Interpret. y Argum. Jurídica - Fernando Quintana B

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PREFACIO

En esta obra se busca establecer la vinculación de la interpretación


con la argumentación en materias jurídicas. Para hacer visible esta
conexión es preciso considerar la interpretación misma como el
fenómeno cognoscitivo de la comprensión que busca aprehender
un sentido. Esta posición deriva de los planteamientos de la her-
menéutica de Dilthey, con las revisiones que han realizado en el
curso del siglo XX autores hermenéuticos posteriores, como Betti,
Ricoeur, Eco, Gadamer, Vattimo. Se diferencia de la posición que
asumen autores vinculados al pensamiento analítico, como Wró-
blewski y Guastini, que conciben la interpretación como atribución
de significados en los casos en que se presentan dudas de aplica-
ción de la regla de significado.
La interpretación como proceso exige de parte del intérprete
una actividad que se manifiesta en la forma de conjeturas. Inter-
pretar es, entonces, conjeturar un posible significado a partir de
un cierto enunciado. Esto conduce a la “deriva de interpretacio-
nes”, como lo indica Derrida. Para no quedar sólo en esta activi-
dad infinita de interpretaciones posibles, hay que recurrir a la
clásica dualidad littera y spiritus, que muestra que el movimiento de
la interpretación va desde la primera hacia el segundo. De ahí la
importancia de la ratio, como concepto que de alguna forma reco-
ge aquello otro que la sola letra. Pero si es posible formular múlti-
ples interpretaciones, no todas valen lo mismo, y es preciso
justificarlas, y aquí surge el tema de la argumentación. La activi-
dad de justificación hace visible la función de los principios como
razones justificatorias. Con esto se hace necesario abordar el tema
que es inevitable, cual es el de la mejor interpretación o interpre-
tación verdadera. La solución que ofrece esta obra es la aproxima-

7
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

ción asintótica a la verdad. Muestra aquí toda su importancia la pru-


dencia, que permite la actuación de los principios.
El examen que se hace de autores nacionales y de decisiones
judiciales permite exhibir cómo están presentes los problemas de
la interpretación y cómo de manera más bien intuitiva se insinúan
las soluciones principialistas que es posible describir. El estudio de
los conflictos de la cultura jurídica chilena está por hacerse. Aquí
se sugieren algunos caminos para abordarlos.
Este trabajo contó con el apoyo del Fondo Nacional de Desa-
rrollo Científico y Tecnológico (FONDECYT), Proyecto Nº 1020108.

8
Capítulo Primero

LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN


Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

1. LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN

La hermenéutica clásica. Aunque en el uso corriente los términos her-


menéutica, exégesis e interpretación se emplean indistintamente
para nombrar las operaciones intelectuales tendientes a aprehen-
der un sentido en cosas que lo posean, cada uno de ellos significa
algo diferente, que es preciso mantener separado.
La palabra hermenéutica deriva del griego hermeneia y significa
en general interpretación. Esta última, a su vez, deriva de la pala-
bra latina interpretatio, que es la traducción al latín de aquélla. Por
su parte, exégesis también deriva del griego exegesis, con el signifi-
cado general de interpretación. Pero hermenéutica y exégesis en-
cuentran tempranamente una diferenciación, que se va a agudizar
en los tiempos actuales, especialmente con el surgimiento de la fi-
losofía hermenéutica. Para hacer más visible esta diferenciación hay
que acudir a la elaboración sobre el lenguaje que ofrece el diálo-
go Cratilo de Platón. No es la única obra donde Platón se ocupa
del lenguaje. Primeramente aparece el tema en el diálogo Menón,
en donde antes de iniciar el debate dialéctico sobre la virtud se fi-
jan las condiciones generales del diálogo mismo. Una de esas con-
diciones es un lenguaje común a los interlocutores, en donde todos
concedan las mismas significaciones a las palabras que emplean.
Solamente así el diálogo podrá ser una marcha fructífera en la bús-
queda de conocimiento. En Cratilo se da comienzo a una búsque-
da de la naturaleza, origen y propiedades del lenguaje. Aquí, los
dialogantes Hermógenes y Cratilo debaten primeramente sobre el
origen del lenguaje y la correspondencia entre palabra y cosas del
mundo exterior. Hermógenes representa la doctrina de que la re-
lación entre lenguaje y cosas es puramente consensual, esto es, de-

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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

pende de la costumbre y el arbitrio, Cratilo, en cambio, sostiene


que esa relación obedece a una legalidad natural. Pero esta con-
traposición es sólo un comienzo, pues, como se muestra en el cur-
so del diálogo, responder adecuadamente a los problemas que
plantean ambas posiciones exige esclarecer en su integridad el tema
del lenguaje en sus relaciones con las cosas y con los sujetos que
hacen uso de él, como asimismo exige de una ontología general
para posicionar el lenguaje con respecto al ser. La contraposición
resulta ser una parte de un fenómeno mucho más amplio, como
es el lenguaje.
De este diálogo se obtiene el planteamiento general sobre el
lenguaje, que Platón mantendrá en otros diálogos, como Fedro y So-
fista, y que se mantiene hasta la Carta VII. El lenguaje es un instru-
mento, un organon, mediante el cual quien lo usa lo hace para
expresar sus pensamientos sobre las cosas, sus sentimientos, sus vo-
liciones. Queda en el lenguaje fijado un pensamiento (dianoia), un
deseo, un estado de ánimo. El lenguaje no se confunde con las co-
sas, se distancia de ellas, pero por esto mismo no posee un poder
manifestador infalible de la verdad de las cosas y no es garantía de
un conocimiento cierto. En Carta VII afirma Platón una vez más y
en forma postrera el carácter impotente del lenguaje frente a la
intelección pura del nous. El tema del lenguaje queda cruzado por
la pregunta que formula Sócrates en Cratilo, 439a: “Si, entonces,
por una parte, es posible adquirir un aprendizaje sobre las cosas
por medio de los nombres, y por otra parte es también posible ad-
quirirlo de las cosas mismas por ellas mismas, ¿cuál aprendizaje (má-
thesis) sería más perfecto y seguro?”.
La respuesta va por esta segunda vía abierta por Platón, la apre-
hensión de la cosa misma en su ser, lo que llama la ousia. Pero esto
queda como problema, pues quiere decir que dejando de lado la
palabra habría una capacidad infalible de acceder a la cosa misma,
sin intermediarios lingüísticos.
Queda esbozada una teoría de la significación. El lógos es lo que
hoy llamamos enunciado o proposición, compuesto de nombre y
verbo. Es una unidad compuesta de esos dos elementos, cuya unión
ofrece un significado al referirse a algo exterior. El significado de
cada nombre o verbo, por separado, es distinto del significado de
su unión o combinación. Perro, como nombre, significa algo dis-
tinto a “el perro ladra al extraño”. El nombre y el verbo son las uni-
dades menores, la proposición o enunciado es la unidad mayor, y
la combinación de varios enunciados o proposiciones constituye ya

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LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

una unidad más grande y compleja. El significado de estas unida-


des complejas mayores es diferente del significado de cada una de
sus partes. A Platón le interesa llevar esta teoría de la significación
y de los enunciados al terreno de la verdad. Solamente el lógos pue-
de ser verdadero o falso, no las palabras por sí solas. La palabra pe-
rro no es ni verdadera ni falsa, pero sí puede serlo el enunciado “el
perro ladra al extraño”, y como tal puede ser verificado.
La palabra como tal tiene una realidad física, fonética (soni-
do) o gráfica, y esta característica la transfiere a las unidades ma-
yores de que forma parte. La palabra, desde otro ángulo, es lo que
Platón llama un déloma, esto es, un manifestador, o como diríamos
en lenguaje de hoy día, un significante, algo que significa. Signifi-
car quiere decir aquí abrir un curso en dirección al pensamiento
de quien hace uso de la palabra, pensamiento a su vez que el suje-
to que hace uso de la palabra tiene sobre las cosas. De esta mane-
ra, quien escucha una palabra hablada o lee una palabra escrita se
convierte necesariamente en un hermeneuta, en el sentido de que
entiende o comprende a partir de la palabra y por medio de ella
el pensamiento expresado. La palabra se convierte así en algo que
está en lugar de las cosas respecto de las cuales piensa el que hace
uso de las palabras. Por su parte, quien escucha o lee una palabra
tiene que captar el pensamiento que se refiere a las cosas. Sólo así
se entiende el diálogo, como un entenderse mutuamente, o al me-
nos intentar entenderse.
Volviendo a la palabra hermenéutica, digamos que en Cratilo,
408a trata Platón de caracterizar al dios Hermes, cuyo nombre está
vinculado a esa palabra. En este texto le asocia primeramente el
ser un hermeneuta, o intérprete, y un mensajero (lo que caracte-
rizará a la versión latina de Hermes, que es Mercurio). En segui-
da, le asocia la nota de ser embaucador y astuto en los discursos y
en las cosas relativas al ágora, el comercio y la política. Pasa a ser
Hermes un dios importante en los asuntos sociales y culturales. En
el Himno a Hermes, de Homero, versos 460 y siguientes, asistimos a
la escena donde Hermes es instituido en mensajero de los dioses y
es dotado de dones especiales. La fama popular le convertirá en
dispensador de riquezas y en el fundador del “intercambio comer-
cial” entre los hombres.1 En otras fuentes, Hermes se vincula al her-

1
HOMERO, Hymnes, Hymnes a Hermés, pp. 103-141, de la edición de J. Hum-
bert, de Belles Lettres, Paris, 1959. H. J. Rose, en Handbook of greek Mythology, Uni-
versity Paperbacks, London, 1964, expone un interesante paralelo entre Apolo y

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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

ma, una señal de piedras que se construía en los costados de los


caminos para que los viajeros no extraviasen la ruta; también se le
relaciona con un dispositivo que servía para mantener los barcos
en su verticalidad y seguir la marcha en mares tempestuosos. To-
das estas versiones de Hermes nos ofrecen, sin embargo, una zona
común de encuentro. Hermes se asocia a los signos o señales que
sirven de guía o indicadores. Trátese de señales materiales a la vera
del camino o de indicadores de posiciones verticales o de signos o
señas del intercambio comercial o signos de otras actividades, lo
cierto es que Hermes se nos aparece vinculado al signo, en conse-
cuencia, a todo lo que mediante signos es posible instituir y for-
malizar en la vida social y cultural. De los sistemas sígnicos de que
dispone el ser humano, el más importante es el lenguaje, pues me-
diante él se comunica con sus semejantes, haciendo posible la ins-
titución de la vida social y las diversas formas de la cultura.
Se llega así al punto central de este planteamiento. El signo es
una entidad material, perceptible, que posee la aptitud de signifi-
car, esto es, de transitar a algo otro que él mismo. Por eso se le lla-
ma significante, que significa. Ahora, ¿qué es lo que significa eso
otro que él mismo y hacia el cual indica? Para Platón, lo hemos
visto, significa la dimensión no visible, no perceptible, que concier-
ne al pensamiento (dianoia) de quien usa el signo, pero todo esto
a su vez dirigido en otro nivel hacia la idea platónica. Aristóteles
prosigue en esta línea de reflexiones y sobre el tema de la herme-
néutica dedica un breve tratado, que después fue titulado Perí Her-
meneías.
Este tratado sobre hermenéutica se inserta en el conjunto que
lleva por título Organon, que contiene varios tratados que exami-
nan el logos desde varios ángulos diferentes. Ya hemos visto que lo-
gos es enunciado compuesto de varias unidades significantes, que
posee un significado propio diferente del de las partes que lo inte-
gran, pero también es proposición o juicio que posee el atributo
de la verdad o falsedad. Así, Aristóteles va examinando sucesivamen-
te diferentes aspectos relacionados con los enunciados o proposi-
ciones. En el tratado Categorías examina qué significa el acto de la
predicación en la proposición y qué lo hace posible (las categorías
y los predicables); en Analíticos I y II examina los razonamientos

Hermes, ambos dioses jóvenes cuyas vidas se entrecruzan para terminar converti-
dos en dioses tutelares de las ciencias y las artes.

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LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

que se hacen con proposiciones, la teoría demostrativa, la doctri-


na de las definiciones, los primeros principios de las ciencias, los
principios comunes, en suma, las distintas funciones que asume la
proposición en el saber científico; en Tópicos examina la proposi-
ción en los argumentos dialécticos, esto es, no demostrativos, pero
de una enorme importancia en la constitución del saber humano,
y examina también los llamados topoi o lugares comunes; en el tra-
tado Perí Hermeneías, que fue después traducido como Sobre la Inter-
pretación, trata de la proposición en cuanto significante, lo que
permite distinguir entre proposiciones significantes o semánticas y
proposiciones apofánticas o susceptibles de ser verificadas en su ver-
dad; finalmente, en Refutaciones Sofísticas trata de distintas formas
de argumentos y de las falacias.
En Perí Hermeneías, 16a 5, se califica a la palabra (lenguaje en
general) como símbolo (symbolon) de las afecciones o impresiones
de los sentidos (pathémata én té psyché), en cambio, en Refutaciones
Sofísticas, 165a 7, las palabras son como los símbolos de las cosas.
Aquí están presentes las dos relaciones que surgen en la significa-
ción. De una parte la relación de la palabra con el sujeto que la
emplea, y de otra la relación de la palabra con la cosa por la cual
la palabra está y a qué se refiere. En la primera relación se trata de
esa dimensión invisible que se intenta expresar y fijar en la pala-
bra. Aristóteles señala que mientras las afecciones o impresiones
de los sentidos no cambian y son las mismas para todos, en cam-
bio las palabras pueden cambiar. Califica el lenguaje como “signo
primordial”, esto es, como un significante inmediato de las impre-
siones que expresa. El lenguaje como tal no es semejante ni con
las cosas a que se aplica o refiere ni con las impresiones del alma
que se expresan a través de él. En cuanto significante, el lenguaje
tiene como función la de expresar lo que el sujeto que lo usa quie-
re decir como sujeto conocedor del mundo. No tiene poder reve-
lador por sí solo del ser de las cosas mismas. Todas las paradojas y
consecuencias aberrantes que extraían los sofistas se derivan de una
concepción defectuosa de la relación del lenguaje con las cosas del
mundo exterior. Ésta es la limitación que había planteado antes Pla-
tón como necesaria en su oposición a la sofística y que ahora Aris-
tóteles consolida. El lenguaje es un signo (sémeion) o símbolo: esto
quiere decir que las palabras nos señalan en dirección a las cosas
pero como signos de las impresiones o pensamientos de quien las
emplea. La relación de la palabra con las cosas es, entonces, me-
diada por esa dimensión puramente inteligible, que es el pensa-

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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

miento. Con esto se instaura un modo de ver que influirá decisiva-


mente en la reflexión sobre el lenguaje y hará posible después el
pensamiento medieval que afirma que la palabra se relaciona con
las cosas mediante el concepto. Se prepara así la teoría moderna
de la significación.
El lógos, como se indicó anteriormente, es el enunciado o pro-
posición y su característica que interesa a la hermenéutica es la de
ser significante. “Todo lógos es semántico (semantikós)”, nos dice el
texto de Perí Hermeneías, 17a 1, enfatizando esta propiedad de ser
significativo, y las partes que lo componen, nombre y verbo, que
cumplen las funciones de sujeto y predicado, tienen significado se-
parado. El lógos es aquella proposición que reúne en un solo acto
elementos diversos, confiriéndoles por ese solo acto una significa-
ción perfectamente determinable por encima de la significación de
los elementos que la componen. Decir “hombre” y “mortal” es de-
cir las palabras que nos conducen a las impresiones y noémas co-
rrespondientes, pero decir “hombre es mortal” es decir de
“hombre”, tomado como sujeto, una característica o propiedad que
le atribuye algo en forma tal que el acto por el cual se dice impo-
ne una significación determinada. Ahora bien, de todos los enun-
ciados semánticos o significantes hay un grupo especial, pues son
los únicos en los cuales se puede establecer su verdad o falsedad.
Esta clase de proposiciones recibe el nombre de lógos apophantikós.
Las otras proposiciones o enunciados que no son susceptibles de
verdad o falsedad quedan para su estudio en la Poética o en la Retó-
rica. En el propio tratado sobre hermenéutica dedica Aristóteles dos
capítulos al estudio de la modalidad en la proposición.
La proposición consiste en un acto especial de composición o
división, que Aristóteles denomina, respectivamente, synthesis y diaí-
resis. En el acto sintético, a una palabra, como sujeto, se le añade
algo, lo que se dice de ese sujeto, o bien se le quita o separa algo
en el acto dierético. Para que en esta estructura anide la verdad es
esencial que el acto enunciativo sea sintético o dierético, pues sólo
así lo que se dice como signo de lo que se piensa puede ser exami-
nado en su verdad. De este modo, significación y verdad concurren
en la proposición. Consideremos el mismo ejemplo que ofrece Aris-
tóteles. Se trata de esa criatura fabulosa mencionada por Aristófa-
nes, el tragélaphos, que como sola palabra puede significar algo, pero
no puede ser validada en su verdad o falsedad, a menos que la ha-
gamos ingresar en el acto sintético o dierético que es la proposi-
ción o juicio, y digamos que es criatura es o no es tal o cual cosa.

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LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

Pues sólo entonces podrá ser examinada la verdad o falsedad de la


afirmación contenida en la proposición (Perí Hermeneías, 16a 15-20).
Para completar estas ideas generales sobre la doctrina del len-
guaje en Aristóteles, quiero citar el interesante texto de Refutacio-
nes Sofísticas, que dice: “...puesto que no es posible llevar al debate,
cuando se dialoga, las cosas mismas, sino en su lugar tenemos que
hacer uso de sus nombres como sus símbolos (symbola), llegamos a
creer que lo que sucede con los nombres sucede también en las
cosas mismas... Pero no hay semejanza (hómoion), pues los nombres
(ónoma) son determinados en cantidad y también la enorme canti-
dad de enunciados (lógoi), en cambio las cosas son en número in-
determinado. Entonces, necesariamente muchas cosas son
significadas (pleío semaínein) por un mismo enunciado y por un solo
nombre” (165a 5-15).
Este texto nos dice que como en los debates y conversaciones
o diálogos entre los seres humanos no es posible llevar las cosas
mismas sobre las que se debate, conversa o dialoga, hay que con-
tentarse con las palabras que nombran las cosas y examinar en ellas
lo que sucede, suponiendo que lo que pueda ocurrir con estas pa-
labras sucede con las cosas a las que las palabras se aplican o se
refieren. Como no hay semejanza entre cosas y palabras, se sigue
una inevitable equivocidad, esto es que las palabras apunten en la
dirección de más de una cosa. El drama humano, advierte Auben-
que, es que al hablar el hombre, por la limitación natural del len-
guaje, sólo se queda en lo puramente general, mientras las cosas
son singulares. Esto no sólo en el mundo físico o natural, sino tam-
bién en la esfera ética, como lo recuerda el texto de Ética Nicoma-
quea, 1137b 10-15, en que a propósito de la equidad, señala que
todo nómos es universal, mientras los casos que se quiere regular
son siempre singulares, produciéndose un desajuste entre lo uni-
versal y lo singular.2 Aquí se toca el problema esencial de lo que
hoy día conocemos mejor como la relación de referencia. La pala-
bra está en una relación complicada con las cosas, y esto doblemen-
te. De una parte, la palabra significa la cosa y como ésta es múltiple,
se produce una equivocidad de referencia, no se sabe a cuál cosa
se refiere, y de otra parte, la palabra puede tener varios significa-
dos; por ejemplo, la palabra “perro” significa el animal, pero tam-

2
AUBENQUE, Pierre, Le Problème de l’Être chez Aristote, P.U.F., 2ª ed., Paris, 1966,
pp. 11-118.

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INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

bién la constelación de ese nombre. Hay en este último caso una


multiplicidad de significados o polisemia.
Reviste especial interés la distinción que introduce Aristóteles
en Refutaciones Sofísticas, 170b 12-30, en relación con dos tipos de
argumentaciones. Un tipo de argumentación lo representan los ló-
goi prós toúnoma, que son los argumentos relativos al nombre, y que
significa argumentar en razón de la literalidad, tomando la pala-
bra desligada de la intención de su autor; el otro tipo es el argu-
mento, que lo constituyen los lógoi prós tén diánoian, esto es,
argumentos en relación con el pensamiento significado. Esta dis-
tinción reposa sobre la característica ya apuntada por Platón, que
veía en la palabra no tanto un ente, aunque pueda serlo desde otro
ángulo, sino un rasgo de la actividad humana, la de nombrar y ex-
presar en esto lo que el sujeto que hace uso de la palabra piensa
de la cosa que nombra. Palabra y pensamiento no se confunden,
pero entre ellos se da una relación especial, pues el lenguaje como
estructura objetiva es significante, y lo significado nos pone enfren-
te, no la cosa misma, sino lo que se piensa de ella, un nóema. El
problema que quiere abordar Aristóteles, que es fuente de un pa-
ralogismo, es el de que, por un lado, palabra y pensamiento no se
confunden, mantiene cada cual su propia identidad y autonomía,
pero por otro lado, palabra y pensamiento se hacen solidarios y se
produce entre ellos una relación tal que el uno lleva al otro. Este
juego de fuerzas encontradas determina la situación a que alude
la distinción aristotélica.
Con esta distinción Aristóteles busca llamar nuestra atención
sobre la dificultad y paralogismo que se produce al extremar la dis-
tinción entre pensamiento y palabra. Frente a la multiplicidad de
significaciones inherentes al lenguaje, en los debates parecería un
recurso cómodo ver en ese hecho un pretexto para extremar la dis-
tinción entre palabra y pensamiento y proseguir el debate en la di-
rección que más acomode o convenga a quien pretenda producir
una refutación de lo que se ha dicho. El argumento en razón del
nombre, o también argumento de literalidad, apunta al hecho de
que la palabra se autonomiza de quien la emplea, y adquiere la sig-
nificación no de quien la empleó y la puso en uso, sino la que pue-
de asumir con independencia del uso de su autor, haciéndose así
más propicia a la significación que conviene a quien enfrenta esa
literalidad. La significación así entendida escaparía al control y nos
llevaría a una situación de ruptura de la comunicación. Se abriría
un abismo entre lo que se quiere decir y lo dicho.

16
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

La posición de Platón y Aristóteles es poner énfasis en el pen-


samiento y subordinar a él la palabra. Es una postura intelectualis-
ta que busca resolver el problema de la comunicación acudiendo
a elementos fuera del lenguaje. Platón con su teoría de las ideas,
como entidades autosubsistentes, busca explicar que todo conoci-
miento y comunicación del mismo por el lenguaje no puede con-
ducir sino a la idea misma, que es una e idéntica para todos. De
ahí la doctrina de la reminiscencia o anamnesis. La objetividad de
la idea garantiza que todo conocimiento y comunicación se remi-
ten a una zona común de la que todos participamos como sujetos
cognoscentes. Aun cuando Aristóteles no mantiene esta posición
respecto de las ideas, haciéndolas que configuren con la materia
los entes singulares, hay un mundo de objetividad, común a todos,
que es el ser; la unidad del ser garantiza la comunicación y el co-
nocimiento.
La distinción que hace Aristóteles entre los dos tipos de argu-
mentos, los relativos a la palabra y los relativos al pensamiento, abor-
da por primera vez una dualidad que se constituye en fundamental
hasta nuestros días. Me refiero a la dualidad que hoy llamamos dua-
lidad letra y espíritu.
La hermenéutica clásica nos entrega una elaboración comple-
ja de las diferentes dimensiones que contiene una teoría de la in-
terpretación. Estas partes son: a) una teoría de la significación; b)
la dualidad letra y espíritu, y c) una doctrina del sentido. Las tres
partes se reúnen para formar propiamente el tema de la interpre-
tación. Una modificación en una de ellas, por ejemplo, en el modo
de concebir la dualidad letra y espíritu, compromete a las dos res-
tantes. Es lo que sucede en las diferentes posiciones que respecto
a la interpretación observamos en la historia de la cultura occiden-
tal. El mundo clásico griego privilegió el espíritu o pensamiento
por sobre la letra, el mundo medieval enfrentó la dualidad desde
el ángulo de la fe, no así el mundo moderno, que a ratos centra la
interpretación en la letra o literalidad. En cada momento de la his-
toria, la diferente manera de enfrentar y resolver la dualidad letra
y espíritu determina un cambio en la significación y en la doctrina
del sentido.
En la forma vista, la hermenéutica se nos aparece como una
teoría de la interpretación. Estudia los supuestos y principios de
toda interpretación, la doctrina del signo, la significación, el tema
del sentido y la verdad, el conocimiento que ofrece el lenguaje. La
exégesis, en cambio, dice relación con la actividad misma de inter-

17
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

pretar. Esta actividad puede someterse a reglas, y de ahí el proyec-


to de decidir el resultado de la interpretación por la reglamenta-
ción de ella. El valor de esas reglas, su contenido y número depende
en parte de una teoría hermenéutica y en parte de otros factores
asociados al lenguaje o a la retórica. Esta forma de interpretación
reglada se hará visible posteriormente, y alcanzará amplio desarro-
llo especialmente en las escuelas de interpretación bíblica de Ale-
jandría y de Antioquía, al desarrollarse los distintos sentidos de un
texto. Lo dicho hasta aquí sirve para caracterizar mejor estos tér-
minos. Hermenéutica y exégesis representan dos formas de tratar
la interpretación. La primera aborda la teoría, los principios, la se-
gunda se vuelca hacia la actividad misma de la interpretación. Esta
diferenciación es de enorme importancia, porque muchas veces
suele considerarse la interpretación como actividad reglada, esto
es, sometida a reglas, dejando de lado todo lo relativo a la signifi-
cación, la forma en que se concibe la dualidad letra y espíritu y el
tema del sentido; en suma, lo que caracteriza la hermenéutica.
La hermenéutica griega examinada aquí nos muestra la capa-
cidad limitada del lenguaje. La palabra está por las cosas a que se
refiere, expresa lo que el sujeto piensa de las cosas, no es garantía
segura de aprehensión del ser verdadero, mantiene una cierta dis-
tancia con las cosas mismas, por lo cual engendra equívocos y ma-
los entendidos. En las reuniones, en las conversaciones y diálogos
de unos con otros, se hace presente la discrepancia, la diversidad
de pareceres u opiniones. La manera de superar esta condición
humana no es dentro del lenguaje mismo, sino trascendiéndolo a
un dominio puramente intelectual. Platón postuló la idea, Aristó-
teles la unidad del ser. Esto quiere decir que más allá de las pala-
bras y controlándolas hay principios inteligibles. En términos
generales, hay una ontología que confiere sentido al discurso hu-
mano. Esta posición se mantiene hasta los tiempos modernos, en
donde en cierto modo cobra importancia la literalidad, según ve-
remos más adelante. La dualidad letra y espíritu se entiende de di-
ferente manera en la antigüedad griega y el mundo moderno.
La palabra “espíritu” se emplea aquí todavía en un sentido muy
amplio, para contraponerlo a “letra”. Con anterioridad ya se mos-
tró que la palabra, oral o escrita, consta de un elemento material
perceptible, sonido o rasgo gráfico, y como signo posee un signifi-
cado, esto es, nos remite a algo otro que él mismo, y esto otro es
imperceptible por los sentidos. El vocabulario griego es amplio y
recoge todas las formas en que se manifiesta la inteligibilidad, des-

18
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

de el pensamiento hasta la idea platónica. El mundo latino acudi-


rá también a una diversidad de términos para señalar aquello otro
que la sola letra, como mens, sententia, intentio, ratio.

BREVE ESBOZO DE LA DUALIDAD LETRA Y ESPÍRITU DESDE


SAN A GUSTÍN HASTA SANTO T OMÁS DE AQUINO

La exégesis bíblica tiene como tarea la indagación del sentido ver-


dadero del texto bíblico. Se asume la autenticidad del texto (fija-
do en el Concilio de Trento) y su carácter de verdadero. Los
primeros pasos de la exegética muestran un amplia variedad de mo-
vimientos y tendencias. Pero desde un comienzo se marcó una di-
ferencia entre una exégesis judía y la exégesis propiamente
cristiana, aun cuando se interpenetraron. Estaban repartidas en dis-
tintas zonas geográficas y tuvieron por lo mismo distintas influen-
cias. Pero unas y otras están comprometidas en la tarea de asignar
límites precisos a la literalidad, es decir hasta dónde se extiende la
significación que contiene un texto. Dentro de la exégesis judía se
muestran, por ejemplo, en talmudistas y cabalistas, los intentos de
ampliar la literalidad para incluir en ella el alegorismo y el discur-
so figurado.
La exégesis cristiana presenta claramente los dos grandes pe-
ríodos que la caracterizan en la antigüedad: el de los Padres Grie-
gos, que reúne los grupos más importantes de intérpretes, la
Escuela de Alejandría y la Escuela de Antioquía, y el de los Padres
Latinos, entre los cuales se cuenta San Agustín como uno de los
exponentes más importantes que culmina la patrística. Con poste-
rioridad, y siguiendo en gran parte muchas de las líneas trazadas
por la patrística, vienen los autores preescolásticos, como San Isi-
doro de Sevilla, y los escolásticos, como Santo Tomás y San Buena-
ventura, que marcan el gran desarrollo de la teología. Poco antes
del Concilio de Trento (1545-1563) los protestantes comenzaron a
producir enormes efectos en la exégesis bíblica, por lo cual la mo-
dernidad está llena de polémicas exegéticas y hermenéuticas, que
tendrán influencia decisiva en la construcción de la nueva concep-
ción de ciencia. Pero en toda esta larga y rica historia, el centro de
gravedad está en el problema de las relaciones entre razón y fe.
Desde aquí es donde tienen que brotar las respuestas a las múlti-
ples cuestiones que presenta el arduo trabajo de interpretación de
los textos bíblicos.

19
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

La antigüedad griega formuló el tema de la dualidad letra y es-


píritu y lo resolvió en una doctrina intelectualista que privilegia el
pensamiento por sobre la letra. El lenguaje carece de la potencia
eficaz para capturar lo verdadero. Ahora, en la patrística, se hace
patente una dimensión que al intelecto humano se le ofrece como
particularmente difícil. Es el mundo de la fe. Hay que definir los
límites del lenguaje frente a esta dimensión que se hace cada vez
más nítida. La dualidad letra y espíritu hay que relacionarla ahora
con esta otra dualidad, la de razón y fe.
En la concepción platónico-aristotélica, el lenguaje con su inca-
pacidad de entregar un conocimiento pleno, seguro y verdadero de
la cosa nombrada, deja entregado el control de la verdad a opera-
ciones y mecanismos de verificación ajenos al lenguaje, como la de-
mostración apodíctica o la verificación experimental. Todo lo que
escapa a ese control queda en ese mundo que bajo diferentes deno-
minaciones ocupó a retóricos, sofistas y literatos. Pero el mundo de
la fe es distinto: escapa a las exigencias puramente racionales y la
verdad no puede decidirse mediante demostraciones o verificacio-
nes experimentales. Sin embargo el mundo de la fe no se confunde
con el mundo poético o retórico. Esto determina retomar el tema
del lenguaje y examinarlo en relación con esta nueva dimensión.
Los debates sobre el ámbito de literalidad se encuentran ya cla-
ramente establecidos en las dos grandes escuelas de la antigüedad,
la Escuela de Alejandría y la Escuela de Antioquía. La Escuela de
Alejandría se remonta por lo menos hasta el evangelista San Mar-
cos, que vive en el período de la apologética, y por eso no tan de-
dicado a la elaboración teórica de la religión. Pero ya a fines del
siglo II logra establecerse con San Petenus como cuerpo orgánico.
Le sucede el gran Clemente de Alejandría, que en una de sus obras,
Stromata, escribe lo siguiente: “Es necesario que recibamos la inten-
ción de la ley de tres maneras... sea como manifestando un signo
(semeion), sea como dando un precepto (entolén) para una conduc-
ta recta, sea como anunciando una profecía (propheteían)”.3
El que recibe las palabras de la ley debe detectar su intención
desde las palabras mismas, y debe guardar una actitud adecuada al

3
La cita la hemos recogido de la obra de LUBAC, Henri de, Exégèse Médiévale
(Le Quatre Sens de l’Escriture), en cuatro volúmenes, vol. I, pp. 171-172, Aubier, Pa-
ris, 1961. El autor sustenta la tesis que la doctrina de los cuatro sentidos que de-
sarrolla el pensamiento medieval se encuentra en germen en el período de la
apologética.

20
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

carácter sagrado del texto. La disposición del lector tiene que ser
la del que busca un sentido ético y religioso. Todo esto significa
traspasar el ámbito de literalidad. En el fondo reconocer otro sen-
tido además del sentido literal. El fenómeno había sido ya detecta-
do por los pensadores griegos, que habían cavilado sobre el sentido
de los mitos y las alegorías y metáforas.
Las palabras, en efecto, tienen un significado propio e inme-
diato, pero también pueden tener un significado derivado y figu-
rado, al que se llega mediante operaciones intelectuales especiales.
Esto lo reconoció Platón cuando en República II, 378d, emplea la
palabra hypónoia, para describir la situación del lector de narracio-
nes míticas. En la polis puramente ideal que Sócrates invita a dise-
ñar en bosquejo a sus jóvenes interlocutores, Glaucón y Adimanto,
para definir allí la justicia, se aborda el tema de la paideia o forma-
ción educativa de sus habitantes, y en esa conexión surge la pala-
bra ya anotada hypónoia, que en rigor significa lo que se capta por
debajo de una significación de superficie. Hay dos significados, o
más bien, dos sentidos, uno inmediato y otro oculto, “por debajo”
del anterior. El joven, se nos dice en ese pasaje de República, no tiene
poder de discernir entre los dos tipos de sentidos. Si al joven se le
presentan esos relatos de las gigantomaquías o de violentas vengan-
zas entre los dioses, tiende a tomar el relato en su sentido inme-
diato o aparente, lo que puede no ser aconsejable desde un punto
de vista moral. Y si esos relatos tienen un significado hyponoico, por
detrás del sentido aparente, aquél no es captado por el oyente. Por
lo cual los mitos no resultan recomendables en la educación de los
jóvenes de la polis ideal.
Posiblemente por la época de Platón la interpretación hyponoica
era realizada por Antístenes y los cínicos, para mostrar en los rela-
tos míticos de Homero, Hesíodo, Orfeo y otros, algunas enseñan-
zas moralizadoras, por debajo del significado inmediato, a veces
carente de ese carácter.4 Este “por debajo de” que sugiere la pala-
bra hypónoia indica en realidad el significado oculto que se escon-
de detrás del significado inmediato aparente. Esta separación entre

4
En la edición crítica de República, con el título The Republic of Plato, Cam-
bridge University Press, 1965, el editor J. Adam, pp. 114 y ss., comenta que con
anterioridad a Platón ya se practicaba un método de interpretación que consistía
en mostrar que muchos de esos relatos míticos escondían verdades y enseñanzas
morales. Se señala a Antístenes y la escuela cínica como los iniciadores del méto-
do alegórico, que se ejercitaba especialmente en las obras de Homero.

21
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

los dos sentidos de un relato, en que uno encubre el otro, sin fal-
searlo, es otro de los descubrimientos del pensamiento griego. Lo
que Platón trata de evitar es quedarse en el plano aparente. Pues, a
pesar de que el discurso con el significado aparente no cancela el
paso al otro significado oculto, no hay garantía que el lector u oyente
pueda transitar del primero al segundo. Y si lo que se quiere decir
es lo que se presenta en forma encubierta, recurriendo a formas o
imágenes que presentan otra cosa, se exige, en verdad, mucho del
oyente. Éste es el origen de la llamada alegoría (allegoría), palabra
que aparece sin embargo tardíamente incorporada al vocabulario
técnico, por ejemplo, en la Epístola a los Gálatas, de San Pablo, 4,
24, con el significado preciso de querer decir una cosa que se da a
entender mediante otra. No obstante que el propio Platón hizo uso
de la alegoría y la metáfora en sus Diálogos, en República, quiso es-
tablecer una prevención en contra del alegorismo por no encon-
trar resuelta la regla decisoria del significado, esto es, cómo asegurar
el paso del significado aparente al significado oculto.
La alegoría permite, desde otro punto de vista, hacer más níti-
da la separación entre hermenéutica y exégesis. El establecimien-
to del doble sentido que tiene lugar tanto en la alegoría como en
la metáfora es un problema propiamente hermenéutico, pero la
estrategia para resolver el paso de un sentido a otro y la formula-
ción de una regla técnica para poner de manifiesto el sentido oculto
es asunto de la exégesis. En la hermenéutica se elabora la teoría
sobre el lenguaje y la significación, que conduce a admitir el senti-
do directo y el sentido figurado u oculto. En la exégesis se define
el procedimiento a seguir, asumiendo el doble significado.
Como muy bien lo vio Dilthey, el alegorismo fue importante
porque permitió mantener la vigencia de las obras de los autores
griegos que relataban mitos, como Homero, Hesíodo, Orfeo, Mu-
seo. La significación inmediata o directa podía parecer censurable
bajo muchos respectos, más aún en los círculos en que se hacía sen-
tir la influencia de la ética de inspiración cristiana. La manera de
mantener la vigencia de esas obras fue considerarlas en su signifi-
cado no aparente sino oculto, para no entrar en conflicto con la
nueva cultura que se expandía.5

5
El trabajo donde W. Dilthey se ocupó primeramente de estos temas herme-
néuticos es Die Enstehung der Hermeneutik, de 1900, incluido en el vol. V de Gesam-
melte Schriften, pp. 317-318, Teubner Verlagsgesellschaft, Stuttgart, 1961. La versión
castellana con el título Orígenes de la Hermenéutica, se encuentra en Obras de Wil-

22
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

Los neoplatónicos con reservas en un comienzo, y ya en plena


Escuela de Alejandría, no vieron obstáculo al mecanismo del do-
ble sentido, el inmediato y el derivado u oculto. El propio Plutar-
co, ya antes del auge de esa escuela, dio muestras claras de estas
tendencias en la interpretación de los mitos y alegorías de la poe-
sía homérica y de otros poetas arcaicos. El alegorismo terminó por
arrastrar a los neoplatónicos y se impuso finalmente. En la prácti-
ca diversa y múltiple del alegorismo, que caracterizó a la Escuela
de Alejandría, se llegó al punto en que alegoría y mito paganos se
confundieron con la alegoría de los textos bíblicos.
El trabajo que se realiza en la interpretación de textos, como
los textos bíblicos o de otra naturaleza como la antigua épica, per-
mite poner en ejercicio cánones y reglas que se apoyan en una con-
cepción hermenéutica de la obra. Por eso, en la confrontación
entre la Escuela de Alejandría y la Escuela de Antioquía lo que está
en juego no es tan sólo dos procedimientos interpretativos de tex-
tos bíblicos, sino el examen y reformulación de los dos planos de
significación que había señalado Platón en República. Dilthey se hace
eco del debate abierto por el protestantismo en defensa de la li-
teralidad y ve en el alegorismo el punto de separación de ambas
escuelas interpretativas. Ambas se enfrentan al hecho de la vincu-
lación necesaria entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamen-
to. Mientras la Escuela de Alejandría recurría a la interpretación
alegórica para ver la unidad de ambos, la Escuela de Antioquía, apo-
yándose en principios histórico-gramaticales, como en el caso de
Teodoro, buscaba una unidad superior que negaba el doble senti-
do, inmediato y derivado, por lo cual aquellas partes del Antiguo
Testamento que ofrecían dificultades para su enlace con el Nuevo
Testamento había que dejarlas como formas poéticas o simples ase-
veraciones históricas. Clemente y Orígenes –este último sucedió al
primero– partieron, en cambio, admitiendo el doble sentido. Esto
significa que el alegorismo sirvió para legitimar una metodología
interpretativa que pudo tratar ambos libros testamentarios como
constituyendo una unidad.
Fuera del círculo de los intérpretes griegos, la interpretación
propiamente latina, que se inició con Tertuliano en el siglo II, en-
cuentra su exponente más destacado en San Agustín. Su obra se

helm Dilthey, vol. VII, El Mundo Histórico, F. Cultura Económica, México, 1978,
pp. 321-334.

23
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

propone como tema el estudio metódico de las relaciones entre le-


tra y espíritu. En materia de interpretación, su pensamiento se en-
marca dentro de los límites de la frase bíblica, de la Segunda Epístola
a los Corintios, de San Pablo: littera occidit, spiritus autem vivificat (“la
letra mata, pero el espíritu vivifica”, Corintios II, 3,6). En sus pri-
meras obras se advierte ya su preocupación por la literalidad y la
significación. En De Genesi contra Manicheos (aproximadamente 388-
389) critica la interpretación literal dada por los maniqueos al An-
tiguo Testamento; en De Genesi ad litteram, obra de 393, que quedó
incompleta, vuelve al tema de la interpretación literal y a sus limi-
taciones para dar cuenta de los textos bíblicos, por lo cual añade a
esa interpretación la interpretación secundum historiam, la interpre-
tación secundum allegoriam y la interpretación secundum actiologiam.
Posteriormente, en las Confesiones, en 400, agrega tres libros sobre
el Génesis en sentido alegórico, y hacia 401 emprende por cuarta
vez la explicación del Génesis, obra que termina en 415.6
En estas obras está ya latente el pensamiento que busca resol-
ver la dualidad letra y espíritu en una nueva dualidad, la de razón
y fe, que es lo que comienza a marcar ahora el desarrollo de la fi-
losofía. En dos obras de este período, aparte de las señaladas, se
contienen afirmaciones que interesan a este trabajo. En una, De Spi-
ritu et Littera, más temprana, se dirigen argumentos y condenación
de las herejías de Pelagio, en otra, De Doctrina Christiana, ofrece los
rudimentos de una teoría de la significación siguiendo las líneas
del pensamiento platónico.7
En De Spiritu et Littera parte anotando que el precepto por el
cual se ordena vivir honesta y justamente es letra (littera) que mata
si no lo acompaña el espíritu que vivifica. A su vez, el enunciado
mismo “la letra mata, pero el espíritu vivifica”, para evitar quedar
preso en su propia aplicación, no debe entenderse literalmente, es
decir, en su significado inmediato, que es absurdo, sino hay que
penetrar en la significación oculta que contiene, “alimentando el
hombre interior con la inteligencia espiritual” (cap. IV, 6). La pa-
labra spiritus aquí significa algo por completo distinto al antiguo

6
Estas obras aparecen en versión bilingüe en el volumen XV de la edición
de B.A.C., Madrid, 1957: De Genesi contra Manicheos, pp. 360-491; De Genesi ad litte-
ram (imperfectus liber), pp. 500-565, y De Genesi ad litteram, pp. 576-1271.
7
De Spiritu et Littera aparece en el volumen VI, pp. 679-795, de la versión cita-
da de las Obras de San Agustín, y De Doctrina Christiana en el volumen XV de la
misma edición, pp. 53-359.

24
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

significado. Antes el significado se aproximaba al arcaico psyché, que


significaba aliento vital. En la época de San Agustín empieza a con-
solidarse este significado de dimensión espiritual, que nos es co-
nocido hasta nuestros días. Volviendo al análisis del enunciado que
hace San Agustín, es notable cómo la autoaplicación del enuncia-
do permite establecer el doble significado.
En De Doctrina Christiana se hace una elaboración más comple-
ta del tema. Las bases elementales que sienta San Agustín son las
siguientes. Toda doctrina, esto es, toda elaboración teórica y ense-
ñanza recae ya sobre las cosas (res), ya sobre signos (signa). Las co-
sas se conocen por medio de los signos. Entonces, se llaman cosas
las que no se emplean para significar otras cosas, como una vara,
una piedra, lo cual no impide que bajo otra relación una cosa sea
al mismo tiempo signo de otra cosa, como la vara que introdujo
Moisés en las aguas amargas para hacer desaparecer la amargura.
Las palabras, verba, son las cosas que sólo se usan como signos. Sig-
no es, entonces, una cosa (res) que se emplea para significar otra
cosa, pues si fuese alguna cosa, no sería nada. Ésta es la ontología
fundamental de la palabra y el lenguaje. Pertenece al mundo de
los entes, tiene un ser propio, una fisonomía propia o specie, que
es la que se nos presenta a los sentidos, y cuya potencia o virtud es
la de hacernos suscitar el pensamiento de otra cosa o res distinta
por la cual está el signo. La cosa es conocida por medio del signo.
De lo dicho se sigue que en materia de signos hay que atender
no a qué cosa es, sino a lo que significan (quod significant) (De Doc-
trina Christiana, Libro II, cap. I, 1). Los signos son unos naturales,
otros instituidos o convencionales. Los signos convencionales son
los que mutuamente se dan los seres vivientes para expresar, en
cuanto les es posible, las afecciones del alma, esto es, sensaciones y
pensamientos. De los signos convencionales, los principales son las
palabras, el lenguaje.
Volviendo sobre la frase bíblica littera occidit, autem spiritus vivi-
ficat, puede explicar ahora que atenerse a la sola letra es quedarse
en su sentido inmediato, y no considerar su sentido figurado. Esto
sucede porque se confunden los signos con las cosas de que son
signos: “En fin, es una miserable servidumbre del alma tomar los
signos por las cosas mismas, y no poder elevar por encima de los
entes corpóreos el ojo de la mente para percibir la ley eterna”.8 Es

8
De Doctrina Christiana, Libro II, cap. V, 9.

25
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

esclavo de los signos, como en la Caverna platónica, el que venera


algo significante, ignorante de qué significa. En cambio, quien ve-
nera el signo entendiendo lo que significa, es libre y espiritual. Esto
ocurrió con los patriarcas y los profetas.
Aquí está delineada la hermenéutica de San Agustín, que se-
gún se advierte se mueve dentro de los mismos parámetros que la
hermenéutica griega, sólo que incorpora la dimensión de la fe. Para
incorporar la fe es preciso acudir al doble sentido, el inmediato o
propio y el sentido figurado u oculto. La forma como opera el paso
del sentido propio al figurado está condensada en la siguiente re-
gla: todo lo que no puede referirse en sentido propio a la bondad
de las costumbres o a las verdades de la fe, tiene sentido figurado.
En consecuencia, todo texto en cuanto estructura sígnica nos tie-
ne que remitir en último término a ese sentido figurado u oculto,
que es el mundo de la fe. Tomar el signo como la cosa misma, es
cancelar todo paso hacia ese mundo, negando toda significación
última, como los esclavos de la Caverna platónica, atados a lo que
el signo manifiesta como ente sensible y de modo inmediato. Es el
mundo de la inmediatez, y por eso, el más pobre.
En esta doctrina de la significación, las reglas de la interpreta-
ción son como verdaderas llaves (clavis) que abren los secretos del
texto sagrado y, en general, de cualquier texto. Es lo que afirmaba
el donatista Ticonio, cuya obra fue bastante conocida bajo el títu-
lo Las Siete Reglas, en que se pretendía ofrecer un repertorio de re-
glas interpretativas de la Biblia, y que San Agustín advertía tomar
con reservas.
Resulta interesante seguir en esta exposición cómo paulatina-
mente la teoría de la significación hace que se identifique la duali-
dad letra y espíritu con la distinción platónica sensible e inteligible.
Así, las palabras, en cuanto signos sensibles, son la ocasión para el
conocimiento de lo verdadero, de la misma manera que en Platón
las sensaciones son la ocasión para el conocimiento de lo inteligi-
ble o idea, de la cual aquello sensible es una imitación. Para pro-
ducir este acercamiento entre ambas distinciones San Agustín debió
proceder a una elaboración ontológica del lenguaje, de la cual se
sigue esa concepción del signo que empalma con los planteamien-
tos de la Escuela de Alejandría.
Desde el punto de vista del conocimiento, el lenguaje aparece
como un signo, es decir, un ente con la propiedad de suscitarnos
aquello que significa, sin que entre uno y otro se cumpla una es-
tricta relación de semejanza. El lenguaje es, entonces, convencio-

26
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

nal e instituido por la costumbre. Pero el signo está al servicio del


conocimiento, pues sólo es significante y no constitutivo de los ob-
jetos del conocimiento. En una ontología estricta, el lenguaje, como
ya lo apuntó Platón y recoge Aristóteles, no refleja el ser mismo de
las cosas, es un indicador o señal de ellas, un nombre que se les
aplica, y no ofrece garantías ciertas de expresarlo. Por eso puede
decir San Agustín, como Platón y Aristóteles, el lenguaje expresa
los estado del alma, los pensamientos del que piensa alguna cosa.
Entonces, la relación de la palabra con las cosas está sometida a
las mismas condiciones y limitaciones que se planteaban en la filo-
sofía griega clásica. Pero, aunque se reconozca el origen conven-
cional del lenguaje y su capacidad limitada, se le asigna una función
que es la de servir de camino al mundo de la fe. De ahí la justifica-
ción del llamado significado oculto o derivado de las palabras.
Como ese mundo de la fe tiene mucho de inefable, queda marca-
do el límite natural del lenguaje: éste nos conduce al mundo de la
fe, pero no ingresa en él.
La importancia de San Agustín la apreciamos en que la duali-
dad letra y espíritu se resuelve, aproximándose a la distinción pla-
tónica sensible e inteligible, en las relaciones de razón y fe. Quedan
establecidas las bases sobre las cuales se va a apoyar la doctrina de
los cuatro sentidos, pues ésta requiere asumir que todo texto, ade-
más de su sentido propio e inmediato, tiene un sentido figurado u
oculto que concierne a los designos divinos y el mundo de la fe,
hasta donde esto es expresable.
Si en San Agustín hay influencia platónica, en San Isidoro de
Sevilla y en Santo Tomás asistimos a una recepción amplia del pen-
samiento aristotélico sobre la hermenéutica.
En la gran obra que conocemos de San Isidoro, Etimologías, in-
tenta reflejar los temas y los problemas de la cultura de su tiempo.
Hay aquí un esfuerzo por sistematizar las disciplinas en que se vuel-
can toda la tradición filosófica y teológica y las inquietudes de su
tiempo.9
De esta extensa obra interesan algunas precisiones que anota
San Isidoro sobre el significado de litterae, las letras, tal vez el pri-

9
La versión bilingüe latín-castellano de Etimologías la ha editado en dos volú-
menes B.A.C., Madrid, 2000. Sus tres primeros libros tratan del trivium (gramáti-
ca, retórica y dialéctica) y del quadrivium (aritmética, geometría, música y
astronomía). Formula el plan sistemático de las disciplinas. Hablamos de discipli-
nas y no de ciencias, porque el énfasis se lleva por el lado de la formación.

27
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

mer intento de reflexionar sobre la literalidad y la cultura. Al res-


pecto, nos dice, cuando pensamos en litterae, forma plural de litte-
ra, lo que nos sugiere no es tanto el documento o escrito en su
materialidad, sino que la composición de lego e iter, plasmada en la
expresión legiterae. Lego, que viene del verbo griego légein, apunta
en este uso a recoger, al acto de reunir en la lectura a partir de lo
escrito, e iter que significa ir, viajar. Por eso, en un primer nivel,
litterae, esto es las letras, es lo que abre el camino al que lee, guía y
permite transitar al que lee (legendi iter). Las obras escritas que en-
trega la tradición, como en general todo texto escrito, marca un
camino al lector, que puede recorrer a partir de lo escrito. Ese ca-
mino es uno que se reitera en la lectura, in legendo iterantur, como
lo advierte Isidoro, porque lo escrito repite lo dicho, conserva y fija
lo que se dice. Por eso, la fijación de las palabras se introdujo para
el recuerdo de lo que se ha dicho.10
Todo texto en su literalidad entrega al lector un camino, que
se le abre para que lo transite, y en él se espera que el lector reco-
ja lo que ha sido dicho. Esta idea de literalidad muestra en reali-
dad la función de la obra escrita, como expresión de caminos de
pensamiento abiertos y por abrir. Más adelante veremos que estas
ideas son el punto de partida de la teoría de la interpretación o
hermenéutica de Paul Ricoeur. En suma, toda obra escrita es fija-
ción y apertura. Esto caracteriza la cultura. Por eso, literalidad o
mejor litterae y cultura son coincidentes. Las obras del pasado, en
cuanto fijadas en un texto y conservadas en él, son caminos de pen-
samiento posible de recorrer, que quedan abiertos al lector.
Lo anterior nos conduce nuevamente al tema de la significa-
ción, o también a la capacidad de la palabra para comunicar co-
nocimiento. En el Libro II de Etimologías aborda San Isidoro la
Retórica y la Dialéctica, que en el pensamiento de Aristóteles es-
tán alejadas de la verdad. Es aquí donde Isidoro da la definición
de filosofía como el “conocimiento de las cosas humanas y divinas”
unido al ejercicio de una vida recta (24), dando curso a un estado
de cosas donde lo humano y lo divino se unen. La Retórica es una
técnica de la elocuencia o bien decir, y la Dialéctica es una parte
de la Lógica que permite establecer razonamientos fundados. Sólo
a la filosofía le está reservado el saber acerca de todo lo que con-

10
Etimologías, Libro I, 3. Puede compararse con el mito de Teuth, del Fedro,
274b, de Platón.

28
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

cierne al hombre y aun se extiende a lo divino. Sobre esta base ge-


neral, establece las siguientes afirmaciones:
“Toda cosa que es una y se significa con una palabra, se signifi-
ca o por un nombre (nomen) o por un verbo (verbum). Estas dos par-
tes de la oración sirven para interpretar todo cuanto la mente
concibe para enunciarlo en palabras, pues todo enunciado es la in-
terpretación de lo concebido en la mente” (Libro II, 27, 2).
“Aristóteles [...] le dio el nombre de Perihermeneia a lo que no-
sotros llamamos Interpretación, es decir, lo que por medio de un
enunciado interpreta lo que la mente ha concebido sirviéndose de
la cataphasis y de la apophasis, es decir, de la afirmación y de la ne-
gación. De la afirmación, como, por ejemplo, ‘el hombre corre’;
de la negación, como en ‘el hombre no corre’ ” (Libro II, 27, 3).
Lo que se dice de las cosas es lo que se pone en enunciados o
proposiciones, afirmativas o negativas, y que el texto llama oracio-
nes. Su estructura, nombre y verbo, es apta para expresar lo que la
mens concibe o piensa de las cosas. De acuerdo con los textos cita-
dos, hermeneia es lo que en latín se llama interpretatio, y ésta a su vez
es la expresión de lo que piensa la mens sobre alguna cosa. Lo sig-
nificado es lo que se piensa de la cosa, y su expresión es la inter-
pretación. De esta manera, interpretar es dar curso a un significado
posible, que a su vez es lo que alguien piensa de una cosa. Leer un
texto es recoger lo dicho, en cuanto se toma lo que significa y se
expresa en enunciados. Se le llama interpretar. Las obras escritas
se convierten así en tarea hermenéutica en cuanto en ellas hay que
recoger lo dicho, es decir, hay que interpretarlas.
En el tiempo que va de San Isidoro (siglo VII) a Santo Tomás
de Aquino (siglo XIII), se consolida la doctrina de los cuatro sen-
tidos. Y así, en la cuestión primera de la primera parte de la Suma
Teológica, que trata del ámbito propio de la doctrina sacra (quid sit),
dedica Santo Tomás el art. 10 al examen de los cuatro sentidos de
la Biblia (Sacra Scriptura), que lo enumera del siguiente modo: el
histórico o literal (historicus vel litteralis), el alegórico (allegoricus), el
tropológico (tropologicus sive moralis) y el anagógico (anagogicus). Estos
cuatro sentidos nos remiten en último término a la dualidad letra
y espíritu y a cómo puede entenderse ahora en este dominio de
las cosas de la fe.
El grado de difusión del cuádruple sentido puede medirse por
el dístico que recoge Nicolás de Lyra, hacia 1330, en sus Postillas
sobre la Epístola a los Gálatas y que repite en el prólogo a la Glosa
Ordinaria: “Littera gesta docet, quid credas allegoria. Moralis quid agas,

29
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

quo tendas anagogia”. En esta formulación popular y mnemotécnica,


la letra muestra los hechos, la alegoría señala en qué hay que creer
(el edificio de la fe), el sentido tropológico indica qué hay que ha-
cer y el anagógico, a qué hay que tender. Pero esta forma de pre-
sentar el cuádruple sentido deja de lado su relación con la dualidad
letra y espíritu, que encontramos en cambio anotada en el mismo
texto del art. 10 de la Suma. Dice allí, en el cuerpo del artículo:
“[...] y así como en todas las ciencias la palabra (vox) significa,
lo propio que tiene esta ciencia es que las cosas significadas por
las palabras signifiquen algo a su vez. Por lo cual, la primera signi-
ficación (prima significatio), que es significar una cosa (res), perte-
nece al primer sentido (primum sensum), que es el sentido histórico
o literal (historicus vel litteralis). Y el significado verdadero que sig-
nifica la cosa significada por la palabra, que es a su vez otra cosa
significada, se dice sentido espiritual (sensus spiritualis), que se fun-
da en el literal y le supone”.
“A su vez el sentido espiritual se divide en tres. Según dice el
Apóstol, la Ley Antigua es figura (figura) de la Ley Nueva, y ésta,
como dice Dionisio, es figura de la gloria futura, y en la Ley Nueva
los sucesos que se cumplieron en la Cabeza son los signos de lo
que nosotros debemos hacer. De manera entonces que como lo que
está contenido en la Ley Antigua significa lo que está contenido
en la Ley Nueva, tenemos el sentido alegórico: en cuanto que lo
cumplido en Cristo o en lo que a Cristo significa es signo de lo que
debemos hacer, tenemos el sentido moral, y en cuanto significa lo
que hay en la gloria eterna, el sentido anagógico”.11
En general, el científico al momento de formalizar y organizar
su saber en una ciencia se vale del lenguaje. Este lenguaje expresa
el conocimiento humano y no sólo se limita a nombrar las cosas.
El conocimiento humano se expresa en forma de enunciados, en
los cuales como se vio en Aristóteles se dice algo de un sujeto. El
lenguaje como signo tiene la propiedad de significar, y en tal ca-
rácter sirve al científico. La palabra significa, pero su relación con
la cosa misma a que se refiere es problemática, y debe resolverse
en una teoría de la verdad y en una ontología.
La situación especial la plantea la posibilidad de establecer una
ciencia sobre estos objetos que conciernen a la Doctrina Sacra. Una
de las fuentes es la Sagrada Escritura. El lenguaje bíblico pasa a ser

11
AQUINO, Tomás de, Suma Teológica, 1, q. 1, a 10.

30
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

materia de estudio, y al admitir la revelación, la cuestión de la ver-


dad queda resuelta de modo diferente que en las ciencias que el
hombre construye para el conocimiento del mundo que lo rodea.
De la misma manera, la posibilidad de esclarecer la relación de re-
ferencia en los dominios de la teología encuentra formas distintas
que las de las restantes ciencias sobre el mundo. Por esto el texto
distingue entre una prima significatio y una secunda significatio, dis-
tinción que a su vez se pone en relación con la distinción entre
letra y espíritu, y que se desdobla en los cuatro sentidos.
En la ciencia teológica el material con que trabaja el estudioso
son las palabras del texto bíblico, y su significación es la que se abre
a los cuatro sentidos. El primero es el literal o histórico, en que
suceso narrado y narración misma, en cuanto aquélla es referente
de ésta, se hacen solidarios. Su efectividad es condición de la com-
prensión del texto. No se puede poner en duda que lo que dice
sea efectivamente como dice que es. Afirmado esto, el paso que si-
gue es el mundo de la espiritualidad, que comparado con el ante-
rior es oculto, no es manifiesto. Los sucesos narrados y la narración
no son como la apariencia de una realidad, a la manera de la dis-
tinción apariencia-realidad platónica, que a diferencia de Tomás
de Aquino utiliza Buenaventura. La realidad oculta, que es el sig-
nificado verdadero, está significada en lo ya significado por la lite-
ralidad, no como el sustituto o metáfora o representación indirecta.
El paso al mundo de la espiritualidad es el ingreso al mundo de la
fe, de la esperanza y de la caridad. Que la Ley Antigua o Antiguo
Testamento sea figura del Nuevo Testamento significa que lo con-
tenido en aquella prefigura el contenido de este último. Pero esta
relación, en términos de alegoría, no es el mecanismo de decir algo
por medio de las narraciones en sentido figurado de la retórica co-
rriente; tampoco las narraciones son una apariencia, como las som-
bras de la Caverna platónica: la relación hay que entenderla como
acceso e iniciación al misterio.
La palabra misterio (mysterium) también se emplea para señalar
el sentido oculto, y está asociada a la noción de sentido místico. Como
advierte De Lubac, misterio apunta a una realidad oculta en Dios
y después revelada a los hombres y a la vez realizada en Cristo (el
acto de Cristo). En el latín mysterium se asocia a sacramentum. Para
muchos, en efecto, pasan a ser dos términos de una misma rela-
ción, en que sacramentum designa el elemento exterior, el signo o
la letra en tanto portadora de signo (San Agustín), mientras que
mysterium es el arcanum, el elemento interior, la realidad oculta bajo

31
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

la letra y significada por el signo. A partir de aquí, en el lenguaje


de la exégesis y en la liturgia el sacramento contiene el misterio y
se refiere a él. Por eso, en la relación de los dos Testamentos, el
sacramento se refiere al Antiguo y el misterio al Nuevo, que es, en-
tonces, el gran misterio oculto en aquél (San Agustín). Cristo en
su encarnación y aparición temporal es el sacramento del misterio
de Dios.12
En suma, espíritu, misterio y alegoría pasan a ser términos coin-
cidentes, pues se refieren a lo mismo, aunque de distinta manera.
Esto estaba ya en la práctica de los autores antiguos, que distinguían
claramente el sentido literal, relativo a la letra, y el otro sentido que
a veces lo denominan espiritual, otras, alegórico, otras, en fin, mís-
tico. De esta suerte, cualquiera sean las palabras que empleen los
autores, el doble sentido es portador del cuádruple sentido. La gran
tradición escolástica, San Buenaventura, Hugo de Saint Victor, Al-
berto el Grande, Tomás de Aquino, al hablar de los cuatro senti-
dos de la Biblia lo hacen remitiéndose a una fuente común, que
es el doble sentido clásico de la letra y el espíritu.
Estos cuatro sentidos no obstan a que pueda hablarse de senti-
dos metafóricos (sensus parabolicus), recogiendo la idea usual de ale-
goría. En el art. 9º y al final del art. 10 de la misma quaestio 1,
reconoce Tomás de Aquino la necesidad y utilidad del empleo de
la metáfora, en cuanto mediante este decir figurado quiere darse
a entender otra cosa. En la resolución de la metáfora corre por
cuenta de la antítesis apariencia-realidad al modo clásico. Por eso,
dentro de la literalidad se reconoce un significado propio e inme-
diato y otro figurado o derivado, como cuando se habla del brazo
de Dios, para señalar en realidad la potencia operativa y no que
tenga un miembro corpóreo, pues la función del brazo es la ope-
ración que realiza.
El dualismo letra y espíritu se resuelve, tratándose de los ob-
jetos de la teología, en el ámbito de la fe. La espiritualidad se
escinde en fe, esperanza y caridad como instancia última de la
comprensión humana. Pero si nos salimos del dominio de la fe,
y nos limitamos a los objetos que el entendimiento humano pue-
de conocer a partir de sí mismo, ingresamos en un dominio
hermenéutico que fue preparado por la doctrina del lógos grie-
go, que retuvo Isidoro de Sevilla, según vimos anteriormente y

12
L UBAC, Henri de, op. cit., p. 400.

32
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

que Tomás de Aquino recoge en su Comentarios al Perí Herme-


neías de Aristóteles.
En el Proemio de estos comentarios recuerda que Aristóteles
en su tratado sobre el alma (De Anima, III) dividió en dos las ope-
raciones del intelecto (intellectus): la aprehensión simple (simplex
aprehensio), por la que el intelecto aprehende la esencia (essentiam)
de la cosa misma, y el juicio (iudicium), que es la operación del in-
telecto que compone y divide. A estas dos operaciones agrega una
tercera operación, que es la del silogismo (ratiocinium), por la cual
el intelecto procede a conocer lo desconocido a partir de lo cono-
cido. Estas tres operaciones son las que realiza el intelecto huma-
no en el conocimiento de las cosas. Según Tomás de Aquino, los
distintos libros de la Lógica aristotélica tratan de estas operaciones
por separado. Así, el tratado Categorías estudia la aprehensión sim-
ple, el tratado Perí Hermeneías examina el juicio, esto es, el enun-
ciado afirmativo y negativo, y por último el silogismo se estudia en
Primeros Analíticos. Así como las distintas operaciones del intelecto
se ordenan y disponen de cierta manera, siendo la aprehensión sim-
ple la primera, seguida del juicio, a su vez base del raciocinio silo-
gístico, también los tratados siguen ese orden: Categorías, Perí
Hermeneías y Primeros Analíticos, apoyándose uno en otro, en orden
inverso al anotado.13
El plan que tiene Tomás de Aquino fluye de esta ordenación
que practica en el Organon aristotélico. En el conocimiento huma-
no hay grados y formas, y lo mismo ocurre con las fórmulas para
expresarlo. Sin embargo, es el juicio la forma privilegiada, pues en
cuanto enunciado, que compone y divide, afirma y niega, sí dice
algo de una cosa tomada como sujeto y con ello se predica necesa-
riamente algo verdadero o falso. Esto es lo que interesa y se mues-
ta como fundamental. La hermenéutica así planteada es una teoría
que tiene que ver con esta estructura unitaria, que es el juicio o
proposición, en cuanto susceptible de verdad o falsedad. Esta es-
tructura expresa un conocimiento.
La doctrina tomista de la verdad como una adaequatio rei et in-
tellectus, o también como comformitatem rei et intellectus, esta última
expresión es de la Suma Teológica, la trata Tomás de Aquino en esta
obra, primera parte, quaestio 16, en ocho artículos, y en general, se

13
Los comentarios en In Aristotelis Libros Perí Hermeneías et Posteriorum Analyti-
corum expositio, edición del P. Fr. Raymundi M. Spiazzi O.P., de Marietti, 1964.

33
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

mantiene en otras obras: Comentarios a las Sentencias, De Veritate, Suma


contra Gentiles y Perí Hermeneías. Ésta es la verdad del intelecto. Está
aquí presente la doble verdad que se va a escindir con fuerza en la
época moderna: una la verdad del intelecto, otra la verdad de la
fe. La relación entre ambas se resuelven en la unidad superior de
Dios.
Más que de una constitución de la verdad, para el intelecto hu-
mano es en el acto de juicio donde tiene ocasión de manifestarse
la verdad como adaequatio: lo que se predica que es la cosa tomada
como sujeto en la proposición es lo que es (quod quid est). La activi-
dad del sujeto cognoscente consiste en juzgar que una cosa es o
no es alguna otra cosa. Por eso, la descripción de la verdad en el
juicio sólo puede hacerse en términos de adaequatio o conformidad
de cosa e intelecto. Visto así, la verdad está más en el intelecto del
que juzga que en la cosa juzgada.14
El privilegio del juicio radica en que en él se hace posible que
se manifieste la verdad en cuanto expresión de conocimiento. El
siguiente pasaje de la Suma formula esta afirmación:
“El intelecto, en cambio, puede conocer en conformidad (con-
formitatem) con la cosa inteligible, pero no la aprehende cuando
conoce de la cosa lo que ella es (quod quid est), sino cuando forma
el juicio (iudicat) sobre la cosa que tiene la forma que aprehende
de la cosa, y entonces primeramente conoce y dice lo verdadero”.15
El juicio que el sujeto forma sobre la cosa y que expresa lo que
como cognoscente aprehende de ella, es verdadero si guarda con-
formidad o adecuación con ella. Como en la teoría hermenéutica
de Aristóteles, el juicio o proposición ocupa un lugar central. El
juicio expresa y manifiesta lo que el sujeto cognoscente tiene en
su entendimiento como conocimiento de la cosa. Esta relación del
juicio con el intelecto es la que sostiene la significación. La rela-
ción de la palabra o vox significativa con la cosa significada se da a
través de lo que el entendimiento piensa de la cosa. El juicio se
constituye en la estructura unitaria en donde es posible la verdad.
Al recordar Tomás de Aquino que Perí Hermeneías se tradujo al la-
tín como De Interpretatione, como lo señaló Isidoro de Sevilla, el tema
de la interpretación es propiamente la oración enunciativa, porque
sólo en ella se hace presente la verdad y la falsedad. Boecio al defi-

14
Suma Teológica, 1, q. 16, a 2.
15
Ibídem.

34
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

nir interpretatio como vox significativa, que es la que significa algo


por sí misma, a diferencia de las conjunciones y preposiciones, nos
dejó señalado un camino, advierte Tomás de Aquino, que nos lle-
va a los únicos elementos hermenéuticos nomina, verba, orationes,
pues son los únicos que pueden llamarse interpretaciones en ge-
neral.
En rigor, nos dice Tomás de Aquino, “[...] únicamente la ora-
ción enunciativa, en la que se encuentra lo verdadero y lo falso,
puede denominarse interpretación. Las otras oraciones, como la
optativa y la imperativa, están más ordenadas para la expresión de
afecciones del alma que para la interpretación de lo que tiene el
intelecto”.16 El título de la obra De Interpretatione habría que leerlo
como si dijera De enunciativa oratione, pues en la oración enunciati-
va es la única donde se encuentra lo verdadero y lo falso. El nom-
bre y el verbo son elementos integrantes de la proposición, que
tienen significado propio, pero sólo en la unión en el acto de jui-
cio tienen la capacidad de expresar lo que el sujeto cognoscente
piensa y sabe de la cosa a que se refiere.
En suma, de San Isidoro a Santo Tomás se va formando una
teoría en que se llama interpretación al enunciado en el que el suje-
to cognoscente expresa lo que conoce y piensa de la cosa a que se
refiere. Para estos autores, la hermeneía aristotélica está centrada en
el acto de juicio y a partir de aquí hay que construir el concepto
de interpretación. Si recordamos ahora lo que se ha dicho de la
hermenéutica, se tiene que hay tres dimensiones o sectores a don-
de se extiende como teoría. De una parte, la hermenéutica exami-
na la teoría de la significación. En ella las palabras son consideradas
como los signos significantes que nos relacionan con los significa-
dos. Lo interesante aquí es advertir que los significados son los pen-
samientos o conceptos que se asocian a una palabra. Más adelante
volveremos sobre el llamado triángulo de la significación, que han
desarrollado los autores Ogden y Richards, para mostrar que la re-
lación entre la palabra y la cosa a que se refiere está intermediada
por los conceptos o ideas. La significación es, en realidad, un con-
junto de relaciones distintas. De ahí las dificultades que plantea su
elaboración. Pero no es la teoría de la significación lo único de que
se ocupa la hermenéutica, está por otro lado la dualidad letra y es-
píritu, que ha sido tan importante en el desarrollo de la teoría de

16
En Perí Hermeneías, Prooemium, 3, p. 5, op. cit.

35
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

la interpretación, y por último hay una doctrina del sentido. Son


tres dimensiones diferentes, pero interconectadas.
Podemos examinar desde estos tres ángulos el breve recorrido
que hemos hecho del pensamiento medieval. Desde el punto de
vista de la teoría de la significación, se advierte que lo que San Isi-
doro y Santo Tomás llaman interpretación, en la versión que dan
del tratado aristotélico, es la relación que se da entre el sujeto emi-
sor y la palabra que emplea. No se considera la otra relación, en-
tre el lector u oyente de una oración que tiene que acceder al
pensamiento o idea expresado en ella. Hoy día solemos pensar que
la interpretación recae en este último aspecto. En cambio, la dua-
lidad letra y espíritu la considera Santo Tomás de una manera es-
pecial, en el texto citado anteriormente, distinguiendo entre una
prima significatio y una secunda significatio. Desde esta dualidad, el
lector del texto bíblico ve en él un enunciado significante y el pro-
blema que se plantea es el acceso al significado. La exégesis se pro-
puso enfrentar esta tarea mediante la reglamentación de la
actividad que busca apoderarse del sentido. Si es ello posible y en
qué medida, se verá después. A su vez el sentido como objeto últi-
mo de toda interpretación hay que definirlo en el interior de la
concepción cristiana de la vida y del mundo.
A pesar de las diferencias entre el modelo hermenéutico clási-
co y el modelo medieval, hay un trasfondo común del que ambos
participan. Las palabras y las cosas a que ellas se refieren se encuen-
tran en una cierta distancia, no se confunden ni se hacen solida-
rias, como quería la sofística griega. Ello trae como consecuencia
que todo discurso hablado o escrito necesariamente tiene que ser
interpretado, esto es, tiene que ser considerado como un signo que
significa un pensamiento o concepto y aprehendido éste se enten-
derá a qué se refiere. Pero esto mismo pone de manifiesto las limi-
taciones de todo lenguaje. Como se sostiene en el Diálogo Cratilo
de Platón, el lenguaje no es garantía suficiente de expresión del
ser verdadero de las cosas, lo cual nos obliga como intérpretes a
tratar de aprehender el pensamiento o conceptos de quien hace
uso de las palabras, generándose la actividad interpretativa. Esta li-
mitación del lenguaje no se resuelve dentro del lenguaje mismo,
sino fuera de él. Por eso la dualidad letra y espíritu nos ilustra so-
bre la dimensión que está más allá de las palabras y que sólo desde
ella es posible resolver el problema de la limitación del lenguaje.
En la modernidad, con la decadencia de la escolástica, la expan-
sión del humanismo, las corrientes nominalistas, el modelo herme-

36
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

néutico clásico será sometido a un amplio debate. En este nuevo es-


cenario, a impulsos del protestantismo se busca revalorizar la litera-
lidad. De otro lado, asistimos al intento de llevar el modelo de la
ciencia natural, que se había mostrado exitoso, a todos los ámbitos
de la cultura. Esto trae consigo la ruptura definitiva con el modelo
hermenéutico anterior, especialmente en la consideración de los
principios, y se busca hacer prevalecer todo lo que favorezca un co-
nocimiento cierto y evidente. En la sección siguiente abordaremos
brevemente este tema para situarnos en seguida en el mundo actual.

LA HERMENÉUTICA EN EL MUNDO MODERNO

Nadie mejor que Francis Bacon para ilustrar el comienzo de los


nuevos tiempos. En Novum Organum desarrolla el nuevo método
para la búsqueda del conocimiento verdadero. Como subtítulo de
esa obra pone Indicia Vera de Interpretatione Naturae. La palabra in-
terpretatio que emplea aquí tiene el significado de conocimiento de
principios. En el aforismo XIX del Libro I señala que hay dos úni-
cas vías de acceso al conocimiento. Una la denomina Anticipaciones
de la Naturaleza (Anticipationes Naturae), la otra la llama Interpretación
de la Naturaleza (Interpretatio Naturae). De ambas, la única que ofre-
ce un conocimiento cierto de los principios es esta última.17
La idea asociada a la expresión “interpretación de la naturale-
za”, como si ésta fuese un texto escrito, al que habría que interro-
gar, se encuentra ya en San Buenaventura. Si se relaciona con el
modelo hermenéutico medieval, se advierte la huella agustiniana,
en donde las cosas creadas son el signo que nos lleva a su creador.
Pero en Bacon quiere decir algo por completo distinto, y marca la
ruptura con el mundo anterior. Interpretar es conocer los princi-
pios de la naturaleza. Posteriormente Dilthey tratará de eliminar
la expresión “interpretación de la naturaleza” para reducirla a su
teoría de la comprensión, como se verá más adelante. En Bacon
los principios de la naturaleza son las leyes o axiomas de la natura-
leza, que gobiernan los fenómenos y todo el acontecer natural. El
punto de partida del conocimiento es el suceso en su particulari-
dad sensible, y desde él en grados crecientes de generalidad se avan-
za hasta esos axiomas. Es la inducción. Los fenómenos son los

17
BACON, Francis, “Novum Organum”, en The Works of Francis Bacon, vol. I,
edición F. Fromman Verlag Günther Holboog, Stuttgart, 1963.

37
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

indicios, puntos de partida confiables. La interrogación de la na-


turaleza como la gran alegoría del mundo y la creación queda sus-
tituida por la construcción metódica del conocimiento. Ahora se
trata de que lo que el sujeto percibe sensorialmente tiene que po-
nerlo bajo la inteligibilidad de los axiomas o principios generales.
De este modo, la frase que recorre desde Galileo a Kepler, “la na-
turaleza está escrita en lenguaje matemático”, no tiene el significa-
do del modelo hermenéutico medieval, sino este otro: los
fenómenos del mundo natural, percibidos por los sentidos, se fun-
dan en principios o axiomas generales, cuya formulación se hace
en el lenguaje de las relaciones matemáticas. El Novum Organum
es, entonces, la metódica de los indicios verdaderos de la interpre-
tación de la naturaleza, o dicho en otros términos, la doctrina in-
ductiva del conocimiento cierto. Verdad y certidumbre se unen,
como ocurrirá poco después en Descartes. Este modelo científico
es el que Bacon lleva al mundo jurídico. La primacía de la certi-
dumbre, que es una característica del conocimiento, en la esfera
jurídica, importa relegar el tema de la justicia a un segundo pla-
no. Lo que importa ahora es cómo garantizar un conocimiento cier-
to y verdadero de las leyes humanas.18
Un autor importante para el estudio de la crítica protestante
es Mathias Flacius Illyricus, autor de Clavis Scripturae Sacrae, obra
de 1567, en la cual, al decir de Dilthey, se sientan las bases de la
hermenéutica moderna. Para Dilthey el Renacimiento había crea-
do una situación nueva para la interpretación. El lenguaje, las con-
diciones de vida y la nacionalidad posibilitaron un distanciamiento
y finalmente una separación con el pasado grecolatino, que ahora
había que estudiarlo desde una nueva perspectiva, incorporando
estudios gramaticales e históricos. Hay una enorme literatura dis-
ponible que se puede estudiar en forma distinta. Se forman dos
grandes grupos, las obras clásicas de los pensadores, poetas e his-
toriadores de la antigüedad, y las obras que contienen los escritos
bíblicos y teológicos. Fue en relación con estos últimos como nace
la moderna teoría hermenéutica, y en este surgimiento la obra ca-
pital es la mencionada Clavis de Flacius.
La contribución de los debates teóricos sobre interpretación bí-
blica ha sido determinante para el desarrollo de la teoría hermenéuti-

18
En trabajos anteriores he desarrollado el tema. Véase, por ejemplo, Pru-
dencia y justicia en la aplicación del Derecho, pp. 16 y ss., Editorial Jurídica de Chile,
2001.

38
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

ca. Dilthey primero y Gadamer después asignan al protestantismo el


origen de la hermenéutica moderna. El postulado fundamental que
anima la obra Clavis es que procediendo técnicamente según reglas,
se puede alcanzar una comprensión de validez universal. A esto ha-
bría llegado Flacius en virtud de las luchas religiosas del siglo XVI.
El concilio tridentino, que se reunió entre los años 1545-1563, deba-
tió ampliamente el rol de la tradición en la interpretación, el carác-
ter del texto y la Vulgata, y se opuso fuertemente a las posiciones
protestantes. Fue Belarmino, el representante del catolicismo triden-
tino, quien después de aparecida la obra de Flacius, en una obra de
1581 planteó la insuficiencia del texto sagrado y la necesidad de re-
currir a la tradición para completar las Sagradas Escrituras. Contra-
rio a ambas ideas, Flacius sostiene la suficiencia y comprensibilidad
de la Biblia, y formuló las reglas para asegurar la interpretación ver-
dadera. La obra de Flacius fue considerada por los medios luteranos
como “la llave de oro” de la interpretación bíblica.19
Aquí podemos apreciar cómo hermenéutica y exégesis se cons-
tituyen en dominios separados. Flacius formula una serie de reglas
para alcanzar el sentido verdadero de la Biblia, comenzando con
el llamado sentido gramatical, pero a lo cual agrega el fin y propó-
sito de la obra en su conjunto, tomada como un todo. Cada parte
hay que entenderla en su relación con la totalidad de la obra. Hay
que considerar también la manera como la obra ha sido compues-
ta, acudiendo a las enseñanzas de la retórica sobre estructura y com-
posición. Pero todas estas reglas, que son del dominio de la
exégesis, no podrían garantizar el resultado de la obtención del
sentido verdadero del texto sagrado si no hubiese una serie de
suposiciones previas, que constituyen el dominio de la teoría her-
menéutica de Flacius y del protestantismo. Si el modelo hermenéu-
tico medieval admite el sentido alegórico, acá Flacius previene
contra la interpretación alegórica, a menos que se trate de una ale-
goría manifiesta o que el sentido literal sea insuficiente o conduz-
ca a absurdos. Se va preparando así la primacía de la literalidad,
entendida como el ámbito de significaciones propias e inmediatas
de las palabras, las cuales tienen por lo general capacidad para
transmitir adecuadamente los pensamientos de su autor. Por eso

19
GADAMER, Hans-Georg, en Seminar: Philosophische Hermeneutik, Suhrkamp,
Frankfurt, 1976, ofrece una recopilación de textos de distintos autores pertene-
cientes a momentos históricos diferentes de la hermenéutica. Uno de esos textos
es una parte de Clavis de Flacius, con el título Praecepta de ratione legendi.

39
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

el principio hermenéutico de la suficiencia de la sola letra: es posi-


ble que el lector de la Biblia, si tiene el estado espiritual adecua-
do, pueda por la sola lectura acceder a su verdadero sentido, es
decir, entrar en contacto inmediato con el pensamiento de su au-
tor, que es Dios mismo. Cuando hay dificultades habrá que acudir
a las reglas para conducir la intelección verdadera, considerando
su fin y propósito, el todo y las partes, los recursos auxiliares de
composición, argumentos, elementos retóricos. Queda planteada
la división entre dos situaciones fundamentales. Una, en la cual el
solo texto es suficiente, lo que quiere decir que es inteligible a partir
de él mismo y constituye el sentido literal, y otra situación, en la
cual hay dificultades de comprensión, por lo que hay que acudir a
elementos tales como el todo y la parte, el fin y propósito, los ar-
gumentos, los paralelos y comparaciones (analogía de la fe) y otros
recursos, algunos en relación con el texto, otros fuera del texto.
Después veremos el impacto que esto va a tener en la teoría de la
interpretación de los juristas. Entretanto, se va haciendo cada vez
más nítida la separación del protestantismo de la Iglesia y la auto-
ridad de la tradición como elementos de la interpretación.
Un autor que produce la conexión de estas ideas sobre la lite-
ralidad con el nominalismo es Hobbes, que en su Leviathan, obra
que vio la luz en inglés en 1651 en Londres, se propone una tarea
ambiciosa: fundar la filosofía en una doctrina del conocimiento.
Para ello recurre a la concepción nominalista del lenguaje. Si por
nominalismo entendemos aquella forma de pensar los universales,
como quiere Ockham, de manera que la palabra signifique no el
concepto, como en la doctrina clásica, sino la cosa misma a la que
se refiere el nombre, entonces el concepto universal resulta susti-
tuido por el nombre. Desde este punto de vista Hobbes es parcial-
mente nominalista, pues la fusión de significado y referencia (dos
relaciones distintas) adopta en él una forma muy peculiar. Sin em-
bargo, le sirve para plantear la unidad entre la letra y el propósito
de un texto legal.
El Leviathan20 se inicia con el estudio de lo que es inherente al
hombre: sensación, imaginación, el juicio, el lenguaje, la razón y
la ciencia, la voluntad, la pasión, la virtud, las leyes naturales o prin-
cipios de la moralidad. En el cap. IV del Libro I se dedica Hobbes

20
HOBBES, Thomas, Leviathan, or the Matter, Forme and Power of a Commonwealth
Ecclesiasticall and Civil, edic. Oxford, 1967, tomada de la edición de Londres de
1651.

40
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

al estudio del lenguaje aproximándose a las posiciones nominalis-


tas. Interesa tener presente aquí la afirmación relativa al uso gene-
ral del lenguaje, que es la de transformar el discurso mental (mental
discourse) al discurso verbal. Lo concibe así: la sucesión de pensamien-
tos se convierte en sucesión de palabras. Ésta es la base para elabo-
rar la doctrina del juicio, que consiste básicamente en unión de
nombres: en la estructura clásica de sujeto-predicado, si en la unión
todo lo que significa el nombre que ocupa la posición del predica-
do coincide con todo lo que significa el nombre que ocupa la po-
sición del sujeto, tenemos un juicio verdadero. Es la vieja teoría de
la adecuación, en versión nominalista. La doctrina del juicio con-
duce al tema de la comprensión o understanding. A este respecto
escribe Hobbes:
“Cuando una persona, una vez que ha escuchado un discurso,
tiene aquellos pensamientos que las palabras de este discurso, en
sus conexiones recíprocas, estaban ordenadas y constituidas para
significar, entonces se dice que lo comprende: pues la comprensión
no es otra cosa que la concepción causada por el discurso. En con-
secuencia, si el lenguaje es peculiar a una persona (en la medida
que deba saberlo), entonces también la comprensión es peculiar a
su respecto. Asimismo, también, tratándose de afirmaciones absur-
das y falsas, en caso de ser universales, no puede haber aquí com-
prensión, aunque muchos piensen que las comprenden, pues lo
que en realidad hacen es repetirlas en voz baja o calladamente en
su espíritu”.21
La Parte IV y última de la obra termina con el Reino de la Oscu-
ridad, al que se llega por una mala interpretación de las Escrituras.
Pero no es sólo esto, hay ignorancia de ellas, lo que ocurre porque
se introducen tradiciones y fábulas. Se mezcla con ellas además la
Filosofía Vana, especialmente la metafísica de Aristóteles. Finalmen-
te, se introduce en las Escrituras el dato histórico incierto.
Después de Bacon, Hobbes es el otro pensador que por esta épo-
ca se muestra un decidido defensor de la doctrina que ve en la filo-
sofía un conocimiento racional, que procede como el geómetra en
el establecimiento de las propiedades de las figuras que estudia. Es
la culminación del ideal de ciencia demostrativa llevado ahora a la
filosofía misma. Los puntos de contacto con Descartes son así indu-
dables y caracterizan el panorama en que se desarrolla la filosofía.

21
Leviathan, Part. I, cap. IV.

41
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

En el cap. 46 de esta Parte IV del Leviathan sostiene Hobbes que


la facultad de razonar depende en su ejercicio del lenguaje, y a par-
tir de aquí plantea el curso completo de la historia de la filosofía,
desde la antigüedad hasta su tiempo. Como ha existido lenguaje
desde un comienzo, fue posible el descubrimiento de distintas ver-
dades mediante el ejercicio de las facultades racionales. Una de esas
grandes adquisiciones la constituye la geometría. El extravío de la
filosofía comienza con la formación de las Escuelas. En la antigüe-
dad, mientras la razón humana con el lenguaje que podía usar
disponía de ocio, scholé en griego, adquiría verdades. Este ocio filo-
sófico contiene, en realidad, una diversidad de condiciones, como
satisfacción de necesidades básicas de alimentación y vivienda, esta-
do de paz, etc. Las grandes adquisiciones de la ciencia antigua fue-
ron el producto de este ocio que posibilitaba el ejercicio de las
facultades racionales. Sin embargo, piensa Hobbes, por razones his-
tóricas diversas, fueron formándose agrupaciones que tomaron
nombres, así los seguidores de Platón fueron los Académicos, los
de Aristóteles los Peripatéticos, los de Zenón los Estoicos, y así su-
cesivamente. Inicialmente se reunían en ciertos lugares para deba-
tir sus asuntos. Entonces, el lugar, el debate o disputa, el grupo con
la denominación, forman una Escuela, derivación (en inglés
School) del latín schola, proveniente del griego scholé.
Fue así como el mundo antiguo conoció muchas escuelas, apar-
te de las griegas, como las judías y las cristianas. La cuestión es, para
Hobbes, que tales Escuelas no prestaron una utilidad clara, pues
todas las adquisiciones en materia de ciencia tuvieron un origen
cierto fuera de las Escuelas, como ocurrió con la geometría clási-
ca. Las Escuelas, sin embargo, adquirieron más por costumbre que
por otra cosa un enorme desarrollo y fueron la base para consti-
tuir Universidades. En estas Universidades se siguió practicando el
tipo de debate y disputa que caracterizó a la Escuela. Así ocurrió
con la Philosophia Prima, que fue tema de las Universidades medie-
vales y renacentistas y penetró profundamente en la elaboración
de la teología. Por eso, es importante, piensa este autor, esclarecer
el sentido de esa forma de filosofía. Su tarea la describe así: la deli-
mitación correcta de los nombres que son los más universales y que
se ofrecen como fundamentadores de toda forma de saber. Estas
delimitaciones deben servir para evitar la ambigüedad y el equívo-
co en los raciocinios, y comúnmente se las llama definiciones. Pues
bien, en las Escuelas, esto es, en las Universidades donde tiene lu-
gar el estudio de la filosofía como metafísica, tomando el nombre

42
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

de la denominación aristotélica, la tarea que se le asigna es la de


establecer esas definiciones de los términos fundamentales, tales
como cuerpo, tiempo, lugar, materia, forma, esencia, sujeto, subs-
tancia, accidente, potencia, acto, finito, infinito, cantidad, cualidad,
movimiento, acción, pasión y muchos otros términos necesarios
para la explicación de la Naturaleza. El gran extravío de la filoso-
fía es la disputa metafísica de las Escuelas, y ocurre cuando se en-
trega a la exploración y examen de las definiciones de esas palabras,
tarea que no parece asegurar la adquisición de un conocimiento
cierto. Es así como la teología se ha dejado llevar también por es-
tas cuestiones de palabras y ha tratado de construir una doctrina
con términos tales como Esencia Abstracta y Formas Substanciales,
todo lo cual no constituye más que una disquisición vana. De ahí
el nombre de Filosofía Vana, que descalifica la metafísica de las Es-
cuelas, en cuanto en ellas la tradición escolástica ha conservado la
Filosofía Primera de Aristóteles.
Como hay un modo de considerar la palabra que conduce a la
disquisición vana, el problema para Hobbes es resolver cómo el exa-
men de las palabras y su definición puede y debe llevarnos a un
conocimiento cierto, esto es, la filosofía como conocimiento racio-
nal. Rescatar el examen y análisis del lenguaje como elemento e
ingrediente del conocimiento se le aparece ahora a Hobbes como
la tarea del filósofo, evitando el extravío de la Filosofía Vana. Pue-
de parecer, con estas afirmaciones, que se están sentando las bases
para el posterior análisis del llamado Positivismo Lógico, pues en
muchos autores afines a esa línea de pensamiento contemporáneo,
como Schlick o Carnap, encontramos ese rechazo al pensamiento
especulativo, negativa que adquiere la forma de análisis de lengua-
je. Toda la explotación que se hace hoy día de la incertidumbre
de los discursos, de la falta de significado y de control, hay que ras-
trearla hasta Hobbes.
Prosiguiendo su examen, recuerda Hobbes la afirmación hecha
al comienzo de su obra Leviathan: el uso, más bien la función pri-
mordial de las palabras, es la de servir de registro para nosotros mis-
mos como sujetos parlantes, y hacer manifiesto a los demás como
oyentes los pensamientos y concepciones (thoughts and conceptions)
de nuestro espíritu (Mind). Y propone las siguientes distinciones:
1) Un grupo de palabras lo integran los nombres de las cosas con-
cebidas, como los nombres de los cuerpos que actúan sobre los sen-
tidos y dejan una impresión (Impression) en la imaginación; 2) Otro
grupo de palabras lo forman los nombres de la imaginación mis-

43
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

ma, es decir, de aquellas ideas (ideas) o imágenes mentales que te-


nemos de las cosas que vemos o recordamos; 3) Otro grupo de pa-
labras lo constituyen los nombres de nombres, como Universal,
Plural, Singular; 4) Otro grupo de palabras son los nombres de for-
mas de discurso (speech), como Definición, Afirmación, Negación,
Verdadero, Falso, Silogismo, Interrogación, Promesa, Convenio;
5) En otro grupo están las palabras que muestran la consecuencia
o repugnancia de un nombre a otro. Esto se entiende a partir de
la doctrina del juicio, en el cual se trata de una unión de nombres
en forma característica: si se enuncia el juicio el hombre es un cuerpo,
lo que se quiere dar a entender es que el nombre cuerpo (body) se
establece necesariamente como consecuencia del nombre hombre
(man); son, entonces, nombres distintos para la misma cosa. Lo mis-
mo quiere decir la expresión “consecuencia” de que se vale Hob-
bes. Puede decir así que la consecuencia se significa, en el sentido
de expresar, mediante la palabra es (is). Ahondando en el examen
del juicio, añade que toda la función de la palabra es consiste nada
más que en señalar la unión misma en que consiste el juicio. Aho-
ra bien, volviendo al lenguaje de la filosofía escolástica y que se prac-
tica en las escuelas, se pregunta ¿qué pueden significar términos
tales como entidad (entity), esencia (essence), esencial (essential), esen-
cialidad (essenciality) y otros que derivan de es o ser? Desde luego,
atendida esa función acopladora (coupling) de la palabra y verbo
ser, ninguno de esos términos es nombre de alguna cosa, sino me-
ros signos, señales, mediante los cuales damos a conocer que con-
cebimos la “consecuencia” de un nombre a otro (o atributo), como
cuando decimos un hombre es un cuerpo viviente, no significamos que
hombre es una cosa, es otra y cuerpo viviente una tercera, sino que hom-
bre y cuerpo viviente son una sola cosa, y que esta unidad la enun-
ciamos en forma de consecuencia, esto es, si algo es un hombre,
entonces es un cuerpo viviente. La unidad de lo significado se señala
mediante la palabra es, el cual es el signo del acto de juicio que da
cuenta de la unidad de la cosa hombre-cuerpo viviente. Con esto
da Hobbes una explicación por completo diferente a la teoría ló-
gica que había formulado Aristóteles con respecto a la función de
la cópula es. La lógica aristotélica aunque formal supone una on-
tología.
Desde el punto de vista de la teoría de la significación, el pro-
blema de todos esos términos señalados por Hobbes, que parten
de la palabra ser, es que no se refieren, en estricto rigor, a nada, por
lo cual toda la metafísica de la tradición aristotélica falla en su base.

44
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

Constituye un debate estéril que no puede conducir a ninguna par-


te; en otras palabras, es en cierto modo un esfuerzo retórico inútil.
En la edición latina del Leviathan, de 1670, posterior a la inglesa,
se incluye un apéndice dividido en tres partes o capítulos. En la
primera parte se dedica al examen del símbolo de Nicea, esto es,
cómo la fe se ajusta a las palabras de las Escrituras. En seguida, en
forma dialogal retoma el tema del examen de la terminología de
la metafísica clásica, que ha perdurado en la escolástica, para des-
calificarla como apta para la adquisición de conocimiento.
La doctrina del juicio es un elemento importante tanto de la
significación como del conocimiento. Por eso, la comprensión es la
reproducción que hace el sujeto cognoscente a partir del discurso
escrito u oral de esas unidades elementales que son los juicios (jui-
cios de consecuencia, para decirlo en la terminología de Hobbes).
Pero ésta no es una reproducción que el intérprete hace conside-
rando factores extrínsecos al discurso mismo. Tiene que mantener-
se dentro de lo que Hobbes llama el sentido literal. Trátese de un
texto legal, de uno de carácter religioso o de otra índole, el intér-
prete tiene que constreñirse a ese sentido literal. Este sentido lite-
ral es lo que el autor ha querido que sea significado por la letra.
A diferencia de otros autores, como Grotius y Pufendorf, en los
cuales la dualidad letra y espíritu se mantiene todavía en los térmi-
nos de la hermenéutica clásica y medieval, en Hobbes esa duali-
dad queda dominada por lo que él denomina sentido literal (literal
sense). El siguiente texto puede ilustrar lo señalado:
“Tratándose de leyes escritas, acostumbran los entendidos a ha-
cer una diferencia entre la letra (letter) y el propósito (sentence) de la
ley. Si por letra se entiende todo lo que puede derivarse de la sola
palabra, la distinción está bien establecida, pues la significación de
casi todas las palabras, ya en sí mismas, ya en el uso metafórico, es
ambigua, y puede hacerse que en las argumentaciones tomen di-
versos sentidos (sense), en tanto que la ley no tiene más que un solo
sentido. En cambio, si por la letra se quiere significar el sentido
literal (literal sense), entonces la letra y el propósito o intención (sen-
tence or intention) se hacen uno solo. Pues el sentido literal es lo que
el legislador ha querido que sea significado por la letra de la ley.
Ahora bien, la intención del legislador se supone que es siempre
la equidad (equity), pues sería una grave ofensa para un juez que
pensara de otro modo del Soberano; en consecuencia, si la pala-
bra de la ley no le autoriza plenamente a una sentencia razonable,
debe suplirla con la ley de la Naturaleza, o bien, si el caso es difí-

45
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

cil, debe retener la sentencia (judgement) hasta que haya recibido


una autoridad más amplia”.22
La teoría aquí desarrollada es de un alcance mayor que la sola
interpretación jurídica. La primacía de la literalidad se advierte en
que lo querido por el autor y lo dicho se identifican, y como no
hay más que un sentido, éste hay que decidirlo en general a partir
de la sola literalidad. Tratándose de las leyes humanas, el sentido
de ellas en casos difíciles hay que decidirlo por el principio de jus-
ticia, pero ésta, según lo desarrolla a propósito del contrato social,
no existe antes del contrato, y sólo puede hablarse de justo o in-
justo después que se ha constituido la sociedad civil y se ha esta-
blecido la institucionalidad y promulgado las leyes. Comienza en
realidad con Hobbes el formalismo. La vieja teoría escolástica que
en toda ley hay que suponer el fin de la justicia, se convierte acá
en un principio formal. Este modo de pensar tiende a favorecer el
poder constituido.
Lo que está en juego aquí se conecta con lo señalado por Fla-
cius. El sentido de un texto se determina a partir de él mismo sin
que se tenga que recurrir a elementos o factores externos al mis-
mo. Es cierto que en los recuerdos que Hobbes hace de la historia
de la exégesis bíblica reconoce el valor de la interpretación histó-
rica, las polémicas clásicas de las Escuelas de Alejandría, Antioquía
y Pérgamo. Todo esto prepara más bien el cuestionamiento de la
autoridad eclesiástica y la tradición en la determinación del senti-
do del texto bíblico. Para este autor una de las causas de dificultad
en la comprensión de las Escrituras radica en el sometimiento a la
autoridad de la Iglesia romana. Por eso, la exaltación de la literali-
dad y su función en la constitución del sentido verdadero, que hace
posible que todo lector que adopte una actitud religiosa determina-
da pueda aprehender directamente, sin las directivas de la Iglesia
romana. Ésta es la consecuencia que se busca en la elaboración her-
menéutica, en lo que coincide con los reformistas y protestantes.
Spinoza aborda también la literalidad, pero no en una perspec-
tiva nominalista como Hobbes. Su pensamiento sobre interpreta-
ción está contenido en el cap. VII de su Tractatus Theologico-politicus,23

22
Leviathan, Part II, cap. 26. La palabra sentence del latín sententia se hace equi-
valente a mens, y la he traducido como propósito, que el texto hace coincidir con
intención, y se reserva sentido para sense.
23
Consideramos la versión francesa, Spinoza, Oeuvres Complètes, con el título Au-
torités Théologique et politique, edición de la Bibliothèque de la Pléiade, Gallimard, 1962.

