Retiro Matrimonios Tercera Parte

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RETIRO MATRIMONIOS Tercera parte

PERDON
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fe/perdon-alimentando-la-fe-fe-viva/

AMORIS LAETITIA. Cap IV. El amor en el matrimonio. Continuando con el


Himno a la caridad.
«El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia,
no hace alarde, no es arrogante, no obra con dureza, no busca su propio
interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal,
no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7).

EL PERDÓN

Perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor, sin amargura, sin la herida


abierta; perdonar es recordar sin andar cargando eso, sin respirar por la
herida. En muchas ocasiones nosotros condicionamos a Cristo; Dios dijo : “yo
soy la vid y ustedes la rama, ustedes lejos de mí no pueden hacer nada” y
nada incluye todo, incluye perdonar. Perdonar es una decisión que deja en
libertad tu corazón, deja limpia toda herida y la amargura en ti ya no reinará.

Cuando el esposo/a discípulo del Señor se toma en serio el Mandato


Primordial, y acepta, con estremecido vértigo, los alcances de la voz “todo”,
volcándose entero, con toda la inteligencia, con todas las fuerzas, con toda el
alma, de modo completo e incondicional a Él y sólo a Él… ocurre el milagro de
la caridad fraterna esponsal: el cónyuge es ese Rostro inmediato del Señor,
que ha cautivado mi existencia entera, se torna surgente incontenible que
rebosa su lumbre en el rostro del cónyuge, semejante al Rostro de Dios, que
urge por ser amado. ¡Y saltan las aguas cristalinas de los actos matrimoniales
como parábolas del mismo y único Amor! Amor a Dios que mana y corre y
anega todo cuanto alcanza... El mismo Dios que dijo “haya luz” ha despertado
su Amor en nuestros corazones desposados. Sí: es la Luz divina dorando el
mundo de mi nuevo hogar fundado como cristiandad de entrecasa.
Básico para sanar la capacidad del perdón: Amoris laetitia:
98. La actitud de humildad aparece aquí como algo que es parte del amor,
porque para poder comprender, disculpar o servir a los demás de corazón, es
indispensable sanar el orgullo y cultivar la humildad.
«el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor»
(Mt 20,27). En la vida familiar no puede reinar la lógica del dominio de unos
sobre otros, o la competición para ver quién es más inteligente o poderoso,
porque esa lógica acaba con el amor. También para la familia es este consejo:
«Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los
soberbios, pero da su gracia a los humildes» (1 P 5,5).

Indignaciones justas pueden haber, si, pero… No dejar que se convierta en


una actitud permanente: «Si os indignáis, no llegareis a pecar; que la puesta
del sol no os sorprenda en vuestro enojo» (Ef 4,26). Por ello, nunca hay que
terminar el día sin hacer las paces en la familia. Y, «¿cómo debo hacer las
paces? ¿Ponerme de rodillas? ¡No! Sólo un pequeño gesto, algo pequeño, y
vuelve la armonía familiar. Basta una caricia, sin palabras.

El escritor inglés, C. S. Lewis, autor de “Las Crónicas de Narnia” y


“Cartas del diablo a su sobrino”, entre otras muchas obras, señala en ésta
última que parte de la acción diabólica -a simple vista imperceptible, pero
muy eficaz- es sembrar entre los miembros de una familia: pequeñas
envidias, discordias, divisiones, roces, fricciones, antipatías, etc. Así, una
familia que podría ser plena y feliz, sus miembros se llenan de amargura,
rencor y resentimiento cuando se gira en “la órbita del yo”, esto es, del
marcado egoísmo. Por ello, el Papa Francisco propone alegrarse de todo
corazón ante los logros y éxitos -pequeños o grandes- de los que convivimos
cotidianamente.

Otras recomendaciones son: ser siempre amables y vivir las finas


normas de urbanidad y cortesía en la familia.  No hay porqué descuidarlas
con el paso del tiempo ni caer en malas costumbres provocado por la rutina o
el abandono. También anima a las familias a no dejarse llevar por el mal
humor y los reacciones bruscas o ásperas en la convivencia diaria, sino a
“meter el lubricante de la caridad” para que el amor y el perdón siempre
triunfen.

En todo trato humano indudablemente que existen aspectos que


pueden costar o resultar arduos, pero debe imperar la paciencia, la tolerancia
y la comprensión hacia los demás porque el verdadero amor “lo soporta
todo”. Cada familia debe ser un remanso de paz y de alegría. Con ese buen
humor y esa mutua comprensión será más fácil que el gozo y la alegría de
Dios reine en el centro de los hogares.

