un intento de mitigar su
angustia —también tengo mi parte de responsabilidad en todo esto...
Se quedó mirando a su hija sin entender a qué se refería.
—No entiendo que quieres decir nena —su confusión era evidente.
Su hija suspiró y la miró a los ojos con infinita tristeza.
—Cuando murió papá, todas quedamos destrozadas, pero de alguna
manera... Hacerme cargo de algunas cosas, me producía cierto alivio... Tú
estabas hundida en la más absoluta miseria pero al cambiar el rol madre hija...
Me hacía sentir bien... Cuando de repente “volviste”… —Júlia se mesó los
cabellos con cierta ansiedad —Me venía bien que estuvieras mal... Me sentía
útil, necesitada y de alguna manera, es como si todo estuviera en su lugar
dentro de mí... Lo siento —dijo con abatimiento.
No tenía que haber sido fácil admitir eso. Sus hijas eran infinitamente
más valientes que ella, pensó. La inundó un sentimiento de humildad. No era
perfecta pero algo de lo que había hecho, lo había hecho bien. Sus hijos.
—¿Sabes nena? No existe una fórmula mágica para curar. Todas son
válidas. A ti te ayudó hacerte cargo de todo para no pensar, a mí refugiarme
en mi interior, a tú hermana alejarse para lamer sus heridas a solas... Las
recriminaciones no tienen lugar. Hemos salido más fortalecidas. Ese es el
mensaje con el que tenemos que quedarnos —miró a su hija con todo el amor
que sentía —creo que es hora de pasar página en más de un sentido —afirmó
con contundencia —no quiero decir que no podamos hablar sobre ello, por
supuesto que sí, pero en positivo. El tiempo de las recriminaciones y de las
culpas ha pasado.
La fuerza y la convicción se colaban en cada una de sus palabras.
Júlia asintió con gesto grave.
—Estoy de acuerdo —dijo inspirando con fuerza —no más
recriminaciones.
—Bien. Sólo una pregunta y cambiamos de tema —Júlia asintió
intrigada —si ya sabemos lo que dice la inscripción del anillo. ¿Por qué
quieres escanearla?
—Porque he leído que en función de los símbolos podemos saber el año
más o menos de su inscripción y en ocasiones hay como un sello que nos
indica el nombre de quien lo escribe. No perdemos nada por probar.
—Entiendo. Bien, ahora quiero hablarte de tu tía Sara y que me des tu
opinión.
—No hay problema.
—Nena, durante bastantes años fuiste un bichete de primera. Ahora que
las piezas empiezan a encajar, entiendo que te fueras volviendo más retraída.
Supongo que el miedo a tocar cosas te hizo más introvertida...
—No sólo me ocurre cuando toco cosas...
Ana se quedó de piedra.
—¿Qué quieres decir? —tenía miedo de la respuesta.
—Cuando toco a ciertas personas... Veo cosas que le han pasado...
Incluso siento sus pensamientos...
¡Madre del amor hermoso y de todos los Santos!
Esto era... ¡No tenía palabras!
—¿Con ciertas personas dices? —tenía miedo de saber la respuesta.
—Bueno... evito el contacto en la medida de lo posible.
—¡Madre mía! No sé qué decir...
—No te preocupes, lo entiendo…
—La que empieza a entender los cambios que se han ido operando en ti
soy yo —murmuró Ana mortalmente sería —no puedo ni imaginarme lo que
ha tenido que ser para ti todos estos años... te he fallado yo...
—¡No me has fallado! Si quieres buscar culpables volveremos a hablar
de tú madre. Mejor lo dejamos estar... Yo también podría haber intentado
explicártelo, pero no lo hice.
Ana pensó en su abuela.
La avisó de las repercusiones de no aceptar su legado. Empezaba a darse
cuenta de todo lo que ello implicaba.
—Te prometo que buscaremos respuestas.
¡No les volvería a fallar!
—Mira la parte positiva, ahora lo sabemos y tenemos un misterio que
resolver.
—Seguro —dijo pero se notaba a la legua que mentía como una bellaca.
Júlia se rió ante la cara de estupefacción que tenía su madre. Ella por su
parte, se sentía mucho más ligera, poder compartir su secreto, en cierto modo,
la había liberado.
—Bueno, cambiando de tema. ¿Qué me querías contar de tía Sara? —
preguntó interesada.
Por un momento, Ana no supo de qué le hablaba su hija. Era tal el
desasosiego que le embargaba que tenía serios problemas para asimilar un
cambio tan drástico de conversación.
—Bueno, tendría que explicarte algunas cosas sobre tú tía... No puedo
traicionar su confianza explicándote algunas pero... intentaré hacerlo lo mejor
que pueda.
Le contó todo sobre César y su implicación junto a la trama que habían
urdido ella y Clara.
—…Imagínate el show. Yo en plena crisis de pánico diciéndole que era
un ataque hormonal y él mirándome como si fuera una histérica ofreciéndose
a llamar a un médico.
Júlia se reía a carcajadas.
—Estoy pensando que podrías invitarlo a almorzar el domingo a casa.
Es amigo tuyo con lo cual tienes derecho, y estaremos todas allí para darte
apoyo moral.
Esa era la peor idea del mundo.
—Nena... te acabo de decir que tú tía está susceptible con el tema, saldrá
corriendo y habremos perdido la única oportunidad de unirlos. No puedo
contarte...
—Lo sé —acotó Júlia —se todo mamá o...al menos me hago una idea
general de lo que vivió tía Sara en su juventud. Te recuerdo que veo cosas.
Al parecer iba a ser uno de esos días que una no ganaba para sustos.
—Nena... cuando dices que sabes lo de tía Sara, exactamente ¿A qué te
refieres? —miedo le daba la respuesta.
Su hija la miró largamente.
—Se que tía Sara estuvo embarazada y sé porqué se quedó en estado.
También sé como lo perdió. Aún se lamenta por la pérdida del bebé.
Ana se sirvió una copa de vino que se bebió casi de un trago. Al final le
tendría que dar la razón a Sara. Empezaba a ser mayor para tanto ajetreo.
—¿Desde cuándo sabes lo de tu tía? —preguntó con voz cavernosa, ante
la divertida mirada de su hija.
—Más o menos... Hace unos siete u ocho años.
Respiró profundamente.
—¿Como pasó?
—Bueno... Es complicado. Cuando empecé a tener las visiones, a veces
eran imágenes inconexas... Conforme fui haciéndome adulta creo que de
alguna manera las visiones fueron siendo más claras, no sé explicarlo mejor.
Creo y esto es una opinión mía, que no veía hasta que emocionalmente no
estaba preparada.
Tenía sentido, pensó Ana. El Don, como lo llamaba su abuela, de alguna
manera tenía que saber cuando la persona estaba preparada. Claro que esa
línea de razonamiento, inevitablemente la conducía a darse cuenta que por el
mismo motivo, ella había tenido épocas de no ver nada.
—Imagino que jamás le referiste nada —dijo, pero era pura retórica.
Su hija hizo una mueca burlona.
—Hasta el otro día que hablamos, a la única persona que se lo había
dicho era a papá y... ya sabes la respuesta.
Ana había pensado mucho en esos días. Lo cierto es que le costaba
congraciarse con el conocimiento de saber que su marido no le contó nada
sobre su hija. Él sabía que ella “tenía” un sexto sentido, pero aún así decidió
no hacerla participe.
—Bueno, al parecer tendremos que acostumbrarnos a que incluso las
personas que más amamos, son tan imperfectos como nosotras mismas.
—Al final es así mamá, terminamos idealizando a nuestros seres
queridos y los juzgamos más duramente si cabe, cuando se equivocan. Somos
humanos. Papá era una maravillosa persona pero ciertamente tenía sus luces
y sus sombras.
—Totalmente de acuerdo —musitó con un suspiro.
Júlia asintió.
—Mamá ve a buscar el anillo, y yo voy a buscar la cámara de fotos de
papá. ¿Sabes en qué caja la guardó mi hermana?
Todo apuntaba que de una u otra forma hoy saldrían de dudas o al
menos lo intentarían.
—Etiquetó las cajas en función de lo que hay en su interior.
Cuando bajó su hija estaba trasteando con la cámara fotográfica.
—Está sin batería —dijo con gesto compujido. Ana no pudo reprimir
una sonrisa.
—Bueno, déjala cargando y de aquí a un rato la miramos.
—No queda otra.
Júlia la miró con obvia frustración.
—Ya que estamos hablado de confidencias, y a tenor de que ya sabes la
mayor parte de la vida de tú tía, te voy a contar algo de lo que me enteré la
semana pasada, me gustaría saber tú opinión.
—De acuerdo —dijo acomodándose en una silla y colocando los pies
encima de otra —espero que ya tengas el tema de los muebles del salón en
marcha, echo de menos tener un sofá como Dios manda.
—Pues estas destinada a sufrir una desilusión.
Júlia la miró socarrona.
—Sólo a ti se te ocurriría desmontar un salón en vísperas de Navidad y
sin tener un plan definido.
—Estoy segura de que todo se solucionara a su debido momento. Bien,
ahora escúchame, tú tía colabora desde hace muchos años con una asociación
que también es un centro de acogida...
Le explicó todo. No se dejó nada en el tintero. Acabó con ronquera de
tanto hablar.
La tarde fue cayendo lentamente, acompañando confidencias a la luz
mortecina del ocaso, los rincones en penumbra, fueron testigos mudos de
todo lo que allí se contó, cuando la oscuridad venció, encendieron la lámpara
que había encima de la mesa de la cocina alumbrando con su cálida luz toda
la estancia.
Se sumieron en un silencio cómodo. Júlia se había acomodado juntando
tres sillas. Había ido a buscar una pequeña manta y la tenía echada sobre las
piernas. Tenía la cabeza apoyada contra la pared con los ojos semi cerrados.
—Ya me dirás que estás pensando. Por favor que sea una solución al
tema de tu tía —rogó fervientemente.
Júlia sonrió sin moverse. Parecía como si fuera a dormirse de un
momento a otro.
—Si te duermes y te caes de la silla, me niego a sentirme responsable,
que lo sepas —advirtió.
—Tranquila, es materialmente imposible dormirse en estas malditas
sillas.
—Siempre podemos poner una manta en el salón delante de la chimenea
y tumbarnos allí —sugirió.
Júlia abrió un ojo para mirarla escéptica.
—¿También has vendido la alfombra?
—No, se la regalé a tu hermana —puntualizó —bien. ¿Qué opinas de
todo lo que te he contado? —preguntó.
—Estoy pensando. Por una parte creo que si tía Sara no acepta su
pasado, no aceptará lo de César por mucho que lo intentemos.
Júlia se quedó mirando a su hija esperando que añadiera algo más.
—Vale. ¿Y?
—Creo que la única alternativa posible es contarle a tía Sara que
“sabemos” que César es un buen tío y que es su media naranja.
—Bueno... No sabemos si es un buen tío. Se lo que he visto y lo que
sentí cuando tu tía me habló de él. Nada más.
—Por eso lo vamos a invitar a almorzar a casa y yo sabré si es un buen
tío. Tía Sara tiene que entender que tendría las garantías por las que
cualquiera pagaría una fortuna.
—¡Ni se te ocurra decir eso delante de tú hermana! Conociéndola como
la conozco, seguro que monta una agencia matrimonial o algo parecido.
Tiene una vena para los negocios muy mercenaria. Te lo digo yo que la
conozco.
Júlia rompió a reír con ganas.
—Tú ríete, pero antes de que te des cuenta te ha montado una
consultoría matrimonial. Acuérdate de lo que te digo. Y no necesito mis dotes
para saberlo —añadió cínicamente.
—Son casi las siete. Si te parece preparamos algo para cenar y las
invitamos.
—Tu hermana no sabe nada de nada de lo de tu tía —advirtió.
—Pues ya va siendo hora de que se entere —dijo cáustica.
Ana empezaba a darse cuenta, que iba a ser condenadamente difícil.
Sonó el teléfono móvil.
¡Era Cesar!
Se le secó la boca del ataque de nervios. Júlia se levantó rauda y le quitó
el móvil de las manos.
—¿Hola?... No, no soy Ana, soy su hija... Está duchándose y no puede
ponerse... Si, no hay problema... Me ha dicho que pensaba invitarte a
almorzar el domingo... Si... Sara estará también... Creemos que es la mejor
opción... No tranquilo no es una reunión familiar... Es algo más informal,
estamos pintando el salón... No gracias no es necesario... Te lo agradezco
pero... Bueno, si insistes, pero no te sientas obligado... Como quieras... Me
parece bien. Pues entonces nos vemos el domingo... Júlia... Encantada yo
también... De acuerdo. Si ahora te paso la ubicación... Seguro... Pues adiós.
Dejó el móvil sobre la repisa de mármol y se volvió a sentar tan
campante.
Júlia estaba adquiriendo más confianza en sí misma. Eso la alegraba,
decidió Ana, pero que tomara la iniciativa aún cuando sabía que ella se había
quedado bloqueada, le estaba costando de asimilar. De hecho le molestaba
sobremanera.
—¿Qué? ¿No me vas a decir qué te ha dicho? —preguntó picada.
—Ha aceptado la invitación y vendrá el domingo a almorzar, como le he
dicho que estamos pintando, se ha ofrecido a ayudarnos. Parece muy
agradable, incluso diría que encantador.
—Pues esta mañana me dio la sensación de estar sentada delante de un
depredador. Te aseguro que me las hizo pasar canutas —dijo bastante
molesta. Su hija la miró y sonriendo.
—Mamá no te enfades, pero no tienes mucha experiencia con hombres,
cualquiera que te diga más de dos palabras seguidas te hace sentir
amenazada. Pero en mi opinión, me ha parecido un buen tipo.
Ana no estaba para nada de acuerdo con su hija pero se limitó a negar
con la cabeza. Esto iba a ser un desastre.
—No he comprado la pintura ni nada de nada.
—Pues ningún momento mejor que el presente.
Se estaba sintiendo manejada.
—¿Y la cena?
—Pues... pasamos por ese italiano que tanto os gusta a tía Sara y a ti y
cogemos algo.
Esa idea le levantó el ánimo. Los panecillos de ajo y especias, eran su
debilidad.
—Me has convencido, pero que sepas que básicamente es por
agotamiento.
Júlia se rió con ganas.
A tenor de los acontecimientos, ese fin de semana pintarían el salón,
descifrarían un mensaje escrito hacia miles de años, invitarían a César y
estallaría el pandemónium.
Capítulo VII:

—¡Hooolaaaa! —gritó Clara entrando por la puerta.


Estaban todas en la cocina. Todas eran tres, por supuesto, aunque
cualquiera pensaría que había treinta. Llevaban al menos cinco
conversaciones a la vez. En el salón estaba todo lo necesario para empezar a
pintar al día siguiente. Estaban preparando la mesa para cenar y el olor de los
panecillos preferidos de Ana, reinaba en el ambiente.

—Bien, que sepáis que estoy impaciente por ver si podemos descifrar
algo más de la inscripción —comentó Clara ansiosa. Sentándose a la mesa.
—Yo también. Pero mamá no me ha dejado hacer nada hasta que
estuviéramos todas —dijo Júlia con cierto reproche.
—Y me parece bien —murmuró su hermana asintiendo satisfecha.
Cenaron deprisa. Sin hacerle justicia a la deliciosa comida de Don
Giovanni. Estaba claro que la expectación, las tenía excitadas.

Júlia cogió su ordenador portátil y Ana por su parte fue a buscar el


anillo.
—¿Crees que funcionará? —preguntó Clara observando a su hermana
“trastear” la cámara de su padre.
—Bueno, eso espero. Saldremos de dudas en unos minutos —dijo sin
mirarla. No recordaba muy bien como iba la cámara de fotos.
—¡Anda, dame! —ordenó Clara —serás un hacha con los números pero
con lo demás...
—¡Sólo estaba comprobando si funcionaba bien! —se excusó Júlia
ofendida.
—Lo que tú digas —dijo Clara sin mirarla. Encendió la cámara y ajustó
el objetivo enfocando las letras de uno de los recipientes de comida para
llevar que habían dejado olvidado sobre la isla de la cocina. Hizo una foto de
prueba para ver como quedaba —¿Qué opinas? —preguntó a su hermana.
—La resolución es muy buena.
—Aquí hay mejor luz —explicó —mamá coge el anillo por el engarce,
gíralo un poco... Despacio...un pelín menos...así. ¡No te muevas! —hizo
varias fotos seguidas en completo silencio. Todas miraban sin perder detalle
pero, cosa curiosa, sin emitir ni un sonido.
—Creo que hay suficientes, la imagen es buena Júlia —dijo enseñándole
a su hermana las fotos en la pantalla digital de la cámara —¿Tú qué dices?
—Los símbolos se ven nítidamente —murmuró satisfecha —¿Sabéis
sólo si son símbolos? No sé si la escritura egipcia tiene letras. Mi ignorancia
es absoluta.
—Son símbolos. Tenían tres tipos de escritura: jeroglífica, hierática y
demótica. La escritura jeroglífica era en su mayoría logogramas y signos
consonánticos y era la que más se utilizaba para cosas oficiales, ofrendas a
los dioses u ofrendas funerarias. Ya por aquel entonces le atribuían poderes
mágicos a las palabras o símbolos, por lo que también se podían encontrar en
joyas dándole un valor añadido, como de amuleto.
Todas miraron a Clara con diferentes grados de sorpresa.
—¿Qué? —preguntó con talante defensivo —la Wikipedia —dijo a
modo de explicación —me llamó poderosamente la atención el tema y decidí
leer un poco sobre los egipcios...
—Me parece bien —dijo Ana ocultando su asombro —es más creo que
es una magnífica idea recabar toda la información posible.
Ana miró a su hija orgullosa. Mientras tanto, Júlia pasó las fotos al
ordenador. Todas estaban de pie detrás de ella observando como manipulaba
las imágenes para conseguir el mejor resultado posible. Después de unos
minutos, pudo escanear la inscripción y las pasó a una página con una
aplicación para traducir los símbolos egipcios.
—Bueno... ¡Ha llegado la hora de la verdad!
—¡Estoy muy nerviosa! —dijo Sara cruzando los dedos.
Todas estaban igual.
—¡Que sepáis que me siento absurdamente como Indiana Jones! —dijo
Júlia con una risilla nerviosa.
—¡Dale al maldito botón! —dijo Clara alzando la voz. Sara que estaba a
su lado dio un respingo.
“De sal y arena en la fragua del tiempo se forja el amor eterno”

Nadie se movió. Ni un pestañeo siquiera.


Al segundo explotaron gritando y saltando como crías.
—¡Funciona! —gritó Júlia.
—¡Ana, funciona! —exclamó Sara, abrazándola.
Clara por su parte soltó un grito al mejor estilo vaquero que casi revienta
los tímpanos del resto.
—Niñas, niñas. Tranquilizaros. ¡Madre mía! Si esta es la reacción por
descifrar una frase que ya conocíamos, ni te cuento cuando descubramos algo
que no sepamos. Miedo me da cuando leamos el libro —pontificó Ana sin
poder ocultar su sonrisa.
—“De sal y arena en la fragua del tiempo se forja el amor eterno” ¡Es
precioso! —repitió Sara emocionada —¡Oh! ¡Es tan romántico! —añadió
cruzando las manos sobre el pecho.
—Estoy de acuerdo —dijo Júlia saboreando las palabras mentalmente
—aunque nos lo habías dicho, no es lo mismo que poder leerlo. Le da un
significado diferente.
—Lo curioso es la explicación de cada símbolo por separado —dijo
Clara concentrada en la lectura.
—Es verdad. Ese de los dos brazos alzados por sí sólo hace referencia al
alma o al espíritu y se podría leer con el fonema "Ka". ¿No es increíble? —
dijo Júlia emocionada.
—Lo importante es que si nos atenemos a la información de esta página,
la escritura jeroglífica se utilizó desde el 3500a. C. No sé si sois conscientes
de lo que esto quiere decir. Este anillo podría ser una reliquia en el más
amplio sentido de la palabra.
Por un instante, un silencio de puro asombro, se hizo en la estancia
dejándolas a todas maravilladas.
—Pero su estado de conservación es brutal. Parece nuevo —dijo Sara
fascinada.
—Alguien puso su corazón en cada palabra -musitó Ana mirando la
pantalla del ordenador, fijamente —debo confesar que incluso yo, empiezo a
tener ganas de saber más al respecto.
Sus hijas la miraron intentando disimular una sonrisa. Sara por su parte
le pasó un brazo por la cintura en un gesto cariñoso.
—Querida es normal. No creo que haya mujer que se resista a una buena
historia de amor.
—Creo que estamos sacando conclusiones precipitadas —dijo Clara con
tono pensativo —no tenemos la más remota idea de qué significa eso. Ni
quién lo escribió y si lo hizo pensando en alguien.
—Bueno... Podemos intentar saber algo más...
Todas miraron a Júlia.
—Nena... No sé si es una buena idea.
—¡Oh Ana! Seguro que por saber un poquito más no pasa nada —rogó
Sara con un gesto elocuente.
—Cuando Júlia ha tocado algo, ha sido de este siglo. ¡No tenemos la
más puñetera idea de qué puede pasar! —Sara bajó la vista evidentemente
desilusionada.
—¡Hombre! Yo no soy la más idónea para decir nada, básicamente
porque no tengo la visión pero... No creo que le pueda pasar nada malo... —
comentó Clara con aire reflexivo.
—En caso de que le pase algo, me gustaría saber como explicamos en
urgencias que se ha quedado catatónica por tocar un anillo —dijo Ana con
evidente sarcasmo.
—Siento que el anillo no nos va hacer daño mamá —contestó Júlia
despacio —ha sido una especie de talismán para nuestra familia durante
mucho tiempo, me atrevería a decir, a juzgar por lo que dice en la página, que
por siglos.
—¿En qué te basas para decir eso? No me refiero a que sea una reliquia,
sino a que haya sido un talismán para nuestra familia —preguntó preocupada.
—En nada tangible. Pero nosotras sabemos que hay mucho más de lo
que se ve a simple vista. Tanto tú como yo misma, tenemos la capacidad de
ver cosas que para el resto de la humanidad es imposible. Entiendo que dar
un salto de fe, en nuestro caso, es casi una obligación.
Todas meditaron por unos instantes la verdad que escondía esas
palabras.
—Se os olvida que aunque nosotras no tenemos la más mínima idea de
que va todo esto. Nuestras antepasadas sí tenían el conocimiento. Me jugaría
algo que ellas antes que nosotras, indagaron sobre el anillo —conjeturó Clara.
—Tiene sentido Ana —dijo Sara —este anillo ha pasado de generación
en generación hasta nuestros días. Tú abuela no te hubiera dado algo que
pudiera entrañar un peligro para ti o tú familia sin decirte algo. Piénsalo.
Piénsalo. Era muy fácil decir pensó Ana, pero le daba miedo que pudiera
pasarle algo a su hija. ¡No sabían nada del anillo! ¡Maldita sea!
—Mamá creo que no estás enfocando esto con objetividad —dijo Júlia
—¡Soy yo la que puedo ver a través de la psicometría! Si tú coges el anillo no
sientes nada. El anillo por sí sólo, no tiene poder. ¿Lo entiendes? —su hija la
miraba con fijeza, dándole tiempo.
Ana suspiró con resignación. Entendía lo que decía, pero no podía
sustraerse al miedo irracional que sentía. Demasiados años hacían escuela.
—Haz lo que creas Júlia —dijo resignada. Los rasgos de su cara
denotaban la tensión que estaba viviendo.
Júlia sonrió asintiendo. Inspiró lentamente. Cogió el anillo como si se
tratara de algo muy frágil. Dudó un instante, y entonces se lo puso en el dedo
anular de su mano izquierda.
Ana sintió como su corazón se saltaba un latido. La vez anterior no se lo
puso. Sara y ella cruzaron las miradas. Estaban pensando lo mismo.
Júlia cerró los ojos. Sintió el conocido calor pero esta vez fue más
intenso. Un pequeño vértigo se apoderó de ella durante unos segundos y una
espesa niebla, la rodeó. Cuando se despejó momentos después, se encontró en
una especie de sala de enorme dimensiones. Estaba llena de columnas
ricamente decoradas.
El suelo era de mármol, había una serie de muebles, diseminados por
toda la sala. Una especie de diván, ocupaba el espacio central de la misma,
las patas, tenían forma de garra y estaban pintadas en un azul intenso. En uno
de los lados, varias sillas sin respaldo estaban colocadas en semicírculo,
alrededor de una mesa baja pero profusamente decorada con incrustaciones
de piedras preciosas, al fondo había otra mesa enorme, sobre lo que parecía
unos caballetes, aunque también, ricamente decorados. Una inmensa puerta
de doble hoja también bellamente tallada, le llamó la atención. Era una
estancia de tres paredes y varias columnas. Se dio la vuelta, y quedó
fascinada. La enorme sala, tenía una terraza exterior, sólo unas livianas
cortinas de hilo, separaban la zona exterior de la interior. Sin ser casi
consciente, se acercó lentamente a la terraza, las finas cortinas, le acariciaron
el rostro. ¡Estaba alucinando! Cuando se asomó a la barandilla de piedra, de
poco no se cae del impacto. ¡Estaba en Egipto! Delante de ella se abría una
ciudad maravillosamente, espectacular. Con unos jardines bellísimos, que al
parecer circundaba el edificio donde se encontraba, le pareció curioso,
cuando pensaba en Egipto, nunca asociaba jardines verdes y lujuriosamente
floridos, a una zona geográfica donde predominaba el desierto.
Buscó por donde bajar para inspeccionar cuando se abrieron las puertas
de la sala. Una mujer de buena apariencia entró precedida por lo que parecían
esclavos, detrás, cerrando la formación, iban dos soldados. La mujer en
cuestión llevaba una túnica blanca sin muchos adornos. Quizás lo más
significativo era algo parecido a un cinturón ricamente trabajado en diferentes
colores y sujeto por lo que parecía ser, un broche. Llevaba el pelo negro al
estilo “Cleopatra” con una diadema fina imitando una trenza. Las sandalias
eran parecidas aunque más rudimentarias a las que usaban en la actualidad.
Eso la sorprendió. Se fijó que llevaba una gran cantidad de maquillaje. Una
raya negra rodeaba todo el ojo y los párpados brillaban con una pintura verde
muy intensa. Incluso las cejas, eran pintadas. Impresionante. Los soldados
que se quedaron junto a la puerta, iban al más puro estilo espartano. Unas
sandalias sujetas a los tobillos, una especie de faldilla y el torso al
descubierto. Una lanza larga y una especie de cuchillo ancho sujeto a la
cadera por medio de un cinturón era toda su indumentaria. Los esclavos
estaban prácticamente desnudos. Los hombres llevaban un taparrabos y
estaban descalzos. Eran cinco, tres hombres y dos mujeres. Ninguno de ellos
superaría los veinte años. Las mujeres llevaban una especie de túnica de tela
burda sujeta por un nudo encima de un hombro. El color de la piel de todos
era más bien oscuro a excepción de una de las mujeres. Esta era de tez blanca
y el cabello, aunque lo llevaba sujeto con una especie de tira de cuero, le
llegaba hasta la cintura, era de un suave color rubio oscuro con algunos
mechones cobrizos. Le llamó la atención porque ella tenía el mismo color. La
mujer les dijo algo bruscamente y con un bastón comenzó a pegar a los
esclavos. Estaba claro que no entendían lo que les estuviera diciendo, se
arrodillaron gimiendo. Por una puerta que no había visto cerca de donde ella
estaba, apareció un hombre imponente. Llevaba una falda corta plisada y otra
más larga encima semitransparente, hasta los tobillos. El tórax descubierto a
excepción de un pesado collar muy trabajado que le cubría medio torso. Un
puñal enjoyado en la cintura sujetado por un cinturón ancho con
incrustaciones de piedras preciosas y unas sandalias finas de mejor calidad
que la que llevaban los soldados, completaban el atuendo. Llevaba la cabeza
totalmente rapada. Los ojos delineados con pintura negra y las cejas también
pintadas. Se fijó que llevaba unos brazaletes que le cubrían todo antebrazo.
También profusamente trabajados y con incrustaciones de piedras preciosas.
Parecían de oro. Todo le decía que estaba ante alguien poderoso.
La mujer del bastón se arrodilló delante de él y el tono que usó era de
sumisión. Vio que el hombre observaba a los esclavos con interés. Le increpó
a la mujer egipcia y esta asintió, mientras murmuraba una serie de sonidos,
inentiligibles. Júlia hubiera dado cualquier cosa en aquel momento, por
entender aquel cruce de palabras. La mujer que teneía el cabello como ella,
levantó la vista, seguía arrodillada y era evidente el verdugón que se le estaba
formando en la espalda y parte del brazo, gracias a los bastonazos recibidos.
La egipcia dijo algo refiriéndose a la esclava e hizo el amago de volver a
pegarle por lo que parecía una falta de respeto. El hombre hizo un gesto con
la mano. Al momento la mujer dejó el bastón y volvió a inclinarse. Este se
acercó a la mujer y la ayudó a levantarse. No tenía que ser muy normal que
hiciera eso por la expresión de la mujer egipcia. Él no dio muestras de darse
cuenta, levantó la cara de la mujer cogiéndole con dos dedos el mentón. Al
parecer le había llamado la atención el color de ojos inusual por aquellos
lares. Eran verdes. Pero no verdes amarronados, o verdes apagados, eran unos
preciosos ojos verdes claros, como el agua de una laguna. Brillantes y un
poco sesgados. La joven era una belleza exótica. Él por su parte, deshizo el
nudo que sujetaba la túnica dejando expuesto su cuerpo desnudo. Sus senos
eran pequeños y firmes, la cintura estrecha, descasaba sobre unas caderas más
plenas y unas piernas largas y bien formadas acababan en un nido de vello un
poco más oscuro pero indudablemente rubio. El hombre dijo algo y al
momento uno de los soldados apareció con una capa de suave material con la
que cubrió a la esclava. Se giró mirando a la mujer postrada dirigiéndose a
ella con lo que le pareció, una advertencia, a juzgar por el tono y el lenguaje
no verbal. Volvió a mirar a la joven, le acarició la mejilla con el reverso de la
mano. Le dijo algo con voz suave pero la mujer no pareció entender nada. Él
chasqueo la lengua, claramente molesto por no poder hacerse entender. Se
volvió a mirar a la egipcia y al parecer le dio varias órdenes por los
movimientos afirmativos que ella iba haciendo con la cabeza. Los despachó
con un gesto de la mano. Cuando salían todos de la sala, la mujer rubia se
giró a mirarlo con curiosidad. El cruce de miradas, no pasó desapercibido
para nadie. Por un momento nadie se movió. La egipcia le dio un suave
empujón instándola a salir, detrás de ellos, los soldados cerraron suavemente
las puertas. El hombre se volvió hacia ella, le dio un vuelco el corazón, por
un momento pensó que la estaba viendo. Era mayor. Tranquilamente tendría
unos cuarenta años. Le sorprendió bastante. Cuando entró sólo podía verlo de
espaldas y un momento de perfil, le había parecido a juzgar por el cuerpo que
sería un hombre joven, tenía unas espaldas anchas bien formadas, se le
marcaban todos los músculos sin ser exagerados pero dejando patente la
buena forma en la que se encontraba. Unas caderas estrechas y unas piernas
formadas y musculosas. Tenía el cuerpo de un Adonis. Su rostro era lo único
que delataba la edad. Debajo del maquillaje se evidenciaban pequeñas
arrugas, tenis unas facciones marcadas, no era guapo, la nariz era grande, los
ojos eran color miel, muy claros, casi dorados. ¡Los de su hermano eran
iguales! Increíble. Los labios eran finos, tenía un rostro anguloso, pero con
todo, no podía decir que fuera feo. Para nada. De hecho incluso diría que
tenía un atractivo animal. Tomó asiento en una de las sillas de la estancia,
eran doradas y con dibujos de animales en diferentes colores. Estaba
sorprendida de que hubiera tanto color, el respaldo tenía símbolos
jeroglíficos, todo maravillosamente labrado y con profusión de verdes y
azules. Lo vio coger unos papiros mirándolos con atención. ¡Como le gustaría
poder entender lo que decían! Sería maravilloso.
Llamó a alguien y de pronto por una entrada lateral apareció un
sirviente. Tomó asiento a los pies del hombre y comenzó a escribir. No era un
sirviente. ¡Era un escriba! El hombre parecía que le iba dictando. No tenía
palabras. Estaba maravillada.
Volvió a sentir una especie de mareo. Cuando volvió a abrir los ojos por
un momento no sabía dónde estaba.
—¡Por fin! Ana ya vuelve en sí —dijo Sara con ansiedad y alivio al
mismo tiempo.
—¡Menos mal! Empezaba a ponerme nerviosa —dijo Clara pasándose la
mano por la cara en un gesto que delataba la tensión a la que había estado
sometida.
—¡Me importa un pimiento lo que digas! —gritó Ana señalando con un
dedo a su hija mayor —¡Jamás y digo jamás te vuelvas a poner ese maldito
anillo! —añadió con furia asesina.
Júlia estaba tumbada en el suelo de la cocina. Alguien había ido a buscar
un cojín y una manta. Intentó levantarse pero se sentía débil y un poco
mareada.
—Querida no te muevas —dijo Sara —Clara cielo, trae un vaso de agua
—pidió con un amago de sonrisa —espera que te ayudo a incorporarte —le
sostuvo como a una niña pequeña contra su pecho —Clara ayúdala a que se
beba el agua, le tiembla demasiado la mano y se la tirará encima.
Clara asintió seria. Aun se estaba reponiendo del susto, cuando vio a su
hermana desplomarse un rato antes.
Ana se paseaba como un tigre enjaulado por la cocina.
—¿Me has oído? ¡No vuelvas a usar el puñetero anillo Júlia! —dijo
enfadada pero un poco más contenida... Sólo un poco.
—Ya te ha oído Ana. ¡Deja de repetirte por favor! —soltó Sara con tono
seco.
Clara se la quedó mirando levantando las cejas casi hasta la raíz del
pelo. Su tía no hablaba nunca en ese tono y desde luego, jamás a su madre.
Ana se paró en seco en su ir y venir, cuando escuchó a su amiga.
Frunció el ceño, abrió la boca para decir algo pero se lo pensó mejor, cuando
Sara la miró de forma reprobable.
—¿Cuánto tiempo he estado sin sentido? —preguntó Júlia un poco
recuperada.
—¡Casi media hora! —dijo Ana con tono desagradable.
—No pensaba que hubiera sido tanto... Lo cierto es que para mí han sido
sólo unos minutos... Pocos de hecho —entendía la furia de su madre, nacía
del miedo, ella tampoco sabía lo que pasaría cuando se puso el anillo.
¡Había sido la experiencia más fantástica que jamás había vivido! Algo
le decía que esa mujer joven de ojos verdes tan especiales, era su antepasada.
Lo que no era capaz de conjeturar, era el papel del egipcio poderoso en toda
esa historia.
—Bueno ¿Qué ha pasado, has visto algo, sabes de dónde viene esa
inscripción? —preguntó su hermana con interés más que evidente.
—Clara querida, tú hermana no se encuentra bien, creo que podemos
esperar para bombardearla a preguntas —dijo Sara aun bastante preocupada.
Júlia intentó levantarse, entre su tía y su hermana la ayudaron. Aún se
sentía débil, sobre todo tenía la sensación de que las piernas no tenían fuerzas
para sostenerla. La acompañaron a una silla.
—Si alguien que yo me sé, no hubiera vendido hasta los cuadros,
tendríamos unos sofás muy cómodos donde sentarnos —dijo cáusticamente
Sara.
Ana levantó las cejas con expresión de sorpresa, ante el ataque de su
amiga.
—Te recuerdo que fuiste tú, mi querida amiga, la que me dio la gran
idea —dijo devolviendo el ataque.
—¡Yo no te dije que vaciaras el salón! Te dije que lo re decoraras cosa
que tú, como siempre con tu vena extremista, entendiste como te vino en
gana —añadió Sara ácida.
—Claro, ahora va a ser culpa mía. “Nos lo vamos a pasar en grande
Ana” —dijo imitando la voz de su amiga.
—¡Vale! Dejarlo ya —dijo Clara evidentemente molesta —estamos
todas un poco nerviosas. El desmayo de Júlia nos ha alterado, pero no es cosa
de que ahora nos peleemos —dijo con tono más conciliador.
—Tienes razón. Lo siento Sara, perdóname —dijo Ana contrita.
—No pasa nada, tiene razón Clara, estamos todas un poco nerviosas —
concedió Sara con elegancia.
Júlia por su parte, iba recuperándose poco a poco, ya se sentía más
fuerte. Bebió un poco más de agua mientras miraba a su familia por encima
del borde del vaso.
—Bueno, si ya estamos todas más tranquilas, os contaré lo que he visto
—como si de una coreografía bien ensayada se tratase, todas se sentaron al
unísono.
—Vale, ya estamos tranquilas —dijo Clara impaciente —¡Empieza a
explicar!
Estaban totalmente centradas en ella. Se le ocurrió a Júlia, que había
dejado de ser la aburrida hermana mayor, su secreto guardado durante tantos
años y que la había aislado del mundo, ahora la había impulsado a la primera
línea convirtiéndola en protagonista. La vida a veces era una paradoja.
—Bien, cuando cerré los ojos sentí una especie de mareo, en un
momento estaba aquí y al siguiente me encontraba en una enorme y lujoso
salón, de techos altos y grandes columnas...
Durante mucho rato, sólo se escucho su voz, explicó todo, los detalles
que habían llamado su atención, las personas que vio, como iban vestidos...
No se dejó nada. Cuando llegó a la escena que se desarrolló delante de ella, el
nivel de expectación era más que evidente.
—¿Las faldas de los soldados les llegaban a medio muslo o por encima
de las rodillas más bien? —preguntó Clara —y la falda que llevaba el egipcio
madurito ¿Era larga o corta como la de los soldados? —añadió cogiendo el
ordenador portátil.
—¿Y eso que más da? —preguntó Ana frunciendo el ceño.
—¡Tienes razón Clara! —dijo Sara entusiasmada -¿Utilizaban colores
además del blanco?
La cara de Ana no tenía precio.
—Pues, lo cierto es que las faldillas no eran tan cortas, más bien por
encima de las rodillas, y “el madurito” llevaba una especie de faldilla más
ceñida y corta debajo de otra larga casi trasparente —dijo mirando a su
hermana teclear con rapidez. Sara estaba con ella, mirando con avidez la
pantalla del ordenador.
—¿Sería alguien tan amable de sacarme de mi ignorancia? —preguntó
Ana alzando los brazos al cielo —Al parecer soy la única que no capta
porqué es tan importante qué ropa llevaban. Sara lo tuyo es deformación
profesional, que lo sepas.
Sara se rió con ganas.
—Ana, en función del estilo de ropa que lleven podemos intentar
identificarlos en una u otra época —explicó Sara con petulancia. Clara por su
parte sonrió de medio lado.
—¡Lo encontré! —dijo Clara entusiasmada. Todas se abalanzaron a
mirar —posiblemente, estemos hablando de la época del nuevo Egipto. Al
parecer la historia de Egipto se compone de tres partes bien identificadas. El
antiguo Egipto, el medio Egipto y el nuevo Egipto. El material más utilizado
era el lino, y había diferentes calidades. Las cortinas que has descrito,
posiblemente fuera lino muy fino, en el nuevo Egipto los hombres de las
clases altas, llevaban unas faldas cortas llamadas faldellín y encima otras muy
finas casi trasparentes plisadas. También usaban capas y túnicas y aunque
básicamente usaban el lino blanco, aunque también lo teñían.
—¿Qué diferencias hay en la vestimenta entre un periodo y otro? —
preguntó Ana con curiosidad.
—Pues por ejemplo no tenían el concepto de pudor que tenemos
nosotros, las temperaturas y el clima tenía mucho que ver al respecto. Los
vestidos de las mujeres eran básicamente una tela ceñida alrededor del cuerpo
anudadas debajo del pecho. Dejándolos expuestos. También hay vestidos con
un tirante tapando un pecho y el otro al descubierto y ya en la época del
nuevo Egipto, los vestidos de la mujer son más ceñidos pero tapan todo el
cuerpo, y usan túnicas tanto hombres como mujeres, las faldas de los
hombres son largas hasta los tobillos plisadas y con grandes cinturones —
explicó Clara orgullosa de haber tenido la idea —por lo que aunque no soy
una experta, por las descripciones que ha dicho Júlia, podríamos presuponer
que estamos hablando del nuevo Egipto. Esta época creo que es más menos,
unos mil quinientos años antes de Cristo.
Ana estaba impresionada por la sagacidad de su hija pequeña. Jamás se
le hubiera ocurrido datar un espacio de tiempo en base a la moda.
—En cuanto ha dicho Clara que le explicara exactamente como iban
vestidos, he entendido perfectamente su intención —dijo Sara dándose
importancia —la moda ha sido siempre algo muy importante en todas las
épocas. Puedes saber más menos, el momento histórico que sea con un
margen de error pequeño, sólo por la vestimenta que lleven —explicó
orgullosa.
—Cuando vuelvas a viajar al pasado, fíjate en los detalles de su atuendo.
A propósito. ¿Como sabías que eran esclavos? —preguntó Clara.
—No lo sé. Supongo que por el contexto de la escena —se quedó
pensativa —podrían ser siervos —dijo reflexionando.
—Fácilmente podrían ser esclavos —dijo Clara leyendo algo en el
ordenador —eran habituales, y cuando invadían otros pueblos, hacían
cautivos y los mandaban a servir a los sacerdotes, a las clases altas y al faraón
—dijo con entusiasmo —¡Internet es una mina de oro! —soltó encantada de
contribuir con datos.
—A riesgo de ser repetitiva, no tengo muy claro que vuelvas a
intentarlo, nena. No sabemos las consecuencias que puede acarrear —dijo
Ana con sensatez. Alguien tenía que decir lo que le parecía evidente.
—No creo que me pueda hacer daño... Es más, estoy convencida de que
es lo que tengo que hacer —dijo con tono reflexivo —cuando podamos leer
el libro, posiblemente encontremos a antepasadas nuestras que ya lo hacían.
Seguro.
—Bueno, pues yo por hoy, he tenido suficientes emociones —dijo Sara
soltando un suspiro.
—Estoy de acuerdo —dijo mirando a sus hijas —la semana que viene,
quiero llamar al ayuntamiento del pueblo donde vive mi tía, a ver si me
pueden facilitar algún tipo de información —comentó.
—¿No has encontrado ningún teléfono de contacto? —preguntó Clara
sorprendida.
—Lo cierto es que no. Encontré una vieja agenda de hace muchos años,
pero los números no se corresponden. Imagino que se cambiarían el
teléfono... También estoy barajando la posibilidad de hacer un viaje
relámpago en cuanto pasen las navidades —comentó dejando entrever lo
mucho que la frustraba no saber como localizar a su tía.
—Bueno, estoy segura de que de una manera u otra, la encontraremos
—comentó Júlia con aire positivo.
—Sé que es mucho pedir, pero me sentiría mucho más tranquila si no
volvieras a... Repetir eso de la... Psicometría hasta tener más información
sobre el anillo —dijo Ana a su hija mayor, intentando que no se le notara la
angustia que sentía.
Júlia asintió sin muchas ganas.
—Te propongo algo. No haré más experimentos por mi cuenta hasta
después de fiestas navideñas, si para entonces no has localizado a tú tía,
entonces lo volveré a intentar. Tenemos que tener presente la posibilidad de
que no podamos localizarla, ni siquiera sabes si está viva y aunque tengo
unas ganas locas de ponerle las manos encima al famoso libro, también puede
ser que esté perdido irremediablemente.
Se desinfló un poco la burbuja de excitación que había en la estancia.
Era cierto que todo podía ser. Todas se quedaron calladas pensando en las
escasas probabilidades de encontrar el libro después de tantos años. Nadie
quería decir en voz alta que esa rama de la familia no había hecho ni el más
mínimo esfuerzo por ponerse en contacto con ellas.
—En esto quizás si puedo ayudar —dijo Ana con una sonrisa misteriosa.
La miraron todas expectantes —tengo el presentimiento de que encontraré el
modo de contactar con mi tía –la miraron esperando que dijera algo más.
Frunció el ceño. Al parecer su familia no tenía bastante. Pues no sabía que
esperaban. Ella no tenía una bola de cristal pero sus presentimientos siempre
se cumplían.
—Si no tenéis bastante con mi palabra, podéis iros a freír espárragos —
dijo indignada.
Sus hijas la miraron y soltaron unas risitas. Sara también se rió bajito.
—¿Se puede saber de qué os reís? —preguntó picada.
—Mamá, hasta hace unos días negabas como una posesa que tenias
poderes sólo un sexto sentido. Y ahora dices que tienes un presentimiento,
qué sabes algo y te indigna si no nos lo tomamos tan en serio como tú
querrías. Tiene su punto —dijo Clara sonriendo.
No podía negarlo pensó Ana sonriendo burlonamente.
—Supongo que tienes razón. Siempre puedo tener una visión o algo así
que me chive donde está mi tía —dijo socarrona.
Todas se rieron como tontas.
—Mientras no te pase como esta mañana y te de una crisis de pánico —
dijo Júlia. No había terminado de decirlo que se dio cuenta de que había
metido la pata.
—¿Está mañana has tenido una visión? ¿Qué has visto? ¿Y porque te ha
dado una crisis de pánico? —Clara era única haciendo preguntas, pensó Ana
con expresión torva.
—No habías dicho nada Ana. Últimamente estás muy rara —cuando dos
pares de ojos la miraron con toda intención, Sara se ruborizó un poco —
bueno... Más rara de lo habitual para esta familia. ¿Satisfechas? —preguntó a
nadie en particular.
—Mañana os explico —cuando empezaron a quejarse se levantó
pidiendo paz con las manos —chicas por favor. Por si no os habéis dado
cuenta, son casi las doce de la noche. Mañana tenemos un día muy largo por
delante.
Hubo comentarios coloridos sobre nepotismo y tiranas sospechosamente
parecidas a ella. Ana ni se inmutó. Se cruzó de brazos apoyada en la repisa.
—Buenas noches chicas. Júlia te toca acercar a tú hermana a su casa.
Mañana nos vemos.
Cuando vieron que no pensaba ceder ni un ápice, comenzaron a
levantarse remolonas. Ana se mordió la cara interna de la mejilla para evitar
reírse. No supo de qué manera acotar las preguntas después de que a Júlia se
le escapara el incidente de esa mañana. Usar su faceta de “mandona”, siempre
funcionaba.
—Ana estoy muy orgullosa de ti, quiero que lo sepas —dijo Sara
afectuosa —estás dando pasos de gigante.
—Espero que sigas pensando igual en unos días —contestó críptica.
—¿Porque no iba a pensar igual? -preguntó Sara alzando una ceja —
Ana ¿Hay algo que tenga que saber? —preguntó con cierto tono de sospecha.
—Digamos que estoy dando pasos de gigante como tú dices... Sólo
esperemos que sean para bien.
—No te cojo —dijo Sara observándola atentamente -Ana querida, me
alegro mucho por ti, pero sigo pensando que estás muy rara —Ana se rió
bajito —anda dame un abrazo de buenas noches.
Se abrazaron con cariño.
Se marcharon a sus respectivos dormitorios dando por concluido un día
largo. Larguísimo.

Ana se levantó temprano, tendría que haberse tomado algo para dormir,
pensó haciendo una mueca. Siempre que se ponía nerviosa por algo, daba
igual el motivo, dormía poco y de forma intermitente. Curiosamente no
estaba cansada, al contrario, se sentía llena de energía. Al parecer, le iban las
emociones fuertes. Una sonrisa torcida, cinceló su boca, en un gesto pleno de
auto burla.
Con una taza de café humeante se acercó a la ventana de la cocina.
Apenas eran las seis y poco de la mañana, prácticamente todavía era de
noche. El cielo estaba raso, observó las estrellas brillar en el firmamento.
Siempre la inundaba una sensación de paz, contemplar el bello manto
luminiscente. El silencio roto por algún sonido propio de la noche, era un
bálsamo para las emociones que sentía a flor de piel. No había comentado a
nadie, la sensación que desde hacía unos días persistía cada vez con mayor
fuerza. Era algo parecido a la calma que precede a la tormenta. Sabía que
algo iba a pasar. No se le escapaba la ironía. Mientras ignoró con toda su
alma, su Don, lo hizo pensando que era lo mejor para su familia. Ahora lo
buscaba e incluso lo invocaba, por el mismo motivo.
La fuerza nacía de la necesidad de proteger a los suyos. No había poder
más grande en el universo, que el amor de una madre hacia sus hijos.
—¿Qué haces levantada tan temprano? —Ana soltó un grito lo
suficientemente alto, como para despertar a toda la vecindad. Júlia gritó a su
vez —¡Jolín mamá! —dijo llevándose la mano al pecho —Un poco más y me
matas.
—¿Un poco más y te mato dices? ¡Yo casi muero! Se me ha escapado el
corazón por la garganta huyendo despavorido...
Júlia la miró un momento sería como un juez y al momento rompió a
reír con ganas.
—Pensé que me habías escuchado bajar las escaleras —dijo limpiándose
las lágrimas de tanto reír.
—Al parecer, no —dijo desabrida —¿Se puede saber qué haces tan
pronto levantada?
—Fui a buscarte a tú habitación para hablar contigo de tía Sara, antes de
que se despertara. Se nos acaba el tiempo y habrá que hablar con ella, digo
yo.
Recuperándose del monumental susto. Reflexionó sobre su amiga. Ana
sabía que su hija tenía razón, pero no sabía como abordar el tema. Mientras
tanto Júlia se dirigió a la cafetera a prepararse un café.
—Bueno, no soy una experta en relaciones personales —comentó Júlia
haciendo una mueca —en eso la experta es Clara, pero no obstante, sugiero
ser lo más verticales posibles... Habida cuenta de que mañana vendrá César a
almorzar...
Ana resopló con un gesto nada femenino.
—Te recuerdo que en eso, te puedes atribuir todo el mérito. ¡Bonita! —
dijo mordaz.
—Tú fuiste a hablar con él y tenías pensado invitarlo y...
—Tenía pensado concertar una cita entre ellos. ¡No invitarlo a mi casa!
—dijo levantando el tono.
Júlia la miró desde el otro extremo de la cocina, con el ceño fruncido.
—Eso... Son matices —Ana levantó los brazos al cielo en muda plegaria
pidiendo paciencia —lo que importa ahora es cómo vamos a decírselo.
—Me parece bien. Si quieres ahora cuando baje tu tía, le dices que sabes
tooooda su vida gracias a la psicometría y que no es para tanto, qué si eso, lo
supere lo más tardar en digamos veinticuatro horas porque mañana el hombre
de su vida viene a comer. ¡Tienes mi beneplácito! —dijo sarcástica.
—No es necesario...
¡Sara estaba en la puerta! ¡Madre del amor hermoso!
Se iba a liar parda y aún no eran ni las siete de la mañana. ¡Por el amor
de Dios! Necesitaba un día, sólo un día de paz. Rogó Ana mentalmente. ¿Era
tanto pedir? Al parecer, sí.
—Sara cielo...
—¡No empieces con Sara cielo! Estáis hablando de mí. ¡Actuando a mis
espaldas! Ahora no me vengas con “Sara cielo “porque soy muy capaz de
estrangularte. ¡A las dos! —dijo abarcando con la mirada también a su
sobrina.
Ana se quedó un momento sin saber qué decir.
Júlia por su parte, le dio el café qué había preparado para ella a su tía y
se dispuso a hacerse otro para ella. Al menos mientras tanto, tenía algo que
hacer.
Sara no sabía qué hacer, había cogido el café, por pura inercia. Pero de
lo único que tenía ganas, era de salir corriendo y no parar.
El silencio sólo era roto por el sonido de la cafetera al ponerse en
marcha.
—Siempre he dicho que esa cafetera hace un ruido horrible —dijo con
voz neutra.
Ana miró a su amiga sorprendida. Se esperaba cualquier cosa, salvo eso.
—Lo sé, pero hace un gran café —dijo en el mismo tono.
—En este momento me apetece estrellarte la taza en la cabeza —su voz,
no podía ser más suave.
Después del brote del otro día, Ana la creía capaz de cualquier cosa.
Empezó a mirarla con cierta desconfianza.
—Sería una pena desperdiciar un buen café tía —dijo Júlia con
indiferencia. Si con eso, pretendía ayudar, Ana no lo tenía muy claro.
—Claro, que por otra parte arrancarte la lengua y hacer que después te la
tragues, suena infinitamente mejor —continuó como si Júlia no la hubiera
interrumpido.
Ana se removió en su asiento cada vez más intranquila. Que hiciera esos
comentarios tan tranquila seguro que no era bueno...al menos para su
integridad física.
—Sara, si nos dejas explicarte, seguro que no lo ves tan negro...
—¡Oh! ¿Entonces lo he entendido mal? —preguntó con gesto exagerado
de fingida sorpresa —¿No es cierto que Júlia sabe que fui puta? O ¿A lo
mejor no sabe que gracias a eso no puedo tener una relación estable con
nadie? O mejor aún ¿Qué conocí a un hombre maravilloso pero al que mandé
a paseo para evitar que me mire con asco si se llegara a enterar algún día? —
esto último lo grito con todas sus fuerzas. Incluso Júlia se encogió ante la
furia de su tía.
Estrelló la taza con café y todo contra la pared del fondo. Tanto Ana
como Júlia, dieron un brinco ante el estallido. Ana se quedó mirando la pared
y pensó resignada, que al parecer, también pintarían la cocina.
Sara abrió los ojos con horror, ante su propia reacción, no lo había hecho
a conciencia, su cara lo decía todo. Se giró de prisa con la intención de salir
huyendo. Ana se levantó rápida de su silla y la sujetó por la espalda. Su hija,
tuvo la misma idea y se lanzó sobre su tía, de poco acaban las tres tiradas en
el suelo.
—¡Soltarme! —gritó Sara como una posesa —¡Os odio, Dios mío, como
os odio! —masculló con los dientes apretados. Se contorsionaba como una
loca. Al final se cayeron. Cierto que fue casi a cámara lenta, pero
irremediablemente acabaron por los suelos —¡Maldita seáis! ¡Ojalá no os
hubiera conocido jamás! ¡Os odio con todas mis fuerzas! —gritaba con
expresión sanguinaria. Ana se encaramó encima de su amiga sujetándole los
brazos. Para ser de complexión más baja, estaba teniendo serios problemas
para controlarla.
—¡Agárrale los brazos por encima de la cabeza! —dijo levantando la
voz para que su hija la escuchara. Sara estaba gritando como una posesa y era
complicado. Júlia obedeció sin vacilar.
Después de unos minutos, Sara empezó a quedarse sin fuerzas. Lloraba
pero la furia asesina parecía que iba remitiendo. Estaban las tres sudando
como si hubieran corrido la maratón. El esfuerzo no sólo había dejado
exhausta a Sara. Ana se planteó seriamente, estrellarle algo en la cabeza a su
amiga con intención de noquearla, en caso de que le diera otro ataque. No
tenía ánimos ni de correr para salvar su propia vida.
—¡Por fin! —exclamó Júlia aliviada cuando notó que su tía ya no
forcejeaba. La miró con infinita pena al ver su cara de sufrimiento —tía
tranquila, no te preocupes... Es normal, no pasa nada... Mamá y yo te
queremos y no te vamos a dejar jamás.
—Eso no es un consuelo... Es un castigo —pontificó Sara. Júlia
compuso una mueca de dolor.
—Sara escucháme —dijo Ana mirando fijamente a su amiga —te juro
que si te tengo que atar a una silla, estoy más que a la altura de la labor.
Ana notó como su hija la miraba sorprendida.
—No estoy bromeando Sara —vio como su amiga cerraba los ojos,
lágrimas silenciosas le resbalaban por las sienes.
Sara asintió lentamente sin abrir los ojos. Ana la soltó sin quitarle la
vista de encima. Al final le tendió la mano a su amiga en un gesto de paz.
Sara se quedó mirando la mano unos instantes, finalmente la aceptó. Cuando
se puso en pie, se miraron fijamente, sin decir palabra.
En un sólo movimiento, Ana abrazó a su amiga con toda sus fuerzas.
Júlia estaba impactada. Obviamente, la conmoción de la escena, escapaba a
su experiencia de vida, no se esperaba ese despliegue de emociones y desde
luego no estaba preparada para ver perder el control de una forma tan
visceral, a su tía.
Sara por su parte, rompió a llorar desconsoladamente. Era desgarrador
escuchar sus sollozos.
—Ya... Ya... Sssshhh... Ya... Tranquila nena... Tranquila... No pasa
nada... —no la soltó. Ana sintió como Sara le estaba empapando el cuello, no
importaba. Mejor que dejara salir todo lo que atenazaba su interior. Ya habría
tiempo. Tiempo para llorar, tiempo para curar...
Después de lo que pareció una eternidad, empezó a remitir la vorágine
emocional que tenía a Sara desmadejada. Ana le ayudó a sentarse en una
silla, hizo un gesto a su hija vocalizando la palabra “infusión “Júlia asintió
entendiendo. Se dejó caer en la silla de enfrente, sin dejar de mirar a su
amiga. Se pasó las manos por el pelo, la goma con la que se lo había sujetado,
se le había caído durante el altercado. Estaba convencida de que tenía que
tener pinta de loca.
Júlia se acercó con la infusión.
Sara tenía la mirada perdida. Parecía una muñeca rota. Ana pensó, que
lo vivido hacía un momento, era similar a su experiencia personal cuando
tuvo íntima relación con un whisky de veinticinco años. El torrente
emocional no conocía caminos, se abría paso por sí sólo hacia el exterior
inundando todo a su paso.
—Sara, entiendo como te sientes... Sé que no es fácil plantarle cara a
nuestros miedos.
Sara seguía sorbiendo su infusión como si fuera la cosa más importante
del mundo.
—Tía Sara... Hace mucho tiempo que sé lo que te pasó —Sara levantó la
vista y miró a su sobrina con angustia —jamás te he tratado de forma
diferente, al contrario, te quiero más si cabe —Júlia se sentó más cerca de su
tía pero sin tocarla —fue muy duro para ti perder al bebé... de alguna
manera... Te culpas porque crees que podrías haber hecho algo... No podías
tía, te sientes responsable pero no estaba en tus manos... Fuiste una víctima...
Igual que tu pequeño —lágrimas silenciosas resbalaban por las mejillas de
Sara —sé que no puedes tener hijos por la atrocidad que te hicieron, siempre
has deseado ser madre... Con todas tus fuerzas... Por eso ayudas a todas esas
mujeres... Para darles la oportunidad que a ti te negaron. Eres una gran mujer,
una gran y maravillosa mujer
A esas alturas, Ana estaba llorando como una magdalena, las palabras de
su hija, habían calado hasta su mismísima alma. Si Sara no reaccionaba con
eso, no sabía qué narices podía decir ella.
Sara por su parte estaba desbordada, sentía tanto que no sabía si
resistiría. Cuando bajó las escaleras y las escuchó hablar, de pronto fue como
si el suelo se abriera, la sensación de perder pie la sobrecogió, no se sintió tan
desnuda, tan vulnerable, desde que despertó en el hospital aquella mañana de
hacía mucho tiempo. Se había ido envolviendo poco a poco en tantas capas,
para evitar aquella horrible sensación, que de pronto, sentirse expuesta la
superó.
—Creo tía... Que tienes una oportunidad para aceptar por fin tu pasado.
Sé que no es fácil, pero nosotras estaremos a cada paso que des. No te
niegues la oportunidad de ser feliz... Por favor tía...
—Eso está muy bien —dijo Ana con contundencia interrumpiendo a su
hija —pero sobre todo nena, no pidas perdón. ¡Fuiste una víctima! Sufriste y
pagaste y sabe Dios que no te merecías todo aquello. No vivas de rodillas
Sara, no te hagas eso a ti misma.
Dos pares de ojos la miraron con diferentes grados de sorpresa. Todo lo
que decía Júlia era cierto, pero Sara necesitaba además de todas esas palabras,
recuperar su orgullo, su autoestima. Revolcarse en el pasado no traía nada
bueno, Ana lo sabía muy bien.
Una sonrisa tímida asomó en el rostro de su amiga.
—Sólo a ti, en uno de los peores momentos de mi vida, se te ocurriría
darme órdenes —dijo con un deje irónico.
Ana hizo una mueca burlona.
—No sé hablar tan bien como mi hija. Pero sí sé lo que es mejor para
todo el mundo —anunció sin fingir falsa modestia.
Tanto Júlia como Sara la miraron con franco estupor.
—¿Es una advertencia amiga? —dijo Sara con suspicacia.
Ana se balanceó sobre las puntas de sus pies, mirándola con
detenimiento, estaba claro que estaba sopesando decirle algo más.
—Mañana vendrá a almorzar César. Tienes una oportunidad. No volveré
a inmiscuirme en tus asuntos, ni aun sabiendo que tengo más razón que un
santo. Si decides volver a mandarlo a paseo, no pondré objeciones al
respecto, pero creo que será la peor decisión que tomarás.
Sara no sabía qué decir. Era demasiada información. No tenía capacidad
para procesarla toda. ¡Necesitaba tiempo!
—¡Hombre! Dije que había que ser vertical, pero... ¿Crees que hacía
falta decirlo así? —dijo Júlia frunciendo el ceño.
—Pues a lo mejor no, pero como alguien que yo me sé, invitó al tal
César, no nos queda mucho tiempo para sutilezas —soltó mordaz.
Sara miró a una y a otra.
—¿Como sabes que... César es? —no podía ni formular la pregunta.
—Imagino que te haces una idea —dijo con ironía. Su hija chasqueó la
lengua dejando claro lo que pensaba —Sara, no te diré nada de lo que vi. Si
decides conocerlo y tener una relación con él, perfecto, y si decides lo
contrario también perfecto. No pienso inclinar la balanza diciéndote nada
más. Bastante me he inmiscuido ya. Seguro que mis antepasadas no pensaban
que usara mi “herencia” para hacer de casamentera —terminó diciendo un
poco enfadada con todo.
Júlia miró a su madre sorprendida, pensaba que le diría que la la había
visto con César y que sabía que era su media naranja. Por el contrario, se lo
insinúo con su injerencia pero poco más. Después de meditarlo, vio la
sabiduría de sus actos. El derecho a decidir.
Sara miró a su amiga, como un náufrago a una tabla de salvación.
Cuando más necesitaba que le dijera qué hacer, cosa que por otra parte, era la
especialidad de Ana, esta había decidido no hacerlo. Parecía una broma
grotesca. Podía recordar cientos de veces, donde ella había tenido que decirle
que no podía imponer su voluntad a los demás y ahora cuando más la
necesitaba, se le ocurriría hacerle caso. Era para morirse de risa si no fuera
por la patética situación en la que se encontraba.
—Creo que sería bueno ir a vestirse —dijo Ana mirando el reloj que
había colgado en una de las paredes de la cocina —no creo que tarden en
llegar Clara y Sergio —estaban todas en pijama. Ella por su parte, necesitaba
una ducha como el comer, se sentía pegajosa.
—Mamá...al igual podemos dejar el tema de la pintura para otro día.
—¡Al contrario! Creo que es lo que necesitamos. Es una manera de
canalizar toda esa energía que...al parecer tenemos en exceso —miró a su
amiga con toda intención. Sara por su parte no parecía darse por aludida.
—Creo que si no os importa, me voy a mi casa... Necesito estar a solas.
—¡Para nada! —exclamó Ana con firmeza —necesitas empezar a
plantar cara no esconderte para lamer tus heridas.
—¡Soy yo la que decido “qué necesito”! —dijo Sara recobrando a ojos
vista su temperamento.
—Al parecer, no sabes una mi...
—¡Mamá!
La mirada de reprobación de Júlia no tenía precio. Ana se mesó los
cabellos en un gesto suyo muy típico. ¡Entendía a Sara! Pero no podía darle
tiempo para que volviera a parapetarse detrás de su armadura otra vez. Era
ahora o nunca. Tenía que forzar un poco más la situación. Esperaba estar
haciendo lo correcto, porque se iba a jugar su amistad.
—Sara ¡Mírame! —su voz firme restalló en la estancia —sí sales por esa
puerta, estarás diciendo adiós a una relación de más de veinticinco años.
Perderás a la única familia que tienes. Piénsalo... Porque una vez que des el
paso... No habrá marcha atrás.
—No puedes decirlo en serio...
—Totalmente.
—Mamá creo...
—¡No te metas Júlia! —ordenó tajante, rezando para que por una vez, su
hija le hiciera caso. Era mucho lo que se estaba jugando.
—Ana... No me encuentro preparada para... Enfrentarme a todos... Me
siento incluso, físicamente mal —dijo con tono lastimero.
—Sara... Ve a ducharte y te vistes, tómate un par de aspirinas, incluso si
quieres fúmate un piti pero no vas a salir huyendo... Si lo haces, le diré a
Clara... Todo —dijo sería como un juez.
—¡No te atreverías! —Sara la miró con furia asesina. Eso era bueno. La
prefería guerrera mil veces que hundida en la miseria.
—¡Ponme a prueba y veras! —dijo dando una vuelta más de rosca.
—Ana, te juro que si lo haces no te perdonaré jamás —amenazó Sara
con los dientes apretados.
Se quedó mirando a su amiga ladeando un poco la cabeza en un gesto de
profunda concentración. Sara por su parte, empezó a ponerse nerviosa,
conocía a su amiga y la creía capaz de todo, además, cuando hacía ese gesto,
significaba que estaba meditando su próxima jugada. Era una experta en
conseguir que los demás hicieran lo que ella quisiera.
—¿Sabes? —dijo Ana con voz meditabunda —creo que tienes razón —
Sara entrecerró los ojos con evidente sospecha —no soy yo la que tiene que
contarle a Clara nada respecto a tu pasado. Entiendo que ese honor te
corresponde sólo a ti...
—¡No pienso contarle nada de nada a Clara! —dijo casi gritando. ¡Sabía
que estaba pensando en algo! Pero esta vez se equivocaba si creía que la
manejaría a su antojo.
Ana por su parte, se tomó su tiempo en contestar. En todo momento no
rompió el contacto visual con su amiga.
—Como tú digas —acepto mansamente. Ahora sí que estaba alerta Sara
—somos todas una familia, conoces nuestros secretos más profundos...
Nosotras —hizo un gesto con la mano abarcando a su hija y a ella misma —
sabemos los tuyos. Pero la única que no sabe nada es Clara. Sí alguna vez se
entera, de que su madrina, la mujer que más admira, no confió en ella...
Posiblemente no te perdone jamás... Lo vivirá como una traición. Creerá que
no confiaste en ella lo suficiente. Entiendo qué esa decisión, es enteramente
tuya.
Sara sintió cada palabra como un puñal. Amaba a su sobrina con toda su
alma. Era la hija que nunca tuvo. Los quería a todos pero Clara era especial,
era su pequeña, no había nada que no hiciera por ella... Y Ana lo sabía.
¡Maldita fuera su estampa!
—¡Eres una maldita hija de puta! —siseó Sara con virulencia.
—Posiblemente —aceptó Ana con elegancia. Su porte decía claramente
que no iba a retroceder ni un ápice.
—¡Te pareces a la arpía de tú madre más de lo que imaginas! —escupió
venenosa.
Júlia las miraba dé hito en hito.
—Posiblemente también tengas razón en eso —dijo con tranquilidad —
Bien. Como he dicho, me voy a duchar y a adecentarme un poco, os sugiero
que hagáis lo mismo.
Estaba todo dicho. Ana salió de la cocina con toda tranquilidad. Cuando
llegó a las escaleras, se cogió al pasamano con fuerza. ¡Le temblaban hasta
las pestañas! Había mantenido las manos dentro de los bolsillos, para que no
vieran como le temblaban. Le había costado la vida decirle todo aquello a su
amiga pero alguien tenía que hacerlo. Ahora ya no podía hacer nada más. La
decisión le correspondía a Sara.
—Tía Sara... No creo que mi madre haga lo que ha dicho —dijo Júlia
intentando suavizar la situación —además, se equivoca, Clara jamás te lo
tendría en cuenta, si no quieres contarle nada, por mi parte jamás lo sabrá...
Te lo prometo tía —Júlia la miraba profundamente afectada.
Sara suspiró cansada, se sabía vencida. Ana la conocía mejor que nadie.
Sabía exactamente dónde golpear... Y con la precisión de un cirujano,
arremetió con fuerza.
—Creo... Que será mejor que vayamos a vestirnos... Tú hermana no
tardará en llegar —dijo evitando contestar.
Júlia por su parte la miró sin saber qué decir. Estaba molesta con su
madre por todo lo que le había dicho a su tía, había sido muy dura y estaba
claro, al menos para ella, que le había hecho daño gratuitamente. Después del
enfrentamiento, arrinconarla de esa manera le pareció el gesto más vil y más
carente de compasión que había presenciado jamás. No conocía esa faceta de
su progenitora y la había sorprendido desagradablemente. Tenía intención de
decírselo. Quería a su tía y le partía el corazón verla tan hundida.
—Como quieras tía —dijo suavemente.
Subieron en silencio la escalera y se dirigieron a sus respectivos
dormitorios.
Júlia se vistió deprisa. Tenía pensado decirle un par de verdades a su
queridísima madre.
—¡Ha sido una canallada por tu parte decirle todo eso a tía Sara! —dijo
cerrando la puerta del dormitorio tras de sí —¡No tenías derecho a ponerla
contra las cuerdas!
Ana por su parte, terminó de atarse las zapatillas de deporte con
parsimonia. Para un observador avezado, era claro que estaba intentando
ganar tiempo.
—¿Sabes hija? Creo que entiendo mejor que tú misma como te sientes.
Pero he hecho lo que creo, tenía que hacer —dijo con voz neutral.
—¿Eso crees? Pues ¡Sólo lo crees tú! Tía Sara se ha ido a su cuarto
destrozada. Jamás he visto a nadie tan hundido como a ella. ¿En serio crees
que era necesario, después de todo por lo que ha pasado? —preguntó Júlia
con incredulidad.
—Sí. Creo que era necesario. Respetaré su decisión pero ruego
encarecidamente que encuentre el valor necesario para tomar las riendas de
su vida y combatir los demonios que habitan en su interior.
—Mamá... ¿Y si no quiere luchar? Hay personas que viven toda su vida
en un área pequeña y son felices. Que tú veas las cosas de esa manera no
significa necesariamente que sea así. Ni que estés en posesión de la verdad
más absoluta —el tono recriminatorio estaba implícito.
—Cuando hace un par de semanas, tu tía me pidió que la acompañara a
comprarse un vestido para su cita con César, parecía una niña la mañana de
Navidad. Cuando me llevó a la asociación, estaba orgullosa —hizo una pausa
para que su hija asimilase sus palabras —tú tía no se cree merecedora de un
premio a su labor y por supuesto no quiere ir a recogerlo porque tendría que
anunciar públicamente que también fue una de ellas. No quiere tener nada
que ver con César porque el pánico a que descubra su pasado la supera. No
hace una cosa u otra por convicción sino por miedo, eso es lo que marca la
diferencia.
—No lo había visto de esa manera —dijo Júlia asimilando todo cuanto
estaba escuchando.
—No obstante, quiero que sepas, que jamás empujaría ni a ella ni a
nadie, a una situación para la que no esté preparada. Es cierto que la he
puesto contra las cuerdas, pero Sara me conoce muy bien.
Júlia asintió no muy convencida, entendía que le faltaba experiencia en
la vida para reconocer situaciones límite y actuar en consecuencia.
—Anda, vamos, aún tenemos que recoger el desastre de la cocina, antes
de que llegue tú hermana.
—Tienes razón —dijo Júlia suspirando —a veces la vida es muy
complicada mamá.
Ana sonrió con cierta melancolía.
—Bueno, tienes que ver la parte positiva —dijo con ironía —somos
muchas cosas pero aburridas no es una de ellas —añadió guiñándole un ojo.
Su hija soltó una risilla triste, pero sonrisa al fin y al cabo.

