Volver A Mi Vida Contigo
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Aviso legal: Reservados todos los derechos. Queda prohibido reproducir el contenido de este libro,
total o parcialmente, por cualquier medio analógico y digital, sin autorización previa y por escrito de
los titulares del copyright.
Todos los personajes, escenarios, eventos o sucesos de esta obra son ficticios, producto de la
imaginación de la autora, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Índice
Prólogo
Guillermo
Capítulo 1
Camila
Capítulo 2
Guillermo
Capítulo 3
Camila
Capítulo 4
Aura
Capítulo 5
Guillermo
Capítulo 6
Camila
Capítulo 7
Guillermo
Capítulo 8
Camila
Capítulo 9
Aura
Capítulo 10
Guillermo
Capítulo 11
Camila
Capítulo 12
Guillermo
Capítulo 13
Camila
Capítulo 14
Guillermo
Capítulo 15
Aura
Capítulo 16
Camila
Capítulo 17
Guillermo
Capítulo 18
Camila
Capítulo 19
Guillermo
Capítulo 20
Aura
Capítulo 21
Camila
Capítulo 22
Guillermo
Capítulo 23
Camila
Capítulo 24
Guillermo
Capítulo 25
Camila
Capítulo 26
Aura
Capítulo 27
Guillermo
Capítulo 28
Camila
Capítulo 29
Guillermo
Capítulo 30
Camila
Capítulo 31
Aura
Capítulo 32
Guillermo
Capítulo 33
Camila
Capítulo 34
Guillermo
Capítulo 35
Aura
Capítulo 36
Camila
Capítulo 37
Guillermo
Capítulo 38
Camila
Capítulo 39
Guillermo
Capítulo 40
Aura
Capítulo 41
Camila
Capítulo 42
Guillermo
Capítulo 43
Camila
Capítulo 44
Guillermo
Capítulo 45
Aura
Capítulo 46
Guillermo
Capítulo 47
Camila
Guillermo
Epílogo
Júnior
Agradecimientos
Sobre la autora
Otras publicaciones de la autora
A Fran, por sacarme de quicio y hacerme reír.
Por disfrutar a mi lado de los buenos momentos
y soportar conmigo los golpes de la vida.
Guillermo
Camila
En la actualidad…
Mía es mi amiga y compañera de trabajo. Hace unos diez años que nos
conocemos y, aunque nuestras vidas sean muy diferentes, siempre hemos
podido contar la una con la otra. Es tres años menor que yo y no tiene hijos
ni pareja. Desde que se quedó compuesta y sin futuro marido casi en el
altar, decidió que iba a disfrutar de la vida y no pensaba complicársela de
nuevo. Lo pasó muy mal y ahora huye del compromiso. Es una mujer
preciosa, muy dulce y divertida. No sé qué sería de mí sin ella en estos
momentos. Mía es de esas personas que transmiten buen rollo y, si a eso le
sumas su metro setenta y cinco, la rubia melena que le llega a los hombros
y sus inmensos ojos entre azules y grises, es casi perfecta, aunque ella
siempre se queje de que tiene los pechos pequeños. Con su forma de ser y
su físico, consigue engatusar a la gente, sobre todo a los hombres. A
muchos de ellos les ha roto el corazón, aunque se haga la indiferente.
Camila:
Tengo que hablar con Guille.
Guillermo
Cami:
Está bien. Después de llevar a los niños al cole estaré en casa toda la mañana. Ven cuando
quieras.
Guillermo:
Perfecto. Te enviaré un mensaje antes para avisarte de que voy.
Cami:
Ok.
Camila
Aura
¿Por qué todo tiene que ser tan rollo? Yo que siempre había querido ser
mayor, crecer rápido para hacer lo que me diera la gana. Pues resulta que
nadie te avisa que no es todo tan bonito como tú te imaginas. Últimamente
tengo la sensación de que cada día estoy más enfadada, me gasto un mal
humor que ni yo misma me reconozco. Juro que no me gusta nada sentirme
así, pero no sé qué hacer para cambiarlo.
Hoy es el último día de cole, empiezan las vacaciones de Navidad.
Antes me encantaban estas fechas, disfrutaba mucho con mi abuela en los
preparativos. Salíamos con mamá a comprar los regalos y papá siempre me
pedía ayuda para regalarle algo especial a mi madre. Todo ese buen rollo
acabó el año pasado, el primero que celebramos con mis padres separados.
Menos mal que tuvimos la visita de mi tía Daniela, ella sí que es guay. Este
año será todavía peor ya que ella no puede venir y lo celebrará en Nueva
York.
Me encantaría ser como mi tía Dani e irme a vivir a La Gran Manzana,
alejarme de todo el mal rollo que ahora hay en mi casa. Bueno, a decir
verdad, en casa solo hay tristeza, el mal rollo lo pongo yo, pero es que no
entiendo por qué se han separado. Si algo tengo claro es que todavía se
quieren y, como ya he dicho antes, hacerse mayor no es tan bueno. Me
parece que te vuelves más tonto, pierdes la visión de las cosas y te
complicas la vida de la manera más rara. Si algo he aprendido es que yo no
pienso ser como ellos. Cuando acabe mis estudios me voy a ir a trabajar a
Nueva York, allí seré una gran escritora y nunca, jamás, me pienso
enamorar ni dejar que nadie me enrede la vida.
—¡Hola! —Me giro para ver quién me saluda.
Voy camino de la parada para coger el bus e ir a casa de los abuelos.
Esta semana le toca a mi madre aguantarnos y, como ella trabaja, nos
quedamos con ellos en su casa hasta que nos recoge. ¿Cómo es posible que
no pueda quedarme yo solita en casa con dieciséis años?
—¿Qué quieres, Pablo? —le pregunto algo borde.
—No te has despedido.
Pongo los ojos en blanco. Ni que se fuera a acabar el mundo. Solo son
quince días de vacaciones pero Pablo es un exagerado. Nos conocemos
desde que íbamos a la guardería y, aunque los últimos años no coincidimos
en la misma clase, siempre hemos sido muy amigos. Es un gran apoyo pero,
en ocasiones, le cuesta entender que necesite estar sola.
—Adiós, Pablito. Que tengas buenas vacaciones —le digo y reanudo
mi camino.
—Espera, espera. —Corre y se pone delante de mí, obstaculizándome
el paso—. A veces te comportas de forma tan rara que te mandaría a la
mierda. Pero como te conozco hace muchos años y sé que no eres así, te lo
perdono.
Bufo, porque no quiero reírme, pero con él suele ser imposible
quedarme en el lado oscuro.
—No me digas que ahora te vas a poner moñas. —Me cruzo de brazos
y elevo una ceja. Pablo sabe que eso conmigo no funciona—. Sal de mi
camino que como pierda el autobús por tu culpa te vas a enterar.
—Te acompaño. —Reinicio el trayecto sin hacerle caso—. Sabes que,
si me pusiera moñas, no dudaría en robarte un beso ahora mismo.
—Inténtalo y reza para que tus piernas corran más que las mías y no te
alcance o el desenlace podría ser trágico.
—Sabes que nunca podrías cogerme —dice mientras rodea mis
hombros con su brazo y me enseña una sonrisa chulesca. Le pego un
puñetazo en el estómago y se dobla hacia delante soltándose así de mi
agarre—. ¡Joder, qué bruta!
—No juegues con fuego, amigo.
Sé que, si por él fuera, no le importaría que fuéramos novios pero es
mi amigo y, como ya he dicho, no quiero romances en mi vida. No hacen
más que complicarla. Miro a Pablo de reojo. La verdad es que es un chico
muy mono. Es un poco más alto que yo, su pelo es de un castaño muy claro,
casi rubio, lleva el flequillo algo largo y, en ocasiones, le tapa parte de sus
increíbles ojos azules. Si no fuera tan reacia a los temas del corazón... Sé
que está enfadado. A lo mejor sí que he sido un poco bruta, Pablo siempre
está ahí, haciéndome reír con sus payasadas y yo pago mi mal humor con
él.
—¿Te he hecho mucho daño? —le pregunto enlazando mi brazo con el
suyo.
—Todavía tienes que comer muchas espinacas para hacerme daño. —
Me mira y sonríe.
—Eres un creído.
—Pero tú me quieres mogollón. ¿A que sí? —pregunta y deja un beso
en mi mejilla—. Te voy a echar de menos estos quince días. Podríamos
quedar un día para ir al cine o a dar una vuelta.
—Pensé que te ibas de viaje.
—Me voy solo una semana.
—Bueno pues cuando quieras me avisas y, si estoy de buen humor, a
lo mejor hago el esfuerzo de quedar contigo.
—¡Oh! —Se queja llevándose las manos al pecho—. Has roto mi
corazón.
Este chico debería hacer teatro, se le da de maravilla.
—Eres un payaso —me quejo—. Hay cosas más importantes en mi
vida que salir contigo, amigo mío.
—Pues no debería. Tú eres mi prioridad número uno. —Se acerca a mí
y me vuelve a rodear los hombros con su brazo.
Río ante su comentario, no es la primera vez que me deja plantada por
una partida a la consola.
—Sí, ya…
Justo cuando llegamos a la parada del autobús, llega uno y
conseguimos subirnos. Me promete que me llamará para quedar un día en
las vacaciones. Yo bajo antes que él así que, cuando estamos llegando, me
deja un largo beso en la mejilla como despedida.
—Nos vemos, nena —dice antes de que baje haciendo referencia a una
película que hemos visto a escondidas hace unos días.
Le empujo y despeino su querido flequillo, cosa que sé que le molesta
mucho. Mi querido Pablo siempre me hace sonreír, aunque no tenga ganas
de hacerlo. Le da color a mi vida, qué le vamos a hacer.
♡♡♡
Sonrío al verla aparecer en la pantalla. Una vez a la semana, me conecto
con mi tía Daniela por videollamada. Es el momento que más disfruto. Con
ella puedo hablar de cualquier cosa, como antes hacía con mamá. Ahora no
quiero preocuparla con mis tonterías, bastante tiene ella.
—Hola, pequeña Flor. ¿Cómo estás?
—Hola, tía. Todo bien. Hoy empezamos las vacaciones de Navidad.
—Es verdad. Qué envidia que tenéis dos semanas libres.
—Yo casi prefiero ir al cole. Total, aquí no hacemos nada especial.
Todavía no tengo ni idea de con quién nos tenemos que quedar. Esto es una
mierda.
—Aura, cielo, controla esa boca. Ya hemos hablado de eso, ¿verdad?
Debes tener paciencia. Esto tampoco es fácil para ellos.
—Lo sé, pero es que las fiestas ya no son lo que eran. Y encima este
año tú no vienes.
—Pequeña Flor, mírame. No quiero que estés triste, ¿vale? No llores,
mi niña. Todo esto pasará y vendrán tiempos mejores.
—Me cuesta creerte. Todo sería mejor si ellos volvieran a estar juntos.
Antes, aún tenía esperanza, pero sé que ayer estuvieron hablando y al final
se van a divorciar, están preparando los papeles.
—¿Estuviste espiando, pequeña bruja?
—No. Se lo oí decir a mamá por teléfono. Creo que hablaba con Mía.
—Bueno, es una pena. Pero ellos son los adultos y los que deben
decidir. No se puede obligar a nadie a estar con otra persona. Tus padres
también se merecen ser felices y, a lo mejor, la forma de que lo sean es que
estén separados.
—No quiero ser mayor. Es todo demasiado complicado.
—Es verdad. Pero también tiene sus cosas buenas, te lo aseguro.
—Lo dudo, pero cuéntame. ¿Cómo van los preparativos de la boda?
—Bueno, bueno. Creo que, por fin, tengo vestido.
—¡Qué gran noticia! Pensaba que al final te ibas a casar en tejanos.
—No te rías. Seguro que iría más cómoda.
—Explícame, ¿cómo es?
—De eso nada. Es una sorpresa. Ya hemos escogido las flores. Al final
serán las que te gustaban a ti.
—Eran las más bonitas. Qué pena no poder estar ahí para ayudarte.
—¿Para ayudarme o para pasear por Times Square?
—Eso también. O subirme al Empire State.
—Hola, cariño. Estoy hablando con Aura. Ven a saludarla —dice mi
tía a la persona que acaba de llegar.
—Hola, Aura. ¿Qué tal?
—Hola, Malcom. Bien, por aquí, como siempre. ¡Oye! No te olvides
de guardarme unas entradas para ir a ver un partido de baloncesto contigo
cuando vaya para la boda.
—Eso está hecho. No te preocupes. Cuídate mucho, guapa. Te dejo
con tu tía.
—Un beso. —De pronto vuelve a aparecer la imagen de mi tía.
—Pequeña Flor, ¿has vuelto a escribir algo?
—En eso estoy, pero me cuesta concentrarme.
—Aprovecha estos días de vacaciones. Despeja la mente, ponte frente
el ordenador y deja volar esa maravillosa imaginación que tienes.
—Es que últimamente solo tengo ganas de matar a los personajes. Y
todo en su historia es triste. Si alguien acaba leyéndolo es posible que se
arranque los pelos de desesperación.
—Qué bruta eres. ¡Con lo bonito que son el amor, la amistad…!
—Hoy estáis todos un poquito empalagosos, ¿no?
—¿Todos? ¿Quién más ha osado hablarte de sentimientos positivos?
—Qué graciosa. Pablo, que está de lo más pesado. Es mi amigo y no le
gusta verme triste, así que no para de hacer el payaso para hacerme reír.
—Qué majo es ese chico y está loquito por ti.
—No alucines. Solo es mi amigo.
—Sí, claro. El pobre ya no sabe qué hacer para llamar tu atención y
seguro que eres una borde con el chico.
—Tía Daniela, si sigues por ahí, voy a colgarte.
—Ni se te ocurra. Aún nos quedan unos minutos. Explícame, ¿qué tal
está Júnior?
—Ya sabes que a mi hermano le pones delante una pantalla, un teclado
y un ratón y es el niño más feliz del planeta.
—No sé a quién habrá salido.
—Es adoptado.
—Qué bruja eres. No digas eso. Le habrán cambiado el cerebro porque
físicamente es igualito a Hugo.
—¿Quién es la mala ahora?
—Es verdad, pero es tu culpa. Eres una mala influencia.
—Sí, claro. Las culpas siempre son para mí.
—Sabes que te quiero mucho, pequeña Flor. ¡Oye!, tengo que dejarte.
He de ir a una reunión. Hablamos la semana que viene. Te aviso del día,
¿vale?
—Perfecto. Yo también te quiero, tía. Haz más fotos de la ciudad y me
las envías.
—Eso está hecho, cielo. Un besazo.
—Un beso.
Bloqueo el teléfono una vez ha desaparecido la imagen de mi tía. Es la
única que me entiende y no me trata como si todavía fuera una niña
pequeña. Por eso disfruto tanto cuando hablamos. Llevamos con estas
charlas unos dos meses. Es la única que sabe que escribo y que ha leído mis
textos. Es nuestro secreto. Además, casi cada día, me envía una foto curiosa
de Nueva York y me encantan. Tenemos una conexión especial y eso me
ayuda. Ojalá nunca se olvide de que yo sigo aquí y podamos mantener estas
conversaciones durante mucho tiempo.
Capítulo 5
Guillermo
Daniela:
Dice que se lo ha oído a Camila cuando hablaba por teléfono con Mía.
No es una crítica Guille, solo que tenéis que sentaros y comentarlo con ellos.
Ya no son niños pequeños y vosotros los tratáis como si lo fueran.
Dejo el teléfono encima del escritorio y me froto los ojos. ¿Por qué
coño es todo tan complicado? Así me encuentra Andrea cuando entra en el
despacho.
—¡Vaya!, qué mala cara tienes. ¿Quieres que venga más tarde? —
pregunta intranquila.
—No te preocupes. Vamos a sacarnos esto de en medio cuanto antes.
—¿Puedo ayudarte en algo?
Mi hermana Andrea no se parece en nada a Daniela ni de carácter ni
físicamente. En realidad, los cuatro somos muy distintos. Yo soy el que
pone el equilibrio entre los cuatro; Andrea es responsable y prudente, nunca
hace nada que ella piense que sea incorrecto, no da puntada sin hilo y eso
puede dar pie a pensar que es una mujer algo fría; Daniela es la parte tierna,
con un corazón enorme que se vuelca demasiado en los demás antes de
pensar en ella misma y Hugo es el positivo, el que nos hace reír, parece el
más despegado pero siempre está cuando lo necesitas. Estos son los
Guerrero, no somos perfectos pero intentamos hacerlo lo mejor posible.
—Gracias, Conguito por preocuparte por mí. Es lo mismo de siempre,
el divorcio.
—Jolines Guillermo, no me llames así y menos en el trabajo. Sabes
que no me gusta, alguien nos podría oír. —Río por su comentario. No lleva
muy bien el qué dirán, una soberana estupidez.
Hubo una época en nuestra infancia que se pasaba el día comiendo
esas bolitas de cacahuete y chocolate a todas horas. Empecé a llamarla así,
y como a ella no le gustaba, pues más lo hacía yo. Disfruto viendo cómo se
enfada al oírme.
—¿Qué tendría de malo? Soy tu hermano y te llamo como quiero —le
digo.
—Vamos al lío, anda.
Pasamos casi una hora en la organización de la dichosa boda. En estos
momentos recuerdo por qué no hacemos más celebraciones de este tipo.
—Bueno, por hoy suficiente. A ver si me da tiempo a ir un rato al
gimnasio —digo y recojo todos los papeles de la mesa y los agrupo en un
montón.
—Yo he ido esta mañana a hacer dos clases.
La observo en silencio toquetear su teléfono de forma despreocupada.
Hace días que trato de hablar con Andrea. Hugo y ella llevan una
temporada que no paran de pelearse, más de lo habitual y nadie sabe el
motivo de tanto recelo entre ellos. Nunca se han llevado a las mil
maravillas, son dos polos opuestos, pero tampoco había la tensión que hay
ahora cuando están cerca el uno del otro.
—¿Estaba Hugo? —indago para meterme en materia.
—Yo no lo vi. Supongo que era demasiado temprano para él.
—Ahora que estamos aquí los dos solos, ¿me vas a explicar qué pasa
con vosotros? —Noto que se tensa al mirarme.
—Nada especial —comenta recomponiéndose y recupera a la dura
Andrea de siempre—. Ya sabes que yo no soporto que me juzgue por no
llevar su estilo de vida tan desenfadado. Con él siempre es lo mismo, se
piensa que es un ser superior y que puede juzgar a todo el mundo.
—Me extraña que solo sea eso. ¿Seguro que no os pasa nada más?
Últimamente no hay quien os aguante cuando estáis cerca.
—Solo es eso. ¿Qué más puede haber? —contesta, pero rehúye mi
mirada. Estoy seguro de que miente.
—No lo sé. Voy a respetar que no me lo quieras contar. Pero sí que te
voy a pedir que, sea lo que sea, lo arregléis pronto. Vuestras peleas afectan
a toda la familia. Pronto llegarán las fiestas y estaría bien que las
pudiéramos pasar en calma.
—Por mi parte, no hay problema —afirma mientras se levanta de la
silla para irse—, me voy que tengo que recoger al peque.
Mi hermana se casó hace un año con Gerard, un prestigioso arquitecto
del país y tienen un niño, Jordi de tres años, que ahora está de lo más
gracioso.
—Pensé que estaba con Gerard.
—No, él está de viaje. En principio vuelve el lunes. Está con mamá.
Voy a buscarlo y me voy para casa —explica. Rodea la mesa del despacho y
deja un beso en mi mejilla para despedirse.
—Ya hablamos.
Me dice adiós con la mano y la veo salir. ¿Qué es lo que habrá pasado
con mis dos hermanos? Tendré que probar con Hugo a ver si le saco algo de
información.
★★★
En qué maldita hora pensé que venir al gimnasio un viernes por la tarde era
buena idea. Ya no tengo edad para esto. Todo es culpa de Hugo, me reta y, a
mí que no me gusta perder, acabo sacando el hígado en la clase. Hoy tocaba
Body Combat pero, como es habitual, acabamos los dos hermanos a
puñetazos el uno con el otro.
Toco mi pómulo con los dedos, maldito Hugo, mañana tendré la zona
morada. Él tampoco se ha ido de rositas. Lo veo entrar en el vestuario con
la mano en las costillas y me río. Eso le pasa por burlarse de su hermano
mayor.
—No te rías. —Me amenaza con el dedo—. Veremos quién se resiente
menos mañana.
No tengo ninguna duda de que yo voy a estar muerto, Hugo es diez
años menor que yo. Ya solo por ese dato, es lógico quién las va a pasar más
jodidas.
—Deberías ponerte hielo en ese pómulo —comenta Víctor.
—Joder, ¿tanto se nota? —Me levanto para observarme en el espejo
—. Eres un capullo, Hugo.
Lo empujo hacia atrás al ver que se acerca a mí.
—Déjame ver, hombre.
—Aléjate de mí. ¿Qué van a pensar en el hotel cuando me vean llegar
el lunes con el ojo morado?
—Que eres un tío duro —se burla mi hermano.
—Vete a la mierda.
—Vamos no te enfades. No lo he hecho queriendo.
—Solo faltaba.
Me siento para quitarme las zapatillas primero y la ropa después y
meterme en la ducha. A ver si así consigo relajar los músculos. Cuando me
incorporo, Víctor aparece con una bolsa con hielo cubierta por papel.
—Póntelo un rato, anda. Parecéis niños pequeños —nos acusa Víctor,
alejándose y negando con la cabeza. Se quita la ropa y lo veo desaparecer
en las duchas.
—Vamos a ir a tomar unas cervezas y picar algo, ¿te animas? —me
pregunta Hugo delante de mí en pelotas.
Lo pienso. Estoy molido, pero la otra opción es irme a un piso solitario
sin nada que hacer. Nadie me espera y la verdad es que no me apetece en
absoluto.
—Vale. Pero tápate, capullo. —Se pone la toalla delante de sus partes,
riendo.
Me levanto y voy hacia el espejo para ver el aspecto de mi pómulo.
—¡Joder! —exclamo sin poder reprimirme. Veo asomar la cara de mi
hermano por detrás de mí. Sigue en pelotas.
—Vas a tener que llamar a Andrea o a tu hija para que te presten el
maquillaje —suelta una carcajada.
Me giro y le lanzo la bolsa de hielo que cae al suelo sin rozarle
siquiera. Se ha marchado por patas. Podría guardarse sus gracias para otro
momento.
Vamos a un bar de tapas que no está muy lejos del gimnasio, donde
solemos ir a veces, ellos más que yo. Pedimos tres cervezas y unas raciones
de patatas, calamares, jamón que lo acompañamos con pan con tomate y
unas croquetas. Mientras esperamos la cena, saco mi teléfono de la mochila
y lo reviso. Tengo unos mensajes y aprovecho para revisarlos. El primero es
de Adri para decirme que se pone con el divorcio y avisarme que se va a
pasar el fin de semana a Barcelona. Le contesto con un pulgar hacia arriba,
sin más. El otro es de Cami. Antes de abrirlo, presiono la foto para hacerla
más grande. Ver la imagen donde sale ella, de perfil, con los ojos cerrados
oliendo una flor consigue hacer que el corazón se me acelere y note vibrar
el estómago. Está preciosa, como siempre. Suspiro y al levantar la cabeza
observo que Hugo y Víctor me observan curiosos.
—¿Qué? —pregunto mirándolos alternativamente.
—¿Qué coño estás viendo para tener esa cara de bobo? —indaga mi
hermano.
—Nada importante. —Bloqueo el móvil y lo dejo encima de la mesa.
—Sí, ya…
Justo en ese momento viene el camarero con nuestras tapas. Mi
hermano le pide otra ronda de cervezas, ya que de la primera casi no queda
nada en los botellines.
—Voy a lavarme las manos —me excuso. Cojo el teléfono de encima
de la mesa y me lo llevo. Necesito averiguar qué pone en el mensaje.
Los dejo burlándose de mí, pero paso de ellos. El baño está vacío.
Entro y pongo el pestillo para no perder el tiempo y abrir la aplicación.
Cami:
¿Cómo estás? Necesitaría un favor. ¿Podrías quedarte con los niños mañana por la noche? Si
no te va mal. He quedado para cenar con Mía.
Camila
Las tres de la tarde y todavía no tengo noticias de Guille. Mía lleva toda la
mañana llamándome para saber a qué hora quedamos, pero no tengo ni idea
de qué contestarle.
Estoy acabando de limpiar la cocina cuando Aura aparece detrás de
mí. Abre la nevera y saca el agua fría para beber.
—Ni se te ocurra —le advierto cuando veo que la botella va de camino
a su boca.
