Falacias Lógicas y Psicológicas
Falacias Lógicas y Psicológicas
Falacias Lógicas y Psicológicas
La Lógica (creada por Aristóteles con el nombre de Analítica, aunque la tradición estoica se lo
cambió) es la ciencia del razonamiento (silogismo, en griego) en todas sus formas. El razonamiento es un
ARGUMENTO con premisas y conclusión, es decir, proposiciones que anteceden y se suponen que apoyan
o conducen a una proposición que se sigue o deduce necesariamente de las premisas, según el ejemplo
clásico: 1) Todos los humanos son mortales; 2) Fulanito es humano; 3) por tanto, Fulanito es mortal.
Hay una lógica formal, que estudia las leyes del razonamiento correcto, empezando por el principio
básico de identidad o no contradicción, con lo cual busca las conexiones necesarias entre ideas, aquellas que
no pueden ser de otro modo y cuyo contrario es imposible (por ejemplo, el círculo es circular, de modo que
no hay círculos cuadrados; necesariamente es una afirmación falsa, porque es imposible la compatibilidad de
circular y cuadrado). Con ello busca el razonamiento VÁLIDO, el que es correcto sólo por su forma o
sintaxis (orden, conexión de los enunciados; por ejemplo: si p, entonces q; p; luego q). Aristóteles también la
inició, aunque fue en el siglo XIX y XX cuando se formuló en forma totalmente simbólica, llamándose por
ello lógica simbólica o lógica matemática.
Pero también existe la lógica material, que tiene en cuenta la materia o contenido de los enunciados
y, por tanto, la dimensión semántica del lenguaje. Hay dos tipos de lógica material.
Una es la lógica científica, que se ocupa del razonamiento no sólo válido sino también
VERDADERO y utiliza tanto la deducción como la inducción, buscando conclusiones necesarias a partir de
premisas verdaderas. Por ello puede decirse que el silogismo científico es a la vez material y formal, puesto
que busca verdades materiales necesarias de modo deductivo.
La otra es la lógica informal, también material, que se divide, a su vez en dialéctica y retórica.
Ambas se basan y concluyen en enunciados sólo probables, como es propio de los ámbitos moral, jurídico,
político. El silogismo dialéctico busca sólo razones para defender o atacar, o sea, discutir o refutar tesis,
mientras que el silogismo retórico busca persuadir sobre sus tesis a base de lo que Aristóteles llamaba
tópicos u opiniones establecidas (éndoxa) y recurre no sólo a la dimensión sintáctica y semántica del
lenguaje, sino también a la pragmática, utilizando recursos o argumentos no sólo lógicos sino psicológicos o
emocionales, o sea, que recurre a la psicología del auditorio, a las emociones y no sólo a la razón.
La lógica o razonamiento dialéctico es complemento de la ciencia, al menos para refutar tesis falsas.
Pero en la vida cotidiana y muchos contextos de interacción comunicativa tenemos que conformarnos con
ARGUMENTAR retóricamente cuando no es posible DEMOSTRAR1 científica o dialécticamente.
Tanto la lógica formal como la informal aplican ciertas reglas argumentales o tipos de argumentos,
cuya infracción se denomina falacia. Las FALACIAS son trampas o argumentos engañosos: parecen
correctos, pero son incorrectos. Las falacias son la contrapartida de las leyes o esquemas válidos de
deducción o inferencia de la lógica científica (material o sólo formal) o los esquemas argumentativos de la
lógica retórica. Se llaman SOFISMAS si su intención es engañar2 y PARALOGISMOS cuando no hay esa
intención, pero nos precipitamos a confundir lo posible con lo necesario3.
Al estudiar las falacias típicas estamos estudiando a la vez, indirectamente, las reglas de la buena
argumentación. Por eso centraremos nuestro análisis en los tipos de falacias (sobre todo informales, que son
las que aparecen en la conversación o argumentación ordinaria: no científica).
En este caso, se sostendría que, puesto que el iluso confunde su deseo con la realidad, afirmar la realidad
que se desea sería pecar (siempre) de ilusión. Pretensión ilusa que constituye el único e ineficaz argumento
del ateísmo decimonónico.