Estaban terminando de recoger el estropicio de la cocina, cuando


apareció Sara perfectamente vestida. Eso preocupó a Ana. No llevaba la
clásica ropa vieja para pintar, para nada, incluso se había maquillado. Eso no
pintaba bien.
Ana esperó sin decir nada. Aceptaría su decisión pero que le partiera un
rayo si encima se lo facilitaba.
—Al parecer no han llegado Clara y su novio —no hacía falta
responder. Era evidente —si no te importa, voy al salón a tomar unas
medidas, cuando llegue Clara, nos iremos a dar una vuelta, espero que os
podáis apañar sin nuestra ayuda.
Tanto Júlia como Ana asintieron.
Sara por su parte salió de la cocina con rapidez. Estaba nerviosa, muy
nerviosa, había meditado lo que le había dicho su amiga, sabía lo que estaba
tratando de hacer. La estaba manipulando y al parecer con maestría. Ana era
una jugadora de ajedrez nata. Buscaba los puntos débiles de su contrincante.
En el momento que incluyó a Clara en la ecuación, ella se supo vencida. Ana
lo sabía.
—¡Hooolaaaa familia! —gritó Clara desde la entrada —¡Ha llegado la
caballería!
Estaban terminando de limpiar en la medida de lo posible, la horrible
mancha de la pared de la cocina.
—¿Dónde está tía Sara? —preguntó Clara, mirando a su alrededor.
—En el salón. Tomando unas medidas —explicó Ana suscita.
Clara se fue al salón y los demás la siguieron a la zaga.
—Hola tía Sara —dijo con tono alegre —caramba, no estás vestida para
ensuciarte las manos —exclamó Clara mirando a su tía de arriba abajo —no
pensarás escabullirte ¿eh? —dijo en tono jocoso.
Sara tenía una sonrisa tensa en el rostro.
—Bueno... Digamos que me sumaré más tarde... Tengo algunas cosas
que resolver —dijo con evidente nerviosismo. Clara frunció el ceño
evidentemente extrañada.
—¿Por qué? ¿Pasa algo?
—No cielo —contestó Sara demasiado deprisa —al contrario. Te estaba
esperando.
—¿Me estabas esperando? —repitió Clara cada vez más perpleja.
—Nos vamos Clara y yo a dar una vuelta —dijo Sara con firmeza
mirando a Ana. Esta asintió entendiendo.
—¿Nos vamos? —preguntó Clara con gesto de sorpresa —no hemos
desayunado. ¿Dónde vamos? —preguntó con curiosidad —¿Mamá que se te
ha olvidado comprar? —preguntó mirando a su madre con suspicacia.
—No se le ha olvidado nada —dijo Sara agarrando con cariño a su
sobrina del brazo —sólo nos vamos a dar una vuelta...
—No entiendo. ¿Porq...
—Clara, por una vez, no hagas más preguntas —acotó Ana.
Clara abrió la boca otra vez pero lo pensó mejor cuando vio a su novio
que le hacía un gesto negativo con la cabeza.
Cuando se marcharon, Ana empezó a preparar el desayuno, estaba
cogiendo unos huevos de la nevera, cuando sintió un fogonazo. Imágenes
inconexas pasaron a toda velocidad por delante de sus ojos. Vio a su hermano
mirando unos papeles con el emblema del hospital, una caja de madera vieja
escondida en un armario, unas cartas que llevaban su nombre... De pronto,
estaba mirando los huevos que tenía en la mano. Su corazón amenazaba con
salirse por la boca.
Dejó los huevos en la encimera y se apoyó en la puerta de la nevera.
Inspirar expirar, inspirar expirar. Se concentró exactamente en eso. Tenía que
aprender a controlarse. Hacía mucho que no le sucedía y desde luego no tan
seguidas. Suponía que los acontecimientos de las últimas semanas, tenían
mucho que ver con ello. Al cabo de unos minutos, volvió a tener controlada
la respiración y su frecuencia cardiaca estaba casi dentro de los límites
normales. Suspiró más tranquila. Volvió a abrir la nevera para terminar de
coger las cosas que necesitaba y se dispuso a preparar el desayuno. Más tarde
ya pensaría en todo aquello.
Capítulo VIII:

Llevaban un rato andando en silencio, algo le decía a Clara, que lo que


tuviera que decirle su tía, era serio. Le estaba costando no decir nada, pero
como su madre había sido tan críptica, decidió hacer un ejercicio de
contención y darle a su tía el tiempo que necesitara... Esperaba que no tardara
mucho más tiempo.
Llegaron al parque que discurría perpendicularmente al río, era una zona
preciosa, dos hileras de árboles acompañaban al caminante por todo el
recorrido, ahora las copas no tenían hojas por la época del año en la que se
encontraban, pero en verano era toda una delicia. El sendero discurría entre
dos zonas claramente diferenciadas, por un lado, había un parque infantil con
unas construcciones de madera que semejaban casitas, y una gran extensión
de terreno, donde se podía encontrar a familias con sus mascotas jugando,
grupos de estudiantes o simplemente gente tumbada disfrutando de un rato de
relax y al otro lado, el río serpenteaba con recodos naturales de frondosa
belleza, con mesas de maderas y bancos colocados estratégicamente bajo los
árboles, invitando a charlas ociosas y al descanso. Un carril bici completaba
el cuadro. Ella y Sergio, paseaban a menudo con sus bicis por el circuito. A
esa hora, había poca gente, lógico, hacía bastante frío y además era temprano,
algún valiente con su perro y un par de corredores que se habían cruzado,
poco más.
Sara la instó a sentarse en uno de esos bancos, comprobó que no
estuviera húmedo por el relente de la noche y se sentó arrebujándose dentro
de su anorak.
Empezaba a impacientarse. Al parecer se parecía más así madre de lo
que creía, pensó con ironía.
—Supongo que te preguntarás porqué quería dar una vuelta las dos solas
—dijo con voz neutra.
—La verdad es que si. Me ha costado lo indecible no acosarte a
preguntas —confesó con una sonrisa trémula.
Su tía le palmeó la pierna en un gesto cariñoso.
—Hay algo que quiero contarte y prefería que estuviéramos a solas, te
pido por favor, que tengas paciencia —dijo arrastrando las palabras.
Eso sonaba mal. La última persona que le dijo casi las mismas palabras,
fue su madre y aún estaba reponiéndose de la conmoción. ¿Por qué no podía
tener una familia normal como todo el mundo?
—Tía Sara, a menos que me digas que tú también tienes poderes
ocultos, es bastante difícil que me sorprendas —dijo socarrona.
Su tía hizo una mueca burlona.
—¡Juro que no tengo súper poderes! —dijo solemnemente haciendo la
señal de la cruz encima del corazón.
Clara se rió pero se abstuvo de hacer ningún comentario.
Sara inspiró con fuerza, armándose de valor.
—Hace mucho tiempo, apenas era una cría de dieciocho años, me fui de
casa harta de las continuas peleas con mi padre y su mujer, había un chico
guapo del barrio que me gustaba y...bueno, me fui a vivir con él. Me
convencí de que estaba enamorada pero lo cierto es que sólo era una manera
de huir de mi casa —hizo una pausa, inspirando lentamente —creía como la
ingenua que era, que mi familia era lo peor de lo peor. Mi madre murió
siendo yo aún una niña y mi padre se volvió a liar con una mujer... la clásica
historia —dijo haciendo una mueca —la cuestión es que en aquel momento
me pareció la única salida. Vivimos juntos casi dos años, durante los cuales
trabajé de camarera casi todo el tiempo para mantenernos a los dos. Era un
vividor. En ocasiones, cuando se enfadaba porque no había ganado lo
suficiente...me pegaba... Siempre ponía especial cuidado de no golpearme la
cara, decía que era lo único que tenía que valía la pena —se detuvo un
momento, buscando las palabras correctas —Empecé a esconder parte de lo
que ganaba con las propinas, no era mucho. Tenía el sueño de escapar, de
irme lejos, estaba a punto de conseguirlo, cuando una noche al salir de
trabajar, me estaba esperando en el aparcamiento, me dijo que subiera al
coche. Me llevó a un local bastante alejado de donde vivíamos, empecé a
preocuparme, cuando le pregunté, lo único que conseguí fue un revés de su
mano y un labio partido. Estaba lo suficientemente asustada como para no
decir nada más. Entramos en lo que parecía un bar musical bastante oscuro,
había chicas semi desnudas sirviendo copas, otras bailaban en una especie de
plataforma...Se acercó a unos tipos. Desde donde yo estaba no podía escuchar
la conversación. Noté como me miraban, recuerdo que estaba aterrada de
miedo, miré hacia la puerta por si podía escapar pero un tío con pinta de toro
me impedía el paso. Los tipos con los que estaba hablando se acercaron a mí
a inspeccionarme. Escuché que la deuda estaba saldada. Mi “novio” me miró
sonriendo y se marchó, intenté seguirlo pero me lo impidieron... grité como
una loca... me dieron un puñetazo y me dejaron sin sentido…me encerraron
en una habitación sin ventanas... Estuve casi dos años en aquel tugurio...
—¡Jesús! Tía Sara... no sé qué decir...
Sara miró a su sobrina. Su expresión era de total y absoluta sorpresa.
Sonrió con tristeza, y siguió contándole a su muy querida sobrina, una
parte de su vida que había permanecido oculta, durante más de veinticinco
años.
—…Cuando desperté, tu madre estaba a mi lado...tiempo después me
dijeron que me habían tenido que extirpar los ovarios...jamás volvería a
quedarme embarazada, tenía veintidós años... Creo que a partir de aquí, ya
conoces el resto.
Clara estaba casi en estado de shock. Nada la había preparado para una
historia semejante. ¡Era horroroso! Sentía como la bilis le subía por la
garganta. ¡No sabía qué decirle a su tía! No había consuelo posible para eso.
Era lo peor que podían hacerle a una mujer.
—La mujer de la que te he hablado, mi amiga, volvimos a contactar
tiempo después, ella acabó en un centro de acogida, pero por aquel entonces,
sólo podías quedarte unos meses, después tenías que buscarte la vida. Estuvo
trabajando en diferentes sitios pero no terminaba de encajar. En aquella
época, conoció a un hombre bastante mayor, se convirtió en su querida. Esto
no lo sabe ni tu madre —dijo mirándola con fijeza —este hombre estaba
podrido de dinero, la consintió en todos sus caprichos. Incluso financió
nuestro proyecto de crear una casa de acogida diferente de las que había hasta
entonces, teníamos grandes ideas pero eran eso, ideas, sueños...él hizo
posible que se convirtieran en realidad —sonrió con tristeza —estoy yendo
muy de prisa quizás —Clara negó con la cabeza —bien, la cuestión es que le
compró un edificio y lo rehabilitó. Desde entonces hemos ayudado a un sinfín
de mujeres que como nosotras, han conocido lo peor de la sociedad. Creo que
en esencia te he contado el mayor secreto que he mantenido oculto estos
últimos veinticinco años. Mi vida resumida en unas pocas palabras...
Sara miró a su sobrina intentando adivinar qué estaba pensando, pero la
cara de Clara lo único que reflejaba era el espanto más absoluto.
—Entendería que necesitaras tiempo para...aceptar...
—No necesito tiempo para aceptar nada ¡Por el amor de Dios! Has
vivido una pesadilla y...no encuentro palabras. Siempre he creído que eras
una gran mujer, ahora tengo la confirmación de que es así —Clara la miraba
con una mezcla de amor y admiración que no esperaba.
—Tenía miedo de que no quisieras saber nada más de mí cuando te
enteraras...
—Tía Sara eres tonta —dijo interrumpiéndola —¿Porqué iba a dejar de
quererte? Eres una luchadora. ¡Ojalá yo sea algún día como tú!
El nudo que sentía Sara, se hizo más grande. No pudo evitar que las
lágrimas empañaran su visión. ¡Había tenido tanto miedo de que su niña no la
quisiera!
—Pensé qué podrías sentir cierta…vergüenza... yo...
—¡Te quiero tía! Jamás sentiré vergüenza. Al contrario. En serio ¿Como
podías pensar eso de mí? —preguntó ofendida.
Sara vio su expresión y no pudo menos que sonreírse aliviada. La
presión que sentía dentro de sí, fue poco a poco disolviéndose.
—Lo siento cielo, no pretendía ofenderte, pero la experiencia me ha
enseñado a no esperar mucho... ni siquiera de mi familia —por lo menos de
su “otra” familia, con la que sí compartía lazos de sangre. No pudo evitar que
cierta amargura se colara en sus palabras.
Clara la miró con gesto que iba desde el enfado a la sorpresa.
—Pues tendrías que saber que yo no soy así —dijo todavía bastante
molesta —¿Mi madre o mi hermana, te han dicho algo que te haga pensar
eso? —preguntó. No se le había ocurrido. Como dijera que sí, la iban a
escuchar.
—No. Al contrario, han sido ellas las que en cierta forma me han...
sugerido que hablara contigo.
—¿Entonces, si ellas no te han repudiado, porqué esperabas que yo lo
hiciera?
No era fácil responder a eso.
—Tu madre lo supo desde el principio. De hecho ella me ayudó a
encontrar trabajo en aquel taller de costura -dijo recordando sus inicios en el
mundo de la confección —el tema de tu hermana, es un poco diferente,
parece ser que ella lo sabe desde hace varios años, por su capacidad especial.
No me dijo nada hasta hace poco, aún estoy digiriéndolo.
—Me parece bien, ninguna te ha reprochado nada, entiendo. Pero no has
contestado a mi pregunta ¿Por qué yo sí? —insistió.
Sara suspiró. Era complicado.
—Para ser justos, no lo sé. Clara, te quiero muchísimo, creo que es uno
de los motivos... No tiene mucha lógica, lo sé, pero el miedo a perderte me
paralizaba —no podía explicarlo mejor.
Clara miró a su tía desconcertada. No tenía mucho sentido lo que le
estaba diciendo. A su entender, si querías mucho a una persona, no lo
abandonabas porque no alcanzara el nivel de excelencia.
—Pues quiero que sepas que no me vas a perder por eso. Aunque no
tendría que tener la necesidad de decirlo —añadió un poco dolida.
Sara se dio cuenta.
—Lo siento cielo —dijo. Y era cierto, lo sentía de verdad, hasta un
ciego podía ver lo mucho que le había dolido que dudara de ella.
—Bueno, no pasa nada, pero no lo hagas más —dijo señalándola con el
dedo a modo de advertencia. Sara se rió aliviada. Al final tendría que darle
las gracias a alguien y... disculparse.
—Te prometo que jamás dejaré que me vuelvan a dominar las dudas —
ni los miedos, se prometió a sí misma.
Clara asintió con el ceño aún fruncido. Sara sonrió. Qué estuviera su
sobrina enfadada era una muestra de lealtad, estaba asombrada y
profundamente agradecida de formar parte de la vida de esas maravillosas
mujeres. Su familia.

A Clara, se le vino a la cabeza que todas esas confesiones, tenían que


tener un motivo. De acuerdo que ella era la única que no lo sabía y que su tía
entendiera que era el momento de explicarle, pero algo no le terminaba de
encajar.
—Tía Sara. ¿Por qué ahora? —preguntó —quiero decir, que me alegro
que me lo hayas contado, pero no lo termino de entender.
Sara miró a su sobrina, con gravedad.
—Hay un hombre especial, digamos que me asusté lo suficiente como
para mandarlo a paseo —explicó haciendo una mueca —a tu madre no le
pareció bien, y con su inimitable estilo, no sé como, pero ha conseguido
ponerse en contacto con él y al parecer, mañana viene a almorzar.
Clara intentó por todos los medios que su expresión no la delatara.
—¿Y piensas darle otra oportunidad? —preguntó con curiosidad.
—Digamos que me lo estoy planteando. Sinceramente no sé si soy capaz
de romper con hábitos que llevan demasiados años arraigados en mi —
comentó pesarosa —el miedo a que alguien se enterase de mi otra vida,
siempre ha sido una constante. No puedo en este momento plantearme
cambiar de repente, sencillamente porque lo repita mil veces, no voy a dejar
de sentir de forma diferente de la noche a la mañana.
Clara entendía lo que su tía quería decir. Cuando se sacó el carnet de
conducir junto a su mellizo, sentía una ilusión enorme por la oportunidad que
se le presentaba de poder disfrutar de mucha más libertad. Pero a raíz de la
muerte de su padre, había sido incapaz de volver a conducir. Se había
repetido hasta la saciedad que tenía que superarlo, pero decirlo y conseguirlo,
eran cosas diferentes, muy diferentes.
—Tía, haz lo que creas que tienes que hacer y sólo si quieres hacerlo. A
tu propio ritmo, no dejes que nadie te diga el qué, ni mi madre —dijo con
toda intención —en ocasiones tiene la tendencia de organizar la vida de los
demás.
Sara se rió bajito. Ana era única en esas lides. Tenía un temperamento
tan arrollador que era más fácil dejar que se saliera con la suya que intentar
hacerla cambiar de idea... y menos agotador.
—La conozco muy bien —comentó con ironía —pero debo reconocerle
el hecho de que se equivoca pocas veces.
—Bueno, cuestión de perspectiva —murmuró Clara frunciendo el ceño
—no lo reconocerá jamás, pero esa excusa le vale para meter las narices en
todo lo que ella considera, su área de influencia. O sea, lo que viene siendo,
la vida de los miembros de su familia —dijo con sarcasmo.
—Querida, creo que estás siendo un poco dura con tú madre —comentó
con suavidad. Se sintió obligada a defender a su amiga —ella se preocupa de
verdad. Se cortaría su mano derecha sin pensárselo antes que hacer algo que
os hiciera daño.
—¡Lo sé! Pero tenemos derecho a equivocarnos. Ese concepto se le
escapa. Tía, tienes que reconocerme que es un poco demasiado aprensiva en
lo que respecta a nosotros.
—Cierto —reconoció con una mueca —claro que si tú hubieras tenido
una madre como la suya y un ex marido... lo siento, sé que es tu padre
biológico, pero fue un personaje de cuidado...
—No tienes que andarte con paños calientes —dijo Clara soltando un
bufido nada femenino —se perfectamente que era un canalla de cuidado.
—Bueno, pero era tu pad...
—¡Ni lo digas! —la cortó seca —¡No es mi padre y no lo ha sido nunca!
Sara suspiró pesarosa.
—En fin... Nos vamos de tema, decía que tu madre tiene motivos
fundados, para ser demasiado protectora con respecto sus hijos.
—Ninguno de los dos pueden hacernos daño —dijo refiriéndose a su
padre biológico y a su abuela —pero mi madre sigue con el hábito. Y de
todas formas ¿Cuál es la excusa para meter las narices en tu vida? —preguntó
con una mueca irónica.
Esa pregunta era un poco más complicada de contestar.
—Sencillamente, me quiere —dijo sucinta —tu madre no necesita más.
Tiene una vena protectora más ancha que el Amazonas, eso y el hecho que
me conoce casi mejor que yo misma —reconoció no sin esfuerzo —creo...
que sabe que de alguna manera me he conformado con vivir a medias...
compartió conmigo a sus propios hijos. No la juzgues con demasiada dureza,
la capacidad que tiene de amar es inmensa.
Clara la miró con intensidad.
—Mi madre no es la mujer más cariñosa —dijo burlona.
—Ser cariñosa como tú dices, no es sinónimo de saber amar —explicó
sabiamente —ser cariñosa es una actitud, amar es una capacidad.
Clara reflexionó esas palabras. Lo cierto es que no podía pensar ni una
sola vez que necesitara a su madre y no estuviera.
—Bueno. ¿Qué te parece si volvemos? —preguntó —si tardamos mucho
más, seguro que tu madre manda un equipo de rescate.
—Seguro —coincidió —y si tenemos suerte, al igual Sergio no se ha
terminado todo el desayuno —dijo bromeando.
—Esperemos que no. ¡Estoy famélica! —dijo Sara tocándose el
estomago.
Se levantaron del banco y emprendieron el camino a casa.
—Tía, quiero que sepas que valoro mucho que me hayas hecho partícipe
de todo lo que te pasó. Soy consciente de que no ha sido fácil —dijo con
sentimiento.
Sara asintió emocionada.
—Gracias cielo. Es cierto que no ha sido fácil, pero me alegro de
habértelo contado.
Se abrazaron con sentimiento.
Se fueron cogidas del brazo. Los lazos que siempre las habían unido, se
habían fortalecido.
Cuando entraron por la puerta de casa, las recibió un Sergio sonriente
con todos los enseres y aparejos necesarios para empezar a pintar.
Júlia estaba acabando de cubrir ventanas y puertas para evitar en la
medida de lo posible, las futuras manchas de pintura y Ana por su parte,
había empezado a dar brochazos en las esquinas. Las miraron con interés
nada disimulado. Estaba claro que se morían por preguntar. Clara sonrió
maliciosa.
—A estas alturas pensaba que ya tendríais el salón pintado —comentó
con fingida sorpresa.
Ana la miró con picardía sonriendo, sin intención de morder el anzuelo.
—Les he tenido que decir que se reprimieran. Sabía que estabas loca por
remangarte y ponerte manos a la obra.
Sergio pasó por su lado dándole un empujoncito “sin querer” a Clara
con la escalera de mano que llevaba.
—¡Uy! Perdón —dijo. Pero no lo sentía ni un poquito —es que no te he
visto pequeña —dijo bromeando a su novia.
Se lo estaba pasando bien y se le notaba. Intentó darle un beso pero ella
lo esquivó haciendo una finta.
—¡No vas a meterte conmigo y después te voy a dar un beso! —dijo
provocándolo.
—¡Oh! ¿En serio? —preguntó con expresión malévola —te recomiendo
hacer lo que te diga o... puede que se me escape el rodillo y vaya a parar a tú
lindo trasero —amenazó haciendo el amago de cumplir su palabra.
Clara se apartó con un grito de espanto y riéndose, se parapetó detrás de
su tía.
—¡Niños! Hacer el favor de comportaros —dijo Ana regañándolos pero
con una enorme sonrisa —Si quieres, puedes empezar a pintar la pared del
fondo Sergio, y tú Clara, coge una brocha y ves repasando conmigo —ordenó
con soltura.
—¿Y yo? ¿Qué quieres que vaya haciendo? —preguntó Sara.
—Tengo la faena ideal para ti, mi querida amiga —dijo con una sonrisa
de oreja a oreja.
Eso no era bueno. Nada bueno. Sara miró a su amiga con evidente
desconfianza. Ana estaba demasiado contenta.
—¿Sí? Bueno, tú dirás —comentó mirando a sus sobrinas y a Sergio que
escuchaban con interés.
—¡Vamos a pintar la cocina! —soltó alegre —no sé como, pero hay una
mancha enorme en una pared y no hay manera de limpiarla, he pensado que
te haría muchísima ilusión... querida.
Ana era vengativa, pensó Sara. Si tenía alguna duda al respecto, se le
habían despejado en ese mismo instante.
—No pongas esa cara, cielo. Mira la parte positiva, la cocina sólo tiene
dos paredes para pintar —explicó de forma innecesaria.
—Sólo he manchado una ¡Doña Vengativa! —contestó desabrida.
—Cierto.
Su amiga estaba disfrutando. Claro que por otra parte, estaba en su salsa.
Organizando y mandando a todo el mundo. Seguro que en otra vida, como
mínimo fue general... o dictador.
—Tía Sara, cuando acabe de tapar esta cornisa que me queda, me voy
contigo para ayudarte —ofreció Júlia solicita.
—Gracias querida... Al parecer hay en esta familia alguien
misericordioso —dijo mirando con toda intención a su amiga.
Ana por su parte siguió sonriéndole impenitente. Estaba claro que le
importaba tres pimientos que hubiera pasado por un cataclismo emocional.
Suspirando con derrotismo, se fue arrastrando los pies a la maldita
cocina.
—Sara, creo que sería infinitamente mejor, que subieras a cambiarte el
“modelito” —aconsejó mirándola de arriba abajo.
En cuanto Sara se marchó, Ana se acercó a su hija pequeña.
—¿Todo bien Clara? —indagó un poco ansiosa.
—¿Sabes? Sería de agradecer, no ser el último miembro de esta familia
en saber qué pasa. ¡No tengo supe poderes! —se notaba que estaba molesta.
—Clara, independientemente de lo que opines, jamás y digo jamás,
traicionaría a Sara.
—Ya.
—Hija. ¿Sabes qué creo? —dijo con cierta inflexión en la voz —que
asimilar lo que ahora sabes, no es fácil, pero eso no quiere decir que
arremetas contra mí —dijo más suave —tendrás que gestionarlo como
consideres, sólo espero que tengas la madurez y el tacto necesarios.
Clara miró a su madre sintiendo que el conato de enfado que se había
empezado a gestar en su interior, se iba deshaciendo con bastante rapidez. En
el fondo no entendía porqué de repente había sentido ese acceso de rabia.
Comprendía perfectamente a su madre. Ella hubiera hecho lo mismo.
—Supongo que tienes razón —dijo asintiendo mansamente.
Ana la observo unos segundos, algo de lo que vio le tuvo que parecer
bien porque sonrió satisfecha.
—Sé que tengo razón —soltó con petulancia —tu tía está por bajar. Sólo
dime ¿Todo bien? —preguntó apremiándola.
—Todo bien mamá. Tranquila. Por cierto. ¿Por qué quieres que se
ponga a pintar si salta a ojos vista que se encuentra fatal? —preguntó. Su
mirada desconcertada lo decía todo.
—Tu tía no necesita que la compadezcan. Necesita saber que todo es
igual a ayer —dijo observando atenta a su hija —soy consciente de que esta
mañana ha pasado un mal momento, lo sé mejor que tú —dijo recordando la
escena de primera hora —pero compadecerla no es la respuesta. Ha sido muy
valiente al enfrentarse a sus miedos. No infravalores su esfuerzo tratándola
ahora como si fuera invalida.
Clara meditó en esas palabras por unos instantes. Entendía el
razonamiento de su madre. No lo compartía del todo, pero podía comprender
su punto de vista. Claro que ponerla a pintar como si tal cosa, era llevarlo
demasiado lejos, pero su madre era así.
—Supongo que puedo entender lo que dices, pero quiero que sepas que
tu terapia, apesta.
—Posiblemente tengas tu punto de razón —concedió elegante —si se te
ocurre alguna alternativa, sólo tienes que decirla.
—Pues, que se encargue de preparar la comida o de...
—¿Estáis otra vez conspirando a mis espaldas? —preguntó Sara alzando
una ceja.
Las dos se giraron simultáneamente a mirarla.
—Tu sobrina piensa que eres una delicada flor de invernadero y después
del trance por el que has pasado, opina que no estás para ponerte a pintar o
para el caso hacer ninguna tarea que pueda alterarte — dijo sarcástica.
Clara miraba con horror a su madre y más ruborizada de lo que le
gustaría.
—¡Mamá!
—Yo por mi parte —continuó —creo que cualquier excusa te vale para
no coger una brocha. Claro que también sé, lo mucho que odias pintar.
Sara entendió lo que pasaba.
—Creo querida —dijo dirigiéndose a su sobrina —que tu madre no tiene
intención de dejarme marchar a lamerme las heridas —suspiró resignada —
quiero que sepas que me quedo por el amor tan grande que os tengo a tu
hermana y a ti —goteaba dramatismo en cada palabra.
Ana soltó un sonido de disgusto nada femenino.
—Por favor... te has superado —dijo haciendo aspavientos con los
brazos —¿En serio? ¿Vas a pintar porque las amas con locura? ¿Qué hayas
hecho un grafiti esta mañana con el café no tiene nada que ver? —añadió
exasperada.
Clara abrió los ojos con sorpresa.
—¿Qué grafiti? —preguntó.
Sara miró con inquina a su amiga.
—Nada querida, esta mañana se me ha caído sin querer un poco de café
en una pared, pero ya sabes lo rencorosa que puede llegar a ser tu madre —
terminó diciendo con abatimiento.
Ana alzó las cejas hasta la misma raíz del pelo. ¡Impresionante! Sara
había errado en la profesión. No tenía remedio.
—¡Tienes razón amiga! —dijo venenosa —pero tú no te vas a librar ni
con alas de pintar la maldita cocina —dijo señalándola con el dedo —así que
deja de intentar manipular a las niñas.
Sara se llevó la mano al pecho en un gesto de agravio y con cara de
consternación, se giró mirando a su sobrina.
—Vosotras seguir, aquí el único que tiene derecho a quejarse soy yo —
dijo Sergio asomando la cabeza —me habéis engañado para que me encargue
de pintar yo solito —todas se giraron a mirarlo sorprendida.
La expresión de Sergio, desmentía totalmente sus palabras. Su sonrisa y
el brillo de sus ojos, delataban lo mucho que estaba disfrutando.
—¡Clara, cariño, defiéndeme! —dijo guiñándole un ojo a su novia.
—No pienso defender a nadie más, habida cuenta de que al parecer soy
una ingenua —remachó muy digna.
Sergio le salpicó unas gotas de pintura con una brocha pequeña. Clara
soltó un aullido cuando se percató que la pintura había caído casi toda en su
cabello.
—¡Eeehhh! Tranquila nena —dijo Ana interponiéndose entre los dos —
no empecéis a liarla. Y tú Sergio. ¡No provoques o te quedas sin comer! —
Sergio compuso un gesto de dolor, aunque sonrió divertido —venga, vamos a
trabajar —ordenó con frescura.
—Quiero que sepas que la venganza es un plato frío mi amor —soltó
Clara a su novio con una mirada venenosa.
Sergio por su parte, se fue riendo.
—Puedes intentarlo cuando quieras mi amor —dijo muy satisfecho. Se
fue silbando provocador.
Clara tenía esa expresión que no auguraba nada bueno. Ana suspiró
mentalmente. Iba a ser un día muy largo.

Siguieron pintando entre bromas y chanzas lo que restaba de mañana.


Para cuando llegó el medio día, tenían la faena casi acabada. Clara, parecía
que llevaba más pintura encima que las propias paredes, al parecer intentó
varias veces, vengarse. A Sergio, estaba por cobrarle entrada, pensó Ana
torvamente. ¡Se lo estaba pasando en grande! Su hija mayor y Sara, casi
habían acabado de pintar la cocina, ellas no estaban mucho mejor que su hija
pequeña, pero en su caso, era más bien por torpeza.
El buen humor reinaba en la casa.
Tocaron el timbre. Todos cesaron de inmediato, no esperaban a nadie.
Se quedó sin palabras. ¡Jamás se imaginó al abrir quien estaría en la
puerta!
—¿Doctor Méndez? —preguntó incrédula —perdone... no esperaba...
El doctor se la quedó mirando de arriba abajo. Ella al darse cuenta,
intentó absurdamente, arreglarse el pelo. ¡Estaba hecha un desastre!
—Parece ser que he venido en un mal momento —dijo tranquilamente.
Era obvio que no necesitaba que se lo confirmaran.
—No, para nada —¿Qué no? Ni queriendo llegaba en peor momento —
lo siento, es que no esperaba... ¿Pasa algo? —no era normal que viniera a su
casa. ¡Ni siquiera tenía constancia de que supiera dónde vivía!
—¿Podemos hablar en algún sitio? —preguntó con voz neutra.
—Si, por supuesto —dijo nerviosa —pase por favor —dijo haciendo un
gesto invitándolo. El doctor Méndez entró despacio observándolo todo con
detenimiento.
—Veo que estás pintando —dijo al percatarse de los plásticos que
habían en el suelo.
—Si... estamos remodelando el salón y la cocina también necesitaba una
mano de pintura y... —no sabía qué decirle, la verdad es que se había
quedado perpleja al verlo.
—¿Querida pasa algo? —preguntó Sara, saliendo de la cocina brocha en
mano. Sergio y las chicas, también se acercaron con evidente sorpresa.
Por un momento, se quedaron todos mirando al doctor.
—Bueno... imagino que ha venido por una buena razón —dijo sin
contestar a su amiga —no puedo invitarle al salón porque no tengo muebles
en este momento. Si quiere acompañarme a la cocina… —ofreció cortés —
¿Podéis ir a ayudar a Sergio y a Clara un rato? —preguntó a su hija y a su
amiga.
—Por supuesto querida. Ya casi hemos acabado —contestó Sara
instando a su hija mayor a que la siguiera.
Ella por su parte, cerró las puertas dobles de la cocina, en un intento de
mantener un poco de privacidad. No sabía qué tenía que decirle, pero estaba
claro que si el hombre se había tomado la molestia de ir a su casa, tenía que
ser algo serio.
—¿Quiere una taza de café? —ofreció con su mejor tono de voz.
—Gracias, quizá en otro momento.
Ana se acercó a la mesa y quitó los plásticos.
—Siéntese por favor —dijo solicita.
El doctor se sentó mirándola con curiosidad. Ella por su parte, se quedó
mirándolo sin saber qué decir.
—Imagino que te estarás preguntando que hago aquí.
—Bueno, lo cierto es que si. No tenía ni idea de que sabía dónde vivo —
soltó un poco nerviosa.
—Y no lo sabía —comentó sucinto.
Estaba cada vez más ansiosa.
—¿Puede decirme qué pasa? Empiezo a estas bastante nerviosa —
confesó con un amago de sonrisa.
El doctor era un hombre de unos cincuenta años, tenía el pelo bastante
cano, de pesados párpados, y nariz aguileña, su mejor rasgo, era quizás, el
color de sus ojos, un gris plata que delataba la inteligencia de su dueño. Se
conocían hacía muchos años. Habían coincidido en algún servicio pero de eso
hacía tiempo, ahora sólo se veían por los pasillos. Bueno... menos cuando el
accidente de su marido.
—Bueno... usted dirá —dijo intentando que no se le notará la ansiedad.
—Por favor, tutéame, somos compañeros al fin y al cabo —comentó
sonriendo amistosamente.
—Si claro —dijo devolviéndole la sonrisa.
—Lo cierto es que he sopesado largamente el venir a verte —hizo una
pausa como si estuviera buscando las palabras correctas —lo que te voy a
decir tiene que quedar en el más estricta confidencialidad.
—¡Por supuesto! —dijo ella rápidamente.
El asintió.
—Tengo un paciente que desgraciadamente le queda poco tiempo de
vida. Tiene una neoplasia de Colón con metástasis. En estos momentos está
ingresado para tratamiento paliativo. Se llama Vicente Segarra.
El corazón de Ana dio un vuelco.
¡Era su hermano!
—Hablé con él ayer, le dije que podíamos darle el alta unos días para
que fuera a su casa a pasar las Navidades con su familia. Me dijo que no tenía
familia con quien estar —hizo una pausa observando con interés su reacción
—hago una excepción, básicamente porque te conozco hace mucho. Ese es el
motivo de venir hoy a tu casa. Creí más oportuno hablar de este tema en
privado.
—No sabía nada... Imagino que te haces una idea, no tenemos contacto
desde hace mucho tiempo —dijo aún reponiéndose de la noticia —de todas
maneras. ¿Como es posible? Quiero decir que la neoplasia de colon tiene
buen pronóstico...
Fue perdiendo la voz ante su intensa mirada.
—Es verdad pero siempre que se coja a tiempo. Desgraciadamente tu
hermano acudió cuando se podía hacer bien poco. Con todo, se le operó y ha
estado en tratamiento con quimioterapia pero no ha sido posible erradicarlo.
—Como te he dicho, no tenemos relación.
Él por su parte, asintió. Sospechaba que era así, habida cuenta de la
respuesta de su paciente.
—¿Como es posible que no me haya enterado antes? Quiero decir, que
yo trabajo allí. Normalmente cuando ingresa un familiar, es un secreto a
voces.
—Tu hermano ha ido efectuando ingresos durante estos dos últimos
años de manera intermitente. Imagino que algunos compañeros pensarían que
ya estabas al corriente y otros, sencillamente no quisieron ahondar en temas
familiares, sobre todo desde la muerte de tu marido —explicó con un tono
bajo y ligeramente ronco.
Tenía sentido. Tampoco era un hospital pequeño.
—Tengo que pensar en todo esto. Aunque no tengamos relación, soy la
única familia que le queda —dijo con aire ausente. Se notaba que tenía la
mente en mil cosas.
—Haz lo que consideres —dijo mirándola con fijeza —por mi parte, ya
me he inmiscuido más de lo que debía.
—Se lo agradezco doctor Méndez yo...
—Álvaro, llámame por mi nombre, no estamos trabajando.
—Si por supuesto. Perdón, es la costumbre —dijo rápidamente.
—No pasa nada —dijo suavizando el tono con una sonrisa —llevamos
muchos años trabajando juntos. Creo que podemos prescindir de tanta
formalidad.
Se sintió incómoda y torpe, le recordó a un profesor regañando a una
alumna.
—Si, lo siento, supongo que estoy un poco nerviosa —dijo
disculpándose de nuevo.
—Tranquila. Entiendo que no es fácil de asimilar aún cuando no tengáis
relación, seguís siendo familia.
Ella asintió nerviosa.
—Gracias doct... Álvaro. Te lo agradezco —dijo con una sonrisa
trémula.
Álvaro asintió, evaluando su expresión. Nada escapaba a su mirada
escrutadora. Los párpados pesados, le daban una apariencia perezosa, nada
más lejos de la realidad, era uno de los mejores cirujanos de la comarca. De
maneras tranquilas y carácter reflexivo, su opinión era muy respetada. No en
balde era el director del departamento de Cirugía.
—Te daré mi número privado. Cualquier cosa que necesites, puedes
llamarme —dijo sacando su teléfono móvil del bolsillo. Ana estaba
estupefacta. Ni se le ocurriría que se tomara tantas molestias.
—Yo... Esto, muchas gracias. Si me disculpas, no sé dónde he dejado mi
teléfono. ¡Con este desorden! —dijo levantándose rápidamente para buscarlo.
Encontró su teléfono en una de las repisas de la cocina. Se acercó a la
mesa con una sonrisa nerviosa. Él por su parte, la siguió con la mirada. No
decía nada. Tenía las piernas cruzadas en una postura relajada. Era el clásico
hombre, que parecía sentirse cómodo en cualquier escenario.
—¡Aquí está! —dijo innecesariamente, levantando la mano para
mostrarlo —quiero que sepas que este desorden no es lo normal.
—Me imagino, no creo que pintes todos los días —contestó lacónico.
Ella lo miró sin entenderlo en un principio. Desde luego, tenía que
pensar que era imbécil. Se mordió el labio en un gesto nervioso sin apenas
darse cuenta. Álvaro por su parte, no perdía detalle.
—Si claro... no sé en qué estaba pensando —volvió a sonar casi como
una disculpa.
Intercambiaron los números de teléfono. Ella volvió a agradecerle las
molestias que se había tomado. Le repitió al menos en tres ocasiones que era
una persona muy discreta y que evidentemente no comentaría nada de la
información extraoficial. Durante todo aquel soliloquio, Álvaro se limitó a
asentir lentamente sin quitarle la vista de encima.
—Ana, espero que no pienses que venir ha sido un atrevimiento por mi
parte —dijo con ese tono suave tan característico suyo.
—¡Para nada! Por favor. Te agradezco que te hallas tomado tantas
molestias. En serio —¡No quería ofenderlo! Bastante el interés que el hombre
se había tomado. Lo tomó del brazo con un ligero apretón, en un gesto que
pretendía reforzar sus palabras. Al instante lo soltó como si quemara.
El siguió con la mirada, el gesto espontáneo. Descruzó las piernas y
adelantó el cuerpo levemente, descansando los antebrazos en la mesa.
—¿Ana, te pongo nerviosa? —preguntó enarcando una ceja.
¡Santa madre de Dios! Qué si la ponía nerviosa. ¡Estaba como un flan!
—¡No por supuesto que no! Para nada ¿Por qué me iba a poner
nerviosa? No tiene sentido. Quiero decir que no hay motivos. Por supuesto el
tema de mi hermano me ha descolocado. Ese es motivo para ponerme
nerviosa. Pero no estoy nerviosa porque hayas venido. ¡Ni mucho menos! Al
contrario, estoy muy agradecida... —se calló al verlo levantar una ceja con
una sonrisa de medio lado. Si el hombre tenía dudas sobre si era imbécil, se
las había despejado todas. Fijo.
—Me alegro de saberlo —dijo mirándola fijamente. En ningún
momento había roto el contacto visual.¿Pero qué narices le pasaba?
—Yo creo... Que tendría que volver con los demás... quiero decir, que
van a pensar que me estoy escaqueado para no pintar... y todo eso...
Álvaro se puso en pie tranquilamente. Ella hizo lo mismo. Se quedó
mirándolo sin saber muy bien qué decir.
—Entiendo.
Tuvo que levantar ligeramente la vista para mirarlo a la cara. Dio un
paso atrás sintiendo que estaba invadiendo su espacio vital.
—No quiero molestarte más...
—¡No me molestas! —dijo interrumpiéndolo —yo estoy muy agrade...
—Lo sé. No es necesario que lo repitas más. Creo, sin temor a
equivocarme que me ha quedado claro —hizo una mueca burlona —pero
entiendo que no es quizá el mejor momento. De todas formas, tengo que
marcharme ya. Ha sido un placer —añadió cortes.
—A riesgo de ser repetitiva, muchas gracias por todo, Álvaro.
El asintió. Lo acompañó a la puerta.
—Es curioso que no nos hayamos encontrado alguna vez por el barrio
—dijo con tono casual.
Ella se lo quedó mirando extrañada.
—¿Y eso? —preguntó.
—Vivo a dos calles de aquí. Creí que lo sabías, somos vecinos.
¿Qué lo sabía? ¡Para nada! No tenía ni la menor idea. Su cara lo decía
todo. Álvaro sonrió.
—Lo siento. No tenía ni idea. Imagino que hace poco.
—Unos dos años largos. Me cansé de vivir en la ciudad.
Ana sintió como se ruborizaba.
—Despídeme de los demás —dijo con elegancia —imagino que ya nos
veremos.
—Si por supuesto. Esto...aunque tarde, si necesitas alguna vez algo, por
favor, no dudes en decírmelo, somos vecinos... ya me entiendes... —dijo
sinceramente. Él se había preocupado por su familia sin tener obligación, lo
menos que podía hacer, era ofrecerse como una buena vecina.
—Gracias. Lo tendré en cuenta —dijo haciendo un gesto cortes con la
cabeza —adiós Ana.
—Adiós.
Se marchó tranquilamente. Ana por su parte, se quedó allí parada hasta
que desapareció de su vista. Suspiró y por primera vez en mucho rato, notó
como se iba relajando.
Le dolían los hombros de la tensión. ¡No entendía por qué se había
puesto tan nerviosa! De acuerdo que no era cualquier persona, pero no era
excusa para una reacción tan desmedida.
Supuso que las últimas semanas le estaban pasando factura. Y ahora, lo
de su hermano.
Recordaba al niño pequeño que siempre la seguía a todas partes, cuando
se metía en su cama en las noches de tormenta, cuando eran inseparables...
hasta que la vida y su queridísima madre, decidieron por ellos.
Le daba miedo presentarse en el hospital. No sabía como la iba a recibir.
Estaba claro que se había tomado muchas molestias para que ella no se
enterara, pero ahora se estaba muriendo. Eso era algo muy definitivo. Entró
en casa cerrando la puerta lentamente. Las puertas del salón se abrieron y
asomó toda su familia. Sus caras lo decían todo.
—¿Qué pasa cielo? ¿Hay algún problema en el hospital? —preguntó
Sara acercándose a ella preocupada.
Sus hijas y su yerno, estaban un paso atrás, alerta.
—Es un compañero del hospital —decidió no entrar en ese momento en
detalles —en la más estricta confidencialidad, me ha dicho que mi hermano
está ingresado —esperó a que sus hijas asimilaran la noticia —en el pabellón
de paliativos.
Las caras de sorpresa lo decían todo.
—Mamá. ¿Eso quiere decir que está muy mal verdad? —preguntó Júlia
con el semblante demudado.
—Si hija. Está muy mal.
—No quiero ser la bruja de la familia pero ¿En qué nos concierne a
nosotros? —preguntó Clara con crudeza.
Ana entendía la reacción de su hija. Llevaba casi veinte años distanciada
de su familia. La relación había sido como mínimo complicada. Hubo épocas
en las que se toleraban, ella puso todo lo que pudo de su parte, pero su madre
hizo imposible que la convivencia tomará visos de normalidad. Gracias a eso,
la relación con su padre fue casi clandestina, y con su hermano,
prácticamente nula. Tomaron posiciones, los bandos se definieron. Veinte
años después, eran prácticamente unos extraños.
—Se está muriendo —dijo sucinta.
—¡Joder! —soltó Clara.
—Ana ¿Qué piensas hacer? —preguntó Sara con gesto compungido.
Se pasó la mano por la cara con nerviosismo.
—No lo tengo muy claro —no era del todo cierto. Sabía que iría a verlo.
A partir de ahí, era lo que no tenía claro.
—Mamá, hay que tener en cuenta que es posible que tu hermano no
quiera tener nada que ver contigo —comentó Júlia.
—Créeme que lo sé —dijo con creciente frustración.
Entró a la cocina y se dirigió a la nevera. Sin más preámbulos se abrió
una cerveza con alcohol de las que había comprado para Sara y le dio un
buen trago directamente del botellín. Su familia se la quedó mirando con
diferentes grados de sorpresa.
Sergio la imitó. Sara con un encogimiento de hombros, hizo lo propio. A
esas alturas, su hija pequeña, soltó una risita y con humor se sumó al grupo.
Júlia por su parte, con mucha dignidad, fue a por una bolsa de patatas chips y
la llevó a la mesa.
—Si vais a beber, al menos comer algo, sobre todo tú mamá —dijo con
gazmoñería. Un murmullo de risas en sordina, acompañaron el comentario.
—Gracias hija —dijo con ironía.
Durante unos momentos, nadie dijo nada. Había expectativa en el
ambiente.
—He pensado que con lo tarde que es, podemos pedir algo para comer
—propuso con una naturalidad que estaba muy lejos de sentir.
Al parecer nadie tenía mucha hambre, ni Sergio decía nada al respecto.
Al cabo de un momento, su yerno no la defraudó.
—Me parece bien. Si queréis me acerco a buscar algo —dijo Sergio
ofreciéndose.
En poco rato, el tema del almuerzo estaba solventado. Durante todo ese
tiempo, Ana se limitó a ser una mera espectadora. De alguna manera, los
demás, llegaron a un acuerdo tácito, dejándole espacio.
Lo que no sabían, era los derroteros que estaban tomando sus
pensamientos.
Estaba rememorando la visión de esa misma mañana, cuando vio a su
hermano. Todo se iría aclarando, eso lo sabía con certeza. Lo que la enervaba
era no saber cuándo.

Estaba en su dormitorio terminando de arreglarse cuando entró Sara.


—Ana ¿Qué piensas? —preguntó seria.
—En demasiadas cosas. De hecho, lo único que estoy haciendo desde
hace un rato, es pensar —dijo dejando entrever el desasosiego que la
embargaba.
Sara suspiró dejándose caer en la cama mientras la seguía con la mirada,
ir y venir por la habitación.
—Supongo que vas a ir —no hacía falta decir a dónde.
—Si. Ahora cuando almorcemos me voy. Si puedes, por favor,
encárgate de recoger un poco con las niñas. Mañana seguiremos —Sara
asintió.
—¿Eres consciente de que puede no querer saber nada de ti? —preguntó
con suavidad.
—Lo soy. También sé mejor que vosotros, que las personas cambiamos
cuando sabemos que nos vamos a enfrentar con la muerte.
—Supongo que es así —concedió Sara —pero en vuestro caso, no sólo
es el hecho de tener que enfrentarse como tú dices a la muerte. La relación o
la falta de ella durante estos últimos años, juega un papel importante.
Ana se dejó caer en la cama. Sara la miraba con franca preocupación.
—Mi madre ya no está con nosotros, pero su huella persiste —dijo
desabrida —¡Es increíble la manera con la que ha jugado con nosotros todos
estos años! Ha hecho una labor magnífica. La relación con ella, era un
deporte de riesgo, con mi padre, casi nos teníamos que ver a escondidas y con
mi hermano... con mi hermano, envenenó todo lo bueno que había,
haciéndola imposible.
Sara no dijo nada. Le acarició el brazo demostrándole su apoyo.
—No puedo quitarte la razón ni en las comas, pero ahora no es momento
de pensar de dónde venimos, ahora tienes que pensar hacia dónde vamos —
dijo con sabiduría —esta mañana, tenías muy claro qué hacer con tu amiga
—comentó haciendo una mueca burlona —eres una de las personas más
inteligentes que conozco. No permitas que tu madre se siga interponiendo.
Haz lo que debas.
Ana asintió.
—No te he preguntado como ha ido con Clara —dijo al cabo de un
momento.
Sara soltó un suspiro encogiéndose de hombros.
—Mejor de lo que esperaba —dijo recordando la charla con su sobrina
—tenías razón, Clara ha encajado todo con una actitud que me ha dejado
sorprendida. De hecho tiene un punto de vista similar al tuyo.
—No te diré te lo dije, porque soy muy maja —dijo muy satisfecha
consigo misma —eres tú la que tiene una visión distorsionada.
Sara seguía sin estar del todo de acuerdo con su amiga. Estaba más
convencida, de que el cariño que le profesaban, era el motivo real para no
juzgarla con dureza.
—Estas poniendo esa cara que viene a decir que no estás de acuerdo
pero no vas a discutir. Sé que crees que no te juzgamos porque te queremos
—dijo con agudeza —pero estás equivocada, no te juzgamos porque nadie
tiene derecho a hacerlo.
—Ana, hemos hablado de esto hasta la saciedad —dijo con cansancio —
puedo entender que vosotras lo veáis así, incluso que estaba equivocada en
relación a las niñas, pero la gente no lo verá de la misma manera... y un
hombre, ya te digo yo que no —añadió con firmeza.
Ana miró a su amiga, no sabía como proceder para que se viera a través
de sus ojos.
—Ana, entiendo que el episodio de esta mañana, ha sido
desproporcionado en comparación a cualquier cosa que se te ocurra, pero no
creo que pueda y lo que es peor, no quiero que mi pasado sea de
conocimiento público, aunque ese público sea un círculo muy pequeño.
Ya lo había dicho. Había líneas que sencillamente no pensaba cruzar.
—Creo que te equivocas —dijo Ana con serenidad.
Se hizo un silencio tenso.
—Creo... que ha llegado Sergio... —dijo bajito.
Ana la miró preocupada.
—Bien, vamos entonces.
Salieron de la habitación en silencio. Ana notó a su amiga a años luz de
distancia.
No podía obligarla. No era correcto. Era algo que tendría que hacer Sara.
Los saltos de fe siempre eran al borde de un abismo.
Al llegar al recibidor y antes de entrar a la cocina donde las esperaba su
familia, tomó una decisión.
—Sólo una cosa Sara —dijo sería como un juez —mañana si no quieres
ver a César, dímelo. Lo llamaré alegando cualquier excusa y disculpándome
por mi intervención. No más presiones nena.
Sara la miró con sorpresa.
—¡Hombre! Menos mal que ya estáis aquí —dijo Clara —tenemos tanta
hambre que no pensábamos esperaros, que lo sepáis —dijo riéndose.
Júlia estaba poniendo la mesa y Sergio estaba preparando las bandejas
que había traído del restaurante. El ambiente había recuperado la jovialidad
de hacía un rato. Ana lo entendió. Sus hijas habían tenido poco trato con su
tío. No es que fueran insensibles, sencillamente no echaban de menos lo que
nunca habían tenido.
—Tía Sara, estás muy seria —comentó Júlia —¿Qué te ha dicho mi
madre ahora? —preguntó con tono sospechoso.
—Nada cielo. Estoy cansada, nada más —dijo evasiva.
—Tranquila tía, ahora cuando terminemos de comer, si quieres, ve a
darte una ducha y nosotros recogemos —dijo Clara cariñosa —mañana
acabaremos de pintar. Esta tarde nos la vamos a tomar de relax —dijo
sonriéndole con picardía a su novio.
Sergio sonrió haciendo una mueca.
—Mamá. ¿Por qué te has vestido como para salir? —preguntó Júlia.
—Será porque voy a hacer exactamente eso —replicó ayudando a
terminar de poner la mesa.
—¿Vas a ir al hospital? —preguntó Clara arrugando el entrecejo.
—Pues si —dijo sucinta.
—¿Y si no quiere verte? —preguntó su hija mayor.
—Bueno, cuando llegue ya veremos —comentó con una media sonrisa
—tengo tendencia a salirme con la mía.
Sus hijas la miraron gesticulando.
—No tenemos ni idea de qué estás hablado —dijo Clara bromeando —
¿A qué no? —preguntó a su hermana dándole un ligero codazo.
—Vosotras seguir hablado. Sergio querido. Si no quieres sufrir un dolor
muy desagradable. ¡Ni se te ocurra comértelos todos! —amenazó en broma al
ver a su yerno coger otro panecillo.
Todos se rieron. ¡Sus panecillos eran sagrados!
Terminaron de comer y los chicos decidieron ir al centro comercial a dar
una vuelta. Ana escuchaba pero su mente estaba en otra cosa. Observaba a su
amiga y lo que decía su expresión corporal, no ayudaba. Suspiró
mentalmente.
Cuando se quedaron solas, decidió quemar su última nave.
—Sara sé que te he prometido demasiadas veces que no me inmiscuiría
en tus cosas y he fracasado todas ellas, no tienes motivos para creerme, así
que voy a demostrarte que no soy la arpía que parezco ser y llamaré a César
para decirle que el almuerzo de mañana queda anulado –añadió con pesar.
Sara se merecía el tiempo que necesitara para aclarar sus ideas, y si le
llevaba toda la vida, que así fuera. Rectificar era de sabios, pensó satisfecha.
Sara por su parte, estaba hecha un lío.
¡No sabía qué quería! Hasta hacía unos días, tenía su vida organizada. El
negocio iba viento en popa, sus relaciones personales, tal y como ella quería,
su vida familiar armoniosa. En resumen, tenía el control. Pero Gloria le había
puesto un ultimátum, Ana la estaba obligando a marchas forzadas a que
tomara decisiones para las que no estaba preparada, y para rematar, César.
Llevaba unos días que casi no dormía de tanto pensar, el maquillaje para las
ojeras era su mejor amigo. Estaba a un paso de hacer tal escena, que iba a
dejar en ridículo a la niña del exorcista.
—Ana querida —dijo casi mordiendo las palabras —tú has invitado a
César, porque te ha dado la real gana. Tú has decidido que tengo que
enfrentarme a mis demonios porque te ha parecido que ya era hora. Por una
maldita vez ¡No hagas nada! —dijo levantando la voz. La cara de Ana era un
poema. Suspiró intentando tranquilizarse —tengo mucho en qué pensar. Yo
decidiré que hago y tú como amiga mía que eres, no sólo lo vas aceptar. ¡Vas
a apoyarme! Aunque sepas que me estoy equivocando.
Decir que Ana se había quedado sin palabras, era decir poco.
—Sara, lo siento —dijo Ana con aire de verdadero arrepentimiento —
tienes razón. Lamento profundamente haber sido una cretina pedante. No te
diré que lo he hecho porque te quiero...
—No, mejor no lo hagas. Huele a cretina pedante una vez más —dijo
cortante.
Ana hizo una mueca de dolor.
—Tienes razón —concedió Ana —parece que diga lo que diga, mi
comportamiento es inexcusable. Al menos déjame decir, que creía estar
haciendo lo correcto —añadió con pesar.
—Entiendo tus motivos Ana. Pero saber cosas, no te da derecho a
manejar la vida de los demás como si fueras un titiritero —dijo exasperada.
Se pasó la mano por el pelo en un gesto que indicaba su estado —mira Ana,
hace más de veinticinco años que somos amigas, en todo este tiempo, te he
visto equivocarte y en ocasiones, yo sabía que la estabas cagando y no tengo
tu sexto sentido, y te he apoyado, no te he machacado hasta conseguir hacerte
entrar en razón.
Ana parecía que se iba a romper de un momento a otro.
—No puedo decirte nada salvo pedirte otra vez disculpas —dijo con
gesto serio —tienes mi palabra que no volveré a intervenir en tú vida, así te
vea haciendo el pino puente con doble tirabuzón —dijo con inquina.
—¡No tienes que llevarlo todo a los extremos Ana! —gritó Sara
perdiendo los nervios —¡Maldita sea! No te pido que no te entrometas, te
pido que no juegues a ser Dios.
—¡No juego a ser Dios! Sencillamente en ocasiones sé lo que es mejor
para mi familia.
—¡Dios también lo sabe y nos deja elegir! —exclamó Sara exasperada.
Estaba a un paso de zarandear a su amiga.
Ana encajó el golpe estoicamente.
—Sara, tienes mi más solemne promesa de que no volveré a interferir.
¿Qué más quieres que te diga? —dijo ya enfadada.
Sara la miró con expresión torva.
—Supongo que nada —dijo con voz cansada.
—En cuanto al tema de César, piensa que quieres hacer, si quieres que
lo llame y anule lo de mañana, sólo tienes que decírmelo —ofreció en un
intento de apaciguar a su amiga —será lo último que haga, como te he dicho,
tienes mi palabra.
Sara asintió.
—Me parece bien. Esta noche hablamos —dijo más controlada.
Se despidieron con cierta tirantez. No estaban habituadas a discutir.
Cada una de ellas se fue en su vehículo, sumidas en sus propios
pensamientos. Paradójicamente, las dos pensaban que habían sido injustas
con la otra.
Ana llegó al hospital con su confianza habitual bastante mermada. Aún
le escocía lo que le había dicho su amiga. Durante toda su vida, había tenido
visiones y presentimientos que había intentado ignorar con todas sus fuerzas
y aún así, había hecho caso a las predicciones porque su instinto la empujaba
a ello. En las pocas ocasiones que se había resistido, había terminado
amargamente arrepentida. Ahora, abrazaba su sexto sentido porque había
comprendido al fin, que era parte de su naturaleza. Y como por ensalmo,
entendió que tenía la obligación de ayudar a todos aquellos que aparecían en
sus visiones. Sara no lo veía así. Sólo de pensar el mal rato que pasó cuando
fue a ver a César, y la muy desagradecida le decía, no, ¡la acusaba! De jugar a
ser Dios. Siendo justa, podía entender que su amiga llevaba una temporada de
descargas emocionales de infarto.
Viéndolo así...al igual tenía motivos para mandarla a paseo. Frunció el
ceño. Quizás prepararle una encerrona, no era la mejor idea que había tenido.
A ver como le explicaba que se había venido arriba después de aceptar
su don y le pareció que tomar cartas en el asunto, era lo mejor que podía
hacer. Era verdad hasta en las comas, pero Sara le estrellaba algo en la cabeza
si se lo decía. Creería que sería una excusa más. ¡Maldita fuese su estampa!
Capítulo IX:

Ana estaba en la puerta de la habitación de su hermano. Sentía el pulso


irregular, las rodillas le temblaban y la respiración le salía a trompicones.
Pensaba que tenía el control sobre sus emociones. Pensaba mal.
Empujó la puerta suavemente, miró rápidamente la cama. Estaba vacía.
El corazón le subió a la garganta. Un rápido vistazo al dormitorio y vio a su
hermano sentado en un sillón delante de la ventana, con la vista perdida en el
horizonte. Entró despacio, cerrando la puerta tras de sí, lentamente.
Su hermano siguió sin moverse, llegó a plantearse si estaría dormido. Se
quedó mirando la mano que tenía apoyada en el brazo del sillón. Las venas
azules se le marcaban ostensiblemente. Estaba tan concentrada, que no se dio
cuenta cuando su hermano giró la cabeza y fijó su vista en ella. El impacto
cuando cruzaron las miradas le provocó un vuelco en el corazón. ¡No era ni
su sombra! La calvicie prematura era más que evidente, los ojos hundidos y
la piel cetrina, ponía de manifiesto los estragos de la enfermedad que padecía.
Siempre le gustó su pelo, con la textura de un bebé. De pequeño,
cuando sentía miedo, venía a su cama, ella lo calmaba contándole algún
cuento mientras le acariciaba el cabello, hasta que se quedaba dormido. Los
hoyuelos que se le formaban al sonreír, era el único rasgo que compartían.
Ahora, el hombre que tenía delante, no era ni la sombra del que fue.
—Tenía la esperanza de que no te enteraras —dijo con voz meliflua —
ni en eso voy a tener suerte.
Le sorprendió el cansancio de su voz... Y la presencia de ánimo, apenas
abrió un poco más los ojos al reconocerla.
—Hola Vicent —dijo intentando que no se le notara lo muy nerviosa
que estaba.
—Espero que no vengas cargada de buenas intenciones como una
samaritana, he comido hace poco y vomitaría —dijo con desprecio.
—Nunca he tenido vocación de samaritana —contestó con voz neutra.
—Bien. Si ya has visto lo que querías ver, te invito a que te vayas por
dónde has venido —un tic en la sien delataba que no estaba tan tranquilo
como quería aparentar.
—Vicent, sé porqué estás aquí. ¿Podrías dejar a un lado nuestras
rencillas? —preguntó afectada.
—Me parece que no. Que me esté muriendo no significa que te tolere
más —comentó ácidamente.
—¡Desde luego que te estés muriendo no te ha vuelto más agradable! —
a la mierda las buenas intenciones.
—¡No quiero ser agradable! ¡Quiero que te vayas! —dijo levantando la
voz.
Ana inspiró con fuerza.
—Vicent, intenta por un momento ser razonable. No te estoy pidiendo
nada, sólo que me permitas estar contigo. No te hagas esto Vic... Morir solo
es lo más horrible que te puedas imaginar.
Vicent tenía los nudillos blancos de la fuerza con que apretaba el sillón.
La boca era una fina línea y las aletas de la nariz estaban dilatadas.
—Creo querida hermana que tengo todo el derecho a morirme como me
dé la real gana —dijo mordaz.
Esto no estaba saliendo como ella esperaba. Se paseó por la habitación
lentamente, tampoco es que fuera muy grande, su hermano ni siquiera intentó
seguirla con la mirada. Más bien la ignoró.
—Hace un rato, por motivos que ahora no viene al caso, me han
recordado que tengo tendencia a imponer mi voluntad allí donde no se me ha
invitado —dijo con una mueca —por lo tanto, me iré. Pero quiero que sepas
que volveré. Al menos una vez más. No creas que me obliga el amor, no te
mentiría de esa manera, quizás los recuerdos de nuestra niñez pesa más de lo
que pensaba. Reflexiona cuál será tu respuesta Vic, porque no me verás más.
Su hermano no emitió ni un sonido. Ni un gesto. Nada. Tenía la mano en
el pomo de la puerta cuando lo escuchó.
—¿Porque ahora? Y no me digas que es por mí... estado —dijo con
amargura.
—Tu enfermedad juega un papel importante, es verdad, pero no toda —
dijo suspirando ostensiblemente —siempre abrigué la esperanza de que
muerta mamá, podríamos de alguna manera... llegar a tener una relación al
menos cordial. Por mi parte estoy dispuesta a intentarlo.
Su hermano tragó convulsivamente. Estaba tan delgado que se le veía la
nuez perfectamente. No quería pero sintió pena.
—Mamá me avisó que cuando ella muriera intentarías acercarte a mí
para envenenarme en su contra. Que serías muy convincente. Pero que no me
olvidara que eras el monstruo que destruyó nuestra familia —la miró con un
amago de sonrisa cargada de cinismo.
—Piensa lo que quieras, no estoy aquí para convencerte de nada. Ni para
excusarme. La decisión es tuya Vic.
—¿Y como pensabas llevar a cabo ese acercamiento? —preguntó con
leve interés.
Ana observó el brillo de sospecha que adornaba su mirada. Bueno, al
menos había cumplido uno de sus objetivos. En ese instante no estaba
pensando en su enfermedad.
—Poca cosa. Tengo entendido que tienes permiso para ir a casa por
Navidad. Sencillamente pensaba invitarte a pasar las fiestas en mi casa con
mi familia —su hermano no pudo ocultar la sorpresa.
—¿De verdad quieres que crea que me quieres invitar a tu casa? —
preguntó con incredulidad.
—Cree lo que quieras —dijo sucinta.
—¡Oh! ¡Qué bonito! Como si fuéramos una familia feliz. ¡Por favor, es
patético!
—No sé tú, pero en mi caso es lo que tengo —lo miró directamente a los
ojos —una familia increíble y maravillosa. Lo suficiente como para aceptar a
su mesa a un cretino ambicioso que sólo se ha preocupado por su culo los
últimos cuarenta y cuatro años.
—Cuarenta y tres, sino te importa —corrigió petulante —y si tienes una
familia tan maravillosa. ¿Porque invitas al cretino de tu hermano?
¿En qué estaba pensando cuando se le ocurrió? Estaba visto que era una
ingenua. Le estaba bien empleado. Por imbécil.
—Vicent, creo que ha sido una mala idea venir. Entiendo que hay cosas
que no se van arreglar sencillamente porque crea que es buena idea. No te
molesto más. Te deseo que... Te sea leve.
Lo miró un momento con una mezcla de pena y frustración. Esto no
tenía arreglo. Quizás en otra vida pudieran solventar sus diferencias. Pero en
ese momento, eran insalvables.
Esperó unos segundos, pero su hermano no tenía intención de añadir ni
una palabra más a juzgar por lo apretados que tenía los labios. Se fue con
sensación de derrota. Cuando llegó a su coche, no sabía muy bien qué hacer.
No le apetecía ir a su casa.
En ese momento no era buena compañía para nadie. Se acordó de su
perrita, si aún viviera, ahora saldría con ella a pasear. Suspiró cansada. La
vida a veces era una mierda.

Ana aparcó en la puerta de su casa, pero en un impulso, decidió irse a


dar una vuelta, andar un rato le despejaría la mente. Estaba agotada de tanto
pensar. Había removido demasiadas cosas. Se subió el cuello de su abrigo,
hacía un frío de mil demonios. Se le estaban entumeciendo las orejas. Se le
ocurrió acercarse a la panadería que estaba a un par de manzanas de su casa,
tenía unas mesas para tomar café y recordó que hacían un chocolate
delicioso. Se le hizo la boca agua de sólo pensarlo. Decidida se encaminó a
paso ligero.
Pidió un chocolate caliente y se sentó en una mesa a disfrutarlo. Con
chocolate se pensaba mejor. Estaba convencida de ello. Se puso a mirar en su
teléfono móvil para entretenerse.
—Hola —levantó la vista y la sorpresa fue mayúscula. El doctor
Méndez estaba de pie delante de ella mirándola con una leve sonrisa.
—¡Doctor Méndez!... digo...Álvaro. ¡Qué sorpresa! No nos vemos
nunca y hoy dos veces —dijo todavía recuperándose.
Álvaro por su parte sonrió de medio lado.
—Vivo a un paso. No es tan sorprendente.
—Si claro, por supuesto —acotó —es sólo que aún me estoy haciendo a
la idea.
—No quiero molestarte, si estás ocupada...
Ella miró un segundo el teléfono olvidado y de nuevo levantó la vista.
—No, para nada. Estaba mirando unas fotos. Mis hijas han ido a ver
muebles para el salón, estoy en pleno proceso de renovación y... perdona... te
estoy soltando un rollo...
No entendía porqué se ponía ha parlotear precisamente con él.
—No pasa nada —dijo cortés —yo mismo estuve hasta hace poco, liado
con el mismo tema. ¿Esperas a alguien? —preguntó.
—¿Eh? ¡No! No, qué va. He llegado del hospital y no tenía ganas de
quedarme en casa y me acordé de que aquí servían un chocolate a la taza
delicioso y bueno...
—¿Te importa que te acompañe? —preguntó observándola
detenidamente.
—¡No! Quiero decir que sí, que no me importa, por supuesto que
puedes... por favor...
Hizo un ademan señalando la silla vacía. Álvaro se sentó despacio,
observándola detenidamente. Su manera de mirar, era desconcertante. Ana
tuvo la sensación de que podía ver en su interior. Era absurdo.
—¿Has ido a ver a tu hermano?
—Si —su cara lo decía todo.
—No ha ido todo lo bien que esperabas —no era una pregunta.
—Lo cierto es que no —dijo frustrada —no nos llevamos bien. De
hecho hace mucho que no tenemos relación pero... Esperaba algo más.
—Las relaciones familiares siempre son complicadas —comentó
comprensivo.
—¡Lo sé! Pero en un caso así, esperaba que pudiera haber un
acercamiento. Obviamente me equivoqué —se pasó la mano por la frente en
un gesto que delataba su contrariedad.
—Lamento haber sido portador de malas noticias —dijo lentamente.
—No pasa nada. No es culpa tuya, era una crónica anunciada —la
frustración era patente en su voz —¿Por cierto, como es posible que seas su
médico si está en paliativos? Quiero decir, que tú eres cirujano...
—Lo operé en su día —explicó con voz ronca —digamos que después
hice un seguimiento de su caso, en ocasiones lo visito.
No sabía qué decir. Cuando un paciente crónico pasaba largas estancias
en el hospital, era normal crear vínculos. Pasaba más de lo que la gente se
imaginaba. Sencillamente no se lo esperaba de un hombre como él
—No sé qué decir, te lo agradezco por la parte que me toca —incluso a
ella le sonó falso.
—No es necesario —dijo con su voz ronca —me pareció desde el
principio, un hombre hastiado de la vida. Aceptó su enfermedad con
demasiada naturalidad, no era normal, me llamó la atención —explicó con
franqueza.
—Siempre fue así. No recuerdo ni una sola ocasión que luchara por algo
que quisiera. De hecho, ni siquiera tengo el recuerdo de que deseara algo
tanto como para luchar.
—No todo el mundo tiene espíritu combativo —dijo Álvaro suave.
—Eso lo entiendo. Per me repatea que sea así.
Álvaro la miró con fijeza. Ana tenía una pasión por la vida, que era
imposible dejar de notar. Era una mujer guapa, pero la atracción que ejercía
sobre los demás, tenía más que ver con su personalidad que con su belleza.
Lo curioso, es que parecía que ella no era siquiera consciente. Eso era algo
que lo fascinaba.
Cuando se acercó la camarera a la mesa, Álvaro pidió un chocolate a la
taza.
Ana se sorprendió. Era absurdo pero no le pegaba, en su opinión, un
café sólo y espeso, entraba más en la línea de su personalidad.
—¡Ummmh! Está delicioso —murmuró con placer.
Se lo quedó mirando asombrada. Tenía una expresión casi sensual.
¿Qué hacía pensando así de un hombre?
—Creo que... Va siendo hora de que me vaya —dijo nerviosa.
Álvaro no tenía ni idea qué había hecho, pero desde luego estaba claro
que se había vuelto a poner nerviosa.
—Aún no te has acabado tu chocolate, supongo que el mundo puede
esperar cinco minutos —dijo con una sonrisa irónica.
—Si, por supuesto, quiero decir que... Sara... mi amiga...al igual ya ha
llegado, ahora está en mi casa, porque me está ayudando... y se ha mudado
temporalmente y... no quiero que se preocupe...
¡Jamás balbuceaba! Decía lo que tenía que decir con firmeza, incluso
cuando se equivocaba.
¡Era absurdo lo que le pasaba con Álvaro!
No había pensado jamás en él como hombre. Nunca. Hasta que lo vio
disfrutar de una maldita taza de chocolate. Desde luego estaba enferma. Muy
enferma.
—Te voy a contar un secreto —dijo acercándose con tono conspirador
—hay un artilugio llamado teléfono móvil. Le puedes mandar un mensaje —
añadió Álvaro, sonriendo de medio lado.
El aroma a perfume con esencias a madera, inundó las fosas nasales de
Ana. Por un momento, quedó atrapada en su mirada, podía distinguir las
vetas plateadas de sus ojos. Se le secó la boca.
¡Por el amor de Dios! ¿Qué le pasaba?
Unos críos entraron en ese momento al local, con el barullo habitual,
rompiendo el encantamiento.
—Ejem... Tienes razón, no pasa nada porque llegue cinco minutos más
tarde —dijo deseando estar en cualquier otro lugar —no tengo que fichar ni
nada por el estilo —añadió intentando que no se le notara el desasosiego que
la embargaba.
Álvaro por su parte se repantigó en su silla, mirándola profundamente
bajo sus pesados párpados. Algo se le escapaba. La idea que cruzó
rápidamente por su mente, la descartó por absurda.
—Seguro. Entonces, dices que estás en pleno proceso de renovación —
dijo cambiando de tema. Ella mentalmente se lo agradeció.
—Si. Ya sé que no son las mejores fechas pero sentí la necesidad de...
Era el momento de cambiar y no me planteé que la Navidad estaba a las
puertas —explicó más tranquila.
—Sí es lo que necesitabas, entonces está bien —dijo asintiendo.
—Tendría que haberlo hecho hace ya tiempo, sólo que por una cosa u
otra, no encontré nunca el momento —explicó con una sonrisa tensa.
—Entiendo que te refieres a la muerte de tu marido —dijo suavemente.
—Si —musitó con pesar —desde que murió no había encontrado las
fuerzas ni las ganas para hacerlo, hasta ahora.
—Sabes perfectamente que la muerte de un ser querido, tiene su proceso
—dijo con tono neutro, casi profesional. Ella asintió —normalmente los
cambios externos vienen provocados por los internos. Cuando estás
preparado para dar el paso, sencillamente lo das.
Ana sabía que tenía razón, los procesos de duelo, eran intrínsecos a cada
persona. Sólo que en su caso, su propia naturaleza la había arrastrado a un
profundo abismo del que por poco no sale. Un escalofrío recorrió su columna
vertebral. Álvaro reparo en el gesto.
—¿Tienes frío? —preguntó cortes.
—¡No, para nada! Ha sido algo involuntario —explicó sonriendo tensa.
—No era mi intención molestarte —dijo a modo de disculpa —sé que lo
pasaste realmente mal. Hubo alguna ocasión que me preocupó sinceramente.
Ana se sorprendió.
Él se dio cuenta. Hizo una mueca burlona. Si le quedaba alguna duda, se
las había despejado de un plumazo.
—Ana, llevamos trabajando juntos un montón de años, cuando pasó el
accidente y después cuando te incorporaste de nuevo, bien, eras algo así
como una zombi, para los que te conocemos, era evidente —explicó sin dejar
entrever lo que estaba pensando.
—Gracias. Imagino que tienes razón, pero como entonces hacía ya
bastante que no trabajábamos juntos, no sé, no me pasó por la cabeza que
podías preocuparte por mí...al fin y al cabo sólo soy una simple...
—Me estás ofendiendo —dijo con voz peligrosamente suave.
—No por favor, para nada ha sido mi intención. Pero desde que te
ascendieron, entenderás que me sorprenda... ¡Eres el Director del servicio de
cirugía! Perdóname, pero con todos mis respetos, los jefes no soléis bajar a
tomar un café con los demás mortales, mucho menos preocuparos de lo que
nos pasa.
Se hizo un pesado silencio. No había terminado de decirlo y ya estaba
arrepentida. ¡Ella y su maldita boca! ¿Cuándo aprendería a pensar antes de
hablar? Al parecer nunca. Si le tiraba lo que le quedaba de chocolate a la
cara, se lo merecería por borde.
—Si no tomo café contigo, es porque no me lo has pedido —dijo con un
brillo en la mirada que delataba lo mucho que lo había molestado —pero en
vistas de lo que parece un reproche en toda regla, de ahora en adelante,
cuando coincidamos en la cafetería, prometo buscarte —añadió con insidia.
—¡No es necesario! —exclamó alarmada de que cumpliera su promesa
—quiero decir, que entiendo que aproveches para charlar con tus colegas, es
normal... —se había metido ella solita en ese jardín, él la miraba con
profunda satisfacción —yo... te agradezco el interés, y me disculpo por
dejarme llevar por los prejuicios —dijo mansamente. Era un intento por
apaciguarlo y sabía que él lo sabía.
—Entiendo —dijo con una sonrisa sesgada —bien, pues entonces no
tendrás más remedio que tomarte un café conmigo en otro momento, o me lo
tomaré como algo personal —la había acorralado.
—Bueno, somos vecinos, seguro que nos vemos, mira ahora. ¡Es el
ejemplo más claro! —dijo buscando una salida —no hay problema. En estos
momentos como sabes, estoy muy liada, pero seguro que se presenta alguna
ocasión —terminó con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
Álvaro ladeó ligeramente la cabeza. Se tomó su tiempo en contestar. Los
ángulos de su cara, se marcaban más con la luz del local confiriéndole un aire
misterioso. Los pesados párpados, velaban su mirada impidiéndole adivinar a
Ana qué estaba pensando.
—Me parece bien —dijo con voz neutral —si me disculpas, ahora soy
yo el que tengo cierta prisa. He recordado un compromiso anterior.
Se alarmó al verlo levantarse de la silla. ¡Lo había ofendido! ¡Madre
mía! No era su intención. Sólo que no entendía nada.
Lo agarró por la manga de la camisa.
—Álvaro por favor, no te enfades —dijo mirándolo arrepentida —tú has
sido cortes y educado y un buen compañero y yo... Soy una imbécil. Lo
siento. Llevo demasiado tiempo sin socializar con nadie y al parecer he
perdido práctica... creo que es la primera vez en mucho tiempo que me tomo
algo con alguien que no sea de mi familia —confesó mirándolo afectada.
Álvaro por su parte se dejó caer de nuevo en la silla. Todo empezaba a
encajar. Cuando le pareció entender que lo estaba despidiendo y no
precisamente con mucho tacto, le picó en su orgullo.
—Yo…he perdido el lustre social por así decirlo... No es por ti es...
—¿En serio me vas a decir, no es por ti es por mí? —preguntó risueño.
Ana lo miró sorprendida.
—Supongo... —dijo haciendo una mueca. Álvaro sonrió divertido.
—Creo que lo entiendo —dijo comprensivamente —no es lo mismo,
pero cuando me divorcié, viví un episodio parecido —explicó recordando esa
etapa de su vida —después de casi veinte años de matrimonio, un día te
despiertas y la vida que conocías, de repente no existe.
Ella asintió.
—Supongo que en cierto modo, es parecido. Fue tan de repente, que no
podía creerme que eso me estuviera pasando a mí. Tenía la absurda sensación
de que me iba a despertar de una pesadilla. Pero no desperté...
Hubo un momento de silencio compartido. Las palabras no podían
expresar todo lo que sentía
—Lamento mucho que pasaras por algo así —dijo con ternura —no
quiero parecer cruel pero, la vida sigue Ana, sobreponerse es un proceso duro
pero necesario.
Ella asintió. Álvaro le cogió la mano en un apretón cariñoso. Ella se
quedó mirando el gesto con aire ausente.
—Tienes razón —dijo parpadeando varias veces seguidas en un intento
por despejar la mente —bien, digamos que estoy en ese proceso —comentó
con una mueca —y por eso soy una especie de paria social intentando
reinsertarme.
Álvaro sonrió de medio lado, con ese gesto tan característico suyo.
—Tranquila, los parias son infinitamente más interesantes —dijo
bromeando —aclarado que no es por mí que es por ti, queda pendiente un
café ¿Si? —dijo sonriendo pero observándola con fijeza.
—Seguro —comentó más tranquila —es más, por ser tan mala vecina,
pago yo —haciendo referencia a su ignorancia al no saber que vivían cerca el
uno del otro, desde hacía tanto tiempo.
—Perfecto. Que conste que yo no soy uno de esos hombres que se
sienten mal cuando pagan las mujeres. Soy un fiel defensor de la igualdad —
dijo con picardía.
Ana sonrió ante aquella ocurrencia. No sabía porqué pero algo le decía
que era de esos hombres a la vieja usanza, un caballero de los que quedaban
pocos.
—Ahora sí que tengo que marcharme —dijo excusándose —mi amiga
se preguntará donde estoy, al final no le mandé ningún mensaje.
—Me parece bien. Vamos te acompaño —dijo solicito —no me importa
que me inviten a un café pero soy incapaz de dejar que una dama vuelva a su
casa sola.
Salieron del establecimiento y fueron caminando las pocas calles que
había hasta casa de Ana, conversando invariablemente de trabajo. Era un
tema recurrente y seguro.
Álvaro entendió que se sentía más segura hablado de cosas banales que
de temas más personales. Se encontraba lo suficientemente a gusto con la
situación que había resultado, que no sería él quien pusiera en riesgo lo que
parecía ser, una amistad floreciente.

Al llegar a la puerta de casa de Ana, se entretuvieron alargando una


conversación absurda. Ana se estaba volviendo a poner nerviosa. Álvaro fue
consciente desde el mismo instante en que se operó el cambio de actitud. La
miraba socarronamente sin escuchar la cháchara que mantenía ella sola sin
ayuda.
Se acercó lentamente tomando su mentón con una mano y muy despacio
dándole suficiente tiempo para apartarse, rozó sus labios en una caricia
lánguida. Se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos sin soltarla. Ana
retenía el aliento mirandolo estupefacta.
—Buenas noches —murmuró con voz gutural.
—Ad... adiós —barbotó obviamente ofuscada.
Ana no era capaz de moverse ni aunque su vida dependiera de ello.
Sus labios estaban a escasos milímetros.
El corazón golpeaba fuertemente y su torrente sanguíneo se había
disparado.
—Estoy deseando repetir —susurró Álvaro.
Aquellas palabras, acariciaron sus labios secos entre abiertos. Los
pezones se le endurecieron.
—Entra ya, vas a coger frío —Ana tardó unos segundos en procesar sus
palabras.
—Si... si por supuesto... Buenas noches...adiós. Yo... gracias por
acompañarme —dijo con un esfuerzo supremo. Tenía la mente hecha un lío y
a punto de entrar en pánico.
Álvaro la observó entrar a su casa, con las manos en los bolsillos y una
sonrisa de profunda satisfacción masculina.