—Jolín, mamá.
—Coge un vaso, anda. No seas marrana. —Bufa pero obedece.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —me pide mientras llena el vaso.
—Claro.
—¿Siempre quisiste ser enfermera?
—La verdad es que no. Pero la economía de los abuelos, al llegar a
Andorra, no era nada buena. Así que tuve que buscar algunos estudios que
fueran económicos y que no tuviera que salir del país. No se lo podían
permitir. Enfermería fue lo que más llamó mi atención.
—¿En algún momento te has arrepentido?
—Nunca. Me encanta lo que hago a pesar de que no fuera lo que me
hubiera gustado estudiar.
—¿Qué habrías escogido si hubieras podido?
—Psiquiatría. Siempre me ha llamado la atención lo complicado que
es el cerebro, los sentimientos, la mente… Es el eterno desconocido, yo
quería averiguar más.
—Nunca lo habría adivinado. No tienes pinta de psicóloga o
psiquiatra.
—Vaya. ¿Y qué pinta debería tener? —le pregunto haciéndome la
ofendida, pero con una sonrisa.
—Yo qué sé. Lo que pasa es que como siempre has sido enfermera, no
te imagino de otra cosa.
—Ven aquí, anda —le pido. Tiro de su mano y la abrazo a mi cuerpo.
—Y tú, ¿ya sabes qué quieres estudiar?
—Ni idea —dice con la cabeza apoyada en mi hombro—. Solo sé que
tiene que ser de letras. Ya sabes que los números se me atragantan.
—Siempre puedes pedirle ayuda a papá. —Deshace nuestro abrazo y
baja la cabeza antes de contestarme.
—Paso. Prefiero algo de letras. Me gusta leer y estoy escri…
Justo antes de acabar la frase suena mi teléfono que está encima de la
mesa. Las dos nos giramos para ver quién llama. La cara de Guille, con esa
sonrisa que le hace achinar los ojos, alumbra la pantalla.
—Tengo que hablar con él —me excuso—. Hola, Guille.
—Hola, Cami. Lo siento. Ayer salí con mi hermano y Víctor y nos
acostamos tarde. —Su voz suena rasposa y eso me hace saber que también
se ha pasado de tragos.
—No pasa nada —le digo, aunque mi cerebro no piensa lo mismo.
Estoy enfadada y no sé por qué. Ahora puede hacer lo que le dé la
gana. La sola idea de imaginar que haya acabado en la cama con una mujer
consigue que mi estómago se revuelva. Respiro hondo. No quiero que ni él
ni Aura, que sigue en la cocina pendiente de nuestra charla, me vean
afectada.
—¿A qué hora quieres que pase a por los niños?
—Cuando tú quieras. Aura está aquí conmigo. Espera que le pregunto.
—Pongo el altavoz para que él oiga nuestra conversación—. Aura, cariño,
hoy voy a salir a cenar con Mía. Papá se va a quedar con vosotros. ¿A qué
hora quieres que venga a buscaros?
—¿Y no puedes ir a cenar fuera cuando no estás con nosotros? —me
reprocha Aura.
—Solo es una cena, cielo. —Intento mantener la calma y no
demostrarle cómo me duelen sus palabras.
—Pues que venga cuando le dé la gana. Total, vosotros siempre hacéis
lo que queréis sin contar con nosotros. Parecemos muñecos y somos
personas. —Deja el vaso, que todavía tenía en la mano, con fuerza en el
mármol y sale de la cocina enfadada.
—Ya la has oído. —Quito el altavoz y me llevo el teléfono a la oreja.
Tengo ganas de llorar pero me aguanto.
—Daniela me ha dicho que el otro día Aura te escuchó hablar con Mía
sobre los papeles del divorcio.
—De eso también tengo yo la culpa —intento defenderme de lo que ha
parecido una acusación en toda regla.
—No, joder. Solo que cree que deberíamos hablar con ellos en vez de
ocultarles las cosas. Ya son mayores y, aunque les cueste asimilarlo,
tendrían que enterarse de las decisiones que tomamos por nosotros.
—¿Tú también lo crees? —pregunto resignada.
—Sí, creo que sería lo mejor.
—Dios mío, Guille. Qué mal lo estamos haciendo.
—Nadie dijo que ser padres fuera fácil. Hemos tropezado, nos
levantaremos y la próxima vez, ya sabremos cómo saltar la piedra para no
volver a caer. —Se genera un breve silencio en la conversación—. No te
preocupes por Aura, se le pasará. Sal con Mía y desconecta un rato. Sobre
las ocho estaré por ahí. Que no cenen nada, nos iremos a comer algo guarro
de eso que les gusta a ellos.
—Vale. Gracias, Guille.
—Hoy por ti, mañana por mí. Nos vemos.
—Hasta luego.
Corto la llamada y suspiro. ¿Por qué es todo tan complicado, carajo?
♡♡♡
Guille llegó a la hora prevista. Esta vez vestía con unos tejanos y una
chaqueta, no por eso estaba menos guapo. En su rostro ya no había rastro de
que hubiera trasnochado. Esta vez yo estaba a su altura. No me había
arreglado en exceso, solo iba a cenar a casa de Mía pero, conociendo a mi
amiga, con ella todo era posible y no descartaba ser arrastrada a bailar a
alguna discoteca.
Toco el interfono del edificio de Mía moviendo los pies. Hace un frío
de muerte, ya ha caído alguna nevada y se nota el descenso de la
temperatura. Cuando esta me da acceso, subo hasta el segundo piso donde
ella ya me espera apoyada en la puerta.
—Hola, cielo. ¡Qué guapa te has puesto! —dice extrañada cuando me
quito la chaqueta.
—Me apetecía arreglarme un poco —le contesto elevando los
hombros para restarle importancia.
Solo llevo un pantalón azul marino, un top del mismo color y una
camisa transparente en amarillo. Supongo que lo que llama más la atención
es que me he maquillado.
—¿Eso significa que tenemos que salir a bailar?
—Tú me has invitado, tú mandas. Pero no estaría mal para despejarme
un ratito.
—¿Ha pasado algo en casa?
—Aura se ha ido enfadada. Dice que nunca pensamos en ellos y
siempre hacemos lo que nos da la gana sin tenerlos en cuenta.
—Siento decirte que tiene razón —comenta mientras nos dirigimos a
la cocina.
—Guille y mi cuñada Daniela también piensan lo mismo. Todo esto
me supera y no tengo ni idea de cómo afrontarlo.
—¿El ogro también lo piensa? —Pongo los ojos en blanco al oír el
apodo—. Pues me da a mí que él también tiene parte de culpa.
—Y no se la ha quitado. Me ha comentado que sería bueno hablar las
cosas entre los cuatro, que ellos ya son mayores y deberían enterarse de las
decisiones por nosotros.
—¡Vaya! Por una vez dice algo con sentido.
—Vamos, Mía. Sabes que Guille no es mala persona. No creo que él
esté disfrutando con esta situación.
—Yo no he dicho que lo haga. Solo creo que no la ha manejado como
debería.
—Los dos no lo hemos hecho bien.
—Esto de defenderlo siempre, ¿es por alguna razón especial? —me
interroga con curiosidad.
—¿Qué razón podría haber? Ha sido mi amigo, compañero y marido
durante muchos años. Además, es el padre de mis hijos. Supongo que es
motivo suficiente.
—Ya.
—¿Qué significa ese ya? —le pregunto con los brazos cruzados.
—Mira. Hace días que me estoy callando pero ya que estamos con el
tema, te lo voy a decir. Ese ya, significa que pienso que sois unos idiotas.
Que los dos seguís enamorados el uno del otro, pero que ha sido más fácil
separarse que esforzarse por superar los malos momentos.
—No es tan sencillo, Mía —aseguro con tristeza.
—Vosotros lo habéis complicado. Mírame y sé sincera conmigo —me
pide y me levanta la cabeza por la barbilla con su mano—. Dime que no
sientes nada cuando lo ves, que no te lanzarías a besarlo cada vez que está
delante de ti. Que no echas de menos que te abrace o que la idea de verlo de
la mano de otra mujer no te rompe el corazón.
No soy capaz de contestarle a ninguna de sus preguntas. Mi amiga me
limpia las lágrimas que descienden por mi cara y besa mi mejilla.
—No quiero estropearte la noche. Pero tenía que decírtelo. Es vuestra
vida y solo vosotros tomáis las decisiones pero, en esta, os estáis
equivocando. No tengo ninguna duda de que a Guille le pasa lo mismo. Si
no fuera así, estoy convencida de que ya estaría con otra mujer.
—El otro día en casa me dijo que a él no le importaría volver a
intentarlo.
—Madre mía, a vosotros no hay quien os entienda. —Se gira para no
perder la paciencia y abre el horno—. He hecho pizza. Espero que te
apetezca.
—Huele de maravilla. —Me mira y sonríe.
—Pues vamos a cenar y salimos a pasarlo bien.
—Un gran plan.
Después de devorar la comida y bebernos una botella de vino, nos
ponemos las chaquetas y cogemos rumbo a la calle. Nos apretujamos la una
contra la otra para no quedarnos congeladas. Mía vive en el centro de
Andorra, así que solo tardamos cinco minutos en llegar a nuestro destino. El
ambiente es agradable y la música, muy bailable. A las dos nos gusta
bastante mover el esqueleto así que, después de pedir nuestras bebidas, nos
dirigimos al centro de la pista y ya no hay quien nos pare. Pasamos parte de
la noche ahuyentando a los diferentes hombres que se han acercado a
nosotras. Mi objetivo no ha sido en ningún momento salir de aquí con un
hombre, sé que a Mía no le amarga un dulce y no le importaría, pero hemos
venido a pasarlo bien, es noche de chicas.
—¡Vaya, vaya! Mira quién acaba de entrar —me dice Mía en el oído
para que la oiga por encima de la música. Miro hacia la entrada y veo a
quién se refiere.
—¡Uff! No sé si me apetece que nos vea —le contesto a mi amiga
dando la espalda a la puerta.
—Demasiado tarde. Ya nos ha visto y viene hacia aquí.
—Mierda —susurro cuando noto una mano en mi cintura. Me giro
haciéndome la inocente. Como si no lo hubiera visto.
—¡Hola, Camila! Qué sorpresa encontrarte aquí —me saluda casi
chillando para que lo oiga.
—¡Hola, Alberto! —lo saludo con dos besos.
—Estás muy guapa —me susurra.
Alberto es cardiólogo. Nos vemos a menudo en el hospital cuando
pasa a realizar las revisiones a sus pacientes ingresados. Es un hombre
guapo, rubio con ojos azules y una barba bien cuidada. Hace dos años que
se separó de su mujer, así que es el soltero de oro. Además, su forma de ser
acompaña a su físico. Es cercano, atento y cariñoso con todo el mundo,
aunque Mía diga que conmigo, últimamente, lo es más. Hace varios años
que trabajamos juntos y nos llevamos bastante bien.
—Gracias. Tú también. Se hace raro vernos sin el uniforme —
comento.
Estamos muy cerca el uno del otro. Si Alberto se girara un poco,
nuestros labios se tocarían. Ese pensamiento hace que mi cuerpo se caliente
y me sienta inquieta. Hace mucho tiempo que no tengo sexo con un
hombre, cerca de un año para ser exactos. Guille y yo ya estábamos
separados, él vino una tarde a casa a buscar no recuerdo el qué, discutimos
para no variar y acabamos teniendo un sexo explosivo y de lo más
placentero. Esa fue la última vez, desde entonces, el que me acompaña
algunas de las noches es Lucas un vibrador color rosa que me regaló Mía.
De esos que lo estimulan todo, con mil velocidades y que incluso se
calientan. No es lo mismo, pero consigue arrancarme unos orgasmos
increíbles y me deja la mar de relajada.
—¿Quieres tomar algo? —pregunta antes de acercarse a Mía y
saludarla con dos besos.
Miro mi vaso y el de mi amiga que ya están casi vacíos. Los
apuramos, le agradezco la invitación y lo acompaño a la barra dejando a
Mía en la pista de baile.
—¿Has venido solo? —pregunto por hablar de algo mientras
esperamos las bebidas.
—Con unos amigos. Celebramos el cumpleaños de uno de ellos —
explica muy cerca de mí. Noto el roce de su barba en mi mejilla. Cuando se
separa, me mira y sonríe.
No se puede negar que tiene su encanto y que yo estoy muy
necesitada. El cuerpo es así de traicionero, el muy puñetero no se guía por
la razón ni por el corazón y se ha encendido como una antorcha.
Justo cuando nos están sirviendo, noto la presencia de alguien a mi
lado y cómo un brazo me rodea el hombro. Me giro para recriminar dichas
confianzas pero, cuando veo que el causante de ese abuso no es otro que mi
cuñado Hugo, me relajo. Me sonríe y deja un beso en mi mejilla.
—¡Hola, preciosa!
—¡Hola! ¿Tú no tuviste suficiente ayer? —le pregunto.
—Somos jóvenes, cuñadita. Ahora nos toca disfrutar. —Niego con la
cabeza.
Me giro y veo que Alberto nos mira. Me acerco a él para decirle quién
se ha prestado a tantas confianzas. Los acerco y los presento. Se saludan sin
más, a ninguno de los dos le ha caído bien el otro. Sobre todo a Hugo,
conozco a mi cuñado a la perfección y no necesito que me diga nada para
saber lo que está pensando.
Cuando ya tenemos las bebidas, me despido de Hugo. Le digo que he
venido con Mía y que me espera en la pista. Mira en la dirección que le
señalo y parece que su semblante se relaja. ¿Se habrá pensado que he
venido con Alberto? Intento no darle más vueltas al asunto. Al
desplazarnos, me tropiezo con Víctor, el amigo de mi cuñado y monitor del
gimnasio y aprovecho para saludarlo. Me acerco a Mía, le entrego su vaso y
volvemos a recuperar el ritmo de baile. Alberto va y viene durante la noche
entre nosotras y sus amigos. Bailamos alguna canción movida, un roce por
aquí, otro por allá, pero sin más.
Sobre las cuatro y media decidimos dar la fiesta por acabada.
Acompaño a Mía hasta su casa y allí pedimos un taxi para que me lleve a
mí a la mía. Ha sido una gran noche, lo he pasado genial y, por un rato, me
he olvidado de las preocupaciones de mi vida. Ya en casa, me pongo el
pijama y desmaquillo mi cara. Mientras me miro, recuerdo los roces del
duro cuerpo de Alberto y sus manos apretando mi cadera. Una punzada en
mi sexo demuestra que estoy caliente y necesito liberarme. Estoy sola, así
que no dudo en sacar a Lucas de su escondite. Me quito el pantalón del
pijama y la braguita, estiro mi cuerpo en la cama, abro las piernas y dejo
que mi amigo haga su trabajo. No tardo ni cinco minutos en correrme, sin
reprimir mis gemidos, y acabo con su nombre en mis labios. Guille, maldito
Guille.
Capítulo 7
Guillermo
Son cerca de las doce del mediodía cuando entro en casa de mis padres. Es
domingo, el día que suelo comer con ellos, sin prisas ni estrés, alargando la
sobremesa. Hoy también vendrá Hugo, a ver si puedo quedarme un rato a
solas con él y consigo sonsacarle qué se trae con Andrea.
—¡Hola, mamá! —la saludo cuando entro en la cocina.
A Manuela, que así se llama mi madre, la encuentro con la cabeza
metida en el horno. Le encanta cocinar, es una pena que, después de tantos
intentos, ninguno de nosotros haya heredado su pasión. Nos defendemos
bastante bien, gracias a ella, por supuesto, pero nada destacable.
—¡Hola, cariño! Has venido pronto —dice alejándose del horno y
cerrando la puerta. Se acerca y me da un beso—. ¿Cómo estás?
—Bien. Acabo de dejar a los niños con Cami. Ayer salió de cena y me
quedé con ellos. No tenía nada más que hacer y he venido para ayudarte.
—Vaya, pues gracias. ¿Quieres pelar unas patatas? —Me ofrece la
bolsa y el cuchillo.
—Claro. —Desabrocho los botones de los puños de mi camisa y la
doblo hacia los codos.
—¿Qué tal está Cami? Hace días que no la veo.
—Creo que bien. No hablamos mucho fuera de los temas relacionados
con los niños. El otro día fui a casa para aclarar con ella el divorcio. —Mi
madre frena el cuchillo con el que estaba cortando una cebolla y me mira.
—¿Al final lo vais a hacer? —Asiento con la cabeza—. ¡Ay, hijo!
Espero que lo hayáis pensado con claridad.
—Supongo que ya no hay marcha atrás. Creo que es lo mejor que
podemos hacer, acabar con este capítulo de una vez por todas. Juntos no
podemos estar, así que cada uno por su lado e intentar ser felices de otra
manera.
—¿Te has enamorado de otra? ¿Por eso no podéis estar juntos?
—No, mamá. Ahora mismo no tengo cabeza para volver a
enamorarme. Tampoco tengo muy claro que no siga queriendo a Camila.
Sigo hecho un lío. El otro día le dije que no me importaría volver a
intentarlo. Ella no quiere. Prefiere quedarse con los buenos momentos a
darnos una oportunidad y que lo acabemos jodiendo todo hasta llegar a
odiarnos.
—Acertada o no, es su decisión. A veces, el miedo no nos deja
avanzar. Si vosotros lo tenéis claro, pues adelante. Ya sabes que tendréis
nuestro apoyo para lo que necesitéis.
—Lo sé, mamá. Muchas gracias. —Me acerco a ella y dejo un beso en
su cabeza.
—¿Habéis hablado con Aura y Júnior? —pregunta.
—No. Ese es otro tema peliagudo. Aura está insoportable y con razón.
Se ha enterado del divorcio por una conversación y se queja de que no
contamos con ellos para nada.
—Guillermo, cariño. Tus hijos ya no son unos bebés. Son mayores y
deberíais hacerles partícipes de vuestras decisiones, les afectan de forma
directa. Pueden enfadarse más o menos, pero deben saberlo por vosotros —
me abronca mi madre con cariño.
—Daniela ya me ha reclamado lo mismo. Joder, mamá, ¿por qué es
todo tan difícil?
—La vida es así, cielo.
—Pues vaya —me quejo como si fuera un niño pequeño. Ella me mira
y sonríe.
—He pensado, si a ti no te molesta, invitar a Camila a comer en
Navidad. Ella siempre ha sido de la familia y no me gusta que esté sola.
—Por mí no hay problema. A ver si ella acepta, ya sabes lo cabezona
que es.
—De eso me encargo yo.
Cuando estoy acabando de pelar las patatas aparecen Hugo y mi padre
en la cocina.
—¡Hola, familia! —saluda mi hermano con su desparpajo habitual y
aprovecha para robar una zanahoria que ha encontrado pelada.
—¡Hugo! —le chilla mi madre—. Ya sabes que no me gusta que me
cojas la comida.
—Menudo saludo, mamita —se burla este cogiendo a mi madre por la
cintura y elevándola para dar una vuelta con ella en el aire.
—Bájame, burro, que se me va a quemar la comida. —La deja en el
suelo, pero antes le planta un sonoro beso en la mejilla—. Mira que eres
zalamero.
Pongo lo ojos en blanco, mi hermano tiene una gran habilidad para
manejar a las mujeres, no hay ninguna que no sucumba a sus encantos.
Saludo a mi padre que niega con la cabeza por la actitud de su hijo
pequeño, aunque no puede evitar que una sonrisa invada su cara. Me
comenta que ha estado en el hotel y que mañana tendríamos que hablar de
algunos temas que le preocupan. Cada vez está menos activo, pero se resiste
a alejarse demasiado. Lleva unos meses que está bastante pachucho y mi
madre no le deja aparecer por el hotel tanto como a él le gustaría. Sé que
está contento con mi gestión y que sus visitas o decisiones son más para
sentirse un poco útil y seguir activo.
Noto la vibración del teléfono en el bolsillo, lo saco y veo que es un
mensaje de Camila:
Cami:
¿Podríamos quedar esta tarde para hablar con Aura y Júnior?
Camila
Aura
Guillermo
Camila
Guillermo
Camila
Guillermo
Aura
Camila
Cojo uno de los papeles donde están apuntadas las habitaciones ocupadas
para analizar el siguiente paso. Solo son las nueve de la mañana y ya tengo
ganas de que sea la hora de irme. Hoy me he librado de acompañar a los
médicos y menos mal, llevo una semana complicada, y eso que acaba de
comenzar, así que no tengo ánimos para aguantar según qué cosas.
—Rubita, ¿qué le pasa a nuestra Teresa de Calcuta? —oigo que
pregunta Fede refiriéndose a mí. Dice que soy demasiado buena e ingenua.
—Creo que está enamorada —le contesta Mía.
—¿Por fin ha caído loquita por mis huesos?
—Tontorrón, si ya sabes que nos tienes a todas a tus pies. —Estos dos
siempre están así.
—Sí, eso me gustaría a mí. Teneros a todas de rodillas, a la altura de
mi…
—¡Jolín, Fede, qué guarro eres! —exclama Merche, mientras Mía y él
se echan a reír.
Ellos tres están en una sala que tenemos para descansar y yo en el
mostrador del pasillo. Pongo los ojos en blanco por el comentario de mi
compañero. Fede es un gran tío pero, a veces, el cerebro y la boca no van lo
sincronizados que deberían. Su humor es algo negro y bastante
pornográfico. Si no lo conociéramos, parecería que lleva cinco años sin
sexo, pero sabemos que no es así. A sus treinta y tres años es todo un
conquistador, de hombres y mujeres.
—¿Me vas a explicar qué le pasa a la morena más bonita del hospital?
—pregunta mi compañero cerca de mi oído.
—Te echarías a llorar, corazón. —Le sigo el juego.
—Corre el rumor por el hospital de que la noche de fin de año te lo
pasaste muy bien con un cardiólogo... —Abro mucho los ojos por la
sorpresa pero paso con rapidez al enfado y miro a Mía con reproche.
—¡Ah, no! A mí no me mires así que por esta boquita no ha salido
nada.
—No ha sido la rubita. Lo oí ayer en el comedor.
—Vaya, parece que la gente no tiene otra cosa que hacer.
—Sabes que estamos en un país muy pequeño y todo se sabe.
Igualmente, Cami, no creo que estés haciendo nada malo. Estáis separados,
sois jóvenes y guapos, podéis hacer lo que os dé la gana —intenta
tranquilizarme Fede.
—El problema es que la gente habla sin saber. Entre Alberto y yo no
ha pasado nada de nada. Ni siquiera un beso. Solo bailamos —replico
enfadada.
—¿Por eso estás así de triste? ¿Por no acabar la noche con él? —
indaga Fede.
—Federico, yo de ti me callaría —le dice Mía mientras le da
toquecitos en el hombro.
—¿Sabes qué? Piensa lo que te dé la gana. —Me giro y cojo uno de
los carros con el desayuno que han dejado y que tengo a mi espalda—. Me
voy a trabajar, que para eso estamos aquí.
Oigo a Fede resoplar pero no me giro. Lo que menos me apetece es ser
el centro de los cotilleos del hospital. Sé que en unos días pasará, cada
semana hay un chisme nuevo. A nadie le importa lo que hago con mi vida y
no tengo por qué dar explicaciones.
—Espera Cami, que te acompaño —me pide Mía. Me freno y cuando
se pone a mi altura reanudamos los pasos hasta el final del pasillo—. ¿Estás
bien?
—Sí.
—Te juro que yo no le he dicho nada a nadie —explica mi amiga.
—Lo sé. Perdóname, ha sido un reflejo, no quería culparte.
—No pasa nada —dice dando un manotazo al aire para restarle
importancia—. No te comas la cabeza por los comentarios. Seguro que son
el grupito de enfermeras de la primera planta. Deben de estar celosas
porque el doc guaperas del hospital está loco por ti.
—Eso no es verdad.
—Dime que no estuvo a punto de besarte. Tu cuñado fue muy
oportuno, qué casualidad.
—¿Tú también piensas que lo hizo adrede? —le pregunto para
comprobar que no me estoy volviendo loca y que fue demasiada suerte.
—Por supuesto. No tengo ninguna duda.
Entro en la primera habitación, saludo y dejo la bandeja encima de la
mesita. Mía hace el mismo proceso en otro cuarto. Repetimos el acto hasta
que el carro queda vacío. Merche y Fede han repartido la otra ala de la
planta.
—¿Sabes que Guille te estuvo vigilando toda la noche? —susurra Mía
a mi lado.
—¿Cómo? —le pregunto con el ceño fruncido.
—Se fue un poco antes del empujón de Hugo. Se puso en una esquina
y, a pesar de tener a una tía pululando a su alrededor todo el rato, no le hizo
ni caso y no te quitó ojo.
