Singles - Yanira Garcia

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Singles

Primera edición: octubre 2020


Copyright @ Yanira García, 2020
Diseño de portada: Alexia Jorques
Ilustraciones de la portada: @ilustrares
Corrección: Raquel Antúnez
Maquetación: Raquel Antúnez
Imágenes interior maqueta: diseñadas por rawpixel.com / Freepik

Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización escrita de los


titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las
sanciones establecidas por ley.
Puede que este año no haya sido nuestro año.
Puede que hayamos tropezado, caído y que la herida siga latente.
Puede que duela durante tiempo o quizá duela siempre.
Puede que la herida deje cicatriz. Es probable que así sea.
Puede que no siempre nos apetezca sonreír.
Y puede que tengamos muchas ganas de gritar.
Hay muchos «puede» en la ecuación, sin embargo,
me voy a quedar con algo que no «puede» ser, sino que es…
Nos hemos levantado. Hemos reído. Hemos soñado. Hemos vivido.
Hemos sentido. Hemos compartido. No solo somos, sino que estamos.
Aquí estoy. Ahí estás.
Para Bea. Porque no solo estás, sino eres.
«Eso que tú me das
es mucho más de lo que pido,
todo lo que me das
es lo que ahora necesito.
Eso que tú me das
no creo lo tenga merecido.
Todo lo que me das
te estaré siempre agradecido.
Así que gracias por estar,
por tu amistad y tu compañía.
Eres lo mejor, lo mejor que me ha dado la vida».

Eso que tú me das. Jarabe de Palo.


Índice

PRÓLOGO
PRIMERA PARTE: SOMOS AGUA
CAPÍTULO 1 ¿Y AHORA QUÉ?
CAPÍTULO 2 ¿CÓMO HE LLEGADO YO HASTA AQUÍ?
CAPÍTULO 3 GRETA BOVER, PRESENTE
CAPÍTULO 4 ¿SINGLES?
CAPÍTULO 5 ¡MENUDAS VECINAS!
CAPÍTULO 6 ¡ME HE ENAMORADO!
CAPÍTULO 7 GRATAMENTE SORPRENDIDO
CAPÍTULO 8 DES-CONFIANZA
CAPÍTULO 9 ¿QUÉ HACE UNA CHICA CÓMO TÚ EN UN
LUGAR COMO ESTE?
CAPÍTULO 10 Y A ESE BARCO LE LLAMÓ LIBERTAD
CAPÍTULO 11 CAPITÁN, MI CAPITÁN
CAPÍTULO 12 ¿QUIÉN ES ELLA?
CAPÍTULO 13 LA MUJER DE MI VIDA
CAPÍTULO 14 TENEMOS UN MINUTO
CAPÍTULO 15 ME SOBRAN CINCUENTA SEGUNDOS
CAPÍTULO 16 ¿OTRA VEZ TÚ, CHAVAL?
CAPÍTULO 17 ¡TE HE PILLADO!
CAPÍTULO 18 ESTOY VOLANDO
CAPÍTULO 19 LOS ERRORES SE PAGAN CARO
CAPÍTULO 20 SI ES UN SUEÑO, NO ME PELLIZQUES
CAPÍTULO 21 MI TRISTE PASADO
CAPÍTULO 22 INKERI
CAPÍTULO 23 LAS ESTRELLAS NOS GUÍAN
CAPÍTULO 24 NAVEGANDO POR NUESTRAS VIDAS
CAPÍTULO 25 DIARIO DE A BORDO
CAPÍTULO 26 SI NO HAY LUNA, ME CONFORMO CON EL SOL
CAPÍTULO 27 ¡MALDITOS BOTONES!
CAPÍTULO 28 UN DÓNUT DE CHOCOLATE
CAPÍTULO 29 SANDY, RIZZO Y FRENCHY
CAPÍTULO 30 LOS MARAVILLOSOS AÑOS OCHENTA
CAPÍTULO 31 UNA NOCHE PARA RECORDAR
CAPÍTULO 32 ¿UNA DIOSA?
CAPÍTULO 33 ¡OH, OH! ME ESTOY ENAMORANDO
CAPÍTULO 34 UN DÍA POR CIVITAVECCHIA
CAPÍTULO 35 A CORAZÓN ABIERTO Y PECHO DESCUBIERTO
CAPÍTULO 36 LAS DUDAS, LOS MIEDOS Y LAS
INSEGURIDADES
CAPÍTULO 37 EL POSTRE DE GALA
CAPÍTULO 38 LOS OJOS SON COMO NIÑOS
CAPÍTULO 39 EL DESEOSO CABALLERO
CAPÍTULO 40 SOLO SÉ DÓNDE OCURRIÓ
CAPÍTULO 41 EL DESEADO REGRESO A CASA
CAPÍTULO 42 LUCAS, YO… NO PUEDO
SEGUNDA PARTE: SOMOS TIERRA
CAPÍTULO 43 EL PRESENTE SE TIÑE DE NEGRO
CAPÍTULO 44 EL PRESENTE SE TIÑE DE BLANCO
CAPÍTULO 45 BOOOOMMMMBAAAA
CAPÍTULO 46 NO HAY NADA QUE AÑADIR
CAPÍTULO 47 LA VITA È BELLA
CAPÍTULO 48 TÚ Y YO TENEMOS ALGO PENDIENTE
CAPÍTULO 49 CINCO MINUTOS MÁS
CAPÍTULO 50 COMO SI NADA HUBIESE CAMBIADO
CAPÍTULO 51 UN «NO» POR RESPUESTA
CAPÍTULO 52 JAMÁS PENSÉ QUE PUDIESE SER DE ESA
FORMA
CAPÍTULO 53 ABRIENDO PUERTAS, CERRANDO HERIDAS
CAPÍTULO 54 ALGO HABRÁ QUE PUEDA HACER
CAPÍTULO 55 ¿QUÉ HACES TÚ AQUÍ?
CAPÍTULO 56 SÍ, ES LO QUE PARECE
CAPÍTULO 57 ¡SOLO FALTAN CUATRO DÍAS!
CAPÍTULO 58 LA DAMA Y EL CABALLERO
CAPÍTULO 59 EL LEÓN Y LA GACELA
CAPÍTULO 60 NO ERES MEJOR QUE YO
CAPÍTULO 61 GROTTA AZZURRA
CAPÍTULO 62 SATÉLITE
CAPÍTULO 63 ASUNTOS PENDIENTES
CAPÍTULO 64 ¿UN CABALLERO? ¡NO, GRACIAS!
CAPÍTULO 65 SECRETOS INCONFESABLES
CAPÍTULO 66 EL GRAN DÍA
CAPÍTULO 67 DÉJÀ VU
CAPÍTULO 68 ¿CÓMO DICES?
CAPÍTULO 69 POR LOS VIEJOS TIEMPOS
CAPÍTULO 70 DONDE CABEN DOS, CABEN TRES
CAPÍTULO 71 COMO ÉRAMOS POCOS, PARIÓ LA BURRA
EPÍLOGO
AMAIA Y DANTE
NICO Y LUNA
ALBA Y LUCAS
AGRADECIMIENTOS
BIOGRAFÍA
PRÓLOGO
—Nunca pensé que llegaría este día —musita Luna, con la voz
entrecortada por la emoción, cuando entra en mi habitación. Y eso es
bastante atípico en ella, lo de emocionarse y tal, pero hoy se lo perdono y
no haré ningún comentario jocoso al respecto dado que yo no estoy mucho
mejor que mi amiga.
Hemos fantaseado con la llegada de este momento tantas veces y en
todas ellas nos parecía tan, tan lejano que hoy nos cuesta creer que sí sea
real.
—Pellízcame porque yo tampoco me lo creo —respondo sonriendo.
Recuerdo que, cuando tenía diez años, los Reyes Magos me trajeron uno
de esos juegos de moda, en los que ibas pasando una rueda y con un lápiz
dibujabas el vestido que querías, el que te gustaba y se lo colocabas a la
muñeca que en ese momento diseñabas. Los vestidos de novia eran mis
favoritos y los de Luna también, por supuesto.
Apostaría a que esa afición fue la que nos unió; después de varios años
de peleas y de tirarnos garbanzos en el comedor del colegio con una
cuchara a modo de lanzadera, nos hicimos uña y carne. Sí, no nos
llevábamos precisamente bien en esa época. Hoy lo recordamos y nos
excusamos diciendo que los años noventa no le sentaban bien a todo el
mundo y para muestra, un botón.
No fuimos íntimas amigas desde el principio, pero es que eso no siempre
sucede, no te cruzas con una persona en la calle, en el parque, en una
cafetería o en el colegio y dices: «Vaya, resulta que tú vas a ser mi amiga
para toda la vida», no, eso no sucede así, a nosotras, por lo menos, no. Pero
eso es lo de menos, digamos que la forma en la que nos hicimos amigas fue
un trámite para llegar a estar donde estamos hoy: en el día de mi boda.
Sí, me caso o eso es lo que dicen todas las invitaciones que hemos
enviado meses atrás y el dinero que figura en nuestra cuenta bancaria, esa
que hasta hace nada estaba más seca que una mojama y se va a quedar
exactamente igual tras pagar todo lo que nos hemos gastado.
Ya Luna me lo advirtió porque ella lleva casada varios años y como bien
pregona sin pudor: es la voz de la experiencia. «No te gastes mucho, ahorra
para que puedas pegarte un viaje padre y vuelvas tan morena que todos a tu
paso te insulten y puedas escucharlos».
Lo de insultarme y escucharlo le resulta gracioso solo a ella, pero yo casi
que prefiero vivir en la ignorancia porque «ojos que no ven, corazón que no
siente».
—Auchhh —gimo tocándome el brazo al percibir el dolor.
—Me dijiste que te pellizcase, yo solo sigo órdenes, que hoy es tu día y,
si pides, yo cumplo.
—Tráeme un zumo de pomelo natural —solicito.
—No te pases, bonita, que no soy tu criada —protesta—, además, odio
los pomelos.
—Pero a mí me chiflan —matizo llevándome la mano a las plumas que
tiene mi tocado para comprobar que no se ha caído ninguna.
—De lo que se come, se cría, así tienes esas pedazo de…
—Luna… —la corto antes de que siga con su rollo de siempre.
—Tetazas —finaliza haciendo caso omiso a mi advertencia.
—Ni en el día de mi boda eres capaz de contenerte.
Me hago a un lado en la butaca, y Luna ocupa el espacio que dejo.
Ambas miramos nuestro reflejo en el espejo de mi habitación, ese que
tantas veces nos ha ayudado a maquillarnos, a vestirnos y a depilarnos. El
mismo espejo de siempre, con fotos enganchadas en el marco de color azul
turquesa; fotos nuestras, de nuestra adolescencia, del parque que hay cerca
de nuestras casas, de alguna que otra escapada a Cádiz, de nuestras salidas
nocturnas —antes de cogernos esos pedos míticos— y, por supuesto, una
del día de la boda de Luna. Ella aún conservaba los zapatos, que eran
preciosos y caros, pero incómodos como ellos solos, que no lo digo yo, lo
dice ella y lo repitió cientos de veces mientras recorríamos calles y calles de
Madrid buscando unos para mí y todos, absolutamente todos, tenían algún
«pero» y eso que las que los iba a calzar era yo, no ella. En fin, que, tras
amenazarla con ponerme unas zapatillas de tendencia actual y una raqueta
en vez de tocado y ya, total, lo celebrábamos jugando al tenis; pues cedió
porque era eso o aguantarme enfurruñada, y yo enfadada soy peor que un
dolor de cabeza.
—Oye, Alba…
Giro la cabeza con suavidad, y nos miramos de esa manera que ella y yo
solo sabemos, esa forma que me dice que nos conocemos tanto o mejor que
nadie.
—Dime, Luna, lunera, cascabelera…
Mi amiga se ríe en respuesta a mi rima, esa que siempre, desde hace
tantos años, le sigo dedicando.
—Alba… Sabes que si no quieres, que si tienes un mínimo de duda,
algo, lo que sea, puedes…
—Shhhh —la chisto sin dejar que finalice su discurso—. Lo sé —afirmo
—, lo sé —repito—. Papá me lo ha dicho antes de que llegases, ha
comentado algo de un coche en la parte trasera y una maleta ya hecha por si
quería irme a casa de la Tita a pasar una temporada.
—¿No te ha dicho algo de una escopeta?
—También, pero eso casi que mejor dejarlo en el lado del cerebro que
olvida rápido. —Me río.
—Tenía que decirlo, Alba.
—Y yo te lo agradezco, pero no hace falta que hagas de madre, Luna.
—Ya sabes que no puedo remediarlo —murmura sonriéndome con
infinita ternura.
—La echo de menos y hoy más que nunca —finalizo.
—Lo sé, Alba, lo sé —repite ella. Nos permitimos unos segundos para
tomar aire con fuerza y dejar de lado ese sentimiento que todavía hoy,
muchos años después, es complicado de batallar.
»Venga, vamos, tenemos una boda que celebrar y a un novio
esperándote. Te veo abajo —me dice mientras besa mi frente.
Nos incorporamos, y Luna, tras asentir al verme de pie con mi vestido y
mi tocado, mi maquillaje y mis complementos, cabecea en varias ocasiones.
—Oye, Luna, ¿cómo va a ser la noche de bodas? —le pregunto entre
risas.
Mi amiga se gira, se permite el lujo de hacer eso que tanto me molesta,
poniendo los ojos en blanco y soltar un largo suspiro y, tras recomponerse
un poco, sencillamente coloca los brazos en la cintura y me reprende.
—Pues espero que sea guarra y perversa, ahh, y que no puedas caminar
en días porque, si es de otra manera, tendré unas palabritas con Lucho —
finaliza.
Luna, mi Luna, sale de la habitación dejándome sola.
Recorro la estancia por última vez como soltera. Las cortinas azules que
tanto me gustan; el escritorio en el que tantas horas he pasado; el armario en
el que aún en cada uno de los pomos cuelga un copo de nieve que siempre
me he negado a guardar al finalizar la Navidad; la lámpara, vieja como ella
sola, y de la que cae un atrapasueños que me regaló mi padre cuando
comencé a tener pesadillas, y mi cama, esa en la que me he refugiado,
abrazada a mi cojín de lana cuando las cosas no iban como debían o cuando
sí que todo rodaba, porque las derrotas y las victorias siempre se celebran
con quien está a tu lado en las duras y en las maduras.
Una pila de cajas tras la puerta que contienen lo que me llevo, lo que
parte conmigo hacia mi nueva vida, hacia mi futuro, ese que espero sea tan
especial y me haga tan feliz como necesito.
Abro la puerta de la habitación, salgo al pasillo y me encamino hacia la
escalera. Mi padre me espera al final, sin escopeta ni maleta de emergencia,
mi reflejo debe de ser el mismo que el suyo. Su sonrisa, la misma que luzco
yo.
—Alba… —susurra, emocionado—. Me recuerdas tanto a ella…
La de noches que hemos dormido juntos, consolándonos sin palabras,
simplemente uno al lado del otro, en las duras y en las maduras, una vez
más, porque eso es lo que ella nos enseñó, hay que estar juntos para que
todo fluya como debe fluir. «La familia, eso es lo más importante», nos
decía.
—Gracias, papá, eso me hace sentir aún más especial.
—Ese Lucho es un chico afortunado —me dice tendiéndome el brazo
para que caminemos juntos hasta el jardín.
—Puedes decirlo, papá, hoy te lo perdono.
—Es un cabrón con suerte —especifica como si se quitase un peso de
encima al soltarlo.
Río a carcajadas tras escuchar a mi padre, pero no solo lo que dice, sino
la forma en la que lo hace.
—Eres único —matizo abrazándolo.
—Las cosas hay que decirlas tal y como se piensan que, si no, eso luego
se queda ahí, se enquista y…
—Hace llaga —termino.
—Exacto. ¿Quién te enseñó eso? Alguien muy sabio, diría yo. —Sonríe.
—Si por sabio quieres decir viejo… —le pincho.
—Uy, lo que ha dicho la niñata —me reprocha mi padre jocoso.
—El que se pica…
—Anda, vamos a dejarlo aquí, no vaya a ser que tu futuro marido piense
que lo vas a dejar plantado.
—Sabes que tienes las de perder —le advierto al darme cuenta de su
estratagema.
Mi padre asiente, pero sé que lo hace porque nos están esperando, si no
fuese así, seguiríamos metiéndonos el uno con el otro hasta que nos
cansemos o hasta que Lupe nos llame la atención y nos diga que, o
paramos, o nos tira de las orejas y nos deja sin tarta de manzana o sin
tortilla de patatas con cebolla. Lo primero no suele tener el mismo efecto
que lo segundo y, como somos bien golosos, guardamos silencio desde que
lo menciona, que, para qué negarlo, suele ser bastante a menudo.
Caminamos en silencio hasta llegar a la puerta francesa que da al jardín.
No es necesario abrirla. Luna se gira, nos ve allí plantados y comienza a
llorar. Le advertí que no lo hiciera, pero ella, como siempre, a su rollo. El
resto de invitados se gira al verla de esa guisa. No escucho nada, no siento
nada que no sea el nudo que tengo formado en el estómago, una mezcla
explosiva de nervios, miedo y ganas. Y allí está Luciano, Lucho, el hombre
con el que llevo compartiendo mi vida desde hace tres años, con el que he
discutido mucho, pero al que también he adorado, el hombre que ha estado
a mi lado mientras lo he necesitado, el que ha sabido guardar silencio
cuando tenía que hacerlo y consolarme sin habérselo pedido.
—Alba… —repite mi padre.
—Tranquilo, papá —le apaciguo.
Terminamos de dar los últimos pasos, y mi padre le entrega mi mano a
Lucho para que la sujete.
—Estás muy guapa, Alba.
—Tú también, Lucho.
Los invitados toman asiento mientras el juez comienza con la ceremonia.
Lucho está nervioso. Lo noto porque no cesa de moverse la corbata de
un lado a otro como si le faltase el aire.
—¿Estás bien? —susurro.
Lucho me mira y asiente.
—Sí, tranquila —añade—. Solo son los nervios.
Miro de nuevo al juez, que sigue con su discurso sin percatarse de que
Lucho está cardiaco, y me está poniendo tensa a mí. Ambos nos colocamos
uno frente al otro mientras escuchamos.
Le sujeto la mano izquierda y percibo el sudor en la palma.
—Lucho…
—Luciano Ferrera, ¿quieres contraer matrimonio con Alba Serrano y
efectivamente lo contraes en este acto? —Lucho traga, y yo le aprieto las
manos para que se relaje, ¿dónde quedó eso de que es la novia la que se
pone tensa en el día de su boda? Un Lexatín tenía que haberse tomado mi
futuro marido. El juez carraspea un par de veces al ver que Lucho no
responde.
»Luciano Ferrera —repite alzando un poco más la voz por si este no le
ha escuchado—, ¿quieres contraer matrimonio con Alba Serrano y
efectivamente lo contraes en este acto?
—Alba…
—Luciano… —La que empieza a temblar ahora soy yo.
—Alba, yo… lo siento, Alba, eres increíble, pero no puedo —finaliza.
Un par de gritos ahogados se escuchan entre los invitados. No me
permito la licencia de mirar cómo se marcha del jardín ni las caras de los
asistentes, los posibles gestos de lástima porque me acaban de dejar
plantada, con cada una de las palabras y con todas las de la ley.
Tampoco miro a mi padre cuando, a la voz de: «Lo mato, yo lo mato»,
pide que le traigan la escopeta.
Solo sé que me quedo mirando mis manos, esas que hasta hace nada
tenía unidas al que creía que sería mi futuro marido. Solo sé que quiero
volver a abrazarme a mi cojín de lana y que pase este día, el peor día de mi
vida.
1
¿Y AHORA QUÉ?
ALBA
Una mano muy conocida me sujeta con fuerza y tira de mi cuerpo que,
como un autómata, la sigue. Me acompaña hasta el salón y me sienta en el
mullido sofá. Sigo en shock, por si no os habéis percatado de ello.
Escucho voces, varias voces; en el jardín, en el salón y en la cocina, no
obstante, no entiendo ni pretendo entender lo que dicen. Me acaban de dejar
plantada el día de mi boda. Eso es todo lo que tengo que saber en este
preciso instante.
—¿Qué cojones ha sido eso? —Atisbo la voz endurecida de mi padre
entre mis catastróficos pensamientos.
—No tengo ni la más remota idea.
—Lo mato, Luna, al tío ese me lo cargo como lo vuelva a ver —
sentencia. Y creo a pies juntillas su amenaza.
—Tranquilo, Ismael, tranquilo, que seguro que hay una explicación
racional para todo esto —lo apacigua Luna.
—Una explicación racional, los cojones, que ha dejado plantada a mi
niña el día de su boda y delante de todo el mundo.
La cruda realidad que sale en forma de palabras de la boca de mi padre
me hace alzar la cabeza y mirarlos, sí, está claro, ha sucedido, no ha sido un
sueño ni uno de esos momentos en los que, presa del nerviosismo, tu
imaginación te juega una mala pasada, pero luego, tras el momento de
euforia provocado por el disgusto, abres los ojos y la realidad no es otra que
esa en la que te das cuenta de que todo va sobre ruedas y que no sucede
nada malo, al contrario, todo son risas y fiestas.
—Me ha dejado plantada —repito como un robot que te explica una
receta paso a paso.
Me levanto y sé que estoy llorando porque el sabor salado de las
lágrimas llega hasta mi paladar. Me arranco el tocado y un par de plumas
caen al suelo. Tiro de mi pelo con fuerza hasta que me deshago del moño,
pero me importa un puñetero pimiento en este momento, me da igual todo.
Solo sé que me siento ridícula así vestida, que parezco una muñeca de trapo
y que esto ahora mismo es el resultado de una broma de muy mal gusto por
parte de Lucho.
—Shhh —me chista Luna mientras sujeta mis manos y vuelve a
sentarme en el sofá con estampado de flores que tanto le gusta a mi padre.
—Voy a disculparme con el resto de personas que quedan en el jardín —
susurra mi padre.
Unos pasos atropellados llegan hasta mi altura y se colocan de rodillas
frente a mí. Son mis suegros, rectifico, los que iban a ser mis suegros.
—Lo siento mucho, Alba, no sé qué le ha podido pasar a nuestro
pequeño Lucho —se disculpa mi suegra, su madre.
—Claro, hija, esto seguro que tiene una explicación, los nervios, ¡claro!,
ha sido eso seguro, sí —interpela su padre.
—Los nervios no, lo que le pasa es que es un jodido cafre de mierda —
se aventura Luna a insultarlo.
—Por favor —suplico mirando a mi amiga para que no monte una
escena.
Los padres de Lucho no dicen nada ante el reproche de mi amiga.
Mantienen la compostura, pues ahora no es momento de más polémica,
bastante tenemos con lo que tenemos ahora mismo.
—Nosotros… —La madre de Lucho tiene un temperamento muy fuerte
y no es que Luna sea santo de su devoción, como tampoco lo era para
Lucho, se soportaban porque él era mi pareja y ella mi amiga y no les
quedaba otra, pero, obviamente, mi amiga me respetaba hasta el punto de
morderse la lengua en miles de ocasiones para no pedirme —y quien dice
pedirme, hablamos de alguna que otra súplica—, que lo dejase y rehiciese
mi vida con algún mulato y la carga que suelen tener.
—Será mejor que os vayáis, no creo que nada que podáis decir ahora
haga que Alba se sienta mejor y ¿qué queréis que os diga?, no sois ahora
bien recibidos en esta casa.
—Ni nunca —menciona mi padre, tapando la frase con un carraspeo.
Este asunto es una larga historia también porque mi padre y mis futuros
suegros no se llevaban bien tampoco, si es que ahora, lo mire por donde lo
mire, todo estaba condenado al fracaso desde el momento en el que Lucho y
yo nos conocimos en aquella coqueta cafetería cerca de mi nuevo trabajo.
Estirado, repelente y un taco que no pienso pronunciar, ¡qué coño!, me
acaba de dejar plantada y se merece ese maldito taco: ¡gilipollas! Y ahora
debo darle la razón a Luna, cuando, desde que lo conoció hace ya tres años,
me lo dijo y sin cortarse ni un pelo, tal y como es mi Luna, lunera,
cascabelera. Si es que ya la cosa pintaba mal, y yo hice la vista a un lado.
Luna, por aquel entonces, se empeñaba en que el chico era totalmente
opuesto a mí y que apagaba lo que ella llama: «mi estela», pero yo estaba
loca por él, y ella aprendió a respetar eso, a respetarlo y a no insultarlo
delante de mí, a mis espaldas poco podía hacer. Era una tregua que
habíamos decidido firmar —en el sentido más figurado de la palabra—, y lo
había respetado con estoicidad, aunque, cada vez que podía, le daban
arcadas al verlo y, al más estilo dramático —con vomitona casi incluida—,
ella lo representase. «No he hablado», me decía, «no dijiste nada de los
gestos», añadía, y yo me limitaba a negar en reiteradas ocasiones y a
esconder una risilla que solo ella sabía sacarme porque Luna es así, y la
quieres o la odias, no hay término medio y, si no, que se lo digan a Lucho.
Los padres de Lucho se incorporan y abandonan el salón de casa. Tengo
claro que, a pesar de todo, para ellos esto también es bochornoso.
—Te has pasado un poco, Luna —la reprendo.
—¡Lo que me faltaba por escuchar! Te deja plantada el día de tu boda,
Alba, ¡el día de tu boda! Que será por momentos, cojones, y ¿encima los
defiendes?
Y tiene más razón que un santo, pero esa suelo ser yo, la que excusa y
disculpa a todo el mundo, supongo que eso lo heredé de mi madre porque
mi padre es mucho más práctico y suele mandar al carajo a todo el que lo
necesita cuando eso es lo que él considera oportuno. Ya lo habéis
escuchado, que las cosas hay que decirlas o se enquistan, ojalá yo
aprendiese a hacer lo mismo en vez de tragar y tragar hasta explotar.
—Luna, cálmate, por favor.
Manu, el marido de Luna, entra en la estancia seguido de mi padre.
—¿Se han ido todos? —pregunto mirando a mi padre.
—Todos.
—¿Y?
—Pues espero que no nos pidan el dinero del regalo porque el cáterin
hay que pagarlo, las flores, el vestido y los zapatos.
—Los malditos zapatos —repite Luna.
—Eso es lo de menos ahora —les explica Manu, que supongo que,
tantos años después, me conoce y empatiza conmigo ahora mismo.
—Es la rabia que tengo dentro, Alba, lo siento —se justifica Luna ante
sus palabras.
—Tranquila —la disculpo.
Me quedo un rato sentada en el sofá, dándole vueltas al tocado y viendo
cómo mi padre, Luna y Manu cogen las cosas colocándolas para llevárselas
en bolsas de basura. Supongo que intentar borrar los restos de una boda que
no llegó a celebrarse debe de ser una auténtica mierda.
No sé cuánto tiempo pasa, solo sé que mi padre está en la cocina con
Lupe, que Manu está sentado en el sofá orejero, el favorito para leer de mi
padre, y que Luna tira de mi mano y me lleva a la planta de arriba.
No hablamos, no decimos absolutamente nada que no sea necesario. Me
quita el vestido, le coloca la percha y lo mete en el mismo plástico que nos
dieron en la tienda de novias. Lo deja encima del escritorio.
—Deshazte de él, no lo quiero —le pido.
Luna asiente. Una vez más, de la mano, me mete en el baño y abre el
grifo para que el agua se caliente. Me coloca en el váter y comienza a
quitarme todas las horquillas que se me quedaron enredadas en el pelo
antes. Un par de discos desmaquillantes y un bote de agua micelar, y
comienza con la faena de la cara y el escote.
Cierra el grifo cuando el vaho comienza a apoderarse de la habitación. El
liguero, las medias, el corsé, las braguitas de encaje y me quedo desnuda
ante ella, como tantas y tantas veces lo hemos estado ambas, no solo de
cuerpo, sino de sentimientos, porque somos, más que amigas, hermanas y
esto que hace ahora por mí es un reflejo más de ese sentimiento que nos
acompaña desde hace años y años.
—Ven —me pide cuando coloca el agua a una temperatura que considera
prudencial.
—Tengo frío, mucho frío —le explico mientras dejo que las lágrimas
surquen mis mejillas sin control.
Me introduce dentro, y ella, vestida como está, lo hace conmigo al darse
cuenta de que estoy temblando. No es la temperatura del agua, soy yo, mi
estado, el dolor de mi corazón y el daño que me han hecho.
—Ven, Alba, ven —me pide mientras me rodea con fuerza entre sus
brazos—. Hoy duele, pero mañana no, ¿lo recuerdas?
Clavo mi vista en ella y sé a qué se refiere, habla de todo ese tiempo en
el que sus abrazos eran lo único que me consolaba, los de ella y los de mi
padre, los de la familia, porque lo que de verdad importa es la familia.
Me enjabona con cuidado, me cuida, me consuela con pequeñas caricias,
pone el agua a la temperatura ideal, me ayuda a secarme, me enfunda en un
pijama de borrego y unas zapatillas de Mafalda y me lleva de nuevo abajo,
al salón, donde todos se quedan en silencio al verme llegar.
—Estoy horrible —le digo a Lupe cuando la veo, allí, sentada en el
reposabrazos del sillón en el que mi padre siempre lee el periódico.
—Estás más guapa que nunca —me dice ella a modo de consuelo.
Le sonrío con desgana para agradecerle la mentira.
Mi padre se incorpora, me tiende una taza de chocolate con varias nubes
flotando y se sienta a mi lado. Sé que la taza quema porque el contenido
arde, pero tengo tanto frío que no soy capaz de percibirlo.
—¿Y ahora qué? —pregunto, en voz alta, mirando a todos y cada uno de
mis acompañantes. Esa es la pregunta del millón; «¿y ahora qué?».
—Y ahora nos vamos de «no luna de miel» —suelta Luna—, así que haz
la maleta, que tenemos un viaje que organizar.
2
¿CÓMO HE LLEGADO YO HASTA
AQUÍ?
LUCAS
—Dicen que este es el crucero del año, chicos, es enorme, ¿os habéis
fijado? Me siento como en esa escena del Titanic cuando llegan y ven la
inmensidad del cacharro que hay frente a ellos, así, igual.
—Ya habló la romántica —se burla Nico de su hermana Amaia.
—El amor es bonito, deberías saberlo, no has aprendido nada de mí en
todos estos años compartidos —le suelta Amaia enfurruñada.
—Yo lo que busco son mujeres que necesiten de atenciones, ¿lo pilláis?
—pregunta alzando las cejas en un par de ocasiones con su ya más que
habitual cara de pillo.
No tengo claro cómo Nico y Amaia me han convencido para apuntarme
a esta locura de viaje. Yo propuse algo mucho más sencillo y cultural, no sé;
una visita a Edimburgo en verano, un viaje a Canarias o a las Azores, hasta
un recorrido en tren por el centro de Europa, pero no, mi amigo se empeñó
en que esto es lo que se lleva ahora y que hay que probar para saber si es
cierto, marcar tendencia o algo así. Amaia, su hermana y una de mis
mejores amigas y compañera de trabajo, pensó que mi plan era bueno, pero
la idea del crucero también, así que, al final, no por votación popular ni por
mayoría absoluta, sino porque cedí al ver la ilusión que Nico le ponía a este
viaje, hemos llegado a este punto, donde sí, parece que Amaia tiene razón y
parece digno de una escena de Titanic, solo nos falta la ropa de época y la
división por clases sociales —entre otras muchas cosas—.
Si el barco por fuera parece inmenso, no os quiero contar lo que hay
dentro de él. Es gigante. Caminamos los tres con nuestro trolley y creo que
estamos pasmados por lo que encontramos.
—Dime que para pagar esto no has tenido que vender tu cuerpo o
sacrificar algún órgano —cuestiona Amaia al ver todo eso que nos tiene
obnubilados.
Nico es un hacha de las finanzas. En su último año de carrera le
concedieron una beca muy importante y que solo otorgaban a alumnos con
notas excepcionales. No me explico cómo lo consiguió cuando su palabra
favorita en el diccionario es «fiesta», pero va seguida de «mujeres» y, si se
combinan ambas, ya es un despiporre. Ahora, gracias a esa oportunidad que
le dio la universidad hace ya varios años, forma parte de la empresa que su
padre preside en Madrid. Tienen dinero, eso ha quedado claro cuando he
utilizado el verbo «presidir», pero no son de esa clase de ricos que vayan
por ahí diciendo que lo son o haciendo alarde de ello. Pues a pesar de que
Nico es un crack en el tema económico, también lo es buscando viajes low
cost, porque una cosa no quita la otra y siempre que viajamos lo hacemos
por unos precios de esos que te hacen dudar si de verdad ha sido fruto de
actuar al borde de la ley o siendo ilegal por completo.
—Es cuestión de mirar y comparar —matiza Nico sonriendo
abiertamente—. Como todo en la vida…
Somos amigos desde hace ya bastantes años. Nos conocimos en la
facultad. Él de Económicas y yo de Turismo. Amaia y yo ahora
compartimos oficina en una agencia de viajes, antes de trabajar juntos ya
nos conocíamos. Se incorporó al grupo porque pasábamos mucho tiempo
juntos en su casa y el roce hace el cariño. A veces le digo que la recogimos
por pena, pero ella sabe que con su dedo corazón todo se arregla y lo
desenfunda tan rápido como Billy el Niño en una de esas películas de ayer y
hoy.
Amaia nos seguía allá donde íbamos con cualquier burda excusa y, si
intentábamos huir sin que ella se enterase, la liaba hasta que teníamos que
llevarla porque nos obligaban. El caso es que, anécdotas aparte, nos hicimos
muy, pero que muy amigos y compartimos, además de vacaciones, piso en
Malasaña.
—Esto parece un puñetero centro comercial, ¡joder! —exclama Amaia al
ver cómo en medio del barco hay varias tiendas, decoradas con mogollón de
luces de neón, que, más que parecer estar en un barco, diría que estamos en
medio de la Gran Vía madrileña o en Nueva York.
—¿Seguro que no hay una orden de búsqueda y captura en contra
nuestra? —pregunto al ver todo lo que nos rodea.
—Fijo que hay ratas en nuestro camarote —prosigue mi amiga.
—Ese es uno de los trucos, he escogido dos camarotes que no son los
mejores, no hay unas grandes vistas, no obstante, para lo que vamos a hacer
en ellos, no nos hacen falta vistas —nos explica Nico sonriendo sin apenas
apartar su mirada de la piscina que se atisba al fondo.
Vemos el trajín de personas llegando con maletas, con sombreros
puestos, gafas de sol y sonrisas perennes, buscando al personal del barco
para saber cómo llegar a la que será su habitación durante los próximos
días.
—Sigo pensando que Edimburgo era una gran opción.
—Un barco de singles en pleno mediterráneo, eso sí que es una
maravillosa opción —insiste Nico.
—Yo habría ido contigo a Edimburgo —murmura Amaia cerca de mí
para que Nico no la escuche.
Sonrío condescendiente al escuchar sus palabras porque sé que ella iría
conmigo donde yo quisiera y viceversa.
Os comentaba que Nico y yo nos hicimos grandes amigos y que en todas
nuestras escapadas y travesuras siempre estaba su hermana de por medio,
pues eso se tradujo en que Amaia y yo nos hicimos uña y carne, sobre todo,
cuando los padres de Nico y Amaia decidieron mandar a su hijo a estudiar
un año a Londres para perfeccionar su inglés. «Un buen profesional de las
finanzas tiene que tener muchos más conocimientos aparte de la intuición y
saber de matemáticas», eso es lo que le repetían constantemente.
Amaia, por el contrario, era más práctica y soñaba con bailar, le gustaba
la danza y le costó horrores que su padre cediese ante su petición y la
dejasen apuntarse en una academia. Pero supongo que el ser la niña, y la
pequeña, tuvo algo que ver, eso y los pucheros que siempre supo colocar en
su cara para conseguir lo que pretendía, cosa que sigue funcionándole hoy
en día, tras veinticinco años, aunque no siempre se puede salir con la suya.
Pero, que la dejasen apuntarse en una academia, no quiso decir que
finalmente se pudiese dedicar a ello, ese puchero no fue lo suficientemente
grande ni tampoco las súplicas llegaron a nada, obviamente, siendo hija de
quién es, tiene que seguir la trayectoria familiar, hasta que se case y se
convierta en madre. Hubo muchas polémicas cuando Amaia les dijo que no
estudiaría danza, pero que tampoco se dedicaría a las finanzas porque no le
gustaban. Sus padres pusieron el grito en el cielo e, incluso, Amaia pasó
varias noches en casa, hasta que su madre logró que su padre entrase en
razón y entonces la cosa mejoró, y me alegro porque ya bastante frustrada
estaba mi amiga con su inexistente futuro en la danza como para que
encima la obligasen a estudiar algo que no quería.
A veces hablamos sobre esas cosas sin Nico presente porque él no
comparte este tipo de pensamientos, para él la empresa familiar lo es todo, y
lo respeto, aunque no lo comparta y, mucho menos, cuando lo que veo es
que no es capaz de llevarle la contraria a su padre.
Aun con todo, Amaia sigue escapándose cada vez que puede a ensayar, y
yo la cubro cuando es necesario, me invento algún tipo de trabajo de última
hora o la excusa que sea precisa. Pues eso, que somos uña y carne.
Nico y yo somos cuatro años mayores que Amaia y, a pesar de la
diferencia de edad, siempre hemos estado muy unidos los tres, aunque
seamos totalmente diferentes. Y, con todas las diferencias que existen entre
nosotros, seguimos compartiendo las vacaciones y algún que otro día de
fiesta por ahí.
La fiesta tampoco es lo mío, no soy de esa clase de chicos a los que les
mole salir, bailar y beber, soy más práctico, Amaia siempre me dice que soy
un viejo encerrado en el cuerpo de un joven, y yo sonrío y asiento porque
me parece una definición bastante sensata y certera. El caso es que, para mí,
una buena noche pasa por una conversación en casa, rodeado de amigos y
un par de cervezas, de música que no suene a punchi punchi y bromas, una
peli o un libro, un juego de mesa, no descarto la opción del pijama tampoco.
A Nico, por el contrario —y gracias a ese motivo estamos aquí ahora—,
le encanta una fiesta, relacionarse con los grupos que pille y con las chicas,
con muchas chicas. Él es el dandi de la ecuación, y yo soy más de despejar
balones.
—Venga, vamos, es hora de dejar nuestras cosas en los camarotes, dar
una vuelta y ver qué opciones hay en este barco.
—Y, con opciones, mi hermano lo que quiere decir es que necesita ver el
tamaño de los bikinis —se atreve a especificar Amaia.
—Y de lo que esconden los bikinis también, dilo todo, hermanita.
Buscamos ayuda para llegar hasta nuestra caja de zapatos.
Primer contacto: pasable.
Compañía: excelente.
Temperatura corporal: normal.
Claustrofobia: altos niveles.
3
GRETA BOVER, PRESENTE
LUNA
—Voy a salir.
—¿Y eso? —cuestiona Manu sin apenas levantar la vista del periódico
que se abre frente a sus ojos.
—He quedado con Alba. Tenemos una cita reservada para ver cómo
podemos solventar el pequeño problema de su viaje de novios.
Manu aparta, por primera vez en el rato que llevamos en la misma
habitación, el periódico de su cara y me escruta con la mirada.
—¿Todavía estamos con esas?
—Ya hemos discutido lo suficiente —resuelvo antes de que perdamos
los papeles—. Es mi amiga, y no voy a dejarla sola en esto de la misma
forma que sé que ella no me dejaría sola a mí. ¿Me explico? —Mi tono
suena contundente porque parece que con Manu la única forma de que deje
de tocarme la moral es no dar pie a ningún tipo de réplica.
—Si a mí me parece genial que la acompañes y la apoyes en lo que te dé
la real gana, Luna, lo que no veo lógico es que pretendas irte a ese viaje con
ella. ¿Me explico? —suelta imitando mi voz.
Me incorporo y coloco los brazos en jarras. Manu me tiene hasta la
pepitilla.
—No hacemos nada nunca juntos. Si estamos en casa, yo me limito a
estar en una habitación y tú en la otra, y si compartimos espacio es para que
cada uno esté a lo suyo. No es solo por Alba, es porque quiero hacerlo.
Tómalo como unas vacaciones.
—¿Unas vacaciones de mí?
—Unas vacaciones. —Vaya que sí, le diría que de él.
—Mira, Luna, contigo no se puede, así que haz lo que te salga del moño
porque eso es lo que has hecho siempre, estando conmigo y sin mí.
—No, te equivocas, Manu, contigo no he hecho lo que he querido —le
rebato siendo menos brusca en mi expresión, a diferencia de él— porque
nunca me has dejado hacerlo sin reprocharme luego mi actitud.
Cojo el bolso, el teléfono y salgo de casa. Sé que, cuando vuelva, me va
a esperar una buena.
Llego a casa de Alba un rato después. Vivimos a las afueras de Madrid y
ambas trabajamos en el pueblo. Alba es secretaria en un bufete de
abogados, y yo soy contable en una empresa que está al lado. Hasta en eso
hemos tenido suerte en la vida. Aprovechamos y compartimos coche para ir
a trabajar y desayunamos o almorzamos juntas siempre que podemos
hacerlo.
Toco el claxon un par de veces para que sepa que he llegado y le escribo
un wasap por si el sonido no es suficiente advertencia.
No tarda demasiado en salir. Ismael la acompaña, me saluda con la
mano, y le devuelvo el gesto.
—Mi padre dice que tengas cuidado en la carretera y que, si por
casualidad nos encontramos con Lucho, lo atropelles, que él se prestará
como tu coartada.
—Ismael es lo máximo en este mundo. Me casaría con él si no estuviese
ya casada.
—Es mi padre —se queja Alba.
—Un padre que está de buen ver para la edad que tiene. Es el George
Clooney del pueblo, nena. ¿No has visto cómo lo mira Lupe?
—¿Como a su jefe?
—Ingenua —la acuso.
—Ya. Por ingenua estoy donde estoy ahora mismo.
—Es lo mejor que te ha podido pasar. Imagínate que te casas y luego te
das cuenta de que no estabas enamorada o que no todo son corazones, sexo
desenfrenado en la encimera de la cocina o sexo desenfrenado mientras
cocinas, como en las pelis.
—¿Qué clase de películas ves tú?
—Porno —afirmo.
—Ya veo.
—Tú eres de las que ven las de la Tres los fines de semana, ¿verdad?
—Soy de las que no veía nada porque pasaba mucho tiempo con su
novio.
—Exnovio —matizo.
—Exnovio gilipollas —resuelve mi amiga.
—Amén a eso, hermana. En fin, a lo que vamos. Tenemos una cita
especial.
—¿Cómo de especial? Nada de tíos en bolas, que nos conocemos, Luna.
—Palabrita. Vamos a vernos con una tía, lo que indica que tiene tetas,
salvo que te gusten las tetas, cosa que no me importaría, estás a salvo de los
tíos.
—Suena a que me estoy escondiendo o algo de eso —murmura Alba.
—Llevas dos semanas encerrada en casa, lloriqueando y te hemos dado
tu espacio, pero, querida, Lucho no va a volver, es más, ninguna de las dos
quiere que vuelva, así sea con la piel a tiras y flagelado porque, el que nace
gilipollas, muere gilipollas, tenga piel o no la tenga.
—Ya —musita, poco convencida—. Solo estoy dolida por todo esto.
—Y es normal, pero… vamos a poner remedio a la situación. Nos vamos
a ir de «no luna de miel», vamos a pasarlo bomba, vamos a tostarnos al sol,
a conocer gente nueva y a beber hasta perder el sentido de la vida.
—Eso es todo lo que quieres hacer tú, ¿y lo que quiero hacer yo?
—Seguir llorando queda descartado.
—Vale, vale —concede Alba—. Te hago caso y me pongo a tu
disposición.
—¿Sabes que la has cagado al decir eso?
—Lo sé. Pero, ahora mismo, más mierda dudo que pueda arrastrar.
Llegamos a Chinchón un rato después. Durante el trayecto, hablamos de
cosas banales, ponemos a caer de un burro a Lucho y al sexo masculino en
general y también hablamos sobre el enfoque que le vamos a dar a nuestros
jefes para solicitar las vacaciones.
Alba lo tiene más sencillo, porque ella ya las tenía planificadas para su
luna de miel, pero, con todo este pequeño asunto de nada, las ha cambiado y
su jefe le ha dicho que las puede solicitar cuando considere oportuno. Cosa
que espero que sea ya.
Google se comporta como un verdadero señor, teniendo en cuenta que ya
cuestiono a todo lo que tenga por género el masculino, y nos lleva a una
vivienda preciosa. Bajamos del coche, yo con una enorme sonrisa en la
cara, y mi amiga con una cara que da verdadera pena.
—La próxima vez, tres capas de maquillaje, Alba, por Dios y la Virgen
santísima.
—Amén y que por el ojete te den.
La miro, turbada, creo que es la primera broma desde el incidente, mejor
llamarlo así, porque lo de que te dejen plantada el día de tu boda es una
auténtica mierda.
—Te estoy recuperando y no me lo creo.
—No te acostumbres —me dice mientras mira al frente y me coge de la
mano.
Caminamos hasta la casa y por fuera hay un cartel enorme que pone:
«Greta Bover. Organizadora de divorcios. ¿Celebramos el tuyo?». Y yo
aplaudo emocionada porque si me divorcio quiero que me organicen una
fiesta chula.
Toco el timbre y espero a que alguien abra.
Una chica rubia con un bolígrafo enredado en el pelo y un traje de flores
nos recibe.
—Hola —saludo.
—Buenas tardes —añade Alba por cortesía.
—¿Sois mi cita de las cinco? Sí, tú tienes pinta de divorciada —
murmura sonriéndole a Alba.
—Tres capas de maquillaje —susurro.
—Pasad. —La chica se hace a un lado y nos lleva a la primera
habitación que hay a la derecha—. Antes tenía el despacho arriba, pero era
complicado recibir visitas, así que me trasladé hace poco hasta aquí —
murmura abriendo las puertas de par en par y dejando a nuestra vista un
despacho grande, lleno de pósits amarillos, con paredes blancas, muebles
blancos, haciendo que el espacio sea muy luminoso—. Tomad asiento y
contadme. Por cierto, soy Greta Bover.
Alba se sienta, y yo hago lo propio, pero veo que ella no se atreve a abrir
la boca, así que… me toca tomar las riendas.
—Alba. Luna —nos presento—. A mi amiga la han dejado plantada en
su boda. El gilipollas de su exnovio. No voy a entrar en detalles escabrosos
sobre el tipo de retraso que carga el tío porque te puedes hacer una idea
dedicándote a lo que te dedicas, así que queremos celebrar una fiesta de
divorcio, pero sin divorcio.
—Sin divorcio porque no llegué a casarme —especifica Alba abriendo la
boca por primera vez.
—Entiendo. ¿Y tenéis algo pensado?
—Un viaje —se adelanta Alba.
—Un viaje porque no nos devuelven el dinero de la luna de miel, así que
queremos hacerlo juntas.
—Buena idea. Como en Sexo en Nueva York —susurra.
—Exacto —afirmo.
—¿Y él? ¿Qué hay de su parte?
—Nos la pela. Quiero decir —rectifico ante mi ida de lengua—. Nos da
un poco igual lo que ese mentecato del tres al cuarto haga. Queremos
hacerlo juntas y nos gustaría que tú te encargases de ello porque estamos
convencidas de que sabes lo que nos hace falta en este momento.
—Bien. Vale. Perfecto. ¿Tenéis los datos del tour operador?
Alba le tiende un papel donde ha apuntado todos los datos necesarios, y
Greta toma varios apuntes en él.
—¿Necesitas algo más? —pregunto.
—No, nada, solo que confiéis en mí. —Cabeceo afirmando en repetidas
ocasiones—. Y Alba…
—¿Sí? —dice mi amiga alzando la vista y mirándola.
—Si ese tío fue capaz de dejarte plantada el día de tu boda, es un
gilipollas, sí, pero de campeonato.
Salimos de allí, yo aún aplaudiendo a la organizadora de divorcios, y
Alba con una media sonrisa en la cara porque se da cuenta de que no solo
somos Lupe, Ismael y yo los que sabemos que Lucho es lo que es. No, Alba
creo que va a abrir los ojos y espero, por su propio bien, que también las
piernas. Ya me encargaré yo de eso.
Pasamos el resto de la tarde juntas, cenamos antes de dejarla en su casa y
le doy un abrazo para despedirme de ella hasta la mañana siguiente.
—Alba, vete depilándote el toto y lo que no es el toto, porque vamos a
pegarnos un viajazo de padre y muy señor nuestros.
Si llego a saber lo que se nos venía encima, puede que me lo hubiese
pensado dos veces.
4
¿SINGLES?
ALBA
—Que alguien me pellizque, por favor —suplico.
Estoy frente al Titanic, sí, sí, al Titanic. No veo a Leonardo DiCaprio por
ningún lado, pero, dado que aún me encuentro fuera del barco,
probablemente el rubio esté terminando de jugar esa partida para poder
subir a este barco y conquistarme.
Leonardo, ven a mí, pero sin joderme viva como ha hecho Lucho, esa es
mi única petición. No descarto tatuármela en la frente por si las moscas.
—Auuuuchhh —me quejo.
—Lo has pedido tú —se justifica Luna, que creo que ahora mismo flipa
en colorines casi tanto como yo—. ¡La hostia bendita! Cuando Greta dijo
que nos íbamos de crucero, pensaba en algo menos… Más… Un poco…
—Con menos, más y un poco, no entiendo un carajo lo que quieres
decirme. —Me carcajeo.
Luna me mira. Señala el barco con su dedo corazón y eso, señoras y
señores, es una peineta encubierta con un gesto sutil. Muy Luna, que está
como una puñetera regadera, por si todavía no os habéis percatado de ello,
que es pronto, lo sé, pero ya veis que apunta maneras.
—Menos grande, más pequeño y un poco mediano —aclara
descojonándose de la risa sola.
—Vaya forma de describirlo. Patético —murmuro—. Anda, mira, como
yo, que me dejaron plantada el día de mi boda y no me olía nada.
—¿Tres semanas y no lo has superado?
—Ya ves. Soy de digestiones lentas, como las víboras. A lo que vamos
—retomo la conversación dejando a un lado mi comentario—. Pedazo de
barco. Creo que lo primero que debemos hacer después de dejar las maletas
es preguntar el número de pasajeros, revisar los botes y hacer cálculos.
Mejor tú, que eres la contable. Yo pregunto, tú calculas —organizo.
—¿Estás chalada? ¿Tu padre te dio algún psicotrópico antes de salir de
tu casa? ¿Fumaste maría? ¿María sin compartir conmigo? ¿La maría de la
vecina de al lado?
—Ni la nombres, que aún me duele la barriga de pensar en la que
armamos con la jodida marihuana. Ese ha sido el día más épico de mi vida,
por lo menos puedo decir que tengo un día épico en mi vida…, que luego
hay otro que también merece mención y es solo porque…
—Ya vale —me corta Luna—, porque te dejaron plantada el día de tu
boda.
—Touché.
—Te prohíbo que hables de eso en este viaje. Tenemos siete días por
delante para coger sol, olvidarnos de lo que dejamos en tierra, menos de tu
padre…
—Y de Manu —añado.
—Ya, claro, y de Manu. —Mi amiga, la especialista en gesticular como
si no hubiese un mañana, pone los ojos en blanco cuando nombro a su
marido—. Repito, olvidarnos de todo lo que hemos dejado atrás y
sencillamente disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Las dos solas,
como hace tiempo, como cuando éramos jóvenes y solteras, cuerpazo
estiloso, nos importaba una mierda todo y todos y nos dedicábamos a hacer
lo que nos daba la real gana, ¿te acuerdas?
—Pues no —resuelvo—, la verdad es que no. Creo que han pasado como
mil años desde entonces, ahora, si llego yo a saber lo que sé hoy…
—Ya. Habló la vieja. Anda que si lo llego a saber yo.
—Calla, bruja, que te tengo asco, eres feliz en tu mundo ideal y a mí…
—Chitón o te corto la lengua y me hago un perrito caliente con ella —
me corta Luna antes de seguir revolcándome en el fango.
Tras la pequeña amenaza de Luna, decido guardar silencio.
Le he prometido a mi padre que vendría a este viaje con toda la energía
positiva que cupiese en mi cuerpo serrano. Nada de lloriquear, nada de
lamentarme ni de recordar el incidente en cuestión. Aunque, ¿para qué
mentir?, lo tengo fresco como una lechuga recién cortada y escuece, vaya
que si escuece.
No he vuelto a saber nada de Lucho desde aquel día. Ni un triste
mensaje, correo, carta o un papel por debajo de la puerta. Cuando tuve el
suficiente valor para ir hasta la que sería nuestra casa, ya había recogido
todos los trastos y no quedaba ni rastro de él. Lo había hecho tan a
conciencia que, cualquiera que no hubiese estado en mi casa con
anterioridad, diría que allí no hubo jamás rastro de un hombre.
Y dolió. Y lloré. Y rompí algún que otro jarrón y le di una patada a la
puerta de nuestro baño jodiéndome los dedos por estúpida y, desde ese día,
me dolía el pecho y también el pie, ambos dolores compartían nexo: la
sandez.
Ya sé, creéis que soy gilipollas, pero espero que penséis que soy un poco
menos que él, por favor, que, si alguien merece colgarse la medalla por
haber conseguido el primer puesto, que no sea yo; la pobre Alba Serrano.
En fin, que le prometí a mi padre que traería toda mi buena energía y que
con ella disfrutaría de mis vacaciones en este pedazo de barco.
—¿Lo de singles es por algo en especial o es por atraer clientela? —
pregunto—. Ya sabes, un señuelo para los pobres desesperados por
encontrar pareja.
—La gente flipa. No entiende que sin pareja se está mejor, que los
hombres son el infierno y que nosotras seríamos más felices sin ellos, pero,
nada, que no aprendemos y terminamos por caer siempre en las redes. Yo
creo que son las feromonas. Para mí que se echan uno de esos desodorantes
con alguna cosa rara dentro que hace que caigamos rendidas a sus pies. Eso
y las pollas porque las pollas, amiga, son vida.
—Y tenías que nombrarlas. Mucho habías tardado ya en decir alguna de
tus frases e incluir una polla en ellas.
—Pollas… Escúchalo bien, amiga… Pollas. ¿A que suena a pura poesía?
—A mí ahora mismo me dan arcadas solo de pensar en una porque ya
sabes…
—Paso de ti y de tu negatividad. A tu padre se lo pienso soltar.
—¿Antes o después de decirle lo de las pollas?
—Antes, por supuesto, así me pedirá que te dé el teléfono, haré caso, te
echará la bronca del siglo, y yo me escaparé de mi más que habitual
reprimenda por soltar lo primero que se me pasa por la cabeza. Ya sabes, si
eres lo suficientemente inteligente como para que la atención se centre en
otra persona, es probable que escapes la primera.
—Todavía no entiendo cómo puedes ser mi mejor amiga —cuestiono
sonriendo.
—Porque soy la única que te aguanta.
—No, bonita, la que te aguanta soy yo. La verdad…
Dejo la frase en el aire… Es probable que Luna y yo discutamos mucho
y muchas veces o que nos pinchemos, que soltemos bromas que a la otra le
ofenden, que me queje por la forma en la que pone los ojos en blanco
cuando está en desacuerdo conmigo o que le diga que conduce como una
abuelita, pero también os tengo que decir que, sin ella, mi vida no sería
igual.
Y esto que está haciendo por mí, lo que lleva haciendo por mí las últimas
tres semanas, estoy segura de que nadie lo habría hecho.
Accedemos al barco y por dentro parece un centro comercial. Un centro
comercial en China o algo así porque hay tantos neones que estoy
convencida de que por la noche parecerá que es de día. Esa es una buena
técnica porque, si la gente del barco no es capaz de diferenciar la noche del
día, hará que bebamos, comamos y caigamos redondos tras un lote del
quince.
¿Y qué hago yo pensando en alcohol cuando el mayor lote que me he
pillado yo pasa por un par de cervezas? Parece que estuviese regresando al
pasado y recuperando los años perdidos. Pues no me queda nada que
recuperar. Porque me he dedicado toda la vida a ser la chica responsable; a
ayudar a su padre, que la pérdida de su mujer supuso una jodienda en su
vida; la hija que se empeñaba en que no pasaba nada, pero que a la mínima
de cambio se metía en la cama con su padre y lloraba hasta dormirse y así
día tras día, hasta que apareció Lucho y cambió mi vida y mi perspectiva.
Hasta que llegó y se fue. Como los yogures, que tienen fecha de
caducidad. Pues igual.
—Deberíamos preguntar dónde se encuentran nuestros camarotes porque
esto es inmenso y lo mismo acabamos en Dubái. Si ves una torre rara o una
isla con forma de palmera, ya sabes que nos hemos perdido y,
probablemente, nos hayamos teletransportado a la cuna del lujo. Que digo
yo, lo mismo allí las marcas son económicas y podemos dejar de
comprarlas en AliExpress y fingir que son de verdad.
—Lo que deberías es visitar a un psiquiatra, y yo buscar una farmacia
porque preveo que me va a doler mucho la cabeza si voy a estar siete días
contigo.
—Calla, Alba. Somos almas libres. Nada de maridos, nada de
responsabilidades y nada de nada que sea aburrido.
—Ni Manu —le suelto a mi amiga.
—He dicho que nada de aburrimiento. ¿No me has escuchado? —Me
echo a reír por la cara que pone Luna tras mi comentario—. ¡Por favor!
Please! S'il vous plait! ¿Cómo se dice «por favor» en alemán?
—Bitte.
—Bitte… r Kas.
—Ridícula.
—No me dirás que no me ha salido un chiste de la hostia.
—Hostia la que te diste al caerte de la cama de pequeña y después de eso
te quedaste tonta.
—Tus muelas —me insulta.
—Las tuyas —la acuso.
Total, que mientras discutimos por quién es la más tonta de las dos —sin
mencionar el incidente que haría que en el pódium la medalla fuese mía—,
se nos acerca un chico vestido de traje. Impecable como él solo.
—¿Ves? He sido capaz con mi don de gentes de atraer a un chico…
guapo —susurra.
—Perdona. Llevo un rato llamándote, pero creo que no me escuchas.
Ante nosotras, y nuestra cara de pasmo, se planta un grupo de tres. Dos
chicos y una chica. Dos chicos que, si me permitís el matiz, están de muy
buen ver y una chica con el pelo hecho un lío, pero guapa, guapa a rabiar.
El chico en cuestión, el que nos venía a dar indicaciones, los otros dos
no, nos mira atónitos a los cinco y entonces, mi amiga, que es muy ella
como podéis daros cuenta, toma las riendas del asunto y la caga. Como
siempre, Luna la caga.
—Nosotras lo hemos visto primero y lo he llamado en cuatro idiomas
diferentes, ¿me entiendes? Cuatro, porque somos la mar de apañadas.
Yo callada, viéndolas venir, porque, si alguna de las dos se tiene que
llevar la torta, que sea Luna, que es la que cicatriza antes y esto es verídico,
no es una excusa ni nada, que yo me hago un arañazo y me queda la herida
ahí veinticinco días, sin exagerar ni nada.
—Los idiomas nos dan igual —resuelve la chica que tenemos enfrente.
Tiene toda la pinta de que los otros chicos están como yo, viéndolas venir y
tonto el último.
—Solo será un minuto —insiste Luna—. Queremos…
—¡Queremos saber dónde está nuestro camarote! —grita la rubia.
A Luna creo que le va a dar una lipotimia por la frustración.
—Te he dicho que lo hemos visto primero y las que queremos saber
dónde está nuestro camarote somos nosotras.
Que Luna es muy buena tía y todo eso que ya os he dicho, pero se gasta
una mala hostia cuando quiere que hasta los temblores tiemblan. No sé si os
hacéis una idea.
—Luna —intervengo para apaciguarla—. Lo mismo podemos esperar.
—¡Qué esperar ni esperar! El chico ha venido a nuestro encuentro
porque lo hemos llamado primero, ¿a que sí?
El chico en cuestión está, pobrecito mío, en una encrucijada que no veas
porque si nos ponemos en su piel, supongo que no quiere quedar mal ni con
uno ni con otro. Y ahora debe de estar sudando como un pollo.
—No pasa nada —le consuelo—, podemos esperar a que los atienda a
ellos y luego nos dirá a nosotras a dónde dirigirnos.
—Amaia —interviene ahora uno de los dos chicos que la acompañan—,
creo que podemos esperar un poco más, lo mismo las ha visto a ellas
primero…
—Como para no verlas —especifica el otro, que tiene pinta de ser un
«risitas» porque luce una magnífica sonrisa devorabragas en su cara.
Su amigo bufa antes de proseguir:
—Podemos esperar —resuelve.
Asiento para agradecerle que intervenga porque se ve que su amiga y mi
amiga son como dos bombas de relojería.
—Dejadme ver los pasajes y lo mismo os puedo ayudar a todos.
Por primera vez, el operario nos habla y creo que su respuesta nos ha
contentado a todos.
Le tendemos nuestros papeles, y ellos hacen lo mismo con los suyos.
—¿Y bien? —pregunta Luna un poco desesperada.
—¡Vaya! Menuda coincidencia. Os puedo ayudar a los cinco porque sois
vecinos.
—¿Exquiusmi?
Y esa es Luna, a la que solo le ha hecho falta un idioma y chapurriado
para que entendamos que esto pinta mal, pero que muy mal.
5
¡MENUDAS VECINAS!
NICO
—Eso que acaba de pasar ahí fuera solo tiene una única explicación: las
mujeres están todas mal de la cabeza. Incluida mi hermana, aunque eso ya
es un hecho constatado, nada nuevo, vaya.
—Incluida tu hermana —afirma Lucas al escuchar mi contundente y
rotunda explicación.
Nos hemos instalado en los camarotes. La idea era básicamente
separarnos por sexo. Las chicas con las chicas, es decir, mi hermana sola
porque somos impares; y los chicos con los chicos, así que Lucas y yo
tendremos que aguantar nuestros pedos y ronquidos durante los siete días
que estemos aquí.
A ver, para seros sincero, espero pasar bastante poco tiempo entre estas
cuatro paredes porque con el material que he podido ir observando a nuestra
llegada y posterior recorrido, sumado a la cantidad de oportunidades que se
prevén, mi culo estará mucho tiempo al aire y no hablemos de otras partes
con muchas más terminaciones nerviosas.
—¿Cuál es el plan? —me pregunta Lucas mientras va colocando la ropa
que ha traído en su pequeña maleta de viaje.
—Salir y empezar con nuestro objetivo.
—¿Nuestro?
—El de los dos. Ligar y follar.
—Ya. Muy básico todo, ¿no crees?
—Ligar, follar y cambiar de chica cada noche. O, mejor aún, cada hora.
—Y, digo yo, en ese plan que tienes por horas —musita sonriendo,
condescendiente—, ¿tienes pensado pasar algo de tiempo con tu hermana y
con tu amigo?
—No. —Rápido y conciso.
—Me lo imaginaba.
—Y espero que tú tampoco. Creo que ya es suficiente tiempo de duelo,
¿no? No sé, que yo estoy bastante poco puesto en el tema de las relaciones,
no obstante, digo yo que unos meses, ¿cuántos?
—Tres meses.
—Eso. Tres meses ya es tiempo para que vuelvas al mercado carnal.
—¿Hablas de sexo?
—¡Claro! ¿De qué voy a hablar si no? De las pajas debes de estar ya
cansado.
—La verdad…
—No me respondas a eso, Lucas. Estamos en un barco, partimos en
cuestión de horas y creo que va a ser un viaje increíble. Tenemos que
pasarlo bien. Aquí todas están solteras y no va a haber una oportunidad
como esta. Deberías meditarlo —le aconsejo mientras saco mis calzoncillos
de la maleta. He traído muchos porque quiero causar una buena impresión,
ya me entendéis, aunque lo que importa no es el envoltorio, ¿no?, sino el
regalo en sí.
Terminamos de acomodar nuestras cosas y salimos en dirección al
camarote de mi hermana, que está al lado del nuestro y justo entre el de
Lucas y el mío y el de la loca deslenguada esa.
Tocamos y esperamos por fuera a que Amaia nos abra.
—¡Un momento! —grita desde dentro.
La puerta contigua se abre y salen las vecinas chaladas. Está feo
catalogar a nadie sin conocerlo, lo sé, eso de las etiquetas no me ha gustado
nunca, pero no sé sus nombres, por lo tanto, tendré que conformarme con
ese apelativo.
—Vaya, mira, pero si tenemos aquí a los colones —murmura en voz alta
la morena. La morena que antes intentó colarse.
—Bueno, mira, Lucas, las locas —la provoco respondiendo a su ataque.
—Ehhh —se disculpa la otra chica, la más racional, por lo que pude
atisbar—. Que aquí la única loca que hay es mi amiga y la vuestra.
—Es mi hermana —le respondo sonriendo.
—Pues, cuidado —toma la palabra la otra chica—, porque dicen que la
genética es muy caprichosa y que todo se pega.
—¿Sois hermanas? —pregunta Lucas que interviene por primera vez en
la conversación.
—Más quisiera Alba tener a una hermana como yo.
Vale. Bien. La chica rubia a la que Lucas no le quita ojo, cosa que me
parece bastante bien, todo hay que decirlo porque por alguna debe empezar,
se llama Alba.
—Si ella es Alba, tú eres… —Dejo la pregunta en el aire, esperando a
que se digne a responderme, y ella sonríe altanera, pero no dice nada—.
Tienes cara de Agapita.
—Agapita tus muertos —grita mientras agarra de la mano a Alba y sale
de allí.
—¿No tenías otro nombre? ¿Otro menos… especial? —me increpa
Lucas viendo cómo las chicas se van de allí sin mirar atrás.
—Lo he hecho solo para fastidiar, que Agapita es un nombre como otro
cualquiera, pero sabía que esa tía de ahí se mosquearía, parece un reloj a
punto de estallar, fijo que tiene que follar como las diosas, las mujeres así,
con carácter, son unas guarrillas en la cama.
—Y tú eres un gilipollas de campeonato —me insulta Amaia, que ha
abierto la puerta de su camarote y ha escuchado mi mordaz comentario.
—Tu hermano está desvariando.
—Las mujeres son básicas —insisto en mi perorata.
—Ya, porque los hombres no lo son. No hay más que verte: «Sexo,
unga, unga, shaca, shaca, polla, yo, meter, unga, unga».
—Bien respondido. ¿Te he dicho ya que mi hermana también está loca?
—le susurro a Lucas, que se descojona de risa ante nuestro pequeño
enfrentamiento.
—Te he escuchado, gilipollas. Solo espero que alguna vez te enamores
de una tía y te joda vivo.
—Paso. Soy un alma libre, y Lucas también.
Caminamos en dirección a la salida, siguiendo las indicaciones del
pasillo que nos muestra, con flechas y carteles en varios idiomas, hacia
donde debemos dirigirnos para poder salir a cubierta.
—A mí no me metas en tus historias —protesta Lucas.
—Hemos hablado, ¿sabes, Amaia?
—Ah, ¿sí? ¿Sobre qué? —pregunta mi hermana con curiosidad.
—Lucas tiene que volver al mercado y le he dicho que este es el mejor
momento y lugar para hacerlo.
—Siento tener que decir lo que voy a decir porque ya sabes que nosotros
somos como el agua y el aceite, pero mi hermano tiene razón. Miranda te
hizo daño y eso nadie te lo discute, pero no podemos seguir anclados al
pasado, tienes un futuro por delante, y no todas las mujeres son igual de
malas personas.
—Ni de zorras —puntualizo—. Que se enrolle con tu padre no es que
sea lo mejor del mundo. —Y ahora entendéis por qué me dirijo a ella de esa
forma tan despectiva.
—Tu padre tampoco ha sido nunca santo de mi devoción. Ya desde que
eras pequeño apuntaba maneras cuando te dejaba tanto tiempo solo en casa,
sin comida y se gastaba todo en follar y en jugar —prosigue mi hermana,
dándome la razón.
—La verdad es que no me apetece mucho hablar de ese tema. Está
superado y es pasado —matiza con contundencia Lucas a lo que le ha dicho
mi hermana.
—Cierto. Así que me pienso encargar en exclusiva de buscarte citas,
quiero que conozcas a alguien y que seas tú mismo —insiste Amaia
dedicándole una sonrisa de campeonato.
—¿Con yo mismo quieres decir arrebatadoramente encantador?
—Quiero decir arrebatadoramente encantador, sí —repite mi hermana—,
y maravillosamente canalla. Como eras antes de que te…
—De que me pusieran los cuernos. Lo he pillado —añade Lucas sin
ocultar su taciturno gesto al hablar con tanta sinceridad sobre lo sucedido.
En fin, que no me corresponde a mí contar su historia porque no sería
lógico, pero digamos que, gracias a las idas y venidas de Lucas, a los
desamores de mi hermana y a los problemas familiares que carga mi amigo
a sus espaldas, me siento tan unido a Lucas y tan en deuda con él. Porque
me ha dado muchas lecciones de vida y, aunque en mil ocasiones
discutimos porque él cree que lo que dicte mi familia no es lo único ni lo
más importante, yo sí que creo que lo es.
Entiendo que piense así con todo lo que carga, pero no todas las personas
pasamos por las mismas experiencias ni mucho menos.
Por todo eso, creo que lo mejor que hay en esta vida es aprovechar el
momento y disfrutarlo, jugar, bromear y cambiar de chica como de camiseta
cada día.
—Oh, oh, creo que las locas siguen ahí —grito para que me escuchen al
verlas cerca de donde nos encontramos.
—Vaya, mira, pero si resulta que nos persiguen, Alba, tenemos
acosadores, será mejor que huyamos por si deciden atacarnos —exclama la
morena que está con Alba. Joder, debería haberme parado antes a mirarla
con detenimiento porque está jodidamente buena.
—Agapita, no me busques que me encuentras.
—Torcuato, cuidado que no sabes bien con quién te metes.
—¿Quieres guerra? —le pregunto.
Alba niega con la cabeza, y Lucas hace lo mismo.
—Soy Alba. —Le tiende la mano a Amaia, que la recibe con una sonrisa
en su cara.
—Amaia —finaliza.
—Lucas —dice mi amigo tras sujetar la mano y atraerla hacia sí para
plantarle dos besos. ¡Dos besos! Vaya que sí, se está tomando al pie de la
letra eso de avanzar, continuar, proseguir con su vida…
—Alba —repite algo turbada por su efusividad.
—Torcuato —le respondo al darle la mano.
—Encantada, ella es…
—Soy Luna —responde la susodicha mirándome a la cara con
curiosidad.
—Nico —rectifico mi nombre—. Encantado.
—No diría yo lo mismo —suelta Luna por su boquita.
Luna, Alba, Lucas, Amaia y yo. Parece que, al final, este viaje va a ser
más divertido que lo que me había imaginado. Si es que el secreto en esta
vida es, sencillamente, dejarse llevar.
6
¡ME HE ENAMORADO!
AMAIA
Me he quedado verdaderamente pasmada ante la forma en la que Lucas
ha sujetado a Alba y le ha plantado dos besos.
No es que Lucas sea un tío despegado, al contrario, es un tipo de lo más
cercano y siempre ha sido muy cariñoso. Lo admiro porque, a pesar de todo
lo que ha vivido y el desapego familiar que ha sufrido toda su vida, ha
aprendido a relacionarse con normalidad y a no dejar que ese tipo de
circunstancias le afecten lo más mínimo. Otros, en su situación,
probablemente se habrían sumergido en las profundidades de la oscuridad y
se habrían dejado arrastrar por ella.
Siempre me ha dicho que, en parte, es gracias a mí porque yo soy la tía
más empalagosa que pisa la faz de la tierra y, aunque antes se me haya ido
un poco la pinza por culpa de las ganas de llegar a mi camarote, no suelo
ser tan poco educada. En fin, que con Lucas siempre he sido la chica más
plasta que existe, pero en el buen sentido, nada romántico ni eso, porque
Lucas, Nico y yo somos como hermanos que no necesariamente tienen por
qué compartir genética.
Quiero a Lucas. Mucho. Muchísimo, porque yo he estado para él, y él ha
estado para mí. Me ha ayudado cuando mis padres se han puesto tan firmes
en no permitirme ser feliz con mi carrera profesional que, probablemente de
no ser por él, ahora mismo estaría en un psiquiátrico en vez de en un barco
en busca de diversión y lo que surja. Y creo que, el haber compartido con él
las aventuras y desventuras de su vida, ha hecho que me convierta en su
protectora.
—¿Os apetece que hagamos algo juntos? —pregunto para entablar
conversación.
—¡No! —grita Luna.
—¡No! —exclama mi hermano.
—Por mí no hay problema —musita Lucas con cara de pillo.
Alba se limita a alzar los hombros y a esperar a que su amiga y mi
hermano decidan si se apuntan al final o si no lo harán.
—Nico, deja de comportarte como un crío.
—De crío tengo poco, chata.
—Eso habría que verlo —lo pincha Luna.
—¡Luna! —la reprende Alba.
—Perdón —susurra casi tan bajo que apenas se escucha.
—No te he oído —le suelta mi hermano para incitarla una vez más.
—Porque eres un viejo y deberías ir a que te lo revise alguien.
Lucas, Alba y yo nos reímos a carcajadas al darnos cuenta de que mi
hermano carga un mosqueo de tres pares de cojones por culpa de Luna.
Lucas y yo intercambiamos un par de miradas y nos damos cuenta de que
Nico está sonriendo, aunque no sé siquiera si es consciente de ello.
—Íbamos a dar una vuelta a ver qué encontramos —matizo, repitiendo
nuestra intención de dar un paseo por el barco antes de zarpar.
—Yo voy porque quiero ver tías buenas, lo de las actividades del barco
me dan bastante igual, ya sabes.
Mi hermano alza las cejas en repetidas ocasiones para dar a entender que
lo único que le importa es ver lo que se cuece y si se puede llevar al catre a
alguna tía.
—Lo hemos pillado, Nico, no es necesario que lo expliques —le
reprocho. La verdad es que Nico, cuando quiere, tiene el tacto en el culo.
—Creo que a nadie le interesan tus escarceos amorosos —le reprende
Luna, que se ha ofuscado—. Las mujeres no somos carne, chaval.
—Yo no he dicho eso —se disculpa Nico al percibir el ataque de Luna.
—Ha sonado mal, Nico, admítelo —le amonesta en esta ocasión Lucas.
—No le hagáis caso a mi hermano, de pequeño se cayó de la cuna y el
golpe le ha provocado un retraso mental considerable.
Nico se muerde la lengua, pero sé que le encantaría responderme con
alguna de sus réplicas bastante ensayadas a lo largo de estos años, pero, por
suerte para mí, no termina de soltar nada por esa boquita.
—Sois hermanos, ¿los tres? —pregunta Alba. Antes le explicamos que
Nico y yo somos hermanos, pero de Lucas no dijimos nada.
—No, Lucas es nuestro mejor amigo. Es como de la familia.
Probablemente, si tuviese que elegir a uno, me quedaría con Lucas.
—Lo entiendo —se burla Luna con una sonrisa amplia en su rostro.
—Esta tía es una bruja del tres al cuarto —le murmura Nico a Lucas, y
yo logro escucharle.
—No me gusta que murmuren a nuestras espaldas, chaval —le reprocha
Luna.
Mi hermano alza los hombros, pero no repite su comentario. Lo hace por
joder, si es que me lo veo venir.
—Y tú, Alba, ¿tienes hermanos?
—No. Soy hija única.
—No sabes la suerte que tienes, vivir con un hermano es un rollo, menos
mal que Lucas compensa la tensión y apacigua mis ganas de matarle
constantemente —bromeo mientras señalo a mi hermano.
Alba sonríe, y Lucas la mira e imita su gesto. Guarda las manos en sus
bolsillos y se balancea, nervioso.
—La verdad es que me hubiese gustado tener un hermano o una hermana
—confiesa Alba apesadumbrada.
—Ya me tienes a mí, que soy mucho mejor que una hermana —le
responde Luna mientras le pasa el brazo por encima.
—La tengo a ella, eso es verdad. —Sonríe mientras me mira y me guiña
un ojo.
Caminamos por el barco, sin rumbo fijo. Vemos a los últimos pasajeros
que van llegando, el trasiego del personal que va y viene y…
—¡Madre mía, madre mía!
Todos frenan en seco ante mis palabras y me escrutan con la mirada.
—¿Qué pasa? —pregunta Lucas preocupado.
—Madre mía, madre mía —repito.
Alzo el dedo índice y señalo al frente. Todos siguen el recorrido de mi
mano y se dan cuenta de que no tienen ni pajolera idea de lo que les quiero
decir.
—Ajá, muy esclarecedor —ironiza mi hermano. Lo que yo digo, se cayó
de la cuna de pequeño y se quedó bien jodido.
—Lo que tu hermana quiere decir es que ha visto a algún macho digno
de mención, ¿a que sí, bonita?
—Un sí como la copa de un pino —murmuro dándole la razón al
comentario que ha hecho Luna.
—Que tenga que llegar yo, una desconocida, para aclarar esto —susurra
Luna que se apunta un tanto.
—¿Dónde? —pregunta Alba.
—Allí. —De nuevo señalo con el dedo y todos siguen el recorrido una
vez más.
—¿El del traje blanco?
—Por favor, los trajes blancos están pasados de moda, ahora se llevan
los vaqueros roídos y las camisetas alternativas —profiere Nico.
—Ese chico bien podría ponerse una bolsa de patatas en la cabeza que
estoy convencida de que me pondría de rodillas ante él.
—No sigas —me advierte Lucas que ya sabe cómo me las gasto.
—Paso de tu rollo —me dice mi hermano.
—A mí me interesa —añade Luna.
—Luna —la reprende Alba.
—Calla y déjame soñar —inquiere Luna.
—Ese traje no es uno cualquiera, ese chico trabaja en el barco.
Ahora que he dado algún que otro detalle más, agarro de la mano a Alba
y a Luna y camino con ellas a paso rápido y veloz.
—Que no se te escape —me aconseja Luna sonriendo.
No sé si mi hermano y Lucas caminan detrás de nosotras, no tengo ni la
más remota idea, solo sé que tengo muchas ganas de llegar hasta él y
descubrir si eso que se advierte en la distancia sigue siendo tan real cuando
apenas nos separen unos metros.
—Si lo llego a saber, me pongo ropa de buceo porque, a este paso, vas a
cruzar la piscina caminando por encima, como si fueras Dios, hermanita.
—Calla, imbécil —le insulto.
Lucas se ríe ante mi comentario y se coloca al lado de Alba.
—¿A ti también te gusta? —le pregunta.
Yo pongo el oído en la conversación, pero el resto de mis sentidos se
encuentran en no romperme la crisma por caminar tan rápido y no caerme
dentro de la piscina.
—Siento lo de antes —musito.
—¿Ehhh? —pregunta Luna.
—Lo de antes, ya sabes, el tema ese de que me pusiese como una
chalada con el botones o lo que sea, con el chico que nos acompañó al
camarote.
—Aahhh, perdonado, entiendo el estrés que tienes con un hermano como
ese.
—Ja, ja, muy graciosa —añade Nico que se coloca al lado de Luna, su
peor pesadilla.
—¿Te gusta? —repite Lucas porque Alba no ha contestado.
—A mi amiga ahora los hombres le dais bastante igual.
—Ahhh —musita Lucas un poco ¿decepcionado?
—¿Eres homosexual? —pregunta mi hermano con su empatía en el culo.
—¡Nico! —le reprendo.
—¿Qué? Que a mí me da igual lo que haga cada uno, pero así sé que no
tengo que tirarte los trastos porque no te iría esto que… esto, ya sabes.
—Patético —lo acusa Luna entre risas.
—No soy homosexual, pero creo que los hombres sois lo peor que hay.
—¿Y eso lo dices por…? —insiste Nico.
—Déjala, que ya le he dicho por activa y por pasiva que tiene que
abrirse.
—Eso, eso, abrirte —añade Nico burlón.
—Sabes que no todos los hombres somos iguales, ¿verdad? —Lucas
interviene en ese momento y ahora le dice a Alba la misma frase que le
hemos dicho nosotros a él cientos de veces tras lo sucedido con Miranda.
—Hasta ahora solo conozco a uno que no me haya decepcionado. Y ese
hombre es mi padre —especifica Alba con contundencia.
—A los hombres hay que usarlos y tirarlos, devolverles la jugada, tal y
como nos han hecho ellos a nosotros siempre —les cuento mientras camino
presurosa para llegar hasta el macho fornido que acaba de robarme el
aliento.
—Ese comentario es demasiado feminista —me suelta Lucas.
—¿Y qué? ¿En serio quieres que discutamos sobre eso? Porque si nos
remontamos a siglos atrás los hombres habéis hecho y deshecho con
nosotras todo lo que habéis querido y hemos tenido que acatar vuestras
míseras normas, ahora la cosa, por suerte, ha cambiado y podemos decir
que somos dueñas de nuestro cuerpo y destino. Os debemos muchos años
de jodienda.
—No lo jures, porque dolores de cabeza nos dais por doquier —se burla
mi hermano.
—Tú calla, que no eres el más indicado para participar en esta
conversación cuando te gusta mucho eso de usar y tirar —le reprocho.
Mi hermano asiente y guarda silencio porque sabe que, contra ese
argumento, poco puede rebatir.
—No todos los tíos somos iguales —repite Lucas—. Y estoy seguro de
que años atrás también había buenos hombres.
—Lucas, tú siempre has sido un buen hombre, estoy seguro de que el
mono del que desciendes ya era de los que compartían plátano.
Nos reímos por la explicación y por lo bueno que es mi símil.
—Alba solo tiene que volver a confiar —musita Lucas.
Y tiene razón en sus palabras, sea lo que sea que le haya sucedido, solo
debe volver a confiar.
—Chicas, chicos —musito cuando tengo al chico del traje blanco a un
metro de distancia—, no me llaméis loca, pero creo que me he enamorado.
Ellos ríen de buena gana, pero yo lo digo en serio.
7
GRATAMENTE SORPRENDIDO
LUCAS
A ver por dónde empiezo yo ahora. Ah, sí, queréis que empiece por
Alba, ¿verdad?
Ese debería ser el punto principal de mi conversación o de mi monólogo,
pero la verborrea incesante de Amaia ahora mismo no me permite ni
siquiera pensar en nada que no sea ponerle un calcetín sudado en la boca y
hacer que se calle. Eclipsa todo, sin lugar a dudas.
—Siempre ha sido así, ¿sabes?
Susurro esas pocas palabras para captar la atención de Alba, a la que veo
sonreír ante el alarde de desparpajo que suelta mi amiga ante el chico del
famoso traje blanco.
Es una soberana estupidez haber usado a Amaia como excusa para
entablar una conversación, no obstante, ¿qué otra cosa podía decirle cuando
apenas sé su nombre y que odia al sexo masculino? Podría preguntarle por
el motivo de su odio, obvio, pero me parece algo íntimo para dos personas
que acaban de conocerse, es como si yo, a la primera de cambio, le dijera
que tuve una novia con la que compartí una larga y tortuosa relación
durante unos años y que, al final, le gustó más mi padre que yo. Ya veis,
creo que no es nada apropiado.
Se me da mal, ¿vale? Este tipo de cosas se me dan de pena, porque a
veces siento que hago el ridículo con las personas que no me conocen. Lo
de hacerme el gracioso no me funciona como espero y, cuando creo que he
soltado un buen chiste, resulta que al único que le ha hecho gracia es a mí y
quizá a Amaia por pena y por eso de empatizar conmigo.
—A mí me parece bien que sea así.
—¿Te refieres a directa?
—Sí, me gusta que sepa lo que quiere y que no dude en ir a por ello —
resuelve Alba mirándome por un momento a los ojos.
¡Dios mío! Tiene los ojos más bonitos que he tenido el placer de ver
jamás. No es necesario que sean azules o verdes, ni siquiera que tengan esas
famosas «motitas» de las que se habla por ahí, para mí, una mirada
impresionante pasa porque sea transparente, es como si pudiese descifrar el
aura de una persona solo con mirarla a los ojos y Alba, sencillamente,
brilla.
Os morís porque os diga que es guapa, ¿verdad? Pues lo es, por lo menos
a mis ojos lo es. No es despampanante, ni siquiera es de esas que hacen
alarde de algo que no son o que se contonean al caminar en exceso, de esas
a las que Nico tacha como devorahombres, nada que ver, lo de Alba es
mucho más sencillo y terrenal.
Puede que quizá sea cuestión de tiempo que esas dos franjas negras que
se encuentran bajo sus ojos desaparezcan y sean sustituidas por un tono
normal, que su sonrisa sea siempre tan natural y sincera como lo es ahora
que me mira y me devuelve el gesto que tengo en mi cara y me encantará
averiguar si el sonido de su carcajada es tan dulce y tan maravillosa como
imagino que es.
Y podría contaros que, efectivamente, eso que creo que se marca bajo su
camiseta promete romper muchas braguetas y que no me importaría que
rompiese la mía. Solo la mía.
—¿Tú eres de esas? —finalizo tras dejar a un lado sus cualidades. No
quiero que cierta parte de mi cuerpo se muestre en todo su esplendor.
¡Joder! ¿Cuánto tiempo hace que no me excitaba solo al pensar en una
chica?
—¿A qué te refieres con ser «de esas»? Porque «de esas» abarca muchas
posibles definiciones.
Sonrío como un estúpido al escucharla. Me gusta esa forma que tiene de
explicar las cosas y de matizar las frases. Me gusta que se atreva a
rebatirme y que sea capaz de hablar conmigo como si no me hubiese
conocido hace apenas unas horas.
—Me refiero a si eres de las que ve algo y lucha por ello hasta que lo
consigue.
Alba se gira, dejando a su espalda a Amaia y a Nico, que se lleva las
manos a los ojos en repetidas ocasiones mientras escucha cómo parlotea sin
cesar y cómo Luna pone caritas cada vez que mi amiga suelta alguna frase
del tipo: «¿Qué hace un chico como tú en un lugar como este?», «soy
Amaia, pero dejaría que me llamases como tú quisieras» o «tu madre debió
de haber roto el molde cuando tú naciste». Siempre le he dicho que son
absurdas, pero no entiendo el motivo para que a ella le funcionen y esta vez
no iba a ser menos porque el chico parece entregado a la causa.
—Supongo —musita Alba.
—Por un momento pensaba que no ibas a contestarme.
—No soy tan descortés.
—No he dicho eso, ni siquiera creo que lo seas —le explico, convencido
—, al contrario, pareces…
Me tomo mi tiempo antes de decirle lo que pienso porque no quiero
cagarla ni asustarla, quiero ser franco, pero, a su vez, políticamente correcto
en lo que diga. Aunque mi amiga, la del hemisferio sur, quisiera ser más
directa y concisa.
—Parezco…
La miro a los ojos y no me cabe la menor duda de qué responder, es
como si ahora sí que supiese lo que debo decirle y sencillamente pasa por
ser sincero.
—Brillas. Solo brillas, Alba.
Ella se ríe, se ríe tan alto que sé que tenía razón en lo de la naturalidad y
espontaneidad de su sonrisa, es más, creo que ahora brilla aún más.
—¿Te estás quedando conmigo?
—No —niego.
—¿Por qué me dices esto? —La desconfianza toma fuerza en su tono de
voz y sé que esa negrura que la hace no ser ella misma hace acto de
presencia. Hace que de nuevo levante una barrera invisible entre nosotros y
quizá es culpa mía porque he dicho lo que pienso sin meditarlo.
—Podría haber utilizado otro adjetivo para describirlo, podría haberlo
hecho de otra manera, quizá más meditada y menos espontánea, pero creo
que el mejor camino para que me conozcas es que sepas que soy así.
—¿Transparente?
—Yo pensaba en directo, pero, fíjate, tú también has utilizado una
palabra extraña para definirme, al final, no voy a ser el único rarito que pisa
este barco, ¿no crees? —Alba se ríe de nuevo, alzando la cabeza y
permitiendo que los últimos rayos de la tarde impacten contra su rostro, y
me quedo embobado mirándola—. ¿Puedo opinar sobre algo?
—Anda, mira, me pides permiso. —Sonríe.
Trago con fuerza y me apoyo en la barandilla de acero inoxidable en la
que descansa ella también.
—Creo que el tipo ese te ha jodido bien —lo suelto sin esperar a que me
dé su beneplácito y, de inmediato, tengo la sensación de que he metido la
pata, de que eso de ser políticamente correcto ha quedado en un proyecto.
Alba me observa, por su mirada percibo que no le ha gustado mi
comentario y la tensión se respira en el ambiente. Lo de ser franco no era
buena idea, ha sido como eso de contar un chiste que creo que será gracioso
y al final no tiene maldita gracia. Ese soy yo, el Lucas que no siempre sabe
hacer las cosas bien, pero que lo intenta.
—Tienes razón. —Respiro al escuchar sus palabras y me siento mejor
porque, por un momento, pensaba que ella me iba a soltar algún reproche,
que bien podría decir que hubiese sido merecido—. Será mejor que de aquí
en adelante no opines en nada —zanja.
Camina hacia donde se encuentra Luna y la coge de la mano.
Intercambian una mirada y comienzan a deshacer el camino que hemos
recorrido desde el camarote hasta aquí. Luna nos saluda con la mano, sin
embargo, no media palabra, y Alba ni siquiera se digna a cruzar un leve
vistazo conmigo.
—Lucas, Lucas, Lucas…
Nico ahora ocupa el lugar en el que se encontraba Alba hace escasos
segundos y me acompaña en el gesto. Con sus manos guardadas en los
bolsillos de sus pantalones cortos floreados y su vista perdida en el
deambular de las chicas.
—He hecho un comentario de lo más inapropiado.
—¿De qué tipo?
—Del tipo nombrar al capullo que la ha destrozado.
—¿Y cómo sabes que hay un tipo que la ha destrozado?
—¿Obviando eso de que odia a los hombres?
—Sí —finaliza Nico.
—Lo sé porque eso que ella tiene se llama dolor, y yo lo tuve hasta hace
meses. La diferencia es que yo he sabido siempre manejarme bien en ese
sentimiento, de eso se ha encargado toda la vida mi padre.
Nico traga con fuerza, y yo giro la cabeza hacia donde se encuentra
Amaia.
La veo acercarse hacia nosotros y colocarse a mi lado, dejándome a mí
en el centro.
—¿Y las chicas? ¿Qué ha pasado?
Nico chasquea la lengua y le explica a Amaia lo que ha sucedido.
—No tenía… No debí…
—Lucas, la vida está llena de malos entendidos y de errores, el problema
no está en cagarla, lo que importa es poder solucionarlo.
Llevo mis ojos hasta el final del pasillo, por donde desaparecen ambas
en ese momento.
—Brilla, ¿sabes? Esa chica brilla —musito.
Nico no hace ningún comentario al respecto, y Amaia…, Amaia guarda
silencio. Regresamos hasta nuestros camarotes, tenemos que prepararnos
para la cena de bienvenida.
—Oye, Lucas.
—Dime, Amaia…
—Puede que ella brille, pero tú eres como una puñetera estrella fugaz.
Nos damos un abrazo antes de entrar cada uno en nuestros respectivos
camarotes.
Alba, Alba, vas a ser mi puñetera estrella fugaz.
8
DES-CONFIANZA
ALBA
Y lo ha soltado. Lo ha soltado como quien recita la lista de la compra en
voz alta antes de salir de casa y sí, me ha dolido mucho, no por lo que ha
dicho, ni siquiera por la forma en la que lo ha hecho, sino porque sus
palabras son tan reales que joden y mucho.
—Alba, ¿qué pasa? No he querido preguntar por miedo a que me grites,
no sé, cuando te mosqueas das miedo de verdad.
Me paro justo antes de entrar en el camarote y me quedo frente a Luna.
Mi Luna, lunera, cascabelera.
—¿Crees que se me nota?
Luna parece cavilar mis palabras antes de contestar.
—¿Exactamente el qué? ¿Qué se te tiene que notar?
—Que me han roto el corazón —susurro agachando la cabeza.
Luna suspira y expulsa todo el aire que retiene en sus pulmones, lo hace
como medida preventiva, intentando insuflarse fuerza para responder una
vez más a algún comentario que muestra dolor por mi parte.
—¿Qué esperas que te diga, Alba? ¿Quieres que te diga que pareces la
alegría de la huerta? ¿Cuánto llevas sin hacer el gilipollas? Y no hablo de
cometer errores, hablo de hacer estupideces y de ser espontánea como
siempre has sido. Joder, si es que parece que Lucho no solo te dejó plantada
el día de tu boda, sino que se llevó con él a la Alba de siempre, la Alba que
me ha acompañado tantos y tantos años de vida.
—¿Y si nunca ha habido una Alba de siempre? ¿Si solo es un espejismo?
Luna se ríe a carcajadas y por un momento creo que la he perdido, que se
ha vuelto loca y que está deschavetada.
—Ahora sí que has hecho un chiste bueno. Alba está ahí dentro —
recalca golpeándome con el dedo índice en mi pecho—, mi Alba, la Alba
que todos hemos conocido siempre está ahí —insiste—, no obstante, creo
que ya va siendo hora de que salga. Se fue, ¿vale? Te dejó y no es porque
me caiga mal, que también, pero esto que tú ves como una pérdida yo lo
veo como una oportunidad. Tienes la oportunidad de ser tú de nuevo, de
estar contigo misma, de salir, de conocer nuevas personas que quizá te
aporten más o quizá no lo hagan y, si no hay nadie, Alba, te tienes a ti
misma y ya está. No pasa nada tampoco.
—Lucas me ha dicho que me han jodido, pero bien.
—Así que ese es el problema. —Luna abre la puerta y me cede el paso,
en verdad, es mejor que nadie nos vea armando un espectáculo, sería una
escena de lo más innecesaria—. El problema es que Lucas se ha dado
cuenta.
—No, no es ese el problema.
—¿Entonces cuál? —pregunta con decisión.
—El problema es que él ha sido capaz de leer en mí sin siquiera
conocerme.
—Y eso te asusta.
—Sí —afirmo—, eso me acojona de verdad de la buena.
—¿Y qué hay de malo en que alguien sea capaz de leer en ti? Quizá el
problema es que Lucho nunca supo leerte. Quizá tenía que dejarte para que
llegases a este barco y te dieses cuenta de que hay otra clase de personas,
unas que te ven cuando te miran.
—Eso sí me asusta.
—Pues, amiga mía, yo no sé tú, pero aquí estamos para eso, ¿no?
Estamos de paso.
—¿Hablas del crucero?
—Hablo de la vida.
Me quedo en silencio, meditando las palabras que me ha dicho mi amiga
y pienso si de verdad todo eso que ella me dice deja de ser ficción o un
simple consejo de mierda que se suelta porque sí, una de esas frases hechas
que te encuentras en un sobre de azúcar cuando pides un café para
desayunar en la cafetería de siempre. Si Luna lo dice es porque es lo que
siente… y, en este mismo instante, sé que Luna jamás diría algo que no
siente porque ella no es de esas, y yo tampoco lo he sido nunca.
—Espera un momento —le pido.
Rebusco entre mis cosas hasta dar con el teléfono, que lo sujeto entre
mis dedos unos segundos antes de llamar a mi padre. Necesito hablar con
él, necesito que me dé su consejo, necesito escuchar su voz y necesito que
me diga su opinión como siempre ha hecho, desde el mismo momento en
que faltó mi madre y se hizo cargo de todo.
—Voy a la ducha —me dice Luna para dejarme espacio al entender lo
que voy a hacer.
Asiento varias veces mientras escucho el tono a través del aparato.
Pensaba que no habría cobertura en los barcos, pero veo que eso es un mito.
O puede que aún haya porque seguimos en tierra firme.
Me incorporo y me asomo al pequeño balcón. Observo ambos lados y
veo que el puerto queda bastante lejos. No, hemos comenzado el viaje.
—¿Hija? ¿Cómo estás? ¿Hay muchos rumanos en el barco? ¿Tienes
localizado el spray de pimienta? Por los violadores y eso, ya sabes, patada a
la entrepierna, eso nos jode y es efectivo.
—Papáááááá. —Me carcajeo al escuchar su discurso.
—Sé que todo eso te lo dije al salir, pero, igualmente, no está de más que
te lo recuerde —añade.
—Vale, por partes. No sé si hay rumanos, no sé si hay violadores,
recuerda que no llevan un cartel ni tienen una marca en la piel, y lo del
spray…
—Te lo puse en la maleta sin que te dieses cuenta, tu viejo se queda más
tranquilo sabiendo que lo tienes encima. Eso y que Luna sabe arañar caras,
que lo sabemos todos.
Ahora sí que suelto una fuerte risotada porque mi padre es capaz de
destensar el ambiente con un par de frases poco elaboradas.
—¿Qué tal por ahí?
—Todo bien y tranquilo, como siempre. Lupe me ha dejado en el
microondas tortilla de patata con cebolla y tiene tan buen olor que estoy por
cenar ya, aunque sean las siete de la tarde, ¿crees que iré al infierno por
eso?
—Creo que irás si no te la comes. No entiendo cómo has aguantado
tanto, si yo estuviese ahí no quedarían ni las sobras.
—A Dios doy gracias pues —se burla—. ¿Y por ahí?
Ahora me pongo seria, porque esta llamada es mucho más que una
rutinaria para saber cómo está.
—Papá, me ha pasado algo muy extraño.
—Define extraño, cielo.
—Hay un chico…
—¿Un chico? —me interrumpe. Y lo visualizo incorporándose en su
sofá orejero imaginando cientos de escenas—. El spray de pimienta, Alba.
—Déjame hablar —le pido—. Resulta que es un chico extraño, es como
si me viese, ¿sabes?
—¿Acaso no tiene ojos en la cara?
—Hablo de que no me conoce y se ha dado cuenta de que me han jodido.
—Hablas de alguien que ha leído en ti sin saber siquiera cómo eres.
—Exacto. Eso es raro, ¿verdad?
—Pues depende, depende de si es un acosador o un psicópata.
—No tiene pinta de nada de eso. —Me río al imaginarme a Lucas
balanceándose en la cama elucubrando un plan malévolo sobre cómo
dominar el mundo—. No, no le pega eso.
—No hay nada de malo. Las personas somos distintas, no funcionamos
por patrones, somos como somos y conectamos, como la energía, ¿sabes?
Yo conecté con tu madre en días y no me hizo falta tiempo para saber que
ella era la mujer de mi vida. Lo supe. Pues de esa misma forma puede que
el chico ese del que no sé su nombre sea capaz de conectar contigo. La
pregunta es: ¿has conectado tú con él?
No quiero precipitarme en responder a eso. Ni siquiera sé si quiero
responder.
—¿Sabes, papá?
—Dime, Alba.
—No quiero ser más esa Alba.
Escucho el sonido del microondas y sé que mi padre, definitivamente, no
ha podido resistirse a la tortilla.
—Yo tampoco quiero que seas esa Alba.
—¿Sabes de qué Alba te hablo?
—Por supuesto, yo soy energía y te leo, ¿me explico?
—Perfectamente.
—Quiero que seas la misma que eras y que dejes ese pasado atrás.
—Luna dice que esto es una oportunidad y que debo verla como tal.
—Luna siempre ha sido la más lista de los tres —sentencia mi padre.
—Y la más loca —añado.
—Bueno, en eso tengo mis dudas.
—Se acabó, papá. Esta vez sí que se acabó. Esa Alba se ha quedado en
tierra firme.
—Dile que, si quiere, se puede ahogar en el puerto —se burla mi padre.
—Se lo diría, pero no tengo intención de volver a verla.
—Mmmmmm.
—¿Papá?
—¿Sí, Alba? —Le entiendo mientras mastica.
—Yo también quiero tortilla.
—Ahhh, pues lo siento porque, el que no se ha escondido, tiempo ha
tenido.
Lo último que mi padre escucha antes de colgar es un pequeño e
insignificante insulto de nada. Sí, definitivamente, Alba ha vuelto.
9
¿QUÉ HACE UNA CHICA CÓMO TÚ EN
UN LUGAR COMO ESTE?
NICO
—¿Habéis terminado ya?
—Un segundo —grita Lucas desde dentro del baño.
—Si te estás haciendo una paja en honor a la rubita misteriosa, te
agradecería que te limpiases con una toalla que no pueda ver, es más, te
agradecería que la guardases en algún lugar hasta que mañana el servicio
del barco nos las reponga.
—Calla, mamón, que estás todo el día pensando en guarradas. Así te
tachan de lo que te tachan.
—No me importa. Me gusta mi reputación de mujeriego. Me gusta, no
me escondo ni nada de eso.
—Pírate —me grita desde dentro Lucas.
—Te haré caso. Voy a ver si mi hermana está lista y a dar una vuelta.
Nos vemos en un rato por fuera del restaurante. Es la cena de bienvenida,
seguro que hay que ser puntuales, ¿me explico?
Lucas no me responde, pero presupongo que esa es su respuesta dada la
manera que tiene él de mandarme a tomar por el culo a base de ignorarme.
Muy propio de mi amigo y manía que le ha contagiado, para mi desgracia, a
mi hermana.
Doy un par de suaves golpes en la puerta de su camarote y espero a que
me responda.
—¿Quién osa?
—Tu hermano.
—No estoy lista —grita con fuerza.
—¡Qué raro! —Imito su voz al más puro estilo dramático, y ella me
insulta al otro lado. Lo de ignorarme es más bien cuando la tengo hasta la
polla y creo que aún sigo en fase uno—. Lucas tampoco está, te repito lo
mismo que le he dicho a él. Os espero por fuera del restaurante. Oye,
Amaia…
—¿Sí?
—No hace falta que te arregles mucho porque, aunque la mona se vista
de seda, mona se queda.
Huyo despavorido antes de que a mi hermanita le dé por abrir la puerta y
lanzarme alguna de sus pertenencias a la cabeza, pero, vamos, que se la
debía porque ha estado toda la tarde haciendo piña con la loca esa que se
hace llamar Luna y me ha puesto en alguna que otra encrucijada en la que
he tenido que morderme la lengua por educación y decoro.
Luna. Es extraño que en un nombre tan bonito quepa tanta maldad. Si
eso que dicen sobre los perfumes y los tarros pequeños tiene que ser cierto,
que a veces nos empeñamos en llevarle la contraria a los dichos de toda la
vida y no nos damos cuenta de que están demostrados científicamente.
Recorro los pasillos siguiendo las indicaciones. Tengo la maldita
esperanza de que en menos que cante un gallo me ubique, por lo menos
para no perderme al llegar a mi camarote y ser mínimamente autosuficiente,
que uno nunca sabe las veces que tendré que volver solo y los motivos de
ello.
Asciendo por las escaleras que me llevan hasta babor. Os tengo que
confesar que, antes de subirme a este barco, tuve que buscar las jodidas
partes que lo forman porque, para mí, toda la vida ha sido delante, detrás,
derecha e izquierda, pero en los barcos la cosa no funciona de la misma
forma y yo en finanzas y bolsa puede que sea bueno, no obstante, como
marinero no creo que me gane la vida jamás.
Me apoyo en una de las barandillas metálicas del barco y me quedo
embobado mirando cómo el mar rompe contra el barco al impactar. Fijo que
es una soberana estupidez lo que voy a decir, pero creo que vamos mucho
más rápido de lo que parece.
Escucho, mientras ahora fijo la vista puesta en el horizonte, las
conversaciones triviales de los grupos que pasean y van en dirección hacia
la proa, las chicas que comentan lo que harán mañana o algún rezagado que
todavía no se ha preparado para la cena de bienvenida. La gente se lo toma
con calma y la paciencia no es una de mis virtudes, por eso siempre suelo
organizarme y hacerlo todo con tiempo.
Escucho un leve carraspeo a mi derecha y me fijo en una solitaria chica
que se sitúa cerca de mí. El carraspeo. Una de las más arcaicas técnicas de
ligoteo. Eso lo aprendí en sexto de primaria cuando estaba más tiempo
intentando averiguar si las chicas de mi colegio llevaban el mismo tipo de
ropa interior que le había visto a mi madre en alguna ocasión que en
aprender geografía.
Me incorporo y me acerco hasta su posición y la observo tranquila,
intentando mirar por el rabillo del ojo si mi intención es la de acercarme o
no.
Gana la curiosidad, como siempre en mí.
—Hola —musito al colocarme a su lado.
Me imagino diciendo la típica frase de: «¿Qué hace una chica como tú
en un lugar como este?», pero la verdad es que está muy manida, casi, casi
tan manida como el carraspeo de ella.
—Hola —me responde mirándome descaradamente.
—¿Eres de las que buscan flores y bombones o de las que se conforman
con un revolcón en un lugar en el que pasemos desapercibidos?
Ya. Si cuando quiero ser gilipollas lo soy, pero ese no es el motivo de ir
directo al grano, que normalmente me lo puedo currar más, la cosa es que
quiero llegar puntual a la cena y como no me queda clara cuál es la
intención de esta chica, pues mejor preguntar y saber y, en base a eso,
decidir.
—Carolina —me dice a modo de presentación.
—Bonito nombre. Casi, casi tan bonito como tú.
Imagino a Luna llamándome fantasma o algo mucho peor, la imagino
aquí, a mi lado, metiéndose conmigo por haber abordado a una chica de esta
forma y diciéndome eso de «chaval» que tanto le gusta soltarme y
haciéndolo a la mínima de cambio.
—Me gustan los lugares públicos.
—¿Perdona? —Vuelvo en mí cuando escucho el suave murmullo de la
chica y en ese momento me doy cuenta de que pensar en Luna no es la
mejor opción porque es una deslenguada que me la trae floja. En cambio,
Carolina espero que sepa manejar todo y ponerme bien duro.
—Digo, que me gustan los lugares públicos.
Sonrío condescendiente al escuchar sus palabras y me imagino una
escena de lo más picante dentro de un jacuzzi, detrás de la pared del
comedor, dentro del camarote, empujando con fuerza en una de las paredes
o una mamada con su cuerpo escondido bajo la mesa del comedor mientras
devoro mi desayuno y ella también.
La sujeto de la mano casi sin pensar y agradezco ser tan previsor como
para haber cogido preservativos antes de salir. Elemento indispensable. El
otro día escuchaba uno de esos malditos podcast de los que tanto se oye
hablar ahora y preguntaban si podías estar un mes sin teléfono o sin sexo, os
hacéis una idea a lo que respondería yo, ¿verdad?
El cartel de unos servicios aparece frente a mí y escucho la leve risilla de
la chica cuando entramos y nos colamos dentro de uno de esos cubículos.
Están limpios y no son demasiado espaciosos. Mejor, más contacto.
Alzo la pierna de la chica y la coloco sobre el váter, braguitas de encaje.
Esta es de ese grupo que tanto me satisface y a las que sé a ciencia cierta
que les gusta el mambo. Lo del leve carraspeo antes era para disimular
seguro.
—No quiero llegar tarde a la cena —me dice—. Mis amigas en un rato
saldrán a buscarme.
—Soy rápido… —Ella alza la ceja cuestionando mi mordaz comentario
y sonrío mucho más aún al saber si me refiero a que me iré y la dejaré sin
comerse el postre entero—. Y efectivo —matizo con socarronería.
Su mano se cuela entre nosotros mientras comienzo a tocar por encima
de la tela su entrepierna. Carolina se deshace del botón de mi pantalón de
vestir, baja la cremallera y comienza a tocarme sin pudor alguno. Hago lo
mismo. Esto es lo que me gusta. Lo domino. Domino la técnica de: «Sé lo
que quiero y voy a por ello», en todo, y en esta ocasión no podría ser
menos.
Hago a un lado sus braguitas y paseo mi pulgar por su clítoris. Ella gime
en respuesta y alza el cuello. Aprovecho ese movimiento para besarlo y
bajar un poco la cabeza hasta situarla entre sus tetas. Tiene buena delantera,
está rasurada, húmeda y es directa. Esta noche me ha tocado el premio
gordo. Y a ella también.
Me agacho un momento hasta sacar un preservativo de mi bolsillo. Se lo
tiendo.
—Haz los honores, preciosa.
Ahora es ella la que me sonríe sabedora del poder que tiene o que cree
tener. Eso es lo bueno, hacerlas creer que tienen el poder, pero tenerlo
siempre tú. Por eso nunca caerás rendido a los pies de ninguna mujer
porque no entregas más que la mitad de lo justo y necesario.
Me coloca el preservativo con decisión como si para ella esto fuese una
transacción más. Abro bien su pierna. Alzo sus brazos y coloco mi cara
cerca de la suya.
—¿Preparada?
—Yo nací preparada —me responde con fiereza.
Su pecho sube y baja con fuerza y sus gemidos envuelven el servicio
cuando la penetro con decisión.
—Joder —masculla cuando tiene mi polla al completo dentro,
llenándola.
—Eso es justamente lo que pienso hacerte.
Llevo mis manos hasta sus brazos, que siguen alzados y comienzo a
bombear con potencia y sin delicadeza alguna. Ella gime cada vez más
fuerte y entonces escuchamos a un grupo de chicas que entran al servicio.
Bien, no me importa tener público, pero prefiero que no sea así.
Llevo mi mano hasta su boca y se la tapo mientras, con la otra, sujeto su
culo y empujo hasta adentro, llegando todo lo hondo que puedo.
Me pone. Me pone su forma de evitar que nos oigan, pero siendo casi
imposible. Me pone su culo prieto. Me ponen sus tetas y me pone tener
público.
Sé que se ha corrido cuando su cuerpo comienza a quedarse laxo y es
entonces cuando, con nervio, empiezo a penetrarla, dándole todo e
intentando que su orgasmo se intensifique.
Me corro. Me corro con fuerza.
Apoyo mi cabeza en su hombro, y ella se ríe.
—Nos han escuchado seguro.
—¿Y?
—Que eso me pone mucho más.
Sonrío mientras retiro el preservativo y lo tiro a la papelera.
Miro el reloj.
Voy a llegar tarde a la cena, sin embargo, las cosas de palacio van
despacio.
10
Y A ESE BARCO LE LLAMÓ LIBERTAD
LUNA
—Luna, ¿todavía?
Escucho a Alba gritarme desde fuera para que me dé prisa, pero es que
las cosas de palacio van despacio.
—Tengo que cuidar mi aspecto, comienzo a envejecer y mis tetas
empiezan a caer rendidas ante la ley de la gravedad y tengo que suplir esas
carencias con cuidar mi cutis y mi vestimenta.
—Pareces una puñetera pija de esas que solo habla de moda y de
bobadas varias, tú estás guapa te pongas lo que te pongas.
Abro la puerta al escuchar a mi amiga hablar, si es que cuando quiere y
se deja llevar, me dan ganas de comerle toda la cara de lo bonita que es.
—A ver si va a ser verdad que esa Alba —le digo a sabiendas de a qué
Alba me refiero y que ella misma también es consciente por su sonrisilla—
se ha quedado en tierra firme.
—La he ajogado en el puerto.
—Se dice ahogado —la corrijo.
—Ya, ya, si eso lo sé, pero diciéndolo así suena más potente.
—Suena más a campo —matizo.
—¿Y? Me gusta el campo.
—Y a mí. Si hay un chalé.
—Se lo deberías decir a Manu…, que te compre uno y ponga una
habitación para irme con vosotros, parejita. —Mi cara es imposible de
ocultar cuando Alba menciona a Manu en la conversación—. ¿Qué? —me
pregunta al darse cuenta de mi cambio de actitud.
—Creo que es hora de que te cuente algo.
Alba se queda en silencio, esperando a que continúe y que,
efectivamente, le explique el porqué de mis palabras.
—¿Qué pasa? ¿Es algo bueno o malo? Luna… —musita perdida cuando
ve que no le digo nada.
Me acerco hasta ella, aunque las ganas de meterme dentro del baño me
pueden.
—Hablaremos después de la cena, ¿vale? No podemos llegar tarde a
nuestra primera noche en el barco. —Intento que se tranquilice porque en su
cara ya aparece el pánico y eso no es lo que quiero—. Estamos aquí para
disfrutar del crucero.
—Y lo vamos a hacer, solo que necesito que me digas qué sucede. No es
normal que me sueltes esa bomba y luego nos vayamos sin hablar de ello.
Vale. Tiene razón. No puedo negárselo. A mí me pasaría exactamente lo
mismo si usase mi frase y luego pretendiese acostarse a dormir o encerrarse
en el armario, lo que sea menos dar explicaciones.
Le sujeto las manos entre las mías y tomo el valor que necesito para
poder decírselo.
—Manu y yo nos hemos dado un tiempo.
Alba se queda patidifusa. Literalmente. Sus ojos siempre han sido su
espejo y veo reflejados en ellos las dudas, la incertidumbre, el dolor y la
pena. Siente lástima por mí y no es eso lo que quiero.
—Luna…
Me abraza con fuerza como si pretendiese que me recomponga con su
gesto y la verdad es que entre sus brazos siempre me he sentido mejor.
—Alba, estoy bien, en realidad, estoy mejor que bien.
—Pero…
—Luego —le pido—. No quiero que lleguemos tarde.
Ella se limita a asentir mientras se coloca unas plataformas de esas de
esparto de color fucsia, y yo me pongo otras más sencillas y menos
llamativas.
Salimos de la mano, recorremos los pasillos y no escuchamos alboroto
en los camarotes de al lado.
—Seguro que estos muertos de hambre se han zampado toda la cena y
nos han dejado el repollo y el brócoli —bromeo.
—Dudo que Lucas y Amaia hagan eso —los defiende Alba.
—Oh, Lucas, quiero que me rellenes como a un pavo. —Exagero mi voz
con todas mis ganas y creo que termino gritando más de lo que debiera.
Un par de leves carraspeos y me quedo pasmada cuando el que toca mi
hombro no es otro que Lucas.
Mi amiga, esa que hasta hace nada me consolaba, no hace amago de
defenderme, ¡qué va!, lo que hace es, básicamente, partirse el culo en mi
cara mientras me señala con el dedo índice.
—Es una forma de hablar —me disculpo—, no quiero que me rellenes
como a un pavo. Más bien, Alba es la que quiere que la rellenes.
Lo suelto sin pensar o pensando un poco, pero solo para joder a mi
amiga, que se está partiendo la caja a mi costa y se la tengo que devolver de
alguna manera.
—No, Lucas, no es eso —se justifica, colorada como una remolacha—,
estaba bromeando porque decía que seguro que ya os habíais zampado toda
la cena.
Amaia guarda silencio porque creo que el ridículo es tan grande que casi
mejor se calla y no lo acrecienta ella también. Cosa muy lógica dentro de lo
absurdo de la situación.
Lucas se ríe al ver a mi amiga apurada.
—No pasa nada. Si quieres yo…
—Ay, ay —suelto esperando a que diga alguna estupidez del tipo de la
mía.
—Si quieres te acompaño para que veáis con vuestros ojos que no nos
hemos comido nada.
—Nada de nada —confirma Amaia que interviene por primera vez.
—¿Y el cenutrio de tu hermano?
La curiosidad me puede, vamos a ver, es cuestión de lógica, llevan todo
el día juntos y ahora, que es la hora de la cena, ¿no está con ellos?
—Lo mismo se ha pisado la lengua y se ha caído —se burla Alba.
Lucas la mira como si fuese su diosa en la tierra. Y es normal porque
Alba, cuando es ella misma, es capaz de cautivar a cualquiera que tenga a
su alrededor.
—No caerá esa breva —apostilla Amaia—. Se ha ido a dar una vuelta y
nos ha dicho que nos encontramos por fuera del restaurante.
Por fuera del restaurante no hay rastro del chaval.
—Pues lo mismo se pisó la lengua de verdad y se cayó por la borda.
Otro leve carraspeo me hace girarme y ya van dos veces en la noche. Si
hay una tercera, pongo un Euromillón online porque la suerte está de mi
parte.
—Yo no sé qué clase de lengua crees que tengo, ahora bien, la tuya…, si
te muerdes te envenenas, chatina.
—Chatina, dice, el muy cenutrio.
—Lo dices jodidamente sexi, chatina —susurra al pasar por mi lado.
Alba se queda parada cuando ve que no sigo sus pasos y me escruta con
la mirada, alternando la vista entre mi persona y el estúpido descarado que
me saca de quicio.
—Siete putos días de infierno me esperan aquí si tengo que verle la cara
al retarder ese —bufo, molesta.
Alba alza las cejas en un par de ocasiones y lo mira de soslayo.
—Lo mismo te anima las vacaciones.
—Lo mismo me tiro por la proa.
—¿Eso está delante o detrás? —inquiere mi amiga.
—¡Y yo qué sé! ¿Crees que si cometo un asesinato en alta mar me
juzgarán igual que en tierra firme?
—No, claro que no, es como si lo cometes en el País de Nunca Jamás, no
te jode, Luna.
—Oye, Alba, me gusta tu ironía y tu sarcasmo, te lo digo, pero la verdad
es que dabas menos por el culo cuando estabas jodida por el gilipollas de tu
ex.
—Lo siento por ti, chatina —repite con burla, utilizando el apodo de
Nico—, pero esa Alba está muerta matá y no me interesa para nada
recuperarla. Barco nuevo, vida nueva. Renovarse o morir. En paz descanse.
—Lo he pillado.
Ella asiente y me coge de la mano.
—Tenemos una conversación pendiente, Luna, y no te vas a escapar.
—No estamos juntos, eso es todo.
—No, no es todo, porque tú has estado para mí, y yo estoy para ti.
—Siempre ha sido así —finalizo.
—Y siempre lo será.
Nos adentramos en el restaurante y veo la disposición de las mesas.
Lucas y Amaia levantan la mano para hacernos señas e indicarnos que nos
han reservado dos sitios. Nico nos da la espalda. Este no sabe con quién se
las va a ver.
—Creo que me lo voy a pasar pipa jodiéndole la estancia —le confieso a
Alba.
—Más vale que tengas cuidado porque, a veces, la tortilla se da la vuelta
—me suelta sonriendo condescendiente. Odio cuando me sonríe de esa
forma, como si supiese que algo puede pasar.
—Oye, Alba.
—Dime, Luna, lunera, cascabelera.
—Ese chaval es gilipollas, pero tiene un culazo…
—Culazo el que se gasta Lucas.
Nos miramos cómplices y sonreímos al darnos cuenta de que estamos
como cabras.
—No pasa nada por mirar y fantasear —le suelto.
—Nada de nada, siempre y cuando, las manos no vayan al pan.
Nos sentamos dispuestos a disfrutar de nuestra primera cena. No hay
nada que me guste más que comer. Mentira, solo hay una cosa que me guste
más, pero no os lo voy a contar.
11
CAPITÁN, MI CAPITÁN
AMAIA
Si la noche anterior nos fue bien, la mañana se puede catalogar como
inmejorable.
Sol. Calor. Piscina. Mi hermano haciendo el tonto en el agua como si
fuese un puñetero pavo real. Lucas poniéndole ojitos a Alba, y esta que no
para de susurrarle cosas a Luna y, por lo que intuyo, algo pasa entre ellas.
Mientras tanto, yo, yo mirando hacia todos lados porque no he vuelto a ver
a mi chico de traje blanco.
—Debería estar buscándolo en vez de estar aquí, tomando sol. Tengo
muchos días para chamuscarme como un trozo de salchicha. Mi hombre
está por ahí y lo mismo necesita de mi ayuda.
—Tu hombre cuyo nombre es… —me provoca Lucas.
—Ya sabes que no se lo pregunté y la culpa es tuya que te pusiste
tontorrón con Alba y ya no pude concentrarme.
—Ya, claro…
—¿Qué pasa? —interviene Luna.
Miro en dirección a las chicas y veo que arrastran la tumbona hasta
colocarla a nuestro lado.
—¿Se puede? —me pregunta Alba—. Los modales, Luna.
—Bah, a ellos no les molesta, ¿verdad?
A Lucas, definitivamente, no. Su amplia sonrisa lo dice todo. Lo he
perdido y ahora pasará a ser un bobalicón.
—No, no pasa nada —las animo.
—Esta es de tu hermano, ¿verdad? —Asiento—. Pues el que se fue a
Sevilla perdió su silla.
Nos reímos por su ocurrencia, pero tenemos todos claro que, cuando
llegue Nico, se va a liar parda.
—Le estoy diciendo a Lucas que no he visto a mi hombre y que debería
estar buscándolo en vez de estar aquí tumbada.
—Y digo yo… ¿Eso de tu hombre es de verdad o es ficción? Porque,
hasta donde yo sé, lo encontraste en este barco… —Alba, ante mi cara de
estupefacción, horror y animadversión, me pone ojitos, como si eso
funcionase conmigo—. No me odies, suelo ser bastante directa y eso.
—Lo que mi amiga quiere decir —interrumpe Luna a Alba—, es si son
imaginaciones tuyas o de verdad es tu hombre porque, bonita, una cosa es
lo que una quiere y otra muy distinta lo que una tiene. Ya sabes, como
cuando pides algo en AliExpress y haces un «expectativa versus realidad»,
pues tal cual.
—Te he entendido y a ella también —matizo. Al final me van a hacer
llorar.
—Lo que Amaia quiere decir —apostilla ahora Lucas al ver mi gesto
compungido— es que está colada por el chorbo y quiere hacerlo su esposo
bandido, bandido —bromea.
Alba es la única que se parte de risa ante su pésimo chiste.
—Buenísimo —le dice Alba mientras choca los cinco con Lucas.
—Debe de ser cosa de las hormonas o de las feromonas porque a mí no
me ha hecho gracia —suelta Luna sin un ápice de piedad en su voz.
¿He dicho que la mañana se presentaba inmejorable? ¿He usado este
adjetivo? ¡A la mierda! La mañana se presenta cojonuda.
Me tiemblan las piernas, me sudan las manos y estoy al borde del
colapso vaginal.
—Mi chorbo —musito con la voz rasgada.
Ahora he logrado captar la atención de mi prole porque están todos
mirando en dirección hacia donde apunta mi mirada. Me levanto como un
resorte y me pongo mi pareo por encima del bañador de flamencos, mis
chanclas y a paso raudo y veloz, temiendo por mis dientes gracias a la
rapidez de mis piernas, camino en su dirección.
—¡Suerte! —me grita Alba.
—¡La vas a necesitar! —añade la mala pécora de Luna.
Traje blanco. Gafas de sol. Traje blanco —de nuevo—. ¿Cómo harán
para que no se les transparente la ropa interior? No lleva, es eso, es una
señal del destino para que me acerque y mire, seguro.
—Upssss.
Lo de ser bailarina fue un sueño frustrado por culpa de mis padres. Lo de
ser actriz lo llevo innato en la sangre.
—Debería tener más cuidado, señorita.
Imaginaos la escena: tropiezo por accidente —fortuito y nada provocado
— y caigo en los brazos de un moreno, de pecho esculpido, que carece de
ropa interior y que viste de blanco —si te tranco—. Es todo lo que una
mujer y su vagina quieren. ¿Es o no es?
—Gracias, caballero, si no fuese por usted estaría ahora mismo… en la
enfermería en vez de en sus brazos.
Me niego a mirar en dirección a mis amigos porque estoy segura de que
estarán riéndose de mí en vez de tomar nota, que a Lucas le hace falta,
porque va muy lento con Alba en vez de tropezar y caer sobre su cuerpo —
sin ropa interior mejor que mejor—.
—¿Eres tú? —me pregunta al mirar mi cara.
—Hola, marinero, ¿cuánto tiempo? ¿Te han tenido haciendo horas extra?
—curioseo.
Esta es una de esas escenas en las que debería tocarme el pelo y
juguetear con él porque en teoría eso es sexi, pero creo que lo mío es más
hablar que juguetear. Las pechugas también me pueden ayudar un poco, así
que aprieto el tetamen para marcarlo con sutileza y prosigo hablando.
—Es trabajo y soy el segundo capitán —especifica.
Segundo capitán. ¿Pierdo mucho glamur si digo que mi toto ahora
mismo está mojado y no por culpa de haberme sumergido en las
profundidades de la piscina que he dejado a mi espalda?
—Entonces eres importante en este barco, ahora entiendo por qué no he
tenido el placer de volver a verte… Amaia —me presento de sopetón.
—Dante —me responde con esa mezcla de acento que acrecienta la
velocidad de los latidos de mi corazón.
—Y dime, Dante, ¿de dónde eres? ¿Ciudadano del mundo?
Él sonríe, y creo que voy a morir de un infarto cardiovaginal, por eso y
por la triple voltereta de mi clítoris.
—Algo así. En verano suelo estar trabajando de crucero en crucero y en
invierno soy ciudadano italiano. Vivo en Capri.
—Italiano… —En mi mente, ese italiano va seguido de un:
«Mmmmmmm».
—¿Y tú?
Si me pregunta detalles de mi vida es buena señal, ¿verdad?
—Madrileña de pura cepa, de las que aguanta las bajas temperaturas en
invierno y el bochorno en verano.
—¿Y has decidido embarcarte en un crucero single para probar nuevas
experiencias?
Lo que quiero probarte es a ti, bonito.
—Algo así. En realidad, mi hermano, ese que está allí —le digo
señalando hacia Nico, que está charlando animadamente con un grupo de
chicas sin percatarse de nada de lo que hago—, organizó esto. He venido
con él y con mi amigo —le indico mientras señalo hacia Lucas. Alba, Luna
y Lucas saludan, ellos sí que están pendientes como conejillos—. A ellas
las hemos conocido en este viaje y son buenas tías. Así que empezamos
siendo tres y ahora somos cinco, aunque a mí me gustan los números pares
—musito, coqueta. Dante se carcajea mientras despliego todos mis encantos
y me contagio de su gesto.
»Me gusta tu risa —le suelto de sopetón.
No me responde, solo me hace un gesto con ese gorro de capitán y se da
la vuelta para seguir su camino.
Me quedo allí parada unos segundos intentando averiguar si la ropa
interior es de esas sin costuras y solo llego a una conclusión: tiene un culo
que quiero morder.
Regreso con los chicos y, tras quitarme el pareo y soltar las chanclas sin
pena ni gloria, me tumbo en la hamaca y me abanico con la mano.
—Creo que necesitas un chapuzón —me indica Alba con una sonrisilla
en la cara.
—Lo que quiere decir mi amiga con ese consejo de cincuenta céntimos
es que nos des todos los detalles.
Me incorporo haciéndome la interesante y me zambullo en la piscina.
Los veo cruzar las miradas entre ellos y correr cogidos de la mano en mi
dirección. Un bikini rojo, otro color mostaza lleno de cactus y el pecho
descubierto de mi amigo me acorralan.
Terminamos todos bajo el agua de nuevo, riendo a carcajadas y diría que
siendo el centro de atención.
—Venga, Amaia, cuenta.
—¿Qué pasa? —interviene Nico.
—Vaya, pero si es el rey del ligoteo, que se ha dignado a volver —le
acusa Luna con sorna.
—El que puede, puede, y el que no… —Deja la frase en el aire para
pincharla, que lo sé yo.
—Tu hermana ha ligado —le cuenta Lucas.
—Es la genética —bromea Nico.
—Cuéntanos algo, anda, no seas mala, que estamos todas necesitadas de
una historia de amor de ensueño en un barco.
Lucas, Nico, Luna y yo observamos a Alba que lo ha relatado al más
puro estilo telenovela venezolana y nos ha encantado.
—Es el segundo capitán.
—Ese gana pasta, hermanita.
—Calla, zopenco —le reprende Luna—. No rompas el romanticismo.
Mi hermano la empuja, y Luna se hunde en el agua. Cuando sale a la
superficie, carga contra él y empiezan a hacerse aguadillas. En fin. Nada
relevante.
—¿Cómo se llama? —me pregunta Lucas, el único cuerdo del grupo
según parece.
—Se llama Dante.
Nico y Luna dejan de hacerse trastadas y eso es mala señal.
—¿Dante? —pregunta Alba. Asiento.
—Mira, Dante, el que te da por detrás y por delante.
Y esa es Luna. Nada más que añadir.
12
¿QUIÉN ES ELLA?
DANTE
—¿Quién es semejante bombón?
Lo que menos esperaba era volver a toparme con la chica de ayer. La
chica de ayer, debería estar escrito en cursiva y entrecomillado, porque
parece de todo menos normal. Y no solo hablo de su físico, tal y como hace
alusión mi amigo y compañero.
—Es una turista. La conocí anoche por casualidad al toparme con ella y,
ahora, esa misma casualidad de la que te hablo ha vuelto a encontrarnos.
—Ya quisiera yo que la casualidad hiciese eso conmigo —murmura
Elías, que nos escucha hablar.
—Probablemente a tu mujer le encante eso, capitán.
—Ya sabes que bromeo, yo a Lidia no podría reemplazarla por nadie. Ni
siquiera por una jovencita tan guapa como esa.
—¿Seguro? —le pregunto a modo de burla.
—Seguro. Aunque…, ya sabes lo que se dice, los ojos son como niños.
—Cierto —matizo dándole la razón porque la tiene.
Soy el segundo capitán de este navío. Un crucero de singles que se
considera la nueva moda y que es una gran experiencia. En realidad, creo
que en cierto modo tiene razón porque, en estos últimos años, no ha habido
crucero que no estuviese lleno cuando de solteras y solteros se tratase.
Elías, el capitán, ese hombre que me saca una treintena o más de edad y
con el que llevo trabajando ya varios años, desde que elegí esta profesión,
siempre me ha dicho que este tipo de cosas es producto de la desesperación.
Dice que el ser humano necesita por activa y por pasiva estar enamorado o
sentirse amado porque, de lo contrario, la soledad nos consume. Alguna que
otra vez hemos discutido al respecto y siempre termino cediendo ante sus
comentarios, un poco por respeto y otro poco por admiración y un mucho
por no tenerlo a malas porque Elías y yo nos llevamos muy bien pero,
cuando se levanta con la pierna izquierda o cuando tiene un mal día, puede
llegar a ser una mosca cojonera.
La cosa es que yo no creo eso que él me dice de que el ser humano
necesita de otro para poder estar completo, no por esas tonterías que se
dicen de que soy un soltero de oro, o que evito las relaciones, eso son
simples rumores que me niego a desmentir porque prefiero que crean que
soy de esos que no mezclan su vida privada y su vida profesional y que
tampoco tienen que ir necesariamente de la mano.
Me apoyo en la barandilla de acero junto a Elías y a Jota, que acaba de
llegar y se une al grupo. Él es un compañero de siempre y hemos formado
algo así como una piña. También es italiano. Aunque él es de pura cepa y
yo no. Ambos somos de Capri, sus padres siguen residiendo allí, como toda
su familia. La mía se ha dispersado más aún tras la separación de mis
padres.
Mi madre vive en Roma con mi hermana, y mi padre sigue en Capri y
dudo que vaya a moverse de allí jamás.
—Jota, Dante se ha enamorado —se burla Elías.
Chasqueo la lengua al escuchar su pulla y sé que lo hace para que Jota se
meta conmigo, es de esos, sí, de los que les hace falta poco para estar todo
el día fastidiándote.
—Vaya, vaya, y ¿quién es la afortunada? Porque aquí nuestro amigo es
muy selectivo. Con la cantidad de mujeres que podría llevarse a la cama
solo por llevar esa ropa y ese gorro de capitán. Ellas no saben diferenciar
entre un capitán y un segundo capitán —me explica.
—¿Y qué tiene que ver eso? —le cuestiono.
—Que creen que eres el que manda aquí, eso las pone cachondas a todas.
—Eso son estupideces y habladurías. No me creo una sola palabra.
—En mis tiempos mozos —nos interrumpe Elías—, solo por llevar esta
ropa, las mujeres hacían cola por mí —afirma dándole la razón a Jota.
—Eso no me preocupa para nada, no estoy interesado en aprovecharme
de esta ropa para ligar.
—Ya, ya, no nos olvidemos de que eres un hombre de principios bien
arraigados y que no hace ese tipo de cosas y lo respetamos —se apresura a
añadir Jota antes de que le cuestione sus palabras o decida rebatirle con
algún argumento de esos que dan pie a una diatriba en la que él termina
yéndose, y Elías y yo nos enfrascamos durante horas y horas.
—Cada uno toma sus decisiones y a mí no me gusta jugar con las
mujeres.
—Chico —intercede Elías—, nadie habla de jugar con nadie, hablamos
de disfrutar. Ojalá yo volviese para atrás.
—¿Cambiarías algo? —le cuestiono.
—Posiblemente no, no obstante, tienes que dejarte llevar, siempre tan
recto, tan cuidadoso, intentando no meter la pata con nadie y, al final, te lo
estás perdiendo todo.
Miro en dirección a Amaia, y Elías lleva sus ojos hasta donde se
encuentran ella y el grupo. La verdad es que la chica es simpática y me ha
resultado curiosa la forma en la que nos hemos cruzado y cómo ha tenido
las agallas de acercarse con disimulo. La he dejado hacer, obviamente,
aunque ese tipo de técnicas bien me las conozco, porque no es la primera
chica que, como bien dice Jota, se acerca hasta nosotros por nuestra
vestimenta.
—Es guapa —finalizo.
—¿Quién es? —prosigue Jota.
Elías le explica mientras la observo atentamente. Se está lanzando a la
piscina sin pensar, solo se deja llevar, pero la pose en ella resulta
desenfadada y las carcajadas que suelta cuando emerge, y uno de los chicos
que están allí la vuelve a sumergir, es música para mis oídos.
Las otras dos chicas que la acompañan hacen lo mismo, sin pensar, solo
sintiendo, y me pregunto si ellas ahora mismo no se sentirán totalmente
libres, disfrutando de eso que Elías me dice.
—Madre mía, Dante, necesito uno de tus trajes, el mío no luce igual.
Quiero conocer a esas chicas.
Giro la cabeza hacia Jota y le advierto con la mirada que nada de eso va
a ser posible.
—De eso nada —musito finalmente.
—Vaya, pero si al muchacho le corre la sangre por las venas —se jacta
Elías dándome un par de palmadas en la espalda antes de irse a la cabina de
mando.
Jota y yo nos quedamos un par de segundos más allí parados,
observando a los grupos que disfrutan de su primer día de navegación y de
las actividades con las que cuenta el barco.
—Yo diría que la sangre te corre por algún que otro lugar más y no solo
por las venas, es más —se atreve a decirme—, puede que ahora mismo la
tengas concentrada en un solo sitio. —Se ríe antes de irse.
Yo ni afirmo ni desmiento.
Ella sigue allí, riendo, lanzándose sin pensar y parloteando sin cesar,
siendo ella misma, y me pregunto si eso, en realidad, no es lo que yo
también necesito.
Sí. Puede que sea fruto de la concentración de la sangre en cierta zona,
pero puede que no lo sea, puede que sean las malditas casualidades que
consiguen ponerte en un entresijo sin haberlo planeado.
Amaia, Amaia, veremos qué pasa en nuestro siguiente encuentro.
13
LA MUJER DE MI VIDA
LUCAS
—Estoy muy, pero que muy mosqueado.
Sigo dentro de la ducha y escucho a Nico por fuera hablar con Amaia a
grito pelado.
—Tú solito te las buscas, Nico, no puedes negármelo —lo reprende ella.
—Tu hermana tiene razón. —Alzo la voz para que me escuche.
Hemos pasado un día estupendo. Lo que iba a ser un viaje de tres, se ha
convertido en un viaje de cinco y medio, como dice Amaia, que no deja de
repetirnos que está loca por ese capitán, comandante, marinero de luces o
como quiera ella llamarlo y lo ha incluido en el grupo sin hacer siquiera
presentaciones.
Nico y Luna no han dejado de pelear en todo el día. Nico le hacía alguna
trastada a Luna, y ella se la devolvía como quien no quiere la cosa, eso sin
tener en cuenta que lo lanzaba al agua a la mínima de cambio y que le
robaba la hamaca cada vez que se despistaba.
Y yo, yo me moría de ganas de poder hacer lo mismo con Alba y no
sentir vergüenza solo de pensarlo.
Vale. Que no soy un tipo lanzado creo que ya lo tenemos claro todos. No
sé, puede que haya un curso de esos, como los de autoayuda o los que
imparten para dejar de fumar o tirar de hipnosis que dicen que está tan de
moda como los cruceros singles y es que Alba me gusta y me tiene
completamente hipnotizado.
Cuando sucedió lo de Miranda, cuando todo salió a flote y supe que
mantenía una relación con mi padre desde hacía bastante tiempo, entendí
que quizá el problema de base era yo. Porque siempre tendemos a echarle la
culpa a la otra persona cuando estamos dolidos y no nos damos cuenta de
que nosotros también tenemos malas hierbas, como un campo abandonado
en plena primavera. Y Lucas, este Lucas que conocéis, no es un tipo fácil.
No soy como Nico; espontáneo y con don de gentes y tampoco soy como
Amaia; de esas que se lanzan ante un desconocido y ya se verá cómo lo
solucionamos si sale algo mal. Yo soy más de observar los movimientos,
estudiar a mi oponente y luego tomar una pauta de cómo comportarme y
enfrentarme a la situación. Ese es Lucas, el que tiene que tener todo bajo
control antes de hacer un movimiento. Y así me va en la vida.
Sí, bueno, claro, seguro que pensáis que con esta presentación que os he
hecho, no es de extrañar que hubiese sido Miranda la que se acercó a mí
aquella noche hace ya unos años. Y sí, vale, es cierto, fue ella la que lo
hizo, y yo me dejé llevar, con ella siempre lo hacía, me dejaba llevar y,
asentía cuando ella proponía algo.
Un calzonazos en toda regla, también podéis pensar eso, que lo tengo
asumido.
Pero con Alba es diferente, no lo sé y no os lo puedo explicar, pero me
apetece hacerla reír y hablar con ella sin sentir vergüenza o recelo a decir
sandeces. Me apetece ser yo, con mis malas hierbas y con mis flores. Ser,
sencillamente, yo.
—Lo hace para joderme, para sacarme de mis casillas, para llevarme al
límite —prosigue Nico con su discurso.
Salgo de la ducha y entrecierro la puerta para secarme.
—Y tú no desaprovechas la oportunidad de devolvérsela, Nico, ¿a quién
pretendes engañar? —insiste Amaia.
—¿No esperarás que sea como Jesucristo y le ponga la otra mejilla?
—A ver —intervengo saliendo del baño—, quizá no así, pero… ¿y solo
pasar del tema? —le propongo.
—Podría —sisea.
—¿Pero…? —indaga Luna.
—Pero es más divertido fastidiarla —finiquita, convencido.
Amaia y yo bufamos para que nos escuche mientras escojo de mi parte
del ropero las prendas que voy a ponerme esta noche.
—¿Vas a participar en las citas de hoy? —le pregunta Nico a su
hermana.
Amaia, que se ha dejado caer en mi cama, se incorpora y afirma no muy
convencida.
—No me queda de otra, no creo que mi capitán esté entre los
participantes. Y no me apetece quedarme sentada en una silla, como si
fuese la chica a la que nadie quiere sacar a bailar en la fiesta de fin de curso.
—Exagerada —la reprende Nico mientras se pone su perfume de dandi.
—¿Y tú, Lucas? ¿Vas a participar? —me pregunta, burlona. Como si no
la conociese ya, ahora se avecina uno de sus discursos—. Aquí todos
sabemos que la única cita que quieres tener tú es con Alba, que se te ve el
plumero.
Nico se carcajea mientras se queda sentado al borde de su cama, y yo
evito mirarlos porque se me notaría en la cara que tienen toda la razón del
mundo y que no soy nadie para rebatirles ni una sola letra.
—Mira, no quiere decir nada, se cree que guardando silencio evitará que
nos metamos con él —argumenta Nico.
—No quiere decir nada porque sabe que no puede negar la evidencia y la
certeza en este asunto en cuestión es que, a Lucas, Alba se la pone dura.
Me giro al escuchar las palabras de Amaia y pretendo, ahora sí, negarlo,
decirle que se ha pasado y que es mejor que no haga esos comentarios, pero
sería faltar a la verdad porque…
—Tienes razón —confieso.
—¡Ajá!
Amaia se incorpora y comienza a dar vueltas sobre sí misma logrando
que ese vestido que lleva se abra y pues eso…
—Te estamos viendo las bragas y eso con diez años me daba igual, pero
ahora, con bastantes más, me da asco —la reprende Nico.
Yo prosigo con mi labor de vestirme.
—Espera —me pide Amaia cuando he terminado.
Me desabrocha un par de botones de mi camisa de vestir y me despeina
el pelo para que parezca, según sus palabras, más juvenil.
—No me puedo creer que este momento haya llegado y que hubiésemos
valorado por un ínfimo momento irnos a Edimburgo. Está claro que nuestro
destino era venir a este barco y conocer al hombre de mi vida, tú a la mujer
de tu vida, y Nico…, Nico a alguien que le ponga en su sitio de una vez por
todas, que ya va siendo hora.
—A ver, a ver… ¿Hombre de tu vida? ¿Mujer de su vida? —Ese es
Nico, el que no cree en nada que no se pueda demostrar, ya sabéis, lo de él
son los números y las fórmulas.
—Ese hombre de traje blanco es el hombre de mi vida, he sentido el
«chin», ¿se llama así? Lo vi en una peli de dibujos.
—Se te está yendo de las manos, hermanita, a ver cómo le explicas a
nuestros padres que te has enamorado de un tipo solo con verlo. Sabes que
eso del amor a primera vista es un invento de las multinacionales
cinematográficas para que te enganches, por eso de que el amor mueve
fronteras y esas estupideces varias que se utilizan en cualquier campaña de
márquetin del tres al cuarto.
—Eres un cenutrio. El amor existe —se defiende Amaia—, ¿a que sí,
Lucas?
Yo, que pensaba que me había librado de todo este rollo, y al final, por
hache o por be, me meten en todos los jaleos.
—Yo no sé si soy el más indicado para hablar de este tema porque creía
que el amor era bonito y eso, y al final… la chica de la que creía estar
enamorado solo me utilizaba mientras se acostaba con mi padre. Ya sabéis.
—Lo tuyo fue una putada, pero Alba no es como Miranda. Se ve a
leguas.
—Alba es una tía y ahí fuera hay miles de tías más, qué manía la vuestra
de focalizar vuestras atenciones en una sola mujer, con lo buena que está
toda la comida del cáterin. Hay que ver… —refunfuña Nico.
—Pasa del obtuso de mi hermano, yo sé que Alba te gusta.
Miro a Amaia a los ojos y en ellos veo unas ganas inmensas de que todos
seamos felices. Siempre ha sido así, de las que busca que todos estemos
bien y se sacrifica por ello. El sacrificio siempre ha sido tanto que ha
terminado cediendo y dejando que eso que ella tanto quería de dedicarse a
la danza quede en un segundo plano y se dedique al turismo, que convencía
mucho más a sus padres.
—Alba es… Alba —me sincero.
—Sí, definitivamente, es una buena forma de explicarlo —se burla Nico.
Asiento y sonrío.
—¿Qué tal estoy?
Amaia me devuelve el gesto.
—Alba va a caer rendida a tus pies cuando te vea. No va querer que la
cita se termine porque estás jodidamente guapo. ¡Bombón! ¡Tío bueno! ¡Te
haría un traje de saliva! Bueno, esto…, tú ya me entiendes, que, para mí, tú,
pues como que no y menos ahora que he encontrado al capitán de mi barco
velero cargado de luces… —canturrea sin cesar.
—Luces las que le faltan —la insulta Nico haciendo referencia a su
hermana mientras me mira.
—Vamos, anda, que, de donde no hay, no se puede sacar.
Salimos del camarote en dirección a nuestra cena. Me sudan las manos.
Tengo muchas ganas de conocer a Alba.
14
TENEMOS UN MINUTO
ALBA
—Estoy nerviosa —le cuento a Luna mientras repasamos nuestro labial
en uno de los baños.
—¿Por?
—Por la actividad de esta noche, me da palo, vete a saber qué clase de
tíos tenemos que conocer y las preguntas que me harán.
—¡Bah! Eso nada, responde con sinceridad y ya está. Preocúpate más
por las preguntas que harás tú. Si el tipo te interesa, intenta averiguar algo,
aunque yo creo que a ti ya hay alguien que te mola.
—¡Qué dices, Luna! ¿Estás loca? Acaban de dejarme plantada, no me
puede gustar nadie.
—No me vengas con esas. Manu y yo lo hemos dejado y eso no quiere
decir que me cierre en banda y yo estaba casada, ¿lo entiendes? ¿Y me ves
llorar? No, Alba, la vida es hoy y no hay más, ¿entiendes lo que te quiero
decir? Las lamentaciones están bien para un ratito y es verdad que duele,
pero ¿te alivia en algo estar llorando por las esquinas porque te hayan
dejado plantada? ¿A que no? A mí desde luego no me vale de nada. Me
ayuda ser yo, intentar ser feliz y seguir adelante y eso es lo que estoy
haciendo, dejándome llevar. Alba, como tu cuerpo vibre —me suelta.
Me siento egoísta hablando con Luna de esta manera, mucho más aún
tras lo acontecido. No tenía ni la más remota idea de que Manu y ella
habían roto su relación.
A ver, claro está que no hay ni una sola relación perfecta y quien diga
que la tiene que me permita que lo cuestione porque en cualquier familia
siempre hay roces, lo importante y lo bonito es ser capaz de superarlos y
añadir un nuevo logro como pareja.
Luna y Manu no están juntos y eso era algo que creo que nadie se veía
venir, pero que todos podíamos esperar y más con lo que me ha contado
Luna.
Las relaciones siempre suponen un esfuerzo o hay que ceder en algo,
desde con quién pasar la Nochebuena o si nos vamos a comer este domingo
a casa de… Pero la relación de Luna y de Manu no era una relación. La
base ya era inexistente y entonces ya no es cuestión de ceder y aprender, es
cuestión de que no vale la pena porque no me importa nada. Y, cuando eso
sucede, cuando lo que hace el otro ya no te produce suspiros o sonrisas, ni
siquiera enfados, sino que te produce indiferencia, es que la cosa no va por
buen camino y es mejor tomar medidas. Y la admiro, vaya que si la admiro,
porque la veo bien, recompuesta, entera, intentando salir adelante, aunque
le cueste, pero como ella me dijo anoche cuando me lo contó mientras
lloraba a moco tendido en mis brazos: «Ni yo era para él ni él era para mí y
eso solo nos lo ha demostrado el tiempo».
Y una vez más los errores nos demuestran que sí, que cogimos un
camino que era erróneo y que quizás erramos en esa decisión que en un
principio nos parecía acertada y que al final no resultó serlo tanto, no
obstante, hemos aprendido que hay cosas que ya no queremos y que pasan a
esa columna invisible de «no lo voy a repetir más» que se encuentra en
nuestra memoria interna.
—Como tu cuerpo vibre —repito.
Salimos del servicio y caminamos en dirección al gran salón donde se
van a celebrar las citas exprés de esta noche. Todo está decorado con globos
de corazones, miles de serpentinas rojas cuelgan del techo y hay rosas rojas
por todos lados.
—Creo que nos hemos confundido y nos hemos colado en el baile de fin
de curso.
—Ese baile es dentro de dos días —le confirmo entre risitas a Luna. Me
quedo de piedra cuando veo a Lucas al final de la estancia, apoyado en la
barra, con una copa en la mano, hablando y riendo despreocupado con
Amaia y con Nico.
»Esta noche está realmente guapo —finalizo—. Quiero decir… —
Intento corregir mi descaro al soltar lo que pensaba sin pensar, y Luna
sonríe a mi lado, condescendiente—. Ni se te ocurra poner los ojos en
blanco porque este barco se puede convertir en el Orient Express del mar —
la amenazo.
—Lucas es un bombonazo —me confirma ella—. Pero no es mi estilo, es
muy tierno para mí. En cambio, a ti…
—Olvídalo, Celestina, olvida tus planes estúpidos que ya nos conocemos
y esa cabeza loca no deja de trabajar sin descanso para hacer alguna de las
suyas.
Me permito observarlo con atención aprovechando que él no me mira a
mí ni se ha percatado de nuestra entrada. Hay mucha gente en este espacio
como para hacer semejante cosa.
Es guapo. Realmente guapo. Quizá su encanto no sea el de un tipo
cachas que no se cansa de marcar sus musculitos allá por donde pasa o que
no tenga unos ojazos lapislázuli como nunca antes haya visto, tampoco una
melena de lo más curiosa. Su encanto reside en los pequeños detalles, como
un buen perfume: en ese rastro que deja a su paso. Y así es Lucas, guapo a
rabiar, pero que no necesita demostrarlo.
Me gusta su timidez, debo reconocerlo, quizá por eso intento permanecer
cerca de él, porque hace que los silencios no sean incómodos y tampoco
fuerza conversaciones para rellenar los minutos. Habla cuando tiene algo
que decir y responde lo justo para que entendamos que está atento y,
normalmente, acierta en todo, como ayer, cuando me dijo que me habían
jodido, dio en el clavo y me dolió que lo hiciera porque eso demuestra que
soy como un libro abierto y no quiero serlo, no me gusta serlo.
Quisiera ser un poco más como Luna o, incluso, como Amaia. Fijaos en
lo ocurrido: mi amiga acaba de separarse de su marido, y yo no había sido
capaz de leer en ella que esa situación se había dado y me siento culpable.
Puede que también el hecho de que hasta ahora mismo yo hubiese estado
tan perdida en mi mierda había conseguido que no viese nada más que mi
propio pozo y eso es imperdonable.
—¿Crees que con lo alto que es me costará mucho besarle?
Luna me frena en seco y me sujeta del brazo para que no siga
caminando.
—¿En serio me preguntas eso?
—¿Tan mal está tener curiosidad? —Le devuelvo su pregunta con otra
nueva y arrugo el ceño esperando una réplica que puede que no me guste.
—Lo que está mal es que no te pique la curiosidad —finaliza dejándome
descolocada.
Caminamos en dirección a una de las chicas que, vestida de rojo, nos
pregunta si estamos en la lista. Facilitamos nuestros datos y nos indica cuál
es nuestra mesa.
—Os recomiendo que, si no os gusta el candidato, no le digáis vuestro
nombre, es una forma de mantener el anonimato y de que ellos pillen la
indirecta y resulte menos violento. Si, finalmente, os gusta, podéis escribir
vuestro nombre en una de las tarjetas y entregárselo. Si decidís poner algo
más…
—¿Qué? —pregunta Luna llena de curiosidad.
—Si decidís poner algo más, ya es cosa vuestra —finaliza la chica antes
de regalarnos una enorme sonrisa Profident.
Saludamos a los chicos y siento un leve cosquilleo cuando Lucas me da
dos besos mientras me sujeta por la cintura. Y no puedo evitar sentir algo de
culpa ante las reacciones de mi cuerpo porque esto se supone que está
moralmente mal, ya sabes, que no tenga que repetirte el mismo discurso que
siempre repito y vale, podéis pensar que le he dicho a mi padre que no
quiero ser esa chica y, de verdad, juro que no quiero serlo, pero ¿hasta qué
punto está bien que tu cuerpo reaccione ante un chico al que apenas
conoces?
—Número cinco —musita Lucas antes de señalar mi mesa—. Juego con
ventaja —me dice ante la larga fila de chicos que esperan a que les
entreguen una tarjeta con un número para empezar a sentarse.
—¿Por?
—Porque yo ya sé tu nombre.
Seis sencillas palabras. Eso es lo que pronuncia Lucas y son suficientes
para hacerme sonreír y para desear que le toque el turno de sentarse en mi
mesa.
—Cierto, eso quiere decir que guardaré la tarjeta para otro —le susurro
antes de tomar asiento en mi mesa con descaro.
Escucho una leve risotada a mi espalda y me muero de ganas de girarme
y mirar su pelo despeinado, sus ojos redondos y marrones, intensos y
sinceros, su forma de sonreír, logrando que a su gesto acudan unas
pequeñas arruguillas y formando unos hoyuelos de lo más sexis.
Tras tomar asiento en mi sitio, una de las chicas pasa encendiendo la
pequeña vela que se encuentra dentro del candelabro blanco.
Inmediatamente un olor a frambuesa inunda el ambiente y me relaja un
poco.
Veo a Luna, que está frente a mí, en la mesa contigua a la mía. Sonríe de
par en par y me enseña los pulgares para insuflarme calma, básicamente,
porque es consciente de que estoy algo tensa.
—Yo que pensaba que esto de tener citas era pan comido… —susurro.
Intento ocultar mi comentario tras un ataque de tos y bajo la cabeza
cuando me doy cuenta de que el primer candidato se ha sentado delante de
mí. Cuento, por inercia, el número de chicos que debe de pasar por mi mesa
antes de que llegue Lucas. ¡Pues vaya! Nada más y nada menos que cinco.
—¡Hola!
El chico en cuestión lleva un cartel colgado. Oliver. Bien, bueno, el
nombre me gusta. ¿En serio he pensado esto? ¿El nombre me gusta? Suena
muy superficial, Alba.
—Hola. —Mi primer impulso es decirle mi nombre, ¿qué vamos a
hacer?, estoy oxidada en cuestión de citas—. Cuéntame, ¿a qué te dedicas?
Oliver comienza a monopolizar la conversación y lo agradezco. Me
explica que es interino en el Ayuntamiento de Mallorca, que hizo este viaje
porque su novia lo dejó hace meses y que no es capaz de levantar cabeza
tras ello y ya os podéis imaginar, ¿no? La cita termina siendo la siguiente:
cincuenta segundos hablando y los diez últimos en los que le digo que lo
mejor está por llegar y todas esas cosas que me dijeron a mí hace semanas.
Cuatro chicos.
¿Por qué no podrá ser una única cita con Lucas? ¿Por qué, señor? ¿Por
qué?
15
ME SOBRAN CINCUENTA SEGUNDOS
LUCAS
Una mesa. Una sola mesa y Alba será mía durante un minuto. ¿Qué más
se puede pedir?
Está jodidamente guapa. Jodidamente sexi. Jodidamente irresistible.
Llevo tres nombres… Cuatro, tras esta campana que indica que la cita
acaba de terminar y parece que, hasta callado, he sido capaz de ligar.
—Hola, soy Alberto, encantado de conocerte.
Me siento frente a Alba, que intenta, sin éxito alguno, contener una
carcajada tras mentirle con mi nombre.
—Has captado mi curiosidad, Alberto.
—Ya ves, soy un chico parco en palabras, pero no he necesitado más que
mi nombre para engatusarte.
Ella vuelve a reír y al final me quedo como un tonto mirándola. Como si
fuese la primera vez que la veo sonreír de esa forma. Con esas pequeñas
arrugas que se forman a los lados de sus ojos y con la cara sonrojada.
—Veo que has conseguido muchas tarjetas esta noche.
Miro el bolsillo de mi camisa de botones y asiento.
—Entre tú y yo —susurro acercándome, logrando que ella imite mi gesto
—, solo hay una que me interesa, pero no se lo digas, no quiero que se lo
crea —finalizo volviendo a mi posición.
El reloj indica que nos quedan cincuenta segundos para finalizar y siento
que con Alba me faltaría mucho tiempo antes de ser capaz de conocerla.
Hago lo que creo que necesito hacer antes de que acabe.
—A ver, Alberto. Cuéntame cosas de ti.
—Turismólogo. Madrileño de pura cepa. Hijo único. Mi familia es esa
que ya conoces. Me han jodido tan bien como a ti y quiero pedirte disculpas
por lo que dije y la forma en la que lo dije.
Lo suelto de carrerilla y sin pensar porque, desde ayer por la tarde, he
intentado buscar el momento para decirle lo que pienso y para disculparme
porque no era esa mi intención para nada, no quería despertar ningún
fantasma enterrado y mucho menos quería que los ojos de Alba dejasen de
brillar como lo hicieron.
Alba me mira y asiente, pero no me dice nada.
—Administrativa. Parrao de nacimiento y de corazón o, lo que es lo
mismo, soy de Cercedilla, un pueblo cercano a Madrid. Hija única. Mi
madre murió hace muchos años, cuando yo apenas era una niña. Mi padre te
caería bien porque es el mejor del mundo. Y sí, me han jodido, pero bien,
aunque no pasa nada, porque no hay mal que cien años dure ni cuerpo que
lo resista.
Y exhalo todo el aire de mis pulmones cuando la escucho soltar todo eso
que me dice. Todo acompañado de una sonrisa sincera que me demuestra
que no me guarda resentimiento.
—¿Eres de montaña o de playa? —le pregunto.
—Ambas. ¿Y tú?
—Me gusta la playa y me gusta la montaña. ¿Y si nos hacemos una
playaña?
Ella se ríe a carcajadas.
—¿Existe?
—Lo buscaremos en Google e iremos —le propongo.
Alba me mira, convencida, y afirma con la cabeza sin perder la sonrisa.
—¿Mascotas? —me pregunta.
—¿Mi padre cuenta?
—Lo acepto —finaliza Alba.
—¿Comida favorita? —añado.
—La que engorda —resuelve.
Quince segundos.
—Nos quedan quince segundos.
—No pasa nada. Tenemos mucho tiempo, eso es lo mejor.
Ella garabatea algo en un papel en blanco y me lo tiende de tal manera
que no puedo leer lo que pone.
Me imagino su letra redondeada, como sus ojos. Decidida, como ella
misma.
Suena la campana que nos indica que tenemos que cambiarnos de mesa y
ahora me toca ir a la siguiente. Me despido de ella con un guiño, y ella me
devuelve el gesto.
—Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí, muchas tarjetas veo yo en ese
bolsillo. ¿Alguna interesante?
—Lucas —finalizo volviendo a mi nombre.
—Cleopatra.
—¿Llevas siendo Cleopatra toda la noche?
—Sí, estoy segura de que soy una reencarnación de ella. Siempre lo he
pensado, pero no han querido comprobarlo haciéndome un exhaustivo
análisis de sangre.
—¿Luna?
—Dime.
—¿Sabes que estás muy mal de la cabeza?
—¿Te han hecho falta solo diez segundos para darte cuenta?
—Yo diría que menos, pero he intentado ser comedido.
—Pues no lo seas, ahora, cuéntame, ¿qué te ha dicho Alba? Contigo no
voy a ligar, lo sabes, ¿verdad? No eres mi tipo.
—Tú tampoco el mío —finalizo.
—Bien, mejor, porque yo soy inalcanzable, ahora bien, te ayudaré con
mi amiga.
—Oye, Luna.
—Dime. Tic tac —me apura.
—Creo que me han sobrado cincuenta segundos para darme cuenta de
que Alba me gusta. ¿Crees que está feo que te lo diga?
—Creo que es jodidamente perfecto que lo hagas. Dicho esto; ahora me
llamo Celestina. Continuemos.
Puede que Luna esté tramando alguna cosa o puede que no, pero sé que
todo lo que pueda decirme de su amiga me va a venir bien.
—Espero tu consejo —le digo cuando la veo garabatear sin cesar en un
papel. Por un momento creo que está dibujando cuadrados o líneas, como
cuando nos aburríamos en clase de lengua y matábamos el tiempo
simulando que copiábamos cuando en realidad hacíamos verdaderas obras
de arte.
Luna me tiende una tarjeta con un número de teléfono apuntado.
—Yo no te he dado nada y lo negaré ante cualquier tribunal. Le gustan
las palabras raras que tienen significados que nadie entiende, en su
habitación hay miles colgadas de una cuerda con pinzas de madera. Le
gusta que la hagan reír y le gustan las personas sinceras y le ha gustado en
especial que, sin conocerla, hayas sabido leer en ella.
—¿Te lo ha dicho?
—No, no ha hecho falta. La conozco tan bien que no ha sido necesario
que me lo dijese.
Suena de nuevo la campana y miro hacia Alba, que ha perdido la sonrisa
y tiene la cara apoyada en la mano.
Doy unos pasos y vuelvo hasta su sitio.
—Oye, Alba.
Ella alza la vista y la fija en mí.
—Dime, Alberto.
—Si te gustan las sorpresas, te espero después en la proa. —La veo
meditar, mirando hacia el techo—. Es lo que está delante.
—Gracias —musita.
—Es mi sitio —me suelta un tipo que se coloca a mi lado.
—Alberto —se presenta el susodicho.
—Encantada, Alberto.
Y Alba contesta, pero me mira a mí fijamente.
Luna no me ha dicho si le gustan o no las sorpresas, no obstante, a mí me
encantan y, sin duda, ella ha sido mi sorpresa aquí dentro.
16
¿OTRA VEZ TÚ, CHAVAL?
LUNA
—No fastidies —suelto cuando el que se sitúa frente a mí es, nada más y
nada menos, que Nico—. ¿En serio? ¿Me estás persiguiendo?
—Ya quisieras tú, bonita.
—Bonita, dice… —murmuro por lo bajini—. Cleopatra —me presento
dejándolo atónito.
—Marco Antonio —me responde el degenerado sin perder la sonrisa.
—Gilipollas. —Un par de golpes de tos intentan simular que lo he
insultado, pero es listo, demasiado listo. Y guapo. Eso también, pero mejor
me guardáis el secreto.
—Es la peor estratagema que he visto jamás para esconder un insulto —
se burla.
—Capullo. —Y hago lo mismo, pero esta vez toso con tanta fuerza que
una de las chicas se acerca para saber si estoy bien.
—Está bien, no se preocupe, solo es que si se muerde se envenena —le
suelta Nico a la azafata sin perder su amplia sonrisa.
Miro de nuevo el reloj y veo que nos quedan cuarenta segundos.
Cuarenta segundos de una infernal cita que nada me interesa.
Me pongo a garabatear en un papel, intentando matar el tiempo.
—Si piensas escribir tu nombre ahí, siento decirte que no me hace falta.
Miro el bolsillo de su camisa y veo que tiene varias tarjetas.
—Se ve que las chicas no necesitan mucho para dar sus nombres, pero
que sepas que no es mi intención facilitarte el mío.
—Me has dicho que eres Cleopatra nada más llegar.
—También te he dicho gilipollas y no te has dado por aludido.
—Eso es porque soy selectivo. Me quedo solo con lo que me interesa.
—Anda, fíjate, como yo, me quedo solo con lo que me interesa.
Le tiendo la tarjeta y le he dibujado en ella una polla. Toda una obra de
arte, con sus huevos, sus pelitos, su glande.
—No falta ni un solo detalle.
—Nada. La que lleva el arte en las venas lo lleva desde la cuna —le
narro.
Nico intenta contener las ganas de reírse. Ya. Es como yo, que contengo
las ganas de babear sobre ese pecho que se vislumbra bajo la camisa.
Porque es lo que hay, gilipollas será un rato, pero bueno está un rato más
largo.
No vale la pena el autoengaño, de eso creo que ya he tenido dosis
suficiente en mi matrimonio.
—Cuéntame algo, no sé, en los diez segundos que quedan.
Observo el reloj yo también, me fijo en el siguiente tipo que me toca y
que no me pone nada, cero patatero y suelto lo primero que me viene a la
cabeza.
—Necesito sexo urgentemente. —Sí, suena la campana y, aunque Nico
lo niegue, creo que he logrado dejarlo descolocado—. No te olvides de tu
polla —finalizo cuando se marcha con la boca abierta.
Primer round ganado.
El resto de las citas pasan sin más. No entrego un solo nombre y es que
sería faltar a la verdad si digo que alguno de ellos me gusta, porque la
verdad es que nadie me llama la atención.
Me reúno con las chicas poco después de las once de la noche.
—Deberíamos pedir la última copa y bebérnosla en cubierta. He visto
unas hamacas mullidas antes de venir que creo que tienen nuestros nombres
escritos en ellas.
—Me apunto —finaliza Amaia—. Lo mismo veo al amor de mi vida.
—¿Todavía sigues con ese rollo? ¿No te ha gustado ningún tipo esta
noche? —le pregunto directamente.
—Nada. Cero. Ni uno. A ver, que, si lo pienso objetivamente, es lógico
porque no hay nadie tan guapo como Dante.
—Ya. El que te da por detrás y por delante —repito entre risas.
Alba se mea de risa, puede que ella ya se haya tomado alguna que otra
copichuela y eso haya hecho que se suelte la melena.
—A mí que me dé por donde quiera —finaliza Amaia—. No me voy a
poner exquisita.
Total, que nos pedimos unas piñas coladas y caminamos entre risas hasta
las hamacas que he prometido. Ellas han dudado de mi palabra y han
insinuado por el camino que las iba a llevar a un cuarto oscuro y a hacerles
cochinadas. No lo he negado, puede que lo de probar el pescado no sea
mala idea, y sí, puede que la desesperación hable un poco también.
Nos tiramos de cualquier forma en la hamaca, con la copa apoyada en
nuestra barriga y observando lo bonito que se ve el cielo desde allí.
—Esto es como el Titanic —nos cuenta Alba—, esa escena en la que
Jack está en la cubierta de los ricos y le enseña los bocetos de los dibujos
que ha hecho en Francia.
—¿Estás mal de la azotea? ¿Acaso tú ves a DiCaprio por algún lado? ¿O
un libro de bocetos? Si yo ni siquiera sé dibujar una «O» con un canuto,
aunque a tu hermano le he dibujado una polla antes para que se la lleve a
modo de recuerdo —le cuento a Amaia.
—¿Has hecho eso? —inquiere la susodicha.
—Y no solo eso, creo que, además, la he cagado porque le he soltado
una patujada sin pensar en nada —me sincero con cierto resquemor.
—¿Qué patujada? —me pregunta Alba, que se ha sentado y está
mirándome con cara de pocos amigos. Creo que se le ha bajado el lote de
golpe.
—A ver, no te enfades, ¿vale? Ya sabes que Nico y yo llevamos día y
medio peleando.
—Escupe —me exige.
—Le he dicho que necesito sexo.
Ahora tocarían las risas y las carcajadas sin más, los comentarios
jocosos, las burlas y algún que otro chiste y ¿qué es lo que hay? Silencio
sepulcral. Y a mí ese silencio se me antoja atronador porque la he cagado,
no hace falta que nadie me lo diga.
—Le has dicho las palabras mágicas al genio de la lámpara. —Amaia se
ríe a carcajadas y eso, aunque sea una burla en toda regla porque se ríe de
mí, me hace sentirme mejor que la ausencia de palabras y sonidos.
—¿Y tú, Alba? ¿Nada que decirme?
Le da un largo sorbo a su bebida y sin siquiera mirarme responde:
—Bueno. Yo estoy a favor del sexo sin compromiso y a ti creo que te
vendría bien una buena dosis de eso. Que a mí también, porque yo también
necesito mambo, pero creo que si le dijese eso a Lucas puede que se asuste,
porque Lucas es guapo, guapo y me pone. Me pone muy cerda que sea tan
tímido.
Y ya está. Lo suelta de carrerilla, delante de Amaia, sin pensar en las
consecuencias y me doy cuenta de que yo he hecho lo mismo.
—Oye, Amaia… —intervengo para explicarle con palabras lo que ahora
mismo me pasa por la cabeza.
—No voy a decirles nada, podéis estar tranquilas, pero necesito vuestra
ayuda a cambio de mi silencio.
—Eso se llama chantaje y se puede juzgar, creo que hay pena de cárcel y
todo —le suelta Alba con retintín.
—Escupe —le pido al ver en su cara que le importa un pimiento la cárcel
y todo eso.
—Necesito saber cuál es el camarote de mi hombre.
—¿Para qué? —la increpa Alba—. Que sepas que el chantaje es delito,
pero entrar en un camarote también, se llama allanamiento de morada.
—Morada me pienso poner cuando le coma la boca.
Alba se descojona de risa, y yo la sigo porque, en el fondo, me gusta su
rollo.
—Te ayudaremos —afirmo.
—Y yo os ayudaré con Lucas y con mi hermano.
—¡Oye! —protesto—, que yo paso de tu hermano.
—Ya, claro. ¿Y tú, Alba? ¿Pasas de Lucas?
—Paso, claro que paso —finaliza la susodicha.
Le da el último sorbo a su copa y la deposita vacía en una mesilla
contigua a su hamaca.
—¿A dónde vas?
—Tengo una cita.
—¿Una cita? ¿Con quién? ¿Has ligado? ¿Por qué no empezaste por ahí?
—la increpo.
—Se llama Alberto —dice sonriente—. Y hemos quedado en la proa,
que, para vuestra información, es la parte delantera del barco. Estoy
aprendiendo mucho en este viaje y espero que me quede mucho más por
aprender.
—Deja que se entere tu padre de esto —la acuso entre risas.
—Yo creo que el peor que se lo va a tomar es Lucas —musita Amaia.
Pero Alba ya no nos escucha, ella a lo suyo, y Amaia…, Amaia se las
pira en dirección contraria.
En fin, se ha quedado una noche estupenda para…
—¡Por fin sola!
Suelto un improperio cuando le veo aparecer entre las sombras.
—¿Qué quieres ahora, chaval?
—Pensaba que no se iban a ir nunca —musita colocándose a mi lado.
—Pírate —le pido—. Estropeas el ambiente.
—Eso lo veremos después.
—¿Después de qué?
—De esto —finaliza Nico.
17
¡TE HE PILLADO!
DANTE
En esta ocasión, creo que el destino ha decidido hacer de las suyas de
nuevo…
Ha acabado mi turno. Al mando se ha quedado Elías que, junto con Jota,
pasarán la noche al frente del navío y, por suerte, me toca descansar. La
misma suerte que hace que la vea a lo lejos.
Una de sus amigas ha pasado por mi lado, la otra se ha quedado en una
hamaca tumbada con otro de sus amigos, y ella se dirige hacia la zona
donde están los camarotes.
Acelero el paso con la intención de situarme a su lado. No quiero
asustarla, pero me apetece hablar con ella. Quiero hablar con ella.
No he dejado de darle vueltas a la conversación que mantuve con Elías y
con Jota esta mañana. Puede que Elías tenga razón y que me esté perdiendo
cosas, oportunidades o que esté dejando de lado parte de mi vida por
dedicarme en cuerpo y alma al trabajo.
Amaia continúa caminando a pesar de que me sitúo a su lado. Mis manos
dentro de los bolsillos me impiden que las lleve hasta su cabello que se
mece en libertad con el aire fresco que envuelve esta zona del barco.
Percibo algo de tensión en su cuerpo, lo que me demuestra que sabe que
hay alguien cerca. Me mira y dulcifica su gesto al sentirse tranquila.
—¡Joder! Me has asustado. —Sonrío abiertamente—. Pensaba que eras
uno de esos tipos chalados que he conocido en la noche de citas.
—¿Has participado en eso? Es una actividad muy solicitada.
—No podía no hacerlo, formaba parte del plan de esta noche… Ya
sabes…, cena y cita.
«Aquí está tu cita…».
—¿Te lo has pasado bien?
Ella asiente.
—Pero ahora mucho mejor porque estás aquí conmigo.
Sonrío. Estoy nervioso. Es directa. Mucho.
—¿Ibas a descansar ya? ¿Te acompaño?
—En realidad…, no sé siquiera a dónde iba.
—¿Damos un paseo? —le pregunto.
—¿Hay alguna norma que indique que…? Ni siquiera sé cuál es tu
función en este barco. Que sé que trabajas aquí por tu vestimenta y salvo
que seas uno de esos tipos a los que les gusta hacerse pasar por personal del
barco, pero no serlo, no sé, propio de un psicópata. ¿Eres un psicópata?
—No sé. Nunca me lo han preguntado. ¿Tengo pinta de psicópata?
—No, la verdad es que no, pero mi opinión no cuenta mucho porque
apuesto a que, si no fuese por el estricto control que siempre tuvieron mis
padres sobre mí, sería de esas a las que secuestran solo con utilizar como
señuelo a un perrito peludo y blanco, probablemente con una mancha
marrón en la nariz, de esos que parecen una bola y que quieres llevarte a
casa de lo mono que es, ¿me explico?
—Sí. —Definitivamente, esta chica es sorprendente—. ¿Y lo de tus
padres…?
—Primero tú. Si quieres información, tendrás que darme algo a cambio.
—Hecho —respondo contundente—. ¿Qué tienes en mente?
—Muchas cosas —me suelta con descaro. Le respondo con una amplia
sonrisa, no puedo evitarlo, es escucharla hablar y parezco un lelo de cojones
—. Pero me conformaré con respuestas.
—¿Esto es algo así como una primera cita? —cuestiono.
—¡Joder! Eso espero —concluye. Y sé que lo ha dicho casi sin pensar
porque se ha puesto colorada. Decido hablar con sinceridad para recibir lo
mismo a cambio.
—Ya sabes que soy segundo capitán de este barco, no soy de esos que se
visten con uniforme por llamar la atención —menciono recordando las
palabras de Jota esta mañana—, forma parte de mi trabajo.
—¿Y no tienes que ir con chaqueta y eso? No sé, que soy una ignorante
de los uniformes, yo lo único que sé es que me parecen de lo más sexis.
—¿Así que es eso…? —le pregunto socarrón.
—¿Qué exactamente?
—Que te gustan los chicos con uniforme.
Ella frena en seco, me mira con seriedad y prorrumpe en unas carcajadas
de lo más sonoras. Varias personas nos miran con curiosidad al pasar por
nuestro lado.
—No, no es eso, pero no puedo negar que a ti el uniforme te queda
realmente bien.
—Vaya, pues… gracias, supongo.
—De nada, supongo —murmura—. ¿No eres muy joven para ser
segundo capitán?
—Bueno, depende, puede. Soy de los que no paran hasta conseguir lo
que se proponen.
Mis palabras captan su atención porque de nuevo frena sus pasos y me
mira directamente a los ojos.
—¿Todos los italianos habláis así? Tienes un acento muy… ¿tentador?
—Ahora es mi turno. Ya sabes: quid pro quo. Explícame eso de tus
padres. —Obvio lo tontorrón que me pone la palabra «tentador», aunque
quizá no debería haberlo hecho.
Percibo de nuevo cierta tensión en su semblante y me arrepiento al
instante de pedido que me hable de eso, sin embargo, en mi defensa diré
que fue ella la que sacó el tema y despertó mi curiosidad.
—No hay mucho que contar. Son muy… ¿Cómo decirlo? ¿Estrictos?
¿Caciques?
—Vaya.
—No me gusta mucho hablar de ellos. Es más interesante hablar de ti,
capitán.
—Segundo capitán —la corrijo.
—Ya me dijiste de dónde eres, ahora cuéntame, ¿vives en Capri cuando
no estás viajando?
—Efectivamente —le explico—. Resido allí la mitad del año y la otra
mitad soy ciudadano del mundo.
—Nunca he conocido a nadie que me dijese eso. Me gusta cómo suena
—susurra—: «Ciudadano del mundo». Eso abarca un todo. Es inmenso.
—Paso gran parte del tiempo en el agua, viajando de aquí para allá.
—¿Siempre en este crucero? —interpela.
—No, no siempre, unas veces en unos y otras en otros. Hacemos
distintos recorridos. Lo que sí intento es que sean con mi equipo.
—¿Con todos? ¿Camareras y camareros incluidos?
—No. —Me río—. Hablo del personal que lleva el barco, que lo dirige,
ya sabes.
—Ya, ya, de la jet set del mundo náutico.
—Algo así —musito.
Llegamos hasta la popa del barco y vemos que la fila de personas que
hay haciendo cola para sacarse un selfi con la espuma del barco de fondo y
las estrellas en lo alto es inmensa.
—Ya nos han jodido nuestro lugar especial —susurra Amaia cuando se
da cuenta de eso que os estaba contando.
—Hay muchos sitios especiales en el barco, no tiene por qué ser este el
más singular de todos.
—¿Sabes? Creo que tienes razón. Creo que, lo que de verdad hace un
lugar especial, son las personas que están en él.
La observo. La observo de verdad. Con todos y cada uno de mis sentidos
puestos en ella. Mirando cada lunar, cada pequeña mueca, cada suspiro,
cada ruidito que emite mientras espera a que hable, que le responda a su
frase, que le diga que tiene razón, que estoy de acuerdo en cada una de las
letras que ha unido hasta formar una verdad contundente y me doy cuenta
de que no, de que no quiero perderme nada, de que puede que hasta ahora lo
haya hecho, consciente o inconscientemente, de que me haya dejado cosas
atrás o a un lado por no ser lo suficientemente observador y entonces sé que
somos el aquí y el ahora, lo cierto y lo incierto de todo lo que nos rodea, lo
efímero y eterno, y ahora todo eso somos ella y yo.
—¿Sabes? Creo que tienes razón —le respondo usando sus propias
palabras, ¿qué mejor que eso?
—¿En qué exactamente? Porque suelo tener razón en muchas cosas.
—Tienes razón cuando dices que lo que hace de verdad especial un lugar
son las personas que están en él. —Ella asiente, conforme—. Así que,
Amaia, hagámoslo de verdad especial.
La apoyo contra la pared del barco y la beso. La beso con cuerpo y alma,
la beso entregando todo lo que tengo, todo lo que soy. Porque, si hay que
hacer de este lugar un sitio especial, que sea sin dejar nada en el tintero.
18
ESTOY VOLANDO
ALBA
Un leve temblor aletea en mi pecho, se extiende por mis extremidades y
sale de mi cuerpo en forma de estremecimiento.
A pesar de todo, sé que hago exactamente lo que quiero hacer.
¡Arrepiéntete de lo que has hecho y no de lo que has dejado de hacer!
¡Joder! En los sobres de azúcar suena más convincente que en mi cabeza.
Un leve sonido sale de mi bandolera y freno mis pasos para sacar el
teléfono y comprobar que es mi padre. No. Craso error.
Número desconocido:
Soy Alberto, el chico de antes, no quieras saber cómo he conseguido tu número, un mago no
desvela sus trucos. ¿Quieres saber más?