Hacía mucho que se sentía atraído por Ana, al principio sólo sabía que
se sentía cómodo trabajando con ella, su humor negro y su sagacidad, le
divertían. Más tarde empezó a percatarse de detalles. Un nuevo peinado, el
cambio de perfume. La inteligencia y la rapidez mental, eran rasgos que
admiraba. Fue algo paulatino, lo pilló desprevenido. Después de la muerte de
su marido, esperó un tiempo prudencial para acercarse pero ella no era
consciente de su presencia. Lo saludaba con indiferencia. Los intentos de
entablar conversación durante el último año, habían vapuleado su orgullo.
Verla esa mañana tan nerviosa a causa de su presencia le robó varios
puntos de confianza. Llegó a la conclusión de que sólo veía a un superior
cuando lo miraba. Decidió no seguir intentando que viera al hombre. Cuando
se la encontró por casualidad en la panadería, se le paró el corazón por un
segundo. Poder sentarse con ella, entablar una conversación normal, le
pareció un regalo. Notó el momento exacto en que lo vio como a un hombre.
Se le dilataron las pupilas y la boca se le entreabrió lo justo para formar una
O casi perfecta. Estuvo a punto de saltar de la silla. Se sintió un hombre al
menos diez años más joven. La cara de Ana era un poema. Tenía un rostro
muy expresivo. No sabía si se sentía atraída por él. Esperaba que sí. Cuando
la besó para despedirse, notó que estaba receptiva.Cuando sus alientos se
mezclaron, sintió una erección tan intensa que lo pilló desprevenido. Sabía
que tenía que ir despacio. Por nada del mundo quería asustarla. Pensó no con
cierta ironía, que a su edad no se veía dándose duchas frías. Se sonrió con una
mueca burlona. Hacía un frío de mil demonios pero él sentía un agradable
calorcillo que lo entibiaba.
Había leído un artículo en una de esas revistas que a veces daban vueltas
por la cafetería del hospital, que le había llamado la atención. Estaba más que
de acuerdo con el titular. ¡Había vida después de los cincuenta!
—¿Ana? ¿Eres tú? —preguntó Sara desde la cocina.
—Si nena, soy yo —contestó quitándose el abrigo.
Entró a la cocina como una zombi, su mente estaba en otro lugar. Sara la
miró con gesto extrañado.
—He comprado un poco de salmón ahumado y queso fresco —explicó
observando a su amiga ponerse un vaso de agua y bebérsela casi sin respirar.
Ana estaba rara, pensó Sara frunciendo el ceño. Tenía muy claro que no
iba a dejarse persuadir para que hiciera lo que ella quisiera.
Con respecto a César, había decidido disculparse por su comportamiento
de la última vez que se vieron, y dejarle claro que no tenía especial interés en
tener nada más que una amistad. Si le parecía bien, perfecto, sino, podía irse a
hacer gárgaras.
Esa tarde después de mucho meditar, llegó a la conclusión de que la
presión emocional a la que se había visto expuesta, era sin lugar a dudas, el
motivo para esos arranques. Ella no era así. Ahora que volvía a tener el
control, se sentía muchísimo mejor.
—¿Ana? ¿Sigues enfadada por lo de antes? —preguntó a la defensiva —
quiero que sepas que sigo pensado lo mismo... Bueno, casi lo mismo. No creo
que juegues a ser Dios. Y creo que tu afán proviene de la preocupación
porque me quieres, pero aún así, es mi vida y tengo derecho a vivirla como
estime oportuno —dijo con firmeza. Esperaba que le debatiera. Se había
preparado argumentos de peso para discutir si era necesario.
Ana la miró obviamente abstraída.
¡Se le había olvidado que había ido a ver a su hermano! ¡Mierda!
—¿Ana cómo está tu hermano? Lo siento cielo, tendría que haber
supuesto que esto te afectaría —dijo acercándose a su amiga y sentándose a
su lado.
Ana la miró con expresión perdida.
—Mi hermano sigue siendo el cretino pedante de siempre —dijo
apesadumbrada.
—Imagino que las cosas no han resultado como esperabas —musitó
comprensiva.
—Al contrario —comentó cáustica —han sucedido tal y como creía,
sólo que esperaba o mejor dicho deseaba equivocarme.
Sara le dio un apretón afectuoso en el brazo.
—Explícame que ha pasado —dijo suavemente.
—Poca cosa. No se ha sorprendido tanto como me esperaba. Después
me ha invitado a que me marchara.
Sara esperó unos segundos a que dijera algo más pero su amiga estaba
ensimismada. Se preocupó. No era normal tanta apatía, Ana era más
expresiva. Ese comportamiento tan comedido era ajeno a su naturaleza.
—¿Y? —la instó —¿Ya está? ¿Te ha dicho que te fueras y te has ido?
—Lo he invitado a que pase las navidades con nosotras y prácticamente
se ha reído en mi cara —dijo con una mueca.
Sara levantó las cejas casi hasta la raíz del pelo.
—Bueno cielo, lo has intentado, a riesgo de ser repetitiva, no puedes
obligar a la gente a que hagan lo que tú quieras por...
—¡Ya sé! —acotó Ana soltando un bufido —pero eso no significa que
me guste —Ana se frotó la cara con las manos en un gesto de evidente
frustración.
—Bien, pues si te parece, dejemos el tema. ¿Quieres irte a dar una ducha
mientras preparo la cena? —ofreció con una sonrisa apaciguadora.
—Si. Creo que es lo que necesito —aceptó mansamente.
Cuando estaba en la puerta se giró con expresión tormentosa.
—Sara, un hombre me ha besado —Sara se quedó helada.
—¿Perdona? Creo que no te he entendido. ¿Has dicho que un hombre te
ha besado? —preguntó incrédula.
—Eso he dicho —murmuró con angustia —soy un enferma Sara ¡Me
doy asco! Estoy recuperándome de la muerte de Xavi. ¿Como puedo
traicionarlo de esta manera? ¿Cómo puedo ser tan... ¡Oh Dios!
—¡Tú no estás enferma! ¡Estás viva! ¿Lo entiendes Ana? ¡Estás viva! —
dijo contundente.
Volvieron a sentarse pero obviamente el ambiente no era el de un
momento atrás.
—¡Explícamelo todo! No te dejes ni las comas —ordenó Sara con
firmeza.
Ana suspiró audiblemente
—El médico que ha venido esta mañana, me lo he encontrado en la
panadería. He ido a tomarme un chocolate, después del encuentro con mi
hermano no me apetecía encerrarme en casa y pensé que era una buena idea.
Hemos hablado de esto y aquello, después se ha ofrecido a acompañarme a
casa y... Cuando hemos llegado a la puerta, se ha despedido con un beso... En
la boca.
La mezcla de sentimientos que embargaban a Ana, era apabullante.
Sara se mordió el labio para evitar sonreír.
¡No había pasado nada! Un simple beso de despedida. En ocasiones le
asombraba lo inocente que era su amiga con la edad que tenía. Seguro que
ahora se estaba fustigando pensado que había sido infiel a la memoria de su
marido. Ana era una extremista nata.
—¿Eso es todo? ¿Un simple beso de despedida? —preguntó arqueando
una ceja. Esperaba que su tono ayudara a poner las cosas en su justa medida.
—¿Qué si es todo? ¿Te parece poco? —dijo levantándose de la silla y
paseando por la estancia como un felino encerrado —¡Jesús! Sara. ¡He
besado a otro hombre! ¿No lo entiendes?
—Perfectamente querida —contestó cruzándose de brazos y adoptando
una postura lánguida mientras miraba a su amiga ir y venir —Sólo que no
existe otro hombre, no hay nadie.
Ana se paró en seco, con ojos vidriosos.
—¿Como puedes decir eso? —preguntó ahogándose.
—Con naturalidad. Ana tu marido murió hace más de dos años, en algún
momento tenías que volver a vivir, eres una mujer joven y sana con apetitos
naturales y...
—¡Yo no tengo apetitos! No quiero... No puedo sentir eso por nadie
más. ¿No lo entiendes? Xavi era el amor de mi vida...
—El amor de tu vida se murió.
—¡No digas eso! —la cortó con virulencia —él ha sido mi piedra
angular, me ha querido como yo era, me aceptó cuando otros me repudiaron
era el mejor hombre que he conocido. No hables de él así...
Sara se quedó mirando a su amiga. Era mucho más pragmática en ese
aspecto que Ana. Las cosas duraban lo que duraban. Pero Ana se había
aferrado a Xavi adorándolo casi con locura.
Siempre sospechó que el hecho de que Xavi aceptara su sexto sentido,
había sido determinante. El trauma que arrastraba gracias a la bruja de su
madre, la condicionó. Pero Xavi no apoyó jamás su don, para nada, de hecho
lo ignoró. No lo criticaba, Xavi fue un hombre sencillo que quería una vida
sencilla. Fue un buen padre para sus hijos y un buen marido pero se había ido
y la vida continuaba.
—¿Te gustó?
—¿Qué?
—Ya sabes... El beso.
Ana se ruborizó como una colegiala.
—Creo que eso no tiene importancia —dijo eludiendo responder.
—¡Oh! Yo creo que la tiene toda —dijo Sara en tono casual —si te han
dado un beso repulsivo, o peor aún, un beso baboso... He observado en mi
dilatada experiencia, que los hombres no saben besar —añadió observándola
atentamente.
Ana estaba fuera de su área de confort y se notaba a ojos vista.
Sara por su parte estaba disfrutando más que un gato ante un plato de
crema.
—No ha sido repulsivo —dijo frunciendo el ceño —de hecho ha sido
más una caricia que un beso —explicó remisa.
—Entonces no ha sido un beso, querida —pontificó con aires de
suficiencia.
—¡Ha sido un beso!
¡Como estaba disfrutando! Sara no se relamía de gusto, gracias a un
ejercicio de voluntad.
—Ana, un besito de despedida es lo más natural del mundo. Entiendo
que has estado viviendo en el siglo pasado pero tampoco es cosa de que
hagas una tormenta en un vaso de agua. ¿No crees cielo? —dijo con el punto
exacto de aburrimiento.
Ana se volvió a ruborizar.
—Supongo que tienes razón —concedió dudosa.
—Créeme, la tengo.
—Me ha dicho de quedar otro día para tomar algo.
—Querida, si te gusta, entiendo que salgas con él y que disfrutes de la
vida.
—Bueno, no me he planteado si me gusta. Lo cierto es que no había
pensado en hombres desde que murió Xavi. Tampoco es que tenga veinte
años.
Sara sabía que su amiga estaba hecha un lío en ese momento.
—Para disfrutar del sexo no es necesario tener una edad concreta. Se
puede disfrutar con setenta años si el cuerpo te lo pide, créeme que sé de qué
hablo —musitó con una sonrisa ladina.
Ana la miró horrorizada. Hablar de sexo con tanta soltura la ponía un
poquito nerviosa.
—No me imagino a nadie con setenta años, practicando sexo —
murmuró con gazmoñería.
Sara se rió con ganas.
—¡Ana eres una ingenua! Se puede disfrutar del sexo a cualquier edad.
Sólo que con algunas digamos, connotaciones. Te puedo asegurar que es una
experiencia que recomiendo. He tenido algún amigo que se acercaba
peligrosamente a esa edad, que me ha hecho pasar una de las mejores noches
de mi vida. Lo que les falta en vigor lo compensan ampliamente en
experiencia —la sonrisa risueña de Sara era incontestable.
Ana está patidifusa. Si abría más los ojos, corría el peligro de que se le
cayeran.
—Bueno, no estoy en posición de rebatir... Tus argumentos...
Sara volvió a reírse con ganas.
—Ana cielo, no pienses tanto. Disfruta de la vida, Xavi fue un buen
hombre que te quiso pero ya no está. Si conoces a un tipo decente con el que
pasar un buen rato, aprovéchalo, no hace falta que te lo quedes... Ya me
entiendes, sólo disfruta hasta que se acabe la magia.
Ana tenía mucho en que pensar. En ese momento se sentía desbordada
por un millar de emociones contradictorias.
—Creo que voy a ir a ducharme y ponerme cómoda —dijo con un
suspiro.
—Me parece bien —contestó Sara sonriendo —yo termino de preparar
la cena en cinco minutos —Ana asintió.
—¿Cielo, no me has dicho si te gustó?
Ana se paró un segundo pero no se volvió y por supuesto no contestó,
siguió andando y enfiló las escaleras deseando dejar el tema atrás. No
pensaba hablar más al respecto. Una ducha y relajarse era lo que necesitaba.
Sara por su parte sonrió satisfecha. Que no contestara era en sí una
respuesta. Despertó su curiosidad ese médico que había vuelto del revés la
vida de su amiga con un simple beso.
Capítulo X:

—¡Sara me estás volviendo loca! —dijo Ana con ganas de tirarse del
pelo.
—¡Tú te vuelves loca sin ayuda de nadie, bonita! —contestó venenosa
su amiga.
—¿Quieres hacer el favor de estarte quieta? —preguntó por enésima vez
—¡Estamos pintando, maldita sea! No es normal que quieras poner flores por
todas partes.
—¿Por qué no, a ver, dime? —preguntó Sara con los brazos en jarras —
la cocina ya está, intentar que tenga un aire más elegante no es una mala idea
—acabó diciendo con petulancia.
Ana cerró los ojos rogando paciencia.
—Sara —dijo mordiendo las palabras —Mi cocina, ya es elegante y
acogedora y tus absurdas flores le da un aire cursi y repelente, que lo sepas.
—¡Oh! No me puedo creer lo que has dicho —dijo profundamente
ofendida —¡Tengo un gusto exquisito! —dijo casi gritando.
¡Menos mal que no estaba nerviosa por la visita César! Seguro. Se le
notaba a la legua el temple.
—¿Queréis parar vosotras dos? —dijo Clara exasperada —parecéis dos
crías.
—¿Yo? —dijo incrédula —¡Habla con tu tía! Y por cierto, con ese
modelito ¡Ni borracho se va a creer que estabas pintando!
Sara soltó un grito ofendida, mirándose a sí misma.
—Me he puesto lo primero que he encontrado —dijo a la defensiva.
Ana se llevó las manos a la cabeza demostrando su exasperación.
¡Lo primero que ha encontrado! Pensó. Y los burros vuelan.
—Estás preciosa Sara —dijo Sergio sonriendo. Se lo estaba pasando en
grande.
—Gracias querido —contestó Sara con una gran sonrisa. Se giró a mirar
a su amiga retándola a que dijera algo.
Júlia las miraba aguantándose una sonrisa.
—Eso Sergio, tú dale cuerda —soltó Ana enfurruñada.
Sergio soltó una risotada.
—Mamá, la cocina ya está acabada, sólo nos falta unos retoques en el
salón y ya estaremos. Si nos damos prisa, podemos terminar antes de que
llegue y después todos nos cambiamos para almorzar y asunto arreglado —
dijo Júlia intentando apaciguar los ánimos.
—Si, será lo mejor —contestó suspirando —Sara haz lo que sea que
estabas haciendo, mientras nosotros terminamos de pintar el maldito salón.
¡Pero no pongas más jarrones con flores!
Sara le sacó la lengua en un gesto pueril mientras que los chicos se
reían.
—No te preocupes Doña quisquillosa, no pensaba poner más flores.
Voy a poner un precioso mantel para que al menos parezca un almuerzo de
domingo.
—¿Y qué mantel has decidido? —preguntó entrecerrando los ojos.
—Uno que traje ayer de mi casa que da la casualidad que no uso —
explicó con insidia.
—¡Ah!... Muy bien, ahora resulta que no tengo ningún mantel que
cuente con tu aprobación. Fascinante —Ana no tenía claro si ahogarla con las
malditas flores o estrangularla con el puñetero mantel.
—Tienes toooodos los manteles en cajas porque no tienes muebles en el
salón —dijo casi gritando —¿Necesitas que te lo recuerden?
—¡Dios, dame paciencia! —dijo Ana levantando la vista al techo —
Sara, si por casualidad me dices en un futuro que César no te afecta, te pego
—dijo muy lentamente con los dientes apretados.
Sara abrió los ojos con expresión ofendida.
—¡Vale! Vamos a terminar —dijo Clara intentando mediar —mamá, se
más comprensiva por favor. Tía Sara está un poquito nerviosa, es normal.
—Si eso lo puedo entender, lo que se me escapa es que lleve dos horas
dando vueltas como una gallina sin cabeza, volviéndonos a todos locos —
murmuró malévola.
Sara soltó un bufido mascullando unas palabras nada apropiadas en una
dama.
Sergio silbó, demostrando que lo había escuchado.
Haciendo un gesto de exasperación, Ana decidió dejarla por imposible.
Si se quedaba un minuto más, las malditas flores adornarían el velatorio de
alguien.

Esa mañana, amaneció como cualquier mañana de domingo, cuando


Ana bajó a desayunar, se encontró a Sara pintando en la cocina. Se
sorprendió por lo temprano que era, cuando se lo comentó, su amiga le dijo
que se había despertado pronto y pensó en adelantar faena.
Como una inocente, se lo creyó.
¡Les dio la mañana!
Nada estaba bien, terminaron la cocina rápidamente pero Sara, no por
ello cesó, para nada. ¡Los martirizó sin piedad! A todo le sacaba alguna pega.
A cada rato que pasaba, se fue poniendo más y más nerviosa. Cuando dejó la
cocina a su gusto, dijo que iba a ponerse algo más decente. ¡Casi le hacen la
ola! Incluso Sergio que era un trozo de pan, respiró aliviado cuando se fue.
Hasta que bajó.
Se quedaron todos con la boca abierta.
Se había puesto un vestido color borgoña con una caída preciosa hasta
las rodillas. Unos zapatos negros de tacón alto, un collar de perlas con unos
pendientes a juego, el pelo recogido con uno de sus muchos broches de
pedrería, completaban su atuendo. Parecía un cuadro. Los miró expectantes.
Nadie tuvo corazón para decirle que se había pasado tres pueblos.
A partir de ese momento, fue abducida por un alíen. Les dijo qué hacer,
como hacerlo, les metió prisas y criticó absolutamente todo.
A media mañana, todos planeaban un asesinato.
Cuando Ana entró a la cocina y vio jarrones por doquier, dejó salir su
genio.
¡Había puesto flores incluso en el frutero!
Se lo tenía merecido por meterse donde nadie la había invitado, pensó
Ana torvamente. Tendría que haberse imaginado que habría un precio que
pagar. Su cordura. Era excesivo pero eso la enseñaría a no meter la nariz en
los asuntos de los demás.
¡Menos mal que ella era la experta en hombres!
—Mamá...
—Dime nena.
—¿Eso qué huelo es ambientador? —preguntó Júlia arrugando la nariz.
Ana levantó la cabeza, olfateando el aire. Clara la imitó.
—Parece. Pero el olor a pintura casi que tendría que tapar todos los
demás, es el predominante —explicó sospechando que la mano de su amiga
estaba detrás.
—Pues, siento decirte, que tía Sara a decidido que tampoco le gusta el
olor de pintura y ha tomado cartas en el asunto —dijo Clara con expresión
risueña.
—No quiero alarmaros pero... tantos olores entremezclados, me están
mareando —dijo Sergio un poco verde.
Clara se alarmó al verlo con ese color tan antinatural.
—¿Eres tonto o qué te pasa? ¿Por qué no me has dicho que te estabas
mareando? —preguntó Clara enfadada.
—Bueno, no me estaba mareando hasta que tu tía ha decidido vaciar
todos los aerosoles de la comarca en la cocina —dijo sentándose en el
alféizar de la ventana, en un intento por respirar aire limpio.
—No es por mal meter, pero a mí me empieza a picar la garganta —
anunció Júlia.
—¡Saraaaaaaaaaaaaaaaa! —pareció un grito de guerra.

Sara dio un respingo en la cocina, cuando escuchó a su amiga.


Estaba abriendo las ventanas en ese momento, en un intento por airear la
estancia. Encontró debajo del fregadero, varios aerosoles de distintos olores,
como todos eran del tipo florales, pensó que no importaría mezclarlos. Se le
fue la mano. Cuando empezaron a llorarle los ojos y a picarle la garganta, le
quedó claro. No había leído que eran concentrados. Esperaba que no se
dieran cuenta. Al parecer, era tarde.
—¿Se puede saber qué narices estás haciendo? —preguntó Ana a gritos.
—Bueno... olía demasiado a pintura y pensé que un poquito de
ambientador difuminaría el olor... —explicó Sara bizqueando. Estaba
haciendo un esfuerzo por no llorar y que se le estropeara el maquillaje. Los
ojos le escocían como si los tuviera llenos de jabón.
—¡Voy a meter tú linda cabecita en uno de esos floreros hasta que
aprendas a hablar como los peces!
Para entonces, las chicas estaban abriendo de par en par todas las
ventanas de la planta baja, incluso la puerta de entrada, intentado crear una
corriente de aire, la mezcla de olores los tenía a todos medio asfixiados.
Sergio con paso no muy firme, salió al porche y se sentó en uno de los
escalones boqueando. Clara rompió un trozo de cartón de los que había en el
suelo, para abanicarlo.
—Mamá, tía Sara, salir un rato aquí con nosotros hasta que se despeje
un poco el ambiente —dijo Júlia desde la puerta.
—Para nada. Tu tía se va a quedar aquí y con un poco de suerte, le dará
un tabardillo —dijo Ana con voz ronca por el picor de garganta —¡Si
acabamos en urgencias, a ver como explicas que has intentado asesinarnos a
todos!
—No he... Ejem... Intentado nada...Exagerada.
En ese momento un coche deportivo, aparcó en la puerta. Era César.
Llevaba unos pantalones tejanos ceñidos desgastados, una camiseta negra que
marcaba el buen estado de forma que tenía y una cazadora tipo aviador con
efecto degradé. El tipo estaba para mojar pan. Todos se lo quedaron mirando
con diferentes grados de curiosidad. Todos menos Sara, con los ojos
anegados de lágrimas iba tanteando con las manos, tratando de encontrar la
salida. Claro que los tacones de vértigo, no ayudaban.
César se los quedó mirando indeciso.
—Hola César. ¡Qué alegría de verte! —dijo Ana con excesiva alegría.
¡Gracias a Dios por estos pequeños placeres! Pensó Ana con malignidad.
Existía la justicia divina.
—Hola... —César no estaba seguro si seguir o dar la vuelta —si es un
mal momento...
—¡Para nada! —dijo acercándose —estábamos haciendo un pequeño
descanso —le explicó con la voz un poco ronca pero con una sonrisa de oreja
a oreja.
Lo cogió por el brazo y lo acompañó hasta el porche. Hizo las
presentaciones, intentando aparentar normalidad. César miraba a su
alrededor, obviamente buscando a Sara, pero la susodicha por alguna razón
que Ana no alcanzaba a comprender, estaba dentro de la casa. Si su intención
era intoxicarse para no verlo, tenía puntos para conseguirlo, era allí y el olor
se apreciaba con fuerza.
—¿Ha llegado Sara?
—Y tanto. Está dentro intentando suicidarse.
—¿Perdona? —preguntó un poco alterado.
—No le hagas caso a mi madre. Tiene una vena perversa —dijo Clara
—estamos terminado de pintar y mi tía creo que ha ido a cambiarse de ropa
—mintió con descaro.
—He traído ropa de trabajo para echar una mano —dijo César con una
sonrisa.
—No es necesario pero gracias. Como dice mi hermana, estamos casi —
dijo Júlia intentando hacerlo sentir cómodo.
César los miró sonriendo con cierta tensión, había estado a punto de
llamar esa mañana para anular el almuerzo. Se sentía un poco como pez fuera
del agua. Arrugó un poco la nariz al notar el olor a...
—¿Qué es ese olor?
—Se nos ha caído un frasco de ambientador supermegaconcentrado, por
eso estamos aquí, estamos esperando que se despeje un poco el ambiente —
explicó Clara con mirada inocente.
Ana se mordió la lengua. Su hija era una mentirosa de cuidado, pensó
mirándola con toda intención.
—Entiendo. ¿Y a Sara no le afectará?
—Supongo —dijo Ana cáustica.
En ese momento apareció Sara en la puerta. Estaba radiante. Ana se fijó
que tenía los ojos cuajados de lágrimas pero el maquillaje estaba impoluto.
—Hola César —dijo con naturalidad. Demasiada.
César se la quedó mirando embobado.
—Hola Sara. Estás preciosa —dijo con voz ronca.
—Gracias —dijo acercándose con cortesía.
—Creo que ya se puede entrar —dijo Clara olisqueando desde la puerta.
Todos la siguieron despacio.
—¿Te apetece tomar algo? —preguntó Ana como buena anfitriona.
—Si gracias. Si tienes cerveza ya me está bien.
César se quedó por unos segundos en el recibidor, sin saber hacia dónde
ir.
—Ahora cuando esté todo esto más tranquilo, te enseñaré la casa —dijo
Ana educada —si quieres asómate con cuidado de no mancharte al salón y
veras que bonito nos está quedando.
César asintió y se acercó a la puerta del salón, Sara lo acompañó solicita,
los demás se quedaron detrás dándoles espacio.
En ese momento estalló el pandemónium.
Sara se tropezó con los tacones e instintivamente se abrazó a César, Este
la sujetó automáticamente pero golpeó la puerta entreabierta que a su vez
golpeó la escalera que había detrás. A cámara lenta, el cubo de pintura que
había encima de la escalera, se volcó cayendo sobre la pareja.
Sara soltó un alarido.
César una maldición.
Después un silencio sepulcral se instaló sobre todos.
Nadie se movió. Ni respiraron.
—¡Santa Madre de Dios! —dijo Ana tapándose la boca con las manos.
—¡Jesús! —dijo Clara —¡Se me olvidó el cubo de pintura!
Todos la miraron...algunos con instintos homicidas.
—¡Maldita sea Clara! ¡Un día perderás la cabeza y no sabrás donde la
has dejado!
—¿En un cubo quizá? —preguntó César limpiándose la pintura de la
cara. Como estaba de espaldas a la puerta, casi toda le había caído en la
espalda. Sara era otro cantar. Ella estaba de la cabeza a los pies, bañada en
pintura.
—Clara... Si no me muero del perrenque te juro por lo más sagrado que
de Esta te mato —dijo entre dientes, con furia asesina.
Era increíble como una mañana de domingo sin nada especial, terminaba
complicándose hasta lo absurdo.

Más tarde, estaban todos sentados alrededor de la mesa en la cocina,


devorando el almuerzo.
Lo curioso del caso, es que cualquiera esperaría que después del baño de
pintura, César saliera corriendo como alma que lleva el diablo. Sin embargo,
cuando bajó de ducharse y con la ropa de trabajo como él la llamó, una
sonrisa adornaba su cara, al parecer, era un tipo con un gran sentido del
humor. Sergio le tomó el pelo en un par de ocasiones y él respondió a sus
chanzas en el mismo tono. Para Ana, ganó puntos a velocidad vertiginosa.
Era una cualidad que valoraba muchísimo.
Estaba siendo un buen domingo. Y ahora, estaban todos comiendo como
viejos amigos, el episodio vivido, dio paso a un sinfín de anécdotas que fue el
tema principal del almuerzo. Ana estaba contenta. De hecho no cabía dentro
de sí. Cuando pillara a su amiga, tenía pensado decírselo, hasta que le
sangraran los oídos.
—Ana querida, no hagas café para nosotros, me apetece chocolate a la
taza y César se ha ofrecido amablemente a acompañarme a la panadería...a
esa que fuiste tú ayer —explicó mirándola con una sonrisa que conocía muy
bien. Estaba nerviosa.
—Me parece bien —dijo
César se sonrió de medio lado. Le recordó a Álvaro, solía hacer el
mismo gesto, le sorprendió el pensamiento y la imagen que se conjuró en su
mente.
—Gracias por todo, Ana —dijo César cortés —ha sido un día
memorable. En más de un sentido —dijo sonriendo —espero que me
permitáis devolver la invitación en un futuro.
—Me alegro mucho César y por supuesto cuando quieras.
Se despidieron con un abrazo afectuoso. César le susurró a Ana, gracias,
al oído. Júlia abrazó a su madre, mientras se despedía con la mano. Sergio y
Clara también salieron al porche. Cuando se fueron haciendo sonar el claxon,
todos volvieron a entrar, con grandes sonrisas en sus rostros.
—¡Qué bonito! —dijo Júlia con voz soñadora.
—Si es verdad. Me gusta ese tipo mamá —dijo Clara —Júlia te he visto
tocar a César —añadió Clara con toda intención.
Júlia puso cara de sorpresa mirando a Sergio.
—¡Ah! No te preocupes. Se lo he contado.
—¿Se lo has contado? ¿Sin consultarme? —dijo Júlia levantado una
octava el tono de voz.
—Bueno, es mi novio... ¡Tiene derecho a saberlo! —dijo a la defensiva.
—¡Oh! Muy bonito Clara. Perdóname Sergio, no es por ti pero mi
hermana no tenía derecho a decírtelo sin preguntarme primero.
—Lo entiendo Júlia —dijo Sergio.
—¡Bien, pues lo he hecho! Perdonarme si he sido un poco indiscreta.
—¿Un poco? —dijo Júlia con incredulidad —¡Por favor, no te quites
mérito!
—¡Y qué quieres que te diga! Ya me he disculpado —dijo enfurruñada
—de todas maneras es parte de la familia. En algún momento se habría
enterado.
Júlia miró a su hermana con franca desaprobación.
—Bueno, ya está hecho. Casi que es mejor aceptarlo y pasar página —
dijo Ana en tono pragmático.
—Espero que la próxima vez tengas a bien preguntarme primero —
insistió Júlia mirando a su hermana con los ojos entrecerrados.
—Te lo prometo —contestó demasiado rápidamente —¡En serio! —dijo
sonriendo impenitente —pero ahora vamos a lo importante. ¿Qué has visto?
Júlia miró a su hermana cabeceando.
—No te hagas de rogar —pidió Clara haciendo una carantoña.
—Vale —suspiró —Es un hombre con sólidos principios. Ha trabajado
duro, parece que se hizo cargo del negocio familiar muy joven, tiene unos
pocos de amigos a los que quiere profundamente y hubo una mujer que lo
marcó en el pasado. Odia a los mentirosos y tiene un bóxer que comparte su
cama más de lo que él querría.
A Sergio se le descolgó la mandíbula. Clara soltó un silbido
impresionada, Ana sencillamente se quedó sin palabras.
—¡Guau! ¡Júlia eres increíble! —dijo Clara encantada.
—¿Como puedes saber tantas cosas? —preguntó Ana intentando imitar
la naturalidad, con la que hablaba su hija.
—Bueno... No siempre es igual —comentó reflexiva —en este caso he
visto imagines superpuestas. También es cierto que he tenido varias
oportunidades de experimentar durante el tiempo que ha estado aquí —
explicó.
—Pero. ¿Cuántas veces puedes tocar a alguien y ver su vida? —
preguntó sinceramente interesada.
—Es complicado de explicar mamá —dijo encogiéndose de hombros —
también está la práctica, antes no lo controlaba y...
—¿La práctica?
—Es un factor importante. Cuando me pasó la primera vez yo no lo
controlaba, pero ahora abro mi mente y busco ese canal... No sé explicarlo
mejor.
—Impresionante. Entonces si lo he entendido bien, cuando tocas algo
que pertenece a un individuo, no sólo lo ves haciendo lo que sea sino que
también sientes lo que él siente —dijo Sergio fascinado.
—Correcto —dijo haciendo una mueca —pero además si lo toco a él
concretamente, puedo ver más y sentir más. Es como información ampliada.
—Repito. Impresionante.
—Júlia. ¿Como prácticas tu... talento? —preguntó Ana pensativa.
—Bueno... Se me ocurrió que el yoga me ayudaría y lo cierto es que
aprendí a controlar mi respiración y a relajarme... Lo demás fue poco a poco.
Ana estaba sorprendida. La sabiduría de su hija era increíble. Sin
ninguna guía, había buscado fórmulas para asumir su talento natural y había
aprendido a dominarlo. Ella en cambio, lo único que había hecho durante
toda su vida, había sido combatirlo. La diferencia era abismal.
—¿Crees que yo también podría hacer eso con yoga? —preguntó
dudosa.
Júlia sonrió lentamente mirando a su madre con cariño.
—Puede ser, pero a mí me costó lo mío, creo que lo más importante es
perderle el miedo. Ahora que puedo hablar del tema, al menos en familia, me
siento más segura, más dueña de la situación.
Ana asintió entendiendo. Enfrentarse a una situación dominada por el
miedo o con serenidad, cambiaba completamente el escenario.
—Estoy sin palabras —dijo Sergio aún bastante impactado —En serio.
¡Sois increíbles!
—Le he dicho que a mí sólo me ha tocado ser la guardiana de un libro
que a lo mejor no existe —dijo Clara haciendo pucheros —todas las cosas
divertidas les pasa a los demás.
—Cariño, yo no te querría más si fueras una súper chica —dijo Sergio
guiñándole un ojo.
—Lo sé, pero sería la repera tener un súper poder —dijo suspirando.
—Querida, si pudiera créeme que te lo pasaría con mis bendiciones —
dijo Ana en tono fatalista.
Júlia soltó una risilla, sabía que su madre aún estaba en proceso para
aceptar algo que jamás quiso y en cambio su hermana lo hubiera celebrado a
bombo y platillo. Eran ironías de la vida.
—Entonces, sabemos que César es un buen tipo y a tenor del día que nos
ha dado Sara, podemos decir sin temor a equivocarnos que es algo más que
un amigo, ahora es cosa de ellos. Nosotras ya hemos hecho todo lo que
podíamos —dijo Ana haciendo una mueca.
—Supongo que es así —concedió Júlia —ahora a esperar
acontecimientos.
—Bueno... Sí mamá quisiera hacer un esfuerzo...Al igual podríamos
saber algo más —dijo Clara con expresión inocente.
Ana miró a su recalcitrante hija haciendo un esfuerzo supremo por no
gritarle con todas sus fuerzas.
—¡No soy la Wikipedia! —dijo apretando los dientes.
—Me imagino —dijo impenitente —pero si hicieras lo que dice Júlia y
te concentraras, seguro que podrías, sólo que no quieres —añadió cruzándose
de brazos con expresión tozuda.
—Nena, seguro que tu madre no es que no quiera es como cuando
accidentalmente pasa algo y de repente te encuentras con un súper poder,
hasta que no lo controlas no exprimes todo su potencial. ¿Verdad que es algo
así? —dijo Sergio sonriendo. Estaba claro que creía que le estaba echando
una mano. Pensó Ana. La televisión había hecho mucho daño.
—Algo así —no pensaba entrar a discutir un tema que no dominaba.
Sergio sonrió satisfecho. Ana empezaba a entender porqué se llevaban
tan bien su hija y su yerno.
—Bueno... No lo había pensado así —dijo reflexionando sobre el tema
—supongo que tiene sentido... ¿Sabes qué mamá? —dijo demasiada contenta
—¡Tengo una idea! Te ayudaré a practicar para que lo domines como Júlia.
Ana gimió en voz alta tapándose la cara con las manos.
—En serio. Cuando te llame por ejemplo por teléfono puedes invocar
una imagen con mi voz como enlace —se la veía encantada esperando
obviamente reconocimiento.
—¡Podría funcionar! Piénsalo Ana, tiene sentido. El celebro es algo así
como un músculo, con lo cual si lo entrenas con pequeños ejercicios de
seguro que controlarías mejor tu súper po...
—¡No lo llames así! —exclamó crispada. Sergio dio un respingo ante su
tono.
—No le gusta que lo llames así —explicó Clara en tono conspiratorio —
es un poco susceptible. Ella lo llama su sexto sentido. Como el nombre de esa
peli de Bruce Willis.
Ana cerró los ojos inspirando con fuerza. ¡Le iba a dar algo!
—Entiendo —dijo Sergio asintiendo —bueno al final como lo llamemos
es lo de menos, pero seguro que el principio es el mismo. Mientras más
practiques mejores resultados. Eso se puede aplicar a todas las disciplinas —
explicó apoyando la teoría de su novia.
—Gracias por vuestro apoyo —dijo seca —lo pensaré.
Júlia por su parte, estaba haciendo verdaderos esfuerzos por no reírse
—Seguro que con práctica lo consigues mamá —dijo Júlia animosa.
Ana sonrió tensa. Los acompañó a la puerta seguida de su hija mayor.
—Adiós. Mañana nos llamamos y si pasa algo interesante con tía Sara,
llamarme que yo no tengo un sexto sentido para adivinarlo —dijo Clara
saliendo por la puerta.
—Tranquila nena, si pasa algo te llamamos —dijo cáustica.

Más tarde, Ana estaba reclinada sobre un montón de cojines con una
tableta de chocolate y una novela entre las manos, dispuesta a disfrutar de
una tarde tranquila. Pensó en Sara. Esperaba que encontrara el valor
necesario para ser feliz… Las visiones la desbordaron. Sara entre los brazos
de César, Sara llorando amargamente, Sara vistiéndose con mucho cuidado,
Sara hablando en un estrado...
Desaparecieron como habían venido, en un momento estaba viendo a su
amiga y al instante siguiente estaba mirando la portada de la novela. Las
pulsaciones de su corazón se habían disparado pero no como en otras
ocasiones. Extendió la mano, observó que le temblaba el pulso pero si
hubiera habido alguien con ella en ese momento, podría haberlo disimulado.
Una tibia sonrisa asomó lentamente. Empezaba a controlar sus visiones,
bueno, eso no era totalmente cierto, empezaba a controlar la reacción que le
suponía tener visiones. Un ramalazo de euforia le sobrevino al reconocer esa
simple pero absoluta verdad. ¡Estaba en el buen camino! Estuvo a punto de
llamar a su hija para decírselo. El deseo de compartir la experiencia que
acababa de vivir, le daba la medida exacta de lo mucho que había andado en
el camino correcto. Si en un futuro sólo se le alteraba un poco la frecuencia
cardiaca, ya le parecía bien.
Meditó en las visiones, eran bastante claras. Apostaría que el estrado que
vio, tenía mucho que ver con el galardón. Pero no vio a César en ese
momento tan especial. Seguro que en el orden general de las cosas, las piezas
encajarían llegado el momento.
En el futuro de su familia se avecinaban grandes cambios. Estaban en el
momento exacto de una eclosión mística, porqué lo sabía, era un misterio
pero que lo sabía, era tan cierto como que el sol salía cada día.
Capítulo XI:

—Estás muy callada —comentó César.


Desde que habían salido de casa de Ana, Sara no había dicho ni una
palabra.
—Bueno, supongo que con todos los acontecimientos del día, estoy un
poco desbordada.
César paró el coche en la puerta de la panadería en cuestión. Estaba
cerrada. Al parecer los domingos por la tarde era su día de descanso. Se
miraron como tontos.
—Al parecer está cerrada.
—Si —no había mucho más que decir —¿Quieres ir a algún otro lado?
—Sara negó con la cabeza —no sé... ¿Quieres ir a casa de Ana de nuevo? —
volvió a negar mirándole seria —pues no sé...
—Vamos a mi casa —César intentó que no se le notara, cómo lo
sorprendió —si quieres un chocolate a la taza, te puedo hacer uno
maravilloso... si quieres algo más fuerte, también te puedo complacer.
A César se le secó la boca, la garganta y hasta las pupilas. No estaba
seguro si Sara era consciente del doble sentido de sus palabras, pero a cierta
parte de su anatomía, no le había pasado desapercibida.
—Por mi perfecto, quiero decir que me encantaría —dijo con voz
pastosa.
—Bien.
No dijo más. Sara cruzó los brazos en una pose de serenidad absoluta.
César arrancó el motor. Se estaba devanando los sesos buscando algo
que decir. Al parecer también se le habían secado los sesos, pensó con humor
negro.
Llegaron en pocos minutos. Fueron los más largos que recordaba. No
sabía qué pensaba Sara, al parecer, no tenía deseos de compartirlo con él.
—Después de que pasen las fiestas, ya me vendré a mi casa —explicó
Sara —me estoy quedando con Ana para ayudarla en...Algunas cosas.
—Ya me he dado cuenta de que sois grandes amigas —dijo contento de
poder hablar de algo. Mejor eso que seguir con las imágenes nada inocentes,
que copaban su mente.
—Somos mucho más que eso. Es mi familia.
Subieron juntos la escalera que conducía a casa de Sara. Entraron y
aunque el salón estaba impoluto, se notaba que en ese momento no vivía
nadie, hacía bastante frío.
—Vaya frío que hace aquí dentro —dijo Sara haciendo una mueca —
voy a encender la calefacción. Tengo chimenea de gas, por lo menos el salón
cogerá temperatura mientras se calienta el resto de la casa.
—Si, ya me acuerdo de la chimenea.
César se maldijo en cuanto lo dijo. Recordaba demasiado bien lo que
pasó delante de la chimenea la última vez que estuvo allí.
Sara dio un respingo al escucharlo.
—Si bueno, deja el abrigo ahí colgado si quieres —comentó señalando
un mueble precioso de primeros del siglo pasado que adornaba la entrada.
Una lámpara que había en una esquina del salón, emitía una suave luz
confiriendo un ambiente cálido y junto a la luz que desprendía la chimenea, el
aspecto de la sala, cambió drásticamente, demasiado.
Sara se volvió hacia César que estaba estático en la entrada, con los ojos
clavados en ella. Ni tan siquiera parpadeaba.
—¿Quieres un chocolate...u otra cosa? —preguntó mordiéndose el labio
inferior.
César negó con la cabeza.
—¿Una copa? —susurró.
—A ti.
Sara se sobresaltó pero no fue nada en comparación, a la loca carrera
que disparó su frecuencia cardiaca.
César le dio tiempo para que se apartara, sabía que tenían que hablar,
pero aunque le fuera la vida, en ese momento no era capaz de articular dos
frases coherentes. Tenía una erección dolorosamente imposible. La agarró
por el cuello con una mano pegándola a su cuerpo, obligándole a levantar la
cabeza, sus bocas a pocos centímetros de distancia. Sara emitió un gemido.
La acercó todavía más, frotando su erección contra su vientre. Ella no hizo el
menor intento por apartarse, al contrario, se amoldó a los planos duros del
cuerpo masculino. César esperó a que levantara la vista, cuando le miró con
un brillo de deseo y los labios entreabiertos no pudo más. Toda pretensión de
control, quedó olvidado. Se apoderó de su boca con ansia. No la estaba
besando. La estaba devorando. La apretó con más fuerza levantándola casi en
volandas. Sara no estaba siendo pasiva. Le mordió el labio inferior y no
precisamente con suavidad. Encendiendo todavía más si cabía la sangre del
hombre, que la abrazaba enardecido.
César prácticamente le arrancó la ropa, besó, mordió y lamió cada
porción de piel que iba quedando a la vista. Ella le arrancó la camiseta
igualando su propio deseo. Cuando César desabrochó el sujetador de encaje,
la visión de los pezones inhiestos le hizo la boca agua. Los chupó con avidez
mientras ella acunaba su cabeza. Necesitaba más. Se arrodilló sin dejar de
besarle y lamerle el abdomen.
Desabrochó los pantalones tirando de ellos con fuerza, los bajó hasta las
rodillas hundiendo la cabeza en su pubis, notó el suave encaje de sus bragas,
rasparle la lengua, con un dedo apartó el elástico mientras seguía explorando
con su boca cada porción de piel. Sara se abrazaba a sus hombros clavándole
las uñas sin ser consciente. Los gemidos que se escapaban de su boca, eran
música para sus oídos. Terminó de quitarle la ropa con brusquedad. Parecía
un poseso. Se abalanzó como un hombre muerto de hambre ante un festín.
—Por favor... no puedo más... —murmuró Sara fuera de sí.
Sara lloriqueaba con los ojos entrecerrados.
César la tumbó en la alfombra, sin dejar de acariciarla, enterrando un
dedo en lo más profundo de su vagina, mientras Sara arqueaba la espalda con
los ojos cerrados.
César sabía que estaba cerca de clímax, aminoró el ritmo, quería
volverla loca. Ella hacía unos ruiditos ininteligibles entre sollozo y gemido
moviendo la cabeza de un lado a otro, mientras agarraba en un puño sus
cabellos. Sin dejar de besarla y acariciarla, se quitó los pantalones liberado su
masculinidad. Sentía los testículos pesados, estaba muy cerca de perder el
escaso control que le quedaba. Levantó la cabeza para mirarla, tenía los ojos
velados por la pasión y la boca entreabierta en un rostro sonrojado y
levemente perlado por el sudor. Estaba preciosa. Cuando la penetró Sara soltó
un sonido estrangulado, como si el aire se le hubiera atascado en la garganta,
una satisfacción profundamente masculina lo inundó mezclándose con el
deseo descarnado, al enterrarse profundamente en ella. Todas las prisas
quedaron olvidadas, lentamente empezaron a moverse al unísono. En un baile
tan antiguo como el tiempo. César quería ir despacio. Perdió la batalla casi
antes de empezar. Los empellones fuertes eran casi espasmódicos.
—Acaríciate los pechos —ordenó con voz pastosa.
Sara estaba más allá de cualquier pensamiento coherente. Sólo podía
obedecer.
César estaba a punto de estallar. La imagen de ella acariciándose a sí
misma, le pareció lo más erótico que había visto jamás, empezó a moverse
más y más deprisa, enterrándo los dedos con más fuerza en sus caderas.
—No aguantaré mucho más... Sara... —dijo con los dientes apretados.
Sara no lo escuchaba. Estaba perdida en una ola de pasión desmedida.
Tuvo el orgasmo más arrebatador de su vida. Creyó que se le rompía la
columna. El aire se le quedó atrapado en la garganta impidiéndole respirar. El
corazón golpeaba con fuerza. Iba a morir. No le importó.
Cuando César sintió los espasmos femeninos, tuvo un orgasmo
arrollador.
Se le encogieron hasta los dedos de los pies. Echó la cabeza hacia atrás y
dejó escapar un aullido desde lo más profundo de su garganta. Cuando abrió
los ojos por unos momentos no vio nada más, que pequeños fogonazos de
luz. Bajó la vista contemplado fascinado, a la mujer en la que seguía
profundamente enterrado.
—¿Sara? —susurró.
Sara abrió los ojos lentamente.
Se dejó caer a su lado apartándole el cabello de la frente. Besó
suavemente su cuello, con infinita ternura, acariciando como al descuido la
suave curvatura de su vientre.
Ella por su parte, era incapaz de moverse. Entendía perfectamente
porqué los franceses lo llamaban la pequeña muerte, había estado a punto de
no sobrevivir. Por unos segundos, perdió la noción del tiempo. No sabía si
había cerrado los ojos unos minutos o unas horas, no le importó.
Poco a poco, César fue recobrando el dominio de sí mismo, la
respiración parecía que empezaba a tener visos de normalidad. Había sido
brutal. Se había acostado con múltiples mujeres pero no recordaba un
orgasmo como ese. Lo había dejado seco. En más de un sentido. Se apoyó en
un brazo observando atentamente a Sara, había evitado mirarlo en los últimos
minutos. Esperaba que no se estuviera arrepintiendo. Él desde luego no.
—¿Sara? —volvió a repetir su nombre.
Sara giró lentamente la cabeza mirándolo casi con timidez.
La besó suavemente en la boca, dejando resbalar sus labios por la
curvatura de su cuello, la mano que estaba ociosa en su vientre, subió
lentamente para rodear uno de sus pechos.
—Eres lo más bello que he contemplado jamás —susurró sobre sus
lábios.
Sara le acarició la mejilla acercándose a su boca para besarlo más
profundamente. Él notó un tirón en la entrepierna. Acababa de tener una de
las mejores experiencias sexuales de su vida y sin embargo, empezaba a
despertarse nuevamente su deseo. Se sorprendió con satisfacción masculina.
—Creo que si sigues por ahí te vas a meter en serios problemas —
comentó con voz ronca.
Sara por su parte, hizo caso omiso. Siguió besándolo encaramándose
encima, prácticamente a horcajadas. Besó la garganta húmeda, lamiendo,
saboreando su sabor. Fue bajando poco a poco probando cada palmo de piel.
La respiración de César empezó a alterarse. Sara sonrió excitándose a su vez.
Siguió bajando lentamente, hundió la lengua en su ombligo, notando como
los músculos de su abdomen, convulsionaban. Acarició el nido de vello que
circundaba su pene, jugó con los testículos respirando muy cerca del glande
pero sin tocarlo, para entonces, César respiraba con fuerza. Se apiadó de él,
se metió la punta en la boca, jugando con su lengua en un beso húmedo.
César gimió. Levantó la vista para mirarlo. Los tendones del cuello se le
marcaban con fuerza, tenía los labios apretados, como si sufriera. Se sintió
poderosa. César empezó a mover las caderas suavemente. Al final le cogió la
cabeza con brusquedad obligándola a introducírselo todo lo posible en la
boca, acelerando los movimientos, ella quería alargarlo más, volverlo loco.
No la dejó. La mantenía prisionera. De repente se levantó sin previo aviso,
tomándola por detrás. Un gemido escapó de su boca. Intentó volverse, pero
unas manos como garfios, se lo impidieron. El sonido amortiguado de cuerpo
contra cuerpo junto con los gemidos que no podía controlar, eran el único
sonido de la estancia. César arremetía con fuerza, cada vez más rápido,
parecía que quisiera llegar hasta el mismísimo centro de su ser. Sintió como
se acercaba al orgasmo sin frenos, en una carrera sin obstáculos, imposible de
parar. La sobrecogió el estallido arrollador que la embargó. La corriente
lamió todas las terminaciones nerviosas desde su columna hasta el vientre.
Le absorbió todas las fuerzas, era una muñeca desmadejada en manos de
César. Notó como los movimientos de él se volvieron más convulsos, más
rápidos, señal inequívoca de lo cerca que estaba de alcanzar su propio placer.
Con un jadeo inarticulado, se derramó dentro de ella, el agarre en sus caderas
era casi doloroso. Segundos más tarde, deslizó las manos por su cuerpo,
levantándola contra su sí, besándole en la base de la espalda. Con un suspiro,
se dejó caer contra el pecho masculino, mientras sus brazos, la acunaban con
infinita dulzura.
—Creo que me has dejado seco —murmuró con voz pastosa.
—Tú me has dejado sin fuerzas. Dudo mucho que sea capaz de
levantarme mañana para ir a trabajar —masculló débilmente.
—No te levantes. Si quieres me quedo contigo si me prometes que no
saldremos de tu habitación hasta que corramos serio peligro de morir por
inanición.
Sara se rió bajito.
—Suena fantástico pero supongo que mucho antes, alguien vendrá al
rescate.
—Diles que no quieres ser rescatada —sugirió apretándola más contra
sí.
—Posiblemente a los pocos días, saldrías huyendo despavorido, cuentan
que soy una bruja de cuidado —dijo en tono burlón.
—Me gustan las brujas. Siempre las he encontrado más interesantes que
a las princesas.
—Supongo que tendremos que movernos.
—Supones mal.
Ella dejó escapar una risa gutural.
—Me gusta tenerte entre mis brazos así, desnuda y ronroneando como
una gatita satisfecha —susurró en su oreja haciéndole sentir un escalofrío de
placer por toda la columna.
—Yo no ronroneo.
—¿No? Pues tendré que esmerarme un poco más entonces.
—Te aseguro que si te esmeras más, moriré de un infarto fulminante.
César se rió, sin dejar de besarle el cuello.
—Creo que se me ha dormido una pierna —dijo Sara algo fastidiada.
—Parece ser que mi magia ha durado poco —musitó burlón.
Ella se medio volvió entre sus brazos para mirarlo a la cara.
—¿Tu magia? —preguntó arqueando una ceja.
—Sabes reducir la autoestima de un hombre a su mínima expresión —
murmuro con gesto divertido.
—No creí que fuera de esos que necesitan que lo adulen, señor
Montalvo —dijo con ironía —pensé que su confianza es a prueba de bombas.
—Debe serlo para lidiar contigo —contestó con agudeza.
Se miraron a los ojos, casi midiéndose. Ahora que había terminado la
sesión de sexo, los obstáculos que había entre los dos, volvían con la misma
fuerza.
—Creo que una ducha y algo de comer sería una buena idea.
—Me parece una gran idea siempre que nos duchemos juntos.
—Me parece que no —dijo Sara sonriendo —me quiero duchar, contigo
sería imposible.
—Te estoy ofreciendo mis servicios para lavarte la espalda y... cualquier
otro lugar que desees —dijo con voz cargada de intención.
Sara le besó la comisura de la boca, en una caricia que evidenciaba más
de lo que pretendía.
—Paso. Declino los servicios que tan amablemente me ofreces. No me
fío —dijo besándole la barbilla con un brillo pícaro en los ojos.
—Si sigues así, ni te duchas ni comes —le advirtió con voz ronca.
Sara se soltó dándole un rápido beso en la punta de la nariz. Se puso de
pie y se fue gloriosamente desnuda hacia su habitación.
—Te dejo un albornoz encima de la cama por si no te quieres vestir —le
informó mientras se alejaba por el pasillo —prometo tardar cinco minutos.
César se la quedó mirando mientras se alejaba, admirando su curvilínea
figura, era una mujer increíble.
—Eres una mujer cruel —comentó lastimosamente.
Escuchó las risas de Sara desde algún punto de la casa. Sonrió para sí
mismo.
No quería analizar sus sentimientos, al menos no en ese momento pero
reconocía que hacía mucho que no sentía por una mujer lo que sentía por
Sara. Le daría el espacio que necesitara, pero no se iría de su vida sin luchar,
era alguien por quien merecía la pena hacer algunos sacrificios, aunque fuera
reducir su orgullo a mínimos históricos. Si tenía miedo de tener una relación
sería porque algún cabrón le había hecho daño en el pasado, él se encargaría
de demostrarle que no todos los hombres eran iguales. Si fuera del tipo de
hombre que creyera en los flechazos, diría que estaba total e
irremediablemente pillado, pero era del tipo sensato y la vida se había
encargado de demostrarle que esas cosas no pasaban... ¿O sí?

Mucho más tarde, estaban sentados en la barra de la cocina, conversando


amistosamente, mientras degustaban un surtido de patés y quesos. Llevaban
sendos albornoces, César decidió no preguntar, prefería no saber de quién era
el que le había dejado.
—Lo tenía sin estrenar.
—¿Perdona?
—El albornoz, no es de nadie, lo compré para mi sobrino hace ya
bastante tiempo. No tuve oportunidad de regalárselo.
César esbozó una sonrisa que elevó la temperatura de Sara, varios
grados.
—No necesitaba saberlo pero gracias.
—Te lo puedes quedar si quieres, es un poco justo pero te queda bien.
—Prefiero dejarlo aquí... para un futuro —dijo arrastrando las palabras.
Sara lo miró un tanto recelosa.
—Estás dando por sentado demasiadas cosas.
—Estoy expresando un deseo en voz alta —la miró con intensidad.
—César... no sé si estoy preparada para algo más —dijo sin mirarlo —sé
que te debo una disculpa por todo lo que pasó la última vez y...
—No necesito una disculpa —acotó serio —reconozco que no me gustó
pero puedo vivir con ello —una mueca burlona tiñó sus palabras.
—Estar contigo es... Es maravilloso pero...
Dejó la frase sin acabar, no sabía muy bien como seguir.
César notó el cambio de actitud. Esta vez no cometería la torpeza de
acorralarla, el cambio de estrategia era necesario.
—Mira Sara, no quiero un juntos para siempre ni nada por el estilo.
Sólo que seamos amigos...Íntimos —bajo el tono de voz una octava.
Sara lo miró buscando algo en su cara
—Eso sí puedo.
—Bien. Tenemos química eso es evidente, pero por experiencia sé que
no suele durar —dijo con una sonrisa de circunstancias —creo que podemos
disfrutar de nuestra mutua compañía. Sin ataduras —terminó encogiéndose
de hombros.
No sabía muy bien porqué pero eso, a Sara, le molestó.
—Sí, bueno... Estoy de acuerdo, yo tampoco quiero ataduras ni
compromisos de ningún tipo —corroboró levantando la cabeza con altivez.
César ocultó la sonrisa que pugnaba por salir.
—Entonces problema resuelto —comentó demasiado satisfecho consigo
mismo —tenemos sexo de primera y sabemos qué terreno pisamos. No
querría hacerte daño Sara, me gustas demasiado pero no quiero que te hagas
falsas ilusiones.
Sara hizo un esfuerzo de contención supremo, ante ese despliegue de
insufrible prepotencia. Qué no quería hacerle daño, pero. ¡Sí él casi le
propuso una relación seria en la primera cita! Eso le picó.
—Perdona querido —dijo con una sonrisa —no fui yo la que casi me
declaro la última vez.
—Bueno, ya sabes como son estas cosas, tienes sexo de infarto y por un
momento pierdes la cabeza —la expresión de inocencia y de cierta turbación
teñía sus facciones —menos mal que no me tomaste en serio. Hubiera sido un
problema.
Sara hizo todo lo que pudo para no delatar lo mucho que le molestaba lo
que le estaba escuchando.
—Entiendo. Eres de ese tipo de hombre que es capaz de prometer la
luna pero que pierde fuelle a la mañana siguiente.
—Para nada. Soy ese tipo de hombre que te lleva a la luna, las promesas
las dejo para otros —se acercó lentamente casi como un depredador.
Mirándola con deseo nada disimulado —creo que ya nos hemos alimentado
lo suficiente. Deseo otra cosa de postre.
Acercó la boca casi tocando sus labios. Sara se licuó en cuestión de
segundos.
—No... no creo que sea capaz de moverme mañana si seguimos...
La voz se le había enronquecido debido a la sequedad de la garganta. Él
por su parte la sujetó por la base del cuello, su boca a escasos milímetros de
la suya. Sara deseaba que la besara como jamás había deseado otra cosa. En
cambio César, con una sonrisa malévola, esquivó sus labios y bajó por su
cuello dejando un rastro húmedo.
—No necesitas moverte.
—Me vas a matar —susurró agónica.
—Pues moriremos los dos pero más tarde... mucho, mucho más tarde —
le dijo contra su boca antes de devorarla con pasión desmedida.
Bastante después, sólo se escuchaba las respiraciones acompasadas. El
olor a sexo flotaba en el ambiente pero las dos personas abrazadas en la cama
estaban más allá, profundamente dormidos y agotados.
En un momento dado, César se levantó para coger el edredón y cubrirlos
a los dos. Sara por su parte se acurrucó sin despertarse, contra su costado.
Sonrió satisfecho. La luz mortecina que se colaba por la ventana, permitía ver
la silueta de ellos dos, no podía distinguir los rasgos del rostro femenino, no
lo necesitaba, sabía que expresión tenía. Satisfacción en estado puro. La había
agotado, lo sabía porque él mismo, casi no podía mantenerse en pie. Una
sonrisa de profunda satisfacción masculina, adornó su cara. Sara era ese tipo
de mujer que disfrutaba de su sexualidad, daba tanto como recibía. Estaba
agotado pero las deliciosas imagines que cruzaron su mente, le hicieron
palpitar la entrepierna. Una mueca de auto burla le sesgó el semblante. No
tenía fuerzas ni para arrastrarse pero al parecer, a cierta parte de su anatomía,
no le importaba.
Se giró de costado abrazándola con cariño, le dio un beso en la frente, su
aroma intrínsecamente de mujer, inundó sus fosas nasales, se le había metido
debajo de la piel y algo le decía que esta vez, no se recuperaba. Cerró los ojos
y se dejó vencer por el sueño. Mañana sería otro día.
—Buenos días Vicent.
—Hola doctor.
Álvaro entró despacio en la habitación de su paciente.
—¿Como se encuentra esta mañana?
—Aún no me estoy muriendo —contestó con ironía.
—Me han dicho que no come lo suficiente —dijo ignorando su
comentario.
—No tengo mucho apetito.
—De todas maneras tendría que intentar comer —lo observaba
buscando algo en su expresión.
—Tampoco es que importe mucho, no se ofenda doctor Méndez, pero
comer no me salvará.
—No voy a discutírselo —acotó serio —me he enterado de que tuvo una
visita el fin de semana.
Un rictus de tensión se dibujó en el rostro de Vicent.
—Parece ser que aquí no hay secretos —dijo con amargura.
—Su hermana trabaja aquí. Era inevitable —dijo sucinto.
—Tampoco es que importe mucho. No volverá. Fue mucho más fácil de
lo que me imaginaba.
—Se que tienen... Diferencias —la expresión de Vicent decía a las claras
que ese era el eufemismo del año —pero son familia.
—¡No somos nada! —dijo levantando la voz.
Álvaro lo miró sorprendido de la explosión. Vicent era un hombre en
apariencia sin carácter, no había demostrado interés ni en su propia
enfermedad.
—Entiendo que no es de mi incumbencia pero...
—¡No, no lo es! La relación o la falta de ella entre mi hermana y yo no
le incumbe doctor.
Álvaro sopesó unos instantes sí dejar el tema o incidir un poco más.
—¿Sabe Vicent? No sé qué problemas tienen ustedes y francamente no
me importa, conozco a su hermana hace muchos años, es una gran
profesional y una buena compañera. Ella ha venido a verlo, dejando a un lado
sus diferencias. A mi entender, eso tiene su mérito.
Vio como Vicent apretaba los labios en un gesto de tozudez. Decidió no
interferir más.
—Lamento haberlo molestado Vicent —se disculpó —intentaré pasarme
antes de finales de semana para despedirme.
—¿Se va?
—El viernes empiezo vacaciones de Navidad —explicó serio.
—Supongo que aún estaré vivo cuando vuelva —comentó ácidamente
—perdone doctor. Me alegro por usted —añadió.
—No se va a morir mañana Vicent, lo sabe. ¿Ha pensado si quiere ir a
casa?
—No especialmente. No me apetece ir a una casa enorme y vacía, desde
que murió mi madre no es lo mismo.
—Como quiera. Le deseo que pase un buen día —dijo a modo de
despedida.
—Me invitó a pasar las Navidades con ella.
No necesitaba decir quién era ella. Álvaro lo miró esperando que dijera
algo más. Después de unos segundos estaba claro que no añadiría ni una
coma.
—Entiendo que declinó la invitación.
—Entiende bien —comentó con cinismo —a estas alturas pretende que
pasemos las navidades como una familia feliz. ¡Por favor! Sería una burla.
—Vicent en mi experiencia, cualquier familia es mejor que la soledad
absoluta —no pudo evitar que cierta amargura se filtrara en sus palabras.
—No sabe qué clase de familia somos, doctor. Créame, la soledad en
ocasiones es preferible. Mi hermana ha sido la culpable de destrozar mi
familia. Sé que siendo su compañera, es difícil conciliar esto que le digo,
pero mi madre murió amargada... lo último que dijo fue su nombre.
Un silencio pesado se instaló entre ellos. Álvaro por su parte no sabía
qué decir. Estaba claro que los conflictos familiares eran más profundos de lo
que pensaba en un principio.
—No me moví de su lado... los dolores que yo sentía por mi propia
enfermedad, no me impidieron estar junto a ella hasta el final. Pero aunque la
maldijo durante toda su vida... eso... No le impidió nombrarla con su último
aliento. Su último pensamiento fue para ella... yo era el que le sostenía la
mano... pero siempre fue ella...
Álvaro estaba atónito. La pena infinita de ese hombre transcendía el
plano físico, golpeándolo con fuerza.
—No siempre las cosas son como parecen. Ni los buenos son tan buenos
ni los malos son tan malos —no sabía qué más decir —su hermana es una
gran mujer, entiendo que usted no lo vea igual que yo, pero es muy querida.
Le puedo asegurar que no lo ha invitado para quedar bien. Entenderá que en
estas circunstancias, es absurdo. Dicho esto, respeto su opinión, le aseguro
que no volveré a sacarlo a colación.
—Agradezco su interés doctor. Entiendo que su intención es honorable.
Lamentablemente, estéril y sin futuro.
—Sólo si usted quiere Vicent —dijo serio —está en sus manos.
Piénselo. Le aseguro que para muchos que no tienen a nadie que los quiera lo
suficiente como para compartir unas fechas tan entrañables, usted representa
todo lo que ellos anhelan. Es cuestión de perspectiva.
—No me quiere, créame, se lo que digo —contestó con cinismo.
—¿Entonces como lo llamaría? No necesita demostrarle nada, no tienen
relación y sin embargo le ofrece compartir su familia con usted.
“Quizás pesa más de lo que me pensaba nuestra niñez”. Las palabras de
su hermana, le vinieron a la mente sin querer.
—Piénselo Vicent. Aún está a tiempo.
Vicent no dijo nada. Se quedó mirando por la ventana con la vista
perdida en el horizonte. Álvaro se despidió y se fue. Tenía un día bastante
apretado de trabajo.

Álvaro miró el carísimo reloj que llevaba en la muñeca, hizo una mueca
de fastidio. Había querido pasarse por casualidad por la cafetería pero se
había entretenido más de lo esperaba hablando con Vicent. Ana ya habría
desayunado. Se estrujó el cerebro buscando una excusa para llamarla, pero no
encontró ninguna plausible. Dejó aparcado el tema en cuanto entró a su
despacho. El trabajo lo absorbió dejando fuera todo lo demás. Había sido uno
de los motivos que su ex mujer le reprochó cuando se divorciaron. Estaba
harta de ser la segunda opción. Se tiraría de los pelos si supiera que una
mujer se colaba en sus pensamientos más veces de las que quisiera, pensó
irónico. No entendía por qué no podía dejar de pensar en ella. Era cierto que
siempre le había atraído, era cuestión de perfiles. También había cierta cuota
de química, bueno... mucha química, al menos por su parte, algo que también
lo tenía perplejo. Suspiró mentalmente aparcando definitivamente el asunto
hasta más tarde, el trabajo se le acumulaba en la mesa del despacho, mejor
empezar o se quedaría hasta las tantas para variar. Con una mueca burlona se
sumergió perdiendo la noción del tiempo. Su trabajo era una amante mucho
más posesiva que ninguna mujer que conociera... La imagen de cierta mujer,
le golpeó entre los ojos, poniendo en tela de juicio, una de las verdades más
absolutas de su vida.

Ana estaba preocupada. No había sabido nada de su amiga desde que se


fue de su casa. Cierto que esperaba que todo hubiera salido bien entre ella y
César pero podía haberle mandado al menos un mensaje para decirle que
estaba viva.
Miró la hora, tenía bastantes cosas que hacer, ir a mirar los regalos de
Navidad, compras pendientes que se le acumulaban y si no se ponía las pilas,
estaría sin muebles hasta el verano siguiente.
Quería llamar al ayuntamiento del pequeño pueblo donde vivía su tía, al
menos era la única pista que tenía, si se había cambiado de localidad, estaba
perdida. Sabía que de alguna manera, encontraría las respuestas, pero la
enervaba no saber cuándo ni como.
Al final decidió mandarle un mensaje a Sara esperando a ver si decidía
contestar.
Con la cabeza llena de pensamientos nada atractivos sobre su amiga, se
dispuso a terminar su jornada laboral. Con un suspiro volvió a la faena, se
había acabado su descanso.

Clara estaba tomándose un café mientras esperaba a su hermana. Estaba


en la cafetería que había frente al trabajo de Júlia. Había quedado con ella
para hablar de qué le podían comprar a su madre de regalo de Navidad. Claro
que habían cambiado un pelín las cosas en las últimas horas.
—Hola enana —dijo su hermana a modo de saludo.
—Hola. Has tardado lo tuyo.
—Tenía que terminar unos asuntos pendientes que necesitamos para una
reunión a primera hora de mañana —explicó mientras se sentaba.
La camarera pasó cerca y la llamó para pedirle un café.
—A ver, qué es eso tan importante que me tenías que decir.
—Bueno, son dos temas diferentes —dijo Clara misteriosa —por un
lado está el regalo de mamá y por otro lado, estaba pensando en hacer otra
sesión de esas de ¿Como se llama psico... Qué?
—Psicometría. Y no creo que sea una buena idea. Mamá me pidió que
me esperara hasta que pueda hablar con su tía.
—Ya, bueno, no sabemos si la encontrará y por otra parte, mamá ha
vivido siempre con miedo a sus visiones, es natural que quiera retrasar todo
lo posible el momento.
Júlia meditó las palabras de su hermana.
—Lo cierto es que no me importaría repetir.
—Mañana tengo fiesta por la tarde, podemos quedar pronto y así mamá,
ni se enterará. ¿Qué dices?
—Me parece bien. Lo cierto es que me gustaría saber más sobre nuestra
antepasada.
—Bien. Un tema resuelto. Ahora el segundo punto. No me interrumpas
hasta que termine.
Júlia enarcó una ceja con recelo. Algo le decía que ese era el tema
importante.
—Resulta que esta tarde ha venido una pareja mayor a la tienda que son
clientes desde hace muchos años. Estoy empezando por el final. La cuestión
es que son criadores de perros, bueno, el criador es su hijo pero eso no tiene
importancia, total, que un día estábamos hablando de perros y le expliqué que
nuestra perrita murió a los pocos días de fallecer nuestro padre. Se
emocionaron al saberlo, al igual adorné un poco la historia, la cuestión es que
han venido esta tarde a la tienda y me han traído un cachorro...
—¿Qué? ¿Estás loca? A mamá le da algo. Sabes lo que piensa sobre
tener otro perro.
—Ya. Bueno... Seguro que cambia de opinión cuando lo vea.
—Seguro —contestó Júlia irónica —y supongo que piensas meterlo en
una pequeña caja con un lazo rosa y...
—El tema es, que no sirve una pequeña caja.
Júlia enmudeció.
—Clara por lo que más quieras no me digas que es un perro adulto, no
tengo nada en contra pero...
—No es un perro adulto, es un cachorro —aclaró.
—¿Pero?
—Pero es un cachorro algo... grande.
—¿Como de grande? —preguntó suspicaz.
—Como un poni.
Ya lo había dicho. Ahora a esperar que su hermana lo procesara.
—¿Qué? ¡Estás loca! Mamá nos mata. ¿Qué raza es?
—Un dogo alemán.
—¿Un dogo alemán?
Clara asintió con calma.
—A mamá le da un síncope. Entre lo mío que aún lo está digiriendo, lo
suyo que está aceptando a marchas forzadas y el perro... Le da un tabardillo.
Fijo.
Clara sonrió impenitente.
—Yo creo que mamá es mucho más fuerte de lo que creemos, es más,
estoy segura de que es más fuerte de lo que ella misma se cree.
—Eso está muy bien pero no es motivo para ponerla a prueba. Por cierto
¿Dónde está el cachorro?
—Lo he dejado en casa con Sergio. Lo cierto es que si mamá no lo
quiere, creo que Sergio está más que dispuesto a quedárselo. Ha puesto ojos
de cordero cuando lo ha visto.
Júlia se rió en sordina. Se imaginaba la escena.
—La verdad es que tengo ganas de verlo —confesó con una mueca
traviesa.
—Bien, pues si quieres nos vamos. Por cierto, he pensado dárselo a
mamá en Nochebuena.
—¿Y eso?
—He llamado por teléfono a estos clientes y me han dicho que les queda
un cachorro. Si mamá acepta el regalo he acordado con ellos que puedo pasar
el día de Navidad temprano por el criadero a por el otro y se lo regalaré a
Sergio.
Júlia estaba sin palabras.
Esas navidades iban a pasar a la historia como una de las más
memorables.
—¿Vamos? —dijo Clara apremiándola.
Salieron corriendo como un par de crías, riendo. Faltaban cinco días
para Nochebuena. Pero la magia de la Navidad, brillaba con fuerza en sus
sonrisas.
Llegaron a casa de Clara en pocos minutos, al entrar vieron a Sergio
despatarrado en la alfombra que le había dado su madre. En el centro de la
misma, estaba la cosa más hermosa que había visto Júlia en mucho tiempo.
Un cachorro de enormes patas y grandes orejas, de un hermoso color
gris perla, la miraba con interés.
—¡Oooohhh! Es precioso —exclamó dejando caer el bolso de forma
descuidada y arrodillándose en la alfombra junto a su cuñado que miraba al
cachorro embelesado.
—¿No es lo más bonito que has visto en tu vida? —preguntó Sergio con
una gran sonrisa.
—Clara. ¡Es el cachorro más bonito que he visto jamás!
Clara sonrió satisfecha. Seguro que su madre se lo quedaba.
—¿Crees que le gustará a mamá? —preguntó sabiendo la respuesta.
—Seguro. No creo que pueda resistirse.
Siguieron jugando con el perro durante un rato.
Mucho más tarde, Júlia se despidió de su hermana y de su cuñado. No
pudo resistirse y abrazó al cachorro sintiendo que ya le había robado el
corazón. Lo cierto es que por primera vez desde que murió su padre, sintió
ilusión por la Navidad.
—¿Mamá no esperamos a tía Sara para cenar? —preguntó Júlia
extrañada.
—Lo cierto es que no. Tía Sara, ha decidido que ya era hora de irse a su
casa.
—Pero. ¿No dijo que se quedaría hasta después de fiestas?
—Bueno, las cosas han cambiado un poco —explicó mientras se servía
un poco de ensalada en su plato —la ensalada ha quedado deliciosa. Ponte un
poco cielo.
—Si, ahora me sirvo. ¿Qué ha cambiado?
—Digamos, que está un poco ocupada gracias a cierta persona que
conocemos.
Júlia miró a su madre enarcando una ceja.
—¿César?
Ana asintió.
—Eso quiere decir que han arreglado sus diferencias imagino —Ana
volvió a asentir —pero no entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra.
—Nena, si a estas alturas te tengo qué explicar porqué, quiere decir que
algunos capítulos en tu educación, son altamente deficientes.
Júlia puso cara de pocos amigos.
—¡No soy tonta! —su madre la miro sonriendo con ironía —Vale.
Entiendo lo que me quieres decir sólo que no lo había visto de esa manera.
Comieron en silencio unos minutos. Júlia se alegraba por su tía pero la
expresión cuidadosamente neutra de su madre, simplemente no encajaba.
—Hay algo que no me estás contando —dijo frunciendo el ceño.
Ana por su parte observó a su hija sopesando qué decirle.
—¿Has visto algo?
—Lo suficiente como para saber que Sara va a pasarlo mal pero no
podemos intervenir —dijo suspirando —he hablado con ella, creo que he
dicho incluso más de lo que debía. No pienso añadir ni una coma.
Júlia empezaba a entender a su madre
—Bueno, pues sí pasa, estaremos a su lado y la apoyaremos.
—Di mejor cuando pase. Ten por seguro que ocurrirá y no en un futuro
muy lejano —vaticinó con pesimismo.
—Pues estaremos ahí mamá. Somos una familia —dijo convencida —
¿Sabes si después lo solucionaran? —la pregunta estaba clara, la respuesta no
tanto.
—No lo sé Júlia —la frustración en ese momento era palpable —no
tengo ni la más puñetera idea si serán capaces de gestionarlo o si cada uno
escogerá su propio camino... Francamente, eso me pone de los nervios.
Júlia miró a su madre con expresión contrita. No había mucho más que
decir.

Mucho más tarde, Ana no podía dormir. Álvaro le había mandado esa
tarde, un mensaje invitándola a tomar un café. No le había contestado.
Primero pensó en decirle que estaba ocupada, después en aceptar, no había
nada malo en eso. Más tarde, decidió responderle cuando llegara a casa,
tampoco lo hizo. Ahora era muy tarde, estaría durmiendo. Sabía que él sabía
que lo había leído. Eso la estaba poniendo nerviosa. No quería que pensara
que lo estaba evitando, pero lo cierto es que era lo que estaba haciendo. Por
otra parte si no le contestaba y se lo encontraba por algún pasillo, no sabía
muy bien qué decirle. Eso también la estaba poniendo de los nervios. Dio otra
vuelta en la cama, golpeó la almohada pero no consiguió encontrar una
postura cómoda para intentar conciliar el sueño.
Con un suspiro malhumorado, decidió levantarse y tomarse algo para
dormir. El teléfono móvil estaba en su mesilla de noche y parecía que le
estaba diciendo algo. Le estaba diciendo que era imbécil. Pensó con humor
negro. Con una mueca burlona, se lo metió en el bolsillo de la bata y se
dirigió a la cocina.
Se hizo una infusión para relajarse. Miró el reloj. Era casi medianoche.
Cogió el teléfono y decidió contestar.
"Hola, perdona que no te contestara antes, estaba un poco liada y se me
pasó. Ya hablamos en otro momento. Buenas noches."
Lo envió satisfecha. Se quedó mucho más tranquila.
El sonido de un mensaje la sobresaltó. ¡Era él! ¿Es que ese hombre no
dormía?
"Hola, no te preocupes, lo entiendo."
Esperó unos minutos. Nada.
Frunció el ceño molesta. Vale, era lo que pretendía pero le molestaba
que pensara que le estaba dando largas. Era así pero no quería que se notara
mucho.
Se mordió el labio estrujándose la cabeza pensando qué hacer. Tampoco
era cosa de que pensara que era imbécil. Suspiró agobiada.
"Mañana no puedo quedar, si quieres el miércoles tengo que ir a hacer
unas compras al centro comercial, podemos hacer un café si te apetece"
Lo envió antes de pensárselo mucho. Esperó. ¡Ahora sí que se estaba
poniendo nerviosa!
El teléfono vibró avisando de un mensaje nuevo.
"Perfecto. Buenas noches"
¿Y ya está?
Se quedó mirando la pantalla del teléfono como una tonta.
¿Todo ese sufrimiento para decirle perfecto?
Desde luego había hecho una tormenta en un vaso de agua. Para ella
había sido motivo suficiente para tenerla todo el día nerviosa y él sólo había
querido ser cortes.
¡Señor! ¡Era la mujer más estúpida del mundo!
¿Ahora qué hacía? No podía desdecirse. Podía buscar una excusa. El
teléfono sonó. Tenía un mensaje.
"Me lo pasé muy bien el sábado... Contaré las horas hasta el miércoles"
¡Contará las horas hasta el miércoles!
¡Madre del amor hermoso! Una sonrisa iluminó su cara. Otro mensaje.
Eran emoticonos dando besos.
Sabía que eran habituales, ella misma los mandaba casi a diario a sus
hijas y a Sara, pero se le antojaron diferentes. Era absurdo. Se sentía como si
tuviera una cita. No es que fuera una cita, sólo que ella se sentía como si lo
fuera. Álvaro lo vería como algo natural. Era un hombre sofisticado, seguro
que no había pensado en el asunto más que unos minutos. Tenía que
sobreponerse y mantener bajo control su híper imaginación. Con ese
pensamiento y mucho más tranquila se fue a la cama.
La infusión casi sin tocar, quedó olvidada encima de la mesa.
Álvaro por su parte, dejó las gafas de leer en la mesilla de noche. Se
frotó los ojos cansados. Estaba acostado leyendo cuando recibió el mensaje
de Ana, ya no lo esperaba. Contestarle tan tarde sólo podía ser debido a dos
motivos. O no le interesaba nada y se lo estaba haciendo saber educadamente
o, todo lo contrario y no sabía muy bien como proceder. Estaba
prácticamente convencido que era más lo segundo que lo primero. Ana no
había salido con nadie que él supiera, desde que se había quedado viuda.
Cuando la besó, había sido un impulso, en esencia no fue algo premeditado.
Pero la reacción de ella, le elevó la moral... entre otras cosas. Pensó sí se
habría pasado, diciendo que contaría las horas. Una arruga surcó su frente
mientras lo meditaba. Si fuese jugador, se jugaría el sueldo de un mes, a que
la había puesto nerviosa. Le fascinaba todo lo que concernía a Ana. Jamás le
había pasado con nadie.
Apagó la luz de la mesilla de noche, era tarde y la mañana llegaría
demasiado pronto. Se durmió pensando en una mujer que al parecer, copaba
últimamente, sus pensamientos.

