Volver A Mi Vida Contigo

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Título original: Volver a mi vida contigo

© 2020, Sonia Puente


ISBN: 979-86883-7-881-8
Safe Creative: 2008175038840
Primera edición, noviembre 2020

Diseño de portada: Nerea Pérez Expósito de www.imagina-designs.com


Corrección: Bego Martínez

Aviso legal: Reservados todos los derechos. Queda prohibido reproducir el contenido de este libro,
total o parcialmente, por cualquier medio analógico y digital, sin autorización previa y por escrito de
los titulares del copyright.
Todos los personajes, escenarios, eventos o sucesos de esta obra son ficticios, producto de la
imaginación de la autora, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Índice
Prólogo
Guillermo
Capítulo 1
Camila
Capítulo 2
Guillermo
Capítulo 3
Camila
Capítulo 4
Aura
Capítulo 5
Guillermo
Capítulo 6
Camila
Capítulo 7
Guillermo
Capítulo 8
Camila
Capítulo 9
Aura
Capítulo 10
Guillermo
Capítulo 11
Camila
Capítulo 12
Guillermo
Capítulo 13
Camila
Capítulo 14
Guillermo
Capítulo 15
Aura
Capítulo 16
Camila
Capítulo 17
Guillermo
Capítulo 18
Camila
Capítulo 19
Guillermo
Capítulo 20
Aura
Capítulo 21
Camila
Capítulo 22
Guillermo
Capítulo 23
Camila
Capítulo 24
Guillermo
Capítulo 25
Camila
Capítulo 26
Aura
Capítulo 27
Guillermo
Capítulo 28
Camila
Capítulo 29
Guillermo
Capítulo 30
Camila
Capítulo 31
Aura
Capítulo 32
Guillermo
Capítulo 33
Camila
Capítulo 34
Guillermo
Capítulo 35
Aura
Capítulo 36
Camila
Capítulo 37
Guillermo
Capítulo 38
Camila
Capítulo 39
Guillermo
Capítulo 40
Aura
Capítulo 41
Camila
Capítulo 42
Guillermo
Capítulo 43
Camila
Capítulo 44
Guillermo
Capítulo 45
Aura
Capítulo 46
Guillermo
Capítulo 47
Camila
Guillermo
Epílogo
Júnior
Agradecimientos
Sobre la autora
Otras publicaciones de la autora
A Fran, por sacarme de quicio y hacerme reír.
Por disfrutar a mi lado de los buenos momentos
y soportar conmigo los golpes de la vida.

Te quiero como el mar, infinito, gigante.


Prólogo

Guillermo

Veintitrés años atrás…

Empezamos nuevo curso. Para Adrián y para mí, el último en Andorra.


Pronto cumpliremos la mayoría de edad y, si todo va bien, el curso que
viene lo empezaremos en Barcelona. Adrián va a seguir los pasos de su
progenitor y quiere ser abogado. Yo, por mi parte, estudiaré gestión y
administración de empresas. En un futuro, me gustaría llevar el negocio
familiar.
Mis padres son propietarios de un pequeño hotel en el Principado de
Andorra, el Hotel Les Valls. Toda mi vida he estado rodeado por el
ambiente del turismo y es lo que realmente me apetece hacer. Soy de ideas
claras, qué le vamos a hacer.
—¡Joder, tío! ¿Has visto qué panorama tenemos este curso? —me
pregunta Adrián, que levanta las cejas y mira a un grupo de chicas.
—No están mal —comento de forma desinteresada.
—Tenemos que aprovechar nuestro último año aquí.
—Yo paso de tías. Este año tengo que centrarme que el curso pasado
fui apurado.
—¡Venga, hombre! No me digas que te vas a pasar todo el año sin
mojar el churro, porque no me lo creo —se ríe mi amigo y golpea mi
hombro.
—He cogido fuerzas durante el verano —lo miro y sonrío.
—¡Qué capullo!, y no me has contado nada…
—Esas cosas se disfrutan, no se cuentan.
Mis tres hermanos y yo hemos pasado el mes de agosto en la costa con
nuestros tíos. Un verano muy aprovechado por mi parte. Tenemos un primo
de veinte años y me he pasado las vacaciones enganchado a él. ¡Menudas
amigas que tiene mi primo! Sobre todo, Tatiana. Diecinueve años, melena
larga y rubia, con unas impresionantes curvas, grandes pechos y se
desenvolvía muy pero que muy bien en el sexo. Perdí la virginidad a los
dieciséis, algo muy simple y sin traumas por ninguna de las dos partes. Ella
era guapa, pero no perdí la cabeza por amor, fue casi más un acuerdo para
experimentar que otra cosa. Después de aquello, poca cosa, así que
tropezarme con Tatiana, de vacaciones en la playa, con poquita ropa, me
puso muy tonto. Nos quedaron pocos sitios por descubrir. No es tan fácil
tener sexo cuando tienes diecisiete años y no tienes coche ni casa propia.
Tuvimos que tirar de imaginación y os aseguro que Tatiana tenía mucha.
—¿Oye, esa es tu hermana Andrea? —dice Adrián a mi lado,
sacándome de mis calientes pensamientos. Miro hacia donde señala y
afirmo con la cabeza—. ¡Joder! Sí que le ha sentado bien el verano.
Lo pillo desprevenido y le doy una colleja por mirar y hablar así de
ella. Sabe que es una mujer prohibida o le corto las pelotas. Es mi hermana
y soy protector con la familia. Adrián intenta devolverme el castañazo y lo
esquivo, empezando así una guerra de manos. Hasta que, al querer sortear
uno de sus tortazos, tropiezo con alguien en el pasillo.
—¡Ay…! —Oigo a mi espalda y después el ruido de libros al caer.
—¡Mierda, lo siento! —Me giro para disculparme, me agacho y la
ayudo a recoger.
Levanto la mirada y mis ojos se encuentran con unos entre verdes y
marrones que me observan enfadados.
—Podríais mirar por dónde vais y dejar de hacer el indio por los
pasillos —murmura una preciosa y cabreada morena.
Sacudo un poco la cabeza para deshacerme de ese pensamiento. Pero
es que, en verdad, es una chica muy guapa, aun con su cara de enfadada.
Yo, Guillermo Guerrero, el que había dicho hace un rato que este año no iba
a pensar en las mujeres, me encuentro aquí, arrodillado, en los pasillos del
instituto y babeando por una chica bonita.
—Lo siento —vuelvo a disculparme—. Soy Guillermo —me presento
una vez nos hemos levantado.
—Genial. Ahora, si no te importa, llego tarde por tu culpa —me
esquiva y la veo marchar con cara de tonto. Encima no me ha dicho cómo
se llama.
Camila es el nombre de mi accidente del pasillo. Coincidimos días
después en una acampada en la montaña para despedir el verano con un
grupo de amigos y allí me enamoré de ella. Me encandiló su sentido del
humor y su gran sonrisa, de esas que llegan a los ojos. Nos entendimos
bien, conseguí que me perdonara por el tropiezo que tuvimos y me costó
tres meses que pudiéramos quedar para tomar algo. Como os imagináis, no
cumplí con mi promesa de un curso sin mujeres pero es que ella era
especial.
Repetimos las salidas a la montaña en varias ocasiones durante ese
curso. Fue en una de ellas donde Camila perdió su virginidad entre mis
brazos y, aunque decidimos cortar la relación cuando yo me fui a estudiar a
Barcelona, no conseguí olvidarme de ella. Acabé mis estudios, volví y
decidí que no quería seguir lejos de ella.
Nunca creí en el amor a primera vista. Yo era de los que no querían
casarse hasta los treinta y cinco, como mínimo. De los que iba a disfrutar de
la soltería a tope. Pero uno no decide lo que le depara la vida y no espera
tropezar con una mujer que le llena el corazón y el alma. Que le hace reír y
suspirar. Con la que le gustaría hacer planes de futuro. Con la mujer de su
vida.
Capítulo 1

Camila

En la actualidad…

Suspiro con la invitación de la boda en la mano. La miro, por delante y por


detrás. Daniela, la hermana de Guille, se casa. Ya me lo había dicho pero,
ahora que la tengo en la mano, es más real.
No penséis que me disgusta que mi cuñada se case, al contrario, la
quiero mucho y siempre nos hemos llevado muy bien. Así que me alegro de
que haya encontrado el amor en Malcom. No lo han tenido nada fácil, este
último año ha sido realmente complicado para ellos, pero ahora todo se ha
encarrilado y deseo que sean muy felices.
Mi problema es que solo faltan dos meses y, a pesar de que su
hermano y yo llevamos un tiempo separados, tendré que ir. Han sido
muchos años rodeada de la familia Guerrero, casi toda una vida, y ahora no
podría hacerles el feo de no acudir. Un viaje a Nueva York no le desagrada
a nadie, pero las circunstancias que envuelven mi actual situación no son las
más propicias para disfrutarla.
—Mami, ¿esa es la invitación a la boda de la tía Daniela? —dice mi
hija Aura cuando entra en la cocina.
—Sí, cariño. —Alargo la mano y se la ofrezco.
Ver sonreír a mi hija y que haya recuperado la ilusión, aunque sea por
un tiempo, es otra de las razones por las que estoy contenta con la boda.
Aura tiene dieciséis años, una edad de lo más complicada. No lleva
demasiado bien que Guille y yo nos hayamos separado. Está rebelde y
enfadada, primero con nosotros y después con el mundo. La entiendo, por
supuesto que sí, yo también vengo de una familia de padres separados y fue
difícil pero mi carácter y madurez me permitieron llevarlo de otra manera.
A la larga, te das cuenta de que, posiblemente, haya sido mejor la
separación que oír peleas constantes cada día.
Supongo que ese también es el motivo por el que nosotros hayamos
decidido alejarnos. Está claro que, en una relación de tantos años como la
nuestra, si ambas partes no la cuidan, se deteriora. Los últimos años nos
costaba dialogar, pasábamos mucho tiempo enfadados y la relación se
agrietó bastante. No supimos manejar su estrés por asumir la
responsabilidad del hotel de sus padres, mis turnos en el hospital donde
ejerzo de enfermera y el desgaste propio de la paternidad. Esto te lleva a
desconfiar de todo y a perder las ganas de tener intimidad. En mi caso,
también me llevó a tener unos celos complicados, por decirlo de alguna
manera. Ver cómo se alejaba de mí o cómo dormía pegado a su lado de la
cama, para no rozarse conmigo, hacía que me hirviera la sangre. Echaba de
menos sus abrazos, sus besos y esas manos grandes que, en los buenos
momentos, recorrían mi cuerpo. Achaqué su frialdad a que había otra mujer
en su vida y nuestros reproches y peleas iban a más con el paso del tiempo.
Así que, antes de que fuera a peor, tomamos la decisión de darnos espacio.
Sería una buena idea si no fuera por lo mucho que lo echo de menos.
Llevábamos juntos desde bien jovencitos y solo nos separamos cuando
Guille estuvo en la Universidad. Siempre pensé que era el amor de mi vida,
que envejecería a su lado y ahora me cuesta mucho asimilar que no va a ser
así. Sobre todo, a nuestra edad, a mí me falta un año para entrar en la
cuarentena. Soy muy joven, lo sé, pero…
—Qué bonita es, ¿verdad? —pregunta Aura sacándome de mis
pensamientos.
—Sí, es muy chula y ya queda poquito.
—Tengo muchas ganas de ir a la boda —suspira.
—¿A la boda o a Nueva York? —Me sonríe y se pone roja al saber que
la he pillado.
—Las dos cosas. —Me saca la lengua burlándose.
Aura tiene una conexión especial con mi cuñada Daniela. Tienen un
punto en común: Nueva York. Mi hija está obsesionada con esa ciudad y,
cuando Daniela decidió dejar su vida en Andorra para lanzarse a la aventura
americana, se convirtió en una especie de ídolo para ella.
—¡Venga, anda! Llama a tu hermano y poned la mesa para cenar.
—¡Peque, a poner la mesa! —grita Aura desde la cocina.
—No sé para qué chillas si sabes que con los auriculares no te va a oír
—le reclamo.
—Tenéis que vigilar más a este niño, se va a volver idiota con tanto
ordenador —se queja.
—¡Aura, por favor! —le advierto.
Guillermo Júnior, mi pequeño es un apasionado de la tecnología. A sus
trece años disfruta, de una manera vehemente, de todo lo que tenga que ver
con la programación y los ordenadores, además, se le da muy bien. Tiene
muy claro cuál va a ser su futuro profesional pero, a veces, se le olvida que
antes de ejercer la profesión que él quiere, se tiene que sacar la secundaria y
demás estudios. Así que llevamos la batalla escolar de aquella manera. Sé
que a Júnior también le está costando asumir nuestra separación pero lo
maneja de otra manera, vamos a decir que más sosegada.
Veo cómo Aura se va por el pasillo para llamar a su hermano, al ver
que su llamamiento no ha tenido éxito. Pongo los filetes de carne y la
ensalada en los platos y los dejo en la mesa de la cocina junto a mi yogur.
Los últimos acontecimientos me han generado algunos problemas de
estómago y he bajado algunos kilos. No hay mal que por bien no venga, o
eso dicen. También estoy más triste y apática, sobre todo cuando Aura y
Júnior se van con su padre y yo me quedo sola.
Cojo el teléfono al oír la entrada de un mensaje. Al ver de quién se
trata, sonrío.
Mía:
Cena de chicas. Sábado noche a las nueve en mi casa. Nada de excusas.

Mía es mi amiga y compañera de trabajo. Hace unos diez años que nos
conocemos y, aunque nuestras vidas sean muy diferentes, siempre hemos
podido contar la una con la otra. Es tres años menor que yo y no tiene hijos
ni pareja. Desde que se quedó compuesta y sin futuro marido casi en el
altar, decidió que iba a disfrutar de la vida y no pensaba complicársela de
nuevo. Lo pasó muy mal y ahora huye del compromiso. Es una mujer
preciosa, muy dulce y divertida. No sé qué sería de mí sin ella en estos
momentos. Mía es de esas personas que transmiten buen rollo y, si a eso le
sumas su metro setenta y cinco, la rubia melena que le llega a los hombros
y sus inmensos ojos entre azules y grises, es casi perfecta, aunque ella
siempre se queje de que tiene los pechos pequeños. Con su forma de ser y
su físico, consigue engatusar a la gente, sobre todo a los hombres. A
muchos de ellos les ha roto el corazón, aunque se haga la indiferente.
Camila:
Tengo que hablar con Guille.

Mi marido y yo tuvimos nuestra última charla sobre la separación hace


tres meses. Acordamos, de forma amistosa, preparar los papeles del
divorcio. No hemos decidido nada al respecto de la custodia de los niños,
solemos hacer una semana cada uno e intentamos llevar una rutina. Si él
tiene algún compromiso o yo debo cambiar alguno de mis turnos en el
hospital, nos apoyamos y lo manejamos según las circunstancias. La verdad
es que mis suegros nos ayudan mucho y mis hijos están encantados de pasar
rato con sus abuelos.
Por mi parte, mi padre falleció hace diez años, aunque no teníamos
mucho contacto. Cuando se separó de mi madre volvió a México, su país de
origen. Mi madre, unos años después de haberse separado de mi padre, se
enamoró de un buen hombre y, cuando yo empecé mi vida con Guille,
decidieron irse a Sevilla, de donde es la familia de él. Hablábamos a
menudo por teléfono, pero la tenía muy lejos. Hace cuatro años un ictus se
la llevó, así que la familia Guerrero también ha sido la mía durante todos
estos años y esta situación lo hace todavía más difícil. No solo he perdido a
un marido sino que también me tengo que alejar de una familia.
El teléfono me suena en la mano y acepto la llamada de Mía.
—¡Venga ya! Siempre me pones excusas y de este fin de semana no
pasa. Si no se los queda Guillermo, se los dejas a tus suegros —me pide
nada más descolgar.
—Mía, cielo, no quiero estropearte la cena y ya sabes que no soy muy
buena compañía.
—Hazlo por mí. Echo de menos a mi amiga, necesito tus mimos y
abrazos. Me tienes muy abandonada.
—Bueno, déjame que me organice y te digo algo mañana en el
hospital.
—Genial. ¿Sabes algo del ogro? —me pregunta.
—Mía, por favor, no lo llames así.
Mi amiga y Guille siempre estaban bromeando entre ellos y se
entendían muy bien. Desde que decidimos darnos un tiempo, a Mía no le
hizo gracia que mi marido se mantuviera tan distanciado. Le dolió que no
pusiera las cosas sobre la mesa y, aún más, que todavía no hayamos
aclarado nuestra relación. Es un tema complicado entre nosotras, ya que
nunca llegamos a un acuerdo y, siempre que lo tocamos, acabamos
discutiendo. Ella me quiere tanto que le echa la culpa a él y yo le quito
hierro asegurándole que es una cosa de los dos y que yo, por mi parte,
tampoco hago un esfuerzo titánico para que todo esto acabe.
—Perdón. Es que me sale solo. ¿Has podido hablar con Guillermo del
divorcio? —dice más comedida.
—Todavía no, Mía. Dame un respiro, ¿quieres? Me lo preguntas cada
semana —suspiro derrotada.
—Es que lleváis así más de un año, Cami. No son tres meses ni cinco,
es más de un jodido año. Hasta que no acabes con esto, no podrás volver a
ser feliz. ¿Es que no lo ves?
Justo en ese momento oigo que por el pasillo se acercan mis hijos
riéndose. Me giro para que no vean las lágrimas traidoras que bajan por mis
mejillas. Cada vez que tocamos el tema de la separación, acabo igual. Sé
que mi amiga tiene razón, pero ¿es lo que en realidad quiero?
—Oye, Mía. Ahora no es buen momento para hablar de eso. Vamos a
cenar. Así que será mejor que lo dejemos para otro día —le pido.
—Está bien. —Suspira dándose por vencida—. Hablamos mañana. Un
beso.
—Gracias. Otro para ti.
Intento recomponerme cuando siento los brazos de Júnior rodear mi
cadera. Ya casi es más alto que yo y siempre ha sido un niño muy cariñoso
que sabe a la perfección cuándo su madre necesita un abrazo. Me giro y
dejo un beso en su cabeza a la vez que les pido que se sienten para cenar.
La comida está amenizada, como es habitual, por las incesantes ideas
de Júnior. Quiere hacer tantas cosas que hay veces que él mismo se satura.
No deja de hablar de programas y términos que yo no entiendo, aun así, me
encanta escuchar la emoción que le pone a su exposición. Aura lo mira y le
sonríe de vez en cuando, aunque estoy convencida de que no está
escuchando nada de lo que dice.
Ya es tarde cuando acabo de recoger la cocina. Decido irme a dormir,
ya que mañana empieza una nueva semana y tengo que trabajar. Me aseguro
de dejar todo preparado para Aura y Júnior. En el hospital hacemos turnos
de doce horas así que, cuando ellos se levantan, yo ya he salido de casa.
Encaro el pasillo y hago las paradas habituales en sus habitaciones.
Aura se ha quedado dormida con la luz de la mesilla encendida y el libro en
el pecho. Disfruta mucho de la lectura, en eso se parece a mí, al igual que
físicamente. Las dos tenemos la piel aceitunada, los ojos algo rasgados de
color miel y el pelo largo y oscuro. Somos de constitución latina, con
bastante pecho, cintura estrecha y amplia cadera, sin ser exagerado. A mí
nunca me ha molestado, a ella todo le molesta, así que no le doy
importancia a sus quejas constantes sobre el cabello o el pecho, es una
jovencita preciosa. Recojo el libro, dejándolo en la mesita, la tapo bien y
deposito un beso en su frente. Apago la luz y continúo con la ruta. A Júnior
lo encuentro en su posición habitual, estirado en la cama, como si quisiera
impedir que alguien se acostara a su lado y todo destapado. Lo arropo con
cuidado para no despertarlo y le beso en el pelo. Cómo ha crecido mi
pequeño. Él es más de la familia Guerrero, tiene una mezcla de su abuelo y
su tío Hugo, el hermano pequeño de Guille.
Llego a mi habitación y cierro la puerta. Me apoyo en ella y miro la
cama. Cada día que pasa, me parece más grande. Me siento sola y le echo
mucho de menos. Pero la vida es así, lo que piensas que es para toda la vida
puede romperse en un momento y dejarte sin rumbo, a la deriva con un solo
remo.
Capítulo 2

Guillermo

Ser el mayor de cuatro hermanos no es tarea fácil. Generas una especie de


sentimiento de protección que te supone un sinvivir constante. Si encima le
añades la preocupación típica de ser padre, pues la cosa se complica mucho.
Tengo un don, lo confieso, sé escuchar y a la gente le encanta venir a
contarme todas sus inquietudes, como si fuera una especie de San
Guillermo. Si unimos mi don a mi sentimiento de protección, eso me lleva a
estar en todos los meollos y broncas. En eso estoy ahora mismo, en medio
de la confesión y desahogo de mi amigo Adrián.
Adri es como mi cuarto hermano, un amigo de toda la vida. Es
abogado y mi asesor en todos los temas legales. Parece ser que ayer tuvo
una pequeña discusión con su mujer. Pequeña según él, mi opinión me la
voy a guardar para no ofenderle. Hace unos seis años que conoció a
Melania, una preciosa mujer con una paciencia infinita y la única que
soporta al cabezón y orgulloso de mi amigo. Tienen un pequeño de tres
años y les faltan unos cinco meses para ver la cara del segundo.
—Joder, la quiero con toda mi alma. Pero hay veces que no consigo
entenderla. Si hago algo, se enfada, si no lo hago, también. No está contenta
con nada. Va a acabar con toda mi cordura —explica desesperado.
No puedo evitar una carcajada que brota de mi garganta. Ver a mi
amigo tan desquiciado es de risa. Como buen abogado, es casi imposible
que pierda la compostura. Es un tío serio e incluso algo soso, todo lo
contrario a Mel, ella es pura alegría. Es dicharachera, risueña y algo
alocada. Cuando me la presentó, nunca imaginé que fueran a acabar juntos,
son como el agua y el aceite.
—Vamos a ver, colega. No te ofendas pero, esta vez, Mel tiene razón.
Te pidió que hicieras tres recados y te lo recordó por mensaje. Aun así, tú te
olvidaste. Creo que es normal que esté enfadada —le reprocho.
—Estoy superliado y se me olvidó. No me pasa tan a menudo. Pero
ella ya me ha tirado a la hoguera. Solo espero que no me mande al sofá a
pasar la noche. —Chasquea la lengua dando por cerrada la conversación y
se centra de nuevo en la tarea que lo ha traído aquí—. Te dejo aquí los tres
contratos, revísalos y ya me dices.
—Perfecto, gracias. ¿Has podido mirar lo de mi divorcio? —le
recuerdo.
No sé por qué tengo la sensación de que me está dando largas con este
tema. Llevo varios meses detrás de él para que me haga un borrador y
presentárselo a Camila y no hay forma. Siempre me pone alguna excusa.
—Todavía no. Voy a tope y no quiero dejarle a nadie esa tarea. —Me
mira precavido antes de continuar—: ¿Te lo has pensado bien?
—Vamos a ver. ¿Qué clase de pregunta es esa? Llevamos así más de
un año. Creo que es necesario cerrar este ciclo.
—Me cuesta creer que os queráis separar. Lleváis toda la vida juntos.
Siempre pensé que lo vuestro sería eterno. Yo he vivido vuestro amor de
primera mano y no concibo que esos sentimientos se acaben de un día para
el otro.
—Te recuerdo que esto no ha sido repentino. Llevamos unos años
bastante malos. Ya nada era como antes. Me acusó de liarme con otras
mujeres, cuando ella siempre ha sido el centro de mi vida. —Esta charla me
está cabreando.
—Venga, Guille. Tú tampoco has sido un angelito. Quizás, solo
quizás, te volcaste demasiado en el trabajo y pasabas más horas en el hotel
que en tu casa. ¿Te has parado a pensar que es posible que ella tuviera esas
dudas por algo?
—¿Sabes qué? Ya que estás tan liado, creo que será mejor que te vayas
a trabajar —le pido de mal humor.
—Está bien, no te enfades. —Levanta las manos en señal de paz—.
Me pongo cuanto antes, ¿pero no sería mejor que te sentaras con ella y
decidáis los términos juntos? Creo que al menos os debéis eso, por los años
que habéis sido felices.
Medito sus palabras y tiene razón. Lo último que quiero es acabar con
Camila en malos términos. Tenemos dos hijos en común y hemos disfrutado
de nuestra vida juntos, así que la idea de Adri me parece correcta. ¿Por qué
no se me ha ocurrido antes?
—Sí, creo que será lo mejor. Hablaré con ella y ya te aviso de lo que
hemos acordado.
—Perfecto. Nos vemos después en el gimnasio.
Asiento con la cabeza y lo veo salir de mi despacho. Bufo y me
recuesto en mi silla. Creo que me va a estallar el cerebro. Decido enviarle
un mensaje a Camila para quedar con ella lo antes posible y zanjar el tema.
Guillermo:
Hola. ¿Crees que podríamos quedar un día de estos para hablar?

Releo el texto antes de enviarlo. Es frío, como todos los que le he


enviado últimamente y como el que me mandará ella. Echo de menos sus
divertidos y sensuales mensajes, hace tanto que no los recibo…
Yo, como Adri, también pensé que nuestro amor sería para siempre. Si
de algo estaba orgulloso era de tenerla a mi lado, y todavía no entiendo
cómo hemos acabado así. Separados, lejos el uno del otro y, ahora que he
tomado la decisión de reunirnos, es todavía más real. Me enamoré de ella
nada más verla, ya de adolescente era una chica preciosa, de esas que te
hacían volverte loco solo con verla pasar. Pero lo que más enganchaba a
ella era su forma de ser, cosa que todavía conserva. Siempre ha sido una
mujer muy positiva, aunque ahora le cueste más sonreír y me duele pensar
que todo su sufrimiento es por mi culpa. ¿Cómo hemos llegado a esto?
Estoy bloqueado y no tengo ni idea de cómo manejar las cosas ni qué
cojones hacer con mi vida.
Recibo el aviso de un mensaje y sé que será de Camila. Hoy no
trabajaba así que estará más pendiente del teléfono.
Cami:
No hay problema. ¿Mañana te va bien? Entiendo que es para hablar del divorcio, ¿no?
Guillermo:
Mañana genial. He hablado con Adri y va a preparar los papeles.
Cree que debemos hablar nosotros antes para llegar a un acuerdo.

Cami:
Está bien. Después de llevar a los niños al cole estaré en casa toda la mañana. Ven cuando
quieras.
Guillermo:
Perfecto. Te enviaré un mensaje antes para avisarte de que voy.
Cami:
Ok.

Y ahí acaba nuestra fabulosa charla. Tengo el corazón encogido y,


después de este tiempo separados, no pensé que me iba a costar tanto
divorciarme de ella. No estábamos bien, es lo correcto y ahora no hay
marcha atrás. Me froto la cara con las manos, estoy abrumado y triste.
Maldito corazón, quién lo entiende.
★★★
En la calle hace un frío del carajo, estamos a mitad de diciembre y la
temperatura es bastante baja. Así que acelero el paso para llegar lo antes
posible al gimnasio que regenta mi hermano. Hugo es el propietario y
aparte tiene tiendas para alquilar motos de nieve en invierno y bicicletas de
montaña en verano. Es el único que no se ha dedicado al tema de la
hostelería, ya que Daniela dirige un hotel en Nueva York y Andrea lleva la
parte de marketing de nuestro hotel y trabaja conmigo codo con codo.
Son las siete y media cuando atravieso las puertas del gimnasio, es una
hora bastante concurrida y, al disponer también de un rocódromo, suele
estar muy lleno. Yo podría utilizar las máquinas del hotel, donde también
disponemos de uno más pequeño pero bastante completo. Eso estuve
haciendo después de la decisión de alejarme de Camila y vivir unos cuantos
meses en el hotel pero, una vez me di cuenta de que no podía estar siempre
ahí y que mis hijos necesitaban su espacio cuando estuvieran conmigo,
busqué un piso en el que instalarme. Adri y Hugo vieron la oportunidad de
alejarme por completo del hotel, para que hiciera vida social, y me
convencieron para volver a hacer ejercicio rodeado de gente.
—¡Buenas tardes, señor Guerrero! —me saluda la chica de recepción.
Es una jovencita rubia muy simpática y que ya lleva un tiempo trabajando
ahí.
—¡Buenas tardes! —Oigo el clic que me habilita la entrada. Es el
privilegio de ser el hermano del dueño. Le guiño el ojo a la chica para
agradecerle el acceso—. ¿Sabes si mi hermano está dentro?
—Sí, hace un rato que ha llegado. Lo que no sé decirle dónde lo
encontrará.
—No hay problema. Ahora lo busco.
Me dirijo al vestuario masculino y, al entrar, ya oigo la voz de Hugo.
Sonrío, mi hermano es uno de los tíos más positivos y felices que he
conocido en mi vida. Parece que nunca le preocupa nada, aunque yo sé que
no es así, pero es muy raro verlo triste o inquieto por algo. Es un soplo de
aire fresco y eso le lleva a estar rodeado de gente, sea del sexo que sea. Por
eso no me extraña que haya varias personas a su alrededor escuchando lo
que tiene que contar. Siempre hay risas y fiesta cerca de él.
—¡Hola, hermanito! —me saluda al verme entrar.
—¿Esto qué es, un gimnasio o un bar? —les digo a modo de saludo,
mientras estrecho las manos de Adri, Víctor un amigo y empleado de mi
hermano y de dos chicos más que me suenan, pero no conozco. Hugo pasa
de mi mano y me estrecha en un abrazo.
—Esto es pasarlo bien. Pero como tú eres un estirado y no haces más
que trabajar, pues no tienes ni idea de lo que es eso —se burla Hugo.
—Pues tú disfruta, que no eres consciente pero te está saliendo una
barriga que te cagas. —Ahora es mi turno para meterme con él, aunque sea
una vil mentira.
—¡Ay, hermanito! Deberías ir al oculista que la edad no perdona. —Lo
miro arqueando una ceja y veo que se levanta la camiseta—. Acércate a
contar cuántos abdominales ves aquí, chaval.
Niego con la cabeza y todos reímos por su comentario. La verdad es
que el capullo de mi hermano tiene un físico admirable. Le encantan los
deportes, sobre todo los de riesgo y se mantiene en forma. Nuestra hermana
Daniela cree que está demasiado obsesionado, pero es su modo de vida y él
es feliz así. Me cambio de ropa mientras ellos continúan la conversación y
cuando me estoy atando las zapatillas, noto que alguien se ha sentado a mi
lado.
—¿Va todo bien? —me pregunta Hugo.
—¿Adri ya se ha ido de la lengua?
—Algo me ha contado. —Levanto la cabeza y lo miro. Aunque es el
hermano más despreocupado, siempre está pendiente de los demás y nos
apoya a muerte.
—Le he enviado un mensaje a Camila. Hemos quedado mañana para
hablar y llevar a cabo el divorcio de una vez por todas. —Mi hermano
palmea mi rodilla dándome apoyo.
—¿Estás bien?
—Lo estaré. No soy el primero que se divorcia ni seré el último. Lo
que quiero es que acabe de la mejor manera posible y podamos entendernos
por el bien de Aura y Júnior.
—Pues no hay más que hablar. Y ahora vamos a meterle caña al
cuerpo, que tú sí que estás un poco fofo. —Se levanta veloz para no recibir
el guantazo que le lanzo y que acaba en el aire. No soy un tío obsesionado
con mi cuerpo pero, he de decir que para tener cuarenta y un años, no estoy
nada mal.
No pasamos desapercibidos cuando nos adentramos a la sala de pesas,
sobre todo para las chicas que la ocupan y que se fijan en los más jóvenes,
como pueden ser Hugo o Víctor que son a los que más conocen. Adri y yo
nos subimos a las cintas para realizar un poco de calentamiento antes de
tirarnos de cabeza a la clase de Body Pump que va a dar Víctor.
Apoyo la cabeza y los codos en la pared de la ducha para dejar que el
agua caliente relaje mis músculos. Un día este chico conseguirá matarnos.
Al final va a ser verdad que estoy muy mayor para esto. Por lo menos ha
hecho su cometido, me he entretenido y he sacado, por un rato, los
problemas de mi mente. Mañana será otro día, uno difícil sin duda
Capítulo 3

Camila

He empezado el día como el culo. Me he golpeado el meñique del pie


derecho en la pata de la silla de mi habitación, se me ha derramado la leche
por la mesa de la cocina y he roto un vaso. Todo esto en menos de quince
minutos. El enredo ha causado que Aura y Júnior casi perdieran el autobús,
con el consecuente enfado de Aura por tener que ir corriendo de buena
mañana.
Recibo un mensaje de Guille diciéndome que sobre las once y media
vendrá a casa. Los nervios consiguen que los latidos de mi corazón se
aceleren. Ya sabía que, tarde o temprano, iba a pasar pero que nos reunamos
para poner las cosas en orden, lo hace más real. Ya no hay marcha atrás,
aunque me cuesta aceptar esta sensación de pérdida y fracaso.
He barrido, fregado los platos y las tazas del desayuno, limpiado el
polvo e incluso puesto una lavadora. Todo para estar entretenida y que no
me coman los nervios. Estoy arreglando la habitación de Júnior cuando me
sorprende el timbre. Freno mis movimientos alarmada por lo rápido que ha
pasado la mañana e inquieta por saber a lo que me tengo que enfrentar. Me
miro en el espejo y observo mi aspecto. Estoy algo pálida y ojerosa, pero es
lo que hay. Ahora no creo que Guille se vaya a fijar en mi apariencia.
Corro hacia la puerta y me paro con la mano en el pomo para
recomponer un poco mi agitada respiración. Por Dios, parezco una
adolescente esperando a su primera cita. Abro y lo que veo tira por los
suelos todos mis esfuerzos para controlarme y ser fuerte. Un Guillermo
impecable, con un traje gris de tres piezas, camisa blanca y una fina corbata
negra me espera al otro lado de la puerta. Lo he visto así miles de veces
pero hoy parece que su apariencia me impresiona mucho más. ¿Será cierto
eso de que no valoras lo que tienes hasta que lo pierdes? Cuando acabo de
hacer mi reconocimiento, nuestras miradas se cruzan y yo me ruborizo, ya
que su media sonrisa demuestra que me ha pillado observándolo más de lo
necesario. Reacciono ya que parezco una tonta aquí parada en medio de la
puerta. Carraspeo para centrar la voz y que no se note tanto mi nerviosismo.
—¡Hola! Adelante. —Le doy paso con la mano.
Cuando voy a cerrar, me doy cuenta de lo ridícula que estoy a su lado.
Llevo una camiseta vieja, que tiene el cuello tan cedido que se me cae por
un hombro y unas mallas negras desgastadas. Me enfado conmigo misma
por darle tanta importancia a lo que él pueda pensar de mí. «Lo nuestro ya
se ha acabado y no le tienes que demostrar nada», me recuerda mi
conciencia de mal humor.
—¿Cómo va todo? —pregunta de forma cautelosa. Se hace raro que
después de tantos años juntos y de cómo nos conocemos, ahora, nos
tratemos con tanta frialdad.
—Aquí estaba, de limpieza —digo señalando mi indumentaria—. ¿Te
apetece un café o alguna otra cosa?
—Un café estará bien, gracias.
Nos dirigimos hacia la cocina, él se sienta en una de las sillas y coloca
unos papeles, que no me he dado cuenta de que llevaba, encima de la mesa
mientras yo pongo una cápsula en la cafetera. No le pregunto cómo lo
quiere, si en los últimos veinte años lo ha tomado de la misma manera, no
creo que ahora haya cambiado. Mientras espero a que el café termine, me
fijo que en una esquina hay algo que brilla. Le doy al botón para que el
líquido deje de salir y me agacho a coger lo que ha llamado mi atención en
el suelo. Es un cristal del vaso que se ha roto antes. Lo recojo, con la mala
suerte de que, al subir, mi mano tropieza con el pomo de uno de los cajones
y me corto en el dedo.
—Mierda —gruño llevándome el dedo a la boca.
—¿Estás bien? —me pregunta Guille que se ha levantado rápido al
oírme.
Su presencia a mi lado y la preocupación de su voz han hecho que mi
mente retroceda años atrás, cuando todo iba bien y él solía atraparme entre
el mármol y su cuerpo para robarme algún beso o toquetearme de forma
disimulada para que nuestros hijos no nos vieran. Respiro profundamente
para evitar que las lágrimas que se han juntado en mis ojos, por los
recuerdos, se derramen.
—Me he cortado con un cristal. No es nada.
—Déjame ver —me pide cogiendo mi mano para mirar el dedo.
Cierro los ojos ante su contacto. Sé que Guille me mira pero no puedo
evitarlo, es superior a mí. No hay duda de que lo que sentía por él todavía
no ha desaparecido o, a lo mejor, es el hecho de sentirme tan sola. Hace
mucho tiempo que nadie me mima ni se preocupa por mí. No necesito saber
que Guille está cerca, noto su aliento en mi frente, tengo la cabeza agachada
y es bastante más alto que yo. Pone sus dedos debajo de mi barbilla y me
eleva la cabeza. Abro los ojos y me encuentro con los suyos que se pasean
entre mi mirada y mi boca. Trago saliva ante la opción de que pueda
besarme, no sé si podría aguantarlo. Me acaricia la mandíbula y yo vuelvo a
cerrar los ojos ante su contacto.
—Creo que será mejor que pongas el dedo debajo del agua. Voy a
buscar una tirita.
Noto la ausencia de su contacto cuando me deja sola en la cocina para
ir al baño a buscar el botiquín. Esta ha sido su casa y es normal que
recuerde dónde está todo. Apoyo las manos en el borde del mármol y abro
el grifo para mojar el dedo. Esto va a ser muy complicado. No tengo ni idea
de lo que estamos haciendo y cada vez estoy más confundida.
Lo oigo regresar, cómo abre la caja de primeros auxilios y se pone a
mi lado. Cierra el grifo, coge una gasa y me seca la herida con ella. Cuando
comprueba que ya no sangra, coge el líquido desinfectante y echa un poco.
Quita el papel de la tirita y me rodea el dedo con ella.
—Listo. ¿Te duele? —me pregunta mientras recoge todo.
—No. Estoy bien, Guille. Solo ha sido un cortecito. No hacía falta que
me ayudaras, pero gracias.
—Normalmente eres tú quien cura a los demás, por una vez que sea al
revés no pasa nada. ¿Quieres que sigamos con lo del divorcio o prefieres
que venga otro día?
Su pregunta suena a excusa, como si él tampoco tuviera claro si
debemos continuar o no.
—Continuemos, no me apetece alargar esto más tiempo. No es fácil
para ninguno de nosotros, cuanto antes lo zanjemos, mejor. Voy a hacerte
otro café y nos sentamos.
—Como tú digas —dice con un tono de decepción—, voy a dejar el
botiquín en el baño.
Lo veo alejarse por el pasillo. Repaso la cocina con la mirada, se ha
quedado un ambiente raro que no sabría describir. Tengo claro que si Guille
me hubiera besado no habría sido capaz de frenarlo en ese momento y me
doy cuenta de que no sé si seré capaz de besar o tener intimidad con ningún
otro hombre. Siempre ha sido él y no tengo ni idea de cómo lo voy a sacar
de mi cabeza, mi cuerpo y mi corazón.
Dejo el café delante de Guille y me siento a su lado. Él recupera los
papeles y saca el bolígrafo del interior de la americana que cuelga de la
silla.
—Bueno, no sé muy bien por dónde empezar. Adri me ha pasado una
lista con lo que necesita saber de nuestro acuerdo para redactar el divorcio.
—Carraspea para seguir—. En primer lugar, ha puesto el piso. Creo que
esto está claro. Los niños y tú seguiréis viviendo en él, como hasta ahora.
—No me parece justo que yo no tenga que pagar alquiler y tú sí,
siendo este piso de tu propiedad —me quejo.
El piso fue un regalo de boda de mis suegros y está a nombre de
Guille, así que no me parece justo que yo me quede en él como si fuera
mío.
—Vamos Cami, no te pongas quisquillosa ahora. Esto es muy difícil
no lo compliques con tonterías. El piso es de los niños y es lógico que,
como su madre, vivas en él.
—Está bien. —Acepto sin protestar. Sé que Guille no se cree que no
vaya a pelear, pero también sabe que tengo un plan B, aunque no dice nada.
Ni loca podría pagar el alquiler de un piso como este de doscientos
metros cuadrados en Andorra con mi sueldo de enfermera. Pero sí puedo
ingresar una cantidad mensual en una cuenta para mis hijos.
—Los coches. Están los dos pagados y cada uno se queda con el suyo.
—Me mira buscando mi conformidad y yo asiento—. En referencia a los
niños, lo mejor es tener la custodia compartida y seguir como hasta ahora.
De momento no nos ha ido mal y los dos tenemos claro que lo primero son
ellos. Si necesitamos cambiar algún día o semana solo tenemos que hablarlo
y no hay problema.
—Me parece bien. Nuestras desavenencias tienen que afectarles lo
menos posible. Si ven que hay buen ambiente entre nosotros, lo llevarán
mejor —contesto sin parar de tocarme las manos, nerviosa.
—Cami, yo te quiero mucho —me dice cogiendo mis manos—.
Hemos estado juntos desde muy jóvenes y, durante todos estos años,
siempre has sido la mujer de mi vida. Las cosas no han salido bien y sé que
es muy complicado que seamos amigos, pero no por eso quiero que seas
infeliz ni hacerte la vida imposible.
—Lo sé, Guille. ¿Cómo hemos llegado a esto? Es decir, yo siempre he
pensado que nuestro amor sería para siempre. Nunca imaginé que lo
dejáramos morir de esa manera…
—¿Te arrepientes de la decisión de separarnos? ¿Quieres que lo
volvamos a intentar? —pregunta con lo que creo que es un deje de
esperanza.
Tardo un poco en contestar mientras nuestras miradas se analizan, pero
tengo clara mi respuesta.
—No. O sea, si supiera que todo volvería a ser como hace unos cinco
o seis años, no lo dudaría. Pero estamos desgastados, los últimos años han
sido de lo más complicados. Nos hemos hecho mucho daño y reprochado
mil cosas el uno al otro y esas heridas son difíciles de sanar. Quiero
recordar los buenos momentos, quedarme con un buen sabor de boca y
sonreír al recordar todo lo que hemos vivido. No soportaría que
volviéramos a los gritos o la frialdad con la que nos hemos tratado
últimamente.
—Lo entiendo. —Suelta mis manos y se centra en el papel de nuevo
—. Creo que no hay nada más que acordar entonces. ¿A ti se te ocurre algo?
Niego con la cabeza. Lo observo recoger los papeles y guardarlos.
Apura el café que no había probado, y que ya tiene que estar más que frío, y
se levanta.
—Guille —lo llamo. Él levanta la cabeza y me mira—. Gracias por
hacerte cargo de todo. Ya me pasarás mi parte de la factura por las gestiones
de Adrián.
—No te preocupes por eso. Sabes que él tampoco me va a cobrar a mí.
Ahora me voy, tengo una reunión en media hora —dice mientras nos
dirigimos a la puerta—. Por cierto, ayer estuve en el gimnasio con los
chicos y Hugo te manda recuerdos. Dice que a ver cuándo vuelves a ir a las
clases.
—La verdad es que debería incorporarme de nuevo, pero hace tiempo
que no tengo ganas.
—Bueno, pues nos vemos otro día. Tan pronto tenga una respuesta de
Adri, te aviso. —Se acerca a mí y me da dos besos. Antes de alejarse del
todo me susurra al oído, haciéndome estremecer—: Yo sí lo hubiera vuelto
a intentar.
Se mete en el ascensor, cruza los pies y se apoya en el fondo. Eleva la
cabeza y me mira, haciéndome recordar cómo me sentía a su lado hace
años. Veo cómo desaparece cuando las puertas se cierran y entonces cierro
yo la mía, con cara de boba. ¿He oído bien? ¿Lo volvería a intentar? ¿Por
qué todo es tan difícil? No lo puedo evitar, me dejo caer hacia el suelo
apoyada en la puerta y escondo la cara en mis manos para llorar. De rabia,
frustración y soledad…
Capítulo 4

Aura

¿Por qué todo tiene que ser tan rollo? Yo que siempre había querido ser
mayor, crecer rápido para hacer lo que me diera la gana. Pues resulta que
nadie te avisa que no es todo tan bonito como tú te imaginas. Últimamente
tengo la sensación de que cada día estoy más enfadada, me gasto un mal
humor que ni yo misma me reconozco. Juro que no me gusta nada sentirme
así, pero no sé qué hacer para cambiarlo.
Hoy es el último día de cole, empiezan las vacaciones de Navidad.
Antes me encantaban estas fechas, disfrutaba mucho con mi abuela en los
preparativos. Salíamos con mamá a comprar los regalos y papá siempre me
pedía ayuda para regalarle algo especial a mi madre. Todo ese buen rollo
acabó el año pasado, el primero que celebramos con mis padres separados.
Menos mal que tuvimos la visita de mi tía Daniela, ella sí que es guay. Este
año será todavía peor ya que ella no puede venir y lo celebrará en Nueva
York.
Me encantaría ser como mi tía Dani e irme a vivir a La Gran Manzana,
alejarme de todo el mal rollo que ahora hay en mi casa. Bueno, a decir
verdad, en casa solo hay tristeza, el mal rollo lo pongo yo, pero es que no
entiendo por qué se han separado. Si algo tengo claro es que todavía se
quieren y, como ya he dicho antes, hacerse mayor no es tan bueno. Me
parece que te vuelves más tonto, pierdes la visión de las cosas y te
complicas la vida de la manera más rara. Si algo he aprendido es que yo no
pienso ser como ellos. Cuando acabe mis estudios me voy a ir a trabajar a
Nueva York, allí seré una gran escritora y nunca, jamás, me pienso
enamorar ni dejar que nadie me enrede la vida.
—¡Hola! —Me giro para ver quién me saluda.
Voy camino de la parada para coger el bus e ir a casa de los abuelos.
Esta semana le toca a mi madre aguantarnos y, como ella trabaja, nos
quedamos con ellos en su casa hasta que nos recoge. ¿Cómo es posible que
no pueda quedarme yo solita en casa con dieciséis años?
—¿Qué quieres, Pablo? —le pregunto algo borde.
—No te has despedido.
Pongo los ojos en blanco. Ni que se fuera a acabar el mundo. Solo son
quince días de vacaciones pero Pablo es un exagerado. Nos conocemos
desde que íbamos a la guardería y, aunque los últimos años no coincidimos
en la misma clase, siempre hemos sido muy amigos. Es un gran apoyo pero,
en ocasiones, le cuesta entender que necesite estar sola.
—Adiós, Pablito. Que tengas buenas vacaciones —le digo y reanudo
mi camino.
—Espera, espera. —Corre y se pone delante de mí, obstaculizándome
el paso—. A veces te comportas de forma tan rara que te mandaría a la
mierda. Pero como te conozco hace muchos años y sé que no eres así, te lo
perdono.
Bufo, porque no quiero reírme, pero con él suele ser imposible
quedarme en el lado oscuro.
—No me digas que ahora te vas a poner moñas. —Me cruzo de brazos
y elevo una ceja. Pablo sabe que eso conmigo no funciona—. Sal de mi
camino que como pierda el autobús por tu culpa te vas a enterar.
—Te acompaño. —Reinicio el trayecto sin hacerle caso—. Sabes que,
si me pusiera moñas, no dudaría en robarte un beso ahora mismo.
—Inténtalo y reza para que tus piernas corran más que las mías y no te
alcance o el desenlace podría ser trágico.
—Sabes que nunca podrías cogerme —dice mientras rodea mis
hombros con su brazo y me enseña una sonrisa chulesca. Le pego un
puñetazo en el estómago y se dobla hacia delante soltándose así de mi
agarre—. ¡Joder, qué bruta!
—No juegues con fuego, amigo.
Sé que, si por él fuera, no le importaría que fuéramos novios pero es
mi amigo y, como ya he dicho, no quiero romances en mi vida. No hacen
más que complicarla. Miro a Pablo de reojo. La verdad es que es un chico
muy mono. Es un poco más alto que yo, su pelo es de un castaño muy claro,
casi rubio, lleva el flequillo algo largo y, en ocasiones, le tapa parte de sus
increíbles ojos azules. Si no fuera tan reacia a los temas del corazón... Sé
que está enfadado. A lo mejor sí que he sido un poco bruta, Pablo siempre
está ahí, haciéndome reír con sus payasadas y yo pago mi mal humor con
él.
—¿Te he hecho mucho daño? —le pregunto enlazando mi brazo con el
suyo.
—Todavía tienes que comer muchas espinacas para hacerme daño. —
Me mira y sonríe.
—Eres un creído.
—Pero tú me quieres mogollón. ¿A que sí? —pregunta y deja un beso
en mi mejilla—. Te voy a echar de menos estos quince días. Podríamos
quedar un día para ir al cine o a dar una vuelta.
—Pensé que te ibas de viaje.
—Me voy solo una semana.
—Bueno pues cuando quieras me avisas y, si estoy de buen humor, a
lo mejor hago el esfuerzo de quedar contigo.
—¡Oh! —Se queja llevándose las manos al pecho—. Has roto mi
corazón.
Este chico debería hacer teatro, se le da de maravilla.
—Eres un payaso —me quejo—. Hay cosas más importantes en mi
vida que salir contigo, amigo mío.
—Pues no debería. Tú eres mi prioridad número uno. —Se acerca a mí
y me vuelve a rodear los hombros con su brazo.
Río ante su comentario, no es la primera vez que me deja plantada por
una partida a la consola.
—Sí, ya…
Justo cuando llegamos a la parada del autobús, llega uno y
conseguimos subirnos. Me promete que me llamará para quedar un día en
las vacaciones. Yo bajo antes que él así que, cuando estamos llegando, me
deja un largo beso en la mejilla como despedida.
—Nos vemos, nena —dice antes de que baje haciendo referencia a una
película que hemos visto a escondidas hace unos días.
Le empujo y despeino su querido flequillo, cosa que sé que le molesta
mucho. Mi querido Pablo siempre me hace sonreír, aunque no tenga ganas
de hacerlo. Le da color a mi vida, qué le vamos a hacer.
♡♡♡
Sonrío al verla aparecer en la pantalla. Una vez a la semana, me conecto
con mi tía Daniela por videollamada. Es el momento que más disfruto. Con
ella puedo hablar de cualquier cosa, como antes hacía con mamá. Ahora no
quiero preocuparla con mis tonterías, bastante tiene ella.
—Hola, pequeña Flor. ¿Cómo estás?
—Hola, tía. Todo bien. Hoy empezamos las vacaciones de Navidad.
—Es verdad. Qué envidia que tenéis dos semanas libres.
—Yo casi prefiero ir al cole. Total, aquí no hacemos nada especial.
Todavía no tengo ni idea de con quién nos tenemos que quedar. Esto es una
mierda.
—Aura, cielo, controla esa boca. Ya hemos hablado de eso, ¿verdad?
Debes tener paciencia. Esto tampoco es fácil para ellos.
—Lo sé, pero es que las fiestas ya no son lo que eran. Y encima este
año tú no vienes.
—Pequeña Flor, mírame. No quiero que estés triste, ¿vale? No llores,
mi niña. Todo esto pasará y vendrán tiempos mejores.
—Me cuesta creerte. Todo sería mejor si ellos volvieran a estar juntos.
Antes, aún tenía esperanza, pero sé que ayer estuvieron hablando y al final
se van a divorciar, están preparando los papeles.
—¿Estuviste espiando, pequeña bruja?
—No. Se lo oí decir a mamá por teléfono. Creo que hablaba con Mía.
—Bueno, es una pena. Pero ellos son los adultos y los que deben
decidir. No se puede obligar a nadie a estar con otra persona. Tus padres
también se merecen ser felices y, a lo mejor, la forma de que lo sean es que
estén separados.
—No quiero ser mayor. Es todo demasiado complicado.
—Es verdad. Pero también tiene sus cosas buenas, te lo aseguro.
—Lo dudo, pero cuéntame. ¿Cómo van los preparativos de la boda?
—Bueno, bueno. Creo que, por fin, tengo vestido.
—¡Qué gran noticia! Pensaba que al final te ibas a casar en tejanos.
—No te rías. Seguro que iría más cómoda.
—Explícame, ¿cómo es?
—De eso nada. Es una sorpresa. Ya hemos escogido las flores. Al final
serán las que te gustaban a ti.
—Eran las más bonitas. Qué pena no poder estar ahí para ayudarte.
—¿Para ayudarme o para pasear por Times Square?
—Eso también. O subirme al Empire State.
—Hola, cariño. Estoy hablando con Aura. Ven a saludarla —dice mi
tía a la persona que acaba de llegar.
—Hola, Aura. ¿Qué tal?
—Hola, Malcom. Bien, por aquí, como siempre. ¡Oye! No te olvides
de guardarme unas entradas para ir a ver un partido de baloncesto contigo
cuando vaya para la boda.
—Eso está hecho. No te preocupes. Cuídate mucho, guapa. Te dejo
con tu tía.
—Un beso. —De pronto vuelve a aparecer la imagen de mi tía.
—Pequeña Flor, ¿has vuelto a escribir algo?
—En eso estoy, pero me cuesta concentrarme.
—Aprovecha estos días de vacaciones. Despeja la mente, ponte frente
el ordenador y deja volar esa maravillosa imaginación que tienes.
—Es que últimamente solo tengo ganas de matar a los personajes. Y
todo en su historia es triste. Si alguien acaba leyéndolo es posible que se
arranque los pelos de desesperación.
—Qué bruta eres. ¡Con lo bonito que son el amor, la amistad…!
—Hoy estáis todos un poquito empalagosos, ¿no?
—¿Todos? ¿Quién más ha osado hablarte de sentimientos positivos?
—Qué graciosa. Pablo, que está de lo más pesado. Es mi amigo y no le
gusta verme triste, así que no para de hacer el payaso para hacerme reír.
—Qué majo es ese chico y está loquito por ti.
—No alucines. Solo es mi amigo.
—Sí, claro. El pobre ya no sabe qué hacer para llamar tu atención y
seguro que eres una borde con el chico.
—Tía Daniela, si sigues por ahí, voy a colgarte.
—Ni se te ocurra. Aún nos quedan unos minutos. Explícame, ¿qué tal
está Júnior?
—Ya sabes que a mi hermano le pones delante una pantalla, un teclado
y un ratón y es el niño más feliz del planeta.
—No sé a quién habrá salido.
—Es adoptado.
—Qué bruja eres. No digas eso. Le habrán cambiado el cerebro porque
físicamente es igualito a Hugo.
—¿Quién es la mala ahora?
—Es verdad, pero es tu culpa. Eres una mala influencia.
—Sí, claro. Las culpas siempre son para mí.
—Sabes que te quiero mucho, pequeña Flor. ¡Oye!, tengo que dejarte.
He de ir a una reunión. Hablamos la semana que viene. Te aviso del día,
¿vale?
—Perfecto. Yo también te quiero, tía. Haz más fotos de la ciudad y me
las envías.
—Eso está hecho, cielo. Un besazo.
—Un beso.
Bloqueo el teléfono una vez ha desaparecido la imagen de mi tía. Es la
única que me entiende y no me trata como si todavía fuera una niña
pequeña. Por eso disfruto tanto cuando hablamos. Llevamos con estas
charlas unos dos meses. Es la única que sabe que escribo y que ha leído mis
textos. Es nuestro secreto. Además, casi cada día, me envía una foto curiosa
de Nueva York y me encantan. Tenemos una conexión especial y eso me
ayuda. Ojalá nunca se olvide de que yo sigo aquí y podamos mantener estas
conversaciones durante mucho tiempo.
Capítulo 5

Guillermo

Contratos, facturas y demás papeles invaden la mesa de mi despacho. Dos


días después de Navidad vamos a celebrar en el hotel el enlace de unos
amigos de mi hermana Andrea. No solemos hacer estos eventos, pero esta
pareja se quedó encantada con la celebración de la boda de Andrea, que
hicimos hace un año en nuestro hotel, y nos lo pidió como favor. En veinte
minutos tendría que estar aquí mi hermana para acabar de organizarlo todo.
Mientras espero para la reunión, recibo un aviso de mensaje. Es
Daniela. Parece mentira que esté tan lejos, es como un grano en el culo, no
hay día que no me escriba por alguna razón.
Daniela:
¿Es verdad que ya tienes el divorcio preparado?
Guillermo:
Y tú, ¿cómo narices te enteras de las cosas estando tan lejos?
Daniela:
Entonces, ¿es verdad? Tengo mi fuente.
Una que deberíais vigilar para que no se entere de las cosas a escondidas.
Guillermo:
¿Y cómo se ha enterado Aura?

Daniela:
Dice que se lo ha oído a Camila cuando hablaba por teléfono con Mía.
No es una crítica Guille, solo que tenéis que sentaros y comentarlo con ellos.
Ya no son niños pequeños y vosotros los tratáis como si lo fueran.

Mierda. Sé que Dani tiene razón, pero si todavía no sé cómo narices


enfrentarlo yo, ¿cómo voy a explicárselo a mis hijos?
Guillermo:
Menudo sermón. Pero tienes razón, hablaré con Cami.
¿Qué tal las charlas con Aura?
Daniela:
Sigue confundida, triste y enfadada. Pero creo que le va bien hablar conmigo y a mí me
encanta hacerlo con ella. Es una chica fabulosa. Deberíais implicarla más en vuestras cosas.
Guillermo:
Lo tendré en cuenta, canija. Gracias por ayudarme tanto.
Te dejo que tengo una reunión.
Daniela:
Un placer hacerlo. Te quiero, hermanito. Ya hablamos.

Dejo el teléfono encima del escritorio y me froto los ojos. ¿Por qué
coño es todo tan complicado? Así me encuentra Andrea cuando entra en el
despacho.
—¡Vaya!, qué mala cara tienes. ¿Quieres que venga más tarde? —
pregunta intranquila.
—No te preocupes. Vamos a sacarnos esto de en medio cuanto antes.
—¿Puedo ayudarte en algo?
Mi hermana Andrea no se parece en nada a Daniela ni de carácter ni
físicamente. En realidad, los cuatro somos muy distintos. Yo soy el que
pone el equilibrio entre los cuatro; Andrea es responsable y prudente, nunca
hace nada que ella piense que sea incorrecto, no da puntada sin hilo y eso
puede dar pie a pensar que es una mujer algo fría; Daniela es la parte tierna,
con un corazón enorme que se vuelca demasiado en los demás antes de
pensar en ella misma y Hugo es el positivo, el que nos hace reír, parece el
más despegado pero siempre está cuando lo necesitas. Estos son los
Guerrero, no somos perfectos pero intentamos hacerlo lo mejor posible.
—Gracias, Conguito por preocuparte por mí. Es lo mismo de siempre,
el divorcio.
—Jolines Guillermo, no me llames así y menos en el trabajo. Sabes
que no me gusta, alguien nos podría oír. —Río por su comentario. No lleva
muy bien el qué dirán, una soberana estupidez.
Hubo una época en nuestra infancia que se pasaba el día comiendo
esas bolitas de cacahuete y chocolate a todas horas. Empecé a llamarla así,
y como a ella no le gustaba, pues más lo hacía yo. Disfruto viendo cómo se
enfada al oírme.
—¿Qué tendría de malo? Soy tu hermano y te llamo como quiero —le
digo.
—Vamos al lío, anda.
Pasamos casi una hora en la organización de la dichosa boda. En estos
momentos recuerdo por qué no hacemos más celebraciones de este tipo.
—Bueno, por hoy suficiente. A ver si me da tiempo a ir un rato al
gimnasio —digo y recojo todos los papeles de la mesa y los agrupo en un
montón.
—Yo he ido esta mañana a hacer dos clases.
La observo en silencio toquetear su teléfono de forma despreocupada.
Hace días que trato de hablar con Andrea. Hugo y ella llevan una
temporada que no paran de pelearse, más de lo habitual y nadie sabe el
motivo de tanto recelo entre ellos. Nunca se han llevado a las mil
maravillas, son dos polos opuestos, pero tampoco había la tensión que hay
ahora cuando están cerca el uno del otro.
—¿Estaba Hugo? —indago para meterme en materia.
—Yo no lo vi. Supongo que era demasiado temprano para él.
—Ahora que estamos aquí los dos solos, ¿me vas a explicar qué pasa
con vosotros? —Noto que se tensa al mirarme.
—Nada especial —comenta recomponiéndose y recupera a la dura
Andrea de siempre—. Ya sabes que yo no soporto que me juzgue por no
llevar su estilo de vida tan desenfadado. Con él siempre es lo mismo, se
piensa que es un ser superior y que puede juzgar a todo el mundo.
—Me extraña que solo sea eso. ¿Seguro que no os pasa nada más?
Últimamente no hay quien os aguante cuando estáis cerca.
—Solo es eso. ¿Qué más puede haber? —contesta, pero rehúye mi
mirada. Estoy seguro de que miente.
—No lo sé. Voy a respetar que no me lo quieras contar. Pero sí que te
voy a pedir que, sea lo que sea, lo arregléis pronto. Vuestras peleas afectan
a toda la familia. Pronto llegarán las fiestas y estaría bien que las
pudiéramos pasar en calma.
—Por mi parte, no hay problema —afirma mientras se levanta de la
silla para irse—, me voy que tengo que recoger al peque.
Mi hermana se casó hace un año con Gerard, un prestigioso arquitecto
del país y tienen un niño, Jordi de tres años, que ahora está de lo más
gracioso.
—Pensé que estaba con Gerard.
—No, él está de viaje. En principio vuelve el lunes. Está con mamá.
Voy a buscarlo y me voy para casa —explica. Rodea la mesa del despacho y
deja un beso en mi mejilla para despedirse.
—Ya hablamos.
Me dice adiós con la mano y la veo salir. ¿Qué es lo que habrá pasado
con mis dos hermanos? Tendré que probar con Hugo a ver si le saco algo de
información.
★★★
En qué maldita hora pensé que venir al gimnasio un viernes por la tarde era
buena idea. Ya no tengo edad para esto. Todo es culpa de Hugo, me reta y, a
mí que no me gusta perder, acabo sacando el hígado en la clase. Hoy tocaba
Body Combat pero, como es habitual, acabamos los dos hermanos a
puñetazos el uno con el otro.
Toco mi pómulo con los dedos, maldito Hugo, mañana tendré la zona
morada. Él tampoco se ha ido de rositas. Lo veo entrar en el vestuario con
la mano en las costillas y me río. Eso le pasa por burlarse de su hermano
mayor.
—No te rías. —Me amenaza con el dedo—. Veremos quién se resiente
menos mañana.
No tengo ninguna duda de que yo voy a estar muerto, Hugo es diez
años menor que yo. Ya solo por ese dato, es lógico quién las va a pasar más
jodidas.
—Deberías ponerte hielo en ese pómulo —comenta Víctor.
—Joder, ¿tanto se nota? —Me levanto para observarme en el espejo
—. Eres un capullo, Hugo.
Lo empujo hacia atrás al ver que se acerca a mí.
—Déjame ver, hombre.
—Aléjate de mí. ¿Qué van a pensar en el hotel cuando me vean llegar
el lunes con el ojo morado?
—Que eres un tío duro —se burla mi hermano.
—Vete a la mierda.
—Vamos no te enfades. No lo he hecho queriendo.
—Solo faltaba.
Me siento para quitarme las zapatillas primero y la ropa después y
meterme en la ducha. A ver si así consigo relajar los músculos. Cuando me
incorporo, Víctor aparece con una bolsa con hielo cubierta por papel.
—Póntelo un rato, anda. Parecéis niños pequeños —nos acusa Víctor,
alejándose y negando con la cabeza. Se quita la ropa y lo veo desaparecer
en las duchas.
—Vamos a ir a tomar unas cervezas y picar algo, ¿te animas? —me
pregunta Hugo delante de mí en pelotas.
Lo pienso. Estoy molido, pero la otra opción es irme a un piso solitario
sin nada que hacer. Nadie me espera y la verdad es que no me apetece en
absoluto.
—Vale. Pero tápate, capullo. —Se pone la toalla delante de sus partes,
riendo.
Me levanto y voy hacia el espejo para ver el aspecto de mi pómulo.
—¡Joder! —exclamo sin poder reprimirme. Veo asomar la cara de mi
hermano por detrás de mí. Sigue en pelotas.
—Vas a tener que llamar a Andrea o a tu hija para que te presten el
maquillaje —suelta una carcajada.
Me giro y le lanzo la bolsa de hielo que cae al suelo sin rozarle
siquiera. Se ha marchado por patas. Podría guardarse sus gracias para otro
momento.
Vamos a un bar de tapas que no está muy lejos del gimnasio, donde
solemos ir a veces, ellos más que yo. Pedimos tres cervezas y unas raciones
de patatas, calamares, jamón que lo acompañamos con pan con tomate y
unas croquetas. Mientras esperamos la cena, saco mi teléfono de la mochila
y lo reviso. Tengo unos mensajes y aprovecho para revisarlos. El primero es
de Adri para decirme que se pone con el divorcio y avisarme que se va a
pasar el fin de semana a Barcelona. Le contesto con un pulgar hacia arriba,
sin más. El otro es de Cami. Antes de abrirlo, presiono la foto para hacerla
más grande. Ver la imagen donde sale ella, de perfil, con los ojos cerrados
oliendo una flor consigue hacer que el corazón se me acelere y note vibrar
el estómago. Está preciosa, como siempre. Suspiro y al levantar la cabeza
observo que Hugo y Víctor me observan curiosos.
—¿Qué? —pregunto mirándolos alternativamente.
—¿Qué coño estás viendo para tener esa cara de bobo? —indaga mi
hermano.
—Nada importante. —Bloqueo el móvil y lo dejo encima de la mesa.
—Sí, ya…
Justo en ese momento viene el camarero con nuestras tapas. Mi
hermano le pide otra ronda de cervezas, ya que de la primera casi no queda
nada en los botellines.
—Voy a lavarme las manos —me excuso. Cojo el teléfono de encima
de la mesa y me lo llevo. Necesito averiguar qué pone en el mensaje.
Los dejo burlándose de mí, pero paso de ellos. El baño está vacío.
Entro y pongo el pestillo para no perder el tiempo y abrir la aplicación.
Cami:
¿Cómo estás? Necesitaría un favor. ¿Podrías quedarte con los niños mañana por la noche? Si
no te va mal. He quedado para cenar con Mía.

Una sensación de decepción recorre mi cuerpo. Me reprocho a mí


mismo por ser tan estúpido. ¿Qué esperaba? Hemos decidido divorciarnos.
¿Qué cojones me pasa? Si la echo tanto de menos y lo único que quiero es
estar con ella, ¿por qué no se lo digo y acabamos con esto de una vez?
Apoyo las manos en el mármol y hundo la cabeza en los hombros. Estoy
bien jodido.
Guillermo:
No hay problema. Mañana hablamos.

No espero a mirar si lo ha leído o no. Necesito desconectar y la mejor


manera la tengo en el bar. Disfrutar y reírme con Hugo y Víctor. Mañana
será otro día de mierda pero, de momento, todavía es hoy.
Capítulo 6

Camila

Las tres de la tarde y todavía no tengo noticias de Guille. Mía lleva toda la
mañana llamándome para saber a qué hora quedamos, pero no tengo ni idea
de qué contestarle.
Estoy acabando de limpiar la cocina cuando Aura aparece detrás de
mí. Abre la nevera y saca el agua fría para beber.
—Ni se te ocurra —le advierto cuando veo que la botella va de camino
a su boca.
—Jolín, mamá.
—Coge un vaso, anda. No seas marrana. —Bufa pero obedece.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —me pide mientras llena el vaso.
—Claro.
—¿Siempre quisiste ser enfermera?
—La verdad es que no. Pero la economía de los abuelos, al llegar a
Andorra, no era nada buena. Así que tuve que buscar algunos estudios que
fueran económicos y que no tuviera que salir del país. No se lo podían
permitir. Enfermería fue lo que más llamó mi atención.
—¿En algún momento te has arrepentido?
—Nunca. Me encanta lo que hago a pesar de que no fuera lo que me
hubiera gustado estudiar.
—¿Qué habrías escogido si hubieras podido?
—Psiquiatría. Siempre me ha llamado la atención lo complicado que
es el cerebro, los sentimientos, la mente… Es el eterno desconocido, yo
quería averiguar más.
—Nunca lo habría adivinado. No tienes pinta de psicóloga o
psiquiatra.
—Vaya. ¿Y qué pinta debería tener? —le pregunto haciéndome la
ofendida, pero con una sonrisa.
—Yo qué sé. Lo que pasa es que como siempre has sido enfermera, no
te imagino de otra cosa.
—Ven aquí, anda —le pido. Tiro de su mano y la abrazo a mi cuerpo.
—Y tú, ¿ya sabes qué quieres estudiar?
—Ni idea —dice con la cabeza apoyada en mi hombro—. Solo sé que
tiene que ser de letras. Ya sabes que los números se me atragantan.
—Siempre puedes pedirle ayuda a papá. —Deshace nuestro abrazo y
baja la cabeza antes de contestarme.
—Paso. Prefiero algo de letras. Me gusta leer y estoy escri…
Justo antes de acabar la frase suena mi teléfono que está encima de la
mesa. Las dos nos giramos para ver quién llama. La cara de Guille, con esa
sonrisa que le hace achinar los ojos, alumbra la pantalla.
—Tengo que hablar con él —me excuso—. Hola, Guille.
—Hola, Cami. Lo siento. Ayer salí con mi hermano y Víctor y nos
acostamos tarde. —Su voz suena rasposa y eso me hace saber que también
se ha pasado de tragos.
—No pasa nada —le digo, aunque mi cerebro no piensa lo mismo.
Estoy enfadada y no sé por qué. Ahora puede hacer lo que le dé la
gana. La sola idea de imaginar que haya acabado en la cama con una mujer
consigue que mi estómago se revuelva. Respiro hondo. No quiero que ni él
ni Aura, que sigue en la cocina pendiente de nuestra charla, me vean
afectada.
—¿A qué hora quieres que pase a por los niños?
—Cuando tú quieras. Aura está aquí conmigo. Espera que le pregunto.
—Pongo el altavoz para que él oiga nuestra conversación—. Aura, cariño,
hoy voy a salir a cenar con Mía. Papá se va a quedar con vosotros. ¿A qué
hora quieres que venga a buscaros?
—¿Y no puedes ir a cenar fuera cuando no estás con nosotros? —me
reprocha Aura.
—Solo es una cena, cielo. —Intento mantener la calma y no
demostrarle cómo me duelen sus palabras.
—Pues que venga cuando le dé la gana. Total, vosotros siempre hacéis
lo que queréis sin contar con nosotros. Parecemos muñecos y somos
personas. —Deja el vaso, que todavía tenía en la mano, con fuerza en el
mármol y sale de la cocina enfadada.
—Ya la has oído. —Quito el altavoz y me llevo el teléfono a la oreja.
Tengo ganas de llorar pero me aguanto.
—Daniela me ha dicho que el otro día Aura te escuchó hablar con Mía
sobre los papeles del divorcio.
—De eso también tengo yo la culpa —intento defenderme de lo que ha
parecido una acusación en toda regla.
—No, joder. Solo que cree que deberíamos hablar con ellos en vez de
ocultarles las cosas. Ya son mayores y, aunque les cueste asimilarlo,
tendrían que enterarse de las decisiones que tomamos por nosotros.
—¿Tú también lo crees? —pregunto resignada.
—Sí, creo que sería lo mejor.
—Dios mío, Guille. Qué mal lo estamos haciendo.
—Nadie dijo que ser padres fuera fácil. Hemos tropezado, nos
levantaremos y la próxima vez, ya sabremos cómo saltar la piedra para no
volver a caer. —Se genera un breve silencio en la conversación—. No te
preocupes por Aura, se le pasará. Sal con Mía y desconecta un rato. Sobre
las ocho estaré por ahí. Que no cenen nada, nos iremos a comer algo guarro
de eso que les gusta a ellos.
—Vale. Gracias, Guille.
—Hoy por ti, mañana por mí. Nos vemos.
—Hasta luego.
Corto la llamada y suspiro. ¿Por qué es todo tan complicado, carajo?
♡♡♡
Guille llegó a la hora prevista. Esta vez vestía con unos tejanos y una
chaqueta, no por eso estaba menos guapo. En su rostro ya no había rastro de
que hubiera trasnochado. Esta vez yo estaba a su altura. No me había
arreglado en exceso, solo iba a cenar a casa de Mía pero, conociendo a mi
amiga, con ella todo era posible y no descartaba ser arrastrada a bailar a
alguna discoteca.
Toco el interfono del edificio de Mía moviendo los pies. Hace un frío
de muerte, ya ha caído alguna nevada y se nota el descenso de la
temperatura. Cuando esta me da acceso, subo hasta el segundo piso donde
ella ya me espera apoyada en la puerta.
—Hola, cielo. ¡Qué guapa te has puesto! —dice extrañada cuando me
quito la chaqueta.
—Me apetecía arreglarme un poco —le contesto elevando los
hombros para restarle importancia.
Solo llevo un pantalón azul marino, un top del mismo color y una
camisa transparente en amarillo. Supongo que lo que llama más la atención
es que me he maquillado.
—¿Eso significa que tenemos que salir a bailar?
—Tú me has invitado, tú mandas. Pero no estaría mal para despejarme
un ratito.
—¿Ha pasado algo en casa?
—Aura se ha ido enfadada. Dice que nunca pensamos en ellos y
siempre hacemos lo que nos da la gana sin tenerlos en cuenta.
—Siento decirte que tiene razón —comenta mientras nos dirigimos a
la cocina.
—Guille y mi cuñada Daniela también piensan lo mismo. Todo esto
me supera y no tengo ni idea de cómo afrontarlo.
—¿El ogro también lo piensa? —Pongo los ojos en blanco al oír el
apodo—. Pues me da a mí que él también tiene parte de culpa.
—Y no se la ha quitado. Me ha comentado que sería bueno hablar las
cosas entre los cuatro, que ellos ya son mayores y deberían enterarse de las
decisiones por nosotros.
—¡Vaya! Por una vez dice algo con sentido.
—Vamos, Mía. Sabes que Guille no es mala persona. No creo que él
esté disfrutando con esta situación.
—Yo no he dicho que lo haga. Solo creo que no la ha manejado como
debería.
—Los dos no lo hemos hecho bien.
—Esto de defenderlo siempre, ¿es por alguna razón especial? —me
interroga con curiosidad.
—¿Qué razón podría haber? Ha sido mi amigo, compañero y marido
durante muchos años. Además, es el padre de mis hijos. Supongo que es
motivo suficiente.
—Ya.
—¿Qué significa ese ya? —le pregunto con los brazos cruzados.
—Mira. Hace días que me estoy callando pero ya que estamos con el
tema, te lo voy a decir. Ese ya, significa que pienso que sois unos idiotas.
Que los dos seguís enamorados el uno del otro, pero que ha sido más fácil
separarse que esforzarse por superar los malos momentos.
—No es tan sencillo, Mía —aseguro con tristeza.
—Vosotros lo habéis complicado. Mírame y sé sincera conmigo —me
pide y me levanta la cabeza por la barbilla con su mano—. Dime que no
sientes nada cuando lo ves, que no te lanzarías a besarlo cada vez que está
delante de ti. Que no echas de menos que te abrace o que la idea de verlo de
la mano de otra mujer no te rompe el corazón.
No soy capaz de contestarle a ninguna de sus preguntas. Mi amiga me
limpia las lágrimas que descienden por mi cara y besa mi mejilla.
—No quiero estropearte la noche. Pero tenía que decírtelo. Es vuestra
vida y solo vosotros tomáis las decisiones pero, en esta, os estáis
equivocando. No tengo ninguna duda de que a Guille le pasa lo mismo. Si
no fuera así, estoy convencida de que ya estaría con otra mujer.
—El otro día en casa me dijo que a él no le importaría volver a
intentarlo.
—Madre mía, a vosotros no hay quien os entienda. —Se gira para no
perder la paciencia y abre el horno—. He hecho pizza. Espero que te
apetezca.
—Huele de maravilla. —Me mira y sonríe.
—Pues vamos a cenar y salimos a pasarlo bien.
—Un gran plan.
Después de devorar la comida y bebernos una botella de vino, nos
ponemos las chaquetas y cogemos rumbo a la calle. Nos apretujamos la una
contra la otra para no quedarnos congeladas. Mía vive en el centro de
Andorra, así que solo tardamos cinco minutos en llegar a nuestro destino. El
ambiente es agradable y la música, muy bailable. A las dos nos gusta
bastante mover el esqueleto así que, después de pedir nuestras bebidas, nos
dirigimos al centro de la pista y ya no hay quien nos pare. Pasamos parte de
la noche ahuyentando a los diferentes hombres que se han acercado a
nosotras. Mi objetivo no ha sido en ningún momento salir de aquí con un
hombre, sé que a Mía no le amarga un dulce y no le importaría, pero hemos
venido a pasarlo bien, es noche de chicas.
—¡Vaya, vaya! Mira quién acaba de entrar —me dice Mía en el oído
para que la oiga por encima de la música. Miro hacia la entrada y veo a
quién se refiere.
—¡Uff! No sé si me apetece que nos vea —le contesto a mi amiga
dando la espalda a la puerta.
—Demasiado tarde. Ya nos ha visto y viene hacia aquí.
—Mierda —susurro cuando noto una mano en mi cintura. Me giro
haciéndome la inocente. Como si no lo hubiera visto.
—¡Hola, Camila! Qué sorpresa encontrarte aquí —me saluda casi
chillando para que lo oiga.
—¡Hola, Alberto! —lo saludo con dos besos.
—Estás muy guapa —me susurra.
Alberto es cardiólogo. Nos vemos a menudo en el hospital cuando
pasa a realizar las revisiones a sus pacientes ingresados. Es un hombre
guapo, rubio con ojos azules y una barba bien cuidada. Hace dos años que
se separó de su mujer, así que es el soltero de oro. Además, su forma de ser
acompaña a su físico. Es cercano, atento y cariñoso con todo el mundo,
aunque Mía diga que conmigo, últimamente, lo es más. Hace varios años
que trabajamos juntos y nos llevamos bastante bien.
—Gracias. Tú también. Se hace raro vernos sin el uniforme —
comento.
Estamos muy cerca el uno del otro. Si Alberto se girara un poco,
nuestros labios se tocarían. Ese pensamiento hace que mi cuerpo se caliente
y me sienta inquieta. Hace mucho tiempo que no tengo sexo con un
hombre, cerca de un año para ser exactos. Guille y yo ya estábamos
separados, él vino una tarde a casa a buscar no recuerdo el qué, discutimos
para no variar y acabamos teniendo un sexo explosivo y de lo más
placentero. Esa fue la última vez, desde entonces, el que me acompaña
algunas de las noches es Lucas un vibrador color rosa que me regaló Mía.
De esos que lo estimulan todo, con mil velocidades y que incluso se
calientan. No es lo mismo, pero consigue arrancarme unos orgasmos
increíbles y me deja la mar de relajada.
—¿Quieres tomar algo? —pregunta antes de acercarse a Mía y
saludarla con dos besos.
Miro mi vaso y el de mi amiga que ya están casi vacíos. Los
apuramos, le agradezco la invitación y lo acompaño a la barra dejando a
Mía en la pista de baile.
—¿Has venido solo? —pregunto por hablar de algo mientras
esperamos las bebidas.
—Con unos amigos. Celebramos el cumpleaños de uno de ellos —
explica muy cerca de mí. Noto el roce de su barba en mi mejilla. Cuando se
separa, me mira y sonríe.
No se puede negar que tiene su encanto y que yo estoy muy
necesitada. El cuerpo es así de traicionero, el muy puñetero no se guía por
la razón ni por el corazón y se ha encendido como una antorcha.
Justo cuando nos están sirviendo, noto la presencia de alguien a mi
lado y cómo un brazo me rodea el hombro. Me giro para recriminar dichas
confianzas pero, cuando veo que el causante de ese abuso no es otro que mi
cuñado Hugo, me relajo. Me sonríe y deja un beso en mi mejilla.
—¡Hola, preciosa!
—¡Hola! ¿Tú no tuviste suficiente ayer? —le pregunto.
—Somos jóvenes, cuñadita. Ahora nos toca disfrutar. —Niego con la
cabeza.
Me giro y veo que Alberto nos mira. Me acerco a él para decirle quién
se ha prestado a tantas confianzas. Los acerco y los presento. Se saludan sin
más, a ninguno de los dos le ha caído bien el otro. Sobre todo a Hugo,
conozco a mi cuñado a la perfección y no necesito que me diga nada para
saber lo que está pensando.
Cuando ya tenemos las bebidas, me despido de Hugo. Le digo que he
venido con Mía y que me espera en la pista. Mira en la dirección que le
señalo y parece que su semblante se relaja. ¿Se habrá pensado que he
venido con Alberto? Intento no darle más vueltas al asunto. Al
desplazarnos, me tropiezo con Víctor, el amigo de mi cuñado y monitor del
gimnasio y aprovecho para saludarlo. Me acerco a Mía, le entrego su vaso y
volvemos a recuperar el ritmo de baile. Alberto va y viene durante la noche
entre nosotras y sus amigos. Bailamos alguna canción movida, un roce por
aquí, otro por allá, pero sin más.
Sobre las cuatro y media decidimos dar la fiesta por acabada.
Acompaño a Mía hasta su casa y allí pedimos un taxi para que me lleve a
mí a la mía. Ha sido una gran noche, lo he pasado genial y, por un rato, me
he olvidado de las preocupaciones de mi vida. Ya en casa, me pongo el
pijama y desmaquillo mi cara. Mientras me miro, recuerdo los roces del
duro cuerpo de Alberto y sus manos apretando mi cadera. Una punzada en
mi sexo demuestra que estoy caliente y necesito liberarme. Estoy sola, así
que no dudo en sacar a Lucas de su escondite. Me quito el pantalón del
pijama y la braguita, estiro mi cuerpo en la cama, abro las piernas y dejo
que mi amigo haga su trabajo. No tardo ni cinco minutos en correrme, sin
reprimir mis gemidos, y acabo con su nombre en mis labios. Guille, maldito
Guille.
Capítulo 7

Guillermo

Son cerca de las doce del mediodía cuando entro en casa de mis padres. Es
domingo, el día que suelo comer con ellos, sin prisas ni estrés, alargando la
sobremesa. Hoy también vendrá Hugo, a ver si puedo quedarme un rato a
solas con él y consigo sonsacarle qué se trae con Andrea.
—¡Hola, mamá! —la saludo cuando entro en la cocina.
A Manuela, que así se llama mi madre, la encuentro con la cabeza
metida en el horno. Le encanta cocinar, es una pena que, después de tantos
intentos, ninguno de nosotros haya heredado su pasión. Nos defendemos
bastante bien, gracias a ella, por supuesto, pero nada destacable.
—¡Hola, cariño! Has venido pronto —dice alejándose del horno y
cerrando la puerta. Se acerca y me da un beso—. ¿Cómo estás?
—Bien. Acabo de dejar a los niños con Cami. Ayer salió de cena y me
quedé con ellos. No tenía nada más que hacer y he venido para ayudarte.
—Vaya, pues gracias. ¿Quieres pelar unas patatas? —Me ofrece la
bolsa y el cuchillo.
—Claro. —Desabrocho los botones de los puños de mi camisa y la
doblo hacia los codos.
—¿Qué tal está Cami? Hace días que no la veo.
—Creo que bien. No hablamos mucho fuera de los temas relacionados
con los niños. El otro día fui a casa para aclarar con ella el divorcio. —Mi
madre frena el cuchillo con el que estaba cortando una cebolla y me mira.
—¿Al final lo vais a hacer? —Asiento con la cabeza—. ¡Ay, hijo!
Espero que lo hayáis pensado con claridad.
—Supongo que ya no hay marcha atrás. Creo que es lo mejor que
podemos hacer, acabar con este capítulo de una vez por todas. Juntos no
podemos estar, así que cada uno por su lado e intentar ser felices de otra
manera.
—¿Te has enamorado de otra? ¿Por eso no podéis estar juntos?
—No, mamá. Ahora mismo no tengo cabeza para volver a
enamorarme. Tampoco tengo muy claro que no siga queriendo a Camila.
Sigo hecho un lío. El otro día le dije que no me importaría volver a
intentarlo. Ella no quiere. Prefiere quedarse con los buenos momentos a
darnos una oportunidad y que lo acabemos jodiendo todo hasta llegar a
odiarnos.
—Acertada o no, es su decisión. A veces, el miedo no nos deja
avanzar. Si vosotros lo tenéis claro, pues adelante. Ya sabes que tendréis
nuestro apoyo para lo que necesitéis.
—Lo sé, mamá. Muchas gracias. —Me acerco a ella y dejo un beso en
su cabeza.
—¿Habéis hablado con Aura y Júnior? —pregunta.
—No. Ese es otro tema peliagudo. Aura está insoportable y con razón.
Se ha enterado del divorcio por una conversación y se queja de que no
contamos con ellos para nada.
—Guillermo, cariño. Tus hijos ya no son unos bebés. Son mayores y
deberíais hacerles partícipes de vuestras decisiones, les afectan de forma
directa. Pueden enfadarse más o menos, pero deben saberlo por vosotros —
me abronca mi madre con cariño.
—Daniela ya me ha reclamado lo mismo. Joder, mamá, ¿por qué es
todo tan difícil?
—La vida es así, cielo.
—Pues vaya —me quejo como si fuera un niño pequeño. Ella me mira
y sonríe.
—He pensado, si a ti no te molesta, invitar a Camila a comer en
Navidad. Ella siempre ha sido de la familia y no me gusta que esté sola.
—Por mí no hay problema. A ver si ella acepta, ya sabes lo cabezona
que es.
—De eso me encargo yo.
Cuando estoy acabando de pelar las patatas aparecen Hugo y mi padre
en la cocina.
—¡Hola, familia! —saluda mi hermano con su desparpajo habitual y
aprovecha para robar una zanahoria que ha encontrado pelada.
—¡Hugo! —le chilla mi madre—. Ya sabes que no me gusta que me
cojas la comida.
—Menudo saludo, mamita —se burla este cogiendo a mi madre por la
cintura y elevándola para dar una vuelta con ella en el aire.
—Bájame, burro, que se me va a quemar la comida. —La deja en el
suelo, pero antes le planta un sonoro beso en la mejilla—. Mira que eres
zalamero.
Pongo lo ojos en blanco, mi hermano tiene una gran habilidad para
manejar a las mujeres, no hay ninguna que no sucumba a sus encantos.
Saludo a mi padre que niega con la cabeza por la actitud de su hijo
pequeño, aunque no puede evitar que una sonrisa invada su cara. Me
comenta que ha estado en el hotel y que mañana tendríamos que hablar de
algunos temas que le preocupan. Cada vez está menos activo, pero se resiste
a alejarse demasiado. Lleva unos meses que está bastante pachucho y mi
madre no le deja aparecer por el hotel tanto como a él le gustaría. Sé que
está contento con mi gestión y que sus visitas o decisiones son más para
sentirse un poco útil y seguir activo.
Noto la vibración del teléfono en el bolsillo, lo saco y veo que es un
mensaje de Camila:
Cami:
¿Podríamos quedar esta tarde para hablar con Aura y Júnior?