Alzo la vista con una tenue sonrisa en mi cara. Lucas es


impredecible, no sé, es tímido, pero a la vez es sorprendente, es como uno
de esos cócteles que cuando mezclas varios ingredientes el resultado es
explosivo en tu paladar.
Respondo, no puedo evitar hacerlo.
Alba:

¿Alberto?, perdona, pero creo que te has equivocado, no conozco a nadie con ese nombre. Aquí,
en Finlandia, no hay nadie que se llame así. Siento el malentendido, espero que te vaya bien. Inkeri.

He buscado un nombre en Google antes de enviar el mensaje. Me ha


sorprendido, no puedo negarlo, pero creo que yo he hecho lo mismo con él.
Prosigo mis pasos en dirección a la proa y lo observo desde la distancia.
Está apoyado en la barandilla de metal y a lo lejos se comienzan a atisbar
unas luces que nos indican que a primera hora de la mañana estaremos en
Olbia, primera parada de nuestro barco. Ni siquiera he pensado si haremos
esas excursiones o no, tengo que hablar con Luna de ese asunto.
Lucas sonríe mientras teclea y sujeto de nuevo el teléfono porque estoy
convencida de que en breve me llegará una respuesta suya.
Decido guardar su número como Alberto en mi agenda y en ese
momento me llega otro mensaje.
Alberto:

¿Inkeri? Un nombre muy original. La hija de un héroe, Google esconde respuestas para todo.
Perdona, pues, si no eres la chica que pensaba, pero quizá las casualidades o el destino me hayan
llevado hasta ti. ¿De qué parte de Finlandia eres? ¿Hace tanto frío como dicen o es un mito más?
Alberto.

¿De verdad vamos a jugar a este juego? ¿De verdad tengo tantas
ganas de jugar a este juego que necesito responder sobre la marcha?
Me apoyo en un lateral por si, ahora que no escribe, otea el espacio y se
encuentra conmigo. No quiero que sepa que me gusta esto, que me ha
sorprendido para bien y que ha despertado mi curiosidad.
Inkeri:

Soy la hija de un héroe, aunque…, ¿qué hija no ve a su padre como un héroe? En realidad, no
hace tanto frío como se suele decir o puede que sea porque nosotros estamos ya acostumbrados. Los
inviernos suelen ser más duros, sin embargo, a mí me gusta el frío, hace que, cuando llegue la
primavera y el verano, los recibas con más ansias. Inkeri.

Me asomo cual cotilla para observar su reacción al recibir mi


mensaje y su semblante es indescifrable. Al final, alza la cabeza, mira en mi
dirección y me sonríe al verme agazapada.
Me llama con su dedo índice, y yo camino en su busca. Me ha pillado.
Se acaba el juego. Ouch.
Guarda el teléfono en su bolsillo, y yo hago lo propio con el mío en mi
bandolera.
Recorro la distancia que nos separa sin apartar la vista de él. Me siento
bien. Me siento realmente bien, como si en este crucero hubiese encontrado
algo de paz, pero, no solo hablo de la paz tras una ruptura tan extraña e
inusual, hablo de sentirme plena, de esa sensación de hacer lo que quiero y
lo que de verdad me gusta. De haberme abierto de nuevo a mí misma y a los
demás, de no encerrarme en mi entorno y ser hermética a lo desconocido.
Puede que Luna y mi padre tengan razón y solo necesite saber de nuevo
quién soy, qué soy y qué necesito.
—Buenas noches —musito al llegar a su lado. Me coloco de frente al
mar, mientras él permanece de lado, observándome—. Parece que en unas
horas llegaremos a tierra firme —explico mirando el centenar de luces que
se vislumbran desde la proa.
Lucas permanece en silencio. Estira los brazos y su mano toca
suavemente la mía, parece una casualidad, algo que no está premeditado en
absoluto, pero ahí, donde alguien puede ver azar, yo veo un plan deliberado
y me gusta.
—Me gusta que sonrías así de sincera, cuando lo haces, parece que la
noche brilla con más intensidad —murmura.
Lo hace casi tan bajo que apenas le escucho entre el bullicio de las risas
de los pequeños grupos que, como nosotros, se han conocido aquí o del
propio ruido del barco al chocar contra las olas.
—¿Pensabas que un crucero sería así? —le pregunto obviando su
comentario.
Me resulta extraño, no estoy acostumbrada a que nadie se comporte de
esta forma conmigo, a recibir halagos o palabras edulcoradas sin más, no sé
bien qué responder a ese tipo de cosas.
—¿Así cómo? —replica.
—Así, que apenas notarías que se mueve. Yo me imaginaba algo más…
No sé explicarlo, pensaba que notaría el vaivén del mar, que chocaría contra
las paredes cuando caminase por sus amplios pasillos o que las olas
impactarían contra las ventanas circulares de los camarotes, es estúpido,
¿verdad? —Una vez lo suelto me siento ridícula por haberlo dicho en voz
alta.
—No es ridículo. Lo ridículo es pensar que lo es —me dice
dedicándome una sonrisa sincera—. Yo nunca había estado en un crucero,
también es mi primera vez —me explica.
—¿Cómo acabaste en este crucero? —le pregunto.
Me giro y me quedo frente a él, esperando a que responda. Se toma unos
minutos antes de hacerlo.
—La verdad es que mi intención no era venir aquí. Yo pretendía un viaje
a Edimburgo o a alguna de esas capitales europeas, ya sabes, en busca de
monumentos, arte, conocer otras culturas y gastronomía, algo menos…
—¿Superfluo? —le interrumpo antes de que finalice.
—Sí, algo así —admite—. Pero Nico, que ya ves cómo es, tenía otros
planes y acabamos por defecto aquí.
—¿Te arrepientes?
—¿Qué? ¡No! —se apresura a responder en esta ocasión—, claro que no.
Al contrario, me he llevado una grata sorpresa, no esperaba para nada que
las cosas se fuesen a tornar de esta manera. ¿Y tú?
—¿Yo qué? —Sé lo que quiere preguntar, sé lo que quiere decir, pero
espero ganar unos segundos antes de responder.
—¿Cómo terminaste en este barco? Un crucero single para una chica tan
guapa…
Me río al finalizar su frase. Lucas tiene un no sé qué o un qué sé yo que
hace que las preguntas no resulten incómodas, las formula con cautela y
mimo, es directo, pero a la vez sutil, es una mezcla extraña.
—Me dejaron plantada el día de mi boda, y Luna, que ya ves cómo es —
le explico utilizando sus mismas palabras, esas que le dedicó a Nico—,
decidió que nos íbamos de «no luna de miel» y, mira…, hemos acabado en
un crucero para solteros que buscan el amor cuando lo que menos busco es
justamente eso.
—El amor no se busca, se encuentra o te encuentra —finaliza con un
tono de voz muy categórico.
Lo miro un par de segundos mientras él parece no darse cuenta, sigue
con la vista puesta en el frente, en Olbia, ajeno a mi propia diatriba. ¿Y si es
cierto? ¿Y si el amor te encuentra? ¿Y si te encuentra donde menos te lo
esperas? ¿O con la persona más opuesta a ti?
—¿Sabes? Creo que tienes razón, el amor te encuentra, uno de esos
tópicos que se suelen decir muy a menudo, pero que creo que es cierto. ¿A
ti te encontró el amor? —le pregunto—, ya sabes, como me dijiste que
también te habían hecho daño… —musito un poco tímida. Si a mí no me
gusta hurgar en la herida, imagino que a Lucas tampoco. Guarda silencio
otro par de segundos que se me antojan eternos—. Si no quieres
responder…
—No, no —se apresura a añadir—, no es eso, estaba imaginando cómo
una persona puede ser capaz de dejar plantada el día de su boda a alguien
como tú…, es…, como poco, extraño.
Suspiro y expulso todo el aire que retengo al escuchar su frase. Eso me
he preguntado yo, pero no por el hecho de ser a mí a la que dejasen plantada
ni porque me crea especial o diferente ni más que nadie, sino porque las
cosas se podían haber hecho de otra forma, hablando, posponiendo la boda
o cancelándola, dando una explicación, no huyendo sin más, es jodido, eso
es jodido.
—No soy perfecta si es a lo que te refieres.
—No, no hablo de la perfección. Lo perfecto no existe y si existiese sería
aburrido, lo que de verdad mola es averiguar cuáles son las taras de cada
persona y que eso también te guste, no sé si me explico. Que el conjunto, lo
bueno y lo malo, hagan un todo que sea perfecto para alguien.
—Pues mi conjunto es una mierda, básicamente —le resumo.
—Una mierda para alguien y un tesoro para otro, ¿no? Por eso no nos
enamoramos todos de la misma persona. Y dime, Alba, ¿sigues enamorada?
—Primero responde tú a mi pregunta, no creas que no me he dado cuenta
de que has intentado focalizar la conversación en mí.
Lucas se carcajea y me observa con determinación.
—No, no es eso, es solo que pretendo conocerte, indagar, averiguar.
—Soy lo que ves. O, bueno, lo que creo que ves porque, ya sabes, según
el prisma con el que se mire…
—Mi prisma es exquisito —bromea—. Mi exnovia me dejó por mi
padre. Parece que llevaban muchos meses juntos, y yo era el tonto de turno
que no lo sabía.
Me quedo sin respiración cuando lo escucho explicar la situación.
¡Joder! Eso no es un engaño, es una traición en toda regla.
—No digas eso, Lucas, no eras tonto, sencillamente confiabas en ella.
—Y en mi padre, a pesar de que nunca hemos tenido una relación buena.
—¿Sigues enamorado de ella?
—¿Qué? ¡No! —Se carcajea una vez más—. Lo bueno de todo esto es
que me he dado cuenta de que no queda nada, es más, creo que nunca hubo
nada. Con Miranda siempre funcionaba todo de la misma forma: ella
proponía y disponía, y yo me limitaba a seguirla.
—¿Y tus prioridades? ¿Tus deseos?
—No lo sé. No necesitaba nada o, si lo necesitaba, no lo meditaba, me
dejaba llevar y ya está.
—Nuestras historias parecen sacadas de una de esas películas malas que
dan en la sobremesa del sábado.
—La ficción y la realidad a veces van de la mano o ¿es que nunca te han
contado una historia y te han dicho: para un libro? Pues igual.
—¿Sabes lo que dice mi padre? —le pregunto.
—No, ¿qué dice?
—Que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Aunque
creo que eso ya te lo he dicho antes —finalizo obviando que a quien se lo
dije fue a un tal Alberto en una cita.
Lucas asiente con vehemencia y vuelve a mirar al frente. Hablamos
mucho, de su trabajo, del mío, de Luna, Nico y Amaia y de la amistad. Le
explico que a mi padre le pirra la tortilla de patatas con cebolla que prepara
Lupe y nos contamos cosas bonitas sobre nuestra infancia, dejando a un
lado la pérdida de mi madre y lo que supuso para mí, y él dejando a un lado
también los malos momentos.
No nombramos nada de nuestra doble vida; de Alberto y de Inkeri. Nos
despedimos de madrugada. No hace falta que me acompañe hasta mi
camarote, pues el suyo está al lado.
—Gracias por una noche especial —formulo, nerviosa.
—Gracias por aceptar mi propuesta —finaliza.
Sonrío antes de entrar al camarote. Apoyo mi espalda en la puerta y
recibo un mensaje unos segundos después.
Alberto:
Yo. Yo no veo a mi padre como un héroe, más bien lo veo como Joker, Loki, Lex Luthor, Doctor
Octopus o el General Zod.

Leo el último mensaje que he enviado para entender su respuesta y


veo que hace alusión a la forma en la que él ve a su padre, ya que yo le he
dicho que yo sí veo al mío como un héroe. Y es normal, tras lo que me ha
contado, es normal. Entiendo que Lucas no ha debido de pasarlo bien y esto
parece solo la punta del iceberg.
Inkeri:
Buenas noches, Superman.

Tecleo.
Alberto:
Buenas noches, Inkeri.

