Singles - Yanira Garcia
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PRÓLOGO
PRIMERA PARTE: SOMOS AGUA
CAPÍTULO 1 ¿Y AHORA QUÉ?
CAPÍTULO 2 ¿CÓMO HE LLEGADO YO HASTA AQUÍ?
CAPÍTULO 3 GRETA BOVER, PRESENTE
CAPÍTULO 4 ¿SINGLES?
CAPÍTULO 5 ¡MENUDAS VECINAS!
CAPÍTULO 6 ¡ME HE ENAMORADO!
CAPÍTULO 7 GRATAMENTE SORPRENDIDO
CAPÍTULO 8 DES-CONFIANZA
CAPÍTULO 9 ¿QUÉ HACE UNA CHICA CÓMO TÚ EN UN
LUGAR COMO ESTE?
CAPÍTULO 10 Y A ESE BARCO LE LLAMÓ LIBERTAD
CAPÍTULO 11 CAPITÁN, MI CAPITÁN
CAPÍTULO 12 ¿QUIÉN ES ELLA?
CAPÍTULO 13 LA MUJER DE MI VIDA
CAPÍTULO 14 TENEMOS UN MINUTO
CAPÍTULO 15 ME SOBRAN CINCUENTA SEGUNDOS
CAPÍTULO 16 ¿OTRA VEZ TÚ, CHAVAL?
CAPÍTULO 17 ¡TE HE PILLADO!
CAPÍTULO 18 ESTOY VOLANDO
CAPÍTULO 19 LOS ERRORES SE PAGAN CARO
CAPÍTULO 20 SI ES UN SUEÑO, NO ME PELLIZQUES
CAPÍTULO 21 MI TRISTE PASADO
CAPÍTULO 22 INKERI
CAPÍTULO 23 LAS ESTRELLAS NOS GUÍAN
CAPÍTULO 24 NAVEGANDO POR NUESTRAS VIDAS
CAPÍTULO 25 DIARIO DE A BORDO
CAPÍTULO 26 SI NO HAY LUNA, ME CONFORMO CON EL SOL
CAPÍTULO 27 ¡MALDITOS BOTONES!
CAPÍTULO 28 UN DÓNUT DE CHOCOLATE
CAPÍTULO 29 SANDY, RIZZO Y FRENCHY
CAPÍTULO 30 LOS MARAVILLOSOS AÑOS OCHENTA
CAPÍTULO 31 UNA NOCHE PARA RECORDAR
CAPÍTULO 32 ¿UNA DIOSA?
CAPÍTULO 33 ¡OH, OH! ME ESTOY ENAMORANDO
CAPÍTULO 34 UN DÍA POR CIVITAVECCHIA
CAPÍTULO 35 A CORAZÓN ABIERTO Y PECHO DESCUBIERTO
CAPÍTULO 36 LAS DUDAS, LOS MIEDOS Y LAS
INSEGURIDADES
CAPÍTULO 37 EL POSTRE DE GALA
CAPÍTULO 38 LOS OJOS SON COMO NIÑOS
CAPÍTULO 39 EL DESEOSO CABALLERO
CAPÍTULO 40 SOLO SÉ DÓNDE OCURRIÓ
CAPÍTULO 41 EL DESEADO REGRESO A CASA
CAPÍTULO 42 LUCAS, YO… NO PUEDO
SEGUNDA PARTE: SOMOS TIERRA
CAPÍTULO 43 EL PRESENTE SE TIÑE DE NEGRO
CAPÍTULO 44 EL PRESENTE SE TIÑE DE BLANCO
CAPÍTULO 45 BOOOOMMMMBAAAA
CAPÍTULO 46 NO HAY NADA QUE AÑADIR
CAPÍTULO 47 LA VITA È BELLA
CAPÍTULO 48 TÚ Y YO TENEMOS ALGO PENDIENTE
CAPÍTULO 49 CINCO MINUTOS MÁS
CAPÍTULO 50 COMO SI NADA HUBIESE CAMBIADO
CAPÍTULO 51 UN «NO» POR RESPUESTA
CAPÍTULO 52 JAMÁS PENSÉ QUE PUDIESE SER DE ESA
FORMA
CAPÍTULO 53 ABRIENDO PUERTAS, CERRANDO HERIDAS
CAPÍTULO 54 ALGO HABRÁ QUE PUEDA HACER
CAPÍTULO 55 ¿QUÉ HACES TÚ AQUÍ?
CAPÍTULO 56 SÍ, ES LO QUE PARECE
CAPÍTULO 57 ¡SOLO FALTAN CUATRO DÍAS!
CAPÍTULO 58 LA DAMA Y EL CABALLERO
CAPÍTULO 59 EL LEÓN Y LA GACELA
CAPÍTULO 60 NO ERES MEJOR QUE YO
CAPÍTULO 61 GROTTA AZZURRA
CAPÍTULO 62 SATÉLITE
CAPÍTULO 63 ASUNTOS PENDIENTES
CAPÍTULO 64 ¿UN CABALLERO? ¡NO, GRACIAS!
CAPÍTULO 65 SECRETOS INCONFESABLES
CAPÍTULO 66 EL GRAN DÍA
CAPÍTULO 67 DÉJÀ VU
CAPÍTULO 68 ¿CÓMO DICES?
CAPÍTULO 69 POR LOS VIEJOS TIEMPOS
CAPÍTULO 70 DONDE CABEN DOS, CABEN TRES
CAPÍTULO 71 COMO ÉRAMOS POCOS, PARIÓ LA BURRA
EPÍLOGO
AMAIA Y DANTE
NICO Y LUNA
ALBA Y LUCAS
AGRADECIMIENTOS
BIOGRAFÍA
PRÓLOGO
—Nunca pensé que llegaría este día —musita Luna, con la voz
entrecortada por la emoción, cuando entra en mi habitación. Y eso es
bastante atípico en ella, lo de emocionarse y tal, pero hoy se lo perdono y
no haré ningún comentario jocoso al respecto dado que yo no estoy mucho
mejor que mi amiga.
Hemos fantaseado con la llegada de este momento tantas veces y en
todas ellas nos parecía tan, tan lejano que hoy nos cuesta creer que sí sea
real.
—Pellízcame porque yo tampoco me lo creo —respondo sonriendo.
Recuerdo que, cuando tenía diez años, los Reyes Magos me trajeron uno
de esos juegos de moda, en los que ibas pasando una rueda y con un lápiz
dibujabas el vestido que querías, el que te gustaba y se lo colocabas a la
muñeca que en ese momento diseñabas. Los vestidos de novia eran mis
favoritos y los de Luna también, por supuesto.
Apostaría a que esa afición fue la que nos unió; después de varios años
de peleas y de tirarnos garbanzos en el comedor del colegio con una
cuchara a modo de lanzadera, nos hicimos uña y carne. Sí, no nos
llevábamos precisamente bien en esa época. Hoy lo recordamos y nos
excusamos diciendo que los años noventa no le sentaban bien a todo el
mundo y para muestra, un botón.
No fuimos íntimas amigas desde el principio, pero es que eso no siempre
sucede, no te cruzas con una persona en la calle, en el parque, en una
cafetería o en el colegio y dices: «Vaya, resulta que tú vas a ser mi amiga
para toda la vida», no, eso no sucede así, a nosotras, por lo menos, no. Pero
eso es lo de menos, digamos que la forma en la que nos hicimos amigas fue
un trámite para llegar a estar donde estamos hoy: en el día de mi boda.
Sí, me caso o eso es lo que dicen todas las invitaciones que hemos
enviado meses atrás y el dinero que figura en nuestra cuenta bancaria, esa
que hasta hace nada estaba más seca que una mojama y se va a quedar
exactamente igual tras pagar todo lo que nos hemos gastado.
Ya Luna me lo advirtió porque ella lleva casada varios años y como bien
pregona sin pudor: es la voz de la experiencia. «No te gastes mucho, ahorra
para que puedas pegarte un viaje padre y vuelvas tan morena que todos a tu
paso te insulten y puedas escucharlos».
Lo de insultarme y escucharlo le resulta gracioso solo a ella, pero yo casi
que prefiero vivir en la ignorancia porque «ojos que no ven, corazón que no
siente».
—Auchhh —gimo tocándome el brazo al percibir el dolor.
—Me dijiste que te pellizcase, yo solo sigo órdenes, que hoy es tu día y,
si pides, yo cumplo.
—Tráeme un zumo de pomelo natural —solicito.
—No te pases, bonita, que no soy tu criada —protesta—, además, odio
los pomelos.
—Pero a mí me chiflan —matizo llevándome la mano a las plumas que
tiene mi tocado para comprobar que no se ha caído ninguna.
—De lo que se come, se cría, así tienes esas pedazo de…
—Luna… —la corto antes de que siga con su rollo de siempre.
—Tetazas —finaliza haciendo caso omiso a mi advertencia.
—Ni en el día de mi boda eres capaz de contenerte.
Me hago a un lado en la butaca, y Luna ocupa el espacio que dejo.
Ambas miramos nuestro reflejo en el espejo de mi habitación, ese que
tantas veces nos ha ayudado a maquillarnos, a vestirnos y a depilarnos. El
mismo espejo de siempre, con fotos enganchadas en el marco de color azul
turquesa; fotos nuestras, de nuestra adolescencia, del parque que hay cerca
de nuestras casas, de alguna que otra escapada a Cádiz, de nuestras salidas
nocturnas —antes de cogernos esos pedos míticos— y, por supuesto, una
del día de la boda de Luna. Ella aún conservaba los zapatos, que eran
preciosos y caros, pero incómodos como ellos solos, que no lo digo yo, lo
dice ella y lo repitió cientos de veces mientras recorríamos calles y calles de
Madrid buscando unos para mí y todos, absolutamente todos, tenían algún
«pero» y eso que las que los iba a calzar era yo, no ella. En fin, que, tras
amenazarla con ponerme unas zapatillas de tendencia actual y una raqueta
en vez de tocado y ya, total, lo celebrábamos jugando al tenis; pues cedió
porque era eso o aguantarme enfurruñada, y yo enfadada soy peor que un
dolor de cabeza.
—Oye, Alba…
Giro la cabeza con suavidad, y nos miramos de esa manera que ella y yo
solo sabemos, esa forma que me dice que nos conocemos tanto o mejor que
nadie.
—Dime, Luna, lunera, cascabelera…
Mi amiga se ríe en respuesta a mi rima, esa que siempre, desde hace
tantos años, le sigo dedicando.
—Alba… Sabes que si no quieres, que si tienes un mínimo de duda,
algo, lo que sea, puedes…
—Shhhh —la chisto sin dejar que finalice su discurso—. Lo sé —afirmo
—, lo sé —repito—. Papá me lo ha dicho antes de que llegases, ha
comentado algo de un coche en la parte trasera y una maleta ya hecha por si
quería irme a casa de la Tita a pasar una temporada.
—¿No te ha dicho algo de una escopeta?
—También, pero eso casi que mejor dejarlo en el lado del cerebro que
olvida rápido. —Me río.
—Tenía que decirlo, Alba.
—Y yo te lo agradezco, pero no hace falta que hagas de madre, Luna.
—Ya sabes que no puedo remediarlo —murmura sonriéndome con
infinita ternura.
—La echo de menos y hoy más que nunca —finalizo.
—Lo sé, Alba, lo sé —repite ella. Nos permitimos unos segundos para
tomar aire con fuerza y dejar de lado ese sentimiento que todavía hoy,
muchos años después, es complicado de batallar.
»Venga, vamos, tenemos una boda que celebrar y a un novio
esperándote. Te veo abajo —me dice mientras besa mi frente.
Nos incorporamos, y Luna, tras asentir al verme de pie con mi vestido y
mi tocado, mi maquillaje y mis complementos, cabecea en varias ocasiones.
—Oye, Luna, ¿cómo va a ser la noche de bodas? —le pregunto entre
risas.
Mi amiga se gira, se permite el lujo de hacer eso que tanto me molesta,
poniendo los ojos en blanco y soltar un largo suspiro y, tras recomponerse
un poco, sencillamente coloca los brazos en la cintura y me reprende.
—Pues espero que sea guarra y perversa, ahh, y que no puedas caminar
en días porque, si es de otra manera, tendré unas palabritas con Lucho —
finaliza.
Luna, mi Luna, sale de la habitación dejándome sola.
Recorro la estancia por última vez como soltera. Las cortinas azules que
tanto me gustan; el escritorio en el que tantas horas he pasado; el armario en
el que aún en cada uno de los pomos cuelga un copo de nieve que siempre
me he negado a guardar al finalizar la Navidad; la lámpara, vieja como ella
sola, y de la que cae un atrapasueños que me regaló mi padre cuando
comencé a tener pesadillas, y mi cama, esa en la que me he refugiado,
abrazada a mi cojín de lana cuando las cosas no iban como debían o cuando
sí que todo rodaba, porque las derrotas y las victorias siempre se celebran
con quien está a tu lado en las duras y en las maduras.
Una pila de cajas tras la puerta que contienen lo que me llevo, lo que
parte conmigo hacia mi nueva vida, hacia mi futuro, ese que espero sea tan
especial y me haga tan feliz como necesito.
Abro la puerta de la habitación, salgo al pasillo y me encamino hacia la
escalera. Mi padre me espera al final, sin escopeta ni maleta de emergencia,
mi reflejo debe de ser el mismo que el suyo. Su sonrisa, la misma que luzco
yo.
—Alba… —susurra, emocionado—. Me recuerdas tanto a ella…
La de noches que hemos dormido juntos, consolándonos sin palabras,
simplemente uno al lado del otro, en las duras y en las maduras, una vez
más, porque eso es lo que ella nos enseñó, hay que estar juntos para que
todo fluya como debe fluir. «La familia, eso es lo más importante», nos
decía.
—Gracias, papá, eso me hace sentir aún más especial.
—Ese Lucho es un chico afortunado —me dice tendiéndome el brazo
para que caminemos juntos hasta el jardín.
—Puedes decirlo, papá, hoy te lo perdono.
—Es un cabrón con suerte —especifica como si se quitase un peso de
encima al soltarlo.
Río a carcajadas tras escuchar a mi padre, pero no solo lo que dice, sino
la forma en la que lo hace.
—Eres único —matizo abrazándolo.
—Las cosas hay que decirlas tal y como se piensan que, si no, eso luego
se queda ahí, se enquista y…
—Hace llaga —termino.
—Exacto. ¿Quién te enseñó eso? Alguien muy sabio, diría yo. —Sonríe.
—Si por sabio quieres decir viejo… —le pincho.
—Uy, lo que ha dicho la niñata —me reprocha mi padre jocoso.
—El que se pica…
—Anda, vamos a dejarlo aquí, no vaya a ser que tu futuro marido piense
que lo vas a dejar plantado.
—Sabes que tienes las de perder —le advierto al darme cuenta de su
estratagema.
Mi padre asiente, pero sé que lo hace porque nos están esperando, si no
fuese así, seguiríamos metiéndonos el uno con el otro hasta que nos
cansemos o hasta que Lupe nos llame la atención y nos diga que, o
paramos, o nos tira de las orejas y nos deja sin tarta de manzana o sin
tortilla de patatas con cebolla. Lo primero no suele tener el mismo efecto
que lo segundo y, como somos bien golosos, guardamos silencio desde que
lo menciona, que, para qué negarlo, suele ser bastante a menudo.
Caminamos en silencio hasta llegar a la puerta francesa que da al jardín.
No es necesario abrirla. Luna se gira, nos ve allí plantados y comienza a
llorar. Le advertí que no lo hiciera, pero ella, como siempre, a su rollo. El
resto de invitados se gira al verla de esa guisa. No escucho nada, no siento
nada que no sea el nudo que tengo formado en el estómago, una mezcla
explosiva de nervios, miedo y ganas. Y allí está Luciano, Lucho, el hombre
con el que llevo compartiendo mi vida desde hace tres años, con el que he
discutido mucho, pero al que también he adorado, el hombre que ha estado
a mi lado mientras lo he necesitado, el que ha sabido guardar silencio
cuando tenía que hacerlo y consolarme sin habérselo pedido.
—Alba… —repite mi padre.
—Tranquilo, papá —le apaciguo.
Terminamos de dar los últimos pasos, y mi padre le entrega mi mano a
Lucho para que la sujete.
—Estás muy guapa, Alba.
—Tú también, Lucho.
Los invitados toman asiento mientras el juez comienza con la ceremonia.
Lucho está nervioso. Lo noto porque no cesa de moverse la corbata de
un lado a otro como si le faltase el aire.
—¿Estás bien? —susurro.
Lucho me mira y asiente.
—Sí, tranquila —añade—. Solo son los nervios.
Miro de nuevo al juez, que sigue con su discurso sin percatarse de que
Lucho está cardiaco, y me está poniendo tensa a mí. Ambos nos colocamos
uno frente al otro mientras escuchamos.
Le sujeto la mano izquierda y percibo el sudor en la palma.
—Lucho…
—Luciano Ferrera, ¿quieres contraer matrimonio con Alba Serrano y
efectivamente lo contraes en este acto? —Lucho traga, y yo le aprieto las
manos para que se relaje, ¿dónde quedó eso de que es la novia la que se
pone tensa en el día de su boda? Un Lexatín tenía que haberse tomado mi
futuro marido. El juez carraspea un par de veces al ver que Lucho no
responde.
»Luciano Ferrera —repite alzando un poco más la voz por si este no le
ha escuchado—, ¿quieres contraer matrimonio con Alba Serrano y
efectivamente lo contraes en este acto?
—Alba…
—Luciano… —La que empieza a temblar ahora soy yo.
—Alba, yo… lo siento, Alba, eres increíble, pero no puedo —finaliza.
Un par de gritos ahogados se escuchan entre los invitados. No me
permito la licencia de mirar cómo se marcha del jardín ni las caras de los
asistentes, los posibles gestos de lástima porque me acaban de dejar
plantada, con cada una de las palabras y con todas las de la ley.
Tampoco miro a mi padre cuando, a la voz de: «Lo mato, yo lo mato»,
pide que le traigan la escopeta.
Solo sé que me quedo mirando mis manos, esas que hasta hace nada
tenía unidas al que creía que sería mi futuro marido. Solo sé que quiero
volver a abrazarme a mi cojín de lana y que pase este día, el peor día de mi
vida.
1
¿Y AHORA QUÉ?
ALBA
Una mano muy conocida me sujeta con fuerza y tira de mi cuerpo que,
como un autómata, la sigue. Me acompaña hasta el salón y me sienta en el
mullido sofá. Sigo en shock, por si no os habéis percatado de ello.
Escucho voces, varias voces; en el jardín, en el salón y en la cocina, no
obstante, no entiendo ni pretendo entender lo que dicen. Me acaban de dejar
plantada el día de mi boda. Eso es todo lo que tengo que saber en este
preciso instante.
—¿Qué cojones ha sido eso? —Atisbo la voz endurecida de mi padre
entre mis catastróficos pensamientos.
—No tengo ni la más remota idea.
—Lo mato, Luna, al tío ese me lo cargo como lo vuelva a ver —
sentencia. Y creo a pies juntillas su amenaza.
—Tranquilo, Ismael, tranquilo, que seguro que hay una explicación
racional para todo esto —lo apacigua Luna.
—Una explicación racional, los cojones, que ha dejado plantada a mi
niña el día de su boda y delante de todo el mundo.
La cruda realidad que sale en forma de palabras de la boca de mi padre
me hace alzar la cabeza y mirarlos, sí, está claro, ha sucedido, no ha sido un
sueño ni uno de esos momentos en los que, presa del nerviosismo, tu
imaginación te juega una mala pasada, pero luego, tras el momento de
euforia provocado por el disgusto, abres los ojos y la realidad no es otra que
esa en la que te das cuenta de que todo va sobre ruedas y que no sucede
nada malo, al contrario, todo son risas y fiestas.
—Me ha dejado plantada —repito como un robot que te explica una
receta paso a paso.
Me levanto y sé que estoy llorando porque el sabor salado de las
lágrimas llega hasta mi paladar. Me arranco el tocado y un par de plumas
caen al suelo. Tiro de mi pelo con fuerza hasta que me deshago del moño,
pero me importa un puñetero pimiento en este momento, me da igual todo.
Solo sé que me siento ridícula así vestida, que parezco una muñeca de trapo
y que esto ahora mismo es el resultado de una broma de muy mal gusto por
parte de Lucho.
—Shhh —me chista Luna mientras sujeta mis manos y vuelve a
sentarme en el sofá con estampado de flores que tanto le gusta a mi padre.
—Voy a disculparme con el resto de personas que quedan en el jardín —
susurra mi padre.
Unos pasos atropellados llegan hasta mi altura y se colocan de rodillas
frente a mí. Son mis suegros, rectifico, los que iban a ser mis suegros.
—Lo siento mucho, Alba, no sé qué le ha podido pasar a nuestro
pequeño Lucho —se disculpa mi suegra, su madre.
—Claro, hija, esto seguro que tiene una explicación, los nervios, ¡claro!,
ha sido eso seguro, sí —interpela su padre.
—Los nervios no, lo que le pasa es que es un jodido cafre de mierda —
se aventura Luna a insultarlo.
—Por favor —suplico mirando a mi amiga para que no monte una
escena.
Los padres de Lucho no dicen nada ante el reproche de mi amiga.
Mantienen la compostura, pues ahora no es momento de más polémica,
bastante tenemos con lo que tenemos ahora mismo.
—Nosotros… —La madre de Lucho tiene un temperamento muy fuerte
y no es que Luna sea santo de su devoción, como tampoco lo era para
Lucho, se soportaban porque él era mi pareja y ella mi amiga y no les
quedaba otra, pero, obviamente, mi amiga me respetaba hasta el punto de
morderse la lengua en miles de ocasiones para no pedirme —y quien dice
pedirme, hablamos de alguna que otra súplica—, que lo dejase y rehiciese
mi vida con algún mulato y la carga que suelen tener.
—Será mejor que os vayáis, no creo que nada que podáis decir ahora
haga que Alba se sienta mejor y ¿qué queréis que os diga?, no sois ahora
bien recibidos en esta casa.
—Ni nunca —menciona mi padre, tapando la frase con un carraspeo.
Este asunto es una larga historia también porque mi padre y mis futuros
suegros no se llevaban bien tampoco, si es que ahora, lo mire por donde lo
mire, todo estaba condenado al fracaso desde el momento en el que Lucho y
yo nos conocimos en aquella coqueta cafetería cerca de mi nuevo trabajo.
Estirado, repelente y un taco que no pienso pronunciar, ¡qué coño!, me
acaba de dejar plantada y se merece ese maldito taco: ¡gilipollas! Y ahora
debo darle la razón a Luna, cuando, desde que lo conoció hace ya tres años,
me lo dijo y sin cortarse ni un pelo, tal y como es mi Luna, lunera,
cascabelera. Si es que ya la cosa pintaba mal, y yo hice la vista a un lado.
Luna, por aquel entonces, se empeñaba en que el chico era totalmente
opuesto a mí y que apagaba lo que ella llama: «mi estela», pero yo estaba
loca por él, y ella aprendió a respetar eso, a respetarlo y a no insultarlo
delante de mí, a mis espaldas poco podía hacer. Era una tregua que
habíamos decidido firmar —en el sentido más figurado de la palabra—, y lo
había respetado con estoicidad, aunque, cada vez que podía, le daban
arcadas al verlo y, al más estilo dramático —con vomitona casi incluida—,
ella lo representase. «No he hablado», me decía, «no dijiste nada de los
gestos», añadía, y yo me limitaba a negar en reiteradas ocasiones y a
esconder una risilla que solo ella sabía sacarme porque Luna es así, y la
quieres o la odias, no hay término medio y, si no, que se lo digan a Lucho.
Los padres de Lucho se incorporan y abandonan el salón de casa. Tengo
claro que, a pesar de todo, para ellos esto también es bochornoso.
—Te has pasado un poco, Luna —la reprendo.
—¡Lo que me faltaba por escuchar! Te deja plantada el día de tu boda,
Alba, ¡el día de tu boda! Que será por momentos, cojones, y ¿encima los
defiendes?
Y tiene más razón que un santo, pero esa suelo ser yo, la que excusa y
disculpa a todo el mundo, supongo que eso lo heredé de mi madre porque
mi padre es mucho más práctico y suele mandar al carajo a todo el que lo
necesita cuando eso es lo que él considera oportuno. Ya lo habéis
escuchado, que las cosas hay que decirlas o se enquistan, ojalá yo
aprendiese a hacer lo mismo en vez de tragar y tragar hasta explotar.
—Luna, cálmate, por favor.
Manu, el marido de Luna, entra en la estancia seguido de mi padre.
—¿Se han ido todos? —pregunto mirando a mi padre.
—Todos.
—¿Y?
—Pues espero que no nos pidan el dinero del regalo porque el cáterin
hay que pagarlo, las flores, el vestido y los zapatos.
—Los malditos zapatos —repite Luna.
—Eso es lo de menos ahora —les explica Manu, que supongo que,
tantos años después, me conoce y empatiza conmigo ahora mismo.
—Es la rabia que tengo dentro, Alba, lo siento —se justifica Luna ante
sus palabras.
—Tranquila —la disculpo.
Me quedo un rato sentada en el sofá, dándole vueltas al tocado y viendo
cómo mi padre, Luna y Manu cogen las cosas colocándolas para llevárselas
en bolsas de basura. Supongo que intentar borrar los restos de una boda que
no llegó a celebrarse debe de ser una auténtica mierda.
No sé cuánto tiempo pasa, solo sé que mi padre está en la cocina con
Lupe, que Manu está sentado en el sofá orejero, el favorito para leer de mi
padre, y que Luna tira de mi mano y me lleva a la planta de arriba.
No hablamos, no decimos absolutamente nada que no sea necesario. Me
quita el vestido, le coloca la percha y lo mete en el mismo plástico que nos
dieron en la tienda de novias. Lo deja encima del escritorio.
—Deshazte de él, no lo quiero —le pido.
Luna asiente. Una vez más, de la mano, me mete en el baño y abre el
grifo para que el agua se caliente. Me coloca en el váter y comienza a
quitarme todas las horquillas que se me quedaron enredadas en el pelo
antes. Un par de discos desmaquillantes y un bote de agua micelar, y
comienza con la faena de la cara y el escote.
Cierra el grifo cuando el vaho comienza a apoderarse de la habitación. El
liguero, las medias, el corsé, las braguitas de encaje y me quedo desnuda
ante ella, como tantas y tantas veces lo hemos estado ambas, no solo de
cuerpo, sino de sentimientos, porque somos, más que amigas, hermanas y
esto que hace ahora por mí es un reflejo más de ese sentimiento que nos
acompaña desde hace años y años.
—Ven —me pide cuando coloca el agua a una temperatura que considera
prudencial.
—Tengo frío, mucho frío —le explico mientras dejo que las lágrimas
surquen mis mejillas sin control.
Me introduce dentro, y ella, vestida como está, lo hace conmigo al darse
cuenta de que estoy temblando. No es la temperatura del agua, soy yo, mi
estado, el dolor de mi corazón y el daño que me han hecho.
—Ven, Alba, ven —me pide mientras me rodea con fuerza entre sus
brazos—. Hoy duele, pero mañana no, ¿lo recuerdas?
Clavo mi vista en ella y sé a qué se refiere, habla de todo ese tiempo en
el que sus abrazos eran lo único que me consolaba, los de ella y los de mi
padre, los de la familia, porque lo que de verdad importa es la familia.
Me enjabona con cuidado, me cuida, me consuela con pequeñas caricias,
pone el agua a la temperatura ideal, me ayuda a secarme, me enfunda en un
pijama de borrego y unas zapatillas de Mafalda y me lleva de nuevo abajo,
al salón, donde todos se quedan en silencio al verme llegar.
—Estoy horrible —le digo a Lupe cuando la veo, allí, sentada en el
reposabrazos del sillón en el que mi padre siempre lee el periódico.
—Estás más guapa que nunca —me dice ella a modo de consuelo.
Le sonrío con desgana para agradecerle la mentira.
Mi padre se incorpora, me tiende una taza de chocolate con varias nubes
flotando y se sienta a mi lado. Sé que la taza quema porque el contenido
arde, pero tengo tanto frío que no soy capaz de percibirlo.
—¿Y ahora qué? —pregunto, en voz alta, mirando a todos y cada uno de
mis acompañantes. Esa es la pregunta del millón; «¿y ahora qué?».
—Y ahora nos vamos de «no luna de miel» —suelta Luna—, así que haz
la maleta, que tenemos un viaje que organizar.
2
¿CÓMO HE LLEGADO YO HASTA
AQUÍ?
LUCAS
—Dicen que este es el crucero del año, chicos, es enorme, ¿os habéis
fijado? Me siento como en esa escena del Titanic cuando llegan y ven la
inmensidad del cacharro que hay frente a ellos, así, igual.
—Ya habló la romántica —se burla Nico de su hermana Amaia.
—El amor es bonito, deberías saberlo, no has aprendido nada de mí en
todos estos años compartidos —le suelta Amaia enfurruñada.