Frunzo el ceño al pensar en por qué ahora le vienen las prisas. No me


pienso negar. Es algo que debemos hacer, sí o sí.
Así que le contesto:
Guillermo:
Claro, no hay problema. Voy a comer con mis padres y luego me paso.

—¿A qué viene esa cara de acelga? —me pregunta Hugo.


—Nada. Un mensaje de Cami.
—Chicos, ¿podéis poner la mesa? —nos pide mi madre. Yo cojo los
platos y mi hermano viene detrás con los vasos.
—Por cierto, ayer me la encontré en la disco. —Levanto la cabeza de
la tarea para mirarlo. Me llama la atención el tono utilizado.
—Iba a cenar con Mía y me quedé yo con los niños. También tiene
derecho a salir, ¿no?
—Yo no he dicho lo contrario. —Se queda en silencio, de ese
incómodo, como si me quisiera decir algo pero no se atreviera.
—¿Había mucha gente? —pregunto para ver si continúa y me dice
algo más.
—Como siempre.
—¿Con quién saliste?
—Con Víctor. —Se genera otro silencio.
Coloco y recoloco los platos para centrarlos. Una gilipollez, vamos.
—¿Por qué no me preguntas lo que quieres saber? —interroga Hugo.
—¿Por qué no me dices tú lo que estás deseando?
—Seguramente no te gustará lo que tengo que decirte. —Chasqueo la
lengua.
—Por eso no pregunto. —Nos miramos. Él deseando decírmelo y yo
con ganas de saberlo—. Venga desembucha. Nos estamos divorciando, así
que debo hacerme a la idea.
—Estaba con Mía, pero no paraba de rondarla un médico, un tal
Alberto. Ese no tarda en intentar ligársela.
Noto la bilis subiendo a mi garganta cuando unas imágenes de ellos
dos, besándose, cruzan mi cerebro. Intento mantener la respiración pausada
mientras Hugo no quita sus ojos de mí. No quiero que vea de qué manera
me afectan sus palabras. Sé que suena injusto, pero me da rabia lo poco que
ha tardado en lanzarse a los brazos de otro. Esto me deja más claro, si cabe,
que ella no lo volvería a intentar conmigo porque ya no me quiere.
—Bueno, está en su derecho. Ahora puede liarse con quien quiera. Es
libre, solo falta firmar el papel.
—¡Oye, frena! Yo no he dicho que se estuvieran liando. Ella se ha
comportado muy correcta en todo momento, pero a él ganas no le han
faltado. Estoy seguro de que se ha ido con un buen dolor de huevos.
—Lo que ella haga a partir de ahora, no es mi problema, siempre que
no perjudique a mis hijos. —Ahora sueno enfadado.
—¡Joder, Guille! Si lo llego a saber, no te digo nada. Pero para no
importarte lo que haga Camila, suenas un poquito celoso.
—Vete a la mierda, Hugo.
Me giro y me vuelvo a la cocina. Mi querido hermano ya me ha
fastidiado la comida. Si tenía alguna duda de que, por mi parte, nuestro
amor no se ha acabado, esta conversación me lo acaba de confirmar. No sé
qué cojones voy a hacer cuando la vea de la mano de otro hombre.
★★★
A media tarde estoy picando el timbre de la puerta de mi antigua casa. Es
Júnior el que me abre.
—¡Hola, papá!
—¿Cómo estás, campeón?
—Pues aquí, intentando arreglar un algoritmo que no veo claro. —
Revuelvo su pelo. No sé a quién habrá salido este niño—. Mamá está en la
cocina y Aura, en su habitación.
—Voy a ver a mamá.
—Vale. —Lo veo desaparecer por el pasillo y sonrío.
Júnior es feliz en su mundo, rodeado de ordenadores y juegos. En
ocasiones no sé si lo hace para evadirse del día a día y poder afrontar
nuestra separación sin que le duela tanto.
Me dirijo hacia la cocina y, cuando llego, me apoyo en el marco para
observar a Cami. Ella no me ha oído llegar, está de espaldas colocando unos
platos en su sitio. Al moverse, me doy cuenta de que lleva puestos los
auriculares y tararea bajito. El sábado cuando vine a buscar a mis hijos y la
vi, no pude evitar que el corazón me saltara en el pecho. Estaba arreglada
para salir y se la veía radiante. Se había maquillado y ese hecho hacía
resaltar, más si cabe, sus preciosos ojos marrones. Esos que, cuando le da
mucho el sol, se vuelven verdes. A los que le acompañan unas enormes
pestañas que acaban de rematar una mirada de lo más increíble.
Hoy va vestida de deporte, parecido al día que vine para el divorcio. A
mí me gusta de todas las maneras, para qué me voy a engañar. Tengo que
reprimir las enormes ganas de acercarme a ella, rodear su cintura y besar
ese hermoso cuello, al que hoy podría tener acceso ya que lleva una coleta
alta que lo deja libre. Meto las manos en los bolsillos del tejano para
adaptar un poco mi miembro que se ha emocionado con la imagen y los
deseos de mi cerebro.
Justo en ese momento, ella se da la vuelta y su cuerpo pega un salto al
no esperarse mi presencia que casi acaba con el vaso que lleva en la mano,
en el suelo.
—¡Jolín, qué susto! —dice retirándose los auriculares—. Pensé que
me ibas a avisar cuando vinieras.
—Lo siento, al estar tan cerca, no pensé que fuera necesario.
Tanto el piso donde vive Camila, como el que he alquilado yo, están
muy cerca de la casa de mis padres y del hotel. Cuando decidí buscar una
vivienda para iniciar mi nueva vida, no quise alejarme mucho de ellos ni del
hotel. Así que he venido dando un paseo.
—No pasa nada. ¿Quieres algo?
«Abrazar tu cuerpo, besar esos maravillosos labios, acurrucarme
contigo en la cama, follarte», pienso pero no se lo digo, claro. Elevo una
ceja de forma sugerente y ella, al darse cuenta de que su petición ha sido
demasiado genérica, rectifica.
—¿Un café, una cerveza? —vuelve a preguntar sonrojada.
—Una cerveza estará bien, gracias. —Se dirige a la nevera y yo me
siento en una de las sillas—. ¿Qué tal ayer?
—Genial. La verdad es que me ha ido bien poder despejarme unas
horas. Aunque tu hija casi ni me habla —dice preocupada.
—Ya se le pasará. Tiene que entenderlo.
—Eso espero —suspira resignada—. Voy a llamarlos y charlamos con
ellos.
Le pego un largo trago a la cerveza para ver si así consigo que se
deshaga el nudo que tengo en la garganta. Estoy muy nervioso y no sé cómo
encarar la charla que se avecina.
—¡Hola, papá! —me saluda Aura que viene envuelta en un enorme
jersey rojo de lana.
—¡Hola, cariño! —Le cojo de la mano y le beso la palma.
Echo de menos a mi pequeña princesa, esa que siempre estaba encima
de mí y me repartía besos por toda la cara sin cesar. Ahora es difícil que me
dé uno, sobre todo si está enfadada, que es lo habitual durante este último
año.
Nos sentamos alrededor de la mesa. Cami me mira y yo a ella.
Ninguno de los dos sabe cómo empezar. Esto es complicado de cojones.
—Bueno —dice Camila carraspeando—, papá y yo hemos pensado
que os debíamos una conversación. El otro día estuvimos hablando y ya
casi están preparados los papeles del divorcio.
—¡¿En serio?! —comenta Júnior decepcionado. Supongo que todavía
albergaba alguna esperanza en nuestra reconciliación.
—Sí, campeón. Ya llevamos un tiempo separados y es hora de poner
las cosas en orden —continúo yo—. Todo seguirá como este último año.
Vosotros viviréis aquí con mamá y tendréis vuestra habitación en mi piso.
Lo único que cambia es que ahora ya estaremos separados legalmente y
cada uno podrá hacer su vida.
—¿Eso significa que ya podréis tener otras parejas? —indaga inquieto
Júnior.
—Significa que cada uno seguirá su vida por separado y que cabe la
posibilidad de que, en un futuro, sí pueda haber otras personas a nuestro
lado —explica Camila con calma y yo no soy capaz de levantar la cabeza
para mirarla. No me hace ni puñetera gracia imaginármela con otro hombre.
—Aura, ¿no piensas decir nada? —le pregunto al verla tan callada y
cabizbaja.
—Nada de lo que diga cambiará esta situación, ¿a que no? —Nos
quedamos en silencio dándole la razón—. Pues para qué voy a gastar saliva.
—Yo no quiero vivir con extraños —se queja Júnior.
—A ver, estamos pensando en cosas que todavía no han pasado. A lo
mejor no pasan nunca o puede que hasta pase mucho tiempo —intenta
calmar los ánimos Cami—. Tanto papá como yo solo queremos que sepáis
que vamos a intentar hacer las cosas bien y siempre pensando en vosotros.
—¡Y una mierda! —estalla mi hija.
—Aura, no le contestes así a tu madre —reclamo.
—Nunca pensáis en nosotros ni nos tenéis en cuenta para nada —grita
y se levanta con fuerza tirando la silla al suelo—. Si os importáramos un
poco, os habríais molestado en hablar con nosotros antes para saber cómo
estamos o qué sentimos con esta situación. Ha pasado más de un año desde
que os habéis separado y, en todo este tiempo, ninguno se ha preocupado en
saber qué pasa por nuestras cabezas. Así que lo siento, pero ahora no me lo
trago.
—Cariño, nosotros… —intenta hablar Camila.
—¿Sabes qué? Ahora soy yo la que no quiere hablar con vosotros. Me
voy un rato a casa de los abuelos —dice al salir por la puerta.
—Espera que te acompaño —le pide Júnior y se levanta para irse con
ella—. Lo siento, pero creo que Aura tiene razón.
Camila se levanta para frenarlos y yo la detengo. No hemos sabido
manejar bien la situación y esta es la consecuencia. Nuestros hijos de
catorce y dieciséis años nos acaban de dar una lección y ahora solo nos
queda apechugar y aprender de los errores.
Capítulo 8

Camila

No hubo portazo ni dramas. Nuestros hijos nos dejaron en la cocina


rodeados de silencio y con cara de bobos. ¿Qué se puede hacer en este
caso? Pues resignarse y bajar la cabeza. No soy capaz de mirar a Guille que
parece tan resignado como yo hasta que abre la boca.
—Cami —susurra.
—Ni se te ocurra —le reprocho enfadada.
—No tienes ni idea de lo que te iba a decir.
—Pero me lo imagino. Esto no es solo culpa mía.
—En ningún momento he dicho eso.
—No lo has hecho pero se te nota en la cara. Me lo dice tu mirada. No
tenía que haberte hecho caso. —Estoy muy ofuscada y me siento tan
culpable que no tengo ni idea de si las cosas que digo tienen sentido.
—Pero qué cojones… ¿Qué pasa, tienes alguna clase de superpoder y
me lees la mente? —Ahora es él quien suena enfadado.
—Por supuesto que no. Pero te conozco, Guille. Es más fácil que la
culpa sea del otro que asumir que tú también te has equivocado —le digo.
Me levanto y empiezo a recoger los vasos que hay en la mesa.
—Camila, ¿tú te oyes? Ni siquiera he abierto la boca y ya me estás
reprochando algo que no tiene sentido. ¿Te das cuenta de que por cosas
como esta estamos separados?
—¡Lo ves! —chillo—. Siempre es culpa mía. Tú eres el perfecto, el
que nunca se equivoca.
Lo oigo bufar y se levanta interponiéndose en mi trayectoria. Me coge
de las muñecas de forma suave, elevando mis brazos hasta que chocan con
su pecho y me frena. El contacto de su piel con la mía me hace estremecer.
Cierro los ojos para que no pueda ver lo que siento. Estoy colapsada por los
acontecimientos y su cercanía no me ayuda en absoluto.
—Mírame —me pide muy cerca. Niego con la cabeza— Por mucho
que cierres los ojos, no voy a desaparecer.
—Suéltame, por favor y vete. Necesito estar sola.
—No pienso dejarte en este estado.
—Por favor… —Es una súplica pero no ha sonado como tal. Mi
cerebro y mi corazón han hablado a la vez—. No me tortures más. Lo
nuestro ya se ha acabado, tú ya no sientes nada por mí…
—¿Eso también lo has visto con tu superpoder? —Su pregunta tiene
un toque de ironía que consigue hacerme enfadar de nuevo.
—Lárgate —bramo. Me suelto de su agarre y lo empujo.
—No tienes ni puta idea, Camila. —Su dura mirada me hace saber lo
dolido que está. No debería sentirse así, yo oí de su boca cómo le decía a su
hermana Daniela que lo nuestro estaba acabado y que ya no había amor—.
Pero da igual, ya me he enterado de que no has tenido problema en
olvidarme con un médico.
—¿En serio? —le pregunto con el ceño fruncido—. Eso no es verdad
y, si así fuera, estoy en todo mi derecho, ¿no crees?
—Contéstame a una pregunta, ¿de verdad ya has olvidado todo lo que
vivimos juntos? —Lo veo apretar los puños a ambos lados de su cuerpo.
No sé cómo interpretar ese gesto. Todo su cuerpo está tenso, como si
estuviera celoso, pero eso no puede ser, ¿no? Si sigue enviándome tantas
señales contradictorias, voy a volverme loca. Es imposible que no me
acuerde de sus besos y sus abrazos. De cómo me hacía reír, de nuestras
sesiones de cine en el sofá, cuando los niños ya se habían dormido, en las
que acabábamos sobándonos y disfrutando el uno del otro. Todo eso es
imposible de olvidar. Pero también recuerdo las peleas, los reproches y las
noches solitarias llenas de lágrimas. Esta parte tiene un peso muy
importante y difícil de ignorar.
—Me acuerdo de todo. De lo bueno y de lo malo. Ese es el problema.
—Su semblante cambia. Parece resignado—. Ahora deberías irte.
—Está bien, me voy. Pero antes quiero que sepas que, a diferencia de
ti, en mi balanza pesan más los buenos momentos. Recuerdo cada vez que
he sido feliz a tu lado. Que estas manos —las levanta y me las enseña
mientras se acerca a mí muy despacio—, han recorrido y adorado tu cuerpo.
No puedo olvidar todos los besos que te he dado y, cuando cierro los ojos
por la noche, todavía puedo oír tus gemidos cuando te corrías entre mis
brazos. Para mí, todo eso tiene mucho más peso.
Pasito a paso se ha ido acercando a mí y ahora estoy acorralada entre
su cuerpo y la encimera de la cocina. Mi corazón bombea con tanta fuerza
que, probablemente, se pueda notar a través de la camiseta. Tengo la
respiración agitada y la mirada centrada en su pecho. Me hormiguean las
manos por las ganas de elevarlas para poder tocar su cuerpo. «Camila,
recupera la cordura», me pide mi cerebro. «Camila, disfruta, te lo mereces»,
murmura mi corazón. Esto es un tremendo error, lo sé. Como también sé
que, si me toca, no creo tener la fuerza de voluntad necesaria para pararlo.
—Si me pides que me vaya lo haré, si no voy a besarte.
Mi silencio le da la respuesta. Noto cómo sus manos enmarcan mi cara
y me la levanta para tener acceso a mi boca, entreabierta, preparada para
recibirlo. Mis ojos se cierran a la espera de su contacto. Noto su aliento en
mis labios, pero sin rozarlos.
—Mírame, Cami. Necesito que me veas. Si no abres los ojos, no te
besaré.
Maldito. Los abro y me tropiezo con esos profundos ojos oscuros,
llenos de pasión.
—Hazlo —le pido. Tengo tantas ganas de notar sus labios que creo
que me voy a desmayar.
Veo su lengua asomar y cómo recorre mis labios, empieza por el
superior y dibuja el contorno con demasiada lentitud. Nuestras
respiraciones se unen y yo estoy a punto de perder la cordura. Así que no
me lo pienso más, desconecto el cerebro y me dedico a sentir. Me lanzo a su
boca, desesperada, necesitada. Se oyen gemidos, no tengo muy claro si son
míos o de Guille y nos devoramos con besos profundos y exigentes.
—Espera, espera. —Pongo mis dedos en su boca para parar el
contacto—. Solo vamos a aliviar el calentón, solo sexo. Nada de hacerse
ilusiones ni reconciliaciones. ¿De acuerdo?
—Vale, lo que tú quieras —contesta con premura y me sienta en la
encimera.
Regresa a mis labios. Sus manos están apoyadas en mis caderas,
acercándome así a su cuerpo. Noto su miembro duro que presiona mi
vientre. Abandona mi boca para besarme la mandíbula y descender por mi
cuello. Me está volviendo loca y mi sexo palpita con ansia. Estoy muy
cachonda y necesito que me penetre cuanto antes.
—¡Joder, cómo te echaba de menos! —susurra en mi oreja. Cierro los
ojos. «Esto es solo sexo, placer», me recuerdo.
—Deja de hablar y ve a por la faena —le pido desabrochándole la
camisa para recrearme en su torso.
No quiero que sea tierno y dulce, necesito disfrutar y que me haga ver
las estrellas. Noto sus manos en el bajo de mi camiseta y le ayudo a
sacármela. Mientras Guille me recorre el cuello con la boca, yo me
desabrocho el sujetador y lo lanzo al suelo. Él se separa y me mira. No me
gusta que me mire así, sus ojos expresan más que deseo. Tiro de la presilla
de su tejano y lo vuelvo a acercar a mi cuerpo. Por favor, voy a explotar.
¿Cómo es posible que se lo tome con tanta calma?
—Tranquila, nena. No hay prisa. —Lo miro y elevo una ceja. Parece
que no ha oído nada de lo que le he dicho hasta ahora. Me sonríe, sabe que
estoy a punto de perder la paciencia—. Solo sexo, lo sé.
—Pues, ¿a qué esperas? —le reprocho. No quiero preliminares, solo
que me penetre. Que sea rudo y fuerte, solo por placer.
Se queda parado unos segundos y se muerde el labio inferior. Algo le
ronda la cabeza.
—Está bien, tú mandas.
Me baja de la encimera y me da la vuelta quedando de espaldas a él.
Arrastra las mallas con las bragas hasta mis tobillos y me las quita de un
solo pie. Se incorpora y me da una cachetada en el culo. Jadeo, esto es lo
que necesito.
—Abre las piernas, nena. ¿Estás preparada? —pregunta
comprobándolo con sus dedos que resbalan por mis pliegues—. Me
encanta.
Oigo cómo se desabrocha el cinturón y los botones. Apoyo mis codos
en la encimera y me preparo. Sé que me dará lo que quiero y estoy ansiosa
por recibirlo. No se demora y me penetra con fuerza y hasta el final. No
para como hacía cuando estábamos juntos para comprobar si estoy bien.
Hace lo que necesito, entra y sale de mi cuerpo sin piedad, arrancándome
gemidos y gritos de placer. Esto no está bien, pero es solo sexo, la
necesidad física de liberarte y disfrutar.
Bajo la mano y estimulo mi clítoris, no me falta mucho para estallar y
sé que él se está conteniendo hasta que yo llegue.
—No pares, un poco más —le suplico acelerando mi movimiento—.
¡Oh, mierda!
Noto que sus dedos se clavan en mis caderas y se frena con un
gruñido, vaciándose en mi interior y acompañándome en el orgasmo.
Hundo la cara en mis antebrazos, tengo la respiración agitada e intento
recuperarme. Ahora que ya no nos embriaga el placer, me doy cuenta de la
estupidez que acabamos de hacer. No puedo mirarlo. Me incorporo
buscando mi camiseta, es larga y me cubre hasta media rodilla, la recupero
en el suelo y me la coloco para taparme. Oigo que Guille también se viste.
—No te has puesto preservativo.
—No he tenido sexo con ninguna otra mujer. —Me sorprende su
respuesta, pero no digo nada—. Me voy a ir. Tengo que preparar una
reunión para mañana y no quiero que los niños me encuentren aquí cuando
vuelvan.
—Está bien.
—Adiós, Cami.
—Adiós.
Hemos vuelto a ser las personas frías que están a punto de firmar un
divorcio, tal y como yo quería. Solo sexo. ¿Y por qué duele tanto? ¿Por qué
lloro entonces?
♡♡♡
Poco después de que Guille se marchara, llamé a Manuela para saber cómo
estaban mis hijos. Al parecer, Aura no dijo ni pío; en cambio, Júnior les
explicó todo lo que había pasado. Me tranquilizó diciéndome que, cuando
acabaran de cenar, ella misma los acompañaría para volver a casa.
Un rato después, me levanto como un rayo del sofá al oír el ruido de
las llaves abriendo la puerta. Los veo entrar y no puedo evitar que una
lágrima traicionera resbale por mi cara.
—Hola, mamá —me saluda Júnior.
—Lo siento —murmuro viendo cómo me observan parados frente a
mí.
Mi pequeño no tarda en lanzarse a mis brazos y abrazarme. Lo aprieto
contra el cuerpo mientras miro a Aura, que permanece quieta y dudosa, sin
saber cómo actuar. Mira a su abuela y esta le sonríe con cariño. Vuelve su
mirada hacía mí y entonces acorta la distancia y se une a nuestro abrazo.
Reparto besos por sus caras y cabezas mientras les digo cuánto los quiero y
me disculpo en varias ocasiones.
Deciden irse a su habitación y me dejan con Manuela.
—¿Quieres tomar algo?
—No, qué va. Ya es tarde y debo irme. ¿Cómo estás? —pregunta
mientras acaricia mis manos.
—Ojalá lo supiera —suspiro agotada—. Estoy muy cansada, Manuela.
No tengo ni idea de qué hacer con mi vida. No sé cómo he hecho todo tan
mal.
—Nadie nace sabiendo ser madre, cielo. Nunca sabes cuándo haces lo
correcto y cuándo no. Debes seguir a tu corazón y aprender de los errores.
He hablado con Guillermo, tampoco se le oía bien. Júnior nos ha explicado
cómo fue la conversación. Debéis tener paciencia y, sobre todo, ser
conscientes de que vuestros hijos ya han crecido y los tenéis que tratar de
forma diferente. La separación no solo es cosa vuestra, ellos también están
implicados y deben de saber qué pasará.
Hundo la cara en mis manos y no puedo evitar derrumbarme. Es una
sensación de lo más amarga. Nos hemos centrado tanto en nuestros
sentimientos, nuestras peleas y en poner distancia, que nos hemos dejado a
nuestros hijos por el camino. Estoy muy decepcionada conmigo misma.
Noto la mano de Manuela pasear por mi espalda, consolándome.
—Todo mejorará. Están en una edad difícil y se vuelven algo egoístas.
Al final, se darán cuenta de que no todo gira alrededor de ellos.
—Pues espero que sea pronto, porque si no acabarán conmigo —le
digo mirándola con la cara empapada en lágrimas.
—Pase lo que pase, para mí siempre serás una hija más, Camila. No
pienso dejar que te alejes de nosotros —me explica secándome la cara—.
Por eso, si no trabajas, quiero que el día de Navidad vengas a comer con
nosotros.
—No creo que sea una buena idea.
—Es una idea estupenda y no pienso aceptar una negativa por tu parte.
Sé buena y no me hagas perder la apuesta con mi marido.
—¿Habéis apostado si iba a ir o no? —pregunto sorprendida.
—Así es. Parece mentira que los hombres de mi familia todavía no
crean en mi poder de convicción. No sé qué tengo que hacer para que se
den cuenta de que siempre consigo lo que quiero. Entonces, ¿qué? ¿Puedo
contar con los diez euros que nos hemos jugado?
Me río y niego con la cabeza. Ella me mira con una sonrisa esperando
mi respuesta.
—Cuenta con ellos. Con este argumento no me puedo negar. ¡Ay,
Manuela! No querría yo tenerte de enemiga. Eres tremenda.
—La experiencia de la vida, cielo.
Me despido de mi todavía suegra cuando decide que es la hora de irse.
Es una gran mujer que ha sabido llevar de forma admirable a su familia. Es
el pilar de los Guerrero y el mío también.
Capítulo 9

Aura

No me gusta la Navidad, ya os lo he dicho, ¿verdad? Pues me reafirmo. Ya


no es lo que era. Ahora es todo más serio, ya nadie se ríe. A excepción de
mi tío Hugo, que es el único que consigue levantar un poco los ánimos con
sus chistes y locuras, los demás estamos sumergidos en nuestro mundo.
El abuelo lleva una temporada que no está muy bien de salud, así que
se ha recogido pronto. La tía Daniela está en Nueva York y la tía Andrea no
ha venido a comer, la excusa ha sido que iba a casa de sus suegros, mi
opinión es que no quiere tropezarse con el tío. Todas las reuniones que
hacemos, cuando ellos están juntos, acaban en pelea. De mi padre mejor ni
hablar, está ausente y apenas participa en las conversaciones.
Hoy también ha venido a comer mi madre, lo que ha supuesto más
tensión en la mesa. Intentan que haya buen rollo pero es imposible. Lo
único que hacen es mirarse de reojo y sonreírse de forma falsa, como si
todo estuviera bien, cuando nada encaja.
La única parte positiva de estas fiestas son los regalos, para qué nos
vamos a engañar. Un reloj, tres libros, un perfume, ropa…, pero el que más
ilusión me ha hecho es el de mi tía Daniela. Ha recopilado todas las
fotografías que me ha enviado durante este tiempo y ha creado un álbum.
Me encanta. Tan pronto lo he visto no he podido resistirme a mandarle un
mensaje.
Aura:
Muchas gracias por el regalo.
Me ha gustado mucho. Qué ganas tengo de verlo todo con mis propios ojos.

No tardo en recibir su respuesta:


Tía Daniela:
Me alegro de que te haya gustado, pequeña Flor. Hablamos después, ¿vale?

Le contesto con el emoticono del pulgar hacia arriba.


Mis padres ya se han ido, cada uno por su lado, claro. Esta semana
estamos con papá y como han decidido que cenaremos con los abuelos,
Júnior y yo ya nos quedamos en su casa. Me he instalado en la antigua
habitación de mi padre, es la que utilizo cada vez que venimos. Júnior está
en la del tío Hugo, supongo que montando el nuevo robot que ha recibido
de regalo. Yo he empezado uno de los libros, de momento me ha tenido
entretenida. Suerte que la lectura me ayuda a vaciar mi cabeza.
La vibración del teléfono me hace parar. La cara de Pablo aparece en
la pantalla.
—Hola, preciosa.
—Hola, Pablito.
—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames así? —reclama.
—Pues tú no me llames preciosa.
—Vaya, veo que estás de mal humor. Qué raro en ti.
—¿Has llamado para meterte conmigo?
—No. Solo quería quedar mañana. Pero si vas a estar así de borde,
paso. —No puedo evitar sonreír, el pobre Pablo tiene la paciencia de un
santo.
—¿Pero tú no estabas fuera de Andorra?
—¡Joder, Aura! Últimamente no te enteras de nada. Estoy fuera para
fin de año.
—Vale, perdón, no me ladres. ¿Dónde y a qué hora quedamos?
—Me apetece ir al cine. ¿Quedamos a las tres y después merendamos
por ahí?
—Perfecto. Escoge una película divertida, anda, que lo necesito.
—Por eso no hay problema, no pienso dejar que estés triste. Si la
película no te gusta, yo te haré reír. —Se genera un incómodo silencio en la
línea. Sus palabras han sonado demasiado profundas y supongo que espera
mi respuesta.
—Vaya, eso ha sonado a galán de telenovela —le digo para quitarle
hierro a la conversación.
—Muy graciosa. ¿Sabes? Ya se me han pasado las ganas de ir al cine
contigo —se queja malhumorado.
—Jolín, Pablo, era una broma. No te enfades, anda.
—Estoy un poco harto de que pagues conmigo tus preocupaciones.
Todo lo que hago es para ayudarte y lo único que recibo son burlas.
Es verdad que el pobre siempre me apoya en todo e intenta hacerme
reír para que no piense en mis problemas. La confianza, en ocasiones, nos
hace perder el norte y excedernos sin darnos cuenta. Por mi parte, también
es miedo. Es el único amigo de verdad que tengo y no quiero que pase nada
que pueda romper esa complicidad que nos envuelve. Sé que sus
sentimientos son más profundos pero no tengo ni idea de qué siento yo y si
realmente quiero tirarme de cabeza y llegar a arriesgar nuestra amistad.
Somos muy jóvenes, ¿qué sabemos nosotros del amor o de las relaciones?
Nada.
—Lo siento. Tienes razón, me he pasado. Sé que siempre intentas que
me sienta bien y yo soy muy borde contigo. Intentaré controlarme.
—Eres guay tal y como eres. Por eso soy tu amigo y te conozco lo
suficiente como para saber que ese «controlarme» no va para nada contigo,
Aura.
—Me has pillado —le contesto riéndome. Mi carácter temperamental
no puede ir asociado a la palabra «control» bajo ningún concepto—.
Entonces, ¿todavía quieres quedar conmigo para ir al cine? A modo de
disculpa, incluso, podría invitarte a merendar.
—Acepto, pero solo por la invitación a merendar.
—Gracias por el esfuerzo.
Lo oigo reír. Nos despedimos hasta el día siguiente y sigo más relajada
con mi lectura. Pablo tiene un poder y es que, cada vez que hablamos,
consigue que mantenga una tonta sonrisa en la cara casi de forma constante.
♡♡♡
La cara de mi tía Daniela ilumina la pantalla del teléfono. Tiene una sonrisa
de oreja a oreja y no es para menos. Ha conseguido labrarse un futuro y está
en proceso de crear su propia familia en La Gran Manzana. En pocas
palabras, es feliz.
—¡Hola, pequeña Flor!
—¡Hola, tía!
—¿Qué tal la Navidad por ahí?
—Nada remarcable. Caras largas y mucho aburrimiento. Y vosotros,
¿qué tal?
—En el hotel, con mucho trabajo. Y la celebración, tranquila. Con
Malcom, su familia y disfrutando de los amigos. ¿Qué tal está el abuelo?
—Pachucho. Últimamente está algo apagado. El médico ha dicho que
tiene gripe y debe cuidarse. Pero cuando la abuela se descuida, él se escapa
al hotel.
—Vaya hombre, es imposible que se esté quieto.
—Ya sabes cómo es. Va a ser complicado que se jubile del todo.
—Es verdad. ¡Oye, me ha encantado tu regalo!
—No sabía qué hacer y supuse que un pequeño relato te gustaría.
—Aura, es una pasada. No me cabe ninguna duda de que esto es lo
que debes hacer. Tienes un don con las palabras. Deberías probar y
presentarte a algún concurso. Sabes transmitir y llegas al corazón.
—Gracias. Lo he hecho con todo mi cariño. No tengo claro que sea tan
bueno.
—Es espectacular, cielo. ¿Has hablado con tus padres?
—No. Con ellos ahora mismo es imposible conversar. Tampoco sé si
escribir me gusta lo suficiente como para enfocar mi vida en ello.
—Pues, sin duda, yo creo que deberías escribir más, participar en
concursos y buscar un momento para sentarte con tus padres y enseñarles lo
que tienes. Estoy convencida de que te apoyarán si, realmente, quisieras
dedicarte a eso.
—Lo pensaré.
—Estupendo. El resto, ¿qué tal?
—Como siempre. El cole bien, aunque alguna asignatura sea un
coñazo.
—¿Y algún novio que destacar?
—Ya sabes que no. Y tampoco necesito nada que me desvíe de mi
objetivo.
—¿Qué es?
—Acabar mis estudios aquí e irme a vivir a Nueva York.
—No sé si eso les hará mucha gracia a tus padres.
—Es posible que no pero no pienso abandonar mis sueños y rendirme
tan fácilmente.
—Esa es mi sobrina. Me gusta que tengas las ideas tan claras y luches
por lo que quieres.
—Y tú, ¿qué? ¿Cómo van los preparativos?
—Lo más urgente ya lo tengo.
Nos metemos de lleno en una conversación que gira en torno a todo lo
relacionado con el enlace. Me gusta hablar con mi tía Daniela, es la única
que no me trata como si fuera una niña pequeña y entiende mis inquietudes.
La admiro mucho, se fue a empezar una nueva vida y no paró hasta
lograrlo, aunque para ello tuviera que saltar muchos baches.
Algún día yo seré como ella, dirigiré mi propia vida y me labraré un
futuro donde cumplir mis sueños e ilusiones.
—Pequeña, Flor. ¿Estás bien? —pregunta mi tía. Parece que he estado
en mis pensamientos más tiempo de lo necesario.
—Sí, claro. ¿Qué me decías?
—Te preguntaba cómo te iba con Pablo.
Resoplo. Casi siempre que hablamos, tiene que sacar el tema de Pablo.
Ella está convencida de que mi amigo está loquito por mis huesos y yo
estoy cansada de decirle que eso no es así, por lo menos por mi parte. Él y
yo siempre estamos de broma y nos tratamos de forma cariñosa pero sin
ningún propósito amoroso ni nada por el estilo, no como mi tía intenta
hacerme creer.
—Ahora ya no mola tanto hablar contigo, así que voy a colgar.
—Ni se te ocurra. Si de verdad no hay nada entre vosotros, ¿por qué
siempre rehúyes mis preguntas sobre él?
—Sí que hay algo entre nosotros, una bonita y larga amistad. Pero ya
está. Además, los chicos son todos iguales. Te prometen el cielo y, después,
acabas revolcada entre las olas.
La veo reír al otro lado de la pantalla, gesto que me contagia.
—Aura, cariño. Por suerte, no todos los hombres son iguales. Todavía
eres muy joven pero, un día, cuando menos te lo esperes, llegará ese chico
que conquistará tu corazón y no podrás resistirte a él. Si ese es Pablo, solo
el tiempo lo dirá.
—Tú lo has dicho, todavía soy muy joven. Prefiero disfrutar de la
vida. Ya tengo el ejemplo de mis padres, que se conocieron muy jóvenes y
mira ahora qué panorama.
—¡Ay, pequeña Flor! Uno nunca sabe lo que nos aguarda el futuro.
Solo hay que vivir el momento y, sobre todo, ser feliz.
—Ya veo que tú esa parte la tienes aprendida. Solo hay que verte la
cara.
—Lo mío me ha costado. Pero Malcom es la pieza que le faltaba a mi
vida, ahora todo encaja y espero que sea así para siempre.
Unas voces al otro lado de la línea desvían la atención de mi tía de la
pantalla. Yo aguardo hasta que acaba la conversación.
—Aura, cariño, tengo que dejarte. Hablamos otro día y, sobre todo, no
dejes de escribir. Me encanta cómo te expresas.
—Lo intentaré.
—Un beso, cariño.
Me despido de mi tía y suspiro. Sería genial que algún día me pudiera
dedicar a la escritura. Ya me veo en Nueva York, en un loft con vistas a
Central Park, siendo una famosa escritora. Saldría a correr por el parque y
daría entrevistas a los mejores periodistas de la ciudad. Soñar es gratis,
¿verdad?
Capítulo 10

Guillermo

Llevo varios días de un humor de perros y enfadado conmigo mismo. No


debimos hacerlo, no debimos dejarnos llevar por la pasión. Ahora nos
tratamos con más frialdad y qué complicado es estar cerca de ella y saber
que no voy a poder disfrutarla de nuevo. Yo hubiera preferido que la sesión
de sexo fuera más calmada, tenía una imperiosa necesidad de tocarla y
besarla. Quería ir despacio para que no acabara tan pronto, sabía a lo que
tendría que renunciar una vez terminara.
Estamos en pleno apogeo con la celebración del enlace de la amiga de
Andrea. Parece que, de momento, todo va bien, mi hermana está al pie de
cañón para que no ocurra ningún imprevisto. Andorra es un país pequeño
donde la mayoría nos conocemos, como ocurre con los invitados a esta
boda. Por ese motivo, he tenido que salir de mi despacho y enseñar mi
mejor sonrisa para saludar. Les doy la enhorabuena a los novios y charlo
con el padre de ella. Son propietarios de una empresa que se dedica a la
distribución de productos de alimentación, así que son proveedores
nuestros. Cuando acabamos la conversación, decido retirarme, necesito un
poco de silencio.
—Señor Guerrero, necesito una firma —me pide la chica que ahora se
encuentra en la recepción, «Mar» pone en la placa que lleva enganchada en
la chaqueta.
—Claro. —Me acerca varias facturas que reviso y firmo.
—No me lo puedo creer, ¿Guillermo Guerrero? —oigo que pregunta
una voz a mi espalda. Me giro para comprobar quién es.
—¿Sandra Villa? —Me sonríe y se acerca para saludarme con dos
besos.
—Madre mía, han pasado muchos años.
Sandra fue compañera de Adri y mía en el colegio. Siempre nos hemos
llevado muy bien, coincidíamos en muchos hobbies. Cuando éramos
pequeños, todo el mundo pensaba que acabaríamos juntos. Por mi parte,
nunca sentí nada romántico, eso no quita que Sandra era una chica muy
guapa y sigue siendo una mujer preciosa pero, para mí, siempre fue mi
amiga. Hasta que llegó Camila. Nunca se cayeron bien y al principio se
toleraban pero, cuando mi noviazgo con Camila fue más serio y nos dimos
cuenta de que estábamos enamorados de verdad y no era una chiquillada,
mi relación con Sandra se debilitó y nos alejamos. Mi amiga siempre fue
una persona bastante efusiva y social, de las que les gusta mucho el
contacto y te tocan de forma constante. A mí era una cosa que no me
molestaba, siempre ha sido así y no le di importancia, pero a Cami no le
hacía gracia que tuviera tanto roce y contacto con otra mujer y, sintiéndolo
mucho, yo tenía clara que mi prioridad siempre fue y ha sido Camila.
Parece que Sandra no ha cambiado mucho en ese aspecto porque su brazo
ya está enganchado al mío.
—La verdad es que sí, un montón, prefiero no contarlos —comento
riéndome—. ¿Has venido a la boda?
Supongo que es fácil de deducir. Lo demuestra su elegante vestido de
color verde muy claro, con un solo tirante, ceñido en la cintura y largo hasta
los pies. Lleva su larga melena rubia suelta. Sigue siendo una mujer esbelta,
su piel está bronceada, aunque estemos en invierno, y es unos centímetros
más baja que yo, a pesar de llevar tacones. No ha cambiado mucho a como
yo la recordaba.
—Sí. Conozco al novio, es muy amigo de mi familia. ¿Y tú? ¿Qué es
de tu vida?
—Pues por aquí, trabajando. Este sigue siendo el hotel de mis padres
y, ahora, lo gestiono yo.
—Caramba, Guille, qué ilusión me ha hecho volver a verte. Oye, ¿qué
te parece si intercambiamos números de teléfono y quedamos para ponernos
al día?
—Por supuesto, me parece una gran idea.
Apunto los dígitos que me da en el móvil y le hago una llamada
perdida para que así tenga mi número. Nos despedimos y vuelve a darme
dos besos de nuevo. Me voy a mi despacho y, por el camino, me tropiezo
con Andrea que me mira, interrogándome con una ceja elevada.
—¿Pasa algo? —cuestiono.
—Supongo que no.
—Supones bien. No elucubres cosas raras, Conguito. —Me acerco a
su mejilla y le dejo un beso para alejarme con mi sonrisa de vencedor.
Antes de sentarme detrás de la mesa del despacho, la vibración del
teléfono me anuncia la entrada de una llamada. Descuelgo.
—Querido Adrián. ¿Qué tripa se te ha roto? —lo saludo.
—Vaya, te pillo de buen humor.
—Lo bien que puedo estar trabajando y con una boda en el hotel.
—Genial, pues así mi plan para mañana te va a ir genial.
—A ver, sorpréndeme.
—Voy a ir a esquiar. Necesito desconectar. ¿Por qué no me
acompañas? Mel quiere relajarse, así que dejaré al niño en la escuela de
nieve y haré unas cuantas bajadas. ¿Qué me dices?
—Tengo a los niños, les preguntaré y si ellos se animan, te
acompañamos. Después te digo alguna cosa.
—Genial. ¿Va todo bien por ahí?
—Sí, de momento, todo controlado. Van a empezar a comer. Por
cierto, ¿a que no te imaginas a quién me he encontrado?
—¿A quién?
—A Sandra Villa.
—No jodas, ¿a la Sandra que iba con nosotros al colegio?
—La misma, un poco más mujer —lo oigo reír.
—Esa chica estaba loquita por tus huesos, amigo.
—No digas tonterías. Solo nos llevábamos bien —le aclaro.
—Ya, bueno, lo que tú digas. ¿Y qué tal está?
—La he visto bien, cambiada. Han pasado muchos años desde la
última vez que la vi. Hemos intercambiado números de teléfono para
quedar y ponernos al día —le explico.
—Pues nada, ahora que ya te estás separando, quién sabe si puede
haber algo entre vosotros —contesta.
—No digas tonterías, Adri —reclamo con tono de enfado—. Sandra es
una amiga y siempre fue así. ¿Quién te dice que no está felizmente casada?
—Vale, vale. No he dicho nada. No te enfades. Solo quiero hacerte ver
que eres un tío joven que ahora está libre.
—Todavía no.
—Pero casi. Tienes que rehacer tu vida. ¿O te vas a quedar solo para
siempre? Joder, ¿cuánto tiempo hace que no tienes sexo?
No le contesto. No sé si es buena idea que mi amigo sepa que no hace
tanto que tuve un sexo increíble con una mujer espectacular. Mi miembro
palpita en los pantalones al recordar las escenas vividas.
—Adri, ahora estoy trabajando. No creo que sea el mejor momento
para hablar de este tema. Tengo que dejarte, después te aviso de si vamos a
esquiar o no.
—Espera, espera. Tú has chingado. —Me había olvidado de lo bien
que me conoce mi amigo. Son muchos años juntos.
—No digas tonterías. Ya hablamos, adiós. —Cuelgo mientras oigo las
carcajadas al otro lado de la línea.
Suspiro y me froto la cara con las manos. Estoy convencido de que no
me voy a poder escaquear con facilidad de esta charla. A lo mejor me va
bien ser sincero con alguien y quién mejor que Adri para expulsar mis
sentimientos.
★★★
Una vez dejamos al hijo de Adrián en la escuela de nieve, nos subimos al
telesilla para realizar unos descensos por la nieve. Al final, pude convencer
a mis hijos y nos unimos al plan de mi amigo. Hacemos varias bajadas por
las diferentes pistas y no puedo negar que me ha venido bien para despejar
la cabeza. En una de las subidas, no puedo evitar la conversación de Adri.
—Bueno, ¿me vas a explicar quién ha sido la afortunada?
—No sé de qué me hablas —intento disimular.
—Venga, que nos conocemos de toda la vida. A mí no puedes
engañarme.
Lo miro de reojo, valorando si contárselo o no. Necesito hablar con
alguien y no creo que haya nadie mejor que mi amigo. Me aseguro de que
Aura y Júnior no nos están escuchando y cedo a las peticiones de Adri.
—Me lie con Camila —susurro bajito para que nadie más pueda
oírme.
—Creo que no te he oído bien —asegura con los ojos muy abiertos por
la sorpresa.
—Lo has escuchado a la perfección. No pienso volver a repetirlo.
—No me jodas, tío. —Niega con la cabeza—. No tengo ni idea de qué
narices estáis haciendo.
—Ni yo tampoco —le contesto presionando el puente de mi nariz—.
Discutimos y se nos fue de las manos.
Llegamos a nuestro destino y bajamos de las sillas. Aura y Júnior
deciden ir por delante y quedamos en vernos en el restaurante para tomar
algo. Adri y yo nos quedamos solos y proseguimos la charla.
—¿Quieres que frene el divorcio?
—No. La separación sigue adelante. Solo fue un calentón. Llevaba
demasiado sin sexo y pasó.
—Vamos a ver. Creo que no te estoy entendiendo. Dices que habéis
discutido, os habéis liado, pero que no fue nada y seguimos con el divorcio.
—Un buen resumen.
—Tú eres idiota, vamos —se burla dándome una palmada en el
hombro.
—Gracias, hombre.
—Es que no sé cómo no os dais cuenta —asegura.
—¿De qué? Llevaba mucho tiempo sin sexo y me pudieron las ganas.
—¡Ya! Anda, vamos a bajar que tengo que recoger al peque y me
quiero tomar una cerveza bien fría.
Me quedo ahí parado con cara de tonto. Lo veo descender y, cuando
reacciono, decido bajar yo también. Cuando tenga ocasión, le preguntaré
qué quería decir.
Dejamos los esquís en el trastero y subimos al piso para cambiarnos y
comer algo. Últimamente, la relación con mis hijos está un poco fría, sobre
todo con Aura. No tengo ni idea de cómo llegar a ella, cada vez que
iniciamos una conversación, acabamos de mala manera.
—Papá, esta tarde he quedado con Pablo para ir al cine.
Mi mente de padre pirado ya se ha imaginado a mi pequeña
metiéndose mano con el amigo en la oscuridad de la sala de proyección. La
visión me hace fruncir el ceño, pero cedo.
—Está bien. ¿Necesitas dinero o que te lleve? —Intento disimular mi
malestar.
—No hace falta, todavía tengo algo de mi paga y bajaré en el autobús.
—¿Qué vais a ver? —pregunto.
—Todavía no lo sé. La peli la escogerá Pablo.
—¿Vais solos? —insisto para obtener más información.
—Sí.
—Vale.
—Suéltalo ya papá. ¿Qué te preocupa? —ataca. Parece que mi sutil
forma de disimular no ha pasado desapercibida.
—Nada. Solo me interesaba. Intentaba mantener una conversación con
mi hija.
—Volvemos a lo de siempre. No sé si te has dado cuenta de que ya
tengo dieciséis años, no soy una niña pequeña. La sexualidad ya la hemos
estudiado, así que te evitas una charla sobre el tema. Solo voy con mi amigo
Pablo al cine. Nada de besos ni sexo ni cualquier cosa rara que tu cabeza de
padre se pueda imaginar.
—Joder, Aura. Yo no he dicho nada, solo te preguntaba.
—No te tienes que andar con rodeos conmigo. Me voy a mi cuarto, he
perdido el apetito. —Se levanta, vacía el contenido de su plato en la basura,
lo deja en la encimera y desaparece de la cocina.
Paso mis manos por la cara, desesperado. Júnior se mantiene callado,
es un chico muy prudente y no suele meterse en nuestras discusiones.
—No doy una, ¿verdad? —le pregunto a mi hijo.
—Las mujeres son bastante complicadas. Esto que quede entre tú y yo.
Negaré haber dicho estas palabras ante cualquier otra persona —dice
metiéndose un trozo de patata en la boca.
—Por tu bien, espero que nunca oigan eso tu madre o tu hermana.
Serías hombre muerto.
—Tienes razón, por eso será nuestro secreto. —Acerca su puño para
que se lo choque y no dudo en hacerlo para después revolver su pelo—.
Que sepas que yo no creo que lo estés haciendo tan mal. Para vosotros es un
momento difícil y lo comprendemos. Solo os falta entender que ya podemos
afrontar las cosas y que es necesario que habléis con nosotros.
—¡Vaya! Pues sí que has crecido. ¿Cuándo te has vuelto tan maduro?
—Soy un tío listo y con encanto. —Suelto una carcajada ante su
respuesta.
—Tendré en cuenta tu consejo. Te quiero, hijo.
—Yo también, papá.
Acabamos de comer en silencio. Una vez terminamos y recogemos la
cocina, Júnior se mete en su habitación con el portátil y yo decido
tumbarme en el sofá con un libro. Mi hijo tiene razón, debemos tenerlos en
cuenta. El tiempo pasa y se hacen mayores, aunque nosotros pensemos que
siempre serán nuestros pequeños.
Capítulo 11

Camila

Trabajar me sirve de terapia, disfruto con mi profesión, a pesar de que es


bastante duro. Intentas no mezclar demasiado los sentimientos pero somos
humanos y yo, todavía, no soy capaz, después de tantos años siendo
enfermera, de no involucrarme con los pacientes, llorar sus pérdidas cuando
es el caso y alegrarme cuando se recuperan.
Mía y yo hace tres años que trabajamos juntas en la misma planta, la
tercera. Aparte de nosotras dos, en cada turno somos seis para esa zona. A
excepción de Fede, el resto somos mujeres.
—¡Buenos días, chicas! —saluda Alberto.
Es la hora de las revisiones de los pacientes. Los diferentes médicos
vienen a la planta para pasar visita y una de las enfermeras lo acompaña.
—¡Buenos días, doc! —le contesta Mía. Las demás susurramos. Mi
amiga es la única que es inmune al cardiólogo. Bueno, yo también o eso
creo.
—¿Con quién tengo el placer de realizar hoy las revisiones? —
pregunta con su sonrisa mojabragas.
Cada mañana teníamos peleas en esta tarea. Todas queríamos hacer la
ruta con Alberto. Él no solo es guapo, sabe empatizar a la perfección con
sus pacientes. Es agradable, cariñoso y simpático. Por el contrario, tenemos
al doctor Ochoa, el traumatólogo. Este es lo contrario, ninguna quiere
asistirle. Es bastante borde y seco. Es bueno en su especialidad pero el trato
con la gente no es su fuerte. Así que decidimos que poníamos los nombres
de todos los médicos que tenían ronda en una caja y cada una sacaría un
nombre. El azar manda.
—Me toca a mí —digo. Hoy la suerte ha estado de mi lado.
Una enorme sonrisa ilumina la cara del cardiólogo. Le ha gustado la
idea. Por otro lado, yo no sé si me halaga que se interese tanto por mí o me
molesta. Al final, va a tener razón Mía y a Alberto le gusto. No soy tonta,
esos acercamientos el otro día, al bailar, eran demasiado explícitos. Pero
todavía no estoy preparada para iniciar nada con otro hombre y menos
después del arrebato sexual con Guille. Sacudo la cabeza para alejar esos
pensamientos de mi mente.
—¿Estás bien? —se interesa Alberto. Afirmo con la cabeza—. Pues
empezamos. ¿Te parece?
—Claro.
Cojo la carpeta con la información de sus pacientes y la máquina para
revisar las constantes y la tensión. Salgo de detrás del mostrador para
seguirlo por el pasillo. Entramos en la primera habitación.
—¡Buenos días, Fulgencio! ¿Cómo se encuentra? —se preocupa
Alberto.
—¡Buenos días, doctor! Aquí estamos. Aguantando el tirón. Si no
llega a ser por estas enfermeras tan guapas, esto sería muy aburrido.
Palmeo su mano y le sonrío. El señor Fulgencio lleva ingresado casi
tres semanas y no es la primera vez que viene. Tiene ochenta años y su
situación es delicada. A su problema de corazón se le juntan varias
complicaciones y por ese motivo, de momento, no se le puede operar. Es un
hombre entrañable. Lleva viudo muchos años y casi siempre está
acompañado por alguna de sus dos hijas. Siempre nos echamos unas risas
con él. Es pícaro y nos piropea a menudo, pero con mucho respeto y cariño.
Le pongo el termómetro y la máquina para controlarle la tensión
mientras Alberto charla con él para averiguar cómo sigue.
—Fulgencio, de momento todo está estable. A ver si conseguimos
controlar esa tensión y alguna cosilla más. Será entonces cuando valoremos
si intervenir o no.
—No hay prisa, doctor. De momento, me encuentro bien y me tratan
de maravilla —le explica mirándome.
—Espero que no esté fingiendo sus dolencias para quedarse en el
hospital rodeado de las enfermeras —le reprocha Alberto en broma.
—Me ha pillado. No hay mejor forma de despertar que rodeado de
semejantes bellezas. ¿Me dirá que no?
Noto cómo las miradas de los dos hombres de la habitación se centran
en mí y me ruborizo.
—Papá, por favor, no incomodes a la enfermera —le reclama su hija
—. Disculpe a mi padre.
—¡Ay, Fulgencio! Menos mal que ya nos vamos conociendo. Pórtese
bien, ya sabe que nosotras tenemos el poder. Si no se comporta, no
tendremos piedad y no le dejaremos repetir postre.
—¡Vaya! Veo que ya las tiene en el bolsillo —se ríe Alberto.
—Solo a Camila y a Mía. Son las más majas. Las echo mucho de
menos cuando no trabajan. Doctor, ¿está casado?
—¡Papá! No seas indiscreto. —La hija de Fulgencio ya no sabe dónde
meterse.
—No pasa nada. Ya podemos decir que somos amigos, ¿verdad,
Fulgencio? —El hombre asiente con la cabeza a la espera de la respuesta—.
Estoy divorciado.
—Pues estoy convencido de que aquí en el hospital puede encontrar a
una buena y guapa mujer —le dice mirándome de nuevo.
Hace unos días, mientras le arreglábamos la cama a Fulgencio, este
nos oyó hablar de mi separación y me hizo un exhaustivo interrogatorio.
—Parece que ha encontrado un nuevo entretenimiento y ahora se
dedica a hacer de celestina. —Todos soltamos una carcajada al ver que
Alberto ha descubierto las intenciones de su paciente—. No crea que no lo
he intentado, pero algo debo de hacer mal cuando se me resiste tanto.
La mirada que me dedica Alberto no pasa desapercibida para nadie en
la habitación y vuelvo a ruborizarme. Nunca le había dado importancia a las
indirectas que me lanzaba. Pensé que estaba de broma y su objetivo era
hacerme sentir mejor. Este último año no ha sido el más fácil de mi vida, así
que creí que, como él ya tiene experiencia en el tema del divorcio, solo
trataba de empatizar conmigo y ayudarme.
—Tendrá que replantearse la táctica. Estoy convencido de que la
elegida es una gran mujer y valdrá la pena la lucha.
—Ya le mantendré informado. —Le guiña un ojo y los dos se sonríen.
—Perdón —carraspeo—. Deberíamos seguir las visitas.
—Claro —me responde Alberto.
Apunto todos los datos que necesito para el historial del señor
Fulgencio y las indicaciones que me da Alberto. Nos despedimos del
paciente que se va a quedar sin repetir postre unas cuantas semanas, por
entrometido, y salimos al pasillo para continuar con los controles.
—¿Ya has pensado qué vas a hacer para fin de año? —indaga Alberto
mientras recorremos el pasillo hasta la próxima habitación.
—Lo he dejado todo en manos de Mía. Miedo me da. Pero no me
apetecía pensar y como siempre lo he pasado en el hotel de mis suegros,
pues tampoco tengo mucha idea de dónde lo celebra la gente.
—Pues dile que, si todavía no lo ha decidido, yo puedo hablar con el
dueño del restaurante al que iré con unos amigos, para que os hagan un
sitio.
—Espero que, quedando un día para acabar el año, ya haya hecho
alguna reserva. —Me mira fijamente, cosa que me incomoda, estamos en
mitad del pasillo del hospital. Aparto mis ojos de los suyos para seguir el
trayecto.
—¿Qué habitación toca ahora? —me pregunta para romper el
incómodo silencio que se ha generado.
—La trescientos diez.
Nos dirigimos hacia ella y cuando estoy a punto de entrar, su mano se
posa encima de la mía y me frena. Está situado detrás de mí y noto el calor
de su cuerpo cerca del mío. Su aliento roza mi mejilla cuando se acerca a
mi oído para susurrar:
—Sería un hombre feliz si pudiera empezar el año contigo.
No puedo hablar, no me salen las palabras, me ha dejado aturullada.
Retira la mano de encima de la mía y empuja la puerta para dejarme entrar,
como si no hubiera pasado nada. No sé qué pensar ni qué hacer ni si todo
este coqueteo es bueno. Todavía no he cambiado el chip, pero como
siempre me dice Mía, debo rehacer mi vida. Alberto podría ser una buena
opción para iniciar un nuevo ciclo. ¿Pero qué narices estoy pensando? ¿De
verdad podría empezar una relación con otro hombre? Lo dudo.
♡♡♡
Son casi las ocho de la tarde cuando llego a casa. Hoy es treinta y uno de
diciembre. Ha sido un día de mierda, hemos tenido varios ingresos y han
fallecido dos personas que estaban en planta. Así que mis ánimos para salir
a cenar y celebrar la entrada a un nuevo año no son muy altos. Todavía no
sé qué ponerme y, en media hora, debería estar en casa de Mía.
No tengo ni idea de dónde vamos a cenar y qué haremos después. Mi
amiga me aseguró que lo tenía todo controlado y yo me fío de ella. Será el
primer año que no voy a celebrar estas fechas con Guille y mis hijos. Ellos
tienen como tradición cenar en el hotel de la familia y compartir la noche
con los huéspedes. Aprovecho, mientras me esparzo crema por todo el
cuerpo, para llamar a Aura y hablar con ellos. Siento nostalgia pero debo
acostumbrarme a estos cambios, cuando firmemos el divorcio, ya nada será
como antes. Hasta ahora aún teníamos la duda de si el tiempo que nos
habíamos dado ayudaría a la reconciliación o, como ha sucedido, la
separación sería definitiva.
Cuarenta y cinco minutos después, estoy tocando el interfono de Mía y
su voz me anuncia que baja enseguida. Me pidió que no dejara marchar el
taxi que había cogido, para desplazarnos ahora juntas. Una vez oigo su
respuesta, me resguardo en el calor del taxi, en la calle hace mucho frío.
—¡Hola! —saluda mi amiga y me da dos besos. Le da la dirección al
taxista e iniciamos la marcha.
—Qué guapa te has puesto —le digo mientras observo el peinado y el
maquillaje. Al estar sentadas no puedo ver bien su indumentaria.
—Mira quién habla. Esta noche triunfamos, nena.
He hecho lo que he podido con el limitado tiempo que tenía, pero no
ha quedado mal del todo. He conseguido estirar mi pelo y dejarlo liso para
recogerlo en una coleta alta. Mis ojos están ahumados en un color azul
noche. Tenía ganas de verme guapa y creo que lo he conseguido. He optado
por lo seguro y me he puesto un vestido negro, ceñido a mi cuerpo y con
una apertura a la altura de mi muslo derecho. El toque de fiesta lo dan las
lentejuelas brillantes que lo envuelven.
No tardamos en llegar a una antigua borda[1], habilitada como
restaurante. Suelen ser bastante típicas en Andorra. El sitio es muy
acogedor y agradable, ya hay mucha gente y cuando Mía le da el nombre de
la reserva al encargado, este nos dirige a una mesa de diez comensales
situada en una esquina. Me sorprende que la mesa sea tan grande y la
verdad es que no sé por qué no le he preguntado a mi amiga con quién
íbamos a cenar, incluso pensé que lo haríamos solas. Qué ilusa soy,
conociéndola como la conozco.
—¡Vaya! Somos las primeras. No me lo puedo creer, yo que siempre
suelo ser de las últimas. Cami, parece que eres una buena influencia.
—Pensé que solo cenaríamos nosotras dos —le digo ignorando sus
palabras anteriores.
—¿Y empezar el año solas?
—¿Eso quiere decir que soy una tía muy aburrida?
—Hombre, a decir verdad, últimamente no eres la alegría de la huerta.
—La miro elevando una ceja—. Pero no es eso. Cuantos más seamos, mejor
lo pasaremos. Después, solo tenemos que pasar al edificio de al lado y
estaremos el resto de la noche moviendo el esqueleto.
Justo en ese momento, dos parejas se acercan a la mesa e interrumpen
nuestra conversación. Una de ellas es una compañera nuestra con su
marido, a los otros no los conozco. A medida que todos llegan, nos
sentamos y empezamos la cena que pasa entre risas y buen ambiente.
Menos las dos primeras parejas, el resto estamos separados o solteros. Por
la sonrisa y la forma de tocarse el pelo al hablar con uno de los chicos, ya
veo que Mía tiene bien localizado al objetivo de la noche. La cara de
satisfacción de él demuestra que no va a poner inconveniente a los planes
de mi amiga.
La comida es exquisita, el vino entra de maravilla, de ahí el ligero
mareo que tengo y no pensaba que lo pasaría tan bien cuando me di cuenta
de que íbamos a ser tantos. A cinco minutos de las doce de la noche, ya
disponemos de nuestras uvas para tratar de comerlas con las campanadas.
Escuchamos los cuartos y, a medida que suenan una a una, todos seguimos
la cuenta chillando el número y engullendo la fruta. Entre risas y alguna que
otra guarrada encima de la mesa, al no poder tragar la masa de la boca,
brindamos y nos preparamos para pasar a la sala que hay al otro lado. No
me paro a pensar que empiezo un año distinto, un año en el que voy a tener
que replantearme la vida. Esta noche toca divertirse, dejarse ir. Ahora
empieza la fiesta de verdad.
Capítulo 12

Guillermo

Hace muchos años que seguimos la tradición familiar de despedir y recibir


el año con los huéspedes del hotel, aunque este sea diferente. Es otro más
que pasamos sin Daniela y el primero al que Camila no asiste. Hemos
conseguido una atmósfera tranquila, aun estando Hugo y Andrea en la
misma mesa. Se han reprimido y no ha habido guerra.
—Guille, tú te vienes con nosotros, ¿verdad? —me pregunta Hugo.
No es que me apetezca mucho salir de fiesta, pero habrá que hacer el
esfuerzo.
—Claro que sí. Nosotros nos quedaremos un ratito más en el hotel y
después nos iremos a casa —comenta mi madre. Esta noche los niños se
quedarán a dormir con ellos.
Fijo la mirada en mis hijos, me encanta verlos sonreír, aunque
últimamente no lo hagan tan a menudo. Se han juntado con una familia que
está de vacaciones y los niños tienen edades similares a Aura y Júnior.
Parece que se lo están pasando bien.
—Vale. Os acompaño un rato.
Gerard y Andrea rechazan el plan, ellos ya habían quedado con unos
amigos de mi cuñado para salir de fiesta. Jordi está con los padres de
Gerard. Cuando el pequeño perdió las fuerzas, se lo llevaron para que
pudiera descansar.
Decidimos pedir un taxi, hemos bebido bastante durante la cena,
aunque todavía no estamos demasiado perjudicados. Paramos por el camino
para recoger a Víctor, el amigo de mi hermano y continuamos el camino. En
unos minutos llegamos a la discoteca. Está bastante llena, pero no tenemos
problema para encontrar a toda la tropa de Hugo. Nos saludamos y, por un
momento, creo que no he hecho lo correcto viniendo con ellos. Me siento
un poco fuera de lugar, casi todos tienen la edad de mi hermano, así que les
saco unos diez años. La genética y mi condición física me ayudan bastante
y no aparento la edad que tengo, pero mi mente sí lo sabe.
No me separo mucho de la barra y voy alternando el whisky con
botellas de agua, no quiero caer redondo por exceso de alcohol. Me fijo en
mi hermano que lo está dando todo en la pista de baile. Se le da bastante
bien mover el cuerpo y restregarse con las diferentes mujeres que lo rodean.
Sonrío y, mientras observo a Hugo, unas manos me tapan los ojos.
—Adivina quién soy —me susurran al oído.
Entre el ruido de la música y la gente, no soy capaz de averiguar a
quién corresponden esa voz de mujer y sus suaves manos. Las aparto de mis
ojos y me giro para revelar su identidad. Una espectacular Sandra me
sonríe. Lleva un vestido muy corto con un increíble escote, que insinúa
unos generosos y firmes pechos. No deja mucho a la imaginación, la
verdad.
—¡Hola, Sandra! Estás preciosa —saludo besando sus mejillas.
—Qué sorpresa verte por aquí. Tú también estás muy guapo —dice
acercándose demasiado a mí para que la oiga. Al separase, noto el brillo en
sus ojos, mezcla de alcohol y deseo.
—¿Has venido solo?
—Con mi hermano y sus amigos.
—¿Y Camila? —indaga.
—Nos estamos divorciando. Hace cerca de un año que vivimos
separados. ¿Y tú?
—Estoy con unas amigas y soltera, si eso te interesa. —Antes de
separarse de nuevo para coger distancia, sus labios rozan mi mejilla, muy
cerca de los míos.
El exceso de alcohol en mi cuerpo no me ayuda a mantener la
distancia con ella y la verdad es que me está poniendo muy cachondo. Ya
no le hago daño a nadie, estoy casi divorciado y ya no vivimos juntos, así
que no sería infiel.
—¿Quieres tomar algo? —La he cogido por la cintura, acercándola a
mi cuerpo para hacerle la pregunta. Una insinuación en toda regla.
—Un vodka con zumo de piña —pide rozándose más con mi cuerpo.
Llamo la atención del camarero y le pido las bebidas. Mientras nos
sirve me giro hacia Sandra y la observo. Ha cambiado mucho y se ha
convertido en una mujer muy hermosa o a lo mejor es que ahora la miro con
otros ojos.
—¿Te gusta lo que ves? —indaga mientras coge el vaso que le ofrezco
y le da un sorbo a la espera de mi respuesta.
—La verdad es que sí —confieso y bebo yo también.
Cuando acabo el sorbo veo cómo se pone de puntillas y se va
acercando despacio hacia mí. Yo alterno mi mirada entre sus ojos y su boca,
a la espera del roce de sus labios.
—Perdón, camarero —oigo una voz en mi espalda que consigue que
mi cuerpo se tense.
Me separo de Sandra, poniendo una prudente distancia, dejándola así a
medias de su objetivo: mis labios.
Giro el cuerpo para asegurarme de que mi mente no me ha jugado una
mala pasada y la voz que he escuchado no es la de Camila. Apoyo los codos
en la barra para quedar de frente y así disimular mis actos. No funciona.
Cuando Camila mira hacia su izquierda y me ve, sus ojos se abren por la
sorpresa y pierde la hermosa sonrisa que mostraba su rostro.
—¿Guille?
—Hola. —Levanto mi mano a modo de saludo.
Estamos un rato mirándonos, no sabría decir si son dos minutos o diez.
Hasta que el cuerpo de Sandra hace aparición a mi espalda. Camila desvía
la vista y la observa. Si se ha sorprendido, ni su cara ni su cuerpo lo han
demostrado.
—¡Camila! Cuánto tiempo sin verte. Mírate, estás espectacular —la
halaga Sandra.
Y no dice ninguna mentira. Hace tiempo que no veía a Camila tan
despampanante. Sonríe incómoda y se toca el pelo nerviosa.
—Igualmente. —No sigue con la conversación y mira a la barra para
comprobar si ya le han servido.
Es una situación bastante incómoda, la verdad. Hace unos minutos
estaba a punto de besar a Sandra y tenía la idea de llevármela a la cama.
Pero ver a Cami ha desmontado todo el castillo de naipes. Tengo el corazón
acelerado y no me importaría perderme en la boca de mi mujer. Arrastrarla
hasta los baños y meter la mano en la apertura de su vestido hasta alcanzar
su entrepierna. Acoplarla a mi cuerpo e invadir el suyo hasta sentir el calor
de su sexo rodeando el mío.
La aparición de un tío rubio con ojos claros, que rodea la cintura de
Camila y la mira con una boba sonrisa, consigue que todos los
pensamientos que invadían mi cabeza, se hagan añicos, como un cristal
roto. Alterno mi mirada entre sus ojos y la mano situada estratégicamente
en su costado, casi rozando su pecho.
—¿Todo bien? Tardabas tanto que estaba preocupado. ¿Has pedido?
—le pregunta en voz alta.
—Me he encontrado a unos amigos y me he liado —explica y el rubio
nos mira sin perder la sonrisa.
¿Amigos, en serio?
Nos presenta y nos saluda levantando la mano, sin más.
—Venga, que te ayudo a llevar todo. Mía nos está esperando en los
sillones. —Cogen todos los vasos y se despiden de nosotros con un hasta
luego.
Veo que se alejan entre la gente y una sensación de rabia inunda mi
cuerpo. Le pego un trago a mi whisky y me giro para el lado contrario. No
quiero seguir viendo cómo ese tío la vuelve a tocar. Sé que es absurdo, que
yo estaba haciendo lo mismo, que tenemos que iniciar una vida por
separado, pero es superior a mí. No quiero seguir lejos de ella, estoy loco
por Camila y no quiero divorciarme. Noto las cálidas manos de Sandra que
se ponen a cada lado de mi cintura.
—¿Va todo bien? —me susurra.
—Sí, claro. Oye, voy a salir un momento a la calle, necesito aire
fresco, creo que se me está subiendo el alcohol.
No la dejo contestar y me muevo entre la gente que baila por la pista
para dirigirme a la salida. ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
Me apoyo en la pared y resoplo. Parece mentira que, a mi edad, esté
tan perdido. Le pido un cigarrillo a un chico que pasa por mi lado. Hace
años que no fumo y nunca he sido un fumador empedernido, solo lo hacía
cuando me apetecía, sin más. También ayudó que a Camila nunca le gustó
el olor ni el sabor a tabaco y me perdía sus besos si lo hacía.
—La cosa está jodida. Hace mucho tiempo que no te veía con un
cigarro en la mano —comenta mi hermano poniéndose a mi lado. Ha salido
en camisa y va dando saltitos con las manos en los bolsillos para entrar en
calor.
—Vas a coger una pulmonía. Lárgate, no tengo ganas de charla.
—Ya. Bueno, tampoco tenemos por qué hablar.
No le digo nada más. Intento aprovechar el momento para relajarme
un poco y que no se me acumule la mala leche. Todo bajo la atenta mirada
de Hugo.
—Entiendo que has visto a Camila, ¿no?
—¿No has dicho que no ibas a hablar?
—Sí, pero me conoces y ya sabías que no lo iba a cumplir. Que sepas
que no tenía ni idea de que ella iba a estar aquí.
—Bueno, Andorra no es tan grande y lo más probable era que nos
encontráramos.
—Entonces, ¿qué te molesta? Se supone que os estáis divorciando. A
partir de ahora, cada uno debe hacer su vida. Es lo que habéis decidido,
¿no? —Asiento con la cabeza—. Te he visto muy arrimado a una rubia
espectacular.
—Es Sandra, una antigua amiga.
—¿Te ha dado plantón? ¿Por eso estás así? —Me giro y lo miro
enfadado—. Está bien, no he dicho nada.
—No sé si estoy preparado para ver a Camila con otro hombre —le
confieso a mi hermano.
—¡Guau! —me mira unos instantes—. ¿Por qué coño te separas
entonces?
Tiro el cigarro que ya casi está acabado, maldigo y me tapo la cara con
las manos.
—No tengo ni puñetera idea. Pero tampoco la puedo obligar a que
vuelva conmigo. Es una decisión conjunta, qué más puedo hacer.
—¿Se lo has dicho?
—¿El qué?
—Que todavía la amas, que no te quieres alejar de ella y lo quieres
volver a intentar.
—El otro día, en su casa le dije que no me importaba volver a
intentarlo. Ella se negó. Dice que no quiere estropear nuestro buen rollo.
Que, si lo probamos y volvemos a las discusiones, acabaremos odiándonos
y que no nos lo podemos permitir por los niños.
—Entonces no pinta bien la cosa.
—Eso parece. —Me quedo en silencio con mis pensamientos.
—¿Algo más que me quieras contar? —pregunta Hugo al verme
inquieto.
—El otro día me la follé en la cocina de su casa. —Mi hermano me
mira sorprendido—. ¡Joder! Tenía tantas ganas de ella que no me pude
resistir.
—Entiendo que te correspondió.
—Pues claro, ¿por quién me tomas? —le contesto enfadado.
—No me malinterpretes, me he explicado mal. Lo digo porque, a lo
mejor, ella también te quiere, solo que está asustada.
—Sí, ya he visto cómo me echa de menos. Está muy bien acompañada
con un rubiales que no para de sobarla.
—También tú estabas muy arrimado a la chica esa y me acabas de
decir que todavía estás enamorado de Camila.
—Touché.
—Oye, Guille. Si realmente sigues enamorado de tu mujer, lucha por
ella. Eres un Guerrero.
Lo miro y le sonrío. Tiene razón, qué puedo perder si ya no la tengo.
Lo intentaré, le voy a demostrar que sigue siendo la mujer que amo. Que no
quiero empezar de nuevo, que quiero volver a mi vida con ella.
Capítulo 13