Superman. El chico anormal que se esconde bajo una apariencia de


lo más normal. Un chico excepcional.
19
LOS ERRORES SE PAGAN CARO
NICO
La he besado. ¡Joder! He besado a Luna. Pero ¿qué cojones he hecho?
Fue un impulso, ¿vale? No es que Luna me guste ni mucho menos, no
vayamos a excedernos en los términos ni a magnificar las cosas, fue…, fue
un impulso porque mi cuerpo es así y mi mente también, muchas veces
actúan sin pensar en las consecuencias.
Y es que ella se empeña en joderme la vida, en buscarme las cosquillas y
¿luego pretende que haga oídos sordos cuando dice que necesita sexo?
¡Sexo! Pero si yo soy el rey del mambo.
—Buenos días.
He escuchado a Lucas salir de la habitación cuando se ha levantado y sé
que me ha dejado una nota porque lo he oído garabatear algo sobre la
pequeña mesilla que está bajo el televisor. Yo ya estaba despierto, pero
necesitaba algo así como un tiempo para reflexionar sobre la cagada
monumental que cometí anoche.
Os lo resumo: la besé. Luna se levantó. Me dijo que qué coño hacía y
que si me creía que estaba tan desesperada como para pretender tener sexo
conmigo, que me olvidase de lo que acababa de suceder y que me hiciese
una paja.
Esto último lo dijo tras ver mi estado de excitación porque hay cosas que
son imposibles de esconder, ya me entendéis.
Le dije que estaba medio pedo, que había bebido y que mi cuerpo habría
reaccionado igual ante una nutria peluda, a ver, ¿qué le iba a decir? ¿Que
me había gustado?
Me dejó solo, y regresé a la habitación tras beberme otra copa en el bar,
tontear con una chica que se llamaba Brittany y meternos mano en un baño.
Parece que los baños están causando verdaderos estragos en mi persona
últimamente.
—Buenos días —responden Lucas y mi hermana.
Luna emite un gruñido, y Alba, sencillamente, me sonríe. Me pregunto si
Luna le habrá contado lo que hice anoche, lo del impulso y eso.
En la mesa hay un hueco libre al lado de Lucas y dejo mis cosas encima
de la mesa antes de irme a buscar algo que llevarme a la boca en el bufet.
Cojo una pequeña bandeja y, aparte de servirme un café triple, cojo algo
de fruta, pan, mermeladas varias y un dónut de azúcar. Creo que la
abstinencia me da hambre.
Vuelvo a la mesa y tengo a Luna enfrente, no me mira, me evita y hasta
se lo agradezco, temo que haga alguna de sus bromas y me deje en ridículo
delante de todos y me tachen de patético en vez de impulsivo.
—¿Entonces qué? —pregunta Amaia mirándonos.
Mastico lo que tengo en la boca y los observo a todos.
—¿Qué de qué? —cuestiono—. Acabo de llegar.
—Ya, anoche llegaste tarde, ¿mucho lío?
Tragaría nudos, pero intento no parecer nada abochornado. A ver, jamás
de los jamases me he sentido avergonzado por nada de lo que he hecho o
dejado de hacer, no entiendo por qué ahora tengo que sentirme así.
—Psssss —respondo sin mirar a Luna—. Una tía, nada relevante, más
bien del montón.
Lo he hecho aposta, lo sabéis, ¿verdad? Por joder, por fastidiar, para que
no se crea nada que no es, fue un puto beso, nada más.
—¿Del montón dices, chaval?
Y dale con «chaval»…
—Sí, eso parece, un error de mierda que no tuvo que haber pasado, había
bebido y se me fue la cabeza.
—Yo diría que se te fue mucho más que la cabeza —me acusa Luna.
No me hace falta demasiado para saber que los chicos nos miran
expectantes. Y sé que es prácticamente imposible que sepan que me refiero
a ella, y ella a mí, pero, claro, cuando suceden este tipo de cosas, parece que
todo se enfoca en uno mismo.
—Sabrás tú —le suelto entre dientes.
—¿Nos hemos perdido algo? —pregunta mi hermana—. A ver, que nos
enteremos todos.
—Nada —suelto rápidamente.
—Nada —añade Luna.
La miro y le intento decir sin palabras que ya vale, que se van a dar
cuenta y que no es nada bueno para ninguno de los dos. Lo típico que
esperas transmitir con una mirada y que no sabes hacer porque la telepatía
no es lo tuyo.
—¿Sobre qué querías que opinase? —Cambiar el tema es una gran
solución.
—Hemos amanecido en Olbia y estamos decidiendo si bajamos del
barco y hacemos una excursión o lo dejamos para la siguiente parada.
—¿En qué consiste la excursión? ¿Alguien ha leído de qué va?
—No, tendremos que preguntar. Sé que hay un autobús que nos llevará
al centro y que tenemos que estar en el barco de vuelta a las cuatro y media
de la tarde, según esto —especifica Alba mientras nos muestra un panfleto
y lo mueve en repetidas ocasiones—, a las cinco zarparemos rumbo a
Nápoles.
—Tenemos muchas horas por delante —explica Lucas, que ha cogido
los papeles de Alba y los lee detenidamente.
—Tampoco tenemos por qué bajar en cada lugar, solo en el que nos
apetezca —resuelvo.
—Por eso estamos decidiendo qué hacer. —Mi hermana alza los
hombros como si fuese algo obvio y lo es salvo porque…
—¿Y no sería más lógico que decidiésemos nosotros tres? Puesto que
este viaje es de tres, no de cinco.
Luna y Alba me miran sorprendidas y al momento me doy cuenta de que
la he cagado —otra vez— y que lo he soltado sin pensar porque sigo
mosqueado por lo que pasó. Por mi tontería y por su rechazo o por la
mezcla de ambas cosas.
Luna se levanta y se marcha sin mirar atrás. Me incorporo tras soltar un
taco y la sigo mientras escucho a Lucas pedirle disculpas a Alba por mi
actitud, y a mi hermana decirle que es porque me caí de la cuna de pequeño,
que lo de gilipollas no se va a curar nunca, y hoy puede que hasta tenga
algo de razón.
—¡Luna! —grito para que me escuche. Luna parece no darse cuenta o
eso pensaría si no fuese porque sé que es más lista que nada y que lo hace
aposta. ¡Joder! Si siempre lo digo, que los errores se pagan caro.
»¡Luna! —exclamo mucho más alto, intentando hacerme oír entre el
barullo. Sale a cubierta y por la ventana percibo cómo comienza a correr.
¡Joder! Lo que me faltaba, hacer deporte con la barriga llena. La sigo todo
lo rápido que puedo y dejo de llamarla porque, si a la primera no fui capaz
de entender que no iba a pararse, lo he pillado a la segunda. Un par de
zancadas más y la sujeto por el brazo. La freno en seco y choca contra mí
cuando se gira.
»¡Mierda! ¿Te he hecho daño?
—Eres un gilipollas de campeonato, de verdad, Nico, no puedo contigo.
—¿Qué? ¿Qué he hecho yo ahora? —me defiendo.
—¿Te parece poco todo lo que has hecho? Desde que has llegado a la
mesa te has comportado como un imbécil.
—Luna… —Vale, tiene razón, lo he hecho y debo reconocerlo.
—¿Qué? ¿Alguna otra excusa que poner? ¿Qué pasa? ¿Te dolió en tu
orgullo de machote que anoche no quisiese nada contigo? ¿Todo se reduce a
eso? ¿A tu polla?
Suspiro con fuerza porque el rubor de sus mejillas, el brillo de sus ojos,
la potencia de su voz, la intensidad de sus palabras y el carisma que
desprende cuando habla me embelesan y no quiero que eso pase, quiero
retroceder, no conocerla, que no me llame «chaval» y no morirme de ganas
de besarla de nuevo. Aprieto los puños para controlar mis impulsos porque,
si un error se paga caro, imaginaos dos.
—Lo siento —musito.
—¿Perdona? —cuestiona, dudosa.
—Lo siento —repito con más ímpetu y carraspeo un poco.
—¿Ese carraspeo es una burda excusa para ocultar tus disculpas?
—No, joder, no, no es nada de eso, lo digo en serio. Es que pensaba que
ibas a soltar a la mínima de cambio lo de anoche y no quería, no sé, me
puse tenso.
—¿Por qué? ¿Al chaval le da miedo que se burlen de él? —me pregunta
volviendo a la carga.
—No. Al chaval no le da miedo nada en el mundo.
—Algo habrá —argumenta Luna.
—Algo habrá, sí, pero no se ha dado el caso, suelo tenerlo todo
controlado, ya sabes…
—Sí, ya sé —murmura poniendo los ojos en blanco.
—Lo de poner los ojos en blanco lo haces muy a menudo, ¿es un tic o
algo de eso?
—Y tú eres un imbécil demasiado a menudo y nadie te dice nada —me
rebate.
—Vale, vale, lo pillo, entonces…, ¿amigos?
—No, amigos no —finaliza—, pero enemigos tampoco. Y menos si
molestamos.
—Siento eso también —finalizo.
—Díselo a Alba, creo que a ella le ha dolido más que a mí, yo lo
superaré, como todo.
Luna se da la vuelta y esta vez la dejo ir y regreso con el grupo a la
mesa. Mi café con leche debe de estar frío, así que antes de pasar por la
mesa cojo otro.
—¿Cómo está Luna? —me pregunta Alba nada más verme.
—Me ha dicho que lo superará, como todo… —le cuento.
—La pobre. Es una mujer muy fuerte, ¿sabes? Creo que yo nunca jamás
podría ser tan valiente y decidida como es ella.
—Seguro que sí —se atreve a añadir Lucas poniendo una mano sobre la
de Alba. Esta le devuelve una sonrisa.
—¿Qué le pasa a Luna? ¿Está bien? —pregunta Amaia. Y agradezco que
haya sido ella la que lo haya preguntado, aunque, para ser sinceros, me
moría de ganas de saberlo, esa chica es una incógnita para mí y me resulta
extraño, no es como ninguna otra a la que haya conocido antes.
—Fijaos si es valiente, que dejó a su marido, un matrimonio de varios
años, justo antes de embarcar y no me dijo nada, porque…, porque yo
también cargaba mis propios fantasmas —lo suelta mirando a Lucas, y su
mirada se enternece.
Todos los presentes nos quedamos en silencio.
—¿Luna estaba casada? —Mi hermana se sorprende, Lucas también, y
yo…, yo no me lo esperaba para nada.
—Lo estaba, pero supo hacer lo correcto. No era feliz, no quería a su
pareja ni ella a él, y para vivir condenada en un matrimonio sin futuro,
mejor poner punto y final antes de hacerse más daño.
Dejo de escuchar las palabras de Alba, no sé si profundiza o no en el
tema, lo que sí sé es que «valiente» se queda muy corto para el adjetivo que
creo que se merece Luna, igual de corto que «imbécil» para mí.
20
SI ES UN SUEÑO, NO ME PELLIZQUES
AMAIA
Amor a primer beso. Eso es esto que siento ahora mismo. Sé que las
chicas se burlan de mí porque creen que es una soberana tontería que me
haya colado por Dante tan solo con verlo, pero… ¿qué puedo decir yo? Si
es que ahora mismo me siento flotar, como una de esas tímidas y solitarias
nubes que se encuentran en el cielo.
—¿Habéis cogido todo lo necesario? Móviles, protector solar, gorra,
zapatillas cómodas…
—Sí, mamá —le responde Alba a Lucas para hacerlo rabiar.
Desembarcamos en Olbia tal y como hemos decidido, los cinco, nada de
tres. Intento fijar mi vista en la cabina de mando por comprobar si soy
capaz de ver a Dante tras el cristal. Una burda y soberana estupidez por mi
parte porque está más que claro que no voy a conseguir ver nada, pero es un
acto reflejo, producto de las mariposillas que aletean en mi estómago.
—Tengo que contaros algo —le cuchicheo a las chicas para que no me
escuchen Nico y Lucas.
—¿Y eso? —murmura Luna. He logrado captar su atención. Luna es
como yo, un chisme la pone a tope.
—Yo creo que también tengo que contaros algo —musita Alba—. Más
bien a ti, Luna, porque esta mañana he contado que te acabas de separar.
—¿Que has hecho qué? ¿Estás zumbada?
—Joder, tía, es que me dio pena tu reacción ante el desplante de Nico…,
una cosa llevó a la otra y lo dije. Pero sin maldad, lo juro. ¿Me perdonas?
—le pregunta Alba a Luna mientras la mira con ojitos del gato de Shrek.
—Eres una chalada. ¿Por qué tenías que contarlo?
—Creo que de eso yo también soy un poco culpable —la interrumpo
para echarle un cabo a Alba, que lo está pasando mal—. Porque no sé, te
noté rara y le pregunté si te pasaba algo…
—Y yo lo solté. No di detalles, lo juro.
Luna cierra los ojos y coge todo el aire que puede. Supongo que es una
de esas técnicas que te enseñan para que contengas las ganas de asesinar a
alguien.
—¿Nico dijo algo?
—¿Qué va a decir el gilipollas de mi hermano? Ya bastante la había
cagado con vosotras. Lo siento mucho.
Tengo que hablar con él sobre lo que pasó esta mañana porque no es
normal que se comporte de esa forma. No es que mi hermano sea un santo,
ni mucho menos, porque no lo es, pero por lo menos respetar a las chicas,
porque hemos hecho piña y no está bien que les haga ese feo.
—No pasa nada, de todas formas, es mi vida y no tengo por qué
esconder lo que sucede. Me he separado. O eso es lo que hemos decidido
antes de subir a este barco.
—No te voy a preguntar los motivos, ¿vale? Pero dime que estás bien —
le pido.
—Lo estoy. De verdad que sí. Era algo necesario —nos explica a ambas.
Imagino que a Alba no le sorprende nada porque ellas son amigas y se
cuentan todo. Yo lo más cercano que tengo a una amiga es a Lucas, con el
que comparto mis confidencias desde siempre.
—Dante me ha besado —suelto. Lo digo demasiado alto, tanto que
Lucas clava sus ojos en mí y puedo percibir la sorpresa en ellos. Mi
hermano ni se entera, se ha puesto los cascos, supongo que es lo mejor,
dadas las circunstancias.
—¿Qué pasa? —pregunta Lucas al acercarse—. ¿He escuchado algo de
un beso? ¿Un tórrido beso?
Nos reímos los cuatro cuando vemos que a Lucas se le comienzan a ir de
las manos sus preguntas y adquieren un pequeño matiz a telenovela mala.
—Me he besado con Dante. En realidad, me ha besado él a mí.
Luna me sujeta de la mano y me sonríe.
—¿Qué pasa? —pregunto—. ¿Me he excedido en algo? El de las
explicaciones fue Lucas, ya sabes, que es muy melodramático.
—¿Lo soy? —pregunta el susodicho.
—Lo eres —admito.
—Lo es —me secunda Alba.
—Te sujeto porque estás a punto de salir volando.
—Ainsss, chicas, joder, fue… la puta hostia. En serio, estoy loca por ese
hombre.
—Pero si ni siquiera lo conoces —me rebate Alba.
—¿Y qué? ¿No crees en el amor a primera vista? ¿Es eso? —contrataco.
—No —niega en rotundo—. Creo en las chispas, la atracción sexual y la
electricidad, pero para que haya amor hay que tener algo más, no sé.
—¿Algo como qué? —le pregunto.
Vemos cómo el autobús que nos ha dejado en el centro de la ciudad
parte. Nico se acerca hasta nosotros tras hablar con la guía.
—Nos recogerán aquí a las cuatro de la tarde, tenemos que ser puntuales
o nos dejarán en Italia y tendremos que buscarnos la vida para volver.
¿Qué? ¿Pasa algo?
—Tu hermana se ha besado con el capitán —le cuenta Lucas.
—Chivato. Ya no eres mi amigo —le reprendo.
—Me quiero tomar un café —añade Luna—. Esto mejor con café porque
beber desde tan temprano mejor que no, luego se nos van las horas mientras
estamos pedo y se nos escapa el autobús y tendremos que hacer autostop
para regresar a España.
—Entendido —murmura Nico condescendiente.
—¿Le estás dando la razón a Luna? ¿Sin llorar? ¿Ni protestar? ¿Ni
liársela? —cuestiono ojiplática.
—Son los remordimientos de conciencia, que no le dejan vivir —
murmura Luna para joderlo.
—No empieces —le advierte mi hermano.
—Veo que la cosa mejora. —Sonrío.
Nos sentamos en una cafetería los cinco y sabemos de antemano que nos
van a clavar un pico solo por estar sentados ahí.
—¿Y bien, Alba? —le pregunto retomando la conversación—. Alba dice
que el amor a primera vista no existe —le explico a Nico para que entienda
de qué va la cosa.
—Yo tampoco —la secunda.
—Pues yo me he enamorado de ese chico y no necesito nada más que
saber que me apetece estar con él.
—A ver, Amaia, que, si lo que quieres es follar, todos lo entendemos,
todos, pero una cosa es el sexo y otra el amor —murmura Nico sin quitarse
los cascos.
—El sexo y el amor van unidos de la mano —resuelvo.
—Ahora sí que me estás matando —bufa mi hermano exasperado.
—Ni de coña —añade Luna—. El sexo y el amor pueden ir de la mano,
pero el sexo por sí solo también se defiende bien. Yo puedo sentir atracción
sexual por alguien…
—Por mí, por ejemplo —murmura mi hermano mirando a Luna y
alzando las cejas. Esto ya es más normal…
—Ni lo sueñes, chaval —zanja sin darle mayor importancia—. Yo puedo
tener relaciones sexuales con alguien, sin necesidad de sentir amor por esa
persona, porque el sexo forma parte del deseo, de la pasión, es una
necesidad primaria…
—Y el amor, el amor también es una necesidad primaria —matizo.
—Amaia, dime que has tenido sexo con tíos por follar, por el simple
hecho de tener relaciones sexuales y no solo lo has hecho con los tíos con
los que te has pillado —me pide Alba.
—Claro que sí, pero con Dante es diferente… No sé, es algo…
—Tu hermana necesita medicación —le suelta Luna a Nico.
—Mira, por fin estamos de acuerdo en algo.
—Pues yo creo —interviene Lucas— que el amor a primera vista sí
existe, no obstante, solo creen en él las personas que lo han sentido alguna
vez y quienes quieren creer, por supuesto.
—Vuelves a ser mi amigo —le suelto a Lucas.
—Es como Dios, crees en él, aunque no lo hayas visto o no crees.
—Soy agnóstica —resuelve Luna.
—Yo ateo —añade Nico.
—Yo paso de hablar de eso ahora —musita Alba—. Puede que exista el
amor a primera vista, pero yo, definitivamente, no creo en él.
—Eso es porque no te ha pasado o porque estás muy cerrada al amor —
le cuestiona Lucas.
—Puede que sea por eso, porque que te dejen plantada el día de tu boda
te hace replantearte determinadas cosas.
—¿Es en serio? —inquiere Nico.
—¿El qué? —le responde Alba.
—Que te dejaron plantada el día de tu boda —contrataca Nico.
Alba asiente y se encoge de hombros.
—Es lo que hay —finaliza.
—Lo único que te tienes que replantear, Alba —le dice Luna, retomando
la conversación—, es que eso quedó en el pasado y esto que vemos aquí —
nos dice mientras nos señala a todos— es el presente.
Luna y Alba comparten una mirada cómplice, y comienzo a entender a
qué se refiere.
—Pasado, pisado. Atrás queda lo malo. —Alba alza su taza con un
capuchino dentro y espera a que brindemos con ella.
—Estoy completa e irrevocablemente enamorada de Dante.
—Ay, Dante, Dante, que te dé por detrás y por delante.
—Rezaré por ello. —Y brindo. Vaya que si brindo.
21
MI TRISTE PASADO
LUNA
Amaia y Alba han entrado a una de esas tiendas de souvenirs que tanto
repelús me dan, mientras Nico, Lucas y yo nos hemos quedado por fuera.
He estado a punto de entrar con ellas solo por no quedarme a solas con
Nico de nuevo y es que, aunque me empeñe en negarlo, el beso me dejó
descolocada.
Si fuese lo suficientemente madura y valiente, hablaría con él del tema y
dejaría las cosas claras, incluso, si nuestro comportamiento no fuese
siempre el de estar sacándonos de quicio, es probable que reconocer que el
beso no estuvo nada mal, que las chispas, la electricidad, y todo eso de lo
que hablamos hace horas mientras tomábamos un café en una coqueta
cafetería de Olbia, hubiese sido hasta una gran idea porque Nico es
atractivo y muy sexi, pero todo eso es capaz de verse eclipsado por el
comportamiento jodidamente estúpido que tiene. Cosas de la vida, no se
puede tener todo.
—Esta noche hay dos actividades que están bien. —Lucas rompe el
silencio mientras ojea el panfleto que nos han entregado para tener claras
las actividades, restaurantes y los centros de asistencia sanitaria disponibles
cada día.
—¿Cuáles? —le pregunto. Nico se ha vuelto a poner los cascos, creo que
vuelve a no interesarle nuestro rollo.
—Está la Fiesta de la Cerveza y el bingo.
Lo miro, estupefacta. ¿En serio puede catalogarse eso como algo molón?
Aunque, si Alba escucha la palabra «bingo», los ojos le van a hacer
chiribitas.
El teléfono de Lucas suena en ese momento y comienza a teclear sin
cesar.
—¿Y esa sonrisilla, Lucas? —inquiero para provocarle. El susodicho
aparta la mirada del teléfono y me observa, pero no suelta prenda.
Indignante. Tras eso, sigue tecleando como si yo no estuviese ahora
presente. En serio, es indignante.
»Me duelen lo pies ya. Hemos caminado muchísimo. —Nada, ni caso—.
Me gustaría montarme un trío con los dos, quiero ver quién es el primero en
comerle la polla al otro.
Lucas despega la mirada del teléfono, y Nico se quita el auricular.
¡Bingo! —Y no el de esta noche—.
—¿Qué has dicho? —pregunta Nico atónito.
—Llevo un rato hablando y resulta que no me hacéis ni caso, pero, si
hablo de sexo, los dos entendéis a la primera y escucháis como si nada. A
eso se le llama sordera selectiva —protesto, enfurecida—. ¡Fantástico!
Panda de retrasados.
A pesar del dolor de pies que me azota, enviando una punzada hasta mis
rodillas cada vez que camino, me separo de ellos. Estoy muy mosqueada.
Las cosas parecen no salirme bien y me siento frustrada. ¿Por qué? ¿Por
qué todo me pasa a mí y me tengo que hacer la fuerte y la valiente?
La otra noche le conté a Alba todo lo que me sucedía; apenas dormimos
un par de horas, no obstante, le hice prometer que, una vez saliese el sol,
todo eso que había llorado se quedaría en el pasado y me encargaría de
disfrutar al máximo de este viaje. Después de eso, sucedió lo de Nico, lo de
su beso, ya sabéis, y anoche no fui capaz de descansar bien por ciertos
labios que saben a pecado. Estuve toda la noche soñando con cómo habría
sido no contenerme y besarlo sin más, dejarme llevar, que sus brazos
encerrasen mi cuerpo con fuerza, probar la calidez de su lengua al contacto
descarnado de la mía, dar rienda suelta a nuestra pasión y comprobar en
primera persona si ese bulto que escondían sus pantalones cumplía lo que
prometía. Y me corrí. Me corrí mientras frotaba mis piernas, una contra la
otra, intentando que algo me aliviase, pero no fue suficiente y esa
frustración sexual hoy se ha convertido en irritación. Y sé que no tengo
motivos para ello.
—Oye, Luna, ¿estás bien?
La voz de mi contrincante número uno me hace dar un pequeño
respingo.
—¿Ahora te interesa cómo estoy?
Nico alza las manos a modo de disculpa silenciosa, y desvío la mirada
porque sé que me estoy pasando. Pero ¡joder!, todo esto es culpa suya, de
sus besos, de sus labios, de esos botones, de sus camisetas con estampados
de lo más variopintos… ¡De él y solo de él!
—Te pedí perdón esta mañana… —Sigo caminando, mosqueada, porque
no quiero pagarla con él. Después de todo, aunque sea un gilipollas, el
simple hecho de que nos hemos estado metiendo el uno con el otro me ha
hecho el viaje algo más chispeante. Una de sus manos sujeta mi brazo y me
freno, como esta mañana, pero esta vez sin mirarle porque sus labios me
llaman como la luz a la polilla—. Alba nos contó esta mañana…
No sigue, no hace falta. Ya Alba me dijo a qué se refería.
—¿Y? ¿Quieres darme algún consejo de los tuyos? Porque eres la voz de
la sabiduría, chaval —lo pincho. Nico no parece del todo seguro sobre si
seguirme la broma o seguir con su plan inicial—. ¿Quieres preguntarme
algo? ¿Que te diga que tienes razón y lo de las bodas es un rollo y es mejor
hacerlo a tu estilo?
—¿Mi estilo?
—Sí, ya sabes; «follar y follar que el mundo se va a acabar» —ratifico
como si fuese lo más obvio del mundo.
Nico se ríe a carcajadas, espero que con mis chorradas y no de mi
patética forma de actuar porque, a veces, soy lo peor del mundo y juro que
solo me comporto como una tonta del bote cuando no discurro como debo.
—No pretendo que me cuentes nada, ni siquiera es lo que esperaba al
acercarme, lo único que quería es saber si estás bien porque te noto hoy…
¿rara? —pregunta, temeroso—. Si es por lo de anoche, por el beso, también
me he disculpado por eso.
Ya, disculpado, dice. ¿Y en qué punto de todo eso queda lo de que fui
una más? ¿Un error? ¿Un sinsentido?
—Hacía mucho, mucho tiempo que ya no le quería, ¿sabes? Pero el
amor, ese que sentí en su momento, se convirtió en costumbre y me
empeñaba en que no fuese eso, en que solo fuese una triste etapa de esas
que pasan las parejas cuando llevan mucho tiempo juntas —se lo suelto, se
lo cuento, cuando sé que no debería, apenas lo conozco, apenas sé nada de
él, pero mis palabras han comenzado a burbujear como si no hubiese otra
opción plausible y necesitasen tomar el canal de salida a través de mi
garganta—. No era feliz. No me hacía feliz y sé que yo tampoco le hacía
feliz a él —doy una de esas carcajadas absurdas, que suenan a pena, a eso
que sabes que sientes, pero que escondes tras una risa estúpida—. Me
gustaban los lunes, raro, ¿verdad? Me encantaban porque volvía a mi rutina,
mi trabajo, pasar menos tiempo en casa, estar distantes, llegar, hacer la
cena, comer frente al televisor y compartir una cama de metro y medio que
se nos hacía kilométrica. Y no hablemos de la distancia que había entre
nuestras pieles. Y pasó lo de Alba, y sentí que Lucho pudo haberlo hecho
mal, pero fue valiente al no tomar el camino que tenía estipulado…
Nico chasquea la lengua contra el paladar y mira hacia otro lado y lo
agradezco, agradezco que sea así porque, si veo algo de pena en su mirada,
me sentiré acabada.
—¡Joder, Luna! —Nico se acerca y me abraza cuando ni yo misma he
sido consciente de su proximidad.
—No debería estar contándote todo esto. No a ti —balbuceo sintiéndome
frágil y débil.
—Sí, a mí —dice contundente—. Porque soy yo el que está aquí contigo
y quiero que me lo cuentes. —Me acuna entre sus brazos y me siento bien,
me siento jodidamente bien—. Necesito que me lo cuentes —susurra con su
mentón apoyado en mi cabeza.
Trago con fuerza, intentando interiorizar su última frase. La forma dulce
y delicada de decírmelo y de verdad que con Nico siento que puedo ser yo,
que debo ser yo. Molestarnos está muy bien, es divertido y excitante, pero
esta faceta me gusta mucho más, me hace sentir…, me hace sentir en paz.
—No le quería, ¿entiendes? —le explico dejándome llevar, siendo
sincera con él y conmigo misma—. No le quería y no quedaba nada de lo
que un día fuimos y cuando eso pasa, cuando los recuerdos del pasado son
mejores que los recuerdos que vas creando cada día, es que algo mal va, es
que el barco hace aguas. No llevábamos tanto tiempo juntos como para
estar así, pero Manu siempre fue muy suyo, y yo le excusaba. Pensaba que
era por mí, porque quizá yo no sabía despertar en él algo que le hiciese ser
feliz, que quizá yo no era suficiente, que no era lo que esperaba. Y luego
me di cuenta de que no era yo la única culpable, sencillamente, él no lo era
para mí tampoco, que vivíamos en un engaño constante y vivir engañados,
cuando en realidad sabes la verdad, es patético.
»No hubo dramas, no hubo gritos ni llantos, hubo asentimientos, hubo
resolución en nuestras miradas y hubo algo de tranquilidad al finalizar.
—Pero te duele… —musita Nico sin apartarme de su lado.
—Duele porque cualquier ruptura duele. Mira a Alba…, a ella le duele lo
suyo.
—A ella la dejaron plantada el día de su boda —susurra Nico.
—Ya. Cierto. A mí no me dejaron plantada, pero las promesas de
amarnos eternamente fueron irreales y eso, aunque no lo creas, chaval,
también duele.
—No te sientas mal por hacer lo que tenías que hacer o lo que
necesitabas.
—Ese es el problema, Nico, no me siento mal por eso.
—¿Y entonces?
¿Entonces qué? ¿Qué le digo?
—Entonces, nada —finalizo separándome de su cuerpo.
Comienzo a caminar y escucho los pasos de Nico tras de mí. Me adentro
en un pequeño callejón en el que espero poder respirar con calma,
recuperarme de este mal trago, quizá dejar que algunas lágrimas que quedan
tomen su curso y salgan y, por encima de todo, tranquilizarme para que
Alba no me vea de esta guisa cuando nos encontremos de nuevo todos.
—Luna, espera —me pide Nico a mi espalda.
Me apoyo con la frente en la pared de una casa desvencijada. Veo sus
zapatillas de deporte, azul turquesa y sonrío porque es un cafre de mucho
cuidado. Es extraño que una nimiedad como esa me haga sonreír.
—¿Por qué vistes tan extraño? ¿No tienes unos vaqueros sencillos y una
camisa que no sea estampada? —le pregunto, no por desviar el tema en sí,
sino porque me resulta cuanto menos curioso cada modelito que se pone.
—¿No te gusta mi outfit? Es lo que se lleva ahora —susurra colocando
su cabeza en la misma posición que la mía.
Me incorporo, y él hace lo propio, ambos cruzamos una mirada y mis
dedos van por inercia al encuentro de un pequeño mechón rebelde que ha
escapado de su cuidadoso peinado de moda.
—Nico, Nico, soy la voz de la sabiduría —le digo mientras sigo el
contorno de sus pómulos. Me fijo en sus labios y de nuevo siento ese
cosquilleo entre las piernas, el maldito cosquilleo que se empeña en no
abandonarme— y tengo más experiencia que tú, lo mejor, Nico… —Me
pongo de puntillas y me acerco hasta su oído—. Lo mejor —susurro— es
que nunca jamás debes enamorarte, al final, creo que el más listo de todos
eres tú —finalizo.
Deposito un casto beso en sus labios y me muero por hacerlo con más
intensidad, por adentrarme en su boca, por dejar que su ardiente lengua me
posea de nuevo, pero, esta vez, sin renegar de él.
Deshago el camino e intento salir del callejón. Nico se coloca frente a mí
de un salto y su pecho aparece delante. Malditos botones desabrochados.
—¿Crees en el «ahora»?
—¿Es una de esas preguntas retóricas?
—Contesta —me pide—. ¿Crees en el «ahora»?
—Sí —asiento, convencida de mi respuesta.
—¿Crees en el «ahora o nunca»? —añade.
—Sí. —De nuevo, esta vez, cabeceo afirmando—. ¿Por qué lo
preguntas? —cuestiono sin entender.
—Porque me muero por hacer esto… Ahora o nunca.
Y me besa. Me besa contra una pared que pudo haber tenido mejores
momentos, una pared que, quizá en otra época, tuvo miles de enamorados
haciendo lo que nosotros hacemos sin amor alguno, solo por la chispa, la
jodida chispa que se instala en nuestro cuerpo. La vida, señoras y señores,
es ahora o nunca.
Y yo me quedo con el «ahora» sin pensar.
22
INKERI
LUCAS
No hemos dejado de escribirnos en todo el día, ella sigue siendo Inkeri, y
yo sigo siendo Alberto. Ella, una finlandesa, y yo, un español. Y luego,
luego hacemos como si nada sucediese, como si nuestras personalidades no
se desdoblasen con cada minuto que pasamos juntos. Y me muero por besar
a Alba, y Alberto se muere por besar a Inkeri.
Nico se ha ido en busca de Luna, y he decidido esperar pacientemente
aquí. Necesitan aclarar las cosas y, aunque creo que sé de la misa la mitad,
tienen más asuntos pendientes de resolver de los que intuimos el resto.
Sigo por fuera de una de esas tiendas. Me he sentado en un pequeño
banco de madera lleno de grabados con nombres, corazones y promesas. Un
típico banco que guarda muchos secretos. Como yo.
No he tenido valor suficiente como para contarle a Amaia o a Nico lo
que me pasa con Alba y es que ni siquiera sabría por dónde empezar porque
esto se puede definir de cualquier forma, pero en ninguna de ellas cabe la
racionalidad.
No he podido evitar quedarme dándole vueltas al asunto ese del que
hemos hablado: el amor a primera vista. ¿Cuánto tiene de mito y cuánto de
realidad?
Me ha sorprendido escuchar a Alba ser tajante con respecto a su opinión
y entender que, efectivamente, no cree en él. Pero esto es como todo; que
no creas no quiere decir que no exista. A ver, no sé si esto es por la
inevitable conexión que siento con ella, el miedo que me susurra palabras
punzantes y mi estado, ya de por sí normal, de sensatez. O quizá un
compendio de todo eso que hace que ahora mismo me sienta mejor siendo
Alberto que Lucas.
Alberto, Alberto… Me gana la partida siendo algo más atrevido y
descarado que yo y a veces pienso, mientras nos mensajeamos, si de verdad
Alba se siente atraída por esa parte de mí que le muestro solo cuando me
siento seguro tras la pantalla. Es extraño, y a la vez aterrador, que tú mismo
poseas esa chispa, pero que tengas cierto miedo a mostrarla.
Inkeri:

Hoy se ha levantado el día esperanzador, quizá, esas nubes que anoche presagiaban un cambio de
tiempo, hoy nos muestren que lo nuevo es diferente y que no hay que tenerle miedo. Es como esos
villanos de los que me hablaste el otro día, que sabes que están ahí y que te atemorizan según en qué
escenas, sin embargo, te roban el corazón en otras ocasiones. Y tú, Alberto, ¿a qué le tienes miedo?

Alzo la mirada y me cruzo con sus preciosos ojos que en ocasiones


se empeña en esconder tras su pelo largo y rubio, sobre todo, cuando quiere
decirme algo, pero siento que no se atreve a hacerlo. Puede que Alba sea
mucho más decidida que yo, que tenga valor para lanzarse al vacío, aunque
no disponga de arnés, y que tenga la misma determinación de salir a flote
que la que tengo yo.
Siento la presencia de Nico a mi lado, cerca, muy cerca, por lo que
guardo el teléfono para evitar dar determinadas explicaciones o, quizá, para
no someterme a las pullas de mi amigo.
—Oye, Lucas… —Parece meditar sus palabras y me es imposible
imaginar que el Nico que yo conozco no sepa decir las cosas a la primera de
cambio—. Creo que me estoy metiendo en un terreno pantanoso. Se me
empiezan a emponzoñar las ideas y estoy liándola muy, pero que muy
parda. —Lo miro con cautela, esperando a que me diga qué sucede en
realidad, qué le está pasando por la cabeza y, sobre todo, qué me he perdido
en estos días.
—¿Y bien? —finalizo cuando veo que no tiene intención de añadir nada
más.
—Acabo de besar a Luna. —Clava sus ojos en mí y me dedica una
mirada indescifrable—. Y no es la primera vez que lo hago… —se sincera.
—Luna no es como las demás —le suelto a modo de defensa—. No te
juzgo, ya lo sabes, y si fuese otra me daría exactamente igual que te
acostases con ella, no obstante, Luna no se merece un «aquí te pillo, aquí te
cepillo» como la mayoría de tus conquistas. —Nico alza una ceja
cuestionando mis palabras—. No quiero decir que las demás lo merezcan,
Nico, no tergiverses mis palabras —me apresuro a añadir—, pero sí que
quiero que tengas claro que Luna no ha pasado por un momento dulce y no
está como para que la utilices.
—¿Y si ella está dispuesta a tomar lo poco que le puedo dar?
—¿Seguimos hablando de sexo? —Asiente—. Si es así, y los términos
están claros y definidos, me da exactamente igual porque sabe a lo que
atenerse, pero no quiero que se confundan las cosas y mucho menos que le
salpique a Alba, que ya sabes que protege mucho a Luna.
—Alba… —murmura sonriendo de medio lado, muy en su línea—. Te
gusta, ¿a que sí?
—No lo sé…
—Sí lo sabes, solo que no sabes cómo enfrentarte a eso, ¿verdad? Al
final, la más valiente de todos es mi hermana, que admite sin temor alguno
que está enamorada del capitán ese. Verás qué risas cuando mis padres se
enteren de su pequeño desliz.
—Es su vida y es su decisión, ya bastante han decidido por ella, hasta el
punto de que no la han dejado elegir su propio camino y lo ha acatado; creo
que, en cuestión de amor, no se elige.
—Ya… —susurra Nico—, a mí Luna no me gusta, ni siquiera me atrae
como cualquiera de esas chicas a las que me follo cuando puedo y donde
quiero, es, sencillamente, que la sentí desprotegida cuando se abrió a mí y
me dejé llevar.
—Me dijiste que no había sido la primera vez…
—¿Lo dije? —añade sonriendo mientras utiliza esa vieja táctica de
restarle importancia al asunto.
—Sí. ¿De verdad la has besado las dos veces porque se abrió a ti? —le
pregunto para intentar hacerlo reflexionar.
—Luna no me gusta nada, absolutamente nada, es… No pienso hablar de
esto más, fue un maldito error y ya está.
—Si tú lo tienes claro, por mí no hay problema. Ahora bien…
—Lo sé, lo sé —me corta Nico—, tendré cuidado de no meter la pata.
—Nada más que añadir —finalizo.
Permanecemos en silencio y saco de nuevo el teléfono. Luna llega y se
coloca a mi lado, salvando las distancias con Nico. Ninguno de los dos dice
nada y casi que mejor incluso, lo agradezco.
Alberto:
¿Miedo? ¿Qué es el miedo? ¿Por qué esa palabra es capaz de esconder tanto en tan poco?
Miedo. Miedo aterrador. Tengo miedo a cometer errores, a no ser capaz de dejar que mis heridas
cierren y a decepcionar.

El pitido del teléfono se hace eco cuando Alba y Amaia se colocan


frente a nosotros.
—¿Habéis acabado con todas las tiendas de Olbia? —pregunta Luna con
voz suave.
—Lo hemos intentado —susurra Amaia sonriendo.
Comienzan a enseñarse lo que quiera que hayan pillado, y Alba saca el
teléfono para leer mi respuesta. Giro la cara y observo el deambular de la
gente, la cantidad de turistas que están en esta ciudad paseando, recorriendo
sus calles y comprando como ellas. Lo hago por temor porque Alberto es
capaz de abrirse a ella en canal y me da pavor que lo que vea no le guste,
que le parezca ridículo como le pareció a Miranda, que no sea suficiente
como no lo fue para ella y esa insuficiencia la empujó a caer en los brazos
de mi padre.
No recibo respuesta en las siguientes horas tras mi confesión. Nos
sentamos en un restaurante a almorzar, sin dejar de hablar, de compartir
anécdotas, Amaia les ha puesto al día de lo que hacemos y de nuestras
locuras de juventud. Nico parece estar más relajado y también explica lo
tedioso de su trabajo. Alba y Luna hacen lo propio, pero sin hablar de eso
que las trajo hasta este barco o, por lo menos, sin entrar en detalles de ello,
y yo me limito a intervenir para defender mi honor cuando me tachan de ser
el padre del grupo, aunque ya Amaia se encarga de demostrar que, gracias a
mí, no se ha vuelto loca, y yo no puedo más que decir que es recíproco
porque ella siempre ha estado a mi lado cuando más la he necesitado.
—Esta noche hay bingo, ¿nos apuntamos? —pregunta Amaia—. Espero
poder ver a mi capitán un rato después. Me dijo que tenía la noche libre y
que intentaría encontrarse conmigo.
—Algo tranquilo estaría bien, no hemos dejado de caminar en todo el día
y me duelen las piernas —murmura Luna.
Regresamos al lugar en el que nos espera el autobús. El día ha sido
breve, pero intenso. Subimos al barco y poco después, mientras tomamos
algo tumbados en una hamaca sin siquiera haber pasado por el camarote,
decidimos apuntarnos al bingo.
—Soy jodidamente competitiva, ¿vale? Así que, si veis que no soy capaz
de dejar de apostar, amarradme y llevadme al camarote —bromea Alba sin
incorporarse ni quitarse las gafas de sol.
—Doy fe de que lo es —afirma Luna.
Miro el teléfono de nuevo para comprobar si mi cabeza me ha jugado
una mala pasada y Alba me ha contestado, pero no me he dado cuenta.
Nada. Cero mensajes recibidos.
El teléfono de Alba suena y sonríe al comprobar quién la llama. Se
disculpa, llevándose la copa consigo, cuando se aleja de nuestro lado para
hablar.
—Me las piro —suelta Nico, mientras se levanta, deja su copa vacía y se
marcha sin más.
Amaia hace lo mismo tras darle un beso a Luna y lanzarme un beso a mí.
—Me voy a la ducha, necesito un baño relajante y un cuchillo para
cortarme los pies a cachitos —nos cuenta mientras se va cojeando.
Se marcha por la parte delantera, aunque le maten los pies quiere ver,
como siempre, si es capaz de cruzar su mirada con la de su capitán en uno
de sus paseos.
—Yo esperaré por Alba, por si quieres irte —especifica Luna, que sigue
dando pequeños sorbos a través de la cañita de color fucsia.
—No te preocupes, si Nico se apodera de la ducha, tengo tiempo para
esperar con calma. Suele relajarse demasiado —me burlo—. Pero que no se
entere de que te lo he dicho.
—Soy una tumba. —Se ríe Luna—. Aunque me encantará meterme con
él, ya sabes, le estoy pillando al punto al chaval.
Nos reímos mientras bebemos lo que queda de nuestra copa. Miro a
Alba, riendo y moviendo la copa cuando intenta gesticular. Me parece una
chica espectacular, con su bikini puesto, bajo una bata de esas de flecos, sus
vaqueros cortos y sus zapatillas marrones de verano.
—Cierra la boca, Lucas, que te van a entrar moscas en ella si sigues así.
—Perdón —me avergüenzo.
—A mí no me tienes que pedir disculpas, al contrario, me gusta que
mires a mi amiga de esa forma tan…
—¿Tan…? Te has quedado callada —indago.
—Tan tonta. —Sonríe—. Pero tonta para bien, ya sabes. Alba se merece
a un tipo que la haga feliz, nada de segundos platos, ni postres, alguien que
la elija sin dudar.
—¿Y quién no se merece eso? Tú también —le digo—. Y más después
de todo lo sucedido.
—No me apetece hablar del amor, no conmigo como centro neurálgico
de la conversación, prefiero ser yo la celestina, y vosotros los monigotes.
—¿Monigotes? ¡Qué mal suena eso! —protesto.
—Ya me entiendes —finaliza ella a modo de disculpa.
Seguimos en silencio un rato más, esperando a que venga Alba. Nos
encaminamos los tres hasta nuestros camarotes y bromeamos sobre la
posibilidad de ir a ducharme a su habitación porque terminarán antes que
Nico seguro.
Nos despedimos y, mientras Luna abre la puerta y yo paso la tarjeta de la
mía, Alba se acerca. La miro. Me mira. Y me abraza. Me abraza saltando y
separando sus pequeños pies del suelo porque soy más alto que ella un rato.
—Eres increíble —musita con su cara escondida en el hueco de mi
cuello.
Suelto el pomo de la puerta porque me he quedado de piedra, no me
esperaba para nada esa reacción de Alba y sencillamente la envuelvo entre
mis brazos, aspirando su olor, a fresa, huele a fresa.
Se separa unos segundos después y se marcha sin decir nada más. Caigo
en la cuenta de que me he quedado como un estúpido, ahí parado, sin
mediar palabra y todas esas frases que ahora hubiese quedado bien decirlas,
y no solo pensarlas, no salieron, se quedaron atascadas en el camino.
Mi teléfono emite un leve pitido cuando cierro la puerta y me siento en
la cama antes de entrar en el mensaje.
Inkeri:

Me gustan las personas que tienen miedo y lo admiten, esas personas son más reales que ninguna
otra. ¿Qué es el miedo? El miedo es eso que nos hace débiles y fuertes porque los mostramos, pero
también somos capaces de esconderlos para que nadie sea capaz de desvelarlos. El miedo nos hará
valientes y esa sí que es una palabra preciosa. Sé valiente, Alberto. Sé valiente.

Y sonrío, porque Alba sí que es valiente.


23
LAS ESTRELLAS NOS GUÍAN
DANTE
—¡Bingo!
Amaia se ha colgado de mis hombros y se ha encaramado a mi espalda,
como si de una niña pequeña se tratase.
—¿Bingo? —le pregunto—. ¿Has ganado? No, no me lo digas…, seguro
que es la suerte del principiante —bromeo.
—El premio gordo —me dice al bajarse de un salto y colocarse frente a
mí dando grandes zancadas para conseguirlo.
—¿Cuánto te ha tocado?
Ella niega en un par de ocasiones con mucho ímpetu, pero sin perder la
sonrisa que tanto la caracteriza. Hace brisa y el viento logra que su pelo se
mueva y se revuelva, logrando que, en ocasiones, tenga que apartárselo para
poder continuar hablando.
—Me has tocado tú —finaliza.
Salta de nuevo entre mis brazos, pero, esta vez, estoy preparado para ello
y la sujeto por sus muslos.
Me mira a los ojos con fijeza y admito que podrían describirse de
muchas formas menos corrientes; son marrones, sí, pero brillan, hablan por
sí solos, están llenos de emociones, de alegría y de ganas, de las mismas
ganas que he tenido todo el día de verla.
—¿Sabes? —le pregunto oteando el espacio.
La gente nos mira. Sigo con mi ropa de trabajo, y los turistas deben de
estar pensando si esto es algo normal. Alguna me guiña un ojo con descaro,
y yo intento colocar en mi rostro una de esas miradas indescifrables que tan
bien se me dan.
—¿Qué pasa? —Amaia percibe mi cambio y se aparta de mi cuerpo.
Noto el frescor de la brisa al momento.
—Ven. Este no es uno de los lugares más indicados para hablar.
Amaia parece caer en la cuenta de lo que le digo y percibe algunas
miradas confusas y reprobatorias otras tantas de la gente que está cerca de
nosotros.
La guio hasta un lugar seguro, sin rozarnos por el camino y sin apenas
hablar.
Llegamos un rato después. Paso la tarjeta que acciona la entrada y la
puerta se abre.
—¿Me has traído a tu camarote? ¿Tengo que tomarme esto como una
insinuación de algo, señor capitán?
—Segundo capitán —la corrijo.
—Para mí, serás mi capitán siempre —bromea.
Accedemos a la habitación y se fija en todo lo que nos rodea. Intenta
hacerse una idea de cómo soy por los detalles de mi espacio. Parece una
tontería, pero comienzo a conocerla bien. Y no solo eso, creo que yo haría
exactamente lo mismo.
—¿Y bien? —cuestiono mientras pasea sus manos por las cortinas sin
dejar de mirar los detalles—. La limpieza corre a cargo del barco, no
obstante, tengo que decirte que me gusta el orden.
—¿Nivel maniático obsesivo compulsivo?
Me río ante su comentario, sin embargo, sé que ella lo dice en serio.
—No, para nada —me justifico—. Creo que es cosa de familia. No sé,
¿genética? Mi madre es muy ordenada y de pequeños se empeñaba en que
mi padre, mi hermano y yo lo fuésemos también.
—Eso es porque quería hacerte un hombre de provecho, capitán. De esa
forma, la mujer que estuviese contigo no podría reprocharle nada.
—¿Tú crees?
—Claro, eso es muy de madres, la mía es así, pero Nico pasa de todo. En
casa siempre hemos tenido servicio, nunca nos ha hecho falta cocinar o
limpiar, pero sé que mi madre, a pesar de eso, nos dejaba hacer cosas por
nosotros mismos para que el día de mañana…
—Para que el día de mañana nadie pudiese reprocharle que ella no lo
hiciese bien.
—Efectivamente. Eso es justo lo que yo te he dicho.
—Háblame de tus padres —le pido.
—Primero dime qué me ibas a decir antes de que saliésemos corriendo
por la cubierta como si fuésemos prófugos de la ley.
—Tienes razón —admito.
Amaia sale a la gran terraza que tengo en mi camarote, mi lugar favorito
cuando estoy aquí.
—Ven —me pide. Me siento en una de las sillas de mimbre que hay al
lado de la suya, dejando enfrente la mesa a juego—. De estas no hay en
nuestra habitación.
—Normal. Estas las traje de casa. Me gusta, son cómodas.
—Lo son.
Permanecemos en el más absoluto silencio a pesar de la cantidad de
cosas que queremos decirnos, de las cosas que quiero saber de ella, pero el
silencio también dice mucho de lo que somos.
La noche es preciosa y solo se escucha el mar romper contra el casco del
barco cuando corta la ola. La mezcla entre la noche; el cielo despejado que
muestra con gran esplendor las estrellas y la luz de la luna que ilumina el
espacio; el mar, apenas embravecido, y el sonido como telón de fondo de
nuestras respiraciones es sencillamente increíble.
Suspiro, y ella lo hace también antes de tender su mano en busca de la
mía.
Es cálida, suave, es perfecta. Amaia lo es.
—Dante…
—Vale, vale —le digo. Apoya sus pies descalzos en el cristal de la
barandilla y la imito tras descalzarme—. He tenido que soportar durante
todo el día las bromas de mis compañeros, del capitán, que, por cierto, te
manda saludos, y de Jota, mi amigo.
Amaia se muerde el labio y me muestra un pequeño esbozo de la
preciosa sonrisa que tiene. Me muero por morder esos labios.
—¿Y eso por qué? —añade trayéndome de nuevo a la tierra.
—Porque no he dejado de contar las horas hasta que pudiese volver a
verte.
Amaia se pone en pie. Da un par de pasos y ubica sus piernas una a cada
lado de las mías. Apoya sus finas manos sobre el mimbre de mi silla y
permanecemos a escasos centímetros el uno del otro. No solo nos miramos,
nos vemos.
—¿Sabes que es una locura? —Lo suelta como si no fuese una de esas
frases premeditadas, de esas que piensas porque le has dado vueltas o
porque te lo han dicho en alguna ocasión.
—El mundo es y siempre será de los locos.
No hace falta que entremos en detalles de eso que ella define como
«locura» porque es lo mismo que pienso yo. No nos conocemos, apenas
sabemos algo el uno del otro y nunca he sido de esos que creen que el amor
se esconde tras una esquina y, cuando menos te lo esperas, te pone la
zancadilla, soy más práctico. Supuse, durante años, que me enamoraría,
claro, no rehúso ese sentimiento ni mucho menos, nadie lo hace, aunque lo
diga por activa y por pasiva, pero cierto es que creí que ese sentimiento
aparecería y se forjaría con el tiempo, se fraguaría a base del contacto, de
miradas, de roces y de conversaciones interminables. En el caso de Amaia,
ha sido lo contrario, un impacto en el pecho propiciado por el acercamiento
de una chica sin vergüenza alguna ni apocamiento ni miedo.
Los primeros besos siempre son explosivos. Siempre. Cuando tus labios
y los de otra persona por la que sientes atracción colisionan, se convierte en
un estallido que te sacude de pies a cabeza, y con Amaia esa descripción se
queda bastante corta.
Mis manos en su nuca. Mis piernas entre las suyas. Mi deseo y el suyo
aleteando. Su lengua jugando con la mía. Mis dientes mordiendo su labio
inferior. Y sus ojos, fijos en los míos, donde ese brillo de ilusión se
convierte en determinación.
—Voy a darme una ducha… muy fría —me sincero.
—¿Te acompaño?
—Tentador…, aunque mejor no.
—¿Seguro? —me provoca.
—Seguro, lo que se dice seguro, pues no mucho.
—Anda, ve, que no quiero que nadie me culpe de ser una acosadora en
potencia.
Me encamino hacia el baño carcajeándome.
No había planeado traerla hasta aquí, ni mucho menos, no había
planeado nada, solo sabía que de verdad tenía ganas de verla y de estar con
ella.
Cuando le dije que Jota había estado metiéndose conmigo durante todo
el día, lo dije de verdad, parece que ahora el pasatiempo favorito de Elías y
de Jota soy yo. Yo y lo que ellos llaman: mi estado de embriaguez de amor.
Y no, no es amor ni mucho menos o sí, no lo sé, porque la verdad es que
ando escaso en este tipo de sentimientos. He tenido novias, claro que las he
tenido, y no una en cada puerto como se suele decir, pero, aunque mis
relaciones han sido más cercanas a lo carnal que a lo romántico, con Amaia
es algo distinto. Y, lejos de lo que se pueda pensar, no me asusta.
Salgo tras ducharme, tal y como predije, con agua fría. Termino de
ponerme una camiseta y me encamino, descalzo, a la terraza.
—¿Te apetece tomar algo?
—¿Aquí o…? —duda.
—Aquí, por supuesto.
—Vale. Lo que quieras, no me pienso poner exquisita.
Se queda fuera mientras yo salgo en busca de lo que me sirvan en el bar.
Me cruzo con varias chicas que bromean entre sí al cruzarse conmigo, y yo
les guiño un ojo con cortesía, nada de seducción en el gesto. Cuando voy
con el uniforme es más sencillo, un leve asentimiento de cabeza o uno de
esos gestos muy típicos con la mano en la frente, pero ahora no estoy de
servicio.
—Hombre, Dante…, ¿vienes solo?
Mike me saluda cuando llego hasta la barra de siempre.
—Sí, pero esta noche quiero dos copas.
—¿Has ligado? —me pregunta sin discreción alguna.
—¡A ti te lo voy a contar!
Charlamos poco más, lo justo para que me sirva dos piñas coladas, la
bebida especial de esta noche.
Cualquier bebida es buena, siempre y cuando, la compañía la ponga ella.
24
NAVEGANDO POR NUESTRAS VIDAS
AMAIA
Me he quedado sorprendida al ver el camarote de Dante. No por su
tamaño ni por las vistas, sino porque es un fiel reflejo de lo que es él
mismo.
Es pulcro, ordenado, sencillo y bien cuidado, organizado y blanco. Si
tuviese que asociar a Dante con un color, sería, sin lugar a dudas, el blanco.
Ya sabes: de blanco si te tranco.
Por favor, creo que he muerto y he subido al cielo. O eso es lo que he
pensado tras sentir sus labios sobre los míos, ansiosos por devorarme, pero,
a su vez, con una ternura implícita en el roce. Y la imaginación vuela, vuela
sola y conjetura que, si sus labios son así, el resto de su cuerpo al contacto
con el mío debe de ser una explosión de adrenalina.
El simple hecho de que se haya ido en busca de una copa me deja la
opción de relajarme y de plantearme la cita. Porque, a ver, no es necesario
que os diga que esa cama de un metro y medio que se encuentra en el centro
de la habitación me pide a gritos que la pruebe y no hablo precisamente de
dormir en ella, es más, lo que mi mente imagina bien poco combina con ese
verbo.
La puerta se abre y miro a través del visillo cómo llega, con ambas copas
en la mano, y cierra con la pierna.
—Explícame cómo has podido abrir la puerta con las dos manos
ocupadas.
Dante sonríe efusivamente, pero no suelta prenda. Prendas las que le
sobran. Si con el traje está guapo, con la ropa de calle mejor no hablemos.
—Oye, capitán, mi capitán, ¿puedo preguntarte algo?
—Diría que me lo vas a preguntar, aunque te diga que no.
—Cierto.
—Desembucha —me ordena tras dejar una copa en mi lado de la mesa.
Ha puesto hasta posavasos, si es que este hombre no puede ser más
perfecto.
—¿Usas ropa interior sin costuras bajo el traje?
Los ojos de Dante, ya de por sí verdes, grandes y expresivos, se abren
mucho más. Por favor, ¿se puede ser más guapo?
—¿Es una pregunta trampa? —inquiere tras unos segundos de silencio.
—Para nada.
—¿Y se puede saber a qué viene esa pregunta? Mera curiosidad.
—Viene a que, la primera vez que te vi, no pude evitar fijarme en…, ya
sabes en qué porque te estoy preguntando directamente, y no se distinguía
nada bajo esa ropa y es blanca, así que…
—Bueno, a ver, podría responderte, pero la verdad es que me apetece
más dejarte con la intriga.
—¿Sabes que, con tu respuesta, no has hecho nada más que alimentar mi
curiosidad? —y lo digo en serio.
—¿Sabes que, con mi respuesta, lo único que intento es hacer justamente
eso?
—¿Estás jugando conmigo, capitán?
—Para nada, señorita —finaliza dedicándome una de las sonrisas más
bonitas que he visto en mi vida.
Vale. Esto es fácil y sencillo. Es como cuando te dicen que no debes leer
ese diario que se esconde en el primer cajón de la mesilla de noche y nada
más cerrar la puerta tus manos van al pan o, lo que es lo mismo, al diario, y
ahora mi mente solo piensa en que hay una única opción para saber si
esconde algo bajo esa ropa de capitán y que la única forma de averiguarlo
es… ¿quitándole los pantalones cuando lo vea con ellos puestos? ¿Lo veis
viable? Porque, joder, yo lo veo jodidamente viable.
—¿Ya estás tramando algo? ¿A que sí?
—Para nada. —En verdad, sí que estoy imaginando qué esconde bajo el
pantalón blanco, así que me limito a rehusar su mirada para que no sepa que
me muero por descubrirlo… ya—. Pero, capitán, mi capitán, terminaré por
averiguar tu secreto —le advierto.
—¿Todos? —me provoca el muy sinvergüenza. Y, no es solo la frase en
sí, es la forma en la que lo dice, el tono rebelde y la mirada prometedora
que lo acompaña.
—¿Acaso hay más? —Dante niega, pero no estoy nada convencida, así
que opto por inventarme su historia, es divertido—. A ver, estás casado con
varias mujeres, una en cada puerto y con todas ellas tienes hijos, varios,
porque te veo como esa clase de hombre a la que le gusta procrear y
procrear, además, que los capitanes ganan dinero y dudo que tengas
problema alguno en poder mantener una familia amplia…
—¡Oye! —Me pellizca entre risas—. Que no es tanto lo que ganamos,
eso es un mito.
—¿Un mito? No te creo y calla, que tengo una trama espectacular en mi
cabeza. Intento descubrir tus secretos, ¿recuerdas? —Dante se lleva la
cañita a los labios para guardar silencio y dejar que siga elucubrando, se
avecina una buena película—. Tendrás una mujer diferente: una rubia, una
morena, otra pelirroja y cada una tendrá curvas diferentes en su cuerpo,
colores distintos en sus ojos, así no podrás confundir sus nombres. Tus
hijos, todos, tendrán esos maravillosos ojos verdes, por lo que no habrá
duda de que serán tuyos y cada uno tendrá un nombre italiano. Tu favorito
será tu primogénito, Massimo, ese que no se despegaba de ti ni a sol ni a
sombra desde que se pudo sostener sobre sus piernas y corretear tras de ti.
Enamorado, lo que se dice enamorado, estás de una de ellas, solo de una,
pero sientes cariño por todas, ahora te planteas cómo conseguir asentar tu
cabeza y dejar de viajar de puerto en puerto porque la idea de juntarlas a
todas en una única ciudad te da miedo, obviamente, ¿a quién no? Así que…
¡Has decidido fingir tu propia muerte! Y regresar con tu único amor, ¿he
acertado en algo?
Cree que no me doy cuenta de que está intentando guardarse la sonrisilla
que pugna por brotar, mientras sigue con la vista al frente, sin perder detalle
del cielo y dando pequeños sorbos a su piña colada.
—Nada de nada. Pero como guion de una novela está muy bien, podrías
meter algún secuestro para darle un giro inesperado a la trama y puede que
vendas muchos ejemplares. Pero no, nada tiene que ver con mi vida.
—Bien. Guardaré mi idea para un largometraje, cuando algún director
vea el potencial de mi cabeza. Lo mejor será que me desveles tus propios
secretos.
Ahora soy yo la que coge el vaso y espera a que mis palabras causen
suficiente efecto en él como para contarme más, para abrirse a mí. Me
apetece saber más de él, conocerlo.
—Nací en Capri, pero eso ya lo sabes. —Asiento—. En un pequeño
pueblo costero. Tuve una infancia bastante buena, era feliz, mis padres lo
eran, y mi hermano y yo peleábamos constantemente, lo lógico y normal,
supongo.
—Muy normal, yo sigo haciéndolo con Nico —resuelvo, teniendo en
cuenta mi amor-odio por mi hermano.
—Pues exactamente así. Mis padres se divorciaron cuando aún me
quedaban dos años para cumplir la mayoría de edad. No preguntamos, y
ellos tampoco nos dieron ninguna explicación, supongo que en ese
momento lo único que quería era experimentar, me gustaban mucho las
chicas y empezaba a conocer las fiestas, los colegas y ese tipo de cosas, así
que lo de mis padres fue secundario. Mi madre decidió marcharse a Roma,
ahora sé que nunca fue feliz en Capri, quiso asentarse en la ciudad y dejar
atrás todo. Mi hermano se fue con ella.
»Lo llevé bien, es decir, entendía que no eran felices y que cada uno
tenía derecho a rehacer su vida antes de verse condenados ambos y
condenarnos a nosotros en una vida que era mentira. Me quedé con mi
padre, acabé mis estudios y aún sigo sin saber cómo porque la fiesta me
gustaba mucho…
—Eras joven, es normal —lo consuelo.
Puedo ver su gesto taciturno y leer en él que todo esto no es agradable
para ninguno. Una separación nunca lo es, la verdad, y eso que mis padres
no están divorciados.
—Sí, pero lo conseguí. Mi madre y mi hermano se distanciaron de
nosotros. Cada vez que lo llamaba por teléfono, no respondía y si lo hacía
era para cruzar unas breves palabras y finalmente decirme que estaba
ocupado. Nunca devolvía mis llamadas y tampoco se esforzaba en contestar
mis mensajes. Nos separamos, pero de verdad; él por su lado, y yo por el
mío. Y me cansé, porque todo tiene un límite y lo hice, dejé de llamar, de
escribir y de esperar que lo hiciese él.
—¿Y tu madre? —le pregunto.
—Con ella tengo buena relación, la verdad, nos vemos cuando podemos,
comemos juntos, siempre en Roma, no ha vuelto a Capri. Sé por ella que mi
hermano se casó joven, se enamoró de una compañera de universidad y se
casaron al finalizar la carrera. Mi madre decía que era una locura, no
obstante, él repetía por activa y por pasiva que estaba enamorado, ¿y quién
era ella para negárselo?
—¿Y no te invitó?
—No. —Alza los hombros, resignado—. No importa, lo entiendo.
Cuando se fue de Capri, cortó con todo lo que dejó allí. Lo que entiendo es
que yo asumí la situación, la separación de mis padres, pero a Fabio le costó
mucho más.
—¿Y tu padre?
—Para mi padre fue mucho más complicado. En esa historia que
contabas antes, en la que decías que yo iba a estar muy apegado a mi
primogénito, a mi padre le pasó exactamente eso con Fabio, estaban muy
unidos y pasaban horas y horas juntos, haciendo lo que fuese.
—¿Y cómo es que Fabio decidió irse con tu madre?
—No lo sé —resuelve—. La verdad es que no lo sé —repite con
seriedad—. A veces lo pienso, pienso en si él cree que fue culpa mía y
como yo me quedaba en Capri él debía irse por no dejar sola a mi madre o,
sencillamente, si lo más fácil para él era romper con todo y con todos.
Nunca pude preguntárselo y tampoco tuve valor para hacerlo, puede que
algún día lo hablemos con calma, cuando la herida sea menos herida y
cuando el rencor sea menos rencor. Lo que sí he aprendido a lo largo de
todos estos años es que, por mucho tiempo que pases con alguien, nunca se
le conoce lo suficiente.
—Pues yo no creo que sea cuestión de saber de quién es la culpa —
verbalizo dando voz a mis pensamientos—. Puede que esté opinando sin
saber porque mi familia es totalmente opuesta a la tuya por lo que veo,
pero, insisto, no es cuestión de culpabilizar a nadie, es cuestión de espacio.
Puede que tu hermano sintiese esa separación como una fractura y le
afectase porque no es solo el divorcio, sino la consecuencia directa sobre la
personalidad de cada uno. Que seáis hermanos no quiere decir que para
ambos signifique lo mismo ni os sintáis igual. Míranos, Nico y yo no nos
parecemos en absolutamente nada y nos enfrentamos a la vida desde
distintos puntos de vista, pero nos respetamos y creo que eso es lo que has
hecho con tu hermano. Has respetado su decisión de alejarse. Llegará el
momento de hablar, tarde o temprano llegará y no pasará absolutamente
nada, que una conversación se dé antes no quiere decir que finalmente vaya
a ser más fructífera —murmuro intentando hacerle ver que no es cuestión
de tiempo, sino de la actitud con la que te enfrentes cuando se dé.
Observo a Dante llevarse la mano a su barbilla, paseando sus dedos por
su mentón, pero sin decir nada. Guardamos silencio y, cuando creo que ya
está todo dicho, gira la cabeza, expulsa el aire y habla.
—Amaia.
—Dime —musito con cierto temor a haber metido la pata y haber
opinado sobre algo de lo que sé más bien poco.
—¿De dónde has salido?
Sonrío.
—La pregunta no es de dónde he salido, sino, ¿por qué hemos tardado
tanto en encontrarnos? —Dante se incorpora, me tiende su mano, y yo, con
gusto, la sujeto. Me alza y nos quedamos frente a frente.
»Hazlo. Bésame —le pido, perdida en el verde de sus ojos.
Se acerca con determinación, pero despacio. Sus ojos siguen puestos en
los míos, observando mis reacciones. Sus dientes mordisquean mis labios
mientras sus manos, fijas en mi cintura, me guían hacia el interior del
camarote.
Gimo en respuesta al deseo que despierta su contacto en mi piel, en mis
labios. Me tumba en la cama, y él se coloca a mi lado.
—Quédate esta noche conmigo, Amaia. —Percibo la duda en su voz, ese
deje de temor a que lo rechace y no entiende que me muero de ganas de
estar con él.
—Me quedaré con una condición —musito.
—Lo que sea.
—No dejes que me invente ninguna película más —bromeo.
Dante se separa un poco de mí y me muestra su sonrisa más dulce y
tierna.
—Por supuesto, no vas a poder abrir la boca porque no pienso dejar de
besarte.
25
DIARIO DE A BORDO
ALBA
—¡Buenos días, florecilla silvestre! ¿Cómo te has levantado hoy?
Luna, mi amiga Luna, mi luna, lunera, cascabelera, está fresca como una
lechuga recién cortada mientras yo estoy más cerca de parecerme a la prima
hermana de Frankestein.
—Me duele todo.
—Anda, mira, si a la señorita «yo no bebo, pero me tomo hasta el agua
de los jarrones» le duele todo.
—¿Estás usando la ironía conmigo?
—Ya ves, los ojos en blanco, la ironía, el sarcasmo… Tengo un gran
arsenal para meterme contigo. Es más, he hablado con tu padre y le he
contado tu desmelene.
—¿Que has hecho qué?
Hasta este preciso instante me dolía la cabeza y el resto del cuerpo no
andaba mucho mejor, no obstante, las palabras de mi nueva «no amiga» han
causado el efecto deseado, el mismo que una pastilla de esas que te tomas
para los dolores sumada a una Coca-Cola con cafeína. Lo que se traduce en
que estoy de pie, frente a ella, y que tengo unas excesivas ganas de matarla
y cortarla en cachitos.
—Me aburría y necesitaba hablar con alguien.
—¿Y por qué no tocaste en el camarote de al lado y jodiste a Amaia?
—Lo hice, pero no estaba, no sé, me da que pasó la noche con el capitán
ese.
—Pues en el otro, en el de Lucas y Nico.
—¿Con el chaval? —Asiento—. Paso.
—¿Y jugar con lo que meas no es una opción? —Total, si hay que
proponer opciones…
—No te creas que no lo he hecho, llevo sin sexo ya bastante tiempo y a
una le pica el toto de vez en cuando.
—No necesito que entres en detalles.
Luna parece meditar sobre algo. Esquiva mi mirada y mira por la
ventana redonda que hay encima de nuestras camas.
—Tenemos que hablar de algo. De muchas cosas, en realidad, porque no
sé qué te pasa con Lucas y yo… creo que la he cagado mucho, muchísimo.
Sus palabras me traen de vuelta a la realidad y ahora mismo no me
apetece asesinarla, por lo menos, no sin antes haber escuchado lo que sea
que tenga que decirme.
—Hoy podemos estar tranquilas las dos. Estamos navegando, vamos de
camino a Civitavecchia y no tenemos por qué quedar con ellos.
—No, no, bueno, un rato para nosotras estaría bien, ya sabes, para hablar
y…
—Y ponernos al día —finalizo por ella.
—Sí, exacto.
—Me voy a la ducha, desayunamos y damos un largo paseo por el barco.
Hay miles de sitios que no hemos visto.
—Y tenemos que sacar fotos, se lo he prometido a tu padre —me cuenta
Luna.
—Maldita —la insulto por lo de mi padre.
Luna es de la familia. De la familia que se elige, pero eso nos da
exactamente igual, es de la familia.
Nos conocimos de pequeñas, ella estaba sentada por fuera, en la acera
frente a nuestra casa, con una muñeca cuyo cabello había vivido épocas
mejores y estaba sola. Se acababan de mudar a nuestro vecindario y
teníamos la misma edad, así que… mi madre me empujó prometiéndome
que, si hablaba con esa niña que estaba sola por fuera y pasaba un rato con
ella, me dejaría comerme esa noche tres bolas de helado de chocolate.
Imaginaos el triunfo que supone eso para una niña de siete años a la que no
le suelen dejar comer demasiadas chuches.
Luna era tal y como esperaba. Una estúpida y una contestona. Me dijo
que mi vestido de flores era horripilante y que mis zapatillas rosas estaban
pasadas de moda. Me quedé por el helado porque, si no hubiese sido
suficiente aliciente para mí, la habría dejado allí tirada y le habría arrancado
la cabeza a su muñeca solo por fastidiar.
No hablamos demasiado esa tarde porque me caía mal, ¿vale? Las
enteradas siempre me han caído mal y así se lo hice saber a mamá. Y ella
me dijo: «Las apariencias, en ocasiones, son nuestra mejor mentira y
nuestro escudo protector». En ese momento, asentí como si supiese lo que
me quería decir, pero la realidad es que hasta años después no entendí que
Luna se protegía porque odiaba que se metiesen con ella por ser la nueva.
No era la primera vez que se mudaba y tenía miedo a que la tachasen de
algo, lo típico de los niños, que son unos cabrones cuando quieren. Le
prometí a mi madre esa noche que volvería a hablar con ella y lo hice antes
de lo que pensaba porque, al día siguiente, su escudo protector de poco le
sirvió ante las burlas de mis compañeros de clase.
No hablamos mucho, pero volvimos caminando a casa juntas y esa fue
de las primeras rutinas que establecimos. ¿Quién lo diría ahora cuando
nunca callamos?
No me da tiempo de terminar de ducharme porque Luna está sentada en
el váter, con la mirada fija en el suelo.
—Pensaba decirte que esperásemos a desayunar para hablar, pero me da
en la nariz que alguien está dándole vueltas a la cabeza sin cesar y no soy
yo.
Escucho el pitido de mi teléfono y sonrío de forma inconsciente.
—¿Por qué sonríes? ¿Y quién es Alberto?
—¿Me has estado espiando?
—No —niega—, pero ha sonado el teléfono y un tal Alberto te ha puesto
«Buenos días», lo he visto porque estaba justo delante, he mirado, una cosa
ha llevado a la otra, he entrado y…
—¿Y? —le reprocho, mosqueada.
—Y nada porque ya me parecía exagerado mirar su foto de perfil y eso.
Pensaba que te gustaba Lucas.
—Lucas no me gusta, me cae bien y ya está. Es buen chico.
—Y guapo.
—¿Te gusta Lucas? ¿Es eso? —Una pequeña punzada en el pecho me
sacude. ¿Y si eso es lo que tiene a Luna en la garganta? ¿Y si le gusta
Lucas, pero piensa que está mal por si me gusta a mí? ¡A mí no me gusta!
¿Cómo me va a gustar si yo sigo enamorada de…? ¿Sigo enamorada?
—¡Qué me va a gustar a mí Lucas! Si parece un oso amoroso, ¿estás
loca?
Vale. Respiro con algo más de tranquilidad. No le gusta y a mí tampoco.
—Entonces, ¿qué sucede?
—No te enfades, ¿vale?
Camino hacia el armario envuelta en una mullida toalla blanca y
selecciono un vestido vaporoso que ponerme.
—¿Eres consciente de que, si me dices que no me tengo que enfadar, lo
más probable es que lo haga?
—Vale. Pues no lo hagas. ¡Júralo!
—¡Anda ya! No pienso jurar eso, te lo digo desde ya.
—No le diré a tu padre que te gusta Lucas.
—Normal que no se lo digas porque no me gusta, no sería mentira.
Además, el chantaje conmigo no funciona.
—Y un cojón. Siempre ha funcionado. He conseguido muchas cosas a
base de chantaje.
—Eso es porque eres una perra mala —la acuso.
—Yo a eso lo llamo inteligencia y suspicacia.
—Suspicacia los cojones. Deja de andarte por las ramas y cuéntame qué
ha pasado para que tengas que hacerme chantaje y para que omita que has
puesto los ojos en blanco unas quince veces en lo que va de conversación.
Me acerco a la puerta para encaminarme hacia la zona de desayuno, pero
Luna frena mis pasos colocando la mano sobre el picaporte de la puerta. La
mano que le queda libre, la posa sobre mi hombro.
—Espera, Alba, espera. —Y noto cierto temblor en su voz que me hace
ponerme en alerta, como un gato cuando percibe el peligro ante la llegada
inminente de un problema.
—¿Qué sucede, Luna?
Mi amiga respira con fuerza, cierra los ojos un par de segundos y cuando
los vuelve a abrir la veo, la veo así, como la noche en la que me contó lo de
Manu, vulnerable, perdida y sin saber qué hacía y qué no, si era lo correcto
o todo un error.
—Alba, sabes que lo de Manu no te lo conté porque no quería hacerte
sentir mal, es decir —se apresura a puntualizar—, hablo de que ya bastante
tenías tú encima como para que llegase yo y te dijese que se había acabado
lo que teníamos, que ni siquiera había sido bonito mientras duró porque no
lo fue. Era costumbre y poco más y…
—Y fuiste muy, pero que muy valiente para dar ese paso y dejarlo ir
porque no eras feliz y sabías que ibas a vivir condenada a un amor que no
existía, a una existencia incompleta, Luna —la consuelo.
—Sí, es cierto, es así, pero… tenía que habértelo dicho porque eras mi
amiga, haberte contado cómo me sentía en cada momento y que estaba
confusa, puede que, si en vez de aguantar en ese círculo vicioso llamado
infelicidad lo hubiese compartido contigo, ahora mismo estaría viviendo de
otra manera.
—¿Qué quieres decir? No estoy enfadada, si es a eso a lo que te refieres.
—No, no hablo de eso, hablo de nosotras, de nuestra amistad, de
contarnos lo que pensamos y sentimos. De que no quiero que vayamos cada
una por su lado, yo la primera con lo de Manu, así que…
—¡Joder, Luna! Has elegido un mal día para levantarte filosófica, sería
mejor que fueses directa al grano, mi barriga vacía te lo agradecerá
eternamente —profiero.
Luna suspira con fuerza, sonríe con énfasis y se muerde el labio antes de
hablar. Mira, por lo menos no puso los ojos en blanco.
—Me he besado con Nico… —Patatús a la de una, patatús a la de dos,
patatús a la de…—. Y han sido dos veces. —A la de tres…
26
SI NO HAY LUNA, ME CONFORMO CON
EL SOL
NICO
—Joder, Nico, con esa camiseta te pareces a uno de esos reguetoneros de
moda —me provoca Amaia.
—Es lo que se lleva ahora —le respondo girando sobre mí mismo como
si estuviese en medio de Cibeles y formase parte de su pasarela—. Además,
me gusta ir a contracorriente, nada del típico pantalón corto aburrido y las
camisetas sin mangas monocromáticas. Las hojas de helecho son la última
moda, lo vi en una revista de esas. —Lucas me dedica una mirada
reprobatoria porque su vestimenta es justamente esa que he descrito como
aburrida y monótona—. No te enfades, Lucas, no es solo la vestimenta, sino
la percha.
—Y tienes una buena percha —le grita Amaia desde su tumbona.
—Todavía no sé qué hago con vosotros, si sois lo peor.
—Yo te he defendido —protesta Amaia.
—Mi hermana te ha defendido, aunque ella te defendería aun siendo
culpable.
—Porque Lucas es buena persona.
—¡Anda! ¿Y yo no?
—Mejor no hablemos de eso porque ayer la liaste bien con Luna.
¡Joder! Y vuelta la burra al trigo.
—Y me disculpé con ella —me defiendo.
—No lo hiciste demasiado bien porque es casi la hora del almuerzo y las
chicas no han venido por aquí y les he escrito, a ambas.
—Puede que tenga algo que ver que Nico haya besado a Luna… dos
veces —suelta Lucas con tono despreocupado.
—No pienso contarte absolutamente nada más —le advierto con cierto
reproche.
—¿Perdona? —Amaia se pone de pie y se planta frente a mí. Está
mosqueada, mucho, lo percibo en su postura y en ese maldito dedo índice
que mueve frente a mí que, si fuese un cuchillo, ya me habría hecho
pedazos—. ¿Por qué no me has dicho nada? —me increpa.
—Porque no quiero que magnifiques las cosas ni que te hagas ideas que
no son, tampoco quiero que me eches un sermón del tipo que ya me echó
Lucas.
—¿Y cuál es ese sermón? —cuestiona.
—Me ha dicho todo eso de que Luna no es como las demás, que lo ha
pasado mal y bla, bla, bla.
—Y que no juegue con ella —añade Lucas.
—Eso me lo ha dicho porque aquí, el señorito, está colado por Alba y no
quiere que haya polémicas porque si la cago con Luna le puede salpicar, no
sé si me explico.
—No metas a Alba en esto que ella no tiene nada que ver, Alba y yo
somos buenos amigos y ya está —matiza Lucas con un tono que no da pie a
réplica. O no se lo daría a otro, pero yo, por supuesto, pienso objetar.
—Amigos, ya… Lo que tú digas. —Y, ojo, que la que ha respondido con
ese sarcasmo ha sido mi hermana y no yo.
—¿Es el día de echarnos cosas en cara? —se defiende Lucas.
—Empezaste tú contando lo que te dije ayer —murmuro.
Creo que nuestros gritos empiezan a ser una distracción para las
personas que se sientan cerca de nosotros en esta piscina.
—¿Lo sabes desde ayer y no has dicho nada? —protesta mi hermana.
—Ya ves, ese es tu amigo —la provoco.
—No tenía que ser yo el que lo contase, pero, en vista de que Nico no
piensa soltar prenda, creo que había llegado el momento de hacerlo —se
defiende Lucas.
—Tampoco tú estás en disposición de nada, puesto que anoche no
estuviste en tu habitación —la acuso.
—¿Y tú cómo sabes eso? ¿Ahora me espías? —me regaña.
—Para nada, pero no soy estúpido. Terminó el bingo y te fuiste
corriendo a dar con tu capitán, no hay que ser muy espabilado para saber
que estás colada por él y que un buen polvo no lo rechaza nadie. Tienes
buena cara, hermanita, ¿algo que contar?
—¿Que eres gilipollas? ¡Ah, no! Espera, que eso ya lo sabemos todos —
se burla con fingida inocencia—. Para tu información, no sucedió nada, no
todos somos como tú.
—Ahhh, mira, como yo. ¿Y cómo soy yo? —le pregunto, mosqueado.
—Un picha floja.
—¿Sabes? Estoy harto de que todo el mundo me juzgue por tomar mis
decisiones y mis decisiones, normalmente, son consensuadas con la otra
persona, no obligo a nadie a follar conmigo.
—¿Y a besar? —me pregunta Amaia, que sigue de pie.
—Lo dice por Luna —interviene Lucas para aclararme la situación.
—Ya, ya sé por quién lo dice, traidor. —Lucas sonríe y sigue mirando el
teléfono—. ¿Con quién te mensajeas? ¿Es con Alba? —Amaia lo mira y
frunce el ceño.
—¡Es con Alba! Lucas y Alba están juntos.
—No estamos juntos —se justifica—. Y es mejor que vosotros os metáis
en vuestros asuntos.
—Anda, mira, si ahora son nuestros asuntos, sin embargo, tú sí que
puedes soltarle a mi hermana lo de los besos.
—Es tu hermana —argumenta como si fuese lógico.
—Y tú, nuestro amigo, por lo que es normal que nos cuentes cómo te
sientes.
Lucas suspira con fuerza y se sienta en la hamaca, colocándose frente a
nosotros.
—Me gusta, ¿vale? Me parece una chica increíble, una chica especial y
me gusta todo lo que conozco de ella. Todo —matiza.
—Qué bonito eres, Lucas —le dice mi hermana cuando ve que el
susodicho baja la cabeza un tanto avergonzado.
—Y me da pánico cagarla con ella. Intento ser yo, pero a veces me da
pavor que lo que vea no le guste o sencillamente ser muy panoli para ella,
no sé cómo era su ex, lo digo por…
—Lucas —lo corto antes de que siga—, no tienes por qué ser como su
ex, su ex es gilipollas —lo suelto mirando a Amaia porque ese ese el
adjetivo que siempre utiliza para referirse a mí, y ella cabecea
concediéndome el beneplácito de usar su palabra—. Y la dejó. Tú eres tú, y
él era él.
—Ya —musita poco convencido.
—Si te gusta Alba, solo tienes que ser tú mismo.
—Pero Miranda me dejó por ser yo mismo —añade. Y todavía percibo
en sus palabras el dolor de esa relación y la consecuente frustración que
sintió.
—Que Miranda te dejase no quiere decir que no seas bueno para otra
persona, no tiene nada que ver con eso —añado, convencido.
—Alba, por suerte, no es Miranda y eso es muy evidente —justifica
Amaia.
—Ya, ya —especifica Lucas—. Lo sé, pero, aun así…
—Solo sé tú mismo.
—Ella tampoco está preparada para nada y se acaban los días y esto es
una jodida locura —nos confiesa enterrando la cabeza entre sus manos.
—Me gustaría poder decirte alguna de esas frases halagüeñas y llenas de
palabras que tengan la certeza y el convencimiento de cómo serán las cosas,
pero no puedo —explica Amaia—, lo que puedo decirte es que seas tú
mismo y que te dejes llevar. Caminante, no hay camino, se hace camino al
andar —finaliza citando a Antonio Machado—. Y tú, Nico…
Suspiro, con fuerza de nuevo, a ver qué sermón me toca. Porque con
Lucas no ha sido para nada negativo, al contrario, no puedo estar más de
acuerdo en todas y cada una de las palabras que le ha dedicado a mi amigo.
—Dime.
—¿Te gusta Luna? —Directa al epicentro de la llaga, esa es mi hermana.
Se parece a mi padre.
—¿Te gusta a ti el capitán? —Le devuelvo el ataque.
—Hombre, a estas alturas que me preguntes eso no hace sino
demostrarme que lo de la cuna…
—No me gusta Luna. Es sexi y atrevida y me gusta su lengua. —En más
de un sentido—. Viperina —añado para que nadie me reproche nada—,
pero ya sabes que esas historias románticas no suelen ir mucho conmigo. Y
ella es complicada, apenas la conozco, solo sé que se acaba de divorciar y
poco más —omito deliberadamente nuestra conversación donde la sentí
más transparente y accesible que nunca porque, en el fondo, soy un
caballero. Lo soy como y cuando quiero.
—Sabes más cosas de ella —me advierte mi hermana, alzando de nuevo
el dedo—. Esfuérzate y dínoslas.
Medito un par de segundos su petición y agacho la cabeza para evitar
someterme a la mirada inquisitiva de mis amigos que esperan una respuesta.
—Sé que tiene una buena delantera —comienzo. Lo he hecho aposta,
por fastidiar, y lo he conseguido porque los bufidos de Lucas y de Amaia no
se hacen esperar. Si Luna me hubiese escuchado, probablemente, habría
puesto los ojos en blanco y, más probable aún, me habría dado un guantazo
—. Sé que pone los ojos en blanco cuando algún comentario o situación la
saca de sus casillas. Sé que es muy amiga de sus amigos y que es valiente.
Que toma la iniciativa cuando alguien está mal y que sabe defenderse por sí
sola. Sé que dice que no cree en el amor, pero sí que cree en él, sé que es
competitiva porque anoche, en el bingo, quería matar a todo el que se le
adelantaba y que le gusta más lo salado que lo dulce. Es dormilona y tiene
una mirada muy expresiva. —Alzo la vista y la fijo en mi hermana, que me
mira con una sonrisilla condescendiente y de triunfo en la cara, lo sé, la leo
a la perfección—. Y sé que besa bien, tan bien que tuve que besarla una
segunda vez porque no era capaz de dejar de pensar en otra cosa que en
esos labios de color cereza.
27
¡MALDITOS BOTONES!
LUNA
Alba no me ha dado caña. Ni siquiera me ha soltado el típico discurso
ensayado sobre los chicos, el sexo y las promesas que se formulan para
meterse bajo tus bragas. Esperaba eso, claro, os sonará raro, pero mi lista de
romances eróticofestivos no es excesivamente larga, obviamente, y está feo
que os lo tenga que recordar porque llevo años casada, así que… uno de
esos discursos me habría hecho sentir algo más joven y en la onda.
—Necesito que me lo repitas de nuevo porque no me ha quedado nada
claro eso de que le dijeses a Nico, precisamente a Nico, que sabemos cómo
es a pesar de haberlo conocido hace pocos días, que necesitas sexo.
Entiendo que te besara porque la palabra «sexo» en la mente de Nico es
como la moneda que entra en la máquina tragaperras y hace que se activen
las cerecitas, las fresas y los números siete, y rueden y rueden como locos,
pero no me cabe en la cabeza lo de ayer…
—Lo de ayer fue porque me pilló baja de defensas, y él empatizó con mi
estado de ánimo… —Lo defiendo. ¡Joder! Muy a mi pesar, lo defiendo.
—Vale. Bueno, hasta eso lo puedo entender y claro que ahora es mucho
más obvio ese enfrentamiento que se dio ayer por la mañana mientras
desayunábamos. Porque dijo que eras una de esos errores… —Alba, la
cabrona, dando en la llaga.
—Herí su orgullo de machote.
—Ya. Nico me cae bien, sin embargo, le pierden las formas de vez en
cuando.
—Y a mí —lo digo en serio, no sé si lo habéis notado.
—Estáis hechos el uno para el otro —ironiza la perra judía de mi amiga.
Con cariño y tal.
—Igual que Lucas y tú —la provoco—, los dos sois tan sensibles y tan
mimositos —me burlo.
—Que te den —profiere Alba nada mimosita en esta ocasión.
—Eso es justamente lo que necesito, Alba, que me den, porque estoy
llevando esto de la abstinencia muy mal. Con Manu tampoco me iba mucho
mejor, ahí mi libido había desaparecido, no me apetecía, total, para hacer
siempre lo mismo. Luz apagada, yo encima, un par de gimoteos, meneito,
teta por aquí y teta por allá, la lista de la compra en mi cabeza, a veces me
corría, a veces me masturbaba en el baño tras fingir y, voilà, bienvenida a
mi patética vida de mierda.
Alba, la pobre, me pone cara de pena y entiendo que he sido demasiado
explícita y muy sincera, que no está mal serlo, que mi intención era esa, a
ver, no esa de ser tan directa, sino esa de ser nosotras y contarnos todo,
empezando por mí misma, que fui yo la que no dijo ni mu de mi separación,
pero… ¿para qué remover la mierda?
—Joder, Luna, la verdad, ¿cómo no pude darme cuenta de todo esto?
—Porque las cremas que utilizo cada día para parecer feliz son la hostia
de buenas, ya sabes, porque cuando dicen que te corres tienes la piel más
tersa y el carácter menos agrio…
—Lo de tu carácter es discutible —se jacta la jodida.
—Para eso no hay crema —admito mientras encojo mis hombros.
Salimos del comedor tras habernos pegado una buena zampada, no hay
nada que no se arregle comiendo y, si no, que se lo digan a mis caderas que
últimamente parecen llevarse la peor parte en esta ruptura.
—Me siento fatal por eso. No haberme dado cuenta, no haberte
preguntado, no sé, pensaba que estabas tan contenta y feliz, pero…
—Siempre hay un «pero» —intervengo sonriendo.
—Con Nico no me va a pasar igual porque os tengo calados, aunque me
calle y no chiste. Y Lucas también, que lo sé yo.
—¿Te lo ha dicho él? —Alba niega efusivamente—. Vale, porque no
quiero que mi vida sea vox populi, ya me entiendes.
—Nadie ha dicho nada de eso, pero nos olemos la tostada —finaliza mi
amiga—. ¿Qué te apetece hacer? ¿Piscina? ¿Terraza? ¿Soledad?
—El día está espectacular. Vayamos a la piscina.
—Lo mismo están los chicos allí —musita desviando la mirada.
—¿Y eso lo sabes por…? Vale, vale —No la dejo ni siquiera articular
palabra—. Lo sabes por Lucas. Fui yo la que le dio tu teléfono.
—Iba a preguntarte si estabas hablando en serio, solo por hacer un poco
de melodramática, pero, en verdad, es bastante obvio, no hay muchas más
opciones. Es Alberto —admite en voz alta.
—¿Alberto? ¿El Alberto que leí esta mañana?
—El mismo. No sé, me gusta hablar con él, es un chico… diferente.
—Define diferente —le pido.
—No tiene nada que ver con Lucho, es atento, cariñoso, sabe escuchar…
Tiene miedos, como todos, y no se avergüenza de confesarlo y también ha
estado roto en algún momento de su vida.
Llegamos al camarote y comenzamos a coger nuestras cosas para irnos
en dirección a la piscina. Este rato que hemos compartido juntas, siendo
nosotras mismas, y sinceras, más sinceras de lo que somos habitualmente,
era necesario. Muy necesario para ser más precisos.
—Todos hemos estado rotos en algún momento —le cuento, mientras
abro la puerta para cederle el paso y comenzar el camino hacia el paraíso.
—Sí, lo sé, en eso consiste la vida, ¿no? Pero hablo de algo que va más
allá de una fachada, quizá es justamente eso, que Lucas no me parece una
fachada, me parece que es lo que vemos y nada más.
—¿Sabes lo que creo? —le pregunto. Ascendemos por las escaleras
aligerando el paso. Hemos conseguido no perdernos.
—No —niega Alba—. ¿Qué crees?
—Creo que cada persona tiene que pasar por un lugar para darse cuenta
de determinadas cosas. Creo que lo que te pasó a ti fue una especie de
detonante en mi vida que me hizo darme cuenta de que hay que tener valor
para tomar las decisiones y no sentirnos apocados ante lo cotidiano. No
justifico absolutamente nada, no quiero que pienses eso —me adelanto
antes de que Alba se enfade por malinterpretar mis palabras—, hablo de que
hay determinadas cosas que suceden y te hacen clic en la cabeza y abres los
ojos.
—¿Y qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando?
—Tiene que ver mucho porque, si eso no hubiese sucedido, no
estaríamos aquí, si no estuviésemos aquí, no nos habríamos dado cuenta de
que existen personas que entran en tu vida de repente y forman parte de ella
sin percibirlo, que te amenizan unas vacaciones o que te sacan de quicio sin
más —suelto haciendo referencia al juego que nos traemos Nico y yo—, y
hablo de que conoces a alguien que te despierta cosas porque sé que Lucas,
en cierto modo, despierta algo en ti, algo diferente a lo que despertaba
Lucho.
—No, Luna, no es amor, si te refieres a eso, es…
—No lo definas —la corto—, no lo hagas. Definir no siempre es
acertado, a veces las etiquetas son una mierda y no sirven para
absolutamente nada, lo mejor es eso que tú dices, lo que despierta en ti y
que no despertaba otro. Y puede que Lucas no sea amor o puede que sí lo
sea, pero lo que está claro es que te ha enseñado que hay otras formas de
ser, que en ti son capaces de despertar la chispa.
—¿Y esa chispa es la que despierta en ti ese bombón de ahí? —me
pregunta Alba señalando hacia el grupo.
Mi corazón se salta un par de latidos, lo juro, o puede que esos latidos
ahora los tenga entre las piernas, como el postorgasmo, que te late el clítoris
tras haberte corrido a gusto, pues igual.
—Joder con Nico y la manía de soltarse los botones —protesto
enfurruñada—. Ya no quiero ir hacia allí.
—Bah, tonterías —me empuja Alba.
—Que tú quieras ver a Lucas no quiere decir que yo tenga que mirar a
Nico…
—Y babear sobre él —se burla. Pero la maldita tiene un poco de razón.
—Malditos botones —niego de nuevo—. Yo te estaba hablando de algo
serio y vienes tú y me distraes.
—No, perdona, bonita —me corta—, te has distraído tú solita mirando a
ese chico. De todas maneras… —me dice mientras frena sus pasos.
Nos quedamos a pocos metros de donde se encuentra el grupo, y Nico
debe de habernos visto y de haber dicho algo porque los ojos de Amaia y de
Lucas están fijos en nosotras.
—Nos están mirando —le advierto.
—Da igual. Que nos miren —profiere Alba—. Esto es más importante
—dice mientras nos señala a ambas—. No sé si esto nos servirá de mucho o
de poco, Luna, no sé si de verdad es como tú dices y nos ha enseñado que
hay más cosas, más vida después de la que teníamos, tampoco sé si nos
muestra la otra cara de la moneda o de lo que necesitamos o merecemos, o
si somos, sencillamente, sociables. Lo que sí sé —dice colocando su mano
sobre mi hombro. Me gusta ver a Alba así, verla bien, verla tranquila y
entregada y me gusta su bikini rojo—, es que esto a mí me ha servido para
darme cuenta de que eres la mejor amiga que se puede tener porque hiciste
todo para que levantase cabeza y lo estoy consiguiendo gracias a tu idea de
la «no boda».
Se me llena el pecho de cariño al escuchar a Alba decirme eso. No
somos de esa clase de amigas que están todo el día diciéndose que se
quieren o que se dan un beso aquí y un beso allá, somos la antítesis de todo
eso, es más, muchas veces ni siquiera nos damos las buenas noches antes de
dormir o nos llamamos petardas a modo de saludo, pero eso no quiere decir
que, si a mi amiga la dejan plantada el día de su boda, no vaya a mover
cielo y tierra para ayudarla, de la misma forma que sé que, si yo me
divorcio, su mano siempre va a estar en mi espalda para empujarme hacia el
frente cuando solo piense en retroceder.
—¡Joder, Alba! Suena cursi, pero yo…, yo no te odio.
Alba se ríe a carcajadas y siempre es capaz de contagiar con su sonrisa a
cualquiera que esté cerca, no sé cómo lo hace, pero lo consigue.
—Sabía yo que no eras capaz de decir te quiero ni aunque te diese una
molienda de palos.
—No puedes pedirle al sol que no salga.
—Tampoco puedo pedirle a la Luna que se esconda.
Y nos abrazamos. Porque yo soy la luna, sin embargo, ella es el sol.
28
UN DÓNUT DE CHOCOLATE
LUCAS
Amaia sale corriendo cuando ve a las chicas abrazadas.
—Mi hermana se va a partir la crisma si sigue corriendo así. No sé si es
que se cree que estamos en el jardín de casa y que el mullido césped va a
amortiguar el golpe, pero…
—Calla, que te mueres de envidia por un abrazo de esos, ¿o quizá
porque la que te dé el abrazo sea Luna? —lo provoco a conciencia.
—¡Qué dices! —protesta mosqueado. Sí, estará enfadado, pero no deja
de mirar en dirección a las chicas—. Luna es rara —musita finalmente.
—¿Y quién no es raro en este mundo? Todos tenemos algo. La
perfección no existe —finalizo con contundencia.
Parecemos un par de lelos observando la escena, mirando lo que hacen o
dejan de hacer, si gesticulan, si sonríen, si nos señalan e intentando leer los
labios para saber si en algún ínfimo momento somos pasto de sus
comentarios.
—La perfección es aburrida. —Y Nico lo dice con tal contundencia que
me abruma.
—Lo dice el chico «conmigo se rompió el molde».
—Cierto. —No añade nada más y sé que está meditando sobre ello,
sobre su forma de sobrellevar la vida este tiempo y se está dando cuenta que
no todo es el físico—. No quiero nada serio con nadie, no me gusta el amor
ni me gustan esas tonterías que lo traen de la mano, pero, si en algún
momento me enamorase, me gustaría que fuese de alguien como Luna
porque es auténtica.
Sonrío para mis adentros, sin apartar la vista de su rostro y sé que Nico
lo que tiene es miedo. Miedo a no moverse en un terreno que conozca a la
perfección, a adentrarse entre sentimientos y que se le escapen de la mano
porque los sentimientos carecen de patrones, no existe una tabla de
multiplicar que nos indique que uno por uno es uno, el amor es variable y
no siempre tiene la misma respuesta. Sin embargo, considero que eso
también forma parte de su proceso de aprendizaje y que tiene que pasar por
él, como el chico que necesita acudir a clases de geografía para saber dónde
se encuentra cada río y en qué mar desemboca.
Las personas somos así, tenemos nuestros propios procesos evolutivos,
unos aprendemos antes, otros nos arriesgamos más, algunos se esconden
tras una pantalla de teléfono y muchos se muerden la lengua diariamente
para no lanzarse al vacío sin cuerda alguna que frene la caída. Y la caída no
siempre es mullida, eso bien lo sé yo, incluso Alba y Luna.
Pero, si algo he aprendido en todo este tiempo y si hay algo de lo que
estoy siendo más consciente que nunca es de que huir no es la solución
porque, pase lo que pase, tu destino te encontrará.
No me da tiempo de responderle a Nico nada de esto que me ha tenido
sumergido entre mis brumas personales porque las sonoras carcajadas de las
chicas me sacan de mi propio ensimismamiento.
Luna, para no variar, ocupa la tumbona de Nico, y él la mira
entrecerrando los ojos, sin embargo, sé que le encanta ese pique que se
traen y es por eso por lo que se siente tan confuso. Alba me dedica una
pequeña sonrisa y se coloca en la tumbona que está a mi lado.
—Buenos días, Lucas, ¿qué tal?
—Bien. Tengo una sorpresa —le digo. Lo suelto rápido porque la
emoción me puede.
Alba se incorpora y sus ojos lo dicen todo.
—¿Qué es?
Señalo en dirección a la piscina. No está abarrotada, a pesar de que el día
está espectacular y que no podemos bajar del barco porque estaremos
navegando hasta llegar a Civitavecchia.
Alba otea el espacio, pero no tiene ni idea de a lo que me refiero. Alza
los hombros y me mira expectante.
—Un dónut de chocolate —especifico señalando nuestro nuevo medio
de transporte acuático.
Me siento y me quedo mirando hacia ella.
No hemos dejado de hablar, de mensajearnos y de conocernos.
Me encantó esa conversación, tirado en la pequeña cama del camarote,
cuando me decía que sus vacaciones ideales siempre tenían una colchoneta
hinchable como objeto a destacar porque en todas sus vacaciones había una
y cada año terminaba picada y en la basura.
Esa conversación me transportó a la Costa del Sol, donde iba con sus
padres cada año, a la misma zona, el mismo apartamento con la misma
decoración y los mismos amigos, sin importarle nada, absolutamente nada.
Recuerdo que le pregunté si cuando creció seguía teniendo esa ilusión por ir
o, por el contrario, prefería quedarse en su pueblo con sus amigos de
siempre y me sentí fascinado con su respuesta: «Realmente no importa
dónde estés, lo que importa es que sigas siento tú allá donde vayas». Ese día
dejó de ser Inkeri y la sentí más Alba que nunca, la sentí cerca y sentí una
pequeña punzada de envidia y se lo dije porque no quería guardarme nada,
me gusta poder ser más yo que nunca cuando estoy con Alba y eso me hace
sentir pleno.
—¿Has comprado un dónut de chocolate inflable?
—Sí, porque un pajarito me ha dicho que unas vacaciones sin una
colchoneta no son las mismas vacaciones.
No me dio tiempo de reaccionar cuando ya sentí sus brazos en mi
espalda, su cabeza apoyada en mi hombro y la presión de un abrazo en todo
su esplendor. Tampoco reaccioné cuando me levanté, tirando de su pequeño
cuerpo, para devolverle el abrazo con todas las ganas contenidas que tenía
en el cuerpo y me sentí maravillado al ver que encajaban bien, como la
pieza número novecientos noventa y nueve en un puzle de mil piezas que
estás a punto de acabar, y la misma euforia recorriendo el cuerpo cuando la
colocas y lo das por finalizado.
No abrí los ojos hasta rato después y fue entonces cuando percibí la
sonrisilla del resto de mis amigos en la cara, incluida Luna, que me dedicó
un guiño y supe lo que quería decirme con ese pequeño gesto. Lo entendí
sin que pronunciase palabra alguna, pero ya parto de la base de que Luna,
aunque no lo diga, es mi aliada número uno.
—Vayamos a probarlo. Tonto el último.
La vi desprenderse de esa pequeña camisa con flecos y quedarse solo
con un bikini rojo y ese color en su piel me dejó prendado o quizá no fuese
su atuendo, sino ella, su dúctil piel, su pelo recogido en una coleta, sus
enormes ojos llenos de emoción por el detalle que he tenido con ella y las
ganas, ganas de comerse el mundo, y me siento completamente pleno al
verla así.
Se tira al agua sin pensárselo y yo aún con la camiseta gris a medio
quitar.
—Lucas…
La voz de Luna me pilla desprevenido.
—Joder, Luna, es…
—Lo es —finaliza ella por mí—. Y lo estás haciendo realmente bien con
ella.
Podría ser un comentario despreocupado o desprovisto de profundidad,
pero bien sabemos que no es así y que Luna me lo dice porque Alba llegó
siendo poco ella, como yo en su día, y ahora no para de sonreír y de
embeberse de lo que nos rodea a todos y se ha metido tanto en el grupo que
incluso Nico siente cierto respeto por ella, no hablemos de Amaia, que la
adora tanto como para correr descalza en un suelo lleno de baldosas
mojadas con la firme intención de reclamar su abrazo.
Me sujeta la mano y la aprieto porque me hace sentir reconfortado. No es
inercia, es un gesto sencillo, pero natural, y salto. Salto a la piscina
sabiendo que ese salto es mucho más intenso de lo que parece y, al emerger,
Alba comienza a salpicarme y me veo, me veo así, me veo con ella, en esta
piscina, en la Costa del Sol, en Madrid o en Finlandia, me veo allá donde
ella quisiera estar y no me siento abrumado, asustado o confuso, tampoco
tengo miedo como Nico, ni sufro negación como Luna. Sencillamente me
siento libre como Amaia, que es la más inteligente de todos y se ha dejado
llevar sin temer a nada.
—Eres un tonto —me grita Alba mientras se tapa la cara para que la
avalancha de agua que le lanzo yo ahora a ella la deje respirar—. Pero te
perdono porque me has comprado una colchoneta y encima un dónut, que
son mis favoritos del mundo mundial.
Sujeto su pierna con delicadeza y tiro de ella hasta atraerla hacia mí.
Alba da un par de patadas moviendo el agua e intentando alejarse.
—No escaparás —le advierto.
Ella hace ese gesto tan característico de sonreírme de medio lado,
entrecerrar los ojos y… me lanza un beso. Me descoloca, ¿vale? Me
descoloca porque no os voy a mentir, no voy a deciros que no haya
imaginado sus mullidos labios sobre los míos en miles de ocasiones, si sus
manos se enredarán en mi pelo, si jugueteará con mi pecho o me abrazará
con fuerza mientras nuestras lenguas se deslizan una junto a la otra,
danzando a la par y de nuevo ese salto, ese salto con ella de la mano.
—Alba… —Mi voz sale entrecortada y amortiguada por el ruido del
agua al dejarse caer por ella.
Y me asusta el vértigo que siento al querer decirle lo que noto, lo que me
encoge por dentro, lo que me hace sentir cuando estoy con ella o cuando
espero que me escriba.
Reacciono cuando se sube a mi espalda y me espolea como si fuese su
mascota particular. Miro hacia atrás y me dejo caer al agua arrastrándola
conmigo hacia el fondo, hasta que nos sumergimos como dos adolescentes.
Percibo que quiere separarse de mí y por un momento dudo de si la
habré molestado con mi juego y salgo a la superficie.
Escucho sus carcajadas y se hacen eco, de nuevo. Miro en dirección a
Nico, que me sonríe condescendiente mientras cabecea afirmando. Luna
hace exactamente lo mismo mientras Amaia aplaude antes de llevar sus
rodillas al pecho y lanzarse al agua con ese bañador de flamencos que lleva
y caer a nuestro lado, levantando una ola de agua que hace que ahora las
carcajadas de Alba sean más intensas.
Nico le tiende la mano a Luna que la sujeta sin protestar y, mientras este
baja la guardia, Luna lo empuja con la camisa puesta.
—Eso te pasa por esos malditos botones —le grita victoriosa.
Miro a Nico y ahora el que cabecea afirmando soy yo.
Hacemos piña alrededor del dónut mientras nos contamos cosas sobre
nuestra vida, y Amaia nos pone al tanto de los avances con Dante.
Y puede que este no sea el mejor día de nuestras vidas, no obstante, se
asemeja bastante.
29
SANDY, RIZZO Y FRENCHY
AMAIA
Esta es nuestra noche. La más esperada por todos y la más especial
porque, señoras y señores, redoble de tambores… Dante va a estar, por fin,
conmigo y mis amigos, y diréis: «Menuda estupidez más grande», no
obstante, para mí es un momento importante.
La fiesta de los famosos años ochenta es uno de los actos más esperados
por todos, junto a la cena de gala de mañana, a la que, en teoría, acudirá una
parte de los altos cargos del personal del barco, así que, para mí, serán dos
noches especiales y en ambas veré a Dante, aunque la de mañana será desde
la distancia.
—¿Está muy mal que empiece a ponerme triste? —suelta Alba con ese
tono suyo tan quejicoso.
—¿Triste? ¿Justo esta noche? Esta es la noche en la que os voy a
presentar a mi chico.
Luna me dedica una sonrisilla benévola que, de angelical, poco tiene.
—Chico, chico, lo que se dice chico… —Para ser Luna la que me
miraba raro, Alba ha sido la que ha soltado la perla.
—¿Lo habéis hecho oficial? —añade Luna tras tumbarse a mi lado y
apoyar la cabeza sobre sus manos. Esto parece una fiesta de pijamas en vez
de un baile de disfraces.
Agacho la cabeza porque nada me gustaría más que eso, pero no, no
puedo decir que sea así. Me limito a negar en un par de ocasiones.
—Pues se acaba el crucero, chatina. —Luna es experta en fastidiar el
momento.
—Lo sé y estamos genial juntos. Hemos hablado de su familia, hemos
compartido tiempo y pasamos la otra noche juntos…
—¿Habéis… consumado? —Alba me mira patidifusa—. Porque si lo
habéis hecho, y no nos lo has contado, no pienso perdonarte en la vida.
He decidido vestirme con las chicas en vez de en mi habitación porque
me llevo bien con ellas y porque nos lo pasamos guay cuando estamos
juntas, y no solo eso, sino que nuestros disfraces son la leche de buenos.
Vamos de Grease las tres. A ver, ya contamos con que la fiesta es de los
años ochenta y que Grease se estrenó un par de años antes, no obstante, nos
podéis perdonar la licencia, total, al fin y al cabo, no nos van a dar ningún
premio por ello y parecemos unas macarrillas, todas menos Alba, que es la
menos macarra del grupo, por lo que ella va de la famosa Sandy. Luna es
Frenchy, con su peluca rosa y todo; y yo soy, por supuesto, Rizzo. Así que
aquí estamos, vueltas locas con las tenacillas, la vestimenta que hemos
pillado en una de las tiendas porque, otra cosa no, pero el barco está bien
preparado.
—No hemos consumado, nos lo estamos tomando despacio.
—¿Eres de esas que esperan las cinco citas? Es mera curiosidad. —Luna
sigue erre que erre con su tonito.
—No es eso, el sexo está bien y la atracción está ahí, pero a mí me
apetece conocer a Dante, saber más de él, de su familia y creo que le sucede
lo mismo porque hemos compartido momentos en los que, incluso estando
en silencio, me he sentido bien a su lado.
—A tu lado me siento seguro, a tu lado no dudo, a tu lado yo puedo
volar… —Alba mira a Luna y dudo entre si quiere darle una colleja o
chocarle los cinco por su pésimo intento de canción—. ¿Era así la canción
de Operación Triunfo? Me has recordado a eso. ¡Joder! Creo que nos
hacemos viejas porque de esa melodía hace ya como mil años.
—Ya, los mismos que hace que se extinguieron tus neuronas, chatina —
le suelto con retintín.
—Petarda.
—Lengua de trapo.
—Lela —me suelta.
—Cobarde.
—¿Y eso a qué viene? —me pregunta Luna atónita.
—Esto no me lo pierdo —musita Alba mientras se riza un poco su
melena. La maldita tiene puestos unos leggins de esos de piel que le hacen
unas piernas de infarto.
—A Lucas le va a dar un chungo cuando te vea así vestida. Se le va a ir
toda la sangre al hemisferio sur —la provoco.
—¿Por qué soy una cobarde?
Luna, con todo el enfado que le puede caber en su pequeño cuerpo, su
peluca rosa, su maquillaje y su inocencia —poca, de esto tiene poco para el
personaje que interpreta—, me amenaza.
—Porque te gusta mi hermano.
Y… ¡boom!
—Rebota, rebota y en tu culo explota. —Se parte el culo Alba.
Luna le dedica una mirada que daría miedo si estuviese en otro cuerpo,
con otra peluca y con otro tamaño, pero a nosotras no nos vale de mucho.
—¿Es una coña? —profiere Luna, que no se lo termina de creer.
—¿Crees que soy gilipollas y no me doy cuenta de todo? —interpelo con
un poco de arrogancia en mi voz.
—¿Te das cuenta antes o después de pasar tiempo mirándole el culo a tu
capitán? —Sé lo que pretende, intenta desviar la atención y eso no lo va a
conseguir porque ese juego lo inventé yo.
—Entre nalga y nalga, me he vuelto una espía. Y a Alba le gusta Lucas,
pero le mola ponerse tontorrona.
—A mí no me metáis en vuestro juego —se defiende Sandy.
—¡Claro que le gusta Lucas! —añade Luna por fastidiar a su amiga.
—No he sido yo la que se ha besado con él…, ¡dos veces! —matiza para
darle más énfasis, tanto que acompaña sus palabras con su dedo índice y
corazón, y esto sí que no me lo esperaba.
Me levanto y me quedo frente a Luna, que ha dejado caer su cabeza, y la
escucho soltar culebras por la boca.
—¿Eso quiere decir lo que creo que quiere decir? —pregunto.
—Oh, sí, nena —jadea Alba como si fuese una película triple X.
—¿Con mi hermano? —insisto haciéndome la inocente. Y, aunque yo lo
sé ya, prefiero tener la otra versión de la película.
—Fue una bajada de defensas, como el azúcar y la tensión, pues igual.
Pero tu hermano es gilipollas, no me puedo pillar de un gilipollas de
campeonato y mucho menos cuando acabo de salir de una relación de
mierda. Ahora me toca picar flores, comerme su néctar…
—Y con néctar aquí mi amiga quiere decir «rabo».
—Gracias, Alba, por especificarlo, ¿qué sería de mí sin ti?
—Nada, amiga, no serías nada… —le contesta Alba—. A ver, ¿puedo
hablar?
—Claro —le digo.
—Yo entiendo a Luna y entiendo que ahora mismo es una locura.
Nosotras no creemos en los flechazos, ninguna de las dos, eso que te ha
pasado a ti nosotras lo llamamos demencia, sin embargo…, pues lo
respetamos porque que no creamos en eso no quiere decir que a otra
persona no le pueda pasar, ¿entiendes?
—Entiendo, ahora bien, ¿eso quiere decir que nunca os habéis
enamorado a simple vista de alguien?
—¿Hablas de alguien que no sea Matt Bomer? —me pregunta Luna con
su habitual descaro.
—Hablo de personas normales y corrientes que no sean inalcanzables —
sentencio. Ahora la que quiere poner los ojos en blanco soy yo, si es que se
pega todo menos la guapura.
—¿Y acaso tu hermano no lo es? Hasta donde yo sé, está muy claro lo
que busca.
—Eso es porque no se ha enamorado jamás y no sabe lo que se siente. Y
porque le da miedo, ya sabes, es un tío que no soporta no tener el control de
la situación, totalmente opuesto a Lucas —musito mirando a Alba, que
sonríe.
—Yo paso de Nico, fue un error y no se volverá a repetir nunca más
porque somos como el agua y el aceite y jamás podremos estar juntos sin
intentar matarnos. Siempre peleamos —murmura Luna.
—Los que se pelean se desean —canturrea ahora Alba tras guiñarme un
ojo.
—Vosotras también peleáis mucho.
—Y no nos hemos matado de milagro —me advierte Luna con tono
jocoso.
Alba se sienta al lado de Luna, y esta le apoya las piernas sobre sus
muslos. Me sitúo frente a ellas, tumbada de lado con la cabeza apoyada en
mi mano.
—Lucas es muy dulce y muy tierno y me cae bien, sin embargo, yo no
quiero saber nada de los hombres ahora mismo, no estoy preparada para
embarcarme en ninguna aventura.
—Con Lucas no hay aventuras que valgan —le advierto—, con Lucas es
un todo o nada porque no es de esa clase de hombres que buscan una noche
o dos o quince, Lucas, si se entrega, se entrega de verdad —le cuento aun a
riesgo de que se asuste mucho más.
—Con más razón todavía, ¿acaso crees que se puede enamorar alguien
de otra persona cuando la acaban de dejar plantada el día de su boda? —
prosigue Alba.
—¡Joder, Alba! Me tienes un poco hasta las narices ya con eso, te dejó,
supéralo, ese tío no era para ti, no estaba predestinado a pasar una vida
contigo, era más gilipollas que Nico, si es que eso es posible.
Alba le dedica una mirada iracunda, a pesar de que todas, incluida yo,
que me he incorporado hace poco a esta pandilla, entendemos que Luna no
lo ha dicho con maldad alguna.
—Si me permitís opinar… —Evito hablar así como así, porque esta es
una conversación trascendente, aunque no lo parezca, y no quiero que se
sientan mal ante mis opiniones.
—A buenas horas preguntas —musita Alba, que parece haber perdonado
ya a Luna.
—Creo que lo que tenéis es miedo. Las dos —lo suelto de carrerilla,
antes de que me arrepienta o de buscar una vuelta a la tuerca para acabar
diciéndoles lo mismo a ambas.
—¿Miedo? ¿Miedo a qué? —inquiere Luna, que se sienta y me mira con
ojos de asesina.
—Por eso te dijo que eras una cobarde —intercede Alba.
—Sois unas cobardes las dos. —Y las señalo, despreocupada, porque lo
pienso de verdad.
—¿Le pegas tú o le pego yo? —pregunta Luna a Alba.
—Ambas —resuelve Sandy. La Sandy menos Sandy que he conocido
jamás.
—Antes de morir por una paliza de las chicas más dulces de Grease,
tenéis que dejarme explicaros. Puede que sea estúpido a vuestros ojos que
yo haya visto a Dante y me haya enamorado, y ya entendéis lo que quiero
decir con «haya enamorado» porque sabéis que no es así de sencillo… Pero
me sentí atraída, sentí algo diferente, un burbujeo al verlo…
—Un burbujeo llamado acidez o pesadez de estómago.
—Luna, ¡eres la tía más insensible que haya conocido jamás! —la acuso.
—Lo siento —se disculpa—, me callo —añade cerrando el pico.
—Lo que quiero decir —comienzo mientras le dedico una mirada
reprobatoria, no vaya a ser que me interrumpa otra vez—, es que sentí algo
y decidí que en esta vida hay que arriesgar, hay que dejarse llevar y
arrepentirse de lo que has hecho y no de lo que has dejado de hacer.
—¿Y si hubiese salido mal? —me cuestiona Alba con la duda
atenazando su mirada.
—¿Y si sale bien? ¿Por qué tendemos a pensar en lo malo antes que en
lo bueno?
—Porque somos humanos y siempre está lo malo antes.
—A ti te salió mal —le suelto a Luna—, y no quiero que te enfades, pero
te salió mal, a pesar de ir con pies de plomo, y a Alba también. —La
susodicha desvía la mirada por la pequeña ventana redonda desde donde se
otea el mar en calma, junto a la puesta de sol—. Nadie sabe lo que va a
pasar, pero no me parece buen plan que nos quedemos tras las trincheras
viendo pasar todas y cada una de las oportunidades por no saber si va a salir
bien o no, no es una opción, así que…
—¿Qué propones? —pregunta Luna.
—Nada. No propongo nada, solo os digo que es estúpido quedarse en la
orilla al arrullo de la seguridad cuando sumergirse en el mar te hace libre.
Me incorporo y salgo en dirección a mi camarote. Utilizo la misma
técnica que mi abuela utilizaba con nosotros cuando quería que
reflexionásemos sobre algo.
Creo que va siendo hora de que dejemos los miedos a un lado porque nos
perdemos por el camino solo con no haberlo intentado.
30
LOS MARAVILLOSOS AÑOS OCHENTA
ALBA
—A mí me da igual lo que diga Amaia. Creo que está chalada y que
necesita medicación —protesta Luna mientras se cruza de brazos al lado de
la puerta.
Hemos permanecido en silencio un rato las dos y, a pesar de que sé que
Luna intenta quitarle hierro al asunto, también tengo claro, de primera
mano, que le ha dado vueltas a las palabras de Amaia, aunque disimule.
No me atrevo a decir nada más porque Luna tiene sus propios estigmas y
porque quiero creer que, si ella dice que no quiere nada serio con Nico, es
porque de verdad es así. Al igual que ella respeta que yo me lleve bien con
Lucas y que no sienta nada por él más allá de una simple amistad. Porque es
eso lo que sucede, ¿verdad?
No sé definirlo, ¿vale? No sé hacerlo mejor, creo que lo intento, intento
tomar decisiones acertadas y ahora mismo no sería prudente meterme en un
berenjenal nuevo cuando no he cerrado mi anterior vida. Porque no la he
cerrado y eso lo sabe todo aquel que me conoce. La herida sigue abierta. La
herida duele y, si me rozo, sangra.
—Debería llamar a mi padre hoy. No sé qué tal le habrá ido, si Lupe le
habrá preparado su famosa tortilla de patatas con cebolla y si habrá sido
capaz de aguantar sin devorarla hasta la cena.
—Lo llamas mañana, hoy ya es tarde y tenemos que ir a una fiesta…
Oye, Alba… —Su voz suena trémula y entrecortada. Abre la puerta, pero
no sale y espera a que llegue a su altura—. ¿Crees que Amaia tiene razón y
nos perdemos cosas por intentar hacerlo bien? —¿Entendéis por qué os digo
que le ha estado dando vueltas a sus palabras, aunque no lo quiera
reconocer? La conozco bien.
—¿Y qué es hacerlo bien? —le pregunto directamente.
—Tomar la decisión adecuada.
—Podríamos discutir durante muchas horas sobre lo adecuado de una
decisión porque ya sabes que lo que para ti es válido para mí no lo es.
—Nico es gilipollas —insiste.
—¿Y qué tiene que ver Nico en todo esto? —añado, evitando sonreír a
pesar de las ganas que tengo de hacerlo.
—¡Joder! Es que es raro, extraño, todo esto, él, hace nada que nos
conocemos y me descoloca.
Alzo los hombros para restarle importancia a su comentario.
—Descubre por qué te descoloca.
No decimos nada más hasta que llegamos a la sala donde se celebra la
fiesta. Es enorme, no es la misma en la que se ha celebrado la noche de las
citas y está decorada como si de una fiesta de final de curso se tratase; con
confeti, globos, vinilos que cuelgan del techo y hasta una de esas bolas que
hace que la iluminación del espacio vaya cambiando de color.
—Esto es la leche —grito, entusiasmada.
Recibo un mensaje y lo siento en la vibración de mi teléfono.
—¿Alberto? —me pregunta Luna alargando el cuello para curiosear,
acompañando sus palabras de un leve alzamiento de cejas.
—Sal, bicho. —La empujo con la cadera a la vez que veo que
efectivamente es él.
Alberto:
No sé si en Finlandia, con ese frío, será normal ver a chicas con pantalones de piel, y no hablo
precisamente de piel de cordero, pero yo tengo a una chica enfrente que me está robando el aliento.
Necesito tu consejo, amiga mía, ¿qué harías tú con esa chica?

