El Rímac

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EL RÍMAC

BARRIO LIMEÑO DE ABAJO DEL PUENTE

CREACIÓN

El Rímac, como distrito, fue creado por Decreto Supremo del 2 de Febrero de 1920
teniéndose en consideración la necesidad de propender “al rápido embellecimiento a la
higienización y al bienestar” de la localidad; y por Ley Regional N° 462, expendida por el
Congreso Regional del Centro (Huánuco, 6 de Julio de 1921), mediante el cúmplase del Sr.
Presidente Constitucional de la República D. Augusto B. Leguía, de fecha 16 de Agosto de
1921.

Independizado así, del Cercado de la capital, se procedió por el Supremo Gobierno


al nombramiento de las primeras autoridades municipales.

El Distrito del Rímac forma parte integrante de la Gran Lima.

LÍMITES

De conformidad a la citada Ley (Art.6) se fijaron los límites que siguen: “por el N. la
línea de crestas de cerros incomprendidos entre los de San Cristóbal, Amancaes y su
continuación; por el S. del lecho y margen derecha del río Rímac; por E. el sitio conocido con
el nombre de Piedra Liz; y, por el O. el sitio denominado Repartición, en la bifurcación de las
carreteras de Canta y Puente Piedra.

FUNDACIÓN DE LIMA

La fundación de Lima tuvo lugar el 18 de Enero de 1535 por el Conquistador


Francisco Pizarro, en sencilla ceremonia y ante el atrio de la que habría de ser la Iglesia de
Nuestra Señora de la Asunción, presentes sus compañeros de conquista y pobladores
indígenas del lugar presididos por el Señor de la Comarca, del valle de Límac o del Rímac,
en que se estableció la nueva ciudad, capital de los extensos y ricos reinos de Nueva
Castilla del Perú. Recibió la denominación de Ciudad de los Reyes.

Se hizo la traza de la ciudad (con un área total de 214,70 Ha.), constituyendo su


primer plano urbano, obra de D. Diego de Agüero, según unos, y de D. Nicolás de Ribera el

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Viejo, según otros; de acuerdo a ella, quedó formada la ciudad por 117 manzanas o
cuadras, cada una de las cuales se dividía en 4 lotes o solares (464 en total).

Los solares se repartieron entre los primero vecinos, conquistadores y Órdenes


Religiosas, para que sirvieran de morada y de templos y conventos, futuros centros de
convivencia, espiritualidad y enseñanza; se procedió a la edificación; y organizado el
Cabildo Justicia y Regimiento, se iniciaron las labores propias de gobierno de esta ciudad de
prosapia, de leyenda y de orgullo nacional.

RÍO RÍMAC

MONUMENTOS NATURALES

El Río Rímac, el Cerro San Cristóbal, la barriada primitiva y la Pampa de Amancaes,


son, innegablemente, los primeros monumentos históricos del lugar, ofrecidos por la pródiga
Naturaleza; dignos son, por tanto de mención y recuerdo.

SIGNIFICADO

El Rímac, “el que habla” o “hablador” (sustantivo verbal del quechua) dividía a la
Ciudad de los Reyes en dos parte: la margen derecha, alta, ocupada por la nueva traza
descrita; y la derecha, baja, que es materia del presente estudio, constituida por matorrales
y cascajales.

ORÍGENES

El Rímac, en sus remotos orígenes, se forma en la vertiente occidental de Anticona,


a la altura de Casapalca (Huarochirí), por infinidad de deshielos cordilleranos, y a 4500
metros de altura sobre el nivel del mar; desciende a los valles limeños por la quebrada de
Matucana y confluye con el río Santa Eulalia, que tiene mayor caudal de aguas, en San
Pedro de Mama. Continúa por escarpadas gargantas hasta un extenso llano que se inicia en
Chosica y, descendiendo en suave pendiente, por el valle de su nombre, donde se
encuentra la ciudad de Lima, que atraviesa, hasta desembocar al N. del Callao, en el
Océano Pacífico.

EL SANTA EULALIA

Este río, que debe su origen a lagunas cordilleranas, se forma por la unión de los
ríos Yana (al que llevan sus aguas los ríos Piti y Canchis) y Acobamba, alimentados éstos
por infinidad de lagunas (Manca, Pirhua, Huachua, Huampor, Huallunca, Canchis, Misha,

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Pucro, Chiche, Huasca, Carpa, Quisha, Piti-Culi, Sacsa y Quiulla, situadas a diversas alturas
sobre el nivel del mar, hasta los 4628 metros).

RIACHUELOS Y REPRESAS

En el curso del río, para llevar sus aguas a los lugares áridos, pero de tierra
laborable, se divide cerca de Lima en varios riachuelos, como Surco, Huatica, Magdalena
(margen izquierda), Lurigancho, Piedra Liza y Bocanegra (margen derecha).

Debido a una soberbia distribución de sus aguas y a varias obras de represamiento


en Huarochirí, utiliza al máximo el volumen de las mismas. Se han instalado admirables y
poderosas en Callahuanca, Santa Rosa, Moyopampa y Yanacoto.

TERRENO, LECHO Y ORILLAS

El terreno del río es más o menos permeable; el lecho es de cascajo y arena; en las
orillas, capas de arcilla y de cascajo.

FUENTE DE ENERGÍA

El Rímac no solo tiene importancia para la agricultura, sino que es fuente poderosa
de energía para la Gran Lima.

Efectivamente. Ella se deriva de la regulación de las aguas en la región de las


lagunas de Huarochirí, a que me he referido, y por un siglo fue preocupación de los
agricultores del valle (desde Chosica hasta el Callao) que tuvieron iniciativas para
convertirlas en poderosos acumuladores de agua; así se creó la “Junta de Vigilancia de las
Obras de Represamiento” en 1920 por iniciativa del Ing. Lazarte, en la que estuvieron
representados el Gobierno, los hacendados, los industriales de Lima y las Empresas
Eléctricas.

Mediante los capitales aportados por las EE.EE. se logró que las aguas
almacenadas llegaran a un promedio de 35 millones de metros cúbicos; pero como las
aguas aprovechables eran mayores, se realizaron nuevos estudios en 1924 por el mismo
Ingeniero peruano citado y, obtenidos derechos por las EE.EE. sobre determinadas lagunas
del Río Santa Eulalia, y, efectuados nuevos estudios (siempre por cuenta de la mencionada
firma) llevados a cabo por el geólogo suizo Prof. Dr. Buxford, debidamente comprobados
científicamente y en el terreno, a los que siguieron otros definitivos del Ing. Boner en 1928 y
1929 para el aprovechamiento de las aguas en la Prov. de Huarochirí, se inició en 1930 la

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reconstrucción de las represas en las lagunas, haciéndose muros de represamiento y otras
obras tendientes a ficha finalidad, con gran esfuerzo financiero de EE.EE.

Poderosas obras hidráulicas y centrales de generación se han realizado,


desviándose en algunas partes las aguas del Rímac (Toma de Surco) y el del Santa Eulalia
(embalse de regulación de Autisha y Toma de Huinco), entre otras partes de los mismo, para
el aprovechamiento de las aguas; trabajos realizados por peruanos y suizos, mediante
capitales aportados por las Empresas Eléctricas e Hidrandina S.A. originándose las
poderosas Centrales “Juan Carosio” en Callahuanca y Moyopampa, además de la antigua
de Chosica y la de Yanacoto.

Además de la importancia señalada, con el represamiento de las lagunas se ha


incrementado el caudal del Santa Eulalia, en la época de estiaje, de provecho favorable para
la agricultura.

En la actualidad, la capacidad de almacenamiento en las 11 lagunas represadas es


de 72 millones de metros cúbicos. A descarga se hace en la estación de sequía, de acuerdo
con las necesidades de la agricultura y de la generación hidráulica.

La energía para la Gran Lima: de kWh 71800000 en 1925 ha llegado a kWh


520000000 aproximadamente en 1955. Y mediante las nuevas centrales en ejecución y
proyectadas por Hidrandina S.A., se logrará como previsión para 1960 de kWh 833000000 y
para 1965 de kWh 1340000000 con que se cubrirán las necesidades posibles que se
requieren para el alumbrado público y privado y la industria, en obras realmente admirables,
en cuanto a técnica y capitales, realizadas por empresas privadas, con elevadas miras de
contribución al desenvolvimiento de nuestra Gran Lima y al progreso de nuestro querido
Perú.

CERRO SAN CRISTÓBAL

ALTURA

El San Cristóbal es un macizo de pequeña altura, apenas de 378 metros sobre el


nivel del mar, que domina la ciudad de Lima por el NO.

SU NOMBRE

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Debe su nombre a los conquistadores españoles, que así lo bautizaron, al ser
costumbre de ellos poner bajo la advocación de San Cristóbal, como defensor contra las
inclemencias de la Naturaleza, las eminencias pétreas cercanas a las ciudades que
fundaban.

SUBLEVACIÓN DE MANCO INCA

Al producirse la sublevación de Manco Inca, cansados los indígenas de los abusos


que se cometían con ellos, el rebelde envió fuerzas a Lima para poner cerco a la ciudad y
apoderarse de ella, mientras él asediaba la ciudad del Cuzco. El objeto era terminar con la
dominación hispana y volver a los días del Imperio Incaico.

Y fue así como un día de 1536 amaneció el cerro cubierto de tales guerreros en
actitud amenazadora, con la consiguiente alarma, Sitiaron la ciudad durante 14 días, sin
lograr atravesar el río, debido al crecido caudal de las aguas, que arrastraban además de
piedras y desmontes por causa de una fuerte avenida; sirvió el “río hablador” de defensa
ante tan crítica situación, salvando a la población de un desastre, dado el número de
atacantes y las pocas fuerzas con que contaban los españoles. Con todo, se produjeron
algunos encuentros de consideración.

Según se dice, la imploración de los conquistadores al santo cuyo nombre habían


dado al promontorio, fue la que libró la ciudad.

LEYENDAS

Han surgido muchas leyendas sobre este hecho, más que nada producto de la
inventiva popular; como son el de haber construido allí el conquistador una capilla, donde
fue celebrada la primera misa, y la colocación, por él, de una cruz en la cumbre.

ERMITA

En los primeros años del siglo XVII se construyó una capilla por un grupo de devotos
visitantes del cerro, que se llamó la Ermita de San Cristóbal.

En 1630, el Arzobispo de Lima, D. Hernando Arias de Ugarte, nombró para


administrarla al clérigo Andrés Sánchez. Y, como cuidador, vivía allí Juan Marcos de
Paredes, quien –como afirma Suardo en su Diario- “todas las noches bajaba a esta ciudad y
con un Cristo Crucificado en las manos andaba por las calles dando voces y amonestando a
los que estaban en pecado mortal, con que tenía adquirido muy buena opinión en toda esta

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corte”. Este “fulano de Paredes” –como lo llama el autor del “Diario de Lima”- murió el 16 de
junio de 1634.

A la muerte de Paredes –según refiere el P. Rubén Vargas Ugarte, S.J.- se nombró


en su lugar a Pedro Bonifacio o Bonifaz, el cual cuidó de ella hasta su muerte, acaecida en
1643; le sucedió Pedro Bélez de Zamora, y hecha información de su vida, se le entregó la
ermita bajo inventario en 1644, pero no perseveró mucho en ella, pues en Agosto se
anunció al Provisor del Arzobispado, D. Martín de Velasco, que se había ausentado,
dejando un compañero suyo, por nombre Pedro López. Entonces se presentó un buen
hombre llamado Lázaro Martín y se le dio posesión en Agosto de 1644.

El Virrey Conde de Chinchón solía visitar con su señora esposa la Ermita de San
Cristóbal. El 27 de julio de 1635, fueron a ella “por ser su día festivo” –como afirma Juan
Antonio Suardo- “y al pasar por la casa de la Pólvora, el dueño de ella, Pedro del Castillo
Guzmán, hizo a Sus Excelencias salvas con muchos tiros de artillería y otras invenciones”.

La Ermita de San Cristóbal se arruinó con el terremoto de 1746.

LA CRUZ

La Cruz, sublime símbolo de la Redención, que nos recuerda a Cristo Crucificado,


se luce, cual celoso guardián de la Ciudad, en la cumbre del Cerro San Cristóbal.

Es una cruz de hierro y luminosa, inaugurada solemnemente el 23 de Diciembre de


1928, con asistencia del entonces Presidente de la República don Augusto B. Leguía y
autoridades.

Iniciativa feliz del R. P. Francisco Aramburu, ejemplar sacerdote misionero descalzo,


hecha realidad gracias a la cooperación generosa de personas piadosas.

PRIMEROS POBLADORES DEL RÍMAC

INICIACIÓN

Al fundarse Lima, la parte baja, de la banda derecha del río, era zona de matorrales
y cascajales.

Los indígenas o naturales del lugar, que allí vivían, se dedicaban a la pesca de
camarones, para su sustento; los españoles llamaron a estos, “indios camaroneros”. Y el
arrabal recibió su primera denominación, de “pescadores camaroneros”.

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La comunicación entre ambas orillas se hacía pasando los naturales por el mismo
río, con pérdida muchas veces de sus vidas, especialmente en época de avenida, al
aumentar el caudal de las aguas. Preocupados por ello, los españoles se decidieron a
construir un puente seguro.

Construido el puente, provisional primero y de madera después, se logró asegurar el


paso del río y comunicación con ambas partes de la ciudad. Algunos españoles se
interesaron entonces en adquirir solares “al otro lado”, sea solo para morada o para que,
habitando entre los naturales, intimar con ellos y dedicarse al lucrativo negocio de los
camarones, tan solicitados por los pobladores.

Entre los que obtuvieron los primeros solares “al otro lado del río”: D. Juan de
Astudillo y Montenegro (a quien el Cabildo le concedió uno en 1551, y que, en la sesión del
22 de Diciembre pidió le fueran entregados sus títulos), gobernando el Virrey Antonio de
Mendoza y siendo Alcaldes Ordinarios Jerónimo de Silva y Alonso Martín de Don Benito;
Nuño Olivares (a quien de un pedazo de tierra, que fue su pedido, le entregaron dos
solares), durante el gobierno del Virrey Andrés Hurtado de Mendoza, segundo Marqués de
Cañete; N. Piedra (que abrió un tambo), Alonso Márquez y Alonso de Torres (para
establecer una tenería), Antón Sánchez (gran extensión “donde comenzaban los
cascajales”); Nicolás de Grado (una cuadra colindando con los Piedra y Saravia “viniendo
hacia los Rastros”) y el Dr. Saravia, durante el período del Virrey Conde de Nieva.

ARRABAL DE SAN LÁZARO

En 1563 se presentó alarmante entre los negros de la Ciudad de los Reyes el mal
de la lepra, cuyos enfermos, faltos de recursos para curarse, al ser abandonados por sus
dueños, transitaban por las calles o se escondían entre los matorrales del río cometiendo
una serie de fechorías.

Consciente del grave peligro que para los pobladores entrañaba tan terrible
enfermedad, un altruista espadero español, Antón Sánchez, adquirió solares en este lugar,
construyendo allí, con Iglesia adjunta, un Hospital para tales enfermos, que obligatoriamente
fueron concentrados para medicinarse en el mencionado nosocomio, bajo la advocación de
Lázaro, Patrón de los leprosos.

Fue como se originó que a esta barriada se le diera el nombre de “Arrabal de San
Lázaro”.

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Los indios camaroneros fueron catequizados por el Capellán que tenía a su cargo la
Iglesia anexa al Hospital de San Lázaro, adoptando ellos a San Pedro, “Patrón de los
Pescadores”, como tal.

CREACIÓN DEL PUEBLO

En la sesión de Cabildo del 4 de Julio de 1672 se trató del daño que realizaban los
camaroneros al “mudar el río para sus pesquerías” y para evitar estas desviaciones de las
aguas con dicha finalidad, se adoptaron providencias, entre ellas imposición de fuertes
penas. Como medida más efectiva, se convino en la necesidad de agruparlos en un pueblo;
así se escribió al Monarca, obteniéndose la Providencia Real, de que se dio cuenta en la
reunión del 21 de Enero de 1573.

Señalado por el Cabildo de la Ciudad de los Reyes el lugar correspondiente, y dada


la traza y orden necesarios, por la mencionada Providencia del Rey Felipe II, gobernando el
Virrey Francisco de Toledo, se creó el “Pueblo de indios camaroneros”, disponiéndose que
“allí habían escogido con sus mujeres e hijos que querían estar allí de asiento con los
demás que viniesen”.

Entre sus obligaciones se estipularon que “darían camarones en abundancia” y que


se encargarían de trabajar en los “reparos del río”, previo pago de salario estipulado según
informó el regidor Francisco Ortiz de Arbildo en la sesión de Cabildo del 4 de diciembre de
1573, “se les daban 165 jornales de los que han trabajado” en dicha obra; era labor que
realizaban anualmente, durante tres meses. Y también se encargaban de la “limpieza de las
acequias” de la ciudad (recibiendo jornal y comida) y en “llevar varas para los toros de todas
las fiestas”.

De acuerdo a la organización municipal que estableciera el virrey Toledo para el


mejor gobierno del país, al crear los “cabildos de los indios presididos por caciques de su
raza”, se nombraron alcalde y alguaciles para el “Pueblo de los indios camaroneros llamado
de San Pedro que está poblado junto a San Lázaro”.

En la sesión de cabildo del 16 de febrero de 1573 fueron designados: Miguel


Chumbi (natural de Matará) como alcalde; y Antón Musa, Juan Mocha y Francisco Cacachi,
como alguaciles.

El 6 de marzo de 1578 fue nombrado alcalde el indio Antonio Mussa; este había sido
designado el año anterior alguacil de limpieza (en lugar del indio Diego Tocayo) ganando
150 pesos al año y como expresara en 1578 que no le era suficiente “para atender sus

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gastos”, en sesión del cabildo de fecha 20 de octubre fue elegido “lengua” (intérprete) con
40 pesos más anuales; su muerte fue anunciada a los cabildantes en la sesión del 22 de
enero de 1581.

Posteriormente constan en las actas del cabildo las reclamaciones de los naturales
por los salarios no pagados; y asimismo, en 1584 se recuerda en sesión de 31 de enero del
cabildo “se proceda en cumplimiento” con nombrar las autoridades del “Pueblo de San
Pedro que se llama de los camaroneros” como “es costumbre” y que “hace algunos años no
se ha hecho”. Evidencia que, al retirarse el virrey Toledo del gobierno, muchas de sus
atinadas disposiciones dejaron de cumplirse. Gobernada esta época el virrey Martín
Enríquez.

ABANDONO Y RUINA

Al producirse el terremoto del 9 de julio de 1586, la iglesia y el hospital de San


Lázaro quedaron en ruinas.

Por las sesiones del cabildo de la Ciudad de los Reyes se tiene conocimiento del
interés de los cabildantes, ante el abandono del “pueblo de los indios camaroneros llamado
San Pedro que está junto a San Lázaro”. Expresándose constantemente en 1587 y 1588 de
que “convenía para su sustento y policía que se les diese doctrina” y acordándose que se
gestionara al respecto ante el virrey.

En 1589, al producirse la epidemia de viruela, sarampión y otras enfermedades,


especialmente entre los indígenas, se adaptó la derruida iglesia como hospital, para atender
a los enfermos.

REDUCCIÓN AL CERCADO

En 1590, el alcalde ordinario capitán Juan de Barrios informó (sesión de cabildo del
2 de agosto) que por orden del virrey Fernando de Torres y Portugal, Conde del Villar Don
Pardo, se había resuelto “reducir todos los yanacones de esta ciudad y los indios que
estaban poblados junto a San Lázaro al Cercado y que la cumpliría el capitán Juan (y no
Pedro como equivocadamente se afirma) Ortiz de Zárate”.

Muchos de los miembros del cabildo se manifestaron en contra de tal medida, por
inconveniente, encargándose al procurador general de la ciudad diera a conocer al virrey
esta opinión.

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Estuvo a su favor el otro alcalde ordinario, D. Pedro de Santillán, quien manifestó en
la sesión del 15 de octubre, haber convenido que “los indios de San Lázaro” fueran
reducidos en su cercado, por las siguientes razones:

1) Para evitar que la gente desalmada y sin conciencia cometiera con ellos
ofensas.
2) Porque el cura que les administraba los sacramentos no podía hacer escrutinios
de sus vidas y de si eran casados o solo vivían amancebados.
3) Porque los días viernes y otros de devoción, a título de reverencia a Dios,
cometían ofensas contra la divina majestad.
4) Porque no tenían comodidades para aumentarse sino disminuirse por estar
junto al río donde gozaban de mucha humedad y enfermedades y no podían
hacer sus casas de adobe, y ser sitio pedregoso y solo construían de
banaraque, lo cual era ocasión que fueran robados y maltratados por los negros
y gente de servicio.
5) Por las avenidas de las aguas.

En vista de estas razones, el cabildo cambió de opinión, decidiendo que pasaran los
indios al Cercado, “por tener comodidades y una iglesia tan cómoda y de tanta policía de los
PP. De la Compañía de Jesús”.

En la sesión del 17 de diciembre, volvió a pedir el alcalde ordinario Santillán la


“reducción de los indios de San Lázaro al Cercado”.

En 1591, el nuevo virrey García Hurtado de Mendoza, tercer marqués de Cañete,


dio cumplimiento a la disposición en referencia de su antecesor, por provisión del 24 de
mayo.

Esta disposición tiene su antecedente en una provisión del gobernador (ejercía con
tal título el gobierno del país)licenciado Lope García de Castro, de fecha 11 de noviembre de
1566, quien así lo acordó, al dar principio a la fundación del Barrio del Cercado.

Y en 1577 se intentó “reducirlos al pueblo que trataban de hacer entre San


Sebastián y la acequia de Aliaga”.

PRIMERAS DENOMINACIONES

Los diferentes nombres que recibió en el siglo XVI el actual distrito del Rímac,
fueron: Arrabal de pescadores camaroneros; Arrabal de San Lázaro; Pueblo de indios

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camaroneros; Pueblo de los indios camaroneros llamado San Pedro o simplemente Pueblo
de San Pedro y también Pueblo de San Pedro que se llama de los camaroneros o Pueblo de
indios camaroneros llamado San Pedro que está junto a San Lázaro –como aparece en
diversos documentos de 1573 a 1590; y, finalmente, en las postrimerías de la centuria,
Barrio de San Lázaro.

LOS PRIMEROS SOLARES

ORDENANZA REAL

Para la concesión de solares en esta parte de la Ciudad de los Reyes, se dio


cumplimiento a la Ordenanza Real expedida por el emperador Carlos V firmada en Madrid el
19 de noviembre de 1551 (de que se diera conocimiento y fue publicada en Lima el 20 de
agosto de 1553), por la cual, entre otras disposiciones establecía: “Las personas que
recibieran solares para vivir, obligadas a cercarlos dentro de seis meses de publicadas estas
ordenanzas, pena de perderlos, y lo que tuviesen solar no pidan ni se les den otros”.

DISPOSICIONES INTERESANTES

Revisando las escrituras de propiedad existentes en el Margesí de Bienes


Nacionales y en el Archivo Nacional, así como las Actas del Cabildo de Lima, he encontrado
que unos solares fueron concedidos por el virrey y otros por el cabildo, existiendo muchos
otorgados por “provisión” de la autoridad virreinal dejando a “merced del cabildo le cargue
algún moderado censo”. Así aparecen curiosas concesiones “en lo que toca a las escrituras
de los censos” y a las reuniones mismas de los cabildantes; motivó esta dualidad, por otra
parte, una serie de problemas para los mismo favorecidos y aún para las autoridades, por
enojosos pleitos.

Las escrituras de los solares eran entregadas por intervención del escribano público
y de cabildo; para la entrega de los mismos y señalamiento de lugar (cuando este no era
precisado) los denominado comisarios, nombrados por el cabildo, y que generalmente
fueron dos, un alcalde ordinario y un regidor; y el mayordomo de la ciudad, se encargaba de
cobrar los censos. Intervenía también a este respecto el procurador general o procurador
mayor de la Ciudad de los Reyes.

Algunos solares se entregaron “a que no pague nada”, “libre de censo” o “realengos”


(términos empleados); pero por lo general a “persona abonada” (solvente), y así se acordó
hacerlo “con reconocimiento de 4 pesos corrientes de censo en cada año y por cada solar”.
Y hasta hubo quienes los recibieron a cambio del compromiso de reconocer a la ciudad, por

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cada solar “4 gallinas cada año perpetuamente”. (En 1591, que aparece tan curiosa
concesión, el valor de cada gallina era de 6 reales; los pollos costaban 3 reales cada uno; y
6 huevos se daban por 1 real).

CESIONES CURIOSAS

Es interesante consignar, asimismo, que en la sesión del cabildo de fecha de 9 de


agosto de 1591, “se acordó dar solares a los capitulares presentes y ausentes que
pretendían tomarlos en el barrio de San Lázaro para vivienda y otras cosas” y que,
evidenciando celo especialísimo, fuera mediante “censo de 8 pesos por cada año y por cada
solar”. Es de presumir así como consta en muchos casos, que recibieron entonces solares:
los alcaldes ordinarios Francisco de Mendoza y Manrique y capitán Melchor de Cadahalsso
Salazar, alguacil mayor Francisco Severino de Torres, contador Tristán Sánchez, tesorero
capitán Antonio de Avalos, fautor Francisco Manrique de Lara, regidores capitán Diego de
Agüero, Luis Rodríguez de la Serna, Diego Núñez de Figueroa, Gregorio Ortiz de Arbildo,
Francisco de Valenzuela Loayza, Diego Gil de Abis, capitán Martín de Ampuero, García
Barúa Cabeza de Vaca, Simón Luis de Lucio, Dr. Francisco de León y Alvaro de Alcozer
(alcalde de la hermandad).

Por otra parte, como solicitarlos sin la condición antedicha les era más económica,
desde que pagaban por lo general, “de censo 4 pesos por cada año y por cada solar”,
muchos de ellos así lo hicieron.

Y tan es, que en la misma sesión, el escribano público y de cabildo Blas Hernández
pidió que “pues él había trabajado en lo que toca a las escrituras de los censos que se
habían otorgado de los solares en el barrio de San Lázaro y otras cosas a estas tocantes, se
le diese en el dicho barrio un solar”, siéndole concedido con el “reconocimiento de 4 pesos
de censo en cada año”.

DISPOSICIONES DEL VIRREY TERCER MARQUÉS DE CAÑETE

El virrey García Hurtado de Mendoza, tercer marqués de Cañete, resolvió en 1590,


que, el cabildo justicia y regimiento de Ciudad de los Reyes, en virtud de sus derechos al
extenso lugar del barrio de San Lázaro, procediera a “vender a censo” los solares libres que
aún no se hubiera adjudicado y que “de lo montare la venta” pertenecía la “renta” de las “dos
terceras partes” a la ciudad, para que “se gastase en el reparo del puente y en las fuentes y
lo que sobrepare en obras públicas” y la tercera parte restante “en beneficio de los
capellanes de la capilla real de la ciudad”.