Camila

Encontrarme con Alberto ha sido una sorpresa. Mía me ha jurado que no


tenía ni idea de que él iba a venir, que no habían hablado. Necesito ir paso a
paso, así que me fastidiaría mucho que mi amiga forzara la situación
armando encuentros sorpresa.
Está muy guapo, todo hay que decirlo, y sé que yo tampoco he pasado
desapercibida para él. El brillo de sus ojos y el coqueteo constante me han
demostrado que le gusta lo que ve. No ha dejado de acariciar mi cuerpo con
roces sutiles que me han ido calentando. Hace tiempo que nadie me hacía
sentir tan guapa ni me piropeaba. Con Guille fue así al principio. Me sentía
importante y querida a su lado, siempre me despertaba con un halago o
diciéndome cuánto me amaba. Con la rutina de los niños, la cosa se relajó.
Yo sé que me quería, pero el ritmo frenético del día a día fue enfriando la
relación. Los arrumacos y el tiempo a solas disminuyeron y nuestra
intimidad sé perdió por el camino. Ahora, después de casi un año separados,
echo de menos que alguien se preocupe por mí, que me haga sentir mujer de
nuevo. No solo en el ámbito sexual, en ese aspecto Guille ha sabido
colmarme sin problema, aunque no tenga mucho con qué comparar.
Necesito que vuelvan las ganas de ponerme bonita y arreglarme para gustar
a alguien y, sin duda, Alberto lo está consiguiendo. Sé que a quien nos
tenemos que gustar es a nosotros mismos, pero la motivación es un extra y
yo, a decir verdad, soy de las que la preciso para ponerme en acción.
La noche iba bien, incluso iba a seguir el consejo de Mía, soltarme el
pelo y acabar en la cama con Alberto, hasta que lo vi. Qué guapo está el
condenado y qué difícil es convencer a tu cerebro de que debes cambiar de
pensamientos. Cuando me di cuenta de que era Guille el que estaba a mi
lado en la barra, tuve que reprimir las ganas de lanzarme a su cuerpo,
abrazarlo y saciar mi sed besando su boca. Porque una cosa es lo que el
corazón siente y otra muy diferente lo que la razón manda. Ya tenemos una
edad, unos hijos en los que centrarnos y, por mucho que yo lo quiera
todavía, hemos tomado una decisión que debemos cumplir por el bien de
todos.
—¿Estás bien? —pregunta Mía acercándose al sillón donde me he
sentado.
Necesitaba calmarme después del encuentro en la barra. Sobre todo,
por volver a ver a Sandra, después de tantos años y tan cerca de Guille. Esa
mujer siempre quiso cazarlo y, sin duda, ahora ha visto una oportunidad de
oro. Pues que le aproveche.
—Sí, claro. Solo me duelen los pies —miento. Pero, por la mirada que
me dedica mi amiga, no la he conseguido engañar.
—A otra con ese hueso. ¿Me vas a explicar qué ha pasado? Desde que
has vuelto de buscar las bebidas, estás de lo más rara. Tienes al pobre
Alberto mirándote con cara de perrito abandonado. ¿No habías decidido
acabar la noche con él?
—Había, pero ya no lo tengo tan claro. Guille está por aquí —le
comento con angustia.
—¿Y? No entiendo cuál es el problema, Cami. Estáis separados, casi a
punto de firmar el divorcio. ¿Qué es lo que no comprendes? —Frunzo lo
morros, ni yo sé lo que me pasa.
—Estaba en la barra muy acaramelado con otra mujer. —Mi amiga
pone los ojos en blanco, dándome por imposible pero no le hago caso—.
Esto es complicado de cojones y no sé si estoy preparada todavía.
—Mira, bonita. Quien te entienda que te compre. Ahí está la prueba de
que él ya ha pasado página, lo que deberías hacer tú también. Tienes ahí
delante un pedazo de hombre que está loquito por ti, dándote la oportunidad
de comenzar de nuevo, de volver a rehacer tu vida. No entiendo esta manera
de complicarte la existencia.
—No puedo forzar las cosas, Mía. Creo que después de los años que
hemos estado juntos, es normal que necesite un proceso de olvido, ¿no?
—Sí, claro, lo que tú digas. Esta es la última vez que te voy a decir
esto y lo hago porque te quiero. Camila, aclárate de una puta vez, no hay
duda de que tú sigues enamorada de Guillermo, aunque lo niegues. Sois dos
pedazos de burros y no te imaginas las ganas que tengo de cogeros a los dos
y empujar vuestras cabezas, la una contra la otra, como si fueran dos
platillos, para ver si así os dais cuenta de lo estúpidos que sois.
Se levanta del sillón y se mezcla con el resto de la gente que baila,
dejándome con la palabra en la boca y cara de tonta por todas las cosas que
me acaba de decir. Menuda amiga, si antes estaba hecha un lío, ahora estoy
perdida en medio del desierto y muriéndome de sed.
No tengo mucho tiempo de asimilar todo lo que me ha soltado Mía ya
que Alberto se ha sentado a mi lado. Lo miro y le devuelvo la sonrisa que
me dedica. No puedo negar que me atrae mucho, agradezco su paciencia y
me encanta la manera que tiene de observarme. Es un buen hombre, por eso
no puedo marearlo y tengo que estar segura de lo que quiero antes de que se
haga ilusiones que es posible que no llegue a cumplir.
Se sienta a mi lado, con su rodilla rozando la mía, y se aproxima para
hablarme al oído. Está muy cerca y puedo recrearme con el olor que
desprende cuando mi nariz está a la altura de su cuello. Lleva un perfume
de cítricos que, mezclado con su propio aroma, crea una fragancia
masculina que me invade.
—¿Ya te has rendido? —pregunta y se separa de forma leve. Giro la
cara para contestarle y estamos tan cerca que nuestras narices casi se rozan.
—A las mujeres nos encanta martirizar nuestros pies con los tacones.
Los míos necesitan un descanso para seguir la noche.
—Eso tiene solución —contesta.
Se retira de mi lado y coge uno de mis pies para ponerlo encima de sus
rodillas. Me quita el zapato y, en un segundo, puedo notar el calor de sus
manos por encima de las medias. Suelto un gemido de gusto cuando
empieza a masajearlo. Madre mía, qué maravilla. Este hombre va ganando
puntos por momentos.
—¡Mmm! ¡Qué bien! —ronroneo con los ojos cerrados. Noto mi pie
moverse y al mirarlo veo que se ríe.
Con rapidez bajo el pie y me coloco el zapato, mientras carraspeo y
bajo la cabeza para que no vea cómo me he ruborizado. Estamos en medio
de una discoteca y es verdad que nadie nos presta atención o bien están
borrachos o demasiado ocupados entre ellos para ser conscientes de
nosotros. Noto que vuelve a acercarse a mí.
—¿Mejor? —indaga. Afirmo con la cabeza. Me muero de vergüenza
—. Pues vamos a bailar.
No tengo tiempo a protestar. Me ha cogido de la mano y me arrastra
sin piedad a la pista. Antes lo he visto bailar con su grupo de amigos y no lo
hace tan mal. ¿Quién diría que el cardiólogo sabría menear el esqueleto tan
bien? Me sitúo al lado de Mía que me mira y sonríe. Parece que se ha
desenganchado un rato de su conquista, el chico con el que hemos cenado,
Samuel se llama.
Intento distraerme, hace rato que no he vuelto a ver a Guille, así que
me relajo y me dejo llevar. Veo aparecer un vaso con un cóctel que me
ofrece Samuel con una sonrisa y no dudo en cogerlo. Necesito evadirme un
poco más. Me arrimo a Mía y Alberto y bailamos dándolo todo, el nivel de
alcohol ayuda, estamos totalmente desinhibidos. Es posible que mañana no
me acuerde de nada o de muy poco, pero ahora mismo soy consciente de los
roces de Alberto contra mi cuerpo. Cada vez que sus caderas rozan con mi
culo, puedo notar cómo su miembro se endurece, igual que mis pezones. Es
muy probable que todo sea debido a nuestro estado, pero estoy muy
acalorada y sería capaz de hacer cualquier locura ahora mismo. La Camila
responsable ha desaparecido por completo, como si se hubiera quedado en
el año anterior.
Cuando empieza otra canción cambio de posición y me sitúo frente a
Alberto. Me reciben su brillante mirada y una tonta sonrisa, creo que él está
bastante más perjudicado que yo. Rodeo su cuello con mis brazos y él se
aferra a mis caderas.
—Llevo toda la noche deseando probar tus labios. Me tienes loco,
Camila — susurra muy cerca de mi oído—. Me muero por meter mi mano
por la apertura del vestido y fantaseo con que mis dedos no encontrarán
ningún obstáculo para llegar a tu sexo.
No le contesto, ahora mismo no soy capaz de articular ninguna
palabra. Un escalofrío desciende por mi cuerpo y mi interior palpita al
imaginar la escena. En mi cabeza se ve todo muy nítido, todo menos su cara
que está algo borrosa. Como si no fuera Alberto el que está recorriendo mi
interior con sus dedos, sino Guille. Sacudo un poco la cabeza y me centro
en mi acompañante. Mi cabeza vuelve a la sala y noto su mano
descendiendo por mi espalda hasta llegar a mi trasero y apretarlo con
sutileza. Ese gesto me acerca más a su cuerpo, noto el calor que desprende
y su miembro clavándose en mi vientre. Me dejo llevar sin oponer
resistencia a sus movimientos mientras nos movemos al ritmo de la música
o por lo menos lo intentamos.
Giro mi cara de forma leve hacia mi derecha y puedo ver cómo Mía y
Samuel parecen uno. Se están besando como si se acabara el mundo y,
aunque la visión no es muy clara por su cercanía, soy consciente de que la
mano de él está dentro del top que lleva mi amiga y le está sobando el
pecho. Esa imagen hace que me encienda más pero la vergüenza consigue
que deje de mirarlos. Dirijo mi vista hacia Alberto y cuando nuestros ojos
se tropiezan, me muerdo el labio. Noto sus manos recorrer mi cuerpo con
suavidad y su aliento muy cerca de mi boca. Cierro los ojos para recibir su
beso, pero este no llega. Alguien empuja nuestros cuerpos y nos hace
tropezar.
—Perdón, perdón… —se excusa un chico con las manos levantadas.
Me centro en esos ojos verdes que tan bien conozco y, a pesar de mi
estado, estoy caliente y algo borracha, puedo reconocer a mi cuñado Hugo
sin ningún problema. Nada más observarlo, soy consciente de que su
tropiezo no ha sido accidental y eso hace que me ponga de mal humor. Es
posible que su hermanito se haya ido con Sandra a acabar la noche y no
pasa nada. En cambio, cuando se da cuenta de lo que íbamos a hacer da la
casualidad de que colisiona con nosotros. Frunzo el ceño y me separo de
Alberto, ya me ha cortado el rollo. Objetivo cumplido. Malditos hermanos
Guerrero.
El resto de la noche nos mantenemos a distancia, la cosa se ha enfriado
y nuestras cabezas han abandonado ese estado de embriaguez, donde nos
manteníamos como flotando. No he vuelto a beber, así que yo ya estoy
volviendo a la normalidad, o casi. En cambio, Alberto está más ebrio que
antes. Sobre las seis de la mañana, uno de sus amigos le avisa que tienen
que retirarse y el resto hacemos lo mismo. Nos despedimos de Alberto en la
entrada y lo vemos marcharse con dos amigos más. Mía decide irse con
Samuel, pero no lo hacen hasta que me dejan en el interior del taxi que me
dejará en mi casa.
Estoy cansada y mañana voy a ser un despojo humano. Menos mal que
estos desfases no los hago a menudo, ya no tengo edad para esto. El
trayecto es tranquilo y al no haber mucho tráfico no tardamos en llegar al
destino. Hogar, dulce hogar. Pago al taxista con la mente puesta en
desnudarme, darme una ducha para quitar el sudor de la noche y dejar caer
mi cabeza en la almohada.
Abro la puerta del portal y una vez dentro me quito los tacones.
Suspiro de placer. Me meto en el ascensor y apoyo la cabeza en una de sus
paredes. Tengo que hacer un gran esfuerzo para no dormirme de pie aquí
dentro. Las puertas se abren y yo salgo bostezando. Cuando me giro para
introducir la llave en la puerta, la sombra de alguien sentado en la escalera
me sobresalta y del susto no puedo evitar dejar caer el bolso y los zapatos.
El estruendo despierta al intruso que dormía apoyado en la pared y levanta
la cabeza. Sí, es un hombre y sí, lo reconocería con los ojos vendados. No
tengo ni idea de qué narices hace Guille durmiendo en la escalera de mi
piso. Está claro que me estaba esperando pero, ¿para qué?
Se levanta y da dos pasos hacia mí, los que yo retrocedo hasta que
tropiezo con la pared y no puedo seguir. Sin los zapatos soy bastante más
bajita que él, ese hecho hace que se agache un poco y ponga sus manos una
a cada lado de mi cabeza.
—Vas a volverme loco —me susurra.
Me he quedado sin palabras, estoy bloqueada. Su cercanía y todos los
acontecimientos de la noche me impiden pensar con claridad. No entiendo
nada y hoy no es un buen día para tenerlo tan cerca. Si me besa o me toca sé
que no voy a poder parar y eso hace que me enfade mucho conmigo misma.
No puede venir siempre que quiera a revolver de nuevo mi vida. Es posible
que mañana me arrepienta de la decisión que voy a tomar pero, con Guille,
haga lo que haga siempre acabo volviendo a la casilla de salida o, en este
caso, a la cárcel.
Capítulo 14

Guillermo

Soy un estúpido, lo sé. He estado a punto de irme en varias ocasiones pero


no he podido. Incluso he tenido tiempo para pensar qué haría si llegara con
él a su casa. La rabia invade mi cuerpo solo de pensarlo. Por suerte, no ha
sido así y he podido suspirar de alivio.
La estuve observando un buen rato en la discoteca, sin que ella me
descubriera, y cuando vi los acercamientos y roces con ese hombre, tuve
que hacer una enorme contención de la mente para no acercarme a ellos y
romperle la cara al rubio por no dejar sus manos quietas. Al final me fui
para no armar ningún número. También aguanté las peticiones de Sandra
para que no me fuera y evitar que ella viniera conmigo. La petición era
tentadora, pero mi cabeza y mi corazón estaban en otro sitio y no me
parecía justo para ella darle el placer que buscaba pensando en otra mujer.
Tengo a Cami arrinconada en la pared, nuestras caras están muy cerca
y solo tengo que inclinar la cabeza para besar sus labios y acabar con esta
tortura. Hacía tiempo que no veía su mirada turbia por culpa del alcohol,
sus pupilas están dilatadas, supongo que por el deseo que sé que siente por
mí. No es posible que se haya olvidado tan rápido de todo lo que hemos
vivido juntos, de lo felices que éramos. Estoy convencido de que podemos
volver a recuperar nuestro matrimonio, así que voy a hacer todo lo que esté
en mis manos para conquistarla de nuevo. Empezaré besándola, para que
mis labios le digan que todavía la amo. Acerco la cabeza, pero antes de
rozar nuestras bocas, ella me mira y sus ojos me ponen en alerta.
—Por favor, no lo hagas —me suplica. Pongo distancia y analizo su
cara. El brillo en su mirada me avisa que está a punto de llorar—. No
podemos complicar más las cosas. No quiero seguir así.
Apoya la frente en mi pecho y sus manos en mis costados, beso su
cabeza, pero cuando voy a abrazarla, ella me empuja separando nuestros
cuerpos a una distancia prudente.
—Te necesito —confieso.
—No, Guille. Solo echas de menos la estabilidad que teníamos. Hace
muchos años que compartíamos rutina, pero…
—¿Eso significa que ya no me quieres, que no sientes nada por mí?
—Claro que te quiero y siempre lo haré, fuiste mi primer amor y eres
el padre de mis hijos. Es imposible que todo desaparezca de un plumazo.
—Entonces, no entiendo cuál es el problema. Quiero volver a
intentarlo, necesito recuperarte —le pido acercándome a ella de nuevo.
Cami niega con la cabeza y eleva las manos para impedir que me aproxime.
—¿No te das cuenta? —susurra. Las lágrimas descienden por sus
mejillas—. Te fuiste, te rendiste a la primera de cambio, le dijiste a tu
hermana que entre nosotros ya no había amor. Ahora es tarde, Guillermo.
Lo único que puede pasar si volvemos a intentarlo es que todo acabe peor y
no lo puedo permitir. Las cosas no son así de sencillas, detrás de los actos
hay consecuencias. Me hiciste mucho daño, tomaste la decisión de irte tú
solo, te negaste a hablar conmigo y me tuviste casi un año sin respuestas.
Estoy herida y ahora no puedes llegar, decir que me necesitas, que quieres
volver a intentarlo y que yo te perdone sin más.
—Me equivoqué, lo reconozco. No sabía cómo afrontar la situación y
creí que la solución era irme. Ahora sé que fue un error, que mi cabeza te
recuerda cada día, que mi cuerpo te echa de menos y que no puedo estar sin
ti.
—Lo siento, pero ahora soy yo la que quiere estar sola. Por favor, no
insistas más —me pide mientras recoge sus zapatos, el bolso y las llaves del
suelo—. Yo respeté tu decisión, ahora te toca a ti hacerlo con la mía.
Se gira, abre la puerta y la veo desaparecer en el interior del piso. No
puedo evitar que algunas lágrimas desciendan por mi cara. La cosa no ha
salido como yo esperaba y lo que más rabia me da, es que la conozco a la
perfección y una parte de mí sabía que no iba a ser tan fácil. Camila es una
mujer con un gran corazón, dulce hasta decir basta, es apasionada y le pone
toda su energía a las cosas que hace. No se da por vencida con facilidad,
como se sienta decepcionada o engañada, es posible que no te deje volver a
su círculo privado. Le daré el tiempo que necesite, pero no me pienso
rendir. Lo tengo complicado, lo sé, pero luchar por ella y por mi familia, sin
duda, vale la pena.
★★★
El viernes entro en el gimnasio algo desganado. Paso mi tarjeta por el lector
y saludo a Víctor que está en la recepción revisando unos documentos.
—¡Hombre, dichosos los ojos! —me dice con una sonrisa—. La noche
de fin de año te largaste sin despedirte. ¿Ibas tan bien acompañado que no
pudiste parar a decir adiós?
—Me fui solo, listo. Me pasé con la bebida y antes de caer redondo,
tomé la opción de irme. Yo ya no soy tan joven como vosotros, mi aguante
es más limitado.
—Eso ha sonado a excusa. —Me regala un guiño para que sepa que no
se ha creído nada.
—¿Ha venido mi hermano?
—Por ahí dentro anda. Creo que, después de dos días, todavía tiene
resaca.
—¿Tanto os desmadrasteis? —le pregunto. No he visto a Hugo en
estos días ni tampoco nos hemos enviado mensajes.
—Ya te contará. —Se echa a reír y yo voy hacia el vestuario negando
con la cabeza.
Mi hermano es un alma libre. Tiene un carisma especial y no pasa
desapercibido para nadie y menos para el sector femenino. Me gustaría
saber cómo narices acabó la noche o, mejor dicho, la mañana de principio
de año.
Me estoy abrochando las zapatillas cuando oigo entrar a Adri todo
sofocado. Lo miro con las cejas arqueadas, estoy a punto de reírme de él
cuando levanta el dedo a modo de advertencia.
—Ni se te ocurra reírte —amenaza. Cosa que solo hace que mi
reacción sea la contraria y no pueda evitar soltar una carcajada—. Vaya
mierda de colega.
—Es que tendrías que haberte visto la cara —le digo como puedo
entre risas—. Parece que llegabas tarde a una audiencia.
—No te imaginas qué día llevo. Encima he tenido que esperar a Mel,
que ha ido a buscar no sé qué cosa para el bebé y me he quedado con el
peque —explica mientras saca la ropa de la mochila y se va desvistiendo.
Yo me pongo la camiseta que es lo que me faltaba y, justo cuando saco
la cabeza, veo asomarse a mi hermano, se aproxima a nosotros y se deja
caer a mi lado en el banco.
—¿Y a ti qué te pasa? —le pregunto.
—Me pasé un montón la otra noche y ayer también salí de fiesta.
Ahora lo estoy pagando... —Se encoge de hombros resignado.
—Deberías frenar, hermanito. Tanto meneo al cuerpo no puede ser
bueno.
—Esta noche me voy a ir a dormir solo y prontito. Mañana dormiré
todo el día para recuperar fuerzas. Ahora mismo, no hay nada en mi cuerpo
que se ponga duro.
Adrián y yo soltamos una carcajada por las tonterías que dice mi
hermano.
—Chicos, voy a empezar la clase —nos informa Víctor asomando la
cabeza por la puerta.
—Yo paso —dice mi hermano—. Me voy a dar una ducha y directo
para casa. Dile a mamá que mañana voy a estar inactivo todo el día, que no
se asuste y no venga a molestarme.
—A mí no me metas en tus líos, llámala tú y se lo dices.
—Por cierto, todavía no lo sabes, pero me debes un favor muy grande
y me lo pienso cobrar.
—Pues como todavía no lo sé, de momento, de mamá te encargas tú.
Se gira y lo vemos desaparecer hacia las duchas refunfuñando. Adri y
yo lo damos por imposible y nos dirigimos hacia la sala para hacer la clase
de Body Combat a machacarnos el cuerpo.
Después de la ducha, decidimos ir a tomar unas cervezas. Solo nos
apuntamos mi amigo y yo, el resto se ha ido para sus casas.
—No me has explicado nada de la noche de fin de año —me reprocha
Adri—. ¿Lo pasaste bien con toda la juventud?
—Lo pasé bien. Me encontré con Sandra, con la que casi me beso.
Tropecé con Camila y un rubio que no paraba de sobarla. Cuando me cansé
de hacerme malasangre viendo sus coqueteos, me fui pero, en vez de ir a mi
casa, acabé en la escalera de Cami, para esperarla y asegurarme que llegaba
bien. Le dije que la quería, también estuve a punto de besarla, me rechazó y
me dio calabazas... —Me callo después de soltarlo todo de sopetón. Mi
amigo tiene los ojos y la boca abiertos por la sorpresa.
—¡Jo-der! —Le pega un largo trago a la cerveza y carraspea antes de
volver a hablar—. Vamos a ver, creo que me he perdido. ¿Eso significa que
puedo romper los papeles del divorcio?
—No. Mi última frase ha sido «me rechazó y me dio calabazas».
Le explico todo lo que me dijo Camila, cuánto me han dolido sus
palabras y lo perdido que sigo. Que quiero recuperarla pero no puedo forzar
sus sentimientos y hacer desaparecer su dolor.
—No sé qué decirte, amigo. ¿No has hablado con ella desde el otro
día?
—Me pidió espacio y eso es lo que voy a hacer. Sé que con Camila no
puedo forzar las cosas, ella no funciona así. Si quiero recuperarla tengo que
hacerlo bien.
—Me alegro de que estés tan decidido, pero lo tienes muy complicado.
Eres consciente, ¿verdad?
—Lo soy. Lo jodido es que además de conquistarla de nuevo, tengo
que esquivar a un moscón rubio. Esa es la parte más difícil.
—Guille, no vayas a hacer ninguna gilipollez, que te conozco.
Recuerda que ya eres un madurito con hijos adolescentes.
—Tranquilo no voy a liarme a puñetazos... Aunque la otra noche,
ganas no me faltaron. Igualmente, si me meto en algún lío, tengo a uno de
los mejores abogados del país para arreglar mis problemas.
—Perdón, el mejor abogado. No me quites méritos.
Nos reímos por su ataque de arrogancia y pasamos el resto de la charla
hablando de su próxima paternidad.
Llego a casa pasadas las once de la noche. Hemos picado algo en el
bar para acompañar las cervezas, así que no tengo hambre. Vacío la mochila
y echo la ropa sucia para lavar. Me pongo el pijama y me tiro en el sofá.
Enciendo la televisión y busco alguna película o serie que me llame la
atención. Paro en una película de acción pero solo le presto atención al
principio. Con rapidez, mis pensamientos vuelven a Camila, como cada
mañana, tarde y noche. No hay un solo día que no piense en ella, en lo que
vivimos, en qué estará haciendo en ese momento, si ya se habrá liado con el
rubio… Eso intento no pensarlo mucho para no ponerme de mal humor.
Pero, sobre todo, cuando estoy solo, mis pensamientos van asociados a
Cami desnuda, tumbada en la cama, masturbándose para mí. Otra de las
imágenes más recurrentes en mi cabeza es recordar el calor de su sexo
cubriendo el mío, tal y como pasó la última vez que la tuve para mí en la
cocina.
Otra noche que acabo jadeando, sentado en el sofá y dándome placer
con la mano mientras pienso en ella. No tardo ni dos minutos, unos cuantos
meneos arriba y abajo y, en un suspiro, mi mano se ha llenado de semen.
Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos con resignación. Me equivoqué
y lo voy a pagar con creces.
Capítulo 15

Aura

Primer día de instituto después de las vacaciones. El autobús está en


silencio, se nota que los ánimos no acompañan. Toda la juventud que lo
llena va con cara de sueño y los auriculares puestos. Subo cuando llega mi
turno. Mi energía no es mucho mejor que la del resto. Encaro el pasillo y ya
veo asomar la cabeza de Pablo entre dos asientos. Sonrío, no puedo evitarlo,
creo que es el único que está feliz. El asiento que está a su lado va vacío, así
que lo ocupo.
—¡Mírate! —exclama con alegría—. Estás más guapa que antes de las
vacaciones.
Le doy un beso en la mejilla que acompaño con un tortazo en el brazo.
—No sé cómo puedes estar tan contento de buena mañana. Debes de
ser una especie de alienígena o algo así.
—Todo es actitud, querida amiga.
—Sí, será...
—A ver, Aura. Quiero mucho a mis padres y a mi hermana. Me lo he
pasado genial en estas fiestas pero, si me dan a escoger, prefiero estar
contigo. —Me mira y me guiña un ojo.
—Eres un zalamero —le digo sin poder evitar que una leve sonrisa
asome en mis labios.
—Y tú, ¿qué me cuentas?
—Poca cosa, mis vacaciones no han sido tan emocionantes como las
tuyas.
Pablo se ha ido una semana de viaje con su familia a los Alpes suizos,
así que no entiendo por qué está tan contento de volver a la rutina.
—¿Siguen mal las cosas por tu casa?
—Estoy harta de ser una peonza. Vamos de una casa a otra como si
fuéramos mercancía. Y en cualquiera de las casas que estemos, todo son
malas caras.
—Lo siento —dice Pablo. Coge mi mano y me la acaricia para darme
apoyo.
—Bueno, no hablemos de cosas tristes. Explícame qué tal tus
vacaciones.
—Aquella zona es increíble. Las pistas de esquí, alucinantes —me
explica emocionado—. Hemos ido con dos parejas más, amigos de mis
padres, así que éramos muchos.
—¿Había más juventud? —indago.
—Sí, en total éramos siete. Cuatro chicas y tres chicos. Nos
conocemos desde hace tiempo y nos llevamos bastante bien.
—Qué guay —comento sin mucho entusiasmo.
—Con la que mejor me llevo es con Olivia —prosigue—. Es de
nuestra edad y está en la federación de esquí. Es una máquina haciendo
descenso.
—Entonces, es por eso por lo que vienes tan contento, ¿no? —Me
mira frunciendo el ceño por la agresividad de mi pregunta—. Te has liado
con ella. ¿Besa tan bien como desciende?
Se crea un silencio entre nosotros pero Pablo no deja de mirarme. Es
entonces cuando me doy cuenta de que no debería importarme lo que haga
él con otras chicas. Es mi amigo, no mi novio. No tengo tiempo a
reaccionar cuando veo asomar una sonrisa torcida en su boca.
—¿Estás celosa? —pregunta ampliando el gesto de su cara.
—¡Qué dices! No seas tonto. Cómo voy a estar celosa, solo somos
amigos. Era un simple comentario —intento excusarme, pero el temblor en
mis palabras no ayuda a darles credibilidad.
Pablo no pierde detalle de mis palabras y su profunda mirada me
empieza a incomodar. Se crea otro mutismo y veo cómo niega con la cabeza
y desvía la mirada hacia la ventana. Vacío mis pulmones del aire que estaba
conteniendo e intento respirar con calma para recuperarme. El proceso dura
un momento hasta que mi amigo vuelve a hablar:
—No me parece correcto ir hablando de mis líos. —Vuelve a centrar
su mirada en mí—. A mí solo me interesa una chica, pero resulta que esta
no me hace ni caso, así que no voy a esperar sentado a que reaccione. Tengo
necesidades y si otra chica se me acerca, no pienso perder la oportunidad.
Le miro sin contestarle, no sé qué decir. No soy tonta y sé que esas
palabras van dirigidas a mí. Negar que siento algo por Pablo es una tontería,
si no ¿a qué viene ese ataque de celos de hace un momento? Aunque
también es verdad que hay demasiadas cosas desorganizadas en mi vida. No
puedo enamorarme de él, si lo hago sufriré, soy una mujer muy entregada y
lo doy todo sin pensar en las consecuencias. Tenemos dieciséis años, pronto
nos separaremos para ir a la Universidad y, ¿qué pasaría si en ese proceso
Pablo se enamora de otra? Me quedaría destrozada, igual que mi madre lo
está ahora sin papá. Me niego a padecer como lo hace ella.
—Eres joven y tienes todo el derecho de disfrutar.
Ya estamos llegando a nuestra parada, cojo la mochila del suelo y me
levanto. No lo miro, no quiero volver a ver su cara de desilusión como ha
pasado en otras ocasiones. Hacemos el recorrido hasta el instituto en
silencio y nos despedimos con un hasta luego en la puerta para ir cada uno a
su clase. Lo más triste es que lo voy a perder como amigo pero creo que
debemos mantener la distancia, para que ninguno de los dos sufra.
♡♡♡
Llego a casa con la cabeza saturada. Antes de las vacaciones nos pidieron
que tuviéramos una charla con nuestros padres para ir orientando nuestros
estudios. Los ánimos con los míos no han sido nada favorables y, como
tampoco creo que les interese mucho saber qué quiero hacer con mi vida,
pues no les dije nada. Mi tutor ha hablado conmigo y, al verme tan indecisa,
ha pedido una reunión con ellos.
—¡Hola! —saludo al entrar. Hoy regreso sola, Júnior tiene inglés.
—¡Hola, cariño! —responde mi madre desde la cocina. Me dirijo
hacia allí y cojo aire preparándome para la conversación que me espera—.
¿Cómo ha ido el día?
—Sin novedad. Oye, mamá, ¿podemos hablar un momento?
—Claro. Ven, siéntate. ¿Quieres que te prepare algo para merendar?
—Niego con la cabeza. Ella se sitúa a mi lado y me mira preocupada.
—Verás... —Carraspeo para aclarar mi voz, estoy nerviosa—. Antes
de las vacaciones nos pidieron que habláramos con nuestros padres de lo
que queríamos estudiar.
—¿Lo hablaste con papá? —interroga al darse cuenta de que no lo he
hecho con ella.
—No lo he hablado con ninguno. —Bajo la mirada a mis manos
mientras juego con mis dedos. Noto cómo el calor de mi madre las
envuelve para relajarme.
—¿Quieres hacerlo ahora? —afirmo con la cabeza—. Está bien.
¿Quieres que llamemos a tu padre o prefieres decírmelo a mí y después a
él?
—Te lo digo a ti y después ya lo llamo.
—Perfecto, pues te escucho. —Levanto la mirada y veo que me sonríe.
Echo de menos su calor. Hace mucho tiempo que nuestra relación se
ha enfriado bastante y, a veces, extraño sus abrazos y sus besos. Sé que la
culpa es mía, que la que pone distancia entre nosotras soy yo, pero es que
me duele tanto mirarla a los ojos y ver que han perdido su brillo…
—Me gustaría hacer una carrera de letras. He hablado con la tía
Daniela y me ha dicho que tengo potencial. Le gusta lo que escribo y yo
disfruto mucho haciéndolo. —Me mira frunciendo en ceño. No sé si he
enfocado bien la conversación.
—A ver, un momento, creo que me he perdido. ¿Qué tiene que ver tu
tía en esto? Y, ¿por qué no sabía yo que escribías? —suspiro. Ahora
empieza la guerra.
—La tía Daniela me escucha y se toma la molestia de entenderme y, si
ni tú ni papá sabéis que escribo es porque, como siempre, estáis centrados
en vuestros problemas y nosotros somos invisibles en vuestra batalla.
—Aura, no estás siendo justa con nosotros. La que siempre está
enfadada y no quiere hablar eres tú, señorita. Es verdad que no estamos
pasando por nuestro mejor momento, también somos humanos y nos
equivocamos. Pero si algo tenemos claro los dos es que os queremos por
encima de todo.
—Lo que tú digas. Yo ya he cumplido mi parte. —Alargo la mano y le
entrego la nota del profesor para organizar una reunión—. Debéis escoger
un día y una hora para hablar con mi tutor. ¿Hablas tú con papá o vais a
acabar peleándoos como siempre?
—Yo me encargo —me contesta y noto que aguanta la respiración
para no chillarme. Sé que la saco de quicio, pero estoy harta de esta
situación.
Cojo una manzana del frutero y me levanto para irme a mi habitación.
Vacío la mochila y la dejo caer al suelo. Me tumbo en la cama y suspiro. Ya
he pasado una de las pruebas, solo me falta la otra. Me incorporo y recupero
el teléfono que había dejado en la mesita. Busco el número de mi padre y le
doy al botón de llamar.
—¡Hola, cielo! —contesta al tercer tono.
—¡Hola! ¿Tienes un momento para hablar?
—Claro, para ti siempre. —Pongo los ojos en blanco.
—Ya, bueno. Es para decirte que he decidido la carrera que quiero
estudiar.
Le explico lo mismo que le he dicho a mi madre pero, claro, al no
tenerlo enfrente no puedo ver su reacción. El silencio que se crea en la línea
al terminar, no me ayuda a averiguar qué opina.
—Papá, ¿me has oído? —pregunto.
—Sí, hija, solo que no sé qué decirte. —Lo oigo resoplar y cierro los
ojos a la espera de lo que está por venir—. ¿Desde cuándo escribes?
—Desde que te fuiste de casa —susurro.
—Entiendo.
—No lo creo.
—Aura, no tengo ganas de discutir. Nosotros no somos los enemigos,
hija. —No le contesto y prosigue—: ¿Alguien más ha leído tus escritos a
parte de la tía Daniela?
—Mi amigo Pablo.
—A mí me gustaría leerlos y seguro que a mamá también.
—No creo que sea buena idea.
—¿Y eso por qué?
—Da igual. Mamá te llamará para tener una reunión con mi tutor y
hablar del asunto. —Cambio de tema. Lo que menos me apetece es que mis
padres lean mis textos, son demasiado personales.
—Está bien —me dice resignado—. Hablaré con tu madre.
—Genial. Hablamos otro día.
—Claro. Te quiero, cielo.
—Adiós. —Cuelgo y cuando me separo el teléfono de la oreja susurro
—: Y yo a ti.
Yo no era así, era una niña muy dulce y cariñosa. Me encantaba
levantarme temprano por las mañanas e ir a despertar a mis padres
lanzándome en su cama y llenándolos de besos para que ellos me hicieran
cosquillas. Empezar los días riendo a carcajadas era lo que más me gustaba.
Ya no soy esa niña, he madurado y la separación de mis padres me ha hecho
caer de bruces del mundo de unicornios que se había creado en mi mente,
donde todo era perfecto y para siempre. Qué engañada estaba.
Capítulo 16

Camila

Cojo uno de los papeles donde están apuntadas las habitaciones ocupadas
para analizar el siguiente paso. Solo son las nueve de la mañana y ya tengo
ganas de que sea la hora de irme. Hoy me he librado de acompañar a los
médicos y menos mal, llevo una semana complicada, y eso que acaba de
comenzar, así que no tengo ánimos para aguantar según qué cosas.
—Rubita, ¿qué le pasa a nuestra Teresa de Calcuta? —oigo que
pregunta Fede refiriéndose a mí. Dice que soy demasiado buena e ingenua.
—Creo que está enamorada —le contesta Mía.
—¿Por fin ha caído loquita por mis huesos?
—Tontorrón, si ya sabes que nos tienes a todas a tus pies. —Estos dos
siempre están así.
—Sí, eso me gustaría a mí. Teneros a todas de rodillas, a la altura de
mi…
—¡Jolín, Fede, qué guarro eres! —exclama Merche, mientras Mía y él
se echan a reír.
Ellos tres están en una sala que tenemos para descansar y yo en el
mostrador del pasillo. Pongo los ojos en blanco por el comentario de mi
compañero. Fede es un gran tío pero, a veces, el cerebro y la boca no van lo
sincronizados que deberían. Su humor es algo negro y bastante
pornográfico. Si no lo conociéramos, parecería que lleva cinco años sin
sexo, pero sabemos que no es así. A sus treinta y tres años es todo un
conquistador, de hombres y mujeres.
—¿Me vas a explicar qué le pasa a la morena más bonita del hospital?
—pregunta mi compañero cerca de mi oído.
—Te echarías a llorar, corazón. —Le sigo el juego.
—Corre el rumor por el hospital de que la noche de fin de año te lo
pasaste muy bien con un cardiólogo... —Abro mucho los ojos por la
sorpresa pero paso con rapidez al enfado y miro a Mía con reproche.
—¡Ah, no! A mí no me mires así que por esta boquita no ha salido
nada.
—No ha sido la rubita. Lo oí ayer en el comedor.
—Vaya, parece que la gente no tiene otra cosa que hacer.
—Sabes que estamos en un país muy pequeño y todo se sabe.
Igualmente, Cami, no creo que estés haciendo nada malo. Estáis separados,
sois jóvenes y guapos, podéis hacer lo que os dé la gana —intenta
tranquilizarme Fede.
—El problema es que la gente habla sin saber. Entre Alberto y yo no
ha pasado nada de nada. Ni siquiera un beso. Solo bailamos —replico
enfadada.
—¿Por eso estás así de triste? ¿Por no acabar la noche con él? —
indaga Fede.
—Federico, yo de ti me callaría —le dice Mía mientras le da
toquecitos en el hombro.
—¿Sabes qué? Piensa lo que te dé la gana. —Me giro y cojo uno de
los carros con el desayuno que han dejado y que tengo a mi espalda—. Me
voy a trabajar, que para eso estamos aquí.
Oigo a Fede resoplar pero no me giro. Lo que menos me apetece es ser
el centro de los cotilleos del hospital. Sé que en unos días pasará, cada
semana hay un chisme nuevo. A nadie le importa lo que hago con mi vida y
no tengo por qué dar explicaciones.
—Espera Cami, que te acompaño —me pide Mía. Me freno y cuando
se pone a mi altura reanudamos los pasos hasta el final del pasillo—. ¿Estás
bien?
—Sí.
—Te juro que yo no le he dicho nada a nadie —explica mi amiga.
—Lo sé. Perdóname, ha sido un reflejo, no quería culparte.
—No pasa nada —dice dando un manotazo al aire para restarle
importancia—. No te comas la cabeza por los comentarios. Seguro que son
el grupito de enfermeras de la primera planta. Deben de estar celosas
porque el doc guaperas del hospital está loco por ti.
—Eso no es verdad.
—Dime que no estuvo a punto de besarte. Tu cuñado fue muy
oportuno, qué casualidad.
—¿Tú también piensas que lo hizo adrede? —le pregunto para
comprobar que no me estoy volviendo loca y que fue demasiada suerte.
—Por supuesto. No tengo ninguna duda.
Entro en la primera habitación, saludo y dejo la bandeja encima de la
mesita. Mía hace el mismo proceso en otro cuarto. Repetimos el acto hasta
que el carro queda vacío. Merche y Fede han repartido la otra ala de la
planta.
—¿Sabes que Guille te estuvo vigilando toda la noche? —susurra Mía
a mi lado.
—¿Cómo? —le pregunto con el ceño fruncido.
—Se fue un poco antes del empujón de Hugo. Se puso en una esquina
y, a pesar de tener a una tía pululando a su alrededor todo el rato, no le hizo
ni caso y no te quitó ojo.
—Seguro que era Sandra.
—¿La conoces? —indaga Mía curiosa.
—Es una antigua amiga suya. Siempre iban juntos a todos los sitios.
No tengo ninguna duda de que ella siempre estuvo coladita por él.
Fede y Merche aparecen en la sala, nosotras dejamos de hablar y nos
centramos en el trabajo. Media hora después, cuando vamos a recoger las
bandejas vacías, decido explicarle a Mía mi encuentro con Guille de esa
noche. No hemos tenido oportunidad de hablar sobre lo ocurrido.
—¿Y dices que te estaba esperando en la escalera? —exclama.
—Así es. Y lo frené para que no me besara. Me pidió volver a
intentarlo y dijo que me necesitaba.
—¡Jo-der! No entiendo nada. ¿Qué le dijiste?
—Que no, qué le voy a decir.
—Pero si sigues loca por él. —Me mira y niega con la cabeza—. Eres
más rara que yo, cielo.
—Mía, nada ha cambiado. En unos meses todo volvería a ser como
antes, mentira, sería peor. No quiero acabar a muerte con él.
—Cami, cariño, no hay quien te entienda. El problema es que ni tú
sabes lo que quieres.
Es verdad, estoy tan confundida que no tengo ni idea de lo que
necesito ni preciso, ahora mismo, para ser feliz. Esta incertidumbre no
puede continuar o acabaré loca de remate.
♡♡♡
Otro tema que me lleva de cabeza es mi hija. ¿Cómo puede ser que no
supiera que escribía? Parece que estamos haciendo las cosas muy mal como
padres y a mí se me cae la cara de vergüenza.
Le doy vueltas al papel que ayer me entregó Aura para llamar al tutor
y concertar una entrevista. Primero, tengo que hablar con Guille para saber
qué días le van bien a él y poder ir juntos. Lleno mis pulmones de aire para
darme ánimos y enfrentarme de nuevo a su voz.
—¡Hola, Camila! —contesta.
—¡Hola! ¿Te pillo en buen momento?
—Sí, claro. Me iba a preparar algo para cenar.
—Necesito saber tu disponibilidad para ir a hablar con el profesor de
Aura —le comento.
—Esta semana, cuando quieras. La que viene estaré fuera el miércoles.
—¿Necesitas que me quede con los niños?
—No te preocupes, voy a Barcelona. Bajaré y subiré el mismo día. Si
no llego a tiempo, irán con mis padres y después los recojo.
—Está bien. Como quieras. Llamaré mañana, cuando acuerde la fecha
te aviso.
—Perfecto.
Se genera un silencio en la línea. No es incómodo pero sí raro.
Nosotros siempre hemos tenido temas de conversación, ahora parecemos
dos extraños.
—¿Tú sabías algo de la afición de Aura por la escritura? —pregunto
para romper el silencio.
—Te juro que no tenía ni idea. Todavía no he podido hablar con
Daniela. Estoy muy enfadado con ella por no decirme nada.
—¿En qué nos estamos equivocando?
—Parece que en demasiadas cosas. Es como si un huracán hubiera
pasado por nuestras vidas y las hubiera sacudido. Ahora tenemos todo
destrozado y no encontramos los pedazos para reconstruirla de nuevo. No
tengo ni idea de por dónde empezar —lo oigo suspirar al otro lado—.
Mentira, sí que lo sé, pero tú no me dejas.
—Por favor, Guille, no volvamos al mismo tema —le suplico. Mis
ojos se inundan de lágrimas y no quiero que los niños me vean llorar.
—No me voy a dar por vencido hasta que esté seguro de que no tengo
la más mínima oportunidad de recuperarte. —Cierro los ojos y me aprieto el
puente de la nariz con los dedos—. Cuando sepas el día y la hora de la
reunión, me avisas. Hasta mañana, Camila.
—Hasta mañana.
Dejo el teléfono en la encimera de la cocina y resoplo. ¿Es posible que
podamos volver a intentarlo?
—Qué tonterías piensas, Camila. Baja de la nube que como te caigas
te darás un buen castañazo —me reprocho a mí misma en voz alta.
—Mamá, ¿estás hablando sola? —pregunta Júnior sobresaltándome.
—Cariño, me has asustado —comento con la mano en el pecho.
—No debes tener vergüenza —afirma con una sonrisa—. Yo también
lo hago a menudo.
—Creo que lo hace todo el mundo, aunque no todos lo admitan.
—Seguro que sí. ¿Qué hay para cenar?
—Tortilla y filete de pollo.
—¿Puedo ayudarte a batir los huevos? —pide con entusiasmo. Le
acerco el cuenco y los huevos.
—¿Qué tal en el cole? —pregunto para mantener una conversación.
Me explica miles de historias que han pasado en la escuela y nos
echamos unas risas por alguna que otra anécdota de sus amigos. La cena ha
sido todo un éxito gracias a la inestimable ayuda de Júnior que, además de
colaborar en la cocina, ha amenizado la mesa con sus locuras y su
inagotable entusiasmo por los ordenadores y los programas informáticos.
—Aura, ¿me ayudas a recoger? —le indico a mi hija. Necesitamos
tiempo a solas y este es un buen momento.
—Mami, ¿yo puedo irme a la habitación? —solicita Júnior, cosa que
me va perfecta para mi objetivo.
—Por supuesto. Buen trabajo, chef. —Me da un beso en la mejilla y
desaparece.
Vamos despejando la mesa en silencio y, mientras paso la escoba, le
pido que friegue los pocos platos que hay. Lo hace sin protestar que ya es
un paso.
—¿Qué tal está Pablo? —Noto que su cuerpo se tensa y deja el
estropajo en el aire. Eso me hace sospechar.
—Bien —dice escueta y continúa con su tarea.
—Hace tiempo que no lo veo. Seguís siendo amigos, ¿no?
—Sí, claro. Fuimos al cine la semana de Navidad.
Al ver que no voy a sacar más información por esa parte, intento
indagar por otro lado. Yo a su edad ya salía con Guille y no tardé en perder
la virginidad. Nunca tuve la confianza suficiente con mi madre para poder
hablar con ella de sexo y menos de mi primera experiencia. Ojalá Aura
pudiera confiar más en mí y me contara sus cosas. Supongo que es raro
hablar de chicos con tu madre pero, al menos, que sepa que si necesita
algún consejo, yo estoy aquí para lo que precise.
—¿Y qué tal con los chicos? ¿Hay algún candidato por ahí? —Cierra
el grifo y coge un trapo para secarse las manos antes de mirarme. Sé que no
me va a contestar. Me desespera que no quiera hablar conmigo—. Cariño,
sé que llevo un tiempo que no hago bien las cosas y quiero arreglarlas. Sois
lo más importante para mí. No quiero ser tu amiga, pero sí que sepas que
estoy aquí para lo que necesites. Para hablar de lo que quieras.
—Lo sé y siempre lo he sabido. Pero no os podéis imaginar lo difícil
que es intentar hablar de mis inquietudes cuando os veo tan tristes. Bastante
tenéis vosotros con vuestras cosas para que yo os moleste con mis tonterías.
—Cariño. —Cojo su mano y la arrastro hasta acercarla a mi cuerpo
para abrazarla—. No creo que tus preocupaciones sean tonterías. ¿Por eso
hablas con la tía Daniela de tus cosas?
—Ella me entiende y me aconseja —dice separándose un poco de mi
cuerpo—. No quiero que te enfades con la tía por eso. En cada conversación
me ha pedido que hable con vosotros y os deje leer mis textos, pero yo
siempre me he negado.
—No voy a enfadarme con ella. Yo también la quiero mucho y que
tengas a alguien en quien apoyarte no me molesta. Prométeme que, a partir
de ahora, vas a hablar con nosotros sin pensar que nuestros problemas son
más importantes que los tuyos.

—Lo prometo —asegura abrazándose de nuevo a mi cuerpo.


—No voy a presionarte más pero, si algún día te animas a que lea tus
textos, yo estaré encantada de hacerlo.
—Está bien. Te quiero, mamá.
—Y yo a ti, mi niña.
Nos quedamos un rato calladas disfrutando del abrazo. Hacía muchos
días que no sentía el cariño de mi hija.
—Por cierto, todavía soy virgen si es eso lo que te inquieta y no hay
ningún candidato a la vista, así que puedes estar tranquila.
—Yo lo estoy y tu padre se va a poner como loco con la noticia.
—Mamá… —me reclama.
Echaba de menos estos momentos de madre e hija. Echaba de menos a
mi pequeña, que ahora ya es toda una mujercita y casi no me he dado
cuenta de cómo ha crecido tan rápido.
Capítulo 17

Guillermo

Papeleo y más papeleo. Así me paso los días en el despacho. Cuando no son
facturas, son contratos. Parezco un famoso plasmando mi firma varias veces
al día. Es la parte que menos me gusta de mi trabajo, a mí se me da mejor el
trato con las personas, disfruto cuando hago negocios mientras comemos en
un buen restaurante.
Levanto la cabeza de todos los folios que me rodean al escuchar que
alguien entra sin llamar. La presencia de mi padre hace asomar una sonrisa
en mi cara. Lleva unos meses que no anda muy bien de salud y mi madre le
ha prohibido que venga tan a menudo como lo hacía antes.
—¡Buenos días, papá! Me vienes como anillo al dedo. Estaba
empezando a agobiarme.
—¡Hola, hijo! Tú nunca fuiste mucho de papeles —dice sentándose en
una de las sillas que hay enfrente—. ¿Cómo va todo?
—Bien. Tenemos una buena temporada de invierno. Este año ha
nevado bastante y eso ayuda. Hemos contratado a tres personas para estos
meses y tenemos una ocupación del ochenta por ciento. Hay varias reservas
de aquí hasta el mes de marzo —le explico enseñándole la tableta con los
datos.
—Buen trabajo. Todo el mundo sabe que estoy muy orgulloso de mis
hijos —expresa con los ojos brillantes—. ¿Y tú, cómo estás?
—Intento recuperar mi vida. He estado realmente perdido y, ahora que
poco a poco me voy encontrando, las cosas se complican. No entiendo por
qué todo es tan difícil.
—Las cosas buenas de la vida hay que lucharlas y cuesta conseguirlas
pero, lo más difícil, es mantenerlas activas para que la llama no se extinga.
A veces, volver a prenderlas es lo más complicado.
—Lo que más me duele es que lo tuve todo y lo eché a perder. No
supe manejar la situación, me equivoqué y ahora no sé cómo voy a hacer
para arreglarlo —me lamento.
—Hace unos cuantos años ya, después de nacer Hugo, tu madre y yo
tuvimos una fuerte crisis. Estuvimos varios meses enfadados y yo dormía
en el sofá. No tuve fuerzas para irme y dejar a tu madre con vosotros cuatro,
aunque ella me lo pidió —explica incorporándose hacia delante y apoyando
los codos en la mesa.
—No sabía nada. Nunca me lo hubiera imaginado, siempre os
recordamos muy felices —comento sorprendido.
—Nadie se enteró o, por lo menos, eso creo.
—¿Qué pasó para que mamá quisiera que te fueras de casa?
—Que fui un estúpido y no supe ver lo importante que era mi familia,
hasta que casi la pierdo. —Se queda callado y lo miro a la espera de que
continúe—. Hugo fue un despiste que tuvimos, la verdad es que, con tres
hijos y la responsabilidad de sacar adelante el hotel, era más que suficiente.
Cuando nos hicimos a la idea, la ilusión fue igual de grande que la que
sentimos con vosotros. Justo el año que nació tu hermano, recuerdo que fue
uno de los más complicados, incluso creímos tener que cerrar el hotel. A mí
se me hizo todo cuesta arriba, tu madre se volcó en vosotros y yo no supe
gestionarlo. Me encontré solo y todo se desmoronaba a mi alrededor.
Encontré el cariño y el apoyo en Marcela, en aquella época era una de
nuestras recepcionistas.
—¿En serio? —corto a mi padre alucinado por esa parte de su vida
que no conocía.
—Déjame acabar y, después, me juzgas —pide—. Nunca me acosté
con ella, aunque ocasiones no me faltaron. Marcela se preocupaba por mí
cuando me veía llegar triste, me traía el café por la mañana y se sentaba a
escuchar mis penas. Una mañana, nos excedimos más de la cuenta. Ella se
sentó delante de mí y acabamos besándonos, así nos pilló tu madre. Te juro
que era la primera vez y, por supuesto, fue la última porque la tuve que
despedir. Ese desliz me supuso varios meses alejado de tu madre y haciendo
lo imposible para recuperarla de nuevo. Fue el peor año de nuestras vidas.
Fui débil y pagué las consecuencias.
—Nunca me di cuenta de que pasara algo así en casa.
—Tú debías tener unos diez u once años. Hicimos lo posible para que
vosotros no notaseis nada. Fue muy duro. Pero lo que te quiero explicar con
esta charla es que yo luché por mi familia. Siempre supe que tu madre era la
mujer de mi vida y que no quería vivir lejos de ella ni de vosotros. Cometí
un error pero supe batallar para enmendarlo. Si tú tienes claro que Camila
es la mujer con la que quieres pasar el resto de la tuya, lucha, hijo. Sé
perseverante, enfréntate a tus miedos. No pasa nada por tropezar y
equivocarte una vez, después se suele salir más reforzado.
—Lo intento, papá. ¿Pero qué puedo hacer si ella no quiere darme otra
oportunidad?
—La juventud de hoy en día os rendís a la mínima, por eso hay tantos
divorcios. ¿Acaso te piensas que tu madre me lo puso fácil?
—Seguro que no, pero yo no me he liado con otra —le reprocho.
—Bueno, esperaba esa puñalada antes, pero te recuerdo que ya pagué
por mi pecado.
—Lo siento, no quería ofenderte con mi comentario. Te agradezco el
consejo, intentaré no rendirme con facilidad y luchar por lo que quiero.
—Ojalá vuelvas a tener la felicidad completa, hijo. Los años pasan
demasiado rápido y cuando te quieras dar cuenta, estás casando a tus hijos y
rodeado de nietos.
Sonrío por el comentario, me levanto y rodeo la mesa para ponerme a
su lado. Mi padre se levanta y me abrazo a su cuerpo. Nunca imaginé que
mis padres hubieran pasado por semejante trauma. No me los imagino
separados, siempre los recuerdo haciéndose arrumacos. En mi casa
predominaba el amor en todas las esquinas.
Eso es lo que quiero para mí, un amor para toda la vida. Lo supe
cuando conocí a Camila y me enamoré de ella, incluso cuando estuvimos
separados unos años por los estudios. Lo supe cuando nacieron mis hijos, lo
que no sé es cuándo me desvié de mi objetivo, cuándo perdí mi norte.
★★★
Por hoy es suficiente, así que empiezo a ordenar un poco la mesa para que
mañana no me vuelva loco buscando las cosas. Solo faltan treinta minutos
para las siete y media, hora en la que he quedado con mi hermano y Adri en
el gimnasio para hacer unas subidas en el rocódromo. Siempre es más
agradable ascender al aire libre, pero estamos en el mes de enero y sigue
haciendo un frío del carajo.
Unos golpes en la puerta me distraen de mi tarea de limpieza. Doy
paso y Adrián hace acto de presencia en el despacho.
—Hola, colega —saluda.
—Hola. ¿Qué haces tú por aquí a estas horas? —le pregunto
sorprendido por su visita.
—Vaya, veo que te alegras de verme —contesta ignorando mi
pregunta.
—Solo es que me extraña verte aquí cuando habíamos quedado en el
gimnasio.
—Es verdad. Pero hoy hemos acabado esto y quería traértelo
personalmente —dice entregándome una carpeta.
Abro el portafolios y leo el documento de su interior. Demanda de
divorcio de mutuo acuerdo pone en la cabecera y mi cuerpo se pone en
tensión al leerlo. Supongo que mi cara ha perdido parte de su color al ver
cómo mi amigo se aproxima a mí con el ceño fruncido por la preocupación.
—No es la reacción que esperaba. ¿Te encuentras bien?
—Sí, solo es que no pensaba que iba a estar preparada tan pronto.
—Me pediste que le diera prioridad y eso he hecho.
—Lo sé, pero es que…
No acabo la frase y me siento de nuevo en mi silla. Me cojo la cabeza
con las manos y cierro los ojos con fuerza.
—Te lo has pensado mejor y no quieres divorciarte —asegura Adri al
ver mi estado.
—Todavía estoy enamorado de Camila. Quiero a mi mujer, quiero
recuperarla y volver a ser feliz. Me hierve la sangre cada vez que me la
imagino en brazos de otro hombre.
—Vale, vamos a ver —me frena mi amigo con las manos levantadas
—. Entiendo que te hayas dado cuenta de tus sentimientos y no quieras
separarte, pero ¿qué pasa con ella? Te recuerdo que ya te ha dado calabazas
una vez.
—Estoy convencido de que todavía me quiere. Tengo que intentarlo
hasta que esté convencido de que ya no hay opción.
—¿Entonces qué vas a hacer?
—De momento, guardar el documento. Necesito tiempo para
reconquistarla, para acercarme a ella. El mes que viene nos vamos a Nueva
York a la boda de mi hermana, Camila también viene. Buscaré la forma de
estar a solas con ella y la manera de que me perdone. Tengo que
conseguirlo, no la puedo perder, amigo.
Lo oigo resoplar. No sé si está muy de acuerdo con mi plan pero si
algo tengo claro es que me va a apoyar. Adri siempre ha estado ahí, a mi
lado en todo momento. No recuerdo ningún acontecimiento importante en
mi vida en el que él no estuviera.
—Que sepas que te queda una ardua lucha por delante. Lo sabes,
¿verdad?
—Sí. Pero también sé que valdrá la pena.
Guardo el documento en el cajón que suelo cerrar con llave, la giro y
me la guardo en el bolsillo.
—Anda, vámonos o llegaremos tarde al gimnasio —dice negando con
la cabeza.
Pasamos una hora y media impregnándonos las manos de magnesio,
moviendo los mosquetones y la cuerda, apoyando las manos y los pies de
gato para intentar llegar al final sin resbalar. Los tres somos tremendamente
competitivos y no nos gusta perder así que, en estas luchas personales,
solemos acabar agotados. Una ducha para relajar los músculos y unas
cervezas para calmar la cabeza nos dejan como nuevos.
Lo peor de estos días, sobre todo cuando Aura y Júnior no están
conmigo, es llegar a una casa vacía. Cenar solo o no tener con quien hablar
y compartir los acontecimientos del día se hacen cuesta arriba.
El sonido de la llegada de un mensaje en el teléfono me hace desviar la
atención de la televisión, aunque solo la miraba, sin verla.
Cami:
He quedado con el tutor de Aura el lunes a las 11:00 h. ¿Te va bien?

Sonrío con pena al ver el escueto texto. Nunca pensé que la echaría
tanto de menos. Estaba tan cansado de la rutina y de acabar discutiendo
cada día, que no fui capaz de valorar lo que me iba a perder alejándome de
ella. Si es verdad eso que dicen de la dichosa crisis de los cuarenta, que uno
hace balance de su vida para valorar lo que ha conseguido y lo que quería
conseguir, yo caí de cuatro patas. Me agobié y no supe gestionarlo.
Guillermo:
Perfecto. Me lo apunto para no olvidarme.
¿Quieres que pase a buscarte para ir juntos?

Tarda un poco en contestar y aprovecho para mirar la foto que tiene en


el perfil. La ha cambiado y, si no recuerdo mal, se la hice yo hace dos años
en unas vacaciones de verano. En ella sale sonriendo y con ese toque
moreno que siempre coge con rapidez y le da un brillo especial a sus ojos
que se aclaran un poco, cambiándolos de color. Es una mujer tan bonita…
Cami:
No te preocupes, ya iré yo por mi cuenta. Gracias igualmente.
Estamos en contacto.
Guillermo:
Ok. Si cambias de opinión, me lo dices. Un beso.

El mensaje se marca como leído pero no recibo otra respuesta. Sé que


recuperarla será una tarea de lo más complicada. Camila es una mujer firme
en sus decisiones, por eso no toma ninguna a la ligera y siempre analiza
todas las consecuencias antes de realizar algún acto. Si encima está dolida,
hacerla cambiar de opinión y que vea que podemos volver a intentarlo no va
a ser fácil. Soy un Guerrero y somos bastante cabezones, no nos damos por
vencidos con facilidad y luchamos por lo que nos importa, así que perder
esta batalla no entra en mis planes.
Capítulo 18

Camila

He decidido hablar con mi cuñada Daniela. No tengo claro lo de ir a la


boda. ¿Qué voy a hacer yo allí si ya no pertenezco a la familia? La
sensación de notar que estorbo no me hace ninguna gracia, se lo diré de
forma sutil y, de paso, aprovecharé para hablar de Aura con ella. Miro la
hora en el móvil para calcular la diferencia. Aquí es media tarde, así que es
posible que la pille comiendo. Decido probar suerte.
Lo dejo sonar varios tonos sin obtener respuesta. Es probable que esté
ocupada y supongo que cuando vea la llamada, me la devolverá.
Este fin de semana no trabajo, así que aprovecho para tirarme en el
sofá y coger el libro que estoy leyendo, necesito distraer mi mente de
alguna manera. Aura ha salido con Pablo, iban al cine y a dar una vuelta. Y
Júnior ha decidido pasar la tarde en casa de sus abuelos que tienen un nuevo
cachorro de pastor alemán que ha conquistado a mi pequeño por completo.
Después de diez minutos sin poder centrarme en la historia que tengo
entre manos, cierro el libro y enciendo la televisión a ver qué encuentro.
Justo en ese momento entra un mensaje en el teléfono. Lo reviso por si es
Daniela.
Alberto:
¿Qué hace la enfermera más bonita? ¿Cómo va tu fin de semana?

Elevo una ceja al leer el texto. Durante esta semana, lo he estado


evitando y el azar al realizar el sorteo me ha ayudado en la tarea y no me ha
tocado pasar revisión con él ninguno de los días que he trabajado. Me
sorprende el cosquilleo que noto en el estómago. Es un hombre muy guapo
y el hecho de que esté interesado en mí hace que me sienta bien. Nunca me
tuve que preocupar por esa sensación, siempre supe que Guille me quería y
no me tenía que esforzar ni le di importancia en poder gustarle a otro
hombre, con mi marido tenía suficiente. Ahora es como si volviera a ser una
jovencita y retrocediera en el tiempo, la ilusión de una nueva conquista, la
emoción del coqueteo, de tener una cita sin saber qué va a pasar… Bufo,
«¿pero qué narices estoy pensando?», me reprocho. Ya no tengo dieciocho
años, estoy cerca de los cuarenta y tengo dos hijos, además de estar en
proceso de separación.
Camila:
Hola, doc. Estoy de relax en el sofá. Mis hijos me han abandonado.

Su respuesta no se hace esperar:


Alberto:
No puedo permitir que estés sola. Te invito a un café. ¿Te animas?

Medito su petición. Mi lado temerario del cerebro me incita a que me


ponga guapa y acepte la propuesta de Alberto; la parte responsable tira de
mi brazo para que me mantenga tumbada en el sofá y no haga locuras.
Estoy hasta el moño de mi doble personalidad, cansada de ser tan sensata
cosa que, de momento, no me ha ayudado en exceso. No pasará nada que yo
no quiera pero tampoco es un delito ir a tomar algo con un compañero.
Camila:
Me animo. ¿Dónde quedamos?
Alberto:
Dame diez minutos y voy a buscarte. Pásame la ubicación.
Camila:
Perfecto. Avísame cuando llegues. Ahora te la mando.

Le envío otro mensaje para que sepa dónde recogerme y salto del sofá
con rapidez para adecentarme. Gruño delante del armario por no saber qué
ponerme. ¿Cómo es posible que a estas alturas no sea capaz de vestirme sin
pelearme con medio ropero? Al final, opto por unos tejanos ceñidos en
color negro y una camisa azul cielo de manga larga. Me maquillo poniendo
énfasis en mis ojos y recojo mi pelo rizado en una coleta alta. Me perfumo,
compruebo que llevo todo lo necesario en mi bolso y me pongo los botines.
Todavía me sobran unos minutos así que aprovecho para llamar a mi suegra
e informarle de que saldré y que, cuando Júnior quiera volver a casa, me
llame.
—Mami, ¿puedo quedarme a cenar con los abuelos? —me pide mi
hijo con entusiasmo—. Tienes que venir a conocer a Loqui. Es muy bonito,
aunque un poco travieso. La abuela ya se ha enfadado con él tres veces. No
para de mearse en el salón.
—Cariño, creo que estás abusando un poco de los abuelos —comento
con una sonrisa por la emoción de Júnior.
—A la abuela no le importa que me quede, ¿a que no, abuela?
Oigo que ella niega por detrás. Le pido a mi pequeño que le devuelva
el teléfono a Manuela y después de asegurarme, en varias ocasiones, que
Júnior no es ninguna molestia y que el niño está encantado con el nuevo
miembro de la familia, acordamos que se quedará a cenar con ellos y me
llamará cuando me lo traigan. Le comento mis planes, pero que no tardaré
en volver, que si necesita algo me llame. Después de colgar, envío un
mensaje a Aura para informarle de mi ausencia. Me contesta con un «Ok» y
que volverá sobre las nueve.
Justo cuando acabo de hablar con mi hija, recibo el aviso de que
Alberto ya me espera abajo. Cojo la chaqueta, me la pongo y cuelgo mi
bolso cruzado, guardo el teléfono y salgo con el corazón agitado y una
increíble sensación de excitación por esta nueva experiencia. La única vez
que estuve lejos de Guille, fue cuando se marchó a la Universidad y
decidimos dejar la relación. La separación duró unos años; el único espacio
de tiempo que estuve con otros hombres que no fueran él. Después de unos
veinte años juntos, ahora, esta sensación es de lo más rara, pero me tengo
que acostumbrar a volver a vivir sin Guille.
Al salir del portal me encuentro a Alberto apoyado en su coche
esperándome a pesar del frío que hace. Es todo un caballero.
—Hola, preciosa —me saluda con dos besos.
—Hola. —Su perfume me envuelve y notar su mano en mi cintura
hace que me ruborice.
Abre la puerta del coche y entro antes de congelarme. Él rodea el
vehículo y ocupa su asiento.
—¿Alguna preferencia para ir a tomar algo o escojo yo? —pregunta
con una sonrisa.
—Elige tú. No tengo mucha vida social, solo suelo salir con Mía.
—Está bien. Entonces, iremos a una cafetería que regenta un amigo
mío. —Pone en marcha el motor y se incorpora en la carretera general—.
¿Así que te han abandonado?
—Así es. Mis hijos se hacen mayores y su madre resulta bastante
aburrida —le respondo encogiéndome de hombros para restarle importancia
—. Y tú, ¿no tenías planes?
—Al contrario de todos los rumores que corren por el hospital, soy un
hombre bastante casero y los días que tengo fiesta, aprovecho para
relajarme. Aunque a veces me resulta complicado, tengo un grupo de
amigos bastante amplio y siempre hay alguien que consigue sacarme de
casa.
—Pues nadie lo diría. Pareces un tío muy sociable.
—Lo soy. Pero, como buen adicto al trabajo, en ocasiones agradezco
mis ratos de soledad y tranquilidad —explica desviando la mirada unos
segundos de la carretera para mirarme.
Pensé que iba a estar más nerviosa, pero me siento muy a gusto a su
lado. Alberto me pone las cosas fáciles y es cómodo hablar con él.
—Por cierto, hablando de rumores. No sé si te has enterado de que
somos la comidilla del hospital. Alguien nos vio la noche de fin de año y se
ha creado un bulo de que estamos liados.
—¿Y eso te molesta? —intenta averiguar.
—Bueno, todas las mentiras me incomodan. —Vuelve a prestarme
atención con la mirada, al estar en un semáforo, el rato es más largo y
empiezo a sentirme agobiada.
—No te preocupes. Ya sabes que, dentro de unos días, habrá otro
rumor y se olvidarán de nosotros —dice quitándole importancia.
El resto del trayecto no volvemos a hablar de los cotilleos del hospital.
Dejamos el coche en un aparcamiento cubierto y salimos al frío. Cruzamos
la calle y nos adentramos en una cafetería. Alberto mantiene su
caballerosidad abriéndome la puerta para que pase yo primero. El sitio es
cálido y con la calefacción se está muy bien. Detrás de la barra, se
encuentra un hombre de nuestra edad que sonríe cuando ve aparecer a
Alberto.
—¡Dichosos los ojos que te ven! —le comenta el camarero y alarga la
mano para que se la estreche—. Estás desaparecido, colega. Hacía mucho
que no te veía por aquí.
—He estado liado con el trabajo. ¿Qué tal todo?
—Pues aquí, intentando sobrevivir.
Justo en ese momento, aparece una chica bajita y morena. Al darse
cuenta de quién es el cliente, abre mucho los ojos asombrada y su cara se
ilumina con una sonrisa.
—¡Pero mira quién se ha dignado a visitarnos! —le reprocha la chica
con las manos en las caderas. Alberto no le contesta, pero se acerca a ella
para fundirse en un abrazo—. Pensábamos que te habías ido del país.
—Y a dónde voy a ir yo, ¿dónde estaré mejor que aquí? —En ese
momento se gira y me acerca a ellos poniendo una mano en mi espalda—.
Ella es Camila, una amiga.
Nos saludamos y después de intercambiar unas bromas y comentarios,
nos ofrecen sentarnos en una mesa del fondo de la cafetería. Pedimos las
consumiciones y, después de unos minutos en los que ellos se ponen al día,
nos dejan solos. Charlamos de todo y de nada, temas sin importancia pero
que nos hacen conocernos mejor y compartir unas risas. Alberto se
comporta de forma correcta toda la tarde, cosa que me hace sentir tranquila.
Después de nuestros roces de la última noche del año y de que casi nos
besamos, pensé que él sería más directo y no tan cortés.
La vibración de mi teléfono encima de la mesa interrumpe la
conversación sobre sus años en la Universidad.
—Perdón, debo coger la llamada —me excuso y él asiente con una
sonrisa. Me levanto, cojo la chaqueta para salir de la cafetería y descuelgo.
Es Daniela—. ¡Hola, Dani!
—Camila, ¿cómo estás? —pregunta mientras me pongo la chaqueta.
—Bien, bien. Y tú, ¿qué tal? —carraspeo. Es el segundo hermano de
Guille que me corta un acercamiento a Alberto. Menuda casualidad.
—Todo en orden. He visto que me has llamado pero estaba en una
reunión y no te he podido contestar.
—No pasa nada. Solo te quería comentar que es posible que no vaya a
la boda.
—¿Por qué? —me pregunta decepcionada.
—Verás, no creo que sea adecuado. Va a ser incómodo para toda la
familia e incluso para mí. Yo ya no pinto nada y no quiero crear malos
rollos ni malas caras. Guille es tu hermano y tiene todo el derecho de
pasarlo bien. No sé si mi presencia le será violenta.
—Camila, por favor, no digas tonterías. Me enfadaré mucho si no
vienes. Nadie tiene que sentirse incómodo y tú tampoco. Eres como una
hermana para mí y me dolería mucho no tenerte a mi lado en un día tan
importante. Los billetes y las reservas ya están hechos, no puedes negarte
ahora.
Resoplo al estar entre dos decisiones. Por un lado, me encantaría
asistir y no quiero que Daniela se sienta mal pero, por otro, tengo miedo de
sobrar. Chasqueo la lengua, dándome por vencida pero, antes de contestarle,
la voz de Alberto me interrumpe:
—¿Nos vamos? Te he cogido el bolso y ya he pagado —me dice.
—Sí, vámonos —contesto—. Daniela, ¿sigues ahí?
—Aquí estoy. Perdón si he interrumpido algo.
—No pasa nada, solo estaba tomando un café con un amigo. ¿Qué te
parece si charlamos otro día? Además, me gustaría hablar contigo de Aura.
—Cuando tú quieras.
Cruzamos la carretera y me despido de ella antes de entrar en el
aparcamiento. La vuelta la hacemos en silencio, solo con el sonido de la
radio.
—¿Va todo bien? —pregunta cuando para justo debajo de mi casa.
—Sí, era mi cuñada. Bueno ex, Daniela, la hermana de Guille. Se casa
el mes que viene, en Nueva York. Estoy invitada pero no tengo claro si ir o
no.
—Ya solo por viajar a Nueva York, vale la pena —me dice Alberto
con una sonrisa.
—Gracias por esta tarde. Me lo he pasado muy bien.
—Pues habrá que repetirlo.
—Seguro que sí.
Me acerco a él para despedirme con dos besos, pero cuando estoy a
punto de rozar su mejilla, Alberto gira la cara y me besa en los labios. No
profundiza, solo nos rozamos. Cuando soy consciente del acto, me separo
con rapidez. No porque no me haya gustado, sino porque estoy hecha un lío
y no quiero que él se cree ilusiones. No se merece que le haga daño, es un
gran hombre.
—Lo siento. Hace tiempo que quería besarte. —Su mirada busca la
mía, que le rehúye de vergüenza.
—Debo irme. Nos vemos pronto.
Abro la puerta del coche y salgo apresurada. Corro hacia el portal,
introduzco la llave y me meto en el interior para sentirme a salvo. Pico el
ascensor y cuando se abre me meto con rapidez. Toco mis labios mientras
subo y una sonrisa aparece en mi cara. No ha estado mal. El teléfono vibra
en mi bolso y, al sacarlo, veo que es un mensaje de Alberto.
Alberto:
Ha sido una tarde increíble. Te he mentido, para nada siento haberte besado. Lo repetiría una
y mil veces.

