La Voluntad de Dios Es El Espíritu Santo

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La voluntad de Dios es el Espíritu Santo

En Romanos 10:9 leemos: «...si confesares con tu boca que Jesús


es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo».

Usted empezó a relacionarse con el Espíritu Santo desde la


primera vez que oyó las buenas nuevas de que Jesús tomó el lugar
de usted y llevó el castigo por sus pecados. Fue el Espíritu Santo,
por medio de la Palabra, quien le proveyó a usted la convicción en
su corazón de que Jesús resucitó de entre los muertos. Luego en 1
Corintios 12:3, se nos explica que nadie puede decir que Jesús es
el Señor, excepto por inspiración del Espíritu Santo.

Jesús vino para que la humanidad pudiera recibir la naturaleza de


Dios —vida eterna (Juan 10:10)¾. Sin embargo, ninguna persona
podía nacer de nuevo, mientras Jesús estuviera en la Tierra.
Aunque el Señor tenía el poder para perdonar transgresiones,
nadie podía renacer hasta que Él pagara el precio en el Calvario y
fuera el primogénito de entre los muertos.

Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si


no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me
fuere, os lo enviaré... Aún tengo muchas cosas que deciros, pero
ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de
verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su
propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber
las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de
lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por
eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber.

—Juan 16:7, 12–15

 
Jesús les expresó a quienes anduvieron con Él por tres años que
era más beneficioso para ellos que Él se fuera y les enviara al
Espíritu Santo.

Fue la obra milagrosa del Espíritu Santo la que hizo de usted una
nueva criatura. De hecho, cuando aceptó a Jesús como el Señor de
su vida, el Espíritu Santo vino sobre usted y lo cubrió con Su
sombra, así como sucedió con María cuando ella concibió al «…
Santo Ser...» (Lucas 1:35).

Usted nació a una nueva vida, un nuevo espíritu. La muerte


espiritual fue erradicada de su espíritu. Usted literalmente nació
de Dios. «Amados, ahora somos hijos de Dios...» (1 Juan 3:2).
«Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios...»
(1 Juan 5:1). Dios se convirtió en su Padre, gracias al nacimiento
espiritual que ocurrió en usted.

El milagro de esta nueva vida jamás debería considerarse como


algo ordinario. Pues no es una idea teológica, sino un hecho que
fue realizado por el Espíritu Santo en persona, el día que usted
aceptó a Jesucristo como su Señor. El Espíritu del Señor
transforma a quienes están cargados de pecado y egoísmo; recrea
el espíritu de ellos a la imagen de Dios. Este cambio de naturaleza
en cada persona es un acontecimiento grandioso, excelente y
sobrenatural en el reino espiritual, el cual causa que todo el cielo
se regocije (Lucas 15:7,10).

El Espíritu dentro de usted

El ministerio del Espíritu Santo incluye, además de impartir la


naturaleza de Dios al espíritu del ser humano, vivir dentro de esa
nueva criatura y revelarle el conocimiento exacto de Dios. Desde
el interior de la nueva persona, el Espíritu la capacita para andar
en una nueva vida. Un escritor dijo que el Espíritu que nos da
vida, también nos sustenta con esa vida.
En Ezequiel 36:26–27, se nos explica: «Os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y
pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra».

Después que acepta a Jesús como el Señor de su vida, el Espíritu


de Dios viene a morar en usted. Note que Jesús le expresó a Sus
discípulos: «Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo
rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no
puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le
conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros» (Juan
14:15–17). El Espíritu Santo ya había estado trabajando con los
discípulos en los momentos en que ellos predicaban, sanaban a los
enfermos y echaban fuera a los demonios; pero Jesús indicó que
cuando el Espíritu de Dios se quedara para siempre, Él habitaría
dentro de ellos.

«Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió
el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y
les dijo: Recibid el Espíritu Santo» (Juan 20:21–22). Después que
Jesús resucitó de entre los muertos, se les apareció a los
discípulos, quienes nacieron de nuevo cuando Él sopló la vida de
Dios sobre ellos, diciéndoles: «Recibid el Espíritu Santo» (Juan
20:22; compárelo con Génesis 2:7).