Percibo el latir acelerado de mi corazón dentro de mi pecho, las


mejillas me arden y me siento abrumada por su comentario. Alzo la vista
intentando descubrir dónde se esconde, me giro pretendiendo ver si está en
la entrada o en alguno de los laterales, pero no logro dar con él. ¿Qué me
pasa? ¿Por qué reacciono así? Yo nunca he respondido de esta forma ante
nadie… ¿Y si Amaia tiene razón y me gusta y solo estoy en ese modo de
negación que me hace sentir más segura?
—¡Allí están! —exclama Luna cerca de mi oído—. Vayamos hacia allí.
Miro en la dirección en la que mi amiga señala y solo veo a Amaia y a
Nico. Están sentados en un sillón de piel roja. Amaia alza la mano por si no
los hemos distinguido entre el gentío, y Nico mira a Luna como si ella de
verdad fuese la última Coca-Cola del desierto y no exagero ni un ápice.
—¡Buenas noches!
Repartimos un par de besos mientras tomamos asiento. Yo junto a
Amaia, y Luna a mi lado, guardando las distancias con su peor pesadilla.
—¿Y tú de qué vas, chaval? —Luna no puede evitarlo.
Nico se pone en pie, como si precisase que analizásemos su atuendo.
—¿Quieres que te demos el visto bueno o algo así? —le pregunto.
—No, es solo para que contempléis a Mitch Buchannon, seré vuestro
vigilante de la playa particular —matiza con todo el descaro que le cabe en
el cuerpo.
—¡Ya te vale, Nico! —exclama Amaia mientras tira de su brazo para que
se siente—. ¡Qué te gusta avergonzarme! Es mi hermano porque lo dice un
papel, pero juro que yo creo que no compartimos genética. Al regresar a
Madrid, pediremos unas pruebas de ADN.
—Prefiero morir ahogada a dejar que me salve un paleto como tú —lo
pincha Luna.
Y causa, cómo no, el efecto deseado porque ambos empiezan a pincharse
y a buscar algo con lo que provocar al otro. Esto es un sin parar.
Unas manos se colocan sobre los ojos de Amaia y da un pequeño grito,
consiguiendo que esos dos se callen y que yo dé un bote en el asiento.
—Buenas noches.
La profunda voz del capitán resuena entre todo lo demás. Amaia ni
siquiera se levanta, sino que echa su cabeza hacia atrás y mira, desde esa
perspectiva, a Dante.
—Eres guapo a rabiar hasta al revés.
Nico quiere vomitar. Yo sonrío alelada al ver que, efectivamente, Amaia
tiene razón y ella es así, se deja llevar diciendo lo que siente en cada
momento sin pensar en las consecuencias, y Luna, Luna creo que saliva
porque Dante es guapo de verdad, «a rabiar», y ahora ambas nos
preguntamos si eso que dice Amaia de si lleva ropa interior bajo el traje es
verdad o mentira, como en ese juego, porque no dejamos de mirar —
disimuladamente, claro—.
Dante nos da un beso a cada una y le choca el puño a Nico.
—Es mi hermano —le dice Amaia a modo de presentación oficial.
Luego hace lo mismo con los demás—. Falta Lucas, ahora viene y te lo
presento.
—Así que tú eres el hermano de esta preciosa chica.
—Y tu futuro cuñado.
Me da vergüenza, un poco solo, ¿vale?, pero es que esa seguridad que
emana Amaia en cada uno de sus comentarios es imposible que yo la sienta
cuando me relaciono con los chicos. Ni con Lucho fue así cuando lo conocí,
mucho menos con Lucas, con el que siento que en ocasiones me escondo
tras una pantalla para hablar con él, aunque, cuando estamos juntos, soy
incapaz de permanecer callada. Es como si le conociera de toda la vida.
Saco el teléfono y me apresuro a responder a su mensaje. De nuevo, el
corazón se me acelera y borro en varias ocasiones las respuestas que
escribo. Ojalá pudiese ser un poco más como Amaia y un poco menos como
yo misma soy.
Inkeri:

¿El aliento? ¿Necesitas que te hagan una de esas reanimaciones? ¿Quieres que pida ayuda? Por
cierto, no sé de qué clase de pantalones me hablas, podrías especificar un poco más (guiño, guiño).

Luna me da un codazo tras escribir el mensaje y al alzar la vista veo


que sus cejas se mueven a una velocidad vertiginosa.
—¿Alberto? —Asiento—. Pillina —musita en mi oído.
Nico le dice algo porque veo que vuelven a pelearse y observo mi
teléfono, esperando a que me responda. Hago un nuevo barrido por la sala,
no obstante, soy incapaz de dar con él. Veo a muchas personas en la pista de
baile y me imagino si entre todas ellas ya habrá alguna pareja porque, al fin
y al cabo, esto es un crucero de solteros y muchos habrán venido en busca
de algo o de alguien, de una oportunidad o de encontrar a alguna persona
que te despierte cierta chispa.
Alberto:

Creo que la única persona que me gustaría en este momento que me reanimase es ella porque está
espectacular. No soy capaz de apartar la mirada de su sonrisa trémula, esa que se muestra en su cara
cuando la veo escribir algo o cuando otea el espacio en busca de vete a saber qué (o quién). Si
averiguo algo más sobre esos pantalones, te lo haré saber la primera, aunque, para ser sincero, no me
importaría saber qué hay debajo, eso sí, como buen caballero que soy, no te lo contaría.

Sonrío, vaya que si sonrío con su mensaje, porque puede que no me


guste o que no sea tan valiente como para arriesgarme a saber si me gustará
en algún momento, pero sí sé que eso que hace, la forma en la que se
comporta, lo que me dice y la manera en la que me mira, me hacen sentir
extremadamente bien, como la tierra cuando espera la lluvia con ansia.
—¡Buuu!
Doy, una vez más, un pequeño bote en el sitio cuando me asusta. Ha
sonado suave y bajito, pero he sido capaz de escucharlo sin problema y de
asustarme igual.
—¡No hagas eso! —protesto. Intento darle un par de cachetadas, pero
Lucas es rápido y se aparta.
—¿Quiere la señorita Sandy bailar conmigo? —Observo el atuendo de
Lucas y no puedo evitar reírme a carcajadas al percatarme de lo completo
que es.
—Le dije que no se pusiese eso, pero no hubo forma de persuadirlo —se
disculpa Nico al ver mi mirada.
—Es muy divertido —admito mirándolo.
—Vas a ser el rey de la noche —le suelta Dante, justo antes de levantarse
y darle la mano.
—Lucas —responde el casete que tengo delante—. Entonces…, ¿bailas
con un tipo desfasado como yo?
Asiento mientras le tiendo mi mano para que me ayude a levantar de mi
sitio. Amaia y Dante se levantan para dejarnos salir y ellos ocupan el lugar
que he dejado y se unen a Luna y a Nico.
Llegamos a la pista de baile y suena La puerta de Alcalá, de Víctor
Manuel, y no hay ni una sola persona que ahora mismo no esté cantando a
pleno pulmón esta canción. Si es que, digan lo que digan, esas canciones
marcaron un antes y un después y prevalecen con el paso de los años.
—¿Cómo se te ha ocurrido disfrazarte de casete?
Lucas se ríe mientras me da las manos para empezar a movernos al son
de la melodía.
—No lo sé, es original y sabía que nadie querría disfrazarse de esto.
—Pero, a ver… —cuestiono aturdida por su cercanía—, ¿lo traías
preparado? Porque en la tienda de disfraces no hemos encontrado nada
similar.
—Lo preparé antes de venir, claro, esta noche es diferente y a mí me
gustan los disfraces. Nico me llamó loco, y Amaia se estuvo descojonando
a mi costa unos días, pero terminó por ayudarme, es más, antes, en el
camarote, ultimamos los detalles.
—Tenemos que sacarnos una foto.
Justo cuando le digo eso, varias personas se acercan hasta nuestra
posición y le piden varias fotos, y Lucas acepta de buena gana hacérselas
sin problema.
—Solo poso con mi acompañante —finaliza tras arrastrarme a todos y
cada uno de los selfis que van sacando.
—Es mi turno —le digo cuando nos quedamos solos por fin.
Lucas coloca sus manos un poco más abajo de mi cintura y lo hace de
una forma sutil. Me hace gracia que sea tan comedido, otro, en su caso, ya
habría llevado las manos al pan.
—Espera —le pido.
Tras sacarnos las fotos, y mientras Lucas gira a mi alrededor bailando, le
envío un mensaje a Alberto.
Inkeri:

Puede que sea cuestión de arriesgarse, ¿no? Es decir, que a veces las cosas no llegan solas,
sino que hay que ir a por ellas. Si necesitas primeros auxilios, no dudes en pedirlos, lo mismo
te dicen que sí.

Le adjunto, de paso, varias de nuestras fotos y no puedo evitar


observarlas de nuevo cuando las he mandado.
Lucas saca su teléfono y me mira, pero no dice ni mu. Seguimos
bailando un par de canciones más. Doy una vuelta sobre mí misma y
cuando me coloco de nuevo en la posición en la que estaba para darle la
mano a Lucas una vez más y seguir moviéndonos, veo que ha desaparecido.
Miro al suelo y lo veo allí tirado, con la lengua fuera y los ojos cerrados.
—¡Lucas! —Lo muevo pensando en si le ha podido dar un jamacuco y
tenemos que llamar a urgencias porque esa ropa que lleva seguro que debe
de ser de todo menos fresca. Mierda—. ¡Lucas!
El susodicho abre los ojos y, antes de que diga nada, su mirada ya me ha
hablado.
—Creo… Creo… —Finge volviendo a sacar la lengua—. Creo que
necesito que alguien me reanime… No sé qué piensas tú, Alba.
—¿Qué propones?
Lucas niega sin dejar de sonreír y me contagia su gesto sin poder
evitarlo.
—Yo creo que esto se soluciona con el boca a boca.
31
UNA NOCHE PARA RECORDAR
DANTE
—¡Estás impresionante! —murmuro cerca del oído de Amaia.
Percibo cómo se estremece ante mis palabras y siento pura necesidad de
morder el lóbulo de su oreja. Quiero contenerme, juro que quiero hacerlo,
pero es que Amaia me lo pone realmente complicado sin pretensiones de
ello.
—¿A que ahora te mueres por saber si debajo de mi falda también hay
ropa interior?
Me carcajeo con ganas porque Amaia es completamente impredecible.
Recuerdo que, cuando me dijo eso en mi camarote, pensé que no podía estar
más loca, sin embargo, me doy cuenta de que sí, se puede, y ella es la
muestra de ello.
—Descarada.
Su mano descansa sobre la mía, que reposa sobre su muslo. Danza sobre
ella con su uña y, por un momento, me dejo llevar por las ondas que dibuja
con ella sobre mi piel.
—Mucho —confiesa con una sonrisa que esconde la promesa de que
puede ser más insolente si se lo propone.
—Venga, no podemos estar en una fiesta sin bailar, aunque sea una
pieza.
Me incorporo y le tiendo la mano esperando a que acepte mi
proposición.
—Con una condición —me dice.
—¿Otra? ¿Eres la chica de las condiciones?
—Por supuesto —admite sin vergüenza alguna.
—Pide por esa boquita, otra cosa es que luego te lo conceda.
—Bailaré contigo si luego me presentas a Elías y a Jota.
Me quedo plantado en el sitio, esperaba otra petición, no esa.
—¿Y eso por qué? ¿Acaso me quieres cambiar por uno de ellos? —
pregunto con socarronería.
Amaia me tiende la mano y sujeta la mía con fuerza. Las chispas se
hacen patentes entre nosotros siempre que nos tocamos.
—La culpa es tuya, por decirme que hablas con ellos sobre mi persona,
ahora tendrás que pagar las consecuencias de tus actos.
Tiro de su mano sin responder si acataré su petición o no y la llevo a la
pista de baile. Suena Me colé en una fiesta, de Mecano, y la gente baila al
son de la música, ajenos a lo que sucede a su alrededor. Me gusta no ser
ahora parte de la tripulación y poder danzar a mis anchas.
—No sé bien cómo se baila esto —admito con cierto nerviosismo—. Te
invité a bailar porque quiero ser un caballero —sentencio.
—Tú queriendo ser un caballero, y yo queriendo que no lo seas —me
suelta con descaro.
Deposito un suave beso sobre sus mullidos labios cuando Amaia se
aprieta contra mi cuerpo. Juraría que esta sí que no es la forma en la que se
baila esta canción, sin embargo, no seré yo el que se atreva a decir nada con
semejante chica entre mis brazos, sería de locos hacerlo.
—¿Sabes? —me pregunta al rato. Bailamos como si de una canción lenta
se tratase, a nuestro ritmo, viviendo el momento como mejor sabemos
hacerlo—. A mi madre le gustarías —finaliza—. Mi padre es probable que
te lo ponga más difícil porque es muy serio e, incluso, tosco en sus
contestaciones, pero tiene buen fondo o eso me dice Lucas cuando
hablamos del asunto.
—Son tus padres, lo raro sería que no tuviesen buen fondo —especifico
mientras apoyo mi barbilla sobre su cabeza.
Amaia se aparta para mirarme a los ojos y la observo con atención.
—La canción ha terminado, es momento de salir —me pide.
Me deja unos minutos descolocado en el centro de la pista y se dirige
hacia la mesa en la que hemos dejado a su hermano con la otra chica, Luna,
ellos parecen seguir discutiendo, no obstante, cuando llega Amaia, se
callan. Ella me señala, y Nico clava sus ojos en mí. Asiente y observo a
Amaia que vuelve hasta donde me encuentro.
—Solucionado, podemos irnos.
—Nunca dije que te fuese a presentar a esa panda de degenerados.
—Harías lo que fuese por mí y lo sabes, así que, capitán, mueve el culo
ahora mismo si no quieres que te dé unos cuantos azotes.
Me quedo perplejo ante sus palabras, si es que a descarada no la gana
nadie, de verdad que no.
—Se supone que el que debería darte unos azotes soy yo —musito. Y mi
entrepierna parece estar totalmente de acuerdo con mi razonamiento de
cromañón.
—Eso es muy machista. Las mujeres también podemos dar azotes, y a
vosotros gustaros, si te portas bien, puede que te dé alguno. —Sus palabras
vienen acompañadas de una firme palmada en mi trasero, una que no me
veía venir.
Amaia se echa a correr frente a mis ojos y su melena castaña ondea al
viento meciéndose sobre su espalda mientras sus caderas se balancean. No
reacciono de primeras, pero, cuando caigo en la cuenta de lo que ha hecho y
de su huida, mis piernas se rebelan y salen a su encuentro. Juego con
ventaja, la ventaja de que conozco este barco como si fuese la palma de mi
mano y ella no.
Utilizo algún que otro atajo, serpenteando entre las entradas y salidas.
Esto parece una gran avenida así que utilizo mi GPS mental para pillarla in
fraganti.
Sé que la he adelantado cuando llego casi a la proa y no la veo. Puede
que se haya quedado asombrada al mirar hacia atrás y no encontrarme y eso
también juega a mi favor.
Escucho unas pisadas cerca, sin embargo, no quiero asomarme y que
descubra mi estratagema, así que me arriesgo y doy un bote cuando creo
que la distancia es poca como para hacerla gritar.
Y… ¡voilà!
—¡Joder! —Su grito se hace eco en el espacio—. ¡Me has asustado! Esto
no es justo —protesta—, eres un tramposo de campeonato y juro que me las
vas a pagar bien pagadas —finaliza dándome golpes en el pecho.
La alzo entre mis brazos, permitiendo que su cuerpo ascienda y me
permito observarla desde abajo.
Amaia me sonríe.
—¿Me perdonas?
—Con una condición —añade de nuevo.
—La señorita Amaia y sus condiciones.
—Touché.
—Dime.
—Tienes que darme un beso, bajo la luz de las estrellas, aquí mismo,
uno de esos que hagan este preciso lugar como uno inolvidable —me pide.
Comienzo a dejar que su cuerpo descienda, percibiendo su piel, sus
pechos, su cuello, su barbilla, su nariz y sus ojazos antes de que sus piernas
toquen el suelo.
Me acerco con toda la suavidad que puedo hasta sus labios, a pesar de
que mi cuerpo entero grita que no sea delicado y que carezca de sutilidad,
me pide que sea rudo y que tome eso que tanto me gusta. Me quedo a
escasos centímetros de su boca e intento que se desespere, que lo necesite
tanto como yo, para que, de esa manera, el beso sea más explosivo, más
intenso y que no seamos capaces de olvidar el momento.
—Hazlo ya —murmura perdida en las sensaciones. La brisa, la
intensidad de nuestras miradas, las respiraciones entrecortadas, el subir y
bajar de su pecho, el latir de mi pulso y mi puñetera entrepierna, que se
muere por dar un paso más allá y ser ella la protagonista de la escena.
Cierro los ojos unos segundos intentando calmarme y recuperar de nuevo el
control de la situación.
—Calma —le pido. Se lo pido siendo consciente de que yo carezco
justamente de eso, pero hago acopio de todas mis fuerzas—. Calma —
repito.
Coloco mis manos alrededor de su cintura y la aprieto con más fuerza,
provocando que nuestros labios colisionen y entonces sí, entonces tomo el
control de su cuerpo y del mío y nos dejamos ir, desmadejados, por el
fuego, por el calor, por su lengua recorriendo la mía, redescubriéndonos,
alimentándonos, saciándonos como seres primitivos.
Empujo mi erección contra su abdomen, necesito que la sienta, que sepa
de lo que es capaz solo con la unión de nuestros labios y de lo que podría
ser si su cuerpo se uniese al mío.
Aquí mismo, da igual el momento o el lugar, solo ella y yo.
—¡Joder! —jadea contra mi boca cuando se aparta para tomar un poco
de aire. Sus labios están rojos y comienzan a hincharse por mi rudeza.
Da un pequeño brinco y sus piernas se enredan en mi cintura. Percibo su
calidez cuando se coloca en esa posición y bendigo su falda y la escasez de
tela.
Me separo tras mordisquear sus labios y siento que se queda descolocada
ante mi distanciamiento.
—¿Aún sigues queriendo que te presente a Elías y a Jota?
32
¿UNA DIOSA?
NICO
—¡Joder, Luna! ¿Acaso hoy desayunaste alpiste?
—Es el fruto de lo mucho que me tocas la moral, chaval.
—Ya, lo que me faltaba, que ahora me digas que la culpa es mía. Si es
que todas sois iguales.
—Eh, eh, eh, un respetito —me suelta con un tono amenazante,
acompañado de un dedo índice que me indica que, si sigo por ese camino,
es probable que la sangre llegue al río.
—¿O qué? —le pregunto, retándola.
Debería hacer todo lo contrario, permanecer en silencio es una gran
opción y no solo eso, sino mantener la distancia también, puede que incluso
debiera levantarme y caminar hasta mi camarote, porque… ¿Que alguien
me explique cómo cojones éramos seis y ahora solo somos dos? Y qué dos.
O qué una, porque he tenido el placer de quedarme a solas con ella.
—O te daré tu merecido.
Lo que me faltaba por escuchar hoy.
—¿Te das cuenta de que eso que dices es una estupidez? No es por
hacerme el chulo…
—Vaya, eso sí que es una novedad. Perdón —se disculpa y no entiendo
por qué—, pero no debería haberte interrumpido porque, aún a riesgo de
morir por escuchar alguna tontería típica de Nico, toda frase que empieza
por: «No es por hacerme el chulo…» seguro, seguro, que va a sonar
egocéntrica y ególatra, pero, claro, resulta que el chaval es justamente eso.
Pero qué cojones…
—¿Y quién eres tú para decirme eso?
—Ya te he pedido disculpas por interrumpirte, puedes proseguir con tu
frase, no vaya a venir Cervantes a darme una colleja.
—Eres…
—¿Una diosa? ¿Una chica maravillosa? ¿Un pozo de sabiduría?
Me quedo callado porque es que con Luna es imposible discutir sin
sentir la puñetera necesidad de sonreír con cada comentario lleno de
sarcasmo e ironía.
—No sé ni qué eres… —finalizo sin saber bien cómo definirla. Lo único
que sé es que me descoloca y cuando estamos juntos somos como dos
trenes a punto de arrollarse.
—El chico de las frases hechas se queda sin ellas, eso sí que es una
novedad —me reta.
Luna entrecierra los ojos esperando mi siguiente pulla, me conoce bien,
quizá demasiado bien porque peco de ser lo que veis, pero… ¡joder! Es que
con ella es imposible y siento…, siento que me desespera y me enerva a
partes iguales.
—No tengo frases hechas, improviso.
—¿Como con esa ropa que te pones?
—Vaya, pero si veo que la chica insolente que tengo frente a mí resulta
que se fija en mi atuendo.
La escucho murmurar algo por lo bajo, sin embargo, con la música no
soy capaz de distinguir sus palabras y tampoco puedo leer sus labios, soy
más de hacer otras cosas con ellos.
Y ¿quién me habrá mandado a pensar en esa parte de su cuerpo?, porque
mis ojos descansan sobre ellos de forma irremediable y los observo; tan
carnosos, tan rosados, pidiendo a gritos que me pose sobre ellos de nuevo y
los devore una vez más, solo una, me digo a mí mismo.
—No te lo creas tanto, chaval, que no eres el único tío de la faz de la
tierra.
Y Nico, este Nico que conocéis y que tan bien se le da salir airoso de las
disputas entre ella y yo, no sabe hacer otra cosa que retarla una vez más.
—Eso es, cariño, porque no me has probado, porque te garantizo que, si
lo haces, habrá un antes y un después en tu vida, Luna, lunera, cascabelera.
He escuchado a Alba referirse a ella de esa forma en varias ocasiones y
la sonrisa que siempre acompaña a Luna cuando lo hace, así que me tomo la
licencia de hacerlo yo también, puestos a llevar al límite, que nadie me
niegue que no he jugado todas mis cartas en esta disputa que nos traemos
constantemente.
—Ya quisieras tú que una chica como yo se dejase poner las manazas
encima por un ejemplar como tú. —En otras circunstancias, y con otra
situación quizá algo menos tensa, el adjetivo «ejemplar» perfectamente
podría hincharme el pecho de orgullo y lo que no es el pecho también.
—¿Quieres probar cuánta razón hay en mis palabras?
Observo a Luna tragar con fuerza, bajo esa capa de chica dura que
siempre lleva encima hay alguien a quien no le resulto indiferente y eso, en
cierto modo, me asusta porque siento que me sucede exactamente lo mismo
con ella, aunque la negación es la primera y mejor fase que conozco en esta
vida.
—Me piro, vampiro.
Luna se incorpora y comienza a dirigirse hacia la salida. Me quedo
plantado en el sofá, sin saber bien cómo reaccionar. ¿Habré llegado
demasiado lejos con mis provocaciones? Si es que este terreno pantanoso es
totalmente nuevo para mí y me quedo fuera de juego al no saber cómo
actuar y de qué forma hacerlo para que ella no se sienta incómoda. ¿Y por
qué no quiero que se sienta incómoda?
Bufo, mientras observo la pista de baile y la imagen de esos cuatro me
impacta con fuerza en el pecho. Están bien, ríen, dan vueltas sobre sí
mismos e, incluso, se marcan un baile al puro estilo Pulp Fiction.
—Soy un puñetero gamba de tío.
Me reprendo mientras sigo los pasos de Luna sin saber bien si para
disculparme, por inercia, por necesidad o por un cóctel de todas y cada una
de esas sensaciones.
Tras cruzar la cubierta, bajo las escaleras que me llevan hasta mi
camarote. El de Luna se encuentra al lado del de Amaia y el de mi hermana
entre los dos. No me tiembla el pulso, ni siquiera me siento nervioso por lo
inesperada que puede resultar la visita en cuestión, más bien me siento
satisfecho por haber llegado hasta aquí, aunque no tenga ni la menor idea de
lo que voy a decirle cuando abra la puerta.
Por un momento pienso si ella no estará aquí, dentro de su camarote, si
habrá tomado otro rumbo o si quizá ella buscase lo mismo que yo otras
noches. Si cayese en los brazos de otro chico que se sumiese en una
vorágine de caricias con su piel como telón de fondo y me escuece, me
escuece pensar en ello. En su exmarido, en su vida pasada. Y entonces me
doy cuenta de que lo que conozco de Luna es simplemente su fachada y que
quizá la máscara de indiferencia es la misma que la mía, esa que evita que
nadie entre para que no te haga daño. O quizá la mía es por mera prudencia
y la suya por salvaguardar eso que ya han roto una vez.
Golpeo con los nudillos la puerta y me quedo pendiente, escuchando los
sonidos. No percibo nada. Un par de golpes más y me digo que, si no abre,
me iré y quizá eso también sea una señal, una que me indique que esta
puerta no es la correcta. Pero se abre, justo cuando creo que esa puerta es
mejor que no se abra por lo que pueda implicar, Luna aparece frente a mí.
Ya sin su peluca rosa, con la capa de maquillaje que tenía a medio quitar y,
quizá, más natural que nunca.
—¿Qué? —pregunta de nuevo con esa altivez tan suya haciendo acto de
presencia.
Dudo unos segundos entre lo que quiero y lo que debo.
—¿Puedo pasar? —Finalmente lo que quiero se hace con el control de la
situación.
—Depende. ¿Cuáles son tus intenciones, chaval?
Sonrío por inercia porque Luna es capaz de darle ese toque a una frase
que hace que toda esa sensación de culpa y remordimiento se esfume en un
pis pas.
—Solo pretendo hablar. —Alzo los brazos a modo de defensa, para que
vea que vengo en son de paz y sin ganas de guerra, para variar, entre
nosotros.
—Te dejo pasar porque esa camisa no tiene botones —musita tras
mostrarme una sonrisilla.
No entiendo bien a qué se refiere, pero poco puedo meditar sobre ello, ya
que Luna se hace a un lado y accedo a su camarote. Es exactamente igual al
mío, aunque este está mucho más ordenado.
—¿Puedo? —inquiero mientras señalo la pequeña silla de mimbre que
está en un lado de la habitación, junto a una pequeña mesa de madera
desvencijada que está bajo el televisor que cuelga de la pared.
—Toda tuya —murmura—. Dame un segundo —me pide mientras se
señala la cara.
Vuelve al servicio mientras yo permanezco sentado. Me planteo qué
haría Lucas en mi lugar, cómo actuaría él ante este tipo de situaciones, qué
se hace cuando quieres que alguien confíe en ti o cómo ser yo mismo.
Puede que el ser yo mismo implique que le produzca rechazo o que me lo
produzca a mí mismo porque en estas situaciones me encuentro totalmente
fuera de lugar.
Luna aparece minutos más tarde con un sencillo pijama corto. La siento
más natural que nunca. Y por un momento pienso en si eso no es justamente
lo que buscamos en la vida, ser naturales y no aparentarlo tras una fachada
de fingida inocencia, de dureza o de burlas y pullas que hagan que eso sea
el centro de atención y no lo que se esconde debajo. Me pregunto si ella
también tiene una fachada, si yo la tengo o creo tenerla.
—Bueno… —musita dudosa—, ¿qué te trae hasta aquí? Y espero que no
sea el sexo porque conmigo no te vas a comer un colín.
Sexo. Una de mis palabras favoritas. Mi entrepierna aplaude al escuchar
esa palabra salir de su boca porque, si algo me pierde de Luna, además de
su lengua, es su boca.
Por sus labios estoy perdido. Por su boca estoy preso.
—Aunque suene la mar de tentador… —Sonrío de medio lado,
condescendiente, canalla y algo soberbio—. No es lo que busco esta noche.
Luna se sorprende, lo sé, porque yo también lo hago.
Cabecea afirmando y toma asiento en la cama, con la espalda apoyada en
el respaldo y la almohada entre sus piernas cruzadas.
—¿Entonces…?
Suspiro. Bajo la vista y me miro las chanclas de playa. Mitch Buchannon
estaría seguro de dar el siguiente paso, socorrería a aquel que estuviese
ahogándose sin pensarlo dos veces.
—Quiero disculparme si en algún momento me he comportado como un
imbécil. —Observo cierta sorpresa en el rostro de Luna cuando formulo mis
palabras y es normal, si hasta a mí me resulta increíble porque hace cuatro
días que la conozco y parece que hubiese estado toda la vida sometido a sus
constantes pullas, sus burlas y sus poco meditadas e ingeniosas mofas—. Y,
antes de que digas nada, sé que en alguna ocasión lo he hecho, pocas, para
todas las que me has buscado las cosquillas, no pretendo discutir de nuevo
—le advierto al ver en su gesto el fiel reflejo de que quiere entrar en una
nueva disputa, básicamente, porque no sé hacerlo del todo bien—, pero no
quiero que acabe este crucero y te lleves un mal recuerdo de él por mi
culpa.
Luna cavila mis palabras y me sorprende que se tome su tiempo antes de
responder cuando, la mayor parte de las veces en las que hemos —intentado
— mantener una conversación medianamente normal, siempre ha soltado
por la boca lo primero que se le pasa por la cabeza. Exactamente como yo.
—Bueno, si es cuestión de hacer las paces —matiza—, que conste que
yo también en alguna ocasión te he provocado.
—¿En alguna? —Vale, vale. Me callo.
—Es superior a ti, ¿verdad?
¿Besarte? Joder, porque besarte es tentador y sí, termina siendo superior
a mí.
—Un poco —admito dejando a un lado mis pensamientos.
—Te perdono —finaliza—. Puedes irte —me pide señalando la puerta.
—¿Tan desagradable te resulta mi presencia? —le pregunto. Lo hago
suave y con calma, lo hago pausado, saboreando cada sílaba que pronuncio
y atendiendo a cada reacción de su cuerpo.
—El problema es otro —confiesa.
¿Otro?
—¿Otro? —Le doy voz a mi pensamiento.
—El problema es justamente lo contrario…
Me incorporo y me acerco. Tomo asiento a su lado. Retiro la almohada
que está entre sus piernas mientras le dedico una suave caricia a su muslo.
Su vello se eriza. Mi polla reacciona. Su lengua humedece sus labios, y
yo siento que pierdo la cabeza ante ese maldito gesto.
—El problema es, Luna, que cuando tú y yo estamos cerca lo que menos
nos importan son los problemas.
Y sí, acorto las distancias, percibo su respiración acelerada y se
entremezcla con la mía.
Y sí, hago justamente eso que tanto deseo.
Y sí, ella hace justamente lo que espero.
33
¡OH, OH! ME ESTOY ENAMORANDO
LUCAS
La noche fue maravillosa. Tanto, tanto que creo que aún sigo intentando
recuperarme de la cantidad de sensaciones que se han despertado dentro de
mi cuerpo y creo que me importa bastante poco ya admitirlo abiertamente.
Sin confusiones y sin medias tintas, sin miedos y asumiendo lo que ya es un
hecho más que verídico.
—Alba me gusta más de lo que he querido reconocer en estos días.
Amaia se incorpora y se queda apoyada sobre los codos, mientras Nico
toma asiento en su tumbona.
Las chicas nos han dicho que nos veríamos esta noche en la cena de gala,
que querían pasar el día de paseo por Civitavecchia, y Nico y Amaia,
entendiendo que quizá ese tiempo que necesitaban era para que ellas
también pusiesen en orden sus pensamientos, han preferido quedarse en el
barco y pasar un día en la piscina.
—Por lo menos eres honesto en admitir tus sentimientos sin reparo
alguno. —Amaia observa a Nico y ese comentario, que parece de todo
menos elaborado, no tiene otra intención sino tantear lo que su hermano
pueda pensar y sentir.
—Si con esa frase intentas que asuma algo, permíteme, hermanita, que te
diga que no vas a lograr mucho —le responde Nico con voz tajante. No
suena borde, no obstante, no da pie a réplica.
Amaia suspira y se limita a asentir porque ambos conocemos a Nico
desde hace ya mucho tiempo y sabemos que, por mucho que le
presionemos, no vamos a obtener nada, al contrario, es probable que se
cierre en banda y terminemos frustrados todos: nosotros por su coraza
autoimpuesta, y él por nuestra presión para que admita lo que todos
sabemos y preferimos callar.
—Estoy confuso —admito en voz alta. Coloco mi cabeza entre mis
manos y meso mi pelo de pura frustración.
—Lucas. —Amaia intenta consolarme, sin embargo, solo Alba es capaz
de conseguir que eso suceda—. Díselo —me aconseja al leer perfectamente
mis gestos.
Alzo la vista y veo a Nico que niega en repetidas ocasiones, llevándole la
contraria a su hermana.
—¿Por qué? —le pregunto directamente al susodicho.
Amaia hace el amago de responder, pensando que mi pregunta va
dirigida a ella, pero es su hermano el que se adelanta.
—Llevamos aquí cinco días, no la conoces apenas de nada, a esa chica la
dejaron plantada el día de su boda, creo que es un error, tío. Me parece guay
que te guste y que tengáis un lío, siempre y cuando ella quiera, ya sabes —
verbaliza utilizando mi mismo consejo como su mejor baza—, pero de ahí a
pretender tener algo más serio…
Amaia comienza a emitir un par de gruñidos y se gira para encararse con
Nico mientras yo me bebo su consejo y lo asimilo.
Discuten, porque Amaia cree que Alba siente lo mismo por mí, pero se
lo toma de otra forma porque es más comedida y actúa sobre seguro.
—¿Te ha dicho algo? —le pregunto ahora a Amaia. Sé de buena gana
que ellas se llevan bien, solo con verlas parece que fuesen amigas de toda la
vida.
—No. Nada que pueda ayudarte —finaliza.
—Anoche nos besamos —confieso en voz alta—. No sé si fue fruto de la
fiesta, del juego que nos traíamos con los mensajitos o si de verdad fue por
ese magnetismo que existe entre nosotros, porque existe, lo sé —remarco
mirando a Nico que frunce el ceño—, lo percibo cada vez que estamos
juntos y cuando nos mensajeamos a pesar de la distancia.
—Guauuuu. —Amaia no puede evitar emocionarse porque ella es de
esas que adoran los finales felices. Nico, en cambio, guarda silencio
sabiendo que no he finalizado.
—Me he abierto a ella, le he contado lo de mi padre, lo de Miranda, el
dolor que me produjo su traición, y creo que ella hizo lo mismo conmigo.
No es el beso en sí, sino la explosión de sensaciones que siento cuando
estamos juntos, es como un pack, es su compañía, sus palabras, su contacto
y el cariño que siento cuando ella habla conmigo con naturalidad y sin
forzar nada, no sé si me explico —finalizo.
Amaia asiente y Nico también.
—Lucas —comienza mi amigo—, no es por fastidiar y lo sabes, pero
tienes que ir con pies de plomo, puede que no sea recíproco, que solo sea
amistad y tu mente te juegue una mala pasada.
—O puede que ella necesite tiempo para darse cuenta de que lo que tenía
con ese tío era ficticio y que contigo todo es mucho más real. Porque eres
especial, Lucas —musita Amaia incorporándose del todo y sentándose a mi
lado.
—No es que no crea en todo eso que dice mi hermana —interviene de
nuevo Nico, apaciguando la situación que se ha creado entre nosotros—,
pero las cosas no son tan sencillas. Llevamos aquí poco tiempo, las
conocemos desde hace nada y es imposible llamar amor a eso —profiere el
susodicho.
—Nadie ha hablado de amor —lo corta Amaia que comienza a perder la
paciencia.
Mi amiga se levanta enfadada por las palabras de Nico, la conozco lo
suficiente como para saber que es eso. Tira de mi mano y me invita a saltar
al agua.
Caemos de pie, sin mucho show ni un salto premeditado. Cuando
emergemos vemos a Nico que se sienta al borde de la piscina, con las
rodillas pegadas al pecho y nos observa con ojos de cordero degollado.
—¿Y si es amor? ¿Y si estoy enamorado de verdad? ¿Por qué tengo que
medir los sentimientos? ¿Existe un plazo para enamorarse? ¿Está estipulado
de alguna forma en algún lugar? —Las preguntas salen solas, directamente
desde mi cabeza, porque de verdad que tengo miles de preguntas que
hacerme—. Con Miranda fue diferente, no fue una explosión como esta, no
es algo que te sale desde aquí —les explico mientras me llevo la mano al
pecho, a la barriga y a la cabeza—, fue algo que se veía venir, algo en lo
que yo mismo me dejé llevar. Surgió y yo sencillamente me volqué en eso y
no niego que la forma en la que todo terminó me dolió, por ella y por mi
padre y por la mentira también, fue un cúmulo de cosas que me hicieron
daño y que siguen doliendo, sin embargo, con Alba es distinto. Alba
despierta algo en mí que es inexplicable, que hace que todo lo que conozco
se tambalee. Puede que no lo entiendas, Nico, porque tú funcionas de otra
forma, no solo en el amor, en tu filosofía de vida. Eres de meditar todo y de
buscar algo.
—¿Algo? —me pregunta sin saber a lo que me refiero.
—Algo para decir que no, una excusa —remarco con contundencia y una
sinceridad abrumadora.
Su mirada se clava en la mía tras decir esas palabras y percibo cierto
dolor en ella, porque sé que le duele. Y no lo he dicho con esa intención,
pero ambos sabemos que, si duele, es porque hay algo de certeza en mis
palabras.
—Lucas tiene razón —interviene Amaia—. Pero eso no es malo, Nico,
no lo es, lo que es malo es todo lo que te pierdes por el camino por ese
miedo.
—No es miedo —musita el susodicho.
—¿Y qué es entonces? —inquiere Amaia.
Nos colocamos a ambos lados, con los brazos apoyados al borde de la
piscina y nuestras miradas fijas en las tumbonas.
—No lo sé. Yo no sé actuar como vosotros. Mírate, Amaia, estás loca
por ese tío desde el momento en que lo viste y ni siquiera sabías si podía ser
de fiar o un loco vestido de blanco. ¿Qué van a pensar papá y mamá de todo
esto? ¿Crees que lo van a aceptar?
—¿Y qué más da si lo aceptan o no? ¿Acaso han aceptado algunas de
mis decisiones? Siempre, Nico, siempre, han estado en contra de todas
ellas. El día que dije que quería estudiar danza me miraron como si me
hubiesen salido tres cabezas, ¿sabes lo que es eso? ¿Sabes lo que significa
que tus padres no te apoyen en tus sueños?
—Yo… —balbucea el susodicho.
—He sentido vergüenza al contárselo a Dante, al hablar de ello, al
decirle que sus padres están separados y se sintió solo, pero yo me sentí
exactamente igual con los míos estando juntos. Vamos de familia feliz,
familia poderosa, sin embargo, ¿de qué me vale a mí todo eso cuando nunca
han estado ahí? ¿Crees que eso es una familia? El único que me ha apoyado
siempre ha sido Lucas porque tú has vivido siempre bajo el influjo de papá.
Mírate, Nico, eres un calco de él, de lo que es papá, el hombre de negocios
correcto y que acata todas las normas.
—¿Qué quieres decir? —cuestiona Nico con la vista fija en su hermana.
Los rodeo a ambos y me coloco al lado de Amaia porque sé que todo eso
que está diciendo es lo que me ha contado en muchas ocasiones y todo lo
que tiene dentro.
—Nico, yo te quiero mucho, de verdad que sí, pero tienes que ser tú y
vivir tu vida como quieres, no como nadie te dicte, ni hacer lo mejor para
papá y mamá. Ellos decidieron en su día, pero tú tienes que tomar tus
propias decisiones. Pienso estudiar danza —finaliza con la barbilla bien
alta, y siento que el pecho se me llena de orgullo al ver que por fin deja a un
lado el miedo y toma esa decisión—. Y pienso quedarme con Dante cuando
acabe este crucero, no voy a volver.
—¿Qué? —pregunta atónito Nico.
Coloco mi mano sobre la de Amaia y le infundo calma.
—Puedes contar con mi apoyo.
Nico la mira como si de verdad ahora tuviese tres cabezas y a mí me
dedica una mirada reprobatoria por ponerme, una vez más, de su parte.
—No busco tu aprobación, Nico, ni siquiera creo que la tenga.
—Esto es una tontería de verano, Amaia, piénsalo bien, tienes un trabajo
estable, papá y mamá…
—¿Papá y mamá qué? ¿Me van a impedir de nuevo que haga lo que yo
quiera? Ahora soy independiente económicamente, no pueden hacerlo,
Nico, y no pasa nada si tú no me apoyas porque, ¿sabes qué?
Nico niega sin apartar la vista de ella y sé que se viene venir la estocada
tanto como yo.
—¿Qué? —murmura en un tono casi inaudible.
—Que no sería la primera vez.
Amaia sale con un gesto grácil de la piscina, recoge sus cosas y se va.
Nico permanece cabizbajo, y yo le doy unos segundos para que se
recomponga porque le ha dolido y lo sé.
—¿Tú también piensas eso, Lucas? ¿Crees que no la he apoyado?
Suspiro y expulso todo el aire contenido porque es una pregunta
compleja.
—Nico, eres un buen tío y te queremos mucho, pero no eres nadie para
cuestionar que tu hermana se haya enamorado en unos días, que decida
intentarlo y arriesgarse y que quiera cumplir su sueño estudiando danza. Si
no la apoyas, Nico, ahí sí que tendré que decirte abiertamente que creo que,
esas bromas que te hace Amaia cuando dice que eres gilipollas, son mucho
más ciertas de lo que parecen. En tu mano está.
—Yo no soy como mi padre, ¿verdad? —la pregunta brota de su
garganta teñida de miedo y eso, eso me da esperanza.
—Creo que estás a tiempo de no serlo.
Ahora soy yo el que sale de la piscina con la firme intención de hacer
eso que Amaia tanto defiende. Seguir a mi corazón y que sea lo que tenga
que ser.
34
UN DÍA POR CIVITAVECCHIA
LUNA
—Me duelen los pies, tengo calor y necesito parar porque creo que
puedo derretirme como un helado de Nutella en medio de una plaza en
pleno verano.
Alba se ríe mientras sigue mirando el mapa sentada en la pequeña
barandilla de acero que recubre la fuente de la Plaza Leandra. A mí maldita
gracia me hace. Llevamos caminando desde que bajamos del barco sin
parar, tenía que haber propuesto que fuesen ellos los que bajasen del barco
y quedarnos nosotras en la piscina como dos gambas a punto de ser asadas
en una parrilla. Por lo menos, moriría feliz y descansada.
—Eres una exagerada de mucho cuidado. Hay mucho que ver y ya sabes
que tenemos un horario para estar en el barco.
—Si te sugiero que… —Alba despega, por fin, la vista del dichoso
mapa, momento que aprovecho para arrancárselo de las manos, y me
observa frunciendo el ceño.
—Devuélveme el mapa y deja de plantearme cosas. No quiero más
propuestas de esas tuyas en plan: dejemos que nos secuestre una paloma,
hagamos la croqueta en la calle y recemos para que me atropelle ese coche
de ahí y acabe con mi sufrimiento.
Pongo los ojos en blanco, si es que me lo reprochan, pero luego me lo
ponen a huevo para que lo haga una y otra y otra vez.
—No iban por ahí los tiros, si es que no hay quien te gane a rata.
—¡Rata! Si encima me insulta la bastarda —me desprecia mi nueva no
amiga.
—No soy bastarda porque soy hija de mi madre y de mi padre. Y no hay
ni una pizca de sangre azul por mis venas.
—Digna hija de tu padre y tu madre —especifica Alba tendiéndome la
mano para que le dé el mapa de una vez.
—¿Y si… paramos en esa cafetería de allí y llamamos a tu padre?
A Alba no hay que proponerle demasiadas cosas porque, si en una frase
nombras a su padre, sé que ya me la he ganado. Si la conozco como si yo
fuese la que la hubiese gestado.
Intenta despistarme, lo sé, porque se está haciendo la dura, pero se muere
de ganas de hablar con él.
—¿Has hablado con los tuyos? —me pregunta sonriendo y postergando
la respuesta.
—Sí, esta mañana. No hay novedades, todo sigue igual.
A ver que os aclare varias cosas sobre este asunto porque creo que ya va
tocando. Me llevo bien con mis padres, mucho, muchísimo, y no hay nada
de resentimiento por mi divorcio tan poco esperado por su parte porque mis
padres son de esos que piensan que: «Agua que no has de beber déjala
correr», y Manu no era agua para mí, al igual que tampoco lo es Nico. ¿Y
por qué pienso en Nico ahora? Estoy alelada, de verdad, es el maldito calor,
la deshidratación y el dolor de pies. En serio.
—Bien. Vayamos. Creo que va siendo hora de almorzar porque mis
tripas suenan, podemos aprovechar y matar dos pájaros de un tiro, ¿no
crees?
Asiento. Cualquier cosa con tal de no seguir caminando.
Alba saca el teléfono. Le pregunta al chico del restaurante cuando nos
trae las cartas si tienen wifi y, tras asentir y facilitarle la clave y la ruta,
entra en el wasap y le hace una videollamada a su padre. Varios tonos y, tras
la duda de si contestará o no, al final aparece la cara de Ismael tras la
pantalla.
—Ismael estaba echándose la siesta padre, y nosotras aquí, muertas de
caminar.
—Habla por ti —me suelta Alba.
—Tu hija es una cacique, no me ha dejado descansar en todo el día, tenía
que haberme quedado en el barco, con un mojito delante, y no aquí, con
ampollas en todos y cada uno de los dedos de mis pies —me quejo de
carrerilla.
Ismael se carcajea, creo que es el primer sonido que emite porque desde
que descolgó no lo hemos dejado pronunciar palabra.
—Ella lo que quiere es quedarse en el barco con Nico.
¡La madre que la trajo!
—Y tu hija con Lucas —suelto de sopetón. Esto es como una inyección,
le dices a alguien que vas a contar hasta tres antes de pincharle, sin
embargo, se la clavas en el uno, la aguja, claro…
—Yo no he protestado —se defiende la susodicha.
—Y yo solo me he quejado de mis pies.
—De sus pies, dice, de eso es de lo único que te has quejado treinta y
cinco veces.
—Yo…, no es por interrumpir vuestra pequeña disputa, pero… ¿no será
mejor que me llaméis cuando lo hayáis solucionado?
—¿Con las manos? —inquiere Alba.
—Maldita —la insulto.
Alba me achucha para que se me pase el enfurruñamiento, y yo, cómo
no, pues caigo rendida, si es que no puedo no quererla.
—Bien, ahora que veo que ya sois todo paz y amor, ¿alguien me pone al
día de los avances con Lucas y Nico?
Alba abre los ojos, y yo hago lo propio, porque es verdad que tengo que
admitir que he hablado mucho con Ismael sobre lo que veo que va
surgiendo entre Lucas y Alba, pero en mi defensa debo decir que es normal
porque nos preocupamos por ella y porque veo que Alba está muchísimo
mejor desde que tontea con Lucas. Lo que no me esperaba para nada es eso
de que él estuviese al tanto de los ¿avances? —si es que se le puede
denominar de esa manera— con Nico, porque no lo he mencionado ni una
sola vez en ninguna conversación, y medio borracha nunca lo he llamado
porque evito los sermones sobre el alcohol y esas cosas.
—Con Nico no hay avances. Fin.
Alba me dedica un gesto reprobatorio que intento no interpretar. Ismael
sonríe de medio lado porque sabe que estoy soltando eso porque no quiero
hablar del tema.
—Es mentira, papá. Anoche se fueron de la fiesta juntos. Que yo los vi.
—Anda, mira, la señorita nos vio cuando ella estaba en la pista de baile
con Lucas y se tiró al suelo para conseguir que ella le hiciera algo, que yo lo
vi —repito finalizando la frase como lo ha hecho ella, pero añadiendo un
puñado de retintín por el camino.
—Lo vio antes de irse con Nico, a solas, porque yo me quedé en la pista
de baile. Rodeada de gente —especifica para chincharme.
—No hubo sexo —me justifico.
Ismael se rasca la barbilla, de verdad, esto parece una conversación muy
surrealista.
—Creo que me habéis llamado por error —finaliza Ismael.
El chico se nos acerca para tomarnos nota de lo que vamos a almorzar y
le hago una negación para que entienda que hemos hecho de todo menos
mirar la carta.
—Dos aguas bien frías. Una con limón —le pido en inglés.
—Papá, en serio, deberías ver la cara que se le pone a Luna cuando ve a
Nico, es una de esas que habría que enmarcar. Ayer, sin ir más lejos, en la
piscina, no podía dejar de mirarle el pecho porque…
—¡Eso es culpa de él porque se desabrocha los botones!
—¿Qué botones? —inquiere Ismael.
Y bufo, por supuesto, si es que Dios los cría y ellos se juntan. Padre e
hija tenían que ser.
—Los botones de la camisa. ¿A quién se le ocurre ir provocando así?
—A ella, que se pone un bikini enseñando todo el pechamen —le narra
Alba a su padre.
Finjo haberme ofendido mientras ojeo la carta. Un poco, porque sé que
Alba tiene algo de razón y, otro poco, porque empieza a darme vergüenza
llevar aquí ya un tiempo prudencial, estar armando escándalo y no haber
pedido el almuerzo. Aunque, bien pensado, debería alargar el momento,
cuanto más estemos aquí, menos tendré que caminar luego.
—Alba, ¿y Lucas? —le pregunta Ismael.
Decido, rápidamente, pedir una ensalada, de la que estoy segura de que
Alba picoteará porque tiene rulo de cabra, y a ella le pirra ese queso, y una
lasaña vegetal porque están riquísimas con berenjena.
Golpeo dos veces sobre su carta para que mire, le robo el teléfono y
tomo el mando en la conversación. Si hay que contar algo sobre Lucas y
Alba, seré yo la que lo haga porque aquí, la nena, va a omitir los mejores
detalles.
—Se mensajea con él fingiendo que son otra persona.
—¿Cómo? —cuestiona Ismael atónito.
—A ver, a ver —intercede Alba aturdida por mi alarde de sinceridad.
—Tú a la carta —le ordeno—. Ellos saben quiénes son, pero fingen no
saberlo, ¿a que es muy romántico? Yo de aquí veo boda, en serio.
—Boda, los cojones —finaliza Alba, que parece no estar haciendo caso a
su almuerzo sino a mis palabras.
—¿Y él? ¿Qué hay de él? —sigue Ismael tras la carcajada soltada por el
comentario mordaz de su hija.
—Él está loco por sus huesos, que te lo digo yo, lo que pasa es que Alba
impone, por su situación y eso.
—¿Situación? —pregunta Ismael.
Alba me quita el teléfono y mira fijamente a su padre.
—Dejarme plantada el día de mi boda, además, Luna ve cosas donde no
las hay, te digo yo que solo somos buenos amigos.
—¡Y se han besado! —grito para hacerme notar, robándole el teléfono
de nuevo.
El camarero se acerca de nuevo llamado por nuestras voces.
—¿Tú cómo sabes eso?
Me quedo callada. Creo que es la primera vez en todo el día en que lo
hago porque se me cortocircuita el cerebro y el riego ahora mismo debe de
estar en todas las ampollas de mis dedos.
—¡Hostias! Lo he lanzado como señuelo, no sabía que era cierto.
—¿Alba? —pregunta Ismael. Le tiendo el teléfono a la susodicha, y el
camarero carraspea un par de veces. Vuelve el riego, pido la ensalada y dos
lasañas, la de Alba de carne y así la pruebo yo también.
—No sé ni qué decir… —finaliza la susodicha abochornada.
—Yo también me besé con Nico anoche. Tres veces, Ismael. Han sido
tres veces y me siento flotar cada vez que lo hace y está mal, ¿vale? Lo sé
porque Nico es el típico tío macarrilla que se las lleva todas de calle, y yo
me acabo de separar porque estaba metida en una relación de esas que ya no
tenían chispa ni mariposas ni pisadas de elefante, y le veo con esa camisa
desabrochada, con su maldita sonrisa embriagadora, y me toca, el cuerpo
me arde y no me puedo contener.
Reconozco que soltarlo todo me hace sentir mejor porque eso que he
dicho es el resultado de la realidad, de lo que provoca Nico en mí.
—Y Lucas…, Lucas es un niño increíble, papá, y yo pensaba que era eso
solo, amistad, pero, anoche, cuando el juego estúpido que nos traíamos
entre manos se materializó en un beso… no creí que fuese a sentirme de esa
forma y, de hecho, no me quiero sentir así, quiero estar tranquila porque
todo esto es sinónimo de problemas. El crucero se acaba, en breve
comenzaremos el viaje de regreso a Barcelona y no quiero empezar nada
porque no hay nada que empezar cuando es momento de finalizar.
—Alba… —Ismael musita su nombre de nuevo y parece que le estuviese
viendo en el salón de casa, en ese sofá que tanto le gusta a pesar de lo
desvencijado que está y con su mano sobre la de mi amiga, mientras
hablamos de todo sin pudor, con el corazón en la mano, como siempre
hacemos cuando nos reunimos—. El pasado es pasado y el futuro se abre
frente a vosotras en un abanico inmenso de oportunidades, no le des la
espalda porque quizá te pierdas algo.
Esas palabras hacen alarde a las que dijo Amaia la otra noche, sé que
tienen razón ambos, y Alba lo piensa también, pero estamos tan llenas de
inseguridad que no nos atrevemos a afrontar lo que nos azota por dentro.
—¿Por qué todo tiene que ser tan difícil y no pudo haber sido de una
forma bien distinta? No sé —musito, acongojada—, habernos encontrado
en un viaje de solteros, pero siendo solteros de verdad.
—¿Acaso no lo sois? —me pregunta Ismael con tono de reprimenda.
—Yo, técnicamente, no. No he firmado, ya sabes.
—A los efectos, lo eres, Luna. —De nuevo, ese tono que no da pie a
réplica aparece haciendo que ambas asintamos.
—Luna tiene razón con eso de que todo fuese en otro momento —me
apoya Alba.
—Puede que, si las cosas hubiesen sido de otra forma, estos chicos no
hubiesen aparecido. Puede que, de haberlo hecho, estuviesen ellos
prometidos o puede que sencillamente hubieseis cruzado unas palabras y
ese grupo que se ha formado no se hubiese dado. Puede que no os
estuvieses replanteando todo o también puede que en vuestro lugar hubiese
otras personas y que esas sí que hubiesen actuado sin prudencia y miedo.
—No es miedo —me apresuro a añadir.
—No, no, claro que no —finaliza Ismael observándome con recelo—.
No es miedo, solo es temor.
—Eso es un sinónimo —añade Alba.
—No me había dado cuenta, fíjate por dónde. —Permanecemos ambas
en silencio mientras le observamos, está midiendo sus siguientes palabras
—. Lo que quiero decir es que, mientras dejáis que os cuenten las cosas, los
demás las viven.
La comunicación se corta. Puede que sea la wifi, puede que sea que todo
lo que había que decir se dijo o puede que sea el puñetero destino, que
pretende hacernos pensar mil veces sobre lo que estamos haciendo.
35
A CORAZÓN ABIERTO Y PECHO
DESCUBIERTO
AMAIA
No he visto a Nico en todo el día y no ha sido porque no haya querido
hacerlo, sino porque necesito poner en orden todas mis ideas antes de hablar
con él. Lo que dije, todo, es real.
No pienso irme de este barco sin Dante porque eso que compartimos no
es una tontería o una soberana estupidez, tampoco una invención mía. Es
real y sé que él siente exactamente lo mismo por mí. Estábamos destinados
a encontrarnos en este barco y estábamos destinados a enamorarnos el uno
del otro.
¿Cómo voy a enfrentarme a la situación con mis padres? Esa pregunta
ronda mi cabeza sin tener una respuesta prudente, desde el momento en el
que tuvimos esa conversación, hace un rato, en la piscina. Sé que con Lucas
a mi lado todo será más sencillo, tal y como ha sido siempre, pero, con Nico
de mi parte, sería mucho más porque es mi hermano y porque necesito
sentirlo aquí, conmigo, apoyando mis decisiones, todas y cada una de ellas
por muy estúpidas o absurdas que sean.
También sé que está empeñado en negar lo evidente porque él es así, de
los que necesitan tener las cosas claras y seguras para aventurarse, y Luna
es sinónimo de problemas porque tiene piedras en su mochila, no obstante,
¿quién no las tiene? Nico solo debe entender que todo el mundo carga algún
lastre, pero no puedo ser yo la que se lo haga ver porque necesita ser él
mismo quien identifique el problema y busque una solución.
Estoy sola en mi camarote. Llevo así prácticamente todo el día, hasta que
Luna y Alba regresaron de su visita por la ciudad. Las encontré a ambas
algo taciturnas, pero no estaba yo para lanzar cohetes, así que nos limitamos
a meter los pies de Luna en agua fría, ver las fotos que habían sacado y
narrarles mi día en la piscina, eso sí, evitando entrar en los detalles de lo
sucedido.
Es la cena de gala. La noche más esperada de toda la travesía, eso se
nota en el ambiente y admito que me siento nerviosa por varios motivos: el
principal es que veré a Dante, con su ropa de gala, tan guapo como siempre
que lo veo con ese traje blanco y sé que moriré de ganas de acercarme a él y
de sentarme a su lado, a pesar de ser consciente de que no podré hacerlo. En
esta ocasión, tendré que conformarme con tocarlo con la mirada.
Percibo un par de golpes en la puerta y me encamino hacia allí.
Probablemente, las chicas vengan para los últimos retoques, tal y como
hemos quedado tras evitar amputarle las piernas a Luna.
Mi hermano, vestido con un traje corto multicolor y defino multicolor
porque abarca una gama tan amplia como la que lleva él encima: el traje en
sí es azul celeste con rayas blancas gruesas, pero ahí no queda la cosa, no,
va más allá porque está lleno de palmeras y flamencos. La camisa es blanca
y la corbata es exactamente igual que el conjunto. Se lo perdono porque
para lo colorida que es su prenda su gesto se aprecia compungido y el
nerviosismo acompaña su rostro.
—Hasta para vestirte de gala eres peculiar.
Intento romper la tensión que existe entre nosotros porque es Nico, mi
hermano, y sé que nunca ha actuado con maldad a pesar de que en alguna
ocasión se haya equivocado.
—Papá y mamá rompieron el molde cuando me tuvieron —se jacta el
muy granuja.
—Anda, pasa —cedo—. Que no te escuche Luna porque serás su mofa
durante toda la noche —me burlo.
—Seré su mofa pase lo que pase —finaliza contundente.
Asiento porque tiene razón.
—Estás muy guapo —le digo tras acercarme y pasar mis dedos por las
solapas de su chaqueta y, tras eso, le coloco bien la fina corbata llena de
colorines a juego con su traje corto—. Solo te falta ese gorro que tanto te
gusta.
—Eso para mañana, que llegaremos a Livorno. Pasearemos, los dos,
como dos buenos hermanos que han hecho las paces, que no se guardan
rencor y que se quieren mucho a pesar de las diferencias.
Suspiro, expulsando todo el aire contenido e intento que esa emoción
que siento al escucharle no se convierta en lágrimas.
—No hagas que se me estropee el maquillaje —musito.
—No, por supuesto, no quiero que ese capitán tuyo me coja por la
pechera y arrugue mi vestimenta. —El Nico socarrón vuelve a aparecer,
como si hace un segundo no hubiese bajado las defensas y todos
hubiésemos sido testigos de ello.
Sonrío condescendiente, y Nico se acerca, con ambas manos colocadas
tras la espalda, al óvalo que tengo por ventana encima de mi cama. La
noche sigue espléndida, como toda la travesía y el mar está empañado del
reflejo de la luna, es increíble que ese reflejo ondee con el movimiento
suave de las olas.
Nico se gira y se coloca frente a mí, no me siento nerviosa, ni tensa, ni
siquiera ya percibo esa tristeza, es como si esto que ahora mismo
compartimos, incluidos los silencios, fuese todo lo que necesito. Sé cómo es
Nico, le conozco bien y soy consciente de esa forma suya de actuar, de que
le cuesta horrores decir abiertamente lo que piensa y siempre se escuda tras
sus ironías y sus bromas, su descaro y sus comentarios mordaces y no pasa
nada por ser así porque no podemos pretender que un iceberg se funda con
el sol en un solo día o estaríamos perdidos si eso sucediese. Y sé que Nico
se ha sentido exactamente como yo porque eso que le dije en la piscina le
ha hecho recapacitar, al igual que nuestras conversaciones sobre todo eso
que nos perdemos por encerrarnos en nosotros mismos y es por eso por lo
que yo no quiero que me suceda, quiero vivir las cosas como vengan,
disfrutar de mis victorias y aprender de mis errores, no obstante, una vez
superado el dolor, si se diese, saber que lo he intentado, aunque no lo haya
conseguido.
—Oye, Nico, no sé a dónde me va a llevar esto que tengo con Dante,
¿vale? —verbalizo dando voz a todos y cada uno de mis pensamientos—,
solo sé que tengo que descubrirlo, que ya hubo una vez en la que no seguí a
mi corazón y no hay día en el que no me levante pensando en que tuve que
intentarlo, que tenía que haber dicho que no, que era mi vida y mi decisión
con todas y cada una de las consecuencias. Simplemente, no tuve valor para
ello y, ahora…, ahora me arrepiento. Y con Dante, con Dante no quiero que
suceda eso.
—¿Estás enamorada de él? —me pregunta entrecerrando los ojos.
Me encojo de hombros y miro por la ventana, no por esquivar su
respuesta ni mucho menos, sino por intentar meditarla y no precipitarme al
hablar.
¿Enamorada? El amor es un término muy complejo y que encierra
muchos secretos.
—No lo sé —finalizo—. ¿Recuerdas cuando te preguntamos Lucas y yo
si conocías a Luna? —Nico asiente sin apartar la vista de mi rostro—. Pues
yo siento que conozco a Dante de toda la vida y eso no me pasa
normalmente. Es más, nunca me había pasado, ¿es eso amor? ¿Significa eso
estar enamorada? No lo sé —admito con vehemencia.
Nico se acerca y se coloca frente a mí me mira con infinita dulzura
porque en el fondo —muy en el fondo— sé que es un tío de carne y hueso,
que siente y que sufre.
—No quiero ejercer de hermano mayor…
—No lo hagas… —le ruego.
—De verdad que no quiero, sin embargo, tengo que hacerlo, por ti y por
mí, por los dos y por todo eso que somos, pero que, quizá, hemos evitado
ser.
—¿Crees que debo tomarme una copa para sobrellevar esta conversación
que se prevé intensa?
—Yo he acabado con las existencias del barco justo antes de tocar esa
puerta —finaliza señalando la entrada del camarote sin siquiera girarse.
—Bien, adelante, estoy preparada.
Mi hermano camina alrededor de la habitación y me hace sentir como en
casa, pero sin estarlo.
—Lo siento —suelta contundente, diría que su voz suena incluso letal de
lo decisivas que son sus palabras.
—Creo que voy a sentarme —finalizo interiorizando sus palabras.
—Lo siento —repite de nuevo, esta vez bajando la cabeza y observando
con atención todos y cada uno de mis gestos—. Siento no haberte apoyado
cuando dijiste, aquella noche hace ya unos años, que querías estudiar danza,
que era tu sueño y que, cuando papá dijo que esa no era una profesión para
una chica con el apellido Roldán, yo solo pensé que tenía razón, que la
danza no estaba a la altura de nuestro apellido. Fui un imbécil y no supe
entender que no hay una profesión para un apellido de renombre, hay una
profesión para una persona, sea cual sea su apellido.
Alzo la vista y lo observo, veo que esas palabras que hay en él salen
desde dentro, que no son sencillamente superficiales y superfluas, que no lo
dice porque sea lo que necesito escuchar, sino porque de verdad le nace
hacerlo y me doy cuenta de la verdad.
—Nunca he necesitado tu perdón, Nico, porque tú eres tú y yo soy yo y
eso nos hace diferentes. Solo quiero que me respetes, ya ni siquiera que me
apoyes.
—No, Amaia —me corta tajante—. Me he centrado en mí, en hacerles
feliz, en ser feliz yo con lo que hago y me he olvidado de que eres mi
hermana pequeña y me necesitabas. En cambio, ha sido Lucas el que ha
estado ahí para tenderte una mano cuando caías y levantarte, sacudirte el
polvo que se arremolinaba en tus zapatos y hacerte ver que podías seguir
adelante por lo fuerte que eres y eso es imperdonable.
—Nico… —musito.
Niega en un par de ocasiones, pero no aparta la vista ni un solo momento
de mí.
—No va a pasar más, Amaia, no va a volver a ocurrir porque te entiendo,
porque te quiero y porque te apoyo y, si crees que tu destino es estar con ese
capitán, yo estaré a tu lado para cogerte por una mano mientras Lucas lo
hará de la otra. Y, si tu vocación es la danza y es lo que necesitas,
buscaremos el lugar para que sigas con ese sueño.
—Papá y mamá no lo van a aceptar tan fácilmente. —El miedo se
apodera de mi voz cuando verbalizo eso que sé que será real.
—¿Y? No pasa nada. Ellos eligieron y ahora elegimos nosotros —
resuelve Nico con decisión—. Estoy aquí y siempre lo he estado, aunque no
lo haya hecho bien.
—No te preocupes. —Le resto importancia acercándome hasta él,
colocando mi mejilla sobre su pecho y abrazándolo con fuerza—. Nunca es
tarde para rectificar.
—Nunca es tarde para nada —sentencia con firmeza y decisión.
Nico me envuelve entre sus brazos. Nos permitimos unos minutos así;
nuestros, envueltos en el silencio más absoluto sabiendo que, todo lo que
teníamos que decir, lo hemos dicho y la paz, respirando la paz que tanto
necesitamos los dos.
Un par de golpes en la puerta seguidos de risillas nos hacen mirar en
dirección hacia donde proviene el sonido y, posteriormente, separarnos.
—Creo que ahí fuera está la fiera loca.
—Loco te trae a ti —susurro para provocarlo. Mi hermano no responde,
pero lo raro sería que lo hiciera. Que hayamos hablado no quiere decir que
se haya producido un milagro.
Es Nico el encargado de abrir la puerta mientras accedo al servicio para
ver mi maquillaje. Imposible que esté perfecto tras este momento.
Doy unos suaves retoques y salgo.
—¡Madre mía! —exclamo nada más ver a mis amigas, sí, sí, he dicho
amigas, vestidas de gala. Mi hermano mira a Luna entre embobado y
obnubilado.
—¿Eso quiere decir que estamos guapas?
—Eso quiere decir que eres un bombón.
Luna mira a Nico con los ojos abiertos como platos, puesto que ha sido
él quien ha soltado ese comentario. Y sé que, de nuevo, lo ha hecho sin
meditar, solo sintiendo. Nico, mi hermano, progresa adecuadamente.
36
LAS DUDAS, LOS MIEDOS Y LAS
INSEGURIDADES
ALBA
Le veo. Le veo sin siquiera haberle visto.
Le siento. Quizá un «le siento» lo define mejor. Siento que está parado
cerca, muy cerca, y que me observa con intensidad. Mi piel reacciona por sí
sola y decide que erizarse es una respuesta acertada. Un escalofrío recorre
mi columna vertebral, desde la nuca hasta el final de ella, en sentido
descendente, cuando mis ojos y los suyos conectan. Y esa palabra es clave;
es la que abre el cajón de los miedos, la que utilizaría si tuviese que cerrar
mi caja fuerte a cal y canto para que nadie sea capaz de descubrir mis
secretos: conectar, porque eso es lo que hemos hecho Lucas y yo desde el
primer momento; conectar.
La sonrisa taimada que aparece reflejada en su rostro me hace imitar su
gesto y, entonces, me abstraigo de nuevo y regreso a la noche anterior, en
este mismo lugar, en este pasillo, frente a esta puerta, cuando nuestras
manos se tocaron en una caricia premeditada a pesar de que disimulábamos
que así era, mirándonos de soslayo, evitando los ojos del otro cuando
coincidían y sonriendo como si fuese la primera vez que compartíamos
tiempo a solas.
Era el preludio de lo inevitable. La sinfonía de que lo invisible se haría
visible.
Fue tierno a la vez que sensual. Fue caliente a la vez que dulce. Fue
mágico y terrenal. Y yo, que hacía mucho tiempo que no besaba a nadie que
no fuese Lucho, sentí que eso que nuestras lenguas hacían era magia. Pura
magia.
Me ruboricé cuando nos separamos, cuando nuestras respiraciones eran
el eco de ese pasillo, yo vestida de Sandy y Lucas de un atípico casete de
los años ochenta. Me encendí cuando sus dedos comenzaron a recorrer mi
mejilla, descender por mi cuello, pasearse por mis hombros, llegar hasta
mis dedos y pasar de ahí a mi abdomen y recé, lo hice, todo lo que sabía
para que sus manos siguieran descendiendo y explorasen esa humedad que
sabía que danzaba entre mis piernas a su antojo, otra respuesta involuntaria
de mi cuerpo. Pero los caballeros no hacen eso, y Lucas me lo hizo saber
tan solo con su mirada.
Depositó un suave, dulce y casto beso en mis labios antes de darme las
buenas noches y esperar a que entrase en mi habitación. Alberto había
cumplido su palabra porque no había dicho absolutamente nada de lo que
habíamos compartido, y yo me moría de ganas de que se lo contase a Inkeri
para saber si eso que me había embargado era compartido o solo fruto de mi
imaginación.
Escribí varios mensajes intentando provocarle, esa noche y a la mañana
siguiente mientras recorría Civitavecchia con Luna, pero no hubo forma y
me gustó. Suena absurdo, ¿verdad? Surrealista que se reservase lo que
sentía para él porque eso me demostraba una vez más que, ese Lucas que yo
había conocido y del que me había imaginado cientos de cualidades y
reacciones en diferentes escenas, era mejor de lo que pensaba y me
abrumaba y asustaba a partes iguales. Porque…, ¿qué esperaba yo de todo
esto cuando ni siquiera era capaz de dejar atrás mi reciente fiasco?
Y, de nuevo, dejo mis pensamientos a un lado y permito que su mirada y
la mía conecten y que nuestros dedos se toquen por ese pasillo en dirección
a la cena de gala y evito pensar en lo que sucede o sucederá porque de nada
sirve hacerlo cuando todo es imprevisible.
—Estás impresionante —musita. Y su tono ronco me hace estremecer.
—Y tú, aunque de casete anoche estabas igual de guapo. Lucas sonríe de
medio lado, cautivándome con ese gesto un poco más, y se sacude los
hombros—. Chulo —finalizo riendo por su gesto.
—Fíjate, de todos los adjetivos que me pueden describir, ese diría que es
el que menos me esperaba.
Niego en un par de ocasiones porque de verdad que Lucas puede ser mil
cosas, pero chulo no es una de ellas.
—Ha sido una chulería momentánea —rectifico—. Tú eres más bien…
—Mmmm, interesante, ahora es cuando tienes que definirme en una sola
palabra, ¿cierto?
Me río de forma involuntaria porque Lucas actúa con normalidad y esos
nervios que me constriñen por dentro después de lo de anoche desaparecen
como por arte de magia.
—Empieza tú —le suelto un tanto nerviosa.
—¡Eso es trampa! —murmura en mi oído y me resulta sensual.
—La vida es injusta —finalizo sonriendo de oreja a oreja.
Entramos en el gran salón. Es enorme. Más grande que cualquier otro en
el que hubiésemos estado. Observo nuestro alrededor y está lleno de mesas
redondas con mantelería de color azul y unos enormes jarrones con lilas, tan
grandes que temo que en alguno de los movimientos del barco vaya a caerse
sobre alguien o sobre mí, sin ir más lejos.
—No me gustan esos jarrones —le confieso dando voz a mis
pensamientos.
—Yo te protegeré —murmura Lucas de nuevo cerca de mi oído.
La suave caricia de su murmullo consigue de nuevo hacerme estremecer.
¡Joder! Es como la consecuencia de un tifón que arrasa con todo.
Me quedo quieta en el sitio, obnubilada por la decoración, los arcos
llenos de flores, las luces que cuelgan del techo y parece que estuviese en
Hogwarts cuando llega la primera noche y las velas sobrevuelan entre los
comensales. Han hecho un excelente trabajo de decoración.
Observo el traje gris de corte italiano que lleva Lucas y me quedo
embobada al darme cuenta de lo guapo y atractivo que está con él. Su pelo,
habitualmente despeinado y rebelde, parece encontrarse en su sitio. Me
imagino metiendo mis dedos entre esos mechones, acercándolo hasta mi
boca, saboreando de nuevo sus besos, y me reprendo mentalmente por
imaginar ese tipo de cosas cuando luego eso mismo hace que mis miedos
crezcan exponencialmente a las imágenes, que pise la tierra y sepa que todo
eso es, nada más y nada menos, que fruto de mi imaginación, que la
realidad dista mucho de esas escenas que se desarrollan por sí solas en mi
mente.
—Nos ha tocado en la mesa treinta y siete.
Mis sospechas no eran para nada infundadas. Esto es tan grande como
cabe esperar. Treinta y siete mesas de a saber cuántas.
—¿Con los chicos?
Lucas asiente.
A cada lado de la mesa hay un cartel con el número y parece que son
consecutivas.
Todos los comensales están espectaculares. Esto de la cena de gala se
queda corto para los vestidos que se observan.
Antes de venir, Luna y yo pasamos por una tienda en Madrid, buscando
un vestido digno de esta noche.
Cada una eligió algo diferente, ¡cómo no! Si Luna y yo nos parecemos
como un huevo a una castaña.
Elegí un vestido de gasa color amarillo pastel, con unos pequeños
círculos dorados, escote de pico y mangas de gasa trasparentes. Los zapatos
sencillos también, tipo zueco y del mismo tono, con tres tiras de piel. El
clutch de brillantes lo eligió Luna porque yo no me decidía.
En cuanto a mi pelo, a veces, indomable y, otras, rebelde sin causa, no
pude más que hacerme un moño que cae por un lado, muy casual, pero que
el efecto es el deseado.
Luna, por el contrario, se puso un vestido a media pierna de gasa
también, pero con escote de corazón, ceñido a sus curvas hasta las caderas,
dejando que luego caiga en una falda vaporosa. Está preciosa y así se lo
hago saber cada vez que la miro. Y creo que no soy la única…
Una vez llegamos a la mesa, tomamos asiento en los huecos que quedan
libres, al lado de Luna. En la misma mesa hay más personas que no hemos
visto anteriormente. Es normal y no nos sorprende, puesto que el barco es
tan grande y dispone de tantas actividades diferentes que es prácticamente
imposible coincidir.
Y me doy cuenta de la suerte que hemos tenido de habernos encontrado
y haber congeniado tan bien, con nuestros más y nuestros menos, pero
hemos formado un grupo de lo más variopinto y haber conectado… No
puede faltar esa palabra.
—No creas que esto va a quedar así —musita, de nuevo, de esa forma
tan cercana y sensual. Trago con fuerza porque en mi mente esas palabras
me llevan de nuevo a la noche anterior, con su mano en mi abdomen y mi
deseo palpitando de pura necesidad.
Me mira y hago lo propio. ¿Qué me está pasando? ¿Qué le sucede a la
Alba de siempre? ¿La Alba que tiene el control de la situación?
—¿A qué te refieres? —me atrevo a preguntar.
Lucas sonríe condescendiente, como si no supiese los derroteros que
toma mi cabeza, ajeno a eso que me estremece.
—A mi adjetivo, por supuesto, ¿a qué si no?
Estúpida. Un poco estúpida me siento, la verdad. Sí, sin duda, puede que
ese fuese mi adjetivo y todo un acierto, por supuesto.
—En realidad —empiezo a modo de defensa—, tenías que empezar tú
—balbuceo.
—Y te dije que no era justo.
—O lo tomas o lo dejas —me envalentono.
—Lo tomo, siempre lo tomo —sentencia con firmeza. Mis ojos se posan
en la pajarita y llevo mis manos hasta ella. Una suave caricia sobre su
cuello le hace tragar saliva. Al final va a tener razón Luna y no es inmune a
mi presencia, a mi tacto. Y sí, me pregunto esto a pesar de habernos besado
porque soy así de insegura, porque ahora tengo más incertidumbres que
antes.
»Perfecta —musita aún con mis manos cerca de su piel.
Abro los ojos, sorprendida por su palabra y la fuerza con la que la
verbaliza.
Niego en repetidas ocasiones evitando su mirada. Me da miedo ver en
ella eso que me dice.
—Estoy lejos de ser perfecta. Tengo miles de taras, de miedos, de
temores, de dudas.
Lucas coloca su mano bajo mi mentón y lo alza, provocando que
conectemos una vez más.
—Tus taras, tus miedos, tus dudas y tus temores solo te hacen ser más
humana, más real y más tangible. Y, para mí, eso solo te hace perfecta.
Y Lucas, delante de los comensales, de las mesas que nos rodean,
muchas más de treinta y siete, de Luna, de Nico y de Amaia, coloca su
mano en mi abdomen de nuevo, y leo, leo el gesto mucho antes de que se
lleve a cabo.
Y contengo la respiración mientras cierro los ojos.
37
EL POSTRE DE GALA
DANTE
Soy absolutamente incapaz de apartar la vista de ella. Incapaz, quizá, es
quedarse corto.
Amaia brilla. Brilla como la estrella polar que guía a un marinero sin
brújula. Brilla como una estrella fugaz que deja a su paso una estela y te
empeñas en pedir un deseo tras otro por si tienes la suerte de que alguno se
cumpla. Y me doy cuenta de que mi deseo se ha cumplido sin una puñetera
estrella fugaz de por medio y mi barco ha atracado en un puerto increíble
sin seguir las indicaciones de la estrella polar. Y todo eso lo tengo gracias a
Amaia.
La chica con el vestido azul celeste que observo desde esta mesa. La
chica con la sonrisa radiante. La chica que, sin que esa sonrisa aparezca con
sus labios, ya sus ojos se encargan de ello. Mi chica.
Y aquí estoy, moviendo la cabeza de forma mecánica ante la cantidad de
pasajeros que pasan por nuestra mesa en busca de un saludo y las
interminables sesiones de fotos en las que pongo mi mejor cara, esa que
llevo ensayando años y que tan bien se me da.
Pero, aun con todo eso, busco cualquier efímero momento para
observarla y darme cuenta de que sus ojos están puestos en mí. A veces con
el ceño fruncido por la pose de alguna chica que, sencillamente, me da
igual, otras, achinando los ojos como si estuviese intentando reprenderme
mentalmente y en cambio, otras, colocando alguna burla en su rostro
cuando Jota me da algún codazo y la señala.
Y esa es Amaia. La chica que solo tiene una cara, pero que ante mis ojos
podría tener millones.
—No es guapa ni nada tu chica, ¡por eso no nos la has querido presentar,
bribón!
Bufo ante el comentario de Jota y dejo a medio camino la brocheta con
tres pequeñas gambas que tan buena pinta tiene.
—Aparta tus sucios ojos de pervertido de mi chica.
—Uhhh, ¿has escuchado, Elías? ¡Su chica!
—Nadie puede negarle que la elección es maravillosa —susurra Elías
manteniendo el gesto firme. La cena de gala es así, hay que guardar la
compostura, otra cosa bien diferente es cuando estamos a solas.
—Os voy a cortar en trocitos y los usaré como carnaza para los
tiburones.
—¡Anda ya! Jota, deja al chico que se está enfadando —le advierte a mi
amigo—, creo que a la primera mesa que iré es a la número… —Elías ojea
el conjunto de mesas buscando el número, y yo protesto por lo bajo, pero
sin que se note que la rabia me consume—, treinta y siete. ¡Eso es!
—Cuando tenga la mínima opción, cuando se dé el momento oportuno,
me vengaré de vosotros. Da igual el cómo y el cuándo, lo haré. —Y sonrío
indulgente y seguro de mí mismo. Sabía que me exponía a esto cuando les
conté lo que sucedía con Amaia. Cuando hablamos y les dije que no sabía
definir lo que sentía estando con ella, pero sí que tenía claro que quería
seguir sintiendo eso, fuese lo que fuese, cuando les expliqué que ella había
dado sentido a algo que durante tiempo no lo había tenido y aun con todo,
con las temibles consecuencias que ahora estoy pagando, hice lo correcto
porque este par de imbéciles han sido mis fieles amigos durante mucho
tiempo.
La cena avanza, las fotos se reducen, las risas se intensifican y el
volumen de las conversaciones se incrementa exponencialmente. Jota, Elías
y yo hablamos durante mucho rato. A simple vista, se nota que tenemos una
buena amistad fruto de todos los trabajos que hemos desempeñado juntos.
—¿Qué piensas hacer cuando acabe el crucero?
La pregunta que formula Elías lleva más tiempo del que me gustaría
admitir revoloteando en mi cabeza.
Niego en un par de ocasiones y clavo de nuevo la vista en Amaia.
—No lo sé —confieso con la incertidumbre impregnando cada palabra
pronunciada.
—¿Y ella? —añade Jota—. ¿Te ha dicho algo?
—No —resuelvo—. No hemos hablado del tema.
—Normal, han estado muy ocupados haciendo cosas sucias —se
carcajea Jota.
Varias personas nos miran, dudo que hayan escuchado la pulla de mi
amigo, pero sí su risa sincera. Elías lo reprende porque tenemos que guardar
la compostura, por lo menos, medianamente.
—Buenas noches. —La voz de Amaia al acercarse a nosotros nos hace
alzar la cabeza y se reducen las ganas de matar a Jota por lo mordaz de su
comentario—. Veo que os lo pasáis bien —susurra sonriendo abiertamente.
Ya se los ha ganado. Lo sé, porque ese desparpajo y esa sonrisa fue la
que me ganó en el minuto uno.
—Hacemos lo que podemos, aunque yo diría que unos se lo pasan mejor
que otros, ¿a que sí, Dante?
—Te mataré —finalizo sin perder la sonrisa.
Jota reprime una carcajada para que Elías no apoye mi moción, en
cambio, Amaia se ríe por la broma.
—Me gusta esta chica, tiene sentido del humor. No sé qué le ves a Dante
porque es de hielo. Si te cansas…
—Conmigo es cualquier cosa menos de hielo.
Y el fuego, señoras y señores, hace acto de presencia e imagino mis
manos deshaciendo el nudo de su cuello, ese que sujeta su vestido, su
espalda apoyada en la pared de mi camarote y mis dedos recorriendo con
devoción todas las curvas que posee. Cualquier curva, sin excepción.
—Caballeros, es hora de que esta señorita y yo bailemos.
Deposito la servilleta a un lado de mi plato y me incorporo con
elegancia, al fin y al cabo, estamos en una cena de gala.
—Encantada. —Amaia le da la mano a Elías y a Jota. Elías, mucho más
caballeroso, deposita un beso en su mano, mientras Jota pretende ser algo
más cercano.
—Ni de coña.
Escucho la carcajada de Jota y tiro de la mano de Amaia.
—Me alegra haberlos conocido por fin —murmura.
Frunzo el ceño al darme cuenta de que me estoy comportando como un
estúpido energúmeno, pero la mera idea de que Amaia esté con otro me
prende por dentro.
—¿Te apetece bailar?
—Me apeteces tú —finaliza con decisión.
—Esa es la respuesta más acertada que he escuchado en mi vida.
Tiro de su mano, adentrándonos en la pista de baile solo con la intención
de despistar un poco, para poder huir como auténticos bellacos.
Entramos por varias zonas restringidas a los turistas, básicamente,
evitando cruzarnos con ellos porque esta noche no hay forma de que pase
desapercibido.
Llegamos a mi camarote. Miro a Amaia por un momento y encuentro sus
mejillas arreboladas y su labio preso de sus dientes. Nervios. Anticipación.
Excitación. Ansias. Ganas.
—Las señoritas primero.
Mis ojos van directos a sus curvas, a todas las que ese vestido marca a la
perfección. Amaia se queda parada al entrar de espaldas a mí y me coloco
justo detrás de ella. Cerca, muy cerca, pero sin rozarla del todo. Mis dedos
hormiguean y me dejo llevar. Acaricio su espalda, libre de tela y me pierdo
en la suavidad de su piel.
¡Joder! Sabía que iba a ser mi perdición, desde el primer momento lo
supe, pero no vi que la situación se escaparía de mi razón, ¿y qué más me
da? No hay razón que valga porque tampoco necesito la razón para saber lo
que siento ahora. La razón poco importa cuando la piel es la que manda.
Las manos de Amaia van hacia su cuello y hace eso que tanto me muero
yo por hacer. Deshace el nudo de su vestido y este cae en picado hasta
arremolinarse en el suelo, alrededor de sus piernas. Sus zapatos de tacón
quedan a la vista, eso y sus braguitas de encaje negro.
Sufro un espasmo y mi polla se endurece en mi pantalón.
Se hace a un lado del vestido y se gira con extrema lentitud.
Nos quedamos frente a frente. No parece nerviosa, no parece alterada,
está tranquila, como si ese fuese su destino y yo el portador de él.
Mi mano va en busca de sus pechos. Sus pezones inhiestos me dan la
bienvenida cuando mis dedos se posan sobre su sonrosada piel. Es suave y
tersa, firme, cálida. Y esas sensaciones se teletransportan a través de mis
dedos haciéndome sentir ansioso, necesitado.
—Creo, capitán, mi capitán, que esta noche voy a averiguar algo —
sentencia con la voz tomada por la excitación.
Sus manos se posan en mi chaqueta, deshaciéndose de ella. Los dedos se
enzarzan en una pelea con los botones de mi camisa. El final de esa prenda
es el mismo que el de la chaqueta. Me estremezco cuando sus manos
comienzan a descender desde mi cuello hasta el final de mi abdomen.
No puedo evitar las sensaciones, no quiero evitarlas. Sería un loco si
quisiera sortearlas.
—¿Qué vas a averiguar? —pregunto, enardecido.
Ahora hace lo propio con mi cinturón. Bajo la mirada y siento que voy a
explotar sin apenas haber comenzado a jugar. Coloco mi dedo índice en el
centro de su pecho y bajo con él hasta dar en la única prenda de ropa que le
queda. Lo muevo en torno a ella, y Amaia parece dudar un poco, perdiendo
la concentración debido a la cadencia de mis movimientos. Suspira con
fuerza, deshaciéndose del botón y baja la cremallera. Me dedica una sonrisa
victoriosa y triunfal y deslizo sus braguitas antes de que pierda el poco
raciocinio que me queda.
—Sabía que bajo ese pantalón blanco no llevabas nada. ¡Lo sabía!
—¿Lo sabías? —murmuro socarrón. Amaia se muerde de nuevo el labio
y asiente. Termino de sacar mis zapatos, calcetines y pantalón y lo dejo a un
lado, junto a sus prendas, decorando la habitación con algo que sí que
merece la pena—. ¿Sabes qué es lo que sabía yo? —La sujeto por las
piernas, sus zapatos caen tras el salto y Amaia enreda sus piernas en mi
cintura. Coloco mi polla en su entrada y me quedo quieto, haciendo alarde
de todo mi autocontrol para no follármela sin parar.
—No —niega—. No lo sé, pero apuesto a que me lo vas a decir,
¿verdad?
Me incita. Su mirada, su sonrisa embaucadora, su piel caliente, su cuerpo
hecho para el pecado, sus movimientos. Ella, toda ella me provoca.
Entro con suavidad, sintiendo su calidez y su humedad. Su mirada brilla
y su cabeza cae hacia atrás, entregada.
—Yo… —susurro mientras le doy una fuerte estocada. Respiro,
intentando recuperarme del golpe mortal que acabo de recibir en el pecho
tras sentirla por completo, entera y mía—. Lo que yo sabía es que éramos
las dos piezas restantes de un único puzle.
38
LOS OJOS SON COMO NIÑOS
NICO
Me siento…
La frustración que cargo es, definitivamente, proporcional al mal humor
que tengo, eso es, a su vez, consecuencia de lo que sucedió anoche.
He bajado en Livorno, una de las últimas paradas de este crucero y, solo
de pensar que mañana finaliza y estaremos rumbo a Barcelona de nuevo,
esa sensación de mala hostia se incrementa.
La vi, ¿vale? La vi bailar con otros, con varios, con más de los que me
hubiese gustado y me ardía el estómago, me temblaban las manos de pura
rabia contenida y me sentí tan patético por ello que hice lo único que supe:
follarme a otra.
Estuvo bien, no voy a decir que no fue así. Sexo, un acto carnal que te
llena en el momento, pero a mí me dejó vacío tras acabar porque tenía claro
que, aunque me hubiese corrido, no estaba saciado y es que mi mente estaba
en esa chica, con ese vestido que dejaba poco a la imaginación, con su
sonrisa habitual y su descaro que tanto me gusta. Y la noche acabó tal cual
ha empezado mi día hoy: frustrado.
Y he bajado en Livorno, dejándolos en el barco, para evitar verla porque
ya sabéis lo que se dice: si no está de cuerpo presente, no hay tentación.
Mapa en mano, recorro las diferentes calles de Livorno hasta llegar a su
Fortaleza Vieja. Ahora mismo solo pienso en Lucas y en sus vacaciones
deseadas, recorriendo calles, visitando monumentos y esculturas y
adentrándose en la cultura y la gastronomía de cada lugar y me arrepiento
de no haberle hecho caso y haber elegido otro tipo de destino turístico,
probablemente, si hubiese sido de esa manera, no estaría en esta tesitura ni
con este mal humor.
Los chicos no han puesto ningún impedimento a que saliese solo, es
como si todos se hubiesen dado cuenta de que necesitaba este respiro,
además de dejarlos a todos con sus sonrisas sibilinas intentando ocultar lo
que a vox populi todos intuimos.
Reviso en el mapa los lugares que quiero ver, ya que he bajado, lo más
justo, por no hablar de lógica, es que recorra los sitios emblemáticos y que,
al menos, haga las cosas como hay que hacerlas en esta ocasión.
El mapa desaparece de entre mis dedos y alzo la vista entre atónito e
impactado.
—¿Pensabas que iba a dejarte solo, chaval? No me gustaría tener
remordimiento de conciencia si te pierdes en la ciudad, aunque los chicos
como tú, urbanitas, no deberían perderse, eso teniendo en cuenta que sean
personas normales.
La sonrisa enmarca mi cara, a pesar de mis intentos porque no se note
que me alegra tenerla aquí. La frustración sigue siendo la misma, no
obstante, al menos, la compañía evitará que mi malhumor aumente o eso
espero.
—Yo lo que creo es que me echabas de menos.
Luna frunce el ceño, entrecierra los ojos y me escruta con la mirada.
Tres, dos…
—Más quisieras tú, chaval —musita—. Anda, vamos, que me apetece
recorrer la ciudad y, aunque la compañía no sea la mejor del mundo, por lo
menos podré contarles a mis nietos que estuve en un crucero y que bajé en
varias ciudades italianas, al menos, no quedaré como la más vaga del grupo.
—¿Ya estás pensando en tener nietos? Eso quiere decir…
Le quito el mapa de nuevo, no es un simple mapa, es la lucha por saber
quién tiene más poder de los dos y a mí, en todas las peleas, me gusta ganar.
—¿Eso quiere decir qué? —inquiere colocando sus manos a ambos lados
de la cintura.
—Que te haces vieja.
La carcajada de Luna me deja perplejo, esperaba cualquier cosa menos
esa, no sé, quizá hasta una hostia a mano abierta…
—Vieja, pero no pelleja —finaliza dejándome con la boca abierta.
Me roba el mapa de nuevo y lo apoya en mi pecho para recorrer con su
dedo índice las líneas de las calles que hay que cruzar hasta llegar al
siguiente punto que ya ella ha decidido que quiere visitar.
—Eso seguro… —musito un rato después.
Me he tomado mi tiempo para mirarla detenidamente y recorrer sus
curvas. Con esos pantalones cortos y esa camisa sin mangas está
espectacular. Imagino mi mano, enredada entre esa coleta que lleva y
obligándola a que me la coma… La frustración llega con tanta fuerza como
mi erección.
—¿A qué te refieres?
—A que no tienes nada de pelleja —sentencio con rotundidad.
Por un momento, pienso que la hostia que esperaba antes puede llegar
ahora, pero no, al contrario, Luna me sonríe condescendiente y me
sorprende que no diga nada, se limita a darse la vuelta y caminar. Y yo me
limito a ir tras ella para mirarle el culo al andar.
—¿Podrías dejar de mirarme el culo?
Sonrío. Es lista. Demasiado.
—Podría, pero no quiero —finalizo con sinceridad—. Tienes buena
retaguardia.
Luna me hace una peineta sin darse la vuelta y camina exagerando los
movimientos para provocarme. Coloco mi erección. Lo tengo bien
merecido.
Doy un par de zancadas hasta situarme a su altura.
—Así que quieres tener hijos… —Luna parece desubicada tras mi frase
y me mira un par de segundos sin entender bien a qué me refiero—. Lo digo
por eso de tus nietos y contarles las batallitas —finalizo dándole la
explicación pertinente.
—Ah… Mmmm, bueno, supongo que sí, todo el mundo quiere tener una
familia, ¿no? ¿O es que tú quieres ser de esos que se queden solos viendo
programas de prensa rosa y mirando a través del visillo de la ventana lo que
les sucede a los vecinos de enfrente?
—Pero ¿podré follar? —lo pregunto con toda la maldad del mundo.
—Supongo que mientras se te ponga dura y a alguien le gustes lo
suficiente como para dejarse.
La sinceridad apabullante de Luna me atrapa una vez más.
—No lo he pensado…
—¿Lo de follar o lo de la familia? —cuestiona.
—Lo de follar está claro que sí. Lo de la familia —le explico.
—Bueno, tienes tiempo, eres joven.
—¿Y pellejo? —la provoco.
—No diría yo eso —sentencia Luna repasándome con la mirada.
Sigo sus pasos un rato mientras permanecemos en silencio. No me
imagino como esa clase de hombres que se queden solteros de por vida, la
verdad es que, cuando le dije a Luna que no lo había pensado, lo decía de
verdad. Mi hermana parece tenerlo claro, Lucas también, incluso anoche
pude ver que Dante sabía lo que quería y eso que apenas crucé con él unas
palabras, y yo, ¿qué quiero yo?
—¿Por qué no tuviste hijos, Luna?
Ella se detiene y no me evita como intuía, tampoco parece ponerse a la
defensiva, como a veces siento que se pone, sencillamente se queda en
silencio, meditando su respuesta.
—Porque no estaba enamorada, porque él tampoco me quería, porque
nunca hablamos de ellos y porque para tener hijos hay que follar y yo no
hacía nada de eso.
La vulnerabilidad de sus palabras, mezclada con la sinceridad con la que
las pronuncia, me dejan atónito.
—¿Quieres decir…?
—Quiero decir que mi vida daba pena, Nico, más pena que la tuya. Tú,
por lo menos, vas de flor en flor, pero yo no echo un buen polvo desde hace
mil años —sentencia con naturalidad.
No se pone roja, no se ruboriza, no percibo vergüenza en su voz ni en sus
ojos, solo la veo a ella y siento que siempre es así, que sencillamente la veo
a ella en cada una de sus respuestas, sean meditadas o no, sean directas o no
y sean pullas o no.
—Por eso me dijiste hace unas noches aquello, ¿verdad? —rememoro.
—No debí decírtelo. Creo que me arrepentí de ello nada más finalizar la
frase. No siempre me funciona el filtro, ya sabes, tengo que aprender a
pensar antes de hablar y creo que a ti, en ocasiones, te pasa igual.
—¿Has hablado con Amaia?
—Se dice, se cuenta, se rumorea… que fuiste un imbécil. Pero…
—Vaya, hay un «pero»… —ironizo.
—Siempre suele haber un «pero» —sentencia con firmeza—, confieso
que lo arreglaste después y me ablandaste el corazón.
—La chica dura con el corazón blando… —respondo sarcástico.
—Ya ves, no es oro todo lo que reluce. Igual que tú —me señala.
—Ah, ¿sí? ¿Qué crees que hay de mí?
—Creo que vas de tipo duro, pero en el fondo eres un trozo de pan.
—¿Eso te lo ha dicho Amaia?
Luna niega.
—Eso lo he visto yo con mis propios ojos.
—No me conoces —le respondo arrogante. No me gusta que me
analicen ni que intenten buscar en mí cosas que no hay. No todo el mundo
esconde mierdas bajo la alfombra ni tampoco todo el mundo quiere ser
salvado.
—Eso te crees tú. —Sus pasos se acercan, coloca de nuevo el mapa en
mi pecho y mi polla se despierta con tan solo su cercanía.
»Nico… —Sus pestañas son inmensas, sus ojos son grandes y
expresivos y su cuerpo es puro pecado—, ¿quieres follar conmigo?
39
EL DESEOSO CABALLERO
LUCAS
Un caballero. Así me había definido Amaia mientras tomábamos nuestro
desayuno en la terraza de su camarote. Así mismo me había definido yo,
cuando cambiaba de persona, que no de personalidad, al mensajearme con
Alba.
Amaia, aún con el pelo revuelto y con unas ojeras que mostraban lo que
la noche anterior había dado de sí, había dicho que soy un caballero de los
pies a la cabeza.
—Un verdadero caballero no estaría pensando en secuestrar a una dama
y ese es el único pensamiento que abruma mi perversa mente.
—¿Perversa? Lucas, admítelo, tú eres de todo menos perverso.
—Es culpa de Alba, me trastoca por completo y me siento extraño.
—¿Y el miedo? —inquiere clavando sus ojos en mí, tal y como suele
hacer siempre. Trago con fuerza porque sé que Amaia es capaz de ver todo
lo que no muestro.
—Se ha volatilizado.
—Cosa de magia, entonces —musita sonriendo de medio lado—. Debes
hablar con ella. No nos queda tiempo. Hemos emprendido el camino de
vuelta. Hoy estamos en Livorno y mañana estaremos en Villefranche y de
ahí, querido Lucas, a Barcelona, donde, lamentablemente, nos separaremos.
Bien sé lo que quiere decir con ese «nos separaremos» y me alegro, juro
que me alegro, pero no soy capaz de borrar el pequeño rastro de tristeza que
me asola cuando pienso que su camino y el mío se separan por primera vez
en tantos años.
—¿Has hablado con él? Porque si de hablar va la cosa…
Amaia le da un gran mordisco a su trozo de piña, esa que nos han
servido en rodajas y, tras masticar con parsimonia y tragar con decisión,
niega con la cabeza.
—No hemos tenido tiempo de eso. —En su rostro aparece esa sonrisilla
que, más que pistas, me da un mapa bastante directo de la ruta que anoche
eligieron esos dos al salir con pasos agigantados del salón principal.
—Yo…, yo no sé bien siquiera cómo enfocar esa conversación. No tengo
miedo —admito de nuevo—, pero eso no quiere decir que no tenga reparo
en el planteamiento, no quiero asustar a Alba…
—Alba no es de las que se asustan con facilidad —me interrumpe
Amaia.
—Entiende lo que te quiero decir —especifico con rotundidad—. ¿Cómo
te sentirías si te dijese que me he enamorado de ti?
—¿Yo? Pues me sabría mal porque me he enamorado de Dante.
Bufo, exasperado. Amaia se jacta de ello riendo a carcajadas.
—Amaia… —le advierto.
—Yo me sentiría bien, Lucas, porque eres un buen tío, no uno
cualquiera, eres alguien con buenos sentimientos y con un gran corazón.
—Eres mi amiga, la hermana de mi amigo, y me conoces desde hace
algo así como mil años —matizo.
—Ya. Pero si fuese Alba y te hubiese conocido hace cinco días, pensaría
exactamente igual porque creo que no hace falta mucho más que un día para
darse cuenta de cómo eres. —Amaia coloca su mano sobre la mía, ese es un
gesto muy característico de ella, siempre lo ha sido, y yo lo he utilizado
cuando a mi amiga le ha hecho falta, cuando hemos pasado por malos
momentos y hemos compartido la frustración por no ser capaces de
sobrellevar determinados asuntos que han salido de nuestro alcance—. Eres
un oso amoroso, Lucas, y eso se ve a leguas.
—Tan a leguas que Miranda me la pegó con mi padre.
Ahora es Amaia la que protesta emitiendo algún que otro exabrupto y
colando un insulto entre su mueca de desagrado.
—¿No me jodas que a estas alturas pretendes comparar a Miranda con
Alba?
—Ni de coña. Son como la noche y el día.
—Exactamente como tu padre y tú. Creo que todas tus cualidades las has
adquirido de tu madre y de tu padre te quedaste con su físico.
—No sé si tomarme eso como un cumplido o como una grosería.
—No te hagas el tonto, sabes que yo no regalo cumplidos porque sí.
Tienes que hablar con Alba —me aconseja mi amiga volviendo al tema en
cuestión.
—Y tú con Dante. —Amaia asiente—. ¿No tienes miedo? —Ahora
niega—. No sé ni por qué lo pregunto, la verdad —farfullo.
—No me da miedo eso. Sé que, lo que tenga que ser, será. Y creo que
Dante siente algo por mí de la misma forma que yo lo siento por él. ¿Te has
dado cuenta? Hemos llegado a este barco sin saber qué nos íbamos a
encontrar y hemos sellado nuestro destino a camino entre España e Italia.
Al final, París no es la ciudad del amor.
—El amor no tiene ciudad —murmuro.
—Ni puerto en el que atracar.
Un par de suaves golpes nos hacen girar la cabeza, sacándonos de
nuestras frases hechas.
—¿Nico? —me pregunta Amaia.
—Imposible. Bajó esta mañana. Está preocupado por lo que siente por
Luna.
—¿Te lo ha contado? —me increpa Amaia sorprendida.
—No —niego—, ya sabes que Nico no es como nosotros. Él intentará
evitar a toda costa admitir que siente algo por ella. Es más, aprovechará que
el viaje se acaba para utilizarlo de excusa.
Amaia va parloteando hasta la puerta y dándome la razón. Me giro para
ver si es el capitán que vuelve a por mi amiga, pero tras la puerta se
encuentra Alba. Suspiro al verla tan guapa, con su bikini rojo, ese que tanto
me gusta verle.
—¿Vienes sola? —pregunta Amaia, sacando la cabeza y mirando a
ambos lados del pasillo a ver si se deja a alguien atrás.
—Luna ha bajado…
—¿En serio? —pregunta atónita Amaia. Comienza a dar pequeños saltos
y a aplaudir—. Es el destino, te lo dije, Lucas, el destino quería que nos
subiésemos en este barco. Me alegra tanto no haberte hecho caso y haber
venido… Hubiese perdido al amor de mi vida si no lo hubiese hecho —
musita mi amiga con cierto resquemor en la voz.
—Creo que ellos se traen algo —finaliza Alba, tomando asiento en la
butaca que ha dejado libre Amaia—. ¿Interrumpo algo? —pregunta al darse
cuenta de que estábamos en pleno desayuno.
—Tú nunca interrumpes nada —susurro.
Amaia carraspea en un par de ocasiones y balbucea un «hasta luego», al
que no hacemos demasiado caso porque nos limitamos a conectar de nuevo
nuestras miradas.
Siento de nuevo la necesidad de acortar la distancia que nos separa y
probar sus labios, esos que anoche disfrutamos sin pensar en el mañana.
—¿Qué tal has dormido? —curioseo para evitar lanzarme sobre ella, ya
sabéis, eso de ser caballeroso y tal.
—Mejor de lo que pensaba. —Alba mira al frente y se embebe de los
tímidos rayos de sol que comienzan a coger intensidad con el paso de las
horas.
—¿Te apetece que salgamos a dar un paseo por el barco? ¿Pádel?
¿Tenis? ¿Piscina? —enumero.
—Me apetece —finaliza sin hacer alusión a nada en concreto.
Me incorporo para recoger la mesa. Sé que Amaia se ha ido para
dejarnos a solas y que tome las riendas de la situación, que hable con Alba
y le confiese mis sentimientos, sin embargo, no sé hacerlo, no tengo ni la
más remota idea de cómo afrontar la situación. Cuando dije que no quería
asustarla lo decía de verdad porque quizá ella no está en el mismo punto en
el que me encuentro yo; quizá ella sí sienta cierto temor por esto que nos
atrapa cuando estamos juntos o puede que, sencillamente, ella no sienta el
burbujeo que a mí sí me embriaga cuando estamos cerca. Y luego está su
reciente ruptura… Creo que darle vueltas no es lo más sensato porque lo
único que voy a conseguir es que el temor regrese y no ser capaz de
mantener esa conversación pendiente con ella.
—¿Lista? —le pregunto cuando dejo encima de la mesa de la habitación
los restos del desayuno para que el servicio de habitaciones lo recoja
cuando vengan a limpiar.
Mi móvil emite un pequeño pitido y una vibración en el bolsillo de mi
pantalón. Alzo la vista y veo que Alba sigue quieta en el sitio. Con la
mirada imperturbable.
Desbloqueo la pantalla y veo que es un mensaje suyo.
Inkeri:
Help! Necesito tu ayuda. ¿Qué crees que debe hacer una dama cuando se muere de ganas de que
el caballero que la acompaña la bese? ¿Un guiño? ¿Una sutil caída de pestañas?