—Seguro que era Sandra.
—¿La conoces? —indaga Mía curiosa.
—Es una antigua amiga suya. Siempre iban juntos a todos los sitios.
No tengo ninguna duda de que ella siempre estuvo coladita por él.
Fede y Merche aparecen en la sala, nosotras dejamos de hablar y nos
centramos en el trabajo. Media hora después, cuando vamos a recoger las
bandejas vacías, decido explicarle a Mía mi encuentro con Guille de esa
noche. No hemos tenido oportunidad de hablar sobre lo ocurrido.
—¿Y dices que te estaba esperando en la escalera? —exclama.
—Así es. Y lo frené para que no me besara. Me pidió volver a
intentarlo y dijo que me necesitaba.
—¡Jo-der! No entiendo nada. ¿Qué le dijiste?
—Que no, qué le voy a decir.
—Pero si sigues loca por él. —Me mira y niega con la cabeza—. Eres
más rara que yo, cielo.
—Mía, nada ha cambiado. En unos meses todo volvería a ser como
antes, mentira, sería peor. No quiero acabar a muerte con él.
—Cami, cariño, no hay quien te entienda. El problema es que ni tú
sabes lo que quieres.
Es verdad, estoy tan confundida que no tengo ni idea de lo que
necesito ni preciso, ahora mismo, para ser feliz. Esta incertidumbre no
puede continuar o acabaré loca de remate.
♡♡♡
Otro tema que me lleva de cabeza es mi hija. ¿Cómo puede ser que no
supiera que escribía? Parece que estamos haciendo las cosas muy mal como
padres y a mí se me cae la cara de vergüenza.
Le doy vueltas al papel que ayer me entregó Aura para llamar al tutor
y concertar una entrevista. Primero, tengo que hablar con Guille para saber
qué días le van bien a él y poder ir juntos. Lleno mis pulmones de aire para
darme ánimos y enfrentarme de nuevo a su voz.
—¡Hola, Camila! —contesta.
—¡Hola! ¿Te pillo en buen momento?
—Sí, claro. Me iba a preparar algo para cenar.
—Necesito saber tu disponibilidad para ir a hablar con el profesor de
Aura —le comento.
—Esta semana, cuando quieras. La que viene estaré fuera el miércoles.
—¿Necesitas que me quede con los niños?
—No te preocupes, voy a Barcelona. Bajaré y subiré el mismo día. Si
no llego a tiempo, irán con mis padres y después los recojo.
—Está bien. Como quieras. Llamaré mañana, cuando acuerde la fecha
te aviso.
—Perfecto.
Se genera un silencio en la línea. No es incómodo pero sí raro.
Nosotros siempre hemos tenido temas de conversación, ahora parecemos
dos extraños.
—¿Tú sabías algo de la afición de Aura por la escritura? —pregunto
para romper el silencio.
—Te juro que no tenía ni idea. Todavía no he podido hablar con
Daniela. Estoy muy enfadado con ella por no decirme nada.
—¿En qué nos estamos equivocando?
—Parece que en demasiadas cosas. Es como si un huracán hubiera
pasado por nuestras vidas y las hubiera sacudido. Ahora tenemos todo
destrozado y no encontramos los pedazos para reconstruirla de nuevo. No
tengo ni idea de por dónde empezar —lo oigo suspirar al otro lado—.
Mentira, sí que lo sé, pero tú no me dejas.
—Por favor, Guille, no volvamos al mismo tema —le suplico. Mis
ojos se inundan de lágrimas y no quiero que los niños me vean llorar.
—No me voy a dar por vencido hasta que esté seguro de que no tengo
la más mínima oportunidad de recuperarte. —Cierro los ojos y me aprieto el
puente de la nariz con los dedos—. Cuando sepas el día y la hora de la
reunión, me avisas. Hasta mañana, Camila.
—Hasta mañana.
Dejo el teléfono en la encimera de la cocina y resoplo. ¿Es posible que
podamos volver a intentarlo?
—Qué tonterías piensas, Camila. Baja de la nube que como te caigas
te darás un buen castañazo —me reprocho a mí misma en voz alta.
—Mamá, ¿estás hablando sola? —pregunta Júnior sobresaltándome.
—Cariño, me has asustado —comento con la mano en el pecho.
—No debes tener vergüenza —afirma con una sonrisa—. Yo también
lo hago a menudo.
—Creo que lo hace todo el mundo, aunque no todos lo admitan.
—Seguro que sí. ¿Qué hay para cenar?
—Tortilla y filete de pollo.
—¿Puedo ayudarte a batir los huevos? —pide con entusiasmo. Le
acerco el cuenco y los huevos.
—¿Qué tal en el cole? —pregunto para mantener una conversación.
Me explica miles de historias que han pasado en la escuela y nos
echamos unas risas por alguna que otra anécdota de sus amigos. La cena ha
sido todo un éxito gracias a la inestimable ayuda de Júnior que, además de
colaborar en la cocina, ha amenizado la mesa con sus locuras y su
inagotable entusiasmo por los ordenadores y los programas informáticos.
—Aura, ¿me ayudas a recoger? —le indico a mi hija. Necesitamos
tiempo a solas y este es un buen momento.
—Mami, ¿yo puedo irme a la habitación? —solicita Júnior, cosa que
me va perfecta para mi objetivo.
—Por supuesto. Buen trabajo, chef. —Me da un beso en la mejilla y
desaparece.
Vamos despejando la mesa en silencio y, mientras paso la escoba, le
pido que friegue los pocos platos que hay. Lo hace sin protestar que ya es
un paso.
—¿Qué tal está Pablo? —Noto que su cuerpo se tensa y deja el
estropajo en el aire. Eso me hace sospechar.
—Bien —dice escueta y continúa con su tarea.
—Hace tiempo que no lo veo. Seguís siendo amigos, ¿no?
—Sí, claro. Fuimos al cine la semana de Navidad.
Al ver que no voy a sacar más información por esa parte, intento
indagar por otro lado. Yo a su edad ya salía con Guille y no tardé en perder
la virginidad. Nunca tuve la confianza suficiente con mi madre para poder
hablar con ella de sexo y menos de mi primera experiencia. Ojalá Aura
pudiera confiar más en mí y me contara sus cosas. Supongo que es raro
hablar de chicos con tu madre pero, al menos, que sepa que si necesita
algún consejo, yo estoy aquí para lo que precise.
—¿Y qué tal con los chicos? ¿Hay algún candidato por ahí? —Cierra
el grifo y coge un trapo para secarse las manos antes de mirarme. Sé que no
me va a contestar. Me desespera que no quiera hablar conmigo—. Cariño,
sé que llevo un tiempo que no hago bien las cosas y quiero arreglarlas. Sois
lo más importante para mí. No quiero ser tu amiga, pero sí que sepas que
estoy aquí para lo que necesites. Para hablar de lo que quieras.
—Lo sé y siempre lo he sabido. Pero no os podéis imaginar lo difícil
que es intentar hablar de mis inquietudes cuando os veo tan tristes. Bastante
tenéis vosotros con vuestras cosas para que yo os moleste con mis tonterías.
—Cariño. —Cojo su mano y la arrastro hasta acercarla a mi cuerpo
para abrazarla—. No creo que tus preocupaciones sean tonterías. ¿Por eso
hablas con la tía Daniela de tus cosas?
—Ella me entiende y me aconseja —dice separándose un poco de mi
cuerpo—. No quiero que te enfades con la tía por eso. En cada conversación
me ha pedido que hable con vosotros y os deje leer mis textos, pero yo
siempre me he negado.
—No voy a enfadarme con ella. Yo también la quiero mucho y que
tengas a alguien en quien apoyarte no me molesta. Prométeme que, a partir
de ahora, vas a hablar con nosotros sin pensar que nuestros problemas son
más importantes que los tuyos.
Guillermo
Papeleo y más papeleo. Así me paso los días en el despacho. Cuando no son
facturas, son contratos. Parezco un famoso plasmando mi firma varias veces
al día. Es la parte que menos me gusta de mi trabajo, a mí se me da mejor el
trato con las personas, disfruto cuando hago negocios mientras comemos en
un buen restaurante.
Levanto la cabeza de todos los folios que me rodean al escuchar que
alguien entra sin llamar. La presencia de mi padre hace asomar una sonrisa
en mi cara. Lleva unos meses que no anda muy bien de salud y mi madre le
ha prohibido que venga tan a menudo como lo hacía antes.
—¡Buenos días, papá! Me vienes como anillo al dedo. Estaba
empezando a agobiarme.
—¡Hola, hijo! Tú nunca fuiste mucho de papeles —dice sentándose en
una de las sillas que hay enfrente—. ¿Cómo va todo?
—Bien. Tenemos una buena temporada de invierno. Este año ha
nevado bastante y eso ayuda. Hemos contratado a tres personas para estos
meses y tenemos una ocupación del ochenta por ciento. Hay varias reservas
de aquí hasta el mes de marzo —le explico enseñándole la tableta con los
datos.
—Buen trabajo. Todo el mundo sabe que estoy muy orgulloso de mis
hijos —expresa con los ojos brillantes—. ¿Y tú, cómo estás?
—Intento recuperar mi vida. He estado realmente perdido y, ahora que
poco a poco me voy encontrando, las cosas se complican. No entiendo por
qué todo es tan difícil.
—Las cosas buenas de la vida hay que lucharlas y cuesta conseguirlas
pero, lo más difícil, es mantenerlas activas para que la llama no se extinga.
A veces, volver a prenderlas es lo más complicado.
—Lo que más me duele es que lo tuve todo y lo eché a perder. No
supe manejar la situación, me equivoqué y ahora no sé cómo voy a hacer
para arreglarlo —me lamento.
—Hace unos cuantos años ya, después de nacer Hugo, tu madre y yo
tuvimos una fuerte crisis. Estuvimos varios meses enfadados y yo dormía
en el sofá. No tuve fuerzas para irme y dejar a tu madre con vosotros cuatro,
aunque ella me lo pidió —explica incorporándose hacia delante y apoyando
los codos en la mesa.
—No sabía nada. Nunca me lo hubiera imaginado, siempre os
recordamos muy felices —comento sorprendido.
—Nadie se enteró o, por lo menos, eso creo.
—¿Qué pasó para que mamá quisiera que te fueras de casa?
—Que fui un estúpido y no supe ver lo importante que era mi familia,
hasta que casi la pierdo. —Se queda callado y lo miro a la espera de que
continúe—. Hugo fue un despiste que tuvimos, la verdad es que, con tres
hijos y la responsabilidad de sacar adelante el hotel, era más que suficiente.
Cuando nos hicimos a la idea, la ilusión fue igual de grande que la que
sentimos con vosotros. Justo el año que nació tu hermano, recuerdo que fue
uno de los más complicados, incluso creímos tener que cerrar el hotel. A mí
se me hizo todo cuesta arriba, tu madre se volcó en vosotros y yo no supe
gestionarlo. Me encontré solo y todo se desmoronaba a mi alrededor.
Encontré el cariño y el apoyo en Marcela, en aquella época era una de
nuestras recepcionistas.
—¿En serio? —corto a mi padre alucinado por esa parte de su vida
que no conocía.
—Déjame acabar y, después, me juzgas —pide—. Nunca me acosté
con ella, aunque ocasiones no me faltaron. Marcela se preocupaba por mí
cuando me veía llegar triste, me traía el café por la mañana y se sentaba a
escuchar mis penas. Una mañana, nos excedimos más de la cuenta. Ella se
sentó delante de mí y acabamos besándonos, así nos pilló tu madre. Te juro
que era la primera vez y, por supuesto, fue la última porque la tuve que
despedir. Ese desliz me supuso varios meses alejado de tu madre y haciendo
lo imposible para recuperarla de nuevo. Fue el peor año de nuestras vidas.
Fui débil y pagué las consecuencias.
—Nunca me di cuenta de que pasara algo así en casa.
—Tú debías tener unos diez u once años. Hicimos lo posible para que
vosotros no notaseis nada. Fue muy duro. Pero lo que te quiero explicar con
esta charla es que yo luché por mi familia. Siempre supe que tu madre era la
mujer de mi vida y que no quería vivir lejos de ella ni de vosotros. Cometí
un error pero supe batallar para enmendarlo. Si tú tienes claro que Camila
es la mujer con la que quieres pasar el resto de la tuya, lucha, hijo. Sé
perseverante, enfréntate a tus miedos. No pasa nada por tropezar y
equivocarte una vez, después se suele salir más reforzado.
—Lo intento, papá. ¿Pero qué puedo hacer si ella no quiere darme otra
oportunidad?
—La juventud de hoy en día os rendís a la mínima, por eso hay tantos
divorcios. ¿Acaso te piensas que tu madre me lo puso fácil?
—Seguro que no, pero yo no me he liado con otra —le reprocho.
—Bueno, esperaba esa puñalada antes, pero te recuerdo que ya pagué
por mi pecado.
—Lo siento, no quería ofenderte con mi comentario. Te agradezco el
consejo, intentaré no rendirme con facilidad y luchar por lo que quiero.
—Ojalá vuelvas a tener la felicidad completa, hijo. Los años pasan
demasiado rápido y cuando te quieras dar cuenta, estás casando a tus hijos y
rodeado de nietos.
Sonrío por el comentario, me levanto y rodeo la mesa para ponerme a
su lado. Mi padre se levanta y me abrazo a su cuerpo. Nunca imaginé que
mis padres hubieran pasado por semejante trauma. No me los imagino
separados, siempre los recuerdo haciéndose arrumacos. En mi casa
predominaba el amor en todas las esquinas.
Eso es lo que quiero para mí, un amor para toda la vida. Lo supe
cuando conocí a Camila y me enamoré de ella, incluso cuando estuvimos
separados unos años por los estudios. Lo supe cuando nacieron mis hijos, lo
que no sé es cuándo me desvié de mi objetivo, cuándo perdí mi norte.
★★★
Por hoy es suficiente, así que empiezo a ordenar un poco la mesa para que
mañana no me vuelva loco buscando las cosas. Solo faltan treinta minutos
para las siete y media, hora en la que he quedado con mi hermano y Adri en
el gimnasio para hacer unas subidas en el rocódromo. Siempre es más
agradable ascender al aire libre, pero estamos en el mes de enero y sigue
haciendo un frío del carajo.
Unos golpes en la puerta me distraen de mi tarea de limpieza. Doy
paso y Adrián hace acto de presencia en el despacho.
—Hola, colega —saluda.
—Hola. ¿Qué haces tú por aquí a estas horas? —le pregunto
sorprendido por su visita.
—Vaya, veo que te alegras de verme —contesta ignorando mi
pregunta.
—Solo es que me extraña verte aquí cuando habíamos quedado en el
gimnasio.
—Es verdad. Pero hoy hemos acabado esto y quería traértelo
personalmente —dice entregándome una carpeta.
Abro el portafolios y leo el documento de su interior. Demanda de
divorcio de mutuo acuerdo pone en la cabecera y mi cuerpo se pone en
tensión al leerlo. Supongo que mi cara ha perdido parte de su color al ver
cómo mi amigo se aproxima a mí con el ceño fruncido por la preocupación.
—No es la reacción que esperaba. ¿Te encuentras bien?
—Sí, solo es que no pensaba que iba a estar preparada tan pronto.
—Me pediste que le diera prioridad y eso he hecho.
—Lo sé, pero es que…
No acabo la frase y me siento de nuevo en mi silla. Me cojo la cabeza
con las manos y cierro los ojos con fuerza.
—Te lo has pensado mejor y no quieres divorciarte —asegura Adri al
ver mi estado.
—Todavía estoy enamorado de Camila. Quiero a mi mujer, quiero
recuperarla y volver a ser feliz. Me hierve la sangre cada vez que me la
imagino en brazos de otro hombre.
—Vale, vamos a ver —me frena mi amigo con las manos levantadas
—. Entiendo que te hayas dado cuenta de tus sentimientos y no quieras
separarte, pero ¿qué pasa con ella? Te recuerdo que ya te ha dado calabazas
una vez.
—Estoy convencido de que todavía me quiere. Tengo que intentarlo
hasta que esté convencido de que ya no hay opción.
—¿Entonces qué vas a hacer?
—De momento, guardar el documento. Necesito tiempo para
reconquistarla, para acercarme a ella. El mes que viene nos vamos a Nueva
York a la boda de mi hermana, Camila también viene. Buscaré la forma de
estar a solas con ella y la manera de que me perdone. Tengo que
conseguirlo, no la puedo perder, amigo.
Lo oigo resoplar. No sé si está muy de acuerdo con mi plan pero si
algo tengo claro es que me va a apoyar. Adri siempre ha estado ahí, a mi
lado en todo momento. No recuerdo ningún acontecimiento importante en
mi vida en el que él no estuviera.
—Que sepas que te queda una ardua lucha por delante. Lo sabes,
¿verdad?
—Sí. Pero también sé que valdrá la pena.
Guardo el documento en el cajón que suelo cerrar con llave, la giro y
me la guardo en el bolsillo.
—Anda, vámonos o llegaremos tarde al gimnasio —dice negando con
la cabeza.
Pasamos una hora y media impregnándonos las manos de magnesio,
moviendo los mosquetones y la cuerda, apoyando las manos y los pies de
gato para intentar llegar al final sin resbalar. Los tres somos tremendamente
competitivos y no nos gusta perder así que, en estas luchas personales,
solemos acabar agotados. Una ducha para relajar los músculos y unas
cervezas para calmar la cabeza nos dejan como nuevos.
Lo peor de estos días, sobre todo cuando Aura y Júnior no están
conmigo, es llegar a una casa vacía. Cenar solo o no tener con quien hablar
y compartir los acontecimientos del día se hacen cuesta arriba.
El sonido de la llegada de un mensaje en el teléfono me hace desviar la
atención de la televisión, aunque solo la miraba, sin verla.
Cami:
He quedado con el tutor de Aura el lunes a las 11:00 h. ¿Te va bien?
Sonrío con pena al ver el escueto texto. Nunca pensé que la echaría
tanto de menos. Estaba tan cansado de la rutina y de acabar discutiendo
cada día, que no fui capaz de valorar lo que me iba a perder alejándome de
ella. Si es verdad eso que dicen de la dichosa crisis de los cuarenta, que uno
hace balance de su vida para valorar lo que ha conseguido y lo que quería
conseguir, yo caí de cuatro patas. Me agobié y no supe gestionarlo.
Guillermo:
Perfecto. Me lo apunto para no olvidarme.
¿Quieres que pase a buscarte para ir juntos?
Camila
Le envío otro mensaje para que sepa dónde recogerme y salto del sofá
con rapidez para adecentarme. Gruño delante del armario por no saber qué
ponerme. ¿Cómo es posible que a estas alturas no sea capaz de vestirme sin
pelearme con medio ropero? Al final, opto por unos tejanos ceñidos en
color negro y una camisa azul cielo de manga larga. Me maquillo poniendo
énfasis en mis ojos y recojo mi pelo rizado en una coleta alta. Me perfumo,
compruebo que llevo todo lo necesario en mi bolso y me pongo los botines.
Todavía me sobran unos minutos así que aprovecho para llamar a mi suegra
e informarle de que saldré y que, cuando Júnior quiera volver a casa, me
llame.
—Mami, ¿puedo quedarme a cenar con los abuelos? —me pide mi
hijo con entusiasmo—. Tienes que venir a conocer a Loqui. Es muy bonito,
aunque un poco travieso. La abuela ya se ha enfadado con él tres veces. No
para de mearse en el salón.
—Cariño, creo que estás abusando un poco de los abuelos —comento
con una sonrisa por la emoción de Júnior.
—A la abuela no le importa que me quede, ¿a que no, abuela?
Oigo que ella niega por detrás. Le pido a mi pequeño que le devuelva
el teléfono a Manuela y después de asegurarme, en varias ocasiones, que
Júnior no es ninguna molestia y que el niño está encantado con el nuevo
miembro de la familia, acordamos que se quedará a cenar con ellos y me
llamará cuando me lo traigan. Le comento mis planes, pero que no tardaré
en volver, que si necesita algo me llame. Después de colgar, envío un
mensaje a Aura para informarle de mi ausencia. Me contesta con un «Ok» y
que volverá sobre las nueve.
Justo cuando acabo de hablar con mi hija, recibo el aviso de que
Alberto ya me espera abajo. Cojo la chaqueta, me la pongo y cuelgo mi
bolso cruzado, guardo el teléfono y salgo con el corazón agitado y una
increíble sensación de excitación por esta nueva experiencia. La única vez
que estuve lejos de Guille, fue cuando se marchó a la Universidad y
decidimos dejar la relación. La separación duró unos años; el único espacio
de tiempo que estuve con otros hombres que no fueran él. Después de unos
veinte años juntos, ahora, esta sensación es de lo más rara, pero me tengo
que acostumbrar a volver a vivir sin Guille.
Al salir del portal me encuentro a Alberto apoyado en su coche
esperándome a pesar del frío que hace. Es todo un caballero.
—Hola, preciosa —me saluda con dos besos.
—Hola. —Su perfume me envuelve y notar su mano en mi cintura
hace que me ruborice.
Abre la puerta del coche y entro antes de congelarme. Él rodea el
vehículo y ocupa su asiento.
—¿Alguna preferencia para ir a tomar algo o escojo yo? —pregunta
con una sonrisa.
—Elige tú. No tengo mucha vida social, solo suelo salir con Mía.
—Está bien. Entonces, iremos a una cafetería que regenta un amigo
mío. —Pone en marcha el motor y se incorpora en la carretera general—.
¿Así que te han abandonado?
—Así es. Mis hijos se hacen mayores y su madre resulta bastante
aburrida —le respondo encogiéndome de hombros para restarle importancia
—. Y tú, ¿no tenías planes?
—Al contrario de todos los rumores que corren por el hospital, soy un
hombre bastante casero y los días que tengo fiesta, aprovecho para
relajarme. Aunque a veces me resulta complicado, tengo un grupo de
amigos bastante amplio y siempre hay alguien que consigue sacarme de
casa.
—Pues nadie lo diría. Pareces un tío muy sociable.
—Lo soy. Pero, como buen adicto al trabajo, en ocasiones agradezco
mis ratos de soledad y tranquilidad —explica desviando la mirada unos
segundos de la carretera para mirarme.
Pensé que iba a estar más nerviosa, pero me siento muy a gusto a su
lado. Alberto me pone las cosas fáciles y es cómodo hablar con él.
—Por cierto, hablando de rumores. No sé si te has enterado de que
somos la comidilla del hospital. Alguien nos vio la noche de fin de año y se
ha creado un bulo de que estamos liados.
—¿Y eso te molesta? —intenta averiguar.
—Bueno, todas las mentiras me incomodan. —Vuelve a prestarme
atención con la mirada, al estar en un semáforo, el rato es más largo y
empiezo a sentirme agobiada.
—No te preocupes. Ya sabes que, dentro de unos días, habrá otro
rumor y se olvidarán de nosotros —dice quitándole importancia.
El resto del trayecto no volvemos a hablar de los cotilleos del hospital.
Dejamos el coche en un aparcamiento cubierto y salimos al frío. Cruzamos
la calle y nos adentramos en una cafetería. Alberto mantiene su
caballerosidad abriéndome la puerta para que pase yo primero. El sitio es
cálido y con la calefacción se está muy bien. Detrás de la barra, se
encuentra un hombre de nuestra edad que sonríe cuando ve aparecer a
Alberto.
—¡Dichosos los ojos que te ven! —le comenta el camarero y alarga la
mano para que se la estreche—. Estás desaparecido, colega. Hacía mucho
que no te veía por aquí.
—He estado liado con el trabajo. ¿Qué tal todo?
—Pues aquí, intentando sobrevivir.
Justo en ese momento, aparece una chica bajita y morena. Al darse
cuenta de quién es el cliente, abre mucho los ojos asombrada y su cara se
ilumina con una sonrisa.
—¡Pero mira quién se ha dignado a visitarnos! —le reprocha la chica
con las manos en las caderas. Alberto no le contesta, pero se acerca a ella
para fundirse en un abrazo—. Pensábamos que te habías ido del país.
—Y a dónde voy a ir yo, ¿dónde estaré mejor que aquí? —En ese
momento se gira y me acerca a ellos poniendo una mano en mi espalda—.
Ella es Camila, una amiga.
Nos saludamos y después de intercambiar unas bromas y comentarios,
nos ofrecen sentarnos en una mesa del fondo de la cafetería. Pedimos las
consumiciones y, después de unos minutos en los que ellos se ponen al día,
nos dejan solos. Charlamos de todo y de nada, temas sin importancia pero
que nos hacen conocernos mejor y compartir unas risas. Alberto se
comporta de forma correcta toda la tarde, cosa que me hace sentir tranquila.