Perdón

105. Si permitimos que un mal sentimiento penetre en nuestras entrañas,


dejamos lugar a ese rencor que se añeja en el corazón. La frase logízetai to
kakón significa «toma en cuenta el mal», «lo lleva anotado», es decir, es
rencoroso. Lo contrario es el perdón, un perdón que se fundamenta en una
actitud positiva, que intenta comprender la debilidad ajena y trata de
buscarle excusas a la otra persona, como Jesús cuando dijo: «Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Pero la tendencia
suele ser la de buscar más y más culpas, la de imaginar más y más maldad, la
de suponer todo tipo de malas intenciones, y así el rencor va creciendo y se
arraiga. De ese modo, cualquier error o caída del cónyuge puede dañar el
vínculo amoroso y la estabilidad familiar. El problema es que a veces se le da
a todo la misma gravedad, con el riesgo de volverse crueles ante cualquier
error ajeno. La justa reivindicación de los propios derechos, se convierte en
una persistente y constante sed de venganza más que en una sana defensa
de la propia dignidad.

106. Cuando hemos sido ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y


deseable, pero nadie dice que sea fácil. La verdad es que «la comunión
familiar puede ser conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de
sacrificio. Exige, en efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y
cada uno a la comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación.
Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los
conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia
comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida
familiar»[113].

107. Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la
experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos.
Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de las personas que
amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Eso hace
que terminemos guardándonos de los otros, escapando del afecto,
llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Entonces, poder
culpar a otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia
historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e
incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás.

108. Pero esto supone la experiencia de ser perdonados por Dios, justificados
gratuitamente y no por nuestros méritos. Fuimos alcanzados por un amor
previo a toda obra nuestra, que siempre da una nueva oportunidad,
promueve y estimula. Si aceptamos que el amor de Dios es incondicional, que
el cariño del Padre no se debe comprar ni pagar, entonces podremos amar
más allá de todo, perdonar a los demás aun cuando hayan sido injustos con
nosotros. De otro modo, nuestra vida en familia dejará de ser un lugar de
comprensión, acompañamiento y estímulo, y será un espacio de permanente
tensión o de mutuo castigo.

Por qué no quiero perdonar…

1. Porque no quiero parecer débil


Algunas personas albergan la creencia de que el perdón es un acto de
debilidad. Pero esto no es así. Perdonar consiste en desatarnos del otro
para no quedar anclados en el dolor que nos ocasionó y poder seguir
construyendo nuestra vida. El perdón es, en realidad, un acto de fortaleza.
2. Porque no quiero que se repita
Otras personas creen que, si perdonan a su agresor, ese hecho se va a
repetir. Entonces, si el otro los lastimó, los estafó, deben aceptar
pasivamente que continúe haciéndolo. Esto tampoco es así, porque
perdonar no implica necesariamente que habrá una reconciliación. No es
“bajar la cabeza” y permitir que el otro nos siga dañando; por el contrario, es
ser capaz de fijar límites para que, de aquí en adelante, no se repita lo
mismo.
3. Porque no quiero dejar de ser víctima
Hay personas que guardan resentimiento porque,
inconscientemente, disfrutan ocupar el rol de víctima. De este modo, “dan
vueltas y vueltas” sin cesar sobre lo que les ocurrió y demandan, sin darse
cuenta, el afecto de los demás. “Yo sufrí mucho”, expresan a cada momento.
Lo que en el fondo buscan, a través de este discurso de victimización, es ser
amadas, valoradas, tenidas en cuenta. Pero es justamente cuando uno
perdona que logra aceptar lo sucedido, desatarse y construir hacia adelante.
4. Porque no quiero aceptar la debilidad del otro
Con frecuencia, y especialmente en actos menores donde alguien nos
desilusionó, nos defraudó, nos traicionó, etc., no podemos aceptar que el
otro no haya actuado como nosotros esperábamos. Perdonar es
simplemente renunciar al derecho de venganza. No es, como muchos creen,
olvidar, o minimizar lo vivido que nos causó sufrimiento. Es lograr seguir
adelante al no permitir que el dolor que nos causaron una vez, nos siga
lastimando toda la vida.