Me permito observar el rostro de Alba tras leer ese mensaje y no


puedo evitar sentirme eufórico. No puedo tener miedo, no debo sentirme
inseguro porque ella siente algo, si no fuese así, no me diría este tipo de
cosas, no actuaría como yo.
Me giro para teclear una respuesta.
Alberto:
Estoy seguro de que ese chico es un cabrón con suerte que se muere de ganas de besarte tanto
como tú a él. No es necesario un guiño, tampoco una caída de pestañas. Solo acércate, la magia se
hará sola. Espero haberte ayudado.

Espero a que su teléfono suene, aún de espaldas a ella. Agudizo el


oído, pero no lo hace. No suena.
—Mucho. —Escucho cerca de mí.
Me doy la vuelta y me quedo frente a ella. Nos observamos con
intensidad.
—¿Perdona?
—Me has ayudado mucho —finaliza. Suspiro de puro nerviosismo al
darme cuenta de que hace alusión a mi anterior mensaje—. Lucas… —
murmura dejando la frase en el aire, como si ella también quisiera disfrutar
de ese placer que precede al nerviosismo de lo que va a suceder.
—Alba… —Hago lo mismo.
Mis dedos se mueren de ganas de tocarla, de estrecharla entre mis brazos
y de probar sus labios con fiereza. Adiós al caballero. Bienvenido el rufián.
—Acércate y deja que se haga la magia —me pide. Sus palabras
impactan contra mi pecho al saber que son mis besos los que reclama.
Me acerco, por supuesto que me acerco.
Coloco mi mano en la parte baja de su cintura y la estrecho contra mi
cuerpo. Me da igual que sea consciente de la excitación que me embarga y
que perciba lo duro que estoy solo con saber lo que va a suceder.
Acaricio su pelo y coloco algún mechón rebelde tras su oreja.
—Alba —musito perdido en las emociones que despierta en mí su
cercanía; su olor, el rubor de sus mejillas, el calor de su cuerpo, su
respiración acelerada. Ella y solo ella.
—Dime, Lucas.
—Perdóname.
—¿Por qué? —pregunta con la duda reflejada en sus ojos.
—Porque no sé si quiero ser un caballero, porque no sé si querré parar,
porque no sé si podré hacerlo. Porque no aguanto más las ganas que te
tengo.
Alba exhala y percibo el alivio en su rostro.
—Lucas, perdóname.
—¿Por qué? —pregunto siguiéndole el juego y pronunciando su misma
frase.
—Porque no quiero que seas un caballero, porque no quiero que pares y
porque, si lo haces, te mataré.
Y esa amenaza velada me enciende como nunca jamás me había
encendido nada ni nadie. Y entonces me doy cuenta de que eso es porque es
Alba, porque es ella y solo ella, y eso me vuelve completamente loco.
40
SOLO SÉ DÓNDE OCURRIÓ
AMAIA
Salgo con la firme intención de dejar que ese par de tortolitos aclare la
situación.
«La situación»… Extraña forma de llamar a esto en lo que nos hemos
visto envueltos todos. Podría pegarme horas y horas divagando sobre qué
ha sucedido, qué clase de cables se nos han cruzado o qué treta nos ha
tendido el destino para llegar al punto en el que todos nos encontramos y…
se nos acaba el tiempo. Esa es la cruda realidad.
He hablado con mi madre en estos días y sé que Nico lo ha hecho
también porque hemos intercambiado información sobre las conversaciones
mantenidas por ambos y siempre tenemos en común el mismo nexo: nos
hemos callado las pesquisas verdaderamente trascendentes.
Recorro los pasillos del barco hasta salir a estribor. Quiero ver a Dante.
Necesito ver a Dante y que hablemos de lo que va a suceder a partir de
mañana. Hemos disfrutado del viaje, de los minutos a solas, de las horas
juntos y de los momentos en los que somos sencillamente dos, pero, ahora
que se acaba todo, es momento de poner las cartas sobre la mesa y decidir
cuál será la siguiente jugada.
Pregunto a varios chicos que distingo por su vestimenta como
trabajadores del barco y, a pesar de que me miran como si me hubiese
vuelto loca de remate, terminan por darme las indicaciones de cómo llegar
hasta el puente de mando.
—Pero no se puede acceder, señorita, solo mirar.
—Entendido. Simplemente quiero sacarme una foto allí, ya sabe, como
recuerdo —le miento con total descaro, sin embargo, por su sonrisa sé que
se la he colado.
Me sumerjo en los lugares que me han ido indicando hasta que encuentro
una puerta grande, blanca y con uno de esos chismes por fuera en los que
hay que pasar una tarjeta para que se abra.
Una vez estoy frente a ella, respiro para tomar cierto valor y toco. Me
sorprende que la puerta sea de metal y, por un instante, pienso que no me
van a escuchar dentro. El silencio es absoluto y atronador. Pego la oreja
como si de una de esas espías malas se tratase, sin embargo, sigo sin
percibir sonido alguno dentro. Dudo de que haya alguien, pero desecho esa
opción a la primera de cambio porque es imposible que un barco se dirija
solo por mucha tecnología avanzada que tenga.
Golpeo con el puño, a ver si de esa manera me hago eco en el interior,
pero nada, hasta que veo un pequeño botón en la parte superior y lo
presiono.
Pocos segundos después, la puerta cede y ante mí aparece Jota. Cuando
abre me doy cuenta de que sí que había jaleo dentro porque escucho
órdenes entre las conversaciones y alguna que otra carcajada que distingo a
la perfección sabiendo que es de Dante.
—¿Hola? —me pregunta como si estuviese loca.
—Me he perdido —finalizo sonriendo, total, si ya me toman por pirada,
¿qué más da?
—Ya…, un accidente de lo más fortuito perderte y llegar hasta aquí —
ironiza. Le hace gracia, lo sé, porque lo percibo en su tono, no suena a
reproche ni mucho menos.
—Tengo un pésimo sentido de la orientación —me justifico de nuevo.
Me falta la aureola y ser beatificada.
—¡Dante! —grita Jota sin perder la sonrisilla de la cara—, creo que
alguien se ha perdido y necesita que le des indicaciones de cómo regresar a
su camarote.
Jota se hace a un lado y observo dentro del espacio varias caras que no
identifico y otras tantas que sí. Elías se quita el sombrero, literalmente, y
me saluda con un cabeceo. Dante se sorprende al verme y se acerca.
—¿Amaia?
—Extraña forma de perderse tiene tu chica —se mofa Jota al pasar por
su lado para dejarnos a solas. Dante le da un pequeño golpe en el hombro, y
Jota exagera la situación gritando como si hubiese recibido una paliza por
cuatro matones de mala muerte.
—No será para tanto —le advierto dándole yo otro.
Dante se carcajea mientras me toma de la mano y me saca de allí,
llevándome unos pasos más allá.
Se escucha la voz de Elías, advirtiéndole que no puede abandonar su
puesto de trabajo mientras Jota le explica que lo más probable es que no
vuelva y que él lo haría así si estuviese con un bombón como yo. Tras eso,
la puerta se cierra y se percibe de nuevo el silencio.
—Lo mataré luego, prometido —me suelta Dante antes de arremeter
contra mi boca y devorarme sin piedad—. ¡Joder! Llevo todo el día
pensando en esto —musita contra mis labios.
Llevo mi mano hasta su nuca y lo atraigo de nuevo hasta mi boca. Ya se
me ha olvidado a qué venía, lo juro.
—Pues sigue —le apremio mientras me aprieto contra su cuerpo—.
¡Cómo me pones vestido de blanco!
—Tú a mí de cualquier color.
Y nos besamos de nuevo con total entrega, lo que parece un beso tierno
deja de serlo al primer segundo. Intento que la cordura acuda a mí, pero
cuando tengo a Dante tan cerca me es imposible, de verdad, me lo pone
jodidamente difícil.
Nos separamos minutos después y nos dedicamos una mirada cómplice.
Dante mira en dirección a la puerta que nos separa del puente de mando y
suspira.
—Debería volver a mi puesto.
—Deberías, sí. Y puede que yo no debiera estar aquí —confieso. Dante
asiente.
—Pero estás y eso significa algo —medita llevándose la mano a la
barbilla. Le mordería la barbilla—. ¿Qué sucede, Amaia?
—Tenemos que hablar.
Dante se separa unos pasos y estudia mi postura.
—Esa es la temida frase, ¿verdad?
Asiento y sonrío.
—Es en serio, no lo digo en broma, tenemos que hablar.
Dante cabecea afirmando de nuevo y me pide que le espere unos
segundos. Pasa la tarjeta por el lector mientras le miro el culo con total
descaro. La puerta se abre y él accede, no sin antes dedicarme una mirada
suplicante para que no me vaya. Como si me fuese a ir a alguna parte.
Me quedo apoyada en la pared y pienso en cuáles son mis opciones, qué
camino tomar en la conversación y si debería tener claro cómo afrontar la
charla, pero yo no funciono así, nunca he funcionado de esa manera, a mí se
me da mejor eso de improvisar.
Dante sale minutos después, con la chaqueta en la mano y con una
sonrisa canalla en la boca. Diría que esa sonrisa es su mejor complemento.
—¿Nos vamos? —me pregunta.
—¿Te han dado el día libre? —cuestiono.
—Digamos que tengo una razón de peso para irme, y mi jefe la ha
aceptado, aunque tendré que invitarle a una copa por culpa de una señorita
muy descarada.
—Pobre señorita.
—Pobre, porque no sabe lo que le espera —finaliza Dante.
Caminamos por los pasillos y nos encontramos con varias de esas
personas que antes me indicaron cómo llegar. El chico de la excusa me
pone mala cara al darse cuenta de que la foto era una mentira como la copa
de un pino, pero no dice nada, se limita a saludar a Dante y a hacerme un
gesto con la cabeza. Se ve que esto es lo que se lleva aquí dentro o algo.
Cabeceo yo también por inercia y sigo caminando.
Llegamos en completo silencio hasta el camarote de Dante, que no se
encuentra cerca de los nuestros, y me invita a pasar. Todo igual que la
última vez: limpio, pulcro y meticulosamente ordenado.
Salgo a la terraza, mi lugar favorito, y Dante, tras descalzarse, me sigue.
—Tú dirás —me anima.
Dudo un par de segundos entre gastarle la típica broma de «no eres tú,
soy yo», pero me da pánico que se lo tome en serio y cagarla con lo bien
que estamos. Ya os dije que lo mío es más bien improvisar y ser directa y
hago uso de mi propio estilo.
—¿Qué va a pasar entre nosotros a partir de mañana?
No me observa, mira al frente. No habla. No se inmuta. Ni siquiera se
rasca la barbilla. Tampoco me enseña una de sus sonrisillas, sencillamente,
permanece en silencio y se me hace eterno.
—¿Qué quieres que pase a partir de mañana? —me pregunta
directamente, tirando la pelota a mi tejado.
—Quiero estar contigo, me da igual dónde, solo quiero estar contigo.
Ni siquiera me planteo la duda, lo tengo claro, clarinete.
—¿Lo has hablado con ellos? —Sé que hace referencia a mis padres
porque Dante sabe cómo son y lo que van a pensar.
—No. No lo he hablado con ellos porque tenía que hablarlo contigo
primero. Quiero saber qué piensas tú, qué somos, qué significa para ti esto.
—Y nos señalo con los pulgares y parece que tiemblan como hojas que
caen de un árbol en otoño y se quedan sin el abrigo de su hogar, de su
seguridad.
Por primera vez siento algo de pánico cuando veo que él no responde
con la misma celeridad que lo he hecho yo. Y mi corazón late desbocado
por si el resultado de esta conversación resulta que sí que tiene ese fatídico
final de «no eres tú, soy yo».
—No me preguntes el cómo, el cuándo o el porqué, pero sé que me he
enamorado de ti, Amaia, y no quiero que esto termine en siete días.
El latir acelerado de mi corazón resuena y juraría que podría percibirlo
cualquiera a pesar de los sonidos que nos envuelven.
—Yo tampoco —confieso, abrumada por sus palabras, mientras intento,
sin éxito alguno, tranquilizarme.
Me incorporo y me acerco hasta él. Dante da un par de palmaditas en sus
piernas para que tome asiento sobre ellas. Lo hago, vaya que si lo hago.
—Yo también te quiero, capitán, mi capitán.
—¿Entonces…? —me pregunta dejando la frase inacabada.
—Entonces, capitán, debe saber usted que mi corazón ha atracado en un
puerto y no piensa abandonarlo bajo ningún concepto.
Dante asiente, se acerca y sus labios rozan los míos.
—Será un placer para mí navegar a su vera, capitana.
—El placer será mío.
Y el placer es tanto que me quedo sin respiración a la primera embestida.
41
EL DESEADO REGRESO A CASA
LUNA
Tengo una sensación agridulce en el cuerpo.
Por una parte, me apetece regresar a casa, volver a pisar tierra firme y
zanjar determinadas cosas que en estos siete días se me han ido
completamente de las manos. Ya sabéis lo que se dice: «Juego de manos,
juego de villanos» y yo me he convertido en una pésima jugadora. Es
innecesario que diga que ese juego en el que me he volcado tiene nombre
propio y forma parte de esas tres personas con las que coincidimos nada
más llegar a este navío.
La otra parte sabe que también es agria la sensación que me dice que
nuestro crucero finaliza y se transforma en una despedida. Cada uno por su
lado. Y, aunque es necesario, el simple hecho de regresar, de enfrentarme a
la nueva normalidad sin Manu, a no volver a reencontrarme como cada
mañana con la sonrisa canalla de Nico o esas ridículas camisetas que se
empeña en llevar, dejando a la vista parte de ese torso que —
lamentablemente— me apetece recorrer, pues me deja mal sabor de boca.
Negarlo sería mentir y mentir sería pecado.
Pecado como él.
Juro que cuando le dije que quería follar con él lo dije pensando que iba
a rechazarme, a decirme cualquier barbaridad y provocar una de nuestras
disputas, de esas que tan bien se nos dan, sin embargo, supo recomponerse
rápido, coger mi mano y llevarla hasta su polla. Así, tal cual, y contuve la
respiración poco, muy poco, tan poco que tuve que apretar para sentir la
dureza entre mis dedos.
Hui. Vaya que si lo hice. Como una bellaca. No pude evitar que la
excitación recorriese todos y cada uno de los poros de mi piel y que las
ansias porque esa polla estuviese dentro de mí se acrecentaran con cada
apretón que prodigaban mis dedos sobre ella.
No acudí a cenar. Alba tampoco me dijo nada porque, señoras y señores,
he perdido a mi amiga, aunque ella insiste en que son cosas mías y que no
siente nada más allá que la amistad por Lucas y, tonta de sí, se lo cree y
piensa que yo también. En fin, que no soy la más indicada para nada porque
yo misma me pongo mil y una excusas para evitar afirmar que Nico me
pone como ningún tío y que me gusta buscarle las cosquillas como a nadie.
Fin de la historia.
Un par de suaves golpes me sacan de mi ensimismamiento. Estoy hecha
un trapo, mi pelo, que ha tenido épocas mejores, el pijama menos bonito
que hay y, por suerte, no percibo restos de baba colgando de mi labio
porque ese que aparece frente a mí, hecho un pincel, es el chico que
provoca que mi cuerpo entre en ebullición solo con su mera presencia.
—Putos botones —musito al bajar la cabeza y verle ahí plantado, tan
guapo, tan bien vestido, tan sexi y con una mirada que hace que arda. Tan,
tan todo. Eso sin contar con que sigo teniendo la sensación de su polla —
gorda y larga, si queréis que especifique como sabéis que tanto me gusta
hacer— entre mis dedos.
—¿Ahora te escondes en la caverna? ¿Es aquí donde haces tus pociones
y conjuros?
—Contigo no han surtido efecto, creo que tengo que arrancarte algún
que otro pelo para echarlo en la cazuela —le respondo con arrogancia,
haciéndole frente, como siempre.
Nico se carcajea, no una risilla de esas apenas audibles, no, qué va, una
señora carcajada y me muero de ganas de seguirle el rollo y hacer lo mismo,
pero estaría mal que dos enemigos acérrimos compartieran emociones,
¿verdad?
—¿Y qué conjuro echarías sobre un pobre ser desvalido como yo?
Oteo la habitación, dejando a un lado que yo estoy hecha una piltrafa, y
él es un dios.
—No veo ningún ser desvalido aquí dentro, así que no puedo decirte
exactamente qué le haría.
—Yo, probablemente, te cerraría la boca con cinta aislante y no dejaría
que hablases jamás.
—Más quisieras, chaval —le provoco.
—O no, porque estoy seguro de que esa boca de piñón que tienes debe
hacer maravillas con cierta parte de mi anatomía.
Un «más quisieras, chaval», de nuevo, habría estado bien ahora mismo,
pero mi señora imaginación solo piensa en que pueda ser cierto y que su
polla entre en mi boca para yo chuparla con avidez. Estoy perdida, lo sé de
antemano.
—¿Qué quieres? —La pregunta suena bastante borde, lo admito, y Nico
lo percibe porque me mira raro al darse cuenta de que ha habido un cambio
en mi actitud.
—Quería saber si estabas bien… —Carraspea en un par de ocasiones—.
Después de lo de ayer, creo que te debo una disculpa.
—¿Perdona? —Y lo pregunto porque de verdad creo que mi mente me
ha jugado una mala pasada.
—Perdonada —me provoca de nuevo—. Pero el que venía a disculparse
soy yo.
—Eres lo peor —le confieso.
—¿Peor que tú? Lo dudo —resuelve contundente.
—Puedo ser peor aún —le pincho.
—No me gustaría ver cómo eres capaz de comportarte cuando eres peor.
No sé bien siquiera cómo estamos tan cerca, cómo hemos sido capaces
de acortar distancias y cómo sus ojos me prometen cosas que muero porque
cumpla.
—Será mejor que te vayas, Nico. —Ya no sueno borde, ni hay un ápice
de altanería en mis palabras, no sueno arrogante ni irónica. Mi voz se tiñe
de una súplica silenciosa que espero que entienda.
—Y, si no me voy…, ¿qué pasa?
Sus manos se cuelan entre mis costillas y comienzan a deslizarse por mis
costados, en una caricia apenas perceptible, pero que me enciende como
una mecha al contacto con el fuego.
—Nico… —Bajo la voz, siendo casi inaudible porque, aunque me cueste
admitirlo, llevo renegando de su contacto desde el primer día que me besó y
desde ese mismo día he querido que lo haga constantemente, que me
busque, que me desee y me necesite con la misma intensidad con la que yo
lo hago.
—¿Qué? ¿Ahora la bruja resulta que no lo es tanto? —Tiene el poder. Le
he dejado que tome el poder porque, maldita de mí, he creído que de esa
forma él se apiadaría de una servidora y sería suficientemente caballero
como para evitar que suceda algo entre nosotros, pero… es el último día, y
Nico puede ser cualquier cosa menos un caballero.
»Ahora resulta que la bruja quiere jugar con su mascota.
Me recompongo y asumo el control. Es el último día, maldita sea, no voy
a verlo más y, por supuesto, no estoy dispuesta a desaprovechar la situación.
En cuestión de horas estaremos en tierra, bajaremos de este barco y cada
uno retomará su vida. Yo volveré al pueblo, a mi trabajo, a mi vida y la
seguridad que ella me aporta, y Nico volverá a jugar a ser el jefe de la
empresa, un tío seco que solo folla por placer y sin ataduras y, ahora mismo,
no veo ningún impedimento para que disfrutemos de eso que tanto ansío.
De sus besos, sus caricias y mis manos desabotonando la camisa que lleva
puesta.
—Llevo muchos días queriendo quitarte esas malditas camisas que
llevas —le confieso sin vergüenza alguna.
Mis dedos no titubean cuando comienzo a colocarlos sobre cada botón y
deshacerlo del ojal en el que se encuentra encerrado, dándole libertad y
dejando que esa libertad se abra paso ante mis ojos.
Su pecho fornido aparece ante mí y sonrío victoriosa cuando, al pasar
mis uñas por su piel, su vello se eriza. Sonrío valiente por haber conseguido
que Nico, ese Nico que tanto me pone, esté a mi merced.
—Y yo llevo muchos días queriendo follarte —finaliza como si hubiese
salido de su embrujo.
Su camisa cae al suelo y se hace un ovillo. Una camisa con hojas de
palmeras, de esas que no diría que le pegan a un tipo como él, un ejecutivo
de una empresa importante. Sus dedos vuelan raudos y veloces a por mi
camisa de tirantes y mis pezones se yerguen sabedores de lo que vendrá
después.
Su boca, presurosa, se coloca sobre uno de ellos. Bajo la cabeza para ver
cómo juguetea con él y su mano se coloca sobre mi otro pecho, que espera
ansioso su turno.
—Mierda —profiero perdida en las sensaciones que despierta en mí.
—¿Te gusta? —me pregunta socarrón, pasando la lengua por encima de
mi pezón que reclama sus atenciones. Asiento, ensimismada en su gesto—.
Pues no sabes lo que te espera, chata.
Sus dedos se cuelan entre mis pequeños pantalones y los bajan,
llevándose a su paso la braguita que había bajo ellos. Estoy desnuda ante
Nico, ante un desconocido, pero no lo siento así en ningún momento, es
como si esto lo hubiésemos hecho cientos, miles o millones de veces, como
si su cuerpo conectase con el mío sin necesidad de darle indicaciones sobre
lo que debe o no hacer con él. Sus dedos se cuelan entre mis pliegues y abro
las piernas por la inercia.
Alzo la vista cuando tantea mi hendidura y uno de sus dedos se cuela
dentro de mí. Mierda. Mierda. Mierda.
Intento respirar con la mayor normalidad posible dadas las
circunstancias y llevo mis dedos hasta su bermuda.
—¿Pensabas ir a la piscina? —le pregunto. Es una estupidez, pero ahora
mismo no me pidáis que mi raciocinio sea el mejor.
—Esto es mejor que la piscina. Pienso nadar dentro de ti —me advierte
concluyente. Y yo me muero de ganas de que lo haga.
Bajo sus pantalones con decisión y su polla me da los buenos días. Sexo
mañanero, diría si pudiese. Lo que mi mano palpó ayer no le hace justicia a
lo que tengo frente a mí. Gorda e imponente. Erguida en todo su esplendor
y me muero de ansias de que mi boca le dé placer tal y como él mismo
había vaticinado.
Me arrodillo frente a él, y Nico cierra los ojos, sabedor de lo que voy a
hacerle. Si fuese uno de esos momentos en los que tiramos de
provocaciones, le diría que ahora mismo lo tengo a mi merced, pero lo
único que deseo es probar su sabor y engullirla hasta dejarlo sin respiración.
Y eso es justamente lo que hago.
Mientras Nico deja caer su cabeza hacia atrás, y emite un ronco gemido,
yo abro los ojos para comérmelo entero. La sensación me embarga, es
completamente diferente a lo que he sentido jamás y eso me abruma y
asusta a partes iguales. El deseo toma el control dejando que mi boca se
mueva por su longitud.
Nico parece retomar un poco la cordura y coloca ambas manos a los
lados de mi cabeza para acompañar mis movimientos con los suyos y
follarme, literalmente, la boca.
—¡Qué boquita tienes, Luna!
Gimo en respuesta y dudo de si ha sido él, yo o los dos perdidos en el
placer intenso que nos envuelve.
Su polla sale de mi boca con rapidez y advierto los brazos de Nico bajo
mis axilas, levantándome con firmeza. Enredo mis piernas en su cintura y
su polla late contra mi clítoris. Gimo más fuerte.
Me deja caer sobre la pequeña mesa que hay en la habitación, abre mis
piernas y se coloca en el centro. Su boca devora la mía en cuestión de
segundos y nuestros ojos, abiertos, se leen. Deseo. Placer. Excitación y una
familiaridad que nos abruma a ambos y que no nos permitimos mentar.
Su cabeza desciende sobre mi pecho y deposita un reguero de besos al
mismo tiempo que su mano se coloca en mi monte de Venus. Abro por
inercia mucho más las piernas hasta que siento que sus dedos recorren mi
centro y su lengua comienza a saquear mi clítoris sin dudar. El placer se
incrementa y en cuestión de segundos me corro. Sin demoras, sin dilación,
fruto del deseo contenido, puede que de la escasez de sexo, pero, sobre
todo, de las sensaciones que despierta Nico al contacto de mi cuerpo.
Sonríe satisfecho cuando se incorpora y, aunque aún me encuentro bajo
el influjo del orgasmo, decido que esto es ahora o nunca y jamás he
contemplado la posibilidad de que sea nunca.
Llevo mi mano hasta su polla a la vez que Nico se limpia los restos de
mis fluidos con el dorso de su mano. Me acerco hasta el filo de la mesa
mucho más y le guio hacia mi entrada. No hay dudas, no hay nada que no
sea necesidad que crece y se expande.
Entra en mí con decisión y grito por su intrusión inesperada a la vez que
esperada.
Ambos dejamos caer la cabeza hacia atrás sintiendo el palpitar de
nuestros cuerpos y la agitación de nuestras respiraciones. Un par de
segundos apenas antes de mirarnos de nuevo y ver en nuestros ojos el fuego
reflejado en el otro.
Empujo su culo con mis piernas, invitándole a que siga.
—No seas suave. No me gusta suave —le digo.
Nico sonríe de medio lado y ese gesto me hace estremecer.
—No podía ser de otra forma, ¿verdad, fiera?
Llevo mis manos a su pelo y tiro de él.
—Fó-lla-me —deletreo haciendo hincapié en todas y cada una de las
sílabas.
Y Nico lo hace. Sin pensar ni rechistar y sé que no es por mi petición,
sino porque siente esa misma ansia que siento yo.
No es suave, no es tierno, es duro y contundente. Llega adentro, bien
adentro y siento que eso que antes llegó casi sin aviso se forma con fuerza.
La energía se arremolina en mi cuerpo y comienzo a temblar con suavidad
justo antes de que Nico coloque sus labios sobre los míos y me bese con
intensidad, tragándose mis gemidos, y yo los suyos.
Nos hemos corrido. Hemos follado y nos hemos corrido.
—El puto mejor sexo de mi vida —musita.
Y yo…, yo solo pienso en que no quiero que esto sea solo un polvo. No
quiero que acabe.
Y lo peor… es que ha llegado la hora de admitir que creo que me he
enamorado.
42
LUCAS, YO… NO PUEDO
ALBA
Estamos en la proa del barco. En completo y absoluto silencio esperando
a que, en algún momento, veamos suelo español de frente. Tan de frente
como eso que sabemos que nos toca una vez pisemos tierra.
No hemos sido capaces de decirnos nada, ni siquiera sabemos cómo
afrontar la situación ninguno de los dos. Sé que Lucas lo ha intentado en un
par de ocasiones, sin embargo, en todas y cada una de ellas le he besado con
el único propósito de acallarle. Él no tiene culpa, por supuesto que no, no
obstante, yo no me siento preparada para enfrentarme a lo que quiera que
me tenga que decir.
Sé que Lucas siente algo, lo sé, porque yo también estoy confusa y
temerosa por lo que ha conseguido despertar en mí en poco más de seis
días, siete, si nos ponemos exquisitos y, aunque sé que lo que ha sucedido
entre nosotros ha sido bonito, hay una parte de mí que me indica que es de
poco juiciosa no ponerle freno ahora. Acaban de dejarme plantada el día de
mi boda, es probable que siga enamorada de mi ex y que todo esto
sencillamente sea un espejismo provocado por su abandono, ni más ni
menos. Y me siento culpable de haber alimentado ese sentimiento y
romperle el corazón a un chico tan dulce como él.
Cuando le dije a Luna que era un buen amigo, y que mis sentimientos no
iban más allá de esa línea, le mentí. Quizá no de forma consciente ni
premeditada, se lo dije porque lo sentía de veras y eso no quiere decir que
no sienta algo por Lucas, pero cierto es que no lo definiría como amor. O
quizá es que esta inseguridad que cargo ahora mismo me hace renegar de
sentimientos más profundos.
Sencillamente, no puedo enamorarme de otra persona en siete días
porque es una completa locura hacerlo. Y mucho menos cuando eso que me
ha marcado sigue teniendo cicatriz y nombre propio.
Le escucho suspirar, con las manos unidas y los antebrazos reposando
sobre la barra de acero que nos frena de una inminente caída al vacío. Y una
parte de mí siente que quiere caer, que de verdad quiere hacerlo. Otra, la
menos racional, me pide a gritos que no me separe de sus brazos y me
encierre en ellos hasta que todo lo que nos rodea se disipe y se vuelva
polvo. Porque con Lucas siento que nada importa.
Le dije a mi padre que no quería volver a ser aquella Alba y lo he
conseguido. Intento no serla, pero tampoco puedo llegar a ese punto en el
que lanzarme al vacío sin paracaídas me parezca la mejor de las opciones
porque esa Alba tampoco soy yo. Soy un mix de ambas.
—Alba. —Lucas toma aire de nuevo y sé que me está mirando—. Creo
que no nos queda demasiado tiempo y que tenemos muchas cosas que
decirnos.
Asiento, no por inercia ni desidia, asiento porque sus palabras encierran
verdades como puños y esconderse bajo una alfombra o tras una puerta no
es una opción viable, menos con Lucas, que se ha comportado conmigo de
forma inmejorable.
—No sé bien por dónde empezar —confieso cabizbaja.
Lucas coloca su mano bajo mi barbilla y alza mi mirada.
—Soy yo, Alba, el Lucas de siempre, el que te ve, al que tú ves.
—Lo sé, pero… no por ello deja de ser complicado.
Nos giramos y ahora damos la espalda al mar. Lucas comienza a pasear
frente a mí y sé que lo hace para tomar valor, ese valor del que yo carezco
ahora mismo.
—Empezaré yo, ¿vale? —Y le agradezco inmensamente que me diga
esas palabras, lo que hace que, una vez más, Lucas me lo ponga
excesivamente fácil e imagino si eso es lo que sucedería entre nosotros, si
siempre sería capaz de ponérmelo tan fácil como ha hecho en estos días—.
Puede que haga nada que te conozca, que sean siete días y que ese número
sea insignificante, pero créeme cuando te digo que, para mí, es como si
hubiese sido una vida entera porque siento que esto que hemos compartido,
este tiempo, es mucho más que siete días, Alba, y corrígeme si me
equivoco.
Lucas habla con solemnidad, serio y directo, y me sorprende esa faceta
suya, me recuerda a ese Alberto con el que no hay medias tintas y veo que
sí, que puede que se haya escondido tras un seudónimo, pero que ambos son
el mismo y se complementan.
—Tienes razón —le confirmo añadiendo un movimiento de cabeza para
corroborar mis palabras.
—Y no puedo hablar por ti, aunque me encantaría hacerlo, pero sí que
puedo decirte abiertamente que para mí han sido unos días increíbles
provocados por un encuentro de lo más fortuito. ¡Míranos! —me pide—,
¡mira el barco! Somos muchos, muchísimos, y nos hemos encontrado a
pesar de todo —matiza.
—Y han sido unos días espectaculares, especiales, increíbles y
probablemente me quede corta al definirlo…
—Esa forma de hablar encierra algún «pero», ¿me equivoco?
Suelto todo el aire contenido y siento que me duele el pecho, siento las
punzadas antes siquiera de dar la estocada.
—Lucas, yo estoy hecha un completo lío —confieso, abrumada.
—Explícate, Alba, somos nosotros, hemos hablado de todo, yo he sabido
darte tu espacio, y tú el mío, y podemos hablar de lo que sea con total
sinceridad.
Y tiene razón, siempre hemos funcionado así, hasta mi padre me lo ha
dicho cuando le he contado los avances de nuestra amistad.
—Me siento bien contigo, me siento tranquila y soy yo misma, más yo
que nunca, pero, no sé, Lucas, tengo miedo, dudas, inseguridades, y no soy
capaz de dejarlas a un lado. No es tan sencillo.
—Sí que lo es —me rebate plantándose frente a mí—. Lo es —musita
cogiendo mis manos entre las suyas.
Y sé que de verdad le voy a hacer daño y me duele eso porque él es
capaz de confiar en nosotros como yo misma no sé hacerlo.
—Estoy confusa, Lucas.
—Dime que no has sentido lo mismo que yo. Dime que no notas esa
aura que nos rodea, la paz, la tranquilidad, el sosiego que precede a las risas
y las bromas, las carcajadas, los comentarios socarrones y las
conversaciones profundas. Dime que no te sientes bien cuando recibes un
mensaje de Alberto porque yo soy jodidamente feliz cuando Lucas está con
Alba y cuando Alberto recibe un mensaje de Inkeri.
Medito sus palabras durante unos segundos, sin apartar la vista de él, sin
esquivar su mirada, y la conexión, siempre nos invade cuando estamos
juntos y nos miramos, cuando Alba es más Alba que nunca porque está con
Lucas, y de nuevo pienso si no tendrá razón, si será cierto que yo misma
soy la que pone pegas en la historia y la que duda por ambos porque lo veo
a él, veo su decisión y su disposición, y quizá es que me obceco en algo que
no existe y que solo me empeño en ver yo.
Las palabras burbujean en mi garganta y pugnan por salir. Mis dedos
queman para ir a su encuentro y quizá sea lo único que necesito, tocarle
para sentirle de verdad y saber que con él todo podrá salir bien, sin miedos
ni restricciones.
—¿Alba?
Una voz. La voz. Su voz. Esa tan conocida. Esa que me ha acompañado
tanto tiempo. Esa que me dijo hace ya unos meses que no podía, se clava en
mí como una verdadera punzada en el pecho, una que no hace llaga, sino
que rompe y constriñe con fuerza.
Lucas se aparta dejando a su paso la visión completa de él. De Lucho.
De mi ex. Del hombre con el que me iba a casar y al que le iba a jurar
fidelidad, una que duraría hasta el final de nuestros días.
Lucas parece estar sorprendido aun sin saber quién es, pero lee en mi
mirada como solo él sabe hacer y entiende que debe de ser alguien lo
suficientemente importante como para romperme en dos.
—Alba… ¡Dios, Alba! —exclama hasta colocarse frente a mí—. Te he
echado tanto de menos, es el destino, el destino sabe que me equivoqué y
que estaba arrepentido y me ha dado una segunda oportunidad.
Lo suelta de carrerilla, sin pensar, y yo lo escucho todo como una oyente
que lo interioriza, pero no se ve en un primer plano. Es como si hubiese
abandonado mi cuerpo y fuese una mera espectadora de la escena que se
desarrolla frente a mis propios ojos.
—Lucho… —confirmo cuando soy capaz de que las vocales y
consonantes vuelvan a mi cabeza y se unan para formar algo que tenga una
mera lógica.
—¿Él? —pregunta Lucas como si todo encajase.
Me dejo hacer mientras Lucho sigue abrazándome y reteniéndome en sus
brazos. Besando mi cabeza y pidiéndome perdón una y otra y otra vez.
—Todo se va a solucionar porque te quiero más que a nada —me dice.
Luna aparece y se coloca al lado de Lucas, confusa. Nico y Amaia
también. Parece que todos han venido en el momento más oportuno.
Lucho parece reparar en las personas que nos rodean y se gira con una
enorme sonrisa que se le borra cuando ve a Luna allí presente.
—Mira, si es Luna.
—Anda, si es el gilipollas que dejó plantada a mi mejor amiga el día de
su boda.
Suena borde, incluso destila odio en su voz, y me atrevo a decir que en
cada poro de su piel.
—No creo que seas la más indicada para decir nada con lo que has hecho
—la acusa—. Somos iguales, Lunita —le suelta con descaro.
Y mi mente sabe que lo dice porque ella se ha separado, y él me dejó
antes de poder sellar los votos, lo que implica una separación de alguna
forma, pero sigo sin poder mediar palabra.
—Relájate, chaval —le suelta Nico colocándose al lado de Luna y
dándole la mano.
—Veo que has buscado sustituto rápido. Manu tiene razón.
—¿Razón en qué? —le increpa mi amiga—. Venga, dilo, no te cortes,
Lucho. Porque si es cuestión de insultar yo también sé hacerlo.
Veo a Nico con la mirada de orgullo cubriendo su rostro y puede que se
empeñe en negarlo, sin embargo, lo que hay entre ellos no es solo amistad.
Lucho me da la mano y tira de mi cuerpo, intentando alejarme de allí.
Lucas me tiende su mano y sujeta mis dedos. Frena mis pasos. Lucho lo
percibe y se detiene, mira nuestros dedos entrelazados. Tira con más fuerza
mientras nos separa definitivamente.
Y entonces lo noto.
Noto que mi corazón se rompe en mil pedazos y sé que ni siquiera se
había recuperado de la anterior explosión a la que se vio sometido.
—Lo siento, Lucas, pero… no puedo.
Ahora no es solo mi corazón el que se ha roto, es también el de esas
cuatro personas que dejo en proa, con el mar a su espalda, con Barcelona de
fondo, a punto de tocar tierra y me doy cuenta de que todo este tiempo
hemos sido agua, un agua que se puede separar si la corriente así lo desea.
43
EL PRESENTE SE TIÑE DE NEGRO
ALBA
Si es cuestión de confesar, confieso que mi vida, estos tres últimos
meses, ha sido un completo y absoluto desastre.
Ya está. Lo he dicho y me siento extrañamente bien al hacerlo.
Aquella Alba que se subió a un barco en busca de dejar atrás una ruptura
demasiado dolorosa y extraña bajó de él con la misma sensación; con ese
peso en el estómago que no presagiaba nada bueno, que me indicaba que no
hacía lo correcto y que dejaba en proa a unas personas confusas que no se
merecían lo que les había hecho. Y lo hice. Lo hice sin pensar, presa del
miedo, de las inseguridades y de la incertidumbre por lo que sucedería si
me dejaba llevar siguiendo lo que mi corazón me pedía y no hice otra cosa
que refugiarme en lo conocido, en un nombre que ya sabía qué escondía y
sin atreverme a ser yo misma de nuevo. Y de ello me había jactado, ¡vaya
que si lo había hecho!
Lo hice tan mal, tanto, tanto, que mi vida se ha convertido en un
completo caos y me he sumido en una desidia en la que no me reconozco en
absoluto.
—Alba, cielo, se te va a hacer tarde.
Alzo la cabeza y veo a mi padre allí, parado frente a mí, intentando
averiguar si mi estado de ánimo es bueno, malo o peor, porque hay días en
los que no me aguanto ni yo.
—Ya voy. En nada vendrá Lucho a recogerme. —Le observo con fijeza,
esta vez, intentando saber si mi comentario le hiere o no, porque para mí no
ha sido un camino de rosas, pero para él tampoco.
—¿Y Luna? ¿Sigue enfadada?
Asiento, desviando la mirada y observando, desde mi posición, la calle.
—Sí —admito en voz alta.
—Se le pasará, lleváis juntas demasiado tiempo.
—Nunca hemos estado tanto sin hablarnos.
Mi padre suspira y se acerca, se sienta a mi lado mirando, como yo, por
la ventana.
—¿Aún sigues creyendo que hiciste lo correcto?
Cierro los ojos y emito un largo y sonoro suspiro tras su pregunta. Lo
correcto, ¿y qué es exactamente lo correcto?
—No —finalizo.
—¿No quieres hablar de ello?
No es la primera y probablemente tampoco sea la última vez que le digo
a mi padre que este es un tema que está zanjado y no doy pie a réplica
alguna. Porque, si es cuestión de buscar un verdugo, yo misma me presto
voluntaria a ello.
Niego efusivamente mientras percibo las ganas contenidas de llorar, de
buscar un desahogo que no llega, porque nada en estos tres meses me ha
hecho sentir mejor.
—No he hecho lo correcto —sentencio con vehemencia.
Me incorporo con la firme decisión de hacer lo que quizá debería haber
hecho hace mucho o lo que no debería haber hecho hace poco, ni siquiera sé
bien cómo definirlo, pero sí sé lo que tengo que hacer.
—Ha llegado esto para ti. Lo encontré en el buzón.
Mi padre me tiende un pequeño sobre blanco con un nombre escrito
fuera de él. Mi nombre.
Mi corazón late acelerado presa del nerviosismo.
¿Estará la suerte de mi parte hoy?
Y, lo más importante de todo, ¿será él?
44
EL PRESENTE SE TIÑE DE BLANCO
LUNA
No sé bien cómo enfrentarme a esta situación. Me supera. Y, no solo eso,
ha provocado que todo mi mundo se desestabilice y se tambalee como una
fina cuerda bajo los pies de un funambulista en el peor de sus días.
Así me siento yo. Como una acróbata en uno de sus peores días,
temiendo caer con un paso desacertado.
Necesito a Alba. Necesito que esté a mi lado, que me preste su consejo,
que me diga al oído que todo va a salir bien y que nada malo nos va a
suceder, que tiene todo bajo control o que soy yo la que lo tiene y que no
debo tener miedo porque nunca estaré sola.
Sin embargo, ella ha cambiado y yo también lo he hecho. Todos lo
hemos hecho en estos tres meses.
No estamos enfadadas o no creo que esa sea la mejor definición de
nuestra relación. Solo hemos necesitado un espacio ambas para poner en
orden nuestros pensamientos. Ella, para hacerse a la idea de lo que eligió
aquel día de mayo antes de pisar tierra firme y para asimilar lo que dejó allí,
con un gesto apesadumbrado y un corazón roto, uno que pudimos escuchar
todos hacerse añicos. Y yo, para negarme una y otra vez lo sucedido, para
admitir que fue un amor de primavera y que todo fue fruto de un viaje, nada
real, nada que hace que escueza y que deje un velo de tristeza tras su
ausencia, sin esos botones que tanto me gustaba ver desabrochados y con la
extraña sensación de que sigo echando de menos esa sonrisa canalla que
siempre lucía en su rostro, por muy temprano que fuese.
He mantenido mi mente ocupada solucionando todas y cada una de las
situaciones que dejé sin zanjar antes de subirme al barco. He cerrado, de
verdad de la buena, una parte que dejé en tierra firme. Y puedo decirlo
abiertamente: soy una mujer divorciada. Ha sido mucho más sencillo de lo
que esperaba, cosa que me ha asombrado, pero las situaciones no tienen
siempre por qué estar rodeadas de dramas y tragedias propias de una obra
de teatro. A veces, son mucho más simples y sencillas si de verdad
admitimos que la realidad era tal y como era.
Desde la ventana observo, cada mañana, el vehículo de Lucho parado
frente a la acera de la casa de Ismael y Alba. No compartimos coche, como
era habitual, y es que ese espacio del que os hablo implica que nos hayamos
distanciado más de lo que me gustaría admitir.
Alba sale de casa y mira en mi dirección. Hoy no me escondo, no cierro
el visillo para que no me vea, dejo que perciba mi presencia, y ella alza el
mentón con altanería. Sonrío de medio lado al ver un atisbo de la Alba que
fue hace mucho, mucho tiempo, y que se quedó atrapada en un bucle. Esa
Alba que tanto me gusta, que tan buenos momentos me hizo pasar y que
logró con su presencia que me sintiese más arropada que nunca antes. Esa a
la que espanté cuando era una renacuaja y que regresó al día siguiente y así
cada día.
Dejo la taza de té en la pila de la cocina, me despido de mis padres y
salgo en dirección a mi coche para ir al trabajo.
Mientras recorro el pequeño camino hasta mi vehículo, y saludo al
cartero, me permito dejar de pensar por un momento en eso que lleva
ocupando unos días mi cabeza. Mi nuevo caos.
—Buenos días, Luna. Hoy sí que tengo algo para ti.
Me tiende un sobre blanco con mi nombre escrito con una caligrafía
exquisita.
Mi corazón late acelerado presa del nerviosismo.
¿Estará la suerte de mi parte hoy?
Y, lo más importante de todo, ¿será él?
45
BOOOOMMMMBAAAA
NICO
—Esto era de esperar, Amaia, ¿o es que pensabas que todo se iba a
solucionar en tres meses? Ya sabes cómo son.
—Lo sé, pero no imaginé que, llegado este momento, fuesen a
comportarse así. ¡Si ni siquiera nos han dado una oportunidad! Es lo
mínimo que pueden hacer, son mis padres, ¡joder!
Amaia está completamente fuera de sí y lo entiendo, ¡cómo no lo voy a
entender!
—Me gustaría que las cosas fuesen de otra manera. Hablaré con ellos,
pero no ahora, no es el momento, tenemos que dejar que se tranquilicen y
que asuman la situación tal y como se ha planteado.
—Hace tres meses que decidí quedarme con Dante y algo más de dos
meses que he empezado con mis clases de danza…
—¿Y te arrepientes de ello? —pregunto cortando el discurso de mi
hermana.
—¿Qué? ¿Estás tonto? Sabes que no, que hice esa elección aquel día con
todas las consecuencias. Todos elegimos.
—Todos —remarco.
—¿Y tú? ¿Cómo lo llevas?
Sé bien que mi hermana quiere preguntarme directamente por Luna.
Quiere saber si la he echado de menos o si me he dado cuenta de algo que
negué durante siete días y que a día de hoy sigo negando.
—Ya te he dicho que no todo el mundo se enamora en siete días como tú
—argumento centrando la atención nuevamente en ella.
—Y como Lucas —me rebate con conocimiento de causa—. ¿Cómo
está? No quiere hablar del tema, por lo menos, no conmigo —sentencia con
algo de dolor tiñendo su comentario.
—Conmigo tampoco. He decidido no hablar de ello, cuando quiera
hacerlo, aquí estaré.
Mi hermana suspira con pesar porque sé que todo esto le duele, le duele
más de lo que le gustaría admitir, le duele que mis padres no la apoyen aun
queriéndola como la quieren y le duele que Lucas esté tocado y hundido.
—Nunca se ha encerrado en sí mismo tanto como ahora, ni siquiera con
Miranda fue así.
—Creo que, a estas alturas de la película, Miranda nunca llegó a calar
tan hondo como Alba. Puede que pusiese demasiadas esperanzas en ella y la
cagase.
—O puede que siguiese a su corazón con valentía a pesar de que no
fuese a salir como esperaba.
Carraspeo para no gruñir ante el comentario con doble intención de mi
hermana.
—No quiero hablar del tema. Es más —zanjo con decisión—, no hay
nada más que hablar del tema.
—Dime que no te has acordado ni una sola vez de Luna en todos estos
meses, ¡dímelo y te dejaré en paz!
Cuelgo el teléfono. Lo hago antes de mentirle abiertamente a mi
hermana porque una cosa es omisión y otra soltar un embuste
deliberadamente. No puedo negar que he pensado en ella, quizá algo más de
lo que es moralmente aceptable para un tipo como yo, pero, en todas y cada
una de esas ocasiones, me he dicho con decisión que es la última vez y que
pienso en ella porque fue efímero y eso hace que tenga buenos recuerdos.
Nada más que eso.
Ajusto mi corbata. Una sencilla corbata negra con palmeras blancas que
me recuerda tanto a ese crucero. Salgo del piso y antes de pisar la calle abro
el buzón.
Un sobre blanco con mi nombre se abre paso ante mis ojos.
Sonrío.
Ha cumplido su palabra.
Hay mucho que celebrar.
46
NO HAY NADA QUE AÑADIR
LUCAS
Las dudas, los miedos y las inseguridades siguen, a día de hoy,
abriéndose paso en mi camino, sin embargo, por encima de eso, lo que
realmente me embarga es el pesar por no haber sido capaz de retenerla a mi
lado. Y todos los días pienso que, en cuestión de sentimientos, somos dos
los que bailamos sobre la misma tabla. La individualidad no existe en estas
situaciones.
Faltan apenas cinco minutos para terminar la jornada laboral y no solo
eso, para coger mis merecidas y deseadas vacaciones. En esta ocasión, sin
previsión alguna de crucero ni la visita de ninguna ciudad europea como tal.
Nico:
¿Estás listo?

Sujeto el teléfono en mis manos y reflexiono sobre todas y cada una


de las veces que intercambiamos Alba y yo, o nuestros avatares, un
mensaje. Y pienso mucho más si ella habrá sentido una décima parte de la
necesidad que siento yo de volver a teclear algo en esa conversación.
La foto de perfil sigue siendo la misma. Amaia dice que me he vuelto un
psicópata encerrado en el cuerpo de un oso amoroso porque, ¿para qué
negar lo obvio?, visito cada día su perfil, observo la imagen que me
devuelve de una Alba sonriente, apoyada en la proa del barco, con sus
brazos reposando en la barra de acero y mirando al horizonte azul; cielo y
mar unidos por distintas tonalidades. E imagino que no la ha cambiado
porque quiere mandarme uno de esos mensajes velados que solo son
capaces de ser descifrados por la persona adecuada para ese menester.
Y, en todas y cada una de esas ocasiones en las que espío su perfil,
escribo. Escribo y, posteriormente, elimino las letras porque todas y cada
una de las veces me suena a ridículo y a patético.
Lucas:

Un minuto. Espero que estés fuera esperándome.

Termino de enviar varios correos electrónicos y programo una de


esas respuestas que avisan a la persona que se dirija a mí de que mis
vacaciones empiezan y finalizan en un determinado periodo de tiempo, por
lo que estaré ausente durante ese plazo.
Nico:
Antes tenemos que hacer una parada. Una importante y necesitaré tu ayuda.

Cierro todo, recojo mis llaves y mi cartera y me despido de los


compañeros.
Salgo a la calle y allí me espera mi amigo, con ese traje y esa corbata
que tanta repulsión me producen.
—Eyyyy —musita cuando me pongo a su altura.
—Traje y corbata con una moto… Los moteros te desearían todo el mal
del universo si te viesen así.
Nico sonríe, alza los hombros y me tiende un casco.
—Esos moteros no le llegan a la altura del betún a la que nos espera
ahora. —Frunzo el ceño porque creo que me he perdido algo—. Tenemos
que ir a mi casa, con mis padres. Pero, primero, hay que pasar por tu buzón.
Lo del buzón me descoloca, pero Nico no me deja pensar en nada y
mucho menos hablar, cuando se sube a la burra esa que tiene por vehículo y
arranca.
El recorrido hasta mi edificio no es tanto y se hace en un abrir y cerrar de
ojos. Ahora entiendo ese empecinamiento que tiene Nico con su moto y la
cantidad de ventajas que nos dice por activa y por pasiva que tiene,
obviando su empeño en que se liga más.
Nos apeamos frente a mi portal, y Nico, sin quitarse el casco, me dice
que me espera allí.
Entro en el edificio, prendo la luz a pesar de que es de día y me acerco
hasta mi buzón.
Un sobre blanco se abre paso ante mis ojos. La caligrafía sigue siendo la
misma de siempre y pienso en que por fin lo ha hecho. Y, por primera vez
en tres meses, me siento feliz de verdad por haber ido a ese crucero.
47
LA VITA È BELLA
AMAIA
El temblor de mis piernas tras un orgasmo abrumador sigue haciéndose
patente.
—¡Joder, Dante! Ha sido…
Fijaos si estoy fuera del servicio que ni siquiera soy capaz de terminar la
frase porque cualquier adjetivo que pudiese mentar se quedaría bastante
corto para la intensidad de lo que me azota ahora mismo.
—¿Bestial? —finaliza Dante por mí.
—Bien podría ser, sí.
Me giro y me coloco mirándolo. Sigue gloriosamente desnudo ante mí,
con su polla aún tiesa tras el maratón sexual que hemos tenido estas últimas
horas y es que los reencuentros tienen que celebrarse como Dios manda.
—Te he echado de menos, Amaia.
Dante gira la cabeza y me observa tras finalizar la frase y me siento tan
abrumada por la intensidad de sus palabras y la fuerza de su mirada que
siento que la vida, ahora mismo, no puede ser más bella de lo que es.
—Y yo a ti —finalizo colocando mi mano sobre su pecho y percibiendo
que su respiración sigue agitada—. Pero, por fin, eres todo mío.
—Desde hace meses es así.
Hago un pequeño puchero porque me embarga cierta tristeza al
rememorar los días que hemos estado separados por su trabajo.
—Pronto será así definitivamente. Tenemos que hablar.
Ahora se gira y se queda de frente a mí. Apoya la cabeza en su mano y
coloca varios mechones de mi pelo tras la oreja.
—Estás preciosa cuando te corres —musita dejando llevar la mano desde
mi mejilla hasta mi pezón inhiesto.
—No pienso caer en tus trucos, tenemos que hablar te guste o no. —
Dante asiente, supongo que tiene que admitir que no puede hacer nada para
que cambie de idea. Bajo la vista hasta su erección, que sigue imponente
pese a las atenciones que le he prodigado, y sí, pienso que puede haber algo
que me distraiga, y él es bastante consciente de ello cuando sonríe
victorioso y se acerca para besarme—. No —le suelto tajante mientras me
retiro—. No te vas a salir con la tuya —insisto.
Tiro de la sábana y le tapo para que se centre y para no dispersarme yo.
—¿Es por la boda? Si no quieres, tienes dudas, lo que sea…
Niego sin borrar la sonrisa de mi cara. Miedo, dice… Pobre, si lo que
tengo son ansias.
—No seas bobo, no tengo miedo, no es eso de lo que quiero que
hablemos.
—¿Entonces?
—Cuando formalicemos nuestra relación, cuando por fin seamos marido
y mujer…
—Dentro de diez días —especifica enseñándome los dedos de sus
manos.
—Cuando eso pase, quiero trabajar en el barco contigo. No quiero
quedarme en tierra firme mientras tú te vas. Te he echado mucho de menos
y no quiero tachar días en un calendario esperando a que regreses.
Dante suspira mientras juega con uno de mis mechones, uno que sigue
siendo rebelde sin causa.
—Amaia, ya lo hemos hablado. Es trabajo y, por suerte, regreso cada
poco tiempo.
—Es una eternidad para mí.
—Y tampoco es fácil la vida en un barco.
—No me importa, no me importa nada, la verdad. Lo único que me
importa es estar contigo —finalizo.
Puede que sea demasiado… ¿intensa? Pero, si no os habéis dado cuenta,
soy así desde siempre. ¿O es que no es de lo más extraño subirse a un
barco, encontrarse con un chico y volverse loca de remate por él? Tan loca
de remate que nos casamos en diez días.
—¿Y tus clases de danza? Has progresado mucho, estás bien en ellas, te
hacen feliz, brillas con luz propia desde que las has retomado.
—Y puedo seguir haciéndolo, no hay ningún problema, solo se
espaciarán en el tiempo. Mientras estemos en alta mar, podremos hacer otro
tipo de danza —susurro para convencerlo con mis argumentos. Dante pica
de lleno, vaya que sí, porque me mira como si tuviese un hambre voraz y
me siento presa de su embrujo. Siempre ha sido así con él—. Además, así
podré controlar que te pongas ropa interior y que no se te acerque ninguna
chalada que se vuelva loca por ti nada más verte.
—Mmmm —murmura rascándose la barbilla—, creo que esa historia me
resulta familiar.
—Más te vale que así sea.
Me lanzo a por sus labios cuando termino la frase. Creo que he sido lo
suficientemente directa para que sepa lo que quiero y con Dante no hay
problema. Hemos tenido tiempo de conocernos y, de todas las cualidades
que mi futuro marido posee, una de ellas es la de que sabe escuchar y
entender, además de que me deja participar en las decisiones y me tiene en
cuenta en todas y cada una de ellas.
—¿Sabes si van a venir a la boda?
Me separo y pongo algo de distancia entre nosotros, aunque nuestras
piernas siguen enredadas.
—No lo sé. Nico y Lucas vendrán, sin embargo, no he recibido respuesta
alguna de Luna ni de Alba. Ya no nos mensajeamos como antes, se ha
enfriado todo.
—¿Sigues pensando que fue buena idea invitarlas? Lo mismo ellas han
decidido pasar página. Alba bajó del barco con su ex y, si viene, lo mismo
Lucas se siente incómodo.
—Creo que sería bueno que se viesen, tienen asuntos pendientes.
—No todo el mundo quiere cerrar sus asuntos, hay cosas que, a veces, es
mejor dejar a un lado y aprender a vivir así.
Sé que lo dice por él mismo, porque ha intentado por activa y por pasiva
hablar con su hermano hasta que llegó un momento en el que aprendió a
dejarle su espacio y a respetar su negativa.
—A él también le hice llegar una invitación de boda. —Dante abre los
ojos cuando entiende a lo que me refiero. Sé que le duele—. No ha sido con
maldad, pero que él no te haya invitado no quiere decir que tú no debas
hacerlo.
Dante se vuelve a colocar boca arriba con sus brazos bajo la cabeza y se
queda en silencio. Imaginando las consecuencias de la llegada de ese sobre
blanco.
—Tu madre me ha ayudado —confieso.
—¿Habéis estado tramando maldades mientras yo no estaba?
—Solo por teléfono y muy pocas. Hemos quedado en vernos. Los tres —
aclaro guiñándole un ojo—. Quiero, no, necesito hacer esto, por ti, por mí,
por lo que somos y lo que seremos juntos.
Dante se queda meditando mis palabras y por un momento temo que me
diga que no, que me equivoco, que no lo haga, sin embargo, quiero que
entienda que no es él y solo él, que ahora somos una familia y lo que a él le
duela a mí también.
—Por estas cosas me he enamorado de ti.
—¿Por mi cuerpo de infarto? —inquiero sonsacándole una sonrisa.
Una enorme paz me abruma cuando veo que en su gesto solo hay calma
y confianza y me siento plena porque estoy luchando por los dos.
—Además de eso —musita mientras tira de la sábana que cubría mi
cuerpo y colocándose entre mis piernas. Piel con piel—, porque eres capaz
de convertir un momento tenso en una conversación relajada e, incluso,
hasta divertida. Y porque luchas por mí —finaliza, emocionándome.
Asiento ante sus palabras.
—Solo espero que esto les dé la oportunidad a todos de resolver sus
asuntos pendientes —confirmo.
Y cuando digo «a todos» abarco a más personas de las que debería.
48
TÚ Y YO TENEMOS ALGO PENDIENTE
LUNA
Salgo de la oficina de malhumor. No ha pasado nada especial, no ha
habido ningún incidente que merezca mención alguna, sin embargo, mi
carácter está agrio y el asunto no mejora cuando me encuentro con él fuera
de la oficina, aparcado, sí, pero esta vez parece que me espera a mí en vez
de a Alba.
—¿Y ahora qué? —pregunto yendo directa a la yugular.
Que Lucho y yo no nos tenemos demasiado aprecio es algo que sabe
todo el mundo. Soy de esas a las que se le nota en la cara cuando algo no va
bien, cuando alguien me repatea y cuando una presencia me provoca
arcadas.
—Tú y yo tenemos algo pendiente —sentencia con firmeza. Sí,
vomitaría si pudiese, pero me contengo porque no es el momento.
Chasqueo la lengua contra el paladar y rezo todo lo que sé para que Alba
no se retrase porque, en gran parte, esta situación es consecuencia directa de
la vuelta de este elemento a nuestras vidas.
—Yo creo que te equivocas, no hay nada pendiente entre nosotros y, de
haberlo, tenías que haberte planteado resolverlo mucho antes, ¿no crees?
Quizá —dudo aposta—, cuando dejaste a mi mejor amiga plantada el día de
su boda.
La risa malvada que emite Lucho me provoca un escalofrío.
Definitivamente, es un lobo con piel de cordero.
—Tu amiga, esa que me atrevo a decir que era y no es, me ha dejado esta
mañana y no me gusta señalar, pero diría —explica mientras se acerca,
percibiendo en sus ojos la rabia contenida y las ganas de que le provoque
para poder explotar y pagarlo conmigo— que es culpa tuya.
Gilipollas.
Alzo los hombros restándole importancia. Miro hacia el edificio de mi
amiga y aplaudo mentalmente porque Alba por fin se ha dado cuenta de que
vive en una mentira desde hace tres meses y puede que mucho antes
también.
—Piensa lo que quieras —siseo.
Doy media vuelta y me encamino hacia mi coche. Si ya tiene claro el
culpable, no entiendo para qué narices viene a decirme nada. Es más,
tampoco me interesa.
—¿Adónde crees que vas? —Lucho se coloca frente a mí y suspiro con
fuerza.
No soy una persona especialmente paciente, pero que vengan a tocarme
las narices me complica mucho más el contenerme.
—¿A mi coche? —respondo insolente.
Sonríe. Lo hace, no obstante, no es una de esas sonrisas que presagien
nada bueno.
—O solucionas esta mierda que has causado, o tú y yo vamos a tener un
verdadero problema, Luna.
—¿Que haga qué? A ver —reprimo las ansias que corren por mis venas
de insultarle, de llamarle estúpido, imbécil o gilipollas, ya que eso no haría
nada más que empeorar la situación y las consecuencias serían nefastas—,
yo no tengo absolutamente nada que ver con eso. Al contrario, si no te has
dado cuenta, la relación entre Alba y yo se ha enfriado.
Y lo digo de verdad, muy a mi pesar, ha sido así. Por ambas partes, por
las decisiones de las dos, por los errores y porque ninguna estaba dispuesta
a perdonar el abandono de la otra.
—Esta mañana se dejó esto en el coche antes de bajar. Una boda, ¿ehh?,
en Italia, apuesto a que es con esa gente del barco. No soy estúpido.
—¿Seguro? —Vale, eso de contenerme tiene un límite, soy Luna, tengo
de santa lo mismo que de virgen.
Una nueva carcajada, pero mucho más terrorífica que la anterior. No nos
caemos bien y hemos compartido pocas reuniones en las que nos hayamos
podido conocer más, pero si de algo estoy segura es de que Lucho está al
límite de su paciencia.
—Me la sudas tanto, tanto… Entiendo que Manu te dejase. No le llegas
ni a la suela del zapato.
—Le dice el cazo a la sartén —finalizo con toda la rabia que puedo
guardar. Lo de Manu no es así, no hubo dramas de ese tipo y tampoco una
ruptura como Lucho plantea, pero sé que este tipo de cosas las hace para
infligirme daño porque sigue doliendo, porque hubo amor y el cariño queda
latente—. ¿Quién dices que te dejó esta mañana? —le provoco.
El sobre blanco impacta contra mi pecho con fuerza, llevado por su
mano y su voz suena más tajante que nunca.
—Soluciónalo, Luna. Soluciónalo o tendremos un serio problema.
—Ni lo sueñes —resuelvo.
Mi amiga sale del edificio y se acerca hasta donde nos encontramos. La
sorpresa se refleja en su rostro y nos mira, intercambiando la mirada entre
uno y otro, esperando una explicación.
—Hola, cielo. Como no habías salido, y te dejaste esto en mi coche esta
mañana, he decidido entregárselo a Luna. Yo tengo que irme, espero que
nos veamos pronto.
Lucho le da un suave y tierno beso en los labios, y Alba se aparta
rápidamente como si su contacto quemase como el acero al rojo vivo.
El susodicho me dedica una mirada reprobatoria antes de marcharse y
dejarnos allí plantadas.
—Vaya, parece que se ha quedado un día fantástico —musito.
Y la verdad es que sería así de no haber vivido una escena de pena entre
el subnormal del ex de mi amiga y yo.
—¿Esto es en serio? —No sé si Alba se refiere al sobre que sujeta entre
las manos o a la fingida cordialidad que su amorcito ha escenificado ante su
llegada—. Lo de la boda… —finaliza aclarándome las dudas.
—Supongo que sí.
—¿Tú también la has recibido? —Asiento—. ¿Y qué vas a hacer?
—No lo sé —confieso. Ahora es el turno de Alba de cabecear afirmando.
—¿Y Lucho? ¿Te ha dicho algo?
Mil cosas, pero no me he tomado en serio ninguna, rectifico, una sí.
—Me ha dicho que lo habéis dejado esta mañana, cosa que debo poner
en entredicho teniendo en cuenta la despedida.
—Lucho es así, intenso para todo. Terminará por asumir que lo nuestro
estaba acabado incluso antes de la boda.
Miles de reproches acuden a mi mente. El daño que nos hizo. Lucas.
Amaia. Nico. Lo que hemos perdido estos meses. La cantidad de veces que
la he necesitado y el miedo que siento ahora mismo en el cuerpo y lo sola
que sigo sintiéndome.
—Me alegro. —¿Qué más le puedo decir? No es del todo mentira, en
realidad, me alegro por ella.
—¿Quieres que nos tomemos un café en el bar de enfrente? Creo que
tenemos una conversación pendiente y quiero pedirte disculpas… Formales
disculpas.
Sonrío por lo nerviosa que está y una parte de mí quiere gritar que sí, que
necesito ese café con ella casi tanto como ella conmigo, pero hoy no es el
día, no es el mejor de los días para eso. Por muchos motivos.
—Mejor en otra ocasión.
La decepción se refleja en el rostro de mi amiga y me siento mal por
haberla provocado yo.
—Vale. Está bien —se conforma—. Espero que nos veamos pronto.
Asiento y me marcho.
Me subo al coche y cojo de nuevo el sobre blanco que recibí esta misma
mañana.
Amaia Roldán y Dante Cabboi
Tienen el honor de invitarles a su enlace que se celebrará el próximo
25 de agosto en la Iglesia de San Michele, Anacapri.
Por favor, se ruega confirmar asistencia.

Saco el teléfono y busco su número. Marco sin pensar. Tres meses


después, es la primera vez que hablamos por teléfono. Creo que el mismo
día en que Alba partió, todos dejamos atrás al resto del grupo de alguna
forma.
—¿Luna? ¿Eres tú, Luna?
—La misma que viste y calza.
—¡Joder, Luna! ¡Qué alegría escucharte! ¿Cómo estás?
—Bien, la verdad es que estoy bien, quizá no tanto como tú, pero no me
puedo quejar. —O sí, pero no es el momento de hablar de mí ahora mismo.
—Eso quiere decir que la has recibido, ¿verdad?
—Oh. Sí, nena —le respondo poniendo voz pornográfica.
Amaia se carcajea al otro lado del teléfono y me contagia con el natural
sonido de su risa.
—Hay cosas que no cambian —finaliza, nostálgica—. Os he echado
mucho de menos. ¿Cómo está Alba?
—¿La verdad?
—Claro, clarinete. Como siempre —me apremia.
—Poco sé. Después de aquel día, apenas hemos tenido trato. Ya sabes,
cosas que pasan. ¿Y vosotros? ¿Lucas? ¿El imbécil de tu hermano? —No
puedo evitar cierto nerviosismo cuando lo mento porque de verdad que con
él fue todo excesivamente intenso—. Veo que, al final, lo has conseguido…
—murmuro para intentar desviar mis pensamientos del chico con la camisa
de hojas de helecho y los botones desabrochados.
—Me caso, Luna. Somos tan felices que no te haces una idea. He vuelto
a clases de danza y la vida con Dante es como unas vacaciones constantes.
No puedo evitar que cierta envidia me corroa, de la buena, pero envidia,
al fin y al cabo.
—Me alegro mucho por ti, de verdad que sí.
—Vendrás, ¿verdad? Porque no voy a permitir que me felicites por mi
enlace desde la distancia, tienes que acompañarme ese día y tienes que
traerte a Alba.
—No sé yo…
—Si alguien puede lograr que todos se reúnan eres tú, Luna.
Me muero de ganas de decirle que Luna ha cambiado, que ahora tiene
mucho en lo que pensar y que la vida es una extraña mosca cojonera, no
obstante, me muerdo la lengua y no lo hago.
—Tendrás allí a tu familia, a la gente que te quiere…
Amaia me corta antes de proseguir.
—Mi familia no vendrá, Luna. No es tan sencillo. Os necesito aquí
porque formáis parte de lo que somos hoy. Ayer fuimos agua, pero hoy
somos tierra. Y sabes que esto también lo necesitáis vosotras.
Suspiro con fuerza y tesón.
—Vale. Iré. Iremos.
Amaia aplaude efusivamente, tanto que el teléfono se le cae al suelo
porque percibo el estruendo seguido de un par de insultos.
—Te enviaré las indicaciones por wasap. Nos vemos pronto, Luna. Sé de
alguien que se alegrará de verte.
Me reiría si las circunstancias fuesen otras porque sé que alegrarse,
precisamente alegrarse, dudo que lo haga.
49
CINCO MINUTOS MÁS
DANTE
—Acaba de llamarme Luna.
El grito de Amaia retumba en la habitación como si se hubiese armado
con uno de esos micrófonos profesionales, conectados a un sistema de
audio inmejorable.
—Por el tono de tu voz entiendo que estás contenta.
—Más que contenta, diría excitada. —Alzo una ceja ante el adjetivo que
ha utilizado para definir su estado de ánimo y no puedo evitar que mi mente
divague sobre la excitación, el cuerpo de Amaia, su boca, nuestras caricias
—. No ese tipo de excitación —matiza al leer mis intenciones—. Eres como
un libro abierto —confiesa sonriendo.
—No me señales el cielo y pretendas que no me fije en la luna.
Un par de pellizcos en mi costado, que sé de buena gana que mañana
tendrán marca, y Amaia comienza a danzar de nuevo por la habitación.
—Deja de filosofar. Tenemos muchas cosas que preparar porque
vendrán.
—¿Te lo ha confirmado?
—Algo así.
Me incorporo, coloco la almohada en vertical apoyándola en el cabecero
de la cama, cruzo las piernas y asumo que Amaia ha hecho algo. Como si
no nos conociéramos.
—¿Qué has hecho?
—Un poco de chantaje emocional, una pizca de filosofía de esa tuya, un
par de aplausos, unas risitas y la promesa de que mi hermano se va a alegrar
cuando la vea.
—No sé yo si tu hermano se alegrará cuando la vea —argumento—.
Tampoco sé si Luna lo hará.
Hemos hablado mucho durante este tiempo y, además de ponernos al día
sobre nosotros, nuestra vida, nuestro pasado y lo que hemos sido hasta
llegar a lo que somos; me contó todo lo relacionado con el barco, y Amaia
tiene muy, pero que muy claro, que su hermano está pillado por Luna, solo
que lo esconde porque le da vergüenza, miedo y ese tipo de cosas que lo
hacen vulnerable.
—No cuestiones el poder de una celestina como yo.
—Miedo me das —admito.
Sé que Amaia echa mucho de menos a sus amigas, a esas chicas que
conoció en el barco y con las que conectó a la primera de cambio y es por
eso por lo que, cuando me dijo que las quería invitar a la boda, asentí sin
apenas rechistar porque lo entendía a la perfección y porque la quiero con
todo lo que ello implica.
Una parte de mí, supongo que la más sensata de todas, intuía que no
vendrían porque, al fin y al cabo, han pasado tres meses, una de ellas se fue
con su ex el mismo día que pisábamos tierra y la otra se alejó de todo y es
que ese tipo de cosas suceden. No siempre las conexiones se convierten en
amistades y menos en tan poco tiempo.
No dudo que lo que ella dice de su hermano y Luna sea cierto, porque yo
para ese tipo de cosas soy pésimo, me cuesta ver más allá de lo evidente,
sumado a que no los conozco lo suficiente, pero Amaia es tan contundente
al relatarlo que a veces dudo de mis propias negativas.
—Alba también vendrá y eso sí que me preocupa.
Amaia se sienta a mi lado, pasando su pequeño brazo sobre mi abdomen
y recostándose sobre mi pecho.
—¿Por Lucas?
—Sí —afirma—. Porque a él le va a doler mucho cuando la vea y más si
viene con su pareja. Lucas tenía muchas esperanzas en ella. Diga lo que
diga Nico, las personas pueden enamorarse en siete días e, incluso, menos.
Aprieto su menudo cuerpo contra el mío tras escucharla porque sé que
hace alusión a nosotros mismos, a nuestra forma de conocernos y
establecimos una conexión nada más vernos que fue increíble. Y hemos
recorrido un camino, quizá corto para algunos, pero que nos ha demostrado
que sí que se puede, que el amor no es cuestión de plazos, de horas ni de
días, es cuestión de vínculos que van más allá de lo tangible y perceptible.
—¿Estás nerviosa? —le pregunto haciendo alusión a todo en general. A
la llegada de los chicos, que, como es lógico, se quedarán en casa con
nosotros, a la boda en sí, a la ausencia de su familia…
—¿La verdad?
—Por supuesto —confirmo.
—La verdad es que no. Estoy alegre porque estamos justo donde y con
quien queremos estar, y ellos…, ellos solo tienen que dar algunos rodeos
hasta encontrar el puerto en el que atracar —finaliza.
Percibo su vello erizado tras esas palabras y el sonrojo que tiñe sus
mejillas cuando me mira con intensidad.
—Soy afortunado por haberte encontrado entre tanta gente.
—Se lo debes a Nico, fue idea de él. Yo habría ido a donde decidieran,
pero fue cosa de mi hermano adentrarse en un crucero.
—Y míranos… —finalizo acercándome hasta morder su labio inferior.
—Y míranos —repite ella haciendo lo propio.
—¿Cómo de excitada dices que estás? —pregunto con socarronería.
—Hasta límites insospechados —murmura colocando su mano sobre mi
polla.
Cuando la piel comienza a burbujear, la razón deja de tener potestad.
50
COMO SI NADA HUBIESE CAMBIADO
LUCAS
—Mira… —musito para que Nico observe las vistas que desde su lado
son aún más increíbles.
Viajamos juntos desde Madrid hasta Nápoles y, desde allí, cogeremos un
barco que nos lleve hasta Capri y ahora mismo, empezando a descender, la
costa amalfitana se observa de una forma que deja sin respiración.
—Psss.
Sin respiración a cualquiera menos a mi amigo, que lleva horas con los
cascos puestos escuchando unas de esas listas de reproducción de Spotify.
Tiro de uno de los cables para que me preste algo de atención.
—¿Piensas pegarte así todo el viaje? Y, no hablo solo de este trayecto o
del barco, hablo de los seis días que estaremos en la isla. Tu hermana se
casa, lo mínimo es un poco de atención.
—Sigo enfadado —farfulla, lleno de rencor.
Suspiro porque le entiendo a la perfección. Estaría mal por mi parte no
hacerlo, es más, sería de tener poca cordura y menos corazón no hacerlo
porque las cosas no han salido como esperábamos y ahora se ha armado un
buen desmadre.
—¿Piensas decírselo a Amaia?
—No —niega.
—Debe saberlo.
—¿Y joderle su boda? —especifica.
—Yo te entiendo, sin embargo, tienes que razonar la situación. Se va a
enterar de todo, tarde o temprano. No es tan sencillo. Es su familia, son sus
padres y tú eres su hermano y si la conozco como creo que la conozco… —
Hago una breve pausa antes de proseguir y me doy cuenta de que debo
reformular mis palabras—. Si la conocemos como creo que la conocemos
—matizo razonando la situación—, no le hará ninguna gracia que le
ocultemos todo.
—No me puedo plantar en su casa y soltarle sin más que todo ha
explotado, que es una mierda y que está sola.
—No está sola, tú tampoco. Estamos juntos en esto, Nico. Somos tres,
siempre lo hemos sido, y Amaia lo va a entender. No tengo duda alguna de
que así será.
—Y le dolerá.
—Como a ti. Exactamente igual. Incluso como a mí, que formo parte de
esta ecuación de una forma u otra. Sabes que tu familia se ha convertido en
la mía, y yo tampoco entiendo nada de esto. No lo comparto, pero es lo que
nos toca, Nico.
—Ya. Pero esa chica que se va a casar es mi hermana, ella siempre ha
hecho lo que ellos han querido y ¿ahora?
—Ahora hará lo que ella quiera y nada más. Puede que reflexionen en
estos días y que entiendan la situación.
—Han sido muy tajantes, sobre todo mi padre, y ya sabes que él no es de
los que se andan con medias tintas.
Me encojo de hombros porque entiendo lo que Nico dice y también
entiendo su dolor porque, al igual que yo, él esperaba que actuasen de otra
forma.
—Se les pasará —musito, convencido.
—No todos los cuentos tienen un final feliz, lo sabes, ¿verdad? —
inquiere Nico quitándose ambos auriculares y abrochándose el cinturón de
seguridad para prepararnos para el aterrizaje.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? —le respondo haciendo alusión a la
cantidad de fracasos que puedo contar con los dedos de mis manos, si me
apuráis, con los de los pies también.
Nico cabecea, dándome la razón, y se vuelve a encerrar en su mundo.
Cogemos el barco que nos llevará desde Nápoles a Marina Grande, uno
de los dos puertos con los que cuenta la isla de Capri. El trayecto es corto,
unos cincuenta minutos, y permanecemos en silencio ese tiempo.
Soy masoquista. Porque este trayecto, que está bastante lejos de tener
nada que ver con el que hicimos meses atrás, me transporta de lleno a esa
semana y a todo lo que sucedió en ella. Saco el teléfono y releo de nuevo
todos los mensajes que intercambiamos Alba y yo, o nuestros alter ego;
coqueteando, investigando sobre el otro, retándonos, conociéndonos y me
parece mentira que todo eso haya sido fruto de mi imaginación y que esa
Alba que conocí no fuese más que un espejismo.
No ha habido nadie después de ella. Ni siquiera me he sentido con ganas
de intentar conocer a alguien o de darle la oportunidad a una triste cita. No
me apetece caer de nuevo en otro desengaño o en una nueva decepción
porque lo de Alba me ha roto. Podéis llamarme loco, además de
masoquista, si así lo queréis, no obstante, estaba convencido de que eso que
teníamos era de verdad una conexión compartida. Entendía, por supuesto
que lo hacía, que Alba necesitase ir a otro ritmo porque su situación y sus
circunstancias eran otras bien distintas y, al final, cada persona necesita un
tiempo y un espacio para volver a resurgir de entre las cenizas, ahora bien,
jamás imaginé que se fuese a dar de la manera en la que lo hizo.
Yo jamás hubiese vuelto con Miranda tras su traición. No quiero ni
pretendo comparar mi situación con la de Alba, porque lo mío va por una
vía y lo de ella por otra, pero ¿cuánto hay de realidad en las palabras que
dijo su ex en esa proa? ¿De verdad la había echado de menos? ¿Acaso se
habría puesto en contacto con ella en esos días para decirle lo que sentía, y
yo era ajeno a todo ello? ¿Alba me estaría engañando, y yo estaba tan ciego
que no fui capaz de verlo? Porque, para mí, esos siete días fueron tan reales
como su partida.
La sigo echando de menos, aun con todas esas preguntas burbujeando,
clavándose dentro por no tener ningún tipo de respuesta al respecto, pero no
sería propio de mí llamarla para pedirle explicaciones o increparla por
mensaje para decirle que necesito que me cuente qué sucedió y qué de todo
eso que vivimos me perdí, porque claro está que algo sucedió para que ella
se fuese.
La razón, por otra parte, me indica que lo lógico es que ella estuviese en
un punto y yo en otro y que ambos fuesen equidistantes; como si de una
pirámide se tratase, y yo me encontrase en la cima de la misma y ella en la
puerta de salida que se encuentra en la base.
Ahora bien, lo que sí que puedo afirmar, aunque me duela, aunque no
sea adecuado, aunque queme por dentro el mero hecho de reconocerlo, es
que yo sí me enamoré de Alba en siete días. Puede que por tu vida pasen
decenas de amores, cientos de personas o miles de noches locas, pero,
cuando conoces a esa persona, lo sabes, algo dentro de ti te lo dice, aunque
lo quieras tapar con un dedo, como harías con la luna en una noche
estrellada.
—Lucas… Lucas, tío, ¿en qué planeta estás?
Alzo la vista del teléfono, tras leer el último beso que me enviaba Inkeri
hace tres meses, horas antes de que todo explotase, y enfoco la vista en
Nico, que suspira.
—¿Qué pasa?
—¿Sigues pensando en ella? Es pasado, Lucas, se fue, te dejó… —La
crueldad de las palabras de Nico escuece y debe de percibirlo en mi gesto
porque suspira de nuevo antes de colocar su mano en mi hombro para
reconfortarme—. Es pasado y tienes que dejar el pasado donde está.
—Ya lo sé. ¿Crees que no he pensado en eso miles de veces?, pero
necesito respuestas.
—Necesitas centrarte en otra cosa. En otra chica.
—Yo no soy así.
—Pues aprende.
—Joder, Nico, pareces un jodido desalmado. ¿Acaso Luna no significó
nada para ti en todos esos días?
Mi pregunta le descoloca por completo porque observo que deja caer su
mano y la sorpresa se instala en su rostro.
—No —zanja con rotundidad cuando se recompone—. Absolutamente
nada. Me sacaba de mis casillas y poco más. No todos nos enamoramos en
siete días o en tres, como hizo mi hermana, y digo tres por ser benévolo. Y
hablando de la reina de Roma, por la puerta asoma.
Me quedo asimilando las palabras de Nico, pero no replico nada al
respecto porque cuando Nico se cierra en banda es imposible razonar con
él, sin embargo, dudo de que sus palabras sean reales y que de verdad no
sienta nada por Luna o no lo haya sentido. No hablo de amor porque en
esos terrenos no me adentro conociendo a Nico, pero sí atracción y deseo.
Una vez bajamos del barco, pisamos tierra firme y volvimos a la
realidad, no se volvió a mencionar a Luna en ninguna de nuestras
conversaciones. Ni siquiera en las que compartimos vía Skype con Amaia.
Hablamos de Alba, eso sí, intentando razonar o buscar alguna explicación
que me animase o me diese algo de aliento para superar lo que había pasado
e intentar dejar de hacerme sentir un completo y absoluto estúpido, ese
imbécil que se entregó a una —no— relación, dando el cien por cien de sí
mismo para que acabase como terminó.
Nico es así de pragmático, es capaz de pasar página sin mediar palabra
sobre ello, en cambio, Amaia y yo somos completamente diferentes. Os
juro que he pensado en miles de ocasiones que ella y yo compartimos más
genética de la que aparece en el registro de nacimientos.
Los gritos de Amaia nos hacen regresar a la tierra. Dante no parece
avergonzado y ese pequeño detalle me hace sonreír.
—Están hechos el uno para el otro —argumento sin un ápice de ironía en
mi voz.
—La soporta y eso ya es más de lo que esperaba. Yo creí que la
devolvería al par de días —bromea Nico llegando a la altura de una Amaia
que, en vez de darle un beso al verlo, le planta un pequeño puñetazo en su
hombro a modo de reprimenda.
—Yo también me alegro de verte, hermanito.
—No diría yo alegrarme precisamente, eres como un dolor de muelas,
Amaia.
Por un momento pienso en que le vaya a partir la cara de verdad, pero, al
final, la susodicha se abalanza y se encarama a su cintura mientras se funde
en un intenso abrazo.
Me acerco hasta Dante y le tiendo la mano que él acepta y devuelve.
Me da un leve abrazo varonil, ya sabéis, eso de juntar un poco el pecho y
acompañarlo de unas palmadas en la espalda.
—Me alegra mucho que hayáis venido y nos acompañéis.
—No podíamos perdernos la boda de Amaia, no sería lógico.
—Y yo os lo agradezco enormemente porque Amaia os quiere mucho.
—No les digas eso, que se lo creen —bromea la susodicha regresando al
lado de Dante—. Lucas… —Mi mejor amiga no salta y enreda sus piernas
en mi cintura como ha hecho con su hermano, ella, simplemente, se planta
frente a mí y me abraza. Me envuelve entre sus brazos y sé lo que hace,
porque eso mismo lo he hecho yo con ella en más de una ocasión. Intenta
reconfortarme y decirme que todo está bien y que saldrá aún mejor—.
¿Cómo estás?
—¿Aparte de soltero y entero? —interviene Nico a modo de burla. Es
único quitándole hierro al asunto.
—Calla. Acabas de llegar y ya estás montando una de las tuyas —le
reprende—. Tenías que haberlo tirado por la borda —me dice señalando a
su hermano.
—Eso es homicidio —murmuro.
—Te habría cubierto —indica Amaia—, ¿a que sí, Dante?
—Por supuesto —sentencia el susodicho.
Nico gruñe como él solo sabe hacerlo, y el resto reímos.
Sí, definitivamente, nada ha cambiado.
51
UN «NO» POR RESPUESTA
ALBA
—¿Y qué piensas hacer al respecto? —pregunta mi padre.
Ese planteamiento me lo llevo haciendo desde hace ya varios días.
Pensando en cómo afrontar el tema y en qué decirle a Amaia cuando la
llame para darle mi negativa.
—No pienso ir a Capri. No pienso ir a esa boda —zanjo, enfadada. No
debería estarlo, no quiero estar mosqueada ni sentirme frustrada, pero así
me siento.
—¿Por qué? Y no me vengas con tus «porque no», puesto que eso no es
una respuesta aceptable ni medianamente madura.
—¿Acaso esperas que pida unos días de vacaciones, que coja un avión y
me plante allí? No sé si te has dado cuenta o mejor, reformulo, no sé si has
escuchado algo de lo que te he contado, pero a esa gente la dejé en un
barco, tirada, el mismo día que llegamos a Barcelona, por no hablar de
Luna y nuestro distanciamiento.
—Bah, eso son tonterías. Luna está ofendida, con razón —matiza al
percatarse de mi forma de observarle y el reproche implícito en mi mirada
—, pero nada que no se pueda solucionar con una conversación.
—Lo intenté el otro día, intenté hablar con ella, le propuse tomarnos un
café, y me dijo que mejor en otra ocasión.
Evito cruzar una mirada con mi padre porque no quiero derrumbarme
ante él. No quiero llorar y hacerlo sentir mal. Esto es un asunto en el que
me he metido yo solita.
—¿Y piensas dejarlo estar? ¿Sin insistir? No te reconozco —murmura.
Alzo la mirada, obviando eso de que no quería hacerlo sentir mal ni que
leyese mi dolor y sufrimiento, porque esa verdad, esas tres palabras,
desgarran como cuchillas afiladas.
—Siento no saber hacerlo mejor —confieso, abatida.
Me incorporo y me dirijo a mi habitación. El pequeño sobre blanco con
la letra de Amaia sigue donde mismo lo dejé. El teléfono parpadea en varias
ocasiones e, ingenua de mí, en todas ellas espero que sea Alberto, que
vuelva a darme los buenos días, que me suelte alguna de esas bromas
escondidas tras una frase sutil o que intente provocar alguna respuesta en
mí y lo siento. Siento el arrepentimiento que cala hondo, muy profundo, allá
donde se me constriñen las tripas, como cada vez que la culpa hace acto de
presencia.
Los mensajes, una vez más, son de Lucho, y ya me he cansado de
contestar lo mismo una y otra vez, así que cambio de táctica y, una vez
leídos, los elimino.
¿Cómo he llegado hasta este punto?
Me dejo caer en la cama y me quedo tumbada boca arriba. En el techo de
mi habitación sigue habiendo esas pequeñas estrellas que de pequeña
pegamos mi madre y yo. Algunas han perdido su capacidad de brillar y
otras siguen ahí, haciéndose las duras, y yo me siento como la primera
tanda: triste, abatida, perdida y confusa. Porque lo he hecho todo mal.
Vale. Seguí a mi corazón y en aquel momento sentí que Lucho era mi vía
de escape y que más valía malo conocido que bueno por conocer y eso se
traduce en una palabra, en una única palabra que encierra el contenido de
las emociones de un cuerpo: miedo.
Me doy cuenta de que, al final, sí que terminé siendo la Alba que no
quería ser y que gritaba a los cuatro vientos que nunca más sería o, peor
aún, terminé siendo una pésima y patética versión de esa Alba que
proclamaba que no volvería y que, de hacerlo, se encontraría con la puerta
cerrada.
Un par de toques en mi puerta me sacan de mi ensimismamiento.
—Pasa —le digo a mi padre.
—No quiero molestar, pero necesito que bajes un momento al salón.
Tenemos que hacer la lista de la compra.
—¿Otra vez? La hicimos hace nada.
—La he perdido —se disculpa.
Cierra la puerta tras de sí sin darme pie a replicar.
Finalmente, cedo y bajo. Huelo a café recién hecho y me temo una
patraña de mi padre. Mentira que se consolida cuando veo a una sonriente
Luna, compartiendo un par de pastas de mantequilla con mi padre.
—¡Mira qué tarde se me ha hecho! He quedado con Lupe en que iríamos
a pasear al parque y no sería un caballero si hiciese esperar a una dama.
Tuerzo el gesto ante las palabras de mi padre, y Luna clava la vista en mí
al escucharlas porque ella ha sido testigo en primera persona de la cantidad
de veces que Lucas y yo hemos jugado a ese juego.
Tomo asiento frente a Luna, respiro con fuerza y dejo que todo ese aire
salga por mi nariz haciendo ruido.
—Esto es, lo que se llama, una encerrona —me suelta ella sin ápice de
enfado ni de disgusto, al contrario, parece cómplice de una trastada.
—Lo siento —lo suelto de forma atropellada porque sé que, si lo pienso
dos veces, saldré corriendo a mi habitación y me esconderé bajo la cama,
esperando a que se obre un milagro y, un día cualquiera, abra los ojos y
todo haya vuelto a la normalidad.
—Las cosas no se arreglan con un lo siento, Alba —finaliza Luna.
Si alguna vez habéis pensado que mi amiga no es una tía madura, sensata
y seria, os equivocáis, porque su carácter no es solo ese con el que se ríe de
todos incluida ella misma, es una tía con muchas cualidades y, si tiene que
tirar de cordura y sensatez, también sabe.
—Lo sé —le confirmo—, no obstante, debo empezar por algo y el
principio me parece la decisión más acertada.
—Te fuiste —me acusa directamente. Y todo lo que me pueda reprochar,
en caso de hacerlo, me lo merezco.
—No sabía qué otra cosa podía hacer —admito.
—¿Hablar? ¿Contarnos lo que te pasaba por la cabeza? ¿Contármelo a
mí? ¿A un Lucas que dejaste destrozado en esa proa?
Agacho la cabeza e intento contener la angustia que se transforma en un
mar de lágrimas que quieren salir a borbotones sin siquiera pedir permiso
alguno.
Niego efusivamente porque no quiero llorar y porque no supe hacerlo
bien, porque no quiero perderla y no puedo seguir sin ella en mi vida.
—Lo hice mal. He tenido tiempo más que suficiente para darme cuenta
de ello, pero, en aquel momento, creí que Lucho era mi tabla de salvación.
No conocía a Lucas lo suficiente, en cambio, sabía cómo era Lucho, lo que
le gustaba, él sabía lo que a mí me gustaba y me sentí en un terreno
tranquilo, en uno que conozco a la perfección y del cual tenía la certeza de
que no había pérdida alguna.
—¿Y creíste que agarrándote a un clavo ardiendo iba a solucionarse
todo?
Asiento y en ese instante me doy cuenta de que no he sido capaz de
contener las lágrimas y que, esa chica que se encuentra frente a mí, me
conoce mejor que nadie, a veces diría que mejor que yo misma.
—¿Le hice mucho daño? —pregunto refiriéndome a Lucas.
—No te puedo contar demasiado porque ellos se fueron rápidamente.
Recogí todo y me metí en el camarote de Amaia porque no quería cruzarme
contigo. Estaba muy enfadada por haberme dejado a un lado, por haberme
apartado, porque la mano que tenías que haber sujetado era la mía, no la de
ese impresentable. —Luna contiene las ganas de soltar algo más, sin
embargo, en un último momento se recuesta en el sillón, apoya la cabeza en
el respaldo y respira con fuerza antes de volver a clavar la vista en mí—. Y
esperé durante semanas a que vinieras a decirme algo y lo único que podía
hacer era conformarme con verte salir cada mañana y subirte en el coche.
Fíjate qué ingenua soy que pensé que te darías cuenta pronto de lo que
significaba Lucho en tu vida y han pasado meses hasta que lo has dejado.
¿Por qué, Alba? ¿Por qué lo has hecho así?
—Todos nos equivocamos, Luna. Todos —le digo mirándola
directamente a los ojos—. No somos perfectos, y yo menos que nadie lo
soy. Ahora tengo la oportunidad de solucionarlo —confieso llena de una
valentía que hasta hace escasos segundos no sentía dentro de mí—. No
quiero ser esa Alba, quiero ser una Alba auténtica, una Alba que se deja
llevar y que siente, una que se aventura, que no piensa en lo que pasará
mañana o en si estoy haciendo lo correcto o no, solo hacerlo. Y ahora tengo
la oportunidad.
Salgo de la habitación y subo las escaleras, entro a mi dormitorio y el
sobre blanco sigue allí. Lo sujeto entre mis dedos y lo pego a mi cara antes
de dar media vuelta y bajar. Me planto frente a Luna y se lo tiendo.
—Me llegó hace unos días —musita Luna sin apartar la vista del sobre.
—Tenemos la oportunidad de hacerlo bien, las dos, nosotras y ellos
porque, Luna, sé que Nico te gusta.
Luna tuerce el gesto y en su mirada percibo el dolor.
—Han sido meses muy difíciles. Me he separado de Manu y, aunque es
lo correcto, me he sentido sola.
—Nunca más vas a estar sola.
Me siento en el suelo y coloco mi cara en sus rodillas. Luna comienza a
acariciar mi pelo con ternura.
—¿Qué propones?
Me separo unos segundos de su tacto y la miro desafiante.
—Tú y yo nos vamos a Capri. Y no acepto un no por respuesta. Es más,
no pienso aceptar de nadie un no por respuesta.
Y esa frase me va a traer muchos quebraderos de cabeza.
52
JAMÁS PENSÉ QUE PUDIESE SER DE
ESA FORMA
AMAIA
Si ahora mismo estuvieseis en esta terraza, a mi lado, apoyados en esta
barandilla de cristal, observando desde la altura las increíbles vistas de la
costa que se visualizan, os enfadaríais conmigo por sentirme como me
siento.
Resulta que las vistas son inmejorables, el mar tiene un tono azul
cristalino que resulta embriagador y el calor incide en la piel
reconfortándome y, si ese es el resultado de esta escena, ¿por qué no le
acompaña mi estado de ánimo?
Hemos instalado a Lucas y a Nico en sus respectivas habitaciones. Por
suerte, disponemos de espacio más que suficiente para que en esta ocasión
no tengan que compartir dormitorio y puedan disfrutar de cierta intimidad,
y yo he decidido concederme un pequeño espacio para reflexionar y
asimilar la negativa de mi hermano.
Fue una sencilla y simple pregunta con una desaprobación enmascarada
con una de sus características sonrisillas para animarme y quizá, incluso,
alentarme y sé que el trasfondo de todo eso es el evitarme un daño que es
inevitable.
—Aquí te encuentro —murmura Dante al situarse tras mi espalda y
depositar un cálido, suave y tierno beso en mi sien—. ¿Estabas huyendo de
mí?
—De todos en general —confieso con franqueza—. Lástima que no
pueda huir de mí también.
—¿Es por ellos? —Asiento para confirmar—. Creo que ya podíamos
esperarnos ese desenlace, Amaia.
—Que lo esperase no implica que no duela.
—Si duele, no lo esperabas.
—Tenía esperanzas. La esperanza es lo último que se pierde.
Escuchamos el alboroto de los chicos, que vienen peleando por algo,
probablemente, por algún comentario absurdo de mi hermano. Como si no
los conociera.
—Estamos aquí —grita Dante para hacerse escuchar.
—¡Esta casa es enorme! Hermanita, te ha tocado el premio gordo —
bromea Nico mirando hacia todos lados.
—Calla —le pide Lucas avergonzado.
—Lo digo en serio —insiste mi hermano.
—En fin… —susurra Lucas, que sabe que de donde no hay no se puede
sacar.
—Tenemos que hablar —suelto de sopetón. Nico y Lucas intercambian
una mirada y asienten como si esto ya se lo esperasen—. Quiero saberlo
todo.
—Yo creo que no, que lo que necesitas saber ya lo sabes. No hay
necesidad de que ahondemos más en el asunto, ¿no crees? —rebate Nico.
—¡Te lo dije! —exclama Lucas mirando a Nico.
—¿Qué pasa? —pregunto.
Esta vez miro a Lucas porque sé que mi hermano puede esconderme
datos o información por no hacerme daño, no obstante, Lucas no, Lucas me
diría las cosas tal cual las piensa y no sería capaz de actuar así.
—Será mejor que tomemos asiento —interviene Dante, dándose cuenta
de que va a ser una conversación de lo más grandilocuente—. Iré a por algo
de beber, enseguida vuelvo —nos explica mientras abandona la enorme
terraza dejándonos a solas.
Tomamos asiento en una gran mesa de madera que tenemos en la parte
de atrás de la casa, bajo un parral del que cuelgan racimos de uva. Al lado
tenemos un limonero, enorme y lleno hasta arriba de frutos esperando a ser
recolectados. Los aromas se entremezclan creando un ambiente delicioso.
Muchas veces, cuando necesito pensar, desconectar o cuando me apetece
sentarme a leer en calma, acudo a esta terraza. Las vistas, la decoración y la
naturaleza hacen que el espacio sea especial.
—Yo no quería contarte nada, Amaia, es más, estoy totalmente en contra
de hacerlo porque creo que esto solo te va a hacer daño. Te casas dentro de
seis días y no hay necesidad alguna de que pases por un momento de
tensión cuando las cosas son como son y no se pueden cambiar —
argumenta Nico sin apartar la vista de mí.
—¿Y tú, Lucas? —le pregunto a él porque estoy convencida de que no
coinciden en nada ninguno de los dos, son así, como el agua y el aceite.
—Yo estoy de acuerdo con Nico en parte.
—¿En qué parte? —cuestiono.
—No soy partidario de mentirte, es más, lo hablamos de camino, en el
avión y le dije que, si preguntabas, teníamos que decirte la verdad.
—Y yo esperaba que no preguntases nada —me amonesta Nico—. Pero
eres demasiado curiosa y eso es inevitable, ¿a que sí?
—Quiero saber qué ha pasado. No he hablado con papá desde hace
meses. Mamá está más receptiva e, incluso, me ha ofrecido dinero, pero con
papá es imposible.
—Con papá ha sido imposible siempre —musita Nico convencido de sus
palabras.
Dante llega en ese momento con cuatro vasos de cristal y una jarra llena
de limonada fresca. Coloca varias cañitas en los vasos y deja que el
contenido caiga en él, sirviendo uno a cada uno antes de tomar asiento a mi
lado.
Su mano roza la mía y la aprieta con ternura para infundirme calma y
sosiego.
—Fuimos juntos —interviene Lucas cuando considera que podemos
seguir hablando del tema. Nico refunfuña, como si pensara que ha vuelto a
sacar el asunto a la palestra y que era mejor haber hecho la vista gorda,
como si no supiera que la llegada de Dante no implicaba que me fuese a
olvidar del asunto en cuestión—. Y la cosa terminó mal —sentencia.
—Le pedí que fuese conmigo porque, quizá, de esa manera haríamos
piña y sería más fácil razonar con él.
—Cree que es una completa locura y que has perdido la cabeza —
explica Lucas.
—No van a venir a la boda, ¿verdad?
Ambos niegan.
—Ni siquiera aprueban que haya venido Nico y eso solo ha complicado
la situación —admite Lucas—. En realidad, como tú bien dices, tu madre
no está tan disgustada, es decir, lo ve precipitado, pero nos ha dicho que, si
eres feliz, ella también lo es y le prometimos que te lo diríamos.
—Pero papá no quiere oír hablar del asunto.
—Nos da igual —dice Dante, tomando la palabra por primera vez desde
que llegó—. Estamos aquí y lo hemos decidido nosotros, nos queremos.
Su mirada se clava en la mía, sopesando si es suficiente para mí el que
estemos juntos o si estoy de verdad replanteándome la situación por cómo
se han dado los acontecimientos.
—Dante tiene razón —le apoya Lucas.
—No voy a cambiar de idea —les explico mirándolos a todos a los ojos
e intentando que en mi mirada salga a relucir la firmeza en mi decisión—.
No pienso cambiar de idea —insisto—, sin embargo, creía que
recapacitaría.
—Estoy segura de que, si tu madre pudiese, estaría aquí contigo, pero ya
sabes cómo son.
—Retrógrados —finaliza Lucas enfadado.
Espero que Nico disculpe a mis padres porque siempre ha sido de esa
manera. Por mucho que hayamos hablado en el barco, y le haya expresado
cómo me siento, no espero que deje de defenderlos.
—¿Qué no me estáis contando?
—Grosso modo… —empieza Lucas.
—Lucas… —le advierte Nico.
—Grosso modo, tu hermano ha dejado su trabajo en la empresa de tu
padre y le ha dicho que, si no recapacitan y se comportan como personas,
no volverá por allí.
Ahogo un grito cuando escucho las palabras de Lucas y la sinceridad
implícita en ellas.
—Nico…
Me levanto y me dirijo hasta su silla. Mi hermano rehúsa mi mirada y
contempla el paisaje.
—No pensaba dejarte en la estacada y, si papá reniega de vosotros —
dice. Me enternece el corazón cuando nos nombra a los dos, cuando sin
siquiera habernos casado considera ya a Dante como parte de la familia—,
reniega de mí también —zanja.
Lucas se levanta y me envuelve entre sus brazos. Nico está algo más
reticente porque él es así, no es un osito amoroso y le cuesta más demostrar
sus sentimientos, no obstante, sé que eso que ha hecho es un gran paso para
él. Es como si el ser humano pisase la luna por primera vez, y me siento
orgullosa de él y se me hincha el pecho de amor al darme cuenta de que
Nico puede ser mil cosas, sin embargo, es un hermano increíble.
—Estamos muy orgullosos de ti —explica Lucas.
—Mucho —admite Nico—. Y espero que la cuides bien —le advierte a
Dante, que se limita a cabecear afirmando.
—¿Y ahora qué piensas hacer? —le pregunto.
—Por mí no te preocupes. Por lo pronto, estoy aquí, con vosotros y
pienso llevarte al altar. Disfrutaremos de estos días los cuatro juntos y
conoceremos la isla. —Sonríe presuntuoso—. A la vuelta, decidiré. Siempre
he tenido alguna que otra oferta de trabajo, no creo que me cueste y, si eso
sucede, terminaré por salir adelante de una forma u otra. Siempre lo
hacemos, ¿verdad, hermanita?
—Verdad.
Me abstengo de decirles que no vamos a ser solo cuatro y que en breve
tendremos una visita de lo más esperada. Los dejaré en paz hasta entonces.
Mi teléfono suena en ese momento y me acerco hasta la mesa para leer el
mensaje.
Alba:
Tenemos vuelo para mañana a las diez de la mañana.