Después de nuestros roces de la última noche del año y de que casi nos
besamos, pensé que él sería más directo y no tan cortés.
La vibración de mi teléfono encima de la mesa interrumpe la
conversación sobre sus años en la Universidad.
—Perdón, debo coger la llamada —me excuso y él asiente con una
sonrisa. Me levanto, cojo la chaqueta para salir de la cafetería y descuelgo.
Es Daniela—. ¡Hola, Dani!
—Camila, ¿cómo estás? —pregunta mientras me pongo la chaqueta.
—Bien, bien. Y tú, ¿qué tal? —carraspeo. Es el segundo hermano de
Guille que me corta un acercamiento a Alberto. Menuda casualidad.
—Todo en orden. He visto que me has llamado pero estaba en una
reunión y no te he podido contestar.
—No pasa nada. Solo te quería comentar que es posible que no vaya a
la boda.
—¿Por qué? —me pregunta decepcionada.
—Verás, no creo que sea adecuado. Va a ser incómodo para toda la
familia e incluso para mí. Yo ya no pinto nada y no quiero crear malos
rollos ni malas caras. Guille es tu hermano y tiene todo el derecho de
pasarlo bien. No sé si mi presencia le será violenta.
—Camila, por favor, no digas tonterías. Me enfadaré mucho si no
vienes. Nadie tiene que sentirse incómodo y tú tampoco. Eres como una
hermana para mí y me dolería mucho no tenerte a mi lado en un día tan
importante. Los billetes y las reservas ya están hechos, no puedes negarte
ahora.
Resoplo al estar entre dos decisiones. Por un lado, me encantaría
asistir y no quiero que Daniela se sienta mal pero, por otro, tengo miedo de
sobrar. Chasqueo la lengua, dándome por vencida pero, antes de contestarle,
la voz de Alberto me interrumpe:
—¿Nos vamos? Te he cogido el bolso y ya he pagado —me dice.
—Sí, vámonos —contesto—. Daniela, ¿sigues ahí?
—Aquí estoy. Perdón si he interrumpido algo.
—No pasa nada, solo estaba tomando un café con un amigo. ¿Qué te
parece si charlamos otro día? Además, me gustaría hablar contigo de Aura.
—Cuando tú quieras.
Cruzamos la carretera y me despido de ella antes de entrar en el
aparcamiento. La vuelta la hacemos en silencio, solo con el sonido de la
radio.
—¿Va todo bien? —pregunta cuando para justo debajo de mi casa.
—Sí, era mi cuñada. Bueno ex, Daniela, la hermana de Guille. Se casa
el mes que viene, en Nueva York. Estoy invitada pero no tengo claro si ir o
no.
—Ya solo por viajar a Nueva York, vale la pena —me dice Alberto
con una sonrisa.
—Gracias por esta tarde. Me lo he pasado muy bien.
—Pues habrá que repetirlo.
—Seguro que sí.
Me acerco a él para despedirme con dos besos, pero cuando estoy a
punto de rozar su mejilla, Alberto gira la cara y me besa en los labios. No
profundiza, solo nos rozamos. Cuando soy consciente del acto, me separo
con rapidez. No porque no me haya gustado, sino porque estoy hecha un lío
y no quiero que él se cree ilusiones. No se merece que le haga daño, es un
gran hombre.
—Lo siento. Hace tiempo que quería besarte. —Su mirada busca la
mía, que le rehúye de vergüenza.
—Debo irme. Nos vemos pronto.
Abro la puerta del coche y salgo apresurada. Corro hacia el portal,
introduzco la llave y me meto en el interior para sentirme a salvo. Pico el
ascensor y cuando se abre me meto con rapidez. Toco mis labios mientras
subo y una sonrisa aparece en mi cara. No ha estado mal. El teléfono vibra
en mi bolso y, al sacarlo, veo que es un mensaje de Alberto.
Alberto:
Ha sido una tarde increíble. Te he mentido, para nada siento haberte besado. Lo repetiría una
y mil veces.
Guillermo
Aura
Ya solo quedan dos días para irnos a Nueva York y no puedo estar más
entusiasmada. Aparte de ir a la boda de mi tía Daniela y Malcom, nos
quedaremos una semana de vacaciones aprovechando que es festivo por los
carnavales y no tenemos clases.
Hace unas semanas no estaba tan contenta, al revés, tuvimos una
fuerte bronca con mi madre. Dijo que no quería ir a la boda y me enfadé
tanto que hice algo que nunca había hecho, faltarle al respeto, por lo que me
gané un castigo. La cosa ha mejorado un poco y aunque ella ha
recapacitado, me dolió mucho que hiciera lo que hace siempre, priorizar sus
cosas sin pensar en los demás.
Coloco la maleta encima de la cama para ir guardando toda la ropa que
me quiero llevar. Tía Daniela me ha dicho que no me cargue mucho que allí
iremos de compras. Tengo unas ganas enormes de estar en la Gran
Manzana, ojalá pudiera quedarme. Tan pronto como me sea posible, pienso
dejar atrás Andorra e irme a vivir a Nueva York.
Mientras guardo varios pantalones tejanos, oigo vibrar mi teléfono y la
foto de Pablo, con gafas de sol y pasando sus dedos por los labios, imitando
el gesto del chico de un anuncio de televisión, ilumina la pantalla.
—¿Qué pasa, Pablito? —contesto alegre y lo oigo resoplar por el
diminutivo.
—Te noto tan contenta, que no me voy a enfadar por llamarme así.
—Si es que eres un amor —le digo mientras pongo el altavoz para
seguir con mi tarea.
—No te habrás fumado un porrillo, ¿verdad? —No puedo evitar soltar
una carcajada por su comentario—. Me gusta oírte reír y, últimamente, no
lo haces a menudo.
—Pues aprovecha, amigo mío. Que esta alegría tiene fecha de
caducidad.
—Un día encontraré la fórmula para que no estés triste nunca más —
susurra.
—Frena, Pablito, que ya te estás poniendo sensible —le reprocho para
que no siga por ahí.
—¡Vaya, hombre! Ha vuelto Aura, Corazón de Hierro. Pensé que esta
alegría te lo ablandaría un poco. Qué pena que no sea así. Cambiando de
tema, ¿qué me vas a traer de Nueva York?
—Un imán para la nevera —contesto y me echo a reír de nuevo. Estoy
feliz y a mí también me gusta esta Aura.
—Qué graciosilla. Como me traigas un imán, que sepas que dejo de
ser tu amigo —refunfuña.
—Está bien —claudico—. Me lo curraré un poco más, te lo prometo.
—Así me gusta. Recuerda que te aguanto durante todo el año y eso
tiene su mérito, sobre todo, cuando estás borde, que suele ser la mayoría de
los días.
—Nadie te obliga a soportarme —le comento mientras escojo varias
bragas del cajón para guardarlas.
—Lo sé. Pero es que no puedo vivir sin ti. Es lo que tiene el amor. —
No lo veo, pero me lo imagino, con esa sonrisa pícara y rascándose la nuca,
gesto que hace a menudo cuando está nervioso—. ¿Qué haces?
—Guardando unas bragas en la maleta —le digo sin pensar. Su
comentario anterior me ha dejado descolocada.
—¡Oh! ¿Y cómo son? Tienen dibujitos o son lisas. ¿Bragas o tangas?
—indaga el muy descarado.
—¡Pablo! —le reclamo—, no seas cochino.
—Solo quiero saber si mi imaginación va bien encaminada.
—¿No tienes nada mejor que hacer que imaginarte cómo es mi ropa
interior? —Este chico está mal de la cabeza.
—Querida Aura, soy un adolescente con las hormonas disparadas. Me
imagino tus bragas y muchas cosas más que no voy a contarte para no
escandalizarte.
—Estás enfermo —protesto.
—Es verdad —oigo cómo se echa a reír y no puedo evitar que una
sonrisa asome en mi cara—. No me has contestado.
—¿A qué?
—Color y forma de tu ropa interior. Espera, espera, a ver si acierto.
Colores neutros, negro, blanco…, nada de dibujitos. Braguitas normales,
aunque también tienes algún tanga. ¿He acertado?
—No pienso hablar contigo de mis bragas —digo mirando todas las
que he dejado encima de la cama y veo que ha acertado—. Voy a colgarte,
tengo muchas cosas que hacer. ¿Te he dicho que me voy a Nueva York?
—Eres un mal bicho.
—Yo también te quiero. Adiós. —No le doy tiempo a contestar, pero
oigo un «ojalá» antes de colgar.
No sé qué haría si él no estuviera a mi lado. Es el único que consigue
arrancarme una risa y que conoce todos los entresijos de mi vida. Con solo
una mirada es capaz de averiguar mi estado de ánimo y sabe cómo actuar en
cada caso.
Una vibración me anuncia que ha llegado un mensaje y no me cabe
ninguna duda de que es de Pablo.
Pablo:
Espero que no te vayas sin despedirte de mí y darme un beso.
Sé que está jugando conmigo, pero no por eso puedo evitar que un
cosquilleo recorra mi cuerpo al imaginarme que el beso inocente que le voy
a dar no lo es tanto y que la Aura temeraria se lanza a sus labios para
saborearlos. ¿Serán tan dulces como aparentan?
♡♡♡
Al final, mi despedida de Pablo fue normal, con dos simples besos en las
mejillas, como los amigos que somos. Todavía estoy un poco descolocada,
es la primera vez desde que conozco a Pablo y tenemos edad, que pienso en
él como algo más que amigos. Nunca se me pasó por la cabeza imaginarme
que lo besaba en plan novios o ligue.
—¡Aura, cariño! ¿Te falta mucho? Papá nos está esperando —me
avisa mi madre.
Hoy es el día. Es jueves por la mañana y vamos a salir dirección
Barcelona para coger el vuelo a Nueva York. Nosotros tres iremos con mi
padre y el tío Hugo llevará a los abuelos. La tía Andrea, el tío Gerard y el
pequeño Jordi saldrán el viernes. El tío tenía varias reuniones que no ha
podido aplazar.
—¡Ya voy! —chillo desde mi habitación. Levanto las asas de las
maletas que llevo para transportarlas y echo un último vistazo para
asegurarme de que no me dejo nada.
Cuando aparezco en el salón, Júnior se pone a reír al verme. Sus risas
llaman la atención de mis padres que me miran como si estuvieran viendo a
un ovni.
—Pequeña, ¿no te habrás pasado con el equipaje? —pregunta mi
padre.
Solo llevo dos maletas de las grandes y mi mochila, no creo que sea
para tanto.
—No me excedo en nada de lo que permite la compañía área. Una de
ellas va casi vacía. Me voy a gastar todos mis ahorros de las pagas en ropa
—comento encogiéndome de hombros y con una gran sonrisa.
Mi padre niega con la cabeza pero también sonríe. Parece que para
estos días, mis padres se han dado una tregua y, de momento, impera el
buen rollo.
—Vamos, anda o llegaremos tarde —pide mi padre.
El viaje hasta Barcelona se hace ameno y en el habitáculo hay buen
rollo. Influye mucho que mi estado de ánimo esté por las nubes y lo vea
todo bonito, ¿verdad?
Nuestro vuelo sale puntual, viajamos en primera, así lo quiso mi tía y
nosotros encantados. La llegada está prevista para las diez y media de la
noche y nos estarán esperando allí para llevarnos al hotel. Todos nos
hospedaremos en el que trabaja mi tía, el City Global.
Estoy ansiosa y parece que las horas pasan demasiado despacio. Por el
rabillo del ojo veo que mi tío Hugo me mira en varias ocasiones. En una de
ellas giro un poco la cabeza y lo miro. Muevo la cabeza y abro los ojos,
preguntándole de forma silenciosa, qué le pasa.
—Pareces un poco nerviosa. ¿Pedimos una tila? —dice señalando mi
pierna que no para de moverse.
—Muy gracioso. Tengo ganas de llegar.
—Se nota, sí. —Le saco la lengua y él se ríe—. ¿Qué tal todo en el
cole?
—De momento bien. Tengo que esforzarme un poco más, pero seguro
que lo apruebo todo.
—Me ha dicho tu padre que quieres hacer una carrera de letras. Y que
vas a ser una gran escritora.
—Lo primero, sí. Lo segundo, no te lo ha podido decir porque no ha
leído nada de lo que he escrito.
—¿Y a qué viene tanto misterio? No estarás escribiendo alguna novela
de esas guarras, ¿verdad? —Pongo los ojos en blanco ante sus palabras.
—¿Te imaginas? A mi padre le daría un síncope. —Nos echamos a
reír y alguien nos chista desde los asientos de atrás.
Me tapo la boca para mitigar el sonido y miro a mi padre que reprocha
mi comportamiento con el ceño fruncido. Pero su actitud, en vez de
calmarme, consigue que la risa se vuelva más intensa y no pueda parar. Me
giro hacia mi tío, pero el resultado es peor, porque al ver que no he podido
dejar de reír, él empieza de nuevo. Menuda bronca me va a caer pero no
puedo evitarlo. Decido levantarme e ir al baño a ver si me calmo.
—Tú y yo tendremos una charla, señorita —dice mi padre algo
enfadado. Yo no puedo evitar darle un beso en la mejilla, en plan peloteo
total y sé que hace su efecto cuando lo veo sonreír disimuladamente.
Paso las siguientes horas dormitando, también veo alguna película y
consigo acabar de leer el libro que tenía pendiente. La voz del capitán
anunciando que vamos a aterrizar, hace que el estómago dé un giro en mi
barriga. Estoy a punto de cumplir uno de mis sueños, conocer la ciudad que
me tiene robado el corazón. Por la que estoy dispuesta a separarme de mis
padres y mi hermano, en la que me gustaría vivir…
Una vez tomamos tierra y pasamos todos los controles de acceso,
vamos a recoger las maletas. Ya estoy en Nueva York, una sonrisa ilumina
mi rostro y las ganas de compartir la experiencia con Pablo, aunque sea en
la distancia, hace que saque mi teléfono y me haga un selfi para enviárselo.
Sé que allí es de madrugada pero cuando se levante lo verá.
Aura:
Ya he llegado, estoy en Nueva York.
Le adjunto la foto al mensaje y guardo el móvil cuando veo aparecer
una de mis maletas. Cuando toda la familia ha conseguido recuperar su
equipaje, buscamos la salida arrastrando los bultos.
—Ojalá nunca pierdas la ilusión y alegría que desprenden tus ojos en
este momento —me susurra mi madre cerca de la oreja—. Tu cara me
recuerda a cuando eras pequeñita y esperabas la llegada de Papá Noel.
Hacía mucho tiempo que no veía ese brillo.
—Aquí nada puede ponerme triste, es como un sueño. Estar aquí es…
—Suspiro sin poder acabar la frase, no sé cómo expresar lo que siento.
El brazo de mi madre rodea mis hombros, me acerca a ella y besa mi
cabeza.
—Te quiero, cariño.
—Y yo a ti.
«Bienvenida a la mejor semana de tu vida, querida Aura», me susurro.
Capítulo 21
Camila
No sé en qué pensaba cuando dije que no vendría. Iba a perderme una de las
mejores experiencias de mi vida y eso que todavía no hemos salido del
aeropuerto. Ver la cara de ilusión de mis hijos ha sido increíble. Sobre todo,
la de Aura. Parece otra chica, es como si hubiéramos recuperado a nuestra
pequeña, aquella que era feliz y lo demostraba con su mirada o sus gestos
cariñosos.
—¿Estás bien? —me pregunta Guille al ver que retiro una lágrima de
mi cara, mientras nos dirigimos hacía las puertas de salida.
—Creo que sí. Está tan entusiasmada… Hacía mucho tiempo que no la
veía así.
—Es verdad. Este viaje nos va a venir bien a todos —me mira y
sonríe, como si estuviera ocultando algo. Miedo me da.
Justo en la salida ya nos espera una Daniela sonriente, que se lanza a
los brazos de sus padres primero y después va pasando uno por uno a
saludarnos.
—Gracias por venir —me susurra bajito al oído para que nadie más la
oiga, mientras me abraza con fuerza.
Si tengo que escoger cuñada, cosa que no me gustaría hacer, me
quedaría con Daniela. Andrea nunca me ha tratado mal, pero es una mujer
más fría y cuesta mucho empatizar con ella.
Nos subimos a una furgoneta de pasajeros que nos espera en el
exterior y nos llevará al hotel para ocupar nuestras habitaciones. Mientras
todos van charlando durante el trayecto, yo no puedo evitar mirar a mi hija,
que se ha situado al lado de la ventanilla y no pierde detalle de todo lo que
pasa en el exterior a pesar de la oscuridad de la noche. No tengo ninguna
duda de que, a la mínima que pueda, Aura no perderá tiempo en trasladarse
a esta gran ciudad. Sé que es una de las ilusiones que tiene y a mí me duele
el alma al pensar que va a estar tan lejos de mí.
Malcom nos está esperando en el hotel junto a su padre. El color
chocolate con leche de la piel del futuro marido, esa mandíbula cuadrada
con una barba de varios días, su altura y su estilizado cuerpo lo hacen un
hombre realmente guapo. Además, está loco de amor por Daniela y sé que
el sentimiento es mutuo. Después de una dura temporada, ahora podrán
disfrutar de su amor. Nos saludamos de forma breve con la promesa de que
mañana pasaremos más tiempo juntos. Mi suegro sigue flojo de salud y
necesita descansar.
El hotel donde trabaja mi cuñada es muy bonito y elegante. Daniela ya
tiene preparado todo el papeleo, las tarjetas y la distribución de las
habitaciones. Así que no tardamos en montar en el ascensor y hacer la
parada en el piso veinte, donde están ubicadas todas las estancias que
vamos a ocupar. Aura y Júnior compartirán una habitación y esta tendrá
conexión con la mía. Cuando ya tenemos asignados los dormitorios y cada
uno está en el suyo, permito relajarme. Llevo todo el viaje muy tensa sin
saber qué me va a deparar esta aventura. Me lanzo en la enorme cama, que
será toda para mí durante una semana.
Oigo que alguien pica a una de las puertas y esta se abre. La cabeza de
Júnior con una enorme sonrisa se asoma.
—Mami, ¿has visto qué pedazo de cama tengo? —comenta
emocionado—. ¿Te has asomado por la ventana? Estamos muy altos, da un
poco de miedo.
Me incorporo de un salto y me dirijo a la habitación de mis hijos. Aura
está ensimismada y con la cara prácticamente apoyada en la ventana
observando las luces de la ciudad.
—Madre mía, os vais a perder en estas camas. —Mi hija se gira al
oírme hablar.
—Esto es una pasada. Me lo he imaginado millones de veces, pero es
mucho mejor de lo que pensaba y eso que es de noche y no se ve casi nada.
—Viene hacia mí, se lanza a mi cuerpo y me abraza con fuerza. Cierro los
ojos para absorber todo el cariño—. Voy a hacer fotos de todo para
enviárselas a Pablo, se va a morir de la envidia.
Se separa de mí tan rápido como ha llegado y coge su móvil para
inmortalizar todo. Ayudo a Júnior con su maleta y guardamos la ropa en el
armario. Se pone el pijama y se mete en la cama con un libro. Quince
minutos después, Aura ya se ha dado por vencida con las fotos y ya está
colocando su ropa.
—No os vayáis a dormir muy tarde que mañana será un día intenso —
les pido y me despido de ellos con un beso.
Paso a mi habitación y cierro la puerta. Antes de deshacer mis maletas,
decido pasar por la habitación de mis suegros, una vez nos divorciemos, no
sé cómo los voy a llamar. Me iré a dormir más tranquila si compruebo que
Eusebio está bien. Pico con los nudillos en la puerta y Manuela no tarda en
abrir la puerta.
—¡Hola, cariño! Pasa.
—Hola. Solo venía a comprobar que Eusebio se encuentra bien. —
Elevo el estuche que llevo en mi mano y que he cogido antes de venir con
algunos utensilios que siempre llevo cuando viajo—. Si le parece bien,
miramos la tensión a ver qué tal y así todos descansamos tranquilos.
—Muchas gracias, cielo. Daniela me ha dejado una tarjeta con el
teléfono de un médico por si fuera necesario.
—No me gusta que habléis de mí como si no estuviera —refunfuña
Eusebio—. Estoy perfectamente. He venido a pasármelo bien y a casar a mi
hija, no a morirme.
—¡Eusebio! —le reclama Manuela.
—Estoy feliz de que te encuentres bien, pero no estaría de más que
pudiéramos mirar la tensión —le pido con una sonrisa.
—Vale —acepta sentándose en uno de los sillones. Abro el estuche y
procedo a la comprobación.
—Está todo en orden, pero debe descansar y tomárselo con calma. ¿De
acuerdo?
—Gracias, Camila —dice y me da unos golpecitos en la mano a modo
de agradecimiento.
Me despido de ellos y me dirijo a mi habitación más tranquila. Ahora
toca relax, una buena ducha y a dormir. Me dispongo a deshacer mis
maletas para buscar un pijama y al abrirla me doy cuenta de que una de
ellas no es mía, sino de Guille. Estoy tan cansada y con todas las emociones
a flor de piel, que ni cuenta me he dado que no es de color verde, sino azul.
La cierro de nuevo y salgo de la habitación para devolvérsela y recuperar la
mía.
Tengo que picar en dos ocasiones a la puerta para que esta se abra. Un
Guillermo mojado, con la toalla enroscada a su cintura, hace acto de
presencia al otro lado. Carraspeo, la visión me ha dejado sin palabras.
¿Estaba antes tan cañón? No recuerdo que tuviera tantos músculos. A lo
mejor es que, como ya estaba acostumbrada y me conocía su cuerpo a la
perfección, no supe valorar su físico.
—Camila, ¿en qué puedo ayudarte? —pregunta y me señala con el
brazo que entre. No sé si es buena idea, pero obedezco.
—Se han intercambiado nuestras maletas —comento e intento que mis
ojos no repasen su cuerpo.
—¡Ostras, no me había dado cuenta! Todavía no la he abierto —dice
mientras se seca el pelo.
No puedo evitar recrearme en cómo se marca su bíceps al realizar el
gesto con la toalla. Por favor, tengo que salir de aquí cuanto antes o acabaré
haciendo alguna tontería.
—Si no te importa darme la mía... Necesito una ducha urgente e irme a
dormir, estoy muy cansada.
—Claro, toma. —Se gira y avanza hasta el otro lado de la habitación.
Mis ojos se van directamente a su culo, marcado por la toalla. Se me seca la
boca y empiezo a sudar—. ¿Te encuentras bien?
—Hace mucho calor aquí, ¿no? —me mira y frunce el ceño.
Una vez se pone frente a mí con el equipaje intercambiado, no puedo
evitar que mi mirada siga una de las gotas que caen de su pelo y desciende,
primero por su cuello, después se pasea por su pectoral y va descendiendo
por sus abdominales hasta que se pierde en la toalla que lleva enganchada
en la cadera. Trago saliva y cuando vuelvo a dirigir mi mirada hacia sus
ojos, me recibe una sonrisa burlona. Se ha dado cuenta de cómo me afecta
verlo así.
—¿Necesitas algo más? —pregunta acercándose a mí poco a poco y
yo retrocedo hasta que choco con la pared y no puedo seguir.
—No, que va. Todo bien —respondo con la voz temblorosa.
Guille no duda en poner ambas manos una a cada lado de mi cabeza y
acerca su cara a la mía. Yo cierro los ojos, si lo miro no podré resistirme.
Noto su aliento en mi mejilla y cómo su nariz acaricia la mía.
—¿Lo notas? Lo nuestro no se ha acabado, Cami. Quiero volver a mi
vida contigo. Necesito sentirte de nuevo. Anhelo saborear tus labios,
despertar contigo a mi lado.
—Por favor —suplico.
—Mírame, nena —Noto sus dedos en mi barbilla que me elevan la
cara. Obedezco y nuestras miradas se unen. Me doy cuenta de que no ha
sido una buena idea—. Voy a besarte.
Se acerca y se apodera de mi boca. Primero solo me saborea, su lengua
se pasea por mis labios, resiguiéndolos, para luego pasar a la acción y
conseguir que las dos se encuentren. Vuelvo a cerrar los ojos y no puedo
evitar que un escalofrío recorra mi espalda. Mi cuerpo reconoce sus besos
pero, a la vez, parecen nuevos. Es una sensación rara y excitante al mismo
tiempo. Las piernas me flaquean y tengo unas enormes ganas de rodear sus
caderas. Guille me lee el pensamiento, rodea mi cintura con un brazo y me
eleva para que lo haga. No lo dudo y aprovecho para envolver su cuello con
mis brazos. Me vuelve a apoyar de nuevo en la pared y su cercanía me hace
saber lo excitado que está. Su miembro se clava en mi entrepierna y no
puedo evitar que un jadeo salga de mi boca. Una de sus manos se introduce
en mi camiseta y justo cuando está rozando mi erecto pezón, unos toques en
la puerta nos devuelven a la realidad.
