Los Diferentes Sacramentos

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TRAS LAS HUELLAS DEL MAESTRO

EN UNIÓN CON
CATÓLICOS EN ORACIÓN
TALLER DE LITURGIA A DISTANCIA

SESIÓN 13

JUAN DE DIOS CASTILLO ENCINAS


FUT. LICENCIADO EN TEOLOGÍA
TEMA 13: LOS DIFERENTES SACRAMENTOS
SACRAMENTO DEL BAUTISMO

NATURALEZA
El Bautismo es el sacramento, por medio del cual, el hombre nace a la
vida espiritual, por medio del agua y la invocación a la Santísima Trinidad.
El Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, es el pórtico
de la Vida en el Espíritu, y además es la puerta que nos abre el acceso a los
otros sacramentos. Por el Bautismo, somos liberados del pecado y
regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo, y somos
incorporados a la Iglesia, haciéndonos partícipes de su misión. (CEC 1213)
Este sacramento se llama "Bautismo", debido al elemento esencial del
rito, es decir, el "bautizar" (baptizein en griego) que significa "sumergir",
"introducir dentro del agua"; la "inmersión".
La "inmersión", significa eficazmente la bajada del cristiano al sepulcro
muriendo al pecado con Cristo, para así junto con Él, obtener una nueva vida en
su resurrección. "Fuimos, pues, con El sepultados por el bautismo en la muerte, a
fin de que, al igual que Cristo resucitamos de entre los muertos por medio de la
gloria del Padre, y así también nosotros vivamos una nueva vida”. (Ef. 5, 26).

Este Sacramento es llamado también "baño de regeneración y de


renovación del Espíritu Santo ", (Tt.3, 5), porque significa y realiza ese
nacimiento del agua y del Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de
Dios." (Jn. 3,5).