—Yo lo que busco son mujeres que necesiten de atenciones, ¿lo pilláis?
—pregunta alzando las cejas en un par de ocasiones con su ya más que
habitual cara de pillo.
No tengo claro cómo Nico y Amaia me han convencido para apuntarme
a esta locura de viaje. Yo propuse algo mucho más sencillo y cultural, no sé;
una visita a Edimburgo en verano, un viaje a Canarias o a las Azores, hasta
un recorrido en tren por el centro de Europa, pero no, mi amigo se empeñó
en que esto es lo que se lleva ahora y que hay que probar para saber si es
cierto, marcar tendencia o algo así. Amaia, su hermana y una de mis
mejores amigas y compañera de trabajo, pensó que mi plan era bueno, pero
la idea del crucero también, así que, al final, no por votación popular ni por
mayoría absoluta, sino porque cedí al ver la ilusión que Nico le ponía a este
viaje, hemos llegado a este punto, donde sí, parece que Amaia tiene razón y
parece digno de una escena de Titanic, solo nos falta la ropa de época y la
división por clases sociales —entre otras muchas cosas—.
Si el barco por fuera parece inmenso, no os quiero contar lo que hay
dentro de él. Es gigante. Caminamos los tres con nuestro trolley y creo que
estamos pasmados por lo que encontramos.
—Dime que para pagar esto no has tenido que vender tu cuerpo o
sacrificar algún órgano —cuestiona Amaia al ver todo eso que nos tiene
obnubilados.
Nico es un hacha de las finanzas. En su último año de carrera le
concedieron una beca muy importante y que solo otorgaban a alumnos con
notas excepcionales. No me explico cómo lo consiguió cuando su palabra
favorita en el diccionario es «fiesta», pero va seguida de «mujeres» y, si se
combinan ambas, ya es un despiporre. Ahora, gracias a esa oportunidad que
le dio la universidad hace ya varios años, forma parte de la empresa que su
padre preside en Madrid. Tienen dinero, eso ha quedado claro cuando he
utilizado el verbo «presidir», pero no son de esa clase de ricos que vayan
por ahí diciendo que lo son o haciendo alarde de ello. Pues a pesar de que
Nico es un crack en el tema económico, también lo es buscando viajes low
cost, porque una cosa no quita la otra y siempre que viajamos lo hacemos
por unos precios de esos que te hacen dudar si de verdad ha sido fruto de
actuar al borde de la ley o siendo ilegal por completo.
—Es cuestión de mirar y comparar —matiza Nico sonriendo
abiertamente—. Como todo en la vida…
Somos amigos desde hace ya bastantes años. Nos conocimos en la
facultad. Él de Económicas y yo de Turismo. Amaia y yo ahora
compartimos oficina en una agencia de viajes, antes de trabajar juntos ya
nos conocíamos. Se incorporó al grupo porque pasábamos mucho tiempo
juntos en su casa y el roce hace el cariño. A veces le digo que la recogimos
por pena, pero ella sabe que con su dedo corazón todo se arregla y lo
desenfunda tan rápido como Billy el Niño en una de esas películas de ayer y
hoy.
Amaia nos seguía allá donde íbamos con cualquier burda excusa y, si
intentábamos huir sin que ella se enterase, la liaba hasta que teníamos que
llevarla porque nos obligaban. El caso es que, anécdotas aparte, nos hicimos
muy, pero que muy amigos y compartimos, además de vacaciones, piso en
Malasaña.
—Esto parece un puñetero centro comercial, ¡joder! —exclama Amaia al
ver cómo en medio del barco hay varias tiendas, decoradas con mogollón de
luces de neón, que, más que parecer estar en un barco, diría que estamos en
medio de la Gran Vía madrileña o en Nueva York.
—¿Seguro que no hay una orden de búsqueda y captura en contra
nuestra? —pregunto al ver todo lo que nos rodea.
—Fijo que hay ratas en nuestro camarote —prosigue mi amiga.
—Ese es uno de los trucos, he escogido dos camarotes que no son los
mejores, no hay unas grandes vistas, no obstante, para lo que vamos a hacer
en ellos, no nos hacen falta vistas —nos explica Nico sonriendo sin apenas
apartar su mirada de la piscina que se atisba al fondo.
Vemos el trajín de personas llegando con maletas, con sombreros
puestos, gafas de sol y sonrisas perennes, buscando al personal del barco
para saber cómo llegar a la que será su habitación durante los próximos
días.
—Sigo pensando que Edimburgo era una gran opción.
—Un barco de singles en pleno mediterráneo, eso sí que es una
maravillosa opción —insiste Nico.
—Yo habría ido contigo a Edimburgo —murmura Amaia cerca de mí
para que Nico no la escuche.
Sonrío condescendiente al escuchar sus palabras porque sé que ella iría
conmigo donde yo quisiera y viceversa.
Os comentaba que Nico y yo nos hicimos grandes amigos y que en todas
nuestras escapadas y travesuras siempre estaba su hermana de por medio,
pues eso se tradujo en que Amaia y yo nos hicimos uña y carne, sobre todo,
cuando los padres de Nico y Amaia decidieron mandar a su hijo a estudiar
un año a Londres para perfeccionar su inglés. «Un buen profesional de las
finanzas tiene que tener muchos más conocimientos aparte de la intuición y
saber de matemáticas», eso es lo que le repetían constantemente.
Amaia, por el contrario, era más práctica y soñaba con bailar, le gustaba
la danza y le costó horrores que su padre cediese ante su petición y la
dejasen apuntarse en una academia. Pero supongo que el ser la niña, y la
pequeña, tuvo algo que ver, eso y los pucheros que siempre supo colocar en
su cara para conseguir lo que pretendía, cosa que sigue funcionándole hoy
en día, tras veinticinco años, aunque no siempre se puede salir con la suya.
Pero, que la dejasen apuntarse en una academia, no quiso decir que
finalmente se pudiese dedicar a ello, ese puchero no fue lo suficientemente
grande ni tampoco las súplicas llegaron a nada, obviamente, siendo hija de
quién es, tiene que seguir la trayectoria familiar, hasta que se case y se
convierta en madre. Hubo muchas polémicas cuando Amaia les dijo que no
estudiaría danza, pero que tampoco se dedicaría a las finanzas porque no le
gustaban. Sus padres pusieron el grito en el cielo e, incluso, Amaia pasó
varias noches en casa, hasta que su madre logró que su padre entrase en
razón y entonces la cosa mejoró, y me alegro porque ya bastante frustrada
estaba mi amiga con su inexistente futuro en la danza como para que
encima la obligasen a estudiar algo que no quería.
A veces hablamos sobre esas cosas sin Nico presente porque él no
comparte este tipo de pensamientos, para él la empresa familiar lo es todo, y
lo respeto, aunque no lo comparta y, mucho menos, cuando lo que veo es
que no es capaz de llevarle la contraria a su padre.
Aun con todo, Amaia sigue escapándose cada vez que puede a ensayar, y
yo la cubro cuando es necesario, me invento algún tipo de trabajo de última
hora o la excusa que sea precisa. Pues eso, que somos uña y carne.
Nico y yo somos cuatro años mayores que Amaia y, a pesar de la
diferencia de edad, siempre hemos estado muy unidos los tres, aunque
seamos totalmente diferentes. Y, con todas las diferencias que existen entre
nosotros, seguimos compartiendo las vacaciones y algún que otro día de
fiesta por ahí.
La fiesta tampoco es lo mío, no soy de esa clase de chicos a los que les
mole salir, bailar y beber, soy más práctico, Amaia siempre me dice que soy
un viejo encerrado en el cuerpo de un joven, y yo sonrío y asiento porque
me parece una definición bastante sensata y certera. El caso es que, para mí,
una buena noche pasa por una conversación en casa, rodeado de amigos y
un par de cervezas, de música que no suene a punchi punchi y bromas, una
peli o un libro, un juego de mesa, no descarto la opción del pijama tampoco.
A Nico, por el contrario —y gracias a ese motivo estamos aquí ahora—,
le encanta una fiesta, relacionarse con los grupos que pille y con las chicas,
con muchas chicas. Él es el dandi de la ecuación, y yo soy más de despejar
balones.
—Venga, vamos, es hora de dejar nuestras cosas en los camarotes, dar
una vuelta y ver qué opciones hay en este barco.
—Y, con opciones, mi hermano lo que quiere decir es que necesita ver el
tamaño de los bikinis —se atreve a especificar Amaia.
—Y de lo que esconden los bikinis también, dilo todo, hermanita.
Buscamos ayuda para llegar hasta nuestra caja de zapatos.
Primer contacto: pasable.
Compañía: excelente.
Temperatura corporal: normal.
Claustrofobia: altos niveles.
3
GRETA BOVER, PRESENTE
LUNA
—Voy a salir.
—¿Y eso? —cuestiona Manu sin apenas levantar la vista del periódico
que se abre frente a sus ojos.
—He quedado con Alba. Tenemos una cita reservada para ver cómo
podemos solventar el pequeño problema de su viaje de novios.
Manu aparta, por primera vez en el rato que llevamos en la misma
habitación, el periódico de su cara y me escruta con la mirada.
—¿Todavía estamos con esas?
—Ya hemos discutido lo suficiente —resuelvo antes de que perdamos
los papeles—. Es mi amiga, y no voy a dejarla sola en esto de la misma
forma que sé que ella no me dejaría sola a mí. ¿Me explico? —Mi tono
suena contundente porque parece que con Manu la única forma de que deje
de tocarme la moral es no dar pie a ningún tipo de réplica.
—Si a mí me parece genial que la acompañes y la apoyes en lo que te dé
la real gana, Luna, lo que no veo lógico es que pretendas irte a ese viaje con
ella. ¿Me explico? —suelta imitando mi voz.
Me incorporo y coloco los brazos en jarras. Manu me tiene hasta la
pepitilla.
—No hacemos nada nunca juntos. Si estamos en casa, yo me limito a
estar en una habitación y tú en la otra, y si compartimos espacio es para que
cada uno esté a lo suyo. No es solo por Alba, es porque quiero hacerlo.
Tómalo como unas vacaciones.
—¿Unas vacaciones de mí?
—Unas vacaciones. —Vaya que sí, le diría que de él.
—Mira, Luna, contigo no se puede, así que haz lo que te salga del moño
porque eso es lo que has hecho siempre, estando conmigo y sin mí.
—No, te equivocas, Manu, contigo no he hecho lo que he querido —le
rebato siendo menos brusca en mi expresión, a diferencia de él— porque
nunca me has dejado hacerlo sin reprocharme luego mi actitud.
Cojo el bolso, el teléfono y salgo de casa. Sé que, cuando vuelva, me va
a esperar una buena.
Llego a casa de Alba un rato después. Vivimos a las afueras de Madrid y
ambas trabajamos en el pueblo. Alba es secretaria en un bufete de
abogados, y yo soy contable en una empresa que está al lado. Hasta en eso
hemos tenido suerte en la vida. Aprovechamos y compartimos coche para ir
a trabajar y desayunamos o almorzamos juntas siempre que podemos
hacerlo.
Toco el claxon un par de veces para que sepa que he llegado y le escribo
un wasap por si el sonido no es suficiente advertencia.
No tarda demasiado en salir. Ismael la acompaña, me saluda con la
mano, y le devuelvo el gesto.
—Mi padre dice que tengas cuidado en la carretera y que, si por
casualidad nos encontramos con Lucho, lo atropelles, que él se prestará
como tu coartada.
—Ismael es lo máximo en este mundo. Me casaría con él si no estuviese
ya casada.
—Es mi padre —se queja Alba.
—Un padre que está de buen ver para la edad que tiene. Es el George
Clooney del pueblo, nena. ¿No has visto cómo lo mira Lupe?
—¿Como a su jefe?
—Ingenua —la acuso.
—Ya. Por ingenua estoy donde estoy ahora mismo.
—Es lo mejor que te ha podido pasar. Imagínate que te casas y luego te
das cuenta de que no estabas enamorada o que no todo son corazones, sexo
desenfrenado en la encimera de la cocina o sexo desenfrenado mientras
cocinas, como en las pelis.
—¿Qué clase de películas ves tú?
—Porno —afirmo.
—Ya veo.
—Tú eres de las que ven las de la Tres los fines de semana, ¿verdad?
—Soy de las que no veía nada porque pasaba mucho tiempo con su
novio.
—Exnovio —matizo.
—Exnovio gilipollas —resuelve mi amiga.
—Amén a eso, hermana. En fin, a lo que vamos. Tenemos una cita
especial.
—¿Cómo de especial? Nada de tíos en bolas, que nos conocemos, Luna.
—Palabrita. Vamos a vernos con una tía, lo que indica que tiene tetas,
salvo que te gusten las tetas, cosa que no me importaría, estás a salvo de los
tíos.
—Suena a que me estoy escondiendo o algo de eso —murmura Alba.
—Llevas dos semanas encerrada en casa, lloriqueando y te hemos dado
tu espacio, pero, querida, Lucho no va a volver, es más, ninguna de las dos
quiere que vuelva, así sea con la piel a tiras y flagelado porque, el que nace
gilipollas, muere gilipollas, tenga piel o no la tenga.
—Ya —musita, poco convencida—. Solo estoy dolida por todo esto.
—Y es normal, pero… vamos a poner remedio a la situación. Nos vamos
a ir de «no luna de miel», vamos a pasarlo bomba, vamos a tostarnos al sol,
a conocer gente nueva y a beber hasta perder el sentido de la vida.
—Eso es todo lo que quieres hacer tú, ¿y lo que quiero hacer yo?
—Seguir llorando queda descartado.
—Vale, vale —concede Alba—. Te hago caso y me pongo a tu
disposición.
—¿Sabes que la has cagado al decir eso?
—Lo sé. Pero, ahora mismo, más mierda dudo que pueda arrastrar.
Llegamos a Chinchón un rato después. Durante el trayecto, hablamos de
cosas banales, ponemos a caer de un burro a Lucho y al sexo masculino en
general y también hablamos sobre el enfoque que le vamos a dar a nuestros
jefes para solicitar las vacaciones.
Alba lo tiene más sencillo, porque ella ya las tenía planificadas para su
luna de miel, pero, con todo este pequeño asunto de nada, las ha cambiado y
su jefe le ha dicho que las puede solicitar cuando considere oportuno. Cosa
que espero que sea ya.
Google se comporta como un verdadero señor, teniendo en cuenta que ya
cuestiono a todo lo que tenga por género el masculino, y nos lleva a una
vivienda preciosa. Bajamos del coche, yo con una enorme sonrisa en la
cara, y mi amiga con una cara que da verdadera pena.
—La próxima vez, tres capas de maquillaje, Alba, por Dios y la Virgen
santísima.
—Amén y que por el ojete te den.
La miro, turbada, creo que es la primera broma desde el incidente, mejor
llamarlo así, porque lo de que te dejen plantada el día de tu boda es una
auténtica mierda.
—Te estoy recuperando y no me lo creo.
—No te acostumbres —me dice mientras mira al frente y me coge de la
mano.
Caminamos hasta la casa y por fuera hay un cartel enorme que pone:
«Greta Bover. Organizadora de divorcios. ¿Celebramos el tuyo?». Y yo
aplaudo emocionada porque si me divorcio quiero que me organicen una
fiesta chula.
Toco el timbre y espero a que alguien abra.
Una chica rubia con un bolígrafo enredado en el pelo y un traje de flores
nos recibe.
—Hola —saludo.
—Buenas tardes —añade Alba por cortesía.
—¿Sois mi cita de las cinco? Sí, tú tienes pinta de divorciada —
murmura sonriéndole a Alba.
—Tres capas de maquillaje —susurro.
—Pasad. —La chica se hace a un lado y nos lleva a la primera
habitación que hay a la derecha—. Antes tenía el despacho arriba, pero era
complicado recibir visitas, así que me trasladé hace poco hasta aquí —
murmura abriendo las puertas de par en par y dejando a nuestra vista un
despacho grande, lleno de pósits amarillos, con paredes blancas, muebles
blancos, haciendo que el espacio sea muy luminoso—. Tomad asiento y
contadme. Por cierto, soy Greta Bover.
Alba se sienta, y yo hago lo propio, pero veo que ella no se atreve a abrir
la boca, así que… me toca tomar las riendas.
—Alba. Luna —nos presento—. A mi amiga la han dejado plantada en
su boda. El gilipollas de su exnovio. No voy a entrar en detalles escabrosos
sobre el tipo de retraso que carga el tío porque te puedes hacer una idea
dedicándote a lo que te dedicas, así que queremos celebrar una fiesta de
divorcio, pero sin divorcio.
—Sin divorcio porque no llegué a casarme —especifica Alba abriendo la
boca por primera vez.
—Entiendo. ¿Y tenéis algo pensado?
—Un viaje —se adelanta Alba.
—Un viaje porque no nos devuelven el dinero de la luna de miel, así que
queremos hacerlo juntas.
—Buena idea. Como en Sexo en Nueva York —susurra.
—Exacto —afirmo.
—¿Y él? ¿Qué hay de su parte?
—Nos la pela. Quiero decir —rectifico ante mi ida de lengua—. Nos da
un poco igual lo que ese mentecato del tres al cuarto haga. Queremos
hacerlo juntas y nos gustaría que tú te encargases de ello porque estamos
convencidas de que sabes lo que nos hace falta en este momento.
—Bien. Vale. Perfecto. ¿Tenéis los datos del tour operador?
Alba le tiende un papel donde ha apuntado todos los datos necesarios, y
Greta toma varios apuntes en él.
—¿Necesitas algo más? —pregunto.
—No, nada, solo que confiéis en mí. —Cabeceo afirmando en repetidas
ocasiones—. Y Alba…
—¿Sí? —dice mi amiga alzando la vista y mirándola.
—Si ese tío fue capaz de dejarte plantada el día de tu boda, es un
gilipollas, sí, pero de campeonato.
Salimos de allí, yo aún aplaudiendo a la organizadora de divorcios, y
Alba con una media sonrisa en la cara porque se da cuenta de que no solo
somos Lupe, Ismael y yo los que sabemos que Lucho es lo que es. No, Alba
creo que va a abrir los ojos y espero, por su propio bien, que también las
piernas. Ya me encargaré yo de eso.
Pasamos el resto de la tarde juntas, cenamos antes de dejarla en su casa y
le doy un abrazo para despedirme de ella hasta la mañana siguiente.
—Alba, vete depilándote el toto y lo que no es el toto, porque vamos a
pegarnos un viajazo de padre y muy señor nuestros.
Si llego a saber lo que se nos venía encima, puede que me lo hubiese
pensado dos veces.
4
¿SINGLES?
ALBA
—Que alguien me pellizque, por favor —suplico.
Estoy frente al Titanic, sí, sí, al Titanic. No veo a Leonardo DiCaprio por
ningún lado, pero, dado que aún me encuentro fuera del barco,
probablemente el rubio esté terminando de jugar esa partida para poder
subir a este barco y conquistarme.
Leonardo, ven a mí, pero sin joderme viva como ha hecho Lucho, esa es
mi única petición. No descarto tatuármela en la frente por si las moscas.
—Auuuuchhh —me quejo.
—Lo has pedido tú —se justifica Luna, que creo que ahora mismo flipa
en colorines casi tanto como yo—. ¡La hostia bendita! Cuando Greta dijo
que nos íbamos de crucero, pensaba en algo menos… Más… Un poco…
—Con menos, más y un poco, no entiendo un carajo lo que quieres
decirme. —Me carcajeo.
Luna me mira. Señala el barco con su dedo corazón y eso, señoras y
señores, es una peineta encubierta con un gesto sutil. Muy Luna, que está
como una puñetera regadera, por si todavía no os habéis percatado de ello,
que es pronto, lo sé, pero ya veis que apunta maneras.
—Menos grande, más pequeño y un poco mediano —aclara
descojonándose de la risa sola.
—Vaya forma de describirlo. Patético —murmuro—. Anda, mira, como
yo, que me dejaron plantada el día de mi boda y no me olía nada.
—¿Tres semanas y no lo has superado?
—Ya ves. Soy de digestiones lentas, como las víboras. A lo que vamos
—retomo la conversación dejando a un lado mi comentario—. Pedazo de
barco. Creo que lo primero que debemos hacer después de dejar las maletas
es preguntar el número de pasajeros, revisar los botes y hacer cálculos.
Mejor tú, que eres la contable. Yo pregunto, tú calculas —organizo.
—¿Estás chalada? ¿Tu padre te dio algún psicotrópico antes de salir de
tu casa? ¿Fumaste maría? ¿María sin compartir conmigo? ¿La maría de la
vecina de al lado?
—Ni la nombres, que aún me duele la barriga de pensar en la que
armamos con la jodida marihuana. Ese ha sido el día más épico de mi vida,
por lo menos puedo decir que tengo un día épico en mi vida…, que luego
hay otro que también merece mención y es solo porque…
—Ya vale —me corta Luna—, porque te dejaron plantada el día de tu
boda.
—Touché.
—Te prohíbo que hables de eso en este viaje. Tenemos siete días por
delante para coger sol, olvidarnos de lo que dejamos en tierra, menos de tu
padre…
—Y de Manu —añado.
—Ya, claro, y de Manu. —Mi amiga, la especialista en gesticular como
si no hubiese un mañana, pone los ojos en blanco cuando nombro a su
marido—. Repito, olvidarnos de todo lo que hemos dejado atrás y
sencillamente disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Las dos solas,
como hace tiempo, como cuando éramos jóvenes y solteras, cuerpazo
estiloso, nos importaba una mierda todo y todos y nos dedicábamos a hacer
lo que nos daba la real gana, ¿te acuerdas?
—Pues no —resuelvo—, la verdad es que no. Creo que han pasado como
mil años desde entonces, ahora, si llego yo a saber lo que sé hoy…
—Ya. Habló la vieja. Anda que si lo llego a saber yo.
—Calla, bruja, que te tengo asco, eres feliz en tu mundo ideal y a mí…
—Chitón o te corto la lengua y me hago un perrito caliente con ella —
me corta Luna antes de seguir revolcándome en el fango.
Tras la pequeña amenaza de Luna, decido guardar silencio.
Le he prometido a mi padre que vendría a este viaje con toda la energía
positiva que cupiese en mi cuerpo serrano. Nada de lloriquear, nada de
lamentarme ni de recordar el incidente en cuestión. Aunque, ¿para qué
mentir?, lo tengo fresco como una lechuga recién cortada y escuece, vaya
que si escuece.
No he vuelto a saber nada de Lucho desde aquel día. Ni un triste
mensaje, correo, carta o un papel por debajo de la puerta. Cuando tuve el
suficiente valor para ir hasta la que sería nuestra casa, ya había recogido
todos los trastos y no quedaba ni rastro de él. Lo había hecho tan a
conciencia que, cualquiera que no hubiese estado en mi casa con
anterioridad, diría que allí no hubo jamás rastro de un hombre.
Y dolió. Y lloré. Y rompí algún que otro jarrón y le di una patada a la
puerta de nuestro baño jodiéndome los dedos por estúpida y, desde ese día,
me dolía el pecho y también el pie, ambos dolores compartían nexo: la
sandez.
Ya sé, creéis que soy gilipollas, pero espero que penséis que soy un poco
menos que él, por favor, que, si alguien merece colgarse la medalla por
haber conseguido el primer puesto, que no sea yo; la pobre Alba Serrano.
En fin, que le prometí a mi padre que traería toda mi buena energía y que
con ella disfrutaría de mis vacaciones en este pedazo de barco.
—¿Lo de singles es por algo en especial o es por atraer clientela? —
pregunto—. Ya sabes, un señuelo para los pobres desesperados por
encontrar pareja.
—La gente flipa. No entiende que sin pareja se está mejor, que los
hombres son el infierno y que nosotras seríamos más felices sin ellos, pero,
nada, que no aprendemos y terminamos por caer siempre en las redes. Yo
creo que son las feromonas. Para mí que se echan uno de esos desodorantes
con alguna cosa rara dentro que hace que caigamos rendidas a sus pies. Eso
y las pollas porque las pollas, amiga, son vida.
—Y tenías que nombrarlas. Mucho habías tardado ya en decir alguna de
tus frases e incluir una polla en ellas.
—Pollas… Escúchalo bien, amiga… Pollas. ¿A que suena a pura poesía?
—A mí ahora mismo me dan arcadas solo de pensar en una porque ya
sabes…
—Paso de ti y de tu negatividad. A tu padre se lo pienso soltar.
—¿Antes o después de decirle lo de las pollas?
—Antes, por supuesto, así me pedirá que te dé el teléfono, haré caso, te
echará la bronca del siglo, y yo me escaparé de mi más que habitual
reprimenda por soltar lo primero que se me pasa por la cabeza. Ya sabes, si
eres lo suficientemente inteligente como para que la atención se centre en
otra persona, es probable que escapes la primera.
—Todavía no entiendo cómo puedes ser mi mejor amiga —cuestiono
sonriendo.
—Porque soy la única que te aguanta.
—No, bonita, la que te aguanta soy yo. La verdad…
Dejo la frase en el aire… Es probable que Luna y yo discutamos mucho
y muchas veces o que nos pinchemos, que soltemos bromas que a la otra le
ofenden, que me queje por la forma en la que pone los ojos en blanco
cuando está en desacuerdo conmigo o que le diga que conduce como una
abuelita, pero también os tengo que decir que, sin ella, mi vida no sería
igual.
Y esto que está haciendo por mí, lo que lleva haciendo por mí las últimas
tres semanas, estoy segura de que nadie lo habría hecho.
Accedemos al barco y por dentro parece un centro comercial. Un centro
comercial en China o algo así porque hay tantos neones que estoy
convencida de que por la noche parecerá que es de día. Esa es una buena
técnica porque, si la gente del barco no es capaz de diferenciar la noche del
día, hará que bebamos, comamos y caigamos redondos tras un lote del
quince.
¿Y qué hago yo pensando en alcohol cuando el mayor lote que me he
pillado yo pasa por un par de cervezas? Parece que estuviese regresando al
pasado y recuperando los años perdidos. Pues no me queda nada que
recuperar. Porque me he dedicado toda la vida a ser la chica responsable; a
ayudar a su padre, que la pérdida de su mujer supuso una jodienda en su
vida; la hija que se empeñaba en que no pasaba nada, pero que a la mínima
de cambio se metía en la cama con su padre y lloraba hasta dormirse y así
día tras día, hasta que apareció Lucho y cambió mi vida y mi perspectiva.
Hasta que llegó y se fue. Como los yogures, que tienen fecha de
caducidad. Pues igual.
—Deberíamos preguntar dónde se encuentran nuestros camarotes porque
esto es inmenso y lo mismo acabamos en Dubái. Si ves una torre rara o una
isla con forma de palmera, ya sabes que nos hemos perdido y,
probablemente, nos hayamos teletransportado a la cuna del lujo. Que digo
yo, lo mismo allí las marcas son económicas y podemos dejar de
comprarlas en AliExpress y fingir que son de verdad.
—Lo que deberías es visitar a un psiquiatra, y yo buscar una farmacia
porque preveo que me va a doler mucho la cabeza si voy a estar siete días
contigo.
—Calla, Alba. Somos almas libres. Nada de maridos, nada de
responsabilidades y nada de nada que sea aburrido.
—Ni Manu —le suelto a mi amiga.
—He dicho que nada de aburrimiento. ¿No me has escuchado? —Me
echo a reír por la cara que pone Luna tras mi comentario—. ¡Por favor!
Please! S'il vous plait! ¿Cómo se dice «por favor» en alemán?
—Bitte.
—Bitte… r Kas.
—Ridícula.
—No me dirás que no me ha salido un chiste de la hostia.
—Hostia la que te diste al caerte de la cama de pequeña y después de eso
te quedaste tonta.
—Tus muelas —me insulta.
—Las tuyas —la acuso.
Total, que mientras discutimos por quién es la más tonta de las dos —sin
mencionar el incidente que haría que en el pódium la medalla fuese mía—,
se nos acerca un chico vestido de traje. Impecable como él solo.
—¿Ves? He sido capaz con mi don de gentes de atraer a un chico…
guapo —susurra.
—Perdona. Llevo un rato llamándote, pero creo que no me escuchas.
Ante nosotras, y nuestra cara de pasmo, se planta un grupo de tres. Dos
chicos y una chica. Dos chicos que, si me permitís el matiz, están de muy
buen ver y una chica con el pelo hecho un lío, pero guapa, guapa a rabiar.
El chico en cuestión, el que nos venía a dar indicaciones, los otros dos
no, nos mira atónitos a los cinco y entonces, mi amiga, que es muy ella
como podéis daros cuenta, toma las riendas del asunto y la caga. Como
siempre, Luna la caga.
—Nosotras lo hemos visto primero y lo he llamado en cuatro idiomas
diferentes, ¿me entiendes? Cuatro, porque somos la mar de apañadas.
Yo callada, viéndolas venir, porque, si alguna de las dos se tiene que
llevar la torta, que sea Luna, que es la que cicatriza antes y esto es verídico,
no es una excusa ni nada, que yo me hago un arañazo y me queda la herida
ahí veinticinco días, sin exagerar ni nada.