—Pensaba que no llegabas —dijo Clara nerviosa.


—¡Acabo de salir de trabajar! Ni siquiera he comido, que lo sepas.
—Bueno, para no llevarnos sustos, acuéstate en la cama antes de ponerte
el anillo —dijo Clara con sensatez.
—Ya lo tenía pensado —Júlia se cambió de ropa, tenía un vestido tipo
caftán que le había traído una amiga de Marruecos y que no se ponía nunca,
pensó que la situación se prestaba a ello.
—Digo yo. ¿Vestirse así no es llevarlo muy lejos?
—Es un vestido muy cómodo y nunca me lo pongo, pensé que era un
buen momento —explicó un poco a la defensiva.
—Seguro. Bueno, pues acuéstate y yo me quedaré aquí vigilando. Por
cierto si tardas mucho en volver. ¿Te saco el anillo o qué hago?
—No lo sé —dijo frunciendo el ceño —la otra vez el tiempo no pasó
igual en los dos planos. Para mí sólo fueron unos minutos y al parecer aquí
fue casi media hora —se quedó pensativa —Normalmente cuando dejo de
estar en contacto con un objeto, se rompe el nexo de unión y dejo de ver,
imagino que con esto será más o menos igual.
Se quedaron mirándose preocupadas. La confianza de Clara, bajó varios
enteros. Si le pasaba algo a su hermana, su madre le haría picadillo.
—Júlia si no lo tienes claro, no lo hagas.
Por toda respuesta, Júlia se puso el anillo. Lo último que vio con
claridad antes de que la niebla la envolviera, fueron los azules ojos de su
hermana.

Cuando se despejó la niebla estaba en un jardín a la sombra de lo que


parecía, una pérgola, había una mesa enorme con un sinfín de manjares
dispuestos con maestría. Una silla de oro muy ornamentada, en una especie
de tarima, dominaba todo el espacio. La regia silla, tenía bellos dibujos de
colores, rojo, azul real y verde. Igual que la vez anterior, le llamó la atención
tanto colorido.
Una esterilla de juncos con hilos dorados ocupaba toda la superficie, al
lado del trono, había una mesa pequeña con una bandeja que también parecía
hecha del preciado material, con una jarra y dos copas, todo bellamente
adornado con dibujos y piedras preciosas. Detrás de la tarima a pocos pasos,
había dos soldados. Se fijó que en cada columna y había unas pocas, un
soldado montaba guardia. La lona que cubría la estancia, era una tela enorme
de algodón blanco, que hacía las veces de techo, se sujetaba a los pilares con
unas cuerdas y lo que parecía un mecanismo de poleas, era asombroso.
Se quedó absorta observando como se balanceaba con la suave brisa. Le
llamó la atención que hubiera tanto soldado y nadie a quien vigilar. Era
extraño. De pronto escuchó unas voces, se acercó a mirar y vio al hombre de
la otra vez y a la mujer que juraría, era su antepasada, pasear por el jardín. Un
séquito formado por hombres de color portaban una sombrilla gigante, en
verdad más que una sombrilla, era parecido a una pérgola pequeña sujeta por
cuatro postes para evitar los rayos de sol. Era fascínate.

Mientras tanto en el otro plano...

Clara observaba a su hermana, parecía que estuviera plácidamente


dormida. Estaba con las manos cruzadas a la altura del pecho y una expresión
de serenidad, pintaba su rostro.
Se estaba aburriendo.
La idea de que su hermana viajara al pasado, era buena, pero sentarse a
esperar, no tanto. Llevaba casi quince minutos y ya no sabía qué hacer. Se le
ocurrió que parecía una especie de vampiresa como las de las películas. La
idea se había anclado y no se la quitaba de la cabeza. El vestido que se había
puesto era de colores brillantes donde predominaba el rojo el verde y el
dorado, así tumbada parecía una sabana que la cubría hasta los pies.
Se levantó de la silla y se acercó a mirarla más de cerca, le tocó la frente,
estaba fría, la idea de la vampiresa cobró fuerza. Una sonrisa traviesa le cruzó
la cara. Fue al cuarto de baño a buscar cosméticos. Recordó que su madre
tenía polvos de talco perfumados que le había regalado tía Sara, fue a
buscarlos también. Regresó al dormitorio de su hermana y se puso manos a la
obra.

Mientras tanto...

Júlia estaba fascinada, la opulencia reinaba por doquier. En cierto modo


era como ver una película pero mejor. Podía sentir los olores, el calor del sol,
la suave brisa que movía los translúcidos velos que adornaban aquella
estancia destinada para disfrutar del exterior pero sin renunciar a todas las
comodidades. Tenía un aire decadente que seducía. Era impresionante. Se fijó
que el hombre le explicaba algo a su antepasada, le gustaría saber sus
nombres, pero de momento se tendría que conformar con ser una mera
expectadora. La mujer lo observaba con cierto temor en la mirada, el respeto
estaba implícito, pero a la vez, había admiración. De repente el tono de voz
del hombre cambió. Ella bajó la vista en clara sumisión. El hombre se había
enfadado. Estaba segura. Con órdenes bruscas y un movimiento de su mano,
despidió a los siervos y a los soldados. Por la expresión de sorpresa de estos,
dedujo que no era habitual abandonar sus puestos de vigilancia. Se alejaron
con gesto servil. Cuando se quedaron solos, un silencio incómodo se instaló
entre ellos. El hombre le dijo algo con tono suave a la mujer, y la instó a
acercarse. Ella hizo lo que le pidió acercándose lentamente con la cabeza
baja, la pose era la de una sierva.
Vio como una expresión de enfado cruzaba rápidamente por la cara del
hombre, con un movimiento fluido la agarró por los brazos y la estrechó
contra su pecho besándola con fuerza. Ella no se resistió. Casi parecía que se
quedaba inerte entre sus brazos. El dijo algo hiriente por la expresión de la
cara de ella. La zarandeó con rabia. La cogió por el pelo y la obligó a echar la
cabeza hacia atrás, podía ver que la mujer, no se resistía, ni siquiera se
quejaba. La expresión de él cambió y un rictus de furia contenida se marcó en
su rostro. Le rasgó el vestido que llevaba, casi hasta la cintura, era como un
Shari, iba envuelta en varias capas de lo que parecía lino de primera calidad.
Él subió la mano desde la cintura hasta su cuello en el gesto más posesivo
que Júlia había visto jamás, deteniéndose unos segundos en sus turgentes
senos. Acarició la garganta expuesta con la yema de los dedos, como si
estuviera sopesando estrangularla, susurrándole algo mientras la miraba
fijamente a los ojos. A la mujer se le escapó un sollozo. En un segundo las
facciones de él cambiaron, la mirada de arrepentimiento era evidente, cambió
el agarre de su pelo por una caricia, acunándola contra su pecho, cuando la
abrazó fuerte contra sí, vio el sufrimiento puro y descarnado en el rostro
masculino. Sus ojos dorados parecían pequeñas llamas. Los remordimientos
eran casi palpables, la separó para mirarla a la cara, le dijo algo pasando el
pulgar por su labio inferior, abriéndole la boca. Se apoderó de sus labios con
gesto contenido, la abrazó con fuerza prácticamente levantándola del suelo.
De repente, la soltó apartándola con brusquedad.
Le dijo algo en tono seco, por la cara de ella, entendió que le había
dolido, se cerró como pudo el vestido o lo que quedaba de él y con una
reverencia torpe, se alejó andando para atrás. Cuando se marchó, el hombre
se sirvió una copa de vino, bebió un largo trago, al momento lanzó la copa
con fuerza al otro extremo de la pérgola. Volcó la bandeja con un rugido de
furia y pateó la mesa. Con todo el estruendo se acercaron corriendo los
soldados con las lanzas en mano. Cuando los vio aparecer les gritó y estos se
retiraron con cara de profundo temor, haciendo reverencias. Cuando se quedó
sólo golpeó uno de los pilares que sostenía la pérgola. Después se dirigió la
silla donde se dejó caer en silencio. Un aire de derrota y frustración lo
envolvía. Pudo ver que tenía los nudillos ensangrentados del puñetazo. Tenía
que dolerle pero no emitió ni un sonido de queja. Se quedó allí con la mirada
perdida.

Mientras tanto...

—Ha sido una tarde fructífera Sara. Estoy contenta.


—Yo también cielo. Me encanta el sofá que has elegido y la mesa es
sencillamente celestial.
Ana se rió de su amiga. Era dramática hasta decir basta.
—Las mesas no son celestiales Sara, pero reconozco que es preciosa —
dijo satisfecha. No esperaba encontrar los muebles para el salón en una sola
tarde, así que estaba pletórica, las cosas empezaban a arreglarse y se sentía
bien.
—Voy a estar impaciente hasta que me los traigan —añadió con una
enorme sonrisa.
Entraron a la cocina con las bolsas de cosas que habían comprado y las
dejaron encima de la mesa.
—Guardo en un momento esto y si quieres, nos tomamos algo.
—Me parece bien, una copa de vino sería ideal —sugirió Sara.
—Por mi perfecto. Tengo un queso espectacular para acompañar si...
—¡Hola mamá, tía Sara! —dijo Clara desde la puerta de la cocina. Por el
grito que soltaron las dos, era evidente que no la esperaban. Clara sonrió con
gesto torcido.
—¡Por Dios Clara! Me vas a matar de un susto ¿Qué haces aquí?
—Clara cielo, una avisa antes de hacer una entrada como esa —dijo
Sara con la mano en el pecho reponiéndose del susto.
—Bueno, he venido con Júlia...Porque estamos... esto... Bueno estamos
pensando en hacer una salida el viernes —esperaba entretenerlas lo suficiente
hasta que su hermana despertara.
—¿Y dónde está tu hermana?
—Arriba.
—Ya. Pues dile que baje, voy a preparar algo para picar y os explicamos
qué hemos comprado —dijo Ana mientras iba guardando la compra de
comestibles. La tarde había sido fructífera además de ir a la tienda de
muebles, les sobró tiempo para pasar por el supermercado.
—Querida, te van a encantar los muebles que ha elegido tu madre.
—Los hemos elegido juntas. No hubiera sido posible sin ti Sara —dijo
Ana sonriendo.
—Es que Júlia está un pelín ocupada.
Ana miró a su hija atentamente, la expresión de culpabilidad la alertó
como el sonar de una sirena.
—Clara. ¿Qué está haciendo tu hermana? —Sara dejó de buscar las
copas y se volvió a mirar a su amiga.
—Nada. En serio no está haciendo nada —dijo sonriendo como un
anuncio de pasta dentífrica.
Si Ana no lo tenía claro, esa sonrisa le despejó cualquier duda.
Dejó las cosas sobre el mármol de la cocina y se fue hacia las escaleras.
—Mamá, por favor. Ya no somos niñas, deja...
—¡Júliaaaa!
Esperó. Nada. Ana se giró a mirar a su hija pequeña, esperando alguna
explicación.
—Te vas a enfadar —murmuró Clara con pesimismo —pero no hemos
hecho nada malo. En esencia, te vas a enfadar porque no tienes sentido del
humor.
Sara levantó las cejas casi hasta la raíz del cabello.
—¿Dónde está tu hermana? ¡Y no se te ocurra mentirme!
—Está en la cama... dormida...
Ana subió la escalera como una exhalación. Ni con alas la pillaban, su
hija y Sara le seguían a la zaga.
Entró corriendo al dormitorio de su hija. Se paró en seco. Su hija
parecía una… ¡Vampiresa!
Sara chocó contra su espalda y al momento, soltó un alarido que le hizo
saltar como un resorte.
El anillo refulgía en el dedo de su hija. Se le paró el corazón.
—¿Qué le pasa? —preguntó con voz mortífera.
—Bueno, queríamos saber más y decidimos hacer otra sesión de
psicometría, para que no se cayese se acostó en la cama y yo tenía que
vigilarla... Y me aburría y... Me pareció una idea divertida...
—¿Y el vestido?
—¡Ah! Eso es idea exclusivamente de ella.
Ana se apretó el puente de la nariz cerrando los ojos. Sara se acercó y le
palmeó la espalda.
—¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó cansada.
—Algo más de media hora.
—Ana querida, tranquila —no sabía qué decirle a su amiga. Miró a su
sobrina en la cama. La verdad es que parecía una vampiresa. Le había
quedado el maquillaje de miedo. Si se la encontraba de sopetón en medio de
la noche del perrenque que le daba se moría antes de caer al suelo redonda.
—Se aburría dice —murmuró Ana. Parecía que estaba en trance —Sara,
en otra vida he tenido que ser un bicho y ahora lo estoy purgando. No hay
otra explicación.
Clara se mecía sobre las puntas de sus zapatos, un poco nerviosa, había
perdido varios grados de confianza en sí misma y se le notaba.
—Ahora parece algo fuera de lugar pero cuando lo pensé imaginando la
cara que pondría Júlia cuando se despertara, bueno... Me pareció divertido.
Claro que no contaba con que volvierais tan pronto.
—Me vais a matar —dijo frotándose la frente —¿Como puede
arruinarse un día fantástico de esta manera? —se lamentaba Ana con
incredulidad.
—Ana cielo, no es tan malo, una broma sin maldad —Sara intentaba
apaciguar a su amiga.
—¿Ves mamá? Tía Sara lo entiende —Ana se giró a mirar a su hija con
furia asesina —pero reconozco que no ha sido una de mis mejores ideas —
dijo Clara abatida bajo la mirada furiosa de su madre.
—Esa es la primera cosa sensata que has dicho —dijo Ana entre dientes.
Sé quedó mirando a su hija mayor que parecía salida de una película de
terror, todavía intentando dominar los impulsos de cometer filicidio.
—Sara, si no vuelve en sí en breve, no sé qué le puede pasar.
—Júlia me dijo que si tardaba mucho que le sacáramos el anillo del
dedo, sus visiones están relacionadas con el contacto físico hacia un objeto.
Si el susodicho no está, técnicamente tendría que despertar —susurró Clara.
Ana observaba atentamente a su hija mayor. Le palpó la frente, estaba
fría, quizás demasiado. Por lo demás, se la veía bien. Bueno, lo de que se la
veía bien…
—Le daremos unos minutos más —informó con el ceño fruncido.
Sara y Clara asintieron.

En otro plano...

Júlia estaba alucinando. Ser espectadora de otra vida, otro lugar tan
lejano en el tiempo era increíble. Le frustraba no entender lo que decían.
Estaba convencida de que en el libro, sí aparecía, tenía que venir algo así
como un manual de instrucciones, sus antepasadas, seguro que no dominaban
el egipcio antiguo.
Vio aparecer a un hombre ricamente vestido con un faldellín largo, casi
hasta los tobillos, una túnica sin mangas y diversos collares de oro y piedras
preciosas, en los antebrazos, llevaba brazaletes también de oro e
incrustaciones. Iba rapado al cero pero no se cubría la cabeza con nada.
Estaba maquillado. Sabía que en el antiguo Egipto, el maquillaje lo usaban
tanto las mujeres como los hombres pero saberlo y verlo, eran dos cosas
diferentes. Portaba debajo de un brazo unos rollos de papiro. Hizo una
reverencia esperando permiso para levantar la vista. Empezó a hablar,
escuchó con atención para ver si era capaz de captar alguna palabra. Era
complicado. Por los gestos, entendió que le decía algo sobre el estado de su
mano, hubo un intercambio de frases rápidas, el hombre de los papiros asintió
y procedió a desplegar los rollos de papiro.
Se acercó intentando ver algo de lo que estaba escrito. Hizo una mueca
burlona. Era una mezcla de dibujos y símbolos. El hombre de los papiros,
despejó parte de la mesa donde estaban las viandas, para extenderlos. Eran
preciosos, se notaba el esmero que se había puesto. Estaban llenos de figuras
a color y símbolos en tinta negra. El otro hombre que al parecer tenía que ser
algún tipo de jefe, se acercó a la mesa para observar más atentamente
mientras escuchaba la explicación.
Unos sirvientes silenciosos, recogieron el estropicio, de manera
eficiente, sin levantar la mirada, con una economía de movimientos dignos de
admirar. Los soldados volvieron a sus puestos también en silencio. No
miraban al jefe, ninguno, ni el hombre de los papiros. Cuando se dirigía a él,
no levantaba la vista más allá del cuello. La deferencia y el profundo respeto
eran palpables. El jefe se dirigió a uno de los siervos que inmediatamente se
arrodilló inclinando la cabeza, le dijo algo y lo ignoró al segundo.
Obviamente sabía que sus deseos se cumplirían con celeridad. Volvió a la
mesa a estudiar los papiros. Toda la estancia estuvo en pocos minutos
ordenada, en la pequeña mesa, volvía a lucir, una bandeja con vino y dos
copas. Estaba tan pendiente de lo que hablaban que no fue consciente de la
llegada de la mujer, Esta se paró con la cabeza inclinada a pocos metros de
donde estaban los hombres. Dos soldados la custodiaban, dieron unos pasos
atrás y se quedaron casi fuera de la pérgola.
—Yamanik............. Ta Netcher.
¡Tenía que ser su nombre!
Él la volvió a llamar haciendo un gesto con la mano instándola a que se
acercara. La mujer se acercó lentamente sin levantar la cabeza. El hombre
dijo algo y al momento un sirviente llenaba una copa de vino y se la acercó
extendiendo la copa como una ofrenda, siempre con la cabeza inclinada. El
jefe bebió sin dejar de observar a la mujer, después le ofreció la copa a ella,
girándola, la mujer lo miró directamente con sus preciosos ojos verdes y una
expresión de sorpresa. Acercó la copa a sus labios, sabía que estaba bebiendo
por el mismo lugar que había bebido él. No despegó su verde mirada,
mientras bebía, de los profundos e insondables ojos dorados del hombre. Él
hizo un gesto de satisfacción y una tibia sonrisa se asentó en su rostro. Por
otra parte, se percató que el hombre de los papiros, apretaba los labios en un
gesto inequívoco de censura. Algo lo estaba molestando y al parecer ese algo,
era su antepasada. El jefe, los despidió a todos, al momento se quedaron
nuevamente solos. Se acercó a la mujer y con un gesto cariñoso le levantó la
barbilla repitiendo la misma palabra varías veces. La soltó con una sonrisa,
ofreciéndole la mano, mientras le decía algo. Ella lo miró con cierto temor,
tras unos segundos de vacilación, aceptó su mano, él sonrió ampliamente,
acercándola contra su cuerpo. La mujer se sobresaltó pero no se apartó, se
alejaron lentamente por un camino de grava, que descendía suavemente por
un lateral de la enorme terraza en la que se encontraban, sólo en ese
momento, Júlia fue consciente del lugar en el cual estaban. ¡Estaba en un
palacio! Parecía la ladera de una colína por su arquitectura a diferentes
niveles. Diversas terrazas naturales con pérgolas, descendía hasta la ribera de
un río de grandes proporciones. La belleza del lugar la sobrecogió. Levantó la
vista, desde dónde se encontraba, podía apreciar, una edificación en piedra
con grandes escalinatas que a su vez, daba paso a otra serie de terrazas.
Volvió a centrar su atención en la pareja, que se alejaba por el camino en
dirección al río. Se subieron a una barcaza bastante grande, que tenía una
especie de tienda con tres paredes de tela liviana.
Dentro de la tienda había un asiento lo suficientemente grande como
para dar cabida a dos personas. Pudo apreciar desde la distancia a la que se
encontraba, las mesas que había a cada lado con viandas y bebida. Dos
sirvientes esperaban en la entrada con grandes abanicos que movían
lentamente. La imagen era decadente. Había visto escenas similares en
películas pero ni en sus mejores sueños podía imaginarse tanta magnificencia.
La elegancia de los muebles, la riqueza en el vestir, no era la ropa en sí,
más bien los complementos enjoyados, la pedrería, el maquillaje, incluso el
olor. Un intenso olor a inciensos provenientes de varios quemadores cercanos
impregnaba el ambiente. Cada vez que miraba a su alrededor, descubría
nuevas cosas fascinantes. La pareja se alejó en la barcaza llevada
eficientemente por la guardia que custodiaba al hombre. Estaba segura de que
era alguien importante. No se atrevería a decir quien sin pruebas reales, pero
todo apuntaba a que el poder era inherente a su persona.
Se le notaba que portaba la autoridad con la naturalidad de quién la da
por hecho. Empezó a sentir que una niebla espesa la envolvía, se dejó llevar,
sabía que había llegado la hora de volver a casa. Por ahora.

En este plano...

—¡Ya vuelve en sí!


—Júlia, nena. ¿Estás bien, me puedes ver? —la voz de Sara estaba
cargada de preocupación.
—Quítale el anillo Ana, no vaya a ser que se marche otra vez a donde
sea que se haya ido —dijo Sara angustiada.
—Creo que no funciona así tía Sara —comentó Clara con una pequeña
sonrisa.
—No sabemos cómo funciona, por eso os dije que esperarais hasta que
hablara con mi tía.
- Yamanik, Yamanik... Ta Netcher, Ta Netcher... Yamanik... Yamanik...
—¡Santa madre de Dios! ¡La han poseído! ¡Hay que buscar a un
exorcista! —gritó Sara con un alarido —¿Dónde se encuentran esas
personas? ¡Ay! Dios mío ¿Qué hacemos? ¡Anaaaaa! ¿Me estás escuchando?
Sara se retorcía las manos a un paso de un ataque de histeria.
—Es imposible que no te escuche —dijo Ana con brusquedad.
—Júlia... Nena... Soy mamá... Dime algo. Y por lo que más quieras, que
se entienda —rogó fervorosa.
- Yamanik... Ta Netcher...
Júlia tenía los ojos abiertos pero se veía a las claras, que miraba sin ver.
—Júlia, estas asustándonos. ¡Mírame! —ordenó Clara cada vez más
nerviosa.
—Clara...
—Dime.
—Busca... Yamanik Ta Netcher...
—Seguro. No hay problema —sonrío más tranquila, no estaba poseída,
por algún motivo, se le habían quedado gravadas esas palabras. Las anotó en
su teléfono móvil para no olvidarlas.
—Júlia cariño, cuando te encuentres bien, te juro que te voy a desollar
—prometió Ana con evidente alivio.
Al cabo de unos momentos, el mareo que la embargaba comenzó a
remitir.
—Lo siento mamá, no era mi intención preocuparos. ¿Cuánto tiempo he
estado en trance?
—Me pone los pelos de punta esa palabra. Que lo sepas.
—Algo más de media hora. Concretamente cuarenta minutos —informó
Clara.
—Júlia querida. ¡No vuelvas a darnos un susto como este! —dijo Sara
con voz aguda.
Júlia hizo una mueca al oírla. Se sentó en la cama despacio. Aunque se
encontraba bien, sentía cierta debilidad.
—¿Cómo estás? —preguntó su madre.
—Bien, en serio, estoy bien —murmuró con una medio sonrisa —Creo
que necesito ir al lavabo.
Clara se tensó de anticipación.
—¡Aaaaaaaahhhhhhh! —Sara dio un brinco al escuchar el grito de su
sobrina. Ana cerró los ojos llevándose las manos a la frente en un gesto de
cansancio infinito. Clara sencillamente se esfumó.
—¡Claraaaaaaaa! ¡Juro que te voy a matar! —el grito de guerra se
escuchó desde la planta de abajo.
Clara por su parte oscilaba entre salir corriendo por puro instinto de
conservación o ceder al deseo de saber qué había visto su hermana. Ganó la
curiosidad. Con un suspiro se sentó en la cocina a esperar acontecimientos.
La tarde se preveía como mínimo interesante, pensó escuchando todavía los
gritos de su hermana.

Un rato después, estaban todas sentadas en la cocina con caras de


circunstancias. Todas menos Júlia. Ella tenía la cara roja de tanto frotarse
para quitarse el maquillaje y un profundo ceño, surcaba su frente mientras
miraba a su hermana con furia asesina.
—Juro que esta me la pagas —sentenció siseando venenosa.
Clara hizo un gesto de dolor.
—No pongas esa cara. ¡Eres una bruja!
—Júlia, aquí las únicas brujas que hay no somos ni tía Sara ni yo —dijo
con inocencia.
—¡No empieces Clara! —advirtió Ana —soy capaz de estrangularte.
Clara hizo una mueca.
—Querida, sé que tienes un gran sentido del humor pero a veces tiendes
a lo extravagante. Tardaré en recuperarme. Me habéis robado diez años de
vida —dijo Sara con afectación.
—Ya me he disculpado por enésima vez. Me pareció divertido. No
pongas esa cara mamá, lo he entendido —dijo mansamente.
—Bueno, lo más sensato es pasar página —dijo Sara siempre
conciliadora, ahora que el susto inicial había pasado, se sentía lo suficiente
magnánima como para perdonar a su sobrina.
—Claro, para ti es muy fácil de decir, tú no te has llevado el susto de tu
vida al mirarte en el espejo. De poco me da un patatús —soltó Júlia todavía
bastante molesta por la travesura de su hermana.
—No creas cielo, he estado a un paso de hacerte compañía en la cama
cuando te he visto —declaró Sara —claro que no es comparable a cuando has
empezado a hablar como si estuvieras poseída. Ahí confieso que me ha dado
algo.
—No hace falta que lo jures. Aún me zumban los oídos del grito que has
pegado —dijo Ana cáustica.
—Por otro lado, ya sé a quién tengo que llamar si decido disfrazarme
para Halloween y necesito caracterizarme —miró a su sobrina con toda
intención.
Clara por su parte, se permitió una sonrisilla, mirando de reojo a su
hermana.
—Clara como te rías te pego —amenazó Júlia.
—Oh! Vamos, si tuvierais un poco de sentido del humor, veríais que
tiene su punto.
—Qué le vamos hacer hija, somos unas sosas —dijo Ana sarcástica.
—Bueno. Ya he pedido perdón y me siento debidamente regañada. ¿Os
parece que nos pongamos manos a la obra? He bajado el ordenador portátil.
El ambiente cambió drásticamente. La expectación se palpaba.
Clara empezó a buscar información sobre las palabras que le había dicho
su hermana. Todas estaban atentas a su alrededor, mirando como volaban sus
dedos en el teclado.
—También recuerdo unos símbolos, unos barcos, varios cofres, árboles.
Os puedo asegurar que una cosa es ver los jeroglíficos en el ordenador y otra
tenerlos a mano, es increíble.
—Me imagino —dijo vagamente Clara, estaba concentrada en buscar
pistas de todo lo que había explicado su hermana.
—Júlia, explícanos qué has visto —dijo Sara resuelta —acabaremos
antes.
Júlia explicó todo intentando no dejarse ningún detalle. Mientras tanto
Clara seguía buscando información.
—Esto es un poco frustrante. No sabemos nada de Egipto ni de su
historia, y pretendemos entender y descifrar lo que tú ves. Es imposible —
estaba frustrada y se le notaba.
—Bueno, no es cosa de ir a ver a un egiptólogo y explicárselo.
Posiblemente llame para que me encierren en un manicomio —dijo con
sorna.
—Tranquila no te creerá, eso sí, se tronchará de risa no lo dudes —acotó
Clara.
—Pues esto es lo que hay. Tenemos mis visiones y a Don Google —dijo
con soltura.
Al cabo de un rato, Clara las interrumpió con un grito de alegría.
—¡Tengo algo! —dijo emocionada.
—¿Qué has encontrado? —preguntó Ana con avidez.
—Pues Yamanik, es un nombre de mujer muy antiguo, se cree que sus
orígenes se remontan a los mayas y al parecer significa Esmeralda.
Todas se quedaron calladas, sentían como si hubieran hecho el
descubrimiento del siglo.
—¿Maya? ¿No dijiste que todo lo que ves está relacionado con Egipto?
—preguntó Sara a su sobrina mayor.
—Y lo está, no entiendo porqué tiene un nombre de origen Maya.
—He estado buscando las otras palabras, creo que al final las he escrito
como tocaba, es complejo escribir con palabras, sonidos fonéticos que no
tengo la menor idea de cómo hacerlo.
—¿Y?
—Vais a alucinar. Ta Netcher, se traduce más o menos como tierra de
dioses o la tierra del Dios. Al parecer hay o mejor dicho había un país que se
llamaba El país de Punt. Este país, se le llamaba tierra de los Dioses o... Ta
Netcher.
—No sabía que existía un país con ese nombre —comentó Ana con
expresión perpleja.
—Y no existe, existió hace miles de años y desapareció. Parece ser que
los egipcios, hacían viajes a ese país en busca de riquezas, al parecer hay
diversas teorías de dónde estaría la ubicación de ese país. Están los que se
decantan por la zona que comprende desde Yemen y el golfo pérsico a
Somalia y Mar Rojo. Bueno, más o menos, y por otra parte, hay otros
estudiosos, que creen que el país de Punt, estaría en América, más
concretamente en la zona del Perú, y el lago Titikaka. También hablan de la
península del Yucatán. La cuestión, es que además de mercaderías de gran
valor, también traían esclavos para trabajar en los templos y los palacios. Con
lo cual, podría ser, que nuestra antepasada, viniera de América y fuera a
Egipto como esclava.
Podría oírse el sonido de una aguja caer al suelo. El silencio sepulcral
reinaba en la cocina.
—¿Y todo eso lo has averiguado a partir de dos palabras? —preguntó
Sara asombrada.
—Bueno, es un poco más complicado, pero sí, el nombre no hay duda
que proviene de la cultura Maya y Tierra de los Dioses, se le llamaba al país
del Punt.
—¡Guau! Impresionante —Sara no salía de su asombro —eso quiere
decir que vuestra antepasada provenía de una cultura mística. Hasta yo sé que
los Mayas eran una civilización avanzada en muchos campos, incluso hay
quien piensa que son los descendientes de los atlantes.
—Sara hay mucho de todo eso que no son más que leyendas. Júlia,
dijiste que nuestra antepasada tenía el pelo como el tuyo pero sus rasgos eran
similares a los egipcios ¿No?
—Realmente no —dijo pensativa —su piel es blanca y sus rasgos son
muy similares a los míos. Podríamos pasar por hermanas.
—Eso te lo puedo contestar yo —dijo Clara resuelta —Quetzalcóatl era
el Dios qué veneraban los mayas y era blanco alto y barbudo, no se parecía a
ellos. Al parecer llegó del sur después de una catástrofe que había oscurecido
el sol durante mucho tiempo. Parece ser qué trajo el sol nuevamente, y
también las artes de la civilización.
—¿Y eso en qué contesta mi pregunta?
—Pues que si nos creemos las historias de la mitología Maya, de la
misma manera que existía un hombre blanco, podría existir una mujer de
características similares.
—Eso es hilar muy fino y en cualquier caso, podemos estar creando una
fábula sin visos de realidad —concreto Ana reflexiva.
—Puede que tengas razón mamá pero precisamente nosotras, tenemos
más motivos que mucha gente para dar un salto de fe. Hasta que no aparezca
el famoso libro de tu familia, no podremos saber qué es verdad y qué es
leyenda —se notaba que Júlia estaba intentando encajar las pocas piezas que
tenían —de todas maneras, tampoco concuerdan los rasgos de Yamanik, con
los amerindios.
Un silencio ensordecedor, copó la estancia por unos momentos. No
encontraban respuestas pero las preguntas, se acumulaban.
—Quiero estar a la altura de todo esto pero, me sobrepasa —reconoció
Ana un poco angustiada —parece una novela de ciencia ficción. Aún estoy
haciéndome a la idea de tus... De tu psicometría y aceptando mis... Visiones y
ahora resulta que al igual procedemos de una civilización perdida... Lo siento,
me supera.
Todas la miraron con diferentes grados de comprensión. Clara se sonrió
de medio lado.
—Mamá no te olvides de la teoría de tía Sara. Podemos ser las últimas
descendientes de los atlantes —un brillo de picardía, asomó a sus ojos.
—¡Clara por favor, no empieces! —dijo exasperada Ana.
—Querida, no te cierres a ninguna teoría, vuestros poderes vienen de
algún sitio, los atlantes se sabe que eran seres sobrenaturales, incluso hay
quienes opinan que vinieron de otro planeta. Lo he visto en el Nathional
Geografic —lo dijo como si por ello, eso lo convirtiera en una verdad
absoluta.
¡Dios mío qué daño hacia la televisión!
—Discúlpame Sara, pero si tu intención era ayudar, que sepas que has
fracasado estrepitosamente —dijo Ana con mirada torva.
—Bueno, es una teoría tan buena como cualquier otra —respondió Sara
sintiéndose un poco ofendida.
Ana se pasó las manos por la cara con cierta desesperación.
—Mamá, no te preocupes, piensa que sea lo que sea, pasó hace muchos
años, demasiados como para que nos influya o nos repercuta de alguna
manera —dijo Júlia con la sensatez que la caracterizaba —saber de dónde
procedemos es interesante, pero eso no va a cambiar que somos una familia y
eso en lo que a mí respecta, es lo único que me importa.
Todas asintieron haciéndose eco de esas palabras. Era cierto, podrían
descubrir que descendían de los marcianos si era menester, pero seguirían
siendo familia y ese era el mejor legado que podían tener jamás.
—Tienes razón hija —dijo suspirando —en el fondo...
Imágenes destellantes se superpusieron con rapidez. Un cofre muy
antiguo, un ánfora pequeña, cartas viejas, su tía mirándola...una luz cegadora
le obligó a cerrar los ojos... Era el sol brillante deslumbrándola en medio del
desierto...Una montaña enorme...Un pozo de varios metros de profundidad en
el corazón mismo de la montaña...
Con la misma rapidez que vino se fueron. Ana volvió a ver los rostros de
su familia. Todas le miraban con caras de estupefacción. Al parecer ella era la
que mejor se encontraba a juzgar por el grado de palidez de sus hijas y de
Sara.
—Has tenido una visión —no era una pregunta.
—Si Júlia.
Estaba intentando controlar su respiración, la frecuencia cardiaca era
casi normal. Al paso que iba, en pocos días tendría nivel experto.
—¡Jolín! Esto es ya el culmen. ¿Qué has visto mamá? —preguntó Clara
fascinada.
—Bueno, encontraremos el libro, mi tía nos lo dará en breve —hizo una
inspiración profunda intentando controlarse —entre otras cosas.
—¿Y ya está? —preguntó Sara —No te ofendas querida pero a la luz de
todo lo que está pasando, suena apoca cosa.
Sara era increíble. Ni que fuera una competición. Pensó Ana torvamente.
—No sabes cuánto lamento defraudarte, querida —Sara chasqueó la
lengua.
—No te pongas difícil Ana.
—Mamá. ¿Hay más? —Júlia la miraba sería como un juez.
Suspiró. Sabía qué sacarían conclusiones exageradas y el futuro no
estaba escrito.
—He visto un ánfora pequeña muy antigua que no sé qué significa,
cartas viejas, una montaña enorme... El sol cegador del desierto...
Silencio. Uno, dos...
—¡Vamos a ir a Egipto! —gritó Clara.
—¡Oh! Yo también quiero ir. ¡Hay que cuadrar las vacaciones! —
exclamó Sara entusiasmada.
Ana estaba orgullosa de su familia. Las quería con locura pero si fueran
un pelín más centradas, sería mucho más feliz.
Nadie había dicho nada de ir a Egipto, pero ellas ya estaban haciendo
planes. Desde luego la teoría de los extraterrestres, cobraba fuerza. Suspiró
mentalmente. No tenían ni una gota de sangre normal.
—¿En qué momento he dicho que nos vamos a Egipto? —preguntó
seria. Empezaba a tener un incipiente dolor de cabeza.
—Bueno, se sobrentendía —dijo Sara.
—Pues no sé cómo puede ser si no he dicho una maldita palabra de
Egipto. Sólo he dicho que he visto el desierto.
Sara frunció el ceño obviamente molesta. Clara resopló.
—Mamá eres una aguafiestas, que lo sepas —dijo abatida.
—Es lo que tiene ser una aburrida con los pies en la tierra —contestó
ácidamente.
—Mamá. ¿Crees que es posible? —Júlia era la única que se mantenía
controlada.
—En este momento no puedo asegurar nada. Las visiones del futuro
funcionan de otra manera, tú ves lo que ya ha pasado, eso es inamovible pero
el futuro no está escrito.
—¡Oh! Bueno, pero si ves algo más dilo con tiempo, para cuadrar las
vacaciones, ya sabes —Sara también estaba abatida. Se había dejado
contagiar por el ambiente y ahora la realidad se le antojaba aburrida. Ana
sonrió con ironía.
—Sois increíbles. Otra gente estaría histérica pero vosotras estáis
desilusionadas de no iros en pos de una aventura.
Se miraron entre ellas y al cabo de un momento, tímidas sonrisas fueron
apareciendo.
—Bueno, en honor a la verdad. No has dicho que no vayamos a ir a
Egipto. Has dicho que de momento no lo ves claro —dijo Clara con su
pragmatismo habitual.
—También es cierto —concedió con gracia.
—Bien dicho —dijo Sara —me siento un poco como Indiana Jones. No
sé si entendéis lo que quiero decir.
Se miraron entre ellas, al cabo de un momento, las risotadas eran el
sonido imperante.
—Tía Sara, que sepas que en cierto modo, yo también me siento así —
dijo Clara secándose los ojos.
—Es verdad, todo esto es muy emocionante —explicó Sara —éramos
una familia casi normal, digo casi porque tú —dijo señalando a su amiga —
no has sido normal nunca. Y ahora estamos investigado civilizaciones
pérdidas. En fin, que tiene todos los ingredientes para una aventura.
—Tranquila cielo, si encontramos una sola razón para ir a Egipto, te
prometo que tú lideraras el equipo.
—Suena bien —dijo Clara sonriendo —somos un equipo.
—Eso siempre hija.
—Chicas, yo no sé vosotras, pero estoy muerta de hambre. ¿Pedimos
algo para cenar?
A partir de ese momento, por acuerdo tácito, las conversaciones
derivaron por derroteros más normales. Ana se sumó a la explicación que
Sara estaba haciendo de los muebles que habían comprado esa tarde. Cada
día tenía motivos para reír. Era afortunada y lo sabía.

Más tarde, después de despedirse de su familia, Sara vio un mensaje de


voz en el teléfono móvil que la sorprendió. Al escucharlo se quedó de piedra,
estaba todavía en la puerta de casa de su amiga. Arrancó el coche y un par de
calles después, aparcó. No quería hablar con esa persona, en su casa, había
quedado con César y lo último que deseaba era tener que dar explicaciones.
Bueno en este caso, sería mentir descaradamente. Oyó el mensaje y
rápidamente devolvió la llamada.
—¿Elena?
—Hola Sara.
—¿Qué pasa querida?
—Perdona que te moleste, no te llamaría si no fuera importante.
—Lo entiendo.
—He escuchado una conversación entre Gloria y Tamsim. Parece ser
que están en serias dificultades económicas y hablaban sobre el galardón y el
premio en metálico que tanto necesitan. Al parecer no puede ir nadie más que
tú a recogerlo por algo que no he entendido bien sobre no sé qué contractual.
Están muy preocupadas y Tamsim estaba consolando a Gloria... estaba
llorando. Creí que tenías que saberlo.
Si le pinchan no le sacan sangre.
¿Gloria llorando? Imposible.
—¿Sara? ¿Estás ahí?
—¡Eh! Si, si estoy, perdona.
—No quería molestarte pero he pensado que era importante, perdóname
si...
—No hay nada que perdonar querida. Has hecho bien en llamarme. Yo
me ocupo.
—¿Le vas a decir a Gloria que te he llamado? —se notaba la
preocupación en su voz.
—No te preocupes por eso. No le diré nada y Elena, cualquier cosa y
digo cualquier cosa. Llámame a cualquier hora.
—Gracias Sara.
Sara se despidió de Elena en estado catatónico. Gloria llorando,
impensable. Sencillamente no casaba con su amiga. Gritar, pelear, entraba
más en su línea pero ¿Llorar?
Empezaba a entender el interés de Gloria. Casi lo había olvidado.
Cuando fundaron la asociación, Gloria no constaba a nivel contractual, estaba
fichada por algún robo menor y en aquel momento no podían permitirse las
trabas legales que todo aquello acarreaba. Ahora que recibían un premio, se
habían remitido a la persona que legalmente constaba y no a la que era el
alma de todo el proyecto. ¿Porqué Gloria no le había dicho nada? Orgullo.
Todo era por su maldito orgullo. Había intentado coaccionarla pero no
admitiría jamás que estaban en dificultades económicas.
Se sintió culpable. No solía preocuparse por los números, siempre había
sido tarea de Gloria. Le dijo que las aportaciones habían sido ese año
magnificas. Ella misma donaba cada año una cantidad considerable. Iría a ver
a Gloria. Arrancó el motor de su coche y se marchó a su casa. César no
tardaría en llegar. Le había escrito un mensaje informándole que llegaría
tarde por una reunión de trabajo. No tenía necesidad de darle explicaciones
pero de igual forma lo hacía. Secretamente eso le hacía sentir bien. Decidió
dejar aparcado el tema de Gloria hasta el día siguiente. Ahora prefería con
mucho, relajarse con César a romperse la cabeza, pensando como abordar el
problema que al parecer, le iba a explotar en la cara.
Llegó a su casa en pocos minutos. Estaba deseando darse una ducha y
cambiarse de ropa, claro que para lo que le iba a durar puesta. Tener una
aventura con César era lo mejor que le había pasado en muchos años. Había
tenido amantes generosos que la habían hecho disfrutar enormemente pero,
César era más. César la hacía llegar a cotas de satisfacción que no sabía que
existían.
Habían llegado al acuerdo de que serían amigos sin obligaciones pero se
veían a diario y César había dormido en su casa desde entonces. Jamás le
había sucedido con nadie.
Nunca permitió ese acercamiento. Con él no sólo consentía, lo buscaba.
Durante el día, César le mandaba mensajes diciéndole tonterías, a la hora de
almorzar le llamaba, en definitiva, estaba viviendo un gran momento en su
vida, a todos los niveles. Sonó el timbre. Sonrió. Se puso una bata de seda
color crema sobre la piel desnuda, no había tenido tiempo de vestirse.
Descalza y con el pelo recogido en un moño flojo, se dirigió a la puerta.
La sonrisa lobuna que apareció en la cara de César, le encendió la
sangre.
—Es el mejor recibimiento que he tenido jamás —dijo devorándola con
los ojos.
Sara se rió de forma gutural sintiéndose la mujer más sensual del
mundo. Era cierto aquello que decían. Un hombre tenía la capacidad de hacer
sentir a una mujer, que era la más bella.
—Acabo de llegar, no me ha dado tiempo de nada, sólo de ducharme.
César la abrazó por la cintura enterrando la cabeza en la curvatura de su
cuello. Escalofríos de anticipación, recorrían la espalda de Sara.
—Estás deliciosa —dijo besándole en la boca —como más me gusta...
sin nada.
César apartó la bata con los dientes, dejando que resbalara por su
hombro. Un río de besos como lava ardiente, dejó un rastro sobre su piel.
—Creo... que... cerrar la puerta... sería...
Con un puntapié sin dejar de besarla, César cerró la puerta con un golpe
seco. Le acariciaba la espalda con intensidad, el nudo de la bata, empezaba a
deshacerse, con un movimiento ágil, César la levantó entre sus brazos.
—¡César! Bájame —dijo Sara sin poder evitar, que se le escapara una
risilla tonta.
César la ignoró, siguió besándola y con paso firme se dirigió a la
habitación. La dejó caer encima del edredón. Sin dejar de mirarla empezó a
desabrocharse la camisa, el brillo de deseo puro que brillaba en sus ojos, hizo
que algo muy cálido se licuara dentro de la mujer que lo contemplaba
extasiada.
—Creía que estabas muy cansado —murmuró Sara, humedeciéndose los
labios con la punta de la lengua.
—No tanto.
César terminó de desnudarse sin despegar la vista de ella. La mantenía
cautiva con su mirada.
—Dime que me deseas —su voz había bajado una octava.
—Te deseo.

Mucho más tarde, sólo la respiración agitada de la pareja, era el único


sonido de la habitación.
—Sara, si esto sigue así, corremos serio peligro de prender fuego a la
cama. La combustión espontánea, empieza a ser una posibilidad real.
Sara se rió bajito, acariciando los mechones masculinos, húmedos de
sudor, que caían sobre su frente.
—Me voy a borrar del gimnasio, a este paso no lo voy a necesitar.
César sonrió.
—Creo que me voy a volver adicto a ti —la miraba con especial
atención —sé que vamos muy deprisa pero, creo que tendremos que
replantearnos el acuerdo que tenemos.
Sara se tensó. Mantuvo la sonrisa hierática. Un nudo de miedo visceral
golpeó su estómago. César lo notó.
—César... yo...
César le tapó los labios con un dedo. Besó la punta de su nariz.
—No digas nada Sara. Entiendo. Sólo quiero que sepas que para mí eres
más. No eres cualquier mujer. Puedo esperar lo que sea necesario —una
mueca burlona cruzó su semblante —no pensaba decirte nada pero, estoy
peligrosamente cerca de enamorarme de ti.
El silencio se instauró entre los dos.
—César. No sé qué decirte...
—No necesito que digas nada —su voz profunda reverberaba en su
pecho —soy un hombre con suficiente autoestima como para reconocerlo en
voz alta —un brillo travieso refulgía en sus ojos —sólo quería que supieras
que pienso hacer todo lo necesario para volverte loca. Estas avisada.
Sara sonrió más tranquila. Casar había sabido mantener el tono jovial
impidiendo que la declaración en voz alta estropeara el momento.
—Me doy por avisada.
—Cuando te tenga comiendo en la palma de mi mano, rogándome que te
posea y te haga el amor apasionadamente...
Sara rompió a reír con ganas.
—Apasionadamente, no espero menos —le besó el hombro
cariñosamente.
—... Y me ates a la cama para mantenerme como tu esclavo sexual...
La conversación estaba derivando a lo absurdo. Las risas compartidas
después de la experiencia vivida, era el broche para una gran noche.
—¿Te voy a atar? ¿Para qué no te escapes?
—Porque vas a descubrir que eres posesiva y no me vas a querer
compartir con nadie.
—Y celosa. Seguro que llegados a ese punto, también soy celosa.
—Entonces te obligaré a que me ruegues. Espero una declaración en
toda regla.
La risa aminoró un poco.
—Tenemos un trato. Si me vuelvo loca y tengo la necesidad de atarte,
prometo declarar...Alguna cosa.
—Si necesitas incentivos, puedo ayudarte —dijo con tono sugerente.
—Lo tendré en cuenta. César, no sé hacia dónde vamos pero para mí,
también eres especial —intentó una sonrisa pero estaba demasiado sensible y
casi se le rompe la voz —otra cosa es que me guste.
—Las últimas palabras no necesitaba saberlas.
—No quiero compromisos a largo plazo pero sí... Me replanteara
hipotéticamente cambiar de parecer, sólo habría un motivo. Tú.
César la miró con pasión contenida.
—Nos estamos poniendo muy serios. Qué te parece... ¡César! —gritó.
La levantó como si no pesara nada, se la echó al hombro, y le soltó una
palmada en el trasero, cuando empezó a protestar.
—Deja de quejarte. Vamos a darnos una ducha y después dejaré que te
aproveches de mi, mujer libidinosa.
Entre risas y bromas se ducharon. El mundo y sus problemas podían
esperar hasta mañana.
Capítulo XII:

—Gloria, explícame porqué dentro de dos días, tendría que hacer algo
que sabes de sobras, no quiero hacer, y hazlo con claridad meridiana.
Gloria observó a su amiga sentada en su despacho, su lenguaje corporal,
no auguraba nada bueno. Suspiró mentalmente.
—Porque estamos en serias dificultades económicas —dijo sucinta.
—¿Me puedes explicar como puede ser? Yo misma comprobé las
cuentas apenas hace unas semanas y nuestra situación era más que saneada.
—Me lo gasté.
Silencio.
—¿Perdona? Creo que no te he entendido. ¿Dices que te lo gastaste?
—Si.
—¿Nada más? ¿No tienes nada más qué decir? ¡Maldita sea Gloria!
¿Qué puñetas está pasando?
Gloria se puso a jugar con un bolígrafo ausente. Tenía el ceño fruncido y
los labios apretados en una fina línea.
—He comprado el edificio de al lado.
—¿Perdona? ¿Has comprado un edificio sin consultarme?
Sara se levantó de la silla dejando a un lado toda pretensión de
tranquilidad.
—Gloria nos conocemos hace muchos años, sólo por eso te doy
exactamente cinco minutos para que me des una explicación y espero que
sea buena o salgo por esa puerta y te juro que no me vuelves a ver.
Sara estaba apoyada con las dos manos en el escritorio mirando a su
amiga con expresión mortalmente seria. Gloria no era de las que se
amedrentaba pero bajo la mirada escrutadora de su amiga, notó como su
confianza perdía varios puntos. Sabía que tenía motivos sobrados para estar
enfadada.
—Sara siéntate por favor —pidió serena. No estaba acostumbrada a dar
explicaciones pero sabía que esta vez se jugaba mucho. La relación con una
de las pocas personas, que le importaban de veras.
—Empieza —dijo Sara tomando asiento.
—Me llegó el soplo, de que iban a ponerlo en venta y al parecer había
varios inversores interesados. Hablé con el propietario y llegamos a un
acuerdo. El proyecto es hacer una escuela taller. Invertí hasta el último
céntimo y he pedido un préstamo avalado con mis propiedades personales.
Era ahora o nunca. Tomé la decisión que me pareció más correcta.
Sara se quedó de una pieza. ¡Había arriesgado su patrimonio! Si había
algo que Gloria valoraba por encima de todo, eran sus propiedades, jamás las
ponía en riesgo, decía que eran su plan de pensiones, y ahora se lo había
jugado todo en una empresa que no tenía la seguridad de sacar adelante.
—Gloria. ¿Por qué? No necesitamos una escuela taller.
—¡No es suficiente Sara! Hay muchas mujeres que se quedan fuera del
programa. No he hecho las cosas llevada por un impulso. Me conoces de
sobras. Tenemos varios mecenas que creen en el proyecto y un acuerdo de
colaboración. A primeros de año empezará la rehabilitación del edificio con
capital privado. He conseguido también que varias instituciones se
impliquen...
—Entonces, repito. ¿Por qué? —acotó Sara levantando la voz.
—¡Porque hasta entonces estamos sin liquidez! —Gloria se pasó las
manos por el pelo en un gesto de exasperación —Maldita sea Sara. ¡No
tenemos ni un puñetero céntimo! El galardón parecía llovido del cielo. Es la
respuesta a todos nuestros problemas.
Sara se frotó la frente cerrando los ojos.
—Te conozco Gloria. Tú no te quedas con el culo al aire. Algo ha
pasado para que estemos en esta situación.
Gloria observó a su amiga sopesando sus opciones. Sara por su parte
conocía perfectamente esa expresión. No se lo estaba contando todo.
—¿Te acuerdas cuando estuve en contacto con Araceli la asistenta, por
el tema de Elena?
Sara asintió sorprendida por el cambio de tema.
—Bien. Pues fui varias veces al centro de menores y... Había una pareja
de hermanos... Ella tiene ocho años y su hermano nueve. La madre era una
prostituta politoxicómana, y el padre ni se sabe... Ya sabes como son esas
cosas. Hace tres meses falleció y no tienen familia. He decidido hacerme
cargo de ellos.
Decir que Sara se había sorprendido era el eufemismo del año. ¡Gloria
pensaba adoptar! No podía ser.
Gloria por su parte, sonrió con cinismo.
—A ver si lo entiendo... ¿Vas a adoptar a dos niños? ¿Vas a ser madre?
¿A estas alturas de tu vida? Entiéndeme, tienes casi mi edad y en todos los
años que te conozco jamás he visto que tengas inclinaciones maternales... No
lo entiendo.
Gloria observaba reflexiva la cara de desconcierto de su amiga.
—Cuando decidí hacerme cargo de los pequeños, invertí mi dinero en
comprar una casa a las afueras, quiero darles una vida lo más normal posible
y en un entorno tranquilo. Ese es el motivo. Cuando surgió la oportunidad de
comprar el edificio, había invertido todo mi capital.
—Pero. ¿Y el fondo de la asociación?
—Invertido.
—¿Has invertido el fondo de la asociación y tu propio patrimonio en un
proyecto?
Gloria asintió.
—¿Por qué no me dijiste nada? —el reproche estaba implícito.
—Hace meses que voy al centro de menores a verlos, no empecé con
ninguna idea en concreto. Surgió. Cuando Araceli me dijo como estaba la
situación sencillamente pensé que yo podía ayudarlos. Sara, nadie se iba a
hacer cargo de ellos.
—¡Eso tú no lo sabes! Hay familias maravillosas que acogen a niños en
situaciones similares y lo hacen increíblemente bien y...
—¡Nadie los va a querer más que yo! —gritó dando un golpe encima de
la mesa. Sara dio un respingo, sobresaltada.
—Entiendo.
—En pocos meses las cuentas estarán de nuevo saneadas. De hecho
cuando veas el proyecto te sorprenderás de la cantidad de gente que se ha
adherido a él. El capital que he invertido lo recuperaré y seremos uno de los
centros de referencia. No me jugaría mi futuro en una empresa en la que no
creyera.
—No tengo la menor duda en tus capacidades financieras. Sé que tus
conocimientos son muy superiores a los míos.
—¿Pero?
—Pero creo que esta vez te has excedido y has arriesgado la estabilidad
de la asociación y no creo que pueda perdonar el hecho de que me hayas
obviado de esta manera. La escuela taller todavía no es una realidad pero las
mujeres que dependen de nosotras si lo son —se notaba que estaba
intentando mantener su genio bajo control —pero gracias a las decisiones
arbitrarias que has tomado, me has puesto en la disyuntiva de seguir fiel a la
decisión que en su día tomé o por el contrario, salvar a toda esa gente que
depende de nosotras.
Gloria miraba a su amiga impertérrita
—Con respecto a tu... Deseo de hacerte cargo de esos niños, no tengo
nada que decir. No soy quién para juzgar tus decisiones —hizo una pausa. Se
miraron fijamente —el viernes iré a la entrega de premios y recogeré el
galardón y el cheque. Después de eso, mi abogado se pondrá en contacto
contigo para una transferencia de poderes. Seguiré haciendo una aportación
económica anual como hasta ahora, pero mi vinculación con la asociación
acabará ahí.
Gloria tragó convulsivamente. Esperaba gritos reproches incluso alguna
recriminación pero jamás imaginó que la abandonaría cuando más la
necesitaba. El dolor agudo que sintió en el pecho amenazó con ahogarla. Sara
era más que una amiga. La consideraba su familia. Y ahora la abandonaba. La
rabia se apoderó de ella con la fuerza de una erupción.
—Me parece bien —dijo con un tono de voz cuidadosamente neutro —
Te crees mejor que yo, mejor que todas y por nada del mundo quieres que tus
amigos sepan que fuiste una puta. ¡Maldita sea! Trajiste a tu queridísima
amiga Ana hace apenas unas semanas. Después de más de veinte años. Eres
peor que todos. Eres una maldita hipócrita. No tienes los ovarios necesarios
para enfrentarte al mundo y la primera y única vez que te he pedido un
puñetero favor te enfrentas a mí toda digna y me dices que vas a hacer el
inmenso sacrificio de ir al maldito evento por nosotras. ¡No te necesito me
oyes! Si tengo que ir a mendigar lo aré pero no quiero deberte un puto favor
en toda mi vida. Vete tú y tus prejuicios con tú maravillosa vida llena de
fingimientos. Ahora vete. ¡Fuera! —gritó, conteniéndose a duras penas para
no sacarla ella misma.
Sara por su parte se había quedado blanca. No esperaba ese ataque.
—¡He dicho fuera! —volvió a gritar Gloria, señalando la puerta.
—Creo que podemos hablar...
—¡Tú y yo no tenemos nada de qué hablar! —se echó a reír con una risa
cargada de amargura —Eres patética. Te has vuelto igual que aquellas
mujeres que nos trataron como si fuéramos basura. Dijimos que ayudaríamos
a todas las que pudiéramos para que no tuvieran que pasar lo que pasamos
nosotras. Quiero que sepas que yo me avergüenzo de ti. Sara la gran dama.
No quiero hablar contigo. ¡Lárgate!
Sara estaba impactada.
—¡Lárgate maldita sea! —exclamó Gloria con rabia. El desprecio en su
voz, golpeó a Sara con la fuerza de un ariete.
Salió corriendo. La puerta del despacho rebotó con fuerza contra la
pared al abrirla.
Sara salió a la calle y por un momento se quedó allí, desconcertada. No
sabía qué hacer. Un sollozo se le escapó sin poder reprimirlo. Miró a ambos
lados y como una sonámbula, comenzó a andar, cegada por las lágrimas. El
pecho le ardía y la garganta le quemaba como brasas ardientes. Estaba
destrozada. Su mente aún no era capaz de procesar lo que había sucedido
momentos antes. Era increíble que Gloria hubiera dicho todo aquello. ¡Ella
no era así! Su vida no era una mentira. Había trabajado muy duro para
construirse una vida digna. ¡Ella no se avergonzaba de Gloria! Eso no era
cierto. "Hasta hace pocas semanas no conocí a tu querida amiga Ana". ¡Dios
mío! ¿Qué había hecho? "Te has convertido en aquello que odiábamos". No
podía ser verdad. La angustia amenazaba con desbordarla. Llegó al coche sin
apenas darse cuenta. Sabía que la gente la miraba. No importaba. Se dejó caer
en el asiento y lloró como hacía mucho tiempo que no lloraba. Sollozos
desgarradores tomaron el control de su cuerpo.
Después de lo que parecieron horas. Arrancó el coche sin saber muy
bien dónde ir. La imagen de Ana, copó toda su mente. Como una autómata
sin más pensamiento que ese, se dirigió a casa de su amiga. Un coche le tocó
el claxon, se había incorporado sin mirar. Estaba tan alterada que no le
importó. Uno de los pilares de su existencia, se había desplomado y la
vorágine emocional, amenazaba con ahogarla. ¿En qué se había convertido?

Tamsim entró al despacho lentamente. Gloria estaba con la cabeza


apoyada en el respaldo del sillón y la mirada perdida.
Sin decir palabra, se dirigió al mueble bar y vertió una generosa ración
de whisky en un vaso y se lo acercó a Gloria que la observaba meditabunda.
Gloria se bebió de un trago casi la mitad. Cerró los ojos un segundo
saboteándolo.
—Ha sido horrible.
—Lo sé. Lo he escuchado.
Gloria la miró con ironía.
—¿No me digas que estabas detrás de la puerta fisgoneando?
—No tenía necesidad. Los gritos se escuchaban desde la otra punta de la
casa —explicó tranquila.
—Ya. Bueno, ha sido inevitable —dio otro trago —creo que tendremos
que acostumbrarnos a que Sara no siga formando parte de nuestras vidas.
—Gloria cariño. Lo arreglaréis, sois amigas hace mucho tiempo —
Tamsim se acercó y se sentó en el brazo del sillón abrazándola.
—Creo que esto no tiene arreglo nena. Lo he estropeado con mi maldito
carácter. Como siempre —pocas personas habían contemplado a Gloria en
ese estado.
—No es cierto. Le has dicho unas pocas de verdades, como lo encaje es
su problema. No te preocupes por el dinero. Saldremos adelante.
Gloria levantó la cabeza para mirar con sus dispares ojos a Tamsim.
Siempre tan leal.
—No tengo dudas al respecto. No estamos en la indigencia, siempre
tengo un pequeño fondo reservado para contingencias. Sobreviviremos hasta
que recupere el dinero.
—¿Y los niños?
—Todo seguirá como teníamos planeado. Mañana iremos a recogerlos y
nos iremos a la casa.
—Tienes que acostumbrarte a decir nuestra casa, porque será nuestro
hogar.
—Tienes razón —la miró con una sonrisa triste —¿Te he dicho lo
mucho que te quiero?
Tamsim sonrió dejando ver sus blanquísimos dientes —creo que hoy no.
—Un descuido imperdonable por mi parte. Te quiero cariño. Eres lo
mejor que me ha pasado y estoy locamente enamorada de ti.
Tamsim bajó la cabeza buscando sus labios. Por unos segundos se
quedaron así, abrazadas.
—Vamos a tener una hermosa familia —murmuró Tamsim con una
sonrisa llena de amor.
—No tengo la menor duda cariño. Les daremos todo el amor y la
seguridad que necesiten para que sean unos niños felices. Nuestros niños.
—¿Le has dicho a Sara que nos hemos comprado una casa en su pueblo?
—No exactamente —dijo sarcástica —le he dicho cerca, no he
precisado cuanto —una sonrisa malévola le cruzó el rostro.
Tamsim se rió entre dientes. Cuando decidieron que la casa —acogida,
no era el mejor sitio para criar una familia. Gloria pensó en el pueblo donde
vivía Sara. Deseaba para los pequeños un lugar tranquilo y seguro.
—Bueno, supongo que cuando nos vea pasear por el pueblo, se hará una
ligera idea.
Sonrieron imaginando la escena.

—¿Sabes cariño? Eres casi tan mala como yo — Gloria sentía todavía
un peso en el pecho después de la pelea con su amiga pero tenía demasiadas
cosas que hacer como para perder el tiempo en lamentaciones.
El cambio de vida en poco más de veinticuatro horas, iba a poner su
mundo del revés. Jamás pensó encontrarse en esa tesitura pero ahora lo
anhelaba como nunca creyó posible. Iba a ser madre de familia. Increíble.
—Tamsim cariño. Creo que tendríamos que replantearnos nuestra
relación —Tamsim la miró con desconcierto —me refiero a legalizarla. Ya
sabes, vamos a ser mamás, sería interesante también ser matrimonio. ¿Qué
me dices? —preguntó risueña.
Tamsim abrió los ojos con absoluta sorpresa. Se esperaba cualquier cosa
menos eso.
—Nunca has dicho ni una palabra de casarnos. Creí que... Bueno, que no
creías en esas cosas y además nunca has hecho pública nuestra relación, al
menos no abiertamente y...
—No lo hice por mí sino por ti. Eres mucho más joven que yo y no
quería que en unos años, te encuentres atada a una vieja, te quiero demasiado
para eso.
—¡Gloria! No me puedo creer que me digas eso —se notaba que le
había dolido.
—No te enfades cariño. Al final me he dado cuenta de que no tengo
madera de mártir. No soy capaz de renunciar a ti —hizo una mueca burlona
—así que como al parecer no tienes el sentido común que deberías, he
pensado que podríamos hacerlo público. Sólo si tú quieres —terminó
arrastrando las palabras. Su mirada ardiente desmentía la frivolidad del tono
casual que había empleado. Gloria era así, parecía que jamás se tomaba la
vida muy en serio.
—¡Si quiero! ¡Si quiero! ¡Si quiero! —se lanzó a sus brazos besándola
por todo el rostro.
Las risas se mezclaron con besos.
—Te quiero Gloria. No me importa la diferencia de edad, nunca me ha
importado, me enamoré de ti nada más conocerte, quiero vivir contigo,
compartir mi vida junto a ti, no necesito nada más.
Gloria tragó un nudo que constreñía su garganta.
—Me alegro mucho porque el mes que viene nos casamos. Ya sabes,
año nuevo, vida nueva. No será nada muy espectacular pero te prometo que
cuando nos estabilicemos, la luna de miel, será memorable.
La besó lentamente, con todo el amor que sentía. La vida había sido dura
con ella pero ahora la recompensaba con lo último que podía imaginar, ni en
sus más locas fantasías. Todo lo demás, podía irse al infierno, le importaba
un ardite.
—Bueno, pues vamos a ponernos en marcha. Tenemos muchas cosas
que hacer. Mañana vienen los niños y tenemos una boda que preparar.
Gloria la miró con una sonrisa cargada de ironía.
—Por cierto ¿No serás de esas mujeres que nada más ponerle un anillo
en el dedo se vuelven unas mandonas, verdad cariño?
Tamsim se rió con ganas.
—Lo averiguarás muy pronto —dijo llena de picardía.
Salieron abrazadas. Tenían muchas cosas que planificar. Una vida
entera.
Ana estaba de los nervios.
Se había probado medio armario de ropa, en aquellos momentos, había
más ropa encima de la cama que en el armario.
Se había mordido una uña de tal manera que se había hecho sangre.
Ahora llevaba una tirita. Estaba a un paso de llamar a Álvaro y cancelar la
cita.
Sonó el timbre de la puerta principal. Dio un brinco del susto.
Automáticamente miro el reloj, no era Álvaro, imposible. Bajó rápidamente
pensando en quién podría ser.
—Hola.
Al abrir la puerta, se quedó sin palabras. Tenía delante de sí, a la Sara de
sus visiones. El maquillaje o mejor dicho lo que quedaba de el, estaba hecho
un desastre. El pelo revuelto y su aspecto abatido, le confería un aire de
animalito herido.
—¿Sara? ¡Dios mío! ¿Qué te ha pasado?
—Ana... Yo... Gloria me ha echado y... Creo que tiene razón pero... Yo
no soy como ella dice... Yo...
—Sara tranquilízate. Pasa por favor.
La abrazó por la cintura y la condujo a la cocina. Sara se dejó caer en
una silla y empezó a llorar silenciosamente. Algo estaba muy mal. Suspiró.
—Sara, cielo. ¿Qué ha pasado?
—He ido a ver a Gloria. Nos hemos peleado y me ha echado.
—Entiendo.
¡No entendía nada!
Sara se limpió la nariz. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar.
—El otro día me llamó Elena. Me dijo que la asociación tenía problemas
económicos y que al parecer, el galardón y el premio en metálico, eran
necesarios.
—¿Y como lo sabía Elena?
—Bueno. Escuchó sin querer una conversación entre Gloria y Tamsim y
pensó que yo tenía que saberlo.
—Ya. Y hoy presumo que has ido a ver a Gloria para que te dé
explicaciones —no era una pregunta. Sara asintió.
—Me ha explicado los motivos, me he comprometido a ir a recoger el
galardón pero... Le he dicho que a partir de ese momento, me desvinculaba de
la asociación.
—¿Y?
—Ana. ¡Me ha echado en cara que me avergüenzo de ella! Eso no es
cierto. Yo no... Yo no me avergüenzo de nada, sólo he llevado separada esa
parte de mi vida del resto —su desolación era evidente —nunca ha sido por
esos motivos. Jamás. No ha querido escucharme. Simplemente me ha echado.
¿Entiendes?
Ana empezaba a entender. En un principio pensó que todo esto tenía que
ver con César. Se equivocaba. No había visto en sus visiones a César porque
no tenía nada que ver.
—Ana. ¿Qué hago?
—Primero. ¿Tú qué piensas? Quiero decir, con respecto a Gloria.
Sara resopló encogiéndose de hombros. Por alguna razón, no quería
ahondar en ese tema.
—Sara. ¿Qué no me estás contando?
Su amiga evitó mirarla. Mal asunto. Ana empezaba a darse cuenta que
esto no era más que la punta del iceberg.
—Me reprochó que en casi veinte años desde la fundación de la
asociación, jamás te había hablado a ti de ella... Me dijo que me... Que era
una hipócrita, que me avergüenzo de mi pasado y que por ese motivo no he
querido que me vincularan...con... que me recordara de dónde vengo.
Ana no sabía qué decirle. Entendía los argumentos de Gloria, iban en la
línea de lo que ella misma pensaba.
—¿No tienes nada que decir? —preguntó Sara.
La mirada de su amiga no tenía precio. Se notaba que esperaba que
dijera algo del estilo Gloria se equivoca. Esto iba a ser complicado.
—Sara, cielo, algunas cosas que te ha dicho Gloria, tienen sentido. Sé
que no es lo que quieres escuchar ahora y lo entiendo pero no te mentiré.
El gesto de reproche y dolor, eran evidentes.
—¿Como puedes decirme eso? ¡Tú me conoces! Yo no soy así.
Se le rompió la voz. Se notaba que estaba haciendo un esfuerzo titánico
por mantener la compostura. Enternecía ver como le temblaba el mentón.
—Sé que eres una mujer maravillosa y que tienes el corazón más grande
de este parte del hemisferio y te quiero, pero también es cierto que mantener
una parte de tu vida en la clandestinidad, no ha sido lo más... Correcto.
Fácilmente podría entenderse que te avergonzabas de ella...A veces, no
somos justos con las personas que más nos importan.
Sara lloraba amargamente. Aún le escocían las palabras que le había
dicho Gloria. Un dolor sordo se había instalado en su pecho y no parecía que
fuera a desaparecer.
—Nunca lo hice pensando así... Yo admiro a Gloria, he trabajado con
ella todos estos años porque creo en ella...
—Estoy segura nena, pero Gloria no lo ve igual. En honor de la verdad,
tengo que confesarte que cuando me explicaste todo lo qué hacíais y que
llevabas casi veinte años, en cierto modo me dolió —Sara la miró con horror
—sentí que no me lo habías contado porque no tenías plena confianza en mí.
—¡Eso no es cierto! —gritó angustiada.
—Ya. Pero era lo que parecía. Sara veinte años ocultándome tu
implicación, estarás conmigo que como mínimo es sospechoso.
Sara se deshinchó como un globo. Empezaba a darse cuenta que quizás
no había actuado de la mejor manera. Miró a su amiga sintiendo que su alma
se rompía en mil pedazos. Se dejó llevar por los recuerdos.
—Durante aquellos dos años... Llegué a plantearme quitarme la vida,
fue horrible —la desolación en su rostro era absoluta —me sentía sucia. Por
mucho que me lavara... No conseguía sentirme limpia, llegué a despellejarme
de tanto que me frotaba. Parecía que no conseguía llegar hasta el fondo de
toda esa mugre... Necesitaba desvincularme de todo ese mundo. Era esencial
para mí paz mental.
Ana fue consciente de lo muy traumatizada que estaba su amiga. El
tiempo no había sido indulgente, permitiéndole tomar distancia de aquel
horror.
—Últimamente debido a todo por lo que estamos pasando en esta
familia, he llegado a ser consciente de que sigues arrastrando tu pasado como
una losa.
Sara cerró los ojos atormentada. Empezaba a ser consciente de la verdad
que encerraba las palabras de su amiga.
—Gloria está hecha de otra pasta. Se enfrentó a sus demonios y ha
aprendido a vivir con su pasado, mirándolo de frente. Es parte de ella y lo ha
aceptado, ahí radica su fuerza. Tú sin embargo, permitiste que te condicionara
y lo has alimentado con tu sentimiento de culpabilidad que por otra parte, era
gratuito.
—Ana... No sé qué hacer...
—Creo que como todo en esta vida. Poco a poco.
No había una respuesta fácil.
—¿Como arreglo las cosas con Gloria?
—Siendo sincera. No hay otra forma. Gloria te quiere, ella sabía de mi
existencia y sin embargo no te presionó, entenderá mejor de lo que crees.
—Le dije que abandonaba, cuando más me necesita la dejo tirada. ¡Ana
soy horrible!
—No cariño, para nada. Sólo eres una mujer que ha sufrido más que la
media.
—Dijo que me había convertido en una de aquellas mujeres que nos
ayudaron en su día pero que nos miraban como si fuéramos escoria. Ana no
lo he olvidado, sus miradas, sus silencios... no teníamos más remedio que
aceptar la ayuda viniese de donde viniera pero cuando me miro al espejo, en
ocasiones sigo viendo sus ojos censurándonos.
Ana se levantó abrazándola, transmitiéndole todo su cariño.
—Es curioso, no recuerdo las caras de los hombres que me usaron como
a un trozo de carne... Pero... Tengo grabado a fuego sus ojos, los de ellas...
Ana sabía que eran necesarios todos los que luchaban contra situaciones
como la que le había tocado vivir a su amiga, pero reconocía que veinticinco
años atrás, no se ponía el énfasis en curar por dentro. Se creía incluso en
algunos foros de la época, que mujeres como Sara, se habían buscado ellas
mismas todo cuanto les pasara, por relacionarse con según que gente. Fue una
época de la historia que hizo un flaco favor a los gais, lesbianas o a cualquier
ser que se saliera de las normas preestablecidas de entonces. El SIDA
irrumpió con fuerza y el miedo a esa enfermedad, volvió a personas normales
en agresores. Mucha gente vivió su sexualidad en secreto. Ser diferente podía
costarles incluso la vida. Sara fue una víctima más. Se veía a través de los
ojos de aquellas personas y por consiguiente, ocultó aquella faceta de su vida
para evitar que la siguieran juzgando. Habían pasado veinticinco años desde
entonces, las cosas habían cambiado mucho, pero el trauma que arrastraba sin
saberlo, la había anclado en aquel momento sin permitirle avanzar.
—Creo que tendrías que llamar a Gloria. Decirle lo que te sale del
corazón. No te mires las palabras, no tienen que ser bonitas ni las frases
medidas, sólo dile lo que sientes. Ella entenderá.
—¿Sabes qué piensa adoptar a dos hermanos pequeños que están en un
centro de acogida?
—No. No me has dicho nada —le sorprendió. Ana había visto a Gloria
un par de veces, pero no le pareció la típica mujer maternal. Le recordaba
más a una pantera.
—Ya. Me he enterado hoy. Y ¿Crees que le he dicho algo apoyándola?
¡No! Me he limitado a informarla de lo muy enfadada que estaba por las
decisiones que había tomado sin consultarme. Tiene que creer que soy una
cretina.
—No creo. Es una mujer de carácter, entenderá mejor que muchos, las
explosiones de genio —dijo Ana con sabiduría.
—Ana, he metido la pata hasta el fondo. No me perdonará jamás y lo
peor es que la entiendo —sentenció Sara con amargura.
—Bueno. Lo importante no es como va a reaccionar Gloria. Es qué vas a
hacer tú.
Sara se pasó las manos por la cara frotándosela con fuerza. Lo poco que
quedaba de maquillaje se le quedó entre los dedos.
—Iré a la recogida del famoso galardón —dijo arrastrando las palabras.
—Me parece bien.
—Hablaré con Gloria, al menos lo intentaré. Siempre puede ser que me
tire por la ventana.
—No creo.
—Y creo que seguiré a partir de ahí.
No había nombrado a César para nada.
—¿Y César? —notó como se tensaba.
—Ana es complicado.
—Sara cielo...
—Ana, cada vez que me dices Sara cielo, me da miedo lo que sigue.
Ana sonrió al escucharla.
—Cierto. Sara cielo, necesitas tiempo para aclarar tus ideas pero si vas a
dar el paso, ten presente que si hay alguna posibilidad de que la relación entre
vosotros prospere, no será sobre una mentira. Gloria posiblemente entienda,
no en vano fue tu compañera de vicisitudes. Pero César no sabe, cuando se
desconocen los hechos, podemos equivocarnos en nuestros juicios. Tenlo
presente.
Sara entendía lo que su amiga estaba intentando transmitirle.
Sencillamente estaba desbordada. Necesitaba aclarar sus ideas y reconciliarse
consigo misma. Podía entender de una forma racional que el trauma vivido,
había condicionado toda su vida pero no por saberlo su patrón mental
cambiaría de la noche a la mañana. Eso llevaba tiempo.
—Prometo pensarlo.
—Creo que eso es suficiente.
Se quedaron en silencio unos instantes. Cada una sumida en sus propios
pensamientos.
—Ana...
—¿Dime?
—¿Puedo quedarme aquí esta noche? —Ana no pudo evitar el gesto de
sorpresa —no quiero ver a César y no quiero darle explicaciones. Sé que soy
una cobarde pero si le digo que tengo que quedarme porque me necesitas...
Ana entendió
—No hay problema.
—Gracias.
—Eres tonta Sara.
Sara sonrió de medio lado al escuchar a su amiga.
—Pues si te parece, subo a darme una ducha y a ponerme cómoda. Creo
que voy a ponerme a hacer un bizcocho.
Ana no se sorprendió. Cocinar había sido siempre su vía de escape. A
mucho se equivocaba, tendrían pasteles para dar y regalar los próximos días.
—Entenderás que no voy a objetar nada. Más bien creo que le mandaré
un mensaje a Sergio, ese chico te venera —pontificó pensando en lo contento
que se pondría su yerno.
Sara sonrió con lo que pareció, la primera sonrisa de verdad.
—Ana, te quiero mucho.
Ana la abrazó con fuerza. Su Sara estaba rota, le partía el corazón verla
tan desvalida.
—Yo también te quiero —la carga emocional se notaba en cada sílaba
—anda, vete a lavar la cara.
Sara subió despacio las escaleras, estaba agotada.
—Ana... ¿Qué ha pasado en tu habitación?
¡Se le había olvidado!
Corrió escaleras arriba mirando el reloj y calculando el tiempo que le
quedaba para arreglarse. Álvaro llegaría en breve.
—¿Por qué tienes medio armario encima de la cama? —preguntó Sara
extrañada.
—Hola Ana.
—Ho… hola, hola. ¿Qué tal? Ya estoy. Si quieres nos vamos.
Ana salió al porche de prisa, cerrando la puerta tras de sí. Álvaro por su
parte, se hizo a un lado lo justo con lo cual esperando que se apartara y no
hacerlo, se chocó con él torpemente. De hecho lo pisó. Levantó la cabeza
para mirarlo. Su rostro no reflejaba ninguna emoción. La miraba sin
parpadear. El aliento se le quedó atascado en la garganta.
—Perdón... Lo siento —dijo con torpeza disculpándose por el pisotón.
Se apartó hacia atrás y se golpeó con la puerta clavándose la aldaba entre los
omoplatos. Ni queriendo lo hacía mejor.
Álvaro por su parte la observó curioso. Un brillo divertido se instaló en
sus ojos.
—¿Nos vamos? —dijo sujetándola por el brazo. Ella se quedó mirando
su mano —es por tu seguridad —explicó sucinto.
Genial, pensó Ana. Además de pensar que era medio imbécil, también la
creía patosa. Y aún estaban en su porche delantero. La tarde prometía.
Le abrió la puerta del coche en actitud caballerosa. Era de alta gama tipo
todoterreno. El silencio se instauró poniéndola nerviosa.
—¿Dónde vamos?
—Había pensado ir a Santa Paula, si te parece bien.
Se quedó sorprendida. Santa Paula era un pueblo costero a poco más de
veinte kilómetros que en temporada veraniega, era muy turístico pero que en
esos momentos pre navideños, no imaginaba que tuviera mucho ambiente.
—Me parece bien. Me sorprende un poco, pensaba que nos quedaríamos
por aquí, ya sabes...
Ana gestículaba más de lo necesario. Quería parecer natural, distendida,
sólo que le estaba costando la vida.
—No creo que te sientas cómoda saliendo conmigo con todos tus
vecinos mirando.
El estómago se le cayó a los pies.
—Álvaro, no estamos saliendo, quiero decir que sí que vamos a
tomarnos algo, pero eso no es salir como salen las parejas, somos
compañeros de trabajo y los compañeros se toman un café juntos y...
—Yo no salgo con compañeros de trabajo.
Se le secó la boca. Se humedeció los labios con la punta de la lengua.
—Bueno... Es una forma de hablar, ya sé que no somos estrictamente
compañeros pero trabajamos en el mismo sitio y...
—Ana, yo no salgo con ningún compañero de ningún tipo —eso era
hablar claro.
¿Qué maldita cosa decía ahora?
—Ya. Bueno, también somos vecinos... —Álvaro la miró un instante. A
ella se le aceleró la frecuencia cardiaca —yo tengo unos vecinos muy
agradables, incluso quedamos alguna vez para tomar un café, bueno menos la
señora Sibina, ella prefiere el té y a ser posible con un poquito de licor dice
que así mantiene sus arterias limpias y... Bueno que somos vecinos.
Se pararon en un semáforo. Álvaro se giró hacia ella contemplándola
con su hermetismo habitual. Ana le devolvió la mirada intentando encontrar
alguna pista de qué estaba pensando. Con premeditación deliberada, Álvaro
lentamente le acarició la parte posterior del cuello. Ana estaba convencida
que podía sentir los latidos desbocados incluso allí. Con la misma lentitud, se
acercó a ella y ejerciendo cierta presión, le obligó a su vez a acortar la
distancia entre los dos. Cuando casi saboreaba sus labios, el sonido de un
claxon rompió el encantamiento. Con un movimiento fluido, la soltó y volvió
su atención a la carretera.
Ana comprobó de manera empírica, que un ser humano podía estar sin
respirar y no morir en el proceso.
Empezó mentalmente a reprocharse su pasividad. Debía pensar que era
una mujer desesperada, tenía que decir algo, eso lo sabía, lo que no tenía tan
claro era el qué.
—Álvaro... Creo que sin pretenderlo, te he dado una imagen que no se
corresponde con la realidad... Quiero decir que no estoy buscando liarme con
nadie...
—Me alegro de saberlo.
—¿Te alegras? Quiero decir que por supuesto... Que yo también me
alegro de que lo entiendas porque...
—Yo tampoco quiero liarme como tú dices.
Ana le sonrío mucho más tranquila.
—Me alegro mucho —Ana sonreía como si se hubiera quitado de
encima un gran peso —soy una firme defensora de hablar claro, así evitas
malos entendidos y puedes relajarte sin estrujarte el cerebro imaginando lo
que puede estar pensando el otro, Yo...
Álvaro se paró en el arcén. Como sus movimientos eran tan pausados,
Ana no se asustó, imaginó que había un motivo lógico. Cuando iba a
preguntar se encontró abrazada con firmeza. Abrió la boca para protestar,
momento que aprovechó Álvaro para besarla con firmeza. Fue un beso lento
y profundamente sensual.