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EL JUICIO DE LOS CAPELLANES

Ante el incumplimiento por el cabildo de esta última parte, presentó su reclamación a


la autoridad virreinal, en 1598, el capellón mayor Gabriel Solano; entonces el virrey Luis de
Velasco, Marqués de Salinas, expidió un auto (10 de julio) encargando al tesorero San Juan
de Belaoxtegui “para que tomase en cuenta y cobrase la parte dicha”.

Informado el cabildo y producido el embargo de las rentas hasta que se solucionase


la reclamación, se dispuso lo conveniente. Intervinieron, entre otros, en este asunto, que dio
lugar a un enojoso y dilatado pleito: el mayordomo de la ciudad Luis Fernández de Sosa
(para que diese razón del importe de las ventas); el procurador general, Hernán Carrillo de
Córdoba (en defensa de los “propios”); el mayordomo Baltazar de Molina (ya en 1600 y
quien recibió por su trabajo, ante un acuerdo especial, “el 5% de lo que cobrase” –pues
algunos censos no habían sido pagados); e alcalde ordinario José de Agüero, regidor Simón
Luis de Lucio y escribano Blas Hernández (“vista de ojos” de los solares y sitios poblados y
los que quedaban- en 1600); Lope de Castañeda (en cargado en 1601 de liquidar las
cuentas con los que tenían solare, y cobrando por ello 50 pesos); regidor Diego Núñez de
Figueroa (asistió en representación del cabildo, en 1601, en la liquidación que realizaba el
tesorero por orden del virrey).

Se terminó al fin en 1601 (25 de mayo) con la aprobación del concierto celebrado
entre los comisarios del cabildo y el capellán de la capilla real (P. Juan Sánchez de
Villoslada, que sucedió al anterior), quedando este satisfecho del monto total
correspondiente al tercio que le correspondía (“hasta el postrero día del año 1600”) por cuya
cantidad se expidió en Diciembre el libramiento cancelatorio, siendo alcalde ordinario el
general Fernando de Córdoba y Figueroa.

OBTUVIERON SOLARES

Como se desprende de la lectura de los documentos antedichos, obtuvieron solares


en el Barrio de San Lázaro, de 1551 a 1559, además de los ya mencionados, entre otros
muchos, los siguientes:

- Juan de Rojas (en 1565 “en el barrio”).


- Diego de Carbajal (en 1576, siendo alcalde ordinario, para molino “salida puente
izquierda, entre corrales de rastros y el río”).
- Diego de Barrionuevo (1584 “en el camino que va a Trujillo”. Parece que era en
la primera cuadra).

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- Martín de Medrano (1587, receptor de la Real Audiencia, “junto al hospital”).
- Diego Gutiérrez de Segura (1589, portero de la Real Audiencia, “en el cascajal,
junto al hospital).
- Ventura del Valle (1589, portero del Ayuntamiento; al morir lo heredó su hijo
Juan del Valle).
- Lázaro Romero (1590 “a la salida del puente volviendo sobre mano derecha”.
Concesión virrey D. García “a cambio reparos río esa parte”).
- Francisco Nieto (en 1590, pidió permiso para abrir pulpería y mesón en su casa,
“que está junto a la puente”).
- Diego de Avila de Herrera (1591, “en el llano de San Lázaro”. El virrey D. García
le hizo concesión de “una cuadra entera”).
- Inés Rodríguez (1591, siendo viuda, en el “barrio”).
- Capitán Melchor de Cadahalsso Salazar (1591, siendo alcalde ordinario, en el
“barrio”).
- Pedro de Yllanes (“junto a la Iglesia de San Lázaro” y en 1591 reclamó al
cabildo, porque “un pedazo de solar le tomó el cura de San Lázaro”).
- Pedro Fernández de Peralta (1591, Hijo de D. Juan Fernández de Herrera y de
doña Catalina de Peralta. No hay señalamiento de “sitio del solar”).
- Dr. Francisco de León (regidor, “donde estaban los rastros”. En diciembre de
1591 dejó “por diversas causas” el que le dieron y en 1594, siendo
superintendente de limpieza de la Ciudad de los Reyes, dejó también otros dos,
porque “cuando fue a construirlos tuvo contradicción”).
- Jerónimo de Yporri (8 de agosto de 1592 pidió una cuadra y solo le dieron dos
solares “en el barrio”).
- Francisco Severino de Torres (siendo alguacil mayor en 1592 obtuvo 4 que los
dejó en 1593. En el “llano y pedregal” –detrás de Francisco Nieto- y “hasta el
cerro San Cristóbal”).
- Luis Hernádez (por traspaso, 1 Pedro de Yllanes y 2 y ½ “poco más” su
hermano Blas Hernández).
- Damián de Meneses (2, que dejó en 1593 siendo procurador general de la
ciudad –hijo del Dr. Gaspar Meneses).
- Capitán Juan de Aliaga (en 1594 “atento a que su padre –Lorenzo de Aliaga –
había sido regidor”. Pero al año siguiente renunció “al derecho del solar que le
dieron”).
- Pedro de Ayllón (en 1594 siendo sargento de Cuadrilleros. Murió en 1599).

14
- María Cepeda (hija de Hernán Gonzáles el Mozo y de Juana Cepeda; mujer del
fautor Francisco Manrique de Lara. Al morir este, pidió en 1598 que le
entregaran los 2 solare “de su propiedad”).
- Francisco de Riberos (en 1596, “uno que está delante de la iglesia de San
Lázaro que se había dejado de Plaza”).
- Hernando Bernardo de Munguía (2 que le concedió el virrey D. García en 1591.
Hijo del capitán Pedro de Munguía. Licencia del cabildo en 1596 para traspasar
2 solares que tenía en el “barrio”; al morir, lo heredó su señora madre, doña
Francisca de la Vega).
- Lázaro Herballejo –o de Ervalejo (2 en el “barrio”).
- Alonso de Arévalo (1598)
- Gaspar Ariza (le fue traspasado por Alonso de Arévalo).
- Domingo González (1598).
- Francisco de Escobar (ejercía el oficio de platero. Poseedor de una gran
extensión. Al morir, en 1598 su viuda Luisa de Mendoza y herederos, entablaron
juicio al cabildo y que ganaron, por haber dispuesto este de solares de su
propiedad).
- María de Valera (extenso terreno. Huerta. Cerca al Cerro San Cristóbal).
- Capitán Diego de Peñalosa (en el “barrio” y que presentó títulos en 1598).
- Diego de Riquelme del Pedrozo (“del puente a la derecha”).
- Juan de Cardona (“de los que quedaron para Plaza” y huerta “detrás de la
iglesia de San Lázaro”.

SOLARES CLANDESTINOS

A la manera de nuestras actuales “barriadas clandestinas” un caso análogo fue


contemplado en las postrimerías del dieciséis.

En 1595, el Ayuntamiento contempló la situación que se había presentado en el


Barrio de San Lázaro (“donde estaba el rastro”) debido a que “algunas personas se habían
metido en algunos sitios, sin pagar, y tenían solares”. Existiendo buen número de vecinos
que pretendían el lugar, pagando censo, se nombró (5 de agosto) comisarios al alcalde
ordinario Domingo de Garro y regidores Luis Rodríguez de la Serna y Andrés Sánchez, a fin
de que resolvieran lo conveniente.

EL RÍMAC EN EL SIGO XVI

YUNGAS

15
Yungas se llamaron los pobladores de Lima, por la región geográfica de su
ubicación; el curaca de Limac o del Rímac, valle que ocupaban, era el señor de estos
dominios al fundarse la ciudad de los Reyes o Lima. Tauri-Chusca fue su nombre, según D.
Carlos A. Romero.

Sus habitaciones eran rudimentarias, verdaderas chozas de piedra en bruto, adobón


con mezcla de cascajo, y adobe prensado, según los casos, cubiertas de caña, empleando
diversas clases, diferentes en tamaño, para asegurar la resistencia de materiales, en que
evidenciaron ser expertos. Construidas en el llano y en los promontorios.

LOS ESPAÑOLES

Al llegar los españoles y establecerse, las primitivas moradas que fabricaron fueron
del material que tuvieron a la mano: madera, tosca, adobe, cubiertas de carrizos, primero, y
de ladrillos y cal, después, hasta que a ellos unieron la piedra para sus portadas.

LAS DOS PARTES

Al “otro lado del río” o sea el actual distrito del Rímac, existían dos partes: la
primera, formada por las orillas, la llanada o llano constituida por maleza y carrizales (del
puente a San Lázaro) y el pedregal (a un lado); la segunda, por el cascajal (desde San
Lázaro hasta San Cristóbal).

CAMARONEROS

Indígenas yungas “camaroneros” habitaban en rústicas ramadas, en la primera


parte; en los alrededores del cerro, los que se dedicaban al sembrío de tan extensos
lugares, hacia el norte y las serranías.

Fue pues, en su iniciación, un típico poblado indígena de yungas dedicado a la


pesca de camarones.

EL PRIMER CONTACTO

Fundada la Ciudad de los Reyes, los españoles incursionaron en esta banda del río,
para establecer contacto con los naturales y servirse de ellos en el reparo del río,
construcción de su moradas y demás menesteres necesarios; algunos solicitaron allí
extensiones de tierras, al comienzo, solares después.

PRIMER ACUERDO DEL CABILDO

16
El primer acuerdo y providencia del cabildo con relación al “arrabal” –como lo
llamaron- de los “pescadores camaroneros” –como también los denominaron- fue la
disposición autorizándolos para ejercer su oficio (6 de diciembre de 1538). Su objeto,
hacerles sentir el peso de la autoridad, como dominadores del territorio. Fue actitud de
mando, de poderosa influencia.

PRIMEROS PUENTES

Para comunicarse con la otra banda, había que vadear el río; a fin de facilitarla se
construyó en 1549 un puente de “criznejas” que fue el primero, y en 1554 otro de “madera”,
cerca de ambos a los “indios pescadores”.

MESTIZAJE

Estas obras fueron de halago efectivo, que facilitó mucho en las relaciones con el
poblador, aborigen, tendiente a lograr la vinculación favorable, en época del virrey Antonio
de Mendoza. Y que produjo el intercambio, favoreciendo el mestizaje, de yungas
pescadores y españoles.

PRIMER NOMBRE DE CALLE

El virrey Andrés Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Cañete, al disponer la


construcción del primer puente de piedra, cal y ladrillo (iniciado en 1557 y terminado en
1560, en lugar cercano del norte, originando el primer nombre de calle en la misma, “Camino
Real de Trujillo” o simplemente “Camino de Trujillo”.

EL PRIMER TAMBO

La construcción del puente en referencia, determinó en 1561 a N. Piedra establecer


un tambo en el solar de su propiedad, en el “Camino Real que va a Trujillo”.

RASTROS

En 1559, solicitado por el cabildo, el médico licenciado Álvaro Pérez, expresó que
los lugares donde se encontraban las tenerías y los rastros (en Lima, junto a la Alhondiga o
depósito de granos y frente a San Francisco) eran dañinos para la salud del vecindario, por
lo que deberían ser trasladados de lugar.

17
El cabildo acordó (15 de setiembre) en este sentido, iniciando en 1560 la
construcción (“con cimientos de piedra y cal”) en un solar “al otro lado del río” de cuadra
entera “propio de esta ciudad”, al que se trasladó el rastro en 1562.

A pedido del regidor y procurador general Diego de Porres Sagredo, el cabildo


justicia y regimiento reservó en 1559 (sesión 2 de octubre) el mencionado espacio (fueron
“dos cuadras” las que se hicieron “merced a esta ciudad para el dicho efecto”).

QUEMADERO

Más allá de los rastros o carnicerías, (a La altura del que sería “Tajamar de Las
Cabezas”) se estableció el muladar o quemadero público, donde se incineraba la basura.
Allí estuvo desde los primeros años de la fundación de la capital.

BARRIO DE SAN LÁZARO

En 1563, Antón Sánchez estableció el hospital para leprosos con iglesia adjunta,
que se pusieron bajo la advocación de San Lázaro, constituyendo los primeros centros de
asistencia social y de religiosidad.

Y surgió así con otra decisiva en la iniciación urbana, originando el Arrabal con el
nombre propio, que poco después habría de alcanzar categoría con el título de barrio de
San Lázaro.

PRIMERA TENERÍA

A principio de 1563 establecieron Alonso Márquez y Alonso de Torres la primera


tenería o curtiembre, con “abierta puerta grande al Camino Real de Trujillo”.

PRECIOS DE MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN

El valor de los ladrillos, que fuera fijado por el cabildo en 1557 a razón de 8 a 10
pesos el millar, experimentó un aumento en 1563, al determinarse que fue de 10 pesos
corrientes adquiridos en horno y de 12 pesos corrientes puestos en obra.

En 1577: adobes grandes 25 pesos el millar y pequeños 20 pesos (puestos en


obra).

Y, siguiendo el alza, en 1586 nuevos precios: 15 pesos el cahiz de cal, 25 pesos el


millar de ladrillos y 30 pesos el millar de adobes (puestos en obra).

18
La influencia de la demanda del material, ante las construcciones, se dejó sentir, de
acuerdo a las leyes económicas que regulan los mercados de precios.

TORRENTADA

Las fuertes avenidas del río en julio en 1567, motivaron una torrentada que rompió
parte de los tajamares (del otro lado) entrando las aguas al barrio de San Lázaro, originando
algunos daños al puente y a los rastros, rápidamente reparados después; así como en 1581,
que las aguas dañaron con peligro de ruina un pilar del puente. Y nuevamente, en marzo de
1588, asumiendo graves proporciones, con serio peligro para un ojo del puente.

PUEBLO DE SAN PEDRO

En 1573 se creó el “pueblo de indios camaroneros” (concentrando a los naturales a


la altura de la actual calle de Camaroneros) y que, por haber adoptado antes sus
pobladores, como Patrón al Santo de los pescadores, recibió la denominación de “Pueblo de
San Pedro” simplemente o con el agregado “de los indios camaroneros”.

PRIMERAS AUTORIDADES

Al designarse por el cabildo los primeros alcaldes y alguaciles para el mencionado


pueblo, se tienen entonces los primeros vecinos y las primeras autoridades indígenas con
nombre conocido, en las personas de Miguel Chumbi (alcalde), Antón Mussa, Juan Mocha y
Francisco Cacachi (alguaciales).

PRIMER MOLINO

En 1576, Diego de Carbajal construyó el primer molino, que estaba situado “a la


salida del puente volviendo sobre mano izquierda, entre corrales de los rastros y el río”.

SISMOS

La vida apacible del nuevo barrio, se transformó con el fuerte temblor del 16 de
marzo de 1584 y motivo de verdadero pánico el terremoto de 1586, que originaron muchos
males de consideración: los rastros y las moradas seriamente averiados, y, el hospital y la
iglesia, los edificios más afectados.

PLANEAMIENTO URBANO

19
El año 1590 el virrey García Hurtado de Mendoza adoptó disposiciones que
marcaron el paso decisivo del Barrio de San Lázaro. Su planeamiento, en el verdadero
sentido urbanístico.

En realidad, este digno representante real se hace acreedor al título de urbanizador


del lugar, donde ya existía una población mestiza, pero sin traza alguna, comenzándose a
los arreglos convenientes de ordenación y trazado. Y surgió entonces, con todas sus calles
actuales (aunque con mayor anchura) el denominado hoy jirón Trujillo (entonces “camino a
Trujillo”).

Para su cumplimiento, el cabildo nombró comisarios al alcalde ordinario capitán


Melchor de Cadahalsso Salazar, y a los regidores Dr. Francisco León y Diego Núñez de
Figueroa, quienes realizaron además las ventas a censo de los sitios libres.

Y por auto del 24 de mayo de 1591 hizo merced a la ciudad de “todo el sitio que está
a la otra parte de la puente alrededor de San Lázaro y de todo lo demás que estuviese
vacuo en contorno”.

SOLARES

A partir de 1590 se multiplicaron las solicitaciones de solares, de buen número de


vecinos de Lima, para la construcción de sus moradas en esta parte del río, en proporción
elevada, y con miras de ser pobladores estables de la nueva barriada, como hasta entonces
no se había hecho.

El virrey hizo entonces cesión de solares, imponiendo a los beneficiados “como


obligación” realizar por su cuenta los “reparos de puente y río”.

HUERTAS

En los terrenos más amplios se formaron, imponiéndose al pedregal y los


cascajales, en fecunda actitud para hacer laborable la tierra, mediante el trabajo
regenerador. Y se transformó así la aridez con el verdor, debido al aprovechamiento,
además, de las aguas cercanas, que el río generoso les ofrecía.

Y un ejemplo, entre otras huertas más, la situada al fondo, cerca al Cerro San
Cristóbal, de doña María de Valera y su hijo Luis Guillén, tenaces y pródigos.

20
De ellas surgieron las primeras legumbres, tubérculos, hortalizas y cereales, y las
primeras frutas, importadas y propias del país, que se expendieron para el consumo en el
barrio; y en cuyo cultivo, el nativo contribuyó, como agricultor por excelencia.

PRIMER MESÓN Y PULPERÍA

Fue en 1590 que el vecino Francisco Nieto instaló el primer mesón (hotel) y la
primera pulpería, en la primera calle del “camino a Trujillo”. Más tarde, al multiplicarse, se
vio obligado el virrey García Hurtado de Mendoza a dictar, para su mejor servicio, las
ordenanzas del 24 de enero de 1594.

CASA DE RESOLECCIÓN

El lego franciscano Andrés Corzo, contando con la cooperación de personas


piadosas, entre ellas doña María de Valera y su hijo Luis Guillén, quienes cedieron una parte
de su extensa huerta, fundó en 1592 la Casa de Recolección (hoy Convento de los
Descalzos).

Esta fundación comprendió la parte más apartada, al fondo del barrio de San
Lázaro, en la falda del cerro de San Cristóbal. Marcó una nueva etapa en el progreso local.

REFORZAMIENTO DEL PUENTE

Los trabajos de reforzamiento y empedrado, llevados a cabo en 1593 y 1594,


gobernando el virrey García Hurtado de Mendoza, tercer marqués de Cañete, salvó esta
obra pública y aseguró su estabilidad.

CAMBIO QUE ORIGINA

El crecimiento de la nueva barriada de San Lázaro, como parte integrante de Lima,


motivó para esta ciudad con respecto al río, que no estuviera ya en las afueras, sino
quedando dentro de ella.

¡600 CASA!

Al terminar la centuria, habían ya alrededor de 600 casas en el barrio de San


Lázaro, además de algunas huertas en producción.

EN CONCLUSIÓN

21
De un rústico poblado de humildes rancherías de camarones yungas, surgió el
barrio de San Lázaro, una nueva población, confundidos españoles, indios, negros, mestizos
y mulatos; de las más variadas y múltiples ocupaciones, en tambos y mesones, pulperías,
tenerías, molinos, rastros, alternando en su ubicación con moradas, hospital, iglesia, casa
de recolección y huertas.

Modestos unos, como barriada misma; de prosapia, otros, como el futuro del barrio.
Todos, con el gran valor que generara el mestizaje, por la tierra y por la sangre,
contribuyendo a la evolución urbana, marcando un paso decisivo en su progreso al finalizar
el siglo XVI.

LA CAPILLITA DEL PUENTE

“Capillita del Puente” es la denominación que todos los vecinos han dado a la que
hoy se presenta, cual si fuera verdaderamente una iglesia, en toda la expresión del vocablo
y no propiamente aquella.

Mucho se ha hablado de esta hermosa y pequeña capilla. Tanto que hasta se ha


dicho haber sido la “primera iglesia que se construyó en Lima” y de que fue en ella “donde
se celebró la primera misa pública” al fundarse la Ciudad de los Reyes.

Ni uno ni lo otro. Todo debido a inventiva popular, y, muy especialmente, a los


cambios experimentados por las “consejas” de antiguos pobladores del barrio, al ser
transmitidos de generación en generación, a través del tiempo.

Nada existe referente a esta capilla, consignado por los cronistas, quienes fueron
tan meticuloso en sus descripciones relativas a cuanta edificación religiosa existió, llámese
tal, ermita o iglesia.

Basándome en antiguas anotaciones de familiares, consignadas en privados


cuadernos relativos a sus propiedades, en tiempos que residieron como tales en este barrio
limeño de tanta remembranza, me remito expresar al respecto cuanto conozco, agregando
otras veraces informaciones y escrituras. Considero que así, al fin, reluce la verdad
respecto a tan sagrado como venerado recinto.

A mediados del siglo XVII, gobernando el virrey García Sarmiento de Sotomayor,


conde de Salvatierra, llegó al Perú, procedente de España un ilustre caballeo, que entre sus
muchos títulos ostentaba nada menos que el de duque del Infantado y perteneciente al
mayorazgo de la distinguida familia de los González de Mendoza.

22
Establecido en Lima, adquirió propiedades en el barrio de San Lázaro,
avecinándose, y ostentando en la portada de su mansión, el escudo inmobiliario, por ser “de
prosapia” y “de solar conocido”. De acuerdo a su estirpe, efectuó l adquisición en el Camino
Real de Trujillo, ocupando precisamente terrenos donde está actualmente la capilla.

Ella no existía, ni siquiera como ermita, mas si había un tambo (que entró a formar
parte de tales dominios) y en él, una imagen de Nuestra Señora del Rosario, que era motivo
de adoración por los vecinos.

Teniéndolo en cuenta, al construir su heredad consideró espacio conveniente para


que esta advocación continuara venerándose, y, con tal motivo logró, por autorización, que
su “capilla privada” tuviera puerta a la calle para que fuera de fácil acceso a los devotos.

Con posterioridad se renovaría la casa, seguramente, porque dejó de tener


comunicación con la capilla; y esta fue cedida como capellanía a los dominicos, teniéndose
entonces un mayordomo encargado d su culto. Fue refaccionada, y de ahí que exista
delante del retablo mayor (cubierta por vieja alfombra) una placa de berenguela con
inscripción: “JUAN CALORIO 1800)”.

En 1804 se efectuó una restauración -según referencias del Dr. Domingo Angulo-
ampliándose la actual sacristía a expensas de las casas vecinas. Fueron llevadas a cabo
por el citado mayordomo y el capellán P. Pedro Noriega, O. P.

Es con este motivo que aparece una escritura de donación. D. Manuel de Odriozola
afirma, por la fecha de ella “que hizo la señora dueña del solarcito en que se edificó la
iglesia, consta que seis años después de delineada la ciudad fue cuando se procedió a su
fábrica”. Con las debidas salvedades del caso, ante tales expresiones y de conformidad a lo
que manifiesto con relación al barrio, resultaría así que el error se debe al momento de dicha
donación, para la restauración de la capilla. En tal escritura intervinieron (22 de diciembre
de 1904) los señores Calixto, Joaquín y Lucas González de Mendoza, herederos del primer
propietario mencionado.

Nuevas refacciones en 1878, 1896 y, últimamente, con motivo de los daños que
sufriera por el terremoto de 1940, en esta capilla que ocupa una extensión aproximada de
50 m2 como máximo.

En su retablo mayor se venera una antigua imagen de Nuestra Señora del Rosario.

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Interesante en todo su conjunto, por cuanto sus paredes y cubiertas están
ornamentadas y en colores, en relación con la advocación que ostenta, pues también se le
llama Capilla del Rosario; y no obstante su diminuta área, cuenta con coro y su melodio,
púlpito y otros retablos con imágenes igualmente antiguas y un cuartito que sirve a la vez de
sacristía y confesionario.

Santuario digno de conservarse, ya que constituye uno de los lugares devotos más
antiguos del Rímac.

EL PUENTE

PUENTE DE PIEDRA

Es a base del verdadero monumento de este nombre, de tanta significación en la


ciudad y el barrio, existente en nuestros días y cuya historia escribo, que se refieren las
líneas siguientes.

PRIMER PROYECTO DE UN PUENTE DE CANTERÍA

En 1549, el cabildo contempló la necesidad de construir un puente que uniera


ambas orillas del río Rímac.

Cumpliendo órdenes de los cabildantes (26 de marzo) el maestro de cantería y


geometría Jerónimo Delgado, que a la sazón desempeñaba el cargo de “Maestro mayor de
obras de la ciudad”, presentó una “traza” del puente y las condiciones para realizarlo; e la
sesión siguiente (9 de abril), presentes el alcalde de los carpinteros (elegido el 29 de enero)
carpintero Gonzalo de Luna, los albañiles Diego de Torres y Francisco Jiménez, y el cantero
Alonso Beltrán, llamados al efecto por el cabildo, se volvió a tratar de ello, habiendo asistido
igualmente Delgado. Fue acordado que el puente se haría de cantería.

La obra se remató (24 de mayo) a favor del maestro Delgado y en la cantidad de


12000 pesos.

El cabildo acordó “que haya hefeto y que se haga” comisionando al alcalde ordinario
Nicolás de Ribera y regidores Cristóbal de Brugos y Juan Cortés para que expresaran al
presidente de la audiencia y pacificador del Perú, licenciado Pedro de La Gasca, encargado
del gobierno, la imposibilidad de llevar a cabo la obra con las propias rentas de la ciudad y la
conveniencia de que se repartiera “entro los vecinos y moradores de los pueblos
comarcanos” y de que diera la licencia indispensable para su ejecución.

24
La situación política por la que atravesaba el país, impidió su realización; se acordó
entregar a Jerónimo Delgado de “gratificación” por el trabajo que había “tenido en hacer la
traza” la cantidad de 50 pesos de los “propios” de la ciudad.

PUENTE DE CRIZNEJA

Mientras tanto, se resolvió hacer un puente provisional “de crizneja, como los
naturales los hacían y tenían hecha en esta tierra” (puente colgante de bejuco, tejido y
torcido a mano).

Así se hizo, mediante la intervención del alcalde ordinario Nicolás de Ribera y


regidor Juan Cortés, siendo colocado a la altura de Monserrate, más o menos. Pero duró
poco, pues las aguas del río, en las fuertes avenidas, se lo llevaron.

PROYECTO DE PUENTE DE LADRILLO

En 1552 acordó el cabildo (25 de enero) la construcción de un puente de ladrillo,


para “evitar se ahoguen los que pasar (el río) y en tiempo de avenida no pueden pasar” y
para hacerlo acudió al virrey.

El virrey Antonio de Mendoza encargó al mayordomo de la ciudad Jerónimo de Silva


para qu se entrevistara con los miembros del cabildo, a fin de que estos le señalaran el lugar
conveniente para construir el puente de ladrillo (se trató en sesión del 14 de marzo). Días
después el mismo virrey hizo saber (7 de abril) de su contribución para la obra, haciendo
merced por dos años “de cierta parte de la renta de los acarreteos de esta ciudad de la sisa
sobre las mercaderías que vinieren al puerto por mar” y que el cabildo acordó encargar la
cobranza al vecino García Pérez.

Además, se trató la ejecución de la obra con el albañil Diego de Torres, alarife de la


ciudad.

Según parece, tampoco llegó a construirse este puente.

PUENTE DE MADERA

En 1554 se construyó un “puente de madera de horcones hincados en el suelo”


(como lo describe el cronista dominico Fray Reginaldo de Lizárraga). Tan angosto, que “no
podría pasar sino uno solo y con sus pies”.

A este puente se le llamó también “de palo”.

25
UBICACIÓN

Situado, según mi modesta opinión, a la altura media entre los actuales jirones
Angaraes (última calle) y Cañete (Matienzo), o sea, precisando, detrás de la calle de Milla,
hacia el río.