—Los idiomas nos dan igual —resuelve la chica que tenemos enfrente.
Tiene toda la pinta de que los otros chicos están como yo, viéndolas venir y
tonto el último.
—Solo será un minuto —insiste Luna—. Queremos…
—¡Queremos saber dónde está nuestro camarote! —grita la rubia.
A Luna creo que le va a dar una lipotimia por la frustración.
—Te he dicho que lo hemos visto primero y las que queremos saber
dónde está nuestro camarote somos nosotras.
Que Luna es muy buena tía y todo eso que ya os he dicho, pero se gasta
una mala hostia cuando quiere que hasta los temblores tiemblan. No sé si os
hacéis una idea.
—Luna —intervengo para apaciguarla—. Lo mismo podemos esperar.
—¡Qué esperar ni esperar! El chico ha venido a nuestro encuentro
porque lo hemos llamado primero, ¿a que sí?
El chico en cuestión está, pobrecito mío, en una encrucijada que no veas
porque si nos ponemos en su piel, supongo que no quiere quedar mal ni con
uno ni con otro. Y ahora debe de estar sudando como un pollo.
—No pasa nada —le consuelo—, podemos esperar a que los atienda a
ellos y luego nos dirá a nosotras a dónde dirigirnos.
—Amaia —interviene ahora uno de los dos chicos que la acompañan—,
creo que podemos esperar un poco más, lo mismo las ha visto a ellas
primero…
—Como para no verlas —especifica el otro, que tiene pinta de ser un
«risitas» porque luce una magnífica sonrisa devorabragas en su cara.
Su amigo bufa antes de proseguir:
—Podemos esperar —resuelve.
Asiento para agradecerle que intervenga porque se ve que su amiga y mi
amiga son como dos bombas de relojería.
—Dejadme ver los pasajes y lo mismo os puedo ayudar a todos.
Por primera vez, el operario nos habla y creo que su respuesta nos ha
contentado a todos.
Le tendemos nuestros papeles, y ellos hacen lo mismo con los suyos.
—¿Y bien? —pregunta Luna un poco desesperada.
—¡Vaya! Menuda coincidencia. Os puedo ayudar a los cinco porque sois
vecinos.
—¿Exquiusmi?
Y esa es Luna, a la que solo le ha hecho falta un idioma y chapurriado
para que entendamos que esto pinta mal, pero que muy mal.
5
¡MENUDAS VECINAS!
NICO
—Eso que acaba de pasar ahí fuera solo tiene una única explicación: las
mujeres están todas mal de la cabeza. Incluida mi hermana, aunque eso ya
es un hecho constatado, nada nuevo, vaya.
—Incluida tu hermana —afirma Lucas al escuchar mi contundente y
rotunda explicación.
Nos hemos instalado en los camarotes. La idea era básicamente
separarnos por sexo. Las chicas con las chicas, es decir, mi hermana sola
porque somos impares; y los chicos con los chicos, así que Lucas y yo
tendremos que aguantar nuestros pedos y ronquidos durante los siete días
que estemos aquí.
A ver, para seros sincero, espero pasar bastante poco tiempo entre estas
cuatro paredes porque con el material que he podido ir observando a nuestra
llegada y posterior recorrido, sumado a la cantidad de oportunidades que se
prevén, mi culo estará mucho tiempo al aire y no hablemos de otras partes
con muchas más terminaciones nerviosas.
—¿Cuál es el plan? —me pregunta Lucas mientras va colocando la ropa
que ha traído en su pequeña maleta de viaje.
—Salir y empezar con nuestro objetivo.
—¿Nuestro?
—El de los dos. Ligar y follar.
—Ya. Muy básico todo, ¿no crees?
—Ligar, follar y cambiar de chica cada noche. O, mejor aún, cada hora.
—Y, digo yo, en ese plan que tienes por horas —musita sonriendo,
condescendiente—, ¿tienes pensado pasar algo de tiempo con tu hermana y
con tu amigo?
—No. —Rápido y conciso.
—Me lo imaginaba.
—Y espero que tú tampoco. Creo que ya es suficiente tiempo de duelo,
¿no? No sé, que yo estoy bastante poco puesto en el tema de las relaciones,
no obstante, digo yo que unos meses, ¿cuántos?
—Tres meses.
—Eso. Tres meses ya es tiempo para que vuelvas al mercado carnal.
—¿Hablas de sexo?
—¡Claro! ¿De qué voy a hablar si no? De las pajas debes de estar ya
cansado.
—La verdad…
—No me respondas a eso, Lucas. Estamos en un barco, partimos en
cuestión de horas y creo que va a ser un viaje increíble. Tenemos que
pasarlo bien. Aquí todas están solteras y no va a haber una oportunidad
como esta. Deberías meditarlo —le aconsejo mientras saco mis calzoncillos
de la maleta. He traído muchos porque quiero causar una buena impresión,
ya me entendéis, aunque lo que importa no es el envoltorio, ¿no?, sino el
regalo en sí.
Terminamos de acomodar nuestras cosas y salimos en dirección al
camarote de mi hermana, que está al lado del nuestro y justo entre el de
Lucas y el mío y el de la loca deslenguada esa.
Tocamos y esperamos por fuera a que Amaia nos abra.
—¡Un momento! —grita desde dentro.
La puerta contigua se abre y salen las vecinas chaladas. Está feo
catalogar a nadie sin conocerlo, lo sé, eso de las etiquetas no me ha gustado
nunca, pero no sé sus nombres, por lo tanto, tendré que conformarme con
ese apelativo.
—Vaya, mira, pero si tenemos aquí a los colones —murmura en voz alta
la morena. La morena que antes intentó colarse.
—Bueno, mira, Lucas, las locas —la provoco respondiendo a su ataque.
—Ehhh —se disculpa la otra chica, la más racional, por lo que pude
atisbar—. Que aquí la única loca que hay es mi amiga y la vuestra.
—Es mi hermana —le respondo sonriendo.
—Pues, cuidado —toma la palabra la otra chica—, porque dicen que la
genética es muy caprichosa y que todo se pega.
—¿Sois hermanas? —pregunta Lucas que interviene por primera vez en
la conversación.
—Más quisiera Alba tener a una hermana como yo.
Vale. Bien. La chica rubia a la que Lucas no le quita ojo, cosa que me
parece bastante bien, todo hay que decirlo porque por alguna debe empezar,
se llama Alba.
—Si ella es Alba, tú eres… —Dejo la pregunta en el aire, esperando a
que se digne a responderme, y ella sonríe altanera, pero no dice nada—.
Tienes cara de Agapita.
—Agapita tus muertos —grita mientras agarra de la mano a Alba y sale
de allí.
—¿No tenías otro nombre? ¿Otro menos… especial? —me increpa
Lucas viendo cómo las chicas se van de allí sin mirar atrás.
—Lo he hecho solo para fastidiar, que Agapita es un nombre como otro
cualquiera, pero sabía que esa tía de ahí se mosquearía, parece un reloj a
punto de estallar, fijo que tiene que follar como las diosas, las mujeres así,
con carácter, son unas guarrillas en la cama.
—Y tú eres un gilipollas de campeonato —me insulta Amaia, que ha
abierto la puerta de su camarote y ha escuchado mi mordaz comentario.
—Tu hermano está desvariando.
—Las mujeres son básicas —insisto en mi perorata.
—Ya, porque los hombres no lo son. No hay más que verte: «Sexo,
unga, unga, shaca, shaca, polla, yo, meter, unga, unga».
—Bien respondido. ¿Te he dicho ya que mi hermana también está loca?
—le susurro a Lucas, que se descojona de risa ante nuestro pequeño
enfrentamiento.
—Te he escuchado, gilipollas. Solo espero que alguna vez te enamores
de una tía y te joda vivo.
—Paso. Soy un alma libre, y Lucas también.
Caminamos en dirección a la salida, siguiendo las indicaciones del
pasillo que nos muestra, con flechas y carteles en varios idiomas, hacia
donde debemos dirigirnos para poder salir a cubierta.
—A mí no me metas en tus historias —protesta Lucas.
—Hemos hablado, ¿sabes, Amaia?
—Ah, ¿sí? ¿Sobre qué? —pregunta mi hermana con curiosidad.
—Lucas tiene que volver al mercado y le he dicho que este es el mejor
momento y lugar para hacerlo.
—Siento tener que decir lo que voy a decir porque ya sabes que nosotros
somos como el agua y el aceite, pero mi hermano tiene razón. Miranda te
hizo daño y eso nadie te lo discute, pero no podemos seguir anclados al
pasado, tienes un futuro por delante, y no todas las mujeres son igual de
malas personas.
—Ni de zorras —puntualizo—. Que se enrolle con tu padre no es que
sea lo mejor del mundo. —Y ahora entendéis por qué me dirijo a ella de esa
forma tan despectiva.
—Tu padre tampoco ha sido nunca santo de mi devoción. Ya desde que
eras pequeño apuntaba maneras cuando te dejaba tanto tiempo solo en casa,
sin comida y se gastaba todo en follar y en jugar —prosigue mi hermana,
dándome la razón.
—La verdad es que no me apetece mucho hablar de ese tema. Está
superado y es pasado —matiza con contundencia Lucas a lo que le ha dicho
mi hermana.
—Cierto. Así que me pienso encargar en exclusiva de buscarte citas,
quiero que conozcas a alguien y que seas tú mismo —insiste Amaia
dedicándole una sonrisa de campeonato.
—¿Con yo mismo quieres decir arrebatadoramente encantador?
—Quiero decir arrebatadoramente encantador, sí —repite mi hermana—,
y maravillosamente canalla. Como eras antes de que te…
—De que me pusieran los cuernos. Lo he pillado —añade Lucas sin
ocultar su taciturno gesto al hablar con tanta sinceridad sobre lo sucedido.
En fin, que no me corresponde a mí contar su historia porque no sería
lógico, pero digamos que, gracias a las idas y venidas de Lucas, a los
desamores de mi hermana y a los problemas familiares que carga mi amigo
a sus espaldas, me siento tan unido a Lucas y tan en deuda con él. Porque
me ha dado muchas lecciones de vida y, aunque en mil ocasiones
discutimos porque él cree que lo que dicte mi familia no es lo único ni lo
más importante, yo sí que creo que lo es.
Entiendo que piense así con todo lo que carga, pero no todas las personas
pasamos por las mismas experiencias ni mucho menos.
Por todo eso, creo que lo mejor que hay en esta vida es aprovechar el
momento y disfrutarlo, jugar, bromear y cambiar de chica como de camiseta
cada día.
—Oh, oh, creo que las locas siguen ahí —grito para que me escuchen al
verlas cerca de donde nos encontramos.
—Vaya, mira, pero si resulta que nos persiguen, Alba, tenemos
acosadores, será mejor que huyamos por si deciden atacarnos —exclama la
morena que está con Alba. Joder, debería haberme parado antes a mirarla
con detenimiento porque está jodidamente buena.
—Agapita, no me busques que me encuentras.
—Torcuato, cuidado que no sabes bien con quién te metes.
—¿Quieres guerra? —le pregunto.
Alba niega con la cabeza, y Lucas hace lo mismo.
—Soy Alba. —Le tiende la mano a Amaia, que la recibe con una sonrisa
en su cara.
—Amaia —finaliza.
—Lucas —dice mi amigo tras sujetar la mano y atraerla hacia sí para
plantarle dos besos. ¡Dos besos! Vaya que sí, se está tomando al pie de la
letra eso de avanzar, continuar, proseguir con su vida…
—Alba —repite algo turbada por su efusividad.
—Torcuato —le respondo al darle la mano.
—Encantada, ella es…
—Soy Luna —responde la susodicha mirándome a la cara con
curiosidad.
—Nico —rectifico mi nombre—. Encantado.
—No diría yo lo mismo —suelta Luna por su boquita.
Luna, Alba, Lucas, Amaia y yo. Parece que, al final, este viaje va a ser
más divertido que lo que me había imaginado. Si es que el secreto en esta
vida es, sencillamente, dejarse llevar.
6
¡ME HE ENAMORADO!
AMAIA
Me he quedado verdaderamente pasmada ante la forma en la que Lucas
ha sujetado a Alba y le ha plantado dos besos.
No es que Lucas sea un tío despegado, al contrario, es un tipo de lo más
cercano y siempre ha sido muy cariñoso. Lo admiro porque, a pesar de todo
lo que ha vivido y el desapego familiar que ha sufrido toda su vida, ha
aprendido a relacionarse con normalidad y a no dejar que ese tipo de
circunstancias le afecten lo más mínimo. Otros, en su situación,
probablemente se habrían sumergido en las profundidades de la oscuridad y
se habrían dejado arrastrar por ella.
Siempre me ha dicho que, en parte, es gracias a mí porque yo soy la tía
más empalagosa que pisa la faz de la tierra y, aunque antes se me haya ido
un poco la pinza por culpa de las ganas de llegar a mi camarote, no suelo
ser tan poco educada. En fin, que con Lucas siempre he sido la chica más
plasta que existe, pero en el buen sentido, nada romántico ni eso, porque
Lucas, Nico y yo somos como hermanos que no necesariamente tienen por
qué compartir genética.
Quiero a Lucas. Mucho. Muchísimo, porque yo he estado para él, y él ha
estado para mí. Me ha ayudado cuando mis padres se han puesto tan firmes
en no permitirme ser feliz con mi carrera profesional que, probablemente de
no ser por él, ahora mismo estaría en un psiquiátrico en vez de en un barco
en busca de diversión y lo que surja. Y creo que, el haber compartido con él
las aventuras y desventuras de su vida, ha hecho que me convierta en su
protectora.
—¿Os apetece que hagamos algo juntos? —pregunto para entablar
conversación.
—¡No! —grita Luna.
—¡No! —exclama mi hermano.
—Por mí no hay problema —musita Lucas con cara de pillo.
Alba se limita a alzar los hombros y a esperar a que su amiga y mi
hermano decidan si se apuntan al final o si no lo harán.
—Nico, deja de comportarte como un crío.
—De crío tengo poco, chata.
—Eso habría que verlo —lo pincha Luna.
—¡Luna! —la reprende Alba.
—Perdón —susurra casi tan bajo que apenas se escucha.
—No te he oído —le suelta mi hermano para incitarla una vez más.
—Porque eres un viejo y deberías ir a que te lo revise alguien.
Lucas, Alba y yo nos reímos a carcajadas al darnos cuenta de que mi
hermano carga un mosqueo de tres pares de cojones por culpa de Luna.
Lucas y yo intercambiamos un par de miradas y nos damos cuenta de que
Nico está sonriendo, aunque no sé siquiera si es consciente de ello.
—Íbamos a dar una vuelta a ver qué encontramos —matizo, repitiendo
nuestra intención de dar un paseo por el barco antes de zarpar.
—Yo voy porque quiero ver tías buenas, lo de las actividades del barco
me dan bastante igual, ya sabes.
Mi hermano alza las cejas en repetidas ocasiones para dar a entender que
lo único que le importa es ver lo que se cuece y si se puede llevar al catre a
alguna tía.
—Lo hemos pillado, Nico, no es necesario que lo expliques —le
reprocho. La verdad es que Nico, cuando quiere, tiene el tacto en el culo.
—Creo que a nadie le interesan tus escarceos amorosos —le reprende
Luna, que se ha ofuscado—. Las mujeres no somos carne, chaval.
—Yo no he dicho eso —se disculpa Nico al percibir el ataque de Luna.
—Ha sonado mal, Nico, admítelo —le amonesta en esta ocasión Lucas.
—No le hagáis caso a mi hermano, de pequeño se cayó de la cuna y el
golpe le ha provocado un retraso mental considerable.
Nico se muerde la lengua, pero sé que le encantaría responderme con
alguna de sus réplicas bastante ensayadas a lo largo de estos años, pero, por
suerte para mí, no termina de soltar nada por esa boquita.
—Sois hermanos, ¿los tres? —pregunta Alba. Antes le explicamos que
Nico y yo somos hermanos, pero de Lucas no dijimos nada.
—No, Lucas es nuestro mejor amigo. Es como de la familia.
Probablemente, si tuviese que elegir a uno, me quedaría con Lucas.
—Lo entiendo —se burla Luna con una sonrisa amplia en su rostro.
—Esta tía es una bruja del tres al cuarto —le murmura Nico a Lucas, y
yo logro escucharle.
—No me gusta que murmuren a nuestras espaldas, chaval —le reprocha
Luna.
Mi hermano alza los hombros, pero no repite su comentario. Lo hace por
joder, si es que me lo veo venir.
—Y tú, Alba, ¿tienes hermanos?
—No. Soy hija única.
—No sabes la suerte que tienes, vivir con un hermano es un rollo, menos
mal que Lucas compensa la tensión y apacigua mis ganas de matarle
constantemente —bromeo mientras señalo a mi hermano.
Alba sonríe, y Lucas la mira e imita su gesto. Guarda las manos en sus
bolsillos y se balancea, nervioso.
—La verdad es que me hubiese gustado tener un hermano o una hermana
—confiesa Alba apesadumbrada.
—Ya me tienes a mí, que soy mucho mejor que una hermana —le
responde Luna mientras le pasa el brazo por encima.
—La tengo a ella, eso es verdad. —Sonríe mientras me mira y me guiña
un ojo.
Caminamos por el barco, sin rumbo fijo. Vemos a los últimos pasajeros
que van llegando, el trasiego del personal que va y viene y…
—¡Madre mía, madre mía!
Todos frenan en seco ante mis palabras y me escrutan con la mirada.
—¿Qué pasa? —pregunta Lucas preocupado.
—Madre mía, madre mía —repito.
Alzo el dedo índice y señalo al frente. Todos siguen el recorrido de mi
mano y se dan cuenta de que no tienen ni pajolera idea de lo que les quiero
decir.
—Ajá, muy esclarecedor —ironiza mi hermano. Lo que yo digo, se cayó
de la cuna de pequeño y se quedó bien jodido.
—Lo que tu hermana quiere decir es que ha visto a algún macho digno
de mención, ¿a que sí, bonita?
—Un sí como la copa de un pino —murmuro dándole la razón al
comentario que ha hecho Luna.
—Que tenga que llegar yo, una desconocida, para aclarar esto —susurra
Luna que se apunta un tanto.
—¿Dónde? —pregunta Alba.
—Allí. —De nuevo señalo con el dedo y todos siguen el recorrido una
vez más.
—¿El del traje blanco?
—Por favor, los trajes blancos están pasados de moda, ahora se llevan
los vaqueros roídos y las camisetas alternativas —profiere Nico.
—Ese chico bien podría ponerse una bolsa de patatas en la cabeza que
estoy convencida de que me pondría de rodillas ante él.
—No sigas —me advierte Lucas que ya sabe cómo me las gasto.
—Paso de tu rollo —me dice mi hermano.
—A mí me interesa —añade Luna.
—Luna —la reprende Alba.
—Calla y déjame soñar —inquiere Luna.
—Ese traje no es uno cualquiera, ese chico trabaja en el barco.
Ahora que he dado algún que otro detalle más, agarro de la mano a Alba
y a Luna y camino con ellas a paso rápido y veloz.
—Que no se te escape —me aconseja Luna sonriendo.
No sé si mi hermano y Lucas caminan detrás de nosotras, no tengo ni la
más remota idea, solo sé que tengo muchas ganas de llegar hasta él y
descubrir si eso que se advierte en la distancia sigue siendo tan real cuando
apenas nos separen unos metros.
—Si lo llego a saber, me pongo ropa de buceo porque, a este paso, vas a
cruzar la piscina caminando por encima, como si fueras Dios, hermanita.
—Calla, imbécil —le insulto.
Lucas se ríe ante mi comentario y se coloca al lado de Alba.
—¿A ti también te gusta? —le pregunta.
Yo pongo el oído en la conversación, pero el resto de mis sentidos se
encuentran en no romperme la crisma por caminar tan rápido y no caerme
dentro de la piscina.
—Siento lo de antes —musito.
—¿Ehhh? —pregunta Luna.
—Lo de antes, ya sabes, el tema ese de que me pusiese como una
chalada con el botones o lo que sea, con el chico que nos acompañó al
camarote.
—Aahhh, perdonado, entiendo el estrés que tienes con un hermano como
ese.
—Ja, ja, muy graciosa —añade Nico que se coloca al lado de Luna, su
peor pesadilla.
—¿Te gusta? —repite Lucas porque Alba no ha contestado.
—A mi amiga ahora los hombres le dais bastante igual.
—Ahhh —musita Lucas un poco ¿decepcionado?
—¿Eres homosexual? —pregunta mi hermano con su empatía en el culo.
—¡Nico! —le reprendo.
—¿Qué? Que a mí me da igual lo que haga cada uno, pero así sé que no
tengo que tirarte los trastos porque no te iría esto que… esto, ya sabes.
—Patético —lo acusa Luna entre risas.
—No soy homosexual, pero creo que los hombres sois lo peor que hay.
—¿Y eso lo dices por…? —insiste Nico.
—Déjala, que ya le he dicho por activa y por pasiva que tiene que
abrirse.
—Eso, eso, abrirte —añade Nico burlón.
—Sabes que no todos los hombres somos iguales, ¿verdad? —Lucas
interviene en ese momento y ahora le dice a Alba la misma frase que le
hemos dicho nosotros a él cientos de veces tras lo sucedido con Miranda.
—Hasta ahora solo conozco a uno que no me haya decepcionado. Y ese
hombre es mi padre —especifica Alba con contundencia.
—A los hombres hay que usarlos y tirarlos, devolverles la jugada, tal y
como nos han hecho ellos a nosotros siempre —les cuento mientras camino
presurosa para llegar hasta el macho fornido que acaba de robarme el
aliento.
—Ese comentario es demasiado feminista —me suelta Lucas.
—¿Y qué? ¿En serio quieres que discutamos sobre eso? Porque si nos
remontamos a siglos atrás los hombres habéis hecho y deshecho con
nosotras todo lo que habéis querido y hemos tenido que acatar vuestras
míseras normas, ahora la cosa, por suerte, ha cambiado y podemos decir
que somos dueñas de nuestro cuerpo y destino. Os debemos muchos años
de jodienda.
—No lo jures, porque dolores de cabeza nos dais por doquier —se burla
mi hermano.
—Tú calla, que no eres el más indicado para participar en esta
conversación cuando te gusta mucho eso de usar y tirar —le reprocho.
Mi hermano asiente y guarda silencio porque sabe que, contra ese
argumento, poco puede rebatir.
—No todos los tíos somos iguales —repite Lucas—. Y estoy seguro de
que años atrás también había buenos hombres.
—Lucas, tú siempre has sido un buen hombre, estoy seguro de que el
mono del que desciendes ya era de los que compartían plátano.
Nos reímos por la explicación y por lo bueno que es mi símil.
—Alba solo tiene que volver a confiar —musita Lucas.
Y tiene razón en sus palabras, sea lo que sea que le haya sucedido, solo
debe volver a confiar.
—Chicas, chicos —musito cuando tengo al chico del traje blanco a un
metro de distancia—, no me llaméis loca, pero creo que me he enamorado.
Ellos ríen de buena gana, pero yo lo digo en serio.
7
GRATAMENTE SORPRENDIDO
LUCAS
A ver por dónde empiezo yo ahora. Ah, sí, queréis que empiece por
Alba, ¿verdad?
Ese debería ser el punto principal de mi conversación o de mi monólogo,
pero la verborrea incesante de Amaia ahora mismo no me permite ni
siquiera pensar en nada que no sea ponerle un calcetín sudado en la boca y
hacer que se calle. Eclipsa todo, sin lugar a dudas.
—Siempre ha sido así, ¿sabes?
Susurro esas pocas palabras para captar la atención de Alba, a la que veo
sonreír ante el alarde de desparpajo que suelta mi amiga ante el chico del
famoso traje blanco.
Es una soberana estupidez haber usado a Amaia como excusa para
entablar una conversación, no obstante, ¿qué otra cosa podía decirle cuando
apenas sé su nombre y que odia al sexo masculino? Podría preguntarle por
el motivo de su odio, obvio, pero me parece algo íntimo para dos personas
que acaban de conocerse, es como si yo, a la primera de cambio, le dijera
que tuve una novia con la que compartí una larga y tortuosa relación
durante unos años y que, al final, le gustó más mi padre que yo. Ya veis,
creo que no es nada apropiado.
Se me da mal, ¿vale? Este tipo de cosas se me dan de pena, porque a
veces siento que hago el ridículo con las personas que no me conocen. Lo
de hacerme el gracioso no me funciona como espero y, cuando creo que he
soltado un buen chiste, resulta que al único que le ha hecho gracia es a mí y
quizá a Amaia por pena y por eso de empatizar conmigo.
—A mí me parece bien que sea así.
—¿Te refieres a directa?
—Sí, me gusta que sepa lo que quiere y que no dude en ir a por ello —
resuelve Alba mirándome por un momento a los ojos.
¡Dios mío! Tiene los ojos más bonitos que he tenido el placer de ver
jamás. No es necesario que sean azules o verdes, ni siquiera que tengan esas
famosas «motitas» de las que se habla por ahí, para mí, una mirada
impresionante pasa porque sea transparente, es como si pudiese descifrar el
aura de una persona solo con mirarla a los ojos y Alba, sencillamente,
brilla.
Os morís porque os diga que es guapa, ¿verdad? Pues lo es, por lo menos
a mis ojos lo es. No es despampanante, ni siquiera es de esas que hacen
alarde de algo que no son o que se contonean al caminar en exceso, de esas
a las que Nico tacha como devorahombres, nada que ver, lo de Alba es
mucho más sencillo y terrenal.
Puede que quizá sea cuestión de tiempo que esas dos franjas negras que
se encuentran bajo sus ojos desaparezcan y sean sustituidas por un tono
normal, que su sonrisa sea siempre tan natural y sincera como lo es ahora
que me mira y me devuelve el gesto que tengo en mi cara y me encantará
averiguar si el sonido de su carcajada es tan dulce y tan maravillosa como
imagino que es.
Y podría contaros que, efectivamente, eso que creo que se marca bajo su
camiseta promete romper muchas braguetas y que no me importaría que
rompiese la mía. Solo la mía.
—¿Tú eres de esas? —finalizo tras dejar a un lado sus cualidades. No
quiero que cierta parte de mi cuerpo se muestre en todo su esplendor.
¡Joder! ¿Cuánto tiempo hace que no me excitaba solo al pensar en una
chica?
—¿A qué te refieres con ser «de esas»? Porque «de esas» abarca muchas
posibles definiciones.
Sonrío como un estúpido al escucharla. Me gusta esa forma que tiene de
explicar las cosas y de matizar las frases. Me gusta que se atreva a
rebatirme y que sea capaz de hablar conmigo como si no me hubiese
conocido hace apenas unas horas.
—Me refiero a si eres de las que ve algo y lucha por ello hasta que lo
consigue.
Alba se gira, dejando a su espalda a Amaia y a Nico, que se lleva las
manos a los ojos en repetidas ocasiones mientras escucha cómo parlotea sin
cesar y cómo Luna pone caritas cada vez que mi amiga suelta alguna frase
del tipo: «¿Qué hace un chico como tú en un lugar como este?», «soy
Amaia, pero dejaría que me llamases como tú quisieras» o «tu madre debió
de haber roto el molde cuando tú naciste». Siempre le he dicho que son
absurdas, pero no entiendo el motivo para que a ella le funcionen y esta vez
no iba a ser menos porque el chico parece entregado a la causa.
—Supongo —musita Alba.
—Por un momento pensaba que no ibas a contestarme.
—No soy tan descortés.
—No he dicho eso, ni siquiera creo que lo seas —le explico, convencido
—, al contrario, pareces…
Me tomo mi tiempo antes de decirle lo que pienso porque no quiero
cagarla ni asustarla, quiero ser franco, pero, a su vez, políticamente correcto
en lo que diga. Aunque mi amiga, la del hemisferio sur, quisiera ser más
directa y concisa.
—Parezco…
La miro a los ojos y no me cabe la menor duda de qué responder, es
como si ahora sí que supiese lo que debo decirle y sencillamente pasa por
ser sincero.
—Brillas. Solo brillas, Alba.
Ella se ríe, se ríe tan alto que sé que tenía razón en lo de la naturalidad y
espontaneidad de su sonrisa, es más, creo que ahora brilla aún más.
—¿Te estás quedando conmigo?
—No —niego.
—¿Por qué me dices esto? —La desconfianza toma fuerza en su tono de
voz y sé que esa negrura que la hace no ser ella misma hace acto de
presencia. Hace que de nuevo levante una barrera invisible entre nosotros y
quizá es culpa mía porque he dicho lo que pienso sin meditarlo.
—Podría haber utilizado otro adjetivo para describirlo, podría haberlo
hecho de otra manera, quizá más meditada y menos espontánea, pero creo
que el mejor camino para que me conozcas es que sepas que soy así.
—¿Transparente?