Álvaro profundizó el beso. La boca de Ana estaba pensada para besar,


tenía los labios llenos, carnosos, era una delicia y su sabor lo estaba
volviendo loco. Se separó poco a poco, Ana se inclinó un poco más sobre él
para evitar la pérdida de contacto. Sus manos, estaban enredadas en su pelo,
estaba seguro que ella no era consciente, era una mujer sensual.
—Ahora ya lo sabes —dijo manteniéndola abrazada —quiero más Ana.
—¿Más?
—Todo. Quiero conocerte, saber que helado te gusta y que comida te
hace fruncir la boca, descubrir tus rincones secretos y desvelarlos uno a uno.
Compartir una cena tranquila y un desayuno en la cama.
Sin palabras. Ana se había quedado sin palabras. Todavía estaba entre
sus brazos mirándolo a los ojos. No podía mirar a otro sitio de cerca que lo
tenía, de hecho si se acercaba un milímetro más, bizquearía. Se apartó
bruscamente. Curiosamente se sintió sola, desprotegida. Era absurdo. Toda la
desazón volvió con la fuerza de un ciclón. La embargo la más absoluta
vergüenza. Quería irse a su casa, esconderse en la cama con la cabeza tapada
y olvidarse del mundo y que el mundo se olvidara de ella. Pensó en su
marido. Tenía ganas de llorar. Se pasó la mano por el pelo en un intento de
sosegarse.
—Creo que sería mejor volver —su voz le sonó extraña incluso a ella
misma.
Álvaro la miró fijamente. Podía leer en su rostro como en un libro
abierto. Se había precipitado. Había sido una torpeza por su parte.
Tenía que pensar muy bien su siguiente movimiento, había descubierto
su juego demasiado pronto. La partida dependía de hacer jaque a la reina sin
que ella lo viera venir. Una retirada a tiempo era una victoria.
—Lamento haberte asustado Ana —Ana le miró con los ojos muy
abiertos.
Ana no sabía qué decir.
—Yo... No sé si estoy preparada para una relación, no importa de qué
clase.
Evitaba mirarlo. Álvaro se recriminó mentalmente. Sara jugaba con el
asa del bolso nerviosa y era dolorosamente consciente de que estaba
avergonzada.
—Ana, no te voy a engañar. Quiero ir tan lejos como los dos deseemos
pero los tiempos los marcas tú. Seamos sólo amigos, si vemos que no puedes
o no quieres nada más, me conformaré con ser eso. Tienes mi palabra de que
no me acercaré ni te volveré a besar. En todo caso tienes mi permiso para
hacerlo tú si así lo deseas.
Ana lo miró rápidamente. Estaba sorprendida. Álvaro amagó una
sonrisa. Esa mujer jamás podría jugar al póquer. Perdería hasta la camisa.
—¿Me lo dices en serio? Sí yo no te beso tú no intentarás nada. ¿Es así?
—Tienes mi palabra.
Ana se quedó unos instantes callada. Era una delicia verla pensar.
—¿Sólo amigos?
—Sólo amigos.
Volvió a quedarse callada. Álvaro esperó pacientemente.
—¿Y tú como sabrías en el supuesto de que yo quisiera... Eh...Algo
más?
Álvaro sopesó qué responderle. Estaba claro que le estaba costando
mantener esa conversación pero aun así, era una mujer franca, sin dobleces,
la admiró más por ello.
—Yo lo sabré —vio el sobresalto que le produjo su respuesta —pero
igualmente serías tú la que tomarás la iniciativa.
Ladeó la cabeza para mirarlo escrutando su rostro.
—Entiendo. No he salido con nadie desde... Bueno desde hace mucho
tiempo y no tengo claro como proceder pero puedo empezar a partir de aquí.
Si quieres ser mi amigo, estoy dispuesta a intentarlo.
Se sintió absurdamente orgulloso de ella.
Álvaro sabía que la había presionado como un imberbe en su primera
cita. Tomó su mano entre las suyas y se la acercó a la boca. Escuchó como
contenía el aliento.
—A partir de ahora seré el perfecto caballero.
—Los... Ca… caballeros no besan así.
—Según el código de la caballería, es lícito besar a la dama en la mano.
—Ya. Pues creo que los besos eran en el dorso no en la palma.
Arrastró los labios lánguidamente por la zona sensible de su muñeca.
—Álvaro... Ejem —se aclaró la garganta —creo que eres muy peligroso.
Una genuina sonrisa, transformó el semblante del hombre.
—Me apetece algo más que un simple café. Conozco un sitio pequeño
que prepara las mejores hamburguesas de la comarca. ¿Te apetece?
Ana sopesó la invitación. Si decía que no, supo que no volvería a
proponérselo. Estaba segura de que tenía que decir que no, pero se sentía
atraída como la polilla al fuego.
—Me encantaría.
Álvaro sonrió y con un movimiento fluido, arrancó el motor.
—Pon algo de música si quieres —le propuso con un brillo peculiar en
los ojos.
Ana así lo hizo.
Las siguientes horas pasaron volando. Las hamburguesas resultaron
estar tan buenas como decía. Terminaron dando una vuelta por el paseo
marítimo, a pesar del frío que hacía. Sólo se cruzaron con un par de ciclistas
y un hombre con su perro. Fue una de las mejores tardes que Ana recordaba.
Hablaron de todo. De sus hijos, proyectos, incluso de sus matrimonios.
Entraron en un establecimiento que se encontraron por casualidad para
tomarse algo caliente y combatir el frío, y siguieron hablando. Ya era noche
cerrada cuando decidieron volver. En el camino de vuelta, reinaba un
ambiente cordial y distendido muy diferente al de horas antes. Ana se
sorprendió de lo tarde que era cuando llegaron a la puerta de su casa.
—Gracias por una tarde maravillosa Álvaro.
—Ha sido un placer. Espero repetir pronto.
—Seguro. A propósito. ¿Cuándo te vas?
—El viernes al mediodía.
Se mordió el labio, pensativa.
—Creí que era después de Navidad cuando marchabas a esquiar.
—No tengo nada que me retenga aquí. Mi hijo está con su novia y no
nos vemos hasta año nuevo, prefiero desconectar y relajarme en la montaña.
Algo se removió dentro de ella. No tener con quien pasar la Navidad era
uno de los pensamientos más deprimentes que se le ocurrían.
—Si te lo replanteas... Quiero que sepas que en mi mesa habrá un lugar
para ti. Siempre hay sitio para los amigos.
Álvaro se quedó de piedra. No se esperaba ese gesto tan generoso.
—Te lo agradezco pero son fechas para pasar en familia.
—Mi familia la componen las personas que comparten mi vida y eso
incluye a mis amigos. No tienes que contestar ahora. Sólo piénsalo.
Álvaro asintió.
—De acuerdo. Lo pensaré.
Ana sonrió encantada.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
Abrió la puerta del coche para bajarse pero en un impulso se volvió
hacia Álvaro y con timidez se acercó lo suficiente como para sentir su
respiración.
—Mi amiga Sara, me explicó el otro día que el beso de despedida es
perfectamente aceptable.
Álvaro no se movió ni un milímetro.
—Tu amiga Sara es una mujer muy sabia —dijo arrastrando las
palabras.
Ana se acercó lentamente, casi rozaba sus labios con los suyos, pero
Álvaro fiel a su palabra no hizo el menor intento por besarla. Eso la
envalentonó. Lo besó muy suave, casi como el aleteo de una mariposa.
Esperó. Álvaro no se movió ni un poquito. Estaba claro que lo que le había
dicho antes, lo dijo absolutamente en serio. Volvió a besarlo pero esta vez
presionando un poco más, Álvaro le devolvió el beso de manera pasiva. Ana
se separó sin soltarlo y con el ceño fruncido se lo quedó mirando.
—Al menos podrías poner algo de tu parte. Es un beso de despedida y...
No pudo terminar la frase. Álvaro la tomó entre sus brazos y le dio el
beso más caliente y abrasador que recordaba de toda su vida.
Ana estaba totalmente estupefacta.
—Buenas noches —dijo Álvaro en un susurro.
—Buenas noches —contestó todavía conmocionada.
Ana no supo como llegó a subir los tres escalones de su porche. Se le
habían aflojado las rodillas. Cuando abrió la puerta de su casa, Álvaro
arrancó el motor y se fue. Cerró la puerta y se apoyó en ella suspirando.
Había sido una tarde maravillosamente diferente. Tenía cuarenta y seis años
pero se sentía como una jovencita de veinte. Subió descalza las escaleras,
entró en su dormitorio y se preparó para ir a dormir. Había sido un día muy
largo.
Por su parte Álvaro llego a su casa en un estado de frustración como
hacía mucho que no sentía. Cuando la vio acercarse para darle un beso de
despedida, se agarró al asiento con todas sus fuerzas.
Había prometido que no tomaría la iniciativa para no asustarla, claro que
no se esperaba que al contenerse, ella lo incitara más. Había sido un momento
cargado de erotismo. Cuando se quejó frustrada de su falta de colaboración,
se fueron al traste todos sus buenos deseos y la besó como se moría por
hacer. Claro que ahora tenía una erección imposible. Una mueca burlona,
cinceló su boca. Parecía una broma macabra, a sus cincuenta años casi, había
vuelto a su casa dos veces en una semana, en unas condiciones que si no
fuera porque le estaba pasando a él, sería para morirse de risa. A estas alturas
de su vida, sentir emociones viejas y olvidadas como si fueran nuevas, era un
regalo y pensaba disfrutarlo al máximo.
Capítulo XIII:

¡César había venido a la tienda!


Sara se quedó impactada. Estaba atendiendo a una clienta e hizo como
que no lo había visto. Al menos intentó que pareciera que no se había dado
cuenta.
Por el rabillo del ojo, Sara vigilaba todos sus movimientos, estaba
paseando ocioso. Ella siguió atendiendo a la clienta pero ya no estaba tan
implicada en la venta. Cuando Raquel se acercó a preguntarle, él le sonrió
atento. La clienta no se decidía entre un producto u otro, y Sara empezaba a
impacientarse. Raquel seguía hablando con César y lo que en un principio le
molestó, ahora la tenía claramente de mal humor. La clienta le preguntó por
otro producto y no tuvo más remedio que atenderla, podía decirle a su
dependienta que dejara de perder el tiempo, pero no quería que se mal
interpretara y pensara que estaba celosa, sobre todo cuando era total y
absolutamente falso. Claro que eso no ayudó a que le mejorara el humor.

César por su parte, ya no sabía qué mirar. Había estado remoloneando


por la tienda haciendo tiempo hasta que Sara acabara de atender, supo el
instante exacto en que ella se dio cuenta de su presencia. No lo saludó.
Supuso que prefería mantener las apariencias pero le picó en su orgullo más
de lo que cabría esperar. Una dependienta muy amable, lo atendió de forma
muy cordial, se percató de que Sara apretaba los labios y tensaba un poquito
la espalda. Eso le subió la moral de manera instantánea. Le dio conversación
a Raquel desplegando todo su encanto, cuando le llegó el aire enrarecido, de
su pequeño dragón, todas las dudas que le surgieron la noche anterior, se
esfumaron por ensalmo. Vio a Sara acercarse con una sonrisa muy lejos de
ser cordial. Los ojos le brillaban de forma prometedora.
—Hola César. Qué sorpresa más agradable —se acercó enlazándolo por
la cintura y ofreciéndole la boca demandando un beso. César sonrió con
satisfacción masculina.
—Hola preciosa —le rozó los labios con un beso. Vio que fruncía el
ceño. ¿Qué esperaba? ¿Qué se abalanzara sobre ella en medio de la tienda?
—Raquel querida. Termina tú de atender y cierra después ya es casi la
hora —la sonrisa no le llegaba a los ojos mientras hablaba y puso especial
cuidado en seguir abrazada y que la dependienta lo viera.
Eso era una declaración de intenciones. A César la moral le subió varios
enteros. Se había excitado. Últimamente, cualquier cosa que tuviera que ver
con Sara lo ponía al nivel de un macho cabrío, no era la comparación más
halagüeña pero reflejaba de forma fidedigna, su estado.
—¿Qué haces aquí César? —la pregunta sonó sospechosamente a
censura.
—Estaba preocupado, el mensaje era bastante críptico —ella frunció el
ceño.
¿Qué le pasaba? Se preguntó César. Hacía un momento estaba toda
dulce y cariñosa y ahora daba la sensación de que le molestaba que se hubiera
pasado a verla.
—Bueno, no había mucho que contar —lo soltó poniendo distancia entre
ellos —cosas de familia.
César la miró detenidamente.
—Pensé en invitarte a almorzar.
Sara se puso a organizar los diversos muestrarios que había encima de
una mesa central, estaba nerviosa y César no entendía por qué.
—Tengo mucho trabajo pendiente...Pensaba adelantar faena y comer
algún sándwich...
Evitaba mirarlo. César desistió en su intento de entenderla. Las mujeres
eran en ocasiones, seres contradictorios.
—Ya. Lamento haberte molestado, no volverá a suceder —dijo con tono
frío —Me voy. Ya nos llamamos —dijo a modo de despedida. Estaba casi en
la puerta más enfadado de lo que tenía intención de reconocer, cuando la
escuchó.
—¡César! —Sara lo llamó sin ser consciente. No quería que se fuera. Se
acercó mirándolo con miedo —no te vayas... Por favor.
César no sabía qué pensar. Lo único que tenía claro es que pasaba algo y
fuera lo que fuese, estaba asustada. La agarró por los brazos escrutando,
buscando respuestas en su rostro. Los ojos brillantes y el gesto contenido le
golpearon en el pecho como un puñetazo. La abrazó con fuerza apoyando la
barbilla encima de su cabeza.
—Vámonos —ordenó. Lo bueno de vivir encima del negocio era
precisamente eso, en pocos minutos estaban en el salón de casa de Sara.
—Sara preciosa ¿Qué pasa? Y no me digas que es algo familiar.
Sara no sabía como, pero verlo en su negocio sonriendo y hablando con
Raquel, le había afectado más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Con meridiana claridad, supo lo que tenía que hacer. César estaba
escalando puestos en su escala piramidal a una velocidad vertiginosa. Ahora
perderlo le dolería pero lo superaría. Si eso sucediera más adelante, la
destrozaría. Simple y llanamente.
—Tengo que contarte una historia. No pensaba explicarte nada, creo que
si me paro un segundo a pensar, probablemente me arrepienta —una mueca
que intentaba ser una sonrisa pero que lastimosamente quedó en una pobre
imitación, cruzó su rostro —ayer no había un problema familiar —tomo aire
inspirando profundamente —yo tenía el problema.
—Sara nena. No necesito que me expliques nada —estaba acuclillado
delate de ella, le acariciaba las manos con las suyas.
Sara las miró embelesada, tenía unas manos preciosas, volvió a inspirar
buscando el valor que necesitaba. El olor a él, mezclado con su perfume
inconfundiblemente masculino, inundó sus fosas nasales. Se perdió en sus
bellos ojos, profundos pozos insondables que la miraban con preocupación.
Acunó su rostro con ternura, besándolo despacio, no se daba cuenta lo mucho
que decían sus caricias.
César era plenamente consciente. Un curioso vuelco en el corazón, le
robó por un instante el aliento.
—César siéntate por favor. No, a mi lado no. Ahí en el sillón —César la
miró arqueando una ceja pero no dijo nada. Estaba claro que Sara necesitaba
espacio, empezaba a comprender que algo la turbaba de forma poderosa. Si
necesitaba un caballero de brillante armadura... La suya estaba un poco
oxidada pero lo compensaría con el deseo de matar los dragones que hicieran
falta. Un instinto protector que ignoraba que tenía, se instaló en su fuero
interno.
—Mañana voy a recoger un galardón en nombre de la asociación con la
que colaboro y de la que soy miembro fundador. Es una asociación de ámbito
privado que básicamente se sostiene de donaciones privadas y del trabajo que
allí se realiza en los distintos talleres de confección. Muchas de las creaciones
de mi tienda, son de estos talleres. Las mujeres que viven allí, han sido
víctimas de abusos en todas sus manifestaciones, se las ayuda y se les enseña
un oficio, hasta que de alguna manera, vuelven a reinsertarse en la sociedad.
También tenemos conciertos con algunas empresas donde estas mujeres
pueden desarrollar un trabajo digno. Cuando una de ellas sale por la puerta,
tenemos veinte esperando para ocupar su lugar. Esta asociación empezó hace
ya casi veinte años, desde luego hemos recorrido un largo camino desde
entonces. La... La mayoría de las mujeres son ex prostitutas, muchas de ellas
han tenido que empezar de cero, vienen de países del Este o de África, con
los problemas añadidos del idioma, culturales y religiosos. Estas mujeres, no
pueden volver a sus países de origen, porque las repudiarían e incluso en el
caso de algunas, son sus propias familias quienes las vendieron a estas
mafias. No todos los casos son éxitos, ni mucho menos, pero el porcentaje es
bastante alto y es lo que nos empuja a seguir. Incluso tenemos mujeres
reinsertadas con vidas estables que a día de hoy, participan en programas de
ayuda como voluntarias.
Hizo una pausa mirando a César, intentando descifrar qué estaba
pensando.
—Sara, me has dejado sin palabras... Es fantástico, en serio, es una labor
magnífica...
César estaba sorprendido y maravillado.
Sara hizo una mueca. Las cosas no eran como empezaban...
—Bien... —tomó aire inspirando profundamente —como te he dicho,
soy junto a Gloria, una de mis mejores amigas, bueno, realmente es mucho
más, es mi familia, somos las dos miembros fundadores. Nos conocimos
cuando nosotras mismas...éramos víctimas de una de esas redes…
Sara le explicó todo. Sin paños calientes. Estaba segura de que César,
saldría por la puerta y se convertiría en un recuerdo.
Mucho más tarde…
El silencio era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. La cara de
César parecía esculpida en granito. Su gesto contenido no delataba sus
pensamientos, sólo el brillo de sus ojos refulgían con fuerza.
Sara no sabía qué pensar. Lo único positivo era que cuando se marchara,
ella se repondría con más facilidad, nunca le reveló a nadie su secreto hasta
ahora, nunca nadie le importó tanto.
—Mira César, entiendo que esto...Ha sido para ti una sorpresa y no
precisamente agradable, sí te lo he contado ha sido porque creo que aunque
llevamos poco tiempo juntos, lo nuestro empieza a tomar un cariz más...
Profundo. Creo que es mejor como se dice, cortar por lo sano y...
—¿Me estás diciendo que me vaya? —preguntó peligrosamente
tranquilo. No se había movido. Sólo un sutil cambio en su expresión.
—Bueno... Si. Creo que es lo mejor.
César se acercó con la agilidad de un felino, se abalanzó sobre ella
encerrándola entre sus brazos, acorralándola contra el respaldo del sofá. Sara
soltó un grito sin poder evitarlo, mientras el hombre permanecía con la
mirada fija en su rostro.
—¡César me estás asustado! —dijo intentando discernir sus intenciones.
—Parece ser que no he dejado claras mis intenciones —dijo arrastrando
las palabras —tienes la errónea impresión de que voy a salir corriendo.
¿Impresión?
¡Había estado total y absolutamente convencida!
Sara asintió con la boca seca.
—Soy muchas cosas pero jamás he sido un cobarde. Lucho por lo que
quiero —hizo una pausa mirándola intensamente —y te quiero a ti Sara.
César se apoderó de su boca en un asalto brutal, eso no era un beso. Era
posesión en estado puro. Desabrochó la blusa femenina, sin despegar la boca
de sus labios, mientras la mantenía prisionera entre sus piernas. El sonido del
tejido al romperse alteró a Sara. Intentó apartarlo pero no consiguió moverlo
ni un ápice. El calor corporal de César iba más allá, traspasando la frontera de
su propia piel. Estaba ardiendo. Sus manos estaban por todas partes, la boca
demoledora dejó un rastro de fuego enardeciendo sus sentidos. La espiral de
deseo, amenazó con ahogarla.
César se separó un momento para quitarle lo que le quedaba de ropa, él a
su vez, se arrancó la camisa por encima de la cabeza sin molestarse en
desabrocharla. El deseo titilaba en sus ojos, y con un brillo depredador, se
arrodilló lentamente entre sus piernas, devorándola con la mirada, donde
antes la impaciencia primaba, ahora un cambio de ritmo, se impuso.
Comenzó a acariciarle los tobillos, lentamente, mientras aquella boca
lujuriosa, seguía besando cada porción de piel. El rastro húmedo de su lengua
desde el empeine hasta el hueco sensible de la rodilla, envió descargas
eléctricas a la columna de Sara, creando pequeñas convulsiones, incluso en
los músculos uterinos. Una mano inquisidora, fue subiendo lentamente, Sara
sin poder evitarlo, levantó las caderas en un ruego silencioso. Una pequeña
sonrisa suavizó los rasgos masculinos. Muy despacio se perdió entre aquellos
pliegues resbaladizos. Un jadeo inarticulado, escapó desde lo más profundo
de la garganta femenina, el placer se extendió sobre Sara como olas en un
océano.
—Dime qué quieres Sara —ordenó con voz pastosa.
Sara no podía articular una palabra, mucho menos una frase coherente.
—¡Dímelo! Quiero escucharlo.
—Yo... necesito... yo... quiero... por favor César, te necesito.
César seguía acariciándola con movimientos desesperadamente lentos.
Prometiendo el cielo pero manteniéndola suspendida al borde del mismísimo
infierno.
—No es suficiente.
—Quiero... Quiero sentirte dentro de mí.
Una sonrisa cargada de deseo marcó los ángulos del rostro masculino.
Sara movía la cabeza de un lado a otro, perdida en una vorágine de
sensaciones que empezaban y terminaban en el hombre al que sabía, que
empezaba a amar más que a su propia vida. Se le escapó un quejido, casi un
sollozo.
—No pares...por lo que más quieras, no pares —suplicó en un susurro.
César se inclinó sobre ella, introdujo las manos por debajo de sus
glúteos izándola, hundiendo su boca en el centro mismo de su ser.
Siguió acariciando con su lengua mientras sus dedos, presionaban dentro
de aquella vaina resbaladiza. Sara sentía su centro hipersensible, cercano al
dolor. No era dueña de sí misma. Él mantenía apenas, los jirones de control.
Se apartó y con un impulso, se enterró en ella. Jadearon al unísono.
—Sara... no voy a poder aguantar mucho... estoy al límite...
Sara estaba excitada y sentirlo dentro de ella, la impulsó a moverse con
renovado vigor.
—¡Sara! —un grito agónico surgió como un estertor de la garganta
masculina, mientras con una profunda estocada, se vaciaba en su interior. Los
espasmos eran tan fuertes que parecían pequeñas convulsiones. Le quemaban
los pulmones. Se había olvidado de respirar. Tan intenso fue el orgasmo que
recorrió todo su ser, que se le doblaron las rodillas.
César se dejó caer, jadeando. Supuso que ella también había alcanzado
el orgasmo pero por su vida que no había podido controlar su ímpetu. El
deseo de marcarla se había vuelto en su contra siendo él, el poseído. Quiso
volverla loca de necesidad pero fue engullido por la más pura y descarnada
pasión.
Le besó en el hombro, sintiendo todavía la sangre rugir en sus oídos.
—Te quiero Sara —sintió la necesidad de decirlo, sin tapujos.
Sara se removió debajo de él, buscando su boca.
—Creo que yo también te quiero —dijo apenas en un susurro.
—¿Sólo lo crees?
Sara esbozó una tímida sonrisa. Estaba bellísima.
La abrazó con fuerza. Supo sin el menos atisvo de duda, que era la
mujer de su vida.

Mucho más tarde, estaban sentados en la barra de la cocina, César


descorchó una botella de vino. Se habían dado una ducha y cambiado de
ropa. Quedaban muchas cosas de qué hablar pero el escollo más importante,
lo habían superado.
—¿A qué hora es mañana la entrega de premios? —preguntó César con
tono neutro.
—A las doce —contestó Sara sin mirarlo. Sabía que no saldría corriendo
pero eso no quería decir que estuviera todo solucionado. Las dudas surgían.
Era inevitable.
—Bien. ¿Quieres que venga a recogerte o nos vemos allí?
—No es necesario ni lo uno ni lo otro. Te lo agradezco César en serio
pero...
—Creo que no me he expresado bien. Voy a ir. Sólo te pregunto si paso
a recogerte.
César supo que estaba rehuyendo la situación. No tenía intención de
ceder, sería bueno que se fuera haciendo a la idea lo más pronto posible.
—Mira, sé que quieres apoyarme y todo eso pero el día de mañana va a
ser muy difícil para mí. Saber que estás entre el público, sólo va a conseguir
ponerme más nerviosa.
—Al contrario princesa, entre todas esas caras desconocidas, sabrás que
yo estaré allí para ti.

Sara estaba desbordada, era la única explicación a las ganas de llorar que
tenía. Las últimas semanas habían sido estresantes en más de un aspecto y
todo eso sumado al enfrentamiento con Gloria y la conversación con César,
la tenían al borde de las lágrimas. Escucharle decir que estaría allí para ella,
era demasiado, tenía los nervios a flor de piel.
—Prefiero ir sola si no te importa.
—Como quieras —le molestó pero lo disimuló con una sonrisa que no le
llegó a los ojos.
Sara bebió un trago de vino con expresión ausente. Después de empezar
a contarle su vida, sentía la necesidad de explicárselo todo. No quería
secretos, ya no.
—César, me gustaría terminar de explicarte... Bueno, me quedé a
medias.
César con una sonrisa diabólica dejó su copa de vino.
—Tenía la impresión de haberte dejado satisfecha —Sara sintió como se
ruborizaba.
—¡No seas tonto! —la sonrisa de César, se hizo más profunda mientras
un brillo de pura diversión, suavizaba su rostro.
—No me digas que mi pequeño dragón se ruboriza a estas alturas —
murmuró con sorpresa.
—¿Tu pequeño dragón? ¿En serio? —el gesto ofensivo, le arrancó una
carcajada de pura dicha.
Sara no pudo dejar de notar que tenía una risa muy bonita. Bronca y
muy, muy sexy.
—Eres un pequeño dragón que en ocasiones echa fuego pero también
eres una preciosa gatita a la que hago ronronear de placer.
Sara frunció el ceño, no tenía muy claro si ofenderse o sentirse halagada.
—Sara cariño, sé que para ti es importante explicarme lo que sea que
quieras decirme, yo también quiero saberlo y después pasaremos página. Tu
pasado no va a condicionar nuestro presente y mucho menos, nuestro futuro.
Eso puedo prometértelo.
Otra vez las malditas ganas de llorar.
—He sido una persona horrible... César cuando sepas lo mal que me he
comportado con las personas que más quiero, en fin...
César la agarró por el mentón, obligándole a mirarlo a los ojos.
—Escúchame. No hay nada que me puedas decir que me haga salir
corriendo. Aunque me confesaras que has matado a una persona. ¿Me
entiendes? ¡Nada!
Sara asintió. Su labio inferior temblaba y los ojos anegados de lágrimas
hacían de su cara un cuadro enternecedor. César sintió un tirón a la altura del
pecho. La acercó más y la besó porque era lo único que podía hacer.
El sabor del vino se entremezclaba con su propia esencia, volviéndolo
casi loco de deseo. No entendía que le pasaba con Sara, pero lo hacía sentir
como un adolescente con su primera mujer.
Apoyó su frente en la de ella, buscando tranquilizarse, si Sara supiera lo
que estaba pensando en esos instantes, pensaría que era un obseso sexual, al
final la que saldría corriendo sería ella, pensó con ironía.
—Cuéntame lo mala que eres.
Sara suspiró. César era un milagro. Su milagro. Tenía miedo de creer.
Empezaba a vislumbrar el poder que ejercía sobre ella. Eso la aterraba. Podría
hacerle tanto daño…
—Ayer fui a ver a Gloria...
Ana tenía fiesta ese viernes, de hecho era su primer día de vacaciones
navideñas. Parecía mentira pero había pasado otro año, otro más sin Xavi. El
conocido dolor que sentía al pensar en su marido, iba lentamente
atenuándose, siempre lo echaría de menos, lo quiso con locura pero también
era cierto que la vida continuaba. Ese día era un día importante en la vida de
Sara. Era el día. En poco más de dos horas, recogería el galardón y daría el
discurso. Le estaba dando vueltas al tema cuando escuchó el sonido de la
puerta principal. No esperaba a nadie. Se asomó a las escaleras para ver quién
había llegado. Eran sus dos hijas y Sergio. Eso no se lo esperaba.
—¿Qué hacéis aquí?
—Buenos días a ti también —dijo Clara con una sonrisa irónica —
vamos contigo a la entrega del galardón.
Se sorprendió. Ni siquiera sabía que ellas sabían algo. Bajó las escaleras
lentamente.
—¿Como os habéis enterado?
—César —dijo Júlia con un brillo sospechoso en la mirada.
—¿Perdona? ¿Has dicho César? —ahora sí que no entendía nada.
—Aja. Nos ha mandado un mensaje. De hecho no creo que tarde.
—Me he perdido.
—Parece ser que tía Sara, habló con él y le explicó todo. César se
ofreció para acompañarla hoy pero ella no ha querido. Entonces nos ha
llamado y nos lo ha contado, tengo que decir que el pobre pensaba que ya
sabíamos de que hablaba, lo cual no era posible porque nadie nos había
explicado nada —dijo Clara con toda intención —después de una charla muy
esclarecedora, hemos quedado que iríamos todos juntos para apoyarla.
Ana se quedó mirando a su familia con expresión culpable.
—Hasta hace apenas dos días, no sabía que Sara pensaba ir a recoger el
premio. Y por otra banda, el tema de Gloria, es algo muy personal y no me
tocaba a mí dar explicaciones.
—¡Oh! Vamos mamá. ¡No me salgas con esas! ¿Cuándo vas a empezar
a darte cuenta de que hemos crecido? Ya no somos unas niñas —dijo Clara
indignada —no tiene sentido, al menos para mí, que un extraño nos revele
una parte muy importante de la vida de tía Sara.
—Mamá, estoy con Clara, somos una familia pero parece ser que sólo lo
recuerdas cuando te interesa —acotó Júlia dejando claro que esta vez no la
apoyaba.
Ana se las quedó mirando de hito en hito. Después se giró un poco para
abarcar a su yerno, Este a su vez, la miraba con cierto aire socarrón.
Estaba disfrutando del rapapolvo que estaba recibiendo. Ana empezaba
a darse cuenta, de que Sergio tenía una vena canallesca y un sentido del
humor de lo más irritante. Suspiró.
—Lo lamento —dijo humildemente —tenéis razón. Tengo que empezar
a pensar que sois dos mujeres adultas. Lo siento.
Sus hijas la miraron valorando si era sincera. ¡Lo estaba diciendo en
serio! ¿Por qué no la creían? La respuesta llegó sola. Se olvidaba demasiadas
veces que habían crecido.
—De todas maneras. ¿No tendríais que estar trabajando? ¿Todos? —dijo
mirando a su yerno con toda intención.
—Yo empiezo hoy vacaciones —dijo Sergio con una sonrisa inocente.
—Yo casi. Teníamos hoy jornada intensiva. He pedido un favor —
explicó Júlia.
Su hija pequeña, de pronto se había quedado extasiada observando el
suelo.
—¿Clara?
—Bueno...yo...He llamado y he dicho que no me encontraba bien...
Gastroenteritis.
Ana la miró mordiéndose la lengua.
—¿César viene aquí?
—Eso mismo. Es más, no creo que tarde —dijo Sergio mirando el reloj
—por cierto ¿En esos sitios no ponen Buffet libre?
Sergio era increíble, pensó Ana. Estaba segura que tenía una pierna
hueca donde almacenaba todo lo que comía.
—No tengo la menor idea.
Sonó el timbre de la puerta principal.
—Ese debe de ser él —dijo Júlia.
Ana fue a abrir.
—Hola Ana —dijo César. Llevaba un traje de dos piezas y corbata.
Recién afeitado y el cabello ligeramente húmedo. Tenía que reconocer que
estaba impresionante. Sólo sus ojos delataban las turbulentas emociones de
que era preso. Eso y las ojeras que aunque tenues, rebelaban lo poco que
había dormido.
—Tengo que decir que no sabía que vendrías hasta hace poco, claro que
para el caso, tampoco sabía que mi familia había estado confabulando a mis
espaldas.
Un amago de sonrisa, cinceló la boca de César.
—Pasa —dijo invitándolo —los chicos están en la cocina.
Cuando lo vieron los demás, lo saludaron afectuosamente. Como si de
un viejo amigo se tratara. Ana los observó a todos meditabunda. Daba la
sensación de que encajaba como un guante con su familia. Pero su familia
eran de todo menos normales, las últimas semanas, eran testigo mudo de que
aceptaban con naturalidad, cosas que a otros les hubiera dado un tabardillo.
—Estás guapísimo César —dijo Clara a modo de saludo con su
desparpajo habitual —le estábamos diciendo a mi madre, la conversación tan
interesante que tuvimos.
César hizo una mueca al escucharla.
—Si bueno, Sara siempre dice que sois una piña, entendí que en estos
casos es cuando más hay que demostrarlo —hablaba en general pero miraba a
Ana con toda intención.
—Y lo somos —dijo Sergio con una gran sonrisa —en esta familia te
puedo asegurar que no te aburres.
Las chicas se rieron entre dientes.
—Bien. Parece ser que al final Sara te explicó...Algunas cosas de su
vida —soltó Ana intentando averiguar cuánto sabía.
Este la miró curioso.
—Al parecer sí —dijo sucinto.
Las chicas se dieron cuenta al instante del cambio de actitud en César,
había sido cordial hasta ese momento. Ahora parecía alerta.
—No quiero parecer indiscreta pero me preocupo por mi amiga,
sinceramente yo siempre defendí que no se ocultara pero no te conozco lo
suficiente y quiero saber cuáles son tus intenciones.
Se podía decir más alto pero no más claro.
—Mamá ¿Le estás preguntando a César que te diga si tiene intención de
casarse con tía Sara? —dijo Clara en tono de guasa.
Ana cerró los ojos durante un segundo rogando paciencia. Su hija
pequeña iba a ser la causa de su muerte prematura. Estaba convencida.
—¡Eres tonta Clara! —dijo Júlia molesta —mamá no está diciendo eso,
so boba.
—Pues lo parece. Y como me vuelvas a decir boba, te vas a arrepentir
—advirtió Clara frunciendo el ceño.
—Creo que César me ha entendido de sobras. ¿No es cierto? —
preguntó.
César por su parte las miraba con aire reflexivo.
—También sería interesante saber porqué tú no les habías dicho nada a
ellos —atacó con un tono suave.
Ana abrió los ojos con sorpresa.
—Pensé que era algo muy difícil para Sara y ella no les había dicho
nada con lo cual entendí que prefería que no lo supieran.
—Me parece que distes demasiadas cosas por supuestas. Sara no tiene
claras sus ideas en Este momento, si hubiera tiendo más tiempo, estoy seguro
que ella misma lo habría contado pero tú sí tendrías que haberlo sabído.
Ana empezaba a perder la paciencia. No estaba dispuesta a aceptar
críticas de alguien que prácticamente era un desconocido. Era irónico que ella
hubiera sido su más firme defensora, empezaba a arrepentirse.
—César mi madre siempre hace las cosas pensando en los demás. No
estás siendo justo con ella —dijo Júlia sintiendo la necesidad de defender a su
madre.
—Es cierto. Puede parecer en ocasiones un tanto arbitraria pero se
cortaría su mano derecha antes que hacerle daño a alguien de la familia —
señaló Sergio demostrando lealtad. Eso emocionó a Ana.
—¿Sabes César? Creo que has entendido mal la situación. Te
agradecemos que nos llamaras y nos explicaras lo de hoy pero de ahí a que
creas que puedes venir a nuestra casa a censurar a mi madre hay un abismo.
Estás pisando hielo fino.
César miró a Clara con cierta sorpresa, de las dos sobrinas de Sara, esta
era la más jovial y abierta, de hecho le había caído genial cuando se la
presentó pero ocultaba una faceta de tigresa que no se lo esperaba. Observó
que Sergio no estaba ni un poco sorprendido.
—No era esa mi intención. Ana discúlpame —dijo cauto —sólo estoy
un poco alterado.
Clara lo observó con aire reflexivo.
—Lo entiendo. Supongo que estamos todos un tanto susceptibles. Bien,
entonces como dice mi madre. ¿Qué intenciones tienes con tía Sara? —
preguntó risueña.
Se escucharon unas risitas por parte de Sergio.
—Es como un perro de presa —dijo orgulloso.
—Eso es algo entre Sara y yo.
—Para nada. Si quieres formar parte de la vida de Sara, vete haciendo a
la idea que es algo de todos —dijo Ana.
—Las cosas de pareja se dilucidan en pareja.
—Las cosas de familia se dilucidan en familia —perseveró Ana.
—No soy miembro de vuestra familia —replicó con tozudez. César no
estaba acostumbrado a dar explicaciones de su vida.
—¡Ah! Esa es la cuestión. Sí quieres serlo alguna vez —soltó Ana
sagaz.
—Pues francamente no lo sé.
César se cruzó de brazo, no pensaba permitir un interrogatorio respecto
a su relación con Sara.
—César, no te enfades con nosotras. Lo cierto es que nos caes bien y
creemos que eres bueno para tía Sara, pero nos preocupa que vuelva a sufrir,
sólo necesitamos saber si te preocupa lo suficiente y valoras al ser humano
que hay detrás de la imagen autosuficiente que vende a los demás. Nos
mueve el cariño que le tenemos —dijo Júlia apoyando su mano en el brazo de
César.
Se aclaró la garganta.
—Conozco a Sara desde no hace mucho como ya sabéis, pero siento...
Es una persona muy importante para mí, no puedo explicarlo mejor —hasta
ahí era todo lo que pensaba decir.
Al parecer fue suficiente. El ambiente cambió de forma drástica.
—Con eso nos basta —dijo Ana con una tibia sonrisa —Me consta que
en estos momentos está aterrorizada, sólo quiero que sepa que la apoyamos y
que la queremos y lo más importante de todo, la protegeremos de cualquiera
que quiera hacerle daño.
Eso era una declaración en toda regla.
—En ese aspecto, puedo aseguraros que estoy totalmente de acuerdo.
Nadie le hará daño y saldrá indemne —prometió César solemne. Recordaba
las lágrimas de Sara la noche anterior. Se le rompía el alma de imaginar lo
que había tenido que vivir su pequeño dragón. Tenía ganas de matar a alguien
y la frustración de saber que no podía, por llegar veinticinco años tarde, era
más de lo que podía en esos momentos asimilar. Su instinto de protección
estaba totalmente alerta. Si alguien pretendía hacerle daño a su mujer, se
llevaría una desagradable sorpresa.
—Entonces creo que estamos todos de acuerdo —dijo Clara rompiendo
el silencio —creo que encajarás en esta familia.
César arqueó una ceja ante ese comentario.
—Te lo agradezco. Vosotros también me caéis bien —no sabía que más
decir. Se sentía un poco incómodo, no estaba habituado a hablar tan
abiertamente de sus sentimientos, cosa que parecía normal en aquella familia.
—Creo que tenemos que ponernos en marcha si no queremos llegar
tarde —dijo Ana mirando el reloj. En ese momento sonó su teléfono móvil.
Era Álvaro —esperarme un momento, no tardo.
Se fue al salón y cerró las puertas, no quería que su familia escuchara la
conversación.
—Hola Álvaro.
—Hola pequeña —dijo afectuoso. La sorprendió el apelativo cariñoso
—¿Como estás?
—Bien. ¿Y tú? —se sentía torpe.
—Bien. Del uno al diez. ¿Cuánto te gustan las sorpresas? —Ana se
quedó parada.
—Supongo que si son agradables, diez.
—Creo que esta es agradable —aseguró misterioso.
—¿Y si no lo es? Quiero decir que no sabes lo que me gusta...
—Pero lo pienso averiguar —dijo interrumpiéndole —¿Sobre qué hora
estarás en casa esta tarde? —preguntó.
—Supongo que a partir de las cuatro más o menos. Me estás poniendo
nerviosa. Dime qué es.
Álvaro se rió con aquella risa intima, que le hacía sentir mariposas en el
estómago. Era un sonido muy sensual. ¿De dónde había salido ese
pensamiento?
—Vas a tener que esperar. Te veo después, que pases un buen día... Se
me ocurre si los besos de buenos días también entran en nuestro acuerdo...
¿Tú qué dices? —preguntó con voz gutural.
Ana sintió como le daba un vuelco el corazón. Preguntarle eso a traición
era jugar sucio.
—Pues no lo sé, no nos vemos por la mañana para poder contestarte —
dijo evasiva.
—Pero eso tiene fácil solución. Si cuento con la promesa de un beso iré
todos los días a la puerta de tu casa para decirte buenos días.
—No es necesario —dijo cortante. Al otro lado de la línea, se volvió a
escuchar una carcajada —creo que burlarte de mí es muy rastrero, que lo
sepas —añadió altiva.
—No me burlo princesa, sólo me divierto. Ya me dirás cuando te vea
que has decidido.
—¿Qué he decidido de qué? —se había perdido. ¿Porque siempre que
hablaba con él tenía que parecer medio lerda?
—Si hay besos de buenos días, o besos de hola o sólo el beso de adiós
—murmuró.
Se le aceleró el torrente sanguíneo. Se acaloró y notaba sus mejillas
ardiendo. No estaba preparada para tener nada que ver con un hombre. Pensó
angustiada.
—Creo que acordamos que sólo habría besos si yo lo decidía así, quiero
decir que al igual no hay más, ni para despedirnos ni nada de nada. Sólo
amigos.
—Tienes razón pequeña. Será como tú decidas pero quiero que sepas
que desearía que me besaras cuando nos vemos porque lo desees tanto como
yo y te atormentes con el último porque es una despedida aunque
precisamente por eso, pongas el corazón en él —se le paró el corazón. Se
había lanzado en una carrera alocada y ahora se había parado. ¿Como le decía
esas cosas por teléfono? Sentía que su núcleo más íntimamente femenino,
estaba ardiendo. ¡Toda ella estaba ardiendo! Definitivamente no estaba
preparada para tener nada que ver con hombres en general y menos con ese
hombre en particular.
—Creo que te tengo que dejar. Me está esperando mi familia. Adiós.
—Adiós pequeña.
Colgó el teléfono y se lo quedó mirando como si tuviera la culpa de
algo. ¡Jesús! No estaba preparada, se dijo por enésima vez. Su experiencia
con hombres se limitaba al padre de sus hijos y a Xavi. Punto. El primero era
mejor no recordarlo y con Xavi siempre fue una relación fácil. Jamás la hizo
sentir incómoda o insegura. Además estaba el tema del legado familiar.
Suspiró mentalmente. No estaba preparada para ninguna relación. Cuando lo
viera se lo diría. Lo curioso es que después de tomar la decisión, no se sintió
mejor.
—¿Mamá? —la llamó su hija mayor desde la puerta del salón —te
estamos esperando. Vamos a llegar tarde si no nos vamos ya.
—Si por supuesto. ¿Como lo hacemos? Quiero decir nos vamos en más
de un coche o todos juntos.
—César dice que todos juntos y así después se viene con tía Sara en el
suyo.
—Me parece bien.
Su hija desapareció por la puerta. Escuchó los murmullos que procedían
de la cocina. Tenía que ponerse en marcha. Ya tendría tiempo para seguir
estrujándose el cerebro hasta provocarse una aneurisma.

Álvaro por su parte colgó el teléfono con una sonrisa en los labios. Sabía
que la había puesto nerviosa. No podía sustraerse a la necesidad de
escucharla parlotear esquivando sus preguntas y evitando dar una respuesta
directa. La deseaba con intensidad.
Esa tarde esperaba no equivocarse. Si había juzgado bien su carácter,
todo iría sobre ruedas, pero sino... Prefería no pensar en esa posibilidad. Una
llamada de su secretaria lo devolvió a la realidad.

Mientras tanto en casa de Ana...

Salieron en pocos minutos, acordaron que César conduciría. Mientras


más cerca estaba del salón de actos en el que tendría lugar la entrega de
premios, más taciturno era el talante de César.
Ana por su parte, tuvo la certeza, de que los acontecimientos de aquel
día, marcarían un cambio profundo en la vida de su amiga. Algo le decía que
sería así. El futuro de todos los suyos, estaba sobre la mesa del destino y las
cartas ya se habían repartido. Un escalofrío le atravesó.

Sara estaba aterrada.

La sala estaba llena de gente, algunas caras conocidas, demasiadas.


Sabía que Ana vendría, era lo único que la mantenía un tanto serena. Los
encargados del acto, empezaron a informar de que fueran tomando asiento a
los asistentes. Su silla estaba en primera fila, junto a otros invitados que
también iban a ser galardonados.
Se dirigió a su sitio sonriendo automáticamente a las personas que la
iban saludando. El nudo que tenía en el estomago amenazaba con ahogarla.
Se imaginó así misma en el estrado, le iba a dar algo fijo. Suspiró
mentalmente. Tenía que sobreponerse, no había otra. Gloria, Tamsim, Elena
y muchas otras, se merecían un reconocimiento, se merecían ser nombradas,
no eran personas anónimas. Recordó el discurso que una vez dio Martín
Luther King."Una vez tuve un sueño..."Gloria tuvo un sueño, y gracias a su
esfuerzo y a su perseverancia, lo hizo posible. No había marcha atrás. Había
llegado la hora de la verdad.

Ana y los suyos llegaban tarde, el acto había empezado.


¡Maldita sea su estampa! Estaba frenética.
Se suponía que estaría ahí al lado de su amiga apoyándola, pero un
atasco de mil demonios lo hizo imposible. Se había puesto de mal humor y se
lo había contagiado al grupo entero. De poco no la estrangulan sus hijas para
que se callase. Incluso César había hecho algún comentario en esa línea.
Claro que con el rapapolvo que le dio por coger según él, un atajo, imaginó
que se sentía autorizado.
Estaban casi corriendo hacia la puerta cuando se encontraron con Gloria,
Tamsim y...Dos niños.
—Ho... Hola... Esto...me alegro de veros y todo eso, felicidades por
vuestra... Maternidad y si os parece, después os felicito como es debido —
dijo casi sin pararse.
Gloria y Tamsim se miraron perplejas.
—Por cierto, César, están son como te imaginarás, Gloria y Tamsim y
los niños se... ¿Como se llaman? Y estas son mis hijas Clara, Júlia y mi yerno
Sergio.
Ana sabía que estaba hablando demasiado deprisa y que estaba haciendo
un lío pero estaba ansiosa por llegar al lado de Sara. La cara de todos era un
poema.
—Creo que estoy de acuerdo contigo, quizás sea mejor dejar las
presentaciones para más tarde —señaló Gloria con ironía.
—Estos son María y Lucas —dijo Tamsim con una gran sonrisa. Los
niños por su parte, los miraban con timidez arrimándose un poco más a
Tamsim. Esta, los abrazó contra sí, en un gesto cariñoso.
Clara se dio cuenta al instante.
—Hola peques. Me llamo Clara y tengo unas ganas locas de que esto
acabe deprisa para ir a comprar chuches, si queréis podéis acompañarme.
María y Lucas, miraron a Gloria y a Tamsim buscando su aprobación.
—Seguro —dijo Gloria —les hemos prometido ir después a comer por
ahí y al parque.
Los ojos de los pequeños se iluminaron de anticipación.
—Todo eso me parece muy bien pero tenemos que entrar. Ya.
Júlia hizo una mueca ante la impaciencia de su madre.
—Mejor que entremos o a alguien que me conozco le va a dar algo.
—Estoy de acuerdo con Ana. A propósito, estoy encantado de conoceros
—dijo César con una sonrisa.
—Lo mismo digo —contestó Gloria evaluándolo con la mirada.
Todos se dirigieron a la puerta.
—Gloria, no sé si os dejaran entrar con los niños —dijo Ana en un
susurro. Gloria sonrió con suficiencia.
—Tranquila, hablé ayer con Araceli, y está al corriente, sabe que
vendríamos con ellos y lo aprueba —explicó ya en el vestíbulo enorme del
centro de convenciones.
Se dirigieron a la sala. Las puertas estaban ya cerradas. Todos tenían el
mismo pensamiento. Haber llegado a tiempo.

Mientras tanto...

—... Y por ese motivo, el galardón a la trayectoria de más dos décadas,


es para la asociación Nerea. Lo recogerá la señora Sara Navarro.
La sala rompió en sonoros aplausos. Sara se puso en pie y se dirigió
sonriendo al escenario. Tres escalones la separaban del momento crucial.
Subió despacio, daba la apariencia de estar tranquila pero era eso, sólo
apariencia. Agradeció el galardón. Recibió la placa conmemorativa entre
aplausos y el talón que tanto necesitaban. Volvió a agradecer a todos los
presentes el reconocimiento y posteriormente se dirigió al atril dispuesta a dar
el discurso de su vida. De hecho nunca había dado ninguno y Dios mediante,
no volvería jamás a hacerlo.
Se hizo un silencio en la sala, sólo roto por el sonido de las hojas que
llevaba en un portafolios. Se había pasado parte de la noche y buena parte de
la mañana escribiéndolo. Lo miró con aprensión. No lo sentía suyo. El
silencio se prolongó. En ese momento se abrieron las puertas del fondo. Vio a
su familia al completo. Ana, Júlia, Clara, Gloria, Tamsim, Sergio, César
y...Dos niños que imaginó, serían los pequeños que había acogido Gloria.
Estaban todos. Se le inundaron los ojos de lágrimas.
Algunos de los presentes se volvieron a ver qué era aquello que había
llamado su atención, si se sorprendieron de ver un grupo de gente con niños
incluidos al final de la sala, no dieron muestras de ello. Se le escapó una
sonrisa cuando vio a su sobrina pequeña hacerle un gesto con los pulgares en
alto con una enorme sonrisa. Ana le dio un codazo llamándole la atención.
Gloria hizo un saludo militar tocándose la frente con dos dedos. Podía ver su
sonrisa desde lejos. Había confiado en que ella cumpliría su palabra. Y
César. Él no hizo el menor gesto. Estaba apoyado contra la pared con los
brazos cruzados mirándola fijamente. No estaba sola. Ese era el mensaje que
le estaban haciendo llegar.
Pasara lo que pasase, ellos estarían allí, su familia. Tomó aire lentamente
e inspirando despacio, cerró el portafolios.
—Buenos días a todos. En primer lugar, quiero agradecer al Ministerio
de Cultura y de Bienestar social, junto con el excelentísimo ayuntamiento, el
galardón junto al generoso premio en metálico que sabe Dios, tanto
necesitamos, para poder seguir llevando a cabo proyectos como el que ahora
tenemos en ciernes. Desde aquí les anticipo que el año que viene, la
asociación Nerea, abrirá sus puertas a un nuevo centro destinado a formar a
más mujeres en talleres y profesiones con las que puedan empezar una nueva
vida. Les invito a participar del proyecto, mi socia la señora Gloria Miralles,
les explicará todo lo que deseen saber, les advierto que a poco que se
descuiden, les vaciará la billetera o el talonario. Quedan avisados.
Un coro de risas y aplausos, sonaron en toda la sala. Sara esperó unos
segundos.
—Bien, dicho esto, he de confesar que traía un discurso para esta
ocasión tan especial. Pero si me permiten, creo que explicarles lo que
hacemos y porqué lo hacemos, entiendo que es más correcto.
Sara hizo una pequeña pausa, miró al frente, a su familia, inspiró
profundamente armándose de valor.
—Las personas que vienen a nuestra asociación, son en su mayoría
mujeres que han sido prostitutas, muchas de ellas se las ha rescatado de
mafias, redes de tráfico de personas y esclavas sexuales, en otras palabras, se
las obliga a prostituirse mediante coacción u otras formas vejatorias y
denigrantes para la mujer. A menudo incluso con chantaje hacia sus familias,
haciéndoles creer que mataran a sus seres queridos. También nos
encontramos con mujeres de otros países que han sido engañadas en sus
ciudades de origen, con trabajos ficticios, todas ellas eran personas con
sueños y aspiraciones. Cuando llegan a nosotras, están destrozadas, no sólo
en el aspecto físico, sino en el psicológico. Las heridas más graves no son
perceptibles a primera vista, pero los traumas que arrastran, pueden acabar
condicionando sus vidas. La autoestima no existe, las han hecho creer que no
valen para otra cosa, si las miramos a los ojos, podemos ver ojos de ancianas,
a pesar de que algunas de ellas, en ocasiones no rebasan los veinte años. Las
han destruido corrompiéndoles el alma. Nuestro trabajo empieza justo ahí.
Devolviéndoles poco apoco la autoestima, las ganas de vivir, la ilusión. No
son pocos los casos de intentos de suicidio, son seres frágiles que necesitan
de toda nuestra ayuda, contamos con la inestimable ayuda de psicólogas y
trabajadoras sociales, además de un nutrido grupo de voluntarias para tal fin.
En las aulas taller, se les enseña un oficio y también contamos con empresas
colaboradoras donde muchas de estas mujeres, hacen prácticas y algunas
terminan quedándose y formando parte de la plantilla. No todos los casos son
un éxito, lamentablemente. Pero si tenemos la satisfacción de saber que en su
mayoría, consiguen reinsertarse en la sociedad y llevar una vida estable. Para
nosotras es primordial. Sabemos por experiencia que el respeto es
fundamental, deben creer en ellas mismas y ese es el reto que día a día nos
hace seguir. Se preguntarán el motivo de nuestro interés en conseguir que
estas mujeres tengan todo lo necesario para empezar una nueva vida. Corren
rumores que los miembros fundadores de la asociación Nerea, eran
prostitutas. Es cierto. Tanto mi socia y amiga Gloria Miralles como yo
misma, fuimos rescatadas de una de estas redes hace más de veinticinco años.
En aquellos entonces, no contábamos con los medios de hoy en día, aún así
fuimos a una casa de acogida por unos meses y se nos prestó la ayuda que fue
posible dentro del marco socio cultural de aquellos tiempos. Fue entonces
cuando nos dimos cuenta de la necesidad de crear una especie de santuario
para mujeres que como nosotras, necesitaban curarse y empezar a vivir a
partir de una de las experiencias más traumáticas y destructivas que puede
experimentar una mujer. En aquel entonces sólo era un sueño, pero gracias al
poder de convicción de Gloria, pudimos empezar a darle forma hasta
conseguir lo que tenemos hoy en día. Son muchas las entidades y empresas
subscritas como también personas anónimas que de manera altruista,
colaboran en los proyectos que desarrolla la asociación. Todo esto no sería
posible sin ellos, desde aquí quiero agradecerles profundamente el apoyo que
desde hace muchos años recibimos. También remarcar, lo orgullosa que estoy
de poder contar con la amistad de una de las mujeres que más admiro en este
mundo —hizo una pausa focalizando toda su atención en su amiga —Gloria,
quiero que sepas que sin ti todo esto no sería posible, eres el pilar de todas
nosotras y mi faro, sin tu luz, me habría perdido irremediablemente, nunca
podré describir con palabras lo mucho que ha significado para mí, tenerte en
mi vida durante todos estos años, eres mucho más que una amiga, eres mi
hermana y te quiero.

Un silencio ensordecedor siguió a sus palabras. A Sara le quemaba la


garganta y sentía un dolor sordo en el pecho. Si no la volvían a mirar a la cara
le daba igual. Ya vería como se enfrentaría a todo eso pero, no podía perder a
Gloria.
Poco a poco empezaron a sonar aplausos, todos se pusieron de pie. En
pocos segundos la ovación era atronadora. Gloria empezó a andar por el
pasillo central lentamente, con la mirada clavada en Sara. Su expresión era
contenida pero el brillo de sus ojos, delataba la tormenta emocional. Cuando
llegó casi a donde estaba Sara, esta bajó los tres escalones y se abrazó a su
amiga llorando emocionada. Los aplausos y los gritos entusiasmados de la
multitud, eran ensordecedores. Las rodearon felicitándolas pero ellas seguían
en su propio mundo. Sara escuchó silbidos como en los conciertos. Alcanzó a
ver a Ana darle un pescozón a Clara. Una sonrisa se mezcló con las lágrimas
que corrían libremente por su cara. Sintió una presencia especial entre tanta
gente. Era César, estaba de pie a su lado observándola con gesto contenido.
Formó la palabra te amo, con los labios. El corazón le iba a estallar. Una de
sus peores pesadillas se estaba convirtiendo en su mejor sueño. Era increíble.
—Sara, eres la mujer más valiente que conozco y te quiero como a una
hermana y nada ni nadie puede separarnos —dijo Gloria emocionada.
También estaba llorando.
Su familia se acercó rodeándola, se soltó de Gloria y se abrazó a Ana,
esta no lloraba por los pelos. La besó entre abrazos, después le tocó el turno a
Clara, a Júlia, a Tamsim, a Sergio y por último, César. La abrazó con fuerza,
transmitiéndole sin palabras todo lo que sentía.
Sin soltarla le levantó el rostro con el pulgar y mirándola a los ojos la
besó en los labios delante de todo el mundo. Los aplausos parecían
interminables, la gente seguía acercándose a felicitarla, también a Gloria.
Incluso hubo personas que prometieron pasarse por la asociación para
colaborar con la nueva escuela taller. Era un sueño. Pensó Sara. No la
repudiaban, ni la miraban por encima del hombro. Al contrario, la felicitaban
y le decían abiertamente lo mucho que la admiraban. No se lo podía creer.
Toda su vida había vivido con el miedo constante a que la gente supiera de su
pasado y ahora que había sucedido, empezaba a darse cuenta de lo muy
equivocada que había estado. Seguro que se encontraría con algún indeseable
pero serían los menos, contaba con el apoyo de su familia y de muchas
personas que como ella, creían firmemente que el respeto era uno de los
pilares fundamentales de la existencia. No sabía si se podía morir una de
felicidad, estaba a punto de descubrirlo porque el corazón le iba a mil por
hora y amenazaba con estallar de un momento a otro.
Poco a poco el paroxismo que había desmontado todos los protocolos
del evento, comenzó a remitir. Los organizadores invitaron por megafonía a
que tomaran asientos. Les ofrecieron a todos unas sillas supletorias que
trajeron para tal fin. Se sentaron cerca de Sara en un lateral de la sala,
mientras terminaba la entrega de premios.
El resto del acto pasó como en un sueño. Cuando se dio cuenta había
acabado. Se levantaron de sus sillas dirigiéndose a la salida. De nuevo más
personas se acercaron para felicitarla tanto a ella como a Gloria. Tardaron
bastante rato en despedirse de todos.
Cuando por fin pudieron salir al exterior, Sara se sentía con fuerzas
renovadas, había sido catártico, había entrado como una oveja al matadero
pero salía como una persona nueva, más fuerte, se sentía absurdamente más
joven...Libre, y absurdamente feliz.

—Bueno, creo que esto toca ir a celebrarlo —dijo Tamsim


entusiasmada.
—Estoy de acuerdo, pero antes vamos a presentarnos como Dios manda
—añadió Gloria con una sonrisa burlona.
—¿No os conocéis? —preguntó Sara sorprendida, no tenía claro como
habían quedado pero al verlos entrar a todos juntos, supuso que de alguna
manera, se habían presentado.
—Digamos que nos hemos conocido corriendo todos como locos para
no llegar tarde —explicó Ana con una mueca.
Se rieron de la cara que puso Sara ante esa explicación.
—Bueno, pues creo que me toca a mí hacer los honores —dijo Sara
solemne —Gloria, Tamsim, ya conocéis a Ana, estas son sus hijas, Clara y
Júlia, mis sobrinas y este mozo tan guapo es su yerno, Sergio, mi sobrino
político —todos se abrazaron dándose besos entre bromas y risas por la
situación absurda de conocerse por segunda vez. Sara observó que César la
miraba con intensidad. Le regaló una sonrisa cargada de promesas —y este
hombre tan maravilloso es César, mi pareja.
Se quedaron todos en silencio por un segundo, al momento estalló el
pandemónium.
Todos hablaban al mismo tiempo. Los abrazos y besos junto con las
felicitaciones a la pareja, coparon por unos minutos toda la atención. César la
tenía abrazada por la cintura y parecía que no pensaba soltarla a juzgar por su
expresión. Sara estaba pletórica de felicidad.
Se percató de las dos personitas que los miraban con expresión severa,
demasiado para su corta edad.
—Gloria cielo, creo que me tienes que presentar a mis nuevos sobrinos
—dijo mirándolos con amor.
Gloria se acercó a ellos instándolos a que se adelantaran para una
presentación formal.
—Sara quiero que conozcas a María y Lucas, son ahora miembros de
nuestra familia. Niños, esta es vuestra tía Sara.
Los niños la miraron con caritas solemnes.
—Hola —dijeron al unísono. Estaban cogidos de la mano. Una ternura
enorme la embargó.
—Hola preciosos, estoy encantada de conoceros. Estoy segura de que
vamos a ser grandes amigos.
Una tímida sonrisa asomó a sus caritas. Sara estaba encantada.
—¿Qué os parece si vamos a algún sitio a comer? —dijo Sergio —es
tarde y me estoy muriendo de hambre —Ana y sus hijas lo miraron con sorna
—seguro que estos pequeños también se están muriendo de hambre —dijo
con tono agraviado.
Otro coro de risas se unió al comentario.
—Creo que Sergio tiene razón —dijo César solidarizándose. Este lo
miró con ojos cargados de gratitud. César podía recordar, haber sido tan
joven y la sensación de no comer nunca lo suficiente como para quedar
satisfecho.
—Conozco un restaurante precioso con un espacio para los críos, si
queréis está a las afueras, en un pequeño pueblo —dijo Gloria con un brillo
misterioso en la mirada.
—Perfecto. Dinos dónde es y nos vemos allí —contestó Ana.
—Se llama Don Giovanni y está en San Mauricio.
La sorpresa, fue mayúscula. Especialmente Ana y Sara, estaban
perplejas. Gloria esperaba expectante sus reacciones. No se hicieron esperar.
—¿Don Giovanni?
—¿San Mauricio?
—Ese es nuestro pueblo —dijo Ana con gesto de sorpresa —y ese es el
restaurante donde solemos ir a comer siempre —añadió.
—Gloria cielo. ¿Dónde te has comprado la casa? —preguntó Sara con
tono de sospecha.
Las risas de Gloria y de Tamsim, fueron la respuesta.
—Adivina.
¡No podía creerlo!
—¿En serio? Imposible. Pero si tú siempre has dicho que jamás te irías a
vivir a un pueblo —Sara no era capaz de imaginarse a su amiga viviendo en
un lugar tranquilo de las afueras.
—Bueno, ahora tengo una familia en la que pensar —dijo Gloria
sonriente —prefiero que se críen en un lugar donde tenga a su familia cerca.
Sara estaba emocionada.
—¿Y la asociación?
—Seguiremos trabajando por supuesto, apenas hay media hora en coche
por autopista, ya lo pensamos, es un sacrificio muy pequeño. Tomamos la
decisión que creímos más oportuna.
—¿Tomamos? —algo se le estaba escapando.
La mueca burlona de Gloria y la mirada que cruzaron Tamsim y ella, le
daba pistas, sencillamente no podía creerlo.
—Tamsim y yo —dijo sucintamente.
—Creo que me estoy perdiendo algo —dijo confusa.
Ana la miró cabeceando, para ella había sido evidente desde el primer
momento.
—Puedes felicitarnos. El mes que viene nos casamos.
Si hubiera dicho que el mes que viene la coronaban reina, no podía
haberle sorprendido más. Su cara de perplejidad lo decía todo. Tamsim
sonrió.
—No era un secreto, es cierto que tú no lo sabías pero hay muchas
personas que ya se lo imaginaban. Sólo hemos sido discretas.
—¿Perdona, discretas? ¡Y un cuerno! Lo habéis llevado en secreto más
bien —dijo con gesto acusador. No podía creer que se lo hubieran ocultado.
—Pregúntale a Ana.
Sara giró la cabeza rápidamente para mirar a su amiga con el ceño
fruncido.
Ana se encogió de hombros haciendo caso omiso del ceño que lucía.
—Era evidente para cualquiera que tuviera ojos. Sara cielo, no lo has
visto porque sencillamente no has querido —explicó con suficiencia.
—Creo que se imponen las felicitaciones y desearos que seáis muy
felices —dijo César con sinceridad.
—Pienso igual. No os conozco todavía, cosa que creo que va a cambiar
en un futuro, así que os deseo que seáis muy felices —dijo Clara.
Sergio y Júlia se unieron a la ronda de felicitaciones por las buenas
nuevas. Sara seguía bajo los efectos de la impresión. Gloria la miraba con
picardía. Esperando sus felicitaciones.
—Bueno, debo de reconocer que me cuesta por lo sorpresivo de la
noticia pero os quiero y sólo os deseo lo mejor.
Se abrazaron con cariño, era evidente para cualquier observador, que
entre aquellas mujeres, había mucho más que un lazo de amistad.
Se despidieron acordando verse en un rato en el restaurante italiano que
al parecer, tenía a toda la familia como clientes.

Estaba siendo un día espectacular y cargado de emociones positivas, de


esas que calientan el alma. Ana iba en el coche feliz, escuchando a Clara
parlotear. De repente un flash la cegó, vio a su hermano con una caja de
madera entre las manos ofreciéndosela, cartas viejas con su nombre en el
interior... Otra imagen se superpuso, era un cofre viejo pero muy bien
conservado. Dentro había varios libros y lo que parecían pergaminos
antiquísimos... una ánfora pequeña también muy antigua y a su tía envejecida
mirándola con profunda pena. Las imágenes desaparecieron con la misma
rapidez que la habían asaltado. Volvió a ver la carretera. Nadie se había
percatado. Empezaba a controlarlo de veras. Se animó. Habían sido visiones
parecidas a otras que había tenido hacía poco sólo que esta vez había visto
más. No tenía ni idea cuando le daría su hermano esa caja con cartas que
llevaban su nombre pero lo sintió como algo muy cercano, casi como si fuera
a ocurrir en breve. Frunció el ceño concentrada en varias alternativas pero las
desechó todas por absurdas. Suspiró frustrada. Quería saber más. Seguro que
tenía que haber alguna forma, sólo que ella aún no la había descubierto.
—Mamá ¿Qué te pasa? Tienes una cara muy rara —dijo Júlia,
arrancándola de sus pensamientos.
—¿Eh? Nada nena, estaba pensando en cosas y se me ha ido el santo al
cielo —mintió descaradamente. No era el momento de explicar nada. Ese día
era el día de Sara y de todas maneras había aprendido que todo lo que veía no
siempre se cumplía como ella pensaba. Mejor esperar, llegado el momento ya
vería. Pero la sensación de que estaba a punto de pasar algo transcendente,
no se la quitaba de la cabeza.