En ese instante, la vida eterna entró en ellos. Su nuevo nacimiento


no fue posible antes, sino hasta que Jesús pagó el precio del
pecado. Al recibir la vida de Dios, el Espíritu que les dio esa vida
empezó a morar en ellos.

El Espíritu Santo sobre usted

Al nacer de nuevo, los discípulos fueron transformados: ya no


estaban preocupados, temerosos ni tristes. Lucas nos relata en qué
consistió el cambio: «Y aconteció que bendiciéndolos, se separó
de ellos, y fue llevado arriba al cielo. Ellos, después de haberle
adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo; y estaban siempre
en el templo, alabando y bendiciendo a Dios. Amén» (Lucas
24:51−53).

Donde antes había tristeza, ahora reinaba un gran gozo —una


parte del fruto del Espíritu—. El miedo y la confusión de los
discípulos se convirtieron en alabanzas y bendiciones dirigidas a
Dios. Y además prevalecía la obediencia; así que retornaron a
Jerusalén y esperaron hasta ser investidos con el poder del cielo,
aguardando recibir la promesa del Padre.

Esta promesa era otro maravilloso acontecimiento que estaba por


suceder. Antes que Jesús bendijera a Sus discípulos y ascendiera a
las alturas, los instruyó así: «He aquí, yo enviaré la promesa de
mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de
Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto»
(Lucas 24:49). En el libro de Hechos también se relata lo anterior:

Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino


que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.
Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días... pero
recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra.

—Hechos 1:4–5,8

¡Les dijo que serían bautizados con el Espíritu Santo y obtendrían


poder! Los discípulos ya tenían al Espíritu en su interior, pero
ahora Jesús les estaba diciendo qué hacer para recibir el poder de
Dios sobre ellos. En Hechos 10:38 leemos que Jesús fue ungido
con el Espíritu Santo y con poder. Los discípulos también tenían
que recibir ¡ese mismo poder del Santo Espíritu!
En nuestro lenguaje cotidiano, Jesús les habría dicho: ¡No se
vayan sin Él! Contar con el poder de Dios era indispensable para
realizar el trabajo que Jesús les había asignado (lea Marcos
16:15–20; Mateo 28:18–20). Hoy en día nada de eso ha cambiado
para el Cuerpo de Cristo, pues todavía tiene la misma comisión
que se le encargó.

Jesús también les había enseñado acerca de Sus obras. Se había


referido al Espíritu del Padre, así: «¿No crees que yo soy en el
Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las
hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él
hace las obras... De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree,
las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará,
porque yo voy al Padre» (Juan 14:10,12).

Los discípulos debían continuar con el trabajo que Jesús había


estado haciendo, y necesitaban el mismo poder y unción del
Espíritu Santo que moraba en Jesús (lea Hechos 10:38; Mateo
3:16–17; Juan 14:12; Lucas 4:18–21; Hechos 5:12–16).

Ese poder del Espíritu fue el que vino sobre la Iglesia en el día de
Pentecostés; y en la actualidad, el mismo Espíritu todavía está a
cargo de ayudar a la Iglesia a cumplir su gran comisión. ¿Acaso
no dijo Jesús que el Santo Espíritu nos acompañaría para
siempre?

Jesús afirmó que no era Él quien realizaba las obras, sino el Padre
que actuaba a través de Él. Así que cuando Cristo expresó: «pero
recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo...» (Hechos 1:8). ¡Ellos sabían a qué se refería!

La palabra griega dunamis que se traduce como poder, significa:


“habilidad y fuerza”. Por consiguiente, al recibir el bautismo del
Espíritu Santo, usted adquiere la habilidad de Dios para realizar
Su obra en la Tierra. Y por eso, mientras el Espíritu dentro de
usted le permite producir fruto en su vida personal (Gálatas 5:22–
23); el Espíritu sobre usted lo habilitará para servir a otros. Jesús
se refirió a lo primero como una fuente de agua que brota para
vida eterna (lea Juan 4:14); y a lo segundo, como ríos de agua
viva (Juan 7:38-39). En resumen, la fuente es para su propia vida,
y los ríos que fluyen de su interior son para bendecir a los demás.

