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Enrique Flores
Universidad Nacional Autónoma de México
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la destrucción de Jerusalén: fantasma, violencia
y conquista en un libro de cordel del siglo XVI
ENRIQUE FLORES
Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM
1 Utilizo la edición crítica del padre Carmelo Sáenz, pero cito el manuscrito
Guatemala, que el editor imprime en una segunda columna del texto (para más
detalles sobre la edición, véase el “Prólogo” del padre Sáenz).
varias ocasiones: “Por su parte, Bernal Díaz del Castillo, con la fuerte franque-
za que es el primer atractivo de la Verdadera y notable relación [sic], declara so-
lemnemente [...]: ‘Yo he leído la destrucción de Jerusalén, mas si en ella uvo
La destrucción de Jerusalén 6 9
*
En un libro lleno de sugerencias, titulado Indios imaginarios e indios reales
en los relatos de la conquista de México, Guy Rozat deslinda o intenta des-
lindar lo real de lo mitológico, el indio fantasmal del indio real, en las
llamadas “crónicas indígenas”. Más que expresiones literarias nahuas,
obras como el Libro XII del Códice Florentino, que relata la conquista de
México desde el punto de vista tlatelolca —el de los últimos y más radi-
cales resistentes—, y en náhuatl, serían obras marcadas con el sello de
la evangelización, sobre todo milenarista y franciscana. Así, el supuesto
“estilo indígena” de esas crónicas correspondería claramente a un “es-
tilo bíblico” bebido por los indios ya cristianos de los Libros Santos
(Rozat, 1992: 97).
A Guy Rozat le interesa mostrar “cómo Tenochtitlan es asimilada
enteramente a [la] figura escatológica de Jerusalén” (Rozat, 1992: 78), o
“cómo la destrucción de Jerusalén [...] pudo servir de modelo a lo que
*
La destruición de Jerusalén, o Ystoria del noble Vespesiano, como se conoce
también, es un libro de cordel cuyas únicas ediciones conservadas son
la Toledo, de aproximadamente 1492 —fecha simbólica para el libro: la
de la expulsión de los judíos y el descubrimiento del Nuevo Mundo—,
y la edición de Sevilla, de 1499. A pesar de sus raíces históricas, el rela-
to, según los especialistas, se acerca a los “romances” hagiográficos y
artúricos, y en especial al Libro de Josep de Abarimatía y al Libro del Santo
Grial (Gómez Redondo: 1675 y 1677). “Alguna que otra truculenta esce-
na”, dedicada a “un auditorio ávido de sensacionalismo”, dice un estu-
dioso de la ficción caballeresca medieval, debió haber alimentado “más
de una persecusión real” —contra los judíos, se sobrentiende (Gómez
Redondo: 1676 y 1680).
La obra debió, en efecto, ser muy leída, pero “la enorme pérdida de
códices”, en especial de estos libros de cordel, no permitió que se salvara
ningún ejemplar del siglo XVI (Hook, 1983: 161 y 163).4 Sin embargo, si
nos limitamos al ámbito español, hay testimonios muy importantes de su
lectura: por ejemplo, en el catálogo de libros de Hernando Colón, hijo del
Almirante, aparece con el título de Historia de Vaspasiano enperador de Roma,
y entre los libros que pertenecieron al impresor Jacobo Cromberger, se-
gún un inventario del año 1529, constaban seiscientos setenta y un ejempla-
res de la Destruyción de Jerusalén (Hook, 1983: 169). El magnífico estudio
de María Rosa Lida de Malkiel muestra cómo los conquistadores, para
quienes “los horrores del cerco de Jerusalén [...] eran familiares” —por
haber leído a Flavio Josefo y su Guerra contra los judíos o, más probable-
mente, el libro de cordel—, no podían sino “enaltecer la magnitud del
horror” —”obra de Dios”— sacralizando “lo indecible de su crueldad”
(Lida de Malkiel, 1972: 111). Los testimonios citados por Lida de Malkiel
arrancan con la segunda carta de relación de Hernán Cortés, que, des-
También alude a la obra de Josefo —en una lectura vuelta contra los
españoles— el cronista Pedro Cieza de León, comparando a los “tira-
nos” de las guerras civiles del Perú con
los tiranos de la cibdad de Jerusalén, Simón [...] y Juan [...], según Josepo,
De bello Judaico [...], que eligió por sus defensores. ¿Qué más daño pudieran
los romanos en ellos hazer que ellos mismos hizieron, ni tanto ni ninguno
que con ellos se igualara? (Lida de Malkiel, 1972: 101).