46
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

de 1670. La importancia de este autor radica en que anticipa la teo-


ría de la comprensión como proceso cognoscitivo que desarrolla
Schleiermacher, esto es, el objeto de la comprensión y la conside-
ración del horizonte histórico en que se mueven la obra y el intér-
prete.
Expone Spinoza en esta obra que la Biblia como texto es la pa-
labra de Dios y enseña la verdadera beatitud o la salvación. Este
carácter, dice, ha terminado por desaparecer y ha sido sustituido
por las interpretaciones privadas o de autoridad, extrínsecas al texto
mismo y a su finalidad esencial, que han practicado los teólogos.
Para evitar estas interpretaciones, que son verdaderas invenciones
de sus autores, la tarea del intérprete debe quedar sometida a esta
regla general: el método de interpretación de las Escrituras no di-
fiere en nada del método que se emplea en la interpretación de la
Naturaleza. La interpretación es única, cualquiera que sea el ám-
bito o aspecto del mundo que se quiera conocer. De esta manera,
así como en la interpretatio naturae –recuérdese el significado de esta
expresión en Bacon– el método consiste básicamente en la obser-
vación y registro de datos ciertos –lo que todavía Spinoza llama his-
toria naturae–, a partir de los cuales se concluyen definiciones de
las cosas naturales, de la misma manera en la interpretación de las
Escrituras es necesario obtener un conocimiento preciso de la “his-
toria”, esto es, de los datos y principios ciertos, y a partir de ellos
(ex certis datis et principiis) concluir como consecuencia legítima la
intención o propósito (mens) de los autores de las Escrituras.
Este método no sólo asegura un conocimiento cierto, sino que
es el único, y para convencernos de esto último basta considerar,
nos dice Spinoza, que las Escrituras tratan a menudo de cosas que
no pueden ser conocidas por la sola luz natural de la razón huma-
na, tales como las revelaciones o los relatos de milagros, hechos to-
dos que no se ajustan a la naturaleza, pero que se adaptan a la
opinión de quien los ha escrito. Las revelaciones se ajustan a las
opiniones de los profetas, de suerte que superan la capacidad hu-
mana. Por todo lo cual, el conocimiento de todo lo que contienen
las Escrituras debe ser obtenido de ellas mismas (ex sola ipsa Scrip-
tura), así como ocurre con el conocimiento de la Naturaleza, que
se hace a partir de ella misma. Pero la dificultad que como texto
ofrece la Biblia al lector de ella, en cuanto a su contenido moral,
consiste en que sus enseñanzas y doctrinas morales pueden probar-
se, en el sentido de la demostración, a partir de las llamadas “no-

47
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

ciones comunes” (de la filosofía escolástica), es decir, principios de


carácter axiomático, evidentes por sí mismos e indemostrables, pero
no puede probarse desde esas mismas nociones que la Biblia con-
tiene esas enseñanzas y doctrinas, luego permanece como texto
abierto a la interpretación. Entonces, lo único que cabe es admitir
que la Biblia como texto se entiende desde sí misma, en consecuen-
cia, su contenido moral y religioso consta en ella misma. El carác-
ter divino debe concluirse de la circunstancia que enseña la virtud
verdadera, lo cual sólo se establece con las Escrituras mismas, y si
así no fuera, nuestra adhesión y defensa de ellas sería prejuiciosa.
Todo el conocimiento de las Escrituras debe obtenerse desde ellas
mismas y no a partir de elementos exteriores, aun cuando sean
aceptables para la razón.
La regla universal para la interpretación de los textos bíblicos
(regula universalis interpretandi Scripturam) es la siguiente: no reco-
nocer carácter de enseñanza a lo que no se muestre como tal con
la mayor claridad en la indagación histórica misma. Esta indagación
histórica la examina Spinoza en las siguientes direcciones:
Primero: examen de la naturaleza y propiedades de la lengua
en que fueron escritos los textos bíblicos, esto es, el significado que
tienen las palabras según el uso del tiempo en que escribieron los
autores del texto. Corresponde al significado histórico-gramatical,
en cuanto sancionado por la convención social.
Segundo: ordenación de diversos enunciados en unos pocos
que se relacionan con un mismo asunto. Este trabajo clasificatorio
y de ordenación permite poner de manifiesto aquellos enunciados
ambiguos u oscuros. La claridad u oscuridad de un enunciado se
determina por su sentido contextual (sensus ex contextus), y consiste
en la mayor o menor dificultad para captar su sentido en sus rela-
ciones contextuales, y no en la mayor o menor dificultad para cap-
tar su verdad por la razón. Spinoza propone el siguiente ejemplo:
dos enunciados aparentemente distintos, uno que dice “Dios es fue-
go” y otro que dice “Dios es celoso”, palabras de Moisés. Hace la
siguiente observación: por su significado inmediato y propio de las
palabras, ambos enunciados son claros. Éste sería su sentido literal
restringido, esto es, el que se reduce a la sola significación inme-
diata de las palabras, sin considerar nada más, ni ponerlas en rela-
ción con otros enunciados. La cuestión de su verdad no tiene que
aparecer aquí, por lo cual, en la perspectiva de la razón humana,
ambos enunciados pueden permanecer como enigmáticos. Pero la

48
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

indagación del sentido no puede, sin embargo, quedar en este pun-


to. Es preciso relacionar esos enunciados, tomados en su significa-
ción literal restringida, con los principios y los fundamentos que
la indagación histórica revela de las Escrituras mismas. Entonces,
si en esa interpretación literal restringida los enunciados no con-
cuerdan con los principios contenidos en las Escrituras, será nece-
sario abandonar esa interpretación literal restringida y abrir paso
a otras formas de interpretación, como la interpretación metafóri-
ca, que es una significación derivada o indirecta. Aquí cobra toda
su importancia la regla dada en el punto anterior, pues para deci-
dir si efectivamente el significado inmediato y directo de los enun-
ciados es el que señala, fuego y celo, es preciso remontarse a los
usos y mundo en que tales frases fueron pronunciadas (interpreta-
ción histórico-gramatical). En suma, conjugando la dimensión his-
tórico-gramatical con la contextual, y a su vez con los principios
que se derivan de las Escrituras mismas, se sigue como consecuen-
cia que ambos enunciados significan en definitiva lo mismo, que
es la cólera de Dios.
Tercero: la indagación histórica debe consignar con respecto a
cada libro que compone la Biblia todo el conjunto de circunstan-
cias que estuvieron presentes en su formación: vida y costumbres
del autor de cada libro, el fin propuesto, a quiénes se dirigía, en
qué ocasiones se escribió, la lengua en que fue redactado. También
debe recoger las circunstancias que caracterizan la existencia de
cada libro, una vez escrito, cómo se conservó, entre quiénes se di-
fundió primeramente, cómo fue admitido como canon, en fin,
cómo todos los libros se reunieron en un solo todo como canóni-
cos. Como se advierte de lo dicho, esta otra dimensión busca in-
corporar en la interpretación una nueva conexión: la obra en
relación con el autor y su tiempo. De esta manera, lo que debe en-
tender el intérprete es la obra como producto de su tiempo, pero
a la vez con un contenido religioso y moral de validez universal,
más allá de su época de gestación.
Concluye Spinoza insistiendo en la idea de la interpretación
como el modo de conocimiento del mundo natural y de las obras
del espíritu humano, en suma, como el modo general de conoci-
miento. Y así, entonces, como en la interpretación de la Naturale-
za se va desde la observación de lo particular a lo general, con
validez universal, como quería Bacon, de la misma manera, tratán-
dose de la interpretación de obras escritas, de la observación de las

49
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

diversas circunstancias que rodean su gestación y que son materia


de la indagación histórica, hay que elevarse al dominio de los prin-
cipios y fundamentos, que en las Escrituras es la doctrina sagrada
y eterna, que enseña que hay un solo Dios, con todos sus atribu-
tos, que ama a todos, etc.
El método verdadero para la interpretación de las Escrituras
exige de la luz natural de la razón (lumen naturale), que describe
así: “La naturaleza y virtud de esta luz consiste en que ella deduce
y concluye por vía de legítima consecuencia las cosas oscuras a partir
de aquellas que son conocidas o que son dadas como conocidas:
pues esto es lo que exige nuestro método”.24
Esta forma de constituir y desarrollar el conocimiento, que me-
diante operaciones intelectuales establece enlaces necesarios entre
lo conocido y lo que se busca, adopta en la historia de la lógica y
del conocimiento distintas modalidades. Pero, en general, la vigen-
cia del ideal demostrativo, la idea aristotélica de conectar la eviden-
cia a la demostración, sigue todavía aquí, aunque reformulada en
una filosofía especulativa. Lo importante es constatar que la inter-
pretación, sea que se la considere como el proceso intelectual de
búsqueda de un sentido cierto, sea que se la conciba como el re-
sultado cierto y verdadero de la indagación, corresponde al proce-
so de conocimiento. Por lo cual, tratándose de textos u obras
producidas por el ingenio humano, su interpretación es la forma
como se los conoce.
La doctrina de la interpretación que defiende Spinoza es com-
pleja, pues busca conjugar la literalidad con el trasfondo histórico
del texto y los principios y fundamentos que constan del texto mis-
mo. Se anticipa así la hermenéutica romántica.
A diferencia de Hobbes, para quien el sentido literal es la uni-
dad de letra y espíritu bajo el acto de juicio, en Spinoza la litera-
lidad se inserta en la historia múltiplemente. Primero, como len-
guaje, toda palabra es histórica y su significado aparece regido por
los usos y prácticas de su época. En seguida, la obra escrita refleja
y manifiesta de distintas maneras no sólo la persona de su autor,
en su interioridad, sino también su época, los factores que influ-
yen en él, en suma, plasma su época en la obra. Finalmente, la obra
misma, como cualquier ser en el mundo, tiene su propia historia,
que no depende de ella ni de quien la produjo. Lo que confiere

24
S PINOZA, Tractatus, cap. VII.

50
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

unidad a letra y espíritu es la obra misma, como ser histórico. Ésta


es la contribución de Spinoza al tema. La hermenéutica que se con-
figura aquí es una que pone el tema del sentido en la perspectiva
histórica.
Con los autores considerados hasta aquí, desde Flacius y Bacon
hasta Spinoza, la teoría de la interpretación que se va decantando
asume la literalidad como uno de sus momentos importantes, que
en el fondo se traduce en que asumiendo la suficiencia de la sola
letra es posible que el intérprete acceda al sentido desde la letra
misma, y sólo en caso de dificultad, incoherencia o inconsecuen-
cia, se puede acudir a principios fuera de la literalidad. Éste es el
modelo hermenéutico que aportan esos autores y su influencia en
el mundo jurídico será enorme.
Para cerrar este período es indispensable hacerse cargo de los
planteamientos del notable teólogo español Francisco Suárez, que
marca una línea de continuidad con el modelo hermenéutico me-
dieval y clásico; por lo mismo, su contraste con la línea de reflexio-
nes instaurada por aquellos autores resulta ilustrativa de los debates
y las tremendas tensiones intelectuales a que está sometido el hom-
bre moderno. La doctrina de la interpretación la formula Suárez
en el Tratado de las Leyes y de Dios legislador,25 y ahí hace afirmacio-
nes que van más allá de la doctrina de la interpretación de la ley
civil, constituyendo una doctrina general de la interpretación. Esta
obra se conecta con la otra gran obra Disputaciones Metafísicas, la que
desarrolla toda la ontología y la metafísica de que se vale Suárez.
Fuera del mundo teológico, la modernidad en su conjunto se
endereza en la dirección de la constitución de un saber científico.
La fundamentación teológica queda relegada a un segundo plano.
Lo que ahora importan son los principios racionales, aprehensibles
por la sola razón, sin recurrir a las verdades reveladas. Se produce
así la escisión entre el mundo de la fe y el mundo de la razón, con-
duciendo a una doble verdad, la perteneciente a la razón y la per-
teneciente a la fe. Este trasfondo teórico es el que va a determinar
la enorme tensión a que va a quedar sujeto el jurista moderno,
cuando se vea enfrentado a la necesidad de fundar su propia disci-
plina como ciencia, pues por un lado tendrá las complejas cuestio-

25
El Instituto de Estudios Políticos de Madrid ha realizado la edición bilin-
güe latín-español. La versión castellana es de José Ramón Eguillor Muniozguren,
de la edición latina de Coimbra de 1612, cuya reproducción ofrece. El título de
la obra en latín es Tractatus de Legibus ac Deo legislatoris. Madrid, 1967-1969.

51
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

nes que suscitan la relación del Derecho con la moral y la religión,


y por otro, las cuestiones concernientes al método y la exigencia
de certidumbre cognoscitiva. No es ajeno a estas tensiones Suárez,
pero como quiso mantener la vigencia del pensamiento clásico so-
bre la ética y el Derecho, el núcleo central de sus preocupaciones
tiende a separarse de la línea gruesa que pone el acento en la cons-
titución del conocimiento cierto y que abre por lo mismo amplias
consideraciones metodológicas.
El Libro III de su Tratado de las Leyes lo dedica al examen de la
ley humana o civil, que es aquella que emana del poder o potestad
humana y, por lo mismo, una vez instituida se considera como sos-
tenida por el poder, esto es, por un principio extrínseco a ella mis-
ma. Desde un punto de vista ontológico la ley humana, como toda
creación del hombre, es un ser histórico, que tiene un comienzo,
una permanencia y un término, y como toda obra humana se in-
serta en un plan de vida o acción. Sobre esta base general, proce-
de a examinar primeramente la materia de la ley y en seguida la
forma. Materia y forma son los componentes del ente substancial
que es la ley civil o humana en su ser histórico. Interesa el estudio
de la forma, pues ella se conecta con la teoría de la significación.
Dice: “Hemos hablado de la materia de la ley civil: resta hablar de
su forma. Dos formas pueden concebirse: una externa y sensible,
que es como el cuerpo de la ley, y otra interna y como espiritual,
que es como el alma (anima) o razón de la ley (ratio legis). Damos
por supuesto por lo dicho en el cap. I que la ley civil que se da a
los súbditos es, genéricamente, un signo (signum) que indica la vo-
luntad del soberano, por lo cual es preciso que tal signo sea sensi-
ble, acomodado al conocimiento humano. Así pues, de este signo
en general consta que debe ser tal que dé a conocer a los súbditos
la voluntad del soberano de una manera sensible: de no ser así, no
sería un signo humano y consiguientemente no sería una ley hu-
mana; luego esta manera de significar es de la substancia de la ley”.26
La ley civil o humana se instituye mediante un acto que se ex-
presa en una forma, esto es un signo (signum) que significa la vo-
luntad legislativa. En esta semiótica elemental el signo es algo
sensible, perceptible por los sentidos, para que sea accesible al co-
nocimiento humano. El signo tiene que ser tal que manifieste la
voluntad legislativa y la dé a conocer a los súbditos, y si así no ocu-

26
S UÁREZ, Francisco, Tratado de las Leyes, Libro III, cap. XV, 1.

52
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

rriera, no podría ser ley. No cualquier signo es apto para esta fun-
ción. Por eso, más adelante se ocupa de los lenguajes normativos,
que son los más adecuados para expresar mandatos, obligaciones
y permisos.
Más adelante agrega: “De aquí deduzco que en la forma sensi-
ble de la ley se pueden distinguir dos cosas: una, el signo material,
como la voz o la escritura, y otra, la significación (significationem);
de las cuales, si se comparan entre sí, la escritura o el sonido es
algo material, y el significado algo formal, y de la reunión de am-
bos resulta la forma sensible (forma sensibilis) que constituye la ley
o que es la ley misma, pues siendo la ley un acto humano, es tam-
bién una forma”.27
Suárez explica esto con el ejemplo de la forma sacramental, que
está en las palabras, pero en ella se distinguen como su parte ma-
terial los sonidos, y el sentido (sensum) o significación (significatio-
nem) como su parte formal, y de ambos resulta la forma sacramental.
Lo mismo ocurre con la ley civil: consiste en un signo exterior, sen-
sible o material, que requiere de alguna materia, pero su esencia
(essentia) está en el significado y sentido. Todavía aquí significado y
sentido están confundidos y se emplean como equivalentes, pero
más adelante tenderán a separarse. Las palabras, en su materiali-
dad, no pueden producir los efectos de una ley sino sólo en cuan-
to manifiesten la voluntad y el imperio del legislador. Por eso, desde
este punto de vista, el signo sensible, en cuanto significativo, es esen-
cial también en la ley. Los juristas suelen distinguir entre la ley es-
crita y la ley no escrita para incluir el caso de la costumbre con
fuerza de ley, lo que sería un problema si no se admitiera al mis-
mo tiempo que la costumbre debe constar en signos exteriores per-
manentes, significativos de una voluntad efectiva.
Siendo las palabras un signo de la voluntad legislativa, tienen
que ser tales que expresen suficientemente que la voluntad legisla-
tiva es la de establecer un precepto o norma estable, general y que
cumpla con todas las otras propiedades exigidas para una ley. Por
eso, tienen que emplearse expresiones preceptivas, es decir, un len-
guaje adecuado a la manifestación de preceptos o normas que se
imponen. Hay un lenguaje normativo, que usualmente toma la for-
ma imperativa, como “hay que hacer”, o “haz esto”, o también el
empleo de la forma verbal “debe”.

27
Op. cit., Libro III, cap. XV, 2.

53
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Las distinciones que hace Suárez van más allá de lo que los ju-
ristas emplean. Los nombres de los juristas que señala son Baldo,
Roger, Esteban de Frederi, Jorge Natham y especialmente Tira-
queau. La distinción letra y espíritu es una que los juristas admi-
ten, aunque Suárez considera que lo hacen en un plano superficial,
y por eso hay que profundizar. Dice: “[...] esa distinción la tomá-
bamos de la manera de expresarse de los juristas, los cuales al tra-
tar de la ley distinguen entre las palabras (verba) y el espíritu (mens
legislatoris): las primeras dicen que son como la materia y cuerpo,
el segundo, el espíritu y el alma de la ley”.28 La expresión mens le-
gislatoris se ha traducido aquí simplemente como espíritu, para man-
tener la idea general de la distinción letra y espíritu. Pero como lo
va a señalar Suárez inmediatamente, la expresión mens compren-
de varias nociones. En el decir corriente de los juristas se le hace
equivalente a ratio y aun sensum (sentido). Para marcar los diferen-
tes planos que hay que considerar en la distinción letra y espíritu,
agrega: “Nosotros, por nuestra parte, en las mismas palabras dis-
tinguimos antes otros dos elementos, a saber, las palabras materia-
les y la significación con que indican el sentido (sensum) y declaran
el espíritu de la ley (mens legislatoris); comparando entre sí estas dos
partes, dijimos que la significación (significationem) es lo formal res-
pecto de las palabras materiales; ahora las palabras mismas en cuan-
to significativas las comparamos con el espíritu interior de la ley
(interiorem mentem legislatoris), y decimos entonces que son como el
cuerpo y materia respecto de la forma o espíritu”.29
La elaboración de los juristas es superficial. Suárez aplica, en
realidad, la pareja materia y forma al ente substancial en que con-
siste la ley, y la aplica en dos momentos diferentes. Primeramente
en la letra, que como signo material permite extraer la distinción
entre palabra y significación; ahora, en el cap. XX, nuevamente
aplica la pareja materia y forma, pero tomando la palabra como el
compuesto, que en la tradición escolástica es la vox significativa, y
lo contrapone a la interioridad propiamente que es la mens legisla-
toris. Pero agrega a continuación que en la mens, que hasta aquí he
traducido como espíritu, hay que distinguir “[...] otros dos elemen-
tos, a saber la voluntad (voluntas) y razón (ratio), las cuales Baldo y
los autores antes citados parecen confundir y juzgar de ellas por

28
Op. cit., Libro III, cap. XX, 1.
29
Ibídem.

54
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

igual”, y desarrolla esta afirmación: “Sin duda en el alma del legis-


lador son distintos estos dos elementos, a saber, su voluntad o in-
tención con la que quiere mandar, y la razón por la que se mueve,
pues estos dos elementos en toda persona que obra por voluntad y
por razón son distintos, como consta por su naturaleza y por la fi-
losofía. Por eso acerca de ambos vamos a decir cómo en ellos con-
siste el alma de la ley o cómo pertenecen a la forma intrínseca de
la ley. De esto, como después veremos, depende mucho el sentido
y la interpretación de la ley”.30
La tesis general que quiere llevar adelante Suárez es la de que
la ley civil depende básicamente de la voluntad, que es la inten-
ción (intentio) dirigida no sólo al establecimiento de la ley, sino a la
imposición de las obligaciones que constituyen el efecto de la mis-
ma ley. En este sentido, la intención constituye la forma intrínseca
y el alma de la ley civil. Esta intención se presume siempre en el
legislador, cuando las palabras la muestran suficientemente. En esta
voluntad, la intención de imponer tales o cuales efectos determi-
nados a los súbditos es donde radica propiamente la mens legislato-
ris. Este propósito tiene que manifestarse en las formas sensibles
de la ley. Pero aquí surge una dificultad, que es la de pensar que
esa intención es sólo causa eficiente de la ley, es decir, puede ex-
plicar el proceso y producción de la ley, y lo que Suárez quiere es
incluir la ratio en conexión con la causa formal.
La dificultad la resuelve Suárez observando que puede admitir-
se en efecto que la ley procede exteriormente de una causa eficien-
te que es la voluntad y propósito o intención de instituirla de parte
de un legislador histórico, pero, por otro lado, puede concebirse que
moralmente está constituida en su ser propio de ley por esa volun-
tad del legislador, porque esa voluntad y propósito son los que la
constituyen en su carácter de ley obligatoria. La defensa de esta afir-
mación la hace Suárez recurriendo al principio o axioma “donde hay
una cosa por razón de otra, hay una sola cosa”, y así sucede en este
caso. Dice: “Por tanto, de la misma manera que dijo Aristóteles don-
de hay una cosa por razón de otra, allí hay una sola cosa, así en el caso
presente puede decirse que la significación de las palabras y la vo-
luntad del legislador cuentan por una sola cosa, ya que por una par-
te la voluntad del legislador está en la ley como en su signo y por
otra la ley es verdadera ley en tanto contiene el espíritu (mens) y la

30
Op. cit., Libro III, cap. XX, 2.

55
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

voluntad del legislador; por eso, en la citada ley Non Dubium a la vo-
luntad del legislador se la llama voluntad de la ley, e inmediatamen-
te a la misma voluntad se la llama sentido (sententia) de la ley, el cual
es una misma cosa con el espíritu (mens legislatoris).31
De lo cual se sigue que como donde hay una cosa por razón
de otra, esta otra por la que se da la otra es la primera y principal,
recordando el otro principio de la ontología clásica “aquello por
lo cual cada cosa es lo que es, eso es más”, resulta que en toda ley
lo principal y más importante es la voluntad o intención. La pala-
bra mens cubre tanto la voluntad como la razón. Pero lo importan-
te aquí es que la voluntad pasa a ser principio o causa formal de la
ley, y no sólo causa eficiente. Esto quiere decir que la voluntad sig-
nificada por las palabras es la voluntad del legislador. Queda así
señalada una dirección en la cual el pensamiento de Suárez se cruza
con el de otros autores modernos: al intérprete le basta con una
voluntad de la ley, la que asume como la voluntad del legislador
histórico o real. El desplazamiento de la causa eficiente a la causa
formal trae como consecuencia que se llega a esta figura de la vo-
luntad de la ley, y no la voluntad efectiva del legislador histórico.
La noción de ratio legis surge en conexión con el objeto de la
voluntad. La discusión de Suárez se dirige a controvertir la afirma-
ción que la ratio es también principio formal intrínseco, como la
voluntad. La ratio integra con la voluntad la noción de mens, sólo
que incide en el objeto. Distingue dos clases de ratio: una, la ratio
que denomina motivo de la ley; la otra, la ratio constitutiva de la
ley. El motivo es un principio extrínseco a la ley misma y consiste
en las motivaciones o consideraciones personales del legislador para
instituir la ley, por lo mismo no puede considerarse principio for-
mal de la ley. En una asamblea legislativa un legislador puede te-
ner un motivo, otro legislador otro y así sucesivamente, y sin
embargo la ley acordada es por su causa formalmente bien esta-
blecida. La otra clase de ratio, en cambio, es un principio constitu-
tivo de la ley, y Suárez lo denomina ratio iuridica, la razón jurídica
de la ley. El problema que quiere dilucidar es la relación precisa
que tiene la ratio en la constitución esencial e intrínseca de la ley,
y que los juristas han debatido largamente. Ese nombre de ratio iu-
ridica envuelve en realidad una suposición, la de que en toda ley
hay incorporadas consideraciones que conciernen a los fines, aspi-

31
Op. cit., Libro III, cap. XX, 9.

56
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

raciones y justificaciones éticas. En toda ley, según esta suposición,


habría una razón de conveniencia y justicia en lo ordenado por ella,
de modo tal que sería constitutivo de ella. No sería concebible una
ley sin ratio entendida de esta manera. Sin embargo, Suárez formula
la siguiente observación: que en esta ratio iuridica hay, en realidad,
dos nociones distintas. La una, que son las consideraciones de con-
veniencia y justicia de la materia o acto dispuesto por la ley; la otra,
es la luz de la razón (lumen) y el raciocinio (discursus intellectus) que
muestran la conveniencia y justicia de tal o cual acto, y también la
inconveniencia e injusticia de tales otros. Ambas nociones son ne-
cesarias en la ley, porque toda ley es razonable (rationabilis) y justa
(iusta), de manera general. Ambas son necesarias para la ley, sin
embargo no concurren en ella como elementos formales constitu-
tivos. La primera es como el objeto y la razón a que se atiende en
la materia de la ley: la ley manda actos convenientes y prohíbe los
inconvenientes, y en esta materia se supone una razón de conve-
niencia o inconveniencia objetiva, luego es una clase de razón ob-
jetiva de la ley (ratio objectiva legis). La segunda recoge esa noción
de ratio que por sus operaciones va señalando las pautas directivas
de la voluntad, y es de este modo como se constituye en regla y me-
dida. El parecer de Suárez es que esta regla y medida es todavía
extrínseca a la ley misma.32 Por otro lado, queda planteado el pro-
blema del Derecho justo y la posible respuesta de Suárez. Pero es
un tema que no podemos abordar aquí.
En ambos casos la ratio legis queda como un principio extrínse-
co a la forma y constitución interna de la ley, a diferencia de la in-
tención o voluntad, que constituye intrínsecamente la ley y es su
forma. La ley civil, concebida así, es constitutivamente una manifes-
tación de voluntad dotada de poder para imperar. La ratio legis como
principio extrínseco, necesario en toda ley, incide en el objeto de
esa voluntad y en la materia sobre que ella se ejerce. Las dudas so-
bre su determinación no comprometen la validez del acto de mani-
festación de voluntad, como sí en cambio lo haría la duda acerca de
si ha habido o no voluntad eficaz para producir la ley. En esto, al
menos, las doctrinas sobre el Derecho que no recurren a fundamen-
tos teológicos, posteriores a Suárez, como el caso de Pufendorf, se-
rán coincidentes en el tratamiento de la noción de ratio legis: su
determinación pasa a ser un problema de interpretación.

32
Op. cit., Libro III, cap. XX, 12.

57
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

La dualidad letra y espíritu queda así perfectamente descrita


con las precisiones que se obtienen al aplicar la doctrina de la cau-
sa formal y eficiente y la distinción materia y forma, primeramente
a la palabra y su significación, y en seguida a la mens. Queda así
delimitado el campo sobre el cual operan la interpretación y sus
reglas. A diferencia de otros teólogos de su tiempo, el tema de la
interpretación de la ley ocupa en el Tratado de las Leyes un lugar
destacado. La doctrina de los cuatro sentidos, que se ha examina-
do brevemente con anterioridad, giró siempre en torno a la inter-
pretación de textos bíblicos. El trabajo de los juristas parece
paralelo, aunque recogiendo planteamientos y estrategias discuti-
dos en diferentes círculos.
La ley civil o humana se encuentra en una condición ontológi-
ca especial. A diferencia de la ley eterna y natural, que es inmodi-
ficable, la ley civil es un ente substancial que queda sometido a las
modificaciones o cambios que determinan su ingreso en el curso
histórico de la vida humana. Cuando estas modificaciones tienen
su antecedente en un principio intrínseco a la ley misma y es tan
sólo parcial, nos encontramos con la interpretación. Hay otras mo-
dificaciones, como la derogación o cambio de una ley, que puede
afectar total o parcialmente a la ley. Suárez tiene presente que si la
interpretación consiste solamente en la comprensión del sentido,
no sería adecuado expresarse en términos de modificación, pero
si en la interpretación se suscita cuestión de restricción o amplia-
ción del significado, entonces la interpretación se aproxima a una
verdadera modificación. El caso de la interpretación adaptadora o
evolutiva surge en esta dimensión.
Siguiendo las tradiciones romanista y canónicas, comienza dis-
tinguiendo tres formas de interpretación: la auténtica, la usual y la
doctrinal. La primera es la que hace la autoridad que dictó la ley,
y más que problema de interpretación es de la ley misma. La inter-
pretación usual es la que resulta de los usos y prácticas consuetu-
dinarias. La interpretación que interesa a Suárez es la doctrinal, que
empalma con la idea de jurisprudencia. Aunque los autores discu-
ten el valor y autoridad de esta clase de interpretación, ella nace
de la propia condición humana. Dice a este respecto: “[...] es tal la
condición humana, que apenas puede el hombre explicar el senti-
do (sensum) de lo que dice con palabras tan precisas que no naz-
can ambigüedades y dudas, sobre todo porque la ley humana se
expresa brevemente y en general, y en su aplicación (applicatione)
a los varios casos particulares, frecuentemente nacen dudas, por lo

58
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

cual son necesarios los juicios de los sabios y la declaración doctri-


nal. En fin, de esta necesidad nació la jurisprudencia, cuyo fin prin-
cipal es dar el verdadero sentido (verum sensum) y la verdadera
interpretación de las leyes humanas”.33
El tema del sentido verdadero (verum sensum) domina por com-
pleto la tarea de la interpretación. No es sólo acceder al sentido,
sino al sentido verdadero. Toda ley tiene un sentido verdadero y
éste es el que hay que establecer. La posibilidad de un tal conoci-
miento es resuelta afirmativamente por Suárez. El punto es crucial,
porque si no es posible alcanzar un sentido verdadero, la interpre-
tación quedará necesariamente como una conjetura, cuya valida-
ción será siempre un problema. El mundo actual ha sacrificado
precisamente el sentido verdadero, optando por la conjetura. Pero
eso lo examinaremos después.
En el orden de la construcción metódica del conocimiento del
sentido verdadero, lo primero que aparece al intérprete es la pala-
bra, la cual es por su propia naturaleza, como signo, significativa.
La primera tarea del intérprete es la indagación de significados,
pues las palabras expresan con las limitaciones propias del lengua-
je la voluntad o intención del legislador. El examen de la significa-
ción que emprende aquí Suárez tiene dos centros de interés: de
una parte, la diversidad de opiniones de los juristas y canonistas,
que desde la época del Derecho romano clásico y después con los
glosadores han formulado una variedad de reglas y máximas im-
posibles de sistematizar o reducir a unas pocas pautas más simples;
y, por otra parte, la aporía subyacente en la relación entre la pala-
bra e intención. Si la palabra es la expresión de la mens legislatoris,
habría que estarse a ella solamente, pero si la mens es constitutiva
de la ley, como el alma de ella, cómo averiguar cuál es la verdade-
ra mens sin depender de las palabras que la expresan, a pesar de
que ellas son precisamente la manera como se manifiesta. Pero, ya
hemos visto antes, en el modelo hermenéutico clásico el lenguaje
en general no es un medio seguro, por lo cual el intérprete tendrá
que apoyarse en último término en elementos extralingüísticos para
determinar el sentido.
Sobre la dificultad de la relación entre mens y palabra nos dice
Suárez que podría preguntarse, en realidad, qué sirve más para la
indagación del sentido verdadero, si las palabras o la mens, a lo que

33
Op. cit., Libro VI, cap. I, 1.

59
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

habría que responder que en el orden de la intención, la mens es


anterior a las palabras, y en este sentido es correcto sostener que
lo primordial es la intención, pero en el orden de la ejecución o
realización, las palabras son anteriores a la mens, pues por ellas lle-
gamos a conocer aquélla. Esta doble perspectiva es perfectamente
separable y definible en sus consecuencias. Si se tiene esto presen-
te, no puede haber dificultad o confusión. Los glosadores y juris-
tas han confundido ambos órdenes y por eso, dice Suárez, han
formulado reglas interpretativas contradictorias.34
El examen de las palabras da ocasión a Suárez para establecer
que en ellas se distingue un significado propio y otro impropio, di-
recto e inmediato, y otro indirecto o metafórico (como en las ana-
logías que estudió la escolástica), un significado técnico y otro usual
o corriente, un significado propiamente jurídico y otro general, to-
dos distintas clases de significados que han recogido y reconocen
los autores del tema, pero que no garantizan por sí solos cuál es el
significado empleado en una situación cualquiera. A lo anterior se
agrega la multivocidad. Todo esto está de acuerdo con el modelo
hermenéutico clásico, ya examinado anteriormente. Resolver la plu-
ralidad de significados posibles exige dejar el plano de las solas pa-
labras y sus significaciones y examinar la mens. Aquí recuérdese la
observación ya señalada en cuanto a los dos órdenes de considera-
ciones que pueden hacerse. Para el intérprete vale el orden de la
ejecución, pues de otro modo quedaría atrapado en el problema
de cómo el sentido de un texto puede derivarse de la sola mens si
ésta sólo puede conocerse a través de las mismas palabras. Esta apo-
ría fue ya conocida por Cicerón. Por eso, para el intérprete el pri-
mer paso es el examen de los significados de las palabras. De aquí
se sigue que “Si el legislador no manifestase su intención (mens) con
las palabras de la ley, no habría ley ni surgiría obligación alguna,
aunque por otras conjeturas pudiéramos conocer de alguna ma-
nera la voluntad del legislador”.35
Lo anterior hay que entenderlo en la línea de ejecución, es de-
cir, el intérprete tiene que acudir primeramente a las palabras para
establecer la mens. Pero esto no es por sí solo suficiente, y habrá
que acudir a otros elementos. De aquí que “para que las palabras
de la ley indiquen suficientemente la intención y voluntad del le-

34
Op. cit., Libro VI, cap. I, 15.
35
Op. cit., Libro VI, cap. I, 13.

60
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

gislador, no es necesario que la indiquen tomadas en abstracto y


ellas solas, sino que pueden y deben quedar determinadas por to-
das las circunstancias”.36 Con esto, Suárez deja de lado la preten-
sión protestante de la suficiencia de la sola letra, es decir, que la
indagación de significados a partir de las solas palabras sea la úni-
ca tarea del intérprete. La indagación en que piensa este autor es
una que no se queda en el solo ámbito de literalidad, sino tiene
que averiguar cuál es la mens y la ratio, que de alguna manera inte-
gran el sentido de la ley, única meta hacia la que se dirige la inter-
pretación.
Como la mens es un elemento interno no puede conocerse por
sí sola, es necesario inferirla, ya de las palabras, ya de otros antece-
dentes, las otras conjeturas o conjeturas de otros antecedentes o cir-
cunstancias de que habla el texto. Aun cuando los textos no hablan
del contexto, hay que entenderlo incluido en esta denominación
genérica. La manera en que Suárez plantea el establecimiento de
la mens conduce en realidad a una mens objetiva, de la propia ley, y
no la mens efectiva o real del legislador histórico. Éste es un aspec-
to importante de la teoría, que se plantea a esta altura de la época
moderna, pero que se revierte en la dirección de la voluntad efec-
tiva con el romanticismo en el siglo XIX, y que retomará Dilthey.
Después examinaremos el tema y su importancia para la interpre-
tación jurídica.
La mens objetiva, de la ley, hay que inferirla, es decir, estable-
cerla mediante operaciones intelectuales a partir de las palabras
mismas o de otros antecedentes, otros pasajes, el contexto, otras
leyes, etc. En este punto abundan las reglas y las máximas de los
juristas, pero en rigor se trata de establecer la mens legislatoris to-
mando las palabras no en su sentido propio o bien prescindiendo
de ellas. Se acude primeramente a la materia de la ley, cuidando
de hacer valer aquella interpretación en que la ley puede tener un
efecto conforme la materia en vez de ninguno. Se acude, en segui-
da, al fin, de manera que resulte un efecto beneficioso y no perju-
dicial. Otra forma de inferir la mens objetiva es comparar el texto
de la ley con otros de otras leyes, de lo cual se siguen dos situacio-
nes. La primera, por la incompatibilidad u oposición con otras le-
yes que surgiría tomando las palabras en un sentido y que se evita
tomándolo en otro, entonces se interpreta que la mens no fue de-

36
Op. cit., Libro VI, cap. I, 14.

61
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

rogar esas leyes o corregirlas y que, por tanto, empleó las palabras
en un sentido compatible con ellas. La segunda situación tiene lu-
gar en la concordancia, pues si se tiene un significado inconvenien-
te y otro conveniente, se compara este último con otras leyes, y si
hay concordancia, se admite, pues se supone que hay esa unifor-
midad.
La ratio legis es también otro de los elementos de la forma de la
ley y que importa en la determinación de la mens objetiva. Por lo
general, la ratio no consta de la ley misma, hay que suponerla. En
el orden de la ejecución la ratio conjeturada hace posible estable-
cer una mens como más aceptable que otra. Toda ley tiene una ra-
tio, tanto en el sentido de ser obra conforme a la operación de la
razón, cuanto esa ratio que incide en el objeto del propósito mis-
mo. La ratio es un gran indicio de la mens. Cuando la ratio no se
expresa en la ley misma, hay que suponerla y constituye una con-
jetura probable, que el intérprete debe estimar cuidadosamente, y
cuando se expresa, pasa a ser un gran indicio y ocupa después de
las palabras el segundo lugar. La ratio supuesta o por hipótesis,
como la llama Suárez, pertenece a la ley, pero su determinación
da origen a conjeturas. De lo cual se sigue que en la concepción
de este autor hay una certidumbre gradual. La certidumbre de pri-
mer grado la proporcionan las palabras, la certidumbre de segun-
do grado la ofrece la ratio expresa o formulada, la certidumbre de
tercer grado, las otras conjeturas, que derivan de otros antecedentes
o circunstancias.
Establecido lo anterior, entra Suárez a examinar la interpreta-
ción en relación con dos situaciones que algunos autores conside-
ran afines a una genuina modificación o cambio de la ley: una es
la interpretación extensiva o restrictiva, otra es la interpretación por
equidad. Estas dos situaciones comparten un rasgo en común, y es
que ambas tienen lugar en lo que podemos denominar ámbito de
aplicación. Si por aplicación entendemos la correspondencia de
una palabra con un grupo de casos o una característica de éstos, la
ampliación o restricción y la equidad tienen que ver con la aplica-
ción. Es otro aspecto que presenta la aplicación, pues en ella se de-
cide la manera de aplicar una disposición legal a un caso
determinado. La interpretación delimita un ámbito posible de apli-
cación, esto es, de casos posibles que quedan comprendidos en su
ámbito. De lo que se trata aquí es tomar un ámbito de aplicación y
ampliarlo o restringirlo, o bien simplemente dejar de aplicar una
ley a un caso en razón de la equidad.

62
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

El estudio detallado de las diversas situaciones que presenta la


ampliación o la restricción del ámbito de aplicación de una ley es
demasiado extenso –en la obra de Suárez abarca los caps. II a VI–,
por lo cual me limitaré a señalar que la noción fundamental que
inspira esas modificaciones es la de ratio. Como exigencia formal,
esto es, perteneciente a la forma de la ley, la ratio legis consiste en
aquellas consideraciones y valoraciones que inciden en el propósi-
to del legislador. Por exigencia de la teoría –por hipótesis, dice Suá-
rez– toda ley tiene una ratio, es decir, se inspira en consideraciones
generales de bondad y justicia, pero los modos de decidir de qué
manera se logra ese o aquel propósito son múltiples y pertenecen
al contenido de cada ley, y en cada una hay por eso mismo consi-
deraciones especiales relativas a la ratio de cada cual. No basta la
ratio general que se supone en cada ley, es preciso que para cada
disposición legal quede clara su ratio propia, la que puede guardar
una relación más o menos determinable con las consideraciones
generales de bondad y justicia. Hacer una ampliación o restricción
implica modificar el ámbito propio de aplicación por una ratio re-
lativa a un caso que queda fuera de ese ámbito. La situación que
después se conocerá como “laguna” de la ley (o Derecho) queda
comprendida dentro de la extensión. La analogia iuris se resuelve
también por la ratio. De todo este estudio es necesario retener que
por medio de la ratio se mantiene la vinculación de la ley humana
positiva con la ley natural y la justicia. Por eso la determinación de
la ratio en la interpretación de la ley se apoya en consideraciones
relativas a la ley natural y la justicia. Como en toda ley humana la
ratio se supone, es decir, es hipotética, y se informa de considera-
ciones de justicia y de ley natural, no podría plantearse de manera
general el conflicto entre la ley humana positiva y la ley natural,
sino que habría que pensarlo en relación con casos o situaciones
determinados. La ley injusta se determina en su aplicación y no de
manera general, pues la ley en cuanto obra humana puede conte-
ner una elección equivocada para el fin general que se supone en
toda legislación. Esto basta para introducir el tema de la equidad,
cuya función general es correctiva.
El estudio que ofrece Suárez sobre la equidad, ajustado a los
cánones de la disputa escolástica, parte de la siguiente pregunta:
¿hay casos o situaciones donde la obligación legal, el efecto pro-
pio y principal de toda ley humana positiva, cesa en contra de las
palabras de la ley? El tema de la obligación legal lo había exami-
nado Tomás de Aquino en relación con las afirmaciones de San

63
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Isidoro acerca del carácter moral de la obligación legal. En la Suma,


1-2, q. 95, especialmente q. 96, arts. 5 y 6, admite que la ley huma-
na tiene como su eficacia propia la de imponer una regla y ade-
más con fuerza coactiva (vis coactiva). Dada la relación de la ley
positiva con la ley natural, se le presentaba como un problema es-
pecialmente delicado el caso de la ley injusta. Dos situaciones con-
sidera, aunque desea mantenerlas separadas: la una, vinculada a la
polémica sobre el derecho de resistencia y desobediencia de la ley
tiránica, que admite recurriendo a la fuente y origen del poder de
legislar, y la otra, que concierne a la situación de quien actúa sin
ajustarse a las palabras de la ley, caso en el cual surge la equidad
(que también en castellano se la llama “epiqueya”). El tiranicidio,
la justificación de la resistencia frente a la ley tiránica, comprome-
te el poder en sentido político, pone en tela de juicio la legitimi-
dad de la autoridad que formalmente hace uso del poder de
establecer leyes e imponer reglas de carácter obligatorio. Suárez,
el gran sistematizador de la doctrina de la ley, que siempre ha te-
nido en Tomás de Aquino la fuente de inspiración de sus propias
elaboraciones, prosigue en el tema ahora enormemente enrique-
cido por los debates conciliares y los promovidos por el protestan-
tismo, la discusión de la monarquía absoluta y los poderes reales
que había hecho el padre Mariana (De Rege et regis institutione, de
1599), el sentido mismo de la obligatoriedad y coactividad de la
ley positiva humana que fluye de Vindiciae contra tyrannos, de 1579,
y en suma, todos los aportes proporcionados por los juristas que
cita a cada momento en su Tratado de las leyes. Esto explica que el
tema de la obligatoriedad de la ley humana aparezca en diversos
capítulos del Libro III en conexión con diferentes situaciones. Pa-
rece buscar, sin embargo, dentro de esta gigantesca sistematización,
una noción categorial, una noción única que sin ser un género en
sentido lógico reúna en ella sola las distintas situaciones. Por eso
la noción de cese de la obligación legal parece ser aquella noción
suficientemente amplia que comprende situaciones tan diferentes
y heterogéneas, que van desde el cese por decisión del súbdito, pa-
sando por el cese colectivo, hasta el cese dispuesto por la propia
autoridad. Dentro de esta noción amplia ubica Suárez el caso del
cese de la obligación en un caso particular, y por eso en su Trata-
do, Libro VI, cap. VI, recuerda que el problema que él se ha pro-
puesto coincide con el que trata Tomás de Aquino en la Suma, 1-2,
q. 96, a. 6, en el sentido de establecer cuándo es lícito a un súbdi-
to obrar en contra de las palabras de la ley, licitud que se resuelve

64
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

en último término en una forma especial de justicia que se llama


aequitas, que corresponde a la epieíkeia griega. Se aproxima a To-
más de Aquino del siguiente modo: toda ley se ordena al bien co-
mún de los hombres, de donde recibe su fuerza obligatoria; si se
aparta de esta finalidad esencial, pierde fuerza obligatoria. Como
el legislador humano no puede prever todos los casos particulares
que pueden presentarse, la ley sólo atiende de modo general a su
propósito de bien general, por lo cual si se presenta un caso en
que el cumplimiento de la ley es perjudicial a ese propósito de bien
común, no tiene que cumplirse esa ley, cesa su obligatoriedad.
Tomando esta reflexión tomista como una indicación general,
inicia Suárez la suya propia, advirtiendo la necesidad de precisar
cómo se inserta aquí la dualidad letra y espíritu, pues una parte
del problema nace del llamado significado literal. Se impone una
clarificación: una cosa es investigar el sentido de las palabras (sen-
sus verborum) y otra cosa es, supuesto ese significado ya estableci-
do, que en un caso particular, por razón de las circunstancias, cesa
la obligación legal. En el primer caso se trata de la sola indagación
de significados de las palabras con vistas a determinar el rango de
universalidad de la regla que se enuncia en las palabras de la ley y
si dentro de esa universalidad es posible considerar el caso de que
se trata. Hay una confrontación de los enunciados legales con el
caso o situación, que se da primero en el sentido de universal-par-
ticular –recordando la cuestión de los universales–, que aquí se
toma en este aspecto de que lo significado se resuelve en último
término en nociones que pueden ser descritas en sus propiedades
lógicas, y son ellas las que se ponen en relación con el caso o situa-
ción. Pero también la investigación de palabras puede dirigirse a
establecer los significados posibles que los enunciados legales ex-
presan, si es éste o aquél. Todas estas investigaciones cubren lo que
más atrás denominamos ámbito de literalidad. Este significado de
las palabras no persigue todavía el sentido verdadero, distinto de
aquél, y para cuya determinación hay que hacer intervenir la mens
y la ratio. Dado este significado literal en cuanto a la universalidad
y que por eso mismo puede comprender el caso de que se trata, es
decir, hecha la primera confrontación, sólo entonces, por las cir-
cunstancias mismas del caso, se hace cesar la obligación legal. Aquí
entra a considerarse la mens legislatoris y la ratio legis, en cuanto en
la intención de la ley no ha podido quedar comprendido el caso
de que se trata, por lo que se exceptúa de ella, y es esta excepción
la que se justifica en la equidad.

65
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

El esclarecimiento anterior permite entender mejor la doctri-


na aristotélica de la epieíkeia, que desarrolla en Ética Nicomaquea, Li-
bro V, 10. En general se trata, cree Suárez, de si es posible pensar
que cesa la obligación legal aunque las palabras (significado lite-
ral) no parezcan alcanzar un caso dado, no tratándose tampoco del
caso del no cumplimiento general por resistencia o desobediencia
civil. Desde Aristóteles, a través del pensamiento escolástico de To-
más de Aquino y sus comentaristas Tomás de Vio y Soto, se sostie-
ne la tesis siguiente:
“[...] necesariamente la ley humana a veces ha de dejar de obli-
gar en algún caso particular, porque la ley se da en general y no es
posible que la disposición general de una ley humana resulte tan rec-
ta en todos los casos que no falle alguna vez. En efecto, las cosas hu-
manas sobre las cuales versan las leyes están sujetas a innumerables
cambios y contingencias que ni el legislador humano puede siem-
pre prever ni, aunque pudiera, podría exceptuar convenientemen-
te en su totalidad: esto introduciría en las leyes una confusión y
prolijidad infinita, que sería un inconveniente mucho mayor; luego,
es necesario que la ley humana, dada en general, en algunos casos
particulares no obligue por el cambio de cosas que sucede en ellas”.37
No es la ley intrínsecamente injusta, sino la ley que por su fina-
lidad general es justa y conveniente, ajustada al bien común, pero
por sus términos determina en su aplicación a un caso un incon-
veniente que iría en contra de su fin general. Retomando las pala-
bras aristotélicas, la falla no está en la ley ni en el legislador, sino
en la naturaleza, es decir, en la materia mudable, en las cosas prác-
ticas mismas, y el legislador no pudo desarrollar toda esa mutabili-
dad. Por la naturaleza de la cosa (ex natura rei), la materia práctica
misma, en toda ley humana hay que dar por entendido la excep-
ción, aunque no se explique detalladamente, pues de no ser así,
entonces la ley se tornaría injusta y apartada de la ratio propia de
ella. En términos generales, si en toda ley humana hay supuesta una
ratio de justicia y beneficio, teniendo en consideración la naturaleza
de la materia práctica regulada por la ley, se sigue que la obligación
legal cesa en algunos casos particulares, no por supresión extrínse-
ca, sino por cambio o modificación de la materia misma.
Esta doctrina pone su acento en la ratio legis, de donde brotan
las justificaciones últimas para hacer cesar la obligatoriedad de una

37
Op. cit., Libro III, cap. VI, 4.

66
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

ley en un caso determinado. Suárez entiende que bien podría re-


sumirse en la regla o fórmula “cesando la causa, cesa el efecto”,
que significa que si cesa la ratio, cesa la obligación, y así si en un
caso en vez de seguirse un beneficio se sigue un perjuicio al obser-
var la ley, no puede decirse que subsista la ratio, y debe, entonces,
dejar de imponerse la ley. Ahora bien, nos dice Suárez, la ley se
inserta en procesos de decisión, por lo cual tanto el legislador o
gobernante ha debido emplear prudencia (prudentia) al disponer
la ordenación legal, como el súbdito o juez al aplicarla. En la apli-
cación de la ley la prudencia significa discernir cuándo la obser-
vancia de la letra produce consecuencias negativas y también
cuándo, aunque no se vaya en contra de la letra, su cumplimiento
no es obligatorio por una razón de equidad. Pues ocurre que la
ley no sólo puede ser injusta en su aplicación a un caso, sino tam-
bién puede adolecer de rigor excesivo, más allá de lo justo y pru-
dente. Éste es el sentido de la doctrina aristotélica, que sigue Tomás
de Aquino y que recuerda Suárez. Pues el propósito del legislador
no es sólo imponer una ordenación recta y justa, sino hacerlo ade-
más rectamente. Por eso, puede decirse, como lo anotó también
Aristóteles, que en un caso en que al aplicar la ley se seguiría una
consecuencia indeseable –como en el ejemplo que ofrece Tomás
de Aquino de la devolución del arma en depósito a quien va a ha-
cer un uso dañino de ella sobre inocentes–, habría que ponerse
en la misma posición que tendría el legislador si conociese la si-
tuación y adoptar la regla justa que él daría para ese caso, enmen-
dando la regla anterior cuya aplicación es injusta.
Resumiendo este extenso debate, Suárez anota tres clases de
equidad: 1) la equidad que se invoca en aquellos casos en que la
observancia de la ley produce consecuencias perjudiciales e injus-
tas en la situación particular de que se trata; 2) la equidad que se
considera cuando se trata de una obligación legal excesivamente
rigurosa que impone un gravamen penoso; 3) la equidad que se
presenta en el caso de hacer cesar la obligación legal por suponer
que ésa sería la solución justa que ordenaría el legislador si cono-
ciera el caso.
Las reglas para hacer procedente cada una de estas clases de
equidad las formula Suárez de la siguiente manera: 1) Reglas para
la primera clase de equidad: hay que investigar si existen sobre el mis-
mo asunto reglas de un orden superior, ley natural o divina, a las
cuales sea contraria la regla de la ley humana que se aplica en el
caso que se presenta; esta última está tomada a la letra, ad litteram,

67
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

por lo cual el acto injusto se determina dentro del ámbito de lite-


ralidad, y la solución justa se hace por corrección de esa interpre-
tación literal; 2) Reglas para la segunda clase de equidad: tratándose
de obligaciones cuya observancia resulta gravosa, hay que discer-
nir (prudentia) en qué grado y medida es posible su cumplimiento,
hasta dónde se extiende lo posible para el ser humano, es decir,
dónde comienza lo imposible, a lo que nadie está obligado; 3) Re-
glas para la tercera clase de equidad: hay que recurrir a las otras conje-
turas, es decir, a todos aquellos antecedentes que determinan con
certidumbre (certidumbre de tercer grado fue llamada anterior-
mente) cuál es la intención objetiva expresada en la ley misma, y
sobre esa base determinar la solución del caso particular.38
La equidad pertenece en rigor a la justicia en general. Aquí apa-
rece la equidad como principio directivo de la aplicación de la ley,
de suerte que para Suárez no sólo la ley en su contenido debe ser
justa, sino además debe aplicarse con justicia. Con su doctrina de
la interpretación no sólo trata de resolver la clásica dualidad letra
y espíritu en un horizonte onto-teológico, planteando con cuida-
do la cuestión del conocimiento cierto e indudable y el tema del
método de conocimiento, cuya formalización parcial se recoge en
las reglas de interpretación, sino que se propone buscar y fundar
una relación entre certidumbre y justicia. En esta parte Suárez em-
palma con el pensamiento clásico y medieval que siempre vio un
continuo en el Derecho y la moral, pues la justicia se concibe como
una virtud ética. No hay cortes ni saltos entre justicia y Derecho.
Esta característica de la doctrina de Suárez le confiere especial in-
terés en la época moderna, pues frente a él hay impulsos que van
buscando por el lado formal, produciendo la desvinculación entre
el Derecho y la justicia, como lo veremos después. Nada ilustra me-
jor la aspiración de Suárez de mantener la relación entre Derecho
y justicia que el tratamiento que hace de la equidad y de qué ma-
nera incide el grado de certidumbre del conocimiento. Señala, en
efecto, que en la aplicación podemos llegar a las siguientes situa-
ciones básicas: la primera, que tengamos un conocimiento cierto y
evidente (cum evidentia et certitudine) que en el caso que enfrenta-
mos la observancia de la ley trae consigo una injusticia o un mal;
la segunda, que tengamos un conocimiento probable (probabilis) que
la observancia de la ley es injusta o produce un mal; y la tercera,

38
Op. cit., Libro III, cap. VII, 10, 11 y 12.

68
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

que tengamos dudas sobre si la observancia de la ley produce una


injusticia.39
Cuando puede constar con certidumbre y evidencia que la ley
por su materia se torna injusta al aplicarla a un caso dado, o con-
tradice un precepto más obligatorio o de derecho natural, cesa la
obligación de la ley. Esto es lo significado, dice Suárez, por el enun-
ciado repetido por los jurisconsultos, que se formula así: “en los
asuntos claros no se necesita interpretación”. Este enunciado se-
ñala el grado de certidumbre en su grado máximo, o evidencia, que
es lo que consta de modo indubitable. La época moderna se enca-
mina decididamente por el camino de la evidencia, como ocurrirá
con Descartes, y hará de ella el concepto central de la verdad y el
conocimiento verdadero. Suárez, en los comienzos del mundo mo-
derno, no escapa a este rasgo, sino que lo hace suyo y lo adapta a
su manera propia de ver el conocimiento en la materia moral. La
certidumbre máxima o evidencia tiene que lograr resistir el cues-
tionamiento y el poder de la duda. El problema surge en materia
moral, donde tiene lugar lo que afirma a continuación: “[...] en
las cosas morales (in rebus moralibus) es suficiente el juicio probable
(iudicium probabile) para el actuar prudente, sobre todo cuando no
se puede aplicar una regla cierta [...]”.40
Este juicio probable significa lo que explica más adelante: las
palabras de la ley por sí mismas sólo manifiestan la voluntad o in-
tención del legislador como signo de ella; pero, y aquí radica el pro-
blema, este signo no es tan cierto que por las circunstancias
concurrentes no pueda interpretarse con una mayor o menor ex-
tensión. Entonces, cuando por las circunstancias se llega a una in-
terpretación probable, un juicio probable, que limita el significado
de las palabras de manera de dejar fuera un caso dado, ocurre que
la interpretación de la ley deja fuera ese caso, aunque las palabras
por sí solas podrían contenerlo en su significado. El juicio proba-
ble es un conocimiento con una certidumbre de segundo orden,
cuestionable, pero suficiente para justificar una acción correcta.
Frente a la evidencia de la situación primeramente indicada, esta
otra admite el cuestionamiento. Y así en el caso de la devolución
del arma dada en depósito a quien va a hacer uso dañino de ella,
al prudente le basta considerar el conjunto de circunstancias para

39
Op. cit., Libro III, cap. VIII, 1.
40
Op. cit., Libro VI, cap. VIII, 6.

69
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

estimar como probable la no conveniencia de la devolución a que


se encuentra obligado de modo general por el depósito y que sin
mayores cualificaciones conoce con certidumbre. Si es justo devol-
ver lo recibido en depósito, también es justo no ser causante de
daños a otros. Pero es el casus, usando la terminología romana, el
que permite el juego encontrado de deberes, es decir, el conflicto
de deberes, que se resuelve considerando como más recto abste-
nerse de la devolución en razón de las circunstancias concurren-
tes, y esta decisión es la que constituye la materia del juicio
probable, que formula la regla de ser más conveniente, justo y rec-
to no observar una determinada obligación para evitar daños ma-
yores, pues ésta es la intención de la ley, su verdadero sentido.
Muy diferente, en cambio, es la situación de la duda. Cuando
no consta con certidumbre, esto es, cuando las razones para du-
dar del juicio práctico en un caso dado son tan fuertes que no pue-
den contrarrestarse en modo alguno, pareciera recobrar aquí
relevancia la sola literalidad. En efecto, señala Suárez, si hay du-
das razonables, plausibles, acerca de la justicia de una determina-
da acción, quiere decir que es igualmente practicable otro curso
de acción. Puestos en la balanza del juicio crítico moral se mues-
tran tan indeterminados en su justicia (y correspondientemente
en su injusticia) la observancia como la no observancia de un pre-
cepto legal. Como no es posible justificar la decisión en el juicio
probable de la posible intención de la ley, el conflicto no parece
resolverse desde una intención objetiva, luego lo único que que-
da es el ámbito de literalidad, que parece que puede recorrerse
en múltiples direcciones, hasta que limite con un caso en donde
se muestre con certidumbre o probabilidad la inevitable injusti-
cia. Sólo en este sentido muy restringido cabe repetir la conocida
frase de los jurisconsultos de que “lo más seguro es atenerse al te-
nor literal de las palabras” para determinar la voluntad objetiva
de la ley. Pero aun así siempre lo más importante es la determina-
ción de la voluntad objetiva, manifiesta y expresa en las palabras
de la ley, sólo que por el vigor de la duda en el ámbito de la lite-
ralidad la ratio legis queda como dato impreciso o simplemente
como suposición arbitraria del intérprete. Pues aquí se tiene como
mens la que sólo se manifiesta de las solas palabras como suposi-
ción aceptable del intérprete.41

41
Op. cit., Libro VI, cap. VIII, 7.

70
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

Culmina así la doctrina de la interpretación que ofrece Suárez.


Constituye la elaboración más coherente y al mismo tiempo el es-
fuerzo más notable para reunir y mantener una larga y rica tradi-
ción jurídica y teológica. La justicia como concepto ético es puesta
en conexión con las preocupaciones de los nuevos tiempos, que se
inclinan más bien por la constitución y validación del conocimiento
científico y las cuestiones metodológicas. Se contrapone en aspec-
tos esenciales a otros autores modernos, ya citados.
Suárez continúa con esa tradición hermenéutica que viene del
mundo griego y que se desarrolló especialmente en círculos teoló-
gicos. Se ha señalado con anterioridad que la hermenéutica es la
teoría de la interpretación, que se escinde en tres direcciones, la
significación, la dualidad letra y espíritu y el sentido. La exégesis,
por su parte, desarrolla las estrategias que se adoptan en el proce-
so interpretativo y que se reflejan en las distintas reglas técnicas.
Pero la fundamentación de estas reglas así como las bases de las
estrategias sólo pueden darse en una hermenéutica. En todos es-
tos aspectos encontramos una elaboración por parte de este autor,
pero sobre todo se advierte en él la concepción filosófica que en
la interpretación confluyen distintos temas que se engarzan forman-
do una unidad. Los puntos de discrepancia con otros autores di-
cen relación con modos diferentes de concebir esos grandes temas.
Uno de ellos es el de la separación entre los dominios de la fe y de
la razón, la verdad doble, como anteriormente se ha dicho. Esto
determina una manera diferente de concebir el sentido y en espe-
cial el sentido verdadero que se pone como fin de la interpreta-
ción. Otro de los puntos de separación está en la manera de trabajar
con la certidumbre. La certidumbre es la gran preocupación de la
época moderna, que inunda todos los campos del saber. En mate-
ria política es la antesala de la seguridad, uno de los temas recu-
rrentes hasta nuestros días. La influencia protestante se hace sentir
y con ella la concepción de la suficiencia de la sola letra que pro-
duce el modelo hermenéutico que hace posible un conocimiento
cierto y aun evidente a partir de los textos mismos, sin recurrir a
otros elementos, y sólo en caso de oscuridad o dificultades acudir
a ellos. Por otra parte, en autores como Hobbes, que adopta posi-
ciones nominalistas, se inicia un cierto formalismo que se va a man-
tener hasta hoy día y que va a adoptar diferentes maneras. Este
formalismo va a ser la otra cara de la época moderna, que va a ins-
taurar una visión paralela y contrapuesta a la otra visión que em-
palma con la tradición clásica y que representa Suárez. En materia

71
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

política y jurídica este formalismo se traduce en la pérdida de in-


fluencia de la moral, y aun cuando en los escritos y debates está el
tema del hombre y el respeto como persona moral, la elaboración
de conceptos funcionales de persona y derechos que atiende a sus
roles antes que a sus atributos morales va alejando progresivamente
estos conceptos de todo el trasfondo metafísico y moral que encon-
tramos en el mundo clásico y medieval. Estas líneas paralelas en cierto
modo determinan las grandes tensiones de nuestra época.

LA INTERPRETACIÓN COMO COMPRENSIÓN EN DILTHEY

Como hemos visto, en la interpretación hay ya presentes en su his-


toria varios elementos que apuntan en la dirección del conocimien-
to. Pero con Dilthey la interpretación se concibe como proceso
cognoscitivo, en el cual un sujeto cognoscente que es el intérprete
conoce, a partir de una obra exterior, el pensamiento del autor de
esa obra. La comprensión queda incluida en el concepto genérico
de conocer, que se concibe como proceso en el cual se busca un
saber de validez universal. Tratándose del conocimiento de las cien-
cias naturales, la ciencia busca expresarse en leyes o principios ge-
nerales, de validez universal, y objetivos que explican y dan cuenta
del mundo fenoménico que observamos a través de los sentidos.
El saber no se agota en el solo conocimiento de los fenómenos per-
ceptibles del mundo natural, se extiende a los objetos matemáti-
cos, que participan también de ese carácter de objetividad y
universalidad. El problema se presenta con otras realidades, que
son las obras humanas, perceptibles exteriormente, como una es-
tatua, un cuadro, una obra literaria, un ensayo filosófico, un suce-
so histórico. Cada obra constituye una individualidad, y este carácter
ontológico contradice la idea que viene desde los tiempos de Aris-
tóteles en que sostuvo que toda ciencia versa sobre lo universal, es
decir, sobre leyes y principios que se formulan en términos univer-
sales y que poseen objetividad y validez general.
Esta preocupación la despliega Dilthey en varias obras, donde
manifiesta su interés por dar respuesta al problema epistemológico
de las ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften).42 Esta denomina-
ción en otros autores es “ciencias de la cultura” (Cassirer), y a ve-
42
En Interpretación, Ratio Iuris y Objetividad, Edeval, 1994, he expuesto en ge-
neral el pensamiento de Dilthey y las revisiones de Gadamer. Me apoyo en estas
exposiciones para el presente trabajo.

72
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

ces también se utiliza “ciencias humanas”. En estas ciencias el pro-


blema es cómo concebir un conocimiento objetivo y de validez uni-
versal, si recae sobre objetos singulares. Dilthey sostiene que es
posible. La obra singular es una manifestación de vida, según su ter-
minología, en que un espíritu se expresa, una interioridad se vuel-
ca allí y deja fijada en ella sus contenidos. Otra persona, distinta de
su autor, el intérprete, se enfrenta a ella y tiene que reconocerla
como obra, en la cual otro le habla a través de ella. Su tarea, si quiere
conocer la obra, es penetrar en ella y capturar esa interioridad que
está depositada allí. En la obra hay fines, valoraciones, elementos
técnicos, todo lo cual debe tomarse en consideración. El modo es-
pecífico de conocer esa interioridad es lo que Dilthey llama com-
prensión, la cual se logra en un proceso que comienza por los rasgos
exteriores perceptibles de la obra u objeto y desde allí busca apre-
hender su “espiritualidad”, es decir, su interioridad, el pensamien-
to, propósito, fines, planes, la idea contenida en la obra. Por eso
que el comprender se define como el proceso cognoscitivo que co-
mienza con los rasgos exteriores del objeto y termina en la apre-
hensión del espíritu interior depositado en él.
La palabra “interpretación” la reserva Dilthey para este proceso
de comprender dirigido técnicamente por reglas. En esto se hace
cargo de la larga tradición exegética que veía la interpretación como
actividad de determinación de significados, especialmente de obras
escritas, ayudada por una multiplicidad de reglas. Esa exégesis pone
a la interpretación como una actividad importante, pero más bien
auxiliar. Las reglas son ciertamente importantes pero no decisivas.
El proceso cognoscitivo no depende como tal de reglas. Lo determi-
nante es la actitud que asume el intérprete como sujeto cognoscen-
te. El intérprete tiene que comenzar por reconocer en la cosa
percibida exteriormente una obra. En la piedra, en el mármol, en
los sonidos musicales, en los colores y trazos del dibujo, en los ges-
tos y ademanes, en las palabras y letras, en las acciones, el intérprete
tiene que reconocer que otro espíritu le habla, le dice algo. Esto es
lo que se llama el interés, que condiciona la interpretación en cuan-
to determina el grado de comprensión que puede lograrse. La au-
sencia de interés haría imposible la interpretación.
Dilthey define la interpretación como “la comprensión técnica
de manifestaciones de vida permanentemente fijadas”.43 Esta defi-

43
En “Orígenes de la Hermenéutica”, p. 323, en El mundo histórico, vol. VII
de Obras de Wilhelm Dilthey, Fondo de Cultura Económica, México, 1978.

73
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

nición se inserta en una teoría general de la interpretación, esto


es, en una hermenéutica, que no sólo considera obras escritas, sino
la multiplicidad de objetos que constituyen obra humana, y en los
cuales hay fijado un pensamiento, un fin, una construcción ideal, en
suma, en el vocabulario diltheyano, una interioridad. Los análisis
hermenéuticos anteriores recaían sobre obras escritas, como suce-
día con las interpretaciones de las obras poéticas de la antigüedad,
con los mitos y epopeyas griegos, con las obras filosóficas, con los
textos religiosos, con los oráculos, en suma, con un círculo restrin-
gido de objetos. Ahora la comprensión que se realiza en textos li-
terarios es la misma que tiene lugar en textos legales o en obras
pictóricas. Los supuestos del proceso de conocimiento son los mis-
mos y de validez general. Si se quiere comprender una obra de Leo-
nardo, nos dice, cooperan su vida, otras pinturas, dibujos, escritos,
en suma, una diversidad que se conjuga en un todo unitario.
Del romanticismo proviene esa dimensión que convierte la in-
terpretación en una reconstrucción del pensamiento o idea del au-
tor. En la época moderna se debatió el tema del autor real en
relación con la legislación positiva humana y ya se vio cómo Suá-
rez optaba por una mens objetiva y no la subjetiva y real del legisla-
dor histórico, dada la dificultad de llegar a conocerla. En otra parte
he llamado paradoja de Cicerón a la situación en la cual se produ-
ce un círculo: si la voluntad o intención consta de las palabras, hay
que recurrir a ellas, pero si estas palabras dan lugar a dudas, ha-
bría que recurrir a la voluntad o intención, que es lo que se trata
de averiguar.44 Aparentemente Dilthey no se plantea el problema
del signo y la significación. Habla sólo de obras que son percibidas
exteriormente. La antigüedad se planteó el tema del signo en re-
lación con el lenguaje, pero la semiótica lo generaliza en una teo-
ría del signo. Lo propio del signo es significar, pero qué es lo que
significa en rigor, es lo que hemos visto como problemático en Suá-
rez. Dilthey asume que es posible, pero en un grado relativo. Es-
cribiendo sobre las dificultades de la interpretación, señala: “En este
punto se hace ver la dificultad central de todo arte interpretativo.
La totalidad de una obra tiene que ser comprendida partiendo de
las palabras y de sus combinaciones y, sin embargo, la compren-
sión plena del detalle presupone ya la comprensión del conjunto.

44
El caso lo examinó Cicerón en De Offici, I, XIII, 40, lo que le hizo optar
por el sentido y no la literalidad.

74
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

Este círculo vicioso se repite en la relación de cada obra singular


con la índole y el desarrollo de su autor, y se vuelve a presentar
también en la relación de la obra singular con el género literario
a que pertenece. Estas dificultades las ha resuelto Schleiermacher
prácticamente, de la manera más elegante, en la introducción a la
República de Platón, y en los apuntes de sus lecciones exegéticas
encuentro otros ejemplos del mismo método. Comenzaba con una
sinopsis de la articulación, que se podía comparar con una lectura
ligera, abarcaba la conexión entera tanteando, aclaraba las dificul-
tades, y mantenía reflexivamente todos aquellos pasajes que sumi-
nistraban un atisbo de la composición. Entonces empezaba
propiamente la interpretación. Teóricamente tropezamos aquí con
los límites de toda interpretación que cumple con su tarea sólo has-
ta un cierto grado, de suerte que todo comprender es siempre re-
lativo y jamás se puede agotar. Individuum est ineffabile”.45
La estrategia interpretativa que diseña aquí Dilthey, siguiendo
a Schleiermacher, es la que determina la aplicación del principio
“el todo y la parte”, conocido ya en la época griega. Se genera así
un proceso de ir y volver de la parte al todo, el cual va estructuran-
do grados en el comprender. A medida que se relacionan unas par-
tes con otras se va logrando una comprensión más profunda y mejor
de la obra, más aún si se relaciona con la vida de su autor. Dilthey
es el que sostiene que cada obra refleja a su autor y su época. Por
lo cual esta ley o principio de los contextos no sólo abarca la obra,
sino que se extiende a otras obras y a la vida y época del autor. Todo
esto va posibilitando una aproximación cada vez más fina de la obra.
Que el individuo, es decir, que la obra individual sea inefable es
un problema que Dilthey sólo enuncia. Equivale al enigmatismo o
hermetismo de cada obra, que queda planteado, pero no resuelto.
Hoy día quien ha retomado el tema del hermetismo es Umberto
Eco.
El romanticismo utilizó este modelo hermenéutico de la recons-
trucción del pensamiento del autor no tanto en el sentido de una
interpretación verdadera, sino para hacer efectivo el mandato so-
crático “conócete a ti mismo”. El conocimiento de sí mismo es pro-
blema, porque el sujeto no puede desdoblarse y ser sujeto y objeto
a la vez. La experiencia interior, en la cual uno puede percatarse
de sus propios estados, no aporta un conocimiento de la propia

45
Orígenes de la Hermenéutica, op. cit., p. 335.

75
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

individualidad. Sólo comparándose uno con otro puede surgir una


cierta experiencia de la individualidad que uno es, pues es ahí don-
de uno cobra conciencia de lo que se aparta o desvía de los otros.
Por eso es importante la comprensión del otro. En esta dirección
se orienta la teoría de la comprensión de Dilthey.46
Hay dos usos de la “comprensión” que son inadecuados, nos
advierte Dilthey. Uno es el de Bacon, que emplea la expresión
interpretatio naturae, según vimos antes. Este uso lo califica de meta-
fórico, pues no hay una efectiva interpretación de hechos o fenó-
menos naturales, aun cuando a veces se habla de interpretación de
fenómenos naturales. Por otra parte, se emplea la palabra compren-
sión para señalar ciertos estados, como cuando uno dice compren-
der la reacción de otro frente a un hecho, que no son propiamente
una interpretación en el sentido cognoscitivo que señala Dilthey.
Aun cuando la elaboración de Dilthey adolece de imperfeccio-
nes, la teoría de la interpretación que defiende constituye un es-
fuerzo notable para enfrentar y resolver el problema del
conocimiento en las disciplinas culturales. Por su época, los plan-
teamientos que provenían del positivismo de Comte iban en la di-
rección de la utilización de los métodos de las ciencias naturales
en estas disciplinas culturales. El modelo de ciencia físico-matemá-
tica que había surgido en la época moderna es el que se tenía a la
vista cada vez que se pensaba en ciencia. Con Dilthey se abre la po-
sibilidad de un saber fundado, objetivo, de validez universal en la
esfera de las disciplinas culturales. La teoría general de la interpre-
tación o hermenéutica asume así un cariz marcadamente epistemo-
lógico.
De Dilthey se siguen líneas de desarrollo que van adoptando
diferentes modalidades según las áreas del saber en que se culti-
ven. Así, por ejemplo, Cassirer y Recasens Siches. Pero tendrá que
enfrentar posiciones que derivan de teorías lingüísticas y formula-
ciones lógicas sobre el significado de autores vinculados al positi-
vismo lógico y la filosofía analítica.

46
El tema de la hermenéutica y el romanticismo lo he expuesto en un traba-
jo sobre Savigny: “Savigny, el Romanticismo y la Hermenéutica”, Revista de Cien-
cias Sociales, Facultad de Ciencias Jurídicas, Económicas y Sociales, Universidad de
Chile, Valparaíso, Número 14, 1979, pp. 639-659.

76
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

LA CONTRIBUCIÓN DE E. BETTI

El tema de la hermenéutica apasionó a Betti y a él dedica sus me-


jores esfuerzos. Su empeño por dotar a la interpretación jurídica
de un marco teórico adecuado le llevó a la formulación de una teo-
ría general de la interpretación, dentro de la cual aquélla encuen-
tra su posición. Es un continuador del pensamiento diltheyano,
pero lo pone en la perspectiva de la teoría del conocimiento de N.
Hartmann, de lo cual resulta la conocida relación de sujeto y obje-
to en la comprensión. Para Betti la interpretación, como en Dil-
they, es la actividad que busca comprender qué significan esas
fijaciones o formas en que se ha objetivado un espíritu.47
La utilización de la doctrina del conocimiento como relación
entre sujeto y objeto le permiten manejar las nociones de objeto,
objetivación y objetividad con mayor propiedad y esclarece las du-
das que suscitan las afirmaciones de Dilthey. El concepto de obje-
tivación es similar al concepto de “manifestación vital” (Lebensäus-
serung) de Dilthey y similar al de “expresión” que emplea Cassirer.
Un agente ha fijado en una forma exterior sensible una idea, un
fin, un propósito, un plan, y se dice que éstos se objetivan en aqué-
lla. Para el intérprete o sujeto cognoscente esta forma exterior sen-
sible, como los signos de la hermenéutica clásica, tiene que ser
reconocido como significante, es decir, con un contenido no per-
ceptible sino invisible. Éstas son las “formas representativas” en la
terminología de Betti. Estas formas son las palabras habladas o es-
critas, los vestigios escritos, signos convencionales, jeroglíficos, sím-
bolos, lenguaje musical, imágenes, gestos, fisiognómica, incluso el
estilo de conducción de vida (como cuando se busca expresarse por
medio de acciones ejemplares). La interpretación como forma de
conocer recae sobre estas formas, que son objetivaciones, y en cuan-
to tales alguien ha querido fijar en ellas un contenido, una idea,
un propósito, un mensaje. Es esencial que otro sujeto, distinto de
quien ha producido esa forma significativa, lo reconozca como un
signo con un contenido o mensaje. El signo exterior visible es sólo
un medio para conservar el contenido de su creador.
“Comprender (Verstehen) –dice Betti– es coger rectamente el sen-
tido (Sinn) del discurso, esto es, no percibir únicamente el sonido

47
En Interpretación, Ratio Iuris y Objetividad, Edeval, 1994, he examinado con
cierta extensión el pensamiento de Betti. Aquí interesa un aspecto de su teoría.

77
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

del tono y concebir el significado de la palabra individual, sino


ante todo tomar parte activa en la comunidad de pensamiento que
se ofrece, una participación que se anticipa, en cuanto el interlo-
cutor concibe el curso de pensamiento, es decir, que revive en el
entendimiento lo que ha intuido”.48 Aquí la interpretación está di-
rigida al sentido, que no se identifica con la voluntad o pensamien-
to reales del autor. Pero tampoco es pura creación del intérprete.
Éste es el tema crucial de la interpretación. Ya Dilthey con toda la
influencia del romanticismo mantuvo una reserva frente a la posi-
bilidad de llegar a conocer el pensamiento o voluntad efectivos del
autor, al menos en su integridad. Hay, por así decirlo, un margen
en que lo querido o pensado efectivamente por el autor puede no
quedar cabalmente expresado, lo que deja al intérprete un espa-
cio de duda. Éste es el origen del desencuentro. Pero, para mante-
nerse dentro de los términos del romanticismo, del diálogo de los
espíritus, en que uno se comunica con otro, o congenialidad, como
lo llama Betti, es necesario suponer un encuentro posible, y ese
punto de encuentro lo constituye el sentido. El sentido no es el solo
significado de las formas exteriores, sino que está más allá. El pro-
blema es que este más allá no puede convertir al intérprete en un
creador. Betti insiste en que hay una reconstrucción o re-creación,
pero no una creación libre a partir de la forma representativa.
Como se ha repetido ya mucho, la obra una vez creada sale de
las manos del autor, no depende más de él, adquiere autonomía y
pasa a ser propiedad noética de todo partícipe de la comunidad
espiritual en que se realizó. La frase de Schleiermacher de que el
intérprete es necesariamente más sagaz que el autor indica que la
obra una vez hecha se libera de su autor y es tomada por el intér-
prete, que la hace decir algo que está más allá de lo que el autor
tal vez quiso o pensó, no en sentido creativo, sino en el sentido de
un pensamiento subyacente, no explícito, y que estaba latente en
la obra.
Betti insiste en que interpretar (comprender) es conocer, que
quiere decir un reconocimiento y una reconstrucción del sentido
que se puede conocer a partir de las formas representativas. Esto
quiere decir que tiene lugar aquí una inversión del proceso pro-
ductivo, la inversión del iter hermenéutico, como lo dice. Pero esto

48
BETTI, E., Allgemeine Auslegunglehre als Methodik der Geisteswissenschaften, p. 115.
J.C.B. Mohr, Tübingen, 1967.

78
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

no quiere decir que se produzca una confusión entre el camino


de inversión con el regreso a la subjetividad del autor. El romanti-
cismo dejó planteado el tema, y al tomarlo Dilthey, ya vimos, ma-
nifestó reserva frente a la posibilidad de un conocimiento del
pensamiento real y efectivo del autor. Para Betti el re-conocer o re-
construir no es de ninguna manera un re-vivir (Nacherleben) el pro-
ceso productivo real de la obra, de modo que se produzca una
identificación psicológica con el autor. Distinguiendo entre el yo
empírico y el yo trascendental se hace posible el “diálogo ideal” entre
un espíritu que se ha objetivado en formas representativas y un es-
píritu que las percibe. No se trata del diálogo real, sino de uno que
depende de condiciones trascendentales, en sentido kantiano. Esto
quiere decir que la exigencia de objetividad impone que la recons-
trucción de sentido que hay que comprender se corresponda tanto
como sea posible con el sentido contenido en esas formas repre-
sentativas, pero, por otro lado, esa objetividad sólo se logra gracias
a la subjetividad del intérprete, es decir, el intérprete se apropia
como suyo del contenido, y al mismo tiempo lo mantiene como
ajeno y distinto. Ésta es la dialéctica de toda interpretación, y que
se traduce en que el sentido no es nunca alguno de los elementos
significativos de las formas representativas. Este conflicto entre la
subjetividad y la objetividad se soluciona con la conciliación de am-
bos, en el acercamiento de los dos espíritus, el del autor y el del
intérprete, no como identificación, sino en el sentido de las formas
representativas (Hartmann). Los cuatro cánones que formula Bet-
ti recogen estos principios del conocimiento, dos cánones en rela-
ción con el objeto, y dos cánones en relación con el sujeto. Interesa
el canon de la adecuación, que significa que el intérprete compren-
de desde su situación lo que significa adecuar o adaptar la obra al
momento histórico posterior a su época de gestación.
Éste es el punto que queríamos destacar en la obra de Betti,
pues así mantenemos un cierto continuo con la hermenéutica clá-
sica. Luego veremos la aplicación de este modelo hermenéutico a
la materia jurídica.

LA INTERPRETACIÓN COMO CONJETURA EN P. RICOEUR

Este autor representa hoy día una de las alternativas en el pensa-


miento hermenéutico, al lado de Gadamer, Apel, Derrida y Vatti-
mo, para nombrar algunas de las figuras más destacadas de nuestro

79
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

tiempo. Pero lo característico de Ricoeur es que recurre a teorías


lingüísticas para desarrollar su teoría de la interpretación, a dife-
rencia de Gadamer y Apel. Esto lo pone en una posición que a ve-
ces se aproxima a la de autores que se insertan en la filosofía
analítica, pero otras se distancia y entra en pugna con ellos. El tema
que tanto unos y otros examinan es el sentido. Ciertamente entre
Heidegger y Carnap, para tomar dos extremos bien diferenciados,
hay un abismo imposible de salvar. Lo que tiene sentido para uno
es un sin sentido para el otro.
De la diversidad de trabajos que el autor ha dedicado a la her-
menéutica, que suman una enorme cantidad, considero aquí es-
pecialmente Teoría de la Interpretación.49 Comienza aquí recordando
las precisiones de Platón y Aristóteles sobre el logos, que puede ser
traducido como proposición (o enunciado) o como discurso. Aquí
el tema es la verdad del discurso, y por eso se planteó como uni-
dad significativa susceptible de verdad o error aquella unidad del
discurso que se compone de nombre y verbo en un acto especial
de enunciación, en que de un sujeto se predica afirmativa o nega-
tivamente una cosa. Esto fue ya examinado al tratar de la herme-
néutica clásica. Según señala Ricoeur, hoy día gracias al desarrollo
espectacular de la lingüística, el tema del discurso propiamente ha
quedado en un plano secundario, y ha sido sustituido por el “códi-
go lingüístico”. Este código lingüístico es el que confiere una es-
tructura específica a cada uno de los sistemas lingüísticos que
conocemos como las diversas lenguas habladas por las diferentes
comunidades lingüísticas. Lengua no es la capacidad general de
hablar o de expresarse verbalmente, designa la estructura específi-
ca de un sistema lingüístico particular.
A partir del Curso de lingüística general de Ferdinand de Saussu-
re se ha seguido un desarrollo enorme de la lingüística como teo-
ría. De aquí parte una distinción que, al decir de Ricoeur, ha
moldeado decisivamente la lingüística moderna. Esta distinción es
langue y parole. Saussure no habla en realidad de discurso, sino de
parole. Langue es el código o conjunto de códigos en el que un ha-
blante particular produce parole como un mensaje determinado.
Mensaje y código se diferencian. No pertenecen al tiempo de igual
manera. El mensaje es un acontecimiento temporal en la sucesión

49
RICOEUR, Paul, Teoría de la Interpretación. (Discurso y excedente de sentido), Si-
glo Veintiuno ed., Mexico, 2ª ed., 1998.

80
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

de acontecimientos (la diacronía del tiempo), en cambio el códi-


go es un sistema sincrónico. El código es anónimo e impersonal, a
diferencia del mensaje, que es intencionado y personal. Sobre todo,
el mensaje es arbitrario y contingente, mientras que el código es
sistemático y obligatorio para una comunidad de hablantes. El ideal
de ciencia contemporánea se identifica con la existencia de un có-
digo que estructura el sistema lingüístico en que se expresan los
científicos.
La lingüística ha podido progresar, dice Ricoeur, a condición
de poner entre paréntesis el tema del discurso y su verdad, para
dedicarse a desarrollar el código, esto es, el sistema y la estructura
de los sistema lingüísticos. Mayormente se produce esto último con
el advenimiento del estructuralismo. Tres tipos de aplicación del
modelo estructural señala el autor. El primero fue la manera como
los formalistas rusos (como V. Propp) abordaron los cuentos fol-
clóricos y que marca un cambio decisivo en la teoría de la literatu-
ra. Un segundo caso de aplicación del modelo estructural lo da
Claude Lévi-Strauss en su estudio de los mitos. Finalmente, un ter-
cer ejemplo de aplicación del modelo estructural se da en la apli-
cación a entidades no lingüísticas, como el señalamiento de
carreteras, códigos culturales, patrones decorativos, etc.
Interesa señalar lo que el autor define como los postulados se-
miológicos:
Primero, una aproximación sincrónica debe preceder a cual-
quiera aproximación diacrónica, porque los sistemas son más inte-
ligibles que los cambios. En el mejor de los casos, un cambio es un
cambio parcial o global de un estado del sistema. En consecuen-
cia, la historia de los cambios debe venir después de la teoría que
describe los estados sincrónicos del sistema. Con este primer pos-
tulado queda planteada la oposición al historicismo del siglo XIX
y la afirmación de un nuevo tipo de inteligibilidad.
Segundo, el caso paradigmático de una aproximación estruc-
tural es el de un conjunto finito de entidades discretas. Esta po-
sición privilegiada de estos sistemas se funda en la capacidad
combinatoria y en las posibilidades cuasialgebraicas vinculadas a
esos conjuntos. A primera vista los sistemas fonológicos parecen sa-
tisfacer este segundo postulado más directamente que los sistemas
lexicales.
Tercero, en tal sistema ninguna entidad perteneciente a la es-
tructura del sistema tiene un significado propio. El significado de
una palabra deriva de su oposición a las otras unidades léxicas del

81
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

mismo tipo. En un sistema de signos sólo hay diferencias, pero no


existencia sustancial. Este postulado define las propiedades forma-
les de las entidades lingüísticas.
Cuarto: en tales sistemas finitos todas las relaciones son inma-
nentes al sistema. Esto quiere decir que los sistemas semióticos son
cerrados, no tienen relación alguna con la realidad exterior a ellos.
Es ilustrativa en este aspecto la teoría del signo de Saussure, que
ve en el signo dos cosas: el significante, que es el sonido, un trazo
de escritura, un gesto, y el significado, que es el valor diferencial
en el sistema léxico.
Quinto: el lenguaje ya no es la mediación entre pensamiento y
las cosas, constituye un mundo en sí mismo, dentro del cual cada
elemento sólo se refiere a elementos del mismo sistema, gracias a
las oposiciones y diferencias constitutivas del sistema. El lenguaje
es considerado como un sistema autosuficiente.
Se comprende así que el lenguaje como discurso desaparezca
como objeto de estudio. Con el estructuralismo se mantiene ese
formalismo que había partido con los nominalistas y que se encuen-
tra en autores como Hobbes y su teoría del significado. Pero inte-
resa seguir adelante con la exposición del pensamiento de Ricoeur.
Para diferenciarse del enfoque estructuralista, propone este
autor la consideración de dos elementos irreductibles, el signo y la
oración. La semiótica se ocupa del signo, el cual es meramente vir-
tual. Solamente la oración es real, en el sentido de que el hablan-
te al expresar algo en una oración produce un acontecimiento
temporal, en un aquí y ahora. No se puede pasar de una palabra,
tomada como signo léxico, a la oración. La oración es compuesta
de palabras, pero no es una palabra; puede ser descompuesta en
palabras, pero ellas son algo diferente de la oración. La oración es
una totalidad irreductible a la suma de sus partes. Una oración está
hecha de signos, pero no es un signo en sí misma. La semiótica,
que trata de los signos, es formal. La semántica, que es la ciencia
de la oración, se interesa inmediatamente en el significado. Esta
distinción entre semiótica y semántica es fundamental para abor-
dar el tema total del lenguaje. Para hacerlo hace converger tres
puntos de vista distintos sobre el lenguaje: de una parte, la semán-
tica como lingüística de la oración; de otra, la fenomenología del
sentido proveniente de la primera de las Investigaciones Lógicas de
Husserl, y finalmente las contribuciones de la doctrina del “lenguaje
ordinario” del pensamiento anglosajón. De lo que se trata, para él,
es vincular dos tipos de problemas, de manera de rescatar el tema

82
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

del discurso de la hermenéutica clásica. Por eso plantea lo que de-


nomina la dialéctica del acontecimiento y el sentido. El discurso
en cuanto hablado se actualiza en esas unidades significativas que
son las proposiciones. En la terminología formulada antes, el dis-
curso actualizado es un acontecimiento. El sistema del lenguaje, o
código lingüístico, es siempre virtual, no pertenece a la temporali-
dad como el acontecimiento. La afirmación central que postula Ri-
coeur es: Si todo discurso se actualiza como acontecimiento, todo discurso
es comprendido como sentido.
Con esto busca Ricoeur retomar el tema del sentido e insertar-
lo en la elaboración que está haciendo. Sentido aquí es el signifi-
cado de la proposición, esto es, del enlace del sujeto y el predicado.
Pero hay que añadir otra distinción, que es la llamada referencia.
El sujeto hablante quiere decir algo y lo expresa en un enunciado
o proposición, la cual tiene un significado. Pero esto no agota el
análisis de la significación, el querer decir se extiende a algo sobre
lo cual se quiere decir lo que se dice. Esto último es lo que se lla-
ma referente. La distinción fue hecha por Frege en su trabajo Über
Sinn und Bedeutung, que se ha traducido como significado (Sinn) y
referencia (Bedeutung). En el lenguaje tomado como un sistema lin-
güístico no existe el problema de la referencia: los signos sólo se
remiten a otros signos dentro del sistema. En cambio en la oración
el lenguaje se dirige más allá de sí mismo, a aquello a lo cual se
refiere. En la referencia se relaciona el lenguaje con el mundo ex-
terior. Ahora bien, dice Ricoeur: “El que alguien se refiera a algo
en un cierto momento es un acontecimiento, un acontecimiento
de habla. Pero este acontecimiento recibe su estructura del senti-
do como significado. El hablante se refiere a algo con base en, o
por medio de, la estructura ideal del significado. El significado, por
así decirlo, es atravesado por la intención referente del hablante”.50
Lo decisivo aquí es que el lenguaje tiene referencia sólo cuando se
usa. De acuerdo con las situaciones y usos el lenguaje significa y se
refiere a algo en el mundo. “El lenguaje no es un mundo propio.
No es ni siquiera un mundo. Pero porque estamos en el mundo,
porque nos vemos afectados por las situaciones, y porque nos orien-
tamos comprensivamente en esas situaciones, tenemos algo que
decir, tenemos experiencia que traer al lenguaje”.51 Esto de traer

50
Op. cit., p. 34.
51
Op. cit., pp. 34-35.

83
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

la experiencia en el mundo al lenguaje es la “condición ontológi-


ca del lenguaje”. De esta suerte, el discurso nos remite por un lado
al hablante, al querer decir de la persona que hace uso del len-
guaje, y por otro lado hacia aquello a lo cual se refiere. Se retoma
así el modelo hermenéutico clásico: el lenguaje expresa el pensa-
miento de quien hace uso de él e intermedia entre ese pensamiento
y aquello a lo cual el sujeto hablante se refiere. Esto muestra que
la significación es un complejo de relaciones distintas.
Lo anterior marca una crítica a la hermenéutica de Dilthey, en
cuanto en éste la comprensión nos lleva hacia una vida psíquica
ajena. Vale aquí la frase de Unamuno “nada humano me es ajeno”.
Dilthey supuso que a través de las manifestaciones vitales se expre-
saba un espíritu. Esta terminología también se encuentra en Betti.
Supuso también que el conocimiento de sí mismo era posible com-
parándose con las manifestaciones de otros, pues allí quedaban fi-
jadas las vivencias de cada cual. De ahí que la interpretación se
convierta en una tarea de re-producción, de re-vivir, lo que un espíri-
tu tiene y siente. Ya se vio cómo Betti traslada el problema hacia lo
que él llama las “formas significativas”. Son éstas las que determi-
nan un significado y se convierten en los cauces de expresión de
una subjetividad. Betti supuso que esas formas tienen una cierta
estabilidad, lo que asegura su objetividad, pero no puede impedir
que se adapten por un intérprete a nuevas visiones y situaciones
históricas.
La posición de Ricoeur es contraria al psicologismo diltheya-
no. Quiere abrir un camino propio. En otra obra, Del texto a la ac-
ción ,52 examina los problemas de la hermenéutica romántica,
especialmente en Schleiermacher y Dilthey, y allí deja planteado
el camino a seguir. Un tema en el cual se puede detectar este dis-
tanciamiento de la hermenéutica romántica es el de explicar y com-
prender. Estos dos términos forman tempranamente una oposición.
Con influencia kantiana y en oposición fuerte al positivismo que
conoció Dilthey –fines del siglo XIX–, comprender pasa a ser el re-
sultado de la actividad cognoscitiva que recae en obras humanas,
en contraste con el conocimiento de fenómenos naturales que se
conocen como algo exterior, dominados por la causalidad, en la
cual obtienen su explicación. Puestos así, ambos términos se opo-

52
RICOEUR, Paul, Del texto a la acción (Ensayos de hermenéutica II), Fondo de Cul-
tura Económica, México, 2001.

84
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

nen. Lo que busca Ricoeur es un enlace dialéctico de ambos tér-


minos, de manera que la comprensión se apoye en algún momen-
to en la explicación. De esta forma, la oposición que se planteaba
con Dilthey y sus seguidores y que se corresponde a visiones del
mundo y de los métodos contrapuestos, se somete a una revisión.
Si se llevan estos términos comprender y explicar a la interpreta-
ción de un texto, resulta lo siguiente: la comprensión se dirige a
captar la intención del hablante, y la explicación al análisis estruc-
tural del texto. Puestos de esa manera, ambos términos tienden a
mantener su distancia y oposición.
Para relacionar explicar y comprender no como opuestos, sino
como fases de un mismo proceso, señala Ricoeur que hay un paso
de la comprensión a la explicación y en seguida de la explicación
a la comprensión. Esto se entiende así: en una primera fase, la com-
prensión se da como conjetura que hay que explicar; en una se-
gunda fase, la comprensión se apoya en las explicaciones y se
justifica. ¿Por qué el primer acto de comprensión debe adoptar la
forma de una conjetura? Esto encuentra respuesta en la clase de
autonomía dada al significado textual. Una vez fijada la intención
del hablante en un texto, el significado del texto ya no coincide
más con la intención del sujeto. Por eso, “comprender no es mera-
mente repetir el acontecimiento del habla en un acontecimiento
similar, es generar uno nuevo, empezando desde el texto en que
el acontecimiento inicial se ha objetivado”.53 Es decir, hay que ha-
cer conjeturas porque el sentido o significado del texto está más
allá de nuestro alcance. Es en esta parte donde se produce la sepa-
ración definitiva con la hermenéutica romántica. Vale aquí aque-
llo ya señalado de que la obra una vez hecha sale de manos de su
autor y se independiza, cobra autonomía, ya no depende más de
él. La intención real del autor ni siquiera consta de modo confia-
ble, tanto más cuanto alejado en el tiempo. A veces esa intención,
si llegara a establecerse, podría ser inútil y aun perjudicial. Lo que
interesa tener presente es que la conjetura no sólo se puede rela-
cionar con el problema de la comunicabilidad psíquica que existe
en todo texto o acto de habla, sino sobre todo en la idea misma
del significado del texto. Éste es el sentido objetivo, distinto de la
subjetividad del autor, de lo que éste efectivamente ha querido de-
cir. Se produce una falta de coincidencia entre la intención del su-

53
Teoría de la interpretación, op. cit., p. 87.

85
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

jeto hablante y el sentido objetivo, que pasa a ser inevitable y for-


ma el supuesto de toda interpretación. El problema de la compren-
sión correcta o verdadera ya no puede resolverse por el regreso a
la intención supuesta del autor, hay que acudir a otros elementos.
Por eso la conjetura, la cual hay que validarla, es decir, acudir a
explicaciones justificatorias. Aunque no hay métodos para hacer
conjeturas válidas, sí los hay para validar las conjeturas que hace-
mos. Ésta es la idea central que gobierna la conjetura.
Para entender sobre qué recae la conjetura, es decir, qué es lo
que se conjetura, hay que tener presente que el texto como tal tie-
ne una plurivocidad que es distinta de la polisemia de palabras indi-
viduales y de la ambigüedad o equivocidad de oraciones aisladas.
Muchos autores antes que Ricoeur han hablado de causas del error,
es decir, de la interpretación errada, lo que implica partir de un
modelo de interpretación verdadera y desde él calificar las causas
del desencuentro, malentendido o error. Pero se plantea algo di-
ferente. La autonomía del significado del texto, es decir, su pres-
cindencia del pensamiento del autor real, determina que la tarea
interpretativa se ejerza directamente sobre el texto y sólo en él.
Es el propio texto el que ofrece desde sí mismo plurivocidad de
sentidos posibles, es decir, admite una variedad de interpretacio-
nes diferentes, lo que ocurre especialmente con textos extensos y
complejos.
El principio de la anterior hermenéutica del todo y las partes
cobra aquí especial importancia, porque muestra en su circularie-
dad, del todo a la parte y de la parte al todo, cómo la comprensión
del texto se va ganando paso a paso, construyendo gradualmente
las relaciones entre sus diferentes partes. Hay que considerar aquí
también que explicar un texto es explicarlo como una individuali-
dad. Esto se logra en un proceso en el cual se va reduciendo el al-
cance de los conceptos genéricos, tales como los géneros literarios,
el estilo, las estructuras genéricas, a los cuales el texto pertenece.
Así, puede decir: “El texto como un todo, y como una totalidad sin-
gular, se puede comparar con un objeto que puede ser visto desde
distintos lados, pero nunca desde todos los lados a la vez. Por lo
tanto, la reconstrucción de la totalidad tiene un aspecto, de acuer-
do con la perspectiva, similar a la reconstrucción del objeto perci-
bido. Siempre es posible relacionar la misma oración de distintas
maneras con esta o aquella oración que se considera la piedra an-
gular del texto. En el acto de lectura está implícito un tipo especí-
fico de unilateralidad. Esta unilateralidad cimenta el carácter

86
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

conjetural de la interpretación”.54 De aquí resulta que los procedi-


mientos de validación de las conjeturas están más próximos a una
lógica de la probabilidad que a una verificación formalmente esta-
blecida. Hay más de una interpretación posible respecto de un mis-
mo texto, pero no todas son iguales, sino una será más probable
que las otras. Se alcanza una verdad probable, tal vez más proba-
ble, pero no absoluta. Estos procedimientos de validación se acer-
can al criterio de falseabilidad de Popper, pues una conjetura será
considerada como la mejor y más probable en la medida que resista
el asedio de la falseabilidad. En suma, “una interpretación debe ser
no solamente probable, sino más probable que otra interpretación”.55
Aun cuando esta probabilidad no queda definida, ni tampoco
la manera como pueda hacerse efectivo eso de más probable, la
teoría de la conjetura abre una perspectiva diferente en materia
de interpretación. Mientras en muchos núcleos positivistas o for-
malistas la cuestión de la verdad es erradicada de estos análisis, con
la caracterización de la interpretación como conjetura se rescata
el tema de la verdad, o al menos queda abierta la posibilidad para
reinstalarlo, y la explicación deja de ser un ejercicio puramente for-
mal. Más adelante se verá cómo puede aplicarse esta doctrina de
la conjetura a la interpretación jurídica. En todo caso, hay que re-
cordar que ya en Suárez aparecía un momento conjetural en la in-
terpretación. Ya volveremos sobre esto.
Para poner de relieve la importancia de la interpretación como
conjetura, es oportuno incursionar brevemente sobre la triple inten-
tio de que habla Umberto Eco. Este autor en su trabajo Los límites de
la interpretación56 se hace cargo del desplazamiento que ha tenido lu-
gar a lo largo del siglo XX, desde la intención del autor hasta la in-
tención del lector, pasando por la intención de la propia obra. La
primera es la intentio auctoris, la segunda es la intentio lectoris y la últi-
ma nombrada es la intentio operis. Según Eco, en el debate sobre la
interpretación a lo largo del siglo XX, se parte de dos posturas con-
sideradas clásicas hoy día: a) la interpretación busca en el texto lo
que el autor quería decir, y b) la interpretación busca en el texto lo
que éste dice, independientemente de las intenciones de su autor.

54
Op. cit., p. 89.
55
Op. cit., p. 91.
56
ECO, Umberto, Los límites de la interpretación, Editorial Lumen, Barcelona,
1992.

87
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Una vez que se ha dejado de lado la intentio auctoris, que repre-


senta el primer miembro de la división, y se admite que la tarea de
la interpretación es la intentio operis, se hace posible plantearse a su
vez dos posibilidades: 1) “es necesario buscar en el texto lo que dice
con referencia a su misma coherencia contextual y a la situación
de los sistemas de significación a los que se remite”, y 2) “es nece-
sario buscar en el texto lo que el destinatario encuentra con refe-
rencia a sus propios sistemas de significación y/o con referencia a
sus deseos, pulsiones, arbitrios”.57 La primera de estas posiciones
acude a una visión formal o estructural de la obra; el sentido del
texto se encierra en él mismo, de acuerdo a su coherencia interna
y códigos de construcción. La segunda posición abre paso a la ini-
ciativa del lector, que se expresa en forma de conjetura. “La inicia-
tiva del lector consiste en formular una conjetura sobre la intentio
operis. Esta conjetura debe ser aprobada por el conjunto del texto
como un todo orgánico. Esto no significa que sobre un texto se
pueda formular una y sólo una conjetura interpretativa. En princi-
pio se pueden formular infinitas. Pero, al final, las conjeturas de-
berán ser probadas sobre la coherencia del texto, y la coherencia
textual no podrá sino desaprobar algunas conjeturas aventuradas”.58
El desarrollo ulterior que hace Eco de poner la conjetura en
relación con el autor modelo y el lector modelo (no lector empíri-
co), no interesa tanto como este otro aspecto: que sólo cuando de-
jamos atrás al autor y la intentio auctoris como criterio para definir
la interpretación, surge la intentio lectoris y la conjetura, que es el
modo como el lector empírico se expresa frente al texto. Ahora, la
iniciativa del lector no es posible sino desde la obra misma (la in-
tentio operis).
Lo interesante es advertir que, de acuerdo a estas distinciones
de Eco, a lo largo del siglo XX se produce el desplazamiento de la
intentio auctoris a la intentio lectoris. Lo que él llama el debate clásico
corresponde a las posiciones que se configuran en el mundo mo-
derno, según lo visto anteriormente a propósito de la mens consi-
derada como intención o propósito en Suárez y los modernos
Grotius y Pufendorf. Este desplazamiento arrastra consigo el tema
de la verdad. Por eso, en autores como Perelman se enfrenta el
tema del sentido o significado desde el lado de la conjetura que

57
Op. cit., p. 29.
58
Op. cit., p. 41.

88
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

tiene que ser justificada en razones aceptables, no necesariamente


verdaderas. Esta sería la situación contemporánea, según su elabo-
ración de la teoría de la argumentación.
Al hacer una aplicación de estas ideas al mundo jurídico pue-
de advertirse cómo Betti está en la posición intermedia en que em-
pieza a hacerse cada vez más visible su admisión del rol protagónico
del intérprete. Ya hemos visto que para hacer posible una interpre-
tación adaptada a las nuevas circunstancias hay que prescindir de
la intención del autor y postular un modelo hermenéutico de la
voluntad o intención objetiva del propio texto. Hay que salirse, se-
gún anotamos, del círculo de lo que he denominado la paradoja
de Cicerón. Es lo que hacen Ricoeur y Eco. La búsqueda de la in-
tención del autor real pertenece a la era romántica, que ya hoy día,
para esos autores, parece definitivamente haber quedado atrás. Eso
abre nuevamente el debate sobre el grado de participación del in-
térprete, es decir, del intérprete privilegiado que es el juez.
Por mi parte veo en la conjetura un camino que conduce de la
interpretación, concebida como proceso de conocimiento gradual,
hacia la argumentación. Explicar y comprender como dos etapas
de un mismo proceso, en que la comprensión gana en solidez a
medida que se explica mejor, es decir, que se la justifica mejor, en
suma, que se la valida. La argumentación sería la forma como se
producen las explicaciones justificatorias. Esto no significa cance-
lar el tema de la verdad de la interpretación, sólo significa poner
en duda la posibilidad de una aprehensión inmediata y directa, es
decir una captación evidente a partir de la sola letra. Ya examina-
remos más adelante el tema de la claridad, que ha sido acentuado
por el cartesianismo, y cómo se puede concebir hoy día la claridad
de los textos.
Finalmente, hay que decir que hermenéutica se refiere a la teo-
ría de la interpretación, mientras que la exégesis recoge la activi-
dad misma de la interpretación, es decir, las estrategias y pasos
prácticos que da el intérprete para producir la comprensión de un
texto o una obra. La exégesis así entendida se apoya en la herme-
néutica, es más, la necesita, porque la definición de las estrategias,
por ejemplo, dar primacía a la literalidad o a la mens y ratio, es asun-
to hermenéutico, que exige de posiciones sobre la función del len-
guaje, la teoría de la significación, la dualidad letra y espíritu y el
sentido. La exégesis se hace visible por la reglamentación de la ac-
tividad interpretativa, pero esas reglas no se sostienen a sí mismas.
En rigor, ninguna regla puede indicar cómo se aplica. Ésta es la

89
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

condición esencial de la regla interpretativa. Por eso se requiere


de una fundamentación, que sólo puede producirla una teoría de
la interpretación, es decir, una hermenéutica.

