La Historia de KFC

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La historia de KFC: de jubilado endeudado a

multimillonario a los 74 años.

A sus 62 años, el Coronel Sanders estaba


endeudado y viviendo de una pensión de
USD 105 dólares mensuales que le daba
el gobierno. Doce años más tarde se
había convertido en millonario y era
mundialmente reconocido gracias a su
negocio de venta de pollo frito. ¿Cómo lo
logró?
El protagonista de esta historia, a
diferencia de la mayoría de los
emprendedores, logró ver su sueño
cumplido pasados los 60 años de edad. El no darse por vencido y poseer un sueño bien enfocado,
hicieron de «El Coronel Sanders» una leyenda en el mundo de los negocios.

Harland Sanders, el verdadero nombre de “El Coronel Sanders”, nació el 9 de setiembre de 1890 en
la comunidad agrícola de Henryville, Indiana, en Estados Unidos, y desde muy chico, tuvo que
enfrentar grandes dificultades.

Harland Sanders era un hombre de un carácter muy fuerte, lo que le traería múltiples problemas en
su vida laboral. Sus días trabajando en los ferrocarriles terminaron tras protagonizar una violenta
pelea con un ingeniero.

Luego, con 21 años, comenzó un curso de abogacía y encontró trabajo en un tribunal de justicia,
pero al poco tiempo fue despedido por agarrarse a golpes con uno de sus clientes en una sala del
tribunal. Según Harland, el motivo de la pelea fue que el cliente se negó a pagarle sus honorarios.

Tras pasar sin éxito de empleo en empleo, decidió lanzarse finalmente como empresario. Invirtió
gran parte de su dinero en un sistema de iluminación interior basado en gas de acetileno, pero la red
eléctrica de última generación llegó a las zonas rurales antes de lo esperado, por lo que el negocio
fracasó.

Pese a su mala suerte «El Coronel Sanders» siguió luchando contra la adversidad. Es así que en
1930 recibió una propuesta que le cambiaría la vida por parte de la Shell Oíl Company. La empresa
planeaba construir una nueva estación de servicio en Kentucky y querían que Sanders, un vendedor
nato, fuese el encargado de dirigir el local.
Harland, ya con 40 años de edad, comenzó a operar la estación de servicio de Shell Oíl y no tardó
en percatarse de que podía ganar algo de dinero extra haciendo una de las cosas que más disfrutaba:
cocinar.

Como no tenía un restaurante como tal, junto con su esposa preparaban la comida en la cocina de su
apartamento y luego la ponían sobre la mesa del comedor para que los clientes, en su mayoría
camioneros, se acercaran y compraran lo que les apeteciera.

El concepto fue un completo éxito desde el comienzo, por lo que decidió re-inaugurar el negocio
con el nombre de “Sanders Service Station and Cafe”.

Gracias a la calidad de la comida que preparaba, la voz se corrió rápidamente y la estación de


servicio se hizo muy popular en la zona. La popularidad de Sanders como cocinero llegó a tal punto
que, en 1935, el gobernador de Kentucky lo nombró “Coronel de Kentucky” como reconocimiento
a su contribución en la cocina estatal.

Como dato curioso, al comienzo Sanders no incluyó pollo en el menú de las comidas que ofrecía,
porque decía que tomaba demasiado tiempo cocinarlo como a él le gustaría.

El negocio creció y, aproximadamente un año después, abrió un restaurante más grande al otro lado
de la calle. Fue entonces cuando decidió agregar el pollo frito a su menú, el cual preparaba en una
sartén a partir de una receta propia.
El pollo frito se convirtió en el producto estrella del restaurante del coronel, pero aún tenía
inconvenientes a la hora de prepararlo porque le tomaba 30 minutos cocinarlo y sus clientes no
podían esperar tanto tiempo.

La solución para Sanders llegó en el año de 1939, cuando vio una demostración de una olla a
presión en una ferretería local. Harland pidió que le diseñaran una olla a presión que pudiese
utilizarse con aceite en lugar de agua y, tras varios experimentos, pudo obtener un pollo crujiente y
sabroso que se cocinaba en solo 8 minutos.