El almuerzo fue una de los mejores de los últimos tiempos. Las risas y
bromas junto con anécdotas de momentos compartidos, pusieron la nota
predominante. Incluso los pequeños acabaron riéndose en más de una
ocasión.
Ana no recordaba un almuerzo tan maravilloso. La felicidad compartida
tenía eso. Sentía que Gloria y su familia, formarían parte de la suya propia
y…algo más.
Apartó de su mente todo lo que no fuera la felicidad del momento. Ya
habría tiempo para lo que estuviera por venir. Una idea empezó a tomar
forma. Necesitaba ayuda pero...
—Un momento de silencio por favor —dijo golpeando con una
cucharilla su copa casi vacía.
Las caras de todos reflejaban sorpresa.
—Como al parecer, nuestra familia está creciendo —dijo mirándolos a
todos —cosa que me parece maravillosa. Creo que se merece una celebración
especial. Y como pasado mañana es Navidad, y soy una firme creyente de
que los milagros existen. Todos y cuando digo todos, quiero decir
exactamente eso, estáis invitados a mi casa... —los aplausos y las risas
interrumpieron su precario discurso —Gloria, me gustaría que hicieras
extensiva la invitación a Elena —dijo entre las exclamaciones de alegría de
su familia. Gloria asintió sonriendo —no he terminado. Como algunos de
vosotros ya sabéis, por circunstancias que ahora no vienen al caso, me
encuentro sin muebles en el salón —se escucharon más risitas por parte de
sus hijas al ver las caras de sorpresas de Gloria y Tamsim —bien, lo que voy
a pediros es...En el mejor de los casos inusual. Necesito ayuda para montar
una mesa enorme junto con sus sillas y voluntarios para ir a comprar el árbol
más grande y bonito para dentro de dos días. Así que necesitamos organizarlo
y la colaboración de todos.
Las caras de perplejidad eran evidentes. Sara se levantó de su silla para
abrazarla.
—Creo que es la mejor idea que has tenido —dijo emocionada.
—Bien, pues tenemos trabajo —dijo Clara con su pragmatismo habitual
—sólo a ti se te ocurre poner a trabajar a tus invitados mamá.
—Cierto —concedió con gracia —pero como son unas Navidades
especiales todo vale. ¿Como hacemos los grupos y dividimos las tareas? —
preguntó mirando a todos.
Fue un almuerzo memorable.
Ana observaba a su familia, con ganas de llorar de pura dicha.
Se tocaban, se abrazaban, reían. Contagiándose los unos a los otros, y
potenciando sentimientos y emociones, de aquellas que alimentaban el alma.
Su abuela sostenía que el amor era mágico. Ella también lo creía.
Capítulo XIV:

—Hola Ana.
¡Santa Madre de Dios! ¡Su hermano estaba en la puerta de su casa!
—¿Vicent? —preguntó incrédula. El cerebro se le había colapsado.
Su hermano la miraba con cierta inseguridad pero con su altivez
habitual. Álvaro estaba con él. ¡Ni lo había visto!
—¿Álvaro? —esto no tenía sentido.
—Hola Ana —dijo con semblante serio.
—Yo... Esto... No me lo esperaba, pasar por favor —dijo apartándose de
la puerta —los dos hombres entraron y se quedaron parados en el recibidor.
Álvaro sabía que no tenía salón para recibir visitas pero Vicent no tenía ni
idea —vamos a la cocina si...
—¿A la cocina? Preferiría si es posible un lugar más cómodo, salvo que
no tenga categoría para ir a tu ilustre salón —dijo Vicent mordaz.
Ana se lo quedó mirando apretando la boca por no contestar lo que
pugnaba por salir.
Sin miramientos lo cogió del brazo y lo arrastró al salón, ignorando sus
quejas. Abrió las puertas y se cruzó de brazos. Vicent se asomó y la sorpresa
hizo que alzara las finas cejas casi hasta la raíz del cabello. Ana sonrió con
cinismo, imaginando lo que estaba pensando su hermano.
—Por Este motivo mi queridísimo hermano, te he dicho de ir a la
cocina.
—No sabía que tenías tantos problemas económicos como para vender
los muebles.
Ana cerró los ojos rogando paciencia.
—No tengo problemas financieros —dijo entre dientes —he renovado el
mobiliario al completo y no me traen los nuevos hasta primeros de año.
—Ya. Y por supuesto no se te ha ocurrido quedarte con los viejos hasta
entonces —hacía dos minutos que su hermano había entrado por la puerta y
ya tenía ganas de soltarle un sopapo. Esto no iba bien.
—A mí me apetece un café si no te importa —dijo Álvaro conciliador.
—Claro. Por supuesto, vamos. Vicent tú puedes quedarte sentado en las
escaleras si lo prefieres —dijo mordaz pasando por delante de su hermano en
dirección a la cocina.
Álvaro tosió intentando enmascarar la sonrisa que pugnaba por salir.
Vicent por su parte se quedó mirando la espalda envarada de su
hermana, no tenía a dónde ir o mejor dicho con quien. La siguió resignado.
Ya le había advertido al doctor Méndez que esto era una mala idea. Pero
como siempre, nadie le hizo caso.
En la cocina se hizo un silencio incómodo. Ana tenía los nervios de
punta. Estaban todos sentados alrededor de la mesa tomando café y sin saber
qué decir.
Álvaro tenía expresión ausente. Vicent removía su café sin levantar la
vista y ella los miraba a los dos de hito en hito. Se le acabó la paciencia.
—Bueno, me gustaría saber a qué se debe el honor de esta visita —
preguntó a los dos hombres que la miraban.
—Tú me dijiste que me invitabas a pasar la Navidad en tu casa, con tu
familia —dijo su hermano con tono acusador.
Ana abrió los ojos con genuina sorpresa.
—Y lo mantengo Vic —dijo utilizando el diminutivo de cuando eran
pequeños —sólo que no me lo esperaba. Por supuesto que eres bienvenido.
El ambiente cambió después de esas palabras.
—Pero no tienes ni siquiera un sillón, yo no puedo estar todo el tiempo
sentado en una silla —dijo con abatimiento.
—No te preocupes por eso, seguro que encontramos algo para que estés
cómodo —dijo pensativa. Sara tenía un sillón orejero precioso que le vendría
como anillo al dedo.
Su hermano la miró frunciendo el ceño. Algo no le encajaba, estaba
claro.
—Vicent, suelta lo que sea que estés pensando.
—Que parece todo muy normal. Casi como si no lleváramos muchos
años sin tener apenas relación. No puedo evitar pensar que tienes razones
ocultas. Tanta generosidad no está en tu forma de ser —se hizo un silencio —
lo siento, creo que no ha sido una buena idea venir.
—Creo señor Segarra, que no está siendo justo con su hermana.
Conozco muy bien a Ana y le puedo asegurar que es una de las personas más
nobles que he tenido la suerte de conocer.
Ana agradeció en su fuero interno la defensa de Álvaro pero no dijo
palabra. Miraba a su hermano fijamente. Este tenía los labios apretados y su
rostro reflejaba el malestar que sentía. Decidió que era hora de tomar el toro
por los cuernos.
—Álvaro, te agradezco que trajeras a mi hermano, pero te tengo que
pedir que por favor nos dejes. Si eres tan amable, podrías venir más tarde...
—Si se va el doctor Méndez, me voy con él. No quiero quedarme aquí
—dijo tajante.
—Vicent. Te vas a quedar aquí y en eso no hay discusión. Al menos un
rato, después si decides marcharte, yo misma te llevaré a donde quieras o
llamaremos al doctor.
Ana tenía claro que algunas cosas había que hablarlas, por lo menos ella
iba a hablar y su hermano iba a escuchar. Vicent apretó los labios pero no
dijo nada.
—Pues entonces me despido. Llámame después.
No lo acompañó a la puerta, se quedó mirando a su hermano que tenía
un marcado rictus de tozudez como cuando se enfadaba de pequeño.
—Ahora vuelvo —dijo en voz alta saliendo detrás de Álvaro —espera.
Álvaro se giró ya con la mano en el pomo.
—No te preocupes, entiendo que tenéis que hablar e intentar solucionar
vuestras diferencias —dijo acariciándole la mejilla.
—Gracias por entenderlo. Supongo que esta era la sorpresa —dijo con
ironía.
—Algo así.
—Agradezco la intención pero creo que no saldrá bien —dijo pesarosa.
—Ya hablaremos. Sólo ten presente una cosa, no lo he presionado para
venir, digamos que se ha dejado llevar pero me resultó evidente que lo había
estado meditando. Dale una oportunidad.
Ana asintió. Álvaro se inclinó y rozó su boca en un beso suave.
—Es un beso de despedida —susurró con un brillo travieso en la mirada.
—Se supone que los besos de despedida tienen también que ser por
iniciativa mía. Eres un tramposo señor Méndez —dijo en tono serio pero la
sonrisa que asomaba a sus labios, desmentía sus palabras.
Álvaro sonrió de medio lado confiriéndole un aire pirata que la subyugó.
—No recordaba en esencia esa parte del acuerdo —mentía
descaradamente y los dos lo sabían —me voy pequeña. Llámame.
Después de marcharse Álvaro, se fue a buscar unos cojines a su
habitación.
—Menos mal. Creí que te habías olvidado de mí —dijo Vicent cuando
la vio entrar momentos despues.
—Imposible. Normalmente no tengo gnomos gruñones en mi cocina —
soltó con ironía.
Se acercó a su hermano y sin mediar palabra, colocó los cojines en el
asiento y en el respaldo, cuando estuvo satisfecha se sentó en frente de él con
una mirada intensa.
—Me estás poniendo nervioso mirándome así —se quejó Vicent —dime
lo que tengas que decirme y después llama al doctor Méndez. Sé que ha sido
cosa mía venir pero créeme si te digo, que estoy profundamente arrepentido.
Ana no lo dudaba. Imaginó que las cuatro paredes del hospital habían
inclinado la balanza a su favor, algo así como menos malo. Ahora con una
dosis de realidad, se encontraba perdido e incómodo en una casa donde jamás
había llegado a poner un pie, hasta ahora.
—Vic, creo que no vamos a solucionar veinte años de malos entendidos
y problemas varios. Yo por mi parte creo que es imposible pero sí creo que
podemos llegar a unos acuerdos de mínimos —Vicent la miraba con interés
—Sé que te va a costar creer lo que te voy a decir, sólo te pido que escuches
hasta el final.
Vicent asintió mirándola de frente, algo que no tenía costumbre de
hacer. Eso la animó.
—Sé que te han hecho creer que soy una especie de monstruo, lo sé
porque hasta hace poco yo también lo creía. Incluso sé que se me atribuyen
varios acontecimientos deleznables, tampoco voy a defenderme de eso. Sólo
quiero que sepas que no soy un bicho, tengo una familia maravillosa y
amigos que me quieren y no conozco a ninguna mala persona que disfrute de
todo eso si su condición es esa. Mamá te convenció de cosas horribles, cosas
que en ocasiones eran totalmente mentiras o verdades deformadas y
adulteradas pero lo cierto es que lo único que hay es un legado familiar que
se saltó una generación...
—¿De qué demonios me estás hablando?
—Venimos de una estirpe de mujeres videntes que se remonta a más de
tres mil años —esperó unos segundos dándole tiempo a su hermano a que lo
asimilara —en ocasiones, no se sabe porqué, se salta una generación, en este
caso fue la de mamá. Ella lo llevó bien mientras que pensaba que de alguna
manera, con la abuela se había acabado pero cuando resultó evidente, que yo
sí había heredado el don de la videncia, empezó a trastornarse, fue algo
paulatino pero constante. El deterioro mental se hizo evidente incluso para su
madre. La abuela intentó avisarme pero en aquellos años no estaba preparada
para todo lo que me explicó y sencillamente me cerré en banda. Vic, yo
amaba a mamá. Pero llegué a creer, gracias a ella, que yo era algo así como
un Anticristo. Incluso me dijo en cierta ocasión, que la había poseído el
diablo y que yo era el fruto de aquella unión impía. Una noche vi en una de
esas visiones, a mamá hacer daño a los niños, eran muy pequeños, fue
después de mi separación, cuando volví a casa una temporada... No entraré en
detalles, basta decir que aquel día marcó un antes y un después en mi relación
con mamá. Sé que no es la historia que esperabas escuchar, pero es lo que
hay, no soy un monstruo y no soy un engendro del demonio y en todo caso si
así fuera, desde luego no es por vía paterna.
Vicent la miraba sin expresión alguna en el rostro. Sólo el leve parpadeo
evidenciaba que estaba vivo. No había movido ni un músculo.
Ana por su parte, suspiró mentalmente sabiéndose vencida. No iba a
conseguir que la creyera. Era absurdo.
—Entonces, si lo he entendido bien. Mamá era un bicho que se inventó
tus incursiones con la magia negra y que le costó la vida a papá, por ejemplo
—dijo con voz suave pero cargada de escepticismo.
—¡Yo no maté a papá! Maldita sea Vicent. La única vez que nos pilló
como tú dices haciendo magia negra, fue cuando nos reunimos en el granero
con la pandilla. ¡Éramos unos críos de doce o trece años! Por el amor de
Dios. Y estábamos intentando contactar con el espíritu de Elvis porque lo
habíamos visto en una película. Nos pareció divertido. Nada más.
—Ya. ¿Y papá? Entonces no eras una cría si no recuerdo mal.
—Estábamos discutiendo para variar y papá intentó mediar entre las dos.
Cuando me fui de casa, papá seguía vivo. Más tarde me llamaste desde el
hospital para decirme que había sufrido un infarto pero no puedes culparme a
mí por eso.
—Esa no es la versión que yo conozco.
—Me imagino pero lo que te he dicho es la verdad. Creé lo que quieras,
no puedo obligarte a ver si no quieres hacerlo.
Ana se sentía frustrada y se le notaba. Se pasó la mano por el pelo con
aquel gesto suyo, tan característico.
—Dices que la abuela era vidente, pero yo no recuerdo ni una sola vez
una conversación sobre el tema. Es más, jamás escuché nada sobre una
estirpe de mujeres ni nada por el estilo. Sinceramente querida hermana, ha
sido una historia divertida, pero no me tomes por imbécil, no lo soy —la
sonrisa carente de humor marcó los pliegues de su rostro, poniendo de
manifiesto un envejecimiento prematuro.
—No te tomo por imbécil. Soy plenamente consciente de que lo eres —
dijo desabrida —tienes una caja de madera bastante vieja. Está guardada en
un armario, pero antes de eso, había estado escondida durante mucho tiempo
en un sitio oscuro y pequeño, algo así como un compartimento secreto. La
caja tiene diversos objetos pero lo más significativo, son unas cartas muy
viejas que llevan mi nombre y que por el motivo que sea, nunca recibí.
Vicent perdió todo rastro de color. Ana se preocupó, se le había
olvidado su delicado estado de salud, no quería que nadie pensara si le pasaba
algo, que también era culpa suya.
—La caja que dices no está en un armario.
Ana lo miró con gesto interrogante.
—De hecho está en el coche del doctor. Pasé antes de venir aquí por
casa, llámalo algo así a un regalo de Navidad.
¡No se lo podía creer! Le había traído la caja para regalársela. Esa
mañana la había sentido cerca, pero jamás esperaba que fuese tanto.
—¿Dices qué la abuela también era vidente? —preguntó Vicent con voz
un tanto aguda.
—Si. Y era realmente poderosa. No todas nacemos con el mismo grado
de capacidad por así decirlo, según parece, la abuela tenía una capacidad
extraordinaria.
Vicent sopesó toda aquella información. Sabía algo sobre aquella noche
en que su hermana salió huyendo, hubiera preferido no saber pero el destino
lo obligó en cierto modo, a ser testigo obligado. Su madre entró en la
habitación de sus sobrinos dormidos, él pasaba por delante de la puerta que
estaba entreabierta y le vio coger una almohada y dirigirse a la cama de su
sobrina mayor, algo le erizó el vello de la nuca. La postura de su madre, el
rictus desencajado de su cara, no supo muy bien que fue pero entró con la
excusa de darles las buenas noches a los niños, fingiendo que no se había
dado cuenta de que estaban dormidos. Su madre lo miró con ojos vidriosos,
como en trance, se percató de la almohada que llevaba y la lanzó lejos de ella
con la cara desencajada de terror. Salió corriendo y se encerró en su
dormitorio, él se sentó en un pequeño sillón y se quedó en la habitación sin
saber muy bien porqué pero lo hizo, al poco rato llegó su hermana, cuando la
escuchó, se fue antes de que lo viera y le pidiera explicaciones.
Desde su propia habitación y con la puerta casi cerrada, la vio aparecer
con expresión de pánico en el rostro, barbotaba algo de que tenía que irse,
que no era seguro, despertó a Júlia y agarró a los mellizos y salió como una
exhalación del dormitorio y de la casa. Si él no hubiera pasado por allí en
aquel momento, posiblemente su hermana hubiera llegado medía hora tarde.
Nunca había vuelto a pensar en esa noche, le producía angustia. Se había
convencido con los años que su imaginación hiperactiva le había jugado una
mala pasada. Hasta hoy.
Estaba demasiado cansado y sentía como le dolían todos los huesos.
Necesitaba acostarse un rato.
Ana se dio cuenta de la extrema palidez de su hermano. Estaba
demacrado y aunque lo ocultó, vio un pequeño gesto de dolor. Esa
conversación no los iba a llevar a ninguna parte. Mejor dejarla para otro
momento o para nunca, tampoco tenía mucha razón de ser.
—Vic, creo que tendrías que acostarte un rato. Vamos, te acompaño.
Tengo una habitación de invitados con todos los muebles.
—No sabes como me alegro de saberlo.
Su hermano se dejó llevar. Subieron lentamente las escaleras, lo ayudó a
recostarse en la cama y le quitó los zapatos para que estuviera más cómodo.
Fue en busca de una suave manta de lana y lo tapó. Incluso le pasó una mano
por el escaso pelo que le quedaba. La vida no lo había tratado bien.
—Descansa un rato Vic. Cuando vayamos a cenar te llamo.
Vicent sintió un nudo en la garganta. Desde que había muerto su madre,
nadie le había tocado, el trato de las enfermeras era impersonal, no contaba.
No había sido consciente de lo mucho que echaba de menos una simple
caricia. En ese momento su hermana podía ser una gárgola y aún así le estaría
agradecido.
—Llama al doctor Méndez. Dile que al parecer me quedaré por aquí. Él
tiene una pequeña bolsa de viaje con mis cosas y... la caja. Puedes quedártela,
podemos prescindir de formalismos. Me gusta cenar a las ocho si no te
importa.
Cerró los ojos y dejó claro que para él, no había nada más que decir.
Ana estuvo a un tris de tirarle algo. Ni queriendo podía ser más pedante. ¡La
había despedido en su propia casa! Se contuvo para no dar un portazo pero le
picaban las manos del deseo de hacerlo.
Bajó a la cocina y empezó a pasear arriba y abajo. Necesitaba recuperar
el control. Estaba alterada hasta decir basta. Tenía demasiadas cosas que
hacer en los próximos dos días y encima ahora su hermano era su invitado. Se
lo había buscado ella solita. No se daba de cabezazos contra la pared gracias
a un ejercicio de contención pero vamos, que estaba al límite. ¿Podía pasarle
algo más? Supuso que no. Llamó a Álvaro. Después de colgar el teléfono, se
acordó de que había pospuesto sus vacaciones por ella. Una mezcla de
sentimientos entraron en colisión.
Hacía poco más de un mes no se atrevía a hablar de sus visiones, hoy se
lo había soltado a su hermano con naturalidad. Era increíble. Se preparó una
taza de té. Mejor dejar la cafeína, ya tenía suficiente excitantes en su vida.
Mandó un mensaje a Sara explicándole de forma resumida lo de su hermano
y lo del sillón. Estaba tomándose tranquilamente la infusión, pensando en
todo lo que tenía que hacer cuando sonó el timbre de la puerta principal. Se
sobresaltó y de poco se tira el té por encima. Maldiciendo como un marinero,
se fue a abrir. Era Álvaro.
—Hola, pasa —Álvaro alzó las cejas cuando entró en la cocina y vio
que estaba vacía —está recostado arriba, supongo que el trajín del día lo ha
fatigado —explicó sin necesidad de decir de quién estaba hablando.
—Tengo en el maletero una bolsa con sus efectos personales y una caja
de madera viejísima que se ha empeñado en traer.
—Lo sé. Me lo ha dicho él mismo.
—No sabía que tu familia vivía a las afueras en una granja.
—Bueno, imaginaras que no suelo hablar mucho de mi familia por
motivos obvios —explicó con pesar.
Álvaro se acercó con sus maneras tranquilas, abriendo los brazos sin
decir palabra. Ana se refugió entre ellos, enterrando la cara en su camisa.
Inspiró profundamente, olía a sándalo y a hombre. No sabía que necesitaba
tanto un abrazo hasta ese momento. Permanecieron así durante unos minutos.
Sin hablar. No hacía falta
—Me gusta sentirte así —susurró Álvaro con su característica voz
ronca. Un cosquilleo de placer se instaló dentro de ella —prefiero los besos
pero esto lo sigue muy de cerca —Ana sonrió al escucharlo, levantó la cara
sin despegarse, en muda invitación.
Álvaro bajó la cabeza con lentitud premeditada, siempre concediéndole
la prerrogativa de apartarse pero esa lentitud tenía el efecto contrario. Cuando
tomó posesión de su boca, ella deslizó los brazos hacia arriba enlazándolos
detrás de su cabeza. El asalto a sus sentidos fue brutal.
Deslizó la lengua dentro de su boca, jugando y obligándola a participar,
acarició sus labios, mordiéndolos y lamiéndolos con una sensualidad que le
aflojaron a Ana, todos los huesos del cuerpo. Jamás pensó que un beso
pudiera encerrar tantos matices.
Álvaro ciñó con más fuerza su cintura, sosteniéndola firmemente contra
su cuerpo, al sentir su erección a través de la ropa, una curiosa mezcla de
excitación y miedo la asaltó, apartándose bruscamente.
Ana no se atrevía a mirarlo. Se había dejado llevar.
Álvaro por su parte la observaba con talante reflexivo. Sus ojos parecían
plata liquida pero era el único signo externo que evidenciaba que no estaba
tan tranquilo como aparentaba. Por lo demás, se apoyó contra la repisa de la
cocina con las manos en los bolsillos del pantalón.
Ana intentaba recobrar la normalidad. Era una pretensión absurda.
—¿Te apetece tomar algo, un café, té, otra cosa? —preguntó mirándolo
de soslayo.
Álvaro tardó en contestar.
—A ti.
¿Como le decía esas cosas? El corazón se saltó un latido. Lo miró
enfadada. Él con intensidad.
—¡No digas eso! Tenemos un maldito acuerdo y tú —dijo acusadora —
no lo estas cumpliendo.
Álvaro seguía impasible.
—Cierto. Pero no dijimos cómo tenía que actuar cuando tú te ofreces
incitadora —respondió suave, muy suave.
Ana sintió como se ponía colorada. No tenía respuesta a eso. Abrió la
boca pero se lo pensó mejor y volvió a cerrarla. Tenía razón. Había sido ella.
Se fue hacia la ventana dándole la espalda.
Álvaro sintió un tirón a la altura del esternón. Había prometido darle
tiempo, pero era la promesa más difícil que había hecho. Se acercó
lentamente. La tensión de sus hombros era evidente. Se quedó a su espalda,
casi rozándola, la tentación era tan grande que sus manos se cerraron con
fuerza dentro de los bolsillos.
—Hace poco más de un mes, mi vida era tranquila, casi monótona —
dijo Ana con voz contenida, sin volverse —pero un buen día desperté de una
especie de letargo y desde entonces siento que me ahogo en un remolino
donde no soy dueña ni de mí misma. Todo va muy rápido y yo no consigo
seguirle el ritmo —un suspiro entrecortado se escapó entre sus labios —creo
que te debo una disculpa. No soy así y...
Álvaro la agarró por los brazos obligándole a darse la vuelta. La escrutó
con intensidad, ella se dejó llevar sin oponer resistencia.
Vio como él apretaba con fuerza la mandíbula, sus ojos grises parecían
en ese momento plata líquida.
—No quiero que te disculpes. Quiero que confíes en mí lo suficiente
para que pruebes tus alas conmigo —susurró con emoción contenida —no
quiero fingimientos entre tú y yo. No te presionaré ni perderé la paciencia,
tienes mi palabra.
Si la soltaba en ese preciso instante se caía. Fijo.
—Ana no huyas —dijo acercándola todavía más a su cuerpo —Cuando
estoy contigo, haces que quiera ser mejor sólo por ti. Esperaré por ti, ten el
valor de saltar yo te cogeré.
De pocas palabras. Se definía así mismo, hombre de pocas palabras. ¡Si
añadía una coma más se desharía como mantequilla caliente!
—Álvaro, hablas demasiado —una sonrisa genuina iluminó su rostro
confiriéndole un brillo acerado a su mirada.
Ana lo cogió por las solapas de la chaqueta obligándolo a que bajara la
cabeza y así acceder a su boca. Él se prestó de buena gana permitiéndole
llevar el control. Lo besó como la había enseñado, aprendiendo sus formas, el
contorno de sus labios, el terciopelo de su lengua, paladeando su sabor. No
guardó nada, se entregó al mundo de sensaciones que jamás pensó, podía
encerrar un beso.
Se separaron lentamente. Álvaro apoyó la frente en la de ella un instante.
Tenía la respiración alterada. Era absurdo pero le hizo sentir bien, femenina...
—Eres preciosa —dijo mirándola con adoración.
—Gracias —contestó con timidez. Se separó un poco buscando espacio,
él se lo permitió aunque renuente —Álvaro, sé que suena absurdo lo que te
voy a decir...Sé que a mi edad y siendo madre de familia numerosa y
habiéndome casado dos veces, puedes pensar que tengo experiencia pero...
No es así, contigo me siento torpe y no sé como actuar... No sé qué esperas
de mí —la mirada incendiaria del hombre, lo decía todo —bueno... Sí sé lo
que quieres, sólo que no sé sí estoy preparada para dar ese paso...Y no
arrepentirme después.
Lo miró con una mezcla de timidez y rebeldía, difícil de resistir.
Una sonrisa de medio lado cruzó el rostro masculino, confiriéndole ese
aire pirata que tanto le subyugaba.
—Creo que sabes la respuesta —susurró.
—Si la supiera no estaría tan nerviosa.
—Al contrario. Estás nerviosa precisamente por eso —contestó
lacónico.
Ella lo miró mordiéndose el labio. Álvaro siguió el movimiento con
intensidad. El gris acerado de sus ojos se oscureció, delatando su necesidad.
—Parezco una adolescente inmadura que no sabe lo que quiere —dijo
apartándose el pelo en un gesto nervioso —no es mi intención, en serio.
—Eres una preciosa mujer que necesita aceptarlo. Sólo eso —dijo
fingiendo una tranquilidad que estaba lejos de sentir.
Ana hizo una mueca burlona al escucharlo.
—Espero que tengas razón porque si algo necesito en este momento de
mi vida, son respuestas —sabía que él no entendía el doble sentido.
—Las tendrás pequeña. Mientras tanto, pondremos a prueba
mi...autocontrol —comentó con una sonrisa que esperaba, fuese
tranquilizadora —prometo no quejarme.
Ana lo miró evaluándolo. Álvaro sabía qué estaba viendo. Nada. Su ex
mujer siempre le decía que no había conocido a nadie con una cara tan
inexpresiva. De seguro sus testículos estarían morados. Pero la mirada de
confianza de Ana, bien valía la pena.
Ana se acercó lentamente, el rostro de Álvaro no revelaba emoción
alguna pero sus ojos... Sus ojos decían otra cosa. Le estaba dando el espacio
que necesitaba a costa de sus propias necesidades, no eran críos, entendía
perfectamente lo que le estaba pidiendo y el hecho de que no la presionara la
enternecía como nada. Le acarició la mejilla sintiendo la aspereza de una
incipiente barba, le gustó. Xavi casi no había tenido, había sido prácticamente
lampiño, siempre bromeaba diciendo que su aspecto aniñado atraía a las
chicas.
Un suave dolor le atravesó, los recuerdos de su marido la asaltaban
cuando menos lo esperaba. Invocó su imagen pero lo único que veía era el
rostro de Álvaro. Se asustó. ¿En que la convertía eso? No estaba preparada
para responder.
—Gracias —lo dijo de corazón. Álvaro movió la cabeza para encontrar
con su boca la mano de ella, besándole en la palma con pasión —sé que no
tiene que ser fácil para ti y por eso te lo agradezco incluso más, no puedo
prometerte nada pero sí puedo comprometerme a que si decido dar ese paso,
tú serás el primero en saberlo.
—No necesito más.
El sonido de un teléfono los sobresaltó a los dos. Era Sara.
—Hola nena.
—Hola, he visto el mensaje. ¿Dices que tu hermano está en tu casa y
que necesitas mi sillón durante unos días. Lo he entendido bien?
—Si.
—Sólo te he dejado sola un par de horas y ya la has liado. Querida eres
un peligro —dijo Sara riéndose —creo que le diré a César que traiga unas
cuantas sillas de más para el domingo, al paso que vas al igual las necesitas.
—Gracias bonita —dijo cáustica —estás muy simpática.
Sara se rió con ganas. Un murmullo sospechoso le llegó de lejos.
—Saluda a César —dijo mordaz.
—De tu parte cielo —contestó impenitente —bueno, pues mañana nos
vemos, tenemos que comprar un montón de cosas y nos va a salir por un ojo
de la cara por dejarlo para el último minuto.
—No seas miserable Sara, podemos permitírnoslo —a veces su amiga
era una tacaña de cuidado.
—Ya, pero eso no quiere decir que me guste. Bueno, pues si no
necesitas nada más, que pases buena noche. Un beso cielo.
—Buenas noches.
Álvaro había salido mientras hablaba con Sara a recoger la bolsa de
viaje de su hermano y la famosa caja. Dejó la bolsa en el recibidor y entró
con la caja a la cocina depositándola en la mesa. Ella se la quedó mirando
sintiendo como se le aceleraba el corazón. Verla en sus visiones y tenerla
delante, eran dos cosas muy distintas. Se percató de una muesca en la tapa,
exactamente igual. Era increíble.
—Bueno, creo que es hora de que me vaya.
—Supongo que quieres empezar tus vacaciones...
—Lo cierto es que no tengo muchas ganas pero tampoco me apetece
quedarme por aquí —confesó dejando entrever cierta melancolía.
—Ya. Si te quedas, me encantaría que vinieras el día de Navidad, somos
un grupo variopinto y... me encantaría.
Álvaro reprimió la necesidad de abrazarla con fuerza. Cuando creía que
tenía la situación bajo control, le soltaba algo así y el mundo se desplazaba de
su eje.
—Si decides aceptar, tengo que confesarte que abusaré de ti, por
motivos que ahora no viene al caso, nos hemos distribuido el trabajo por
equipos, ya te lo explicaré —dijo cuando lo vio enarcar una ceja —así que si
te quedas, tendrás que ganarte la comida —terminó con una sonrisa traviesa.
Álvaro sopesó con aire reflexivo la extraña invitación. Lo cierto es que
no le apetecía mucho irse a esquiar, para ser sincero, cada vez menos. Ana lo
estaba mirando con ojos de cordero y una sonrisa cargada de promesas.
—¿Qué tipo de trabajos?
Ana soltó un grito de alegría abrazándolo en un impulso. Él la envolvió
de manera automática enterrando la cara en su cuello.
—Nada de importancia —dijo vagamente —ya sabes, esto y aquello.
Un brillo travieso iluminaba su rostro.
—No sé porqué pero no te creo. Recuerda que sé que no tienes muebles
en el salón.
—¡Ah! Bueno, no te preocupes, ya lo tengo solucionado. Mañana
empieza la operación Navidad. No te creerás de lo que somos capaces. Si
quieres formar parte de mi equipo, estás invitado.
—No puedo negarme. Jamás he recibido una invitación tan... Peculiar.
—Es que en esta casa somos un pelín peculiares... Ya te irás dando
cuenta.
Una sonrisa espectacular cinceló su sensual boca.
—Me gusta la idea de estar por aquí, para descubrirlo —dijo con voz
ronca.
Se acercó con la clara intención de besarla cuando se escuchó una voz
desde el piso de arriba.
—Creo que mi hermano se ha despertado.
—Eso parece —murmuró.

Ana lo acompañó a la puerta y se quedó apoyada en el quicio hasta que


las luces del coche, desaparecieron en la distancia. Suspiró sintiéndose más
viva que en mucho tiempo. Su hermano volvió a llamarla, resignándose y
rogando por no perder la paciencia, subió las escaleras pensando en las
ironías del destino. Esa mañana lo último que se imaginaba es que por la
tarde su hermano estaría echando una siestecita en su casa. Para que después
dijeran que la vida era aburrida. Desde luego no conocían a su familia.
—¿Ya te has despertado?
—Hace un rato. Veo que ha venido el doctor —dijo señalando la bolsa
que llevaba en las manos.
—Si, ya se ha ido. ¿Quieres que te ayude a cambiarte o puedes sólo?
—Puedo sólo. Estoy un poco débil pero no me voy a morir mañana —
contestó cáustico.
—Por supuesto. ¿Te espero o no es necesario?
Su hermano la miró de mal humor.
—¿A todos tus pacientes los tratas igual? Porque si es así, tengo que
decirte que eres una pésima profesional.
Ya empezaba. Era el ser más desagradable de la creación.
—Mis pacientes como tú dices, me caen bien —dijo mordaz —te espero
abajo.
Salió por la puerta maldiciendo entre dientes. Era increíble que fueran
hermanos de sangre. Si alguna vez, algún ser maligno había poseído a su
madre, desde luego fue después de su concepción.
Cuando llegó a la cocina, la caja la atrajo como un imán. Se acercó con
manos temblorosas. Dentro había un fajo de cartas amarillentas, fue sacando
todo poco a poco dejándolo encima de la mesa. Debajo de las cartas había
dibujos hechos por ella de cuando era una cría, una pequeña caja esmaltada
con un cierre de plata en un rincón le llamó la atención. Al abrirla encontró
un relicario. Estaba tan nerviosa que casi se le cae de las manos. Dentro había
dos fotos, una de su madre cuando era joven y otra de su abuela.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Le impactó verlas, tenían una sonrisa
serena propias de épocas pasadas. Al pasar un dedo sobre la imagen de su
abuela, una corriente eléctrica, la atravesó. Cerró el relicario con un suspiro y
tomó las cartas.
Estaban sin abrir. Eso le sorprendió. La fecha del matasellos, tenía más
de veinticinco años. Eran de su tía, se le aceleró el corazón, esperaba
encontrar en alguna pista. Una carta le llamó la atención poderosamente. Al
leer el remitente pensó que le daba algo. ¡Era de su abuela! Madre del amor
hermoso. ¡Más de veinte años después de su muerte! Las manos le temblaban
tanto que casi no podía abrirla. Tomó aire en un intento fallido por
tranquilizarse.

"Ana querida,
Sé que estás leyendo esta carta bastante después de que yo haya
abandonado este mundo.¿Sabes querida? Me cuesta escribir pensando en tu
presente actual cuando para mí es tu futuro, espero no hacer un lío de esto.
No sé si ya has descubierto que tu hija mayor tiene el don de ver el pasado.
Son muy pocos los casos de mujeres de nuestro linaje que han tenido ese
raro don, cuando tu tía te entregue el libro familiar, verás anotado que una
tata tatarabuela tuya, lo tenía. Existe una profecía, tienes que prepararte, es
necesario que aceptes plenamente qué eres, sé que tienes miedo, pero
querida, tienes que superarlo, eres una de las videntes más poderosa de todo
nuestro linaje. Ahora más que nunca es imperativo si todavía no has
contactado con tu tía, que lo hagas. Debes conocer la historia de nuestro
linaje y el papel que jugarás tú y tu familia. Un destino grandioso os espera.
Él libro que custodiamos desde hace siglos, guarda un inmenso poder, él
tiene su propia magia, te desvelará secretos que para muchas de nosotras
han seguido ocultos, pero eso será, a su debido momento. Sé que al final de
la vida de tu hermano, volverá a ti, eso está bien querida, es un ciclo que
tenía que cerrarse, ayúdalo todo lo que puedas, tu hermano al que he
querido mucho, ha sido siempre un hombre débil, él lo sabe, y tu madre lo ha
manipulado a su antojo, creo que ella pese a su enfermedad, os quiso todo lo
que era capaz de querer.
Tu madre ha hecho mucho daño, jamás me perdonaré haber sido tan
ciega, una madre tiene que saber esas cosas, pero yo fallé y mi error, ha
traído mucho dolor. Lo lamento.

Con respecto a Vicent, ha sido manipulado y se le ha inducido a creer


que eres la encarnación del mal, quiero que hagas una última cosa por mí,
quiero que le enseñes esta carta al pequeño Vic, tu madre le ha ocultado
nuestra procedencia y los poderes que lleva aparejados, con lo cual no sabe
que su querida abuela era vidente.
Querida Ana, quiero que sepas que te quiero con todo mi corazón, algo
me dice que aunque tengas el libro en tu poder, aún no has leído las partes
que yo he escrito. Hay un apartado especialmente para ti. Ojalá pudiera
estar ahí contigo en estos momentos pero esté donde esté te prometo que
velaré por ti. También quiero decirte algo que he dudado si revelártelo o no.
A estas alturas sabes que no siempre es sabio contar todo lo que ves.
Conocerás a un hombre que te aportará todo lo que crees necesitar y serás
feliz, pero la otra mitad de tu alma, vendrá más tarde, mucho más tarde,
pocos son los afortunados que encuentran a su otra mitad, tú serás una de
esas personas, sólo los que prueban el cielo, pueden reconocer el paraíso.
Espero que esto último llegue a ti en el momento adecuado, sino perdona a
esta vieja que sólo quiere que seas feliz.
A mi pequeño Vic:
Mi querido niño, sé que leer esta carta te tiene que parecer poco menos
que una fábula. Lo entiendo, si tu madre hubiese estado en plenas
capacidades, tú no estarías leyendo esto, de la misma manera que tampoco
la realidad que vives sería la correcta. Pero aunque todos tenemos un
destino escrito en las arenas del tiempo, el libre albedrío nos permite decidir,
tú mi querido niño, has decidido toda tu vida no decidir, al final somos la
suma de nuestras vivencias y de nuestras decisiones. Ahora que estás al final
de tú vida, tienes una claridad mental de la que otros carecen, puedes
entender más y comprender mejor.
Quiero que sepas que estaré esperándote, no tengas miedo querido, la
abuela estará a tu lado y si los Dioses lo permiten, tu madre también. Sé feliz
mi niño e intenta arreglar aquello que creas que está en tu mano.
Un beso enorme para mis dos preciosos nietos, mis biznietas y mi
biznieto... Y a poco que me equivoque, feliz Navidad.

Lucía Urquijo, madre y abuela. "


Las lágrimas corrían por el rosotro de Ana, libremente. Hubiera dado
cualquier cosa por sentir a su abuela, abrazarla otra vez.
—¿Qué pasa, porqué estás llorando? —preguntó Vicent desde la puerta,
apoyado en el marco.
Ana miró a su hermano y le entregó la carta en silencio.
Vicent puso cara de sorpresa pero no dijo nada. Tomó asiento
maldiciendo la incomodidad de las sillas pero al segundo se quedó callado.
En un momento dado, levantó la vista para encontrarse con los ojos de su
hermana. No dijo nada. Cuando llegó al final de la carta, lágrimas silenciosas
se deslizaban por un rostro, blanco como el papel.
Vicent dejó la carta encima de la mesa. No sabía qué decir, tampoco que
pensar. Recordaba situaciones en las que había sido un verdadero hijo de puta
con su hermana. Un dolor en el pecho como un puñetazo lo asustó casi
rayando en el pánico más absoluto. Pensó absurdamente que era patético
morirse en la cocina de su hermana porque no tenía ni un maldito sofá donde
recostarse. Empezó a boquear, buscando aire. Quiso hablar pero le fue
imposible.
Ana se percató al momento de lo que estaba ocurriendo, se levantó
corriendo en busca de una bolsa de papel. Se acercó a su hermano,
obligándolo a respirar dentro de la bolsa.
—Tranquilo, respira lentamente, así... Muy bien, no intentes coger la
bolsa, limítate a respirar, lo estás haciendo muy bien...
Después de unos minutos, Vicent empezaba a notar que remitía el dolor,
también respiraba con menos dificultad. Su hermana le puso un vaso de agua
en una mano y una pastilla en la otra.
—¿Qué es?
—Un calmante.
Se lo tomó sin rechistar.
Ana lo miraba con verdadera pena. Ella hacía muchos años que sabía lo
de su madre y lo de su abuela, pero así de sopetón, era más de lo que una
persona normal podía aguantar, sin que le diera un tabardillo. Su hermano
que no era precisamente una persona fuerte, había sufrido una de las peores y
más grandes conmociones de su vida. Ella misma tenía mucho en que pensar.
Al parecer, tenía más poder del que creía en un principio, eso explicaría lo
que sentía últimamente con tanta fuerza. Por otra parte, el libro tenía que ser
brutal, para abarcar la historia de todas las mujeres de su estirpe. Lo de que
fuera mágico, prefería saltárselo, la vena para el dramatismo de su abuela,
rivalizaba con la de Sara, se hubieran gustado esas dos.
Su abuela había visto no sólo a su marido sino también a otro hombre,
eso la dejó patidifusa. La mitad de su alma. Era un poco traído por los pelos.
Su abuela era una mujer de su tiempo. No iba a sumar dos y dos y le iban a
dar Álvaro…
—¡Ana! —exclamó Vicent, elevando la voz.
—Perdona ¿Qué decías?
—Lo entiendo. Necesito asimilar... No entiendo que me ofrecieras venir
a tu casa después de todo lo que ha pasado. Mañana por la mañana me iré. No
pienso imponerte mi presencia, es lo mínimo que puedo hacer, aunque no lo
creas, aún me queda un mínimo de decencia.
Se notaba que Vicent estaba intentando controlarse, le temblaban las
manos de la conmoción. Ahora más que nunca, Ana supo lo que tenía que
hacer.
—Vic, no te vas a ir a ningún lado. De algún modo esta carta me ha
allanado el terreno por así decirlo y me ha ahorrado muchas explicaciones.
—No creas —dijo con una mueca —son muchas las preguntas que
tengo.
—Supongo. Los próximos días intentaré responder las que pueda. No sé
mucho, realmente algunas de las cosas que dice la abuela en su carta, me
enteré hace poco.
—¿Quieres que crea qué no sabías esto? —preguntó con marcada
incredulidad.
—Pues aunque te parezca mentira así es. Yo... No he aceptado lo que
soy hasta hace muy poco, de hecho me sentí obligada al enterarme de que
Júlia también tiene ese don.
—¿No lo habías visto? Quiero decir...
—Sé lo que quieres decir —reconoció con malestar —estaba más
preocupada lamentándome que prestando atención a mi hija. Vicent, no ha
sido fácil para mí tampoco. Créeme.
Vicent suspiró cansado. La cabeza le daba vueltas. Ana era su hermana
pero sabía más de la vida de su vecino que de la suya. Demasiados conflictos
y dolor los había distanciado. Eran casi dos desconocidos con una infancia en
común y poco más.
—Estoy cansado —confesó.
—Lo entiendo. ¿Quieres que haga unos sándwiches de jamón y queso y
un vaso de leche para cenar?
Esa había sido su cena favorita cuando era un crío.
—Me parece bien —dijo con un amago de sonrisa.
—Pues como al parecer vamos a cenar solos, voy a prepararlos —dijo
agradecida de tener algo que hacer —Vic, no te tortures, no merece la pena,
no podemos deshacer todos los años vividos, pero podemos crear puentes y
encontrarnos a medio camino.
Vicent la miró con emoción contenida. Después de unos segundos,
asintió con los labios apretados.
Mucho más tarde, después de que se acostara Vicent, Ana se dispuso a
seguir leyendo las cartas que permanecían intactas después de tantos años.
Eso era algo que le había llamado la atención. Su madre curiosamente las
había guardado sin leer. No tenía sentido. Reflexionó recordando momentos
pasados que sólo le reportaban tristeza. Con un suspiro, volvió su atención a
las cartas, empezó a abrirlas cronológicamente por la fecha del matasellos.
"Hola Ana,
Por problemas que ya te explicaré, he decidido junto a mi familia,
volver a casa, a nuestras raíces. Estamos en el pueblo donde varias
generaciones de nuestra familia, ha vivido por muchos años. Tu madre no ha
vuelto a pisar esta casa, dice que no se le ha perdido nada en un pueblo de
mala muerte, ya sabes como es, pero desde que he llegado, me siento feliz,
creo que es un buen sitio para vivir.
Las puertas de mi hogar, están abiertas para ti y los tuyos.
Ven cuando quieras.

Tú tía que te quiere. "

Una sonrisa nostálgica pintó su rostro. Recordaba a su tía, había sido


una mujer muy guapa y muy dulce.
Abrió otra carta.

"Querida sobrina,
Me parece muy mal que no respondas, eso no es lo que se te ha
enseñado, quiero creer que estás muy liada y no que se te ha olvidado tu
familia. Tu prima se va a casar en breve, me gustaría que vinieras, te adjunto
la invitación a la boda, quiero que sepas que te daré un gran abrazo pero no
te salvas de la regañina por ser tan dejada y no acordarte de tu única tía.

Tu tía que te quiere. "

Dentro del sobre estaba la invitación, llegaba con veinte años de retraso.

"Querida Ana,
Hoy he hablado con tu abuela. Me ha dicho que te has ido de casa de tu
madre y que estás empezando a rehacer tu vida después de la separación. Lo
siento, no tenía ni idea. También me ha comentado que no sabías nada de la
boda de tu prima, lamento muchísimo que no te llegara la invitación, te
hubiera encantado, fue una boda preciosa, tu abuela me ha dicho que te
llegará en un futuro, no lo he entendido pero ya estoy acostumbrada a las
frases crípticas de mi madre. Si ella lo dice seguro que será. Me gustaría que
cuando te instales en tu nueva vida, vengas a visitarnos. Tú prima te manda
un abrazo.

Tú tía que te quiere."

Su abuela sabía que un día le llegaría la invitación. ¿Cómo sería tener


tanto poder y ver tantas cosas? Aterrador. Sí eso era cierto, y todo apuntaba a
que sí, estaba en serios problemas. Nadie la había guiado para aprender a
controlarlo, tenía miedo de perder la cabeza como su madre. La ansiedad se
instaló en su pecho alterándole la frecuencia cardiaca.

"Ana,
He hablado con tu abuela. Me ha contado cosas espantosas. Le pido a
Dios que se equivoque pero sé que lamentándolo mucho, no será así.
Me ha explicado llorando que tu madre es un cascarón vacío y que se
ha perdido irremisiblemente. Doy gracias a Dios por no estar ahí, me habría
destrozado ver en qué se ha convertido.
Me ha dicho que ha hablado contigo y que te ha explicado la historia
familiar. Creí que hacía tiempo que lo sabías pero que la timidez de la
juventud, te impedía hablar de ello. No me podía creer que no supieras nada
de nada, tu madre ha cometido un pecado contigo, no te quepa la menor
duda querida sobrina. Supongo que ha tenido que ser... Bueno, no me lo
imagino, yo crecí con esas historias, no me puedo imaginar la vida sin ellas,
entiendo que estarás impactada.
Me ha dicho que también te ha hablado del libro. Es maravilloso Ana,
cuando lo veas te sorprenderá. Es antiquísimo, pero su estado de
conservación es increíble. Parece como si no pasara los años. Supongo que
la palabra magia te tiene que sonar extraña, pero cuando lo tengas entre tus
manos, la sentirás mi querida niña. Me ha dicho mi madre que te ha dado el
anillo de Yamanik, me alegro que lo tengas, es parte de las reliquias de
nuestra familia, tu madre nunca ha sido merecedora de él. Dice que las
cartas que te he escrito, al igual que esta misma, tardarás mucho, mucho
tiempo en leerlas, no me ha querido precisar más, en ocasiones he de
confesar que me enerva, la quiero con toda mi alma, pero que sepas, que
tiene una vena de testarudez más ancha que el Amazonas. Dice que te
pondrás en contacto conmigo a su debido momento. ¿Te lo puedes creer? Y
me ha dicho que te adjunte la profecía. También te mando mi número de
teléfono. Hemos cambiado la línea por problemas técnicos y nos han
asignado uno nuevo. Espero saber de ti pronto.
Posdata:
Mi querida niña, si al final mi madre tiene razón y no sabemos nada de
ti en mucho tiempo, no sientas miedo, el día que sea, aunque pasen veinte
años, si sigo viva, estaré aquí esperándote con los brazos abiertos. Mi madre
tiene el fuerte presentimiento de que contigo se cumplirá la profecía. Me
gustaría ser testigo de ello. Te mando todo mi amor.

Tú tía que te quiere.

Cuando se una el pasado y el futuro, cuando lo inamovible sea alzado,


cuando la pecadora de dos colores se funda y la guardiana del libro se abra
al conocimiento. Sólo entonces os será revelado el lugar del descanso eterno.
Sólo entonces se unirán la sal y la arena y el final será el principio.

—¿Mamá?
—¡Dios qué susto! Maldita sea Júlia, entre tu hermana y tú, me vais a
matar.
Júlia sonrió ante la cara de espanto de su madre, ella misma se había
sobresaltado del aullido que había soltado.
—Pensé que me habías escuchado —dijo sonriendo, ante la visión de su
madre que se había puesto verde.
Ana por su parte, seguía mirando a su hija con mala cara, con una mano
en el pecho y otra en la frente. Había estado a punto de darle un patatús.
—¿Qué haces aquí a estas horas? Pensé que ya estarías durmiendo.
Júlia se dejó caer en una silla mirando con curiosidad la caja y las cartas
desparramadas por toda la mesa.
—¿Qué es todo esto?
—Una cápsula del tiempo —dijo sucinta. Júlia la miró con extrañeza —
mi hermano está aquí, en la habitación de invitados y...
—¿Como que está aquí? ¿De qué narices estás hablando?
Ana suspiró cansada.
—Antes de nada, lee estas cartas, espera, por este orden —dijo
colocándolas por fechas.
Júlia no sabía muy bien que pensar. Al coger las cartas entre sus manos,
un montón de imágenes la inundaron, las aceptó con serenidad, eran de su
propia familia, su bisabuela escribiendo, hablando con su hija, su tía abuela
con cara de preocupación mientras pensaba qué escribir para no asustar a su
sobrina... Un cofre de madera oscura bellamente tallado con incrustaciones de
piedras preciosas y con símbolos gravados... Su bisabuela levantó la tapa por
unos instantes y el impacto de ver el libro le robó el aliento, sintió que el
libro la miraba a ella...
—¿Nena qué te pasa? —dijo su madre con preocupación manifiesta.
—Nada... Sólo que he visto momentos pasados...Y el libro...
—¿Has dicho el libro, ese libro?
Júlia asintió meditabunda. Había sido algo muy extraño, era absurdo, un
libro no era un ser vivo, sintió un tirón a la altura del corazón, tenía que ser el
impacto emocional de ver algo de lo que llevaban hablando tanto tiempo.
Seguro. No había otra explicación.
—¿Cómo es?
—Antiguo. Muy antiguo y está dentro de una caja repleta de símbolos y
con incrustaciones de piedras preciosas. Es grande, más de lo que me
imaginaba, no sé porqué pero cuando pensaba en él, siempre tenía la absurda
idea de algo pequeño, casi abstracto. Estaba total y absolutamente
equivocada.
Ana miró a su hija escrutándola.
—¿Qué no me estás contando?
—Es absurdo, pero me pareció como si el libro me mirase a mí a través
del espacio tiempo... No puedo explicarlo mejor.
Ana entendió exactamente lo que quería decir. El libro tenía su propia
magia. Todo esto se salía de lo normal, nadie hoy en día hablaba de magia y
de profecías ni de nada por el estilo, eso sólo pasaba en las películas, pero por
avatares del destino, su familia estaba inmersa en una historia repleta de
misterios digna del mejor guión.
—Júlia, lee las cartas, después hablamos.
Su hija la miró con gesto serio. Ana se levantó despacio, estaba
realmente cansada, estaba siendo un día muy largo que parecía, no acabar
nunca. Se fue a preparar un café con leche bien caliente. Volvió a la mesa y
se dejó caer en una silla observándola con intensidad
Un rato después, con la cara desencajada, Júlia dejó las cartas encima de
la mesa, se quedó mirando a su madre sin saber muy bien qué decir.
Demasiada información. Cuando leyó el nombre de su antepasada, Yamanik,
el corazón le dio un vuelco. ¡Ella tenía el anillo de Yamanik! Era todo tan
increíble. El libro en perfecto estado de conservación según su tía abuela. La
magia que le atribuían. Encajaba perfectamente con lo que ella misma había
sentido un rato antes en sus visiones. El intelecto le decía que no era posible.
La magia era cosa de mitos y leyendas. Pero el corazón le contaba una
historia muy diferente.
—Creo que estás empezando a darte cuenta de que esto —dijo Ana
abarcando con la mano todo lo que había encima de la mesa —es mucho más
de lo que parecía en un principio.
—Supongo que sí. Necesito tiempo para procesar tanta información —
hizo una mueca burlona —empiezo a parecerme a ti más de lo que quisiera.
Ana sonrió con cierto pesar.
—Espero que entiendas que ayudaré a mi hermano —no era una
pregunta y las dos lo sabían.
—Por supuesto. Lo cierto es que tengo la sensación de una vida
desperdiciada.
Compartía con su hija la misma opinión.
—Y supongo de que eres consciente de que vamos a abrir la caja de
Pandora. Tengo la sensación de que no va a ser la última sorpresa que nos
llevemos...
—Lo comparto al cien por cien. La profecía entiendo o creo entender
parte de lo que dice, el pasado y el presente unidos, eso hace una alusión
directa a ti y a mí pero lo demás... Estoy dándole vueltas y no consigo encajar
más piezas.
—Yo también pero no consigo descifrarlo.
—La guardiana podría ser Clara por ser la Guardiana del libro pero sigo
sin entender eso de que se abra al conocimiento. ¿Al conocimiento de qué?
Me frustra no entenderlo.
Ana sonrió al escuchar a su hija. Demasiadas incógnitas que dilucidar.
—Hay mucho por descubrir.
—Clara bizqueará de placer, ella no dirá historia, dirá aventura. Tenlo
presente.
Era cierto. Clara quedaría extasiada y llegaría a una conclusión
grandiosa. Ana no tenía ninguna duda al respecto.
—Mañana cuando venga, antes de que salte sobre mi hermano, tiene que
leer las cartas.
—Estoy de acuerdo —dijo imaginando la escena. Clara era visceral
hasta decir basta, normalmente actuaba y después se paraba a pensar —yo me
encargo.
Ana asintió.
—Recoge todo esto entonces y guárdalo tú, ten cuidado por favor no
querría que cayera en manos de cualquiera, nos guste o no, es nuestra
historia, nuestro legado familiar.
—No te preocupes mamá. Sólo la llevaré a casa de Clara y después
volveré a traerla aquí. Tienes mi palabra.
—Bueno... Creo que es hora de acostarnos, en pocas horas tenemos otro
día muy largo por delante —su hija asintió —por cierto nena... Posiblemente
un amigo mío vendrá a pasar con nosotros el día de Navidad.
—¿Un amigo dices? ¿Quién?
—Un compañero del trabajo. Está solo y me ha parecido lo más
correcto, nadie tiene que pasar estas fechas sólo.
Su hija la miró suspicaz.
—Entiendo.
Ana no pensaba entrar en ese jardín, pero se moría por preguntar qué
entendía.
—Bien. Pues ya está todo explicado. Vámonos a dormir.
Más tarde, ya en la cama, Ana seguía dándole vueltas a la profecía. Se
unirán la sal y la arena... Sal y arena... Sabía que esas palabras encerraban
un simbolismo crucial pero no alcanzaba a verlo. Suspirando decidió dejar de
pensar.
Tenía que empezar a confiar, dar un salto de fe y entender que en algún
momento, el conocimiento se abriría paso, desvelando todas esas incógnitas.
Era un juego de palabras... La clave estaba ahí. El conocimiento...uniría la sal
y la arena... Era para volverse loca.

La mañana como era de esperar, llegó antes de lo necesario. Cuando


Ana se volvió aún con los ojos casi cerrados para apagar el despertador, vio
una hoja doblada en la mesilla. Era de su hija Júlia. Al parecer había dormido
menos que ella.

"Mamá, no te preocupes, me he ido a casa de Clara, volveré en un rato,


he dejado bollos recién hechos en la cocina, he ido a la panadería temprano
y te los he traído para que desayunéis. Por cierto, me he encontrado al
doctor que vino el otro día a hablar contigo. No me habías dicho que te
referías a él.
Júlia."

No se había levantado todavía y los problemas parecían que ya la


estaban esperando. ¿Tenía que encontrarse con Álvaro precisamente esa
mañana? ¿Es que ese hombre no dormía? Si fuese por ella, enterraría la
cabeza en la almohada y no se levantaría en varias horas. Con un suspiro se
encaminó al baño, esperaba que una ducha la despejara porque sabía Dios
que lo necesitaba como el comer.
Capítulo XIV:

—¿Qué es eso tan importante que no podía esperar? —preguntó Clara


de mal humor. Odiaba levantarse temprano pero su hermana le había
mandado un mensaje que había despertado su curiosidad.
—Buenos días para ti también —dijo Júlia irónica —y sí, me apetecería
un café si eres tan amable.
Clara gruñó algo sobre hermanas repelentes mientras se dirigía a la
cocina.
—No hagas ruido. Sergio está todavía dormido y el cachorro también.
—¿El perro está durmiendo con vosotros? —preguntó con gesto de
sorpresa.
—Era eso o no dormir ninguno. Llora cuando apagamos la luz —explicó
a la defensiva.
Júlia se rió con ganas.
—¿Cuándo tienes pensado llevarle el perro a mamá?
—Al paso que va, en un rato. Necesito dormir un poco. Además ya he
comprado el otro cachorro para Sergio. Ya he quedado con el criador. Así
que hermanita, cuando te tomes el café, tú y yo nos vamos a ir de paseo.
—¿Yo? No me habías dicho nada. Tengo mil cosas que hacer y...
—Y me da igual. Tú vienes conmigo a buscar al maldito chucho y
después miramos como le damos el suyo a mamá.
Clara estaba francamente de mal humor.
—Hombre, lo suyo sería dárselo mañana que es Navidad y...
—¡Eso ni lo sueñes! Me niego a pasar una noche más sin dormir y
encima con dos perros enormes en mi cama —dijo Clara cruzándose de
brazos con gesto adusto.
Júlia ocultó una sonrisa que pugnaba por salir. Le estaría bien empleado
por comprar un perro sin consultarlo. Aunque fuera el perro más precioso del
mundo.
—Está bien. Lo haremos como tú quieras —concedió de buen talante —
no me has preguntado qué llevo en esta caja —dijo misteriosa.
Clara miró la caja suspicaz. No se había dado cuenta. Claro que estaba
medio grogui y le dolía la espalda por culpa del maldito animal
—Vale. ¿Qué llevas en esa caja? Por cierto es vieja hasta decir basta.
—La caja no importa, es lo que hay en su interior lo que va a hacer que
te salgas de las zapatillas
Eso despertó el interés de Clara despejándola instantáneamente.
—Suéltalo.
—Primero quiero que te sientes —dijo con un brillo sospechoso en la
mirada.
Clara obedeció sin rechistar. Júlia por su parte abrió la caja y sacó lo que
parecían cartas antiguas, se las entregó mirándola a los ojos con gesto serio.
—Quiero que te leas esto y no digas nada hasta que acabes. Por cierto el
hermano de mamá está en casa. ¡No digas nada! Lee.
Clara abrió la boca pero su hermana no le permitió decir nada. Se la
quedó mirando con el ceño fruncido pero la curiosidad, la estaba corroyendo.
Empezó a leer y poco a poco el gesto de enfado fue desapareciendo por uno
de total asombro.
Júlia por su parte iba sorbiendo su café despacio. No perdía detalle de
los cambios en el rostro de su hermana. Esperó pacientemente, a que llegara a
la profecía.
—¡Madre mía! Esto es fantástico —gritó Clara saltando de la silla.
Al momento se escuchó unos ladridos en el piso superior.
—Júlia, esto... ¡No tengo palabras! Es increíble. Impresionante. ¡Habla
de mí! Yo soy la guardiana del libro... Bueno lo seré cuando lo encontremos
pero... Habla de mí... Guau...
Júlia sonrió de oreja a oreja. Sabía que su hermana tenía una visión
diferente de las cosas. Tanto su madre como ella se habían quedado un tanto
conmocionadas, pero Clara estaba hecha de otra pasta. Ella sólo veía la
aventura, los problemas que vendrían aparejados, ni siquiera le hacían
pestañear.
—Entendimos bien el nombre de nuestra antepasada. Era complicado
porque no sabía muy bien como escribirlo pero las palabras surgieron... Es
como dice en la profecía. Yo tengo el conocimiento. Sólo que no lo sé.
Júlia se quedó pasmada. Al momento se estaba desternillando de risa.
No podía parar.
—Tú... Tienes el co...conocimiento...
Clara empezó a fruncir el ceño pero sólo consiguió hacer reír más a su
hermana.
Sergio apareció en ese instante seguido del cachorro.
—¿Qué pasa? —preguntó con voz somnolienta —¿Porqué te estás
riendo?
Júlia volvió a caer en un paroxismo de risas ante la sorpresa de su
cuñado. Clara por su parte estaba valorando seriamente darle con algo en la
cabeza.
—Perdón —dijo intentando que sonara en serio. Otro acceso de risas,
robó toda credibilidad —lo siento.
Clara estaba cada vez más enfadada.
—¿Alguien tendría la bondad de explicarme qué pasa?
—Pasa que me he enterado de unas cosillas y a mi hermana al parecer le
hace mucha gracia...
Otro conato de risas la interrumpió.
—Perdón —dijo Júlia uniendo sus manos en señal de ruego.
—Como te decía, a mi hermana le hace... ¡Como te vuelvas a reír te
estrello algo en la cabeza! —amenazó con los brazos en jarras.
Sergio abrió los ojos sobresaltado. El perro se unió al jolgorio con una
serie de ladridos que los dejaron sordos. Era increíble la potencia que tenía
para ser un cachorro. Encima movía el rabo esperando un premio. Iba
apañado, pensó. Hasta que no se tomará una buena taza de café, no era
persona.
—Siéntate Sergio, ya te preparo yo el café. Además quiero que te
despejes rápido. Tienes que leer estas cartas.
—¿Quieres que las lea? No te ofendas Sergio...
—Ya hablamos del tema. Cualquier cosa que hagamos, Sergio estará
informado. Es un miembro de esta familia y ya va siendo hora de que lo
aceptes como tal.
—Por supuesto, no era mi intención insinuar lo contrario —Clara se
apaciguó un poco al ver que su hermana no iba a discutir.
Sergio empezó a leer las cartas, concentrado.
Las chicas por su parte se sentaron a esperar. Las dos supieron el
momento exacto, que llegó a la profecía. Su cara era un poema. Cuando
Sergio levantó la vista, la estupefacción más genuina brillaba en su rostro.
—Esto es... Increíble...una profecía. ¡Estoy alucinando! Es como uno de
mis juegos de rol. Hay que ir consiguiendo pistas hasta dar con la clave.
Júlia hizo una mueca cuando escuchó a su cuñado.
—Hombre, no es lo mismo —se encontró obligada a decir.
—¿No? Pues no le veo la diferencia. En serio, hay que encontrar todas
las pistas, resolver las incógnitas para poder pasar al siguiente nivel. Para mí
está claro.
Clara miró a su novio con adoración.
—En cierta forma lo que dice Sergio tiene sentido. Piénsalo. Pero como
nuestra historia es más antigua que los videojuegos, entonces digo que son
los juegos los que nos han copiado. De alguna manera han cogido las
historias de mitos y leyendas y han creado universos paralelos y...
—Supongo que eres consciente de que estas divagando ¿Verdad? Eres
más friki de lo que me imaginaba, que lo sepas.
—Me he dejado llevar por la emoción —murmuró Clara con turbación
—esto es más serio de lo que parece. Y lo más importante, no es un juego.
Júlia asintió. Sí llegaba a casa diciendo que el linaje de su familia era un
juego de rol, le daba tal perrenque a su madre que caía fulminada.
—Vale. Ahora que hemos establecido eso. ¿Cuál es el siguiente paso?
—preguntó Clara ansiosa.
—Supongo que mamá llamará a su tía y acordaran en verse para el tema
del libro e imagino que tendrán mucho de qué hablar.
—Tendremos —Puntualizó Clara —esto es algo que nos incluye a todas.
—¿Y después? —preguntó Sergio con interés.
Se quedaron callados, reflexionando.
—Supongo qué y digo supongo, la profecía llegados a ese punto se
tendrá que cumplir... —dijo Clara.
—Creo que es más bien al contrario —comentó Júlia meditabunda —
entiendo que tendremos que hacer una serie de cosas para que al final se
cumpla la profecía.
Clara asintió. Tenía sentido.
—Supongo que mamá se piensa hacer cargo de su hermano después de
todo esto.
—Mamá ya se había ofrecido. La caja la trajo él. Y sí, supongo que
tendremos que acostumbrarnos a verlo por casa.
—Hay que joderse —dijo Clara de mala manera —lo entiendo, en serio
pero no lo comparto. Mientras mamá lo pasaba francamente mal, su familia
miraba para otro lado y eso que viven a pocos kilómetros de distancia. Y no
diré los años de angustia que le hicieron vivir cuando era joven. No se merece
que ahora porque se vaya a morir, lo acojamos con amor y cariño. Por mi
parte que no espere nada.
Júlia compartía bastante, la manera de pensar de su hermana.
—Bueno. Tenemos que ponernos en marcha, mamá estará de los nervios
porque me he traído la caja —el gesto de sorpresa de su hermana la hizo
sonreír —sabe que venía aquí pero ya sabes como es. Estará impaciente por
tenerla de vuelta en casa. Además tenemos un montón de cosas que hacer
hoy.
—Tienes razón, voy a vestirme y nos vamos. Sergio ¿Vas a ir a recoger
ahora la furgoneta de tu amigo?
—Si. He quedado en un rato con él y después me voy a buscar a César,
todo solucionado —dijo con una sonrisa —nos vemos más tarde en casa de tu
madre.

Ana estaba desayunando con su hermano cuando entraron por la puerta


sus dos hijas.
—Hola. ¡Ya estamos aquí! —dijo Júlia demasiado efusivamente.
Entraron a la cocina y se hizo un silencio incómodo.
—Hola Clara —dijo mirando a su hija que a su vez, observaba con el
ceño fruncido a su tío —cielo, tienes ojeras, como si no hubieras dormido
mucho.
Clara la miró enfadada, cosa que no entendió. Júlia soltó una risita. Estas
dos estaban tramando algo y lo supo por su oficio de madre no por otro
motivo.
—¿Os acordáis de vuestro tío Vicent?
Vicent las miraba con curiosidad.
—Algo —soltó Clara cáustica.
—Hola tío —dijo Júlia con voz neutra.
—Hola. ¿Tú eres Júlia, cierto? —Su hija mayor asintió —imagino que
entonces tú eres Clara.
—Muy agudo tío —el sarcasmo goteaba en cada palabra.
—Clara, creo que si te lo propones, eres capaz de recordar los modales
—comentó Ana seca.
—Supongo. Pero lo cierto es que no me apetece.
—Entiendo tu actitud, pero gastar tus energías conmigo es como mínimo
absurdo, no soy rival —dijo Vicent mirándola con cierta diversión en los
ojos.
—Porque te estés muriendo no esperes que me caigas mejor.
—¡Clara! Haz el favor de...
Una risa en sordina, sorprendió a Ana.
¿Es que nadie podía ser normal en su familia?
—Tienes mucho de tu abuela.
—¡Eso es una mentira asquerosa! —siseó Clara con saña. La furia
brillaba en sus ojos.
—Sé que para ti puede ser el mayor insulto pero tu abuela no siempre
fue... Ella tenía su propio encanto, era...
—¡Me importa una mierda qué era! Te diré qué no era. No fue una
buena madre, no fue una buena hija y desde luego no fue una buena abuela.
No vuelvas a nombrarla delante de mí y que no se te ocurra decir que me
parezco a ella o te juro que...
—¡Se acabó! Clara, es mi hermano y espero que encuentres la voluntad
de aceptarlo mientras esté en mí casa —su hija la miraba con rabia y el gesto
de su mentón, decía a todas luces que se estaba controlando por los pelos —
nadie más que yo sabe lo difícil que es esto para todos pero espero respeto.
Clara miró a su tío con verdadera inquina. Lo curioso es que Vicent
estaba francamente tranquilo. Incluso sonriente.
—Sólo me comprometo a no tirarle algo a la cabeza y no quiero que me
dirija la puñetera palabra en lo que le reste de vida —si hubiera podido
fulminarlo con la mirada, Vicent hacía ya un rato que estaba criando malvas.
—Si no quieres dirigirle la palabra lo entiendo.
—Mamá, por favor, Clara no va a hacerle nada al tío Vicent y tú —dijo
mirando a su hermana —haz el favor de comportarte.
—Tenemos mucho que hacer hoy, así que es mejor que nos pongamos
en marcha —dijo seca ignorando el comentario de su hermana.
—Estoy de acuerdo. Vamos al garaje a revisar los adornos navideños y
elaboramos una lista de lo que falte. Por cierto ¿No había ido Sergio ayer a
buscar las sillas porque hoy no le podía su amigo dejarle furgoneta?
Clara se paró en seco. Era verdad. Cuando esa mañana le dijo que había
quedado con su amigo y César, no se había percatado de ese detalle.
—Mamá. ¿Vino ayer Sergio a traer las sillas y los tableros?
—Yo no me moví de aquí en toda la tarde y no lo vi.
Clara estaba empezando a mosquearse. Su hermana fue al garaje a mirar
las cajas y la llamó a voces. Las sillas y los tableros, estaban en el garaje bien
colocados. Su novio estaba tramando algo.
De pronto se hizo la luz. ¡Sergio había ido al criadero a comprarle un
perro! Se jugaba el sueldo de un mes.
—Júlia coge las llaves del coche. ¡Nos vamos!
—¿Qué pasa? —preguntó mientras recogía las llaves y salía detrás de su
hermana.
—Nenas. ¿Qué está pasando y a dónde vais ahora?
—Mamá, no puedo explicártelo en este momento, venimos en un rato.
No pasa nada, es que he olvidado si me he dejado la puerta abierta.
Ana alzó las cejas en un gesto de incredulidad. Pero antes de que
pudiera decir algo, sus hijas salieron corriendo.
—¿Me vas a decir qué narices pasa?
—Tengo la sospecha de que Sergio ha ido al criadero y de ninguna
manera quiero encontrarme con dos monstruos de cuatro patas, en mi cama.
Una sonrisa de oreja a oreja, cinceló las bellas facciones de Júlia.
—Entiendo que vamos al criadero.
—Entiendes bien. Acelera por el amor de Dios —dijo Clara
apremiándola.
Ana se quedó mirando como su hija mayor derrapaba en la entrada.
Estaba pasando algo. Entró en casa pensando qué podría ser.
Su hermano estaba terminando de tomarse el café.
—Tu hija pequeña es todo temperamento —dijo con una tenue sonrisa.
—Lo sé. Podrías intentar no decirle que se parece a nuestra madre, eso
tiene el mismo efecto que enseñarle un capote rojo a un toro.
La sonrisa de Vicent se acentuó.
—Podría pero no sería ni de lejos tan divertido —se lo quedó mirando
estupefacta.
—Pues no creo que te parezca divertido que acabe estrellándote algo en
la cabeza —dijo mordaz —Clara es de las que actúa primero y piensa
después.
Su hermano se rió bajito. Confirmado. La locura era algo congénito en
su familia. Pensó Ana con pesar.
—Lo cierto es que me la recuerda. Mamá tenía un temperamento de mil
demonios, he visto como hombres hechos y derechos, se amilanaban ante uno
de sus arranques.
A Ana le pareció extraño hablar de su madre como si fuera la cosa más
normal del mundo.
—Mira Vicent, sé que para ti es diferente, tú has vivido con ella toda tu
vida, pero para mis hijas y para mí, mamá fue una bruja. Las niñas tienen
pocos recuerdos de ella, pero los pocos que tienen, no son precisamente
buenos. No ahondes en esa herida.
Su hermano la miró meditabundo.
—En ti puedo entender el rechazo, sobre todo después de leer las cartas,
pero ellas no tuvieron casi contacto con ella, sí sienten ese odio, es porque tú
mi querida hermana lo has fomentado todos estos años.
Ana se quedó de una pieza.
—En una ocasión las dejé en casa para que pasaran la tarde con
vosotros, mamá las encerró en un armario durante horas, se quedaron
afónicas de tanto gritar. Cuando las encontré, no se podían poner de pie, de lo
entumecidas que estaban y Clara se había hecho pipí encima. Fue la última
vez que las llevé. Aún tengo remordimientos por haberlas dejado con ella,
pensando que sería bueno que se relacionaran con las niñas.
Vicent perdió todo rastro de color.
—¿Y Alex?
—Ese día tenía pediatra, por eso dejé a las niñas en casa, creí que
estando papá no pasaría nada pero tuvo que salir. Lo único que me dijo fue
que hacían mucho ruido y que las había castigado para que aprendieran.
Tardaron meses en dormir sin tener pesadillas.
—Sé que te va a costar de creer pero conmigo siempre fue una buena
madre, a veces tenía episodios de profunda melancolía y otras perdía los
nervios por cualquier cosa, no... No puedo conciliar... Es como si habláramos
de dos personas distintas.
Se quedaron en silencio. Cada uno de ellos, sumidos en sus propios
pensamientos.
—Ana... Murió con tu nombre en los labios —Ana sintió esas palabras
como puñales. Lágrimas silenciosas, resbalaron por sus mejillas.
—Creo... Creo que es mejor no hablar del tema Vic —dijo limpiándose
el rostro con las manos —ya no está y es mejor así. Mañana es Navidad y por
mi paz mental, prefiero dejar en el pasado lo que ya no tiene sentido
rememorar. Tenemos una segunda oportunidad de conocernos, nunca
recuperaremos lo que se ha perdido pero podemos intentarlo a partir de aquí.
Vicent la miró con expresión contrita. El pasado los había distanciado y
las heridas, seguían sin cicatrizar.
En ese momento de su vida, Vicent hubiera preferido no saber, no podía
conciliar lo que le había explicado su hermana, con el recuerdo de su madre.
Después del cáriz que había tomado todo, tenía que replantearse demasiadas
cosas y no quería, no podía empañar su recuerdo, ni siquiera después de leer
las malditas cartas. Le quedaban meses de vida y necesitaba morir en paz.
Morir sólo lo asustaba. Esas serían sus últimas navidades. Aunque su
hermana fuera la reencarnación del mal, como había supuesto, o la
propusieran para su próxima beatificación, lo cierto es que en esos momentos
no le importaba. Necesitaba contacto humano. Si era egoísta tampoco le
importaba, cuando él se fuera de este mundo, nadie lloraría su muerte, a nadie
le importaría. La única persona que lo amó sin condiciones, había muerto, no
quería el amor de nadie más.

—Mira. Ese es su coche. ¡Lo sabía! —exclamó Clara ansiosa —date


prisa no vaya a ser que lleguemos tarde.
—Tranquila, ya estamos aquí.
Clara se bajó del coche casi antes de que se parara del todo. Entró
corriendo y se encontró de golpe con su novio.
Sergio la miró sin sorprenderse. Una sonrisa radiante iluminó su cara.
—Hola mi vida. Creo que se te ha olvidado contarme algo.
—No se me ha olvidado —dijo levantando el mentón —sólo que era una
sorpresa.
El criador se acercó con cara de circunstancias.
—Hola Clara —dijo cohibido —lo he intentado todo pero al final le he
dicho que hablara contigo. Lo siento, lo ha deducido él sólo.
Sergio seguía mirándola con una gran sonrisa.
—Parece ser que los dos hemos tenido la misma idea. Estamos
conectados.
—Será eso —dijo sonriendo de medio lado —ya que estamos aquí,
supongo que puedes coger tu regalo.
Sergio abrazó a su novia y le dio un beso cargado de promesas.
Júlia entró por la puerta y se los encontró así, le encantó. Se querían con
locura. Hacían una pareja fantástica.
—Supongo que ya está todo arreglado —dijo a los tortolitos.
—Supones bien —contestó Clara haciendo una mueca burlona —Júlia,
si quieres ir a casa, ahora voy yo, recogeremos al cachorro y nos encontramos
allí.
—Me parece bien. Sergio, felicidades por el nuevo miembro de la
familia.
—Gracias —dijo feliz. No podía parar de sonreír —ahora nos vemos.
Júlia emprendió el camino a casa pensando en esos dos. Habían tenido
la misma idea. Sería cierto eso que decían de dormir en el mismo colchón.
Pensó irónica. Puso la radio y unos villancicos, inundó el vehículo. Se puso a
cantar a pleno pulmón más contenta de lo que recordaba en mucho tiempo.
—Dije un gran abeto ¿Pero tenías que tomártelo tan a pecho? — en
medio del salón, había el abeto más grande que podía imaginar. El final del
árbol estaba un poco doblado contra el techo y su circunferencia era
desproporcionada —al vendedor le has alegrado el día fijo.
—Dijiste qué fuera grande, el más grande —dijo César a la defensiva.
—Cierto. La culpa es mía por no ser más concreta —murmuró Ana.
—Tampoco es tan grande —dijo Sara separándose para verlo en
perspectiva. Ana la miró con tal escepticismo que tuvo que corregirse —
bueno, al igual un poquito.
—Gracias cariño —dijo César agradecido.
—Ni con todos los adornos que tenemos, llenamos medio abeto —
añadió Ana pensativa.
—Bueno...Ahora cuando llegue Clara, iremos a comprar lo que falte —
comentó Júlia disimulando una sonrisa. Le hacía gracia el aire de agravio que
lucía César.
—Eso está bien. Pero necesitaréis un camión para traer todo lo necesario
—apostilló Ana sólo para ver como el ceño de César, se hacía más profundo.
—Bueno, yo también tengo en mi casa adornos, puedo traerlos si fuese
necesario —dijo Sara servicial.
—Es necesario. No te quepa la menor duda —comentó Ana con
marcada ironía.
—Vale. Lo reconozco, cuando he ido a mirar los abetos y he visto este...
Me he venido arriba —confesó César sintiéndose presionado.
Las mujeres se echaron a reír, al ver su cara de agobio.
—Menos mal que no hay muebles, sino tendríamos que comer en el
garaje —dijo Ana sonriendo.
—Si hubieran muebles no habría hecho falta comprar uno tan grande —
atacó César con una sonrisa malévola.
—Touché —murmuró Ana con gracia. César hizo una reverencia burlona
que todas festejaron.
En ese momento escucharon bastante alboroto en el porche. Se miraron
entre sí con gesto de interrogación.
—Y ahora ¿Quién será? —dijo Ana a nadie en particular.
—Probablemente sean Clara y Sergio —contestó Júlia dudosa.
—Seguro —dijo César —quedé con Sergio para que me ayudara a
colocar las mesas y dejar esto preparado para mañana —explicó contento de
contar con algún apoyo masculino.
Un ladrido inesperado seguido de varias maldiciones hizo que se
levantaran varias cejas.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Ana con cierta alarma en la
voz.
Júlia tenía una idea bastante aproximada de lo que estaba pasando.
Ana, llegó a la puerta principal en el mismo momento que su hija
pequeña la abría. Llevaba un enorme cachorro entre los brazos gris perla
moteado con las orejas más grandes posibles. Era adorable. Sergio venía
detrás con otro cachorro igual arlequinado pero blanco y negro, también lo
llevaba en brazos.
—Clara. ¿Os habéis comprado... Dos perros? —sabía que le gustaban
los animales pero eso era llevarlo muy lejos. Alimentar a esas dos bestias no
tenía que ser barato.
—No precisamente —dijo sujetando al animal con no poco esfuerzo.
—¿Y la caja? —preguntó Júlia extrañada.
—Se la han comido.
—¿Qué caja?
—Da gracias que ha sido la caja y no el asiento del coche —dijo Sergio
con ironía.
—¡Oh! Qué perritos más lindos —Exclamó Sara embelesada.
—Bueno esta no era la manera como lo había imaginado pero...
—¡Espera! —dijo Júlia —entrar al salón. Mamá ven, bueno venir todos
por favor.
Vicent bajaba las escaleras en ese momento atraído por el barullo. Se
quedó parado en los escalones, contemplando la escena.
—Tío Vicent, ven tú también —comentó Júlia haciéndolo participe.
—Júlia no entiendo...
—Tranquila Ana, en un momento lo vas a entender todo —dijo Sergio
con una sonrisa pícara.
Entraron todos al salón donde estaba el enorme abeto que desprendía un
maravilloso perfume. César iba sonriendo con las manos en los bolsillos,
haciéndose una idea aproximada del pandemónium que se iba a liar en pocos
segundos. Sara lo miró interrogante pero él se limitó a guiñarle un ojo.
Cuando estuvieron todos delante del abeto, Clara se acercó a su madre
que la miraba con expresión rara y sin muchas ceremonias, le plantó en los
brazos al cachorro gris plata.
—Mamá. ¡Feliz Navidad! Este es tu regalo de parte de Sergio, Júlia y
mío.
El silencio que se hizo en el salón, fue de impresión.
Ana estaba perpleja. Miró al perro y después a sus hijas y otra vez al
perro.
—¡Juro que esta vez os mato con mis propias manos! —exclamó cuando
recuperó la voz —de todas las ideas descabelladas que habéis tenido y bien
sabe Dios que han sido unas pocas. Esta se lleva la palma.
En ese preciso instante, el cachorro le dio un lametón en la cara,
restándole toda autoridad.
Ana intentó mantener el tipo pero el maldito animal, volvió a lamerla e
intentó morderle el mentón. Así era imposible que la tomaran en serio.
—Venga mamá, reconoce que es precioso —dijo Clara melosa.
—Ana cielo, deja de poner esa cara, todos sabemos que te ha robado el
corazón.
Sergio dejó en el suelo al otro can. Cuando el que tenía Ana en los
brazos vio a su compañero de juegos trotando por la sala, empezó a
contornease para que lo soltaran. Ana lo soltó con cuidado y Este se fue
corriendo de forma desgarbada a buscar a su compañero de juegos. Por un
momento todos se quedaron mirándolos jugar, sonriendo ante lo patosos que
eran. Ana intentó no sonreír pero era imposible mantenerse seria ante la
encantadora y divertida escena que tenía delante.
—Ese cachorro se hará grande como un oso —comentó Vicent.
—Ya puedes jurarlo. Es un dogo alemán. Pueden alcanzar el metro de
altura a la cruz y setenta kilos de peso —explicó Sergio entusiasmado.
Ana gimió llevándose una mano a la frente.
—Cuando tuvisteis la maravillosa idea de regalarme un perro ¿Tenía
que ser el más grande del mundo? —preguntó con cara de espanto.
—Bueno, eso fue casualidad —comentó Clara —pero el tamaño da
igual, es una de las razas más leales que existen y su inteligencia es superior.
—Creo que tu madre no opina lo mismo —dijo César con una gran
sonrisa —el tamaño sí importa.
Sergio soltó una risita que le valió una mirada admonitoria por parte de
su novia. Incluso Vicent sonrió ante las chanzas de César.
—Dime por favor que no me habéis regalado los dos —rogó Ana con
cara de sufrimiento.