2. BREVE ESQUEMA DE LA TEORÍA


DE LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

En el apartado anterior he examinado el desarrollo de la herme-


néutica desde la antigüedad a la época presente, buscando desta-
car aquellos elementos importantes de esa evolución. Ahora se trata
de aplicar los conceptos centrales de la teoría general de la inter-
pretación a la interpretación jurídica. Ésta, como toda interpreta-
ción, participa de los rasgos generales de aquélla. Pero aquí me
interesan algunos temas. Para organizar este estudio voy a propo-
ner el siguiente esquema de análisis:

mens ratio
O

O O O
autor obra (texto) intérprete

O
littera

Este esquema proviene del modelo de la comunicación, en don-


de un autor expresa un pensamiento, una intención o propósito,
un fin en un texto, el cual queda a disposición de un intérprete.
Este esquema queda cruzado en sentido vertical por la conocida
dualidad letra y espíritu. El intérprete enfrenta la obra como un
texto, esto es, como littera, y de las palabras trata de captar su sig-
nificado, que es el pensamiento o la intención que esas palabras
expresan, es decir, la mens. El texto intermedia entre el autor ha-
blante y el receptor intérprete. En el apartado anterior se ha visto
cómo el intérprete busca conocer a través de las palabras el conte-
nido significado. En este esquema sentido no queda incorporado en
una posición determinada, porque desde mi punto de vista no co-
incide exactamente con significado. Para hacer explícito esto se re-

90
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

quiere elaborar más la teoría de la significación. La significación


es un complejo de tres relaciones distintas. Acudiendo al diagra-
ma triádico de C. K. Ogden e I. A. Richards, que presentaron en
su obra The Meaning of Meaning,59 se puede exhibir el valor de cada
relación:

A C

Haciendo una adaptación del triángulo de la significación ori-


ginalmente propuesto, A designa las palabras y los signos en gene-
ral que son significantes, B señala los conceptos, nociones, ideas,
juicios, proposiciones significados por aquellos, y C indica las co-
sas, situaciones u objetos referidos. Lo que este triángulo examina
es la forma como las palabras se relacionan con las cosas. Esta re-
lación no es nunca directa, sino mediatizada por los conceptos. Ya
en la doctrina de la significación implícita en el Perí Hermeneías de
Aristóteles estaba planteada la mediatización. El pensamiento es-
colástico no hizo sino reconocerla en la frase vox significat (rem) me-
diantibus conceptibus. En el diagrama la relación A-B es propiamente
de significado, e indica que las palabras significan los conceptos,
en cambio la relación B-C es de referencia, y señala las cosas o si-
tuaciones referidos. Algunos nombran los objetos referidos signifi-
catum, por ejemplo John Lyons, en Semantics.60 La relación A-C, en
línea discontinua, recoge la idea ya señalada que la relación de las
palabras con las cosas no es nunca directa, sino mediatizada, como
se ha dicho. En la relación A-B puede presentarse el fenómeno de
la pluralidad de significados denominado polisemia, en que una pa-
labra posee varios significados conceptuales diferentes. En la rela-
ción B-C puede presentarse el problema de la equivocidad o
ambigüedad, en que no queda precisado a qué cosas o situaciones
se refiere una palabra o proposición. Otro problema es el de la plu-
rivocidad, en que una proposición o conjunto de ellas admite dis-

59
OGDEN, C. K. y RICHARDS , I. A., The Meaning of Meaning, Routledge and
Kegan, 10ª ed., London, 1960.
60
LYONS, John, Semantics, vol. I, p. 96, Cambridge, 1977.

91
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

tintas interpretaciones o lecturas, como suele decirse. Todos estos


casos exigen considerar la literalidad en relación con otros princi-
pios, fuera de la literalidad.
Estos dos diagramas permiten visualizar con mayor nitidez los
problemas que afectan la interpretación, y al mismo tiempo cómo
en el curso de la historia se producen oscilaciones en la dualidad
letra y espíritu, a veces privilegiando y dando énfasis a la sola letra,
otras al llamado “espíritu”. Recordemos una vez más que la teoría
de la interpretación contiene tres partes: una teoría de la significa-
ción, la consideración de la dualidad letra y espíritu, y la teoría del
sentido. Hablar de una hermenéutica jurídica significa hablar de
una teoría de la interpretación jurídica en el triple sentido apun-
tado.
En lo concerniente a la significación, por lo general los juris-
tas han enfrentado los problemas de significación elaborando di-
versas reglas prácticas, aumentando con ello el caudal de reglas
exegéticas. Han sido más bien los estudiosos de la hermenéutica
bíblica quienes han ido elaborando conceptos y principios, como
hemos visto anteriormente. Destaca por lo mismo Suárez, quien ha
abordado el tema de la significación en relación con la ley huma-
na positiva. Comparable es el estudio que hace Betti, uno de los
pocos que se hace cargo de la significación en la teoría general de
la interpretación y en la interpretación jurídica. Los juristas han
sido más bien seguidores de doctrinas elaboradas en otras partes.
Pero se hicieron partícipes de las concepciones sobre la significa-
ción. Es ilustrativo el estudio que hace Alejandro Guzmán sobre la
interpretación en el Derecho Romano.61 Cita como introducción
al estudio del Derecho clásico el siguiente texto, de D. 50. 16.6. 1
(Ulp., 3 ed): “La expresión ‘en virtud de las leyes’ ha de ser enten-
dida así: tanto en virtud de la sentencia (sententia) como de las pa-
labras (ex verbis) de las leyes”. El texto es interesante, porque aparece
nítidamente reconocida la significación: la verba y la sententia, esta
última expresión que señala el sentido, la significación. El autor
ve aquí el reconocimiento que la ley en realidad es un compuesto
de palabras y sententia, que él traduce como sentido.
Esta doble dimensión, palabra y sentido, está ya planteada en
las obras de Platón y Aristóteles, pero también sabemos de ella por

61
GUZMÁN BRITO, Alejandro, Historia de la interpretación de las normas en el De-
recho Romano, Ediciones del Instituto de Historia del Derecho Juan de Solózano y
Pereyra, Santiago, 2000.

92
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

los usos de los retóricos y sofistas. Ciertamente, la formulación plena


de la teoría de la significación la tenemos en nuestro tiempo, con
los aportes de la teoría del lenguaje. En la antigüedad hay pene-
traciones profundas que ofrecen los elementos con que se cons-
truye la concepción actual. Los estoicos distinguieron el semaînon
o signo significante, el semainoménon, que es el significado o con-
cepto objetivo significado, y el tynchanon que designa un objeto real.
Estas distinciones recogen las diferentes relaciones de significación
en que consiste el significado, que por un lado apunta al concepto
y por otro a la cosa referida. Aquí se tiene ya el triángulo de la sig-
nificación, que hemos señalado antes. Como lo señala Guzmán en
el citado estudio, los juristas romanos tuvieron formación en gra-
mática y retórica, y a través de ella accedieron a la práctica de es-
tas diferentes dimensiones de la significación. Es importante tener
presente esto porque así se puede entender mejor qué está en jue-
go a propósito del sentido o sententia.
Según Guzmán, hay que distinguir de una parte el “sentido de
las palabras” o “sentido verbal o literal” y de otra el sentido o sen-
tentia. Esta distinción es capital, porque alienta la consecuencia de
un sentido que esté por así decirlo más allá del campo significati-
vo de las palabras. Citando a este mismo autor: “Esta posibilidad
fue sostenida por los juristas romanos. De hecho la sola existencia
de la contraposición de verba (‘palabras con sentido’) y sententia
demuestra que el sentido de las palabras no configura, al menos
necesariamente, a la sentencia normativa; de lo contrario, la dico-
tomía no hubiera existido. Ello nos conduce a pensar en que di-
cha dicotomía nominal la podemos traducir por esta otra dicotomía
conceptual: sentido de las palabras de la norma (o si se quiere más
abreviadamente: sentido literal), por un lado; y sentido de la nor-
ma misma, por otro”.62
En general, estoy de acuerdo con esta posición que distingue
dos clases de sentido. Precisamente he establecido con anteriori-
dad la separación del significado de las palabras de lo que hay que
entender propiamente como sentido. Las palabras tienen un signi-
ficado que traza un ámbito de significación, que se llena con los
significados inmediatos y directos, los significados usuales o corrien-
tes, incluso los significados gramaticales que han sido establecidos
en el origen de la palabra. Pero otra cosa son los significados indi-

62
Op. cit., p. 167.

93
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

rectos o alegóricos, y la consideración de los fines o propósitos.


Toda la hermenéutica bíblica debatió largamente esta ampliación
de significados, es decir, más allá de la significación anterior, que
llamaremos literal, se abre la posibilidad de estos otros significa-
dos ocultos, indirectos, alegóricos o metafóricos. Por eso es nece-
sario distinguir entre un significado de palabras y un sentido que se
ubica más allá de los significados literales de las palabras. De aquí
que los fenómenos de polisemia y equivocidad o ambigüedad no
pueden ser resueltos dentro del ámbito de la sola literalidad, sino
recurriendo a principios y consideraciones fuera de ese ámbito. Con
mayor razón en caso de plurivocidad. Esto explica que en el trián-
gulo de la significación no se incluya el sentido, que de este modo
no se identifica ni con el concepto significado ni con el objeto re-
ferido.
De esta manera lo que se busca comprender en la interpreta-
ción no es tanto el significado literal de palabras, sino el sentido,
que depende además de varios factores distintos a la mera signifi-
cación literal o puramente semántica. Debemos a Dilthey la elabo-
ración de la comprensión en torno al sentido, y la actual filosofía
hermenéutica no ha hecho sino acentuar esa dirección.
En el estudio de A. Guzmán, una vez establecida la distinción
entre verba y sententia, y con la observación de que el elemento de-
cisivo es el último, se plantea cómo puede conocer el intérprete la
sententia o mens, si no constan de la misma manera que las palabras.
Escribe: “La concepción dominante en los juristas de la época clási-
ca del derecho romano fue de tipo finalista. Ellos consideraban que
las leyes y demás fuentes oficiales obedecían a una finalidad, y que
las palabras empleadas máximamente tenían por función describir
dicha finalidad. Como consecuencia de ello, la tarea del intérpre-
te era doble: por un lado, descubrir la finalidad del acto normati-
vo; y por otro, establecer la hipótesis a que debía aplicarse la
prescripción de dicho acto para permitir el cumplimiento de tal
finalidad.”63 Lo que se quiere decir aquí es que para establecer el
sentido de una disposición es preciso recurrir a la finalidad, que el
autor llama ratio. “Si la finalidad de la norma servía a los juristas
para construir las hipótesis en que ella alcanzaba cumplimiento, y
si a estas hipótesis, sobre todo cuando no coincidían con las litera-
les, las llamaban sententia, entonces es claro que la finalidad no es

63
Op. cit., p. 210.

94
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

lo mismo que la sententia. Esta es una consecuencia de la finalidad,


pero no la finalidad misma. Tal distinción conceptual encuentra
su expresión verbal en el binomio verba-sententia. En otras palabras,
lo que aquí hemos llamado finalidad, los juristas solieron llamarla
ratio”.64
Lo importante que se advierte en este estudio es que lo que yo
denomino el sentido, que repito no es idéntico con la significación
literal, hay que establecerlo mediante operaciones intelectuales por
parte del intérprete, a partir de la consideración de elementos fuera
del ámbito de significación literal. Guzmán señala a este respecto:
“Los juristas empleaban un método puramente racional, consistente
en fijar el fin que tuvo que ser, de acuerdo con los datos positivos
disponibles en el texto normativo mismo”.65 Esto nos permite
aproximarnos a la verdadera naturaleza de la interpretación. Se tra-
ta de un proceso que parte de los enunciados para ir avanzando
en la dirección de la construcción del sentido. El hablar de hipó-
tesis normativa, como se expresa en las citas precedentes, no alte-
ra esta idea, pues la hipótesis es el contenido de la significación, y
ella hay que establecerla considerando la ratio, que es por un lado
fin y por otro razón fundamentadora.
Lo anterior nos recuerda el modelo de la interpretación que in-
cluye la conjetura como uno de sus momentos decisivos. La inter-
pretación no es un proceso mecánico que se encierra en las solas
significaciones literales. Hay que considerar varios elementos para
establecer el sentido, y esto se traduce en un proceso complejo que
va recorriendo distintas fases en cada una de las cuales se hace pre-
sente un factor diferente. Un literalismo extremo encierra el sentido
en el ámbito de significaciones literales, pero con ello se muestra in-
capaz de enfrentar y resolver los diferentes fenómenos de polisemia,
equivocidad y plurivocidad. Para resolverlos adecuadamente hay que
salirse de ese ámbito y hay que acudir a elementos fuera de la litera-
lidad, como la ratio. Como la comprensión tiene como objeto el sen-
tido y éste no se reduce a las solas significaciones literales, llegar a
conocer una prescripción importa relacionar el enunciado con una
totalidad compleja. Más adelante volveremos sobre esto.
El estudio de la interpretación que hacían los juristas romanos
ofrece en forma rudimentaria el conjunto de elementos que pos-

64
Op. cit., p. 213.
65
Op. cit., p. 225.

95
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

teriormente van desarrollándose y adquiriendo relieve. En lo que


sigue voy a considerar muy brevemente algunos aspectos que inte-
resa retener.

a) El tema de la conjetura en los juristas modernos


Suárez, Grotius y Pufendorf son los autores que incorporan la con-
jetura como una dimensión de la interpretación.
Al examinar el pensamiento de Suárez se vio que la mens es un
elemento interno, que no puede conocerse directamente y por sí
sola, es necesario inferirla, ya de las palabras en que se expresa, si
esto es posible, ya de otros elementos, las llamadas otras conjeturas.
Decimos de las palabras, si es posible, porque ellas pueden expre-
sar lo que se quiere decir con ellas de una manera que da margen
a la duda, por lo mismo no en forma cierta. Bacon trazó una di-
rección cuando vinculó la formulación de la ley a la certidumbre,
para que pudiera cumplirse el principio de justicia supuesto en ella.
Pero todo el debate hermenéutico, desde los orígenes hasta la épo-
ca moderna, ve en el lenguaje un instrumento inseguro de mani-
festación del pensamiento o voluntad de quien hace uso de las
palabras. En consecuencia, si hay que asegurar una certidumbre
en los distintos elementos que concurren en la interpretación, ha-
brá que definir en qué términos es ella posible. El tema de la sufi-
ciencia de la sola letra, suscitado por el protestantismo, implica que
a partir de la sola palabra es posible captar su sentido (llámese mens
o sententia o ratio) más allá de toda duda, es decir, en forma evi-
dente e indubitable. Pero Suárez no sigue este principio herme-
néutico de la suficiencia de la sola letra, sino que declara más bien
la necesidad de realizar las operaciones interpretativas tendientes
a determinar el sentido verdadero. En una parte de estas opera-
ciones aparece la conjetura, es decir aquella operación intelectual
por la cual se establece en forma hipotética que la mens puede ser
ésta o aquélla, derivándola de consideraciones racionales hechas a
partir de diversos elementos y circunstancias, entre ellos la ratio.
En Suárez hay que reconocer lo que podríamos llamar una evi-
dencia asistida, es decir, una evidencia que comporta el grado máxi-
mo de certidumbre, pero que requiere de apoyarse o relacionarse
con diferentes elementos para sostenerse como tal. Este es un punto
que queda esbozado en el pensamiento de Suárez y que en este
momento interesa retomar. Toda aproximación al lenguaje está ro-
deada de ciertas incertidumbres. Para eliminar la duda se requie-

96
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

re reforzar las intuiciones que se forman a partir de la experiencia


del lenguaje. Lo que este gran teólogo jurista busca es mantener
estas conjeturas y conciliarlas con una interpretación verdadera
(verum sensum). Porque si hay factores de incertidumbre la verdad
se aleja, y el asunto es no permitir que se aleje tanto que termine
perdiéndose. Esto significaría dar paso a la franca creatividad del
intérprete, quien podría conferir el sentido que le pareciera más a
gusto o más conveniente. Hay que buscar en la interpretación un
equilibrio entre ambos extremos, de un lado el sentido verdadero
y de otro la conjetura o propuesta hipotética de un sentido posi-
ble. La contribución de Suárez hay que apreciarla en esa dirección.
La interpretación queda caracterizada como un proceso de búsque-
da de sentido.
La traducción de las palabras mens y ratio es posible si se consi-
dera en conjunto la operación interpretativa. Suárez caracteriza
la mens como la forma interna; es una manera de dar respuesta a
la dualidad letra y espíritu: en este caso esa forma interna corres-
ponde al espíritu de aquella dualidad. La forma externa sensible
corresponde a los signos, esto es, las palabras consideradas como
signos perceptibles y dotados de significado. Ya indicamos que la
ley humana se instituye mediante un acto que se expresa en una
forma, esto es, una señal o signo que indica la voluntad legislativa.
Es preciso que este signo sea sensible o perceptible por los senti-
dos para que sea cognoscible por los seres humanos. Lo que sig-
nifica, es decir, lo que expresa como contenido es la decisión
legislativa de imponer tal o cual obligación, de prohibir tal o cual
acto o de permitir la ejecución de tal o cual acto. La mens com-
prende tanto la razón como la voluntad. Ambos son distintos, pues
una cosa es la voluntad con la que se quiere mandar, y otra cosa
es la razón por la que la voluntad se mueve. La tesis general de
Suárez, siguiendo en esto el pensamiento medieval, es que la ley
depende básicamente de la voluntad, entendida como intención
(intentio), dirigida no sólo de modo general al establecimiento de
la ley, sino sobre todo a la imposición de las obligaciones que cons-
tituyen el efecto de la ley. Esta intención es la forma intrínseca y
como el alma de la ley. Esta intención hay que presumirla siem-
pre, cuando las palabras la muestran suficientemente. Aquí es don-
de radica en forma propia la mens legislatoris. Esta voluntad o
intención pasa a ser un principio o causa formal de la ley, y no sólo
causa eficiente, y tiene que manifestarse en la forma sensible, es
decir, a través de los signos exteriores que son las palabras. Por

97
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

eso mens significa primariamente la intencionalidad con que el au-


tor de la ley la impuso.
Como el conocimiento exacto de la voluntad puede ser un pro-
blema, como efectivamente lo muestra la experiencia cotidiana del
lenguaje, y por otro lado la ley no puede concebirse sin voluntad
o intención, hay que llegar a un punto en el que se desplaza la vo-
luntad real del legislador histórico a una voluntad objetiva de la
ley misma. La consideración de la mens no como la causa eficiente,
es decir, el proceso deliberativo efectivo producido por el legisla-
dor histórico, sino como causa formal, trae como consecuencia que
la mens significada en la ley misma es la voluntad de la ley, y esto es
suficiente. De ahí que la orientación de la interpretación vaya en
la dirección del sentido, que no se identifica con el significado de
las palabras, aunque en cierto modo depende de éstas. El sentido
depende también de la ratio, y también de consideraciones históri-
cas y axiológicas.
La noción de ratio legis surge en conexión con el objeto de la
voluntad o intención. La indagación de Suárez se dirige a contro-
vertir la afirmación que la ratio es también principio formal intrín-
seco, como la voluntad. Con la voluntad integra la mens sólo que
incide en el objeto de la voluntad. Distingue dos clases de ratio: una,
la ratio que consiste en el motivo de la ley, la otra, la ratio constitu-
tiva de la ley. El motivo es un principio extrínseco a la ley misma y
consiste en las motivaciones o consideraciones personales del le-
gislador para instituir la ley, por lo mismo, no puede considerarse
principio formal de la ley. En una asamblea legislativa un legisla-
dor puede tener un motivo, otro uno distinto y así sucesivamente,
y sin embargo la ley acordada es por su causa formalmente bien
establecida. La otra clase de ratio, en cambio, es un principio cons-
titutivo de la ley, y Suárez lo denomina ratio iuridica, la razón jurí-
dica de la ley. El problema que quiere dilucidar es cuál es la relación
precisa que tiene la ratio en la constitución esencial e intrínseca de
la ley, y que los juristas han debatido largamente. Esa denomina-
ción de ratio iuridica envuelve, en verdad, una suposición, cual es
de que en toda ley hay incorporadas consideraciones que concier-
nen a los fines, aspiraciones y justificaciones éticas. En toda ley, se-
gún esta suposición, habría una razón de conveniencia y justicia
en lo ordenado por ella. No sería concebible una ley sin ratio en-
tendida de esta manera. Sin embargo, Suárez formula la siguiente
observación: que en esta ratio iuridica hay, en realidad, dos nocio-
nes distintas. La una, que son las consideraciones de conveniencia

98
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

y justicia de la materia o acto dispuesto por la ley, la otra, es la luz


de la razón (lumen) y el raciocinio (discursus intellectus) que mues-
tran la conveniencia y justicia de tal o cual acto, y también la in-
conveniencia e injusticia de tales otros. Ambas nociones son
necesarias en la ley, porque toda ley es razonable (rationabilis) y justa
(iusta), de manera general. Ambas son necesarias para la ley, pero
no concurren como elementos formales constitutivos. La primera
es como el objeto y la razón a que se atiende en la materia de la
ley: la ley manda actos convenientes y prohíbe los inconvenientes,
y en esta materia se supone una razón de conveniencia o inconve-
niencia objetiva, luego es una clase de razón objetiva de la ley (ra-
tio objectiva legis). La segunda recoge esa noción de ratio que por
sus operaciones va señalando las pautas directivas de la voluntad, y
es de este modo como se constituye en regla y medida. El parecer
de Suárez es que esta regla medida es todavía extrínseca a la ley
misma.66
En ambos casos la ratio legis queda como un principio extrínse-
co a la forma y constitución interna de la ley, a diferencia de la in-
tención o voluntad, que constituye intrínsecamente la ley y es su
forma. La ley, así concebida, es una manifestación de voluntad do-
tada de poder para imperar. La ratio legis como principio extrínse-
co, necesario en toda ley, incide en el objeto de la voluntad y en la
materia sobre que ella se ejerce. Las dudas sobre su determinación
no comprometen la validez del acto de manifestación de voluntad,
como sí en cambio lo haría la duda acerca de si ha habido o no
voluntad eficaz para producir la ley. La palabra ratio puede tradu-
cirse como fin, pero hay que tener en cuenta que el fin puede ser
concebido como el antecedente racional en el proceso deliberati-
vo que produce la decisión, entonces pasa a ser un fundamento,
lo que nos lleva en la dirección de los principios del Derecho. Es
importante apreciar que el recurso a la ratio, que viene exigido por
la necesidad de determinar la mens, voluntad o intención de la ley,
da origen normalmente a la formulación de conjeturas o hipóte-
sis, porque difícilmente puede constar de modo indubitable.
Tanto Grotius como Pufendorf desarrollan su pensamiento so-
bre la interpretación fijando un criterio en relación con la recta in-
terpretatio. Esta expresión recoge la idea de la interpretación
verdadera que había planteado Suárez.

66
SUÁREZ, Francisco, Tratado de las Leyes, cit., Lib. III, cap. XX, 12.

99
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

En Grotius el tema de la recta interpretatio está asociado a la exi-


gencia de certidumbre, que domina el pensamiento moderno. Con-
sideremos el siguiente texto:
“Si consideramos solamente al que promete algo, se encuentra
obligado a cumplir por su sola voluntad únicamente aquello a que
quería obligarse. ‘En los asuntos de la buena fe, lo que hay que conside-
rar es el sentido que se quiere significar (quid senseris), no lo que se dice
(non quid dixeris)’. Pero como los actos internos no son percepti-
bles por sí mismos, y como alguna certidumbre es necesario esta-
blecer, pues no habría obligación si cualquiera pudiese libremente
inventar (affingo) el sentido (sensum) que quisiera, la razón natural
(ratio naturale) dictamina que aquel a quien se ha hecho la prome-
sa está en su derecho (ius) para compelir al promitente a lo que la
recta interpretación (recta interpretatio) sugiere. De otro modo, la
cosa no tendría ningún éxito, lo que en los asuntos morales se tie-
ne como imposible”.67
La cita en cursiva corresponde a un texto de Cicerón, en
De Offici, I, XIII, 40. Sobre ella he planteado lo que llamo la para-
doja de Cicerón: si lo que se quiere decir hay que conocerlo a tra-
vés de las palabras que se dicen y si el sentido de éstas hay que
entenderlo recurriendo a lo que se quiere decir, se produce un
círculo vicioso. Para Grotius esta cita le sirve para enfrentar la vie-
ja dualidad letra y espíritu y conectarla con el tema del conocimien-
to cierto. Aun cuando la cita ciceroniana concierne a los asuntos
in fide, como los contratos voluntarios, la idea contenida aquí se
generaliza. Corresponde al viejo problema: el enunciado verbal no
resuelve por sí solo el sentido verdadero, por lo que es preciso ir
más allá de las palabras. La intención, la mens, pertenece a los pro-
cesos internos de deliberación y decisión. Son actos internos, no
perceptibles. Las palabras y en general las formas expresivas no son
una manifestación indubitable de los procesos internos de quienes
las emplean. Al igual que en Suárez, si la palabra no es suficiente
como manifestación de la intención, el problema es encontrar algo
confiable y seguro que sirva de base para la constitución de rela-
ciones jurídicas estables, no sujetas al capricho de cada cual. Es el
mundo moderno, en que la certidumbre se convierte en la antesa-

67
G ROTIUS, De Iure Belli ac Pacis, Lib. II, cap. XVI, 1, De interpretatione, p. 409,
de la ed. de F. W. Kelsey, publicado en The Classics of International Law, Oxford,
1925, que incluye la versión latina de 1646.

100
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

la de la seguridad. De no existir un monto de certidumbre, cual-


quiera podría interpretar un contrato o la ley a su antojo, con lo
cual la obligación establecida quedaría en una situación imposible,
pues lo que uno cree debe cumplir no coincidiría con lo que otro
cree se le debe cumplir. La bilateralidad se rompería. La comuni-
dad de seres humanos que cifran en sus relaciones recíprocas toda
la esperanza de una convivencia armoniosa, conforme pautas cla-
ras y preestablecidas, se vería seriamente afectada por la incertidum-
bre. La paz como finalidad práctica suprema sería inalcanzable. En
estas condiciones, se hace indispensable imponer, como dice el tex-
to de Grotius, una cierta certidumbre. La razón natural impone una
cierta interpretación, que pasa a ser la recta interpretatio, la única que
satisface la exigencia de certidumbre. Esta interpretación cumple
con el ideal de conocimiento verdadero y establece el criterio para
resolver la multiplicidad de interpretaciones posibles.
El siguiente paso de Grotius es mostrar cómo es posible esta
recta interpretatio:
“La medida (mensura) de la recta interpretación (recta interpre-
tatio) es la inferencia del sentido (collectio mentis) a partir de los sig-
nos de máxima probabilidad. Estos signos son de dos géneros: las
palabras (verba) y las otras conjeturas (conjecturae aliae), las que a su
vez pueden considerarse separadamente o en conjunto”.68
Grotius emplea la expresión razón natural para referirse a la
razón humana, la que recibe ese nombre por una característica:
en su función no soporta la contradicción y ciertos imposibles. La
posibilidad de múltiples interpretaciones de un mismo enunciado
legal trae consigo una situación que la califica como un imposible
moral: que cada cual entienda a su manera los compromisos, las
obligaciones y derechos. Una comunidad humana no sería conce-
bible en esas condiciones. La sociedad humana, en uno de sus as-
pectos objetivos, está caracterizada por una estricta correlación de
derechos y obligaciones. El contenido de una obligación es coinci-
dente con el contenido del derecho de otro. Grotius es tal vez el
primer autor que sugiere que la subsistencia de la sociedad civil
depende del mantenimiento de esta correlación.
El intérprete trabaja sobre palabras. Éstas son concebidas como
los signos de máxima probabilidad. El lenguaje es un sistema de sig-
nos que ofrecen sólo indicios. La razón a partir de estos signos in-

68
De Iure Belli ac Pacis, cit., Lib. II, cap. XVI, I.

101
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

fiere o recoge un sentido. Estos signos indican un camino en forma


probable, no cierta. La collectio mentis la hemos traducido como “in-
ferencia de sentido” para indicar el proceso racional mediante el
cual se establece un sentido, que implica buscar relaciones de los
enunciados legales con otros enunciados de la misma ley u otra y
otros elementos. En otro pasaje Grotius dice: “Si no hay ninguna
otra conjetura que nos conduzca a un sentido distinto, las palabras
hay que tomarlas en su sentido propio (ex proprietate), no en el senti-
do gramatical que está establecido en su origen, sino en el sentido
corriente en uso”.69 Este texto merece una consideración especial,
pues aquí Grotius está desenvolviendo las consecuencias de la po-
sición adoptada. Si el lenguaje es un sistema de signos que sólo in-
dica con probabilidad una dirección, pero no con certidumbre
indubitable, la tarea interpretativa y con ella la conjetura vienen
exigidas por el modelo hermenéutico adoptado. Esto no cancela
la evidencia, pero le asigna una posición que requiere de otras com-
probaciones.
Las palabras tienen diversos significados. Tienen un sentido
propio, que es el significado inmediato (el tenor literal), por
oposición al significado indirecto, derivativo o aun alegórico, que
conocemos de la exégesis bíblica. Tienen, en seguida, un sentido
gramatical, que es aquel significado que le fue acordado en el mo-
mento de su institución como palabra que nombra (sensum ex origi-
ne), que se diferencia y aun opone al sentido corriente que consagra
el uso (sensum ex usu), pues éste se alcanza como modificación del
sentido originario al adaptarse paulatinamente a las nuevas situa-
ciones históricas y sociales. Pero hay todavía otro significado que
tienen las palabras, y es aquel que deriva de las llamadas conjetu-
ras (conjeturae). Estas conjeturas tienen lugar en situaciones de len-
guaje y por sí mismas. En el primer caso, en situaciones de lenguaje,
en el párrafo IV del cap. XVI dedicado a la interpretación, exami-
na lo que denomina palabras u oraciones polisémicas, esto es, que
“admiten pluralidad de significaciones” (conceptuales) (plures sig-
nificationes recipiunt). Esto tiene lugar en la llamada anfibología, que
se refiere especialmente a la equivocidad de la oración, y también
ocurre en la homonimia, que se aplica en particular a las palabras
consideradas separadamente. Pero las conjeturas también tienen
lugar en los casos de contradicción aparente o real (las llamadas

69
Op. cit., Lib. II, cap. XVI, II.

102
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

antinomias) de las significaciones de palabras u oraciones, lo que


ocurre cuando una misma palabra u oración en diferentes partes
o contextos tiene o parece tener significaciones que se contrapo-
nen entre sí. Por último, en el segundo caso, las conjeturas tienen
lugar por sí mismas, esto es, se hacen tan evidentes, que imponen
un significado incluso discrepando de la significación comúnmen-
te aceptada. En relación con esto, se presenta el tópico de la pala-
bra y el sentido (los latinos lo describían como ex scripto et sentencia
scripti, esto es, el tópico relativo a la palabra escrita y su significa-
do). Termina Grotius este examen del tema de la pluralidad de
significaciones, señalando la forma como ocurren las conjeturas.
Hay tres factores que determinan la conjetura: la materia (ex mate-
ria), el efecto (ex effectu) y las conexiones o contexto (ex conjunc-
tis). Esto quiere decir que una palabra no se toma en su significado
propio o gramatical o usual (tenor literal), sino aquel que viene
señalado por la materia de que se trata, o aquel significado que
produce algún efecto deseable por alguna razón (generalmente
valórica), o por último, aquel significado que surge de las relacio-
nes de diversos enunciados expresados en distintas partes, esto es,
el contexto.
Como lo que autoriza la conjetura es una diversidad de situa-
ciones, presentado un caso el intérprete examinará si correspon-
de a los enunciados legales, entendidos a su vez de cierta manera.
Lo que indica que la interpretación será siempre necesaria. No pue-
de el intérprete asumir por anticipado qué clase de texto enfren-
ta, sólo una vez examinado en relación con el caso podrá establecer
si hay dudas, oscuridades o imprecisiones, o incluso contradiccio-
nes, y sólo entonces podrá conjeturar tal o cual sentido, el que tie-
ne que ajustarse a ciertas pautas, pues sólo así se constituirá la recta
interpretación. Así, por ejemplo, una palabra o un enunciado se
interpreta conforme la materia, y no tomando las palabras sin re-
lación a la materia, aunque signifiquen otra cosa. Aquí cobran im-
portancia los tópicos o loci de la vieja retórica, que contribuyen a
la determinación del sentido recto. En la antigua retórica los tópi-
cos sirven para construir argumentaciones con vistas a la persua-
sión, sin considerar la verdad, pero acá deben contribuir a la
interpretación verdadera. En lo que resta del cap. XVI de este Li-
bro II se dedica Grotius a mostrar cómo en diversas situaciones el
manejo de las conjeturas se combina con los tópicos para estable-
cer el recto sentido de un enunciado legal. Los tópicos son mu-
chos, y Grotius los toma de las fuentes que le eran más familiares,

103
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

las Instituciones de Oratoria, de Quintiliano, y especialmente las enu-


meraciones hechas por Cicerón en distintas obras. Como no se en-
cuentran sistematizados y clasificados, su exposición y manejo se
hace conforme la diversidad de casos y situaciones en que se pre-
senta la necesidad o conveniencia del tópico.
Grotius es un científico del Derecho. Le interesa el conocimien-
to cierto, la objetividad indispensable del saber científico. La justi-
ficación moral o teológica queda desplazada en esta perspectiva.
Las fuentes de estudio para el jurista son normalmente los textos
legales. La interpretación es el modo de adquirir el conocimiento
de ellos. La certidumbre de la interpretación es la certidumbre del
conocimiento. La interpretación recta es la interpretación verda-
dera. La determinación del sentido está sujeta a condiciones gene-
rales y especiales. Generales, como los criterios que dirigen las
conjeturas; especiales, como los criterios que ofrecen los tópicos.
Si, como se ha dicho, el conjunto de operaciones y criterios con-
ducen a una interpretación correcta, queda, sin embargo, como
problema por resolver el de si la voluntad o intención efectiva del
autor histórico es la misma que se determina como cierta en la in-
terpretación. En términos del modelo de la comunicación, que se
puso al comienzo de esta sección dedicada a la interpretación jurí-
dica, se trata de averiguar si además de la voluntad del autor real
hay una voluntad de la propia ley, independiente de aquélla. Es el
paso de una interpretación subjetiva a una interpretación objetiva.
Grotius ha planteado que los procesos de deliberación y deci-
sión no son por su naturaleza perceptibles y datos de una experien-
cia objetiva. El dato primario para el jurista es, entonces, el lenguaje,
signo de máxima probabilidad. El lenguaje constituye un sistema
sígnico que expresa o manifiesta en cierta medida solamente y con
probabilidad el propósito o pensamiento efectivo del autor real, visto
desde el lado del intérprete. El sentido que se determina en los pro-
cesos interpretativos está condicionado por criterios que permiten
construir un sentido objetivo de los enunciados legales que se in-
dependiza en cierto modo de la intención real. Este sentido objeti-
vo es el que se cualifica como cierto y objetivo. De esta manera, una
palabra o enunciado serán interpretados conforme esos criterios y
en su aplicación a los casos de que se trata la intención efectiva y
real será sustituida por una intención objetiva determinada confor-
me las conjeturas y criterios ya señalados. En suma, la probabilidad
del lenguaje se resuelve en último término en el juego de los crite-
rios que tiene lugar en la interpretación conjetural y tópica.

104
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

Pufendorf es continuador de las ideas de Grotius. El cap. XII


del Libro V de De Jure Naturae et Gentium70 está dedicado al examen
de la interpretación recta. Al igual que Grotius, la interpretación
recta se determina conforme la norma y medida que consiste en
la inferencia del sentido a partir de los “signos de máxima proba-
bilidad”, que son las palabras y las conjeturas. Una de los temas que
introduce Pufendorf es el relativo a la ratio, que sirve en la deter-
minación de la mens objetiva. De modo genérico ratio es la causa
que ha movido al establecimiento de la ley. Dice, precisando la no-
ción de ratio: “Si alguien la confunde con la intención de la ley (cum
mente legis), se excedería tremendamente; esta última no es otra cosa
que el genuino sentido de la ley (genuina sententia legis), para cuya
búsqueda se recurre a la ratio legis”.71 Al igual que Grotius, el pro-
blema acá es el de si el genuino sentido, o sentido verdadero o recto
sentido, puede identificarse con la sola voluntad real, o habrá que
construir una voluntad objetiva, determinada por criterios en las
respectivas conjeturas, en lo cual tiene cabida la ratio legis en una
función justificadora. La conclusión final es esta última.
En suma, en los tres autores considerados, Suárez, Grotius y
Pufendorf, el modelo hermenéutico es el mismo: lenguaje insu-
ficiente para expresar de manera indubitable el pensamiento o
voluntad del autor, la necesidad de recurrir a conjeturas para de-
terminar no esa voluntad o pensamiento efectivos, sino la volun-
tad o pensamiento objetivos de la ley misma, a partir de las palabras,
conforme criterios que justifican la opción correcta, y finalmente,
la interpretación recta o verdadera. La tarea de la interpretación
es lograr el sentido genuino o verdadero, que no se identifica con
la voluntad o pensamiento del autor, ni con la ratio, sino depende
del conjunto de factores que contribuyen a determinarlo.

b) La claridad y la intuición evidente en la interpretación jurídica


En el modelo hermenéutico adoptado por los autores anteriormen-
te estudiados, el recurso a la conjetura tiene como antecedente una
concepción del lenguaje y la significación. No tiene cabida aquí,
más bien se opone al principio de la suficiencia de la sola letra.
Para que pudiera admitirse semejante principio habría que abrir

70
P UFENDORF, De Jure Naturae et Gentium, The Clarendon Press, Oxford, 1934.
71
Op. cit., Lib. V, cap. XII, 10.

105
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

la posibilidad de la captación inmediata del sentido a partir de la


sola letra. Lo que abre esa posibilidad es la doctrina de la claridad,
que dice que las palabras en ciertas situaciones o contextos expre-
san de modo indubitable el pensamiento o voluntad de su autor, y
que el intérprete mediante un acto de aprehensión inmediata y di-
recta accede al conocimiento de ese pensamiento o voluntad.
Esta doctrina de la claridad tiene su desarrollo en Descartes,
que en su célebre Discours de la Méthode formula los preceptos del
método para buscar la verdad, y asocia la aprehensión clara y dis-
tinta, como opuesta a la duda, con la evidencia. La evidencia sur-
ge como un estado del espíritu en que se tiene algo por cierto de
una manera tal que no hay razones para dudar.
Llevada al mundo jurídico, significa afirmar que hay un ámbi-
to de significación que no deja la menor duda en cuanto a lo que
se quiere decir. Basta con que se reconozca en un número reduci-
do de situaciones. Por eso el adagio in claris non fit interpretatio sig-
nifica algo por completo diferente a lo que entiende Suárez. En la
postura que admite la claridad al modo cartesiano el intérprete no
debe realizar actividad alguna, menos conjeturas, raciocinios, rela-
ciones contextuales, en suma, todas las operaciones que hemos visto
en la interpretación entendida como proceso. La aprehensión in-
tuitiva, inmediata y directa del sentido, hace innecesarias las ope-
raciones dirigidas a investigar y establecer ese sentido. Se abre así
una contraposición entre las dos formas de adquirir el sentido.
En la doctrina de la claridad se produce un cambio importan-
te en la consideración de varios conceptos. Uno de esos casos es el
concepto de literalidad o tenor literal. Para que no se produzcan
dudas, es preciso tomar las palabras en su significado inmediato y
directo, ya sean significados originales o consagrados por el uso.
No debe darse cabida a los significados indirectos u ocultos. El pre-
supuesto de toda esta concepción es que los lenguajes normalmente
expresan lo que se quiere decir con las palabras sin margen de du-
das. Esta aspiración o ilusión fue ampliamente acogida por los se-
guidores de la Escuela de la Exégesis francesa y en nuestro país por
muchos autores que han comentado el sistema de interpretación
reglada del Código Civil, a cuyo estudio detallado consagraremos un
capítulo especial. En esta posición literalista es frecuente la identifi-
cación del significado con lo querido por el legislador, por lo cual
con frecuencia se emplea el lenguaje de “voluntad del legislador”,
pero sin que propiamente se quiera dar a entender la voluntad real
y efectiva del legislador histórico. En cambio, el romanticismo de

106
LA TEORÍA GENERAL DE LA INTERPRETACIÓN Y LA INTERPRETACIÓN JURÍDICA

Savigny, como lo veremos después, seguido en nuestro país por Luis


Claro Solar, abiertamente propuso como tema de la interpretación
la voluntad o pensamiento del legislador empírico, y eso se refleja
en la teoría de Dilthey. El tránsito del pensamiento del autor em-
pírico al pensamiento de la obra misma, es la evolución del mun-
do contemporáneo que se cumple a lo largo del siglo XX. La
hermenéutica de Gadamer, Eco y Ricoeur asignan en cambio un
rol protagónico al intérprete. Por eso la importancia de la conje-
tura como dimensión del trabajo del intérprete. Una posición que
quiere eliminar la conjetura, que asume la posibilidad de capturar
sentidos a partir de la sola letra, termina oponiéndose frontalmen-
te con aquella otra.
Ésta es una de las características del debate sobre la interpreta-
ción en el mundo actual. A ésta hay que añadir esta otra, que se
da en general y también en nuestro país. La posición de la clari-
dad se contrapone a los desarrollos contemporáneos que ha alcan-
zado la teoría de la argumentación, ya en los medios influidos por
la filosofía analítica, ya en otros que derivan de los planteamientos
de Perelman. En el fondo lo que está en juego es el tema de la in-
terpretación verdadera. Ya vimos que el gran problema de los ju-
ristas modernos fue el de compatibilizar la conjetura con la
adquisición del sentido verdadero. Si la actual doctrina de la argu-
mentación quiere mantener la conjetura, pero sin la verdad, es algo
que veremos después, pero el método de las conjeturas se contra-
pone a la evidencia cartesiana de la doctrina de la claridad. Esta
última puede, apoyada en la evidencia, sostener la interpretación
verdadera, o genuino sentido como suele decirse. En los capítulos
que siguen abordaremos estos temas.

107
Capítulo Segundo

EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN
DE LA INTERPRETACIÓN

LA INFLUENCIA DE LA REGLAMENTACIÓN EN LAS DOCTRINAS


DE LOS AUTORES NACIONALES

Una parte considerable de lo que se ha escrito en nuestro país en


materia de interpretación gira en torno a diferentes maneras de
entender los distintos enunciados legales sobre interpretación que
se encuentran en los arts. 19 a 24 del Código Civil. Aun cuando
no se ha reconocido suficientemente, estas diferentes posturas so-
bre los enunciados relativos a la interpretación son a su vez inter-
pretaciones con distintos fundamentos. Esto crea una dificultad
inherente a la reglamentación: los enunciados sobre cómo debe
hacerse la interpretación son a su vez objeto de interpretación, con
lo que se abre un camino sin regreso. El enunciado sobre interpre-
tación no puede decir cómo tiene que ser a su vez entendido. Esta
es la limitación de las reglas interpretativas: la autointerpretación.
Es útil conocer de cerca cómo desde los inicios de la entrada
en vigencia del Código Civil, en el siglo XIX, los autores adopta-
ron posiciones que han marcado la evolución posterior. Enrique
Cood y José Clemente Fabres son dos autores que dejaron escritas
sus opiniones en Explicaciones de Código Civil, obra destinada a los
estudiantes del ramo.1 Me interesa considerarlos, pues en estas opi-
niones se depositan las directrices generales de ese amplio movi-
miento de ideas que se conoce como la Escuela de la Exégesis. Pero
estos autores, como sucede con otros autores latinoamericanos en

1
COOD, Enrique y CLEMENTE FABRES, José, Explicaciones de Código Civil. Desti-
nadas a los estudiantes del ramo en la Universidad de Chile. Publicada por la Acade-
mia de Leyes y Ciencias Políticas, Imprenta Cervantes, Santiago, 1882.

109
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

diferentes áreas, no son seguidores serviles de doctrinas europeas,


sino que adaptan algunas de estas teorías a realidades propias. Por
eso estos autores, en relación con el párrafo 4º del Título Prelimi-
nar del Código Civil, escriben:
“Las reglas de este párrafo, de la misma manera que todas las
de la hermenéutica legal, como encaminadas al descubrimiento de
la verdad en la intelijencia de las leyes, pertenecen a la Lójica. Por
esta razón, aunque las lejislaciones romana i española trataran ex-
tensamente de esas reglas, los códigos modernos nada dicen a este
respecto, o solo establecen ciertos breves principios jenerales. Nues-
tro Código adoptó este último camino, con el objeto de dar al juez
una norma segura, aunque jeneral, que le sirva para guiarse en el
vasto campo de los aforismos i axiomas jurídicos, muchas veces con-
tradictorios i de vaga aplicación, i para discernir cuál ha sido en
estas materias el verdadero espíritu del Legislador”.
En esta cita hay que comenzar destacando que el interés de los
autores es propiamente exegético, es decir, la preocupación primor-
dial es la relativa a las llamadas reglas de interpretación y su fun-
ción. Aquí hay que recordar la distinción que se hizo en el capítulo
anterior en el sentido de que la hermenéutica en rigor es distinta
de la exégesis. Esta última está dedicada a las actividades mismas
de la interpretación y cómo se hace, en cambio la hermenéutica
aborda la teoría de la interpretación y, por lo mismo, cómo se pue-
den justificar las reglas de interpretación.
En la época en que esos autores escriben estas líneas, la her-
menéutica no se ha desarrollado todavía como teoría autónoma, y
en los autores, especialmente en los autores del campo jurídico, se
advierte el empleo indistinto de hermenéutica y exégesis. Pero dado
el énfasis en las reglas y su función, el rol de la interpretación en
general es el de una actividad auxiliar, aunque importante. Se pien-
sa en una interpretación sometida a reglas, de manera de apoyar
en éstas el resultado. Esta idea se cruza con otra, cual es la relativa
a la pareja claridad/oscuridad.
El carácter de disciplina auxiliar de la hermenéutica se advier-
te en las primeras líneas, cuando se afirma que las reglas de inter-
pretación pertenecen a la Lógica. Con esto se reconoce el carácter
instrumental de las reglas, puestas al logro de una finalidad, cual
es el descubrimiento de la verdad en la inteligencia de las leyes. El
carácter instrumental es muy propio de una concepción de la Ló-
gica como un arte, como fue la Logique du Port Royal, de P. Nicole y
A. Arnault, que marcó el concepto de Lógica clásica en la Ilustra-

110
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

ción. Esta Lógica se concibe como el arte de conducir bien el pen-


samiento para el descubrimiento de la verdad. De la misma mane-
ra, se piensa aquí que la exégesis consiste en el empleo de diversas
reglas para el logro del resultado, que consiste en el verdadero sen-
tido. Los medievales hablaban de verum sensum, expresión que la
encontramos en Suárez. Los autores de los siglos XVIII y XIX man-
tienen la creencia en una interpretación verdadera, asunto que se
va a convertir en tema de debate a partir de la segunda mitad del
siglo XX, con la tesis de R. Dworkin sobre la única interpretación
correcta, y la idea general de la interpretación como conjetura en
Ricoeur y Eco, entre otros.
La noción de sentido verdadero hay que ponerla en conexión
con la otra noción que mencionan esos autores y que es “el verda-
dero espíritu del legislador”. Aquí la palabra “espíritu” tiene un sen-
tido amplio, equivalente a lo otro que la letra, y puede entonces
hacerse equivalente de pensamiento, intención, propósito, fin y ra-
tio. En el siglo XIX se cree asimismo en que la palabra recoge sin
problematicidad el verdadero pensamiento del autor. En esta lin-
güística elemental pensamiento y palabra forman un continuo. Más
adelante volveré sobre esto. Las reglas tienen la función de garan-
tizar el logro del resultado. Por eso la adopción de unas pautas ge-
nerales, que son las reglas de interpretación, permiten asegurar un
resultado. La exégesis anterior, según recuerdan los autores, había
formulado una cantidad enorme de reglas, aforismos, brocardos,
axiomas como también los llaman, pero la codificación sigue un
camino diferente, que es el de ofrecer al juez o intérprete un re-
ducido número de reglas con vistas al resultado que se busca.
Estas precisiones son importantes, porque fijan una posición
propiamente hermenéutica, que va a ir configurándose en el cur-
so del texto. En el comentario al art. 19 del Código Civil se mues-
tran ya diversos aspectos de esta posición. El inciso primero de ese
artículo dice: “Cuando el sentido de la ley es claro, no se desaten-
derá su tenor literal, a pretexto de consultar su espíritu”. A este
enunciado los autores formulan el siguiente comentario:
“A. El primer inciso de este artículo prescribe la interpretación
literal, mosaica o judaica: cuando la lei es clara, sería absurdo atri-
buirle una significación oculta, pues si ésta hubiera constitutido el
propósito del Lejislador, lo habría manifestado. Sin embargo, como
al lejislar se tiene solo en vista la jeneralidad de los casos, es de todo
punto inevitable que la disposición de la lei resulte inequitativa o
absurda en ciertos casos excepcionales. En esos casos, el Derecho

111
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Natural, el Internacional, el Canónico, i las mismas leyes de Parti-


das prescriben que la interpretación se funde mas en la intención
que en las palabras. Sin desconocer que sea esto lo más filosófico,
nuestro Código establece sin embargo lo contrario, esto es, que
siendo clara la lei, el majistrado la aplique en todo caso sin inter-
pretación alguna, de suerte que en este sistema la verdadera justi-
cia de una sentencia consistirá siempre en su perfecta conformidad
con la lei escrita. Los casos en que, en virtud de esta regla, sea na-
turalmente dañosa la aplicación de los preceptos legales, serán mui
pocos, porque las leyes, para cuya formación han sido aprovechados
los conocimientos i la experiencia adquiridos por la humanidad en
el curso de los siglos, alcanzan ya un alto grado de perfección, i
cuidan de introducir las excepciones o salvedades que reclama el
interés de la justicia i la equidad; i si en algun caso, la lei es mani-
fiestamente inícua, puede solicitarse su modificación o derogación
por el Poder Lejislativo, que se reune con frecuencia entre noso-
tros; en tanto que si se adoptara la regla opuesta, nos expondría-
mos a perder en la práctica el beneficio de las buenas leyes por su
interpretación abusiva i arbitraria. Sin embargo de todo lo dicho,
la disposición de este inciso no puede aplicarse de modo que con-
duzca a un monstruoso absurdo, i debe entenderse que tiene cier-
tas limitaciones naturales que, aunque silenciadas muchas veces por
la lei, son del todo necesarias”.2
El comentario de los autores comienza poniendo como princi-
pio fundamental el de la interpretación literal, agregando el califi-
cativo de mosaica o judaica. Con respecto a esto último, habría que
recordar que ese calificativo era empleado por autores franceses
con una intencionalidad que caracteriza esta posición literalista.
Puede compararse la cita anterior con el siguiente texto de uno
de los autores franceses que representa un punto culminante del
pensamiento de la Escuela de la Exégesis, me refiero a Laurent,3
que hace la siguiente reflexión: “Se dirá que el texto puede no
expresar el verdadero pensamiento del legislador; que si se aplica
servilmente su texto, se cae en lo que vulgarmente se llama inter-
pretación judaica, es decir, que a la fuerza de respetar el texto se
viole el espíritu del legislador, y ¿acaso no es el espíritu lo constitu-

2
Op. cit., pp. 107-108.
3
Tomo los textos de los extractos de la obra de LAURENT, “Principes de droit
civil français”, en Metodología de la determinación del Derecho, I, p. 780, de Juan Ber-
chmans Vallet Goytisolo, Madrid, 1994.

112
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

tivo de la voluntad del legislador y, por consiguiente, la esencia de


la ley?”. A lo que responde: “Nada más verdadero cuando el texto
deja la menor duda”, pero si la ley es clara, “es decir, que su senti-
do literal no deja la menor duda”, se sigue que “decir que el pen-
samiento del legislador es distinto de lo escrito en un texto claro y
formal es acusar al legislador de una ligereza que no está faculta-
do para imputarle; ¿es decirle, en efecto, que se ha servido de ex-
presiones que no expresan su pensamiento? ¿Puede suponerse esto
en una materia tan grave como la confección de las leyes? ¿No debe
entenderse más bien que el legislador sopesa sus palabras y que,
cuando ha hablado claramente, su voluntad es también clara?”. Y
termina: “Se habla de servilismo; se olvida que el intérprete es real-
mente el esclavo de la ley, y entendiéndolo así, no puede oponer
su voluntad a la del legislador; mejor dicho, no tiene voluntad fren-
te a la ley, sólo tiene el deber de obedecerla. Apresurémonos a aña-
dir que cuando los intérpretes tratan de eludir la letra de la ley,
bajo pretexto de penetrar su espíritu, no es que estén animados
por espíritu de desobediencia. Su inspiración es excelente; quie-
ren que penetre en textos viejos el espíritu nuevo y los progresos
que penetran en la conciencia general. Pero si la inspiración es loa-
ble, ¿quiere decir esto que el intérprete debe ceder a ella? Su mi-
sión no es reformar la ley, sino explicarla; debe aceptarla con
defectos, si los tiene, salvo señalárselos al legislador”. Esta reflexión
de Laurent sirve para describir el trasfondo teórico de este pode-
roso pensamiento exegético, y sobre todo permite hacer explícitos
los supuestos hermenéuticos en sentido propio que fundamentan
esta posición. La comparación permite mostrar las coincidencias
fundamentales que se dan entre las posiciones de los autores chi-
lenos y la que exhibe Laurent.
Los siguientes son a mi juicio los supuestos propiamente her-
menéuticos que sustentan esta posición exegética:
a) En un trasfondo de división de poderes, el poder judicial
debe limitarse a acatar la ley y aplicarla tal cual está, sin alterarla
en modo alguno. Esto define la vinculación del juez a la ley; inclu-
so el antiguo recurso de remitir al legislativo los antecedentes de
un caso en que se presenta una especial dificultad legal, se elimi-
na, quedando reducido a un simple informe anual sobre las dudas
y dificultades en la aplicación de las leyes, como ocurre con el art. 5º
del Código Civil. La vinculación a la ley se asocia a un concepto de
aplicación que ha dominado largamente, y del que se encuentran

113
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

antecedentes en los autores franceses, y que consiste en la operación


lógica de subsumir el caso de que se trata en la cláusula legal gene-
ral. Subsumir, a su vez, se entiende como identificar el caso particu-
lar como uno perteneciente a la clase genérica de casos enunciados
en la cláusula general. Este concepto de aplicación así entendido es
importante, pues se desliga de la interpretación propia.
b) El segundo supuesto es el del verum sensum, asociado al tema
de la claridad. El legislador es entendido en su materia, sabe lo que
hace, en cierto modo es infalible, pues el margen de error es peque-
ño, casi inexistente. Expresa lo que piensa y quiere, de manera cla-
ra, que no suscita dudas. De ahí que la interpretación busque
capturar ese pensamiento o intención, genuinamente expuestos en
las palabras de que se vale para comunicarlos. Se puede entonces
hablar del verdadero sentido como el pensamiento o intención au-
ténticos del autor de la ley. Para que esto sea posible es necesario
suponer la doctrina de la claridad. Aquí hay implicadas dos cosas:
una, que el autor de la ley tiene un pensamiento claro que el len-
guaje corriente puede captarlo y expresarlo, y otra, que una vez ex-
presado ese pensamiento, el destinatario o intérprete puede captarlo
sin dificultad o dudas. A esto alude la doctrina de la claridad que
manejan los juristas. En rigor, la claridad es una propiedad de los
conceptos o ideas, no de las palabras. Éstas, a su vez, significan los
conceptos e ideas de quien se vale de ellas. Por eso “el sentido cla-
ro” o “el sentido oscuro” no puede referirse sino a este plano noe-
mático de las ideas significadas.4 Como señalaba Descartes, una idea
clara y distinta posibilita una intuición evidente, esto es, la apre-
hensión intelectual directa e inmediata de un contenido, de ma-
nera indubitable.
c) Un tercer supuesto es el de la suficiencia de la sola letra, o
para decirlo de modo general, el primado de la literalidad. Frente
a la dualidad letra y espíritu, se da primacía a la letra, lo que quie-
re decir que sólo a partir de los enunciados en palabras el intér-
prete puede y debe llegar a captar el verdadero sentido. Puede
ponerse esto en conexión con la pretensión del protestantismo que
declaró la suficiencia de la sola letra en la interpretación bíblica.

4
El tema lo he examinado en trabajos anteriores, especialmente en “Cultura
jurídica en perspectiva hermenéutica”, Anuario de Filosofía Jurídica y Social, Nº 20,
pp. 513 y ss.

114
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

Pero los juristas buscan satisfacer más bien el principio de seguri-


dad: un sistema que garantice un solo resultado. Cood y Fabres
piensan que el primado de la literalidad ha sido convertido en pres-
cripción legal y que en tal virtud es la primera y más importante
regla interpretativa. Por eso, para ellos, tenor literal y sentido cla-
ro son solidarios y giran en torno a un solo tema, el de los signifi-
cados no controvertidos ni controvertibles, que quedan prendidos
en la sola letra. En conexión con esto se encuentra el aforismo in
claris non fit interpretatio: la interpretación que le dan los autores es
que si el sentido es claro, el juez debe aplicar la ley “sin interpreta-
ción alguna”. De aquí resulta que la interpretación se concibe como
una actividad auxiliar, técnicamente reglada, que en rigor sólo pro-
cede en caso de duda u oscuridad. Cuando el sentido es claro no
se habla en propiedad de interpretación, sino de aprehensión in-
mediata y directa de un sentido, que es el pensamiento o voluntad
auténticos del legislador. La oscuridad se asocia con la duda, esto
es, con la posibilidad de varias interpretaciones de una misma pa-
labra o enunciado.
d) Finalmente, debe tenerse como un cuarto supuesto la iden-
tificación del sentido con el pensamiento o intención del legisla-
dor. A esta forma se le da el nombre de interpretación subjetiva.
El intérprete enfrenta un enunciado y a través de él capta el ver-
dadero pensamiento o intención de su autor histórico o real.
Sobre la base de estos supuestos hermenéuticos desarrollan los
autores su versión de las reglas de interpretación. La circunstancia
que no sometan a discusión la validez de esos supuestos muestra
que la posición que adoptan los autores es de carácter exegético,
según lo hemos definido anteriormente. Se trata de una versión,
porque los enunciados legales son enunciados que no escapan a la
comprensión que de ellos pueda tenerse. Pueden ser interpreta-
dos de una u otra manera, y en razón de esta posibilidad, requiere
cada una de esas interpretaciones de una justificación. Pero esto
último es la tarea de la teoría hermenéutica.
El inciso 2º del art. 19 dice: “Pero bien se puede, para inter-
pretar una expresión oscura de la ley, recurrir a su intención o es-
píritu, claramente manifestados en ella misma, o en la historia
fidedigna de su establecimiento”. El comentario que Cood y Fabres
hacen de este enunciado es el siguiente: “Según lo decían las Par-
tidas, la oscuridad de la lei existe en dos casos: 1º cuando no pue-
de entenderse absolutamente, i 2º cuando se presta a dos o más

115
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

interpretaciones, lo que se conoce con el nombre jenérico de am-


bigüedad. Es mui difícil, casi imposible, que el primer caso llegue a
presentarse, dado el gran número de personas que intervienen en
la formación y aprobación de las leyes; el segundo, por el contra-
rio, se presenta con mucha frecuencia. La oscuridad de ambas cla-
ses puede provenir, ya de vicio en la redacción de la lei, ya de
modismos de lenguaje, de que no está exento el Lejislador, i que
varían con las épocas. La disposición de este 2º inciso es mui lóji-
ca, puesto que debe suponerse que el Lejislador haya querido ar-
monizar todas sus disposiciones con su pensamiento o espíritu, i
era, por lo demás, mui necesaria, porque, aun cuando la lei sea os-
cura, puede llegar el caso de aplicarla, i es forzoso entonces atri-
buirle algún sentido”. Y agregan algo importante: “Ya hemos dicho
que en las leyes no se consignan ahora los fundamentos en que se
apoyan, así que entre nosotros será mucho más raro descubrir en
la lei misma su espíritu, que lo fue, v. g. en los Derechos Romano i
Español. El medio más seguro i eficaz de que ahora podemos echar
mano para conocer ese espíritu es la historia fidedigna del estable-
cimiento de la lei. Las discusiones que preceden en las Cámaras
Lejislativas a la aprobación de las leyes, las opiniones vertidas e in-
dicaciones propuestas en el seno de las comisiones encargadas de
estudiarlas, los proyectos de leyes i de códigos, i los preámbulos que
suelen precederlos, son buenas fuentes de consulta, i forman la his-
toria fidedigna del establecimiento o, mejor dicho, según la expre-
sión constitucional, de la formación de la lei.”
Este comentario merece, por su parte, varias observaciones. Des-
de luego, hay que destacar que se maneja la distinción claridad/os-
curidad asumiéndola, pero sin examinarla. Se trata de una distinción
importante, que aparece en muchos autores, desde el siglo XVII en
adelante. En la Alegoría de la Caverna de Platón claridad y oscuridad
se utilizan para significar la verdad y el error y la condición ontoló-
gica de los seres en el mundo. Con la recepción en el cristianismo,
la claridad y la oscuridad se llenan de significado religioso. En el mun-
do moderno, sin abandonar la tradición, la claridad como atributo
de las ideas o conceptos, es manifestación de algo que excluye la
duda. Por eso Descartes la convierte en una noción central de su teo-
ría de la verdad, como puede apreciarse en el primer precepto del
método, que la asocia a una intuición infalible. En Discurso del Méto-
do, el conocido pasaje donde desarrolla los preceptos del método,
dice: “Fue el primero, no admitir como verdadera cosa alguna, como
no supiese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente

116
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada


más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu,
que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda”.5 Poco des-
pués, ha sido Leibniz quien se ha preocupado de definir estos tér-
minos de claridad y oscuridad, en un breve trabajo de 1684. Dice aquí
que “una noción es oscura cuando no basta para hacer reconocer la
cosa representada, como en el caso en que yo tuviera alguna idea
vaga de una flor o de un animal que hubiese ya visto, pero que no
fuese suficiente para poderlo reconocer si se ofreciera a mi vista, ni
distinguirlo de algún animal semejante; o como en otro caso en que
considerara algún término mal definido por la escuela, tal como la
entelequia de Aristóteles, o la causa en tanto que es común a la ma-
teria o a la forma, eficiente o final, y otras expresiones semejantes
de las que no tenemos ninguna definición segura, lo cual torna igual-
mente oscura la proposición de la que forma parte tal noción. Un
conocimiento es, pues, claro cuando basta para hacerme reconocer
la cosa representada, y es, además, confuso o distinto: confuso, cuando
no puedo enumerar separadamente los signos necesarios para ha-
cer distinguir una cosa entre las demás, bien que esta cosa tenga, en
efecto, tales signos, así como los datos requeridos para que se pueda
analizar la noción de ella. Es así como reconocemos bastante clara-
mente los colores, los olores, los sabores y los demás objetos particu-
lares de los órganos sensibles, y los distinguimos los unos de los otros
por el simple testimonio de los sentidos y no por los signos del len-
guaje; y por esta razón no podemos explicar a un ciego lo que es el
rojo, ni hacer conocer a los demás las cualidades de este género, sino
poniéndoles en comunicación directa con ellas, es decir, haciéndo-
les ver, oler y gustar, o por lo menos suscitándoles cierta sensación
que hayan experimentado; y, sin embargo, es cierto que las nocio-
nes de estas cualidades son compuestas y pueden analizarse, puesto
que tienen sus causas. De igual modo, vemos a menudo pintores y
otros artistas juzgar muy bien que una obra es buena o defectuosa,
sin poder dar cuenta de su juicio, y responder a los que le piden su
opinión en forma tal, que lo que ellos desaprueban deja un no sé qué
que desear”. En cambio una noción es distinta cuando se pueden enu-
merar los signos distintivos suficientes.6

5
DESCARTES, René, Discours de la Méthode, Bibliothèque de la Pléiade, Galli-
mard, 1953, p. 137.
6
LEIBNIZ, “Meditaciones sobre el conocimiento, la verdad y las ideas”, en Tra-
tados Fundamentales, pp. 149-150, Losada, Buenos Aires, 1946.

117
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

De acuerdo con este análisis de Leibniz, la claridad es una con-


dición o estado que poseen las ideas o conceptos en su relación
con un sujeto cognoscente. Una idea o concepto se percibe como
claro y dentro de esta claridad como confuso o distinto, según la
posibilidad de señalar separadamente los signos distintivos. Es im-
portante destacar que la claridad u oscuridad son atributos de las
ideas que se hacen presentes en su relación con un sujeto, es decir
son subjetivos en este sentido. Los juristas han recibido ciertamen-
te esta distinción y han hecho uso de ella, pero han construido una
posición en que esos atributos aparentemente se muestran como
si fueran objetivos, sin depender del sujeto intérprete. Por eso, los
autores Cood y Fabres asumen que la oscuridad se presenta en las
situaciones que señalan, y que arranca de las distinciones de las Par-
tidas. Pero saber cuándo y cómo estamos frente a una situación de
claridad u oscuridad es un problema que queda sin resolver. Este
tema, sin embargo, ha llamado la atención de autores contempo-
ráneos, como se verá más adelante.
Hay que recordar aquí algunas afirmaciones de Portalis en el
discurso de presentación del Proyecto de Código Civil francés:
“Cuando la ley es clara, es preciso seguirla; cuando es oscura, es
preciso profundizar sus disposiciones. A falta de ley, hay que recu-
rrir a la costumbre o la equidad. La equidad es el retorno a la ley
natural, ante el silencio, la contradicción o la oscuridad de las le-
yes positivas”.7 Aquí hay formulado un modelo que determina los
caminos a seguir. Supuesto un enunciado claro, se aplica; si es os-
curo, hay que recurrir a distintos otros factores para captar su sig-
nificado. A falta de enunciado legal, se recurre a la costumbre o la
equidad; esta última es la posibilidad de volver al Derecho natural,
e incluso extiende su influencia no sólo en caso de silencio, sino
también de contradicción u oscuridad. Este modelo elimina el res-
cripto del legislador, y señala los caminos a seguir en caso de clari-
dad y oscuridad.
La influencia de esta dualidad claridad/oscuridad puede ras-
trearse en los autores más distintos, de los siglos XVIII y XIX, y es
un signo de que hay un modo de pensar ampliamente extendido
que no ve mayor dificultad en el uso práctico de la claridad, y lo
mismo ocurre en caso de oscuridad. Se da por establecido que pue-
de determinarse de un modo indiscutible cuándo se está en pre-

7
Citado por J. Berchmans Vallet Goytisolo, op. cit., p. 771.

118
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

sencia de nociones claras u oscuras, aunque no se indica la mane-


ra de hacerlo. Unos pocos ejemplos pueden servir a este respecto.
Jean Domat señala que es necesario interpretar “cuando se encuen-
tra en una ley alguna oscuridad, alguna ambigüedad o cualquier
otro defecto de expresión”.8 Otro autor, como E. Vattel, en lenguaje
cartesiano, escribe: “Si las ideas de los hombres fuesen siempre dis-
tintas y perfectamente determinadas; si no tuviesen para enunciar-
las más que términos propios y expresiones igualmente claras,
precisas y susceptibles de un sentido único, no habría jamás difi-
cultad ninguna en descubrir su voluntad en las palabras que han
querido expresarla, y bastaría sólo entender la lengua; pero el arte
de la interpretación no por eso sería un arte inútil”. Y en otro pá-
rrafo añade: “La primera máxima general sobre la interpretación,
es que no se permite interpretar lo que no necesita interpretación. Cuan-
do un acto está concebido en términos claros y precisos; cuando
está claro su sentido y no induce a ningún absurdo, no hay razón
para negarse al sentido que presenta naturalmente. Querer buscar
en otra parte conjeturas para limitarle o extenderle, es querer elu-
dirle; y si se admite una vez este método peligroso, no habrá acto
ninguno que no se inutilice. Aunque brille la claridad en todas las
disposiciones de un acto, y esté concebido en los términos más pre-
cisos y claros, todo será inútil si se permite buscar razones extra-
ñas para sostener que no se puede entender en el sentido que
presenta naturalmente”.9 Otro autor, de otra tradición, como
William Blackstone, trabaja con la dualidad claridad/oscuridad, se-
ñalando que en caso de duda hay que acudir a otros factores, como
el contexto y los proemios de las leyes.10
Todos estos autores exhiben una misma formación cartesiana.
El significado de la máxima in claris non fit interpretatio se ve en Vat-
tel, por ejemplo. Si los conceptos son claros, en sentido cartesia-
no, esto es, que permiten aprehender de modo inmediato su
contenido, en forma evidente, entonces la intuición excluye toda
otra vía; por eso la interpretación, que se concibe aquí como una
técnica auxiliar, es eliminada como camino de acceso a los signifi-
cados, esto es, los conceptos. La teoría lingüística subyacente es que

8
DOMAT, Jean, Les Lois Civiles dans leur Ordre Naturel, p. 4, t. I, Paris, 1723.
9
VATTEL, Emmerich de, Derecho de Gentes, o Principios de la Ley Natural, pp. 239,
240 y 241, t. II, Paris, 1824.
10
BLACKSTONE , William, Commentaries on the Laws of England, vol. I, edición
facsimilar de 1765, The University of Chicago Press, pp. 59-60, Chicago, 1979.

119
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

las palabras tienen significados propios, inmediatos, naturales, y que


estos no dejan margen de duda. Lo que se llama tenor literal o li-
teralidad es el significado propio, natural o inmediato. Por eso re-
sulta perfectamente consistente con estas ideas el enunciado del
Proyecto de Código Civil francés, que dice en su apartado V: “Cuan-
do una ley es clara, no ha de eludirse su letra bajo pretexto de pe-
netrar su espíritu; y en la aplicación de una ley oscura, se debe
preferir el sentido más natural y aquel que es menos defectuoso
en la ejecución”. Una formulación similar la contiene el Código
Civil de la Lousiana de 1825,11 que se consideró en la elaboración
del art. 19 de nuestro Código Civil.
En los siglos XVIII y XIX la interpretación todavía se concibe
como técnica auxiliar para ciertas situaciones. Al cruzarse este con-
cepto con la dualidad claridad/oscuridad adquiere ese significado
que advertimos en esos autores, esto es, reducir la actividad inter-
pretativa sólo a los casos de oscuridad. Esta es la inspiración gene-
ral de los autores que se inscriben en la Escuela de la Exégesis,
según se comprueba con los textos citados, y que recogen los au-
tores nacionales Cood y Fabres.
Cuando se enfrenta un enunciado de significado oscuro, se
puede acudir a lo que se nombra en el inciso 2º del art. 19 como
intención o espíritu “claramente manifestados”, o a la historia fi-
dedigna del establecimiento de la ley. Esta última parte los autores
la remiten, como se hizo por autores franceses, a las actas de deba-
tes en el Parlamento, los proemios de las leyes, etc. Los términos
intención y espíritu no son tema de estudio de parte de los auto-
res, ni lo que puede significar “claramente manifestado”.
Dejando de lado los comentarios al art. 20 sobre cómo enten-
der el significado de las palabras, quiero abordar el examen al
art. 22, sobre el contexto. Dicen los autores: “Así se conoce el espí-
ritu del lejislador, porque no es de presumir que haya incurrido en
contradicción, diciendo en la disposición clara alguna cosa opues-
ta a la que quiso decir en la disposición oscura. El principio que
establece este artículo se funda en que debe haber unidad en la lei,
puesto que el pensamiento del Lejislador es uno, i es claro que den-
tro de su plan o sistema jeneral, debe haber encerrado i distribui-

11
El Título Preliminar, art. 13, dice: “Quand une loi es claire et sans ambi-
guité, il ne faut point en éluder la lettre, sous pretexte d’en pénétrer l’esprit”. En
Apéndice, Interpretación Jurídica, de Carlos Ducci Claro, Editorial Jurídica de Chi-
le, 1977.

120
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

do con lójica i consecuencia todas sus prescripciones. Existirá, pues,


entre todos los preceptos de la lei estrechísimo enlace, i de aquí la
necesidad de estudiar el Derecho en sus principios fundamentales
i en su conjunto armónico”. No obstante el literalismo que se ex-
presa en el comentario al art. 19, acá se acentúa la esencial unidad
del Derecho, que se entiende como un plan o sistema general, en-
tre cuyas distintas partes tiene que haber enlaces lógicos. Esto se
pone en conexión con la necesidad de ver los principios fundamen-
tales del Derecho como elementos que contribuyen y forman esa
unidad. Pero esta concepción queda como un trasfondo teórico que
no influye en el esquema claridad/oscuridad ya asumido. Tal vez
pueda servir para explicar la limitación que tiene la interpretación
literal en “el monstruoso absurdo”, según el texto antes citado.
Los comentarios al art. 24 son importantes y hay que ponerlos
en conexión con lo anterior. Sobre el espíritu general de la legisla-
ción, que el art. 24 menciona, escriben: “El espíritu jeneral de la
legislación no puede ser conocido sino después de estudiarla toda,
o al menos, aquellas partes que tengan relación con la materia de
que se trate; a veces es mui difícil percibirlo, i entonces natural-
mente son débiles los argumentos que en él se funden. Constitu-
yen, por ejemplo, espíritu jeneral de la legislación el que la mujer
casada deba estar bajo la potestad del marido, dar amplias garan-
tías a los intereses de los menores, facilitar la división de la propie-
dad i la circulación de los capitales, evitar que los terceros sean
perjudicados por actos que no hayan conocido ni debido conocer,
ejecutados por otras personas, etc.”.
Sobre la equidad dicen lo siguiente: “La equidad natural es la
base de todas las lejislaciones, verdad reconocida por la inmensa
mayoría, si no por la totalidad de los autores i jurisconsultos. I el
Derecho Natural no solo es fuente, sino complemento de la lejisla-
ción, porque en los casos no previstos o no resueltos claramente
por la lei positiva, la solución dependerá muchas veces de la justa
aplicación de la lei natural. Adviértase, pues, que al hablar este ar-
tículo de la equidad natural, no se ha referido a la virtud que tem-
pla o suaviza el rigor de la lei, pues si ésta existe, el juez es obligado
a aplicarla, sino a la virtud que, inspirándose en los principios de
justicia natural i eterna, suple el silencio de la lei escrita, i comple-
menta, por decirlo así, la obra del Lejislador. A veces es menester
contrariar aparentemente los preceptos del Derecho Natural para
garantir importantes intereses sociales. Así, aunque el contrato ce-
lebrado con pleno conocimiento i voluntad por un menor le obli-

121
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

gue en conciencia, el Código lo considera nulo, porque ha ad-


vertido que de lo contrario se abusaría engañando al menor, pre-
suntivamente falto de conocimiento y experiencia”.
La breve explicación que dan los autores sobre la expresión “es-
píritu general de la legislación” no permite avanzar demasiado, pero
sugieren que se trata de ciertas ideas o directrices que informan la
legislación. Esto se aproxima a lo que después se llamarán princi-
pios jurídicos. La equidad en que piensan los autores es la que se
emplea como mecanismo de integración en caso de laguna. Esto está
de acuerdo con la idea general dominante de aceptar como excep-
cional los casos de dificultades en la expresión y los vacíos legales.12
No estoy interesado en estudiar la historia de nuestra codifica-
ción, sino más bien en presentar el estudio que hacen estos auto-
res como una versión característica, que se formó en los inicios del
establecimiento de la reglamentación de la interpretación. En ella
puede apreciarse cómo el primado de la literalidad se conjuga con
la necesidad de apoyarse en conceptos y principios generales para
alcanzar la solución mejor y más justa en ciertos casos. En realidad
se trata de dos cosas distintas, que es imposible armonizarlas, pues
trabajan con supuestos por completo opuestos. El primado de la
literalidad supone concebir la clásica dualidad letra y espíritu de
una cierta manera, en que la letra por sí sola basta, y la otra posi-
ción enfrenta la dualidad como una gradualidad, en que se comien-
za con la letra para acceder por diversos medios a los conceptos y
principios generales. Hay dos modelos diferentes y opuestos para
entender la interpretación.
Otro autor, de fines del siglo XIX, que escribe sobre interpre-
tación y que también se inclina por una posición puramente exe-
gética, es Paulino Alfonso. En un trabajo sobre la interpretación
de la ley, comienza ofreciendo la siguiente definición de interpre-
tación: “Llámase interpretación de las leyes la determinación del ver-
dadero sentido de ellas, especialmente cuando su sentido es oscuro
o se presta a dudas”.13 Aquí hay que notar la subsistencia del verum

12
Sobre la historia del art. 24 del Código Civil y la expresión “equidad natu-
ral” puede consultarse el trabajo de GUZMÁN, Alejandro, “El significado histórico
de las expresiones ‘equidad natural’ y ‘principios de equidad’ en el Derecho chi-
leno”, en Revista de Ciencias Sociales, Nos 18-19, Facultad de Ciencias Jurídicas, Eco-
nómicas y Sociales, Universidad de Valparaíso, pp. 111-143, 1981.
13
ALFONSO, Paulino, “De la interpretación de la ley”, pp. 9-26, en Revista Fo-
rense Chilena, t. VIII, Imprenta Cervantes, Santiago, 1892.

122
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

sensum en una atmósfera cartesiana, en donde juega la dualidad cla-


ridad/oscuridad. Al igual que los autores anteriores, Alfonso adop-
tará una posición exegética, asumiendo ciertos supuestos que no
examina. Por esto plantea lo que ya es conocido, en cuanto a que
las reglas de interpretación son los medios útiles o adecuados para
el fin general señalado en la definición.
Comentando el inciso 1º del art. 19 dice: “Si el legislador, a
quien debe suponerse suficientemente versado en la materia sobre
la cual hace recaer sus disposiciones, y en el lenguaje con que las
expresa, dice algo con claridad, será porque quiere que, así como
lo dice, se entienda y se practique; pues si otro hubiera sido su áni-
mo, no habría dicho lo que dijo, sino una cosa diversa. Dejar, pues,
de entender sus disposiciones en el sentido claro que ellas ofrecen,
bajo cualquier pretexto, aunque sea en razón de las consecuencias
absurdas o perjudiciales a que ello de lugar, aunque sea so capa de
consultar su intención o espíritu, es desobedecer abiertamente su
voluntad soberana, es sublevarse contra la voluntad de la ley, es con-
vertirse de intérprete en legislador”.
Y agrega: “Nunca se insistirá lo bastante acerca de la necesidad
de respetar cual se debe el fundamental principio de interpreta-
ción consignado en el inciso que estudiamos”.
“No sólo provee ese principio a que sea reconocido y acatado
el verdadero pensamiento del legislador; provee también a evitar
las funestas consecuencias que se seguirían de reconocer a los jue-
ces la facultad peligrosísima de interpretar las leyes de una mane-
ra licenciosa y arbitraria. Bajo un régimen semejante no habría
derecho alguno que pudiera considerarse seguro, aun cuando con-
tara con el apoyo aparente de disposiciones legales explícitas y pe-
rentorias. Disminuiríase, pues, en proporción considerable el
beneficio que el establecimiento de las buenas leyes reporta a las
sociedades humanas”.
“No puede negarse que, por la imposibilidad de que el legisla-
dor prevea todos los casos, y por la inconveniencia de que estatuya
sobre casos raros y excepcionales, puede llegar a suceder que la
aplicación de la ley resulte a las veces absurda, inequitativa, y con-
traria a la intención o espíritu del legislador; no puede negarse
tampoco que, en principio, sería tal vez preferible una regla de in-
terpretación según la cual pudiera en tales casos estarse a dicha in-
tención o espíritu”.
“Prácticamente, empero, no es lo mismo; lo sería tal vez si las
leyes hubieran de ser invariablemente aplicadas por hombres de

123
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

integérrima probidad y de rectísimo criterio; mas, como los magis-


trados pocas veces alcanzan en el hecho tan relevantes dotes, los
inconvenientes del sistema que el Código patrocina, si bien efecti-
vos, serán, con mucho, menos graves que los inconvenientes del
sistema opuesto”.
En general, Paulino Alfonso es un continuador del pensamiento
de Cood y Fabres, pero aparece como más definitivo para defen-
der el principio de la primacía de la literalidad. Con los mismos
supuestos que aquellos autores, establece afirmaciones similares. El
legislador es versado en la materia sobre la que legisla, y según lo
señala Alfonso en una suerte de argumento a contrario, si dice algo
con claridad, es porque así quiere, como lo dice, que se entienda
y practique, por el contrario, si no lo quiere, no habría dicho lo
que dijo, sino otra cosa diversa. Sobre el supuesto ya apuntado de
un lenguaje que expresa sin dificultad el pensamiento o voluntad
de su autor, la vinculación del juez a la ley es tal que considera des-
obediencia dejar de entender lo que la ley claramente dice, bajo
pretexto de consecuencias absurdas o perjudiciales. Es sublevarse
contra la autoridad de la ley, convertirse de intérprete en legisla-
dor. El principio de la primacía de la literalidad, asociado a la cla-
ridad, determinan no sólo un estado de cosas seguro, en el sentido
de saber a qué atenerse –el concepto corriente de seguridad jurí-
dica–, sino vela por el progreso de la sociedad.
Pero estos principios no son absolutos, sin excepciones o mo-
dalidades. Dice Alfonso: “Lo dicho no es, empero, un obstáculo
para que pueda y deba a las veces limitarse la natural amplitud de
significado de alguna disposición legal, a mérito de otra disposi-
ción de la ley, sin perjuicio de la cual haya aquélla de entenderse”.
Y agrega: “Como las leyes se hacen con el mayor esmero posible
por personas de ordinario profundamente versadas en las respec-
tivas materias, y hábiles en el manejo de la lengua de que se sir-
ven, es lógico, respecto de ellas, suponer que dicen siempre lo que
quieren decir. Mas, como los actos testamentarios y contratos sue-
len ser otorgados de prisa, y por personas incompetentes, que se
cuidan poco de proveer a la excelencia de la forma gramatical y
literaria en la expresión de su pensamiento, y a sabiendas, la ver-
dadera voluntad de los testadores y contratante, el hacer respecto
de ellos una suposición análoga”. Con esto se deja abierta la posi-
bilidad de no ceñirse siempre y servilmente del principio de la li-
teralidad, pero eso implica salirse del modelo, y entrar en otro, que
es donde tiene lugar propiamente la interpretación.

124
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

Al igual que los autores anteriores, se presentan los dos mode-


los, el modelo que he denominado cartesiano, y el otro que po-
dría llamarse argumentativo o deliberativo. Según la teoría de estos
autores, el sistema reglamentado en la ley se inclinaría por el pri-
mero, en donde sobre la base de los supuestos ya señalados, el in-
térprete-aplicador frente a un enunciado no realizaría propiamente
un proceso interpretativo, sino de manera inmediata y directa, en
un acto intuitivo, captaría el contenido significativo, gracias a la cla-
ridad. De modo excepcional se acudiría al otro modelo, es decir,
habría que determinar el sentido acudiendo a la intención o espí-
ritu, historia fidedigna del establecimiento, contexto, etc. El caso
de las estipulaciones de los actos y contratos es diferente, pues aquí
no se dan todos los supuestos hermenéuticos señalados, y no pue-
de regirse su comprensión por el principio de la literalidad.
La teoría del lenguaje subyacente se muestra en los comenta-
rios al inciso 2º del art. 19 y art. 20. Es interesante destacar la clase
de análisis que realiza Alfonso de esos textos legales. Primeramen-
te define y luego con esas definiciones elabora el correspondiente
comentario. Con respecto al primer texto legal, escribe: “Entién-
dese por oscuro lo confuso, lo falto de claridad, lo poco inteligible.
Llámase ambiguo lo que se presta a dos o más interpretaciones. Aun
suponiendo que la ambigüedad no se comprenda en la oscuridad
a que en este inciso se refiere el Código, parece que cabría siem-
pre establecer por analogía que los pasajes ambiguos pueden ser
interpretados recurriendo a la intención o espíritu de la ley, clara-
mente manifestados en ella misma, o en la historia fidedigna de
su establecimiento. Algo análogo cabe observar respecto de los ca-
sos no previstos por la ley, pero que quepan, sin embargo, dentro
de su intención o espíritu. Acostumbrábase antiguamente acompa-
ñar los preceptos legales de los motivos o razones que habían in-
ducido al legislador a establecerlos. Raras veces se observa ahora
el mismo procedimiento. Mas, aun cuando la razón de la ley no se
exprese en la ley misma, muchas veces podrá, sin embargo, des-
prenderse con evidencia de su contexto”.
Según esta manera de ver la oscuridad, la ambigüedad y la lagu-
na legal quedarían equiparadas. Estas definiciones tienen anteceden-
tes que se pueden rastrear hasta las Partidas. Pero ya aquí se advierte
la influencia del modelo cartesiano. La oscuridad es la negación de
la inteligibilidad, aproximándose así a las precisiones que sobre esto
proporciona Leibniz. El modelo que se construye a partir de aquí
–que he llamado deliberativo o argumentativo– se opone al otro tanto

125
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

como la oscuridad se opone a la claridad. Lo que llama “razón de la


ley” o ratio legis corresponde a la intención o espíritu que figuran en
el enunciado legal. Y más adelante, al examinar un ejemplo relativo
a la porción conyugal, establece que de su solo concepto se deriva
con evidencia la ratio, la que concibe como el fin de la ley. De esta
manera, en caso de oscuridad o ambigüedad o laguna se puede acu-
dir a los fines, siempre que consten de modo evidente.
Pero no es el único modo de enfrentar las oscuridades o ambi-
güedades (o lagunas, en su caso), también se puede acudir a la his-
toria fidedigna del establecimiento de la ley. Y para explicar esta
noción emplea el método de definir cada palabra. Escribe: “Entién-
dese por historia ‘la narración y exposición verdadera de los aconte-
cimientos y cosas memorables’”(Diccionario de la Lengua Española).
Llámase fidedigno (de las palabras latinas fide, fe, y dignus, digno) lo
que es digno de fe o crédito. La palabra establecimiento está tomada
aquí en el sentido de institución de la ley. Según estas definiciones,
se llamará historia fidedigna del establecimiento de la ley la narración dig-
na de crédito de lo que ocurrió al instituirla. Adviértase que, con-
forme a las palabras digna de crédito, no debería considerarse como
fuente de interpretación doctrinal la narración que hiciera alguna
persona privada de lo que oyó decir al redactor de la ley en orden a
su intención o espíritu al dictar tal o cual disposición de la misma:
sería preciso que ello constara de documentos reconocidos como
auténticos, o cuya autenticidad pudiera fehacientemente demostrar-
se. Forman parte, por ejemplo, de la historia fidedigna del estable-
cimiento de la ley, los proyectos de las leyes y códigos, las actas de
sus comisiones revisoras, las discusiones habidas en las cámaras le-
gislativas cuando fueron presentados a su aprobación, etc.”.
Lo anterior hay que ponerlo en relación con el comentario al
art. 20, especialmente su primera parte (“Las palabras de la ley se
entenderán en su sentido natural y obvio, según el uso general de
las mismas palabras”). Escribe: “Entiéndese por natural lo pertene-
ciente a la naturaleza, o conforme a la calidad o propiedad de las
cosas. Sentido natural de las palabras será, pues, el que les corres-
ponda de suyo, por lo que buenamente suenan, sin violencia de nin-
guna especie. Es obvio lo que se encuentra o pone delante de los ojos,
y en sentido figurado, lo muy claro, y que no tiene dificultad. Por
uso general de las palabras no ha de entenderse aquí el uso vicioso,
aunque esté muy generalizado, ya que ha de discurrirse sobre la base
de que el legislador conoce el lenguaje de que se sirve, y lo emplea
correctamente”. Esta doctrina del significado demasiado simple asu-

126
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

me un principio que hoy día difícilmente puede aceptarse, y que está


en consonancia con la posibilidad de captar significados de modo
directo e inmediato, sin dudas. El sentido natural viene a ser el sig-
nificado propio, inmediato y directo de las palabras, excluyendo el
significado oculto, metafórico o indirecto. El modelo cartesiano se
completa así con una doctrina del significado adecuada a la posibi-
lidad de la aprehensión intuitiva, inmediata y directa, sin dudas. Pero
¿qué es, en rigor, el significado? De lo expresado se deriva que signi-
ficado o sentido –ambos términos se emplean como equivalentes–,
consiste en la noción o concepto mentado por la palabra. Si se re-
cuerda el triángulo de la significación, se advierte que el significado
se agota en la relación de la palabra con el concepto o noción. Con
ello se facilita el manejo del modelo cartesiano, es decir, pensar el
lenguaje como un sistema que naturalmente nos lleva a los conceptos
o nociones, de un modo evidente, es decir, sin dudas.
Es importante agregar que Alfonso incluye una pauta para me-
dir el grado de corrección del uso de las palabras, cual es el Dic-
cionario de la Lengua Española. Dice: “Para conocer el sentido
natural y obvio de las palabras, según el uso general de las mismas,
conviene echar mano de un diccionario de la lengua; y parece na-
tural preferir el de la Real Academia Española, a la cual, por tácito
y casi general asentimiento de todos los países en que se habla el
castellano, se reconoce el supremo derecho de legislar, con fuerza
moral obligatoria, en materia de lenguaje. Prescindiendo de la ex-
posición de las demás razones en que este asentimiento se apoya,
cabe observar que las resoluciones de la Real Academia tienen,
cuando menos, el prestigio que les da la sabiduría de este alto cuer-
po, en el que figuran muchas de las personas que más han desco-
llado en el conocimiento y manejo de nuestra lengua”. Con estas
palabras se consagra la autoridad del Diccionario de la Real Aca-
demia Española para decidir sobre los significados de las palabras,
no obstante que el significado depende del uso que se hace de ellas
en las situaciones específicas de la comunicación, según se vio en
el capítulo anterior. La autoridad del Diccionario ha sido seguida
después por autores y tribunales, y ha imperado largamente en
nuestra historia jurídica hasta el presente.14 El Diccionario es tam-

14
En el Repertorio de Legislación y Jurisprudencia Chilenas: Código Civil y Leyes Com-
plementarias, vol. 1, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1996, correspondiente al
art. 20, se contiene un larga lista de sentencias del año 1922 en adelante, que es-
tablecen que el sentido natural y obvio es el que les da el Diccionario de la Real

127
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

bién un elemento de la metodología de la construcción dogmáti-


ca. Esto es así porque se ve la interpretación como actividad auxi-
liar en la resolución de casos.
El uso del Diccionario, en este punto de vista, tendrá especial
importancia en caso de duda u oscuridad. Cuando surge la duda,
se busca precisar los significados, ya acudiendo a la intención o es-
píritu, manifiestos, ya acudiendo a la historia fidedigna. En este
planteamiento hay que considerar la función del contexto. En el co-
mentario al art. 22 escribe Alfonso: “La palabra contexto significa en
su sentido recto ‘orden de composición o tejido de ciertas obras’ y
en su sentido figurado ‘serie del discurso, tejido de la narración,
hilo de la historia’ (Diccionario de la Lengua). Fúndase esta dis-
posición en que es natural suponer que el legislador haya querido
ser lógico y consecuente consigo mismo en toda la trama de sus
disposiciones. Si pues del contexto de la ley se deduce claramente
el pensamiento del legislador, y existe una disposición ambigua u
oscura que, así puede interpretarse en un sentido conforme a di-
cho pensamiento, como contrario a él, es obvio que deberá ser pre-
ferida la primera de estas interpretaciones”. Y más adelante agrega:
“Como las varias partes de una ley se entrelazan y relacionan entre
sí, de la misma manera que las mallas de una trama, o los hilos de
un tejido, y como de aquí resulta naturalmente que la significación
y alcance de las unas se subordina con frecuencia a la significación
y alcance de otras, impónese la necesidad de estudiarlas todas para
penetrarse del verdadero pensamiento del legislador, y darse cuenta
cabal del contexto de su doctrina”. A pesar de la importancia que
se le reconoce al contexto, no afecta al modelo de la claridad. En
el pensamiento de este autor, la claridad es un dato inicial y que

Academia Española. Sin embargo, se incluye otra sentencia, de 1969, en donde


se establece que “si por no estar definido un concepto por el legislador, se hace
necesario recurrir al sentido natural y obvio de las palabras que lo expresan, no
es forzoso someterse al registro de voces que constituyen el diccionario. Prescin-
diendo aun de la consideración de que se trata de un asunto técnico-jurídico, y
encuadrándose en lo puramente lingüístico, legítimo es acudir al significado que,
en las circunstancias en que se dictó la ley, tienen las palabras expresivas del con-
cepto que se trata de esclarecer, porque el sentido natural de una palabra o frase
es el que se le atribuye en el medio en que se emplea y que conoce lo nombrado
por ella”. En este caso se trataba de la expresión “empresas de locomoción colec-
tiva”. Esta última sentencia está más de acuerdo con la semántica contemporá-
nea, e incluso podría aproximársela a la teoría de la “asignación de significados”
del pensamiento analítico.

128
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

se muestra inmediatamente, y la duda, que puede reconocer diver-


sas fuentes, permite acudir al contexto. El concepto de contexto
que maneja es restringido y deriva del significado figurado que ofre-
ce el Diccionario. En suma, se trata de encontrar la unidad cons-
truida sobre enlaces lógicos de las distintas partes. Se reconoce así
la existencia de sistemas conceptuales y de principios que forman
un tramado consistente. Podría decirse que la construcción de sis-
temas jurídicos comienza con la duda, pues es ésta la que pone en
movimiento la actividad indagadora de los enlaces entre las distin-
tas partes del sistema.
Termina Alfonso comentando el art. 24 y su carácter subsidia-
rio, “porque sólo después de establecida la imposibilidad de co-
nocer el verdadero pensamiento del legislador sobre el punto de
que se trate, puede ser lícito derivar su pensamiento probable del
espíritu general de la legislación y de la equidad natural”. Con res-
pecto al concepto de “espíritu general de la legislación”, se limita
a indicar ejemplos, como el que la mujer esté sometida al marido
en su persona y bienes, la garantía de los bienes del pupilo, las
facilidades para la división y circulación de la propiedad, que el
dominio de la propiedad no permanezca incierto más de cierto
tiempo, etc. Estos ejemplos muestran más bien ciertas caracterís-
ticas generales, que pueden configurar principios. Como dice el
autor: “Importa sobremanera el estudio general y filosófico de las
leyes para conocer en cada materia el espíritu general de la legis-
lación”. Posiblemente estén comprendidos en esta expresión los
llamados principios generales del Derecho, o simplemente prin-
cipios jurídicos.
El tema de la equidad lo enfrenta acudiendo al Diccionario de
Escriche, que recoge la doble dimensión que se ha venido anudan-
do en la equidad. De una parte, la moderación del rigor de las le-
yes, y de otra, esa actitud del juez para buscar, en caso de ausencia
de ley, una solución inspirada en principios de la ley natural. En
esta parte repite lo señalado por Fabres y Cood. Conjugando el prin-
cipio de inexcusabilidad con la reglamentación procesal de las sen-
tencias, resulta la admisión excepcional de la laguna y la posibilidad
de resolverla mediante la equidad.15

15
Sobre los antecedentes históricos del principio de inexcusabilidad puede
consultarse “Algunos antecedentes históricos sobre los principios de inexcusabili-
dad y legalidad”, de María Angélica Figueroa, en Revista de Estudios Histórico Jurí-
dicos, XVIII, 1996, pp. 187-196.

129
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Estos autores enfrentan la interpretación asumiendo una de-


terminada versión de la reglamentación legal de la interpretación.
Para ellos el centro de gravedad se encuentra en el enunciado del
inciso primero del art. 19, dando acogida a lo que he llamado el
modelo cartesiano. De acuerdo con éste, se puede aprehender de
modo inmediato y directo el sentido (o significado conceptual) a
partir de la consideración de la sola letra. Esto constituye el llama-
do tenor literal. Palabra y concepto significado se fusionan. Este
acto de aprehensión se produce con caracteres de evidencia, esto
es, fuera de toda duda, con la conciencia de ser así. Dado el supues-
to hermenéutico que se asume, de modo excepcional se da un re-
ducido margen a la duda, permitiendo que se haga presente el otro
modelo de búsqueda o indagación de sentidos, al cual he denomi-
nado modelo deliberativo o argumentativo y que está presidido por
la duda. Ambos modelos se encuentran en una situación de prece-
dencia, pues sólo en caso de duda se da entrada al segundo.
Todo viene a parar a lo siguiente. ¿Cuándo y cómo se produce
la duda? En otros términos, ¿cómo se constata la oscuridad, la am-
bigüedad o la laguna? ¿Hay criterios estables y establecidos previa-
mente que garanticen encontrarse en situación de duda? En
realidad todo gira en torno al sujeto y los estados de conciencia de
éste, de manera que no es posible establecer criterios objetivos. La
evidencia y la duda son estados subjetivos y no se puede controlar
su aparición. De manera que si a alguien le parece que un enun-
ciado es claro y que de modo evidente entiende lo que se le mani-
fiesta, para otro puede ocurrir algo diverso y no parecerle claro ni
evidente su sentido conceptual. Esta situación crea una gran ines-
tabilidad en la relación entre ambos modelos que hace impredeci-
ble la legitimidad del uso de cualquiera de ellos. Pienso que esta
dificultad ha estado presente tácitamente en los planteamientos de
los autores posteriores y sobre todo en las decisiones judiciales o
de los órganos de la administración del Estado. El enunciado del
art. 19, inciso primero, contiene una apelación a un estado de con-
ciencia no controlable del modo que los autores buscaban para la
causa de la seguridad. La claridad y la oscuridad son ciertamente
propiedades de los conceptos, como se ve en Leibniz, pero lo son
en relación a un sujeto que los piensa. Por eso desde un punto de
vista hermenéutico la claridad y la oscuridad no son datos iniciales
que se presenten de modo inmediato, sino atributos que se deter-
minan en el proceso de la interpretación. No se eliminan estos atri-
butos, sólo se les da una ubicación diferente, en los resultados de

130
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

la interpretación. Sólo una vez examinado un enunciado y puesto


en relación con otros puede afirmarse que es claro u oscuro. La con-
textualidad pasa a ser determinante y no el acto intuitivo inicial.

LOS PLANTEAMIENTOS DE LUIS CLARO SOLAR

Luis Claro Solar representa una innovación importante en la ver-


sión que los autores anteriores venían dando a la reglamentación
de la interpretación. Alejandro Guzmán, en un trabajo sobre la his-
toria de la reglamentación sobre la interpretación, señaló en su
momento el particular giro dado por Claro Solar al significado de
esa reglamentación, al acoger la doctrina de los cuatro elementos
de Savigny.16
Alejandro Guzmán tiene su propia versión del significado de
la reglamentación sobre la interpretación, y desde ella impugna tan-
to la versión literalista de Cood, Fabres y Alfonso, como la versión
que ofrece Claro Solar, que significa un cambio con respecto a la
anterior. Pero antes de examinar esas críticas, voy a citar algunos
textos.
Escribe Claro Solar: “El juez está siempre obligado a aplicar la
ley que resuelve el conflicto de derechos sometido a su fallo y para
hacerlo necesita posesionarse del sentido, del pensamiento de la
ley, por entero y en toda su fuerza, transportándose al punto de
vista del legislador y reproduciendo artificialmente sus propias
operaciones. Por eso define Savigny la interpretación diciendo que
es “la reconstrucción del pensamiento contenido en la ley”. Toda
ley exige esta interpretación para poder ser aplicada a un caso
determinado. Es una falsa idea de la interpretación creer que no
es necesario recurrir a ella sino cuando las leyes son obscuras e in-
suficientes. La interpretación de la ley no difiere en este sentido
de la interpretación de todo otro pensamiento expresado por el
lenguaje”.17
En este texto Claro Solar mantiene el principio de la interpre-
tación verdadera. En las Definiciones con que comienza el capítulo

16
G UZMÁN BRITO, Alejandro, “Historia dogmática de las normas sobre inter-
pretación recibidas por el Código Civil de Chile”, en Interpretación, integración y
razonamiento jurídicos, pp. 41-87, Editorial Jurídica de Chile, 1992.
17
CLARO SOLAR, Luis, Explicaciones de Derecho Civil Chileno y Comparado, cap. VI,
p. 121, t. I, 2ª ed., Editorial Jurídica de Chile, 1978.