6 Habría que preguntarse aquí lo mismo que se pregunta María Rosa Lida
vese que Flavio Josefo no quiere ser tenido por “relator de monstruosas nove-
dades”, que es lo que el libro de cordel lo hizo ser y lo que constituyó su fortu-
na. De hecho, el tremendismo del relato se vislumbra al final de la escena, en la
7 4 Enrique Flores
Pero, como explica María Rosa Lida, estas escenas son resonancias
de profecías e imprecaciones bíblicas —del Levítico: “Y comeréis las car-
nes de vuestros hijos, y comeréis las carnes de vuestras hijas”; o de las
Lamentaciones: “¿Han de comer las mujeres su fruto, los pequeñitos de
sus crías?” (Lida de Malkiel, 1972: 140-141). Y, como se sabe, “los trucu-
lentos pormenores del hambre no sólo agradan al gusto medieval, sino
que estimulan su inventiva a exagerarlos y añadir muchos nuevos” (Lida
de Malkiel, 1972: 144). De modo que en la Ystoria del noble Vespesiano, o
La destruyción de Jerusalén estas escenas redoblan su crueldad.8
Esto, que parece la suma del horror, no era, para el lector vulgar —el
lector de este “libro vulgar”, que se complace en “multiplicar horrores
recepción que tiene esta “noticia monstruosa”: “Luego por toda la ciudad se
divulgó tan estraña haçaña, y cada uno representava delante de sus ojos hecho
tan abominable; y como si él mismo uviera sido su autor, se estremecía y se le
espeluçaban los cabellos, y todos los que lo oýan, tenían por bienaventurados
los muertos que no oyeron tal desventura; y ellos deseavan antes la sepultura
que esperar a oýr otra semejante” (Lida de Malkiel, 1972: 143).
8 Cito algunos fragmentos a partir del ejemplar reproducido por Foulché-
hasta el ridículo” (Lida de Malkiel, 1972: 152 y 155)—, más que el cum-
plimiento de la profecía: “Se percibe la devoción medieval, la devoción
sumisa del iletrado a la letra más que al espíritu del omnipotente liber
scriptus” (Lida de Malkiel, 1972: 150). Pero si el horror caníbal del “librejo
popular” tiene un trasfondo bíblico, también lo tiene la crónica de Bernal
Díaz, y en especial las imágenes terribles de sacrificios y crímenes ritua-
les que —como un horrible leitmotiv— ensombrecen la narración. El so-
nido de los instrumentos musicales aztecas acompaña todo el cerco de
Tenochtitlan y, más que en la Destruición, aunque no soñada sino real, la
crónica multiplica la crueldad:
destrucción de Jerusalén, a pesar de que “pocos éxitos literarios han sido más
tenaces que el de este libro de cordel” (Lida de Malkiel, 1972: 29). Sin embargo,
los juicios del antropólogo e historiador vasco se aplican perfectamente a la
obrita citada por Bernal, con su mezcla de realidad e invención, de historia y de
ficción, de religión y tremendismo. Queda claro, en cualquier caso, que La
destruyción de Jerusalén formaría parte del “ciclo caballeresco-vulgar” (Caro
Baroja, 1990: 91). Y que en el fondo de esta asociación, yace un Mysterium
tremendum, teológico y popular, y la aseveración: “Los hombres y las mujeres
están sujetos a pasiones violentas” (Caro Baroja, 1990: 173).
La destrucción de Jerusalén 7 7
vulgar” del que no se conserva ni un solo ejemplar del siglo XVI, que ori-
ginó un “espectáculo vulgar” (Lida de Malkiel, 1972: 152)10 y del que se
ha dicho: “Pocos éxitos literarios han sido más tenaces que el de este
libro de cordel” (Lida de Malkiel, 1972: 29).