Tecleo con agilidad.


Amaia:

Dante irá a buscaros al puerto. Mantenme informada.

Mi teléfono vuelve a sonar y observo que Lucas mira de soslayo el


suyo.
Alba:
Gracias por todo.

Amaia:
Te echa de menos…, tanto o más que tú a él.

Alba no responde, pero sé que esa frase es tan real como que me
caso dentro de seis días.
53
ABRIENDO PUERTAS, CERRANDO
HERIDAS
LUNA
Siempre he sido propensa al mareo. Siempre. Cada vez que despega un
avión, me mareo. Cada vez que me subo en un barco, relativamente
pequeño, me mareo. Y ahora no iba a ser menos.
—Si echas la pota, por lo menos que sea por la zona de atrás, que el
viento haga su trabajo y no nos salpique con los restos de la pedazo de
hamburguesa que te pegaste para desayunar.
La miro mal, no obstante, esa mirada asesina dura apenas un segundo, lo
que tarda mi estómago en volver a pedir auxilio.
—Algún día… —la amenazo—, algún día me las cobraré todas juntas.
—Cualquiera diría que eres una persona rencorosa —me provoca de
nuevo.
Tras la conversación que mantuvimos en casa de Alba hace apenas dos
días, llegó Ismael. Hizo lo que se llama una entrada triunfal. Lo del paseo
por el parque con Lupe fue una burda y barata excusa para quedarse los dos
tras la ventana y escuchar lo que nos dijimos, que no fue poco.
Me sentí orgullosa de Alba. Eso no quiere decir que no me cueste
aceptar que lo hizo mal, que se equivocó y que eligió de forma egoísta, sin
pensar en las consecuencias de los que dejaba atrás, sin pensar en mí, pero
entiendo lo que me dijo del miedo.
Alba nunca ha sido una chica decidida. Aún recuerdo aquel día en el que
nos conocimos, cuando se acercó a mí aquella tarde, y yo me limité a ser
una niña borde y malagradecida. No quería la compasión de nadie por ser la
niña que se mudaba al pueblo pequeño viniendo de la capital, quería
quedarme donde había estado siempre y seguir rodeada de la gente que
conocía y ese día no era uno de mis mejores días.
Al día siguiente, me di cuenta de que me había equivocado con ella
porque, lejos de huir o de alejarse, se acercó cuando me sentí como un
conejillo abandonado, en aquel patio de aquel colegio. Y, si yo me pude
equivocar con ella, ella tiene derecho de hacerlo conmigo también porque,
si no me hubiese dado una segunda oportunidad, no nos habríamos
convertido en inseparables.
Eso es justamente lo que he hecho yo con ella. No me malinterpretéis,
eso no quiere decir que, en todos estos años que hemos compartido juntas,
no ha habido disputas, peleas y malos entendidos, porque no es así, ha
habido y muchos, como en cualquier familia, ¡vamos!, sin embargo,
siempre hemos sabido lidiar con todo ello. Puede que hayamos tardado más
tiempo de lo normal en reconciliarnos, en aclarar las cosas y poner las
cartas sobre la mesa, pero lo hemos hecho y eso también es válido.
Y volvemos al principio de todo: al miedo. ¿Quién soy yo para negarle a
Alba que tenga miedo? ¿Quién?, cuando yo siento eso también. Lo que nos
diferencia es la forma de enfrentarnos a él. Quizá Alba se equivocase a la
hora de tomar la vía de escape, quizá yo misma lo haya hecho también
miles de veces, sumida en un matrimonio que no tenía chispa, que se había
convertido en una monotonía constante y del que éramos conscientes los
dos desde hacía más tiempo del que nos gustaría admitir. Pero lo hice, tomé
la decisión, seguí adelante, caí, me sacudí y me levanté con nuevas heridas
que no me impidieron continuar, y sé que Alba lo ha hecho y eso es lo que
me debe importar.
—Quiero decirte que yo también lo siento —confieso mientras intento
que mi estómago se asiente.
Quedan apenas diez minutos para llegar o eso es lo que nos han
anunciado por los altavoces del barco y la verdad es que se admira una
costa preciosa desde aquí.
—¿Y eso ahora? —Alba muestra preocupación en su rostro—. Pensaba
que antes de ayer lo habíamos hablado y había quedado todo claro… —
susurra poco convencida.
—Hablaste tú, básicamente, y yo me limité a escucharte.
—Pero me perdonaste, ¿verdad? —cuestiona y su voz se tiñe de dudas
por no saber cuál será mi respuesta.
—Sí, claro que sí —sentencio con firmeza—. Pero creo que no solo te
equivocaste tú. Yo también cometí mis errores y dejé pasar demasiado
tiempo hasta que nos sentamos a hablar y quizá debería haber intentado
propiciar un acercamiento antes y no lo hice.
Alba suspira. Recoge su melena en una coleta alta y me mira con fijeza
antes de responderme.
—Puede que no hubiese sido el momento, que sí, que está bien pensar
que podríamos haberlo solucionado antes, no obstante, y a riesgo de que mi
negatividad salga a flote de nuevo, es bastante probable que ninguna de las
dos hubiese estado receptiva.
»La primera vez que hablamos, que cruzamos dos palabras en aquella
acera por fuera de mi casa, nuestra unión fue provocada por mi madre. Ya
sabes que ella era lo opuesto a mí; era decidida, directa e iba a por lo que
quería sin duda y sin dejar que los temores tomasen potestad alguna… Y,
gracias a eso y a su chantaje emocional, me acerqué a pesar de no querer
hacerlo y ahora, de nuevo, me siento un poco vulnerable porque, si no
hubiese sido por mi padre, es probable que no estuviésemos donde estamos,
llegando a Capri, para asistir a una boda y enfrentarnos, las dos, a nuestro
destino.
Ahora la que suspira soy yo porque parece absurdo, pero esa conexión
que tenemos Alba y yo siempre ha estado ahí. El vello se me eriza al pensar
en que ella también ha recordado cómo fuimos antaño, nuestro primer
encuentro y el segundo y definitivo que hizo que fuésemos inseparables,
hasta que hace tres meses todo cambió.
La cosa es que no solo cambió nuestra amistad, sino que ese grupo que
encontramos fortuitamente a la llegada al barco ha hecho que cambiemos.
Que subiésemos en Barcelona siendo unas y bajásemos siendo dos bien
distintas, y de eso es tan consciente ella como lo soy yo.
—¿Tú también estás acojonada por todo lo que se nos viene encima?
Sé que esa Alba no quiere sentirse de esa forma; con ese temor corriendo
por sus venas, pero lucha contra él como buena valiente que es.
Nos damos la mano antes de ver un leve asentimiento en su rostro.
—La he cagado mucho con Lucas.
—¿Y te has dado cuenta ahora? —le pregunto. Suena a reproche porque
la verdad es que la pregunta lo es un poco, pero no es así como quiero que
sea—. No te estoy acusando de nada, no es eso, ya te he dicho que lo siento
y creo que ambas hemos aprendido de todo esto. Sin embargo, debo decirte
que me decepcionaría que ahora te dieses cuenta de lo que sucedió hace tres
meses.
Alba aprieta mi mano con fuerza y niega efusivamente.
—No —zanja—. No —repite—. No me he dado cuenta de eso ahora.
Antes de que apareciese Lucho por allí —explica, y juro que su sola
mención me eriza el vello al recordar nuestro último encuentro— pensaba
en lo confusa que me sentía por todo; la aparición de Lucas, la atracción
que sentía por él y que era recíproca, nuestros besos, nuestras
conversaciones, esas que hacía que sintiese que éramos amigos de toda la
vida, el jueguecito que nos traíamos entre manos con los mensajes, nuestros
alter ego… Y no sabía qué hacer frente a todo eso porque no estoy
acostumbrada a actuar de esa manera.
—No sabes dejarte llevar.
Niega.
—No es eso, no es que no sepa dejarme llevar o sí, quizá sí que lo es.
—Lo es —sentencio.
—Pero no quiero hacer eso, no quise hacerlo así, no quise dudar, pero lo
hice porque todo estaba muy reciente. Me había dejado plantada el día de
mi boda y no estaba bien por mi parte sumergirme en otra aventura tan
pronto.
—Eso es absurdo —le rebato—. Perdona que te diga, pero es una
soberana estupidez.
Alba no rechista ante mi acusación porque ahora sí que lo es.
—Y apareció Lucho, que era lo que ya conocía, lo que tenía seguro.
Me carcajeo, me carcajeo muy alto y muy fuerte porque es un elemento
de los pies a la cabeza y no quiero ser cruel, pero no me lo está poniendo
nada fácil.
—Ni siquiera sabes lo que hizo o dejó de hacer en tu ausencia. ¿Acaso
crees que estaba en un crucero single para tomar el sol?
—No hablamos de eso en estos tres meses —me explica bajando la voz
—. Me propuso irnos a vivir juntos, pero no quise hacerlo.
—Menos mal. —Me santiguo y todo, fijaos el nivel.
—No me sentía preparada para eso, necesitaba volver a confiar en él y
creo que eso es justamente lo que me voy a encontrar cuando lleguemos a
Capri. Y la verdad es que me da pavor no hallar la esencia del Lucas que
conocí, con su chispa, su enorme corazón, su bondad.
—Al oso amoroso que era.
—Exacto…
—Puede que no lo encuentres o puede que sí, en todo caso, si estás
segura de algo, debes luchar para conseguirlo.
—¿Harás tú eso con Nico? —me pregunta. Y da en la herida, esa que
ahora mismo carece de la costra que hace que no sangre.
—Lo de Nico es complicado.
—¿Por qué? Yo sé que te gusta.
—Sí —lo admito a bocajarro—. Me gusta, sin embargo, Nico no es
Lucas, es un tipo complicado.
—Yo he tardado tres meses en darme cuenta de que no quiero a Lucho y
quiero a Lucas.
—No has tardado tres meses en darte cuenta de eso, has tardado tres
meses en admitirlo —la corrijo.
—¿Tú has tardado tres meses en admitir algo?
Ahora la que niega soy yo.
—Yo bajé de ese barco sabiendo que sentía algo por él. He tardado tres
meses en enterrar todo eso bajo una alfombra invisible.
—¿Y qué piensas hacer?
—Ojalá lo supiera —admito con vehemencia.
—Yo solo veo una posible vía —musita Alba mirándome directamente a
los ojos.
—¿Cuál?
—Luchar por lo que queremos.
Mi corazón le da la razón, no obstante, mi cabeza no está de acuerdo.
54
ALGO HABRÁ QUE PUEDA HACER
DANTE
Recojo a las chicas en el puerto a la hora indicada y en el lugar pactado.
He seguido todas las indicaciones de Amaia mientras ellos se han ido de
visita a Anacapri. Amaia estaba la mar de emocionada de poder llevarlos a
la iglesia, donde dentro de cinco días celebraremos nuestro enlace. Para las
chicas ha reservado una salida especial, «algo menos monumental y que nos
permita conectar de nuevo como hicimos en su día» fueron sus palabras
exactas. Palabras que pertenecen a una malhechora, mi futura mujer se ha
visto contaminada por el ambiente de la isla y se está convirtiendo en una
mafiosa a pasos agigantados, aunque ella se defiende diciendo que necesita
ayudar al destino a poner a cada cual en el lugar que le corresponde.
—¿Qué tal el vuelo? ¿La travesía en barco? Y… ¿todo lo demás? —
añado para resumir.
—Casi pierdo a mi amiga en el barco. Es de las que marean —replica
Alba a modo de respuesta precipitada.
—¿En serio? —Me río—. ¿Y te adentraste en un crucero sin saber si ibas
a pegarte siete días unida a un retrete?
—Primero —se defiende Luna—, no sabía que nos íbamos a un crucero
cuando organizamos su «no boda» —remarca—, lo hicimos sin saber bien a
dónde íbamos. Y, segundo —añade, y me enseña su dedo corazón, espero
que sin segundas intenciones—, el barco no se movía como ese cacharro
que nos ha tenido cuarenta minutos de eterno sufrimiento.
—Habla por ti —se disculpa Alba—. Tampoco ayuda el desayuno que se
pegó en el aeropuerto —la acusa entre risas.
—Calla, buitre —la insulta Luna defendiéndose.
Poco pude conocerlas en el barco porque aquello era trabajo y mi escaso
tiempo libre lo aproveché con Amaia, sin embargo, ahora, que las escucho
hablar con naturalidad, me doy cuenta de lo que ha hecho que Amaia les
coja tanto cariño. Eso sin tener en cuenta que pretenda emparejarlas por lo
que ella llama «falta de asumir la realidad de los sentimientos», y yo rebato
con un «no obligues a nadie a estar con quien no quiere, que sean ellos los
que decidan». Lástima que Amaia tenga muchas armas a su favor para
hacerme claudicar y todas ellas pasen por una caída de pestañas, una sonrisa
condescendiente, poca ropa y sus manos en mi cuerpo. No me creía un tío
básico, pero está claro que los mitos están para romperlos.
Llegamos a la villa un rato después. Por suerte para mí, no han dejado de
parlotear durante todo el trayecto.
—Bienvenidas a mi humilde morada.
—Humilde, lo que se dice humilde… —Carraspea Luna para ocultar lo
jocoso de su comentario.
Alba guarda la compostura, aunque esconde una sonrisilla girando la
cara.
—Amaia ha salido a hacer algunas cosas, me ha dicho que os instaléis
sin problema y que podéis pasar el resto del día en la piscina. ¿Habéis
almorzado?
—No me hables de comida que sigo teniendo un nudo en la garganta —
se queja Luna.
—Yo tampoco tengo apetito, comí frutos secos que nos trajimos. Quizá
más tarde.
Asiento.
—Sentíos como en casa —les pido.
Les enseño la villa antes de llevarlas a sus habitaciones y dejar que se
instalen.
Cojo el teléfono para llamar a Amaia y explicarle que ya han llegado.
—¿Han llegado? —Escucho barullo de fondo por lo que sé que aún están
en la zona centro.
—Sí.
—¿Y?
—Ahora lo entiendo todo —murmuro sonriendo.
—¿Qué todo?
—Que seáis tan amigas.
—Dante y su filosofar constante.
Me carcajeo al escucharla.
—Tú me entiendes.
—Da gracias. Escucha. Vamos a ir de vuelta, pero necesito que los
entretengas un rato más. Quiero hablar con las chicas, ya sabes, una
conversación madura e intensa sobre sus intenciones para con mi hermano y
amigo.
—¿De verdad?
—¿Acaso lo dudas?
—¿No crees que es excesivo y que es mejor que sean ellos los que
resuelvan sus asuntos?
—Puede, pero nunca está de más una conversación de chicas.
—Las vas a asustar.
—Ellas no son de las que se asustan —matiza. Y lo dice tan convencida
que dudo de nuevo de si seré demasiado arcaico.
En fin, quedamos en que dejará a los chicos en una cafetería cercana a
nuestra zona mientras ella regresa a casa. Yo solo veo que vamos a
postergar el encuentro más aún y que lo mismo acaba cada uno en un hotel
diferente y vamos a celebrar una boda y cuatro funerales.
Amaia entra a la cocina cuando ya estoy terminando de almorzar. Se
acerca cual pantera y coloca su dedo índice en mi hombro, deslizándolo por
él con toda la intención del mundo. Me provoca y lo sabe.
—¿Quieres algo en especial? —le pregunto.
—A ti —finaliza—. Pero tendré que esperar porque ellas —me dice
mientras señala a la piscina que se observa por la ventana— me necesitan.
Hago un mohín y me guardo la decepción en el bolsillo del pantalón
vaquero.
—Hasta después, malvada.
Me levanto, dejo la servilleta sobre la mesa y me acerco hasta Amaia.
Me tiende la mano y la cojo con ímpetu. Tiro de su cuerpo que termina
impactando contra el mío. Su sonrisa pretende esconder la satisfacción que
le produce mi gesto. Sus pestañas aletean y por un momento me siento el tío
más afortunado del mundo, por tenerla y haberla encontrado.
—Vas a llegar tarde —me advierte.
—No importa si el motivo eres tú. —Mis manos descienden por su
espalda y percibo su vello erizado. Me excito solo de imaginar lo que haría
con ella ahora mismo, sobre esa mesa, sobre el mármol que decora la
encimera, en una de las sillas, en el suelo de la cocina, en cualquier parte de
esta maldita casa.
Lee mis intenciones cuando percibo que se aparta de mi cuerpo,
sintiendo, al instante, el vacío que deja.
—Será mejor que evitemos tentaciones —susurra acortando distancias,
mordiendo el lóbulo de mi oreja y contoneándose con la mayor de las
intenciones.
Abandona la cocina y me deja allí plantado. Coloco mi miembro, que
hasta hace nada pensaba que iba a participar en una fiesta privada, y
suspiro.
—A ver quién coño va ahora a reunirse con su futuro cuñado y el mejor
amigo de su prometida.
Tras llegar al local que me indicó Amaia antes de jugar conmigo,
observo las mesas y los veo apostados en una de ellas, al final de la terraza.
Me acerco mientras alzo la mano para indicarle a la camarera que tomaré
asiento con ellos y que pase por allí para tomarme nota.
Me sitúo al lado de Lucas y de espaldas al sol. Apoyo los brazos sobre la
mesa, observo la costa, el deambular de los turistas que transitan esta isla
todo el año, pero con mayor aforo en agosto, y la cantidad de bañistas que
buscan una cala poco rocosa en la que sumergirse.
—Quiero hablar con tu padre yo mismo —le digo a Nico. El susodicho
clava la vista en mí cuando termino de formular la frase y alza una ceja. No
sé si no se cree mis palabras, si piensa que me estoy tirando un farol o si
está a punto de reírse en mi cara—. Amaia lo ha hecho por mí y se lo debo.
Ahora es Lucas el que alza la ceja esperando a que dé alguna pista más
de mi último comentario, sin embargo, le resto importancia desviando la
mirada y centrándola de nuevo en el paisaje que nos rodea.
—Nosotros ya lo intentamos, ¿crees que tú, siendo como eres, un
desconocido al cual le tienen poca estima, vas a tener más peso que
nosotros dos, que lo conocemos bien?
De nuevo, alzo los hombros porque la verdad es que tendrá razón, pero a
camicace no me gana nadie.
—No pretendo convencerlos de nada, ni siquiera quiero que acudan a
nuestro enlace, sin embargo, creo que lo justo para Amaia, para tus padres y
para mí mismo, es que sea honesto y ponga las cartas sobre la mesa.
—¿Y esas cartas a las que haces referencia son…? —inquiere Nico,
quitándose su sombrero, dejándolo sobre el lateral de la mesa y colocando
sus manos ahora en ella, como las tengo yo. Desde fuera, parece que
fuésemos a entregarnos a una batalla dialéctica con un final poco feliz.
—Parece mentira que a estas alturas tengas dudas de que mi verdad, esa
que está teñida de una auténtica y absoluta honestidad, pasa por decir sin
rodeos que estoy completamente enamorado de tu hermana y pienso
protegerla siempre que pueda.
Nico asiente, se coloca su sombrero de nuevo y mira el paisaje.
—Así me gusta —dice al rato.
La camarera me trae una copa de mandaniretto y la choco contra su copa
de vino que reposa en la mesa.
Guardamos silencio los tres. Creo que cada uno tiene mucho en lo que
pensar.
55
¿QUÉ HACES TÚ AQUÍ?
NICO
Las palabras de Dante me han dejado un resquemor que oculto bajo
varias copas de un vino blanco que he dejado a elección de la servicial
camarera que nos ha recibido con una amplia sonrisa al entrar en el bar.
Una parte de mí, supongo que esa protectora que ha estado presente
siempre, con sus más y sus menos, se queda tranquila cuando le escucha.
No es que tenga dudas de los sentimientos que ambos se profesan, ni
siquiera cuestiono lo efímero de esta relación, porque mi hermana me ha
dejado bastante claro que, lo que tenga que ser, será. Algo así como: «más
vale sentir y perder, que morir sin haber sentido».
Y la misma Luna así me lo hizo saber cuando me contó su historia.
Es una soberana tontería ponernos a pensar en qué sucederá mañana, en
cómo se darán las cosas o los giros a los que nos someterá el destino,
porque las personas somos seres cambiantes que se ven supeditados a los
giros de los acontecimientos y no hay nada de todo eso que se pueda
controlar; ni los sentimientos ni los sucesos que nos depara la vida ni las
personas que entran o salen de ella, mucho menos las formas de pensar, así
que lo más lógico y sensato es que deje que viva su vida, que se equivoque,
que acierte, que caiga y se levante, y que en todas esas situaciones pueda
contar conmigo si necesita un hombro en el que llorar o una mano que la
ayude a levantarse.
Y ese fue mi argumento cuando hablamos con mis padres. Aún siento la
mirada reprobatoria de mi padre al decirlo, sin pudor alguno, dejando claro
el apoyo incondicional hacia Amaia. Lucas hizo lo mismo, pero la
decepción no tiñó el rostro de Manuel Roldán porque, por mucho que Lucas
forme parte de su familia, no era su sangre la que sentía que lo traicionaba.
Aun con todo, no me arrepiento de nada de lo que le dije, ni siquiera de
haber dejado mi trabajo. Fue un impulso, un acto reflejo propiciado por el
enfado y quizá en eso me haya equivocado porque la empresa familiar
siempre ha sido mi vida, pero, si sufrimos una fractura de esta magnitud, no
tenía otra forma de reaccionar. Quizá esa también fue una baza para que, en
un intento desesperado, reaccionase, no obstante, mi padre ha sido, es y será
siempre un hueso duro de roer. Y eso, salvando las distancias, lo hemos
heredado nosotros porque a cabezotas no nos gana nadie.
Regresamos a la villa un rato después, tras ingerir varias copas, aclarar
los términos y ejercer de hermano protector, amenazando de muerte a Dante
si le hace daño a mi hermana pequeña. Un cromañón encerrado en el cuerpo
de un chico normal y corriente.
El trayecto lo hacemos en completo silencio. Creo que, a estas alturas,
nos hemos dicho todo lo que nos tenemos que decir y la camaradería está
presente sin necesidad de edulcorarla con un colegueo que no necesitamos
ninguno de los tres.
Dante abre la puerta y juro que quiero llevar mis manos hasta mis oídos
para saber si me están jugando una mala pasada, si es una puñetera broma
de mal gusto o si las copas se me han subido a la cabeza y yo pensando que
hacía falta algo más que vino para estar ebrio.
Y no. No es una mala pasada de mis oídos porque a la fiesta se han
unido también mis ojos que la ven ahí plantada. Sentada, con las piernas
desprovistas de tela que las recubra, sin zapatillas, moviendo los dedos, con
un pantalón corto y el resto de un bañador de un color mostaza lleno de
cactus verdes que me lleva de vuelta a tres meses atrás, cuando su piel se
bronceaba en la hamaca que siempre me robaba, cuando esa misma piel
estuvo bajo la mía, mientras embestía con premura intentando no perder el
control como ella solo supo hacerlo.
Luna.
Luna, lunera, cascabelera.
La misma que viste y «des-calza».
La misma que alza la vista y sonríe abiertamente, imaginando la de
travesuras que piensa hacer, la de barbaridades que soltará por esa boca y la
de cosas que me gustaría hacer con su lengua y la mía juntas o separadas.
Se incorpora como si el tiempo no hubiese pasado entre nosotros y sé, lo
sé de buena gana, que hay más, que está mi hermana, que incluso está Alba
ahí y que debería echarle un vistazo al rostro de Lucas para confirmar las
sospechas de que debe de estar tan descolocado como lo estoy yo, sin
embargo, no soy capaz de reaccionar, de apartar la mirada de ella y de dejar
de contemplar su cuerpo.
Sus pies descalzos la acercan cada vez más a mí y siento como si mis
piernas se hubiesen convertido en dos enormes lozas de cemento que me
impiden moverme, retirarme hacia atrás, al contrario, lo que hacen es
acrecentar el deseo que prospera en mi interior con su acercamiento y las
ganas de escucharla de nuevo dirigirse a mí como solo ella sabe.
—Pero si es el chaval, que se ha dignado a deleitarnos con su presencia.
Sonrío. Joder, sonrío como un puñetero imbécil que asume que esa
provocación por su parte es algo ya natural y admite que las echaba tanto de
menos que me tacharían de estúpido si lo confesase en voz alta. Y me doy
cuenta de que estoy bien jodido, de que Luna me ha jodido sin pretenderlo,
sin buscarlo, sin meditarlo, sin ensayarlo, lo ha conseguido solo siendo ella
misma.
—¿Se puede saber qué haces tú aquí? —Bien, Nico, genial, has quedado
como el tonto del culo por el que te ha tomado siempre.
—Yo también me alegro de verte —musita dedicándome una sonrisa
condescendiente que esconde muchas, muchas cosas.
—No diría yo precisamente eso —matizo para provocarla.
El sonrojo acude a sus mejillas y las arrebola de ese tono sutil que sabe
esconder su tez morena, pero para mí no pasa desapercibido porque la he
tenido debajo, desnuda, gimiendo en mi oído, pidiéndome más y ese mismo
color acudía al resto de su piel ante la excitación. Una luz en mi cabeza se
enciende y mi polla aplaude como si fuese la reina de la fiesta de final de
curso: ella siente exactamente eso. También me ha echado de menos.
—No es necesario que lo admitas delante del público, que ya nos
conocemos, chaval, si quieres, puedes decírmelo al oído.
Y no seré yo el que le lleve la contraria.
Sujeto a Luna por la mano y la sorpresa acude a su rostro. Imagino que
el resto debe de estar exactamente igual. Confusos, exaltados, alegres,
temerosos, dubitativos…. De muchas formas porque Luna y yo siempre
hemos sido como una bomba de relojería a punto de estallar al contacto del
otro.
La arrastro hasta el piso de arriba y sé que se está dejando llevar porque
perfectamente podría parar cuando quisiera hacerlo, sin embargo, no lo hace
y me sigue a pies juntillas.
«Tranquilo, Nico, que todo está bajo control», me repito escalón a
escalón.
Me quedo por fuera de la puerta porque lo de ser un cromañón encerrado
en el cuerpo de un chico que mola tiene que esperar. Y una vez ella impacta
contra mi cuerpo, recula un par de pasos, coloca un leve mechón tras la
oreja y me escruta con su mirada color miel. La provocación aparece
reflejada en sus ojos seguida de una sonrisilla malévola.
—¿Me has traído aquí con alguna depravada intención? —me pregunta.
Sí.
—No. Tienes una mente demasiado perversa, creo que sé de alguien que
ha echado de menos esto.
Sujeto su mano de nuevo sin la intención de tirar de ella, solo
colocándola sobre mi polla, dura como una piedra desde el mismo instante
en el que la vi. La reconoció antes incluso que yo.
—No recordaba que fuese tan pequeña —suelta apartándose como si mi
contacto quemase.
—Yo tampoco recordaba que fueses tan arpía —le reprocho, una vez
más, para bravuconearme.
—Para eso he venido —susurra acercándose a mí.
Calma, Nico. Calma. Quiere que pierdas los papeles, quiere llevarte a su
terreno y no se lo vamos a permitir.
—Pensaba que habías venido a la boda de mi hermana. Actuando como
una buena amiga. O no, espera, chatina, una buena amiga no habría
desaparecido durante tres meses para presentarse en última instancia a una
boda.
Asimila mi reproche con estoicidad, no obstante, percibo en su gesto que
le ha dolido mi estocada.
—No creo que seas el más indicado para pavonearse, cuando, hasta
donde yo sé, tuvieron que abrirte los ojos para que por fin tomases
conciencia de lo que implica ser un hermano de verdad y no el niño de
papá.
Tocado. Tocado y hundido. Uno a uno. Empate.
—Eres una jodida bocazas.
Lo de la calma me lo he pasado por el forro, lo sé.
—Puedo no serlo…, ¿lo prefieres? —me reta.
Esa es la Luna que conozco, la Luna de ese crucero, la Luna que llegó
pisando fuerte desde el primer día. La Luna que hizo que desease besarla.
La misma que hizo que también desease consolarla cuando supe lo que
había sucedido, cuando me dijo que se había sentido pequeña en un
matrimonio que se le quedó grande y la misma que decidió afrontar la
situación y ser valiente.
—No —resuelvo remarcando la negativa.
—¿Ves, Nico? Si sabía yo que me echabas de menos.
Ni confirmo ni desmiento sus palabras porque un silencio es mejor para
los dos.
—¿Te vas a quedar cinco días aquí?
—¿Dónde si no?
—Cinco días…
Imagino la cantidad de provocaciones a las que me veré sometido estos
cinco días y sonrío, sonrío satisfecho porque sí, la he echado de menos,
aunque no quiera reconocerlo.
Luna reduce la distancia que nos separa, coloca su boca en mi oreja y
decide torturarme colocando su mano, nuevamente, sobre mi polla.
—Si te soy sincera, yo también te he echado de menos. —Y aprieta. La
aprieta con contundencia y decisión y late entre sus dedos—. Y creo que no
soy la única que lo ha hecho.
56
SÍ, ES LO QUE PARECE
LUCAS
Alba. Alba en carne y hueso. Alba. La misma Alba que he observado
cada día como uno de esos espías frustrados que curiosean las fotos de
perfil buscando la felicidad ajena que provocará de nuevo una hecatombe
en mí. Alba, la Alba impersonal que no cambió la foto del wasap en tres
meses, dejando allí la imagen de ella frente al mar, observando cómo
llegábamos a Civitavecchia. Esa instantánea que hice yo y que luego
Alberto envió.
Alba frente a mí, con la cabeza alzada, mirándome y analizando mis
reacciones, esas que hacen que siga plantado frente a todos sin saber qué
hacer o qué decir. Y entonces lo recuerdo todo. La partida, la decepción que
me asoló al verla irse con él minutos después de decirle lo que sentía por
ella, de haber apostado todo a una única carta que terminó por llevarme a la
más absoluta bancarrota.
—Lucas —murmura trayéndome de vuelta al presente.
Amaia y Dante se han ido, de la misma forma que lo han hecho Nico y
Luna minutos antes. Y no sé en qué momento nos hemos quedado a solas.
Mis instintos me piden que salga de allí tan rápido como lo hizo ella ese
día. Y mi conciencia me grita que me dolió su partida. Mi corazón late
acelerado cuando su olor llega hasta mis fosas nasales y se hace con el
control de mi cuerpo. Un olor. Algo tan sencillo como un olor puede hacer
que cambie de parecer y la mejor de las ideas en este momento sea acercar
mi mano hasta ella, tocarla, volver a sentir su dúctil piel al contacto de la
mía y mis ojos se posan sobre sus labios, esos que tanto deseé besar y que,
cuando lo hice, superaron todas y cada una de mis expectativas.
La voz se me queda atascada, sin ser capaz de responder. Mis pies
permanecen pegados al suelo, sin poder huir. Mis manos vuelan solas a su
encuentro sin seguir las directrices de mi mente.
—¿Cómo estás, Lucas? —añade de nuevo, temerosa, ante mi abrumador
silencio.
¿Y qué le digo? Doy un par de pasos, evitando su cercanía porque sé
que, si finalmente la toco, no podré salir indemne. No podré volver a huir,
porque Alba, esa Alba que me he empeñado meses en olvidar, esa misma
que hizo que intentase una y otra vez encerrar bajo la alfombra, en el
armario o en el cajón de la mesilla de noche mis sentimientos, esa misma
Alba que ahora me mira asustada como si de un cachorrillo abandonado se
tratase, esa Alba que está plantada frente a mí esperando una reacción, sea
cual sea, me sigue importando tanto como para borrar la decepción que
causó en mí hace ya tres meses.
—Bien —musito dando otro paso hacia atrás, postergando su cercanía
como única vía de escape.
Alba mira hacia ambos lados y me señala el sofá.
—Me gustaría hablar contigo, ¿te importa que nos sentemos un rato y
conversemos?
Sé que, si le digo que sí, sé que, si lo hago, estaré perdido del todo y no
quiero que eso suceda de nuevo. Quiero tomar distancia en esto, necesito
tomar distancia entre nosotros y definitivamente mantenerme en mi camino,
en ese que me ha demostrado que es mejor seguir porque si algo me enseñó
Miranda es que es mejor tropezar con la misma piedra una sola vez y con
Alba lo acataré sin rechistar mientras pueda y me queden fuerzas.
—Tengo cosas que hacer —finalizo sin dar pie a nada más—. Nos
vemos en otro momento.
Subo las escaleras tirando de todo el autocontrol que poseo y me dirijo
hacia la habitación de Amaia. Necesito saber por qué no me avisó de esto.
Doy un par de suaves golpes en la puerta cuando llego frente a su
estancia. Sé que comparte espacio con Dante y no quiero interrumpir nada,
pero de verdad que necesito hablar con ella. Como siempre hemos hecho,
anclándome a ella como mi faro en la oscuridad.
Un par de diminutos pies descalzos aparecen frente a mí. Alzo la vista y
veo una enorme sonrisa reflejada en su rostro, una que se borra de
inmediato al ver mi semblante circunspecto.
Sale, sin darme la espalda, y cierra la puerta tras de sí.
—¿Qué ha pasado? Es imposible que hayáis solucionado nada en un par
de minutos que lleváis solos.
Me doy cuenta de que ha sido una especie de encerrona propiciada por
mi amiga.
—¿Qué esperabas? —le suelto con reproche—. ¿Pretendes que caiga
rendido a sus pies después de lo que me hizo? ¿De la decepción tan grande
que sentí? No, Amaia, no soy ese chico al que se le puede pisotear como si
de una alfombra frente a la puerta de la entrada se tratase. No soy un ahora
sí, pero mañana no.
Amaia gira la cabeza y de inmediato me siento culpable porque sé que
ahí, cerca, está ella y que no he sido precisamente sutil, comedido ni
delicado a la hora de decir lo que pienso. Sin embargo, y sin ánimo de ser
pedante, no dejan de ser ciertas mis palabras y el resquemor no deja de estar
ahí, de haberme sentido pasajero de segunda clase o segundo plato de
alguien que, cuando se abre y confiesa lo que siente, es repudiado sin más y
sin explicaciones.
Eso me carcome por dentro, el simple hecho de que Alba no haya sido
sincera del todo conmigo y me haya dicho que no, pero uno justificado, no
algo tan cobarde como dejarme allí plantado e irse con él. Con un chico que
le hizo daño y que la rompió por dentro. Uno que la jodió, como bien lo
dijimos ambos cuando comenzamos a conocernos. Y la sensación de haber
vivido una mentira sigue estando ahí, latente como la piel al contacto con
un hierro candente.
Fijo de nuevo la vista en Amaia y, tras eso, de nuevo miro en dirección a
la puerta de la habitación de Alba, que ya ha entrado, cabizbaja, siendo
consciente del reproche en mis palabras.
Amaia reacciona y tira de mi mano. Abre la puerta contigua y entramos
en mi dormitorio.
Me deja plantado tras la puerta mientras ella se dirige a uno de los
sillones de mimbre que hay al lado de la terraza desde donde se pueden
observar las mejores vistas de Capri, una combinación perfecta de la
naturaleza más pura y una costa virgen.
—¿Te has dado cuenta del daño que le acabas de hacer a Alba?
Bufo ante su regaño y el tono de su voz.
—¿En serio me preguntas esto? ¡Lo que me faltaba por escuchar, Amaia!
Has sido mi confidente estos meses y sabes que su partida me dolió por
varios motivos, no puedes regañarme ahora por mi respuesta porque no es
justo.
Mi amiga parece entender lo que digo, desvía su rostro hacia el
movimiento de las cortinas por la brisa del atardecer que se cuela por la
puerta abierta y medita bien sus palabras antes de proseguir con la
conversación.
—Tienes razón y no la tienes.
Ahora soy yo el que se toma varios segundos antes de decir nada,
intentando tirar de la racionalidad que siempre me ha caracterizado, pero es
que, con respecto a Alba, me cuesta sobremanera.
—Explícate —le pido.
—Ya sabes que hay tres versiones: la tuya, la mía y la de verdad. —
Asiento—. Y no pierdes nada por escuchar su versión. Ella creo que ya
tiene bien claro lo que sientes porque no ha hecho falta que os sentaseis a
hablar para dejárselo claro, ha sido suficiente con tu ataque en ese pasillo.
—No ha sido premeditado y tampoco ha sido un ataque —me defiendo
—. Sí que es cierto que mi intención era la de pedirte explicaciones porque
esto —le digo haciendo un círculo enorme frente a mí— ha sido una
completa encerrona.
Amaia niega en primer momento, sin embargo, rectifica para terminar
asintiendo.
—Vale. Un poco lo ha sido porque ni Nico ni tú estabais al tanto de que
las había invitado y juro que no pensé que fuesen a venir, pero están aquí y
es una oportunidad para los dos de poner las cosas en su lugar. Es una
forma de que ambos os podáis redimir.
—Yo no tengo nada de lo que redimirme —argumento rebatiendo sus
palabras—. Le dije lo que sentía y se fue sin más, se fue con él, con el tipo
que le hizo daño dejando de lado la opción de intentar algo conmigo, de
probar si podía salir bien o no y ahora no quiero pasar por eso de nuevo.
¡Tres meses! Han pasado tres meses desde aquel día y no he sabido nada de
ella, ni una llamada ni un triste mensaje y ahora pretende llegar y ¿hacer
como si nada hubiese pasado? No, Amaia, yo no funciono de esa forma y
me conoces lo suficiente como para saberlo.
—Te conozco, sí, mucho, muchísimo y sé que eres de esas personas que
dan segundas oportunidades y de las que, como mínimo, permiten a los
demás que se expliquen. Lo estás haciendo conmigo, que te he tendido una
trampa.
—No compares —la corto.
—¿Por qué? ¿Porque me conoces más?
—No, no es eso, pero no es lo mismo lo de Alba que esto —finalizo
contundente.
—Vale. Bien —continúa—. No hagamos comparaciones, pero deja que
se explique. Deja que te diga cómo se sintió, y explícale cómo te sentiste tú.
—¿Así de sencillo? —inquiero buscando la trampa.
Amaia alza los hombros ante mi pregunta.
—Podría decirte que me encantaría que de mi boda saliese otra y que las
cosas entre Alba y tú se solucionen, ya lo sabes, pero no soy quién para
obligarte a nada. —Amaia se levanta y se acerca hasta mí, me da un
pequeño abrazo y cuando se dispone a salir de la habitación coloca su mano
sobre mi hombro—. Dime que no sigues enamorado de ella —murmura—,
si es así, si no sigues enamorado de Alba, te diré que la dejes explicarse y le
digas abiertamente que no sientes nada por ella ya, que todo quedó en aquel
barco y que, al bajarte de él, cayó al mar. Dime que no te ha temblado hasta
el último músculo de tu cuerpo al verla. Dímelo y miénteme porque eso que
yo he visto abajo es la reacción propia de alguien a quien le sigue doliendo
porque sigue sintiendo.
Suspiro con fuerza, no soy capaz de decirle que no a eso que me dice
porque nunca le he mentido a mi amiga.
—Hablaré con ella cuando esté preparado —concedo.
—Alba te echa de menos tanto o más que tú a ella.
Y la puerta se cierra tras de sí, dejando un vacío que no sé bien cómo
definir.
57
¡SOLO FALTAN CUATRO DÍAS!
AMAIA
Parece que mi hermano y mi amigo han hecho piña. Y digo «parece»
porque casi que prefiero no afirmar nada hasta que los interrogue a golpe de
cuchillo. Contenta me tienen…
Ninguno de los dos ha bajado a desayunar y, aunque las chicas intentan
disimular su decepción, sé que esperaban que esto fuese un regreso al
pasado en toda regla, eso sí, con Dante en el grupo.
—¿Y qué pensáis hacer hoy?
Sonrío al mirar a Dante, que está sentado a mi lado, mientras engullo una
tostada con mermelada de arándanos que está de vicio.
—Vamos a ir a la iglesia, quiero ver que todo está perfecto y pasar por la
tienda de flores.
—¿Sabéis que mi futura esposa es una controladora nata? —les pregunta
Dante con socarronería.
—Algo de eso hemos podido observar, pero, si tenemos que criticarla,
mejor cuando se vaya y nos deje solas, temo por las represalias y eso… —
musita Luna sin perder la sonrisa.
Y hacen bien.
—Podríamos organizar una excursión para mañana. Hay muchas cosas
que ver en la isla y estoy convencido de que la Gruta Azul os encantará. Es
un sitio precioso. Probablemente, esté lleno de turistas, no obstante, no
podéis iros de aquí sin visitarla. No sé, pasar el día en la playa, comer en
algún local cerca del mar, dar una vuelta por la isla. Incluso dividir la visita
en dos días.
—No cabemos en un solo coche, cariño —le explico a Dante.
—Eso es lo de menos, buscaremos algo o un coche mayor.
Dante sonríe y la verdad es que la idea es inmejorable porque, de esa
forma, ninguno podrá escapar de compartir espacio con los demás y lo
mismo hace que se replanteen el hablar.
—Luna, ¿y tú cómo estás? ¿Qué tal todo después del crucero?
Luna se atraganta con el zumo de naranja y se limpia la boca antes de
alzar la vista.
—Todo bien —finaliza sin entrar en detalles.
Dante se incorpora y se lleva su taza de café con leche, huyendo como si
entendiese que el día de chicas ya ha comenzado y que es mejor abandonar
el fuerte ahora que puede. Un leve beso en los labios antes de irse y una
sonrisa bobalicona por mi parte al recibir gustosa esa muestra de cariño.
—¿Eso es todo? ¿Todo bien? No sé… y ¿tu divorcio?
Alba deja parte de su fruta en el plato y se limpia las manos con la
servilleta antes de prestar atención a lo que tenga que decir Luna.
Luna suspira, entendiendo que no puede salir indemne de esa
conversación.
—Eres como una mosca cojonera —me acusa. Por un momento dudo de
que esté enfadada, pero la pequeña sonrisilla la delata y vuelvo a la carga.
—La culpa es tuya o vuestra —matizo dándole la mayor veracidad a mis
palabras—, porque os fuisteis y desconectasteis de todo.
Termino el último trozo que me queda y comienzo a recoger. Las chicas
hacen lo propio y llevamos todo adentro para meterlo en el lavavajillas
antes de irnos de ruta.
—Desconectamos tanto las dos que estuvimos tres meses sin apenas
tener contacto —murmura Alba y juraría que, además de la pena en su voz,
percibo la vergüenza por no haber hecho algo antes.
Permanecemos en silencio un rato, mientras recogemos, y no insisto
porque entiendo que estamos en casa y que lo mismo ninguna de las dos
quiere que escuchen cómo se sienten o lo que ha sucedido en este tiempo.
Nos subimos en el coche un rato después, conectamos el GPS y
comienzo a conducir con Luna a mi lado y Alba detrás.
—La historia con Manu fue muy sencilla —comienza a relatar Luna
cuando ya pensaba que ninguna de las dos me diría nada de lo que ha
sucedido en este tiempo—. Firmamos los papeles del divorcio y listo. Es
mucho más sencillo cuando no hay hijos de por medio y cuando ambas
partes están de acuerdo en el proceso. Yo me he quedado con la casa, puesto
que es una de las residencias de mis padres, y el dinero…, pues el dinero es
lo de siempre: mío, tuyo, te quedas con esto, no más que yo y así. Pero sin
dramas. Si algo tenía claro es que no quería problemas ni con Manu ni con
nadie.
—Me alegro —les digo—. ¿Y entonces estás bien?
—Sí, bien —matiza.
—¿Y Alba?
La susodicha nos mira a las dos y traga con fuerza.
—¿Es mi turno? —pregunta.
—Claro —le digo sonriendo para infundirle calma. Alba siempre ha sido
algo más reservada.
—¿Me vais a preguntar por Lucho?
—Solo si tú quieres hablar de ello.
—No me apetece demasiado —sentencia.
—¿Y de Lucas? —Su mirada se clava en la mía, la percibo al instante—.
¿Quieres hablar de Lucas?
Alba saca la lengua, pero no como si me estuviese haciendo una burla,
sino intentando ocultar un gesto compungido con un mohín sin importancia.
—Lucas me odia. Fin del asunto.
Luna se da la vuelta y se observan ambas, midiéndose entre ellas o quizá
hablando sin palabras.
—Alba y yo hemos estado tres meses distanciadas. Fue gracias a Ismael,
su padre, que me fue a buscar a casa un día con un pretexto de mierda, que
hablamos. No me sentó nada bien que ella se fuese con Lucho aquel día,
pero no solo por el hecho de irse en sí y de dejarnos allí plantados a todos,
sino porque no fue capaz de enfrentarse a sus propios miedos sin dudar.
Ahora bien, yo tampoco soy la más indicada para hablar de miedos cuando
escondo los míos en mil sitios para no tener que tomar medidas al respecto
y enfrentarme a negativas que no quiero afrontar. Y, si yo me siento así,
imagino cómo debe de sentirse Lucas que te confesó que te quería.
—Y ayer mismo dijo que no pensaba ser mi felpudo —especifica Alba,
dejando bien claro que escuchó lo que Lucas me mencionó por fuera de la
puerta de mi habitación—. Le comenté que si podíamos hablar —nos
confiesa— y me respondió que no tenía tiempo.
—Es cuestión de eso exactamente —matizo—. Es cuestión de tiempo.
Lucas no ha tenido suerte en el amor y es un tío que se merece que lo
quieran. Pensaba que tú, a pesar de que estabas pasando por un mal
momento, intentando reconstruirte, querías una oportunidad y huiste.
—Me refugié en una relación que estaba muerta —sentencia Alba que
vuelve a mirar por la ventana—. Y, de verdad, no quiero ser aquella Alba de
nuevo.
—¿Hablas en pasado? —pregunto al darme cuenta de la forma en la que
hace referencia a su relación.
—Lucho y yo no estamos juntos. Ni siquiera sé por qué volví con él
cuando su mera presencia me molestaba. Puede que os parezca una
estupidez, pero os echaba mucho de menos, a todos —especifica Alba
abatida por su revelación.
—Creo que a todos nos ha costado superar nuestras barreras y que yo te
he echado mucho de menos, Alba, pero tienes que luchar por lo que quieres.
—¿Y eso piensas aplicártelo a ti y a mi hermano? —le pregunto a Luna,
que es la que ha hablado sobre luchar por lo que quiere.
—Lo mío y lo de tu hermano es muy complicado, no es tan sencillo.
—¿Por qué? ¿Porque ambos os negáis a reconocer lo que para el resto es
evidente?
—Porque no nos llevamos bien y chocamos mucho —zanja Luna.
—Eso son tonterías. Yo lo que veo es que cada vez que estáis juntos os
buscáis el uno al otro.
—Para provocarnos —explica.
—El motivo es lo de menos —rebato.
—No diría yo eso.
—¿Qué pasó ayer cuando os fuisteis? —le pregunta Alba.
—Mi amiga siempre tan curiosa —se burla Luna evitando responder.
—Ajá…, pero canta. —La ayudo.
—Tuvimos un par de palabras y nada más.
—¿Sin beso?
—Sin beso —contesta con firmeza.
—Al final, me va a costar mucho emparejaros —les respondo con una
sonrisa canalla decorando mis labios.
—Deja de hacer tonterías porque, al final, va a ser peor el remedio que la
enfermedad —me reprenden.
—Prometo no meterme en la vida de ninguna de las dos.
—Espera, espera, ¿lo de la boda ha sido una especie de encerrona?
—No. Yo quería que estuvieseis presente en mi boda porque, en gran
medida, vosotras dos fuisteis partícipes de la evolución de la relación entre
Dante y yo.
—Y de cómo le mirabas el culo para saber si llevaba ropa interior —
argumenta Luna con descaro.
—Por cierto, ¿lo has averiguado?
—Lo siento, Alba, pero una dama no va a desvelar esa clase de secretos.
—Eso es que le ha arrancado la ropa interior con los dientes —se burla
Luna.
—Eso solo cuando lleva ropa interior… —bromeo.
—Cochina —susurra Alba sonriendo.
—Necesito sexo —sentencia Luna como el que explica si llueve o no
llueve.
—Lo siento, pero en eso creo que ninguna de las dos te puede ayudar —
especifico.
—Lo mismo Nico…
Y Alba, esa Alba que dice no querer ser de nuevo la de antes, vuelve a
salir a relucir, y tengo la pequeña esperanza de que no desaparezca nunca
más.
58
LA DAMA Y EL CABALLERO
ALBA
La palabra dama viene de la mano de la palabra caballero en mi mente y
todos sabemos el motivo de ello.
Entiendo a la perfección que Lucas se sienta así por mi culpa y es que,
sin ponernos demasiado exquisitos, sabemos que lo hice todo al revés del
pepino y para nada me siento orgullosa de ello.
Creo que, en estos meses, nunca, ni una sola vez, me he sentido tranquila
por la forma en la que actué y necesito hacerle entender a Lucas que fue el
miedo el que tomó las riendas ese día y actué por impulso. Y no pretendo
engañar a nadie, quizá no me merezco una oportunidad, no obstante, tengo
la esperanza de que me la dé. ¿Y qué me ha hecho cambiar de opinión?
Supongo que en estos meses he tenido tiempo de saber qué quiero y qué no.
Saco el teléfono y decido que la vida son dos días, que es hoy y solo hoy,
que no vale la pena dejar que te lo cuenten y que lo de tonto el último
también me vale si sigo parafraseando.
Abro el chat en el que no hay actividad alguna desde hace tres meses y
escribo con decisión.
Inkeri:
Dicen que agosto es uno de esos meses más cálidos en los países nórdicos y eso propicia que la
gente salga mucho más, que disfruten de los paseos al aire libre y de la buena compañía y ahora, en
mi habitación, en esta cama tan mullida, pienso en que quizá mi siguiente paseo sería mucho más
intenso si fuese a tu lado y descubrir contigo si eso de darse un beso a escondidas bajo la luna te deja
una huella invisible a los ojos de cualquiera, si es capaz de hacer temblar hasta los cimientos más
seguros y si esa noche tus labios me acompañarían en todas y cada una de las horas de duermevela.
Porque de otra cosa no estoy tan segura como de que tus labios me provocarán uno de los mejores
insomnios.

Le doy a enviar sin siquiera pararme a pensar si he escrito algún


haber sin hache, si me he comido alguna tilde o si he escrito la mayor
estupidez que se haya escrito nunca. Y lo he hecho porque de verdad me
apetecía hacerlo, porque echo de menos los mensajes que
intercambiábamos Lucas y yo y porque es mi forma de decirle que sigo
aquí, aunque para él ya no signifique lo mismo.
Sigo tumbada en la cama, con el teléfono en la mano y nerviosa por
saber si lo leerá, si responderá, si pensará que soy lo peor o si se abrirá una
especie de hueco por el que se pueda colar una disculpa.
Decido, tras sentarme en la cama, que prefiero ocupar mi mente con
alguna otra cosa que no sea desear entrar en la aplicación de mensajería
instantánea para saber si aparece el doble check azul que me indique que lo
ha leído, acompañado de la palabra «escribiendo» o si, por el contrario, una
hora con la última conexión me traiga de vuelta a la realidad.
Marco el número de teléfono de mi padre y así me pone al día de los
pequeños avances con Lupe.
—Dígamelo… —responde mi padre al otro lado de la línea.
—Cualquiera diría que estás contento, ¿eso quiere decir que Lupe te ha
hecho tortilla de patatas o que por fin has reunido el valor para declararte?
—Un par de toques en la puerta hacen que el estómago se me encoja de
puro nerviosismo. Imagino que es Lucas, que viene a cogerme de la mano,
llevarme de paseo, saltándonos la tarde de piscina que hemos planeado esta
mañana a la vuelta de la iglesia de San Michelle y que, definitivamente, sus
labios esta noche me van a provocar insomnio.
»Espera un minuto, papá. —Camino de puntillas hasta la puerta y abro
con el nerviosismo abarcando todo. Luna, lunera, cascabelera, aparece
frente a mis ojos—. ¿Por qué no has entrado?
—¿Y si te estás masturbando? Una no sabe lo que la otra hace en la
intimidad y prefiero no verte espatarrada en la cama con los dedos entre tus
piernas, gracias —finaliza sin un ápice de vergüenza—. ¿Estás al teléfono?
¿Es una de esas llamadas erótico festivas? ¿Vuelvo en otro momento?
Mi padre se descojona al otro lado de la línea y, a pesar de todo, creo que
siento yo mucha más vergüenza que él.
—Es mi padre.
Luna me arranca —literalmente— el teléfono de las manos y se enzarza
en una conversación con mi padre, como si no hubiésemos pasado esos tres
meses distanciadas y fuese un día normal y corriente en nuestra vida. Y
entonces me doy cuenta de que Luna y yo nos hemos separado
temporalmente, como una pareja que necesita darse un tiempo para saber si
de verdad se quieren, pero que, cuando se encuentran de nuevo, nada entre
ellos ha cambiado porque el amor era de verdad y las dudas infundadas.
—Tu hija sigue colada por Lucas, sin embargo, el tío está en sus trece
con que no quiere saber nada de ella. —La muy perra lo suelta como si
nada, como si mi padre estuviese al tanto de todo, y yo no estuviese aquí de
cuerpo presente.
Bufo, y Luna me mira unos segundos.
—Estaba hablando yo con él —protesto para que no siga—. Y, si vas a
criticarme, por lo menos espera a que yo no esté presente, ¿no crees?
—Dice que la estoy criticando, ¿crees que la estoy criticando, Ismael?
—Activa el manos libres, si, total, no me voy a enterar de lo que dice mi
padre, al menos, poder defenderme de tus ataques —le pido.
Luna claudica y me hace caso. Deja el teléfono sobre la cama después de
cacharrear con él y nos tumbamos las dos alrededor del aparato, mirando
ambas al techo.
—¿Habéis hecho, por fin, las paces?
—Yo aún estoy cuestionando si tu hija merece mi perdón o si hacerme la
dura como Lucas.
Resoplo una vez más, ofuscada.
—Le he enviado un mensaje —confieso en voz alta—. Es más, te he
llamado para no terminar comiéndome los muñones mientras espero a si me
contesta o no —declaro con solemnidad.
—Es decir, que soy tu segundo plato —murmura mi padre.
—No —matizo.
—Algo así —me contradice Luna.
—Calla —le pido.
—No te va a contestar —finaliza mi amiga, que, ahora mismo, pende de
un hilo para volver a pasar al lado oscuro.
—¿Tan enfadado está? —inquiere mi padre mientras nos escucha
protestar a ambas.
—Supongo que es más bien decepcionado —les revelo—. O eso me dio
a entender tras escuchar una conversación en el pasillo con Amaia.
—Se le pasará —finaliza mi padre para consolarme—. Si de verdad le
gustas, y si de verdad te gusta, terminará por entender tu situación.
—Lo hizo mal —especifica Luna y sé que no lo hace por pincharme o
provocarme, el tono de su voz deja ver que lo piensa de verdad.
—Bueno, todos nos equivocamos en esta vida. Ni siquiera yo lo hice
perfecto con tu madre, tuvimos nuestros más y nuestros menos —declara
ahora mi progenitor y le agradezco que interceda por mí.
—No hagas lo mismo con Lupe —le aconsejo tras escuchar sus palabras.
—¿Por fin has decidido conquistar a Lupe? —pregunta Luna siendo
partícipe de la conversación—. Sabía yo que ella te gustaba, Ismael.
—Eso es verdad —apostillo—, ella fue la primera en decírmelo cuando
aún estábamos en el crucero, y yo se lo negué porque nunca habías dado
muestras de nada que no fuese cariño por ella.
—Y le tengo cariño —aclara mi padre—, pero no es un cariño del tipo
que se le tiene a un conocido, es algo más. Lo que pasa es que…
—No compares con mamá —me atrevo a rebatir antes de que finalice la
frase—. No todos los amores tienen por qué ser iguales y las personas,
todas, tenemos derecho a una segunda oportunidad.
—Hasta Lucho, que tu hija se la dio. —Y ahora sé que mi amiga sí lo
dice con reproche por lo que hice.
—Fue un error —finalizo—. Y me dejé llevar.
—Y tardaste tres puñeteros meses en darte cuenta y eso provocó que nos
separásemos mucho más.
—Nos separamos porque ninguna puso de su parte —me defiendo.
—Y también os equivocasteis las dos —intercede mi padre que se da
cuenta de que de la broma hemos pasado al inicio de una pelea.
—Me sentí muy sola —confiesa Luna.
—Lo sé —admito—. Y lo hice muy mal con todos.
—Lo hiciste muy mal con todos y contigo misma —añade mi padre.
—Si decides volver con él de nuevo, por el motivo que sea —define
Luna—, quiero que sepas que me tendrás a tu lado, pero que no quiero
saber nada de él.
—No pienso volver con él —resoplo—. No siento absolutamente nada
por Lucho. Quizá un día lo sentí y estuve enamorada, sin embargo, eso
quedó atrás hace tiempo. Es más, debería agradecerle que me haya dejado
plantada en nuestra boda porque gracias a eso me he dado cuenta de lo que
quiero y lo que no. Y si Lucas no me perdona, porque le hice daño y no
puede confiar en mí, por lo menos sabré que lo he intentado y que he
elegido siguiendo a mi corazón. Solo espero que no sea tarde.
—Nunca es tarde para enmendar nuestros errores, solo habla con él, pon
las cartas sobre la mesa y de esa manera, al menos, tendrás la conciencia
tranquila.
Asiento, a pesar de que mi padre no puede verme.
—Alba está asintiendo —dice Luna que está de lado y me observa.
—Tu madre y yo criamos a una niña con buen corazón. Equivócate,
Alba, pero ten valor para aceptar las consecuencias del error y voluntad
para afrontar los efectos que provoque.
Cabeceo afirmando una vez más porque las palabras, de verdad, se me
atascan en la garganta.
—Alba está asintiendo de nuevo… —le relata Luna—. La próxima vez
una videollamada de esas —finaliza la susodicha colocándose de nuevo
boca arriba.
Nos despedimos de mi padre, después de un rato de charla más y nos
quedamos las dos en silencio.
—Oye, Alba…
—Oigo, Luna…
—¿Crees que debería lanzarme sobre Nico cual gacela?
Me carcajeo a su costa.
—Creo que deberías confesarle que vives enamorada… —canturreo.
Me levanto y le tiendo la mano a mi amiga. Ella hace lo que le pido y se
incorpora. Nos fundimos en un abrazo y nos quedamos así un rato.
Disculpándonos por todo lo que nos hemos perdido este tiempo.
59
EL LEÓN Y LA GACELA
LUNA
Dejé el teléfono en la habitación porque no ha parado de sonar en todo el
día y no quería que Alba se diese cuenta de que Lucho no para de
escribirme y de pedirme que solucione «el asunto», eso por decirlo de
alguna manera, porque la realidad es que pedir, lo que se dice pedir, no es
exactamente lo que hace.
Al llegar, lo mismo, varios mensajes cargados de insultos y alguna que
otra amenaza y, si hasta ahora no he cedido, este último mensaje no puedo
obviarlo.
Lucho:
Espero que dejes de zorrear y tengas tiempo de arreglar las cosas. Alba está enamorada de mí y si
ha decidido dejarme antes de irse a esa isla es porque te dedicas a meterle cosas en la cabeza. Tú me
la traes bien floja, pero, o lo solucionas, o vas a tener un serio problema cuando regreses a Madrid.
No te olvides de que sé dónde estás y que ya no está Manu para defenderte. Pobrecita, que está sola.