No le contesto, sé que él tampoco espera que lo haga. ¿Será Alberto


una buena forma de empezar una nueva etapa?
Capítulo 19

Guillermo

La cara de una Daniela sonriente aparece en la pantalla de mi portátil. Es


domingo y aparte de salir a esquiar con Adri y comer con mis padres, el
resto me lo he tomado de relax.
—¡Hola, hermanito! —saluda mi hermana.
—¡Hombre, ya pensaba que te habías olvidado de mí! Te he llamado y
enviado mensajes un montón de veces. ¿Me estás evitando? —le pregunto.
Desde que Aura nos explicó su afición por la escritura y que había
compartido textos con Daniela, he intentado ponerme en contacto con ella
para hablar de mi hija, pero no ha sido posible.
—Estoy muy liada. Entre el trabajo y la boda, voy a tope. Pero te he
ido contestando mensajes.
—Sí, unos mensajes muy escuetos. Tenemos que hablar de Aura —le
pido. No quiero acabar esta conversación sin aclarar el tema.
—¿Qué quieres que te cuente? Guille, tu hija se siente sola. Es una
adolescente, una etapa complicada de su vida, donde se tiene que enfrentar
al cambio de niña a mujer. Encima, sus padres se están separando y a su
alrededor es todo tabú e incertidumbre, nadie habla con ella y ve que sus
adultos referentes están tristes y disgustados todo el día. Necesita una salida
y gente con la que poder expresarse.
—Por eso se ha dedicado a escribir. —Veo que mi hermana asiente
con la cabeza—. Aura me ha confesado que empezó cuando yo me fui de
casa. Ha sido su forma de desahogo y por eso no quiere que nosotros
leamos sus textos. ¿Son tan profundos?
—Son pequeñas historias que engloban muchos de los sentimientos
que ella experimenta. Son durillos. Guille, yo le he pedido en un montón de
ocasiones que os los enseñara pero ella no ha querido. Sería bueno que los
pudierais leer para entender cómo se siente.
Me tapo la cara por la impotencia. No tengo ni idea de cómo llegar a
mi hija. Siempre supe manejar a la Aura pequeña, la que conseguía todo lo
que quería con solo un beso, un abrazo o una sonrisa. La niña que era dulce
y se desvivía por tener a todo el mundo contento, esa que siempre
desprendía una alegría contagiosa. ¿Cómo no he podido darme cuenta de
que perdía a mi pequeña por el camino? ¿Qué clase de padre no sabe que su
hija está sufriendo?
—Canija, no tengo ni idea por dónde empezar. Necesito recuperar a mi
pequeña —le pido desesperado.
—Lo primero es hablar con Camila y poneros de acuerdo. Aura
precisa el apoyo de los dos. Tenéis que pasar más tiempo con ella. Lleva un
tiempo desorientada, así que no será fácil ni de un día para otro.
—Me da igual el tiempo que necesite. No quiero verla triste y no saber
lo que le preocupa. Mañana tenemos que ir a hablar con el tutor, a ver qué
nos cuenta.
—Tanto Camila como tú debéis ser conscientes de la suerte que tenéis.
La mayoría de los adolescentes con casuísticas similares a las de Aura,
acaban con malas compañías y en un mundo de alcohol y drogas. Tu hija ha
encontrado en la escritura su forma de alivio y eso, hermanito, es por un
buen trabajo como padres.
—Es todo tan complicado…
—Por cierto, ¿has hablado estos días con Camila? —pregunta Daniela
con cautela.
—Sí, claro. Para acordar la reunión con el profesor de Aura. ¿Por?
—Ayer hablé con ella. Me dijo que se planteaba no venir a la boda —
comenta mi hermana frunciendo los morros—, no pudimos hablar mucho.
Estaba ocupada. —Hace un silencio—. Tomando algo con un amigo.
—Es libre de salir con quien quiera —rebato e intento que no se me
note la rabia que siento ante la noticia—. Y si no quiere venir a la boda, no
la podemos obligar.
—Venga ya, Guille. Soy tu hermana, conmigo no tienes que hacerte el
fuerte ni el indiferente. Sé que te molesta. ¿Será el mismo hombre que
estaba con ella la noche de fin de año?
—¿Y tú cómo sabes eso? —pregunto intrigado.
—Me lo contó Hugo. También me explicó cómo tropezó con ellos
cuando estaban a punto de besarse. Nuestro hermano es un crack.
—¡¿Qué?! —exclamo.
¿Cuándo ha pasado eso? ¿Y por qué yo no sabía nada? Daniela me
mira con los ojos abiertos y se da cuenta de que yo no tenía constancia de
esa información. Se tapa la boca mientras suelta un «mierda».
—Pensaba que Hugo te lo había contado —se disculpa.
—Me gustaría saber por qué metéis las narices en mi vida, joder. —
Estoy siendo injusto, pero toda la información recibida me ha hecho
ponerme de muy mal humor.
—Vamos, Guille. Estás siendo irrazonable. Solo tratamos de ayudarte.
—¡No necesito ayuda! —le chillo. Me pinzo el puente de la nariz con
los dedos para serenarme.
—¿Qué está pasando aquí? —oigo que pregunta Malcom.
—Nada, cariño. Solo estábamos hablando —le asegura Daniela
manteniendo la calma.
—Pues si quieres seguir con la charla, dile a tu hermano que modere el
tono —le comenta mi futuro cuñado a mi hermana en voz alta para que yo
lo oiga.
—Lo siento —me disculpo—. Será mejor que hablemos otro día.
—¿Vas a estar bien? —se preocupa Daniela.
—Claro que sí, canija. Un beso y despídeme de Malcom.
Cortamos la comunicación y lanzo lo primero que pillo, un vaso de
cristal que estalla en la pared de enfrente.
¿Por qué se me ha girado tanto la vida?
★★★
Cuando mis hijos volvieron a casa esa noche, ya no había rastro del desastre
del líquido y cristales que se formó por culpa de mi enfado. Ya me había
calmado y el resto de la velada, hasta que se fueron a dormir, fue tranquila y
sin sobresaltos. Incluso compartimos unas risas por las historias que nos
contaba Júnior sobre los delitos de Loqui, el nuevo perro de mis padres.
Faltan diez minutos para la reunión con el profesor de Aura y yo ya he
llegado al instituto. Me mantengo a la espera dentro de mi coche hasta que
veo aparecer a Camila, que viene caminando por la acera. Está preciosa,
como siempre. Cada vez que la miro, no puedo evitar preguntarme qué fue
lo que hizo que nos separáramos. Cuál era la causa para que siempre
acabáramos discutiendo y no fuéramos capaces de arreglar nuestro
matrimonio. ¿Es posible que la haya perdido para siempre? Sacudo la
cabeza para deshacerme de esos pensamientos tan negativos. Tengo que
luchar, no me puedo dar por vencido a la mínima.
Salgo del vehículo y me acerco a ella que me recibe con una tímida
sonrisa.
—¡Hola, Cami! —la saludo y me aproximo para darle dos besos,
inocentes, pero muy cerca de las comisuras de sus labios, conteniendo las
inmensas ganas que tengo de devorarlos.
—¡Hola! ¿Entramos? —me pide, pero mantiene las distancias.
—Claro. —Apoyo mi mano en su espalda y le doy paso.
Una vez dentro, el profesor de Aura ya nos espera. La reunión dura
una media hora en la que el tutor nos expone sus inquietudes hacia el año
académico de nuestra hija. Comenta el bajón que ha tenido Aura en sus
notas, aunque no es preocupante para superar el curso pero, al ser el último
año de instituto y sabiendo el potencial que tiene, nos pide que hablemos
con ella para que haga un último esfuerzo. A él no le ha sorprendido que
quiera estudiar letras y cree que tiene una gran capacidad.
Nos despedimos y le informamos que haremos todo lo que esté en
nuestras manos para que Aura acabe el curso de la mejor manera posible.
—¿Te apetece ir a tomar un café y así hablamos de Aura? —le
pregunto a Cami cuando ya estamos en el exterior.
—Tengo muchas cosas que hacer. Quizás otro día —se excusa.
—Camila, no podemos ir posponiendo el tema. Es importante.
Levanta la cabeza y, por primera vez durante la mañana, nuestras
miradas se unen. Me analiza para asegurarse de que realmente quiero
abarcar el tema de nuestra hija. Lo que ella ignora es que yo la sigo
conociendo a la perfección y sé que no debo presionarla. Que tengo que
volver a cocer a fuego lento nuestro acercamiento para poder recuperarla.
—Está bien. ¿Dónde nos vemos?
—¿Lo tomamos en el hotel? Así estás cerca de casa.
—Vale, nos vemos allí.
Me monto en el coche mientras la veo desaparecer por la acera hasta
que llega a la altura de su vehículo y se sube.
—Buenos días, señor Guerrero —saluda Mar, una de nuestras
recepcionistas con una sonrisa.
—Buenos días. Voy a estar en la cafetería. Estoy esperando a mi… a
Camila —rectifico—. Cuando llegue, le indicas dónde estoy, por favor.
—Claro.
Me adentro en el salón donde se encuentra el restaurante y me
aproximo a la barra para saludar a Asier, uno de los camareros que más
años lleva con nosotros.
—¡Hola, Asier! ¿Cómo va todo? —me intereso.
—¡Hola, Guillermo! Viento en popa —sonríe. Es de los pocos
empleados que me llama por mi nombre y no me trata de señor—. ¿Qué te
pongo?
—Estoy esperando a Camila, cuando llegue pediremos. ¿Qué tal la
familia?
—Muy bien, gracias a Dios. El pequeño ya está bastante recuperado
de su bronquitis. Menudo susto nos dio.
—Me alegro de que esté mejor. Estos pequeños se recuperan de una
forma asombrosa.
Justo en ese momento, veo entrar por el rabillo del ojo, a Camila en el
salón. Se dirige hacia la barra donde estamos charlando.
—¡Buenos días, Asier! Cuánto tiempo sin vernos. ¿Qué tal estás?
—Hola, Camila. Todo bien.
Se lanzan a una charla mientras yo los miro. Observo los gestos de
Cami, cómo se desenvuelve cuando se encuentra a gusto con alguien. Sus
manos acompañan la conversación y la sonrisa no abandona su cara.
Asiente en ocasiones o abre mucho los ojos asombrada por algo que le ha
explicado Asier. Así es la Camila que yo recuerdo, de la que me enamoré
como un tonto y la que me ha acompañado parte de mi vida. Esto es lo que
quiero conseguir de nuevo, que la mujer que veo ahora regrese.
En un momento de la charla se gira y se da cuenta de que la miro. Le
sonrío y ella se ruboriza. Esa parte de Camila también me fascina. Cómo
una mujer valiente, dura y con carácter, puede llegar a sonrojarse de esa
manera.
—Deberíamos sentarnos y hablar.
—Sí, claro.
Pedimos un té para Camila y un café para mí y nos acomodamos en
una de las mesas del fondo, cerca de los ventanales donde se puede
observar parte del aparcamiento exterior y de las montañas nevadas.
—Ayer hablé con Daniela —rompo el silencio una vez Asier nos deja
el pedido en la mesa—. Parece que Aura se refugió en la escritura cuando
decidimos darnos un tiempo. Mi hermana ha dicho que los textos son
historias, pero que reflejan muy bien sus sentimientos, por eso no quiere
que nosotros los leamos. Cree que hemos tenido suerte de que no se haya
desviado demasiado, que podía haber escogido otro camino. Espero que tú
tengas algún plan que podamos seguir, porque yo estoy totalmente perdido.
—Pues ya somos dos. No sé cómo abordar el tema. Intento acercarme
a ella, pero se cierra en banda y, como siempre está de mal humor, es muy
difícil mantener una conversación sin que acabe marchándose a su
habitación.
—¿Piensas que deberíamos dedicarle un día de la semana y hacer
cosas con ella? No sé, había pensado en ir al cine, hace tiempo que no
vamos.
—No es mala idea. Hace mucho que no salimos de compras juntas. —
Nos quedamos un rato en silencio, acabando nuestras consumiciones hasta
que ella vuelve a comentar—: El otro día le pregunté por sus relaciones con
los chicos.
Suspiro, la verdad es que ese tema no lo llevo nada bien. Yo no fui un
santo en mi juventud, pero ella es mi niña, mi pequeña y asociarla a los
hombres y al sexo, me hace estremecer.
—No sé si quiero saber lo que te dijo —le digo a Camila con cara de
disgusto.
—Todavía es virgen y dice que no hay ningún chico importante.
Aunque yo creo que tiene a Pablo loquito. ¿Te acuerdas de él? —le digo
que sí con la cabeza—. También le hice prometerme que hablaría más con
nosotros. Veremos si me hace caso.
—Tenemos mucha suerte, ¿verdad? Tanto Aura como Júnior son
fantásticos, aunque ahora estén igual de perdidos que nosotros.
—Yo estoy muy orgullosa de ellos y, poco a poco, todos lo iremos
superando. No somos el primer matrimonio que se separa. —Enciende la
pantalla de su teléfono y, al ver la hora, abre mucho los ojos—. Madre mía,
el tiempo pasa volando. Tengo que irme.
Se levanta de forma apresurada y coge su chaqueta y el bolso. Le
acompaño hasta la salida, le doy dos besos, similares a los que le propiné
cuando nos vimos. Quizás estos han rozado más, si cabe, sus comisuras.
Cuando se da la vuelta para huir, pues eso hace, la retengo por el codo.
—Creo que deberías ir a la boda. Si decides no ir, creo que Aura y
Júnior se pondrán muy tristes. —Y yo también, aunque no se lo diga.
—Lo pensaré. Nos vemos Guille.
Se suelta de mi agarre y la dejo ir. No es lo que quiero y joder, qué
difícil es esta situación. Qué impotencia cuando lo único que quieres es
perderte en sus labios, abrazarla y no dejarla marchar nunca más. Qué
complicado darte cuenta que no supiste conservarla y no tienes ni puñetera
idea de cómo volver a recuperarla.
Capítulo 20

Aura

Ya solo quedan dos días para irnos a Nueva York y no puedo estar más
entusiasmada. Aparte de ir a la boda de mi tía Daniela y Malcom, nos
quedaremos una semana de vacaciones aprovechando que es festivo por los
carnavales y no tenemos clases.
Hace unas semanas no estaba tan contenta, al revés, tuvimos una
fuerte bronca con mi madre. Dijo que no quería ir a la boda y me enfadé
tanto que hice algo que nunca había hecho, faltarle al respeto, por lo que me
gané un castigo. La cosa ha mejorado un poco y aunque ella ha
recapacitado, me dolió mucho que hiciera lo que hace siempre, priorizar sus
cosas sin pensar en los demás.
Coloco la maleta encima de la cama para ir guardando toda la ropa que
me quiero llevar. Tía Daniela me ha dicho que no me cargue mucho que allí
iremos de compras. Tengo unas ganas enormes de estar en la Gran
Manzana, ojalá pudiera quedarme. Tan pronto como me sea posible, pienso
dejar atrás Andorra e irme a vivir a Nueva York.
Mientras guardo varios pantalones tejanos, oigo vibrar mi teléfono y la
foto de Pablo, con gafas de sol y pasando sus dedos por los labios, imitando
el gesto del chico de un anuncio de televisión, ilumina la pantalla.
—¿Qué pasa, Pablito? —contesto alegre y lo oigo resoplar por el
diminutivo.
—Te noto tan contenta, que no me voy a enfadar por llamarme así.
—Si es que eres un amor —le digo mientras pongo el altavoz para
seguir con mi tarea.
—No te habrás fumado un porrillo, ¿verdad? —No puedo evitar soltar
una carcajada por su comentario—. Me gusta oírte reír y, últimamente, no
lo haces a menudo.
—Pues aprovecha, amigo mío. Que esta alegría tiene fecha de
caducidad.
—Un día encontraré la fórmula para que no estés triste nunca más —
susurra.
—Frena, Pablito, que ya te estás poniendo sensible —le reprocho para
que no siga por ahí.
—¡Vaya, hombre! Ha vuelto Aura, Corazón de Hierro. Pensé que esta
alegría te lo ablandaría un poco. Qué pena que no sea así. Cambiando de
tema, ¿qué me vas a traer de Nueva York?
—Un imán para la nevera —contesto y me echo a reír de nuevo. Estoy
feliz y a mí también me gusta esta Aura.
—Qué graciosilla. Como me traigas un imán, que sepas que dejo de
ser tu amigo —refunfuña.
—Está bien —claudico—. Me lo curraré un poco más, te lo prometo.
—Así me gusta. Recuerda que te aguanto durante todo el año y eso
tiene su mérito, sobre todo, cuando estás borde, que suele ser la mayoría de
los días.
—Nadie te obliga a soportarme —le comento mientras escojo varias
bragas del cajón para guardarlas.
—Lo sé. Pero es que no puedo vivir sin ti. Es lo que tiene el amor. —
No lo veo, pero me lo imagino, con esa sonrisa pícara y rascándose la nuca,
gesto que hace a menudo cuando está nervioso—. ¿Qué haces?
—Guardando unas bragas en la maleta —le digo sin pensar. Su
comentario anterior me ha dejado descolocada.
—¡Oh! ¿Y cómo son? Tienen dibujitos o son lisas. ¿Bragas o tangas?
—indaga el muy descarado.
—¡Pablo! —le reclamo—, no seas cochino.
—Solo quiero saber si mi imaginación va bien encaminada.
—¿No tienes nada mejor que hacer que imaginarte cómo es mi ropa
interior? —Este chico está mal de la cabeza.
—Querida Aura, soy un adolescente con las hormonas disparadas. Me
imagino tus bragas y muchas cosas más que no voy a contarte para no
escandalizarte.
—Estás enfermo —protesto.
—Es verdad —oigo cómo se echa a reír y no puedo evitar que una
sonrisa asome en mi cara—. No me has contestado.
—¿A qué?
—Color y forma de tu ropa interior. Espera, espera, a ver si acierto.
Colores neutros, negro, blanco…, nada de dibujitos. Braguitas normales,
aunque también tienes algún tanga. ¿He acertado?
—No pienso hablar contigo de mis bragas —digo mirando todas las
que he dejado encima de la cama y veo que ha acertado—. Voy a colgarte,
tengo muchas cosas que hacer. ¿Te he dicho que me voy a Nueva York?
—Eres un mal bicho.
—Yo también te quiero. Adiós. —No le doy tiempo a contestar, pero
oigo un «ojalá» antes de colgar.
No sé qué haría si él no estuviera a mi lado. Es el único que consigue
arrancarme una risa y que conoce todos los entresijos de mi vida. Con solo
una mirada es capaz de averiguar mi estado de ánimo y sabe cómo actuar en
cada caso.
Una vibración me anuncia que ha llegado un mensaje y no me cabe
ninguna duda de que es de Pablo.
Pablo:
Espero que no te vayas sin despedirte de mí y darme un beso.

Sé que está jugando conmigo, pero no por eso puedo evitar que un
cosquilleo recorra mi cuerpo al imaginarme que el beso inocente que le voy
a dar no lo es tanto y que la Aura temeraria se lanza a sus labios para
saborearlos. ¿Serán tan dulces como aparentan?
♡♡♡
Al final, mi despedida de Pablo fue normal, con dos simples besos en las
mejillas, como los amigos que somos. Todavía estoy un poco descolocada,
es la primera vez desde que conozco a Pablo y tenemos edad, que pienso en
él como algo más que amigos. Nunca se me pasó por la cabeza imaginarme
que lo besaba en plan novios o ligue.
—¡Aura, cariño! ¿Te falta mucho? Papá nos está esperando —me
avisa mi madre.
Hoy es el día. Es jueves por la mañana y vamos a salir dirección
Barcelona para coger el vuelo a Nueva York. Nosotros tres iremos con mi
padre y el tío Hugo llevará a los abuelos. La tía Andrea, el tío Gerard y el
pequeño Jordi saldrán el viernes. El tío tenía varias reuniones que no ha
podido aplazar.
—¡Ya voy! —chillo desde mi habitación. Levanto las asas de las
maletas que llevo para transportarlas y echo un último vistazo para
asegurarme de que no me dejo nada.
Cuando aparezco en el salón, Júnior se pone a reír al verme. Sus risas
llaman la atención de mis padres que me miran como si estuvieran viendo a
un ovni.
—Pequeña, ¿no te habrás pasado con el equipaje? —pregunta mi
padre.
Solo llevo dos maletas de las grandes y mi mochila, no creo que sea
para tanto.
—No me excedo en nada de lo que permite la compañía área. Una de
ellas va casi vacía. Me voy a gastar todos mis ahorros de las pagas en ropa
—comento encogiéndome de hombros y con una gran sonrisa.
Mi padre niega con la cabeza pero también sonríe. Parece que para
estos días, mis padres se han dado una tregua y, de momento, impera el
buen rollo.
—Vamos, anda o llegaremos tarde —pide mi padre.
El viaje hasta Barcelona se hace ameno y en el habitáculo hay buen
rollo. Influye mucho que mi estado de ánimo esté por las nubes y lo vea
todo bonito, ¿verdad?
Nuestro vuelo sale puntual, viajamos en primera, así lo quiso mi tía y
nosotros encantados. La llegada está prevista para las diez y media de la
noche y nos estarán esperando allí para llevarnos al hotel. Todos nos
hospedaremos en el que trabaja mi tía, el City Global.
Estoy ansiosa y parece que las horas pasan demasiado despacio. Por el
rabillo del ojo veo que mi tío Hugo me mira en varias ocasiones. En una de
ellas giro un poco la cabeza y lo miro. Muevo la cabeza y abro los ojos,
preguntándole de forma silenciosa, qué le pasa.
—Pareces un poco nerviosa. ¿Pedimos una tila? —dice señalando mi
pierna que no para de moverse.
—Muy gracioso. Tengo ganas de llegar.
—Se nota, sí. —Le saco la lengua y él se ríe—. ¿Qué tal todo en el
cole?
—De momento bien. Tengo que esforzarme un poco más, pero seguro
que lo apruebo todo.
—Me ha dicho tu padre que quieres hacer una carrera de letras. Y que
vas a ser una gran escritora.
—Lo primero, sí. Lo segundo, no te lo ha podido decir porque no ha
leído nada de lo que he escrito.
—¿Y a qué viene tanto misterio? No estarás escribiendo alguna novela
de esas guarras, ¿verdad? —Pongo los ojos en blanco ante sus palabras.
—¿Te imaginas? A mi padre le daría un síncope. —Nos echamos a
reír y alguien nos chista desde los asientos de atrás.
Me tapo la boca para mitigar el sonido y miro a mi padre que reprocha
mi comportamiento con el ceño fruncido. Pero su actitud, en vez de
calmarme, consigue que la risa se vuelva más intensa y no pueda parar. Me
giro hacia mi tío, pero el resultado es peor, porque al ver que no he podido
dejar de reír, él empieza de nuevo. Menuda bronca me va a caer pero no
puedo evitarlo. Decido levantarme e ir al baño a ver si me calmo.
—Tú y yo tendremos una charla, señorita —dice mi padre algo
enfadado. Yo no puedo evitar darle un beso en la mejilla, en plan peloteo
total y sé que hace su efecto cuando lo veo sonreír disimuladamente.
Paso las siguientes horas dormitando, también veo alguna película y
consigo acabar de leer el libro que tenía pendiente. La voz del capitán
anunciando que vamos a aterrizar, hace que el estómago dé un giro en mi
barriga. Estoy a punto de cumplir uno de mis sueños, conocer la ciudad que
me tiene robado el corazón. Por la que estoy dispuesta a separarme de mis
padres y mi hermano, en la que me gustaría vivir…
Una vez tomamos tierra y pasamos todos los controles de acceso,
vamos a recoger las maletas. Ya estoy en Nueva York, una sonrisa ilumina
mi rostro y las ganas de compartir la experiencia con Pablo, aunque sea en
la distancia, hace que saque mi teléfono y me haga un selfi para enviárselo.
Sé que allí es de madrugada pero cuando se levante lo verá.
Aura:
Ya he llegado, estoy en Nueva York.
Le adjunto la foto al mensaje y guardo el móvil cuando veo aparecer
una de mis maletas. Cuando toda la familia ha conseguido recuperar su
equipaje, buscamos la salida arrastrando los bultos.
—Ojalá nunca pierdas la ilusión y alegría que desprenden tus ojos en
este momento —me susurra mi madre cerca de la oreja—. Tu cara me
recuerda a cuando eras pequeñita y esperabas la llegada de Papá Noel.
Hacía mucho tiempo que no veía ese brillo.
—Aquí nada puede ponerme triste, es como un sueño. Estar aquí es…
—Suspiro sin poder acabar la frase, no sé cómo expresar lo que siento.
El brazo de mi madre rodea mis hombros, me acerca a ella y besa mi
cabeza.
—Te quiero, cariño.
—Y yo a ti.
«Bienvenida a la mejor semana de tu vida, querida Aura», me susurro.
Capítulo 21

Camila

No sé en qué pensaba cuando dije que no vendría. Iba a perderme una de las
mejores experiencias de mi vida y eso que todavía no hemos salido del
aeropuerto. Ver la cara de ilusión de mis hijos ha sido increíble. Sobre todo,
la de Aura. Parece otra chica, es como si hubiéramos recuperado a nuestra
pequeña, aquella que era feliz y lo demostraba con su mirada o sus gestos
cariñosos.
—¿Estás bien? —me pregunta Guille al ver que retiro una lágrima de
mi cara, mientras nos dirigimos hacía las puertas de salida.
—Creo que sí. Está tan entusiasmada… Hacía mucho tiempo que no la
veía así.
—Es verdad. Este viaje nos va a venir bien a todos —me mira y
sonríe, como si estuviera ocultando algo. Miedo me da.
Justo en la salida ya nos espera una Daniela sonriente, que se lanza a
los brazos de sus padres primero y después va pasando uno por uno a
saludarnos.
—Gracias por venir —me susurra bajito al oído para que nadie más la
oiga, mientras me abraza con fuerza.
Si tengo que escoger cuñada, cosa que no me gustaría hacer, me
quedaría con Daniela. Andrea nunca me ha tratado mal, pero es una mujer
más fría y cuesta mucho empatizar con ella.
Nos subimos a una furgoneta de pasajeros que nos espera en el
exterior y nos llevará al hotel para ocupar nuestras habitaciones. Mientras
todos van charlando durante el trayecto, yo no puedo evitar mirar a mi hija,
que se ha situado al lado de la ventanilla y no pierde detalle de todo lo que
pasa en el exterior a pesar de la oscuridad de la noche. No tengo ninguna
duda de que, a la mínima que pueda, Aura no perderá tiempo en trasladarse
a esta gran ciudad. Sé que es una de las ilusiones que tiene y a mí me duele
el alma al pensar que va a estar tan lejos de mí.
Malcom nos está esperando en el hotel junto a su padre. El color
chocolate con leche de la piel del futuro marido, esa mandíbula cuadrada
con una barba de varios días, su altura y su estilizado cuerpo lo hacen un
hombre realmente guapo. Además, está loco de amor por Daniela y sé que
el sentimiento es mutuo. Después de una dura temporada, ahora podrán
disfrutar de su amor. Nos saludamos de forma breve con la promesa de que
mañana pasaremos más tiempo juntos. Mi suegro sigue flojo de salud y
necesita descansar.
El hotel donde trabaja mi cuñada es muy bonito y elegante. Daniela ya
tiene preparado todo el papeleo, las tarjetas y la distribución de las
habitaciones. Así que no tardamos en montar en el ascensor y hacer la
parada en el piso veinte, donde están ubicadas todas las estancias que
vamos a ocupar. Aura y Júnior compartirán una habitación y esta tendrá
conexión con la mía. Cuando ya tenemos asignados los dormitorios y cada
uno está en el suyo, permito relajarme. Llevo todo el viaje muy tensa sin
saber qué me va a deparar esta aventura. Me lanzo en la enorme cama, que
será toda para mí durante una semana.
Oigo que alguien pica a una de las puertas y esta se abre. La cabeza de
Júnior con una enorme sonrisa se asoma.
—Mami, ¿has visto qué pedazo de cama tengo? —comenta
emocionado—. ¿Te has asomado por la ventana? Estamos muy altos, da un
poco de miedo.
Me incorporo de un salto y me dirijo a la habitación de mis hijos. Aura
está ensimismada y con la cara prácticamente apoyada en la ventana
observando las luces de la ciudad.
—Madre mía, os vais a perder en estas camas. —Mi hija se gira al
oírme hablar.
—Esto es una pasada. Me lo he imaginado millones de veces, pero es
mucho mejor de lo que pensaba y eso que es de noche y no se ve casi nada.
—Viene hacia mí, se lanza a mi cuerpo y me abraza con fuerza. Cierro los
ojos para absorber todo el cariño—. Voy a hacer fotos de todo para
enviárselas a Pablo, se va a morir de la envidia.
Se separa de mí tan rápido como ha llegado y coge su móvil para
inmortalizar todo. Ayudo a Júnior con su maleta y guardamos la ropa en el
armario. Se pone el pijama y se mete en la cama con un libro. Quince
minutos después, Aura ya se ha dado por vencida con las fotos y ya está
colocando su ropa.
—No os vayáis a dormir muy tarde que mañana será un día intenso —
les pido y me despido de ellos con un beso.
Paso a mi habitación y cierro la puerta. Antes de deshacer mis maletas,
decido pasar por la habitación de mis suegros, una vez nos divorciemos, no
sé cómo los voy a llamar. Me iré a dormir más tranquila si compruebo que
Eusebio está bien. Pico con los nudillos en la puerta y Manuela no tarda en
abrir la puerta.
—¡Hola, cariño! Pasa.
—Hola. Solo venía a comprobar que Eusebio se encuentra bien. —
Elevo el estuche que llevo en mi mano y que he cogido antes de venir con
algunos utensilios que siempre llevo cuando viajo—. Si le parece bien,
miramos la tensión a ver qué tal y así todos descansamos tranquilos.
—Muchas gracias, cielo. Daniela me ha dejado una tarjeta con el
teléfono de un médico por si fuera necesario.
—No me gusta que habléis de mí como si no estuviera —refunfuña
Eusebio—. Estoy perfectamente. He venido a pasármelo bien y a casar a mi
hija, no a morirme.
—¡Eusebio! —le reclama Manuela.
—Estoy feliz de que te encuentres bien, pero no estaría de más que
pudiéramos mirar la tensión —le pido con una sonrisa.
—Vale —acepta sentándose en uno de los sillones. Abro el estuche y
procedo a la comprobación.
—Está todo en orden, pero debe descansar y tomárselo con calma. ¿De
acuerdo?
—Gracias, Camila —dice y me da unos golpecitos en la mano a modo
de agradecimiento.
Me despido de ellos y me dirijo a mi habitación más tranquila. Ahora
toca relax, una buena ducha y a dormir. Me dispongo a deshacer mis
maletas para buscar un pijama y al abrirla me doy cuenta de que una de
ellas no es mía, sino de Guille. Estoy tan cansada y con todas las emociones
a flor de piel, que ni cuenta me he dado que no es de color verde, sino azul.
La cierro de nuevo y salgo de la habitación para devolvérsela y recuperar la
mía.
Tengo que picar en dos ocasiones a la puerta para que esta se abra. Un
Guillermo mojado, con la toalla enroscada a su cintura, hace acto de
presencia al otro lado. Carraspeo, la visión me ha dejado sin palabras.
¿Estaba antes tan cañón? No recuerdo que tuviera tantos músculos. A lo
mejor es que, como ya estaba acostumbrada y me conocía su cuerpo a la
perfección, no supe valorar su físico.
—Camila, ¿en qué puedo ayudarte? —pregunta y me señala con el
brazo que entre. No sé si es buena idea, pero obedezco.
—Se han intercambiado nuestras maletas —comento e intento que mis
ojos no repasen su cuerpo.
—¡Ostras, no me había dado cuenta! Todavía no la he abierto —dice
mientras se seca el pelo.
No puedo evitar recrearme en cómo se marca su bíceps al realizar el
gesto con la toalla. Por favor, tengo que salir de aquí cuanto antes o acabaré
haciendo alguna tontería.
—Si no te importa darme la mía... Necesito una ducha urgente e irme a
dormir, estoy muy cansada.
—Claro, toma. —Se gira y avanza hasta el otro lado de la habitación.
Mis ojos se van directamente a su culo, marcado por la toalla. Se me seca la
boca y empiezo a sudar—. ¿Te encuentras bien?
—Hace mucho calor aquí, ¿no? —me mira y frunce el ceño.
Una vez se pone frente a mí con el equipaje intercambiado, no puedo
evitar que mi mirada siga una de las gotas que caen de su pelo y desciende,
primero por su cuello, después se pasea por su pectoral y va descendiendo
por sus abdominales hasta que se pierde en la toalla que lleva enganchada
en la cadera. Trago saliva y cuando vuelvo a dirigir mi mirada hacia sus
ojos, me recibe una sonrisa burlona. Se ha dado cuenta de cómo me afecta
verlo así.
—¿Necesitas algo más? —pregunta acercándose a mí poco a poco y
yo retrocedo hasta que choco con la pared y no puedo seguir.
—No, que va. Todo bien —respondo con la voz temblorosa.
Guille no duda en poner ambas manos una a cada lado de mi cabeza y
acerca su cara a la mía. Yo cierro los ojos, si lo miro no podré resistirme.
Noto su aliento en mi mejilla y cómo su nariz acaricia la mía.
—¿Lo notas? Lo nuestro no se ha acabado, Cami. Quiero volver a mi
vida contigo. Necesito sentirte de nuevo. Anhelo saborear tus labios,
despertar contigo a mi lado.
—Por favor —suplico.
—Mírame, nena —Noto sus dedos en mi barbilla que me elevan la
cara. Obedezco y nuestras miradas se unen. Me doy cuenta de que no ha
sido una buena idea—. Voy a besarte.
Se acerca y se apodera de mi boca. Primero solo me saborea, su lengua
se pasea por mis labios, resiguiéndolos, para luego pasar a la acción y
conseguir que las dos se encuentren. Vuelvo a cerrar los ojos y no puedo
evitar que un escalofrío recorra mi espalda. Mi cuerpo reconoce sus besos
pero, a la vez, parecen nuevos. Es una sensación rara y excitante al mismo
tiempo. Las piernas me flaquean y tengo unas enormes ganas de rodear sus
caderas. Guille me lee el pensamiento, rodea mi cintura con un brazo y me
eleva para que lo haga. No lo dudo y aprovecho para envolver su cuello con
mis brazos. Me vuelve a apoyar de nuevo en la pared y su cercanía me hace
saber lo excitado que está. Su miembro se clava en mi entrepierna y no
puedo evitar que un jadeo salga de mi boca. Una de sus manos se introduce
en mi camiseta y justo cuando está rozando mi erecto pezón, unos toques en
la puerta nos devuelven a la realidad.
—¡Mierda! —se queja apoyando su frente a la mía. Me deja en el
suelo y me recompongo la ropa. Por su parte, intenta disimular su erección
como puede.
Abre la puerta y un sonriente Hugo entra sin pedir permiso.
—No tendrás… —Se queda parado al verme allí. Nos mira a los dos y
frunce el ceño.
No hay que ser muy listo para saber qué estábamos haciendo. Nuestros
rostros y cuerpos lo gritan. Cojo mi maleta y me dirijo a la puerta casi sin
despedirme.
—Buenas noches, nos vemos mañana —comento y aprovecho que
Guille no ha cerrado la puerta para salir sin mirarlos siquiera, me muero de
la vergüenza.
Recorro el pasillo como si hiciera un maratón y me meto en la
habitación. Cuando se cierra la puerta me apoyo en ella y suspiro. ¿Cómo
puedo ser tan inconsciente? Así no voy a poder empezar de nuevo. «Porque
eso es lo que quieres y necesitas», me grita la voz de mi cabeza. Tengo que
alejarme de él, son demasiados recuerdos. La decisión ya está tomada,
además fue él quien decidió alejarse de mí e irse de casa. ¿A qué viene
ahora querer volver? Sería una pésima idea regresar a las peleas y acabar
mucho peor. Tenemos dos hijos, no nos podemos permitir otro error y que
sufran todavía más.
Meneo la cabeza para expulsar todos esos pensamientos de mi mente y
decido volver al plan anterior: ducha y cama. Antes estaba agotada, ahora
encima estoy cachonda y si no alivio esta calentura de mi cuerpo, va a ser
imposible coger el sueño.
Busco mi pijama en la maleta que he recuperado y me dirijo al baño.
Me desnudo y me miro en el espejo. Mis pezones siguen erectos, en parte
por el frío y por hacerle caso a mi cerebro que vuelve a recrearse con la
imagen de Guille semidesnudo, solo con la toalla. No pienso retener la
excitación, así que elevo mis manos y me toco los pechos. Cierro los ojos,
para imaginar que son sus manos las que me tocan. Las hago descender por
mi cuerpo hasta que se hunden en la entrepierna. Mis dedos se mueven por
el interior de mi sexo hasta que consigo que el orgasmo me recorra todo el
cuerpo. Sonrío cuando vuelvo a verme en el espejo y mis ojos brillan. Qué
bien se queda una cuando el placer te hace estremecer, aunque no sería lo
mismo si fuera Guille quien me lo provocara.
Me ducho, me pongo el pijama y me voy a la cama. No tardo ni dos
minutos en quedarme dormida. Mañana será otro día.
Capítulo 22

Guillermo

Menuda nochecita he tenido. Entre el jet lag y que no he pegado ojo estoy
reventado pero hay que ponerse en marcha. No creo que alguno de mis
hermanos, hijos o padres, tarden en venir a buscarme si me retraso mucho
en bajar a desayunar. Hoy nos espera un día movido, comidas y últimos
preparativos para celebrar mañana la boda de Daniela y Malcom.
Me levanto refunfuñando y voy directo a la ducha, necesito un toque
de agua fría para acabar de despertar, eso y un café bien cargado. Cierro el
agua, me seco con la toalla y la engancho en mi cadera justo cuando suenan
unos golpes en la puerta. Sonrío recordando la visita ayer de Camila. Verme
tan ligero de ropa, sin duda, no le dejó indiferente. La cara me cambia al
recordar que Hugo nos interrumpió cuando la noche prometía. Me acerco a
la puerta y la abro.
—¿Otra vez tú? —me quejo al ver a mi hermano apoyado en el marco
de la puerta.
—¿Puedo pasar o interrumpo algo?
—Muy gracioso —le digo y cierro la puerta una vez está dentro.
—Ya me disculpé ayer. No era mi intención estropearte el calentón.
Para la próxima vez pon el cartelito de Please, do not disturb —se burla—.
¿Te falta mucho?
—Me visto y bajo. Ve tirando, quiero pasar por la recepción para
saludar a Clarise. No sé si hoy trabaja, iré a mirar.
En una visita que le hice a Daniela, conocí a Clarise. Es una de las
recepcionistas y muy amiga de mi hermana. Es una mujer increíble y
siempre ha estado al lado de Daniela, apoyándola y ayudándola en todo
momento. Solo por eso le estoy enormemente agradecido.
—Está bien, te espero en el comedor. Tengo mucha hambre así que, si
quieres que te quede algo, no tardes.
Niego con la cabeza al verlo salir. No sé cómo un tío tan delgado
puede comer tanto. Es verdad que hace mucho deporte pero es increíble lo
que zampa.
Me acabo de vestir de forma cómoda y bajo hasta la recepción. Tengo
suerte y encuentro a Clarise de espaldas, así que intento ser lo más sigiloso
posible para sorprenderla.
—Ni se te ocurra asustarme o te llevas un escobazo —dice cuando
estoy a punto de tocarle los hombros.
—Qué ha pasado, ¿te han salido ojos en la nuca? —le pregunto
alucinado, casi no he hecho ruido.
—Esto es Nueva York, guapetón. Hay que cubrirse las espaldas —
explica señalándome un pequeño espejo donde se ve si viene alguien. Sale
de detrás del mostrador y nos abrazamos con cariño.
—Bienvenido de nuevo a la ciudad. En esta ocasión es por una buena
causa, así que disfruta mucho. —La última vez que estuve aquí fue con
Hugo y Andrea, tuvimos que venir a levantar los ánimos de Daniela—. Por
cierto, he conocido a tus hijos. Son muy guapos, se parecen a su madre.
—¡Vaya! Muchas gracias —nos echamos a reír por su comentario—.
¿Y tú qué me cuentas? ¿Cómo te va la vida?
—Pues con mucho lío, pero feliz y contenta.
—Me alegro un montón de que todo te vaya bien. Como ya sabes
estaremos por aquí una semana y nos iremos viendo. Me voy a desayunar
antes de que Hugo me deje sin nada.
—Pues venga, coge energía porque creo que Daniela tiene preparada
una agenda muy apretada. —Pongo los ojos en blanco y Clarise se ríe.
Dejo un beso en su mejilla y me dirijo hacia el comedor. En el fondo,
pegadas a la ventana, hay varias mesas juntas donde ya está toda mi familia,
a la que no veo es a Camila.
—¡Buenos días! —saludo y me contestan un «Buenos días» general.
Me acerco a mis hijos que todavía conservan la sonrisa de ayer y les doy un
beso.
—¿Habéis dormido bien?
—Súper. Este hotel es una pasada. Es más bonito y grande que el
nuestro —dice Júnior mientras mi padre niega con la cabeza.
—Cariño, estamos en Nueva York, aquí todo es enorme. Ya lo verás.
Por ese motivo, no puedes comparar nuestro hotel con este —le explico.
—Pues es verdad. —Le remuevo el pelo y sonrío.
—¿Me habéis dejado alguna cosa?
—Creo que ya no queda nada. Se lo ha cogido todo el tío Hugo —
comenta Aura señalando el plato de mi hermano.
—¿Te vas a comer todo eso? —le pregunto y abro los ojos alucinado.
—Ya te he dicho que tenía hambre —contesta y se encoge de
hombros.
—Pues voy a ver qué queda.
Justo cuando me doy la vuelta para dirigirme al bufé libre, veo entrar a
Camila al salón. Al ser consciente de mi presencia, esquiva la mirada de
forma tímida. No sé cómo me lo monto pero, con ella, hago un paso
adelante y tres hacia atrás. Al ver que se dirige hacia la mesa, yo continúo
con mi camino para comer algo y, sobre todo, tomarme un café bien
cargado.
Daniela no tarda en llegar y organizar a toda la familia. A mi padre lo
mandan con el señor Davis, el dueño del hotel, con el que se lleva muy
bien. Se conocieron hace años cuando este fue a Andorra y se hospedó en
nuestro hotel. Las mujeres se van todas juntas para dar los últimos toques al
vestido de novia y que todas tengan sus atuendos preparados. Hugo, como
es habitual en él, se ha escaqueado de cualquier tarea y ha desaparecido. A
Malcom, Júnior y a mí, nos ha tocado ir al aeropuerto a buscar a Andrea,
Gerard y el pequeño Jordi que llegarán en dos horas. Los traeremos al City
Global para que se acomoden y, sobre las nueve de la noche, cenaremos
todos en casa del señor Davis.
—¿Cómo te va todo? —me pregunta Malcom. Estamos tomando algo
mientras esperamos a que el vuelo de mi hermana tome tierra.
—Bueno, podría ir mejor, pero no me puedo quejar. A ti te veo bien.
—Lo estoy. Además de feliz. Mañana voy a casarme con la mujer de
mi vida, ¿qué más puedo pedir?
—Que no la pierdas nunca —le digo con tristeza.
—¿Todavía la quieres? —Miro de reojo a mi hijo para ver si nos
presta atención, pero está entretenido con el teléfono y los auriculares
puestos.
—Sí. Pero parece que me he dado cuenta demasiado tarde y ahora es
ella la que no quiere nada de mí.
—¿Camila te ha dicho eso?
—No, pero me esquiva. Le dije que quería volver a intentarlo pero se
ha negado. Según ella, lo podríamos estropear más.
—Pues yo creo que ella todavía siente algo por ti. Me he fijado en
cómo te mira y está pendiente de lo que haces. No creo que se pueda dejar
de querer tan rápido, después de tantos años juntos, Guille.
—¡Papá! —nos interrumpe Júnior.
—Dime, cariño.
—¿Por qué todas esas mujeres nos miran?
Malcom y yo dirigimos la mirada hacia donde señala mi hijo y vemos
que hay un grupo de mujeres que nos observan y cuchichean entre ellas con
risas.
—Es que tu tío es muy guapo. —Mi pequeño frunce el ceño sin
entender el motivo.
—¿Y la tía Dani sabe que todas las mujeres lo miran como si fueran a
comérselo?
—No —contesta Malcom con rapidez—, y este es un secreto de
hombres.
Me echo a reír al ver a mi futuro cuñado tan apurado. Estoy
convencido de que mi hermana sabe a la perfección la impresión que causa
su chico entre las mujeres. Vuelvo a mirar al grupo de admiradoras y me
doy cuenta de que hay alguna que también me mira a mí. Una en concreto
me guiña un ojo.
—¡Vaya!, no soy el único que es guapo aquí —dice Malcom y estalla
en una carcajada. Niego con la cabeza, pero no puedo evitar unirme a sus
risas.
Cuando vemos en el panel que el vuelo de Andrea ya ha aterrizado,
nos dirigimos a la puerta para recibirlos y cumplir con la tarea asignada.
★★★
Somos un montón de gente en la cena. Las personas más cercanas a
Malcom y Daniela. Menos mal que la casa de los Davis es enorme, en
proporción a su poder adquisitivo. Las risas de pequeños y mayores y el
buen ambiente hacen que la velada sea muy agradable.
Me fijo en Aura, que está sentada al final de la mesa, al lado de Brody,
el hijo de Clarise, que es de la misma edad. Parece que se han entendido
bien y ella está encantada. Frunzo el ceño, no porque no me guste verla
feliz, me gusta que sonría, pero son dos adolescentes con las hormonas a
flor de piel y, aunque sé que no soy imparcial, mi hija es una chica muy
guapa. Mi pequeña ya no lo es tanto.
—¿Puedes dejar de matar al chaval con la mirada? —me pide Hugo
que está sentado a mi lado—. ¿Tú has visto al padre de la criatura? No creo
que quieras que se enfade.
John, el marido de Clarise, es el hombre más grande que he visto en
mi vida, tanto de alto como de fuerte. La verdad es que se ve que es un gran
tío y no me gustaría tenerlo de enemigo. Aunque, si Brody le pone una
mano encima a mi niña, ya puede enfrentarse a mí, que no moriré sin
luchar.
Mi mirada se cruza con la de Camila, que la tengo frente a mí y me
doy cuenta de que está enfadada. ¿Qué le pasará ahora a esta mujer? Me
hace un leve gesto con la cabeza y veo que se levanta y se dirige hacia un
pasillo. Yo espero un minuto y hago lo mismo que ella.
—¿A dónde vas? —me pregunta curioso mi hermano.
—Al baño.
—Sí, ya…
No le hago caso y voy a encontrarme con Camila, que me espera
apoyada en la pared. Abre una de las puertas y me empuja hacia dentro.
—¿Se puede saber qué coño te pasa? —me dice enfadada.
—¿Y ahora qué he hecho? —indago. Estoy alucinado.
—Deja de mirar a Aura y a Brody de esa manera —pide.
—Es mi hija. Solo tiene dieciséis años.
—Te recuerdo que yo tenía su edad cuando me acosté contigo por
primera vez.
—Pero eran otros tiempos —me excuso tontamente.
—A veces no te conozco, Guille. Nunca imaginé que fueras tan
troglodita. Aura es una chica muy responsable y que sepas que, algún día,
dejará de ser virgen y disfrutará de su sexualidad. Además, no creo que
venga a pedirte permiso para hacerlo. Así que relájate y deja que la niña
disfrute. —Se da media vuelta y se dirige hacia la puerta, pero yo soy más
ágil y le impido que salga.
—¿Eso es lo que vas a hacer tú a partir de ahora? ¿Disfrutar de tu
sexualidad? —le pregunto con mi cuerpo muy cerca del suyo.
—Lo que yo haga con mi vida ya no es problema tuyo —dice con la
voz trémula. Sé que mi cercanía le afecta más de lo que a ella le gustaría.
—No me voy a rendir, Camila. Te echo de menos —susurro acercando
mi cara a la suya.
—Por favor, Guille…
—Dime lo que necesitas y te lo daré. Voy a demostrarte que siempre
serás la mujer de mi vida.
No la veo venir cuando su boca se estrella con la mía pero no tardo en
reaccionar y no pierdo la ocasión para saborearla con devoción. Esta mujer
me hace perder el sentido, ya no puedo vivir sin ella.
Se separa de mí jadeando y me mira a los ojos. Los suyos, al igual que
los míos, están velados por el deseo pero pronto me doy cuenta de que se le
ponen aguados de retener las lágrimas.
—No te engañes, Guillermo. Esto es lo que echas de menos. La
adrenalina de que nos pillen, el robarme un beso, saciar la calentura de tu
cuerpo. Solo es eso, no te confundas. Tú mismo dijiste que ya no me
amabas. Así que deja de marearme, si quieres tener sexo me lo dices que
igual me apetece y matamos dos pájaros de un tiro.
Me separo de ella con cara de alucinado. Me ha dejado mudo y
totalmente descolocado. Camila aprovecha mi confusión para salir del
habitáculo y yo me quedo dentro meditando sus palabras.
No puede ser que piense todo eso que ha dicho. Es imposible que haga
las cosas tan mal para que no se haya dado cuenta de cuánto la quiero y
piense que solo me interesa el sexo y la emoción. «Estás jodido, colega»,
informa el demonio que habita en mi hombro y se ríe el muy capullo.
Capítulo 23

Camila

Cuando regreso al salón, los comensales ya se han dispersado. Solo quedan


sentados los mayores, Eusebio, Manuela, el señor Davis y Brooke, la esposa
de este. Mientras repaso la estancia, mi mirada se cruza con la de Daniela,
que se encuentra en una esquina haciéndose arrumacos con Malcom. Sabe
que algo ha pasado, no soy tan buena actriz ni ellos son tontos, así que bajo
la cabeza y rompo el contacto con ella. Busco a mi hija y la encuentro
sentada en el sofá, al lado de Brody que le enseña alguna cosa en el
teléfono. Se la ve feliz, con esa ilusión de descubrir nuevas experiencias en
una ciudad que a ella le fascina.
Noto un pinchazo en el corazón, verla tan inocente, me ha hecho
recordar cuando conocí a Guille, en cómo me enamoré de él y en todo lo
que me hacía sentir. Me llevo la mano al pecho y, al levantar la mirada, veo
que una puerta que da al exterior está abierta. No me lo pienso y salgo a
respirar aire fresco y recuperar así el que parece que me falta. Tengo que
calmarme o al final me desmayaré. Cuando el frío invade mi cuerpo, cruzo
mis brazos en el pecho, cierro los ojos y respiro de forma profunda para
recuperar la calma. Decido dar unos pasos para no congelarme si me quedo
parada, este año febrero está siendo más frío de lo normal. En una de las
esquinas, veo moverse la sombra de alguien, asomo la cabeza y de pronto
hace acto de presencia Andrea.
—¡Ay, Andrea! Me has asustado.
—Perdón. Quería desconectar un poco y he pecado sin que nadie me
vea —dice y me enseña un paquete de tabaco que se guarda en el bolsillo.
—Pensaba que lo habías dejado.
—Lo hice cuando me enteré de que estaba embarazada. Pero ya ves,
no soy tan dura como el resto de los Guerrero y he vuelto a caer en sus
redes, aunque ahora no fumo tanto como antes. Es solo para calmar los
nervios —me explica y se encoge de hombros—. ¿Tú también estás
huyendo?
—Eso parece. ¿Se ha notado mucho? —pregunto.
—Qué va. Eres muy valiente por estar aquí después de todo lo que ha
pasado. Te mereces poder huir cuando te apetezca.
—¿Crees que no debería haber venido?
—No digas tonterías. Estás donde debes. Eres una más de la familia.
Que mi hermano sea un gilipollas y no tenga ni idea de lo que quiere hacer
con su vida, no significa que no sigamos queriéndote como antes.
—¡Vaya! No esperaba esas palabras de ti. Nuestra relación nunca ha
sido para tirar cohetes. Incluso llegué a pensar que no te caía bien —le
confieso de forma directa.
—Sí, bueno… Parece ser que ese gen que tienen los miembros de mi
familia para caer bien a todo el mundo, yo me lo dejé en el canal del parto.
En todas las casas hay una oveja negra, en esta soy yo.
—No creo que sea así. Todos tenemos motivos para ser como somos,
Andrea. No tengo ninguna duda de que, debajo de esa coraza de mujer dura
y sin sentimientos, hay un gran corazón. Solo hay que mirar tus ojos cuando
estás con tu hijo.
El rincón está algo oscuro pero, a pesar de eso, puedo observar cómo
sus ojos se llenan de lágrimas, aunque es posible que no las deje salir.
Siempre supe que, detrás de esta Andrea que nos quiere enseñar a todos,
hay una mujer que ha pasado por algún trauma para ser como es, que tiene
su corazón herido y necesita proteger lo poco que queda entero.
—Gracias, Camila. Espero que Guille se dé cuenta algún día de lo que
está dejando marchar y recapacite. No tengo ninguna duda de que él te ama
y que, poco a poco, será consciente de que se ha equivocado.
—A veces, el amor no es suficiente para ser feliz y es difícil olvidar el
daño ocasionado.
—¿Eso significa que tú ya no lo quieres? ¿No volverías a intentar
recuperar vuestro matrimonio?
—¿Quieres la verdad? —la miro y me dice que sí con la cabeza—. No
tengo ninguna duda de que Guille es el amor de mi vida. Nunca voy a
querer a nadie como lo quise y lo quiero a él. Justamente, ese amor es el
culpable de que lo nuestro ya no se pueda recuperar. Si lo volvemos a
intentar y la cosa no funciona, cabe la posibilidad de que nos acabemos
odiando. Y eso no podría superarlo. ¿Me entiendes?
—Sí, lo hago. Pero creo que lo que habla ahora mismo es tu miedo. Yo
soy una experta en vivir con él, por eso sé reconocerlo en otras personas.
No te dejes arrastrar por los miedos, son como arenas movedizas que te van
hundiendo y pocas veces se consigue salir de ellos. Tú más que nadie, por
tu profesión, sabes que la vida es un suspiro. Disfrútala. Lucha por lo que
quieres, sé feliz.
—Gracias por el consejo, pero ¿por qué no te aplicas tú el cuento? —
indago. Si algo tengo claro es que Andrea, aunque sepa aparentarlo a la
perfección, no es feliz.
—Supongo que para mí ya es tarde. Mi caso es diferente, estamos
hablando de Gerard y su familia.
Nos quedamos las dos en silencio durante un rato, cada una perdida en
sus pensamientos, hasta que alguien nos llama desde el interior. Es hora de
irnos a descansar, mañana va a ser un gran día.
De camino al hotel, no puedo evitar mirar a Andrea que va sentada
frente a mí. Lleva a Jordi, que hace rato se ha dormido, en sus brazos. Tiene
la mirada perdida en el exterior. Nunca imaginé que la Andrea perfecta, que
siempre nos expone su gran y feliz vida, esté tan hundida. Desvío la mirada
al asiento de al lado, donde un apuesto Gerard no le quita la vista a su
teléfono. A veces sonríe y otras teclea. Es un prestigioso arquitecto, de una
de las familias más importantes de Andorra y es verdad que tiene mucho
trabajo. Ahora se está expandiendo y tiene proyectos en varios países, así
que pasa mucho tiempo fuera de casa. ¿Se sentirá Andrea sola por el tiempo
que su marido no está? A lo mejor, esta noche ha sido una buena ocasión
para conocer a mi cuñada de forma más profunda.
Mi mirada se centra, esta vez, en Guille. No he vuelto a intercambiar
ninguna palabra con él. Por su semblante sé que está enfadado y dolido por
mis palabras. Si algún día volviéramos a tener algo, necesito estar segura de
que lo que siente por mí es amor. Que está dispuesto a recuperar nuestro
matrimonio porque me quiere, que no haya ninguna duda que nos pueda
hundir y acabemos lastimando más a nuestros hijos.
♡♡♡
Ha sonado la alarma antes de lo que me hubiera gustado, pero tenemos que
ponernos en marcha y estar perfectos para la boda. Se celebrará a media
tarde en la Catedral de San Patricio, todo un privilegio. Las mujeres
tenemos sesión de belleza durante toda la mañana. Diversos masajes,
manicura, pedicura, peluquería y maquillaje, todo gracias a Brooke, la
esposa del señor Davis y claro, no le vamos a hacer un feo.
Cuando ya estoy preparada y salgo de la habitación, me tropiezo con
mi hija que sale de la suya.
—¡Buenos días, cariño!
—¡Buenos días, mami! —saluda dejándome un beso en la mejilla.
—¿Tu hermano todavía duerme?
—Sí, ni se ha enterado de que me he levantado, duchado y vestido —
comenta alegre.
—Te veo muy contenta.
—Lo estoy. Hoy se casa la tía Daniela, estoy en Nueva York y me
espera una mañana de princesa —me dice con una enorme sonrisa en su
cara y me contagia.
—¿Y ya está? —indago—. ¿En esa felicidad no tiene nada que ver un
jovencito moreno y guapo?
—Lo es, ¿verdad? —Asiento con la cabeza y la oigo suspirar. Cuando
se da cuenta que está hablando conmigo, se ruboriza—. Es muy majo y nos
hemos entendido bien.
—Pues me alegro, cielo. Lo único que te pido es que seas responsable
—le digo mientras acaricio su cara.
—¡Mamá! —me reprocha escandalizada. Y, al mirarme, no podemos
evitar soltar una carcajada.
El sonido de que el ascensor ha llegado a nuestra planta hace que
acabemos con la charla. Cuando las puertas se abren, Hugo y Guille salen
sudados y entre risas. Al vernos allí paradas, dejan de reír.
Nos saludan con un «Buenos días». Guille no me mira, se centra en su
hija.
—Así que, ¿vais a pasar una mañana de chicas? —le pregunta a Aura.
—Sí. Va a ser increíble —contesta entusiasmada.
—Pues diles que te pongan muy guapa que esta tarde vas a ser mi
acompañante —dice Hugo que deja a mi hija con una cara entre alucinada y
orgullosa.
—No te preocupes, estaré a la altura.
—No tengo ninguna duda. —Mi cuñado la abraza y ella lo separa
cuando es consciente de que su tío está todo sudado. Empiezan una batalla
mientras Guille y yo nos reímos.
En un momento de la lucha, nuestras miradas se cruzan y nos ponemos
serios de nuevo. Está tan guapo y sudado que no me importaría
acompañarlo hasta la ducha y ayudarlo con su higiene. Meneo la cabeza de
forma leve para alejar esos lujuriosos pensamientos.
—¿Le podrías echar un ojo a Júnior? —le pido.
—Claro. ¿Todavía está dormido?
—Sí. Dice Aura que no se ha enterado de nada.
—Me voy a duchar, que estoy empapado y lo voy a despertar —me
dice levantándose el bajo de la camiseta para limpiarse la cara.
No puedo evitar que mi mirada se dirija a la zona que la prenda deja al
descubierto. Puedo observar parte de sus abdominales y la fina línea de
vello que se pierde en el interior del pantalón y que yo tantas veces he
recorrido con mis manos. Carraspeo cuando veo que la camiseta regresa a
su lugar y llamo a mi hija, al final llegaremos tarde. Nos despedimos de los
hermanos Guerrero y subimos al ascensor.
—¿Mamá, estás bien? —pregunta mi hija—. Estás como acalorada. A
ver si te vas a poner mala unas horas antes de la boda.
—Qué va. Estoy bien, solo que en este hotel hace mucho calor.
Me mira y frunce el ceño. La verdad es que la temperatura es perfecta,
así que entiendo que ponga en duda mi excusa. Qué puedo decirle, ¿tu
padre está cañón y me pone cardiaca? Va a ser que no.
Nos acercamos al comedor a desayunar algo. El resto de las mujeres
ya nos esperan entre risas. En total somos nueve las que vamos a disfrutar
de una mañana de relax y puesta a punto. La novia y las mujeres de su
familia. Sus tres amigas; Clarise, Lupe, y Ashley que trabajan en el hotel y,
por supuesto Brooke, la organizadora del evento. Cojo algo para comer con
una infusión y me siento en la punta de la mesa. Me fijo en Andrea que está
sentada a mi lado y parece algo más animada que ayer.
—¿Has dormido bien? —le pregunto de forma indirecta.
—Sí, gracias. Todo bien —contesta algo fría. Lo que me demuestra
que ha vuelto la Andrea de siempre y el episodio de ayer fue un desliz que
puede que no vuelva a ocurrir. Me hacía ilusión poder llegar a ella.
No tardamos en meternos todas en la furgoneta y, entre risas,
empezamos la mañana de un día tan especial. Entramos en un enorme
edificio que es una mezcla de balneario, centro de estética y centro
comercial. Es un paraíso solo para mujeres con dinero, por supuesto. Entre
estas paredes puedes encontrar todo lo que necesites sin salir. Hay tiendas
de ropa, de accesorios, joyerías e incluso un sex shop. Hacia el otro lado
está ubicado un pequeño balneario, con cabinas para masajes, la zona para
realizar manicuras o pedicuras y, al final, una enorme peluquería con
servicio de maquilladores profesionales. Todo un lujo.
Vamos por grupos, para poder ir más rápido. Hacía tiempo que no me
reía tanto. Sobre todo, al tener a Clarise cerca. Creo que hemos explorado
todos los artilugios que había en la tienda de artículos eróticos. Nunca me
habría imaginado que existían tantos aparatos sexuales. En mi relación con
Guille no teníamos por costumbre utilizarlos. Quizás no nos hubiera ido
mal experimentar un poco y salir de la rutina.
—Yo tengo uno de estos —nos dice Clarise enseñándonos a mí, a
Daniela y a Andrea un pene gigante—. Pero el mío es de verdad.
—¡Joder, Clarise! —amonesta Daniela escandalizada mientras su
amiga se dobla de la risa.
—Es mentira, ¿verdad? —pregunta Andrea con los ojos muy abiertos.
—Tanto, no. Pero mi marido está muy bien dotado, solo hay que ver
sus medidas —comenta una vez se recupera de la risa y separa las manos
mostrándonos la longitud.
—No sigas, por favor. Ahora no voy a poder mirar a John con los
mismos ojos —se queja la novia.
—Chicas, esto no es justo. No podéis hablar de estas cosas cuando una
tiene sequía. No tenéis corazón —les reclamo.
—Será porque tú quieres —contesta Andrea y le lanzo una mirada
reprobatoria.
—Eso tiene arreglo —dice Clarise alejándose unos metros de nosotras
para volver con algo en la mano—. Esto es espectacular. Esta noche lo
pruebas y ya me contarás.
Pone en mi mano una caja con un juguete erótico con forma de pene y
me empuja a la caja para que lo compre. Intento quejarme, pero no me
dejan hablar y, cuando me niego a pagarlo, Daniela lo hace por mí. ¿Cómo
voy a volver a casa con este artilugio en la maleta? Me río al imaginar la
cara de la persona que escanee mi equipaje, pero no voy a dejar pasar la
oportunidad de probarlo, aunque sea pensando en Guille.
Capítulo 24

Guillermo

Falta una hora para el gran acontecimiento y debo estar más nervioso que el
novio. El entusiasmo por ver a mi hermana feliz, después de lo que les ha
costado llegar hasta aquí, es inmenso. Malcom es un gran tío y la primera
vez que vi cómo la miraba, no tuve ninguna duda de que la amaba de
verdad.
No sabemos si las chicas ya han acabado ni lo que tardarán en llegar.
Los hombres hemos pasado la mañana en casa del señor Davis, donde
hemos acabado jugando un partido de baloncesto. A pesar del frío,
aprovechamos para hacer una barbacoa y, cuando acabamos de comer, nos
fuimos hasta el hotel para vestirnos. A parte de Hugo, que tarda un siglo en
arreglarse y el novio que se cambiaba en su casa e iba directo a la catedral,
la mayoría ya estamos preparados y esperamos en el bar del City Global.
—¿Quieres decir que no se han olvidado de mí? —pregunta mi padre
mirando su reloj. Es el padrino y tiene que acompañar a mi hermana, esa
que todavía no sabemos dónde está.
—Qué va. Ya sabes cómo son las mujeres.
—Hijo, me quedaría más tranquilo si llamaras a Daniela —me pide.
Cojo el teléfono y marco su número.
—¿Qué pasa, Guille? —contesta Andrea—. Daniela está ocupada y no
puede ponerse.
—Es que papá está nervioso y piensa que se han olvidado de él —oigo
a Andrea transmitirle el mensaje a Daniela y esta contesta, pero no la
entiendo.
—Dile que esté tranquilo. En diez minutos pasará un coche a buscarlo
y lo llevará a casa de los Davis.
—Perfecto, pues ahora se lo digo. —Me despido de ellas y cuelgo la
llamada—. Ahora vendrán a buscarte.
Me giro para coger la cerveza que me han servido y, al dirigir la
mirada hacia la puerta, veo entrar a Aura y Camila. El corazón se me
acelera al ver lo bonitas que vienen. Traen un brillo especial.
Me fijo en mi niña que, con ese peinado, el elegante vestido y con el
maquillaje, ya no parece tan pequeña. Es justo el momento en el que me
doy cuenta de que ya es una mujer que pronto volará sola, tendrá novio y,
cuando menos me lo espere, formará su propia familia. Es el camino de la
vida y a mí solo me queda resignarme y cruzar los dedos para que sea muy
feliz.
La otra mujer que hace temblar mis cimientos está espectacular y no
tengo la menor duda de que me va a hacer sufrir lo que resta de día. Lleva
un vestido de seda en dos colores haciendo una equis y largo hasta los pies.
Una manga y la pierna contraria es de color rosa fucsia y el lado opuesto de
color rojo pastel, con un pronunciado escote. Le han dejado su pelo, largo y
oscuro, suelto y le cae por la espalda. Han resaltado sus impresionantes ojos
y sus largas pestañas. Su imagen me hace tragar con dificultad, está
realmente bella.
—¡Vaya, qué guapas! —dice Júnior cuando las ve entrar.
—Pero mírate, enano. Tú sí que estás guapo —contesta Aura
tocándole la corbata a su hermano—. ¡Caramba, papá! Estás impresionante.
—Gracias, cariño. Tú estás preciosa. —Le cojo de la mano y le hago
dar una vuelta—. Voy a tener que vigilarte toda la noche.
—No digas tonterías. —Me sonríe de forma tímida—. A la que sí
vamos a tener que controlar, es a mamá. ¿Has visto qué guapa y sexi va?
—Está impresionante —elogio a Camila en voz alta.
—Gracias —musita. Me mira por encima de las pestañas pero rápido
interrumpe nuestra conexión y se centra en mi padre—. Eusebio, tú también
vas muy elegante. ¿Estás nervioso?
—Estoy como un flan. Como tarden mucho más en venir a recogerme,
el que va a llegar tarde voy a ser yo, en vez de la novia —refunfuña mi
padre.
—¿Quieres que te mire la tensión? —le pregunta Camila.
—Qué va, muchacha. Estoy bien, pero estaré mejor cuando esté con
Daniela.
Justo en ese momento entra en la sala un hombre que pregunta por mi
padre y este no tarda un segundo en irse con él para encontrarse con mi
hermana.
—Pero bueno, ¿qué ven mis ojos? —nos sorprende Hugo y se acerca a
Aura con una sonrisa—. Hermanito, voy a ir con la mujer más hermosa y
elegante de toda la boda.
Se inclina ante mi hija, coge su mano y le da un beso en el dorso,
como todo un caballero. Creo que Hugo no madurará nunca. Ese gesto hace
que Aura enlace el brazo con el de su tío y levante orgullosa la cabeza. Vaya
par.
—Que sepas que tu padre me ha pagado una fortuna para que no me
separe de ti en toda la noche —le comenta Hugo y ella abre mucho los ojos,
alucinada. Hasta que mi hermano se echa a reír, no se da cuenta de que está
bromeando.
—Eres muy tonto. Pero no sería tan descabellado —contesta Aura.
—¿Será posible? —me quejo haciéndome el ofendido. Al final
acabamos los cinco riendo.
Pasamos unos minutos más de charla cuando entra otro hombre, en
esta ocasión viene a buscarnos a nosotros.
—Por cierto, ¿alguien sabe dónde están Gerard y Jordi? Creo que
tenían que venir con nosotros —pregunta mi hermano mientras nos
dirigimos a la furgoneta que nos recoge.
—Cuando estábamos en la peluquería, llamó a Andrea. No tuvieron
una conversación muy amigable. Al parecer, tenía algo importante que
hacer porque apareció a la media hora para dejar al peque con ella y se
volvió a ir —nos comenta Camila.
—Últimamente, ese tío está de lo más raro —les digo.
—Ella no está bien. Creo que deberíais echarle un ojo —nos aconseja
Cami.
Los dos asentimos con la cabeza y emprendemos el trayecto hasta la
catedral. El ambiente se ha enfriado de forma considerable y cada uno va
inmerso en sus pensamientos. Incluso Júnior se mantiene callado, cosa muy
rara en él.
—¡Oye! —llama mi atención Hugo—. Hoy vamos a disfrutar de la
boda. Veremos cómo Daniela es feliz con Malcom y mañana, si eso, ya le
partimos las piernas al cuñado.
—Tienes razón —lo miro y nos sonreímos.
Los Guerrero somos una piña. El problema que tenga uno, también es
del resto y nos defendemos a muerte. Si me entero de que Gerard le está
haciendo daño a Andrea, no dudaré ni un segundo en enfrentarme a él. Me
importará una mierda que su familia sea tan importante y que él tenga
mucho dinero.
★★★
Un coro de góspel ameniza la ceremonia. Sus voces hacen que la piel se me
erice y la entrada de Daniela en la catedral nos deje sin aliento. Oigo a mi
madre suspirar y veo cómo se pasa el pañuelo con delicadeza por la cara
para no estropear mucho su aspecto. Rodeo sus hombros con el brazo y
beso su cabeza. Lleva un vestido sencillo y de color azul marino, pero el
peinado y el maquillaje la favorecen mucho. Se desvive por la familia y
puedo imaginarme lo que sufrió cuando pilló a mi padre besándose con otra
mujer. Le debió costar un mundo perdonarlo pero parece que lo superó
porque siempre está pendiente de él.
Centro mi mirada en los novios y la cara de Malcom al ver acercarse a
su futura esposa es todo un poema. Le brillan los ojos de la emoción y una
enorme sonrisa ilumina su rostro. Está feliz. Daniela parece un ángel. Lleva
un vestido entallado al cuerpo, en color blanco roto, con las mangas de
encaje y una larga cola. Está preciosa. El acto religioso es muy emotivo, el
sacerdote es conocido de la familia Davis y realiza un discurso muy
profundo. Antes de realizar los votos matrimoniales y el «Sí, quiero», el
coro nos vuelve a sorprender con una nueva canción. Los acordes del piano
suenan y la voz de uno de los componentes empieza a entonar la letra de All
of me de John Legend. Las voces totalmente sincronizadas y ese toque de
color que tienen hacen suspirar a toda la catedral. La cara de asombro de mi
hermana y las lágrimas descendiendo por sus mejillas me hacen suponer
que ella no sabía que iban a cantar esta canción. Es una declaración de amor
en toda regla. Con este detalle, Malcom ya se ha ganado por completo a mi
familia.
Por un instante, mientras escucho la letra de la canción, centro mi
mirada en Camila que está dos bancos detrás. Veo cómo se limpia la cara,
parece que también le ha embargado la emoción. Como si hubiera intuido
que la observaba, levanta la cabeza y sus ojos se centran en los míos. Varias
lágrimas van descendiendo por sus mejillas y yo siento unas ganas
inmensas de acercarme a ella, abrazarla y decirle que todo mejorará. Que
me perdone y me deje volver a su lado. Quiero prometerle que intentaré no
hacerla sufrir y que no dudaré de nuestro amor de nuevo. Pero no puedo.
No es el momento, aunque tampoco tengo su consentimiento.
Cuando finaliza la ceremonia, todos aprovechamos para felicitar a los
novios y solo me hace falta una mirada con Hugo y Andrea para saber que
ha llegado el momento del abrazo sándwich. Es un ritual que teníamos de
pequeños, cuando alguno de nosotros tenía un problema, se ponía en el
medio y el resto lo abrazábamos para que notara nuestro apoyo. Ya no
somos críos pero eso no importa y nuestro espíritu infantil nos lleva a
rodear a Daniela y estrujarla en un apretón, aunque en esta ocasión sea por
alegría y no por tristeza.
—¡Estáis locos! —se queja mi hermana mientras la apretujamos en el
medio y el resto de los invitados nos mira entre alucinados y divertidos.
—Esperamos que seas muy feliz y las cosas en el amor te salgan mejor
que al resto de los Guerrero —le desea Andrea.
—No digas tonterías —le dice Daniela.
Hugo y yo nos miramos, dándonos cuenta de que nuestros
pensamientos no son erróneos y algo le pasa a nuestra hermana. Incluso, en
esta ocasión, Hugo no protesta como seguro que haría en otro momento por
haberlo metido en el mismo saco.
Deshacemos el abrazo y opto por coger de los hombros a Andrea para
alejarla de allí y que Daniela no se preocupe por ella en un día tan
importante. La novia, rápidamente, se ve rodeada de gente y parece
olvidarse del comentario.
El convite tiene lugar en una vieja nave industrial que se ha
rehabilitado por completo. Su estructura de ladrillos y la fachada exterior
invadida de ficus le dan un toque mágico, aunque por su apariencia, nunca
te imaginarías el lugar tan maravilloso que alberga en su interior. También
es propiedad del señor Davis, por lo que hoy han cerrado las puertas
exclusivamente para celebrar la boda.
—¡Madre mía! —oigo exclamar a Aura a mi lado—. Parece que nos
hemos adentrado en un cuento de hadas.
—¡Es precioso! —suspira Camila.
Su sorpresa y admiración no son en vano. El sitio es alucinante y
perfecto para este evento. La comida es exquisita y el día está siendo
inolvidable. Es una maravilla observar la felicidad en el rostro de los recién
casados.
—¿Qué tal todo? —nos pregunta Daniela acercándose a nuestra mesa,
compuesta por los hermanos de la novia y los del novio. También están
Gerard y Camila.
—Está todo perfecto, hermanita. El lugar es una pasada —comenta
Hugo.
—Cuando Malcom me dijo que tenía el sitio idóneo, me eché a
temblar. Pero cuando me trajo a verlo, me quedé totalmente enamorada.
Tiene un gran encanto, es un lugar muy romántico y sorprendente, para
nada te esperas este interior cuando ves la fachada.
—Como profesional, me ha deslumbrado —le dice Gerard.
—Me alegro de que os guste. —En ese momento, alguien dice su
nombre y se despide para acudir a la llamada.
No puedo evitar sonreír ante la inmensa felicidad que transmite Dani.
La sigo con la mirada y suspiro al ver cómo llega a la altura de Malcom y se
fusionan en un beso. A pesar de todo lo que está pasando en mi vida, verla
así, después de tantos dolores de cabeza, me hace sentir dichoso. Vamos a
disfrutarlo y mañana volveremos a la realidad.
Capítulo 25