"Este baño es llamado también porque, para quienes reciben, el espíritu


queda iluminado.". El bautizado se convierte en "hijo de la luz" (1Ts. 5,5), y en
"luz" él mismo. (Ef. 5,8).
Podemos decir que, el Bautismo es el más bello y magnifico de los dones
de Dios...... Es "Don", porque es Dios se lo da a los que nada han hecho para
recibirlo y que se encuentran en un estado de pecado. Es porque lava; "Sello",
porque nos guarda y es signo de la soberanía de Dios.
INSTITUCIÓN
En las Sagradas Escrituras se encuentran muchas prefiguraciones de este
sacramento. De esto se hace memoria en la Vigilia Pascual cuando se bendice
el agua bautismal.
El Génesis nos habla del agua como fuente de la vida y de la fecundidad.
La Sagrada Escritura dice que el Espíritu de Dios "se cernía" sobre ella. (Gn.
1,2).
El arca de Noé es otra de las prefiguraciones que la Iglesia nos menciona.
Por el arca, "unos pocos, es decir ocho personas, fueron salvadas a través del
agua." (1 P. 3, 20). Si el agua de manantial significa la vida, el agua en el mar
es un símbolo de la muerte. Por lo cual, pudo ser símbolo del misterio de la
cruz. Por este simbolismo el bautismo significa "la comunión con la muerte
de Cristo." (CEC n. 1220).
Sobre todo, el paso del Mar Rojo, verdadera liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto es donde se anuncia la liberación obrada por el
bautismo, se entra como esclavos en el agua y salen liberados. También el
paso por el Jordán, donde el pueblo de Israel recibe la tierra prometida, es
una prefiguración de este sacramento. (CEC 1217-1222).
Todas estas prefiguraciones tienen su culmen en la figura de Cristo. Él
mismo, recibe el bautismo de Juan, el Bautista, el cual estaba destinado a los
pecadores y Él sin haber cometido pecado, se somete para "cumplir toda
justicia" (Mt. 3,15). Desciende el Espíritu sobre Cristo y el Padre manifiesta
a Jesús como su "Hijo amado". (Mt. 3, 16-17). Cristo se dejó bautizar por
amor y humildad, y así darnos ejemplo.
Si recordamos el encuentro de Jesús con Nicodemo, vemos como Él le
explica la necesidad de recibir el bautismo. (Cfr. Jn. 3, 3-5).
Después de su Resurrección confiere la misión de bautizar a sus
apóstoles. “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id pues,
enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo”. (Mt. 28, 18-19).
Con su Pascua, Cristo hizo posible el bautismo para todos los hombres.
Ya había hablado de su pasión, "bautismo" con que debía de ser bautizado
(Mc. 10,38) (Lc. 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado
traspasado por la lanza del soldado de Jesús crucificado (Jn. 19,34), son
figuras del "bautismo" y de la "eucaristía", ambos sacramentos de la nueva
vida (1 Jn. 5, 6-8); desde entonces es posible "nacer del agua y del Espíritu"
para entrar en el Reino de Dios. (Jn. 3,5).
Desde el día de Pentecostés, la Iglesia ha administrado el bautismo
siguiendo los pasos de Cristo. San Pedro, en ese día, hace un llamado a
convertirse y bautizarse para obtener el perdón de los pecados. El Concilio
de Trento declaró dogma de fe que el sacramento del Bautismo fue
instituido por Cristo.
NECESIDAD DEL BAUTISMO
El Señor mismo afirma que "el bautismo" es necesario para la salvación
(Jn. 3,5). Por ello mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio y bautizar a
todas las naciones (Mt. 28,19-20). Por lo tanto, el bautismo es absolutamente
necesario para la salvación en aquellos a los que el Evangelio ha sido
anunciado y han tenido la posibilidad de pedir este Sacramento (Mc. 16,16).
Al ser Cristo el único camino para la vida eterna, nadie puede salvarse,
sin haberse incorporado a Él mediante el bautismo. Hay casos en que este
medio de salvación puede ser suplido – en casos extraordinarios – cuando sin
culpa alguna no se puede recibir el bautismo de agua. Estos son:
El Bautismo de deseo, es decir cuando se tiene un deseo explícito, como
sería el adulto que ha manifestado su deseo de bautizarse y muere antes de
poder recibir el sacramento, pero debe de estar unido a un arrepentimiento.
Quien no ha tenido la oportunidad de conocer la revelación cristiana – sin
culpa alguna -, invocan a Dios, están arrepentidos y cumplen con la ley
natural, obtienen la salvación por el bautismo de deseo. Recordemos que Dios
quiere que todos se salven y su misericordia está al alcance de todos.
El Bautismo de sangre, quedan salvados todos aquellos que mueren por
medio del martirio por haber confesado la fe cristiana o por haber practicado
la virtud cristiana.
En cuanto a los niños muertos sin el bautismo, la Iglesia sólo puede
confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por
ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los
hombres se salven (1 Tm. 2, 4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo
decir: "Dejar que los niños se acerquen a mí, no se los impidáis" (Mc. 10,14),
nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que
mueren sin bautismo. Por eso es más apremiante aún la llamada de la Iglesia,
a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo
Bautismo. (CEC. n. 1261).
SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

NATURALEZA

La Eucaristía es el sacramento en el cual bajo las especies de pan y


vino, Jesucristo se halla verdadera, real y substancialmente presente,
con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.

Se le llama el “sacramento por excelencia”, porque en él se


encuentra Cristo presente, quien es fuente de todas las gracias.
Además, todos los demás sacramentos tienden o tienen como fin la
Eucaristía, ayudando al alma para recibirlo mejor y en la mayoría de las
veces, tienen lugar dentro de la Eucaristía.
A este sacramento se le denomina de muchas maneras dada su riqueza
infinita. La palabra Eucaristía quiere decir acción de gracias, es uno de
los nombres más antiguos y correcto porque en esta celebración damos
gracias al Padre, por medio de su Hijo, Jesucristo, en el Espíritu y recuerda
las bendiciones judías que hacen referencia a la creación, la redención y la
santificación. (Cfr. Lc. 22, 19)

1. Es el BANQUETE DEL SEÑOR porque es la Cena que Cristo


celebró con sus apóstoles justo antes de comenzar la pasión. (Cfr. 1 Col 11,
20).