Un leve escalofrío recorre mi columna vertebral. Nunca me ha caído


bien Lucho, sin embargo, no conocía esta faceta macarra que se gasta y
hasta ahora he pensado siempre eso de: «Perro ladrador, poco mordedor»,
no obstante, ya no me está resultando ni gracioso ni divertido ni siquiera
estoy en disposición de que me dé igual ni de ignorarlo.
Me pongo mi bikini amarillo de cactus y me hago una cola alta. Sujeto el
teléfono en la mano y me dispongo a contestarle.
La puerta se abre y por inercia escondo el teléfono tras mi espalda. No
quiero que Alba se dé cuenta de lo que sucede y se sienta peor ahora que
está intentando arreglar las diferencias con Lucas, es probable que, si
estuviese al tanto de todo, no se dejase llevar y actuase de otra manera, y no
es eso lo que quiero.
No es mi amiga la que se planta frente a mí con ojos de devorador y
actitud felina. Sus ojos recorren mi cuerpo y me enciendo por ello. Lo de la
falta de sexo iba en serio y es que Nico ha vuelto a las andadas y esos tres
botones desabrochados no pueden provocarme más dolores de cabeza de los
que ya me provocaban en su día. Cierro los ojos, suspiro con fuerza e
intento calmar mis instintos. Sí, obvio, todo me dice que me lance sobre él,
que le muerda esos labios tan mullidos que tiene y que no deje de lamer
cada centímetro de su cuerpo hasta que me pida clemencia. Pero… la
realidad es bien distinta y no puedo hacerlo por más que me guste fantasear.
—¿Qué escondes ahí? —me pregunta al darse cuenta de que mi mano
sigue tras la espalda.
—No te interesa, chaval.
—Si dices que algo no me interesa, lo más probable es que me interese
el doble. ¿Acaso es algún secreto?
—Secretito, secretito es de mala educación —canturreo y, si de secretos
hablamos, tendría las de perder.
Nico se acerca mientras yo retrocedo. No soy estúpida y sé que la cama
está a mi lado y la pared bastante más cerca de lo que me gustaría, así
que… mejor saltar antes de que me quede acorralada. Y lo hago, cual
gacela que huye de su depredador nato.
Nico se ríe porque si algo conozco de él es que esto no ha hecho más que
incentivar las ganas que tiene ya de por sí de averiguar qué escondo.
Comenzamos a movernos en círculo.
—Esto es absurdo y patético —confieso, eso sí, sin perder la maldita
sonrisa en la cara y es culpa de Nico, que siempre lo consigue.
—¿Esto o tú? —me provoca a conciencia.
—Si yo soy patética, no entiendo qué haces aquí, conmigo, intentando
cazarme —le recrimino con la cabeza bien alta.
Nico sigue moviéndose, valorando si la mejor opción es la de saltar la
cama y pillarme o dar la vuelta alrededor de ella. La primera decisión es la
que lleva a cabo y corro hacia el otro lado. He ganado.
—Si crees que, por haber llegado hasta el otro lado, vas a poder escapar,
estás muy equivocada —me advierte, jocoso.
—Si he podido escapar en una ocasión, ¿quién te dice que no podré
hacerlo dos e incluso tres? —La boca, siempre me ha perdido la boca.
Valoro la posibilidad de huir hacia la puerta porque ahora estoy en el
lugar de inicio y sé que la tengo cerca, pero lo descarto por completo, me
pillaría antes. Nico puede ser un imbécil arrollador, pero no lo tengo por un
tío lento.
—Sabes que voy a pillarte, lo mejor será que te entregues antes de que
las consecuencias sean peores. O, quizá, lo que quieres es justamente eso,
que te pille, bribona.
Medito unos segundos las opciones: me pilla y me besa. Me pilla y me
quita el teléfono. Me pilla, me besa, me quita el teléfono, pero está
bloqueado y me folla de una manera bestial. La tercera opción es la que más
me gusta.
Observo que, mientras yo me sumerjo en mi diatriba, él salta de nuevo
sobre la cama con la intención de atraparme. Intento dar la vuelta de nuevo,
pero cambia de dirección, girando y cogiéndome, desviando su recorrido y
saltando por los pies de la cama.
—Maldito —le grito cuando me encierra entre sus brazos.
Imposible obviar que me muero de ganas de que me haga lo que quiera y
más. Estoy perdida y me siento como una auténtica gilipollas. Tres meses
he tenido para recomponerme y todo se ha ido al traste en cuestión de poco
tiempo.
Alzo la cabeza y me encuentro con su mirada. Dios, entregaría mi alma
al diablo ahora mismo por un beso suyo. Soy lo peor y soy una imbécil.
Este tío se ha ganado a pulso mi animadversión y ¿qué hago yo? Caer
rendida a sus pies.
—Era cuestión de tiempo que te cogiese… —susurra en mi oído
haciéndome estremecer. Maldito cuerpo. Maldito Nico. Maldita estúpida
que estoy hecha.
—¿Sabes que «coger» en Argentina significa otra cosa? —Y maldita
lengua la mía, por supuesto.
—¿Me estás proponiendo algo? A ver si va a resultar que eso de que me
has echado de menos va en serio… —musita ahora él en mi oído.
—No te lo crees ni tú, chaval. —Intento separarme de su contacto
porque seguir ahí, encerrada entre sus brazos, lo único que va a provocar es
que me sienta peor y que el resultado sea un cambio de humor y que me
joda la tarde de piscina.
Nico me sujeta por el brazo con el que lo he empujado y me atrae hacia
su cuerpo. El contacto es caliente, quema, pero ardemos por completo
cuando sus labios chocan contra los míos con fuerza y sin sutileza alguna.
Los besos que hemos compartido siempre han sido primarios y han estado
cargados de necesidad, una apabullante e imposible de obviar y eso jamás
lo había sentido con nadie hasta que apareció él.
Abro la boca por inercia y llevo mi mano hasta su cuello, tiro de su pelo
y nos separamos un breve instante que me permite coger algo de aire.
Percibo el deseo en sus ojos y noto el calor en mi cuerpo burbujeando. La
escasez de ropa hace que todo se multiplique y que necesite que me libere
del pequeño bikini que cubre mis partes nobles.
Sus labios vuelven a chocar contra los míos y ahogo un gemido cuando
su mano se coloca en mi culo y me aprieta contra su polla, que se alegra
mucho de verme. Definitivamente, nos hemos echado de menos.
Pierdo la conciencia cuando me acaricia con lujuria, apretando mi carne
y entonces cedo y me dejo ir y que sea lo que Dios quiera porque con Nico
es imposible no caer rendida, mucho menos, cuando eres consciente de que
la negación no funciona una mierda.
—¡Ya lo tengo! —exclama cuando me roba el teléfono.
Y la frustración toma el control y el enfado la acompaña.
—¿Ese beso ha sido una puñetera estratagema para robarme el teléfono?
—Un poco de decepción también siento, ¿para qué negarlo?
—Un poco —murmura.
—Eres lo peor. Un imbécil arrogante, chulo de mierda, gilipollas —le
acuso completamente ofendida por lo que ha hecho.
Yo, dejándome llevar, pensando que era algo sincero e inevitable y
resulta que para él no ha sido nada. Esto no hace más que reafirmar mi
teoría de que con Nico no hay nada que hacer y entonces me siento mal,
jodidamente mal, al darme cuenta de que sí tenía ciertas esperanzas puestas
en lo nuestro.
—Tienes la lengua muy larga, ¿no crees? —me reprocha.
—Mucho menos que tu ego —replico—. Devuélveme el teléfono.
Nico sonríe condescendiente y sé que no piensa hacerlo. Es más, debería
saber que no piensa hacerlo pase lo que pase.
—Juro que hubo un momento en el que pensé que era algún tipo de
juguete sexual —confiesa sonriente—. Y eso me habría gustado mucho.
Veamos, ¿con quién te mensajeabas? ¿Acaso tienes algún novio que deba
saber?
—No te interesa mi vida privada —le digo mientras le tiendo la mano
para que me devuelva el teléfono—. Y debes saber que, si es un amante
bandido, te la tiene que traer al pairo porque no es de tu incumbencia.
Nico gruñe por lo bajo mientras le da al botón para que se encienda la
pantalla. Cuando veo que intenta manipular el teléfono recorto la distancia
y empezamos el típico juego de: yo tiendo la mano, y él parece sacar ocho
tentáculos que evitan que me haga con el aparato.
—Me gusta tu foto de perfil. Se te ve el canalillo, aunque, con ese bikini,
se te marca todo mucho mejor, ya me gustaba como te quedaba en el barco,
pero diría que ahora me gusta mucho más aún.
La que gruñe ahora soy yo, por el mosqueo que cargo encima.
—No hagas que te vuelva a insultar. Soy una señorita.
—Una señorita que ha dejado que la besen de una forma deshonesta y
que me cogió la polla ayer en el pasillo a modo de bienvenida.
Claudico, porque es verdad que de señorita tengo poco, pero no pienso
darle el gusto ni la razón.
—Devuélveme el puñetero teléfono, chaval —le exijo.
—¿Me ves cara de querer devolvértelo?
—¿Me ves cara de que me importe si quieres o no? Lo haces y punto.
Esto es violar mi intimidad.
Comienza a toquetear el teléfono y me entran los siete males.
—No hay secretos entre nosotros, chatina —musita.
—No me llames así, chaval.
—Empezaste tú llamándome «chaval».
—Cada uno recibe lo que siembra —le rebato.
—No me conocías y ya me llamabas así —contrataca.
—Tenías cara de chaval.
—¿Porque soy joven y de buen parecer? —pregunta con el ego que no le
cabe en el pantalón.
—No, porque llamarte imbécil a la primera de cambio podría estar fuera
de lugar. Fíjate, pero de imbécil sí que tienes cara.
Nico me mira, un segundo, y sé que desea contestarme mientras yo lo
que deseo es que no lo haga y que vuelva a besarme como antes.
Observa el teléfono y vuelvo a la tierra.
—Dime una cosa, solo una —me pide observando los mensajes que hay
en la pantalla principal y que aún no he leído y creo que ya no me hace falta
leer. Ojos en blanco a la de tres…—. ¿Por qué tienes varios mensajes de
Lucho? ¿Y por qué en todos ellos te trata como si fueses una cualquiera?
Y me doy cuenta de que ha descubierto el pastel o parte de él y me
derrumbo.
—No sé cómo he llegado a este punto, Nico… —confieso.
Ya no tengo ganas de pelea, no me apetece discutir más, ni quiero sentir
la decepción porque lo que siento no sea recíproco. Me apetece, por una
vez, sentirme protegida y, entonces, hago lo que siento en ese momento y
dejo que Nico me envuelva entre sus brazos mientras me dice que todo va a
salir bien.
Y por un momento, solo uno, me permito creer sus palabras.
60
NO ERES MEJOR QUE YO
DANTE
El papel, con el número de teléfono de Manuel Roldán, sigue encima de
la mesa de mi escritorio. Y yo, yo doy vueltas por la estancia sin saber bien
qué hacer, sigo pensando si es lo correcto o no lo es.
He ido en busca de Nico y de Lucas porque, al fin y al cabo, ellos lo
conocen y empiezan a conocerme a mí también y, quizá, una dosis de sus
perspectivas ayude a que la situación no se descontrole como pienso que va
a suceder.
—Si lo que buscas es que te acoja como si fueses su propio hijo, hazte a
la idea de que eso no va a suceder.
—Tampoco esperes que venga a la boda y haga como si nada hubiese
pasado —añade Lucas, tras el comentario de Nico.
—No espero nada de eso —les explico girándome y quedando frente a
ellos—, tampoco lo voy a llamar para pedir su mano, pero creo que Amaia
merece que hable con su padre, y ellos, que les explique que mis
intenciones son honestas.
—Cualquiera diría que has hecho un viaje en el tiempo y necesitas
proteger la honra de tu futura mujer, como si no la hubieses deshonrado ya
—explica Nico.
—No pienso hablar de esas cosas con vosotros —matizo. Nico y Lucas
asienten y sonríen.
—Creo que lo mejor será que nos vayamos, tenemos que prepararnos
para la excursión de hoy. Amaia nos ha despertado temprano a todos, ha
dicho que, si llegamos tarde, nos matará y las amenazas de mi hermana dan
miedo.
Nico y Lucas salen del despacho dejándome solo. Quedan apenas tres
días para nuestra boda y hoy estaremos fuera la mayor parte de la jornada.
Y no quiero postergar más la conversación, así que decido que lo mejor es
enfrentar el problema y ya veremos cómo capeamos el temporal.
Sujeto el pequeño papel en la mano y el teléfono en la otra y me decido a
marcar el fijo de la casa con la esperanza de que la madre de Amaia y Nico
conteste, puesto que sé que ella no es tan irracional como su marido.
Parece que mis plegarias se escuchan cuando la voz de una mujer es la
que atiende la llamada.
—Buenos días, quisiera hablar con la señora Dolores o, en su ausencia,
Manuel Roldán.
—¿Quién llama?
—Mi nombre es Dante Cabboi y soy el futuro marido de Amaia Roldán.
El silencio se hace eco en la línea y por un segundo creo que me han
colgado la llamada. Separo el teléfono de mi oreja y miro la pantalla. Sigue
establecida la conexión.
—Un momento, por favor —responde segundos después.
Escucho cómo dejan el teléfono descolgado y los pasos alejarse. La
espera se me hace interminable hasta que percibo que alguien coge el
aparato.
—Dígame. —Es la voz de una mujer.
—¿Dolores?
—Sí. ¿Dante? —pregunta sin nombrar mi apellido.
—Sí —cabeceo afirmando, aunque sé que no me va a ver. Estoy un poco
nervioso—. La he llamado porque considero que debo hablar con vosotros
sobre la relación que tenemos Amaia y yo.
—Yo no lo definiría como relación cuando os casáis en tres días.
Si la señora Dolores sabe exactamente cuánto queda para nuestra boda es
que ha pensado en ello.
—Me voy a casar con ella en tres días, por supuesto, y eso sigue en pie,
no la llamo para decirle que no sea de esa manera, sin embargo, creo que es
lícito que le diga que mis sentimientos por su hija son verdaderos y que me
caso por amor.
La mujer guarda silencio unos segundos e imagino que debe de sentirse
confusa por cómo se han dado las situaciones.
—¿Ella es feliz? ¿Amaia es feliz? ¿La haces feliz?
—Puedo afirmar que así es, señora, pero creo que a su hija le encantaría
que la llamase y hablase con ella, que la dejase decirle abiertamente lo que
siente y lo que yo le hago sentir y así se quedaría usted más tranquila y ella
no se sentiría tan sola en esto.
Un leve gimoteo se cuela a través de la línea y sé que esa mujer quiere a
su hija y quiere su felicidad.
—Dile que la quiero mucho, muchísimo.
—¿Por qué no se lo dice usted misma?
—Amaia estará enfadada conmigo, al igual que Nico.
—No lo creo, señora, lo que creo es que son sus hijos y debe estar a su
lado cuando así lo sienta. Otra cosa bien distinta es que no apoye nuestra
boda y, aun así, debe estar a su lado sin que nadie lo impida.
Siento verdadera pena por ella porque creo que es una marioneta en
manos de un hombre que no se quiere más que a sí mismo.
—No quiero que esté llamando por teléfono a esta casa, no es bien
recibido, ni usted ni mis hijos.
La voz de un hombre toma posesión de la conversación y sé que no es
otro que el padre de Amaia. Y también sé que es el momento de decir lo
que pienso le guste o no le guste.
—No crea que llamo porque sienta que le debo nada, ni siquiera para
pedir la mano de su hija porque ambos somos mayores y muy capaces de
decidir lo que queremos en esta vida y lo que no queremos. Ahora bien,
escúcheme, señor Roldán, su hija me hace feliz y la quiero y espero que ella
sea tan feliz como se merece, esté usted en su vida o no lo esté.
—Vaya, pero si resulta que se cree usted con el derecho de darme
lecciones a mí.
—No se confunda. Yo no pretendo darle lecciones de nada, pero, ahora
que lo menciona, creo que debe saber que ha cometido un error dejando de
lado a sus hijos. A los dos y espero que algún día se dé cuenta de ello y rece
para que no sea tarde.
—No quiero seguir escuchando sandeces y menos de alguien a quien
tengo en tan poca estima.
—No crea que usted es mucho mejor que yo —le digo—. Yo, por lo
menos, tengo toda la intención de hacer feliz a su hija, en cambio, usted
solo ha conseguido cortar sus alas una y otra vez, cosa que yo no haré
jamás.
—Las lecciones de moral te las puedes ahorrar porque no me interesan
en absoluto. Veremos cuánto dura vuestra unión. No vuelva a llamar a esta
casa, usted no forma parte de esta familia ni lo hará jamás.
El inconfundible pitido me muestra que han cortado la comunicación y,
aunque no he podido expresar a ciencia cierta todo lo que quería decir, me
quedo con la satisfacción de haberlo intentado y de haberle dicho a la madre
de Amaia lo que siento y lo que siente su hija también.
Me dirijo hacia la habitación con cierto pesar porque, a pesar de que no
le he dicho a Amaia cuáles eran mis intenciones, tenía la pequeña esperanza
de convencerlos de que podíamos solventar los problemas y seguir adelante
como una familia normal y corriente.
Entro en la habitación y Amaia se está secando el pelo. Tiene puesto ese
bañador de flamencos que tan bien le queda y me sonríe nada más verme.
Me coloco detrás y la envuelvo entre mis brazos.
—Tenemos que hablar. —Creo que, cuanto antes afrontemos este tema,
será mejor.
Amaia se gira con la preocupación reflejada en su rostro.
—¿Qué pasa? —La toalla cae al suelo y me apresuro en recogerla. Hago
un leve movimiento para que nos dirijamos a la terraza y nos sentemos
fuera—. Dante, estoy empezando a preocuparme de verdad —me confiesa,
acongojada.
—Tranquila —la consuelo.
Le tiendo la mano para que se siente conmigo y ella lo hace. Se sienta
sobre mis rodillas y se recuesta buscando el calor de mi cuerpo.
—¿Qué sucede? ¿Es por la boda?
Niego.
—No. Hace dos días, la tarde en la que fui a reunirme con Nico y Lucas,
tras dejarlos tú en la playa, estuve hablando con ellos y les dije que quería
contactar con tus padres. —Amaia se separa de mi cuerpo y me observa
como si estuviese loco de remate—. Creo que es lo justo, no por nada en
especial ni pretendía siquiera que nos diesen la bendición, sin embargo, si tú
te has puesto en contacto con mi madre con el fin de intentar solucionar lo
de mi hermano, era lo más lógico que yo intentase exponer mis
sentimientos y la sinceridad de los mismos —le narro.
—¿Y los has llamado?
—Acabo de colgar —susurro acogiéndola de nuevo entre mis brazos.
—¿Y? —la emoción tiñe su pregunta y me siento mal por no poder darle
buenas noticias.
—Tu padre me ha colgado el teléfono y me ha prohibido llamar de
nuevo. Tu madre me ha preguntado si eres feliz. Pude hablar con ella antes
de que tu padre le quitase el teléfono.
—¿Y cómo está mi madre?
—Preocupada —le cuento—, quiere que seas feliz, eso sí lo sé. Le he
dicho que te llame y hable contigo, que seas tú misma la que le expliques lo
que sientes y cómo te hago sentir yo.
—No lo va a hacer —murmura con voz rota por el dolor.
Sé que ella es fuerte, mucho, pero eso no quita que haya cosas que la
hacen vulnerable y el tema de su familia escuece, de la misma manera que
me duele a mí la pérdida de mi hermano.
—No nos anticipemos. No hagamos eso. No podemos saber lo que
piensa tu madre.
—Mi madre está influenciada por mi padre. De hecho, todos hemos
vivido bajo el influjo de su comportamiento.
—Ya no. Ni Nico ni tú, ya no.
—Y doy gracias por ello, aunque me gustaría que las cosas fuesen de
otra manera —me explica.
—No importa que ellos no estén aquí. No importa que no nos apoyen.
No importa que alguien diga que nos hemos precipitado. No importa nada
de eso, Amaia, porque el amor nace cuando quiere, como quiere y donde
quiere, y nadie es capaz de frenarlo.
Amaia se aprieta contra mi cuerpo y en ese momento me prometo que la
haré feliz por ella, por mí, por sus padres, por su hermano y por el universo
entero. El amor cubrirá cualquier vacío que sienta, de eso pienso
encargarme el resto de mi vida.
61
GROTTA AZZURRA
LUCAS
No he sido capaz de responder a su mensaje y me siento como un
completo gilipollas por ello. La he observado a hurtadillas, he visto cómo
sonríe, cómo gesticula mientras habla con Luna, cómo ambas se zambullen
en la piscina cogidas de la mano y cómo cada vez que me ve su sonrisa
taimada me hace retroceder tres meses atrás y mi cuerpo, inevitablemente,
la ansía.
Los recuerdos… Los recuerdos son un arma letal.
Me empeño encarecidamente, me repito constantemente y me reprendo
una y otra vez por dejar que su mera presencia me afecte y siento que todo
lo malo, todo el dolor que me provocó aquel día al dejarme allí plantado,
con un puñado de sentimientos mentados con una sinceridad abrumadora,
fuese cosa del pasado y necesitase que eso, todo, quedase atrás, que no vale
ya la pena seguir atormentándome y viviendo en algo que ya pasó.
Vamos todos en una furgoneta que ha podido ver épocas mejores, pero
que tiñe el viaje de un tono diferente y eso me gusta. Alba está sentada
delante, junto a Luna y a Nico. Mi amigo mira obnubilado a Luna y me
parece absurdo que se empeñe en negarse lo que para los demás es algo más
que evidente.
—¿Y si amenizamos el viaje con una canción? —propone Amaia
sonriente. Ella va de copiloto, acompañando a Dante que es el conductor de
este trasto.
—No me fastidies —protesta Nico, al que la idea le repele.
—¿Una sardina? —propone Luna aplaudiendo—. Una sardina, dos
sardinas, tres sardinas y un gato… —comienza a canturrear.
Alba se gira y me observa detenidamente y de verdad que siento la
necesidad que apremia, como el agua para un sediento, de acercarme y
tomar sus labios con frenesí y provocarle ese insomnio del que me habló en
su mensaje. ¿Estaré siendo débil?
—Yo paso de esa canción —critica Nico—, mejor, cuñado, sube la
música y deja que los verdaderos cantantes hagan su labor. No estamos en
parvulario —matiza mirando a Luna.
—Eres lo peor, chaval —lo pincha Luna de nuevo.
El resto del trayecto lo hacemos con una banda sonora: la de Nico y
Luna buscándose las cosquillas.
—Bien. La idea es la siguiente… —comienza a explicar Dante. Hemos
aparcado la vieja furgoneta en el Puerto de Marina Grande—. Tenemos que
ir en una lancha de motor y luego subirnos en una pequeña barca. En la
barca solo caben cuatro personas y somos seis así que nos tenemos que
dividir por grupos de tres o ir cuatro y dos, lo que prefiráis.
—Yo voy contigo —se adelanta Amaia.
El resto estamos callados como si no supiésemos bien qué decir, porque
Luna y Alba son inseparables, está claro y querrán ir juntas.
—Yo voy contigo —musita Luna.
Me quedo perplejo cuando elige subir a la barca de Amaia y Dante.
—Yo voy donde vaya mi hermana, si se ahoga, que sea mi rostro el
último que vea antes de subir al cielo.
Nico me mira de soslayo y entonces lo pillo. Nos están tendiendo una
trampa para que Alba y yo nos quedemos solos.
Por una parte, debería sentirme frustrado porque maquinen a mis
espaldas, obvio, pero otra parte de mí me dice que está bien, que la idea es
buena, que estaré con Alba y disfrutaré de su compañía. Definitivamente,
creo que tengo algo de doble personalidad o, como diría mi amigo, soy un
blando de campeonato y no sé estar enfadado con nadie mucho tiempo.
Aceptamos, porque esa parte de la que os hablo se muere de ganas de
pasar algo de tiempo con ella, aunque solo sea pasar un rato en silencio con
el otro.
Dejamos la pequeña lancha motora y nos subimos, sin partirnos la
crisma, en la barcaza de madera. Dante se coloca al lado y habla con el
capitán de las dos barcas mientras el resto esperamos pillando alguna
palabra entre toda la conversación.
—Me ha dicho que las normas siguen siendo las mismas que cuando
vine la última vez. Para acceder a la gruta, hay que tumbarse porque la
entrada apenas cuenta con un metro entre el agua y la roca, una vez dentro
ya podremos sentarnos y disfrutar de las vistas. Si tenéis alguna duda,
podéis preguntarle, que habla inglés. Nos separaremos dentro, ¿vale?
Cualquier cosa…
—Cualquier cosa, gritáis —me dice Nico mientras toma asiento en su
parte de la barca, cómo no, al lado de Luna.
Alba y yo hacemos lo propio y tomamos asiento uno al lado del otro,
pero guardando las distancias.
—En fin… —comenta bien sin saber qué decir.
—Sí —afirmo como un tonto que tampoco tiene idea de lo que contestar
a su frase hecha.
Seguimos en silencio unos minutos más hasta que el marinero nos hace
una señal para que nos tumbemos tal y como nos ha contado Dante y eso sí
que es un infierno.
Alba se coloca cerca, demasiado cerca para ser políticamente correcto y
su sencilla cercanía no me resulta indiferente. Suelto el aire que ni siquiera
sabía que había contenido hasta que mis pulmones me lo piden. Se coloca
medio de lado y sus pechos reposan sobre mi brazo. El tacto es pleno, lleno,
como lo que he imaginado cada vez que la he visto con poca ropa. Su mano
descansa en mi pecho y temo que note lo acelerado que me encuentro y doy
gracias a que estamos sumidos en algo de penumbra y tumbados sin poder
alzar la cabeza porque el bulto que se marca en mi pantalón no es el
teléfono móvil.
Miro a Alba un segundo y observo que tiene la vista fija en su mano. Me
permito ver el nacimiento de su pelo rubio, su tez blanca, sus labios rojos y
apetecibles, sus mejillas arreboladas, y todo en ella me resulta electrizante.
Absolutamente todo.
El marinero se incorpora justo cuando mis manos se iban a posar sobre
su nariz, recorrer su piel y embeberme de ella. Estoy completamente
perdido. No puedo, juro que no puedo…
Tomamos asiento, diría que la mano de Alba tarda más de lo necesario
en despegarse de mi cuerpo y una vez sentados nos quedamos obnubilados
por lo que hay dentro.
La gruta es preciosa, más que preciosa, espectacular, la luz es
asombrosa, el color azul turquesa que nos envuelve es mágico. Mi mirada
se posa sobre Alba que está cerca del borde de la barca y veo cómo el agua
se refleja en su cara, provocando ese efecto de luces y sombras cuando
impacta contigo un cristal. Maravillosa.
Hago lo mismo y me acerco a mirar el fondo. Imagino la profundidad
que debe de haber y lo increíble que sería sumergirse en estas aguas
cristalinas.
Percibo el calor de Alba y alzo la vista para escrutarla.
Sus labios se posan sobre los míos pillándome desprevenido. Pienso en
separarme, en que me dejó plantado y que quizá, una vez más, esto todo sea
un maldito juego para ella. Que Amaia se casará y me dejará, de nuevo, con
el corazón hecho trizas, sin embargo, algo inexplicable tira de mí y me insta
a que le devuelva el beso con fervor, como todas y cada una de las veces
que la he imaginado debajo de mí y eso es justamente lo que hago. Me dejo
llevar, llevo mi mano hasta su nuca y aprieto más sus labios contra los míos.
Lo que en un principio parece un simple beso, se convierte en una batalla
por saborear al otro. Alba sabe dulce, sabe a fuego, sabe a cielo y a mar.
Alba sabe a vida.
Gime en mi boca y siento que todos esos instintos primarios que he
tenido durante tanto tiempo guardados bajo llave pugnan por salir y la
necesidad intempestiva de tomarla por completo, de saborear cada
recóndito lugar de su anatomía, se hace eco en el momento y la beso cada
vez más apremiante, como si quisiera demostrarle con un sencillo beso lo
que haría con ella si la situación fuese la adecuada.
Nos separamos para tomar un poco de aire y veo en su mirada dudas
porque le respondí al beso, sí, pero somos conscientes de que un beso no
resuelve nada.
—Lucas, puede que no quieras escucharme y que el otro día tuvieses una
excusa barata que darme. —Sonreiría si pudiese, no obstante, intento
permanecer impertérrito para que no note que me muero de ganas de
callarla con otro beso—. Y juro que te entiendo porque lo hice mal. Muy
mal. Jodidamente mal. Una mierda pinchada en un palo. Y lo siento mucho,
muchísimo, y no voy a permitir que te bajes de esta barca sin contarte que
mi vida ha sido una basura estos tres meses, que he intentado ser feliz, pero
no he podido. Que me he engañado y que tomé una decisión desacertada
por miedo. Miedo a lo que iba a pasar entre nosotros después, a que me
dejases, a que no fuese lo que ninguno de los dos esperaba y no es una
excusa…
—Alba…
—No, quiero que me dejes hablar, que me dejes soltar todo y ya luego
decides. Aunque poco puedes hacer porque no creo que quieras tirarte por
la borda o eso espero —matiza sin dejar de mirarme—. A lo que iba, que lo
hice mal, Dios, lo estoy repitiendo de nuevo, pero es que estoy nerviosa. En
mi cabeza he imaginado esta conversación cientos de veces y en todas ellas
te pedía perdón sin tartamudear o repetir las cosas y sé que eres Lucas, el
mismo Lucas que he conocido, el que me dijo que estaba jodida, pero que él
no estaba mucho mejor, el que consiguió que fuese yo misma y que saliese
de ese bucle de autocompasión y que me enseñó que hay vida más allá de
los dolores del pasado, sin embargo, ahora que te tengo enfrente estoy
perdida, sin saber bien qué decirte porque no quiero cagarla una vez más.
—Alba… —repito porque veo que está hablando muy rápido.
—No, no, no, no quiero que me cortes, quiero que me escuches.
Coloco mi dedo índice sobre su boca para que guarde silencio un
minuto.
—No voy a cortarte, pero quiero que sepas que sería buena idea que lo
que tengas que decirme lo hagas de manera pausada porque te vas a quedar
sin aire y sería mal momento para tener que llevarte a un hospital. —Alba
mira a su alrededor y entiende que estoy bromeando, así que me dedica una
de las sonrisas más bonitas que he visto nunca.
Traga con fuerza, lleva sus dedos a la sien y una vez alza la mirada
empieza de nuevo y con calma.
—A pesar de que ya te he dicho que lo siento, quiero que sepas que no
es una simple frase hecha, lo siento de verdad, de verdad de la buena —
especifica—. Ese día, cuando teníamos que bajar del barco, cuando me
dijiste lo que sentías, tuve miedo. Llevaba días dándole vueltas a la cabeza,
pensando en qué pasaría después, si era una mera ilusión, si era todo
producto de siete días alucinantes y todo se rompería cuando bajásemos del
barco, porque al estar allí era como si viviésemos en una realidad paralela.
Y entonces apareció Lucho y sentí que el pasado había regresado a por mí y
acepté porque sabía que lo que tenía con él era seguro.
—¿Tú sabías que estaba en ese barco? —la pregunta sale sola y me
alegro porque llevo con ella rondándome la cabeza mucho, mucho tiempo.
—No. A ver. Sabía que ambos íbamos a disfrutar de nuestro viaje de
novios por separado, es decir, la luna de miel se dividía entre los dos y cada
uno haría lo que quisiera con su parte. Luna me llevó a ver a una chica que
organiza divorcios, y ella se encargó de todo. Y Lucho no sé lo que haría
porque la verdad es que no hablamos de ello. Diría que apenas hablábamos.
Yo me quedaba en casa de mi padre, y él en el piso que tenía alquilado.
Nada fue como era antes y enseguida supe que era yo, que yo ya no le
quería, no sentía nada por él y que te echaba de menos.
—¿Y Luna?
Alba baja la cabeza, triste.
—Luna y yo nos distanciamos todos esos meses, no fue hasta que
recibimos ambas la invitación de Amaia que decidimos retomar nuestra
amistad. A eso y a mi padre, que nos hizo una encerrona como la que nos
han hecho todos hoy. —Asiento dándole la razón y entendiendo lo que me
explica.
»No supe hacerlo mejor, Lucas, no obstante, mi padre dice que nunca es
tarde, que las cosas se solucionan hablando y estoy segura de que estaría
muy orgulloso de mí y de Luna, claro, por la encerrona y eso, pero de mí
por haber tenido el valor de decirte lo que pienso. Y te agradezco que, pase
lo que pase, me des la oportunidad de explicarme.
—¿Le quieres? —Sé que me lo ha dicho, pero necesito que no edulcore
la respuesta, que lo diga tal y como lo siente y que me mire a los ojos
cuando responda.
—No. No le quiero. —Y sé que es sincera, que Alba no me diría eso si
de verdad no lo sintiera porque tampoco edulcoró la respuesta cuando yo le
dije que sentía algo por ella, nunca me dijo nada que no sintiese de verdad.
—Quiero agradecerte que me hayas aclarado ciertas cosas porque de
verdad que no entendí nada de lo que pasó. Fue complicado, porque te
fuiste sin más, sin mediar palabra. No me hubiese importado que te fueses
con él si me hubieses confesado que es el amor de tu vida, que lo quieres y
que todo lo que vivimos fueron imaginaciones mías.
—No fueron imaginaciones tuyas —se apresura a aclararme.
—Aun así, Alba, lo habría aceptado de la misma forma que acepté que
Miranda se fuese con mi padre porque no quiero que nadie esté conmigo
por pena o algo similar.
—Yo no quiero estar contigo por pena, Lucas, yo quiero intentarlo de
verdad.
Giro la cabeza cuando escucho su afirmación y mi corazón late tan
acelerado como cuando nos besamos hace escasos minutos.
—No es tan fácil, Alba, yo necesito pensar las cosas, recapacitar. No soy
un tío de impulsos.
—Eres un oso amoroso, lo sé —me confiesa sonriendo—. Y eso me
gusta de ti, que no eres como los demás, eres especial.
De verdad que siento que aquí no hay nadie más especial que ella, que se
ha abierto en canal, que me ha dicho lo que piensa, no obstante, las cosas no
son fáciles, no todo es blanco o negro, ayer o mañana, lunes o viernes, hay
medias tintas, y yo necesito recapacitar sobre todo esto. Entenderlo,
asimilarlo y pensar en qué siento de verdad por ella. Confirmar lo que en mi
interior ya sé: la quiero de verdad.
—Necesito tiempo, Alba.
—Pero necesitar tiempo es malo, ¿verdad? —El miedo tiñe de nuevo su
voz.
—Necesitar tiempo es de sabios —afirmo.
Ella asiente sin más.
Paso mi mano por su hombro y la atraigo hacia mí.
—Echaba de menos esto —confiesa.
—No más que yo.
Observo detenidamente la gruta y sus colores, el brillo especial de sus
aguas y sé que, por muy bonita que sea, nada supera a los besos de Alba y
nuestras caricias furtivas. Sí, definitivamente, hoy es un gran día.
62
SATÉLITE
NICO
Ahí está Luna, haciendo alarde de su nombre junto al satélite que nos
acompaña en lo alto del cielo a estas horas ya casi intempestivas. Me
permito varios segundos observándola tras la ventana de la cocina, mientras
ella, ajena a todo, está sentada con las piernas acuclilladas en una tumbona
frente a la piscina.
Deposito el vaso de agua ahora vacío en la pila. Una vez saciada esa
ansia que me trajo hasta aquí, casi que provocando mi desvelo, me centraré
en la nueva necesidad que se encuentra unos pasos más allá y que no deja
de darme quebraderos de cabeza, uno tras otro, desde hace meses.
Sé que está preocupada por los mensajes, lo sé, porque ese ha sido el
único momento en el que bajó la guardia y no discutimos, ni nos buscamos
con pullas y burlas escondidas tras frases ingeniosas, ni si quiera me dedicó
ninguno de sus insultos. Tras ese momento en el que le prometí que todo
saldría bien, volvimos a la normalidad y marcamos distancias una vez más.
Me acerco descalzo hasta ella. No puedo evitar la necesidad que siento
de estar a su lado, de protegerla y de consolarla. No sé bien qué me pasa
con Luna. A veces pienso que es solo que sabe tocar las teclas adecuadas
para despertar mi curiosidad y otras creo que es algo que va más allá y que
no hay que definir, sencillamente, sentirlo y ya.
—¿Qué haces aquí? —Mi pregunta suena algo tosca, quizá más a
reproche e interrogatorio policiaco que a lo que pretendía que sonase;
preocupación.
Luna alza la vista y de inmediato me doy cuenta de que ha estado
llorando. Tiene la nariz roja, los ojos hinchados y los labios resecos.
Ella niega con la cabeza mientras baja la vista, escondiendo el rostro
entre sus rodillas.
Siempre he tenido a Luna por una tía fuerte, con un par bien puesto y
directa, sin embargo, no siempre se puede ser la mujer de hielo, a veces,
hasta los casquetes polares se derriten.
—Luna, mírame, soy yo —musito arrodillándome para quedar a su
altura. Ella me observa con un ojo, sin sacar la cabeza del todo de las
rodillas.
—¿Vienes a burlarte de mí o algo así? Porque, si quieres fastidiarme, es
el mejor momento, no tengo fuerzas ni para defenderme.
Su respuesta me pilla desprevenido. Una parte me demuestra que ella lo
que espera de mí es eso: burlas y pullas por doquier y me doy cuenta de que
es lo único que hemos hecho durante todo este tiempo y de esa forma se ha
sentado la base de nuestra relación y, a pesar de ello, yo siento que la
conozco de toda la vida. Algo dentro de mí se fractura por no haber sido
capaz de demostrarle que yo también soy de carne y hueso, siento y temo.
—No es eso, Luna. No quiero que estés mal, no quiero verte triste. Eres
una mujer fuerte.
Mis palabras provocan que alce la cabeza y que ahora se quede frente a
mí. Y, aun así, la veo como a la mujer más guapa que ha pisado la faz de la
tierra.
—Hasta las torres más altas a veces caen en picado —masculla clavando
la vista en el agua de la piscina y en el reflejo de la luna en ella.
Arrastro una hamaca y la coloco a su lado, pegada, tanto que casi podría
parecer que ambos estamos sentados en una misma de grandes dimensiones.
—Todos tenemos derecho a ello. Si te sirve de consuelo, mi mundo
también se ha resquebrajado en poco tiempo.
—No, la verdad, no me sirve de consuelo. —lo dice con convicción, no
obstante, sé que esconde una leve sonrisilla que pugna por salir.
—Mi familia se ha ido al traste, Luna. Lo que siempre creí inamovible
ahora no es más que una fractura. Mi hermana no se habla con mis padres,
Amaia ha sentido durante mucho tiempo que no la he apoyado cuando me
ha necesitado y, ahora que he intentado enmendar esa ausencia con mi
hermana, mis padres se han vuelto herméticos y nos han alejado sin siquiera
entender lo que sentimos.
La mano de Luna se coloca sobre la mía y por un segundo me siento
culpable de que sea ella la que me esté intentando consolar cuando he sido
yo el que ha venido con ese mismo propósito, cambiando de protagonista.
—Yo ahí veo valentía y amor —me confiesa con una sonrisa taimada en
sus labios.
—Creo que nunca imaginé que fuese capaz de sentarme aquí, una noche,
tres meses después de todo y que te confesase cómo me siento.
—Nos parecemos más de lo que crees, ¿sabes? —me pregunta.
—¿Tú crees?
Ella, sencillamente, asiente.
—Ambos escondemos lo que sentimos por miedo a que los demás sean
capaces de hacernos daño. Si no nos conocen, no pueden rompernos.
—Irrompibles —murmuro bajito.
—Exacto —afirma Luna.
Me incorporo y le tiendo la mano para que me siga. Y lo hace. Sin
mediar palabra ni rechistar, y me siento jodidamente afortunado de que sea
capaz de confiar en mí a pesar de todo. Nos hemos empeñado en
distanciarnos una y otra vez, en dejar claro que más que amigos somos
enemigos y, aun con todo, ella está aquí, dejándose llevar una vez más,
siguiéndome.
—No voy a dejar que nadie te haga daño. No pienso dejar que ese tío te
trate como una cualquiera porque eres una mujer con todas y cada una de
las palabras. Quiero estar a tu lado, quiero estar contigo, Luna…
Mis palabras dan voz a mis sentimientos y me doy cuenta de que eso que
le he dicho es lo que llevo pensando y callando mucho tiempo. Luna ha
sabido meterse bajo mi piel y calar hondo en mí sin siquiera ser consciente
de ello. La curiosidad se ha transformado en algo más. En algo que no sé
explicar de forma racional.
—No quiero que me digas cosas que de verdad no sientes, Nico.
Tampoco quiero que sientas pena por mí o que te veas en la tesitura de
alabarme con palabras cariñosas porque me hayas encontrado en un
momento de bajón.
La Luna guerrera vuelve a salir a la luz y la admiro, admiro que sea
capaz de reprenderme, de darse su lugar, de no dejarse amilanar por nadie.
—Podría ser cualquier cosa, Luna, pero nunca jamás he dicho nada que
no sienta —siseo.
Siempre, siempre he sido un tío directo, uno de esos que lucha por lo que
quiere y que le da a cada cosa su definición: si alguien me gusta, lo digo. Si
alguien me pone, lo digo. Si algo me da lástima, lo digo. Y, si algo me hace
sentir curiosidad, también lo digo. Y, con Luna, todas estas especificaciones
toman forma. Me gusta, me pone, despierta mi curiosidad y también, en
alguna ocasión, me ha dado lástima, pero no esa clase de lástima que sientes
por alguien que sabes que actúa de una forma poco natural para llamar la
atención y convertirse en el bebé en el bautizo, la novia en la boda y el
muerto en el funeral, no hablo de eso. Hablo de un sentimiento superior,
uno de esos que se explica cuando consideras que alguien ha vivido cosas
que no necesitaba vivir y que ha merecido mucho más de lo que le han
dado. Llegados a este matiz de la conversación, me pregunto, ¿sería yo
capaz de darle lo que ella se merece? Y, por encima de ello, ¿sería ella
capaz de aceptarlo?
Luna es una incógnita y, como tal, siempre me trastoca por completo.
Mis brazos la envuelven en un cálido abrazo para enfatizar mis palabras.
Y, con ella cerca, siempre me siento diferente. No me intenta cambiar, no
quiere una versión distinta de mí, un Nico que no existe. Y yo tampoco
quiero una Luna que no sea la de siempre.
Luna se aparta tras devolverme el abrazo y en su mirada percibo que ha
vuelto a levantar un muro, ya no la siento vulnerable.
—Siempre me he valido por mí misma y, aunque haya momentos en los
que deje que el miedo y las inseguridades se apoderen de mí, no voy a
permitir que nadie me haga daño.
—¿Hablas de mí? —le pregunto.
—Hablo de ti, de Lucho y, en su momento, de Manu. Incluso de mí
misma.
—¿Por qué no se lo dices a Alba? ¿Por qué no le cuentas lo que sucede?
¿Por qué esos secretos cuando sois amigas? —Luna evita mirarme tras
finalizar mi interrogatorio—. No quiero que te sientas mal por ello, solo
pretendo entenderte —confieso.
Luna se acerca al borde de la piscina y mete los pies en el agua.
—No quiero que ahora, que hay un acercamiento entre ella y Lucas,
vuelvan a distanciarse. No creo que Lucho vaya a hacer nada de eso que
dice, simplemente está molesto porque es un gilipollas de campeonato y le
duele en el orgullo que Alba le haya dado una patada. Una muy merecida
—finaliza sonriendo mucho—. Me cae mal por si no te has dado cuenta.
—No creo que eso vaya a interferir entre Lucas y Alba. Ellos se gustan
de verdad. Lucas no ha dejado de pensar en ella en estos tres meses. Igual
que yo…
Luna sonríe un segundo, entrecierra los ojos, frunce el ceño y suelta la
bomba.
—¿A ti también te gusta Alba? —me pregunta con sarcasmo.
Chasqueo la lengua y pongo los ojos en blanco. Yo, que me cuesta la
vida, intentando un acercamiento a las tantas de la mañana con la chica que
me gusta, y ella poniéndomelo muy, pero que muy difícil. Propio de ella,
todo hay que decirlo.
—No eres capaz de cerrar ese pico de oro que tienes, ¿verdad?
—Tendrás que ser algo más explícito, Nico, porque de verdad que no
entiendo nada.
Y el brillo malicioso que siempre corre por los ojos de Luna vuelve a
estar ahí, como el primer día en que la vi y saltaron chispas entre nosotros,
exactamente igual que cuando nuestros cuerpos se tocaron por primera vez,
de la misma forma que nuestras lenguas danzaron una de la mano de la otra
y con esa primera embestida y la explosión que vino después.
Me incorporo bajo la atenta mirada de Luna, que no sabe bien qué
pretendo hacer. Termino de sacar los botones del ojal y retiro por completo
mi camisa. El pantalón no tiene mejor suerte y cae al suelo haciéndole
compañía a la otra prenda. Me quedo con un slip negro, me acerco al borde
de la piscina y me zambullo en ella.
—Me siento muy solo aquí, quizá deberías hacerme compañía.
—¿A Mitch Buchannon? Pensaba que los vigilantes de la playa nunca
necesitaban ayuda —me provoca desde el borde.
Comienzo a fingir un ahogamiento de lo más teatrero, intentando que
Luna ceda y se sumerja conmigo. La escucho carcajearse y en una de las
ocasiones que emerjo la veo desprendiéndose de los pantalones cortos. Dejo
de sumergirme porque no soy capaz de apartar mi mirada de ella. Es
jodidamente perfecta. Sus curvas son exquisitas y siento ese pequeño
cosquilleo en los dedos por acercarme y recorrer sus piernas en dirección
ascendente sin dejar ni una sola parte de su cuerpo por venerar.
Luna se sienta en el borde, ataviada con un sencillo conjunto de ropa
interior de algodón blanco y se va sumergiendo en el agua, dejándose caer
poco a poco en ella hasta que está dentro por completo. Se pone de pie y
lleva la mano hasta su coleta, deshaciéndola y dejando que su morena
melena caiga y se empape. Sin apartar la vista de mí, coge impulso y se
sumerge. Cuando sale, las gotas de agua surcan su rostro, sin embargo, no
se molesta en retirarlas.
Me acerco braceando y una vez llego hasta su altura me coloco frente a
ella, de pie.
La inercia y ese cosquilleo del que os hablo hacen que acerque mi mano
hasta su mejilla y la recorra con delicadeza. Luna cierra los ojos y emite un
suave suspiro. Acerco mi rostro y la chispa hace de nuevo acto de presencia
cuando mis labios se posan sobre los suyos. No es un beso apresurado, a
pesar de las ganas contenidas que siento. No es un beso tosco, a pesar de la
necesidad que me apremia. No es un beso explosivo, a pesar de que lo que
siento por dentro ahora con su contacto bien podría hacerme saltar por los
aires. Es un beso que contiene muchas de las cosas que hasta hoy no me he
atrevido a pronunciar y que quizá no sea capaz de volver a hacerlo. Ni ella,
ni yo. Me atrevo a decir que ninguno de los dos ha estado jamás preparado
para esto que tenemos, que llevamos negándonos meses y que hemos
intentado por activa y por pasiva dejar atrás sin éxito alguno.
Sus piernas se enredan en mi cintura como si de la raíz de un árbol se
tratase y sonrío pegado a su boca como un niño que necesita de esto para
crecer.
Coloco mi mano tras la cabeza y aprieto su cuerpo más contra el mío,
intentando que no quede ni un solo centímetro de separación entre nosotros.
—Nico…, odio esto. Odio que no me dejes pensar cuando estoy cerca de
ti.
—No me va mucho mejor a mí, la verdad.
—No me consuela.
—No tienes que ser fuerte, no tienes que ser nada que no quieras ser
conmigo.
—Ese es el problema, lo que quiero ser contigo.
—¿Qué quieres ser conmigo? —le pregunto temeroso por su respuesta.
—Contigo, Nico, contigo quiero serlo todo.
Y esa sensación desconocida para mí se instala de nuevo en mi pecho
henchido por sus palabras, por la novedad de ellas, porque ahora es más
Luna que nunca, y yo soy una mejor versión de Nico cuando estoy con ella.
Una que no necesita de flores y corazones, una en la que las espinas
también tienen cabida y sé que con Luna no es necesario que todo sea
bonito, con ella sé que lo único que vale es que sea real.
Sus manos desesperadas viajan por mi pecho mojado mientras nuestros
labios se encuentran de nuevo. Me acerco al borde de la piscina y sus pies
caen tocando el suelo.
Es una locura. Es la piscina del futuro marido de mi hermana, y podrían
vernos y escucharnos.
—No pienses. Esta noche no quiero que pienses —le digo cuando veo la
preocupación reflejada en su rostro.
Luna otea el espacio intentando hacerme caso, pero comprobando que
efectivamente estamos solos. Sinceramente, aunque así no fuese, me
importaría bien poco.
Luna asiente cuando sus ojos se posan sobre los míos.
—Agapita, eres mía y solo mía —le digo entre susurros.
Luna se ríe al recordar nuestros inicios, cuando solo éramos capaces de
dedicarnos burlas y mofas de mil y una formas.
—Menos hablar y más actuar, Torcuato —me provoca respondiendo a
mi ataque.
No es necesario deciros que eso me encanta de Luna, la forma de
llevarme al límite en todos y cada uno de los sentidos, haciendo que seamos
más ella y yo que nunca.
Mis manos bajan hasta sus bragas y las deslizo por sus piernas. Mis
dedos vagan hasta sus pliegues con premura, porque hasta ese sencillo gesto
me parece una pérdida de tiempo. Todo lo que implique no tocar a Luna lo
es.
—Estoy más que preparada —afirma entendiendo mis intenciones.
—Deja que sea yo el que lo decida.
Alzo su cuerpo y la coloco al borde de la piscina. Las mejillas de Luna
se tiñen de ese color rojo que aparece en contadas ocasiones y sé que
entiende lo que pretendo hacer segundos antes de que mi boca se coloque
sobre su sexo.
—¿Por qué no te habré probado antes? —musito sin apartar mi boca de
su coño.
—Eso digo yo —murmulla sin mirarme.
Alzo una de sus piernas y la coloco al borde de la piscina, abriéndola y
permitiendo que mi cara encaje mejor entre sus piernas. Coloco mi lengua
sobre su clítoris y chupo con ganas de ella. Muevo la lengua con destreza de
arriba abajo y temo que los gemidos de Luna despierten a alguno de los
chicos y nos interrumpan. Llevo mi dedo hasta su abertura y lo introduzco
para potenciar el placer. Sus caderas comienzan a moverse y sus manos se
colocan sobre mi cabeza apretándome contra ella.
»No pares, joder, no pares —me exige con la voz embriagada por el
placer. Niego con la cabeza porque no quiero dejar de comerme su dulce
coñito. Sus caderas se mueven con fuerza y mi dedo entra y sale. Introduzco
otro para que la sensación se incremente. Mi lengua sigue fustigando sin
cesar su clítoris y ejerzo presión para llevarla al límite. Sus gemidos cada
vez son más altos.
»Sigue, sigue, joder, sigue —exclama tirando de mi pelo—. Sigue o te
mato —finaliza. Mis dedos la embisten con fuerza sin cesar y, tras un par de
lametones contundentes, me bebo su orgasmo. Luna se deja caer hacia atrás
con la respiración agotada. Saco mis dedos y limpio mi boca con el dorso
de la mano. Deposito suaves besos sobre sus muslos esperando a que su
respiración se torne regular—. Ha sido la puta polla —finaliza sin siquiera
alzarse.
Tiro de sus caderas para arrastrarla. Luna se incorpora y alza una ceja.
—Polla la que te voy a dar yo, cariño.
—¿Más? Pensaba que esto era algo así como un regalo de bienvenida.
—Y esto —le digo llevando mi mano hasta el bulto que se esconde bajo
mi calzoncillo mojado—. Es el postre de bienvenida.
—Nico siempre tan expresivo.
—Luna siempre tan entregada a mis expresiones.
Ella asiente, se acerca hasta el agua y se sumerge de nuevo.
—Veamos qué tienes aquí —susurra.
—¿Quieres que te refresque la memoria? —le pregunto.
—Quiero que hagas cualquier cosa menos refrescarme.
Bajo mi calzoncillo mientras Luna se muerde el labio y me acerco hasta
ella completamente excitado.
Luna se da la vuelta quedando de espaldas a mí. Coloca ambas manos al
borde de la piscina y abre las piernas quedándose nuevamente expuesta. Sé
lo que quiere y no me importa nada dárselo.
Acerco mi polla hasta la entrada de su sexo aún empapado por el
orgasmo y comienzo a entrar en ella suave, despacio, disfrutando de la
presión de su coño sobre mi miembro. Mascullo un taco, pero intento
contenerme. Las ganas de embestirla hasta el fondo me pueden, sin
embargo, no quiero hacerlo así, quiero sentirla mía y quiero que me sienta
suyo.
Una vez completamente dentro, ella suspira, y yo contengo la
respiración.
—Esto es mejor que una pizza con doble de pepperoni.
—Tendrá que ver el sexo con una pizza —bromeo. Si es que solo a ella
se le ocurre comparar mi polla con una pizza en pleno folleteo.
—De salami puede ir la cosa, ya sabes.
Aprieta su culo contra mí y emito un leve gemido. Sí, la función de Luna
desde que nos conocimos ha sido provocarme, pero en muchos sentidos no
solo en el verbal. Y estoy irremediablemente enganchado a ella, a toda ella.
Mis manos se posan sobre sus caderas y comienzo a embestir con
suavidad.
—¿Eres un niño o qué?
—¿Qué quieres?
—Quiero que me folles como un hombre. —Su mirada y la mía se
encuentran y sé de inmediato que mis planes de ser suave se van a la
mierda. Mi mano se coloca en torno a su pelo y hago un leve nudo con ella.
Tiro de él y su cabeza se alza. La otra mano la coloco en su hombro y
comienzo a bombear con toda la fuerza que me permite el agua que nos
envuelve—. Más fuerte, más duro, más de todo, Nico —me exige.
Y lo hago. Vaya que si lo hago.
La penetro con rudeza, nada de ser delicado ni suave ni tierno, solo
impera la necesidad primaria de follármela como si este fuese el puto
último día sobre la tierra y sus caderas van al encuentro de las mías con
cada bombeo. Su pelo entre mis dedos, sus caderas que se acoplan a la
perfección a las mías, su coño que es perfecto para mi polla, lo húmeda que
está, lo receptiva que es, lo mucho que siento que la necesito. Luna es mía.
Solo mía.
—Tócate —le pido—. Tócate y córrete conmigo.
Su mano baja, se sitúa entre sus piernas y eso me pone aún más duro. Me
imagino esta misma escena con ella abierta en mi cama, mi mano rodeando
mi polla y tocándome mientras ella hace lo propio y, en un leve gemido, me
derramo dentro de ella. Me dejo ir como un quinceañero que folla por
primera vez en su vida.
Luna se deja ir segundos después de que yo acabe, y llevo mi mano hasta
su boca para que no grite.
Mi cabeza cae sobre su espalda y su cuerpo se apoya sobre la pared de la
piscina.
—Nico —murmura Luna aún con la respiración agitada—. No quiero
joder el momento, pero… te quiero —confiesa con la voz entrecortada.
Giro a Luna para que se quede de frente a mí y la observo con atención.
Tan guapa. Tan natural. Tan ella y, no solo eso, la veo tan yo…
—Luna…, ¿por qué has tardado tanto en darte cuenta?
—Nico…, ¿por qué te da miedo decírmelo? —contrataca como solo ella
sabe hacer.
Sonrío por su provocación.
—Yo no te tengo miedo, Luna. Yo te adoro.
De nuevo la beso con fuerza porque ahora sé lo que quiero, lo que deseo
y lo que necesito, y todo eso tiene nombre de satélite.
63
ASUNTOS PENDIENTES
AMAIA
Sabía que tenía que llegar el momento en el que me enfrentase a la
situación en cuestión. A mi lado, una Alba a la que desperté de madrugada
para pedirle que me acompañase a Roma, para poner todas y cada una de
las cartas sobre la mesa sin la intención de conseguir nada con ello, sin
embargo, sí la de ser sincera y exponer lo que pienso de todo esto.
La madre de Dante nos espera en la estación, ella ha sido, en cierto
modo, el enclave de esta, por llamarlo de alguna manera, encerrona que
llevaremos a cabo y no puedo decir absolutamente nada malo sobre la que
será mi futura suegra.
—¿Estás segura de esto? Quiero decir —se apresura a añadir Alba, que
parece ser la voz de la conciencia y de poner voz a mis pensamientos, esos
que a veces se tiñen de oscuro cuando me abandona la positividad que me
caracteriza habitualmente—, me parece guay que hayamos venido a pesar
del madrugón —bromea rompiendo la tensión del momento—, pero quizá
el hermano de Dante no quiere solucionar nada y no va a asistir a la boda
porque vengas tú, que eres una desconocida para él, a darle un consejo
sobre lo que debe o no debe hacer.
Suelto todo el aire contenido, ese del que soy ahora mismo consciente de
haber retenido mientras la que espero que sea mi futura cuñada adoptiva me
suelta una frase con mucha convicción y que yo ya he pensado, pero he
evitado meditar para no contaminarme de la negatividad de la que os
hablaba.
—No pretendo solventar nada, la verdad —me sincero y soy bastante
parca en palabras ahora mismo.
—Entonces, ¿por qué lo haces? ¿Por qué no dejas que la vida siga su
curso y ellos hagan lo que crean conveniente? —insiste mi amiga.
—Porque Dante se merece que yo esté a su lado. Porque creo que hago
lo correcto.
—No vas a dejar de estar a su lado porque no hables con su hermano e
intercedas en su disputa.
—A Dante le duele que no forme parte de su vida —reitero.
—De la misma forma que a ti te duele que tus padres tampoco formen
parte de la tuya, no obstante, eso no quiere decir que no seas feliz con lo
que tienes y que te conformes, eso también —contrataca Alba.
Y esa convicción de la que siempre he presumido, por un momento, se
esfuma y deja paso a una abertura por la que se cuelan varios pensamientos
pesimistas: ¿estaré equivocándome? ¿De verdad sería mejor dejar todo
como está? ¿Por qué tengo que hablar con alguien que no ha valorado a su
hermano como se merece? ¿Tendré complejo de ONG?
—Lo voy a hacer porque tampoco pierdo nada, ¿qué me puede decir?
¿Que no?
—El no ya lo tienes —sisea Alba.
—Pues eso. Además, así también conozco a Marcella, la madre de
Dante.
—¿Ella va a acudir a la boda?
—Sí, claro, ellos tienen buena relación, el único que se apartó fue Fabio.
—No lo entiendo. Son hermanos, no me cabe en la cabeza que la familia
actúe así. Tampoco entiendo lo de tus padres.
—No tienes que entenderlo. Ellos son como son, mi madre es algo más
transigente, pero mi padre es muy estricto, está claro que él esperaba para
mí algo diferente y el que yo haya trastocado sus planes implica que me he
salido del redil y que ya no soy lo que él esperaba. Lo he decepcionado. Es
la pura realidad y lo peor es que creo que Nico ahora, al posicionarse de mi
lado, también lo ha hecho.
—¿Dante habló con ellos?
—Lo hizo —matizo.
—¿Y? —inquiere Alba al darse cuenta de que he guardado silencio y no
he aportado más datos.
—Pues que les parece mal, no obstante, no van a hacer nada para que la
situación cambie.
—¿Y cómo te hace sentir eso a ti?
Suspiro con fuerza y desvío la mirada hacia el paisaje que se otea desde
la ventana. Comienzan a verse núcleos poblacionales, signo de que nos
estamos acercando a la ciudad.
—Supongo que lo que no te mata te hace más fuerte y yo ya no espero
nada de ellos. Y tengo a Nico a mi lado, puede parecer una tontería, sin
embargo, no me siento sola.
Alba asiente ante mis palabras cuando termino de decirlas con más
contundencia de la que esperaba cuando comencé a sincerarme.
—¿Y no crees que a Dante le pasa igual?
Niego.
—Creo que a él le duele. —Y lo pienso de verdad.
—Lo mismo él debería haber venido en vez de haberlo hecho yo —
indica Alba.
—Tú has venido como apoyo moral y no me he traído a Luna porque
ambas sabemos que ha tenido una noche movidita en la piscina con mi
hermano, que las paredes no están insonorizadas y no son precisamente
silenciosos.
A Alba se le escapa una risilla a la que me sumo sin pudor alguno.
—Me alegro por ellos —finaliza—. Llevan jugando a ese extraño juego
de «me gustas, pero quiero hacer ver al mundo que no» mucho tiempo.
—Ese juego me suena de algo —murmuro para provocarla.
—No, no —se apresura a rebatirme—, nada de eso. Lo mío con Lucas es
totalmente diferente. Ahora soy yo la que se muere por sus huesos, y él el
que tiene dudas. Las tornas han cambiado en cuestión de unos meses.
—¿Sabes? No te lo he dicho, pero nos sentimos muy decepcionados
cuando te fuiste con tu ex.
—No me dices nada que no sepa. Han pasado muchas cosas en estos tres
meses y, aunque parezca absurdo, creo que todos hemos cambiado. Tú has
hecho tu vida sin mirar atrás, con un chico que apenas conocías y que
resulta que se ha convertido en el amor de tu vida. Nico se ha dado cuenta
de que quiere estar con Luna, y Luna se ha atrevido a aceptar lo que siente.
—¿Te lo ha dicho? —le pregunto.
—No es necesario que ninguno diga nada, se ve desde fuera y conozco
lo suficiente a Luna como para saber que se muere por Nico desde hace
mucho tiempo.
—Yo también veo que Lucas solo tiene dudas sobre lo vuestro. ¿Quién le
dice a él que dentro de dos días no desaparecerás como hiciste hace tres
meses?
—Tiene que confiar en mí y en lo que siento por él.
—Eso se lo tienes que demostrar tú, nadie puede hacerlo salvo tú misma,
Alba —le aconsejo.
—Lo sé y ayer en la gruta le dije lo que siento por él. Por cierto, gracias
por la medio encerrona, sin eso, no habría podido acorralarlo para que
hablase conmigo. Ahí donde lo ves, Lucas parece muy mimoso, no
obstante, tiene su carácter.
—Como todos. ¿Y qué pasó en la gruta? No has soltado prenda —le
pregunto.
La sonrisa de Alba se ilumina y no necesito más detalles para darme
cuenta de que lo terminarán por solucionar y de que mi amiga está loca por
Lucas, solo que ha necesitado dar un par de rodeos antes de volver a su
camino, al de verdad.
—Me ha pedido tiempo y, por supuesto, se lo voy a dar. Es lo mínimo
que merece Lucas tras todas las idas y venidas que hemos tenido. Solo me
arrepiento de no haberme dado cuenta antes de que lo que teníamos Lucas y
yo hace meses ya era más real de lo que tuve con Lucho en años.
—No merece la pena pensar en si hemos errado o no, lo importante es
que estamos aquí y ahora y que seremos capaces de enmendar las
equivocaciones pasadas y sé que Lucas necesita tiempo para volver a
confiar, sin embargo, también sé que no ha dejado de pensar en lo vuestro y
en ti en todo este tiempo. Me lo ha dicho un pajarito —le confieso
guiñándole un ojo.
Bajamos cogidas de la mano, porque ambas sabemos que podremos
equivocarnos miles de veces más y da igual si cogemos un camino que no
es el acertado, y tengamos que dar un inmenso y lúgubre rodeo, porque, si
el final de ese camino se tiñe de color, tendremos la certeza de que habrá
valido la pena.
Marcella nos espera en la estación y, aunque he visto alguna foto de ella
cuando Dante me ha enseñado frente a la chimenea de casa sus fotos de la
infancia, cuando aún eran una familia sin ruptura, ahora, que se encuentra
frente a mí y que sus rasgos siguen siendo los mismos, me parece otro tipo
de persona.
En todas esas fotos se la veía siempre seria y sobria, incluso diría que
distante, imagino que la hecatombe que guardaba en su interior era el
predecesor al detonante posterior, ahora la veo tranquila y en calma, como
si de verdad fuese feliz con lo que es en este mismo momento.
Se acerca tímida hacia nosotras y clava su vista en ambas, imaginaos la
escena: dos rubias y no sabes exactamente cuál es tu futura —e inminente
— nuera y no quieres empezar con mal pie.
—Una de vosotras debe de ser Amaia. A priori no puedo saberlo, ahora
bien, si habláis estoy segura de que os distinguiré a la perfección.
—Soy yo —le digo adelantándome y ahorrándole el mal trago.
Ella tiende su mano y sujeta las mías entre las suyas.
—Me alegra por fin conocerte en persona. —Asiento.
—Ella es Alba, una amiga y me ha acompañado.
Se saludan con un par de besos y guardamos silencio.
—¿Queréis tomar algo antes de que llegue Fabio?
Niego con la cabeza porque ahora mismo solo siento el nerviosismo
burbujeando en mi cuerpo por lo que pueda pasar y lo que menos me
apetece, la verdad, es tomar algo y que se me revuelva un poco más el
estómago.
—¿Crees que me lo pondrá muy difícil? —le pregunto a Marcella. Ella
conoce bien a Fabio.
—Yo le he dicho, y perdón por entrometerme en el asunto —intercede
Alba—, que quizá no debería esperar mucho de este encuentro porque las
personas deciden en su vida lo que quieren y a quien quieren en ella.
—Lo hago por Dante —me apresuro a puntualizar esta vez delante de
Marcella— y, en parte, también por mí —especifico—. Porque no quiero
pensar el día de mañana que ninguno de los dos ha puesto de su parte por
ayudar a mejorar la vida del otro, al fin y al cabo, eso también es amor, ¿no?
El pensar que siempre has remado al lado de una persona, sí, pero también
que has intentado que esa travesía sea mucho más completa para los dos,
más feliz, más intensa y menos egoísta.
Ambas permanecen en absoluto silencio, llegando al punto en el que se
torna incómodo porque no sé si me he excedido en mi explicación.
—Me alegra que Dante haya encontrado a una mujer como tú y que
digas eso, con esa actitud y ese énfasis, me hace darme cuenta de que le
quieres mucho. Ya presuponía que era así cuando recibí tu llamada, pero
ahora me lo estás demostrando con creces.
Caminamos las tres en dirección a la cafetería en la que hemos acordado
la visita. Fabio no sabe que nosotras estaremos allí porque Marcella nos dijo
que era mejor de esa manera y decidí que hacerle caso podría ser una baza a
mi favor.
—Y tú, Marcella, ¿qué opinas de todo esto?
La pregunta la pilla desprevenida porque trastabilla una vez termino de
formularla.
—¿Hablas de Dante y Fabio o de tu boda?
—¿Tienes alguna duda con nuestra boda? —contrataco. Si ella la ha
mencionado puede que sea por algo que desconozco.
—No puedo negarte que, cuando Dante me llamó para comunicármelo,
me pilló de sorpresa. Más aún cuando le pedí que me pusiese al día de todo
y me explicó cómo se habían dado los hechos. Entiéndeme, soy su madre y
quiero lo mejor para él, sin embargo, me di cuenta pronto de que lo que
Dante me contaba no era un capricho y que, en cierto modo, las cosas se
habían vuelto a repetir. Quiero decir, Fabio se enamoró perdidamente de la
que es su esposa siendo muy joven y no tuvo duda alguna sobre el futuro
que tendrían y que pasarían juntos, y con Dante ha sido exactamente igual.
—Marcella hace una breve pausa antes de continuar hablando—. Ahora
bien, si me preguntas por la relación entre mis hijos, me duele que estén así
y que en parte sea la culpable de ello.
—Dante cree que su distanciamiento vino a raíz de que él se quedó en
Capri cerca de su padre, y no se fue como hiciste tú o hizo él.
—Yo me fui de Capri porque lo único que me quedaba allí era Dante y
necesitaba romper con todo y empezar de cero. En ningún momento mi
intención fue la de que ellos se separasen o que la relación tan bonita que
tenían sufriese una fractura. Cada uno es libre de elegir su camino, y yo
tenía que empezar de cero con el mío.
—Pero… ¿podrías haber hablado con Fabio y haberle explicado que su
hermano no se había posicionado de ningún lado? Intentar mediar entre
ellos —resuelvo, ofuscada. Es inevitable que, cuánto más pienso en la
situación, más dolor me produce.
—¿Y te crees que no lo hice? Muchas veces, pero Fabio tiene un carácter
rudo, es como su padre a pesar de que reniega de él. Y, cuando se cierra en
banda, es imposible. Dante tiene una personalidad mucho más similar a la
mía. Es complicado.
Entiendo lo que me dice y también entiendo que no es solo el intentar
que las personas cambien o reconozcan los errores, sino que esas mismas
personas tienen que poner de su parte para que las cosas se solucionen. Y
no solo eso, me siento identificada con ella porque vivo una situación
similar, aunque omito comentarlo, pero Alba se da cuenta por la forma en la
que aprieta mi muslo con firmeza.
Tras tomar asiento y pedir algún refrigerio, más por compromiso que por
apetito, la pongo al día de la boda. Es mañana, ¡joder, mañana! Y juro que
pensaba que no llegaría el día y ahora me parece increíble lo rápido que ha
pasado el tiempo. Le explico que esta tarde tenemos una sesión de
maquillaje y peluquería para probar diferentes estilos y valorar cuál queda
mejor con el vestido y también hablamos del menú del cáterin que se
servirá en la finca y la decoración de la misma. Nada recargado, algo muy
sobrio y familiar para los que somos.
Un leve carraspeo nos saca de la conversación y siento cómo se me
encoge el estómago al ver una versión similar a la de Dante, mi Dante,
frente a mí. Nadie puede negar que son hermanos. Son tan similares que
asusta.
Alba se tensa a mi lado y mi muslo da buena cuenta de ello. Le retiro la
mano porque temo perder la pierna.
—Los nervios —musita Alba entre carraspeos—. Ahora vuelvo —me
dice mientras se levanta y se marcha.
La muy… No diré nada de lo que me arrepienta, teniendo en cuenta que
es una de las damas de honor de mi boda y que además ha venido desde
Madrid dejando todo para estar estos días conmigo, sumado a que formará
parte de la familia porque terminará con Lucas y eso lo sabemos todos,
dicho todo esto, le perdono que se vaya cual cobarde pecadora de la
pradera.
Marcella se incorpora, le da un par de besos a su hijo y lo envuelve entre
sus brazos. Intercambian un par de frases en italiano, que yo no pillo,
obviamente, y creo que en ellas le dice quién soy porque el semblante de
Fabio cambia.
—Fabio —me dice tendiéndome la mano finalmente.
—Amaia —le respondo intentando guardarme los nervios en el bolsillo
trasero del pantalón.
No sé bien cómo empezar a hablar y eso que pensé en varias opciones y
descartaba frases, ya sabéis; te pones frente al espejo y preguntas y
respondes como si no fueses la misma persona salvo que lo eres. También
os digo, es muy jodido intentar inventar conversaciones que sean
medianamente reales cuando no conoces a uno de los interlocutores.
La camarera llega con lo que pedimos, y Fabio ni la mira a la cara, en
cambio, yo le dedico una sonrisa forzada.
Marcela coge su taza de café y la acerca. Suspira y mira a su hijo.
—Fabio…, no es una encerrona ni mucho menos, sin embargo, creo que
Amaia está en su derecho de decirte lo que siente y piensa.
Fabio posa sus ojos sobre mí y leo la incomodidad en ellos.
—No quiero ser maleducado, no obstante, permíteme que dude del
derecho de expresar lo que piensa o siente siendo una chica a la que no
conozco de nada. Y permíteme también que cuestione lo de la encerrona,
mamá —finaliza posando sus ojos sobre su madre en esta ocasión.
—Dante es tu hermano. Siempre lo ha sido y siempre lo será, y
considero que te has equivocado al ni siquiera darle una oportunidad de
explicarse.
—Espera, me había olvidado de que tú, con la cantidad de años que
llevas en esta familia, eres consciente de lo que nos ha distanciado a mi
hermano y a mí, ¿verdad, Amaia? —Fabio pronuncia mi nombre con
retintín y entiendo que esto de verdad no podía ser un camino de rosas, aun
así, no me voy a ir sin decir lo que pienso.
—Os ha alejado tu actitud de mierda —sentencio.
Podría haberlo formulado de otra forma, quizá algo menos soez y más
elaborado, pero me siento estafada y engañada y no creo que con Fabio la
palabrería funcione, mucho menos cuando me contesta con un tono que no
es el que yo merezco.
—¿Te crees que por ser la novia de Dante tienes algo que decir al
respecto?
—No serás tú quien me quite ese derecho.
—Puedo porque, al final, a quien has venido a convencer de que vaya a
vuestra boda eres tú a mí.
Sonrío. Sonrío con altanería y disfrutando de ese pequeño y perturbador
gesto que hace que Fabio se quede dudando de sus palabras.
—No lo entiendes, ¿verdad? Pero no pasa nada, te lo explico. Yo no he
venido para convencerte de nada, Fabio. He venido para explicarte que
estás fuera de nuestra vida porque así tú lo has querido. Te estás perdiendo
lo que implica tener un hermano a tu lado, uno que te apoye en lo bueno y
en lo malo, uno que te diga que te has equivocado, pero que no pasa nada
porque irá a muerte contigo pase lo que pase, uno con el que compartir
confidencias y con el que meterte cuando sea necesario. El que te sacará
risas y te sacará de quicio a la vez… Te lo estás perdiendo todo por una
lucha que está solo en ti —siseo con toda la crudeza que puedo.
Y bien sabéis que todas y cada una de las palabras que he formulado
están llenas de convicción porque yo también tengo un hermano con el que
comparto todo eso y remamos, remamos juntos a pesar de nuestras
diferencias.
—Tú no sabes nada —finaliza cuando se recompone tras mi discurso.
—Puede. Puede que no sepa nada. Puede que no te conozca. Puede que
no tenga que meterme donde no me llaman y puede que tú seas el tipo con
más razón del mundo, ahora, estoy aquí porque le quiero y porque cuando
hay algo que me parece injusto intento solucionarlo. Te guste o no, somos
familia o lo seremos en breve, y me da pena que una persona que ha vivido
y compartido tanto con su hermano no haya sido capaz de escuchar su
versión, de empatizar con él y de entender que no se posicionó del lado de
nadie porque, Fabio, permíteme que te diga, pero Dante no es verdugo en
este juicio, es tan víctima como tú porque ambos perdieron, y no hablo solo
de la separación de vuestros padres, os perdisteis a vosotros por el camino.
Marcella se incorpora con lágrimas en sus ojos y me doy cuenta de que
yo he hablado con los míos anegados en ellas, por todo; porque yo también
he ganado y he perdido, porque no he querido que las cosas se den así, pero,
aun así, ha valido la pena porque tengo a mi lado a Dante y a mi hermano, y
puede que mis padres no me acompañen mañana y puede que nunca me
perdonen por elegir mi propio destino, pero en un futuro sabré que he
elegido con el corazón y no he seguido a la razón.
—No es necesario que me acompañes —murmuro. Me acerco, le tiendo
la mano y la aprieto con fuerza cuando me da la suya—. Ha sido un placer
—finalizo—. Nos vemos mañana, Marcella —le digo antes de darle dos
besos.
Hace tiempo dejé atrás parte de lo que no me aportaba nada y ahora
vuelvo a hacerlo, pero, esta vez, con ganas de apostar por lo que sí vale la
pena. Y todo eso me espera en Capri.
64
¿UN CABALLERO? ¡NO, GRACIAS!
ALBA
Decía Pau Donés que el tiempo es una palabra que empieza y que se
acaba, que se bebe y se termina, que corre despacio y que pasa deprisa… Y,
aunque parezca así de sencillo, una vez te sumerges en lo que te deparará el
tiempo en sí mientras esperas, es imposible pensar en otra cosa sin caer en
la desesperación en sí misma.
Qué curioso es esa espera mientras eres tú la que pides espacio y tiempo,
sin embargo, no es igual de veloz ni con las mismas consecuencias para tu
cabecita cuando eres la que tienes que dar ese espacio. Y ahora me doy
cuenta de infinidad de cosas, mientras esperas sin que desesperes.
Cuando Lucho me dejó y por fin me enfrenté, días después al shock
inicial, a la que iba a ser mi nueva realidad, no sentí ni por un momento la
desesperación por saber qué sucedería con el paso de los días; si me
escribiría un mensaje, si me pediría disculpas, si regresaría a mí tras darse
cuenta de que era el amor de su vida… Me sentí dolida y traicionada y, por
supuesto, también sentí la decepción de no haber sido capaz de ver las cosas
con objetividad y que lo nuestro ya no era nuestro desde hacía ya bastante
tiempo. Aun así, los miedos se hicieron con el control de la situación
cuando se plantó frente a mí con una vida que era cómoda y conocida frente
a la más absoluta inexperiencia que en ese momento llevaba el nombre de
Lucas y desconfié, sí, lo hice; de mí misma, de Lucas y sus sentimientos, a
pesar de que él había sido capaz de demostrarme con infinidad de detalles
que no era un pasatiempo y que sus intenciones eran las que eran, pero esa
Alba no estaba recuperada de lo que había sucedido antaño y me empeñaba
en decir abierta —y categóricamente— que no iba a ser esa Alba nunca
más, la que se había hecho pequeña tras una decepción en vez de aprender
de ella y me lo creía, juro que sí, no obstante, no fue hasta hace poco que
me di cuenta de verdad de que, esa Alba que alegaba que no sería la misma,
lo era. Con todas y cada una de las letras, lo era.
Pero dicen también que en la vida todo pasa, que se aprende de los
errores y que nadie muere de desamor.
Con el teléfono en la mano, tumbada en la cama, marco el número de
teléfono de mi padre y, un par de tonos después, descuelga.
—¿Cómo está mi italiana favorita?
—Meditando sobre la vida… o intentando arreglar el mundo —le
confieso mirando al techo de la habitación.
—¿Sola? Darle vueltas a esa cabecita no es buena idea y arreglar el
mundo es imposible —me reprende mi padre con un tono demasiado dulce.
—Sí. Luna está desaparecida en combate. ¿Sabes? Creo que por fin ha
admitido que está enamorada de Nico, el hermano de Amaia, y no se han
separado desde anoche. Esta mañana acompañé a Amaia a Roma para
solucionar un asuntillo familiar y ahora estoy pensando en los errores y las
decisiones desacertadas, las mentiras y las equivocaciones.
Alzo la cabeza cuando escucho un leve sonido en la puerta de mi
habitación, pero me recuesto de nuevo al darme cuenta de que mi mente me
ha jugado una mala pasada porque no percibo nada ahora que agudizo el
oído.
—Me alegra mucho que Luna se haya decidido, en cuanto a los errores y
las mentiras… Tenemos que cometer errores para darnos cuenta de las
cosas. No es fácil hacerlo bien a la primera, si fuese así, seríamos perfectos
y ya sabes que el ser humano es cualquier cosa menos eso.
—La perfección no existe.
—Y, si existiese, sería aburrida —matiza mi padre dándole énfasis a su
palabra—. Mírame a mí, llevo tantos años extrañando a tu madre que me he
olvidado de que había alguien a mi lado que esperaba pacientemente su
atención.
—¿Hablas de Lupe? —le pregunto con una leve sonrisa en los labios.
El sonido de la puerta se hace eco con mayor intensidad y me incorporo
para acercarme a ella y abrir. Lo mismo es Luna, que se ha separado de su
nuevo amorcito y viene a ponerme los dientes largos.
—¿Sabes que he sentido todo este tiempo que traicionaba a tu madre si
me fijaba en otra persona y si admitía que Lupe era algo más que una
empleada?
—Lupe nunca ha sido una empleada. Ha formado parte de la familia
desde siempre. Es una mujer excepcional.
Abro la puerta tras finalizar mi frase y me encuentro a Lucas de espalda,
con las manos alrededor de la cabeza, pensativo, como si no supiese qué
hacer.
Abre los ojos al darse cuenta de que estoy hablando por teléfono y me
pide disculpas alzando las manos antes de hacer el amago de marcharse.
Sujeto su brazo y niego con la cabeza. Le arrastro hasta mi habitación. No
hay nada que no quiera compartir con él, ni siquiera una conversación
profunda con mi padre. Y, por un momento, nos imagino a todos reunidos
alrededor de la mesa, celebrando una reunión familiar, entre risas y
confidencias, abrazos y caricias, y el corazón me bombea fuerte en el pecho
porque sería una estampa perfecta esa.
Lucas se deja llevar y toma asiento en mi cama, guardando las
distancias.
—No me malinterpretes, Alba, no quiero decir que sea solo una
empleada como tal, te hablo de que esa relación profesional se haya
convertido en algo que no lo es y que me sienta culpable por sentir lo que
siento por alguien que no sea tu madre.
—Papá… —susurro al finalizar su frase. Tomo fuerza porque hablar de
mi madre siempre nos ha resultado doloroso por la mujer tan excepcional
que fue y lo que representaba en la familia—. No creo que mamá, siendo
como siempre fue, se sintiese mal porque tú rehagas tu vida con otra
persona, al contrario, es probable que ella quisiera que fuese así, que no
envejecieses solo.
—Lo sé, lo sé, no es ella, soy yo —me confiesa—. Por eso te digo que
errores cometemos todos y que las cosas, a veces, las tenemos frente a
nuestros ojos, pero no las miramos con atención o con la atención que
merecen, porque nos empeñamos en no fijarnos en los detalles, sino en
permanecer como meros espectadores.
—¿Cuántas veces nos podemos equivocar en la vida, papá? —Lucas alza
la vista y la fija en mí, porque sabe de lo que hablo, sabe que me he
equivocado y que indirectamente hablo de él.
—Muchísimas. Incluso varias veces con la misma persona, ya sabes.
—Pues evita equivocarte con Lupe, papá.
—Lo estoy intentando.
—Y no por eso quieres menos a mamá. Mamá siempre será mamá, y
Lupe, Lupe.
—Lo sé, lo sé —se apresura a añadir mi padre.
—Ella también siente algo por ti, papá. Luna siempre me lo ha dicho, ya
sabes que Luna es muy romántica, aunque pinche como un cactus. —Mi
padre se ríe al otro lado del teléfono, y a Lucas también se le escapa una
leve sonrisilla cuando me escucha hablar así de mi amiga—. Pero no se lo
digas, que me cruje —bromeo.
—Palabrita de padre protector.
Suspiro dejando que todo el aire que contengo salga y fijo mi mirada en
Lucas. Tan guapo tumbado sobre la cama, tan relajado, tan él…
—Yo estoy haciendo lo mismo, papá.
—¿Intentarlo? —me pregunta.
—Intentarlo —resuelvo llena de convicción.
—Puedes hacerle una tortilla de patatas con cebolla, quizá así Lucas cae
rendido a tus pies. —Lucas fija su mirada en mí y me pongo colorada al
instante, al darme cuenta de que ha escuchado la frase pronunciada por mi
padre y la referencia que ha hecho—. Yo le he hecho una a Lupe y la he
invitado a cenar.
Sonrío de nuevo al escucharlo.
—Esa tortilla de patatas es un buen intento, papá.
—Llámame mañana para saber qué tal ha ido la boda.
—Te quiero, papá. Y, ya sabes, ¡a por todas!
—Te quiero, hija.
Cuelgo el teléfono y permanezco en silencio. Me siento pequeñita bajo la
atenta mirada de Lucas. Dejo el teléfono sobre la cama y me quedo en la
misma posición que estaba, con las piernas cruzadas, nerviosa, sin saber
qué hacer, qué decir o dónde colocar mis manos.
Lucas permanece unos segundos más escrutándome y de nuevo siento
esa conexión que es inquebrantable cuando nuestros ojos conectan por el
motivo que sea. No sé siquiera cómo sucede, no entiendo los motivos, no
encuentro lógica alguna, pero sus labios ahora mismo se encuentran sobre
los míos y solo siento que todo comienza a cobrar de nuevo sentido. Que
eso que sucedió hace tres meses fue un error, sí, sin duda, sin embargo, ese
error nos ha llevado a que ahora sus labios estén devorando los míos, su
mano se haya colado por debajo de mi camiseta y mis dedos se encuentren
jugando con el pelo rebelde de su nuca, evitando así que se separe de mí y
¡joder!, joder, joder, joder, es el puto mejor beso que me han dado en mi
vida. Puede que sea efímero y veloz, que me sepa a poco y que tal y como
vino se vaya, pero este momento, esta corriente eléctrica, este burbujeo
siempre permanecerá entre los recuerdos imborrables e indestructibles.
—Perdóname, Alba.
Me separo con el temor de que eso sea de verdad, de que todos mis
pensamientos se materialicen y que volvamos a estar en el punto de partida,
en ese en el que Lucas me pide tiempo, y yo solo puedo dárselo.
—¿Por qué?
—Porque esta noche voy a ser cualquier cosa menos un caballero.
Sus labios regresan apoderándose de los míos, con fiereza, con cualquier
intención menos la de ser suave y comedido, sus manos valientes se
desenvuelven como si hubiesen recorrido mi cuerpo millones de veces
antes, y le perdono, le perdono por no ser un caballero porque eso es
justamente lo que necesito, que no lo sea, que conquiste todo a su paso, que
arremeta contra mi cuerpo haciéndolo suyo, poseyéndolo, que sus labios
devoren los míos, que su lengua se apodere de cualquier recóndito lugar y
que no se deje ni un solo trozo de piel por descubrir.
Mis manos descienden hasta mi camiseta, intentando que todo eso que
ahora mismo hace que mi piel y la suya no sean una sola desaparezca.
Lucas me mira con fijeza cuando, tras la sencilla camiseta, desaparece mi
sujetador y, tras este, mis pantalones cortos que corren con la misma suerte
que el resto de ropa. Me coloco sobre mis rodillas e imito sus gestos con
todas y cada una de sus prendas. Bajo sus pantalones, un sencillo slip negro
se abre paso ante mis ojos y las ansias mezcladas con la vergüenza me
sacuden por un momento.
Lucas parece leer las dudas reflejadas en mis gestos puesto que son sus
dedos los que se colocan en el pequeño elástico de mis braguitas y sin
apartar la vista de mí, valorando mis pensamientos, comienza a bajarlas
hasta que se quedan enredadas en mis rodillas. Me empuja levemente,
colocando la mano entre mis pechos y le dejo hacer. Me tumbo y termina de
retirar mi ropa interior. Su mano asciende por el valle de mis pechos hasta
llegar a mi cuello y de ahí sube hasta mi boca. Sus dedos entran en ella
como si de otra parte de su cuerpo se tratase y respondo chupando
ávidamente varios de ellos. Cierra los ojos y contengo la respiración. Los
chupo con más fuerza sin apartar la vista de la suya. Tiene los labios
entreabiertos y resecos, y me siento orgullosa al instante de que eso, todo
eso, sea gracias a mí.
—Llevo tanto tiempo queriendo tenerte así que ahora ni siquiera sé por
dónde empezar.
Intento incorporarme y tomar las riendas porque la excitación me hace
presa de las ansias de sentirlo dentro, de tomarlo por entero en mi boca, de
notar el sabor salado de su excitación. Pero no me lo permite.
Baja sus calzoncillos sin apartar la vista de mí y me pierdo en él; en su
pecho definido, en sus perfectos abdominales, en esos oblicuos marcados y
en la fina línea de vello que dibuja el camino hasta su firme y gruesa
erección, que late frente a mis ojos. Me incorporo de nuevo, quedando
frente a él, los dos apoyados sobre nuestras rodillas y llevo mis manos hasta
su polla. Dura, enhiesta y tiesa.
Comienzo a mover mi mano entorno a su miembro, y percibo cómo
Lucas aprieta la mandíbula y gime bajito. Contenido. Como es él.
Sus dedos buscan mis pliegues aún con los ojos cerrados y, una vez los
encuentra, bucea en mi coño extendiendo la humedad hasta llegar a mi
clítoris. Aprieta su pulgar contra él y lo mueve en círculos. Dejo caer mi
cabeza sobre su pecho, excitada.
Aparta mi mano de su polla y de nuevo, con sus dedos en mi pecho, me
invita a tumbarme en la cama. Lo hago y abre mis rodillas, no me siento
expuesta ante él, a pesar de que es así justamente como me encuentro.
—Eres preciosa. Eres increíblemente preciosa.
Muerdo mi labio en respuesta a su halago e intento incorporarme para,
de nuevo, coger su polla entre mis dedos y llevarla de una vez por todas
hasta mi entrada.
—Shhh —susurra—. Si hemos podido esperar tanto, ahora que somos el
uno del otro, vamos a hacerlo suave, lento, cadente. Vamos a saborearlo
como si fuese el último día en la tierra. Como si fuésemos a convertir esto
en algo inmortal.
Su boca se pasea por mi cuello, lamiendo, mordiendo y chupando una
vez más. Ladeo la cabeza para darle acceso a la zona de mi oreja y mi
cuerpo completo se eriza cuando sus dientes muerden mi lóbulo.
—No puedo, Lucas, de verdad que no puedo… —ruego.
—Yo haré que puedas…
Su boca baja hasta mis pechos y sus manos se sitúan en ellos,
sujetándolos, facilitando la tarea de que sus labios puedan alternar un pezón
y otro para recibir la misma atención que mi cuello tuvo hace nada. Sus
dedos siguen llevando a cabo la tarea que su lengua ha dejado de hacer
mientras su boca baja por mi abdomen y el temblor se incrementa cuando
comienza a frotar mi centro con el paso de su cuerpo. Sé lo que pretende y
muero de ganas de que lo haga.
Mis manos se colocan sobre su cabeza y le insto a que continúe bajando,
ya sé que me ha dicho que pretende que vayamos despacio, pero es
imposible, no cuando juega conmigo de esta manera provocando que pierda
por completo el norte.
Sonríe sobre la piel de mi barriga y su suave aliento me hace cosquillas,
sin embargo, hace caso a mi petición y al instante percibo su respiración
sobre mi centro. Sopla. Suave. Lame. Lento. Sopla una vez más. Igual de
dócil. Lame de nuevo, más pausado. Y entro en un bucle de delirio en el
que necesito —¡no!, exijo— que me lleve al cielo de una vez por todas.
Salvo porque Lucas, este Lucas, definitivamente ha dejado de ser un
caballero para ser un felino león y jugará conmigo tal y como se espera del
rey de la selva.
Me remuevo bajo su cuerpo. Imposible. No soy capaz de continuar de
esta manera. Lucas lo percibe, pero me deja hacer. Las tornas cambian y
ahora es él quien se encuentra bajo mi cuerpo y por un momento me siento
pequeña en comparación con él. Mis uñas se deslizan desde su pecho hasta
su pubis y le doy una de cal y otra de arena cuando comienzo a deslizar mi
lengua por el tronco de su polla sin llegar a introducirla en mi boca. Gime.
Me excito más aún. Y vibra cuando soplo y me empapo un poco más.
El dolor en mi entrepierna se hace palpable cuando, al introducir por
completo su polla en mi boca hasta que no entra ni un solo centímetro más
en ella, Lucas decide que embestirme es el mejor regalo que puede
hacerme. Y me sacude una arcada que contengo porque me gusta, me gusta
a pesar de lo rudo que pueda parecer en este instante. Saco la polla de mi
boca y comienzo de nuevo.
—Mierda… —Diría que es la primera vez que le escucho decir una
palabra malsonante y me gusta que sea en esta tesitura, que sea porque la
excitación le nubla la razón y que se encuentra tan perdido en las
sensaciones como lo estoy yo.
Sin embargo, no soy tan rebelde como lo es él y me coloco a horcajadas
sobre su polla. Sus manos, cuando intuye mis intenciones, se colocan a
ambos lados de mis caderas y comienzo a descender por el tronco de su
miembro hasta que se encuentra totalmente dentro de mí. Y me siento llena.
Literalmente y en todos los sentidos. Plena porque esto sea con él, con
Lucas, el chico del que me he enamorado a pesar de creer que no sería
capaz. El chico que me ha enseñado que el miedo no es la mejor compañía
y que creer en el amor es una de los mejores mantras sobre los que tiene
que planear la vida.
Mis manos sobre su abdomen, las suyas en mis caderas, presionando
para llegar mucho más profundo, incrementando la fricción de mi clítoris
contra su pubis y lo siento al instante. Siento que se forma esa especie de
cosquilleo etéreo que me envuelve, esa necesidad primaria de que siga, esa
inconsciencia que logrará, en cuestión de poco tiempo, robarme el sentido.
Y me muevo sin cesar, balanceando mi cuerpo, con los ojos fijos en los
suyos, conectados una vez más. Con su boca abierta y la mía de la misma
manera, con sus ojos brillando lujuriosos, con las pieles llenas de perlas de
sudor, del mejor sudor que pueda darse.
Me corro con fuerza e intensidad. Y Lucas me sigue con un ronco
gemido que resuena en la habitación.
Y lo sé. Lo siento. Nos damos cuenta los dos, aun estando en completo
silencio, de que la frase «estamos hechos el uno para el otro» nunca jamás
será capaz de hacernos justicia alguna.
65
SECRETOS INCONFESABLES
LUNA
Si algo he podido comprobar en primera persona es que las horas con
Nico pasan volando.
Hemos hablado mucho, hemos reído mucho más y hemos disfrutado,
incluso, de los silencios. Eso sin contar la cantidad de veces que hemos
sentido la necesidad imperiosa de tocarnos sin cesar, y es que ya sabes lo
que dicen: a un goloso no le puedes poner un dulce delante esperando que
contenga las ganas de hincarle el diente.
Hemos decidido, tras cenar todos juntos y aún con la cabeza llena de
horquillas de la tarde que hemos pasado con la maquilladora y la peluquera,
dormir juntas las tres en la habitación, que, aunque Amaia y Dante viven
juntos desde hace meses, la tradición manda que los novios no compartan
cama esa noche y que no se vean antes de casarse.
Quiero aprovechar que Amaia aún está en la ducha para hablar con Alba
de la cantidad de novedades que tengo.
Toco en la puerta de su habitación y seguidamente entro. La encuentro
haciendo lo mismo que pretendo hacer yo; deshacerme de todo lo que tengo
en el pelo y de los restos de maquillaje.
Invito a Alba a que se siente en una butaca y comienzo a quitarle el
recogido.
—Esto, mañana, te advierto ya que no lo aguanto.
—Lucas te puede ayudar a quitártelo. —Lo digo con toda la intención
del mundo porque sé que entre ellos ha cambiado algo—. Habéis estado
toda la noche cruzando miradas cómplices, ¿qué escondes, Alba?
Y, aunque sé que no soy la más indicada para reproches, Alba, con su
simple gesto, me demuestra que tengo razón y todo ha cambiado.
—Lucas y yo hemos…
—¿Follado? —la interrumpo facilitándole la confesión.
—Básicamente.
—Creo que el Señor Todopoderoso ha escuchado por fin mis plegarias.
Dime, ¿cómo ha sido que te desvirguen de nuevo?
—Primero dímelo tú porque, hasta donde yo sé, las paredes no están
insonorizadas y…, ya sabes, he tenido miedo a meterme en la piscina por si
resulta que me quedo embarazada. Debe de haber millones de
espermatozoides buceando en esas aguas, intentando encontrar un óvulo al
que fecundar. —Trago saliva con fuerza y aparto la mirada de Alba. Mi
amiga se da cuenta al instante y se gira quedando frente a mí—. Luna, jolín,
es una broma, que a mí me parece genial que hayas follado con Nico, es
más, creo que ya era hora de que estéis juntos porque ya sabes que no soy
estúpida y se ve a leguas que ambos os gustáis, aunque os dediquéis
constantemente a lanzaros pullas. Y no hay nada que os impida estar juntos
—añade—. Tú estás separada oficialmente, y Nico está soltero…
Creo que el corazón se me va a salir del pecho. Es ahora o nunca.
Necesito soltarlo. No quiero estar callando más. Nunca jamás le he
guardado secretos a Alba y no creo que ahora sea el mejor momento para
empezar a hacerlo. La necesito a mi lado porque no sé qué nos va a deparar
el futuro y no quiero sentirme tan sola como estos meses que estuvimos
distanciadas.
—Alba, estoy embarazada.
Todas las emociones se unen de golpe en mi garganta y contengo la
respiración, esperando a que Alba diga algo, lo que sea, porque su gesto
ahora mismo refleja lo que sentí yo cuando supe la noticia. Y todo regresa
de nuevo; el miedo a verbalizarlo, la angustia de tener que enfrentarme a
esta situación sin saber bien qué hacer o qué decisión tomar, la forma en la
que decírselo a Nico y su reacción ante todo esto, porque sí, ahora estamos
bien, no obstante, no están todas las cartas puestas sobre la mesa ahora
mismo.
—¿Que estás qué?
Giro la cabeza y me llevo la mano al pecho presa del pánico al darme
cuenta de que no solo se lo he confesado a Alba, sino que ahora Amaia
también lo sabe y el pavor se apodera de mí. Me apresuro a borrar el
pequeño rastro de lágrimas de mi rostro porque no quiero que me vean rota,
temerosa, asustada e insegura, porque yo siempre he sido la chica dura que
sobrelleva los golpes tal y como vienen, sin embargo, la situación ahora es
la que es y que Amaia también lo sepa lo complica todo mucho más.
—Joder. —Me tapo los ojos con las manos y me balanceo sentada en el
suelo sin saber bien qué hacer.
—Luna… —La voz de mi amiga se cuela en mi cabeza y sus dedos
recorren mi pelo aún lleno de horquillas—. No llores, Luna. No pasa nada.
Todo se va a solucionar.
Los pasos de Amaia se cuelan en el silencio y se sitúa a su lado y frente
a mí.
—Disculpa, Luna. Lo siento —se excusa—. He llegado en el momento
menos indicado, estabas hablando con Alba y entré justo cuando se lo
estabas diciendo y respondí así porque es una sorpresa para mí. Pero es
bueno, eso es bueno… Es una noticia increíble…
—¿Es de Nico? —pregunta Alba, interrumpiendo el discurso de Amaia.
Asiento con la cabeza sin mirarlas. Temo que me juzguen.
—¿Qué voy a hacer? No he tenido el valor de decirle nada, de
confesárselo porque cuando lo vi… ¿Qué le iba a decir? «Hola, Nico, estoy
preñada y es tuyo». No lo veo muy bien como saludo —ironizo. Las miro a
ambas, intentando enfrentarme a la situación con la valentía que me queda
en el cuerpo y solo veo ternura en sus rostros—. No quería decirte nada,
Amaia, es tu hermano, mañana es tu boda…, se me complica todo. Y Nico
se lo va a tomar de pena porque me dijo que todo saldría bien, sin embargo,
no sabía de la misa la mitad y ahora… —Las lágrimas se agolpan de nuevo
en mis ojos y respiro con fuerza para evitar que salgan. No voy a llorar, no
quiero llorar.
—¿Hay más? —me pregunta Alba.
Me doy cuenta de que mis palabras dan a entender eso y supongo que las
verdades mejor todas juntas que por partes.
—Lucho me está agobiando. Pero eso Nico sí que lo sabe porque se lo
conté.
Amaia guarda silencio colocando una mano sobre mi rodilla y la otra
sobre el hombro de mi amiga. Demasiadas emociones juntas.
—No entiendo bien nada de esto, ¿qué tiene que ver Lucho con esa
situación? Lucho es pasado. Lo sabes.
—¿Recuerdas el día que nos encontraste fuera del trabajo hablando? —
Alba asiente—. Pues ese fue el día en que le dijiste que no querías seguir
con él y, además, el día que recibiste la invitación a la boda porque me lo
dijo por fuera. La leyó y sabe dónde estamos.
—¿Y? —interviene Amaia—. Aunque sepa dónde estamos, es de
psicópata total pretender que una persona que no quiere estar contigo lo
esté. Porque no quieres estar con él, ¿verdad?
—¿Aún lo dudas?
—A ver… —Amaia pone los ojos en blanco y ahora sé lo que siente
Alba cuando lo hago yo.
—Ya me equivoqué una vez, no pienso hacerlo dos. Tengo bien claro lo
que quiero en mi vida, y Lucho no forma parte de ella. Por eso no entiendo
nada —finaliza.
—Creo que piensa que yo puedo convencerte o algo, no lo sé. Solo sé
que está como una regadera si se piensa que voy a mediar para que vuelvas
con él. Lo que pasa es que los últimos mensajes han sido de todo menos
elegantes.
—A ver.
Me levanto y me dirijo a mi habitación en busca del teléfono para que
Alba compruebe por sí misma a lo que me refiero. Una vez regreso, le
tiendo el teléfono con las conversaciones que se han producido entre
nosotros.
—Yo flipo en colores, la verdad —verbaliza Alba tras leer los mensajes.
—No te quería decir nada porque estás bien con Lucas y porque no creo
que tenga mayor importancia, pero, visto lo visto, es mejor decir todo
ahora.
—A mí me parece más importante lo de mi sobrino que esto.
Arqueo una ceja ante su comentario.
—No des por sentado nada porque no he decidido qué hacer.
—No puedo creer que te estés planteando abortar —suelta Amaia.
—Pero ¿tú me has visto? No sé cuidar de mí misma como para cuidar de
un hijo.
—Tienes que decírselo a Nico —resuelve Alba.
—Tal cual —añade Amaia.
—¿Sois conscientes de que le va a dar un patatús? —pregunto
aterrorizada porque todo salga mal.
—¿Eres consciente de que si no se lo dices va a ser peor?
—¡Joder! ¡Que ya sé que se lo tengo que decir, pero no sé cómo hacerlo!
No es tan fácil. Y menos ahora. No lo quiero perder de nuevo… —les
suelto mientras me derrumbo.
—Va a ser peor si no se lo dices —argumenta Amaia. Alba asiente y le
da la razón.
—Lo haré después de la boda, ¿vale?
—Después de la boda os vais.
—Por eso, así puedo huir cuando me reproche la situación.
—Nico es gilipollas, pero no tanto —lo defiende Amaia a pesar del
insulto.
—Ya, ya… Verás qué divertido cuando se entere de todo. Esto me pasa
por dejarme llevar sin pensar en nada. Nunca jamás folléis sin preservativo,
consejo sabio donde los haya. Habrás usado preservativo, ¿no? —le
pregunto a Alba.
—¿Habéis…? —cuestiona Amaia sin terminar la frase.
—Hemos —contesta sonriendo abiertamente.
Amaia se levanta y aplaude.
—No me lo puedo creer, Luna me va a hacer tía, y Alba va a ser algo así
como mi cuñada. Definitivamente, ese crucero se ha convertido en lo mejor
que me ha pasado en la vida.
—Teniendo en cuenta que te casas mañana con su segundo capitán… —
ironiza Alba
—Os juro que esto parece sacado de una novela —añado.
—Parece mentira que a estas alturas no sepáis que la realidad siempre es
mejor que la ficción.
Terminamos riendo, y yo, por supuesto, con un gran peso menos encima.
Las confesiones por partes.
—¿Y Lucho? —pregunta Amaia mientras comienza a quitarme las
horquillas.
—Tranquilas, que de eso me encargo yo —finaliza Alba.
Y creo que nunca jamás he percibido tanta resolución en su voz. Sí, no
hay duda alguna, creo que Alba tiene claro lo que quiere y luchará por ello.
Sin duda, me toca tomar ejemplo.
66
EL GRAN DÍA
DANTE
La noche ha sido, como poco, extraña. No he podido apenas hablar con
Amaia porque las chicas la han secuestrado. Algo de una tradición
ancestral. Así que el plan alternativo ha sido beber, beber y beber en
compañía de Nico y de Lucas. Algún baño en la piscina ha caído también y
ahora, cuando aún ni siquiera ha salido el sol y hemos perdido la noción del
tiempo, seguimos tumbados en una hamaca, con una toalla tapando nuestras
piernas para no ser pasto de los mosquitos.
—¿Estás nervioso? —pregunta Lucas—. Porque creo que, si fuese yo,
no habría podido dormir en toda la noche.
—No me habéis dejado dormir en toda la noche —finalizo acusándolos.
—Lo hemos hecho por tu bien, es algo así como tu despedida de soltero.
—La despedida de soltero ha sido estos cinco días en los que hemos
estado todos juntos. O esa fue la intención de Amaia desde un principio.
Omito que mi chica lo que pretendía, además de pasar tiempo con ellos,
es que se reencontrasen y solucionasen las cosas y parece que lo ha hecho a
la perfección.
—Hemos bebido poco para todo el tiempo que hemos estado juntos —
resuelve Nico al que tengo que darle la razón, la verdad.
—Hemos bebido poco porque hemos pasado mucho tiempo con ellas y
alguno de nosotros, mucho tiempo solo con algunas en concreto —les
acuso.
—A mí no me miréis porque yo he estado intentando poner las cosas en
orden con Alba —se justifica Lucas.
—¿Aún dudas? —le pregunto.
Además de beber, nos hemos puesto al día con las aventuras y
desventuras. También les he contado lo de mi hermano y la conversación
con el padre de Nico y Amaia.
—No quiero tener dudas, sin embargo, es imposible no hacerlo porque
ya me dejó una vez, ¿quién me dice que no lo hará dos?
—Dijiste que te había dicho que sentía algo por ti —le reprocha Nico.
—Y lo hizo, pero no quita que cambie de idea. En teoría, mañana
regresamos todos a nuestra vida, a lo de siempre y ¿si no hay cabida para
mí? A ese tipo lo tiene cerca, no sé…
—La distancia es una tontería. Las cosas cambian, Amaia se quedó
conmigo a pesar de todo.
—Amaia nunca dudó de sus sentimientos por ti. No podemos decir lo
mismo de Alba —argumenta Lucas y no podemos más que darle la razón
—. Ella dice que lo tiene claro, que no siente nada por él y que quiere
probar lo que pasará entre nosotros. Pero Alba no es una mujer segura de sí
y tengo miedo a que, cuando nos separemos para regresar en cierto modo a
nuestra rutina, vuelvan a surgir los fantasmas del pasado y que huya de
nuevo rompiéndome una vez más.
—Yo confío en Alba —la defiende Nico.
—¿Y Luna? —le pregunto ahora que veo la resolución en su mirada—.
Porque el único que tiene las cosas claras es Dante y se casa en cuestión de
horas —explica Lucas.
—Luna se viene conmigo. Antes o después, se vendrá conmigo o yo con
ella, da igual, el orden de los factores no altera el producto —especifica mi
amigo sin dejar de sonreír—. Ahora soy un desempleado más.
—¿Quién te hubiese dicho hace unos meses que subiendo a ese barco
acabarías loco por esa chica que te llama «chaval»? —le increpa Lucas
intentando burlarse de su amigo.
—Lo de chaval tiene su punto y me pone —se jacta el muy canalla.
—Lo mismo tu padre recapacita y puedes volver a la empresa —
murmuro.
—Lo dudo. Y dudo bastante de que mi sitio esté ahí —sentencia ahora
con la mirada perdida en la montaña escarpada que se visualiza desde
nuestra posición. Desde aquí no se ve la costa, tendríamos que acercarnos a
la barandilla que bordea la villa para hacerlo.
—¿En serio? —le pregunta Lucas—. Siempre has defendido esa empresa
a capa y espada. Pues sí que has cambiado, Nico.
Él asiente ante el comentario de su amigo.
—Supongo que es cuestión de prioridades.
—¿Eso quiere decir que si te ofrece volver dirías que no? —le pregunto
—. Yo creo que tu madre está pasándolo mal pero que, en el fondo, no tiene
el valor suficiente para enfrentarse a tu padre en todo esto, a mí me lo dio a
entender cuando hablamos y la verdad es que me da mucha pena que las
cosas se hayan dado de esta forma —les cuento.
—Tú tampoco lo tienes mucho mejor —murmura Nico—. Por lo que
sabemos, tu hermano no está muy dispuesto a nada.
—Y yo tampoco —le corto—. Es decir, no puedo negar que me duela la
situación tal cual está, el distanciamiento y todo eso, siendo mi hermano y
habiendo compartido todo lo que hemos compartido estos años, no
obstante, ya no me duele como antes.
—Aceptación —musita Lucas que nos ha dejado hablar a nuestras
anchas.
—Puede —murmuro.
—Seguramente —apoya Nico.
—Lo que tengo claro es que yo no voy a obligar a nadie a que forme
parte de mi vida. Me centraré en hacer feliz a Amaia y agradezco
enormemente que pueda contar con vosotros, al final, los dos sois de la
familia. Y el resto, estará si quiere y si no…
—Nadie es imprescindible —sentencia Nico.
—Exacto —finalizo.
Creo que terminamos sucumbiendo al sueño allí mismo. El barullo me
despierta y ni siquiera sé bien dónde estoy. Giro la cabeza y percibo el dolor
en el cuello, lo que me faltaba el día de mi boda.
El trasiego de personas se hace palpable. Telas, sillas, más telas, flores,
bolsas y mil cosas más son transportadas de un lugar a otro. Me levanto y
veo que Nico y Lucas siguen dormidos. Me acerco hasta la parte de la finca
en la que se va a celebrar el convite y observo cómo se encuentran
colocando una enorme mesa sobre un pasillo que han creado y tapado con
una alfombra. Varios pilares de madera también comienzan a alzarse para
tapar el techo de la mesa y proporcionar algo de sombra.
Me imagino la cara de Amaia cuando vea que todo eso que hemos
planeado va tomando forma.
Giro la cabeza y observo la ventana en la que deben de estar las tres
dormidas aún. Subo hacia mi habitación con la intención de darme una
buena ducha que me despeje y bajar a tomar un café.
Acciono el grifo y dejo que el agua caiga hasta que tome la temperatura
ideal para meterme bajo ella. Durante unos segundos me planteo la opción
de ducharme con agua fría para despejarme del todo y por si ayuda a mi
cuello. La noche ha sido inmejorable, hemos hablado mucho, nos hemos
sincerado los tres y eso creo que hace que nos hayamos unido algo más, eso
sí, dormir en una hamaca —si a eso se le puede llamar dormir—, no os lo
aconsejo.
Tuve mis dudas sobre cómo sería la relación con Nico porque ya Amaia
me había dicho que era un tanto especial y, al final, el hecho de que su
padre no ejerza como tal hace que Nico adopte ese papel. Sin embargo, no
puedo estar más tranquilo. Hemos conectado bien, hay una especie de
camaradería entre los tres y, en cierto modo, me recuerdan a Jota y Elías,
uno locura y otro sensatez.
Me meto bajo la ducha y comienzo a enjabonarme. Dejo que el agua
caiga sin ton ni son y me dejo llevar. Imagino todo lo bonito que nos depara
el futuro; a Amaia feliz con sus clases de danza. El tiempo que pasaremos
juntos embarcados. Nuestras vidas unidas, superando obstáculos,
discutiendo para, posteriormente, solucionarlo… Y me parece increíble que
aquel primer encuentro diese paso a la vida tal y como está planteada ahora.
Que ella tuviese el valor de tropezar conmigo, de buscarme, y yo cediese
como nunca antes había hecho.
—Mmmm, de todas las formas en las que podía haberte encontrado,
ninguna me resulta tan satisfactoria como esta. —La sonrisilla burlona de
Amaia me contagia—. Buenos e inmejorables días, cuore.
—¿No se supone que los novios no deben verse antes de la boda? —le
pregunto—. Algo de eso me dijisteis anoche antes de huir como unas
bellacas. —Le lanzo un beso, y ella me guiña un ojo.
—Eso son supersticiones. También se dice que no deberíamos casarnos
tan solo tres meses después de habernos conocido. Pero, como buena futura
esposa que soy, quería traerte café. Ahora bien, si llego a saber que te iba a
encontrar de esta guisa, habría venido antes con cualquier otra excusa
barata —resuelve sin perder la sonrisa.
—Si todo eso son tonterías, no habrá ningún problema si los futuros
novios toman una ducha juntos, ¿verdad? —le propongo tentándola
mientras llevo la mano hasta mi dura erección.
Amaia se retira de mi campo de visión y sale del baño. Suspiro,
frustrado, porque ahora a ver qué hago yo con mi amiga que se imaginaba
una fiesta privada.
Me giro y comienzo a enjabonarme. Quiero tomarme ese café bien
caliente.
Las suaves manos de la que será mi mujer en cuestión de horas me
envuelven el pecho y percibo su mejilla pegada a mi espada. Sonrío
triunfal. Me giro y me quedo frente a ella.
—¿Crees que será una superstición también que los novios practiquen
sexo antes de la boda? —me pregunta mientras desciende su mano desde el
pecho hasta mi polla que ha vuelto a entusiasmarse.
—Creo que tiene el mismo efecto que ponerse unas braguitas rojas la
noche de fin de año —matizo socarrón.
Ella sonríe y cabecea afirmando.
—No tengo mucho tiempo, si las chicas se despiertan y no me
encuentran me van a montar una buena por haberme saltado las normas —
argumenta.
—Las normas están para saltárselas y nosotros lo hemos hecho así desde
que nos conocemos. Se supone que yo era el segundo capitán del barco y
que no tenía que haberme enamorado perdidamente de una pasajera
descarada.
—¡Qué suerte que tuvo esa pasajera descarada! —afirma hablando de
ella misma en tercera persona.
—Qué suerte tuvo ese segundo capitán de conocer a una desvergonzada.
Llevo mis manos hasta sus muslos y la invito a que se encarame en mis
caderas. Hace lo propio y mi polla late contra su centro. Su boca viene al
encuentro de la mía y sus dientes muerden mi labio inferior, tirando de él
con fiereza.
—¡Cómo me pone cuando te comportas así! —mascullo con la voz
ronca, presa de la excitación. Es imposible que esté más duro de lo que
estoy ahora mismo.
Sitúo mi polla en la entrada y la observo mientras me voy introduciendo
en ella con lentitud. Amaia cierra los ojos y apoya la cabeza en la pared de
azulejos.
—Diossss mío —susurra con la voz entrecortada.
—Tu Dios no te va a salvar de esto.
Comienzo a bombear con fuerza, y Amaia intenta ir a mi encuentro. Sus
manos se ciernen en torno a mis hombros y aprieta con cada arremetida.
Nos miramos fijamente mientras me la follo contra la pared del baño sin
piedad alguna.
Sus ojos brillan excitados. Mi corazón late acelerado. Su coño oprime mi
polla. Mi polla se endurece mucho más. Se excita cuando gimo pegado a su
boca cuando entro todo lo que puedo en ella.
—No pares —me pide, me exige, me suplica.
—Nunca —le contesto.
El agua sigue cayendo sobre nuestros cuerpos. Mis manos en su culo
aprietan su cuerpo para provocar esa fricción que tanto le gusta a mi futura
mujer y ella grita. Grita con fuerza apoyando su frente sobre la mía.
—Me corro, me corro, me corro, me corro… —lo suelta de carrerilla con
la voz trémula por el orgasmo.
Los espasmos de su coño me provocan más placer, percibo el cuerpo de
Amaia desmadejado y entonces, solo entonces, me permito el lujo de
correrme dentro, de llenarla por completo y de dejarme ir en un ronco
gemido.
Este, señoras y señores, sí que va a ser un gran día.
67
DÉJÀ VU
LUCAS
Llevo un rato dando vueltas por la habitación cual perro enjaulado. No
tengo bien claro lo que hacer; una parte de mí —una muy insistente— me
pide que no le dé más vueltas al asunto, que me encamine en dirección a la
habitación de Alba y que, además de besarla con una intensidad tan
arrolladora como la que siento, le pida que deje todo y se quede conmigo,
esta vez de verdad.
Le he pedido tiempo. Lo he hecho, y ella ha aceptado sin protestar,
acatando mi petición sin mediar palabra, intentando acercarse a mí y
sonriéndome furtivamente cada vez que nuestras miradas veladas se
cruzaban. Y eso sucedía constantemente.
Estoy loco por ella, pero imagino que eso lo tenemos claro todos y desde
hace bastante tiempo, ¿no? Y, aunque quizá debería hacer caso a lo que la
otra parte de mi mente me dice, indicándome que ser prudente es la mejor
opción y la menos desoladora si se vuelve a ir, soy incapaz de evitar la
necesidad y el ansia que me corre por el cuerpo cuando pienso en ella. En
ella entre mis brazos.
Ayer, cuando la escuché hablar con su padre, sabiendo que en alguna
ocasión hacía referencia a mí sin importarle que yo estuviese presente,
atento a cualquier palabra que dijese, sentí que de verdad ella estaba
conmigo y solo conmigo, que esta vez sí estaba de verdad pensando en mí.
Esa misma sensación me embargó cuando escuché decir a Nico, lleno de
vehemencia, que Luna estaría con él sucediese lo que sucediese y me di
cuenta de que todos cometemos errores en esta vida; algunos se tiñen de
traición y otros de inseguridades, y Alba ha debido de sufrir todo este
tiempo y purgar sola sus propios miedos y estigmas, hasta darse cuenta de
verdad de que, ya no es cuestión de elegirme a mí o a Lucho, sino de
elegirse a ella principalmente. Ya sabéis lo que se dice; si estás bien contigo
mismo, lo demás llega solo para hacerte sentir más completo.
Salgo de la habitación con la certeza de que seguir, una vez más, el
dictado de mi corazón es la mejor decisión. Me planto frente a la habitación
de Alba y escucho risas dentro. No está sola, no obstante, no me supone
ningún impedimento.
Toco con suavidad y se hace el silencio. El resuello de unos tacones se
hacen eco en el espacio y la manecilla gira mostrándome la imagen de
Luna. Una Luna radiante y sonrío porque sé que Nico se va a volver loco
cuando la vea vestida de dama de honor.
—Alba, creo que es para ti. Un chico apuesto vestido de verde —le dice
entre risillas—. Pensaba que el único extravagante que había en este grupo
era Nico, pero veo que no. ¿De verde? ¿En serio?
—Deja que veas a Nico.
—¿Te cuento un secreto? —Sonrío, condescendiente, y asiento—. Me
muero de ganas de verle —susurra—. Pero no se lo cuentes —finaliza con
la mano en sus labios para que nadie la escuche, como si fuese un secreto
de verdad.
La figura de Alba se abre paso entre los dos y muero, juro y perjuro que
muero al verla vestida así, tan guapa, tan radiante, tan ella, tan todo lo que
un hombre enamorado puede soñar.
Le tiendo la mano, y ella sonríe con miedo antes de extender la suya e ir
al encuentro de la mía. La agarro como si fuese mi clavo ardiendo en esta
vida y tiro de su cuerpo. Trastabilla sin esperárselo y choca contra mi
cuerpo y la beso. Joder si la beso. La beso allí, con toda las ganas
contenidas que he tenido estos tres meses, con la necesidad de que su
ausencia se borre del mapa y con la seguridad de que si el destino nos ha
dado una segunda oportunidad no merecemos desaprovecharla.
Luna comienza a vitorear y a aplaudir y nos separamos. Alba se lleva las
manos a la cara y se esconde avergonzada.
—No vas a volver a ser esa Alba porque juro que no voy a dejar que lo
seas —resuelvo lleno de convicción.
Y de verdad espero que entienda que «te quiero» se esconde en cada una
de las sílabas que contiene esa frase y del convencimiento con que la he
formulado.
Me besa de nuevo, como si de sellar nuestro pacto se tratase, y Luna
carraspea.
—No quiero ser yo la que rompa la escenita, aunque ahora mismo me
muera de envidia y eso —bromea—, pero tenemos una boda que celebrar y
tenemos que bajar con Amaia, nos necesita como apoyo moral.
—Seguro que si Nico estuviese aquí se te olvidaría toda la
responsabilidad que ahora parece haberse adueñado de tu cuerpo —le
reprocha Alba.
—Sí, es probable, pero como no es el caso y la envidia me corroe, os
jodéis y esperáis como todo hijo de señor. Incluida yo.
—Nos vemos luego —afirmo dejándola ir.
—Nos vemos luego —me responde ella saliendo de la habitación y
caminando con Luna hacia la habitación de Amaia.
—Por cierto. —Frena sus pasos y me mira, conectando de nuevo
nuestros ojos—. Estás guapísimo.
Me encamino hacia la habitación de Nico y entro tras un par de toques
en la puerta.
Mi amigo me ve y me ofrece un trago de la copa que tiene encima de la
mesilla.
—¿Ya estamos así?
—Estoy nervioso. Mi hermana se casa, y Luna…
—La acabo de ver. Creo que se muere por tus huesos.
—Joder, y yo por los de ella. Mierda, Lucas, ¿qué coño voy a hacer? No
tengo ni puñetera idea.
Alzo los hombros y acompaño el gesto frunciendo los labios y la frente.
Le resto importancia.
—Lo que has hecho hasta ahora no ha estado tan mal si has logrado que
ella caiga rendida a tu mierda de encantos —bromeo. Me siento bien, me
siento feliz, me siento tranquilo.
Nico se mete en el baño para terminar de acicalarse tras dedicarme uno
de esos gestos obscenos y saco el móvil.
Alberto:
Creo que hay días en los que te levantas y sabes de antemano que los planetas se alinearán a tu
favor. Hay días en los que te das cuenta de que ser tú mismo te ha hecho conocer a alguien que de
verdad te completa y hay días en los que ese alguien se convierte en imprescindible, como el mismo
aire que respiras. Me he enamorado, Inkeri, ¿has sentido alguna vez eso? Solo me falta decírselo,
esas dos palabras tan importantes. Pero se lo diré, porque soy el valiente caballero de la armadura
oxidada.

Suelto el aire, alzo la cabeza y miro al techo.