—¡Mierda! —se queja apoyando su frente a la mía. Me deja en el
suelo y me recompongo la ropa. Por su parte, intenta disimular su erección
como puede.
Abre la puerta y un sonriente Hugo entra sin pedir permiso.
—No tendrás… —Se queda parado al verme allí. Nos mira a los dos y
frunce el ceño.
No hay que ser muy listo para saber qué estábamos haciendo. Nuestros
rostros y cuerpos lo gritan. Cojo mi maleta y me dirijo a la puerta casi sin
despedirme.
—Buenas noches, nos vemos mañana —comento y aprovecho que
Guille no ha cerrado la puerta para salir sin mirarlos siquiera, me muero de
la vergüenza.
Recorro el pasillo como si hiciera un maratón y me meto en la
habitación. Cuando se cierra la puerta me apoyo en ella y suspiro. ¿Cómo
puedo ser tan inconsciente? Así no voy a poder empezar de nuevo. «Porque
eso es lo que quieres y necesitas», me grita la voz de mi cabeza. Tengo que
alejarme de él, son demasiados recuerdos. La decisión ya está tomada,
además fue él quien decidió alejarse de mí e irse de casa. ¿A qué viene
ahora querer volver? Sería una pésima idea regresar a las peleas y acabar
mucho peor. Tenemos dos hijos, no nos podemos permitir otro error y que
sufran todavía más.
Meneo la cabeza para expulsar todos esos pensamientos de mi mente y
decido volver al plan anterior: ducha y cama. Antes estaba agotada, ahora
encima estoy cachonda y si no alivio esta calentura de mi cuerpo, va a ser
imposible coger el sueño.
Busco mi pijama en la maleta que he recuperado y me dirijo al baño.
Me desnudo y me miro en el espejo. Mis pezones siguen erectos, en parte
por el frío y por hacerle caso a mi cerebro que vuelve a recrearse con la
imagen de Guille semidesnudo, solo con la toalla. No pienso retener la
excitación, así que elevo mis manos y me toco los pechos. Cierro los ojos,
para imaginar que son sus manos las que me tocan. Las hago descender por
mi cuerpo hasta que se hunden en la entrepierna. Mis dedos se mueven por
el interior de mi sexo hasta que consigo que el orgasmo me recorra todo el
cuerpo. Sonrío cuando vuelvo a verme en el espejo y mis ojos brillan. Qué
bien se queda una cuando el placer te hace estremecer, aunque no sería lo
mismo si fuera Guille quien me lo provocara.
Me ducho, me pongo el pijama y me voy a la cama. No tardo ni dos
minutos en quedarme dormida. Mañana será otro día.
Capítulo 22
Guillermo
Menuda nochecita he tenido. Entre el jet lag y que no he pegado ojo estoy
reventado pero hay que ponerse en marcha. No creo que alguno de mis
hermanos, hijos o padres, tarden en venir a buscarme si me retraso mucho
en bajar a desayunar. Hoy nos espera un día movido, comidas y últimos
preparativos para celebrar mañana la boda de Daniela y Malcom.
Me levanto refunfuñando y voy directo a la ducha, necesito un toque
de agua fría para acabar de despertar, eso y un café bien cargado. Cierro el
agua, me seco con la toalla y la engancho en mi cadera justo cuando suenan
unos golpes en la puerta. Sonrío recordando la visita ayer de Camila. Verme
tan ligero de ropa, sin duda, no le dejó indiferente. La cara me cambia al
recordar que Hugo nos interrumpió cuando la noche prometía. Me acerco a
la puerta y la abro.
—¿Otra vez tú? —me quejo al ver a mi hermano apoyado en el marco
de la puerta.
—¿Puedo pasar o interrumpo algo?
—Muy gracioso —le digo y cierro la puerta una vez está dentro.
—Ya me disculpé ayer. No era mi intención estropearte el calentón.
Para la próxima vez pon el cartelito de Please, do not disturb —se burla—.
¿Te falta mucho?
—Me visto y bajo. Ve tirando, quiero pasar por la recepción para
saludar a Clarise. No sé si hoy trabaja, iré a mirar.
En una visita que le hice a Daniela, conocí a Clarise. Es una de las
recepcionistas y muy amiga de mi hermana. Es una mujer increíble y
siempre ha estado al lado de Daniela, apoyándola y ayudándola en todo
momento. Solo por eso le estoy enormemente agradecido.
—Está bien, te espero en el comedor. Tengo mucha hambre así que, si
quieres que te quede algo, no tardes.
Niego con la cabeza al verlo salir. No sé cómo un tío tan delgado
puede comer tanto. Es verdad que hace mucho deporte pero es increíble lo
que zampa.
Me acabo de vestir de forma cómoda y bajo hasta la recepción. Tengo
suerte y encuentro a Clarise de espaldas, así que intento ser lo más sigiloso
posible para sorprenderla.
—Ni se te ocurra asustarme o te llevas un escobazo —dice cuando
estoy a punto de tocarle los hombros.
—Qué ha pasado, ¿te han salido ojos en la nuca? —le pregunto
alucinado, casi no he hecho ruido.
—Esto es Nueva York, guapetón. Hay que cubrirse las espaldas —
explica señalándome un pequeño espejo donde se ve si viene alguien. Sale
de detrás del mostrador y nos abrazamos con cariño.
—Bienvenido de nuevo a la ciudad. En esta ocasión es por una buena
causa, así que disfruta mucho. —La última vez que estuve aquí fue con
Hugo y Andrea, tuvimos que venir a levantar los ánimos de Daniela—. Por
cierto, he conocido a tus hijos. Son muy guapos, se parecen a su madre.
—¡Vaya! Muchas gracias —nos echamos a reír por su comentario—.
¿Y tú qué me cuentas? ¿Cómo te va la vida?
—Pues con mucho lío, pero feliz y contenta.
—Me alegro un montón de que todo te vaya bien. Como ya sabes
estaremos por aquí una semana y nos iremos viendo. Me voy a desayunar
antes de que Hugo me deje sin nada.
—Pues venga, coge energía porque creo que Daniela tiene preparada
una agenda muy apretada. —Pongo los ojos en blanco y Clarise se ríe.
Dejo un beso en su mejilla y me dirijo hacia el comedor. En el fondo,
pegadas a la ventana, hay varias mesas juntas donde ya está toda mi familia,
a la que no veo es a Camila.
—¡Buenos días! —saludo y me contestan un «Buenos días» general.
Me acerco a mis hijos que todavía conservan la sonrisa de ayer y les doy un
beso.
—¿Habéis dormido bien?
—Súper. Este hotel es una pasada. Es más bonito y grande que el
nuestro —dice Júnior mientras mi padre niega con la cabeza.
—Cariño, estamos en Nueva York, aquí todo es enorme. Ya lo verás.
Por ese motivo, no puedes comparar nuestro hotel con este —le explico.
—Pues es verdad. —Le remuevo el pelo y sonrío.
—¿Me habéis dejado alguna cosa?
—Creo que ya no queda nada. Se lo ha cogido todo el tío Hugo —
comenta Aura señalando el plato de mi hermano.
—¿Te vas a comer todo eso? —le pregunto y abro los ojos alucinado.
—Ya te he dicho que tenía hambre —contesta y se encoge de
hombros.
—Pues voy a ver qué queda.
Justo cuando me doy la vuelta para dirigirme al bufé libre, veo entrar a
Camila al salón. Al ser consciente de mi presencia, esquiva la mirada de
forma tímida. No sé cómo me lo monto pero, con ella, hago un paso
adelante y tres hacia atrás. Al ver que se dirige hacia la mesa, yo continúo
con mi camino para comer algo y, sobre todo, tomarme un café bien
cargado.
Daniela no tarda en llegar y organizar a toda la familia. A mi padre lo
mandan con el señor Davis, el dueño del hotel, con el que se lleva muy
bien. Se conocieron hace años cuando este fue a Andorra y se hospedó en
nuestro hotel. Las mujeres se van todas juntas para dar los últimos toques al
vestido de novia y que todas tengan sus atuendos preparados. Hugo, como
es habitual en él, se ha escaqueado de cualquier tarea y ha desaparecido. A
Malcom, Júnior y a mí, nos ha tocado ir al aeropuerto a buscar a Andrea,
Gerard y el pequeño Jordi que llegarán en dos horas. Los traeremos al City
Global para que se acomoden y, sobre las nueve de la noche, cenaremos
todos en casa del señor Davis.
—¿Cómo te va todo? —me pregunta Malcom. Estamos tomando algo
mientras esperamos a que el vuelo de mi hermana tome tierra.
—Bueno, podría ir mejor, pero no me puedo quejar. A ti te veo bien.
—Lo estoy. Además de feliz. Mañana voy a casarme con la mujer de
mi vida, ¿qué más puedo pedir?
—Que no la pierdas nunca —le digo con tristeza.
—¿Todavía la quieres? —Miro de reojo a mi hijo para ver si nos
presta atención, pero está entretenido con el teléfono y los auriculares
puestos.
—Sí. Pero parece que me he dado cuenta demasiado tarde y ahora es
ella la que no quiere nada de mí.
—¿Camila te ha dicho eso?
—No, pero me esquiva. Le dije que quería volver a intentarlo pero se
ha negado. Según ella, lo podríamos estropear más.
—Pues yo creo que ella todavía siente algo por ti. Me he fijado en
cómo te mira y está pendiente de lo que haces. No creo que se pueda dejar
de querer tan rápido, después de tantos años juntos, Guille.
—¡Papá! —nos interrumpe Júnior.
—Dime, cariño.
—¿Por qué todas esas mujeres nos miran?
Malcom y yo dirigimos la mirada hacia donde señala mi hijo y vemos
que hay un grupo de mujeres que nos observan y cuchichean entre ellas con
risas.
—Es que tu tío es muy guapo. —Mi pequeño frunce el ceño sin
entender el motivo.
—¿Y la tía Dani sabe que todas las mujeres lo miran como si fueran a
comérselo?
—No —contesta Malcom con rapidez—, y este es un secreto de
hombres.
Me echo a reír al ver a mi futuro cuñado tan apurado. Estoy
convencido de que mi hermana sabe a la perfección la impresión que causa
su chico entre las mujeres. Vuelvo a mirar al grupo de admiradoras y me
doy cuenta de que hay alguna que también me mira a mí. Una en concreto
me guiña un ojo.
—¡Vaya!, no soy el único que es guapo aquí —dice Malcom y estalla
en una carcajada. Niego con la cabeza, pero no puedo evitar unirme a sus
risas.
Cuando vemos en el panel que el vuelo de Andrea ya ha aterrizado,
nos dirigimos a la puerta para recibirlos y cumplir con la tarea asignada.
★★★
Somos un montón de gente en la cena. Las personas más cercanas a
Malcom y Daniela. Menos mal que la casa de los Davis es enorme, en
proporción a su poder adquisitivo. Las risas de pequeños y mayores y el
buen ambiente hacen que la velada sea muy agradable.
Me fijo en Aura, que está sentada al final de la mesa, al lado de Brody,
el hijo de Clarise, que es de la misma edad. Parece que se han entendido
bien y ella está encantada. Frunzo el ceño, no porque no me guste verla
feliz, me gusta que sonría, pero son dos adolescentes con las hormonas a
flor de piel y, aunque sé que no soy imparcial, mi hija es una chica muy
guapa. Mi pequeña ya no lo es tanto.
—¿Puedes dejar de matar al chaval con la mirada? —me pide Hugo
que está sentado a mi lado—. ¿Tú has visto al padre de la criatura? No creo
que quieras que se enfade.
John, el marido de Clarise, es el hombre más grande que he visto en
mi vida, tanto de alto como de fuerte. La verdad es que se ve que es un gran
tío y no me gustaría tenerlo de enemigo. Aunque, si Brody le pone una
mano encima a mi niña, ya puede enfrentarse a mí, que no moriré sin
luchar.
Mi mirada se cruza con la de Camila, que la tengo frente a mí y me
doy cuenta de que está enfadada. ¿Qué le pasará ahora a esta mujer? Me
hace un leve gesto con la cabeza y veo que se levanta y se dirige hacia un
pasillo. Yo espero un minuto y hago lo mismo que ella.
—¿A dónde vas? —me pregunta curioso mi hermano.
—Al baño.
—Sí, ya…
No le hago caso y voy a encontrarme con Camila, que me espera
apoyada en la pared. Abre una de las puertas y me empuja hacia dentro.
—¿Se puede saber qué coño te pasa? —me dice enfadada.
—¿Y ahora qué he hecho? —indago. Estoy alucinado.
—Deja de mirar a Aura y a Brody de esa manera —pide.
—Es mi hija. Solo tiene dieciséis años.
—Te recuerdo que yo tenía su edad cuando me acosté contigo por
primera vez.
—Pero eran otros tiempos —me excuso tontamente.
—A veces no te conozco, Guille. Nunca imaginé que fueras tan
troglodita. Aura es una chica muy responsable y que sepas que, algún día,
dejará de ser virgen y disfrutará de su sexualidad. Además, no creo que
venga a pedirte permiso para hacerlo. Así que relájate y deja que la niña
disfrute. —Se da media vuelta y se dirige hacia la puerta, pero yo soy más
ágil y le impido que salga.
—¿Eso es lo que vas a hacer tú a partir de ahora? ¿Disfrutar de tu
sexualidad? —le pregunto con mi cuerpo muy cerca del suyo.
—Lo que yo haga con mi vida ya no es problema tuyo —dice con la
voz trémula. Sé que mi cercanía le afecta más de lo que a ella le gustaría.
—No me voy a rendir, Camila. Te echo de menos —susurro acercando
mi cara a la suya.
—Por favor, Guille…
—Dime lo que necesitas y te lo daré. Voy a demostrarte que siempre
serás la mujer de mi vida.
No la veo venir cuando su boca se estrella con la mía pero no tardo en
reaccionar y no pierdo la ocasión para saborearla con devoción. Esta mujer
me hace perder el sentido, ya no puedo vivir sin ella.
Se separa de mí jadeando y me mira a los ojos. Los suyos, al igual que
los míos, están velados por el deseo pero pronto me doy cuenta de que se le
ponen aguados de retener las lágrimas.
—No te engañes, Guillermo. Esto es lo que echas de menos. La
adrenalina de que nos pillen, el robarme un beso, saciar la calentura de tu
cuerpo. Solo es eso, no te confundas. Tú mismo dijiste que ya no me
amabas. Así que deja de marearme, si quieres tener sexo me lo dices que
igual me apetece y matamos dos pájaros de un tiro.
Me separo de ella con cara de alucinado. Me ha dejado mudo y
totalmente descolocado. Camila aprovecha mi confusión para salir del
habitáculo y yo me quedo dentro meditando sus palabras.
No puede ser que piense todo eso que ha dicho. Es imposible que haga
las cosas tan mal para que no se haya dado cuenta de cuánto la quiero y
piense que solo me interesa el sexo y la emoción. «Estás jodido, colega»,
informa el demonio que habita en mi hombro y se ríe el muy capullo.
Capítulo 23
Camila
Guillermo
Falta una hora para el gran acontecimiento y debo estar más nervioso que el
novio. El entusiasmo por ver a mi hermana feliz, después de lo que les ha
costado llegar hasta aquí, es inmenso. Malcom es un gran tío y la primera
vez que vi cómo la miraba, no tuve ninguna duda de que la amaba de
verdad.
No sabemos si las chicas ya han acabado ni lo que tardarán en llegar.
Los hombres hemos pasado la mañana en casa del señor Davis, donde
hemos acabado jugando un partido de baloncesto. A pesar del frío,
aprovechamos para hacer una barbacoa y, cuando acabamos de comer, nos
fuimos hasta el hotel para vestirnos. A parte de Hugo, que tarda un siglo en
arreglarse y el novio que se cambiaba en su casa e iba directo a la catedral,
la mayoría ya estamos preparados y esperamos en el bar del City Global.
—¿Quieres decir que no se han olvidado de mí? —pregunta mi padre
mirando su reloj. Es el padrino y tiene que acompañar a mi hermana, esa
que todavía no sabemos dónde está.
—Qué va. Ya sabes cómo son las mujeres.
—Hijo, me quedaría más tranquilo si llamaras a Daniela —me pide.
Cojo el teléfono y marco su número.
—¿Qué pasa, Guille? —contesta Andrea—. Daniela está ocupada y no
puede ponerse.
—Es que papá está nervioso y piensa que se han olvidado de él —oigo
a Andrea transmitirle el mensaje a Daniela y esta contesta, pero no la
entiendo.
—Dile que esté tranquilo. En diez minutos pasará un coche a buscarlo
y lo llevará a casa de los Davis.
—Perfecto, pues ahora se lo digo. —Me despido de ellas y cuelgo la
llamada—. Ahora vendrán a buscarte.
Me giro para coger la cerveza que me han servido y, al dirigir la
mirada hacia la puerta, veo entrar a Aura y Camila. El corazón se me
acelera al ver lo bonitas que vienen. Traen un brillo especial.
Me fijo en mi niña que, con ese peinado, el elegante vestido y con el
maquillaje, ya no parece tan pequeña. Es justo el momento en el que me
doy cuenta de que ya es una mujer que pronto volará sola, tendrá novio y,
cuando menos me lo espere, formará su propia familia. Es el camino de la
vida y a mí solo me queda resignarme y cruzar los dedos para que sea muy
feliz.
La otra mujer que hace temblar mis cimientos está espectacular y no
tengo la menor duda de que me va a hacer sufrir lo que resta de día. Lleva
un vestido de seda en dos colores haciendo una equis y largo hasta los pies.
Una manga y la pierna contraria es de color rosa fucsia y el lado opuesto de
color rojo pastel, con un pronunciado escote. Le han dejado su pelo, largo y
oscuro, suelto y le cae por la espalda. Han resaltado sus impresionantes ojos
y sus largas pestañas. Su imagen me hace tragar con dificultad, está
realmente bella.
—¡Vaya, qué guapas! —dice Júnior cuando las ve entrar.
—Pero mírate, enano. Tú sí que estás guapo —contesta Aura
tocándole la corbata a su hermano—. ¡Caramba, papá! Estás impresionante.
—Gracias, cariño. Tú estás preciosa. —Le cojo de la mano y le hago
dar una vuelta—. Voy a tener que vigilarte toda la noche.
—No digas tonterías. —Me sonríe de forma tímida—. A la que sí
vamos a tener que controlar, es a mamá. ¿Has visto qué guapa y sexi va?
—Está impresionante —elogio a Camila en voz alta.
—Gracias —musita. Me mira por encima de las pestañas pero rápido
interrumpe nuestra conexión y se centra en mi padre—. Eusebio, tú también
vas muy elegante. ¿Estás nervioso?
—Estoy como un flan. Como tarden mucho más en venir a recogerme,
el que va a llegar tarde voy a ser yo, en vez de la novia —refunfuña mi
padre.
—¿Quieres que te mire la tensión? —le pregunta Camila.
—Qué va, muchacha. Estoy bien, pero estaré mejor cuando esté con
Daniela.
Justo en ese momento entra en la sala un hombre que pregunta por mi
padre y este no tarda un segundo en irse con él para encontrarse con mi
hermana.
—Pero bueno, ¿qué ven mis ojos? —nos sorprende Hugo y se acerca a
Aura con una sonrisa—. Hermanito, voy a ir con la mujer más hermosa y
elegante de toda la boda.
Se inclina ante mi hija, coge su mano y le da un beso en el dorso,
como todo un caballero. Creo que Hugo no madurará nunca. Ese gesto hace
que Aura enlace el brazo con el de su tío y levante orgullosa la cabeza. Vaya
par.
—Que sepas que tu padre me ha pagado una fortuna para que no me
separe de ti en toda la noche —le comenta Hugo y ella abre mucho los ojos,
alucinada. Hasta que mi hermano se echa a reír, no se da cuenta de que está
bromeando.
—Eres muy tonto. Pero no sería tan descabellado —contesta Aura.
—¿Será posible? —me quejo haciéndome el ofendido. Al final
acabamos los cinco riendo.
Pasamos unos minutos más de charla cuando entra otro hombre, en
esta ocasión viene a buscarnos a nosotros.
—Por cierto, ¿alguien sabe dónde están Gerard y Jordi? Creo que
tenían que venir con nosotros —pregunta mi hermano mientras nos
dirigimos a la furgoneta que nos recoge.
—Cuando estábamos en la peluquería, llamó a Andrea. No tuvieron
una conversación muy amigable. Al parecer, tenía algo importante que
hacer porque apareció a la media hora para dejar al peque con ella y se
volvió a ir —nos comenta Camila.
—Últimamente, ese tío está de lo más raro —les digo.
—Ella no está bien. Creo que deberíais echarle un ojo —nos aconseja
Cami.
Los dos asentimos con la cabeza y emprendemos el trayecto hasta la
catedral. El ambiente se ha enfriado de forma considerable y cada uno va
inmerso en sus pensamientos. Incluso Júnior se mantiene callado, cosa muy
rara en él.
—¡Oye! —llama mi atención Hugo—. Hoy vamos a disfrutar de la
boda. Veremos cómo Daniela es feliz con Malcom y mañana, si eso, ya le
partimos las piernas al cuñado.
—Tienes razón —lo miro y nos sonreímos.
Los Guerrero somos una piña. El problema que tenga uno, también es
del resto y nos defendemos a muerte. Si me entero de que Gerard le está
haciendo daño a Andrea, no dudaré ni un segundo en enfrentarme a él. Me
importará una mierda que su familia sea tan importante y que él tenga
mucho dinero.
★★★
Un coro de góspel ameniza la ceremonia. Sus voces hacen que la piel se me
erice y la entrada de Daniela en la catedral nos deje sin aliento. Oigo a mi
madre suspirar y veo cómo se pasa el pañuelo con delicadeza por la cara
para no estropear mucho su aspecto. Rodeo sus hombros con el brazo y
beso su cabeza. Lleva un vestido sencillo y de color azul marino, pero el
peinado y el maquillaje la favorecen mucho. Se desvive por la familia y
puedo imaginarme lo que sufrió cuando pilló a mi padre besándose con otra
mujer. Le debió costar un mundo perdonarlo pero parece que lo superó
porque siempre está pendiente de él.
Centro mi mirada en los novios y la cara de Malcom al ver acercarse a
su futura esposa es todo un poema. Le brillan los ojos de la emoción y una
enorme sonrisa ilumina su rostro. Está feliz. Daniela parece un ángel. Lleva
un vestido entallado al cuerpo, en color blanco roto, con las mangas de
encaje y una larga cola. Está preciosa. El acto religioso es muy emotivo, el
sacerdote es conocido de la familia Davis y realiza un discurso muy
profundo. Antes de realizar los votos matrimoniales y el «Sí, quiero», el
coro nos vuelve a sorprender con una nueva canción. Los acordes del piano
suenan y la voz de uno de los componentes empieza a entonar la letra de All
of me de John Legend. Las voces totalmente sincronizadas y ese toque de
color que tienen hacen suspirar a toda la catedral. La cara de asombro de mi
hermana y las lágrimas descendiendo por sus mejillas me hacen suponer
que ella no sabía que iban a cantar esta canción. Es una declaración de amor
en toda regla. Con este detalle, Malcom ya se ha ganado por completo a mi
familia.
Por un instante, mientras escucho la letra de la canción, centro mi
mirada en Camila que está dos bancos detrás. Veo cómo se limpia la cara,
parece que también le ha embargado la emoción. Como si hubiera intuido
que la observaba, levanta la cabeza y sus ojos se centran en los míos. Varias
lágrimas van descendiendo por sus mejillas y yo siento unas ganas
inmensas de acercarme a ella, abrazarla y decirle que todo mejorará. Que
me perdone y me deje volver a su lado. Quiero prometerle que intentaré no
hacerla sufrir y que no dudaré de nuestro amor de nuevo. Pero no puedo.
No es el momento, aunque tampoco tengo su consentimiento.
Cuando finaliza la ceremonia, todos aprovechamos para felicitar a los
novios y solo me hace falta una mirada con Hugo y Andrea para saber que
ha llegado el momento del abrazo sándwich. Es un ritual que teníamos de
pequeños, cuando alguno de nosotros tenía un problema, se ponía en el
medio y el resto lo abrazábamos para que notara nuestro apoyo. Ya no
somos críos pero eso no importa y nuestro espíritu infantil nos lleva a
rodear a Daniela y estrujarla en un apretón, aunque en esta ocasión sea por
alegría y no por tristeza.
