1875 Joseph Vendryes

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JOSEPH VENDRYES (1875) Francia

EL ORIGEN DEL LENGUAJE


Causa siempre extrañeza la afirmación de que el problema del origen del lenguaje
no es de orden lingüístico, y, no obstante, es la pura expresión de la verdad. Por
no haberla tenido en cuenta, casi todos los que, de cien años a esta parte, han
escrito sobre el origen del lenguaje, no han hecho más que errar; su error principal
ha consistido en abordar el problema por su lado lingüístico, como si el origen del
lenguaje se confundiera con el origen de las lenguas. Los lingüistas estudian las
lenguas que se hablan y que se escriben y siguen su historia con la ayuda de los
documentos más antiguos que se han descubierto; pero, por muy alto que ellos se
remonten en esta historia, nunca encuentran otra cosa que lenguas muy
evolucionadas, que tienen detrás de si un pasado considerable del cual nada
sabemos. La idea de que por la comparación de las lenguas existentes se llegaría
a la reconstrucción de un idioma primitivo, es quimérica. Existen lenguas
comprobadas en épocas más antiguas unas que otras. Algunas de nuestras
lenguas modernas nos son conocidas con formas antiguas de más de veinte
siglos. Pero las lenguas más antiguamente conocidas, las “lenguas madres”, como
se las llama algunas veces, no tienen en si nada de primitivo. Por diferentes que
sean de nuestras lenguas modernas, solo nos informan de las transformaciones
que sufre el lenguaje; nada nos dicen de como este ha sido creado. Las lenguas
de los salvajes en nada pueden ayudamos a este respecto. Los salvajes no son
primitivos, aunque a menudo se les dé abusivamente este calificativo. Muchas
veces hablan lenguas tan complicadas como las más complicadas de las nuestras;
pero, otras veces, son ellas también de tal simplicidad que pueden dar envidia a
nuestras lenguas más simples. Unas y otras aparecen como el resultado de
transformaciones cuyo punto de partida se nos escapa. Si hay alguna diferencia
entre las lenguas de los pueblos llamados civilizados y la, lenguas de los salvajes,
existe más en las ideas que se expresan que en la expresión misma. Las lenguas
de los salvajes pueden instruir útilmente sobre las relaciones del lenguaje y del
pensamiento, pero no sobre lo que ha sido la forma primitiva del lenguaje.
Podríamos sentimos tentados de pedirlo al lenguaje de los niños. La tentativa
resultaría también vana. Los niños nos ensenan solamente como se adquiere un
lenguaje organizado, no nos dan idea de lo que ha podido ser el lenguaje en el
origen de su desarrollo. Observando los esfuerzos que hace un niño para repetir lo
que oye decir a los adultos, se puede recoger más de una indicación sobre las
causas de los cambios a que está expuesto el lenguaje. Pero el niño no devuelve
sino lo que ha recibido; el opera con los elementos que le suministran sus
relaciones; con ellos combina sus palabras y frases. Lleva a cabo un trabajo de
imitación, no de creación; queda excluida toda espontaneidad. La parte de
innovación que él introduce en el lenguaje es inconsciente; resulta de una pereza
natural que se contenta con la aproximación, no de una voluntad que dispusiera
de poder creador. Aunque se trate, pues, de las lenguas antiguamente conocidas,
de las de los salvajes o de las que los niños aprenden a hablar, el lingüista nunca
tiene delante de sí más que un organismo, largo tiempo constituido, preparado por
él trabajo de numerosas generaciones en el curso de muchos siglos. El problem a
del origen del lenguaje no es de su competencia En realidad, este problema se
confunde con el del origen del hombre y el de las sociedades humanas;,,
pertenece a la jurisdicción de la historia primitiva de la humanidad. El lenguaje se
ha creado a medida que el cerebro hum ano iba desarrollándose y la sociedad se
constituía. Es imposible decir en qué forma empezó el ser hum ano a hablar; no
obstante, puede intentarse fijar las condiciones que han permitido al hombre
hablar: éstas son psicológicas y sociales al mismo tiempo. Aquí es preciso
entender por signo todo símbolo capaz de servir a la comunicación entré los
hombres. Dado que los signos pueden ser de diversa naturaleza, hay muchas
especies dé lenguajes. Todos los órganos de los sentidos pueden contribuir a la
creación de u n lenguaje.
Existe el lenguaje olfativo, el lenguaje táctil, el lenguaje visual y el lenguaje
auditivo. Existe lenguaje cada vez que dos individuos, habiendo atribuido
convencionalmente cierto sentido a un acto determinado, ejecutan este acto con el
fin de comunicarse entre sí. Entre los diferentes lenguajes posibles, sin embargo,
hay uno que sobresale entre todos por la variedad de medios de expresión de que
dispone: es el lenguaje auditivo, llamado también lenguaje hablado o articulado; es