*
En la Historia verdadera de Bernal Díaz, como en las Cartas de relación de
Cortés, va a consumarse, literalmente, la profecía de la destrucción de
Jerusalén: “Y aquesta cibdad será cercada y destruýda, y verná a tan
grande destruymiento que no quedará piedra sobre ella”; “E la cibdad
será destruýda, que no quedará piedra sobre piedra” (Ystoria del noble
Vespesiano: 588, 609). Pero hay otra imagen que acerca a las dos ciuda-
des destruidas —al menos en mi imaginación—, y es la de “el valle
lleno de agua”. Hablo de la solución propuesta por Jafel para resolver
el problema de abastecimiento del agua, y que se proyecta sobre “el
valle de Josafad” —escenario tradicional del Juicio Final:
E Jafel respondió, e dixo: “Nos avemos muchas bestias, así como son búfanos,
e bueyes, e azémilas, e cavallos; fazed matar las que son demasiado, e los
cueros dellos fazedlos adobar muy bien e coser el uno con otro; e assí
encorarán todo aquel valle de Josafad; y después, señor, fazed que dos mill
azémilas traygan agua; e assí abondaréis toda la hueste, e esto se faga de
cada día”. Y el enperador tomólo por buen consejo, e luego mandó que se
feziese; e luego fue fecho. E quando la hueste vido el valle lleno de agua
ovieron grande gozo, e dixeron que buen consejo avía dado Jafel, e que
bien parescía que era ombre entendido. Y quando el valle fue lleno de agua,
e estava assí como si fuese un río de una grande fuente, de la qual cosa el
emperador e todos los otros ovieron muy grande gozo. E quando Pilatos e
el rey Archileus que estavan dentro de Jherusalem vieron el valle de Josafad
lleno de agua, ovieron un grande pesar (Ystoria del noble Vespesiano: 597).
*
En Los libros del conquistador, Irving Leonard hace un fascinante recorri-
do por las lecturas que hacían los soldados en el Nuevo Mundo, com-
puestas en su mayoría por novelas cortas, pequeños “libros traducidos
o adaptados del francés” —esto es: libros de cordel—, así como por
“romanceros” o “colecciones de romances” —es decir: pliegos de ro-
mances o pliegos de cordel (Leonard, 1979: 115 y 125). Pero también
muestra cómo leían, cómo vivían sus lecturas. Y uno de los testimonios
que ofrece (58) es el famoso pasaje del Quijote en que el ventero le habla
de su afición a los libros de caballería y de las lecturas en voz alta en
tiempos de siega:
11 “Y Josep Jafaria díxole: ‘Señor, otro consejo aquí no ay sino que estén los
hombres por el adarve, e que fagan grandes balsas acerca del adarve, e que
pongan allí todos los muertos, porque espanto sería de las gentes si todos días
toviesen los muertos delante, y aún más por el fedor que dellos salía, que sería
muy grande enfermedad’” (Ystoria del noble Vespesiano: 606). Las balsas sirven
para evacuar a los muertos.
La destrucción de Jerusalén 7 9
—Tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me
han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos; porque cuando es
tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre
hay alguno que sabe leer, el cual coge uno de estos libros en las manos, y
rodéamonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto,
que nos quita mil canas; a lo menos, de mí sé decir que cuando oyo decir
aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me
toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días
(Quijote I, 32).12
*
Ya hemos dicho que es la magnitud de la matanza —sobrenatural—
la que vuelve mítica la destrucción de Jerusalén. Pero queda por ver la
manera de esa destrucción. A ella puede aplicársele lo que dice María
Rosa Lida a propósito de otro tema: que ejerce “la fascinación fuerte de
lo irracional y lo reprimido”, en figuras de “sacrílegos y asesinos” que
encarnan “la despreciable locura popular” (Lida de Malkiel, 1972: 96).
En la “angustia” de Jerusalén —Sion angitur— se cumplen las viejas pro-
fecías, pero también van aumentándose los horrores de la destrucción
alentados por el imaginario medieval. Un episodio da expresión a esta
suerte de alucinación macabra: el de los cadáveres de los judíos muer-
tos, atravesados por las espadas de los conquistadores para extraer el
oro que habían tragado. Al episodio, que proviene de Josefo (Lida de
Malkiel, 1972: 119-120), se le agrega en la Vindicta Salvatoris otra escena,
la de la venta de los cautivos, una venganza “simétrica” de la traición
de Judas: si Judas vendió al Salvador por treinta dineros, ahora se ven-
den treinta judíos por un dinero (Lida de Malkiel, 1972: 122-123). Esta
“ingeniosa simetría” es recuperada por la “bastardeada descendencia”
(180) de Flavio Josefo, incluyendo L’estoire del Saint Graal, el poema de la
Destruction de Jérusalem y el misterio de La vengeance de Nostre Seigneur,
así como sus versiones castellanas: El libro de Josef Abarimatía, el Auto de
la destrucción de Jerusalén y la Ystoria del noble Vespesiano, que “combina el
macabro incidente del oro con el de la venta, entretejiendo con estos
elementos un prolijo y grotesco episodio” (Lida de Malkiel, 1972: 129).