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El mayor ejemplo sería querer apoyar o demostrar la validez del método o principio de la inducción
científica basándose en el «principio de uniformidad de la naturaleza», ya que este principio no es sino
una generalización inductiva que se apoya, a su vez, en la cuestionable validez del principio inductivo. Lo
cual equivaldría lógicamente a la contradicción de negar o cuestionar un principio y a continuación
afirmarlo.
Como ya vimos, sólo con la Lógica trascendental kantiana se puede demostrar la validez general del
principio inductivo o de generalización, aunque no se pueda demostrar la validez de ninguna generalización
particular.
“Ad hominem” o descalificación. Está basado en el ataque a alguna cualidad de la persona que es
oponente en la discusión y no a sus argumentos: “Su afirmación acerca de la economía española es falsa
porque usted no es economista”. “Usted me ha suspendido sólo porque me tiene manía”.
“Tu quoque” (“Tú también”). Es una variación del anterior, el argumento de descalificación
personal, porque se desentiende de la verdad o falsedad objetiva de lo que se discute y se desvía la atención
al hecho de que el adversario también ha cometido una falta semejante. Pero la generalización del error no lo
convierte en acierto, ni un error justifica otro error. Son obvios y múltiples los posibles ejemplos,
especialmente en el ámbito de la política: “Su partido se ha financiado irregularmente. / Y el suyo,
también”.
Falacia del "hombre (o monigote) de paja", que caricaturiza al adversario, ocultando lo admisible o
plausible, para facilitarse una espuria crítica. Consiste en tergiversar o atribuir al interlocutor una versión
absurda de su tesis para hacer más fácil su refutación. Por ejemplo:
No creo en Dios porque no creo en seres que viven en la nubes y hacen magia.
Los padres que no dejan a sus hijos ir solos de vacaciones lo que quieren es dejarlos sin vida social.
Pregunta capciosa. Es una expresión sin estructura argumentativa, pero que obliga al interlocutor a
asumir lo que se afirma, responda lo que responda: “¿Sigue pegándote tu pareja?” Si se contesta
afirmativamente, entonces se asume el carácter violento de la relación; si se niega, entonces se afirma que ya
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no hay violencia, pero que la hubo. Si la respuesta es el silencio, entonces se puede apelar a otra falacia: al
argumento “ad silentium”, que dice que quien no contesta es porque o ignora el tema tratado o tiene
motivos para no contestar; en este último caso se asume que la razón para tal silencio es que asume la
veracidad del hecho. Sin embargo, al igual que podría aplicarse al caso el dicho el que calla, otorga, también
se le podría aplicar otro de sentido contrario: a palabras necias, oídos sordos.
“Ad ignorantiam” o por ignorancia. Consiste en pensar que una afirmación es verdadera porque
aún se desconoce o no se ha demostrado que sea falsa: “No hay pruebas importantes de que el señor X sea
un corrupto, por tanto, el señor X no es un corrupto”, “No hay pruebas de que Dios exista, por tanto, Dios
no existe”.
“Ad baculum” o del bastón. Hace hincapié más en la razón de la fuerza que en la fuerza de la razón
y por tanto esconde en la argumentación una amenaza más o menos velada: “Todos los niños han de comer
legumbres para estar fuertes y no enfermar. Estoy seguro de que tú no quieres ponerte malito ¿verdad, mi
niño?, así que o te comes el potaje de lentejas o vas a saber lo que es ponerse malo de golpe”.
Falacia genética: el origen de una creencia (sea el deseo, la imaginación, el miedo, etc.), es decir, su
modo de descubrimiento no determina su validez objetiva. Por eso, mi deseo de Dios ni asegura ni descarta
la existencia de Dios. Es la falacia cometida también por el ateísmo decimonónico finisecular (Marx,
Nietzsche, Freud), junto a otras muchas como la ya mencionada de afirmación del consecuente.
“Ad verecundiam”, de autoridad o tradicionalista: es defender una opinión sin pruebas, sólo porque
la mantiene una autoridad o persona famosa, o se ha sostenido por una larga tradición, bajo el supuesto
implícito y falso de que el mantenimiento de debe a la confirmación reiterada de su verda. Apoyar opiniones en
la opinión de personas entendidas en un tema puede prestar fundamento o probabilidad como guía de
investigación, pero resulta insuficiente y falaz cuando pretende impedir la discusión, eludiendo el hecho de
que cualquiera puede equivocarse. Ejemplos:
“No hay nada que investigar, porque si fuera así ya lo habría dicho Aristóteles”.