Un combate con aguante

Aguantar: Puede definirse como la acción de resistir, persistir,


sostener, sujetar, aferrar, soportar, luchar hasta el final, no dejar caer, etc.
Pero para entender por qué le damos estos significados, debemos
comprender su historia y origen para darnos una idea del porqué asociamos
al término tales definiciones. De origen germánico "aguantar" llega al
español del italiano "aguanttare" (agarrar fuertemente) que en un sentido
más antiguo refería a sostener o sujetar firmemente con los guanteletes
(pieza de la armadura que protegía las manos).

El hecho de sostener algo podría ser tan determinante como crucial


dependiendo de la situación, en la guerra perder la espada era sinónimo de
morir, o en la navegación soltar una cuerda podría representar la muerte y
otra suerte de problemas; los guantes, vendajes u otras envolturas para
cubrir las manos permitían tener un mayor agarre, evitar la fricción y eliminar
los resbalamientos causados por el sudor, de ahí su importancia para las
batallas y labores que requerían el uso constante de las manos.
Pronto el término abandonaría su relación directa con los guantes, pero no
con la fortaleza que representan, así, la resistencia, la persistencia, el
soportar algo ya sea con vehemencia o no, serían las mayores cualidades que
aportaron estas notables y útiles cubiertas al término. Sostén tu espada con
firmeza, ¡resiste! ¡aguanta! (La particula "a-" procede del latín "ad" (en su
sentido de "por" o "mediante") y de "guanto" (guante, guantelete) del franco
"*want" (guante).

De ahí la necesidad del perdón


No es fácil perdonar. Escribe el papa Francisco: "Cuando hemos sido
ofendidos o desilusionados, el perdón es posible y deseable, pero nadie dice
que sea fácil. La verdad es que la comunión familiar puede ser conservada y
perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en efecto, una
pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la comprensión, a la
tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia ignora que el
egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a
veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y
variadas formas de división en la vida familiar" (AL,106).

Tres actitudes deben observar los esposos cuando llegaron a


ofenderse: pedir perdón, olvidar las ofensas y corregirse de los defectos.

Pedir perdón con humildad


Ante una ofensa se pide perdón inmediatamente, y se perdonan
generosamente, sin tomar revancha. Ciertamente, no negamos el mal que
nos han hecho, y hasta nos enojamos en el momento de la ofensa, pero
cuando se "calman las aguas" hay que pedir perdón rápidamente. Tendremos
que estar dispuestos a disculpar errores, olvidos, defectos, etc. Perdonar nos
libera del odio, del rencor, de la venganza, de la tristeza, del resentimiento,
etc., y así conseguimos la paz interior y el seguir adelante.

Olvidar las ofensas con magnanimidad


El segundo paso es olvidar las ofensas definitivamente. El amor se prueba en
el perdón, como Cristo, que, muriendo en la cruz, nos perdonó: "Padre,
perdónales"..."El yo perdono, pero no olvido" no es perdonar, porque
después saca la "factura". Olvidar es no conservar rencor en el alma.
Perdonar es "poner la otra mejilla", o sea, renunciar a la venganza y desear, a
pesar de todo, lo mejor para el otro. Hace falta "purificar la memoria" de las
ofensas recibidas. "El perdón por la injusticia sufrida no es fácil, pero es un
camino que la gracia hace posible" (AL,242). Hay que recurrir a la ayuda de
Dios para esta sanación por la oración y los sacramentos.

Corregir los defectos con misericordia


Por último, ambos deben estar dispuestos a cambiar y corregirse en aquello
que ofende al otro. Para esto, hace falta dialogar mucho, con el deseo de ser
cada vez mejores y así hacer más feliz al cónyuge. Ciertamente, el éxito no es
asunto de un día; puede llevar tiempo el corregirse, por ello, deben ser
indulgentes y pacientes entre sí. 

Perdonar es amar. ¿Cómo no perdonar, si todos necesitamos ser


perdonados? porque todos ofendemos a los demás, a veces, sin darnos
cuenta. En el Padrenuestro decimos: "Perdona nuestras ofensas, como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Los esposos que se
aman de verdad, cultivan la comprensión, la tolerancia y la reconciliación, y
se perdonan siempre, porque Dios nos perdona siempre.

Extracto de una CARTA DE UN CRISTERO A SU ESPOSA.