131
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

dedicado a la interpretación establece que “interpretar una ley es


fijar su verdadero sentido y su alcance”. Hay un sentido verdadero
que consiste en el pensamiento del legislador. Acoge así, como los
anteriores autores, la interpretación llamada subjetiva, esto es aque-
lla que se transporta al punto de vista del legislador y reproduce
artificialmente sus operaciones. Betti, como se vio, señala a este res-
pecto que el intérprete rehace el iter hermenéutico, en el sentido que
reproduce en sentido inverso las operaciones que ha hecho el au-
tor de la ley. Esta idea la tomó Claro Solar de Savigny, que a su vez
en esta parte se abre a las corrientes románticas. La obra que cita
es el Sistema de Derecho romano actual, en su versión francesa, y que
representa la última etapa del pensamiento de Savigny. Se aparta
de esta manera de la línea exegética que habían seguido los ante-
riores autores, pues plantea que la interpretación es siempre una
operación exigida y no sólo en caso de oscuridad. Esto quiere de-
cir que aquí la interpretación deja de ser ese instrumento auxiliar
utilizable en la alternativa de oscuridad (el modelo deliberativo).
El cambio que introduce no es sólo la introducción de los cuatro
elementos, sino sobre todo el intento de plantear una forma dis-
tinta de entender la interpretación. Y es un intento, porque la nueva
forma de entender la interpretación no se desliga de la dualidad
claridad/oscuridad, que determina la operación de los dos mode-
los, según se ha visto. Pero para apreciarlo, es previo abordar bre-
vemente el contenido de los elementos de la interpretación.
Los cuatro elementos que tomó de Savigny van a ser acogidos
rápidamente y mantendrán hasta nuestros días su actualidad, en
la medida que los autores y los mismos tribunales razonan en los
términos de esos elementos. El siguiente pasaje recoge los elemen-
tos: “Se distinguen en la interpretación cuatro elementos: gramati-
cal, lógico, histórico y sistemático. El elemento gramatical de la
interpretación tiene por objeto las palabras de que se sirve el legis-
lador, es decir, el lenguaje en las leyes. El elemento lógico tiene por
objeto la intención o espíritu de la ley o las relaciones lógicas que
unen sus diversas partes. El elemento histórico tiene por objeto el
estado del derecho existente sobre la materia a la época de la con-
fección de la ley, para precisar el cambio introducido en la legisla-
ción por la ley interpretada. El elemento sistemático tiene por objeto
el lazo íntimo que une las instituciones y las reglas del derecho. El
legislador tenía ante sus ojos este conjunto, así como los hechos
históricos que motivaron la ley, y para posesionarnos de su pensa-
miento íntegro, debemos explicarnos claramente la acción ejerci-

132
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

da por la ley sobre el sistema general del derecho y el lugar que la


ley ocupa en él. Estos diversos elementos no son cuatro clases dis-
tintas de interpretación, entre las cuales se pueda elegir, según el
gusto y el capricho de cada cual: son sólo cuatro operaciones di-
versas, cuya reunión es indispensable para interpretar la ley”.
Estos elementos son principios, según como se los considere,
que apuntan en la dirección de distintas dimensiones que es pre-
ciso considerar en la interpretación. El gramatical y el lógico co-
rresponden a lo que, en general, Suárez había recogido como las
partes de la ley: littera, mens y ratio. La novedad de Savigny es po-
ner este compuesto en perspectiva histórica y sistemática, como allí
aparecen definidos. El elemento histórico no es la historia del es-
tablecimiento de la ley, sino algo diferente, y el sistemático no es
el sistema lógico, que en parte está ya en el elemento lógico, sino
la idea de sistema que sostiene Savigny.
Estos elementos o dimensiones de la ley, que determinan ca-
minos o vías de acceso al verum sensum, son puestos en relación con
la dualidad claridad/oscuridad. Después de haber declarado que
cada elemento no da origen a una interpretación distinta, sino que
es necesaria la reunión de todas las dimensiones de la ley para apre-
hender su sentido verdadero, en otro párrafo señala lo siguiente:
“La obra del intérprete, como hemos dicho, es reconstruir el
pensamiento del legislador y como el legislador ha formulado su
pensamiento en un texto, la letra de la ley es la expresión del pen-
samiento del legislador. Cuando la ley es clara, tenemos este pen-
samiento netamente declarado, conocemos la intención del legis-
lador por su propia boca y no podemos eludirla; y el juez debe,
por graves que sean las consideraciones que se puedan oponer a
la ley, aplicarla tal como está escrita. No quiere decir esto, sin em-
bargo, que el intérprete deba atenerse servilmente al texto de la
ley, lo que nos llevaría a la interpretación que vulgarmente se lla-
ma judaica, es decir, que a fuerza de respetar el texto, viola el pen-
samiento del legislador, que es lo que constituye su voluntad, y por
consiguiente, la esencia de la ley. Cuando el texto deja la menor
duda, diremos con los jurisconsultos romanos que no es conocer
la ley saber sus términos, que es necesario penetrar la corteza para
posesionarse de la verdadera voluntad del legislador”. Aquí se ad-
vierte el peso de la expresión sentido claro del art. 19, inciso 1º, pues
se vuelve al tema que había preocupado a Cood, Fabres y Alfonso,
en el sentido de que los enunciados claros son aquellos que permi-
ten captar su sentido de modo inmediato y directo, en un acto in-

133
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

tuitivo infalible, de manera evidente. En estos autores constituye


un pilar de la seguridad jurídica. Claro Solar no se rinde del todo
a este modo de ver las cosas, pues advierte el peligro de caer en lo
que se llamó interpretación judaica y que es el culto a la literali-
dad.
Más que en una inconsecuencia en su planteamiento, pienso
que en Claro Solar hay un esfuerzo por conciliar la doctrina de la
interpretación no literalista, de raíz romántica, que tomó de Savig-
ny, y la dualidad claridad/oscuridad con sus respectivos modelos.
Esto significa pensar que los dos modelos, el cartesiano y el delibe-
rativo, no se encuentran en una tensión de oposición máxima, tanto
como lo claro y lo oscuro, sino que hay matices intermedios. Como
se cuida de anotarlo, “suponemos que la ley es clara, es decir, que
no deja duda alguna sobre su sentido literal. Decir, en tal caso, que
el pensamiento del legislador es otro que el que aparece escrito
en un texto claro y formal, sería acusar al legislador de una grave
ligereza y el intérprete no tiene tal derecho”. Nuevamente se cita
el inciso 1º del art. 19 para destacar que todas las afirmaciones cen-
trales dichas están consagradas en su enunciado. Por eso, dados los
supuestos hermenéuticos que esta posición implica, “es, pues, al te-
nor literal lo primero a que debe atenderse y para fijarlo el Código
ha cuidado de dar algunas otras reglas”. Lo que se llama tenor lite-
ral aquí se despliega como los significados naturales y obvios, inme-
diatos, directos, según el uso general, y como pauta reguladora de
esos significados el Diccionario de la Real Academia Española.
Pero ante “la menor duda”, dato subjetivo, como se ha indica-
do, se deja el modelo literalista y se ingresa en el otro, de búsque-
da de un sentido por medio de los distintos “elementos”. La
primacía de la literalidad depende en su función práctica del dato
subjetivo de la duda, es ella la que determina su operación o su
abandono. Si se presenta la duda, el enunciado se torna oscuro y
procede el ingreso al otro modelo. Dice Claro Solar: “Mas si la ley
es obscura habrá que recurrir forzosamente a los otros elementos
de la interpretación, o sea, a la interpretación lógica, que del con-
texto y armonía de las diversas partes de la ley, de la historia de su
establecimiento y del papel que la ley está llamada a llenar en el
sistema general de la legislación, nos deducirá la intención o es-
píritu del legislador”. Como ya había señalado antes, los cuatro
elementos se agrupan en dos, dando lugar a dos formas de inter-
pretación: la interpretación gramatical, que tiene por objeto el ele-
mento gramatical, y la interpretación lógica, que reúne los otros

134
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

tres elementos. Esta segunda pone el contexto como lo determi-


nante (que está recogido en el art. 22).
Pero “si esta comparación de las diversas partes de la ley no
pone suficientemente en claro la intención o pensamiento del le-
gislador, habrá que completarla con el estudio de la historia de la
ley o de las leyes análogas; y en último término habrá que consul-
tar el espíritu general de la legislación y la equidad natural que
constituyen los otros elementos de la interpretación”.
Con respecto a la ratio dice Claro Solar: “El legislador no obra
sin un motivo. Con esta palabra designamos no sólo la causa de-
terminante, o sea, la regla superior de derecho de donde sale la
ley como una deducción y consecuencia, sino también el efecto que
la ley está llamada a producir: aquélla y éste están comúnmente re-
unidos en el pensamiento del legislador. La determinación de los
motivos de la ley pondrá en claro el pensamiento del legislador y
ella será relativamente fácil cuando se conoce la historia del esta-
blecimiento de la ley”. Se trata de la ratio como el fundamento o
base de la ley, y la ratio como el fin. Son en realidad dos perspecti-
vas diferentes, pero que se superponen, y de ahí muchas veces las
confusiones. Es interesante, en todo caso, la observación de este
autor, porque el modelo deliberativo conduce en último término
al tema de los principios del Derecho. Aun cuando no desarrolla
mayormente el tema de los principios, como tampoco el de la equi-
dad, puede advertirse que en el modelo deliberativo la marcha se
hace desde la literalidad, cuando se ha descartado la posibilidad
de determinar un sentido a partir de la sola letra, y se busca en
seguida mediante el contexto establecer la intención del legislador,
utilizando también como complemento la dimensión histórica, ya
en el sentido de Savigny, ya en el sentido de la historia del estable-
cimiento de la ley. Finalmente, está la ratio como factor de deci-
sión en cuanto a establecer los sentidos dudosos.
Nuevamente aquí la apelación a la duda pasa a constituirse en
la instancia crucial para la opción entre los modelos. Antes de pro-
seguir, quiero detenerme en el análisis que hace Alejandro Guzmán.

LAS CRÍTICAS DE ALEJANDRO GUZMÁN BRITO

Este autor ha emprendido la tarea de mostrar cuán erradas han


sido tanto la versión literalista de Cood, Fabres y Alfonso, como la
versión de Claro Solar. En el trabajo citado anteriormente, comien-

135
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

za por llamar la atención sobre el hecho que en muchos autores y


en muchos textos en que se trata el tema de la interpretación se
acude al esquema de los cuatro elementos, y que esta doctrina es
realmente ajena al pensamiento inspirador de la reglamentación
sobre interpretación del Código Civil. Para desarrollar su crítica
emplea un método de reconstrucción histórica, con el cual toma
la reglamentación sobre interpretación del Código Civil en su con-
junto como la continuidad histórica de un conjunto de ideas que
vienen del Derecho Romano. De acuerdo con esto, tanto la inter-
pretación literalista como la interpretación romántica o al modo
de Savigny serían erradas, porque son desviaciones teóricas de un
modelo de interpretación anterior.
Las fuentes que Bello utilizó para esta reglamentación sobre
interpretación “las dejó bien establecidas tanto en el Proyecto de Có-
digo Civil de 1853, cuanto en un Comentario al código que comenzó
a escribir después de su promulgación y que llega hasta el art. 76;
fue él editado en 1853”.18 De aquí se acredita que la fuente princi-
pal en materia de interpretación de la ley fue el Código de La Lui-
siana, de 1825. También en materia de Derecho internacional el
autor que más influyó en Bello fue Emerich de Vattel.
Siguiendo la historia del Código de La Luisiana, se llega al Pro-
yecto del Año VIII (1800) de la Revolución, en que intervinieron
Portalis, Cambacères, Tronchet y Maleville. El primero de los nom-
brados tuvo activa participación en la redacción de las partes que
conciernen al tema de la interpretación y la fuente utilizada fue
Jean Domat. “Cuando, en consecuencia, Bello utilizó al código lui-
siano, estaba recurriendo en final de cuentas a Domat. Tal pode-
mos considerar como la primera tradición doctrinal influyente en
aquél”.19 La indagación de Guzmán gira en torno a esta idea cen-
tral: “cuando Bello recibió la doble influencia del Código de La
Luisiana y De Vattel, en definitiva las raíces de ambas arrancaban
del romanismo de los juristas medievales; y si nosotros queremos
bien entender lo que Bello escribió en su código, es primeramen-
te a esa jurisprudencia a la que debemos atender”.20
Entra en seguida al estudio de los glosadores y comentaristas
medievales. En esta parte interesa retener que en la doctrina me-

18
Op. cit., p. 42.
19
Op. cit., p. 44.
20
Op. cit., p. 47.

136
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

dieval en la ley se distinguen dos partes, que en terminología justi-


nianea son: la littera o verba, por un lado, y el sensus, mens, sententia,
por el otro lado. Ambas forman la ley, y de ellas, la determinante
es la segunda, según reconoce Guzmán. De ahí que, en general,
puede decirse que la finalidad de la intepretación es la captación
del sentido. Pero también es importante la consideración de la ra-
tio, o razón de la ley.
De todo este extenso estudio me interesa considerar el tema
de la claridad, esto es, la versión que ofrece del antiguo y conocido
aforismo in claris non fit interpretatio, pues en esta parte tengo una
observación correctiva. En mucho de lo que afirma hay concordan-
cia con lo que he expuesto, pero el concepto de sentido claro es uno
que en el siglo XIX adquiere un contenido determinado por la fi-
losofía idealista proveniente de Descartes.
Pero hay que considerar primero la exposición que hace Guz-
mán. Según él, su exacto alcance está dado por el significado de
“interpretación”. Pues, en efecto, adoptando la distinción que se
hacía entre significatio verborum o significación de palabras e inter-
pretatio, esta última se aplicaba a la extensión o restricción de la le-
tra según el sentido de la ley. La significación de palabras “consistía
en la operación destinada a fijar todos los sentidos posibles de cada
término empleado por la ley; en tanto que la interpretación pro-
piamente tal era aquella otra dirigida a fijar el sentido en que una
ley concreta empleaba el conjunto de términos de que se tratara,
operación esta que tenía como guía al sensus de la ley total, y que
podía conducir a una ampliación o restricción de su letra, con ayu-
da de la ratio o de otros instrumentos hermenéuticos”. 21 De acuer-
do con esto, si en la operación de significación de palabras se
verificaba que un término sólo tenía un significado único y que el
contexto o la ratio no permitían establecer dudas sobre eso, “en-
tonces, no quedaba más que detenerse en ese estadio del proceso,
y atenerse al sentido propio y unívoco de las palabras, sin ninguna
ampliación o restricción posibles”.22 De acuerdo con esto, el afo-
rismo expresa algo que nada tiene que ver con una postura litera-
lista, “porque nada más hace que señalar, bajo la forma de brocardo,
una de las varias posibilidades que se presentan al intérprete en su
labor frente a las leyes: aquella consistente en verificar que un cierto

21
Op. cit., p. 57.
22
Op. cit., p. 58.

137
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

texto no ofrece más que un solo y único sentido, perfectamente


manifestado con las palabras usadas, sin dar lugar a entenderlo de
otro modo, ni, en consecuencia, a ampliarlo o restringirlo”.23
Esta doctrina piensa Guzmán ha sido recogida por una tradi-
ción que se prolonga y vive a través de diversos autores y llega al
Código Civil. En la reglamentación que este código establece la par-
te más importante es la contenida en la segunda parte del enun-
ciado del art. 23, que dice: “La extensión que deba darse a toda la
ley, se determinará por su genuino sentido y según las reglas de
interpretación precedentes”. “En este precepto está resumido, por
un lado, el primer principio de toda la hermenéutica legal, y por
otro, la principal consecuencia de ese principio. Ya hemos visto,
en efecto, que para los antiguos tal principio consistía en captar el
verus sensus legis o vrai sens de la loi, lo que el art. 23 denomina el
“genuino sentido” de la ley. Ya hemos visto, además, que la inmedia-
ta y asaz importante consecuencia de ese principio era que el ge-
nuino sentido determina su extensión”.24 Con lo cual, el significado
del enunciado del inciso 1º del art. 19 del Código Civil es el de la
“plena congruencia o coincidencia entre la extensión de las pala-
bras y la extensión del sentido. En ese caso, se aplica el sentido y
las palabras, o, lo que es igual decir, las palabras; también, si se quie-
re, el sentido; que todo es lo mismo, supuesta la coincidencia”.25
Con estas ideas el autor critica la versión literalista que Cood,
Fabres y Alfonso dieron al art. 19, inciso 1º, y la introducción de la
doctrina de los cuatro elementos de Savigny que hizo Claro Solar.
Mi discrepancia con esta manera de ver la reglamentación de
la interpretación parte de la siguiente consideración. Ciertamente
el pensamiento medieval ha tenido una gran influencia en la for-
mación del pensamiento moderno. E. Gilson ha escrito un hermo-
so trabajo para mostrar el rol de la filosofía y teología medievales
en la formación del sistema cartesiano.26 Pero no se puede desco-
nocer que la época moderna se pone en marcha hacia una meta,
que es desligarse de la dependencia de la teología. Ha conservado
el lenguaje, pero muchos de esos términos empiezan a adquirir di-
ferentes resonancias. En esta era moderna va adquirir el formalis-

23
Op. cit., p. 58.
24
Op. cit., p. 70.
25
Op. cit., p. 70.
26
GILSON , Étienne, Études sur le rôl de la pensée médiévale dans la formation du
systéme cartésien, Librairie Philosophique J. Vrin, Paris, 1951.

138
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

mo de la razón una importancia enorme, que se verá reflejada en


todos los ámbitos de la cultura. Un ingrediente de este cambio en
el modo de pensar lo constituye el debate sobre la interpretación
de los textos bíblicos introducidos por el protestantismo y el real-
ce del literalismo, como consecuencia de la quiebra del mundo cris-
tiano. Otro ingrediente lo forma el tema de las ideas claras y
distintas de Descartes, que fue determinante en la orientación que
adoptó el pensamiento moderno.
En esta nueva atmósfera el aforismo in claris non fit interpretatio
se entiende de un modo por completo distinto a como lo señala
Alejandro Guzmán. La claridad que aquí entra en juego es la cua-
lidad de las ideas o conceptos para ser aprehendidos, y muestra el
proceso de diferenciación que opera en la subjetividad del sujeto
que percibe. De modo general se puede describir cuándo un con-
cepto es claro, pero no se puede prescribir que un sujeto perciba
un concepto claramente. Lo que los autores que critica Guzmán
hicieron fue tomar simplemente la expresión sentido claro como re-
veladora de palabras o enunciados que por sí mismos ofrecen al
sujeto intérprete, en la sola lectura, la aprehensión inmediata de
su significado, de manera evidente, que no ofrece la menor duda.
Esto es la consecuencia de la impronta cartesiana y su doctrina de
la intuición evidente de ideas claras, según lo he expuesto antes.
Lo que movía esta adopción era la búsqueda de seguridad jurídi-
ca, esto es, un mundo con reglas precisas, cognoscibles por ellas
mismas, para saber a qué atenerse. Las extensas citas que se ha he-
cho de Cood, Fabres, Alfonso, incluso Claro Solar, son una prueba
de que el concepto de claridad que subyace en los escritos de es-
tos autores es de raíz cartesiana, que la recibieron de la exegética
que dominó el pensamiento jurídico francés. Por eso la dualidad
claridad y oscuridad pone en juego los dos modelos que he seña-
lado, el modelo cartesiano de la intuición evidente, y el modelo
deliberativo de búsqueda de sentido. Lo que aquí se entiende por
sentido es el concepto o idea pensado por el autor de la expresión
en palabras. De ahí que la operación cognoscitiva esté dirigida a
captar el genuino o verdadero pensamiento del legislador. Esta her-
menéutica afirma, en consecuencia, la interpretación como búsque-
da del pensamiento originario, esto es, del autor. En suma, cuando
Betti critica el aforismo in claris lo hace a un enunciado que ha ad-
quirido gracias al cartesianismo un significado por completo dife-
rente de aquel que defiende Guzmán. Según esta crítica, la claridad
y oscuridad no son nunca datos iniciales, con los cuales se cuenta

139
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

antes de que comience el proceso interpretativo, sino son el re-


sultado de la tarea interpretativa. Esta inversión ocurre porque el
desarrollo de la teoría hermenéutica en el siglo XX está en condi-
ciones de dejar de lado el juego de los dos modelos según clari-
dad/oscuridad y formular otra manera de ver la interpretación,
según se expuso al final del capítulo anterior.
De otra parte, una reconstrucción histórica del pensamiento de
un autor de una obra, en este caso, del autor o autores del Código
Civil, nos conduce al problema que ha examinado Gadamer, en
cuanto a que hay dos visiones, una la del historiador y otra la del
jurista práctico, que en este caso se juntan cuando se trata de la
interpretación de la reglamentación sobre interpretación. El pri-
mero que se ocupó de ese asunto fue Betti, que recogiendo la ela-
boración hermenéutica iniciada por Dilthey, se dio a la ardua tarea
de establecer una teoría general de la interpretación, en la cual es-
tuvieran como formas o especies de ella la interpretación histórica
y la interpretación jurídica.27 El jurista historiador estudia el Dere-
cho en su significado histórico, insertándolo en el constante y su-
cesivo cambio de los ordenamientos en la historia, animado del
interés que como historiador le pertenece; en cambio, el jurista
práctico tiene un caso presente que tiene que solucionar con el
Derecho vigente, y para él la consideración histórica es secunda-
ria, o al menos un ingrediente más al lado de la consideración de
la ratio y de la situación actual en que debe aplicar ese Derecho.
Más que de una oposición entre dos formas de ver el tema de la
interpretación, se trata de dos énfasis distintos. El historiador no
está forzado a buscar una solución a un caso determinado, como
el jurista.
Betti ha sido el autor que a mediados del siglo XX ha reclama-
do la necesidad de considerar la situación en que vive el intérprete,
admitiendo así una forma de interpretación evolutiva o adaptado-
ra. Gadamer en esto le sigue. Para él la aplicación forma parte de
la interpretación, y esto significa que interpretar es traer el senti-
do a la situación en que vive el intérprete. En Verdad y Método Ga-
damer desarrolla el tema del significado paradigmático de la
hermenéutica jurídica. Esto llama la atención, pues normalmente

27
De BETTI, Emilio, tengo especialmente en cuenta “De una teoría general
de la interpretación”, en Interpretación de la ley y de los actos jurídicos, pp. 69-90, Edit.
Revista de Derecho Privado, Madrid, 1975.

140
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

la utilización de conceptos y doctrinas elaborados filosóficamente


resultan fructíferos en el campo del Derecho, pero el caso inverso
aparece como problemático. Sin embargo, Gadamer trata de exhi-
bir que el proceso de interpretación y aplicación son ilustrativos
de la mediación que el intérprete aplicador realiza del Derecho a
un caso dado. Para esta hermenéutica resulta una ficción insoste-
nible la búsqueda y establecimiento de un pensamiento o inten-
ción originarios. Una ley, una vez establecida, se independiza de
su autor y adquiere autonomía, lo que permite fijar un sentido en
relación con las situaciones que se trata se resolver con ella. El sen-
tido originario, que podría interesar primariamente al historiador,
si puede establecerlo fehacientemente, le interesa en cuanto pue-
de ponerlo en consonancia con el interés actual del historiador,
que busca así una visión global y de conjunto de los cambios histó-
ricos. Dice Gadamer: “Es verdad que el jurista siempre se refiere a
la ley en sí misma. Pero su contenido normativo tiene que deter-
minarse respecto al caso al que se trata de aplicarla. Y para deter-
minar con exactitud este contenido normativo no se puede
prescindir de un conocimiento histórico del sentido originario; por
eso el intérprete jurídico tiene que implicar el valor posicional his-
tórico que conviene a una ley en virtud del acto del legislador. Sin
embargo, no puede sujetarse a lo que, por ejemplo, los protocolos
parlamentarios le enseñarían respecto a la intención de los que ela-
boraron la ley. Por el contrario está obligado a admitir que las cir-
cunstancias han ido cambiando y que en consecuencia la función
normativa de la ley tiene que ir determinándose de nuevo”.28 La
función del historiador es otra, pues trata de establecer el sentido
originario, lo que corrientemente se llama la “verdad histórica”. Sin
embargo, también el historiador enfrentado a las obras del pasado
no puede sustraerse de su presente y tampoco puede impedir lo
que el autor llama “las expectativas de sentido”, que en el fondo
coinciden con la conjetura que defienden actualmente Ricoeur y
Eco, entre otros. Pero esto último lo dejaremos para después. Lo
dicho basta para hacer visible el problema que hizo recordar a es-
tos autores, cual es que la versión que ofrece Alejandro Guzmán
es la de un jurista historiador comprometido con la búsqueda y es-
tablecimiento del pensamiento e intención originarios de los au-

G ADAMER, Hans-Georg, Verdad y Método, pp. 398-399, Ediciones Sígueme, Sa-


28

lamanca, 1977.

141
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

tores de la reglamentación sobre interpretación del Código Civil.


Como se trata de una reglamentación vigente, el problema que se
plantea es si sólo cabe entender esa reglamentación a la luz de una
supuesta intención originaria, o si se pueden formular otras posi-
bilidades.
Con lo anteriormente expuesto puede entenderse mejor el pro-
blema que se plantea con la diversidad de versiones acerca de la
reglamentación sobre interpretación. La visión de Alejandro Guz-
mán es la de un jurista historiador que busca establecer los nexos
históricos que han posibilitado una intención originaria, es una “re-
construcción histórica” de la intención originaria. En cambio la ver-
sión que ofrecen Cood, Fabres, Alfonso e incluso Claro Solar es la
interpretación de juristas prácticos que enfrentados a los enuncia-
dos que forman la reglamentación sobre interpretación formulan
sus planteamientos en la forma que se ha examinado, adoptando
el principio hermenéutico de la primacía de la literalidad. Esta si-
tuación nos sitúa de lleno en el problema que señalaron primera-
mente Betti y después Gadamer.
El jurista práctico o dogmático, como también se le llama, tie-
ne la tarea de tomar el enunciado legal y hacerlo corresponder con
el caso que tiene que resolver, es decir, tiene que aplicar el precep-
to legal al caso concreto que tiene enfrente. La aplicación no es
mera subsunción, como lo pensó la Escuela Exegética, sino una co-
rrespondencia del caso con el enunciado. No se desconoce con esto
el llamado silogismo jurídico como forma de realizar la subsunción,
sino se adopta un punto de vista diferente que consiste en conside-
rar la aplicación como una mediación que lleva a cabo el intérprete
entre pasado y presente. Lo que el intérprete busca es actualizar
el precepto legal y para eso prescinde de la “intención originaria”.
En otras palabras, en la doctrina hermenéutica actual el pensamien-
to o intención del autor no se considera como tal. Puede admitir-
se un pensamiento o intención de la ley, en forma figurada. La
interpretación subjetiva deja lugar a una interpretación de carác-
ter objetivo, esto es a partir de los enunciados legales como tales,
sin acudir a un pensamiento o intención del autor.
El historiador por su parte también tiene una expectativa de
sentido, como dice Gadamer, y para él la intención originaria po-
drá constituir una conjetura más o menos probable, que tomará
en cuenta para establecer el sentido de las situaciones históricas que
examina. Tanto el historiador del Derecho como el jurista dogmá-
tico realizan interpretaciones del material con que trabajan, cada

142
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

uno con su respectiva orientación. En ambos tiene lugar la aplica-


ción. En el historiador lo que mueve su búsqueda es lo que en él,
en su situación actual, se muestra como importante.
El interés que me ha movido a tratar con cierto detalle las pri-
meras versiones que los autores del siglo XIX ofrecieron sobre la
reglamentación de la interpretación es el de exhibir primeramen-
te que mucho de lo que se ha escrito en nuestro medio sobre este
tema gira en torno a esta reglamentación y sobre cómo interpre-
tarla, y en seguida, que de hecho se da una diversidad de interpre-
taciones, lo que nos pone frente a una situación extraordinaria, cual
es la de cómo interpretar esas reglas de interpretación. Como se
puede advertir del estudio de esos autores, las reglas no pueden
interpretarse a sí mismas, con lo cual se produce la situación que
la interpretación que se ofrece de esas reglas escapa a una justifi-
cación a partir de ellas y sólo puede justificarse en otro orden de
consideraciones, que en este caso no se exhibe. Se trata, en suma,
de un problema hermenéutico en el sentido estricto de este térmi-
no. Éste es el problema de la reglamentación sobre la interpreta-
ción. En lo que sigue trataré otras interpretaciones que han surgido
en distintos momentos, sin pretender agotar la totalidad de opinio-
nes que se han formado.

LA RELACIÓN INESTABLE ENTRE EL MODELO CARTESIANO


Y EL MODELO DELIBERATIVO

Después de los primeros autores examinados con anterioridad y


hasta aproximadamente la década de los sesenta, tiende a impo-
nerse en materia de interpretación un modo de pensar que com-
bina el literalismo con los cuatro elementos. Una presentación
didáctica de esta postura la ofrece, por ejemplo, el Curso de Derecho
Civil, de 1915, de Alfredo Barros Errázuriz.29 Aquí parte asumien-
do uno de los principios herméuticos de sus antecesores: “Inter-
pretación de la ley es la determinación de su verdadero sentido y
alcance”. Esta definición de interpretación, que pone la idea de la
interpretación verdadera, perdura por un buen tiempo en nues-
tro medio. Según este Curso, “El Código Civil contempla estos cua-

29
BARROS ERRÁZURIZ, Alfredo, Curso de Derecho Civil, Imprenta Chile, Santia-
go, 1915.

143
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

tro elementos: el gramatical, en el art. 19, que dispone que cuan-


do el sentido de la ley es claro no se debe desatender su tenor lite-
ral, a pretexto de consultar su espíritu, y en los arts. 20 y 21 que
establecen que las palabras de la ley se tomarán en su sentido na-
tural y obvio, salvo que el legislador las haya definido precisamen-
te para ciertas materias, en cuyo caso se les dará el significado legal;
y respecto de las palabras técnicas de una ciencia o arte, que se to-
marán en el sentido que les den los que profesan dicha ciencia o
arte, a menos que aparezca claramente que se han tomado en sen-
tido diverso; el lógico, en el inciso 2º del art. 19, que dice que para
interpretar una expresión oscura de la ley, se puede recurrir a su
intención o espíritu, claramente manifestado en ella misma, y en
el art. 22, que dice que el contexto de la ley servirá para ilustrar el
sentido de cada una de sus partes, de manera que haya entre to-
das ellas la debida correspondencia y armonía; el histórico, en el
inciso 2º del art. 19, que se refiere a la historia fidedigna del esta-
blecimiento de la ley; y el sistemático, en el art. 22 inciso 2º, que
dice que los pasajes oscuros de una ley pueden ilustrarse por me-
dio de otras leyes, particularmente si versan sobre el mismo asun-
to, y en el art. 24, que nos hace recurrir al espíritu general de la
legislación. El orden de precedencia entre estos elementos es el si-
guiente: 1º el gramatical; 2º, el lógico y el histórico conjuntamente
considerados, a fin de precisar el verdadero espíritu de la ley, y en
último lugar el sistemático. Finalmente, a falta de todos estos ele-
mentos se recurre a la equidad natural (art. 24). El Código no acep-
ta otras reglas de interpretación que las anteriores, y los demás
principios de interpretación no comprendidos en esas reglas se apli-
carán sólo en cuanto tengan cabida dentro de las ya dichas, recha-
zándose expresamente el principio de ampliar la ley favorable y
restringir la odiosa (art. 23)”.
De acuerdo con este Curso, la reglamentación sobre interpre-
tación adopta el esquema claridad/oscuridad y sobre esa base es-
tructura los cuatro elementos, de manera de establecer un orden
de precedencia estricto, que pone el elemento gramatical como el
primero, y en caso de oscuridad, el lógico y el histórico, del modo
como los entiende, conjuntamente, y finalmente el sistemático, tam-
bién según como lo entiende. Esta reglamentación excluye la in-
tervención de otros principios, es decir máximas o aforismos, a
menos que puedan incluirse en alguno de los señalados elemen-
tos. De este Curso interesa señalar que se trata de una presentación
propiamente exegética, que al igual que los anteriores autores, no

144
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

hace explícitos los principios hermenéuticos, y que constituye una


interpretación que opera con los dos modelos, el cartesiano y el de-
liberativo, que dependen en su operación de la duda que impide
la claridad. Esos modelos se presentan en un orden serial, de ma-
nera de hacer operante el primero con primacía sobre el segundo,
el cual entra a operar, como se dijo, en caso de duda, oscuridad,
ambigüedad, contradicción, laguna, etc. Esta manera de presentar
la interpretación consiste en presentar los dos modelos articulados
como las dos opciones para el intérprete-aplicador, de manera que
descartado el primero, entra en operación el segundo. Como en los
autores anteriores, se asume un estado de normalidad caracteriza-
do por leyes de enunciados claros y precisos, sin margen de duda,
que sólo por modo extraordinario podría ofrecer duda.
Pero la misma aplicación, esto es, la necesidad de resolver ca-
sos determinados, permite mostrar cuán ilusoria es la estabilidad
del sistema que pone ambos modelos en ese orden serial. Para mos-
trarlo quiero considerar un caso judicial resuelto por la Corte Su-
prema, que ofrece dos interpretaciones distintas, una en un voto
de mayoría, y la otra en un voto de minoría, en cada caso con jus-
tificaciones.30 En este caso se discute el significado del art. 22 del
Decreto Nº 1.600, de 31 de marzo de 1931, que fijó el texto defini-
tivo de la Ley sobre Constitución de la Propiedad Austral, que es-
tablece que “se considerarán irrevocablemente extinguidos los
derechos reclamados por los demandantes que abandonaren la pro-
secución de los juicios por más de tres meses consecutivos, desde
la fecha de la última providencia, legalmente notificada, debiendo
el Tribunal de oficio declarar la prescripción”. Aquí se discute el
significado del enunciado que establece desde cuándo se cuenta
el plazo de tres meses para declarar el abandono, si desde la últi-
ma providencia notificada, haya sido provocada o no por alguna
gestión de la parte interesada, o si desde la última providencia no-
tificada que haya recaído en una gestión útil del interesado. La
duda se presenta porque la última providencia notificada ordenó
agregar al proceso la devolución de un exhorto diligenciado. Para
unos el plazo se cuenta desde aquí, para otros desde otra resolu-
ción anterior que recayó sobre una gestión útil, esto es, una ges-
tión que tienda a dar curso progresivo a los autos.

La sentencia se publica en Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. XXXVII, Corte


30

Suprema, segunda parte, sección primera, pp. 172-175.

145
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

El Tribunal de primera instancia se negó a dar lugar al aban-


dono, pero una de las Salas de la Corte de Apelaciones de Santia-
go, conociendo de la apelación, revocó esa sentencia y dispuso:
“1º Que consta de autos que la parte demandante no ha hecho ges-
tiones tendientes a activar la prosecución del juicio, único medio
reconocido por el art. 22 del Decreto 1.600 [...] para interrumpir
la prescripción por abandono del juicio, el que ha permanecido
en ese estado por más de tres meses; 2º Que la providencia de fo-
jas 243, que ordena agregar al proceso el exhorto [...] no ha recaí-
do en presentación de las partes encaminada a dar curso progresivo
a los autos y que puede servir de fecha inicial para contar el plazo
de prescripción”. Por todo lo cual se declara el abandono del pro-
cedimiento. Esta sentencia de la Corte adopta la interpretación que
enuncia, pero sin justificarla. Según indica, el art. 22 exige que el
interesado haya hechos gestiones tendientes a activar la prosecu-
ción del juicio, y lo califica como el “único medio” para interrum-
pir el plazo para el abandono.
La Corte Suprema, conociendo del recurso de casación en el
fondo, en fallo dividido, resuelve por mayoría mantener la senten-
cia de la Corte de Apelaciones. La sentencia de mayoría da una se-
rie de consideraciones tendientes a justificar la interpretación que
adopta, que es la de la Corte de Apelaciones. En el considerando 2º
da la siguiente justificación: “Que la prescripción contemplada en
el art. 22 de la Ley sobre Constitución de la Propiedad Austral y
que el Juez debe aún declarar de oficio, constituye una sanción es-
tablecida por el legislador para el demandante que abandona la
prosecución del juicio por más de tres meses y tiene por objeto con-
cluir con la situación anormal producida por el litigante que está
obligado a instar por su terminación y a quien la ley, inspirada en
el propósito de constituir regularmente y a breve plazo la propie-
dad llamada austral, supone falto de interés en la consecución de
este fin, obteniendo una decisión judicial acerca de los derechos
que reclama”.
En el considerando 3º prosigue en la línea argumental justifi-
catoria asumida: “Que este propósito del legislador materializado
en la obligación que pesa sobre el demandante de no abandonar
la prosecución del juicio por más de tres meses consecutivos bajo
pena de considerar irrevocablemente extinguidos los derechos que
reclama, exige que éste exteriorice su voluntad de dar curso pro-
gresivo a los autos requiriendo del Tribunal las providencias desti-
nadas a este objeto y, por lo mismo, no pueden considerarse como

146
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

manifestación de su voluntad, en ese sentido, las medidas que el


Juez pueda dictar de oficio o las resoluciones que por su naturale-
za no tiendan a adelantar el curso del juicio”. En el consideran-
do 4º agrega: “Que, por consiguiente, al declarar la sentencia
recurrida que la parte demandante no ha hecho gestiones tendien-
tes a activar la prosecución del juicio y que la providencia de fojas
243 que dispuso agregar a los autos el exhorto devuelto no recayó
en presentación de las partes que pueda servir de factor inicial para
el cómputo del plazo de prescripción, ha aplicado correctamente
el art. 22 de la Ley sobre Constitución de la Propiedad Austral que
el recurso supone infringido, porque lo que el legislador quiso, se-
gún se desprende del genuino sentido que debe darse a ese pre-
cepto, es que sea el actor quien inste por la marcha del litigio, sin
tomar en consideración las providencias dictadas de oficio”. Y final-
mente agrega un argumento de consecuencias en el considerando
5º: “Que los razonamientos anteriores dejan también de manifiesto
que no existen las demás violaciones de ley que invoca el recurso,
puesto que la fecha de la última providencia legalmente notificada
que sirve de base inicial para el cómputo de la prescripción de tres
meses, no puede ser otra que la que recaiga en solicitud de las par-
tes que tienda a adelantar el juicio, ya que otra interpretación frus-
traría el móvil o principio que impulsó al legislador a estimar
abandonada la acción por la mora del demandante”.
En esta sentencia se encuentra la indicación a la “intención o
pensamiento del legislador”, lo que mantiene el antiguo esquema
de ver la interpretación como dirigida a establecer el pensamiento
o voluntad del autor, en lo que coinciden curiosamente los parti-
darios de la hermenéutica romántica y los partidarios de la Escue-
la de la Exégesis. También se encuentra en el considerando 4º la
expresión “genuino sentido”, que vale como equivalente de verum
sensum. Pero aparte de estos supuestos hermenéuticos, el fallo de
mayoría asume una posición que se aparta del modelo cartesiano,
es decir, no acude a un sentido claro que se recoge del solo tenor
literal o enunciado en palabras, en forma inmediata y directa, sino
entra a ofrecer justificaciones precisamente para mostrar que la in-
terpretación adoptada es la correcta o verdadera. Esta interpreta-
ción consiste en entender en el enunciado que fija la fecha inicial
para el cómputo del plazo de prescripción el cumplimiento de la
obligación del interesado en provocar gestiones útiles o tendien-
tes a dar curso progresivo a los autos, lo que no está dicho. Enton-
ces, el enunciado que fija el plazo de tres meses “contados desde

147
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

la última providencia legalmente notificada” hay que entenderlo


como si dijera “contados desde la última providencia que haya re-
caído sobre una gestión de la parte tendiente a dar curso progresi-
vo a los autos” (o gestión útil). Las razones que se dan van en la
dirección de la ratio, en el doble sentido de fundamento y fin. Como
fundamento, porque la naturaleza del abandono de la instancia es
el de una sanción, y la sanción se impone por el incumplimiento
de una obligación, cual es la de realizar gestiones que den curso
progresivo al proceso. Y como fin, porque el fin inmediato de la
ley, la ratio legis, es proveer a poner término la situación que afecta
la constitución de la propiedad austral en el más breve plazo, para
incorporarla al tráfico jurídico. Finalmente, en el considerando 5º
se da un argumento consecuencial, que consiste en afirmar que otra
interpretación diferente de la que se adopta frustraría el móvil o
principio que inspiró la legislación de que se trata. Este último ar-
gumento pasa a ser un argumento tópico, cuya función en este caso
es reforzar la justificación por la ratio que se ha dado.
Pero si el voto de mayoría no hace explícito que el sentido del
enunciado requiere ser investigado, el voto de minoría en cambio
sí adopta la postura de modelo cartesiano, en los siguientes térmi-
nos: “Que disponiendo el art. 22 de la Ley sobre Constitución de
la Propiedad Austral que el plazo de tres meses para que se entienda
abandonada la acción se contará desde la fecha de la última provi-
dencia legalmente notificada a las partes, no es lícito al intérprete
apartarse de su tenor literal a pretexto de consultar su espíritu y
hacer distingos que el texto claro y preciso de esa disposición no
autoriza, en el sentido de considerar que dicho plazo arranca úni-
camente de las providencias recaídas en gestiones del interesado
para que la causa siga su curso y excluyendo para el cómputo la
que el Tribunal pudiera dictar de oficio. De modo que, al acoger
el fallo recurrido la prescripción alegada por el Fisco existiendo
una providencia posterior dictada por el Tribunal que interrum-
pió el plazo de prescripción, viola manifiestamente ese precepto,
dándose una interpretación que no está conforme con su tenor li-
teral y que ha influido por sí sola en lo dispositivo, puesto que si
se hubiera aplicado correctamente, la sentencia debió negar lugar
a la referida prescripción, en virtud de no haber transcurrido más
de tres meses desde la fecha de la última providencia legalmente
notificada”.
En este voto de minoría se encuentra la clave de toda la sen-
tencia, cual es el debate sobre si el enunciado que fija la fecha des-

148
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

de cuándo se empieza a contar el plazo de prescripción es claro o


no. Los jueces que suscriben el voto de minoría invocan un tenor
literal que ofrece un sentido claro, y refuerzan su convicción con
un argumento adicional: “donde la ley clara no distingue, no es lí-
cito al intérprete distinguir”. El debate gira en torno a si el enun-
ciado es claro u oscuro. Para unos, lo es, para otros, no y requiere
ser investigado su sentido. De esta manera se presenta el ya cono-
cido sistema de los dos modelos, el cartesiano, apoyado en una in-
tuición evidente, que de la sola lectura establece inmediatamente,
sin duda, el sentido claro, y el otro modelo deliberativo, que ve la
necesidad de investigar el sentido, y recurrir por lo mismo a diver-
sos factores. En este caso se acude en último término a la ratio le-
gis, que permite decidir la corrección o verdad de la interpretación
adoptada. El camino para llegar a esta ratio no está indicado, pero
puede pensarse que el examen del conjunto de la ley permite se-
ñalar aproximadamente su ratio. Este voto de mayoría no recurre
a la doctrina de los elementos de Savigny.
Esta sentencia ilustra cómo la relación entre los dos modelos
es una relación inestable, porque depende de un dato subjetivo,
cual es la convicción interna o duda que se hace presente en el
intérprete, y que como dato no puede hacerse circular. Que a un
grupo de jueces les parezca evidente el sentido de un enunciado y
a otros no al punto de buscar y establecer otro sentido, muestra
una situación de diversidad de sentidos posibles cuya manifestación
surge por mecanismos subjetivos que no pueden controlarse ni pre-
decirse. Esto es lo que he querido acentuar al afirmar que la rela-
ción entre el modelo cartesiano y el modelo deliberativo es
inestable, esto es, no hay factores que permitan fijar un modelo con
certeza y por anticipado. Esto determina una tensión entre ambos
modelos, que recorre toda la cultura jurídica de este tiempo. Es
interesante advertir que esta tensión se hace visible en la aplicación.
El caso judicial citado sirve a este propósito de exhibir en las deci-
siones de casos como se producen las interpretaciones y las justifi-
caciones. Estas últimas no se separan de la interpretación, como
lo ha visto Ricoeur y se ha examinado anteriormente, sino pasan a
formar parte de la misma. En esta sentencia, en el voto de mayo-
ría, la verdad o corrección depende de la justificación que se ofre-
ce. No es la situación de un sentido claro que se manifiesta a una
intuición evidente, pues aquí, como en Descartes, es la aprehen-
sión misma la que es criterio de verdad y al mismo tiempo la for-
ma de constituir la verdad. Y lo que se manifiesta de manera

149
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

evidente no se discute, se ofrece como tal, y los demás que no par-


ticipan de ella podrán debatirla e impugnarla. Este es el estado de
cosas que es preciso tener en cuenta en este período.
Ambos modelos, el cartesiano y el deliberativo, coexisten, y en
la aplicación a veces se inclinará hacia uno y otras veces hacia el
otro. Esto puede calificarse como una inestabilidad crónica del sis-
tema de aplicación, pues dependiendo de factores subjetivos como
lo son la evidencia y el estado de duda, es imposible establecer un
principio o ley de comportamiento.

LA SEPARACIÓN ENTRE SENTIDO Y TENOR LITERAL

Como se ha visto, la reglamentación sobre interpretación ha ejer-


cido una influencia determinante en las concepciones sobre la
interpretación. Por eso, cuando a mediados del siglo XX, aproxi-
madamente, se busca establecer una separación entre sentido y te-
nor literal, las dos expresiones que están en el inciso 1º del art. 19,
se produce un cambio importante en la manera de considerar la
interpretación. Los autores iniciales, incluido Claro Solar y Barros
Errázuriz, no cuestionaron el significado de las palabras sentido y
tenor literal, y en general la Escuela de la Exégesis no parece haber
problematizado su significado. Tenor literal se considera por estos
autores como el significado inmediato, propio, directo, el usual o
corriente, que puede controlarse mediante el Diccionario de la Real
Academia Española. Estos significados son los conceptos o ideas aso-
ciados a las palabras. El significado tiene así la entidad de un con-
cepto o noción. Por eso la palabra sentido recoge este carácter de
ser una entidad conceptual y puede calificarse de claro u oscuro, que
son las cualidades de los conceptos. Sirva para esto el análisis que
efectúa Leibniz de la claridad y oscuridad de los conceptos, culmi-
nando así la doctrina de las ideas claras de Descartes. Sólo los con-
ceptos claros pueden ser aprehendidos de manera inmediata y
directa, produciéndose la evidencia, esto es, el estado subjetivo en
el cual el sujeto percipiente tiene por cierto algo, de una manera
indubitable, que resiste el poder de la duda. La doctrina literalista
que esos autores defendieron consiste en postular la presencia de
estos conceptos claros de manera de hacer posible en forma inme-
diata su aprehensión, sin la menor duda. El lenguaje tiene la capa-
cidad de poner estos conceptos al alcance del sujeto. Lo que
constituye la claridad es al mismo tiempo índice de verdad, de ma-

150
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

nera que la percepción evidente se asocia a la verdad. En esta teo-


ría se apoya lo que he denominado el modelo cartesiano.
Como la misma práctica muestra que este modelo coexiste con
el modelo deliberativo, que nace con los significados dudosos, se
llega a un estado de cosas en donde se hace necesario replantear
el significado de sentido claro, no ya como lo que recoge y se consti-
tuye bajo el alero del tenor literal, sino como algo distinto. Hay que
examinar por qué ocurre esta situación, en otras palabras, hay que
examinar qué sucede en la aplicación que determina la necesidad
de revisar la doctrina de la significación que se había postulado por
los autores iniciales.
Un ejemplo de cómo se comenzó a debatir acerca del signifi-
cado de sentido lo ofrece de una manera muy rudimentaria una sen-
tencia del año 1930.31 Aquí se discute sobre el significado de un
enunciado legal contenido en el art. 29 de la Ley de Empleados
Particulares, vigente en esa época, y que dice: “Los sueldos y los
fondos de retiro de los empleados particulares son inembargables”,
pues el Nº 1º del art. 467 del Código de Procedimiento Civil esta-
blece la inembargabilidad general de los sueldos, pensiones, reti-
ro y montepío que pagan el Estado y las Municipalidades, con la
sola excepción de aquella parte de las rentas de los empleados pú-
blicos y municipales cuando se trata de deudas que provienen de
pensiones alimenticias decretadas judicialmente. Y aquí se debate si
esta excepción a la inembargabilidad de las remuneraciones de los
empleados públicos y municipales se entiende también incluida en
el caso de las remuneraciones de los empleados particulares.
La sentencia de la Corte, en fallo dividido, acuerda por mayo-
ría de votos el carácter inembargable de las remuneraciones, aun
en el caso de existir deudas provenientes de pensiones alimenti-
cias, en cambio, el voto de minoría establece la embargabilidad de
esas remuneraciones. El examen del voto de mayoría ofrece un
ejemplo del modelo que he denominado cartesiano. En el consi-
derando 1º se limita a reproducir el enunciado legal que contiene
la regla jurídica de cuya aplicación se trata, y en el considerando
2º dice: “Que el breve precepto legal transcrito no contiene una
sola expresión que pueda tildarse de obscura”. En el consideran-
do 3º agrega: “Que, en tales condiciones, no cabe sino aplicar la

31
La sentencia es de la Corte de Valparaíso, de fecha 17 de abril de 1930, y
se publica en Gaceta, 1930, 1er sem. Nº 67, pp. 279-281.

151
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

disposición del inciso 1º del art. 19 del Código Civil, que dice:
“Cuando el sentido de la ley es claro, no se desatenderá su tenor
literal a pretexto de consultar su espíritu”, y en el considerando 4º
formula el razonamiento característico del modelo que se está exa-
minando: “Que pudiendo aplicarse en forma tan clara y sin que se
presente a la menor duda el elemento gramatical de interpretación
de la ley contemplado en el citado art. 19, inciso 1º del Código Ci-
vil, no hay necesidad de hacer disquisiciones para buscar interpre-
tación utilizando los elementos lógico, histórico o sistemático, a que
se refieren el inciso 2º del citado art. 19 y los arts. 22 y 24 del mis-
mo Código, elementos –los tres últimos– a los cuales sólo cabe acu-
dir en los casos de obscuridad de un precepto legal y que, de esa
obscuridad, pueda desprenderse contradicción o falta de armonía
con otras disposiciones”.
A lo anterior, en los considerandos siguientes, se añade el ar-
gumento que recoge el supuesto hermenéutico del legislador ra-
cional que sabe lo que hace, en los términos siguientes: “Que no
es aceptable suponer que, al redactarse la Ley de Empleados Parti-
culares, el legislador haya ignorado la disposición que consigna el
art. 467 del Código de Procedimiento Civil [...]” (considerando 5º).
Por eso, al igualar la inembargabilidad de las remuneraciones de
los empleados particulares a la de las remuneraciones de los em-
pleados del Estado y municipales, no consideró la excepción en el
caso de estos últimos. Aquí puede recordarse el argumento a con-
trario que se emplea por los defensores de la exégesis, en cuanto a
que si el legislador lo hubiese querido, lo habría dicho, por lo cual,
si lo ha silenciado, es porque no lo quiere. Por último, en el consi-
derando 7º consigna la siguiente reflexión: “Que, fundadas o no
las razones que los autores de la Ley de Empleados Particulares tu-
vieron para no sujetar a éstos a la excepción que se contempla en
el inciso 2º del Nº 1º del art. 467 del Código de Procedimiento Ci-
vil, y aunque pueda prestarse a cualquiera clase de críticas el art. 29
[...], ninguna de esas consideraciones puede llevar a un Tribunal
de Derecho mientras esté vigente el precepto legal que se comen-
ta, a dejar de aplicarlo en la forma clara en que está redactado, ya
que no es permitido tomar en cuenta lo favorable u odioso de una
disposición para que su interpretación sea ampliada o restringida”.
En esta reflexión final ronda la idea que se asocia a la máxima dura
lex, sed lex.
En el voto de minoría, después de recoger la línea argumental
de la claridad del enunciado del art. 29 de la Ley de Empleados

152
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

Particulares y que no contiene en ese enunciado ninguna excep-


ción a la inembargabilidad, “significando así, claramente, y por esta
misma circunstancia, que su precepto es absoluto”, señala en el
considerando 4º: “Que en orden a estos razonamientos cabe adver-
tir que la disposición del art. 19 estatuye que cuando el sentido –no
el tenor– de la ley es claro no ha de recurrirse a consultar su espíri-
tu desentendiéndose de sus términos literales, y sentido equivale a sig-
nificado, alcance o interpretación”. En este considerando se plantea
una separación entre tenor literal y sentido, que en el consideran-
do siguiente se trata de precisar en los siguientes términos: “Que,
si bien el sentido del citado art. 29 aparece claro, si se le interpre-
ta en su genuino significado, conforme al art. 23 del Código Civil,
pierde esa claridad cuando, desentendiéndose de la regla consig-
nada en dicho art. 23, se pretende ampliar su alcance hasta térmi-
nos absolutos, quedando así de manifiesto que la controversia no
recae sobre el sentido mismo de la ley, sino únicamente sobre el
alcance o extensión del recordado precepto de la Ley de Emplea-
dos, por lo cual es necesario recurrir a las reglas generales de her-
menéutica para la resolución de este punto, que es precisamente
la materia de la controversia”.
Este caso es similar al otro sobre abandono de la instancia en
cuanto el problema radica en determinar si el sentido de un enun-
ciado se reduce sólo a los significados inmediatos, directos y pro-
pios de las palabras que lo conforman, o si hay que buscarlo más
allá de esos significados. En la forma esquemática que lo presen-
tan los considerandos 4º y 5º de este voto de minoría, el sentido se
independiza de los significados inmediatos y directos del enuncia-
do (lo que constituye el significado literal o gramatical) cuando se
hacen intervenir consideraciones que muestran la posibilidad de
una solución distinta y que puede estimarse mejor. Los jueces del
voto de minoría razonan que dado el carácter de las pensiones ali-
menticias, la inembargabilidad de las remuneraciones no puede al-
canzar a esas pensiones y afectar las obligaciones de familia. En el
considerando 8º dice: “Que en presencia, pues, de estas institucio-
nes de carácter fundamental, establecidas en leyes de orden públi-
co, como son todas las que se refieren a la constitución de la familia,
ya que consultan un interés social, no se puede dar otro alcance a
la inembargabilidad de que trata el art. 29, tantas veces citado, que
el de una mera seguridad contra las acciones de terceros, pero en
forma alguna extenderla hasta el extremo de impedir la satisfac-
ción de las necesidades y el cumplimiento de las obligaciones para

153
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

con la propia familia”. Son, entonces, consideraciones que tienen


que ver con la ratio, en el doble sentido de fundamento y de fin: la
familia, las obligaciones de contribuir a su desarrollo y manteni-
miento y la protección a la familia, la inembargabilidad frente a
terceros, pero no frente a los propios miembros de la familia.
La sentencia exhibe, en suma, el sistema de coexistencia de los
dos modelos. El cartesiano, que es el voto de mayoría, que suscri-
ben jueces a los cuales no les cabe la menor duda que el sentido
está constituido por los significados inmediatos y directos, los llama-
dos significados literales o gramaticales, y que lo que el enunciado
del art. 29 significa es lo que dice de manera directa en sus palabras.
Esto proporciona una noción aproximada de lo que es el sentido.
Por eso, para ellos, siendo claro ese sentido, esto es que de manera
evidente, fuera de toda duda, los conceptos asociados a las palabras
escritas se pueden aprehender en toda su extensión, sin que que-
den zonas imprecisas o vagas. Para ellos la inembargabilidad es ab-
soluta, sin excepciones, que no están expresadas en el enunciado del
art. 29. En cambio, para el voto de minoría, los jueces que lo suscri-
ben adoptan el modelo que he denominado modelo deliberativo, o
también argumentativo. Este modelo exhibe, a diferencia del otro,
la búsqueda de un sentido que ya no se identifica con el significado
inmediato y directo de las palabras del enunciado, sino que se sitúa
más allá de esos significados de palabras, y para su constitución hay
que recurrir al propósito y la ratio, en suma, el llamado espíritu.
Cabe preguntarse ¿qué determina que en un caso se encuen-
tre claro el enunciado y en el otro oscuro o confuso? Habría que
recordar aquí el examen y crítica que hace Gény del método de la
Escuela de la Exégesis,32 que precisamente destacaba el abuso de
las abstracciones y el subjetivismo de la exégesis de los partidarios
de esa corriente. La dualidad claro/oscuro funciona dependiente
de los sujetos que enfrentan los enunciados legales. Se puede des-
cribir en qué consiste la claridad y la oscuridad, como lo ha hecho
Leibniz, pero en los casos examinados a unos jueces parece claro y a
otros jueces parece oscuro o confuso y, por lo mismo, que requiere
de exploración. Aun cuando se intenta separar sentido y tenor lite-
ral, no se extraen las consecuencias que se derivan inevitablemen-
te. Por eso, se sigue en el sistema de la coexistencia de modelos,

32
En la importante y ya clásica obra Methode d’Interprétation et sources en Droit
Privé positif, 2ª ed., Lib. Générale de Droit y Jurisprudence, 1919.

154
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

los que entran a operar según parezca a uno u otros claro u oscu-
ro. Habría que advertir, sin embargo, que quienes no participan
del parecer que el sentido es claro, consideran que para determi-
nar el sentido es preciso indagar en la dirección de las conexiones
del enunciado de que se trata con otras partes o enunciados de la
misma ley o de otras leyes. Se trata de la indagación contextual.
Cuando se tiene a la vista el enunciado y sus conexiones con otros,
es decir, un contexto, se puede apreciar que el sentido claro u os-
curo no es nunca un dato inicial, del que se parte para establecer
la interpretación. Esto es lo que planteaba Betti, como ya se vio,
en cuanto que la claridad u oscuridad son el resultado del proceso
interpretativo, nunca dato inicial y punto de partida. La sentencia
que se ha citado sugiere esta última posibilidad, pero termina ra-
zonando en los términos del sistema de coexistencia de modelos,
el cartesiano y el deliberativo.
Otra sentencia de la Corte Suprema, del año 1946, pone la dis-
tinción entre sentido y tenor literal en la perspectiva de los cuatro ele-
mentos.33 Se trata de la discusión sobre el significado del enunciado
del inciso 2º del art. 1061 del Código Civil, entonces vigente, so-
bre inhabilidades para ser instituido heredero testamentario, que
decía: “Lo mismo se aplica a las disposiciones a favor de cualquie-
ra de los testigos”. En este caso, la sentencia se acordó por mayo-
ría de votos. El fallo de mayoría, en el considerando 8º, comienza
diciendo “que la primera y primordial regla de interpretación que
debe tenerse en cuenta, mira, según los términos de los artículos
19 inciso 1º, 20 y 21 del Código Civil, al elemento gramatical, to-
mada la palabra en su más amplia acepción, en otros términos, al
lenguaje empleado por el legislador que naturalmente debe enten-
dérsele conocedor del idioma y versado en el significado preciso
de los vocablos que utiliza”. En el considerando 9º agrega: “Que,
como se desprende de las palabras empleadas a su vez por el legis-
lador en los arts. 19, 20 y 21 ya aludidos, el problema que se pre-
senta cuando se quiere establecer si es claro el tenor de una palabra,
o de una frase y aun de un período gramatical completo, dice re-
lación con el significado de las palabras y es, en consecuencia, de
carácter semántico. En este orden de ideas, los que cultivan la cien-
cia filológica estiman que, en el caso de autos, como en todos los

33
C. Suprema, 9 octubre 1946, Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. 44, sec. 1ª,
pp. 186-209.

155
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

casos en que se presenta la situación de tener que puntualizar si el


sentido de una ley es claro, lo que hay que acometer es un estudio
semasiológico, no pudiendo resolverse el problema mediante el aná-
lisis meramente morfológico de las palabras ni aún mediante el es-
tudio de la construcción sintáctica. Se comprende, en efecto, que
ni la clasificación y estructura de las palabras ni su sintaxis pueden
bastar para el efecto antes indicado, siendo necesario penetrar en
el estudio de una ciencia también de carácter gramatical que, aun-
que esté todavía en formación, constituye en todo caso un precioso
auxiliar para fijar bien el sentido de las palabras, de las frases y de
la oración. Esta ciencia auxiliar de la gramática es la semántica”. Con
estas precisiones, entra al estudio semántico o semasiológico, como
lo llama, del enunciado del inciso 2º del art. 1061.
Después de un extenso análisis semántico del enunciado, he-
cho siguiendo los planteamientos que había formulado anterior-
mente Carlos Vicuña Fuentes en un informe sobre el significado
literal de ese enunciado,34 concluye en el considerando 18: “Que
puede, pues, concluirse que, estudiada la cuestión controvertida
alrededor del alcance filológico de la frase tantas veces citada
–que es lo que principalmente interesa para establecer el verdade-
ro sentido de un precepto legal–, el sentido del inciso 2º del
art. 1061 que se remite expresamente al inciso 1º, es claro, y que
por tanto habría que atenerse al tenor literal del sobredicho pre-
cepto”. A continuación, en el considerando 19 agrega: “Que esto,
no obstante, y aun sobre la base de que tal conclusión fuera indis-
cutiblemente aceptada, el proceso interpretativo no quedaría con-
cluso; se precisa acudir en todo caso a otro medio de interpretación
también legal, buscando al efecto el espíritu de la ley, mediante el
estudio de las relaciones lógicas que ligan a los diversos elementos
del texto interpretado, de forma que la ley que se supone clara,
no aparezca en contradicción con el espíritu que la inspiró, caso
en que la letra no puede prevalecer. Como es natural entender, no
puede pretenderse que una ley sea clara cuando existe en el mis-
mo cuerpo de leyes otro tanto que la contradiga. El sentido de una
ley, en último término, no resulta de un precepto aisladamente con-

34
El Informe de Carlos Vicuña Fuentes aparece publicado en el t. XXXVII
de la Revista de Derecho y Jurisprudencia, pp. 113 y ss. Y en él concluye, después de
un extenso análisis de carácter semántico o de significados y no estructural o sin-
táctico, que el enunciado se refiere no sólo a los testigos, sino también a los pa-
rientes y asalariados de los testigos instrumentales del testamento.

156
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

siderado, sino del conjunto de prescripciones de la misma natura-


leza o que se refieran a una misma institución”. Esta indagación
del espíritu la entiende como la indagación de la ratio legis y es la
más importante, pues como señala en el considerando 20 “si el le-
gislador ha dicho que prima el tenor literal cuando la ley es clara,
es naturalmente entendiendo que armonice con la interpretación
globalmente considerada”. A contar del considerando 27 incorpo-
ra el examen de la historia de la ley.
En esta sentencia aparece ya con cierta nitidez que el sentido
no depende única y exclusivamente del llamado elemento grama-
tical, por el cual entiende el aspecto sintáctico y lo que denomina
semasiológico, esto es, una indagación de significados puramente
semánticos. Estas indagaciones delimitan lo que en otra parte he
denominado ámbito de literalidad. Se trata de explorar hasta qué
grado se puede establecer en las palabras mismas o enunciados a
qué cosas o casos se refieren. En el triángulo de la significación,
que se ha indicado antes, es la relación de referencia la que oca-
siona cierta clase de dificultades, como las que han surgido en las
sentencias anteriormente citadas.
En esta sentencia se trata de establecer el sentido en una zona
de coincidencia de los distintos elementos de la interpretación. En
ella se declara expresamente que la claridad surge sólo en el exa-
men global de la disposición legal, es decir, cuando el enunciado
se pone en relaciones contextuales con otros enunciados. De esta
manera lo que se llama sentido no se identifica únicamente con los
significados literales, es decir, esos significados puramente semán-
ticos que portan las palabras consideradas en sí mismas, sino el sen-
tido viene a ser aquel significado que se refiere a tal o cual caso,
porque el conjunto de aspectos considerados (los elementos) apun-
tan en esa dirección. Esto implica una exploración o indagación
de ese sentido, por lo cual la claridad no puede entenderse como
dato inicial a partir de cual se establece la interpretación correcta.
Los cuatro elementos de la interpretación de Savigny operan aquí
armónicamente en una sola dirección. En otros casos se ha visto
que desde el punto de vista de la literalidad se entiende una cosa y
desde el punto de vista de la ratio se entiende otra. Esto último ocu-
rre porque se considera la ley no como un compuesto, sino como
algo cuyo sentido puede determinarse a partir de la sola letra, ha-
ciendo primar este aspecto sobre cualquier otro.
La sentencia que se ha examinado importa un distanciamien-
to con respecto al sistema de coexistencia de los modelos cartesia-

157
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

no y deliberativo y el supuesto hermenéutico que lo sustenta, cual


es el de la suficiencia de la sola letra. La consecuencia es que hay
un sentido distinto y separado del significado puramente semántico,
planteamiento que es por sí solo una ruptura con el literalismo im-
perante en el siglo XIX y que se recoge, como se ha visto, en los
comienzos del siglo XX.
Una posición similar se encuentra en otra sentencia de la Cor-
te Suprema de 1950,35 acordada por mayoría de votos, que en su
considerando 12 del fallo de mayoría establece: “Que, para que el
sentido de la ley se considere claro, no basta que el precepto apa-
rezca redactado en forma indubitable; precisa, también, que otro
no lo contradiga, porque si esto ocurre, el sentido no puede ser cla-
ro, dado que éste no resulta de una ley aislada, sino del conjunto
de todas las disposiciones, o de toda la norma, y ya se ha demostra-
do cómo la interpretación que se pretende, al hacer aplicable el
art. 676 al librado no provisto de fondos en sus relaciones jurídicas
con el librador, contradice otros preceptos legales”. Aquí se indica
que sólo cuando un enunciado legal se pone en relación con otros,
es decir, cuando se adopta el punto de vista contextual, se puede
determinar si el sentido es claro o no, lo que implica que la claridad
no puede constituirse en dato primario a partir del cual se estable-
ce la interpretación. Esto importa cuestionar la base en que se sus-
tenta el sistema de coexistencia de los dos modelos, y se abre paso
a una nueva manera de considerar el tema, más afín a posiciones
propiamente hermenéuticas, en que la actividad de interpretar es
un proceso siempre necesario, que no asume por anticipado la cla-
ridad, sino ve ésta como el resultado de la indagación de sentidos.
Aun cuando en las sentencias citadas no se ahonda más en la
separación conceptual entre sentido y tenor literal, ambos correspon-
den a dos formas diferentes de entender el significado. En el tenor
literal, se ha visto, se trata de las significaciones puramente semán-
ticas de palabras, es decir, llevado al esquema del triángulo de la
significación, la relación entre la palabra y el concepto que se le
asocia. Por eso, un enunciado como tal puede ser comprendido en
su generalidad, esto es, conceptualmente, pero sin referirlo toda-
vía a casos determinados. Precisamente cuando hay que referirlo a
casos determinados se presenta el problema de la referencia, es

35
Corte Suprema, 3 mayo 1950, Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. 47, sec. 1ª,
pp. 160-166.

158
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

decir, la determinación de qué casos se incluyen o se excluyen. En


conexión con esta última relación, surge propiamente el concepto
de sentido. En las sentencias citadas, lo que se debate es si tal caso
se encuentra o no comprendido en una expresión, palabra o enun-
ciado contenido en una ley, es decir, si éstos se refieren al caso de
que se trata. Para establecerlo hay que proceder a una indagación
de sentidos. La interpretación, entendida como proceso, es la acti-
vidad dirigida a determinar el sentido. Para ello no puede quedarse
en el solo ámbito gramatical o de literalidad, sino tiene que enten-
der la ley como un compuesto de varios elementos constituyentes,
que son palabras o littera, una voluntad o intencionalidad, que se
recoge en la mens y el fundamento, motivo y fin de la ley, que se re-
coge en la ratio legis. Esta tríada es esencial para el proceso interpre-
tativo. Cuando se presenta un caso, hay que relacionarlo con un
enunciado en un acto muy peculiar, que es la aplicación. Al indagar
si el caso está incluido en el campo referencial, no basta la explora-
ción puramente semántica, sino es preciso recurrir a las otras dimen-
siones de la tríada. A diferencia de la tesis de la exegética de la
Escuela de la Exégesis, relativa a la suficiencia de la sola letra, ha-
bría que oponer esta otra tesis: la no suficiencia de la sola letra, y la
necesidad de recurrir a la mens y la ratio para establecer el sentido.
Aun cuando no exhibe una separación nítida entre sentido y te-
nor literal, puede citarse una sentencia de 1959, sobre un caso tri-
butario, en que se discute sobre si una palabra en una ley de
impuestos tiene un significado claro u oscuro.36 Aquí el problema
se presentó porque las empresas de la gran minería del cobre esta-
ban sujetas a un impuesto único, y la Ley Nº 11.828, que estableció
su regulación, en su art. 9º, letra c), estableció que “las compañías
productoras facturarán el precio indicado [...] con un descuento
del 10%, cuando se trate de ventas destinadas al consumo inter-
no”. En razón de esa expresión “facturar”, se pretendió cobrar el
impuesto especial relativo al cobre facturado. La sentencia de pri-
mera instancia, reiterada por la de segunda, entiende que este
enunciado es claro, pues la palabra “facturar” significa “extender
u otorgar facturas” “y no es comprensible que el legislador se sir-
viera de una palabra de sentido tan concreto e inequívoco si no
hubiera deseado imponer la emisión de facturas, ya que en tal caso

36
Corte Suprema, 23 junio 1959, Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. 56, 2ª par-
te, sec. 1ª, pp. 207-212.

159
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

habría tenido a su alcance innumerables otros modos de expresión”.


Mediante este argumento a contrario, se concluye que las ventas de
cobre para el consumo interno se gravan además con el impuesto
especial por las facturas. En el considerando 3º de la sentencia de
la Corte Suprema se dice: “Que, como aparece de lo expuesto, se
trata de una materia de interpretación de la ley. El alcance y signifi-
cado de la palabra ‘facturarán’ dentro de los fines que persigue el
legislador al crear un precepto de esa naturaleza. Buscar cuál es la
verdad jurídica, desentrañando y reconstruyendo el pensamiento del
mismo en la cuestión que se suscita. Pero para buscar el pensamien-
to y los móviles del legislador y, finalmente, la verdad jurídica, es
menester que el intérprete use cuatro elementos: gramatical, lógi-
co, histórico y sistemático. No sólo, entonces, el juez debe analizar
las palabras de que se ha servido el legislador, sino las relaciones
que unen todas las partes del articulado sobre el punto de que se
trata, la situación jurídica existente a la época en que se dictó la ley
objeto de la interpretación y, por último, posesionarse de la acción
ejercida por ella en el orden general del Derecho y el lugar que en
este orden ocupa el precepto que se intenta interpretar. Y estos cua-
tro elementos estudiados en conjunto han de adaptarse a la prácti-
ca y a la realidad, para que se cumpla con los fines que se propuso
el legislador y encontrar en seguida la verdad jurídica”.
Después de establecer este planteamiento general, en el cual
cabe destacar en las primeras líneas la idea que el significado de la
palabra “facturar” hay que establecerlo “dentro de los fines que per-
sigue el legislador al crear un precepto de esa naturaleza”, viene
esta otra importante afirmación: hay que buscar el pensamiento y
los móviles del legislador. Todas estas afirmaciones implican que
el sentido del enunciado legal no es claro, porque hay otros precep-
tos que entrarían en conflicto con éste, según como se entienda.
Es decir, sólo después de examinada la ley en su conjunto y adver-
tido que si se toma la palabra “facturar” en su significado de emi-
tir facturas, por tanto afectas al impuesto de timbres, estampillas y
papel sellado, se produciría una contradicción con otra parte de
la ley que establece un impuesto único. De ahí que el consideran-
do 5º diga que “si se hace una traducción servil de ese vocablo, la
frase de aquel párrafo que se comenta, no tiene una corrección gra-
matical, al considerarse que lo que se está regulando es el “descuen-
to del 10%” y no se ha atendido, para este efecto, a la semántica
de aquella palabra ‘facturar’”. El examen ulterior de los distintos
elementos de interpretación conduce a coincidir en cuanto a en-

160
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

tender por la palabra “facturar” con un significado distinto de la


idea de emitir facturas, esto es, actos gravados con impuesto espe-
cial. De esta manera, el sentido no resulta de inmediato, de la sola
consideración de las significaciones de las palabras. Esto implica
una separación entre sentido y tenor literal. Por lo cual, el sentido de
la ley resulta del examen de la ley en su conjunto, y no de la sola
consideración de una parte de ella. Nuevamente aparece la con-
textualidad como el camino para establecer un sentido.
Con mayor nitidez, una sentencia de la Corte de Apelaciones
de Santiago, de 1964,37 establece en su considerando 11 que “una
explicación simplemente gramatical no agota el análisis en esta
materia”, y que “las proposiciones pueden hallarse correcta o in-
correctamente formuladas y ser más oscura una norma construida
según todas las reglas de la gramática que otra formada por ora-
ciones mal construidas pero cuyo sentido es claro. El carácter nor-
mativo de las proposiciones no depende de su forma gramatical,
sino de la índole de los juicios que encierra y de su contenido ob-
jetivo”. Aquí abiertamente se establece la separación entre sentido
y tenor literal. Por eso el examen puramente gramatical o de signifi-
caciones literales no es suficiente para capturar el sentido de la ley.
Otra sentencia de la Corte Suprema, de 1968,38 explícitamente
establece en su considerando 5º: “Que lo que prescribe la regla her-
menéutica contenida en el art. 19 del Código Civil no es que ‘no
se desatenderá su tenor literal’ cuando la letra de la ley sea clara,
sino cuando lo sea su sentido”. A continuación, en el considerando
6º dice que “este sentido o pensamiento del legislador no aparece
en forma clara en la disposición legal en estudio”. Es decir, nueva-
mente el examen de la ley en su conjunto permite establecer cuál
es el sentido de los enunciados legales, y no es un dato inmediato,
que fluye de la sola lectura, de manera directa, sino más bien el
resultado del análisis contextual.
Estas sentencias pueden complementarse con artículos y expo-
siciones en libros. Los profesores de Derecho Civil Avelino León
Hurtado y Fernando Mujica Bezanilla publican un informe en la
Revista de Derecho,39 en el cual sostienen, explicando el significado

37
C. Santiago, 20 abril 1964. Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. 61, 2ª parte,
sec. 2ª, pp. 24-30.
38
Corte Suprema, 26 junio 1968. Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. 65, sec. 1ª,
pp. 208-210.
39
LEÓN H., Avelino, y MUJICA B., Fernando, El tenor literal en la interpretación
de la ley, Revista de Derecho y Jurisprudencia, t. 55, pp. 225-229.

161
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

del inciso 1º del art. 19, que “la norma de hermenéutica legal que
se consigna en ese inciso dispone que el tenor literal de una ley
señala el contenido y alcance que el legislador quiso darle. Las pa-
labras traducen normalmente de manera fiel el pensamiento del
legislador. El legislador es culto, sabe el significado de las palabras
que emplea y su sintaxis debe suponerse correcta. Pero esta preva-
lencia del ‘tenor literal’ queda supeditada a que ‘el sentido de la
ley sea claro’, porque puede suceder que aunque el lenguaje em-
pleado sea correcto y preciso, ese ‘tenor literal’ no traduzca el ver-
dadero pensamiento del legislador, creando de ese modo duda en
el intérprete sobre el verdadero ‘sentido de la ley’. Faltaría, enton-
ces, el supuesto necesario –‘cuando el sentido de la ley es claro’–
para atenerse exclusivamente al ‘tenor literal’”. Y agregan “[...] pue-
de acontecer, excepcionalmente, que en una ley sobre determina-
da materia, un artículo sea claro y preciso en sus términos formales,
pero contradiga el sentido de toda la ley, de uno o más de sus pre-
ceptos o de otras leyes, que deban tener prevalencia. En tal even-
to, no obstante el ‘tenor literal’, el intérprete deberá buscar el
genuino sentido del precepto, recurriendo a otros elementos de
interpretación, como el lógico o el histórico”. Y concluyen: “[...] el
tenor literal debe respetarse, siempre que el sentido de la ley sea
claro. Si el sentido de la ley merece dudas, hay que recurrir a los
otros elementos de interpretación, aun cuando el tenor literal sea
claro y preciso. Es ésta la interpretación que debe darse al inciso
1º del art. 19 del Código Civil, es ése su claro sentido que, por lo
demás, aparece de su tenor literal; y ‘cuando el sentido de la ley es
claro (pero sólo entonces) no se desatenderá su tenor literal [...]’.
Y así este precepto interpretativo logra su más alta jerarquía, pues
también sirve para su propia interpretación”.
A pesar del trasfondo del modelo cartesiano, está propuesta la
separación entre sentido y tenor literal. También pesan los presupues-
tos hermenéuticos que caracterizan la exegética de los primeros au-
tores ya examinados. A pesar de ello, se advierte el giro hacia una
nueva manera de entender la reglamentación sobre interpretación.
Incluso aparece planteada la autointerpretación, lo que ciertamen-
te es un exceso de los autores. Uno de los problemas que presenta
la reglamentación sobre la interpretación es precisamente que no
puede aplicarse a sí misma, de manera que de ella misma derive la
forma en que debe emplearse, pues se produce un círculo.
Esta opinión permite establecer una tendencia, que consiste en
mantener como dos conceptos distintos el de sentido y tenor literal,

162
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

que a mi juicio se consolida con el importante trabajo de Carlos


Ducci sobre interpretación.40 Este autor se manifiesta decididamen-
te en contra del literalismo.
El tema de la claridad lo enfrenta señalando que “esta valori-
zación de claridad es el resultado de un proceso interpretativo”, y
en otra parte añade: “La determinación del sentido de la ley im-
plica que debe efectuarse siempre un proceso de interpretación.
Es imposible establecer a priori que el sentido de la ley es claro si
ésta no se interpreta para establecer dicho sentido”.41 Aun cuando
no profundiza en el tema, el autor se mueve en el círculo de ideas
propiamente hermenéuticas, que deben a Betti un gran impulso.
Desde esta perspectiva hermenéutica, la claridad es el resultado de
un proceso interpretativo. Esto permite plantear que el sentido cla-
ro no puede estar dado de inmediato en los enunciados, que se pue-
de percibir con la sola lectura del enunciado, como era la pretensión
de los defensores de la Escuela de la Exégesis. Es necesario realizar
un proceso interpretativo, y como consecuencia de este proceso pue-
de resultar el sentido del enunciado claro u oscuro.
La tendencia que la obra de este autor consolida viene a signi-
ficar una superación del sistema literalista, que he caracterizado
como un sistema en que coexisten dos modelos, el cartesiano y el
deliberativo, pendientes de la aparición de la duda, dato este últi-
mo subjetivo y no regulable. Que el sentido sea algo que surge como
consecuencia del proceso interpretativo quiere decir que se inde-
pendiza de lo que he llamado el ámbito de literalidad, es decir, de
las significaciones puramente semánticas, entendiendo por tales los
significados inmediatos, directos, de uso corriente, propios de las
palabras. De esta manera, la indagación puramente semántica es
sólo un aspecto que se considera en la determinación del sentido.
Para reforzar su posición, Ducci acude a una reconstrucción
histórica de la reglamentación de la interpretación. Recuerda que
las reglas sobre interpretación fueron tomadas por Andrés Bello
del Código de la Luisiana, en cuyo art. 13 se contenía el siguiente
enunciado: “Cuando una ley es clara y libre de toda ambigüedad
no se puede desatender su letra, bajo el pretexto de seguir su espí-
ritu”. Sobre esta base, hace la siguiente reflexión: “Aunque Andrés

40
D UCCI CLARO, Carlos, Interpretación Jurídica, Editorial Jurídica de Chile. La
segunda edición es de 1977, y la tercera de 1989.
41
Op. cit., pp. 56 y 104, respectivamente, de la 2ª edición.

163
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Bello reprodujo muchas disposiciones textualmente, no lo hizo así


con ésta. No dijo ‘cuando la ley es clara’ sino que introdujo un con-
cepto nuevo al expresar: ‘Cuando el sentido de la ley es claro’. Esta
expresión ‘sentido’ cambia todo el contenido de la norma e inde-
pendiza la interpretación del absurdo de consistir solamente en un
análisis gramatical del precepto, para buscar su significado y alcan-
ce, su ‘sentido’, es decir, la veracidad intrínseca del discurso”.42 Esta
idea la va a repetir varias veces a lo largo de la obra. En otra parte
agrega: “El claro concepto de que es el sentido de la ley y no su
tenor literal lo que debe buscar el intérprete, está reafirmado en
el art. 22 del Código Civil, al decir que ‘el contexto de la ley servi-
rá para ilustrar el sentido de cada una de sus partes’”.43
De aquí se va a seguir una distinción, cual es entre sentido y tex-
to gramatical. Esta distinción plantea algunas complejidades, pues
puede entenderse doblemente: de una parte, como enunciado y
significado, y de otra, como significado en un ámbito de literali-
dad y sentido, este último como un significado distinto y separado
del otro. En el primer caso, no habría nada que observar, pues efec-
tivamente los enunciados en palabras son significantes, y el signifi-
cado es algo distinto y separado de aquéllos. Pero en el segundo
caso, se trata de separar dos clases de significaciones: una, bajo el
nombre de tenor literal, las significaciones inmediatas y directas, y
otra, bajo el nombre de sentido, que sería un significado que esta-
ría más allá del otro, y cuyo contenido habría que establecer. Por
eso el autor recuerda esas sentencias en que se razona sobre la base
de una significación inmediata y directa que ofrece un enunciado
o palabra, la cual cede frente a un sentido que surge cuando el enun-
ciado se pone en conexión con otros enunciados, esto es, en un
contexto mayor, de manera que del conjunto aparece lo que se de-
nomina sentido.
El autor retiene la doctrina de los cuatro elementos, y al exa-
minar el llamado elemento lógico, recuerda el inciso 1º del art. 22
del Código Civil, que dice: “El contexto de la ley servirá para ilus-
trar el sentido de cada una de sus partes, de manera que haya en-
tre todas ellas la debida correspondencia y armonía”. Según esto,
el sentido no puede buscarse aislando un enunciado de otro, ni una
parte de otra, lo cual se refuerza con el inciso 2º del mismo artícu-

42
Op. cit., p. 96.
43
Op. cit., p. 103.

164
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

lo, en cuanto “los pasajes oscuros de una ley pueden ser ilustrados
por medio de otras leyes, particularmente si versan sobre el mis-
mo asunto”. De aquí partiría la posibilidad del empleo de la ana-
logía para esclarecer significados.
Aun cuando en este autor se advierte el esfuerzo por ofrecer
una nueva interpretación de la reglamentación sobre interpreta-
ción, sus afirmaciones contienen todos los ingredientes para refor-
mular la teoría de la interpretación. La distinción entre sentido y
tenor literal es correctamente entendida como una que se aparta de-
finitivamente de las corrientes literalistas de los autores iniciales,
que se caracterizan por resolver el contenido del sentido en las sig-
nificaciones inmediatas y directas de las palabras, sin considerar los
contextos, pues el llamado elemento lógico y el sistemático sólo tie-
nen lugar en el sistema adoptado como subsidiario del modelo car-
tesiano, esto es, en caso de oscuridad o confusión o contradicción.
Pero ese sentido, que para determinarlo hay que recurrir a todos
los llamados elementos de la interpretación, no se identifica con
el pensamiento o la voluntad del autor. La interpretación se reali-
za a partir de los enunciados mismos, y en ellos se busca estable-
cer el sentido, como algo distinto del tenor literal, esto es, de los
significados inmediatos y directos de las palabras. Este sentido pue-
de coincidir con esos significados, pero esta comprobación sería
el resultado de una interpretación. El sistema interpretativo com-
puesto de dos modelos interpretativos, el cartesiano y el delibera-
tivo, en donde el segundo entra en operación como subsidiario del
primero en caso de duda, queda cuestionado en su propia base.
Con lo cual llegamos a la conclusión que el único modelo es el de-
liberativo. Esto quiere decir que el sentido es algo por establecer y
que se relaciona no sólo con los significados de palabras, sino tam-
bién con los fines y la ratio. Por eso el autor, al comentar el signifi-
cado del art. 24 del Código Civil, dice: “Creemos que es el resultado
y no el método lo que valida la interpretación. Cualquier método
que conduzca a una solución injusta, es una mala interpretación.
Por eso estimamos que debe existir este axioma de la interpreta-
ción jurídica y que –entre nosotros– frente a la interpretación de
la ley, este axioma es que se obtenga una solución conforme a la
equidad”.44 Más adelante concluye: “Los otros métodos cuidan la
seguridad del Derecho a través de la vinculación del juez a la nor-

44
Op. cit., p. 159.

165
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

ma jurídica, y evitan el subjetivismo de una jurisprudencia exclusi-


vamente de equidad. Pero al emplear los distintos métodos inter-
pretativos, al buscar el sentido de la ley, el juez, vinculado a ella,
debe interpretarla teniendo en vista la justicia en su sentido más
amplio. La individualización jurisdiccional del Derecho, la concre-
ción de la norma frente a los antecedentes del caso específico, debe
satisfacer la equidad”.45
Según lo que este autor expone, la interpretación es un proce-
so que recorre en etapas las diferentes partes que están presentes
y relacionadas. Estas partes son la letra, los fines y la ratio. En esta
última se incorpora la justicia, con lo cual se mantiene vigente la
antigua vinculación entre Derecho y justicia, formulada en la filo-
sofía de Platón y Aristóteles y que se extiende hasta el pensamiento
escolástico de Tomás de Aquino y posteriormente en los escolásti-
cos tardíos como Suárez y Soto. El axioma que señala, en cuanto a
que la solución que se obtenga tiene que satisfacer la equidad o
un principio de justicia, significa, a fin de cuentas, que la interpre-
tación como resultado se mide y cualifica por criterios de justicia.
En esto se aproxima a la posición de Alejandro Guzmán, que, como
se vio anteriormente, plantea una línea de continuidad entre la con-
cepción medieval de la interpretación y la reglamentación del Có-
digo Civil sobre la interpretación. De esta manera, la doctrina sobre
la interpretación de la Escuela de la Exégesis queda rechazada, y
sustituida por una visión que busca trascender la sola letra en busca
de un sentido que ya no depende únicamente de aquélla, sino se
conecta con principios de orden superior. El principio de la sufi-
ciencia de la sola letra, de origen protestante, queda enfrentado a
una concepción que sitúa el sentido más allá de la letra.
La importancia que tiene la distinción entre sentido y tenor lite-
ral está en que hace posible una hermenéutica distinta, que ya no
postula el principio de la suficiencia de la sola letra (y el literalis-
mo consiguiente), sino un sentido que se concibe en otra perspec-
tiva, al modo como lo hace la actual hermenéutica. Hay un ámbito
de literalidad, que queda definido por los significados inmediatos,
directos, propios o usuales de las palabras; pero hay también un
sentido que no se identifica con esos significados, sino está vincula-
do a consideraciones más amplias y concernientes a la razón de ser

45
Op. cit., p. 160.

166
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

del Derecho. Por eso, he sostenido antes la necesidad de disponer


de dos términos para recoger las distintas dimensiones de la signi-
ficación.46 De una parte, el significado puramente semántico de
palabras, para recoger los significados directos y propios de ellas, y
de otra, el sentido, para recoger esas consideraciones relativas al ser
del Derecho.
La posición que se viene de examinar revela la existencia de
un conflicto en el interior de la cultura jurídica nuestra, en cuan-
to hay quienes siguen la doctrina de la claridad, entendida al modo
cartesiano, y otros que, como este autor, abandonan esta tesis y ven
la interpretación como una exploración del sentido. Este conflicto
cruza por entero la cultura jurídica, constituyéndose en una carac-
terística de ella. En parte hay razones generales que lo explican,
pero también ha sido determinante del mismo la búsqueda de un
apoyo en la propia reglamentación sobre interpretación. Y ya se ha
visto cómo el art. 19 del Código Civil ha recibido diferentes inter-
pretaciones, que son las que generan ese conflicto. Es necesario,
entonces, profundizar en el tema y buscar alguna salida atendible.
Un tema que no ha sido estudiado suficientemente, no obstante
ser decisivo, es el del sentido verdadero, que retiene por lo menos el
nombre de la antigua expresión verum sensum. En algunas de las
sentencias citadas, se contiene esta expresión o también la de ge-
nuino sentido, que es equivalente a aquélla. En lo que sigue trataré
de establecer algunas proposiciones básicas.

EL PROBLEMA DEL SENTIDO VERDADERO (VERUM SENSUM)


O GENUINO SENTIDO

El sentido verdadero en la interpretación pasa a constituir un elemen-


to propiamente hermenéutico. En las posiciones exegéticas litera-
listas, examinadas, es un supuesto hermenéutico. Esto quiere decir
que en esas posiciones exegéticas el foco de atención lo recibe la
reglamentación de la interpretación y se apuesta con ella a un re-
sultado, cual es el de una interpretación verdadera, o como tam-
bién se le llama, un genuino sentido. Puede explicarse a partir de

46
Especialmente en mi trabajo “Algo más sobre el Sentido del Derecho (Nota
acerca de ‘Sobre el sentido del Derecho’, de Jesús Ballesteros)”, Anuario de Filoso-
fía Jurídica y Social, número 8, 1990, pp. 57-92.

167
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

aquí que en muchos autores esa reglamentación se convierte en el


método de que dispone el intérprete para obtener el resultado que
busca. Por eso es fácil deslizarse a la suposición que las reglas de
interpretación son la garantía de la única interpretación que se es-
pera.47 En este modo de pensar, parece natural constituir un mé-
todo que conduzca al establecimiento de una interpretación
verdadera, en donde el énfasis se lleva al método más que sobre la
interpretación misma. Sólo con la aparición de la teoría hermenéu-
tica, con los románticos primero, y después en Dilthey, la atención
se centra en la comprensión como fenómeno de aprehensión de
un sentido. La reglamentación de la interpretación es importante,
pero tiene que ser justificada desde una teoría de la intepretación.
Lo primordial es la teoría de la interpretación, de la cual depen-
den la exégesis y las reglas de interpretación, y no como sucede en
las corrientes exegéticas, que hacen girar todo en torno a la regla-
mentación.
El tema del sentido es central en esta materia, y hay que consi-
derarlo así para evitar caer en los errores o perplejidades que abun-
dan en los estudios sobre interpretación.
a) Partiré considerando un planteamiento que hace Ch. Perel-
man en un encuentro organizado por el Institut International de
Philosophie, en Oxford, en 1962.48 En su presentación señala que
la cuestión del sentido ha recibido distintas respuestas que corres-
ponden grosso modo al realismo, al nominalismo y a una síntesis de
naturaleza teológica.
Para el realismo, según Perelman, quien hace uso de una ex-
presión lingüística es “hacernos conocer la proposición, la idea, la esen-
cia, en una palabra la realidad objetiva a la cual se refiere el que
expresa lo que tiene un sentido, para permitirnos juzgar de la ver-
dad o de la falsedad de sus aseveraciones”.49 En esta perspectiva, la
filosofía es definida como una ciencia del ser, esto es, como onto-

47
Por ejemplo, Fernando FUEYO, en Interpretación y Juez, Santiago, 1976, abun-
da en alusiones al método, queriendo con ello significar que la interpretación y
la “metodología de la aplicación” del Derecho van juntas, y que los problemas
centrales sólo podrán solucionarse si se cambia la metodología de la Escuela de
la Exégesis por otra que atienda a la justicia del caso concreto.
48
Se publica por Logique et Analyse, bajo el título Thinking and Meaning, Nº 20,
Entretiens d’Oxford 1962. La presentación de Chaïm PERELMAN lleva por título Avoir
un sens et donner un sens. Participaron también Ryle, Findlay, Calogero, Ayer, In-
garden, Zaragüeta, Passmore.
49
P ERELMAN, Ch., Avoir un sens et donner un sens, cit., p. 235.

168
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

logía, y las cuestiones del sentido se subordinan a lo concerniente


a la verdad y falsedad. Tomando a Descartes como un exponente
de esta postura, agrega que toda ambigüedad o equivocidad y todo
lo que se aleje de la expresión adecuada de las ideas claras y dis-
tintas, es una insuficiencia del lenguaje. Los únicos objetos dignos
de estudio lo constituyen estas ideas claras y distintas, cuyo conoci-
miento se modela según el conocimiento de los entes matemáti-
cos. Las matemáticas son el modelo privilegiado con ayuda del cual
se constituye la ciencia, pero hay que completar el cuadro con la
purificación del lenguaje y las opiniones de las causas de la ambi-
güedad y el error. Es preciso eliminar del pensamiento todo lo que
es confuso, equívoco e inconsistente, los productos de la imagina-
ción, los prejuicios y las prevenciones.
Esta concepción, que es la del racionalismo desde Platón hasta
Spinoza, agrega Perelman, ha sido también la del empirismo lógi-
co, pero con esta diferencia: mientras para el racionalismo la filo-
sofía es capaz de proporcionar respuesta a todos los problemas que
se presenten, para el empirismo lógico la función de la filosofía se
restringe a la tarea de crítica de todos los sinsentidos que se en-
cuentran en las doctrinas filosóficas.
Para los nominalistas, el sentido es obra humana: hacer uso del
lenguaje con sentido es aplicar correctamente las reglas de su uso.
“Si el sentido es obra humana, las diversas expresiones lingüísticas
deben expresar, directa o indirectamente, de un modo que parez-
ca apropiado, los problemas y las soluciones que los hombres pre-
conizan en los dominios más diversos. No es sin razón, en efecto,
que las terminologías y las clasificaciones científicas evolucionen,
así como las definiciones y las clasificaciones jurídicas. Es sobre todo
en Derecho, a causa de su organización detallada y de su elabora-
ción explícita, en donde mejor se pueden observar las condicio-
nes y analizar las razones de esta evolución”.50
La concepción que defiende este autor es la que atribuye al no-
minalismo. El principal problema que suscita es el del subjetivis-
mo, consecuencia del incremento de reglas arbitrarias. Los juristas,
dice, han tratado de paliar este inconveniente elaborando reglas
de competencia y de procedimientos de decisión. Pero muchos han
optado por resolver la dificultad acudiendo a una solución de na-
turaleza teológica. Partiendo de que todo sentido depende del pen-

50
PERELMAN, op. cit., p. 236.

169
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

samiento que lo elabora, basta imaginar esta elaboración como el


producto de un pensamiento divino, entonces, perfecto, para lo-
grar así una síntesis de nominalismo y realismo. “Así como Dios
creador es el origen de toda realidad, el pensamiento divino de-
viene el fundamento de todo sentido objetivo y norma indiscuti-
ble del pensamiento humano. Como las ideas divinas son claras y
distintas, eternas e inmutables, el sentido que buscan los filósofos,
de origen espiritual, deviene para los hombres un orden objetivo
que deben reconocer y al cual deben someterse, como el legisla-
dor humano debe someterse al Derecho natural”.51
Pero esta posición la rechaza el nominalismo, y aceptando este
rechazo, escribe Perelman: “El sentido de una expresión, en la me-
dida en que resulte de la aplicación de una regla en uso, podrá
presentar aspectos diversos, conforme a la variedad de estas reglas.
Ya no es indispensable postular la claridad y univocidad de todo
enunciado, de toda expresión que tenga un sentido; ya no es in-
dispensable concebirlo únicamente como correlativo de la verdad
o de la falsedad, a la manera de Frege”.52 En ciertos dominios, como
las matemáticas, se exige un lenguaje altamente formalizado, en
donde la univocidad prima sobre cualquiera otra exigencia. Hay
otros dominios, como en el Derecho, en donde ocurren “numero-
sos usos de lenguaje que exigen que un margen de libertad sea de-
jado al intérprete. Es así que cada vez que el legislador quiere
acordar al juez un gran poder de apreciación en la aplicación de
la ley, introduce voluntariamente en los textos términos vagos, ta-
les como ‘equidad’, ‘orden público’, ‘interés general’, etc., los que
serán precisados poco a poco por la tradición jurisprudencial”.53
Esta posición contrasta netamente con la Escuela de la Exégesis,
que precisamente pretendió limitar la función del juez a los solos
términos de la ley, los que son suficientes para dar cuenta de la vo-
luntad genuina del legislador. Esta posición exegética es realista,
en la clasificación del autor. Más adelante agrega: “Pero nosotros
sabemos que no sólo el legislador abandona de tiempo en tiempo
al juez el cuidado de precisar la regla, sino que un texto que pare-
ce perfectamente claro puede cesar de serlo cuando es necesario
aplicarlo a situaciones imprevistas, a las cuales el legislador no ha-

51
Op. cit., p. 237.
52
Ibídem.
53
Ibídem.

170
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

bía podido pensar. Las nociones claras son aquéllas cuya extensión
es conocida; lo que caracteriza a toda legislación que lleva consigo
la obligación de juzgar es que ella debe ser aplicada a situaciones
radicalmente nuevas”.54
¿Cómo sucede un cambio jurisprudencial?, se pregunta el au-
tor. Cuando ocurre un nuevo caso de aplicación, la interpretación
antigua es juzgada contraria a la finalidad de la institución jurídi-
ca, y entonces la decisión judicial le da un sentido nuevo al mismo
enunciado legal. La posición la fija en el siguiente pasaje: “Las de-
cisiones judiciales, al calificar los actos y las situaciones, emiten un
juicio, que no es simplemente conforme a una realidad objetiva,
sino resulta de una apreciación de los elementos que concurren
en el caso. Esta apreciación judicial, que busca cualificar los hechos
de una cierta manera, precisa la extensión de un concepto y con-
tribuye, por ello, en la medida en que crea un precedente, a defi-
nir la comprehensión de uno u otro término de la ley. Es así que
el juez colabora, por sus decisiones, a la puesta a punto del orden
jurídico, que no es simplemente un dato objetivo que el magistra-
do no tendría sino que aplicar ciegamente. Al enunciado, cuya ver-
dad o falsedad presupone un sentido preciso e invariable, se opone
el juicio resultante de una apreciación judicial, que da un sentido
determinado a los textos aplicados”.55 De esta manera, en una con-
cepción realista la aplicación traduce una actitud contemplativa que
se limita a reconocer la intuición evidente de un objeto que se im-
pone a todo ser racional que enfrente el mismo objeto. En cam-
bio, en una concepción nominalista, el sentido es obra humana,
lo que se traduce en que es perfectible y modificable, y en donde
su determinación consiste en una apreciación, un juicio, que se plas-
ma en una decisión que no se impone necesariamente, y que por
lo mismo, hay que justificar como razonable. El pensamiento, en
este caso, no se inclina simplemente delante de su objeto, sino que
adapta las reglas admitidas a la situación nueva, gracias a una ac-
ción que discrimina, aprecia, juzga y decide.
Finalmente: “El sentido cuando no es enteramente dado, sino
resulta de la aplicación de una regla, que elabora al aplicarla un
individuo competente y responsable, no remite a una ontología,
sino a una axiología, que proporcionará los fundamentos filosófi-

54
Op. cit., p. 238.
55
Ibídem.

171
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

cos que permiten justificar la toma de posición del hombre razo-


nable que piensa, que juzga y que decide”.56
Este estudio de Perelman contiene, a mi juicio, todos los ingre-
dientes del tema del sentido verdadero. De acuerdo con su clasifica-
ción, las posiciones de los autores que inicialmente se enfrentaron
a la reglamentación sobre la interpretación contenida en el Códi-
go Civil, es realista, como lo es la de los defensores de la Escuela
de la Exégesis. Hay aquí la admisión de un sentido que nos remite
a una realidad objetiva, aprehensible en forma indubitable (intui-
ción evidente), y que he titulado modelo cartesiano. El contenido
de ese sentido vendría a ser un concepto o idea, significado por los
términos del enunciado legal, y el cual es pensado efectivamente
por el legislador, que sabe lo que hace, por lo cual lo convierte en
contenido de su decisión. La aprehensión de los conceptos o ideas
significados se garantizaría con la intuición evidente que cualquier
sujeto dotado de razón podría tener con solo situarse frente a los
enunciados. La duda sería lo único que desbarataría esta percep-
ción evidente. ¿Por qué la duda? Porque al referir los conceptos a
situaciones o casos concretos estaría en cuestión la extensión, es de-
cir, a cuáles casos en concreto se refiere tal o cual concepto o enun-
ciado. La claridad significaría saber por anticipado a cuáles casos
se extiende, y éste es precisamente el problema, que no se puede
saber previamente a cuáles casos determinados se extiende el con-
cepto o enunciado de que se trata.
Pero las causas de duda no son sólo las relativas a la extensión,
esto es, si tal enunciado se refiere o no a determinado caso, pues
existe el fenómeno de polisemia (una palabra que puede signifi-
car diferentes conceptos); a su vez, tratándose de enunciados, se
presenta la plurivocidad, cuando ese enunciado se relaciona con
otros, es decir, cuando se establecen conexiones contextuales, lo
que permite profundizar los significados dados y encontrar signifi-
cados nuevos. Sea como fuere, la duda hace operativo el otro mo-
delo, que he denominado deliberativo o argumentativo, y en donde
el sentido no se patentiza, sino hay que determinarlo acudiendo a
varios factores, entre ellos la ratio.
Perelman, como muchos otros autores, acude a la problemáti-
ca relación entre lo general y cada caso concreto en el cual se ejem-
plifica eso general, para ilustrar esa particular impotencia del

56
Op. cit., p. 239.

172
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

legislador (o ley) para prever todos los casos a los cuales los enun-
ciados legales se refieren. En rigor es una posición ontológica, que
mira a la naturaleza de las cosas mismas, que se resisten a ser en-
capsuladas en todos sus detalles en las nociones generales, que para
ser tales tienen que sacrificar muchas características. Fue Aristóte-
les quien enfrentando el problema en la esfera práctica, en su Éti-
ca Nicomaquea, Libro V, 1137b, advierte que los enunciados legales
se refieren de modo general a las distintas situaciones que regulan
y que por eso no puede desconocerse que se presentarán muchos
casos que no quedarán incluidos de manera precisa, por lo cual
habrá que ajustar el caso no previsto de esa manera al enunciado
legal general. Pertenece a la naturaleza de la cosa práctica misma,
y por eso no puede reclamarse del legislador o del lenguaje em-
pleado los defectos u omisiones. Esta es la dificultad de toda apli-
cación de un enunciado general a un caso particular. Por aplicación
hay que entender el acto mediante el cual se establece la corres-
pondencia entre el enunciado general y el caso de que se trata. En
otras palabras, el caso se identifica como uno comprendido en el
objeto referido por el enunciado.
Esta posición clásica ha pasado a ser un tópico recurrente en
la historia del Derecho y representa una perspectiva ontológica del
problema de la relación de lo general a lo singular concreto. Este
ontologismo se vincula con el tema de la verdad, entendida ésta
como adecuación o correspondencia. Del modo como lo plantea-
ron Platón y Aristóteles, la verdad se presenta en ciertas estructu-
ras, que son las proposiciones o juicios. Las palabras por sí solas
carecen del atributo de verdad, pero combinadas de manera de pro-
ducir un juicio, hacen posible la verdad de esta estructura. Es su
correspondencia con el objeto referido en el juicio el que deter-
mina su verdad o falsedad. Pero, como lo anotara Aristóteles en su
Peri Hermeneías, si bien toda proposición es significativa o semánti-
ca (logos semantikós), no toda proposición dotada de significación
es susceptible de verdad o falsedad. Esto abre un sector de lo que
puede expresarse en palabras u otras formas significativas en don-
de se hace problemática la verdad, entendida como corresponden-
cia. Se extiende asimismo a las formas modales de las proposiciones.
De esta manera, cuando Perelman recuerda las posiciones realis-
tas, señala aquellas que asumen un ontologismo asociado a la teo-
ría de la verdad como correspondencia. La verdad surgiría en los
juicios que emite el intérprete acerca del significado que encuen-
tra en los enunciados legales. Habría así un significado verdadero,

173
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

y la tarea del intérprete, sea juez u otro, es establecer ese significa-


do. Este significado a su vez se establece como el que permite la
correspondencia de la proposición con el caso de que se trata. En
cambio, el nominalismo que él propicia atribuye significados, de
acuerdo con las convenciones sociales en uso. Desde este punto de
vista, no puede hablarse de un significado verdadero como en el
caso anterior.
Muchos autores han sostenido que las proposiciones jurídicas
como tales, es decir, las normas jurídicas, no son verdaderas ni fal-
sas. Pero este tema es diferente a lo que se ha planteado anterior-
mente. La verdad o falsedad concierne al sentido, y esto implica
ver las proposiciones jurídicas como los significados de los enun-
ciados legales, de manera que el intérprete al aseverar que tal o
cual es el sentido adopta una posición susceptible de verdad o fal-
sedad. Esto pasa a ser un problema en el caso que Perelman llama
nominalismo, en donde se asignan o atribuyen significados confor-
me reglas o pautas que tienen respaldo social. La atribución de sig-
nificados requiere de justificación, esto es, de razones que respalden
la asignación hecha. Por eso, señala este autor, en último término
la justificación nos conduce al mundo axiológico.
Sentido y verdad son términos que se encuentran en estrecha
relación. En el pensamiento tradicional, que se remonta a la filo-
sofía griega, sentido y verdad han formado una sólida combinación.
Lo que ilustra Perelman, y que se encuentra también en muchos
autores analíticos, es la separación y ruptura de ambos términos.
Más bien habría que decir que la vieja concepción de la verdad
como correspondencia se deja de lado para sustituirla por la teo-
ría de la coherencia o la teoría del consenso. Si se quiere buscar
todavía una relación posible entre ambos conceptos, habría que
adoptar una teoría de la verdad ya no como correspondencia, sino
como coherencia o consenso.
b) Una importante contribución a este problema lo constituye
sin duda la doctrina de la “textura abierta” que hacen suya Hart y
muchos autores que se inspiran en el pensamiento analítico. Es otra
manera de enfrentar el tema de la interpretación, la aplicación y
la relación de lo general a lo particular. De manera general, las re-
glas jurídicas se comunican mediante el lenguaje. En una época se
pensó, y así se ha visto en los representantes de la Escuela de la
Exégesis, que la comunicación mediante los lenguajes naturales
daba certidumbre al conocimiento de las reglas jurídicas. Como lo
dice Hart en su El Concepto de Derecho: “Aun cuando se usen reglas

174
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

generales verbalmente formuladas, en los casos concretos particu-


lares pueden surgir dudas sobre cuáles son las formas de conducta
exigidas por ellas. Las situaciones de hecho particulares no nos
aguardan ya separadas las unas de las otras y rotuladas como ejem-
plos de la regla general cuya aplicación está en cuestión”.57 Esta di-
ficultad en la relación de los enunciados generales con los casos
particulares concretos tiene origen múltiple. Uno de éstos se en-
cuentra en la naturaleza del propio lenguaje, que impone límites
a la comunicación. Hay, por cierto, dice el autor, casos obvios, que
aparecen reiteradamente en contextos similares, a los cuales las ex-
presiones se aplican sin dificultad. Pero hay otros casos respecto a
los cuales se presenta la duda, y forman lo que se denomina la “zona
de penumbra”, y que se caracteriza por la incertidumbre. Si, por
ejemplo, en la entrada de un parque se coloca un aviso en que se
lee escrito “se prohíbe la entrada de vehículos”, no se presentará nor-
malmente duda en cuanto a automóviles, pero sí en cuanto a bici-
cletas, patines, juguetes. El primero es el caso obvio, pero el segundo
ingresa en la zona de penumbra y, por tanto, afecto a la duda.
Me interesa el siguiente pasaje, que define una línea de pensa-
miento que han cultivado los autores afiliados a doctrinas analíti-
cas: “Los cánones de ‘interpretación’” no pueden eliminar, aunque
sí disminuir, estas incertidumbres; porque estos cánones son a su
vez reglas generales para el uso del lenguaje, y emplean términos
generales que también requieren interpretación. Ellos no pueden
–y en eso no difieren de otras reglas–, proveer a su propia inter-
pretación. Los casos claros, en que los términos generales parecen
no necesitar interpretación y el reconocimiento de los ejemplos
parece ser ‘automático’, son únicamente los casos familiares que
se repiten en forma constante en contextos semejantes, respecto
de los cuales existe acuerdo general sobre la aplicabilidad de los
términos clasificatorios”.58
En esta parte se advierte la influencia de Wittgenstein y los co-
mentarios a su pensamiento de F. Waismann. Los significados se
atribuyen conforme reglas para el uso del lenguaje. No hay algo
así como un sentido puesto ahí para ser recogido por los integran-
tes de una comunidad de hablantes y comunicado en sus discur-

57
HART, H.L.A., El Concepto de Derecho, p. 157, traducción de Genaro Carrió,
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1998.
58
Op. cit., p. 158.