“Claro que es verdad: lo han dicho en TV”.
“Nike es la mejor marca deportiva: la recomienda Rafa Nadal."
“Ad populum” o populista. Sea o no por mero eco o repetición, algo no es verdad porque llegue a
creerlo un pueblo entero. Es una variación de la ad verecundiam tomando a una pretendida mayoría social
como autoridad. Consiste en apelar a prejuicios o emociones tópicos o en hechos generalizados
confundiéndolos con una razón justificada. Es el recurso típico de la demagogia política (populismo) y la
publicidad engañosa, que buscan adular en lugar de decir la verdad o contentar el gusto en lugar de ofrecer
algo bueno: “Bebe refresco de esta marca, millones de personas no pueden equivocarse” o “El pueblo es
muy maduro porque ha votado a nuestro partido”. En ambos casos se adula el sentimiento de la vanidad del
pueblo para hacer pasar su opción (que podría ser equivocada) por la correcta en lugar de argumentarlo. Y
por confundir hecho con razón podrían juzgarse también como casos de petición de principio.
“Ad nauseam”: algo no se convierte en verdad por el hecho de repetirlo hasta la náusea. Es un
recurso típico de la propaganda comercial o política y del llamado lavado de cerebro, en que la repetición de
una afirmación, aunque sea parcial y falsa, se refuerza con su asociación a premios y castigos y la ocultación
de información u opiniones diferentes por el mismo mecanismo de presión emocional.
“Ad novitatem” o falacia modernista: consiste en creer que una idea es mejor sólo por el hecho de
que es más moderna (se plega a la moda), bajo el supuesto implícito y erróneo de que se trata de un
descubrimiento. Es la falacia opuesta al argumento por autoridad o tradicionalista.
“Ad misericordiam” o por pena. Intenta apelar a la piedad o el favor del interlocutor para conseguir
algo. “Tengo una beca que me permite seguir estudiando; para mantener esta beca he aprobar todas las
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asignaturas y si no apruebo la suya a pesar de lo mucho que he estudiado me la quitarán”. “Veo que por lo
que dice usted lo está pasando muy mal, por eso cuando me pide que le ayude debe de estar diciendo la
verdad”.
Ad consequentiam o (argumentación) por las consecuencias: Esta falacia (sería un falso modus
tollens que) confunde deseos o deberes con hechos. Se basa en alegar las posibles o hipotéticas
consecuencias, negativas o positivas, de una posición para sostenerla o rechazarla como hecho. Si A es
cierto, entonces pasa B (negativo), por lo tanto, A es falso. También funciona al revés: si A es cierto, pasa B
(positivo), por lo tanto, A es verdadero. Ejemplos:
“¿Cómo voy a haber hecho yo eso si está prohibido y podría ir a la cárcel?"
(Evidentemente, que algo no sea lógico o justo no significa que no se pueda cometer; de otro modo,
nunca habría errores ni delitos, lo cual es falso. También podría considerarse una petición de principio de
carácter moral, ya que pretende dar por supuesto lo que se está cuestionando.)
“El jugador hizo todo lo que pudo, porque si no, no hubiéramos ganado el partido”.
(Es obvio que el partido también podría haberse ganado por otras causas o méritos, sin contar con el
esfuerzo máximo de los jugadores.)
Falso dilema o falacia del tercio excluso. Consiste en presentar al interlocutor sólo dos alternativas
como si éstas fuesen las únicas: “o estás con nosotros o estás contra nosotros”, “o vota usted a este partido o
le gusta que todo vaya mal”; “o comes o te comen”. En estos casos se excluyen otras alternativas posibles.
Definición capciosa: es la que incluye un término valorativo que supone ya un prejuicio o petición
de principio de lo que se discute, como definir “conservador” como “persona con opiniones reaccionarias
en política” o, al contrario, “persona con una opinión realista de los límites humanos”.
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FALACIA ATOMISTA, que confunde distinguir y separar, estableciendo entre estas dos
operaciones una inexistente conexión necesaria, un non sequitur. Por ejemplo, la que cometió Descartes al
separar cuerpo y mente como realidades distintas sólo por el hecho de que podemos prescindir de una u otra
a la hora de distinguirlas o definirlas. Así, no necesitamos del cuerpo para definir el pensamiento, pero eso
no implica necesariamente que la mente no necesite del cuerpo para pensar o que el cuerpo no pueda pensar.