Camila

Una boda espectacular. Los novios iban increíbles. Daniela con un precioso
vestido de encaje y Malcom, ¡ay, qué chico! La verdad es que estamos tan
acostumbrados a verlo siempre con ropa deportiva, que admirarlo hoy con
ese traje de tres piezas que se adapta tan bien a su cuerpo es un lujo.
Ya es bastante tarde y solo quedamos los jóvenes. Los pequeños se han
ido, dormirán todos en la mansión de los Davis, menos el pequeño Jordi que
se ha ido con mi suegra. La mayoría de los hombres van descamisados y la
corbata hace rato que forma parte de la decoración de la mesa. Algunas
mujeres han optado por pasarse al zapato plano y sus peinados ya no son lo
que eran. Yo entro en las dos opciones anteriores, con lo sexi que iba…
Después de varias copas de vino blanco, otras tantas de tinto y unas
cuantas de champán, alternadas todas ellas con agua, mi estado no es del
todo firme. No voy dando tumbos ni veo doble, pero sí estoy contentilla y
bastante desinhibida. He bailado con toda persona que se me ha puesto
delante. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto.
Ahora estoy en una esquina de la sala, apoyada en una viga y
observando todo. Me centro en mi hija, que está bailando con Malcom y
sonríe tanto que parece que le va a estallar la cara de felicidad. Mi pequeña
Flor, qué mayor se ha hecho. Continúo con el repaso y veo a una pletórica
Daniela que baila con su hermano Hugo. Sonrío por la forma tan cariñosa
con la que se miran, no lo puedo evitar. Hugo tiene ese magnetismo que te
atrapa y, aunque es el más despreocupado de los cuatro Guerrero, siempre
aparece cuando menos te lo esperas y sabe lo que necesitas en cada
momento. Aunque todos son especiales, es con el que me llevo mejor. Es
raro que, durante la semana, no reciba algún mensaje de él, la mayoría con
una tontería de las suyas que me arranca una sonrisa. La verdad es que, al
ser hija única, envidio la gran relación que tienen entre ellos. Ese apoyo
infinito para lo bueno y para lo malo. Mi mirada se centra en el hombre que
me robó el corazón hace tantos años. Baila con su hermana Andrea. Esta se
aferra a su cuerpo como si fuera un puerto seguro. Es doloroso ver cómo se
va desmoronando la mujer altiva y segura de sí misma que es. Guille le
susurra cosas al oído y la abraza con cariño. Quién fuera Andrea ahora
mismo para descansar en su pecho y verse rodeada por esos brazos que
tanto amor desprenden en este momento.
Sacudo la cabeza y me dirijo hacia una barra improvisada para pedir
otra copa de champán pero, antes de pedir, una presencia se coloca a mi
lado. Ese perfume lo conocería en cualquier lugar, igual que el de su
hermano.
—¿Qué hace la cuñada más guapa del mundo? —pregunta Hugo.
—Lo que haría cualquiera en la barra con bebidas de una boda. Pedir
alcohol. —Suelta una carcajada a mi lado que me demuestra que su estado
es bastante peor que el mío.
—¡Ay, Camila, Camila! —dice cuando acaba de reírse y me mira
negando con la cabeza—. Déjame invitarte a algo, que todavía estás muy
entera.
Ahora la que se ríe soy yo. Cómo puede tener tanta cara dura. Es
tremendo.
—Eres consciente de que las consumiciones las pagan tu hermana y tu
cuñado, ¿verdad?
—Joder, cuñada. Qué aguafiestas eres. Desmelénate, sígueme la
broma, que había quedado de puta madre y disfruta. ¡La vida es breve! —
chilla a mi lado. Me vuelve a mirar, rodea mis hombros con su brazo y deja
un beso en mi mejilla—. Eres tan guay, Camila. Es normal que mi hermano
esté loco por ti y que quiera volver a conquistarte.
—No digas tonterías, anda. No deberías beber más.
—Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. ¡Camarero! —lo
llama cerrando así la conversación anterior—, pónganos dos whiskies. Que
sea el Johnnie Walker Blue Label de doce años que tienes ahí detrás, por
favor.
—¿No será para mí? Yo no quiero whisky, no me gusta.
—Este no es cualquier whisky. Este te lo vas a tomar conmigo, para
celebrar la felicidad del mundo. Pero sobre todo, por nosotros que somos
personas cojonudas y nos lo merecemos.
Si es por un motivo tan claro, no pienso negarme. Me acerco a él y le
doy un beso en la mejilla. Me deleita con esa sonrisa picarona que saca de
vez en cuando. El camarero deja las copas delante de nosotros, las cogemos
y brindamos. Le doy un trago, no muy grande, y su fuerte sabor me hace
apretar los ojos y que mi cuerpo se estremezca.
—Esa es mi cuñada. —Se lanza a mi cuerpo y vuelve a abrazarme. Sí
que está cariñoso este muchacho—. Nunca menosprecies lo mucho que
vales. No te niegues a ser feliz y jamás dudes de lo mucho que te quiere
Guille. Se equivocó, es verdad, no hizo las cosas bien, pero lo está pagando.
Deja que rectifique.
Sus palabras en mi oído y el tono utilizado, no ha titubeado en ningún
momento, me dejan sin palabras y anclada en el suelo, con mi copa en la
mano y cara de tonta, viendo cómo se aleja de mí.
No tengo tiempo de asimilar su discurso cuando mi cuerpo ya nota su
presencia detrás de mí.
—¿Todo bien? —Su profunda voz hace que mi piel se erice.
—Sí, claro —respondo dándome la vuelta para quedar uno frente al
otro
—¿Desde cuándo bebes whisky? —dice al ver lo que sostengo.
—Tu hermano me ha invitado. —Me encojo de hombros y él niega
con la cabeza.
Le doy otro sorbo y este entra un poco mejor y calienta mi cuerpo,
aunque falta no me hace. Su presencia y cercanía ya me han acalorado
bastante.
Analizo las palabras de Hugo. ¿Será verdad que todavía me quiere?
«No te engañes, tú oíste de su boca que ya no te amaba». Sacudo un poco la
cabeza para alejar mis pensamientos. ¿Qué ganaría mi cuñado diciéndome
eso si no fuera cierto? ¿Sería capaz de perdonarlo? Duele tanto que te
pisoteen el corazón... Frunzo los morros.
—Camila, ¿te encuentras bien? —pregunta elevándome la cara para
encontrarse con mis ojos.
—¿Te he dicho hoy que estás muy guapo? —Eleva una ceja ante lo
inesperado de mi pregunta.
Su mirada se vuelve pícara y pasea el dorso de sus dedos por mis
brazos. Mi cuerpo se vuelve a estremecer, en esta ocasión, por su contacto
aunque sea por encima de la ropa. Elevo la copa y acabo con el contenido
de esta.
—¿Qué haces, loca? —me reclama Guillermo quitándome el vaso
vacío y dejándolo en la barra.
Cuando se vuelve a posicionar enfrente, acerco mi cuerpo al suyo, de
forma sutil o eso me lo parece a mí. Ya he dicho que estaba más
desinhibida, aunque puede que también más contentilla.
—Camila… —me avisa.
Acerco las manos a su pecho y juego con la corbata que lleva holgada
en el cuello. Me muerdo el labio inferior de forma sugerente. Esto también
es bajo mi visión, no tengo muy claro lo que debe parecer desde afuera. Lo
veo sonreír y cómo se acerca a mi cuello. Por Dios, creo que voy a arder.
—No juegues conmigo, cielo. Estamos rodeados de personas y una de
ellas es nuestra hija. No sería muy ético que nos viera meternos mano.
Además, no creo que estés en condiciones para empezar algo que no vas a
poder acabar.
—Con uno rapidito, puedo —Tan pronto la frase sale de mi boca, mis
ojos se agrandan del asombro. ¿Eso lo he dicho yo?
Guille suelta una carcajada y yo me sonrojo. Nunca he sido tan
lanzada ni cuando era jovencita. Está claro que todo es culpa del alcohol y
sobre todo del whisky al que me ha invitado Hugo. ¡Maldito cuñado, qué
liante es!
—Joder, Cami. Qué difícil me lo pones. Ojalá, en tu estado normal y
no tan borrachilla, pensaras lo mismo. Voy al baño. No bebas nada más. No
creo que te guste que Aura te vea en un estado precario. ¿Vale? —pregunta
apuntándome con el dedo.
Intento pillárselo con la boca para morderlo y que deje de señalarme.
Niega con la cabeza e intenta ocultar una sonrisa pero yo la he visto. Deja
un beso en mi frente, sí en mi frente. Yo aquí esforzándome para insinuarme
y recibo eso. Bufo. ¿Y ahora qué?
Me fijo en la sala y localizo a mi hija. Entrecierro los ojos porque la
veo muy lejos y algo borrosa. Está con Brody, muy cerquita el uno del otro.
Miran algo en el teléfono, pero si los dos elevasen la cabeza a la vez, sus
bocas casi llegarían a rozarse. Boqueo. Madre mía, como su padre la vea
así, tan pegados, es posible que monte un espectáculo. Sin pensármelo, y
antes de que eso ocurra, me dirijo al pasillo por donde ha desaparecido
Guille, el que da a los lavabos. Justo cuando llego a la altura de la puerta
del de hombres, esta se abre y un señor que no conozco sale y me sonríe.
—El de mujeres es aquel —dice señalando la puerta de enfrente.
—Vaya, qué despistada —me excuso y me dirijo hacia la otra hasta
que lo veo desaparecer.
Espero un rato, no sé el tiempo que pasa, no estoy muy fina para poder
contarlo y la puerta vuelve a abrirse. Cuando veo que es Guille, me lanzo a
su cuerpo y lo vuelvo a meter dentro del baño.
—Camila, ¿qué coño haces? —me reclama.
Reviso la estancia y compruebo que estamos solos, menuda suerte la
mía.
—Es que tardabas mucho —ronroneo. Es muy posible que, si esto se
llegara a grabar y alguien me lo enseñara mañana, se me caería la cara de
vergüenza.
—Vamos, nena. Creo que es hora de irnos.
—¡No! —chillo. Me mira con el ceño fruncido. Parece que me he
pasado un poco. Carraspeo y vuelvo a ponerme melosa—. Aquí no nos ve
nadie. Podríamos…
—Ni hablar —me interrumpe y coge mis manos entre las suyas para
que no continúe desabrochando los botones de su camisa—. No pienso
hacer nada contigo en este estado.
—Estoy bien —me quejo.
—Sí, claro. Y yo soy Superman.
—¡En serio! —exclamo alucinada. Bufa con tanta fuerza que mueve
mi pelo. Creo que está perdiendo la paciencia. Pobre.
—Te juro que mañana te recordaré esta conversación y, si todavía
estás dispuesta a que te folle, lo haré.
—No quiero que me folles, quiero que me hagas el amor. —Su mirada
se mueve entre mi boca y mis ojos. Los míos, al notarlo tan cerca y tan lejos
a la vez, se humedecen.
—Vamos, anda. —Coge mi mano y me arrastra fuera del baño—. Hoy
creo que será mejor que duermas en mi habitación.
—No pienso dormir contigo si no piensas hacerme el amor —me
quejo.
Me ha entrado el bajón y estoy a punto de echarme a llorar. Ya no
recuerdo cuál era el objetivo de retener a Guille en el baño. Los párpados se
me cierran y me desinflo. Qué ganas tengo de pillar la cama. Todo a mi
alrededor gira y tengo el estómago revuelto.
—Nos vamos —oigo que dice. Estoy detrás de él y no sé con quién
habla, apenas me tengo en pie así que como para adivinarlo— Daniela,
¿dónde está Aura?
—Os ha estado buscando y como no os encontraba, me ha pedido
permiso para irse con Brody. Estarán con todos los pequeños, no te
preocupes. Está un poco perjudicada, ¿no?
¿Lo dirá por mí?
—Ha sido por culpa de Hugo, que le ha dado un whisky. Me la llevo o
acabará desmayándose aquí en medio.
Pues sí, parece que hablan de mí. Intento decir algo pero solo me sale
un hipido, todo el cuerpo se me balancea y estoy a punto de caerme de
bruces. Pero los brazos de mi caballero andante me salvan de dejarme los
dientes en el suelo.
—Cuidado —dice apoyando mi cuerpo al suyo—. Nos vemos mañana.
Que acabéis de pasar una buena noche.
Se despiden y creo que nos movemos. Soy consciente cuando salimos
y el frío me golpea. El cuerpo se me estremece y noto cómo Guille me
coloca su chaqueta para cubrir mis brazos. Si es que es un cielo.
—Te quiero tanto —le digo alargando la o.
—No más que yo, cielo. —Besa mi frente y me acurruco en su cuerpo.
Nos metemos en el coche. Me aproximo a su cuerpo de nuevo y él me
rodea los hombros con su brazo. Estoy tan a gustito, que podría quedarme
así para siempre. Qué pena que mañana tenga que volver a la realidad.
Capítulo 26

Aura

Ha sido un día increíble. Primero, la mañana de princesa dejando que me


mimen. Spa, peluquería, manicura, pedicura, maquillaje… Nunca había
disfrutado tanto. En Andorra tenemos el Centro Termolúdico Caldea y me
encanta cuando mamá y yo vamos y pasamos unas horas juntas, a veces
incluso nos acompaña Júnior. Aunque lo divertido era cuando íbamos los
cuatro. Sacudo la cabeza para no hundirme en los recuerdos.
Después, la boda de la tía Daniela. Ha sido increíble. Yo no me casaré
pero, si algún día lo hiciera, me encantaría que fuera igual que la de mi tía.
La catedral es una pasada y estaba adornada con tantas flores que parecía un
jardín. Pero lo alucinante ha sido el recinto donde se ha celebrado el
convite. Era un lugar extraordinario para una boda de ensueño.
También es cierto que estar en el enlace con Brody ha ayudado a que
me lo pasara mucho mejor. Es un chico genial, a pesar de su pasado. Su
existencia y la de sus hermanos no ha sido nada fácil. Su madre era una
drogadicta, alcohólica y se prostituía para conseguir dinero para sus vicios.
Esto no me lo ha explicado él, sino mi tía Daniela. Ahora su vida es
diferente y él es muy majo y guapo, eso también, todo hay que decirlo.
Tiene una piel aceitunada y una increíble sonrisa. Tenemos unos gustos
muy similares, sobre todo en la música o las series, así que no hemos
parado de hablar e intercambiar opiniones. Me ha comentado que le
gustaría dedicarse al baloncesto de forma profesional y poder así jugar en la
NBA. Por lo que he oído, no creo que le resulte complicado, es un gran
jugador. Pero nada de eso será posible si no se saca una carrera. Debe tener
un plan B por si pasa cualquier cosa. No sería el primero que ve truncadas
sus ilusiones por una lesión. Ha confesado que le gustaría ser educador
social. Por un lado, me ha extrañado, pensaba que después de los duros
acontecimientos que ha tenido que vivir, querría alejarse de ese mundo.
«Quiero aprovechar mi experiencia para ayudar a los demás. Transformar
los duros momentos por los que he tenido que pasar en algo positivo. Que la
gente sepa que te puedes recuperar, que hay esperanza», me dijo mientras
saboreaba la tarta nupcial. Si es que es un solete.
Hace cerca de media hora que hemos llegado a la casa del señor Davis.
Al final, mi tía Daniela me ha dejado venir a dormir con el resto de los
pequeños. Busqué a mis padres para pedirles permiso, pero no los encontré.
Me extraña que se fueran sin decirme nada. La última vez que los vi,
estaban en la barra y muy cerca el uno del otro. Ojalá que este viaje les
sirva para darse cuenta de que su destino es estar siempre juntos. Cada día
que pasa, estoy más convencida de que se siguen queriendo, pero son un par
de cabezotas. Si voy a estar tan ciega cuando sea mayor, no quiero crecer.
Brooke, la mujer del señor Davis, me ha asignado una habitación para
mí sola y me ha dejado ropa. Me queda algo grande, pero servirá. Esto, más
que una habitación, parece un estudio, creo que se podrían hacer tres
estancias con las dimensiones de esta. En mi familia nunca hemos pasado
apuros económicos, es más, estamos bastante bien posicionados, así que no
me escandalizo con cualquier cosa, pero es que esto es demasiado. Esta
familia tiene mucho dinero.
La vibración de mi teléfono me arranca del repaso que le estaba dando
al techo, estoy desvelada y no puedo dormir. Recupero el móvil y lo
desbloqueo para saber qué he recibido.
Papi:
Pequeña, vamos camino del hotel. ¿Todo bien?
Aura:
Estoy en casa del señor Davis. Os he buscado. ¿Dónde estabais?
Papi:
Me lo ha dicho Dani. Supongo que en el baño.
Aura:
¿Los dos?
Papi:
Sí. Cada uno en el suyo.
Aura:
Me lo imagino, ja,ja,ja. Me voy a dormir. Nos vemos mañana.
Papi:
Pórtate bien. Supongo que estarás sola, ¿verdad?
Aura:
Papá…
Papi:
¿Y si hacemos una videollamada para asegurarme de que estás bien?

Me quedo mirando el teléfono con asombro. ¿Será posible que


desconfíe tanto de mí?
Aura:
¿En serio?

Acompaño el mensaje con un montón de emoticonos con cara


enfadada.
Papi:
Era broma, cariño. Hasta escribiendo tienes el carácter de tu madre. Buenas noches o
madrugadas. Que tengas dulces sueños.
Aura:
Buenas noches, gruñón.

Sonrío al mirar la pantalla. Echo de menos nuestras charlas, las salidas


a la montaña o a esquiar que hacíamos solos e incluso los maratones de
películas de acción que compartíamos y que a él tanto le gustan. Sé que,
parte de este distanciamiento, es por mi culpa. Mi actitud de los últimos
meses no ha sido la más cercana y mi enfado con ellos ha levantado un
muro que nos ha alejado poco a poco.
El móvil vuelve a vibrar en mi mano. Qué querrá ahora el pesado de
mi padre. Me sorprende que no sea un mensaje de él y al ver de quién se
trata, abro mucho los ojos sorprendida.
Brody:
¿Duermes?
Aura:
Sí.
Brody:
Muy graciosa. Ja, ja, ja.

Me muerdo el labio para evitar que una carcajada salga de mi boca y


despierte a alguien.
Aura:
Veo que tú también.
Brody:
Estoy desvelado. Demasiada fiesta… ¿Te hace un chapuzón en la piscina?
Aura:
¿A estas horas? Tú estás loco. Si nos pillan se nos cae el pelo.
Además, no tengo bañador.
Brody:
Todo el mundo está durmiendo. Venga, no seas gallina. Yo te presto una camiseta. En tres
minutos paso a buscarte.

La familia Davis tuvo mucho que ver en la nueva vida de Brody y sus
hermanos. Incluso su hermana mayor Ashley trabaja en el hotel City
Global. Se llevan muy bien y tanto Jason como Brooke los tratan como si
fueran sus nietos y pasan tardes con ellos.
Aura:
Nooo. Paso. Me voy a dormir. No vengas, ¿eh?

Espero un rato y empiezo a desesperarme cuando veo que no me


contesta.
Aura:
Brody, no se te ocurra venir.
¿Me oyes?
Estás loco.
¡BRODY!

Cuando acabo de enviar este último mensaje, unos suaves toques en la


puerta me hacen pegar un salto. Esta se abre y la cabeza de Brody asoma
por ella. Lo miro con cara de alucinada y mi primer acto reflejo es taparme
con el edredón para que no pueda ver mis pintas.
—¿Todavía no te has preparado? —dice adentrándose en la habitación.
Lleva una camiseta blanca y un bañador de color rojo hasta medio muslo y
está todo despeinado. ¡Caramba, qué guapo!
—¿Qué haces aquí? Vete ahora mismo. Como se enteren de que
estamos juntos en la habitación y se lo digan a mi padre, me mata.
—Nadie se va a enterar. Solo vamos a nadar un rato. No voy a hacerte
nada malo, a no ser que tú quieras.
—Qué tonto eres —le digo y pongo los ojos en blanco. Lo medito
mientras su brillante mirada me reta. Me muerdo el interior de la mejilla.
¿Qué puede pasar? Solo vamos a darnos un chapuzón—. Está bien. Gírate
para que pueda ir al baño a ponerme algo.
—No estás en pelotas, Aura —comenta y me lanza una camiseta y un
calzoncillo de tipo bóxer para que me lo ponga.
—Media vuelta —le exijo y acompaño mi petición con el dedo.
Cuando se gira, resoplando, voy directa a la puerta que hay en un
extremo. Sí, las habitaciones de esta casa tienen baño propio. Espero que no
se haya dado la vuelta, porque el pantalón que me ha ofrecido Brooke se me
caía y solo llevo una camiseta y mi braga. Cierro y me desnudo lo más
rápido que puedo. Me pongo el calzoncillo, por lo menos este no se me cae,
y su camiseta. Antes de meter los brazos, la huelo. Conserva su olor.
Aprovecho para hacerme una coleta y mirarme en el espejo. Menudas
pintas llevo. Salgo del aseo estirándome la camiseta para que tape más mis
piernas y me encuentro con su mirada. Me recorre el cuerpo de arriba abajo
y asiente con la cabeza.
—Perfecta.
Estira su mano para que se la coja y yo obedezco. Se asoma por la
puerta para verificar que no hay nadie. Cuando se asegura, salimos y me
arrastra por varios pasillos hasta llegar a la planta baja. Si tuviera que ir yo
sola, no creo que pudiera encontrar el lugar.
Llegamos a una puerta de color negro y, al abrirla, el inconfundible
olor del cloro nos invade. La estancia está a oscuras, solo iluminada por la
luz exterior que entra por la cristalera que hace de techo en forma de
triángulo. Si con esta poca claridad ya es espectacular, no me quiero
imaginar cómo será cuando entren los rayos del sol. La piscina es
rectangular, parte del suelo que la rodea es de madera y la otra son baldosas.
Hay varias tumbonas y un mueble lleno de toallas con apariencia de ser
muy esponjosas.
Estoy tan alucinada que no me doy cuenta de que hay un pequeño
escalón y tropiezo. La habilidad de Brody evita que me caiga de morros
pero nos deja muy pegados el uno al otro. Estamos tan cerca que puedo
notar su aliento cerca de mi boca y eso hace que algo en mi interior se
encoja y la piel se me erice. La camiseta que me ha prestado se ha subido al
trastabillar y sus manos están en contacto con la piel de mi cadera.
Carraspea y me va soltando, poco a poco.
—Espero que no te mates antes de entrar en el agua —comenta
despreocupado y retirándose la camiseta.
No le contesto, la imagen de él en bañador me ha dejado muda. Qué
tontería, pero es que tiene un cuerpo espectacular. Menos mal que está
bastante oscuro y no puede ver cómo me he ruborizado. Reacciono al ver
que me está esperando para meternos en la piscina, me acerco al bordillo y
me quito las zapatillas. Brody hace lo mismo, se dirige al otro extremo y se
lanza. Cuando él saca la cabeza, yo estoy sentada en una esquina con los
pies dentro. No sé a qué espero, es una piscina climatizada, con una
temperatura estupenda.
—¿No piensas meterte? —pregunta pasándose las manos por la cara
para retirar el agua.
—No sé nadar. —Su cara de sorpresa casi me hace perder la seriedad.
—¡Eh, vale! Si entras por ese lateral no cubre —dice mientras señala
el lado opuesto al que estamos nosotros.
Hago todo lo posible para intentar aguantarme la risa, pero una especie
de pedorreta me delata. Brody se gira y me mira con el ceño fruncido, se ha
dado cuenta de que le mentía. Me llevo la mano a la boca para no soltar una
carcajada y él me salpica para vengarse por el engaño. Yo me levanto con
rapidez y suelto un pequeño chillido, al final vamos a despertar a toda la
casa. Al girarme, veo que sale del agua impulsándose con los brazos y una
habilidad pasmosa. Corro y rodeo la piscina pero, en un momento, lo tengo
detrás. Entre que no conozco el lugar y está oscuro, no sé hacia dónde
dirigirme y acabo acorralada detrás de dos tumbonas, la pared y Brody.
—¿Así que la señorita va de graciosa? Pues que sepas que no tienes
escapatoria.
—Solo era una bromita —me excuso.
—Pues la broma tiene un castigo. Escoge, cosquillas o cosquillas.
—Eso no es justo. Te estás aprovechando de una confesión de amigos
—me quejo y pongo los brazos en jarra.
El otro día, en una charla, le confesé que tengo muchas cosquillas y
que odio que me las hagan. Veo que se ha apuntado mi revelación.
—Lo siento. En el amor y la guerra, todo vale.
No puedo dejar que me alcance, no sería capaz de contener mis gritos
y todo el mundo se enteraría de dónde estamos.
—Me rindo. No voy a volver a hacerte ninguna broma pero, por favor,
no me hagas cosquillas o despertaremos a todos. —Me mira y chasquea la
lengua. Parece que mi súplica y mi cara de pena le han ablandado.
—Está bien. Vamos a nadar un rato. —Se gira y yo suspiro.
Cuando voy a pasar por su lado para tirarme a la piscina, una mano me
retiene del brazo y la otra rodea mis caderas, pillándome desprevenida. No
sé cómo acabo tumbada en una de las hamacas con Brody encima de mí y
sus manos haciéndome cosquillas debajo del sobaco. Me retuerzo y mi tono
se va elevando por momentos. Una de sus manos me tapa la boca, para que
no haga ruido, mientras sigue con su tarea y yo me contorsiono como puedo
para quitármelo de encima. Consigo morder su mano y él se queja pero no
se da por vencido. Lo vuelvo a morder, esta vez con más fuerza y Brody
retira la mano y la sacude.
—Para, por favor —susurro, fatigada.
—Ni en sueños.
Vuelve al ataque y yo ya casi no tengo fuerzas. Las lágrimas
descienden por mis sienes y me está entrando dolor en un costado.
—Como no pares, voy a chillar —amenazo.
—No te atreverás.
Abro la boca y cuando él se da cuenta de que voy a cumplir mi
advertencia, se lanza a mi boca y me besa para acallarme. Noto la humedad
de sus labios y me paralizo, no porque no me haya gustado, sino porque no
me lo esperaba.
—Lo siento. Necesito… —Se levanta sin acabar la frase y se lanza a la
piscina.
Yo me incorporo en la hamaca e intento que los latidos del corazón se
ralenticen, mientras veo cómo casi se recorre la piscina buceando. Solo ha
sido un roce, no sé si a eso se le puede llamar beso. He tenido alguno más
profundo que este, la verdad, pero sí ha sido especial. Porque es Brody, está
como un tren y me gusta estar a su lado.
No pienso ir más allá, pero me he quedado con ganas, así que no me lo
pienso y me lanzo yo también al agua. Cuando diviso sus piernas, saco la
cabeza y lo encuentro apoyado con los codos al borde. Esta vez soy yo la
que lo sorprende y me lanzo a sus labios. Este beso no va a ser un roce, este
será un beso de verdad. Así que busco su lengua, que sale al encuentro de la
mía y nos saboreamos. También hay roces y pequeños tocamientos, sin
llegar a más. Una buena manera de acabar la noche o, mejor dicho, de
empezar el día. Solo espero que nadie nos pille o estamos jodidos.
Capítulo 27

Guillermo

Solo he conseguido dormir unas tres horas. Son las ocho y ya llevo
corriendo en la cinta del gimnasio una hora. Ha sido prácticamente
imposible pegar ojo con ella a mi lado, como antes. He tenido que hacer un
esfuerzo titánico para no despertarla e introducirme en su cuerpo. Su estado
no me lo ha puesto fácil, se ha pasado parte de la noche restregándose
conmigo y la otra parte durmiendo con la cabeza en mi pecho. Qué
maravillosa sensación volver a tenerla entre mis brazos, aunque solo sea por
las circunstancias.
Doy por finalizada la sesión de ejercicio matutino, hoy la he hecho
solo; mi hermano me ha abandonado. A saber a qué hora se ha ido a dormir,
tampoco sé si está en el hotel y, de ser así, si estará solo. El condenado
siempre ha tenido una mano increíble para las mujeres, entre su físico y su
carisma, arrasa por donde pasa. No me quejo, que conste. Yo también tuve
mi momento cuando era joven, pero tropecé con una morena increíble que
borró de un plumazo mis oportunidades y, por supuesto, mis ganas. Con ella
siempre he tenido todo lo que he necesitado. Tanto es así que, ahora que
podría lanzarme a la vida loca, ni quiero ni me apetece. Mi principal
objetivo es recuperarla.
Al entrar en la habitación, me la encuentro todavía dormida, casi en la
misma posición que la he dejado al irme. Está de lado, su larga melena tapa
la almohada y la sábana le ha resbalado un poco. Se le ha subido la
camiseta que le presté ayer dejando a la vista su muslo que, a pesar de pasar
por los cambios que provocan dos embarazos, para mí son perfectos.
Suspiro y me giro a regañadientes para ir a la ducha. Me quedaría todo el
día mirándola, por lo menos hasta que se despierte. No creo que esté de
humor para enfrentarse al nuevo día, va a tener una resaca de campeonato.
Beberse el whisky y de golpe, la remató. Así que no sé cómo se va a tomar
saber que ha dormido conmigo y yo no quiero empezar el día con una
discusión.
El agua cae por mi cuerpo llegando a relajar mis músculos, pero hay
un órgano que no soy capaz de hacer que se comporte. Lleva activo parte de
la noche y casi toda la mañana y la imagen de Camila en la cama, con las
piernas al aire y parte de su trasero visible, aunque tenga la ropa interior
puesta, no ha ayudado a calmar la cosa. Me niego a tener que aliviarme en
la ducha con ella tan cerca. Una cosa es hacerlo solo y otra muy distinta es
sabiendo que Camila se encuentra a unos metros de mí. Salgo de la ducha
frustrado y de mal humor por tener que privarme de mis deseos. Encima
casi no he pegado ojo… Me envuelvo la toalla a la cintura, cojo una para
secarme el pelo y me adentro en la habitación. Mis pasos se frenan al ver
que Camila se ha despertado y está incorporada en sus codos. Mira la
habitación, con el ceño fruncido, estoy convencido de que está desubicada.
—Buenos días —saludo.
Al detectar mi presencia, se sienta y sube la sábana para tapar su
cuerpo. Yo maldigo interiormente. Como si no la hubiera visto desnuda
millones de veces, la conozco a la perfección. Sé cuáles son los rincones en
los que tiene cosquillas y también los que hacen que su cuerpo se erice
cuando los beso. Sé dónde tocar para que se ría o suspire y, por supuesto,
para que estalle de placer. Pero claro, ahora la situación es diferente, ya no
dispongo de esos privilegios y no os hacéis una idea de cómo me fastidia.
—¿Qué hago aquí? —pregunta. Sé que intenta recordar pero sin
mucho éxito.
—Ayer, la última copa no te sentó muy bien. No quería dejarte sola y
te traje a mi habitación.
—¿Hice alguna estupidez? ¿Me vio Aura en ese estado?
—El chofer que nos trajo tuvo que hacer una parada para que pudieras
vomitar y me costó la vida desnudarte. A parte de eso, nada más. Al apoyar
la cabeza en la almohada, te quedaste dormida. —Veo que cierra los ojos,
abochornada—. Por Aura no te preocupes, se fue a dormir a casa de los
Davis mientras tú estabas provocándome en el baño de hombres para que te
hiciera el amor.
Su cara de asombro consigue que una sonrisa aparezca en mi cara. El
rostro se le sonroja haciéndome saber que algo ha recordado. ¿Ahora qué,
pequeña bruja?
—Lo siento, yo… —titubea—. Creo que será mejor que me vaya. ¿Me
puedes decir dónde está mi vestido?
No le contesto de inmediato, me mantengo callado a propósito para
ponerla nerviosa. Yo llevo sufriendo desde ayer, por que ella lo haga un
poquito ahora, no le va a pasar nada. Soy malo, lo sé. Me paso la toalla por
el pelo y continúo por mi cuello y el pecho mientras no dejo de mirarla. Se
ha mordido el labio inferior y he observado la fricción de sus piernas contra
el colchón.
—Lo manchaste con el vómito. Lo he enviado a la lavandería. Entré
en tu habitación y me tomé la libertad de cogerte una muda y el neceser —
le comento señalándole el sillón que tiene sus cosas—. Además, tienes un
analgésico y agua por si quieres tomártelo. Me imagino que tendrás dolor
de cabeza.
—Un poco sí. Gracias por todo, Guille. Siento mucho que la situación
se me fuera de las manos, de verdad. —Asiento con la cabeza sin dejar de
mirarla—. Creo que mataré a Hugo cuando lo vea por darme esa porquería.
—Nena, eso a lo que tú llamas porquería, vale unos doscientos euros
la botella.
—¡No fastidies! Pues a mí me ha matado.
Aunque mi mal humor persista, no puedo evitar reírme por su
reacción. Aún despeinada, un poco ruborizada y con cara de sueño, está
preciosa. Ahora mismo tengo que hacer un sobreesfuerzo para no lanzarme
a por ella y besarla como si se acabara el mundo, con todas las ganas que
llevo reprimiendo cada vez que la veo. Me giro y me centro en mi maleta,
esos pensamientos no me llevan a nada bueno y la toalla que prende de mi
cintura se empieza a elevar.
—Creo que será mejor que te des una ducha y te vistas —digo aún
girado y hago que busco mi ropa.
Se mueve y, por el rabillo del ojo, compruebo que se ha sentado y se
está tomando el analgésico. Cuando ya lo ha ingerido, coge la ropa y se
dirige al baño. Oigo que la puerta se cierra y expulso todo el aire. Madre
mía, esta mujer va a acabar conmigo. Me retiro la toalla y me coloco los
calzoncillos. Justo cuando he acabado, la puerta del baño se abre de nuevo y
una Camila envuelta en una toalla se planta en la habitación. No tengo
tiempo de reaccionar ni de taparme. Que a mí me da igual, no es la primera
vez que me ve en ropa interior ni desnudo tampoco, tenemos dos hijos, pero
lo que no me agrada es que sea consciente de lo que ha provocado en mi
entrepierna. Nos quedamos los dos callados, como si fuéramos unos
extraños, una pareja que no se conociera de nada y que han pasado la noche
juntos por error. Es una sensación rara y surrealista. ¿Cómo han podido
cambiar tanto las cosas entre nosotros?
—No encuentro mis bragas —dice nerviosa. Intenta no centrar la
mirada en mi miembro pero no lo consigue—, ¿recuerdas si me has cogido
unas limpias?
—Sí, lo hice.
—A lo mejor se me han caído. —Señala el sillón donde se
encontraban sus cosas, pero no se acerca.
—¿En serio nos vamos a comportar así a partir de ahora? —estallo.
No soporto más esta tensión.
—Estamos separados, Guille. ¿Qué es lo que no entiendes? Es normal
que esta situación sea un poco rara.
—Me voy a volver loco. Ayer no hacías más que sobarme, casi me
arrancas la camisa, me pediste que te hiciera el amor. Te has pasado toda la
noche arrimada a mi cuerpo, durmiendo en mi pecho y, ahora, actúas como
si no me conocieras. ¡Joder, si hasta te has tapado para que no te vea con la
camiseta y has corrido al baño como si fuera un extraño!
—Ayer no era yo y siento mucho si mi comportamiento te afectó. No
fue mi intención perder la cabeza y acabar en ese estado. No lo hice para
perjudicarte si es lo que estás pensando. Sabes que yo no soy así.
—El problema es que ya no sé cómo eres —le digo acercándome a
ella—, pero, al mismo tiempo, eres la de siempre. La que me hizo perder la
cabeza hace tantos años y a la que quiero recuperar de nuevo.
—Guille, por favor…
—Por favor, ¿qué? —pregunto mientras mis nudillos acarician su
mandíbula.
—Esto no es buena idea —susurra con los ojos cerrados.
—Dime que no sientes nada cuando te toco, que no estás deseando que
te bese como he hecho tantas veces. Que no deseas sentir mi cuerpo cerca
del tuyo y que mi lengua te recorra entera hasta hacerte estallar. Que no
quieres correrte en mi boca o con mi miembro en tu interior…
—Esto no es buena idea —repite esta vez mirándome.
Su boca dice una cosa pero sus ojos, lo contrario. La conozco, aunque
ella quiera hacerse la fuerte y demostrar que ya no le importo, sé que no es
cierto. Su cuerpo sigue reaccionando de la misma manera y su corazón late
con la rapidez de siempre al tenerme a su lado. Por eso no dudo en
acercarme más a ella. Camila se mantiene quieta y con la respiración
agitada por mi cercanía. La rodeo quedándome detrás de su cuerpo y aparto
de su cara un mechón rebelde que se le ha escapado de un moño
improvisado. Lo coloco entre los dientes de la pinza que sujeta el resto y
continúo el camino mientras mis dedos me acompañan acariciando sus
hombros hasta llegar al brazo y bajar por él. Su piel se eriza ante mi
contacto y la oigo suspirar.
—¿Quieres que siga?
—Sí —su rápida respuesta me hace sonreír.
—Tu cuerpo todavía recuerda mis caricias, ¿lo notas? —esta vez
asiente con la cabeza—. ¿Por dónde quieres que empiece, pequeña?
Antes de que me conteste, deshago el agarre de la toalla que cubría su
cuerpo y esta cae al suelo dejándola desnuda. Vuelvo a ponerme frente a
ella y paso mi mano por uno de sus pechos. El pezón se eriza y yo se lo
pellizco acercándome a su vez para susurrarle:
—¿Por aquí? —Camila suelta un gemido que va directo a mi
miembro.
Continúo el recorrido y, en vez de hacerlo de forma descendente, lo
realizo a la inversa y me dirijo a su boca.
—¿Quizás prefieres que posea tus labios? —Paso el pulgar por ellos
arrastrándolos.
—Por favor —gime.
Me vuelvo a colocar detrás de ella y aprisiono mis caderas contra su
culo para que sea consciente de lo excitado que estoy. Camila, al notarme,
resopla. Sé que, como a mí, le está costando aguantarse pero también sé que
le gusta que me recree en ponerla cachonda. Le rodeo el cuello con mi
mano para echar su cabeza hacia atrás y beso su mandíbula. Después, la
suelto y paso mi dedo, con suavidad, entre sus pechos y desciendo con
lentitud. Lo arrastro por su estómago y barriga, me recreo en su ombligo y,
cuando ella me reclama para que espabile, lo paso entre los labios de su
vagina y lo introduzco en su interior. Está muy húmeda, preparada para mí.
Mi intrusión hace que vuelva a jadear y se arquee, apretando su culo contra
mi erección. Introduzco un segundo dedo y los muevo con ritmo.
—Quiero que te corras en mi mano —le pido mientras mi otra mano
amasa su pecho y juega con su pezón.
No tarda en hacerlo, mojando mi mano con sus flujos. Cuando su
cuerpo deja de temblar entre mis brazos, la sostengo para ponerme frente a
ella y besarla. ¡Qué bien sabe! A hogar, a familia, a amor… Camila rodea
mi cuello con sus manos y yo la elevo para que enrosque sus piernas a mi
cuerpo. La llevo hasta la cama, la dejo con cuidado y me quedo encima de
ella, con el peso en mis antebrazos. Si todavía estuviéramos juntos, ahora le
diría que la amo, que es preciosa y el centro de mi vida. Se lo digo, no con
palabras, pero sí con mi mirada y sé que ella me entiende.
Me bajo como puedo el calzoncillo y, sin pedir permiso, me voy
adentrando en su cuerpo con calma o acabaré en un suspiro y no quiero que
esto termine. Su humedad me envuelve y suspiro por lo bien que estoy
dentro de ella.
—Muévete —me exige y yo le sonrío. Me encantaría llevarle la
contraria, pero es que su petición es fantástica.
Empiezo de forma lenta para ir subiendo el ritmo sin poder reprimir
mis ansias de ella. En la habitación resuenan nuestros jadeos, gemidos y
gruñidos.
—No pares —pide. «Jamás» pienso yo, pero no se lo digo.
Acelero mis estocadas hasta que suelta un grito ahogado. Noto cómo
se estremece y aprieta mi miembro en su interior con su orgasmo. No tardo
ni dos segundos en acompañarla y me vacío en ella.
Joder, esto es el paraíso, esto es la hostia. Esta era mi vida y la perdí.
Capítulo 28

Camila

No debió pasar. No debí dejarme arrastrar por él pero es que, con Guille,
siempre me dejo llevar. Es como estar en casa, lo cual demuestra que
todavía le quiero. ¿Quién va a resistirse a un hombre como él? Aparte de
guapo, su físico salta a la vista, es un hombre cariñoso, atento y que siempre
se preocupa por su gente. No creo que todos los exmaridos se comporten
como lo hizo él anoche. Sé que me ama, si tenía una mínima duda, esta
mañana con su mirada, sus caricias y sus besos me lo ha acabado de
asegurar.
Suspiro, porque no sé qué hacer, estoy demasiado cansada, tanto física
como mentalmente. Estoy perdida, como si estuviera viviendo la vida de
otra persona. La mía era perfecta, fantástica; es verdad que en los últimos
años nos hemos peleado bastante y que es posible que la rutina y el estrés
nos hayan absorbido llegando a despistarnos de lo que en realidad es
importante. Me da miedo pensar que ya no es suficiente el amor solo, que
todo lo que conlleva un matrimonio va mucho más allá.
Me envuelvo en mi abrigo, hace bastante frío hoy en Nueva York.
Necesitaba tiempo para pensar, así que, después de repetir nuestras artes
amatorias, irme a mi habitación, ducharme y vestirme, he decidido salir a
dar una vuelta. Cojo aire por la nariz, hasta llenar mis pulmones por
completo y lo expulso con calma. Debo centrarme, no es posible que, a mi
edad, esté tan desorientada en lo que a la vida se refiere. Me he sentado en
el banco de un parque, justo enfrente del edificio Flatiron. La gente viene y
va, así como las ardillas que campan a sus anchas, y nadie parece tener
problemas. El sonido del teléfono desvía mi mirada del entorno para
centrarme en el aparato. Es un mensaje.
Alberto:
¿Cómo le va a mi enfermera preferida por la Gran Manzana?

Sonrío porque, a pesar de que me hace ilusión que piense en mí, yo no


me he acordado en ningún momento de él.
Camila:
Cansada de tanto ajetreo, pero feliz y disfrutando mucho.
Alberto:
Me alegro. Por aquí se te echa de menos.
Camila:
Pues yo no mucho. La verdad es que se está muy bien de vacaciones.
Alberto:
Qué mala eres. Qué envidia me das. Yo volvería a Nueva York con los ojos cerrados, es una
ciudad que me encanta.
Camila:
Aquí todo es diferente. Todavía no he tenido tiempo de visitar mucho, pero, lo que he visto, me
encanta.
Alberto:
Ojalá estuviera ahí para poder disfrutar de la ciudad contigo.

Cuando leo el mensaje el estómago se me cierra. ¿Es posible que se


haga ilusiones conmigo? No sé qué hacer con mi vida, pero tengo claro que
no siento nada por Alberto. Sí, es un hombre muy guapo y atento, pero no
enciende mi interior como siempre ha hecho Guille solo con mirarme.
Vuelvo a ojear el teléfono cuando vibra de nuevo.
Alberto:
Vaya, parece que me he pasado con la confesión.

Se ha dado cuenta, por mi silencio, de que no me han gustado sus


palabras. Decido aclarar las cosas con él, aunque esta no sea la mejor
manera.

Camila:
Lo siento, Alberto. Eres un gran hombre. Pero mi vida está patas arriba y lo que menos me
apetece es lanzarme a una relación.
Alberto:
Vale, puedo esperar lo que haga falta hasta que te centres.
Resoplo, es posible que eso no suceda nunca porque, cuando me
centre, tampoco voy a querer una relación con él. Aun así, creo que no es el
momento de sacarlo de su error a tantos kilómetros de distancia y por
mensajes.
Camila:
Gracias. Tengo que dejarte, me están esperando. Un beso.
Alberto:
Un beso, preciosa. Hablamos otro día.

Cierro los ojos y vuelvo a llenar mis pulmones de aire. Madre mía, con
lo encarrilada que tenía yo mi vida, ¿cómo se ha vuelto todo tan
complicado?
Decido ponerme en marcha y volver al hotel. Hoy vamos a comer
todos juntos en casa de los Davis. Daniela y Malcom han retrasado su luna
de miel para estar con nosotros. Ojalá pueda disfrutar de estos días, a no
todo el mundo le invitan a unas vacaciones, va de boda y conocerá la ciudad
de la mano de un nativo, sin tener que preocuparse por nada. Aunque sé que
todos me consideran de la familia, yo me siento fuera de lugar y tengo la
sensación de estar aprovechándome de los Guerrero.
Voy tan perdida en mis pensamientos que no me doy cuenta de que un
perro cruza delante de mí y casi me caigo al intentar esquivarlo. Un señor
muy amable que va a mi lado consigue cogerme del brazo para que no me
caiga. Agradezco su gesto y, al levantar la cabeza, y volver a centrarme en
mi camino, una silueta que conozco a la perfección se acerca hacia mí. Se
supone que mi objetivo era estar un rato a solas, lejos de él y de todo lo que
me hace sentir. Guille todavía no me ha visto, camina cabizbajo y, durante
un segundo, por mi cabeza pasa la opción de cruzar y desviar nuestro
encuentro. Pero que, en una ciudad como Nueva York, nos tropecemos por
casualidad, debe significar alguna cosa, ¿no?
¡Jolín, qué guapo está! Se frena a la espera de que el semáforo le dé
paso a los viandantes. Cuando levanta la mirada y me ve al otro lado, abre
mucho los ojos por la sorpresa pero pronto se recompone y me deleita con
esa preciosa sonrisa que sabe que me vuelve loca. ¡Camila, qué complicado
lo tienes!
—¿Qué haces por aquí? Pensé que estarías dormida —pregunta
cuando nos reunimos en mi lado de la acera. Sí, lo he esperado.
—Necesitaba aire fresco y divagar con mi mente un rato.
—Qué casualidad que nos hayamos encontrado —dice. Sé que piensa
lo mismo que yo. Maldito destino—. Esto tiene que significar algo.
—Sí, que eres como un grano en el culo. —Suelta una carcajada por
mi respuesta y yo no puedo evitar sonreír.
—¡Ay, nena! Qué poder tienes para hacer vibrar mi corazón. —Lo dice
de forma tan simple, que no se da cuenta de todo lo que remueven sus
palabras en mí—. ¿Me acompañas? Quiero comprar unos bombones para
llevar de postre.
Miro su mano extendida y no lo pienso ni un segundo para unirlas.
Necesito un puerto seguro. A lo mejor es la peor idea del mundo, pero
estamos de vacaciones y la parte arriesgada de mi cerebro, que no suele
hacer presencia muy a menudo, se ha lanzado a la piscina y quiere pasarlo
bien. Sentirse querida por él de nuevo, que la abrace y notar que todo puede
volver a la normalidad aunque, cuando volvamos a la realidad, me lleve el
batacazo del siglo.
Recorremos una calle hasta adentrarnos en una tienda llena de
bombones, ya solo el olor a cacao al entrar en ella hace que mis papilas
gustativas saliven sin poder evitarlo. Mi cara se ilumina, me encanta el
chocolate en todos sus estilos y texturas. Guille lo sabe, por supuesto. Noto
su mirada centrada en mí y lo miro con una enorme sonrisa.
—Es increíble. No creo que pudiera escoger uno en concreto. ¡Mira
este! Con nueces. ¿Y aquel? Madre mía, Guille... Mira ese con virutas —
exclamo entusiasmada como una niña pequeña.
—Creo que no ha sido una buena idea traerte. A ver cómo te saco de
aquí ahora —dice riéndose.
No le presto atención y sigo en mi recorrido por la enorme tienda y
leyendo todos los cartelitos para saber qué sabores esconden todas esas
formas. Le oigo hablar con la dependienta, pero no soy capaz de centrarme
en su conversación, estoy como en un mundo paralelo. ¡Qué feliz sería
teniendo una tienda así cerca de casa y qué peligro correrían mis caderas,
mi culo y mi barriga! Frunzo el ceño de forma inconsciente ante mi
pensamiento.
—¿Todo bien? —me pregunta Guille que ya lleva una bolsa en la
mano.
—¿Tenemos que irnos? —Él asienta con la cabeza sin dejar de sonreír
—. Me gustaría comprar unos poquitos para mí, pero no sé ni por dónde
empezar.
—No te preocupes por eso, ya lo he hecho yo. —Lo miro sorprendida.
Me guiña un ojo y pone su mano en mi espalda para que salgamos de la
tienda—. Solo hay un problema, para conseguirlos, tienes que ganártelos.
—¡¿En serio?! —reclamo—. ¿Me los vas a dar de premio si me porto
bien?
Se encoge de hombros, restándole importancia a su comentario, ¿será
posible? Me giro y lo esquivo para volver a entrar en la tienda y comprarme
yo misma los bombones. No soy tan rápida como pensaba y Guille me
intercepta antes de que consiga llegar a la puerta de nuevo.
—Puedo comprar mis bombones yo solita —comento enfurruñada y
con los brazos cruzados en el pecho. Él me mira y eleva una ceja—.
Guillermo Guerrero, ya no somos críos para estar jugando.
—¡Qué bonita te pones cuando te enfadas!
Estira su brazo y me arrastra hasta él para pegar sus labios a los míos.
Me rindo. Sí, soy una floja, pero es que sus besos… ¡Ay, sus besos! Mis
brazos pierden fuerza en el pecho y los bajo para rodear su espalda y
apretarme más a su cuerpo.
—No puedes hacer esto cada vez que te dé la gana —le reclamo sin
separarme de su cuerpo y mirándolo a los ojos.
—Ojalá pudiera hacerlo cada vez que me apetece. No volvería a
separarme de ti nunca. Es más, si tú me dejaras, regresaría a tu lado de
nuevo con los ojos cerrados. —Deja un beso en mi nariz, me mira, sonríe y
rodea mis hombros con su brazo—. Vamos.
—Guille, te recuerdo que decidimos separarnos. Te fuiste de casa y
hemos empezado con los papeles del divorcio. Ya no hay marcha atrás para
nosotros.
—Shhh —me hace callar—. Vamos a disfrutar de estos días lejos de
nuestras rutinas. Quiero demostrarte que podemos volver a nuestra vida
juntos. Te quiero, Camila. Siempre has sido tú. Necesité mi tiempo para
darme cuenta pero ahora lo sé y necesito recuperarte, recuperar a mi
familia.
—No quiero que nadie se entere. Ni tu familia ni los niños. Lo que
menos necesitan es hacerse ilusiones y que volvamos a romperles el
corazón.
—No te vas a arrepentir —me dice entusiasmado. Deja un beso en mis
labios, esta vez sin profundizar y me sabe a poco.
—Eso espero —murmuro en voz baja. Sé que me ha oído, lo sé por su
sonrisa canalla.
—Nena, te acabas de ganar tu primer bombón. —Pongo los ojos en
blanco. Esto de que me los racione y me los tenga que ganar, no me gusta
nada.
—Pues tú no estás empezando con buen pie, colega.
Su carcajada hace vibrar mi corazón. Ojalá pudiéramos estar así para
siempre. Faltan mis hijos, por supuesto, pero echaba de menos estar cerca
de él sin discusiones ni malas caras. Con risas, caricias y besos robados, sin
motivo, porque sí.
Recorremos varias calles, a veces abrazados, otras cogidos de la mano,
como si fuéramos adolescentes de nuevo. Como si no lleváramos más de
veinte años juntos o el último año y medio de nuestra relación no hubiera
sido el peor de nuestras vidas. ¿Será posible recuperarnos con tanta rapidez
y que todo sea tan fácil? Es verdad que las cosas buenas que hemos vivido
tienen mucho más peso. Ha sido maravilloso recorrer todo este camino con
Guille, haber formado una familia y dar vida a dos seres, que son lo más
importante de mi vida. Es posible que ellos sean también los que me frenen
a darle una oportunidad. Miedo, ese sentimiento es el que ocupa parte de mi
cabeza, el que no me deja disfrutar como me gustaría. Sé que a veces hay
que ser valiente y yo voy a intentarlo con todas mis fuerzas. Espero no
equivocarme, eso sería el fin.
Capítulo 29

Guillermo

Estoy entusiasmado. Tengo una nueva oportunidad para conquistarla de


nuevo. Bueno más que conquistarla, para hacerle entender que tenemos que
estar juntos. Somos Cami y Guille y ahora no tengo duda de que siempre
será así.
Hemos estado paseando por las calles de Manhattan como si fuéramos
una pareja de nuevo. He aprovechado para llenarme de ella, para sentir su
contacto y besar sus labios cada vez que me ha apetecido y como si fuera la
última vez. He disfrutado viéndola sonreír o enfadarse por culpa de los
bombones aunque, en el fondo, sé que le gusta que me porte un poco mal
con ella.
—Deberíamos separarnos, ya casi llegamos al hotel. Nos puede ver
alguien —me pide.
Quiere ser prudente, Cami siempre ha sido así y lo entiendo. Aunque
yo me muera de ganas de que la gente se entere de que amo a mi mujer. La
verdad es que no me importa que lo sepa mi familia, sé que ellos van a
respetar nuestra decisión, pero comparto con Camila que debemos ser
discretos por nuestros hijos. No sería bueno que se hicieran ilusiones y
después volviéramos a cagarla.
—En aquella esquina —sugiero. No tengo ganas de alejarme de ella.
—Vamos Guille, no seas crío.
No la miro pero sonrío y levanto nuestras manos entrelazadas para
besar el dorso de la suya y soltarla. Pero, sin que ella se lo espere, rodeo su
cintura y la meto en una bocacalle, la apoyo en la pared y devoro su boca.
No es un beso suave, es más bien uno hambriento. De esos que robas y lo
haces con mucho ahínco, porque no sabes cuándo habrá una próxima vez o
si en realidad va a haberla.
—No sé cómo voy a ser capaz de estar tan cerca de ti todo el día y no
poder besarte —le susurro jadeante en su boca.
—Poco a poco, Guille —contesta. Pero, antes de separarme del todo,
me sujeta por la chaqueta, para atraerme de nuevo hacia ella y vuelve a unir
nuestros labios.
—¡Joder! —resoplo con mi frente pegada a la suya. Va a ser una ardua
tarea mantener las distancias—. Venga, vamos.
Volvemos a la calle principal, uno al lado del otro pero sin tocarnos y,
cuando estamos llegando a la altura del hotel, vemos aparecer a mi
hermano.
—¡Buenos días, parejita! —nos dice con una sonrisa y yo pongo los
ojos en blanco.
—Nos hemos encontrado por casualidad —se excusa Camila con
rapidez.
—Yo no he preguntado nada. Venís los dos juntos, así que sois una
pareja. —Veo que Camila se pone colorada, esta mujer lleva fatal eso de
disimular.
—Me has dejado solo en el gimnasio —le digo a Hugo para cambiar
de tema.
—Estaba haciendo otro tipo de ejercicio —dice elevando ambas cejas.
—Frena, frena. No quiero saber nada más.
—¡Oye! Tú tienes muy buena cara para haberte acostado tarde y
encima madrugar para ir al gimnasio. Y hasta has salido a pasear y todo. —
Oigo carraspear a Camila a mi lado y niego con la cabeza. Definitivamente
disimular no es lo suyo.
—Puede ser porque yo no me puse hasta el culo de alcohol —me
excuso.
—Mira este. Yo tampoco, cumplí a la perfección con la rubia que se
acaba de ir y varias veces, además.
—Bueno, yo creo que me voy a ir —nos dice Camila.
—¿Guillermo Guerrero? —me llama alguien por la espalda. Al
girarme, alucinado de que me identifiquen en Nueva York, me encuentro
con Sandra Villa, mi amiga de la infancia.
—Sandra, ¿qué haces tú por aquí? Menuda coincidencia —le comento
sorprendido. Se acerca y me da dos besos.
—Sí, hoy el día está lleno de coincidencias —murmura Camila.
—Estoy en la ciudad por trabajo, ¿y tú, qué? No sé nada de ti desde fin
de año —dice mientras juega con mi chaqueta.
Noto cómo Camila se tensa a mi lado. Es posible que solo me haya
dado cuenta yo, porque la conozco bien. Nunca le gustó Sandra y menos
que me tocara de forma constante.
—Hemos venido a la boda de mi hermana Daniela —le explico—. ¿Te
acuerdas de mi hermano Hugo?
—Madre mía, si te viera solo, no te conocería. La verdad es que has
madurado muy bien. —Intento reprimir una sonrisa.
—Gracias. Tu maduración también ha sido la adecuada. Es un placer
verte después de tanto tiempo. —Se acerca a ella y poniéndole la mano en
la cintura la saluda con dos besos.
—¡Anda, si también está Camila! —comenta haciéndose la
sorprendida al separarse de mi hermano—. Habéis venido toda la familia.
Qué bonito llevarse tan bien, aunque estéis separados.
Oigo a Camila resoplar y no me cabe duda de que no le faltan ganas de
mandarla a paseo.
—Hola, Sandra —la saluda por educación—. Chicos, yo voy a ir a
prepararme para la comida.
—Hasta ahora, cuñada —se despide Hugo. Sé que lo ha hecho para
apoyar a Camila. Mi hermano conoce toda la historia y sabe que no se
llevan muy bien. Ella le sonríe y levanta la mano a modo de despido.
—Oye, ya que los dos estamos aquí, podríamos quedar un día para
tomar café y dar un paseo. Me lo debes —aclara para no darme opción a
negarme.
—Debo organizarme con la familia. Cuando tenga un hueco te llamo y
miramos cómo quedar.
—Perfecto. Me ha hecho mucha ilusión encontrarme contigo, eres
caro de ver. —Me guiña un ojo y vuelve a besarme, esta vez demasiado
cerca de las comisuras, cosa que no me agrada.
Se despide de Hugo y la vemos desaparecer calle abajo. Mi hermano
resopla mientras la persigue con la mirada.
—Está buena de cojones. Qué pena que no sea el Guerrero que ella
quiere entre sus piernas. —Le doy una colleja para que se calle y él se queja
—. Me dirás que no.
—Yo solo tengo ojos para una mujer, la mía.
—¿Eso significa que habéis hecho las paces? —pregunta con ilusión.
—Estamos en ello. Camila quiere ir poco a poco y yo voy a respetar su
decisión. No quiere que nadie lo sepa y menos los niños. Por si las cosas se
tuercen. Así que ya sabes.
—En boca cerrada, no entran guarradas. —Se pone a reír por la
estupidez que acaba de decir y yo niego con la cabeza, aunque me uno a sus
risas.
—Ahora en serio —le pido—. Quiero hacer bien las cosas esta vez.
No puedo volver a cagarla o la perderé para siempre.
—Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites,
hermano.
Nos abrazamos delante de la puerta del hotel, todavía estamos en la
acera y le doy las gracias por apoyarme. Sé que siempre puedo contar con
él, en realidad puedo contar con toda mi familia y eso es realmente
importante para mí. No sé qué haría sin ellos.
★★★
Sobre las dos de la tarde, llegamos a la casa de la familia Davis, donde
hemos quedado todos para comer. A las dos familias se han unido los
amigos de mi hermana Daniela; Clarise y su marido John, así como Lupe y
James, una pareja que trabaja en el City Global y Ashley, la hermana de
Brody, este y los pequeños Sam y Abby.
Estos cuatro hermanos no han tenido una vida muy idílica que
digamos. No creo que nadie se haga una idea de lo que han sufrido. Con
una madre drogadicta y alcohólica que se prostituía para pagar sus vicios,
han sobrevivido como han podido. Parte de esa fortaleza para seguir es
gracias a Ashley, la mayor de los cuatro. Desde siempre, ha sabido proteger
a sus hermanos dándoles, dentro de lo posible, una estabilidad. Además,
tener la suerte de encontrarse con Malcom, la familia Davis, Clarise y John,
fue fundamental para que ahora sean unos niños felices, un adolescente
centrado y con una proyección de futuro y una jovencita que está
descubriendo que se merece ser feliz.
La velada es de lo más agradable. Transcurre de forma rápida por el
buen ambiente que hay en general. La sobremesa se ha alargado y casi es la
hora de cenar y la mayoría de nosotros seguimos sentados y charlando. Los
más jóvenes han aprovechado para darse un chapuzón en la inmensa piscina
interior climatizada. Los jóvenes, y los que no lo son tanto como por
ejemplo, Hugo o James que, a pesar de su edad, son peores que los críos.
James tiene una excusa: la pequeña Dara, que en unos meses cumplirá el
año y se moría de ganas por meterse en el agua al ver al resto de los niños.
Por el contrario, mi hermano, con el pretexto de estar pendiente de nuestro
sobrino Jordi, también ha acabado en el interior, perseguido por todos los
pequeños mientras se hacen aguadillas.
Sonrío al ver cómo juegan y la vitalidad que hay dentro de esa piscina.
Aprovecho para tumbarme un rato en una hamaca, pongo mis manos detrás
de la cabeza y cierro los ojos. A pesar del barullo que hay, logro centrarme
en mis pensamientos. En lo duro que ha sido el día al tener a Camila tan
cerca de mí y no poder demostrarle mi amor abiertamente. Es muy
frustrante, es mi esposa, no una extraña y actuar como si fuéramos
desconocidos, es de lo más complicado. Entiendo la situación que estamos
viviendo, pero es difícil de asimilar, sobre todo ahora que sé que Camila
todavía me quiere y tenemos la oportunidad de volver a empezar. No quiero
seguir donde lo dejamos, no era un buen momento para nosotros, me
gustaría comenzar de nuevo, conquistarla otra vez. Ya sé que no será lo
mismo que hace veintitrés años, ahora tenemos dos hijos, pero tengo claro
que puede ser mejor, no tan pasional, pero sí más profundo. Contamos con
la experiencia de la madurez, solo debemos tener cuidado de no olvidarnos
de nosotros otra vez.
—¿Una noche dura? —me pregunta Andrea. Abro los ojos y la miro
sonriendo.
—Se podría decir que sí. ¿Tú cómo estás? —acerco otra de las
hamacas y le indico con la mano que se tumbe a mi lado. Ella no lo duda ni
un momento.
—No sé si contestar a esa pregunta —dice con un suspiro.
—Sabes que puedes hablar conmigo si lo necesitas.
—Lo sé. Pero todavía no estoy preparada para ventilar mis penas.
Guardamos silencio durante un rato, los dos centrados en la piscina.
Ella sabe que voy a respetar su decisión pero también que, si la veo peor,
nadie me va a frenar para averiguar qué le pasa y ayudarla.
—¿Me vas a explicar qué pasa con Camila? —pregunta con la mirada
al frente—. Esas miraditas, roces disimulados, ayer volvisteis juntos…
—Vaya, que disimulamos como el culo —contesto riéndome.
—Un poco sí. —Estira su mano buscando mi contacto y no lo dudo ni
un momento, enlazo la suya con la mía.
—Estamos en una especie de tregua silenciosa. Aún nos queremos,
todavía hay amor, pero nos hemos hecho daño, sobre todo yo a ella y la
cosa no es tan sencilla. Además, están Aura y Júnior, que son nuestra
prioridad. Así que nos estamos acercando poco a poco. De momento, no
queremos que nadie se entere —le explico.
—Pues para eso tendréis que disimular un poco más —dice con una
pícara sonrisa—. Bromas aparte... Ojalá todo salga bien y, si realmente lo
que quieres es estar con ella de nuevo, lo consigas. Sabes que quiero mucho
a Camila y me haría muy feliz veros juntos otra vez. Solo voy a decirte que
seas prudente, que no te confunda la emoción de lo que estáis viviendo.
Estamos en Nueva York, de vacaciones pero, después, hay que volver a la
rutina. Valora todo muy bien antes de dar otro paso. Os jugáis mucho y
podéis hacer y haceros mucho daño.
—Lo sé, Conguito. Pero gracias por el consejo.
—Por favor, no me llames así —me suplica—, ya somos demasiado
mayores para estas tonterías.
—¿Me estás llamando viejo? —digo haciéndome el ofendido.
—No, solo eres un madurito con un pie en los cuarenta y dos.
—¡Joder, eso suena mal! Los años pasan demasiado rápido. —Resoplo
al darme cuenta de que en unos días será mi cumpleaños.
—Mira la parte buena, los vas a cumplir en Nueva York y de
vacaciones. Será un recuerdo especial.
—Es verdad y lo más importante es que estaré rodeado de toda mi
familia. —Acerco nuestras manos unidas a mi boca y le doy un beso a mi
hermana en el dorso—. Te quiero, lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé y yo a ti.
—Quiero que me prometas que, cuando estés preparada, vendrás a
hablar conmigo y me contarás por qué no eres feliz. ¿Vale?
—Te lo prometo.
Nuestra charla se ve interrumpida por Hugo, que trae volando a Jordi,
como si fuera Superman y acaba mojándonos a los dos. Mi hermana le echa
la bronca mientras Hugo y el pequeño no paran de reírse. Yo me uno a ellos
y recibo una dura mirada de Andrea, me encojo de hombros restándole
importancia. Ver la cara de emoción del pequeño de la familia es motivo
suficiente para estar contento y, a pesar de todo, mi hermana lo sabe.
Capítulo 30

Camila

Entiendo que mi hija esté tan entusiasmada con esta ciudad, lo que hemos
visitado hasta el momento ha sido espectacular. El contraste entre las
enormes alturas de los edificios o la llanura de su gran parque. De la riqueza
más extravagante, a la pobreza absoluta. En definitiva, asombra su
diversidad en cualquier ámbito.
Llevamos cuatro días en Nueva York y está siendo un viaje increíble.
Ayuda mucho estar rodeada por la familia Guerrero y que mi relación con
Guille esté en esa fase de noviazgo oculto. En este caso no nos escondemos
de sus padres, sino de nuestros hijos. La petición de mantener nuestra nueva
situación en secreto no ha servido de mucho. Parece que no se nos da muy
bien disimular y Andrea, Daniela y Hugo ya saben de la existencia de
nuestro acuerdo. Por una parte, está bien, así podemos contar con su apoyo
y realmente los que me preocupan son mis hijos y siguen sin saber nada.
Estoy estirada en la cama de mi habitación del hotel haciendo tiempo
para prepararme. Hemos quedado para salir a cenar, solo los adultos. Así
que mis suegros y los Davis se quedarán con todos los pequeños. Es media
tarde y aprovecho para revisar las redes sociales. Tengo la esperanza de que
Guille aparezca, como ha hecho las últimas noches. No sé cómo se las ha
ingeniado, pero ha conseguido un duplicado de la tarjeta de mi habitación y,
a media noche, se cuela en la cama para mimarme y hacerme morir de
placer.
Mi entretenimiento se interrumpe al aparecer el nombre de Mía en la
pantalla.
—¿Qué se cuenta mi rubia preferida? —le pregunto sin dejarla
contestar.
—Esta rubia está muy enfadada con una que se hace pasar por su
mejor amiga —me reclama. Desde que llegué solo nos hemos escrito dos
mensajes, es normal que esté enfadada.
—Lo sé y lo siento mucho. No es excusa, pero nos pasamos el día
visitando la ciudad y acabo destrozada.
—Voy a ser buena y perdonarte, de momento. Ya me lo cobraré
cuando regreses. Pero cuéntame, ¿qué tal todo por ahí? ¿Cómo están Aura y
Júnior?
Le explico cómo disfrutan mis hijos. Que Aura está como pez en el
agua y se mueve por la ciudad a la perfección y que Júnior ha encontrado en
Nathan, el hijo menor del señor Davis, un aliado en temas informáticos.
Parece ser que mi hijo ha intercambiado sus conocimientos con él para
hacer diseños con el ordenador. Nathan es un gran dibujante y la galería en
la que expone sus creaciones tiene un montón de visitantes de forma diaria.
—Se te oye contenta. ¿Te están tratando bien? —se preocupa Mía.
Sabe que me inquietaba sentirme excluida.
—La verdad es que en ningún momento me he sentido mal. Sé que
todos me quieren igual que los quiero yo. Supongo que mi preocupación era
infundada por las circunstancias.
—Me alegro mucho de que disfrutes, cielo. Espero que Guille se esté
comportando.
—Sí. Estamos… tranquilos —le digo indecisa.
No sé cómo se va a tomar Mía la noticia de nuestro acuerdo. Ella sabe
lo mal que lo he pasado cuando él resolvió irse de casa. Es verdad que los
dos decidimos darnos espacio, pero nunca pensé que se iría ni tampoco que
se tomaría tanto tiempo para aclarar las cosas.
—Camila, ¿quieres contarme algo? —pregunta. Me conoce demasiado
bien como para no darse cuenta de mi duda al contestar.
—Me ha pedido una oportunidad para recuperar lo nuestro.
—No me digas que se la has dado... —Mi silencio le da la respuesta—
Espero que sepas lo que estás haciendo.
—Estoy enamorada de él, siempre lo he estado y tú lo sabes. No sé si
será lo correcto o no, pero estoy feliz. Por primera vez, desde que nos
separamos me siento llena, vuelvo a ser la Camila de siempre.
—Cielo, estáis de vacaciones. ¿Qué pasará cuando volváis a la rutina?
¿Lo vas a dejar regresar a casa sin más? Te recuerdo que fue él quien se
marchó. Tomó la decisión más fácil: huir. ¿Cómo sabes que no lo va a
volver a hacer a la mínima ocasión?
—Nos lo estamos tomando con calma. Todavía no hemos hablado de
lo que pasará cuando regresemos. Creo que necesitamos este acercamiento
para acabar de aclarar qué sentimos el uno por el otro.
—¿Y qué dicen Aura y Júnior?
—No saben nada. Es la condición que le puse a Guille. Si la cosa no
funciona, no quiero que ellos lo vuelvan a pasar mal ahora que casi se han
hecho a la idea de nuestra separación.
—¡Ay, amiga! Por lo menos has hecho algo con cabeza —la oigo
resoplar—. Espero no tener que recordarte eso de «te lo dije».
—Mía, podrías alegrarte por mí aunque sea un poquito. Estoy feliz, he
vuelto a recuperar a la Camila coqueta que le gustaba pintarse los labios
para estar guapa, no por obligación. Esa que sonreía a todas horas y tenía
ganas de comerse el mundo. Sé que la vida no se acaba en Guillermo, que
tengo dos hijos maravillosos por los que tengo que luchar y así lo he hecho
hasta ahora. Que si la cosa no funciona, debo seguir adelante, pero lo haré
con el alma rota. Él es el hombre de mi vida. Nunca me he sentido tan
especial con nadie como me siento con Guille. Nos merecemos intentarlo,
darnos otra oportunidad para recuperarnos y volver a confiar en nuestro
amor.
—Claro que me alegro, cariño. Fui testigo de cómo te apagaste cuando
todo pasó y por eso no puedo dejar de advertirte. Me preocupa que no seas
capaz de superar otra desilusión —asegura.
—Pase lo que pase, debo intentarlo. ¿Me entiendes? —Necesito que
comprenda que he de dar este paso para seguir adelante.
—Lo intento. Sabes que yo siempre estaré a tu lado, pase lo que pase
puedes contar conmigo para lo que necesites.
—Lo sé, Mía. Y no te imaginas cuánto te lo agradezco. Doy gracias
todos los días por tenerte a mi lado. Eres una gran amiga.
—Venga, tontorrona. Que nos ponemos sensibles y sabes que no me
mola nada llorar.
Su comentario me arranca una sonrisa. Nos despedimos con la
promesa de hablar más a menudo. Tengo suerte de tener a Mía en mi vida.
Es como la hermana que nunca tuve.
♡♡♡
Ya estoy preparada para salir a cenar. Parece que vamos a un restaurante
elegante y prestigioso, por lo que me han pedido que me pusiera de gala.
Suerte que el día de la boda de Daniela, me compré un precioso vestido
largo, color negro, entallado al cuerpo y con pedrería en la zona del pecho.
Me costó una pasta pero me queda de lujo, como si estuviera hecho
exclusivamente para mí. Llevo el pelo recogido en una coleta lateral y me
he maquillado de forma discreta.
Me veo espléndida, aunque mi mirada refleja lo decepcionada que
estoy porque Guille no se haya pasado por mi habitación en toda la tarde. El
sonido de un mensaje me saca de mis pensamientos.
Hugo creó el grupo “Cumple Guille”.
Hugo te añadió.

Sonrío. A ver qué estarán tramando. Busco en los participantes y


compruebo que están los Guerrero y yo, menos Guille, claro.
Daniela:
Mierda, se me había olvidado. No sé dónde tengo la cabeza.
Por favor no se os ocurra decírselo.
Hugo:
Mamá siempre dice que se olvidaba de las cosas cuando estaba embarazada.
Andrea:
¿Estás embarazada?
Daniela:
¡Qué va! Hugo, que le encanta decir tonterías.
Camila:
A mí también me pasaba.
Andrea:
Pues a mí no me hace falta estar embarazada.
Tengo una facilidad pasmosa para olvidarme de las cosas.

Camila:
Ja,ja,ja.
Hugo:
¿Queréis dejaros de tonterías y nos centramos?
Andrea:
Como si tú fueras muy serio.
Hugo:
Conguito, no me hagas hablar.
Andrea:
A mí no me amenaces ni me llames Conguito.
Daniela:
Por favor, no empecemos.
Camila:
Creo que nos estamos desviando del propósito del grupo.
Daniela:
Cami tiene razón. Vamos a por faena que solo nos queda un día para prepararlo todo.

Acordamos el lugar de la celebración y quién se encarga de cada tarea.


A mí me ha tocado la más sencilla, entretenerlo. Como ya se acerca la hora
en la que hemos quedado, nos despedimos con casi todo en marcha,
pendientes de perfilar algunos flecos en los que Andrea y Hugo no se han
puesto de acuerdo. Mucho estaba durando la buena sintonía entre ellos.
Sobre las siete, el sonido del teléfono de la habitación me asusta y
sacudo mi cuerpo con un pequeño salto. Me llevo la mano al corazón, no
me lo esperaba y me ha pillado de improvisto. Descuelgo y la voz de la
recepcionista, que no es Clarise, me saluda e indica que me esperan en el
vestíbulo. Cuelgo con el ceño fruncido. Estoy enfadada y dolida con Guille,
por no pasarse en toda la tarde y encima no tener ni la delicadeza de
recogerme. En mi cabeza pasa la idea de avisar que me encuentro mal y no
ir a la cena, pero la descarto, no quiero quedar mal con los Guerrero. Así
que, sin perder tiempo, recojo mi bolso de mano, echo un último vistazo a
mi aspecto y al ver que todo está perfecto, salgo dirección a la planta baja.
Al abrirse las puertas del ascensor, busco con la mirada a mis cuñadas
o a Hugo, pero no veo a nadie. Me acerco hasta la recepción para preguntar
dónde se encuentran pero, al tener la visión de la puerta principal, veo a un
guapísimo Guille con esmoquin y las manos en los bolsillos esperándome.
Su ir y venir por la moqueta de la entrada demuestra que está nervioso e
inquieto. Está un poco despeinado, supongo que de pasarse las manos por el
pelo. Trago saliva y todo mi enfado se evapora cuando sus ojos coinciden
con los míos y veo que sonríe. Su mirada me repasa de arriba abajo y, como
lo conozco tan bien, sé por su semblante que le gusta lo que ve.
Nos acercamos el uno al otro y, cuando llega a mi altura, me coge de
la mano y me hace dar una vuelta.
—¡Madre mía, estás espectacular! —dice con la voz ronca.
—Tú también estás muy guapo.
Me da un ligero beso en los labios y me ofrece el brazo para que lo
coja.
—¿Dónde están tus hermanos? —pregunto curiosa.
—Ha habido un pequeño cambio de planes. Esta noche será solo para
nosotros. —Sonrío porque la idea me parece fantástica.
—¿Y a dónde vamos tan elegantes? —indago.
—Es una sorpresa. Lo verás cuando lleguemos a destino. No seas
curiosa.
Al salir por las puertas, aparcada delante del hotel hay una limusina
esperando. Me sonrojo al ver que todas las personas que pasean por la calle
nos miran sin disimulo. Un caballero uniformado nos abre la puerta y Guille
me da paso. Me adentro en el lujoso vehículo y no puedo evitar abrir la
boca alucinada. Solo hay un asiento haciendo esquina, en cuero marrón
muy claro y enfrente de este, un mueble con bebidas y comida. Me siento y,
al mirar hacia el techo, que es una larga cristalera, las luces de la ciudad nos
invaden.
—Esto es demasiado, Guille. ¿Crees que era necesario? —No es que
no me guste, pero se ha debido dejar un dineral.
—No sabemos cuándo será la próxima ocasión para volver a Nueva
York. Hay que hacer locuras y no nos podíamos ir sin permitirnos alguna
extravagancia —dice guiñándome el ojo—. Deberías comer algo.
—Pero, ¿no vamos a cenar? —pregunto. No tengo ni idea de lo que ha
tramado este hombre y estoy desorientada.
—No. Vamos a hacer algo mejor, ya lo verás. —Se acerca y besa mis
labios. En esta ocasión con tanto ahínco que me hace gemir.
Cuando da por finalizado nuestro beso, coge un canapé de la bandeja y
me lo acerca para que me lo coma. Abro la boca y lo saboreo. Está
buenísimo. Él hace lo mismo.
—Está bueno. A ver qué tal el champán. —Coge las dos copas que ya
están preparadas y me da una—. Por nosotros.
—Por nosotros —contesto inclinando la copa y haciéndola chocar.
Guille se apoya en el asiento y busca mi mano para enlazarla con la
suya. Yo apoyo la cabeza en su hombro y suspiro. Esta situación es como
una escena de una película, pero me encanta que haya tenido este detalle
conmigo. Al fin y al cabo, me conoce a la perfección y sabe que soy una
romántica empedernida. Por los altavoces de la limusina suena la canción U
move, I move de John Legend y Jhené Aiko. La conozco porque me encanta
el cantante y disfruto mucho con sus letras. Cierro los ojos y me dejo llevar
por sus voces mientras noto los dedos de Guille acariciar mi mano y cómo
apoya su cabeza en la mía. Susurra, pero no entiendo lo que dice, hasta que
su cabeza gira y mientras me acaricia el pelo con la nariz, oigo cómo canta
cerca de mi oído. No puedo evitar que una lágrima descienda por mis
mejillas. Ojalá no fuera todo tan complicado y pudiera confiar en sus
palabras ciegamente, cuando me dice eso de «I’m gonna stay right next to
you, wherever you’re going, I’m going too»[2].
No hablamos, nos mantenemos en silencio hasta que llegamos a
nuestro destino, pero no nos separamos en ningún momento. El vehículo se
para y, poco después, el chofer abre la puerta para que salgamos. Al poner
los pies fuera de la limusina y mirar al frente, observo un gran edificio
iluminado. Su fachada está llena de arcos y, en medio de la plaza, hay una
fuente. Sé dónde estamos porque antes de venir hice mis deberes en
internet. Es la Metropolitan Opera House. Noto cómo su mano se entrelaza
con la mía.
—¿Vamos? —me pide.
Yo asiento con la cabeza y me muerdo el labio ilusionada. No soy muy
amante de la ópera, pero no tengo ninguna duda de que va a ser una noche
inolvidable.
Capítulo 31

Aura

Estamos todos volcados en la celebración del cumpleaños de mi padre.