Usted es un testigo. ¿Qué hace un testigo? Ofrece una evidencia o


confirmación. El poder del Espíritu Santo que está en usted,
puede transformar su vida en un testimonio para el mundo, dando
evidencia de que Jesús ha resucitado de entre los muertos y que Él
vive hoy. Jesús dijo: «Pero recibiréis poder, cuando haya venido
sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos...» (Hechos
1:8).

Algunas tradiciones y doctrinas humanas les han robado a muchos


creyentes el poder para ser los testigos que aporten la prueba de
que Jesús fue resucitado de entre los muertos. Los impíos no sólo
necesitan escuchar palabras, sino ver pruebas de que Jesús está
vivo. A los recién convertidos, debemos enseñarles a recibir el
bautismo del Espíritu Santo —la investidura de poder que todos
necesitamos para dar a conocer a Jesús ante la humanidad perdida
—.

Muchos creen que al aceptar la salvación, automáticamente se


recibe el bautismo del Espíritu Santo, y que eso es todo. Es cierto
que, al nacer de nuevo, el Espíritu Santo viene a vivir en su
interior con el objetivo de trabajar en su vida. Por ejemplo,
después de que yo nací de nuevo, teniendo al Espíritu de Dios
morando en mí, aún no contaba con el poder del cual Jesús habló;
y este poder no se manifestó en mi vida sino hasta que recibí el
bautismo del Espíritu Santo. Yo quería hacer lo correcto: seguir a
Dios y convertirme en una cristiana fuerte, pero en apariencia no
cambié mucho hasta que recibí ese bautismo y  comencé a hablar
en otras lenguas. Luego al combinarse la autoridad de Dios que
está sobre mí, con la Palabra del Señor que había en mi corazón,
mi debilidad comenzó a transformarse en victoria.

Conforme he aprendido la verdad de la Palabra de Dios y la he


puesto en práctica, el Espíritu que permanece sobre mí, me ha
dado la habilidad de triunfar en la vida y ayudar a otros a vencer
los obstáculos.
Habitúese a orar la siguiente adaptación de Efesios 3:14-21:

Por esta razón me arrodillo delante del Padre, de quien recibe


nombre toda familia en el cielo y en la Tierra. Te pido, Dios, que
por medio del Espíritu y con el poder que procede de Sus
gloriosas riquezas, me fortalezcas en lo íntimo de mi ser, para
que por fe, Cristo habite en mi corazón. Y pido que, arraigado y
cimentado en amor, pueda comprender, junto con todos los
santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo.
En fin, que conozca ese amor que sobrepasa mi entendimiento
para que sea lleno de la plenitud de Dios, quien puede hacer
muchísimo más que todo lo que yo puedo imaginar o pedir, por el
poder que actúa eficazmente en mí. ¡A Él sea la gloria en la
Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los
siglos de los siglos! Amén.

¡Según el poder que actúa en uno! La capacidad ilimitada de Dios


para trabajar en la vida de usted depende del poder operante en su
interior. El propósito de Dios es habitar permanentemente dentro
de su espíritu y venir sobre usted con autoridad para llevar a cabo
Su obra.

En la Iglesia primitiva, la mayoría de veces, las personas nacían


de nuevo y recibían al mismo tiempo el bautismo del Espíritu
Santo. Sin embargo, en Hechos capítulo 8, podemos ver con
claridad las dos experiencias por separado. Ahí se relata que
Felipe predicó en Samaria el evangelio del reino de Dios y el
nombre de Jesucristo. En el versículo 12, se nos explica que las
personas lo escucharon, y que tanto hombres como mujeres se
bautizaron. Ellos se convirtieron en creyentes.

Luego Pedro y Juan llegaron a orar para que recibieran el Espíritu


Santo: «porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos,
sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús.
Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo»
(versículos 16-17).

La expresión: «recibir el Espíritu Santo», se refiere al bautismo


del Espíritu Santo. En Hechos 19:2 se narra que Pablo les
preguntó a los discípulos de Éfeso: «...¿Recibisteis el Espíritu
Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído
si hay Espíritu Santo».