el único de que trataremos en el curso de esta obra. Muchas veces va
acompañado y, más a menudo, suplido por el lenguaje visual. En todos los
pueblos, más o menos, el gesto da la medida de la palabra, las expresiones de la
cara traducen, al mismo tiempo que la voz, las emociones y los pensamientos. El
lenguaje visual es, probablemente, tan antiguo como el lenguaje auditivo. Ninguna
razón tenemos para creer, y, sobre todo, ningún medio para probarlo, que el uno
sea anterior al otro. La mayor parte de los lenguajes visuales hoy en día usados
son, simplemente, derivados del lenguaje auditivo. Partiendo de la idea de que en
toda lengua ha de haber partes fundamentales que se han de distinguir de
ulteriores adquisiciones, se pide al lingüista que señale los límites entre las
distintas capas y designe las partes del lenguaje que han sido primeramente
constituidas. El lingüista alguna vez se aventura a responder. H ay que confesar,
francam ente, que ninguna respuesta es admisible. El método de pasar de lo
conocido a lo desconocido es aquí ineficaz. Los principios sobre los cuales
descansa la evolución de las lenguas que nosotros conocemos, no se aplican
necesariamente a lenguas habladas por individuos cuya mentalidad estaría
orientada en forma distinta de la nuestra. El estudio de las lenguas enseña que el
desarrollo del lenguaje no se hace por sucesiones lógicas, siguiendo un camino
rectilíneo. Sería un error imaginar que el plan de la gramática de Port-Royal se
impusiera desde el origen al espíritu humano como un cuadro que debiera llenarse
sucesivamente por una progresión metódica. Además, entre el signo y la cosa
significada, entre la forma lingüística y la materia de la representación, jamás
existe un vínculo de naturaleza, sino solamente un vínculo de circunstancia. Se
creyó durante mucho tiempo que el hecho primitivo dél lenguaje consistió en dar
nombres a las cosas, esto es, en crear un vocabulario. Si el problema del origen
del lenguaje no permite llegar a ninguna conclusión satisfactoria, no pasa lo mismo
con el problem a del origen de la escritura. Este se deja abordar directam ente;
podemos abarcarlo sin dificultad en toda su am plitud. Y es que el origen de la
escritura está relativamente bastante cercano a nosotros. Las lenguas antiguas no
las conocemos más que desde el mom ento en que fueron escritas; pero muchas
las conocemos desde este momento mismo y a menudo el primer texto que de
ellas poseemos es también el primero que se escribió. Por otra parte, tenemos
cerca de nosotros lenguas que no se han escrito sino en nuestros mismos días y
hasta a nuestra vista. Podemos, pues, sorprender a lo vivo los procedimientos por
medio de los cuales un a lengua hablada se transforma en lengua escrita y
apreciar los resultados de la operación. Sin embargo, para comprender el problem
a del origen de la escritura es preciso despojamos de nuestros hábitos mentales
de civilizados. Para nosotros, el valor simbólico de la escritura es u n a cosa
natural. La idea de que poseemos un lenguaje escrito, la hemos adquirido sin
esfuerzo, de una manera casi natural. Y, sin embargo, es cierto que esta idea no
es natural en el hombre. Nos aprovechamos de los tanteos intelectuales de
nuestros lejanos antepasados; ellos han facilitado nuestro trabajo preparándonos
la mentalidad. Cuánto tiempo y cuántos esfuerzos han gastado para ejercitar el
cerebro que nos han transmitido. Tanto tiempo y tantos esfuerzos, que nosotros ya
no tenemos siquiera conciencia del ejercicio. Sabemos que antes de escribir
palabras los hombres empezaron por escribir ideas. La imagen fué empleada,
primero, como un signo de los objetos. Pero este empleo no se encontró de
improviso, pues supone que el hombre ha adquirido ya conciencia del valor
racional del signo gráfico. Ahora bien, existen hoy todavía salvajes que identifican
completamente la imagen y el objeto. Esta identificación, que nos parece tan
extraña, no procede de una mera ilusión o confusión. Se halla en conexión con el
hecho de que el salvaje concibe todas las cosas, tanto imágenes como objetos, de
un modo místico. La idea que el primitivo se hacia del signo excluye la posibilidad
de una escritura como la nuestra, cuyo principio es racional. Pero lo que no es
sino u n a fantasía arbitrarla en el juego de los jeroglíficos, en la ideografía fonética
está establecido estrictamente por convención. Este género de escritura tiene, sin
embargo, dos graves inconvenientes. El número de signos de u n a escritura
ideográfica, es, por la razón que indicamos antes, necesariamente limitado. Pero
el núm ero de ideas no lo es. Hay, por necesidad, más ideas que signos, y es
preciso atribuir convencionalmente a un mismo signo el valor de varias ideas. En
general, son ideas próximas, propias y figuradas, las que se reúnen en un mismo
signo.

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