—¡Estáis locos! —se queja mi hermana mientras la apretujamos en el
medio y el resto de los invitados nos mira entre alucinados y divertidos.
—Esperamos que seas muy feliz y las cosas en el amor te salgan mejor
que al resto de los Guerrero —le desea Andrea.
—No digas tonterías —le dice Daniela.
Hugo y yo nos miramos, dándonos cuenta de que nuestros
pensamientos no son erróneos y algo le pasa a nuestra hermana. Incluso, en
esta ocasión, Hugo no protesta como seguro que haría en otro momento por
haberlo metido en el mismo saco.
Deshacemos el abrazo y opto por coger de los hombros a Andrea para
alejarla de allí y que Daniela no se preocupe por ella en un día tan
importante. La novia, rápidamente, se ve rodeada de gente y parece
olvidarse del comentario.
El convite tiene lugar en una vieja nave industrial que se ha
rehabilitado por completo. Su estructura de ladrillos y la fachada exterior
invadida de ficus le dan un toque mágico, aunque por su apariencia, nunca
te imaginarías el lugar tan maravilloso que alberga en su interior. También
es propiedad del señor Davis, por lo que hoy han cerrado las puertas
exclusivamente para celebrar la boda.
—¡Madre mía! —oigo exclamar a Aura a mi lado—. Parece que nos
hemos adentrado en un cuento de hadas.
—¡Es precioso! —suspira Camila.
Su sorpresa y admiración no son en vano. El sitio es alucinante y
perfecto para este evento. La comida es exquisita y el día está siendo
inolvidable. Es una maravilla observar la felicidad en el rostro de los recién
casados.
—¿Qué tal todo? —nos pregunta Daniela acercándose a nuestra mesa,
compuesta por los hermanos de la novia y los del novio. También están
Gerard y Camila.
—Está todo perfecto, hermanita. El lugar es una pasada —comenta
Hugo.
—Cuando Malcom me dijo que tenía el sitio idóneo, me eché a
temblar. Pero cuando me trajo a verlo, me quedé totalmente enamorada.
Tiene un gran encanto, es un lugar muy romántico y sorprendente, para
nada te esperas este interior cuando ves la fachada.
—Como profesional, me ha deslumbrado —le dice Gerard.
—Me alegro de que os guste. —En ese momento, alguien dice su
nombre y se despide para acudir a la llamada.
No puedo evitar sonreír ante la inmensa felicidad que transmite Dani.
La sigo con la mirada y suspiro al ver cómo llega a la altura de Malcom y se
fusionan en un beso. A pesar de todo lo que está pasando en mi vida, verla
así, después de tantos dolores de cabeza, me hace sentir dichoso. Vamos a
disfrutarlo y mañana volveremos a la realidad.
Capítulo 25
Camila
Una boda espectacular. Los novios iban increíbles. Daniela con un precioso
vestido de encaje y Malcom, ¡ay, qué chico! La verdad es que estamos tan
acostumbrados a verlo siempre con ropa deportiva, que admirarlo hoy con
ese traje de tres piezas que se adapta tan bien a su cuerpo es un lujo.
Ya es bastante tarde y solo quedamos los jóvenes. Los pequeños se han
ido, dormirán todos en la mansión de los Davis, menos el pequeño Jordi que
se ha ido con mi suegra. La mayoría de los hombres van descamisados y la
corbata hace rato que forma parte de la decoración de la mesa. Algunas
mujeres han optado por pasarse al zapato plano y sus peinados ya no son lo
que eran. Yo entro en las dos opciones anteriores, con lo sexi que iba…
Después de varias copas de vino blanco, otras tantas de tinto y unas
cuantas de champán, alternadas todas ellas con agua, mi estado no es del
todo firme. No voy dando tumbos ni veo doble, pero sí estoy contentilla y
bastante desinhibida. He bailado con toda persona que se me ha puesto
delante. Hacía mucho tiempo que no me divertía tanto.
Ahora estoy en una esquina de la sala, apoyada en una viga y
observando todo. Me centro en mi hija, que está bailando con Malcom y
sonríe tanto que parece que le va a estallar la cara de felicidad. Mi pequeña
Flor, qué mayor se ha hecho. Continúo con el repaso y veo a una pletórica
Daniela que baila con su hermano Hugo. Sonrío por la forma tan cariñosa
con la que se miran, no lo puedo evitar. Hugo tiene ese magnetismo que te
atrapa y, aunque es el más despreocupado de los cuatro Guerrero, siempre
aparece cuando menos te lo esperas y sabe lo que necesitas en cada
momento. Aunque todos son especiales, es con el que me llevo mejor. Es
raro que, durante la semana, no reciba algún mensaje de él, la mayoría con
una tontería de las suyas que me arranca una sonrisa. La verdad es que, al
ser hija única, envidio la gran relación que tienen entre ellos. Ese apoyo
infinito para lo bueno y para lo malo. Mi mirada se centra en el hombre que
me robó el corazón hace tantos años. Baila con su hermana Andrea. Esta se
aferra a su cuerpo como si fuera un puerto seguro. Es doloroso ver cómo se
va desmoronando la mujer altiva y segura de sí misma que es. Guille le
susurra cosas al oído y la abraza con cariño. Quién fuera Andrea ahora
mismo para descansar en su pecho y verse rodeada por esos brazos que
tanto amor desprenden en este momento.
Sacudo la cabeza y me dirijo hacia una barra improvisada para pedir
otra copa de champán pero, antes de pedir, una presencia se coloca a mi
lado. Ese perfume lo conocería en cualquier lugar, igual que el de su
hermano.
—¿Qué hace la cuñada más guapa del mundo? —pregunta Hugo.
—Lo que haría cualquiera en la barra con bebidas de una boda. Pedir
alcohol. —Suelta una carcajada a mi lado que me demuestra que su estado
es bastante peor que el mío.
—¡Ay, Camila, Camila! —dice cuando acaba de reírse y me mira
negando con la cabeza—. Déjame invitarte a algo, que todavía estás muy
entera.
Ahora la que se ríe soy yo. Cómo puede tener tanta cara dura. Es
tremendo.
—Eres consciente de que las consumiciones las pagan tu hermana y tu
cuñado, ¿verdad?
—Joder, cuñada. Qué aguafiestas eres. Desmelénate, sígueme la
broma, que había quedado de puta madre y disfruta. ¡La vida es breve! —
chilla a mi lado. Me vuelve a mirar, rodea mis hombros con su brazo y deja
un beso en mi mejilla—. Eres tan guay, Camila. Es normal que mi hermano
esté loco por ti y que quiera volver a conquistarte.
—No digas tonterías, anda. No deberías beber más.
—Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad. ¡Camarero! —lo
llama cerrando así la conversación anterior—, pónganos dos whiskies. Que
sea el Johnnie Walker Blue Label de doce años que tienes ahí detrás, por
favor.
—¿No será para mí? Yo no quiero whisky, no me gusta.
—Este no es cualquier whisky. Este te lo vas a tomar conmigo, para
celebrar la felicidad del mundo. Pero sobre todo, por nosotros que somos
personas cojonudas y nos lo merecemos.
Si es por un motivo tan claro, no pienso negarme. Me acerco a él y le
doy un beso en la mejilla. Me deleita con esa sonrisa picarona que saca de
vez en cuando. El camarero deja las copas delante de nosotros, las cogemos
y brindamos. Le doy un trago, no muy grande, y su fuerte sabor me hace
apretar los ojos y que mi cuerpo se estremezca.
—Esa es mi cuñada. —Se lanza a mi cuerpo y vuelve a abrazarme. Sí
que está cariñoso este muchacho—. Nunca menosprecies lo mucho que
vales. No te niegues a ser feliz y jamás dudes de lo mucho que te quiere
Guille. Se equivocó, es verdad, no hizo las cosas bien, pero lo está pagando.
Deja que rectifique.
Sus palabras en mi oído y el tono utilizado, no ha titubeado en ningún
momento, me dejan sin palabras y anclada en el suelo, con mi copa en la
mano y cara de tonta, viendo cómo se aleja de mí.
No tengo tiempo de asimilar su discurso cuando mi cuerpo ya nota su
presencia detrás de mí.
—¿Todo bien? —Su profunda voz hace que mi piel se erice.
—Sí, claro —respondo dándome la vuelta para quedar uno frente al
otro
—¿Desde cuándo bebes whisky? —dice al ver lo que sostengo.
—Tu hermano me ha invitado. —Me encojo de hombros y él niega
con la cabeza.
Le doy otro sorbo y este entra un poco mejor y calienta mi cuerpo,
aunque falta no me hace. Su presencia y cercanía ya me han acalorado
bastante.
Analizo las palabras de Hugo. ¿Será verdad que todavía me quiere?
«No te engañes, tú oíste de su boca que ya no te amaba». Sacudo un poco la
cabeza para alejar mis pensamientos. ¿Qué ganaría mi cuñado diciéndome
eso si no fuera cierto? ¿Sería capaz de perdonarlo? Duele tanto que te
pisoteen el corazón... Frunzo los morros.
—Camila, ¿te encuentras bien? —pregunta elevándome la cara para
encontrarse con mis ojos.
—¿Te he dicho hoy que estás muy guapo? —Eleva una ceja ante lo
inesperado de mi pregunta.
Su mirada se vuelve pícara y pasea el dorso de sus dedos por mis
brazos. Mi cuerpo se vuelve a estremecer, en esta ocasión, por su contacto
aunque sea por encima de la ropa. Elevo la copa y acabo con el contenido
de esta.
—¿Qué haces, loca? —me reclama Guillermo quitándome el vaso
vacío y dejándolo en la barra.
Cuando se vuelve a posicionar enfrente, acerco mi cuerpo al suyo, de
forma sutil o eso me lo parece a mí. Ya he dicho que estaba más
desinhibida, aunque puede que también más contentilla.
—Camila… —me avisa.
Acerco las manos a su pecho y juego con la corbata que lleva holgada
en el cuello. Me muerdo el labio inferior de forma sugerente. Esto también
es bajo mi visión, no tengo muy claro lo que debe parecer desde afuera. Lo
veo sonreír y cómo se acerca a mi cuello. Por Dios, creo que voy a arder.
—No juegues conmigo, cielo. Estamos rodeados de personas y una de
ellas es nuestra hija. No sería muy ético que nos viera meternos mano.
Además, no creo que estés en condiciones para empezar algo que no vas a
poder acabar.
—Con uno rapidito, puedo —Tan pronto la frase sale de mi boca, mis
ojos se agrandan del asombro. ¿Eso lo he dicho yo?
Guille suelta una carcajada y yo me sonrojo. Nunca he sido tan
lanzada ni cuando era jovencita. Está claro que todo es culpa del alcohol y
sobre todo del whisky al que me ha invitado Hugo. ¡Maldito cuñado, qué
liante es!
—Joder, Cami. Qué difícil me lo pones. Ojalá, en tu estado normal y
no tan borrachilla, pensaras lo mismo. Voy al baño. No bebas nada más. No
creo que te guste que Aura te vea en un estado precario. ¿Vale? —pregunta
apuntándome con el dedo.
Intento pillárselo con la boca para morderlo y que deje de señalarme.
Niega con la cabeza e intenta ocultar una sonrisa pero yo la he visto. Deja
un beso en mi frente, sí en mi frente. Yo aquí esforzándome para insinuarme
y recibo eso. Bufo. ¿Y ahora qué?
Me fijo en la sala y localizo a mi hija. Entrecierro los ojos porque la
veo muy lejos y algo borrosa. Está con Brody, muy cerquita el uno del otro.
Miran algo en el teléfono, pero si los dos elevasen la cabeza a la vez, sus
bocas casi llegarían a rozarse. Boqueo. Madre mía, como su padre la vea
así, tan pegados, es posible que monte un espectáculo. Sin pensármelo, y
antes de que eso ocurra, me dirijo al pasillo por donde ha desaparecido
Guille, el que da a los lavabos. Justo cuando llego a la altura de la puerta
del de hombres, esta se abre y un señor que no conozco sale y me sonríe.
—El de mujeres es aquel —dice señalando la puerta de enfrente.
—Vaya, qué despistada —me excuso y me dirijo hacia la otra hasta
que lo veo desaparecer.
Espero un rato, no sé el tiempo que pasa, no estoy muy fina para poder
contarlo y la puerta vuelve a abrirse. Cuando veo que es Guille, me lanzo a
su cuerpo y lo vuelvo a meter dentro del baño.
—Camila, ¿qué coño haces? —me reclama.
Reviso la estancia y compruebo que estamos solos, menuda suerte la
mía.
—Es que tardabas mucho —ronroneo. Es muy posible que, si esto se
llegara a grabar y alguien me lo enseñara mañana, se me caería la cara de
vergüenza.
—Vamos, nena. Creo que es hora de irnos.
—¡No! —chillo. Me mira con el ceño fruncido. Parece que me he
pasado un poco. Carraspeo y vuelvo a ponerme melosa—. Aquí no nos ve
nadie. Podríamos…
—Ni hablar —me interrumpe y coge mis manos entre las suyas para
que no continúe desabrochando los botones de su camisa—. No pienso
hacer nada contigo en este estado.
—Estoy bien —me quejo.
—Sí, claro. Y yo soy Superman.
—¡En serio! —exclamo alucinada. Bufa con tanta fuerza que mueve
mi pelo. Creo que está perdiendo la paciencia. Pobre.
—Te juro que mañana te recordaré esta conversación y, si todavía
estás dispuesta a que te folle, lo haré.
—No quiero que me folles, quiero que me hagas el amor. —Su mirada
se mueve entre mi boca y mis ojos. Los míos, al notarlo tan cerca y tan lejos
a la vez, se humedecen.
—Vamos, anda. —Coge mi mano y me arrastra fuera del baño—. Hoy
creo que será mejor que duermas en mi habitación.
—No pienso dormir contigo si no piensas hacerme el amor —me
quejo.
Me ha entrado el bajón y estoy a punto de echarme a llorar. Ya no
recuerdo cuál era el objetivo de retener a Guille en el baño. Los párpados se
me cierran y me desinflo. Qué ganas tengo de pillar la cama. Todo a mi
alrededor gira y tengo el estómago revuelto.
—Nos vamos —oigo que dice. Estoy detrás de él y no sé con quién
habla, apenas me tengo en pie así que como para adivinarlo— Daniela,
¿dónde está Aura?
—Os ha estado buscando y como no os encontraba, me ha pedido
permiso para irse con Brody. Estarán con todos los pequeños, no te
preocupes. Está un poco perjudicada, ¿no?
¿Lo dirá por mí?
—Ha sido por culpa de Hugo, que le ha dado un whisky. Me la llevo o
acabará desmayándose aquí en medio.
Pues sí, parece que hablan de mí. Intento decir algo pero solo me sale
un hipido, todo el cuerpo se me balancea y estoy a punto de caerme de
bruces. Pero los brazos de mi caballero andante me salvan de dejarme los
dientes en el suelo.
—Cuidado —dice apoyando mi cuerpo al suyo—. Nos vemos mañana.
Que acabéis de pasar una buena noche.
Se despiden y creo que nos movemos. Soy consciente cuando salimos
y el frío me golpea. El cuerpo se me estremece y noto cómo Guille me
coloca su chaqueta para cubrir mis brazos. Si es que es un cielo.
—Te quiero tanto —le digo alargando la o.
—No más que yo, cielo. —Besa mi frente y me acurruco en su cuerpo.
Nos metemos en el coche. Me aproximo a su cuerpo de nuevo y él me
rodea los hombros con su brazo. Estoy tan a gustito, que podría quedarme
así para siempre. Qué pena que mañana tenga que volver a la realidad.
Capítulo 26
Aura
La familia Davis tuvo mucho que ver en la nueva vida de Brody y sus
hermanos. Incluso su hermana mayor Ashley trabaja en el hotel City
Global. Se llevan muy bien y tanto Jason como Brooke los tratan como si
fueran sus nietos y pasan tardes con ellos.
Aura:
Nooo. Paso. Me voy a dormir. No vengas, ¿eh?
Guillermo
Solo he conseguido dormir unas tres horas. Son las ocho y ya llevo
corriendo en la cinta del gimnasio una hora. Ha sido prácticamente
imposible pegar ojo con ella a mi lado, como antes. He tenido que hacer un
esfuerzo titánico para no despertarla e introducirme en su cuerpo. Su estado
no me lo ha puesto fácil, se ha pasado parte de la noche restregándose
conmigo y la otra parte durmiendo con la cabeza en mi pecho. Qué
maravillosa sensación volver a tenerla entre mis brazos, aunque solo sea por
las circunstancias.
Doy por finalizada la sesión de ejercicio matutino, hoy la he hecho
solo; mi hermano me ha abandonado. A saber a qué hora se ha ido a dormir,
tampoco sé si está en el hotel y, de ser así, si estará solo. El condenado
siempre ha tenido una mano increíble para las mujeres, entre su físico y su
carisma, arrasa por donde pasa. No me quejo, que conste. Yo también tuve
mi momento cuando era joven, pero tropecé con una morena increíble que
borró de un plumazo mis oportunidades y, por supuesto, mis ganas. Con ella
siempre he tenido todo lo que he necesitado. Tanto es así que, ahora que
podría lanzarme a la vida loca, ni quiero ni me apetece. Mi principal
objetivo es recuperarla.
Al entrar en la habitación, me la encuentro todavía dormida, casi en la
misma posición que la he dejado al irme. Está de lado, su larga melena tapa
la almohada y la sábana le ha resbalado un poco. Se le ha subido la
camiseta que le presté ayer dejando a la vista su muslo que, a pesar de pasar
por los cambios que provocan dos embarazos, para mí son perfectos.
Suspiro y me giro a regañadientes para ir a la ducha. Me quedaría todo el
día mirándola, por lo menos hasta que se despierte. No creo que esté de
humor para enfrentarse al nuevo día, va a tener una resaca de campeonato.
Beberse el whisky y de golpe, la remató. Así que no sé cómo se va a tomar
saber que ha dormido conmigo y yo no quiero empezar el día con una
discusión.
El agua cae por mi cuerpo llegando a relajar mis músculos, pero hay
un órgano que no soy capaz de hacer que se comporte. Lleva activo parte de
la noche y casi toda la mañana y la imagen de Camila en la cama, con las
piernas al aire y parte de su trasero visible, aunque tenga la ropa interior
puesta, no ha ayudado a calmar la cosa. Me niego a tener que aliviarme en
la ducha con ella tan cerca. Una cosa es hacerlo solo y otra muy distinta es
sabiendo que Camila se encuentra a unos metros de mí. Salgo de la ducha
frustrado y de mal humor por tener que privarme de mis deseos. Encima
casi no he pegado ojo… Me envuelvo la toalla a la cintura, cojo una para
secarme el pelo y me adentro en la habitación. Mis pasos se frenan al ver
que Camila se ha despertado y está incorporada en sus codos. Mira la
habitación, con el ceño fruncido, estoy convencido de que está desubicada.
—Buenos días —saludo.
Al detectar mi presencia, se sienta y sube la sábana para tapar su
cuerpo. Yo maldigo interiormente. Como si no la hubiera visto desnuda
millones de veces, la conozco a la perfección. Sé cuáles son los rincones en
los que tiene cosquillas y también los que hacen que su cuerpo se erice
cuando los beso. Sé dónde tocar para que se ría o suspire y, por supuesto,
para que estalle de placer. Pero claro, ahora la situación es diferente, ya no
dispongo de esos privilegios y no os hacéis una idea de cómo me fastidia.
—¿Qué hago aquí? —pregunta. Sé que intenta recordar pero sin
mucho éxito.
—Ayer, la última copa no te sentó muy bien. No quería dejarte sola y
te traje a mi habitación.
—¿Hice alguna estupidez? ¿Me vio Aura en ese estado?
—El chofer que nos trajo tuvo que hacer una parada para que pudieras
vomitar y me costó la vida desnudarte. A parte de eso, nada más. Al apoyar
la cabeza en la almohada, te quedaste dormida. —Veo que cierra los ojos,
abochornada—. Por Aura no te preocupes, se fue a dormir a casa de los
Davis mientras tú estabas provocándome en el baño de hombres para que te
hiciera el amor.
Su cara de asombro consigue que una sonrisa aparezca en mi cara. El
rostro se le sonroja haciéndome saber que algo ha recordado. ¿Ahora qué,
pequeña bruja?
—Lo siento, yo… —titubea—. Creo que será mejor que me vaya. ¿Me
puedes decir dónde está mi vestido?
No le contesto de inmediato, me mantengo callado a propósito para
ponerla nerviosa. Yo llevo sufriendo desde ayer, por que ella lo haga un
poquito ahora, no le va a pasar nada. Soy malo, lo sé. Me paso la toalla por
el pelo y continúo por mi cuello y el pecho mientras no dejo de mirarla. Se
ha mordido el labio inferior y he observado la fricción de sus piernas contra
el colchón.
—Lo manchaste con el vómito. Lo he enviado a la lavandería. Entré
en tu habitación y me tomé la libertad de cogerte una muda y el neceser —
le comento señalándole el sillón que tiene sus cosas—. Además, tienes un
analgésico y agua por si quieres tomártelo. Me imagino que tendrás dolor
de cabeza.
—Un poco sí. Gracias por todo, Guille. Siento mucho que la situación
se me fuera de las manos, de verdad. —Asiento con la cabeza sin dejar de
mirarla—. Creo que mataré a Hugo cuando lo vea por darme esa porquería.
—Nena, eso a lo que tú llamas porquería, vale unos doscientos euros
la botella.
—¡No fastidies! Pues a mí me ha matado.
Aunque mi mal humor persista, no puedo evitar reírme por su
reacción. Aún despeinada, un poco ruborizada y con cara de sueño, está
preciosa. Ahora mismo tengo que hacer un sobreesfuerzo para no lanzarme
a por ella y besarla como si se acabara el mundo, con todas las ganas que
llevo reprimiendo cada vez que la veo. Me giro y me centro en mi maleta,
esos pensamientos no me llevan a nada bueno y la toalla que prende de mi
cintura se empieza a elevar.
—Creo que será mejor que te des una ducha y te vistas —digo aún
girado y hago que busco mi ropa.
Se mueve y, por el rabillo del ojo, compruebo que se ha sentado y se
está tomando el analgésico. Cuando ya lo ha ingerido, coge la ropa y se
dirige al baño. Oigo que la puerta se cierra y expulso todo el aire. Madre
mía, esta mujer va a acabar conmigo. Me retiro la toalla y me coloco los
calzoncillos. Justo cuando he acabado, la puerta del baño se abre de nuevo y
una Camila envuelta en una toalla se planta en la habitación. No tengo
tiempo de reaccionar ni de taparme. Que a mí me da igual, no es la primera
vez que me ve en ropa interior ni desnudo tampoco, tenemos dos hijos, pero
lo que no me agrada es que sea consciente de lo que ha provocado en mi
entrepierna. Nos quedamos los dos callados, como si fuéramos unos
extraños, una pareja que no se conociera de nada y que han pasado la noche
juntos por error. Es una sensación rara y surrealista. ¿Cómo han podido
cambiar tanto las cosas entre nosotros?
—No encuentro mis bragas —dice nerviosa. Intenta no centrar la
mirada en mi miembro pero no lo consigue—, ¿recuerdas si me has cogido
unas limpias?
—Sí, lo hice.
—A lo mejor se me han caído. —Señala el sillón donde se
encontraban sus cosas, pero no se acerca.
—¿En serio nos vamos a comportar así a partir de ahora? —estallo.
No soporto más esta tensión.
—Estamos separados, Guille. ¿Qué es lo que no entiendes? Es normal
que esta situación sea un poco rara.
—Me voy a volver loco. Ayer no hacías más que sobarme, casi me
arrancas la camisa, me pediste que te hiciera el amor. Te has pasado toda la
noche arrimada a mi cuerpo, durmiendo en mi pecho y, ahora, actúas como
si no me conocieras. ¡Joder, si hasta te has tapado para que no te vea con la
camiseta y has corrido al baño como si fuera un extraño!
—Ayer no era yo y siento mucho si mi comportamiento te afectó. No
fue mi intención perder la cabeza y acabar en ese estado. No lo hice para
perjudicarte si es lo que estás pensando. Sabes que yo no soy así.
—El problema es que ya no sé cómo eres —le digo acercándome a
ella—, pero, al mismo tiempo, eres la de siempre. La que me hizo perder la
cabeza hace tantos años y a la que quiero recuperar de nuevo.