Falacia NATURALISTA es paso ilegítimo del ser al deber, pero en el doble sentido: muchos hechos
no hacen un derecho ni anulan un deber. Es decir, un injustificado paso (un non sequitur) del es al debe: la
confusión de lo natural con lo moral o de la facticidad con la validez: el hecho de que algo sea no implica
que deba ser; no podemos convertir cualquier hecho en deber o derecho. El hecho de que el crimen sea
frecuente no lo convierte en justificado. Como tampoco vale lo contrario: del hecho de que no se cumpla un
deber no se deduce que no exista ese deber (que significa deuda). La norma estadística no implica norma
moral ni jurídica: una cosa es lo corriente y otra lo correcto. Otra cosa es que obtengamos la normal ideal
analizando la realidad fáctica: la naturaleza es un indicio de lo que debemos hacer porque muestra funciones
y finalidades que queremos y resultan necesarias o convenientes para vivir la mejor vida posible. Así, no
habría conexión lógica entre es y debe, pero sí una conexión teleológica y volitiva que hay que analizar,
evaluar y decidir en cada caso.
Equívoco: se debe a la ambigüedad léxica o semántica de una palabra, que cambia de significado en
el curso del argumento:
“Sólo el hombre es racional. Ninguna mujer es un hombre. Así pues, ninguna mujer es racional"
(donde se juega con la ambivalencia de "hombre").
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“Es cierto que ayer vi a la burra de Juanita” (donde se advierte el equívoco o ambigüedad de la
palabra “burra”.)
“Quienes provocan heridas son delincuentes, el cirujano provoca heridas, por tanto, el cirujano es
un delincuente”. Aquí la falacia tiene un doble origen: por un lado, la imprecisión inicial, que induce
erróneamente a reducir la provocación de herida con la delincuencia como una falsa definición y, por otro, la
ambigüedad de “herir”, que tiene un doble sentido porque no siempre es negativo. O, dicho más
simplemente: la provocación de una herida no siempre ni necesariamente se debe a una mala intención y un
acto delictivo, luego no toda herida entra en la clase de los actos delictivos: “herir” no tiene un significado
unívoco ni es sinónimo de delinquir.)
Falacia de composición o “pars pro toto”. Consiste en atribuir indebidamente las propiedades de las
partes a un todo. Ejemplos:
Si alguien se levanta de su asiento puede ver mejor. Por lo tanto, si todos se ponen de pie, todos
pueden ver mejor.
“Si compras una casa ahora, la podrás vender más cara después; por tanto, si todos compramos
una casa ahora, la podremos vender más cara después” (cuando esto ocurre suele originarse una burbuja
económica que deviene en crisis).
Falacia de división: consiste en atribuir confusivamente las propiedades del todo a las partes. Por
ejemplo:
“Esta mesa es negra. Por tanto, los átomos de esta mesa son negros”.
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leyendo el periódico en horas de trabajo sino que me informo”. Se trata de alegar un motivo que, fuera de
contexto, de modo abstracto o en general, es justo, aplicándolo, por lo bien que suena, a un caso injusto. Sin
duda, informarse es bueno, pero no en horas de trabajo. Sin duda, de aquello de lo que no hay más remedio
no somos responsables, pero a lo peor sí había otro remedio; etc. Es el recurso del nocivo bienquedismo o
buenismo en general: cubrir lo injusto con una apariencia de bondad inaplicable al caso concreto que se
intenta defender hipócritamente por otros motivos: interés propio, cobardía, pereza...
5) PROYECCIÓN: atribuir a los demás aquellos rasgos de nuestra conducta o carácter que consideramos
indeseables. Corresponde al aviso evangélico de que “es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en
el propio”. Lo expresan también los refranes: “cree el ladrón que todo el mundo es de su condición”, “el que
se pica, ajos come”, o la denuncia infantil de “el que lo dice lo es”. Como decir «Fulano es un egoísta», por
ejemplo, cuando el otro no hace siempre lo que yo quiero (lo que delata que el egoísta es uno mismo); o
llamar “cabezón” al que no se plega a mis demandas; etc. Se trata de una desfiguración de la visión objetiva
producida subjetivamente por los propios intereses o prejuicios4.
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