Cuarenta y dos, madre mía, qué viejete. Aunque, la verdad, es que se
conserva muy bien. Es guapo, cariñoso, simpático… No soy muy objetiva,
lo sé.
Me ha tocado acompañar a mi tía Daniela a buscar la decoración para
adornar el restaurante donde lo vamos a celebrar. Estoy encantada con la
tarea asignada. Me encanta pasear con ella y no nos cansamos de charlar de
cualquier cosa.
—¡Mira, es aquí! —me dice señalando una tienda.
—¡Vaya, qué grande es! —comento asombrada al entrar. Si aquí no
encuentras lo que necesitas, no creo que lo haya en ningún sitio.
—Brooke tenía razón, esto es increíble. Nunca había venido, pero aquí
hay de todo.
Nos perdemos por los largos pasillos y cogemos globos, confeti,
banderines, gorros y varias chorradas más que se nos ocurren para pasar un
rato divertido. Aprovecho para comprar varias libretas y unos cuantos
bolígrafos de diferentes colores. Me encanta todo lo que tenga que ver con
la papelería.
—Madre mía, cuando papá vea la sala se va a caer de culo —digo y
las dos nos echamos a reír.
—Sobre todo cuando se tenga que poner la bandera de «Soy un
madurito cañón».
—Menos mal que últimamente está de buen humor. Parece que el viaje
les está sentando bien a mis padres. —Me mira, sonríe, pero no me
contesta.
—Bueno, cuéntame. ¿Qué tal Nueva York? ¿Es como te esperabas? —
pregunta.
Ha cambiado de tema con tanta rapidez que, por un momento,
sospecho que me oculta algo relacionado con mis padres. La suposición
pronto desaparece por la emoción de hablar de esta ciudad.
—Es mucho mejor de lo que me imaginaba —le explico entusiasmada
—. Yo me quedaría aquí para siempre. No sé qué voy a hacer cuando tenga
que volver.
—Me imagino que no es solo por la ciudad.
—Por supuesto que no. Me encanta estar contigo, ya lo sabes.
—Gracias. Pero no me refería a mí, concretamente. —Me mira y guiña
un ojo. Supongo que se refiere a Brody, pero me hago la tonta.
—Pues entonces, no te entiendo.
—A ver si te refresco la memoria. Chico, morenito, con el pelo corto y
castaño, ojos claros… ¿Te suena? —se burla.
—Muy graciosa pero, ¿qué tiene que ver Brody?
—No lo sé, dímelo tú.
Noto que me pongo colorada al verme descubierta y mi tía, que me
conoce bien y es muy lista, se da cuenta al momento.
—Es un chico muy agradable. Nos hemos entendido bien.
—Aura, cariño, suelta por esa boquita.
—¿De verdad tenemos que hablar de eso ahora, con todo lo que
tenemos que hacer? —No me contesta pero me mira seria, haciéndome
saber que no me voy a librar de la charla. Bufo al verme acorralada—. ¿Me
prometes no decirle nada a mis padres?
—¿Por quién me tomas?
Nos quedamos en silencio un momento y la miro, procesando si es
buena idea contarle nuestra escapada a la piscina y los besos que nos dimos.
Al final, me doy por vencida. Sé que ella no contará nada de lo que le diga
y, aunque me da un poco de vergüenza hablar del tema, se lo cuento.
Le explico cómo me convenció para el chapuzón nocturno, de cómo
me salvó de no romperme los dientes contra el suelo y que acabamos los
dos corriendo por la piscina por haberme burlado de él.
—Le advertí que si no paraba de hacerme cosquillas chillaría y,
cuando pensó que iba a hacerlo, me calló con un beso, solo fue un roce,
pero… —acabo mi explicación tocando mis manos con nerviosismo.
—¡Oh! —expresa mi tía —. Y…
—Él se disculpó y se tiró a la piscina —continúo—, yo fui detrás y lo
besé, mucho, más profundo —confieso en voz baja.
—¡Emm…! No sé qué decirte. ¿Habéis…?
—¡Nooo! Solo fueron besos y, bueno, nos sobamos un poco. Todavía
soy virgen y creo que aún no estoy preparada. Es verdad que Brody me
gusta mucho, pero también sé que me voy en unos días. No me pareció
buena idea y menos en la piscina de los Davis.
Oigo que mi tía suelta una carcajada y la miro con el ceño fruncido.
—Lo siento —se disculpa—. ¿Y qué pasa con Pablo?
—¿Pablo? Es mi amigo.
—Vamos, pequeña Flor. Me vas a negar que el chico está loquito por
ti. —Me encojo de hombros restándole importancia.
—Creo que está tan acostumbrado a estar conmigo, que confunde la
amistad con la atracción. Es mi mejor amigo, no me puedo arriesgar a que
pase algo y, si la cosa se complica, perdamos todos los años que hemos
compartido juntos.
—Bueno, tú piensa lo que quieras. Pero tienes que entender que te has
convertido en una muchacha preciosa, que tienes a los chicos loquitos y que
es normal que tu padre se preocupe tanto por ti.
—Tengo dieciséis años, pronto cumpliré los diecisiete, sé cuidarme
solita.
—Esta es mi chica —dice mi tía abrazándome por los hombros—.
Vamos a darnos prisa que vamos muy retrasadas.
Cogemos el metro y hacemos algún recado más que teníamos
pendiente. Dos horas después mi tía me deja en el hotel, donde la recoge
Malcom. Hemos vuelto a quedar para dar una vuelta por la tarde y repasar
que todo esté en orden.
Hoy toca comida con Júnior y mis padres. Han decidido que, como
desde que estamos aquí no hemos tenido un solo momento libre para los
cuatro juntos, hoy lo reservábamos para comer. Mientras llega la hora, me
tumbo en la cama del cuarto que comparto con Júnior y reviso mis redes
sociales. Cuelgo alguna foto que me he hecho hoy con mi tía y curioseo los
perfiles de Pablo y Brody. Son dos chicos muy diferentes pero con los que
encajo a la perfección. Brody es sereno y calmado, como si estuviera más
centrado en la vida. Tiene claro lo que quiere hacer con su futuro y,
físicamente, es un chico diez. Pablo es un muelle con patas, siempre está en
movimiento. Me arranca miles de sonrisas con sus bromas y juega con
ventaja al conocerme desde hace tantos años. Su forma física no es tan
espectacular como la de Brody pero con su mirada tiene la habilidad de
envolverme y parece que va a leerme la mente.
Como si lo hubiera invocado, el teléfono me vibra en la mano y la foto
de Pablo aparece en la pantalla.
—¡Hola! —lo saludo nada más descolgar la videollamada.
—¡Hola, preciosa! No me puedo creer que estando en Nueva York,
estés tirada en la cama de un hotel en vez de ir a disfrutar de la ciudad —
reclama.
—Acabo de llegar. Hago tiempo para ir a comer con mis padres.
—Vaya, comida familiar.
—Sí —resoplo—. Espero que todo vaya bien. Por lo menos, desde que
estamos aquí, no se han vuelto a pelear y hay buen rollo entre ellos.
—Pues eso es genial. Aprovecha la pausa para disfrutar con su
compañía. ¿Qué tal todo?
—Bien. Esto es más impresionante de lo que me imaginaba. La pena
es que tenga que volver. Tan pronto pueda, me vengo a vivir aquí —le
comento entusiasmada.
—Ya veo. —Puedo notar al momento su cambio de tono.
—Podrías venirte conmigo. Podemos buscar un piso y lo
compartiríamos. ¿Te imaginas? —planeo con emoción—. Iríamos a ver a
Brody jugar al baloncesto, seguro que ya estaría en la NBA.
—Suena fantástico —dice.
—¿Verdad? ¿Entonces por qué no oigo ilusión en tu tono? —le
reclamo.
—Pues porque sabes que eso no será posible.
—No hay nada imposible, Pablo.
—¿En serio? —pregunta.
—Pues claro —le expreso con alegría.
—Entonces, cuando te tenga delante, ¿me puedo dejar llevar y besarte
como deseo hacer cada vez que te veo?
—Pablo…
—¿Podrás dejar a un lado nuestra amistad para que seamos novios?
¿No pondrás excusas cada vez que me declaro? ¿Dejarás que te acaricie y te
abrace para demostrarte que me importas?
—Sabes que eso no es…
—Posible. Lo sé y a eso me refiero. Aterriza, Aura. No se puede tener
todo en la vida. Te quiero, como amiga y como mujer, pero no puedo
esperar para siempre. Y no sé lo que aguantaré a tu lado reprimiendo todo
lo que siento.
Se genera un incómodo silencio a través del teléfono. El corazón me
late tan rápido que creo que se me va a salir del pecho. No soy tonta y
siempre he sabido que le gustaba a Pablo, pero nunca imaginé semejante
declaración. ¿Es posible tener esos sentimientos siendo tan joven? «Pues
claro, tonta. Si no mira a tus padres», me recuerdo a mí misma. Y yo, ¿qué
siento por Pablo? Le quiero, por supuesto que sí, pero nunca lo he
imaginado como mi novio. ¿O sí? ¡Ay, qué lío tengo en la cabeza!
—¿Sigues ahí o has huido? —indaga.
—Estoy aquí —contesto—. No sé qué decirte, Pablo. No creo que sea
el momento para hablar de este tema. Eres muy importante para mí y no
quiero perderte como amigo, pero tampoco sé lo que siento. Cuando vuelva
hablamos, ¿te parece?
—Está bien. Disfruta mucho.
—Pablo, ¿me prestas una camiseta? —se oye una voz de chica de
fondo.
—En el primer cajón —contesta mi amigo.
Frunzo el ceño porque esa no es la voz de su hermana. ¿Es posible que
se me declare mientras está en su habitación con una tía que le pide una
camiseta?
—Ya veo que me echas mucho de menos —afirmo.
—Aura, no vayas por ahí.
—¡¿En serio?! —Mi tono ha sonado enfadado, justo como estoy.
—Mira, será mejor que dejemos esta conversación aquí. Al final
acabarás volviéndome loco. No quieres nada conmigo, pero te cabreas por
oír a una chica. No pienso perder mi tiempo dándote una explicación.
—¿Sabes qué? Me importa una mierda que estés con una tía o con
veinte. Pásatelo bien. Adiós.
No espero su respuesta y cuelgo la llamada. Gruño y golpeo la cama
con mis puños. No estoy celosa, solo me da rabia que juegue conmigo de
esa manera. Me molas, pero mientras no estás, me lo paso bomba con otra.
Imbécil.
Mira que mi madre me lo ha dicho en miles de ocasiones. «Aura, las
cosas no se hacen en caliente. Primero cálmate y después actúa», pero soy
una adolescente, ingenua y alocada. Así que, haciendo caso omiso a los
consejos de mi sabia madre, abro las redes sociales y, sin meditar mis actos,
subo una foto en la que aparecemos Brody y yo. Nos la hicimos el otro día
paseando por Central Park. Él me está dando un beso en la mejilla,
mientras le sonrío a la cámara. Salimos muy guapos, la verdad. A la foto
adjunto una sola palabra «Amigos» y le doy a enviar. Supongo que a Pablo
no le va a afectar en absoluto, pero yo me he quedado la mar de tranquila.
Menuda tontería, ¿verdad? A veces actúo como la niña que todavía soy, qué
le vamos a hacer.
♡♡♡
La comida con mis padres y Júnior ha ido bien. Es verdad que no he puesto
mucha atención a las conversaciones. Estoy triste y la fabulosa idea de
publicar la foto en las redes, para darle celos a Pablo, me parece cada vez
más ridícula.
Menos mal que Brody me contestó, «Bonita amistad» y consiguió que
asomara una leve sonrisa. ¿Por qué estoy tan decaída? Imaginar que Pablo
puede no formar parte de mi vida, consigue que el corazón se me estruja,
haciendo que duela. Siempre ha estado a mi lado desde que, con tres años,
coincidimos en el colegio. Fue una conexión única y la idea de perderla, me
destroza.
—Cariño, ¿va todo bien? Has estado muy callada toda la comida —
pregunta mi madre rodeándome los hombros con su brazo. Estamos
paseando por Times Square. Asiento con la cabeza para, de forma
inmediata, negarlo—. ¿Quieres explicármelo?
—He discutido con Pablo.
—Ya veo. No es la primera vez, cielo, ni será la última.
—Lo sé, pero… Supongo que estar tan lejos me afecta más. ¿Alguna
vez has estado confundida con un chico?
—Bueno, la verdad es que no he tenido mucho margen para el
enamoramiento. Sabes que conocí a tu padre muy joven. Tuve muchas
dudas, sobre todo al principio, la temporada que estuvimos separados.
—Es que no sé qué me pasa con Pablo. Me ha dicho que le gusto, que
quiere tener una relación conmigo.
—Tienes miedo, cariño.
—Claro. No quiero perderlo, es mi mejor amigo.
—¿Cuál ha sido el motivo del enfado? —me pregunta.
—Después de soltarme todo el rollo, ha aparecido la voz de una chica
en la conversación. Le estaba pidiendo una camiseta. —Arrugo los morros,
decepcionada—. Me dio tanta rabia que me enfadé y se lo he reprochado.
Dice que le vuelvo loco, se enfadó y le colgué.
—Aura, sé que las relaciones son difíciles. Pero en esta ocasión, no
puedo ayudarte mucho. Eres tú la que debe aclarar qué siente de verdad
hacia Pablo. La línea entre la amistad y el amor es muy fina, cariño. Debes
meditar contigo misma y valorar lo que dice este que hay aquí —me sugiere
poniendo su mano en mi corazón.
—Como si fuera tan fácil —bufo.
—Nadie ha dicho que lo sea. Todo lo bueno es complicado. Los
humanos somos complejos. —Me mira y se encoge de hombros.
—Gracias —le digo dándole un beso en la mejilla.
—De nada, cielo.
Seguimos de paseo y disfrutamos de las pantallas que iluminan esa
parte de la ciudad. No sé qué haré con Pablo, pero si algo tengo claro es que
no pienso permitir que se aleje de mi vida. Sea amor o amistad, lo quiero a
mi lado.
Capítulo 32

Guillermo

Nunca imaginé que iba a amanecer tan bien acompañado el día de mi


cumpleaños. Abrir los ojos y encontrarme a Camila enroscada a mi cuerpo
es el mejor despertar que podía desear. Me muevo un poco para ponerme
frente a ella y la oigo protestar. Sonrío, cuando sea consciente de que se ha
quedado dormida en mi cama, a riesgo de ser pillados, no le va a hacer
mucha gracia.
Retiro el pelo de su cara y ella mueve la nariz de forma graciosa.
Nunca tuvo un buen despertar, necesita su tiempo para adaptarse al día.
Recorro su ceja con mis dedos y desciendo por la mandíbula. Veo cómo
abre, poco a poco, sus preciosos ojos oscuros, me mira y pone cara de
disgusto.
—Me he dormido, ¿verdad? —asiento sin retirar mi sonrisa de la cara
—. Feliz cumpleaños.
Acerca su cabeza a la mía y me besa. Cuando ha cumplido su objetivo,
se aleja pero yo lo impido cogiéndola por la nuca y aproximándola de
nuevo. Devoro sus labios con ansia y la oigo gemir. Sonido suficiente para
excitarme y subirme a su cuerpo. Me muero de ganas de ella. Paso de su
boca a su cuello y voy descendiendo hasta llegar a sus pechos. Los amaso y
muerdo sus pezones. Camila se arquea de placer y hace que mi miembro se
plante entre sus piernas. No necesito asegurarme si está preparada, conozco
sus gestos y su cuerpo a la perfección. Así que, sin perder tiempo, abro una
de sus piernas con mi mano y una vez tengo el acceso que deseo, la penetro
sin dejar de mimar sus senos. Los dos jadeamos ante el contacto de nuestros
sexos. Busco su mirada y cuando nuestros ojos se encuentran, vuelvo a
devorar su boca.
—Este es un gran regalo de cumpleaños —susurro entre beso y beso,
mientras entro y salgo de ella.
—No está nada mal —comenta Camila entre gemidos.
Por la forma en la que su cuerpo se va tensando, sé que no le queda
mucho para alcanzar el orgasmo.
—Sería mejor si te corrieras conmigo —le pido.
—Pues acelera porque yo estoy a punto.
Me muevo con más rapidez y profundidad, hasta que su placer estalla
apretando mi miembro y hace que yo me vacíe en ella. Nuestras
respiraciones siguen agitadas y me retiro de encima para ponerme a su lado.
Camila se abraza a mi cuerpo y suspira.
—Creo que será mejor que me vaya antes de que alguien se despierte
y nos pillen. —Hace el amago de salir de la cama, pero yo tiro de su brazo y
se lo impido. Vuelve a caer encima de mí y la beso de nuevo.
—Gracias por despertar conmigo. —Me mira sin decir nada y me
vuelve a besar.
Me muero de ganas de decirle cuánto la quiero, lo loco que estoy y
que siempre he estado por ella. Me reprimo, no quiero estropear el
momento.
Miro cómo se pone el sujetador y justo cuando se está poniendo la
camiseta, unos toques en la puerta nos ponen en alerta.
—Papá, ¿estás despierto? —Los dos abrimos mucho los ojos al darnos
cuenta de que las voces de Aura y Júnior están al otro lado, a la espera de
que les dé acceso a la habitación.
—¡Mierda, Guille! ¿Ahora qué hacemos? —me susurra Camila
nerviosa.
Pego un salto de la cama y me pongo los calzoncillos con rapidez.
Recojo las prendas que hay esparcidas por la habitación y le doy las suyas a
Camila.
—Métete en el baño, yo intentaré que se vayan lo antes posible. —Ella
resopla y a mí se me escapa la risa.
Cuarenta y dos años y tengo que estar escondiendo a mi mujer en el
baño, esto es de chiste.
—¡Papi! —vuelve a llamarme mi hijo—. ¿Puede ser que, a medida
que te haces viejo, duermas más?
—Es posible. O eso o está en el gimnasio —le contesta Aura.
Por un momento, barajo la idea de dejarlos que piensen que no estoy y
se vayan. Pero pronto la descarto, es mi cumpleaños y vienen a felicitarme.
—¡Voy! —chillo mientras me aseguro de que la puerta del baño está
cerrada. Abro la puerta y sus enormes sonrisas y las caras de ilusión que
tienen, me hacen olvidarlo todo.
—¡Feliz cumple, papi! —chillan a la vez y soplan un matasuegras
cada uno. Llevan un gracioso gorro que pronto se les cae al tirarse encima
de mí para abrazarme.
—Muchas gracias —digo dándole un beso a cada uno.
—Sí que has tardado en abrir, ¿qué hacías? —curiosea Júnior mientras
Aura se sienta en la cama toda deshecha.
—Me iba a duchar. —Miro a mi hija que tiene la vista fija en algo que
llama su atención en el suelo.
Cuando me centro en lo que mira, abro mucho los ojos y carraspeo. El
tanga de Camila sobresale un poco por debajo del cobertor. No hay que
echarle mucha imaginación para, aun así, saber qué prenda es. Me apresuro
a recoger la colcha y esconder, como puedo, la ropa interior pero, claro, mi
hija no es tonta.
—Júnior, es mejor que nos marchemos y dejemos que papá se vista.
No vaya a ser que coja frío. —Su tono de voz es borde y, en otro momento,
le hubiera reprendido por su actitud. Pero, dada la situación y con las ganas
que tengo de que se vayan, no le digo nada.
—Pero yo quiero…
—Cariño, haz caso a tu hermana. Cuando me arregle bajo a desayunar
con vosotros, ¿vale?
Mi pequeño hombrecito se queja enfurruñado pero, al final, acepta. En
cambio, Aura pasa por mi lado sin decir nada, pero su mirada herida me ha
atravesado el corazón. Entiendo que, a estas alturas, es más fácil pensar que
la prenda que ha visto es de otra mujer y no de su madre.
Los veo salir y, cuando la puerta se cierra, me apoyo en ella y suelto
todo el aire. Me dejo resbalar hasta quedarme sentado en el suelo. La
cabeza de Camila asoma por la puerta del baño y se acerca con rapidez a
mí.
—¿Qué ha pasado? —pregunta.
—Aura ha visto el tanga en el suelo. Ha atado cabos, aunque no de
forma correcta, y se ha enfadado conmigo. Sabe que escondía a una mujer
en el baño, pero no que fueras tú.
Camila se lleva la mano a la boca, preocupada. Con lo bien que había
empezado el día y qué forma más tonta de torcerse. A ver cómo arreglo
ahora yo las cosas con mi hija, sin poder decirle que la mujer que se
escondía era su madre, a la que sigo amando.
★★★
Me ha sido imposible poder hablar con Aura en todo el día y eso me ha
tenido más preocupado y despistado de lo normal. Esta situación es
agotadora y no sé cuánto tiempo voy a poder soportarlo.
Que quiero a Camila y necesito recuperar mi matrimonio, lo tengo
clarísimo. También sé que metí la pata al irme de casa pero, ahora, se me va
todo de las manos. Por un lado, no puedo permitir que mi hija piense cosas
que no son. Nunca le he sido infiel a Camila y, a no ser que al final
acabemos separados, puedo jurar que no lo seré. Por otro lado, está la
cabezona de mi mujer que no quiere decir nada. Lo entiendo y hasta ahora
estaba siendo sencillo.
Resoplo de impotencia. Pensé que estar solo un rato me ayudaría a
buscar la mejor manera de arreglar todo sin enfadar a nadie. Me doy por
vencido y decido buscar ayuda. Qué mejor apoyo que mis hermanos. Abro
la aplicación del móvil y envío un mensaje al grupo.
Guillermo:
Necesito ayuda. Me voy a volver loco.
Hugo:
Ya sabemos que cumplir años es complicado, pero lo superarás.

Mi hermano siempre con sus gracias.


Andrea:
¡Ay, Huguito, no se puede ser más tonto! ¿Qué te pasa, Guille?

Mi hermano le envía un mensaje con el emoticono que enseña el dedo


corazón.

Daniela:
Si es que te metes en cada sarao…
Andrea:
¿Por qué Dani siempre lo sabe todo y yo no?
Hugo:
Y yo tampoco.
Daniela:
Porque yo soy su favorita, ja,ja,ja.
Guillermo:
Canija, no malmetas.
Solo me falta que mis hermanos también se enfaden conmigo.
Andrea:
¿Ya has hecho cabrear a Camila?
Hugo:
Madre mía, Guille. No das una.
No entiendo cómo has estado casado tanto tiempo.
Daniela:
La que está enfadada es Aura.
Andrea:
¿Qué ha pasado? Seguro que este cavernícola le ha espantado algún pretendiente.

Madre mía, a estos los dejo y escriben un libro.


Guillermo:
¡Hola, estoy aquí! Y no soy ningún cavernícola.
Daniela:
Ha pillado a su padre escondiendo a una mujer en el baño.

Mi hermana acompaña el texto con muchas caras riendo.


Hugo:
¡Joder, hermanito! Pero, ¿tú no querías reconquistar a tu mujer? Ese no es el camino,
playboy.
Andrea:
Si es que todos los hombres son iguales. Qué decepcionada estoy contigo, Guillermo
Guerrero.

¿Pero cómo se ha liado tanto la conversación? Yo solo quería buscar


apoyo, consejo y estoy saliendo bien escaldado. Parece que no ha sido tan
buena idea acudir a mis hermanos.
Guillermo:
Pero vamos a ver. La mujer que se escondía en el baño era Camila.
Hugo:
Ja,ja,ja, esto es de traca. Estas cosas solo te pasan a ti.
Andrea:
Bueno, te perdono. Ya sabía yo que tú eras diferente.
¿Y cómo se ha enterado Aura?
Daniela:
Ha visto unas bragas en el suelo. Pobrecita mía, ¿cómo se va a imaginar ella que son de su
madre?

Hugo y Andrea envían sendos mensajes con muchos emoticonos, los


que sonríen, al que le explota la cabeza, el que se tapa la boca…
Guillermo:
¿Alguien se podría tomar esta conversación en serio?
Tengo un jodido problema.
Andrea:
Perdón, perdón. ¿Cómo podemos ayudarte?
Guillermo:
Si lo supiera no os habría molestado. Total, para lo que me sirve...
Hugo:
Creo que será mejor abordar el tema en persona. ¿En media hora en el bar del hotel?
Daniela:
Por mí bien.
Andrea:
Por mí también, si no os molesta que me lleve a Jordi. Su padre ha desaparecido.

Frunzo el ceño al leer el último mensaje. No sé qué narices le sucede a


mi cuñado Gerard, pero esto ya huele mal y tengo que enterarme de que
está pasando.
Guillermo:
Perfecto.

Cuando llego al lugar acordado, ya están los tres sentados. Bueno,


cuatro con el pequeñajo. Miedo me dan, pero estoy tan bloqueado que no se
me ocurre a nadie mejor para que me ayuden. A pesar de todo, sé que
siempre puedo contar con ellos.
—¡Mira, ya está aquí el hombre del momento! —se burla Hugo. Lo
miro mal, muy mal y él hace el gesto de cerrarse la boca con una
cremallera.
Me dejo caer en una de las sillas, derrotado. Miro a Dani que me
observa con cara de pena y no me gusta nada.
—¿Has hablado con ella? —indago. Sé que habían quedado y que
Aura le tiene mucha confianza. Asiente con la cabeza —. ¿Y?
—Está muy disgustada e indignada contigo. No entiende cómo has
podido hacer una cosa así.
—¡Joder! —Dejo caer la frente en mis manos que están encima de la
mesa.
—¿Por qué no le dices la verdad? —pregunta Hugo.
—Pues porque Camila no quiere y estoy de acuerdo con ella. Pero,
ahora, la situación ha cambiado. No os podéis imaginar cuánto me dolió la
mirada de decepción que me lanzó Aura al salir de la habitación.
—Guille, yo quiero mucho a Camila, pero creo que se equivoca —
comenta Andrea—. Aura es una niña muy madura, estoy convencida de
que, si le explicáis que queréis volver a intentarlo, lo entenderá.
—Yo pienso lo mismo que Andrea —anuncia Daniela—. No es justo
que, por malinterpretar una situación, tu hija crea cosas de ti que no son.
—¿Has hablado con Camila? —me dice Hugo.
—No hemos tenido oportunidad. Después de lo que sucedió, le pedí
que me dejara solo y se fue a su habitación. No la he vuelto a ver.
—Búscala, habla con ella, aclara las cosas. Pero yo pienso igual que
ellas —remarca mi hermano—, no veo justo que tú pagues las
consecuencias y quedes mal con Aura.
Resoplo frustrado. Supongo que tienen razón y debería exponer mi
inquietud a Camila. Se genera un incómodo silencio en la mesa, solo roto
por los ruidos de motor de coche que Jordi hace con la boca. Lo miro y
sonrío. Qué bonita es la inocencia de un niño. Cojo uno de los coches que
hay sobre la mesa y me pongo a jugar con él. Una manera, como otra
cualquiera, de desviar, por un rato, los problemas de mi cabeza.
Capítulo 33

Camila

Ya tengo mi lugar favorito en Nueva York. Es el Madison Square Park.


Siempre que salgo a pasear, acabo sentada en uno de los bancos de este
pequeño parque. Aquí es donde me encuentro ahora mismo.
Después de que esta mañana Guille me pidiera quedarse solo, no he
vuelto a saber de él. No ha bajado a comer ni se ha puesto en contacto
conmigo en ningún momento. Sé que le inquieta la actitud de Aura y está
preocupado. Por eso he intentado ser tan prudente, para que no pasaran
cosas como esta.
He aprovechado que Júnior está con mis suegros y Aura se ha ido con
Daniela a ultimar los preparativos del cumpleaños para buscar un regalo
adecuado para Guille. Hace tantos meses que estamos lejos el uno del otro
que me parece que ya no conozco sus gustos y tampoco sé lo que necesita.
Así que la tarea se me está haciendo cuesta arriba.
Decido dar por finalizado el rato de descanso y callejear a ver si
encuentro alguna tienda que tenga algo que llame mi atención. Después de
un buen rato de paseo, he acabado en una enorme de papelería donde he
comprado un juego de bolígrafo y lápiz muy elegante y que me ha costado
un riñón. Espero que le siga gustando llevar uno en el bolsillo interior de
sus trajes.
Cuando voy de camino al hotel a prepararme para la cena, mi teléfono
vibra. Es un mensaje de Guille:
Guille:
¿Dónde estás? He ido a tu habitación y no te he encontrado.
Camila:
He salido a pasear. Estoy de regreso.
Guille:
Te espero en la habitación. Tenemos que hablar.

Vaya, parece que los idílicos días de amor y pasión por Nueva York
van a llegar a su fin. Le contesto con un «ok» y prosigo mi camino.
Quince minutos después, abro la puerta de mi cuarto y me encuentro
con un Guille paseando por la habitación como un león enjaulado. Está
despeinado de pasarse las manos por el pelo.
—Ya estoy aquí —digo para valorar su estado de ánimo.
Me acerco y le doy un beso en los labios. No se aparta, pero tampoco
me corresponde como sé que haría en otra ocasión.
—Has ido muy lejos —comenta por el rato que ha tenido que esperar.
—Bueno, ya sabes que en esta ciudad te pones a pasear y no te das
cuenta del tiempo.
—Escucha, yo… —Se pasa las manos por el pelo, nervioso—. Tengo
que aclarar las cosas con Aura.
—Guille, no vas a decirle la verdad a la niña.
—Vamos, Camila. No puedes ser tan egoísta. No puedo permitir que
mi hija piense cosas de su padre que no son.
—Buscaremos otra solución, pero no quiero que se hagan ilusiones de
nuevo.
—Tú no viste cómo me miró. No sentiste el odio y la decepción
atravesar tu piel —me explica con desesperación.
—No lo vi, pero me lo imagino. ¿Qué pasará si le decimos que nos
hemos dado una oportunidad y después le quitamos el caramelo de la boca?
¿Piensas que entonces no nos va a odiar igualmente? —Mi tono de voz ya
se ha ido elevando y la conversación está tomando un camino peligroso.
—Perfecto, ya veo por dónde vas. Es mejor que se enfade conmigo
que con los dos, ¿es eso? Que sepas que no pienso quedar mal con mi hija
por una cosa que no he hecho. Así que nos sentaremos con ella y se lo
explicaremos. Lo entenderá, ya no es una niña. —Niego con la cabeza. No
estoy dispuesta a volver a pasar por los malos modos, las miradas
matadoras y las lágrimas de los primeros tres meses de la separación—. Mis
hermanos también lo creen.
—¡Oh, vaya! Claro, olvidaba que el clan Guerrero siempre va cogido
de la mano. —Estoy enfadada y mi filtro cerebro y boca no van
coordinados.
—Camila, no sigas por ahí. Te estás pasando —reclama.
—No sé cuándo entenderás que esto es un problema nuestro, que nadie
debe meterse en un matrimonio y que las decisiones las tenemos que tomar
tú y yo.
—Y yo no sé cuándo entenderás tú que no son extraños, que es mi
familia y tengo todo el derecho de apoyarme en ellos. Yo no tengo la culpa
de que seas hija única y no entiendas el vínculo que tengo con mis
hermanos.
Nada más acabar la frase, se da cuenta de que su comentario ha sido
totalmente desafortunado y hace una mueca con la cara. Yo no puedo evitar
que una lágrima descienda por mi cara al notar la puñalada en el corazón
por sus palabras. Sabe que siempre he pecado de sentirme sola y que me
hubiera gustado formar parte de una gran familia como los Guerrero. Así
que es consciente del daño que me ha hecho.
—Lárgate de mi habitación —le pido acercándome a la puerta y
abriéndola.
—Lo siento, nena. No quería decir eso.
—Pero lo has dicho —le recrimino—. Como puedes comprobar,
nuestro intento de darnos otra oportunidad ha fracasado. Así que ya le
puedes explicar a tu hija que la mujer que estaba oculta era yo, pero que eso
no va a volver a suceder.
—Vamos, Camila. No puedes tirar la toalla tan pronto. No puedes
rendirte por una discusión.
—No es por una discusión, Guille. Es porque mientras todo va sobre
ruedas, no hay problema. Pero cuando las cosas se complican, somos
incapaces de hablar como personas. Acabamos discutiendo, elevando el
tono de voz y reprochándonos cosas que nos hacen daño. ¿No te das
cuenta? Los dos hemos ido a la yugular, donde más duele.
—¿Así que ya está? ¿Todo lo que hemos recuperado estos días no
sirve para nada?
Me quedo callada. No sé qué contestar a esas preguntas. Hacía tiempo
que no era tan feliz como lo he sido estos últimos días pero no hay nada
perfecto y hemos vuelto al principio, a dañarnos con las palabras y eso no lo
puedo volver a permitir. Por respeto a él y a mí.
Al ver que no le contesto, golpea con la mano abierta en la pared, por
la frustración y se va sin decir nada más. Cuando ha desaparecido de mi
visión, cierro la puerta y me derrumbo. ¿Pero qué nos pasa? ¿Por qué no
podemos volver a ser nosotros?
♡♡♡
Estoy intentando disimular mi mala cara con el maquillaje cuando oigo
unos toques en la puerta. La abro y me encuentro a una dicharachera Aura.
Está contenta, quizás en exceso, lo que me hace sospechar que intenta
disimular alguna cosa. Supongo que sobreactúa por querer controlar las
ganas de decirme lo que le ha pasado con su padre.
—¡Hola, mami! Qué guapa estás.
—¡Hola, cariño! Tú también. ¿Me podrías ayudar con el pelo? —le
pido para ver si se relaja.
—Claro. ¿Qué quieres hacerte? —pregunta, pero no me mira a los
ojos. Conozco a mi hija y no creo que tarde en estallar.
—¿Qué te parece una trenza de lado?
—Genial.
Cojo una silla y me siento enfrente del espejo. Aura coge el cepillo y
empieza a peinarme, mientras yo sigo sus movimientos por el cristal.
—¿Cómo ha ido el día?
—Bien. Primero he ido con la tía Daniela para acabar de adornar el
restaurante, hemos comido juntas y, después, ella se ha vuelto al hotel a
trabajar y yo me he ido a dar una vuelta con Brody.
—Sí que has hecho cosas —le comento.
—Sí —dice contenta y, al levantar la mirada, se encuentra con la mía
por el espejo. Es consciente de mi mala cara, lo sé porque frunce el ceño en
un gesto muy parecido al que hace su padre—. ¿Qué te pasa?
—Nada —Sonrío.
—Has estado llorando. Te has enterado, ¿verdad?
—Cariño…
—Lo sabía, sabía que te lo tenía que contar —me dice exaltada—.
¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho él? Seguro que no, los hombres no
tienen narices para decir las cosas a la cara.
—Aura, controla lo que dices. Estás hablando de tu padre y le debes
un respeto.
—Si quiere respeto, que empiece él por dar ejemplo —chilla, cabreada
—. Cómo puede hacernos esto el día de su cumpleaños, con toda la familia
aquí.
—Aura…
—No se merece mi respeto. No pienso ir a su casa la semana que me
toque con él. No quiero volver a hablar con él.
—¡Aura! —reclamo en voz alta, para que deje de hablar y de decir
tonterías—. Antes de juzgar a la gente, debes asegurarte de que lo que tú
piensas es cierto.
—Lo es, mamá. No puedo entender cómo lo defiendes. Yo vi las
bragas de esa tipeja. No se esperaba nuestra visita y la encerró en el baño.
Estuve a punto de entrar y sacarla por los pelos. —La miro y abro los ojos y
la boca, asombrada por la reacción de mi hija.
—Cielo, para empezar, tu padre y yo estamos separados y tanto él
como yo, podemos hacer con nuestras vidas lo que queramos.
—Aunque así sea, podría ser más discreto. Toda la familia se hospeda
en este hotel.
—Déjame acabar —le pido—. Sé que estás enfadada por la situación y
te cuesta ser objetiva pero intenta pensar, por un momento, si conociendo
como conoces a tu padre, lo ves capaz de hacer algo así.
Se sienta en la cama y hace una mueca, está confundida. Pero sabe,
igual que yo, que Guille no sería capaz de hacer una cosa similar. No en el
mismo hotel donde están sus hijos y que dirige su hermana.
—Entonces…
Me acerco a mi maleta y cojo el conflictivo tanga. Lo estiro con mis
manos por los extremos y se lo enseño. Boquea como un pez y a mí me
cuesta contener la risa al ver su reacción.
—Lo compré el otro día, por eso no te suena.
—No entiendo nada —dice parpadeando con rapidez—. ¿Eras tú la
que estaba escondida en el baño? —Asiento con la cabeza—. ¿Y por qué te
escondiste?
—Bueno es que…
—Espera, espera… ¿Volvéis a estar juntos? —exclama ilusionada y
levantándose de la cama como si tuviera un muelle. Los ojos le brillan de la
ilusión y yo me derrumbo al saber que la va a perder de un plumazo.
—No, cariño. La verdad es que llevábamos unos días intentándolo,
pero no ha sido posible.
—Pero os queréis —asegura con tristeza.
—Sí, nos queremos, pero el amor no es suficiente, mi vida. Sé que te
haría mucha ilusión que tu padre volviera a casa y que todo fuera como
antes pero es complicado. Si todo va bien, somos felices, pero si hay algún
problema, no lo sabemos resolver y nos hacemos daño. Por desgracia, la
vida no es un campo de flores.
—Pero esta mañana estabais juntos. ¿Ahora ya no? —pregunta y las
lágrimas descienden por sus mejillas. Me acerco a ella y la abrazo.
—Hace un rato hemos tenido discrepancias y decidimos que era mejor
seguir con la separación.
Aura se separa de mi cuerpo y me mira fijamente. Antes de que abra la
boca, ya me imagino lo que está pensando y no se equivoca, pero no quiero
que sufra más.
—Os habéis peleado por mi culpa, ¿verdad?
—¿Qué tonterías dices? Tu padre quería hacer una cosa y yo no estaba
de acuerdo. —Me encojo de hombros para restarle importancia.
—Sé que me estás mintiendo y me duele que no confiéis en mí. Ya no
soy una niña, puedo entender las cosas y, aunque no esté conforme,
comprenderlas.
—Mira, cariño. No le vamos a dar más vueltas a este tema. Si es
verdad lo que dices, aceptarás la situación entre tu padre y yo. No vale la
pena preocuparse por algo que no podrá ser —le pido mientras limpio las
lágrimas de su cara—. Ahora vamos a prepararnos, iremos a celebrar el
cumple de papá y lo pasaremos genial. ¿Te parece?
—Está bien. Respetaré vuestra decisión, aunque no la comparta. —Me
mira arrugando los morros—. Creo que le debo una disculpa a papá.
—Sí, eso estaría bien. Estaba muy preocupado por tu enfado —
resopla. Hay que ver cómo nos cuesta pedir perdón—. Venga acabemos con
mi peinado o llegaremos tarde.
Antes de que me aparte, me rodea el cuello y se abraza a mi cuerpo.
Cierro los ojos para llenarme de mi pequeña. El tiempo pasa tan rápido, que
uno no se da cuenta de cómo se escapan los hijos.
—Te quiero mucho, mami.
—Y yo a ti, mi cielo.
Capítulo 34

Guillermo

Cumplir años es un coñazo. Sobre todo, si el día se ha torcido y todo lo que


lo hacía especial, se ha ido a la mierda. Intento entenderla, hago el esfuerzo
de comprender a Camila, pero no soy capaz. Me da rabia que le pese más
una discusión que todas las horas que hemos estado paseando,
compartiendo momentos y haciendo el amor.
Aunque no sé lo que han montado, me consta que todos han
colaborado en la celebración de mis cuarenta y dos años y lo han hecho con
toda la ilusión. Pero yo, ahora mismo, me metería en la cama, me taparía la
cabeza con la almohada y no saldría en unos meses. Me he vuelto un poco
dramático, supongo que por culpa de la edad. Dado que hace unas horas lo
tenía todo y ahora ya no, me lo puedo permitir.
Me levanto de un salto de la cama donde estaba tumbado contestando
los diferentes mensajes que me han llegado para felicitarme y poniéndome
al día de correos y demás. El hotel funciona con total normalidad y no ha
habido ningún contratiempo durante estos días, así que por esa parte puedo
estar tranquilo. Me he reído un rato con los mensajes de Adri, burlándose de
mi edad, como si él fuera mucho más joven. Ahora no me queda más
remedio que prepararme para la cena. Voy a ciegas, no tengo ni idea de
dónde es, así que me puedo esperar cualquier cosa. Opto por un traje negro
y camisa blanca, dudo si ponerme corbata o no. En ese dilema estoy cuando
oigo unos toques en la puerta. La abro y me encuentro a una espectacular
Camila.
—Hola —saluda con timidez.
—Hola —contesto. Me muero de ganas de decirle lo bonita que está,
pero me reprimo. Estoy cansado de ser siempre yo quien cede y sigo
enfadado por lo egoísta que ha sido en nuestra conversación.
—¿Estás preparado? Es hora de irnos.
—Sí, ya casi estoy. Entra mientras acabo. —Da un paso adelante para
entrar, pero mantiene la distancia quedándose cerca de la puerta—. ¿Crees
que debería ponerme la corbata?
—Creo que sí.
Recupero la corbata que había dejado encima de la cama y me giro
hacia el espejo de cuerpo entero que hay en el armario. Me la pongo en el
cuello y procedo a hacerme el nudo. Lo he hecho miles de veces,
normalmente llevo corbata para ir a trabajar, pero no sé qué narices me pasa
que lo intento en tres ocasiones y en todas queda un churro. Resoplo
exasperado para intentarlo una cuarta.
—Espera que te ayudo. —Deja el bolso de mano encima de la mesita y
se acerca.
Su olor, su presencia, tan cerca de mí... Cuando noto sus manos rozar
mi pecho, cierro los ojos para concentrarme y convierto mis manos en
puños. Estoy convencido de que, si las relajo, acabarán acariciando sus
caderas, como he hecho en tantas ocasiones. Tampoco podré darle el beso
de agradecimiento.
—Ya está. Perfecta. —Abro los ojos y nuestras miradas se conectan.
Me sonríe y yo me muerdo el labio para no arrasar su boca.
—Gracias —susurro y me alejo de ella.
Voy hasta el baño, me peino y me perfumo. Al salir, Camila ya ha
recuperado su bolso y me espera al lado de la puerta.
Cuando atravesamos las puertas del hotel, un vehículo nos espera en la
calle. Hacemos el trayecto en silencio, cada uno perdido en sus
pensamientos y miramos por la ventana. Treinta minutos después, el coche
se para, nos abren la puerta y bajamos. Un señor nos recibe en la entrada de
un restaurante.
—¡Buenas noches! Si me acompañan, por favor. —Lo seguimos hasta
unas frondosas cortinas de color rojo burdeos—. Bienvenidos, espero que
disfruten de la velada.
—Muchas gracias —digo. Y al ver que se marcha sin abrir las
cortinas, lo hago yo.
—¡¡Felicidades!! —me recibe un coro de voces que me arranca una
sonrisa.
Por mi cabeza empieza a caer confeti y aparecen globos por todos los
lados. La primera en acercarse a mí es Dani. Me pone una banda, me abraza
con fuerza y yo le correspondo sin dudarlo. La echo mucho de menos, pero
saber que ahora es feliz y que se queda en buenas manos es todo un alivio.
Le siguen Andrea y mi madre, que viene con el pañuelo en la mano.
—Mamá, ¿no me digas que lloras porque me hago mayor? —le
pregunto entre risas.
—¡Ay, cariño! Es que el tiempo pasa tan deprisa. Mírate, estoy tan
orgullosa de ti…
—Ya estamos. Qué poco discreta es esta familia. Mamá, no hace falta
restregarles tu favorito a tus otros hijos —se queja mi hermano.
—Hay que ver qué tonto eres —le reclama ella dándole un castañazo
en el brazo.
—¡Hermanito, qué cerca estás de los cincuenta! —se burla Hugo
mientras me abraza.
—Capullo —digo separándome de él y dándole una colleja.
Le sigue mi padre, que intenta no mirarme, parece muy emocionado y
rápido se retira para que nadie lo vea flaquear. No me da tiempo a
reaccionar cuando ya tengo a Júnior encima de mí. Mi pequeño campeón,
que ya no es tan pequeño, claro.
—Feliz cumple, papi.
—Gracias, cariño.
El resto de los invitados van pasando y felicitándome. Estamos los de
siempre y los suficientes para pasar una gran velada. Cuando ya he
saludado a todo el mundo, levanto la cabeza y me fijo en la sala. Está
decorada con guirnaldas, globos y un enorme mural con fotos donde pone
«Feliz cumple, Guille». Sonrío, desde mi posición no las veo muy bien,
pero hay fotos de casi todas las edades y en las que estoy solo o con mis
hermanos. También hay alguna con mis hijos y Camila. Me fijo en una en
concreto que llama mi atención. En ella salgo yo, mucho más joven, con un
pequeño bulto entre mis brazos. Fue cuando nació Aura, recuerdo que me la
hizo Hugo en la habitación del hospital. La busco por la sala, me he dado
cuenta de que es la única que no se ha acercado a mí. Sé que está dolida,
pero no imaginaba que tanto como para no aproximarse a felicitarme. Está
de pie cerca de la larga mesa. Parece nerviosa, no para de tocarse las manos.
Cuando nuestros ojos se cruzan, me sorprende que no me esté matando con
la mirada, al contrario, su semblante cambia al instante y un puchero
aparece en su preciosa cara. Me invade una sensación de opresión en el
pecho al ver tan triste a mi pequeña Flor y no puedo evitar abrir mis brazos
para que venga a cobijarse en mi cuerpo. Necesito que entienda que, pase lo
que pase, yo voy a estar ahí para ella. No tarda en reaccionar y lanzarse
hacia mí. Cuando noto el contacto de nuestros cuerpos y su abrazo, suelto el
aire de mis pulmones y me relajo.
—Lo siento mucho, papá. Me equivoqué, me dejé llevar por mi cabeza
y te juzgué sin motivo —se disculpa entre lloros. Pero yo todavía no sé el
porqué.
—Cariño, no pasa nada, no debes disculparte por nada.
—Mamá me lo ha explicado. Pensé, pensé… —El llanto no la deja
continuar. Levanto la cabeza y veo que Camila nos mira con los ojos
aguados. Le hago un gesto con la cabeza para darle las gracias y ella me
sonríe.
—Aura —la llamo separándola de mi cuerpo—. Ha sido una tontería y
la culpa fue nuestra por no gestionar mejor las cosas. Eso ya es pasado,
vamos a olvidarlo y disfrutar de la fiesta. ¿Te parece?
—Buena idea —dice limpiándose la cara. Me da un beso en la mejilla
—. Te quiero.
—Y yo a ti, pequeña Flor.
—Por cierto, la banda te queda de lujo. —La oigo reír.
La levanto para mirar que pone «Soy un madurito cañón». Niego con
la cabeza y todos se mofan de mí.
Cuando la cosa se ha relajado, me disculpo para ir al servicio, necesito
un momento a solas para reponerme de tantas emociones. Abro el grifo, me
mojo la cara y me miro al espejo. Cuarenta y dos tacos y no sé qué narices
voy a hacer con mi vida. No tengo ni idea de cómo seguir, qué paso debo
dar ni cómo entender a la madre de mis hijos.
★★★
La cena ha estado espectacular, todo exquisito y el ambiente de lo más
agradable y distendido. Cuando ya hemos acabado, se han abierto otras
cortinas dando paso a otra sala. Hay una mesa para mezclar música, de la
que inmediatamente Jeray, el hijo del señor Davis, se ha apoderado.
Todos hablan en grupos, los pequeños corren de un lado al otro y la
mayoría de las mujeres ya lo están dando todo en la pista. Suspiro, tengo
una gran familia o eso quiero pensar, cuando veo que Andrea y Daniela se
acercan a mí con pícaras miradas. Me hacen un gesto con el dedo para que
me acerque a ellas y yo niego con la cabeza. Ni en broma salgo yo a bailar
con esas locas.
—Vamos, no seas aburrido —me pide Daniela mientras me coge una
mano y tira de mí.
—Ni en tus sueños —vuelvo a negar.
—Guillermo Guerrero o levantas tu culo de la silla y bailas con tus
hermanas o… —exige Andrea.
—¿O qué? —le pido y me río.
—O llamo a John para que venga a levantarte —dice con las manos en
las caderas.
—¡Joder! —Me levanto sin quejarme de nuevo. Paso de que el
grandullón de John me ponga las manos encima. El tío es como un armario
y acojona mucho.
Me llevan al medio de la pista y mueven mis manos sin ton ni son.
Pongo los ojos en blanco al ver cómo disfrutan viéndome hacer el ridículo.
Hugo se une a nuestro coro y, de pronto, una canción que conozco a la
perfección invade los altavoces. Es nuestra canción, bueno fue mía siempre,
pero de tanto escucharla y cantarla, se volvió un himno para nosotros. No
tardamos en vociferar la letra de El mundo tras el cristal de La Guardia.
Cantamos como el culo, pero nos da igual, todos los que nos conocen saben
que nuestro fuerte no es ser artistas. Saltamos, chillamos y nos reímos como
si fuéramos críos, como si hubiéramos vuelto a ser aquellos chiquillos
despreocupados que se pasaban el día maquinando trastadas o dándolo todo
por el bienestar de nuestros hermanos. No os imagináis de lo que son
capaces los Guerrero por defender a los suyos.
Acabamos exhaustos pero felices. La música cambia de estilo, yo me
doy por vencido y me dirijo hacia la mesa para refrescar la garganta con una
cerveza. Le doy un largo trago y al dejarla en la mesa, me tropiezo con la
mirada de Camila que está sentada tres sillas más allá. Me enseña su
cerveza y hace el movimiento de brindar conmigo. Le devuelvo el gesto y
medito si acercarme a ella o, por el contrario, seguir manteniendo las
distancias. Una vez decido que me voy a aproximar, las manos de Aura me
vuelven a arrastrar a la pista de baile. Me dejo llevar y cuando paso por
delante de mi mujer, pongo los ojos en blanco y ella sonríe. ¿Qué clase de
música escucha esta juventud? Ellos se mueven de un lado al otro,
meneando las caderas y yo me quedo en el centro sin saber cómo debo
coordinar los pasos.
Estoy a punto de darme por vencido cuando empieza a sonar una
canción más lenta.
—¿Me permite este baile? —me pide mi hija.
—Será un placer bailar con la mujer más bonita de la fiesta.
Nos mecemos de un lado al otro. Aura apoya su cabeza en mi pecho y
yo la beso en la cabeza. Levanto la mirada y veo que Malcom ha sacado a
bailar a Camila. Ella se ríe por algo que él le dice y los dos se miran los
pies. Mi cuñado aún baila peor que yo, pobrecillo. Hugo coge el relevo en
la música mientras Jeray se dirige a la mesa a beber algo.
Empieza a sonar otra canción cuando mi hermano anuncia cambio de
pareja. Da la casualidad de que los que más cerca estaban de nosotros son
Malcom y Camila. ¿Por qué me parece a mí que esto es todo un montaje?
Todos están pendientes de nosotros, eso de disimular no lo llevan
demasiado bien. Ni Camila ni yo hablamos, nos mantenemos en silencio,
escuchando la letra de la canción, que está hecha para nosotros, para nuestra
historia. La canción dice todo lo que siento en este momento. Cierro los
ojos y la aprieto más a mi cuerpo. La oigo suspirar y siento cómo se relaja
en mis brazos.
«¿Qué no daría por besar tu cuello? ¿Qué no daría por oler tu pelo,
mientras te me duermes en el pecho? Daría todo por volver el tiempo. Es
así, si yo no tengo tus besos, yo me puedo morir. Si tú te alejas de mí, ya no
quiero vivir. Si desde lejos se nota que ya no eres feliz, yo dejo todo por ti.
Si me dices que sí». (Si me dices que sí, Reik, Farruko y Camilo).
Capítulo 35

Aura

Mañana regresamos. Ya se acaba lo bueno y si algo tengo claro es que me


voy más enamorada de Nueva York, si eso es posible. Sé que tengo que
volver a casa y acabar mis estudios, pero una vez los finalice, regresaré y, si
puede ser, pienso quedarme.
Hoy es nuestro último paseo. Brody es otro de los motivos por los que
me quedaría. Disfruto mucho con su compañía y con nuestras charlas. Me
encanta lo centrado que está y lo claro que lo tiene todo. Además, ¡es tan
guapo! A su lado he conocido lugares asombrosos y, a pesar del frío que ha
hecho algún día, hemos comido unos helados increíbles.
Desde el episodio de la piscina, no nos hemos vuelto a besar. No creo
que haya sido por falta de ganas, pues hemos estado muy melosos el uno
con el otro. Nos cuesta mantener las manos quietas y paseamos con ellas
entrelazadas e incluso, en alguna ocasión, han acabado en el bolsillo trasero
del pantalón del otro. Disfrutamos del momento, los dos sabemos que esto
se acaba pero quedan los recuerdos y ¿quién dice que el destino no vuelva a
unirnos?
Sonrío al ver cómo se acerca a mí. Hoy, hasta está más guapo de lo
normal. Viene vestido con sus habituales tejanos y una cazadora de la
misma tela y forrada. En su cabeza lleva un gorro de lana que retira sus
habituales mechones, esos que siempre caen por su cara, y sus manos en los
bolsillos del pantalón. Cuando me ve, me deleita con su increíble sonrisa,
una que marca los dos impresionantes hoyuelos que lo hacen tan sexi. Una
vez lo tengo delante de mí, se mira el reloj y me dice:
—Perdona, no habrás visto por aquí a una chica bajita, así como tú.
Con el pelo liso, parecido al tuyo y unos preciosos ojos oscuros. Suele
sonreír mucho, cosa que me encanta y se nota bastante que es extranjera. Es
que he quedado aquí con ella y llega tarde —suelta sin dejar de sonreír.
—Pues no, lo siento. No he visto a nadie con esas características. Pero
vamos que, si te ha dado plantón, es una tía muy tonta. Si yo fuera ella,
nunca me perdería una cita contigo. Así que, si no viene, estoy disponible.
A mí también me han dejado plantada —le digo siguiéndole el juego.
—La verdad es que es una pena. Ellos se lo pierden. Vamos a
aprovechar el tiempo, que es oro. Venga, demos un paseo —pide—. Por
cierto, me llamo Brody.
—Yo, Aura. Un placer.
Me acerco a él para darle dos besos, continuando con la broma, pero
Brody no me da opción. Enmarca mi rostro con sus manos, une sus labios a
los míos y me devora. Noto cómo su lengua se abre paso y le doy acceso.
No sé si nos pasamos así, unidos, segundos o minutos. He perdido el
sentido del tiempo. Se separa y apoya su frente en la mía. Los dos
intentamos regular nuestras alteradas respiraciones.
—Dios, te voy a echar de menos —dice mirándome—. Prométeme
que nos mantendremos en contacto.
—No lo dudes —susurro.
—Hacía mucho tiempo que no conectaba tan bien con alguien y
resulta que debes irte.
—Aunque esté lejos, estaré ahí para ti. Sabes que tendrás una amiga
para siempre.
Se para un rato a observarme y me da un rápido beso en los labios
antes de cogerme de la mano y tirar de ella mientras me comenta:
—Venga, no nos pongamos tristes y vamos a disfrutar de la tarde.
Callejeamos por Manhattan entre risas y besos. Acabamos en Central
Park donde alquilamos unas bicicletas y lo recorremos. Nos adentramos en
el bosque y me lleva a una pequeña cascada, donde me salpica y casi lo
mato por lo fría que estaba el agua. Disfrutamos del paseo The Mall, donde
nos paramos en varios puestos a contemplar los diferentes artistas que allí
se encuentran. Brody, al ver mi interés por uno de los dibujos, no duda en
regalármelo. Dice que así, cada vez que lo vea, me acordaré de él. Podría
decirle que no necesito nada que me haga pensar en él, pero me callo.
Las horas pasan volando, lo que siempre ocurre cuando uno disfruta en
buena compañía. Estamos en el estanque, metidos en una carrera de
barquitos, cuando mi teléfono vibra.
Mami:
Aura, cariño. ¿Va todo bien? Habíamos quedado para cenar, ¿recuerdas?

Resoplo, estaba tan emocionada que lo he olvidado. Vuelvo a mirar el


teléfono y veo que casi son las ocho de la tarde. Cuando levanto la cabeza,
compruebo que Brody también tiene el móvil en la mano.
—Creo que nos reclaman —dice acercándose a mí—. Será mejor que
nos vayamos o nos va a caer una bronca.
Aura:
Es verdad. Lo siento. Estoy con Brody y nos hemos despistado.
Ahora volvemos al hotel.

Vuelvo a bloquear el teléfono y nos apresuramos en salir del parque.


Menos mal que voy en compañía de Brody o entre la oscuridad que ya hace
acto de presencia y lo grande que es este parque, no creo que pudiera dar
con la salida.
No nos soltamos de la mano en todo el camino. Cogemos el metro
para llegar antes y allí nos permitimos unos cuantos besos, de esos que
saben a despedida. Bajamos en la parada que corresponde al hotel y, antes
de dar la vuelta a la esquina que nos dejará delante de la puerta, Brody
levanta nuestras manos unidas y besa la mía antes de soltarla. No nos
hemos dicho nada en todo el camino y yo lo agradezco o creo que me
pondría a llorar. Ojalá no tuviera que marcharme de aquí. Es injusto, aunque
supongo que este no es mi momento. Ese llegará, no tengo la menor duda.
♡♡♡
Besos y abrazos entre lágrimas. Ha sido una semana fantástica, de esas que
no se olvidan nunca. Agradecemos la hospitalidad de la familia Davis, nos
han acompañado hasta el aeropuerto y nos despedimos de mis tíos Daniela
y Malcom, que en unos días partirán hacia las Bahamas para disfrutar de su
luna de miel, en un viaje de ensueño. ¡Qué envidia!
Mi tía Andrea y mi tío Gerard ya se fueron ayer, parece ser que mi tío
tenía una reunión importante de última hora esta noche y adelantaron el
viaje. Así que, como la vez anterior, viajamos nosotros cuatro con los
abuelos y el tío Hugo.
Ahora que ya estoy concienciada de que no me queda más remedio
que regresar a casa, una vez sentada en el asiento del avión, estoy nerviosa
e incluso tengo ganas de volver a mis cosas. De lo que más ganas tengo es
de abrazar a Pablo, aunque sigue enfadado conmigo y no sé cómo me va a
recibir. No nos hemos vuelto a enviar ningún mensaje desde el otro día. Yo
he entrado en sus redes sociales cada día y en varias ocasiones. Sé que
también se fue de vacaciones con sus padres, su hermana y el grupito de
amigos de sus padres, entre los que, por supuesto, se encuentra la tonta de
Olivia. Bueno, la verdad es que no sé si es tonta o no, no la conozco, pero
me cae mal. Sé que está con ella por las fotos que ha subido en su perfil,
donde salen muy melositos, solo de pensarlo me pongo de mala leche.
Estoy teniendo una actitud totalmente injusta, yo he hecho lo mismo con
Brody, pero no puedo evitarlo. No lo entiendo, solo somos amigos pero, ¿y
si me cambia por ella? ¿Y si ya no soy su mejor amiga? Bufo, no me gusta
nada esa idea.
—Aura, ¿estás bien? —pregunta mi padre que está sentado en el
asiento de al lado.
—Sí, solo que me da una pereza volver…
—Por eso se disfrutan tanto las vacaciones, cielo. Porque rompen la
rutina.
Desde que le pedí disculpas en su cumpleaños, nuestra relación se ha
fortalecido mucho. La verdad es que este viaje nos ha ido bien a todos,
incluso al abuelo, que parece volver con mejor color.
—Tienes razón —le sonrío y mi padre me devuelve la sonrisa.
Me pongo el antifaz y apoyo la cabeza en el asiento cuando noto que
el aparato empieza a moverse para despegar. No puedo evitar analizar todo
lo ocurrido en esta semana, sobre todo lo relacionado con mis padres.
¿Cómo puede ser que lo hayan vuelto a intentar y no haya funcionado? Es
imposible no darse cuenta de lo que se quieren, de lo que sufren separados
y, sin embargo, no son capaces de lidiar con sus problemas sin sacarse los
ojos. Tengo que averiguar si puedo ayudarlos sin que ellos se den cuenta.
Debería trazar algún plan para que pasen más tiempo juntos, para que se
den cuenta de que no pueden vivir separados. Sé que me voy a meter donde
no me llaman pero son mis padres y no haría nada si no supiera que
realmente se quieren. Es posible que necesite refuerzos y sé que puedo
contar con mi hermano, ese que parece que no se entera de nada y es más
listo que el hambre. Estoy convencida de que él también se ha dado cuenta
de la forma de actuar de nuestros padres, a ver cuándo encuentro un
momento para charlar con él. A pesar de su apoyo, creo que voy a necesitar
a algún adulto, pero todavía no sé a quién voy a liar. Una sonrisa de
satisfacción ilumina mi rostro. Nuevo objetivo a la vista: hacer que mis
padres vuelvan a estar juntos.
¿Va a ser fácil? No. ¿Como se enteren me voy a llevar una gran bronca
y posible castigo? Por supuesto. ¿Valdrá la pena? Sin duda.
Capítulo 36

Camila

Regresar al trabajo después de unas fabulosas vacaciones es muy difícil. Lo


que más me está costando es sobreponerme al jet lag. Llevo un cansancio
extremo en el cuerpo que no consigo reponer. Ya no está una para estos líos.
La reincorporación también ha sido complicada por el reencuentro con
Alberto. Justo el primer día de trabajo me tocó la ronda con él. Se comportó
como si no hubiera pasado nada entre nosotros ni hubiéramos tocado temas
tan personales. Me preguntó cómo me habían ido las vacaciones y poco
más. Sé que le debo una charla y agradezco que no haya insistido con el
tema. Después de lo vivido con Guille en Nueva York, ni quiero ni podría
empezar una relación ni nada que se le parezca.
—¿Qué le pasa a una de mis enfermeras favoritas? Tienes peor cara
que yo, chiquilla. Y eso ya es complicado —me dice Fulgencio mientras
cambiamos su cama.
—Desde que volví de vacaciones, estoy realmente cansada. Hay veces
que me cuesta dormir y otras que me duermo de pie —comento sonriendo.
—Es que no puede una irse de vacaciones, ¿verdad? —dice Mía que
me ayuda.
—Hombre, un descansillo no os va mal, que trabajáis mucho. Pero se
te ha echado de menos. Sobre todo, cuando me dejáis con el águila real —
susurra Fulgencio y Mía suelta una carcajada al oírlo.
—¿Con quién? —pregunto por no saber de quién habla.
—Una mujer estirada que siempre viene con el pecho hacia delante y
es la persona más seca que he conocido en mi vida —aclara Fulgencio a su
manera.
Miro a mi amiga y la interrogo con la mirada.
—Lo dice por Lina —comenta Mía en voz baja.
—Menos mal que el resto sois geniales, porque esta, ¡buf!, menudo
carácter.
—No sea malo, Fulgencio. No le habrá dicho algo inadecuado,
¿verdad? —pregunto. Lina es una enfermera que lleva muchos años
trabajando en el hospital y, a veces, puede ser algo borde en sus maneras de
tratar a los enfermos. Pero no me fio de Fulgencio.
—¿A ella? Qué va. Creo que está celosa porque le eché un piropo a su
compañera. —Niego con la cabeza y pongo los ojos en blanco. Este hombre
es tremendo. Estoy convencida de que, en su juventud, debía ser todo un
don Juan.
—¿Usted está seguro de que está enfermo? —le pregunta Mía entre
risas.
—Eso dicen. ¿Verdad, doctor?
Me giro y me encuentro con Alberto que viene a pasar la consulta. Me
mira y su semblante cambia, como si estuviera preocupado.
—No me diga que ya está entreteniendo a las enfermeras.
—Para nada —le contesta el enfermo mientras levanta las manos a
modo de excusa—. Solo estábamos de charla. Es que me aburro como una
ostra.
—Bueno, pues vengo con buenas noticias. Si mañana continuamos
con esta estabilidad que llevamos durante toda la semana, el viernes pasará
por el quirófano —le explica Alberto.
—¡Qué buena noticia, Fulgencio! —lo animo. Él sabe que debe
someterse a esta operación para hacer su vida más cómoda, pero sé que
tiene miedo a no despertar de ella o que su estado empeore—. Recuerde que
está en las mejores manos.
—Lo sé, lo sé. Gracias, doctor. Llamaré a mis hijas para decírselo. —
Lo vemos coger el teléfono con las manos temblorosas.
—Nosotras ya hemos acabado. Te dejamos descansar un rato.
Cualquier cosa, ya sabes lo que tienes que hacer —dice Mía señalando al
botón de llamada.
—Nos vemos mañana, Fulgencio. ¿Se encuentra bien? —pregunta
Alberto al verlo intranquilo.
—Sí, sí. Todo bien, solo que ahora que hay fecha, pues estoy un poco
nervioso.
Alberto le pide a Mía que le tome la tensión y a la compañera que lo
acompaña que anote unos medicamentos que hay que proporcionarle para la
intervención.
Salimos de la habitación de Fulgencio. Mía y la otra compañera van
delante y yo las sigo, cuando Alberto me sujeta por el brazo para frenarme.
—¿Va todo bien? No tienes buena cara.
—Sí, solo que estoy cansada. Desde que volví de las vacaciones me
está costando regular el sueño y no duermo lo que debería.
—Casi hace dos semanas que has vuelto. Deberías hacerte unos
análisis. A lo mejor has pillado algo o puede que tengas anemia —se
preocupa Alberto.
—Si veo que en unos días no mejoro, me los haré. Gracias —le sonrío.
—¿Te apetece quedar para cenar?
—Alberto…
—Como amigos, sin más. Ya me quedó claro que no querías nada más
conmigo —aclara guiñándome un ojo.
Lo miro y suspiro. Me siento culpable por la forma en la que le di
calabazas. Es un buen hombre y me lo paso bien con él. Supongo que
podemos ser amigos y salir a cenar sin problemas. Al fin y al cabo, somos
adultos.
—Está bien. ¿Qué te parece el sábado? Esta semana no trabajo el finde
y mis hijos están con Guille.
—Perfecto —comenta con entusiasmo—. Si no nos vemos antes, te
envío un mensaje con la hora, ¿vale?
Asiento con la cabeza y me despido de él, que ya ha acabado su ronda.
Por el camino hacia el despacho de las enfermeras, me tropiezo con Mía,
que me mira y eleva una ceja, interrogándome. No le hago caso y continúo
hacia mi destino.
Diez minutos después, mi amiga aparece por la sala. No dejo de
rellenar los papeles que tengo delante y noto cómo se sienta a mi lado.
Lleva una manzana en la mano y le mete un bocado.
—¿Y? —me pregunta.
—Hemos quedado para cenar el sábado. ¿Te parece bien? —la
interrogo con ironía.
—Mira, bonita. Conmigo no te pongas sarcástica. Sabes que puedes
hacer lo que te dé la gana pero, últimamente, tus decisiones no han sido del
todo acertadas. Como amiga tuya, solo me preocupo por ti.
—Y te lo agradezco. Pero solo es una cena. Se la debo. Como amigos
—aclaro.
—Vale. Si tú lo dices...
—Lo digo yo y él también. ¿Y tú, qué? Vendo consejos pero para mí
no tengo.
—Perdona, reina. Pero mi vida está mucho más encarrilada que la
tuya.
—Por supuesto. Si acostarse cada fin de semana con uno diferente, tú
lo llamas «vida encarrilada», ¿es verdad?
—No le hago daño a nadie.
—Claro que no, Mía. Y entiendo que quieras disfrutar de tu vida
sexual pero, ¿piensas estar así toda tu vida? Sé que has tenido varios
desengaños, pero no todos los hombres son iguales.
—Ya lo sé —contesta. Me giro para mirarla, porque el tono de voz
empleado no es el que me esperaba y que me dé la razón, tampoco.
—¿Lo sabes? Así, sin más. ¿Sin pelear conmigo? —Asiente con la
cabeza, se muerde el labio inferior y se toca las manos con nervios.
Todas las señales de alarma saltan a mi alrededor. Mía; mi amiga, la
mujer liberal enfadada con los hombres, la que nunca iba a tener una
relación seria ni a sentar la cabeza. La que cada vez que yo sacaba el tema,
acabábamos discutiendo por su cabezonería. Esa Mía me está dando la
razón. Dios mío, esto es un milagro.
—Supongo que tienes algo que contarme —le reclamo.
—¿Te acuerdas de Samuel? —pregunta.
—Sí, el chico que estuvo enganchado a ti en fin de año.
—Ese. Pues hace unos meses que nos estamos viendo. Empezamos
algún que otro fin de semana que nos encontrábamos y ahora es casi cada
día —explica con la boca pequeña.
—¿Y me lo dices ahora? —chillo.
—¡Shhh, no grites, loca! No es nada serio pero me gusta estar con él.
Se preocupa por mí, me río y me hace disfrutar mucho en la cama. —Se
encoge de hombros como si no tuvieran importancia sus palabras.
—¡Pero eso es fantástico! Lo que no te perdono es que me ocultes
estas cosas —le digo enfurruñada.
—Te estoy diciendo que no es nada serio y, como tú ya tienes
demasiados frentes en que pensar, no quería molestarte con mis bobadas.
—Tú eres tonta. Aunque no sea nada serio, eres feliz y eso es lo
importante. Así que es una buena noticia que no deberías haber tardado
tanto en contarme.
—¡Está bien, lo siento! ¿Contenta?
—No hasta que me confieses que estás loquita por él —le pido. Sé que
todavía no lo admitirá. Pero estoy convencida de que Samuelito le ha
robado el corazón a mi amiga.
—No digas tonterías —me pide haciéndose la ofendida.
Me levanto para guardar los papeles y le saco la lengua cuando ya
estoy en la puerta.
—Si lo sé, no te digo nada.
Sonrío. No se imagina la ilusión que me hace que, aunque sea por una
temporada, Mía pueda disfrutar al lado de Samuel. Espero que este chico la
haga feliz. Se merece conocer a alguien que le rellene el corazón, que se
preocupe por ella y le haga conocer lo que es el amor verdadero. Yo ya lo
conozco, lo disfruté muchos años al lado de Guille y ahora lo echo de
menos, mucho.
♡♡♡
Extraño a Aura y a Júnior, sobre todo los días que tengo fiesta. El piso se
hace inmenso y silencioso cuando ellos no están. Mañana es viernes y el fin
de semana no trabajo, así que pienso aprovechar para hacer limpieza y
acabar de leer varios de los libros que tengo pendientes.
Ya he cenado y recogido la cocina. Mi próximo objetivo es el sofá,
hoy no tengo con quién pelearme por el mando de la tele. La enciendo y
paseo por los diferentes canales, aunque estoy convencida de que acabaré
viendo alguna serie en la plataforma de pago.
La vibración del teléfono me hace desviar la mirada. Es un mensaje de
mi hija.
Aura:
Mami, para el lunes necesito una carpeta y unos bolígrafos. ¿Crees que mañana me los
podrías comprar? Te adjunto la foto.

Miro la imagen adjunta y pienso que tiene un morro que se lo pisa.


Bien podría ir ella el fin de semana pero acabo cediendo, como siempre.
Ahora que nuestra relación se ha estabilizado y volvemos a tener esa
complicidad, no me gustaría perderla de nuevo.
Camila:
Está bien. Mañana tengo que ir a comprar y ya te los cojo.
Aunque te recuerdo que también podrías ir tú el sábado o el domingo.
Aura:
Papá nos ha prometido ir a Barcelona. Así que el finde no estaremos.
Eres la mejor.