Ellos sólo habían experimentado el bautismo de Juan. Pablo les


recordó que Juan había pedido que creyeran en Jesús: «Cuando
oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y
habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el
Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban»
(versículos 5−6). En esa historia, la gente fue bautizada
inicialmente en agua, y algún tiempo después, Pablo  impuso
manos sobre ellos, a fin de que recibieran el Espíritu de Dios.

En los casos anteriores, observamos que los apóstoles impusieron


sus manos sobre quienes ya eran creyentes para que recibieran el
Espíritu Santo. Por consiguiente, esos versículos nos revelan que
la investidura de poder, llamada bautismo del Espíritu Santo, no
es la misma experiencia que el nuevo nacimiento. En esos dos
relatos, el poder vino mientras se imponía manos sobre los
cristianos.

En cambio, en el día de Pentecostés, así como en la casa de


Cornelio, el Espíritu de Dios descendió sobre las personas y
comenzaron a hablar en otras lenguas. Es decir, recibieron el
nuevo nacimiento y la investidura de poder simultáneamente
(Hechos 10:44-46).

El bautismo del Espíritu Santo se recibe por fe (Gálatas 3:14), de


la misma manera en que se acepta a Jesús como Señor. A los
cristianos se les debería enseñar a creer y a aceptar este bautismo.
Los discípulos  que se reunieron en el Aposento Alto el día de
Pentecostés, ya habían sido instruidos por el Maestro mismo
acerca de recibir el Espíritu Santo (Juan 14, 15, 16; Lucas 24:49;
Hechos 1).
El conocimiento de la Palabra de Dios nos da luz o entendimiento
(Salmos 119:130). Por esa razón, los discípulos sabían que debían
esperar que el Espíritu Santo los bautizara con Su poder, tal como
Jesús les había indicado.

Gozamos las bendiciones de Dios al creer lo que Él dice. Eso es


fe. Por ejemplo, la sanidad le pertenece a usted desde el momento
en que nació en la familia del Señor. No obstante, si no lee la
Palabra ni descubre que la salud divina es suya, continuará
enfermo.

Para andar el camino de fe y agradar a Dios, la Palabra debe


ser la autoridad en su vida, ¡no lo que los hombres y las
tradiciones enseñan!

Dependa del Espíritu Santo...  Él lo guiará a toda verdad

«Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó,
ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha
preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña,
aun lo profundo de Dios» (1 Corintios 2:9-10).

¿Quién puede saber lo que se encuentra en el interior de una


persona, más que su propio espíritu, y quién puede saber qué se
encuentra en el interior de Dios, aparte del Espíritu de Dios?
(versículo 11). El Espíritu Santo que vive dentro de usted, puede
revelarle el interior de Dios; es decir, qué hay en el corazón del
Padre. El Espíritu Santo, quien conoce todas las profundidades de
Dios, desea vivir en usted para mostrarle la oculta e inescrutable
sabiduría de Dios.

Ningún hombre conoce todo lo relacionado al Creador porque


esto debe discernirse espiritualmente (1 Corintios 2:14). «Pero
Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu...» (1 Corintios
2:10). Los pensamientos íntimos de Dios pueden entrar al corazón
del hombre únicamente por medio del Espíritu de Dios.
El Espíritu Santo debe revelarle la Palabra de Dios antes que
usted pueda actuar de acuerdo con ella, pues sólo por su propio
espíritu, no puede comprender o percibir los misterios de la
Palabra. Sin embargo, Jesús explicó que el Espíritu Santo le
enseñaría todo (Juan 14:26). Él les dijo a los discípulos: «Tengo
mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado
para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los
guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta,
sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van
a suceder» (Juan 16:12−13; versión Dios habla hoy).

Recuerde, Jesús les dijo a Sus discípulos que el Espíritu Santo


estaba con ellos, y que también estaría dentro de ellos. Además,
les expresó que aunque deseaba darles a conocer muchos asuntos,
en ese momento ellos no podían entenderlos. No obstante, cuando
viniera el Espíritu de verdad, éste los haría capaces de
comprender. Lo anterior significa que Jesús no podía enseñarles
más a Sus discípulos, pues aún no tenían al Espíritu Santo
morando en su interior para que les revelara la verdad.