—Para nada. Este —dijo Sergio señalando al que parecía un dálmata —


es mi regalo de Navidad.
Sara empezó a reírse. César también sonreía disfrutando de la escena.
—Querida, no sé si es el momento más adecuado para decirlo. Pero el
mes que viene te traen todos los muebles nuevos y tú eres la flamante dueña
de un cachorro con dolor de encías —apostilló Sara sin poder contenerse.
—Recuérdame que no te llame cuando necesite consuelo. Amiga.
Las risas de Sara, le dijeron lo muy preocupada que estaba.
—No le hemos puesto nombre para que tú lo bautices mami —dijo Júlia
usando el diminutivo de cuando era pequeña.
—Puedes poner cara de ángel pero te recuerdo que tú vives aquí y las
obligaciones serán compartidas —advirtió Ana con el ceño fruncido.
Júlia asintió sin darle importancia.
—¿Como lo vas a llamar? —preguntó Sara.
—Max. Se llamará Max.
En ese momento el cachorro levantó la cabeza como si hubiera
entendido que hablaban de él. Las risas fueron generalizadas.
—Ves mamá. Es muy listo, casi tanto como Troy.
—¿Es el nombre que le habéis puesto al vuestro?
—Si. Lo he elegido yo —dijo Sergio muy satisfecho.
—Quiero que sepáis que no estoy nada contenta con el perro, no os lo
devuelvo porque es de mala educación devolver los regalos pero tardaré en
perdonaros esta jugarreta. Me vengaré. Estáis avisados.
Ni siquiera pestañearon. Vicent se tensó cuando su hermana amenazó a
su familia. La cara de enfado junto con su postura, decía claramente que
hablaba en serio. Observó a la familia de su hermana. Las dos chicas estaban
en el suelo jugando con los cachorros, el novio de su sobrina pequeña, estaba
despatarrado revolcándose con los perros como un crío, incluso César al que
había conocido hacia un rato y que ya tenía una edad, se unió al resto.
Ninguno hizo caso de las amenazas de Ana. Eso le llamó la atención.
—Ana querida, si quieres vengarte, yo te ayudo —ofreció Sara con los
ojos brillantes de risa contenida.
Unas risitas festejaron su comentario. Ana se giró a mirarlos con gesto
adusto.
Su mirada admonitoria, cayó en saco roto como sus amenazas. Levantó
los brazos al cielo en un gesto de impotencia. Con un suspiro audible se
marchó a la cocina.
—Si alguien quiere una cerveza lo invito, menos a los tres inútiles que
están revolcándose por los suelos —dijo desabrida.
Los tres inútiles, hicieron caso omiso y se levantaron para seguirla.
—Creo que es momento de deciros que yo tengo un bóxer y es el dueño
del sofá de mi casa —dijo César con una sonrisa traviesa.
—¿No me habías dicho que tenías un perro? —dijo Sara.
—Se llama Marvin —dijo Ana de pasada. César la miró sorprendido.
—¿Quedó algo del bizcocho del otro día? —preguntó Sergio
esperanzado.
—Lo tiré —contestó Ana con placer.
—No seas mala. Sergio querido, he traído bizcochos recién hechos.
La sonrisa de Sergio podía iluminar diez campos de fútbol.
—César, ándate con cuidado o Sergio un día de estos, raptará a Sara. Es
su amor platónico.
César por su parte se rió entre dientes.
—Lo entiendo —dijo mirando con adoración a Sara —por cierto Ana.
¿Como sabes que se llama Marvin?
Ana se quedó blanca, no podía decirle porqué lo sabía. Se le había
escapado.
—El otro día lo mencionaste —mintió con una gran sonrisa. César
frunció el ceño.
Ana soltó un suspiro de alivio. Tenía que andarse con cuidado.
—César tenemos que quedar para hacer una salida con los perros cuando
el mío sea un poco más grande —dijo Sergio entusiasmado. César asintió
meditabundo.
—Cuando quieras —contestó con una sonrisa —Marvin tiene ya unos
años pero le encanta salir al parque y revolcarse por el césped.
Sergio asintió encantado y se fue a buscar un buen trozo de pastel.
Cuando pasó por delante de Sara le sonrió poniéndole ojitos y murmurando
lindezas. Se oyeron risas mal disimuladas en la estancia.
—Que sepas campeón, que antes de caer bajo su embrujo, eras mucho
más agradable —apostilló Ana con malignidad.
—¡No puedo creer que hayas dicho eso! —dijo Sara con tono ofendido.
César se acercó abrazándola por detrás y le dio un beso en el cuello.
—Qué puedo decir. Me ha robado el corazón —dijo guiñándole un ojo
con picardía.
Las chicas entraron corriendo con los cachorros pegados a sus talones.
El bullicio prometía.
Ana siguió mascullando sobre hijas descerebradas, amigas inútiles y
cosas por el estilo. No le hacían el menor caso. Todos hablaban con todos.
Los cachorros demandaban de vez en cuando atención y siempre había
alguno que se la ofrecía. Vicent observaba todo desde el sillón que le habían
traído y que habían ubicado al lado de la ventana. Estaba perplejo. Su
hermana estaba sentada en uno de los taburetes tomándose una cerveza sin
alcohol y comiendo patatas chips, César la acompañaba apoyado en la repisa,
los demás sentados alrededor de la mesa compartiendo refrescos y
divirtiéndose con los cachorros. Era una escena doméstica que lo
conmocionó.
Max se acercó y empezó a mordisquearle la pierna del pantalón. Intentó
quitárselo de encima pero lo único que consiguió es que se animara más. La
otra bestia, se percató y se lanzó sobre él.
—Entiendo que no soy el invitado favorito pero lanzarme a los perros es
un poco exagerado —comentó aprensivo.
Clara y Júlia fuero corriendo a rescatarlo.
—Gracias —dijo mirando a su sobrina pequeña.
—No me las des. Lo he hecho por mi perro, no vaya a ser que se
envenene —murmuró Clara sin mirarlo, en tono despectivo.
—¡Clara! —exclamó Ana —o te controlas o te vas.
Clara miró a su madre sorprendida, una sombra de dolor cruzó su rostro.
—No lo dices en serio —dijo desafiante.
—Totalmente. No pienso consentirte que le faltes el respeto a mi
hermano o a cualquier invitado mío para el caso. Eso no es lo que te he
enseñado.
Todos se callaron.
Ana sintió la mano de Sara en el brazo. Le estaba advirtiendo de que
estaba pisando hielo fino.
—Te quiero mucho hija y te puedo entender pero hoy, lo que quiero es
que me entiendas tú —Clara se sitió traicionada.
Vio por el rabillo del ojo que Sergio apretaba los labios con
desaprobación. A lo mejor se había pasado un poco. Su madre jamás le había
hablado así
—Tío Vicent, lo siento —dijo masticando las palabras —no volverá a
ocurrir.
—Bien, pues si os parece, Clara y yo nos tenemos que ir a comprar un
montón de cosas —dijo Júlia poniéndose de pie y cogiendo a su hermana del
brazo.
—Me parece bien. César y Sergio tienen que organizar el salón así que
es mejor que todos nos pongamos en marcha —dijo Sara echando un capote a
sus sobrinas.
Cuando salian todos en tropel, escucharon a Vicent.
—Clara... Lo siento.
Clara hizo caso omiso. César por su parte, se quedó mirando a Vicent,
Sara le había contado la relación o mejor dicho la escasa y mala relación
entre los dos hermanos. Reconocía que estaba predispuesto a que le cayera
mal. Ana era una mujer fantástica y sólo tenía motivos para admirarla.
Pero ahora viéndolo con ese aire de derrota y sabiendo que se estaba
muriendo, algo se le removió por dentro, no es que el hombre le gustara más,
ni mucho menos pero, era más tolerable.
—Vicent, nos vendría bien una mano extra —dijo con voz neutra.
Vicent se quedó mudo de la sorpresa. Estaba claro que no se lo esperaba.
—Yo no puedo hacer gran cosa, más bien estorbar —balbuceó.
—Bueno, siempre puedes ayudar con la logística.
Se miraron a los ojos con puro entendimiento masculino. Vicent estaba
más conmovido de lo que estaba dispuesto a reconocer.
—Creo que eso sí puedo hacerlo —dijo agradecido. Una tibia sonrisa,
dio a su cara un aspecto más humano.
Se levantó del sillón y con caminar lento se dirigió al salón con César.
Las dos mujeres que presenciaron la escena, se quedaron estupefactas.
—No me dirás que no es el hombre más maravilloso que has visto jamás
—dijo Sara emocionada.
—No pienso decir nada al respecto —contestó Ana altiva —te ha
sorbido los sesos —apostilló.
Sara sonrió sin tomarse en serio los urticantes comentarios de su amiga.
—Lo tuyo es pura envidia.
—Si tú lo dices —comentó con aburrimiento fingido.
—¿Qué piensas? —preguntó Sara al cabo de unos momentos.
—En navidades pasadas. ¿Te acuerdas cuando preparabas galletas de
colores para el árbol? Los niños se lo pasaban en grande ayudándote y el
abeto quedaba genial.
Sara sonrió nostálgica. Una semana antes de Navidad, solía ponerse a
hacer galletas de formas diferentes con Júlia y los mellizos y las iban
guardando en una caja. El árbol se veía espectacular. Se le ocurrió una idea.
—Podemos llamar a Gloria y que venga esta tarde con los niños y
preparamos galletas para el árbol —sugirió con un brillo especial en los ojos.
Ana sonrió imaginando la escena.
—Podríamos. Claro que tendrían que colaborar ellas también. Sino no
dará tiempo de hacer suficientes.
Sara se carcajeó. A Gloria le daba algo, pensó divertida.
—Gloria no sabe hacer ni un huevo. Se va a negar en redondo —
comentó reflexiva.
—Lo sé.
—¡Vamos a llamarlas! —el brillo pícaro que adornaba los ojos de Sara,
decía a gritos lo mucho que estaba disfrutando. Ver a Gloria con delantal, no
tenía precio.
Ana estaba disfrutando de ver a su amiga como una niña pequeña,
urdiendo una travesura.
Sara buscó su teléfono móvil, con una gran sonrisa pintada en el rostro.
—¿Tamsim? Hola querida. Estoy en casa de Ana y hemos pensado
hacer esta tarde galletas de colores para adornar el árbol de Navidad. Se nos
ha ocurrido que vengas a ayudarnos junto con los niños. Les encantará ayudar
a prepararlas y después pueden colgarlas ellos mismos. ¿Qué te parece?
Silencio.
—¿Tamsim, me oyes? —preguntó Sara extrañada.
—Y ¿Gloria?
—Ella también por supuesto. Seguro que estará encantada de colaborar
—dijo con tono inocente.
—No sé si Glo...
—¡Seguro que estará encantada! —dijo interrumpiéndole —Gloria tiene
que empezar a disfrutar de las maravillas de ser mamá.
—Si tú lo dices —Tamsim no estaba tan segura de eso. Gloria podía ser
muchas cosas pero doméstica no era una de ellas. Imaginarla con un delantal
haciendo galletas, bueno... Sencillamente no tenía tanta imaginación.
—Créeme querida, Gloria se lo pasará en grande. Pero quizás sería
buena idea de que se lo digan los niños. Para reforzar los lazos... Ya sabes.
—Si. Creo que sé por dónde vas —dijo empezando a entender —podría
convulsionar, eso sí —te digo algo. Ha salido a comprar el periódico, hablaré
con los niños y les informo.
—Me parece perfecto. Yo prepararé todo lo necesario. ¡Estoy
emocionada! —dijo con alegría.
—Ya me lo figuro. No te prometo nada Sara —añadió dudosa.
—Tranquila cielo, Gloria ladra más de lo que muerde. Os espero esta
tarde.
Sara se volvió a mirar a su amiga con una sonrisa enorme. Estaba
disfrutando de imaginar el aprieto en el que se iba a encontrar Gloria en poco
rato. ¡La Navidad era maravillosa!
—Dices de mí pero tú eres retorcida hasta decir basta —dijo Ana con los
brazos cruzados, con un brillo travieso en la mirada.
Sara sonrió impenitente.
—Cierto —admitió con una mueca.
—Por cierto, antes de irnos, tengo que enseñarte algo —comentó Ana
misteriosa —es el regalo que me ha dado mi hermano.
—¿El regalo? No me habías dicho nada.
—Te lo estoy diciendo ahora. Ven —dijo divertida, de ver la cara de su
amiga.
Subieron al dormitorio de Ana, donde esta, le enseñó las cartas que
llevaban tantos años olvidadas.

Mientras tanto, a pocas manzanas de allí...

—¡Hija de put..! —exclamó Gloria cuando su mujer la puso en


antecedentes.
—Gloria cariño... Si no quieres ir no vamos —susurró Tamsim un poco
preocupada.
—Sara te ha manejado a su antojo —dijo pensando en estrangular a su
amiga. La muy zorra, sabía perfectamente que no podría negarse sin quedar
como una bruja delante de los niños.
—Bueno... Creo que ha sido un detalle por su parte —dijo Tamsim
suave —ella sólo lo ha dicho pensando en los niños.
Gloria miraba a su mujer con una mueca de incredulidad.
—Cariño, a veces me asombra lo inocente que eres —dijo con marcada
ironía —no me cabe la menor duda de que pensaba en los niños pero está
disfrutando con todo esto. Esa vieja zorra es más lista de lo que tú te crees.
Créeme, que no te engañe su aspecto dulce. Es un bicho.
—Entonces. ¿Puedo decirles a los niños que iremos? —preguntó
esperanzada.
—Qué remedio —dijo con un suspiro de pesar, sabiéndose derrotada.
Tamsim soltó una exclamación de alegría, lanzándose a sus brazos.
Gloria se supo vencida desde el minuto cero. Cuando un rato antes, llegó
de comprar el periódico, los niños la esperaban en la puerta, impacientes por
comunicarle la invitación de tía Sara. Se olió la encerrona desde el principio.
Cuando viera a su amiga, le pensaba decir unas cuantas lindezas.
En casa de Ana...
—Ana ¡Esto es... Increíble! —la cara de Sara no tenía precio —tu abuela
fue...
—¿Increíble? —preguntó con ironía. Sara tenía serias dificultades para
hallar las palabras.
—Eso como mínimo —aseveró todavía bajo la influencia de la enorme
sorpresa que se había llevado —y tu tía... Todo lo que explica... ¿La has
llamado ya? —preguntó con verdadero interés.
—No he encontrado el momento —confesó —pensaba llamarla más
tarde, cuando todo se tranquilice un poco.
—Me parece bien.
Después de unos momentos, Sara miro a su amiga que seguía sumida en
sus propios pensamientos.
—Ana cielo, tenemos mil cosas que hacer. No podemos permitirnos
estar aquí ociosas —dijo llanamente.
Ana asintió. Sara tenía razón. Demasiado poco tiempo para organizar
todo lo necesario para el día siguiente.
Cuando entraron al salón, vieron a César que traía varias cajas.
Sara las abrió y sacó unos preciosos manteles bordados, con diminutas
flores en color dorado. Era sencillamente exquisito. En la otra caja, había
diversos objetos, unos candelabros dorados, portavelas de cristal, anillos para
servilletas y un centro de mesa navideño espectacular.
Ana estaba impresionada. Ella tenía cosas preciosas pero aquello, era
sencillamente exquisito. Tenía que haberle costado una pequeña fortuna.
Estaba abrumada.
—Sara... Esto es... No tengo palabras.
¡Había traído incluso las velas!
Sara sonrió satisfecha. No necesitaba decir nada. Mirar la cara de su
amiga y verla conmocionada era suficiente. Era su aportación a unas
navidades especiales.
—Espero que cuando terminemos de vestir la mesa, rivalice con la del
palacio real —comentó complacida.
—Seguro. No tengo ninguna duda al respecto.
—Pues todavía no lo has visto todo —dijo César con una sonrisa.
Ana lo miró con sorpresa.
—Quedan un par de cajas por traer.
—Yo te ayudo —se ofreció Sergio entusiasmado.
Vicent por su parte también contemplaba todo aquel derroche
impresionado. Empezaba a darse cuenta, que la relación de su hermana con
aquella mujer, iba más allá de la mera amistad.
Sergio y César llegaron con grandes cajas.
—¿Qué hay ahí? Sara...
Sara no dijo nada. Se limitó a abrir las cajas. Tomó una silla de las que
habían traído de la asociación y le colocó una especie de funda de color
crema, después con una tela fucsia, envolvió el respaldo, formando un
hermoso y elegante lazo. ¡Era impresionante! Una silla vieja de pronto se
había convertido en una silla digna de un banquete con el rey. La cara de
todos era una calca de la de Ana.
—¡Sara! Esto es increíble. ¡No me lo puedo creer! —estaba pletórica —
el salón va a quedar precioso.
Estaba emocionada. Se abrazó a su amiga porque no podía hacer otra
cosa. Los tres hombres como si fueran uno, sonrieron ante el despegue
emocional típicamente femenino. Había sido así desde los albores de los
tiempos. Las mujeres lloraban por todo, incluso de alegría.
Estaban terminando de comer, cuando escucharon un coche aparcar en
la puerta. Clara se asomó a la ventana. Eran Gloria y su familia.
—Ya han llegado —dijo encantada —yo también quiero hacer galletas.
—Me lo imaginaba —dijo Ana con tono cansino —si no estás metida en
todas partes no eres feliz.
Clara sonrió sin hacerle mucho caso.
Júlia fue a abrir la puerta y se deshizo en alabanzas por lo guapos que
venían los dos hermanos. María, la más tímida, sonreía ruborizada. Lucas en
cambio, ignoró los comentarios en cuanto sus ojos cayeron sobre los dos
cachorros que venían hacia ellos.
—¡Cachorros!
Pareció un grito de guerra.
Se lanzó a jugar con ellos allí mismo en el recibidor, María perdió todo
rastro de timidez y abrazó a los perros, encantada. Por su parte Tamsim y
Gloria con caras de circunstancias, empezaban a darse cuenta que vestirlos
con la ropa recién comprada, no había sido una buena idea. Cuando finalizara
la tarde, sólo servirían para un rastrillo. Habían pecado de novatas.
Cuando le presentaron a Vicent, Gloria se quedó pasmada. Jamás había
conocido a dos hermanos tan diferentes.
—¿Estáis seguros que sois del mismo padre? —preguntó con su rudeza
habitual.
Ana gimió en voz alta. Clara en cambio, sonrió con ironía.
—Gloria querida. ¿Nadie te ha dicho que es de mala educación
preguntar por la procedencia de alguien nada más conocerlo? —dijo Sara con
parsimonia.
Gloria sonrió encantadora.
—Bueno, seguro que tienes razón —concedió con gracia —pero ¿Los
has visto? No era mi intención ofender, sólo me ha sorprendido —explicó.
—No pasa nada. Vicent no se asusta fácilmente. ¿Verdad Vic? —
preguntó Ana.
—Por supuesto que no. No se preocupe —contestó sin mirarla a los
ojos. Gloria lo evaluó rápidamente. Había conocido a hombres como ese.
—Tutéame Vic —dijo usando el diminutivo que había escuchado a Ana.
Vio que Vicent levantaba la vista pero la desvió de prisa. No le había gustado
que lo llamara así —seguro que seremos buenos amigos —Vicent asintió
pero no dijo nada.
—Bueno querida amiga, creo que te debo un favor enorme —dijo
mirando a Sara —voy a vivir la experiencia más sublime de mi vida
elaborando galletas —terminó diciendo con caro de asco.
Sara sonrió confiada. Conocía a Gloria hacía muchos años.
—Le he dicho a Ana de no empezar sin ti porque me figuraba lo mucho
que te molestaría.
Tamsim soltó unas risitas. Ana por su parte decidió no intervenir.
—No sabía que eras una amante de la repostería Gloria —dijo César
sinceramente sorprendido.
Sara rompió a reír con una risa cristalina que llamaba la atención. Ana y
Tamsim disimularon las suyas como pudieron. Los demás no entendían
donde estaba la gracia.
—César creo que es hora de que sepas de qué esta mujer es una bruja de
mucho cuidado. No te fíes, es un consejo —dijo Gloria con cinismo.
César empezaba a darse cuenta de la situación. Una lenta sonrisa se
instaló en su rostro.
—¿Vamos a hacer galletas ahora? —preguntó Lucas —es que me
gustaría jugar con los perritos. Yo no quiero hacer galletas.
Tamsim se acercó a Lucas y lo abrazó por los hombros.
—Si no quieres hacer galletas me parece bien, pero tendrás que pedirles
permiso a los dueños de los cachorros para jugar con ellos.
Lucas la miró con seriedad.
—Tía Ana. ¿Puedo jugar con los perritos?
—Seguro que sí, pero mío sólo es el gris el otro es de tu prima Clara y
de su novio Sergio.
Gloria se quedó sorprendida de escuchar decir a Ana con total
naturalidad sus primos. No se lo esperaba. Vio que Tamsim estaba como ella.
Los niños por su parte, no paraban de sonreir.
—Prima Clara. ¿Me dejas tú también al perrito?
Clara lo abrazó y depositó un beso en su cabeza.
—Y tanto. Es más, sois oficialmente los cuidadores.
Los niños prorrumpieron en gritos de alegría ensordeciéndolos a todos.
María se quedó mirando a Vicent que estaba sentado en el sillón con una
manta sobre las piernas. Se acercó tímidamente y le ofreció un caramelo.
Vicent no sabía qué decir y mucho menos como actuar. No había tratado
jamás con niños a excepción de sus propios sobrinos y habían sido contadas
las ocasiones.
—¿Estás enfermo? Tienes mala cara. Yo cuando me siento mal y me
como un caramelo siempre me ayuda.
Vicent cogió el caramelo que le ofrecía con manos temblorosas.
—Gracias —dijo aclarándose la voz —seguro que yo también me
encontraré mejor.
María sonrió satisfecha y se fue a jugar con su hermano sin ser
consciente del regalo que había hecho.
Los demás sí se dieron cuenta. María tenía una sensibilidad especial.
Había vivido experiencias que marcaban la vida de un niño pero aun así no
había perdido esa cualidad.

Bastante rato después...


—Que sepáis que no pienso volver a comer una maldita galleta en mi
vida —pontificó Gloria con masa de galletas por todo el delantal.
Las risitas que se escucharon decían lo poco que les importaba, sobre
todo cuando lo había repetido sin parar durante toda la tarde.
—Se suponía que los puñeteros niños...
—¡Gloria! —dijo Tamsim admonitoria —tienes que cuidar el lenguaje.
—Tienes razón cariño —concedió —se suponía que esos pequeños
angelitos tenían que hacer las puñeteras galletas y no, nosotras.
Los niños estaban en el patio trasero enfundados en sus abrigos jugando
con los perros. Habían hecho un par de galletas pero el reclamo de los
cachorros les llamaba poderosamente. De eso habían pasado más de dos
horas.
César picó en los cristales de la ventana. Vicent que estaba dormitando
en el sillón se sobresaltó.
Salieron todas al porche expectantes. Los hombres miraban su obra,
orgullosos. Lo cierto es que la entrada estaba espectacular. Las guirnaldas de
luces al rededor de la puerta daban un aire navideño encantador y el porche
todo iluminado hacia que la casa, tuviera un aire de cuento, era parte de la
magia de esas fechas.
—¡Hemos terminado! —anunció César satisfecho.
—Ha quedado increíble. ¿No es cierto? —dijo Sergio orgulloso.
—Está precioso —exclamó Clara abrazando por la cintura a su novio.
—Es verdad, habéis hecho un trabajo excelente —convino Ana —llama
a los niños para que lo vean, seguro que les gustará —añadió mirando a su
hija mayor.
Júlia sonrió encantada y se fue a buscarlos.
—Falta poner el adorno de la puerta —explicó César —está todo
preparado para colocarlo pero hemos pensado que te gustaría hacer los
honores —dijo mirando a Ana.
Esta miró la corona de flores secas con un pequeño letrero que decía
Feliz Navidad en letras plateadas. Sara había pensado en todo.
Los niños llegaron para admirar las luces del porche. Estaban
maravillados. Sus ojitos brillaban llenos de alegría, sólo por eso merecía la
pena.
Estaban contemplando el encendido navideño, cuando escucharon a
alguien saludarlos. Era Álvaro.
—¡Hola Álvaro! Qué alegría de verte —comentó Ana dándole la
bienvenida —estamos admirando el encendido de las luces de Navidad.
—Ya veo.
—Ven, te presentaré a mi familia —se colgó de su brazo con
naturalidad, varios pares de ojos se percataron del hecho.
Hizo las presentaciones de manera formal. Gloria lo repasó de arriba
abajo y los niños volvieron a su estado de timidez habitual. Cualquier extraño
los afectaba. Los cachorros vinieron al rescate haciendo que se olvidaran de
todo menos de que eran niños. Álvaro se sorprendió al verlos.
—No sabía que tenías mascotas.
—Y no tenía. El gris es mi regalo de Navidad, el otro es el regalo de
Navidad de Sergio —explicó con una mueca burlona.
—Entiendo —dijo cortes. César sonrió al ver la cara de póquer que
ponía el amigo de Ana.
—¿Te apetece un café? —preguntó solicita.
—Si gracias. Con este frío creo que cualquier cosa caliente me vale.
Entraron todos a la cocina, agradecidos del calor de hogar. Ana se
percató de que su hermano se había marchado, imaginó que necesitaba
acostarse un rato. También para él, estaba siendo un día especial.
—¿Al final te has pensado lo de posponer tus vacaciones? —preguntó
con interés.
Álvaro meditó la pregunta.
—Digamos que aún no lo he decidido —respondió vagamente.
—Mi madre me ha comentado que seguramente vendrás mañana a
comer con nosotros —dijo Júlia observándolo con curiosidad.
Álvaro se quedó bastante sorprendido. No se lo esperaba.
—Tu madre tuvo la amabilidad de invitarme pero con todos mis
respetos, entiendo que es una celebración familiar —explicó midiendo sus
palabras.
Gloria se rió.
—Nosotras somos las últimas adquisiciones familiares —comentó
risueña —esta familia tiene la particularidad de aceptar como propios a todos
los bichos raros que se encuentra —añadió en su línea.
—Gloria querida, vas a asustar al buen doctor —dijo Sara
amonestándole suavemente —Álvaro, puedo decirte sin temor a
equivocarme, que no desentonarás. Esta familia se compone de personas que
se quieren y no de lazos de sangre que a menudo no se traduce en amor, si
entiendes lo que quiero decir.
Álvaro observó a Sara con interés. Se notaba que era toda una dama e
intentaba que se sintiera cómodo, con un asentimiento de cabeza, se lo
agradeció.
—Lo que dice mi tía es cierto —dijo Clara —parecemos un anuncio
navideño olvidando viejas rencillas y dando la bienvenida incluso al Troll de
mi tío.
—¡Clara! —exclamó Ana enfadada.
Gloria por su parte se rió entre dientes mirando divertida a su nueva
sobrina.
—Lo siento —dijo Clara, pero el gesto de su barbilla decía todo lo
contrario.
—Álvaro por favor, no le hagas caso —dijo disculpándose —Clara no lo
decía en serio, ella...
—Sí lo decía en serio —dijo interrumpiéndole —sólo me he disculpado
por verbalizarlo en voz alta.
Ana hizo un esfuerzo por no ceder a los impulsos nada maternales, y
estrellarle la cafetera a su hija.
—Ana. ¿Dónde dices que tienes escondido el alcohol en esta casa? —
preguntó Gloria interviniendo en lo que podría convertirse en un asesinato, a
juzgar por la mirada incendiaria de Ana —un poco de coñac estaría bien.
—Yo también me apunto —dijo César guiñándole un ojo a Gloria.
Álvaro observaba con sus sagaces ojos, a todos lo que estaba allí
reunidos, eran un grupo variopinto. Familia directa en esencia, sólo eran las
dos jóvenes. Era cierto que parecían familia pero no podían ser más dispares
ni aunque se lo hubieran propuesto.
—Espero que no seas de esos médicos que fruncen el ceño cuando ven a
alguien tomarse una copita —dijo Gloria retándolo.
—Para nada —repuso cortes.
—Bien. ¿Te sirvo un poco? —lo miró con un brillo en los ojos que
delataba su intención.
—Gracias. Ya me sirvo yo —dijo cuando vio la mueca cínica que
curvaba su boca.
—¿Entonces dices que eres compañero de Ana en el hospital? —
preguntó educadamente Sara.
—Si. Eso parece.
Sara esperó unos segundos a que añadiera algo más. Al parecer no iba a
ser el caso.
—Ya. ¿Y os conocéis de hace mucho? —insistió con una dulce sonrisa.
—Bastante.
La sonrisa menguó un tercio. Sara abrió la boca para preguntarle algo
más cuando César intervino.
—Cariño, seguro que Álvaro agradece tu interés pero no es momento de
acribillarlo a preguntas —dijo risueño. Sara se ruborizó.
—¡Sólo estaba tratando de ser cortes! —repuso un tanto ofendida.
—Claro, claro, se nota que sólo quieres ser educada, querida —dijo
Gloria con una sonrisa malévola —nuestra Sara es así. Se preocupa como una
mamá gallina por sus polluelos.
—¡Eso no es cierto! —exclamó con acritud —bueno... Quizás un poco
—admitió renuente.
Todos se rieron ante su actitud contrita. César tenía apoyado el brazo en
el respaldo del asiento de Sara, y la abrazó contra sí, con cariño.
—Hemos comprado el árbol más grande que te puedas imaginar —dijo
Ana intentando cambiar de tema —casi acabamos arruinadas en el intento.
—No seas tan exagerada mamá —dijo Júlia —es un poquito grande pero
es precioso.
—Mamá ¿Ya estarán las galletas? —preguntó Clara.
—Supongo que sí —dijo Ana.
—¿Habéis hecho galletas navideñas? —preguntó Álvaro curioso.
—Pues sí, como estas son las primeras navidades de los niños con
nosotros, hemos querido recuperar una tradición familiar —explicó
nostálgica —cuando mis hijos eran pequeños, les encantaban y las hacíamos
cada año... Mi hijo se volvía loco de alegría, ha sido bonito recordar.
Sara la miró con cariño. Estos últimos años no habían sido fáciles para
su amiga. La muerte de Xavi y la marcha de Alex, no habían contribuido
precisamente a fomentar el espíritu navideño. No eran unas fechas que
incitaran a Ana a ser feliz, más bien al contrario, la volvían melancólica.
—No sabes cuánto me alegro, porque es el último año que me hacéis
esta encerrona —dijo Gloria con socarronería —sobre todo cuando los niños
se han tirado tooooda la tarde jugando con los chuchos en vez de haciendo las
puñeteras galletas.
—Gloria no digas eso. Ha sido divertido —musitó Tamsim con cierto
reproche en la voz. Gloria miró a su mujer haciendo una mueca burlona.
—Y no son chuchos —dijo Clara —son dogos alemanes y es una de las
razas más antiguas que existen.
—Gloria lo decía con cariño —dijo Tamsim defendiéndola —de hecho,
lo más seguro es que nosotras adoptemos un perrito cuand...
—¡Queeeeee! —dijo sorprendida olvidando su pretensión de parecer un
tanto aburrida —¡Ni en sueños bonita! Ni borracha aceptaré en mi casa un
saco de pulgas baboso...
Se calló en seco. Los niños estaban observándola atentamente desde la
puerta de la cocina. Gloria masculló un par de obscenidades.
—¿Vamos a tener un perrito como tía Ana y la prima Clara? —preguntó
María con inocencia.
Tamsim se cruzó de brazos, sin intención de ayudarla. Los demás
estaban expectantes pero al parecer tampoco pensaban abrir la boca. ¡Hay que
joderse! Pensó Gloria de mal humor.
—María, yo no he dicho que no vayamos a tener un perrito... —las cejas
de más de uno se alzaron al escucharla —he dicho que ahora no. De todas
maneras podéis venir a casa de tía Ana a jugar con su cachorro —añadió
melosa.
María y Lucas la miraban serios pero no discutieron. Eso le dolió a
Gloria como nada. Habían sufrido tanto que aceptaban cualquier decisión con
tal de no enfadarla, temían que si la molestaban de alguna manera, los
devolvería al centro de acogida. No sabían que pensaba llevar adelante el
tema de adopción.
Gloria apretó los labios enfadada consigo misma, al momento notó que
María abría mucho los ojos, había visto su gesto y mal interpretó los motivos.
¡Mierda! Ella no era suave, era una superviviente, una luchadora y a esas
alturas de su vida no veía cómo iba a cambiar.
—Querida, seguro que... Gloria y Tamsim, se plantean tener una
mascota, pero acabáis de mudaros al pueblo y son muchos cambios, un nuevo
hogar, un colegio nuevo, conoceréis a muchos niños y seguro que haréis
muchos amiguitos.
María asintió con una tímida sonrisa en los labios. Hacía una semana
vivía en el centro de acogida y ahora estaba jugando con los perritos más
bonitos del mundo rodeada de muchas personas que la abrazaban y la
besaban continuamente. Ella sabía que eso pasaría porque escribió una carta a
los Reyes Magos de Oriente, pidiéndoles una mamá que los quisiera. Los
Reyes al ser mágicos, habían leído su carta y le habían concedido su deseo
incluso antes de lo esperado. No podía pedir nada más. Lo había prometido.
Ahora tenía dos mamás y no quería perderlas.
—Lo cierto es que necesitaré ayuda con el cachorro, así que cuando
salgáis de clase por las tardes, si queréis podéis venir —ofreció Ana.
Gloria sintió un tirón en el pecho, la estaban apoyando como una familia
de verdad. Nunca le había importado mucho todo eso, lo cierto es que era
demasiado cínica como para creer en todas esas chorradas... Hasta ahora.
¡Joder, joder, joder!
—Gracias tía Ana —dijo María educada.
—Gracias tía Ana —dijo Lucas sumándose a su hermana.
Lucas por su parte, quería un perro más que nada en la vida. Tenía que
ser fantástico salir con él a correr o de paseo pero por encima de todo quería
estar con su hermanita y tener una mamá que los quisiera y no les pegara o se
olvidara de darles de comer. Mientras que vivió con su madre de verdad,
hubieron días que no se levantaba de la cama y no podían hacer ruido porque
les pegaba incluso cuando no eran ellos sino que el ruido, provenían de fuera,
pero a su madre le daba igual, otras veces, se iba de casa y se olvidaba de
volver durante días. Una vez intentó hacerle algo de comer a su hermanita
que lloraba, pero no sabía y se quemó la mano, llevaba una cicatriz que lo
atestiguaba. Cuando vinieron a por ellos porque una vecina llamó a la
asistenta, se sintió agradecido. Haría todo lo posible para que no se enfadaran
con él o con su hermanita. Un perrito sería fantástico pero tenía que pensar en
su hermana, era más pequeña y su deber era protegerla.
—Yo no quiero un perrito, son... Babosos y hacen mucho ruido. Y
además mancharían los muebles y todo eso —dijo serio demostrándole a
Gloria su lealtad. Notó que su hermanita iba a protestar pero le apretó la
mano. Ya se lo explicaría más tarde.
Gloria por su parte, observó con sus dispares ojos, el apretón que le dio
para que no se quejara la pequeña... Le partió el alma.
Sabía que Lucas estaba repitiendo sus palabras para demostrarle lealtad.
Era demasiado pequeño para comportarse como un hombrecito. Pero hacerse
cargo de su hermana por culpa de la zorra de su madre, lo había hecho
madurar antes de tiempo. La cicatriz que lucía en su mano derecha así lo
confirmaba. Empezaba a entender eso de sacrificarse por los hijos, pensó con
ironía. Apenas era madre, hacía tres días y esos malditos críos, se le habían
metido debajo de la piel.
—¿Dónde está la maldita perrera? —preguntó de mal humor.
—¡Gloria! ¿Lo dices en serio? —preguntó Tamsim con sorpresa.
—Pues claro que lo digo en serio —masculló con rudeza —me niego a
ser Cruella de Ville.
Clara empezó a aplaudir riéndose. Los demás sonrieron entendiendo el
dilema.
—Yo tengo el número de teléfono del criador. Si quieres lo llamo, creo
que le quedaba un cachorro pero me parece que lo tenía apalabrado.
Los niños empezaron a entender de qué hablaban. Una lenta pero
resplandeciente sonrisa empezó a emerger en sus caritas demasiado serias.
—Llámalo —ordenó brusca —con la suerte que tengo, me apuesto lo
que quieras a que casualmente, tiene un maldito chucho de sobras.
Los gritos de alegría de los niños solaparon sus últimas palabras.
Tamsim se acercó y le dio un suave beso mirándola con cariño. Los niños no
fueron tan diplomáticos. Se lanzaron contra ella abrazándola con fuerza y
besuqueándole por toda la cara con efusividad. La apabullaron.
—¡Parad los dos! —dijo desabrida —vale, lo he entendido —añadió
cuando vio que no se los podía quitar de encima —yo también estoy
encantada. ¿Por qué no vais con la prima Clara que es la que va a llamar al
mald... Al señor de los perritos?
María se bajó de su falda para ir con Clara, que ya la esperaba sonriente
con los brazos abiertos. Lucas por su parte la miraba extasiado, intentando no
llorar.
—Gracias... Mamá Gloria —la abrazó con fuerza.
Cuando la soltó para ir con su hermana, unas lágrimas absurdas
resbalaron por sus mejillas. Supo que los demás la miraban con interés mal
disimulado.
—¿Qué? ¡No estoy llorando! Me estaba casi ahogando —espetó con
mala cara —es una reacción fisiológica. Díselo doctor, que son idiotas —el
aludido levantó una ceja y durante unos segundos aguantó la mirada retadora.
—Es una reacción fisiológica —musitó Álvaro con tono neutro. Gloria
asintió agradecida —la presión ejercida por la fuerza de un niño de nueve
años, puede resultar letal —añadió con fina ironía. Gloria lo miró con inquina
mientras se escuchaban las carcajadas de los demás.
Sara estaba a punto de llorar. Su querida y vieja amiga, estaba fuera de
su elemento. Su actitud no era más que una pose. Nadie era capaz de obligar
a Gloria a hacer algo que no quisiera.
—¿A qué no sabéis qué? —dijo Clara con ojos brillantes. Unas risas
recibieron la pregunta.
—No queremos saberlo —masculló Gloria seca. Sabía lo que seguía a
continuación.
—No puedo imaginármelo. Necesito alguna pista —dijo Júlia
gesticulando exageradamente haciendo reír a los niños.
—¡Les queda un cachorro!
—Lo sabía —dijo Gloria hundida en la más absoluta miseria.
Todos se sumaron a la alegría desmedida de los críos. César aplaudió
disfrutando de la escena. Ana también estaba emocionada, los niños eran muy
dulces y se hacían de querer.
—Vamos a ser la familia con más dogos del mundo —dijo Sergio
encantado —cuando salgamos todos a pasear daremos la campanada.
Gloria gimió en voz alta. Ella que siempre iba de punta en blanco y que
adoraba sus zapatos de tacón, se había burlado con insidia de las mujeres que
solían pasar el fin de semana en chándal, preveía su futuro saliendo a pasear
con un maldito chucho en zapatillas de deporte.
—Eso suena genial —dijo Tamsim encantada —siempre he querido
hacer eso —dijo con timidez —quiero decir, un día de campo... En familia...
Como en las pelis —Gloria la miró con intensidad.
—Tendremos días de campo y saldremos con los chuchos y todo lo que
quieras pero me niego a ponerme un maldito chándal aunque me vaya la vida
en ello —Tamsim formuló con los labios las palabras te amo. Gloria apretó
con fuerza las mandíbulas con gesto contenido.
—¿Sabéis qué? —dijo otra vez Clara.
—No tenemos ni idea —dijo César entrando en el juego.
Clara espero unos segundos para crear más expectativa.
—¡Podemos ir a buscarlo ahora mismo! —exclamó saltando y
abrazando a los pequeños.
Los gritos se volvieron ensordecedores. En ese momento, Vicent entró a
la cocina atraído por los gritos que escuchaba desde su habitación. Llevaba
un rato despierto pero no le apetecía interactuar con ellos. Se sentía
incómodo. Pero al final, venció la curiosidad.
—¿Sabes qué? —dijo María en cuanto lo vio —¡Vamos a tener un
perrito! Mamá Gloria ha dicho que si —añadió exultante.
Se lanzó de improviso abrazándose a su cintura. Vicent se quedó helado.
María levantó la carita para mirarlo sonriente. Esperaba algo pero él no
estaba muy seguro de qué.
—Tienes que devolver el abrazo. Lucas dice que es de buena educación
—le aleccionó como si le hubiera leído la mente.
Vicent la abrazó con evidente torpeza, al menos para los adultos de la
estancia. Unas palmaditas en la espalda de la niña, era el gesto más fuera de
lugar posible pero fue lo único que se le ocurrió. La niña pareció no notarlo.
—No te preocupes, cuando venga a visitaros no dejaré que mi perrito te
muerda.
—Yo... Te lo agradezco —dijo con voz ronca.
María lo soltó con la misma espontaneidad.
—Hola Vicent —saludo Álvaro —tienes buen aspecto.
—Gracias doctor —dijo saludando a los demás con un gesto de la mano.
Se sentó en el sillón tapándose con la manta.
Ana se levantó y sin mediar palabra le preparó un café con leche bien
caliente. Se lo acercó dándole un apretón cariñoso en el brazo. Vicent asintió
agradecido. Con el barullo que había en la cocina, nadie se percató.
—... Entonces. ¿Nos vamos ahora? —preguntó Gloria con cara de
sufrimiento.
—Hemos quedado en una —dijo Clara sin perder la sonrisa —¿No es
fantástico?
—Mucho —murmuro Gloria.
—Bien. Pues si os parece, vamos a colocar las galletas en el árbol de
Navidad —sugirió Ana abarcando a todos con la mirada.
Álvaro se dejó arrastrar cuando sintió que Ana lo cogía de la manga de
la camisa. Una sonrisilla jugó con la comisura de sus labios.
—Vic, he dicho todos —dijo Ana.
—No te ofendas pero yo paso. Prefiero quedarme aquí disfrutando de mi
café —dijo evitando mirarla.
Ana lo miró con intensidad. No iba a insistir. Sintió que Álvaro iba a
decir alguna cosa, apretó su brazo y cuando Este la miró, negó con la cabeza.
No pensaba obligar a su hermano a que participara, no tenía sentido.
En ese momento, María entró corriendo y cogió a Vic de la manga de la
camisa.
—¡Tienes que venir! No llegamos arriba del todo para colgar las galletas
—dijo tirando de Vicent. Este no sabía qué hacer. Levantó la vista buscando
ayuda. Ana sonrió con ironía.
—Creo que no me necesitas —dijo impenitente. Se fue con los demás
ignorando la cara de pánico de su hermano. Álvaro la siguió disimulando una
sonrisa.
Colocar las galletas con sus correspondientes lazos, resultó una Odisea.
Incluso Vicent se vio obligado a participar, las bromas y las risas
llenaban la sala con verdadero calor de hogar, los niños iban saltando de
adulto en adulto. Júlia salió un momento, al volver, traía una cámara de fotos
que colocó en la mesa activando el modo automático. Gritó llamando la
atención de todos que se volvieron sonrientes. Eran la viva imagen de una
estampa navideña. Los rostros de todos ellos, reflejaban la felicidad del
momento, incluso Vicent, mostraba una tibia sonrisa. Sería unas navidades
inolvidables que recordarían toda la vida.
Un rato después, la casa volvió a la normalidad
Ana miró al hombre que estaba apoyado en la pared de la cocina
observándola atentamente y sintió un pequeño vuelco en el corazón ante la
intensa mirada.
—Bueno, parece que nos hemos quedado solos —dijo un poco nerviosa.
Álvaro por su parte, estaba encantado de tenerla sólo para él.
—Al final no me contestaste.
—¿Perdona?
—Si me debes un beso de hola —susurró.
Ana se quedó sin saber qué decir.
—Creo que... No —dijo frunciendo el ceño —estoy completamente
segura que lo haces adrede.
—¿Qué cosa?
—Ponerme nerviosa. ¡No pongas esa cara de inocente! No cuela.
Álvaro se acercó con su característica lentitud hasta quedar a un paso de
ella.
—Soy un hombre —dijo sucinto —que se siente atraído por una
maravillosa mujer.
—Juegas sucio. Ese no es el trato, se supone que me tienes que dejar
espacio par...
La atrajo contra él apoderándose de su boca. Las palabras quedaron
olvidadas. Las manos de Ana, se perdieron entre el cabello masculino. El
perfume sutil de Álvaro, asaltaron todos sus sentidos, dejándola completa y
absolutamente desmadejada, entre los brazos del hombre que la abrazaba con
pasión contenida.
Desde que lo vio entrar, Ana sólo pudo pensar en el beso de despedida,
pero al parecer se había preocupado por nada, Álvaro tenía sus propios
planes.
Se separaron apenas, él seguía sujetándola contra sí, depositando
pequeños besos en la comisura de su boca, incitándola. Ana giró la cabeza
para encontrarse con su boca de pleno pero Álvaro no le cedió el control.
Siguió evadiendo sus labios dedicándose a besar su mejilla bajando
lentamente por su garganta. Eran pequeños besos, delicados como alas de
mariposas, apenas un roce. Un quejido de frustración se gestó dentro de Ana,
sentía todo su cuerpo inflamado, los pechos pesados y una humedad que no
esperaba, entre sus piernas, eso la asustó y asombró al mismo tiempo. Hacía
mucho desde que su cuerpo respondió por última vez a las caricias de un
hombre. Demasiado. Ana lo agarró con fuerza por el pelo instándole a que se
acercara más pero él siguió con la misma cadencia. ¡Jamás un beso la había
hecho arder de esa manera! Agarró su cabeza con las dos manos, tomando el
control y besándolo con ansia. Era desesperación pura y dura. Álvaro
permitió el embate apoderándose de su boca e igualando su pasión. No
estaban lo suficientemente cerca, necesitaba más, su cuerpo quería más. Ana
buscó a ciegas los botones de la camisa, quería sentir el tacto de su piel pero
Álvaro la separó lentamente. Sus ojos parecían de plata líquida.
¡La estaba rechazando!
Cuando el pensamiento consciente tomó el control, se horrorizó. El
dolor se plasmó en su rostro.
—Ana, te deseo —susurró mirándola intensamente —pero no quiero
que te arrepientas.
¿Qué se arrepienta? ¡Se había planteado casi violarlo!
Se apartó de él, pasándose la mano por el pelo en un gesto que
expresaba lo muy alterada que estaba. Álvaro la miraba impertérrito. Su
rostro no delataba nada. Sólo sus ojos. Ahora con distancia física entre ellos,
Ana empezó a sentir vergüenza de su comportamiento.
¡Por Dios! Tenía que pensar que era una cualquiera. Le había pedido
tiempo, incluso le dijo que no tenía claro si quería ir más lejos de una simple
amistad y a la primera de vuelta, había estado a punto de desnudarlo en
medio de la cocina. Ana se quería morir. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
Una mezcla de frustración y de vergüenza la inundó. No se atrevía a mirarlo a
los ojos.
Las manos del hombre en su espalda, la sobresaltaron. No lo escuchó
acercarse.
—Ana, mírame —ordenó tranquilo.
Ana no se sentía con fuerzas para enfrentarlo. Siguió de espaldas
mirando por la ventana sin ver nada en realidad. Estaba intentando no
humillarse más a sí misma, poniéndose a llorar. No quería que la viera de esa
manera.
Álvaro entendía lo que le pasaba. Separarse de ella había sido lo más
difícil que había hecho en su vida pero no cometería otro error con Ana.
Sabía que se arrepentiría si iban más lejos. Lo último que quería cuando la
tuviera en su cama, era ver arrepentimiento en sus ojos. No quería un simple
revolcón, quería más, la intensidad de sus sentimientos, lo golpeó con una
fuerza inusitada.
—Ana —dijo acariciándole la espalda, ella se tensó al notarlo. Álvaro la
abrazó por la espalda pegando su cuerpo contra él —te deseo como no puedes
imaginarte —susurró con los labios casi rozando su oreja —sé que puedes
notarlo —la apretó más contra sí demostrando la verdad que escondía sus
palabras —quiero hacerte el amor, besar cada centímetro de tu cuerpo, que
mis manos conozcan todos tus rincones secretos —le acariciaba el vientre
lentamente pero con intensidad —quiero hacerte llorar de deseo, volverte
loca —su aliento le produjo un escalofrío —quiero que me desees con la
misma fuerza, que me necesites con la misma intensidad que yo te necesito
—inspiró lentamente soltando el aliento despacio sobre su piel, las manos
seguían acariciándola subiendo un poco más —borrar el recuerdo de
cualquier hombre... Sólo tú y yo —Ana se fue aflojando poco a poco, tenía
los ojos semi cerrados, la boca entre abierta, apoyada contra él, mientras
descansaba la cabeza en su hombro. El reflejo de los dos en el cristal de la
ventana, era casi nítido. La oscuridad de la tarde invernal, lo hacía posible,
Álvaro nunca había visto nada tan erótico. Ana respiraba de forma
superficial, sabía que podría hacerla suya en aquel mismo instante, ese
pensamiento, lo enardeció —sólo eso me satisfará. La posesión más absoluta,
la entrega sin condiciones.
La besó con delicadeza en el cuello. Ana no era consciente pero le había
clavado las uñas en los antebrazos, arrastrada por el deseo. Una sonrisa
apenas perceptible asomó al rostro del hombre.
Estuvieron un rato así, abrazados, en silencio.
—Me tengo que ir —dijo Álvaro con su voz bronca.
Ana sabía que tenía razón pero no quería que se fuera. Si hubiese
podido, abría parado el tiempo para eternizar el momento.
Se volvió entre sus brazos. En un impulso le dio un beso en el mentón
esbozando una tímida sonrisa. Estaba ruborizada y los ojos le brillaban con
luz propia.
—¿Vendrás mañana?
—¿Lo dudas? —preguntó escrutándola con la mirada.
—No sé —dijo bajito esquivando esos ojos que veían tanto.
Álvaro la sostuvo por el mentón.
—¿En serio? —susurró muy cerca.
—Creo que si —la obligaba a reconocer lo que había entre ellos.
—¿Sólo lo crees? —volvió a preguntar.
—¡Álvaro! Déjalo, yo... ¡Sí! Vendrás. ¿Satisfecho?
—No, pero soy un hombre paciente... Muy paciente —dijo sobre sus
labios antes de besarla con abrasadora pasión.
Finalmente Álvaro con un suspiro, se encaminó hacia la puerta. Ella lo
siguió sin ganas, intentando retrasar el momento de la despedida.
—Adiós pequeña —dijo acariciando su rostro con el reverso de la mano.

Cuando Ana cerró la puerta, apoyó la frente contra la madera. Álvaro no


le permitiría mantener una parte de ella misma oculta. Un desasosiego se
instaló en su estómago. En ese preciso instante de su vida, el legado de su
familia, jugaba un papel importante. No quería mentirle pero no podía
contarle lo que era. Álvaro era un hombre de ciencia, jamás aceptaría ningún
suceso paranormal, sencillamente era absurdo, el abatimiento ante esos
pensamientos la hundió en la miseria. Suspiró con angustia. Sabía lo que
tenía que hacer, sólo rogaba tener la fuerza necesaria para hacerlo.
Capítulo XVI:

Ana estaba terminando de recoger la cocina mientras preparaba la cena


de Nochebuena. Estaba contenta, sólo empañaba su felicidad pensar en
Álvaro. Decidió aparcar el tema. Oyó el sonido de las llaves en la puerta
principal, estaba segura que sería Clara que vendría a buscar al cachorro. Se
asomó y se quedó sorprendida por la cantidad de paquetes que portaban entre
los brazos, tanto su hija como Sergio.
—¿Y todo esto? —preguntó sonriendo —No teníais que haberos
molestado —añadió en son de broma.
—Ya quisieras —comentó Clara —hemos pensado que como mañana
vendremos todas aquí, bien podríamos dar los regalos alrededor del árbol...
como antes —no hacía falta explicar nada.
—Me parece un gesto muy bonito —dijo Ana intentando que no se le
notara lo mucho que le habían emocionado esas palabras —yo también
pensaba colocar los regalos debajo del abeto, he comprado unas cosillas hoy
para los niños.
—Lo cierto es que he disfrutado como un crío cuando hemos ido a la
tienda de juguetes del centro comercial —explicó Sergio con una mueca
burlona —he visto unos robots impresionantes.
—Y que lo digas —replicó Clara con ironía —tendrías que haberlo visto
mamá. ¡No podía sacarlo de la tienda! Juro que ha probado tooodos los
juguetes. ¿Te lo puedes creer? Peor que un crío.
Un leve rubor tiñó las mejillas de Sergio. Clara le dio un suave empujón
en el hombro, cariñosamente.
—Lo cierto es que esos niños no han tenido una vida fácil —dijo Sergio
con una mueca de pesar.
—Tienes razón, pero Gloria y Tamsim, son dos increíbles mujeres que
les darán todo el amor y la seguridad que necesitan —replicó Ana, mientras
ayudaba a su hija a colocar los regalos.
—Pero es una mierda mamá —soltó Clara con rudeza —todos esos
niños que están en situaciones similares y no poder hacer nada... es frustrante.
Ana entendía muy bien como se sentía su hija.
—¿Sabes nena? En una ocasión leí una frase que me llegó y desde
entonces la he adoptado —tanto su hija como Sergio la miraban expectantes
—"No podemos salvar a todos pero todos podemos salvar a alguien”.
¿Entiendes Clara? Mañana vamos a celebrar el día de Navidad como hace
años no hacíamos y lo convertiremos en el día más especial posible para esos
dos pequeños. Esa es la verdadera magia.
—Y un cachorro —dijo Sergio poniendo el contrapunto.
Madre e hija lo miraron por un segundo con semblante serio. Al
momento una sonrisa muy parecida iluminó sus rostros.
—Gloria tendrá hoy pesadillas —comentó Ana en tono burlón.
—Tendrías que haber visto su cara —dijo Clara recordando —¡No tenía
precio! Cuando el criador se acercó con el cachorro, puedo asegurar sin
miedo a equivocarme, que se ha puesto verde.
Las carcajadas estallaron por parte de Ana y Sergio.
—Los niños estaban atacados de los nervios, María ha soltado un grito
que me ha puesto los pelos de punta cuando lo ha visto. Después ha roto a
llorar de la emoción —explicó con una mueca —Lucas quería aparentar que
no estaba loco de contento pero no ha podido contenerse.
—Hasta yo casi rompo a llorar ante esa escena —reconoció Sergio con
una tímida sonrisa.
—Tamsim es muy dulce pero Gloria, finge que simplemente tolera la
situación cuando en el fondo se derrite como la mantequilla —comentó Clara
en una apreciación madura que dejó a Ana sin palabras. Su hija tenía esa
particularidad.
—Estoy convencida de que van a ser unas madres estupendas —afirmó
Ana.
—Estoy de acuerdo —concordó Sergio —no las conozco mucho pero
después de la vida que han llevado, el trabajo que realizan en la asociación y
ahora haciéndose cargo de esos pequeños... es para quitarse el sombrero.
—Tienes toda la razón —dijo Ana asintiendo.
—En fin, mamá nos tenemos que marchar, la familia de Sergio estarán
esperándonos.
—Lo entiendo. Tu hermana no ha llegado todavía, pensé que estaría con
vosotros pero tío Vicent está arriba por si quieres despedirte.
Clara frunció el ceño. Sergio le hizo un gesto de advertencia con la
cabeza para que no dijera algo inadecuado.
—Júlia no tardará, ha dicho no sé qué de ir a felicitar las fiestas a
alguien y que luego vendría —explicó con un ademán.
La sonrisa maliciosa tendría que haberlos puesto sobre aviso.
—¡Tío Troll! —dijo a voz en grito —Feliz Nochebuena —se volvió a
mirar a su madre y a su novio con evidente satisfacción —saludado —y con
eso, salió seguida de Sergio que iba meneando la cabeza con resignación.
Ana se contuvo por los pelos.
—Esta niña no tiene remedio —le dijo al cachorro que se había
despertado.
Se dirigió a la cocina a supervisar la comida, cuando escuchó a su
hermano murmurar algo. Estaba bajando las escaleras con cara de pocos
amigos.
—Tú hija es un poco bruja —dijo molesto.
Ana lo miró con una sonrisa sarcástica en el rostro.
—Estoy de acuerdo. ¿No dijiste que te recordaba a nuestra querida
madre?
Vicent frunció todavía más el ceño. Se le escapó una carcajada ante su
expresión.
—Estoy terminando de preparar la cena —explicó mientras se dirigía a
los fogones. Ternera con salsa, si no recuerdo mal era uno de tus platos
favoritos —dijo mirando a su hermano tomar asiento en el sillón.
—No hacía falta que te molestaras, no tengo mucho apetito.
—No es molestia. A Júlia también le encanta.
Se acercó a su hermano cogiendo una silla para sentarse a su lado.
—He leído las demás cartas —dijo sería. Vicent se tensó al escucharla
—querría que tú también las leyeras.
—No es necesario —dijo sin mirarla —no necesito saber más sobre la
historia familiar.
Ana observó a su hermano atentamente, pensó que sería bonito
compartir los hallazgos sobre su legado. Al parecer se equivocaba.
—Vic, son cosas de nuestra familia, es importante que lo sepas.
—¿Para quién? No para mí. No necesito saber nada más, entiendo que
quizás no conozco toda la historia pero me niego a leer sobre mamá. Fue una
buena madre, al menos para mí...Al final es cierto que perdió un poco la
cabeza pero me quiso y con eso tengo bastante.
Un pesado silencio se instauró entre ellos. Ana miraba a su hermano sin
saber muy bien qué contestar. La idea de que su madre hubiera sido buena
para algo la sobrepasaba.
—Vic... Querer a alguien implica aceptarlo con sus luces y sus sombras,
no quiero enturbiar el recuerdo que tienes de ella, sólo que...
—¡Ya sé lo que quieres! —dijo con una virulencia que la sorprendió —
quieres que la vea como a una bruja sin sentimientos que destrozó tu vida y
quieres que me sienta agradecido ante ti porque me has recogido en tu casa
enfermo y medio muerto porque eres una gran persona... —se le rompió la
voz —no puedo... ¡Ella era mi madre! —gritó con angustia —necesito morir
en paz...
Ana sintió como propio, el dolor de su hermano
—Una vez vi un documental sobre asesinos en serie y psicópatas desde
un ángulo totalmente diferente —su hermano levantó la vista presto a
defender a su madre —no pongas esa cara, no estoy diciendo que mamá fuera
una asesina, escúchame —ordenó serena —el documental hablaba de las
familias de esos monstruos, sus hijos los querían porque era lo normal, todos
los niños quieren a sus padres... Cuando más tarde se enteraron de lo que eran
en realidad, muchos de ellos cambiaron sus apellidos para que no los
relacionaran, necesitaron ayuda psicológica durante años para poder superar
el trauma. Una de las mujeres entrevistadas, explicó que durante mucho
tiempo, se sintió culpable por no haber visto que su padre era un psicópata
pero que lo que de verdad la atormentaba era que aunque lo odió cuando todo
salió a la luz, no podía dejar de quererlo y eso era lo que la hacía sentirse
como un bicho raro. ¿Entiendes lo que estoy tratando de explicarte? —dijo
mirándolo intensamente —¡Quería a mamá con toda mi alma! No quise ver
que estaba perdiendo la cabeza. Mi ceguera casi le cuesta la vida de mis hijos.
¿Entiendes? He vivido con remordimientos desde entonces, porque aunque la
odiaba con todo mí ser, seguía amándola y eso hacía que aún me odiase más
a mí misma.
Vicent estaba impactado. No podía emitir un sonido aunque su vida
dependiera de ello.
¡Su hermana había querido a su madre! Había arrastrado un sentimiento
de culpabilidad sólo por eso. Por amor. Una paradoja en sí misma. Era más
de lo que podía asimilar. Una miríada de imágenes pasadas, lo envolvió
dejándole atrapado en una espiral de emociones para las que no estaba
preparado. Sentía la garganta constreñida. ¡La muy maldita! Le había dicho
que no quería saber pero eso no le impidió pasar sobre él con la fuerza de una
apisonadora.
Júlia entró en ese momento, con expresión contrariada.
Vicent dejó escapar el aire que no sabía, estaba conteniendo. El alivio
que lo inundó lo dejó casi sin fuerzas. Jamás había estado tan contento de ver
a otro ser humano. Además Júlia era la sobrina buena, no como la otra bruja.
—Hola familia —dijo con voz ausente.
—¿Qué te ocurre? —preguntó Ana preocupada.
—Nada que importe en estos momentos —dijo esquivando la pregunta
—¿Vamos a cenar pronto?
—La cena está casi a punto —murmuró observándola con fijeza —Júlia
suéltalo, no voy a parar —amenazó.
—Es cierto, es como un perro de presa después de haber olido la sangre
—dijo Vicent desabrido.
Ana hizo una mueca cuando escuchó el comentario.
—Gracias.
—Bueno... No es nada, sólo que voy a buscar otro empleo, he dimitido.
—¿Te has despedido, así por las buenas? —repitió con tono incrédulo.
—Llevo mucho tiempo en el mismo sitio y ha llegado el momento de
que amplíe mis horizontes —dijo destapando la cacerola para oler la comida
—esto tiene una pinta exquisita. Creo que me voy a cambiar y preparo la
mesa para cenar. ¡Estoy hambrienta!
Ana y Vicent se miraron sin ser conscientes de todo lo que entrañaba ese
gesto. La cara de Ana reflejaba la sorpresa más absoluta. Vicent entendía su
preocupación, incluso él que no tenía experiencia en esos temas, tenía claro
que había mucho más detrás de aquella actitud despreocupada. Se aclaró la
garganta.
—Habitualmente uno da unos días a la empresa avisando —dijo con voz
neutra. Su hermana lo miró agradecida
—No hacía falta en este caso —dijo resuelta —he presentado mi
dimisión con carácter inmediato y si no le parece bien, por mi puede irse al
infierno —dijo con un brillo sospechoso en los ojos —voy a cambiarme.
Salió como una exhalación. Los dos hermanos se quedaron mirando la
puerta callados.
—¿Has notado que se ha referido a una persona concreta? —preguntó
Ana reflexiva.
Vicent se quedó sin saber muy bien que decir. ¡Le estaba pidiendo su
opinión!
—Eso parece —dijo no muy seguro —tú eres la de las visiones.
Ana se volvió a mirarlo molesta.
—Esto no funciona así. No tengo un botón y con apretarlo aparecen las
visiones.
—Pues debería, sino para que las quieres —dijo pragmático.
¿En serio? pensó Ana. Para una vez que a su hermano se le ocurría
participar en una conversación tenía que echarle en cara que su don no era
gran cosa. No entendía como se había pasado toda la vida ocultándolo si al
parecer, a nadie le sorprendía.
—Las visiones aparecen sin previo aviso no a voluntad, si ese fuese el
caso intentaría averiguar los números de la lotería so...
La golpearon con fuerza.
Vio a su hija abrazada a un hombre... No era cualquier hombre ¡Era
Daniel! Su jefe... La vio compartiendo una cena, trabajando juntos...
Besándose en el coche... Discutiendo... Daniel había intentado evitar que se
marchase, forcejearon y... ¡Júlia le dio un bofetón!... Después la vio
conduciendo sola... Llorando...
Volvió al presente, lo primero que vio fue a su hermano más blanco que
una sabana a punto de entrar en pánico. Estaba sentada en el sillón de Vicent
y Este se aferraba a los brazos de la butaca mirándola de cerca.
—¿Estás aquí? —preguntó con voz aguda.
—Por supuesto. ¿Dónde iba a estar sino?
—Pues no lo sé. Te has quedado blanca y parecía que te ibas a caer de
un momento a otro, me ha dado el tiempo justo de levantarme y dejarte caer a
ti en el sillón. ¡Jesús! Qué susto me has dado —dijo pasándose la mano por el
escaso pelo.
Ana sintió ganas de sonreír pese a que estaba temblorosa y sentía el
cuerpo como si estuviera hecha de gelatina. Había sido una visión muy clara,
muy pocas veces le había pasado, de hecho podía contarlas con los dedos de
una mano
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Vicent no muy seguro de querer saber
la respuesta.
—He tenido una visión.
—¡Dijiste que no podías tenerlas a placer! —le recordó con tono de
reproche.
—Y es cierto. No lo he hecho aposta sólo para asustarte.
—Intenta que te pase cuando yo no esté cerca —dijo cáustico.
—No faltaba más —el sarcasmo goteaba en cada palabra —la próxima
vez, saldré corriendo haber si me parto la crisma.
—No es necesario ponerse melodramáticos —dijo amonestándole —se
supone que me moriré lentamente, a este paso será un infarto fulminante lo
que acabará conmigo.
Ana miró incrédula a su hermano. ¿Melodramática?
—Claro, tú no eres melodramático, ni un poquito. Supéralo Vic. Te
morirás cuando te toque y ni un minuto antes. ¿Lo has entendido?
Vicent se quedó pasmado. Su hermana seguía teniendo esa vena de
tozudez que tan bien recordaba de su infancia. Una lenta sonrisa suavizó sus
rasgos.
—Entendido —dijo sumiso. No era cuestión de ponerse a discutir.
—Bien. Ahora tengo que pensar en todo lo que he visto —dijo
frotándose la frente.
—¿Y eso ha sido...? —la miraba expectante.
—Júlia se ha despedido por un conflicto entre su jefe y ella.
—Bueno, eso está a la orden del día —comentó pensativo. De la manera
que había entrado su sobrina y a juzgar por su actitud, no hacía falta ser muy
inteligente para deducir eso.
—Amoroso.
Vicent abrió los ojos en un mudo gesto de sorpresa. Ana por su parte
asintió dándole más peso a sus palabras.
—Y... ¿Ha pasado algo que tengamos que saber? —no quería que su
sobrina buena, sufriera por culpa de un cretino. Siempre le pasaba esas cosas
a la gente dulce.
—Nada relevante —dijo ambigua. No pensaba hablar más del tema, es
más, si hubiera estado en plenas facultades seguro que tampoco le hubiera
dicho nada a su hermano —espero que seas discreto —susurró seria. Vicent
asintió.
—¿Aún estáis ahí cuchicheando? —preguntó Júlia demasiado alegre,
entrando por la puerta —voy preparando la mesa. ¿Os parece?
—Me parece perfecto —dijo Ana escudriñando a conciencia a su hija.
—Mamá no te preocupes, en serio. Necesito cambiar de trabajo, sólo es
eso —su madre tenía ese gesto que le indicaba que sabía más.
Inmediatamente se le ocurrió que efectivamente podría ser así. Miró a su tío,
en cuanto Este notó que lo observaba, esquivó la mirada totalmente fascinado
con los flecos de la manta. Esto apestaba.
—Mamá... ¿Has visto algo?
Su madre estaba sirviendo los platos pero Júlia se percató de la rigidez
de su espalda.
—No sé de qué me hablas.
Estaba mintiendo. Seguro. Se volvió hacia su tío, la expresión de
culpabilidad que lucía parecía un farolillo en medio de la niebla.
—¿Tío Vicent? ¿Te pasa algo? —preguntó. Vicent se removió inquieto
en el asiento.
—Nada. ¿Por qué tendría que pasarme algo? Quiero decir algo más de
lo que ya me pasa
—Júlia no presiones a tu tío, ha sido un día muy largo y está cansado —
advirtió su madre.
Vicent tragó saliva de manera convulsiva. Nunca había aguantado la
presión. Ver a su sobrina mirándolo tan concentrada, acercándose lentamente
le crispó los nervios. No sabía de dónde había sacado la idea de que era la
sobrina buena. ¡De casta le viene al galgo! Era como su madre, sólo que
sabía disimularlo mejor.
—Ha tenido una visión ahora mismo. Te ha visto con tu jefe peleándote
y al parecer ha sido un conflicto amoroso, por eso has presentado la dimisión
—¡Dios que bien se sentía ahora! Nunca había sido bueno guardando
secretos.
Ana abrió la boca totalmente sorprendida y sintiéndose absurdamente
traicionada.
—Gracias hermano —dijo ultrajada —menos mal que te he dicho que
no dijeras nada.
—Me estaba mirando.
—Claro, no sé como no me he dado cuenta. Y tiene rayos gamma en los
ojos y te ha agujereado el cerebro o algo así ¿Verdad?
—Los rayos gamma no hacen eso —rectificó Júlia de forma automática
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
—No ahora desde luego. Sabes como funciona esto Júlia, que veamos
cosas no significa que estemos en posesión de la verdad y...
—¿Como has podido ver el pasado? – Ana se quedó de piedra. ¡No lo
había pensado! Ella jamás había podido ver hacia atrás. Sólo vislumbraba el
posible futuro. Su cara lo decía todo.
—No lo sé. Júlia. ¡No lo sé! —ahora sí que estaba a punto de un ataque
de nervios —no tengo la menor idea. No entiendo nada.
Júlia estaba observando concentrada la reacción de su madre. Desde
luego si estaba mintiendo era la mejor actriz del mundo mundial. Estaba
desencajada. Y había perdido todo rastro de color.
—Creo mamá, que empieza a ser imperativo que contactes con tu tía —
dijo totalmente sería —deja de retrasarlo por más tiempo. Tenemos que saber
a qué nos enfrentamos. ¿Lo entiendes?
Ana asintió en estado de trance.
—¿Mamá? ¿Me escuchas? Deja de darle vueltas. No vas a encontrar la
respuesta porque no tenemos ni idea porqué ha pasado esto, cabe pensar que
al igual yo empiece a ver el futuro. ¡Necesitamos respuestas!
Su hija tenía razón. Pensó Ana. Tenía que superarlo. Tocaba tomar
decisiones y centrarse en lo importante.
—Prometo llamarla a primera hora —dijo sería.
—Es Nochebuena, la gente no se acuesta pronto. Llámala esta noche
mamá, no lo pospongas más.
Ana miró a su hermano que no perdía detalle.
—Cuando cenemos la llamo. Tienes mi palabra, es más, quiero que estés
a mi lado y tú Vic, si quieres también.
—Agradezco la invitación pero no, gracias.
—Como quieras —dijo más serena.
Cenaron en silencio. Era una cena de Nochebuena atípica. Nadie se
quejó.
—Entonces. ¿Es cierto que tienes un lío con tu jefe? —la pregunta de
Vicent en medio de aquel silencio, resonó con la fuerza de un vendaval.
Ana cerró los ojos no bien escuchó la pregunta. Para una vez que al
hombre se le ocurría intervenir, tenía que meter la pata hasta el corvejón.
—Tío, creo que te pareces a mi madre más de lo que piensas —dijo Júlia
con dulzura. Ana no se dejó engañar, la conocía muy bien —los dos os
metéis en lo que no es de vuestra incumbencia.
Vicent se desinfló como un globo. Le estaba bien empleado, pensó, por
intentar mantener una conversación acorde con las rarezas de su familia.
—Júlia, tu tío sólo intentaba ser amable —se encontró obligada a
defenderlo.
—No necesito... Vale, lo siento. Estoy un poquito susceptible con el
tema.
—No pasa nada, todos estamos igual. Créeme.
—No pretendía entrometerme —comentó Vicent bajito.
Júlia suspiró dejando toda pretensión de normalidad.
—Está bien. A lo mejor, repito, a lo mejor ha sucedido algo pero nada
de lo que estáis imaginando. ¡No se te ocurra decir nada mamá! —dijo
mirando a su madre con toda intención. Ana abrió la boca pero se lo pensó
mejor —no sé qué crees haber visto pero no ha pasado nada digno de
mención. Salvo el hecho de que has visto visiones pasadas.
Siguieron comiendo en silencio un rato.
—Creo que me voy a acostar si no os importa —dijo Vicent en cuanto
terminó de comer.
—Como quieras, mañana será un día memorable —dijo Ana con un
amago de sonrisa.
Cuando se levantó para irse a su dormitorio, su hermana hizo lo propio.
La miró extrañado. Ana se acercó y depositó un suave beso en su mejilla.
—Buenas noches Vic, que descanses.
Vicent no podía hablar. Se había quedado paralizado.
Asintió con la cabeza y se marchó.
Terminaron de recoger la mesa y Júlia subió a buscar la caja con las
cartas donde su tía había dejado anotado el número de teléfono.
Cuando bajó se la entregó a su madre en un gesto que lo decía todo. Ana
la miró con cara de circunstancias. Estaba a punto de abrir la caja de Pandora.