Aunque es opinión generalizada que estuvo en Monserrate (confundiéndolo


seguramente con el primitivo) y considera D. Juan Bromley (“Lima en el año 1613”) que se
encontraba en la “calle de la Torrecilla” (jirón Huancavelica), que no considero, dada su
lejanía con la ribera del río (más de 300 metros).

El error se debe, me parece, a que en documentos antiguos, tanto escrituras de


venta como actas de cabildo, se dice al tratar de este puente (que se llama “Puente Viejo”,
especialmente en 1557): “junto a la torrecilla –que dio origen a la calle citada- de Aliaga,
camino de Trujillo, junto al río”. Y que más afirma mi opinión, por cuanto los terrenos en
cuestión (hasta Carabayllo) pertenecieron al fundador de la ciudad D. Jerónimo de Aliaga; y
de ahí que se denominara también a este puente “Puentezuela de Aliaga” (por servir de
comunicación a su heredad). Por otra parte, no debe olvidarse que el lugar donde ubico
este puente de madera, basándome igualmente en antiguos documentos existentes en los
archivos, está en dirección al actual jirón Lima, llamado en los tiempos en referencia “camino
a Trujillo” por ser donde se pasaba para ir, desde la Plaza Mayor y atravesando el puente,
rumbo al norte, a la mencionada ciudad de prosapia y distinción, determinada como punto
de referencia.

Y no se olvide, asimismo, que la calle Torrecilla no solo está lejana sino en dirección
muy diferente al entonces “camino de Trujillo” que es fácil comprobarse con cualquier plano,
del año qe sea, de la ciudad.

REPARACIONES

Este puente sufrió con la avenida del río en el año 1555, y en sesión del cabildo de
14 de enero “se trató que causa de estar en pie el puente de madera que está cabe el
alcantaira en el río de la ciudad es beneficio de la república y naturales y vecinos… y por
estar el puente roto muchas personas pasan por río se ahogan, para lo remediar acordaron
que el reparo del puente se haga y que Diego Pizarro Dolmos, mayordomo de la ciudad,
tenga presente a quien se le encargue y que concierte con un cacique de esta ciudad para
que de sus indios haga el reparo”.

26
Intervinieron en la oba el carpintero Francisco de Santa Cruz y los “indios
camaroneros”.

PRIMER PUENTE DE PIEDRA Y LADRILLO

Al llegar el virrey Andrés Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Cañete, se


encontró con esta grave situación, que se agravó en 1556 con la caída del puente, l
producirse la fuerte torrentada por la avenida del río, quedó entonces cortada la
comunicación, con grave perjuicio para la población, ya que solo podía “vadearse” el Rímac
en las épocas de poca agua. El cabildo contempló la necesidad del puente.

En 1557 (15 de febrero) se dio cuenta en el cabildo de los deseos del virrey de
comenzar la obra inmediatamente, de piedra, cal y ladrillo y que la favorecería “con 12000 y
tantos pesos oro”. Se encargó al alcalde ordinario (y no alguacil mayor entonces, como se
afirma) Jerónimo de Silva y regidor Francisco Velásquez Talavera (encargado además de
cobrar la contribución del virrey y manejar los fondos), para que compraran “los negros,
carretas, herramientas y otras cosas que fueren necesarias para el edificio”; el citado alcalde
(por comisión que recibió el 22 del mismo mes) trató con el albañil Diego de Torres para la
provisión de la cal (este había sido favorecido por el cabildo el 23 de setiembre de 1556 con
dos canteras de yeso y cal, cercanas, que había descubierto). También tomaron “asiento”
con Alonso Bueno para que sirviera de “tirapiedra” en la obra, tuviera a su cargo los ladrillos,
buscara arrieros que los llevaran y hacer todo lo que le mandaran; y con el calero Francisco
de Arévalo se convino la provisión de ladrillos (fue liberado del pago de diezmos a la iglesia
catedral).

Este puente, todo de ladrillo y cal, “debería tener de 7 u 8 ojos”, “que comenzase
desde la barranca del río, adonde casi llegaban las casas reales y desde los molinos del
capitán Gerónimo de Aliaga”.

Los oficiales maestros de la obra opinaron que “mejor se fundaría más abajo, donde
estaba la puente de madera… aunque cuando había ser más larga” (según afirma el
cronista Lizárraga). Pero del virrey insistió que fuera en el lugar señalado, que dicho sea, no
es exactamente el mismo donde se construyó el actual, como se deduce de lo dicho, y
determinó en el plano correspondiente a la centuria.

La obra fue confiada a la dirección del maestro albañil y cantero Alonso Beltrán,
quedando terminada en octubre de 1560.

Fue el primer puente de ladrillo y piedra de la ciudad.

27
OBRAS DE CANALIZACIÓN

Pero si bien se concluyó el puente, no se había hecho lo esencial: procurar que las
aguas del rio pasasen debajo, siguiendo la dirección de los ojos del mismo, que significaba
el cumplimiento de su cometido y la defensa del puente y de la población en época de
avenida.

El propio virrey se encargó de su realización y el cabildo cambió ideas al respecto.

El maestro Alonso Beltrán, quien el 11 de setiembre de 1559 había sido nombrado


alarife de la ciudad, recibió tal encargo (a su solicitud), esto es, “hacer el tajamar desde la
punta del cerro San Cristóbal hasta donde fuere necesario para recoger el río para que
venga todo junto debajo d la puente”.

Fue concertado en 4000 pesos (4 de noviembre de 1560), proporcionándole el


cabildo los materiales necesarios.

Constituyó el primer intento de canalización del Rímac, desde más arriba del actual
puente Balta. De verdadero complemento a la obra del puente.

JUICIO AL MAESTRO BELTRÁN

Las obras no se realizaron con la celeridad indispensable; antes bien, Beltrán actuó
con lentitud. Y así, no habiéndose “recogido el río ni fechose el tajamar”, pese a las
insistencias del cabildo, llegaron las avenidas sin poderse aprovechar el puente “por ir el
agua la otra parte de ella” ocasionándole daños en su fábrica y a la población.

El procurador general de la ciudad inició juicio (mayo de 1562) al maestro Beltrán,


sosteniendo este que la tardanza se debía a la falta de entrega del material y porque se le
debía su trabajo.

Entre los incidentes de este juicio: el 10 de diciembre de 1563 el cabildo nombró a


los albañiles Diego de Torres y Diego de Morales para que dieran su opinión sobre las obras
realizadas por Beltrán; el 29 de diciembre de 1564 se nombró un tercer albañil dirimente, a
Diego de Amaro; y el 5 de julio de 1566 un auto de la Real Audiencia dispuso que el cabildo
cancelara a Beltrán los 960 pesos que se le debía, siendo cumplido.

Y el maestro Beltrán se comprometió a reiniciar los trabajos y terminarlos.

OBRAS DE DEFENSA DEL PUENTE

28
En 1563, mientras se ventilaba el juicio en referencia, el albañil Diego de Morales
fue encargado de realizar los trabajos mencionados.

En la sesión del cabildo de 1° de setiembre se contempló la situación del puente,


“porque está muy descubierto por la parte de arriba y de manera que los ladrillos tienen
parte gastados” y habiéndose atribuido como principal causa a las carretas que por allí
pasaban, se suspendió el tránsito y la ejecución de los reparos necesarios.

Gobernaba ya, entonces, el licenciado Lope García de Castro, del Real Consejo de
indias, con el carácter de gobernador, capitán general y presidente de la Real Audiencia de
Lima (desde el 22 de setiembre, que entró a la ciudad), ante la trágica muerte (en la calle de
Trapitos, el 22 de febrero de ese mismo año) del virrey conde de Nieva (quien reemplazó al
virrey segundo marqués de Cañete).

El maestro Beltrán, reencargado de los trabajos de recoger las aguas del río para
que pasasen por los ojos del puente, continuó, pero sin haberlo logrado en julio de 1567,
sufrió con las avenidas de ese año, y, como demoraran las obras, en 1568 y 1569 con otras
nuevas torrentadas más fuertes, sufrió una vez más.

En la sesión del cabildo de 12 de noviembre de 1570 el regidor Nicolás de Ribera el


Viejo, manifestó la urgencia “que se aderece el río porque va todo por un ojo y podrá romper
el puente” y que era indispensable por ello “que el agua pase por todos los ojos”.

Y así llegó el 27 de octubre de 1572, sin solucionarse nada. Entonces el cabildo


inició nuevo juicio, por incumplimiento, al maestro Beltrán; largo proceso que duró hasta
1581.

Las obras de canalización continuaron, a fin de impedir la rotura del puente, y


atendiéndose a los reparos de este.

En 1578, el cabildo dio cuenta (sesión del 23 de mayo) de un auto del virrey
Francisco de Toledo (gobernada desde el 30 de noviembre de 1569, que recibió el mando
del Lic. Lope García de Castro) por el cual, mediante acuerdo con los oidores de la Real
Audiencia “él mandaba que se pusiese en depósito veinte mil pesos para obra y tajamar que
se ha de establecer en el río de la ciudad para defensa de ella: el gobierno de su Real
Hacienda cinco mil y para los quince mil que restan partir entre los vecinos y moradores y
entre otras personas que están en su comarca que se sirven y aprovechan del puente de la
ciudad y en particular se habría de cargar a los que tienen chácaras y haciendas y
granjerías de la otra parte del río”.

29
Así se legisló, disponiendo que contribuyeran los primeros vecinos del barrio de San
Lázaro.

En ese momento eran graves los peligros del puente, viéndose obligados a realizar
algunas obras urgentes, bajo la dirección del alarife Francisco de Morales (hijo de Diego) y
también intervinieron su hermano Alonso, y Francisco de Morales (albañiles ambos).

La avenida del río en el año 1581 puso en serio peligro todo el puente, por los daños
ocasionados en un pilar; el albañil Francisco de Gamarra (que había intervenido en una obra
de la casa del cabildo) tuvo a su cargo esta reparación.

Y nuevos reparos en los años que siguieron, hasta 1588, que la avenida anual del
río asumió graves proporciones, originando mayor daño al puente; pero oportunas
reparaciones lo salvaron de la ruina.

REFORZAMIENTO DEL PUENTE

En 1593 y 1594 continuaron los daños, pero gobernando ya el virrey García Hurtado
de Mendoza, tercer marqués de Cañete, se adoptaron mejores medidas.

En efecto, consciente de la obligación que tenía de prestar la debida atención al


puente, por ser además obra realizada por su difunto padre, convino con el cabildo su
realización, proporcionando los recursos económicos indispensables.

Se fortaleció el puente construido por el segundo marqués de Cañete, con


intervención de los albañiles Francisco de Morales, Pedro Falcón y Andrés de Pinssa,
dirigidos por Francisco Becerra, “oficial de cantería y arquitectura”. Y además se procedió al
empedrado de la parte “que estaba desempedrada del puente”, que concertó el albañil
Pedro Falcón “a razón de 1 peso cada tapia” que “medidas 46” le fue cancelado al terminar.

NUEVOS REPAROS

Por orden del virrey Luis de Velasco, marqués de Salinas, se hicieron reparos en el
puente en 1598; el albañil Rafael Moreno realizó en 1600 un nuevo empedrado “la cual tiene
189 tapias” y “que le debían pagar a razón de 7 reales cada una” (de que se dio cuenta en
sesión del cabildo de 27 de abril) y en 1601 el albañil Juan Gutiérrez de Villapadiernia
efectuó otros trabajos.

FRAY JERÓNIMO DE VILLEGAS

30
En la sesión de cabildo del 31 de mayo de 1602, a la que acudió el virrey marqués
de Salinas, se contemplaron las obras del tajamar y los nuevos reparos necesarios para el
puente.

Con relación al tajamar que se estaba haciendo en el río (banda del convento de
San Francisco), el sacerdote agustino “experto en obras de ingeniería” Fray Jerónimo de
Villegas ofreció dar “una orden y traza” para dicha obra, a fin de impedir “que no se lo
llevase el rio como hasta aquí”. Se acordó “una vista de ojos” de lo hecho y tratar con él
aquello que fuera más conveniente al respecto.

Referente al puente, era crítica su situación: “los estribos estaban comidos y


socavados con riesgo de llevarlo el río”. Se convino en repararlo y que mejor sería una
reunión de alarifes de la ciudad, como lo propuso el virrey, quien ofreció “lo que fuere
necesario gastar, sea de las sisas de la carne y vino, hasta acabar la obra”.

En nueva reunión de cabildo, del 14 de junio, con asistencia igualmente del virrey, y
habiendo acudido Fray Jerónimo de Villegas y el alarife y albañil Francisco Becerra, se trató
de l amanera de hacer las obras en el puente: Villegas, “con piedra menuda del río” que
contradijo Becerra –“uno de los buenos albañiles que ha habido en este reino”- expresando
que “no sería firme ni fuerte” y que “nada valdría la obra” por lo que debería emplearse
“piedra de la sierra”.

Se acordó pedir informes a “personas prácticas” y que el alcalde ordinario Diego


Carbajal, de acuerdo a ellos, resolviera cuanto conviniera para el puente y el tajamar.

Presentaron sus opiniones: el albañil Francisco Gamarra (a su cargo estaban las


obras del matadero, “que obtuvo por remate”), el alarife Pedro Falcón (trabajaba en La
Merced y Encarnación), el maestro de albañilería Andrés de Espinosa y los maestros
albañiles Cristóbal Gómez y Alonso de Arenas.

LOS TAJAMARES

En 1602, siendo alcalde ordinario Diego de Carbajal se adoptaron medidas de


defensa frente al río.

Fray Jerónimo de Villegas terminó el tajamar de San Francisco, como resultado de


lo anteriormente citado, y, de conformidad a ello mismo, procedió a realizar las obras
referentes al de Santo Domingo.

31
Estas últimas “se iban haciendo” el 30 de setiembre, consistente en dos baluartes y
cestones en el río hacia la pared del convento en referencia; pero en el cabildo de esa fecha
se contempló la situación que ese reparo “era en perjuicio del matadero y asas que están
pobladas en San Lázaro” insistiéndose en la conveniencia de quitarlas. Las obras
continuaron.

En 1605 trató el cabildo (13 de mayo) del peligro de este “nuevo tajamar” ya que una
parte había sido destruida por el río. Se acordó la realización de las reparaciones.

En 1607 Fray Jerónimo manifestó al cabildo (8 de enero) la seguridad de la ciudad


por la obra de los tajamares.

Después, en 1620, se realizaron nuevas obras (especialmente en el de Santo


Domingo), quedando totalmente asegurados.

En años posteriores, se ejecutaron el tajamar de Las Cabezas y otros más, para


defender el barrio de San Lázaro.

LAS AGUAS Y EL PUENTE

En 1603 continuaba siendo preocupación de la ciudad “encaminar las aguas” por


“los ojos del puente” que, en realidad por no haberse realizado las obras de canalización del
río tendientes a ello, motivó los grandes males experimentados y que son conocidos.

En sesión de cabildo (12 de setiembre) se determinó hacer “cierta madera en el río”


para orientas las aguas “por los primeros ojos” (en la banda de la ciudad) y “quitar que no
fuesen a los ojos postreros” (lado de San Lázaro). “por estar comidos los cimientos y mal
reparados”. En tal sentido se hizo la obra de reparo.

En la creciente de 1605 las aguas cargaron sobra la banda del barrio de San
Lázaro, debido innegablemente a las defensas de la ciudad, con los tajares (aunque también
sufrió mucho el de Santo Domingo); y el muladar (estaba a la derecha, pasado el puente)
que servía para contrarrestar la fuerza de las aguas, en defensa de la barriada, fue llevada
en parte.

Bernandino de Tejeda, encargado por el cabildo para que adoptara las medidas
conducentes en defensa de San Lázaro, recomendó (14 de febrero) la “colocación de unos
cestones para que no llevase tanta agua el río y al golpe encaminase las aguas por otra
parte”. Fueron colocados por Cristóbal Sánchez Castaño, encargado del reparo del río y de
ello se dio cuenta al cabildo con fecha 15 de abril.
32
En 1606 el “estribo del último ojo dela puente estaba tan comido y socavado y el
plan del dicho ojo muy hondo y falto de piedra y tierra y arena por cuya causa acudía más
agua a él que a los demás” con grave riesgo de peligro. El cabildo acordó (15 de setiembre)
reparar el estribo y el ojo referidos.

DERRUMBE DEL PUENTE

En la madrugada del 5 de marzo de 1607 se produjo el derrumbe de dos ojos del


puente. Ese mismo día se reunió el cabildo, dándose cuenta del hecho y, siendo necesario
adoptar un acuerdo inmediato, el alcalde ordinario Jusepe de Ribera invitó a la misma
sesión “a los alarifes y albañiles y otros hombres prácticos y de experiencia”, con el objeto
de escuchar sus opiniones sobre lo que debería hacerse para “que hubiese puente que
durase muchos años en el río de la ciudad”.

REPARACIÓN

Se trató de la conveniencia de llevar a cabo una reparación inmediata para impedir


que el rio se llevase lo que quedaba y para la comunicación entre la ciudad y el barro de
San Lázaro y el norte del país.

Fueron escuchados los pareceres de Alonso de Morales, Francisco Tufiño, Andrés


de Espinoza y Gaspar Machado (albañiles), de Cristóbal Gómez y Juan del Cerro (además
de albañiles, alarifes de la ciudad) y de Bernardino de Tejeda y Alonso Velásquez. Se
resolvió que en definitiva todos presentarían su informe por escrito respecto a puente nuevo,
pero que mientras tanto “se hiciese cierto reparo con cuatro cables y puestos en unas vigas
y atesados y que se estribe y encadene y apuntale toda la dicha puente”.

Dada la urgencia se acordó, asimismo, que deberá hacerse a la mayor brevedad


posible; que para cubrir los gastos se acudieses al producto de las “sisas de la carne y del
vino” o a los “propios de la ciudad” y que “de no haber ni de uno ni de otro” se consiguiesen
“prestados todos los pesos que fueren necesario”.

Se nombraron comisarios al alcalde ordinario mencionado y al alguacil mayor


Severino de Torres y regidor Gonzalo Prieto de Abreu.

La obra se hizo y D. Jusepe de Ribera proporcionó el dinero que celados


posteriormente, al solicitarlos el 24 de setiembre de a610 y de que se dio cuenta en la
sesión del cabildo de esa fecha).

33
Sensiblemente, no impidió que, días después el 23 (de que se informó al cabildo el
26) se produjera la caída de otro ojo y estribo, quedando así totalmente arruinado el puente.

GUARDA DEL REPARO

Los comisarios anteriormente nombrados para las obras de reparación del puente
dieron cuenta al cabildo (16 de marzo) que se “había concertado con Alonso de Ortega para
que tenga a su cargo y cuide de velar el remiendo de la parte que se ha hecho de cables de
madera, de día y de noche, para que no pegue fuego en ello por los negros que por ella
pasaban tomando tabaco y para que atece los cables y sogas sobre que está fundada”. Y
que por “su trabajo y ocupación” recibiría “un peso de a nueve reales por cada día y noche”
(pagados del producto de las sisas del vino y de la carne). Fue aprobado.

Ortega continuó en la “guarda y custodia del reparo del puente” hasta el 30 de


octubre, que se cancelaron sus servicios “para ahorrar”, previo el pago estipulado.

OPINIONES SOBRE CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO PUENTE

El alcalde ordinario Jusepe de Ribera dio cuenta al cabildo (16 de marzo) de haber
recibido de las personas invitadas el día 5, sus opiniones por escrito; se determinó tratarlo
en la próxima reunión.

El 17 se contempló este asunto: conveniencia de hacer un puente nuevo o “aderezar


y reparar” el ruinoso.

Los alcaldes ordinarios Luis de Castilla y el citado, manifestaron que teniéndose en


cuenta que estaba muy maltratado el puente, pese al “remiendo” hecho y que la reparación
que se haría demandaría muchos gastos “con poca seguridad” pues de todos modos no
sería más que “otro remiendo” eran de opinión que se hiciera uno nuevo, y, mientras tanto
se haría uno provisional de madera –como habían expresado los albañiles y alarifes.

Al respecto, se dio lectura a la opinión de Bernandino de Tejeda, en el sentido de


que el puente “se aderece y remiende fortifique” y que siendo la obra “de ladrillo” se
agregara “un tercio más de su anchura” para ampliarlo en este sentido y darle mayor
firmeza.

En este informe técnico se basó el regido Dr. Francisco de León Garavito para emitir
su opinión; expresó que “haciendo la trabazón que convenga con la puente vieja se
consolida con la nueva que se ha de hacer cuya obra promete no solos los doscientos años
de duración que dice Bernardino de Tejeda sino mucho más porque la haz de la puente vieja
34
que mira a Santo Domingo ha de ser una misma continuada con la hez de lo nuevo que ha
de mirar a la puente vieja y todo ha de ser un mismo alquitrabe fresso y cornija” y “no hay
que tener temor en decir que la obra nueva no puede fraguar también con la puente vieja
como si toda se hiciese de nuevo y de una misma planta” y “querer hacer puente nueva en
el mismo sitio de la vieja como dice el otro parecer tiene grandes inconvenientes”.

Entre los inconvenientes mencionaba que si se derribaba el puente ruinoso para


hacer el nuevo era en desmedro de la comunicación entre la ciudad y el barrio de San
Lázaro “que es ya casi otra ciudad”; y así mismo “para el acarreo de la carne”.

En el mismo sentido opinó D. Diego de la Presa.

El alguacil mayor D. Francisco Severino de Torres también opinó a favor del


proyecto de Tejeda, en el sentido de que “se haga por la parte de arriba otra puente pega a
la vieja del tamaño de la incorporada la una con la otra subiendo los estribos hasta lo alto de
manera que pueda servir y fundar sobre ellas sus cubos y si pareciere no convenir
incorporase la una con la otra la que de nuevo se hiciere salga derecha dándole dos ojos
más con sus estribos de una banda y otra que suban hasta lo alto para que pueda quedar
los cubos por ambas partes y sea doce pies de ancho más que la vieja y hace de advertir
que al tiempo y cuando se vaya abriendo la canja para hacer la dicha puente pegada a la
vieja se irá descubriendo el daño que la cepa y cimiento de la dicha puente tuviere y se irá
remediando y fortificando con mucha facilidad y quedará tan perpetua como la nueva y no
sé ha de quedar el pretil del medio para que haga división la una de la otra de manera que
por la una pasen las cargas recuas y otras cosas y por la puente nueva la gente de a caballo
y de a pie”.

Recomendaba “se eche sisa y derrama en todo el reino para la dicha fábrica y se
habiese a los corregidores que a los oficiales de albañilería que hubiere en sus distritos
vengan si quisieren a labrar en la dicha puente”.

Y que “particularmente se haga esta diligencia con un oficial muy famoso de hacer
puentes cuesta en la ciudad de San Francisco de Quito de quien tiene noticia hará la dicha
puente con más perfección y hermosura”.

Los regidores Francisco de Ampuero, Hernán Carrillo de Córdoba, Francisco de


Mansilla Marroquín, Gonzalo Prieto de Abreu, Diego Núñez de Figueroa y capitanes Diego
de Agüero y Martín de Ampuero, se manifestaron a favor de lo expresado por los alcaldes,

35
pero agregando los tres últimos que “no haciéndose nueva se haga lo que dice Bernardino
de Tejeda”.

D. Luis Rodríguez de la Serna: en el sentido de que revisaran antes los pilares del
puente viejo y que si se podían remediar, se conservare, de manera que las obras no
pasasen de cinco o seis mil ducados, mas si fuese mayor, se hiciera puente nuevo.

La mayoría se manifestó así a favor de lo expresado por los alcaldes.

Fueron nombrados comisarios al alcalde don Jusepe de Ribera y regidores D.


Francisco de Mansilla y D. Gonzalo Prieto de Abreu, para que informaran de cuanto se
había tratado a la Real Audiencia, que entonces, presidida por el oidor decano Dr. Juan
Fernández Boan, gobernaba el país (por fallecimiento del que fuera virrey conde de
Monterrey, ocurrido en la huerta de los PP. Dominicos en Limatambo el 10 de febrero de
1606).

NUEVAS OPINIONES

En la reunión de cabildo del 26 de marzo del mismo año, don Jusepe de Ribera dio
cuenta del nuevo daño sufrido por el puente (ya manifestado); se acordó la conveniencia de
consultar nuevamente con personas entendidas sobre qué convenía hacerse y que,
resuelto, de nuevo se presentase el asunto ante la Audiencia.

En cumplimiento de este acuerdo, se consiguieron los nuevos informes de


arquitectos, albañiles y alarifes. Los miembros de cabildo se ratificaron en sus pareceres,
suprimiendo la opinión en cuanto al puente en ruinas solo los que así habían manifestado
“en caso de no hacerse el nuevo”.

Se solicitó en esta oportunidad la opinión del alguacil de la ciudad y que “era oficial
de albañilería” don Miguel Hernández de Espinoza, en el sentido de que si reparándose el
puente viejo, conforme el parecer de origen que habían dado Cristóbal Gómez y Juan del
Cerro (el 15 de marzo) sería un reparo firme que duraría 50 años y de que si la obra nueva
que se hiciera fraguaría con la antigua. Su respuesta fue en sentido favorable.

SE PRESENTAN POSTURAS

El regidor Dr. Francisco de León propuso realizar la obra por 50000 pesos de a 9
reales el peso, y compartiendo esta opinión los regidores don Martín de Ampuero y don
Simón Luis de Lucio, se obligaron conjuntamente con el primero en dicho sentido.

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A la sesión de cabildo del 28 de marzo fueron invitados para que emitieran sus
opiniones el clérigo presbítero Dr. Alonso de Huerta, el hermano Martín de Aizpitarte, de la
Compañía de Jesús, y una vez más Bernardino de Tejeda, teniéndose en cuenta de que se
trataba “de personas inteligentes, prácticas en semejantes obras”.

Se leyó por otra parte, una petición de Alonso de Morales, Andrés de Espinosa y
Alonso de Arenas, quienes se comprometían hacer un puente de cal y canto y ladrillos, y
otro de madera “para el pasaje mientras se hace el anterior” por la cantidad de 110000
pesos.

El alcalde manifestó que se habían presentado dificultades en cuanto a la


construcción del puente: la primera que si convenía “reparar y remendar” el que estaba en
ruinas por 50000 pesos en que habían puesto el “reparo” los regidores ya citados o “hacer
puente de nuevo” y la segunda “si sería bueno dar la obra a destajo por pregón y remate” o
“costearla”.

El Dr. Huerta y el hermano Martín se manifestaron en contra del “reparo” por cuanto
el puente tenía “tan falsos y malos fundamentos” y estaban “maltratados los pilares” que no
había reparación posible para dejarlo en condiciones de “firmeza y seguridad” y su parecer
era que se hiciese puente nuevo y costeando la obra el cabildo. Además, que de ninguna
manera se consintiere “en dejar el ojo del molino de Aliaga, sino que se derribe como toda la
demás puente”.