Ellos carecían de habilidad para entender las cosas espirituales.

Pero Jesús les estaba diciendo que no habría límite al


conocimiento espiritual cuando el Espíritu viniera. También
prometió mostrarles todo lo que el Padre tiene, e incluso lo que
está por venir. 

Ahora, ¿puede ver usted el conocimiento y el entendimiento que


están disponibles para los creyentes llenos del Espíritu Santo? El
Espíritu de Dios le ha sido dado para que le muestre cómo tener
una vida de éxito. A la luz de estas verdades de la Palabra de
Dios, es inconcebible que alguien rechace el regalo de Dios: Su
Espíritu.

Les enviaré Mi Espíritu


«Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque
si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me
fuere, os lo enviaré» (Juan 16:7). Jesús personalmente nos envió
al Espíritu Santo, quien llegó a la plenitud de Su ministerio el día
de Pentecostés y todavía continúa aquí.

«He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros;


pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis
investidos de poder desde lo alto» (Lucas 24:49). Jesús les indicó
a Sus discípulos que esperaran hasta ser provistos de poder.
Cuando usted hizo a Cristo el Señor de su vida, se convirtió en Su
discípulo; por tanto, no debería hacer nada hasta que usted sea
ungido con el mismo poder que estaba en y sobre Jesús.

Jesús dijo: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,


para que esté con vosotros para siempre» (Juan 14:16).

En el día de Pentecostés, Pedro le expresó a la gente: «A este


Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así
que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del
Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que
vosotros veis y oís... Porque para vosotros es la promesa, y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el
Señor nuestro Dios llamare» (Hechos 2:32–33, 39).

La promesa de contar con el Espíritu Santo es para todos, lo


favorece a usted y a sus hijos, pues Dios ya ha entregado Su
Espíritu al Cuerpo de Cristo. Entonces, usted como miembro de
ese Cuerpo, debe aceptar individualmente lo que el Señor ya le ha
concedido. El Espíritu fue enviado para darle potestad. No sea un
cristiano débil; recuerde, la provisión de poder está disponible
para usted.

Y es en nuestros días cuando los creyentes necesitan, en mayor


grado, de las manifestaciones del poder de Dios en la vida de cada
persona. No trate de obtener victorias por sus propias fuerzas; más
bien, enfoque su fe para recibir inmediatamente la investidura de
poder.
Para hacerlo, pídale a un creyente o un ministro de Dios que
imponga manos sobre usted; o hable con el Señor al respecto,
usted solo, en su lugar de oración. Estudie los siguientes
versículos que se refieren a cómo recibir el Espíritu Santo. Así
usted creerá y actuará de acuerdo con la Palabra de Dios.

Sea lleno del Espíritu

En Efesios 5:18 leemos: «...sed llenos del Espíritu». Usted sabe


que Dios le habla por medio de la Biblia, y que Su Palabra es Su
voluntad; por tanto, la voluntad de Dios es que ¡reciba el
bautismo del Espíritu Santo!

Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se


os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca,
halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su
hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si pescado, en lugar de
pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas
dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará
el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

—Lucas 11:9–13

Lo primero que debe hacer como hijo de Dios es pedirle el


Espíritu Santo a Su Padre. Aun cuando el Espíritu ya ha sido
entregado a la Iglesia, usted debe invitarlo a venir sobre usted
para que Él le confiera Su poder. Pida ser bautizado con el
Espíritu Santo.

Sabemos que si pedimos, recibiremos. La Palabra nos asegura que


gozaremos de un valioso regalo —el Espíritu de Dios—, y no una
imitación. Por tanto, ore con la confianza de obtener y no tema,
sabiendo que su Padre da sólo buenos obsequios a Sus hijos. Jesús
dijo que si pedía, recibiría al Espíritu Santo.

Veamos otros ejemplos de creyentes que fueron llenos del


Espíritu de Dios: Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y
comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba
que hablasen.

—Hechos 2:4

Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó


sobre todos los que oían el discurso. Y los fieles de la circuncisión
que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también
sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo. Porque
los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.

—Hechos 10:44–46

Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el


Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.