—Yo pensaba en directo, pero, fíjate, tú también has utilizado una
palabra extraña para definirme, al final, no voy a ser el único rarito que pisa
este barco, ¿no crees? —Alba se ríe de nuevo, alzando la cabeza y
permitiendo que los últimos rayos de la tarde impacten contra su rostro, y
me quedo embobado mirándola—. ¿Puedo opinar sobre algo?
—Anda, mira, me pides permiso. —Sonríe.
Trago con fuerza y me apoyo en la barandilla de acero inoxidable en la
que descansa ella también.
—Creo que el tipo ese te ha jodido bien —lo suelto sin esperar a que me
dé su beneplácito y, de inmediato, tengo la sensación de que he metido la
pata, de que eso de ser políticamente correcto ha quedado en un proyecto.
Alba me observa, por su mirada percibo que no le ha gustado mi
comentario y la tensión se respira en el ambiente. Lo de ser franco no era
buena idea, ha sido como eso de contar un chiste que creo que será gracioso
y al final no tiene maldita gracia. Ese soy yo, el Lucas que no siempre sabe
hacer las cosas bien, pero que lo intenta.
—Tienes razón. —Respiro al escuchar sus palabras y me siento mejor
porque, por un momento, pensaba que ella me iba a soltar algún reproche,
que bien podría decir que hubiese sido merecido—. Será mejor que de aquí
en adelante no opines en nada —zanja.
Camina hacia donde se encuentra Luna y la coge de la mano.
Intercambian una mirada y comienzan a deshacer el camino que hemos
recorrido desde el camarote hasta aquí. Luna nos saluda con la mano, sin
embargo, no media palabra, y Alba ni siquiera se digna a cruzar un leve
vistazo conmigo.
—Lucas, Lucas, Lucas…
Nico ahora ocupa el lugar en el que se encontraba Alba hace escasos
segundos y me acompaña en el gesto. Con sus manos guardadas en los
bolsillos de sus pantalones cortos floreados y su vista perdida en el
deambular de las chicas.
—He hecho un comentario de lo más inapropiado.
—¿De qué tipo?
—Del tipo nombrar al capullo que la ha destrozado.
—¿Y cómo sabes que hay un tipo que la ha destrozado?
—¿Obviando eso de que odia a los hombres?
—Sí —finaliza Nico.
—Lo sé porque eso que ella tiene se llama dolor, y yo lo tuve hasta hace
meses. La diferencia es que yo he sabido siempre manejarme bien en ese
sentimiento, de eso se ha encargado toda la vida mi padre.
Nico traga con fuerza, y yo giro la cabeza hacia donde se encuentra
Amaia.
La veo acercarse hacia nosotros y colocarse a mi lado, dejándome a mí
en el centro.
—¿Y las chicas? ¿Qué ha pasado?
Nico chasquea la lengua y le explica a Amaia lo que ha sucedido.
—No tenía… No debí…
—Lucas, la vida está llena de malos entendidos y de errores, el problema
no está en cagarla, lo que importa es poder solucionarlo.
Llevo mis ojos hasta el final del pasillo, por donde desaparecen ambas
en ese momento.
—Brilla, ¿sabes? Esa chica brilla —musito.
Nico no hace ningún comentario al respecto, y Amaia…, Amaia guarda
silencio. Regresamos hasta nuestros camarotes, tenemos que prepararnos
para la cena de bienvenida.
—Oye, Lucas.
—Dime, Amaia…
—Puede que ella brille, pero tú eres como una puñetera estrella fugaz.
Nos damos un abrazo antes de entrar cada uno en nuestros respectivos
camarotes.
Alba, Alba, vas a ser mi puñetera estrella fugaz.
8
DES-CONFIANZA
ALBA
Y lo ha soltado. Lo ha soltado como quien recita la lista de la compra en
voz alta antes de salir de casa y sí, me ha dolido mucho, no por lo que ha
dicho, ni siquiera por la forma en la que lo ha hecho, sino porque sus
palabras son tan reales que joden y mucho.
—Alba, ¿qué pasa? No he querido preguntar por miedo a que me grites,
no sé, cuando te mosqueas das miedo de verdad.
Me paro justo antes de entrar en el camarote y me quedo frente a Luna.
Mi Luna, lunera, cascabelera.
—¿Crees que se me nota?
Luna parece cavilar mis palabras antes de contestar.
—¿Exactamente el qué? ¿Qué se te tiene que notar?
—Que me han roto el corazón —susurro agachando la cabeza.
Luna suspira y expulsa todo el aire que retiene en sus pulmones, lo hace
como medida preventiva, intentando insuflarse fuerza para responder una
vez más a algún comentario que muestra dolor por mi parte.
—¿Qué esperas que te diga, Alba? ¿Quieres que te diga que pareces la
alegría de la huerta? ¿Cuánto llevas sin hacer el gilipollas? Y no hablo de
cometer errores, hablo de hacer estupideces y de ser espontánea como
siempre has sido. Joder, si es que parece que Lucho no solo te dejó plantada
el día de tu boda, sino que se llevó con él a la Alba de siempre, la Alba que
me ha acompañado tantos y tantos años de vida.
—¿Y si nunca ha habido una Alba de siempre? ¿Si solo es un espejismo?
Luna se ríe a carcajadas y por un momento creo que la he perdido, que se
ha vuelto loca y que está deschavetada.
—Ahora sí que has hecho un chiste bueno. Alba está ahí dentro —
recalca golpeándome con el dedo índice en mi pecho—, mi Alba, la Alba
que todos hemos conocido siempre está ahí —insiste—, no obstante, creo
que ya va siendo hora de que salga. Se fue, ¿vale? Te dejó y no es porque
me caiga mal, que también, pero esto que tú ves como una pérdida yo lo
veo como una oportunidad. Tienes la oportunidad de ser tú de nuevo, de
estar contigo misma, de salir, de conocer nuevas personas que quizá te
aporten más o quizá no lo hagan y, si no hay nadie, Alba, te tienes a ti
misma y ya está. No pasa nada tampoco.
—Lucas me ha dicho que me han jodido, pero bien.
—Así que ese es el problema. —Luna abre la puerta y me cede el paso,
en verdad, es mejor que nadie nos vea armando un espectáculo, sería una
escena de lo más innecesaria—. El problema es que Lucas se ha dado
cuenta.
—No, no es ese el problema.
—¿Entonces cuál? —pregunta con decisión.
—El problema es que él ha sido capaz de leer en mí sin siquiera
conocerme.
—Y eso te asusta.
—Sí —afirmo—, eso me acojona de verdad de la buena.
—¿Y qué hay de malo en que alguien sea capaz de leer en ti? Quizá el
problema es que Lucho nunca supo leerte. Quizá tenía que dejarte para que
llegases a este barco y te dieses cuenta de que hay otra clase de personas,
unas que te ven cuando te miran.
—Eso sí me asusta.
—Pues, amiga mía, yo no sé tú, pero aquí estamos para eso, ¿no?
Estamos de paso.
—¿Hablas del crucero?
—Hablo de la vida.
Me quedo en silencio, meditando las palabras que me ha dicho mi amiga
y pienso si de verdad todo eso que ella me dice deja de ser ficción o un
simple consejo de mierda que se suelta porque sí, una de esas frases hechas
que te encuentras en un sobre de azúcar cuando pides un café para
desayunar en la cafetería de siempre. Si Luna lo dice es porque es lo que
siente… y, en este mismo instante, sé que Luna jamás diría algo que no
siente porque ella no es de esas, y yo tampoco lo he sido nunca.
—Espera un momento —le pido.
Rebusco entre mis cosas hasta dar con el teléfono, que lo sujeto entre
mis dedos unos segundos antes de llamar a mi padre. Necesito hablar con
él, necesito que me dé su consejo, necesito escuchar su voz y necesito que
me diga su opinión como siempre ha hecho, desde el mismo momento en
que faltó mi madre y se hizo cargo de todo.
—Voy a la ducha —me dice Luna para dejarme espacio al entender lo
que voy a hacer.
Asiento varias veces mientras escucho el tono a través del aparato.
Pensaba que no habría cobertura en los barcos, pero veo que eso es un mito.
O puede que aún haya porque seguimos en tierra firme.
Me incorporo y me asomo al pequeño balcón. Observo ambos lados y
veo que el puerto queda bastante lejos. No, hemos comenzado el viaje.
—¿Hija? ¿Cómo estás? ¿Hay muchos rumanos en el barco? ¿Tienes
localizado el spray de pimienta? Por los violadores y eso, ya sabes, patada a
la entrepierna, eso nos jode y es efectivo.
—Papáááááá. —Me carcajeo al escuchar su discurso.
—Sé que todo eso te lo dije al salir, pero, igualmente, no está de más que
te lo recuerde —añade.
—Vale, por partes. No sé si hay rumanos, no sé si hay violadores,
recuerda que no llevan un cartel ni tienen una marca en la piel, y lo del
spray…
—Te lo puse en la maleta sin que te dieses cuenta, tu viejo se queda más
tranquilo sabiendo que lo tienes encima. Eso y que Luna sabe arañar caras,
que lo sabemos todos.
Ahora sí que suelto una fuerte risotada porque mi padre es capaz de
destensar el ambiente con un par de frases poco elaboradas.
—¿Qué tal por ahí?
—Todo bien y tranquilo, como siempre. Lupe me ha dejado en el
microondas tortilla de patata con cebolla y tiene tan buen olor que estoy por
cenar ya, aunque sean las siete de la tarde, ¿crees que iré al infierno por
eso?
—Creo que irás si no te la comes. No entiendo cómo has aguantado
tanto, si yo estuviese ahí no quedarían ni las sobras.
—A Dios doy gracias pues —se burla—. ¿Y por ahí?
Ahora me pongo seria, porque esta llamada es mucho más que una
rutinaria para saber cómo está.
—Papá, me ha pasado algo muy extraño.
—Define extraño, cielo.
—Hay un chico…
—¿Un chico? —me interrumpe. Y lo visualizo incorporándose en su
sofá orejero imaginando cientos de escenas—. El spray de pimienta, Alba.
—Déjame hablar —le pido—. Resulta que es un chico extraño, es como
si me viese, ¿sabes?
—¿Acaso no tiene ojos en la cara?
—Hablo de que no me conoce y se ha dado cuenta de que me han jodido.
—Hablas de alguien que ha leído en ti sin saber siquiera cómo eres.
—Exacto. Eso es raro, ¿verdad?
—Pues depende, depende de si es un acosador o un psicópata.
—No tiene pinta de nada de eso. —Me río al imaginarme a Lucas
balanceándose en la cama elucubrando un plan malévolo sobre cómo
dominar el mundo—. No, no le pega eso.
—No hay nada de malo. Las personas somos distintas, no funcionamos
por patrones, somos como somos y conectamos, como la energía, ¿sabes?
Yo conecté con tu madre en días y no me hizo falta tiempo para saber que
ella era la mujer de mi vida. Lo supe. Pues de esa misma forma puede que
el chico ese del que no sé su nombre sea capaz de conectar contigo. La
pregunta es: ¿has conectado tú con él?
No quiero precipitarme en responder a eso. Ni siquiera sé si quiero
responder.
—¿Sabes, papá?
—Dime, Alba.
—No quiero ser más esa Alba.
Escucho el sonido del microondas y sé que mi padre, definitivamente, no
ha podido resistirse a la tortilla.
—Yo tampoco quiero que seas esa Alba.
—¿Sabes de qué Alba te hablo?
—Por supuesto, yo soy energía y te leo, ¿me explico?
—Perfectamente.
—Quiero que seas la misma que eras y que dejes ese pasado atrás.
—Luna dice que esto es una oportunidad y que debo verla como tal.
—Luna siempre ha sido la más lista de los tres —sentencia mi padre.
—Y la más loca —añado.
—Bueno, en eso tengo mis dudas.
—Se acabó, papá. Esta vez sí que se acabó. Esa Alba se ha quedado en
tierra firme.
—Dile que, si quiere, se puede ahogar en el puerto —se burla mi padre.
—Se lo diría, pero no tengo intención de volver a verla.
—Mmmmmm.
—¿Papá?
—¿Sí, Alba? —Le entiendo mientras mastica.
—Yo también quiero tortilla.
—Ahhh, pues lo siento porque, el que no se ha escondido, tiempo ha
tenido.
Lo último que mi padre escucha antes de colgar es un pequeño e
insignificante insulto de nada. Sí, definitivamente, Alba ha vuelto.
9
¿QUÉ HACE UNA CHICA CÓMO TÚ EN
UN LUGAR COMO ESTE?
NICO
—¿Habéis terminado ya?
—Un segundo —grita Lucas desde dentro del baño.
—Si te estás haciendo una paja en honor a la rubita misteriosa, te
agradecería que te limpiases con una toalla que no pueda ver, es más, te
agradecería que la guardases en algún lugar hasta que mañana el servicio
del barco nos las reponga.
—Calla, mamón, que estás todo el día pensando en guarradas. Así te
tachan de lo que te tachan.
—No me importa. Me gusta mi reputación de mujeriego. Me gusta, no
me escondo ni nada de eso.
—Pírate —me grita desde dentro Lucas.
—Te haré caso. Voy a ver si mi hermana está lista y a dar una vuelta.
Nos vemos en un rato por fuera del restaurante. Es la cena de bienvenida,
seguro que hay que ser puntuales, ¿me explico?
Lucas no me responde, pero presupongo que esa es su respuesta dada la
manera que tiene él de mandarme a tomar por el culo a base de ignorarme.
Muy propio de mi amigo y manía que le ha contagiado, para mi desgracia, a
mi hermana.
Doy un par de suaves golpes en la puerta de su camarote y espero a que
me responda.
—¿Quién osa?
—Tu hermano.
—No estoy lista —grita con fuerza.
—¡Qué raro! —Imito su voz al más puro estilo dramático, y ella me
insulta al otro lado. Lo de ignorarme es más bien cuando la tengo hasta la
polla y creo que aún sigo en fase uno—. Lucas tampoco está, te repito lo
mismo que le he dicho a él. Os espero por fuera del restaurante. Oye,
Amaia…
—¿Sí?
—No hace falta que te arregles mucho porque, aunque la mona se vista
de seda, mona se queda.
Huyo despavorido antes de que a mi hermanita le dé por abrir la puerta y
lanzarme alguna de sus pertenencias a la cabeza, pero, vamos, que se la
debía porque ha estado toda la tarde haciendo piña con la loca esa que se
hace llamar Luna y me ha puesto en alguna que otra encrucijada en la que
he tenido que morderme la lengua por educación y decoro.
Luna. Es extraño que en un nombre tan bonito quepa tanta maldad. Si
eso que dicen sobre los perfumes y los tarros pequeños tiene que ser cierto,
que a veces nos empeñamos en llevarle la contraria a los dichos de toda la
vida y no nos damos cuenta de que están demostrados científicamente.
Recorro los pasillos siguiendo las indicaciones. Tengo la maldita
esperanza de que en menos que cante un gallo me ubique, por lo menos
para no perderme al llegar a mi camarote y ser mínimamente autosuficiente,
que uno nunca sabe las veces que tendré que volver solo y los motivos de
ello.
Asciendo por las escaleras que me llevan hasta babor. Os tengo que
confesar que, antes de subirme a este barco, tuve que buscar las jodidas
partes que lo forman porque, para mí, toda la vida ha sido delante, detrás,
derecha e izquierda, pero en los barcos la cosa no funciona de la misma
forma y yo en finanzas y bolsa puede que sea bueno, no obstante, como
marinero no creo que me gane la vida jamás.
Me apoyo en una de las barandillas metálicas del barco y me quedo
embobado mirando cómo el mar rompe contra el barco al impactar. Fijo que
es una soberana estupidez lo que voy a decir, pero creo que vamos mucho
más rápido de lo que parece.
Escucho, mientras ahora fijo la vista puesta en el horizonte, las
conversaciones triviales de los grupos que pasean y van en dirección hacia
la proa, las chicas que comentan lo que harán mañana o algún rezagado que
todavía no se ha preparado para la cena de bienvenida. La gente se lo toma
con calma y la paciencia no es una de mis virtudes, por eso siempre suelo
organizarme y hacerlo todo con tiempo.
Escucho un leve carraspeo a mi derecha y me fijo en una solitaria chica
que se sitúa cerca de mí. El carraspeo. Una de las más arcaicas técnicas de
ligoteo. Eso lo aprendí en sexto de primaria cuando estaba más tiempo
intentando averiguar si las chicas de mi colegio llevaban el mismo tipo de
ropa interior que le había visto a mi madre en alguna ocasión que en
aprender geografía.
Me incorporo y me acerco hasta su posición y la observo tranquila,
intentando mirar por el rabillo del ojo si mi intención es la de acercarme o
no.
Gana la curiosidad, como siempre en mí.
—Hola —musito al colocarme a su lado.
Me imagino diciendo la típica frase de: «¿Qué hace una chica como tú
en un lugar como este?», pero la verdad es que está muy manida, casi, casi
tan manida como el carraspeo de ella.
—Hola —me responde mirándome descaradamente.
—¿Eres de las que buscan flores y bombones o de las que se conforman
con un revolcón en un lugar en el que pasemos desapercibidos?
Ya. Si cuando quiero ser gilipollas lo soy, pero ese no es el motivo de ir
directo al grano, que normalmente me lo puedo currar más, la cosa es que
quiero llegar puntual a la cena y como no me queda clara cuál es la
intención de esta chica, pues mejor preguntar y saber y, en base a eso,
decidir.
—Carolina —me dice a modo de presentación.
—Bonito nombre. Casi, casi tan bonito como tú.
Imagino a Luna llamándome fantasma o algo mucho peor, la imagino
aquí, a mi lado, metiéndose conmigo por haber abordado a una chica de esta
forma y diciéndome eso de «chaval» que tanto le gusta soltarme y
haciéndolo a la mínima de cambio.
—Me gustan los lugares públicos.
—¿Perdona? —Vuelvo en mí cuando escucho el suave murmullo de la
chica y en ese momento me doy cuenta de que pensar en Luna no es la
mejor opción porque es una deslenguada que me la trae floja. En cambio,
Carolina espero que sepa manejar todo y ponerme bien duro.
—Digo, que me gustan los lugares públicos.
Sonrío condescendiente al escuchar sus palabras y me imagino una
escena de lo más picante dentro de un jacuzzi, detrás de la pared del
comedor, dentro del camarote, empujando con fuerza en una de las paredes
o una mamada con su cuerpo escondido bajo la mesa del comedor mientras
devoro mi desayuno y ella también.
La sujeto de la mano casi sin pensar y agradezco ser tan previsor como
para haber cogido preservativos antes de salir. Elemento indispensable. El
otro día escuchaba uno de esos malditos podcast de los que tanto se oye
hablar ahora y preguntaban si podías estar un mes sin teléfono o sin sexo, os
hacéis una idea a lo que respondería yo, ¿verdad?
El cartel de unos servicios aparece frente a mí y escucho la leve risilla de
la chica cuando entramos y nos colamos dentro de uno de esos cubículos.
Están limpios y no son demasiado espaciosos. Mejor, más contacto.
Alzo la pierna de la chica y la coloco sobre el váter, braguitas de encaje.
Esta es de ese grupo que tanto me satisface y a las que sé a ciencia cierta
que les gusta el mambo. Lo del leve carraspeo antes era para disimular
seguro.
—No quiero llegar tarde a la cena —me dice—. Mis amigas en un rato
saldrán a buscarme.
—Soy rápido… —Ella alza la ceja cuestionando mi mordaz comentario
y sonrío mucho más aún al saber si me refiero a que me iré y la dejaré sin
comerse el postre entero—. Y efectivo —matizo con socarronería.
Su mano se cuela entre nosotros mientras comienzo a tocar por encima
de la tela su entrepierna. Carolina se deshace del botón de mi pantalón de
vestir, baja la cremallera y comienza a tocarme sin pudor alguno. Hago lo
mismo. Esto es lo que me gusta. Lo domino. Domino la técnica de: «Sé lo
que quiero y voy a por ello», en todo, y en esta ocasión no podría ser
menos.
Hago a un lado sus braguitas y paseo mi pulgar por su clítoris. Ella gime
en respuesta y alza el cuello. Aprovecho ese movimiento para besarlo y
bajar un poco la cabeza hasta situarla entre sus tetas. Tiene buena delantera,
está rasurada, húmeda y es directa. Esta noche me ha tocado el premio
gordo. Y a ella también.
Me agacho un momento hasta sacar un preservativo de mi bolsillo. Se lo
tiendo.
—Haz los honores, preciosa.
Ahora es ella la que me sonríe sabedora del poder que tiene o que cree
tener. Eso es lo bueno, hacerlas creer que tienen el poder, pero tenerlo
siempre tú. Por eso nunca caerás rendido a los pies de ninguna mujer
porque no entregas más que la mitad de lo justo y necesario.
Me coloca el preservativo con decisión como si para ella esto fuese una
transacción más. Abro bien su pierna. Alzo sus brazos y coloco mi cara
cerca de la suya.
—¿Preparada?
—Yo nací preparada —me responde con fiereza.
Su pecho sube y baja con fuerza y sus gemidos envuelven el servicio
cuando la penetro con decisión.
—Joder —masculla cuando tiene mi polla al completo dentro,
llenándola.
—Eso es justamente lo que pienso hacerte.
Llevo mis manos hasta sus brazos, que siguen alzados y comienzo a
bombear con potencia y sin delicadeza alguna. Ella gime cada vez más
fuerte y entonces escuchamos a un grupo de chicas que entran al servicio.
Bien, no me importa tener público, pero prefiero que no sea así.
Llevo mi mano hasta su boca y se la tapo mientras, con la otra, sujeto su
culo y empujo hasta adentro, llegando todo lo hondo que puedo.
Me pone. Me pone su forma de evitar que nos oigan, pero siendo casi
imposible. Me pone su culo prieto. Me ponen sus tetas y me pone tener
público.
Sé que se ha corrido cuando su cuerpo comienza a quedarse laxo y es
entonces cuando, con nervio, empiezo a penetrarla, dándole todo e
intentando que su orgasmo se intensifique.
Me corro. Me corro con fuerza.
Apoyo mi cabeza en su hombro, y ella se ríe.
—Nos han escuchado seguro.
—¿Y?
—Que eso me pone mucho más.
Sonrío mientras retiro el preservativo y lo tiro a la papelera.
Miro el reloj.
Voy a llegar tarde a la cena, sin embargo, las cosas de palacio van
despacio.
10
Y A ESE BARCO LE LLAMÓ LIBERTAD
LUNA
—Luna, ¿todavía?
Escucho a Alba gritarme desde fuera para que me dé prisa, pero es que
las cosas de palacio van despacio.
—Tengo que cuidar mi aspecto, comienzo a envejecer y mis tetas
empiezan a caer rendidas ante la ley de la gravedad y tengo que suplir esas
carencias con cuidar mi cutis y mi vestimenta.
—Pareces una puñetera pija de esas que solo habla de moda y de
bobadas varias, tú estás guapa te pongas lo que te pongas.
Abro la puerta al escuchar a mi amiga hablar, si es que cuando quiere y
se deja llevar, me dan ganas de comerle toda la cara de lo bonita que es.
—A ver si va a ser verdad que esa Alba —le digo a sabiendas de a qué
Alba me refiero y que ella misma también es consciente por su sonrisilla—
se ha quedado en tierra firme.
—La he ajogado en el puerto.
—Se dice ahogado —la corrijo.
—Ya, ya, si eso lo sé, pero diciéndolo así suena más potente.
—Suena más a campo —matizo.
—¿Y? Me gusta el campo.
—Y a mí. Si hay un chalé.
—Se lo deberías decir a Manu…, que te compre uno y ponga una
habitación para irme con vosotros, parejita. —Mi cara es imposible de
ocultar cuando Alba menciona a Manu en la conversación—. ¿Qué? —me
pregunta al darse cuenta de mi cambio de actitud.
—Creo que es hora de que te cuente algo.
Alba se queda en silencio, esperando a que continúe y que,
efectivamente, le explique el porqué de mis palabras.
—¿Qué pasa? ¿Es algo bueno o malo? Luna… —musita perdida cuando
ve que no le digo nada.
Me acerco hasta ella, aunque las ganas de meterme dentro del baño me
pueden.
—Hablaremos después de la cena, ¿vale? No podemos llegar tarde a
nuestra primera noche en el barco. —Intento que se tranquilice porque en su
cara ya aparece el pánico y eso no es lo que quiero—. Estamos aquí para
disfrutar del crucero.
—Y lo vamos a hacer, solo que necesito que me digas qué sucede. No es
normal que me sueltes esa bomba y luego nos vayamos sin hablar de ello.
Vale. Tiene razón. No puedo negárselo. A mí me pasaría exactamente lo
mismo si usase mi frase y luego pretendiese acostarse a dormir o encerrarse
en el armario, lo que sea menos dar explicaciones.
Le sujeto las manos entre las mías y tomo el valor que necesito para
poder decírselo.
—Manu y yo nos hemos dado un tiempo.
Alba se queda patidifusa. Literalmente. Sus ojos siempre han sido su
espejo y veo reflejados en ellos las dudas, la incertidumbre, el dolor y la
pena. Siente lástima por mí y no es eso lo que quiero.
—Luna…
Me abraza con fuerza como si pretendiese que me recomponga con su
gesto y la verdad es que entre sus brazos siempre me he sentido mejor.
—Alba, estoy bien, en realidad, estoy mejor que bien.
—Pero…
—Luego —le pido—. No quiero que lleguemos tarde.
Ella se limita a asentir mientras se coloca unas plataformas de esas de
esparto de color fucsia, y yo me pongo otras más sencillas y menos
llamativas.
Salimos de la mano, recorremos los pasillos y no escuchamos alboroto
en los camarotes de al lado.
—Seguro que estos muertos de hambre se han zampado toda la cena y
nos han dejado el repollo y el brócoli —bromeo.
—Dudo que Lucas y Amaia hagan eso —los defiende Alba.
—Oh, Lucas, quiero que me rellenes como a un pavo. —Exagero mi voz
con todas mis ganas y creo que termino gritando más de lo que debiera.
Un par de leves carraspeos y me quedo pasmada cuando el que toca mi
hombro no es otro que Lucas.
Mi amiga, esa que hasta hace nada me consolaba, no hace amago de
defenderme, ¡qué va!, lo que hace es, básicamente, partirse el culo en mi
cara mientras me señala con el dedo índice.
—Es una forma de hablar —me disculpo—, no quiero que me rellenes
como a un pavo. Más bien, Alba es la que quiere que la rellenes.
Lo suelto sin pensar o pensando un poco, pero solo para joder a mi
amiga, que se está partiendo la caja a mi costa y se la tengo que devolver de
alguna manera.
—No, Lucas, no es eso —se justifica, colorada como una remolacha—,
estaba bromeando porque decía que seguro que ya os habíais zampado toda
la cena.
Amaia guarda silencio porque creo que el ridículo es tan grande que casi
mejor se calla y no lo acrecienta ella también. Cosa muy lógica dentro de lo
absurdo de la situación.
Lucas se ríe al ver a mi amiga apurada.
—No pasa nada. Si quieres yo…
—Ay, ay —suelto esperando a que diga alguna estupidez del tipo de la
mía.
—Si quieres te acompaño para que veáis con vuestros ojos que no nos
hemos comido nada.
—Nada de nada —confirma Amaia que interviene por primera vez.
—¿Y el cenutrio de tu hermano?
La curiosidad me puede, vamos a ver, es cuestión de lógica, llevan todo
el día juntos y ahora, que es la hora de la cena, ¿no está con ellos?
—Lo mismo se ha pisado la lengua y se ha caído —se burla Alba.
Lucas la mira como si fuese su diosa en la tierra. Y es normal porque
Alba, cuando es ella misma, es capaz de cautivar a cualquiera que tenga a
su alrededor.
—No caerá esa breva —apostilla Amaia—. Se ha ido a dar una vuelta y
nos ha dicho que nos encontramos por fuera del restaurante.
Por fuera del restaurante no hay rastro del chaval.
—Pues lo mismo se pisó la lengua de verdad y se cayó por la borda.
Otro leve carraspeo me hace girarme y ya van dos veces en la noche. Si
hay una tercera, pongo un Euromillón online porque la suerte está de mi
parte.
—Yo no sé qué clase de lengua crees que tengo, ahora bien, la tuya…, si
te muerdes te envenenas, chatina.
—Chatina, dice, el muy cenutrio.
—Lo dices jodidamente sexi, chatina —susurra al pasar por mi lado.
Alba se queda parada cuando ve que no sigo sus pasos y me escruta con
la mirada, alternando la vista entre mi persona y el estúpido descarado que
me saca de quicio.
—Siete putos días de infierno me esperan aquí si tengo que verle la cara
al retarder ese —bufo, molesta.
Alba alza las cejas en un par de ocasiones y lo mira de soslayo.
—Lo mismo te anima las vacaciones.
—Lo mismo me tiro por la proa.
—¿Eso está delante o detrás? —inquiere mi amiga.
—¡Y yo qué sé! ¿Crees que si cometo un asesinato en alta mar me
juzgarán igual que en tierra firme?
—No, claro que no, es como si lo cometes en el País de Nunca Jamás, no
te jode, Luna.