2. FRACCIÓN DEL PAN porque este rito fue el que utilizó Jesús
cuando bendecía y distribuía el pan, sobre todo en la Última Cena. Los
discípulos de Emaús lo reconocieron – después de la resurrección – por
este gesto y los primeros cristianos llamaron de esta manera a sus
asambleas eucarísticas. (Cfr. Mt. 26, 25; Lc. 24, 13-35; Hch. 2, 42-46).
3. También, se le dice ASAMBLEA EUCARÍSTICA porque se
celebra en la asamblea –reunión - de los fieles.

4. SANTO SACRIFICIO, porque se actualiza el sacrificio de


Cristo. Es memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

5. COMUNIÓN, porque es la unión íntima con Cristo que nos hace


partícipes de su Cuerpo y de su Sangre.

6. DIDAJÉ, es el sentido primero de la “comunión de los santos”


que se menciona en el símbolo de los Apóstoles.

7. MISA, posee un sentido de misión, llevar a los demás lo que se


ha recibido de Dios en el sacramento. Usada desde el siglo VI,
tomada de las últimas palabras “ite missa est".
INSTITUCIÓN

En el Antiguo Testamento encontramos varias prefiguraciones de este


sacramento, como son:

• EL MANÁ, con que se alimentó el pueblo de Israel durante su


peregrinar por el desierto. (Cfr. Ex. 16,)
• EL SACRIFICIO DE MELQUISEDEC, sacerdote que, en acción de
gracias por la victoria de Abraham, ofrece pan y vino. (Cfr. Gen. 14, 18).
• EL MISMO SACRIFICIO DE ABRAHAM, que está dispuesto a
ofrecer la vida de su hijo Isaac. (Cfr. Gen. 22, 10).
• Así como, EL SACRIFICIO DEL CORDERO PASCUAL, que libró
de la muerte al pueblo de Israel, en Egipto. (Cfr. Ex. 12).
Igualmente, la Eucaristía fue mencionada - a manera de profecías – en el
Antiguo Testamento por Salomón en el libro de los Proverbios, donde les
ordena a los criados a ir para comer y beber el vino que los había preparado.
(Cfr. Prov. 9,1). El profeta Zacarías habla del trigo de los elegidos y del vino que
purifica.

El mismo Cristo – después de la multiplicación de los panes – profetiza su


presencia real, corporal y sustancial, en Cafarnaúm, cuando dice: “Yo soy el pan
de vida …… Si uno come de este pan vivirá para siempre, pues el pan que yo
daré es mi carne, para la vida del mundo”. (Jn. 6, 32-34;51)

Cristo, sabiendo que había llegado su “hora”, después de lavar los pies a sus
apóstoles y de darles el mandamiento del amor, instituye este sacramento el
Jueves Santo, en la Última Cena (Mt. 26, 26 -28; Mc. 14, 22 -25; Lc. 22, 19 -
20). Todo esto con el fin de quedarse entre los hombres, de nunca separarse de
los suyos y hacerlos partícipes de su Pasión. El sacramento de la Eucaristía
surge del infinito amor de Jesucristo por el hombre.
El Concilio de Trento declaró verdad de fe, que la Eucaristía es verdadero y propio
sacramento porque en él están presente los elementos esenciales de los sacramentos: el
signo externo; materia (pan y vino) y forma; confiere la gracia; y fue instituido por
Cristo.

Cristo deja el mandato de celebrar el Sacramento de la Eucaristía e insiste,


como se puede constatar en el Evangelio, en la necesidad de recibirlo. Dice que hay
que comer y beber su sangre para poder salvarnos. (Jn. 6, 54).

La Iglesia siempre ha sido fiel a la orden de Nuestro Señor. Los primeros


cristianos se reunían en las sinagogas, donde leían unas Lecturas del Antiguo
Testamento y luego se daba lugar a lo que llamaban “fracción del pan”, cuando fueron
expulsados de las sinagogas, seguían reuniéndose en algún lugar una vez a la semana
para distribuir el pan, cumpliendo así el mandato que Cristo les dejó a los Apóstoles.

Poco a poco se le fueron añadiendo nuevas lecturas, oraciones, etc. hasta que en
1570 San Pío V determinó como debería ser el rito de la Misa, mismo que se
mantuvo hasta el Concilio Vaticano II.
PRESENCIA REAL DE JESUCRISTO
Para entender bien el sentido de la celebración eucarística es necesario
tener en cuenta la presencia de Cristo y Su acción en la misma.