Centenares de clientes llegaban buscando probar las delicias que preparaba el famoso Coronel de
Kentucky, lo que le motivó a construir un hotel, el primero en Kentucky, y a expandir su restaurante
para poder recibir más clientes. La vida parecía al fin sonreírle a Harland, pero un desafortunado
suceso acabó con lo que había logrado hasta ese momento.
A comienzos de la década de 1950, la carretera interestatal 75 se construyó paralela a la Ruta 25,
pero a varios kilómetros al oeste. Esto hizo que el tráfico que pasaba por el restaurante del coronel
se desviara, reduciendo considerablemente sus ventas.

El negocio comenzó a tener pérdidas y altas deudas, por lo que terminó vendiéndolo por poco
menos de USD 75 mil dólares. Después de pagar sus deudas, sus ingresos quedaron reducidos a una
pensión de USD 105 dólares mensuales que le daba el gobierno.

Con 62 años de edad y quebrado, cualquiera pensaría en rendirse, pero Harland Sanders estaba
dispuesto a intentarlo una última vez. Decidió aprovechar la fama que había construido y viajó por
todo el país en auto, cocinando su pollo frito de restaurante en restaurante para que, tanto dueños
como empleados, lo probaran y lo conocieran.
Si la reacción era favorable, cerraba un trato con un apretón de manos, en el cual cedía su receta
y enseñaba su técnica de preparación a cambio de 4 centavos de dólar por cada pollo vendido.

Como buen vendedor, Sanders era consciente de la importancia de la imagen a la hora de vender,
así de que puso nombre a su producto: “Kentucky Fried Chicken”; y comenzó a usar el nombre de
«Coronel Sanders» al hacer negocios.

Luego, cambió su apariencia para lucir como pensaba que debería verse un coronel de Kentucky: se
dejó crecer el bigote e incluso los blanqueó para que coincidieran con su pelo blanco. También
agregó a su vestimenta una corbata negra y un traje negro, uno que pronto dio paso a un impecable
traje blanco.

Para 1964, ya con 74 años de edad, el Coronel Sanders tenía 600 locales en Estados Unidos y
Canadá.
Finalmente, decidió vender la mayor parte de sus acciones a un grupo inversor del estado por
USD 2 millones de dólares. Además, aceptó permanecer como portavoz de la compañía por un
salario vitalicio de USD 40 mil dólares al año; salario que pronto se elevó a USD 75 mil dólares
(equivalentes a más de medio millón en la actualidad).

Con el grupo inversor al mando, el crecimiento del negocio se aceleró. Para 1970, las franquicias
de KFC habían aumentado a más de 2700 y la imagen del Coronel Sanders se había hecho
famosa en el mundo; incluso, en 1976 una encuesta independiente lo nombró como la “segunda
celebridad más reconocida a nivel mundial”.

Kentucky Fried Chicken se había convertido en una máquina de hacer dinero. Sus franquicias
siguieron expandiéndose sin parar de país en país hasta llegar a los cinco continentes.

En 1971 el grupo empresarial Heublein Inc. compró Kentucky Fried Chicken por USD 700
millones y se encargó de renovar los restaurantes para homogenizar el método de trabajo de cada
uno y potenciar la imagen de la compañía.

Más tarde, en 1982, la multinacional R. J. Reynolds Tobacco Company adquirió Heublein por USD
1.400 millones, convirtiéndose así también en propietaria de Kentucky Fried Chicken. En 1986, el
grupo PepsiCo compra Kentucky Fried Chicken por USD 840 millones de dólares y decide cambiar
la marca comercial por KFC, manteniendo solo las siglas en su publicidad e imagen corporativa.

Actualmente, KFC cuenta con más de 22 mil establecimientos en más de 130 países y sus
ventas superan los USD 26 mil millones de dólares al año; es considerada como una de las marcas
más valiosas del mundo.

El legado del Coronel Sanders

El Coronel Sanders murió en 1980 a la edad de 90 años a causa de una leucemia aguda, pero dejó
un legado que trascenderá en el tiempo. Su rostro continúa siendo la imagen de KFC y se convirtió
en una leyenda en el mundo de los negocios, siendo un ejemplo de perseverancia para varias
generaciones de emprendedores.
Sin duda, su historia es la de un emprendedor que luchó incansablemente durante toda su vida por
hacer su sueño realidad y que terminó por convertirse en uno de los empresarios más exitosos de la
historia.

Sander dijo alguna vez: “Si tuviera que decirle algo al mundo, una moraleja de mi vida,
probablemente sería que no renuncies a tus sueños ni a los 65 años, porque tal vez tu barco aún no
ha llegado. El mío aún no lo había hecho.” 

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