—Oye, Alba, me gusta tu ironía y tu sarcasmo, te lo digo, pero la verdad
es que dabas menos por el culo cuando estabas jodida por el gilipollas de tu
ex.
—Lo siento por ti, chatina —repite con burla, utilizando el apodo de
Nico—, pero esa Alba está muerta matá y no me interesa para nada
recuperarla. Barco nuevo, vida nueva. Renovarse o morir. En paz descanse.
—Lo he pillado.
Ella asiente y me coge de la mano.
—Tenemos una conversación pendiente, Luna, y no te vas a escapar.
—No estamos juntos, eso es todo.
—No, no es todo, porque tú has estado para mí, y yo estoy para ti.
—Siempre ha sido así —finalizo.
—Y siempre lo será.
Nos adentramos en el restaurante y veo la disposición de las mesas.
Lucas y Amaia levantan la mano para hacernos señas e indicarnos que nos
han reservado dos sitios. Nico nos da la espalda. Este no sabe con quién se
las va a ver.
—Creo que me lo voy a pasar pipa jodiéndole la estancia —le confieso a
Alba.
—Más vale que tengas cuidado porque, a veces, la tortilla se da la vuelta
—me suelta sonriendo condescendiente. Odio cuando me sonríe de esa
forma, como si supiese que algo puede pasar.
—Oye, Alba.
—Dime, Luna, lunera, cascabelera.
—Ese chaval es gilipollas, pero tiene un culazo…
—Culazo el que se gasta Lucas.
Nos miramos cómplices y sonreímos al darnos cuenta de que estamos
como cabras.
—No pasa nada por mirar y fantasear —le suelto.
—Nada de nada, siempre y cuando, las manos no vayan al pan.
Nos sentamos dispuestos a disfrutar de nuestra primera cena. No hay
nada que me guste más que comer. Mentira, solo hay una cosa que me guste
más, pero no os lo voy a contar.
11
CAPITÁN, MI CAPITÁN
AMAIA
Si la noche anterior nos fue bien, la mañana se puede catalogar como
inmejorable.
Sol. Calor. Piscina. Mi hermano haciendo el tonto en el agua como si
fuese un puñetero pavo real. Lucas poniéndole ojitos a Alba, y esta que no
para de susurrarle cosas a Luna y, por lo que intuyo, algo pasa entre ellas.
Mientras tanto, yo, yo mirando hacia todos lados porque no he vuelto a ver
a mi chico de traje blanco.
—Debería estar buscándolo en vez de estar aquí, tomando sol. Tengo
muchos días para chamuscarme como un trozo de salchicha. Mi hombre
está por ahí y lo mismo necesita de mi ayuda.
—Tu hombre cuyo nombre es… —me provoca Lucas.
—Ya sabes que no se lo pregunté y la culpa es tuya que te pusiste
tontorrón con Alba y ya no pude concentrarme.
—Ya, claro…
—¿Qué pasa? —interviene Luna.
Miro en dirección a las chicas y veo que arrastran la tumbona hasta
colocarla a nuestro lado.
—¿Se puede? —me pregunta Alba—. Los modales, Luna.
—Bah, a ellos no les molesta, ¿verdad?
A Lucas, definitivamente, no. Su amplia sonrisa lo dice todo. Lo he
perdido y ahora pasará a ser un bobalicón.
—No, no pasa nada —las animo.
—Esta es de tu hermano, ¿verdad? —Asiento—. Pues el que se fue a
Sevilla perdió su silla.
Nos reímos por su ocurrencia, pero tenemos todos claro que, cuando
llegue Nico, se va a liar parda.
—Le estoy diciendo a Lucas que no he visto a mi hombre y que debería
estar buscándolo en vez de estar aquí tumbada.
—Y digo yo… ¿Eso de tu hombre es de verdad o es ficción? Porque,
hasta donde yo sé, lo encontraste en este barco… —Alba, ante mi cara de
estupefacción, horror y animadversión, me pone ojitos, como si eso
funcionase conmigo—. No me odies, suelo ser bastante directa y eso.
—Lo que mi amiga quiere decir —interrumpe Luna a Alba—, es si son
imaginaciones tuyas o de verdad es tu hombre porque, bonita, una cosa es
lo que una quiere y otra muy distinta lo que una tiene. Ya sabes, como
cuando pides algo en AliExpress y haces un «expectativa versus realidad»,
pues tal cual.
—Te he entendido y a ella también —matizo. Al final me van a hacer
llorar.
—Lo que Amaia quiere decir —apostilla ahora Lucas al ver mi gesto
compungido— es que está colada por el chorbo y quiere hacerlo su esposo
bandido, bandido —bromea.
Alba es la única que se parte de risa ante su pésimo chiste.
—Buenísimo —le dice Alba mientras choca los cinco con Lucas.
—Debe de ser cosa de las hormonas o de las feromonas porque a mí no
me ha hecho gracia —suelta Luna sin un ápice de piedad en su voz.
¿He dicho que la mañana se presentaba inmejorable? ¿He usado este
adjetivo? ¡A la mierda! La mañana se presenta cojonuda.
Me tiemblan las piernas, me sudan las manos y estoy al borde del
colapso vaginal.
—Mi chorbo —musito con la voz rasgada.
Ahora he logrado captar la atención de mi prole porque están todos
mirando en dirección hacia donde apunta mi mirada. Me levanto como un
resorte y me pongo mi pareo por encima del bañador de flamencos, mis
chanclas y a paso raudo y veloz, temiendo por mis dientes gracias a la
rapidez de mis piernas, camino en su dirección.
—¡Suerte! —me grita Alba.
—¡La vas a necesitar! —añade la mala pécora de Luna.
Traje blanco. Gafas de sol. Traje blanco —de nuevo—. ¿Cómo harán
para que no se les transparente la ropa interior? No lleva, es eso, es una
señal del destino para que me acerque y mire, seguro.
—Upssss.
Lo de ser bailarina fue un sueño frustrado por culpa de mis padres. Lo de
ser actriz lo llevo innato en la sangre.
—Debería tener más cuidado, señorita.
Imaginaos la escena: tropiezo por accidente —fortuito y nada provocado
— y caigo en los brazos de un moreno, de pecho esculpido, que carece de
ropa interior y que viste de blanco —si te tranco—. Es todo lo que una
mujer y su vagina quieren. ¿Es o no es?
—Gracias, caballero, si no fuese por usted estaría ahora mismo… en la
enfermería en vez de en sus brazos.
Me niego a mirar en dirección a mis amigos porque estoy segura de que
estarán riéndose de mí en vez de tomar nota, que a Lucas le hace falta,
porque va muy lento con Alba en vez de tropezar y caer sobre su cuerpo —
sin ropa interior mejor que mejor—.
—¿Eres tú? —me pregunta al mirar mi cara.
—Hola, marinero, ¿cuánto tiempo? ¿Te han tenido haciendo horas extra?
—curioseo.
Esta es una de esas escenas en las que debería tocarme el pelo y
juguetear con él porque en teoría eso es sexi, pero creo que lo mío es más
hablar que juguetear. Las pechugas también me pueden ayudar un poco, así
que aprieto el tetamen para marcarlo con sutileza y prosigo hablando.
—Es trabajo y soy el segundo capitán —especifica.
Segundo capitán. ¿Pierdo mucho glamur si digo que mi toto ahora
mismo está mojado y no por culpa de haberme sumergido en las
profundidades de la piscina que he dejado a mi espalda?
—Entonces eres importante en este barco, ahora entiendo por qué no he
tenido el placer de volver a verte… Amaia —me presento de sopetón.
—Dante —me responde con esa mezcla de acento que acrecienta la
velocidad de los latidos de mi corazón.
—Y dime, Dante, ¿de dónde eres? ¿Ciudadano del mundo?
Él sonríe, y creo que voy a morir de un infarto cardiovaginal, por eso y
por la triple voltereta de mi clítoris.
—Algo así. En verano suelo estar trabajando de crucero en crucero y en
invierno soy ciudadano italiano. Vivo en Capri.
—Italiano… —En mi mente, ese italiano va seguido de un:
«Mmmmmmm».
—¿Y tú?
Si me pregunta detalles de mi vida es buena señal, ¿verdad?
—Madrileña de pura cepa, de las que aguanta las bajas temperaturas en
invierno y el bochorno en verano.
—¿Y has decidido embarcarte en un crucero single para probar nuevas
experiencias?
Lo que quiero probarte es a ti, bonito.
—Algo así. En realidad, mi hermano, ese que está allí —le digo
señalando hacia Nico, que está charlando animadamente con un grupo de
chicas sin percatarse de nada de lo que hago—, organizó esto. He venido
con él y con mi amigo —le indico mientras señalo hacia Lucas. Alba, Luna
y Lucas saludan, ellos sí que están pendientes como conejillos—. A ellas
las hemos conocido en este viaje y son buenas tías. Así que empezamos
siendo tres y ahora somos cinco, aunque a mí me gustan los números pares
—musito, coqueta. Dante se carcajea mientras despliego todos mis encantos
y me contagio de su gesto.
»Me gusta tu risa —le suelto de sopetón.
No me responde, solo me hace un gesto con ese gorro de capitán y se da
la vuelta para seguir su camino.
Me quedo allí parada unos segundos intentando averiguar si la ropa
interior es de esas sin costuras y solo llego a una conclusión: tiene un culo
que quiero morder.
Regreso con los chicos y, tras quitarme el pareo y soltar las chanclas sin
pena ni gloria, me tumbo en la hamaca y me abanico con la mano.
—Creo que necesitas un chapuzón —me indica Alba con una sonrisilla
en la cara.
—Lo que quiere decir mi amiga con ese consejo de cincuenta céntimos
es que nos des todos los detalles.
Me incorporo haciéndome la interesante y me zambullo en la piscina.
Los veo cruzar las miradas entre ellos y correr cogidos de la mano en mi
dirección. Un bikini rojo, otro color mostaza lleno de cactus y el pecho
descubierto de mi amigo me acorralan.
Terminamos todos bajo el agua de nuevo, riendo a carcajadas y diría que
siendo el centro de atención.
—Venga, Amaia, cuenta.
—¿Qué pasa? —interviene Nico.
—Vaya, pero si es el rey del ligoteo, que se ha dignado a volver —le
acusa Luna con sorna.
—El que puede, puede, y el que no… —Deja la frase en el aire para
pincharla, que lo sé yo.
—Tu hermana ha ligado —le cuenta Lucas.
—Es la genética —bromea Nico.
—Cuéntanos algo, anda, no seas mala, que estamos todas necesitadas de
una historia de amor de ensueño en un barco.
Lucas, Nico, Luna y yo observamos a Alba que lo ha relatado al más
puro estilo telenovela venezolana y nos ha encantado.
—Es el segundo capitán.
—Ese gana pasta, hermanita.
—Calla, zopenco —le reprende Luna—. No rompas el romanticismo.
Mi hermano la empuja, y Luna se hunde en el agua. Cuando sale a la
superficie, carga contra él y empiezan a hacerse aguadillas. En fin. Nada
relevante.
—¿Cómo se llama? —me pregunta Lucas, el único cuerdo del grupo
según parece.
—Se llama Dante.
Nico y Luna dejan de hacerse trastadas y eso es mala señal.
—¿Dante? —pregunta Alba. Asiento.
—Mira, Dante, el que te da por detrás y por delante.
Y esa es Luna. Nada más que añadir.
12
¿QUIÉN ES ELLA?
DANTE
—¿Quién es semejante bombón?
Lo que menos esperaba era volver a toparme con la chica de ayer. La
chica de ayer, debería estar escrito en cursiva y entrecomillado, porque
parece de todo menos normal. Y no solo hablo de su físico, tal y como hace
alusión mi amigo y compañero.
—Es una turista. La conocí anoche por casualidad al toparme con ella y,
ahora, esa misma casualidad de la que te hablo ha vuelto a encontrarnos.
—Ya quisiera yo que la casualidad hiciese eso conmigo —murmura
Elías, que nos escucha hablar.
—Probablemente a tu mujer le encante eso, capitán.
—Ya sabes que bromeo, yo a Lidia no podría reemplazarla por nadie. Ni
siquiera por una jovencita tan guapa como esa.
—¿Seguro? —le pregunto a modo de burla.
—Seguro. Aunque…, ya sabes lo que se dice, los ojos son como niños.
—Cierto —matizo dándole la razón porque la tiene.
Soy el segundo capitán de este navío. Un crucero de singles que se
considera la nueva moda y que es una gran experiencia. En realidad, creo
que en cierto modo tiene razón porque, en estos últimos años, no ha habido
crucero que no estuviese lleno cuando de solteras y solteros se tratase.
Elías, el capitán, ese hombre que me saca una treintena o más de edad y
con el que llevo trabajando ya varios años, desde que elegí esta profesión,
siempre me ha dicho que este tipo de cosas es producto de la desesperación.
Dice que el ser humano necesita por activa y por pasiva estar enamorado o
sentirse amado porque, de lo contrario, la soledad nos consume. Alguna que
otra vez hemos discutido al respecto y siempre termino cediendo ante sus
comentarios, un poco por respeto y otro poco por admiración y un mucho
por no tenerlo a malas porque Elías y yo nos llevamos muy bien pero,
cuando se levanta con la pierna izquierda o cuando tiene un mal día, puede
llegar a ser una mosca cojonera.
La cosa es que yo no creo eso que él me dice de que el ser humano
necesita de otro para poder estar completo, no por esas tonterías que se
dicen de que soy un soltero de oro, o que evito las relaciones, eso son
simples rumores que me niego a desmentir porque prefiero que crean que
soy de esos que no mezclan su vida privada y su vida profesional y que
tampoco tienen que ir necesariamente de la mano.
Me apoyo en la barandilla de acero junto a Elías y a Jota, que acaba de
llegar y se une al grupo. Él es un compañero de siempre y hemos formado
algo así como una piña. También es italiano. Aunque él es de pura cepa y
yo no. Ambos somos de Capri, sus padres siguen residiendo allí, como toda
su familia. La mía se ha dispersado más aún tras la separación de mis
padres.
Mi madre vive en Roma con mi hermana, y mi padre sigue en Capri y
dudo que vaya a moverse de allí jamás.
—Jota, Dante se ha enamorado —se burla Elías.
Chasqueo la lengua al escuchar su pulla y sé que lo hace para que Jota se
meta conmigo, es de esos, sí, de los que les hace falta poco para estar todo
el día fastidiándote.
—Vaya, vaya, y ¿quién es la afortunada? Porque aquí nuestro amigo es
muy selectivo. Con la cantidad de mujeres que podría llevarse a la cama
solo por llevar esa ropa y ese gorro de capitán. Ellas no saben diferenciar
entre un capitán y un segundo capitán —me explica.
—¿Y qué tiene que ver eso? —le cuestiono.
—Que creen que eres el que manda aquí, eso las pone cachondas a todas.
—Eso son estupideces y habladurías. No me creo una sola palabra.
—En mis tiempos mozos —nos interrumpe Elías—, solo por llevar esta
ropa, las mujeres hacían cola por mí —afirma dándole la razón a Jota.
—Eso no me preocupa para nada, no estoy interesado en aprovecharme
de esta ropa para ligar.
—Ya, ya, no nos olvidemos de que eres un hombre de principios bien
arraigados y que no hace ese tipo de cosas y lo respetamos —se apresura a
añadir Jota antes de que le cuestione sus palabras o decida rebatirle con
algún argumento de esos que dan pie a una diatriba en la que él termina
yéndose, y Elías y yo nos enfrascamos durante horas y horas.
—Cada uno toma sus decisiones y a mí no me gusta jugar con las
mujeres.
—Chico —intercede Elías—, nadie habla de jugar con nadie, hablamos
de disfrutar. Ojalá yo volviese para atrás.
—¿Cambiarías algo? —le cuestiono.
—Posiblemente no, no obstante, tienes que dejarte llevar, siempre tan
recto, tan cuidadoso, intentando no meter la pata con nadie y, al final, te lo
estás perdiendo todo.
Miro en dirección a Amaia, y Elías lleva sus ojos hasta donde se
encuentran ella y el grupo. La verdad es que la chica es simpática y me ha
resultado curiosa la forma en la que nos hemos cruzado y cómo ha tenido
las agallas de acercarse con disimulo. La he dejado hacer, obviamente,
aunque ese tipo de técnicas bien me las conozco, porque no es la primera
chica que, como bien dice Jota, se acerca hasta nosotros por nuestra
vestimenta.
—Es guapa —finalizo.
—¿Quién es? —prosigue Jota.
Elías le explica mientras la observo atentamente. Se está lanzando a la
piscina sin pensar, solo se deja llevar, pero la pose en ella resulta
desenfadada y las carcajadas que suelta cuando emerge, y uno de los chicos
que están allí la vuelve a sumergir, es música para mis oídos.
Las otras dos chicas que la acompañan hacen lo mismo, sin pensar, solo
sintiendo, y me pregunto si ellas ahora mismo no se sentirán totalmente
libres, disfrutando de eso que Elías me dice.
—Madre mía, Dante, necesito uno de tus trajes, el mío no luce igual.
Quiero conocer a esas chicas.
Giro la cabeza hacia Jota y le advierto con la mirada que nada de eso va
a ser posible.
—De eso nada —musito finalmente.
—Vaya, pero si al muchacho le corre la sangre por las venas —se jacta
Elías dándome un par de palmadas en la espalda antes de irse a la cabina de
mando.
Jota y yo nos quedamos un par de segundos más allí parados,
observando a los grupos que disfrutan de su primer día de navegación y de
las actividades con las que cuenta el barco.
—Yo diría que la sangre te corre por algún que otro lugar más y no solo
por las venas, es más —se atreve a decirme—, puede que ahora mismo la
tengas concentrada en un solo sitio. —Se ríe antes de irse.
Yo ni afirmo ni desmiento.
Ella sigue allí, riendo, lanzándose sin pensar y parloteando sin cesar,
siendo ella misma, y me pregunto si eso, en realidad, no es lo que yo
también necesito.
Sí. Puede que sea fruto de la concentración de la sangre en cierta zona,
pero puede que no lo sea, puede que sean las malditas casualidades que
consiguen ponerte en un entresijo sin haberlo planeado.
Amaia, Amaia, veremos qué pasa en nuestro siguiente encuentro.
13
LA MUJER DE MI VIDA
LUCAS
—Estoy muy, pero que muy mosqueado.
Sigo dentro de la ducha y escucho a Nico por fuera hablar con Amaia a
grito pelado.
—Tú solito te las buscas, Nico, no puedes negármelo —lo reprende ella.
—Tu hermana tiene razón. —Alzo la voz para que me escuche.
Hemos pasado un día estupendo. Lo que iba a ser un viaje de tres, se ha
convertido en un viaje de cinco y medio, como dice Amaia, que no deja de
repetirnos que está loca por ese capitán, comandante, marinero de luces o
como quiera ella llamarlo y lo ha incluido en el grupo sin hacer siquiera
presentaciones.
Nico y Luna no han dejado de pelear en todo el día. Nico le hacía alguna
trastada a Luna, y ella se la devolvía como quien no quiere la cosa, eso sin
tener en cuenta que lo lanzaba al agua a la mínima de cambio y que le
robaba la hamaca cada vez que se despistaba.
Y yo, yo me moría de ganas de poder hacer lo mismo con Alba y no
sentir vergüenza solo de pensarlo.
Vale. Que no soy un tipo lanzado creo que ya lo tenemos claro todos. No
sé, puede que haya un curso de esos, como los de autoayuda o los que
imparten para dejar de fumar o tirar de hipnosis que dicen que está tan de
moda como los cruceros singles y es que Alba me gusta y me tiene
completamente hipnotizado.
Cuando sucedió lo de Miranda, cuando todo salió a flote y supe que
mantenía una relación con mi padre desde hacía bastante tiempo, entendí
que quizá el problema de base era yo. Porque siempre tendemos a echarle la
culpa a la otra persona cuando estamos dolidos y no nos damos cuenta de
que nosotros también tenemos malas hierbas, como un campo abandonado
en plena primavera. Y Lucas, este Lucas que conocéis, no es un tipo fácil.
No soy como Nico; espontáneo y con don de gentes y tampoco soy como
Amaia; de esas que se lanzan ante un desconocido y ya se verá cómo lo
solucionamos si sale algo mal. Yo soy más de observar los movimientos,
estudiar a mi oponente y luego tomar una pauta de cómo comportarme y
enfrentarme a la situación. Ese es Lucas, el que tiene que tener todo bajo
control antes de hacer un movimiento. Y así me va en la vida.
Sí, bueno, claro, seguro que pensáis que con esta presentación que os he
hecho, no es de extrañar que hubiese sido Miranda la que se acercó a mí
aquella noche hace ya unos años. Y sí, vale, es cierto, fue ella la que lo
hizo, y yo me dejé llevar, con ella siempre lo hacía, me dejaba llevar y,
asentía cuando ella proponía algo.
Un calzonazos en toda regla, también podéis pensar eso, que lo tengo
asumido.
Pero con Alba es diferente, no lo sé y no os lo puedo explicar, pero me
apetece hacerla reír y hablar con ella sin sentir vergüenza o recelo a decir
sandeces. Me apetece ser yo, con mis malas hierbas y con mis flores. Ser,
sencillamente, yo.
—Lo hace para joderme, para sacarme de mis casillas, para llevarme al
límite —prosigue Nico con su discurso.
Salgo de la ducha y entrecierro la puerta para secarme.
—Y tú no desaprovechas la oportunidad de devolvérsela, Nico, ¿a quién
pretendes engañar? —insiste Amaia.
—¿No esperarás que sea como Jesucristo y le ponga la otra mejilla?
—A ver —intervengo saliendo del baño—, quizá no así, pero… ¿y solo
pasar del tema? —le propongo.
—Podría —sisea.
—¿Pero…? —indaga Luna.
—Pero es más divertido fastidiarla —finiquita, convencido.
Amaia y yo bufamos para que nos escuche mientras escojo de mi parte
del ropero las prendas que voy a ponerme esta noche.
—¿Vas a participar en las citas de hoy? —le pregunta Nico a su
hermana.
Amaia, que se ha dejado caer en mi cama, se incorpora y afirma no muy
convencida.
—No me queda de otra, no creo que mi capitán esté entre los
participantes. Y no me apetece quedarme sentada en una silla, como si
fuese la chica a la que nadie quiere sacar a bailar en la fiesta de fin de curso.
—Exagerada —la reprende Nico mientras se pone su perfume de dandi.
—¿Y tú, Lucas? ¿Vas a participar? —me pregunta, burlona. Como si no
la conociese ya, ahora se avecina uno de sus discursos—. Aquí todos
sabemos que la única cita que quieres tener tú es con Alba, que se te ve el
plumero.
Nico se carcajea mientras se queda sentado al borde de su cama, y yo
evito mirarlos porque se me notaría en la cara que tienen toda la razón del
mundo y que no soy nadie para rebatirles ni una sola letra.
—Mira, no quiere decir nada, se cree que guardando silencio evitará que
nos metamos con él —argumenta Nico.
—No quiere decir nada porque sabe que no puede negar la evidencia y la
certeza en este asunto en cuestión es que, a Lucas, Alba se la pone dura.
Me giro al escuchar las palabras de Amaia y pretendo, ahora sí, negarlo,
decirle que se ha pasado y que es mejor que no haga esos comentarios, pero
sería faltar a la verdad porque…
—Tienes razón —confieso.
—¡Ajá!
Amaia se incorpora y comienza a dar vueltas sobre sí misma logrando
que ese vestido que lleva se abra y pues eso…
—Te estamos viendo las bragas y eso con diez años me daba igual, pero
ahora, con bastantes más, me da asco —la reprende Nico.
Yo prosigo con mi labor de vestirme.
—Espera —me pide Amaia cuando he terminado.
Me desabrocha un par de botones de mi camisa de vestir y me despeina
el pelo para que parezca, según sus palabras, más juvenil.
—No me puedo creer que este momento haya llegado y que hubiésemos
valorado por un ínfimo momento irnos a Edimburgo. Está claro que nuestro
destino era venir a este barco y conocer al hombre de mi vida, tú a la mujer
de tu vida, y Nico…, Nico a alguien que le ponga en su sitio de una vez por
todas, que ya va siendo hora.
—A ver, a ver… ¿Hombre de tu vida? ¿Mujer de su vida? —Ese es
Nico, el que no cree en nada que no se pueda demostrar, ya sabéis, lo de él
son los números y las fórmulas.
—Ese hombre de traje blanco es el hombre de mi vida, he sentido el
«chin», ¿se llama así? Lo vi en una peli de dibujos.
—Se te está yendo de las manos, hermanita, a ver cómo le explicas a
nuestros padres que te has enamorado de un tipo solo con verlo. Sabes que
eso del amor a primera vista es un invento de las multinacionales
cinematográficas para que te enganches, por eso de que el amor mueve
fronteras y esas estupideces varias que se utilizan en cualquier campaña de
márquetin del tres al cuarto.
—Eres un cenutrio. El amor existe —se defiende Amaia—, ¿a que sí,
Lucas?
Yo, que pensaba que me había librado de todo este rollo, y al final, por
hache o por be, me meten en todos los jaleos.
—Yo no sé si soy el más indicado para hablar de este tema porque creía
que el amor era bonito y eso, y al final… la chica de la que creía estar
enamorado solo me utilizaba mientras se acostaba con mi padre. Ya sabéis.
—Lo tuyo fue una putada, pero Alba no es como Miranda. Se ve a
leguas.
—Alba es una tía y ahí fuera hay miles de tías más, qué manía la vuestra
de focalizar vuestras atenciones en una sola mujer, con lo buena que está
toda la comida del cáterin. Hay que ver… —refunfuña Nico.
—Pasa del obtuso de mi hermano, yo sé que Alba te gusta.
Miro a Amaia a los ojos y en ellos veo unas ganas inmensas de que todos
seamos felices. Siempre ha sido así, de las que busca que todos estemos
bien y se sacrifica por ello. El sacrificio siempre ha sido tanto que ha
terminado cediendo y dejando que eso que ella tanto quería de dedicarse a
la danza quede en un segundo plano y se dedique al turismo, que convencía
mucho más a sus padres.
—Alba es… Alba —me sincero.
—Sí, definitivamente, es una buena forma de explicarlo —se burla Nico.
Asiento y sonrío.
—¿Qué tal estoy?
Amaia me devuelve el gesto.
—Alba va a caer rendida a tus pies cuando te vea. No va querer que la
cita se termine porque estás jodidamente guapo. ¡Bombón! ¡Tío bueno! ¡Te
haría un traje de saliva! Bueno, esto…, tú ya me entiendes, que, para mí, tú,
pues como que no y menos ahora que he encontrado al capitán de mi barco
velero cargado de luces… —canturrea sin cesar.
—Luces las que le faltan —la insulta Nico haciendo referencia a su
hermana mientras me mira.
—Vamos, anda, que, de donde no hay, no se puede sacar.
Salimos del camarote en dirección a nuestra cena. Me sudan las manos.
Tengo muchas ganas de conocer a Alba.
14
TENEMOS UN MINUTO
ALBA
—Estoy nerviosa —le cuento a Luna mientras repasamos nuestro labial
en uno de los baños.
—¿Por?
—Por la actividad de esta noche, me da palo, vete a saber qué clase de
tíos tenemos que conocer y las preguntas que me harán.
—¡Bah! Eso nada, responde con sinceridad y ya está. Preocúpate más
por las preguntas que harás tú. Si el tipo te interesa, intenta averiguar algo,
aunque yo creo que a ti ya hay alguien que te mola.
—¡Qué dices, Luna! ¿Estás loca? Acaban de dejarme plantada, no me
puede gustar nadie.
—No me vengas con esas. Manu y yo lo hemos dejado y eso no quiere
decir que me cierre en banda y yo estaba casada, ¿lo entiendes? ¿Y me ves
llorar? No, Alba, la vida es hoy y no hay más, ¿entiendes lo que te quiero
decir? Las lamentaciones están bien para un ratito y es verdad que duele,
pero ¿te alivia en algo estar llorando por las esquinas porque te hayan
dejado plantada? ¿A que no? A mí desde luego no me vale de nada. Me
ayuda ser yo, intentar ser feliz y seguir adelante y eso es lo que estoy
haciendo, dejándome llevar. Alba, como tu cuerpo vibre —me suelta.
Me siento egoísta hablando con Luna de esta manera, mucho más aún
tras lo acontecido. No tenía ni la más remota idea de que Manu y ella
habían roto su relación.
A ver, claro está que no hay ni una sola relación perfecta y quien diga
que la tiene que me permita que lo cuestione porque en cualquier familia
siempre hay roces, lo importante y lo bonito es ser capaz de superarlos y
añadir un nuevo logro como pareja.
Luna y Manu no están juntos y eso era algo que creo que nadie se veía
venir, pero que todos podíamos esperar y más con lo que me ha contado
Luna.