Con relación a la postura presentada por los albañiles en referencia, opinaron los
cabildantes en la forma siguiente:

Los alcaldes originarios, aceptándola y conviviendo dar la obra “a destajo por


pregón” y facultándose a la ciudad hacer las enmiendas convenientes antes “de hacer el
remate sin que se admita el ofrecimiento hecho por los regidores”. Del mismo parecer
fueron el Dr. Huerta, H. Martín, don Bernardino de Tejeda y regidores Agüero y Carrillo.

El alguacil mayor que, como los albañiles se contradecían en su postura con


relación a su anterior opinión referente al “remiendo del puente”, su voto era por la
propuesta de los regidores, ya que se ahorraban más de 60000 ducados y tres años de
tiempo y el “seguro que hacen hombres tan ricos y hacendados de que el puente durará 50
años”.

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Todos los demás se inclinaron por la construcción de un puente nuevo, por cuanto la
opinión generalizada era que el puente ruinoso no ofrecía seguridad, por más obras que se
hicieren entonces.

Como en anterior oportunidad, el cabildo se dirigió a la Real Audiencia para que


autorizara la construcción del puente y dispusiera su financiación, como obra pública
inaplazable para la ciudad.

VIRREY MARQUÉS DE MONTESCLAROS

El 21 de diciembre de 1607 llegó a Lima, haciéndose cargo del gobierno, el virrey


Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros.

Entre sus primeras preocupaciones, la construcción del puente, considerando que


era imprescindible uno nuevo; estudió todos los antecedentes con relación al mismo, y
consultándose con personas entendidas en la materia, resolvió lo más conveniente a las
necesidades del país, en cuanto a su pronta fábrica.

JUAN DEL CORRAL

También se encontraba entonces en Lima el maestro Juan del Corral, “Maestro de


Reales Fábricas” –nada menos que el “oficial muy famoso en hacer puentes” al que se
refiriera el aguacil mayor Francisco Severino de Torres (sesión del cabildo de fecha 17 de
marzo de 1607), y por aquellos días en “San Francisco de Quito” cumpliendo con
importantes obras confiadas a su talento y eficiencia.

Con él había iniciado tratos el alcalde ordinario Jusepe de Ribera, uno de los
comisarios nombrados al efecto por el cabildo y quien era el más decidido para la obra.

Aceptada la “traza” presentada por el maestro Juan del Corral, concertó mediante
autorización de la Real Audiencia (pues ya había dejado de ser alcalde), con fecha de 3 de
febrero de 1608 la construcción del puente. De mayor ancho que el anterior, de “piedra de
cantería” (procedente de las canteras de Chorrillos), los pilares “seis en el río y dos medias
muestras a los lados”, ocho arcos “de ladrillo y cal”, todo realizado con “buena mezcla” como
hábil obra de albañilería y sin la leyenda del empleo de “claras de huevo” para lograr solidez
a la argamasa –que tan erróneamente se ha sostenido. Y respecto a su posición, distinta al
puente destruido, como está manifestado.

Durante mucho tiempo, se afirmó, sin más fundamento que las suposiciones,
teniendo en cuenta anteriores intervenciones en diversas obras, que el hábil sacerdote
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agustino P. Jerónimo de Villegas había sido el constructor del puente, cuando es un hecho
incontrovertible que fue Juan del Corral; y tampoco fue autor del plano, pues consta que “la
planta presentada y fecha por Juan del Corral”.

Merece destacarse que el arquitecto Emilio Harth-terré, verdadera autoridad en


estos estudios, fue el primero en la aclaración de este error tan generalizado, al dar a luz el
concierto celebrado y que está comprobado ampliamente por las actas de cabildo y demás
documentos pertinentes que existen en el Archivo Nacional.

PUENTE PROVISIONAL DE MADERA

Con el objeto de restablecer la comunicación y como no era posible que continuara


en ese estado hasta la terminación del nuevo puente de piedra, se procedió a la
construcción de un puente provisional de madera, como fue acordado desde el primer
momento por el cabildo y de que ya he dado cuenta.

A Sebastián Rodríguez, “oficial de carpintería”, se le otorgó la “buena pro” mediante


el “asiento y concierto” que con él se celebrara por 9000 pesos corrientes de a 9 reales,
presentando como “fiador” al notable maestro Andrés de Espinoza.

De “dieciséis pies de ancho” enmaderado y empedrado; con barandal; seguro para


que “la gente que se arrime no peligre ni corra riesgo”. Su construcción duró 3 meses.

CONSTRUCCIÓN DEL ACTUAL PUENTE

Por auto que expidiera el virrey marqués de Montesclaros de fecha 9 de mayo de


1608 (de que se dio lectura y cuenta en sesión de cabildo del 12 de mayo) se sabe “que por
cuanto está acordado que la puente que se ha de hacer en el río de esta ciudad sea
siguiendo la traca y planta que ha exhibido Juan del Corral, a cuyo cargo está la dicha obra
y conforme al tanteo por el exhibido montan los gastos que se han de hacer en la dicha obra
ciento y ochenta y cinco mil y setecientos y cuarenta y cuatro pesos corrientes y porque es
necesario que se haga con toda brevedad y se acuda con el dinero necesario y este se ha
de suplir de los bienes propios y rentas de esta ciudad y donde más convenga”. Y mandaba
se notificara a los alcaldes originarios (que eran D. Juan de la Cueva Villavicencio y D.
Antonio de Monroy) y que se reuniera el cabildo para que resolviera la “dicha paga”
debiendo presentar “dentro de tres días primeros siguientes” el testimonio “auténtico de que
cantidad de rentas propias y hacienda que en cualquier momento tiene esta dicha ciudad”.

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El virrey dispuso que se empleara para la fábrica del puente el “producto de las
sisas del vino, la carne, el jabón y las velas”. Además se tomaron “a censo” 1000 pesos
ensayados para pago de los jornales el 12 de octubre de 1609, pues la “obra en estado que
no podrá parar” –como expresara el virrey en providencia al respecto.

Juan del Corral, quien de acuerdo a su concierto cobró por la construcción 185744
pesos corrientes, figura ya como “maestro mayor de la obra del puente de la ciudad” y el 4
de enero de 1610 como “maestro mayor del oficio de albañilería o de las obras de la ciudad”
y por tanto (razón de su título) recomendando al cabildo los alarifes que habrían de
nombrarse: Francisco Vásquez, Diego Guillén, Antonio Mayordomo y Pedro Blasco; y en
1611 a Juan Pérez, Pedro Blasco, Juan del Cerro y Diego Guillén. Unos u otros,
seguramente colaboraron con él en tan importante trabajo.

La obra del hermoso y sólido puente fue terminada en 1610, luciendo airosamente
sus “puntas de diamante” y “redondeados pilares” con finalidad defensiva de la impetuosa
corriente.

Cooperaron decididamente en este obra, al lado del virrey marqués de


Montesclaros, como comisarios: los oidores Juan de Villela, Juan Fernándes de Recalde y
Alonso Pérez de Marchán, y el alcalde José de Ribera y Avalos (que fue en los años 1607,
1609 y 1610).

Como los primeros fondos que se dispusieron no alcanzaron, se ordenó que


contribuyeran mediante “derramas” las principales ciudades, entre ellos Quito, que –al decir
de Mendiburu- “se quejó mucho de que para esto se les exigiesen quince mil pesos”.

El costo total ascendió a 700000 pesos (incluyendo gastos realizados en os


tajamares y el arco de ladrillo a la entrada del puente).

El 20 de enero de 1612 enterraron al notable maestro Juan del Corral.

REPAROS Y MODIFICACIONES

En 1766, durante el gobierno del virrey Manual de Amat se renovó con piedra de
sillería el pilar de sustentación del último arco, que había sufrido con las aguas. Se
invirtieron más de 24000 pesos y las obras corrieron a cargo del maestro de albañilería José
de Añazco y actuando en la inspección el oidor de la Real Audiencia Dr. Pedro José Bravo
de Lagunas y Castilla.

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Equivocadamente se afirma que esta obra se hizo por mandato del virrey conde de
Superunda; por confundirse con la destrucción del arco de entrada al puente, con motivo del
terremoto de 1746.

Gobernando el virrey Joaquín de la Pezuela, en 1818, se colocaron “veredas de


pizarra” y unas “cadenas de hierro” sostenidas “por cañones” para el tránsito de las
“personas de a pie” impidiendo así “el acceso de bestias y carruajes”.

Posteriormente nuevas transformaciones, la última ya en el presente siglo,


“vulgarizándolo hasta lo indecible” –al decir del erudito Dr. José de la Riva Agüero y Osma.

Y para terminar, las palabras precisas y veraces de este gran señor, historiador y
maestro: “nuestro antiguo puente de piedra no era un prodigio; pera era, como su nombre lo
dice, de material resistente, en todas su partes, a pesar de las avenidas, y tenía línea, perfil
histórico e hidalgo, le daba aire y prestancia al panorama de la ciudad”.

ARCOS A LA ENTRADA DEL PUENTE

PRIMER ARCO TRIUNFAL

En la segunda mitad del siglo XVI se construyó el primer arco triunfal que tuvo la
ciudad, a la entrada misma del puente.

Enterado el cabildo (octubre de 1560) de la “próxima llegada” del nuevo virrey, se


acordó para su recepción levantar “un arco de adobe, blanqueado y pintado”, a la entrada
del puente que construyera el segundo marqués de Cañete.

Esta medida se adoptó para que quedara “como obra permanente”, pues habían
sido “de lienzo” os que hasta entonces se lucieron en las calles con motivo de las grandes
festividades.

Se encargó de todo lo conveniente al mercader Diego de Palencia.

Y el día 17 de abril de 1561 el virrey conde de Nieva hizo su entrada a la Plaza


Mayor de la Ciudad de los Reyes, haciendo pasado antes por el puente y bajo el arco
levantado en su honor.

Al lado de este arco (que miraba a la actual calle de Palacio y antes llamada de
Fierro Viejo) el mismo virrey autorizó en 1562 para que allí se colocaran 9 cajones donde los
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“mercachifles y buhoneros” vendieran sus mercancías. Y también ordenó que el “rollo” fuera
quitado de la plaza y se colocara en dicho lugar.

En 1596, con motivo de la llegada del nuevo virrey, el cabildo dispuso la pintura del
arco. Y así se recepcionó dignamente al marqués de Salinas, con quien finalizaría el siglo
XVI y el reinado de Felipe II.

Este arco se conservó hasta 1607, siguiendo en su destrucción al mismo puente.

SEGUNDO ARCO

En el primer decenio del siglo XVII, nuevo puente y nuevo arco se construyeron.
Fue el arco triunfal que, a la entrada del puente, se inauguró en 1611.

Este arco de ladrillo, de gran tamaño, fue también construido por el maestro Juan
del Corral; ostentaba en la hornacina, sobre la arcada, una imagen en bulto de Nuestra
Señora de Belén, dando frente a la calle de Palacio, y “dos torrecillas de remate” al barrio de
San Lázaro. En los muros lucíanse inscripciones en latín relativas a la construcción del
puente, con los nombres del virrey, comisarios y maestro que intervinieron.

Pero si la obra del puente fue sólida, no lo fue en cambio la del enrome arco triunfal
a su entrada.

En setiembre de 1612 un fuerte temblor hizo su impacto en este arco, originando


desde entonces hasta el 10 de octubre de 1514 la intervención del cabildo y opiniones de
alarifes y de varias personas, de las cuales y a mérito del análisis de la obra misma, resultó
muy mal parado el maestro Juan del Corral, porque el defecto del arco era de fábrica.

Examinando el arco por los alarifes de la ciudad, maestros de albañilería Pedro


Velasco y Diego Guillén, estos dijeron (3 de octubre) que “la rosca del arco no tiene daño
algunas más de que por las molduras de arriba en las equinas está algo quebrantado” y que
la causa se debía “a los remates que cargan sobre las dichas esquinas”.

La opinión después de una “vista de ojos” (5 de octubre) del maestro mayor de la


obra de la Catedral, Juan Martínez de Arrona: “estar abierto desde la rosca del arco hacia el
cornisamento”, que no consideraba de importancia se quitaran los dos remates, por cuanto
el daño provenía de “algún asiento de los cimientos del arco” y recomendaba “se estribe el
arco por parte de abajo”. Se acordó realizarlo.

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El procurador general Martín Pizarro solicitó del cabildo ese mismo año que “por
estar tan mal fabricado y cimentado” había que derribarlo; pero se opuso el alcalde ordinario
Bartolomé de Osnayo Velasco.

El 14 de julio de 1614, D. Nicolás de Ribera y Avalos en petición al cabildo, recordó


las anteriores intervenciones como, de conformidad a “entendidos en arquitectura” debía
derribarse “por ser el daño en los cimientos” y por tanto irremediable, pues “se fundaron en
tierra movediza y estiercolina que hubo allí y casi en la superficie de la tierra” por cuya
“causa estándose labrando el dicho arco se quiso caer y se hendió como constara por la
misma resquebraxadura” que entonces había salido a relucir; de ahí que pedía se derribara
el arco, antes que sucediera de por sí, para evitar que “los males y desgracias” fueran
mayores.

El cabildo comisionó (5 de setiembre) a D. Nicolás de Ribera y Avalos para que se


encargara de lo referente al estado del arco y que informasen los alarifes de la ciudad
Francisco Vásquez del Castillo y Diego Guillén; y días después (10 de octubre) don Nicolás
expresó una vez más que, siendo “mal fabricado e imperfecto de arquitectura a decir de
testigos y con falsos cimientos” no debería conservarse un día más.

Fue reparado todo el arco, debidamente asegurado y quitándosele los remates.

Mientras tanto, quienes estaban cerca al arco del puente, ni se movieron. Los
“buhoneros y mercachifles” allí continuaron vendiendo en mesas sus “menudencias”. Y
como en 1606 siendo alcaldes ordinarios Diego de Portugal y Lope de Mendoza “proveyeron
auto prohibiendo”, el procurador general Dr. Gutierre Velásquez Altamirano lo recordó en el
año que estamos en materia de análisis del arco, acordándose dirigirse al virrey para su
cumplimiento. Se consiguió, mediante el auto del 15 de setiembre de 1614.

Y así se pusieron a buen recaudo, porque el estado del arco era realmente
deplorable y peligraba ruina. ¡Pero pasaría un siglo para destruirse!

RESTAURACIÓN Y RUINA

En 1738 el virrey marqués de Villagarcía restauró este macizo arco, salvándolo de


total ruina. En la parte superior, encima del temple de la virgen, se colocó una estatua
ecuestre de Felipe V, ejecutada por el genial escultor mestizo limeño Baltazar Gavilán.

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En carta dirigida al rey de España por el conde de las Torres, afirmaba este, sobre el
arco, que “no cedía al del Real Palacio de Madrid en el primor de su arquitectura, magnitud y
solidez”.

Sensiblemente, el terremoto (a horas 10 y 30 a.m.) del 28 de octubre de 1746


destruyó totalmente el arco, y la estatua quedó hecha pedazos.

NUEVO ARCO

El virrey conde de Superunda reconstruyó en 1752 el arco, colocando en el remate


una estatua representando al inexorable tiempo. Intervino en la dirección de las obras el
alcalde ordinario D. Pedro Boza Guerra de la Daga, marqués de casa Boza.

ÚLTIMO ARCO TRIUNFAL

En 1771 el virrey Amat modificó el arco anterior, con vistosas torrecillas extremas y
un gran reloj iluminado con gas de doble esfera transparente (había sido el colegio de San
Pablo, de los PP. Jesuitas). Y, en su conjunto, del gusto de época, barroco francés o
“rococó”.

Proclamada la libertad del Perú, fue colocado en el tímpano del frontón de remate
central un altorelieve valioso cono el sacrosanto escudo de la patria.

Y así se conservó hasta los días aciagos de la guerra del 79, que, por un incendio
que se inició a las 2 de la madrugada en la contigua “pastelería del puente” de propiedad del
catalán Antonio Allemany, quedó arruinado.

Y el puente se quedó sin arco triunfal.

SAN LÁZARO

EL MAL DE LEPRA

En 1563, durante el gobierno del virrey conde de Nieva, siendo alcaldes ordinarios
del cabildo Justicia y Regimiento don Antonio de Rivera y don Muñoz de Avila, se
presentaron muchos casos del mal de la lepra, siendo víctimas los negros esclavos,
quienes, abandonados por sus dueños, transitaban por las calles de la ciudad, en
espectáculo bochornoso, o se escondían, al ser cruelmente perseguidos, entre los
matorrales de la otra banda del Rímac.
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Constituyendo un grave peligro para los pobladores de la ciudad tan terrible
enfermedad, agravado con las fechorías que realizan estos negros, para lograr el diario
sustento, un caritativo español que ejercía el oficio de espadero, se preocupó por ellos.

ANTÓN SÁNCHEZ

Este vecino de la Ciudad de los Reyes o Lima, fue Antón Sánchez, quien había
adquirido un espacioso terreno “al otro lado del río” más allá de las rancherías de los “indios
camaroneros”, en el lugar donde comenzaban los cascajales.

Se propuso construir allí un hospital para leprosos.

HOSPITAL

Obtenida la autorización del virrey y del primer arzobispo Fray Jerónimo de Loayza,
procedió a fabricar, de su propio peculio, con intervención del alarife Diego de Amaro
“experto en obras de albañilería” el hospital para leprosos, el mal que sufrió Lázaro, a cuya
advocación lo hizo, y de ahí la denominación de Hospital de San Lázaro, siendo este el
nombre que dio al arrabal, primero, y barrio después.

Pero como los gastos fueron crecidos y no cuantiosos sus bienes, recurrió a
limosnas del vecindario; solo alcanzó a que se construyeran dos salas con iglesia adjunta,
para los servicios religiosos de los mismos enfermos.

En este nosocomio, los enfermos de lepra fueron concentrados obligatoriamente


para medicinarse, haciéndoles más llevadero el peso de su infortunio.

Por ordenanzas reales, expedidas por Felipe II, alcanzó los mismos privilegios de
que gozaba el de Lazarinos de Sevilla (España).

El fundador murió en una de las covachas de su lazareto; le sucedió el presbítero


Cristóbal López Boto, quien fuera piadoso colaborador de Antón Sánchez en tan noble obra,
continuándola con sagacidad y cristiano celo.

PRIMER TEMPLO

Esta iglesia de San Lázaro, sencilla y modesta como para la época, fue el primer
templo levantado en esta barriada limeña; los clérigos a su cargo se preocuparon de
evangelizar a los “indios camaroneros”, lográndolo exitosamente.

RECEPCIÓN ARZOBISPAL
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El 24 de mayo de 1581, Toribio Alfonso de Mogrovejo, segundo Arzobispado de
Lima, ingresó a la ciudad para hacerse cargo de su sede episcopal.

El virrey Francisco de Toledo, cabildantes, oidores, nobles, altas dignidades


eclesiásticas presididas por el Arcediano Bartolomé Martínez, miembros de las órdenes
religiosas y gran número de fieles, recibieron al nuevo prelado frente a la iglesia de San
Lázaro.

Desde allí, bajo palio y a pie, tan esclarecido varón fue acompañado
procesionalmente, atravesando el puente, hasta la Iglesia Mayor y su residencia; las calles,
cubierta de flores, las ventanas y balcones de las casas adornadas esplendorosamente.

TERREMOTO DE 1586

El sismo del 9 de julio de 1586 ocasionó ruinas de consideración tanto a la iglesia


como al hospital de San Lázaro, quedando abandonados los enfermos de lepra y los fieles
de la barriada.

EPIDEMIA DE 1589

En junio de 1589 una nueva epidemia se presentó, preocupando seriamente al


cabildo.

La viruela, el sarampión y otras enfermedades hicieron sus víctimas entre los


naturales de la comarca, especialmente “en el pueblo de indios de San Pedro”.

HOSPITAL PROVISIONAL

El corregidor Francisco Quiñones propuso inmediatamente al cabildo, para conjurar


el nuevo mal, la construcción de un hospital junto a la iglesia de San Lázaro “y que tuviera
como patrón a Santo Toribio”.

El cabildo aprobó tan feliz idea, acordando pedir al virrey Fernando de Torres y
Portugal, conde del Villar Don Pardo, una provisión para crear fondos a la obra; el corregidor
dio una limosna de 200 pesos corrientes y ofreció además costear “médico y barbero para
curar las enfermedades”; los regidores contribuyeron con su salario por un año; el escribano
Blas Hernández, 50 pesos de limosna.

Y ante la urgencia de atender a los enfermos, se hicieron reparaciones en la iglesia


de san Lázaro, en donde se acordó instalarlos provisionalmente.

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D. Luis Rodríguez de la Serna fue nombrado mayordomo del hospital en proyecto y
designado depositario de todas las limosnas que se reunieran.

Pero el hospital no se hizo, quedando el templo convertido en tal durante algunos


años; por dicho motivo, los regidores solicitaron en 1594 la devolución del salario que
habían cedido en 1589 con dicha finalidad.

ÁLVARO ALONSO MORENO

Siendo imperativa la obra del hospital, ya que no podía seguir en la forma


provisional en que funcionaba, don Álvaro Alonso Moreno se reunió en los primeros días del
año 1606 con el capitán Antonio Román de Herrera, alférez Sebastián Carreño y D. Pedro
Vélez Roldán, vecinos del floreciente barrio, acordando la fundación del nuevo nosocomio y
comprometiéndose a financiar la construcción con sus propios bienes.

HERMANDAD

El 1° de mayo se concertó entre los fundadores el instrumento legal de fundación,


constituyéndose la hermandad que se haría cargo del hospital.

El primer mayordomo fue D. Álvaro Alonso Moreno.

NUEVO HOSPITAL

En el mismo lugar donde Antón Sánchez construyera el primero, se hizo el nuevo,


constando de tres salas para hombres, mujeres y negros. Allí se instalaron los enfermos
que se atendían en la iglesia, quedando esta consagrada a sus legítimas funciones de culto.

En noviembre estaba terminado, ya que en la sesión de cabildo del 4 de diciembre


de 1606 se contempló la comunicación del mayordomo de la hermandad a cargo del
hospital, ya citado, en el sentido de que “se recoja a él los enfermos que hay de enfermedad
contagiosa como está ordenado”.

UBICACIÓN

Se encontraba a la derecha, a la altura donde está hoy el atrio de la iglesia.

Al respecto hay que tener en cuenta que los terrenos de la fundación de Antón
Sánchez comprendían 4 manzanas; por detrás hasta las actuales calles de Novoa y
Mondonguería, y que las calles de hoy, Perros, Aromito, Matamoros y puente Amaya, no
existían; correspondían estas a los corrales y huerta del hospital.
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OTRO HOSPITAL

En 1632 acordó la hermandad construir un hospital en regla.

Se fijó la situación: detrás de la iglesia, con puerta a la calle.

Para realizarlo así y financiar la obra, se resolvió “urbanizar la huerta” y “venta a


censo de los solares”, abriendo una calle, para la mencionada puerta de acceso al
nosocomio y otra más a este lado, para la iglesia (en la hoy calle de Matamoros).

Y así se cumplió. Las obras se terminaron en 1645, siendo mayordomo el capitán


Antonio Román de Herrera. Espaciosa y amplia, con portada de cantería, luciendo las
armas reales, de conformidad al Patronato Real de que disfrutaba.

URBANIZACIÓN

En el mismo año de 1632 se dio cumplimiento al plan de urbanización en referencia.

El terreno de la huerta era pedregoso, así es que no había sido de mucho provecho.
Se vendió por solares a censo, de que se encargó el mayordomo de la hermandad D. Digo
de la Cueva, abriéndose previamente las calles, que son las mencionadas y que así se
llamaron muy posteriormente. Además se construyeron casas para alquilar. Con todo se
obtuvo una utilidad de 2000 pesos anuales.

El mayordomo sucesor, capitán Román, terminó el plan satisfactoriamente en 1645,


como ya está expresado.

NUEVAS DISPOSICIONES

En 1667 se consiguió para el hospital, por disposición del virrey Pedro Fernández de
Castro y Andrade, conde de Lemos y confirmación de la Real Audiencia, la asignación “en la
parte de los novenos, como lo tenían los otros hospitales” (San Andrés y Santa Ana –que
dicho sea de paso protestaron, aunque nada lograron) de conformidad de Patronato Real.

Se les permitió a algunos leprosos salir del hospital para pedir limosna, y como les
era prohibido hablar, llevaban unas sonajas, que el vulgo llamó “Tablillas de San Lázaro”;
con ellas anunciaban su presencia.

Se dispuso que los protomédicos fueran alcaldes de los leprosos, encargándose de


clasificar a estos y resolver su apartamiento, según el grado del mal.

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Protectores del hospital fueron los virreyes conde de Lemos y conde de Superunda;
y desde 1656, un oidor de la Real Audiencia ejerció el cargo de Juez Protector, a quien la
hermandad hizo su mayoral.

DOS TERREMOTOS

El terremoto del 20 de octubre de 1687 causó daños de consideración al hospital,


pero no impidió su funcionamiento.

El sismo del 28 de octubre de 1746 lo destruyó totalmente. Os enfermos, durante


años, continuaron atendiéndose en miserables chozas, entre las ruinas.

HOSPITAL DEFINITIVO

Nombrado juez protector del hospital en ruinas, el oidor Pedro Bravo de Lagunas y
Castilla, y, contando este, con la cooperación del virrey José Antonio Manso de Velasco,
conde de Superunda, procedió a la construcción de nuevo edificio.

Se arbitró fondos con el producto de dos corridas de toros, con motivo del carnaval,
durante dos años; ellas se efectuaron cerca, en la Plaza de Otero, logrando reunir alrededor
de 15000 pesos. Además obtuvo algunas limosnas.

Y en abril de 1758 se terminaron las obras, colocándose las armas reales a la puerta
del nuevo hospital de San Lázaro y celebrándose solemnemente con una misa de gran
fiesta en la iglesia del mismo nombre.

Se redactó un nuevo reglamento para la atención de los enfermos y sus rentas


fueron aumentadas.

Como el terrible mal de Lázaro, es una enfermedad que se presenta


esporádicamente, disminuyeron los enfermos; llegó a constituir el sostenimiento del hospital
un crecido gasto. La situación se tornó más crítica al disponerse de sus rentas de origen.

El hospital de San Lázaro continuó, sin embargo, prestando sus servicios hasta
1822, que fue clausurado; y disuelta la hermandad.

Posteriormente, el local sirvió como cuartel, primero, y después, para diversos usos.
En la actualidad, funciona allí la Proveeduría General del Ejército y, aunque se han hecho
innovaciones necesarias, para su nueva aplicación, existen todavía en su interior algunas
arcas interesantes y gran bóveda, dignas de conservarse.

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NUEVA IGLESIA

Refaccionado el templo, se abrió al culto en 1606, con gran beneplácito de los


vecinos.

La iglesia de San Lázaro, desde 1536 fue atendida por clérigos con cierta
independencia de los curas del sagrario de la catedral, por disposición del primer arzobispo
de Lima.

Los capellanes de la iglesia eran elegidos por la hermandad, que atendía además
con sus propios fondos todo lo referente al culto.

En 1604 el arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo la elevó a vice-parroquia,


disponiendo que fuera servida por los curas del sagrario, con residencia, constituyéndose en
San Lázaro por turnos, a fin de atender a los feligreses, reservándose la eucaristía y los
santos óleos para administrar todos los demás sacramentos.