“Mi querida esposa: El lápiz se me cae de la mano, no sé si escribirte o


no hacerlo: digo esto porque si te escribo, quizá vaya a aumentar tus dolores;
si no te escribo te formarás el concepto de que no te amo, de que no me
acuerdo de ti ni de esos hijos tesoro de mi existencia por quienes he
derramado abundantes lágrimas. Voy a decirte: ¿Tendrás valor para
escucharme?
El 27 de abril de 1927 salí, como te dije en una carta…, encontré que el
señor Lucatero andaba levantando soldados de Cristo, y una multitud, por no
decir que todos, lo secundaron... Llegar yo y ver aquel regocijo, que el pueblo
en masa aclamaba a Cristo que expuesto en la Custodia del Santísimo
Sacramento veía quizá con sonrisa placentera el entusiasmo de sus hijos
deseosos de su Dios, al que hombres sin conciencia querían expulsar de las
iglesias, de los hogares, etc.
Ver yo aquel alboroto y sentirme entusiasmado, todo fue uno. La
sangre hervía en mis venas, ¿y? ¿Quieres que te diga?, ¿no te enojas?, hubo
unos instantes que me olvidé de mi esposa y de mis hijos, y henchido de
febril entusiasmo también yo salí y grité con toda la fuerza de mis pulmones:
“ ¡VIVA CRISTO REY!”. Desde ese instante soy soldado de Cristo, defendiendo
la fe de mi esposa, de mis hijos y la mía. ¿No es esto una prueba del sublime
amor que te ofrezco?... Aquí estoy cumpliendo con un deber de cristiano, y
abrazado con una cruz tan pesada que apenas puedo con ella. ¡Cuántas
cosas! Hambres, fríos, persecuciones y calumnias, pero lo que más me duele
y hace sufrir, es el recuerdo de ustedes... sé que sufres mucho, querida mía,
¡tú, no acostumbrada a ningún contratiempo de la vida, la única en tu casa y
tratada siempre con el mayor esmero! Perdón…Y ahora ser yo el autor de tus
sufrimientos. ¡Pero qué digo, si sé que también eres cristiana y secundarás mi
obra en forma distinta!
Yo en el combate y tú con la resignación, yo tostado del sol y
hambriento y tú con tus plegarias, estamos fundidos en el mismo crisol
trabajando por el mismo ideal y nuestra vista fija en el mismo punto... Dios...
Imagínate que hay veces que tenemos combates que duran sin cesar
24 horas y que a diestra y siniestra caen sin vida nuestros valientes soldados.
Muchos han muerto en mis brazos y al morir ¿sabes cuál es su última
palabra?: “¡VIVA CRISTO REY!” Y enseguida van a recibir su palma a la
Gloria...
Yo tengo la esperanza de verlos a ustedes aquí en la tierra, pero si
muero ten el valor de una cristiana leal. No me llores, por el contrario ofrece
a Dios el sacrificio de mi vida, y ¡vive Dios! que si me pierdes en la tierra me
tendrás más solícito velando por ustedes en el Cielo. Desde aquella mansión
de paz rogaré por ustedes y por todos aquellos que les hagan bien...
Te abrazo desde estas regiones desoladoras, no te he abandonado,
estoy contigo; pero una fuerza superior e irresistible me obliga a dejarlos.
Hay algo más grande que la esposa, los hijos y los bienes, y es Cristo Rey por
quien lucho, por quien sufro, por quien se debe dejar lo más querido de este
mundo. Tocó mi corazón una vez, otra más, y entonces corrí como Saulo y le
dije: “¿qué quieres, Señor de mí?” “Anda” me dijo, “defiéndeme porque mis
enemigos me acosan”. Sin esperar más y sin vacilación ninguna, dejé cuanto
tenía: intereses, negocios, y lo más grande, lo más querido: mi esposa y mis
hijos. Es muy dulce sufrir por CRISTO REY.
En nuestros sufrimientos tenemos mucho de consolador. Sabemos que
nos dicen: bandidos, salteadores, en fin un cúmulo de calumnias. Pero ¿qué
importa?, también a Cristo lo calumniaron, ¿y no El mismo ha dicho:
“bienaventurados los que padecen persecución por la justicia?”... Por mí no
te aflijas, al contrario, vive satisfecha de tu esposo. No te preocupes por el
porvenir, Dios estará contigo. ¿Crees que dejará a la familia del que todo lo
dejó por Él? Imposible. Ya tengo hecho mi pacto con Dios: casi a diario, por
no decir todos los días, lo recibo en mi pecho y todo se reduce a hablarle de
ustedes... A mis hijos, hazles ver que si los dejé, fue por Dios, no vayan a
creer que fueron abandonados por otra causa. Háblales siempre de Dios, de
Jesucristo y de María... Perdón, perdón, perdón…
Adiós, mi amada esposa, único depósito de mis sinsabores y dichas;
contigo abrazo a mis queridos hijos y sabes que si no nos vemos en la tierra,
viviré para ustedes en el cielo. Tu esposo, José María Fernández. (Muerto en
combate el día 9 de mayo de 1929)
¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE! ¡VIVA EL PAPA!