La destrucción de Jerusalén 8 1
Vale la pena citar este pasaje e imaginar las fantasías criminales, de “ho-
rror sumo” (188),13 que expresaba y proyectaba —”la fascinación de lo
irracional y lo reprimido”—, en la lectura proyectiva que hacían los con-
quistadores en el Nuevo Mundo. Una lectura comparable a la de la Bre-
vísima relación de la destruyción de las Yndias:
13 Los libros de cordel han sido abominados desde hace siglos, lo mismo
el cavellero que avía comprado el primer dinero de los judíos ante el Empera-
8 2 Enrique Flores
Todas las fantasías acerca de los tesoros ocultados por los indios, o
arrojados en las aguas de la laguna para sustraerlos a los conquistado-
res, tienen su referencia en esos crueles episodios convertidos en los
violentos arquetipos de un inconsciente colectivo. Y esta es la escena
reprimida tras la escena de Bernal Díaz. No la del Amadís, sino la de la
Destruyción:
*
Para concluir, volvamos un momento al hambre mítica de Jerusalén. La
Ystoria del noble Vespesiano la representa —antes de la escena de las mu-
jeres caníbales— en términos de una crudeza aparentemente brutal
—salvaje, animal—, pero en realidad profundamente retórica:
dor, e traxo consigo el judío que él avía asegurado de muerte [por contarle cómo
les avía mandado Pilatos comer todo el tesoro que estava en la cibdad, e las
piedras preciosas, porque el Emperador ni la su gente no lo oviessen ni se serviesen
dello”], e dixo al Emperador: “Yo aseguré a este judío de muerte por esta razón:
que sabéys que yo ove comprado el primero dinero de los judíos, e los ove lleva-
do a la mi tienda, e saqué la espada e maté el uno, e como le saqué el espada del
cuerpo, salió dél oro e plata, de la qual cosa yo fui mucho maravillado dello; e
tomé a este judío a una parte; e díxele que me dixese qué cosa podría ser esto; e él
no me lo quiso dezir fasta que lo asegurase de muerte; porque vos ruego, señor,
que tomedes este que yo aseguré, e dadme otro que mate en lugar deste, ca por
cierto conplir quiero mi dinero, pues lo merqué. E el Emperador diole el más sotil
judío que aý era, e él tomó el del cavellero, e el cavallero mató al judío luego, e
sacó lo que tenía en el cuerpo” (Ystoria del noble Vespesiano, 1909: 621). Otra lámi-
na, terrible, ilustra las imágenes de estas fantasías y crueldades (618).
La destrucción de Jerusalén 8 3
E quando todo les fallesció, corrieron a las puertas de la cibdad, que eran
encoradas de cuero de búfano e de bueyes, e las gentes tomavan a pedaços
de aquellos cueros, e cozíanlos para comer, e aquel que mayor pedaço po-
día tomar, aquel se tenía por grande, e aquellos cueros comían. E vinieron a
esto: que un pan que solía valer un dinero, valía quarenta pesantes de pla-
ta; e una poma o ma[n]çana valía siete pesantes, e un güevo valía cinco
pesantes (Ystoria del noble Vespesiano, 1909: 607).
En este tiempo padecían en Buenos Ayres la más cruel hambre que xamás
se ha visto porque, aviendo faltado las rraciones ordinarias, comían çapos e
culebras, carnes podridas que hallavan por los campos y las hiervas coci-
das, de tal manera que las mismas heces que unos digerían los otros lo
comían y tenían por sustento (Ruy Díaz de Guzmán, apud Lida de Malkiel,
1972: 178).
*
Así, el topos de la Ystoria del noble Vespesiano —o de La destruyción de Jeru-
salén— acaba construyendo la memoria, ya no de los victimarios de la
destrucción, como en la imagen de Bernal Díaz, sino de sus víctimas. Y
justamente la construye —con el apoyo, recordémoslo, de los frailes fran-
ciscanos— en el momento, angustioso, en que esa herencia se derrumba.
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XI-XXXVII.
8 6 Enrique Flores
Summary. During the paroxism of violence and death in the fall of Tenochtitlan,
Bernal Díaz de Castillo recollects a text: a pamphlet entitled “The Destruction of
Jerusalem”. What apocalyptic images threaten that oniric city? What is the
genealogy and what are the intricacies and outlets of that violence? Finally, in
what way does this text express the phantoms that obsess the Conquistadors?