En año 1626 se reconstruyó la portada, con piedra traída especialmente de


Panamá.

En 1669 los mayordomos de San Lázaro acudieron al rey para que fuera elevada a
parroquia, pero no se logró, por oposición de los curas del sagrario, quienes tenazmente se
resistieron ante nuevos intentos.

El 19 de enero de 1736 se dispuso la “segregación y erección canónica de la nueva


parroquia de San Lázaro” –que cumplió el arzobispo de Lima D. Francisco de Escandón,
celebrándose dignamente el 21 de noviembre del mismo año, con solemne ceremonia, a la
que asistió el virrey Antonio José de Mendoza Caamaño y Sotomayor, marqués de
Villagarcía.

Fue nombrado primer cura el clérigo Andrés de Vergara y Uribe (entonces en


Madrid). Al morir este en el tránsito, la autoridad eclesiástica designó en Lima primer
párroco al Dr. Juan Pío Valverde y Caballos, quien el 1° de Enero de 1743 tomó posesión
del cargo.

Este sacerdote, que fue abogado de la Real Audiencia, consultor de la inquisición y


secretario de su tío el arzobispo Antonio Ceballos, desempeñó el curato ejemplarmente.

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Reconstrucción.- El terremoto de 1746 destruyó el templo, que fue el primero en
reedificarse, siendo costeados los gastos de los bienes personales del párroco. Se hizo una
suntuosa iglesia.

Nuevas obras.- En 1809 realizó trabajos de refacción el licenciado Matías Maestro,


tanto en la portada como en la torre, suprimiendo las líneas barrocas que poseía y
reemplazándolas por las del nuevo estilo neo-clásico. También se encargó de renovar los
retablos y el púlpito, de acuerdo al mismo gusto estilístico de entonces.

La torre sufrió un incendio, que la destruyó, el 17 de enero de 1881, fecha de


imborrable recuerdo para la peruanidad; reedificada en 1898; y revestida de cemento en
1934, por obra del ing. Emilio de Troeyer a un costo de S/. 3600,00.

Merecen destacarse los esfuerzos realizados por los párrocos Manuel M. Villarán,
Mariano Leocadio García, Alejandro Castañeda, Benjamín E. Infante, Vicente Vidal Uría; y
los esfuerzos desplegados en 1936 por el presbítero Eugenio Mosquera, eficiente y ejemplar
vicario cooperador de la parroquia.

Con la cooperación de la junta parroquial se realizó en 1920 la refacción del templo,


a cargo del contratista A. S. Álvarez y presupuestada en S/. 14000,00 conseguidos mediante
tómbolas y beneficios; y otras obras más en el interior, así como cambio de instalación
eléctrica en 1928; la bóveda fue refaccionada en 1934.

Benefactores.- Entre los fieles benefactores de los últimos años, cabe destacar,
entre muchos, a cooperación de los siguientes: señora Elvira Picasso viuda de Boza, Dr.
Juan Nicolini y señora esposa Clorinda de Nicolini, señoras Lucila Delboy de Guerra Pérez y
María aurora viuda de Soto, señorita Deifilia Zúñiga. Y el ex presidente de la república D.
Augusto B. Leguía y el que fuera dinámico alcalde del distrito D. Juan Ríos.

Última refacción.- Otro terremoto, el de 24 de mayo de 1940, originó ruina de


consideración; ejemplarmente, con la ayuda económica de los vecinos y en infatigable labor
de algunos años, salvó el templo con atinadas refacciones y reconstrucción, el actual
párroco, secundado por su vicario.

ACTUAL IGLESIA DE SAN LÁZARO

Del histórico primer y modesto templo, no quedan ni los cimientos. El actual,


presenta todas las características de obra moderna, pero conservando armonía estilística en

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todo su conjunto, tanto exterior como interiormente, aún con los retablos y púlpito, dentro del
neo-clásico.

En la fachada principal se luce un altorelieve en bronce, con simbólica alegoría


relativa a los dos Lázaro: el de la parábola, pobre leproso, con su bordón de andariego, y
ante la mesa del rico Epulón, que también aparece; y el mártir, que fuera resucitado por
Jesús y su entrañable amigo, con ornamentos episcopales, pues llegó a ser obispo de
Marsella.

Aquí se venera a Nuestra Señora del Buen Suceso, siendo un privilegio para este
templo, en el Perú, fomentar su culto; es la imagen patrona del mismo. También, a las de
los dos Lázaro, San Juan Evangelista, la Virgen del Carmelo, Santa Teresa de Jesús,
Nuestra Señora del Rosario, Niño Jesús de Praga, Sagrado Corazón de Jesús, de los
santos peruanos y otras más. En su mayor parte, de antigua talla.

Tiene cinco campanas con los años de fábrica: 1683, 1750, 1779 (2) y 1797. Obras
de Juan Espinoza, las últimas, famoso fundidor del siglo XVIII que tuvo su taller de fundición
en este barrio.

En la actualidad ejerce las funciones de párroco, el presbítero doctor Alfonso Ponte


González y, como vicario cooperador, el presbítero Eugenio Mosquera, quienes requieren la
cooperación del vecindario para nuevas inaplazables obras de bien en esta iglesia.

EL RÍMAC EN EL SIGLO XVIL

EVOLUCIÓN URBANA

El modesto y sencillo barrio de San Lázaro adquirió una nueva modalidad en esta
centuria, construyéndose aceleradamente casas de adobe y de ladrillo con cubiertas de
carrizos tejidos o de madera tosca de mangles, pintados a la cal, alegradas con pequeños
jardines en los patios delanteros; y más verdeantes las huertas, que asimismo se
multiplicaron.

En 1600, cumplindo encargo del cabildo, realizaron la traza de los solares vacanes,
tan solicitados, los albañiles Francisco Tufiño y Luis de Morales Figueroa, emitiendo su
parecer al respecto (9 de junio) el alarife de la ciudad Pedro Falcón.

En 1601 el general Fernando de Córdoba y Figueroa, alcalde ordinario de la ciudad,


manifestó en la sesión de cabildo (18 de mayo) que “habiendo visto la mucha prisa con que
se va edificando y dado solares en el barrio de San Lázaro” cumpliéndose “la buena orden y
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traza que se llevaba” era indispensable “fuesen reformadas en cuadras” y como “esto
impedía parte del corral de San Lázaro y una huerta y solar de Juan de Cardona que está
detrás de la iglesia de San Lázaro” con perjuicio para quienes tenían solares en dicha parte
y para la “ampliación de la población”, recomendó la conveniencia de “abrir calle por dicho
corral y huerta”. Se acordó la ejecución de dicha obra, dándoseles a los damnificados “otro
sitio”, nombrándose comisarios al citado alcalde (reemplazado en 1603 por el entonces
alcalde ordinario D. Francisco de Quiñones) y al regidor Dr. Francisco de León Garabito.

En 1603 se cumplió con ejecutarla, abriéndose la actual calle de Copacabana


(aunque más ancha). Y el virrey Luis de Velasco, marqués de Salinas, expresó su
complacencia por esta medida, ya que “se había hecho a razón de enderezar las calles de
esta ciudad y el camino de San Lázaro que ha de ir a dar al Convento de los Descalzos”
(sesión de cabildo del 2 de junio).

Fue contemplado el derecho del mencionado don Juan de Cardona; y en 1606 se


mandó pagar (25 de setiembre) a otro propietario de solar perjudicado, D. Alonso de
Mendoza, al reclamar por “daño de las paredes, puertas y ventanas y sitio que recibieron
sus casas”.

Posteriormente, como las actuales calles de Cómodas y Breña (Jr. Chiclayo de


nuestros días) no tenían salida al río, se abrió en 1615 la calle conocida con el nombre de
Romero (que adoptó el del propietario de los solares que se tomaron, ollero Lázaro
Romero). Y en 1616, al tomarse sitio para abrirse la que hoy se llama callejón de Romero.

Reclamó ante la Real Audiencia a fin de que “se le pague su valor” y a pedido del
procurador general de la ciudad, se nombró al medidor de tierras del cabildo, Simón Díaz,
quien determinó para la correspondiente valorización, el espacio que se había tomado.

De estos solares era propietario el ollero en referencia, por merced que le hizo el
virrey García Hurtado de Mendoza en 1591, con cargo de que se ocupara de “reparos del
puente y río” y que aumentó por compra que hizo (13 de marzo de 1608) a Ventura del Valle
(quien adquirió de D. Diego de Riquelme de Pedrozo), con lo que logró ocupara su heredad
una buena extensión y llegara hasta la orilla del río.

La preocupación del Cabildo se evidenció en 1620. Ante la conveniencia de


“quitarle fealdad” a la calle que se encontraba “detrás de los corrales de los rastros” debido a
“la rinconada” que hacía allí “pegado a ellos, la casa de D. Juan López de Mestanza,

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autorizó a este para “salirse con las delanteras” de las mismas. Se logró, en esa forma,
abrirse una nueva calle del barrio: Barraganes (nombre de nuestros días).

Y en 1645, al darse cumplimiento en todas sus partes al plan de urbanización


proyectado por la Hermandad del Hospital de San Lázaro, con el objeto de arbitrarse fondos
con sus propiedades, que coincidió con la propuesta al respecto por el Cabildo, nuevas
calles se incorporaron, las que habrían de llamarse después: Matamoros, Puente Amaya,
Perros y Aromito.

Por aquel entonces no todas las calles tenían nombres, ya que algunas eran
designadas simplemente con números, conservando todavía la costumbre de la pasada
centuria, aunque poco a poco fue desterrándose.

Merecedor de toda alabanza es la admirable labor cumplida para el desarrollo de la


población por el Cabildo Justicia y Regimiento de la Ciudad, acreedor a un recuerdo
agradecido. Y así también, del virrey marqués de Montesclaros, al realizar esas obras
admirables que fueron: el puente de piedra (terminado en 1610) y la espaciosa alameda
(concluida en 1611).

El mismo representante real –como recuerda el Dr. José Gálvez en su amenísima y


bien documentada obra “Las calles de Lima”- atraído por el barrio, mandó edificar junto a los
Descalzos, una pequeña quinta con balcones a la Alameda y rodeada de jardines, donde
solía retirarse a descansar de las arduas tareas del gobierno virreinal. Su ubicación debe
hacer sido antes del cerrito de Las Ramos y, por lo tanto, en la huerta que actualmente
pertenece al Club Internacional Revólver.

Y allí también acudiría seguramente, su sucesor, el príncipe de Esquilache, a quien


se le llamara “El virrey poeta” por sus aficiones literarias; celebrándose en tal lugar, como es
de imaginarse, aquellas célebres reuniones que solía tener en palacio con escritores de la
época.

EL DECIR DE LOS ANTIGUOS

Y entonces surgió, incesantemente repetido, el decir de los antiguos limeños: “del


puente a la alameda” –así en esta forma, como afirma también acertadamente el Dr. José
Gálvez. Y que habría de adquirir actualidad en nuestros días, cuando ya en su mayoría lo
desconocían, pese a los escritos que los recuerdan, gracias al inspirado vals “La Flor de la

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Canela”, justamente consagrado por su auténtico limeñismo, en la música y en la letra, de
que es autora la compositora limeña Chabuca Granda.

¡CASI OTRA CIUDAD!

Con razón el regidor Dr. Francisco de León Garabito dijo el año 1607 en sesión de
cabildo (17 de marzo) al referirse al barrio: “es ya casi otra ciudad”. ¡Cuán cerca estaba a la
verdad!

¡2000 CASAS!

Al decir autorizado del Dr. Juan Antonio Suardo, que lo consigna en su “Diario de
Lima”, en setiembre de 1630 habían ya en el barrio de San Lázaro, nada menos que 2000
casas.

A CABALLO Y EN CARROZA

Convertida la alameda en el paseo predilecto, a ella acudían los días feriados y con
motivo de otras festividades en los Descalzos y en Amancaes, los vecinos del barrio y de la
ciudad.

En “jaca enjaezada lujosamente con silla de plata y guarniciones de terciopelo


bordado de oro”, en literas y en carrozas haladas por dos mulas o “por seis mulas con sus
seis carroceros negros luciendo flamantes botas y espuelas y libreas rojos, plata y azul”.

Y contrastando con unos y otros, quienes iban a pie, a burro y hasta en carretas.

EMPEDRADO DE CALLES

El cabildo dispuso en 1614 (8 de agosto), el empedrado de las calles de la ciudad:


“por el medio de ellas para que pase cómodamente una carroza; porque como están con
piedras grandes es perjudicial y dañoso para personas y mujeres anduvieran a pie. Y con la
piedra menuda que se quitase se empedren los pedazos de los lados”.

También se dio cumplimiento a ello en el barrio de San Lázaro.

ALUMBRADO

Las casas del barrio se alumbraban mediante las velas de sebo, colocadas en las
candeleros; proporcionaban luz tenue.

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Como se carecía de la materia prima, esta era traída de Chile en grandes
cantidades; procedía de concepción. La venta estaba controlada –según se desprende por
las afirmaciones de Suardo en su diario.

Para alumbrar las calles servían “unas candiles de barro llenos de grasa” colocados
en las esquinas.

Al decir de D. Manuel Atanasio Fuentes, este servicio público se inició en 1592; la


equivocación se debe, seguramente, a que, con motivo de la “fiesta religiosa” celebrada por
el terremoto de julio de 1586, el cabildo dispuso “alumbrado extraordinario” en esa forma.
Pero no hay referencias de que ya existiera.

LAVADERO COMÚN

Río abajo, a la altura de Tajamar (de las Cabezas), en la banda del río, era el lugar
que servía de lavadero común de las ropas.

Con gran acierto, el cabildo conservó este sitio, sin cederlo a censo, por más que le
fue solicitado para establecimiento de solares.

LIMPIEZA

El 25 de setiembre de 1600 el virrey marqués de Salinas ordenó la limpieza de los


muladares “que están en el puente de San Lázaro”, así como de otros sitios, entre ellos la
carnicería.

Considerando el cabildo que los mencionados lugares cercanos a la orilla del río,
solo servían para hacerse de ellos muladares, dispuso la edificación en ellos, como eficaz
medida de “mayor policía y adorno. Se hicieron entonces ‘pregones’ para la venta de ‘sitio y
pedazos’” a la salida del puente.

EMPADRONAMIENTO

Por un cabildo abierto que tuvo lugar el 16 de febrero de 1607, el Cabildo Justicia y
Regimiento ordenó el “empadronamiento de los vecinos y moradores de la ciudad”.

Para contemplar su realización, el 1° de marzo del mismo año se juntaron en la


Contaduría de las reales alcabalas D. Luis de Castillo Altamirano (alcalde ordinario), D.
Francisco Severino de Torres (alguacil mayor), D. Luis Rodríguez de la Serna, D. Simón Luis
de Lucio y Dr. Francisco de León Garabito, regidores jueces comisarios de las reales

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alcabalas, mandando llamar a: Baltazar de Lorca, Juan Bautista Torres Molpe, Juan
Rodríguez de Rojas, Simón López, Francisco Muñoz Sangrelinda, Juan Fernández Ramírez,
Alonso de Hita y Antonio del Valle. Y, conferido el mejor medio que se podía hacer para su
cumplimiento, se resolvió que el padrón se efectuase por el que los curas de la parroquia
tenían para esta cuaresma, y que, si realizado, “alguna persona de cualquiera de los
gremios en que se repartiere esta ciudad quisiere quedarse al viento lo pueda hacer por
tiempo de tres años con declaración que lo que causare lo ha de pagar a 1 y ½% y se ha de
cobrar para el cumplimiento de lo que se repartiere al mismo gremio y queste es el mejor y
más suaue medio que se puede tener; y que se ponga por obra”. De que se dio cuenta al
cabildo (sesión de 13 de marzo).

En 1613 se mandó ejecutar un padrón de indios.

Nuevo empadronamiento posterior. El 5 de julio de 1629, por mandato del virrey y


en cumplimiento de Real Acuerdo, el sargento mayor Gil Negrete y otros dos oficiales de la
milicia –según informa Suardo- empadronaron a todos los vecinos de casa en casa para
saber el número de gente contar para defensa en caso ataque enemigos”.

CAMARONEROS

Los “indios camaroneros” extendieron en el presente siglo sus operaciones de


pesca, entre el Tajamar y la plazuela “del acho” –como se desprende de las palabras el Dr.
Alfonso Huerta (10 de noviembre de 1632. Con motivo de la “causa de beatificación del
arzobispo Toribio de Mogrovejo”. Cuaderno I del legajo existente en el Archivo Arzobispal
de Lima). Pero siempre concentrados en su calle, a la que dieron nombre: Camaroneros.

TAJAMARES

En 1610 se ejecutaron obras a la altura “del acho” para defender el barrio por ese
lado, en las épocas de avenida, a fin de impedir que, de allí, se introdujeran las aguas, como
había pasado anteriormente.

En 1619, se acordó proseguir en las obras de tajamares en “esta banda de San


Lázaro”, llevándose a cabo “arrimado a las casas de Lázaro Romero”, teniéndose en cuenta
la opinión de los alarifes de la ciudad Francisco de Morales y Clemente de Mansilla; y que
los vecinos contribuyeran.

57
Se gastaron “en fábricas” entre agosto y octubre más de 4000 pesos (“de la renta de
los solares”), según las cuentas presentadas por el procurador general de la ciudad don
Juan de Salinas.

Por estas obras, que el cabildo encargó al ollero Lázaro Romero, le extendió (3 de
julio de 1620) un libramiento por 649 pesos 1 real “de lo que suplió y dio de su hacienda”.
En esta oportunidad se le llama alférez; seguramente lo sería del gremio de alfareros.

Y como en agosto de 1620 el río “socavó” parte de los cimientos del tajamar, se
hicieron nuevas obras.

Igualmente, en el tajamar de “Las cabezas” se invirtieron por el cabildo más de 800


pesos; ello no impidió que la fuerte avenida de 1634 se llevara “de cuaxo dos casas enteras”
(27 de febrero) y la “mitad de la iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza” (9 de marzo) –
como asevera Suardo en su diario.

QUEMADERO

Se trasladó “cerca al acho”.

MATADERO

En 1602 el albañil Francisco Gamarra estaba aún realizando las nuevas obras que
iniciara el año 1598 en el matadero; el calero Alonso Sánchez proporcionaba la cal y el
ladrillo.

En agosto de 1606 sufrió algunas averías por las avenidas del río; se repararon en
parte.

El 6 de setiembre de 1610 se trató en el cabildo de “las tiendas o casillas que están


empezadas hacer en el Matadero” así como del estado en que se encontraban; y, ante el
pedido que de ellas hiciera Bartolomé Verdugo, se acordó que el ayuntamiento las hiciera a
su costo y las arrendara “de por vida” y que no se diera a “censo” a ninguna persona. La
finalidad era asegurar rentas, que bien se necesitaban.

En cumplimiento de ello, con fecha 20 de febrero de 1615 el escribano dio cuenta


del remate hecho el día 17 a favor de verdugo, por los comisarios de los solares de San
Lázaro alcalde ordinario D. Juan Arévalo de Espinosa y regidor Dr. Leandro de la Reinaga
Salazar, de las cinco tiendas que estaban en el matadero “a censo pro cuatro vidas en
doscientos pesos de a nueve reales en cada un año”. Fue aprobado.

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El matadero púbico de reses fue trasladado igualmente “cerca al acho” teniéndose
en cuenta que las chácaras donde pastaba el ganado se encontraban en las inmediaciones
del San Cristóbal y asimismo por razones de higiene pública.

PULPERÍAS

En 1611, don Pedro Vélez Roldán tenía labrados en los corrales de los rastros, una
casa y pulpería, arrendada a un pulpero en 150 pesos al año.

Como los corrales eran “propios de la ciudad” y la obra en referencia se había


realizado “sin permiso” del cabildo, comprobado por el regidor don Gonzalo Prieto de Abreu,
durante su visita reglamentaria a las pulperías de la ciudad, dispuso que el pulpero no
pagara a Vélez hasta que este no presentara los títulos.

Solicitó aprobación del cabildo, que acordó prosiguiera en sus gestiones.

QUERELLAS

El carácter pendenciero del poblador de este barrio se evidencia desde entonces,


destacando Suardo en su diario, las querellas habidas el 26 de setiembre de 1634 entre un
mestizo y un alférez, no saliendo este “muy airoso de ellas”.

Y frecuentes fueron los encuentros “a puñetazo limpio” y los “duelos a espada” en la


nueva alameda, aprovechando las horas del atardecer.

HOSPITAL

Destruido por el terremoto de 1589 el primitivo hospital de San Lázaro, que


levantara con iglesia adjunta Antón Sánchez, cuatro vecinos del barrio, D. Álvaro Sebastián
Carreño, se constituyeron en hermandad el año 1606 y llevaron a cabo la edificación del
nuevo nosocomio, siempre bajo la advocación del “Patrón de los leprosos” y que ese mismo
año inauguraron.

Posteriormente, en 1632 construyeron otro mejor y de acuerdo a todas las reglas


para tales edificios, con puerta a la actual calle Matamoros (que recién se abrió por dicho
motivo).

MOLINOS

En 1616 se le hizo remate al capitán del Sanz Carrasco de “un herido de molino” y
“pedazo sitio y solar que con él se vendió” para dicha finalidad, con cargo de “tener enhiesta
59
y reparada la puente que está en un brazo del río camino de los Descalzos”. Este caballero
murió el 18 de junio de 1613 y, según Suardo, dejó “mucho dinero”.

El lugar donde levantó este molino fue en un terreno que, terminando Copacabana,
hacía esquina con la Alameda de los Descalzos. Más tarde sería propiedad de D. Francisco
de San Pedro; después de una señora Guisado, quien vendió a D. Julián del Portillo, y que,
en 1786 adquiriera Miquita Villegas.

Molino que “peinaba las aguas de Otero” –al decir del Dr. José Gálvez.

A este respecto, Bernabé Cobo (“Fundación de Lima”) afirma que “por la otra parte
del río, en el barrio de San Lázaro, corre una acequia de igual grandeza que muele otro
molino de pan de tres piedras y los molinos de pólvora y se riega muchas chácaras”. Cita
que recoge Suardo y la precisa en 1635.

El molino de Otero, de propiedad de los marqueses de Otero; uno de sus últimos


propietarios de aquel título fue D. Francisco de Castrillón y Arango.

En 1635 el molino de pólvora de D. Pedro del Castillo Guzmán (“camino a San


Cristóbal”).

El molino de Harina (antes de 1690) de propiedad de D. Martín Arias del Castillo (al
lado de la actual Quinta de Presa, que se construyó en el dieciocho, que después (de 1690)
sería de D. José Blanco Rejón, más tarde de D. Juan Bautista de la Rigada, en 1706 de
doña Sebastiana Ramos Galván viuda de Blanco Rejón, y en 1708 del coronel Juan Bautista
Palacios, quien lo convirtió en molino de pólvora. Es el molino que se llamó de Presa.

TENERÍAS

Las tenerías o curtiembres de Lima se concentraron “al otro lado del río”, en el barrio
de San Lázaro. Si bien en los primeros años se fueron estableciendo en diversos lugares,
ya en 1609 el mayor número de tenerías estaban en la calle que entonces se le llamaba
Chancay y que después recibiría la denominación de Tintoreros.

OBSTETRIZ

Recibidoras o “comadres de parir” –como se les llamaba entonces a las obstetrices


de nuestros días, al decir del Dr. José Gálvez- hubo en este barrio. Doña Isabel Franco,
quien ejercía su noble profesión en 1629 y que vivía “en una cuadra antes de llegar a la
iglesia de San Lázaro, en la calle que va del quemadero al matadero”.

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MÉDICOS

Entre otros, vivió en San Lázaro el Dr. Francisco de Montiel.

BARBERO

D. Manuel de Cuéllar, de nacionalidad portuguesa, que actuaba como barbero,


murió el 5 de febrero de 1635, cuando se disponía “a practicar una sangría” –según
referencia de Suardo.

PROTECTOR DE INDIOS

Y siguiendo con las defunciones y también por información del Dr. Juan Antonio
Suardo, se sabe que el 6 de noviembre de 1635 fue enterrado en la iglesia de San Lázaro el
vecino D. Domingo de Luna, “protector que fue de los indios de este reino y que murió muy
pobre”.

OBRAJE DE SOMBREROS

Obrajes de hacer sombreros hubo en el barrio y según el Dr. José Gálvez, en los
alrededores del molino de la calle Peines estuvo el de Gaspar Pérez Pericón y también el
renombrado del capitán Bartolomé Astete de Ulloa.

El 7 de enero de 1632 –afirmación de Suardo- el alférez Antonio de la Mota, oficial


de sombrerero, falleció en un obraje de sombreros que funcionaba en el barrio de San
Lázaro.

ALOJAMIENTO DE NEGROS ESCLAVOS

Cerca al tajamar, por disposiciones de los virreyes marqués de Guadalcázar y conde


de Chinchón, el ayuntamiento construyó amplios locales para hospedar a los negros
esclavos, introducidos al país con el objeto de que prestaran sus servicios en el trabajo de la
tierra y otros menesteres, que llegaban de África y que no tenían aún “dueño”.

Allí se alojaban estos infelices, siendo atendidos y curados los enfermos, mientras
se “negociaba” su venta.

Por cada negro, sus dueños pagaban al cabildo a razón de 1 peso, como
indemnización por los gastos realizados durante su estada en aquellos lugares.

MOVIMIENTOS SÍSMICOS

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El barrio de San Lázaro sufrió las terribles consecuencias de los fuertes temblores y
terremotos de esta centuria: 1° de octubre de 1609; 27 de noviembre de 1630; 13 de
noviembre de 1655 (tuvo lugar a las 3 de la mañana y, en el transcurso de quince días,
hasta el 27, se sucedieron nada menos que 115 remezones); 1° de junio de 1678
(terremoto); 20 de octubre y 10 de noviembre de 1687; y 14 de julio de 1699.

En el terremoto del año 1609, no siendo suficientes los dos alarifes de la ciudad,
Cristóbal Gómez y Juan del Cerro, fueron nombrados Alonso de Morales, Juan del Campo,
Pedro Blasco y Clemente de Mansilla, quienes llevaron a cabo los trabajos de reedificación
ordenados por el virrey marqués de Montesclaros.

COHETEROS

Los “cohetes” llamados “invenciones de fuego” fueron parte principal de las grandes
fiestas de la época. Su confección tenía lugar en el barrio de San Lázaro.

Es interesante consignar que en la sesión del 22 de octubre de 1622 siendo alcaldes


ordinarios D. Bartolomé de Oznayo y capitán Luis de la Reinaga Salazar, se dio cuenta de la
petición presentada por los clérigos presbíteros Antonio López de Acosta y Bartolomé López
de Silva “que a más de seis años hemos hecho todas las invenciones de fuego que en ella
(la ciudad) se han ofrecido”. Manifestaban además que, “en este tiempo hemos visto” que
“algunos mestizos hacen las dichas invenciones y pueden resultar en daño de la ciudad
respecto que se ayudan y juntan con negros y mulatos les enseñan a hacer las dichas a que
no es razón se dé por muchas razones” y para evitarlo pedían que “no se dé lugar a que
ninguno mestizos ni otro género de gentes de mezcla las hagan serviremos a esta ciudad en
todas las fiestas sin interés ninguno y solo por el celo que de remediar los daños dichos”.