Arrugo los morros, no porque me moleste que se los lleve, es su padre,


pero no me ha dicho nada y eso sí me disgusta. Le contesto con un simple
«Ok». Intento no darle vueltas al asunto y espero que mañana se digne a
decirme que se los lleva.
Me recuesto en el sofá y me tapo con una fina manta para no coger
frío. Me pongo un episodio de una serie de detectives que estoy siguiendo y
vacío mi mente. No sé qué hora es cuando me despierto un poco
desorientada, me he quedado dormida y el murmullo de la televisión
continúa. Las doce y media, creo que no he conseguido ver ni diez minutos.
Me incorporo y decido irme a dormir a mi cama grande y solitaria. Me
siento en ella, me echo mis cremas y tomo mi última píldora anticonceptiva.
La dejo en la mesita, mañana ya tiraré el blíster a la basura. Me estiro, pero
algo llama mi atención y vuelvo a la posición inicial. Si esta era mi última
pastilla, ¿por qué me queda una sin tomar? Llevo tantos años tomándola
que lo hago por inercia y no me fijo en el día de la semana que indica.
Nunca me la suelo olvidar, pero en esta ocasión…
—No, no, no… Mierda no puede ser —me reclamo a mí misma.
Intento hacer memoria del día en el que me la he podido olvidar, pero
no me viene nada a la cabeza. Estoy un poco aturdida porque, hasta el
momento, desde que Guille se fue, no tuve ninguna relación sexual, pero es
que este último mes he tenido una alta actividad.
Me froto la frente, me está empezando un increíble dolor de cabeza.
—Respira, Camila. No adelantes acontecimientos —me pido.
Vamos a ver. Llevo un montón de tiempo tomándola, así que mis
ovarios deben de estar medios dormidos, bueno espero que estén muy
dormidos. Además, ya tengo una edad, muy cerquita de los cuarenta y eso
también influye, ¿verdad?
Me entra la risa tonta. Ya sería mala suerte que estuviera embarazada a
estas alturas. Ahora me salen unas carcajadas de los nervios. Parezco una
loca, menos mal que estoy sola y nadie me ve. Hago un exhaustivo trabajo
con mi mente, convenciéndola de que es casi imposible que eso suceda y
me tumbo a dormir.
Esa noche, mi cabeza me traiciona y mis inquietos sueños se centran
en un nuevo miembro de la familia, pañales, lactancia, lloros, horas sin
dormir…
Capítulo 37

Guillermo

Nunca he sido un hombre al que le haya costado volver a la rutina, al revés,


me adapto con facilidad. Me encanta mi trabajo y disfruto mucho dirigiendo
el hotel pero, desde el regreso de Nueva York, todo se me hace cuesta
arriba.
Ya hace unas cuantas semanas que hemos vuelto, pero es como si todo
hubiera cambiado. La relación con Camila es muy cordial, demasiado a mi
parecer, después de todo lo que vivimos en las vacaciones. No discutimos,
todo nos parece bien, pero nos tratamos con frialdad y mantenemos las
distancias. Bueno, en este caso, es ella quien las mantiene. Intenta no
quedarse a solas conmigo y esquiva mi mirada cada vez que estamos cerca.
—Señor Guerrero, perdone que lo moleste, pero tiene una visita en la
recepción —me comenta Mar, nuestra recepcionista a través de teléfono,
sacándome de mis pensamientos.
—¿Te ha dicho quién es?
—La señora Sandra Villa. —Cierro los ojos y me presiono el puente
de la nariz. No es un buen momento para recibirla, no me apetece nada oír
su reclamo. Pero está aquí y, por educación, debo atenderla.
En Nueva York le di largas. Puse como excusa que tenía muchos
planes con mi familia y que ya quedaríamos al regresar a Andorra. Sé que
no le hizo mucha gracia, pero después de que Hugo insistiera en asegurarme
que quería algo conmigo, no me apetecía quedar con ella.
—Que pase, por favor. Gracias, Mar.
Pronto se oyen unos toques en la puerta y doy paso.
—Hola, Guille —me saluda Sandra.
Va espectacular, con un vestido ceñido muy corto y demasiado
escotado. Es una mujer realmente guapa, siempre lo fue y cualquier hombre
podría perder la cabeza por ella con facilidad. Es una mujer segura de sí
misma y sabe que tiene un gran potencial para atraer al sector masculino y
parte del femenino.
Salgo de detrás de la mesa y me acerco a saludarla con dos besos. Ella
no pierde la ocasión para acercarse mucho a la comisura de mis labios, cosa
que me incomoda. Nunca tuve pensamientos diferentes a la amistad con
Sandra y, aunque ahora ya no esté con mi mujer, sé que mi amiga nunca
sería una candidata para ser mi pareja. Además, yo todavía no he tirado la
toalla con Camila, no pienso rendirme con tanta facilidad.
—¿Cómo estás? —pregunto para ser cordial.
—No me puedo quejar pero estaría mejor si cierto hombre no me
ignorase tanto y me hiciera más caso. —Sonrío y le ofrezco que tome
asiento con la mano. Vuelvo a rodear la mesa y me siento en mi silla.
—Siento mucho que no pudiéramos quedar en Nueva York.
—No pasa nada siempre que me compenses —expone de forma
sugerente. No se ha sentado como le he propuesto y rodea el escritorio para
apoyarse en la mesa, a mi lado.
—Pues déjame mirar la agenda a ver cuándo podemos quedar.
¿Prefieres comer o cenar?
—Cenar, sin duda —dice incorporándose. Pone una mano en cada
apoyabrazos de la silla y me sitúa frente a ella. Se acerca mucho a mi rostro
para susurrar—: así después no hay prisa para lo que se tercie.
Le mantengo la mirada y la cercanía, no me pienso amilanar por su
seducción. Pero ha llegado la hora de aclarar las cosas.
—Sandra, no sigas por ahí, por favor. Sigo enamorado de mi mujer,
locamente enamorado, diría yo. Es la mujer de mi vida y voy a intentar
recuperar mi matrimonio. Pero, aunque no consiguiera mi objetivo, siempre
has sido mi amiga y no creo que lo nuestro funcionara.
Antes de que ella pueda contestar, un ruido nos hace girar la cabeza
hacia la puerta que no estaba cerrada del todo.
—Perdón, no quería molestar. Ya vengo más tarde —comenta una
Camila incómoda. Y no es para menos. Nos ha pillado muy cerca el uno del
otro y, desde su perspectiva, puede parecer una imagen muy íntima. Se da la
vuelta y desaparece.
—¡Mierda! Camila, espera —grito. Retiro mi silla hacia atrás y salgo
corriendo detrás de ella. La localizo en la puerta de salida y la retengo por
el brazo—. No es lo que parece.
Me mira y frunce el ceño. Sí, lo sé, vaya porquería de excusa he
puesto.
—No pasa nada. Ha sido culpa mía por no llamar antes de entrar.
—Ni se te ocurra hacerte la indiferente —le reclamo. Me da rabia que
mantenga esa actitud de desinterés porque la conozco y sé que le ha dolido
ver lo que ha visto.
—Estamos separados, Guille. Somos adultos y esto tenía que pasar
algún día. Solo espero que seas feliz. —Se suelta de mi agarre y vuelve a
emprender la marcha.
¿De verdad ha dicho eso? ¿Qué cojones hago mal para que no le entre
en la cabeza que yo solo la quiero a ella?
—No puedes irte así —digo y vuelvo a interceptarla—, entre Sandra y
yo no hay nada. A estas alturas, ya deberías saber que si no estamos juntos
de nuevo, es porque tú no quieres.
—No tienes que darme explicaciones, Guillermo. Sigue con tu vida,
que yo haré lo mismo con la mía.
Esta vez, la dejo marchar. No pienso forzar más la situación pero esto
no va a quedar así. Aprieto la mandíbula y me paso las manos por el pelo,
estoy tan decepcionado y cabreado conmigo mismo que me daría cabezazos
contra la pared para ver si aprendo.
En lo alto de las escaleras de acceso, me espera Sandra. Por su cara sé
que se siente culpable. En el fondo, no es una mala chica pero tiene que
entender que conmigo no va a conseguir nada.
—Siento mucho lo que ha pasado. ¿Quieres que hable con ella?
—No creo que sea buena idea. No pasa nada, ya lo arreglaré. Mira,
Sandra, creo que será mejor que mantengamos las distancias —le pido.
—Por supuesto. No hay problema. Me han quedado muy claras tus
palabras y sé cuándo debo retirarme. Espero que tengas suerte, que Camila
se dé cuenta de lo maravilloso que eres y lo afortunada que es por conservar
tu amor.
—Gracias. —Me da dos besos para despedirse. Se sube a su coche y la
veo alejarse.
A ver cómo arreglo las cosas con Camila. Cómo le hago entender que
la amo. No puedo comprender por qué todo se complica cada día más.
★★★
Miro a mi hija con el ceño fruncido. Se hace mayor, lo sé. En dos semanas
cumplirá diecisiete años, pero no por eso deja de ser mi pequeña y es algo
que ella no entiende.
—Vamos, papá. Solo es una fiesta. Volvería pronto a casa. Además, el
sábado no hay que madrugar, ¿no? —suplica con cara de niña buena.
Como regalo de cumpleaños, nos pidió pasar la noche de acampada los
cuatro solos. Todavía faltan unos días, pero mi hija es así, debe tener todo
bien planificado. Al parecer, el viernes anterior hay una fiesta y viene no sé
qué cantante o DJ y Aura quiere asistir. Parece que Camila le ha dado
permiso siempre y cuando yo esté de acuerdo. Así que la pelota está en mi
tejado. No son listas ni nada estas mujeres.
—¿Y hace falta que lo sepas hoy? Todavía faltan unas semanas. —
Necesito ganar tiempo.
—El aforo es limitado y hay que comprar las entradas antes. Si tardo
mucho, después no habrá disponibilidad. —Pues sería una pena, sí señor,
pienso—. A ver, papuchi. Ya tendré los diecisiete años, soy una mujer
responsable, con la cabeza centrada que solo quiere disfrutar de su música
favorita. Tómalo como un regalo de cumpleaños que te va a salir gratis, por
cierto. Pagaré la entrada con los ahorros de mi paga.
Entrelaza las manos y las sitúa a la altura del pecho, pestañea con
rapidez y sonríe. Me tiene en el bote, lo sabéis, ¿verdad? Jodida, muchacha.
—Está bien —refunfuño. Ella chilla y se tira a mis brazos, cosa que
me hace reír—. Solo con una condición. No te montarás en el coche de
nadie. Yo te llevo y te recojo.
—Si es que tengo al mejor padre del mundo —dice mientras aplaude y
da saltitos.
—Bueno, ya está bien de hacerme la pelota. Ya has conseguido lo que
querías, así que fuera de mi despacho. —Le doy un beso en la frente y la
empujo por los hombros para que abandone la estancia y me deje trabajar.
No sé cuándo me he vuelto tan blando.
—Te quiero —chilla mientras sale—. ¡Hola, Adri!
—¡Hola, pequeña! —saluda mi amigo contagiándose del buen humor
de mi hija.
—¿Teníamos reunión? —pregunto a Adri. No lo esperaba por aquí
hoy.
—Hola a ti también. Veo que tu hija se ha llevado todo el buen rollo.
Desde que has cumplido años, estás más gruñón. —Levanto mi dedo
corazón y se lo enseño. A mi amigo le da igual porque se ríe—.
Últimamente eres caro de ver.
—Tengo mucho lío. Estamos preparándonos para las vacaciones de
Semana Santa —me excuso.
—Pues, con más razón tendrías que ir al gimnasio. Te ayudaría a
desconectar. Pero aparte de eso, ¿qué más te pasa? —Lo miro elevando una
ceja—. Guille, que somos amigos desde hace mucho tiempo.
Cierro los ojos y me paso la mano por la cara. Sé que a Adri no le
puedo engañar, igual que a Hugo, por eso llevo unos días sin acudir al
gimnasio. ¿Qué les explico? ¿Que en vez de ir hacia delante en mi
reconciliación con Camila, retrocedo de forma alarmante? Pues tendré que
hacerlo. Mentirle no es una opción. Le explico la situación vivida con
Sandra y Camila. Que desde entonces, mi mujer y yo, porque los papeles
del divorcio siguen en el cajón sin firmar, casi no tenemos contacto. Que he
intentado hablar con ella en varias ocasiones para aclararle el malentendido
y me ha dado largas de forma descarada.
—Encima Aura, nos ha pedido como regalo de cumpleaños que quiere
salir de acampada con nosotros, como hacíamos cuando eran más pequeños.
«Para recordar viejos tiempos» me ha dicho. No sé qué le ha parecido la
idea a su madre.
—Bueno, piensa que será positivo para limar asperezas. Montaña,
naturaleza, tranquilidad…
—La verdad es que no tengo ni idea. Cada vez que pienso que algo va
a salir bien, pasa lo contrario. No sé qué esperar. Nos conocemos desde
hace un montón de años, así que tendría que comprenderla mejor, pero
parece que es al revés. Cada vez la entiendo menos.
—No te desanimes, colega. Es probable que Camila también esté
hecha un lío. Dale tiempo, pero no te alejes demasiado. El paso que distéis
en Nueva York fue muy importante y estoy convencido de que a ella, esos
días, le han hecho reflexionar.
—Espero que tengas razón pero, con lo que ha visto el otro día, todo el
acercamiento en las vacaciones se ha desmoronado.
—No pienses más en eso. Venga, recoge tus cosas y nos vamos.
Pasamos un rato por el gimnasio y después cenas con Mel y conmigo —
decide mi amigo—. Lo que no puedes hacer es encerrarte y darle tantas
vueltas a la cabeza. El tiempo pone todo en su lugar.
—El tiempo lo que pone son más arrugas en la cara. —Adri niega con
la cabeza al ver mi derrotismo.
—Estás hecho un pringado. Venga, vámonos anda, que pareces un
mártir.
Cedo, no tengo más opción y seguro que, como dice mi amigo, me irá
bien desviar mis pensamientos de Camila. Estos volverán cuando me meta
en la cama y no tenga a quién abrazar.
Capítulo 38

Camila

El corazón se me va a salir del pecho, tengo taquicardias y me cuesta


respirar. Y todavía son las siete de la mañana. Intento respirar con calma,
controlando la salida y entrada del aire.
Aura y Júnior ya están despiertos y se están vistiendo para ir al
instituto. Yo estoy preparando el desayuno cuando los oigo aparecer por la
cocina.
—Mami, huele a quemado. Creo que se te han pasado las tostadas —
comenta Júnior.
—Mierda —suspiro. Me he despistado y se ha carbonizado el pan. Lo
saco a toda prisa y me quemo los dedos.
—¿Estás bien? —pregunta mi hija preocupada por mi actitud. Siempre
tengo todo controlado y no se me suele quemar nada.
—Sí, cariño. Es solo que vamos con el tiempo justo. —Veo que se
miran el uno al otro, pero no dicen nada—. ¿Podéis acabar vosotros? Me he
ensuciado y tengo que cambiarme.
No espero su contestación y me dirijo a mi habitación. Me he
ensuciado la camisa con el té. Llevo unos días demasiado despistada y
descentrada, pero no sé cómo gestionar lo que me pasa. Tengo que hablar
con Mía, necesito desahogarme, una voz amiga que me aconseje. Un
hombro en el que apoyarme.
Quince minutos después, me despido de mis hijos y me voy a trabajar.
Llego puntual y, mientras me pongo el uniforme, una Mía acalorada y con
la lengua fuera hace acto de presencia.
—¡Hola, reina! —me saluda de buen humor a pesar de ir apurada—.
Pensaba que no llegaba.
—¿Se te han pegado las sábanas? —pregunto.
—¡Qué va! La ducha con Samu, que se ha alargado más de lo normal
—dice con una gran sonrisa.
—Ya veo que empiezas el día bien servida.
—Es una forma espectacular de comenzar con energía. Deberías
probarlo.
La miro, la veo tan contenta y con tanta vitalidad, mientras que yo solo
tengo problemas, que no puedo retener las lágrimas que ruedan por mis
mejillas sin control. Cuando Mía se da cuenta de mi precario estado, se
alarma.
—Cami, cariño. ¿Qué pasa? —pregunta cogiéndome las manos—. He
notado que llevas unos días rara, pero he pensado que es por tu situación
con Guille. Ahora ya estoy preocupada.
—Lo siento, estoy un poco sensible. Ya te he estropeado el día con mis
cosas —me disculpo. Con lo contenta que ella venía.…
—No digas tonterías. Mira, ve a lavarte la cara y nos vemos en el
despacho, que vamos tarde —comenta—. En la pausa del desayuno quiero
que me expliques qué te pasa, ¿vale?
Asiento con la cabeza y me dirijo al baño para adecentarme, aunque es
una tarea algo complicada. Las dos primeras horas pasan con normalidad.
Intento estar centrada, no vaya a ser que me confunda con alguna cosa
importante y la líe. Sobre las diez y cuarto, hacemos un descanso como
cada día que trabajamos, y bajamos al restaurante. Mía se pide un desayuno
y yo, como no me entra nada en el cuerpo, me decido por una infusión.
—Venga, dispara —me pide Mía. Yo trago saliva, pero al final, creo
que es mejor sacarse la tirita del tirón.
—Creo que estoy embarazada —lanzo la bomba.
—¡¿Qué?! —chilla mi amiga y varias cabezas se giran hacia nuestra
dirección. La chisto para que disimule y no sea tan escandalosa—. ¡Joder!
—susurra en esta ocasión.
—Sí, ¡joder! Hoy tendría que volver a tomarme la pastilla
anticonceptiva y no me ha bajado la menstruación.
—¿No puede ser por los nervios? —Niego con la cabeza.
—Soy un reloj y nunca se me retrasa. Durante las vacaciones me
olvidé una pastilla. —Ver su mirada de pena, hace que me desmorone y
dejo caer mi cabeza en mis manos, encima de la mesa.
—Cami, reina. Sé que no es ningún consuelo pero nosotras mejor que
nadie sabemos que el mundo está lleno de desgracias. Esto, al fin y al cabo,
es algo bonito. —Levanto la cabeza y la miro. No reconozco a Mía. Pensé
que me tacharía de loca.
—¿Qué has hecho con mi amiga? —Ella me sonríe y niega con la
cabeza—. Tengo casi cuarenta años, dos hijos adolescentes y estoy en
trámites de divorcio. ¡Esto es una puñetera locura! Alguien se está riendo de
mí en el más allá.
—Qué tonterías dices. No hace falta que te recuerde cómo se hacen los
hijos, ¿verdad?
—Muy graciosa. Solo me he dejado una puñetera pastilla, he estado
más de un año sin relaciones sexuales y ya tengo una edad en la que, se
supone, eres menos fértil. ¡Dime tú qué tiene todo esto de cómico!
—Respira, cariño, que te estás poniendo morada. Vamos por partes.
¿Te has hecho la prueba de embarazo? —Niego con la cabeza. Tenía la
esperanza de que fuera un retraso y esperé hasta el último día—. Pues ese
será nuestro primer paso. Después salgo y compro una. Antes de irte, te la
haces.
—¿Y el segundo paso? —pregunto mordiéndome el labio por los
nervios.
—Supongo que, si estás en estado, el bebé es de Guille. —La miro
alzando una ceja—. ¡Vale, vale! Una pregunta tonta. Debes decidir si seguir
con el embarazo o por el contrario…
—No pienso abortar. Ya veré cómo lo hago, ya me espabilaré.
—Te recuerdo que esa criatura tendría un padre. Uno que lleva varios
meses detrás de ti para volver a reconstruir su matrimonio. Sé equivocó, es
verdad. Pero está intentando remendar su error, solo tienes que recordar
todo lo que vivisteis en Nueva York. Mira lo que ha podido pasar por
desplegar todo el amor acumulado. —Le doy un manotazo en el brazo por
su comentario.
—¿Cuándo voy a conocer a Samuel más en serio? —pregunto.
—¿A qué viene ese cambio de tema?
—Necesito darle las gracias por hacer un milagro contigo. ¿Quién
diría que un hombre conseguiría que mi amiga cambiara un poco de
perspectiva?
—No he cambiado en nada.
—Ya, a otra con ese cuento. Ahora en serio. No quiero condicionar a
Guille a volver a casa por este posible bebé.
—Pero, ¿tú te estás oyendo? No sé qué más puede hacer el hombre
para demostrarte que te ama.
—El otro día me lo encontré muy acaramelado con Sandra —le
explico.
—¿Con su amiga de la infancia?
—Sí. —Lo que no le explico a Mía, supongo que para que no me
juzgue, es que escuché todo lo que Guille le decía sobre sus sentimientos
hacia mí. Por ese motivo me fui, no por verlos en una actitud tan íntima,
como pensó Guille. Me superaron sus palabras y me di cuenta de que es
posible que me haya comportado como una estúpida estos últimos meses.
—¿Has hablado con él? —indaga Mía.
—No. Salió detrás de mí y me dijo que no era lo que parecía. —Me
encojo de hombros—. Lo he estado evitando desde entonces.
—Creo que deberíais hablar. Aunque yo ahora esperaría a saber el
resultado de la prueba. —Se mira el reloj y nos damos cuenta de que nos
hemos excedido en nuestro tiempo del desayuno—. Tenemos que irnos o
nos van a matar. Después seguimos.
Subimos a nuestra planta y, al llegar al despacho, me da un beso en la
mejilla y un apretón en la mano. Compartir mi inquietud con Mía me ha
venido bien. Sé que me apoyará y que siempre voy a poder contar con ella.
♡♡♡
Es nuestra última media hora de trabajo y, como todos los días desde que
tuvo lugar la operación, pasamos a despedirnos de Fulgencio para ver si
necesita alguna cosa. El hombre se hace querer.
—Fulgencio, ¿está todo bien? —le pregunto. La operación fue todo un
éxito y se está recuperando muy bien a pesar de su edad.
—Todo perfecto, muchacha. Muchas gracias.
—Hoy está muy bien acompañado —comento señalando con la cabeza
a una jovencita que está sentada en el sillón de la habitación.
—Es una de mis nietas. La preferida —dice orgulloso.
—¡Ay, abuelo! Creo que le dijiste lo mismo a mi hermana el otro día
—aclara poniendo los ojos en blanco pero con una sonrisa.
—Qué pasa, ¿no puede uno tener varias nietas favoritas? Además, a
mi edad, tengo derecho a ciertos privilegios. Y he decidido tener tres nietas
y dos nietos favoritos.
La nieta, Mía y yo nos reímos por su comentario.
—Pues que sepas, que yo sí tengo el mejor abuelo del mundo —le
aclara ella cogiendo su mano con cariño.
—¡Será jodida la niña! Como que soy el único abuelo vivo que te
queda. No cuela, muchacha.
—Fulgencio, ¿quiere que le ayudemos a acostarse antes de irnos? —le
pregunta Mía.
—No. Todavía tengo que salir a dar mi penúltimo paseo del día. El
último será cuando me muera.
—Abuelo, no digas eso.
—Ni que fuera a vivir para siempre —gruñe negando con la cabeza
mientras se levanta para recorrer el pasillo antes de irse a dormir.
—Todavía te queda mucha guerra que dar —asegura la nieta.
No lo oímos replicar. Se ha quedado parado en medio de la habitación,
sumido en sus recuerdos.
—Fulgencio, ¿se encuentra bien? —le pregunto preocupada.
—Esta canción le gustaba mucho a mi mujer. Siempre la bailábamos
juntos.
Por una pequeña radio que tiene Fulgencio, y que casi siempre está
encendida, se oyen los acordes de Burbujas de amor de Juan Luis Guerra.
Los ojos de nuestro paciente se aguan y, al ver su estado, la nieta no duda
en levantarse del sillón y acercarse a él. Le limpia una lágrima que
desciende por su cara y abre los brazos para ofrecerse a bailar. Fulgencio no
se lo piensa, rodea el cuerpo de su nieta y cierra los ojos. Con la agilidad de
un octogenario, nos deleita con un gran baile. Mía sonríe y yo lloro, como si
no hubiera un mañana, me es imposible frenar mis lágrimas ante la tierna
imagen que nos ofrecen abuelo y nieta.
—Ya sé que no es lo mismo y que la abuela bailaba mucho mejor que
yo, pero donde esté, estará encantada de que la recuerdes con tanto cariño.
—La nieta deja un beso en la mejilla de Fulgencio y este se ruboriza.
—Vamos, muchacha. No me hagas quedar mal delante de mis
enfermeras favoritas o pensarán que soy un flojo —comenta instándola a
avanzar para salir de la habitación.
—Lo que es usted, es un gran hombre. Ojalá alguien me recuerde con
tanto cariño cuando yo fallezca —digo como puedo por la emoción.
—Recuerda, Dios aprieta pero no ahoga —palmea mi cara con cariño
y me sonríe.
Qué gran hombre es Fulgencio y qué suerte tiene la familia de
compartir con él su experiencia y sabiduría de la vida.
Abandonamos la habitación detrás de ellos y en silencio. Ellos van a
pasear y nosotras a recoger para irnos a casa. Entro en el vestidor para
cambiar mi uniforme por la ropa de calle y Mía ya me está esperando
sentada en uno de los bancos. Mira hacia los dos lados de la sala y me
ofrece una bolsa pequeña.
—Es la hora —susurra.
Abro un poco la bolsa y veo la caja de una prueba de embarazo. La
miro y mi mano empieza a temblar. Estoy tan nerviosa que no sé si seré
capaz de apuntar con mi orina en el palito correspondiente.
—¿No será mejor que lo haga en casa tranquila?
—Cami, el resultado será el mismo y, por lo menos, aquí me tienes a
mí para darte un abrazo. Sea cual sea el resultado.
Le agradezco su ayuda con la mirada, me levanto y voy hacia el baño.
Me introduzco en uno de los cubículos e intento orinar. Basta que tengas
que hacerlo para que no salga. Al final lo consigo e incluso acierto en el
palito. Me limpio y me subo el pantalón, le pongo la tapa a la prueba y
salgo. Apoyada en el lavamanos, con los brazos cruzados, me espera Mía.
Le ofrezco la prueba, envuelta en papel de váter y ella lo coge. Me lavo las
manos y la cara y afronto mi reflejo en el espejo. Tengo un aspecto horrible,
estoy pálida y unas increíbles ojeras hacen presencia debajo de mis ojos
oscuros. El tiempo pasa despacio y se me hace eterno.
—Ya está —dice Mía mirándome a través del espejo—. ¿Lo miras tú o
quieres que lo haga yo?
—¿Las dos? —Se pone a mi lado y me ofrece la prueba de nuevo. La
desenvuelvo, quedando esta boca abajo. Noto cómo su brazo rodea mis
hombros, dándome ánimos. La giro sin pensármelo y dos rayas bien
marcadas me enseñan mi nueva realidad—. Positivo.
Mi amiga me abraza, me fundo en su cuerpo y lloro. Menos mal que
nadie ha entrado en el baño. Madre mía, voy a tener un bebé. A ver cómo
voy a enfrentarme yo a todo esto ahora. ¿Cómo se lo digo a Guille? ¿Y a
Aura y Júnior? ¿Qué va a pensar el resto de la familia? Debo tranquilizarme
e ir paso a paso. Ahora tengo que pensar en este bichito que se va formando
dentro de mí. No es el mejor momento y, por supuesto, no estaba planeado
pero las cosas pasan por algo.
Capítulo 39

Guillermo

Es domingo y me toca ir a recoger a mis hijos. Sé que pueden venir solos a


casa, estamos a cinco minutos andando, pero es la excusa para ver a
Camila, sobre todo después de lo que pasó el otro día. No ha querido hablar
conmigo ni escuchar mis explicaciones. Si ella supiera lo que le estaba
contando a Sandra…
Pico en el interfono y me dan acceso sin preguntar quién es. Avisé a
Aura de que iría yo a buscarlos y así podíamos salir a cenar. Cuando salgo
del ascensor, la puerta de la vivienda está abierta.
—¡Hola! —saludo y pico para que sepan que entro.
—Pasa —oigo que me dice Camila.
La encuentro en el salón, está sentada en el sofá pero al verme se
levanta para saludarme. Entrecierro los ojos al verla, tiene muy mal aspecto.
Se le ve cansada, está pálida y tiene unas ojeras bastante marcadas.
—¿Estás bien? —le pregunto después de darle un beso en la mejilla.
Retengo su cara entre mis manos para observarla con más atención. ¿Estará
enferma?
—Estoy bien. Solo un poco cansada. Hay mucho trabajo y no paramos
en todo el día —indica y suena a excusa. Se olvida que la conozco a la
perfección y sé que hay algo más.
—Ya… —Le hago ver que no me lo creo, pero no insisto. Nuestras
miradas se mantienen y la preocupación que veo en sus ojos me sacude el
corazón.
Camila deja sus manos encima de las mías y hace presión para que
libere su rostro. No me resisto pero no suelto sus manos hasta que Aura
entra en el salón.
—Yo también le he dicho que no tiene buena cara. Casi no cena y
parece un zombi. Pero, como es tan cabezota, siempre dice que está bien —
le recrimina mi hija.
—Aura, no le hables así a tu madre —le reclamo. Sé que está
preocupada pero el tono empleado no ha sido el más adecuado.
—Lo siento. Pero es que no me gusta verla así.
—Solo estoy cansada, nada más. No tenéis que preocuparos por mí. Si
os quedáis más tranquilos, me haré unos análisis. A lo mejor es solo falta de
hierro. —Sonríe, pero no le llega a los ojos.
—Quizás mamá podría venir a cenar con nosotros —comenta en este
caso Júnior que aparece con su mochila colgada.
—Por mí no hay problema —indico. Miro a Aura y la pillo guiñándole
un ojo a su hermano. ¿Qué estarán tramando estos dos? En este caso su
petición a mí ya me va bien.
—No creo que sea buena idea. Estoy muy cansada y no soy buena
compañía —dice Camila.
—Venga, mami —le pide Aura uniendo sus manos a modo de súplica
—. Seguro que lo pasamos bien y volvemos pronto. Mañana hay cole y
nosotros tenemos que madrugar.
Camila tuerce los morros ante la manipulación de su hija. Sabe tan
bien como yo que va a ceder a su petición. Los dos se acercan a ella, uno
por cada lado y la abrazan. Madre mía, estamos creando monstruos. Intento,
sin mucho éxito, disimular la risa. Camila me mira con los ojos entornados
y yo me encojo de hombros. ¿Estará pensando que todo esto ha sido idea
mía?
—A mí no me mires. Todo este montaje es cosa de ellos —aclaro.
—Di que sí, porfa —le pide Júnior—. Desde que volvimos de Nueva
York, no hemos estado los cuatro juntos —. Camila resopla.
—Está bien. Pero regresamos temprano. —Los dos saltan de alegría
ante la cesión de Camila—. Voy a cambiarme y nos vamos.
La vemos desaparecer por el pasillo y una vez la perdemos de vista,
Aura y Júnior chocan sus manos.
—¿Se puede saber qué tramáis? —pregunto mirándolos el uno al otro
de forma alternativa.
—¿Nosotros? —contesta Aura haciéndose la inocente y abrazando a
su hermano. Levanto una ceja para que sepa que no cuela—. ¡Ay, papi! Que
ya estás chocheando. ¿A dónde vamos a cenar?
La madre que la parió. Es agotador batallar con ellos e intentar
entenderlos. Niego con la cabeza y me doy por vencido. Sea lo que sea lo
que se traen entre manos, de momento, a mí me beneficia. Así que no me
pienso quejar.
Una vez Camila nos informa de que ya está preparada, salimos hacia
nuestro destino. Se ha decidido, por mayoría, ir a un bar de tapas de un
conocido nuestro. Hace mucho tiempo que no vamos allí. Ese sitio me trae
muy buenos recuerdos, solíamos visitarlo a menudo con Camila. Cuando
los problemas no nos ahogaban tanto y éramos felices juntos.
Al llegar, debemos esperar diez minutos hasta que quede una mesa
libre. El dueño nos saluda y se alegra de vernos después de tanto tiempo de
ausencia. Charlamos un rato de cómo van las cosas mientras nos preparan la
mesa. Una vez sentados, pedimos algunas tapas y nos enfrascamos en varias
conversaciones. Camila parece más relajada e incluso ha sonreído de forma
sincera en alguna ocasión.
—Todavía no hemos decidido a qué zona podemos ir a acampar el fin
de semana —comenta Aura.
—Yo no sé si podré ir —se excusa Camila. Yo me mantengo al
margen.
—Me lo prometiste —reclama Aura enfadada—. Es lo único que pedí
de regalo de cumpleaños.
—Lo sé, cariño. Pero hace mucho tiempo que no voy a la montaña ni
al gimnasio ni hago nada. Estoy muy oxidada y cansada últimamente.
Seguro que lo pasáis mejor los tres solos.
Aura la mira pero no le dice nada. Se ha quedado sin argumentos y los
pretextos de su madre le han dolido. Pronto, varias lágrimas descienden de
sus mejillas y se las limpia con rapidez.
—Pequeña Flor —susurro cogiendo sus manos—. Podemos obligar a
tu madre a que reactive su culo y subir a acampar más adelante.
Recibo un castañazo que no me espero en el brazo y me quejo. Júnior
se ríe y contagia a su hermana que hace lo mismo entre lágrimas.
—¿Qué insinúas, que tengo el culo grande? —me pregunta Camila
haciéndose la ofendida.
—Yo no insinúo nada. Ya sabes que a mí tu…
—Ni se te ocurra acabar esa frase —me pide con los ojos muy
abiertos.
—Por nosotros no os cortéis, ¿eh?
Miro a mis hijos y les guiño un ojo de forma cómplice. El camarero se
acerca con varios platos de lo que hemos pedido y se genera un largo
silencio en la mesa. Todos miramos la comida pero cada uno está perdido
en sus pensamientos.
—Está bien, iré. Pero nada de subir picos ni acampar en el fin del
mundo —dice Camila antes de pinchar una patata brava.
—¡Sí! —chilla Aura de la emoción y abraza a Júnior que se queja de
que lo va a ahogar.
Mi mirada se cruza con la de Camila y le sonrío agradecido de que
haya recapacitado. Primero por la ilusión de Aura y segundo por ceder a
compartir su tiempo conmigo. Arrastro mi mano hasta su muslo y se lo
aprieto en señal de apoyo. En esta ocasión, ella coge una croqueta y, con
disimulo, baja su otra mano y la pone encima de la mía que permanece en
su muslo y une nuestros dedos.
No puedo evitar mi sonrisa ni que los ojos me brillen de la emoción.
Es un pequeño paso para Camila; un gran paso para nuestra reconciliación.
★★★
Cuando llego a la entrada del gimnasio, saludo a la chica de recepción, ella
me devuelve el saludo y me abre la barrera. Qué paciencia tiene, no sé
dónde está mi tarjeta y por no pedir otra que, seguro que vuelvo a perder,
les pido que me abran. Además, ser el hermano del dueño debe servir para
algo.
—Dichosos los ojos, querido hermano —me recibe Hugo.
—Uno tiene un trabajo serio con el que debe cumplir. No se está
paseando por un gimnasio durante todo el día —lo pincho.
—Muy gracioso, por eso te está saliendo esa barriga cervecera. Entre
los años y estar sentado todo el día, te estás perdiendo. —Paso de su
comentario y me dirijo al vestuario mientras lo oigo reír con Víctor.
Todo el mundo sabe que Hugo es un ligón de mucho cuidado y que le
encantan las mujeres, pero, quien no lo conozca es posible que se imagine
que está liado con Víctor. Siempre van enganchados el uno al otro. Se
conocen desde hace muchos años y se llevan muy bien pero hasta yo creo
que es exagerado.
No tardan en aparecer por el vestuario, mi hermano todavía no se ha
quedado tranquilo y viene a la búsqueda de más carnaza, se lo noto en la
cara.
—Si vienes a tocarme los cojones, que sepas que no estoy de humor.
—Ya lo veo. ¿Va todo bien? —me pregunta preocupado.
—Siempre podría ir mejor, pero también peor. Así que no voy a
quejarme. ¿Has hablado con Dani? —le pregunto para cambiar de tema. No
me apetece arruinarle el día con mis preocupaciones.
—Ayer le envié un mensaje. Dice que se lo han pasado de miedo y
regresan supermorenos. Mañana nos mandará alguna foto —me explica
Hugo—. Y ahora que ya sabes que Daniela está bien, ¿me vas a explicar
qué te pasa?
—Tengo demasiados frentes abiertos y las cosas no acaban de salir
bien. Además, estoy preocupado por Camila. El domingo la vi y tenía muy
mala cara. Creo que está enferma.
—Pues ve a hablar con ella. Dile que estás intranquilo, que no la ves
bien.
—No sé si es el mejor momento — le explico lo que pasó con Sandra
y cómo está nuestra situación actual. Él me escucha sin interrumpirme hasta
que acabo el sermón. Justo en ese momento entra Adrián y nos saluda.
—Mira, yo soy más joven y del amor no entiendo una mierda. Pero si
algo tengo claro es que os queréis y que no comprendo a qué estáis jugando.
Os complicáis la vida de la manera más tonta. Con lo fácil que es decirle
que la quieres y que vas a volver a vuestra casa, a su lado, diga lo que ella
diga. Si a ella ya no le interesaras, no habría cedido en Nueva York. Es una
mujer preciosa y le sobran candidatos para volver a rehacer su vida, si
quisiera.
—Estoy de acuerdo con tu hermano. Creo que es hora de dar un
puñetazo encima de la mesa y aclarar de una vez por todas vuestra situación
—lo apoya Adri.
Los observo, a los dos, y medito sus palabras. Quizás tengan razón y
debo enfrentar la situación, echarle huevos y que pase lo que tenga que
pasar.
—Venga, ahora vamos a darle caña a este cuerpo serrano —dice Hugo
mientras palmea mi pierna y se levanta la camiseta enseñándonos los
abdominales.
Niego con la cabeza. Mi hermano tiene un gran ego pero, en este caso,
puede presumir perfectamente de cuerpo. Así que no nos queda otra que
resignarnos.
Los tres salimos del vestuario y nos encontramos con Andrea en el
pasillo.
—¡Hola, Conguito! Si me hubieras dicho que venías te habría
esperado —le digo rodeando sus hombros. ¡Cómo me gusta hacerla
enfadar!
—No me llames así, jolines —me pide con los dientes apretados—.
Ha sido una decisión de última hora. Total, estoy sola con Jordi y no me
apetecía volver a casa tan pronto.
—¿Te animas a la clase de Víctor? —le pregunta Adri.
—A eso vengo.
—¿Y no es mejor que hagas la clase de Zumba? —comenta Hugo. Lo
miro y entrecierro los ojos. ¿A este qué mosca le ha picado?
—Ya sabes que no me gusta ir a Zumba. ¿Qué pasa, que la clase de
Víctor es exclusiva para hombres? —pregunta Andrea enfadada.
—No —contesta mi hermano.
—Pues eso —replica ella.
—Pero tiene un aforo limitado —insiste Hugo. No sé qué le pasa a
este hoy.
—Oye, ¿pasa algo? —les pregunto frenándolos a los dos por el brazo
y apartándolos hacia un lado.
—A mí nada. ¿Pregúntale a él? —dice mi hermana sin mirarnos.
—Mira, Andrea. No me calientes que se me puede ir la lengua y la
liamos —le reclama Hugo.
—¿Sabes qué? Haz lo que te salga de los huevos y métete tu gimnasio
y tus clases por el culo. —Andrea se da la vuelta y regresa a los vestidores.
No tengo tiempo a comentar nada y tampoco sé qué decir. Mi hermana casi
nunca es tan maleducada hablando y a los dos nos ha sorprendido su ataque
verbal.
—¿Qué ha sido eso? —le pregunto a Hugo.
—Y yo qué sé. Algo grave le debe pasar con Gerard para que esté así.
—Eso lo abordaremos en otro momento. Ahora quiero que me
expliques qué sabes de ella y que si abres la boca se puede liar.
—Pregúntale a Andrea y si te lo quiere explicar, perfecto. Yo no
pienso decir nada, no es cosa mía. Me enteré por casualidad y no voy a
meterme en sus cosas —suelta Hugo, dejándome con la intriga—. Me voy
que empieza la clase.
Desaparece por el pasillo y cuando reacciono lo sigo. ¿Qué secreto
tendrá mi hermana?
Capítulo 40

Aura

Un mes, eso es lo que llevamos Pablo y yo sin apenas hablarnos. Las


primeras semanas al volver de vacaciones, aún conseguí sentarme a su lado
en el autobús, como hacía siempre. Pero los rumores corren como la
pólvora y alguien se enteró de que estábamos enfadados. Vamos, que
después de tantos días y de que la gente se diera cuenta de que no era un
bulo, alguna que otra envidiosa ha decidido ocupar mi asiento, tanto por las
mañanas como por las tardes.
Intento que no me molesten los arrumacos que se proporcionan ni las
miradas que me dedican para que me sienta mal. El rollo es que lo
consiguen, claro. Siento una enorme tristeza cada vez que pienso que es
posible que haya perdido su amistad para siempre.
Soy la primera en descender del autobús. Suelo sentarme cerca de la
puerta y así, al bajar, voy delante y no tengo que ver el espectáculo. Sigo
con mis auriculares y la mirada al frente, no me faltan ganas de girarme y
martirizarme al verlo con otras chicas. Mientras camino a mi ritmo y
concentrada en mis pensamientos, me sobresalto al notar una mano en mi
hombro que me retiene. Me arranco los auriculares y me giro de mala leche
para mandar a paseo a quien osa molestarme. Últimamente mi humor brilla
por su ausencia.
—¿Qué pasa? —gruño al encarar a la persona que me ha frenado. Pero
mi gesto se suaviza al ver que es Pablo.
—Lo siento, no quería asustarte —dice de forma cauta.
—Pablo, ¿vienes? —le pregunta la chica rubia que compartía asiento
con él.
—Ir tirando, ahora os alcanzo —le pide él. La rubia no le pone muy
buena cara, pero se resigna y siguen el camino a paso de tortuga.
—¿Qué quieres, Pablo? —El tono es borde, mi coraza sigue levantada.
No quiero que mi corazón sufra.
—Hoy es tu cumpleaños. —Nuestras miradas se encuentran y nos las
mantenemos. Asiento con la cabeza—. Feliz cumple. Te echo de menos.
Me lo dice todo seguido. Alarga la mano y coge la mía. Interrumpo la
conexión de nuestras miradas para observar nuestra mano unida. Un
escalofrío me recorre el cuerpo y un revoloteo se me centra en el estómago.
No estoy acostumbrada a estas sensaciones y me asustan tanto como para
soltarme de su agarre. Vuelvo a centrar mi mirada en sus ojos y puedo ver
la decepción en ellos.
—Creo que te están esperando —le comento señalándole al grupito de
chicas que aguardan su regreso.
—Aura…
—Gracias por acordarte de mi cumple y por felicitarme. —No le doy
la opción a contestar y reinicio mi camino para llegar al instituto lo antes
posible.
No salgo al recreo, prefiero aprovechar para echar un ojo en la
biblioteca y así evito tropezarme con Pablo y su séquito de admiradoras.
Siempre encuentro algo que leer y, si no lo hago, me siento en una esquina
y saco la libreta para escribir mis cosas. Estoy entretenida en uno de los
pasillos, pasando mi dedo por los diferentes títulos que hay en el estante,
cuando oigo unas pisadas que se acercan a donde estoy yo. Frunzo el ceño
porque, por norma general, no suele haber nadie a estas horas por aquí.
Hasta que la cara de mi examigo aparece en mi visión.
—Sabía que te encontraría aquí. —Se apoya en la estantería, cruza sus
brazos y sonríe.
—Enhorabuena por tu sabiduría —le contesto y me giro para seguir
buscando un libro. Aunque ahora no sé lo que busco.
—Aura, por favor. No me gusta que estemos enfadados. ¿Podemos
darnos una tregua?
—¿Qué dirán tus amiguitas si volvemos a ser amigos y tienen que
compartir al buenorro de Pablo? —pregunto con sorna.
—Vaya, ¿piensas que estoy bueno? —dice acercándose a mí. Mis
nervios se disparan al tenerlo cada vez más cerca.
—No te hagas el disimulado, sabes de sobra que eres muy guapo. —
Mi voz va bajando de tono a medida que él se aproxima y me encierra entre
la estantería y su cuerpo. Trago saliva y levanto la cabeza para mirarlo.
—¿Más que Brody? Porque estoy seguro de que a él si le has dejado
besarte. Y eso me calienta la sangre. Que otro te haya saboreado hace que
mis celos se disparen —susurra con sus labios muy cerca de los míos.
Mi respiración está agitada y, por asombroso que parezca, me muero
de ganas de que Pablo roce mis labios con los suyos. Creo que es justo en
ese momento cuando me doy cuenta de que no solo he echado de menos al
Pablo amigo. Por la forma en la que late mi corazón y las ganas de que sea
él quien pasee conmigo de la mano o me susurre cosas en el oído y me haga
reír, sé que una parte de mí siempre ha estado enamorada de Pablo. Por
mucho que me haya resistido a ese sentimiento, al final no puedo hacer
nada. Sería absurdo seguir disimulando lo que siento por él.
—Pablo… —Ha sonado a gemido de súplica. Él no deja de mirarme a
los ojos, sé que intenta averiguar qué le estoy pidiendo.
—Voy a besarte. Te voy a demostrar que siempre hemos sido tú y yo.
—Sin esperar mi respuesta une nuestros labios.
No tengo palabras para describir lo que siento, todo lo que arrasa mi
cuerpo. Una sensación de que estoy donde y con quien debo, así que no
dudo en darle acceso a mi boca y engancharme a su camiseta. Pablo, al
notar mi predisposición, acerca sus manos y enmarca mi cara con cariño.
Nunca pensé que besarlo sería tan maravilloso. Con Brody fue especial,
pero esto no tiene comparación.
El beso va cogiendo fuerza y pronto noto su lengua buscando la mía y
uno de sus brazos rodea mi cadera para aproximarme a su cuerpo. Al
tenerlo tan cerca puedo notar su erección que demuestra cuánto me desea.
Se separa un poco de mí, interrumpiendo nuestro beso y apoya su frente en
la mía.
—Joder, es mucho mejor de lo que me había imaginado. —No le
contesto, no sé qué decir. Las piernas me flaquean y tengo el cerebro
aturullado—. Dime que lo has notado, pequeña. No sé muy bien qué
significa, pero tú y yo somos especiales juntos.
—¿Eso significa que voy a recuperar mi asiento en el autobús? —le
pregunto. Es una estupidez pero es lo primero que se me ha ocurrido. Pablo
suelta una carcajada que resuena en la sala y alguien nos manda callar.
—Por mi parte, creo que está más que claro —dice mientras me
vuelve a besar—. Si tú estás de acuerdo, pienso salir de aquí con nuestras
manos entrelazadas y no voy a ocultar lo que siento por ti. ¿Qué me dices?
—Que tenemos que esperar dos minutos porque, como me sueltes, me
voy a caer al suelo. Me tiembla todo el cuerpo y no creo que mis piernas me
sostengan. —Me mira y sonríe con esa sonrisa que me encanta, la que le
cubre toda la cara y se le refleja en los ojos.
—Esperaremos lo que haga falta. No pienso dejarte caer, pequeña. —
Rodeo su torso con mis brazos y lo abrazo apoyando mi cara en su pecho.
—Te he echado de menos —le digo pegada a su cuerpo.
—Y yo, no sabes cuánto… —Vuelve a besarme y rompemos el
contacto cuando oímos la campana que anuncia que debemos volver a las
aulas—. ¿Preparada?
—Por supuesto.
Pablo se separa de mí, entrelaza sus dedos con los míos y salimos de la
biblioteca como él ha dicho. Sé que suena raro y pensaréis que estoy un
poco desequilibrada. Aura, la chica que no quería saber nada de hombres,
ahora tiene novio y es, justamente, su mejor amigo con el que se juró que
nunca tendría nada que no fuera amistad. Para matarme, vamos.
♡♡♡
¿Será siempre así? Esta sensación que te menea el corazón y te hace sentir
tan especial. O la fiesta que se han montado mis tripas. Y, ¿qué me dices de
la ansiedad de volver a encontrarte con él, para volver a sentir sus labios,
sus brazos que te rodean o disfrutar de su sonrisa?
Tal y como habíamos acordado, lo esperé en las escaleras del instituto
para volver a casa como ya hacíamos cuando éramos amigos. Pero ahora
todo es diferente. Salió rodeado de su club de admiradoras, todas ellas muy
sonrientes y orgullosas. Hasta que Pablo me vio y salió a mi encuentro.
Cuando llegó a mi lado, me deslumbró con su sonrisa y no dudó en besarme
con amor y posesión. Cumplió su palabra y le demostró a todo el mundo
que en ese momento se encontraba allí que, aparte de habernos
reconciliado, ahora éramos novios. Las chicas del club de admiradoras se
quedaron con la boca abierta y la rubia que encabezaba el club, casi se echa
a llorar. Soy muy afortunada, siempre lo fui por tenerlo como amigo pero es
que ahora es mi chico y eso es, es…, maravilloso y raro a la vez.
Nos despedimos en el autobús con un beso del que nos costó
desengancharnos y el vehículo casi arranca sin haber bajado de este.
Quedamos en hablar después por teléfono, ya que tenemos que
organizarnos para ir mañana a la fiesta. Pablo también consiguió entrada e
iba a ir con su pandilla. Ahora dice que prefiere ir conmigo y que, si eso, ya
nos encontraremos con ellos allí. No puedo negar que ha sido una manera
espectacular de encarar las últimas horas de mi cumpleaños.
Me dirijo a casa de mi padre, donde nos toca quedarnos esta semana,
pero antes de entrar en el edificio, decido llamar a mi madre para ver cómo
se encuentra. Bueno, también me gustaría hablar con ella de lo que siento
por Pablo. Los consejos de mi mami siempre van bien.
—Aura, cariño. ¿Cómo estás? ¿Va todo bien? —No puedo evitar poner
los ojos en blanco por su extrema preocupación.
—¡Hola, mami! —le contesto de lo más contenta—. Todo en orden.
Estoy en el portal de papá, pero no me apetecía quedarme sola y he pensado
que, si estás por casa, podría ir a verte. ¿Cómo te sientes?
—Claro, mi vida. Estoy leyendo tumbada en el sofá. Vente y
charlamos un rato. Así te doy un abrazo para felicitarte como Dios manda.
—Genial. Cinco minutos y estoy ahí.
Nada más colgar, reanudo mis pasos hacia la casa de mi madre. Tengo
las llaves, así que abro con ellas el portal y la puerta.
—¡Ya estoy aquí! —grito y me dirijo al salón.
Mi madre se incorpora y se acerca para darme un beso y un abrazo.
—Feliz cumple, cielo. Madre mía, que rápido pasa el tiempo. —Se le
aguan los ojos y yo vuelvo a abrazarla.
Tiene mejor aspecto pero todavía mantiene una extrema tristeza,
aunque creo que es más preocupación. Algo le merodea por la cabeza y le
impide ser la Camila de siempre.
—¿Cómo ha ido el día? ¿Has merendado? En la cocina hay cosas, ya
lo sabes —dice de un tirón mientras se seca alguna lágrima traicionera.
—Cogeré un refresco. Estoy acalorada. —Suelto la mochila en un
rincón y me dirijo a la nevera—. ¿Quieres algo? —le pregunto elevando el
tono para que me escuche.
—No. Acabo de tomarme un té.
Regreso al salón y me siento a su lado. Apoyo la cabeza en su hombro
y ella coge una de mis manos. Suelto un suspiro.
—¿Te has hecho los análisis? —le pregunto sin moverme.
—Sí. Era lo que yo sospechaba. Estoy algo baja de hierro, por eso me
siento tan cansada. Ya lo he empezado a tomar y pronto estaré como nueva.
—Genial —contesto y vuelvo a suspirar.
—¿Quieres contarme algo más? —indaga. Vaya, se nota que es mi
madre y me conoce bien.
—Pues ahora que lo mencionas…
Me desahogo con ella. Suelto todo lo que tengo dentro, le explico lo
que sucedió, cómo me siento y los miedos que me invaden. Me doy cuenta
de que, a pesar de todas las incertidumbres que me han asediado siempre,
estoy feliz. Lo demuestra la ilusión y el tono de voz que utilizo. Mi madre
me deja hablar, sin interrumpirme y sin dejar de acariciar mi mano. En
varias ocasiones, me sonríe con cariño y estoy convencida de que me
comprende a la perfección. Ella también sintió todo esto con papá y, aunque
con la edad las cosas se ven y se sienten de forma diferente, no tengo
ninguna duda de que aún siente millones de sensaciones por él. Ojalá se
reconcilien de una vez y sea para siempre.
Capítulo 41

Camila

Disfruté mucho con la visita de Aura el otro día. Sobre todo, por abrirse a
mí de esa manera. Me hizo recordar que los miedos nos invaden a cualquier
edad. Solo pude aconsejarle una cosa: «Sé feliz y disfruta del momento pero
con cabeza». Se ruborizó al entender por dónde iba mi petición.
El sonido del teléfono avisa de que he recibido un mensaje, me
informan de que ya han llegado y me están esperando. Hoy es el día de la
acampada. Al final, por petición mía utilizando como excusa mi falta de
hierro, decidimos subir a media tarde y plantaremos las tiendas en un lugar
al que no se tenga que ascender mucho. Todos aceptaron sin rechistar. «Lo
importante es estar todos juntos, da igual dónde», fueron las palabras de
Aura. Sé que los dos se mueren de ganas de que Guille y yo nos
reconciliemos pero, ahora, la cosa se complica cada vez más. No quiero que
vuelva conmigo por el bebé, que tengamos que aguantarnos solo porque
otro hijo viene en camino.
Meneo la cabeza para alejar esos absurdos pensamientos, porque tengo
claro que yo lo aguantaría de buena gana. Cojo la mochila y las llaves.
Cierro la puerta y bajo para encontrarme con ellos.
—¡Buenas tardes! —saludo al sentarme en el asiento del copiloto. Los
tres me sonríen y me devuelven el saludo—. ¿Qué tal la fiesta de ayer? —le
pregunto a mi hija.
—Súper, mami. Estuvo increíble. Pero cuando estaba en lo mejor, mi
carcelero vino a buscarme y tuve que irme —explica Aura que mira a su
padre por el retrovisor.
—Era la condición para ir, ya lo sabías. —nuestra hija no dice nada y
gira la cabeza hacia la ventanilla.
Seguimos el trayecto escuchando los miles de planes y proyectos que
tiene en mente Júnior. Nos contagia con su entusiasmo, aunque la mitad de
las cosas que nos explica, suenen a chino. Aura se mantiene callada y
pendiente del teléfono. La sonrisa que invade su rostro cada vez que recibe
un mensaje demuestra a la perfección esa fase de ilusión del primer amor.
—¿Te encuentras mejor? —me pregunta Guille, poniéndome la mano
en el muslo y sacándome de mis pensamientos.
—Sí, bastante mejor. Poco a poco voy cogiendo el ritmo. —Si él
supiera la verdad de mi cansancio, es probable que tuviera taquicardias.
—No subiremos mucho, para que no te canses demasiado.
—Gracias.
Aparca en una zona habilitada para ello, bajamos del coche y cogemos
nuestras mochilas. La de Guille es la que más pesa. Aparte de llevar sus
cosas, también transporta las bebidas, pan, embutido y alguna conserva.
Empezamos el ascenso con calma, el trayecto no tiene mucho desnivel y es
fácil de llevar. Aura y Júnior cogen la delantera y me voy quedando atrás,
pero nunca sola, pues Guille me espera de vez en cuando.
—Los vi besándose —me comenta en una de las ocasiones que se
sitúa a mi lado. Sonrío porque se ha quedado la mar de a gusto. Sé que
llevaba rato queriéndolo decir.
—Así que no has dormido en toda la noche.
—Muy graciosa. No te burles de mí, ¿quieres? Es bastante traumático
ver a tu pequeña compartiendo saliva con un imberbe. Sigue siendo mi niña
—explica afectado. Le sonrío porque sé que es complicado, como para
cualquier padre o madre, asumir que los hijos crecen.
—Sé que parece raro, Guille. Pero te recuerdo que yo tenía su edad
cuando empezamos a salir o cuando perdí la virginidad —comento.
—¡Oh, joder! No me recuerdes esas cosas —dice tapándose los oídos.
—Mira el lado positivo, a mí me gustó. No me quedé para nada
traumatizada. Incluso repetimos en muchas ocasiones.
—El aire fresco te agudiza el sentido del humor, nena —replica con
los ojos entrecerrados—. Mírala, Camila. Es solo una niña, todavía tendría
que pensar en jugar.
—Y eso hace. Solo que su forma de jugar es… diferente. —Frena sus
pasos y me mira fijamente.
Apenas soy capaz de contener una carcajada al ver su cara. Frunce el
ceño y noto cómo su cuerpo se estremece. Ese es el detonante de que estalle
y no pueda contener mi risa, que rebota en la montaña. Aura y Júnior
detienen sus pasos y se giran para mirar qué está pasando. No dicen nada y,
al darse cuenta de que no puedo parar de reír, se sientan en unas piedras a
esperarnos.
Oigo a Guille gruñir y decir alguna cosa que no entiendo. Es posible
que se haya enfurruñado, pero pronto se le pasará. Así es él, es difícil que
esté enfadado mucho tiempo. Me coge de la mano para continuar el camino
y me dejo arrastrar. No puedo dejar de reír, cosa que hace cabrear más a
Guille.
Nos pasamos un rato sin hablar y mi risa ya se ha frenado. Su mano
sigue enlazada con la mía, llevándome un poco a remolque hasta que
llegamos a una zona descampada. Me suelta y deja caer su mochila al suelo.
Lo imito y me paro a observar el paisaje. Cierro los ojos y respiro hondo
para disfrutar de la naturaleza. El río no está muy lejos, porque se oye a
pesar de la charla de mis hijos. Hemos tardado una hora y media, mis tripas
hacen un ruido tan alarmante que consiguen que Guille levante la cabeza de
su tarea de vaciar la mochila y me mire elevando una ceja.
—Vamos a echar un ojo al río —nos dice Aura.
—No os alejéis demasiado —les recuerda Guille. Ellos ya conocen las
normas, no es la primera vez que salimos a acampar. Es más, lo solíamos
hacer muy a menudo cuando ellos eran pequeños.
—¿Sigues enfadado conmigo? —le pregunto mientras le ayudo a
preparar algo para merendar.
—Un poco —me dice, aunque una sutil mueca en forma de sonrisa
amenaza con aparecer en su rostro.
—¡Vaya, eres un tío duro! —lo provoco.
—Y tú, una auténtica bruja —replica. Abro los ojos y la boca
haciéndome la ofendida—. Pagarás muy cara tu provocación. Por cierto,
tenemos una charla pendiente.
Las voces de Aura y Júnior frenan nuestra batalla. Más que batalla ha
sido un coqueteo en toda regla. El ambiente, a pesar de estar al aire libre, se
ha cargado mucho a nuestro alrededor.
—Vamos a merendar un poco antes de que el bichito que lleva vuestra
madre en el interior salga y se zampe todo —comenta Guille con gracia y
yo, que justo en ese momento estaba bebiendo de la botella, me transformo
en un aspersor y escupo el contenido antes de atragantarme por sus
palabras. Está claro que hace referencia a mis tripas pero la similitud de la
comparación me ha descolocado.
Todos se ríen y se preocupan a la vez por mi atragantamiento. Guille
se acerca y me pica en la espalda con cariño. Cuando me repongo, nos
sentamos a comer y decidimos montar las tiendas cuando acabemos.
—Me niego —comenta Júnior—. No pienso dormir con papá. Ronca
mucho.
—A mí no me miréis. Yo tampoco pienso dormir con mi carcelero. —
Guille le lanza una mirada reprobatoria.
—Pues Aura y yo dormimos juntos y tú duermes con papá —sentencia
mi hijo dirigiéndose a mí.
—Muy graciosos. Pero no creo que quepamos los dos en esa tienda —
me excuso. Intento disimular, pero es posible que mis nervios me
traicionen.
—Pues os apretujáis y así no pasáis frío. No es la primera vez que
dormís juntos —nos recuerda Aura. Me quedo sin palabras ante su
afirmación porque es cierta y, ante eso, no tengo argumentos.
—Está bien —me rindo. Observo a mis hijos y veo cómo se miran y se
sonríen. ¿Es posible que estos dos estén tramando algo? No, no creo.
Recogemos y empezamos con la tarea de montar las dos tiendas. La de
Aura y Júnior no tiene mucha complicación, es de esas que anuncian en la
televisión que la lanzas y se abre, aunque después tardes tres horas en
guardarla. La otra es de las de toda la vida. Cuando ya está todo preparado y
el cielo se va oscureciendo, Guille enciende una hoguera. Estamos en el
mes de abril y aquí, a tantos metros de altura, la noche refresca de forma
considerable. Cogemos unas mantas y nos sentamos alrededor del fuego.
Guille y yo compartimos una y nuestros hijos la otra. Charlamos de todo un
poco, eludiendo el tema de Aura y Pablo, para no crear mal ambiente entre
padre e hija. Se está tan a gusto y se respira tanta paz, que me empiezo a
relajar y acabo apoyada en el hombro de Guille. Él no duda en cogerme la
mano por debajo de la manta y acariciar mis dedos lentamente. Me encanta
que haga eso y él lo sabe. Puñetero. Bostezo en varias ocasiones, ahora me
siento muy cansada. Decidimos por mayoría, irnos a dormir.
Me arrebujo en el saco para no coger frío y me giro hacia el lado
contrario de Guille. Necesito mantener la distancia todo lo que me sea
posible, dentro de este diminuto habitáculo. Él se coloca boca arriba, con un
brazo detrás de la cabeza. Lo que daría yo por poner la mía encima de su
pecho y dejarme querer.
—Camila, ¿duermes? —me susurra.
—Todavía no —contesto.
—Lo que viste el otro día… —empieza a decirme y activa la linterna
del teléfono.
—Lo sé. Te escuché hablar con Sandra —confieso.
—¿Y por qué saliste huyendo? —pregunta descolocado.
—Tus palabras me dieron miedo.
—Quiero volver a casa —me suelta de sopetón. Me quedo quieta, casi
ni respiro al oír su petición—. Necesito recuperarte. Te quiero con toda mi
alma. Estar separado de ti, es lo más complicado que he hecho en mi vida.
—Guille…
—No, espera, déjame acabar. No pido que me permitas meterme en tu
cama, de momento. Estoy dispuesto a dormir en el sofá, si hace falta. Solo
quiero volver y estar cerca de ti. Demostrarte mi amor y que puedes volver
a confiar en mí.
—¿Quién me asegura que no vas a volver a huir a la mínima, Guille?
—pregunto mientras giro el cuerpo para mirarlo a la cara. Él se pone de
lado y quedamos uno enfrente del otro—. Ha sido la peor época de mi vida.
Sí que es verdad que las cosas se habían estancado, que cada vez
discutíamos más, pero nunca imaginé que serías capaz de irte de casa. Me
iba a dormir cada noche llorando, sin entender por qué te dabas por vencido
con tanta facilidad. Por qué decidiste marcharte sin darle una oportunidad a
nuestro amor. Sentí tanta rabia al pensar que, para ti, todos nuestros años
juntos, no habían servido para nada…
Noto cómo su mano se acerca a mi mejilla y me limpia las lágrimas
que ruedan por ella. Cierro los ojos para disfrutar de su contacto.
—No pienso poner ninguna excusa. Me equivoqué, lo reconozco. He
aprendido la lección. Tuve que darme de narices con la pared para darme
cuenta de cuánto te quiero, de que eres la mujer de mi vida y que no quiero
renunciar a ti.
—¿Y si ya fuera muy tarde? ¿Si hubiera un gran obstáculo que nos
impidiera volver a estar juntos? Algo que pusiera nuestras vidas patas
arriba.
—Camila, mírame. —Me pide mientras eleva mi cara mojada para
encontrarse con mis ojos—. A no ser que el motivo es que ya no me amas,
no habrá ninguna cosa en el mundo que impida que siga queriéndote ni que
intente hacerte feliz de nuevo. Déjame volver, por favor.
—Dame unos días para pensarlo. Necesito tiempo —Le pido. Cuando
me haga la primera ecografía y si todo está bien, deberé buscar la manera de
decírselo. A lo mejor después de la noticia, no le parezca tan buena idea
querer volver a casa.
—¿Has dejado de quererme? ¿Es eso? —pregunta, nervioso.
—Sabes que eres el hombre de mi vida. Te amé, te amo y es posible
que lo haga siempre. Pero el amor no es suficiente y, a veces, los
contratiempos externos, el dolor que nos causamos y las complicaciones de
la vida forman impedimentos difíciles de eludir —le explico—. Dame unos
días, te prometo que después todo quedará aclarado, para bien o para mal.
—Está bien. Te dejo tiempo. Tú marcas el ritmo y cuando veas que
estás preparada, volveremos a hablar del tema.
—Gracias —digo. Se acerca a mí y deposita un beso en mi frente.
En esta ocasión, no me privo de arrimarme a su cuerpo y dejar que me
abrace fuerte. Necesito su entereza para afrontar lo que está por venir. Para
protegerme del huracán que se acerca con idea de arrasarlo todo.
Capítulo 42

Guillermo

Ha sido un gran fin de semana, aunque no empezó del todo bien. Ir a


recoger a tu hija a las dos de la mañana y ver cómo comparte saliva con un
chico, es difícil de asimilar. Mi pequeña, mi princesa, la niña de mis ojos en
brazos de otro hombre. Lo sé, debo acostumbrarme a estas cosas, ya no
tiene tres años, pero es complicado.
El resto fue bastante bien. No conseguí mi objetivo, volver a casa,
pero he ganado tiempo. Estoy dispuesto a esperar lo que haga falta para
regresar. Lo mejor es que pude dormir con ella entre mis brazos, mientras
oía su respiración y disfrutaba de su olor. Cami tenía mejor aspecto, aunque
todavía no se la ve del todo recuperada. El domingo pasamos la mañana en
la montaña y decidimos bajar una vez comimos. Después, Aura y Júnior se
quedaron con su madre.
Otro motivo que me tiene más tranquilo es que la huida de Camila no
fue por el motivo que yo imaginaba y sabe que no tengo ningún lío con
Sandra. La verdad es que, si no hubiera oído la conversación, sería muy
complicado demostrarle que la escena que vio no era lo que parecía.
Hoy hemos vuelto a la rutina y yo lo hago con una enorme sonrisa,
quiero ser positivo y pensar que las cosas van a salir bien. Camila dejó la
puerta abierta, así que hay esperanzas. Por eso, aunque sea lunes y tenga la
mesa llena de papeles, las tareas administrativas no se me hacen tan cuesta
arriba como es habitual.
Levanto el teléfono al oír la llegada de un mensaje. Es del grupo que
tenemos los hermanos.
Hugo:
Hermanito, ¿cómo ha ido la acampada? ¿Has hablado con Camila?
Andrea:
¿Qué me he perdido? Yo no parezco de esta familia.
Daniela:
Esto es cosa de hombres. Yo tampoco sé de qué hablan.
Hugo:
Dani, ¿no es muy pronto para que estés despierta?
Daniela:
Tengo un millón de cosas que hacer. ¡Guille, contesta!
Guillermo:
Madre mía que rápido escribís.
Nos lo hemos pasado genial en la acampada.
Hugo:
¿Eso significa que vuelves a casa?
Andrea:
¡No me fastidies! Alguien que me explique qué está pasando, por favor.
Guillermo:
He decidido regresar a casa, siempre y cuando Camila me acepte, claro.
Daniela:
¿Y?
Hugo:
¿Y?
Andrea:
¿Y?
Guillermo:
Pues de momento, no.
Me ha pedido unos días, pero dice que todavía me quiere.
Eso es bueno, ¿no?

Se crea un silencio en el grupo que me hace fruncir el ceño. ¡Con lo


contento que estaba yo con esa ventana abierta!
Hugo:
¿De verdad? Eso es una mierda. Estás igual que antes.
Andrea:
Huuugoooo, primero, habla bien y, segundo, no seas tan…
Daniela:
Capullo.
Hugo:
Andreíta, creía que estabas enfadada conmigo.
Daniela:
¿Por qué os habéis enfadado?
Hugo:
Pregúntale a ella.
Guillermo:
¡Hola! ¿Alguien me va a ayudar?
En este grupo siempre pasa lo mismo. Pasamos de manzanas a peras.
Andrea:
Guille, yo pienso que es un paso.
Por lo menos habéis hablado y ella conoce tus intenciones.
Y no te ha dicho que no, te ha pedido tiempo.
Daniela:
Visto así, Andrea tiene razón. No pierdas la esperanza, hermanito.
Hugo:
Pues llamarme pesimista pero yo sigo pensando que estás igual que antes.
Guillermo:
¡Ay, hermano! Cómo voy a disfrutar el día que te vea sufrir por amor.
No tengo dudas de que caerás.
Hugo:
Siento informarte que eso no lo verán tus ojos.
Andrea:
No comment.
Hugo:
Mejor, calladita estás más guapa.

Andrea le envía un mensaje con el emoticono del dedo corazón. Tengo


que ponerme serio con estos dos, porque la cosa cada vez va a peor. Desde
la pelea del otro día en el gimnasio, Andrea no ha vuelto a pasarse por allí.
Algo gordo se cuece y debo saber qué es.
Guillermo:
Entonces, ¿qué?
Daniela:
Pues a esperar y a cruzar los dedos.
Si Camila te ha pedido tiempo, no te queda otra.
Hugo:
Lo dicho. Está como antes.
Guillermo:
Daniela, eso haré.
Diga lo que diga nuestro hermano, yo estoy contento.
Andrea:
Di que sí. Es lo mejor que puedes hacer, pasar de la gente pesimista.
Hugo:
¿Alguien ha dicho algo?
Daniela:
Chicos, para mí es muy temprano y no tengo ganas de aguantar vuestras peleas.
Guille, si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Cambio y corto.
Guillermo:
Sois peores que mis hijos.
Haced el favor de arreglar vuestras diferencias.
Si no, va a ser muy complicado hablar en este grupo.

Apago el teléfono y me centro en el trabajo. Hay que ver cómo agota


batallar con estos dos.
★★★
Es la hora de comer, por lo que decido acabar la media jornada y llenar la
barriga antes de continuar con el trabajo. Todavía no he decidido si ir a
comer a casa o quedarme en el hotel. Creo recordar que me queda algún
táper que me va dando mi madre. No penséis que no sé cocinar, no es una
cosa que me fascine, pero me defiendo bastante bien. Aunque, como la
comida de mamá, no hay nada.
Cuando ya he decidido ir a mi piso, oigo la voz de Andrea y cambio
de opinión. Me la voy a llevar a comer y, de paso, a ver si puedo hablar con
ella y aclarar qué le pasa con Hugo y también con Gerard.
—¡Hola! ¿Estás ocupada? —pregunto al acceder a su despacho.
—¡Hola! Revisaba el boceto para la nueva campaña de publicidad.
Este año vamos un poco justos, pero valdrá la pena.
—Espero que sí, porque nos hemos dejado una pasta —le recuerdo.
Confío al cien por cien en mi hermana pero, a veces, se olvida que,
aunque no tengamos problemas económicos, no tenemos la riqueza de la
familia de su marido.
—Va a ser increíble. —Así será, no tengo ninguna duda.
—Vamos, que te invito a comer. —No levanta la mirada de los
papeles, pero sé que está a punto de darme alguna excusa. Sabe que voy a
interrogarla—. No voy a aceptar un no por respuesta.
—¡Está bien! —bufa.
Pone varias carpetas en un lado de la mesa, recoge su abrigo y el bolso
y salimos del hotel. No quiero tocar temas tan personales delante de los
empleados, sé que no estaríamos cómodos.
—¿Prefieres ir a mi piso o vamos a otro lado?
—Parece que esto va en serio. —Me mira y yo asiento con la cabeza
—. Pues a tu casa.
Nos acercamos dando un paseo y, por el camino, le pregunto por mi
sobrino. Está hecho un terremoto y es la alegría de la familia. Está en una
edad graciosa, en la que ya puedes tener una conversación con él, además
de mucho cuidado, porque imita todo lo que ve y oye.
—¿Arroz o estofado? —le digo enseñándole los recipientes.
—Ya me extrañaba que fueras a cocinar tú —se burla.
—Muy graciosa. Sabes que no lo hago por falta de tiempo —me
quejo.
—Pues prefiero arroz.
Caliento el táper, donde hay más de una ración y, mientras, Andrea
pone la mesa. Cuando ya está en su punto, lo sirvo en los platos y nos
sentamos a comer.
—Bueno, ¿me vas a explicar qué te pasa últimamente? —indago
mientras me acerco el tenedor a la boca.
—¿Qué quieres que te cuente? Tú mejor que nadie sabe que en las
relaciones hay altos y bajos. La mía, ahora mismo, está en el sótano.
—¿Tan mal? —me sorprende que la cosa esté a ese nivel.
—Hay semanas que Gerard solo está en casa dos días. Parece ser que
tiene un gran proyecto en Barcelona y pasa mucho tiempo allí. Lo bueno es
que, como no nos vemos, tampoco discutimos —me explica.
—La verdad es que en Nueva York estuvo muy raro y distante. ¿Crees
que te puede estar engañando con otra? —Con mi hermana no voy a andar
con rodeos.
—Es posible. Nunca entendí que alguien como él, con tanto poder
adquisitivo, guapo y exitoso, se fijase en mí. Pero, a veces, no es oro todo lo
que reluce.
—No deberías menospreciarte de esa manera. Eres una mujer
preciosa, con éxito profesional y una madre estupenda. Cualquier hombre
podría enamorarse de ti, Andrea.
—¿Sabes qué es lo más curioso? —Me mira y niego con la cabeza—.
Gerard me cegó con todo su poder y belleza y me dejé arrastrar. Me sentí
tan afortunada de que alguien de su categoría pusiese su atención en mí, que
le di la espalda a un gran hombre. Como bien imaginas, este hombre no es
de las altas esferas pero fue muy importante para mí.
—¿Lo conozco? —pregunto con tiento.
—No seas tan curioso, Guille. Eso es lo de menos. Ahora casi no
tenemos contacto. —Se encoge de hombros, como si no le doliera ese
hecho.
—Quiero la verdad. ¿Alguna vez Gerard te ha maltratado? —Debo
saberlo, porque si la respuesta es afirmativa, iré a por el arquitecto sin
miramientos.
—No. Te lo juro, Guille. Al revés, como está poco en casa, me
compensa tratándome como una princesa, pero…
—Eso no es amor. Es todo muy frío —acabo por ella.
—Exacto. Todo su mundo es perfecto y su matrimonio también,
aunque sea de cara a la galería. Quiero pensar que, en algún momento de
nuestra relación, él me quiso.
—Yo creo que sí. Solo que, a veces, vivir en ese estilo de vida,
rodeado de tanto lujo y tantas apariencias, puede desviarte de las mejores
cosas, que suelen ser las más simples.
—Supongo que es eso.
—¿No has pensado en separarte? Total, ahora mismo es como si
estuvieras sola.
—¿Tú crees que su madre va a permitir que su hijo se separe y dé que
hablar a sus amistades?
—Joder, Andrea. Estamos en el siglo veintiuno.
—Lo sé pero viven anclados en el pasado —los excusa.
—¿Y qué me dices de Hugo? ¿Qué pasa entre vosotros para que estéis
siempre peleados? —le pregunto. El tema de Gerard no nos va a llevar a
ninguna parte.
—Ya sabes cómo es. Nunca le cayó bien Gerard y se cree que yo me
he vuelto como él. —Entrecierro los ojos al mirarla, porque es una
explicación de mierda.
—No te creo. Hay algo más y quiero que me lo expliques —la
presiono.
—Te prometo que es por eso. ¿Qué más puede haber? —Pues no lo sé,
pero su tono de voz denota que me oculta algo y que Hugo sabe lo que es
—. Madre mía, es supertarde —dice al mirar el reloj.
—Esta conversación no ha acabado, Andrea.
Se levanta para recoger los platos y deja un beso en mi mejilla.
—Gracias por escucharme pero deja de preocuparte por mí. Estoy
bien. ¿Podría estar mejor? Por supuesto. Pero no me quejo y si algún día
necesito algo, sé que puedo contar contigo.
—Veo que tienes la lección muy bien aprendida —sonrío.
—No olvides que tengo al mejor hermano del mundo. —Me guiña un
ojo y la veo desaparecer en la cocina.
Andrea es una gran mujer que tomó la decisión equivocada pero
merece ser feliz. Parece fría y distante pero solo quienes la conocemos
sabemos que es una coraza protectora. Es fácil llegar a su gran corazón y
rompérselo, por eso lo resguarda y solo se lo ofrece a algunos privilegiados.
Capítulo 43

Camila

No puedo dejar de mover mi pierna izquierda. Hace tiempo que no estaba


tan nerviosa, la última vez fue cuando nació Júnior y de eso ya casi han
pasado quince años.
Estoy embarazada de unas doce semanas, que son casi las mismas que
le llevo dando largas a Guille cada vez que me presiona para saber mi
respuesta. Está ansioso por volver a casa y a mí me encantaría que lo hiciera
pero, antes de nada, debo saber que mi gestación va de forma adecuada y
así poder decírselo. A partir de ahí, ya será decisión de él si quiere volver o
se acojona y decide seguir como hasta ahora. Si algo tengo claro es que
Guille se va a hacer cargo de su hijo pero no es tan seguro que lo quiera
hacer a mi lado.
Reviso la sala de espera donde estamos Mía y yo. A nuestra derecha
hay una chica de unos treinta años, con una enorme barriga y acompañada
por el que supongo será su pareja. Ella no deja de frotarse la panza y él
acaricia su mano. En ocasiones comparten miradas y se sonríen. Enfrente
hay otra chica, esta parece que está sola y su barriga no es tan pronunciada.
—Todo va a estar bien —me susurra Mía mientras pone su mano
encima de mi pierna para que deje de moverla.
Hoy es mi primera revisión con la ginecóloga para comprobar que
todo está en orden. A pesar de que no ha sido un bebé buscado y que, en mi
situación y mi edad, no viene en el mejor momento, ya es mi garbancito y
lo único que deseo ahora, es que se esté desarrollando dentro de la
normalidad.
—Estoy nerviosa y asustada —le confieso. En las otras dos ocasiones,
Guille estaba a mi lado y pudimos compartir las inquietudes. Esta vez, a
pesar de que Mía ha sido un gran apoyo para mí, no es lo mismo.
—Lo sé, cielo. Pero hoy podrás ver a este prototipo y verás que todo
va según lo previsto.
—No lo llames así —le reclamo haciéndome la ofendida.
—Ahora mismo no hay otra forma de llamarlo, te guste o no. —Le
sonrío.
—Gracias —le digo mientras acaricio su mano.
—No seas boba. Somos amigas, ¿no? ¿Tú no harías lo mismo en mi
situación?
—Pues no me extrañaría que pronto se diera esta situación, pero al
revés —la pincho.
—¡Tú estás loca! —intenta hacerse la ofendida pero una pequeña
sonrisa estira de sus labios.
—Me encanta verte tan feliz, Mía —confieso—. Le voy a hacer una
escultura a ese hombre por conseguir que esa sonrisa no te desaparezca de
la cara. —La señalo y ella remarca, más si cabe, su expresión bobalicona.
—No sé qué pasará en un futuro pero, ahora, en el presente, Samuel
me hace muy feliz. Apareció por casualidad y nunca me imaginé que se
metería en mi corazón con tanta rapidez. Voy a disfrutar este momento de
mi vida todo lo que pueda y que pase lo que tenga que pasar.
—Vas a ser muy feliz, porque te lo mereces, reina. —Me mira con
cariño, pero no puede contestar, la ginecóloga me nombra y las dos nos
levantamos. Ha llegado el momento.
Entramos en la consulta y se sorprende al vernos. Es la misma doctora
que me atendió en los anteriores embarazos y también la conocemos de
vernos en el hospital.
—¿Qué tal, chicas? —nos saluda—. Camila, ¿ya te toca la revisión?
—pregunta mientras teclea en el ordenador. La veo fruncir el ceño—. La
hicimos hace ocho meses. ¿Va todo bien? ¿En qué puedo ayudarte?
—Estoy embarazada —le suelto de sopetón.
—¡Vaya, enhorabuena! Pues vamos al lío. A ver, cuenta.
Le explico todo y respondo a las preguntas que me efectúa con la
mayor precisión, dentro de lo que mis nervios me permiten. Pide que haga
el protocolo habitual en estas consultas; desnudarme, ponerme la bata hacia
delante y sentarme en la camilla con las piernas abiertas. Todo esto mientras
Mía y ella charlan en la otra sala. Cuando se da cuenta de que estoy
preparada se levantan y se acercan a mí.
—Pues venga, a ver cómo está todo por aquí dentro.
Baja la tensión de la luz para que la sala se quede en penumbra,
introduce el ecógrafo vaginal y la pantalla empieza a moverse. La doctora
lo mueve en mi interior mientras para en varias ocasiones las imágenes para
hacer una captura. Antes de que me diga nada, lo veo. Normalmente, la
gente no suele ser capaz de diferenciar nada hasta que la ginecóloga se lo
explica, pero yo he sido capaz de verlo, llámalo instinto o experiencia por
mi profesión de enfermera. Mi cuerpo se tensa y ella mantiene el aparato es
esa posición al darse cuenta de que lo he identificado.
—¿Quieres oírlo? —pregunta apretando mi mano.
Asiento con la cabeza, tengo un nudo tan grande en la garganta por los
nervios que no puedo articular palabra alguna. Las lágrimas descienden por
mis mejillas sin ni siquiera haber escuchado aún su latido.
La doctora presiona un botón y la sala se llena del ruido más
maravilloso que una persona puede oír, el corazón de un nuevo ser humano,
en este caso de mi garbancito. Ella sonríe, Mía y yo no podemos parar de
llorar de la emoción. Es increíble la fuerza y la rapidez con la que galopa
una cosita que apenas tiene forma y es ridículamente pequeña.
—Está todo perfecto, Camila —me informa mientras retira el ecógrafo
—. Sé que te inquieta tu estado por tu edad pero, de momento, va todo bien.
El feto está donde tiene que estar, su latido es fuerte y su desarrollo
adecuado, así que puedes estar tranquila. Si no hay novedad, seguiremos el
curso normal de un embarazo.
—Genial —susurro sin desviar la mirada de la pantalla que cuelga del
techo, donde mi pequeño sigue en una imagen congelada.
—Ya puedes vestirte —me pide y palmea mi muslo con cariño—.
Tranquila que ahora te doy su primera foto para que se la enseñes a tus
hijos. Deben estar enormes.
—Diecisiete años tiene la mayor y quince cumplirá pronto el pequeño.
Creo que les va a dar algo cuando se enteren de que van a tener un
hermanito o hermanita —le explico mientras me visto.
—Hombre, es posible que la noticia los deje un poco impactados pero
seguro que después lo llevarán bien y te ayudarán mucho.
—Eso espero.
Nos despedimos y cojo hora para la próxima visita. Una vez cerramos
la puerta de la consulta Mía me rodea los hombros y deja un beso en mi
mejilla.
—¡Ay, Cami! Es tan bonito… —dice suspirando y con cara de boba.
No puedo evitar echarme a reír por su comentario. Quién iba a decir
que mi amiga se iba a poner tan tierna al ver un diminuto feto en la pantalla
de un ecógrafo. Esta no tardará en lanzarse a ser madre. Si no, al tiempo.
♡♡♡
Llevo más de cinco minutos con el teléfono en la mano a la espera de que
mi cerebro sea capaz de enlazar varias palabras y crear una frase para
escribirle a Guille. Si esta simple tarea me cuesta un mundo, no quiero
imaginarme cómo le voy a dar la noticia mirándolo a los ojos.
Saco la foto de la ecografía de la carpeta, la miro y sonrío. Paso una
mano por mi vientre, todavía plano y me armo de valor.
Camila:
Tengo que hablar contigo. ¿Podemos vernos?