Las relaciones siempre suponen un esfuerzo o hay que ceder en algo,
desde con quién pasar la Nochebuena o si nos vamos a comer este domingo
a casa de… Pero la relación de Luna y de Manu no era una relación. La
base ya era inexistente y entonces ya no es cuestión de ceder y aprender, es
cuestión de que no vale la pena porque no me importa nada. Y, cuando eso
sucede, cuando lo que hace el otro ya no te produce suspiros o sonrisas, ni
siquiera enfados, sino que te produce indiferencia, es que la cosa no va por
buen camino y es mejor tomar medidas. Y la admiro, vaya que si la admiro,
porque la veo bien, recompuesta, entera, intentando salir adelante, aunque
le cueste, pero como ella me dijo anoche cuando me lo contó mientras
lloraba a moco tendido en mis brazos: «Ni yo era para él ni él era para mí y
eso solo nos lo ha demostrado el tiempo».
Y una vez más los errores nos demuestran que sí, que cogimos un
camino que era erróneo y que quizás erramos en esa decisión que en un
principio nos parecía acertada y que al final no resultó serlo tanto, no
obstante, hemos aprendido que hay cosas que ya no queremos y que pasan a
esa columna invisible de «no lo voy a repetir más» que se encuentra en
nuestra memoria interna.
—Como tu cuerpo vibre —repito.
Salimos del servicio y caminamos en dirección al gran salón donde se
van a celebrar las citas exprés de esta noche. Todo está decorado con globos
de corazones, miles de serpentinas rojas cuelgan del techo y hay rosas rojas
por todos lados.
—Creo que nos hemos confundido y nos hemos colado en el baile de fin
de curso.
—Ese baile es dentro de dos días —le confirmo entre risitas a Luna. Me
quedo de piedra cuando veo a Lucas al final de la estancia, apoyado en la
barra, con una copa en la mano, hablando y riendo despreocupado con
Amaia y con Nico.
»Esta noche está realmente guapo —finalizo—. Quiero decir… —
Intento corregir mi descaro al soltar lo que pensaba sin pensar, y Luna
sonríe a mi lado, condescendiente—. Ni se te ocurra poner los ojos en
blanco porque este barco se puede convertir en el Orient Express del mar —
la amenazo.
—Lucas es un bombonazo —me confirma ella—. Pero no es mi estilo, es
muy tierno para mí. En cambio, a ti…
—Olvídalo, Celestina, olvida tus planes estúpidos que ya nos conocemos
y esa cabeza loca no deja de trabajar sin descanso para hacer alguna de las
suyas.
Me permito observarlo con atención aprovechando que él no me mira a
mí ni se ha percatado de nuestra entrada. Hay mucha gente en este espacio
como para hacer semejante cosa.
Es guapo. Realmente guapo. Quizá su encanto no sea el de un tipo
cachas que no se cansa de marcar sus musculitos allá por donde pasa o que
no tenga unos ojazos lapislázuli como nunca antes haya visto, tampoco una
melena de lo más curiosa. Su encanto reside en los pequeños detalles, como
un buen perfume: en ese rastro que deja a su paso. Y así es Lucas, guapo a
rabiar, pero que no necesita demostrarlo.
Me gusta su timidez, debo reconocerlo, quizá por eso intento permanecer
cerca de él, porque hace que los silencios no sean incómodos y tampoco
fuerza conversaciones para rellenar los minutos. Habla cuando tiene algo
que decir y responde lo justo para que entendamos que está atento y,
normalmente, acierta en todo, como ayer, cuando me dijo que me habían
jodido, dio en el clavo y me dolió que lo hiciera porque eso demuestra que
soy como un libro abierto y no quiero serlo, no me gusta serlo.
Quisiera ser un poco más como Luna o, incluso, como Amaia. Fijaos en
lo ocurrido: mi amiga acaba de separarse de su marido, y yo no había sido
capaz de leer en ella que esa situación se había dado y me siento culpable.
Puede que también el hecho de que hasta ahora mismo yo hubiese estado
tan perdida en mi mierda había conseguido que no viese nada más que mi
propio pozo y eso es imperdonable.
—¿Crees que con lo alto que es me costará mucho besarle?
Luna me frena en seco y me sujeta del brazo para que no siga
caminando.
—¿En serio me preguntas eso?
—¿Tan mal está tener curiosidad? —Le devuelvo su pregunta con otra
nueva y arrugo el ceño esperando una réplica que puede que no me guste.
—Lo que está mal es que no te pique la curiosidad —finaliza dejándome
descolocada.
Caminamos en dirección a una de las chicas que, vestida de rojo, nos
pregunta si estamos en la lista. Facilitamos nuestros datos y nos indica cuál
es nuestra mesa.
—Os recomiendo que, si no os gusta el candidato, no le digáis vuestro
nombre, es una forma de mantener el anonimato y de que ellos pillen la
indirecta y resulte menos violento. Si, finalmente, os gusta, podéis escribir
vuestro nombre en una de las tarjetas y entregárselo. Si decidís poner algo
más…
—¿Qué? —pregunta Luna llena de curiosidad.
—Si decidís poner algo más, ya es cosa vuestra —finaliza la chica antes
de regalarnos una enorme sonrisa Profident.
Saludamos a los chicos y siento un leve cosquilleo cuando Lucas me da
dos besos mientras me sujeta por la cintura. Y no puedo evitar sentir algo de
culpa ante las reacciones de mi cuerpo porque esto se supone que está
moralmente mal, ya sabes, que no tenga que repetirte el mismo discurso que
siempre repito y vale, podéis pensar que le he dicho a mi padre que no
quiero ser esa chica y, de verdad, juro que no quiero serlo, pero ¿hasta qué
punto está bien que tu cuerpo reaccione ante un chico al que apenas
conoces?
—Número cinco —musita Lucas antes de señalar mi mesa—. Juego con
ventaja —me dice ante la larga fila de chicos que esperan a que les
entreguen una tarjeta con un número para empezar a sentarse.
—¿Por?
—Porque yo ya sé tu nombre.
Seis sencillas palabras. Eso es lo que pronuncia Lucas y son suficientes
para hacerme sonreír y para desear que le toque el turno de sentarse en mi
mesa.
—Cierto, eso quiere decir que guardaré la tarjeta para otro —le susurro
antes de tomar asiento en mi mesa con descaro.
Escucho una leve risotada a mi espalda y me muero de ganas de girarme
y mirar su pelo despeinado, sus ojos redondos y marrones, intensos y
sinceros, su forma de sonreír, logrando que a su gesto acudan unas
pequeñas arruguillas y formando unos hoyuelos de lo más sexis.
Tras tomar asiento en mi sitio, una de las chicas pasa encendiendo la
pequeña vela que se encuentra dentro del candelabro blanco.
Inmediatamente un olor a frambuesa inunda el ambiente y me relaja un
poco.
Veo a Luna, que está frente a mí, en la mesa contigua a la mía. Sonríe de
par en par y me enseña los pulgares para insuflarme calma, básicamente,
porque es consciente de que estoy algo tensa.
—Yo que pensaba que esto de tener citas era pan comido… —susurro.
Intento ocultar mi comentario tras un ataque de tos y bajo la cabeza
cuando me doy cuenta de que el primer candidato se ha sentado delante de
mí. Cuento, por inercia, el número de chicos que debe de pasar por mi mesa
antes de que llegue Lucas. ¡Pues vaya! Nada más y nada menos que cinco.
—¡Hola!
El chico en cuestión lleva un cartel colgado. Oliver. Bien, bueno, el
nombre me gusta. ¿En serio he pensado esto? ¿El nombre me gusta? Suena
muy superficial, Alba.
—Hola. —Mi primer impulso es decirle mi nombre, ¿qué vamos a
hacer?, estoy oxidada en cuestión de citas—. Cuéntame, ¿a qué te dedicas?
Oliver comienza a monopolizar la conversación y lo agradezco. Me
explica que es interino en el Ayuntamiento de Mallorca, que hizo este viaje
porque su novia lo dejó hace meses y que no es capaz de levantar cabeza
tras ello y ya os podéis imaginar, ¿no? La cita termina siendo la siguiente:
cincuenta segundos hablando y los diez últimos en los que le digo que lo
mejor está por llegar y todas esas cosas que me dijeron a mí hace semanas.
Cuatro chicos.
¿Por qué no podrá ser una única cita con Lucas? ¿Por qué, señor? ¿Por
qué?
15
ME SOBRAN CINCUENTA SEGUNDOS
LUCAS
Una mesa. Una sola mesa y Alba será mía durante un minuto. ¿Qué más
se puede pedir?
Está jodidamente guapa. Jodidamente sexi. Jodidamente irresistible.
Llevo tres nombres… Cuatro, tras esta campana que indica que la cita
acaba de terminar y parece que, hasta callado, he sido capaz de ligar.
—Hola, soy Alberto, encantado de conocerte.
Me siento frente a Alba, que intenta, sin éxito alguno, contener una
carcajada tras mentirle con mi nombre.
—Has captado mi curiosidad, Alberto.
—Ya ves, soy un chico parco en palabras, pero no he necesitado más que
mi nombre para engatusarte.
Ella vuelve a reír y al final me quedo como un tonto mirándola. Como si
fuese la primera vez que la veo sonreír de esa forma. Con esas pequeñas
arrugas que se forman a los lados de sus ojos y con la cara sonrojada.
—Veo que has conseguido muchas tarjetas esta noche.
Miro el bolsillo de mi camisa de botones y asiento.
—Entre tú y yo —susurro acercándome, logrando que ella imite mi gesto
—, solo hay una que me interesa, pero no se lo digas, no quiero que se lo
crea —finalizo volviendo a mi posición.
El reloj indica que nos quedan cincuenta segundos para finalizar y siento
que con Alba me faltaría mucho tiempo antes de ser capaz de conocerla.
Hago lo que creo que necesito hacer antes de que acabe.
—A ver, Alberto. Cuéntame cosas de ti.
—Turismólogo. Madrileño de pura cepa. Hijo único. Mi familia es esa
que ya conoces. Me han jodido tan bien como a ti y quiero pedirte disculpas
por lo que dije y la forma en la que lo dije.
Lo suelto de carrerilla y sin pensar porque, desde ayer por la tarde, he
intentado buscar el momento para decirle lo que pienso y para disculparme
porque no era esa mi intención para nada, no quería despertar ningún
fantasma enterrado y mucho menos quería que los ojos de Alba dejasen de
brillar como lo hicieron.
Alba me mira y asiente, pero no me dice nada.
—Administrativa. Parrao de nacimiento y de corazón o, lo que es lo
mismo, soy de Cercedilla, un pueblo cercano a Madrid. Hija única. Mi
madre murió hace muchos años, cuando yo apenas era una niña. Mi padre te
caería bien porque es el mejor del mundo. Y sí, me han jodido, pero bien,
aunque no pasa nada, porque no hay mal que cien años dure ni cuerpo que
lo resista.
Y exhalo todo el aire de mis pulmones cuando la escucho soltar todo eso
que me dice. Todo acompañado de una sonrisa sincera que me demuestra
que no me guarda resentimiento.
—¿Eres de montaña o de playa? —le pregunto.
—Ambas. ¿Y tú?
—Me gusta la playa y me gusta la montaña. ¿Y si nos hacemos una
playaña?
Ella se ríe a carcajadas.
—¿Existe?
—Lo buscaremos en Google e iremos —le propongo.
Alba me mira, convencida, y afirma con la cabeza sin perder la sonrisa.
—¿Mascotas? —me pregunta.
—¿Mi padre cuenta?
—Lo acepto —finaliza Alba.
—¿Comida favorita? —añado.
—La que engorda —resuelve.
Quince segundos.
—Nos quedan quince segundos.
—No pasa nada. Tenemos mucho tiempo, eso es lo mejor.
Ella garabatea algo en un papel en blanco y me lo tiende de tal manera
que no puedo leer lo que pone.
Me imagino su letra redondeada, como sus ojos. Decidida, como ella
misma.
Suena la campana que nos indica que tenemos que cambiarnos de mesa y
ahora me toca ir a la siguiente. Me despido de ella con un guiño, y ella me
devuelve el gesto.
—Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí, muchas tarjetas veo yo en ese
bolsillo. ¿Alguna interesante?
—Lucas —finalizo volviendo a mi nombre.
—Cleopatra.
—¿Llevas siendo Cleopatra toda la noche?
—Sí, estoy segura de que soy una reencarnación de ella. Siempre lo he
pensado, pero no han querido comprobarlo haciéndome un exhaustivo
análisis de sangre.
—¿Luna?
—Dime.
—¿Sabes que estás muy mal de la cabeza?
—¿Te han hecho falta solo diez segundos para darte cuenta?
—Yo diría que menos, pero he intentado ser comedido.
—Pues no lo seas, ahora, cuéntame, ¿qué te ha dicho Alba? Contigo no
voy a ligar, lo sabes, ¿verdad? No eres mi tipo.
—Tú tampoco el mío —finalizo.
—Bien, mejor, porque yo soy inalcanzable, ahora bien, te ayudaré con
mi amiga.
—Oye, Luna.
—Dime. Tic tac —me apura.
—Creo que me han sobrado cincuenta segundos para darme cuenta de
que Alba me gusta. ¿Crees que está feo que te lo diga?
—Creo que es jodidamente perfecto que lo hagas. Dicho esto; ahora me
llamo Celestina. Continuemos.
Puede que Luna esté tramando alguna cosa o puede que no, pero sé que
todo lo que pueda decirme de su amiga me va a venir bien.
—Espero tu consejo —le digo cuando la veo garabatear sin cesar en un
papel. Por un momento creo que está dibujando cuadrados o líneas, como
cuando nos aburríamos en clase de lengua y matábamos el tiempo
simulando que copiábamos cuando en realidad hacíamos verdaderas obras
de arte.
Luna me tiende una tarjeta con un número de teléfono apuntado.
—Yo no te he dado nada y lo negaré ante cualquier tribunal. Le gustan
las palabras raras que tienen significados que nadie entiende, en su
habitación hay miles colgadas de una cuerda con pinzas de madera. Le
gusta que la hagan reír y le gustan las personas sinceras y le ha gustado en
especial que, sin conocerla, hayas sabido leer en ella.
—¿Te lo ha dicho?
—No, no ha hecho falta. La conozco tan bien que no ha sido necesario
que me lo dijese.
Suena de nuevo la campana y miro hacia Alba, que ha perdido la sonrisa
y tiene la cara apoyada en la mano.
Doy unos pasos y vuelvo hasta su sitio.
—Oye, Alba.
Ella alza la vista y la fija en mí.
—Dime, Alberto.
—Si te gustan las sorpresas, te espero después en la proa. —La veo
meditar, mirando hacia el techo—. Es lo que está delante.
—Gracias —musita.
—Es mi sitio —me suelta un tipo que se coloca a mi lado.
—Alberto —se presenta el susodicho.
—Encantada, Alberto.
Y Alba contesta, pero me mira a mí fijamente.
Luna no me ha dicho si le gustan o no las sorpresas, no obstante, a mí me
encantan y, sin duda, ella ha sido mi sorpresa aquí dentro.
16
¿OTRA VEZ TÚ, CHAVAL?
LUNA
—No fastidies —suelto cuando el que se sitúa frente a mí es, nada más y
nada menos, que Nico—. ¿En serio? ¿Me estás persiguiendo?
—Ya quisieras tú, bonita.
—Bonita, dice… —murmuro por lo bajini—. Cleopatra —me presento
dejándolo atónito.
—Marco Antonio —me responde el degenerado sin perder la sonrisa.
—Gilipollas. —Un par de golpes de tos intentan simular que lo he
insultado, pero es listo, demasiado listo. Y guapo. Eso también, pero mejor
me guardáis el secreto.
—Es la peor estratagema que he visto jamás para esconder un insulto —
se burla.
—Capullo. —Y hago lo mismo, pero esta vez toso con tanta fuerza que
una de las chicas se acerca para saber si estoy bien.
—Está bien, no se preocupe, solo es que si se muerde se envenena —le
suelta Nico a la azafata sin perder su amplia sonrisa.
Miro de nuevo el reloj y veo que nos quedan cuarenta segundos.
Cuarenta segundos de una infernal cita que nada me interesa.
Me pongo a garabatear en un papel, intentando matar el tiempo.
—Si piensas escribir tu nombre ahí, siento decirte que no me hace falta.
Miro el bolsillo de su camisa y veo que tiene varias tarjetas.
—Se ve que las chicas no necesitan mucho para dar sus nombres, pero
que sepas que no es mi intención facilitarte el mío.
—Me has dicho que eres Cleopatra nada más llegar.
—También te he dicho gilipollas y no te has dado por aludido.
—Eso es porque soy selectivo. Me quedo solo con lo que me interesa.
—Anda, fíjate, como yo, me quedo solo con lo que me interesa.
Le tiendo la tarjeta y le he dibujado en ella una polla. Toda una obra de
arte, con sus huevos, sus pelitos, su glande.
—No falta ni un solo detalle.
—Nada. La que lleva el arte en las venas lo lleva desde la cuna —le
narro.
Nico intenta contener las ganas de reírse. Ya. Es como yo, que contengo
las ganas de babear sobre ese pecho que se vislumbra bajo la camisa.
Porque es lo que hay, gilipollas será un rato, pero bueno está un rato más
largo.
No vale la pena el autoengaño, de eso creo que ya he tenido dosis
suficiente en mi matrimonio.
—Cuéntame algo, no sé, en los diez segundos que quedan.
Observo el reloj yo también, me fijo en el siguiente tipo que me toca y
que no me pone nada, cero patatero y suelto lo primero que me viene a la
cabeza.
—Necesito sexo urgentemente. —Sí, suena la campana y, aunque Nico
lo niegue, creo que he logrado dejarlo descolocado—. No te olvides de tu
polla —finalizo cuando se marcha con la boca abierta.
Primer round ganado.
El resto de las citas pasan sin más. No entrego un solo nombre y es que
sería faltar a la verdad si digo que alguno de ellos me gusta, porque la
verdad es que nadie me llama la atención.
Me reúno con las chicas poco después de las once de la noche.
—Deberíamos pedir la última copa y bebérnosla en cubierta. He visto
unas hamacas mullidas antes de venir que creo que tienen nuestros nombres
escritos en ellas.
—Me apunto —finaliza Amaia—. Lo mismo veo al amor de mi vida.
—¿Todavía sigues con ese rollo? ¿No te ha gustado ningún tipo esta
noche? —le pregunto directamente.
—Nada. Cero. Ni uno. A ver, que, si lo pienso objetivamente, es lógico
porque no hay nadie tan guapo como Dante.
—Ya. El que te da por detrás y por delante —repito entre risas.
Alba se mea de risa, puede que ella ya se haya tomado alguna que otra
copichuela y eso haya hecho que se suelte la melena.
—A mí que me dé por donde quiera —finaliza Amaia—. No me voy a
poner exquisita.
Total, que nos pedimos unas piñas coladas y caminamos entre risas hasta
las hamacas que he prometido. Ellas han dudado de mi palabra y han
insinuado por el camino que las iba a llevar a un cuarto oscuro y a hacerles
cochinadas. No lo he negado, puede que lo de probar el pescado no sea
mala idea, y sí, puede que la desesperación hable un poco también.
Nos tiramos de cualquier forma en la hamaca, con la copa apoyada en
nuestra barriga y observando lo bonito que se ve el cielo desde allí.
—Esto es como el Titanic —nos cuenta Alba—, esa escena en la que
Jack está en la cubierta de los ricos y le enseña los bocetos de los dibujos
que ha hecho en Francia.
—¿Estás mal de la azotea? ¿Acaso tú ves a DiCaprio por algún lado? ¿O
un libro de bocetos? Si yo ni siquiera sé dibujar una «O» con un canuto,
aunque a tu hermano le he dibujado una polla antes para que se la lleve a
modo de recuerdo —le cuento a Amaia.
—¿Has hecho eso? —inquiere la susodicha.
—Y no solo eso, creo que, además, la he cagado porque le he soltado
una patujada sin pensar en nada —me sincero con cierto resquemor.
—¿Qué patujada? —me pregunta Alba, que se ha sentado y está
mirándome con cara de pocos amigos. Creo que se le ha bajado el lote de
golpe.
—A ver, no te enfades, ¿vale? Ya sabes que Nico y yo llevamos día y
medio peleando.
—Escupe —me exige.
—Le he dicho que necesito sexo.
Ahora tocarían las risas y las carcajadas sin más, los comentarios
jocosos, las burlas y algún que otro chiste y ¿qué es lo que hay? Silencio
sepulcral. Y a mí ese silencio se me antoja atronador porque la he cagado,
no hace falta que nadie me lo diga.
—Le has dicho las palabras mágicas al genio de la lámpara. —Amaia se
ríe a carcajadas y eso, aunque sea una burla en toda regla porque se ríe de
mí, me hace sentirme mejor que la ausencia de palabras y sonidos.
—¿Y tú, Alba? ¿Nada que decirme?
Le da un largo sorbo a su bebida y sin siquiera mirarme responde:
—Bueno. Yo estoy a favor del sexo sin compromiso y a ti creo que te
vendría bien una buena dosis de eso. Que a mí también, porque yo también
necesito mambo, pero creo que si le dijese eso a Lucas puede que se asuste,
porque Lucas es guapo, guapo y me pone. Me pone muy cerda que sea tan
tímido.
Y ya está. Lo suelta de carrerilla, delante de Amaia, sin pensar en las
consecuencias y me doy cuenta de que yo he hecho lo mismo.
—Oye, Amaia… —intervengo para explicarle con palabras lo que ahora
mismo me pasa por la cabeza.
—No voy a decirles nada, podéis estar tranquilas, pero necesito vuestra
ayuda a cambio de mi silencio.
—Eso se llama chantaje y se puede juzgar, creo que hay pena de cárcel y
todo —le suelta Alba con retintín.
—Escupe —le pido al ver en su cara que le importa un pimiento la cárcel
y todo eso.
—Necesito saber cuál es el camarote de mi hombre.
—¿Para qué? —la increpa Alba—. Que sepas que el chantaje es delito,
pero entrar en un camarote también, se llama allanamiento de morada.
—Morada me pienso poner cuando le coma la boca.
Alba se descojona de risa, y yo la sigo porque, en el fondo, me gusta su
rollo.
—Te ayudaremos —afirmo.
—Y yo os ayudaré con Lucas y con mi hermano.
—¡Oye! —protesto—, que yo paso de tu hermano.
—Ya, claro. ¿Y tú, Alba? ¿Pasas de Lucas?
—Paso, claro que paso —finaliza la susodicha.
Le da el último sorbo a su copa y la deposita vacía en una mesilla
contigua a su hamaca.
—¿A dónde vas?
—Tengo una cita.
—¿Una cita? ¿Con quién? ¿Has ligado? ¿Por qué no empezaste por ahí?
—la increpo.
—Se llama Alberto —dice sonriente—. Y hemos quedado en la proa,
que, para vuestra información, es la parte delantera del barco. Estoy
aprendiendo mucho en este viaje y espero que me quede mucho más por
aprender.
—Deja que se entere tu padre de esto —la acuso entre risas.
—Yo creo que el peor que se lo va a tomar es Lucas —musita Amaia.
Pero Alba ya no nos escucha, ella a lo suyo, y Amaia…, Amaia se las
pira en dirección contraria.
En fin, se ha quedado una noche estupenda para…
—¡Por fin sola!
Suelto un improperio cuando le veo aparecer entre las sombras.
—¿Qué quieres ahora, chaval?
—Pensaba que no se iban a ir nunca —musita colocándose a mi lado.
—Pírate —le pido—. Estropeas el ambiente.
—Eso lo veremos después.
—¿Después de qué?
—De esto —finaliza Nico.
17
¡TE HE PILLADO!
DANTE
En esta ocasión, creo que el destino ha decidido hacer de las suyas de
nuevo…
Ha acabado mi turno. Al mando se ha quedado Elías que, junto con Jota,
pasarán la noche al frente del navío y, por suerte, me toca descansar. La
misma suerte que hace que la vea a lo lejos.
Una de sus amigas ha pasado por mi lado, la otra se ha quedado en una
hamaca tumbada con otro de sus amigos, y ella se dirige hacia la zona
donde están los camarotes.
Acelero el paso con la intención de situarme a su lado. No quiero
asustarla, pero me apetece hablar con ella. Quiero hablar con ella.
No he dejado de darle vueltas a la conversación que mantuve con Elías y
con Jota esta mañana. Puede que Elías tenga razón y que me esté perdiendo
cosas, oportunidades o que esté dejando de lado parte de mi vida por
dedicarme en cuerpo y alma al trabajo.
Amaia continúa caminando a pesar de que me sitúo a su lado. Mis manos
dentro de los bolsillos me impiden que las lleve hasta su cabello que se
mece en libertad con el aire fresco que envuelve esta zona del barco.
Percibo algo de tensión en su cuerpo, lo que me demuestra que sabe que
hay alguien cerca. Me mira y dulcifica su gesto al sentirse tranquila.
—¡Joder! Me has asustado. —Sonrío abiertamente—. Pensaba que eras
uno de esos tipos chalados que he conocido en la noche de citas.
—¿Has participado en eso? Es una actividad muy solicitada.
—No podía no hacerlo, formaba parte del plan de esta noche… Ya
sabes…, cena y cita.
«Aquí está tu cita…».
—¿Te lo has pasado bien?
Ella asiente.
—Pero ahora mucho mejor porque estás aquí conmigo.
Sonrío. Estoy nervioso. Es directa. Mucho.
—¿Ibas a descansar ya? ¿Te acompaño?
—En realidad…, no sé siquiera a dónde iba.
—¿Damos un paseo? —le pregunto.
—¿Hay alguna norma que indique que…? Ni siquiera sé cuál es tu
función en este barco. Que sé que trabajas aquí por tu vestimenta y salvo
que seas uno de esos tipos a los que les gusta hacerse pasar por personal del
barco, pero no serlo, no sé, propio de un psicópata. ¿Eres un psicópata?
—No sé. Nunca me lo han preguntado. ¿Tengo pinta de psicópata?
—No, la verdad es que no, pero mi opinión no cuenta mucho porque
apuesto a que, si no fuese por el estricto control que siempre tuvieron mis
padres sobre mí, sería de esas a las que secuestran solo con utilizar como
señuelo a un perrito peludo y blanco, probablemente con una mancha
marrón en la nariz, de esos que parecen una bola y que quieres llevarte a
casa de lo mono que es, ¿me explico?
—Sí. —Definitivamente, esta chica es sorprendente—. ¿Y lo de tus
padres…?
—Primero tú. Si quieres información, tendrás que darme algo a cambio.
—Hecho —respondo contundente—. ¿Qué tienes en mente?
—Muchas cosas —me suelta con descaro. Le respondo con una amplia
sonrisa, no puedo evitarlo, es escucharla hablar y parezco un lelo de cojones
—. Pero me conformaré con respuestas.
—¿Esto es algo así como una primera cita? —cuestiono.
—¡Joder! Eso espero —concluye. Y sé que lo ha dicho casi sin pensar
porque se ha puesto colorada. Decido hablar con sinceridad para recibir lo
mismo a cambio.
—Ya sabes que soy segundo capitán de este barco, no soy de esos que se
visten con uniforme por llamar la atención —menciono recordando las
palabras de Jota esta mañana—, forma parte de mi trabajo.
—¿Y no tienes que ir con chaqueta y eso? No sé, que soy una ignorante
de los uniformes, yo lo único que sé es que me parecen de lo más sexis.
—¿Así que es eso…? —le pregunto socarrón.
—¿Qué exactamente?
—Que te gustan los chicos con uniforme.
Ella frena en seco, me mira con seriedad y prorrumpe en unas carcajadas
de lo más sonoras. Varias personas nos miran con curiosidad al pasar por
nuestro lado.
—No, no es eso, pero no puedo negar que a ti el uniforme te queda
realmente bien.
—Vaya, pues… gracias, supongo.
—De nada, supongo —murmura—. ¿No eres muy joven para ser
segundo capitán?
—Bueno, depende, puede. Soy de los que no paran hasta conseguir lo
que se proponen.
Mis palabras captan su atención porque de nuevo frena sus pasos y me
mira directamente a los ojos.
—¿Todos los italianos habláis así? Tienes un acento muy… ¿tentador?
—Ahora es mi turno. Ya sabes: quid pro quo. Explícame eso de tus
padres. —Obvio lo tontorrón que me pone la palabra «tentador», aunque
quizá no debería haberlo hecho.
Percibo de nuevo cierta tensión en su semblante y me arrepiento al
instante de pedido que me hable de eso, sin embargo, en mi defensa diré
que fue ella la que sacó el tema y despertó mi curiosidad.
—No hay mucho que contar. Son muy… ¿Cómo decirlo? ¿Estrictos?
¿Caciques?
—Vaya.
—No me gusta mucho hablar de ellos. Es más interesante hablar de ti,
capitán.
—Segundo capitán —la corrijo.
—Ya me dijiste de dónde eres, ahora cuéntame, ¿vives en Capri cuando
no estás viajando?
—Efectivamente —le explico—. Resido allí la mitad del año y la otra
mitad soy ciudadano del mundo.