De acuerdo a la mencionada petición, los clérigos en referencia pedían “que el


cabildo les diera licencia solo a ellos”, es decir el “monopolio”. No dio resultado.

Así surgieron los coheteros famosos del barrio, que, en Barraganes y Camaroneros,
primero, y después en Malambo, ofrecieron siempre las “invenciones de fuego”, producto de
su habilidad.

En 1635, ya me he referido a las que ofreciera D. Pedro del Castillo Guzmán en


honor del virrey conde de Chinchón y de su esposa la señora Virreina, al pasar estos por el
molino de pólvora de su propiedad, rumbo a la ermita de San Cristóbal.

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Y según refiere Mugaburu en su “Diario de Lima”, con motivo de las fiestas de la
“Limpia Concepción” que “empezaron el sábado 14 de octubre de 1656” se ofrecieron
famosos fuegos, “los mayores que ha habido en esta ciudad” debidos a los expertos
pirotécnicos indios, mulatos y negros del barrio de San Lázaro.

CUMPLIMIENTO DEL CABILDO

El 22 de noviembre de 1619, siendo alcaldes ordinarios D. Diego de Carvajal y D.


Jusepe de Ribera Dávalos, se acordó el cumplimiento del cabildo justicia y regimiento con
relación al tercio que le correspondía a los capellanes de la Capilla Real por la venta de
solares en San Lázaro, ordenándose que el contador de la ciudad hiciera para ello “la
cuenta de los censos que se habían redimido” hasta entonces, y de que se diera razón a los
“capitulares” por intermedio del mayordomo de la ciudad.

FIESTAS RELIGIOSAS

En esta época de predominio del factor religioso, fiel reflejo de la propia España, con
la construcción de templos y conventos, incremento de las misiones, frecuencia de las
presiones y surgir de nuestros santos, el barrio de San Lázaro se vistió de sus mejores galas
para rendir su tributo de “fieles devotos”.

Fueron famosas entonces, entre otras muchas:

La celebración del “Santísimo sacramento” el 6 de febrero de 1634 “con procesión


muy solemne y las calles por donde pasó –descripción de Suardo en su Diario- estuvieron
colgadas ricamente y con altares de mucho primor”.

La gran procesión que salió de la iglesia de San Lázaro, recorriendo las calles del
barrio hasta la Iglesia Mayor, con la sagrada imagen de Nuestra Señora de Copacabana, el
día 14 de noviembre de 1655, con motivo del terrible sismo –de que se da cuenta en el
diario de Mugaburu.

La del lunes 8 de enero de 1663 –también información de Mugaburu- igualmente del


mismo templo: “una procesión de morenos criollos y todos hechos figuras del Testamento
Viejo, desde Adán hasta San José, con sus máscaras que representaban los antiguos
vestidos a aquella misma usanza”.

La celebración de la “Porciúncula” en los Descalzos, se inició, siendo motivo de gran


fiesta, no solo religiosa para el barrio, sino de gran festividad para toda la ciudad.

63
LOS SANTOS

El barrio presenta el caso especialísimo de que allí actuaron, durante su vida


ejemplar por este mundo, nuestros santos, orgullo de la iglesia y del Perú, Santa Rosa de
Lima y Fray Martín de Porres, así como los españoles Santo Toribio de Mogrovejo, San
Francisco Solano y Beato Juan Macías.

Es un hecho comprobado que, durante su breve existencia, Santa Rosa atendió con
sus solícitos cuidados a los enfermos pobres del lugar y que los reconfortaba “con el pan del
alma y con el pan del cuerpo”. Tal es el caso de doña Juana de Bobadilla y Acevedo,
“recatada doncella ilustremente emparentada, pero huérfana; muy virtuosa; que pasaba
necesidades apremiantes”, que “padecía de un cáncer contagioso debajo del pecho,
aumentando más cada día, de modo que si no se curaba con cuidado y presteza a pondría
en términos de perder la vida” (vida admirable de Santa Rosa, por Fray Leonardo Hansen,
O. P.). Enterada Rosa, “fue a socorrerla muy en secreto”, más o menos en 1608, y como
por la distancia en que residía doña Juana, dificultaba para su curación la frecuente visita de
médicos, “la llevó a su casa y la atendió en sus curaciones (la famosa enfermería que allí
estableciera) mediante consejos médicos, y, pasados cuatro o cinco meses regresó a su
casa, ya curada, doña Juana”.

De la labor desplegada por los beatos Fray Martín de Porres y Juan Macías, me
ocuparé al referirme a los templos de Las Cabezas y El Patrocinio, respectivamente.

Santo Toribio de Mogrovejo solía acudir al barrio los días domingo, al mediodía,
platicando con todos los mayores al pasar, y “recogiendo y convidando a seguirlo a los
muchachos y vagos”, modestos y humildes “indiecitos, negritos, blanquitos, zambitos,
mestizos”, y en la iglesia de San Lázaro les “enseñaba el catecismo”.

Y se enfrentó resueltamente a la reducción de los indios al Cercado, defendiéndolos


por razón de “jurisdicción” para su permanencia en el barrio, en la centuria anterior,
indisponiéndose con las autoridades y religiosos interesados; por este motivo y otros más
relacionados con la defensa que hiciera de los derechos de los indios cófrades de Nuestra
Señora de Copacabana, respecto a su venerada imagen, se llegó hasta el extremo,
realmente inconcebible, de declarársele “excomulgado”. ¡A él, que fue un santo varón y a
quien tanto le es deudor la iglesia y el Perú!

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San Francisco Solano, derramando virtudes, acudiendo en socorro de la plebe
desde su Convento de los Descalzos, y estableciendo los “almuerzos” a la puerta del mismo
a los desheredados de la fortuna, a los pobres de la solemnidad.

ERMITAS

En 1615 se edificó, dedicada a Nuestra Señora del Socorro, en los entonces


arrabales (Malambo después, debido su origen a una expresión de los negros y a la que me
ocuparé en su oportunidad, hoy avenida Francisco Pizarro).

La ermita existía ya como templo en 1630 “labrado de buen edificio” –como asevera
Bernabé Cobo. Y el año 1646, los vecinos D. Alonso Rodríguez y D. Juan Ocampo en
cooperación con Fray Diego de las Casas (sacerdote capuchino) realizaron obras de
reconstrucción en la iglesia de Nuestra Señora del Socorro.

Los fundadores gestionaron, sin conseguirlo, la erección de un convento de PP.


Capuchinos en dicho lugar.

En 1616 construyó la ermita dedicada a San Marcos Evangelista, Fray Hernando de


Herbas, O. P., en el terreno que le cedió, a su solicitud, el ayuntamiento y de conformidad al
informe presentado por el regidor perpetuo de la ciudad D. Diego Muñoz de Campoverde y
el escribano público y de cabildo.

En 1619, la ermita de Nuestra Señora de Copacabana (convertida en iglesia el año


1691) de que me ocuparé más adelante.

En 1635 la del Baratillo.

CAPILLA DEL BARATILLO

En el siglo XVI existía una plazuela (entre las actuales calles Cruz de Lazo y
Baratillo) en donde los días domingo se reunían muchos negros esclavos que vendían en
mesas y en el suelo infinidad de artículos “a bajo precio” o “baratillo” (origen del nombre);
realizadas las ventas, al caer la tarde, estas ferias degeneraban en escándalos, ante el
desenfreno de los negros por razón del alcohol.

El sacerdote jesuita limeño P. Francisco del Castillo, capellán de la Iglesia de


Desamparados (que ya no existe, situada en calle posterior para cumplir su sagrado
ministerio en el Hospital de San Lázaro, se propuso terminar con tan poco edificante
espectáculo. Para el efecto, colocó en 1635 una gran cruz, sustituyendo a la pequeña

65
existente en ese sitio, y levantó una modesta ermita, desde donde dirigía la palabra a la
concurrencia al finalizar las ventas; los respetuosos negros suspendieron entonces sus
excesos.

Después dio comienzo a la construcción de una capilla, en su reemplazo, contando


con erogaciones de vecinos devotos de los alrededores; se terminó la obra después de su
muerte, que tuvo lugar en Lima el 11 de abril de 1673, pasando a formar parte de los bienes
de la Compañía de Jesús.

Posteriormente fue refaccionada y en una de sus paredes se colocó esta inscripción:

“Esta suntuosa fábrica


que a Dios la limosna ofrece
se ha dedicado a su gloria
el día y año siguientes
19 de agosto de 1704”.

La capilla continuó prestando sus servicios religiosos; y entre las imágenes que se
veneraban, el Señor del Triunfo o Señor del Borriquito –tan conocido por los antiguos
limeños- que se sacaba en andas el Domingo de Ramos y recorría las calles, pasando el
puente, hasta el Portal de Botoneros (fueron los comerciantes allí dedicados a la venta de
botones y pasamanería, que, constituidos en hermandad, la establecieron), y, dando vuelta
a la Plaza Mayor, regresaba a su templo, seguido de cientos de fieles.

Al ser expulsados los jesuitas en 1707, durante el gobierno del virrey Amat,
cumpliéndose la pragmática e Carlos III, Rey de España, los bienes de ellos pasaron a la
Corona y, producida la independencia, al Gobierno de la República.

Debido a su estado ruinoso, se suspendió el culto y quedó abandonada la capilla. El


Concejo Provincial de Lima solicitó autorización para demolerla y construir en ese lugar un
mercado, que buena falta hacía. El gobierno, atendiendo las razones expuestas, autorizó
las obras por decreto de fecha 7 de setiembre de 1908, y al alcalde para que “dictara las
disposiciones convenientes a la traslación de los objetos y demás de dicha capilla a la
Iglesia de Desamparados, y los entregara bajo inventario al capellán Dr. Belisario Phillipps”,
que fue cumplido.

Entonces se construyó la Plaza de Abastos llamada del Baratillo, existente hasta la


fecha.

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BEATERIOS

Se levantó el beaterio anexo a la Iglesia de Copacabana, dedicada para “indias


nobles”.

CONVENTILLO

El conventillo de Nuestra Señora de Guía, con capilla anexa, en las afueras, y que
fuera Casa de Recolección o Recoleta de los PP. Agustinos, en 1619; fue obra principal de
fray Juan de Vera, S. A.

Reconstruida varias veces, la última en 1760, se conservó hasta 1826, “que fue
suprimido en virtud del decreto – ley de 28 de setiembre de ese año, que se prohibía la
existencia de una ciudad de dos conventos de la misma orden, pasando los bienes al
dominio del estado, que dispuso en gran parte de ellos, en virtud de diversos contratos.- Por
Escritura Pública del 8 de mayo de 1844, el gobierno adjudicó a doña Manuela Sarmiento el
terreno en que existió el antiguo convento y otro terreno pedregoso delante del anterior,
reservando un área a favor de la capilla con los linderos marcados por peritos oficiales en el
plano que levantaron.- Por Escritura Pública del 2 de diciembre de 1870 el Gobierno
adjudicó a don Juan Roldán varios miles de varas cuadradas de los terrenos próximos a
dicho convento de Guía, conforme al Decreto Supremo del 26 de setiembre que aprobó la
subasta.- La capilla y terreno anexo y reservado para ella en la Escritura de 1844 es materia
de este Margesí.- La huerta Prebost o Cacotegui, que colinda con la capilla y que fue
vendida en eufitesis, es materia igualmente de este margesí. (De que es constancia en el
margesí de Bienes Nacionales N°36).

HUERTAS

Las de D. Antonio de Tejeda y de las Señoritas de las Ramos, junto a los Descalzos;
la de D. Pedro Jiménez Menacho; la de Guía, y otras más.

NUEVOS SOLARES

De 1600 a 1620 figuran, entre muchos, como nuevos vecinos del barrio de San
Lázaro, sea por adquisición directa de solares mediante intervención del cabildo o por
ventas efectuadas de sus anteriores propietarios, como consta en las respectivas
concesiones y escrituras, los siguientes:

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Francisco de Riberos (1601 era poseedor de 2 y ¾ de solares en las inmediaciones
del hospital de San Lázaro – “por el corral” – que le fueron rematados. Presentó
reclamación).

Francisco de la Fuente (en 1601. Comprado al anterior).

Jorge Arias (1601 compró a D. Pedro Fernández de Peralta).

Manuel de Silva (En 1602 le fue rematado uno que poseía junto al quemadero).

Juan Alonso de Mejía (1602. Que lindaba “calle en medio” con el anterior).

Antonio de Arquijo (barbero del virrey- 1604. 2 solares).

Luisa de los Reyes (1604. 1/2 solar).

Juan de Cardona (1605. 2 y 1/2 solares. Había tenido 6 en el siglo XVI).

Alvaro Alonso Moreno, capitán Antonio Román de Herrera, alférez Sebastián


Carreño y Pedro Valdez Roldán (en 1608 financian el nuevo hospital de San Lázaro. El
último, en 1611 poseía casa y pulpería en los “corrales de los rastros”).

Beatriz de Ochoa (en 1606, figura con solar en las inmediaciones de las “espaldas
de San Lázaro”).

Juan Pardo de Cárdenas (contador. 1606. Cercano al anterior).

Alonso de Mendoza 1606. Reclama por daños y perjuicios al abrirse calle para los
Descalzos).

Toribio de Sandoval (1606. Cerca al puente “por el matadero”).

Francisco de la Cueva (fueron de su suegro Pedro Balaguer de Francisco Severino


de Salcedo. 1606. Junto a la carnicería).

Francisco Severino de Torres (alguacil mayor. 1606. Reclamación con respecto al


anterior).

Diego de Riquelme del Pedroso (1608. Pasando el puente, a la derecha).

Ventura del Valle (1608. Figura que compró antes al anterior).

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Lázaro Romero (Ollero. Hizo nuevas adquisiciones. Actual calle y callejón de su
nombre).

Antonio Pérez (sombrerero. 1608).

Alonso Martín Falco (1608. Compró al anterior).

Lázaro Valejo (1608).

García Noblega (o Nobleja. 1608. Venta del cabildo en el lugar donde se levantaría
después la iglesia de “Las Cabezas”. Vendió a D. Juan Martínez Fregoso).

N. Mojica (1608. Cerca a “Las Cabezas”).

Juan Rodríguez de la Torre. (Ollero. 1609. Figura que había adquirido 2 solares de
doña Francisca de la Vega, viuda de D. Hernando Bernardo de Munguía).

Juan del Valle (hijo de D. Ventura del Valle. 1609. 1 y 1/2 – figura que en ellos había
edificado, cerca a la “Calle Real”).

Alejo Román (en 1609 establece una tenería en solar de su propiedad, calle de
Chancay – nombre de entonces).

Juan Beltrán de Mondragón.

Juan Martín Fregoso (o Fechoso).

Tome Ruiz.

Alonso de Posadas.

Pedro de Alfaro.

Juan Aparicio de Urrutia.

Domingo Alonso.

Lic. Diego Pérez Mondragón y

Alonso Franco de Morales (en 1609, lindaban sus casas con la de Alejo Román,
quienes reclaman ante el cabildo oponiéndose al establecimiento de la tenería de este.
Reclamación desechada por el cabildo).

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Juan de la Raya (propietario del solar de la calle de Chancay, que vendió a Alejo
Román).

Juan de Carrasco (novillero. 1610. “A orillas del río” – por el anterior).

Padre bachiller Juan Sánchez (cura de Canta. 1610. “Calle arriba como van a cerro
San Cristóbal”).

Presbítero Gonzalo Bermúdez (1610. Redime censo).

Rodrigo de Mendoza (1611. Aprobación de concierto. “Sitio junto al puente”).

Luis Pérez (en 1614 redime el censo del solar que compró).

Gregoria de Mujica.

Hernán Pérez de Arauz.

Francisco de la Fuente (en 1614. “Pegado a los corrales de San Lázaro”).

Lorenza Jiménez (en 1614. Linda con el sola del anterior).

Capitán Antonio de Sanz Carrasco (1616. Pedazo de sitio y solar; y un “herido de


molino”. Según Suardo, murió en junio de 1631 y que “tenía mucho dinero”).

Fray Hernando de Herbas, O. P. (cascajal, cerca a San Cristóbal para edificar iglesia
y ermita bajo la advocación de San Marcos Evangelista).

Francisco de la fuente (1616. Redención de 2 censos. Cerca a la iglesia de San


Lázaro. “En cuadra N° 3”).

Antonio de Ribera Zambrano (1616. Confirmación de venta de solar).

Bartolomé Verdugo (1617. “Junto al matadero”).

Juan López de Mestanza (1620. “Pegado a los rastros”).

LAS CABEZAS

ORÍGENES

70
El 12 de mayo de 1612, Juan Martín Fregoso (o Fechoso), adquirió del curtidor
García de Nobleja (o Noblega) un solar existente en el mismo lugar donde se encuentra la
actual iglesia.

Según documentos existentes en el archivo de Santo Domingo, en este lugar se


edificó una ermita dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles. Después, por escritura del 6
de julio de 1617 el propietario hizo donación del terreno a los P. P. Dominicos para que
erigieran una Casa de Estudios de la Orden.

Como el lugar no fuera conveniente para ello, el donante accediendo a los deseos
de su esposa Leonor de Herrera, adquirió más extensión de terreno, y construyó entonces
una capilla, siempre bajo la advocación de Nuestra Señora de los Ángeles, para su culto por
los fieles y “para que los niños de Cofradía del Rosario guardasen sus imágenes,
estandartes e insignias”. El patronato de la capilla, que se inauguró en 1615, fue concedido
a Jacinto Fregoso de Herrera, hijo del piadoso matrimonio.

LOS PROPIETARIOS DEL TERRENO

Con referencia al lugar y las personas mencionadas, los siguientes datos


encontrados en mis investigaciones.

Este solar del curtidor, había sido antes de D. Diego de Ávila y de Herrera, gentil
hombre de la Compañía de Lanzas de la guardia de esta ciudad, quien obtuvo en total una
cuadra, por concesión que le hiciera en 1591 el virrey García Hurtado de Mendoza, tercer
marqués de Cañete; de ellos, porque salieron inciertos, el cabildo le hizo entrega a Noblega,
al presentar títulos por haberlos adquiridos en remate en 1609, año que hizo petición (12 de
diciembre) el mencionado Ávila, expresando que le pertenecían, de acuerdo a los títulos en
su poder y que antes no había presentado (por habérseles extraviado, seguramente). Ante
esta situación y para evitarse mayores perjuicios, es de imaginarse la venta del curtidor en
referencia, mientras se ventilaba el pleito.

Por otra parte, Fregoso residía en solar de su propiedad el 27 de abril de 1609 en


los alrededores de la entonces calle de Chancay (después Tintoreros), pues figura como
vecino de esas inmediaciones al presentarse, con otros, ante el cabildo, oponiéndose a que
Alejo Ramos estableciera allí curtiembre. Quién sabe si era también un acaudalado curtidor,
don Juan Martín Fregoso.

IGLESIA

71
En 1624, la capilla dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles fue reemplazada por
una iglesia que construyeron los acaudalados vecinos Diego de la Cueva y Juan López de
Mestanza. Allí se comenzó a rendir culto a Nuestra Señora de La Cabeza, a cuya
advocación se hizo este templo.

NUESTRA SEÑORA DE LA CABEZA

El verdadero nombre de esta iglesia es de “La Cabeza” pero los vecinos dieron en
llamarla de “Las Cabezas” y así ha quedado hasta nuestros días.

El origen de esta advocación de la Virgen María, es como sigue: hace muchos años
un pastorcillo encontró enterrada una hermosa imagen de talla en el Cerro de Cabeza
(Sierra Morena – España) que, seguramente allí escondieron los devotos, siglos atrás, con
motivo de la invasión árabe. Se le construyó un santuario en la cercana ciudad de Andújar
(España), que todavía existe, y se le dio a la virgen la denominación del lugar en que fue
hallada, como era costumbre muy generalizada.

Los españoles devotos en mención, al venir al Perú y no encontrarla, fueron quieres


establecieron esta devoción entre nosotros.

Queda así aclarada la razón del nombre de esta iglesia.

RUINAS

Al amanecer del 9 de marzo de 1634, una fuerte avenida del río destruyó el muro
que defendía el templo y, como consta en el manuscrito del diario de Suardo “se llevó la
mitad de la iglesia de Nuestra Señora de la Caveza, cosa que ha causado muy grande
sentimiento de toda la corte”.

La venerada imagen se salvó, porque como también declara Suardo en páginas


anteriores de su diario, el 27 de febrero del mismo año “vino el dicho río tan crecido que se
llevo de cuaxo cuatro cassas enteras y se a arrimado de tal manera a la dicha yglessia de
Nra. Sra. (ya antes dice su nombre, de la Caveza) que se recela correrá muy grande riesgo,
a cuya causa se han sacado della la santa imagen y demás cosas del servicio della”.

A este respecto, un pasaje referente a la vida del beato fray Martín de Porres, que
cita el erudito sacerdote Dr. Domingo Angulo: al contemplar la “furia del río” desde su
convento dominico, “corrió a La Cabeza” en que estaban congregados los vecinos “cogiendo
tres piedras en nombre de la Santísima Trinidad, las lanzó en medio de las aguas, hizo

72
breve oración y se calmó el río”. Y así, este momento fue aprovechado por el vecindario,
para “poner a buen recaudo” la referida imagen.

FRAY MARTÍN DE PORRES

El venerable Martín de Porres nació en Lima el 9 de diciembre de 1579 en la calle


del Espíritu Santo. Fueron sus padres don Juan de Porres, español, y doña Ana Velásquez,
negra panameña.

Al lado de su buena madre residió en el barrio de San Lázaro; aprendió el oficio de


barbero, recibiendo enseñanzas prácticas de sangrador y para curar ciertas enfermedades.
A los 15 años de edad vistió el hábito dominico, en calidad de donado, y nueve años
después profesó.

Cuantos acudían a la portería del convento, recibían de él, el pan del alma con sus
consejos solícitos, y el pan del cuerpo, atendiéndolos con alimentos que celosamente
guardaba. De este mulato se cuenta una anécdota interesante; que ante el asombro de
todos, hacía comer en un plato a perro, pericote y gato (como buenos amigos, sin pelear).

Sublimado por una existencia cristiana, murió el 3 de noviembre de 1639.


Beatificado por Bula del Papa Gregorio XVI (8 de agosto de 1837), la iglesia celebra su
fiesta el 5 de noviembre.

TAJAMAR DE LAS CABEZAS

En el lugar conocido con el nombre de Tajamar de las Cabezas (entonces, y


después hasta nuestros días Tajamar, simplemente), para evitar futuros males por las
torrentadas del río, con perjuicio para la población del barrio de San Lázaro y la iglesia que
habría de reconstruirse, el virrey conde de Chinchón hizo levantar “un muro de cal y canto”;
como director de la obra nombró al Dr. Martín de Arriola, oidor de la Real Audiencia y se
financió aumentando “el impuesto de la sisa” con el cobro de “2 reales por carnero y 1 real
por arroba de carne del ganado mayor”.

NUEVA IGLESIA

El licenciado Antonio de Castro y del Castillo, español graduado en la universidad de


San Marcos, era inquisidor de la audiencia de Lima en 1639, año que reedificó a su costo,
esta iglesia. Le creó rentas para el sostenimiento de su culto y nombró como patronos a los
inquisidores limeños a fin de que velaras por ella.

73
A principio del siglo XVIII hizo valiosa donación de encajes y alhajas doña María
Ambrosia Jiménez de Lobatón y Azaña-Palacio Sáenz de Ayala y Llano-Valdés (por su
primer matrimonio esposa del mayorazgo de Castro-Isasaga y señora de la villa de Valero
en Extremadura de España y por el segundo, condesa de las Lagunas) – como anota el muy
erudito Dr. José de la Riva Agüero y Osma.

Otro benefactor del templo fue don Miguel rodríguez, natural de Concepción (Chile)
y residente en la capital desde sus años juveniles; era dueño de una panadería y del navío
“San Miguel”, siendo poseedor de cuantiosa fortuna. Contrajo matrimonio con doña
Cayetana Castilla.

A sus expensas refaccionó totalmente esta iglesia en 1808; mandó hacer nuevo
retablo del altar mayor y los de San Isidro y Nuestra Señora del Carmen.

Para su sostenimiento, hizo donación de una casa de vecindad de su propiedad, sita


en las inmediaciones, denominándola “El Sacramento”; la renta de los alquileres se destinó
al culto del Santísimo en el mismo templo.

Al morir este caritativo varón (6 de abril de 1813) quedó como Albacea testamentario
el capellán de la iglesia, presbítero Miguel Manuel Arrieta, quien llevó a cabo nuevas obras
en el templo.

ALAMEDA DE LAS CABEZAS

Terminada la obra de la Alameda del Acho, el virrey marqués de Villagarcía se


preocupó en 1742 de hermosear con arbolado la parte opuesta de la ribera misma del río,
creando lo que se denominó Alameda de las Cabezas, por conducir a la iglesia de dicho
nombre.

LA IGLESIA ACTUAL

Durante algunos años y hasta su sensible fallecimiento, ejerció el cargo parroquial


en esta iglesia, el presbítero Manuel Arana, quien celosamente trabajó por el fomento del
culto y sostenimiento del templo.

En la actualidad, esta iglesia funciona como capellanía a cargo del seminario.

COPACABANA

LA IMAGEN

74
El erudito sacerdote Dr. Domingo Angulo (Monografías Históricas) dice que, al
producirse en 1591 la traslación de los indios de San Lázaro al Cercado, llevaron consigo
una imagen, venerada por ellos en la iglesia de ese nombre, y le edificaron una “ermita” en
dicho lugar, y que, habiendo amanecido un día de 1596 destechada, y expuesta la imagen a
la intemperie, por disposición del Arzobispo Toribio de Mogrovejo se “hicieron en desagravio
rogativas en todos los templos de la Ciudad”, que “la imagen salió en procesión desde allí a
la Iglesia Mayor”; que, según referencias de la época, “disponiéndose para llevarla comenzó
a sudar María y el Niño tan copiosamente que se colmaron dos cálices” motivando que “un
cronista culterano” de entonces lo tuvo “por rocío de la aurora y lágrimas de Sol” (De
Montalvo.- El Sol del Nuevo Mundo.- Pág. 324.- Roma 1613.- Historia de la milagrosa
Imagen de Copacabana que se halla en el libro de la fundación – a fojas 323- es la
referencia).

Verificada la traslación – continúa el mencionado historiador ya desaparecido – se le


labró en la catedral una capilla, por disposición del arzobispo y ostentando lujoso retablo. Al
derribarse la capilla en 1606, por obras que se efectuaron, fue trasladada “a la tabla del altar
mayor” (según documentos de la época).

Dicha capilla se hallaba “al fondo de la nave derecha de la antigua iglesia mayor,
donde se encuentra la puerta denominada San Cristóbal y casi fuera del recinto del templo”
y, según el cronista Montesinos (Anales del Perú) “en ella se distribuían las bulas antes de
que el Tribunal de Cruzada se estableciese en Lima”.

Consta al respecto en las actas de cabildo de 1608, que el 1° de agosto “se trató
como imagen de N. S. de Copacabana se había sacado de su altar y puesto en capilla
mayor de la iglesia catedral para que por su intersección conseguir el agua necesaria para
sementeras este año” (ante “la esterilidad” – se agrega).