—Guille, por favor…
—Por favor, ¿qué? —pregunto mientras mis nudillos acarician su
mandíbula.
—Esto no es buena idea —susurra con los ojos cerrados.
—Dime que no sientes nada cuando te toco, que no estás deseando que
te bese como he hecho tantas veces. Que no deseas sentir mi cuerpo cerca
del tuyo y que mi lengua te recorra entera hasta hacerte estallar. Que no
quieres correrte en mi boca o con mi miembro en tu interior…
—Esto no es buena idea —repite esta vez mirándome.
Su boca dice una cosa pero sus ojos, lo contrario. La conozco, aunque
ella quiera hacerse la fuerte y demostrar que ya no le importo, sé que no es
cierto. Su cuerpo sigue reaccionando de la misma manera y su corazón late
con la rapidez de siempre al tenerme a su lado. Por eso no dudo en
acercarme más a ella. Camila se mantiene quieta y con la respiración
agitada por mi cercanía. La rodeo quedándome detrás de su cuerpo y aparto
de su cara un mechón rebelde que se le ha escapado de un moño
improvisado. Lo coloco entre los dientes de la pinza que sujeta el resto y
continúo el camino mientras mis dedos me acompañan acariciando sus
hombros hasta llegar al brazo y bajar por él. Su piel se eriza ante mi
contacto y la oigo suspirar.
—¿Quieres que siga?
—Sí —su rápida respuesta me hace sonreír.
—Tu cuerpo todavía recuerda mis caricias, ¿lo notas? —esta vez
asiente con la cabeza—. ¿Por dónde quieres que empiece, pequeña?
Antes de que me conteste, deshago el agarre de la toalla que cubría su
cuerpo y esta cae al suelo dejándola desnuda. Vuelvo a ponerme frente a
ella y paso mi mano por uno de sus pechos. El pezón se eriza y yo se lo
pellizco acercándome a su vez para susurrarle:
—¿Por aquí? —Camila suelta un gemido que va directo a mi
miembro.
Continúo el recorrido y, en vez de hacerlo de forma descendente, lo
realizo a la inversa y me dirijo a su boca.
—¿Quizás prefieres que posea tus labios? —Paso el pulgar por ellos
arrastrándolos.
—Por favor —gime.
Me vuelvo a colocar detrás de ella y aprisiono mis caderas contra su
culo para que sea consciente de lo excitado que estoy. Camila, al notarme,
resopla. Sé que, como a mí, le está costando aguantarse pero también sé que
le gusta que me recree en ponerla cachonda. Le rodeo el cuello con mi
mano para echar su cabeza hacia atrás y beso su mandíbula. Después, la
suelto y paso mi dedo, con suavidad, entre sus pechos y desciendo con
lentitud. Lo arrastro por su estómago y barriga, me recreo en su ombligo y,
cuando ella me reclama para que espabile, lo paso entre los labios de su
vagina y lo introduzco en su interior. Está muy húmeda, preparada para mí.
Mi intrusión hace que vuelva a jadear y se arquee, apretando su culo contra
mi erección. Introduzco un segundo dedo y los muevo con ritmo.
—Quiero que te corras en mi mano —le pido mientras mi otra mano
amasa su pecho y juega con su pezón.
No tarda en hacerlo, mojando mi mano con sus flujos. Cuando su
cuerpo deja de temblar entre mis brazos, la sostengo para ponerme frente a
ella y besarla. ¡Qué bien sabe! A hogar, a familia, a amor… Camila rodea
mi cuello con sus manos y yo la elevo para que enrosque sus piernas a mi
cuerpo. La llevo hasta la cama, la dejo con cuidado y me quedo encima de
ella, con el peso en mis antebrazos. Si todavía estuviéramos juntos, ahora le
diría que la amo, que es preciosa y el centro de mi vida. Se lo digo, no con
palabras, pero sí con mi mirada y sé que ella me entiende.
Me bajo como puedo el calzoncillo y, sin pedir permiso, me voy
adentrando en su cuerpo con calma o acabaré en un suspiro y no quiero que
esto termine. Su humedad me envuelve y suspiro por lo bien que estoy
dentro de ella.
—Muévete —me exige y yo le sonrío. Me encantaría llevarle la
contraria, pero es que su petición es fantástica.
Empiezo de forma lenta para ir subiendo el ritmo sin poder reprimir
mis ansias de ella. En la habitación resuenan nuestros jadeos, gemidos y
gruñidos.
—No pares —pide. «Jamás» pienso yo, pero no se lo digo.
Acelero mis estocadas hasta que suelta un grito ahogado. Noto cómo
se estremece y aprieta mi miembro en su interior con su orgasmo. No tardo
ni dos segundos en acompañarla y me vacío en ella.
Joder, esto es el paraíso, esto es la hostia. Esta era mi vida y la perdí.
Capítulo 28
Camila
No debió pasar. No debí dejarme arrastrar por él pero es que, con Guille,
siempre me dejo llevar. Es como estar en casa, lo cual demuestra que
todavía le quiero. ¿Quién va a resistirse a un hombre como él? Aparte de
guapo, su físico salta a la vista, es un hombre cariñoso, atento y que siempre
se preocupa por su gente. No creo que todos los exmaridos se comporten
como lo hizo él anoche. Sé que me ama, si tenía una mínima duda, esta
mañana con su mirada, sus caricias y sus besos me lo ha acabado de
asegurar.
Suspiro, porque no sé qué hacer, estoy demasiado cansada, tanto física
como mentalmente. Estoy perdida, como si estuviera viviendo la vida de
otra persona. La mía era perfecta, fantástica; es verdad que en los últimos
años nos hemos peleado bastante y que es posible que la rutina y el estrés
nos hayan absorbido llegando a despistarnos de lo que en realidad es
importante. Me da miedo pensar que ya no es suficiente el amor solo, que
todo lo que conlleva un matrimonio va mucho más allá.
Me envuelvo en mi abrigo, hace bastante frío hoy en Nueva York.
Necesitaba tiempo para pensar, así que, después de repetir nuestras artes
amatorias, irme a mi habitación, ducharme y vestirme, he decidido salir a
dar una vuelta. Cojo aire por la nariz, hasta llenar mis pulmones por
completo y lo expulso con calma. Debo centrarme, no es posible que, a mi
edad, esté tan desorientada en lo que a la vida se refiere. Me he sentado en
el banco de un parque, justo enfrente del edificio Flatiron. La gente viene y
va, así como las ardillas que campan a sus anchas, y nadie parece tener
problemas. El sonido del teléfono desvía mi mirada del entorno para
centrarme en el aparato. Es un mensaje.
Alberto:
¿Cómo le va a mi enfermera preferida por la Gran Manzana?
Camila:
Lo siento, Alberto. Eres un gran hombre. Pero mi vida está patas arriba y lo que menos me
apetece es lanzarme a una relación.
Alberto:
Vale, puedo esperar lo que haga falta hasta que te centres.
Resoplo, es posible que eso no suceda nunca porque, cuando me
centre, tampoco voy a querer una relación con él. Aun así, creo que no es el
momento de sacarlo de su error a tantos kilómetros de distancia y por
mensajes.
Camila:
Gracias. Tengo que dejarte, me están esperando. Un beso.
Alberto:
Un beso, preciosa. Hablamos otro día.
Cierro los ojos y vuelvo a llenar mis pulmones de aire. Madre mía, con
lo encarrilada que tenía yo mi vida, ¿cómo se ha vuelto todo tan
complicado?
Decido ponerme en marcha y volver al hotel. Hoy vamos a comer
todos juntos en casa de los Davis. Daniela y Malcom han retrasado su luna
de miel para estar con nosotros. Ojalá pueda disfrutar de estos días, a no
todo el mundo le invitan a unas vacaciones, va de boda y conocerá la ciudad
de la mano de un nativo, sin tener que preocuparse por nada. Aunque sé que
todos me consideran de la familia, yo me siento fuera de lugar y tengo la
sensación de estar aprovechándome de los Guerrero.
Voy tan perdida en mis pensamientos que no me doy cuenta de que un
perro cruza delante de mí y casi me caigo al intentar esquivarlo. Un señor
muy amable que va a mi lado consigue cogerme del brazo para que no me
caiga. Agradezco su gesto y, al levantar la cabeza, y volver a centrarme en
mi camino, una silueta que conozco a la perfección se acerca hacia mí. Se
supone que mi objetivo era estar un rato a solas, lejos de él y de todo lo que
me hace sentir. Guille todavía no me ha visto, camina cabizbajo y, durante
un segundo, por mi cabeza pasa la opción de cruzar y desviar nuestro
encuentro. Pero que, en una ciudad como Nueva York, nos tropecemos por
casualidad, debe significar alguna cosa, ¿no?
¡Jolín, qué guapo está! Se frena a la espera de que el semáforo le dé
paso a los viandantes. Cuando levanta la mirada y me ve al otro lado, abre
mucho los ojos por la sorpresa pero pronto se recompone y me deleita con
esa preciosa sonrisa que sabe que me vuelve loca. ¡Camila, qué complicado
lo tienes!
—¿Qué haces por aquí? Pensé que estarías dormida —pregunta
cuando nos reunimos en mi lado de la acera. Sí, lo he esperado.
—Necesitaba aire fresco y divagar con mi mente un rato.
—Qué casualidad que nos hayamos encontrado —dice. Sé que piensa
lo mismo que yo. Maldito destino—. Esto tiene que significar algo.
—Sí, que eres como un grano en el culo. —Suelta una carcajada por
mi respuesta y yo no puedo evitar sonreír.
—¡Ay, nena! Qué poder tienes para hacer vibrar mi corazón. —Lo dice
de forma tan simple, que no se da cuenta de todo lo que remueven sus
palabras en mí—. ¿Me acompañas? Quiero comprar unos bombones para
llevar de postre.
Miro su mano extendida y no lo pienso ni un segundo para unirlas.
Necesito un puerto seguro. A lo mejor es la peor idea del mundo, pero
estamos de vacaciones y la parte arriesgada de mi cerebro, que no suele
hacer presencia muy a menudo, se ha lanzado a la piscina y quiere pasarlo
bien. Sentirse querida por él de nuevo, que la abrace y notar que todo puede
volver a la normalidad aunque, cuando volvamos a la realidad, me lleve el
batacazo del siglo.
Recorremos una calle hasta adentrarnos en una tienda llena de
bombones, ya solo el olor a cacao al entrar en ella hace que mis papilas
gustativas saliven sin poder evitarlo. Mi cara se ilumina, me encanta el
chocolate en todos sus estilos y texturas. Guille lo sabe, por supuesto. Noto
su mirada centrada en mí y lo miro con una enorme sonrisa.
—Es increíble. No creo que pudiera escoger uno en concreto. ¡Mira
este! Con nueces. ¿Y aquel? Madre mía, Guille... Mira ese con virutas —
exclamo entusiasmada como una niña pequeña.
—Creo que no ha sido una buena idea traerte. A ver cómo te saco de
aquí ahora —dice riéndose.
No le presto atención y sigo en mi recorrido por la enorme tienda y
leyendo todos los cartelitos para saber qué sabores esconden todas esas
formas. Le oigo hablar con la dependienta, pero no soy capaz de centrarme
en su conversación, estoy como en un mundo paralelo. ¡Qué feliz sería
teniendo una tienda así cerca de casa y qué peligro correrían mis caderas,
mi culo y mi barriga! Frunzo el ceño de forma inconsciente ante mi
pensamiento.
—¿Todo bien? —me pregunta Guille que ya lleva una bolsa en la
mano.
—¿Tenemos que irnos? —Él asienta con la cabeza sin dejar de sonreír
—. Me gustaría comprar unos poquitos para mí, pero no sé ni por dónde
empezar.
—No te preocupes por eso, ya lo he hecho yo. —Lo miro sorprendida.
Me guiña un ojo y pone su mano en mi espalda para que salgamos de la
tienda—. Solo hay un problema, para conseguirlos, tienes que ganártelos.
—¡¿En serio?! —reclamo—. ¿Me los vas a dar de premio si me porto
bien?
Se encoge de hombros, restándole importancia a su comentario, ¿será
posible? Me giro y lo esquivo para volver a entrar en la tienda y comprarme
yo misma los bombones. No soy tan rápida como pensaba y Guille me
intercepta antes de que consiga llegar a la puerta de nuevo.
—Puedo comprar mis bombones yo solita —comento enfurruñada y
con los brazos cruzados en el pecho. Él me mira y eleva una ceja—.
Guillermo Guerrero, ya no somos críos para estar jugando.
—¡Qué bonita te pones cuando te enfadas!
Estira su brazo y me arrastra hasta él para pegar sus labios a los míos.
Me rindo. Sí, soy una floja, pero es que sus besos… ¡Ay, sus besos! Mis
brazos pierden fuerza en el pecho y los bajo para rodear su espalda y
apretarme más a su cuerpo.
—No puedes hacer esto cada vez que te dé la gana —le reclamo sin
separarme de su cuerpo y mirándolo a los ojos.
—Ojalá pudiera hacerlo cada vez que me apetece. No volvería a
separarme de ti nunca. Es más, si tú me dejaras, regresaría a tu lado de
nuevo con los ojos cerrados. —Deja un beso en mi nariz, me mira, sonríe y
rodea mis hombros con su brazo—. Vamos.
—Guille, te recuerdo que decidimos separarnos. Te fuiste de casa y
hemos empezado con los papeles del divorcio. Ya no hay marcha atrás para
nosotros.
—Shhh —me hace callar—. Vamos a disfrutar de estos días lejos de
nuestras rutinas. Quiero demostrarte que podemos volver a nuestra vida
juntos. Te quiero, Camila. Siempre has sido tú. Necesité mi tiempo para
darme cuenta pero ahora lo sé y necesito recuperarte, recuperar a mi
familia.
—No quiero que nadie se entere. Ni tu familia ni los niños. Lo que
menos necesitan es hacerse ilusiones y que volvamos a romperles el
corazón.
—No te vas a arrepentir —me dice entusiasmado. Deja un beso en mis
labios, esta vez sin profundizar y me sabe a poco.
—Eso espero —murmuro en voz baja. Sé que me ha oído, lo sé por su
sonrisa canalla.
—Nena, te acabas de ganar tu primer bombón. —Pongo los ojos en
blanco. Esto de que me los racione y me los tenga que ganar, no me gusta
nada.
—Pues tú no estás empezando con buen pie, colega.
Su carcajada hace vibrar mi corazón. Ojalá pudiéramos estar así para
siempre. Faltan mis hijos, por supuesto, pero echaba de menos estar cerca
de él sin discusiones ni malas caras. Con risas, caricias y besos robados, sin
motivo, porque sí.
Recorremos varias calles, a veces abrazados, otras cogidos de la mano,
como si fuéramos adolescentes de nuevo. Como si no lleváramos más de
veinte años juntos o el último año y medio de nuestra relación no hubiera
sido el peor de nuestras vidas. ¿Será posible recuperarnos con tanta rapidez
y que todo sea tan fácil? Es verdad que las cosas buenas que hemos vivido
tienen mucho más peso. Ha sido maravilloso recorrer todo este camino con
Guille, haber formado una familia y dar vida a dos seres, que son lo más
importante de mi vida. Es posible que ellos sean también los que me frenen
a darle una oportunidad. Miedo, ese sentimiento es el que ocupa parte de mi
cabeza, el que no me deja disfrutar como me gustaría. Sé que a veces hay
que ser valiente y yo voy a intentarlo con todas mis fuerzas. Espero no
equivocarme, eso sería el fin.
Capítulo 29
Guillermo
Camila
Entiendo que mi hija esté tan entusiasmada con esta ciudad, lo que hemos
visitado hasta el momento ha sido espectacular. El contraste entre las
enormes alturas de los edificios o la llanura de su gran parque. De la riqueza
más extravagante, a la pobreza absoluta. En definitiva, asombra su
diversidad en cualquier ámbito.
Llevamos cuatro días en Nueva York y está siendo un viaje increíble.
Ayuda mucho estar rodeada por la familia Guerrero y que mi relación con
Guille esté en esa fase de noviazgo oculto. En este caso no nos escondemos
de sus padres, sino de nuestros hijos. La petición de mantener nuestra nueva
situación en secreto no ha servido de mucho. Parece que no se nos da muy
bien disimular y Andrea, Daniela y Hugo ya saben de la existencia de
nuestro acuerdo. Por una parte, está bien, así podemos contar con su apoyo
y realmente los que me preocupan son mis hijos y siguen sin saber nada.
Estoy estirada en la cama de mi habitación del hotel haciendo tiempo
para prepararme. Hemos quedado para salir a cenar, solo los adultos. Así
que mis suegros y los Davis se quedarán con todos los pequeños. Es media
tarde y aprovecho para revisar las redes sociales. Tengo la esperanza de que
Guille aparezca, como ha hecho las últimas noches. No sé cómo se las ha
ingeniado, pero ha conseguido un duplicado de la tarjeta de mi habitación y,
a media noche, se cuela en la cama para mimarme y hacerme morir de
placer.
Mi entretenimiento se interrumpe al aparecer el nombre de Mía en la
pantalla.
—¿Qué se cuenta mi rubia preferida? —le pregunto sin dejarla
contestar.
—Esta rubia está muy enfadada con una que se hace pasar por su
mejor amiga —me reclama. Desde que llegué solo nos hemos escrito dos
mensajes, es normal que esté enfadada.
—Lo sé y lo siento mucho. No es excusa, pero nos pasamos el día
visitando la ciudad y acabo destrozada.
—Voy a ser buena y perdonarte, de momento. Ya me lo cobraré
cuando regreses. Pero cuéntame, ¿qué tal todo por ahí? ¿Cómo están Aura y
Júnior?
Le explico cómo disfrutan mis hijos. Que Aura está como pez en el
agua y se mueve por la ciudad a la perfección y que Júnior ha encontrado en
Nathan, el hijo menor del señor Davis, un aliado en temas informáticos.
Parece ser que mi hijo ha intercambiado sus conocimientos con él para
hacer diseños con el ordenador. Nathan es un gran dibujante y la galería en
la que expone sus creaciones tiene un montón de visitantes de forma diaria.
—Se te oye contenta. ¿Te están tratando bien? —se preocupa Mía.
Sabe que me inquietaba sentirme excluida.
—La verdad es que en ningún momento me he sentido mal. Sé que
todos me quieren igual que los quiero yo. Supongo que mi preocupación era
infundada por las circunstancias.
—Me alegro mucho de que disfrutes, cielo. Espero que Guille se esté
comportando.
—Sí. Estamos… tranquilos —le digo indecisa.
No sé cómo se va a tomar Mía la noticia de nuestro acuerdo. Ella sabe
lo mal que lo he pasado cuando él resolvió irse de casa. Es verdad que los
dos decidimos darnos espacio, pero nunca pensé que se iría ni tampoco que
se tomaría tanto tiempo para aclarar las cosas.
—Camila, ¿quieres contarme algo? —pregunta. Me conoce demasiado
bien como para no darse cuenta de mi duda al contestar.
—Me ha pedido una oportunidad para recuperar lo nuestro.
—No me digas que se la has dado... —Mi silencio le da la respuesta—
Espero que sepas lo que estás haciendo.
—Estoy enamorada de él, siempre lo he estado y tú lo sabes. No sé si
será lo correcto o no, pero estoy feliz. Por primera vez, desde que nos
separamos me siento llena, vuelvo a ser la Camila de siempre.
—Cielo, estáis de vacaciones. ¿Qué pasará cuando volváis a la rutina?
¿Lo vas a dejar regresar a casa sin más? Te recuerdo que fue él quien se
marchó. Tomó la decisión más fácil: huir. ¿Cómo sabes que no lo va a
volver a hacer a la mínima ocasión?
—Nos lo estamos tomando con calma. Todavía no hemos hablado de
lo que pasará cuando regresemos. Creo que necesitamos este acercamiento
para acabar de aclarar qué sentimos el uno por el otro.
—¿Y qué dicen Aura y Júnior?
—No saben nada. Es la condición que le puse a Guille. Si la cosa no
funciona, no quiero que ellos lo vuelvan a pasar mal ahora que casi se han
hecho a la idea de nuestra separación.
—¡Ay, amiga! Por lo menos has hecho algo con cabeza —la oigo
resoplar—. Espero no tener que recordarte eso de «te lo dije».
—Mía, podrías alegrarte por mí aunque sea un poquito. Estoy feliz, he
vuelto a recuperar a la Camila coqueta que le gustaba pintarse los labios
para estar guapa, no por obligación. Esa que sonreía a todas horas y tenía
ganas de comerse el mundo. Sé que la vida no se acaba en Guillermo, que
tengo dos hijos maravillosos por los que tengo que luchar y así lo he hecho
hasta ahora. Que si la cosa no funciona, debo seguir adelante, pero lo haré
con el alma rota. Él es el hombre de mi vida. Nunca me he sentido tan
especial con nadie como me siento con Guille. Nos merecemos intentarlo,
darnos otra oportunidad para recuperarnos y volver a confiar en nuestro
amor.
—Claro que me alegro, cariño. Fui testigo de cómo te apagaste cuando
todo pasó y por eso no puedo dejar de advertirte. Me preocupa que no seas
capaz de superar otra desilusión —asegura.
—Pase lo que pase, debo intentarlo. ¿Me entiendes? —Necesito que
comprenda que he de dar este paso para seguir adelante.
—Lo intento. Sabes que yo siempre estaré a tu lado, pase lo que pase
puedes contar conmigo para lo que necesites.
—Lo sé, Mía. Y no te imaginas cuánto te lo agradezco. Doy gracias
todos los días por tenerte a mi lado. Eres una gran amiga.
—Venga, tontorrona. Que nos ponemos sensibles y sabes que no me
mola nada llorar.
Su comentario me arranca una sonrisa. Nos despedimos con la
promesa de hablar más a menudo. Tengo suerte de tener a Mía en mi vida.
Es como la hermana que nunca tuve.
♡♡♡
Ya estoy preparada para salir a cenar. Parece que vamos a un restaurante
elegante y prestigioso, por lo que me han pedido que me pusiera de gala.
Suerte que el día de la boda de Daniela, me compré un precioso vestido
largo, color negro, entallado al cuerpo y con pedrería en la zona del pecho.
Me costó una pasta pero me queda de lujo, como si estuviera hecho
exclusivamente para mí. Llevo el pelo recogido en una coleta lateral y me
he maquillado de forma discreta.
Me veo espléndida, aunque mi mirada refleja lo decepcionada que
estoy porque Guille no se haya pasado por mi habitación en toda la tarde. El
sonido de un mensaje me saca de mis pensamientos.
Hugo creó el grupo “Cumple Guille”.
Hugo te añadió.
Camila:
Ja,ja,ja.
Hugo:
¿Queréis dejaros de tonterías y nos centramos?
Andrea:
Como si tú fueras muy serio.
Hugo:
Conguito, no me hagas hablar.
Andrea:
A mí no me amenaces ni me llames Conguito.
Daniela:
Por favor, no empecemos.
Camila:
Creo que nos estamos desviando del propósito del grupo.
Daniela:
Cami tiene razón. Vamos a por faena que solo nos queda un día para prepararlo todo.
Aura
Guillermo
Daniela:
Si es que te metes en cada sarao…
Andrea:
¿Por qué Dani siempre lo sabe todo y yo no?
Hugo:
Y yo tampoco.
Daniela:
Porque yo soy su favorita, ja,ja,ja.
Guillermo:
Canija, no malmetas.
Solo me falta que mis hermanos también se enfaden conmigo.
Andrea:
¿Ya has hecho cabrear a Camila?
Hugo:
Madre mía, Guille. No das una.
No entiendo cómo has estado casado tanto tiempo.
Daniela:
La que está enfadada es Aura.
Andrea:
¿Qué ha pasado? Seguro que este cavernícola le ha espantado algún pretendiente.
Camila
Vaya, parece que los idílicos días de amor y pasión por Nueva York
van a llegar a su fin. Le contesto con un «ok» y prosigo mi camino.
Quince minutos después, abro la puerta de mi cuarto y me encuentro
con un Guille paseando por la habitación como un león enjaulado. Está
despeinado de pasarse las manos por el pelo.
—Ya estoy aquí —digo para valorar su estado de ánimo.
Me acerco y le doy un beso en los labios. No se aparta, pero tampoco
me corresponde como sé que haría en otra ocasión.
—Has ido muy lejos —comenta por el rato que ha tenido que esperar.
—Bueno, ya sabes que en esta ciudad te pones a pasear y no te das
cuenta del tiempo.
—Escucha, yo… —Se pasa las manos por el pelo, nervioso—. Tengo
que aclarar las cosas con Aura.