—Nunca he conocido a nadie que me dijese eso. Me gusta cómo suena
—susurra—: «Ciudadano del mundo». Eso abarca un todo. Es inmenso.
—Paso gran parte del tiempo en el agua, viajando de aquí para allá.
—¿Siempre en este crucero? —interpela.
—No, no siempre, unas veces en unos y otras en otros. Hacemos
distintos recorridos. Lo que sí intento es que sean con mi equipo.
—¿Con todos? ¿Camareras y camareros incluidos?
—No. —Me río—. Hablo del personal que lleva el barco, que lo dirige,
ya sabes.
—Ya, ya, de la jet set del mundo náutico.
—Algo así —musito.
Llegamos hasta la popa del barco y vemos que la fila de personas que
hay haciendo cola para sacarse un selfi con la espuma del barco de fondo y
las estrellas en lo alto es inmensa.
—Ya nos han jodido nuestro lugar especial —susurra Amaia cuando se
da cuenta de eso que os estaba contando.
—Hay muchos sitios especiales en el barco, no tiene por qué ser este el
más singular de todos.
—¿Sabes? Creo que tienes razón. Creo que, lo que de verdad hace un
lugar especial, son las personas que están en él.
La observo. La observo de verdad. Con todos y cada uno de mis sentidos
puestos en ella. Mirando cada lunar, cada pequeña mueca, cada suspiro,
cada ruidito que emite mientras espera a que hable, que le responda a su
frase, que le diga que tiene razón, que estoy de acuerdo en cada una de las
letras que ha unido hasta formar una verdad contundente y me doy cuenta
de que no, de que no quiero perderme nada, de que puede que hasta ahora lo
haya hecho, consciente o inconscientemente, de que me haya dejado cosas
atrás o a un lado por no ser lo suficientemente observador y entonces sé que
somos el aquí y el ahora, lo cierto y lo incierto de todo lo que nos rodea, lo
efímero y eterno, y ahora todo eso somos ella y yo.
—¿Sabes? Creo que tienes razón —le respondo usando sus propias
palabras, ¿qué mejor que eso?
—¿En qué exactamente? Porque suelo tener razón en muchas cosas.
—Tienes razón cuando dices que lo que hace de verdad especial un lugar
son las personas que están en él. —Ella asiente, conforme—. Así que,
Amaia, hagámoslo de verdad especial.
La apoyo contra la pared del barco y la beso. La beso con cuerpo y alma,
la beso entregando todo lo que tengo, todo lo que soy. Porque, si hay que
hacer de este lugar un sitio especial, que sea sin dejar nada en el tintero.
18
ESTOY VOLANDO
ALBA
Un leve temblor aletea en mi pecho, se extiende por mis extremidades y
sale de mi cuerpo en forma de estremecimiento.
A pesar de todo, sé que hago exactamente lo que quiero hacer.
¡Arrepiéntete de lo que has hecho y no de lo que has dejado de hacer!
¡Joder! En los sobres de azúcar suena más convincente que en mi cabeza.
Un leve sonido sale de mi bandolera y freno mis pasos para sacar el
teléfono y comprobar que es mi padre. No. Craso error.
Número desconocido:
Soy Alberto, el chico de antes, no quieras saber cómo he conseguido tu número, un mago no
desvela sus trucos. ¿Quieres saber más?
¿Alberto?, perdona, pero creo que te has equivocado, no conozco a nadie con ese nombre. Aquí,
en Finlandia, no hay nadie que se llame así. Siento el malentendido, espero que te vaya bien. Inkeri.
¿Inkeri? Un nombre muy original. La hija de un héroe, Google esconde respuestas para todo.
Perdona, pues, si no eres la chica que pensaba, pero quizá las casualidades o el destino me hayan
llevado hasta ti. ¿De qué parte de Finlandia eres? ¿Hace tanto frío como dicen o es un mito más?
Alberto.
¿De verdad vamos a jugar a este juego? ¿De verdad tengo tantas
ganas de jugar a este juego que necesito responder sobre la marcha?
Me apoyo en un lateral por si, ahora que no escribe, otea el espacio y se
encuentra conmigo. No quiero que sepa que me gusta esto, que me ha
sorprendido para bien y que ha despertado mi curiosidad.
Inkeri:
Soy la hija de un héroe, aunque…, ¿qué hija no ve a su padre como un héroe? En realidad, no
hace tanto frío como se suele decir o puede que sea porque nosotros estamos ya acostumbrados. Los
inviernos suelen ser más duros, sin embargo, a mí me gusta el frío, hace que, cuando llegue la
primavera y el verano, los recibas con más ansias. Inkeri.
Tecleo.
Alberto:
Buenas noches, Inkeri.
Hoy se ha levantado el día esperanzador, quizá, esas nubes que anoche presagiaban un cambio de
tiempo, hoy nos muestren que lo nuevo es diferente y que no hay que tenerle miedo. Es como esos
villanos de los que me hablaste el otro día, que sabes que están ahí y que te atemorizan según en qué
escenas, sin embargo, te roban el corazón en otras ocasiones. Y tú, Alberto, ¿a qué le tienes miedo?
Me gustan las personas que tienen miedo y lo admiten, esas personas son más reales que ninguna
otra. ¿Qué es el miedo? El miedo es eso que nos hace débiles y fuertes porque los mostramos, pero
también somos capaces de esconderlos para que nadie sea capaz de desvelarlos. El miedo nos hará
valientes y esa sí que es una palabra preciosa. Sé valiente, Alberto. Sé valiente.
¿El aliento? ¿Necesitas que te hagan una de esas reanimaciones? ¿Quieres que pida ayuda? Por
cierto, no sé de qué clase de pantalones me hablas, podrías especificar un poco más (guiño, guiño).
Creo que la única persona que me gustaría en este momento que me reanimase es ella porque está
espectacular. No soy capaz de apartar la mirada de su sonrisa trémula, esa que se muestra en su cara
cuando la veo escribir algo o cuando otea el espacio en busca de vete a saber qué (o quién). Si
averiguo algo más sobre esos pantalones, te lo haré saber la primera, aunque, para ser sincero, no me
importaría saber qué hay debajo, eso sí, como buen caballero que soy, no te lo contaría.
Puede que sea cuestión de arriesgarse, ¿no? Es decir, que a veces las cosas no llegan solas,
sino que hay que ir a por ellas. Si necesitas primeros auxilios, no dudes en pedirlos, lo mismo
te dicen que sí.
Amaia:
Te echa de menos…, tanto o más que tú a él.
Alba no responde, pero sé que esa frase es tan real como que me
caso dentro de seis días.
53
ABRIENDO PUERTAS, CERRANDO
HERIDAS
LUNA
Siempre he sido propensa al mareo. Siempre. Cada vez que despega un
avión, me mareo. Cada vez que me subo en un barco, relativamente
pequeño, me mareo. Y ahora no iba a ser menos.
—Si echas la pota, por lo menos que sea por la zona de atrás, que el
viento haga su trabajo y no nos salpique con los restos de la pedazo de
hamburguesa que te pegaste para desayunar.
La miro mal, no obstante, esa mirada asesina dura apenas un segundo, lo
que tarda mi estómago en volver a pedir auxilio.
—Algún día… —la amenazo—, algún día me las cobraré todas juntas.
—Cualquiera diría que eres una persona rencorosa —me provoca de
nuevo.
Tras la conversación que mantuvimos en casa de Alba hace apenas dos
días, llegó Ismael. Hizo lo que se llama una entrada triunfal. Lo del paseo
por el parque con Lupe fue una burda y barata excusa para quedarse los dos
tras la ventana y escuchar lo que nos dijimos, que no fue poco.
Me sentí orgullosa de Alba. Eso no quiere decir que no me cueste
aceptar que lo hizo mal, que se equivocó y que eligió de forma egoísta, sin
pensar en las consecuencias de los que dejaba atrás, sin pensar en mí, pero
entiendo lo que me dijo del miedo.
Alba nunca ha sido una chica decidida. Aún recuerdo aquel día en el que
nos conocimos, cuando se acercó a mí aquella tarde, y yo me limité a ser
una niña borde y malagradecida. No quería la compasión de nadie por ser la
niña que se mudaba al pueblo pequeño viniendo de la capital, quería
quedarme donde había estado siempre y seguir rodeada de la gente que
conocía y ese día no era uno de mis mejores días.
Al día siguiente, me di cuenta de que me había equivocado con ella
porque, lejos de huir o de alejarse, se acercó cuando me sentí como un
conejillo abandonado, en aquel patio de aquel colegio. Y, si yo me pude
equivocar con ella, ella tiene derecho de hacerlo conmigo también porque,
si no me hubiese dado una segunda oportunidad, no nos habríamos
convertido en inseparables.
Eso es justamente lo que he hecho yo con ella. No me malinterpretéis,
eso no quiere decir que, en todos estos años que hemos compartido juntas,
no ha habido disputas, peleas y malos entendidos, porque no es así, ha
habido y muchos, como en cualquier familia, ¡vamos!, sin embargo,
siempre hemos sabido lidiar con todo ello. Puede que hayamos tardado más
tiempo de lo normal en reconciliarnos, en aclarar las cosas y poner las
cartas sobre la mesa, pero lo hemos hecho y eso también es válido.
Y volvemos al principio de todo: al miedo. ¿Quién soy yo para negarle a
Alba que tenga miedo? ¿Quién?, cuando yo siento eso también. Lo que nos
diferencia es la forma de enfrentarnos a él. Quizá Alba se equivocase a la
hora de tomar la vía de escape, quizá yo misma lo haya hecho también
miles de veces, sumida en un matrimonio que no tenía chispa, que se había
convertido en una monotonía constante y del que éramos conscientes los
dos desde hacía más tiempo del que nos gustaría admitir. Pero lo hice, tomé
la decisión, seguí adelante, caí, me sacudí y me levanté con nuevas heridas
que no me impidieron continuar, y sé que Alba lo ha hecho y eso es lo que
me debe importar.
—Quiero decirte que yo también lo siento —confieso mientras intento
que mi estómago se asiente.
Quedan apenas diez minutos para llegar o eso es lo que nos han
anunciado por los altavoces del barco y la verdad es que se admira una
costa preciosa desde aquí.
—¿Y eso ahora? —Alba muestra preocupación en su rostro—. Pensaba
que antes de ayer lo habíamos hablado y había quedado todo claro… —
susurra poco convencida.
—Hablaste tú, básicamente, y yo me limité a escucharte.
—Pero me perdonaste, ¿verdad? —cuestiona y su voz se tiñe de dudas
por no saber cuál será mi respuesta.
—Sí, claro que sí —sentencio con firmeza—. Pero creo que no solo te
equivocaste tú. Yo también cometí mis errores y dejé pasar demasiado
tiempo hasta que nos sentamos a hablar y quizá debería haber intentado
propiciar un acercamiento antes y no lo hice.
Alba suspira. Recoge su melena en una coleta alta y me mira con fijeza
antes de responderme.
—Puede que no hubiese sido el momento, que sí, que está bien pensar
que podríamos haberlo solucionado antes, no obstante, y a riesgo de que mi
negatividad salga a flote de nuevo, es bastante probable que ninguna de las
dos hubiese estado receptiva.
»La primera vez que hablamos, que cruzamos dos palabras en aquella
acera por fuera de mi casa, nuestra unión fue provocada por mi madre. Ya
sabes que ella era lo opuesto a mí; era decidida, directa e iba a por lo que
quería sin duda y sin dejar que los temores tomasen potestad alguna… Y,
gracias a eso y a su chantaje emocional, me acerqué a pesar de no querer
hacerlo y ahora, de nuevo, me siento un poco vulnerable porque, si no
hubiese sido por mi padre, es probable que no estuviésemos donde estamos,
llegando a Capri, para asistir a una boda y enfrentarnos, las dos, a nuestro
destino.
Ahora la que suspira soy yo porque parece absurdo, pero esa conexión
que tenemos Alba y yo siempre ha estado ahí. El vello se me eriza al pensar
en que ella también ha recordado cómo fuimos antaño, nuestro primer
encuentro y el segundo y definitivo que hizo que fuésemos inseparables,
hasta que hace tres meses todo cambió.
La cosa es que no solo cambió nuestra amistad, sino que ese grupo que
encontramos fortuitamente a la llegada al barco ha hecho que cambiemos.
Que subiésemos en Barcelona siendo unas y bajásemos siendo dos bien
distintas, y de eso es tan consciente ella como lo soy yo.
—¿Tú también estás acojonada por todo lo que se nos viene encima?
Sé que esa Alba no quiere sentirse de esa forma; con ese temor corriendo
por sus venas, pero lucha contra él como buena valiente que es.
Nos damos la mano antes de ver un leve asentimiento en su rostro.
—La he cagado mucho con Lucas.
—¿Y te has dado cuenta ahora? —le pregunto. Suena a reproche porque
la verdad es que la pregunta lo es un poco, pero no es así como quiero que
sea—. No te estoy acusando de nada, no es eso, ya te he dicho que lo siento
y creo que ambas hemos aprendido de todo esto. Sin embargo, debo decirte
que me decepcionaría que ahora te dieses cuenta de lo que sucedió hace tres
meses.
Alba aprieta mi mano con fuerza y niega efusivamente.
—No —zanja—. No —repite—. No me he dado cuenta de eso ahora.
Antes de que apareciese Lucho por allí —explica, y juro que su sola
mención me eriza el vello al recordar nuestro último encuentro— pensaba
en lo confusa que me sentía por todo; la aparición de Lucas, la atracción
que sentía por él y que era recíproca, nuestros besos, nuestras
conversaciones, esas que hacía que sintiese que éramos amigos de toda la
vida, el jueguecito que nos traíamos entre manos con los mensajes, nuestros
alter ego… Y no sabía qué hacer frente a todo eso porque no estoy
acostumbrada a actuar de esa manera.
—No sabes dejarte llevar.
Niega.
—No es eso, no es que no sepa dejarme llevar o sí, quizá sí que lo es.
—Lo es —sentencio.
—Pero no quiero hacer eso, no quise hacerlo así, no quise dudar, pero lo
hice porque todo estaba muy reciente. Me había dejado plantada el día de
mi boda y no estaba bien por mi parte sumergirme en otra aventura tan
pronto.
—Eso es absurdo —le rebato—. Perdona que te diga, pero es una
soberana estupidez.
Alba no rechista ante mi acusación porque ahora sí que lo es.
—Y apareció Lucho, que era lo que ya conocía, lo que tenía seguro.
Me carcajeo, me carcajeo muy alto y muy fuerte porque es un elemento
de los pies a la cabeza y no quiero ser cruel, pero no me lo está poniendo
nada fácil.
—Ni siquiera sabes lo que hizo o dejó de hacer en tu ausencia. ¿Acaso
crees que estaba en un crucero single para tomar el sol?
—No hablamos de eso en estos tres meses —me explica bajando la voz
—. Me propuso irnos a vivir juntos, pero no quise hacerlo.
—Menos mal. —Me santiguo y todo, fijaos el nivel.
—No me sentía preparada para eso, necesitaba volver a confiar en él y
creo que eso es justamente lo que me voy a encontrar cuando lleguemos a
Capri. Y la verdad es que me da pavor no hallar la esencia del Lucas que
conocí, con su chispa, su enorme corazón, su bondad.
—Al oso amoroso que era.
—Exacto…
—Puede que no lo encuentres o puede que sí, en todo caso, si estás
segura de algo, debes luchar para conseguirlo.
—¿Harás tú eso con Nico? —me pregunta. Y da en la herida, esa que
ahora mismo carece de la costra que hace que no sangre.
—Lo de Nico es complicado.
—¿Por qué? Yo sé que te gusta.
—Sí —lo admito a bocajarro—. Me gusta, sin embargo, Nico no es
Lucas, es un tipo complicado.
—Yo he tardado tres meses en darme cuenta de que no quiero a Lucho y
quiero a Lucas.
—No has tardado tres meses en darte cuenta de eso, has tardado tres
meses en admitirlo —la corrijo.
—¿Tú has tardado tres meses en admitir algo?
Ahora la que niega soy yo.
—Yo bajé de ese barco sabiendo que sentía algo por él. He tardado tres
meses en enterrar todo eso bajo una alfombra invisible.
—¿Y qué piensas hacer?
—Ojalá lo supiera —admito con vehemencia.
—Yo solo veo una posible vía —musita Alba mirándome directamente a
los ojos.
—¿Cuál?
—Luchar por lo que queremos.
Mi corazón le da la razón, no obstante, mi cabeza no está de acuerdo.
54
ALGO HABRÁ QUE PUEDA HACER
DANTE
Recojo a las chicas en el puerto a la hora indicada y en el lugar pactado.
He seguido todas las indicaciones de Amaia mientras ellos se han ido de
visita a Anacapri. Amaia estaba la mar de emocionada de poder llevarlos a
la iglesia, donde dentro de cinco días celebraremos nuestro enlace. Para las
chicas ha reservado una salida especial, «algo menos monumental y que nos
permita conectar de nuevo como hicimos en su día» fueron sus palabras
exactas. Palabras que pertenecen a una malhechora, mi futura mujer se ha
visto contaminada por el ambiente de la isla y se está convirtiendo en una
mafiosa a pasos agigantados, aunque ella se defiende diciendo que necesita
ayudar al destino a poner a cada cual en el lugar que le corresponde.
—¿Qué tal el vuelo? ¿La travesía en barco? Y… ¿todo lo demás? —
añado para resumir.
—Casi pierdo a mi amiga en el barco. Es de las que marean —replica
Alba a modo de respuesta precipitada.
—¿En serio? —Me río—. ¿Y te adentraste en un crucero sin saber si ibas
a pegarte siete días unida a un retrete?
—Primero —se defiende Luna—, no sabía que nos íbamos a un crucero
cuando organizamos su «no boda» —remarca—, lo hicimos sin saber bien a
dónde íbamos. Y, segundo —añade, y me enseña su dedo corazón, espero
que sin segundas intenciones—, el barco no se movía como ese cacharro
que nos ha tenido cuarenta minutos de eterno sufrimiento.
—Habla por ti —se disculpa Alba—. Tampoco ayuda el desayuno que se
pegó en el aeropuerto —la acusa entre risas.
—Calla, buitre —la insulta Luna defendiéndose.
Poco pude conocerlas en el barco porque aquello era trabajo y mi escaso
tiempo libre lo aproveché con Amaia, sin embargo, ahora, que las escucho
hablar con naturalidad, me doy cuenta de lo que ha hecho que Amaia les
coja tanto cariño. Eso sin tener en cuenta que pretenda emparejarlas por lo
que ella llama «falta de asumir la realidad de los sentimientos», y yo rebato
con un «no obligues a nadie a estar con quien no quiere, que sean ellos los
que decidan». Lástima que Amaia tenga muchas armas a su favor para
hacerme claudicar y todas ellas pasen por una caída de pestañas, una sonrisa
condescendiente, poca ropa y sus manos en mi cuerpo. No me creía un tío
básico, pero está claro que los mitos están para romperlos.
Llegamos a la villa un rato después. Por suerte para mí, no han dejado de
parlotear durante todo el trayecto.
—Bienvenidas a mi humilde morada.
—Humilde, lo que se dice humilde… —Carraspea Luna para ocultar lo
jocoso de su comentario.
Alba guarda la compostura, aunque esconde una sonrisilla girando la
cara.
—Amaia ha salido a hacer algunas cosas, me ha dicho que os instaléis
sin problema y que podéis pasar el resto del día en la piscina. ¿Habéis
almorzado?
—No me hables de comida que sigo teniendo un nudo en la garganta —
se queja Luna.
—Yo tampoco tengo apetito, comí frutos secos que nos trajimos. Quizá
más tarde.
Asiento.
—Sentíos como en casa —les pido.
Les enseño la villa antes de llevarlas a sus habitaciones y dejar que se
instalen.
Cojo el teléfono para llamar a Amaia y explicarle que ya han llegado.
—¿Han llegado? —Escucho barullo de fondo por lo que sé que aún están
en la zona centro.
—Sí.
—¿Y?
—Ahora lo entiendo todo —murmuro sonriendo.
—¿Qué todo?
—Que seáis tan amigas.
—Dante y su filosofar constante.
Me carcajeo al escucharla.
—Tú me entiendes.
—Da gracias. Escucha. Vamos a ir de vuelta, pero necesito que los
entretengas un rato más. Quiero hablar con las chicas, ya sabes, una
conversación madura e intensa sobre sus intenciones para con mi hermano y
amigo.
—¿De verdad?
—¿Acaso lo dudas?
—¿No crees que es excesivo y que es mejor que sean ellos los que
resuelvan sus asuntos?
—Puede, pero nunca está de más una conversación de chicas.
—Las vas a asustar.
—Ellas no son de las que se asustan —matiza. Y lo dice tan convencida
que dudo de nuevo de si seré demasiado arcaico.
En fin, quedamos en que dejará a los chicos en una cafetería cercana a
nuestra zona mientras ella regresa a casa. Yo solo veo que vamos a
postergar el encuentro más aún y que lo mismo acaba cada uno en un hotel
diferente y vamos a celebrar una boda y cuatro funerales.
Amaia entra a la cocina cuando ya estoy terminando de almorzar. Se
acerca cual pantera y coloca su dedo índice en mi hombro, deslizándolo por
él con toda la intención del mundo. Me provoca y lo sabe.
—¿Quieres algo en especial? —le pregunto.
—A ti —finaliza—. Pero tendré que esperar porque ellas —me dice
mientras señala a la piscina que se observa por la ventana— me necesitan.
Hago un mohín y me guardo la decepción en el bolsillo del pantalón
vaquero.
—Hasta después, malvada.
Me levanto, dejo la servilleta sobre la mesa y me acerco hasta Amaia.
Me tiende la mano y la cojo con ímpetu. Tiro de su cuerpo que termina
impactando contra el mío. Su sonrisa pretende esconder la satisfacción que
le produce mi gesto. Sus pestañas aletean y por un momento me siento el tío
más afortunado del mundo, por tenerla y haberla encontrado.
—Vas a llegar tarde —me advierte.
—No importa si el motivo eres tú. —Mis manos descienden por su
espalda y percibo su vello erizado. Me excito solo de imaginar lo que haría
con ella ahora mismo, sobre esa mesa, sobre el mármol que decora la
encimera, en una de las sillas, en el suelo de la cocina, en cualquier parte de
esta maldita casa.
Lee mis intenciones cuando percibo que se aparta de mi cuerpo,
sintiendo, al instante, el vacío que deja.
—Será mejor que evitemos tentaciones —susurra acortando distancias,
mordiendo el lóbulo de mi oreja y contoneándose con la mayor de las
intenciones.
Abandona la cocina y me deja allí plantado. Coloco mi miembro, que
hasta hace nada pensaba que iba a participar en una fiesta privada, y
suspiro.
—A ver quién coño va ahora a reunirse con su futuro cuñado y el mejor
amigo de su prometida.
Tras llegar al local que me indicó Amaia antes de jugar conmigo,
observo las mesas y los veo apostados en una de ellas, al final de la terraza.
Me acerco mientras alzo la mano para indicarle a la camarera que tomaré
asiento con ellos y que pase por allí para tomarme nota.
Me sitúo al lado de Lucas y de espaldas al sol. Apoyo los brazos sobre la
mesa, observo la costa, el deambular de los turistas que transitan esta isla
todo el año, pero con mayor aforo en agosto, y la cantidad de bañistas que
buscan una cala poco rocosa en la que sumergirse.
—Quiero hablar con tu padre yo mismo —le digo a Nico. El susodicho
clava la vista en mí cuando termino de formular la frase y alza una ceja. No
sé si no se cree mis palabras, si piensa que me estoy tirando un farol o si
está a punto de reírse en mi cara—. Amaia lo ha hecho por mí y se lo debo.
Ahora es Lucas el que alza la ceja esperando a que dé alguna pista más
de mi último comentario, sin embargo, le resto importancia desviando la
mirada y centrándola de nuevo en el paisaje que nos rodea.
—Nosotros ya lo intentamos, ¿crees que tú, siendo como eres, un
desconocido al cual le tienen poca estima, vas a tener más peso que
nosotros dos, que lo conocemos bien?
De nuevo, alzo los hombros porque la verdad es que tendrá razón, pero a
camicace no me gana nadie.
—No pretendo convencerlos de nada, ni siquiera quiero que acudan a
nuestro enlace, sin embargo, creo que lo justo para Amaia, para tus padres y
para mí mismo, es que sea honesto y ponga las cartas sobre la mesa.
—¿Y esas cartas a las que haces referencia son…? —inquiere Nico,
quitándose su sombrero, dejándolo sobre el lateral de la mesa y colocando
sus manos ahora en ella, como las tengo yo. Desde fuera, parece que
fuésemos a entregarnos a una batalla dialéctica con un final poco feliz.
—Parece mentira que a estas alturas tengas dudas de que mi verdad, esa
que está teñida de una auténtica y absoluta honestidad, pasa por decir sin
rodeos que estoy completamente enamorado de tu hermana y pienso
protegerla siempre que pueda.
Nico asiente, se coloca su sombrero de nuevo y mira el paisaje.
—Así me gusta —dice al rato.
La camarera me trae una copa de mandaniretto y la choco contra su copa
de vino que reposa en la mesa.
Guardamos silencio los tres. Creo que cada uno tiene mucho en lo que
pensar.
55
¿QUÉ HACES TÚ AQUÍ?
NICO
Las palabras de Dante me han dejado un resquemor que oculto bajo
varias copas de un vino blanco que he dejado a elección de la servicial
camarera que nos ha recibido con una amplia sonrisa al entrar en el bar.
Una parte de mí, supongo que esa protectora que ha estado presente
siempre, con sus más y sus menos, se queda tranquila cuando le escucha.
No es que tenga dudas de los sentimientos que ambos se profesan, ni
siquiera cuestiono lo efímero de esta relación, porque mi hermana me ha
dejado bastante claro que, lo que tenga que ser, será. Algo así como: «más
vale sentir y perder, que morir sin haber sentido».
Y la misma Luna así me lo hizo saber cuando me contó su historia.
Es una soberana tontería ponernos a pensar en qué sucederá mañana, en
cómo se darán las cosas o los giros a los que nos someterá el destino,
porque las personas somos seres cambiantes que se ven supeditados a los
giros de los acontecimientos y no hay nada de todo eso que se pueda
controlar; ni los sentimientos ni los sucesos que nos depara la vida ni las
personas que entran o salen de ella, mucho menos las formas de pensar, así
que lo más lógico y sensato es que deje que viva su vida, que se equivoque,
que acierte, que caiga y se levante, y que en todas esas situaciones pueda
contar conmigo si necesita un hombro en el que llorar o una mano que la
ayude a levantarse.
Y ese fue mi argumento cuando hablamos con mis padres. Aún siento la
mirada reprobatoria de mi padre al decirlo, sin pudor alguno, dejando claro
el apoyo incondicional hacia Amaia. Lucas hizo lo mismo, pero la
decepción no tiñó el rostro de Manuel Roldán porque, por mucho que Lucas
forme parte de su familia, no era su sangre la que sentía que lo traicionaba.
Aun con todo, no me arrepiento de nada de lo que le dije, ni siquiera de
haber dejado mi trabajo. Fue un impulso, un acto reflejo propiciado por el
enfado y quizá en eso me haya equivocado porque la empresa familiar
siempre ha sido mi vida, pero, si sufrimos una fractura de esta magnitud, no
tenía otra forma de reaccionar. Quizá esa también fue una baza para que, en
un intento desesperado, reaccionase, no obstante, mi padre ha sido, es y será
siempre un hueso duro de roer. Y eso, salvando las distancias, lo hemos
heredado nosotros porque a cabezotas no nos gana nadie.
Regresamos a la villa un rato después, tras ingerir varias copas, aclarar
los términos y ejercer de hermano protector, amenazando de muerte a Dante
si le hace daño a mi hermana pequeña. Un cromañón encerrado en el cuerpo
de un chico normal y corriente.
El trayecto lo hacemos en completo silencio. Creo que, a estas alturas,
nos hemos dicho todo lo que nos tenemos que decir y la camaradería está
presente sin necesidad de edulcorarla con un colegueo que no necesitamos
ninguno de los tres.
Dante abre la puerta y juro que quiero llevar mis manos hasta mis oídos
para saber si me están jugando una mala pasada, si es una puñetera broma
de mal gusto o si las copas se me han subido a la cabeza y yo pensando que
hacía falta algo más que vino para estar ebrio.
Y no. No es una mala pasada de mis oídos porque a la fiesta se han
unido también mis ojos que la ven ahí plantada. Sentada, con las piernas
desprovistas de tela que las recubra, sin zapatillas, moviendo los dedos, con
un pantalón corto y el resto de un bañador de un color mostaza lleno de
cactus verdes que me lleva de vuelta a tres meses atrás, cuando su piel se
bronceaba en la hamaca que siempre me robaba, cuando esa misma piel
estuvo bajo la mía, mientras embestía con premura intentando no perder el
control como ella solo supo hacerlo.
Luna.
Luna, lunera, cascabelera.
La misma que viste y «des-calza».