—Hechos 19:6

En cada relato bíblico que se refiere a creyentes que recibían el


Espíritu Santo, podemos observar que ellos comenzaron a hablar
en otras lenguas. Pero ninguna parte del Nuevo Testamento
enseña que el Espíritu Santo es quien habla en lenguas, sino que
el creyente se expresa según el Espíritu le concede habilidad para
hacerlo.

Usted aporta su voz, mientras el Espíritu Santo da las palabras.


Esas palabras son desconocidas para usted. En las Escrituras se
nos muestra que por el Espíritu expresamos misterios a Dios:
«Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a
Dios; pues nadie le entiende, aunque por el Espíritu habla
misterios... El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica;
pero el que profetiza, edifica a la iglesia» (1 Corintios 14:2, 4).
Usted no habla en lenguas con las personas, sino con Dios.

Otra traducción bíblica explica que expresamos secretos. Cuando


usted ora en lenguas, ora más allá de su conocimiento natural.

Así también el [Santo] Espíritu viene a ayudarnos en nuestra


debilidad; porque no sabemos qué oración ofrecer, ni ofrecerla
como es debido, el Espíritu mismo se une a nuestras súplicas y
ruega a favor nuestro con gemidos tan profundos que no se
pueden describir. Y Él es quien escudriña los corazones de los
hombres, sabe qué hay en la mente del [Santo] Espíritu [cuál es
Su propósito] porque Él intercede y ruega [delante de Dios] por
los santos, de acuerdo y en armonía con la voluntad de Dios.

—Romanos 8:26–27; [Traducción libre de The Amplified Bible]

El Espíritu Santo viene en nuestro auxilio cuando estamos orando


sin saber cómo hacerlo. Él nos concede expresarnos en otras
lenguas para orar la perfecta voluntad de Dios. Necesitamos esta
ayuda, pues la mayoría de veces tenemos un conocimiento muy
limitado de las situaciones. Quizá sólo vemos los síntomas de un
problema que en realidad es más complicado. En cambio, el
Espíritu Santo se dirige con exactitud a la raíz del problema y ora
según el propósito íntegro de Dios para nosotros.  

Leamos Judas 20: “Pero ustedes amados, edifíquense


[fundamentándose] sobre su santísima fe, [crezcan, prosperen,
como un edificio que cada vez se eleva más y más] y orando en el
Espíritu Santo” [Traducción libre de The Amplified Bible]. Hablar
en lenguas lo hace crecer. Es decir, lo fortalece o le provee de
energía semejante a la manera en que se carga una batería.

Por esa razón, estoy muy agradecida de poder orar en el espíritu


por medio del Espíritu Santo. Y sé que también para usted será
una gran bendición hacerlo. Después de recibir su lenguaje de
oración, hable en el espíritu todos los días; así logrará que su
espíritu sea fuerte y domine su vida.

En I Corintios 14:14, se nos explica: «Porque si yo oro en lengua


desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin
fruto». En otra versión leemos: “...mi espíritu [por causa o por
razón del Espíritu Santo que está en mí] ora...” [Traducción libre
de The Amplified Bible].

Es decir, el Espíritu Santo le brinda a su espíritu una oración o


una alabanza; y la voz de usted le proporciona sonido a ese
lenguaje espiritual.

El relato de Hechos 10:44-46, señala que Cornelio y el grupo de


parientes y amigos que reunió, hablaron en lenguas, exaltando y
magnificando a Dios. Magnificar es alabar lleno de entusiasmo.
Cuando el Espíritu Santo viene a morar en su interior, su espíritu
inmediatamente desea expresar alabanzas a Dios. Y no es
sorprendente que sea así, considerando que el Espíritu mismo de
Dios Padre ha venido sobre usted para darle poder. Y como
resultado ¡usted será un manantial desbordante de vida eterna, y
de lo profundo de su ser brotarán ríos de agua viva! (Juan 4:14,
7:37–39). 

Es posible que no sienta nada inusual físicamente, puesto que las


bendiciones espirituales se reciben por fe, no por los sentidos del
cuerpo. Quizá sienta una ligera palpitación o temblor en los labios
y sienta la lengua dormida, o podría oír algunas palabras
sobrenaturales que están formándose dentro de usted. O bien, tal
vez nada de lo anterior suceda.