Al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, su fuerza es


tal, que Cristo se hace presente tal cual, bajo las substancias del pan y del vino.
Es decir, vivo, real y substancialmente. En Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad,
por lo tanto, donde está su Cuerpo, está su Sangre, su Alma y su Divinidad. Él
está presente en todas las hostias consagradas del mundo y aún en la partícula
más pequeña que podamos encontrar. Así, Cristo se encuentra en todas las
hostias guardadas en el Sagrarios, mientras que el pan, signo sensible, no se
corrompa.

Está presencia real de Cristo, es uno de los dogmas más importantes


de nuestra fe. (Cfr. CEC n. 1373 –1381). Como los dogmas, la razón no los
puede entender, es necesario reflexionar y estudiar para, cuando menos,
entenderlo mejor.
Han existido muchas herejías sobre esta presencia real de Cristo, bajo
las especies de pan y vino. Entre ellas encontramos: los gnósticos, los
maniqueos que decían que Cristo sólo tuvo un cuerpo aparente, por lo
tanto, no había presencia real.

Entre los protestantes, algunos la niegan y otros la aceptan, pero con


errores. Unos niegan la presencia real, otros dicen que la Eucaristía,
solamente, es una “figura” de Cristo. Calvino decía que “Cristo está en la
Eucaristía porque actúa por medio de ella, pero que su presencia no es
substancial”. Los protestantes liberales, mencionan que Cristo está
presente por la fe, son los creyentes quienes ponen a Cristo en la
Eucaristía.

Lutero, equivocadamente, lo explicaba así: “En la Eucaristía están al


mismo tiempo el pan y el vino y el cuerpo y la sangre de Cristo".
Pero, la presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía,
fue revelada por Él mismo en Cafarnaúm. No hay otro dogma más
manifestado y explicado claramente que este en la Biblia. Sabemos
que lo que prometió en Cafarnaúm, lo realizó en la Última Cena, el
Jueves Santo, basta con leer los relatos de los evangelistas. (Cfr. Mt.
22, 19-20; Lc. 22, 19 –20; Mc. 14, 22-24).

El mandato de Cristo de: “Hacer esto en memoria mía” fue tan


contundente, que, desde los inicios, los primeros cristianos se reunían
para celebrar “la fracción del pan”. Y, pasó a hacer parte, junto con el
Bautismo, del rito propio de los cristianos. Ellos nunca dudaron de la
presencia real de Cristo en el pan.
LA TRANSUBSTANCIACIÓN

Hemos dicho que la presencia de Cristo es real y substancial, esto nos ha sido
revelado, por lo que, no es evidente a la razón, como dogma que es, resulta
incomprensible. Sin embargo, trataremos de dar una explicación de lo que sucede.

La Iglesia nos dice que “por el sacramento de la Eucaristía se produce una


singular y maravillosa conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de
Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia
llama transubstansiación” (CEC. n. 1376).

El dogma de la Transubstansiación significa el cambio que sucede al


pronunciar las palabras de la Consagración en la Misa, por las cuales el pan y el
vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quedando sólo la
apariencia de pan y vino. Hay cambio de substancia, pero no de accidentes (pan y
vino), la presencia real de Cristo no la podemos ver, sólo vemos los accidentes.
Esto es posible, únicamente, por una intervención especialísima de Dios.
SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN

NATURALEZA
El sacramento de la Confirmación es uno de los tres sacramentos de
iniciación cristiana. La misma palabra, Confirmación que significa afirmar o
consolidar, nos dice mucho.

En este sacramento se fortalece y se completa la obra del Bautismo.


Por este sacramento, el bautizado se fortalece con el don del Espíritu Santo.
Se logra un arraigo más profundo a la filiación divina, se une más
íntimamente con la Iglesia, fortaleciéndose para ser testigo de Jesucristo, de
palabra y obra. Por él es capaz de defender su fe y de transmitirla. A partir
de la Confirmación nos convertimos en cristianos maduros y podremos
llevar una vida cristiana más perfecta, más activa. Es el sacramento de la
madurez cristiana y que nos hace capaces de ser testigos de Cristo.
La Confirmación es “nuestro Pentecostés personal”. El Espíritu Santo
está actuando continuamente sobre la Iglesia de modos muy diversos. La
Confirmación – al descender el Espíritu Santo sobre nosotros - es una de las
formas en que Él se hace presente al pueblo de Dios.