—Guille, no vas a decirle la verdad a la niña.
—Vamos, Camila. No puedes ser tan egoísta. No puedo permitir que
mi hija piense cosas de su padre que no son.
—Buscaremos otra solución, pero no quiero que se hagan ilusiones de
nuevo.
—Tú no viste cómo me miró. No sentiste el odio y la decepción
atravesar tu piel —me explica con desesperación.
—No lo vi, pero me lo imagino. ¿Qué pasará si le decimos que nos
hemos dado una oportunidad y después le quitamos el caramelo de la boca?
¿Piensas que entonces no nos va a odiar igualmente? —Mi tono de voz ya
se ha ido elevando y la conversación está tomando un camino peligroso.
—Perfecto, ya veo por dónde vas. Es mejor que se enfade conmigo
que con los dos, ¿es eso? Que sepas que no pienso quedar mal con mi hija
por una cosa que no he hecho. Así que nos sentaremos con ella y se lo
explicaremos. Lo entenderá, ya no es una niña. —Niego con la cabeza. No
estoy dispuesta a volver a pasar por los malos modos, las miradas
matadoras y las lágrimas de los primeros tres meses de la separación—. Mis
hermanos también lo creen.
—¡Oh, vaya! Claro, olvidaba que el clan Guerrero siempre va cogido
de la mano. —Estoy enfadada y mi filtro cerebro y boca no van
coordinados.
—Camila, no sigas por ahí. Te estás pasando —reclama.
—No sé cuándo entenderás que esto es un problema nuestro, que nadie
debe meterse en un matrimonio y que las decisiones las tenemos que tomar
tú y yo.
—Y yo no sé cuándo entenderás tú que no son extraños, que es mi
familia y tengo todo el derecho de apoyarme en ellos. Yo no tengo la culpa
de que seas hija única y no entiendas el vínculo que tengo con mis
hermanos.
Nada más acabar la frase, se da cuenta de que su comentario ha sido
totalmente desafortunado y hace una mueca con la cara. Yo no puedo evitar
que una lágrima descienda por mi cara al notar la puñalada en el corazón
por sus palabras. Sabe que siempre he pecado de sentirme sola y que me
hubiera gustado formar parte de una gran familia como los Guerrero. Así
que es consciente del daño que me ha hecho.
—Lárgate de mi habitación —le pido acercándome a la puerta y
abriéndola.
—Lo siento, nena. No quería decir eso.
—Pero lo has dicho —le recrimino—. Como puedes comprobar,
nuestro intento de darnos otra oportunidad ha fracasado. Así que ya le
puedes explicar a tu hija que la mujer que estaba oculta era yo, pero que eso
no va a volver a suceder.
—Vamos, Camila. No puedes tirar la toalla tan pronto. No puedes
rendirte por una discusión.
—No es por una discusión, Guille. Es porque mientras todo va sobre
ruedas, no hay problema. Pero cuando las cosas se complican, somos
incapaces de hablar como personas. Acabamos discutiendo, elevando el
tono de voz y reprochándonos cosas que nos hacen daño. ¿No te das
cuenta? Los dos hemos ido a la yugular, donde más duele.
—¿Así que ya está? ¿Todo lo que hemos recuperado estos días no
sirve para nada?
Me quedo callada. No sé qué contestar a esas preguntas. Hacía tiempo
que no era tan feliz como lo he sido estos últimos días pero no hay nada
perfecto y hemos vuelto al principio, a dañarnos con las palabras y eso no lo
puedo volver a permitir. Por respeto a él y a mí.
Al ver que no le contesto, golpea con la mano abierta en la pared, por
la frustración y se va sin decir nada más. Cuando ha desaparecido de mi
visión, cierro la puerta y me derrumbo. ¿Pero qué nos pasa? ¿Por qué no
podemos volver a ser nosotros?
♡♡♡
Estoy intentando disimular mi mala cara con el maquillaje cuando oigo
unos toques en la puerta. La abro y me encuentro a una dicharachera Aura.
Está contenta, quizás en exceso, lo que me hace sospechar que intenta
disimular alguna cosa. Supongo que sobreactúa por querer controlar las
ganas de decirme lo que le ha pasado con su padre.
—¡Hola, mami! Qué guapa estás.
—¡Hola, cariño! Tú también. ¿Me podrías ayudar con el pelo? —le
pido para ver si se relaja.
—Claro. ¿Qué quieres hacerte? —pregunta, pero no me mira a los
ojos. Conozco a mi hija y no creo que tarde en estallar.
—¿Qué te parece una trenza de lado?
—Genial.
Cojo una silla y me siento enfrente del espejo. Aura coge el cepillo y
empieza a peinarme, mientras yo sigo sus movimientos por el cristal.
—¿Cómo ha ido el día?
—Bien. Primero he ido con la tía Daniela para acabar de adornar el
restaurante, hemos comido juntas y, después, ella se ha vuelto al hotel a
trabajar y yo me he ido a dar una vuelta con Brody.
—Sí que has hecho cosas —le comento.
—Sí —dice contenta y, al levantar la mirada, se encuentra con la mía
por el espejo. Es consciente de mi mala cara, lo sé porque frunce el ceño en
un gesto muy parecido al que hace su padre—. ¿Qué te pasa?
—Nada —Sonrío.
—Has estado llorando. Te has enterado, ¿verdad?
—Cariño…
—Lo sabía, sabía que te lo tenía que contar —me dice exaltada—.
¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho él? Seguro que no, los hombres no
tienen narices para decir las cosas a la cara.
—Aura, controla lo que dices. Estás hablando de tu padre y le debes
un respeto.
—Si quiere respeto, que empiece él por dar ejemplo —chilla, cabreada
—. Cómo puede hacernos esto el día de su cumpleaños, con toda la familia
aquí.
—Aura…
—No se merece mi respeto. No pienso ir a su casa la semana que me
toque con él. No quiero volver a hablar con él.
—¡Aura! —reclamo en voz alta, para que deje de hablar y de decir
tonterías—. Antes de juzgar a la gente, debes asegurarte de que lo que tú
piensas es cierto.
—Lo es, mamá. No puedo entender cómo lo defiendes. Yo vi las
bragas de esa tipeja. No se esperaba nuestra visita y la encerró en el baño.
Estuve a punto de entrar y sacarla por los pelos. —La miro y abro los ojos y
la boca, asombrada por la reacción de mi hija.
—Cielo, para empezar, tu padre y yo estamos separados y tanto él
como yo, podemos hacer con nuestras vidas lo que queramos.
—Aunque así sea, podría ser más discreto. Toda la familia se hospeda
en este hotel.
—Déjame acabar —le pido—. Sé que estás enfadada por la situación y
te cuesta ser objetiva pero intenta pensar, por un momento, si conociendo
como conoces a tu padre, lo ves capaz de hacer algo así.
Se sienta en la cama y hace una mueca, está confundida. Pero sabe,
igual que yo, que Guille no sería capaz de hacer una cosa similar. No en el
mismo hotel donde están sus hijos y que dirige su hermana.
—Entonces…
Me acerco a mi maleta y cojo el conflictivo tanga. Lo estiro con mis
manos por los extremos y se lo enseño. Boquea como un pez y a mí me
cuesta contener la risa al ver su reacción.
—Lo compré el otro día, por eso no te suena.
—No entiendo nada —dice parpadeando con rapidez—. ¿Eras tú la
que estaba escondida en el baño? —Asiento con la cabeza—. ¿Y por qué te
escondiste?
—Bueno es que…
—Espera, espera… ¿Volvéis a estar juntos? —exclama ilusionada y
levantándose de la cama como si tuviera un muelle. Los ojos le brillan de la
ilusión y yo me derrumbo al saber que la va a perder de un plumazo.
—No, cariño. La verdad es que llevábamos unos días intentándolo,
pero no ha sido posible.
—Pero os queréis —asegura con tristeza.
—Sí, nos queremos, pero el amor no es suficiente, mi vida. Sé que te
haría mucha ilusión que tu padre volviera a casa y que todo fuera como
antes pero es complicado. Si todo va bien, somos felices, pero si hay algún
problema, no lo sabemos resolver y nos hacemos daño. Por desgracia, la
vida no es un campo de flores.
—Pero esta mañana estabais juntos. ¿Ahora ya no? —pregunta y las
lágrimas descienden por sus mejillas. Me acerco a ella y la abrazo.
—Hace un rato hemos tenido discrepancias y decidimos que era mejor
seguir con la separación.
Aura se separa de mi cuerpo y me mira fijamente. Antes de que abra la
boca, ya me imagino lo que está pensando y no se equivoca, pero no quiero
que sufra más.
—Os habéis peleado por mi culpa, ¿verdad?
—¿Qué tonterías dices? Tu padre quería hacer una cosa y yo no estaba
de acuerdo. —Me encojo de hombros para restarle importancia.
—Sé que me estás mintiendo y me duele que no confiéis en mí. Ya no
soy una niña, puedo entender las cosas y, aunque no esté conforme,
comprenderlas.
—Mira, cariño. No le vamos a dar más vueltas a este tema. Si es
verdad lo que dices, aceptarás la situación entre tu padre y yo. No vale la
pena preocuparse por algo que no podrá ser —le pido mientras limpio las
lágrimas de su cara—. Ahora vamos a prepararnos, iremos a celebrar el
cumple de papá y lo pasaremos genial. ¿Te parece?
—Está bien. Respetaré vuestra decisión, aunque no la comparta. —Me
mira arrugando los morros—. Creo que le debo una disculpa a papá.
—Sí, eso estaría bien. Estaba muy preocupado por tu enfado —
resopla. Hay que ver cómo nos cuesta pedir perdón—. Venga acabemos con
mi peinado o llegaremos tarde.
Antes de que me aparte, me rodea el cuello y se abraza a mi cuerpo.
Cierro los ojos para llenarme de mi pequeña. El tiempo pasa tan rápido, que
uno no se da cuenta de cómo se escapan los hijos.
—Te quiero mucho, mami.
—Y yo a ti, mi cielo.
Capítulo 34
Guillermo
Aura
Camila
Guillermo
Camila
Guillermo
Aura
Camila
Disfruté mucho con la visita de Aura el otro día. Sobre todo, por abrirse a
mí de esa manera. Me hizo recordar que los miedos nos invaden a cualquier
edad. Solo pude aconsejarle una cosa: «Sé feliz y disfruta del momento pero
con cabeza». Se ruborizó al entender por dónde iba mi petición.
El sonido del teléfono avisa de que he recibido un mensaje, me
informan de que ya han llegado y me están esperando. Hoy es el día de la
acampada. Al final, por petición mía utilizando como excusa mi falta de
hierro, decidimos subir a media tarde y plantaremos las tiendas en un lugar
al que no se tenga que ascender mucho. Todos aceptaron sin rechistar. «Lo
importante es estar todos juntos, da igual dónde», fueron las palabras de
Aura. Sé que los dos se mueren de ganas de que Guille y yo nos
reconciliemos pero, ahora, la cosa se complica cada vez más. No quiero que
vuelva conmigo por el bebé, que tengamos que aguantarnos solo porque
otro hijo viene en camino.
Meneo la cabeza para alejar esos absurdos pensamientos, porque tengo
claro que yo lo aguantaría de buena gana. Cojo la mochila y las llaves.
Cierro la puerta y bajo para encontrarme con ellos.
—¡Buenas tardes! —saludo al sentarme en el asiento del copiloto. Los
tres me sonríen y me devuelven el saludo—. ¿Qué tal la fiesta de ayer? —le
pregunto a mi hija.
—Súper, mami. Estuvo increíble. Pero cuando estaba en lo mejor, mi
carcelero vino a buscarme y tuve que irme —explica Aura que mira a su
padre por el retrovisor.
—Era la condición para ir, ya lo sabías. —nuestra hija no dice nada y
gira la cabeza hacia la ventanilla.
Seguimos el trayecto escuchando los miles de planes y proyectos que
tiene en mente Júnior. Nos contagia con su entusiasmo, aunque la mitad de
las cosas que nos explica, suenen a chino. Aura se mantiene callada y
pendiente del teléfono. La sonrisa que invade su rostro cada vez que recibe
un mensaje demuestra a la perfección esa fase de ilusión del primer amor.
—¿Te encuentras mejor? —me pregunta Guille, poniéndome la mano
en el muslo y sacándome de mis pensamientos.
—Sí, bastante mejor. Poco a poco voy cogiendo el ritmo. —Si él
supiera la verdad de mi cansancio, es probable que tuviera taquicardias.
—No subiremos mucho, para que no te canses demasiado.
—Gracias.
Aparca en una zona habilitada para ello, bajamos del coche y cogemos
nuestras mochilas. La de Guille es la que más pesa. Aparte de llevar sus
cosas, también transporta las bebidas, pan, embutido y alguna conserva.
Empezamos el ascenso con calma, el trayecto no tiene mucho desnivel y es
fácil de llevar. Aura y Júnior cogen la delantera y me voy quedando atrás,
pero nunca sola, pues Guille me espera de vez en cuando.
—Los vi besándose —me comenta en una de las ocasiones que se
sitúa a mi lado. Sonrío porque se ha quedado la mar de a gusto. Sé que
llevaba rato queriéndolo decir.
—Así que no has dormido en toda la noche.
—Muy graciosa. No te burles de mí, ¿quieres? Es bastante traumático
ver a tu pequeña compartiendo saliva con un imberbe. Sigue siendo mi niña
—explica afectado. Le sonrío porque sé que es complicado, como para
cualquier padre o madre, asumir que los hijos crecen.
—Sé que parece raro, Guille. Pero te recuerdo que yo tenía su edad
cuando empezamos a salir o cuando perdí la virginidad —comento.
—¡Oh, joder! No me recuerdes esas cosas —dice tapándose los oídos.
—Mira el lado positivo, a mí me gustó. No me quedé para nada
traumatizada. Incluso repetimos en muchas ocasiones.
—El aire fresco te agudiza el sentido del humor, nena —replica con
los ojos entrecerrados—. Mírala, Camila. Es solo una niña, todavía tendría
que pensar en jugar.
—Y eso hace. Solo que su forma de jugar es… diferente. —Frena sus
pasos y me mira fijamente.
Apenas soy capaz de contener una carcajada al ver su cara. Frunce el
ceño y noto cómo su cuerpo se estremece. Ese es el detonante de que estalle
y no pueda contener mi risa, que rebota en la montaña. Aura y Júnior
detienen sus pasos y se giran para mirar qué está pasando. No dicen nada y,
al darse cuenta de que no puedo parar de reír, se sientan en unas piedras a
esperarnos.
Oigo a Guille gruñir y decir alguna cosa que no entiendo. Es posible
que se haya enfurruñado, pero pronto se le pasará. Así es él, es difícil que
esté enfadado mucho tiempo. Me coge de la mano para continuar el camino
y me dejo arrastrar. No puedo dejar de reír, cosa que hace cabrear más a
Guille.
Nos pasamos un rato sin hablar y mi risa ya se ha frenado. Su mano
sigue enlazada con la mía, llevándome un poco a remolque hasta que
llegamos a una zona descampada. Me suelta y deja caer su mochila al suelo.
Lo imito y me paro a observar el paisaje. Cierro los ojos y respiro hondo
para disfrutar de la naturaleza. El río no está muy lejos, porque se oye a
pesar de la charla de mis hijos. Hemos tardado una hora y media, mis tripas
hacen un ruido tan alarmante que consiguen que Guille levante la cabeza de
su tarea de vaciar la mochila y me mire elevando una ceja.
—Vamos a echar un ojo al río —nos dice Aura.
—No os alejéis demasiado —les recuerda Guille. Ellos ya conocen las
normas, no es la primera vez que salimos a acampar. Es más, lo solíamos
hacer muy a menudo cuando ellos eran pequeños.
—¿Sigues enfadado conmigo? —le pregunto mientras le ayudo a
preparar algo para merendar.
—Un poco —me dice, aunque una sutil mueca en forma de sonrisa
amenaza con aparecer en su rostro.
—¡Vaya, eres un tío duro! —lo provoco.
—Y tú, una auténtica bruja —replica. Abro los ojos y la boca
haciéndome la ofendida—. Pagarás muy cara tu provocación. Por cierto,
tenemos una charla pendiente.
Las voces de Aura y Júnior frenan nuestra batalla. Más que batalla ha
sido un coqueteo en toda regla. El ambiente, a pesar de estar al aire libre, se
ha cargado mucho a nuestro alrededor.
—Vamos a merendar un poco antes de que el bichito que lleva vuestra
madre en el interior salga y se zampe todo —comenta Guille con gracia y
yo, que justo en ese momento estaba bebiendo de la botella, me transformo
en un aspersor y escupo el contenido antes de atragantarme por sus
palabras. Está claro que hace referencia a mis tripas pero la similitud de la
comparación me ha descolocado.
Todos se ríen y se preocupan a la vez por mi atragantamiento. Guille
se acerca y me pica en la espalda con cariño. Cuando me repongo, nos
sentamos a comer y decidimos montar las tiendas cuando acabemos.
—Me niego —comenta Júnior—. No pienso dormir con papá. Ronca
mucho.
—A mí no me miréis. Yo tampoco pienso dormir con mi carcelero. —
Guille le lanza una mirada reprobatoria.
—Pues Aura y yo dormimos juntos y tú duermes con papá —sentencia
mi hijo dirigiéndose a mí.
—Muy graciosos. Pero no creo que quepamos los dos en esa tienda —
me excuso. Intento disimular, pero es posible que mis nervios me
traicionen.
—Pues os apretujáis y así no pasáis frío. No es la primera vez que
dormís juntos —nos recuerda Aura. Me quedo sin palabras ante su
afirmación porque es cierta y, ante eso, no tengo argumentos.
—Está bien —me rindo. Observo a mis hijos y veo cómo se miran y se
sonríen. ¿Es posible que estos dos estén tramando algo? No, no creo.
Recogemos y empezamos con la tarea de montar las dos tiendas. La de
Aura y Júnior no tiene mucha complicación, es de esas que anuncian en la
televisión que la lanzas y se abre, aunque después tardes tres horas en
guardarla. La otra es de las de toda la vida. Cuando ya está todo preparado y
el cielo se va oscureciendo, Guille enciende una hoguera. Estamos en el
mes de abril y aquí, a tantos metros de altura, la noche refresca de forma
considerable. Cogemos unas mantas y nos sentamos alrededor del fuego.
Guille y yo compartimos una y nuestros hijos la otra. Charlamos de todo un
poco, eludiendo el tema de Aura y Pablo, para no crear mal ambiente entre
padre e hija. Se está tan a gusto y se respira tanta paz, que me empiezo a
relajar y acabo apoyada en el hombro de Guille. Él no duda en cogerme la
mano por debajo de la manta y acariciar mis dedos lentamente. Me encanta
que haga eso y él lo sabe. Puñetero. Bostezo en varias ocasiones, ahora me
siento muy cansada. Decidimos por mayoría, irnos a dormir.
Me arrebujo en el saco para no coger frío y me giro hacia el lado
contrario de Guille. Necesito mantener la distancia todo lo que me sea
posible, dentro de este diminuto habitáculo. Él se coloca boca arriba, con un
brazo detrás de la cabeza. Lo que daría yo por poner la mía encima de su
pecho y dejarme querer.
—Camila, ¿duermes? —me susurra.
—Todavía no —contesto.
—Lo que viste el otro día… —empieza a decirme y activa la linterna
del teléfono.
—Lo sé. Te escuché hablar con Sandra —confieso.
—¿Y por qué saliste huyendo? —pregunta descolocado.
—Tus palabras me dieron miedo.
—Quiero volver a casa —me suelta de sopetón. Me quedo quieta, casi
ni respiro al oír su petición—. Necesito recuperarte. Te quiero con toda mi
alma. Estar separado de ti, es lo más complicado que he hecho en mi vida.
—Guille…
—No, espera, déjame acabar. No pido que me permitas meterme en tu
cama, de momento. Estoy dispuesto a dormir en el sofá, si hace falta. Solo
quiero volver y estar cerca de ti. Demostrarte mi amor y que puedes volver
a confiar en mí.
—¿Quién me asegura que no vas a volver a huir a la mínima, Guille?
—pregunto mientras giro el cuerpo para mirarlo a la cara. Él se pone de
lado y quedamos uno enfrente del otro—. Ha sido la peor época de mi vida.
Sí que es verdad que las cosas se habían estancado, que cada vez
discutíamos más, pero nunca imaginé que serías capaz de irte de casa. Me
iba a dormir cada noche llorando, sin entender por qué te dabas por vencido
con tanta facilidad. Por qué decidiste marcharte sin darle una oportunidad a
nuestro amor. Sentí tanta rabia al pensar que, para ti, todos nuestros años
juntos, no habían servido para nada…
Noto cómo su mano se acerca a mi mejilla y me limpia las lágrimas
que ruedan por ella. Cierro los ojos para disfrutar de su contacto.
—No pienso poner ninguna excusa. Me equivoqué, lo reconozco. He
aprendido la lección. Tuve que darme de narices con la pared para darme
cuenta de cuánto te quiero, de que eres la mujer de mi vida y que no quiero
renunciar a ti.
—¿Y si ya fuera muy tarde? ¿Si hubiera un gran obstáculo que nos
impidiera volver a estar juntos? Algo que pusiera nuestras vidas patas
arriba.
—Camila, mírame. —Me pide mientras eleva mi cara mojada para
encontrarse con mis ojos—. A no ser que el motivo es que ya no me amas,
no habrá ninguna cosa en el mundo que impida que siga queriéndote ni que
intente hacerte feliz de nuevo. Déjame volver, por favor.
—Dame unos días para pensarlo. Necesito tiempo —Le pido. Cuando
me haga la primera ecografía y si todo está bien, deberé buscar la manera de
decírselo. A lo mejor después de la noticia, no le parezca tan buena idea
querer volver a casa.
—¿Has dejado de quererme? ¿Es eso? —pregunta, nervioso.
—Sabes que eres el hombre de mi vida. Te amé, te amo y es posible
que lo haga siempre. Pero el amor no es suficiente y, a veces, los
contratiempos externos, el dolor que nos causamos y las complicaciones de
la vida forman impedimentos difíciles de eludir —le explico—. Dame unos
días, te prometo que después todo quedará aclarado, para bien o para mal.
—Está bien. Te dejo tiempo. Tú marcas el ritmo y cuando veas que
estás preparada, volveremos a hablar del tema.
—Gracias —digo. Se acerca a mí y deposita un beso en mi frente.
En esta ocasión, no me privo de arrimarme a su cuerpo y dejar que me
abrace fuerte. Necesito su entereza para afrontar lo que está por venir. Para
protegerme del huracán que se acerca con idea de arrasarlo todo.
Capítulo 42
Guillermo
Camila
Guillermo
Aura
Guillermo
Camila
Júnior
Noviembre en Andorra…
Fin
Agradecimientos
Quiero dar las gracias, en primer lugar, a todas esas personas que le
han dado una oportunidad a cualquiera de mis libros. Gracias por tanto.
A mis hijos, porque mi vida no sería nada sin ellos.
A mi familia, mis padres, mi hermana y mi cuñado, por estar ahí en
todo momento. Por las risas y los momentos compartidos. La vida no es
fácil pero unidos el peso se comparte mejor.
También quiero agradecer a todos esos familiares, mi suegra, mi
cuñada, mis amigos, compañer@s de letras y los diferentes blogs por la
inmensa ayuda que me proporcionan compartiendo y apoyándome en las
redes sociales.
No puedo olvidarme de la parte más divertida, la de compartir audios
y mensajes que me han ayudado con esta nueva historia y por esperar con
tantas ganas a Guillermo. Gracias a mis lectoras cero:
Yoli y Lorena, mis riquiñas. Qué maravilloso es tenerlas a mi lado en
la distancia. Sois unas mujeres maravillosas y yo, muy afortunada.
María Jesús Peris, por tus consejos y tus ganas de descubrir a los
Guerrero. Eres un sol.
Esther (El Rinconcito de Minny), por tu gran entusiasmo y todos los
comentarios y especulaciones que hemos compartido.
Qué ganas tengo de achucharos a todas.
Agradecer a Nerea, por las maravillosas portadas que realiza para
nuestros libros y por la infinita paciencia y a Bego por la corrección. Ella
sabe qué poco me gusta esa parte del proceso de publicar, así que mil
gracias por tu apoyo. Es un placer trabajar con vosotras.
Hasta aquí otro libro de la serie Contigo. Deseo que hayas pasado un
buen rato con la historia de Guillermo. Recuerda que, en breve, podrás
volver a disfrutar de otro de los hermanos Guerrero. Te estaré esperando.
Sobre la autora