Sin embargo, dado que los labios y la lengua son los órganos que
usamos para articular palabras, y juntamente con las cuerdas
vocales forman los instrumentos físicos del habla; todos ellos
deben cooperar con su espíritu para darle sonido a las oraciones y
alabanzas que el Espíritu de Dios le provea. El lenguaje espiritual
está listo para que usted lo hable en el mismo instante en que lo
recibe.

Recuerde, no tiene nada qué temer porque Dios aseguró que usted
recibiría algo muy bueno. En Isaías 57:19 leemos que Dios
produce fruto de labios. No se preocupe por cómo suena, ya que
el Señor sabe qué desea expresarle usted. Además, en Mateo
21:16 se nos indica que de la boca de los niños y de los que
maman, Dios perfeccionó la alabanza.

Analicemos también el versículo de Marcos 16:17: «Y estas


señales seguirán a los que creen... hablarán nuevas lenguas».
Jesús afirmó que los creyentes se expresarían en nuevas lenguas,
y usted es un creyente.

En conclusión, cuando ora en su idioma, el español, usted utiliza


la voz de su mente; en cambio, al orar en lenguas aplica la voz de
su espíritu. Por tanto, después de pedir hablar en lenguas, no
hable en su idioma natural porque no puede expresarse en dos
idiomas a la vez.

Confíe en que el Espíritu Santo vendrá sobre usted de la misma


manera que descendió sobre los creyentes el día de Pentecostés, y
luego en Samaria, en la casa de Cornelio y en Éfeso. Usted
empezará a hablar en otras lenguas según el Espíritu le conceda
las palabras.

¡Pida y reciba!

Señor Jesús, vengo ante Ti con fe para recibir el bautismo del


Espíritu Santo. Te ruego que me llenes del Espíritu hasta que
rebose en mí —deseo obtener el mismo poder que vino el día de
Pentecostés—. Concédeme que ríos de agua viva fluyan de mi ser
al hablar mi idioma espiritual. Recibo ahora en Tu nombre, lo
que Te he pedido. (En este momento comience a expresar en
lenguas su alabanza y adoración conforme el Espíritu lo guíe).

Confíe en su Consolador

Jesús llamó al Espíritu Santo: el Consolador (Juan 14:16). La


palabra consolador significa: consejero, ayudador, intercesor,
abogado, persona de confianza, fortalecedor. Por consiguiente,
aprenda a confiar en el Espíritu Santo y en todos Sus atributos
ministeriales. ¡Él todo lo hace posible para nosotros! Jesús
también afirmó que el Espíritu nos enseñará, no sólo algunas
cosas, sino toda la verdad.

«Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque


mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1
Juan 4:4). Medite en este versículo y declárelo con su boca, hasta
que su espíritu cante con la plena convicción de que mayor es el
que está en usted que el que está en el mundo.

Hay un Ser dentro de usted listo para guiarlo, y Él lo sabe todo,


desde lo primero hasta lo último.

Por consiguiente, confíe en Su orientación y sabiduría al tomar


cada decisión. Tenga por seguro que el poder del Espíritu Santo le
ayudará en su vida diaria, así como en las crisis. Él es más
poderoso que el enemigo; Satanás no está al mismo nivel que el
Espíritu Santo.

El Excelso Espíritu tiene la misión de conducirlo a usted hacia


toda verdad. Él lo guiará; por tanto, esté preparado para seguirlo.
Él no sólo le dirá qué debe hacer, sino también lo ayudará y le
dará el poder para ejecutarlo.

El Espíritu que creó el universo, ahora habita en usted. Permítale


a su mente comprender lo que su espíritu le está comunicando.
Recuerde, ¡este grandioso Espíritu vive en su interior!:  «Pero
recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo...» (Hechos 1:8). Algo maravilloso le ha sucedido a usted
este día: ¡Poder! ¡Poder! ¡Poder! ¡Usted ha recibido el poder y la
habilidad de Dios! «...y me seréis testigos...». Atrévase a creer que
así será, y que el poder será real en su vida, y dará testimonio a la
humanidad de que ¡Jesús vive!

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