Tendemos, quizá, a ver esa gracia específica del sacramento del


matrimonio, que es la caridad conyugal, como algo que se nos añade desde
fuera, como algo que viniese a suplir y paliar las limitaciones propias de todo
amor humano, sin darnos cuenta de que, en realidad, esa caridad conyugal
que mana de la Eucaristía es un dinamismo permanente del Espíritu que fluye
y vivifica desde dentro la vida y el amor de los esposos.

La oblación plena es el pilar del perdón sincero:


La caridad conyugal que nace de la Eucaristía ayuda a romper el círculo
cerrado de un amor esponsal finalizado en sí mismo, un amor que “da” pero
que no “se da”. En lugar de hacer de esa “esponsalidad” cristiana que se vive
en el matrimonio un ejercicio de caridad conyugal, corremos el riesgo de
vivirla sin la caridad que fluye de la Eucaristía, como si ambas realidades
pudieran ser autónomas. Esto, sin embargo, es dar forma específica y peso
propio a ese drama agudo de la separación entre la fe y la vida, drama que
puede llegar a convertirse en un estilo pacíficamente asumido de aparente
cristianismo.

Lo poco, lo sencillo, lo simple… como revitalizadores del amor

Una estrategia que aprendí de un nuevo libro de John y Julie Gottman, los
renombrados investigadores en matrimonios que afirman que pueden
adivinar con más del 90 por ciento de precisión si la relación de una pareja
durará y si serán felices, después de observarlos por sólo 15 minutos.
Para una mayor intimidad, conexión y alegría, para fortalecer el
matrimonio ,“volverse hacia” es el truco de relación número 1 de los
Gottman. Cuando un conyuge hace una “oferta de conexión” sincera, el otro
tiene tres opciones: puede ignorar el alcance (dar la espalda); responder
negativamente (volverse en contra); o reconocer la oferta positivamente
(girar/volverse hacia).

“Digamos que le digo a John: ‘¡Guau, mira ese hermoso pájaro por la
ventana!’”, ofreció Julie como ejemplo durante una llamada de Zoom “John
puede ignorarme por completo. Él puede decir ‘¿Podrías dejar de intentar
interrumpirme? Estoy leyendo.’ O puede decir, ‘¡Guau, sí!’”.
Un movimiento de cabeza, un toque, incluso un “hmm”, todo cuenta como
volverse hacia.

Según los Gottman, esos pequeños momentos son depósitos en la cuenta


bancaria emocional de una pareja, su “alcancía de amor”, a la que pueden
recurrir en momentos de conflicto. Breves momentos de bondad y conexión
pueden predecir la felicidad marital. “No importa cuán frenético sea el día,
siempre hay oportunidades a las que recurrir”, escriben los Gottman. “Cuesta
muy poco en términos de tiempo, y el pago es enorme”.

Háganse una gran pregunta abierta; dedica tiempo a fijarte en las cosas que
hace tu pareja a lo largo del día y agradécele; dar un cumplido real; pide lo
que necesitas usando declaraciones con “yo”; pasar un día empacando
tantos pequeños momentos de contacto como sea posible; y declarar una
noche de cita.

Otros ejercicios se sintieron más espinosos. El día 3, Ben y yo recibimos


instrucciones de vigilarnos de cerca y notar todas las cosas positivas que
ambos hacemos que tienden a pasar desapercibidas, y luego agradecernos
mutuamente por ellas.

No es fácil.