—¿Tía Ana?
Silencio.
—¿Anita... Eres tú?
—Si tía. Soy yo —se le rompió la voz sin poderlo evitarlo.
—¡Alabado sea Dios! Es un milagro. Después de tantos años he de
confesar que había perdido la esperanza. Mi madre me lo advirtió pero es
muy difícil de mantener la fe cuando va pasando el tiempo.
—Hace apenas unos días que he recibido tus cartas. A propósito, felicita
a mi prima por sus esponsales —un sollozo se escuchó a través de la línea
telefónica.
—Anita, estoy temblando como una hoja. No te haces una idea de lo que
significa para mí, poder escucharte.
Las lágrimas corrían libremente por el rostro de Ana. Se hacía una ligera
idea.
—Son muchas las cosas que quiero decirte pero ahora mismo estoy... No
sé como estoy tía.
—Lo entiendo Anita, yo me siento igual. Casi no recuerdo lo que te
escribí —confesó emocionada.
—Tengo tus cartas entre las manos. Puedo decirte lo que me decías —
ofreció intentando controlarse. No podía dejar de llorar.
—No es necesario querida. Lo importante es que las tengas y que
podamos vernos.
—Tía, tengo la intención de ir en cuanto pasen las fiestas. Hay
demasiadas preguntas sin respuestas.
—Supongo que te refieres al libro de la familia. No te preocupes, está a
buen recaudo. Lo importante es que vengas, ya empiezo a tener una edad y
son muchas las cosas que tengo que explicarte.
—Y yo quiero que me las expliques —se rieron como tontas.
Júlia estaba atenta a la conversación, entendía que estaba siendo un
momento especial para su madre pero el deseo de saber era casi una
necesidad. Instó a su madre a que le preguntara a su tía. Ana la miró
entendiendo lo que estaba intentando decirle con gestos
—Tía ya habrá tiempo para todo pero, hay una cosa que si me gustaría
que me explicaras.
—Lo que tú quieras. Dime.
—Yo poseo el don de ver el futuro pero mi hija mayor ve el pasado y...
—¿Qué? ¿Tú hija puede ver... En serio?
—Si. En serio —¿A qué venía ese tono de sorpresa? Su abuela le había
dicho que aunque raro, solía aparecer cada pocas generaciones.
—Anita, tu abuela pensaba que la profecía se cumpliría en esta
generación. Pero para ello, era imperativo que se dieran una serie de
circunstancias. Una de ellas es que como dice la profecía, se unan el pasado y
el futuro, esas sois tú y tu hija. ¡Estoy emocionada! Perdona Anita...
—No te preocupes tía, lo entiendo, nosotras también hemos llegado a la
misma conclusión, son las demás cosas que dice a las que no le encontramos
sentido.
—No te preocupes, el libro te explicará todo lo que necesitas saber.
—Lo que quería decirte, es que esta noche sin ir más lejos, he visto una
secuencia del pasado, concretamente del pasado inmediato de Júlia y eso nos
ha dejado sin saber qué pensar, jamás me había pasado. ¿Tienes la menor
idea de por qué ha podido pasar?
Ana oyó como su tía inspiraba con fuerza. Se puso nerviosa. Júlia casi
no respiraba a su lado.
—Hay un capítulo en el Libro de los Tiempos...
—¿El libro de los tiempos?
—Ese es su nombre —explicó su tía —como te decía, hay un capítulo
que dice que cuando converjan en el mismo tiempo, dos mujeres de nuestro
linaje, con el poder de ver el pasado y el futuro, podrán alimentarse la una de
la otra.
Ahora la que se había quedado sin palabras era ella.
—¿Eso quiere decir que de alguna manera mi hija y yo nos podemos
pasar nuestros poderes? —eso empezaba a sonar demasiado fantástico para
su mente.
—No exactamente —dijo su tía arrastrando las palabras —cada una de
vosotras mantiene los suyos pero tú como la vasija primordial, puedes
acceder a los de ella. Parece complicado pero créeme, no lo es.
¿No lo era? Santo cielo. Ana estaba a punto de caerse redonda. Júlia la
miraba con los ojos desorbitados. Intentó tranquilizarse por su hija. Esto
tampoco era fácil para ella.
—Al parecer es necesario para que pueda cumplirse la profecía.
También hay una especie de conjuro para potenciarlo...
—¡Dime que me estás tomando el pelo! —rogó fervientemente.
—Lo cierto es que no —dijo su tía con naturalidad —Anita, creo que
tenemos que vernos y dar una clase acelerada de historia familiar. Tienes
poderes, tu hija tiene poderes, yo tengo un libro que nunca envejece y me
preguntas si existe la magia como si fuera la cosa más increíble que has
escuchado. No lo entiendo.
—Tía, es que es la cosa más increíble que he escuchado. Créeme. Hace
poco que he empezado a aceptar mis poderes. No ha sido algo progresivo.
¡Ha sido una inmersión en toda regla!
—Pero... Tú siempre has poseído el poder de ver el futuro ¿Como
puedes decir que hace poco tiempo? —se notaba la confusión de su tía
incluso a través del teléfono.
—Porque... Lo he combatido toda mi vida —reconoció pesarosa.
De nuevo se hizo un silencio ensordecedor.
—Creo... que eso no es posible... Han podido quedar latentes pero aun
así, has tenido que tener visiones aunque no quisieras. Es parte de tu
naturaleza, de ti misma, de la misma manera que lo son tus ojos verdes como
los de todas las primogénitas, desde los tiempos de Yamanik.
—Es cierto. No siempre he podido mantenerlo bajo control, pero se
manifestaban en contadas ocasiones y desde luego no con la claridad de los
últimos tiempos —confesó sintiendo un cierto pudor.
—Anita, creo que empiezo a entender todo cuanto me contó mi madre
en su día. Si es verdad lo que me estás diciendo, cosa que no pongo en duda,
tenemos un problema enorme entre manos. Tus poderes lejos de desaparecer,
van aumentando con los años. Tienes que aprender a controlarlos, por el bien
de nuestra familia.
—Entiendo —no era cierto, cada vez entendía menos. Su tía pareció
darse cuenta.
—Sobrina, necesitas abrazar lo que eres. Si mi madre estaba en lo cierto,
necesitas prepárarte, tus hijas también. Sois las encargadas de cumplir la
profecía. El Libro de los Tiempos, desvelará sus secretos a la Guardiana y
cuando ocurra eso, un inmenso poder recaerá sobre vuestros hombros.
—Entiendo —no sabía que más decir.
Su tía suspiró audiblemente
—Anita tranquila, me destetaron con historias de Yamanik y de su
amante egipcio, el gran faraón Uadyi. Se me hace muy complicado estar
hablando contigo sabiendo que no sabes nada de tu herencia. Son nuestros
antepasados.
¿El gran faraón? ¿Su amante?
—Tía, no tenía la menor idea de nada... sabemos que Yamanik existió
porque Júlia la vio en una de sus visiones cuando se puso su anillo y...
—¿Qué has dicho? —gritó su tía. Júlia que estaba escuchando la
conversación dio un respingo.
—Que Júlia la vio.
—Anita. ¿Estás sola?
—No, Júlia está conmigo, te está escuchando.
—Júlia...
—Hola tía.
—Hola hija. Escúchame muy atenta. Nadie ha podido ver a Yamanik.
Jamás. Las mujeres que como tú tenían el poder de ver el pasado, nunca
pudieron llegar tan lejos en el tiempo. ¿Entiendes hija lo que te estoy
diciendo? ¡Eres la única que lo ha conseguido!
Júlia estaba temblado de la impresión.
—Yo... Cuando mamá me dejó el anillo, me transportó directamente a
otro tiempo... Jamás me había pasado, quiero decir que toda yo estaba en
aquel momento, era invisible para los demás y desde luego no podía entender
lo que decían pero los veía con la misma claridad que estoy viendo a mi
madre... Podía sentir el aire, el calor, los olores... Todo... Creí que era normal.
—¡Santa Patrona! ¡Hija eres un Milagro! Hay un capítulo que habla
sobre lo que estás contando, pero nadie había sido capaz... Hasta ahora. Ana
no esperes hasta después de fiestas. Ven en cuanto puedas.
—Estoy de acuerdo. Hablaré con mis hijas, quiero decir, con mi otra hija
y te llamaré para decirte que día nos vemos.
—Me parece bien. Por cierto, mi madre me dijo algo... Era un mensaje
que se supone, tú tendrías que entender, me dijo exactamente "la pecadora
lleva nuestros colores, el azul egipcio y el verde mar”. Entiendo que habla de
una parte de la profecía, sinceramente espero que tú entiendas que quería
decir.
La imagen de Gloria le vino a Ana a la cabeza como por ensalmo. Gloria
tenía un ojo verde y otro azul. Y desde luego, se la podía tildar de pecadora,
aunque supuso que no le haría mucha gracia escucharlo.
—Podría ser —dijo vagamente. Júlia la miró y vocalizó el nombre de
Gloria, ella también había tenido el mismo pensamiento —tía es tarde, creo
que es mejor despedirnos, te llamaré en breve para decirte cuando bajamos.
—Muy bien sobrina. Estaré contando los días. He pensado mucho en ti a
lo largo de todos estos años.
—Te quiero tía —dijo emocionada.
—Y yo a ti cariño. Dar un beso muy grande a Clara y a Alex de mi
parte.
Ana sintió un vuelco en el corazón cuando escuchó nombrar a su hijo.
Lo echaba de menos con todas sus fuerzas. No había día que no se acordara
de él.

Cuando colgó el teléfono, se lo quedó mirando sin saber muy bien qué
decir. Estaba sentada en la cocina como una noche normal, su hija estaba
junto a ella exactamente igual pero las dos sabían que habían cruzado una
frontera. Las limitaciones de su mente, le decían que todo aquello no existía,
pero el corazón gritaba lo contrario.
—Júlia... No sé muy bien qué decir —confesó mirando a su hija a los
ojos.
—Tenemos mucho en que pensar. No es fácil hablar de magia fuera de
un contexto de ficción, quiero decir que una cosa es ver la película de Harry
Potter y otra muy distinta es vivirla. Sé que es un ejemplo absurdo pero...
—Entiendo lo que quieres decir nena. Supongo que mi tía tiene razón. Si
me hubieran preparado toda mi vida para esto y yo a mi vez, os hubiera
preparado a vosotras. Pero no fue así.
—Ahora no caben lamentaciones mamá —dijo Júlia con frescura —
buscaremos las respuestas y llegaremos hasta el final.
—Creo que no nos queda otra. Tú hermana convulsiona cuando se lo
contemos, descendemos de un faraón. Es increíble.
Se quedaron un momento en silencio, sumidas cada una en sus propios
pensamientos.
—Mamá. ¿Crees que tu abuela se refería a Gloria?
Ana suspiró pasándose la mano por la frente.
—No tengo la más remota idea pero, es la única pecadora que
conocemos que luzca dos colores. Claro que si hipotéticamente tuviese algo
que ver con la profecía, cosa que tampoco entiendo, cuando le hiciéramos
partícipes de todo esto, se estaría desternillando hasta el día del juicio final.
Júlia pensaba lo mismo que su madre. Le gustaba Gloria pero no la veía
muy paranormal. Si se le podía aplicar algún adjetivo, desde luego no iría en
esa línea.
—Tenemos que cuadrar los días para ir a casa de tu tía. Seguro que el
libro nos puede desvelar algunas respuestas o ponernos en el buen camino
para encontrarlas.
—Hablamos con tu hermana y lo organizamos.
—Me parece bien. Yo como de momento no tengo trabajo me puedo
amoldar.
—Nena. ¿Quieres que hablemos? —ofreció Ana sincera. El oficio de
madre prevalecía por encima de todo.
—En otro momento —dijo evasiva —ahora sólo quiero irme a dormir.
No la presionó. Era la orgullosa madre de dos mujeres adultas con la
cabeza en su sitio. Sólo deseó que su hija no cometiera los mismos errores
que ella.
—No voy a insistir Júlia, sólo espero que nuestro legado no condicione
tu vida. No hagas como yo...
—Tranquila mamá. Tuviste la desgracia de tener una madre que te
traumatizó y has tenido que arrastrarlo toda la vida y... Papá era un gran
hombre al que echaré siempre de menos pero tampoco te apoyó. En cambio
yo te tengo a ti y a Clara y a tía Sara.
Ana sopesó esas palabras.
—Tienes razón —dijo poniéndose de pie —mañana nos espera otro día
de muchas emociones. Sobre todo cuando le contemos a tu hermana lo que
hemos averiguado.
Júlia se rió en sordina.

Subieron las escaleras como tantas otras veces, abrazadas. Con todo lo
acontecido, se olvidaron de Max. Este había estado acostado en su colchón en
un rincón de la cocina en silencio, pero cuando vio que se quedaba sólo se
levantó con intención de ir en busca de compañía. Cuando Max subió las
escaleras, ellas ya estaban en sus dormitorios con las puertas cerradas.
El cachorro se quedó escuchando, un suave ronquido. Se dejó guiar por
su oído, el dormitorio donde dormía Vicent, tenía la puerta entreabierta, se
acercó a la cama, olisqueando con la cabeza levantada. El movimiento de su
rabo indicaba que conocía ese olor. Con bastante torpeza, se subió a la cama
y se acomodó para dormir.
Vicent por su parte se despertó sobresaltado. Notó un bulto contra sus
piernas. Encendió la lámpara de la mesilla de noche para descubrir al
cachorro durmiendo plácidamente en su cama. Con todos los sitios que había
en esa enorme casa para que el perro durmiera, tenía el dudoso honor de
compartir su cama. Intentó moverlo con la pierna para que se fuera. Nada. El
cachorro siguió durmiendo tan tranquilo. Al final con un suspiro resignado,
apagó la lámpara. Al parecer iba a tener compañero de cama quisiera o no.

Ana se metió en la cama agotada. Pensó en su hijo Alex como cada


noche.
—Hijo, espero que estés bien allí donde te encuentres, deseo que en el
fondo de tu corazón sepas que te quiero con toda mi alma y que siempre
estaré aquí esperándote. Feliz Navidad.
Una solitaria lágrima resbaló hasta el nacimiento de su pelo. Apagó la
luz y se dispuso a dormir. Sin ser apenas consciente, el rostro de Álvaro se
coló en sus pensamientos, se durmió pensando en besos.

—¡No encuentro al cachorro por ninguna parte! —eso fue lo primero


que escuchó Ana, la mañana de Navidad.
—Buenos días hija y feliz Navidad para ti también —dijo frotándose los
ojos. Miró el reloj de su mesilla. Apenas eran las ocho de la mañana.
—¿Es que no me has oído? —dijo frenética su hija —¡Hemos perdido al
perro! Sólo hace un día que lo tenemos y ya lo hemos perdido.
—Seguro que se ha escondido por algún rincón —dijo intentando
tranquilizarla —¿Has probado a llamarlo?
—Mamá te digo que no está. He mirado por todas partes —dijo
impaciente.
—Vaaaale. Ya me levanto —dijo mirando su almohada con pena. Con
un suspiro de resignación se levantó.
—Ya no sé dónde mirar —Júlia hablaba gesticulado poniendo en
evidencia el desasosiego que la embargaba.
Un ladrido amortiguado seguido de unas maldiciones se escuchó cerca.
Júlia se paró en seco.
—¡Max! —exclamó. No bien lo dijo, salió corriendo en pos del cachorro
fugado.
—¡Está con tío Vicent! —gritó Júlia desde la habitación de Vicent.
Ana puso cara de sorpresa. Se imaginaba cualquier cosa menos eso.
—¡Vic! —llamó a su hermano —no sabía que te gustaban tanto los
perros —añadió en son de broma. Vicent asomó la cabeza con los cuatro
pelos que tenía de punta y un pijama que había visto mejores tiempos.
—Este animal —dijo señalando al perro —me ha arrinconado en mi
propia cama y he dormido en la esquina —miraba al cachorro con inquina.
Ana no pudo aguantarse la risa, ante el gesto de agravio de su hermano.
—¡Míralo Vic! Quiere irse contigo —dijo risueña.
—No tiene gracia. Esta noche espero que lo encerréis en la cocina.
Max lo miró con la lengua fuera y comenzó a llorar bajito demandando
atención.
—¡Oh, tío Vicent! Quiere irse contigo —dijo Júlia poniéndole morritos.
—Espero que sean mis deseos los que prevalezcan por encima de los del
chucho —dijo altivo.
Sonoras carcajadas recibieron su comentario.
Vicent se marchó a su habitación con cara de disgusto. Júlia por su
parte, se fue con Max al jardin. Ana se dejó caer otra vez en la cama. Estaba
cansada, se acostaron tarde y no había dormido lo suficiente. Había soñado
con su hijo. Nunca lo había comentado. Era algo suyo, privado. Cuando
soñaba con su pequeño, lo veía en situaciones de peligro, en batallas o
guerras, luchando cuerpo a cuerpo.
En alguna ocasión le había gritado alertándolo de un ataque por la
espalda, una vez se despertó con la absurda sensación de que su hijo la había
oído. Pero esa noche lo había visto con un pétate a la espalda caminando
hacia ella.
Pudo ver claramente sus facciones, llevaba su pelo rubio oscuro largo,
más abajo de los hombros, cosa que le sorprendió ya que Alex, había llevado
siempre el cabello corto, una camiseta negra y unos pantalones de camuflaje
con botas militares. Había perdido las facciones de adolescente y tenía muy
marcados los planos y ángulos de la cara.
Cerró los ojos en muda plegaria, siempre era el mismo ruego. “Que las
fuerzas del universo y todos los Dioses desde los albores del tiempo, protejan
a mi hijo, sangre de mi sangre y dueño de mi corazón". Desde que marchó,
las palabras nacieron dentro de ella y las repitía cada noche antes de dormir.
Se convirtió en un hábito. Pero esa mañana al despertar, sintió que era
diferente, si olvidaba su parte consciente y se dejaba llevar por lo que le decía
su fuero interno. Juraría que su hijo volvía a casa.
—¡Mamá! —la llamó Júlia a voces desde abajo —¿Piensas quedarte
todo el día en la cama? Baja a desayunar dormilona.
Suspirando Ana se puso la bata y bajó. Su hermano ya estaba en la
cocina, Max iba detrás de él, si su hermano se dirigía hacia los fogones, el
cachorro lo seguía, si se acercaba a la mesa, lo llevaba pegado a sus talones.
Júlia se estaba riendo y Vicent con cara de fastidio, se quejaba diciendo que
por culpa del chucho se partiría la crisma pero observó, que daba un par de
vueltas más innecesarias.
Cuando Vicent vio que lo observaba, cogió su café y se fue a sentar
murmurando. Como era natural, Max lo siguió y se echó a sus pies apoyando
la cabeza encima de sus zapatillas.
—Vivir en esta casa es un deporte de riesgo —dijo a nadie en particular
—he estado a punto de caerme en dos ocasiones por culpa del maldito
animal. Es una plaga.
Júlia soltó unas risitas mientras preparaba tortitas.
—Reconócelo tío, te estás enamorando de Max.
—No tengo intención de reconocer nada —dijo altivo —sobre todo
porque es rotundamente mentira.
Ana ocultó una sonrisa con la taza de humeante café. Su hermano se
quejaba demasiado. En un momento dado, Vicent bajó la mano
disimuladamente y acarició al cachorro subrepticiamente. El muy ladino.
Júlia se acercó con un plato de tortitas y chocolate caliente para acompañar.
—Tío come unas tortitas, me han quedado deliciosas —Júlia se sirvió un
par en un plato y se roció chocolate hasta que casi no se veían. Vicent levantó
las cejas impresionado.
—Si te comes eso, te pondrás enferma.
—Para nada —contestó sonriente —y porque no has visto a mis... A
Clara, si se sirve ella primera no queda chocolate para los demás.
Ana se percató de lo que estuvo a punto de decir. Júlia evitaba nombrar
a su hermano, sabía que lo hacía por ella pero le molestaba. No había muerto.
Estaba vivo y era su hijo.
—Vic, lo que quería decir mi hija es que los mellizos se apoderaban de
la jarra del chocolate y no le dejaban nada a nadie.
Júlia miró a su madre intentando averiguar de qué humor estaba.
Normalmente si Alex salía en alguna conversación, se abstraía apartándose.
Hoy era Navidad, era normal que se acordara de él, ella también lo echaba de
menos.
—Al parecer nadie os ha explicado que tanto chocolate no es bueno. Mi
madre lo racionaba precisamente por eso —dijo Vicent recordando los
buenos tiempos —tu madre siempre se las ingeniaba para llevarse la mejor
parte.
Ana sintió un aguijonazo de nostalgia. Prácticamente había borrado de
su memoria todo lo que tuviera que ver con su familia y con aquellos
recuerdos se habían marchado también buenos momentos de su infancia.
—Tu tío siempre se las componía para poner cara de pena y mí... Madre
terminaba cediendo y hacía más chocolate...éramos unos críos entonces —
dijo con sentimientos encontrados.
—Una vez, nos llevamos un bizcocho que había dejado mi madre en la
repisa de la ventana para que se enfriara —explicó con una sonrisa —nos
fuimos al granero y nos lo comimos entero. Estaba caliente y nos dio un dolor
de estómago de campeonato, cuando nos llamaron para cenar, la escuchamos
decir que el bizcocho había desaparecido por supuesto nosotros no dijimos
nada pero mi padre no sé como, lo supo, le dijo a mi madre que teníamos
mucha hambre, mamá nos sirvió unas raciones generosas que no éramos
capaces de comernos... fue una noche muy larga —la mirada de Vicent decía
que estaba en otro lugar —jamás confesamos. Pero no volvimos a comer
bizcocho en mucho, mucho tiempo.
Ana recordó la escena. Una sonrisa triste se hizo eco de la de su
hermano. Había llovido mucho desde entonces.
—Mamá sigue comiendo bizcocho recién hecho aunque nos llama la
atención si nos ve a nosotros hacerlo —dijo Júlia con una mueca burlona.
—Hija, mi deber es enseñaros bien —dijo con cierta pedantería —yo ya
soy un caso perdido —Júlia se rió bajito y siguió comiendo con verdadero
placer.
—Será cuestión de irse a vestir, los demás no tardarán en llegar —dijo
Ana. Vicent asintió terminándose su café.
—Aún es pronto, no veo a tía Sara madrugando ni aunque sea Navidad.
—Créeme, estarán aquí antes de lo que imaginas. Por cierto, llama a tu
hermana y explícale la conversación con mi tía.
—¿Hablaste ayer con tía Ana? —preguntó Vicent con leve interés.
—Si. Una conversación larga —repuso meditabunda.
—¿Y?
—¿Y qué?
—¿Qué te dijo?
—Se supone que no quieres saber nada del tema del legado de nuestra
familia —dijo mirando a su hermano con fijeza.
—No quiero saber nada que tenga que ver con mamá —puntualizó —
pero todo lo demás, digamos que es entretenido.
Ana se cruzó de brazos recostándose en la silla mirando a su hermano
con fijeza. Este se puso nervioso en cuestión de segundos, bajó la vista al
plato que tenía delante y empezó a jugar con los cubiertos. Ana sintió pena
por él, huía de cualquier enfrentamiento por nimio que fuese.
No había sido su intención amedrentarlo, para nada, había sido más bien
una pose esperando alguna réplica. Suspirando mentalmente, se inclinó hacia
su hermano dándole un apretón cariñoso en el brazo.
—Vic, me alegro de que muestres interés por nuestra historia. No tengo
ningún problema en compartirla contigo, es más, quiero hacerlo —dijo
buscando su mirada —cuando llegue Clara, te llamo y así sólo lo explico una
vez.
—No te ofendas —dijo más relajado —pero preferiría en otro momento.
—¡Oh! Vamos Vic. No seas así, Clara acabará aceptándote, te puedo
asegurar que no tiene un gramo de rencor en todo su cuerpo.
—Es cierto tío, mi hermana es un poco... explosiva pero tiene un gran
corazón —dijo Júlia con una sonrisa conciliadora.
—Me llama tío Troll —dijo sucinto.
Júlia no pudo reprimir las risas. Ana la disimuló mejor.
—Perdón —dijo Júlia —Clara es así pero lo hace sin maldad. En serio.
Vicent no estaba tan seguro. Cuando la vio, le gustó sólo por el hecho de
que le recordaba a su madre, claro que su hermana y su otra sobrina, también
compartían rasgos parecidos. Pero Clara, de alguna manera se la recordaba
más. Tenía engañada a toda la familia. Se le notaba que tenía una vena de
maldad. Era una versión mejorada de su abuela. Estaba convencido de ello.
—Bueno, en todo caso, prefiero saberlo entonces en otro momento por...
—¡Feliz Navidad familia! —hablado del diablo...
—Feliz Navidad cielo —repuso Ana encantada. Se levantó de la silla
sonriendo y se acercó a abrazar a su hija y a su yerno. Troy se fue corriendo a
buscar a su compañero de juegos.
—Hola tío Troll —dijo con una sonrisa malévola.
—Clara, no llames así a tú tío —dijo Ana con mala cara —intenta
comportarte al menos por hoy. Es Navidad.
Clara miró a su tío pensativa. Se negaba a aceptarlo por las buenas
después de todo lo que le había hecho a su madre y de haber pasado tantos
años ignorándolos. Claro que había más formas de amargarle la existencia.
—Tienes razón mamá —dijo sumisa. Su madre abrió los ojos con gesto
de sorpresa —tío tr... Quiero decir, feliz Navidad tío Vicent —dijo mirándolo
con una gran sonrisa —por hoy enterraré el hacha de guerra.
Vicent no se fiaba ni un pelo pero asintió educado.
Clara se acercó plantándole un sonoro beso casi encima de la oreja.
Le reventó el tímpano. Al separarse, vio la sonrisa de bruja que lucía. Lo
había hecho aposta.
—¿Ves mamá? Para que te quejes de hija —dijo con expresión inocente.
Ana sospechaba algo pero como su hermano no se quejaba, ella no sería
la que rompiera la tregua recién firmada.
—Me alegro Clara. —se fijó que su hermano se llevaba la mano a la
oreja —Vic. ¿Te duele el oído?
—Ligeramente, no te preocupes, no es nada —dijo mirando con toda
intención a su sobrina pequeña —si no os importa, me voy un rato a mi
habitación.
Cuando se marchó Vicent, Júlia se dirigió a su hermana con una sonrisa.
—Anoche mamá llamó a su tía —soltó a bocajarro.
Clara se quedó parada. Se estaba sirviendo un café muy satisfecha,
viendo desaparecer a su tío, cuando su hermana soltó la bomba.
—¿Os ha dicho algo importante? Y ¿Habéis confirmado que el libro siga
en su poder? Y...
—¡Tranquila! —la cortó Ana —sí a las dos preguntas. Sentaros y
mientras desayunáis, os ponemos al día.
Sergio y Clara se sentaron a comer pero en honor a la verdad, no
hicieron justicia al desayuno. Incluso Sergio, estaba más pendiente de las
explicaciones que de comer.
Cuando acabaron, Clara estaba patidifusa. Ana observaba a su hija
esperando una reacción grandilocuente pero pasaban los minutos y estaba
igual. Empezó a preocuparse.
—Nena. ¿Estás bien? —preguntó con preocupación. Vale que su hija
pequeña tenía un talante diferente al resto de la humanidad pero parecía
conmocionada, al igual la estaba afectando más de lo que imaginó en un
principio. A ella también le estaba costando de procesar per...
—¡Esto es increíble! —estalló Clara levantándose de un salto de la silla
—¡Es la repera! Jamás pude imaginarme algo así. Sergio ¿A qué es increíble?
Iba de un lado a otro de la cocina. No podía estarse quieta, el exceso de
energía los estaba mareando.
—Nena siéntate —dijo Ana con voz neutra.
—¡No puedo! —contestó con los ojos brillantes de emoción —¿No lo
entiendes? Estamos ante la mayor aventura de nuestras vidas. Y cuando
tengamos el libro... ¿Como dijiste que se llamaba? —preguntó mirando a su
hermana.
—El Libro de los Tiempos.
—¡Eso! El Libro de los Tiempos. Cuando lo tengamos en nuestro poder.
¡Podremos incluso hacer magia! Es... no tengo palabras...
Se dejó caer en una silla quedándose de nuevo sumida en sus
pensamientos.
¿Qué le estaba costando procesar?
Su hija era una extraterrestre, pensó Ana con humor negro. Júlia y ella
sopesando los pros y los contras y Clara imaginándose así misma con el libro
en la mano haciendo magia.
—Y yo soy la guardiana del conocimiento... ¡Oh! No puedo creerlo, es
maravilloso —estaba extasiada —por cierto. ¿Supongo qué hablaréis con
Gloria?
—Lo cierto es que de momento pensábamos esperar, quería hablar
primero con mi tía y después más adelante...
—Eso no tiene ningún sentido —dijo interrumpiéndole —Pensad. Sí
Gloria fuera la pecadora, tiene que saber algo o están en posesión de algo.
No hay otra. Lo de la fusión podría ser una metáfora, quiero decir que se ha
convertido en parte de nuestra familia, de alguna manera se ha fusionado.
¿Lo entendéis? —preguntó escrutando con la mirada a su madre y a su
hermana.
—Hombre, para mí tiene sentido —dijo Sergio reflexivo —es mucha
casualidad si lo pensáis, y además está el mensaje de tu abuela —añadió
mirando a su suegra —lucirá los colores verde y azul. Gloria tiene un ojo de
cada color y son precisamente esos.
—Sigo creyendo que sería mejor esperar hasta que hablemos con mi tía.
—Pues no lo entiendo. ¿Y si Gloria sabe algo? —insistió.
—¿Y si no sabe nada y sale corriendo? —preguntó Ana con ironía.
—Mamá por favor —dijo Clara gesticulando con cara de fastidio —no
la conozco de mucho pero si algo tengo claro es que Gloria no es de las que
sale corriendo.
La verdad es que a Ana tampoco se lo parecía pero prefería ser cauta y
primero tener atados todos los cabos posibles, antes de soltar semejante
bomba. Por otra parte, esperaba contar con la ayuda de Sara, era amiga de
ambas y podría mediar en caso de que a Gloria le diera un perrenque.
—Quiero hablar primero con tía Sara y después veremos —dijo dejando
claro cuál era su postura.
Clara frunció el ceño contrariada. No estaba de acuerdo. Miró a su novio
que le sonreía con un brillo sospechoso en la mirada. Estaba segura que sabía
lo que estaba pensando en ese momento. Júlia la observaba fijamente.
—Clara, espero que no hagas una de las tuyas —le advirtió —esto no es
un juego. No sabemos mucho de todo esto y necesitamos contar con la mayor
información posible para obrar en consecuencia.
—Seguro —dijo sin comprometerse.
—Yo debo de reconocer que me tienta como nada volver a ponerme el
anillo —confesó Júlia —sobre todo ahora que sé quién es él.
—Suena genial —dijo Clara motivada —así si puedes ver alguna cosa
podría...
—Nadie va a ponerse ningún anillo —declaró Ana contundente —mi tía
ha dejado bien claro que nadie ha sido capaz de ver a Yamanik en toda
nuestra historia —miró a sus dos hijas con toda intención —no pienso
permitir que os lo toméis como un juego. Ni siquiera sabemos que te hace
volver al presente y si te quedas mucho rato qué puede suceder. No permitiré
que nadie ponga tu vida en peligro. Ni siquiera tú misma ¿He sido
suficientemente clara?
Las miró con gravedad hasta que las dos asintieron.
—Quiero que me deis vuestra palabra.
—¡Por favor mamá! —dijo Clara molesta —no es necesar...
—¡He dicho que me deis vuestra palabra! —dijo levantando la voz en
un tono que no admitía réplica.
—Vale. Tienes mi palabra —concedió Clara de mala gana.
—Y la mía.
Ana dejó escapar el aire. No quería llegar a pedirle el anillo a su hija,
pero el pánico a que le sucediera algo, iba más allá de cualquier otra cosa.
—Cambiando de tema —dijo Clara con inocencia —supongo que os
habréis planteado de que si César termina convirtiéndose en un miembro de
esta familia, habrá que decírselo.
Ana se quedó blanca.
—No veo porqué —comentó con mala cara.
—Pues porque es lo natural. Sergio sabe todo porque es mi pareja y si
César es la pareja de tía Sara, lo normal es que también lo sepa.
—No lo sabemos. Además tendría sentido si fuese la historia familiar de
Sara cosa que no es así.
—Si me preguntáis mi opinión —dijo Sergio —creo que me gustaría
saberlo. Sara es familia vuestra desde siempre y lo peor es que se entere de
algo por algún descuido y después saque conclusiones que en este caso no
serían erróneas, quiero decir, que efectivamente no confiáis en él.
Ana meditó lo que dijo su yerno. En cierta manera, tenía sentido. Seguía
creyendo que no era necesario pero podía entender el razonamiento.
—Mamá lo que dice Sergio es verdad —dijo Clara con tono razonable
—imagina que tienes pareja. ¿No es lo más lógico? Si no puedes compartir lo
que tú eres con el hombre de tu vida, entonces sencillamente ese hombre no
es para ti. Tiene que aceptarte como eres y apoyarte.
Ana sintió un nudo en el pecho. Miró a sus hijas con una calma que
estaba muy lejos de sentir.
—Vuestro padre jamás aceptó que yo fuera diferente.
—Mierda.
—¡Joder!
La cara de Sergio era un poema. No había expresado tan gráficamente su
opinión pero estaba claro que pensaba.
—Lo siento mamá —dijo Clara contrita.
Después de eso, no había mucho más que decir. Un silencio incómodo
se instauró en la cocina.
—Si no lo digo reviento —dijo Clara —mamá quise a papá con locura y
creí que me moría cuando él se murió pero en este tema estaba equivocado.
Creo que tú tampoco hiciste mucho para que lo aceptara, ya te iba bien. Tú
misma has dicho que durante años habías combatido tus poderes porque
querías ser una persona normal. ¡Eras tú la que no te aceptabas!
Ana acusó el golpe sin decir nada. Se había quedado helada
—No quiero hacerte daño pero creo que ya es hora de que aceptes tu
parte de responsabilidad. Si hubieras sido como eres ahora, a papá no le
hubiera quedado más remedio que aceptarte. Te quería lo suficiente y no se
hubiera arriesgado a perderte. Fueron tus miedos más responsables, que su
ignorancia.
—Clara... Cuando yo hablé con papá y le expliqué lo que me pasaba,
sencillamente me dijo que ya se me pasaría... como si habláramos de un
resfriado.
—¿Y tú luchaste para que te entendiera? ¿Argumentaste que no era un
resfriado? ¿Fuiste en busca de mamá para que te apoyara? ¡No! Decidiste
pasar página y esconderte entre tus libros sin presentar batalla. Podías haber
venido y contármelo a mí. Cuando quieres algo tienes que luchar por ello y si
quieres a alguien debes hacer todo lo posible para que te entienda y si no lo
hace... entonces es un cretino y se puede ir a paseo.
Sergio se levantó de la silla y abrazó a Clara dándole un beso
apasionado.
—Te quiero —susurró orgulloso acunando su rostro entre sus manos —
eres lo que quiero ver cada mañana al despertar y lo último antes de dormir.
Cien años a tu lado no son suficientes —la miraba con adoración —cásate
conmigo Clara.
Las dos mujeres que estaban contemplando la escena aguantaron la
respiración esperando la respuesta.
—Lo dices sólo porque ahora tenemos un perro. Sabes que si me voy
Troy me seguirá —dijo Clara con ojos brillantes y una sonrisa en los labios.
—Lo digo porque no puedo imaginarme la vida sin ti —comentó
devolviéndole la sonrisa —y también por Troy.
Clara rompió a reír con ganas. Sé quedó unos segundos en silencio,
mirando al hombre de su vida.
—Me casaré contigo.
Sergio aulló de alegría mientras daba vueltas con Clara por toda la
cocina. Júlia y Ana se miraron emocionadas.
—Clara hija...
Clara se volvió hacia su familia con la sonrisa más grande posible.
—Podéis felicitarme —dijo con una sonrisa traviesa —al parecer me
caso.
Se abrazaron y se besaron con el amor y el cariño que sentían. Sergio
estaba pletórico y se notaba. En un impulso, abrazó a Troy dándole besos y
bailando con él, por toda la cocina. Clara se reía con ganas de verlo hacer
tantas payasadas. Estaba feliz y quería que el mundo lo supiera.
Capítulo XVII:

Ana estaba bajando las escaleras cuando sonó el timbre de la puerta


principal.
Eran Sara y César. Estaban guapísimos. César llevaba un traje de dos
piezas gris con corbata un tono más oscuro y una prístina camisa blanca. Sara
por su parte, llevaba un vestido color malva, con pedrería en el escote que se
amoldaba a su cuerpo como un guante. Se había recogido el cabello en un
intrincado moño con uno de sus broches, Este en particular, llevaba unas
plumas negras dándole un aspecto muy sofisticado.
—¡Madre mía! Estáis guapísimos.
Sara se rió encantada.
—Gracias querida. Tú también estás fantástica.
Ana se había decidido por un sobrio vestido negro de corte impecable.
Entraron en la cocina donde los demás, estaban tomando una copa de
vino. El ambiente festivo reinaba por doquier.
—Sara, César, creo que Clara y Sergio, quieren deciros algo —dijo con
una sonrisa.
Sara los miró expectante.
—¡Nos casamos! —soltó Sergio antes de que Clara pudiera abrir la
boca.
Las felicitaciones, se impusieron.
—Ana, estoy emocionada —dijo Sara limpiándose los ojos
discretamente —ahora tenemos una boda que planear. ¿No es fantástico?
—Bueno, aún no han dicho para cuando será.
—Supongo que para dentro de un año y medio o dos, imagino —
comentó mirando a la feliz pareja.
Sergio negó con la cabeza sin perder la sonrisa.
—¿No? —exclamó Sara con gesto de sorpresa.
—La próxima primavera o como mucho a primeros de verano —soltó
con una mueca —ahora que me ha dicho que sí, no pienso esperar mucho
más.
—Pero... Sergio querido. Es imposible organizarlo todo con tan poco
tiempo tienes que entender...
—Sara, el año que viene nos casamos aunque sea debajo de un puente.
Sara esta horrorizada. Se volvió hacia su amiga, esperando que dijera
algo pero Ana estaba igual que ella. Sólo César sonreía divertido.
—Mamá tranquila, seguro que entre todas podemos organizarlo.
Tampoco tiene que ser tan complicado, hablamos con el párroco y buscamos
un restaurante y ya está —dijo Clara sonriendo.
—¿Y ya está? Clara querida una boda es mucho más, las invitaciones, el
vestido...
—Yo también opino como mi hermana, seguro que no es tan
complicado. Será divertido.
Sara las escuchaba sin poder dar crédito. Una boda era uno de los
eventos más complicados de organizar.
—Los restaurantes para banquetes se reservan con más de un año de
antelación —exclamó.
—Yo conozco un par que casualmente son de unos conocidos míos y me
deben un par de favores —dijo César disfrutando de ver la cara de
sufrimiento de Sara. Era la mujer más maravillosa del mundo pero tenía
tendencia a dramatizar un poquito.
—Sea como sea, así son las cosas —dijo Sergio enrocado —a mí me da
igual casarme en la sala de un juzgado.
—¡Mi hija no se va a casar en una sala de juzgado! Eso te lo garantizo
—explotó Ana —Si es necesario iremos a hablar con el ministro pero Clara
tendrá la boda que se merece.
Todos la miraron boquiabiertos. Ana sintió que se ruborizaba un poco.
Al igual había sido un pelín intensa, pensó. Pero Sara asentía, posicionándose
a su lado. Eso la hizo sentirse mejor.
—Hay que permitírselo —dijo Clara divertida —es la madre de la novia.
César y Sergio se miraron con entendimiento puramente masculino. Las
mujeres eran así.
El timbre sonó nuevamente. Júlia fue a abrir. Ana no pudo menos que
notar lo guapas que estaban sus hijas. Todos estaban guapísimos. Se sintió
orgullosa.
—Feliz Navidad —dijeron al unísono Tamsim y Gloria. Los niños
entraron como un vendaval. Llevaban como no, al cachorro con ellos. Ana se
fijó que Elena las acompañaba. Se había quedado rezagada en un segundo
plano.
—Elena. ¡Qué alegría de verte! —dijo Ana dirigiéndose hacia ella.
—Gracias por invitarme —dijo tímida.
—No las merece —comentó restándole importancia —ven te presentaré
a mi familia.
Se la veía incómoda con tanta gente, Ana en un descuido, hizo un gesto
a su hija pequeña.
—¿Qué pasa?
—Elena es una chica que vive en la asociación, lo ha pasado muy mal y
tiene grandes problemas para interactuar con gente. Sé encantadora con ella
¿Quieres?
Clara sonrió guiñándole un ojo a su madre.
—Tranquila, siempre lo soy.
—Ya bueno, pero me quedo más tranquila si lo eres especialmente con
ella.
—Mensaje recibido —comentó con confianza.
Entraron nuevamente a la cocina donde Sara estaba repartiendo unas
bandejas de canapés. Vicent se unió poco después. Sara le sirvió un vaso de
refresco y lo instó a que aceptara un canapé. El timbre nuevamente sonó. Ana
hizo un gesto su hija mayor para indicarle que ya iba ella a abrir.
—Hola. Feliz Navidad —dijo Álvaro con su habitual voz ronca.
—Feliz Navidad —contestó mirándolo con apreciación. Llevaba un traje
hecho a medida.
—Estás bellísima —susurró Álvaro con un brillo peculiar en los ojos.
—Gracias. Tú también —dijo Ana sintiendo que se ruborizaba un poco
—pasa por favor, está todo el mundo en la cocina, como siempre —añadió
con una mueca. Álvaro sonrió de medio lado al escuchar el comentario.
Todos le saludaron como si de un viejo amigo se tratara. Álvaro se sintió
cómodo, no dejaba de ser curioso, era un hombre más bien solitario, mantenía
amistades de hacía muchos años pero le costaba relacionarse con gente
nueva. Sin embargo esas personas, lo hacían sentirse bien, supuso que Ana
tenía mucho que ver. Le presentaron a una jovencita que no tendría más de
dieciséis o diecisiete años, era guapísima, de una forma etérea casi. Más
tarde, no pudo dejar de notar, que aunque parecía relacionarse, mantenía las
distancias con todo el mundo, especialmente con los hombres. Curioso, pensó
Álvaro.
—Por favor, escucharme familia —dijo Ana levantando el tono para
hacerse escuchar entre tanto jaleo —bien, aunque no lo creáis, vamos a comer
en el salón —un coro de risas y unos silbidos de Sergio, se escucharon en la
amplia cocina que con tanta gente, parecía pequeña —también quiero
anunciaros, que al parecer y tengo que confesar que no lo entiendo —dijo
gesticulando en honor a los niños —ha venido Santa Claus —unos gritos
infantiles interrumpieron el discurso —digo que no lo entiendo, porque en
esta casa, siempre han venido los Reyes Magos de Oriente, así que si os
parece bien, vamos a ver qué nos han dejado.
Los pequeños salieron corriendo como una exhalación. Tres cachorros
de dogo los seguían de cerca. Los adultos riéndose contagiados por sus gritos,
les fueron a la zaga.
El gran árbol de Navidad, estaba totalmente adornado de manera
espectacular cuando Sergio se acercó a encenderlo, las luces lo iluminaron
confiriéndole el aspecto de un abeto de cuento. Debajo había un montón de
paquetes de diferentes tamaños y colores. Los niños estaban tan emocionados
que no atinaban a coger los regalos.
—Creo que Santa Claus que es muy previsor, ha puesto el nombre a los
regalos para que cada uno sepa para quien es —explicó Júlia.
María la miró extasiada. ¡Jamás había visto tantos regalos juntos!
—María y Lucas, serán los encargados de entregar los regalos —
anunció Ana.
Lucas no podía creerse que después de todo lo que le había pasado de
cosas buenas, encima tuviera más regalos. Era imposible.
Empezó a leer en voz alta los nombres, mientras María, repartía con una
sonrisa deslumbrante.
La cara de Gloria no tenía precio. Tamsim también se quedó
boquiabierta. Levantó la vista mirando a su alrededor. Cada uno tenía un
regalo entre las manos.
Vicent tampoco esperaba eso. Se le formó un nudo en la garganta que
amenazó con ahogarlo. Cuando abrió el suyo con manos temblorosas,
encontró dos pijamas y un par de calcetines de lana. No sabía qué decir.
—Gracias Ana.
—No he sido yo —dijo haciendo unos gestos señalando a los niños —ha
sido Santa Claus.
Vicent la abrazó torpemente. Ana se quedó parada durante un segundo,
su hermano lo notó y creyó que lo estaba rechazando se empezó a separar
cuando, con un movimiento rápido, sintió que lo estrechaba fuertemente. No
había sido rechazo, había sido sorpresa.
Cuando Gloria abrió su regalo, formó la palabra gracias. Ana asintió.
Santa Claus no se olvidó de nadie. Los niños estaban frenéticos. Ana pensó
que les iba a dar algo. Sergio, empezó a reírse como un loco. Los demás
dejaron de abrir sus paquetes para mirar qué pasaba. Santa Claus le había
traído un robot de juguete con muchas luces de colores. Abrazó todavía
riendo a su novia y le dio un sonoro beso.
Álvaro sacó del bolsillo de su chaqueta un pequeño paquete y lo puso en
las manos de Ana. Esta lo miró sorprendida. En ese instante María se acercó
y vio a Ana con el pequeño regalo.
—Yo no te lo he dado —dijo inocente —¿De dónde ha salido?
—Me lo ha dado Álvaro, lo llevaba Troy en la boca —mintió.
María se rió encantada. Ana lo abrió. Una fina gargantilla de oro
descansaba dentro de un estuche de terciopelo negro. Era un regalo muy caro.
No tocaba, iba a devolvérselo cuando Álvaro se adelantó y se lo puso
desabrochando el collar de perlas en el proceso.
—Gracias —susurró —pero no puedo aceptarlo.
Álvaro ya se imaginaba su reacción.
—Si me lo devuelves, te beso como deseo hacer desde que te he visto —
dijo también susurrando las palabras para que los demás no lo escucharan,
aunque con la algarabía que tenían formada, lo veía complicado.
Ana se ruborizo hasta la raíz del cabello. ¿Como se atrevía a decirle esas
cosas allí con su familia? Lo miró enfadada. Álvaro tuvo el descaro de
sonreír.
—No pienses que te vas a salir con la tuya —siseó.
Álvaro sonrió de medio lado con ese gesto tan característico suyo.
—Podemos negociarlo —dijo mirando fijamente su boca —después.
Ana no podía creerse la conversación que estaba manteniendo con su
familia a pocos pasos.
—Creo que estás presuponiendo demasiado —dijo altiva.
Álvaro la miró ladeando un poco la cabeza con expresión concentrada.
¡La estaba poniendo nerviosa!
—Bien familia —dijo llamando la atención de todos —si os parece, ir
tomando asiento.
Júlia fue a la cocina para ayudar a su madre.
—Júlia, no hace falta cielo. Dile a tía Sara que haga espacio en la mesa
para el pavo y a Sergio que venga.
—¿Sergio?
—Es el hombre de la familia y por tradición le toca a él trinchar el pavo.
—Mamá, si Sergio tiene que trinchar el pavo, estaremos aquí hasta que
nos den las uvas —comentó sarcástica.
—Pues no sé quién puede cortarlo. Tu tío no puede, y...
En ese momento sonó el timbre de la puerta principal. Madre e hija se
miraron sorprendidas. No esperaban a nadie.
Ana fue a ver quién molestaba un día tan señalado, Júlia sé quedó cerca
sólo por curiosear.
—Hola mamá. Feliz Navidad.
¡Era su hijo!
—¡Alex!
¡Estaba igual que en su sueño! Durante un momento, Ana no pudo hacer
otra cosa que contemplarlo. No daba crédito a sus ojos. Estaba muy moreno
pero era Alex, su hijo... Su pequeño...
Se acercó temblado. No supo cómo, pero se encontró abrazada, llorando,
Alex la apretaba con fuerza, apenas rozaba el suelo con la punta de los
zapatos.
—¿Alex...? —murmuró Júlia con la misma cara de sorpresa que su
madre.
Alex miró a su hermana mayor, mientras seguía abrazando a su madre.
Cuando el olor que tan bien conocía, inundó sus fosas nasales, supo sin lugar
a dudas, que había llegado a casa. A su hogar.
Se separó lentamente sin soltarla del todo, notaba los temblores que
recorrían el cuerpo de su madre.
—Hola hermanita —dijo con un amago de sonrisa. Júlia se lanzó contra
él, con tal fuerza que casi los tira a todos.
Alex la sostuvo con el brazo que le quedaba libre, enterrando la cabeza
en su cuello. Los sollozos de su hermana, tocaron algo dentro de él. No
recordaba siquiera lo que era sentirse así de bien.
En el salón cuando escucharon los sonidos de alguien llorando, se
levantaron todos en tropel para saber qué sucedía. Al llegar al recibidor, se
pararon en seco.
—¿Alex? —Clara se quedó sin aire en los pulmones, como si alguien le
hubiese dado un puñetazo en el plexo solar.
Alex clavó los ojos en su melliza. ¡Como la había echado de menos! Su
madre se apartó sin soltarlo del todo, casi con miedo de que fuera a escapar,
Júlia seguía abrazada a la cintura. Pero él no despegaba la vista de Clara, no
sabía lo que iba a hacer, eran muy parecidos y por ende sabía que eso
significaba impredecibles. Clara se acercó despacio deteniéndose a pocos
pasos. Lo miraba con la misma intensidad. Un ceño fruncido fue la única
advertencia.
—¡Eres un pedazo de cabrón! Te largas de casa sin decir nada a nadie,
sin saber si estás vivo o muerto y ahora apareces como si nada. ¡No pienso
perdonarte! ¿Me oyes?
Se lo quedó mirando con rabia. Los ojos brillantes delataban la
intensidad de sus emociones.
—Hola Melli —dijo saludándola con el apelativo que habían usado toda
la vida.
El temblor de su mentón y el gesto contenido de su melliza, desmentía
sus palabras
Clara se lanzó contra él igual que había hecho su hermana. Alex no
podía abrazarla porque tenía a su madre y a su hermana cada una en un brazo,
con un grito de guerra, las encerró a las tres contra su cuerpo. Sentía escozor
en los ojos y le quemaba la garganta. Estaba desbordado.
Había tardado demasiado tiempo en encontrar el camino a casa.
—¿Alex...? No puedo creerme que seas tú...
Alex levantó la vista para encontrarse con la mirada de varios extraños.
Su tía Sara estaba apoyada en uno de ellos, era un hombre alto bastante
corpulento que lo miraba con curiosidad.
—Tía Sara, estás tan guapa como siempre —dijo viendo como se le
llenaban los ojos de lágrimas a su tía.
—¡Oh Dios! Alex...
Se acercó soltándose del hombre, Ana se apartó dejando espacio a Sara,
esta lo abrazó por la cintura descansando la cara contra su pecho.
—¡Oh Alex!... Estás aquí... Por fin estás en casa... Con nosotras...
Alex estaba rodeado por las mujeres de su familia. Escudriñó buscando
a su padre. Después de la monumental pelea, se había marchado pero había
esperado que se acercara a saludarlo.
Ana fue la primera en recuperarse. Se volvió hacia sus invitados con una
trémula sonrisa en la boca.
—Perdonar... Es mi hijo y... No lo veíamos desde hacía casi tres años...
Ha sido... Lo siento...
—Se entiende —dijo Gloria —creo que sería mejor marcharnos y que
tengáis vuestra privacidad.
—No por favor. Para nada —dijo Ana limpiándose la cara con las
manos —Alex a llegado en el momento justo —dijo con una sonrisa nerviosa
—tienes que trinchar el pavo de Navidad hijo.
Alex sonrió pero no entendía nada. Su padre era el encargado cada año
de trinchar el pavo.
—¿Y papá? ¿Se ha roto un brazo y no puede? —no lo veía por ningún
lado. Algo iba mal —¿Dónde está?
Un silencio ensordecedor siguió a sus preguntas. Sus hermanas se
separaron mirándolo con angustia. Alex miró a su madre con gesto
interrogante, su cara de intenso dolor, contaba una historia que supo, no
querría escuchar. Su tía estaba igual. Un nudo de aprensión se instaló en el
estómago.
—¿Mamá? —preguntó con emoción contenida. No podía creer lo que le
decían los ojos de todas ellas.
—Alex... Papá... murió hace más de dos años...
Alex inspiró con fuerza. Esperaba cualquier cosa... Menos eso.
—¿Qué pasó? —preguntó soltando a sus hermanas.
—Un accidente de coche... Creo que... Hablamos más tarde...
Alex estaba conmocionado. ¡Su padre había muerto! Hacía más de dos
años y él nunca lo supo. El dolor lo golpeó con fuerza. El dolor y la rabia.
El remordimiento de saber por todo lo que tenía que haber pasado su
madre sola, estalló con virulencia, quemándolo por dentro. Sentía que se iba a
ahogar en la rabia ciega que conocía tan bien.
—Creo que nos tomaremos un respiro antes de comer —dijo tía Sara —
si os parece bien, volvamos al salón y nos tomamos una copa de vino
mientras les damos un rato de intimidad —añadió dirigiéndose a los demás.
Ana le agradeció con la mirada.
—Alex querido. Me alegro de tenerte otra vez aquí. En casa —dijo Sara
con voz rota.
—Gracias tía.
Se quedaron los cuatro solos en el recibidor.
Sus hermanas lo miraban esperando su reacción. Su madre sufriendo por
él. Alex se pasó las manos por el pelo, caminado de un lado a otro, intentando
mantener sus emociones bajo control. Lo contrario era impensable y
totalmente desaconsejable.
—Creo que os he arruinado la celebración —dijo con una mueca.
—Eso no importa hijo. Acabas de enterarte que tu padre ha muerto.
Nosotras llevamos más de dos años asimilándolo, tú apenas unos minutos.
Ellos pueden esperar —dijo refiriéndose a los demás.
Alex respiraba lentamente, necesitaba mantener el control. Era muy
peligroso si no lo hacía.
—Necesito un momento a solas —señaló seco.
Por el rabillo del ojo, Alex vio a sus hermanas marcharse al salón, con
rostros de preocupación. Su madre se cruzó de brazos, observándolo con
intensidad. Esto no iba a ser fácil.
—Ahora vamos nosotros —dijo Ana en voz alta.
—Mamá, quería decir sólo —remarcó las palabras.
—Lo sé hijo. Si quieres estar sólo te puedes ir a la cocina.
Alex se percató, como le temblaba el mentón a su madre. Tenía miedo
de que al enterarse de la muerte de su padre, volviera irse y las dejara
abandonadas otra vez. Tenía razón su melliza. Era un puñetero cabrón.
—No te preocupes mamá, no me voy a ir a ninguna parte —dijo en un
intento por tranquilizarla —está bien, me quedo en la maldita cocina.
Ana asintió. Se acercó a su hijo y le dio un beso en la mejilla. Después
subió a su dormitorio a adecentarse un poco.
Alex entró cerrando las puertas correderas detrás de sí. La cocina olía a
pavo asado. Mil recuerdos se agolparon en un momento. Tantos y tantos días
de Navidad todos alrededor de su padre mientras Este trinchaba el pavo,
quejándose de que los cuchillos de su madre, no cortaban. Una sonrisa
amarga como la hiel, asomó a su rostro endurecido. Tiempos que no
volverían, como muchas otras cosas que se habían marchado para no volver.
Inspiró varias veces, practicando los ejercicios de relajación que le enseñara
el viejo escocés que tanto había hecho por él.
Mientras tanto Ana se lavó el rostro y se aplicó un poco de maquillaje.
Con un suspiro decidió, que ya estaba en condiciones de bajar.

Cuando llegó al recibidor, Ana observó que la puerta de la cocina


permanecía cerrada, no podía darle más tiempo, ella no tenía mucho apetito,
bueno, realmente ninguno pero tenía invitados y entre ellos habían dos niños
pequeños, si Alex prefería subir a su dormitorio, lo entendía pero... ¡Su
dormitorio! Su hermano lo estaba ocupando. ¡Madre mía que follón! Lo
importante no eran esos pequeños detalles, lo importante era que su hijo
estaba en casa.
Con ese pensamiento, abrió las puertas de la cocina en el mismo instante
que una cerveza pasaba volando delante de ella para acabar en la mano de su
hijo. Alex se volvió al escuchar un intruso. Sus ojos eran los de un
depredador. Lo supo con la certeza de que cada día salía el sol.
Lo vio apretar los dientes con gesto contenido.
Alex maldijo entre dientes. Acababa de llegar a casa y su madre lo había
pillado cogiendo una cerveza a cuatro metros de la nevera.
No había forma humana de explicarlo. Sabía lo que venía a
continuación. Ahora le daba un ataque. Al menos aún no había deshecho el
petate.
Vio como su madre entraba y cerraba tras de sí, apoyándose en la puerta
con una curiosa expresión en el rostro. Estaba serena, tenía los brazos
cruzados y poco más. Se puso en guardia de manera automática.
—Creo hijo que tienes mucho que contarme —dijo tranquila.
Demasiado tranquila.
—No lo creo.
Su madre chasqueo la lengua. ¿Dónde estaban los gritos y los
reproches?
—Alex, una cerveza ha volado desde la nevera hasta tu mano.
—Lo sé. Pero no hay mucho más que explicar. Puedo mover objetos
y...Algunas cosas más... sí crees que soy un bicho raro puedes decirlo
libremente, papá me lo dijo.
Ana sintió como si le hubieran dado un puñetazo.
—¿Papá te dijo que eras un bicho raro?
Alex estaba bastante seguro de como tenía que reaccionar su madre y
desde luego no era teniendo una conversación normal.
—En estos momentos no quiero hablar de eso.
—De acuerdo. Ya lo haremos más adelante —eso quería decir que
hablar hablarían quisiera él o no. Una tímida sonrisa asomó a su boca.
—Mamá. ¿Puedo saber cómo es que no te has alterado nada? No te
ofendas pero no es digamos, lo habitual.
Ana sopesó qué decirle a su hijo. Se acababa de enterar que su padre
había muerto, por mucho que se controlara, le pasaría factura, sencillamente
aún no lo había asimilado.
Por otra parte, Alex tenía al parecer poderes con lo cual, se sentiría
mucho más identificado si se enteraba que no era el único."Cuando lo
inamovible sea alzado". El corazón le dio un vuelco. ¿Podría ser...?
Suspiró armándose de valor.
—Descendemos de una estirpe de mujeres con poderes, tu hermana Júlia
es capaz de visionar el pasado y yo el futuro. Hay un libro que contiene todos
los secretos de nuestra familia que está en posesión de mi tía Ana, entre sus
muchos secretos y conjuros, guarda una profecía que entendemos, tenemos
que descifrar y creo que tú juegas un papel importante. Tu hermana Clara al
parecer ostenta el título de Guardiana, no puedo explicarte más porque no
sabemos mucho más hasta que veamos a mi tía. Así que te dejo elegir. Me
respondes ahora y mandamos a paseo a todo el mundo o vamos a trinchar el
pavo y hablamos esta noche pero hablar, querido hijo, vamos hablar.
Decir que Alex se había quedado sin palabras era quedarse corto.
¡Su familia tenía poderes! No se echaba reír porque pensarían que estaba
loco. ¡Se había marchado de casa por culpa de sus poderes! Tenía miedo de
hacerles daño sin querer. Bueno... Por eso y otras cosas. Y ahora resultaba
que eran como él. Para partirse de risa. Alguien se había olvidado de
explicarle un par de cosas.
—Creo que tengo hambre.
Su madre lo miró intentando averiguar qué pensaba.
—Bien. El pavo está en el horno, yo abro la puerta para que pases.
Alex asintió.
—Alex ¿Estás bien para una comida en familia? —preguntó Ana
preocupada dejando de lado la pose de tranquilidad. Bien sabía Dios, que
estaba de todo menos tranquila.
—He estado en peores situaciones —contestó Alex con una mueca
burlona. Se percató de la expresión de preocupación de su madre —tranquila
mamá. Evadirme durante un rato me irá bien.
Entraron al salón. Todos se callaron mirándolos con curiosidad
manifiesta. Alex portaba la bandeja con el enorme pavo. Clara empezó a
aplaudir con una sonrisa en el rostro y los ojos cargados de lágrimas. Los
demás la emularon. Cuando dejó la bandeja, Ana pidió silencio.
—Como ya sabéis. Este es mi hijo Alex —dijo señalándolo —el día de
Navidad, es siempre por ende un día especial pero hoy, es doblemente
especial por su regreso —se calló un segundo tomando aire para controlarse
—me alegro que estéis hoy aquí, compartiendo uno de los días más felices
de mi vida. De alguna manera, nos hemos convertido en familia y no creo
que haya mejor manera de celebrarlo que comiendo todos juntos al rededor
de una mesa, dando gracias a la providencia de lo que tenemos y de lo muy
afortunados que somos —hizo una pausa mirándolos con emoción contenida
—sólo quiero daros las gracias y desearos feliz Navidad.
Todos estallaron en aplausos y congratulaciones. Incluso los perros se
unieron al festejo. Alex enarcó una ceja reparando por primera vez en los
cachorros.
—No sabía que nos habíamos convertido en criadores de dogos
alemanes —dijo a su hermana Júlia que era la que tenía al lado.
Júlia se rió feliz. Cualquier cosa era motivo de júbilo.
—Para nada. Le hemos regalado un cachorro a mamá es el gris merlé —
dijo señalando a uno de los perros —los otros son de Sergio y de Gloria y su
familia.
Alex puso cara de sorpresa. No tenía muy claro quién era Gloria pero de
todas formas, tener tres cachorros de dogo, en la misma casa y al mismo
tiempo, era como mínimo peculiar.
Ana lo abrazó por la cintura y le presentó a todos los invitados.
Cuando llegaron al lado de una jovencita, Alex se quedó embobado.
Parecía una muñeca. Tenía el pelo largo negrísimo y totalmente liso. Observó
que le llegaba más allá de la cintura. Nunca había visto un pelo tan largo. Los
ojos más azules... No eran azules. ¡Eran violetas! Jamás había conocido a
nadie con ese color tan peculiar. Tardó un momento en darse cuenta, que lo
miraba con algo parecido al miedo. La expresión de su cara era semejante a la
de un animal acorralado delante de un depredador. No podía comprender el
intenso rechazo hacia su persona, era patente incluso para un ciego. Se acercó
para darle la mano pero ella dio un paso atrás, tropezando con la silla, estuvo
a punto de caerse. La agarró automáticamente.
Nada más tocarla sintió una descarga poderosa en todo su cuerpo, que le
robó el aliento, mientras Elena, se tensaba en muda protesta ante su contacto.
—Ten cuidado o te harás daño —susurró con voz gutural. Elena levantó
la cara para mirarlo con la boca abierta y una expresión cercana al terror —
tranquila. No muerdo.
—Elena. ¿Te has hecho daño cielo? —preguntó Ana preocupada.
Elena negó con la cabeza incapaz de articular palabra. ¡Había sentido
una descarga eléctrica! Ese hombre, era peligroso. Lo sabía. Siempre sabía
esas cosas. Tenía que apartarse de él a toda costa.
—Alex cariño, tienes que trinchar el pavo —dijo Ana sin percatarse de
la tensión que había entre ellos.
—Estoy deseando clavarle los cuchillos —dijo Alex con una sonrisa
malévola haciendo reír a sus hermanas.
Alex notó como Elena se tensaba al escucharlo. Había sido una broma
pero ella lo acusó como una amenaza. Había despertado su curiosidad. Se fue
hacia dónde lo esperaba su madre para que hiciera los honores. Cuando se
fijó en los cuchillos, que había al lado de la bandeja, sintió un ramalazo de
nostalgia. Eran los mismos de los que año tras año, recordaba a su padre
quejándose de lo poco que cortaban.
—Si no te importa mamá, iré a buscar los míos —comentó indicando
con un gesto los cuchillos.
Ana frunció el ceño contrariada. ¿Sus cuchillos? Pensó. ¿Desde cuándo
se había aficionado a la cocina?
Alex volvió con un... Machete y un cuchillo de asalto. Pero... ¿Qué
había estado haciendo su hijo?
—¿Alex? No tengo muy claro que esos…Cuchillos, sean los más
adecuados —Alex sonrió a su madre con un brillo peculiar en los ojos.
—Tranquila mamá, sé lo que hago —Clara soltó una risita ante la cara
de espanto de su madre.
Empezó a trinchar el pavo con una pericia nada común. Las
conversaciones fueron disminuyendo progresivamente, atentos a la escena
que se desarrollaba delante de sus ojos. Ana mantenía una sonrisa de
circunstancias, que sostenía a duras penas.
Álvaro observaba sin decir nada. El hijo de Ana, era más de lo que
aparentaba, parecía un hombre preparado para el combate. La ropa que
llevaba, acrecentaba esa ilusión. Pero sin lugar a dudas, el cuerpo sin un
gramo de grasa, sólo músculos y tendones, bastante desarrollados por cierto,
decía a todas luces que meterse con su dueño, era una mala idea.
—Yo quiero unos como esos —dijo Gloria admirada —ricura si todo lo
haces igual, eres un peligro con patas.
—¡Gloria! —exclamó Sara indignada —¿Como puedes decirle eso a mi
sobrino?
Gloria levantó los brazos girando los ojos. Tamsim sonrió moviendo la
cabeza. Alex por su parte, le dedicó una sonrisa malévola con una carga
sensual suficiente, para hacer enrojecer a una mujer con menos tablas.
—Es una de las muchas cosas que hago bien —contestó en la misma
línea.
—¡Alex! —exclamó Ana escandalizada —¡Compórtate! Hay niños por
si no te habías dado cuenta —añadió molesta. Dirigió una mirada de
advertencia también a Gloria pero esta, se limitó a sonreír alzando su copa en
un brindis, nada amedrentada.
César estaba fascinado. Ese chaval sabía lo que hacía con el machete y
en cuanto a manejarse con mujeres, estaba claro que no era un pardillo. Claro
que crecer en una casa llena de mujeres, tenía que haber sido como mínimo,
interesante. El hijo de Ana, estaba resultando ser, todo un enigma.
Empezaron a comer entre bromas y risas.
—Estás muy callado hermanito —dijo Júlia sonriendo —tenemos
mucho de qué hablar...ya sabes, del tipo ¿Qué has hecho los tres últimos
años?
—Creí que contigo precisamente no serían necesarias las explicaciones
—susurró mordaz.
Júlia dejó de sonreír.
—¿Cómo lo sabes?
—Mamá me lo ha dicho —repuso con una mueca.
—Sólo os habéis quedado cinco minutos a solas pero parece ser que la
conversación ha sido fructífera —dijo recuperándose de la sorpresa.
—No te enfades Júlia. Ciertas circunstancias, han propiciado que mamá
me explicara, que somos una familia peculiar.
—¿También te ha dicho que ella es vidente? —preguntó rencorosa. Alex
asintió. Eso no se lo esperaba. Algo había pasado en ese lapso de tiempo.
—No te rompas la cabeza, cuando se vaya todo el mundo hablamos, lo
prometo.
Júlia asintió no muy convencida.
—¿Qué más te ha contado? —inquirió con interés manifiesto.
—En pocas palabras, me ha hecho un resumen —dijo poniendo énfasis
en la última palabra.
Alex observó como su hermana se reprimía para no seguir
interrogándolo. Le sonrió con cariño. De sus dos hermanas, Júlia era la más
formal, en caso de mantener la misma conversación con su melliza, no
hubiera podido escabullirse, esta lo habría arrastrado a algún rincón y lo
habría sometido a un concienzudo interrogatorio sin importarle los invitados.
Es más, los habría despachado sin remordimientos. Agradeció que su madre
los sentara a cada uno en una esquina de la mesa. No estaba preparado en
esos momentos para argüir un argumento plausible. Enterarse de la muerte de
su padre, había roto todos sus esquemas. El duro entrenamiento al que se
había sometido más las experiencias vividas en muchas ocasiones, al límite,
le permitían una fachada de tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. El
dolor y los remordimientos eran malos compañeros de camino.

Ana estaba feliz. Muerta de miedo pero feliz.


Ver a su hijo parado en la puerta de su casa, había sido una de las
mayores y más grandes sorpresas de su vida pero, un rato después, cuando
aún no se había recuperado de la impresión, ver volar cosas en su cocina...
Llevaba un rato dándole vueltas. ¿Como era posible que no se hubiera
dado cuenta antes de que sus hijos tenían capacidades especiales? ¿Dónde la
dejaba eso como madre? Mejor no ahondar en el tema. Suspendería
estrepitosamente. Una vez más los remordimientos hicieron acto de
presencia. Una cosa era no haber tenido el valor para enfrentarse al legado
familiar y otra muy distinta era el precio que había pagado su familia por su
cobardía.
Necesitaban saber porqué eran diferentes y qué papel jugaban en todo
eso. Las cartas y con ellas el principio de todo, habían llegado a sus vidas por
un motivo. ¿Cuál? Eso era algo que tendrían que averiguar. La profecía,
empezaba a desvelarse, no tenía todos los datos pero estaba segura que era
cuestión de tiempo. Algo le decía que su hijo había vivido su propia
pesadilla, los sueños que había tenido durante todo ese tiempo, supo que eran
reales, estaba segura, Alex había estado en alguna especie de guerra,
jugándose la vida demasiadas veces. Por otra parte, todo parecía indicar que
la discusión entre padre e hijo, había propiciado su marcha pero los motivos,
sospechaba, tenían mucho que ver con la telekinesia. Había tomado una
decisión. Iría al mismísimo infierno si fuera necesario. No volvería a
esconderse ni les pediría a ellos que lo hicieran. Viviría con la dignidad y el
orgullo que había sido el sello de identidad de su abuela.
No volvería a sentir vergüenza por ser descendiente de uno de los linajes
más antiguos del mundo conocido. Al contrario.
Era una privilegiada, la mayoría de la gente no podía remontarse más
allá de la cuarta o quinta generación, en su caso, se remontaba a miles de
años. Era suficiente para sentirse orgullosa. Como decía su hija, a quien no le
gustara, podía irse a paseo.
—¡Ana! —exclamó Sara molesta —te he llamado varias veces pero
estabas en Babia.
—Lo siento nena, ha sido sin querer —dijo disculpándose.
Sara sonrió, dándole un apretón cariñoso en el brazo.
—No importa querida. Te decía que si te parece, vamos a la cocina y
preparamos café para todos, he traído un par de pasteles que hice anoche.
—Me parece bien —dijo asintiendo.
El olor a pino inundaba la sala, Ana sonrió mirando una vez, más el
enorme abeto que ocupaba media estancia, los cachorros de dogo... Muchos
cambios en su vida pero todos buenos. Incluso su hermano sonreía tibiamente
a algo que le estaba diciendo Gloria. Esa mujer era capaz de manejar con el
dedo meñique a cualquier hombre. El ambiente armonioso, se palpaba en
todos los rincones, ya no había sombras que ahuyentar, la luz inundaba su
casa. Su hogar.
—Vamos vieja amiga —dijo ofreciéndole la mano a su hermana del
alma.
—¿A quién llamas vieja? —preguntó ofendida Sara —te recuerdo que
eres sólo un poco más joven que yo —dijo altiva alzando el menton.
Ana se rió divertida, Sara era una dramática de cuidado.
—Anda vamos, mientras preparamos el café te voy a poner al día.
Eso hizo que Sara la tomara del brazo en actitud conspiratoria. César las
observaba divertido, parecían dos niñas susurrándose secretos.
Al pasar al lado de su hijo, Ana se paró un segundo para abrazarlo por
detrás del respaldo y besarlo en la mejilla. Su hijo con un ágil movimiento se
giró, sentándola en su regazo. Ana soltó un grito asustada pero terminó
riéndose.
—Te quiero hijo —dijo abrazándose a su cuello.
—Y yo a ti mamá —contestó con un nudo de emoción.
—Querido, me encanta la escena pero si no la sueltas, no comeremos los
pasteles y da la casualidad que uno es de manzana, si no recuerdo mal, era tu
preferido.
No había terminado de hablar Sara cuando Alex soltó a su madre y la
obligó a ponerse en pie.
—Lo siento mamá te quiero pero los pasteles de tía Sara son mi
debilidad —dijo guiñándole un ojo a su tía.
Todos los presentes rompieron a reír ante la escena cómica que estaban
protagonizando.
—¡Oye tío! Los pasteles de Sara son para todos —gritó Sergio con cara
de pocos amigos —me he acostumbrado a no compartir, creo que no me hace
gracia que hayas vuelto. ¿Cuándo has dicho que te marchabas, digamos en
cinco minutos? —preguntó Sergio en son de broma.
—Supéralo viejo —contestó Alex a su cuñado y viejo amigo. ¡Dios
como había echando todo eso de menos!
Ana y Sara se pararon en la puerta del salón mirando a todos los allí
reunidos, de una forma u otra, eran su familia, la de las dos. Escuchar las
chanzas de Sergio y Alex, sólo reforzaba más los lazos que los unía.
Ana se encontró con la mirada de Álvaro, la intensidad de la misma, la
sintió como una caricia casi física. Se la devolvió sin desviarla. Había muchas
cosas que solucionar en un futuro cercano pero hoy pensaba sencillamente
disfrutar del momento. Con una sonrisa se volvió hacia su amiga... Su
hermana...
—¿No decías que teníamos que ir a preparar el café? —preguntó.
—Querida, tendrías que intentar no ser tan mandona.
Se abrazaron por la cintura riendo, dirigiéndose a la cocina, a esa
maravillosa cocina que parecía tener vida propia, donde se respiraba calor de
hogar
—Sara cielo, tengo que contarte algo y tiene que ver con tu amiga
Gloria, necesitaría un poquito de ayuda... básicamente para cuando le dé un
patatús...
Continuará…

Primera parte de la trilogía:

De sal y arena...
Escrito en las arenas del tiempo...
Elisabeth Devereraux.
Adelanto de la 2ª parte De Sal y Arena…
Sombras del pasado…

…Bastante rato después, todos estaban sumidos en un silencio que decía


lo muy afectados que estaban. Ana se levantó a buscarse un vaso de agua.
Tenía la boca seca después de hablar durante tanto tiempo...Y aún no había
contado las últimas noticias.
—¿Puedo ver las cartas? —preguntó Gloria con voz ronca.
—Si por supuesto. Júlia sube a buscarlas por favor —pidió a su hija —
pensaba enseñároslas de todas formas —añadió —sé que esto que os he
contado es una...Conmoción pero...Hay más.
—¿Más? —vociferó Gloria —estoy a punto del colapso nervioso y me
dices...Qué aún hay más...
Clara sonrió sin poder evitarlo. Gloria se lo estaba tomando
verdaderamente bien.
—Creo que ahora me toca a mí, explicaros la segunda parte —dijo Alex
con una mueca —yo también tengo, como os ha dicho mi madre, facultades
especiales. Cuando fui consciente de ello, me marché de casa creyendo y no
sin razón, que podía ser un peligro para mi familia...
—Por favor hijo...No hagas el numerito del cuchillo —rogó Ana
interrumpiéndole. Más de una ceja se alzó ante esas palabras.
—¿Numerito del cuchillo? —preguntó César obviamente interesado.
Alex hizo una mueca.
—Digamos que cuando apareció la telekinesia, no sabía cómo
controlarla y cuando perdía el control por un acceso de ira, también perdía el
control sobre ella —explicó recordando algunos momentos de su juventud —
no soy famoso precisamente por ser mesurado.
Unas risas por parte de su melliza, acogieron sus palabras.
—Yo sí que quiero verlo —dijo Gloria con interés —de momento sólo
tengo tu palabra y el numerito de tu hija de adivinadora de...
En aquel momento un cuchillo de cocina voló por la estancia, a una
velocidad vertiginosa clavándose con un golpe seco en el centro de la mesa.
El sobresalto fue común a todos ellos, incluso César no pudo evitarlo. Pero
Alex no había acabado. Muy suavemente, la silla donde estaba sentada
Gloria, empezó a levitar.
—¡Aaaaahhh! —gritó Gloria cogiéndose con fuerza a la silla —¡Alex
cuando me bajes te pienso sacar los ojos y me voy a me...
—¡Gloria! —gritó Sara advirtiéndola —ni se te ocurra seguir y tú —dijo
mirando a su sobrino —bájala de inmediato —Alex la miró con un brillo
sospechoso en los ojos —Alex, ni se te ocurra —dijo leyéndole el
pensamiento —despacio o te pongo las orejas rojas.
Alex se carcajeó al escuchar la amenaza pero hizo lo que le dijo su tía.
Ana por su parte se llevó la mano a la frente frotándola con ahínco. Iban
a acabar con ella. Estaba segura de que había sido en otra vida un bicho. No
había otra explicación posible. Ella que estaba intentando explicar las cosas
de forma tranquila...Se le había escapado la situación de las manos.
—Podrías habérmelo hecho a mi —refunfuñó Clara —¡Tiene que ser
genial!
—¿Genial? Niña tú deliras —farfulló Gloria cuando sintió otra vez el
suelo firme —no tenéis un sólo gramo de cordura en esta casa.
—¿Qué pasa? —preguntó Júlia con la caja de madera entre las manos.
Los demás se volvieron a mirarla como si no supiera de dónde había salido
—¿Me he perdido algo interesante?
—¡Oh! Nada —dijo Clara con voz casual —Alex ha hecho el numerito
del cuchillo aunque mamá le ha pedido que no lo hiciera y después para más
inri, ha levitado a Gloria con silla y todo —acabó diciendo, con una gran
sonrisa pintada en la cara.
Júlia observó la cara desencajada de Gloria y la expresión de inocencia
de su hermano, se suponía que había madurado, el muy cretino se lo estaba
pasando en grande.
—Supongo que ya les has explicado que tienes a un grupo de
mercenarios detrás tuya por el tema de la telekinesia y a un psicópata asesino
buscando venganza ¿Verdad? —apostilló Júlia con voz melosa.
En ese momento estalló el pandemónium. Gloria soltó una diatriba
capaz de hacer sonrojar a un marinero, Ana estaba intentando que se la
tragara la tierra, Tamsim intentaba tranquilizar a su mujer con escaso éxito
aunque ella misma no estaba en mejores condiciones, Sara miraba con
auténtico pánico a César que a su vez no le quitaba ojo a Alex que se
mantenía calmado. Clara giraba la cabeza a un lado y al otro para no perderse
nada.
—Hermanita, va a ser difícil superarte —aseveró Alex con sorna —a no
ser que levante la casa de sus cimientos.
—¡Ni se te ocurra Alejandro Segarra! —gritó Ana como una
energúmena …

Continuará…

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