Espero al ver que su estado marca «en línea» y pronto aparece el


mensaje de «escribiendo». Muerdo mi labio inferior nerviosa.
Guille:
Claro. Hoy tengo el día tranquilo. ¿Dónde quedamos?
Camila:
En un rato voy hasta el hotel.
Guille:
Aquí estaré, esperándote.

Acompaña el mensaje con el emoticono de un corazón. Bloqueo el


móvil, lo dejo en la mesita que hay enfrente del sofá y no puedo reprimir las
ganas de llorar. Me tapo la cara y dejo que las lágrimas invadan mi rostro.
Podría decir que no sé por qué lloro, pero sería mentira. Es una mezcla de
sensaciones que se amontonan en la zona de mi corazón y me llegan al
alma. Estoy abrumada por saber que Guille todavía me quiere tanto y no sé
si yo estaré a la altura. No porque no lo ame, pues es el hombre de mi vida
y, a pesar de lo que hemos vivido y de todos los tropiezos, sé que nunca
sería feliz con alguien que no sea él. El problema es ser capaz de
demostrárselo, de no volver a meter la pata y que podamos gestionar
nuestras diferencias sin llegar a las peleas constantes. No tengo ni idea de
cómo lo vamos a hacer, si antes era complicado, ahora, con un bebé en
camino y todo el trabajo que supone, habrá que realizar el doble de
esfuerzo. Tengo claro que si Guille, después de la noticia, decide que
todavía quiere volver a casa, por mi parte lo voy a intentar con todas mis
ganas. Veremos qué pasa.
Entro en el hotel y saludo a la chica de recepción. Me conoce, así que
no frena mi avance y no sabes cómo se lo agradezco. Intento coger
carrerilla porque temo encontrarme con alguien y que después no sea capaz
de avanzar. Doy unos toques a la puerta y la voz de Guille me da paso, la
empujo porque no se encontraba cerrada en su totalidad. Noto que las
fuerzas y la decisión que traía se disipan a medida que pasan los segundos.
Mi marido levanta la cabeza y sonríe al verme. La sonrisa no tarda en
desaparecer al darse cuenta de mi estado. Estoy bloqueada, me tiembla todo
el cuerpo y temo caer al suelo por la falta de fuerza en las piernas.
Guille sale de detrás de la mesa del despacho y se apresura a llegar a
mi lado. Me rodea la cintura y me acompaña hasta una de las sillas. Su cara
de preocupación es evidente. Intento sonreír pero me sale una mueca que no
creo que ayude demasiado a tranquilizarse.
—Pequeña, ¿estás bien? ¿Quieres que llame a un médico? —comenta.
Mi aspecto debe de ser horrible para que me pregunte eso.
—Solo necesito un poco de agua —pido. Tengo la boca seca y
necesito refrescarme. Se acerca a un mueble y me acerca una botella de
agua—. Gracias.
Bebo a sorbitos, sé que es cruel mantenerlo alerta pero es que no tengo
ni idea de por dónde ni cómo empezar la conversación.
—¿Estás mejor? —pregunta arrodillándose a mi lado. Asiento con la
cabeza—. Me has asustado. Pensé que te ibas a desmayar. Creo que va
siendo hora de hacerte un chequeo, Cami. Últimamente has estado
pachucha y no creo que sea normal.
—Estoy bien. Tranquilo. —Me mira sin decir nada y entrecierra los
ojos. No se lo cree y hace bien—. Siéntate, necesito hablar contigo.
—Dime que por fin has tomado una decisión. Han pasado varios
meses y sé que te prometí darte tiempo, pero es que ya no puedo más. Estoy
desesperado, esta incertidumbre me mata —suplica mientras coge mi mano
entre las suyas.
—Lo sé y siento mucho haberte mantenido en vilo tanto tiempo pero,
antes de tomar una decisión, necesitaba asegurarme de una cosa. Ahora ya
está todo claro y puedo darte mi respuesta —confieso—. Te quiero, Guille,
con toda mi alma. Sería la mujer más feliz del mundo si volvieras a casa y
pudiéramos disfrutar de nuevo de nuestra familia. Voy a poner todo de mi
parte para que podamos afrontar los problemas de la mejor manera, sin esas
discusiones que no nos llevan a ninguna parte.
—Madre mía, es la mejor noticia que me han dado en mucho tiempo
—dice entusiasmado. Su mirada se une a la mía, enmarca mi cara con sus
manos y une nuestros labios. Es un beso suave y dulce que me sabe a gloria
—. ¡Eh, cariño, no llores! A partir de ahora, todo va a ir bien. Prometo
hacerte feliz para siempre. Necesito compensar mi error y no creo que haya
mejor forma que queriéndote todos los días de mi vida.
—Antes de que demos el paso, tengo algo que contarte. Si después de
lo que te voy a confesar, todavía quieres seguir con tu vida a mi lado,
volveremos a empezar y seremos felices. Si, por el contrario, decides
cambiar de perspectivas, quiero que sepas que te comprenderé y no pienso
juzgarte.
—Cami, me estás asustando. ¿Qué pasa? —Abro el bolso, saco la
ecografía y la prueba de embarazo y las dejo encima de la mesa. Guille
desvía su mirada de mis ojos y se fija en lo que he depositado en el
escritorio. No puedo evitar fijarme en todos sus gestos mientras me retuerzo
las manos a la espera de su reacción—. Esto es una…
—Estoy embarazada —suelto de golpe—. En el viaje a Nueva York
olvidé tomarme una de las pastillas y bueno, fue una semana en la que
estuvimos muy activos y…, pues eso…
—¡Joder! —Coge la ecografía para mirarla. Su cara no me dice nada.
Mentira, el pobre está alucinando. Nervioso se pasa una mano por el pelo.
Se levanta de la silla y empieza a pasear por el despacho—. No sé qué decir.
—Te entiendo, te lo aseguro —confieso. Hace unas cuantas semanas
que yo pasé por este shock—. Sé que necesitas unos días para asimilar la
noticia. Yo estaré a la espera de tu decisión y cuando lo tengas claro, me lo
comunicas.
—Este ha sido el motivo de tu bajo estado de salud —afirma—. ¿Está
todo bien?
—Sí. El garbancito está perfecto y yo también, a pesar de todo. —
Asiente con la cabeza.
—Necesito, no sé…, hacerme a la idea. Asimilarlo. ¡Joder, voy a
volver a ser padre! A mi edad... —suspira y se pinza el puente de la nariz
con los dedos.
—Guille —lo llamo. Levanta la cabeza y me mira—. Tómate uno días,
medítalo, desahógate con quien necesites pero, por favor, que los niños no
se enteren. Quiero que nos sentemos los dos con ellos y se lo digamos.
—Claro, no te preocupes.
Decido que es el momento de alejarme y dejar que digiera la
información. Guardo la prueba de embarazo, me acerco a él para darle un
beso en la mejilla y me voy. Cuando estoy llegando a la puerta lo oigo
decirme:
—Cami, te quiero, nena.
—Y yo. Tómate tu tiempo.
Doy media vuelta y me marcho. Me siento ligera, ahora comparto el
peso con él y no voy a negar que es una bonita sensación. Falta el último
escalón para llegar a la cima, darles la noticia a nuestros hijos. Espero que
no tropecemos y rodemos escaleras abajo.
Capítulo 44

Guillermo

«Vamos Guillermo, reacciona», pide mi voz interior. No sé el tiempo que ha


pasado desde que Camila ha salido del despacho, media hora, tres quizás.
No puedo retirar la mirada de la ecografía que ahora reposa en la mesa. Un
bebé, otro hijo. Quizás sea una señal del destino, la que necesitábamos para
hacernos ver que teníamos que estar juntos.
Me froto la cara con desesperación. No sé por dónde tirar ni siquiera
con quién hablar o si quiero hacerlo. No puedo asimilar esto yo solo,
necesito liberar el peso. Cami no ha dudado ni un segundo en tener al bebé
y, por supuesto, yo tampoco. Aun así, ¿dónde nos deja esta situación?
Valoro mis opciones; Daniela está muy lejos y, aunque quizás sea con la
que más confianza tengo, no puedo soltarle todos mis temores por teléfono.
Andrea ya tiene suficiente con sus problemas. Mis padres no son una
opción, sé que se pondrán muy contentos cuando lo sepan pero prefiero
decírselo cuando aclare qué hacer con mi vida. Solo me quedan los
hombres. Pienso que quizás mi mejor opción sea Adrián. Él está a punto de
ser padre de nuevo, es de mi edad, aunque las circunstancias sean muy
diferentes. Tiene muy fresco eso de no descansar demasiado por las noches
y lo de cambiar pañales. El otro hombre, Hugo, no es una opción, su vida es
un desmadre y no me entendería. Decidido, le ha tocado a mi amigo.
Guillermo:
Colega, necesito una reunión de urgencia.

El mensaje se marca como leído y el teléfono pronto vibra en mi


mano. Es una llamada y es Adri.
—¿Qué ha pasado? ¿Tienes algún problema en el hotel?
—No. ¿Podemos quedar esta noche para cenar y tomarnos algo? —le
pido.
—Déjame que lo consulte con Mel. Esto de que un bebé que todavía
no ha nacido nos tenga en vilo todo el día, es horrible. Domina nuestras
vidas y aún no le hemos visto ni la cara. —Está a punto de nacer su segundo
hijo y será una niña—. A ver si no le importa que la deje un rato con su
madre. A mí también me irá bien despejarme. Entre los nervios, los
preparativos y el trabajo, me va a dar un jamacuco.
—Está bien, dime algo.
Intento entretenerme con los papeles que tengo esparcidos por la mesa
pero no funciona. Decido levantarme y pasear por el hotel, solo para alejar
los pensamientos de mi cabeza y, aunque me paro a charlar con varios de
los empleados, de poco me sirve. Por fin recibo el mensaje de Adri donde
me informa que podemos quedar. Escogemos sitio y hora. La espera se me
hace eterna, necesito vomitar todas mis inquietudes o voy a explotar.
No tardo en dar por terminada la jornada bastante antes de lo previsto.
Soy el jefe y hoy me lo merezco. Voy hasta mi piso, me ducho y me visto
con ropa informal. Soy puntual, las ganas y las ansias me pueden. Para mi
desesperación Adri llega diez minutos tarde y yo ya me he bebido mi
primera cerveza.
—¡Buenas noches! Caramba, sí que vas fuerte. El problema debe de
ser gordo porque ni siquiera me has esperado para empezar a beber —
comenta mi amigo y yo lo ignoro. Levanto la mano para llamar al camarero
y que nos tome nota. Venimos aquí a menudo, así que ya sé lo que voy a
pedir—. ¿Qué prisa tienes?
—Ninguna —le contesto sin mirarlo.
—Ya veo. Dispara, anda o se te va a salir el corazón por la boca. Veo
desde aquí cómo te late en el pecho, macho.
—Camila está embarazada —le suelto de sopetón. ¡Joder qué a gusto
me he quedado!
Adri abre la boca y la cierra en varias ocasiones y de pronto le entra la
tos.
—¡Mierda! —dice apurado. Hago el amago de levantarme para darle
unos golpes en la espalda pero me lo impide con la mano. Le da unos
sorbos a la cerveza y carraspea—. ¿Tú crees que es normal que me largues
una noticia de estas dimensiones sin vaselina?
—Lo siento, tenía que soltarlo. —Paso mis manos por la cara y las
entrelazo en la nuca.
—Entiendo que es tuyo. —No es una pregunta, sino una afirmación
que yo ratifico con la cabeza.
Mientras compartimos varias tapas y caen unas cuantas cervezas por
mi parte, me desahogo con Adri y le explico todo lo que ha dicho Camila.
Hasta saco la foto de la ecografía y se la enseño. Mi amigo no me
interrumpe y deja que me desahogue.
—Encima, ahora queda lo peor. A ver cómo se lo toman Aura y
Júnior. No entiendo cómo hemos llegado a esto. Tengo a una hija con
noviete y a otro formándose en el vientre de mi mujer.
—Creo que a estas alturas no tengo que explicarte cómo se hacen los
niños, ¿verdad?
—Qué cachondo —reclamo lanzándole una servilleta que ni le roza,
mientras él se descojona.
—Fuera bromas. ¿Tienes claro lo que quieres hacer? —pregunta
poniéndose serio.
—Siempre lo tuve claro y, por supuesto, ahora más que nunca. Solo
necesito unos días para digerir la noticia y después regreso con mi familia.
Ahora nos necesitamos más que nunca.
—Cojonudo. Pues vamos a brindar por eso. —Levantamos las jarras
de cerveza y las hacemos chocar.
Después de que Adri aguantara estoicamente todos mis problemas e
inquietudes, me explica que él también está nervioso por la llegada de su
próxima hija. Que anda todo el día pendiente del teléfono por si Mel o su
suegra lo llaman y tiene que salir corriendo. Me cuenta las ganas que tiene
de conocerla y que no sabe cómo va a reaccionar el mayor a pesar de que
llevan unos meses hablándole del tema.
Cuando acabamos el café, decidimos aprovechar la salida para ir a un
pub que no está muy lejos a tomar unas copas. Yo ya voy algo alegre, por
eso de celebrar nuestras próximas paternidades y porque necesito soltar
lastre, aunque es posible que mañana, cuando la cabeza me estalle por la
resaca, me arrepienta.
Entramos en el local y vamos directos a la barra, cambiamos de bebida
y nos pedimos algo más fuerte. Adri me dice que esta será su última copa,
no vaya a ser que lo llame su mujer y él esté borracho. Mi amigo ha bebido
mucho menos que yo, todo hay que decirlo, además es el que conduce.
Pasamos las horas entre risas y recuerdos de nuestra juventud, la pista de
baile ahora está llena de gente, en su mayoría chicas. Nosotros nos hemos
apoderado de una esquina de la barra y de aquí no nos moveremos hasta
que nos marchemos.
—Anda que avisáis para ir de fiesta —nos sermonea la voz de mi
hermano que viene con su amigo Víctor, como suele ser normal.
—¡Hermanito! —grito más de la cuenta y arrastro un poco las
palabras. Ahora que me he levantado del taburete a saludar, veo que voy
más perjudicado de lo que pensaba—. Ven aquí que te invito a algo, que
hoy estoy muy contento.
—Madre mía, tú ya vas fino —dice agarrándome por la cintura para
que no me tambalee en exceso—. ¿Qué le pasa a este? —le pregunta a
Adrián.
—¡Shhh! —le pido a mi amigo con el dedo delante de la boca para que
se calle—. Es un secreto. Nadie puede saber que Camila está embarazada y
que voy a ser papá.
Mi intención es decírselo a mi amigo pero, como el alcohol no es buen
compañero, lo he dicho en voz alta y delante de Hugo y Víctor.
—¡Qué coño…! —alucina mi hermano, mientras Adri afirma con la
cabeza—. No me jodas Guille, ¿vas a ser padre otra vez?
—¿Y a ti quién te lo ha dicho? —le pregunto. Me da que cada vez
estoy más perjudicado. Los tres se echan a reír y yo frunzo el ceño. ¿Me
habré perdido algo de la charla?
—Vaya tela contigo, hermanito. Creo que ya es hora de recogerse y
dormir la mona. Mañana nadie te va a librar de una conversación muy seria.
Deciden que Hugo me llevará a casa y así Adri podrá volver con su
mujer. Yo me quejo, porque me lo estoy pasando bien y no quiero irme,
además todavía no he acabado mi consumición. Al final, entre los tres me
arrastran hasta el exterior y consiguen introducirme en el coche de mi
hermano, no sin esfuerzo.
No sé lo que tarda Hugo en meterse en el vehículo, porque yo estoy
tan cómodo que me empieza a entrar sueño. Apoyo la cabeza en el asiento y
cierro los ojos, solo un ratito.
★★★
El ruido de unas risas hace que abra los ojos alarmado. Me incorporo con
rapidez para observar dónde me encuentro y un fuerte dolor de cabeza me
atraviesa las sienes. Cierro los ojos y respiro profundo. Parece que, al final,
ayer se me fue la celebración de las manos.
Intento sentarme y lo consigo a duras penas. Me levanto y cierro los
ojos para intentar mantenerme en pie. Abro uno primero y al ver que mi
estabilidad más o menos se mantiene, abro el otro. Estoy en mi habitación,
eso es bueno, aunque no tengo ni idea de cómo llegué. Lo último que
recuerdo es subirme al coche de mi hermano. Solo llevo puesto un
calzoncillo, así que imagino que la persona que me trajo, que es probable
que sea Hugo, me ayudó a desvestirme y a meterme en la cama. El resto de
mi ropa está amontonada en el suelo. Cuando compruebo que puedo andar
sin que la habitación se mueva mucho, me dirijo a la puerta y, antes de
abrirla, vuelvo a oír las risas. Hay alguien en mi casa y yo durmiendo tan
tranquilo. A medida que me acerco a la sala, reconozco las voces. Son
Hugo y Camila, pero ¿qué narices hacen aquí?
—¡Hombre, buenos días! Bienvenido al mundo de los vivos —me
saluda mi hermano—. ¿Un café?
—Estaría genial —veo que se levanta, va hasta la cocina y vuelve con
una taza—. ¿Qué haces por aquí, va todo bien?
—Estoy bien. Hugo me ha llamado. Alguien estaba un poco afectado
anoche y parece que se fue de la lengua. ¿Cómo te encuentras?
—Como si me hubiera atropellado un camión. Creo que me va a
estallar la cabeza. —Los dos me miran y sonríen—. ¿Qué hora es?
—Casi las diez —aclara Hugo.
—Mierda, tengo que ir a trabajar —digo y me levanto con rapidez
consiguiendo así que el suelo se mueva y yo pierda el equilibrio. Mi
hermano me sostiene y hace que me vuelva a sentar.
—Ya he llamado al hotel para decirle que no sabías a qué hora
llegarías o si irías. Cualquier cosa, te llamarán al teléfono. Así que siéntate
y relájate. Creo que tenéis algo que contarme.
Apoyo los codos en la mesa y con las manos me sostengo la cabeza.
Por favor, ¿alguien le podría decir al que martillea mi cabeza que pare? De
pronto, una pastilla aparece delante de mí y Camila me ofrece un vaso con
agua.
—Toma este comprimido, te ayudará con el dolor de cabeza —sugiere
Camila.
—Bueno, ¿quién empieza? —exige mi hermano.
—¿No lo podemos dejar para otro día? —pregunto. Estoy destrozado.
—Yo no tengo la culpa de que no sepas beber.
—Sé beber, pero creo que mi próxima paternidad se merecía una
celebración.
—Pues muchas gracias por celebrar algo tan magnifico sin contar con
tu familia. —Pongo los ojos en blanco ante el dramatismo de Hugo.
—Necesitaba asimilar la noticia. Ahora que todo está claro, cuando
Camila quiera y lo crea necesario, hablaremos con todos y os daremos la
noticia, esa que tú no tendrías que saber —explico.
—Debo recordarte que, esa noticia que yo no debería saber salió de tu
boca mientras le pedías a Adrián que no dijera nada. —Camila suelta una
carcajada y yo intento reprimir una sonrisa. Me encanta verla feliz, es una
mujer preciosa y cuando sonríe lo ilumina todo. Mi entrepierna da una
sacudida al oír el sonido de su risa.
—Pues ahora te mantienes calladito y te haces el sorprendido cuando
os demos la noticia. Si las chicas se enteran de que lo sabes antes que ellas,
me van a montar un lío.
—A sus órdenes, mi capitán —dice de forma cómica—. Avísame con
tiempo cuando tengas que hacer la mudanza. Me voy que yo no soy rico y
tengo que ganarme el pan.
Niego con la cabeza, mi hermano es incorregible. Le da un beso en la
mejilla a Camila y una palmada en mi espalda que hace sacudir mi cabeza y
que el dolor regrese. Maldigo y le pido que se largue de una vez. Todavía
oigo su risa cuando cierra la puerta.
—La indirecta de tu hermano sobre la mudanza, ¿significa que ya has
tomado una decisión? —me pregunta mi mujer.
—Por supuesto. Somos una familia y mi idea de volver a casa no ha
cambiado, al revés, quiero vivir este proceso de nuevo a tu lado.
Camila me mira y unas lágrimas descienden por su cara. Cojo su mano
y la hago levantarse de la silla para sentarla en mi regazo. Beso sus mejillas
y me llevo el sabor salado. Cami apoya su cabeza en mi pecho y suspira.
—Te quiero, Guille —dice.
—Y yo a ti, nena.
Acerco mi boca a la suya y la beso mientras mi mano se deposita en su
vientre, todavía plano. Otro milagro nuevo, otro Guerrero que viene a la
vida.
Capítulo 45

Aura

Me encanta apoyar la cabeza en el pecho de Pablo y oír cómo late su


corazón. Estamos tumbados en la cama de su habitación, como solemos
hacer muchos días. Los padres de Pablo llegan más tarde a casa, así que la
mayoría de las veces estamos solos, como hoy y otras, las compartimos con
su hermana.
Llevamos casi dos meses saliendo, como pareja me refiero, porque
antes también lo hacíamos, pero como amigos. Ya hemos tenido alguna que
otra pelea, pero sin importancia. Nunca me imaginé que me sentiría tan bien
a su lado, la relación es muy similar a la que teníamos, pero con ese toque
de ilusión y cosquilleo que te embarga al tenerlo cerca y saber que te va a
besar o que lo vas a poder acariciar.
Por el altavoz que tenemos conectado a su teléfono suena de forma
alternativa su lista de canciones, que son muy acordes con el momento.
Noto los dedos de Pablo acariciar mi pelo y si sigue con ese roce, es posible
que me quede dormida. El sonido de la entrada de un mensaje en mi
teléfono me hace levantar la cabeza.
—Pásame el móvil, porfa —le pido ya que se encuentra en la mesita.
Una vez me lo da y me incorporo un poco, Pablo une su cabeza a la
mía y pasea su nariz por mi mejilla mientras reviso quién me ha escrito.
Mami:
Cariño, no tardes en volver a casa. Tenemos que hablar. Un beso.
Aura:
En un rato voy. ¿Ha pasado algo?
Mami:
Todo bien. Después hablamos.
Su mensaje me ha hecho fruncir el ceño, los «tenemos que hablar»,
nunca traen nada bueno. Pablo se da cuenta de que mi cuerpo se ha tensado
y me pregunta qué pasa.
—Mi madre me pide que vuelva pronto que tiene que hablar conmigo.
Es raro.
—Seguro que es alguna tontería —dice para tranquilizarme y me besa.
Nos recreamos con el roce de los labios hasta que nuestras lenguas se
encuentran y todo coge más intensidad. Giro mi cuerpo para quedar frente a
él y su mano se introduce en mi camiseta para acariciarme la espalda. Hasta
ahora solo nos hemos tocado de forma tímida y curiosa. Sé que él no es
virgen, pero yo sí y sabe que necesito tiempo. Nunca sentí las ganas ni
tampoco la atracción por un chico como para dejarme llevar. Con el único
que tuve el pensamiento fue con Brody. Aquella noche en la piscina de la
familia Davis, donde nos toqueteamos y nos pusimos a tono, creo que, si él
me lo llega a pedir, hubiera cedido. Sigo en contacto con él, le expliqué mi
relación con Pablo y la entendió a la perfección. Por mucha atracción que
tuviéramos y lo bien que encajáramos, la distancia no nos podría llevar a
ninguna parte. Además, me he dado cuenta de que mi corazón siempre ha
sido de Pablo. Ahora me alegro de que no fuera así, porque no veo mejor
forma de adentrarme en el mundo del sexo que con alguien que me quiere
como Pablo.
—Espera, Aura. Tenemos que parar —me pide mientras retiene mi
mano que intentaba desabrochar su pantalón.
—Lo siento, yo…
—No te disculpes, pero cuando hagamos esto, tengo que saber que
estás segura. Es un paso importante —susurra reteniendo mi cara con sus
manos. Me he puesto colorada de la vergüenza ante su negativa. Me
deshago de su agarre, cierro los ojos y apoyo mi antebrazo sobre ellos—.
Oye, no te hagas ideas raras, que te conozco —dice. Me retira el brazo de la
cara y busca mis ojos—. Me muero de ganas de hacerte el amor pero quiero
que sea especial.
—Todos mis momentos a tu lado son especiales. No necesito flores ni
velas, solo que me guíes para que los dos podamos disfrutar —le confieso.
Se queda un rato en silencio sin dejar de mirarme. Sé que valora la
situación, así que no me lo pienso y regreso a sus labios de nuevo. Busco su
lengua y nos saboreamos con ganas. Aprovecho para colocarme a
horcajadas en su cuerpo, sin dejar de besarnos y puedo notar las ganas que
tiene de mí cuando su erección se sitúa entre mis piernas. Me incorporo y lo
miro desde arriba. ¡Es tan guapo! Quiero que sepa que estoy preparada para
dar el paso, así que me quito la camiseta quedándome solo con el sujetador.
Sus manos se anclan en mi cintura y sus ojos no pierden detalle de mi
cuerpo.
—¿Estás segura? —pregunta y yo asiento con la cabeza.
Se sienta y me devora la boca mientras sus manos van a mi espalda y
desabrocha el sujetador. Yo arrastro su camiseta con premura y le obligo a
separar nuestros labios para que se la quite. Es un chico de constitución
delgada y su pecho es fibroso debido a los deportes que practica. Le tiro del
pelo para que regrese a mi boca y lo oigo gemir de placer. Nunca imaginé
que me desataría tanto con el sexo, supongo que es debido a la tranquilidad
y la confianza que me transmite Pablo.
—Con calma, fiera o al final no me va a dar tiempo ni a quitarme los
pantalones y me voy a correr en ellos. —Su reclamo y la mirada que me
dedica, consiguen sonrojarme de nuevo—. Me encanta cuando tus mejillas
se ruborizan. Estás preciosa, eres preciosa.
Me gira enganchada en su cuerpo y me tumba en la cama. Se queda de
rodillas entre mis piernas y con mucha delicadeza, acerca sus manos hasta
el botón de mi pantalón. Lo desabrocha al igual que la cremallera y los
arrastra con mi ropa interior incluida. Muchas veces me he imaginado cómo
sería mi primera vez, incluso he oído hablar de ello a algunas compañeras,
unas comentaban que dolía una barbaridad y otras, que fue puro placer. Yo
no sé lo que me deparará pero en mis sueños siempre me moría de la
vergüenza al quedarme desnuda delante de un chico. Es verdad que ese ser
de mis sueños no tenía cara y era como tener sexo con un desconocido. En
cambio, ahora mismo, aquí tumbada en la cama sin ninguna ropa que cubra
mi cuerpo, no siento un ápice de pudor, solo excitación y ganas de explorar.
Me agarro a la colcha de la cama cuando noto cómo sus dedos se
pasean por mi sexo y un jadeo inunda la habitación. Sé que parecerá raro
que, a mi edad, no me haya masturbado, pero estaba más pendiente de otras
cosas que de darme placer. Así que, cuando sus dedos se recrean en mi
clítoris, un escalofrío recorre mi cuerpo y se me eriza la piel.
—Necesito que estés muy excitada para no hacerte daño —aclara y
acerca su boca de nuevo a mis labios mientras uno de sus dedos se
introduce en mi interior—. ¿Todo bien?
—Ajá —le contesto. No me salen las palabras de la infinidad de
sensaciones que recorren mi cuerpo.
—Voy a saborearte, a recorrer todo tu cuerpo con mi lengua.
Su comentario me excita más a la vez que genera un sentimiento de
vergüenza, que se evapora cuando sus dientes y lengua se pasean por uno de
mis pechos. Estoy segura de que no va a tener ningún problema para
meterse en mi interior. Sigue descendiendo por mi cuerpo hasta llegar a mi
sexo. La sensación caliente de su lengua y cómo se recrea con mi clítoris,
consiguen que un orgasmo, que aparece de la nada, me arrase todo el
cuerpo, dejándome sin aliento y con un tremendo cosquilleo de bienestar.
Pablo me mira desde abajo y se pasa la mano por la boca para
limpiarse los restos de mi liberación. Sonríe al comprobar que ese acto me
ha ruborizado.
—Exquisita —comenta relamiéndose—. ¿Puedo seguir o quieres que
pare?
—Sigue, por favor.
Ante mi petición, sus manos desabrochan el pantalón y se lo quita con
los calzoncillos, quedándose así desnudo y dejándome apreciar su
excitación. Se acerca a la mesita y de uno de los cajones, coge un
preservativo, rasga el envoltorio y se lo coloca. Cuando se asegura de que
está bien puesto, me mira a los ojos. Sé que espera mi conformidad que, por
supuesto, le doy con la cabeza. Se sitúa de nuevo entre mis piernas, me besa
y pellizca uno de mis pezones mientras con su otra mano dirige su erección
a mi entrada. Se introduce con calma, despacio, apretando los dientes para
contenerse y no deja de mirarme. Sé que, si ve la mínima duda en mi rostro,
por mucho que le cueste, parará. Rodeo su cuello con mis brazos y lo
acerco a mi boca. Se para un instante y sé que ahí está la barrera.
—Continúa, todo está bien —le susurro.
Son las palabras que le hacían falta para que dé un embiste y acabe
dentro de mí en su totalidad. Coge el ritmo y se va moviendo de forma
suave, hasta que el malestar que sentía se convierte en un enorme placer y
acabamos los dos entre gemidos, besos y una sensación increíble. Ahora es
como si estuviéramos más unidos que nunca.
♡♡♡
Meto la llave en la puerta de casa y lo primero que me encuentro son unas
maletas, concretamente, las de mi padre. Eso solo puede significar dos
cosas; una, que se va de viaje o dos, que regresa a casa. Cruzo los dedos
para que sea la segunda opción. Eso sería una noticia increíble, haciendo de
este día, un día muy especial.
—¡Hola! —saludo desde la puerta.
—¡Hola, cariño! Estamos en la cocina —contesta mi madre. ¿Cómo ha
ido el día? —me pregunta una vez aparezco por la puerta.
—Bien, como siempre. —Eso es mentira pero ahora no voy a dar
explicaciones y menos delante de mi padre.
Mi madre está apoyada en el mármol de la cocina y mi padre y Júnior,
en las sillas. Parece que me esperaban. Mis padres se miran, están
nerviosos, sobre todo mi madre, que no para de frotarse las manos. Mi
padre se levanta para cederme el sitio y se sitúa al lado de mi madre.
—Bueno, ahora que Aura ha llegado, os queremos contar dos cosas —
empieza mi madre.
—Para nosotros son dos fantásticas noticias y esperamos que para
vosotros también lo sean, aunque una de ellas os pueda chocar un poco —
continúa mi padre.
Júnior y yo nos miramos sin decirnos nada, creo que los dos estamos
perdidos y no tenemos ni idea de qué nos van a contar.
—Empezaré por la más fácil. Vuestra madre y yo hemos hablado y nos
hemos dado cuenta de que todavía nos queremos. Así que nos gustaría
intentar recuperar nuestro matrimonio. Para eso, el primer paso es estar
juntos y por ese motivo voy a volver a casa.
—¡Pero eso es una noticia que te cagas! —exclama Júnior
entusiasmado y mis padres sonríen.
—¿Tú que dices, Aura? —me pregunta mi progenitora.
—Pues que es fantástico que podamos volver a ser una familia de
nuevo. —Los dos asienten con la cabeza y mi padre rodea el cuerpo de mi
madre y la besa en la sien.
Ya decía yo que nunca han dejado de quererse y parece mentira que
hayan tardado tanto en darse cuenta de que están hechos el uno para el otro.
Sus ojos brillan de otra manera cuando están juntos, incluso sonríen de
forma distinta. Qué cazurros nos volvemos cuando somos adultos.
—¿Y cuál es la otra noticia? —pregunta mi hermano con curiosidad.
La misma que tengo yo. Mi madre carraspea antes de hablar.
—Veréis, cuando estuvimos de viaje en Nueva York, papá y yo nos
dimos una tregua —explica. Esa parte yo ya la sé, por el lío de la ropa
interior, pero Júnior la desconoce—, y yo entre los nervios del viaje y la
emoción pues…
—Vuestra madre está embarazada, vais a tener un hermanito o
hermanita —suelta mi padre a bocajarro al ver que mi madre se estaba
liando con las explicaciones.
Es complicado explicar cómo nos quedamos ante esta noticia, sería
genial que lo pudierais ver. Que observarais la cara que se nos puso a mi
hermano y a mí, porque fue de chiste. Nuestros rostros pasaron por todos
los tonos posibles y no sabíamos si llorar o reírnos a carcajadas. Nosotros,
con casi quince y diecisiete años, íbamos a tener un nuevo hermano. Al
principio, incluso llegué a pensar que nos estaban tomando el pelo pero al
ver cómo mi madre se deshacía en lágrimas, supe que era verdad y que, si
para nosotros la noticia hacía temblar los cimientos de nuestra vida, no
quería imaginarme qué significaría para ellos.
Si una cosa hemos aprendido de nuestra familia, y sobre todo de
nuestros abuelos, es que hay que estar a las duras y a las maduras. Que con
amor de todo se sale y que, si este bebé llegaba en este momento en
concreto, era por algo y entre todos lo haríamos feliz, aunque tuviéramos
que cambiar algunas cosas de nuestro ritmo de vida.
Así que no me lo pensé y me lancé a los brazos de mi madre, la abracé
con cariño y le susurré que la quería y estaría siempre a su lado. Cuando
Júnior se unió a nuestro abrazo, haciéndonos saber que estaba tan contento
como yo, mi padre nos rodeó a todos. Volvíamos a ser una familia, esta vez
con un miembro más en camino. Y yo no podía ser más feliz.
Capítulo 46

Guillermo

Es domingo y esta mañana he acabado de llevar todas mis cosas a casa de


nuevo. Esta vez, no pienso volver a moverlas nunca más. Desde el viernes,
cuando hablamos con Aura y Júnior, ya estoy allí. No os imagináis lo
maravilloso que es volver a dormir abrazado a mi mujer o abrir los ojos y
que lo que primero que vea sea a ella.
Al final, darles la noticia a nuestros hijos, no fue tan traumático. Su
actitud fue ejemplar y aparte de quedarse descolocados, como nos ha
pasado a nosotros, se lo han tomado bastante bien. Estoy muy orgulloso de
ellos.
Hoy toca otra prueba de fuego, mi familia. Cuando Camila salga de
trabajar, iremos a cenar a casa de mis padres, donde también hemos
convocado a Andrea y Hugo, aunque este último ya lo sepa todo. También
avisé a Daniela para que estuviera pendiente de mi llamada. Lo que ha sido
inevitable es que se enteraran de que nos habíamos reconciliado y volvía a
casa. Mi madre está de lo más entusiasmada, pero no tengo ni idea de cómo
se va a tomar la noticia de su próximo nieto.
Dejo el coche en el aparcamiento exterior del hospital. Faltan cinco
minutos para que Camila salga de trabajar y, como esta mañana la he traído,
ahora la recojo para ir a cenar. Llego a la planta donde sé que la voy a
encontrar. Sonrío al verla apoyada en el mostrador, habla con un señor
mayor y, no sé si es por la posición en la que se encuentra, pero parece que
ya se le nota un poco la barriga. Cami le dice algo al señor y este pone cara
de sorprendido, para después abrazarla y, una vez se separan, el señor le
pone la mano en la barriga. A su lado se encuentra Mía, fue mi amiga,
aunque después no quisiera saber de mí. Hace tiempo que no la veo, solo
espero que no me meta un guantazo o me suelte alguna fresca de las que
ella lanza. No tiene pelos en la lengua, cosa que me gusta. Sé que mi mujer
la quiere mucho y el cariño es mutuo, algún día le daré las gracias por
apoyarla en los momentos más complicados, por ser su bastón y ayudarla en
todo momento.
Casi estoy llegando a su altura cuando Mía me ve. Su cara no dice
nada, así que me mantengo en estado de alerta.
—Mire, Fulgencio. Por ahí viene el culpable de todo —comenta. Y
tanto el señor como Camila giran la cabeza buscándome.
—¡Vaya, muchacha! Espero que el doctor no se ofenda, pero este es
mucho más guapo que él —suelta Fulgencio. A mí me entra la risa, pero
intento disimularla.
—¡Buenas tardes! —saludo en general.
—¡Hola, cariño! —contesta Camila—. Este es Fulgencio. Era nuestro
paciente favorito, estuvo unos meses con nosotros. Ahora ya está como
nuevo pero se resiste a marcharse.
—Enhorabuena, muchacho. Por no ser un imbécil y recuperar a esta
maravillosa mujer y por la puntería, claro —me dice señalando la barriga de
Camila con el dedo.
—Todavía no tengo yo muy claro que no siga siendo un imbécil —
refunfuña Mía.
—¡Mía! —le reclama Camila.
—Creo que aún hay algún resentimiento por aquí —aclara Fulgencio
señalándola con la cabeza.
—Lo sé, Fulgencio, y no crea que no me lo merezco. Pero todos nos
equivocamos alguna vez en la vida. Lo importante es darse cuenta a tiempo
y rectificar —explico.
—Di que sí. Venga, rubia, perdona al muchacho. Aunque solo sea por
la radiante sonrisa y el brillo en los ojos que tiene tu amiga —le pide el
hombre—. Eso sí, si me entero de que le vuelves a hacer daño, la rubia y yo
uniremos fuerzas e iremos a por ti —me aclara apuntándome con el dedo.
—Me doy por avisado —contesto levantando las manos a modo de
rendición.
—Es hora de irnos —informa Mía.
—¿Me esperas en el ascensor? —me pregunta Camila y yo asiento con
la cabeza—. Fulgencio, supongo que nos vemos otro día, ¿verdad?
—Por supuesto, muchacha. Ahora no pienso perderme cómo crece ese
bebé.
—Claro y a mí que me den viento —se queja Mía.
—En vez de quejarte, ponte tú también en faena con ese nuevo novio
que tienes. —Mía suelta una carcajada y se acerca a darle un beso igual que
Camila.
—Un placer conocerlo, Fulgencio —me despido y le extiendo la mano
para estrecharla con la suya.
—Igualmente. Cuídamelas, son unas mujeres fantásticas y grandes
profesionales. Por cierto, que sepas que el doctor nunca tuvo ninguna
oportunidad. Su corazón siempre fue tuyo. —Me guiña el ojo y lo veo
alejarse apoyado en su bastón.
No sé muy bien qué me quería decir Fulgencio con eso pero algo en
mi interior se siente pletórico ante sus palabras.
★★★
Vamos camino a casa de mis padres. Camila tiene la cabeza apoyada en el
asiento y tiene cara de cansada. Apoyo mi mano en su muslo y ella
entrelaza sus dedos con los míos.
—¿Estás bien? Pareces cansada —le pregunto.
—Ha sido un día movido para ser domingo.
—Intentaremos no liarnos demasiado.
—Mañana Aura y Júnior tienen clases. Tú tienes que trabajar y yo voy
a dormir mucho. —Me mira y sonríe.
—Qué simpático es Fulgencio —afirmo para iniciar el tema. Quiero
preguntarle por el comentario del señor con relación al médico.
—Sí. Tenía problemas en el corazón y precisaba una operación pero se
le juntaron varios contratiempos, debido a su edad, y estuvo más tiempo del
normal en el hospital. Al final, Alberto lo pudo operar y ahora, como has
podido comprobar, está como nuevo.
—Así que Alberto… ¿Qué ha pasado con él? —indago. Intento
disimular mis celos, pero no sé si lo estoy consiguiendo.
—¿Qué ha pasado con Sandra? —contraataca.
—Nada. Con ella nunca pasó nada.
—Pues lo mismo que con Alberto, nada.
Acerco su mano a mi boca y la beso.
—Te quiero, nena.
—Y yo a ti.
Aparcamos el coche delante de la casa de mis padres y Loqui sale a
nuestro encuentro. El amigo perruno ha crecido un montón, aunque todavía
sea joven y juguetón. Tocamos el timbre para anunciar que hemos llegado y
entramos. La vivienda está apartada del resto y la entrada es única, así que,
menos por la noche o cuando no hay nadie, normalmente la puerta está
abierta.
—¡Hola, cariño! —saluda mi madre a Camila, abrazándola.
—¡Hola, mamá! Yo también te quiero —le reclamo en broma por no
hacerme ni caso.
—¡Qué tonto eres, hijo! —dice dándome un beso.
Nos adentramos en la casa y saludamos a todo el mundo. Menos a
Gerard, que como es habitual últimamente, no ha podido venir.
—No os imagináis lo felices que estamos de que volváis a estar juntos
—expresa mi madre— Yo siempre tuve la esperanza de que recapacitaseis.
Sé que es muy difícil recuperar la confianza en otra persona, pero también
sé que todos merecemos una segunda oportunidad. —En esta ocasión mira
a mi padre mientras dice esas palabras.
—Esta vez, haremos bien las cosas —digo y beso a Camila en los
labios.
—Más os vale —dice mi hermano mientras tose para disimular. Le
reprocho con la mirada para que no se vaya de la lengua.
Decidimos llamar a Daniela y así dar la noticia lo antes posible.
Necesitamos liberar el secreto para ser felices por completo.
—¡Hola, familia! —nos saludan mi hermana y Malcom que se
encuentra a su lado—. ¿A qué debemos esta reunión?
—No sé qué misterio se llevan Guille y Camila —comenta Andrea—.
Si no fuera imposible, pensaría que van a anunciar que van a ser padres.
Todos se echan a reír incluido Hugo, que deja de jugar con el pequeño
Jordi para doblarse por la mitad de las carcajadas. La cara de Camila, Aura,
Júnior y por supuesto la mía, deben ser un poema, porque a medida que
todos nos van mirando, dejan de reír, menos Hugo, claro.
—No me jorobes —suelta Andrea.
—¡Ay, madre mía! —esa es Daniela.
—¿Qué pasa? —indaga mi padre que parece que no se ha enterado de
nada.
—¿Estáis embarazados? —pregunta mi madre ilusionada.
—Así es —asegura Camila—. No ha sido buscado, por supuesto. Pero
aquí está —dice poniendo sus manos en el vientre—. Así que vamos a darle
todo el cariño y a intentar que crezca muy feliz.
—Por supuesto, cielo —apoya mi madre—. Además, va a tener a los
mejores hermanos del mundo. Va a estar muy orgulloso u orgullosa, claro.
—Pues habrá que celebrarlo —suelta mi padre emocionado.
—Hermanito, menuda puntería, colega —se burla Hugo que se aleja
con rapidez al ver que una colleja volaba hacia él.
Mientras todos nos abrazamos y nos dan la enhorabuena, noto vibrar
mi teléfono en el bolsillo del pantalón. Es un mensaje de Adrián.
Adrián:
Te presento a la pequeña Lola. Tanto la madre como la niña están bien. ¡Qué bonita es,
colega!

Adjunto al mensaje va la foto de Lola en brazos de su hermano. Sonrío


por la felicidad de mi amigo.
—¿Y esa cara de bobo? —me pregunta Camila.
—Adri y Mel ya han tenido a la pequeña —digo y le enseño la foto.
—Qué bonita y pequeñita es.
—En unos meses nos tocará a nosotros y conoceremos a nuestro hijo
—comento mientras rodeo su cintura y la acerco a mí.
—O hija —especifica cerca de mi boca.
—Será un chico. Ya lo verás —aseguro besándola.
—¡Eh, dejad de sobaros ya! —chilla mi hermano.
—Esta parte es la que menos mola de que vuelvan a estar juntos.
Ahora se pasarán todos los días con besuqueos —se queja Aura.
Yo sonrío pero sigo arrimado a mi mujer y encima le toco el culo solo
para fastidiar. Bueno y también porque a su lado me siento en el cielo, entre
sus brazos estoy en casa.
Esta es mi familia, aquí estamos los Guerrero y no puedo ser más feliz.
Mi plan era volver a mi vida con Camila y con mis hijos, ahora seremos
uno más. Volveremos a la odisea de los pañales, las noches sin dormir y las
ojeras constantes. Pero también de los besos, las risas, el cariño y la
felicidad plena.
Capítulo 47

Camila

Tres meses después…

Estamos en pleno mes de agosto y el calor es sofocante. Dentro de dos días


será el cumpleaños de Júnior y hemos decidido celebrarlo en la casa que
tienen mis suegros en la costa. Es una gran vivienda unifamiliar, cerca de la
playa y con una piscina que hace las delicias de todos, sobre todo de los
más jóvenes.
En esta ocasión, los únicos que faltan son Gerard y Andrea. Han
decidido tomarse unos días los dos solos. Últimamente, mi cuñado ha
tenido mucho trabajo y parece que no se han visto mucho, así que van a
aprovechar. El pequeño Jordi se ha quedado con nosotros y no creo que
eche mucho de menos a sus padres. Sus carcajadas al jugar con sus tíos y
primos en la piscina se oyen en todo el vecindario.
—Mira cómo nado, tía Cami —me informa Jordi.
Son las seis de la tarde y, a estas horas, donde mejor se está es a
remojo. Menos Hugo, que dentro de poco se va a fusionar con la hamaca de
tanto exponerse al sol. Aura, Júnior y Pablo, sí, el noviete de mi hija
también ha venido a disfrutar de unos días de playa, muy a pesar de Guille,
que todavía no se ha relajado del todo, están jugando a recoger objetos del
fondo de la piscina. Malcom y Daniela están en una esquina, haciéndose
arrumacos y Guille vigila a Jordi, que trata de nadar hasta el bordillo donde
estoy sentada con las piernas metidas en el agua.
—Madre mía, estás hecho un campeón —lo animo mientras aplaudo y
él me mira todo orgulloso.
Mi embarazo sigue su ritmo normal y ya estoy en la semana
veinticuatro, así que mi barriga ya tiene una forma más que evidente. Me
encuentro bastante bien y mucho se debe a todo lo que me miman, sobre
todo Guille y mis hijos, incluso a veces en exceso.
—¡Familia, a merendar! —reclama mi suegra que sale de la casa y
deja una bandeja en la mesa del jardín.
—Yo quiero un vaso de cacao fresquito —pide Hugo. Este hombre es
peor que los niños.
—Ahora te lo traigo —le dice su madre. Yo pongo los ojos en blanco
por la situación y por la enorme sonrisa de felicidad que tiene mi cuñado
ahora mismo.
—Eres un cap… —Guille no concluye la frase al ver que le señalo al
pequeño—. Capitán.
Todos sueltan una carcajada ante la situación y él se encoge de
hombros mientras deja a Jordi en el exterior de la piscina para que vaya a
merendar. Todos van saliendo y yo decido ir a ayudar a mi suegra. Sé que
disfruta mucho cuando tiene a la familia reunida pero la pobre se volverá
loca con tanta gente en casa y casi no descansa. Antes de entrar en la
vivienda, veo cómo Guille y Malcom se acercan a Hugo, lo pillan
despistado y entre los dos lo lanzan a la piscina. Dejo atrás las risas e
improperios que se oyen y me dirijo a la cocina.
—No deberías mimarlos tanto que después se acostumbran y no salen
de aquí —le reclama mi suegro a mi suegra. Su tono es serio, pero sé que él
está igual de encantado de vernos a todos reunidos.
—¡Qué tonto eres, Eusebio! —se queja mi suegra riendo. Él le rodea
la cintura y se sitúa detrás de su cuerpo para besarla en el cuello.
—¡Ejem! —carraspeo para hacerme ver.
—¡Lo ves! No hay ningún tipo de intimidad en esta casa —refunfuña
mientras suelta a su mujer y se gira para irse. Antes de abandonar la cocina,
me guiña un ojo, besa mi mejilla y se aleja silbando.
—¡Este hombre! —dice Manuela y niega con la cabeza— ¿Va todo
bien, cariño?
—Sí, venía a ayudarte.
—No hace falta. Tú estás de vacaciones y debes descansar —asegura
tocando mi barriga —. ¡Mira que no querer saber el sexo del bebé! —Ya he
perdido la cuenta de sus reproches—. Así no puedo comprarle nada…
—Ya tenemos de todo, Manuela. Andrea nos va a dejar lo necesario
que todavía guardaba de Jordi.
—¿Y si es una niña? No puede ir toda de azul. —Sonrío ante el
comentario de mi suegra. Ella todavía piensa que el rosa es para las niñas y
el azul, para los niños.
Respeto su comentario, esta mujer ha hecho tanto por mí y mis hijos,
que no puedo llevarle la contraria por cosas tan absurdas. Siempre ha sido
una madre para mí, me ha tratado y me trata con tanto cariño, que es
imposible que no la quiera como la quiero. Es una mujer muy especial, ha
criado a cuatro hijos y apoyado a su marido con el hotel familiar, se merece
un monumento y sé que sus hijos se lo harían con sus propias manos.
—Te prometo que, después del parto, tan pronto sea posible, tú y yo
nos iremos de compras y te dejaré que mimes a tu nuevo nieto o nieta.
—Será un niño —dice Guille que ha entrado en la mitad de la
conversación—, y voy a ganar la apuesta.
—¿Alguien ha dicho apuesta? Si hay dinero de por medio, me apunto
—comenta Hugo que seguro que viene a por su cacao.
—Es privada —asegura Guille—, entre mi mujer y yo.
—Hermanito, parece mentira que a tu edad, todavía no te hayas dado
cuenta de que las mujeres siempre ganan —le advierte Hugo.
—Esta vez no. Va a ser un muchachote.
—¿Y qué os habéis apostado? —indaga Hugo.
—¿Qué parte de privada no has entendido? —comenta Guille
elevando las cejas.
—Está bien, no quiero saberlo. Pero estás jodido. —Hugo se echa a
reír y palmea el hombro de su hermano—. ¿Dónde está mi cacao, mamita?
—Aquí está. Anda, ayúdame a llevarlo a la terraza —le pide mi suegra
dándole una jarra llena de cacao frío y unos vasos.
—Pero es que no quiero compartirlo —refunfuña Hugo, sacando al
niño que lleva en su interior.
—Tira, payaso —le reclama su madre empujándolo para que salga de
la cocina. Al pasar por nuestro lado, Guille le suelta una colleja que no
puede esquivar al llevar las manos ocupadas.
—Ya te pillaré —amenaza el pequeño de los Guerrero.
—Mira cómo tiemblo.
—Capullo.
—¡Chicos, ya vale! Sois peores que el pequeño Jordi —los abronca
Manuela con una sonrisa en la cara.
Vemos cómo se alejan de la cocina y Guille no pierde la oportunidad
para rodear mis caderas, acercarme a su cuerpo y besarme.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Perfectamente.
—Genial, entonces —asegura, se queda en silencio con su mirada fija
en mis ojos.
—¿Pasa algo? —indago preocupada.
—Claro que pasa. Que soy muy feliz y que te amo con toda mi alma.
—Golpeo su brazo, haciéndome la enfadada por inquietarme con su actitud
y él no puede evitar reírse.
—¡Cómo te gusta ponerme nerviosa!
—Me encanta descolocarte. —Besa mis labios y me da un toque con
su dedo en la nariz—. Venga, vamos a merendar que mi hijo no crece solo.
—Guille —lo llamo antes de que salga de la cocina—, yo también te
amo y no puedo ser más feliz.
Su enorme sonrisa le ilumina el rostro y sus ojos me dicen tantas cosas
que ni las palabras ni los besos pueden transmitir. Guille, fue, es y será el
amor de mi vida, la persona que quiero que me acompañe hasta el final de
mis días.
Guillermo

—¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos Júnior, cumpleaños


feliz!
Los aplausos invaden el jardín de la casa de verano de mis padres.
Hemos reunido a la familia y los amigos para celebrar los quince años de
Júnior. Mi pequeño hombrecito se hace mayor. Qué complicado es hacerse
a la idea de que van a empezar a volar solos, aunque nosotros siempre
estaremos ahí, a su lado, para lo que necesiten.
Una vez Júnior pide un deseo y sopla las velas, Hugo y Malcom lo
cogen en volandas y lo lanzan a la piscina entre los chillidos de mi hijo y
las risas del resto. Recorro el jardín con la mirada para que no se me olvide
este momento y recordarme lo afortunado que soy, por la familia que tengo,
ya sea de sangre o la que encuentras en el camino, como Adri y Mía, que no
han dudado en pasar el día con nosotros para celebrar el cumple de Júnior.
La rubia ha venido acompañada por su novio, Samuel. No he tenido
mucho trato con él, pero parece buen tío y es el culpable de que Mía tenga
esa sonrisa constante en la cara. No hizo falta ninguna charla entre nosotros,
siempre nos hemos llevado muy bien y entiendo que se pusiera del lado de
Camila cuando nos separamos, no podría ser de otra manera. Ella sabe que
amo a su amiga con todo mi corazón, aunque los humanos a veces
cometamos errores que hacen daño a la gente que queremos. Cuando Mía se
da cuenta de que la observo, levanta la copa de champán que lleva en la
mano a modo de brindis. Le devuelvo el gesto con la mía y me sonríe.
Continúo con mi inspección y, en esta ocasión me centro en Pablo, sí,
ese muchacho que está loco por mi hija, que no le quita las manos de
encima y se desvive por ella. Es mi pequeña y es difícil ver cómo se centra
en otro hombre que no soy yo. Soy un cavernícola, como dice Camila, pero
es mi pequeña y no puedo evitarlo. Mi protección por ella no va a
desaparecer, aunque tenga cuarenta años y sea madre, así que tendrá que
aguantarse lo que me quede de vida. Soy consciente del momento justo
cuando la mirada de Pablo se encuentra con la mía, incluso puedo ver cómo
traga saliva al verse observado. Sé que me comporto de forma dura con él y
que Pablo me respeta pero, en el fondo, me consta que es un buen
muchacho y trata a mi hija como a una princesa, de momento, con eso me
basta.
—No seas capullo y deja de intimidar al chaval —me reclama Adrián.
—No puede llegar, apoderarse de mi hija y salir impune.
—Te recuerdo que ha estado al lado de Aura toda su vida.
—Vaya mierda de amigo —lo oigo reírse y cuando me giro para
mirarlo mal, veo que lleva en brazos a la pequeña Lola. Está preciosa y es
una niña muy buena. Le toco la mejilla mientras se mete el puño en la boca.
—Creo que no es buena idea ponerte a tus mujeres en contra —me
avisa.
—Lo sé, y en el fondo…
—No hace falta que me lo digas, recuerda que te conozco a la
perfección. —Asiento con la cabeza y le doy un apretón en el hombro—.
¿Qué pasa con tu hermana Andrea? —me pregunta cambiando de tema.
La busco por el jardín y se encuentra arrodillada diciéndole algo a
Jordi, que la mira enfurruñado. Ayer regresó sola del viaje que hizo con
Gerard y parece que la cosa no fue muy bien. No quiso hablar y nadie la
presionó para ello, todos los que la conocemos sabemos que necesita su
espacio y su tiempo.
—¿Por qué lo dices? —pregunto.
—Me ha dicho que quería hablar conmigo para que le diera unos
consejos, como profesional.
—No está pasando una buena época con Gerard, lo que todavía no
tengo claro es la gravedad. Él ha cambiado mucho y no es el mismo que
hace unos años. Ella lo achaca al trabajo, pero yo no lo tengo tan claro.
—A ver qué me cuenta e intentaré orientarla de la mejor manera —
asegura Adri.
—Lo sé.
—No voy a preguntar por tu matrimonio, porque veo que va viento en
popa.
—Así es —digo y le sonrío—. Soy feliz, colega.
—Me alegro un montón. ¿Entonces puedo romper el acuerdo de
divorcio? —pregunta.
—Por supuesto. Mi copia la trituré hace unos cuantos meses. —Me
palmea la espalda y cuando ve que Camila se acerca a nosotros, se va sin
decir nada más.
—¿Ya estás haciendo de investigador privado? —me pregunta Camila
al llegar a mi lado y rodear mi cintura con sus brazos.
—Solo observaba. Hay veces que es necesario recordarse a uno mismo
lo afortunado que se es. Tendemos a olvidarnos de las cosas importantes
con demasiada facilidad.
—Es verdad. Si quieres, yo puedo recordártelas cada día —susurra
cerca de mi barbilla.
—No estaría mal. Ya tengo una edad y cada vez me cuesta más retener
las cosas.
—Mientras no te olvides de quererme y recuerdes que te quiero, todo
estará bien.
—Eso nunca —aseguro mientras devoro su boca.
Me separo de ella, no porque desee, sino porque no quiero dar un
espectáculo delante de mi familia. Ahora me la llevaría al interior de la casa
y la haría mía hasta que nuestros cuerpos se fusionaran en uno. Amo a esta
preciosa e increíble mujer y volver a mi vida con ella, para hacerla feliz, es
el mejor regalo que podría recibir.
—¡Venga ya! ¿Eso es necesario? —pregunto alarmado.
—¿Qué pasa? —Camila sigue la dirección de mi mirada y suelta una
carcajada que me llena el corazón.
—No te rías, ¿vale? Debería correr el aire entre sus cuerpos. ¿Y qué
me dices de colocarle el pelo detrás de la oreja? —me quejo.
—Cariño, tu hija tiene diecisiete años, está enamorada y él también. Es
normal que se ofrezcan esas carantoñas. Qué te piensas que hacen cuando
están solos, ¿jugar a las cartas?
—¿Sabes qué? No quiero saberlo —le pido tapándome los oídos y
fingiendo un escalofrío.
—¡Venga, Guille! —me reclama riendo.
—La, la, la… —Voy chillando por el jardín hasta que llego a la
piscina y me tiro para no seguir oyendo sus comentarios con relación a las
intimidades de mi hija.
Saco la cabeza de dentro del agua y busco a Camila, cuando la
localizo, me lanza un beso y yo niego con la cabeza. Cómo le gusta burlarse
de mí y cómo disfruto yo viéndola feliz.
Epílogo

Júnior

Noviembre en Andorra…

Si algo tengo claro a mi edad, es a lo que quiero dedicarme de forma


profesional. Disfruto delante del ordenador creando programas,
aplicaciones o páginas web. Sé que soy joven y muy friki, pero no me
importa lo que la gente opine de mí. Por raro que parezca, tengo buena
relación con mis compañeros y soy bastante social. Esto de crear cosas para
facilitarle la vida a la gente, te hace bien visto.
Resumiendo, soy un tío afortunado. Hago lo que me gusta y mi familia
me apoya. Sé que puede parecer una tontería, pero no os podéis imaginar
cómo agradezco que no estén encima de mí para que salga de mi cueva,
como la llama papá. Sé que mis padres hacen un esfuerzo por entenderme,
sobre todo cuando me lanzo a explicarles mis proyectos, se les nota en la
cara que no se enteran de nada. Aun así, me escuchan con una sonrisa y se
alegran por mis logros.
Mi familia, qué os puedo explicar de ella. Los Guerrero son lo más,
empezando por mis abuelos. Manuela, mi abuela, con ella tengo una
conexión especial. Aunque seamos de generaciones diferentes, disfrutamos
el uno del otro. Es una mujer sabia, con mucha experiencia en la vida e
increíbles consejos que guardo en mi cabeza como si fueran un tesoro. Solo
hay un problema con ella, las tecnologías no son lo suyo, pero para eso me
tiene a mí. Yo le explico cómo utilizar el teléfono y, a cambio, ella me
enseña a hacer postres. Aquí os voy a contar un secreto, no me gusta nada
estar entre fogones, pero por ver esa ilusión en sus ojos mientras me desvela
alguna de sus recetas, vale la pena. Eusebio, mi abuelo, es un cachondo. A
pesar de que este último año ha estado delicado de salud, no ha perdido su
sentido del humor. Disfruta tomándole el pelo a mi abuela, ella le reclama
su actitud y, al final, acaban los dos riendo. El abuelo solo tiene un pero, no
le gusta nada perder. Nuestras partidas al ajedrez no siempre acaban como a
él le gustaría. Y yo, como soy un nieto estupendo y no quiero que se le suba
la tensión, le dejo ganar más veces de las que tocan.
Mis tías y mis tíos son mundos paralelos. La familia crece y eso es
bonito, sobre todo con personas tan especiales como Malcom, el marido de
mi tía Daniela y la última incorporación. Además, tiene un hermano que es
la caña. Nathan es un gran artista y tiene cuadros espectaculares. Estamos
creando una página web para que puedan comprar sus creaciones desde
cualquier parte del mundo. Es mi primer trabajo importante y mola que
haya confiado en mí, porque no pienso fallarle.
Los tres hermanos de mi padre, Andrea, Daniela y Hugo no pueden ser
más diferentes entre ellos. La tía Andrea es la más seria de los cuatro, pero
tiene un gran corazón. Aunque los adultos se piensan que no me entero de
nada, por estar metido en la habitación gran parte de mi tiempo libre, sé que
ella ahora no está pasando por un buen momento. Algo pasa con el tío
Gerard que la tiene triste, no me gusta verla así, pero me imagino que son
problemas de la vida que tiene que superar, está rodeada de mucha gente
que la quiere y seguro que lo logrará. La tía Daniela es todo dulzura, pero
no te puedes dejar engañar por ella, es una mujer fuerte y decidida. A pesar
de estar lejos de los suyos, cosa que no lleva bien, ahora es feliz al lado del
Malcom. Menos mal que con la tecnología actual, nos podemos ver cada
día. Ya sé que no es lo mismo que sentir sus abrazos pero menos da una
piedra. Y qué os puedo decir del tío Hugo, está como una cabra y a veces da
la sensación de que tiene menos años que yo. Es la alegría de la familia,
siempre está contento o por lo menos lo demuestra, supongo que tendrá días
difíciles, aunque parezca imposible. Es complicado llevarse mal con él,
pero últimamente hay una persona que lo saca de sus casillas con más
facilidad de la que le gustaría, la tía Andrea, se pasan el día discutiendo.
Supongo que son cosas de hermanos, como me pasa a mí con Aura.
Mi hermana es una de las personas que más quiero aunque en
ocasiones sería capaz de sellar su boca con pegamento extrafuerte o de
encerrarla en su habitación y tirar la llave. Disfruta de manera sobrehumana
fastidiando a su hermano pequeño, o sea a mí. Después de aguantar sus
burlas durante los últimos años, ahora ha llegado mi momento. Pablo, su
ahora novio, me sirve para dejarla en ridículo de vez en cuando. Me encanta
cómo se ruboriza ante mis comentarios malintencionados delante de él. Sé
que no está bien lo que hago, pero es mi hermana mayor y empezó ella. A
pesar de todo, no podemos vivir el uno sin el otro y no os imagináis lo
difícil que va a ser estar sin ella cuando se vaya a Nueva York, porque lo
hará, de eso estoy seguro.
Otros pilares importantes en mi vida son mis padres. Fue duro verlos
separados e ir de aquí para allá durante más de un año pero, como dice mi
abuela, «las personas que son puras y de corazón, siempre vuelven a
encontrar el camino correcto», con ellos no podía ser menos. Siempre se
han querido, aunque en ocasiones, no hayan sabido gestionar los problemas
que les ha puesto la vida. Su reconciliación la hicieron a lo grande y lo
demuestra la enorme barriga de mi madre, que parece a punto de explotar.
Solo faltan unos días para que conozcamos al peque de la familia. La
sorpresa ante la noticia fue un impacto brutal, nos vamos a llevar quince
años o diecisiete con mi hermana pero, una vez hemos asumido la novedad,
estamos todos muy emocionados. Está claro que va a ser el juguete de casa.
Mis padres no quisieron saber el sexo del bebé, así que la sorpresa nos tiene
a todos entusiasmados, incluso hay alguna que otra apuesta de si será niño o
niña.
El ruido de algo que impacta en el suelo hace que me retire los
auriculares de mis orejas. Solo estamos mamá y yo en casa. Aura está con
Pablo y papá tenía una reunión importante para algo relacionado con el
hotel e iba a estar casi todo el día fuera. Como lleva tres días nevando con
bastante intensidad, decidimos no dejar sola a mamá en casa por si
necesitaba algo y que no saliera a riesgo de caerse.
—Mamá, ¿estás bien? —pregunto mientras salgo de mi habitación y la
busco por la casa. La encuentro en la cocina, apoyada en la mesa y con la
cara desencajada.
—Estoy de parto —suelta agarrándose la barriga. Mi cara debe de ser
un poema y seguro que he perdido el color—. Tranquilo, cariño. El bebé no
saldrá disparado.
—Muy graciosa. —Un chillido de dolor resuena en el piso y casi
consigue que yo me desmaye—. Mamá, dime qué hago —le pido cuando
veo que se relaja un poco.
—Llama a tu padre y dile que venga para llevarme al hospital —me
pide y vuelve a encogerse de dolor.
Yo no entiendo de partos, pero creo que estas contracciones son muy
seguidas y eso no debe de ser bueno. Corro a la habitación y recupero mi
teléfono, busco el nombre de mi padre y llamo. Lo hago en cuatro ocasiones
sin obtener respuesta. Mierda, qué difícil es esto. Sé que debería mantener
la calma para no poner más nerviosa a mi madre, pero es que no tengo ni
idea de lo que hacer, estoy bloqueado. Me acerco a la cocina y la encuentro
con los brazos apoyados en la mesa y la cabeza en ellos, intenta mantener la
respiración, pero no lo consigue del todo. A sus pies, junto con un plato roto
que me apresuro a recoger, hay un charco de agua.
—Mamá, el suelo está mojado —digo como si ella fuera tonta y no se
hubiera dado cuenta.
—Lo sé, cariño. Acabo de romper aguas. ¿Has podido hablar con tu
padre? —La última vocal la ha alargado con un nuevo chillido. La miro,
aturdido, esto tiene que doler de narices.
—No me coge el teléfono. He llamado cuatro veces. ¿Aviso a la
abuela?
—Dejemos a la abuela tranquila, no vale la pena ponerla nerviosa y no
está la calle para que salga. Haremos lo siguiente. —Frena su explicación y
vuelve a emitir un nuevo chillido. Cuando se calma prosigue—. Coge las
mochilas de la habitación y llama a la ambulancia. Diles lo que sucede y
cuando te digan que vienen hacia aquí, sigue insistiendo con tu padre.
—Vale, voy…
—Espera. Mierda… —Una nueva contracción la arrasa y yo parezco
un idiota mirándola sin poder hacer nada—. Ayúdame a tumbarme en el
sofá.
La acompaño y la dejo retorciéndose de dolor mientras hago lo que me
ha pedido. Dejo las bolsas preparadas en la puerta y busco el teléfono de los
servicios de urgencia médica que llevo apuntado en mis contactos. La voz
de una mujer me contesta al otro lado de la línea.
—Me llamo Júnior, estoy con mi madre que se ha puesto de parto y no
puedo localizar a mi padre —explico.
Me hace miles de preguntas a las que no tengo mucha idea de qué
contestar y mi madre al ver mi cara de desconcierto me ayuda en alguna,
por lo que al final, decido poner el altavoz y que hable ella. Cuando nos
informan de que mandan una ambulancia, recupero un poco la normalidad
de la respiración. Los minutos que tardan en llegar parecen horas y cuando
oigo la sirena de fondo, me apresuro a abrir la puerta y bajar al portal a
buscarlos. Mi madre lleva un rato diciendo que, al final, el bebé va a salir
solo.
Tan pronto me ven, no tardan en seguirme y subir corriendo las
escaleras mientras el chofer intenta estacionar los más cerca posible, con la
nieve la cosa está complicada.
—Pero bueno, Camila. Que pareces novata, mujer —le reclama una de
las chicas. Supongo que se conocen del hospital.
—Todavía quedaba una semana —se queja mi madre apretando los
dientes.
—Pues va a ser que no. Este bebé tiene muchas ganas de conocer a su
familia. —La enfermera coge la manta que hay encima del sofá y se la pone
encima de las piernas a mi madre—. Mira Fermín, es un bebé muy moreno,
ya tenemos la cabeza aquí preparada.
—¿A qué estáis esperando para llevarme al hospital? —ruega mi
madre.
—Imposible, Camila. La carretera está complicada por la nieve y no
llegaría sin nacer hasta allí. Vamos a tener que hacerlo aquí y después os
llevamos al hospital —. El tal Fermín habla por una emisora e informa de la
situación.
Justo en ese momento, mi teléfono vibra en mi mano y cuando veo el
nombre de mi padre en la pantalla no tardo ni un segundo en contestar.
—Papá, tienes que venir a casa. Mamá se ha puesto de parto y están
aquí los médicos —le digo del tirón.
—Todavía quedaba una semana —dice más para él mismo que para mí
—. Salgo ahora mismo del hotel. En dos minutos estoy ahí.
—No sé si tendrás dos minutos —le aseguro.
—¿Tan rápido va la cosa? Mierda, no me lo quiero perder —contesta
jadeando por el esfuerzo de venir corriendo—. Ponme a tu madre al
teléfono.
—Es papá —le digo acercándome a ella y pongo el altavoz.
—¡Hola, cariño! —lo saluda entre respiración y respiración.
—Nena, estoy llegando. Ahora mismo nos vemos, ¿vale?
—Vale —le contesta mi madre llorando.
—¡Oye, pequeña! No llores. Todo va a salir bien y voy a ganar la
apuesta.
—Eso ya lo veremos. —Retiro el móvil cuando un nuevo chillido
invade el salón, pero no cuelgo la llamada.
—Está bien, Camila. En la próxima contracción quiero que empujes
con todas tus fuerzas. Esto ya casi está, campeona —le pide la enfermera.
Sé que mi padre no ha colgado porque lo oigo respirar al otro lado de
la línea y no es hasta que lo veo atravesar la puerta de casa como un
huracán, que no le doy al botón rojo. Sonrío al ver cómo se arrodilla al lado
de mi madre y la besa por toda la cara mientras le da ánimos para que
empuje con fuerza. Viene empapado de las rodillas para abajo y debe tener
los pies congelados, pero eso ahora es lo de menos. Lo importante siempre
es la familia y los Guerrero lo sabemos.
Un fuerte llanto invade la estancia y sustituye los gritos de dolor de mi
madre. Todos los que asistimos a este milagro sonreímos ante la potencia de
los pulmones de Leo, el nuevo Guerrero. Soy consciente de cómo mis
padres lloran abrazados y cómo los sanitarios limpian y revisan a mi
hermano. Parece que todo está en orden y ahora me doy cuenta de lo
afortunado que he sido al presenciar la llegada del pequeño.
—¿Quieres coger a tu hermano? —me pregunta la enfermera y yo no
dudo en asentir con la cabeza—. Solo un momentito que se lo tenemos que
dar a tu madre.
Me acerca un bulto pequeñito, envuelto en una sábana azul manchada
de sangre. No tengo ni idea de cómo se coge a un bebé, pero es mi hermano
y mi instinto de protección me ayuda a sostenerlo con cuidado. Tiene los
ojos abiertos, como si quisiera observar el mundo que le espera. Es muy
guapo y no es porque sea mi familia, es que de verdad lo es.
—Vamos a acercárselo a la mamá —me pide Fermín, que ya ha
acabado lo que le hacía a mi madre.
Me arrodillo y se lo acerco. Mi padre lo acaricia y besa la frente de los
dos mientras rodea mis hombros con su brazo. Justo en ese momento entra
Aura, que viene alarmada al ver la ambulancia en la calle y suelta un
gemido de la emoción. Al vernos se une a nosotros para conocer a Leo.
—Chicas, ahora somos mayoría —les digo.
—Ni aun así podéis con nosotras, ¿verdad, mami?
—Por supuesto que no.
—Lo fundamental es que estamos juntos y nos queremos. Ahora toca
enseñarle a Leo la importancia de la familia. Y en eso, ser hombre o mujer,
no tiene la menor importancia —nos dice mi padre.
—Os quiero mucho —comenta mi madre entre lágrimas.
—Y nosotros a ti —afirmo yo.
—Cariño, te has dado cuenta de que he ganado la apuesta, ¿verdad?
—Parece que sí. Una apuesta es una apuesta, así que ya puedes
empezar a buscar.
—¿Se puede saber qué has ganado? —le pregunta Aura a nuestro
padre.
—Tu madre odia las mudanzas, cuando compramos este piso, juró que
sería la última que haría. Yo siempre quise vivir en una casa, así que le dije
que, si era niño, compraríamos una y nos mudaríamos.
—¿Con jardín? ¿Podré tener un perro? —interrogo entusiasmado.
—Madre mía la que nos espera —se queja mi madre mientras todos
nos reímos.
Los sanitarios preparan todo para llevarlos en la ambulancia hasta el
hospital, nosotros la seguiremos en el coche de papá.
Y así, una tarde de invierno, con una nevada de campeonato, llegó al
mundo Leo Guerrero, con unos grandes pulmones y una enorme curiosidad
por la vida.

Fin
Agradecimientos
Quiero dar las gracias, en primer lugar, a todas esas personas que le
han dado una oportunidad a cualquiera de mis libros. Gracias por tanto.
A mis hijos, porque mi vida no sería nada sin ellos.
A mi familia, mis padres, mi hermana y mi cuñado, por estar ahí en
todo momento. Por las risas y los momentos compartidos. La vida no es
fácil pero unidos el peso se comparte mejor.
También quiero agradecer a todos esos familiares, mi suegra, mi
cuñada, mis amigos, compañer@s de letras y los diferentes blogs por la
inmensa ayuda que me proporcionan compartiendo y apoyándome en las
redes sociales.
No puedo olvidarme de la parte más divertida, la de compartir audios
y mensajes que me han ayudado con esta nueva historia y por esperar con
tantas ganas a Guillermo. Gracias a mis lectoras cero:
Yoli y Lorena, mis riquiñas. Qué maravilloso es tenerlas a mi lado en
la distancia. Sois unas mujeres maravillosas y yo, muy afortunada.
María Jesús Peris, por tus consejos y tus ganas de descubrir a los
Guerrero. Eres un sol.
Esther (El Rinconcito de Minny), por tu gran entusiasmo y todos los
comentarios y especulaciones que hemos compartido.
Qué ganas tengo de achucharos a todas.
Agradecer a Nerea, por las maravillosas portadas que realiza para
nuestros libros y por la infinita paciencia y a Bego por la corrección. Ella
sabe qué poco me gusta esa parte del proceso de publicar, así que mil
gracias por tu apoyo. Es un placer trabajar con vosotras.

Hasta aquí otro libro de la serie Contigo. Deseo que hayas pasado un
buen rato con la historia de Guillermo. Recuerda que, en breve, podrás
volver a disfrutar de otro de los hermanos Guerrero. Te estaré esperando.
Sobre la autora

Me llamo Sonia Puente, nací y vivo en el Principat d’Andorra, un


pequeño país, entre España y Francia, rodeado de montañas. Soy una
apasionada de la lectura, sobre todo del género romántico-erótico, pero
también disfruto con una buena novela policiaca. Me encantan los finales
felices, de esos que te hacen suspirar, y perderme dentro de las historias.
Empecé con la escritura hace relativamente poco. Actualmente tengo tres
libros publicados: Mi pequeño mundo. Buscando mi momento y Empezar
una vida contigo, el primero de la Serie Contigo
Me encanta la música, no puede faltar mientras escribo o leo, y casi
siempre estoy rodeada de velas aromáticas. Me fascina Nueva York, ciudad
que he tenido la suerte de visitar, y estoy segura de que en otra vida viviré
allí.
Como veis, soy una persona feliz con poco, pero si queréis saber más
sobre mí, solo tenéis que buscarme en las redes. Será un placer compartir
opiniones con vosotros/as.

Facebook: Sonia Puente Duro


Instagram: @lecturasspd
Twitter: @SoniaPuenteDuro
Otras publicaciones de la autora

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[1]
En el Pirineo, cabaña destinada como albergue de pastores y ganado.
[2]
Traducción: «Voy a quedarme justo a tu lado, donde sea que vayas, yo también iré».

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