175
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

sos. Por eso el concepto de claridad está vinculado al uso de las


reglas: se trata de casos familiares, que se repiten en forma cons-
tante en contextos semejantes, y sobre los cuales hay acuerdo ge-
neral de la comunidad de hablantes en cuanto al uso de las reglas.
Hay lo que algunos autores llaman el “significado público”, que toda
la comunidad de hablantes reconoce y practica, consciente o in-
conscientemente. Se descartan los significados “privados”, esto es,
aquellos significados que un hablante particular ha querido comu-
nicar en un contexto determinado. En términos generales, los sig-
nificados pertenecen a la comunidad que los reconoce y practica,
y por lo mismo poseen objetividad. La intencionalidad, es decir, lo
que alguien ha querido decir no forma parte de esta comunidad,
y quedan en la subjetividad del sujeto y como un problema para
los demás que deseen entenderlo. Los significados se constituyen
en las palabras mismas y como asignación conforme reglas semán-
ticas. Coincide con lo que Perelman llama posición nominalista.
Merece destacarse en esta posición de Hart el peculiar estatu-
to de las reglas de interpretación, que también las denomina cá-
nones de la interpretación. Estos cánones no son, ciertamente, los
cánones de la tradición hermenéutica que replantea Betti en su teo-
ría de la interpretación y que constituyen los principios del cono-
cimiento. En la perspectiva de Hart, las reglas de interpretación son
reglas que permiten asignar significados, y como toda regla de esta
clase, no pueden autointerpretarse. Esta afirmación es de especial
importancia y es preciso tenerla en cuenta, aun cuando no se com-
parta la concepción analítica.
Se ha visto anteriormente cómo ha gravitado la reglamentación
legal de la interpretación en el estudio de ella que han hecho los
primeros autores nacionales, viendo en las reglas el camino ade-
cuado para establecer la interpretación verdadera (verdad como co-
rrespondencia). En esta perspectiva analítica, en cambio, las reglas
interpretativas nos conducen a un estadio de metalenguaje. Más que
de un método para la conducción recta del entendimiento hacia
la única interpretación, calificada de verdadera, se trata acá de prin-
cipios o reglas para el uso del lenguaje. Por eso habría que ver la
interpretación como la sustitución de un enunciado por otro, ex-
plicativo del anterior, en donde el intérprete da cuenta en otras
palabras del significado que habría que asignar al enunciado de que
se trata.
Ya antes que se desarrollara esta manera de pensar en círculos
analíticos, Kelsen había criticado la tesis de la interpretación ver-

176
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

dadera defendida por los partidarios de la Escuela de la Exégesis,


y había sostenido su conocida doctrina de la “norma marco”, en la
cual se presentan varias posibilidades de contenido entre las que
habría que elegir. El pensamiento analítico culmina, en realidad,
una lingüistización de la interpretación. La idea kelseniana de elec-
ción entre varias alternativas de significado es compatible con la
asignación de significados, y en cierto sentido la anticipa. Toda esta
manera de plantear el tema del significado y la interpretación no
sólo entra en pugna con el modelo interpretativo exegético del
siglo XIX, sino también con la teoría propiamente hermenéutica
que se viene desarrollando desde Dilthey.
En el planteamiento de Hart hay que llamar la atención sobre
la distinción entre las dos situaciones que examina: una en la cual
se trata de los casos obvios, en donde la aplicación se produce sin
dificultad, y otra en la que se presenta la zona de penumbra y que
se soluciona acudiendo a la discrecionalidad. Esta última está pe-
netrada por la duda, por eso se presenta como problema estable-
cer un criterio de significación (en cuanto referencia a un caso
determinado). Si los autores del siglo XIX cuando enfrentaban el
tema de la aplicación procedían a esta dicotomía de dos situacio-
nes, acudiendo a la claridad y oscuridad, ahora se acude más bien
a las nociones de “caso fácil” y “caso difícil”. Aquellos autores abri-
gaban la ilusión que los casos de duda serían escasos, por lo cual
diseñaron un sistema en el que el modelo cartesiano era dominan-
te. Ahora muchos son los autores que se sienten identificados con
el pensamiento analítico y para los cuales el lenguaje natural en
que se expresan las regulaciones legales presenta inevitablemente
ambigüedades, equívocos, vaguedad o indeterminación, en suma,
una dificultad intrínseca de significación en un grado importante.
La posición analítica mantiene en realidad la dualidad que es-
tablecieron los autores del siglo XIX, sólo que éstos se inspiraban
en doctrinas que Perelman califica de realistas, en cambio los au-
tores analíticos adoptan posturas de corte nominalista, en que los
significados dependen de usos sociales. Este cambio es determinan-
te, pues la concepción de la verdad que está en una y otra posi-
ción es diferente, de la correspondencia en el primer caso, y de la
coherencia o consenso en el segundo. Sin embargo, la operación
de la duda es similar. La duda es un estado psicológico, que se pre-
senta por mecanismos internos, imposibles de prever y controlar.
Frente a un caso concreto al relacionarlo con un enunciado surge
la duda de si está o no contenido en sus términos. Cuando se hace

177
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

presente la duda cesa la claridad. Ambos son incompatibles, y por


eso la duda se relaciona con la oscuridad, que viene a ser la forma
en que aquélla se manifiesta. Un autor, que sigue la inspiración ana-
lítica, como Igartúa, dice: “Nada es claro o dudoso en sí sino para
alguien. Lo claro y lo dudoso sólo cobran sentido en la relación que
se establece entre una disposición y el sujeto que la lee”.59
El autor que ha estudiado este tema en forma organizada en
una perspectiva analítica es J. Wróblewski. Parte de una distinción
entre tres concepciones de la interpretación. La primera es la in-
terpretación sensu largissimo, que es la comprensión de un objeto
en tanto fenómeno cultural. Corresponde a la tradición diltheya-
na, en donde la comprensión constituye el eje teórico de la inter-
pretación. La segunda clase de interpretación es la sensu largo, que
significa la comprensión de cualquier signo lingüístico. Es decir,
“para entender un signo de un lenguaje dado hay que interpretar-
lo atribuyéndole un significado de acuerdo con las reglas de senti-
do de ese lenguaje”.60 Aquí se mantiene la noción de comprensión,
pero unida al acto de atribución de significados. La tercera forma
de interpretación es la sensu stricto, que quiere decir “determina-
ción de un significado de una expresión lingüística cuando exis-
ten dudas referentes a este significado en un caso concreto de
comunicación”.61 Esta es la clase de interpretación que el autor pri-
vilegia y considera en su estudio de la interpretación jurídica. La
llama interpretación operativa. Como se advierte aquí está conte-
nida la dicotomía claridad/oscuridad que se viene recogiendo ya
en los autores del siglo XIX. Hay casos en que el lenguaje es sufi-
ciente para los fines de comunicación, y otros en los cuales se pre-
sentan dudas. En estos últimos será necesario acudir a diversos
instrumentos para resolver la duda.
La distinción que defiende Wróblewski determina como con-
secuencia una separación entre comprensión e interpretación.
Ciertamente el autor se mueve en la línea de la atribución de sig-
nificados, y la comprensión de significados en los casos en que no
se presenta la duda, pasa a ser un dato psicológico de mera apre-

59
IGARTÚA SALAVERRIA, Juan, Teoría Analítica del Derecho (La interpretación de la
Ley), p. 50, Oñati, 1994; también, del mismo autor, pp. 42 y ss., en Márgenes y Lí-
mites en la aplicación del Derecho, Donostia, 1992.
60
WRÓBLEWSKI, Jerzy, Constitución y teoría general de la interpretación jurídica, p. 22,
Civitas, Madrid, 1985.
61
Op. cit., p. 22.

178
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

hensión del sentido conforme una regla no discutida, tal vez me-
cánicamente o por hábito. En el caso de duda, hay que proceder a
la interpretación, la cual se resuelve en último término en el acto
electivo de la posibilidad interpretativa que el intérprete conside-
re como mejor justificada. “La determinación del significado –dice
el autor– se expresa en una decisión interpretativa porque, cuan-
do el significado prima facie de un texto es dudoso, siempre hay una
elección entre significados diferentes”.62 Con ello se prosigue en
la dirección anticipada por Kelsen, en cuanto la interpretación más
que un proceso o acto de conocimiento, como lo plantea la her-
menéutica, se muestra como un acto electivo entre varias alterna-
tivas posibles de significado.
Aquí recobra importancia la vieja fórmula in claris non fit inter-
pretatio, en donde la claridad excluye la interpretación, que por lo
mismo ya no es el proceso cognoscitivo que pensaron los autores
hermenéuticos del siglo XX. Interesa destacar aquí que hay una di-
ferencia de fondo en la manera de entender la claridad. Los auto-
res del siglo XIX, según se vio, consideraban la claridad al modo
cartesiano, para dejar espacio a la intuición evidente del sentido
verdadero. Aquí, en cambio, la claridad tiene que ver con la au-
sencia de dificultades en el uso de las reglas de significado. Se puede
citar a este respecto a Waismann, discípulo de Wittgenstein, que
sostiene que el análisis del significado consiste en establecer las re-
glas para el uso de un signo (palabra o símbolo). Para él el con-
junto de reglas que gobierna el uso del lenguaje constituye lo que
se llama la gramática del lenguaje. Si se extiende la palabra gramáti-
ca a todas las reglas para el uso del lenguaje, entonces puede decir
este autor que la clarificación del significado es un proceso en la gra-
mática. De este modo, la vaguedad, la indeterminación, en suma la
confusión, pueden removerse mediante el establecimiento de la re-
gla de uso del lenguaje afectado por vaguedad o indeterminación.
La duda tiene que ver, en último término, con la confusión acerca
de la regla de significado que debe emplearse en un caso dado.63
Estas precisiones de Waismann contribuyen a entender mejor
la orientación general del estudio del significado (o sentido), que
había apuntado Perelman. El carácter convencionalista del signifi-
cado aparece en todos estos autores que integran el pensamiento

62
Op. cit., p. 29.
63
WAISMANN, Friedrich, The Principles of Linguistic Philosophy, pp. 9 y ss. Mac-
Millan, New York, 1968.

179
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

analítico, del cual forma parte Wróblewski. Con esto, el tema del
sentido verdadero queda postergado o simplemente ausente. Su-
cede que las reglas de interpretación ya no tienen esa función de
servir de pautas o guías para la aprehensión de un sentido verda-
dero, como ocurría con aquellos autores de la Escuela Exegética,
sino desempeñan funciones heurísticas y justificatorias. Los signifi-
cados no están dispuestos de manera de ser “descubiertos”, sino son
atribuidos, según las reglas de significación en uso. Este carácter
de atribución del significado aleja la urgencia de la consideración
de la verdad. Así lo reconoce Wróblewski, aunque se inclina por la
teoría de la verdad como adaequatio, pero en el sentido semántico
de Tarski. Examinando la base semántica de la teoría de la inter-
pretación, este autor afirma que el sentido de una expresión es re-
lativo a la “directiva de sentido” de esa expresión. El autor prefiere
utilizar la palabra “directiva” en vez de regla.
Estas directivas no están establecidas con precisión en el len-
guaje ordinario, piensa el autor. Las expresiones del lenguaje co-
mún, dice, son normalmente indeterminadas y vagas, consideradas
en abstracto, sin referencia a una situación o contexto situacional.
Pero cuando se consideran en situaciones concretas, dejan de ser-
lo, al punto de procurar una comunicación suficiente. En la esfera
jurídica, anota este autor, las normas jurídicas suelen estar formu-
ladas en palabras de tal manera que pueden ser aplicadas inmedia-
tamente a casos concretos. “Son relativamente raros los casos en los
que surge la duda de si una norma se adapta inmediatamente a la
situación considerada; sin embargo, estos casos constituyen el cen-
tro de las discusiones científicas [...]”.64 En estos casos “fáciles” se pro-
duce lo que el autor llama comprensión inmediata, que consiste en
captar que entre el caso y el enunciado legal hay una correspon-
dencia inmediata, indudable. Para ello es necesario comprender
los enunciados, y para ésta a su vez se requiere de algunas reglas
que no sean materia de discusión. “Parece que estas reglas son
algunas directivas elementales del lenguaje jurídico implícitas de
este modo en nuestra comprensión de la materia jurídica, y no
especificadas de ninguna manera, lo que da la sensación de una
comprensión inmediata. Este es un hecho bien conocido en la com-
prensión del lenguaje común, cuando quien se sirve de él lo com-

64
WRÓBLEWSKI, J., “Sentido” y “Hecho” en el Derecho, p. 86, Editorial Universita-
ria del País Vasco, San Sebastián, 1989.

180
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

prende inmediatamente en situaciones normales, sin tener que ha-


cer un análisis razonado de las reglas sintácticas y semánticas. So-
lamente en el caso de situaciones atípicas surgen dudas relativas
al sentido de las enunciaciones en el lenguaje ordinario, por lo que
es necesario recurrir a técnicas particulares para establecer sus sen-
tidos”.65 Esta comprensión inmediata excluiría en principio la duda.
Aunque con esta posición se llega a un resultado similar al de los
autores de la Escuela de la Exégesis, hay una diferencia de base.
En la posición analítica no está en juego la intuición evidente de un
sentido, que caracteriza a esos autores. Por eso, para Wróblewski hay
dos conjuntos de reglas semánticas que tienen función en la com-
prensión: a) las reglas concernientes a la comprensión inmediata,
y b) las reglas relativas a la interpretación.
Las reglas que conciernen a la comprensión inmediata no son
más explícitas que las del mismo tipo del lenguaje común. Es más
fácil construir lenguajes artificiales, como los del cálculo formali-
zado, que poner de manifiesto las reglas que subyacen en el uso
del lenguaje común. A pesar de eso, piensa el autor, el lenguaje
ordinario funciona bastante bien en la comunicación, y algo simi-
lar ocurre con los lenguajes jurídicos, pues estas reglas vienen a ser
inherentes al modo de pensar de los juristas, en virtud de su edu-
cación y de la tradición jurídica.
La comprensión inmediata de la norma jurídica es, en general,
suficiente en la mayor parte de los casos, sostiene el autor. Pero si
se presenta una duda –que puede tener su origen en la vaguedad,
indeterminación o ambigüedad, o en problemas de valoración o de
consecuencias inaceptables para el intérprete– se hace necesario bus-
car un sentido con la ayuda de reglas distintas de las reglas de la
comprensión inmediata. Estas últimas son propiamente las directi-
vas de la interpretación. Estas reglas de interpretación ya no consti-
tuyen esa metodología que garantiza el resultado de un sentido
verdadero, como se pretendía por los autores del siglo XIX. Son di-
rectivas para guiar en el establecimiento de un sentido y para jus-
tificarlo. Por eso tienen una función doble, heurística y de
justificación. La duda surge en determinados contextos, y las reglas
para establecer los sentidos surgen asimismo de esos contextos. “Aquí
se sostiene la tesis de que el sentido de una norma –dice el autor–
debe buscarse a través de un análisis de la misma en el contexto en

65
Op. cit., p. 87.

181
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

el que se encuentra. Podemos distinguir tres tipos de contextos de


una norma jurídica: lingüístico, sistémico y funcional. Esta clasifica-
ción de los contextos es la base para la subdivisión de las directivas
de la interpretación jurídica en tres clases correspondientes”.66
El contexto lingüístico es el contexto del lenguaje jurídico dado,
tal como se usa en el sistema jurídico particular. Hay que tener pre-
sente todas las reglas que gobiernan el uso de las expresiones jurí-
dicas, esto es, el vocabulario, las reglas sintácticas y semánticas y,
especialmente, las “definiciones jurídicas”, es decir aquellas estipu-
laciones de sentido que el propio sistema jurídico establece. Por
otra parte, hay que considerar si el significado de una expresión
es propio de una parte del sistema, o si es común a las diferentes
partes del sistema; también hay que considerar en el establecimien-
to de significado la ubicación jerárquica, pues las nociones más ge-
nerales y superiores influyen en la determinación de sentido de las
inferiores (esto es, el tema de los principios generales del Derecho).
En la noción de sistema hay que considerar la coherencia (o falta
de contradicción) y la completitud (o falta de lagunas). Todo esto
constituye el contexto sistémico. Por último, el contexto funcional
considera la situación social o histórica del momento del estableci-
miento del Derecho o del momento de su aplicación. Aquí tienen
importancia las valoraciones y los fines del Derecho.
Cada uno de estos contextos determina un conjunto de direc-
tivas interpretativas. El problema es: a) cuándo se debe usar cada
uno de los conjuntos de directivas interpretativas, y b) qué hacer
en caso de que la norma sea susceptible de varios sentidos corres-
pondientes a los diferentes conjuntos de directivas aplicadas, por
ejemplo, si al utilizar las reglas gramaticales se llega a establecer
un significado, que es distinto si se emplean reglas sistémicas o fun-
cionales. Esta última situación es especial, pues puede ocurrir que
al utilizarse las directivas interpretativas correspondientes a los dis-
tintos grupos se llegue a un mismo significado, en cuyo caso no
habrá dificultad en aceptar ese significado. La situación cambia en
el otro caso, cuando al aplicar diferentes directivas varía el signifi-
cado.
Por estas dificultades, es necesario, sostiene Wróblewski, intro-
ducir directivas de segundo grado, quedando las anteriores como
directivas de primer grado. La función de estas directivas de segun-

66
Op. cit., p. 90.

182
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

do grado es la de prescribir el uso y la relevancia, es decir, señalar


cuándo y qué prelación tienen unas con respecto de otras. Estas
directivas de segundo grado nos llevan, sin embargo, a considera-
ciones teóricas de gran complejidad. Para decirlo en los términos
de la distinción que he establecido anteriormente entre hermenéu-
tica y exégesis, las directivas interpretativas de primer grado corres-
ponden a la exégesis, en cambio las directivas de segundo grado
reflejan posiciones propiamente hermenéuticas. Wróblewski habla
aquí de teorías normativas e ideológicas de la interpretación, y son
éstas las que en definitiva determinan la elección y preferencia. Es-
tas teorías las divide en dos grandes grupos. Unas, las teorías que
llama “estáticas”, postulan que el sentido es algo que permanece
constante hasta que se produzca un cambio por parte de quienes
producen el Derecho. Para el autor aquí “se ve la estabilidad del
sentido como un elemento esencial para garantizar la protección
jurídica, la estabilidad y la certeza en la aplicación del Derecho”.67
Por eso el esfuerzo por ver en la reglamentación de la interpreta-
ción una metodología que garantice la captura de ese sentido dado
de una vez para siempre. Se trata de la ideología de la seguridad
jurídica, entendida como un saber a qué atenerse. No es, piensa el
autor, una posición que tenga una fundamentación sólida. En cam-
bio, desde otro lado, hay las teorías o ideologías “dinámicas”, para
las cuales el sentido no está dado fijo de una sola vez, sino se va dan-
do y cambiando de acuerdo con las nuevas situaciones. Para estas
teorías la interpretación se concibe como una actividad dirigida a
establecer un sentido que refleje la correspondencia entre los enun-
ciados y las cambiantes exigencias de la vida y la realidad social.
Cómo y por qué se opta entre una u otra posición, depende,
según el autor, de la correspondencia que el intérprete advierte
entre las normas y las exigencias de la vida, de tal manera que a
veces recurrirá a ideologías estáticas, y otras a ideologías dinámi-
cas. Si en su concepción el Derecho se ajusta a una cierta situación,
acudirá a criterios estáticos, si por el contrario ve un contraste en-
tre lo que el Derecho dispone y las exigencias sociales, empleará
directivas con un designio dinámico para ajustar aquél a éstas. Todo
ello tiende a hacer visible la importancia de la tarea del intérpre-
te, pues en último término la clase de interpretación que resulta
depende de las opciones ideológicas que adopte.

67
Op. cit., p. 94.

183
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Desde este punto de vista, el literalismo de los autores nacio-


nales ya examinados sería una opción ideológica que buscaría más
bien la defensa de cierta concepción de la seguridad jurídica.
Aun cuando Perelman y Wróblewski son dos autores que tie-
nen posiciones filosóficas distintas, coinciden en un aspecto fun-
damental. En la interpretación, en último término, se abre paso la
consideración valórica, que guía la actitud del intérprete en la adop-
ción de las posibilidades interpretativas. Esto habría que ponerlo
en relación con las posiciones de autores hermenéuticos que ven
una activa participación del intérprete en la interpretación bajo la
forma de conjetura, como se vio en Ricoeur y Eco, entre otros. Tan-
to en uno como en otro caso, el sentido se aleja de la relación au-
tor-expresión, y se plantea más bien en la otra parte del modelo
de la comunicación que he empleado anteriormente, esto es en la
relación obra-intérprete. Pero como el sentido está necesariamen-
te conectado con el tema de la verdad, el desplazamiento del sen-
tido hacia el lado del intérprete tiende a crear la impresión que el
sentido es una construcción de éste, dominado por sus propias va-
loraciones, y que no hay objetividad posible.
En los autores nacionales partidarios de la exégesis en la for-
ma vista, el sentido verdadero de que hablan –y que se emplea de ma-
nera reiterada hasta ahora– puede caracterizarse como la adopción
de la verdad como evidencia, llevada al campo del lenguaje. De
acuerdo con el postulado hermenéutico ya señalado, la palabra tie-
ne la capacidad de recoger en plenitud y fuera de toda duda el pen-
samiento (o voluntad) del autor de la ley (aunque esto no se admite
así en materia contractual, creando una asimetría). Por eso, la sola
letra basta, siguiendo el planteamiento de la suficiencia del lenguaje
del protestantismo. Con eso se sirve, ciertamente, a la seguridad
jurídica. El sentido termina identificado con la significación pura-
mente semántica de las palabras. Esto es, lo que el hablante quie-
re decir es lo que se dice, o a la inversa, lo que se dice y se entiende
que se dice es lo que el hablante quiere decir. Esos significados se-
mánticos están determinados, según algunos, por los usos, o por
los diccionarios, o por el decir de los más ilustrados, según otros.
La verdad que aquí entra en consideración es la verdad como co-
rrespondencia. El sentido verdadero es un sentido que de alguna ma-
nera está dispuesto para ser aprehendido en un acto de intuición
infalible. En estas condiciones, cuando se produce el debate sobre
sentido y tenor literal (este último como significación o alcance se-
mántico), según se ha examinado, lo que está ocurriendo es un

184
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

cuestionamiento al postulado hermenéutico de la suficiencia de la


sola letra y, por lo mismo, lo que se busca es abrir hacia la indaga-
ción del sentido, en cuanto éste no está en la sola letra para ser apre-
hendido de inmediato en la intuición correspondiente, sino hay
que establecerlo acudiendo a diversas operaciones fuera del cam-
po de la sola literalidad, esto es, de los significados puramente se-
mánticos. Este cuestionamiento permite uniformar la teoría del
sentido con la materia contractual, en cuanto en ésta se deja de
lado la literalidad para abrir la indagación de los sentidos en rela-
ción con la intención de los contratantes.
El planteamiento analítico de autores como Wróblewski, coin-
cidente en gran parte con otros autores como Perelman, es ilus-
trativo de una manera de pensar que busca resolver los diferentes
problemas de la interpretación por medio de doctrinas lingüísti-
cas que tienden a dejar de lado el tema del conocimiento. La com-
prensión de que aquí se habla ya no es el concepto que en su
momento levantó Dilthey como la elaboración epistemológica de
las ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften), sino más bien un fe-
nómeno psicológico. La aprehensión de sentido se verifica en un
acto simple, y cuando no tiene lugar esto el sentido se establece
en un acto de atribución o asignación de sentido. Cuando no tie-
ne lugar este acto simple e inmediato de comprensión, y hay que
recurrir a la asignación de sentido, surge el tema de la justificación,
esto es la defensa de la interpretación adoptada. El abandono del
tema de la verdad, esto es la separación entre sentido y verdad, que
en la tradición filosófica aparecen unidos, se ve facilitado por el
giro lingüístico del tema del sentido. Si, en definitiva, los sentidos
se atribuyen según reglas de significado en uso, la solución dada
al sentido no depende ni de una teoría ontológica ni de una de-
terminada doctrina de la verdad.
El desplazamiento del sentido hacia un dominio lingüístico y
su alejamiento de la verdad y la ontología, se facilita también por
la irrupción de la doctrina de la verdad como coherencia, que su-
planta la clásica teoría de la correspondencia. Otro tanto hay que
decir de la teoría de la verdad como consenso. La primera lleva
el acento a las relaciones de unas partes con otras, por lo mismo,
la posibilidad de construir sistemas lógicos o conforme ciertos cri-
terios. La segunda pone la mirada en la actitud y aceptación de
los partícipes de ciertas nociones, las que pasan a tener ese ca-
rácter de “verdades” no discutidas. En ambos casos, el tema de la
interpretación se desplaza hacia la argumentación, que es lo que

185
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

puede advertirse en autores como MacCormick o el analítico


Guastini.
Las ideas de Wróblewski y otros autores analíticos que le siguen
consisten en un sistema que consta de dos modelos, uno de com-
prensión inmediata, en los casos en que no se presenta la duda, y
otro de asignación de sentidos conforme reglas en uso y según jus-
tificación, que sería de menor aplicación. En este último, las direc-
tivas de primer grado actúan en su doble papel de pautas para la
búsqueda del sentido y de criterios justificatorios de la asignación
de sentido que se haga. La orientación de esta búsqueda estaría
determinada por principios axiológicos, la ideología del intérpre-
te, según la denomina.
Esta manera de ver las cosas no me parece del todo satisfacto-
ria. Como puede constatarse, el cambio del modelo cartesiano a la
atribución de sentidos es importante. De la intuición infalible se
va a otra cosa, dominada por el acto de asignación de sentido. Pero
aun en este último caso, el concepto de comprensión que se ma-
neja se separa del proceso propiamente cognoscitivo en que con-
siste la interpretación según he planteado anteriormente. Por lo
mismo, la posibilidad de enfrentar el tema del verdadero sentido que-
da postergada. Pero, por otra parte, postular un sentido verdadero
de la manera como lo hacen los autores nacionales del siglo XIX,
es mantener en cierto modo una posición que se puede relacio-
nar con aquellas que ofrecieron los autores protestantes, que asu-
men el principio de la suficiencia de la sola letra. La palabra tiene
un poder manifestador del pensamiento o intención auténticos de
su autor, y el oyente o lector tiene la aptitud de captar ese sentido
en forma indubitable. El sentido literal aparece así como dominan-
te. Pero se vio cómo este principio que surge en relación a textos
bíblicos, llevado al terreno de las leyes humanas provoca dificulta-
des imposibles de solucionar desde la letra misma. Como ya seña-
ló Tomás de Aquino, el sentido literal, o prima significatio, nos abre a
otras significaciones, de donde la doctrina de los cuatro sentidos en
la interpretación de la Biblia. Esto no implica negar que en la inter-
pretación de los textos sagrados la palabra proviene de un autor in-
falible. Pero esta situación no puede trasladarse al legislador humano,
imperfecto y con un lenguaje que adolece de limitaciones.
El debate que se produce en torno a la distinción entre sentido
y tenor literal, aun cuando gira alrededor de las expresiones del
art. 19 del Código Civil, ilustra nítidamente las insuficiencias de un
literalismo exagerado. En ese momento ni los tribunales ni los au-

186
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

tores nacionales elaboraron una doctrina del sentido que ofrecie-


ra soluciones al problema detectado. Sin embargo, ese debate en
forma no explícita muestra: a) que los enunciados que contienen
reglas sobre interpretación se pueden entender de varias maneras,
es decir, son a su vez interpretables, lo que deja abierto el proble-
ma de la justificación de la interpretación que se adopte; b) que el
concepto de literalidad es más complejo, y que no sólo hay que con-
siderar los significados de palabras, en cuanto estos significados se
recogen en otras palabras (el antiguo tema de las definiciones no-
minales), sino también aquellas dimensiones que bajo el nombre
de ratio e historia se encuentran en la comprensión de una ley, es
decir, que en toda ley hay una letra y un espíritu que es preciso
considerar; c) que la ruptura entre sentido y tenor literal marca el
fin de los supuestos propiamente hermenéuticos que alimentaban
la posición exegética de los autores del siglo XIX, esto es, el fin de
la creencia en un autor infalible y sabio, de un lenguaje suficiente
para manifestar la intención o pensamiento auténtico, en suma, del
predominio de la literalidad; d) que el sentido hay que establecerlo
en relación con otras dimensiones de la ley, en lo cual pasa a ser
determinante como método de búsqueda el contexto, la idea de
unidad del sistema jurídico, los principios y conceptos generales
del Derecho; e) que la claridad y la oscuridad, que construyen el te-
cho bajo el cual se mueve el doble modelo de aplicación inmedia-
ta (o comprensión inmediata) y búsqueda de sentido, hay que
reformularlas, por contener un principio subjetivo imposible de
someter a control alguno; f) que el tema del sentido verdadero de la
interpretación, que no puede verificarse por vías demostrativas o
empíricas, tiene que llevar a una revisión de la actitud frente a las
reglas de interpretación, en cuanto en ellas se depositaba la creen-
cia que constituyen la garantía de un resultado cierto en términos
absolutos.
El jurista entiende intuitivamente la efectividad de estas impli-
caciones. Esto nos pone en la situación de tener que elaborar una
respuesta posible a los problemas de la interpretación, en un esce-
nario en donde hay una reglamentación legal. Los planteamientos
de autores como Wróblewski, en una perspectiva analítica, no sa-
tisfacen en la medida que dejan sin respuesta problemas inevita-
bles como lo son los relativos al carácter de conocimiento de la
interpretación, así como su verdad. Al dejar de lado la compren-
sión, como forma de conocimiento, se abre paso a la consideración
del significado que establece la convención social, lo cual sin duda

187
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

es un aspecto que es preciso tomar en cuenta. Son más fructífe-


ras las posiciones propiamente hermenéuticas de autores como
Ricoeur, a quien sigo en gran medida. Este autor, como se señaló
antes, busca separarse de las posiciones hermenéuticas del roman-
ticismo, de Savigny y Dilthey, conservando empero el carácter cog-
noscitivo de la comprensión. La comprensión no es un puro
fenómeno psicológico, sino un proceso complejo en el cual se va
abriendo lentamente, en sucesivas etapas, el sentido de un texto. Los
grados de avance de la comprensión dependerán de las posibilida-
des explicativas, esto es, de la posibilidad de relacionar un texto o
grupo de enunciados con otros enunciados, conceptos o principios,
de manera de ir formando paulatinamente conexiones más ricas y
penetrantes. No voy a repetir aquí la compleja dialéctica entre ex-
plicar y comprender, pero sí quiero reafirmar el carácter eminen-
temente cognoscitivo de la actividad interpretativa, que permite
abrirse a consideraciones epistemológicas como las de K. Popper,
por ejemplo. La comprensión que se forma alguien en la prime-
ra lectura de un texto es una conjetura inicial, que tendrá que
ser posteriormente examinada en relación con otros elementos
o dimensiones explicativos, dando paso a un grado posterior de
comprensión más profunda, configurando así otra conjetura, más
completa y apoyada en elementos más explicativos y, por lo mis-
mo, justificantes, y así sucesivamente.
Los mismos casos judiciales examinados anteriormente pueden
servir para ilustrar este concepto de conjetura en que consiste la
interpretación. Provisoriamente puede entenderse la interpretación
como un proceso o actividad dirigida a establecer un sentido de ma-
nera conjetural. Si se considera alguno de esos casos judiciales, por
ejemplo, el de la inembargabilidad de las remuneraciones de los
sueldos de los empleados particulares, se advierte que se presen-
tan dos posiciones. Una, que asume una actitud literalista. La sola
lectura, dicen los jueces, permite comprender de manera inmediata
el sentido, que es el de la inembargabilidad en términos absolu-
tos, esto es, sin excepciones. Aquí cabe recordar lo que señalé an-
teriormente en cuanto a que los primeros autores que comentaron
la reglamentación se inclinaron por un sistema de dos modelos in-
terpretativos, bajo el techo de la dualidad claridad/oscuridad, de
manera que si el enunciado es claro se produce la situación de apre-
hensión inmediata y evidente de su sentido, y sólo en caso de oscuri-
dad hay que investigar el sentido, ya que el lenguaje no ofrece
garantía de certidumbre.

188
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

La segunda posición considera, en cambio, que el enunciado


no es claro, que su sentido no se establece de manera evidente e in-
mediata de la sola lectura, sino que es preciso considerar esa in-
embargabilidad en relación con un contexto mayor, como es el
régimen de sociedad conyugal, lo que introduce una diferenciación
que el solo enunciado literal no contiene, cual es que sólo afecta a
la relación con los terceros, pero no al interior de la sociedad con-
yugal, de manera que la cónyuge, en este caso, puede demandar
alimentos y obtener el embargo de los sueldos del marido renuen-
te en el pago de pensiones alimenticias.
La primera posición se inspira, a mi juicio, en la noción de cla-
ridad que pertenece a la tradición cartesiana. Fue Descartes quien
conectó las nociones de claridad, evidencia e intuición. En el Dis-
curso del Método y en las Reglas para la dirección del espíritu establece
que la claridad concierne al conocimiento que está presente y es
manifiesto de tal manera que el sujeto cognoscente no tenga oca-
sión alguna para ponerlo en duda. Este pensador fue quien le dio
a la intuición ese carácter de aprehensión evidente, esto es, fuera
de toda duda. La evidencia –apodíctica, como la llamarán después–
es un estado de certidumbre tal que no deja margen a duda algu-
na; es una forma de convicción plena. Como la evidencia funcio-
na como criterio de verdad, es en esta perspectiva que la intuición
es la aprehensión evidente y verdadera.
Si se aplican estas nociones a la primera posición de los jueces
que dejan constancia de tener por evidente la claridad del enun-
ciado, se tiene el siguiente cuadro. Acuden a una intuición eviden-
te de un sentido que consiste en el carácter absoluto y sin
excepciones de la inembargabilidad de los bienes. Esa intuición evi-
dente es la manifestación de un verum sensum, es decir, hay aquí
una verdad manifiesta, que las solas palabras tienen la virtud de
hacer visible, fuera de toda duda. En consecuencia, hay aquí una
forma de acoger el tema de la verdad, que se manifiesta de mane-
ra indubitable a un espíritu atento, como quería Descartes. Aun
cuando en esta época en que se dicta esta sentencia, los años 30,
era frecuente el recurso a la intención o voluntad del legislador –a
veces se habla del pensamiento–, esa intención hay que entender-
la referida a lo siguiente. Hay, en realidad, tres intenciones: una,
la originaria del autor mismo, que como hecho psicológico perte-
nece al pasado, otra intención, que es la que se manifiesta en la
palabra misma y que se supone coincide con la del autor origina-
rio, y una tercera intención es la de la propia ley, que se indepen-

189
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

diza del autor. Se ha visto que esta última es la que aceptan mayor-
mente los autores pertenecientes a las corrientes hermenéuticas.
Entre los autores analíticos, en cambio, hay varias posturas. Algu-
nos quieren volver a la intención originaria, pero en cuanto el sig-
nificado está determinado por las convenciones en uso a la época
de la dictación, otros, a su vez, entienden que el significado está
determinado por las convenciones en uso a la época de aplicación,
como muchos autores hermenéuticos. Sea como fuere, lo que los
autores nacionales entendieron de este problema fue más bien que
la intención se manifiesta en los enunciados legales, de manera in-
dubitable. Esto aleja las posiciones analíticas actuales de esas ideas
que sostenían los autores del siglo XIX. La manifestación de la in-
tención originaria, en su verdad, como decían algunos, es lo que le
da la característica a esta postura. Significado de palabras y sentido
vienen a ser dominios coincidentes. Las palabras de los enunciados
legales significan algo, y eso que significan es la manifestación ver-
dadera, intuida en forma evidente por el lector, de un propósito o
intención o pensamiento del autor real. El sentido verdadero consiste,
entonces, en ese contenido significativo que trazan las palabras.
La segunda posición frente al mismo problema de aplicación
de la inembargabilidad, presupone en cambio oscuridad, esto es, que
el solo texto no se basta a sí mismo y que su sentido no es manifies-
to, sino es preciso investigarlo acudiendo a distintas relaciones con-
textuales. El sentido una vez establecido es considerado verdadero.
Aquí tenemos un rasgo de cómo opera este sistema de dos mode-
los interpretativos inconciliables. En realidad se trata de la pugna
entre dos maneras de concebir el sentido verdadero. Para una posi-
ción este sentido verdadero surge en la intuición evidente como ma-
nifestación verdadera de una intención originaria que se expresa
en el solo enunciado. No se trata, como ya he tenido ocasión de
señalarlo, de retomar la doctrina de la verdad manifiesta de la pa-
labra divina, que encontramos en el debate sobre el sentido en la
escolástica, como lo expresa Tomás de Aquino, sino de una posi-
ción que se aproxima al cartesianismo. Para la otra actitud frente
al sentido verdadero, éste se establece no como la demostración lógi-
ca que se emplea en las ciencias matemáticas, sino algo que se apoya
en diversas relaciones, que en conjunto configuran lo que se lla-
ma la justificación. Aquí aparecen las razones para entender tal o
cual cosa. Por eso antes he denominado este modelo argumentati-
vo, porque se trata de ofrecer razones para entender un enuncia-
do de una manera o de otra.

190
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

Aquí tenemos dos visiones contrapuestas, ambas alegan verdad,


pero sin poder probarla. Este es el problema crucial de la inter-
pretación. No se puede verificar la verdad de una interpretación
conforme la metodología que emplean las ciencias naturales o ma-
temáticas. El valor del debate que conduce a la separación entre
sentido y tenor literal radica en último término en que nos muestra
la naturaleza de la interpretación jurídica y uno de sus problemas
más agudos, cual es el de la verdad. Desde mi punto de vista, am-
bas posiciones pueden reducirse a un solo modelo hermenéutico.
La primera, que acude a la sola literalidad, constituye en realidad
una conjetura inicial, que se alimenta de las significaciones litera-
les, esto es, de aquellas significaciones que derivan de las propias
palabras, en forma directa, inmediata, o que han sido consagradas
por el uso o las convenciones sociales. Es inicial, porque saliendo
de ese ámbito de literalidad, como lo he llamado anteriormente,68
se abren otros ámbitos, “más allá de las palabras”, que el lenguaje
no puede solucionar. Vienen otras conjeturas, las cuales conside-
ran otros elementos, que en definitiva son otras razones distintas
que la sola literalidad. ¿Por qué tener que salir del ámbito de lite-
ralidad? Porque los mismos ejemplos considerados en el debate que
termina separando sentido y tenor literal muestran las limitaciones e
insuficiencias del lenguaje legal, que en gran parte es el mismo len-
guaje natural, con todos sus problemas en la comunicación. Por lo
cual, los supuestos hermenéuticos en que se apoyaban los autores
del siglo XIX no se cumplen. Si es así, el modelo interpretativo que
he llamado argumentativo o deliberativo tiene que dar la base para
caracterizar la interpretación, entendida como proceso dirigido a
establecer un sentido, moviéndose en distintos planos conjetura-
les. Hay que llevar todo esto al terreno de la verdad, pues desde el
momento mismo en que se concibe la interpretación como proce-
so cognoscitivo no puede quedar ajeno a su calificación de verdad.
De otra manera sería postular que la interpretación no es otra cosa
que mera opinión, cambiante y sin verdad alguna.
Conviene recordar aquí algunas nociones sobre cómo enten-
der el importante concepto de claridad. Descartes lo asoció a las
ideas, y toda su teoría del conocimiento gira en torno a las ideas
claras y distintas. Se trata de una cualidad de las ideas, que admite

68
Vid. mi libro Prudencia y justicia en la aplicación del Derecho, Editorial Jurídi-
ca de Chile, 2001.

191
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

diferentes grados. Hay ideas claras, pero en diferentes grados de


distinción. Leibniz poco después desarrolló esta concepción en un
trabajo de 1684 que ya he citado.69 Las ideas claras son aquellas que
permiten identificar su objeto, separándolo de otro, aun cuando
esto pueda ocurrir en diferentes grados de precisión. Por eso, hay
que admitir en los conceptos claros la división en conceptos claros
confusos o vagos y conceptos claros distintos. Estos últimos son los
que constituían el ideal de conocimiento de Descartes. Los otros
conceptos, los confusos o vagos, permiten distinguir la cosa, pero
dejan un no se qué que desear, porque no podemos precisar ente-
ramente su contenido. Hoy día quien sigue este curso de pensa-
miento es Engisch con sus conceptos indeterminados, muy
frecuentes, según reconoce, y que se corresponden con las ideas
confusas o vagas.70
En el pensamiento analítico ha tenido mayor fortuna asociar
la claridad a la ausencia de dificultades en el uso de las reglas en
el acto de atribución de sentido. Pero con esto el tema del conoci-
miento no se presenta, pues sólo en caso de duda la adscripción
de significado tendría el carácter de conjetural, sin que esta conje-
tura se constituya en la modalidad hipotética del conocimiento. En
los otros casos en que no se presenta duda habría una atribución
mecánica de significado. Tampoco se esclarece el carácter y fun-
ción de la duda. Ciertamente, como lo dice Wróblewski, hay “con-
textos generadores de duda”, ya provengan de los lenguajes, ya de
las conexiones sistemáticas, ya de las funciones. La duda no está
sujeta a reglas, puede o no presentarse, según la persona de que
se trate. Con esto se hace patente que la duda como factor que de-
termina la claridad u oscuridad depende de factores psicológicos
propios del sujeto y no de criterios objetivos controlables. Por eso,
habría que retomar la línea trazada por Descartes y Leibniz y ver
que la claridad u oscuridad está en el modo de pensar los concep-
tos y que se presenta, en consecuencia, en la interioridad del suje-
to, sin desconocer la espontaneidad de la duda. De ahí la intuición
evidente y verdadera, que pone término al estado de duda. Pero
esto significa también reconocer que la claridad u oscuridad sur-

69
Se trata del interesante trabajo de Leibniz titulado “Meditaciones sobre el
conocimiento, la verdad y las ideas”, en Tratados Fundamentales, pp. 149-157, Losa-
da, Buenos Aires, 1946.
70
ENGISCH, Karl, Introducción al Pensamiento Jurídico, especialmente cap. VI,
pp. 137 y ss., Ediciones Guadarrama, Madrid, 1967.

192
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

gen en la relación con el sujeto intérprete, y esto indica que pue-


de variar de uno a otro. El problema es, entonces, cuándo y cómo
se presenta la duda, es decir, cuándo y cómo un concepto ostenta
esa cualidad de claro u oscuro. El estudio de Leibniz sugiere que
los conceptos se encuentran en distintos grados de claridad, pero
en ese caso sólo un estudio atento de ellos podrá establecer cuán
claro es el concepto.
Con lo señalado hasta aquí basta para mostrar que en el siste-
ma que postularon los autores nacionales del siglo XIX, de dos
modelos dependientes de la pareja claridad/oscuridad, hay una cir-
cunstancia que ellos no consideraron, cual es el carácter subjetivo
de la duda, que puede variar de una persona a otra. Y tanto es así
que en la sentencia de la Corte de Valparaíso de 1930 que se re-
cordó, sobre el tema de la inembargabilidad de los sueldos, hay dos
posiciones, una que acude a la claridad, y la otra, todo lo contra-
rio. Es decir, para unos no cabe la menor duda, para otros no ocu-
rre así, y el sentido es algo que hay que establecer por otros medios
que la intuición evidente. En buenas cuentas, saber si un enuncia-
do se refiere a ciertas y determinadas situaciones o hechos, esto es,
si el enunciado que declara inembargables los sueldos y pensiones
se refiere en el régimen de sociedad conyugal sólo a las relaciones
del marido con los terceros y excluye a las demandas de alimentos
de la cónyuge, o incluye también estas últimas.
Estas dificultades derivadas del subjetivismo extremo de la adop-
ción del sistema de dos modelos interpretativos que dependen en
su operación de un modo de entender la claridad u oscuridad, pue-
den solucionarse en una perspectiva propiamente hermenéutica,
que asume el carácter cognoscitivo de la actividad interpretativa,
que ve en la claridad u oscuridad cualidades que no pueden ads-
cribirse inmediatamente, sino, como señalaba Betti, son el resulta-
do de un trabajo de indagación en distintos contextos.71 Los juristas
prácticos enfrentados a la situación de enunciados que dicen algo
que no permite adaptarlo sin dificultad a casos jurídicos, han in-
tuido que la solución ha de encontrarse “más allá de las palabras”,

71
En los autores nacionales este tema no se encuentra bien estudiado. Mere-
ce citarse C. DUCCI, Interpretación Jurídica, p. 104, citado anteriormente, en donde
señala: “Es imposible establecer a priori que el sentido de la ley es claro si ésta no
se interpreta para establecer dicho sentido”. Esto implica que la interpretación
es siempre necesaria, y que la claridad y oscuridad son atributos que se estable-
cen como consecuencia del proceso interpretativo.

193
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

y por eso desde antiguo tenemos esos dominios de la mens y la ra-


tio, desde donde deben brotar las respuestas.
En general, los juristas suelen emplear significado y sentido como
expresiones sinónimas. El análisis sobre el significado de estos tér-
minos desde que comenzó su estudio sistemático es demasiado ex-
tenso como para pretender hacerse cargo de él. Se han escrito obras
importantes desde que Frege hiciera sus penetrantes aseveraciones
sobre significado y referencia.72 He utilizado anteriormente el trián-
gulo de la significación, que emplearon Ogden y Richards, con fi-
nes más bien didácticos. Ilustra bien que la significación se abre a
una diversidad de relaciones distintas, por lo cual todo lo que se
diga sobre significado y sentido tiene que vincularse a esas relacio-
nes. La base de ese triángulo de la significación está en la afirma-
ción medieval que las palabras se relacionan con las cosas a través
de los conceptos. Teniendo esto presente he separado anteriormen-
te significado y sentido, para distinguir dos relaciones diferentes.
Una es la relación de la palabra o expresión (o signo significante)
con la noción, concepto o idea que se asocia a ella de algún modo,
otra relación es la del concepto con las cosas, estados de cosas, si-
tuaciones a que se refiere. El significado nos lleva en la dirección
de los conceptos y éstos a su vez miran hacia las cosas mismas. El
sentido, propiamente, lo concibo como lo que se hace presente en
la relación de referencia, pero que se constituye, en el caso del De-
recho, desde principios.
De manera que cuando leemos un enunciado que declara la
inembargabilidad de sueldos y pensiones, para tomar el mismo
ejemplo anterior, su significado como enunciado es el que se hace
presente en la combinación de las respectivas nociones de sueldos,
pensiones, la noción negativa de inembargabilidad. En este nivel
de comprensión inicial hay ciertamente un entendimiento gene-
ral del significado, pero no estamos todavía en condiciones de afir-
mar con certeza si el caso de que se trata –la petición de embargo
de los sueldos y pensiones del demandado solicitado por la cónyu-

72
Para el estudio de este tema del significado puede consultarse la recopila-
ción de trabajos que hace Luis M. VALDÉS VILLANUEVA, en La búsqueda del signifi-
cado, 3ª ed., Tecnos, Madrid, 1999. Los autores que se incluyen son importantes
en la perspectiva analítica de la filosofía; no figuran las elaboraciones de autores
hermenéuticos como Dilthey y sus seguidores, Heidegger, Gadamer, Ricoeur, De-
rrida, Eco, Vatimo, con lo cual se mantiene vivo el prejuicio “antimetafísico” que
caracteriza a muchos autores que se identifican como analíticos.

194
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

ge– está o no referido en ese significado general. Las palabras nos


señalan una dirección general, que tenemos que recorrer, pero ya
no apoyados en las palabras, sino saliendo en cierto modo de ellas,
buscando otras nociones o instituciones o reglas jurídicas que nos
permitan configurar un sentido. El sentido no pertenece, enton-
ces, al ámbito de las significaciones de las palabras, o ámbito de
literalidad, como lo he llamado antes, sino que se constituye en la
consideración de otro ámbito, cual es el de la ratio. Pero no hay
una ruptura o un vacío entre ambos, sino el sentido sigue sin sal-
tos donde termina el ámbito de literalidad.
En la materia práctica sucede que al aplicar la regla o princi-
pio práctico a una situación cualquiera, se produce un momento
de duda. Ya lo advirtió en su momento Aristóteles, como inheren-
te a la materia práctica, pues los principios prácticos están formu-
lados de modo general y al aplicarlos se presenta la duda de si en
tal o cual caso se aplica ese principio en la forma en que está ex-
presado o si se requiere de otros principios. El paso de lo general
a lo particular en materia práctica no es sin dificultades, como ya
lo vio Aristóteles. Por eso la aplicación merece ser examinada to-
mando en consideración esta circunstancia. Entiendo por aplica-
ción el acto por el cual se establece la correspondencia entre un
enunciado legal y el caso de que se trata. Los casos, ciertamente,
no están dispuestos de antemano listos para ser encasillados en los
respectivos enunciados. De ahí que la aplicación se traduzca en una
actividad del sujeto aplicador, que es también intérprete. Como la
interpretación es una actividad que busca determinar en último tér-
mino un sentido, la sola comprensión inicial del significado gene-
ral del enunciado no basta, es necesario referirlo a los casos, es
decir, aplicarlo, pues se trata de una materia práctica. Este es el nú-
cleo de lo práctico, el tener que ser aplicado. Y como sólo al bus-
car la correspondencia del caso con el enunciado se van haciendo
visibles las dificultades, la aplicación y la interpretación no son dos
actividades separadas y distintas. La aplicación está incluida como
un momento de la interpretación, es decir, llegar a saber el senti-
do de un enunciado jurídico es poder referirlo a diferentes situa-
ciones, esto es, aplicarlo a diferentes casos, pues sólo así nuestro
conocimiento de su significado es completo.
Tradicionalmente se recurrió a la figura del silogismo jurídico
para exhibir la aplicación como subsunción, esto es, la inclusión
de un caso en una clase de casos expresada de manera general en
la premisa mayor. De esta manera se suponía que la premisa ma-

195
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

yor del silogismo era tomada aproximadamente igual de los enun-


ciados legales, y la tarea del juez o aplicador era la de formular
como premisa menor el caso de que se trata. Así la premisa mayor
resulta en cierto modo lista y ya preparada por el sistema legal. Pero
esta manera de pensar fue criticada en su momento por K. Engisch,
que mostró que la premisa mayor del silogismo es siempre cons-
truida, es decir presupone la interpretación del sistema del cual se
extrae, pero esto a su vez indica que ya está a la vista el caso que se
trata de resolver. Se produce así una compleja dialéctica o proceso
de ida y vuelta entre el sistema legal y el caso, hasta llegar final-
mente a la construcción de una posible premisa mayor.73 El desa-
rrollo posterior lo encontramos en la doctrina de la justificación
interna y justificación externa, distinción formulada por Wróblewski,
y a la cual me dedicaré en el próximo capítulo. Lo dicho basta para
hacer visible que la aplicación mecánica, que en algún momento
se pensó como posible para concretar la idea de la vinculación del
juez a la ley, ya no resulta admisible. Por eso a mi juicio aplicación
e interpretación se vinculan entre sí, no en el esquema rígido de
conocer en abstracto las reglas jurídicas para aplicarlas después, sino
en cuanto la aplicación constituye un momento determinante de
la actividad interpretativa, pues cómo saber por anticipado a qué
casos se extiende la regla significada por un enunciado, sino es exa-
minándola precisamente en relación con esos casos. La aplicación
es así un concepto central de la teoría hermenéutica, y no, como
se sostuvo, un acto posterior al conocimiento.
Establecido lo anterior, se puede volver al tema de la verdad.
Como ya se indicó, la intelección de un enunciado legal inicial, a
sola lectura, constituye una primera conjetura, que marca el co-
mienzo de un proceso, pues a esa comprensión inicial le sucede-
rán otros grados o estadios de comprensión a medida que se
introduzcan otras conexiones. Hay que volver a examinar aquí el
rol de la claridad y la intuición evidente, que como se vio, se invo-
ca en la sentencia citada como ejemplo, y que suele ser un fenó-
meno recurrente en nuestro medio. La claridad como atributo de
los conceptos surge en la relación de un enunciado con el sujeto
intérprete, de ahí su carácter personal, que no puede circular a
otros sujetos que enfrentan el mismo enunciado. Los modernos tra-

73
ENGISCH, K., especialmente Logische Studien zur Gesetzesanwendung, Heidel-
berg, Carl Winter, 1963.

196
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

taron de diseñar un sistema que permite determinar la claridad en


relación con la posibilidad de establecer distinciones al interior del
concepto, pero ello exige una actividad de esclarecimiento y análi-
sis del concepto que no se ajusta al ideal de comprensión inme-
diata o instantánea que se invoca con la claridad.
Merece ser citado ahora un trabajo de Van de Kerchove, en don-
de examina si la claridad que se invoca en una sentencia constitu-
ye un argumento, y de qué clase, si de razón o de autoridad. Sigue
la línea trazada por Perelman, gran crítico de la evidencia carte-
siana. A Perelman le interesa limpiar el campo para desarrollar la
argumentación, pero eso exige descartar toda forma de evidencia,
que hace imposible la argumentación. Su gran contribución al tema
es mostrar cómo se constituye la argumentación. Van de Kerchove
se interesa por examinar cómo en la jurisprudencia belga se pre-
senta recurrentemente la invocación de la claridad. (Habría que
decir que entre nosotros ocurre algo similar, pero sobre esto vol-
veré más adelante). Después de examinar los usos de la claridad
en diversos fallos, concluye que “el reconocimiento del carácter cla-
ro u oscuro de un texto implica siempre una interpretación al me-
nos implícita de éste”.74 El autor admite que un enunciado puede
producir una diversidad de significados posibles, y ello ocurre no
sólo por defectos inherentes al lenguaje empleado en el enuncia-
do, sino porque al relacionarlo con otros va adquiriendo nuevas
significaciones. Por lo cual, “lejos de proporcionar un criterio apto
para determinar si una interpretación es necesaria o no, las nocio-
nes de oscuridad y de claridad no parece que puedan ser defini-
das [...] sino en relación con una interpretación preliminar”.75
De todo esto se sigue que la claridad no puede constituir una
razón que deba invocarse como justificatoria de una interpretación
determinada, sino a la inversa, sólo una interpretación determina-
da puede establecer si un enunciado es claro o no. Por lo cual, la
justificación de una interpretación debe apoyarse en otras razones.
Si se acepta este planteamiento, la claridad pasa a constituir más bien
un argumento de autoridad, según lo apunta Van de Kerchove. La
conclusión de este autor surge de consideraciones afines al pensa-

74
VAN DE KERCHOVE, Michel, “Le sens claire d’un texte: argument de raison
ou d’autorité?”, p. 313, en Arguments d’Autorité et Arguments de Raison en Droit,
pp. 291-315, estudios publicados por Patrick Vassant, Centre National de Recher-
ches de Logique, Éditions Nemesis, Bruxelles, 1988.
75
Op. cit., p. 314.

197
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

miento analítico, según lo reconoce. Pero está perfectamente acor-


de con un planteamiento de estirpe hermenéutica. Hay muchas
zonas en que estas dos corrientes de pensamiento se encuentran y
coinciden, y este tema de la claridad y su función en la interpreta-
ción es uno de esos puntos de encuentro. La idea dominante en
ambas es que todo enunciado es plurívoco, como señala Ricoeur,
porque hay que situarlo en sus relaciones con otros enunciados.
Es decir, su sentido no puede establecerse de su significación aisla-
da, sino de su conexión con otros enunciados o textos, y del con-
junto se puede establecer un sentido. Esto es lo que se quiere decir
con el carácter conjetural. A medida que un enunciado se relacio-
na con otros se va abriendo un campo de significaciones cada vez
más rico. Cada una de las posibilidades significativas constituye un
grado o estadio de comprensión conjetural, que requiere ser apo-
yado en razones. Por esto la interpretación da paso a la justifica-
ción, la que asume un carácter argumentativo. Así cada etapa va
mostrando en una visión global la red de conexiones que es posi-
ble establecer hasta ese momento.
Cuando se considera así la interpretación como conjetura, pa-
rece que se está frente a un proceso indefinido, que no tiene fin.
Una conjetura, que se formula bajo cierta consideración, es reem-
plazada por otra, que se construye bajo otra consideración, y así
indefinidamente, produciendo lo que los autores hermenéuticos
como Derrida, Ricoeur y Eco califican como “deriva de las inter-
pretaciones”. No es posible muchas veces exhibir el paso ni expli-
carse cómo de una conjetura se va a otra. Es aquí donde surge con
fuerza la exigencia de verdad, bajo la forma de la pregunta por un
tope o punto final a la serie de interpretaciones posibles. Para así
pensarlo es preciso que las diferentes conjeturas constituyan opcio-
nes que puedan organizarse metódicamente. El modelo que viene
aquí a mostrar cómo es posible constituir un camino es el de la
dialéctica que Platón diseñara en sus Diálogos y que después re-
afirmó Aristóteles. En el Diálogo Menón se encuentra ya constitui-
da la metodología. El punto de partida no es nunca un saber
adquirido por una intuición infalible y cierta, sino un saber pro-
blemático que recibió el nombre de doxa, que se traduce como opi-
nión. Esta opinión es un saber que no tiene un fundamento cierto
y estable, pertenece a lo que se cree saber y se acepta, sin someter-
lo a cuestionamiento. Corresponde a la condición del hombre en
la cultura en que se ha formado y vive. Se cree saber, pero en reali-
dad no se sabe. Por eso hay que someter ese saber aparente a un

198
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

cuestionamiento que produzca lo que Platón llamó la aporía, esto


es, un problema insoluble (se le traduce a veces como “callejón sin
salida”). Este resultado negativo corresponde a la fase refutativa de
la Dialéctica. Toda la metodología de preguntas que buscan poner
de manifiesto las dificultades, los problemas, en suma, los reparos
que conducen al rechazo e inadmisibilidad, es manejada por Só-
crates hábilmente con ese propósito. Una vez lograda la aporía, el
sujeto que la padece toma conciencia que antes de ella creía sa-
ber, pero en realidad tenía un falso saber, ahora ya producida, tie-
ne conciencia de no saber, pero queda entonces dispuesto para
reiniciar la búsqueda de saber sobre nuevas bases. En el Diálogo
Menón se describe este método acudiendo al célebre ejemplo
geométrico, que ha inspirado a más de algún artista, y que se pue-
de rubricar así: cómo indagar por el saber partiendo del error. Esta
metodología de tanteo y error conduce finalmente en el ejemplo
de ese Diálogo al teorema de Pitágoras (en un triángulo rectángu-
lo el cuadrado construido sobre la base es igual a la suma de los
cuadrados construidos sobre los lados, que en el fondo es lo que
se necesita para resolver el problema allí planteado, cual es cons-
truir un cuadrado que sea el doble de superficie de un cuadrado
dado). Hay un paso del no-saber o ignorancia al saber, gracias a la
producción de problemas. El problema aparece como un paso me-
tódico necesario para poder alcanzar una solución a ese problema.
La fase negativa o refutativa, que corresponde a la búsqueda cons-
ciente del error, da paso a otra fase de la Dialéctica, cual es la cons-
trucción de hipótesis o conjeturas, es decir, de soluciones tentativas
a un problema dado. Sólo cuando se entiende en toda su magni-
tud el problema, se está en condiciones de proponer una solución
hipotética o conjetural, que sea la respuesta precisa al problema
suscitado dialécticamente. A su vez, esta hipótesis, que constituye
la fase hipotética de la Dialéctica, es una conjetura posible o vero-
símil (un símil de la verdad), la cual puede someterse a procedi-
mientos refutativos. A veces sucede que una hipótesis surge de tal
manera que por sus conexiones con otras afirmaciones constituye
un todo coherente, por lo cual es aceptada. La admisión de una
hipótesis está condicionada a un test que muestre que no conduce
a absurdos o consecuencias inadmisibles (pruebas indirectas de re-
ducción al absurdo y otras).76

76
Me he ocupado de la dialéctica platónica especialmente en Sócrates y Aristó-
fanes: el tema del análisis en el discurso moral, publicado en la Revista de Filosofía,

199
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Esta metodología resumida aquí muestra cuán necesario es para


la adquisición de saber la experiencia del error. El saber es algo
que se va construyendo paso a paso, lo que requiere no sólo pa-
ciencia, sino la voluntad y temple del explorador infatigable. La
descripción dada nos muestra cómo saber e ignorancia se unen dia-
lécticamente, como dos momentos unidos en forma metódica. Esto
es lo que yo quiero rescatar para mostrar en el campo de la inter-
pretación que las distintas conjeturas son hipótesis tentativas que
tienen que ser sometidas a un test de errores. Popper ha recogido
esta metodología, y tengo a la vista especialmente su conferencia
La Ciencia: conjeturas y refutaciones,77 en donde ha insistido en el rol
constructivo del error. Llevadas estas ideas a la interpretación re-
sulta el siguiente cuadro: una primera interpretación, que fluye de
la sola lectura, no es más que una conjetura tentativa de un senti-
do posible, y sometida a examen crítico, buscando errores o pro-
blemas, resulta posible construir otra hipótesis tentativa de sentido,
esto es, otra interpretación, que elimina los errores detectados en
la primera, pero que a su vez tiene que ser sometida a un test. De
esta manera entre una y otra interpretación hay un enlace dialéc-
tico que va moviendo el paso de una a otra, pues son los proble-
mas suscitados por la primera los que empujan hacia la búsqueda
de la otra.
En el ejemplo propuesto, la interpretación que se forma de la
sola lectura, en cuanto el enunciado que declara la inembargabili-
dad de los sueldos y pensiones de un empleado particular hay que
entenderlo en el sentido de que se refiere a todos los casos sin ex-
cepciones, es puesta a prueba mostrando cómo las conexiones con
otros enunciados (los relativos a la familia, sociedad conyugal, etc.)
determinan dificultades, pues aquella interpretación no sirve a una
protección más completa de la familia, como sí se logra, en cam-
bio, si se interpreta el enunciado admitiendo la distinción entre los
terceros y la familia. Dada la índole de las materias jurídicas, se lo-
gra en esta segunda interpretación conocer cómo lograr una pro-

vol. XV, pp. 59-78, Universidad de Chile, 1977. Examino aquí en detalle los tex-
tos del Diálogo Menón, que anticipan la metodología hipotética que aparece en
República.

Incluida en El desarrollo del conocimiento científico (conjeturas y refutaciones), Pai-


77

dós, Buenos Aires, 1967.

200
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

tección más efectiva de la familia que la anterior, asunto que no


consideraba la primera interpretación. El sentido, como yo lo en-
tiendo, concierne a consideraciones onto-axiológicas. En el ejem-
plo propuesto, lo relativo a la protección de la familia y de las
personas que la integran, resultan ser consideraciones que se re-
cogen del propio sistema legal y que inciden en el ser del Derecho
en su función protectora de la persona humana. Esto nos lleva al
tema de los principios. Por eso he señalado que el sentido se esta-
blece atendiendo a los principios involucrados en el caso de que
se trata, y éste se considera, finalmente, referido por el enunciado
cuya interpretación se discute, en razón de esos principios. El sen-
tido, entonces, es hacer efectivos esos principios.
El problema que se presenta en la aplicación consiste en la di-
ficultad de hacer corresponder un enunciado con un caso, cuan-
do en éste se selecciona un rasgo relevante. Ya se ha visto cómo se
produce en general esa inadecuación. El asunto es ahora cómo re-
solverla, es decir, encontrar la respuesta ya en el mismo enuncia-
do, ya en otro. La problematización de una interpretación dada
consiste en mostrar cómo el campo de referencia definido deja in-
cluido o excluido cierto caso, y al hacerlo se siguen determinadas
consecuencias que se establecen considerando otras partes del sis-
tema legal. En el ejemplo citado, si se interpreta el enunciado que
declara la inembargabilidad de los sueldos y pensiones como una
regla que no admite excepciones de ninguna clase, de aquí se si-
gue como consecuencia que la protección que el sistema legal dis-
pensa a la familia y sus miembros puede ser afectada, pues no se
garantiza el pago de pensiones alimenticias que el marido debe a
la cónyuge y sus hijos. Se trata, en suma, de un conflicto entre dos
ideas o principios, uno el de inembargabilidad de los bienes del
deudor y otro el de la protección eficaz a la familia. He aquí el pro-
blema que es preciso resolver optando por aquella interpretación
que haga efectivo un principio de mayor valor. Con lo cual se llega
a la constatación que los principios que están insertos en el dere-
cho pueden protegerse de diferente manera, según cual sea la in-
terpretación que se elija.
Volviendo a la interpretación como conjetura, se ve que cada
interpretación es una formulación que tiene carácter hipotético, y
cuya aceptación depende del examen de las consecuencias que de
ella se siguen –de ahí su carácter hipotético, o hipotético deducti-
vo. Esto es lo que he tomado de la Dialéctica de Platón y Aristóte-
les. Si no hubiese verdad alguna en todo esto, estaríamos en

201
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

presencia de argumentaciones meramente retóricas. Pues la Retó-


rica, del modo como fue definida por Aristóteles, especialmente,
proporciona técnicas argumentales que persiguen sólo la persua-
sión, pero no alcanzar la verdad. En cambio, la Dialéctica como
metodología no parte de afirmaciones que hayan sido establecidas
por su verdad intrínseca, como los axiomas de las matemáticas, sino
con una verdad plausible, es decir, como afirmaciones provisorias
o simplemente hipotéticas. A ello dedicó Aristóteles su importante
tratado Tópicos, en donde examina cómo se construyen argumen-
taciones dialécticas y el valor que tienen. Como no todo se puede
demostrar, sostenía Aristóteles, la Dialéctica revela su enorme uti-
lidad, porque en todas esas zonas donde no cabe la demostración,
una argumentación dialéctica puede facilitar e incluso inducir la
intuición evidente. Esto significa someter a debate una afirmación,
que no se puede demostrar, y examinarla desde distintos puntos
de vista, hasta que logremos encontrar un punto sólido de apoyo.
Se puede recordar aquí la prueba de la verdad del principio de no
contradicción que ofrece en Metafísica, libro Gamma.
Así se responde al tema de la verdad de las interpretaciones.
Excluir la verdad implicaría sostener que la interpretación sólo po-
dría valer como opción puramente retórica, dirigida a la persua-
sión del auditorio, mas no a su convencimiento por su verdad. Por
eso, pienso que se puede aceptar una interpretación verdadera, no
como la que se demuestra al modo de un teorema matemático, sino
como la que se aproxima a la verdad. Al concebir la interpretación
como una aproximación a la verdad, se resuelve la antinomia en
el sistema de interpretación adoptado por los autores del siglo XIX,
que consiste en dos modelos opuestos, el de la comprensión inme-
diata, a sola lectura, y el de búsqueda, dependiendo de la claridad
u oscuridad, respectivamente. La primera interpretación que pue-
de formularse, apoyada en la comprensión inmediata de las signi-
ficaciones literales, es sólo una conjetura que se apoya en una forma
de lectura de los enunciados que se consideran. Como toda conje-
tura es una hipótesis, tendrá que ser examinada en sus consecuen-
cias, desde varios ángulos. Si surgen consecuencias inadmisibles,
dentro del propio sistema en el que nos movemos, se dará paso a
otras conjeturas, y así sucesivamente. Cada una de ellas importa una
aproximación mayor. El test de error o inaceptabilidad va limpian-
do el camino, en cuanto a lo que no debe aceptarse, por las conse-
cuencias que se siguen. La eliminación del error es un paso más
en la dirección de lo verdadero. Con esto se muestra cómo una in-

202
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

terpretación fundada en la claridad y otra fundada en la oscuridad


son dos estadios de un mismo proceso interpretativo, que abre un
curso aproximativo a una interpretación verdadera. Pero aquí la
verdad hay que ponerla en conexión con los principios que el sis-
tema legal contiene. Sobre esto volveré más adelante al examinar
el tema de la argumentación. La claridad y la oscuridad son cuali-
dades o atributos de los conceptos y sólo pueden establecerse des-
pués de un examen detenido de ellos. La posición adoptada implica
que el sentido verdadero no es algo que esté ahí dispuesto para ser
encontrado, sino tiene mucho de construcción, pero no es nunca
la elaboración libre del intérprete.
Antes de concluir esta sección, quisiera anotar cómo el tema de
la verdad es acogido en forma dispar por los autores. Inicialmente,
los autores del siglo XIX definieron la interpretación en términos
de verdad. Esta tesis de un sentido verdadero sigue prácticamente
hasta nuestros días tanto en comentarios de autores como en sen-
tencias judiciales. Hay autores que han eliminado toda mención al
tema de la verdad, reduciendo la interpretación a actividades de
establecimiento de significados de palabras, en lo que se advierte
prontamente la influencia analítica.78 Otros autores, en cambio,
conservan al menos como mención la expresión “interpretación
verdadera” o “sentido verdadero”.79 Pero el tema de la verdad de
la interpretación no es examinado como tal.

78
Por ejemplo, vid. SQUELLA, Agustín, Introducción al Derecho, Editorial Jurídi-
ca de Chile, 2000, que en p. 397 dice: “La interpretación de la ley es la operación
que consiste en establecer algún significado de las normas jurídicas que forman
el derecho legislado, o si se prefiere, la operación destinada a establecer el o los
significados posibles que tienen los enunciados lingüísticos de que se ha valido el
autor de las leyes para establecer y comunicar su mensaje normativo”. Esta defini-
ción recuerda de inmediato la concepción kelseniana de la “norma marco” que
se compatibiliza con la posición analítica de la “atribución de significados”, que
se ha examinado.
79
Es el caso de las definiciones que ofrece Pablo RODRÍGUEZ GREZ, en Teoría
de la Interpretación Jurídica, 2ª ed., Editorial Jurídica de Chile, 1995. Para este au-
tor, en p. 51, “la interpretación es un camino o una vía, para aplicar la norma
general y abstracta a los casos concretos y particulares que son, en definitiva, los
que interesa resolver”. A partir de aquí el autor divide la actividad interpretativa
en dos fases, una la formal, otra la sustancial. La primera fase busca “determinar
el sentido y alcance de la norma, esto es, su verdadero significado” (ídem, p. 51),
y la segunda fase está “destinada a extraer de la norma general una norma parti-
cular, que es la que se usa para calificar el caso concreto que debe resolver el de-
recho” (ídem, p. 51). Creo que esta manera de dividir la interpretación en dos
procesos distintos, uno dirigido a la aprehensión de un sentido verdadero, y otro,

203
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Ya se ha visto que en autores influidos por el pensamiento ana-


lítico y la concepción de la atribución de significados el tema de la
verdad de la interpretación deja de estar en el foco de interés, de
la misma manera que el carácter cognoscitivo de la interpretación.
Podría tratar de caracterizarse este estado de cosas como depen-
diente de las dos grandes corrientes de pensamiento, no las úni-
cas, pero sí dominantes, como son la analítica y la hermenéutica, y
hacer depender de los términos de sus oposiciones y encuentros
el tema de la verdad. Pero esto excedería con mucho lo que se bus-
ca en este trabajo, que es presentar un punto de vista sobre la ver-
dad en la interpretación, que se alimenta ciertamente de posiciones
hermenéuticas, aunque no exclusivamente.
En relación con esto, García Maynez ha expuesto algunos plan-
teamientos que sirven para un mejor estudio de la cuestión. En un
trabajo dedicado a la interpretación desarrolla ciertas ideas que me
serán de gran utilidad para lo que me propongo. Siguiendo el pen-
samiento de Husserl sobre el lenguaje elaborado en Investigaciones
Lógicas, distingue entre expresión o enunciado y lo significado por
ellos, esto es, la significación; de otra parte, distingue el objeto de
la expresión, que yo he denominado referente o relación de refe-
rencia. La interpretación trabaja con enunciados con vistas a po-
ner de manifiesto el significado o contenido objetivo, que son las
normas o reglas jurídicas. Pero este significado no surge de la con-
sideración de la expresión o enunciado considerados en forma ais-
lada, sino en conexión con otros: “...el texto que el consultor o el
juez tratan de entender no existe solo, ni es expresión de una nor-
ma única, sino que forma parte de un sistema y se halla en conexión
con los demás preceptos del mismo. Esto quiere decir que las exi-

sucesivo y posterior a éste, encaminado a aplicar el sentido capturado, es herede-


ro de la concepción de los autores del siglo XIX, que precisamente pensaban que
los enunciados legales se podían conocer en forma inmediata, dada la perfección
del lenguaje empleado, y que esto es previo y anterior a su posterior aplicación.
Ya he expuesto las posiciones hermenéuticas que hacen de la aplicación no una
etapa posterior a una intelección de un sentido, sino que incorporan a la interpre-
tación misma, concebida como proceso, la aplicación. Conocer es ya poder referir
un significado a un caso. Esta dualidad de operaciones se advierte en otras defi-
niciones, como la que se encuentra en el Tratado de Derecho Civil, de ALESSANDRI,
SOMARRIVA y VODANOVIC, Editorial Jurídica de Chile, 1998, que en p. 171, dice:
“Interpretación de la ley es la determinación de su significado, alcance, sentido o
valor en general y frente a las situaciones jurídicas concretas a que dicha ley debe
aplicarse”.

204
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

gencias de unidad e interna congruencia, válidas para cualquier or-


den normativo, reclaman una interpretación contextual, y no pura-
mente textual, de las expresiones jurídicas”.80 Como puede verse, si
se compara con la distinción ocurrida en el debate en nuestros Tri-
bunales entre sentido y tenor literal, consecuencia de tratar de man-
tener intacto el inciso 1º del art. 19 del Código Civil, el tema es el
mismo. Hay un ámbito de significaciones inmediatas que puede no
coincidir con el sentido, que depende del contexto, esto es de las
conexiones con otras partes de la reglamentación legal. En rela-
ción con esto último, la disposición más importante de la reglamen-
tación legal de la interpretación sería el inciso 1º del art. 22 del
Código Civil (“El contexto de la ley servirá para ilustrar el sentido
de cada una de sus partes, de manera que haya entre todas ellas la
debida correspondencia y armonía”), y no el art. 19, como sostu-
vieron los partidarios de la Escuela de la Exégesis. Esta no coinci-
dencia hace que la interpretación, reducida al solo enunciado
aislado, que suele llamarse también interpretación literal, consti-
tuya un primer momento de la interpretación, al que necesariamen-
te le sigue la interpretación contextual. Dada esta característica,
García Maynez insiste en que debiera hablarse de “momentos” o
“etapas” de la actividad interpretativa. “La posibilidad de esta in-
adecuación entre el sentido objetivo y el que descubre la interpre-
tación verbal, a menudo está condicionada por una peculiaridad de
las normas que se trata de conocer y hacer efectivas. Éstas no exis-
ten aisladas, sino como partes de un sistema. Su sentido no puede,
pues, depender exclusivamente de la expresión de cada precepto,
y en la mayoría de los casos obedece a la conexión lógico-sistemática
del que se pretende aplicar con otros del mismo ordenamiento y,
sobre todo, con los de la institución correspondiente. Así como en
un discurso cualquiera, o en una obra literaria o científica, el sen-
tido de una frase no es siempre el que tendrían, aisladas del con-
texto, las palabras que la forman, la interpretación literal de un
artículo de un código o de cierta cláusula de un contrato puede
no conducir, derechamente, al conocimiento objetivo de la norma
expresada. El que pueda hablarse de inadecuación o discrepancia –e
incluso de antagonismo– entre la letra y el espíritu de la expresión
jurídica, depende otras veces de la oscuridad de las oraciones de que

80
G ARCÍA MAYNEZ, Eduardo, “Misión y límites de la Hermenéutica Jurídica”,
en Dianoia, 1962, Fondo de Cultura Económica, p. 130.

205
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

el creador de la norma se ha servido. En tal hipótesis la duda no


surge de la confrontación del sentido literal de la expresión con el
que parece impuesto por su conexión lógica con otras del sistema,
sino de la vaguedad o carácter equívoco de aquélla. También es posi-
ble, por último, que el intérprete crea que el sentido de las pala-
bras no concuerda con otro más recóndito, que en su opinión
dimana de los principios generales que inspiraron la obra legislati-
va. La llamada interpretación literal, más que como método sui gé-
neris, debe considerarse como primer momento de la actividad
hermenéutica y, por tanto, como aspecto suyo cuyos resultados han
de ser puestos a prueba con vistas a su abandono, confirmación o
reforma”.81
El párrafo citado es suficientemente explícito en orden a en-
frentar la dualidad letra y espíritu de manera de superar una posi-
ble confrontación entre ambos. Por eso la interpretación literal es
un momento o etapa inicial y la interpretación por contexto –en
la cual hay que incorporar la importante noción de ratio– es un
momento superior, que permite una mirada de conjunto e integra-
dora de la diversidad de aspectos. Como las expresiones o enun-
ciados pueden posibilitar una diversidad de interpretaciones por
causa de su vaguedad u otro motivo, se presenta el problema de la
interpretación correcta. La rectitud de la interpretación se resuel-
ve, según García Maynez, en términos axiológicos. Veamos la si-
guiente cita: “Incluso si se admite que el encargado de aplicar
preceptos abstractos puede descubrir en las formas de expresión
usadas por los creadores de derecho varios significados normati-
vos, resulta obvio que ha de elegir el más correcto entre los posi-
bles, ya que no puede aplicarlos todos. El problema se reduce
entonces a determinar cuál es el más aceptable o, para decirlo con
mayor rigor, cuál resuelve de modo más perfecto, dentro del contexto
normativo de cada institución, el caso que se estudia. Al decir esto for-
mulamos dos exigencias: una de orden lógico y otra axiológica. La
primera deriva del tantas veces mencionado principio de la interpre-
tación contextual (o del texto por el contexto); la segunda tiene como
pauta, para el descubrimiento de la solución óptima de cada situa-
ción, los principios axiológicos inspiradores del sistema de que for-
ma parte el precepto rector del caso. La mejor interpretación será
aquella que, sin violentar el sentido contextual de la expresión interpreta-

81
Op. cit., p. 126.

206
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

da, realice en mayor medida, en lo que a la especie respecta, esos supremos


principios”.82 De acuerdo con este planteamiento, acudir al contex-
to no es lo mismo que invocar los principios inspiradores de la le-
gislación de cuya aplicación se trata. Estos principios son de carácter
axiológico. El principio del contexto indica las relaciones lógicas
de coherencia (consistencia formal) que se dan entre las distintas
partes del sistema legal. Hay aquí un clase de verdad formal o co-
herencial.
Este autor nos señala que la interpretación puede medirse en
términos de mejor o peor, es decir, en una escala cualitativa. La
cualidad de mejor o peor está determinada por la concordancia
con los principios axiológicos que inspiran el sistema legal. En todo
sistema legal hay, entonces, una unidad sistemática que se constru-
ye lógicamente, que caracteriza la coherencia del sistema, y un con-
junto de principios axiológicos que sirven de orientación al sistema.
No obstante que García Maynez es un autor que recibe la influen-
cia del formalismo kelseniano, como muchos estudiosos de países
latinoamericanos acoge ese formalismo y lo combina con una di-
mensión axiológica.83 Lo interesante es que la clásica dualidad le-
tra y espíritu se enfrenta y se resuelve en términos de un proceso
que comienza con la letra y termina con el espíritu, este último re-
presentado por los principios axiológicos inspiradores del sistema
legal. Por eso, la interpretación mejor es la que más acabadamen-
te realiza o protege esos principios. Aquí la interpretación no es
concebida como proceso cognoscitivo, como es el caso en las posi-
ciones hermenéuticas. De otra parte, en cuanto a la doctrina de la
significación, aun cuando se separa el significado de las palabras
de la relación de referencia, el sentido no se determina en conexión
con los principios axiológicos, bien que puede encontrarse una
aproximación en esa dirección. En cuanto a la verdad, si nos dete-
nemos en el campo de la contextualidad, dada la concepción lógi-
ca dominante, la teoría coherencial de la verdad parece ser la más
adecuada. Pero como la mejor interpretación es la que realiza en
mayor medida o de manera más adecuada los principios axiológi-
cos inspiradores del sistema, se requeriría aquí de una concepción
que estableciera la conexión entre el mundo del valor y el sentido

82
Op. cit., p. 136.
83
Entre nosotros es característico el pensamiento de Jorge Millas en su filo-
sofía del Derecho. Más que una aplicación mecánica y simplificada de la distin-
ción ser/deber ser, en estos autores surge con fuerza la pareja norma/valor.

207
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

para definir los criterios de corrección. De todos modos queda plan-


teada una concepción de la interpretación que se aparta vigorosa-
mente de la de la Escuela de la Exégesis y considera inherente a la
materia jurídica ir más allá del ámbito de las significaciones litera-
les. Letra y espíritu dejan de ser términos que construyen una opo-
sición irreductible. La idea de la interpretación como proceso tiene
precisamente como consecuencia poner ambos términos como eta-
pas del mismo. La literalidad es importante, pero no lo único que
tiene que tomarse en cuenta. De esta manera, se recupera una lar-
ga tradición hermenéutica, que se esbozó al comienzo, en la cual
la dualidad letra y espíritu se concibe dialécticamente, como tér-
minos que de alguna manera tienen que integrarse en un todo co-
herente.
Merece considerarse aquí también otro autor que ha estado pre-
sente en los debates actuales, me refiero a Ronald Dworkin y su
conocida tesis de la “única respuesta correcta”. Las afirmaciones
de este autor se tejen en torno al rechazo de lo que él considera
como el planteamiento positivista. Este positivismo jurídico, en que
piensa, ofrece una concepción de los hard cases (o “casos difíciles”),
que consisten en lo siguiente: cuando un determinado caso no pue-
de subsumirse en una regla jurídica establecida previamente, en-
tonces el juez tiene la facultad discrecional para decidir el asunto.
La decisión que adopta el juez sugiere que alguna de las partes del
litigio tenía un derecho preexistente a ganar el pleito, pero lo que
sucede, en realidad, es que su decisión ha procedido a crear una re-
gla de derecho como si fuese legislador y la ha aplicado retroactiva-
mente al caso que debía resolver. Además de esto, se puede formular
el reproche de déficit democrático de los jueces.84
Este debate contra el positivismo, según él lo entiende, abre una
cantidad de cuestiones que no examino aquí, pero sirve de punto
de partida para el tema que me preocupa, cual es el de la verdad,
que se alcanza a través del concepto de “mejor interpretación” que
desarrolla el autor en A Matter of Principle. Aquí toma del examen

84
D WORKIN, Ronald, Taking Rigths Seriously, Harvard University Press, 1978,
p. 81. El cap. 4 está dedicado al los hard cases, pp. 81-130, y el cap. 13 al estudio
del carácter controvertido de los derechos, pp. 279-290. En A Matter of Principle,
Harvard University Press, 1985, dedica la segunda parte, caps. 5, 6 y 7, pp. 119-
177, al tema del Derecho como interpretación. Y en Law’s Empire, Harvard Uni-
versity Press, 1986, dedica al tema especialmente los tres primeros capítulos y los
caps. 9, 10 y 11; también analiza los métodos de Hércules frente a Hermes.

208
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

de un ejemplo literario el concepto de “mejor interpretación”. De


un personaje, como David Copperfield, se puede afirmar una can-
tidad de proposiciones que abarquen sus características, su espe-
cial modo de ser, sus intenciones. Todo esto puede extraerse de una
interpretación del texto literario, y estas afirmaciones pueden con-
trastarse con tal o cual pasaje, o bien se puede también intentar
reconstruir el personaje y su interior buscando concordar no con
tal o cual pasaje sino con el conjunto de la obra, de manera de pro-
ducir la mejor interpretación, que es la que mejor concuerda con
el conjunto de la obra. Dice Dworkin: “Los partícipes afirman una
proposición sobre David como verdadera (o la niegan como falsa)
si esa proposición se adecua mejor (o peor) que su negación con
las proposiciones ya establecidas, porque explica de una manera
más satisfactoria por qué David hizo lo que hizo, o dijo lo que dijo,
o pensó lo que pensó, de acuerdo con las proposiciones ya esta-
blecidas”.85 Esta concordancia o adecuación de una afirmación con
el conjunto de la obra recibe el nombre de consistencia narrativa.
(En otras partes Dworkin habla de coherencia). La tesis de la res-
puesta correcta se resuelve, entonces, en la mejor respuesta posi-
ble, que es la que guarda consistencia narrativa con el conjunto de
la obra. Se abre aquí una disyunción de dos miembros: o David tie-
ne tales características o David no tiene tales características. No está
determinado cuál de los miembros es el verdadero o correcto, pero
se suple con la noción de “mejor interpretación”. De esta manera,
la respuesta correcta será la mejor interpretación.
Esta solución al problema de la respuesta correcta en el cam-
po literario se lleva al ámbito jurídico. La noción de “consistencia
narrativa” se convierte en “consistencia normativa”, que es más com-
pleja y diferente, pero que se inspira en un principio similar. En
suma, hay respuesta correcta, y ésta se resuelve en la mejor inter-
pretación. Dworkin plantea la consistencia normativa en los siguien-
tes términos: una proposición jurídica como “tal contrato es válido”
es verdadera si la mejor justificación que puede hacerse para el con-

85
A Matter of Principle, cit., p. 138. En un volumen colectivo de trabajos en
homenaje a Dworkin, de la Revista de Ciencias Sociales, Nº 38, publicado por la Fa-
cultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad de Valparaíso, 1993, se encuen-
tra el trabajo de que soy autor Hard Cases y el problema de la única respuesta correcta,
pp. 223-234. Se incluyen otros trabajos, importantes para un estudio detenido de
Dworkin, lo que refleja que a pesar de que se mueve en una línea de pensamien-
to no tradicional, ha suscitado múltiples debates.

209
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

junto de proposiciones jurídicas ya establecidas procura un mejor


caso para esa proposición que para la proposición contraria “tal con-
trato no es válido”, pero es falsa si aquella justificación procura un
mejor caso para la proposición contraria.86 En suma, la respuesta co-
rrecta se resuelve en la mejor justificación, y ésta, a su vez, como la
mejor interpretación, se resuelve en lo que constituye la mejor de-
fensa o argumentación a favor de la proposición que se defiende.
La verdad que aparece aquí concierne a la coherencia, es de-
cir, se relaciona con el conjunto de proposiciones ya establecidas y
no cuestionadas, que forman por lo mismo un sistema. Dworkin
revela una actitud antimetafísica, pero que no quiere volver a las
tesis clásicas del positivismo lógico de un Schlick o un Carnap; le
preocupa el tema del sentido, pero no al modo de los estudios de
la lógica que llevan adelante muchos analíticos actuales. De otra
parte, se muestra distante de cuestiones epistemológicas, esto es,
el debate sobre el carácter cognoscitivo de las proposiciones mora-
les y jurídicas. Por eso, Rodolfo Arango ha calificado su pensamien-
to así: “Su fundamento es político, y su finalidad es encontrar la
verdad de las proposiciones normativas no en la adecuación de és-
tas a ciertos hechos morales de dudosa existencia, sino al mejor re-
lato o narrativa discursivamente posible del valor de una práctica
social concreta. De ahí que se pueda afirmar que la moralidad po-
lítica a la cual se refiere Dworkin como parámetro de contrastación
de la única respuesta correcta, no coincide con contenido alguno
del derecho natural, sea religioso o racional”.87 Junto con compar-
tir esta conclusión, quiero agregar la siguiente reflexión. Lo que
se muestra como un núcleo teórico en el pensamiento del autor
norteamericano es la aplicación, entendida no según el modelo de
la subsunción y aplicación mecánica, sino como la forma en que
el Derecho cobra vida en la solución de casos, pues en cada uno
de ellos está implicada una cuestión de protección de los derechos
fundamentales de la persona. Se llega así a los temas clásicos del
Derecho, pero planteados desde otra perspectiva, en donde todo
importa: la finalidad, la razón de ser, la moral, la política, la histo-
ria. De una u otra manera, y en distintos grados de influencia, aflo-
ran esos factores en la solución de los hard cases. Las separaciones
tajantes entre Derecho, Moral, Política, Historia, Sociedad, son de-

86
A Matter of Principle, cit., p. 142.
87
ARANGO , Rodolfo, ¿Hay respuestas correctas en el derecho?, Ediciones Unian-
des, Santafé de Bogotá, 1999, p. 155.

210
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

jadas de lado, y por eso, en la tesis de la única respuesta correcta,


en donde vemos al juez Hércules cavilar sobre la decisión que debe
adoptar, se hacen presente todas esas dimensiones. Esto permite
acercar estos planteamientos a los de autores como Habermas, y a
autores hermenéuticos como Gadamer. Y trae consigo la responsa-
bilidad social, moral y política del juez y de los juristas.
Desde mi punto de vista, hay interpretación verdadera, sólo que
en el carácter de aproximación asintótica a la verdad. Requerimos
de los procedimientos de la dialéctica clásica para ganar confianza
en las interpretaciones que hacemos. Como yo sostengo que la in-
terpretación es conocimiento, éste se va adquiriendo gradualmente
en distintas etapas, que van desde una primera aproximación, que
se obtiene de la comprensión de los enunciados legales, hasta la
aprehensión de los principios. Me apoyo aquí en mis investigaciones
sobre la estructura gradual del conocimiento jurídico, que he desa-
rrollado en otra parte. Se puede comprender en general un enun-
ciado, se puede incluso comprender con bastante precisión el
significado meramente literal de las palabras empleadas, pero ese sa-
ber es sólo general, y hay que referirlo a la diversidad de situacio-
nes, y sólo entonces, como los casos son múltiples e infinitos, se podrá
tener un saber más completo, pero nunca acabado y perfecto. Esto
hace que nuestro saber jurídico sea un saber que se va desarrollan-
do progresivamente en el tiempo a medida de la ocurrencia de ca-
sos, pero que nunca puede darse por terminado. De ahí que la
concepción de la aproximación a la verdad y la tesis de la interpre-
tación conjetural sean las únicas formas de armonizar las caracterís-
ticas inherentes de la formación del conocimiento con la verdad y
el sentido. Más adelante al tratar el tema de la argumentación volve-
ré sobre el tema de la coherencia y en relación con él algunas preci-
siones sobre la verdad y la corrección de las justificaciones.

LA INTERPRETACIÓN LITERAL

En forma breve deseo abordar algunas cuestiones sobre la inter-


pretación literal, teniendo a la vista el trabajo de Roberto Vernen-
go La interpretación literal de la ley,88 donde hace varios desarrollos

88
VERNENGO, Roberto, La interpretación literal de la ley, 2ª ed. ampliada, Abele-
do-Perrot, Buenos Aires, 1994.

211
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

que interesan. Me interesa su afirmación en cuanto a que “enten-


der un enunciado significa disponer de una traducción aceptable
del mismo”, esto es, que “un discurso A es la interpretación de un
discurso B, si y sólo si A es la traducción de B, y las expresiones
que integran A son mejor entendidas que las que integran B”.89 Pen-
sar la interpretación como traducción no es una línea de trabajo
que aparezca con frecuencia en el mundo jurídico. Pero en el fon-
do llama la atención sobre un fenómeno lingüístico de la máxima
importancia, cual es el de que interpretar una expresión, sea una
palabra o un enunciado, es disponer de otras palabras o enuncia-
dos que signifiquen lo mismo que aquella expresión. Como lo señaló
Perelman en su momento en el texto citado, la influencia nomina-
lista se hace sentir con fuerza en la teoría de la interpretación. Pero
mientras muchos autores analíticos, en quienes pesa esa tradición
nominalista, optan por seguir la doctrina de la atribución de signifi-
cados, Vernengo en cambio acude a la estructura profunda que le
ofrece la gramática generativa de Chomsky.
En autores hermenéuticos como Betti aprendemos que la tra-
ducción es una forma de interpretación en la cual un original en
un sistema de lenguaje, por ejemplo inglés, es puesto con el mis-
mo significado en otro sistema de lenguaje, digamos español. La
traducción intermedia entre el original y el lector final, como la
interpretación musical o la interpretación dramática. La función
de la traducción es hacer comprensible una obra a un público que
no está en situación de entender el original. Lo que apunta Ver-
nengo es que la traducción de un texto, en la medida en que con-
siste en un conjunto de palabras o enunciados en otras palabras
que son más comprensibles para el lector, importa en último tér-
mino un fenómeno de sinonimia. Dos palabras diferentes son si-
nónimas si significan lo mismo, e igual ocurre tratándose de
enunciados. Pero la indagación que a partir de aquí lleva adelante
este autor no concluye en una respuesta definitiva. Dice: “La cues-
tión, pues, de cuál sea la respuesta simple a nuestro interrogante
básico –cuándo dos enunciados significan lo mismo– no tiene so-
lución pacífica: o bien la relación de sinonimia es postulada o re-
chazada a priori, como una posibilidad o imposibilidad de todo
lenguaje, o bien es relegada a una cierta relación pragmática en
los usos de ciertas expresiones de algún lenguaje por algún usua-

89
Op. cit., p. 43.

212
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

rio del mismo. Para los primeros, la relación de sinonimia o se da


en absoluto, o es imposible; para los segundos, es susceptible de
grados y matices según el contexto empírico de uso”.90 Estas difi-
cultades se acrecientan al trasladarse a los lenguajes normativos, en
donde no funciona ilimitadamente una de las características de la
sinonimia, cual es la de sustitución de los términos sin alterar su
significado. Se apoya aquí Vernengo en la obra de Quine Word and
Object.
Todos estos análisis traen como consecuencia que la interpre-
tación literal es una tarea de gran complejidad, distante de esa ope-
ración simple de “dilucidación de significados” que le asignan
muchos autores. Al recordar a los autores nacionales del siglo XIX
que siguieron los planteamientos de la Escuela de la Exégesis, se
advierte prontamente que lo que ellos pensaron como interpreta-
ción literal era en gran medida la explicación de unas palabras o
enunciados por otras palabras o enunciados. Puede recordarse a
este respecto el rol asignado al Diccionario de la Real Academia
Española, esto es, un registro de palabras en donde se explican unas
palabras por otras, sin que nadie haya reparado en la circularie-
dad. El elemento gramatical contribuyó asimismo fuertemente a
esta práctica literalista, y fue en general la manera como se enten-
dió la expresión “tenor literal” que figura en el inciso 1º del art. 19
del Código Civil. Ya antes he señalado que dominó inicialmente
en la concepción literalista la doctrina de la claridad, que lleva a
un intuicionismo y al tema de la manifestación evidente del signi-
ficado en la palabra misma. Ahora se puede agregar otro ingredien-
te. Si comprender el significado de una palabra o enunciado es
disponer de otra palabra o enunciado que sea de más fácil acceso,
se ve que la llamada interpretación literal consiste en una activi-
dad que se desenvuelve en explicaciones de palabras por otras. Un
caso ejemplar lo constituye el Informe en Derecho de Carlos Vicu-
ña Fuentes, citado, respecto a las inhabilidades de los testigos del
testamento para suceder al causante.
Lo que se entiende por sentido en la interpretación literal es el
significado gramatical, esto es, la explicación de unas palabras por
otras. Pero aquí yo advierto la influencia nominalista. A este res-
pecto, quiero recordar el clásico debate sobre definiciones nomi-
nales y definiciones reales. Vernengo no sigue en esta dirección,

90
Op. cit., pp. 56-57.

213
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

sino que deja nítidamente establecido lo que entre los autores her-
menéuticos es ampliamente aceptado: que explicar una palabra (o
enunciado) por otras palabras (o enunciados) es una tarea que abre
una infinidad de posibilidades, si no, adviértase la llamada pará-
frasis, en donde un texto se explica en otras palabras de manera
de hacerlo más comprensible, lo que conecta la sinonimia con ella.
Ya he citado en su lugar las posiciones de autores como Ricoeur y
Eco y el tema de la plurivocidad. Habría que agregar los estudios
del primero de los nombrados sobre la metáfora.91 En suma, de lo
que se trata es que se puede explicar un texto de muchas mane-
ras, o para decirlo según la vieja Retórica: hay muchas maneras de
decir lo mismo. Esto era lo que Quintiliano pensaba que desarro-
llaba las facultades del espíritu y por eso era necesaria la Retórica
en la preparación de la juventud.
La distinción entre definición nominal y definición real se re-
monta a las afirmaciones fundamentales que se encuentran en los
Analíticos de Aristóteles. Allí plantea que la definición es la respuesta
a la pregunta qué es una cosa (tí ésti), pero que no dice si la cosa
definida existe o no existe. De esta manera, la existencia de las cosas
definidas tienen que ser probadas (demostradas en la teoría de la
ciencia demostrativa).92 En los tiempos modernos se cita a Gero-
lamo Saccheri como el editor en 1733 de los Elementos de Euclides.
Según el estudio de Thomas L. Heath, Saccheri en su Logica De-
monstrativa estableció la distinción entre lo que denominó defini-
tiones quid nominis o nominales y las definitiones quid rei o reales.93 En
esta distinción se apoyan los autores posteriores, por ejemplo John
Stuart Mill en A System of Logic. Las definiciones nominales son aque-
llas en las cuales se establece el significado que se asocia a un tér-
mino dado, mientras que las definiciones reales además de declarar
el significado de la cosa definida afirman al mismo tiempo su exis-
tencia (en geometría es la posibilidad de su construcción). En la
tradición aristotélica la definición está ligada al tema de la esencia,
esto es, de lo que hace que una cosa sea lo que es. Contra esta tra-
dición polemizó el nominalista Hobbes, y según lo apunta Stuart
Mill, para ese autor la definición no hace otra cosa que declarar el
significado de un nombre, y no expresa la naturaleza o esencia de

91
RICOEUR , Paul, La Métaphore vive, Éditions du Seuil, Paris, 1975.
92
ARISTÓTELES , Anal. Post., I, 10, 76 a 31 y ss.
93
The Thirteen Books of Euclid’s Elements, Introduction, por Sir Thomas L. Heath,
pp. 143 y ss., Dover Publications, New York, 1956.