El procurador general de los naturales, D. Francisco de Avendaño, reclamó la


imagen, al tener conocimiento que no se encontraba ya en el anterior lugar, sino “en
depósito” y, por tanto fuera de culto; y de que se les permitiera “llevarla a la iglesia del Señor
San Lázaro donde estuvo en su principio” (archivo del cabildo eclesiástico).

ERMITA

En 1619 se terminó la construcción de la ermita de Nuestra Señora de Copacabana


(en el mismo lugar donde se encuentra la iglesia actual), por cuenta de la cofradía y
mediante limosnas de los indios del barrio. Según Cobo: “de buen grandor, aunque edificio

75
pobre, tiene a si una casa en que vive un clérigo que la tiene a su cargo”. La autorización de
fábrica fue otorgada por el arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero.

El cabildo eclesiástico, alegando que la ermita no era apropiada para el culto de


Nuestra Señora de Copacabana, les quitó la imagen a los indios y la “retuvo”.

CAPILLA

Ansioso de recuperar la milagrosa imagen de su santa devoción, los indios cófrades


dieron comienzo a la construcción de una capilla. Por el tenor del Diario de Suardo, al que
me traslado, el 25 de junio de 1633, a las 8 de la mañana “se cayó a plomo toda la capilla de
Nuestra Señora de Copacabana que no estaba acabada de hacer y murieron tres negros
que estaban trabajando en la obra. - Fue preso el maestro oficial de albañil que tuvo a su
cargo la obra”.

También es innegable que, inmediatamente, los indios reiniciaron nueva obra,


porqueel 28 de octubre del mismo año, se afirma en el citado diario: “se colocó la imagen de
Nuestra Señora de Copacabana en la nueva iglesia en los barrios de San Lázaro. - Asistió
por la mañana el arzobispo (que era D. Hernando Arias de Ugarte) y por la tarde el virrey”
(conde de Chinchón).

Luego, no fue trasladada allí el 18 de diciembre de 1633, como sostuviera el padre


Angulo.

LA IMAGEN VUELVE A SAN LÁZARO

Es de imaginarse que, más tarde, los cófrades fueron despojados de nuevo de la


imagen, ya que en 1655 se encontraba en la iglesia de San Lázaro, pues como he
manifestado – de acuerdo a la versión de Mugaburu en su diario – fue sacada
procesionalmente de este templo el 14 de noviembre, al producirse el día anterior el fuerte
temblor que tanto pavor causó a la población.

Entonces los indios, para evitar nuevos despojos, acudieron a la corte y, como
refiere el padre Angulo, lograron al fin, después de más de treinta años de gestiones, que el
28 de enero de 1678 fuera aprobada la cofradía de Nuestra Señora de Copacabana y sus
derechos a la sagrada imagen.

Y, procesionalmente trasladada a su capilla.

IGLESIA

76
El fuerte temblor del 20 de octubre de 1687, que alcanzó las proporciones de
terremoto, destruyó la capilla, pero se salvó la imagen bendita.

Contando con la cooperación del virrey duque de la Palata – afirmación del general
Mendiburu – los cófrades indios construyeron el actual templo.

BEATERIO

Por Real Cédula expedida en Madrid el 23 de enero de 1678 (Relación de la


Erección y Fundación del beaterio de Nuestra Señora de Copacabana – Libro de las
Constituciones Originales del Beaterio – Existentes en el Archivo del mismo), se autorizó la
fundación del Beaterio de Indias Nobles anexado a la iglesia, que recién se inició a fines de
1691.

Contó la fundación con el apoyo decidido del virrey conde de la Monclova y del
arzobispo Melchor de Liñán y Cisneros; además de la resulta labor del capitán Francisco de
Escobar y Rosas (natural de Lambayeque, adinerado vecino de Lima), quien llevó a cabo,
en gran parte a su costo, la sólida construcción, con amplios claustros, celdas y demás
compartimientos.

El 25 de diciembre de 1691 fue inaugurado el beaterio, cumpliéndose al efecto con


todas las disposiciones canónicas.

Su primera abadesa y fundadora fue doña Francisca Ignacia Carvajal Manchipula


(hija de D. Pedro Carvajal Manchipula, cacique y gobernador, natural del Callao, y doña
Isabel Quipán, india noble, también del Callao; casada con D. Juan de la Cruz, no tuvo
descendencia. Hizo donación de sus bienes al beaterio e ingresó para fundarlo. Murió el 28
de junio de 1693).

En esta misma centuria, doña Juana de Llano Valdés (hija del Dr. Juan Queipo de
Llano Valdés, vecino del barrio), casada con el maestre del campo Bartolomé Sánchez
Azaña Palacio, legó al beaterio 4000 pesos para sostenimiento de la comunidad – al decir
de Mendiburu.

Otra de las primeras religiosas fue doña Catalina de Jesús Huamán-Capac (natural
de Yungay), quien, previo permiso otorgado por la autoridad eclesiástica recorrió las
serranías peruanas, de 1746 a 1753, demandando la cooperación económica de los fieles,
con la finalidad de reunir la cantidad necesaria para aumentar las rentas y conseguir que el

77
beaterio se elevara a monasterio. Sin lograr este anhelo suyo, pero sí la apreciable suma,
que recolectó con mucha tenacidad y esfuerzo, murió el 25 de julio de 1774.

En 1885 (y hasta 1895, más o menos, que falleciera) vivió allí, no como religiosa
sino en calidad de pensionista (que también las hubo), una virtuosa dama limeña de
ejemplar vida, doña María Miranda, muy amiga de doña Marina Vergara de Oliva, quien
residía en Aromito en una de las casas de su señora madre doña Celsa Robles viuda de
Vergara.

La dama en referencia daba culto en su habitación a una imagen del crucificado, de


antigua talla, conocido con el nombre del Señor de la Misericordia; tan milagroso, que
mucha gente acudía para implorar sus gracias, hasta que por el aumento creciente, prohibió
la autoridad eclesiástica que allí se le venerara y disponiendo que pasara a la iglesia.
Accedió doña María y desde entonces allí recibe culto siendo muy venerado.

IGLESIA ACTUAL

Destruida la anterior iglesia con el terremoto del 20 de octubre de 1746, que dejó la
ciudad en ruinas, se edificó el actual templo, mediante las propias rentas de la cofradía y la
ayuda generosa de los devotos de Nuestra Señora de Copacabana.

En el retablo mayor neoclásico, la virgen patrona, Nuestra señora de Copacabana,


la misma imagen antigua, motivo de tantas referencias, aunque restaurada; pequeña
imagen, como la existente en el sur (península de Copacabana, hoy en territorio boliviano) y
de la que, según se dice, es copia, aunque no morena como ella.

Y a propósito del nombre de esta advocación, el propio es Nuestra Señora de la


Purificación, pero fue llamada Nuestra Señora de Copacabana, por haber sido obra
escultórica de un indígena y venerada en dicho lugar, situado a orillas del lago Titicaca.

En otros retablos, diversas imágenes, entre ellas el Señor de la Misericordia (que


fuera de doña María Miranda, ya referida), consistente en un crucificado de tamaño
reducido, que se venera entre lunas y una reja y que obsequiara, esta, doña Eduarda de
Abad – como dice una inscripción.

El Señor en referencia es colocado anualmente a la entrada del presbiterio, en altar


especial provisional y después de un novenario, recorre procesionalmente las calles de los
alrededores.

Además, el pequeño lienzo del Señor Crucificado del Rímac.


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El templo ha sido refaccionado muchas veces. En su conjunto, es el barroco, el
estilo predominante, con estilizaciones curiosas del neoclásico, por lo que en buena cuenta
presenta una superposición, como si fuera obra de transición, y que no es tal.

En la sacristía existen algunos anónimos lienzos interesante; de los “Reyes Incas y


Españoles” con leyendas debajo de cada uno, de gran valor documenta; otro de la misma
valía que el anterior, con letras doradas en parte y fecha 1700, conteniendo a los fundadores
de las órdenes religiosas, San Francisco y Santos Domingo, los santos peruanos y otros
más, acompañados de alegorías y una leyenda que indica “Los SS. Del Consejo Supremo
de la Santa Inquisición. Que nuestro poderoso Inga Carlos II, Augustísimo Emperador de la
América hicieron la consulta de que S. M. sirviese admitir a los indios a ser ministros del
Santo Oficio fueron” y siguen muchos nombres de los favorecidos (contiene equivocación en
cuanto a la fecha inserta, debido seguramente a la restauración); de Alberto Chosop Chafo
(indígena, nat. De Lambayeque, y un gran personaje en 1760), y otros estrictamente
religiosos.

Del antiguo beaterio, exteriormente, y al lado de la fachada del templo, un


curiosísimo balconcito, muy original y que debe restaurarse, por construir una verdadera
joya de las postrimerías del siglo XVII.

Este santuario venerado, en donde se rinde esplendoroso culto a la milagrosísima


Nuestra Señora de Copacabana, de tanta veneración en todo el Rímac, requiere del
decidido apoyo de los fieles, para la realización de algunas obras, especialmente en la
portada, que presenta deplorable aspecto; urgente y necesaria para devolverle su prestancia
de otrora.

LA ALAMEDA

INTERÉS DE MONSTESCLAROS

En 1609 se hizo manifiesto el afán del virrey marqués de Montesclaros para


construir una alameda “desde el molino de Francisco de San Pedro hasta el convento de los
frailes descalzos” (como consta en las actas del cabildo, y por tanto, no de “desde San
Lázaro” como se ha dicho). Tenía por objeto, hermosear esta parte de la ciudad y facilitar a
las personas devotas que frecuentaban la iglesia, al mismo tiempo que a los religiosos sus
continuos recorridos.

Era este, un lugar de pedregales, árido y despoblado, donde abundaban “piedra y


arena”.

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ACTITUD DEL CABILDO

El cabildo contempló este asunto en sus sesiones del 6 de febrero y 15 de mayo,


encomendándose a los alcaldes ordinarios D. Juan Dávalos de Ribera y D. Fernando de
Córdoba y Figueroa, como comisarios cuanto fuera necesario para la realización de dicha
obra, satisfaciendo tan justos anhelos del virrey que así evidenciaba su interés por la
población.

INICIACIÓN DE LOS TRABAJOS

El virrey Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros, hizo la traza de la


alameda, con arbolado y fuentes, extensa en longitud y anchura y bien proporcionada.

El miércoles 13 de mayo se iniciaron los trabajos, disponiéndose inmediatamente de


“los propios y rentas de la ciudad” la cantidad de 1500 pesos corrientes de a 9 reales cada
uno; después, en diciembre, se libraron otros 2000 pesos de a 8 reales cada uno,
provenientes de las mismas rentas citadas, y a ellos siguieron 2000 patacones, tanto para
pago de jornales como para cañerías de las fuentes. En total, hasta su conclusión se
invirtieron más de 35000 pesos.

Para las obras de albañilería fue contratado el albañil Pedro Velasco.

TERMINACIÓN

En 1611 se terminó la alameda, amplia y especiosa, como había sido proyectada.


Con 3 calles, 8 hileras de árboles – naranjos y limoneros, entre otros – y 3 fuentes de piedra
con surtidores de agua, y bancas.

Se le llamó “Alameda Grande” – que fue su nombre original.

CONSERVACIÓN

Para el cuidado y conservación de la alameda se nombró por el cabildo un “alcaide y


guarda”; sin embargo, no impidió su destrucción, especialmente de los árboles frutales,
cuyos frutos eran extraídos, además por falta de riego y abono, que en diversas
oportunidades fue contemplado. Con el objeto de prevenirlos se “remató en Almoneda” el
beneficio de los mismos a razón de “350 pesos de a 9 reales de cada año”.

Como la situación continuó, se dispuso imponer castigos, con “reducción a prisión y


a costa de los culpados el daño” (19 de setiembre de 1614).

80
En 1615 se plantaron nuevos árboles, en reemplazo de los que “se habían secado”
y fue aumentado el pago al “guarda y cultor de ella” a razón de “300 patacones de a 8 reales
cada año” y que en 1616 fue de “150 pesos de a 8 reales de salario”.

En el mismo año de 1615 y, a solicitud del cabildo (14 de marzo) el virrey marqués
de Montesclaros dictó una providencia estancando la nieve y la bebida llamada “Aloja” para
que su producto fuera invertido en la conservación de la alameda; suprimido por su sucesor,
virrey príncipe de Esquilache, con detrimento de este paseo, que perdió mucho: pero en
1625 lo restableció el virrey marqués de Guadalcázar, ante las razones del cabildo,
declarándolo “estable y permanente”, gracias a lo cual se realizaron importantes obras de
refacción y se atendió con esmero a su cuidado, quedando el sobrante a beneficio de la
ciudad. Y nuevamente suprimido, se restableció una vez más en 1634 por el virrey conde de
Chinchón, aunque ya en condiciones más favorables a la población.

UNA DE LAS FUENTES

En 1617 “por haberse empezado a quebrar” una de las fuentes de la alameda y


“antes que hurtasen las piedras” acordó el cabildo (24 de noviembre) trasladarla “a la Plaza
de Santa Ana”. De ella, se sabe por las “averiguaciones” al respecto del cabildo en 1620
(informe presentado por el procurador Juan de Salinas) que se hicieron dos: una para la
citada plaza y otra para la plazuela de Acho.

En el gobierno del virrey marqués de Guadalcázar se colocó una nueva pila, en


reemplazo de la anterior, quedando por tanto siempre en la alameda, las tres pilas como en
su origen.

RENOVACIÓN

Importantes obras de renovación en la alameda se realizaron por el cabildo en 1620,


plantándose sauces y pinos, gracias a la aprobación y cooperación económica del virrey
príncipe de Esquilache.

PASEO PREDILECTO

El virrey Amat también se preocupó, en 1770, de remozar este hermoso paraje


limeño, mediante jardines con capulíes, aromos, ñorbos y jazmines, dando fragancia al
ambiente.

81
Alcanzó entonces su máximo apogeo. Fue el paseo predilecto de la ciudad. Centro
de recreo y esparcimiento, concentración en la fiesta de la “Porciúncula”; y hasta avenida,
por ser paso obligado para Amancaes, en el día de “San Juan” y otras festividades.

ALAMEDA VIEJA

Al construirse en la primera mitad del siglo XVIII la “Alameda del Acho”, los
pobladores llamaron a esta “la nueva” y a la alameda materia del presente análisis, “la vieja”.
Después del presente análisis, “la vieja”.

Después se le denominó “Alameda de los Descalzos” y que se conserva hasta


nuestros días.

CENTRO DE CONSPIRACIÓN

Fue la alameda, como lugar de paseo y atracción de los limeños, aprovechada


durante el siglo XIX por los patriotas enfervorizados por las “nuevas ideas” de Libertad y
Soberanía, planeando la independencia de la Patria, la proclamación de un Perú Libre.

LA ALAMEDA ACTUAL

El genial presidente de la república Gran Mariscal Ramón Castilla dispuso durante


su segundo gobierno, mediante el decreto del 19 de enero de 1856, la transformación de la
Alameda de los Descalzos – como ya se llamaba a la otrora “Alameda Grande” – dándole
nuevo trazo y nueva belleza, más de acuerdo al gusto de la época.

Tal misión fue confiada a un vecino de Lima, acaudalado y de refinada cultura, D.


Felipe Barreda, perpetuando así su nombre en la dirección de la obra, que cumplió
satisfactoriamente.

En un área de 10000 m2 se hizo la nueva Alameda de los Descalzos, circundándola


con una verja de hierro de 500 m de largo por cada lado y 20 m de ancho por cada frente;
distribuida en una calle central y dos laterales; y grandes puertas de entrada.

La verja, importada de Inglaterra, llegó con un mecánico enviado por los mismos
fabricantes para su colocación; al suicidarse, llegaron otros dos, que se enfermaron y
anulados sus contratos. Se concertó la obra con un mecánico alemán radicado en el país,
Gaspar Ruegg, quien con un sueldo mensual de 120 pesos y ayudado por un herrero
francés, ejecutó en la Fábrica de Bellavista el soldado de las partes y, dejándola expedita,
fue colocada a fin.

82
A los lados de la calle central se colocaron, sobre pedestales, 12 grandes estatuas
de mármol, 6 a cada lado, y alternando con bancas, también de mármol. En las calles
laterales fueron colocados árboles y entre ellos pequeños jardines con variadas flores y
maceteros con su base de hierro. A un lado, una glorieta (para música). También 12
artísticos faroles de fas, distribuidos convenientemente.

En dos estatuas aparecen inscripciones: “FERDINANDO ANDREI DI CARRARA


FACEVA IN ROMA L’ANNO 1855” y otra: “V. CAJASSI R. F. ROMA. 1857”. Determinantes
de su indiscutible valía.

Las estatuas de legítimo “Carrara”, se importaron de Italia, encomendándose su


adquisición al Dr. Bartolomé Herrera, quien fuera nuestro primer enviado extraordinario ante
la Santa Sede.

Otras estatuas de mármol, aunque de menor tamaño, compradas a D. José


Canevaro, se colocaron a la entrada.

Al fondo (parte central) y junto a un frondoso sauce, una hermosa fuente circular con
surtidor, que bañaba las ramas desgreñadas del árbol llorón.

Se gastaron en este paseo 119047 pesos y 7 reales, en total, incluyéndose la obra


del camino que conduce a Amancaes, igualmente ejecutado por el supremo gobierno. El
valor de las estatuas fue de 50000 pesos.

Así, con nueva belleza, se construyó la alameda como nuevo paseo, a la usanza
francesa, con que el genial mandatario y el culto caballero dotaron a la ciudad de Lima, en el
limeñísimo barrio de abajo del puente, como así era denominado ya que el distrito de hoy.
Muy de moda hasta el presente siglo, que decayó, al construirse el Paseo Colón.

OBRAS DE RESTAURACIÓN

En 1916 y 1917 se trató en campañas periodísticas y en el municipio de Lima sobre


si era o no conveniente suprimir la verja de hierro de la alameda, al proyectarse una nueva
transformación; se acordó dejarla, pero fue desarmada y trasladada a una fundición para ser
refaccionada y pintada.

El año 1919, una nueva campaña de los órganos de prensa capitalinos reclamó se
colocara nuevamente la reja; dada su destrucción, con las partes que quedaban en buen
estado y completándose el resto, se realizaron las obras en la Escuela de Artes y Oficios y
en la Fundición de Acho.
83
Fue labor cumplida por el Supremo Gobierno y el distrito del Rímac, siendo alcalde
el sargento mayor Armando Patiño Samudio.

Esta reja de 920 metros, más o menos, con un costo de 120000.00 soles, fue
colocada e inaugurada con las nuevas obras de embellecimiento que se efectuaron en el
año 1922 en la Alameda de los Descalzos.

En los últimos años, ante el estado de abandono y descuido, más que nada por
incuria de los llamados a su conservación, nuevas intervenciones de la prensa motivaron
que se le prestara atención, refaccionándosela en parte.

OBRAS URGENTES

Es urgente realizar algunas obras inaplazables de ornato en esta alameda, rincón


poético por excelencia, para devolverle la prestancia y señorío del pasado; entre ellas:
reparación y pintura de la verja, que falta en muchas partes, reemplazada por burdos palos,
presentando vergonzoso aspecto; limpieza completa en bancas, estatuas y en todo el
conjunto; cuidado de los árboles añosos; arreglo de jardines; colocación de lajas en el
camino central; reparación del pavimento en calles y jirones cercanos; reconstruir las
fachadas de las casas fronterizas, sencillamente, pero dándole armonía con el conjunto de
la alameda.

Y los vecinos están en el deber ineludible de cuidarlo todo, con amor y orgullo,
porque este lugar es evidencia innegable de valía del barrio querido, del distrito que
conserva obras que son expresión genuina, con definida personalidad de ciudad. Y que
posee el Rímac.

PALABRAS FINALES

Bellísimo rincón de este distrito, parte integrante de la gran Lima, la Alameda de los
Descalzos con el Patrocinio, a la derecha, y Santa Liberata, a la izquierda, con su fondo del
convento e iglesia de los Descalzos, que le ha dado nombre, y dominada esta parte por los
antiquísimos Cerro de los Ramos, en que se asiente el Club “Revólver”, y el San Cristóbal;
todo un conjunto de tradición, de leyenda y de verdad histórica.

Y, para terminar, el verso brillante del inspirado poeta limeño Luis Benjamín
Cisneros:

“Pláceme en la alameda solitaria


cerca del templo, de quietud en pos,
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escuchar de los monjes la plegaria
y al son de la campana funeraria
pensar en Dios…”

EL PATROCINIO

FUNDACIÓN

El R. P. Francisco Villagómez, ilustre sacerdote limeño de la Congregación del


Oratorio de San Felipe Neri, consideró la necesidad de establecer en el barrio de San
Lázaro una casa de recogimiento para mujeres, bajo la advocación de Nuestra Señora del
Patrocinio.

Obtuvo con dicho objeto la autorización y decidido apoyo del arzobispo Melchor de
Liñán y Cisneros (virrey del Perú además, de Julio de 1678 a noviembre de 1681).

Adquirió el padre Villagómez, de sus propios bienes, un terreno; y mediante la


corporación económica de personas devotas y de fortuna, hizo la fábrica.

El beaterio y templo del Patrocinio se inauguró el 4 de agosto de 1688.

Para su sostenimiento, le creó su fundador apreciable renta, consistente en más de


2000 pesos anuales, producto del arrendamiento de varias fincas. Ella sirvió para el
sostenimiento del culto, de las beatas alojadas y de un capellán.

En 1706 procedió a ensanchar el beaterio adquiriendo los solares colindantes, que


pertenecían a D. Pedro Conde y su esposa doña María Gómez.

El padre Villagómez murió en lima el 24 de junio de 1708.

REGLA

Se estableció siguiendo la Regla de la Tercera Orden Dominica. Las beatas, según


ella, no podrían pasar de 15, teniéndose en cuenta los 15 misterios del Santísimo Rosario,
que meditaba Santa Rosa.

TERREMOTO DE 1746

Este terremoto del 28 de octubre, motivo destrozos en el templo que se reedificó en


1754 gracias a la generosidad de D. Juan José de Aspur.

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BEATO JUAN MACÍAS

El lugar donde se construyó el beaterio y templo del Patrocinio, según autorizada


versión recuerda uno de los hechos milagrosos de tan venerable beato español, que fue
lego portero de la Recoleta Dominica.

Al llegar a la ciudad, se alojó en una posada del barrio de San Lázaro, donde
conoció a D. Pedro Jiménez Menacho (asentista del abasto de carne y propietario de unos
terrenos contiguos a los Descalzos – parte de ellos, la denominada posteriormente huerta de
Menacho). Concertó con él para cuidarle parte de su ganado menor, recorriendo así la
alameda y en el lugar citado, que existían muchos naranjos, rompió en uno de ellos la
corteza y labró una cruz.

Refiere Mendiburu que: “en 1660, cuando en aquel paraje se cultivaba una huerta
propia del monasterio de la Concepción, su arrendatario D. Juan Peláez Valdez, mandó
cortar, sin saber nada, el naranjo en referencia, y estando un leñatero destrozándolo el 16
de julio, día del Triunfo de la Santa Cruz, mostró dos cruces, como de una cuarta muy bien
formadas y dijo haberlas encontrado en el interior del árbol; una de ellas se colocó en la
Iglesia de Guía y la otra en Copacabana, en medio de un extraordinario alboroto popular”.
Que apareciendo 200 cruces pequeñas más fueron repartidas a los fieles, una de las cuales
llevó a España el virrey Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alva de Liste; que el naranjo se
distribuyó en miles de pedazos con otras tantas cruces, siendo conservadas en todas las
casas. ¡Maravillas de la fe!

Según otra versión, que cita el P. Domingo Angulo, en dicho lugar estuvo la choza
en donde se recogía para orar, mientras San Juan Evangelista le cuidaba el ganado.

El venerable Juan Macías nació en la Villa de Rivera del Fresno (Extremadura –


España) en 1585, siendo sus padres D. Pedro Macías de Arcas y doña Inés Sánchez.

Al llegar a Lima en 1617, sirvió como pastor durante tres años, ingresando el 25 de
enero de 1620 a la recolección de los PP. Dominicos, donde vistió hábito, desempeñando el
cargo de lego portero; su virtuosa vida de penitente fue ejemplar y murió el 16 de setiembre
de 1645, en loor de santidad.

Hechas las diligencias canónicas del caso, el papa Gregorio XVI con fecha 16 de
setiembre de 1840 dictó la bula de su beatificación, celebrándose su fiesta el día 3 de
octubre.

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Con respecto al apellido del beato, con “c” y no con “s”, así lo determina, como
original, el R. P. Ángel Menéndez Rua, O. P. en su “Novena”.

EL VIRREY MARQUÉS DE AVILÉS

El virrey Gabriel Avilés y del Fierro, marqués de Avilés, que favoreció mucho al
beaterio, llevó a cabo notables mejoras en su edificio, favoreciendo con ello a las buenas
mujeres de piadosa vida que albergaba.

EN LA ACTUALIDAD

Un nuevo terremoto, el de 1940, causó deterioros en el interior de la iglesia; las


obras fueron realizadas por el Consejo Nacional de Conservación y Restauración de
Monumentos Históricos, con fondos propios y de la Junta Departamental Pro-desocupados,
quedando terminadas en 1947.

Además se restauró la fachada, conservando su estilo primitivo, del barroco de la


época en que se reconstruyó (siglo XVIII), destacándose la inscripción colocada entonces:
“A COSTA DE DONDE JOAN JOSEPH ASPUR (a un lado) SE ACABÓ ESTA OBRA EN EL
AÑO DE 1754” (al otro lado).

En esta parte, se requieren a la fecha algunas restauraciones necesarias.

El interior del templo, en cuanto a su fábrica, dentro del barroquismo; presenta


algunas innovaciones hechas con motivo de la restauración, como es el caso de la reja del
coro (la de hierro se quitó y solo se dejó la de madera). Luce buena puerta tallada.

El retablo mayor de líneas neoclásicas, es obra del licenciado Matías Maestro.


Reemplazó al antiguo, en 1808, debido a D. Matías de la Cuesta, Caballero de Santiago, y
Tesorero de las Reales Cajas de Lima, quien lo costeó. Allí se encuentra la imagen de
Nuestra Señora del Patrocinio, talla en bulto del diecisiete, muy refaccionada.

Entre las muchas imágenes que se veneran en el templo, la milagrosa Virgen de los
Dolores. De ella existe una tradición: hallándose un religioso dominico colectando fondos
para su altar, se presentaron unos desconocidos, entregándole apreciable cantidad de
dinero y manifestándole que habían ido en cumplimiento de una promesa, pues estando en
viaje al Perú, se desató una tormenta y, estando el barco para hundirse se presentó una
señora vestida de monja, quien les dijo que si ofrecían una limosna para el altar de la Virgen
de los Dolores del beaterio del Patrocinio, en esa barriada limeña, llegarían a puerto con

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toda felicidad; y que, ofrecido, la tormenta cesó. De ahí que – le dijeron – “aquí estamos
agradecidos”.