—Parece que hubieses visto a un fantasma, Lucas.
—La quiero, Nico. La quiero de verdad.
Nico se acerca con la chaqueta color borgoña en la mano y esos botones
desabrochados que tanto le gusta llevar. Coloca su mano en mi hombro y
me da un par de leves y suaves palmadas.
—Mejor, así no soy el único que va a estar jodido por culpa de una
mujer.
—¿Jodido? —le pregunto irónico.
—Vale, vale, la verdad es que solo pienso en joderla, tú ya me entiendes.
Me extrañaba que Nico no hiciese alguno de esos comentarios tan
propios de él dadas las circunstancias.
Salimos de la habitación y bajamos. Vamos a compartir coche con Dante
e iremos los tres hasta la iglesia de San Michele juntos. Allí esperaremos a
que llegue la novia y las damas de honor, por supuesto.
Dante ya nos espera abajo dando vueltas como hacía yo hace unos
minutos en mi estancia.
—No sé si es el momento ahora o después, Dante, pero juro que si le
haces daño a mi hermana te romperé los brazos y las piernas y no podrás
volver a caminar en tu jodida vida, ¿lo has pillado?
—Alto y claro —le responde Dante frenando en seco.
—Bien —intervengo—, ahora que ya has ejercido de padre y hermano
mayor, es hora de que nos vayamos porque tienes una novia a la que esperar
—le digo a Dante— y una a la que llevar al altar —murmuro mirando a
Nico.
Asienten y caminamos hacia el coche que nos llevará a la iglesia.
Al llegar, me sorprende ver tan poca gente dentro. Sabía que iba a ser
una boda tranquila, nada de esos grandes eventos que se suelen preparar y
que solo acudiríamos las personas cercanas, no obstante, no pensaba que
fuese tan íntima.
Bajamos del coche y permanecemos en segundo plano, cabeceando y
asintiendo mientras Dante da la mano y agradece que los acompañen en ese
día. Saco el teléfono, que, aunque no ha sonado ni vibrado, miro por la
inercia de comprobar si me ha fallado algún sentido, y Alba me ha
respondido.
—La vas a ver ahora, no entiendo que estés pegado al teléfono.
Le dedico una mirada reprobatoria a mi amigo y contengo el impulso de
darle un empujón.
—Estás bonito tú para decirme nada cuando no dejas de mirar a
cualquier lado esperando a que llegue el coche para lanzarte a por tu bella
dama.
—Dama, dama… Yo no definiría a Luna como una dama, más bien
como una fierecilla —musita y se le ilumina el gesto al decirlo—. Y que
conste en acta que me encanta.
—Ah, ¿sí? Fíjate que no nos habíamos dado cuenta de ello.
—Chicos, este es mi padre, Amadeo. Papá, ellos son Nico, el hermano
de Amaia y Lucas, un gran amigo.
Le damos la mano, y el padre de Dante afirma y responde al gesto sin
mediar palabra.
Una mujer se acerca hasta nosotros y el gesto de ambos cambia. Sobre
todo, veo reflejada la tensión de Amadeo en su cuerpo.
—Mamá… —Dante le da un abrazo y le agradece que haya venido.
—No podía faltar a la boda de mi hijo y menos con una mujer como
Amaia.
Nico sonríe orgulloso cuando escucha el comentario de la madre de
Dante.
—Nico, el hermano de la futura novia.
—Marcella, la madre del futuro novio. Amadeo… —finaliza.
El padre de Dante cabecea afirmando de nuevo y se marcha. Más parco
en palabras, imposible.
—Bien, va siendo hora de que tomemos nuestros puestos, no quiero que
llegue Amaia y nos pille aquí fuera.
—Se van a retrasar —las acusa Nico—. Si ya de por sí siempre lo hacen,
imagínate hoy que la tradición las ampara. Nos daría tiempo de tomarnos
unas copas y regresar.
—Ni de coña —musito—. Ya nos la quiere liar.
—No puedo acudir borracho a mi boda, estaría mal —se defiende Dante.
—Vale, vale, con vosotros no hay quien pueda. Sois la alegría de la
huerta.
Entramos en la iglesia y nos sentamos en la primera fila. La madre de
Dante toma asiento al lado de Nico. El hermano no ha venido y sé que
Dante se siente mal por ello, pero no dice absolutamente nada al respecto,
creo que está resignado de la misma forma que estamos nosotros al saber de
primera mano que los padres de Amaia y Nico tampoco van a acudir al
enlace.
—Estamos los que estamos y somos los que somos…
—Y nos basta —me corta Nico al darse cuenta de por dónde van los
tiros.
Entablamos conversación con la madre de Dante y nos cuenta aventuras
de él cuando era niño, en alguna de ellas incluye a Fabio, su hermano.
Dante parece inquieto y da vueltas de un lado a otro.
—Han llegado —grita alguien desde atrás.
Se hace el silencio y contenemos el aliento.
Amaia aparece la primera, guapa a rabiar, elegante, preciosa, irradia una
luz y un brillo inigualable y le pongo la mano yo ahora a Nico en el
hombro.
—Está increíble.
—Creo que se me ha metido algo en el ojo —bromea apartando la
mirada.
Ese chico duro no lo es tanto… y luego me tachan a mí de oso amoroso.
Detrás de ellas se encuentran Alba y Luna, colocando la cola del vestido
para que todo sea perfecto. Nico va a su encuentro, pues es él el encargado
de acompañarla al altar. Se dan un beso y un abrazo y creo que lo que le ha
entrado en el ojo a Nico tiene forma de elefante.
Alba y Luna no van vestidas iguales, a pesar de que ejercen de damas de
honor. Han venido algunas amigas de Amaia y otras no, pero ella ha
decidido que sean Luna y Alba las que se encarguen de todo, y ellas se han
sentido importantes por ello.
El enlace se celebra con normalidad. Han decidido escribir sus propios
votos y leerlos en voz alta y cuando escuchamos cómo mencionan la forma
en la que se conocieron, el descaro de mi amiga, la insistencia por propiciar
que esos encuentros se diesen, los paseos por el barco, los besos furtivos…
Nos emocionamos.
Alba y yo cruzamos una mirada tierna, y Nico mira en dirección a Luna
sin perder la sonrisa.
Tras finalizar la boda, salimos mientras ellos se quedan dentro sacándose
fotos. Nos llaman por turnos para posar y entramos.
Me quedo perplejo cuando veo a la madre de Nico y Amaia en la iglesia,
al fondo. Sola.
—Nico…
Mi amigo cruza una mirada conmigo y al llevar sus ojos hasta donde le
señalo se queda perplejo.
—Mamá…
Nos dirigimos hacia allí sin pensarlo.
—Nicolás…
La madre contiene la emoción que la embarga y me siento orgulloso de
que haya acudido. De que se haya dado cuenta de que sí importa que esté
aquí, aunque sea sola.
Amaia nos observa desde el altar y, sin pensarlo, recoge su vestido y
camina con celeridad hacia donde nos encontramos.
Mariola la espera allí, nerviosa, sin saber bien cómo va a reaccionar, qué
dirá Amaia y si Nico será capaz de pronunciar alguna palabra. Alba se sitúa
tras de mí y nos cogemos de la mano. Amaia se lanza a los brazos de su
madre y escucho cómo solloza escondiendo su rostro en el cuello de ella.
Mariola ni siquiera parece la misma, es como si todo el nerviosismo se
hubiese esfumado de golpe y porrazo.
—¡Has venido! ¿Y papá? —Mariola niega con la cabeza.
—Papá se ha quedado en Madrid. He venido sola.
Amaia traga y la abraza de nuevo. Nico se une, y Luna le da la mano a
Alba. Dante se adelanta y habla.
—Soy Dante. Encantado, señora, me alegra mucho que esté aquí con
nosotros en un día tan importante como este.
—No podía perdérmelo por nada del mundo.
Se dan dos besos y todos sabemos que tienen mucho de qué hablar, pero
este no es el momento para ello.
Terminamos con la sesión de fotos y salimos a la plaza de la iglesia.
Lanzamos el arroz que Marcella se ha encargado de repartir en pequeñas
bolsas y aplaudimos cuando los novios finalizan en un pequeño pasillo de
personas que hemos hecho para poder vitorearlos como se merecen.
Alba y Luna cuchichean y las veo tensas, nerviosas y de repente todo
cambia. El ambiente jovial, distendido e incluso familiar, se convierte en
asfixiante, opresivo y angustioso. La noto temblar a mi lado, y a Luna
ahogar un gemido. Nico me mira. Yo miro a Alba. Alba mira a Luna. Luna
mira a Lucho, que se encuentra al final de la plaza, justo donde comienzan
los escalones. Amaia y Dante siguen saludando a las personas que allí se
encuentran y no se dan cuenta de nada.
Alba es la primera en salir a su encuentro, y cuando sus dedos y los míos
se separan vuelvo a revivir ese momento, a sentir ese déjà vu que viví hace
ya varios meses y vuelve todo a hacerse latente. La pérdida, los meses sin
ella, pero sin dejar de pensarla, su ausencia, leer todos y cada uno de los
mensajes buscando ese algo que me indicase que no era yo con el que
hablaba y coqueteaba, la elección, su huida y posterior distanciamiento, y
me reprendo mentalmente por no haberle hecho caso esta mañana a la parte
racional que me indicaba que, de no entregarme de nuevo, este sufrimiento
se evitaría, pero ese soy yo, el Lucas que no es capaz de pensar con la
cabeza, sino seguir al corazón.
Luna va tras su amiga, y Nico se coloca a mi lado.
—Joder, Lucas, joder…
Me sujeta del brazo para que le siga, pero me retiro y me suelto.
—Yo no voy. Ya fui una vez, estuve presente, y ambos sabemos lo que
eligió y lo que sentí después.
—Esta vez es diferente, Lucas.
—¿Diferente por qué? No es diferente, la escena se repite, y él está aquí
de nuevo. La otra vez fue casualidad que se encontrasen y esta vez ha sido
propiciado. Si él sabía que ella estaba aquí es por algo, ¿no crees? Se lo
habrá contado, lo mismo se ha burlado de mí todo este tiempo y vuelvo a
ser ese gilipollas que se la juega a una única carta para perder la partida y
terminar arruinado.
—No, Lucas, no —niega Nico exaltado—. Hay cosas que no sabes.
—Ya, claro, cosas que no sé. Como por ejemplo… ¿Que es un juego
para Alba?
Alzo la cabeza y la veo discutiendo con ese tipo, y a Luna nerviosa a su
lado mientras él la increpa.
—Mierda, ven y calla de una puta vez.
Escucho a Nico gritar cuando se da cuenta de que el tipo ahora se dirige
a Luna con furia. Amaia me mira, mira la escena y reacciona.
Viene a mi encuentro, tira de mi mano y la sigo casi que por inercia.
Dante viene con nosotros sin pensar.
Vaya mierda de escena para una boda, la verdad.
Alba se gira cuando ve que llegan Amaia y Dante y me mira con temor.
—Lo siento —se disculpa mirando a Amaia—. Esto no tendría que estar
sucediendo el día de tu boda.
«Ni ningún día», pienso.
—No te disculpes.
Nico toma el control de la situación y ahora parece un puto psicópata.
Empuja a Lucho y juro que no entiendo nada de lo que sucede.
—Tú, te has dedicado a mandarle mensajes a mi chica, amenazándola ¿y
ahora te presentas aquí? ¿Quién cojones te crees? —Lo empuja de nuevo.
¿Mensajes?
—¿Qué mensajes?
—Yo me enteré ayer —suelta Amaia tragando con fuerza.
—¿De qué?
—Alba tampoco lo sabía, nos enteramos a la par —la disculpa Amaia.
—Pero ¿qué me he perdido? —No entiendo nada. Miro a Dante, pero
veo la misma incertidumbre en su gesto—. ¿Alba?
Alba no entiende nada y solo gimotea. Se acerca hasta mí, pero me
aparto dando un paso hacia atrás y veo el reflejo en su mirada lleno de
dolor. Luna y Nico discuten con el tipo ese, y yo solo siento que me van a
traicionar de nuevo y que me han engañado. Que han representado el mejor
papel de sus vidas, y yo me lo he tragado como el mejor.
—Lucho cree que Luna es la culpable de que Alba lo haya dejado y la ha
estado acosando este tiempo con mensajes —intercede Amaia dándome
algún dato de lo que sucede. Me quedo perplejo, ¿qué tiene que ver Luna
con todo esto?
—No pensé que se fuese a plantar en la boda —añade Alba a lo que ha
dicho Amaia anteriormente.
—Nadie sabía que iba a aparecer aquí. ¡Nadie! —zanja Amaia—. Puto
loco descerebrado.
Alba me mira con intensidad y en sus ojos aparece una resolución que
nunca antes había visto. Se acerca hasta donde se encuentra Nico
discutiendo y no puedo evitar situarme al lado de Alba, la necesidad de
protegerla me posee y necesito, pase lo que pase, saber que está bien,
aunque no sea conmigo, pero que esté bien.
—Lucho… —murmura. Todos nos callamos expectantes, y ella
carraspea un poco intentando que la voz no se le atasque—. ¿Qué haces tú
aquí?
Para empezar, está bien.
—Venir a por ti —sisea el susodicho. Me observa con atención y sé que
me reconoce—. ¿Es él? ¿El mismo tipo del barco? ¿Todo esto es por él? Si
has querido castigarme porque fui yo el que te dejó plantada el día de
nuestra boda, ya está bien, es hora de que dejes de comportarte como una
niñita de papá y asumas las cosas con madurez. Lo de ojo por ojo y diente
por diente es una soberana estupidez —finaliza.
—Lo que es una soberana estupidez es que tú estés aquí —finaliza Nico
que se coloca delante de Luna.
—Veo que Luna ha encontrado quien supla el hueco que dejó el tonto de
Manu. Chica, qué lista eres y qué bien te lo montas —le reprocha.
—Gilipollas —musita Luna—. Largo de aquí —sentencia ella—, no
queremos a escoria en esta boda. La basura se queda abajo —le dice
señalando un contenedor.
El tipo se queda de piedra porque, desde luego, no se esperaba esa
respuesta por parte de Luna. Da un paso hacia adelante, pero Alba se coloca
frente a él y pone la mano sobre su pecho.
Ese sencillo gesto me escuece.
—Fuera —sentencia—. Quiero que te largues ahora mismo, te quiero
lejos de mi vida y lejos de la vida de Luna. Eres pasado y el pasado se
queda atrás. Esta vez, Lucho, no te elijo a ti. Nunca debería haberte elegido
a ti —matiza en voz alta y con determinación.
Alba me mira y lo dice todo sin necesidad de hablar. Sus pasos la llevan
hasta mí y se coloca justo enfrente. Mi mano se sitúa en su mejilla y la
acaricio dedicándole una sonrisa. Ya no siento desesperación ni miedo ni
desengaño, no siento inseguridad ni desilusión; todo eso solo da paso al
orgullo de tenerla conmigo, de tener la certeza absoluta de que han valido la
pena todas las vueltas que hemos dado porque siempre hemos estado
destinados a que este fuese nuestro punto de encuentro y que el resultado no
sea otro que el estar juntos.
Sus labios van en busca de los míos y escucho a Amaia suspirar,
emocionada, y a Luna aplaudir.
—Y todo es como siempre tuvo que ser —finalizo.
Nos besamos suave, con calma, con infinita ternura y temblamos uno en
brazos del otro.
—Ya te puedes pirar, gilipollas —le grita Luna.
Sonrío en los labios de Alba, y ella hace lo mismo.
Giro la cara para ver su gesto y me doy cuenta de que está furioso.
Lucho se acerca hasta Luna y la empuja. Nico reacciona, sujeta a Luna y la
protege.
—¡Cuidado! —grita Amaia—. Luna, cuidado. Sujétala, Nico, que no se
caiga porque Luna está embarazada.
68
¿CÓMO DICES?
NICO
El shock inicial ha dado paso a que mi corazón se salte varios latidos y
ese, a su vez, a incapacitarme para razonar con un mínimo de coherencia.
No he entendido nada de lo que han dicho, absolutamente nada.
Me he quedado en silencio. Yo, que nunca me he tenido por alguien a
quien sea fácil callar o dejar en evidencia, y ha sido tan sencillo como
pronunciar varias palabras para que eso suceda.
Me dijeron que no era el momento de montar una escena ni de llevarme
al hospital porque era la boda de mi hermana. La teoría está muy, pero que
muy bien, ahora, la práctica es bastante complicada de sobrellevar.
—Lucas, dime que no escuchaste lo que yo esta mañana.
Me han mantenido relativamente separado de Luna. Un poco por mi
gesto, otro poco por mi reacción, pero principalmente por el desconsuelo
que se refleja en el rostro de ella.
—Lo escuchamos todos y tenéis que hablarlo, sin embargo, y muy a mi
pesar, tienen razón cuando dicen que es el día de la boda de tu hermana y
que necesita ser feliz y recordar el día por lo que es y no por una escenita o
un drama. Hazme caso, acércate a Luna, sácala a bailar y no la armes
porque no es el día.
—¿Viste la cara de mi madre?
—No —contesta Lucas—, con la tuya tuve bastante.
—¿Qué voy a hacer?
—Dijiste que Luna estaría contigo pasase lo que pasase y creo que ahora
es un buen momento para que se lo dejes claro y le digas que la quieres.
—No sé si puedo con todo esto. De verdad. No sé ni siquiera cómo
reaccionar.
Dante se acerca hasta nosotros seguido de Amaia y me tiende una copa.
Me la tomo sin pensar.
—Nico…
—¿Lo sabías y no me dijiste nada? —le reprocho a mi hermana.
Cruzo una fugaz mirada con Luna y veo el reflejo del dolor en cada poro
de su piel.
—No soy yo la que tiene que decirte este tipo de cosas, ¿no crees?
—Alguien tenía que habérmelo contado. —Y sé que es Luna la que tenía
que haberlo hecho y también sé que habla la decepción.
Los dejo allí a los tres, plantados, escrutándome sin saber qué va a pasar
y cuál será el siguiente paso y tomo el valor de acercarme hasta ella, que se
encuentra con Alba apartada. Alba cruza una mirada conmigo y coloca su
mano en mi pecho temiendo mi reacción. ¿Es que nadie se da cuenta de que
merezco reaccionar como me venga en gana?
—No es necesario que hagas daño, Nico, de verdad que no es necesario.
Piensa antes de hablar —me aconseja.
Luna se gira y comienza a pasear, caminando sin saber adónde va a ir,
sin seguir ningún camino en concreto y me doy cuenta de que ni siquiera he
tenido un momento para decirle lo guapa que está y lo hermosa que siempre
me ha parecido.
Me coloco a su lado y andamos en completo silencio, sin saber bien qué
decir ninguno de los dos. Sé que los chicos siguen observándonos asustados
porque conocen el carácter que tenemos ambos y la cantidad de discusiones
que hemos tenido los dos en todo este tiempo.
—Nico, yo… no sabía ni siquiera cómo decírtelo. No es una excusa y no
me estoy justificando, solo te estoy diciendo la verdad.
Inspiro profundamente. Pensar antes de hablar. Pensar antes de hablar.
—Pues has tenido muchísimas ocasiones para hacerlo. —Y sí, es un
reproche porque de verdad que no soy capaz de verbalizar lo que siento de
una forma dulce y comedida—. Me has engañado, Luna.
—No, no, no —se apresura a añadir—, te lo iba a contar después de la
boda.
—No. No me cuentes milongas, Luna. Estuvimos la otra noche solos en
la piscina, podías habérmelo contado, haberlo hablado de frente y no tener
que enterarme de esta forma.
—No sabía que iba a aparecer Lucho y provocar esta escena.
—¿En serio me vas a decir esto? ¡Anda ya, Luna! Si hasta mi hermana lo
sabía, ¡mi hermana! —grito perdiendo los estribos—. Cuando el primero en
saberlo tenía que haber sido yo.
Definitivamente, la situación no tiene la mejor de las pintas.
—Se lo conté a Alba ayer. Ella tampoco sabía nada porque ni siquiera yo
tenía clara la situación, no obstante, necesitaba hablarlo con alguien,
contarlo y compartir la angustia. Y apareció tu hermana y me escuchó
decirlo. No estaba en mis planes que ella lo supiese.
—Pues ya ves, creo que se han enterado todos a la vez, incluido yo.
—Te digo, Nico, no era esa mi intención. Yo solo quería que todo saliese
bien, no romper el momento. El otro día, en la piscina, te noté cerca, a mi
lado, sin miedo y entregado, y si te decía eso era consciente de que te ibas a
retraer, que ibas a levantar un muro entre nosotros y que no estarías
receptivo. Que me ibas a apartar, perdona —confiesa abatida—, pero solo
quería sentirme querida de verdad, por una vez, quería saber lo que era ser
feliz con la persona a la que quieres.
Sé que tiene razón y no me sorprende en nada que me conozca de esta
manera porque, a pesar de que pueda parecer que hemos compartido poco
tiempo juntos, no es el tiempo en sí, sino la intensidad del mismo.
—¿Cuándo te enteraste?
Me muerdo la lengua de no preguntarlo, de no decir eso que bulle
dentro, de pensar antes de hablar y hacer caso, pero es que me arde, me arde
la necesidad de soltarlo.
—Lo supe dos semanas antes de que llegase la carta de Amaia. Es decir,
—se apresura a explicar—, está claro que tenía un retraso, pero se lo
achaqué a la situación: el distanciamiento con Alba, mi divorcio, sentirme
sola, las dudas que tenía por lo que sentía por ti y tu poco interés en este
tiempo que solo me demostraba que lo mejor era alejarme… Lo fui
postergando, fui aplazando la prueba, pensando que tarde o temprano se
solucionaría, hasta que me di cuenta de que dejar que se solucionase solo no
sería la mejor opción.
—¿Y? —le pregunto al darme cuenta de que se ha callado.
—Y me hice un test, dio positivo y estoy embarazada. Fin.
—Y no me lo contaste.
—No de primeras —niega.
—En cambio sí me contaste lo de Lucho.
—Técnicamente, no te lo conté, me robaste el teléfono. Y, luego…, en la
piscina… Me sentía mal, estaba triste, perdida y abatida y ¿qué te iba a
decir? ¿La verdad? ¡Tenía miedo! Miedo a esto justamente, a que me
apartases de ti, ¿es que no te das cuenta de que para mí es complicado? ¿No
ves que yo tampoco quería esto? ¿Acaso crees que yo pretendía pillarte o
algo así? No me conoces en absoluto, Nico —responde, enfurecida.
La Luna guerrera que conozco sale de nuevo a la luz y saca sus garras.
Perece mentira, me siento decepcionado, pero no deja de tener cierta razón
en sus palabras.
—Me has traicionado —finalizo. Lo de pensar antes de hablar ha
quedado en un mero intento.
—¿Eso es lo que crees? ¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?
Dos no follan si uno no quiere —me escupe llena de furia.
—¿Y quién me dice a mí que no has follado con otros? ¿O es que tengo
que pensar que me has estado guardando luto todo este tiempo? Fíjate,
follaste conmigo y ni siquiera te habías divorciado.
—¡Estaba separada, maldito gilipollas! No le quería y ya estaba
enamorada de ti —finaliza gritando—. Yo no soy como tú, imbécil —zanja.
Lleva sus manos a mi pecho y comienza a darme golpes, descargando
toda la rabia que le he provocado. Y se me parte el alma de verla así y sé
que la he cagado, que no he sido capaz de callarme y de dejar que se
explique. Que esto es difícil para ella tanto o más que para mí. Y la
entiendo.
—Luna…
—No, Nico, no… Déjame sola. Necesito que me dejes pensar. Has sido
cruel conmigo, me acabas de decir que soy una cualquiera y que he estado
follando con otros y ahora pretendo cargarte a ti un bebé, qué poco me
conoces. —Da un par de pasos hacia atrás y veo en su semblante la
decepción.
—Perdona, Luna, no es mi intención, pero entiende…
—¿Ahora tengo que entenderte yo? ¿Acaso has intentado tú entenderme
en este rato? He sido sincera contigo, te he dicho lo que he sentido, lo que
ha sucedido y te he explicado y juro que puedo entender que estés
enfadado, que te sientas perdido, tal y como me siento yo, sin embargo, lo
que no voy a permitir es que me trates como si fuese basura porque no he
permitido que nadie lo haga y no voy a permitir que seas el primero. Te
eximo de tus responsabilidades si es que crees que las tienes, Nico, hazte a
la idea de que esto que teníamos —dice alternando su dedo índice entre ella
y yo— se ha acabado o, mejor, que nunca ha empezado.
Alba y Lucas se acercan hasta nosotros, imagino que no han sido
capaces de apartar la vista de donde nos encontramos por si era necesario
actuar. Alba coge la mano de Luna, y ella esconde el rostro en su hombro.
Me siento mal, me parte el alma, pero no puedo… Estoy perdido y no sé
reaccionar de otra manera.
Las chicas se marchan y doy un par de pasos para ir tras ellas. Quizá si
reformulo la situación, si la dejo hablar y explicarse una vez más, contarme
cómo se siente de forma pausada y sin reproches y decirle cómo me siento
yo, que ella está perdida, pero yo también. Decirle que buscaremos una
solución y que no quiero perderla…
—No, Nico, ahora no, mejor que dejes que todo se tranquilice, a que se
calme ella y te calmes tú porque no has enfrentado la situación de la mejor
de las maneras si ha terminado así y no con ella en tus brazos.
—¿Y qué coño esperabas? —le grito. Empujo a Lucas y me quedo en el
suelo, acuclillado, con las manos enredadas en mi pelo.
—Que te hicieras responsable de la situación. Vas a tener un hijo, con
una chica de la que estás enamorado o ¿acaso ya se te ha olvidado que
dijiste que Luna estaría contigo pasara lo que pasara? —me repite.
—Ya sé lo que dije. —Y no hablo solo de la conversación con ellos de
anoche, sin ir más lejos, tengo presente lo que le acabo de decir y lo que ha
provocado.
—Pues solo tenías que haberlo cumplido, Nico. Ni más ni menos.
—No sé hacerlo de otra forma —me incorporo y me quedo frente a mi
amigo.
—Sí sabes hacerlo mejor. Estás perdido, lo sé, no obstante, Luna no está
mucho mejor que tú.
La veo adentrarse entre la gente, cogida de la mano de Alba y me siento
patético por haberle dicho todas y cada una de las cosas que le he dicho.
—Tengo que ir con ella.
—Sí, tienes que hacerlo, sin embargo, ahora no. Deja que se calme, que
hable con Alba y que la tranquilice. Esa que está ahí —me dice señalándola
— es tu chica y la madre de tu hijo. Compórtate, Nico.
—¿Y si no sé solucionarlo? ¿Y si el miedo me puede y me paraliza de
nuevo?
—Yo confío en ti. Amaia confía en ti. Ellas confían en ti, aunque ahora
estén dolidas contigo. —Y habla de Alba también, que me dijo cómo tenía
que actuar y no le hice caso alguno—. Sabes hacerlo, es más, ya lo has
hecho cuando te posicionaste del lado de Amaia dejando a tus padres en
segundo plano. Eres un buen tío, Nico, solo tienes que centrarte y seguir, de
verdad, el dictado de tu corazón. Y arriesgar porque vas a perder a la mujer
de tu vida.
Ahora mismo, quisiera ser Lucas y tener su determinación y agallas
porque lo único que siento es pena de mí mismo. Soy patético…
«Quería saber lo que era ser feliz con la persona a la que quieres». Y
siento, por primera vez, miedo. Miedo a que ella no esté para hacerme feliz
como solo Luna sabe.
69
POR LOS VIEJOS TIEMPOS
DANTE
—¿Crees que todo se va a solucionar? No dejo de darle vueltas a lo
ocurrido. Yo… en cierto modo soy la culpable de que las cosas se hayan
dado de esta manera —me cuenta Amaia apesadumbrada.
Freno en seco mis pasos. Estamos en medio de un baile, uno de esos que
marca la tradición y sé que Amaia está preocupada. Lo veo en sus ojos
desde hace mucho rato, aunque no se haya atrevido a decir nada hasta
ahora.
—Mírame —le pido. Amaia alza su cara y nos observamos fijamente—.
No es culpa de nadie. Sinceramente —le digo mientras reanudo nuestros
suaves movimientos—, no entiendo esa manía que tenéis todos de buscar
un culpable por cada cosa que sucede. A veces, todo pasa porque tiene que
pasar y no porque nadie haya intervenido en el curso de los actos. Nico iba
a enterarse tarde o temprano de la situación y permíteme que cuestione que,
de una forma u otra, es probable que hubiese reaccionado de esa manera
porque es una noticia inesperada.
—Pero es una noticia increíble. Yo estaría feliz si estuviese embarazada,
aunque fuese por accidente. ¿Y tú…? —Deja la pregunta en el aire y me
escruta de nuevo buscando mis reacciones.
—Yo estaría feliz también, mucho, Amaia, que no te quepa la menor
duda —le susurro al oído—. Esta es la primera travesía en la que tengo
miedo a embarcarme porque no sé qué nos deparará el futuro, pero tengo
claro que lo importante nos guía y es el amor. No dudes nunca de lo que
tenemos y habla conmigo de lo que sea y cuando sea, sin secretos —le pido.
—Nunca hemos tenido secretos entre nosotros, salvo ese pequeño detalle
de si llevabas o no ropa interior bajo el traje, no obstante, yo misma me
encargué de aclarar esas dudas.
Su comentario me hace reír y la aprieto contra mi pecho. Me parece
increíble sentirme tan completo como me siento con ella entre mis brazos.
—Nico y Luna solo necesitan espacio y aclarar las cosas y no pasa nada
tampoco si ellos, al final, deciden ir cada uno por su lado.
—Pero ¡ellos se quieren, Dante!
—Sí, no dudo que se quieran, y ambos lo sabemos, pero también
debemos entender que a veces las circunstancias impiden que todo sea
bonito y perfecto.
—Yo quería que todo saliese bien. Mira a Alba y Lucas, están juntos.
Por fin Alba se ha decidido y ha apostado por Lucas y lo ha demostrado
allí, delante de todos. Alba ha tenido miedo todo este tiempo, ha sido frágil
y ha estado rota, no obstante, se ha dado cuenta de lo que quiere y lo que
debe hacer para conseguirlo y se ha jugado la partida a una sola carta. Estoy
orgullosa de ella. Mucho —finaliza mi esposa.
—Y yo me alegro por ellos, sin duda, por todos. Y confío en que Nico y
Luna hablen y se sinceren.
—Mi hermano es un obtuso.
—Tu hermano también está perdido, Amaia. Piensa que todo esto es
nuevo para él. Mírale, está abatido.
Amaia gira su cara y se centra en su hermano. Sigue con una copa entre
sus dedos y mirando el mantel que hay debajo de ella con fijeza.
—Voy con él.
Asiento.
—Me parece una idea increíble.
Amaia se separa de mi cuerpo y me siento afortunado de haberla
encontrado. Cruzo una mirada con Elías y Jota, que están bailando. Elías,
por supuesto, con su mujer, y Jota con alguna amiga de Amaia.
—Dante… —Amaia regresa sobre sus pasos y se planta frente a mí—.
Soy la mujer más afortunada que existe y te quiero hasta el infinito y más
allá.
La sujeto de la mano y la acerco hasta mi cuerpo. Le doy un tierno beso
y me abraza muy, muy fuerte antes de separarse de mí e ir en busca de Nico,
que intenta sonreír cuando ve que su hermana se acerca. Niega un par de
veces, pero termina cediendo y acompañándola a la pista de baile. Otra cosa
no, pero mi mujer es cabezota y lo que quiere lo consigue; para muestra, un
botón, ¿no?
Aprovecho el momento de tranquilidad para dar una vuelta por la finca.
Siempre me ha gustado esta casa, siempre que pasaba por delante de ella, y
la veía abandonada, imaginaba que un día sería mía. Es más, siempre se lo
dije a Fabio, y él, cómo no, se reía de mí y me decía que la vida cambiaba
mucho y que, lo que quizá hoy me gustaba, mañana no. Y no pudo estar
más equivocado.
Decido dar un rodeo por la casa y bordear las zonas. Disfrutar de las
vistas del acantilado que se abre ante nosotros y de la costa escarpada que
hay debajo. Y allí me encuentro a mi madre. Mirando hacia el infinito.
—Impresionantes, ¿verdad? —Parece intuir mi llegada.
—Verdad —me responde—. Siento que no haya venido, Dante.
Sé a quién se refiere.
—No pasa nada, se lo dije a Amaia y lo repito. No siempre pueden ser
todos los finales felices.
—Ella lo intentó y yo también —me explica.
—Y os lo agradezco a ambas. —Le doy un beso a mi madre mientras
prosigo el paseo por la casa.
La verdad es que me duele la situación. Me duele que mi hermano haya
decidido que no vale la pena intentar solventar las cosas y que no haya
entendido que yo, de verdad, no me posicioné del lado de nadie. Pero Fabio
siempre fue así, un hombre que no se dejaba doblegar y que si tomaba una
decisión sería inamovible. Y luego me decía a mí que las cosas hoy podían
ser de una forma y mañana de otra…
Paso por la entrada principal y me fijo en que el chico encargado de los
coches no está en su sitio. Avanzo con paso decidido, por si ha sucedido
algo inesperado y lo veo al final, hablando con alguien.
Conforme me acerco, la sensación de que mis ojos me juegan una mala
pasada se intensifica y que, quizá, toda esta situación me hace imaginar que
ese que está con el aparcacoches es mi hermano.
—Dante —musita cuando llego hasta su altura.
—Señor, no sabía quién podía ser y le estaba explicando que es una
celebración privada.
Asiento.
—No te preocupes, es mi hermano. —El chico se sorprende e imagino
que no entiende cómo es mi hermano y no ha llegado antes cuando
llevamos horas y horas ya de festejo—. Fabio. —Le tiendo la mano a modo
de saludo, y él la acepta sin reticencias—. ¿Cómo estás? ¿Quieres pasar? —
le pregunto.
Niega en repetidas ocasiones y no quiero forzar la situación.
—Enhorabuena —me dice—. Me alegra que hayas sentado la cabeza.
—Lo mismo podría decirte yo. Pero llego tarde, bastante, creo.
Asiente en esta ocasión entendiendo mis palabras.
—No vengo a pedirte disculpas ni a solucionar nada, Dante. Ya sabes
que soy muy pragmático y no me andaré con rodeos. Amaia me dijo varias
cosas que me hicieron dudar, una de ellas, que al final tú no te habías
posicionado del lado de nadie y que todo era un malentendido. Que ambos
éramos víctimas y…
—Y tiene razón —le interrumpo. Puede que sea la primera vez que
puedo hablar frente a frente con mi hermano—. Es que ya si tiramos de
sentido común, Fabio, deberías darte cuenta de que en una ruptura todas las
personas sufren. No eres tú o yo, es mamá y papá, que de repente se vieron
con una situación que los ha sacado de su zona de confort. Mantienes una
relación con mamá, pero a papá y a mí nos dejaste de lado como si ambos
fuésemos los culpables y no es así. Ninguno de los dos hizo nada para
dañarte.
—¿Eso crees?
—No, no lo creo, lo afirmo —sentencio rotundo—. Lo que pasa, Fabio,
es que no has dado la oportunidad a nadie de hablar, has sido juez, y
nosotros, los demás, hemos sido reos.
Mi hermano chasquea la lengua y desvía su mirada de la mía.
—No sé si es el día más indicado para que hablemos de esto.
—Cualquier día es indicado si se quiere. Puedes pasar, bailar con mamá
y darle dos besos a Amaia.
—Mi familia se ha quedado en Roma —me explica.
—Tendrías que haberlos traído, ellos también son bienvenidos en esta
casa.
Fabio sonríe, condescendiente, y se fija en el edificio.
—Al final lo conseguiste.
—Siempre consigo lo que me propongo, menos arreglar las cosas
contigo, eso es obvio que salió mal —ironizo—. Aunque nunca pierdo la
esperanza —añado.
Mi hermano da unos pasos y se coloca a mi altura.
—Anda, llévame con tu mujer, quiero darle la enhorabuena.
Asiento y entramos en completo silencio. Amaia sigue bailando con
Nico, pero alza la vista y nos ve a ambos. La sorpresa se refleja en su rostro
y su gesto se dulcifica.
Sin duda alguna: un pequeño paso para Fabio, un gran paso para Dante.
70
DONDE CABEN DOS, CABEN TRES
ALBA
Las cosas se han desarrollado de una manera bastante extraña. Y defino
extraña para que me entendáis: Lucas y yo estamos juntos, pero separados.
Es decir, nos hemos dado una oportunidad y no pensamos desaprovecharla
ninguno de los dos. He apostado por él con todas las consecuencias y creo
que he conseguido que se dé cuenta de que lo único que quiero, esta vez de
verdad, es ser la Alba libre que siempre me he jactado de alardear. Una
Alba que toma las decisiones sin pensar que al final todo se pueda ir al
traste, una Alba que sigue siendo frágil y que necesita a Luna a su lado
como la madera a la que te aferras en un naufragio, pero decidida a apostar
por lo que tenga que suceder sin miedo a perderme nada por el camino.
Amaia y Dante, obviamente, están felices como perdices y se han ido de
luna de miel, una de verdad, nada de un viaje como el mío que, al final, se
convirtió en mi salvavidas personal y me hizo darme cuenta de que los
caminos son infinitos y sorprendentes.
Luna… Lo de mi amiga es harina de otro costal.
Todos esperamos con los dedos cruzados a que la situación se calmase
para que, al menos, pudiesen mantener una conversación racional sobre el
futuro de ambos, fuese juntos o separados, claro. Pero no se dio como
esperábamos. Nico estaba algo ebrio, y Luna se negó en rotundo a que le
hiciera daño. Pasamos la noche juntas, abrazadas, llorando por la
incertidumbre de lo que se avecinaba y le pedí mil veces perdón por ser tan
egoísta y pensar únicamente en mí y en mis miserias esos meses en los que
estuvimos separadas. Ahora entiendo bien esa frase de la que hizo alusión
cuando comentó que me había necesitado, y yo no había estado para ella.
Fijaos cómo funcionan las cosas, yo la necesito como mi bote salvavidas, y
ella me ha necesitado a mí y su bote hacía aguas por todos lados. Lo que
muestra y demuestra que Luna puede tener mil taras, pero es la mujer más
fuerte y con más tesón que haya conocido jamás.
Lo que quiero deciros con todo esto es que no solventaron nada, no
llegaron a ningún acuerdo y nos fuimos sin más. Y la incertidumbre, en
varios sentidos, es lo que está consumiendo a mi amiga.
—¿Crees que todo va a salir bien, Alba? ¿Que no habrá ningún
problema?
Estamos en la consulta de su ginecólogo, esperando a que nos atienda,
para comprobar lo que el test de embarazo le dijo hace casi dos semanas.
No pude contener la emoción cuando, esta mañana, se plantó en mi trabajo
para decirme que necesitaba que la acompañase y lo habría hecho a
cualquier lugar porque las tornas parecen haber cambiado y la que se siente
desprotegida y frágil es mi amiga ahora y me toca tomar las riendas.
—Todo va a salir mejor que bien, Luna, no tengas duda alguna.
Mi teléfono suena y lo saco del bolso con premura.
—¿Alberto? —me pregunta Luna.
Cabeceo afirmando, pero no puedo evitar lo mal que me siento al pensar
en cómo todo se ha desarrollado y en que ahora mismo yo me siento feliz y
ella no. Nos merecemos todas un final de cuento, mi amiga también, porque
ha sufrido.
Alberto:
Querida Inkeri: no me tomes como un sensiblón del tres al cuarto, pero tengo que contarte que
me he enamorado perdidamente de una chica, cosa que intuyo que ya sabes. También quiero contarte
que hemos pasado por malos momentos y por otros muy buenos, como todos en la vida, pero lo que
me tiene preocupado es la necesidad que tengo de correr a su lado, de besarla cada segundo, de
despertar abrazado a su cuerpo y… ¡joder!, de enterrarme en ella un poco también. La echo de
menos, Inkeri, mucho. Espero que sea mutuo.

Me ruborizo un poco cuando leo su mensaje. He descubierto que


una persona puede tener muchas facetas y te puedes enamorar de todas y
cada una de ellas.
—Le contesto después, ¿vale?
—Por mí no te preocupes, yo me alegro por vosotros, de verdad —me
dice clavando la mirada en mí. Veo sinceridad en sus ojos, no obstante, me
siento mal igualmente.
—No puedo evitarlo, Luna… —le confieso.
—La vida es así, Alba. Y, te digo algo, no quiero a nadie a mi lado por
pena o por compromiso. Esta es una situación anormal, pero saldré de ella
también.
—Saldremos —la corrijo.
—Tu padre me ha dicho eso esta mañana, cuando desayuné con él.
—¿Desayunaste con mi padre? —le pregunto—. No me ha dicho nada
cuando llegué.
Luna sigue teniendo unos días libres, y yo, por el contrario, he vuelto a
mi rutina habitual.
—Estuve por allí, para contarle todo y ponerle al día. Y estaba con Lupe
—me suelta con socarronería.
—Ya, ya… Creo que por fin las cosas fluyen entre ellos.
—¿Y? ¿Ahora me crees? —me suelta—. Porque podría poner los ojos en
blanco como tanto me gusta, y tú odias, y decirte eso de… «¡Te lo dije!».
—Vale, vale —me apresuro a añadir—. Tú te diste cuenta mucho antes
que yo, ya sabes, estaba metida en un bucle de negatividad que me
empeñaba en ocultar bajo una seguridad que no sentía y dudaba de todo. Y
así me fue —le explico recordando cómo todo eso me llevó a dejar a Lucas
plantado en el barco tras confesarme sus sentimientos y yo volver a elegir a
la persona equivocada.
Luna se alza de hombros tras mi explicación.
—¿Has visto a Lucho?
—He quedado con él ahora.
—¿Quedar? ¿Hablas de…? ¿No irás a…? —Tres preguntas y dos
inacabadas.
—No —niego con efusividad—. Solo creo que es el momento de que
hablemos, de dejar las cosas claras y de cerrar una etapa.
—Ese gilipollas no se merece ni un minuto de tu tiempo.
—No importa. No será tiempo desperdiciado, ni mal invertido, si al final
consigo quedarme tranquila y exponer lo que pienso y siento.
—Tú verás… —murmura mi amiga poco convencida.
—¿Luna? —La enfermera que nos atendió al llegar a la consulta sale en
busca de mi amiga.
—Creo que es mi turno.
—¿Quieres que entre contigo o prefieres…? —Ahora la que no finaliza
la frase soy yo.
—No, no, al matadero vamos juntas.
Sé que intenta romper el momento de tensión, pero me atrevo a afirmar
que mi amiga ahora mismo tiene un nudo en el estómago que ni los de los
barcos atracados en puerto.
Caminamos de la mano hacia dentro de la consulta. El médico nos sonríe
nada más entrar y nos invita a sentarnos.
—Veamos… —comienza.
Le hace una serie de preguntas a mi amiga. Último período, reglas,
regularidad, relaciones sexuales… Tras terminar y anotar todo en su
informe, la enfermera le pide a Luna que se quite la ropa y se ponga una
bata de esas. Mi amiga se esconde tras el biombo y sale. Le sonrío al verla
salir y os juro que me siento tremendamente orgullosa de ella.
—Vamos, Luna, que nosotras juntas podemos con todo —le digo con
sinceridad. Omito que mataría a Nico y eso, porque no es momento de
hacerla sentir mal.
—Túmbate.
Sin soltar nuestras manos, mi amiga se tumba en la camilla y me coloco
a su izquierda para que el doctor comience con el proceso. Vierte un poco
de gel espeso en su abdomen y comienza a extenderlo con el ecógrafo.
De repente, en esa pequeña habitación, se hace eco un sonido acelerado.
—Eso que escuchas es el latido del corazón —explica sin apartar la vista
de la pantalla.
—¿Es normal? —pregunta Luna asustada. Yo estoy igual.
—Sí, es normal que sea tan acelerado al principio. —Y vuelve a callarse.
Parece una carrera de caballos y no es coña—. Bien, veamos, parece que
está todo correcto. Voy a proceder a medirlos y si quieres, puedes llevarte
una foto para que le enseñes a sus pequeños retoños al padre.
Si me pinchan, no sangro. Mi amiga está lívida.
—¿Retoños?
El doctor parece caer en la cuenta del impacto que provocan sus palabras
en las dos, sobre todo, en Luna.
—Son dos niños, Luna.
Mi amiga cruza una mirada estupefacta con el doctor, otra conmigo y
juro que no quiero, que intento contenerme, pero las carcajadas salen de mi
boca sin control.
—Maldito chaval, maldito sea, maldita su puntería, no tenía suficiente
con hacerme un hijo, sino que me hace dos. Todo lo imbécil que es él, lo
tienen de espabilados sus soldaditos. Lo voy a matar. Lo mataré con mis
propias manos —finaliza mi amiga.
Sé que no lo dice en serio, pero la convicción con la que lo formula hace
que me tiemblen las piernas hasta a mí. Pobre Nico. No le queda nada…
Tras el shock inicial, y después de contarle a mi padre todo lo sucedido,
risas incluidas. Me encuentro en la cafetería con la que he quedado con
Lucho.
Decido enviarle un mensaje a Lucas porque no respondí esta mañana al
suyo.
Inkeri:

Sé exactamente cómo te sientes, querido amigo, porque yo también he encontrado el amor y no


solo eso, sino que me he dado cuenta de que cualquier cosa que haya habido antes no le hace sombra
a mis sentimientos. He tardado mucho en darme cuenta, es como cuando te vas de pesca y pasas
horas y horas esperando a que un salmón se digne a picar el anzuelo, pero que, cuando lo hace,
sientes que todo ese tiempo de espera bien ha valido la pena.

Un par de carraspeos me hacen alzar la vista de la pantalla justo


después de terminar de enviar el mensaje. Frente a mí, aparece un Lucho al
que ni siquiera reconozco.
—¿Puedo? —me pregunta.
—Obvio —respondo y mi voz suena altanera, aunque no pretenda que
así sea.
Permanecemos un tiempo en silencio, sin embargo, he venido aquí para
dejar todo esto atrás.
—Escucha, Lucho… —Tomo aire y me enfrento a la situación—. Hubo
un tiempo en el que creí que estaba completamente enamorada de ti, que
eras lo mejor que me había pasado en la vida y por eso, cuando me dejaste
plantada el día de nuestra boda, solo sentí desprecio hacia ti por culpa de tu
traición. No entendía qué había hecho mal, qué faltaba para que todo
sucediese como sucedió y me empeñaba en dejarlo atrás, sin conseguirlo,
claro.
—Alba, yo me equivoqué…
Asiento.
—Bien. En realidad, yo creo que hiciste lo que debías y me salvaste la
vida, es más, creo que te la salvaste a ti mismo también.
Lucho parece digerir mis palabras y entonces niega en varias ocasiones.
—Sentí miedo —añade—. Miedo al compromiso, a lo que implicaba eso
y ahora me doy cuenta de que no tenía que haber sentido eso porque éramos
tú y yo, solo…
—Éramos, exacto —sentencio para que lo entienda, aprovechando la
coyuntura de sus palabras.
—No, no —apostilla, apresurado—, somos, podemos serlo, podemos
resolver las cosas —me pide.
—¿No te das cuenta de que yo no siento nada por ti? Es más, ni siquiera
tú lo sientes por mí, Lucho, si hubiese sido así no me habrías dejado
plantada el día de nuestra boda, no habrías tenido dudas…
—Tú también tuviste dudas con ese chico, porque te fuiste conmigo,
bajaste de ese barco conmigo y estuvimos juntos unos meses —me
recrimina.
—Sí, tienes razón, tuve dudas… de mí. No de él, ni tú tuviste nada que
ver. Tuve miedo porque no sabía qué hacía, porque hacía poco que me
habían roto el corazón, que me habían dejado plantada en mi boda y
entonces creí que todo eso podía ser porque te quería, sin embargo, sabes
tan bien como yo que estuve tres meses ausente, distante y que nuestra
relación nunca fue la misma. Estuve tres meses releyendo los mensajes que
intercambiaba con él, imaginando sus labios sobre los míos cada noche
antes de dormir y pensando en cómo se sentiría él, si me recordaría como
yo le recordaba y eso, nunca jamás, me sucedió contigo —matizo.
—Alba…
—Contigo solo sentí resentimiento y dolor, fragilidad porque no
entendía lo que había pasado. No vi venir nada. Absolutamente nada. Y
solo te equivocaste en algo.
Lucho me mira, apesadumbrado, no obstante, no siento absolutamente
nada por él y cada vez estoy más segura.
—Tú dirás.
—Te equivocaste en culpar a Luna de nuestra ruptura…
—Ella siempre ha estado en mi contra, nunca le he gustado, siempre lo
he sabido.
—Cierto —confirmo—. Aunque nunca jamás ha actuado en tu contra, ni
ha confabulado para que tomase una decisión que nos separase, me dejó ser
yo y elegir porque eso es lo que hace alguien cuando de verdad te quiere,
dejarte elegir —finalizo.
—Lo que me pides…
—No, Lucho, no. No te equivoques —me apresuro a intervenir de nuevo
—. No te pido nada, no te exijo nada, ni siquiera una explicación por tu
comportamiento, por dejarme, por actuar de forma tan rastrera con Luna o
por presentarte en la boda de mi amiga pretendiendo romper la magia de
aquel momento. Esta conversación es únicamente para darte las gracias. Te
agradezco que me hayas dejado, que me dieses la oportunidad de abrir los
ojos, de hacerme fuerte y grande, de caerme y equivocarme porque gracias
a todo eso, yo soy la que soy y puedo afirmar que estoy enamorada, pero
esta vez de verdad, sin miedos, sin medias tintas, sin dudas ni
incertidumbre, solo con ansias de descubrir lo que me espera con Lucas y
de luchar por él con uñas y dientes.
—Entonces…
—Entonces, Lucho, gracias, de corazón. Gracias por dejarme ver lo que
de verdad quiero en mi vida.
Lucas entra en la cafetería en la que nos encontramos sentados y tuerce
el gesto cuando me ve sentada compartiendo espacio con él. Nuestros ojos
conectan y le sonrío para trasmitirle confianza, para que crea en mí y que
vea el reflejo de lo que siento. Seguro que Luna le ha contado dónde estoy.
Amaia, Dante y Nico entran tras él, no obstante, esperan a un lado.
Cuando llega a mi altura, me levanto, le abrazo y le doy un beso suave y
tierno.
La silla hace ruido cuando Lucho se incorpora.
—Le debes una disculpa a Luna —le digo. Dudo de que lo haga. Su
rostro lo dice todo—. Gracias, Lucho. —Le tiendo la mano a modo de
despedida. Lucho no me devuelve el gesto. Se marcha contrariado de allí.
—¿Le has dado las gracias a ese imbécil? —me pregunta Lucas atónito.
—Por supuesto. Gracias a él, soy consciente de lo que quiero y de lo que
no.
—¿Y qué quieres? —me pregunta. Los chicos llegan a nuestra altura y
nos rodean.
—Te quiero a ti, mi osito amoroso.
Me envuelve entre sus brazos y me aprieta contra su cuerpo.
Y dice de nuevo Jarabe de Palo que qué bonito es el amor, más que
nunca en primavera y mañana sale el sol, porque estamos en agosto. Y sí,
qué bonito es el amor cuando es de verdad. El más bonito y puro que puede
existir.
71
COMO ÉRAMOS POCOS, PARIÓ LA
BURRA
LUNA
Tercer bote de helado de galleta Oreo. De esta acabo rodando o varada
como una ballena frente a la costa. O las dos cosas, dadas las
circunstancias.
—Puñetero imbécil. ¿Quién me habrá mandado a mí? Pero si la culpa no
es mía, es de ese chaval que va con cara de pillo, con los botones
desabrochados provocando subidas de temperatura, y una, pues claro, con la
sequía que carga se te presenta la oportunidad y mira… ¡Cerrar las piernas,
Luna! Si solo tenías que cerrar las malditas piernas.
Tercer bote de helado que ya va mermando y si sigo de esta manera
terminará siendo un cuarto. Y todo en un día.
La noticia ha sido inesperada. A ver, las noticias últimamente parece que
lo son. Primero embarazada y ahora resulta que la puntería y la velocidad
son dos cualidades a tener en cuenta si de Nico y sus espermatozoides
hablamos. Me reiría, lo juro, lo haría si no me sintiese tan perdida y tan
decepcionada con cómo se han desarrollado los hechos.
Y está mal que le haya echado la culpa a él porque es verdad eso que dije
de que dos no follan si uno no quiere y… ¿a quién pretendo engañar? Si
llevo queriendo follar con Nico desde casi el primer instante en el que lo vi.
Resulta tan lejano el día en el que hablamos en el barco sobre el amor a
primera vista y me impacta mucho más la evolución que hemos tenido los
seis desde entonces. La única que lo tuvo claro desde el principio fue
Amaia, aunque Lucas tampoco dudó en defender su argumento, y el resto,
con nuestros más y nuestros menos, creo que pusimos todas y cada una de
las pegas plausibles para esquivar lo que ya desde entonces nos hacía
tambalear la negativa ante ese suceso inesperado. Y eso me lleva a
reconocer que Nico me gustó desde el principio, claro, a ver a quién le
amarga un dulce, sin embargo, fue el paso de los días lo que me hizo
enamorarme de él.
No puedo siquiera reprocharle que una vez abandonamos el crucero, y
los siete días que estuvimos en él, desapareciera. Supongo que era de
esperar conociendo cómo es, es más, yo hice lo mismo, lo que me lleva de
nuevo al mismo fin que expuse antes: dos no bailan si uno no quiere, así
que, él tiene la misma culpa que puedo tener yo.
Durante este tiempo he tenido la oportunidad de imaginar en infinidad de
ocasiones cómo se hubiesen dado las circunstancias si alguno de los dos, en
vez de evitarnos, hubiésemos establecido una relación normal y corriente
llena de mensajes de buenos días, de llamadas para saber cómo nos había
ido la mañana o de notas de voz para saber qué planes tenías para ese
viernes noche.
Sin embargo, creo que nada de eso conjuntaba con lo que somos ni con
lo que fuimos cuando estábamos juntos.
Y, ahora, la situación es bastante más compleja. Antes de todo esto,
podría decir sin lugar a dudas que era sencillo, que la distancia hace el
olvido y que un clavo puede sacar a otro clavo. Pero… ¿y ahora? Ahora es
inevitable estar unida a una persona porque tenemos algo en común ambos
y, aunque quisiera meterme en una burbuja y desaparecer del mapa, sé que
no puedo hacerlo.
Cuando Nico actuó de la forma en la que lo hizo, entendí su postura. No
hablo de su reproche estúpido e insensible en el que hacía alusión a que este
bebé…, estos bebés, pudiesen ser de otra persona, no, no hablo de eso;
hablo de que me reprochase el haberme callado habiendo compartido cinco
días en los que soy bastante consciente de que existió más de una
oportunidad para hablar de ello, contarle lo que sucedía e, incluso, tomar
decisiones juntos como personas adultas y responsables que somos.
No quiero justificarme, no pretendo hacerlo, porque sé que podía haber
actuado de otra manera, claro, como todos, porque aquí, el que más o el que
menos, carga con la culpa de haberse equivocado y no haberlo hecho bien
de primeras, ¿o no? No obstante, me permití el lujo de disfrutar de lo que
me brindaban esos días, del acercamiento premeditado de Nico, de la noche
que compartimos en la piscina, llena de confesiones y de amor, de los días
restantes en los que nos convertimos en la sombra del otro y de lo rápido
que pasaba el tiempo cuando estábamos bien. Y ese pequeño demonio en
mi hombro me advertía constantemente de que todo podía suceder y que la
hecatombe estaba cerca, no obstante, me empeñaba en acallar su voz dando
pequeños golpes que lo hicieran tambalear, caer y dejar espacio para el
angelito que me decía que todo saldría bien y que yo también tendría mi
final feliz, como Luna y Amaia, porque también me lo merecía.
Y no fue de esa forma. Ni siquiera sé de qué forma será porque ha
desaparecido del mapa y no se lo puedo reprochar o sí, sí que puedo. Y eso
me lleva a mirar el teléfono por decimoquinta vez en este bote de helado y
darme cuenta de que no tengo noticias de Alba, tal y como me prometió que
sucedería.
Me incorporo para tirar en el cubo de basura el bote de helado vacío y
me planto frente a la nevera. No sé por qué, ni siquiera pensé que sería una
de esas que llenaría su nevera de fotografías, pero al llegar a casa, tras la
consulta médica, decidí colgar la foto en blanco y negro con dos garbanzos
en ella, en el frigorífico. Me dije que de esa manera evitaría caer en la
tentación de comer como si fuese el último día en la tierra, pero una tenue
sonrisa se coló en mis labios para decirme que ese gesto también escondía
algo de amor y me di cuenta de todo eso que dicen las madres: «No sabes lo
que es el verdadero amor hasta que lo llevas dentro». Y también sé que no
volveré a estar sola nunca más.
El timbre retumba en la cocina y, tras lavarme las manos para esconder
los restos de mi insaciable glotonería, me encamino hacia allí.
Alba se planta frente a mí, con una sonrisa de oreja a oreja y tras ella se
encuentran Lucas, Amaia y Dante. Y la decepción tiñe un poco de gris la
visita, y ellos se dan cuenta porque mis ojos los recorren de uno en uno
buscándole.
—Pasad, supongo —musito.
Las hormonas, es una reacción de lo más normal y no es porque él no
esté, son las malditas hormonas. Y maldito él, ya de paso.
Los perversos esconden una sonrisilla que me dan ganas de borrar a
patadas. Las hormonas también. Mira, si algo bueno va a tener esta
situación y es que me voy a poder escudar en algo para encubrir mi
frustración y mi pronto.
Nos damos un par de besos todos, y Amaia me envuelve entre sus brazos
más tiempo del necesario.
—Lo siento mucho, Luna. Ya sabes que mi hermano se cayó de la
cuna…
—De pequeño y se quedó tonto —finalizo por ella. Amaia asiente y se
ríe—. No es el mejor momento para hablar de cunas, la verdad —les
confieso.
Me dirijo hacia la cocina para buscar la foto de mis retoños. Parece
mentira que la mentalidad te cambie de forma tan radical cuando sucede
algo de este tipo. Y que Nico no quiera ni verme no impide que le muestre a
su hermana cómo va todo y la ponga al día de las novedades.
Ella sujeta la foto en la mano y todos se vuelcan en verla, incluso Alba,
que estuvo allí de cuerpo presente.
—¿Sabes que los corazones latían como si estuviesen acelerados? —les
cuenta Alba.
—Esto… No es por nada, pero… —balbucea Amaia intercambiando
miradas entre la imagen y mi rostro.
—Touché… —añade Alba sin perder la sonrisa. Ya verás las risas que
me van a entrar a mí cuando eso me tenga que salir por ese pequeño agujero
de nada…
—¿Son dos?
—Ya ves —siseo—. Tu hermano será un imbécil, pero sus soldaditos
están potentes. —Intento bromear con la situación porque lo mío nunca ha
sido ponerme excesivamente dramática y, si lo hago, que no sea delante de
la gente.
Lucas es el primero en incorporarse y acercarse a mí para abrazarme y
felicitarme. Seguido de Amaia, por supuesto, y de Dante. Alba, mientras,
espera sentada en el sofá.
—Prefiero dejar este tema correr y que me cuentes qué tal con Lucho.
—¿Tú sabías que ellos iban a venir? —me pregunta haciendo alusión a
los chicos.
—Ni idea —sentencio.
—Tu padre fue nuestro cómplice, que, por cierto, me ha encantado
hablar con él —se sincera Lucas mirando a Alba, y ya sabemos todos que
Alba bebe los vientos por Lucas, sin embargo, creo que ahora mismo el
charco de babas haría que todos perdiésemos el equilibrio.
—Voy a vomitar —confirmo.
—Eso es por el embarazo —susurra Dante, que hasta ahora ha
permanecido en silencio.
—No, no, si náuseas no tengo, es el empalague que le veo a mi amiga.
Que no es normal —finalizo sonriendo—. Las hormonas —me justifico
mintiendo.
—La lengua larga la has tenido siempre. No sé a quién quieres engañar.
La voz de Nico me hace darme la vuelta de sopetón.
—¿Qué? —Espera, un segundo… Botones desabrochados, reacciona,
Luna, reacciona.
—Cierra la boca, Agapita, que te va a entrar una mosca —me provoca.
No caigas, Luna, no caigas, que el muy imbécil te ha hecho un bombo y
ha insinuado que has estado por ahí con otro. El reflejo de mis
pensamientos tiene que ser palpable porque la sonrisa que traía se le borra
de inmediato.
Me doy la vuelta y me encamino hacia la cocina a buscar un vaso de
agua, de pronto, tengo mucha sed y mucho calor.
—Nosotros nos vamos —grita Alba desde el salón, y ni me molesto en
decirles que no porque sería inútil hacerlo.
Ha venido. Nico ha venido. Pero no es suficiente. No lo es. Te dejó
tirada. No has sabido nada de él en días. No te ha escrito. Ni siquiera se ha
acercado a ti. Eres una mujer empoderada. Fuerte. No le necesitas. Pero le
quieres… Y solo es necesario ese argumento final para que me dé la vuelta
y me quede muda. Está tan cerca que no soy capaz de pensar con claridad.
—Escucha, Luna, necesito hablar contigo.
Fuerte, Luna. Fuerte de cojones.
—¿Ahora quieres hablar conmigo? ¿Y qué ha cambiado para que el otro
día no quisieras hacerlo?
—Hablamos, ¿no lo recuerdas?
—Recuerdo discutir, reproches y acusaciones falsas… y dolorosas —
añado desviando la mirada porque no quiero que me lea, no quiero que lo
haga y, si lo miro, estaré expuesta ante él.
—Y yo recuerdo equivocarme en todo lo que te dije —admite.
Nico se acerca, recortando un poco la distancia que nos separa y doy un
paso hacia atrás. Si me toca, al carajo todo mi mantra. Choco contra el
mueble de la cocina, y él sonríe, victorioso.
Le odio. Le odio mucho por saber lo que me ronda por la cabeza.
—Dijiste lo que pensabas —matizo.
—Estaba enfadado. Mucho.
—Y la culpable era yo, ¿verdad?
Nico chasquea la lengua contra el paladar y ahora evita mirarme durante
unos segundos. Intenta recomponerse como hago yo cuando estoy tocada.
—En un principio —me dice colocándose a mi lado en el mueble, pero
manteniendo la distancia y se lo agradezco—, pensaba que sí, que eras la
culpable porque me habías engañado.
—No te engañé —me defiendo—, técnicamente, no —insisto.
—Tienes razón. Pero yo creí que sí —finaliza—. Porque habías tenido la
oportunidad de hablar conmigo y sincerarte y no lo hiciste, preferiste —
añade y reflexiona durante unos segundos volviendo a chasquear la lengua
contra el paladar, y solo pienso en que si esos botones estuviesen
abrochados sería más sencillo centrarme—, preferiste omitir ciertos
detalles.
—Ya sabes por qué lo hice, te lo expliqué. Fui sincera contigo.
—Si yo tengo que entender tus motivos tú deberías entender los míos.
—¿Ahora tengo que justificar que hayas insinuado que tuve algo con
otro, pero que pretendo cargarte a ti el papelón? ¡Lo que me faltaba por
escuchar!
—Sabía que iba a ser difícil hablar contigo, pero no tanto, eres
exasperante —me acusa sin perder la sonrisa.
—¿Te estás riendo de mí?
—Claro, siempre lo he hecho. Eres muy graciosa, Luna, ¿no lo sabes?
—Y tú muy chulo, ¿te lo han dicho? —inquiero.
—Cosas peores he escuchado también.
—Todas merecidas, seguro —le recrimino.
—Puede —contrataca.
—Seguro —afirmo.
—Esta es una de las cosas por la que me gustas tanto.
—¿Es una trampa? ¿Pretendes engatusarme con tu palabrería para que se
me pase el enfado y luego dejarme tirada como a una colilla?
A Nico se le desencaja la mirada cuando suelto mi reproche en forma de
pregunta. Si se cree que lo va a conseguir, la lleva clara.
—Sabes que lo que más te gusta de mí es la palabrería.
¡Ja! Si fuese solo eso…
—Ya has dicho que te has equivocado, te perdono, puedes irte.
Creo, sin lugar a dudas, que lo mejor es ceder, decirle lo que quiere
escuchar y zanjar este tema.
—Ya no funcionan las cosas de esa manera, Luna. Eres mi chica, la
madre de mi hijo y no pienso irme sin más. He venido para quedarme, para
estar contigo y haré lo que sea necesario para que entres en razón.
—Será chulo arrogante el tío —contrataco, exasperada—. ¡Lo que me
faltaba! ¿Y lo que yo tenga que decir?
—Lo que tú tengas que decir me importa siempre y cuando coincida con
lo que tengo en mi mente.
No le preguntes, Luna, no lo hagas.
—¿Y qué tienes en mente, si puede saberse?
—Tú. Mi hijo. Nosotros. Empezar de cero. Estar juntos. No dejarte
escapar y cuidaros como ambos os merecéis.
Guárdate la sonrisa. No la muestres, aunque por dentro eso que te está
diciendo sea justo lo que necesitas escuchar. Bien, juguemos la nueva carta.
Me dirijo hacia el salón y veo encima de la mesita de centro la fotografía
en blanco y negro que Amaia ha dejado allí. La cojo y regreso a la cocina.
Por un momento veo la incertidumbre reflejada en su mirada. Le tiendo la
foto, y él la sujeta.
Me mira y mira la foto. Mira mi barriga y de nuevo la foto. Me mira a mí
de nuevo. Estoy por darle un vaso de agua con azúcar.
—Has hecho un pleno al quince —le suelto con burla. Me río de él,
claro.
La verdad, solo a mí se me ocurre reírme con la que me va a caer
encima.
—¿Esto es lo que creo que es?
—Eso es lo que crees que es, salvo que en la imagen interpretes algo que
no sea lo que es —me burlo una vez más. Nico se acerca a mí y me abraza.
Me quedo perpleja, es más, ni siquiera sé cómo actuar ante esta reacción.
Me aparto.
»Ya puedes irte por donde has venido. Nico, no quiero que te sientas en
el compromiso de nada, las palabras son muy bonitas, pero no es necesario
que me engañes.
—¿Crees que todo lo que hemos vivido ha sido una mentira?
Niego.
—No, claro que no, de mentira nada —le digo señalando mi barriga.
—No pienso irme, Luna. Ya te he dicho que he venido para quedarme o
para llevarte conmigo, da igual dónde mientras sea juntos —sentencia con
rotundidad—. Todos —especifica.
No me lo está poniendo nada fácil. Es decir, creo que la situación estaba
muy clara, él dudaba de mí, y yo estaba ofendida por ello.
—Nico, me dijiste que quizá no era… eran tuyos. Eso duele. Duele que
dudes de mí.
—Hablé por inercia, sin pensar, Luna, estaba dolido por la situación y
me superaba —apacigua.
—¿Y crees que yo no estaba superada? ¡Joder, Nico! Que yo tampoco
quería esto, que para mí también es nuevo, que yo te quiero, Nico, y me
rompiste. Lo único que deseaba era contártelo y que me envolvieses en tus
brazos y me dijeses una vez más que todo iba a salir bien, como la noche de
la piscina, como cuando te conté lo de los mensajes.
—Y me arrepiento por ello cada minuto de cada día. Desde el mismo
momento en el que lo pronuncié supe que lo había dicho sin pensar y sin
sentir, Luna. Y me arrepiento —repite.
—Nico… De verdad…
—Me arrepiento —dice de nuevo acercándose a mí.
Doy un par de pasos hacia atrás porque sé, de verdad, que si me toca
estaré perdida, porque quiero engañarme, ser fuerte y mantenerme
intransigente, pero le quiero y quiero eso que me dice. Quiero que estemos
bien, juntos, donde sea y como sea, pero juntos.
—No, Luna. No —sisea.
—No, ¿qué? —murmuro.
Y no son las hormonas. Ni los botones. Ni sus respuestas. Ni sus burlas o
su descaro. Soy yo y lo que siento por él lo que me hace soñar sin dormir.
Caminar sin zapatos y volar sin alas.
—No pienso dejarte escapar. Asúmelo, Agapita, porque yo no soy yo si
no estás tú a mi lado.
Me doy cuenta de pronto de que me he permitido yo, la chica fuerte, la
chica del escudo protector, la chica que aguanta con estoicidad los golpes y
los asume tal y como llegan, la descarada de lengua viperina, la que
también es frágil y siente, la que sueña y vuela, se ha permitido derramar
alguna lágrima y mostrarse vulnerable ante Nico, una vez más.
—No me rompas, Nico. No lo hagas porque mi escudo ya tiene algunas
brechas.
—Cuando tu escudo se rompa, usaremos el mío.
Entonces sus brazos me envuelven y me doy cuenta de que su cuerpo no
es solo un escudo, es una fortaleza inquebrantable y le creo. Y le creo
porque le quiero. Porque yo también me merezco, esta vez sí, mi final feliz.
ISMAEL Y LUPE
—¿Quién me habrá metido a mí en estos berenjenales? Si yo solo quería
una tortilla de patatas, Lupe, ¿por qué me he tenido que subir a este barco
cuando estábamos tan bien en casa?
—Regalo de Alba. —Lupe, mi Lupe, alza los hombros y señala en
dirección a mi hija sin siquiera soltarse de mi brazo—. Te toca
recriminárselo a ella, si es que tienes valor —me provoca sonriendo.
El desayuno de la mañana de reyes fue inmejorable hasta que llegaron
Alba y Lucas con una bolsita de color café y un corazón blanco pintado en
ella. Sonreían cómplices, incluida Lupe, que fue su compinche mientras yo
abría la bolsa y sacaba el papel que había dentro de ella. Un papel algo
grueso. Mi gesto pasó de la sorpresa a la estupefacción en cuestión de
segundos, al entender que eso que decía ahí era lo que yo creía que era: un
billete para el próximo crucero single.
¿Para qué negarlo?, si llevo meses y meses intentando escaquearme con
cualquier burda excusa para no tener que subir a este barco que me
aseguran que no se mueve lo más mínimo, pero que confianza, lo que se
dice confianza, no me transmite.
—Tenía que haberme tirado por las escaleras antes de venir —aseguro.
—Deja de protestar, te estás volviendo un viejo cascarrabias, Ismael.
Lo de reprocharle a Alba el regalo es estúpido porque, la verdad y en el
fondo, confieso que me encanta que hayan contado conmigo para venir, lo
que pasa es que hubiese preferido otro tipo de vacaciones, unas en las que el
mar se viese desde la orilla y no tener que contar los botes salvavidas por si
resulta que chocamos contra un iceberg y nos hundimos y congelamos.
¡Cuánto mal nos ha hecho el cine!
—Si nos hundimos, tienes que hacerme hueco en el baúl, que cabemos
los dos, Lupe —le pido por decimoquinta vez. Ella me dirige una de sus
miradas tiernas y me encandila.
—Nunca te dejaría ahogarte, Ismael, no ahora que las tortillas de patata
te salen tan bien y me las puedes hacer tú a mí.
Nos acercamos a los camarotes en los que nos han alojado y, después de
todo, debo reconocer que el barco no se mueve tanto como esperaba.
—Ismael —me interrumpe Luna mientras caminamos por el pasillo—,
esto…, ¿crees que podrás quedarte con mis pequeños y nada llorones ni
protestones retoños un rato para que el chaval y yo demos una vuelta solos?
Alzo la vista y me fijo en la cara de Nico, quien alza las cejas en
repetidas ocasiones y me muestra su sonrisa.
—Yo encantado —le digo.
Obviamente, y como no podía ser de otra manera, estamos todos juntos
en el barco. Alba me dijo que esto era una vuelta a los inicios y que Amaia,
cuando les hizo el regalo a ellos también en el mismo saquito de color café
y con el mismo contenido, les había explicado que teníamos que volver para
enmendar los errores y admitir que todos se habían enamorado en este
barco aún sin saberlo.
Y yo asentí y sonreí, hasta que supe que tendría que proveerme de
muchas cajas de Biodramina para sobrellevar este infierno.
Lupe y yo accedemos al camarote y el olor a mar se cuela por la puerta
de la terraza que permanece entreabierta.
—Esto es mejor de lo que pensaba —finaliza Lupe. Y no puedo negarlo,
la verdad es que sorprendido me hallo—. Reconoce que todas tus
reticencias son infundadas y claudica dándome la razón. —Refunfuño.
Como siempre lo hago cuando algo no me convence del todo. Y ahora
mismo no me convence darle la razón a Lupe, aunque la tenga, es más
divertido buscarle las cosquillas—. Ay, mi viejito refunfuñón —musita
acercándose.
Salimos a la pequeña terraza y nos apoyamos en la barandilla de metal.
El barco ha empezado a moverse y se divisa aún bastante cerca el puerto de
Barcelona.
—Vecino —grita Luna al lado. Nico le pone la mano en la boca para que
se calle.
—He conseguido dormir a las fieras —nos susurra.
Alba y Lucas aparecen al otro lado. Lucas se está comiendo una pieza de
fruta.
—¿Eso nos lo cobran o va incluido en el precio? —les pregunto.
—Yo pensaba que eran de decoración —añade Lupe, que entra para traer
dos trozos de sandía fresca.
—Tenemos enchufe, así que come lo que te apetezca comer —explica
Luna sin perder la sonrisa.
Entran en sus respectivos camarotes, y nosotros permanecemos sentados
fuera, viendo cómo nos alejamos del puerto y cómo el mar rompe contra el
barco, disfrutando de la estela del sonido que deja.
—Sé que me quejo mucho, Lupe, porque no me gustan los barcos, pero
quiero que sepas que soy muy feliz de estar aquí contigo…, con todos ellos
—añado.
Lupe, sin mirarme, coloca su mano sobre la mía.
Dije que lo intentaría y eso es lo que he hecho durante todo este tiempo.
—Lo sé. Y también sé que, a pesar de tus protestas, te lo vas a pasar bien
y te morías de ganas de unas vacaciones con ellos, con tu hija y todos sus
amigos, esos que ahora se han convertido en parte de la familia.
—De nuestra familia —especifico al darme cuenta de que ella no lo dice
claro—. He tardado mucho tiempo en darme cuenta…
—No tienes que justificarte, Ismael, no conmigo.
—Pero tú…
—Yo siempre estuve para ti, a tu lado y me conformaba con poder
formar parte del pequeño mundo que habías construido con Alba. Ayudarte
en lo que podía y sentiros cerca, saber que ambos estabais bien.
—Yo te agradezco la espera y la infinita paciencia.
—Habría estado ahí eternamente —confiesa.
Sé que nunca será lo mismo que con Adela, que el amor que sentí por
ella siempre seguirá estando presente porque, por mucho que una persona
se vaya, no muere si sigue estando en tus recuerdos. No obstante, también
sé que Lupe es mi compañera y que no podría haber elegido a otra mejor.
No se trata de sustituir, sino de complementar.
—Lupe.
—Dime, Ismael.
—¿Crees que en este barco alguien hará la tortilla de patatas con cebolla
como la haces tú?
Lupe se carcajea y me contagia de su gesto.
—Yo también te quiero, mi glotón.
AMAIA Y DANTE
—¿De verdad tienes que irte? —Sigo remoloneando en la cama, creo
que es lo que más me gusta del mundo después de mi marido, obvio, ¿acaso
no lo habéis visto? Es guapo, guapo a rabiar y es mío y solo mío, ¡panda de
lagartas!
—Tengo turno. Elías ha sido muy directo con respecto a eso de saltarse
el trabajo, me ha dicho, con ese tono que utiliza él cuando se pone serio,
que ya te he cazado y que se acabaron las tonterías del año pasado. —Dante
se acerca hasta mi lado, se sienta y desliza sus dedos desde mi hombro hasta
mi mano—. Lo que no entiende es que soy incapaz de pensar en otra cosa
que no sea saltarme el turno y escondernos bajo las sábanas.
Llevamos casados varios meses y juro que se me han ido volando, es
como si con Dante nunca pasase el tiempo.
Las cosas más o menos siguen igual que antes. He avanzado y —
progresado adecuadamente— en mis clases de danza mientras estamos en
tierra firme. Pasamos otras temporadas en las que nos embarcamos rumbo a
donde surja y luego regresamos a casa de nuevo. A nuestra casa.
Con respecto al tema de mi madre, ha habido momentos de acercamiento
y momentos en los que no ha sido tan fácil que se dé.
Las primeras Navidades como marido y mujer fueron muy complicadas.
Tenía muy, pero que muy claro lo que quería y cuál sería mi elección y, por
suerte, Nico estuvo de mi lado. Los cuatro compartimos una cena llena de
recuerdos, de confidencias, de alegrías y de ilusiones, de proyectos de
futuro y de planes, muchos y todos juntos.
Lucas y Alba se quedaron con Ismael en Madrid y, aunque hicimos una
videollamada, los eché de menos, se han convertido en parte de mi familia.
Mi madre y mi padre se quedaron en casa, imagino que solos porque, a
pesar de que he hablado con ella varias veces a la semana, evitamos tocar
los temas en los que nos pongan a ambas en un aprieto y nos toque
verbalizar en voz alta nuestra decisión. A estas alturas, y desde hace
bastante tiempo, creo que ya debe de tenerlo claro.
Con respecto al tema de Fabio… Digamos que eso sí que ha
evolucionado favorablemente. Puede que su relación no sea maravillosa y
que no se asemeje en nada a la que mantenemos Nico y yo, no obstante,
hablan a menudo, se ven más de lo que lo hacían antes e incluso hemos
compartido algunos almuerzos familiares y la verdad es que estoy
encantada con que esto sea así.
—No te vayas —le pido cuando deposita un suave beso en mi sien y se
coloca la chaqueta.
—El deber me llama, pero estaré pronto aquí contigo. Disfruta de la
noche de las citas y no le digas tu nombre a nadie —me suelta.
—¿Celoso?
—Excesivamente —verbaliza.
—Tú siempre serás mi capitán.
Me quedo un rato en la cama, hasta que la puerta suena y me levanto a
abrir.
Alba y Luna están allí plantadas con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Qué es tan divertido?
—Nada, pero esta noche no tengo que cuidar a las fieras y pienso follar y
follar como si no hubiese un mañana. Nunca jamás tengas un bebé; eso de
que no te dejan dormir no es un mito de esos, es la pura y cruda realidad.
Olvídate de peinarte y maquillarte y dales la bienvenida a las ojeras.
—Pues ándate con ojo porque ya Nico te hizo un bombo doble, no vayas
a tener otro y te montes en familia numerosa. Ahí te lo dejo. —Sonríe Alba
entrando en la habitación sin perder el tiempo—. Aquí huele a cerrado,
ventila, chica, ventila.
—No sabía que veníais —confieso—. Además, ya sabes, es ponerme
una mano encima y pierdo la razón.
—¿Usáis protección? —insiste Luna poniendo los ojos en blanco.
—Y dale —protesta Alba—. ¡Pues claro! ¿Acaso crees todas que son
como tú?
—Uy, lo que ha soltado por esa boquita la arpía de mi amiga. Solo te voy
a decir una cosa —inquiere alzando el dedo índice, se ve que las madres
desarrollan esa habilidad desde bien temprano—, cuando tú tengas un bebé,
es probable que los míos ya estén grandes y me dejen dormir más de tres
horas seguidas y haya retomado mi vida sexual que será plena, muy, muy
plena y satisfactoria, y entonces, solo entonces, me reiré de ti en tu cara.
Total, que no les hago caso mientras discuten entre ellas y se amenazan
con dejarse pañales cagados en la puerta y determinadas cosas más que
prefiero omitir porque necesito dormir esta noche y me preparo para la
noche de las citas.
—Es patético tener que fingir que somos solteras cuando ninguna lo es
—sentencio mientras caminamos hacia el lugar donde se va a celebrar la
noche de las citas.
—¿Y lo bien que lo vamos a pasar? —aplaude Luna—. Si hasta hemos
ido por separado como la primera vez. Esto promete, de verdad que
promete.
—Promete hasta que la mete —le suelto.
Nos carcajeamos las tres mientras hacemos la fila para que la chica nos
dé un número de mesa, papelitos y un bolígrafo.
Tomamos asiento en mesas contiguas y nos explica la dinámica que es la
misma de la última vez. Los chicos están todos sentados en la barra
expectantes.
Pasan varios chicos por la mesa en la que hago las mismas preguntas de
siempre. Edad, profesión, lugar de nacimiento, aficiones y dejo que
acaparen la conversación porque la verdad es que me saturan. ¿Está mal que
lo diga?
La campana suena y escucho un leve carraspeo antes de que la silla se
mueva. Asciendo la vista tomándome mi tiempo.
Camisa blanca, galones, hombros anchos y fornidos, labios carnosos,
piel morena, ojos verdes, gorro de capitán. Me pongo recta al verlo ahí
plantado y es que es imposible que no se me caigan las bragas al suelo solo
con verlo.
—Señorita, buenas noches, llevo rato deseando llegar a esta mesa y
poder aprovechar los sesenta segundos que tenemos.
Trago saliva. Trago con fuerza. Es mío y solo mío.
—Amaia Roldán. Veintiséis años. Estudiante de danza con intención de
ser bailarina profesional. Me encanta viajar. Hablar. Leer. Mis amigos y me
gusta el mar.
—¿Casada? —me pregunta Dante.
—¿Es importante saberlo? —le provoco.
—Mucho.
—Felizmente casada.
—¿Y qué hace una mujer casada en un crucero single?
—Seguir al amor de mi vida.
—Ese hombre es un cabrón con suerte —murmura acercándose a mí y
colocando su mano sobre la mía.
Cojo uno de los papeles en los que en teoría tengo que escribir mi
nombre si me ha gustado y sé que ahora mismo soy la envidia de la sala
porque no hay mujer que no esté impactada al ver a uno de los capitanes
sentado en la noche de las citas con una chica desconocida para ellas.
Le tiendo el papel, y Dante sonríe victorioso.
—Sabía que conseguiría a mi chica esta noche.
—No las tengas todas contigo, capitán.
Mi marido abre el papel, lo lee y en su gesto se refleja la sorpresa.
—¿Esto es de verdad?
—Tan de verdad como que eres mi marido.
—¿Vamos a ser padres?
Afirmo.
La campana no ha sonado aún cuando Dante se levanta, me tiende la
mano, y yo con una sonrisa de lela en el rostro me acerco y me dejo
envolver entre sus brazos.
Nos separamos, coloca su mano sobre mi vientre aún plano y muero de
amor con su gesto.
—Bienvenido a bordo, pequeño.
NICO Y LUNA
Sigo haciendo dibujos en un papel que ha vivido épocas mejores. No hay
nada, absolutamente nada que me resulte interesante. Miro a mis amigas, y
Amaia ha desaparecido. Algo debe explicarnos porque se ha marchado con
Dante después de sonreírnos como una bobalicona.
La campana suena y entonces fijo la vista al frente.
Chico guapo, camisa blanca de hojas de palmera con tres —malditos—
botones desbrochados, gafas de sol, labios hechos para pecar y ¡vaya por
Dios! Si os cuento lo que esconde ese pantalón blanco que lleva…
—Buenas noches, no es necesario que me digas tu nombre, puedo intuir
que es Agapita, ¿me equivoco? —Sonrío por inercia, aunque lo que quiero
es estrangularlo sin piedad.
—El tuyo es… Mmmm, déjame pensarlo… ¡Torcuato! ¿A que sí? Fijo,
no lo niegues porque tu cara lo dice todo.
—En teoría no deberíamos darnos nuestros nombres, no es políticamente
correcto.
—Ya, ya, las normas.
—Las normas están para saltárselas —murmura tan cerca que tengo
ganas de abalanzarme sobre él y comérmelo entero.
—Bien. Tú lo has querido.
Dejo sobre la mesa los puñeteros papeles que no me sirven de nada, el
bolígrafo y, bajo la atenta mirada de Nico, agarro su mano y comienzo a
caminar en dirección a la salida. Me sigue. Sin rechistar y sin protestar.
Freno en seco justo al lado de unas hamacas, unas muy similares a las
que ocupamos hace ya mucho, mucho tiempo, donde le dije que quería sexo
con él, donde me comporté como una descarada, todo por culpa de él.
—Torcuato, no sé tú, pero yo necesito que resuelvas un problema con
urgencia. Excesiva urgencia, para ser mucho más específicos —añado
envalentonada.
Tira de mi mano y me arrastra ahora él a mí. Le sigo sin rechistar, con
una amplia sonrisa en la cara y con el latir incesante de mi corazón.
Y me doy cuenta de que eso, eso que siento ahora, eso que se cuela entre
nosotros es amor de verdad.
No siempre todo ha sido mágico y maravilloso. Las hormonas —sigo
usándolas de excusa, obvio—, nos jugaron malas pasadas a los dos. Yo
entré en un bucle de negatividad cuando empecé a sentirme gorda y pesada,
hasta inútil, porque estaba embarazada y no me reconocía en absoluto. Sí,
era feliz, no puedo negarlo, pero no era yo misma y empezar una relación
sin poder decir abiertamente que lo eres… te crea dudas. Si ya me conocéis
como creo, sabréis que soy una mujer que tiene valentía, pero que también
sabe romperse y ser frágil y que a los escudos protectores, si les das de
forma persistente, terminan por resquebrajarse.
No hablemos ya del parto y posparto. Las largas noches sin poder pegar
ojo, cuidando de dos bebés, conociéndonos cada día porque sí, te quedas
embarazada y están dentro de ti, pero necesitáis entenderos, hablar vuestro
idioma y saber lo que ellos desean y tú también.
Cloe y Adrián llegaron como un terremoto, para cambiar nuestras vidas
y puede que hayamos empezado la casa por el tejado, no obstante, nos ha
servido para darnos cuenta de que la base es sólida y de que siempre podré
contar con Nico porque así me lo ha demostrado en todos estos meses. Y
del amor, del amor que nos profesamos ambos a pesar de que hayamos
tomado decisiones desacertadas por el camino.
Mis pensamientos se evaporan cuando Nico me empuja con fuerza
contra la pared.
—Ohh, qué romántico, me has traído al servicio.
—Siempre me han puesto los servicios.
—Eres un guarro —musito acercándome para morder su labio con
fuerza.
—Mucho más que pienso serlo —me confiesa.
Con solo esa frase sé que me tiene en el bote, y él es consciente de ello.
—No quiero ejercer de madre, ni de esposa celosa, pero te agradecería
que a partir de ahora te abrochases los malditos botones de la camisa porque
ellos son los culpables de que haya caído rendida a tus encantos masculinos.
—Así que tengo encantos.
—Pocos, todos entre la tela de la camisa y la piel que dejas al
descubierto.
—¿Quieres ver algo que también tiene piel y muy suave?
—Eres un cerdo. —Y me encanta.
—Y te encanta. —Asiento, lo contrario sería mentir—. Haremos un
trato, tú cierras ese pico que me saca de mis casillas, y yo me abrocho los
botones.
—Jamás —sentencio.
—Así me gusta, que seas rebelde. —Sus manos suben peligrosamente
por mis piernas y sus dedos se enredan en mis bragas—. Así me gusta
encontrarte, mojadita para mí. —Trago saliva con fuerza porque estoy al
borde del colapso—. ¿Ahora no piensas llamarme guarro? —me pregunta
cuando tira de mis bragas para hacerlas trizas—. Niego, como una
condenada, niego.
Su mano abandona mi centro tras una pasada y baja su cremallera
dejando que su polla me salude. Joder, no os hacéis una idea de lo que me
gusta Nico, de lo plena que me siento con él y de lo feliz que me hace.
—Hazlo —le pido—, hazlo ya, maldita sea.
—Shhh —me chista. Su boca se acerca a mi oreja y la piel se me eriza
—. Este, Luna, este será rápido, pero los siguientes, los siguientes estarán
llenos de agonía y de deseo, de gemidos y de súplicas. Esta noche eres mía
y solo mía, y no pienso desaprovechar la oportunidad.
Niego un par de veces mientras la polla de Nico se introduce llenándome
al completo. Aún no entiendo cómo puedo siquiera reaccionar.
—Soy tuya para siempre —murmuro.
—Por siempre jamás —sentencia antes de embestirme con fuerza
haciéndonos jadear.
ALBA Y LUCAS
Nos han abandonado como agua sucia. Primero Amaia y Dante y ahora
Luna y Nico, que, si no voy muy desencaminada, puedo intuir que la fiesta
se ha convertido en privada.
—Y ese es el resumen de mi vida. ¿Qué te parece?
—Ahhh. —Finjo haber escuchado todo y asiento sonriendo—. Pues muy
bien.
—Entonces, ¿me dices tu nombre?
Medito unos segundos. Quizá la Alba de antes lo habría hecho, por
compromiso o por quedar bien, sin embargo, la Alba de ahora tiene claro
que en esta vida siempre hay que posicionarse y que hay que ser sincero
con uno mismo.
—La verdad es que no.
Masculla algo mientras se levanta y deja la silla vacía.
Le toca, ya le toca.
Lucas toma asiento frente a mí y me regala una amplia sonrisa que ya me
encandila.
Aún recuerdo la primera vez que hicimos esto, lo nerviosa que estaba y
lo bien que me lo pasé. No os hacéis a la idea de la cantidad de veces que he
pensado cuándo me enamoré de Lucas porque ya sabéis que yo siempre me
mantuve firme al decir que no creía en el amor a primera vista, que quizá
para los demás está muy bien y eso, pero que conmigo esa filosofía no iba.
Le he dado vueltas y vueltas y sigo sin saberlo, porque lo nuestro no fue
algo rápido y de primeras, fue algo que se iba cociendo a fuego lento, lleno
de miradas, de confesiones, de dolor, de risas y de chapuzones, de ver que
me entendía y que me complementaba. Y lleno de miedo también.
La campanita suena y miro el bolsillo de su camisa.
—Te dije que tenías que ponerte una camisa sin bolsillos, la gris que
tanto me gusta y que te queda tan bien.
—A mí me gusta verte con tu bikini rojo y no quiero que te lo pongas
para que esta panda de babosos te mire.
—Uy, qué feo te ha quedado, un poco posesivo, ¿no crees?
—Mucho. Pero no puedo evitarlo, lo que amo, lo protejo y lo cuido con
recelo.
La ternura me embarga y soy incapaz de no tocarle cuando finaliza su
frase.
—Espero que no vayas a llamar a ninguna —resuelvo.
—Depende, ¿piensas decirme tu nombre esta noche?
Cojo uno de los papeles que siguen intactos en mi mesa y juego con él.
La vida con Lucas ha sido sencilla y fácil. Nos hemos adaptado el uno al
otro sin problema y nos hemos mantenido unidos ante cualquier adversidad.
Tras la conversación con Lucho, no le he vuelto a ver, ni me ha llamado
ni escrito y sé de buena fe que tampoco lo ha hecho con Luna, que era quizá
lo que más me preocupaba. No le guardo rencor alguno, creo que eso
también lo he aprendido de Lucas, que sufrió un desengaño, no obstante,
supo mantenerse en pie y seguir adelante. Es un gran hombre, con un gran
corazón y eso me enorgullece.
Vivimos juntos. He cambiado mi trabajo, mi vida y me he ido con él. El
puesto de Amaia quedó libre y yo lo ocupé, por lo que compartimos trabajo
y vida y ni tan mal, oye.
Ahora que mi padre y Lupe están juntos, puedo decir que la situación
está mucho más calmada y me he ido sin sentir esa pena por dejarlo a él en
el pueblo. Aunque todos sabemos que mi padre no habría permitido en
ningún momento que dejase de ser feliz por él. Comemos juntos todos los
domingos, nos hacemos videollamadas y nos mandamos mensajes.
Luna y Nico viven cerca, así que somos una familia relativamente feliz.
Os parecerá mentira, pero lo que hemos formado en este tiempo se ha
convertido en pura magia y todo gracias a Luna, que me salvó cuando más
lo necesitaba y a Lucas, que supo quererme cuando ni yo misma lo hacía.
Garabateo en el papel y se lo entrego.
—Inkeri —lee en voz alta.
—Te toca —le pido.
—Alberto —susurra acercándose.
Sonrío mucho.
—La hija de un héroe —repite como la primera vez que se lo dije.
Lucas le da la vuelta al papel y me roba el bolígrafo, no queda nada para
que suene la campana.
Dobla el papel, me devuelve el bolígrafo y lo abro con curiosidad.
Los ojos se me llenan de lágrimas al leer sus palabras.
—Puede que tenga miles de papeles en este bolsillo, pero el único papel
que me interesa es el que vamos a firmar los dos si me dices que sí.
—¿Te quieres casar conmigo? —Leo en voz alta.
Lucas se incorpora y se coloca a mi lado, de rodillas.
—Levántate, Lucas —le pido muerta de vergüenza.
—Soy un caballero, ¿recuerdas?
La gente comienza a darse cuenta y los aplausos empiezan a hacerse eco
en la estancia.
—Y yo siempre, siempre, seré tu dama.
—¿Aceptas? —me pregunta dudoso.
—Por supuesto, mi brillante caballero de la armadura oxidada.
Nos fundimos en un abrazo fuerte, sentido y entonces lo noto:
Somos luz.
Somos luna.
Somos aire.
Somos vida.
Somos amor.
Somos sexo.
Somos errores.
Somos miedo.
Somos ganas.
Somos respuestas.
Y, por encima de todo, somos el resultado la mezcla del agua y la tierra.
Somos lo que somos y seguiremos siéndolo, solo hay que nadar y
caminar y quererse mucho, eso también.
AGRADECIMIENTOS
Puede que os suene ridículo, no obstante, me resulta mucho más sencillo
escribir un libro de 135 mil palabras, como este, que escribir unos
agradecimientos… Palabrita de niña buena. Pero… lo voy a intentar y
espero no dejarme a nadie atrás.
Primero, quiero agradecer a Bea, que, aunque le he dedicado este libro a
ella, ha estado al pie del cañón desde el principio, aguantando mis desvaríos
sobre la trama, mis audios interminables —esos que he aprendido a cortar
para que no superen los diez minutos—, los giros que no sabía si encajarían,
las capturas de pantalla y alguna que otra llorera por lo mal que iba todo.
Gracias a ella, tenemos musos y outfit. Y gracias también por ser la primera
en leerlo. Eres bonita, muy bonita, Bea.
A Raquel Antúnez, que forma parte de todos mis proyectos y que
soporta también mis audios —pero los de ella no los corto nunca, por
fastidiar y tal—, que me ayuda a levantarme cada vez que me vengo abajo y
creo que todo es una basura. Yo no digo más que es caca de la vaca si tú no
dices jamás que el próximo año será tu año, paso de que nos caiga un
meteorito encima. Lo nuestro se ha convertido en Jumanji, a ver cuál es
nuestro siguiente nivel, amiga. Te quiero. Lejos pero cerca.
A mi familia, por entender que escribir forma parte de lo que soy y
respetarlo.
Gracias a Niusha por tus chistes de cacas —en los que Bea también
participa—, por nuestras conversaciones profundas cuando tocan y por
contagiarme de tu buen humor. ¡Qué linda eres, coño!
Sheila…, mi Sheila, mi niña, mi canariona —que también aguanta mis
audios interminables y desvaríos máximos—. Gracias por ayudarme a dejar
el libro más bonito, por nuestras conversaciones sobre la vida y el odio
compartido por el dentista. Esas reseñas que haces siempre me tocan la
patata. Eres un solete y te quiero, aunque seas canariona…
A mis descubrimientos de este año: Carla y Ana. No os hacéis una idea
la emoción que se siente cuando encuentras a alguien que te apoya
incondicionalmente, que te respeta, que te ayuda de forma desinteresada y
que te escribe, a veces, solo para saber si piensas acabar ese libro ya… Y yo
he tenido la suerte de encontrar no solo a una, sino a dos personas así.
Gracias infinitas por todo lo que me dais.
Sayo, mi niña. Nunca jamás he recibido de ti una negativa cuando te he
pedido ayuda para leer alguna de mis historias, siempre me has recibido con
los brazos abiertos y siempre he encontrado en ti apoyo y respeto. Me
alegra mucho haberte conocido. Ahhh, y que sepáis que es una repostera
espectacular, ¿a que os ha entrado hambre?
A mis compañeras, con las que he creado un pequeño grupo en el que
hablamos de todo, nos enviamos chistes y chismes y con las que me une
algo más que un trabajo: Jossy Loes, Bárbara Padrón, Laura Delgado,
Dacar Santana y Raquel Antúnez. Ese pequeño grupo mola mucho.
Davinia Padrón y Ruth Cruz, esas mamis del cole que se han convertido
en algo más que eso. Esto es lo bonito de la vida; darte cuenta de que hay
personas que no esperas, pero que llegan entrando por la puerta grande.
No puedo olvidarme de @ilustrares que ha captado lo que quería y ha
dado vida a esas imágenes personalizadas que conforman la portada. Alba,
Luna, Lucas, Nico, Amaia y Dante también son un poquito tuyos. Ha sido
un placer trabajar contigo.
Por supuesto, Alexia Jorques, una profesional como la copa de un pino.
Siempre tuve claro que tenías que ser mi diseñadora y con cada portada te
superas. Gracias por esa magia que siempre haces y por mantener mi estilo
en cada una de las portadas.
Si algo tengo que agradecerle a este mundo, además de lo feliz que me
hace sentarme frente a un teclado, y dejarme llevar por lo que me quieran
contar mis personajes, es por la cantidad de personas que han ido
apareciendo en mi vida; compañeras de profesión con las que hablo mucho,
con las que comparto cómo me siento y me escuchan y aconsejan. No las
nombro porque temo dejarme alguna atrás, sin embargo, estoy segura de
que, si leen esto, saben que me refiero a ellas.
Por otra parte, tengo la gran suerte de contar con el apoyo desinteresado
de muchos blogs, personas que dedican su tiempo libre a hacer reseñas
preciosas sobre nuestros libros acompañadas de unas fotos espectaculares, a
darnos visibilidad compartiendo nuestros post, etiquetándonos en stories,
realizando entrevistas, opinando en redes sociales, plasmando sus estrellas
en Amazon o Goodreads, comentando cada post que compartimos… En
definitiva, haciendo que lleguemos mucho más lejos gracias a ellas. No hay
palabras de gratitud para expresar lo que hacéis por nosotros. Me hacéis
volar cada día.
A mis lectoras, las de siempre, las que me han acompañado tras cada
proyecto y las nuevas que van llegando para quedarse, las que dejan sus
opiniones en las plataformas haciéndome sonreír cada vez que las leo, las
que me etiquetan en redes sociales, las que me envían mensajes privados
contándome lo que os ha parecido, pidiéndome que siga escribiendo,
haciendo montajes con algunas frases de mis libros, riéndoos con las
bromas que hacen mis chicos, enamorándoos de cada uno de ellos con cada
nueva historia. Puede que no os lo haya dicho —seguro que sí, pero no me
cansaré nunca de repetirlo—, sin vosotras yo no soy absolutamente nada.
Y a ti, que puede que acabes de llegar, de conocerme por primera vez
con este libro. Aquí me tienes para lo que necesites, soy muy maja, aunque
a veces pinche, como los cactus. Estaré encantada de hacerte un hueco en
mi pequeña gran familia.
¡Nos leemos!
BIOGRAFÍA

Aquí estoy una vez más para contaros quién soy. Mi padre era muy
dado a apuntarnos en el registro con un nombre totalmente diferente al que
acordaba con mi madre y, si le hubiese hecho caso, mi nombre habría sido
Yaniré, así que, no sé mis hermanos, pero yo le agradezco que no le haya
hecho caso (perdona, mamá).
Nací y viví durante muchos años en un pequeño pueblo de poco más de
siete mil habitantes al norte de la isla de Tenerife llamado La Matanza de
Acentejo, sin embargo, con veintipocos años, dejé el pueblo por amor y me
fui a la capital. Actualmente vivo en las afueras de Santa Cruz de Tenerife
con mi hijo, mi pareja y una tortuga llamada Jèrome.
He sido desde siempre una apasionada de la lectura, recuerdo sacar
libros de la biblioteca y devorarlos cada noche antes de dormir. En el año
2016 escribí mi primera novela y, después de ella, han llegado nueve más.
Singles es mi décima novela autopublicada y espero que vengan muchas,
muchas más.
Mis libros se caracterizan por personajes muy divertidos, socarrones,
canallas, irónicos y sarcásticos, aunque entre sus páginas, además de risas,
podéis encontrar algunas reflexiones sobre la vida, escenas hot, amistad,
amor y familia.
Supongo que, si ya me conocéis, sabréis que lo de resumir,
definitivamente, no es lo mío y he dado por perdido intentarlo ;)
Me encanta la playa, la piscina, el sol, comer (todo lo que no se debe),
hablar, hablar y hablar y escribir, of course. No concibo mi vida sin
historias que contaros, así que… ¡Nos leemos!
Si quieres saber más de mí… puedes buscarme en mis redes sociales o a
través del correo electrónico [email protected]
Yanira García (Página)
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