214
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

lo definido. Como los principios de las ciencias, especialmente de


las ciencias matemáticas, son definiciones, se corre el riesgo de cons-
truir un sistema científico, según Stuart Mill, en que todas las ver-
dades “se deducen de convenciones arbitrarias de la humanidad
concernientes a las significaciones de palabras”.94 Tomando pie en
esta objeción de Stuart Mill, se puede generalizar y llegar a soste-
ner que quedarse en el solo dominio de las definiciones nomina-
les produce la paradoja ya anotada, esto es, la construcción de una
teoría que se apoya en principios que no son otra cosa que defini-
ciones nominales, por lo mismo, convenciones sobre significados
de palabras.
El estudio de Vernengo sobre la interpretación literal muestra
las mismas dificultades que en círculos hermenéuticos se habían
anotado. Si por literalidad o significado literal se entiende el signi-
ficado gramatical, esto es, los significados de las expresiones em-
pleadas en los enunciados legales, sean esos significados los propios,
sean los inmediatos y directos, sean los que consagra el uso o la
convención social, lo cierto es que se quiere reducir la actividad
de aprehensión de esos significados a un ámbito puramente relati-
vo a palabras. Esta idea está presente en todas aquellas definicio-
nes de interpretación que la limitan a la dilucidación de significados
verbales. Por eso el propio Vernengo quiere escapar de las dificul-
tades que plantea la literalidad acudiendo a un concepto de senti-
do que se relaciona con la estructura profunda de los enunciados,
que ofrece la teoría de Chomsky. En este planteamiento se reco-
noce el innatismo cartesiano. Pero esto implica ir más allá de los
significados literales.
Si he considerado el tema de las definiciones nominales ha sido
con el propósito de completar el análisis de la significación literal
y mostrar que quedarse en el solo ámbito de la literalidad implica
un acto arbitrario de adopción de un significado posible. Tanto des-
de el lado hermenéutico cuanto desde el análisis de la definición
nominal se puede corroborar lo que he venido sosteniendo. Lo que
los autores del siglo XIX sostuvieron en torno a una aprehensión
inmediata y evidente de un significado (y un sentido al mismo tiem-
po), es postular que el significado literal descansa en último tér-
mino en la adopción que hace el sujeto que sustenta ese significado,
situación que es similar a la paradoja que anota Stuart Mill, en cuan-

94
STUART MILL, John, A System of Logic, p. 94, Longmans, 1961.

215
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

to a que hacer depender una teoría de una definición nominal es


apoyarse en una pura convención humana, esto es, en un acto vo-
luntario. Por eso, por mi parte, he sostenido la necesidad de sepa-
rar los significados literales de la cuestión del sentido. Este último
nos conduce al tema de los principios. El sentido de un enunciado
jurídico no se limita a las significaciones literales, esto es, explica-
ciones de palabras por otras palabras, sino que pone a la vista la
operación de los principios jurídicos. El significado literal es tan
sólo un primer estadio de comprensión, pero no es el sentido mis-
mo. Cuando leemos el enunciado, que se ha puesto como ejemplo
antes, “los sueldos son inembargables”, literalmente puedo expli-
car la palabra “sueldo” y la palabra “inembargable” por otras pala-
bras, y así puedo intentar hacerlo entender a alguien que no esté
familiarizado con ese lenguaje. Pero si relaciono ese enunciado con
el caso de la demanda de alimentos de la cónyuge, prontamente me
doy cuenta que la sola literalidad no me da una respuesta, y tengo
que situarme más allá del ámbito de literalidad para encontrar una.
Aquí es donde aparece el sentido. Esto que aquí se describe está ya
intuitivamente en el debate sobre la separación entre sentido y te-
nor literal. Aun cuando los juristas no han elaborado los conceptos
para un análisis detallado del fenómeno de la comprensión, intui-
tivamente se han dado cuenta, y así lo han declarado, que son dos
cosas distintas las significaciones de palabras y la cuestión del senti-
do. Este último, en un estadio más avanzado de la comprensión,
aparece vinculado a la consideración de principios jurídicos. Éste es
el movimiento de la actividad interpretativa: de la littera a la ratio. Por
esta última noción entiendo los principios. Estos principios son a su
vez las justificaciones de las interpretaciones adoptadas en las deci-
siones jurídicas. Pero éste es el tema de la argumentación, que tra-
taré más adelante.

LOS CONFLICTOS DE LA CULTURA JURÍDICA CHILENA

Para concluir esta parte del trabajo, quiero abordar en la perspec-


tiva hermenéutica en que me he situado, los problemas que cru-
zan la cultura jurídica chilena. En esta cultura se puede describir
una lenta evolución desde posiciones literalistas fuertemente influi-
das por las ideas de la Escuela de la Exégesis hasta posturas que
abandonan ese literalismo y propician un cierto principialismo.
Pero en esa evolución se advierten oposiciones que caracterizan

216
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

cada uno de sus momentos. Lo característico es que esas oposicio-


nes no se pierden sino que se mantienen activas, configurando has-
ta hoy la compleja cultura jurídica nacional.
a) Un primer conflicto de la cultura jurídica se muestra en la
consideración de la perspectiva que se adopta en la concepción
misma sobre la interpretación. El proceso codificador introduce un
cambio de mentalidad en la manera de enfrentar la vieja dualidad
letra y espíritu, con lo cual se posibilita que una determinada con-
cepción sobre la interpretación se convierta en la dominante. Como
lo muestran los estudios sobre la aplicación del Derecho en el pe-
ríodo indiano, la ley positiva junto a las otras fuentes del Derecho
eran concebidas como aproximaciones a la equidad.95 De esta ma-
nera, “el ordenamiento jurídico no perseguía, como objetivo fun-
damental, la aplicación estricta de la ley, ni siquiera de las normas
de derecho positivo en general, pretendía sí la materialización de
una solución equitativa de manera casuística, frente a cada situa-
ción real”.96 Esta idea posibilita un arbitrio judicial que se ejerció
ampliamente.
Con el Código Civil, a partir de 1857, se inicia una transforma-
ción del sistema indiano, que busca ahora una vinculación del juez
a la ley, eliminando o disminuyendo al máximo el rol de la costum-
bre y la jurisprudencia. Ya poco antes las leyes procesales habían
establecido a partir de 1837 la obligatoriedad de la fundamenta-
ción de las sentencias, con lo cual se va reforzando lentamente el
predominio de la ley formal sobre las otras fuentes. No debe ex-
trañar que en este cuadro legalista autores como Enrique Cood,
José Clemente Fabres y Paulino Alfonso hayan adoptado la posición
literalista, asumiendo las posiciones de la Escuela de la Exégesis, que
veían como más adecuadas para dar cuenta del significado de la re-
glamentación sobre interpretación contenida en el título preliminar
del Código Civil. Me interesa volver a considerar la interpretación
del viejo adagio in claris non fit interpretatio que hacen estos auto-

95
Sigo aquí el trabajo de María Angélica FIGUEROA Q UINTEROS, “La codifica-
ción civil chilena y la estructuración de un sistema jurídico legalista”, en Congreso
Internacional “Andrés Bello y el Derecho”, publicación de la Universidad de Chile, De-
partamento de Ciencias del Derecho, e Instituto de Chile, Editorial Jurídica de
Chile, 1981, pp. 77-104. También ha estudiado el tema de la codificación Alejan-
dro G UZMÁN BRITO, Andrés Bello codificador. Historia de la fijación y codificación del
Derecho Civil en Chile, 2 vols., Santiago, 1982.
96
Op. cit., p. 79.

217
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

res, porque de aquí deriva una concepción de la interpretación que


fue la que buscó combatir Dilthey en su teoría hermenéutica. En
efecto, esos autores entendieron que cuando los enunciados lega-
les son claros no hay que proceder a la interpretación, pues su sig-
nificado puede captarse inmediatamente de los textos mismos. La
interpretación se reserva para los casos en que se presenta la duda.
Esta manera de entender la interpretación es característica de ese
modo de pensar. Se reconoce a la interpretación un rol importan-
te pero auxiliar, derivando la concepción de la interpretación a con-
sideraciones técnicas. Por eso la preocupación por la multiplicidad
de reglas de interpretación y la apuesta implícita sobre la función
y garantía de esas reglas en cuanto a los resultados del empleo de
ellas. Partiendo de la idea del legislador racional, pensaron ellos,
la generalidad de los casos podía solucionarse con los enunciados
claros, sin necesidad de acudir a la interpretación, y sólo en un nú-
mero pequeño de casos, en donde se presenta la duda, cabía la in-
terpretación y el uso de las reglas de interpretación.
Esta visión de la interpretación como actividad secundaria y
auxiliar para determinados casos o situaciones, dependiente de la
aparición de la duda –que es el opuesto de la claridad–, tuvo ya en
el siglo XIX su contrapatida. La Escuela Histórica y el romanticis-
mo vieron en la interpretación un modo de conocer la historia y
en general los fenómenos de cultura. Savigny, en su obra funda-
mental sobre el Derecho Romano, concibe la interpretación como
el trabajo científico de construcción de la ciencia del Derecho. “Lo
que tenemos que hacer es un acto intelectual, acto a menudo muy
simple, pero que sin embargo es un trabajo científico, principio y
fundamento de la ciencia del Derecho. Ya he hablado de la cien-
cia como de un elemento que concurre en la formación del Dere-
cho; yo la considero aquí bajo una faz opuesta, como percibiendo
el Derecho puesto fuera de ella, el Derecho que no ha hecho, y
que lo traduce a la conciencia del hombre en caracteres precisos”.97
Más adelante agrega: “Esta operación intelectual tiene por fin el
reconocimiento de la ley en su verdad; en otros términos, la ley,
sometida al criterio de nuestra inteligencia, debe aparecernos como
verdadera. Esta operación es indispensable para toda aplicación de
la ley a la vida real. Y es sobre este carácter de necesidad constante

97
S AVIGNY , Traité de Droit Romain, versión de M. Ch. Guenoux, Paris, 1840, t. I,
p. 202.

218
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

en que se funda su legitimidad. Esta operación no está restringida


entonces, como muchos lo piensan, al caso accidental de la oscuri-
dad en la ley; ella puede tener así mayor importancia y tener con-
secuencias más extensas. La oscuridad es una imperfección de la ley,
y para buscar el remedio de ella, es preciso ante todo estudiarla en
su estado normal”.98 A esto hay que añadir que la interpretación ju-
rídica no es distinta en esencia de otras formas de interpretación,
pues todas ellas tienen lugar en la tarea de aprehender un signifi-
cado de una forma escrita o en la que se encuentra fijado un pen-
samiento. La interpretación tiene lugar siempre y no sólo en caso
de duda u oscuridad, como lo planteaban los autores partidarios
del literalismo.
Esta oposición en las concepciones de la interpretación, que
ya se encuentra nítidamente configurada en los autores del
siglo XIX, es recogida por los autores nacionales. Los primeros in-
térpretes de los arts. 19 a 24 del Código Civil entendieron que se
acogía un sistema literalista, que dejaba poco margen a la interpre-
tación, la cual sólo cabía en las situaciones de oscuridad (o duda).
Ya he explicado en páginas anteriores la indudable continuidad con
la doctrina cartesiana de la claridad, y cómo se exige aquí un acto
de intuición evidente que capta el sentido verdadero. La claridad
se puede describir, como lo hizo Leibniz en su oportunidad, pero
el problema es cómo damos carácter objetivo y controlable a algo
que depende del modo en que un concepto se muestra a una sub-
jetividad. Como ya se vio en algunos casos de sentencias, a unos
parece claro lo que a otros parece oscuro. La duda es un fenómeno
de conciencia, que no puede controlarse mediante reglas. Si es así,
no es posible definir un criterio operante que permita separar las
situaciones y establecer la procedencia de uno u otro modelo in-
terpretativo. Mientras los primeros intérpretes de esa reglamenta-
ción de la interpretación se volcaron a la doctrina de la claridad,
haciéndola amplia, otros autores, como Claro Solar, trataron de le-
vantar otra concepción de la interpretación –la que Wróblewski ca-
lifica de sensu largissimo–, y que deriva de los planteamientos de la
Escuela Histórica y el romanticismo. En ésta la interpretación es
un proceso que tiene cabida siempre, y no sólo en los casos de duda
u oscuridad. Asistimos así a un conflicto entre dos concepciones

98
Op. cit., pp. 202-203.

219
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

discrepantes sobre interpretación. Ya se hizo notar cómo la división


de la interpretación que practica Wróblewski contiene los dos extre-
mos opuestos que se han indicado. La interpretación de los autores
que siguieron las aguas de la Escuela de la Exégesis corresponde
en realidad a la interpretación sensu stricto del autor polaco, mien-
tras que la que adoptó Claro Solar es la sensu largissimo. Este autor
quiso rescatar el rol fundamental de la interpretación en relación
con los fenómenos de cultura, por eso, siguiendo a Savigny, veía la
interpretación jurídica como una especie dentro de un género am-
plio. Y ya vimos cómo de aquí parte Dilthey para concebir las lla-
madas ciencias del espíritu.
Se trata de un primer conflicto en la cultura jurídica, pues se
oponen dos concepciones opuestas sobre la interpretación. Unos
ven en el art. 19 del Código Civil la consagración legal de un siste-
ma compuesto de dos modelos que entran en operación bajo el
techo de la claridad/oscuridad, por lo cual la interpretación se li-
mita a los casos de duda u oscuridad, que ellos piensan son excep-
cionales; en caso de oscuridad se puede acudir al espíritu (ratio) o
la historia. Otros, consideran la interpretación como una operación
siempre necesaria, no dependiente de la claridad u oscuridad. En
esta posición se hace factible el juego de los distintos “elementos
de la interpretación”, los que inicialmente fueron pensados no
como interpretaciones distintas y separadas, sino en operación con-
junta.
b) Un segundo conflicto se presenta en torno a la noción de
sentido. Inicialmente, bajo la influencia de la Escuela de la Exége-
sis, los autores que primero comentaron la reglamentación sobre
interpretación del Código Civil tendieron a identificar de una ma-
nera amplia el sentido con el tenor literal, viendo que ambas expre-
siones figuran en el enunciado del inciso 1º del art. 19. De lo que
se trata es entender el significado literal como los significados pro-
pios, inmediatos, directos, usuales, corrientes, y aun los que ema-
nan de personas ilustradas. Esta diversidad no es fácil de reducir a
unidad, pero la idea dominante es la de creer que las palabras por
sí solas son garantía suficiente de comunicación de un pensamien-
to o voluntad del que hace uso de ellas. Aquellos autores no elabo-
raron en realidad una teoría de la significación, por lo cual hay que
suponerla. Para ellos lo que se significa mediante palabras es lo que
se quiere decir: hay un continuo entre palabra y pensamiento, o
una manifestación indubitable del pensamiento a través de las pa-

220
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

labras. Ésta es la base para construir el famoso argumento a contra-


rio: si el legislador lo dice es porque lo quiere, y si no lo dice es
porque no lo quiere. Como se verá después, va a ser reiteradamente
empleado, en especial en apoyo de interpretaciones literalistas.
La misma práctica en tribunales va a mostrar las limitaciones y
dificultades de la concepción literalista. Al promediar el primer ter-
cio del siglo XX se comienza a discutir en tribunales si sentido es lo
mismo que tenor literal. El debate se organiza en torno a casos de-
terminados y se extiende y difunde por varias décadas, hasta que-
dar incorporado en los años 60. Como se vio en el caso que se
discutió en la Corte de Valparaíso, en 1930, sobre la inembargabi-
lidad de los sueldos de empleados particulares, se formaron dos gru-
pos contrapuestos. Algunos plantearon que sentido no es lo mismo
que tenor literal, lo que entraña un golpe mortal al fuerte literalis-
mo inicial, que justamente postulaba la total identificación. La con-
secuencia práctica de esta posición es que el sentido no se puede
determinar de las solas palabras, sino es preciso acudir por vía con-
textual a otros aspectos fuera de la letra para posesionarse del sen-
tido. Para los continuadores del pensamiento de los autores del
siglo XIX, al identificar sentido y tenor literal se produce como con-
secuencia que las solas palabras bastan, y lo que se entiende a par-
tir de ellas es lo que configura el sentido claro señalado en el art. 19,
inciso 1º. Por eso, en ese caso se inclinaron a sostener que la sola
lectura del enunciado, claro y preciso, era suficiente para enten-
der el sentido. Como en esta posición no hay una justificación en
sentido propio de la argumentación, se suele reforzar con dos cla-
ses de argumentos distintos. Uno, el clásico “donde la ley no dis-
tingue, no es lícito al intérprete distinguir”, y otro, el argumento a
contrario señalado más arriba, en cuanto a que si el legislador, en
ese ejemplo, hubiese querido referirse a la posibilidad de embar-
gar los sueldos para garantizar las demandas de alimento de la cón-
yuge e hijos, lo habría dicho, y si no lo dice, es porque no lo
autoriza. Más adelante volveré sobre las distintas formas argumen-
tales.
En términos generales, ambas posiciones se mantienen, con dis-
tinto énfasis, hasta nuestros días. Para ilustrarlo puede consultarse
el siguiente caso, que sirve de ejemplo para lo que se viene soste-
niendo. En un caso de recurso de hecho en amparo económico,
la Corte Suprema exhibe en una sentencia de 5 de abril de 2001
una dualidad de opiniones. La sentencia, acordada con el voto de

221
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

mayoría del tribunal, establece lo siguiente: “Que el inciso cuarto


del artículo único de la Ley Nº 18.971 dispone que ‘Contra la sen-
tencia definitiva, procederá el recurso de apelación...’, lo que de-
nota claramente que este medio de impugnación es el único
contemplado dentro del procedimiento especialísimo del amparo
económico, y procede sólo contra dicho tipo de resoluciones; por
lo cual, habiendo norma expresa sobre el particular, no es menes-
ter acudir a las disposiciones comunes a todo procedimiento. Si se
hiciera aplicable la regla general, como se pretende en el recurso
de hecho, carecería totalmente de sentido la frase recién transcrita,
y no tendría objeto haberla incluido en el texto legal, convirtién-
dose en una disposición inútil. Por el contrario, en la interpreta-
ción de la disidencia, justifica su presencia en el contexto de la
norma”.99
Aquí puede apreciarse con nitidez el clásico recurso a la clari-
dad. Esto indica que quienes invocan la claridad dan cuenta que a
ellos les parece claro lo que dicen entender. Dado que este dar cuen-
ta de un hecho de conciencia hace innecesaria toda justificación
deliberativa, vale aquí la observación de Van de Kerchove en cuan-
to a que la claridad más que un argumento deliberativo es un “ar-
gumento de autoridad”. La consecuencia que se quiere extraer de
la posición adoptada es la siguiente: que lo único que se mencio-
na en el artículo único de la citada ley es el recurso de apelación
en contra de la sentencia definitiva, por lo cual a contrario si no se
dice nada respecto de otras resoluciones es porque no se autoriza.
Otra forma de entender el enunciado legal conduciría a una con-
secuencia inadmisible, según se declara. Este argumento consecuen-
cialista también suele emplearse para reforzar posiciones literalistas,
como es la que refleja la sentencia que se examina. En suma, nue-
vamente se tiene aquí la ya conocida posición que identifica el sig-
nificado literal con el sentido, con lo cual se cierra toda búsqueda
de conexiones con otras partes del sistema legal a fin de hacer visi-
ble ese sentido.
En cambio, el voto de minoría se abre a consideraciones que
tienen en cuenta el contexto. Por “contexto” hay que entender aquí
el conjunto de relaciones sistemáticas que pueden establecerse den-
tro del sistema legal. Por eso, en varios considerandos va desarro-

99
Corte Suprema, 5 de abril de 2001, Revista de Derecho y Jurisprudencia,
t. XCVIII, 2ª parte, sec. 5ª, pp. 161-163.

222
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

llando la siguiente argumentación. En el considerando 1º recono-


ce que el artículo único de la ley citada “se refirió al recurso de
apelación únicamente en lo relativo a la sentencia definitiva, abs-
teniéndose de regular dicho medio de impugnación, en relación
con la decisión de los incidentes que pudieren producirse o con la
dictación de otras resoluciones que no fueren fallos definitivos”.
Como el enunciado del inciso cuarto del artículo único de la ley
menciona sólo el recurso de apelación en contra de la sentencia
definitiva, esto no impide buscar un sentido que va a depender de
relaciones contextuales. Por eso, en el considerando 2º dice: “Que,
en tales condiciones, debe concluirse que en lo no previsto han de
aplicarse a la aludida materia las ‘disposiciones comunes a todo pro-
cedimiento’, a que se refiere el Código de Procedimiento Civil en
sus arts. 1º a 252, entre las cuales de encuentran las referidas a los
recursos de apelación y de hecho”. En el considerando siguiente
recuerda la disposición del art. 186 del Código de Procedimiento
Civil en cuanto establece qué clase de resoluciones son apelables,
salvo los casos en que la ley expresamente deniegue el recurso. De
ahí que, en el considerando 4º se diga: “Que surge de lo anterior-
mente consignado que la regla general en nuestra legislación es la
procedencia de la apelación, y para que ésta no tenga lugar es me-
nester que la ley deniegue expresamente el recurso. Lo anterior
se contrapone con el criterio sostenido en este caso por el tribu-
nal de primera instancia, en el informe de fs. 12, donde los minis-
tros firmantes sostienen que la declaración de inadmisibilidad del
recurso de amparo económico no es susceptible de apelación por
no haberse contemplado dicho recurso para el caso de la especie.
Se afirma así, implícitamente, que la improcedencia del recurso es
la regla general, cuestión que esta Corte Suprema no comparte, ha-
bida cuenta, además de lo ya expresado, que la resolución que se
intenta impugnar es una sentencia interlocutoria dictada por un
tribunal de primera instancia, pues tal es el carácter que la Corte
de Apelaciones tiene para efectos de este tipo de asuntos”. De acuer-
do con esto, el enunciado del artículo único de esa ley hay que en-
tenderlo no a partir de él mismo, por sí solo, sino en relación con
otros enunciados que en conjunto forman un sistema. Aquel enun-
ciado no está solo, y su comprensión sólo se logra abriendo rela-
ciones contextuales.
Este caso sirve de ejemplo para ilustrar cómo el debate sobre
el sentido sigue abierto, determinando posiciones contrapuestas.
Mientras para unos el sentido queda encerrado en las significacio-

223
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

nes literales, para otros depende de consideraciones que se rela-


cionan con el llamado contexto, por consiguiente, depende de con-
sideraciones que se sitúan más allá de los significados literales de
las palabras. En este último caso, se inicia un camino hacia la ratio.
De esta manera se configura un segundo conflicto en la cultura ju-
rídica.
c) Un tercer conflicto que atraviesa la cultura jurídica surge
cuando se considera la relación del autor de la ley con la ley misma.
Hay que tener presente que en el siglo XIX tanto los partidarios de
la Escuela de la Exégesis como los seguidores del romanticismo y
la Escuela Histórica coincidieron en que la interpretación busca
posesionarse del pensamiento del autor. Basta recordar esas frases
de los autores nacionales de fines del siglo XIX y comienzos del
siglo XX que se han estudiado antes, para apreciar cuánta fuerza
tiene la idea que la palabra manifiesta el pensamiento de quien la
utiliza y que el intérprete tiene como tarea aprehender ese pensa-
miento. En el mundo jurídico esa noción de “manifestación” no
hay que entenderla como la manifestación de la palabra divina en
la Biblia. Aun cuando hay quienes piensan que el legislador racio-
nal es una figura autoritativa comparable con la divinidad, por mi
parte creo que la teoría sustentada por autores como Suárez, Gro-
tius y Pufendorf es la que siguió imperando en el mundo jurídico.
De acuerdo con ella las palabras son signos probables o verosími-
les de un pensamiento, por lo cual no son plenamente confiables
para captar lo que se quiere decir. Entre lo que se quiere decir y
lo que se dice hay un espacio, que alienta la conjetura que tiene
que hacer el intérprete que enfrenta un lenguaje. Otra cosa es sos-
tener que el legislador ilustrado emplea con rigor y precisión las
palabras, con lo cual el espacio se reduce a unos pocos casos. Pero
esta ilusión se desvaneció rápidamente. Lo que interesa acá es des-
tacar el cambio producido en algunos autores, que ya no ven en la
palabra la expresión del pensamiento (o voluntad) del autor, sino
un “pensamiento” o “voluntad” propios de la palabra misma. No
obstante, en múltiples sentencias y escritos de juristas se alude al
“pensamiento” o “voluntad” del legislador. Esto configura otro con-
flicto que cruza la cultura jurídica.
En Italia a mediados del siglo XX muchos eran los autores que
rechazaban esta tesis de la búsqueda del pensamiento o voluntad
originarios del autor de la ley. En nuestro país a mediados de siglo
también encontramos manifestaciones de un fenómeno similar.

224
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

Cito, como ejemplo, las opiniones del profesor de Derecho Penal


Luis Cousiño Mac Iver, que en un trabajo publicado en la Revista
de Ciencias Penales de 1961 sostiene una posición declaradamente
contraria a la interpretación como actividad dirigida a capturar el
pensamiento o voluntad del legislador. Frente a la interpretación
subjetiva imperante en el siglo XIX se levanta esta interpretación
objetiva. Dice en ese trabajo: “Hoy en día se sostiene que la volun-
tad del legislador es una abstracción intangible y carente de toda rea-
lidad, pues ni siquiera se sabe, dentro de un régimen parlamentario,
si alude a la voluntad de la mayoría que votó la ley en las Cámaras,
a las comisiones de técnicos que la elaboraron o al Presidente de
la República que la promulgó. Es posible que en el sentir de mu-
chos de los diputados o senadores, que concurrieron con su voto
a la aprobación de la ley, hayan pesado razones muy disímiles o que
hayan obrado por instrucciones de los partidos políticos a que per-
tenecen. Es posible, incluso, que muchos de estos parlamentarios
no comprendan el contenido exacto de los preceptos, lo que se
hace mucho más frecuente a medida que aumenta el tecnicismo
de las leyes y disminuye la capacidad cultural de dichos represen-
tantes, los cuales se escogen por oportunismo político y no por ca-
lidad. Se agrega que también los opositores concurren, en cierto
sentido, a la elaboración de la ley, no sólo porque sus opiniones
contribuyen a menudo a que algunos se decidan por la tesis con-
traria, sino también, porque su presencia en la sesión sirve para dar
el quórum necesario para funcionar. Por último, las opiniones indi-
viduales sirven para conocer la voluntad del parlamentario que las
emite, pero dejan en la incertidumbre respecto de la voluntad de
los que callan y se limitan a votar”.100 Las críticas al régimen parla-
mentario no son nuevas en nuestro país. Me interesa destacar más
bien este otro aspecto. Mientras los autores nacionales de fines del
siglo XIX acudían a la figura del legislador racional, entendido en
las materias legislativas y acertado en sus decisiones y uso del len-
guaje, para Cousiño, en cambio, los legisladores son personas que
tienen limitaciones, e incluso se pone en duda si entienden lo que
hacen. Esta opinión se exhibe como una creencia general y cono-
cida. De aquí que este autor se preocupe de elaborar la tesis de
que lo que se busca en la interpretación es la voluntad de la pro-

100
COUSIÑO MAC IVER, Luis, “La interpretación de la ley penal en la dogmáti-
ca chilena”, Revista de Ciencias Penales, t. XX, pp. 197-218, 1961.

225
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

pia ley, esto es, la interpretación objetiva. La afirmación es de la


mayor importancia, pues gracias a esta voluntad propia, la ley “tie-
ne un dinamismo siempre actual que la habilita para abarcar to-
dos los hechos del mundo circundante que se encuentran dentro
de su hipótesis conceptual, aun cuando dichos hechos no hubie-
ren podido ser imaginados por el legislador”.101 Con esto se da un
paso en dirección a la interpretación progresiva o adaptadora, que
reclama el pensamiento hermenéutico de autores como Betti.
Esta posición adaptadora tiene consecuencias prácticas impor-
tantes. Dice el autor: “En Chile se presenta un caso interesante con
el delirium tremens, frente a la eximente de responsabilidad del Nº 1
del art. 10 del Código Penal, que comprende al ‘loco o demente’
y al que ‘por cualquier causa independiente de su voluntad se ha-
lla privado totalmente de razón’. Al revisarse por la Comisión Re-
dactora el proyecto ya elaborado, se expresó, en la sesión 120 de
21 de marzo de 1875, lo que sigue: ‘Habiéndose preguntado si esta
disposición comprende al que comete un delito en un caso de de-
lirium tremens, producido por el exceso de licor, se resolvió unáni-
memente que no podría tener tal alcance, pues el artículo exige
que la falta de razón provenga de causas totalmente independien-
tes de la voluntad del hechor, lo que no sucede en el caso propues-
to. Por considerarse bien claro el sentido de esta disposición, se
acordó sólo consignarlo en esta acta sin variar su forma’. Aquí es-
tamos frente a un claro conflicto entre la voluntad de la ley y la
voluntad del legislador. En efecto, la ley establece dos exenciones
de responsabilidad: una a favor de los locos o dementes y, otra a
favor de los privados totalmente de razón, siempre que hayan obra-
do por causas independientes de su voluntad. No hay duda que el
delirium tremens es una forma de locura o demencia, o sea, una psi-
cosis y que ella se presenta independientemente de una determi-
nada ingestión de alcohol; aun es frecuente que la crisis sobrevenga
durante un tratamiento de desintoxicación. La comisión entendió,
equivocadamente, que el delirante podía asilarse en la segunda cau-
sal y la rechazó por estimar que no se cumplía con el requisito de
lo involuntario del estado. En tanto, el verdadero precepto aplica-
ble es el relativo a la primera parte y así lo han declarado nuestros
tribunales, haciendo prevalecer la voluntad de la ley por sobre la
explícita voluntad de los redactores del Código”.102 Sobre esta base

101
Op. cit., p. 202.
102
Op. cit., p. 203.

226
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

general el autor declara, interpretando la reglamentación sobre in-


terpretación del Código Civil, que el objetivo único de la interpreta-
ción es conocer la voluntad de la ley y para ello se requiere tan sólo
de un criterio racional y finalista. Esta interpretación finalista o te-
leológica va a recibir amplia acogida en varias áreas del Derecho.
Pero por otro lado son muchos los autores que mantienen la
concepción que la interpretación busca establecer la voluntad (o
pensamiento) del legislador. Esto influye especialmente en la lla-
mada interpretación extensiva o restrictiva, y en la llamada decla-
rativa.103 Es posible que en muchos autores y en sentencias judiciales
la mención de “pensamiento del legislador” o “voluntad del legisla-
dor” sea simplemente una utilización de una manera de expresarse,
pero no querer en realidad referirse a una posición doctrinaria de
corte originalista. Sea como fuere, las dos posiciones, la subjetiva y
la objetiva, configuran un nuevo conflicto en la cultura jurídica,
que tiene consecuencias importantes. Para la visión adaptadora los
significados no se establecen de una vez para siempre, permane-
ciendo fijos a lo largo del tiempo, sino que se alteran según las nue-
vas circunstancias en que deben operar; en cambio para la visión
subjetiva ocurre todo lo contrario. Los significados son estables y
con ello, se sostiene, se sirve a la causa de la seguridad jurídica,
entendida ésta en relación al conocimiento de reglas previas, que
mantienen su fijeza, cualquiera sea la situación. Este concepto de
seguridad jurídica está presente en nuestro medio desde que así

103
Por ejemplo, en el Tratado de Derecho Civil, t. I, de que son autores Arturo
ALESSANDRI, Manuel S OMARRIVA y Antonio VODANOVIC, en la p. 175 se lee: “[...] si
el proceso interpretativo consiste en la investigación de la voluntad legislativa ex-
presada en una fórmula, que puede ser inadecuada, el resultado de la indagación
será necesariamente uno de estos tres: o reconocer que la fórmula o términos li-
terales coinciden exactamente con el pensamiento legislativo, es decir, que lo ex-
presan con fidelidad y acierto (interpretación declarativa) o en comprobar que
expresan menos de lo que fue querido (interpretación extensiva), o que expresan
más (interpretación restrictiva)”. En los comentarios que hice al trabajo sobre in-
terpretación de Alejandro Guzmán, tuve ocasión de anotar el curioso sistema que
se propone: para que esto funcione se requiere que el pensamiento o voluntad
del autor se puedan establecer sin acudir a sus expresiones en palabras, lo que
me recuerda la que he denominado paradoja de Cicerón. En el fondo, ¿cómo se
puede conocer el pensamiento o intención de alguien prescindiendo de sus pa-
labras? Dada las dificultades que plantea este sistema, he planteado que en la in-
terpretación se verifica un movimiento que parte de la littera en dirección a la
ratio. Esto porque yo sostengo que el significado de las palabras es una cosa y el
sentido es otra, dependiendo este último de los principios, esto es, de la ratio.

227
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

lo reconocieran los primeros autores nacionales que estudiaron la


reglamentación sobre la interpretación. La tendencia, sin embar-
go, es transitar a otro concepto de seguridad, que tiene que ver con
la efectiva protección de los derechos fundamentales de la perso-
na, como lo plantea Dworkin.
El tema de la voluntad del legislador lo examina críticamente
Ducci, en su obra ya citada. Piensa que en la reglamentación del
Código Civil sobre la interpretación no hay ninguna alusión a la
voluntad del legislador. Sostiene que quienes defienden la volun-
tad del legislador se apoyan en la expresión “historia fidedigna del
establecimiento de la ley” que aparece en el inciso 2º del art. 19.
Pero, dice, “la historia de la ley puede decirnos cuándo se dictó,
cómo se dictó, situaciones que no se relacionan con el esclareci-
miento de una expresión de voluntad. Podrá señalarse por qué se
dictó, es decir, la razón de la ley, pero el ‘motivo’ no puede identi-
ficarse con la ‘voluntad’. Podrá indicarnos, por último, para qué
se dictó, pero esto va a esclarecernos la ratio legis, la razón o finali-
dad de la norma, que puede o no coincidir con una imprecisable
voluntad del legislador”.104 Además de esto, es preciso considerar,
agrega, que el enunciado del inciso 2º señala para qué se puede acu-
dir al establecimiento de la historia fidedigna, que es la determina-
ción de la intención o espíritu de la ley, y no los del legislador.
Finalmente, concluye, el art. 24 al considerar una interpretación
de la ley “del modo que más conforme parezca al espíritu general
de la legislación”, se remite al “espíritu de la legislación”, noción
que es por completa distinta a una posible voluntad del legislador.
Una interesante evolución de este tema se da en la llamada “in-
terpretación originalista” que ha tenido lugar en el ámbito constitu-
cional. El originalismo, en general, apunta hacia la intención, y
tratándose de la Constitución, señala en la dirección de la intención
del constituyente. El debate en torno al originalismo constitucional
ha sido planteado por autores norteamericanos en relación con la
interpretación constitucional, pero corresponde a un problema más
profundo y que concierne al papel de las intenciones en la constitu-
ción de los significados. En nuestro país, como lo indica Ducci, la
raíz del tema se encuentra en el paso que se quiere dar desde la his-
toria fidedigna de la historia de la legislación hacia la determinación
de la voluntad originaria de los autores de esa legislación.

104
DUCCI, Carlos, op. cit., p. 129.

228
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

Primeramente, examinaré en forma breve el originalismo en


general, para después abordar el caso en nuestro país. Sobre lo pri-
mero, seguiré la obra de Pablo de Lora, sobre la interpretación ori-
ginalista de la Constitución.105 El autor comienza con el examen
de la experiencia estadounidense. Este estudio permite apreciar
cómo a una tendencia inicial fuertemente literalista y unida a un
respeto a la intención originaria enfrenta después un alejamiento
de esa intención. El originalismo, según lo establece el autor, tie-
ne antecedentes históricos que lo remontan a John Austin y William
Blackstone. Del primero cita el siguiente texto: “el primer indicio
de la intención con que una ley fue hecha, o la primera guía para
la interpretación de una norma, es el sentido literal y gramatical
de las palabras en que está expresada. Es verdad que si el significa-
do literal es indeterminado o ambiguo, el intérprete puede buscar
con otros indicios la intención del legislador –por ejemplo, en la
razón de la ley tal y como se indica en la ley misma; en la razón de
la ley tal y como se indica por su historia–, el error a ser remedia-
do; o en las normas claras hechas sobre la misma materia por el
mismo legislador”.106 Como puede advertirse aquí, se produce una
situación similar a la que ocurre en los literalistas nacionales de fi-
nes del siglo XIX, lo que indica que estamos frente a una doctrina
ampliamente conocida por autores de distintas nacionalidades. La
interpretación tiene como tarea acceder a la voluntad o intención o
pensamiento del autor. Parece lo más natural acudir primeramente
a los signos exteriores en que las intenciones o pensamientos se
manifiestan, y estos signos exteriores son en el campo jurídico las pa-
labras que emplea el legislador o autoridad. También se hace exten-
sivo a los contratos y declaraciones de voluntad. Si se presentan dudas
u oscuridades se recurre a otros elementos diferentes que el lengua-
je, como la ratio (aquí Austin menciona la clásica ratio scripta).
Ya he examinado antes el tema de la conjetura en los autores
modernos Suárez, Grotius y Pufendorf. Allí señalé que estos auto-
res no aceptan en definitiva el principio de la suficiencia de la sola
letra, de origen protestante, y que para ellos la aproximación a un

105
L ORA, Pablo de, La interpretación originalista de la Constitución (Una aproxi-
mación desde la Filosofía del Derecho), Centro de Estudios Políticos y Constituciona-
les, Madrid, 1998.
106
LORA, Pablo de, op. cit., p. 34. El texto de J. Austin, en la versión que ofre-
ce el autor, está tomado de Lectures on Jurisprudence or the Philosophy of Positive Law,
Robert Campbell ed., James Crockroft and Company, New York, 1875.

229
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

verum sensum se hace a partir de los signos probables, que son las pala-
bras, poniéndolas en contextos amplios, y así sucesivamente hasta la
ratio. Las palabras son un medio para acceder al sentido, pero con
factores de incertidumbre. Esta concepción se cruza en el camino
con la doctrina de la claridad, y de allí sale esa característica posi-
ción literalista y originalista, que asumieron los autores nacionales
ya estudiados. En un campo amplio, pero no precisable con exacti-
tud, las palabras permiten acceder con inmediatez y evidencia a un
sentido; más allá de ese campo, reina la indeterminación, la vague-
dad, la oscuridad, que hacen exigible operaciones adicionales que
se ejercen fuera del dominio de los significados puramente semán-
ticos. El presupuesto hermenéutico de esta concepción, como ya se
dijo, es la suficiencia de la sola letra, que permite la captación intui-
tiva y evidente de un sentido, el cual se hace coincidir con la inten-
ción o pensamiento del autor. Por eso el concepto de manifestación,
es decir, la mostración indubitable de la intencionalidad.
Anterior a Austin es Blackstone, que cita Pablo de Lora como
el autor que ha influido en la formación del pensamiento jurídico
en el mundo anglosajón. El texto que cita es el siguiente, tomado
de los célebres Commentaries: “El método más justo y racional para
interpretar la voluntad del legislador es explorar sus intenciones
en el tiempo en que la ley fue establecida, a través de los signos más
naturales y probables. Estos signos son o bien las palabras, el con-
texto, la materia, los efectos, o bien el espíritu y razón de la ley”.107
Esta obra que data de 1765 reafirma lo que he venido sostenien-
do. Se construye un sistema compuesto de dos modelos: uno, que
opera directamente con los significados inmediatos y directos de
las palabras, que se insertan en consideraciones contextuales y re-
lativas a la materia y las consecuencias, cuando no ofrecen dudas,
y otro modelo, que acude a la ratio y que entra a operar en caso de
duda, oscuridad o indeterminación. Este sistema se aplica al origi-
nalismo, con lo cual el fin de la tarea del intérprete es el estableci-
miento de la intención originaria, que es la que se formó en la
época del establecimiento de la ley.
Es interesante ver cómo la discusión sobre el originalismo en
la interpretación de la Constitución está asociada a factores histó-
ricos y políticos. Dice Pablo de Lora: “Se trate de una invención

107
LORA, Pablo de, op. cit., p. 35. La cita de Blackstone está tomada de Com-
mentaries on the Laws of England, 1765, vol. 1, p. 59, ed. The University of Chicago
Press, Chicago-London, 1979.

230
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

reciente o más bien de una práctica acrisolada desde los orígenes


del control judicial de constitucionalidad en Estados Unidos, lo cier-
to es que la apelación a favor del originalismo se produce con par-
ticular fuerza en dicho país a partir de mediada la década de los
cincuenta como reacción frente al activismo desplegado por la Cor-
te Warren”. Y agrega más adelante: “El originalismo se constituyó
así en el instrumento más esperanzador de control de una Corte
que, para los sectores más conservadores y reaccionarios de la so-
ciedad estadounidense, llevaba mucho tiempo excediéndose en sus
atribuciones”.108 A estas observaciones hay que agregar la noción
de la Constitución como precompromiso colectivo. Esta noción jus-
tifica la concepción de una Constitución rígida y de un órgano ju-
risdiccional encargado de velar por ella. La manera natural de
entender la Constitución es la originalista. Dice: “La previsión de
situaciones futuras de debilidad de la voluntad o de deficiencias
en la racionalidad hace que los individuos decidan auto-impedirse
o limitarse la posible incursión en determinados cursos de acción
para así asegurarse el logro de un objetivo que es considerado va-
lioso. De esa forma, con ese ‘atarse las manos’, actúan, bajo aque-
llas circunstancias, racionalmente”.109 Recuerda aquí el caso de
Ulises que, deseoso de poder escuchar el canto de las sirenas y cons-
ciente de la compulsión de arrojarse al mar que le produciría, pi-
dió a la tripulación que lo atara al mástil de la embarcación y
desobedeciera sus órdenes de ser desatado. “Así lo hacen las co-
munidades políticas cuando acuerdan un conjunto de reglas y prin-
cipios de difícil reforma que disciplinan el ejercicio del poder
político”.110 En otra parte señala el trasfondo teórico del originalis-
mo: “Para algunos autores, la vinculación entre intención (o pro-
pósito) y significado es de naturaleza conceptual. El originalismo
o intencionalismo sería así, stricto sensu, la única forma posible de
interpretar. No se trata pues de que el intérprete se enfrente a una
alternativa entre dos posibles interpretaciones (objetiva y subjeti-
va). Interpretar, propiamente, es en todo caso reverenciar, de al-
guna forma, las pretensiones del autor, y así ocurre cuando
mantenemos una estricta adhesión al texto”.111 La revitalización del
intencionalismo vendría a provocar un conflicto similar al que se

108
LORA, Pablo de, op. cit., pp. 36 y 37.
109
Op. cit., p. 44.
110
Ibídem.
111
Op. cit., p. 52.

231
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

produce en nuestra propia cultura jurídica. Lo que sirve de apoyo


a estas posiciones originalistas es una teoría del significado, que vin-
cula significado e intención. El autor contemporáneo que conoci-
damente ha dedicado varios trabajos a esta posición es Paul Grice.112
Esta teoría se enfrenta con otras que postulan otra forma de enten-
der los significados, con independencia de la intención de los ha-
blantes. La noción misma de “atribución de significados”, que ha sido
recibida con tanto éxito entre los autores analíticos, es manejada por
muchos con independencia de las intenciones particulares de los ha-
blantes, pues el peso se hace recaer en las convenciones y reglas de
significación, de tal manera de constituir un lenguaje público, del
que puedan participar todos. Además, la intención es un hecho que
no puede escapar a la comprobación. Que alguien quiera decir una
cosa y lo exprese de manera que otro entienda algo diferente nos
muestra que el problema es de difícil solución, pues entre lo que se
quiere decir y lo que se dice hay una diferencia, que en ciertos ca-
sos es determinante. Pero esto ya lo sabían los antiguos, y basta re-
cordar las páginas ejemplares del Diálogo Cratilo, de Platón, para
advertir la profundidad y complejidad de los problemas que suscita
el lenguaje. Como ejemplo en el dominio jurídico, dos autores muy
distantes entre sí, como son Ross y Betti, son contrarios a la conside-
ración de las intenciones como objetivo de la interpretación.
Se ha dicho que, fuera del ámbito del constitucionalismo en
Estados Unidos, el origen del intencionalismo contemporáneo es-
taría en las críticas que Andrei Marmor dirigiera al modelo dwor-
kiniano de interpretación jurídica.113 Este modelo, que se le
denomina también constructivista, no considera mayormente las in-
tenciones, y se vuelca hacia el dominio axiológico. En su obra In-
terpretación y teoría del Derecho,114 Marmor plantea en general que
interpretar es asignar un significado a un objeto, siguiendo en esto
las corrientes analíticas. Distingue, en seguida, entre significado se-
mántico, que está determinado por las convenciones y reglas socia-

112
Tres artículos de H. Paul GRICE se encuentran en la recopilación de Luis M.
Valdés Villanueva, La búsqueda de significado, 3ª edic., 1999: el primero es Significado,
de 1957, en pp. 485-494; el segundo es Las intenciones y el significado del hablante, de
1969, pp. 495-523; y el último es Lógica y conversación, de 1975, en pp. 524-543.
113
Utilizo aquí los trabajos de Isabel L IFANTE VIDAL, La interpretación jurídica
en la teoría del Derecho contemporáneo, Centro de Estudios Políticos y Constituciona-
les, Madrid, 1999, e “Interpretación y modelos de Derecho. Sobre el papel de la
intención en la interpretación jurídica”, Doxa Nº 22, 1999, pp. 171-193.
114
MARMOR, Andrei, Interpretación y teoría del Derecho, Gedisa, Barcelona, 2001.

232
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

les, y el significado pragmático, que tiene que ver con las intencio-
nes comunicativas. Interpretar puede considerarse como una excep-
ción a la comprensión estándar del lenguaje, que depende de reglas.
La interpretación concierne al significado pragmático y es la activi-
dad dirigida a atribuir intenciones comunicativas. No es lo mismo
comprender lo que una persona dice a partir de las mismas pala-
bras que comprender lo que ella quiso decir con esas palabras. Sólo
en este último caso hay interpretación. Aquí nuevamente puede ad-
vertirse la similitud con el sistema de los autores partidarios de la
Escuela de la Exégesis: hay un sector de enunciados, los más abun-
dantes, que no son materia de interpretación, y otro grupo de enun-
ciados que sí son materia de interpretación. En los casos en que hay
que interpretar, según este autor, se tiene que acudir a la intención.
En general, las leyes son promulgadas con intenciones específicas, y
éstas suministran al juez una razón para decidir una disputa jurídi-
ca. La intencionalidad proporciona así una justificación de las deci-
siones judiciales. Esto lleva al concepto de autoridad, que el autor
toma de J. Raz.115 De acuerdo con esta concepción, la autoridad del
Derecho sólo puede basarse en la autoridad de sus autores, pero no
implica que sean las características personales del autor lo decisivo
para constituirlo en autoridad. Es la autoridad en sentido jurídico.
El resurgimiento de estas tendencias intencionalistas es impor-
tante, y los debates que se han suscitado alcanzan grados elevados
de sofisticación. Hay que advertir que el conflicto entre intencio-
nalistas y no-intencionalistas hoy día tiene ingredientes diferentes
de los que pudieron plantearse en el pasado. Los términos de las
oposiciones no son los mismos. Como se dijo en su momento, ini-
cialmente el originalismo en el siglo XIX estuvo asociado a una doc-
trina del significado en la cual lo que se significa mediante las
palabras de la ley es lo que el legislador efectivamente quiso signi-
ficar, por lo cual parecía natural pensar que el intérprete debía bus-
car ese significado, que a su respecto estaba puesto para ser
descubierto. Pero hoy día el intencionalismo adopta posiciones ana-
líticas, de donde resulta que los significados se atribuyen, esto es,
se asignan según las convenciones de lenguaje que se asumen en
las comunidades lingüísticas. Una cosa es tener sentido, otra dife-
rente es asignar sentido, como lo destacó Perelman, y lo recogí al
examinar el tema del sentido verdadero. Dentro de estas posicio-

115
Considero aquí especialmente el artículo de Joseph RAZ “La intención en
la interpretación”, en Doxa Nº 20, 1997, pp. 199-233.

233
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

nes analíticas, hay que distinguir a su vez el caso de aquellas situa-


ciones que están referidas sin duda en el núcleo referencial del
enunciado de que se trata, y aquellas situaciones ubicadas en la zona
de penumbra (vaguedad, indeterminación, oscuridad), que dan
origen a la duda. Sólo hay interpretación en estas últimas. Si en el
siglo XIX lo dominante fue la doctrina de la claridad de origen car-
tesiano, hoy en cambio no puede considerarse así, no obstante que
se mantiene el tema de la claridad y oscuridad, o casos dudosos y
casos no dudosos. Hoy día lo que el intencionalismo enfrenta es el
planteamiento hermenéutico, que asume la interpretación como
proceso, y ya lo he señalado antes, que parte con las significacio-
nes de palabras para aproximarse a la ratio.
El originalismo en la interpretación constitucional en nuestro
medio tiene algunas características especiales que conviene tener
en cuenta. Como se recuerda, el originalismo en nuestro país es-
tuvo asociado fuertemente a un literalismo, y así lo declararon los
primeros autores que estudiaron la reglamentación sobre interpre-
tación del Código Civil. Ha sido contra esta posición que surgió a
mediados del siglo XX un movimiento contrario al intencionalis-
mo tal como lo entendieron esos autores, según se vio en el traba-
jo sobre interpretación de la ley penal de Luis Cousiño. Es la ley la
que tiene su propia “voluntad” o “intención”, con independencia
de la de sus autores históricos. Esto posibilita el surgimiento del
teleologismo, entendido como el propósito, fin o voluntad de la
ley, y la posibilidad de adaptar la ley a las nuevas circunstancias his-
tóricas. Se da así un rechazo al literalismo, y se mantiene una con-
cepción finalista, permitiendo una interpretación adaptadora. El
recurso a la historia fidedigna tiene un carácter ilustrativo, que in-
cluso puede cuestionarse, si no se ajusta al fin de la ley. Pero el ori-
ginalismo constitucional que se manifiesta como tendencia en varias
sentencias del Tribunal Constitucional se opone igualmente a las in-
terpretaciones literales, pero vincula el significado de los enuncia-
dos constitucionales al pensamiento o voluntad del constituyente.
Con respecto al literalismo puede advertirse que en muchos fa-
llos se acude en diferentes partes a argumentaciones literalistas, y
en algunas sentencias se adoptan decisiones fundamentadas en po-
siciones literalistas. Por ejemplo, en la sentencia del Tribunal Cons-
titucional de 12 de mayo de 1989, Rol 67, sobre Votaciones
Populares, adopta un criterio literalista al establecer que “la Cons-
titución de 1980, al dejar por entero entregado al legislador de la
ley orgánica constitucional el sistema de elección de los diputados
y senadores, se apartó del criterio que contemplaba el art. 25 de la

234
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

Constitución anterior, que establecía que en dichas elecciones ‘se


empleará un procedimiento que dé por resultado en la práctica una
efectiva proporcionalidad en la representación de las opiniones y
de los partidos políticos’”. De acuerdo con esto, no hay un criterio
que derive explícitamente de la Constitución para definir el siste-
ma electoral, por lo cual se adoptó el sistema llamado “binominal”.
Pero frente a este literalismo, hay varias otras sentencias más re-
cientes que adoptan posiciones contrarias al literalismo e invocan
los fines o principios constitucionales, incluso valores implícitos, y
también razones relativas a la coherencia.
En la sentencia de 26 de junio de 2001, Rol 325 (en que se dis-
cute si es admisible el requerimiento de inconstitucionalidad que
un grupo de senadores presenta al Tribunal Constitucional respecto
de un Decreto Supremo que establece restricciones vehiculares),
en el considerando 6º, voto de mayoría, se dice: “Que [...] es im-
portante y muy oportuno tener presente en la debida resolución
del problema en examen, una regla de interpretación constitucio-
nal del mundo actual. La resume con magistral claridad el profe-
sor Segundo Linares Quintana en su Tratado de la Ciencia del Derecho
Constitucional en los siguientes términos: ‘En la interpretación consti-
tucional debe siempre prevalecer el contenido teleológico de la Constitución,
que si es instrumento de gobierno, también y principalmente es restricción
de poderes en amparo de la libertad individual. La finalidad suprema y
última de la norma constitucional es la protección y la garantía de la liber-
tad y la dignidad del hombre. Por consecuencia, la interpretación de la ley
fundamental debe orientarse siempre hacia aquella meta suprema. Y en caso
de aparente conflicto entre la libertad y el interés del gobierno, aquélla debe
primar siempre sobre este último, porque no se concibe que la acción estatal
manifestada a través de los cauces constitucionales pueda resultar incom-
patible con la libertad, que es el fin último del Estado [...]’”. En el conside-
rando 10º, después de haber expuesto la interpretación literal de los
enunciados legales que inciden en el tema, art. 82 Nº 5º y Nº 12º,
de la Constitución, en su redacción y ubicación anterior a la refor-
ma de 2005,* dice: “Que ambas opciones que nos ofrece esta in-
terpretación literal del art. 82, numerales 5º y 12º, resultan

* La sentencia del Tribunal Constitucional considera la disposición del art. 82


de la Constitución, que después se modificó y corresponde al actual art. 93, y los
numerales 5 y 12 corresponden a los numerales 8 y 16 respectivamente, pero en
los cuales hay modificaciones, según el texto fijado por D.S. Nº 100 publicado el
22 de septiembre de 2005. Lo anterior no altera la doctrina interpretativa que se
invoca en el texto a que hace referencia.

235
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

definitivamente inaceptables dentro del espíritu de la Constitución


y de fundamentales principios de hermenéutica constitucional, uno
de los cuales fue expresado en el considerando sexto [...] por las
siguientes razones: La primera, porque no es dable suponer que la
Carta Política incluya en su texto normas superfluas o reiterativas
que lejos de regular en forma clara la convivencia política y pacífi-
ca de un pueblo en sociedad, confunda o dé cabida a interpreta-
ciones que permiten vulnerar la esencia de los principios y valores
en que ella descansa, o hacer ambiguo o confuso lo que para el
constituyente es claro e inequívoco. La segunda, porque los pre-
ceptos en estudio, en los términos en que han sido concebidos por
la Contraloría, carecen de “ratio legis” dentro del contexto del
art. 82, ya que ello importa privar a las minorías parlamentarias,
sin justificación razonable, de ejercer un recurso que la Constitu-
ción ha previsto para resguardar el principio de supremacía cons-
titucional que deben respetar los actos de la Administración. Avala
con claridad meridiana esta primera conclusión una regla de in-
terpretación constitucional a la que a menudo ha recurrido este
Tribunal, como dan cuenta, entre otras, las sentencias [...] En di-
chas sentencias se expresó que la Constitución es un todo orgáni-
co y que el sentido de sus normas debe ser determinado de manera
tal que exista entre ellas la debida correspondencia y armonía, de-
biendo excluirse, definitivamente, cualquier interpretación que con-
duzca a anular o privar de eficacia a alguno de sus preceptos. La
razón de ser de esta regla, en el ámbito constitucional, es muy sim-
ple: es inadmisible aceptar que la Constitución contenga normas
sin sentido, sin aplicación práctica, reiterativas o sin una justifica-
ción razonable dentro del sistema diseñado por el constituyente”.
A su vez, el considerando 11º dice: “Que, la Justicia Constitucional
no puede resignarse frente a interpretaciones fáciles que conduz-
can a estos resultados y es su deber esforzarse en buscar aquella
otra que efectivamente demuestre que los numerales del art. 82 que
se examinan, tienen su razón de ser dentro de la preceptiva cons-
titucional, sin forzar o contradecir los principios y valores que le
sirven de sustento. Seguir este camino concuerda, además, con la
sabiduría que debemos atribuir al Poder Constituyente, sea origi-
nario o derivado, en beneficio de la certeza jurídica”.
Estas extensas consideraciones ponen a la vista la aguda auto-
conciencia de los miembros del Tribunal, no sólo en cuanto a la
importancia de la interpretación como forma de aplicación de las
normas constitucionales, sino sobre todo la necesidad de definir

236
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

elementos conceptuales para la interpretación. La posición contra-


ria al literalismo se expresa como la insuficiencia del solo texto o
enunciado para determinar un sentido, según hemos visto ya varias
veces en páginas anteriores. Hay un sentido que es preciso estable-
cerlo conforme al contexto, que aquí asume ese carácter que ha de-
finido el Código Civil: que entre todas sus reglas exista la debida
correspondencia y armonía, por lo cual, deben excluirse interpreta-
ciones que hacen inoperantes o superfluas algunas de sus reglas. El
contexto se convierte en la necesidad de coherencia, de manera de
producir un conjunto armónico, en que sus distintas partes se ajus-
tan y ofrecen un funcionamiento no dispar. Esta manera de conce-
bir la Constitución lleva al tema de la ratio, que aquí queda incluida
como los principios y valores que sirven de sustento a sus disposicio-
nes. El considerando 11º habla de “la razón de ser” y la pone en co-
nexión con los principios y valores de la Constitución.
En cuanto a la voluntad, esta sentencia busca conciliar la in-
tención del constituyente con esa caracterización de la Constitu-
ción como un todo armónico. En el considerando 14º señala que
“ [...] para una acertada interpretación de los numerales 5º y 12º
del art. 82 de la Carta Política es necesario e indispensable inda-
gar sobre el origen de estas normas o sus evidencias extrínsecas,
único camino certero para conseguir tal propósito, porque ello nos
permitirá saber con certeza jurídica cuál es la finalidad de los pre-
ceptos en análisis”. En los considerandos siguientes hace una his-
toria de las disposiciones legales. Como se sabe, en la elaboración
de la Constitución de 1980 se dejaron abundantes materiales so-
bre los debates, informes, opiniones, de los diferentes organismos
y personas que participaron en su redacción. Por lo cual, como en
el caso de las leyes, parece natural acudir a esas piezas escritas para
averiguar la intención originaria. La pregunta que se abre aquí es
la de si se trata de establecer la intención originaria histórica o la
de una entidad abstracta bajo el nombre de Poder Constituyente,
y si esa intención es la de establecer una regulación o si además
busca tales o cuales efectos o consecuencias prácticas, esto es los
llamados fines inmediatos. En el considerando 23º señala: “Que si
reflexionamos con profundidad sobre las modificaciones introdu-
cidas por el Poder Constituyente a estas normas, las relacionamos
dándoles su prístino significado en una interpretación de contex-
to y armónica y traemos a colación los principios de hermenéutica
constitucional consignados en los considerandos [...]”. En este caso
la Junta de Gobierno no siguió totalmente las proposiciones de la

237
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Comisión de Estudio de la Nueva Constitución Política ni las del


Consejo de Estado, sino que adoptó una y le introdujo modifica-
ciones. Pero lo que interesa destacar aquí es que no estamos en
presencia de un originalismo al modo del siglo XIX, sino de una
intención que tiene que armonizarse con el contexto. Se trata, en
suma, de una intención, no real o histórica, que se establezca con
los antecedentes históricos relativos a la gestación, sino de una in-
tención que hay que suponer y que sea tal que armonice con el
conjunto. En el fondo, el problema que aquí se discute es la for-
ma en que el Parlamento ejerce su función de control de la ges-
tión de gobierno que se expresa en la potestad reglamentaria.
En el originalismo del siglo XIX la intención había que conju-
garla con el literalismo, pues se partía del supuesto de la manifes-
tación de la voluntad en las palabras. En el caso que se ha
examinado, la intención hay que conjugarla con consideraciones
coherenciales. Lo que prima, en consecuencia, es el principio de
coherencia. En cierto modo se aproxima a la solución dada por los
autores de mediados del siglo XX que consideran una intención
de la ley con vistas a armonizarla con el teleologismo que admi-
ten. Pero en la interpretación constitucional que se examina está
más acentuada la coherencia. Esta coherencia sólo es posible con-
cebirla si se incorporan los principios y valores que sirven de susten-
to a la Constitución. En otras palabras, aquí surge la ratio, por la cual
hay que entender no sólo los fines inmediatos (y aun remotos), sino
la “razón de ser”, esto es, consideraciones relativas a los fundamen-
tos teóricos y políticos de la reglamentación constitucional.116

116
El tema de la interpretación constitucional ha despertado interés. Cito el
trabajo de Enrique Barros Bourie, “La interpretación de la Constitución desde la
perspectiva de la Teoría del Derecho”, en Revista de Derecho Público, Nº 29-30.
También el trabajo de Luz BULNES ALDUNATE “Interpretación Constitucional”, en
Revista de Derecho Público, Nº 64, pp. 157-171. En este último, la autora plantea que
de la doctrina elaborada por el Tribunal Constitucional se destacan los siguientes
aspectos: a) Ningún artículo de la Constitución puede interpretarse aisladamen-
te. Criterio de la unidad del texto constitucional: no hay cláusulas constituciona-
les solitarias; b) La constitución debe interpretarse de manera que sea armónica
y sistemática, que no coloque una norma en pugna con otra. Esta interpretación
propone una exégesis coordinada, anticonflictiva, equilibrada y útil que da por
sobreentendido que ésta, además, es coherente consigo misma, como lo llama Sa-
gués: principio de la coherencia; c) Las excepciones deben interpretarse en sen-
tido restrictivo; d) Debe primar la presunción de constitucionalidad o de
legitimidad; e) Los derechos deben primar sobre las potestades públicas; y f) Los
valores en que se inspira el texto, deben siempre considerarse por el órgano que
se interpreta: interpretación finalista (pp. 159-160).

238
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

La interpretación constitucional es valiosa, porque importa una


manera distinta de considerar la intencionalidad, sólo que subor-
dinada al principio de la coherencia, a diferencia de otras posicio-
nes que la asocian a la literalidad, o que la buscan en el propio
texto, sin considerar el autor real. Todas estas oscilaciones sobre el
tema de la intención y el autor muestran un rasgo más que carac-
teriza la cultura jurídica nuestra.
d) Otro conflicto que se presenta en la cultura jurídica dice re-
lación con el valor de la reglamentación sobre la interpretación.
El problema surge porque muchos consideran que las reglas de in-
terpretación, contenidas en el Código Civil, principalmente en los
arts. 19 a 24, tienen pleno valor de ley, sin preguntarse cómo han
de ser entendidas, y otros, en cambio, han percibido las dificulta-
des en la interpretación de esas reglas sobre interpretación. Inicial-
mente, los primeros autores que se ocuparon de la interpretación
no se hicieron problema acerca de cómo entender esa reglamen-
tación de la interpretación, y asumieron acríticamente una posición
literalista. Pero autores posteriores iban a poner en entredicho esa
postura, al ir incorporando otras dimensiones, como fue el caso de
Luis Claro Solar y la incorporación de los cuatro elementos, la so-
lución ecléctica de Barros Errázuriz, el debate en sede judicial so-
bre la separación entre sentido y tenor literal, y después las
elaboraciones completas de Ducci y Fernando Fueyo, partidarios
de posiciones contrarias al literalismo.
Dos ejemplos permiten ilustrar este conflicto. Rafael Fonteci-
lla, en su Tratado de Derecho Procesal Penal, tomo I, dedica toda una
sección a los problemas que ha originado la naturaleza de las nor-
mas generales de interpretación. Después de citar la opinión de
Alfredo Rocco, autor italiano que se inclina por no reconocer ca-
rácter de norma jurídica a las reglas de interpretación, sino sim-
plemente de cánones de lógica, señala que toda norma jurídica se
caracteriza por su imperatividad. Dice: “Y precisamente éste es el
carácter que tienen las normas interpretativas. Para cerciorarse de
ello sólo basta leer el Párrafo IV del Título Preliminar de nuestro
Código Civil. Todos sus preceptos son mandatos dirigidos al intér-
prete. El juez, pues, tiene el deber de aplicar la ley. Esa es su mi-
sión. De modo que, en cada precepto legal que aplique, está
incorporada, implícitamente, la norma interpretativa de que se va-
lió. Ahora, si el juez no cumple con estos mandatos por error, ig-
norancia, negligencia o por cualquier causa, su fallo podrá ser

239
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

anulado por el tribunal respectivo, y hasta incurrir en sanciones pe-


nales”.117 Aquí el autor no sólo se manifiesta decidido partidario
de la normatividad de las reglas de interpretación, sino que insi-
núa su posición frente a un tema conexo, cual es el de que cada
interpretación que se da de un enunciado jurídico de una norma
sustantiva lleva implícita la regla de interpretación que se ha utili-
zado. Esto es importante para definir desde esta perspectiva el
“error de derecho”, cuando se le quiere asociar con la “errónea in-
terpretación”, que implica una aplicación equivocada de las reglas
de interpretación.
Otro autor, como Alfredo Etcheberry, en cambio dice lo siguien-
te: “Los preceptos sobre interpretación de la ley pertenecen al te-
rreno de la lógica jurídica, pero a veces, como ocurre entre
nosotros, están reglamentados por el orden jurídico en disposicio-
nes que en sí mismas son leyes. Ello hace surgir una pregunta muy
natural, que hemos visto también formulada por algún autor:
¿cómo se interpretan las normas sobre interpretación de la ley, que
también son leyes? No pueden naturalmente interpretarse a sí mis-
mas, y en consecuencia, deben aplicárseles sólo los principios ge-
nerales de lógica jurídica y de la sana razón. Por este motivo, no
puede desconocerse que la observancia de las normas sobre inter-
pretación de la ley no se fundamenta en ellas mismas, sino más bien
en la costumbre social y política de la sociedad”.118 Por lo cual con-
cluye que esa reglamentación del Código Civil tiene un sentido
“programático e ideológico”, propio de una concepción determi-
nada del Derecho, pero siendo ellas mismas leyes, tienen que ser
interpretadas “conforme a las normas de la lógica jurídica y de la
sana razón, ya que ninguna proposición puede ser fuente de su pro-
pia validez lógica”.119 Todo lo anterior lleva a fortalecer lo que el
autor denomina los principios lógicos y valorativos de la interpre-
tación.
El problema es de la mayor importancia. Los autores del
siglo XIX veían en la reglamentación de la interpretación el cami-
no o método para la interpretación verdadera, que se lograba en
el acceso al verum sensum. Pero a medida que se problematiza la

117
FONTECILLA RIQUELME, Rafael, Tratado de Derecho Procesal Penal, tomo I,
pp. 137-138, 2ª ed., Editorial Jurídica de Chile, 1978.
118
ETCHEBERRY O., Alfredo, Derecho Penal, Parte General, tomo I, p. 99, Edito-
rial Jurídica de Chile, 3ª ed. 1998.
119
Op. cit., p. 101.

240
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

interpretación que tiene que darse a esa reglamentación, se debi-


lita esa concepción metodológica y surgen otras opciones. Este es
un tema sobre el cual es difícil encontrar una respuesta unánime.
La actitud que ha tomado la Corte Suprema respecto al valor
de esta reglamentación refleja en buena medida la situación pro-
blemática que se ha venido señalando. Para citar unos pocos ejem-
plos: 1) En un caso ha señalado que “las reglas contenidas en los
arts. 19, 20 y 22 del Código Civil sólo constituyen principios o nor-
mas generales destinados a orientar la labor de los tribunales de
justicia en su función específica y primordial de averiguar y fijar el
recto y genuino sentido de la ley, para aplicarla con acierto a la
resolución de las controversias de que conocen, por lo que su in-
fracción no puede ser aducida por sí sola, sin adicionarla a otras
reglas, para fundamentar un recurso de casación en el fondo. Es
requisito básico de esta vía procesal que la infracción invocada in-
fluya sustancialmente en lo dispositivo del fallo, condición que no
puede producirse sin relacionar aquellas reglas con una ley en que
propiamente repose el fallo, es decir, que tenga el carácter de de-
cisoria litis” (Corte Suprema, 11 abril 1955, R., t. 52, sec. 1ª, p. 42,
y Corte Suprema, 12 mayo 1992. R., t. 89, Nº 2, sec. 1ª, p. 51); 2)
Una parecida concepción está contenida en una sentencia de 1992,
que en lo que interesa dice que “los arts. 19 y 22 del Código Civil
son preceptos de ordenamiento procesal, como quiera que junto
a las demás disposiciones del párrafo 4º del Título Preliminar del
señalado Código, constituyen sólo un medio auxiliar del juez para
dar a cada disposición legal la interpretación que éste considere
adecuada, de manera que, atendidas tal naturaleza y finalidad, no
pueden ellas ser objeto de un recurso de casación en el fondo, por
no investir en sí mismas el carácter de normas decisoria litis” (Cor-
te Suprema, 27 mayo 1992. R., t. 89, Nº 2, sec. 1ª, p. 55). Se pue-
den citar otras sentencias que contienen ideas similares.
De aquí se desprende que el valor que se reconoce a esas re-
glas es condicionado a la comprobación efectiva que su uso en tal
o cual caso tiene “influencia sustancial”, es decir, lo subordina a la
determinación de una “interpretación errónea” de una regla sus-
tantiva.
Los autores Ost y Van de Kerchove han dedicado un extenso
estudio al tema de las reglas de interpretación. Las llaman directi-
vas, siguiendo en esto la nomenclatura empleada por Wróblewski.
Para estos autores dos son los problemas vinculados a las directi-
vas: uno, el relativo al carácter jurídico o no de las directivas, y el

241
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

otro, que dice relación con la obligatoriedad, si obligan o no obli-


gan y cómo obligan, en caso que esa sea la opción. Reconocen que
en esta materia no puede obtenerse uniformidad de pareceres.120
Los autores adoptan los puntos de vista del autor polaco. La con-
cepción de las directivas o reglas no es separable de una doctrina
general de la interpretación. No es adecuado calificarlas simplemen-
te como métodos, si no se muestra al mismo tiempo en qué se inser-
ta esa metodología. La doctrina analítica, según se vio anteriormente,
no toma decidido partido en lo que respecta a la verdad de la in-
terpretación. Prefiere separar dos grandes cuestiones: una, relati-
va a la función heurística, esto es, a su empleo como pautas o guías
de conducción, y otra, que dice relación con la justificación de las
interpretaciones que se producen con esas reglas. Hay dos estadios
en que operan las reglas. Las directivas de primer grado son esas
que se acaba de señalar, con sus funciones. Pero por encima de
ellas, las de segundo grado determinan las precedencias entre las
distintas reglas de primer grado. La diversidad de reglas de primer
grado opera según las preferencias que se determinan en este se-
gundo nivel. Si se prefieren las directivas relativas a la dimensión
gramatical, eso refleja una opción posible, que no excluye la op-
ción sistemática o contextual.
Esta concepción de las directivas, desde mi punto de vista, es
el reflejo de lo que en una visión hermenéutica del tema es la dis-
tinción entre la teoría de la interpretación y la exégesis. Desde un
punto de vista teórico hay que resolver cuál es la orientación gene-
ral que se le quiere dar a la interpretación como tal. Este es un
problema propiamente hermenéutico. Ya señalé, en su momento,
que considero la interpretación como conjetura. Esto muestra que
las reglas o directivas cumplen una función puramente heurística
mientras se trata de construir la conjetura, pero adoptan un carác-
ter justificatorio si se decide defender una determinada conjetura.
Por ejemplo, si retomamos el caso de la inembargabilidad de los
sueldos, mediante reglas relativas a la dimensión de significados
puramente semánticos o gramaticales, se construye la conjetura del
valor absoluto, esto es sin excepciones, y si el intérprete considera,
por alguna razón, que esa interpretación es la que a su juicio co-
rresponde, tiene que entrar a justificarla, posiblemente en las mis-

120
OST, François y KERCHOVE, Michel van de, Entre la lettre et l’esprit (Les directives
d’interprétation en Droit), Bruyllant, Bruxelles, 1989, pp. 25 y ss.

242
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

mas directivas que le permitieron acceder a esa conjetura. De esta


manera se puede formular la siguiente proposición: las directivas
que permiten heurísticamente acceder a una conjetura son al mis-
mo tiempo las que permiten justificarla.
El tema de la naturaleza jurídica de las reglas interpretativas es
complejo y difícil de resolver, pues toca a un problema de teoría
general del Derecho. Se puede formular la siguiente pregunta: el
Derecho, entendido como sistema legal, está compuesto únicamen-
te de normas que poseen una determinada característica estructu-
ral o lo integran también otro tipo de reglas distintas. La tendencia
de muchos juristas es considerar el Derecho como un conjunto ho-
mogéneo, por lo cual todo lo que está contenido en artículos de
un Código o ley parece poseer las mismas características normati-
vas. Pero no es así. Carlos Alchourrón y Eugenio Bulygin han estu-
diado las definiciones legales, y muestran que ellas son una forma
especial de regulación distinta de otras regulaciones que estable-
cen una consecuencia jurídica específica para el caso de su incum-
plimiento.121 Una clase de normas son aquellas que establecen una
sanción específica para el caso de incumplimiento, por ejemplo,
la sanción de nulidad absoluta en caso de no otorgarse escritura
pública para ciertos actos y contratos. Pero las reglas de interpre-
tación no se encuentran en esa situación. No obstante, en la opi-
nión de muchos juristas, como la que se citó anteriormente de
Rafael Fontecilla, las reglas de interpretación por encontrarse en
forma de artículos en el Código Civil son normas jurídicas perfec-
tas, que imponen un deber, principalmente al juez, de someterse
a ellas, y la sanción es la anulación del fallo y las personales por
incumplimiento de sus deberes como funcionario judicial, para el
caso de contravenirlas. Pero esta posición extremada es errada. La
propia Corte Suprema, en las sentencias citadas, establece que la
posible infracción no es nunca directa y de las reglas por ellas mis-
mas, sino que tiene que exhibirse cómo un determinado uso de
las reglas de interpretación conduce a una “interpretación errónea”.
Pero ello implica tener establecido un sistema previo de criterios
correctivos y, lo que es más importante, una definición de lo que

121
ALCHOURRÓN , Carlos y Eugenio BULYGIN, en “Definiciones y Normas”, en
El lenguaje del Derecho. Homenaje a Genaro R. Carrió, pp. 11-42, Abeledo-Perrot, Bue-
nos Aires, 1983; ídem con el mismo título en “Análisis Lógico y Derecho”, pp. 439-
463, y en Introducción a la metodología de las ciencias jurídicas y sociales, Editorial Astrea,
Buenos Aires, 1987.

243
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

es “interpretación verdadera”. Dista mucho de ser esta la situación


que se advierte y que se ha examinado en páginas anteriores. Las
diferentes interpretaciones que se han dado a los enunciados que
contienen reglas interpretativas es el mejor índice para estimar que
estas reglas poseen características especiales. Debido a esta pecu-
liar situación, muchos autores piensan que las reglas son en reali-
dad principios lógicos, esto es, pautas para la conducción del
pensamiento del intérprete, similar a la idea de la Lógica de Port
Royal de concebir la Lógica como “el arte de conducir bien el pen-
samiento”. Las reglas de interpretación son cierta clase de princi-
pios cuyo cumplimiento no está sujeto a un sistema de sanciones
determinado, como la compraventa de bienes raíces o los delitos
contra las personas, sino poseen un campo de acción muy espe-
cial, que concierne en general a la aplicación del Derecho. La ac-
ción de estas reglas está determinada por la teoría hermenéutica
que se elabore. Los sistemas legales están integrados por elemen-
tos heterogéneos, y las normas y los principios forman parte de él.
e) Un último tipo de conflicto lo exhibe la cultura jurídica cuan-
do se considera la fragmentación de la interpretación. Inicialmen-
te, según se vio, los autores pensaron que la reglamentación sobre
interpretación del Código Civil, junto con todo el Título Preliminar,
tenía carácter general aplicable a toda la legislación, cualquiera fue-
ra su rango. En consecuencia, se aplica no sólo a las leyes generales,
sino también a la legislación que emana de la actividad reglamenta-
ria del Estado, y a la Constitución Política. Pero, con posterioridad,
esa idea ha entrado en crisis. Desde luego, la circunstancia que au-
tores en distintas áreas del Derecho sometan a revisión la interpre-
tación de las reglas sobre interpretación para adoptar finalmente un
modelo que se diferencia del defendido por los autores que prime-
ramente abordaron esa reglamentación, como el caso de autores de
Derecho Penal que adoptan un sistema teleológico, por principio
discrepante de una posición literalista, es un signo de que hay opo-
siciones profundas que ponen en tela de juicio la posibilidad de una
teoría general de la interpretación, como se pensó inicialmente. El
asunto se ha vuelto extraordinariamente complejo con la existencia
de una diversidad de organismos con facultades de aplicación de la
ley, lo que lleva implícita la tarea interpretativa.122 Pero todavía acá

122
LIZAMA PORTAL, Luis, ha escrito un interesante trabajo como tesis para op-
tar al Grado de Magister en Derecho, en que investiga las características de la in-

244
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

se mantiene la aparente primacía de la reglamentación sobre inter-


pretación del Código Civil, lo que da la impresión de que las visio-
nes sobre la interpretación que se originan en las áreas del Derecho
son el producto de perspectivas especializadas derivadas de la natu-
raleza especial de la disciplina. Pero no se trata, en realidad, de lo
especial frente a lo general. Son planteamientos que cuestionan la
concepción misma de la interpretación, es decir, son posiciones pro-
piamente hermenéuticas. Si un autor sostiene que el Derecho tiene
que adaptarse a los nuevos cambios, esta posición lleva consigo el tema
de la movilidad de los significados, lo que se opone frontalmente a
cualquiera concepción que hace de la fijeza un pilar de la seguridad
jurídica. Ésta es una forma de conflicto de la cultura jurídica.
El caso más notorio en que se produce un distanciamiento de-
clarado de la reglamentación sobre interpretación del Código Ci-
vil, se encuentra en la interpretación constitucional. En el fallo que
se citara anteriormente, del Tribunal Constitucional, de 26 de ju-
nio de 2001, Rol 325, en su considerando 13º dice: “Que, una in-
terpretación literal o basada en el principio de la especialidad o
en el aforismo jurídico de que donde la ley no distingue no es líci-
to al intérprete hacerlo, establecidas o reconocidas por el Código
Civil para la interpretación de las leyes, no reciben aplicación en
el presente caso, atendida la naturaleza especial del problema que
se analiza y del texto que se interpreta, “pues a diferencia de las leyes
ordinarias la Constitución es una superley, es una ley fundamental; de aquí
la necesidad de establecer, con exquisito rigor, su preciso sentido, ya que las
exigencias de certeza y seguridad jurídicas son mucho más exigibles en la
interpretación del estatuto jurídico de la convivencia política, que establece
no sólo quiénes son los órganos legisladores y los procedimientos seguidos
para producir las leyes, sino el conjunto de afirmaciones sociales que hacen
posible la inserción del individuo en el Estado. En este sentido, la Consti-
tución es la expresión jurídica fundamental del Estado de derecho” (Lucas
Verdú, Pablo, “La Interpretación Constitucional”, Seminario de
Derecho Político de la Universidad de Salamanca, p. 143). No debe
olvidarse, por último, aunque resulte obvio decirlo, que la Carta

terpretación de la legislación laboral por parte de la Dirección del Trabajo, que


lleva por título La Dirección del Trabajo: Una explicación de su facultad de interpretar la
legislación laboral, Fundación Facultad de Derecho, Universidad de Chile, 1998.
Aquí ya puede apreciarse cómo la consideración de los principios prima por so-
bre la relativa a la letra. En otros términos, la ratio determina la orientación y sen-
tido que debe darse a la littera.

245
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Fundamental en virtud del principio de jerarquía normativa está


por sobre las disposiciones de interpretación de las leyes estableci-
das en el Código Civil”.123 Aquí se establece la total separación de
la interpretación constitucional y la interpretación de las leyes, por
efecto del principio de la jerarquía normativa de la Constitución.
Los caracteres de esta interpretación constitucional se bosquejaron
más atrás. Interesa señalar que las nociones de certeza y seguridad
jurídicas ya no se asocian a la fijeza de significados, como preten-
dían los autores del siglo XIX, y que duró tanto tiempo entre no-
sotros, sino se vinculan a la protección efectiva de los principios y
derechos que consagra la Constitución. Esto importa un cambio
en la manera de concebir la seguridad jurídica, que se aproxima,
por ejemplo, al modo de pensar de autores como Dworkin.
Sea en la forma de un revisionismo de la concepción de la in-
terpretación sobre la reglamentación del Código Civil, sea en la for-
ma de abandono de esa reglamentación y la construcción de una
nueva concepción aparte, lo cierto es que estas manifestaciones
determinan nuevas formas de conflicto en la cultura jurídica nues-
tra. En el revisionismo se busca hacer más flexible la littera para dar
cabida a la ratio, determinando el característico debate que se ha
examinado largamente. En el otro caso, se trata de poner en pri-
mer lugar un conjunto de principios y valores y desde ellos cons-
truir una concepción de la interpretación.

En esta breve exposición de los conflictos de la cultura jurídica he


procurado señalar los aspectos más relevantes. Pienso que en esta
cultura se dan tendencias hacia un cierto principialismo, esto es,
una forma de teoría hermenéutica que plantea que el sentido en
último término se establece desde los principios.
Para concluir esta sección, pienso que es el caso meditar sobre
unas páginas de El derecho dúctil, de Gustavo Zagrebelsky.124 Este au-
tor hace uso de la distinción, que ha pasado a ser tan importante
en los estudios actuales, entre regla y principio. Para él el Derecho
en su conjunto está compuesto de reglas y principios. En general,
las normas legislativas son reglas, mientras que las normas consti-
tucionales sobre derechos y la justicia son prevalentemente princi-

123
Revista de Derecho y Jurisprudencia, v. 98, t. 2, 2001, 2ª parte, sec. 6ª, p. 96.
124
ZAGREBELSKY, Gustavo, El Derecho dúctil, Editorial Trotta, 3ª ed., 1999.

246
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

pios. Por eso, a grandes rasgos, distinguir entre regla y principio,


es distinguir entre la ley y la Constitución. Así, cuando la ley esta-
blece en qué condiciones deben llevarse a cabo las huelgas, obli-
gando a mantener servicios esenciales, etc., estamos en presencia
de reglas; pero cuando la Constitución dice que la huelga es un
derecho, se trata de un principio. Por cierto, la Constitución con-
tiene también reglas. A lo largo del siglo veinte se discutió el al-
cance de esta distinción, primeramente cuando se establecieron los
primeros controles jurisdiccionales de la Constitución, y después
se renovó con el establecimiento de las Constituciones de la segun-
da posguerra. El positivismo ha tratado siempre de disminuir el
campo de acción de los principios. Para el autor no se trata de eli-
minar los principios del horizonte jurídico y judicial. “Al contra-
rio, es preciso darse cuenta de que el ‘derecho por reglas’ del
Estado de derecho decimonónico era algo cualitativamente distin-
to al ‘derecho por principios’ del Estado constitucional contempo-
ráneo y de que este cambio estructural del derecho tiene que
comportar necesariamente consecuencias muy serias también para
la jurisdicción. Podrá decirse que no siempre se trata de consecuen-
cias tranquilizadoras, por lo que se refiere a ciertas exigencias que
en otro tiempo se consideraban irrenunciables –por ejemplo, la
certeza y la previsibilidad de las decisiones judiciales y quizá tam-
bién la posición no engagée de los jueces–. Pero no mirar a la reali-
dad para evitar ver sus aspectos menos tranquilizadores no la
transforma de acuerdo con nuestros deseos”.125 Para la mentalidad
positivista, heredera de las posiciones del siglo XIX, las normas-prin-
cipios, al expresarse en fórmulas vagas y generales, al contener re-
ferencias a aspiraciones ético-políticas, promesas no realizables por
el momento, esconderían un vacío jurídico y serían causa de “con-
taminación de las verdaderas normas jurídicas con afirmaciones
políticas, proclamaciones de buenas intenciones, etc.”. Estas nor-
mas-principios no podrían ser invocadas ante un juez en defensa
de un derecho.
Para este autor, “lo que debe quedar claro de aquel debate es
que no se trataba en absoluto de defender la ‘verdadera naturaleza’
del Derecho contra el intento de falsearla por razones políticas con-
tingentes. Más allá de las convicciones subjetivas y de que se fuese
consciente de su puesta en juego, se trataba de un enfrentamiento

125
Op. cit., p. 112.

247
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

entre dos diferentes concepciones del Derecho, ninguna de las cua-


les era ‘más verdadera’ que la otra. Los enemigos de las normas cons-
titucionales de principio defendían una visión del Derecho propia
del Estado de Derecho legislativo y del positivismo jurídico. Sus par-
tidarios, en cambio, consciente o inconscientemente, abrían el ca-
mino a una nueva concepción, más compleja que la anterior y llena
de consecuencias. Las reglas jurídicas que caen en el ámbito de dis-
ponibilidad del legislador comenzarán a concebirse sólo como una
de las ‘caras’ del Derecho. Se establecerá como normal exigencia la
de hacerla ‘concordar’ con la otra cara, la de los principios conteni-
dos en la Constitución. La satisfacción de esta exigencia sólo podría
ser, en última instancia, competencia de la jurisdicción”.126
De acuerdo con esto, se enfrentan dos posiciones inconcilia-
bles, una formalista, heredera de la concepción del Derecho del
siglo XIX, con el concepto de seguridad jurídica que le es propio,
otra no formalista, que opone la seguridad de la defensa de prin-
cipios, más que el apego irrestricto a las reglas. De tal modo que la
distinción entre principio y regla esconde en el fondo una oposi-
ción entre dos maneras de concebir el Derecho. Quisiera poner
esta oposición en conexión con otra distinción que hace el autor
entre juris prudentia y scientia iuris. El pensamiento moderno buscó
construir una ciencia del Derecho more geometrico, a semejanza de
las disciplinas lógico-formales, como las matemáticas.127 Esta cien-
cia jurídica, apoyada en la concepción de la ratio teórica, desplaza
la ratio práctica y con ella la prudentia o phronesis aristotélica. El for-
malismo que dan inicio autores como Grocio y Pufendorf iba a apa-
gar esa dimensión de la ratio práctica, que se expresaba en la
prudencia. En manos de Kant la prudencia deja de ser la virtud
dianoética de la tradición aristotélica para convertirse en una for-
ma de inteligencia práctica para la cautela y el sacar partido de las
situaciones de la vida. Pero la prudencia clásica es la forma prácti-
ca de poner en acción los principios. Ésa es su importancia. Al dis-
minuir la prudencia, adquiere relieve ahora el Derecho formulado,
las reglas expresas, mientras los principios retroceden y se reducen
a casos muy limitados en el campo jurisdiccional. Pero esa oposición
entre dos visiones del Derecho inconciliables, según Zagrebelsky, hay

126
Op. cit., p. 113.
127
Véase sobre esto mi trabajo La Ciencia del Derecho. De la Modernidad a nues-
tros días, Editorial Universitaria, Colección fascículos Nº 24, 1979, en donde pre-
sento los orígenes del pensamiento formalista moderno.

248
EL PROBLEMA DE LA REGLAMENTACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN

que ponerlas en un curso histórico –y esto es lo que quiero tomar


de este autor–, de manera que a un largo período de desarrollo
formalista del Derecho, con el agotamiento de este modelo y crisis
de la racionalidad implícita en él, le sucede un período no formalis-
ta, en donde se vuelve a acentuar el principio, que cobra aquí nue-
vamante una posición destacada. De manera que cuando hablo de
principialismo, me refiero a este modo de concebir el Derecho, en
que lo integran no sólo reglas, sino también principios.
Los conflictos de la cultura jurídica chilena son en el fondo
manifestaciones de una oposición fundamental en el modo de con-
cebir el Derecho. Esa oposición como tal no se puede resolver en
una supravisión que resuelva en lo general las diferencias, por eso
es preciso verla en su decurso histórico. El formalismo que produ-
jo el racionalismo es importante y permitió desarrollos teóricos de
gran envergadura. Pero las perplejidades y dificultades prácticas de
operación de un sistema rígido y formalista mueven hacia la bús-
queda de soluciones principialistas. Si esto es acompañado con un
cambio de mentalidad y nuevas piezas legales que hacen posible
el principialismo, se tiene un nuevo escenario. Pero muchos se sen-
tirán despojados de cierta clase de certidumbre a la que no quie-
ren renunciar. Les parecerá que salir de un sistema rígido a un
campo abierto es dejar lo cierto por lo incierto. El techo de las re-
glas se abre para dejar el cielo incierto de los principios. Precisa-
mente por eso que es crucial rescatar la clásica prudencia, que es
el órgano de la buena decisión. Al concebir la interpretación como
conjetura planteo un proceso de aproximación a la verdad, y la ver-
dad en materia práctica se conecta con el bien. La prudencia de-
termina grados cualitativos de aproximación a lo mejor. Por eso hay
que hablar también de interpretaciones mejores, más correctas, más
adecuadas. Debido a esto muchos autores han instalado la expre-
sión “razonable”, y aunque no la conecten con el tema de la pru-
dencia, hay en ese término una fuerte resonancia de racionalidad
práctica. Y si se habla de ratio práctica, la prudencia tiene allí su
lugar. Pero estamos en una época que ha hecho del pluralismo de
visiones, y por lo mismo de principios, una forma de vida. De ahí
que la mejor interpretación no es sólo la que satisface tal o cual
principio, sino la que armoniza mejor un conjunto de principios.128

128
En mi libro Prudencia y Justicia en la aplicación del Derecho, he examinado la
estructura del saber prudencial y la manera cómo se produce la aproximación a
la solución desde principios.

249
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Esto no significa tener las manos libres y dejar paso a la fantasía


creadora, sino una tarea de enorme responsabilidad, tanto para el
jurista como el juez. Hay límites a la tarea interpretativa. En ella el
límite lo marcan los principios. De esta manera, la clásica dualidad
littera et spiritus se resuelve en el paso de la letra a la ratio, en la cual
están los principios. Desde otro punto de vista, surge así un sentido
del Derecho.

250
Capítulo Tercero

ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

ARGUMENTACIÓN Y JUSTIFICACIÓN

El capítulo anterior nos deja en el punto donde comienza éste. El


nexo entre interpretación y argumentación se da naturalmente
cuando se considera la interpretación como proceso que desplie-
ga ante sí la dualidad littera et spiritus. Pero cuando se mantiene la
anómala situación en que una parte de nuestra comprensión es in-
mediata o instantánea y otra parte de la comprensión no lo es y
requiere de una actividad, entonces la argumentación sólo tiene
cabida en ese reducido campo que se le deja a la interpretación.
Así pensaron los autores del siglo XIX que se examinaron en el ca-
pítulo anterior, y así ocurre también con la llamada interpreta-
ción operativa que sostienen Wróblewski y los autores analíticos que
le siguen. El contraste es total con las posiciones hermenéuticas en
esta parte. En la perspectiva hermenéutica no hay tal comprensión
inmediata. La comprensión es la aprehensión de un sentido que no
surge inmediatamente, en el caso del conocimiento en el Derecho,
de la sola consideración de los enunciados legales. El principio her-
menéutico que se ha invocado para sostener la comprensión inme-
diata es el de la suficiencia de la sola letra. Pero ya se han visto las
dificultades que provoca. El debate que surgió para separar sentido
y tenor literal y que se ha detallado en el capítulo anterior es elo-
cuente para comprobar que ese principio es problemático. Como
la clase de dificultades que se presentan es insuperable, queda for-
talecida la posición hermenéutica que ve en cambio en la compren-
sión un fenómeno cognoscitivo, que se estructura en fases. Puede
haber una comprensión “inmediata” del significado literal, pero ella
no es la comprensión de lo que propiamente es el sentido, el cual
depende de otros factores para ser establecido. Sentido y significa-

251
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

do gramatical o literal son cosas distintas. Los diferentes ejemplos


examinados así lo muestran. En esta perspectiva hermenéutica, cabe
la argumentación en cada fase de la comprensión. La primera fase,
que está asociada a la comprensión de significados de palabras, pue-
de producir una forma de justificación que se apoye en ellas. Si se
quiere cuestionar esa comprensión se abre el proceso justificato-
rio y tiene lugar la argumentación. Los enunciados y las palabras
de que están compuestos pueden comprenderse en sí mismos, pero
es una comprensión parcial y limitada. Tan pronto como se exa-
mine con más cuidado su ámbito de referencia, empiezan a surgir
las dificultades de aplicación. Por eso, en la formación del conoci-
miento el solo ámbito de literalidad, como lo he denominado, no
es suficiente, y es necesario poner en relación el enunciado con el
caso o situación de que se trata. Sólo entonces podrá formarse un
saber más completo. Pero únicamente cuando se pone el enuncia-
do en conexión con otros puede surgir una comprensión más com-
pleta, pues de esta manera, como se vio en varios ejemplos
considerados anteriormente, se produce una aproximación a un
saber más pleno y cuya justificación es mayor. Se tiene una visión
amplia de un sector del Derecho, y se sabe ahora cómo se estable-
ce la regulación. Hay ahora un saber de por qué es así. Si se vuelve
a considerar el enunciado de la inembargabilidad de los sueldos,
la sola consideración del enunciado en su gramaticalidad o litera-
lidad es comprensible como tal, pero cuando se le relaciona con
el caso de la demanda de alimentos de la cónyuge e hijos, surge el
problema, y sólo poniendo ese enunciado en conexión con otras
partes del Derecho, surge la comprensión de los límites de ese
enunciado, y sobre todo por qué cede frente a la demanda de la
cónyuge, como forma de protección a la familia, etc.
El tema de la argumentación ha ocupado largamente a muchos
autores desde mediados del siglo XX en adelante. Manuel Atienza
ha escrito un libro con el título Las Razones del Derecho, y con subtí-
tulo Teorías de la argumentación jurídica.1 Este estudio tiene el inte-
rés que presenta una evolución desde los planteamientos iniciales
de Ch. Perelman sobre la argumentación, de mediados del
siglo XX, hasta las elaboraciones más contemporáneas de MacCor-
mick y R. Alexy. Aunque Atienza critica la teoría de la argumenta-

1
ATIENZA, Manuel, Las Razones del Derecho. Teorías de la argumentación jurídica,
Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1991.

252
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

ción de Perelman, reconoce la importancia que este autor tiene en


el desarrollo de esa teoría. El estudio que ofrece Atienza sobre Pe-
relman no considera la cuestión de la verdad, que es el centro de
gravedad de los planteamientos de este autor belga. No es posible
aquí examinar en detalle la teoría que presenta este autor para re-
habilitar la antigua Retórica.2
El proyecto de Perelman es de largo alcance. Se propone re-
habilitar la antigua Retórica con el fin de responder ahora desde
otra perspectiva el viejo problema de las ciencias humanísticas y aun
el de la propia filosofía. No sigue en la dirección dual que enseña-
ra Dilthey, sino busca en la tradición filosófica que arranca de Aris-
tóteles los conceptos y métodos que le permiten alcanzar su
objetivo. Quienquiera haya leído el Diálogo Gorgias de Platón ha
podido captar cuánto se esfuerza este pensador por exhibir las de-
bilidades y los peligros de la Retórica en manos de los sofistas. Se
trata de un manejo técnico del discurso en el que se presentan ra-
zones para lograr persuadir al auditorio. Aquí se recurre a todo
cuanto pueda ser funcional a ese objetivo, desde estructuras argu-
mentales lógicamente determinadas hasta actitudes histriónicas,
pasando por la amplia gama de figuras y tropos que ofrece el len-
guaje. Para Platón la Retórica queda condenada. El peligro en ma-
nos de un ambicioso de poder es la dominación y, por tanto, la
pérdida de libertad. Hay que romper el hechizo de la persuasión
en manos del retórico, y el único camino es el de la verdad. Toda
la Dialéctica platónica está dirigida a mostrar el camino al saber
verdadero, única meta que permite al ser humano realizarse en ple-
nitud. Aristóteles concuerda con su maestro en el rasgo esencial
de la Retórica: técnica de discursos con la finalidad de lograr la per-
suasión, pero advierte que las comunidades humanas viven en cierto
modo de la comunicación y que en ella se dan ciertas formas de
discurso que exigen un examen más atento. Nada mejor para en-
tender el significado profundo de la Retórica que releer las prime-

2
Tengo presente aquí, además del libro de Manuel Atienza citado, el estudio
de Manuel MANSON, Argumentación, Derecho y Lógica. Introducción Lógico-filosófica de
la Argumentación Jurídica, Ediciones Jurídicas Olejnik, 2000; Letizia GIANFORMAGGIO,
Lógica y Argumentación en la Interpretación Jurídica o tomar a los juristas intérpretes en
serio, en Doxa 4, 1987, pp. 87-108; Manuel ATIENZA, Para una teoría de la Argumen-
tación Jurídica, Doxa 8, 1990, pp. 39-61; Luc J. WINTGENS, Retórica, Razonamiento y
Etica. Un ensayo sobre Perelman, Doxa 14, 1993, pp. 195-206; en otro sentido, sobre
el razonamiento jurídico, Paolo COMANDUCCI, Razonamiento Jurídico. Elementos para
un modelo, Fontama, México, 1999.