Cuando la decisión es perdonar, se debe recorrer un camino que no es corto


ni es sencillo.
El primer paso que debe dar la parte ofendida es curarse, sanarse
emocionalmente, recuperar su autoestima, su independencia emocional, sus
valores morales, su capacidad para tomar decisiones.
La siguiente etapa es intentar reparar la relación, entender el porqué de la
agresión; oír a su pareja y su explicación, trabajar con él para aprender
formas alternativas de desfogar frustraciones, si es del caso con ayuda
profesional. También analizar y corregir las fallas propias y eliminar factores
precipitantes.
El tercer nivel es la recuperación de la confianza, que es un proceso lento,
basado en las experiencias del día a día, enfatizando lo positivo. Esta etapa es
crucial, ya que los resultados que aquí se obtengan marcarán el rumbo
definitivo de la relación.
El último paso es el perdón propiamente dicho, que, si las etapas anteriores
se han desarrollado de la manera adecuada, muchas veces no es necesario
verbalizarlo sino sentirlo y compartirlo

En el Ordo Amoris, el orden del amor o un amor ordenado

Amor de por sí es “éxtasis”, salida de si de modo ascendente… y algo sobre lo


cual podemos descansar.
Ahí es donde aparece nuestra alegría, ahí encontramos la paz, ahí se siente la
admiración y el encanto. Maurice Zundel afirma: “Yo no sé si la belleza es la
madre o la hija de estas otras tres palabras: gratuidad, santidad, esperanza.
En cualquier caso, las debe preceder o seguir. Las tres son misteriosas, llegan
con la gracia y la holgura de lo no previsible ni previsto; son sin porqué y no
exigen nada. Sólo llama a ser amado con todo el ser, con todo el corazón, con
todo el espíritu, con todas las fuerzas.

Amor gratis y juguetón

Uno de los rostros de la caridad esponsal es la gratitud.


La gratuidad es la hija natural y personal del amor que previene y guía, que se
da sin exigir y espera sin reclamar. Compañero de la gratuidad es el juego, la
recreación en el hogar que constituye la primeriza expresión del hombre y la
creación es el inicial juego de Dios. Y a su imagen el hombre es creador al
mismo tiempo que es “homo ludens”… hombre que juega, se recrea, en el
amor Creador y gratuito. DIOS SE RECREA VIENDO ESPOSOS AMÁNDOSE.

Conclusión

Quien no sea capaz de perdonar, no podrá entrar en la dinámica del


amor. Así Nuestro Señor condiciona su amor y su perdón a la medida que
nosotros amemos y perdonemos a los demás que sí vemos. Para perdonar es
necesario reconocerse perdonado primero, como aquel a quien le
perdonaron la deuda. Si por el contrario en la pareja tomamos la actitud de
aquel fariseo que se ufanaba por ser bueno, no como aquel publicano, que
no se atrevía a levantar la mirada y se golpeaba el pecho, el amor de Dios no
será una realidad para ese matrimonio, y peor aún si ambos tienen la actitud
del fariseo y se dedican a arrojarse culpas desde su supuesta superioridad
moral. Sólo un corazón contrito puede ser blanqueado y recreado en su
pureza por Dios, dice el Salmo.

En algunos casos muy extremos, el perdón no pueda ir de la mano de la


reconciliación (volver a estar juntos), puesto que el otro no acepta las
condiciones para la convivencia dentro de la exigencia evangélica y pone en
peligro la caridad que nos debemos a nuestras almas y la de nuestros hijos,
pero hay que discernir muy bien con ayuda de una persona santa y sabia, tras
haberlo intentado todo. Aun así la caridad nos exige nunca renunciar a
nuestra promesa de amor para llevarle al cielo.

Perdón sincero, profundo, de corazón. A veces nos sentimos ofendidos por


una exagerada susceptibilidad o por amor propio lastimado por pequeñeces.
Y si alguna vez se tratara de una ofensa real y de importancia, ¿no hemos
ofendido nosotros mucho más a Dios? Seguir a Cristo en la vida corriente es
encontrar, también en este punto, el camino de la paz y la serenidad. Jesús
pide perdón para los que lo crucifican: imitarlo, nos hará saborear el amor de
Dios, y nos conseguirá que la misericordia divina perdone nuestras flaquezas.

Colosenses 3. 12 al 15. Exhortación al amor

Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de


profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la
paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente
siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha
perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es
el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en sus corazones: esa
paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en
la acción de gracias.

En resumen, que si el otro adopta una actitud de rechazo, es asunto suyo;


puede ser también que nosotros ignoremos los obstáculos interiores que
tiene. Nosotros hagamos, con la paz, lo que está de nuestra parte. Y, sobre
todo, continuemos rezando por él y amándole, para ser dignos hijos del
Padre que está en el cielo.

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