INSTITUCIÓN

El Concilio de Trento declaró que la Confirmación era un sacramento


instituido por Cristo, ya que los protestantes lo rechazaron porque - según ellos
- no aparecía el momento preciso de su institución. Sabemos que fue instituido
por Cristo, porque sólo Dios puede unir la gracia a un signo externo.

Además, encontramos en el Antiguo Testamento, numerosas referencias


por parte de los profetas, de la acción del Espíritu en la época mesiánica y el
propio anuncio de Cristo de una venida del Espíritu Santo para completar su
obra. Estos anuncios nos indican un sacramento distinto al Bautismo.
El Nuevo Testamento nos narra cómo los apóstoles, en cumplimiento de la
voluntad de Cristo, iban imponiendo las manos, comunicando el Don del
Espíritu Santo, destinado a complementar la gracia del Bautismo. “Al enterarse
los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la
Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por
ellos para que recibieran al Espíritu Santo; pues todavía no había descendido
sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en nombre del
Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían al Espíritu
Santo”. (Hch. 8, 15-17;19, 5-6).

LOS SIETE DONES del Espíritu Santo son:


• Don de Ciencia, es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al
conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del
bautismo.
• Don de Consejo, saber decidir con acierto, aconsejar a los otros
fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.
• Don de Fortaleza, es el don que el Espíritu Santo concede al fiel,
ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.
• Don de Inteligencia, es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino
de la contemplación, camino para acercarse a Dios.
• Don de Piedad, el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni
indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la
piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
• Don de Sabiduría, es concedido por el Espíritu Santo que nos permite
apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.
• Don de Temor, es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo
debemos todo a la misericordia divina.

Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David. Completan y llevan a su


perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles
para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas.
LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO son perfecciones que forma en
nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición
de la Iglesia enumera doce:

- Caridad. - Benignidad - Longanimidad.


- Gozo. - Mansedumbre. - Continencia.
- Paz. - Fe. - Bondad.
- Paciencia. - Modestia. - Castidad.

FALTAS CONTRA EL ESPÍRITU SANTO:

- Desesperar de la misericordia de Dios.


- Presunción de salvarse sin ningún mérito.
- La impugnación de la verdad conocida.
- La envidia de los bienes espirituales del prójimo.
- La obstinación en el pecado.
- La impenitencia final.
SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN

NATURALEZA
Penitencia en su sentido etimológico, viene del latín “poenitere” que
significa: tener pena, arrepentirse. Cuando hablamos teológicamente, este
término se utiliza tanto para hablar de una virtud, como de un sacramento.

COMO VIRTUD MORAL:


Esta virtud moral, hace que el pecador se sienta arrepentido de los
pecados cometidos, tener el propósito de no volver a caer y hacer algo en
satisfacción por haberlos cometidos.
Cristo nos llama a la conversión y a la penitencia, pero no con obras
exteriores, sino a la conversión del corazón, a la penitencia interior. De otro
modo, sin esta disposición interior todo sería inútil. (Cfr. Is. 1, 16-17; Mt. 6,
1-6; 16-18)
Cuando hablamos teológicamente de esta virtud, no nos referimos
únicamente a la penitencia exterior, sino que esta reparación tiene que ir
acompañada del dolor de corazón por haber ofendido a Dios. No sería válido
pedirle perdón por una ofensa a un jefe por miedo de perder el trabajo, sino que
hay que hacerlo porque al faltar a la caridad, hemos ofendido a Dios. (CEC. no.
1430 –1432)
Todos debemos de cultivar esta virtud, que nos lleva a la conversión. Los
medios para cultivar esta virtud son: la oración, confesarse con frecuencia,
asistir a la Eucaristía – fuente de las mayores gracias -, la práctica del sacrificio
voluntario, dándole un sentido de unión con Cristo y acercándose a María.