La misma que alza la vista y sonríe abiertamente, imaginando la de
travesuras que piensa hacer, la de barbaridades que soltará por esa boca y la
de cosas que me gustaría hacer con su lengua y la mía juntas o separadas.
Se incorpora como si el tiempo no hubiese pasado entre nosotros y sé, lo
sé de buena gana, que hay más, que está mi hermana, que incluso está Alba
ahí y que debería echarle un vistazo al rostro de Lucas para confirmar las
sospechas de que debe de estar tan descolocado como lo estoy yo, sin
embargo, no soy capaz de reaccionar, de apartar la mirada de ella y de dejar
de contemplar su cuerpo.
Sus pies descalzos la acercan cada vez más a mí y siento como si mis
piernas se hubiesen convertido en dos enormes lozas de cemento que me
impiden moverme, retirarme hacia atrás, al contrario, lo que hacen es
acrecentar el deseo que prospera en mi interior con su acercamiento y las
ganas de escucharla de nuevo dirigirse a mí como solo ella sabe.
—Pero si es el chaval, que se ha dignado a deleitarnos con su presencia.
Sonrío. Joder, sonrío como un puñetero imbécil que asume que esa
provocación por su parte es algo ya natural y admite que las echaba tanto de
menos que me tacharían de estúpido si lo confesase en voz alta. Y me doy
cuenta de que estoy bien jodido, de que Luna me ha jodido sin pretenderlo,
sin buscarlo, sin meditarlo, sin ensayarlo, lo ha conseguido solo siendo ella
misma.
—¿Se puede saber qué haces tú aquí? —Bien, Nico, genial, has quedado
como el tonto del culo por el que te ha tomado siempre.
—Yo también me alegro de verte —musita dedicándome una sonrisa
condescendiente que esconde muchas, muchas cosas.
—No diría yo precisamente eso —matizo para provocarla.
El sonrojo acude a sus mejillas y las arrebola de ese tono sutil que sabe
esconder su tez morena, pero para mí no pasa desapercibido porque la he
tenido debajo, desnuda, gimiendo en mi oído, pidiéndome más y ese mismo
color acudía al resto de su piel ante la excitación. Una luz en mi cabeza se
enciende y mi polla aplaude como si fuese la reina de la fiesta de final de
curso: ella siente exactamente eso. También me ha echado de menos.
—No es necesario que lo admitas delante del público, que ya nos
conocemos, chaval, si quieres, puedes decírmelo al oído.
Y no seré yo el que le lleve la contraria.
Sujeto a Luna por la mano y la sorpresa acude a su rostro. Imagino que
el resto debe de estar exactamente igual. Confusos, exaltados, alegres,
temerosos, dubitativos…. De muchas formas porque Luna y yo siempre
hemos sido como una bomba de relojería a punto de estallar al contacto del
otro.
La arrastro hasta el piso de arriba y sé que se está dejando llevar porque
perfectamente podría parar cuando quisiera hacerlo, sin embargo, no lo hace
y me sigue a pies juntillas.
«Tranquilo, Nico, que todo está bajo control», me repito escalón a
escalón.
Me quedo por fuera de la puerta porque lo de ser un cromañón encerrado
en el cuerpo de un chico que mola tiene que esperar. Y una vez ella impacta
contra mi cuerpo, recula un par de pasos, coloca un leve mechón tras la
oreja y me escruta con su mirada color miel. La provocación aparece
reflejada en sus ojos seguida de una sonrisilla malévola.
—¿Me has traído aquí con alguna depravada intención? —me pregunta.
Sí.
—No. Tienes una mente demasiado perversa, creo que sé de alguien que
ha echado de menos esto.
Sujeto su mano de nuevo sin la intención de tirar de ella, solo
colocándola sobre mi polla, dura como una piedra desde el mismo instante
en el que la vi. La reconoció antes incluso que yo.
—No recordaba que fuese tan pequeña —suelta apartándose como si mi
contacto quemase.
—Yo tampoco recordaba que fueses tan arpía —le reprocho, una vez
más, para bravuconearme.
—Para eso he venido —susurra acercándose a mí.
Calma, Nico. Calma. Quiere que pierdas los papeles, quiere llevarte a su
terreno y no se lo vamos a permitir.
—Pensaba que habías venido a la boda de mi hermana. Actuando como
una buena amiga. O no, espera, chatina, una buena amiga no habría
desaparecido durante tres meses para presentarse en última instancia a una
boda.
Asimila mi reproche con estoicidad, no obstante, percibo en su gesto que
le ha dolido mi estocada.
—No creo que seas el más indicado para pavonearse, cuando, hasta
donde yo sé, tuvieron que abrirte los ojos para que por fin tomases
conciencia de lo que implica ser un hermano de verdad y no el niño de
papá.
Tocado. Tocado y hundido. Uno a uno. Empate.
—Eres una jodida bocazas.
Lo de la calma me lo he pasado por el forro, lo sé.
—Puedo no serlo…, ¿lo prefieres? —me reta.
Esa es la Luna que conozco, la Luna de ese crucero, la Luna que llegó
pisando fuerte desde el primer día. La Luna que hizo que desease besarla.
La misma que hizo que también desease consolarla cuando supe lo que
había sucedido, cuando me dijo que se había sentido pequeña en un
matrimonio que se le quedó grande y la misma que decidió afrontar la
situación y ser valiente.
—No —resuelvo remarcando la negativa.
—¿Ves, Nico? Si sabía yo que me echabas de menos.
Ni confirmo ni desmiento sus palabras porque un silencio es mejor para
los dos.
—¿Te vas a quedar cinco días aquí?
—¿Dónde si no?
—Cinco días…
Imagino la cantidad de provocaciones a las que me veré sometido estos
cinco días y sonrío, sonrío satisfecho porque sí, la he echado de menos,
aunque no quiera reconocerlo.
Luna reduce la distancia que nos separa, coloca su boca en mi oreja y
decide torturarme colocando su mano, nuevamente, sobre mi polla.
—Si te soy sincera, yo también te he echado de menos. —Y aprieta. La
aprieta con contundencia y decisión y late entre sus dedos—. Y creo que no
soy la única que lo ha hecho.
56
SÍ, ES LO QUE PARECE
LUCAS
Alba. Alba en carne y hueso. Alba. La misma Alba que he observado
cada día como uno de esos espías frustrados que curiosean las fotos de
perfil buscando la felicidad ajena que provocará de nuevo una hecatombe
en mí. Alba, la Alba impersonal que no cambió la foto del wasap en tres
meses, dejando allí la imagen de ella frente al mar, observando cómo
llegábamos a Civitavecchia. Esa instantánea que hice yo y que luego
Alberto envió.
Alba frente a mí, con la cabeza alzada, mirándome y analizando mis
reacciones, esas que hacen que siga plantado frente a todos sin saber qué
hacer o qué decir. Y entonces lo recuerdo todo. La partida, la decepción que
me asoló al verla irse con él minutos después de decirle lo que sentía por
ella, de haber apostado todo a una única carta que terminó por llevarme a la
más absoluta bancarrota.
—Lucas —murmura trayéndome de vuelta al presente.
Amaia y Dante se han ido, de la misma forma que lo han hecho Nico y
Luna minutos antes. Y no sé en qué momento nos hemos quedado a solas.
Mis instintos me piden que salga de allí tan rápido como lo hizo ella ese
día. Y mi conciencia me grita que me dolió su partida. Mi corazón late
acelerado cuando su olor llega hasta mis fosas nasales y se hace con el
control de mi cuerpo. Un olor. Algo tan sencillo como un olor puede hacer
que cambie de parecer y la mejor de las ideas en este momento sea acercar
mi mano hasta ella, tocarla, volver a sentir su dúctil piel al contacto de la
mía y mis ojos se posan sobre sus labios, esos que tanto deseé besar y que,
cuando lo hice, superaron todas y cada una de mis expectativas.
La voz se me queda atascada, sin ser capaz de responder. Mis pies
permanecen pegados al suelo, sin poder huir. Mis manos vuelan solas a su
encuentro sin seguir las directrices de mi mente.
—¿Cómo estás, Lucas? —añade de nuevo, temerosa, ante mi abrumador
silencio.
¿Y qué le digo? Doy un par de pasos, evitando su cercanía porque sé
que, si finalmente la toco, no podré salir indemne. No podré volver a huir,
porque Alba, esa Alba que me he empeñado meses en olvidar, esa misma
que hizo que intentase una y otra vez encerrar bajo la alfombra, en el
armario o en el cajón de la mesilla de noche mis sentimientos, esa misma
Alba que ahora me mira asustada como si de un cachorrillo abandonado se
tratase, esa Alba que está plantada frente a mí esperando una reacción, sea
cual sea, me sigue importando tanto como para borrar la decepción que
causó en mí hace ya tres meses.
—Bien —musito dando otro paso hacia atrás, postergando su cercanía
como única vía de escape.
Alba mira hacia ambos lados y me señala el sofá.
—Me gustaría hablar contigo, ¿te importa que nos sentemos un rato y
conversemos?
Sé que, si le digo que sí, sé que, si lo hago, estaré perdido del todo y no
quiero que eso suceda de nuevo. Quiero tomar distancia en esto, necesito
tomar distancia entre nosotros y definitivamente mantenerme en mi camino,
en ese que me ha demostrado que es mejor seguir porque si algo me enseñó
Miranda es que es mejor tropezar con la misma piedra una sola vez y con
Alba lo acataré sin rechistar mientras pueda y me queden fuerzas.
—Tengo cosas que hacer —finalizo sin dar pie a nada más—. Nos
vemos en otro momento.
Subo las escaleras tirando de todo el autocontrol que poseo y me dirijo
hacia la habitación de Amaia. Necesito saber por qué no me avisó de esto.
Doy un par de suaves golpes en la puerta cuando llego frente a su
estancia. Sé que comparte espacio con Dante y no quiero interrumpir nada,
pero de verdad que necesito hablar con ella. Como siempre hemos hecho,
anclándome a ella como mi faro en la oscuridad.
Un par de diminutos pies descalzos aparecen frente a mí. Alzo la vista y
veo una enorme sonrisa reflejada en su rostro, una que se borra de
inmediato al ver mi semblante circunspecto.
Sale, sin darme la espalda, y cierra la puerta tras de sí.
—¿Qué ha pasado? Es imposible que hayáis solucionado nada en un par
de minutos que lleváis solos.
Me doy cuenta de que ha sido una especie de encerrona propiciada por
mi amiga.
—¿Qué esperabas? —le suelto con reproche—. ¿Pretendes que caiga
rendido a sus pies después de lo que me hizo? ¿De la decepción tan grande
que sentí? No, Amaia, no soy ese chico al que se le puede pisotear como si
de una alfombra frente a la puerta de la entrada se tratase. No soy un ahora
sí, pero mañana no.
Amaia gira la cabeza y de inmediato me siento culpable porque sé que
ahí, cerca, está ella y que no he sido precisamente sutil, comedido ni
delicado a la hora de decir lo que pienso. Sin embargo, y sin ánimo de ser
pedante, no dejan de ser ciertas mis palabras y el resquemor no deja de estar
ahí, de haberme sentido pasajero de segunda clase o segundo plato de
alguien que, cuando se abre y confiesa lo que siente, es repudiado sin más y
sin explicaciones.
Eso me carcome por dentro, el simple hecho de que Alba no haya sido
sincera del todo conmigo y me haya dicho que no, pero uno justificado, no
algo tan cobarde como dejarme allí plantado e irse con él. Con un chico que
le hizo daño y que la rompió por dentro. Uno que la jodió, como bien lo
dijimos ambos cuando comenzamos a conocernos. Y la sensación de haber
vivido una mentira sigue estando ahí, latente como la piel al contacto con
un hierro candente.
Fijo de nuevo la vista en Amaia y, tras eso, de nuevo miro en dirección a
la puerta de la habitación de Alba, que ya ha entrado, cabizbaja, siendo
consciente del reproche en mis palabras.
Amaia reacciona y tira de mi mano. Abre la puerta contigua y entramos
en mi dormitorio.
Me deja plantado tras la puerta mientras ella se dirige a uno de los
sillones de mimbre que hay al lado de la terraza desde donde se pueden
observar las mejores vistas de Capri, una combinación perfecta de la
naturaleza más pura y una costa virgen.
—¿Te has dado cuenta del daño que le acabas de hacer a Alba?
Bufo ante su regaño y el tono de su voz.
—¿En serio me preguntas esto? ¡Lo que me faltaba por escuchar, Amaia!
Has sido mi confidente estos meses y sabes que su partida me dolió por
varios motivos, no puedes regañarme ahora por mi respuesta porque no es
justo.
Mi amiga parece entender lo que digo, desvía su rostro hacia el
movimiento de las cortinas por la brisa del atardecer que se cuela por la
puerta abierta y medita bien sus palabras antes de proseguir con la
conversación.
—Tienes razón y no la tienes.
Ahora soy yo el que se toma varios segundos antes de decir nada,
intentando tirar de la racionalidad que siempre me ha caracterizado, pero es
que, con respecto a Alba, me cuesta sobremanera.
—Explícate —le pido.
—Ya sabes que hay tres versiones: la tuya, la mía y la de verdad. —
Asiento—. Y no pierdes nada por escuchar su versión. Ella creo que ya
tiene bien claro lo que sientes porque no ha hecho falta que os sentaseis a
hablar para dejárselo claro, ha sido suficiente con tu ataque en ese pasillo.
—No ha sido premeditado y tampoco ha sido un ataque —me defiendo
—. Sí que es cierto que mi intención era la de pedirte explicaciones porque
esto —le digo haciendo un círculo enorme frente a mí— ha sido una
completa encerrona.
Amaia niega en primer momento, sin embargo, rectifica para terminar
asintiendo.
—Vale. Un poco lo ha sido porque ni Nico ni tú estabais al tanto de que
las había invitado y juro que no pensé que fuesen a venir, pero están aquí y
es una oportunidad para los dos de poner las cosas en su lugar. Es una
forma de que ambos os podáis redimir.
—Yo no tengo nada de lo que redimirme —argumento rebatiendo sus
palabras—. Le dije lo que sentía y se fue sin más, se fue con él, con el tipo
que le hizo daño dejando de lado la opción de intentar algo conmigo, de
probar si podía salir bien o no y ahora no quiero pasar por eso de nuevo.
¡Tres meses! Han pasado tres meses desde aquel día y no he sabido nada de
ella, ni una llamada ni un triste mensaje y ahora pretende llegar y ¿hacer
como si nada hubiese pasado? No, Amaia, yo no funciono de esa forma y
me conoces lo suficiente como para saberlo.
—Te conozco, sí, mucho, muchísimo y sé que eres de esas personas que
dan segundas oportunidades y de las que, como mínimo, permiten a los
demás que se expliquen. Lo estás haciendo conmigo, que te he tendido una
trampa.
—No compares —la corto.
—¿Por qué? ¿Porque me conoces más?
—No, no es eso, pero no es lo mismo lo de Alba que esto —finalizo
contundente.
—Vale. Bien —continúa—. No hagamos comparaciones, pero deja que
se explique. Deja que te diga cómo se sintió, y explícale cómo te sentiste tú.
—¿Así de sencillo? —inquiero buscando la trampa.
Amaia alza los hombros ante mi pregunta.
—Podría decirte que me encantaría que de mi boda saliese otra y que las
cosas entre Alba y tú se solucionen, ya lo sabes, pero no soy quién para
obligarte a nada. —Amaia se levanta y se acerca hasta mí, me da un
pequeño abrazo y cuando se dispone a salir de la habitación coloca su mano
sobre mi hombro—. Dime que no sigues enamorado de ella —murmura—,
si es así, si no sigues enamorado de Alba, te diré que la dejes explicarse y le
digas abiertamente que no sientes nada por ella ya, que todo quedó en aquel
barco y que, al bajarte de él, cayó al mar. Dime que no te ha temblado hasta
el último músculo de tu cuerpo al verla. Dímelo y miénteme porque eso que
yo he visto abajo es la reacción propia de alguien a quien le sigue doliendo
porque sigue sintiendo.
Suspiro con fuerza, no soy capaz de decirle que no a eso que me dice
porque nunca le he mentido a mi amiga.
—Hablaré con ella cuando esté preparado —concedo.
—Alba te echa de menos tanto o más que tú a ella.
Y la puerta se cierra tras de sí, dejando un vacío que no sé bien cómo
definir.
57
¡SOLO FALTAN CUATRO DÍAS!
AMAIA
Parece que mi hermano y mi amigo han hecho piña. Y digo «parece»
porque casi que prefiero no afirmar nada hasta que los interrogue a golpe de
cuchillo. Contenta me tienen…
Ninguno de los dos ha bajado a desayunar y, aunque las chicas intentan
disimular su decepción, sé que esperaban que esto fuese un regreso al
pasado en toda regla, eso sí, con Dante en el grupo.
—¿Y qué pensáis hacer hoy?
Sonrío al mirar a Dante, que está sentado a mi lado, mientras engullo una
tostada con mermelada de arándanos que está de vicio.
—Vamos a ir a la iglesia, quiero ver que todo está perfecto y pasar por la
tienda de flores.
—¿Sabéis que mi futura esposa es una controladora nata? —les pregunta
Dante con socarronería.
—Algo de eso hemos podido observar, pero, si tenemos que criticarla,
mejor cuando se vaya y nos deje solas, temo por las represalias y eso… —
musita Luna sin perder la sonrisa.
Y hacen bien.
—Podríamos organizar una excursión para mañana. Hay muchas cosas
que ver en la isla y estoy convencido de que la Gruta Azul os encantará. Es
un sitio precioso. Probablemente, esté lleno de turistas, no obstante, no
podéis iros de aquí sin visitarla. No sé, pasar el día en la playa, comer en
algún local cerca del mar, dar una vuelta por la isla. Incluso dividir la visita
en dos días.
—No cabemos en un solo coche, cariño —le explico a Dante.
—Eso es lo de menos, buscaremos algo o un coche mayor.
Dante sonríe y la verdad es que la idea es inmejorable porque, de esa
forma, ninguno podrá escapar de compartir espacio con los demás y lo
mismo hace que se replanteen el hablar.
—Luna, ¿y tú cómo estás? ¿Qué tal todo después del crucero?
Luna se atraganta con el zumo de naranja y se limpia la boca antes de
alzar la vista.
—Todo bien —finaliza sin entrar en detalles.
Dante se incorpora y se lleva su taza de café con leche, huyendo como si
entendiese que el día de chicas ya ha comenzado y que es mejor abandonar
el fuerte ahora que puede. Un leve beso en los labios antes de irse y una
sonrisa bobalicona por mi parte al recibir gustosa esa muestra de cariño.
—¿Eso es todo? ¿Todo bien? No sé… y ¿tu divorcio?
Alba deja parte de su fruta en el plato y se limpia las manos con la
servilleta antes de prestar atención a lo que tenga que decir Luna.
Luna suspira, entendiendo que no puede salir indemne de esa
conversación.
—Eres como una mosca cojonera —me acusa. Por un momento dudo de
que esté enfadada, pero la pequeña sonrisilla la delata y vuelvo a la carga.
—La culpa es tuya o vuestra —matizo dándole la mayor veracidad a mis
palabras—, porque os fuisteis y desconectasteis de todo.
Termino el último trozo que me queda y comienzo a recoger. Las chicas
hacen lo propio y llevamos todo adentro para meterlo en el lavavajillas
antes de irnos de ruta.
—Desconectamos tanto las dos que estuvimos tres meses sin apenas
tener contacto —murmura Alba y juraría que, además de la pena en su voz,
percibo la vergüenza por no haber hecho algo antes.
Permanecemos en silencio un rato, mientras recogemos, y no insisto
porque entiendo que estamos en casa y que lo mismo ninguna de las dos
quiere que escuchen cómo se sienten o lo que ha sucedido en este tiempo.
Nos subimos en el coche un rato después, conectamos el GPS y
comienzo a conducir con Luna a mi lado y Alba detrás.
—La historia con Manu fue muy sencilla —comienza a relatar Luna
cuando ya pensaba que ninguna de las dos me diría nada de lo que ha
sucedido en este tiempo—. Firmamos los papeles del divorcio y listo. Es
mucho más sencillo cuando no hay hijos de por medio y cuando ambas
partes están de acuerdo en el proceso. Yo me he quedado con la casa, puesto
que es una de las residencias de mis padres, y el dinero…, pues el dinero es
lo de siempre: mío, tuyo, te quedas con esto, no más que yo y así. Pero sin
dramas. Si algo tenía claro es que no quería problemas ni con Manu ni con
nadie.
—Me alegro —les digo—. ¿Y entonces estás bien?
—Sí, bien —matiza.
—¿Y Alba?
La susodicha nos mira a las dos y traga con fuerza.
—¿Es mi turno? —pregunta.
—Claro —le digo sonriendo para infundirle calma. Alba siempre ha sido
algo más reservada.
—¿Me vais a preguntar por Lucho?
—Solo si tú quieres hablar de ello.
—No me apetece demasiado —sentencia.
—¿Y de Lucas? —Su mirada se clava en la mía, la percibo al instante—.
¿Quieres hablar de Lucas?
Alba saca la lengua, pero no como si me estuviese haciendo una burla,
sino intentando ocultar un gesto compungido con un mohín sin importancia.
—Lucas me odia. Fin del asunto.
Luna se da la vuelta y se observan ambas, midiéndose entre ellas o quizá
hablando sin palabras.
—Alba y yo hemos estado tres meses distanciadas. Fue gracias a Ismael,
su padre, que me fue a buscar a casa un día con un pretexto de mierda, que
hablamos. No me sentó nada bien que ella se fuese con Lucho aquel día,
pero no solo por el hecho de irse en sí y de dejarnos allí plantados a todos,
sino porque no fue capaz de enfrentarse a sus propios miedos sin dudar.
Ahora bien, yo tampoco soy la más indicada para hablar de miedos cuando
escondo los míos en mil sitios para no tener que tomar medidas al respecto
y enfrentarme a negativas que no quiero afrontar. Y, si yo me siento así,
imagino cómo debe de sentirse Lucas que te confesó que te quería.
—Y ayer mismo dijo que no pensaba ser mi felpudo —especifica Alba,
dejando bien claro que escuchó lo que Lucas me mencionó por fuera de la
puerta de mi habitación—. Le comenté que si podíamos hablar —nos
confiesa— y me respondió que no tenía tiempo.
—Es cuestión de eso exactamente —matizo—. Es cuestión de tiempo.
Lucas no ha tenido suerte en el amor y es un tío que se merece que lo
quieran. Pensaba que tú, a pesar de que estabas pasando por un mal
momento, intentando reconstruirte, querías una oportunidad y huiste.
—Me refugié en una relación que estaba muerta —sentencia Alba que
vuelve a mirar por la ventana—. Y, de verdad, no quiero ser aquella Alba de
nuevo.
—¿Hablas en pasado? —pregunto al darme cuenta de la forma en la que
hace referencia a su relación.
—Lucho y yo no estamos juntos. Ni siquiera sé por qué volví con él
cuando su mera presencia me molestaba. Puede que os parezca una
estupidez, pero os echaba mucho de menos, a todos —especifica Alba
abatida por su revelación.
—Creo que a todos nos ha costado superar nuestras barreras y que yo te
he echado mucho de menos, Alba, pero tienes que luchar por lo que quieres.
—¿Y eso piensas aplicártelo a ti y a mi hermano? —le pregunto a Luna,
que es la que ha hablado sobre luchar por lo que quiere.
—Lo mío y lo de tu hermano es muy complicado, no es tan sencillo.
—¿Por qué? ¿Porque ambos os negáis a reconocer lo que para el resto es
evidente?
—Porque no nos llevamos bien y chocamos mucho —zanja Luna.
—Eso son tonterías. Yo lo que veo es que cada vez que estáis juntos os
buscáis el uno al otro.
—Para provocarnos —explica.
—El motivo es lo de menos —rebato.
—No diría yo eso.
—¿Qué pasó ayer cuando os fuisteis? —le pregunta Alba.
—Mi amiga siempre tan curiosa —se burla Luna evitando responder.
—Ajá…, pero canta. —La ayudo.
—Tuvimos un par de palabras y nada más.
—¿Sin beso?
—Sin beso —contesta con firmeza.
—Al final, me va a costar mucho emparejaros —les respondo con una
sonrisa canalla decorando mis labios.
—Deja de hacer tonterías porque, al final, va a ser peor el remedio que la
enfermedad —me reprenden.
—Prometo no meterme en la vida de ninguna de las dos.
—Espera, espera, ¿lo de la boda ha sido una especie de encerrona?
—No. Yo quería que estuvieseis presente en mi boda porque, en gran
medida, vosotras dos fuisteis partícipes de la evolución de la relación entre
Dante y yo.
—Y de cómo le mirabas el culo para saber si llevaba ropa interior —
argumenta Luna con descaro.
—Por cierto, ¿lo has averiguado?
—Lo siento, Alba, pero una dama no va a desvelar esa clase de secretos.
—Eso es que le ha arrancado la ropa interior con los dientes —se burla
Luna.
—Eso solo cuando lleva ropa interior… —bromeo.
—Cochina —susurra Alba sonriendo.
—Necesito sexo —sentencia Luna como el que explica si llueve o no
llueve.
—Lo siento, pero en eso creo que ninguna de las dos te puede ayudar —
especifico.
—Lo mismo Nico…
Y Alba, esa Alba que dice no querer ser de nuevo la de antes, vuelve a
salir a relucir, y tengo la pequeña esperanza de que no desaparezca nunca
más.
58
LA DAMA Y EL CABALLERO
ALBA
La palabra dama viene de la mano de la palabra caballero en mi mente y
todos sabemos el motivo de ello.
Entiendo a la perfección que Lucas se sienta así por mi culpa y es que,
sin ponernos demasiado exquisitos, sabemos que lo hice todo al revés del
pepino y para nada me siento orgullosa de ello.
Creo que, en estos meses, nunca, ni una sola vez, me he sentido tranquila
por la forma en la que actué y necesito hacerle entender a Lucas que fue el
miedo el que tomó las riendas ese día y actué por impulso. Y no pretendo
engañar a nadie, quizá no me merezco una oportunidad, no obstante, tengo
la esperanza de que me la dé. ¿Y qué me ha hecho cambiar de opinión?
Supongo que en estos meses he tenido tiempo de saber qué quiero y qué no.
Saco el teléfono y decido que la vida son dos días, que es hoy y solo hoy,
que no vale la pena dejar que te lo cuenten y que lo de tonto el último
también me vale si sigo parafraseando.
Abro el chat en el que no hay actividad alguna desde hace tres meses y
escribo con decisión.
Inkeri:
Dicen que agosto es uno de esos meses más cálidos en los países nórdicos y eso propicia que la
gente salga mucho más, que disfruten de los paseos al aire libre y de la buena compañía y ahora, en
mi habitación, en esta cama tan mullida, pienso en que quizá mi siguiente paseo sería mucho más
intenso si fuese a tu lado y descubrir contigo si eso de darse un beso a escondidas bajo la luna te deja
una huella invisible a los ojos de cualquiera, si es capaz de hacer temblar hasta los cimientos más
seguros y si esa noche tus labios me acompañarían en todas y cada una de las horas de duermevela.
Porque de otra cosa no estoy tan segura como de que tus labios me provocarán uno de los mejores
insomnios.
Aquí estoy una vez más para contaros quién soy. Mi padre era muy
dado a apuntarnos en el registro con un nombre totalmente diferente al que
acordaba con mi madre y, si le hubiese hecho caso, mi nombre habría sido
Yaniré, así que, no sé mis hermanos, pero yo le agradezco que no le haya
hecho caso (perdona, mamá).
Nací y viví durante muchos años en un pequeño pueblo de poco más de
siete mil habitantes al norte de la isla de Tenerife llamado La Matanza de
Acentejo, sin embargo, con veintipocos años, dejé el pueblo por amor y me
fui a la capital. Actualmente vivo en las afueras de Santa Cruz de Tenerife
con mi hijo, mi pareja y una tortuga llamada Jèrome.
He sido desde siempre una apasionada de la lectura, recuerdo sacar
libros de la biblioteca y devorarlos cada noche antes de dormir. En el año
2016 escribí mi primera novela y, después de ella, han llegado nueve más.
Singles es mi décima novela autopublicada y espero que vengan muchas,
muchas más.
Mis libros se caracterizan por personajes muy divertidos, socarrones,
canallas, irónicos y sarcásticos, aunque entre sus páginas, además de risas,
podéis encontrar algunas reflexiones sobre la vida, escenas hot, amistad,
amor y familia.
Supongo que, si ya me conocéis, sabréis que lo de resumir,
definitivamente, no es lo mío y he dado por perdido intentarlo ;)
Me encanta la playa, la piscina, el sol, comer (todo lo que no se debe),
hablar, hablar y hablar y escribir, of course. No concibo mi vida sin
historias que contaros, así que… ¡Nos leemos!
Si quieres saber más de mí… puedes buscarme en mis redes sociales o a
través del correo electrónico [email protected]
Yanira García (Página)
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