El local del beaterio ha sufrido muchas transformaciones en su edificio; queda del


antiguo, un claustro y algunas ventanas.

LA SILLA DE JUAN MACÍAS

Conserva una reliquia del beato Juan Macías: la silla de roble en que solía sentarse
en la portería, según se afirma. Muy solicitada por las señoras de estado grávido, que allí
acuden en busca de gracia.

OBRA SOCIAL

Desaparecido el beaterio, las RR. MM. Misioneras Dominicas (que allí residían
desde 1913 que llegaron al Perú) se hicieron cargo del mismo, estableciendo su convento
en 1938.

En este local funciona un jardín de la infancia, obra que patrocinara la señora


Francisca Benavides de Benavides, donde las religiosas ofrecen enseñanza y alimentación
a niños del vecindario, con intervención económica del estado.

Pertenece a la Unión de Obras de Asistencia Social, que fundara la citada dama,


esposa del expresidente Mariscal Benavides, cuya actual Presidenta del Comité Ejecutivo es
la señora René de la Fuente; el actual comité del Jardín está presidido por la Sra. Leonor
Hercelles de Olaechea.

Esta fundación en cooperación con las religiosas en referencia, realiza entra los
vecinos una valiosa labor social digna de todo encomio.

ESCUELA PARTICULAR

En lo que era la huerta del beaterio, las misioneras dominicas han hecho construir
un local con todos los adelantos pedagógicos, donde funciona la Escuela de Nuestra Señora
del Patrocinio, atendida igualmente por ellas y donde se educan muchos niños mediante
módicas pensiones.

SANTA LIBERATA

ORIGEN

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Gobernaba el virrey Diego Ladrón de Guevara, cuando ocurrió un hecho insólito en
Lima, el 30 de enero de 1711: el robo del coplón del sagrario de la catedral, con teniendo
quince hostias consagradas.

El 2 de febrero, un labrador esclavo, cumpliendo su trabajo las encontró en una


huerta a la izquierda de la Alameda de los Descalzos; este dio cuenta del hallazgo al
párroco de San Lázaro, quien a su vez cumplió en comunicarlo a la autoridad eclesiástica.

IGLESIA

El virrey premió al esclavo, dándole libertad y, construyó a sus expensas el año


1714 en parte de dicha huerta, un templo con la advocación de Santa Liberata, que fue
terminado en 1716.

Edificó asimismo vivienda para el capellán, nombrando como tal a su asesor


eclesiástico Dr. Andrés de Munive y Garabito; le destinó rentas para su sostenimiento y para
socorrer cada año, el día del feliz hallazgo, a 100 pobres de las inmediaciones.

PADRES CRUCÍFEROS

En 1745 se hicieron cargo de esta iglesia los PP. Crucíferos o de la Buenamuerte –


al decir autorizado del Dr. Domingo Angulo. Su segundo Capellán fue entonces el sacerdote
mulato de esa orden, P. Juan González de Jesús María, llamada la “Redentora” y mulata
acuarteronada.

Alojados en el conventillo, realizaron muchas mejores y se distinguieron por su


fervor religioso, atrayéndose a los vecinos.

Allí estuvieron hasta 1826, que, debido al escaso número de religiosos, se les aplicó
el decreto-ley de 28 de setiembre del mismo año, quedando suprimido este convento. Sus
bienes pasaron a la Caja de la Consolidación, o sea, al estado. Y la capellanía volvió al clero
regular.

ESTADO ACTUAL

El tiempo hizo también impacto en la iglesia y conventillo de Santa Liberata. Un


desprendimiento de la bóveda motivó su clausura. En la actualidad se están realizando
trabajos de reconstrucción, para que nuevamente preste sus elevados fines espirituales.

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Estas obras se hacen por cuenta de la Hermandad del Señor Crucificado del Rímac,
allí establecido. El constructor es el Ing. José Bellido Sigrest, quien actúa con gran
desprendimiento, como miembro de la hermandad, y controlando su ejecución, de parte del
citado profesional, donde Juan M. Guanilo Montoya.

El mayordomo de la hermandad es don Enrique N. Espinosa, antiguo y distinguido


maestro del distrito.

El capellán del templo, Pbro. Felipe S. Palomino.

En el interior, se destaca: el retablo mayor es de estilo neoclásico.

Se rinde especialísimo culto a la milagrosa imagen (en lienzo) del “Señor Crucificado
del Rímac” de mucha veneración. Igualmente a Santa Liberata.

También existe un Crucificado, talla popular en madera del dieciocho, ejecutada en


el país, bien conformada y aplicada la anatomía externa; ha sido retocado con acierto por el
eficiente artista y vecino don Carlos Alberto Meza Briceño.

LOS DESCALZOS

NUESTA SEÑORA DE LOS ÁNGELES

Considerando el lego franciscano Andrés Corso la necesidad de establecer un lugar


de meditación y de recogimiento, donde se retiran a orar las personas piadosas, lejos de la
Ciudad de los Reyes, consiguió de sus superiores el permiso correspondiente para la
fundación.

Al fondo del barrio de San Lázaro, atravesando la zona pedregosa, cerca al cerro de
las Ramos (aún no denominado así) y ante el Cerro San Cristóbal, escogió el lugar; y logró
su anhelo, con la donación que hizo de parte de su extensa huerta, doña María de Valera y
su hijo Luis Guillén, en 1592.

Mediante el apoyo de los devotos del Seráfico de Asís, el lego Fray Andrés dio
comienzo a su construcción en 1596 – al decir de Bernabé Cobo – y antes de finalizar la
centuria, ya se levantaba la modesta capilla de adobes, que puso el fundador bajo la
advocación de Nuestra Señora de los Ángeles, que, en lienzo, allí fue colocada.

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Casa de Recolección o Casa de Ejercicios, la primera en su género establecida, que
desde entonces frecuentarían con ansioso afán, quienes mediante la oración deseaban la
paz del espíritu.

ANDRÉS CORSO

Don Andrés Corso llegó al Perú formando parte, en calidad de paje, de la comitiva
del virrey Andrés Hurtado de Mendoza, segundo Marqués de Cañete.

El 12 de abril de 1560 tomó el hábito franciscano y desde entonces se consagró


totalmente a su labor de servir, con celo único y ejemplar. Fue cocinero, portero, hortelano,
carpintero y la austeridad. El lego así, solicitado y admirado; en todo momento necesario
para la comunidad y los fieles limeños.

IGLESIA Y CONVENTO

El aumento de los devotos, pese a las dificultades para trasladarse hasta la capillita
de recogimiento, hizo contemplar la necesidad de ampliarla y de edificar mejor y más
proporcionado lugar, que sirviera además de iglesia y de convento para los mismos
religiosos franciscanos.

Esta obra la emprendió fray Francisco Solano, del convento Seráfico de Lima, en
1602, logrando su culminación cuatro años después mediante la contribución, siempre
generosa, de numerosos devotos.

La casa de Recolección se convirtió entonces, a los pocos años, en la iglesia y


convento de Nuestra Señora de los Ángeles, con fray Solano como su primer guardián.

Con fray Juan Gómez, fray José Gómez y otros más hermanos de comunidad inició
su labro fray Francisco Solano, dentro de los propios claustros y templos y el barrio,
haciéndose familiares con su capucha calada, burdos sayales de color marrón, sandalias
luciendo el pie, las manos entre las anchas mangas, austeros y humildes, prestos siempre a
la palabra de consuelo, al consejo sabio, realizando verdadera obra misional.

Para su sustento, atendidos con limosnas, los productos de las misas y la venta de
mortajas; todos prestándose a cooperar con los frailes “descalzos” – como los llamaban y
que daría origen a la denominación del convento y alrededores.

Labor en aumento, cual milagro del Genio de Asís, que hasta el virrey Montesclaros
fue atraído, contemplando la necesidad de trazas la alameda, que ejecutó, y mandando

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edificar casa de campo contigua, para habitar en ella, sirviéndole de reposo y descanso de
las arduas tareas.

SAN FRANCISCO SOLANO

Francisco Solano nació en Mantilla (Córdoba – España) el 1° de marzo de 1549;


fueron sus padres D. Mateo Sánchez Solano y doña Ana Jiménez.

A los 20 años de edad, vistió hábito franciscano en su país natal, en 1569, donde
igualmente profesó y se ordenó de sacerdote, dedicándose a la predicación, siendo
trasladado a diversos conventos de su orden. Se embarcó el año 1589 en la misma armada
que trajo al virrey García Hurtado de Mendoza, tercer marqués de Cañete. Actuó en las
misiones de Tucumán y Paraguay, de donde pasó a Lima el año 1600. Múltiple su vida
religiosa, como superior, confesor, predicador y misionero, llevó a cabo la labor realmente
apostólica.

En el Convento de los Descalzos, dejó huellas imborrables de su vida ejemplar,


desde la fábrica misma, que gracias a su impulso culminó, hasta la Casa de Ejercicios
Espirituales para hombres, que estableciera en el interior del citado cenobio; y allí están
recordando su paso por el mundo, la acapilla donde oraba ante el lienzo del Cristo
Crucificado (su ermita predilecta en las horas de retiro) las palmeras que sembrara, motivos
todos de santa veneración.

El 14 de julio de 1610 murió en el Convento Grande de Lima; por sus virtudes y


prodigios elevado a los altares, siendo canonizado el año 1726 por el Papa Benedicto XIII.

CONDE DE CHINCHÓN

El virrey conde de Chinchón adjudicó en 1636 a la Recolección de los Descalzos,


las cercas existentes a la espalda del convento “desde el punto denominado Piedra Liza
hasta el conocido por Amancaes” sin otra condición que la de dejar camino libre a
Lurigancho y “no impedir el corte de piedras a ninguna persona que quisiese”.

RECONSTRUCCIÓN

El terremoto de 1746 redujo a escombros gran parte de la Recolección de los


Descalzos y seriamente averiado el templo, que obligaron su clausura, trasladándose los
frailes al Convento Grande de Lima.

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Realizada la reconstrucción, la nueva iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles y
Recolección de San Francisco, fue consagrada el 21 de mayor de 1748 por el obispo electo
de Trujillo fray José Cayetano Paravicino (arequipeño y franciscano).

Es el actual templo, con algunas refacciones posteriores; modesto y sencillo de


arquitectura, evidenciándose la característica de los misioneros franciscanos descalzos.

CONVENTO

Reconstruida igualmente la casa conventual, Casa de Recolección de los


Descalzos, allí volvieron nuevamente para derramar sus bienes espirituales al barrio, en el
siglo XVIII.

Al igual que el templo, nada de grandezas en su fábrica, modesto y humilde y con el


impacto del tiempo y de la pobreza misionera de la orden Seráfica. Pero es lugar de
añoranza, santuario venerado, por donde pasaron, haciendo obras positivas de bien
espiritual esclarecidos frailes y que conserva reliquias del santo montillano; de los hijos
todos de fray Assisiano, que allí vivieron.

Cenizas y recuerdos, como lienzos y placas conmemorativas del otrora colegio


apostólico y convento desde el 11 de mayo de 1908, reviviendo los días de los sacerdotes
descalzos, que fueron: fray José Ramón Rojas (el venerable “Padre Guatemala”), fray José
María Masiá (santo obispo de Loja y en trámite la causa de su beatificación), fray Pedro
Gual, fray Bernardino González, fray Juan Marimón, fray Leonardo Cortés, fray Juan de
Zulaica, fray Lorenzo Madariaga y tantos más.

De ahí salió para ocupar la silla de Santo Toribio, el actual arzobispo de Lima,
monseñor Juan Landázuri Ricketts, ilustre prelado.

Existen determinadas portadas interiores, aunque restauradas y pintadas, mas se


conservan los mismos pisos de otrora, ladrillo y piedra menuda, humildes, pero bien
confeccionados y que aún facilitan el andar.

Algunos lienzos exornan sus muros, sensiblemente la mayoría en tal estado de


deterioro que, si no son restaurados a tiempo, desaparecerán por completo; entre ellos, dos
del diestro pincel de Medoro, con firma y firma, 1618, uno, y atribuido el otro, y muy posible
(el lugar donde está no permite mejor análisis) del romano pintor.

Por lo general abundan las copias y reproducciones, obras muchas de aficionados


pintores. Pero los mejores, cuidados celosamente entre llaves, en la capillita (dentro del
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claustro) que conserva la imagen pictórica original de Nuestra Señora de los Ángeles, la
misma de la iniciación, aunque también presenta saltantes muestras de explicables
restauraciones.

Expresión rotunda de la humildad franciscana, centro de severa penitencia, símbolo


de la caridad cristiana, ambiente de recogimiento y de armoniosa paz espiritual, aislamiento
de pompas mundanas, espacios extensos de corredores y zaguanes silenciosos,
perfumados de santidad, dando la impresión de población deshabitada, si no fuera por el
pasar de los frailes, aunque no frecuente, desde la sacristía de la iglesia a sus celdas o a la
huerta que cultivan, en diaria labor, armónicamente enlazadas, entre el cotidiano vivir en
medio de las severas reglas de la orden. Fiel reflejo de una época y de un sentir y vivido
espíritu religioso, con la íntima convicción espiritual de una existencia fugaz y en camino
hacia la eternidad.

Penumbra y meditación, recogimiento y austeridad, de un santuario, entre imágenes


y lienzos, pleno de misticismo, ejemplo perseverante del amor y de la oración hacia lo alto,
alejado del mundo, en aras de los fueros de la divinidad. Siglos que encierra en su recinto,
una vida de continuada de quienes allí se congregaron para seguir la estela que trazara el
santo Seráfico de Asís.

DIARIO ALMUERZO

Como una evidencia de la caridad franciscana, diariamente se reparte almuerzo, en


proporciones convenientes, a muchos de los pobres de solemnidad, fracasados de la vida,
más por impotencia moral que física, que a la 1 de la tarde se congregan a la puerta de la
portería, en pos del sustento que les ofrecen estos austeros frailes; que no son “sobras” de
lo suyo, porque su mesa no es frugal, sino porque del alimento de ellos se reserva la parte
que ha de compartirse con el pobre.

LA PORCIÚNCULA

El 2 de agosto se celebra con toda solemnidad la fiesta de la Porciúncula en todos


los templos franciscanos, que son además muy concurridos, por ganarse el “Santo Jubileo”.

En este día, durante el siglo pasado fue característica en los Descalzos el reparto
del gran puchero y arroz con carne para todos los pobres, y hasta la fecha se cumple con
tan suculenta vianda.

CAPILLA DEL CARMEN

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Reconstruida con acierto por el Consejo Nacional de Conservación y Restauración
de Monumentos Históricos y mediante la cooperación económica también de benefactores
de la orden, esta capilla dedicada a la Virgen Milagrosa del Carmelo, que se encuentra en el
interior del convento.

Pequeña y de ambiente agradable, bien proporcionada y mejor conservada, con


zócalos de azulejos, y en la que existen algunas verdaderas miniaturas de pinturas sobre
cobre y cuadritos con taraceas de oro y plata de buena ley, en dorados marcos.

Sobresaliente el retablo mayor, churrigueresco, con sus oros relumbrantes y artístico


frontal antiguo de altar, obra de taracea admirablemente ejecutada y única en su género en
el país, con base de madera e incrustaciones de concha, nácar y marfil irreprochables, de
que nadie se ha ocupado hasta el presente, no obstante, su gran mérito y valía artística.

CASA DE EJERCICIOS

La Casa de Ejercicios que creara el santo Francisco Solano, apóstol del Perú y que
lleva su nombre, fue edificada en 1774, siendo fundador y primer director fray Juan Marimón
“hombre de muchas letras y de gran piedad”, a petición de doce vecinos, esclarecidos
caballeros cuyos nombres se recuerdan en placa conmemorativa a la entrada: Joaquín
Manuel de Azcona, José Antonio de Pando, Juan José Aliaga y Colmenares, José González
Gutiérrez, Francisco Sánchez Bahamonde, Manuel Lorenzo Encalada, Silvestre de
Amenávar, Agustín Querejasu, Domingo de Larrea, José Ortiz de Foronda, Francisco Ortiz
de Foronda (que fuera su primer síndico) y Francisco de Fragua.

Se arbitraron fondos mediante limosnas y hasta con el producto de una corrida de


toros (1783) para la construcción del primer claustro y celdas, y asegurar su conservación;
después, nuevas obras con el transcurso del tiempo, hasta llegar 1944, que se terminaron
de construir los tres claustros y muchas celdas existentes a la fecha, restaurándose
totalmente, formándose así en buena cuenta otro convento del mismo, con portada de
acceso de tres puertas, de buenas líneas arquitectónicas, gracias a los esfuerzos y desvelos
del director fray Francisco María Arámburu, infatigable misionero y elocuente orador
sagrado, quien contó con la cooperación generosa de los señores José de la Riva Agüero y
Osma, Juan Pedro de Aliaga, Julio Carrillo de Albornoz, Waldemar Schroeder y Mendoza,
Francisco Graña Reyes, Pedro Benvenutto Murrieta, Ernesto Diez Fernández y otros más,
también destacados en placa conmemorativa existentes en el amplio atrio de entrada, al que
se llega por alameda de pinos gigantescos.

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En donde fuera otrora gruta o ermita en el monte conventual, en que solía orar,
frente al Crucificado, el santo apóstol Solano, se ha levantado una capilla, conservándose
aquella imagen pintada en lienzo (bajo cortinas existente y al lado de la epístola, en el
presbiterio), como un recuerdo más al “cenobita austero y rígido que los Descalzos en Lima
fundó” y que “en trasportes de celo apostólico por las calles y plazas corrió” – al decir de los
versos escritos con motivo de su tercer centenario por un fraile misionero descalzo de
inspirada numen.

Austero lugar de recogida piedad, en donde se encierran para meditar y orar durante
los tres días de las fiestas carnavalescas, más de cien personas de todas las clases
sociales, confundidos en la oración y los sacramentos, en pos de la paz y del contento, en
aras de felicidad espiritual, alejados de las humanas pasiones, para hallar tranquilidad a sus
conciencias y lograr las fuerzas necesarias para emprender la nueva jornada en los
senderos de la vida. Lejos del “mundanal ruido” que reclamara en su éxtasis fray Luis de
León.

Allí, en una estrecha celda, con los muebles estrictamente necesarios, cama, silla y
mesa en que descansa la calavera, símbolo de lo pasajero de la existencia y que recuerda
aquella composición tan conocida y que alguien escribiera en los muros de la celda N° 9
durante su breve estada:

“Fíjate, fíjate en mí
Que predicándote estoy
Como eres tú, yo fui
Tú serás, como yo soy”.

Y entre otras más inscripciones de hondo significado, porque en todas hay escritas
composiciones en prosa y verso de quienes en los días de retiro espiritual allí moraron, los
siguientes versos de la celda N° 10 que escribiera el malogrado poeta Teobaldo Elías
Corpancho:

“Con inspiración inquiera


y conteniendo un suspiro
en esta estancia secreta
un artista y un poeta
buscaron paz y retiro”

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Así, “cansados del turbio vivir de frívola asechanza, del loco carnaval que dejó en la
ciudad” van a los Descalzos quienes ansían la soledad, en pos de la esperanza, en busca
de “la paz de un nuevo día”. Y entre salmos, vísperas, maitines y el doblar de las campanas,
buscan su renovación espiritual.

Actualmente ejerce la dirección de la Santa Casa de Ejercicios de San Francisco de


los Descalzos de Lima, el padre Arámburu, el anciano sacerdote respetable y respetado,
secundándolo don José de la Puente Olavegoya, como mayordomo, D. Francisco Mendoza
Canaval, tesorero, y don deudor de la visita que realizara – acompañado de mi dilecto amigo
rotario D. Felipe Pérez Pinto – a este lugar de tranquilidad, paz, recogimiento espiritual y
apacible rincón del Rímac, verdadero recinto de la religiosidad limeña.

EL RÍMAC EN EL SIGLO XVIII

EMBELLECIMIENTO DEL BARRIO

En esta nueva etapa de su desenvolvimiento urbano, con progreso evidente, el


barrio de San Lázaro consiguió especial categoría.

Existieron en esta centuria dos momentos, determinados por la propia naturaleza.

Durante la primera mitad del siglo se desarrolló, más o menos, de acuerdo al


diecisiete, aunque adelante en todo momento; pero en la segunda mitad, pasado el segundo
decenio de la misma, adquirió personalidad diferente. En ello, además, influyeron los propios
representantes reales.

Se generalizaron más, en las moradas, el ladrillo y las cubiertas con cielorrasos;


estos, bien templado el crudo o la lona, para cubrir el carrizo tejido o el tosco maderamen,
pintados al templo o al óleo, con motivos decorativos o sin ellos, según las categorías
sociales o los gustos de sus propietarios.

Los muros se cubrieron, interiormente, aunque no del todo generalizado, mediante


el empapelado, dando mayor vida a las habitaciones.

Más frecuentes las ventanas con balaustres de madera o de hierro, y de estas,


simples o conformadas; tanto exteriores como interiores. Y ante el mayor número de las
casas de dos pisos, aumentaron los balcones.

Los tiestos de flores, en ventanas y balcones, no solo sirvieron de adorno, sino que
prodigaron aroma.

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De los balcones con columnas, merece destacarse: el de la mansión de los condes
de Montesclaros de Sipán, en la plaza del Baratillo, presentando “la inserción rara del balcón
dentro de la baranda” – como destacara el siempre recordado historiador Dr. José de la Riva
Agüero y Osma.

Al urbanizarse su huerta don Lorenzo de Encalada en 1768, dio origen a la calle de


San Lorenzo, llamada así desde el momento que se determinó el espacio para construcción
de la iglesia de ese nombre, en la esquina. Y así también se originaron entonces algunas de
las calles de su contorno.

Adquirieron más alegría las festividades en las plazas, como la “fiesta criolla de la
Cruz” en la “placita campesina de las cabezas” y que fueran “igualitas a las mismísimas de
Sevilla”, al decir de los propios españoles.

En San Juan y en la Porciúncula y otras más, fue época de máximo esplendor para
la Alameda Grande o de los Descalzos, que mejoró remozándosela con jardines de variadas
flores.

Lima contó con Plaza de Toros, en el acho, en el barrio de San Lázaro, y desde
entonces se declaró terminantemente prohibidas las corridas en las plazas públicas.

Las alamedas de las Cabezas, del Acho y de la Piedra Liza, sembradas con
corpulentos árboles, para dar sombra al caminante, y que dieron fisonomía al barrio del “otro
lado del río”. A la usanza italiana.

Se inició el Paseo de la Nabona, o de Aguas, como fue llamado después.

El Arco a la entrada del Puente, se transformó, adquiriendo más refinamiento.

“Pueblo Nuevo” o Malambo (más tarde así llamado) no sólo se inició con negros,
porque allí y cerca de ellos, tuvo casas doña Antonia de Luz y Mendoza viuda de Herbozo. Y
la casa de campo o Quinta, después denominada de Presa, construida por D. Pedro Carrillo
de Albornoz y Bravo de Lagunas, Caballero de Montesa y Coronel del Ejército Real.

Y no fue menos importante, entre tantas, la mansión “a la Alameda Grande” de doña


Ana María de Galindo, que vendiera a doña Josefa de Solalinde, casada con D. Diego de
León y Andrade (donde hoy s encuentra el Instituto “Sevilla”) y cuya “propiedad iba hasta los
Peines” – según la autorizaba palabra del Dr. José Gálvez.

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Y como este mismo amenísimo escritor destaca: “en tasación del alarife Francisco
de Sierra, en 1724, se habla de los Peines, de los árboles y se menciona al maestre de
campo Lescano”, también con heredad en estos alrededores.

Se impuso entre nosotros, en la segunda mitad del siglo, el dieciochesco estilo


artístico del rococó, como gusto nuevo o de moda. Habría de lucirlo en el oratorio de su
casa-huerta, doña Francisca de Mazuelos, como se desprende de la tasa hecha en 1775 por
el maestro Alonso de Rivera. Y en la Quinta de Presa sería relevante.

Los virreyes D. Antonio José de Mendoza Caamaño y Sotomayor, marqués de


Villagarcía, y D. Manuel de Amat y Junyent, generalizaron los paseos “a la italiana” y “a la
francesa”, respectivamente; y este, evidenció ser partidario ardoroso del afrancesamiento
artístico.

Entre ambos, el virrey José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda, en


cuyo periodo de gobierno, Natura impuso las nuevas normas al barrio, como lo hizo
igualmente con la ciudad, al convertirlos el terremoto en 1746 en desolados escombros.

Se embelleció el barrio en esta centuria. Desde el puente hasta la alameda y en las


riberas del “río hablador”, logró nueva fisonomía, adquirió nueva característica, un perfil
especial.

Y los negros, al concentrarse en “Pueblo Nuevo”, le dieron nombre, con su término


empleado, a Malambo, la ancha calle, que era ya, en verdad, una avenida, al finalizar el
siglo.

TERREMOTO

El sismo del 28 de octubre de 1746 produjo sus destrozos en el barrio y fue


entonces cuando se realizó su transformación, porque fueron empleados mejores materiales
de construcción, de más noble consistencia, en las obras que se emprendieron y que
produjo el remozamiento anotado en líneas anteriores.

DIVISIÓN URBANA

El virrey Amat dividió a la ciudad en barrios el año 1768.

Quedó sin efecto, por ordenanza del 17 de abril de 1785, al establecerse una nueva
división en 4 cuarteles y 10 barrios, de conformidad a lo resuelto por el representante real D.
Jorge Escobedo y Alarcón, gobernador intendente de Lima y Visitador General del Perú.

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Según ella, cada cuartel tendría como autoridad un alcalde de corte y cada barrio un
comisario.

San Lázaro, que pertenecía al cuarte 1°, estaba constituido por los barrios 7°, 8°, 9°
y 10° del mismo; comprendiendo “desde el fin del callejón de Romero hasta la esquina de la
calle Miranda, con todas las cuadras que atraviesan a la derecha hasta la Alameda Vieja, el
Hacho, Plaza de Toros, Pampilla de Leones y Plazuela de Otero”.

CASAS Y CALLES

El virrey Teodoro de Croix nombró alcaldel del barrio a D. José María Egaña.

Este cumplido funcionario no sólo se preocupó por la limpieza, sino que dispuso la
numeración de todas las casas y puertas (pintado en un azulejo y colocado en el frontis – al
costo de 2 reales y ½ pagado por los propietarios). También que se colocara en las
esquinas una loza con el nombre antiguo de cada calle, que descubrió con exactitud en los
archivos de los escribanos.

Y un nuevo empedrado de las calles, más en armonía con su categoría, que dispuso
el virrey Amat.

CARRUAJES

Se transitaba por el barrio en carruajes, sillas de mano, a pie y a bestia.

Entre los carruajes: carroza, calesa, landó, furlón, cupé, faetón y demás clases.

La carroza arrastrada por doble tiro de mulas era privilegio reservado a los títulos de
Castilla; cochero y paje con librea galoneada de oro y plata.

La calesa de dos ruedas y cuatro asientos, tirada por una mula y con cochero, fue el
vehículo más generalizado. Por esta época, su número llegó a 2000 en toda la ciudad.

Doradas por fuera, estaban forradas en tela de brocado de oro y plata, con flecos de
lo mismo

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