COMO SACRAMENTO:
La virtud nos lleva a la conversión, como sacramento es uno de los siete
sacramentos instituidos por Cristo, que perdona los pecados cometidos contra
Dios - después de haberse bautizado -, obtiene la reconciliación con la Iglesia, a
quien también se ha ofendido con el pecado, al pedir perdón por los pecados
ante un sacerdote. Esto fue definido por el Concilio de Trento como verdad
de fe. (Cfr. L.G. 11).
A este sacramento se le llama sacramento de “conversión”, porque
responde a la llamada de Cristo a convertirse, de volver al Padre y la lleva a cabo
sacramentalmente. Se llama de “penitencia” por el proceso de conversión
personal y de arrepentimiento y de reparación que tiene el cristiano. También es
una “confesión”, porque la persona confiesa sus pecados ante el sacerdote,
requisito indispensable para recibir la absolución y el perdón de los pecados
graves.
El nombre de “Reconciliación” se debe a que reconcilia al pecador con el
amor del Padre. Él mismo nos habla de la necesidad de la reconciliación. “Ve
primero a reconciliarte con tu hermano”. (Mt. 5,24) (CEC 1423 –1424).
El sacramento de la Reconciliación o Penitencia y la virtud de la
penitencia están estrechamente ligados, para acudir al sacramento es necesaria
la virtud de la penitencia que nos lleva a tener ese sincero dolor de corazón.
La Reconciliación es un verdadero sacramento porque en él están
presente los elementos esenciales de todo sacramento, es decir el signo
sensible, el haber sido instituido por Cristo y porque confiere la gracia.
Este sacramento es uno de los dos sacramentos llamados de
“curación” porque sana el espíritu. Cuando el alma está enferma debido al
pecado grave, se necesita el sacramento que le devuelva la salud, para que la
cure. Jesús perdonó los pecados del paralítico y le devolvió la salud del
cuerpo. (Cfr. Mc. 2, 1-12).
Cristo instituyó los sacramentos y se los confió a la Iglesia – fundada por
Él – por lo tanto, la Iglesia es la depositaria de este poder, ningún hombre por
sí mismo, puede perdonar los pecados. Como en todos los sacramentos, la
gracia de Dios se recibe en la Reconciliación "ex opere operato" – obran por
la obra realizada – siendo el ministro el intermediario. La Iglesia tiene el
poder de perdonar todos los pecados.
En los primeros tiempos del cristianismo, se suscitaron muchas herejías
respecto a los pecados. Algunos decían que ciertos pecados no podían
perdonarse, otros que cualquier cristiano bueno y piadoso lo podía perdonar,
etc. Los protestantes fueron unos de los que más atacaron la doctrina de la
Iglesia sobre este sacramento. Por ello, El Concilio de Trento declaró que
Cristo comunicó a los apóstoles y sus legítimos sucesores la potestad de
perdonar realmente todos los pecados. (Dz. 894 y 913)
La Iglesia, por este motivo, ha tenido la necesidad, a través de los siglos, de
manifestar su doctrina sobre la institución de este sacramento por Cristo,
basándose en Sus obras. Preparando a los apóstoles y discípulos durante su vida
terrena, perdonando los pecados al paralítico en Cafarnaúm (Lc. 5, 18-26), a la
mujer pecadora (Lc. 7, 37-50) …. Cristo perdonaba los pecados, y además los
volvía a incorporar a la comunidad del pueblo de Dios.
El poder que Cristo le otorgó a los apóstoles de perdonar los pecados
implica un acto judicial (Concilio de Trento), pues el sacerdote actúa como
juez, imponiendo una sentencia y un castigo. Sólo que, en este caso, la sentencia
es siempre el perdón, sí es que el penitente ha cumplido con todos los requisitos
y tiene las debidas disposiciones. Todo lo que ahí se lleva a cabo es en nombre y
con la autoridad de Cristo.
Solamente si alguien se niega – deliberadamente - a acogerse la
misericordia de Dios mediante el arrepentimiento estará rechazando el perdón de
los pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo y no será
perdonado. “El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca,
antes bien será reo de pecado eterno” (Mc. 3, 29. Esto es lo que llamamos el
pecado contra el Espíritu Santo. Esta actitud tan dura nos puede llevar a la
condenación eterna. (CEC. 1864)
INSTITUCIÓN
Después de la Resurrección estaban reunidos los apóstoles – con las puertas
cerradas por miedo a los judíos – se les aparece Jesús y les dice: “La paz con
vosotros. Como el Padre me envío, también yo los envío. Dicho esto, sopló sobre
ellos y les dijo: Recibid al Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les
quedaran perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. (Jn. 20,
21-23) Este es el momento exacto en que Cristo instituye este sacramento.
Cristo - que nos ama inmensamente - en su infinita misericordia les otorga a los
apóstoles el poder de perdonar los pecados. Jesús les da el mandato - a los
apóstoles - de continuar la misión para la que fue enviado; el perdonar los
pecados. No pudo hacernos un mejor regalo que darnos la posibilidad de
liberarnos del mal del pecado.
Dios le tiene a los hombres un amor infinito, Él siempre está dispuesto a
perdonar nuestras faltas. Vemos a través de diferentes pasajes del Evangelio
como se manifiesta la misericordia de Dios con los pecadores. (Cfr. Lc. 15, 4-7;
Lc.15, 11-31). Cristo, conociendo la debilidad humana, sabía que muchas veces
nos alejaríamos de Él por causa del pecado. Por ello, nos dejó un sacramento
muy especial que nos permite la reconciliación con Dios. Este regalo
maravilloso que nos deja Jesús es otra prueba más de su infinito amor.
RITO Y CELEBRACIÓN