253
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

ras líneas con que Aristóteles comienza su libro sobre la Retórica:


“La Retórica es la antiestrofa (antistrophos) de la Dialéctica; pues am-
bas, en efecto, recaen sobre cuestiones que son en cierto modo de
la competencia común de todos los hombres y no requieren de nin-
guna ciencia en especial. Así, todos participan de ellas en algún gra-
do: todos hacen uso de ellas al discutir o sostener una tesis, para
defenderse a sí mismos o para atacar a otros. Solamente que la ma-
yor parte de los hombres lo hace, unos sin ningún método, los otros
gracias a un acostumbramiento proveniente de un hábito” (Rheto-
rica, libro I, 1354a-5). La palabra antiestrofa sugiere, en realidad, la
noción de complemento. Retórica y Dialéctica se complementan,
en el sentido de que ambas cubren un campo que no pertenece a
ninguna ciencia en especial, pero que es de la competencia de to-
dos. Y éste es el relativo a las argumentaciones que se dan unos a
otros en los temas que les interesan y que ocurren en la vida co-
munitaria. El origen de estas argumentaciones hay que buscarlo en
la diversidad de opiniones. Platón consideró también la diversidad
de opiniones como un estado o condición humana, y para él el
tema era unificar la diversidad en la unidad del conocimiento ver-
dadero. El tránsito lo posibilita la Dialéctica. Para Aristóteles tam-
bién la diversidad de opiniones hay que unificarla en la unidad de
la verdad, sólo que ya no es la idea trascendente, como en el mo-
delo platónico. Si el intercambio de opiniones y el debate es un
hecho social que caracteriza la vida en común, el punto es estu-
diar la argumentación como tal, teniendo en cuenta la capacidad
que tiene de adaptarse a distintas finalidades. Este estudio revela ser
de gran utilidad, piensa Aristóteles, porque nos permite ser conscien-
tes del momento en que un argumento se convierte sólo en un ins-
trumento al servicio de la sola persuasión y no un paso en el camino
a la verdad. Que los seres humanos buscan por naturaleza el saber
verdadero, como reza la primera frase con que comienza Metafísica,
Libro A, es algo que Aristóteles no pone en duda. Pero, por otro
lado, como lo afirmaba Platón, no siempre estamos en posesión de
conocimientos verdaderos. Nuestra condición inicial es de ignoran-
cia. De ahí la búsqueda de saber como tarea. La búsqueda tiene que
constituirse conforme ciertas pautas y conforme un itinerario. Por
eso la idea de un método, esto es, de un estar en el camino.
Si se pone la verdad como criterio diferenciador, resulta que
la Retórica no busca el conocimiento verdadero, sino se propone
un fin, cual es lograr persuadir. La persuasión es un estado psico-
lógico en que se adhiere a lo que se presenta, pero por razones

254
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

que no son indubitables. La Dialéctica, en cambio, permite llegar


a la verdad y muestra toda su potencia en aquellas partes donde
no es posible producir una demostración. Esta última requiere de
premisas, desde las cuales se muestra la conclusión. Pero las pre-
misas muchas veces no pueden derivarse de otras por deducción,
pues sería una regresión al infinito. La Dialéctica cubre esas situa-
ciones. Argumentar a partir de premisas probables o verosímiles
para llegar a afirmaciones sólidas es lo que procura la Dialéctica.
Platón visualizó notablemente la estructura metodológica de la Dia-
léctica. Ya algo expuse en el capítulo anterior a propósito de la in-
terpretación como conjetura. Esta metodología, que se mantiene
viva en Aristóteles, es la anticipación de lo hipotético-deductivo. Pla-
tón mostró en sus Diálogos que para acceder a la verdad era nece-
saria la experiencia del error. Ésta se logra controvertiendo las
afirmaciones que se acostumbra asumir acríticamente. Aristóteles
nos muestra en su Ética Nicomaquea la marcha dialéctica: cómo a
partir de opiniones de que se participa en general se puede llegar
a conocimientos verdaderos. Y la técnica de la disputa medieval nos
ilustra lo mismo: la necesidad del debate para acceder a la verdad.
Ahora bien, la Retórica del modo como la entendió Aristóteles
permite explorar distintas zonas que habían permanecido ocultas.
No sólo lo concerniente a las distintas formas de argumentación,
sino el tema de los tópicos, el estudio de los estilos, la construc-
ción de obras literarias o discursos políticos, la psicología del audi-
torio, en suma, una serie de dimensiones que acompañan
inevitablemente todo discurso en el mundo social. Con Cicerón y
Quintiliano después comienza el aprecio de la elocuencia, como
forma de cultivo fino de las cualidades intelectuales. A través del
mundo medieval se mantiene el aprecio a la Retórica, hasta Vico.
Pero el mundo moderno se declarará contrario a la Retórica. Esto
requiere de una explicación. Perelman sugiere una. Al comenzar
su Tratado de la Argumentación da una orientación a su obra: “La pu-
blicación de un tratado dedicado a la argumentación y su vincula-
ción a una antigua tradición, la de la retórica y la dialéctica griegas,
constituyen una ruptura con la concepción de la razón y del razonamien-
to que tuvo su origen en Descartes y que ha marcado con su sello la
filosofía occidental de los últimos tres siglos”.3 Para este autor, esa

3
P ERELMAN, Chaïm, Tratado de la Argumentación. La Nueva Retórica, p. 30, Gre-
dos, Madrid, 1994.

255
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

concepción de razón y razonamiento está unida a la de la verdad


como evidencia, que es lo que habría dominado por tres siglos el
pensamiento occidental. Los lógicos y los teóricos del conocimiento
han tomado pie en esta concepción y han desarrollado sus teorías,
descuidando por completo otras dimensiones de la racionalidad
humana, al margen de la evidencia. Esta zona descuidada es la que
corresponde a la deliberación y la argumentación. “La naturaleza
misma de la deliberación y de la argumentación se opone a la ne-
cesidad y a la evidencia, pues no se delibera en los casos en los que
la solución es necesaria ni se argumenta contra la evidencia. El cam-
po de la argumentación es el de lo verosímil, lo plausible, lo pro-
bable, en la medida que este último escapa a la certeza del cálculo”.4
Uno de los preceptos del método que enuncia Descartes en la pri-
mera parte del Discours de la Méthode es “tener casi por falso todo
lo que no fuese más que verosímil”. De esta manera, partiendo de
la evidencia como el signo de la razón, sólo se consideran raciona-
les las demostraciones que, partiendo de ideas claras y distintas, pro-
paguen, con ayuda de pruebas apodícticas, la evidencia de los
axiomas a todos los teoremas. Éste es el modelo del razonamiento
more geometrico que se propone a todos los constructores de siste-
mas científicos de pensamiento. De esta manera, piensa Perelman,
el mundo de lo verosímil queda en una zona que fácilmente se con-
funde con lo irracional.
Para Perelman lo que está en cuestión es la idea misma de ra-
zón moderna, concebida al modo de Descartes. Junto a una razón
como facultad demostrativa hay una razón deliberante, que no se
ejerce ya en demostraciones apodícticas. Lo que interesa ahora es
rescatar el papel que juega en la vida comunitaria esa forma de ad-
hesión a meras opiniones, que expresan en realidad no verdades
absolutas, sino algo verosímil o probable. En esta parte toma pie
en la doctrina griega de la doxa u opinión, que era el objeto de la
Dialéctica, para decantarla en sus elementos y poder de ahí transi-
tar a la verdad. Pero esto último no parece estar en el proyecto de
este autor. Por eso contrapone argumentación o dialéctica a de-
mostración. La Dialéctica clásica es un método de argumentar, pero
no ajeno a las demostraciones. Es cierto que la dialéctica razona a
partir de premisas probables o verosímiles, pero, como lo exhibe
Platón en sus primeros Diálogos de corte refutativo, el examen dia-

4
Op. cit., p. 30.

256
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

léctico de una opinión conduce muchas veces a demostraciones,


pues se ponen de manifiesto en esos debates dialécticos las para-
dojas, las contradicciones y la reducción al absurdo que envuelven
ciertas opiniones. Pero Perelman insiste en oponer argumentar y
demostrar. Cuando se trata de demostrar una proposición, basta
con indicar los procedimientos y las premisas a partir de las cuales
se demuestra. Pero cuando se trata de argumentar lo que se busca
es influir en el grado de adhesión del auditorio a las tesis que se
han presentado. Por eso, dice, “toda argumentación pretende la
adhesión de los individuos y, por tanto, supone la existencia de un
contacto intelectual”.5 Esto crea una dualidad de operaciones, una
la actividad propiamente demostrativa, otra la actividad argumen-
tativa dirigida a obtener la persuasión.6 El contacto intelectual que
reconoce este autor corresponde a lo que Platón exigió muchas ve-
ces en sus Diálogos. El Diálogo es una estructura dialéctica, en sen-
tido platónico, por tanto dirigida a obtener un conocimiento vía
reconocimiento del error. Hay una forma de diálogo que denomi-
nó erístico, que es un diálogo en que sólo se busca debatir y even-
tualmente refutar una tesis contraria, y otro el diálogo dialéctico,
en que se busca ganar conocimiento (Menón, 75d). La exigencia
de todo diálogo dialéctico es un acuerdo básico en cuanto a una
cierta “buena fe” dialogal, que consiste en que los interlocutores
aceptan una misma base semántica. Se pregunta de buena fe y se
responde con aquello que ambos pueden reconocer como acepta-
ble o se busca la aceptabilidad. Hay un mundo cultural que es el
trasfondo y también la cantera de donde brotan las preguntas y res-
puestas y de lo que se trata es hacer conscientes de los problemas
de esa cultura, esto es, enjuiciarla críticamente.
En la nueva Retórica de Perelman hay mucho de la dialéctica
antigua. Pero tropezamos aquí nuevamente con el tema de la ver-
dad. La argumentación en este autor está al servicio de la persua-
sión, la cual, como condición subjetiva, indica el grado de adhesión
del auditorio a una tesis. Ahora bien, si sólo está en juego la sola
persuasión como mero estado subjetivo de adhesión, la nueva Retó-
rica cancelaría el tema de la verdad. Pero Perelman en la siguiente
cita apunta en la dirección del tema considerado: “...nos propone-
mos llamar persuasiva a la argumentación que sólo pretende servir

5
Op. cit., p. 48.
6
MANSON, Manuel, op. cit., ha criticado con razón el proyecto de Perelman de
construir una Lógica de la argumentación jurídica al margen de la Lógica Formal.

257
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

para un auditorio particular, y nominar convincente a la que se su-


pone que obtiene la adhesión de todo ente de razón. El matiz es
mínimo y depende, esencialmente, de la idea que el orador se for-
ma de la encarnación de la razón. Cada hombre cree en un con-
junto de hechos, de verdades, que todo hombre “normal” debe,
según él, admitir, porque son válidos para todo ser racional. Pero
¿es así de verdad? ¿No es exorbitante la pretensión a una validez
absoluta para cualquier auditorio compuesto por seres racionales?
Incluso al autor más concienzudo no le queda, en este punto, más
remedio que someterse al examen de los hechos, al juicio de los
lectores. En todo caso, habrá hecho lo que está en su mano para
convencer, si cree que se dirige válidamente a semejante auditorio”.7
Según lo indica inmediatamente, esta distinción entre dos modos
de la adhesión está en Kant, pero él la reformula en los términos
señalados. Para Kant la persuasión y la convicción son dos tipos de
juicio; dice: “Cuando éste es válido para todo ser que posee razón, su
fundamento es objetivamente suficiente y, en este caso, el tener por
verdadero se llama convicción. Si sólo se basa en la índole especial del
sujeto, se llama persuasión. La persuasión es una mera apariencia, ya
que el fundamento del juicio, fundamento que únicamente se halla
en el sujeto, es tomado por objetivo. Semejante juicio tampoco po-
see, pues, más que una validez privada y el tener por verdadero es
incomunicable” (Crítica de la Razón Pura, Canon de la Razón Pura,
Secc. 3, A820, B848). La concepción kantiana apunta al tema de la
verdad de modo explícito, y ésta es la que determina la diferencia
entre los dos juicios. Para Perelman, en cambio, la convicción se apo-
ya en la suposición de que el argumento y la tesis sostenida tendrían
que ser aceptados por todo ser dotado de razón. La aceptabilidad
racional es lo que caracteriza la adhesión en el caso de la convic-
ción. La persuasión logra la adhesión sólo de un auditorio particu-
lar, al cual se dirige la argumentación. No es sólo una diferencia
cuantitativa. En la convicción, según Perelman, está esa dimensión
de la aceptabilidad racional de carácter universal.
Lo anterior nos lleva al tema de lo razonable. En otro trabajo,
The Rational and the Reasonable,8 desarrolla la noción de razonable.

7
PERELMAN , Ch., op. cit., p. 67.
8
PERELMAN , Ch., incluido como cap. 11 en The New Rhetoric and the Humani-
ties, Reidel Publishing Company, Dordrecht, Holland, 1979. El trabajo fue presen-
tado originalmente como ponencia en el International Symposium Rationality
To-day, University of Ottawa, octubre 1977.

258
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

Allí señala que el hombre razonable es quien guía sus juicios y con-
ducta por el sentido común. “Se guía por la búsqueda, en todos
los dominios, por lo que es aceptable en su medio y aún más allá
de él, por lo que debería ser aceptado por todos. Poniéndose a sí
mismo en el lugar de los otros no se considera a sí mismo una ex-
cepción, sino que busca conformarse a los principios de la acción
que son aceptables para cualquiera. Considera como no razonable
una regla de acción que no puede ser universalizada”.9 Aquí encon-
tramos el tema característico del pensamiento ético moderno, que
comenzó con Hobbes y la aplicación de su principio “no hagas a otro
lo que no quieras te hagan a ti” a la justificación de las leyes natura-
les. Comienza el pensamiento de la famosa “Regla de Oro”, esto
es, un criterio que permite determinar la clase de principio prácti-
co aceptable en cada situación en que hay que actuar. La aceptabi-
lidad está unida a la universalización. Si cada principio o máxima
particular de acción puede universalizarse, se hace aceptable.
La argumentación persigue la persuasión, pero ésta muestra un
doble efecto, según el auditorio. Si se dirige a un auditorio parti-
cular y logra aceptación de éste, la aceptación es todavía particu-
lar. Pero si el auditorio es universal, esto es, cualquier ser dotado
de razón, entonces la aceptación se universaliza. En Derecho la ra-
zonabilidad procura, según Perelman, un esquema o estructura que
determina cómo tiene que funcionar cada autoridad legal. “Lo que
no es razonable es siempre inaceptable en Derecho: la existencia
de este esquema hace imposible reducir el sistema legal a un con-
cepto formal y positivista”.10 Lo racional en materia jurídica es ate-
nerse siempre a un solo principio, que asume carácter inmutable
en todo tiempo y lugar. Ésa sería la idea del Derecho natural que
habrían querido conservar muchos pensadores modernos, como
Domat. Pero, para él, lo que prima es la razonabilidad. De esta ma-
nera, si la fidelidad a ciertos principios que se muestran como ra-
cionales conduce a soluciones que parecen racionales, estalla el
conflicto, y la doctrina y la jurisprudencia buscarán soluciones ra-
zonables, modificando el sistema legal en algún punto, aun recu-
rriendo a ficciones. Por eso, lo razonable no es un principio único
e inmutable, sino que varía con el tiempo y las situaciones históri-
cas. Ya había anticipado algo de esto en su obra sobre la justicia,

9
Op. cit., p. 118.
10
Op. cit., pp. 120-121.

259
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

de 1945, en donde afirma que hay una variedad grande de fórmu-


las de justicia (que corresponden a otras tantas teorías, como dar
a cada cual lo mismo, o dar a cada cual lo necesario, o dar a cada
cual según sus méritos, etc.), por lo cual la tarea es construir una
definición formal de justicia que de alguna manera las contenga a
todas de modo virtual: un principio de acción conforme al cual hay
que tratar igual a todos los que pertenecen a una misma categoría
esencial, en donde la categoría esencial es variable y hasta cierto
punto arbitraria, y los términos del trato están dados por las dife-
rentes formulaciones de justicia.11 Lo que sugiere aquí Perelman
es que cada situación puede resolverse de manera formalmente jus-
ta buscando los acuerdos entre los interesados para definir el in-
grediente variable (uno de los criterios de justicia). Así, a veces los
interesados recurrirán al principio “a cada cual lo mismo”, otras al
principio “a cada cual según su necesidad”, y aun buscarán según
otros principios. No hay un principio único y constante de justicia,
sino que según las circunstancias se adoptará uno u otro principio,
conforme lo consideren los interesados. Ésta sería la solución jus-
ta, es decir, razonable.
Esta conexión en Perelman de la argumentación con la idea
de lo razonable nos pone en el centro del escenario de los debates
contemporáneos. Hay que reconocer eso sí que ya a mediados del
siglo XX Luis Recasens Siches había planteado el concepto de lo-
gos de lo razonable en materia interpretativa. El punto de partida de
este autor no es, como en Perelman, una oposición a la doctrina
de la evidencia de Descartes, aunque hay una general coinciden-
cia contra el concepto de razón moderna. Ambos buscan instau-
rar al lado de un tipo de razón dominada por la lógica formal y la
demostración otro tipo de razón. La razón deliberativa en el caso
de Perelman y la razón vital en el caso de Recasens. Como ambos
proyectos constituyen una crítica a la razón moderna, están muy
acentuados los aspectos diferenciadores. El primero busca construir
una Lógica Jurídica distinta de la Lógica Formal, el segundo busca
establecer una Lógica de lo razonable, según un concepto de ra-
zón vital que toma de Ortega y Gasset. De alguna manera estamos
aquí frente al efecto profundo del tema de Dilthey. Hay un saber
sobre lo humano y sus obras que se constituye y rige por princi-

11
P ERELMAN, Ch., De la Justicia, Univ. Autónoma de México, México, 1964,
traducción del francés de la obra original, que data de 1945.

260
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

pios completamente distintos que el saber científico natural y el sa-


ber matemático.
Para “razonable” la indicación que da Recasens es la de que ra-
cional es diferente de razonable, como ocurre también en Perelman.
Pero el autor español en su Nueva Filosofía de la Interpretación del De-
recho indica que la expresión “razonable” apunta a lo que podría de-
nominarse también logos de lo humano, y que coincide con lo que en
filosofía contemporánea es la razón vital o razón histórica.12 Para este
modo de pensar la configuración de razonable va asociada al surgi-
miento de otro modo de pensar que requiere de una lógica distin-
ta de la que se emplea en las ciencias deductivas, como las
matemáticas. Hasta qué punto esta lógica de lo razonable queda
como proyecto y problema es algo que no puedo examinar aquí.
Me interesa eso sí destacar que por medio de lo razonable se está
rescatando el mundo práctico. Tanto en este autor español como
en Perelman hay una revalorización de la practicidad humana, y por
lo mismo una conexión profunda con el pensamiento originario so-
bre la praxis que debemos a los griegos. No puedo extenderme aquí
sobre las relaciones entre teoría y praxis y cómo la manera de pen-
sar de la época moderna se somete por fin a una revisión profunda
en nuestros días. Aristóteles mostró que la razón humana tiene, por
así decirlo, dos funciones, una teórica y otra práctica, pero la razón
es una sola, como el ser humano mismo. La especificidad de cada
cual está dada por las diversas entidades y realidades que enfrenta
una y otra. El ser humano ciertamente es un ser dotado de razón,
pero tiene que desenvolverse en un medio social e histórico y allí
construir su vida. Aquí es donde tienen cabida las capitales nocio-
nes de contingencia, concreción, accidente, acierto, desacierto, sin-
gularidad y todas aquellas relacionadas con la realización y efectos
de cada acción humana singular. Se puede hacer una teoría de todo
esto, sin duda, pero ello no cancela la practicidad misma, que po-
see rasgos propios. El mundo de la creación poética, de la técnica,
la historia, la política, la ética, el Derecho, encuentran un piso sóli-
do donde construir sus concepciones. A partir de aquí la disputa
sobre los métodos y los conceptos ha sido la cartacterística de la his-
toria de las relaciones de la teoría y la práctica. Por eso hay que ver

12
RECASENS SICHES, Luis, Nueva Filosofía de la Interpretación del Derecho, Fondo
de Cultura Económica, México, 1956. También en su extenso libro Filosofía del De-
recho, Editorial Porrúa, México, 1959, dedica el capítulo veintiuno al tema de la
interpretación en Derecho.

261
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

en Perelman y Recasens un momento en la historia de esas relacio-


nes, donde se postula abiertamente un dualismo metodológico. Las
ciencias teóricas poseen sus propios intrumentos, así como las cien-
cias prácticas los suyos. Los intentos de mostrar distintos modos ló-
gicos de funcionar la razón, acorde con estas distinciones, quedan
como un problema, dado que la razón es una sola. Con justeza lo
han apuntado así los estudiosos de la lógica.
Si se tiene presente esta revalorización de lo práctico, se pue-
de ahora comprender que el interés por la argumentación y la in-
terpretación es grande. Durante mucho tiempo, la elaboración
téorica del Derecho fue la dominante. El estudio, en cambio, de la
aplicación ha quedado en una zona de menor desarrollo. Coinci-
de, por lo demás, con la época en que la interpretación (herme-
néutica) se concibe como algo puramente técnico, en que se piensa
que el empleo de ciertas reglas ofrece la solución a los problemas
que se presenten. Pero ¿qué tienen que ver la interpretación y la
argumentación con el mundo práctico? Esto es lo que me interesa
mostrar. Cuando se advierte que la concepción teórica del Dere-
cho está íntimamente vinculada con la aplicación del mismo, que
entonces la teoría del Derecho no puede construirse sin conside-
rar su aplicación, entonces se puede entender cuán importantes
son hoy día la interpretación y la argumentación. En una obra an-
terior he planteado, siguiendo el modelo aristotélico, que la pru-
dencia es el elemento central de toda decisión práctica. La
prudencia es la facultad que dirige todo el proceso de la delibera-
ción y la adopción de la mejor decisión ética. Esto es así porque la
prudencia mira al bien en general, considerando las circunstancias
en que es posible realizar la acción deliberada. Sin embargo, no
parece haber sido ésta la dirección que han adoptado los estudios
sobre la aplicación. Voy a considerar un caso de debate caracterís-
tico que se da en esta materia, que ilustra de qué manera el con-
cepto de razonable parece ser la piedra de toque, pero en donde
no se da cabida a la prudencia.
Atienza ha estudiado la noción de “razonable” en un breve tra-
bajo, que ofrece como elaboración provisional, inspirándose en los
trabajos anteriores de MacCormick y Aarnio, dos importantes au-
tores que se han ocupado de la argumentación, y en relación con
ella, de la aplicación.13 Para este autor, en MacCormick, razonable

13
ATIENZA, Manuel, Para una razonable definición de “razonable”, en Doxa Nº 4,
1987, pp. 189-200. Las obras de Neil MacCormick que Atienza tiene en vista son

262
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

significa la necesidad de armonizar exigencias contrapuestas, mien-


tras que en Aarnio significa la aceptabilidad o consenso. Lo que
interesa a Atienza es construir un concepto de razonable que “pue-
da utilizarse como un criterio, o un esquema de criterio, que ayu-
de a justificar por qué una determinada interpretación o decisión
es preferible (está más justificada) que otra”.14 La idea central que
inspira esta manera de pensar es la que está contenida en el enun-
ciado que formuló en su momento Von Wright: todo lo razonable
es racional, pero no todo lo racional es razonable.15 De lo que se
trata es no contraponer racional y razonable, para impedir que este
último deje paso a lo irracional, que es en cambio el reproche que
se les dirige a posiciones como las de Perelman y Recasens. Por eso
lo racional se divide en “lo estrictamente racional” y “lo razonable”.
Llevando el análisis de “razonable” sólo referido a las decisio-
nes jurídicas, Atienza señala que una decisión jurídica es razona-
ble si y sólo si: 1) se toma en situaciones en que no sería aceptable,
o no se podría, adoptar una decisión estrictamente racional; 2) lo-
gra un equilibrio entre exigencias contrapuestas, pero que necesa-
riamente hay que considerar en la decisión; y 3) es aceptable por
la comunidad.
Por su parte, “estrictamente racional” significa que una deci-
sión lo es si y sólo si: 1) respeta las reglas de la lógica formal (lógi-
ca deductiva), que Aarnio llama la “Racionalidad L”; 2) respeta los
principios de la racionalidad práctica, que Aarnio siguiendo a Alexy
llama “Racionalidad D”, y que son los principios de consistencia,
eficiencia, coherencia, generalización y sinceridad; 3) se adopta sin
eludir la utilización de alguna fuente de Derecho de carácter vin-
culante; y 4) no se adopta sobre la base de criterios éticos, políti-
cos, etc., no previstos específicamente por el ordenamiento jurídico.
Las condiciones que se les ponen a ambas nociones recogen
diversos aspectos relacionados con la aplicación del Derecho. La

Legal Reasoning and Legal Theory, Clarendon Press, Oxford, 1978, y On Reasonableness,
trabajo en el vol. Colectivo Les notiones a contenu variable en Droit, dirigido por Ch.
Perelman y R. Vander Elst, Bruylant, Bruselas, 1984; y de Aulis Aarnio, se consi-
deran su libro The rational as reasonable. A treatise on legal justification, Reidel Dor-
drecht, 1987, y el trabajo Sobre el razonamiento jurídico como razonamiento práctico,
X Jornada de Filosofía Jurídica y Social, Alicante, diciembre de 1987.

14
Op. cit., p. 191.
15
HENRIK VON WRIGHT, Georg, Ciencia y Razón, Universidad de Valparaíso Edi-
torial, 1995, p. 21.

263
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

consecuencia que se sigue es que la razonabilidad no se plantea


en los casos “claros o no dudosos”, sino sólo en relación con los
hard cases. Aquí Atienza sigue la línea de pensamiento analítico, ya
examinado anteriormente, que considera la aplicación como un
problema sólo en un grupo de casos, aquellos que se presentan y
se califican de “oscuros”. Nuevamente se encuentra aquí la adop-
ción de un supuesto teórico, que es la dualidad claro-oscuro, que
no se explicita mayormente. A diferencia de los autores del
siglo XIX que acudían explícitamente a la evidencia para estable-
cer la claridad, aquí se asume que la claridad y la oscuridad son
posibilidades efectivas en que se presentan los conceptos, pero sin
hacerse cargo de las implicaciones epistemológicas y ontológicas
que poseen esas nociones. Se nos presenta así una noción de apli-
cación no homogénea, sino dividida en dos, según se considere cla-
ra u oscura. La dificultad radica en que la claridad y la oscuridad
son atributos de los conceptos que se hacen presentes en el intér-
prete-aplicador, y no parece haber criterios objetivos que controlen
la aparición de la claridad u oscuridad en la subjetividad de éste.
No obstante esta dificultad, este estudio de la razonabilidad ilus-
tra adecuadamente la complejidad del tema de la aplicación del
Derecho, cuando se abandona definitivamente el modelo de la
“aplicación mecánica”. El trasfondo filosófico de la nueva manera
de concebir la aplicación dice relación con la crisis de la razón ilus-
trada y la crisis de la verdad como correspondencia, y el paso ha-
cia nuevas formas de racionalidad y de verdad (consenso y
coherencia). Si se recuerda lo señalado anteriormente en la pers-
pectiva hermenéutica, se tiene que el modelo de la “aplicación me-
cánica” presupone que las palabras en que el legislador expresa su
pensamiento sean indudables, de manera que pensamiento y pala-
bra forman un continuo, que enfrentadas a un intérprete infalible
producen una aprehensión de significado instantánea. Pero los es-
tudios sobre la significación muestran los problemas de esa mane-
ra simple de ver las cosas, y todavía, como se mostró, el trabajo
mismo de los tribunales es ilustrativo de las dificultades y plurali-
dad de sentidos. De otra parte, aquel modelo presupone la fusión
de significado de palabras y sentido.
Reconocer la pluralidad de significados posibles y, por lo mis-
mo, de diversidad de sentidos, es asumir una posición hermenéu-
tica que rechaza desde luego la “aplicación mecánica”, por contener
un imposible, y plantea más bien, como lo han señalado Ricoeur y
Eco, la necesidad de considerar de alguna manera la significación

264
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

por el lado de quien interpreta. El texto se independiza de su au-


tor, y se comprende a partir de él mismo. Esto permite que el in-
térprete intervenga de alguna manera en la determinación de
sentido. El sentido no es algo que esté ahí para ser recogido como
un objeto, sino que hay que buscarlo y establecerlo, mediante ope-
raciones constructivas. Esto confiere al intérprete un rol determi-
nante en el establecimiento del sentido. Con otras palabras, pero
en el fondo coincidiendo con esta posición activa del intérprete,
los estudios de Engisch sobre aplicación del Derecho son impor-
tantes de considerar.16 En ellos se muestra que todo acto de aplica-
ción presupone una determinada interpretación, que aleja toda
posibilidad de una “aplicación mecánica”. Y que la interpretación
misma de un enunciado legal no puede dejar de lado su aplica-
ción a casos determinados.
De manera que cuando Atienza, y todos los autores que se mue-
ven en un terreno similar, reconocen tácitamente que el Derecho
requiere de un intermediario para su aplicación, admiten que esta
mediación plantea una serie de particularidades, que son las que
afloran en los debates sobre argumentación. Dejando de lado el
tema de lo claro y oscuro, lo que en una perspectiva hermenéuti-
ca no es admisible, pues esos atributos son el resultado de una in-
terpretación y no supuestos previos, el tema de la razonabilidad es
uno que nos muestra cómo el intérprete interviene en la forma-
ción de la decisión, que se adopta en una situación en que hay va-
rias opciones posibles o pluralidad de significados. Hay que
examinar en su conjunto la situación, hacer ese recorrido de ida y
vuelta varias veces entre los enunciados y el caso, comparar solu-
ciones y optar finalmente por una solución. En el fondo, hay el jue-
go de varios principios que se consideran pertinentes en la situación
de que se trata.
La argumentación se ha convertido en un campo de batalla,
en que se encuentran y miden fuerzas las posiciones más diversas
y opuestas, que recorren el mundo actual. Mientras los autores con
mayor inclinación lógica quisieran que se limitara el debate a cues-
tiones estrictamente lógicas, otros en cambio introducen temas y
cuestiones que se alejan de lo estrictamente lógico y se extienden
a temas éticos o políticos.

16
ENGISCH, Karl, Logische Studien zur Gesetzesanwendung, Heidelberg, 1963, Carl
Winter Universitätsverlag.

265
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Argumentar es presentar una secuencia de proposiciones articu-


ladas por enlaces formales determinados; aquí se suele emplear el
nombre de premisas para aquellas proposiciones que sirven de an-
tecedentes o apoyo a otras que se siguen formalmente de aquéllas, y
a estas proposiciones que se siguen se les denomina normalmente
conclusiones. Mirando el argumento desde las premisas y la función
que éstas cumplen, se habla de razones de la argumentación, y en tal
sentido la emplean muchos autores. Cuando las razones que se in-
vocan para una determinada afirmación o tesis, como corrientemente
se dice, son pertinentes y de ellas se deriva esa afirmación, se dice
que ésta se encuentra justificada. Pero aquí se ha introducido una
cierta indeterminación, pues se habla a veces de justificación sufi-
ciente o insuficiente, de justificación mínima, y de otras formas de
justificación, con lo cual se arrastra el argumento al campo axiológi-
co de los buenos y malos argumentos, o a la eficiencia argumental,
argumentos persuasivos o no persuasivos, etc. Las discrepancias sur-
gen cuando se deja de considerar el argumento como una estructu-
ra formal y se mira en su contenido argumental o materia. Por eso,
cuando se toma una determinada interpretación, por ejemplo, que
tal enunciado literalmente significa tal o cual cosa y que ese signifi-
cado hay que dársele, por razón de los significados literales, la argu-
mentación aquí importa en cuanto actividad justificadora de una
interpretación, y en tal caso las razones que se dan pueden ser a su
vez examinadas y calificadas en cuanto a su suficiencia.
La dificultad mayor que puede advertirse es la relativa a la re-
lación entre interpretación y argumentación. En el esquema analí-
tico de atribución de significados, se ve que esta atribución no es
propiamente interpretación, como en Wróblewski, sino una activi-
dad resultante del uso de una regla de significado (Waismann). Si
hay dudas sobre el uso de esa regla, se torna el enunciado (o tér-
mino) en oscuro, y aquí se puede hablar en propiedad de inter-
pretación.17 La interpretación en sentido propio tendría lugar en
caso de duda u oscuridad de significados, y la búsqueda de signifi-
cados da origen a la actividad justificadora, esto es, de productora
de argumentos que tienden a justificar la versión que se defiende.
Perelman piensa que la argumentación jurídica interesa a la Retó-

17
GIANFORMAGGIO, Letizia, en su artículo Lógica y argumentación en la interpre-
tación jurídica, Doxa 4, 1987, sostiene que la interpretación la concibe como acti-
vidad lingüística de adscripción de significados, y cita también a R. Guastini, otro
autor analítico como ella.

266
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

rica en razón de la calidad de las premisas que, como en Artistóte-


les, ofrecen una justificación no suficiente o cuestionable. La teo-
ría de la atribución de significados niega el carácter cognoscitivo
de la interpretación, que es la posición que defienden las doctri-
nas hermenéuticas. No obstante esta oposición, tanto en las posi-
ciones analíticas como hermenéuticas se produce un punto de
contacto en la formulación de conjeturas y la justificación. Pues
entender que a un signo se le puede atribuir este o aquel significa-
do, implica realizar una actividad conjetural que requiere de justi-
ficación. Ocurre algo similar en el caso de la conjetura en el proceso
cognoscitivo de la interpretación, que he examinado anteriormente.
Pero en ambos casos, ya sea en la propuesta de un significado, ya
sea en la conjetura de una interpretación posible, la proposición
en que consiste tiene un valor cuestionable. Tiene un valor verosí-
mil, esto es, no verdadero, porque las premisas de que deriva tie-
nen ese valor. La justificación no suficiente de que habla Peczenik.18
Por eso producir el debate de la misma es un paso necesario para
su admisión, como lo enseña la dialéctica clásica.
Los debates en torno a la aplicación, argumentación y justifica-
ción ponen de manifiesto las grandes cuestiones que subyacen. Pri-
meramente, la relación de lo general a lo particular o singular. Las
reglas o normas y los principios se expresan en enunciados genera-
les. Esto trae consigo que la posibilidad de referirlos a casos o situa-
ciones determinados, es decir, particulares o singulares, presentará
siempre dificultades de determinación. El fenómeno de la vague-
dad o indeterminación es siempre posible, en mayor o menor gra-
do. Se cumple así lo que Aristóteles planteó en su conocida
formulación del problema de la equidad, y que ya había explorado
a propósito de las clasificaciones científicas y las especies ínfimas.
En seguida, este problema hay que separarlo del fenómeno de la de-
riva de interpretaciones, es decir, que los enunciados son siempre sus-
ceptibles de ser entendidos de diferente manera, o como lo dice
Ricoeur, la plurivocidad de los discursos, que se afirma en círculos
hermenéuticos. En tercer lugar, si la interpretación se entiende
como un proceso cognoscitivo, que busca comprender un sentido,
lo que quiere decir que busca establecer un sentido, hay que admi-
tir una actividad que de los enunciados y los lenguajes se remonta

18
PECZENIK, Aleksander, On Law and Reason, pp. 156 y ss., Kluwer Academic
Publisher, Dordrecht, 1989.

267
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

a los principios más generales, y desde ellos establece un sentido.


Como los principios son múltiples, muchos son también los signifi-
cados posibles y que entre éstos es preciso optar para establecer un
sentido que constituya una aproximación a lo verdadero.
La noción de “razonable” no es fácil de definir, pero está próxi-
ma a la de sentido. Aceptando la distinción entre racional y razona-
ble, la primera se vincula a los procedimientos lógicamente
estructurados. Es racional lo que se ajusta a procedimientos estable-
cidos. Alexy ha señalado la “pretensión de corrección”, para referir-
se a la necesidad de que los argumentos puedan ser controlados por
ciertos criterios. Cuando estos criterios surgen de un sistema de re-
glas lógicas, hay un control formal de los argumentos. Éstos están
bien construidos desde un punto de vista formal. Pero más allá de
lo estrictamente formal, surgen otros criterios. Cuando un argumen-
to es relacionado con otro, o con una afirmación que no se discute,
surgen los temas de la consistencia y la coherencia. A esto alude
Atienza cuando introduce las condiciones para una decisión estric-
tamente racional. Aquí la racionalidad se pone en conexión con cri-
terios que son inevitablemente compartidos por los partícipes de los
argumentos, tanto de aquellos que los producen como de los que
los reciben. El problema surge cuando un argumento se relaciona
con afirmaciones que dicen relación con el contenido mismo de los
argumentos, pero que pertenecen a una esfera que se puede discu-
tir. Corrección formal o corrección material son situaciones que se
presentan. Razonable, por su parte, se abre a consideraciones que
se apartan de lo meramente formal, e incorpora dimensiones que
tienen que ver con ideas que aporta el mundo político, social o mo-
ral, y aun con la aceptación de los partícipes del discurso. El desa-
rrollo que ha seguido a partir de aquí la argumentación es bastante
extenso y no es posible resumirlo aquí. Por mi parte, lo que me in-
teresa mostrar es que la noción de razonable se conecta con la de
sentido y éste a su vez está en la línea de operaciones de la pruden-
cia, tal como la he concebido. Mucho de lo que se señala en los es-
tudios actuales sobre argumentación pertenece en realidad al campo
de la prudencia. Ésta, como he dicho antes, está vuelta hacia lo me-
jor posible. Este concepto de “lo mejor posible”, llevado al terreno
de la interpretación, convierte a ésta en la mejor posible, como gra-
do de aproximación a una interpretación correcta.
La expresión “razonable” aparece muchas veces en sentencias,
como en la del Tribunal Constitucional, Rol 325, citada en el capí-
tulo anterior. Es interesante el uso que se hace de ella. En el consi-

268
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

derando 10º, para rechazar una interpretación literalista de los nu-


merales 5º y 12º del art. 82 de la Constitución, anterior a la reforma
de 2005,* da las siguientes razones: “La primera, porque no es dable
suponer que la Carta Política incluya en su texto normas superfluas
o reiterativas que lejos de regular en forma clara la convivencia po-
lítica y pacífica de un pueblo en sociedad, confunda o dé cabida a
interpretaciones que permiten vulnerar la esencia de los principios
y valores en que ella descansa, o hacer ambiguo o confuso lo que
para el constituyente es claro e inequívoco. La segunda, porque los
preceptos en estudio, en los términos en que han sido concebidos
por la Contraloría, carecen de “ratio legis” dentro del contexto del
art. 82, ya que ello importa privar a las minorías parlamentarias, sin
justificación razonable, de ejercer un recurso que la Constitución
ha previsto para resguardar el principio de supremacía constitucio-
nal que deben respetar los actos de la Administración”. Recuerda el
principio de interpretación, reiterado en varias sentencias: “En di-
chas sentencias se expresó que la Constitución es un todo orgánico
y que el sentido de sus normas debe ser determinado de manera tal
que exista entre ellas la debida correspondencia y armonía, debien-
do excluirse, definitivamente, cualquier interpretación que conduz-
ca a anular o privar de eficacia a alguno de sus preceptos. La razón
de ser de esta regla, en el ámbito constitucional, es muy simple: es
inadmisible aceptar que la Constitución contenga normas sin senti-
do, sin aplicación práctica, reiterativas o sin una justificación razo-
nable dentro del sistema diseñado por el constituyente”.
La justificación general que aquí se expone se vincula con lo
que autores como Hilary Putnam llaman el “principio de caridad”,
de acuerdo con el cual hay que asumir que el legislador o consti-
tuyente es racional y que ha querido establecer un sistema consti-
tucional consistente, esto es, un “todo orgánico”, coherente, en que
sus distintas partes ensamblan perfectamente y se complementan.
Esto no es lo mismo que la suposición de los autores de la Escuela
de la Exégesis, que suponen un legislador consciente y que sabe lo
que hace, domina el lenguaje y expresa en él adecuadamente lo
que piensa. En cambio, acá en este fallo se adopta un principio pro-
piamente hermenéutico, que determina la orientación que debe
asumir la tarea estrictamente exegética. Esto importa que para in-
dagar el sentido no se puede quedar el intérprete en las significa-

* Ver nota de p. 235.

269
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

ciones literales, esto es, las significaciones meramente semánticas


(significados inmediatos, directos, de las palabras), sino que tiene
que abrirse a relaciones contextuales necesariamente, de manera
que el sentido surgirá en relación con esa “debida corresponden-
cia y armonía” de las distintas partes del todo. En conexión con
esta visión hermenéutica surge la expresión “justificación razona-
ble”, que aparece dos veces. Dentro de esta visión hermenéutica
las distintas partes del todo orgánico tienen una razón de ser o ra-
tio, como se dice expresamente. Esta razón de ser o ratio dice rela-
ción con ciertos principios, en este caso el principio de supremacía
constitucional. La Constitución, como Ley Fundamental, entre otras
cosas, organiza la constitución del poder, la forma en que puede o
tiene que ejercerse, el contrapeso de poderes, en suma, cómo los
actos de administración del Presidente de la República pueden ser
controlados por el Parlamento en el régimen democrático que es-
tablece. Los enunciados de los preceptos constitucionales que di-
cen relación con el requerimiento al Tribunal Constitucional
pueden entenderse en general de su sola letra o literalmente. Pero
lo que aquí se señala, como principio hermenéutico, es que es for-
zoso para comprender el sentido de esos enunciados hacerse cargo
del conjunto de la Constitución, esto es, del sistema diseñado y de
los principios que hacen inteligibles ese sistema. Razonable es lo
que tiene una razón de ser o ratio, es decir, que puede justificarse
en un principio, en tanto este principio confiere racionalidad y co-
herencia al sistema. Para comprender los enunciados es necesario
acudir a los principios. La interpretación literal, como en este fa-
llo del Tribunal Constitucional se dice expresamente, es insuficien-
te, porque no permite insertar esos enunciados en un sistema
coherente. Por eso se deja de lado y se plantea otra manera de en-
tender esos mismos enunciados.
De esta sentencia se puede extraer el siguiente concepto de ra-
zonable: lo que tiene una razón de ser o ratio. La noción de ratio
tiene, como la razón de ser de algo, ese rasgo fundamentador que
estudió la ontología clásica. Se conecta por eso mismo con la no-
ción de principio, que, entre otras funciones, tiene la de servir de
antecedente o fundamento a alguna cosa. Siguiendo el plantea-
miento de Locke, no interesa aquí esa noción de ratio que la aso-
cia al órgano que sirve de sede a la razón humana, sino esta otra
que la vincula a las operaciones de la razón humana: los concep-
tos, las proposiciones, los razonamientos. Aquí es donde se inser-
tan los principios. Razonable es, como se dijo, lo que tiene una ratio.

270
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

Ésta nos conduce a los principios, por lo cual, razonable es lo que


se conecta con un principio, como estos principios son múltiples y
se pueden exhibir de varias maneras, se trata de aquel principio o
conjunto de principios que se muestran como el mejor fundamen-
to. Cuando se defiende una interpretación literal, el fundamento
de ésta hay que buscarlo en los significados literales de las palabras
mismas, pero como así la dificultad para referir el enunciado de
que se trata a un caso puede ser insoluble, es necesario dejar el
ámbito de literalidad e ingresar en el ámbito de la ratio o razón de
ser, esto es, de los principios. Estos principios nos proporcionan una
visión de conjunto que la perspectiva literalista es incapaz de dar,
y nos permiten establecer en último término un sentido. El princi-
pio que se vincula a razonable es el principio no sólo pertinente,
sino el que sirve mejor de fundamento inmediato, entre varias po-
sibilidades fundamentadoras.
Pero lo anterior no está todavía completo. Es preciso abrirse a
la consideración de la prudencia, que de manera general ha sido
descrita como la facultad que hace posible la realización del prin-
cipio general en un caso singular. La unión de lo universal y lo sin-
gular es la tarea de la prudencia. Esta unión es una tarea compleja
y difícil, y en ella se introduce la duda. No puede concebirse como
un acto mecánico, simple y exento de dificultad. Sería una simpli-
ficación ajena a la naturaleza misma de la aplicación. La gran tra-
dición filosófica que arranca de Aristóteles y que pasa por Santo
Tomás vio en esta unión inherente a la naturaleza de lo universal y
lo singular una dificultad, que exige de una facultad especial, la
prudencia, para que se elimine ésta y tenga lugar aquélla. La vir-
tud de la prudencia está orientada hacia el bien y realiza su opera-
ción propia sobre los medios adecuados para la mejor decisión
posible, pues tanto de parte del agente como por el lado de las si-
tuaciones, complejas y siempre cambiantes, hay factores que intro-
ducen incertidumbre en cuanto a los resultados. El tomismo
consideró que el conocimiento del principio universal no era pro-
blemático, no así en cambio la consideración de la totalidad de fac-
tores que ingresan en la situación particular, siguiendo en esto el
planteamiento sobre la contingencia del aristotelismo. En la medi-
da que en el campo jurídico se trata asimismo de la aplicación de
un principio a un caso singular, el debate sobre argumentación,
aplicación y justificación le debe mucho a la elaboración de la pru-
dencia. El juez Hércules de Dworkin, la coherencia de MacCormick,
la razonabilidad de Atienza, el concepto de adecuación o “appro-

271
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

piateness” de Klaus Günther, por sólo citar algunos casos, ponen


rápidamente el tema de la prudencia. Las observaciones anterio-
res sobre la noción de razonable nos llevaron al terreno de los prin-
cipios. La prudencia es la facultad de actuación de los principios
al caso singular. Razonable, principios y prudencia se conectan así
de una manera especial. Hay todavía otro concepto que es preciso
insertarlo en estas relaciones, y es el de sentido. Trataré brevemen-
te de esclarecer estas conexiones, en lo cual será de utilidad la con-
sideración del probabilismo medieval.
En el tomismo encontramos un modelo dual. Al lado de una
conciencia o conocimiento perfecto de una ley universal (principio
de Derecho natural), se reconoce una conciencia confusa que co-
noce imperfectamente el principio. Esta última tiene su antecedente
en la discusión de Platón y Aristóteles sobre la doxa, que recono-
cen como esa forma de saber dudoso, y que se recordó anterior-
mente para presentar el método dialéctico de conjeturas y
refutaciones. En materias prácticas no puede exigirse siempre un
conocimiento perfecto, por eso basta una “certidumbre probable”
para la acción correcta. Es importante retener esta doctrina de gra-
dos en la certidumbre, pues así va a pasar al pensamiento moder-
no. Recuérdese, por ejemplo, cómo Grocio habla de los signos de
probabilidad, para caracterizar el lenguaje. Y fueron los autores del
siglo XIX quienes convirtieron esa probabilidad en certeza absolu-
ta, aferrándose a la doctrina de las ideas claras y distintas de Des-
cartes, para defender el literalismo en la forma en que lo hicieron.
Aplicada esta certidumbre probable a la dualidad letra y espí-
ritu ofrece el característico movimiento de la letra al espíritu como
camino de búsqueda de certidumbre que satisfaga un mínimo acep-
table. La certidumbre, según he señalado antes, es un estado sub-
jetivo de adhesión a un juicio o afirmación, y el grado de adhesión
depende de la presencia de la duda. La duda, como fenómeno sub-
jetivo, se presenta ya en forma espontánea, ya buscándola delibe-
radamente. En ambos casos significa que las razones que se tienen
para adherir a algo no son suficientes y firmes, incluso puede tra-
tarse de la sola conveniencia. En los casos judiciales ya examina-
dos, el surgimiento de la duda proviene de la dificultad de referir
un enunciado a un caso determinado. El enunciado puede com-
prenderse en su generalidad, pero al relacionarlo con un caso se
presenta la duda. La duda no puede desalojarse con los enuncia-
dos mismos, y hay que buscar algún otro elemento que proporcio-
ne una certidumbre suficiente. Éste es el camino a la ratio.

272
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

En el mundo medieval se estudió largamente este tema de la


certidumbre probable. El estudio de Tomás de Aquino en la Suma
Teológica, 2-2, q. 47-56, siguiendo en la dirección de Aristóteles, cala
profundo en la naturaleza de la prudencia y la certidumbre cog-
noscitiva en materia práctica. Entendiendo que la tarea de la pru-
dencia es la actuación del principio universal en un caso singular,
ve que la duda se introduce ya a nivel general, en el enunciado del
principio, ya en la consideración del caso singular, en los múltiples
aspectos que presenta. Los estados de duda son frecuentes, y el
agente vacila entonces sobre cuál curso de acción seguir. En gene-
ral, en materia moral, si hay conciencia dudosa, el agente se expo-
ne al peligro del error moral. Urge, entonces, salir de la duda,
cerciorarse si tal acción es lícita moralmente, o si hay que evitar tal
otra, etc. El problema es que muchas veces una diligente indaga-
ción no aclara las dudas suficientemente, y como es ya tiempo de
actuar, se presenta el problema de la duda o probabilidad. Pero
¿cómo ha de procederse en tales casos de duda? A partir del
siglo XVI en adelante los moralistas han seguido en la solución de
las dudas caminos de mayor o menor libertad, recogiendo de los
autores medievales muchas veces muchas fórmulas o principios para
una certidumbre aceptable. Tal es el origen de los llamados siste-
mas morales, asociados a la casuística moral. Así nacen el tuciorismo,
el probabilismo, el equiprobabilismo, otras formas de probabilis-
mo y el compensacionismo. Su diferencia está en los grados de li-
bertad para actuar, según se invoque un principio u otro. De todas
estas formas, ofrece especial interés el tuciorismo, que se caracte-
riza por la máxima o principio in dubiis pars tutior est eligenda, esto
es, “en caso de duda hay que elegir lo más seguro”. Este principio
va a tener enorme importancia en el campo jurídico, como lo mues-
tran distintas máximas o principios recogidos en obras jurídicas.
Así, Jaime M. Mans Puigarnau, en su Repertorio, recoge, entre va-
rias, In dubiis, abstine, “en la duda, abstente”, que es la forma tucio-
rista extrema. El principio que postula elegir lo más seguro en caso
de duda servirá después de base a esta posición, condensada en la
siguiente máxima: In re dubia, melius est verbis edicti servire (“en caso
de duda es mejor atenerse a las palabras de la ley”). En el siglo XIX
tendrá enorme importancia este recurso a las palabras de la ley, por
ser el elemento más seguro. Incluso el propio Bello lo reconocerá
en uno de sus textos.
Pero la posición tomista no sigue este tuciorismo, sino más bien
un probabilismo que abre la posibilidad de la acción correcta aun

273
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

en caso de duda, siempre que exista una certidumbre probable. Y


la certidumbre probable existirá cuando las razones que se pueden
invocar en contra no son tan fuertes como para suspender un cur-
so de acción. Se produce así “lo mejor posible”, concepto que re-
fleja el grado de certidumbre probable que es posible alcanzar en
los asuntos prácticos. La expresión “certidumbre probable” se en-
cuentra, por ejemplo, en la Suma, 2-2 q. 70 a.2, unido al principio
aristotélico “no se debe exigir la misma certidumbre en todas las
materias”. Dice aquí el texto de la Suma: “Acerca de los actos huma-
nos, sobre los que versan los juicios y son exigidos los testimonios,
no puede darse una certeza demostrativa (certitudo demonstrativa),
ya que dichos actos tienen por objeto cosas contingentes y varia-
bles, y, por lo tanto, es bastante la certeza probable (certitudo proba-
bilis) que alcance a la verdad en la mayoría de los casos, aunque en
algunos se separe de ella”.19 El interés que tienen el probabilismo
y la noción de “certidumbre probable” es que ponen el tema de la
decisión en términos similares a los que hoy día se discute en la
argumentación. Se trata de decidir un caso, esto es, de aplicar una
regla general a un caso particular en condiciones de incertidum-
bre. Hay que recordar aquí lo examinado en la obra de Suárez.
Lo que ha venido sucediendo en el enmarañado debate sobre
la argumentación jurídica es que se ha dejado de lado la pruden-
cia y se ha puesto énfasis en otras cosas. Se ha visto cómo pesa la
dualidad claridad/oscuridad, la cual se la pone en conexión con
la distinción caso fácil/caso difícil. Se acepta con demasiada facili-
dad que hay enunciados con significados claros, en donde la duda
queda excluida, y que hay otros enunciados con significados oscu-
ros, esto es, dudosos en su relación con determinados casos. Sólo
en estos últimos tiene cabida la interpretación, la que es llevada
por el lado de las reglas de interpretación. Pero así se oculta que
la claridad y la oscuridad son cualidades que sólo pueden estable-
cerse en un proceso interpretativo anterior. No son datos que se
constituyan por anticipado, antes de examinar la relación de los
enunciados con los casos. Hay, ciertamente, una comprensión ge-
neral de los enunciados, pero sólo general, pues una vez que los

19
Para este importante tema del probabilismo, he consultado, principalmen-
te, la edición bilingüe de BAC, 1956, del Tratado de la Prudencia y Tratado de la
Justicia, Suma, t. VIII, de esa edición y sus apéndices, de Fr. Santiago Ramírez O.P.
y Fr. Teófilo Urdanoz O.P., y la edición bilingüe y estudios de T. H. Deman, La
Prudence, 2-2, q. 47-56, de la Suma, Paris, 1949.

274
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

enunciados se ponen en relación con distintos casos se va desarro-


llando paulatinamente una comprensión mejor. Solamente así se
puede configurar un sentido, que surge como relación al ponerse
el enunciado y los casos en conexión con un principio. La contri-
bución del probabilismo es que muestra que en materias prácticas
hay que admitir una certidumbre que admite grados. Frente a la
división entre dos dominios, el de lo claro y lo oscuro, se postula
más bien la certidumbre gradual, desde una certidumbre baja o
muy dudosa hasta grados menos dudosos y que surgen como acep-
tables. Esto es lo que da cabida a la prudencia, facultad que per-
mite elegir aquella opción que posee un grado de certidumbre
mayor o más probable que otras opciones que ofrecen una menor
certidumbre y probabilidad. Aquí probable es verosímil, es decir,
un símil de la verdad, que constituye un grado de aproximación a
la verdad.
En suma, razonable es lo que tiene un sentido, y el sentido se
constituye en la relación entre un principio y su aplicación pruden-
cial a un caso. No estoy de acuerdo con la división claro/oscuro
en la forma en que la utilizan autores analíticos, como Atienza.
Como la razonabilidad se coloca bajo el techo de esa dualidad, se
distorsiona el concepto de razonable. Por mi parte, pienso que el
literalismo es una opción siempre posible, pero dentro de la duali-
dad letra/espíritu, de manera que es la opción inicial del proceso
interpretativo, que indaga significados de palabras en un ámbito
específico. La definición de interpretación como actividad diluci-
dadora de significados resulta así insuficiente. La interpretación está
dirigida a aprehender un sentido, el cual se hará patente en la co-
nexión con la ratio, esto es, un principio, desde el cual se produci-
rá la justificación de la interpretación que se adopta. Sólo entonces
se podrá considerar que los significados de las palabras o enuncia-
dos son claros u oscuros, y no antes de la actividad interpretadora.
Así se entiende que la prudencia tiene cabida, como facultad de
actuación del principio, de manera de establecer la mejor interpre-
tación, entre varias opciones posibles. El establecimiento de una
interpretación, entre varias, está posibilitado por el debate dialéc-
tico de las diferentes opciones interpretativas, de las razones a fa-
vor y en contra. La prudencia como facultad de actuación de los
principios delibera, y deliberar significa este proceso, más o me-
nos complejo y extenso, de sopesar distintas razones, así como la
consideración de los diferentes aspectos de la situación que se tra-
ta de enjuiciar. El literalismo tiene como justificación la aprehen-

275
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

sión evidente e inmediata de un significado, y por la naturaleza de


la evidencia no puede discutirse. El principio de la suficiencia de
la sola letra, que sirve de trasfondo a esta posición, no permite de-
bate alguno y, como se señaló en su momento, quien pone la evi-
dencia como fundamento de su afirmación excluye por ese solo
hecho toda indagación de sentidos. Por eso se convierte en una
posición irreductible, que se vuelca sobre sí misma. El problema
es que la evidencia como fenómeno subjetivo no es acreditable ob-
jetivamente para otros, por lo cual requiere ser asistida, en cierto
modo, por un debate dialéctico.
La importancia del debate sobre la separación entre sentido y
tenor literal, que antes se expuso ampliamente, radica en que per-
mite apreciar que en determinados casos se forman dos posturas
inconciliables, una literalista y otra no literalista. La primera acu-
de por lo general a la claridad y la esgrime como argumento; la
segunda no cree en la evidencia y la claridad, y busca un sentido
más allá de los significados inmediatos de las palabras (ámbito de
literalidad). Que estas dos posiciones son recurrentes y que habi-
tan en el interior de nuestra cultura jurídica es un hecho fácilmente
mostrable. Por eso la señalé como uno de los conflictos de la cul-
tura jurídica. Pero en esta parte quiero considerar otro aspecto,
para lo cual tomaré un ejemplo de decisión judicial, que ha recibi-
do la atención de varios estudiosos. Se trata de la sentencia de 5
de noviembre de 2001 de la Excma. Corte Suprema, que resuelve
sobre un recurso de casación interpuesto por un laboratorio para
dejar sin efecto la sentencia que le condenó a pagar indemniza-
ción por el daño moral que causó a un particular por el error en
que incurrió al certificar que estaría afectado de sida. La sentencia
de la Corte Suprema se acuerda en forma dividida. La mayoría de
los ministros se inclina por rechazar el recurso, y el ministro disi-
dente se manifiesta partidario de acoger el recurso. Me interesa este
fallo desde el punto de vista argumental.20
El voto de minoría contiene un esquema argumental ya cono-
cido. Se discute el significado del enunciado del art. 1556 del Có-
digo Civil, que en materia contractual establece la indemnización
de perjuicios por incumplimiento de la obligación o por haberse
cumplido imperfectamente. El enunciado de este artículo dice que

20
La sentencia de la Corte Suprema se publica junto con la de primera ins-
tancia y la de la Corte de Apelaciones en Fallos del Mes, Nº 504, pp. 4010-4032.

276
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

“la indemnización de perjuicios comprende el daño emergente y


el lucro cesante”. El voto de minoría, después de recordar lo que
dice el enunciado de este artículo, dice en su considerando 1º: “De
allí que respecto de los perjuicios susceptibles de ser indemniza-
dos cuando provienen de responsabilidad contractual la norma del
art. 1556 citado es clara en su sentido, lo que no permite desaten-
der su tenor literal a pretexto de consultar su espíritu o intención
ajenos a lo allí expresado sin oscuridad alguna, como lo ordena el
art. 19 del Código Civil. Aquella norma legal, mientras esté escrita
en la forma como hoy lo está, sólo cabe al juez aplicarla, sin que le
sea permitido interpretarla para variar su sentido”. Este argumen-
to literalista le sirve para concluir en el considerando 2º: “Que de
lo dicho fluye que el denominado ‘daño moral’, esto es, el sufri-
miento moral o espiritual y no patrimonial, no es actualmente in-
demnizable cuando se le hace provenir de una responsabilidad
contractual, como ocurre en el caso de autos”. Y cita a continua-
ción, en apoyo de su interpretación, las opiniones de Luis Claro
Solar, Arturo Alessandri Rodríguez y Sergio Gatica Pacheco, todos
ellos autores de obras publicadas en los años anteriores a 1960; cita
asimismo una serie de sentencias de los Tribunales Superiores, con-
trarias a la indemnización del daño moral en materia contractual,
que van desde los años 1935 a 1990.
Se puede apreciar aquí un clásico argumento literalista, que se
construye apoyado en la claridad. Identifica sentido con tenor lite-
ral, lo que quiere decir que el significado inmediato y directo de
la expresión daño se limita sólo al daño emergente y lucro cesante
en sentido patrimonial, y que no hay cabida para el daño moral o
no patrimonial. Al juez no le cabe sino aplicarla, tal cual se la en-
tiende, sin interpretarla, esto es, in claris non fit interpretatio. Ésta fue
la interpretación literalista de los primeros autores que comenta-
ron la reglamentación del Código Civil sobre interpretación y que
ya se examinó largamente en el capítulo anterior. La invocación
que se hace de las opiniones de autores y de otras sentencias cons-
truyen un argumento de autoridad, que pertenece a la familia de
los argumentos retóricos, y que tienen por lo mismo una verosimi-
litud discutible.
El voto de mayoría presenta, en cambio, una construcción ar-
gumental que exhibe la clase de justificaciones que se encuentran
“más allá de las palabras”, por así decirlo. Las razones que se exhi-
ben aquí se hacen presentes en una indagación de sentido, que sale
del ámbito de la literalidad, y busca establecerlo desde principios.

277
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Comienza en esta parte la sentencia, en su considerando 8º, reco-


nociendo un estado de opinión general sobre la indemnización del
daño moral: “Que la reparación de daño a que se refiere el citado
art. 1556 se entendió siempre que comprendía el resarcimiento de
solamente los daños materiales o patrimoniales, atendido a que en
su redacción los perjuicios comprenden el daño emergente y el lu-
cro cesante. Este marco restrictivo que regulaba las indemnizacio-
nes en el ámbito contractual tuvo su principal sostenedor y defensor
en el profesor Arturo Alessandri, cuyo criterio sobre la materia se
mantiene casi inalterable en las sentencias de los tribunales de jus-
ticia hasta años recientes, como ocurre por ejemplo en una sen-
tencia de la Corte de Apelaciones de Concepción de 19 de enero
de 1990...”. Este estado de opinión es el que señala Aristóteles en
su obra Tópicos como constitutivo de un punto de partida verosí-
mil para la argumentación. Todos o la mayor parte sostienen la opi-
nión que se recoge. El voto de minoría la hace suya, pero su valor
es discutible, porque el hecho que muchos o algunos opinen de
tal o cual manera no prueba fehacientemente su verdad. Éste es el
problema general de los argumentos de autoridad, y por eso son
retóricos, pues sirven para la persuasión y no a la prueba de la ver-
dad. Pero es importante su inserción porque ilustra lo que algu-
nos autores han denominado el “principio de inercia”. Una cierta
doctrina se acepta por todos o una mayoría durante un tiempo. Se
requiere de una justificación especial para el cambio de opinión.
Se prepara así el camino para lo que se va a decir en el conside-
rando siguiente: “Que sobre esta materia debe tenerse presente que
nuestro Código Civil se inspiró en numerosas materias de que tra-
ta en el Código de Napoleón, como son las relacionadas con las
obligaciones en general, entre ellas la que refiere la disposición del
art. 1556. En esa época y en la fecha en que entró en vigencia el
Código de Bello, hace ya casi un siglo y medio, el daño resarcible
sólo comprendía el perjuicio material o patrimonial, único conce-
bible o reconocido, en razón que el concepto de reparación del
daño moral no existía, por haberse elaborado y desarrollado mu-
cho tiempo después, pudiendo decirse que no estuvo en la mente
de Bello ni en la de los legisladores del Código Civil francés, como
lo expresa doña Carmen Domínguez Hidalgo en su reciente obra
sobre El Daño Moral, tomo I, p. 347; de modo entonces que la re-
paración de los rubros que incorpora el art. 1556 en su contenido
eran todos los posibles a la fecha de su redacción. No puede afir-
marse, por consiguiente, que las nuevas tendencias sobre repara-

278
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

ción de perjuicios extrapatrimoniales o daño moral surgidas des-


pués, proveniente de incumplimiento de obligaciones contractua-
les, se entendieran excluidas de la referida disposición por haberlo
querido así su creador”. Este extenso considerando apunta a que
la opinión existente a la época de gestación del Código Civil era la
de un concepto limitado de daño, sólo de carácter patrimonial, y
que éste era el único concebible o reconocido. ¿Por qué ese con-
cepto limitado? Aquí se toca un asunto que concierne al cambio
de los conceptos de una cultura jurídica. El paso de una época a
otra estaría marcado por el cambio de los conceptos, de manera
que lo que se pensaba en un momento se deja de lado y se sustitu-
ye por otro modo de pensar. Se puede decir que los principios que
tuvieron importancia en un momento, o que una manera de apli-
car esos principios en una época, son desplazados por otros prin-
cipios o se cambia la manera de concebir su aplicación. Como los
principios son enunciaciones generales la comprensión de los mis-
mos está sujeta a los problemas inherentes a la aplicación, esto es,
a su referencia a casos o situaciones determinadas. La cultura jurí-
dica de un pueblo se hace histórica y mutable en el tiempo, per-
mitiendo una diferente organización de los conceptos y la
sustitución de unos conceptos por otros en un devenir incesante.
Partiendo de esta esencial mutabilidad de las ideas directrices
de cada época, no es admisible el argumento levantado por los li-
teralistas en cuanto a que lo que un enunciado dice es lo que el
legislador quiere, y si no lo dice, es porque no lo quiere. Este ar-
gumento pierde su razón de ser porque está referido sólo a una
época determinada, y en una época posterior al cambiar los con-
ceptos ya no resulta posible utilizarlo. El considerando decimoquin-
to señala la razón por la que hay que modificar el concepto de
daño: “Que [...] el citado profesor Ramón Domínguez Águila, en
el prólogo a la citada obra de doña Carmen Domínguez Hidalgo
observa que ‘la idea de daño moral reparable se une en el Dere-
cho actual a la tendencia de hacer del Derecho Civil el asiento de
la consideración de la persona, como el primer valor que ha de
perseguir la regla jurídica’, lo que implica, agrega, ‘ampliar su
concepto, para abarcar todo atentado a diversos intereses, como la
integridad corporal, la salud, el honor, la esfera de la intimidad, la
integridad y estabilidad psíquica, etc.’”. La protección de estos atri-
butos a que se refiere dicho autor está reconocida y garantizada
en nuestra Carta Fundamental cuando prescribe que el Estado está
al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el bien

279
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

común (art. 1º) y cuando en su art. 19 asegura a todas las personas


el derecho a la vida y a la integridad física y psíquica de la perso-
na, concepciones todas que tienen también aceptación en conven-
ciones internacionales ratificadas por Chile. Aquí se manifiesta esa
tendencia principialista que anoté en el capítulo anterior, como uno
de los rasgos de nuestra cultura jurídica. El principio de que se trata
es el del derecho al servicio de la persona humana, en su integri-
dad, como persona física y moral. Este principio estaría reconoci-
do en la Carta Fundamental y en tratados internacionales
ratificados. A partir de ahí el principio cumple la función heurísti-
ca de servir a la interpretación de los enunciados legales que están
en juego. Por eso la interpretación extensiva de la expresión “daño”.
En el considerando decimosexto dice: “Que las nuevas concepcio-
nes que sobre el resarcimiento del daño moral derivado del incum-
plimiento de contratos se imponen en el Derecho actual y la
aceptación de esas tendencias por la jurisprudencia de nuestros tri-
bunales en estos últimos años, determinan que el concepto de
‘daño emergente’ que emplea la norma del art. 1556 del Código
Civil, comprende no solamente el daño pecuniario sino también
el extrapatrimonial o moral, interpretación que no sólo es posible,
sino que plenamente aceptable en su texto actual del mencionado
artículo, primero porque la voz ‘daño’ que emplea la disposición y
que no se encuentra definida en la ley, corresponde, según el Dic-
cionario de la Real Academia Española, a todo ‘detrimento, per-
juicio, menoscabo, dolor o molestia’, es decir, a toda privación de
bienes materiales e inmateriales o morales y porque como antes
quedó consignado, lo preceptuado en el citado artículo no exclu-
ye la consideración de otros perjuicios que no sean sólo los mate-
riales. La sentencia de esta Corte de octubre de 1994 [...] en su
fundamento octavo, expresa al respecto que los bienes extrapatri-
moniales de una persona, como el honor y la fama, tienen un va-
lor que de ordinario sobrepasa el de los bienes materiales, con
mayor razón si se trata de la salud o la integridad física o psíquica
y agrega que si la jurisprudencia ha dado cabida hace tiempo a la
indemnización exclusivamente moral respecto de los perjuicios o
daños causados por un delito o cuasidelito civil, no se divisa el mo-
tivo que justifique que se la niegue si la lesión a esos intereses ex-
trapatrimoniales procede de la defección culpable o maliciosa de
los contratantes”. Esta última parte contiene un argumento simi-
lar a la analogía, esto es, por aplicación del principio “donde hay
la misma razón, hay la misma disposición”, que busca establecer

280
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

conceptos y principios generales, aplicables a distintas esferas del


Derecho. De esta manera, la comprensión del enunciado legal está
sostenida por el principio de protección de la persona humana, en
todos sus aspectos, físico y moral, y de lo que se trata en definitiva es
hacer efectivo ese respeto y salvaguardia de la persona humana. Otra
cosa es dar cabida a lo que aquí se denomina “tendencia actual del
Derecho”, orientado a la protección de la persona. Esto presupone
que el concepto de Derecho ya no se limita a las reglas, contenidas
en los enunciados explícitos, sino que se extiende a los principios,
ya sean éstos expresamente recogidos y formulados en preceptos de
distinto rango, muchos de ellos de rango constitucional, ya sean ellos
implícitos en el Derecho formulado y derivables de éste. Así, la mejor
decisión judicial estaría dada por la que realiza mejor el principio.
En el considerando undécimo recuerda algunas sentencias que
aceptan la reparación del daño moral en materia de contratos, y
en el considerando duodécimo dice: “Que las referidas sentencias
demuestran la tendencia natural y necesaria de las ciencias en ge-
neral de ir adaptándose a las necesidades y nuevos requerimientos
de la sociedad y que ha hecho que las ciencias del Derecho evolu-
cionen constantemente para ir dando satisfacción a las necesida-
des de justicia de los nuevos tiempos. Esta actualización del Derecho
y particularmente de los cuerpos legales se ha ido consiguiendo o
por la modificación de la legislación o por la reinterpretación de
los preceptos legales, los que nacidos bajo el imperio de doctrinas
o concepciones del Derecho que respondían a las necesidades de
la época en que se dictaron, ahora, en los tiempos actuales no res-
ponden o no satisfacen plenamente esas necesidades en los térmi-
nos que fueron concebidos, lo que ha hecho necesario buscar los
caminos que las hagan aplicables a los nuevos requerimientos so-
ciales”. Más adelante, en otros considerandos, recuerda que han
sido los autores y la jurisprudencia los que han aceptado el resar-
cimiento del daño moral en materia contractual. Con esto se re-
fuerza la idea de una interpretación evolutiva o progresiva, que se
va abriendo a los nuevos requerimientos sociales. En suma, lo que
ha cambiado es la concepción de la relación entre Derecho y per-
sona. Ahora esta persona es el centro de interés, y digna de respe-
to como valor moral del más alto rango. El Derecho está al servicio
y protección de la persona. Los principios cumplen así una fun-
ción heurística, porque contribuyen a la labor interpretativa, y al
mismo tiempo una función justificadora de la interpretación que
se adopta.

281
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

En otra parte esta sentencia elabora un argumento de conse-


cuencias, en cuanto a que admitir la reparación del daño moral
en sede extracontractual y negarlo en materia contractual es crear
una asimetría que quiebra la vigencia del principio, y carece por
esto de toda justificación.
En lo que interesa al tema de la argumentación, esta sentencia
refleja bien el conflicto entre una interpretación literalista y una
interpretación no literalista. La primera se encapsula en un dato
imposible de acreditar en su objetividad, como es la claridad y la
intuición evidente de un sentido, que se identifica con la significa-
ción meramente semántica de palabras. La otra, en cambio, se abre
a la búsqueda de un sentido, más allá del ámbito de literalidad, y
que nos conduce inevitablemente a la consideración de la ratio, ya
de la sola ratio legis, ya de la ratio iuris. La razón de ser de una pres-
cripción legal es lo que ingresa en la consideración del intérprete.
Esta sentencia refleja bien la tendencia principialista, que he seña-
lado antes, y muestra, por otra parte, en una perspectiva herme-
néutica, que la mejor justificación se va a encontrar en el terreno
de los principios. La justificación en el principio de la suficiencia
de la sola letra, que adoptan las posiciones literalistas, no es la me-
jor justificación que puede ofrecerse, pues sacrifica otros principios
de mayor valor, como ocurre en el caso que se ha examinado. El
sentido se constituye en la relación con el principio de protección
a la persona humana, física y moral, el cual principio se relaciona
a su vez con el clásico principio neminem laedere, no dañar a nadie,
y el otro principio “todo daño debe ser reparado”. Todos estos prin-
cipios hacen posible determinar que el daño moral está incluido
en la reparación por no cumplimiento o incumplimiento imper-
fecto de un contrato. Contribuyen heurísticamente al establecimien-
to del sentido, y se determina la solución razonable o más
razonable, pues enfrenta a otra, la posición literalista, negativa de
la reparación del daño moral. Pues razonable es, como se ha di-
cho, lo que tiene sentido. Podrá decirse que la interpretación lite-
ralista ofrece también un sentido, el que se constituye en torno al
principio de la suficiencia de la sola letra. Pero este principio no
es la ratio de la prescripción legal en ninguno de los significados
de ratio, sino un principio hermenéutico que afecta al modo de
comprender las palabras y enunciados. Como tal pertenece a una
concepción del lenguaje, que puede controvertirse, según se ha
hecho. En cambio, la posición no literalista busca apoyo en una
ratio propiamente, que le sirve al mismo tiempo de justificación.

282
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

Esos principios señalados tienen un grado de verosimilitud eleva-


do, pertenecen a la clase de principios que ofrecen una certitudo
probabilis, de que hablaba Tomás de Aquino. El problema es, en-
tonces, cómo actualizar o realizar esos principios. La prudencia de-
termina como la mejor interpretación aquella que realiza esos
principios. La tarea de realizar principios puede pensarse como in-
agotable en el curso de la historia. De ahí que en una perspectiva
hermenéutica los cambios de posiciones interpretativas van a ser
siempre posibles y aun necesarios para dar realidad práctica a los
principios.

JUSTIFICACIÓN Y COHERENCIA

El concepto de argumentación que se ha manejado aquí es el de


la presentación de una sucesión de proposiciones, articuladas me-
diante conexiones formales. La aplicación del Derecho da origen
a la actividad argumentativa, en la forma ya examinada, y aun cuan-
do ella sea breve, no por eso deja de ser lo que es. La mayoría de
los autores reserva la argumentación para los casos difíciles (hard
cases), no considerándola en los casos fáciles. En estos últimos no
se reconoce actividad interpretativa, la cual se considera sólo en
los hard cases. En estos casos hay que apoyar la opción interpretati-
va que se adopta, y este apoyo se traduce en la justificación. Ésta
tiene lugar en la presentación de proposiciones que sean suficien-
tes para sustentar una determinada decisión. A partir de Wróblewski
se acepta dividir la justificación en dos: la justificación interna y la
justificación externa. Siguiendo en esto a Alexy, la justificación in-
terna corresponde a la deducción a partir de premisas; la justifica-
ción externa, en cambio, es la que tiene que hacerse con respecto
de esas premisas.
Hay que recordar aquí las críticas que en su momento formu-
ló K. Engisch al modelo del silogismo judicial como forma lógica
de producir la aplicación del Derecho.21 Para este autor el silogis-
mo jurídico es una forma de producir el paso de lo general a lo
singular, como subsunción, combinando una premisa mayor nor-
mativa y una menor fáctica. Pero el problema está en la premisa

21
ENGISCH, Karl, Logische Studien zur Gesetzesanwendung, Carl Winter, Heidel-
berg, 1963. La primera edición data de 1943.

283
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

mayor, que a su juicio es necesario construirla, es decir, no está dada


tal como se la incluye en el silogismo, sino es consecuencia de in-
terpretaciones de la legislación positiva, que permiten establecer-
la. Tampoco hay que descuidar que la premisa menor fáctica,
relativa a los hechos, depende de apreciaciones y medios de prue-
ba. Todo esto significa que el silogismo presenta dos característi-
cas: de una parte, es una estructura formal que permite el paso de
lo general de los enunciados legales a lo singular del caso que se
trata de enjuiciar, y de otra, su premisa mayor es elaborada por el
intérprete, sea juez o abogado, extrayéndola de la legislación posi-
tiva. Se entiende así que en el razonamiento legal hay que distin-
guir dos fases, una que dada la premisa mayor la emplea como
justificación formal de la conclusión; la otra, relativa a la forma en
que se construye esa premisa mayor, es decir, en qué otras premi-
sas se apoya para enunciar lo que dice. Esta distinción revela ser
muy útil para examinar en sentencias cómo se producen los razo-
namientos.
En este trabajo he tratado de mostrar una cierta evolución en
materia interpretativa en las sentencias de los Tribunales Superio-
res. De posiciones de autores y sentencias judiciales de corte lite-
ralista, se abre paso a un modo característico de considerar la
dualidad claro/oscuro que produce una polaridad entre dos posi-
ciones contrapuestas, la literalista y la no literalista, que subsisten
hasta nuestros días. Pero hay un momento en que comienza a ha-
cerse visible el problema del “sentido claro” y se da comienzo a un
estudio sobre la dualidad misma claridad/oscuridad, la separación
entre sentido y tenor literal, el rol y valor de las reglas de interpre-
tación, y con ello se sientan las bases para un principialismo jurídi-
co, cuya forma más saliente es la interpretación del Tribunal
Constitucional. El caso citado en la sección precedente sobre daño
moral en el incumplimiento de los contratos es una manifestación
de este principialismo anotado. De esta manera, la dualidad cla-
ro/oscuro y el principialismo se entrelazan.
Cuando se examinan las sentencias judiciales buscando sus es-
tructuras argumentales, puede advertirse que aquellas que adop-
tan una posición literalista se reducen a la figura del silogismo
jurídico, manteniendo ésta como justificación de la decisión. Esta
justificación interna llena casi por completo el razonamiento legal,
advirtiéndose la disminución o ausencia de justificación externa.
Por lo cual puede decirse que mientras mayor sea la distancia con
respecto al literalismo tanto mayor será la justificación externa. He

284
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

considerado sentencias de nuestros tribunales para exhibir los pro-


blemas de la argumentación y justificación, porque veo aquí un ex-
celente laboratorio en donde examinar estas complejas cuestiones,
que pueden ponerse en relación con estudios de autores como
MacCormick, Atienza, Alexy, Peczenik, entre otros. Voy a conside-
rar unos pocos casos de sentencias para examinar las estructuras
argumentales allí presentes.

a) Caso del abandono de la instancia


Hay que recordar aquí el caso ya citado de abandono de la ins-
tancia, de 1939, que presenta un simple ejemplo de una posición
literalista y otra no literalista. El texto legal en torno a cuya inter-
pretación se fijan las posiciones es del tenor siguiente: “Se consi-
derarán irrevocablemente extinguidos los derechos reclamados por
los demandantes que abandonaren la prosecución de los juicios por
más de tres meses consecutivos, desde la fecha de la última provi-
dencia, legalmente notificada, debiendo el Tribunal de oficio de-
clarar la prescripción” (Art. 22 del Decreto Nº 1600, de 31 de marzo
de 1931, que fijó el texto definitivo y único de la Ley sobre Consti-
tución de la Propiedad Austral).
La posición literalista está contenida en el siguiente voto de
minoría de esta sentencia de la Corte Suprema, de 29 de mayo de
1939: “Que disponiendo el art. 22 de la Ley sobre Constitución de
la Propiedad Austral que el plazo de tres meses para que se entienda
abandonada la acción se contará desde la fecha de la última provi-
dencia legalmente notificada a las partes, no es lícito al intérprete
apartarse de su tenor literal a pretexto de consultar su espíritu y
hacer distingos que el texto claro y preciso de esa disposición no
autoriza, en el sentido de considerar que dicho plazo arranca úni-
camente de las providencias recaídas en gestiones del interesado
para que la causa siga su curso y excluyendo para su cómputo la
que el Tribunal pudiera dictar de oficio. De modo que, al acoger
el fallo recurrido la prescripción alegada por el Fisco existiendo
una providencia posterior dictada por el Tribunal que interrum-
pió el plazo de prescripción, viola manifiestamente ese precepto,
dándose una interpretación que no está conforme con su tenor li-
teral y que ha influido por sí sola en lo dispositivo, puesto que si
se hubiera aplicado correctamente, la sentencia debió negar lugar
a la referida prescripción, en virtud de no haber transcurrido más
de tres meses desde la fecha de la última providencia legalmente
notificada”.

285
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

En este caso se trata de la providencia que ordena agregar a


los autos un exhorto diligenciado en otro tribunal, y lo que se dis-
cute es si esa providencia, la última en el proceso, interrumpe o
no el plazo para el abandono.
El silogismo correspondiente a la justificación interna de este
voto de minoría es aproximadamente como sigue:
Premisa mayor: Si no han transcurrido más de tres meses con-
tados desde la última providencia legalmente
notificada, no procede se declare el abandono.
Premisa menor: No han transcurrido más de tres meses conta-
dos desde la última providencia legalmente
notificada.
Conclusión: No procede se declare el abandono.
La justificación externa que se da contiene tres partes: 1) el clá-
sico argumento de la claridad del enunciado legal; 2) el inciso 1º
del art. 19 del Código Civil, que se interpreta en el sentido de que
establece el principio hermenéutico de la suficiencia de la sola le-
tra, asociado a la claridad, y 3) el argumento retórico “donde la
ley no distingue, no es lícito al intérprete distinguir”. Esta justifica-
ción declara más bien una posición hermenéutica, es decir, la acti-
tud con que se enfrenta el enunciado legal. Recuérdese la distinción
hecha entre exégesis y hermenéutica. El principio de la suficien-
cia de la sola letra es de orden hermenéutico, pues resuelve el tema
del sentido a favor de la literalidad, de manera de dar primacía a
ésta sobre cualquiera otra consideración, todo ello bajo el techo
de la claridad. Las reglas exegéticas sobre cómo dilucidar signifi-
cados es otra cosa, distinta de lo anterior. Los autores que han es-
tudiado en profundidad el tema ven esta posición literalista
sustentada en una teoría, que tendría que ser examinada. Baste re-
cordar la larga historia de la dualidad letra y espíritu, cómo histó-
ricamente tanto la tradición bíblica como la jurídica se preocuparon
de mantener una posición que no desalojó la consideración del es-
píritu. El literalismo ha sido una posición que ha tenido diferen-
tes momentos en la historia, pero han sido más bien breves. El auge
del literalismo en la Escuela de la Exégesis se vincula a razones po-
líticas y de control, y en los juristas nacionales del siglo XIX se le
visualiza como instrumento de la seguridad jurídica. Pero la sus-
tentación teórica del literalismo, sobre todo por el mejor conoci-
miento del lenguaje, es muy precaria.

286
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

El argumento “donde la ley no distingue, no es lícito al intér-


prete distinguir” lo califico de retórico, pues constituye una invo-
cación tópica de una idea que carece de fuerza lógica. Hablo de
tópico en el sentido de la vieja Retórica, que mostró la función pu-
ramente argumentativa de los topoi o lugares comunes, sin ser con-
cluyentes.
El voto de mayoría adopta una posición no literalista, e inter-
preta el precepto legal en el sentido de incluir la exigencia que la
última providencia tiene que recaer sobre una gestión útil del in-
teresado, esto es, tiene que tratarse de una gestión que tienda efec-
tivamente a dar curso progresivo a los autos, por lo cual la
providencia que simplemente ordenó agregar a los autos el exhor-
to diligenciado no es una de aquellas que recae en una gestión útil.
De esta manera, la premisa mayor, como lo señala Engisch, se cons-
truye como la anterior, pero haciendo explícita la exigencia: “Si han
transcurrido más de tres meses contados desde la última providen-
cia recaída sobre una gestión tendiente a dar curso progresivo a
los autos, legalmente notificada, se declara el abandono [...]”. Aquí
los jueces que acuerdan este voto entran a justificar externamente
esta premisa mayor, haciendo valer sus razones en los siguientes
considerandos (considerando 2º): “Que la prescripción contempla-
da en el art. 22 de la Ley sobre Constitución de la Propiedad Aus-
tral y que el juez debe aún declarar de oficio, constituye una sanción
establecida por el legislador para el demandante que abandona la
prosecución del juicio por más de tres meses y tiene por objeto con-
cluir con la situación anormal producida por el litigante que está
obligado a instar por su terminación y a quien la ley, inspirada en
el propósito de constituir regularmente y a breve plazo la propie-
dad llamada austral, supone falta de interés en la consecución de
este fin, obteniendo una decisión judicial acerca de los derechos
que reclama”. En el considerando 3º agrega: “Que este propósito
del legislador materializado en la obligación que pesa sobre el de-
mandante de no abandonar la prosecución del juicio por más de
tres meses consecutivos bajo pena de considerar irrevocablemente
extinguidos los derechos que reclama, exige que éste exteriorice
su voluntad de dar curso progresivo a los autos requiriendo del Tri-
bunal las providencias destinadas a este objeto y, por lo mismo, no
pueden considerarse como manifestación de su voluntad en ese sen-
tido las medidas que el juez pueda dictar de oficio o las resolucio-
nes que por su naturaleza no tiendan a adelantar el curso del
juicio”. Más adelante, en el considerando 4º, califica de “genuino

287
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

sentido” la versión que defiende. Y en el considerando 5º añade


un argumento de consecuencias en los siguientes términos: “Que
[...] otra interpretación frustraría el móvil o principio que impul-
só al legislador a estimar abandonada la acción por la mora del de-
mandante”.
Las razones que justifican la interpretación que se da al pre-
cepto legal son: 1) el abandono es una sanción al litigante moro-
so; 2) la sanción se impone por incumplimiento de la obligación
básica del interesado de dar curso progresivo a los autos; obliga-
ción que debe exteriorizarse en actuaciones que manifiesten el in-
terés y voluntad del interesado de obtener resolución judicial acerca
de los derechos que reclama; 3) el objeto o fin de la ley (ratio legis)
es el de permitir que se constituya regularmente y a breve plazo la
propiedad austral; 4) finalmente, un argumento de consecuencias:
el fin de la ley se vería burlado en caso de una interpretación dife-
rente de la que se adopta.
Aquí las argumentaciones tienen que ver con la naturaleza del
abandono, las obligaciones básicas de todo peticionario en estas
materias, el fin de la ley y las consecuencias inaceptables. Son ar-
gumentos diferentes entre sí, pero se presentan con la pretensión
de constituir una totalidad coherente, esto es, compatibles. Podrían
agregarse otras consideraciones, como por ejemplo, que un siste-
ma económico liberal capitalista requiere que los inmuebles pue-
dan ingresar en el tráfico económico y jurídico, de ahí el interés
de regularizar los títulos de dominio de la propiedad austral. Lo
que interesa aquí es señalar que argumentos distintos pero coordi-
nados pueden sostener una misma interpretación. Es decir, la na-
turaleza de la sanción y la obligación básica del reclamante se unen
a la ratio legis, y a un argumento de consecuencias, para sostener la
interpretación que se da al enunciado legal. Este fenómeno de
sostener una determinada afirmación por distintas concepciones o
argumentaciones, tiene antecedentes históricos importantes. Re-
cuérdese la confección de los calendarios, cómo un modelo geocén-
trico era capaz de producir un calendario similar a un modelo
heliocéntrico, como lo vio Copérnico. Aquí se trata de dos mode-
los incompatibles. Pero si se toman los Diálogos platónicos, el lec-
tor podrá ver cómo una sola afirmación se pone en conexión con
otras diferentes entre sí, pero compatibles. La coordinación es un
fenómeno conocido por la Dialéctica clásica. En el Diálogo Menón,
por ejemplo, se dice que para producir avance en el conocimiento
hay que examinar una misma afirmación desde diferentes ángulos,

288
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

implicando con ello que las tesis se apoyan muchas veces en dis-
tintas teorías diferentes entre sí, algunas de las cuales pueden re-
sultar ciertas y otras falsas. Antes de seguir examinando el tema de
la coherencia, consideraré otros ejemplos.

b) Caso de reclamo de ilegalidad


Se trata de la sentencia de la Corte de Santiago, de 20 de abril de
1964, que niega lugar a un reclamo de ilegalidad en contra de la
resolución del Alcalde de Santiago, sobre nombramientos de Se-
cretarios de los Juzgados de Policía Local de esta Municipalidad.
El artículo primero transitorio de la Ley Nº 15.123, de 17 de enero
de 1963, que modificó la Ley sobre Organización y Atribuciones
de los Juzgados de Policía Local, facultó a los Jueces de Policía Lo-
cal que fuesen abogados para proceder a la reestructuración de esos
tribunales, dentro de cierto plazo, y en el inciso segundo de este
artículo estableció: “La designación de los funcionarios que com-
pongan la planta a que se refiere el inciso precedente, se hará por
el Alcalde a propuesta unipersonal del Juez correspondiente, de
entre el personal municipal, con excepción del Secretario cuando
éste debe ser abogado. Cuando el Secretario deba ser abogado, po-
drá recaer la designación en un abogado extraño al Servicio”. Fun-
dado en esta disposición, el Alcalde de la Municipalidad de Santiago
procedió a nombrar a los Secretarios de los Juzgados de Policía Lo-
cal de la comuna, conforme las propuestas unipersonales de los res-
pectivos Jueces. Una funcionaria, abogada de la Sección Rentas,
reclamó del procedimiento, alegando que se debió proceder a la
formación de ternas, como es el procedimiento general estableci-
do en la Ley sobre Estatuto de los Empleados Municipales. El Al-
calde no fue de ese parecer y rechazó el reclamo y en contra de
esta resolución negativa recurrió a la Corte de Santiago la afecta-
da. Se produce así una doble lectura de la disposición citada más
atrás. Para la recurrente, la excepción recae sobre la formación de
la propuesta, que debió seguir la regla general, y para la Corte la
excepción recae sobre el Secretario del Tribunal cuando debe ser
abogado, cuyo nombramiento puede recaer en persona ajena al
servicio.
Se generó un extenso análisis gramatical sobre el carácter de
esas oraciones intercaladas. La sentencia de la Corte, haciéndose
eco ya de la separación entre significado literal y sentido, en su con-
siderando 11º señala: “Que, sin embargo, una explicación simple-

289
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

mente gramatical no agota el análisis en esta materia. Las proposi-


ciones pueden hallarse correcta o incorrectamente formuladas y ser
más oscura una norma construida según todas las reglas de la gra-
mática que otra formada por oraciones mal construidas pero cuyo
sentido es claro. El carácter normativo de las proposiciones no de-
pende de su forma gramatical sino de la índole de los juicios que
encierra y de su contenido objetivo. No cabe dudar que la frase
“de entre el personal municipal” contiene, por una parte, un mandato
para la autoridad y por la otra el establecimiento de un derecho a
la opción para los empleados, y tanto es así que en este caso el in-
terés con que el reclamante justifica la interposición del reclamo
lo hace derivar de la circunstancia de que en su concepto tiene me-
jor derecho a la opción por ser empleado municipal. Es este con-
tenido objetivo de la proposición lo que permite descubrir que se
trata de un juicio de carácter jurídico, que tiene, por lo tanto, una
naturaleza normativa, puesto que regula la conducta de la autoridad,
imponiéndole un deber jurídico que limita su arbitrio y al mismo
tiempo atribuye a los empleados un derecho a no ser preteridos en
la designación. La función de esta proposición no es sólo explica-
tiva: es jurídicamente tan principal como las otras y por tanto ni
gramatical ni lógicamente nada obsta a que la excepción que se
formula en la continuación de la grase se refiere a ella”. En el con-
siderando 12º agrega: “Que, destacado el error gramatical y lógico
en que incurre el recurrente, hay que agregar que el sentido de la
ley no puede buscarse aislando una disposición de otras, ni un in-
ciso de un mismo artículo de otros, y mucho menos una de las fra-
ses de una sola regla de las otras. El inciso segundo del art. 1º
transitorio en estudio constituye un solo todo. No puede desligar-
se la frase “cuando el secretario debe ser abogado, deberá recaer
la designación en un abogado extraño al servicio”, de la anterior.
Ella explica precisamente, de la manera más explícita, en qué con-
siste la excepción que formula la precedente y deja en la más clara
evidencia de que la excepción está referida sólo a la norma de que
la designación debe hacerse ‘de entre el personal del servicio’ y
no a la de que debe hacerse ‘a propuesta unipersonal’ ”.
Aquí se establece primeramente un principio hermenéutico, en
sentido estricto, cual es el de separar el sentido de la significación
puramente gramatical. La separación entre hermenéutica y exége-
sis, como se ha dicho antes, permite mostrar que las reglas de in-
terpretación se apoyan en una teoría de la interpretación, desde
la cual ellas son operantes. En este caso, según la sentencia citada,

290
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

se rechaza el principio hermenéutico de la suficiencia de la sola


letra, que caracteriza al literalismo, y se adopta esta otra posición,
que afirma la necesidad de indagar el sentido. Por eso ese sentido
no puede buscarse aislando una frase de otras, pues los enuncia-
dos en su conjunto constituyen un todo, y desde él se establece. El
principio hermenéutico del todo y las partes cobra aquí relevan-
cia, por lo cual no puede privilegiarse un conjunto de reglas por
sobre otras, sino que hay que tener presentes los diversos caminos
que conducen al establecimiento del sentido.
Como se señaló anteriormente, esta sentencia pertenece a ese
movimiento no literalista que se hace visible a mediados del siglo
pasado. Definida una posición hermenéutica, como la que se ha
dicho, se plantea cuáles son los caminos para la búsqueda de un
sentido que no fluye de la sola literalidad. Como se vio en el caso
anterior del abandono, una posibilidad es dar cabida a la ratio le-
gis, entendida como el fin propio de la disposición de que se trata.
Otra posibilidad es acudir a los conocidos cuatro elementos de la
interpretación, que introdujo Claro Solar, y desplegarlos para mos-
trar que desde todos ellos se llega a lo mismo. Esta opción se ha
seguido muchas veces y corresponde a una manera de entender la
coherencia. El considerando 13º acude al espíritu de la legislación
y el considerando 14º a la historia fidedigna. El primero dice: “Que,
a mayor abundamiento, desde otro punto de vista, no cabe duda
de que el espíritu del legislador ha estado acorde plenamente con
el texto claro de la ley. Se ha dicho ya que se trataba de reorgani-
zar el servicio de esos tribunales especiales dando a los jueces fa-
cultades para seleccionar su personal. Si mediante la reforma el
cargo de secretario debía ser llenado por primera vez con perso-
nas con título de abogado, era lógico que el juez pudiese escoger
libremente a este funcionario. El reclamo recurre al espíritu gene-
ral de la legislación y a la equidad natural. Cuando se trata de un
régimen de excepción, que establece un jus propio que se aparta
del jus común, lo que el intérprete tiene que verificar en la aplica-
ción de la ley es cuál es el espíritu de ese jus propio y de qué mane-
ra afecta o se aparta del espíritu general de la legislación ordinaria
sobre la materia, puesto que por tratarse de reglas de excepción
son de aplicación preferente al derecho común. Y en este caso no
es otro que el de otorgar facultades amplias al juez en la selección
del personal. Es cierto que la equidad –mirada desde el punto de
vista de las expectativas funcionarias de los empleados con título
de abogado– favorece la posición en que se ha puesto el reclamante;

291
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

pero es esa posición la errónea: el art. 1º transitorio de la Ley 15.123


es una disposición destinada a dar poder administrativo transito-
rio al juez, para obtener una organización más eficiente; conside-
ra este objetivo de carácter público de un valor superior a algunos
de los intereses particulares a que pudiera afectar. Por eso los se-
cretarios no abogados pasarían a desempeñarse sólo como oficia-
les primeros (art. 39) y no se impuso a los jueces la obligación de
llenar las plantas con funcionarios del tribunal a los cuales la pro-
pia ley, si no eran seleccionados, buscó otro destino; por eso tam-
bién les dio un mayor arbitrio en la selección del secretario”.
Al recurrir al “espíritu” o, mejor, el fin, se toma en cuenta que
lo especial prima por sobre lo general y que, en consecuencia, se
trata del fin de la legislación especial, y éste consiste en dar atribu-
ciones excepcionales al juez, por una sola vez, para llevar adelante
la reorganización del tribunal. Pero considera, además, que hay
aquí un interés público, el del servicio, que debe primar por sobre
el interés particular, el de la reclamante. Ésta es una línea argumen-
tal sobrepuesta a la anterior de la consideración del fin.
Finalmente, el considerando 14º aborda la historia fidedigna,
que es la forma como se interpreta el elemento histórico, el cual
también se hace coincidente con los argumentos anteriores.
En esta sentencia se puede apreciar, desde el punto de vista ar-
gumentativo, que las argumentaciones son dependientes de la es-
tructura del objeto interpretado. La doctrina de los cuatro
elementos corresponde, en realidad, a una visión de la dualidad
letra/espíritu puesta en la perspectiva de la Escuela Histórica. El
objeto interpretado es así un conjunto compuesto de diversas par-
tes, y todas esas partes deben armonizar. Por eso el examen de cada
parte debe ser coincidente con el de otra parte y así sucesivamen-
te para configurar una unidad. No fue ésa, según se indicó en su
momento, la opinión de autores como Alfredo Barros Errázuriz,
que puso la doctrina de los cuatro elementos bajo el techo de la
literalidad, resultando la conocida ordenación secuencial, prime-
ro la letra, después el elemento lógico, etc. Esa idea de un conjun-
to unitario no debe confundirse con la posición ontologista de
Suárez, entre otros, que plantea más bien un concepto de unidad
substancial del Derecho histórico, en el cual se reúnen una forma,
una materia, un fin y una causa eficiente.
El interés de esta sentencia radica en que asumiendo una posi-
ción no literalista, busca armonizar las diferentes argumentaciones,
que inciden en las diferentes partes o elementos que se distinguen

292
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

en la ley. Se trata, entonces, de una manera de concebir la cohe-


rencia, la cual consiste en la concurrencia de diferentes argumen-
taciones que recogen principios relativos a las distintas partes o
elementos, que forman un todo unitario. No se trata de las rela-
ciones de consistencia entre las distintas partes, es decir, de la au-
sencia de contradicción entre ellas.

c) Caso del recurso de protección


Se trata de un recurso de protección en un caso en que a una per-
sona afectada de una enfermedad que provoca invalidez se le negó
la pensión por invalidez. La sentencia emana de la Corte de Ape-
laciones de Santiago y es de fecha 17 de agosto de 1992. En ella se
puede apreciar el fuerte énfasis en los principios, y en la función
que ellos tienen en la interpretación. Lo que se debatió aquí fue si
una persona afectada por una enfermedad que le provoca invali-
dez para trabajar en una actividad, en este caso, enfermera, puede
dedicarse a otra actividad, por lo cual se le niegue el derecho a aco-
gerse a una pensión de invalidez. En el considerando 8º se consig-
na la parte del informe de la Comisión Médica Central de las
Administradoras de Fondos de Pensiones, que se cuestiona en la
sentencia. Dice esa parte del informe: “En el caso que afecta a la
recurrente, la Comisión Médica Central consideró que la pérdida
de la capacidad laboral era inferior al 50%, considerando que la recu-
rrente también puede trabajar en una actividad distinta a la que actual-
mente desarrolla [...]”.
Frente a esto, la sentencia en el considerando 9º reacciona:
“Que este concepto deshumanizado de la actividad laboral de la
persona encuentra el más franco rechazo en nuestro ordenamien-
to positivo: art. 14 LOC sobre Bases Generales de la Administración
del Estado; arts. 67 y 68 del Estatuto Administrativo, art. 12 del Có-
digo del Trabajo, art. 310 del Código Orgánico de Tribunales. En
todas las disposiciones contenidas en los cuerpos legales citados se
respeta al empleado o funcionario en orden a no inferirle ningún
menoscabo en su dignidad”. De todas estas disposiciones deriva el
principio señalado de respeto al empleado o funcionario. Se trata
de un principio que se infiere del ordenamiento positivo, sobre el
cual se va a fundamentar la sentencia.
Más adelante, en el considerando 10º cita el numeral 21 del
art. 1º del Acta Constitucional Nº 3, de 1976, que dice: “La ley es-
tablecerá un sistema de seguridad social que satisfaga de modo

293
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

uniforme, solidario y suficiente los estados de necesidad individua-


les y familiares producidos por cualquiera contingencia y, especial-
mente, por los de maternidad, vejez, muerte, cargas familiares y
desempleo, mediante las correspondientes prestaciones preventi-
vas, reparadoras y recuperadoras”. Según este considerando, se con-
tiene aquí una “adecuada perspectiva sobre los principios que
deberían contenerse en el nuevo orden previsional”, cual fue el De-
creto Ley Nº 3.500, de 1980.
En el considerando 11º manifiesta: “Que como es obvio, el De-
creto Ley Nº 3.500, ley de rango inferior y complementaria del texto
constitucional, no puede sino comprenderse dentro de los princi-
pios inspiradores contenidos en el precitado numeral 21 del art. 1º
del Acta Nº 3 [...]”. Estos “principios inspiradores” sirven asimismo
de pauta interpretativa de la legislación social. Para decirlo en el
lenguaje que se ha venido empleando, esos principios inspirado-
res son la ratio, en su sentido más pleno, de la legislación sobre se-
guridad social, y la interpretación tiene que buscar hacer efectivos
esos principios o ratio.
Por ratio se entiende aquí tanto la razón de ser como el fin de
la ley (y Derecho). Esta distinción se encuentra, entre otros, en Sa-
vigny, aunque a la primera se la nombra como “motivo” de la ley.
Corresponde a lo que en el mundo medieval es la ratio essendi. La
distinción obedece a dos puntos de vista para mirar el Derecho. O
bien se le considera en relación al fin que persigue, o bien se le
concibe desde aquello que le sirve de base. En este último caso, la
ratio consiste en los principios que sirven de antecedente. Así lo
consideró, por ejemplo, Leibniz en su Monadología.
Estas consideraciones sobre la ratio permiten ilustrar el carác-
ter principialista de la sentencia, esto es, que busca resolver el asun-
to desde principios, que asumen el carácter de fundamento de la
decisión que se adopta. Para hacer efectivos los principios, en el
considerando 12º define la invalidez como “la pérdida de capaci-
dad que el trabajador sufre para ejercer su oficio o profesión habi-
tual, o similar, compatible con su capacidad de trabajo o ganancia”,
por lo cual se tiene que rechazar la posibilidad de dedicarse a otras
tareas distintas de su profesión habitual. Hacer que ejerza otra ac-
tividad distinta a su profesión sería inferirle un menoscabo a su dig-
nidad, y la legislación social se inspira en ese principio de respeto
y otros que conciernen a la dignidad del trabajador. Por eso se deja
sin efecto la resolución de la Comisión Médica que le negó el de-
recho a acogerse a pensión por invalidez.

294
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

d) Caso de falta de ley que resuelve el asunto


Se trata de la sentencia de la Corte de Apelaciones Presidente Agui-
rre Cerda, de 12 de marzo de 1984, en la que deja sin efecto una
expropiación de la reforma agraria, acogiendo una acción de re-
trocesión. Me interesan dos líneas argumentales. Una, en que in-
terpreta las facultades que los tribunales tienen para resolver
asuntos cuando no hay ley que resuelve el caso, y otra, en que pro-
cede a integrar la laguna. En este caso, lo que ocurrió fue que ex-
propiado el predio agrícola conforme la Ley Nº 16.640, sobre
Reforma Agraria, e inscrito a favor de la Corporación de Reforma
Agraria en 1973, no se procedió a distribuir la tierra o constituir
comunidades en él, sino que el predio quedó en estado de aban-
dono, y ni siquiera se le pagó al propietario expropiado el valor
de la expropiación. Por eso, el propietario afectado entabló una
demanda impugnando la validez de la expropiación, y entre diver-
sas acciones, planteó la retrocesión, para que se dejara la expro-
piación sin efecto y se le devolviera el predio. Me interesa esta
sentencia en los aspectos argumentales, y especialmente la argu-
mentación dada para integrar la laguna, que se reconoce expre-
samente aquí, pues la retrocesión no se encuentra reconocida
legalmente.
En su defensa el procurador fiscal del SAG, sucesor legal de la
CORA, opuso la excepción perentoria de falta de jurisdicción del
tribunal para conocer y resolver la cuestión planteada, porque, ale-
ga, “los tribunales ordinarios de justicia carecen de la competen-
cia necesaria para pronunciarse sobre la validez, permanencia y
efectos de los acuerdos expropiatorios de la Corporación de Re-
forma Agraria, pues conforme lo prescrito en el art. 4º del Código
Orgánico de Tribunales, es prohibido al Poder Judicial mezclarse
en las atribuciones de otros poderes públicos y en general ejercer
otras funciones que las determinadas, lo que sólo podrían hacer si
existiera un texto expreso que le otorgara facultades para hacerlo”
(considerando 2º de la sentencia). En el considerando 5º se hace
cargo de esta alegación, y recuerda el principio general de la juris-
dicción en los siguientes términos: “Que respecto de la excepción
de falta de jurisdicción que ha hecho valer la demandada [...] cabe
tener presente que el Poder Judicial no puede excusarse de cono-
cer y resolver las acciones de carácter patrimonial que interpon-
gan los afectados que se sientan lesionados con actos considerados
como ilegales, indebidos o dañosos de los entes administrativos,

295
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

cuyas leyes orgánicas les permiten ejecutar un sinnúmero de actos


y contratos e intervenir ante los propios tribunales ordinarios de
justicia de cuya falta de jurisdicción reclaman”. Desarrolla en se-
guida el principio de protección de los derechos de los particula-
res: “Por otra parte, tampoco es posible dejar a los particulares
entregados a sufrir los posibles excesos de poder de los organismos
administrativos, mientras no se establezcan los tribunales contencio-
sos administrativos, cuando existen tribunales ordinarios encargados
de administrar justicia a quienes les corresponde ‘el conocimiento
de todos los asuntos judiciales que se promuevan en el orden tem-
poral’, cualquiera que sea la naturaleza de estos negocios o la cali-
dad de las personas que en ellos intervengan. Todo lo anterior y
los innumerables fallos dictados por los Tribunales Superiores de
Justicia, que resulta inoficioso citarlos en esta oportunidad, hacen
concluir a los sentenciadores que la excepción referida debe ser
desestimada”. La interpretación amplia que se le da al enunciado
“el conocimiento de todos los asuntos judiciales que se promue-
van en el orden temporal” permite justificar la protección de los
derechos de los particulares frente a actos de la administración que
se consideran lesivos. Aquí la razón justificatoria se hace explícita
en la interpretación que se le da al enunciado citado sobre las fa-
cultades y competencia de los Tribunales.
La otra línea argumental es relativa a cómo se procede cuando
se reconoce que hay una laguna, porque la legislación nada dice
sobre la acción de retrocesión del dominio. En esta parte la sen-
tencia fue acordada por mayoría. Para integrar una laguna prime-
ramente es preciso reconocerla y declararla expresamente. Así lo
establece el considerando 30º: “Que si bien es cierto lo aseverado
por la defensa fiscal, en el sentido de que en nuestro ordenamien-
to jurídico dicha acción no aparece contemplada de una manera
expresa, ello tampoco significa que la haya suprimido o vedado a
los tribunales ordinarios de justicia las atribuciones para interve-
nir en un caso de esta naturaleza, ya que según lo prescribe el
art. 10 del Código Orgánico de Tribunales, cuando su intervención
ha sido reclamada en forma legal y en negocios de su competen-
cia, no podrán excusarse de ejercer su autoridad ni aun por falta
de ley que resuelva la contienda sometida a su decisión”. A conti-
nuación, en el considerando siguiente, el 31º, agrega: “Que no debe
olvidarse que la norma contenida en el citado art. 10, al consagrar
el principio de inexcusabilidad, ha revestido tal importancia para
el constituyente que lo ha incorporado como inciso 2º del art. 73

296
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

de la Constitución Política del Estado promulgada el 21 de octu-


bre de 1980”. Establecido el principio de inexcusabilidad, recono-
cido legalmente en textos legales de rango constitucional, se le
entiende como un principio que permite pronunciarse en caso de
laguna, generando un razonamiento que relaciona el art. 170 del
Código de Procedimiento Civil y el art. 24 del Código Civil, como
lo recoge el considerando 32º: “Que cuando no hay ley aplicable
al caso que se deba fallar, por mandato expreso de la ley, los tribu-
nales deben recurrir a la ‘equidad natural’, ya que el art. 170 del
Código de Procedimiento Civil prescribe que toda sentencia defi-
nitiva debe contener ‘la enunciación de las leyes y en su defecto
de los principios de equidad con arreglo a los cuales se pronuncia
el fallo’”. Y el considerando 33º completa el razonamiento: “Que
también puede un juez, para solucionar los casos que no tienen
una ley aplicable, apoyarse en la regla de interpretación de las le-
yes contenida en el art. 24 del Código Civil, que le permite actuar
del modo que más conforme le parezca al espíritu general de la
legislación y la equidad natural”.
Como puede apreciarse, este razonamiento busca justificar una
interpretación de esas disposiciones legales, de tal manera de en-
frentar las lagunas acudiendo a principios. El art. 24 del Código
Civil se interpreta en el sentido de hacerlo extensivo a las lagunas,
como lo señalaron los primeros autores que comentaron la regla-
mentación sobre interpretación, y que examiné en el capítulo an-
terior. De acuerdo con esta interpretación, el voto de mayoría de
la sentencia, en el considerando 46º dice: “Que teniendo presente
que el asunto materia de este juicio, a falta de ley expresa que lo
resuelva, deberá ser decidido conforme a los principios de la ‘equi-
dad natural’, resulta de toda conveniencia recordar que ésta, para
los moralistas, no es otra cosa que una virtud anexa a la justicia,
cuyo objeto es conferir a la voluntad el temperamento y deseo ne-
cesario para imponer la justicia cuando la razón natural y los prin-
cipios de la moral no se encuentran en la posibilidad de aplicar
una ley escrita o consuetudinaria. La equidad, pues, es el funda-
mento de la justicia y ella se encuentra en la base de las demás vir-
tudes, gobernándolas y manteniéndolas en sus propias esferas para
dirigir y consolidar las relaciones humanas. Para don Joaquín Es-
criche, en su Diccionario de Legislación y Jurisprudencia, la pala-
bra ‘equidad’ tiene dos acepciones: ‘significa la moderación del
rigor de las leyes’ o bien ‘aquel punto de rectitud del juez, que a
falta de ley escrita o consuetudinaria consulta en sus decisiones las

297
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

máximas del buen sentido y de la razón, o sea de la ley natural’.


Agrega también, más adelante, que ‘no sólo es de gran auxilio el
estudio de los principios de equidad para comprender bien el es-
píritu de una ley y suplir sus omisiones, sino que a veces la equi-
dad misma es la única ley a que hayamos de arreglarnos sobre
muchas materias que no han llamado la atención del legislador’”.
No voy a comentar el significado de la equidad que aquí se adop-
ta, más me interesa recoger lo que se plantea de modo general para
los principios de equidad. Sirven para comprender mejor el espí-
ritu de una ley y también para suplir las omisiones e integrar lagu-
nas. Esta última noción es la que se admite para resolver la laguna.
Por eso, en el considerando 51º decide finalmente el voto de
mayoría: “Que consecuentemente con lo razonado en los motivos
precedentes resulta –conforme a los principios de la equidad na-
tural– que no es posible mantener una expropiación en la que no
se ha pagado parte alguna de la indemnización ni se ha cumplido
función social alguna o finalidad establecida por la ley, lo que ade-
más de constituir un grave perjuicio para el afectado, redunda en
un enriquecimiento sin causa para una institución estatal, y pugna
contra la equidad más elemental”. Estos principios de equidad fi-
nalmente se concretan en el enriquecimiento sin causa. La senten-
cia lo considera un principio general del Derecho, que cumple
funciones de facilitar una mejor comprensión de la legislación so-
bre expropiación y también sirve de razón justificatoria de la deci-
sión judicial, que en este caso consiste en la admisión de la
retrocesión, volviendo las cosas al estado anterior a la expropiación.
Estas ideas en parte se advierten en Ducci, que asigna a la equidad
una función de facilitar la interpretación de los enunciados lega-
les. En la sentencia la equidad abre paso al principio del enrique-
cimiento sin causa que se invoca como razón justificatoria, o
también la ratio.
El voto de minoría, en cambio, niega la retrocesión haciendo
ver que la falta de una regulación específica de ella puede solu-
cionarse de otra manera, pues el incumplimiento del fin propues-
to en la expropiación trae aparejada consecuencias de carácter
administrativo o político, pero que no afectan la validez del acto
expropiatorio. Por eso, en el considerando 8º señala que “el incum-
plimiento en que incurrió la CORA con respecto a estos objetivos
–y consecuencialmente la sanción que pudiere traer aparejada– hay
que estudiarlos dentro del campo de la observancia o inobservan-
cia, por parte de la entidad expropiante, de una obligación que le

298
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

impuso la ley, no en beneficio particular del expropiado, sino de


todos los habitantes de la República, en general, y especialmente
de los campesinos y asentados, elegidos para ser futuros asignata-
rios de dichas tierras. Se trata, en suma, de una responsabilidad ad-
ministrativa o política”.
La existencia de la laguna depende, en suma, de una interpre-
tación. La discrepancia sobre cómo interpretar se muestra en las
justificaciones diferentes. Para el voto de minoría la solución se en-
cuentra en el propio sistema legal, que tiene una respuesta que hay
que indagar. Esto significa adoptar una posición hermenéutica de-
terminada, que consiste en sostener que el sistema legal contiene
las respuestas. En cambio, para los otros, el sistema legal tiene la-
gunas y declaradas éstas hay que proceder a integrarlas por medio
de principios.

Los casos examinados corresponden a casos prototipos. No son, por


cierto, los únicos casos típicos que pueden señalarse, pero para lo
que busco mostrar son suficientes. En el primer caso, las argumen-
taciones se desenvuelven en un escenario dominado por la confron-
tación literalismo/no-literalismo; esta última posición presenta
argumentaciones distintas pero compatibles. En el segundo, tenien-
do como trasfondo los cuatro elementos, busca concordar en una
sola las interpretaciones que resultan de todos ellos. Hay otras sen-
tencias en que esto mismo se hace más visible, pero aquí cabe des-
tacar que adopta una posición que separa sentido y tenor literal, y
busca la solución haciendo concordar los diferentes aspectos que
representan los elementos. En el tercer caso, se argumenta desde
principios, esto es, las razones o ratio, que se derivan inductivamente
de diferentes partes del sistema legal. En el último, establecida la
laguna, se busca una solución desde un principio que sirve para
integrarla.
Me interesa situar el examen de estos casos en la perspectiva
de la razón práctica, pues es aquí donde es posible considerar ade-
cuadamente el tema de la certidumbre en la deliberación. Las in-
terpretaciones son, como se dijo antes, conjeturas. Esto significa que
tienen que ser validadas. La validación se efectúa en las justifica-
ciones, esto es, en las razones que se exhiben. Las razones que se
invocan sirven de premisas a los consiguientes razonamientos. El
proceso psicológico real, esto es, si se intuye primero la decisión y
después se busca la justificación, ha sido tema de debate, que no

299
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

voy a considerar aquí. En todo caso la reconstrucción del razona-


miento formal que va de las premisas a la decisión muestra que es
bastante extenso. Esto concierne a la corrección formal de la ar-
gumentación, que consiste principalmente en las reglas de inferen-
cia, mediante las cuales se establece la conclusión. Miradas en su
conjunto las cadenas de razonamiento se puede verificar el grado
de cumplimiento de las reglas formales de deducción. Desde este
punto de vista la coherencia del argumento es la consistencia, esto
es, la ausencia de contradicciones, falacias o pasos indebidos. Pero
la sola observancia de las reglas de inferencia entrega sólo la co-
rrección formal, y queda abierta la cuestión de la verdad o de la
validez de la premisa misma, a partir de la cual se producen las in-
ferencias. Kalinowski ha hecho el desarrollo, paso a paso, de la in-
ferencia de una conclusión desde una premisa general, que
constituye la decisión, y muestra la gran cantidad de premisas que
se requieren.22
Si volvemos a los casos que nos sirven de ejemplo, puede ad-
vertirse que en ellos las decisiones se apoyan en ciertas premisas.
No voy a examinar detalladamente una a una, sino que me limita-
ré a indicar de modo general cómo cada decisión se apoya en una
afirmación, la cual aparece en su función de servir de base para
derivar de ellas consecuencias. Así, de la afirmación “el abandono
es una sanción”, o “lo público prima por sobre lo privado”, o “el
trabajador merece respeto a su dignidad” o “nadie puede enrique-
cerse injustamente”, combinadas con otras premisas para derivar
la consecuencia que se busca, se extraen las consecuencias que con-
figuran la decisión en cada caso. Cada premisa puede considerar-
se un principio a partir del cual se derivan consecuencialmente
otras afirmaciones, que son premisas de otras consecuencias, y así
sucesivamente. Cuando se considera el valor de verdad de las pre-
misas iniciales, que son los principios de las inferencias que se ex-
traen de ellos, se presenta el problema en toda su magnitud, pues
va a ser necesario acudir a otros principios y desde ellos establecer
el valor de cada una. No es fácil en este nivel acreditar la verdad
de esas premisas, pues será necesario acudir a doctrinas políticas,
jurídicas y morales, cuyo valor depende de debates y posiciones en-
contradas.

22
KALINOWSKI, Georges, Sobre la significación de la deóntica para la filosofía mo-
ral y jurídica, pp. 33 y ss., en Lógica de las normas y Lógica deóntica, Fontamara, Méxi-
co, 1993.

300
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

Aquí surge el concepto de coherencia, que refleja bien la crisis


del concepto de verdad en el mundo contemporáneo. Si los juris-
tas del siglo XIX pudieron sostener que hay interpretación verda-
dera, valiéndose de distintas maneras de decirlo, no puede decirse
lo mismo de los juristas posteriores. Pero hay que anotar que aque-
llos juristas se movían dentro de la doctrina de la verdad como co-
rrespondencia o adecuación. Para los juristas partidarios de la
Escuela de la Exégesis, y con ellos los primeros comentaristas del
Código Civil chileno, hay interpretación verdadera: cuando se tra-
ta de un sentido claro, opera la evidencia, que opera no sólo como
criterio de verdad, sino también como la verdad misma, siguiendo
el planteamiento de Descartes, y en caso de oscuridad, se indaga
un sentido que es el único y verdadero, mediante las reglas de in-
terpretación. Los autores hermenéuticos, como Savigny, y quienes
le siguen, aceptan que la interpretación, un proceso amplio, que
tiene lugar siempre y no reducido a los casos de oscuridad, llega a
un sentido verdadero, que es el pensamiento verdadero del autor.
Se trata aquí de un originalismo característico.
A medida que se desplaza el tema de la verdad hacia otras doctri-
nas, como la de la coherencia, cambia por completo el significado de
la expresión “interpretación verdadera” o “sentido verdadero”. En
la teoría de la verdad como correspondencia, la verdad consiste en
una concordancia, adecuación o correspondencia entre un enun-
ciado y cierto “hecho” o “situación”, que en este caso es el pensa-
miento del legislador histórico. De manera que cuando se define por
muchos autores la interpretación como determinación o búsqueda
de un sentido verdadero, lo que está puesto es la correspondencia
entre lo que el intérprete entiende y formula en un enunciado y
ese pensamiento o intención del autor histórico o empírico. La di-
ficultad de esta aplicación de la teoría de la correspondencia al cam-
po de la interpretación jurídica es indudable, y fue conocida por
los antiguos. Baste recordar lo que el propio Cicerón decía acerca
del conocimiento imposible de las auténticas intenciones o pensa-
mientos de una de las partes del contrato a partir de las palabras,
recogido por Grocio, y que he citado anteriormente. La teoría posi-
tivista del lenguaje, que acogió entre otros Saussure, que une signo
y significado, para evitar la distancia entre lo que se quiere decir y
lo que se dice, ha sido seriamente cuestionada, y ya se expusieron
las posiciones de Ricoeur y Eco, a quienes sigo en esto.
En la teoría de la verdad como coherencia, la verdad consiste
en una propiedad que pueden poseer ciertos sistemas de enuncia-

301
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

dos articulados en un todo. Como lo señala Hempel, “la verdad con-


sistiría en una cierta conformidad de los enunciados entre sí”; por
eso, “en las teorías coherentistas extremas la verdad llega a identi-
ficarse con la compatibilidad mutua entre los elementos de un sis-
tema”.23 Dado este concepto, cuando los juristas hoy día hablan de
coherencia se superponen a esa teoría coherentista de la verdad.
Por lo cual, el tema de la verdad de la interpretación tiene que plan-
tearse en relación con un conjunto de enunciados, que se conci-
ben como un todo. Pero lo importante es ver cómo se aplica en la
argumentación jurídica.
Con el desarrollo de la argumentación jurídica ha cobrado im-
portancia el concepto de coherencia, según puede apreciarse en
autores como Alexy, MacCormick, Peczenik, que lo han examina-
do y han hecho uso de él en sus planteamientos.24 Como lo ha mos-
trado este último autor, las nociones de justificación y razonable
están vinculadas al concepto de coherencia. En verdad, con el sur-
gimiento de la teoría de la verdad como coherencia, se ha busca-
do solucionar problemas epistemológicos con la ayuda de este
concepto. La coherencia no es lo mismo que la consistencia, la cual
se define por medio de la contradicción. Letizia Gianformaggio ha
estudiado el tema de la coherencia y considera que en su noción
están incluidas las nociones de consistencia, compatibilidad y con-
gruencia.25 Esto significa ver en la coherencia no sólo relaciones
formalmente consistentes, esto es, un conjunto integrado de enun-
ciados no contradictorios, sino meramente compatibles o congruen-
tes. Así, por ejemplo, en el caso del abandono, las argumentaciones,
distintas entre sí, serían convergentes.
Al llevar este concepto de coherencia a la argumentación jurí-
dica se presenta el siguiente esquema deliberativo: al ocurrir un
suceso relevante para el Derecho –y tiene que ser relevante, esto

23
HEMPEL, Carl, La teoría de la verdad de los positivistas lógicos, de 1935, recogi-
do en Teorías de la verdad en el siglo XX, pp. 481 y ss., de Juan Antonio Nicolás y
María José Frápoli, editores, Tecnos, Madrid, 1997. También sigo en esta exposi-
ción a Josef S IMON, La verdad como libertad, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1983.
24
ALEXY, Robert, Teoría de la Argumentación Jurídica, Centro de Estudios Cons-
titucionales, Madrid, 1989, Neil MACCORMICK, Legal Reasoning and Legal Theory, Cla-
rendon Law Series, ed. 1994, Oxford, Aleksander PECZENIK, On Law and Reason,
Kluwer Academic Publisher, 1989.
25
G IANFORMAGGIO, Letizia, Legal certainty, coherence and consensus: variations on
a theme by MacCormick, en Law, Interpretation and Reality, Kluwer Academic Publis-
hers, Dordrecht, 1990.

302
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

es, con caracteres que se pueden hacer corresponder con enun-


ciados legales– se pone en marcha un proceso complejo, que va
del suceso a los enunciados legales y viceversa. Suele hablarse aquí
de calificación jurídica, pero en rigor se trata de un proceso de bús-
queda de correspondencias entre los caracteres del suceso, todos
ellos o sólo una parte, y los enunciados legales. Pero aquí ocurre
que el mero significado literal de esos enunciados no es suficien-
te, pues de lo que se trata es identificar el suceso o una parte de él
con el objeto referido en los enunciados legales. Esta tarea se difi-
culta por el problema mismo de la referencia, que depende de la
mayor o menor vaguedad o determinación de los conceptos signi-
ficados por los enunciados, y por la cuestión ontológica de la “na-
turaleza del asunto práctico”, como advertía Aristóteles, pues la
relación de lo universal a lo singular es siempre problemática. Ya
se indicó que en una perspectiva hermenéutica lo que se llama apli-
cación, esto es, el establecimiento de la correspondencia entre el
enunciado y los caracteres del suceso, no es independiente de la
interpretación. Es más, la interpretación considera como un mo-
mento suyo la aplicación, pues el resultado práctico que persigue
es el establecimiento de esa correspondencia. En los ejemplos ju-
diciales antes citados se trata de distintas clases de indeterminación,
y eso hace que se presente el problema, pues en materia de aplica-
ción/interpretación el problema consiste en la dificultad de estable-
cer la correspondencia en que consiste la aplicación. El solo
significado literal no es suficiente para dar solución a los problemas
de aplicación, por lo cual habrá que ir más allá de las palabras y bus-
car en la ratio el sentido, y ahí encontrar la correspondencia. Y el
sentido surge en la relación del principio con el referente.
En este proceso deliberativo se busca la regla del caso o máxi-
ma de decisión, como la denomina Betti, produciendo el correspon-
diente silogismo jurídico, combinando la premisa mayor normativa
y la menor fáctica. Con respecto a cada premisa se ha planteado la
coherencia, dando lugar a la distinción entre coherencia normati-
va y coherencia narrativa, respectivamente. En relación con la pri-
mera, ésta tiene que apoyarse en varias razones o premisas, dando
lugar a la justificación externa. Esta justificación no tiene un lími-
te asignado a priori, por lo cual en cada caso habrá que establecer
hasta qué punto se extiende la búsqueda de razones. Tienen que
darse relaciones lógicas entre las premisas que sirven de apoyo y
aquellos enunciados que se derivan de ellas. Generalmente el in-
térprete adopta una determinada teoría, como en el caso de aban-

303
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

dono, que asume la doctrina de la sanción procesal. Peczenik ha-


bla de una “estructura de apoyo” (supportive structure), que significa
la necesidad de que existan relaciones formales precisas entre lo
que sirve de apoyo y lo que es apoyado. Sólo así puede concebirse
un todo coherente. Pero aquí se trata de la corrección formal, y lo
que surge es qué clase de valor o verdad tienen las premisas últi-
mas desde las cuales se hace derivar el argumento justificatorio. En
otras palabras, con los mismos ejemplos citados, ¿es verdad que el
abandono es una sanción procesal, y qué significa una sanción pro-
cesal, etc.?, ¿es verdad que lo público prima por sobre lo privado?,
y así sucesivamente. No es necesario, en realidad, remontarse in-
definidamente para acreditar la verdad de cada una de las premi-
sas primeras, lo que significaría otros argumentos justificatorios
desde principios que sirven de premisas de más alto rango, y así
sucesivamente. Se produciría un regreso ad infinitum, situación que
produciría un imposible. Por eso, es preciso volver la mirada hacia
la vieja tópica, especialmente el tratado aristotélico, Tópicos, donde
aprendemos que es posibe argumentar a partir de premisas tan sólo
verosímiles o probables, es decir, cuya verdad no está acreditada apo-
dícticamente; sólo se poseen indicios de verdad, como el hecho de
ser aceptada por un gran número, o por los más entendidos y sa-
bios, etc. Pero es suficiente para argumentar dialécticamente y pro-
ducir una conclusión que satisface eso sí el requerimiento del
hombre prudente, esto es, que posee un sentido, en cuanto hace
efectivo de la mejor manera un principio, que sí se admite como
verdadero. Esto no obsta a la coordinación de líneas argumenta-
les, que se proponen conjuntamente, como en los casos citados,
en que argumentos basados en consideraciones semánticas se coor-
dinan con argumentos basados en la finalidad, o en la historia, o
en consideraciones sistemáticas, etc. Aquí se produce un apoyo
mejor ciertamente que si se adoptara sólo una línea argumental,
basada en un aspecto circunscrito.
Como los principios son múltiples, pueden colisionar entre sí,
lo que fuerza a elegir algunos principios por sobre otros. Los prin-
cipios son múltiples y de diferente carácter. En realidad, conviven
principios de distinta naturaleza; algunos son principios técnicos
de la elaboración dogmática y teórica del Derecho, otros son de
naturaleza lógica, como la contradicción o la identidad, otros son
de índole moral. Estos principios se depositan en la cultura y viven
allí como tradiciones culturales, de donde son recogidos por el in-
térprete. Para solucionar las colisiones entre principios hay que de-

304
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

finir previamente su naturaleza y origen. Los principios tienen im-


portancia no sólo como razones en las argumentaciones, tienen
también una función posibilitadora de las interpretaciones.
Cuando se habla de la mejor interpretación, no se quiere decir
por “mejor” aquella interpretación que se justifica en argumenta-
ciones más extensas o con un mayor número de líneas argumentales,
sino que satisface mejor un principio. La pluralidad de principios
contribuye a una diversidad de sentidos posibles, pero sin embar-
go hay un sentido que importa de manera primordial. He aquí una
cita de Ricoeur, que dice relación con el tema que me ocupa. Dice:
“El significado del texto no está detrás del texto, sino enfrente de
él; no es algo oculto, sino algo develado. Lo que tiene que ser en-
tendido no es la situación inicial del discurso, sino lo que apunta
hacia un mundo posible, gracias a la referencia no aparente del
texto. La comprensión tiene que ver menos que nunca con el au-
tor y su situación. Intenta captar las proposiciones del mundo abier-
tas por la referencia del texto. Entender un texto es seguir sus
movimientos desde el significado a la referencia: de lo que dice a
aquello de lo que habla. En este proceso el papel mediador que
desempeña el análisis estructural constituye tanto la justificación
de la aproximación objetiva como la rectificación de la aproxima-
ción subjetiva en el texto”.26 La cuestión para el jurista es, enton-
ces, a qué se refiere el texto jurídico, no ese significado inicial que
reconocemos como ámbito puramente semántico de significación
de palabras, sino aquel significado que llamamos sentido. El Dere-
cho, como objeto cultural, tiene un sentido. Lo tienen también sus
distintas partes, que de esta manera se engarzan y apuntan a ese
mundo posible, que es el sentido del Derecho. Por eso he señala-
do que la dualidad letra y espíritu sigue firmemente instalada en
la consideración jurídica. El proceso de comprensión va de una a
otro, reuniéndolas en unidad. A veces hay que incorporar consi-
deraciones históricas, políticas, morales o sociales para acercarse a
ese mundo posible de que habla el texto del Derecho. Y es tan sólo
una aproximación.
Volviendo al tema de la coherencia y la verdad, habría que agre-
gar que la noción de coherencia como la maneja Peczenik, que
combina la verdad como coherencia y verdad como corresponden-
cia, o la posición más sofisticada de Habermas, que combina cohe-

26
RICOEUR , Paul, Teoría de la interpretación, op. cit., p. 100.

305
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

rencia con consenso, refleja una necesidad teórica profunda. Teo-


rías jurídicas carentes de verdad repiten, en nuevo formato, el es-
cenario retórico, que tanto dio que pensar a Platón y Aristóteles. El
renacimiento de la argumentación en la nueva retórica, como se ve
en Perelman, no nos deja sin verdad, aunque el punto de partida
sea la separación de la evidencia, para dejar libre el campo a la per-
suasión. Me parece que los conceptos de auditorio universal y de ra-
zonable buscan una verdad, aunque sea sólo como aceptación.
Pienso como Ricoeur en un sentido unitario, de carácter obje-
tivo, que subyace en toda formulación jurídica, como constante his-
tórica. Se vincula con los principios, pues éstos al cristalizarse en
las tradiciones culturales, pasan a ser formulaciones preexistentes
a sus múltiples aplicaciones. En el caso de la laguna, citado ante-
riormente, el voto de mayoría de la sentencia recurre a un princi-
pio que preexiste, el enriquecimiento injusto, y hace uso de él para
integrar el caso no resuelto expresamente por el Derecho formu-
lado.
El proceso de deliberación tiene que sopesar las razones a fa-
vor y en contra de lo que avisora como la mejor solución. La me-
jor solución es la que realiza de manera más eficaz un principio.
Esto nos lleva al tema del sentido, que se establece en relación con
principios. En un cierto nivel, hay varios principios y por lo mismo
varios sentidos posibles. Pero de éstos sólo uno o unos pocos tie-
nen justificación suficiente, y constituyen aproximaciones a un sen-
tido verdadero. La deriva de interpretaciones, esto es, la
multiplicidad sin fin de interpretaciones posibles, es tan sólo una
manifestación aparente de la capacidad humana de imaginar res-
puestas posibles, pero todo ello tiene que sujetarse a una única
medida. La necesidad de justificar las interpretaciones brota de una
exigencia profunda de la razón práctica, que no se satisface con
opiniones sin fundamento o apoyada en bases débiles.
Desde los comienzos de los tiempos modernos se miró con des-
confianza la interpretación, viendo en ella un mecanismo para lo-
grar en la práctica la modificación legal. Pienso que aquí se
comenzó a alimentar un conflicto entre dos valores o principios,
el de certeza y el de justicia, en términos tales que va a constituirse
en protagonista por largo tiempo hasta nuestros días. Sobre esto
dice Perelman, en una comunicación hecha en 1977, en materia
de justificación de las decisiones judiciales, lo siguiente: “Los tri-
bunales inferiores deberán justificarse, por la motivación, ante las
partes, la opinión pública esclarecida, pero sobre todo ante las ins-

306
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

tancias superiores, que podría ejercer su control en caso de apela-


ción o de recurso de casación. Las jurisdicciones superiores, que
tienen por tarea unificar la jurisprudencia y establecer la paz judi-
cial, se esfuerzan por convencer a las Cortes y los tribunales que la
solución que presentan es, cada vez, la más conforme al Derecho
en vigor y la mejor adaptada a los problemas que se esfuezan por
resolver. Esta doble perspectiva, que busca conciliar la seguridad
jurídica con la equidad y el interés general, tiene como consecuen-
cia que la mayor parte de los problemas jurídicos son resueltos no
por el enunciado de la sola respuesta evidente, sino por un com-
promiso que resulta a menudo de un esfuerzo por cuidar los di-
versos valores que se intenta salvaguardar. Se trata a menudo de la
búsqueda de esta solución de equilibrio –que debe poder mante-
nerse en el futuro y servir de precedente–, la que guiará a los jue-
ces en la redacción tanto de lo dispositivo como de los motivos, en
la formulación de los principios jurídicos que apoyarán la senten-
cia. Va de suyo que en el establecimiento de la jurisprudencia, el
rol de la doctrina y de los abogados puede ser capital”.27 El tema
preocupa asimismo a Klaus Günther, que busca enfrentar el con-
flicto con la imparcialidad del aplicador del Derecho. También Fer-
nando Atria hace una extensa interpretación de la textura abierta
de Hart, en que la tensión entre certeza y adecuación (tomando
esta expresión de Günther) cruza de un extremo a otro los plan-
teamientos de ese autor.28 Esos autores hacen análisis muy finos de
todas las ramificaciones del tema, pero creo que el conflicto se man-
tiene.
Si volvemos a los casos judiciales citados, pienso que en ellos
se refleja un esfuerzo por lograr una solución adecuada, en la ter-
minología de Günther, o justa, en la terminología de Perelman. Si
se concibe la certeza en términos de predictibilidad, esto es, un con-
cepto que en el fondo da a los interesados el poder anticipatorio
de lo que va a ocurrir en materia judicial, ciertamente se va a con-
traponer a la demanda de justicia. Por mi parte, pienso que la an-
ticipación en materias prácticas está sujeta a incertidumbre. Los
tribunales están a cargo de seres humanos, no de máquinas, y en

27
PERELMAN, Chaïm, “La motivation de décisions de justice. Essai de syn-
thèse”, p. 422, en La motivation de décisions de justice, ed. por Ch. Perelman y P.
Foriers, Bruxelles, 1978.
28
ATRIA, Fernando, On Law and Legal Reasoning, Oxford and Portlan, Ore-
gon, 2001.

307
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

ellos está radicada la facultad de resolver conflictos jurídicos. No


son aplicadores autómatas, sino seres pensantes, que deliberan,
ponderan, resuelven. Pero la incertidumbre que naturalmente se
sigue de “la cosa práctica” está en el establecimiento de la corres-
pondencia entre un caso y un enunciado legal, lo que he denomi-
nado aplicación, en que se toman en cuenta por el aplicador rasgos
relevantes y se busca hacerlos corresponder con algún enunciado
que se considere pertinente. Al mismo tiempo, esta búsqueda de
correspondencia indicará qué puede comprenderse en cada enun-
ciado que se tome en consideración, por lo cual la aplicación for-
mará parte de la interpretación, y ésta, ya se ha dicho, conlleva
conjeturas. He señalado que este proceso tiene carácter deliberati-
vo y que permite identificarlo como perteneciente a la clásica pru-
dencia, la phronesis aristotélica y la prudentia tomista, no la Klugheit
kantiana, que se emplea en la Fundamentación de la Metafísica de las
costumbres, y que García Morente traduce bien como sagacidad.
En su libro The Sense of Appropriateness, Klaus Günther mantie-
ne separados justificación y aplicación. Considera en su estudio es-
pecialmente la phronesis aristotélica y sostiene que ella termina
borrando la distinción entre justificación y aplicación, con lo cual
lo que a él le preocupa, la aplicación imparcial de una regla o prin-
cipio, se hace imposible.29 Pero lo que he buscado al adoptar la pers-
pectiva de la clásica phronesis o prudentia es mostrar que los casos
se resuelven en último término por aplicación de un principio a
una situación caracterizada como contingente, por lo cual por de-
finición presenta aspectos de incertidumbre. El hombre prudente
es el que cavila sobre qué principio aplicar, qué aspectos conside-
rar como relevantes, en suma, cómo obtener una mejor resolución
considerando el conjunto de razones y hechos. La prudencia mira
hacia un mejor mundo posible, y la mejor decisión es la que se in-
serta en ese mundo. Más que una conciliación entre certeza y jus-
ticia, como lo plantea Perelman, se trata más bien de una síntesis
de las dimensiones formales del Derecho y sus dimensiones axio-
lógicas. La coherencia nos muestra un mundo de relaciones for-
males, que consideradas en conjunto pasan a ser una condición
posibilitante de una mejor decisión. La dualidad letra y espíritu son
dos momentos de un mismo proceso unitario, que va desde la le-

29
GÜNTHER, Klaus, The Sense of Appropriateness, State University of New York
Press, 1993. En páginas 171 a 201 examina con detalle la phronesis aristotélica, las
versiones de Ritter y Tugendhat, y termina criticando a Gadamer.

308
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

tra a la ratio. Pudo por un tiempo sostenerse la tesis que la sola le-
tra basta y que lo determinante es procurarse una cierta clase de
seguridad jurídica. Pero se ha visto que la misma praxis muestra
las debilidades de esa posición, con lo cual se vuelve al punto de
partida, esto es, la unidad de letra y espíritu. Al plantear en el ám-
bito de la letra la relación de referencia, se abre camino hacia la ra-
tio, en cuyo concepto encontramos los principios.
En 1988 la Corporación de Promoción Universitaria realizó un
Seminario sobre La Cultura Jurídica Chilena, y en ella los académi-
cos participantes estuvieron de acuerdo en calificar la situación de
la cultura jurídica chilena como una que vive bajo el alero de la
literalidad.30 Pienso de una manera diferente. En el capítulo ante-
rior ensayé un esquema de los conflictos de la cultura jurídica chi-
lena, precisamente porque se puede mostrar que hay síntomas de
tendencias que buscan salirse de ese alero para refugiarse bajo el
techo de la ratio. Esto determina por lo menos un conflicto, cuya
evolución habría que examinar más de cerca. La enseñanza que
deja es que la dualidad letra y espíritu no puede suprimirse impo-
sitivamente, pues reaparece una y otra vez.

LOS PRINCIPIOS JURÍDICOS

En forma breve voy a examinar algunos temas relacionados con los


principios jurídicos. Emplearé la expresión “principios jurídicos” y
no la de “principios generales del Derecho”, por estar esta última
vinculada a las concepciones iusnaturalistas que surgieron en la
época moderna.31 Los principios jurídicos están insertos en distin-
tas áreas. Hay principios que dicen relación con la razón de ser del
Derecho o ratio essendi, hay principios que conciernen a la cons-
trucción dogmática del Derecho, vinculados a conceptos y doctri-
nas, hay principios de naturaleza general como los principios

30
La Cultura Jurídica Chilena, edit. por Agustín Squella, Corporación de Pro-
moción Universitaria, 1988.
31
VALENCIA RESTREPO, Hernán, en su Nomoárquica, Principialística Jurídica o
los Principios Generales del Derecho, Temis, Santa Fe de Bogotá, 1993, p. 144, señala
que la expresión principia iuris aparece ya en obras de Ramón Llul, y la expresión
universalia iuris principia la emplea Tomás de Aquino en su Comentario a las senten-
cias. Pero, como el mismo autor indica, es propiamente el siglo XVI el que ve sur-
gir la expresión “principios generales del Derecho” con un significado de
principios de Derecho natural.

309
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

lógicos, en suma, pueden señalarse una variedad amplia de princi-


pios. Los estudios de los autores que abordan el tema de los prin-
cipios suelen reducirlo a cierta clase de principios prácticos que
sirven de base o fundamentación última de las decisiones en ma-
teria jurídica. Aquí se produce una superposición entre dos dimen-
siones distintas. Como se concibe el principio como base o
fundamento, se abren dos líneas distintas: una, la ontológica, en
que el principio es la causa o fuente de donde brota el Derecho,
en otras palabras, su comienzo, y otra, en que el principio es aque-
lla proposición que lógicamente sirve de base de derivación o de-
ducción de otras. Esta última acepción está en la base de la
argumentación. El desarrollo de la teoría de la argumentación ha
sido posible en gran medida debido al alejamiento de ambas líneas,
que toman rumbos diferentes.
El desarrollo de la ciencia moderna y el método hipotético-de-
ductivo han terminado por separar dos cosas que en el mundo clá-
sico se unían. Los sistemas científicos descansan en un conjunto
de proposiciones fundamentales, que inicialmente se consideraban
verdades necesarias y evidentes, indemostrables. La antigua Analí-
tica, que considera Aristóteles, corresponde a esta axiomática, y es-
tos axiomas son base de deducciones. Pero después, en los tiempos
modernos, se comienzan a disociar estos principios primeros o fun-
damentales o axiomáticos, concebidos como verdades necesarias y
base de la certeza del conocimiento que en ellos se apoya, y los prin-
cipios que se admiten sólo en cuanto base de deducciones posibles,
esto es, como puntos de partida y que sirven para organizar los sis-
temas deductivos. De esta manera se prepara la separación entre
lo ontológico y lo puramente lógico. En el mundo jurídico ha su-
cedido algo similar. Si se considera la extensa historia de los prin-
cipios de Derecho Natural, en su versión griega, romano-estoica,
medieval y moderna, se puede constatar que estos principios no
sólo sirven de base ontológica del Derecho, sino que también de
puntos de partida formales para la deliberación y decisión de ca-
sos. Si el Derecho natural tiene como núcleo la protección y salva-
ción del hombre en el mundo, se entiende que su relación con el
Derecho positivo histórico ha sido de constante complementación
y crítica. Por eso, en el planteamiento clásico, se busca en los prin-
cipios no sólo un punto de partida meramente justificatorio de una
solución de un caso, como forma puramente argumentativa, sino
la justificación debida apoyada en un principio cuya validez y ver-
dad no se cuestiona. Es clásica en este sentido la exposición de Gior-

310
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

gio del Vecchio en su disertación inaugural de 1920.32 Al separar


ambas dimensiones, estableciendo dos compartimentos incomuni-
cables entre lo ontológico y lo argumentativo, se crea un escena-
rio propicio para una retorización del Derecho, del cual Perelman
es un buen ejemplo. Pienso que el debate actual sobre los princi-
pios se ubica en esta zona de separación entre ambas dimensiones,
en donde se superponen a los principios cuestiones axiológicas y
relativas a los derechos humanos. Por eso, la dimensión ontológi-
ca es propiamente onto-axiológica.
El extenso debate sobre la tesis de Dworkin relativa a la única
respuesta correcta es ilustrativo. Son muchos los autores que toman
posición frente a este problema. Voy a considerar a Alexy como un
caso interesante en que se toma conciencia de la separación en co-
nexión con los principios. Resume la situación que crea la tesis de
Dworkin aproximadamente en los siguientes términos: Dworkin
sustenta una teoría que se contrapone a la teoría positivista de au-
tores como Hart o Kelsen. Según esta teoría positivista, el sistema
jurídico es esencialmente un sistema de reglas identificables como
reglas jurídicas conforme su validez y eficacia. Como lo señala Hart,
según se vio, el sistema jurídico así concebido es siempre, por di-
versas causas, un sistema abierto, es decir, por la vaguedad del len-
guaje, la posibilidad de conflictos entre las normas y los casos no
regulados. Si se presenta un caso, un caso difícil, el juez acude a la
discrecionalidad. Dworkin contrapone a este modelo de reglas un
modelo de principios. De acuerdo con este modelo, el Derecho está
integrado por reglas y principios. Estos principios tienen que per-
mitir una respuesta correcta en los casos en que las reglas no ofre-
cen una respuesta correcta.33 A Alexy le interesa mostrar que la tesis
de la única respuesta correcta depende de si el discurso práctico,
que es la perspectiva que asume, conduce efectivamente a una res-
puesta correcta para cada caso. En la realidad, no existe ningún
procedimiento que asegure en cada caso llegar a una respuesta co-
rrecta. Lo decisivo aquí es que los participantes en un discurso ju-
rídico, si sus afirmaciones y fundamentaciones han de tener pleno
sentido, deben, independientemente de si existe o no una única
respuesta correcta, elevar la pretensión de que su respuesta es la

32
VECCHIO , Giorgio del, Los Principios Generales del Derecho, 3ª ed., Bosch, Bar-
celona, 1971.
33
El texto de Robert Alexy lleva por título “Sistema jurídico, principios jurídi-
cos y razón práctica”, en Derecho y Razón Práctica, pp. 9-22, Fontamara, México, 1993.

311
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

única correcta. “Esto significa que deben presuponer la única res-


puesta correcta como idea regulativa. La idea regulativa de la úni-
ca respuesta correcta no presupone que exista para cada caso una
única respuesta correcta. Sólo presupone que en algunos casos es
así, de manera que vale la pena procurar encontrar en cada caso
la única respuesta correcta”.34
Para Alexy los principios tienen semejanza con los valores. En
lugar de decir que el principio de libertad de prensa colisiona con
el principio de seguridad exterior, puede decirse que hay una coli-
sión entre el valor de libertad de prensa y el valor de la seguridad
exterior. Por esto toda colisión entre principios puede expresarse
como colisión entre valores. En suma, el tema de la prioridad en-
tre principios se corresponde con el de la jerarquía axiológica. De
otra parte, Alexy vincula los principios con los derechos fundamen-
tales. Estos derechos fundamentales o constitucionales reconocen un
principio en su base. De esta manera el problema de la delimitación
de estos derechos fundamentales se convierte en un problema de
optimización, lo que significa que los derechos constitucionales tie-
nen que realizarse en la mayor medida posible, fáctica y jurídica-
mente. Esto está de acuerdo con la tesis del autor de que los
principios son mandatos de optimización, a diferencia de las reglas
jurídicas. Esto conduce a cuestiones de ponderación y balanceo, y
con ello se abre paso a la argumentación.35 De esta manera la con-
cepción de la optimización del principio pasa a constituir el cen-
tro de atención que conecta los diversos aspectos. En “Teoría de
los Derechos Fundamentales” desarrolla ampliamente su posición
frente a los valores, descartando todo intuicionismo y, por lo mis-
mo, la teoría de Scheler.36
Esta posición de Alexy, con la cual van a coincidir Peczenik y
Aarnio, nos recuerda en toda su magnitud el problema de la ra-
zón postmoderna. Los principios pueden ser, ciertamente, base de
argumentaciones, es decir, razones, pero eso nada dice acerca del
estatuto ontológico del mismo. Pero, en la medida que el princi-
pio se acerca a los valores y se cruza por lo mismo con los dere-
chos fundamentales se aproxima a aquella dimensión que anotara

34
Op. cit., p. 22.
35
ALEXY, Robert, “Derechos, razonamiento jurídico y discurso racional”, en
Derecho y Razón Práctica, cit., pp. 23-35; ídem “Teoría de los Derechos Fundamen-
tales”, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1993.
36
Especialmente cap. III, pp. 138 y ss. de la obra citada.

312
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

anteriormente, esto es, la dimensión onto-axiológica. Los derechos


fundamentales son los derechos constitucionales. Como lo dice y
repite varias veces: “Una teoría jurídica de los derechos fundamen-
tales de la Ley Fundamental es, en tanto teoría del Derecho positi-
vo de un determinado orden jurídico, una teoría dogmática”.37 Esto
significa alejarse del pensamiento moderno sobre los derechos
fundamentales, que precisamente elaboró una teoría ontológica de
los derechos. Aquí tienen cabida las nociones de dignidad huma-
na o valor absoluto del ser humano, respeto, derechos inherentes
o naturales, que se establecen como verdades necesarias y en el ca-
rácter de inmutables. Pero una teoría dogmática considera los de-
rechos fundamentales recogidos en la Constitución. Como en la
base de estos derechos fundamentales hay principios, se tiende un
delgado hilo que lleva a consideraciones onto-axiológicas que per-
miten establecer el ámbito de esos derechos. La razón postmoder-
na es, como la califica Perelman, deliberante, que busca establecer
sus principios de una manera distinta a la razón moderna. Aquí es
donde cobra toda su importancia la coherencia y el consenso como
formas de verdad, o condiciones posibilitantes de la misma. En este
planteamiento la noción de principio que maneja Alexy le permi-
te considerarlo como base de argumentaciones, pero también con
un significado distinto, que permite configurar una mejor manera
de entender un derecho fundamental.
En el modelo de principios en que piensa Alexy los juicios de
valor comparativos tienen la mayor importancia en materia consti-
tucional. Por ejemplo, de acuerdo con el criterio de valoración de
la libertad de prensa, una situación determinada en que se realiza
una medida mayor de libertad de prensa es valorada mejor que otra
situación en que se realiza una medida menor de ella. Así, una si-
tuación en que se protege el secreto de redacción es valorada me-
jor que otra en que no se protege el secreto de redacción. Si se
compara con otro principio, el de seguridad externa, podría resul-
tar otra valoración respecto de la libertad de prensa, y así sucesiva-
mente. En general, “una situación, que, según el criterio de
valoración de la libertad de prensa, es mejor o es la mejor sólo lo
es prima facie. Cuál sea la situación definitivamente mejor o la me-
jor es algo que sólo puede decidirse como resultado de una valo-
ración total en la que son tomados en cuenta todos los criterios

37
“Teoría de los Derechos Fundamentales”, cit., p. 29.

313
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

vigentes de valoración”.38 En esto consiste el modelo de principios.


Lo que en el modelo de valores es prima facie lo mejor es, en el mo-
delo de los principios, prima facie lo debido; y lo que en el modelo
de los valores es definitivamente lo mejor es, en el modelo de los prin-
cipios, lo debido. En el Derecho se trata de lo debido, lo que habla a
favor del modelo de los principios. De esta manera, no existe dificul-
tad alguna en pasar de la constatación de que una determinada so-
lución es la mejor desde el punto de vista del Derecho constitucional
a la constatación de que es debida constitucionalmente.
Desde una perspectiva analítica, Genaro Carrió, haciéndose car-
go del trabajo de Dworkin en que critica el modelo de reglas de
Hart, elabora una serie de distinciones que consideraré ahora. Co-
mienza por establecer un primer uso (1) de ciertas pautas, como
las siguientes que enumera: la que sirve para poner coto al ejerci-
cio abusivo de los derechos, la que niega protección jurisdiccional
a quien invoca su propio error, la que proscribe la interpretación
analógica en materia penal, la que establece que las leyes sociales
deben interpretarse con criterio amplio, la que en materia de te-
nencia de hijos, tutela, adopción, etc., ordena consultar ante todo
el interés de los menores, la que establece la presunción de legiti-
midad de los actos del poder público, la que en materia de servi-
cios públicos dispone que debe asegurarse la continuidad del
servicio, y otras similares a estas pautas. Estas pautas son de segun-
do grado que versan sobre reglas jurídicas, y por eso reciben el nom-
bre genérico de “principios jurídicos”.
Aparte de esta significación, reconoce Carrió que hay otras que
se vinculan a los siguientes siete “focos de significación”: I) princi-
pio jurídico está vinculado con las ideas de “parte o ingrediente
importante de algo”, “propiedad fundamental”, “núcleo básico”,
“característica central”; II) está relacionado con las ideas de “regla,
guía, orientación o indicación generales”; III) está conectado con
las ideas de “fuente generadora”, “causa” u “origen”; IV) está vin-
culado con las ideas de “finalidad”, “objetivo”, “propósito” o “meta”;
V) está relacionado con las ideas de “premisa”, “inalterable punto
de partida para el razonamiento”, “axioma”, “verdad teórica pos-
tulada como evidente”, “esencia”, “propiedad definitoria”; VI) está
conectado con las ideas de “regla práctica de contenido evidente”,
“verdad ética incuestionable”; y VII) está vinculado con las ideas
de “máxima”, “aforismo”, “proverbio”, “pieza de sabiduría práctica

38
Op. cit., pp. 146-147.

314
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

que nos viene del pasado y que trae consigo el valor de la expe-
riencia acumulada y el prestigio de la tradición”.39 Con esta enu-
meración de los focos de significación, procede a señalar los
siguientes otros usos de la expresión “principio jurídico”:
(2) para aislar rasgos o aspectos importantes de un orden jurí-
dico que no podrían faltar en una descripción suficientemente in-
formativa de él, como por ejemplo, el principio de la separación
de poderes, el de la inamovilidad de los jueces, etc., uso que se vin-
cula al foco de significación I);
(3) para expresar generalizaciones ilustrativas obtenidas a par-
tir de las reglas del sistema, como por ejemplo, el principio de que
no hay responsabilidad sin culpa, el de que no hay responsabili-
dad penal por hechos ajenos, el de la buena fe en las transaccio-
nes, uso que se vincula a los focos de significación I) y II);
(4) para referirse a la ratio legis o mens legis de una ley dada o
de un conjunto, esto es, el propósito, objetivo, meta, uso ligado al
foco de significación IV);
(5) para designar pautas a las que se atribuye un contenido in-
trínseca y manifiestamente justo; por ejemplo, el principio de la
no discriminación entre los seres humanos por motivos raciales o
religiosos, el principio que proscribe la esclavitud, uso que está aso-
ciado al foco de significación VI);
(6) para identificar ciertos requisitos formales o externos que
debe satisfacer todo orden jurídico; por ejemplo, que las normas
jurídicas deben ser generales, no retroactivas, claras, no contradic-
torias, que deben ser promulgadas, que no deben exigir cosas im-
posibles, etc., uso ligado a los focos de significación V) y VI);
(7) para hacer referencia a guías dirigidas al legislador que sólo
tienen carácter meramente exhortatorio; por ejemplo, cláusulas
constitucionales no operativas (programáticas), uso vinculado al
foco de significación II);
(8) para aludir a ciertos juicios de valor que recogen exigen-
cias básicas de justicia y moral positivas y que se dicen sustentados
en la “conciencia jurídica popular”, uso vinculado a los focos de
significación II) y III);
(9) para referirse a máximas que provienen de la tradición ju-
rídica, uso ligado al foco de significación VII).

39
CARRIÓ, Genaro R., “Principios Jurídicos y Positivismo Jurídico”, en Notas
sobre Derecho y lenguaje, 4ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1990, pp. 195-234.

315
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Termina su enumeración con dos usos más, uno (10) vincula-


do a la Escuela Histórica del Derecho, que asigna la expresión prin-
cipio a la fuerza generadora del Derecho, y otro (11) asociado a la
jurisprudencia de conceptos; por ejemplo, el principio de que no
hay patrimonio sin sujeto ni sujeto sin patrimonio.
Esta enumeración sólo quiere reflejar los usos y no busca una
clasificación sistemática. Como está interesado en una elaboración
positivista de los principios jurídicos, Carrió define a continuación
dos formas de positivismo jurídico. Un positivismo que se limita a
negar toda forma de iusnaturalismo, y que es incompatible sólo con
los usos (5) y (6) señalados, y otro positivismo en que además del
iusnaturalismo niega toda referencia a entidades metafísicas o su-
pralegales, con lo cual se hace incompatible además de los usos (5)
y (6), con los usos (10) y (11), siendo compatible con los demás.
De aquí se sigue que el positivismo jurídico es compatible primera-
mente con el uso de la expresión principio jurídico para referirse a
características importantes del orden jurídico, a generalizaciones
ilustrativas obtenidas a partir de sus reglas y a reglas no operativas
dirigidas al legislador (programáticas) (usos 2, 3 y 7). De aquí ex-
trae tres significados de la expresión “principio jurídico”, compati-
bles con el positivismo. El primero tiene que ver con el uso de la
expresión para referirse a características importantes del orden ju-
rídico, a generalizaciones ilustrativas obtenidas a partir de sus re-
glas, y a reglas no operativas dirigidas al legislador (usos 2, 3 y 7).
El segundo corresponde al uso (1), es decir, pautas de segundo nivel
que cumplen la función de ayudar a entender, a aplicar y, a veces, a
complementar las reglas de primer grado. El tercero corresponde
a los propósitos, objetivos, metas o policies (directrices) de una re-
gla o conjunto de reglas del sistema, ciertas exigencias fundamen-
tales de justicia y moral positivas y ciertas máximas o piezas de
sabiduría jurídica tradicional (usos 4, 8 y 9). Descartando el pri-
mero, por carecer de interés, se queda con los dos restantes, que
configuran las dos nociones de principio jurídico que importa te-
ner en cuenta. Son los Principios (1) y Vale (2), respectivamente.
Con todas estas precisiones, entra Carrió a hacerse cargo de la
crítica que formula Dworkin al modelo de reglas de Hart en un
artículo con el título The Model of Rules, de 1967.40 Aun cuando el

40
El trabajo de Ronald DWORKIN se publicó con ese título, posteriormente
se reprodujo con el título Is law a system of rules?, de 1968. Se tradujo al español
con el título “¿Es el Derecho un sistema de reglas?”, en La Filosofía del Derecho, re-
copilación del propio Dworkin, pp. 75-127, Fondo de Cultura Económica, 1980.

316
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

resumen que hace no es completo, sirve para señalar la dirección


hacia donde va este debate. Para Dworkin el positivismo de Hart
no considera el importante papel que desempeñan los principios
en la experiencia cotidiana de los tribunales. Hart ofece un mode-
lo de reglas, que Dworkin considera insatisfactorio. Se puede ca-
racterizar brevemente así: a) el Derecho de una comunidad es un
conjunto de reglas, y por regla hay que entender una pauta del tipo
“la velocidad en carreteras no puede sobrepasar los 80 km/h” o
“un testamento válido necesita la firma de tres testigos”. Las reglas
se aplican a la manera de “todo o nada”, es decir, se aplican o no
se aplican si se realizan sus supuestos fácticos o no se realizan. Si
dos reglas están en conflicto, una de las dos no puede ser válida.
b) Decir que una regla es válida significa que satisface los criterios
establecidos por la “regla de reconocimiento”, aceptada por la co-
munidad. Esos criterios se refieren al origen o pedigree de las reglas
particulares, es decir, a la manera como han sido adoptadas. Para
Dworkin el único criterio que la regla de reconocimiento puede
incorporar, en esta posición, es la aprobación de las reglas particu-
lares por la autoridad competente en un acto deliberado de crea-
ción jurídica. De lo cual se sigue que no hay más reglas particulares
que las leyes y los precedentes, y si se admitieran otras reglas, por
ejemplo, las consuetudinarias o jurisprudenciales, habría que aban-
donar la teoría de la regla de reconocimiento. c) Sólo las reglas
así caracterizadas pueden integrar un sistema jurídico, lo que quiere
decir que el sistema legal no se integra por los principios, por ejem-
plo, el que reclama que a los fabricantes de automóviles se les apli-
quen estándares de responsabilidad más severos que a los que
fabrican objetos menos peligrosos, o el principio que nadie puede
favorecerse de su propio dolo. Los principios, para Dworkin, son
lógicamente diferentes que las reglas. d) Por último, cuando los jue-
ces enfrentan un caso no cubierto claramente por una regla (zona
de penumbra), el Derecho no les proporciona indicación alguna,
y en tal caso deben acudir a la discrecionalidad no guiada por pau-
tas jurídicas. De esta manera, si la sentencia impone una obliga-
ción o establece un derecho, éstos no son el reconocimiento de
una obligación o derecho preexistentes. De aquí el problema de
la creación judicial y el déficit de legitimidad.41

41
El tema de la discrecionalidad en la teoría de Hart ha sido objeto de estu-
dio por varios autores. Señalo el de Marisa IGLESIAS VILA, El problema de la discreción
judicial, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1999, que exami-
na ampliamente los distintos aspectos del tema, con una extensa bibliografía.

317
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Frente al modelo de reglas Dworkin opone otro modelo, en el


que los principios pasan a integrar el sistema legal. Hay dos carac-
terísticas principales que recoge Carrió. La primera es la de que el
Derecho es una suma de reglas y principios, y la segunda es que
esta suma de reglas y principios excluye la discrecionalidad judi-
cial. La crítica de Dworkin está centrada en que el modelo de re-
glas del positivismo en que él piensa, que es el de Hart, no
considera la importante función de los principios. Para Dworkin,
en efecto, cuando los juristas razonan o disputan acerca de dere-
chos y obligaciones legales, especialmente en casos difíciles, hacen
uso de pautas que no funcionan como normas jurídicas, sino en
calidad de principios, directrices (policies) o normas de otra clase.
Según lo señala, “llamo ‘directriz’ (policy) a la clase de norma que
establece una meta que ha de alcanzarse, generalmente en orden
al perfeccionamiento de algún aspecto económico, político o so-
cial de la colectividad (si bien algunos objetivos son negativos,
pues estipulan que hay que proteger de alteraciones adversas cier-
tos aspectos actuales). Denomino ‘principio’ a una norma que es
menester observar, no porque haga posible o asegure una situación
económica, política o social que se juzga conveniente, sino por ser
un imperativo de justicia, de honestidad o de alguna otra dimen-
sión de la moral. Así, la norma según la cual debe disminuirse el
número de accidentes de automóvil es una directriz, y la norma
de que ningún hombre puede aprovecharse de los efectos de sus
propios delitos es un principio”.42 Estos principios, empleando la
expresión genéricamente para cubrir todas estas formas, no son
aplicables a la manera de “todo o nada”, como las reglas. No esta-
blecen condiciones que hagan necesaria su aplicación ni consecuen-
cias que se sigan de ciertas condiciones. Más bien enuncian una
razón para decidir en un cierto sentido, sin obligar a una determi-
nada decisión. Pueden hacerse presentes otros principios que den
una razón para decidir en otro sentido. En caso de conflicto, hay
que tomar en cuenta el “peso” o importancia relativa de los princi-
pios en cuestión; un principio que es desplazado por otro de ma-
yor peso, queda intacto, aunque no prevalezca en un caso. El test
del origen o pedigree no sirve para identificar a los principios. La
regla de reconocimiento sólo sirve para identificar reglas que, como
las leyes o los precedentes, son el producto de un acto deliberado

42
D WORKIN, R., op. cit., pp. 85-86.

318
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

de creación jurídica. De esta manera, el concepto de validez que


opera respecto de las reglas jurídicas no funciona para los princi-
pios. Las reglas operan a la manera de “todo o nada” y los princi-
pios por su “peso” o “importancia”. La admisión de tal o cual
principio como perteneciente al sistema legal no descansa en la re-
gla de reconocimiento, sino en un complejo de consideraciones que
recaen sobre prácticas, creencias y actitudes.
Para Carrió este modelo antipositivista toma como idea central
de principio la que él denomina Principios (2) y la integra al De-
recho, con lo cual se elimina la distinción entre fuentes formales y
materiales. “No hay lugar o papel para la regla de reconocimien-
to. Las policies y las exigencias de justicia y moral positivas que inte-
gran el derecho sólo son identificables como partes de él en función
de su impacto efectivo o probable en el proceso de adjudicación.
El derecho de una comunidad es una heterogénea aglomeración
de pautas y criterios de muy variado origen y textura. Cualquier in-
tento de dar a la palabra “derecho” mayor precisión requeriría ha-
cer distinciones artificiales en un continuo que no las tolera”.43
Ahora bien, este modelo de Dworkin no le parece satisfactorio,
como tampoco un modelo de reglas demasiado estrecho, por lo
cual intenta buscar otro modelo. Después de cuestionar que las re-
glas sean sólo aplicables a la manera de “todo o nada”, que exista
una diferencia lógica entre principios y reglas, llega a que la regla
de reconocimiento posee una textura abierta, y esa indeterminación
periférica de esta regla puede afectar la identificación de cualquier
regla específica, de estándares variables y de cualquier otro tipo de
reglas. Nada hay en la regla de reconocimiento que impida que una
pauta del tipo de la que dice que a nadie debe permitírsele bene-
ficiarse de su propio delito sea una regla del sistema si satisface los
requisitos establecidos para reconocerla. De manera general, esta-
blece Carrió que nada obsta a que sean reglas del sistema aquellas
pautas de segundo nivel, dirigidas primordialmente a los jueces, que
sirven para ajustar, ampliar, restringir, etc., las reglas de primer nivel
y que exhiben un cierto grado de neutralidad tópica o indiferencia
de contenido (Principios (1)). Nada obsta, además, a que sean re-
glas del sistema aquellas metas, objetivos, policies, exigencias de justi-
cia, de equidad y de moral positivas que llama “Principios (2)”,
siempre que sean formulables como aquellos Principios (1), es de-

43
CARRIÓ, Genaro R., op. cit., p. 223.

319
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

cir, como reglas que posean las características de éstos, o utilizables


como estándares del sistema. Todos estos principios, en la medida
que satisfacen los requisitos de la regla de reconocimiento son prin-
cipios jurídicos en el sentido de que forman parte del Derecho po-
sitivo, por lo cual se les denomina “reglas de Derecho positivo”. Los
principios que quedan fuera son los “principios jurídicos” simplemen-
te. Hasta aquí las consideraciones este autor.
De acuerdo con esta posición, Dworkin representa un extremo
y el positivismo rígido, el otro, por lo cual el autor trata de ubicar-
se en una posición más flexible, pero con el límite de la regla de
reconocimiento para “legalizarlos”, si puede decirse así. Cabría pre-
guntarse si una posición como la que plantea entre nosotros Fer-
nando Fueyo tendría acogida en este sistema flexible. Partidario de
la creación judicial, señala en su libro Interpretación y Juez,44 nuestro
sistema legal posee normas que contienen nociones indetermina-
das o flexibles, o conceptos válvulas, o estándares jurídicos, o máxi-
mas de experiencia, etc., según la variada nomenclatura de los
autores. Entre estos conceptos menciona el orden público, la mo-
ral, las buenas costumbres, el interés público, y otras. Todas estas
normas, que contienen conceptos indeterminados, confieren al juez
la posibilidad efectiva de creación judicial. Pero en realidad se tra-
ta de conceptos vagos o indeterminados, de gran amplitud, que
hacen difícil precisar el referente. En estos casos, según Fueyo, pro-
cedería la creación judicial guiada por la justicia del caso concreto
o equidad, en lo que se apartaría de Hart. La solución de equidad
significa reconocer que hay principios que juegan en la decisión
del caso, con lo que se aproximaría a posiciones como las de Dwor-
kin. Estos principios habría que reconocerlos como anteriores a la
decisión del caso, y ya no se podría hablar de creación judicial. Más
allá de estas consideraciones, lo que Fueyo plantea es que el pro-
pio sistema legal contiene cláusulas que se remiten a nociones que
se pueden llenar de contenido sólo acudiendo a principios de di-
ferente carácter, en lo cual, me parece, quedaría incluido en el
modelo flexible de Carrió, y se trataría de principios jurídicos po-
sitivos. Habría que enfatizar que lo que señala Fueyo es un modo
de entender la aplicación del Derecho, en la cual tienen presencia
los principios. Hay que acudir a los principios porque no se trata
de una aplicación mecánica de las reglas del Derecho formulado,

44
FUEYO LANERI, Fernando, Interpretación y Juez, Santiago, 1976, pp. 117 y ss.

320
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

sino reflexiva. El sistema legal se aplica por mediación del intér-


prete. Esto nos pone nuevamente en el tema que motivó esta in-
vestigación.
En el catálogo de significados distintos de la expresión “princi-
pio jurídico”, que presenta Carrió, y que en parte aparece también
en otras enumeraciones que hacen, por ejemplo, Manuel Atienza
y Juan Ruiz Manero en Las Piezas del Derecho,45 se muestra la diver-
sidad con la advertencia que esa multiplicidad es irreductible a uni-
dad. Sucede con muchos términos, entre ellos “principio”, que no
es posible obtener una definición suficientemente amplia que pue-
da recoger la diversidad de sus significados, pues son muchas las
zonas en donde se muestran. Si se recorre el listado que propor-
ciona Carrió se advierte que hay profundas diferencias entre los dis-
tintos significados, porque recogen múltiples puntos de vista, de
tal manera que se hacen inconciliables tanto como las visiones que
representan. Una cosa es la estructura del principio, otra distinta
es su función, y otra su contenido y valor, y así sucesivamente. Por
eso, Carrió acude a la regla de reconocimiento y desde ella busca
determinar cómo los principios, en sus múltiples significados, pue-
den ser recogidos y estar presentes en el Derecho escrito o formu-
lado. Sin desconocer esto, Atienza y Ruiz Manero, en la obra citada,
emplean una triple clasificación. Primeramente distinguen entre
principios en sentido estricto y principios como directrices o normas progra-
máticas, es decir, entre principios que recogen los valores superio-
res de un ordenamiento jurídico (por ejemplo, la igualdad y
libertad), y los principios que estipulan de manera general la obli-
gación de perseguir determinados fines, en segundo lugar esos au-
tores acuden a la distinción que toman de Alchourrón y Bulygin,
entre principios en el contexto del sistema primario (o sistema del súb-
dito) y principios en el contexto del sistema secundario o sistema del juez,
esto es, principios que constituyen pautas de comportamiento (prin-
cipios en sentido estricto o programáticos) dirigidos a guiar la con-
ducta de la gente, y principios en cuanto dirigidos a guiar el
ejercicio de los poderes normativos públicos (creación y aplicación
del Derecho). En tercer lugar, la distinción entre principios explíci-
tos y principios implícitos; los primeros son aquellos formulados ex-

45
ATIENZA, Manuel y RUIZ MANERO, Juan, Las Piezas del Derecho, Ariel, Barcelo-
na, 1996. Aquí los autores se hacen cargo de las objeciones que plantea Peczenik a
las críticas de los autores a Alexy.

321
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

presamente en el ordenamiento, los segundos son aquellos que se


extraen a partir de los enunciados de los preceptos legales. Todas
estas distinciones, útiles en el momento de identificar los princi-
pios, reflejan la variedad de aspectos que se hacen presentes. Los
principios no sólo son condiciones de inteligibilidad del Derecho,
sino también de practicidad o aplicación. Por eso, hay principios
lógicos, principios que tienen que ver con la construcción concep-
tual, principios estrictamente jurídicos, y otros que recogen esas vi-
siones generales del mundo y el ser humano, y principios que
conciernen a la aplicación del Derecho, que son también muchos
y distintos.
Pero esta analítica, que nos hace recordar la interrogación de
Sócrates en los Diálogos refutativos de Platón, nos pone delante una
diversidad de usos de los términos cuya definición se busca. El pro-
blema es ir más allá del inventario, y buscar cómo responder las
cuestiones relativas a las funciones y valor de los principios. La po-
sición de Carrió es ilustrativa de un modo de pensar que acude al
propio sistema legal para examinar en él cómo se incorporan los
principios, ya sea por vía expresa, ya por vía implícita. El modo de
considerar los principios que realiza Alexy es más propicio para un
estudio adecuado de los mismos. En la concepción de aquél el prin-
cipio se invoca como una razón que puede justificar una determi-
nada decisión, pero las cuestiones más de fondo, que en último
término conciernen al sentido, no se alcanzan. En cambio, en el
planteamiento de Alexy la dimensión onto-axiológica está presen-
te, y por lo mismo, la posibilidad de profundizar en lo que está en
juego en la decisión. La analítica de los Diálogos refutativos de Pla-
tón es una parte del método dialéctico, que prepara la otra parte
que establece el principio que resuelve los problemas presentados.
Creo que esto es lo que hay que tener presente, ver la analítica
como una parte y no como el todo, para así preparar una visión
más pofunda de los principios, y no como meras razones que se
invocan en las argumentaciones. Abordaré enseguida la posición
que se centra más en torno a la naturaleza de los principios, posi-
bilitando con ello que los principios se conecten con los valores y
los derechos fundamentales.
En un estudio de Margarita Beladiez sobre los principios,46 si-
gue dos líneas argumentales, que es interesante considerar. Prime-

46
BELADIEZ ROJO, Margarita, Los principios jurídicos, Tecnos, Madrid, 1994.

322
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

ramente, plantea una posición que es adecuada a la legislación es-


pañola, en la que el art. 1º del nuevo Código Civil señala como fuen-
te del Derecho los principios generales, de lo cual desprende el
valor de esos principios en las decisiones. Pero paralelamente abor-
da el concepto de principio y desde él trata de mostrar sus funcio-
nes, para concordar con la otra línea. Desde este último punto de
vista, los principios se conectan con el fundamento del Derecho, esto
es, con la razón de ser o ratio essendi que he señalado anteriormen-
te. La idea matriz de la autora es la de que “el fundamento del De-
recho ha sido siempre aquello que una determinada comunidad
ha considerado valioso”,47 por lo cual más que pensar en entida-
des abstractas o trascendentales, el origen del Derecho es la pro-
pia comunidad. Por eso, “lo que constituye el fundamento del
Derecho son las convicciones o ideas jurídico-éticas de una comu-
nidad (con independencia de cual sea el fundamento concreto que
inspira estas ideas). El problema se encuentra en determinar si para
que esos valores tengan valor jurídico es necesario que el legisla-
dor los haya incorporado al ordenamiento a través de los distintos
textos positivos (bien porque se inspire directamente en el mismo,
o bien porque expresamente haya recogido en su articulado la exis-
tencia de ese valor jurídico); o si, por el contrario, estos valores ju-
rídico-éticos de la comunidad constituyen, sin más, los principios
jurídicos o los principios generales del Derecho”.48 La autora se in-
clina decididamente por esta última posición, resumiendo el am-
plio espectro de posiciones que se alinean en otra. El problema que
se plantea aquí es el siguiente: si los principios son las ideas y con-
vicciones que se desarrollan y tienen lugar en la comunidad histó-
rica, porque de ella emana el poder que genera la organización
legal de la sociedad, estos principios son de alguna manera ante-
riores al Derecho positivo, pero sin constituir entidades trascenden-
tales o ideales. Se excluye así el Derecho natural en su forma clásica,
integrado de principios que se conciben como verdades eternas e
inmutables –esto es especialmente así en el Derecho natural mo-
derno. Si los principios anidan en la conciencia colectiva de los pue-
blos, el problema que se presenta es el de su identificación y
establecimiento como tales. Dejando de lado la sola evidencia como
instrumento de constatación, la autora acude a las instituciones

47
Op. cit., p. 28.
48
Op. cit., p. 30.

323
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

como sede de los valores, ideas o principios jurídicos de la comu-


nidad. Según García de Enterría, a quien la autora cita, la forma
de reconocer que existe una idea jurídica o unos valores jurídicos
latentes en la comunidad es comprobar si existe alguna institución
organizada en torno a esa idea o valor. Pero la autora piensa que
las instituciones no son los únicos lugares en los que se podrían
reconocer los pincipios, sino tan sólo un medio por el cual se pue-
de reconocer que una determinada idea expresa un valor de la co-
munidad y que se constituye por eso en principio jurídico. Los
principios existen antes que las instituciones y pueden ser recono-
cidos como tales con independencia de ellos. Dice: “La ventaja de
poder identificar estos principios fuera de las instituciones se en-
cuentra, por una parte, en que de este modo es posible garantizar
en todo momento la conexión del orden jurídico con la realidad
social, asegurando así que las instituciones estén siempre fundamen-
tadas en los valores que en cada momento imperen en la sociedad.
Y, por otra, en que permite que estos principios puedan ser aplica-
dos en todos aquellos supuestos en los que sea necesario adoptar
una solución conforme al valor proclamado en ese principio, pero
sin pretender crear ninguna institución con su aplicación”.49 Estos
últimos principios son especialmente aquellos tales como el prin-
cipio de la buena fe, la igualdad, la libertad. Los principios son ex-
presivos de valores, y éstos a su vez son objeto de una experiencia
sentimental especial, que no permite establecer su objetividad del
mismo modo que las percepciones sensoriales. Por eso, no existe
un criterio infalible mediante el cual acreditar que lo que una per-
sona siente como un valor es al mismo tiempo un valor propio de
la comunidad. De ahí que la autora afirme que “la única forma de
demostrar la vigencia social de un valor o, lo que es lo mismo, la exis-
tencia de un principio es mediante su propia aplicación”.50 Los ac-
tos de aplicación deberían conducir a una comprobación efectiva
de la realidad del principio. Aquí la autora vuelve a la otra línea
que ha dejado planteada en orden a considerar que los principios
jurídicos están reconocidos genéricamente como fuente del Dere-
cho, con lo cual, resuelto el problema del reconocimiento legal del
principio jurídico, el tema se traslada a la identificación en parti-
cular de cada principio, esto es, establecer si efectivamente existe

49
Op. cit., pp. 52-53.
50
Op. cit., pp. 55-56.

324
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

tal o cual principio, por ejemplo, si existe el principio de la auto-


tutela o el del acto propio, para lo cual hay que indagar en la con-
ciencia colectiva y acreditar en la aplicación su existencia.
Esta solución aproxima esta manera de concebir los principios
al tratamiento que hace de ellos un analítico como Carrió, que adop-
ta la postura de la regla de reconocimiento, esto es, establecer cómo
son recogidos los principios por el sistema legal positivo. Todo de-
pende en último término de la posibilidad de admitir en general
o en particular los principios, conforme las reglas escrituradas del
sistema legal. Como este problema para la autora está resuelto en
la interpretación que hace del sistema legal español, lo que queda
es indagar sobre la naturaleza del principio. Esta indagación mues-
tra que los principios tienen naturaleza normativa y son en conse-
cuencia prescriptivos. Dice: “En la concepción de principios
jurídicos que aquí se sostiene, y que es además la mayoritaria en
nuestra doctrina, los principios jurídicos son obligatorios desde que
se integran en la conciencia colectiva. Admitidida, por tanto, la con-
dición de fuente del Derecho de los principios, y una vez acepta-
do que su condición jurídica deriva de su propia existencia sin
necesitar trámite alguno de positivación, el problema de la natura-
leza jurídica de esta figura no se plantea en torno a su carácter pres-
criptivo y correlativa fuerza de obligar –que se derivarían de su
condición de fuente del Derecho–, sino en averiguar si los princi-
pios tienen una naturaleza diferente de las otras fuentes del Dere-
cho (las normas) o, si por el contrario, los principios son normas,
un tipo específico de normas jurídicas”.51 De lo cual concluye que
los principios constituyen una familia especial de prescripciones ju-
rídicas, que no poseen la estructura característica de las normas,
esto es, un supuesto y una sanción o consecuencia jurídica. Los prin-
cipios no poseen una estructura en la cual se distinga un supuesto
y una sanción, pero esto no les quita su carácter vinculante. El de-
bate en torno a la distinción entre principio y norma, que implica
de alguna manera hacer depender el grado de vinculatoriedad del
principio de su estructura, como aflora en autores como Esser,52
Atienza, Alexy, y en Prieto Sanchís,53 entre otros, quedaría sin ma-

51
Op. cit., pp. 81-82.
52
ESSER, Josef, Principio y norma en la elaboración jurisprudencial del Derecho pri-
vado, Bosch, Barcelona, 1961.
53
P RIETO SANCHÍS, Luis, Sobre Principios y Normas. Problemas del razonamiento jurí-
dico, Centro de Estudios Constitucionales, Cuadernos y Debates, Nº 40, Madrid, 1992.

325
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

yor relevancia. En cambio, el método seguido es examinar en el


sistema legal positivo el reconocimiento de los principios y después
estudiar la estructura del principio. Se puede estudiar la naturale-
za del principio en sí mismo, sin relación inmediata a su reconoci-
miento legal, y de hecho muchos autores han procedido así. Por
ejemplo, Rodolfo L. Vigo, que asocia la noción de principios a la
de derechos fundamentales, siguiendo en esto a Alexy.54
No es posible abordar aquí la enormidad de planteamientos y
puntos de vista que se han vertido en torno a los principios. Que-
dará para otro estudio el examen detenido de estas posiciones. Bas-
te advertir que esta diversidad de puntos de vista recoge una
característica del principio, que es su polifuncionalidad, lo que de-
termina que todos esos puntos de vista estén en lo cierto en algu-
na parte del tema. Esto le confiere complejidad al estudio de los
principios, tal como se constata en los distintos autores. Aquí, en
este trabajo, la consideración de los principios ha resultado nece-
saria por la concepción de interpretación que se ha desarrollado.
La interpretación es un proceso, en el cual se van manifestando
distintas posibilidades interpretativas, cada una de las cuales requie-
re de justificación. Esto hace que el paso de la interpretación a la
argumentación sea una exigencia interna de aquélla. Al examinar
los principios desde la perspectiva de la argumentación aparece la
noción de fundamento. Pero esta palabra es por su parte polisémi-
ca. Una cosa es servir de base de razonamientos posibles, y otra cosa
es ser la razón de ser del Derecho o ratio essendi. Las posiciones de
los distintos autores se mueven entre ambos significados, por lo cual
a ratos el principio es la razón justificatoria, en otras ocasiones es
la razón de ser. Mi posición es la de que la vieja noción de ratio ya
contiene esas distinciones que se manejan hoy día y que afloran y
han sido desarrolladas en la teoría de la argumentación. Por lo cual,
en mi popia manera de ver las cosas, ratio es principio, el cual pue-
de ser adoptado en distintas funciones. Muchas veces, y es lo que
se ve en las decisiones, el principio se adopta por su función justi-
ficatoria, esto es, como una razón que se esgrime para fundamen-
tar un razonamiento que apoya una determinada decisión. En los
casos de decisiones judiciales ya citados puede verse, por ejemplo,
en una posición literalista, que se esgrime como argumento late-
ral de refuerzo el principio o aforismo “donde la ley no distingue,

54
VIGO, Rodolfo L., Los principios jurídicos, Depalma, Buenos Aires, 2000.

326
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

no es lícito al intérprete distinguir”. Aquí ese enunciado se invoca


sólo como razón justificatoria, pues el principio como tal puede dis-
cutirse. Cuando se invoca un principio para el solo efecto de justi-
ficar un razonamiento, tiene lugar lo que denomino el uso tópico
de los principios, recordando ese momento de la historia de la ar-
gumentación marcado por los trabajos de Viehweg. Los topoi son
principios o nociones que permiten construir argumentos, y en ese
sentido los considero. Viehweg con los tópicos y Perelman con la
nueva Retórica iniciaron un movimiento cuyo desarrollo posterior
ha venido a verse ahora. Está en juego una nueva racionalidad y
con ella una nueva actitud frente a la verdad. El mundo del plura-
lismo no es posible con las viejas verdades. Pero eso abre paso, quié-
rase o no, a una nueva Retórica. El problema, por tanto, hoy día,
es el peligro de la retorización del mundo jurídico. La preocupa-
ción por la coherencia es el reflejo de esta inquietud. De ahí que
se examine con cuidado el tema de la corrección. Pero aquí, una
vez más, topamos en que es decisiva la verdad de los puntos de par-
tida, esto es, de los principios, por lo menos tomados como base
de argumentaciones. Importa una decisión que sea justificada y que
esa justificación sea validable en términos de corrección y verdad.
Por eso la pregunta crucial es si hay una interpretación verdadera,
como la fue en la tradición la pregunta por un verum sensum. El
debate en torno a la interpretación correcta que suscita la tesis de
Dworkin es la manifestación de un problema auténtico de la Teo-
ría del Derecho, cual es la verdad de las interpretaciones. La ver-
dad de la interpretación no puede verificarse por medios directos.
El modelo intuitivista, fundado en Descartes, presupone una con-
cepción del lenguaje que hoy día resulta insostenible. Los propios
tribunales en sus decisiones y los debates en torno a ellas son la
mejor prueba de las dificultades de ese modelo. De ahí la impor-
tancia de su estudio. Los autores han visto la posibilidad de acredi-
tar las interpretaciones por medios indirectos, y ahí es donde se
presenta el coherentismo, que arrastra consigo la concepción de
la verdad como coherencia, aunque a veces se mezcla con la teo-
ría de la verdad como consenso. La tesis de Dworkin nos deja, sin
embargo, en el punto en donde se busca la mejor interpretación,
para lo cual se emplea la coherencia.
Este panorama me mueve a reinstalar la vieja dialéctica, que
obedece como método al problema de acreditar en su verdad pro-
posiciones que no pueden verificarse por métodos directos, es de-
cir, no pueden demostrarse en el sentido cabal de la expresión. Este

327
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

sentido de la dialéctica clásica permite incorporar el debate, el di-


senso, como instrumento que posibilita el examen de los distintos
puntos de vista, para así acceder en forma segura a la verdad de
los principios últimos. Por eso he insertado la prudencia, órgano
de la deliberación, que consiste en ponderar los pros y contras de
toda posición que se levante con pretensiones justificatorias.
En la posición hermenéutica que adopto es importante recu-
perar aquellos elementos rescatables de la tradición, y la vieja dia-
léctica es uno de ellos. La mejor interpretación no es sólo la que
cuenta con mayor cantidad de argumentos, o con argumentos que
se insertan coherentemente en un todo, esto es, que no son con-
tradictorios con otras afirmaciones que se han aceptado por otras
razones, pues esto significa quedarse en la antesala de la verdad.
Los principios tienen que ser admitidos por razón de ellos mismos.
Sólo así puede entenderse que tengan “peso” o “fuerza” y aun po-
der vinculante. Pero antes de examinar este punto, quiero volver
al comienzo. Los principios se emplean como puntos de partida
de razonamientos, y pueden ser considerados por sí mismos, por
su propio valor. Los autores analíticos como Carrió despliegan una
diversidad de significados, pero dejan de lado la consideración del
valor intrínseco del principio. El problema se resuelve por la regla
de reconocimiento, esto es, por la admisión del propio sistema le-
gal. Por otro lado, en autores como Beladiez, el principio es ex-
presivo de un valor, que puede asociarse a un derecho fundamental
de la persona, pero esto se pone en relación con el reconocimien-
to como fuente en el sistema legal español. Si no consideramos ese
último aspecto de reconocimiento como fuente, tenemos una po-
sición que incursiona en la naturaleza del principio y ve en él la
expresión de un valor. Con esto se renueva la vieja polémica de
mediados del siglo pasado acerca de la cognoscibilidad del valor y la
separación entre ser y valor, es decir, las tesis de Scheler y del positi-
vismo lógico. Si se inclina el principio por el lado de los derechos
fundamentales, como lo hace Alexy, se podría retomar el clásico de-
bate sobre iusnaturalismo y positivismo que viene del siglo XIX. No
es mi propósito remover las aguas y sacar viejos debates. Pero pien-
so que bajo la superficie de nuevos planteamientos anidan viejas cues-
tiones, que todavía no pueden darse por resueltas.
Como he señalado antes, al concebir la interpretación como
un proceso en el que van surgiendo distintas posibilidades inter-
pretativas que requieren cada una ser justificada, por lo cual se van
a medir como en la clásica disputa dialéctica las diferentes argu-

328
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

mentaciones, este examen dialéctico de las distintas posiciones y


razones que se ofrecen para las argumentaciones es preparatorio
para el paso de la dialéctica a la respuesta verdadera. Sólo aquí po-
demos rescatar el rol de la intuición. Por eso he hablado antes de
una “intuición asistida”, porque la intuición, por su naturaleza, per-
tenece al sujeto en que tiene lugar, y no puede por sí sola conver-
tirse en moneda circulante. Se requiere de la argumentación. Sólo
entonces puede tener cabida la admisión por convicción, en el sen-
tido que señala Perelman. La persuasión señala el nivel puramen-
te dialéctico, sin pasar todavía al dominio de la verdad. En
consecuencia, tomar conciencia de los principios que se invocan
como razones justificatorias es estar todavía en el ámbito puramente
dialéctico de los debates y ponderaciones, en suma, de la delibera-
ción. Es necesario el otro paso, hacia la naturaleza del principio.
De esta manera, las dos posiciones, la de los principios como razo-
nes justificatorias y la de la naturaleza de los principios se conec-
tan, tanto como el paso de la dialéctica a la aprehensión del
principio en su verdad. Hay que tener en cuenta que los princi-
pios son heterogéneos, es decir, hay principios como el de la bue-
na fe, el del enriquecimiento injusto, el de no aprovecharse de su
propio dolo, que tienen una naturaleza distinta a los principios ta-
les como el de legalidad, el de lo especial prima por sobre lo gene-
ral, el de división de poderes, o los principios lógicos como el de
identidad o razón suficiente.
La diversidad de significados de la palabra principio, anotada por
los autores analíticos, refleja bien este carácter heterogéneo, y por lo
mismo la imposibilidad de reducir toda esta multiplicidad a la uni-
dad de una definición. Pero si se considera que el Derecho en su apli-
cación exhibe una diversidad de dimensiones, es posible recoger esa
multiplicidad y relacionarla con cada una de las dimensiones. A esta
heterogeneidad hay que agregar la pluralidad de funciones, esto es,
que los principios tienen funciones hermenéuticas, en cuanto posi-
bilitan una mejor comprensión de un enunciado legal, funciones de
integración de lagunas, funciones de construcción dogmática en la
concepción de instituciones jurídicas, funciones justificatorias, como
se ha venido señalando. Esta diversidad de funciones, que ha sido des-
tacada por los autores, especialmente por Prieto Sanchís, hace que
el estudio de los principios vaya en direcciones distintas.
La diferente naturaleza del principio determina asimismo su
fuerza y ámbito de aplicación. Hay principios lógicos, por ejemplo,
cuya infracción trae aparejadas ciertas consecuencias; así, una sen-

329
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

tencia judicial mal fundamentada puede eventualmente ser revisa-


da y rectificada. El foco de atención ha sido llevado hacia ciertos
principios jurídicos y su posible colisión con el Derecho positivo
que prescribe en contra de aquéllos. Los principios jurídicos tam-
bién poseen una naturaleza heterogénea. Hay principios que for-
man parte de la cultura jurídica en el sentido de ideas que inspiran
doctrinas, como por ejemplo, la doctrina de la responsabilidad ob-
jetiva de ciertas conductas. Pero hay otros principios que concier-
nen a ideas morales, como la dignidad humana, y en relación con
este concepto capital del mundo moderno, los derechos humanos.
Si, como ha ocurrido a veces, especialmente en la cultura positivis-
ta, se ponen abstractamente la Moral y el Derecho positivo frente
a frente, y se pregunta por la validez de uno y otro, la respuesta
favorece claramente a este último. Pero si se piensa más bien en
que los sistemas legales están integrados por cláusulas de muy dis-
tinto orden, en las cuales abundan términos de significado moral,
el asunto adquiere otro cariz. No poseemos, en realidad, una cláu-
sula legal que considere a los principios jurídicos como fuente di-
recta. Pero se puede construir una solución considerando diferentes
partes. Creo que la intuición básica de F. Fueyo en su obra sobre
interpretación, en orden a que las expresiones de buena fe, orden
público, buenas costumbres y muchas otras, que se encuentran des-
parramadas en la legislación, no sólo son menciones fragmentarias,
sino que son cláusulas que permiten incorporar principios y doc-
trinas amplios. De esta manera, la expresión “espíritu general de
la legislación”, del art. 24 del Código Civil, que ya fuera interpreta-
da por los primeros comentaristas en el sentido amplio de princi-
pios jurídicos, puede retomarse y darle un alcance general y no
reducido a “regla supletoria”. La interpretación de Ducci va también
en esa dirección. Esto confiere a los principios jurídicos el carácter
de fuente también del Derecho. Pero no sólo hay que considerar esto,
sino también los artículos 1º y 5º de la Constitución Política; el pri-
mero que consagra la libertad y la igualdad en dignidad y derechos
de la persona, y el segundo el respeto a los derechos esenciales que
emanan de la naturaleza humana. Enrique Alcalde ha hecho un ex-
tenso análisis de la noción de naturaleza humana como base de los
principios, viendo en éstos una función de garantía.55 Por su parte,

55
ALCALDE RODRÍGUEZ, Enrique, Los Principios Generales del Derecho, Ediciones
Universidad Católica de Chile, 2003.

330
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

la dignidad humana es el concepto que recoge el valor de la per-


sona humana. En la ética kantiana –pienso en la Fundamentación
de la Metafísica de las Costumbres– es la culminación de su pensamien-
to. Al sujetarse todos los seres humanos a la ley moral que emana
de su autonomía se constituye el reino de fines y se hace posible y
cobra realidad la dignidad, esto es, el valor absoluto de la persona
humana. Por eso, en la formulación más elaborada del imperativo
categórico, hay que tratar a la humanidad, tanto en mi persona
como en la de los demás, siempre como un fin en sí mismo y nun-
ca como medio. Pienso que una ética racionalista como la de Kant
coincide con el pensamiento central del humanismo cristiano, de
ver al ser humano como un ser valioso, que no puede mediatizar-
se. En consecuencia, lo que está en juego en el Derecho concebi-
do como un todo es cómo se protege y se hace real esa dignidad.
Al unirse este concepto de dignidad con los otros, como el de buena
fe, por ejemplo, va resultando una elaboración doctrinal amplia de
protección al valor de la persona humana.
He dicho anteriormente que el sentido se establece en rela-
ción con los principios, cuya aplicación surge al considerar un
caso determinado. Podría creerse que en lo dicho hay una apo-
ría, pues el sentido de los enunciados se establece en relación con
los principios, y estos principios son el objeto de esos enuncia-
dos, por lo cual aparecería una circulariedad. He señalado tam-
bién que hay múltiples interpretaciones posibles, lo que implica
de modo general admitir que hay varios sentidos posibles. Y he ha-
blado de un sentido verdadero. Para solucionar estas aporías hay
que traer la distinción entre apariencia y realidad. Mientras nos en-
contramos en el dominio del debate dialéctico de las posibles in-
terpretaciones, confrontando unas argumentaciones con otras, las
razones que allí se ponen son tan sólo aparentemente ciertas, por-
que son base de argumentaciones, por lo cual se produce el libre
juego de los principios. Pero si se abandona este dominio y se ad-
mite una interpretación como la única aceptable, por razón del
principio que le sirve de base, entonces se deja la apariencia y la
multiplicidad. A su vez, si se interpreta el enunciado que contie-
ne la expresión dignidad humana de manera de ver en él un sen-
tido que importa la admisión amplia del valor de la persona, lo
que sucede es que se ve el principio de la dignidad como una ra-
tio essendi del Derecho, esto es,como la razón de ser unitaria, y
no la multiplicidad de sentidos posibles que pueden atribuirse a
ese enunciado.

331
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

Con anterioridad se citó la opinión que ve en los principios la


expresión de los valores insertos en la comunidad histórica. Esta
posición está presente en numerosos autores, no sólo en aquellos
que siguen la teoría de la institución, sino incluso en otros, como
en ciertos aspectos de los planteamientos de Habermas. Lo que
quiere decir es que la cultura, como dimensión dinámica de la his-
toria, se va moviendo a impulsos de cambios en las valoraciones de
las comunidades. Hay épocas en donde priman ciertas ideas, y otras
en donde estas ideas se abandonan o pierden primacía y dejan lu-
gar a otras ideas y valores distintos, o que estaban en segundo pla-
no. Todo es cambiante y la historia es un curso abierto a infinitas
posibilidades. Frente a esta mutabilidad constante ha surgido como
contrapeso la idea de inmutabilidad, es decir, pensar que hay prin-
cipios o ideas que permanecen constantes en el tiempo y frente a
la diversidad de los cambios. Resolver esto es tanto como resolver
el problema de la metafísica: la naturaleza de lo inmutable frente
a la mutabilidad de los entes sujetos a cambio. No es mi propósito
introducirme en esas complejidades. Deseo traer aquí más bien una
página de la Ética Nicomaquea de Aristóteles, en donde, según como
se la interprete, resulta un derecho natural cambiante. El texto es
el Libro V, cap. VII, 1034b 17-35, de esa obra, y su traducción es la
siguiente: “En lo justo político distinguimos lo justo natural (phy-
sikon díkaion) y lo justo convencional (nomikon díkaion). Natural es
lo que en todas partes tiene la misma potencia (dynamis) y no de-
pende de que nuestra opinión lo considere así o no; en cambio,
en lo convencional por su principio es indiferente que la disposi-
ción establezca esto o aquello, pero una vez instituida, importa la
diferencia, así por ejemplo, pagar una mina de rescate por un pri-
sionero, o sacrificar una cabra y no dos ovejas, y también cuando
se trata de disposiciones que se instituyen para casos particulares,
como la disposición que ordena hacer sacrificios en honor de Bra-
sidas, y cuando se trata de disposiciones en forma de decretos de
autoridad”.
“En la opinión de algunos, las cosas justas pertenecen a esta úl-
tima clase, porque mientras lo natural es incambiable y en todas
partes tiene la misma potencia –así como el fuego quema aquí y
en Persia–, en cambio las cosas justas se ven cambiantes”.
“Pero lo anterior no es completamente así, bien que lo sea
en cierto sentido solamente. Aunque entre los dioses tal vez nun-
ca suceda esto, sin embargo entre nosotros, no obstante haya algo
natural, todo está sujeto a cambio. Pese a esto último las cosas jus-

332
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

tas son unas por naturaleza, otras no. Es evidente, de las cosas que
pueden ser de otro modo, cuáles son por naturaleza y cuáles no,
sino convencionales y producto del acuerdo social, aunque am-
bas están similarmente sujetas a cambio. Y en las otras cosas se
aplica también la misma distinción; así, por naturaleza la mano
derecha es más fuerte, sin embargo cualquiera puede convertirse
en ambidextro”.
La oposición “justo natural” y “justo convencional” es una que
ha recorrido largo trecho hasta nuestros días. Inicialmente fue plan-
teada por los sofistas, y de ella se quiso extraer consecuencias polí-
ticas (República y Gorgias, principalmente). Aristóteles recoge estos
planteamientos y caracteriza así la oposición. Natural, como lo que
en todas partes se comporta idénticamente, y lo convencional, por
el contrario, como lo que brota del acuerdo social, que es cambian-
te en el tiempo y de un lugar a otro. Enseguida, lo natural es lo
inmutable, es decir, lo que no cambia y permanece frente a los cam-
bios; lo convencional, producto del acuerdo, por su principio, es
esencialmente cambiante. A esto se añade el principio de que lo
natural es lo que tiene el principio de su popia génesis en él mis-
mo, en cambio lo convencional es lo artificial, depende en su prin-
cipio de otro que lo sustente. Ahora bien, Aristóteles introduce en
lo natural una dimensión sujeta a cambios, que es lo contingente,
que define como lo que puede ser de otro modo. Con lo cual la
naturaleza humana contiene una parte constante e inmodificable
y otra parte cambiante. Los principios, por su parte, poseen esta
doble caracterización. Esto puede entenderse así: un principio,
como el no dañar a nadie, en su generalidad no cambia, pero en
su aplicación a las múltiples situaciones tiene que adaptarse y esto
lleva incluso a su modificación parcial. No dañar a nadie es válido,
pero no impide la legítima defensa, el estado de necesidad (caso
de la tabla de salvación), la guerra justa, el alzamiento frente a la
tiranía, situaciones todas que importan dañar a otro. Pero también
puede entenderse en el sentido de que pueden surgir nuevos prin-
cipios, según las circunstancias. Por eso también la equidad
(epieikeia), como forma de ajuste caso a caso de enunciados gene-
rales (y de principios).
El tema ya se ha señalado antes. La aplicación de lo general a
lo particular, esto es, hacer corresponder una generalidad a una
singularidad es complejo, y fuerza a una constante revisión de lo
general. Puede decirse que la voluntad de bien (y felicidad) es in-
herente a la naturaleza humana, pero los caminos y formas de lo-

333
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

grarlo son múltiples y abiertos a las contingencias de la vida. Por


eso en las comunidades pueden detectarse ciertas ideas y princi-
pios que son como las fuerzas constantes que mueven la sociedad,
pero los cursos que se siguen son cambiantes y no hay en suma
modelos privilegiados y definitivos. La opinión que se examinó an-
tes en orden a que los principios son expresivos de valores e ideas
matrices dominantes en una época, es verdadera en un cierto sen-
tido solamente, porque hay que ponerla en conexión con la bús-
queda y adaptación de principios a las distintas situaciones que
presenta la historia.
Una de las contribuciones del pensamiento clásico en materia
de justicia ha sido el de insertarla en el mundo moral, de manera
de mostrar que ella es una forma de buen trato al otro. El acto justo
beneficia al otro, dejo de lado la consideración de la sanción pe-
nal, que beneficia a la sociedad. La justicia es así un camino para
la construcción de la buena vida en sentido moral. Ése es su deci-
sivo rol en la organización de la sociedad. Esto implica una diversi-
dad de principios que se jerarquizan y se coordinan para hacer
factible el proyecto de una buena vida. De la misma manera, cuan-
do se piensa en la dignidad humana como valor absoluto y principio
del Derecho, hay que ver que existe una serie de otros principios
de rangos diferenciados que protegen y hacen posible en la reali-
dad esa dignidad, y esto es lo que en definitiva traspasa la inter-
pretación y le confiere orientación. De ahí que estoy de acuerdo
con los autores que ven la mejor interpretación como aquella que
mejor hace efectivo un principio de aquellos que protegen la per-
sona humana. Asimismo, esto explica que se haya hablado de
aproximación a la verdad y no de aprehensión plena de ésta.
Por último, quiero tocar brevemente el tema “ley injusta no es
ley”. Pienso que tiene razón Finnis cuando advierte el malentendi-
do que ha oscurecido el asunto y ha servido para tejer argumentos
exagerados. El enunciado que ha provocado este problema provie-
ne de San Agustín, De libero arbitrio, I, v, 11: “lex esse non videtur quae
justa non fuerit”, “la ley que no fuere justa no parece ser ley”. To-
más de Aquino hace una importante observación en Suma Teológi-
ca, I-II, q. 96, a. 4. Estas leyes injustas son en apariencia leyes, pero
en el fondo son corrupciones de la verdadera ley. Sin embargo esa
apariencia es suficiente para considerarla como ley vinculante. La
verdadera ley, que es justa, busca el bien del gobernado, si no lo
hace y es tiránica, es ley aparente, pero dotada de fuerza. Enton-
ces, el problema es más bien qué consecuencias se siguen de la ley

334
ARGUMENTACIÓN Y PRINCIPIOS JURÍDICOS

injusta, y esto dista mucho de las conclusiones que se han preten-


dido extraer.56
Esta breve consideración del tema nos permite volver a lo que
quedó pendiente en relación con los principios, cual es el posible
conflicto entre los principios y el Derecho positivo. No puede plan-
tearse de manera general. Los principios que han sido recogidos
en la legislación positiva tienen la misma fuerza vinculante que el
cuerpo legal en el que se encuentran. Los llamados principios im-
plícitos, que son aquellos que se derivan de los enunciados lega-
les, como se mostró en un caso, tienen también la misma fuerza
vinculante. En una sentencia de 25 de septiembre de 1997, de la
Corte Suprema, caso Reckitt y Colman Chile S.A., en su conside-
rando 3º, dice: “Que esta Corte Suprema entiende que la modifi-
cación legislativa contenida en la Ley Nº 19.374, que entre otras
disposiciones afectó las que reglamentan el recurso de casación en
el fondo, específicamente el art. 772 del Código de Procedimiento
Civil, incorporando el concepto de error de derecho, en reempla-
zo de infracción de ley, no obstante que mantiene esta última ter-
minología en los arts. 767 y 785 del citado cuerpo legal, amplió la
causal del recurso de casación en el fondo en resguardo de todos
los preceptos de carácter legal, entre los cuales deben incluirse los
principios generales de la legislación, que se desprenden de la mis-
ma ley, ya por mención expresa, como en el caso del inciso segun-
do del art. 2º del Código del Trabajo, como aquellos que emanan
del conjunto de sus normas, todos los cuales tienen por objeto dar
mayor estabilidad y certidumbre a las relaciones particulares”. De
acuerdo con esta posición, los principios no reconocidos expresa-
mente pero que se derivan de la legislación, son preceptos jurídi-
cos, como lo señala este considerando, y procede en caso de
infracción el recurso de casación en el fondo. La función de ga-
rantía del principio aparece señalada.
Estos principios derivables de la legislación forman un grupo
enorme, y corresponde a la ciencia jurídica y la jurisprudencia
enunciarlos. Queda, por último, un posible grupo de principios que
no son derivables de la legislación. Dada la ausencia de un reco-
nocimiento explícito, sólo pueden ser validados poniéndolos en
relación con otros principios que sí son vinculantes. En consecuen-

56
FINNIS, John, Ley natural y derechos naturales, cap. XII, pp. 379-395, Abeledo-
Perrot, Buenos Aires, 2000.

335
INTERPRETACIÓN Y ARGUMENTACIÓN JURÍDICA

cia, el posible conflicto entre un principio no implícito y el siste-


ma legal positivo, si lo hubiere, cedería en favor del sistema legal.
En este sentido, habría que considerar las tesis de Esser y Betti, que
sostienen que los principios tiene fuerza vinculante una vez positi-
vizados, ya por el propio Derecho o la jurisprudencia (en el caso
de Betti, jurisprudencia cubre tanto la doctrina como la jurispru-
dencia de los tribunales).

336

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