La celebración de este sacramento, al igual que la de todos los


sacramentos, es una acción litúrgica. A pesar de haber habido muchos
cambios en la celebración de este sacramento, a través de los siglos,
encontramos dos elementos fundamentales en su celebración. Uno de los
elementos son los actos que hace el penitente que quiere convertirse,
gracias a la acción del Espíritu Santo, como son el arrepentimiento o
contrición, la confesión de los pecados y el cumplimiento de la penitencia.
El otro elemento es la acción de Dios, por medio de los Obispos y los
sacerdotes, la Iglesia perdona los pecados en nombre de Cristo, decide cual
debe ser la penitencia, ora con el penitente y hace penitencia con él. (Cfr.
CIC no.1148).

Normalmente, el sacramento se recibe de manera individual, acudiendo


al confesionario, diciendo sus pecados y recibiendo la absolución en forma
particular o individual.
EL MINISTRO Y EL SUJETO

El sacerdote es muy importante, porque, aunque es Jesucristo el que


perdona los pecados, él es su representante y posee la autoridad de Cristo.

El sacerdote debe de tener la facultad de perdonar los pecados, es


decir, por oficio y porque se le ha autorizado por la autoridad
competente el hacerlo. No todos los sacerdotes tienen la facultad de
ejercerla, para poderla ejercer tiene que estar capacitado para emitir un
juicio sobre el pecador.

El lugar adecuado para administrar el sacramento es la iglesia


(Cfr. 964). Siempre se trata de que se lleve a cabo en un lugar sagrado, de
ser posible.

El sujeto de la Reconciliación es toda persona que, habiendo


cometido algún pecado grave o venial, acuda a confesarse con las debidas
disposiciones, y no tenga ningún impedimento para recibir la absolución.
UNCION DE LOS ENFERMOS

NATURALEZA
El sacramento de la Unción de los Enfermos “tiene como fin conferir
la gracia especial al cristiano que experimenta las dificultades inherentes al
estado de enfermedad y vejez”. (CEC n. 1527).
Es un hecho que la enfermedad y el sufrimiento que ellos conllevan son
inherentes al hombre, no se pueden separar de él. Esto le causa graves
problemas porque el hombre se ve impotente ante ellos y se da cuenta de
sus límites y de que es finito. Además de que la enfermedad puede hacer
que se vislumbre la muerte.
En el Antiguo Testamento podemos apreciar como el hombre vive su
enfermedad de cara a Dios, le reclama, le pide la sanación de sus males.
(Cfr. Sal.6, 3; Is. 38; Sal. 38). Es un camino para la salvación. (Cfr. Sal.32,
5; Sal.107, 20) El pueblo de Israel llega a hacer un vínculo entre la
enfermedad y el pecado. El profeta Isaías vislumbra que el sufrimiento
puede tener un sentido de redención. (Cfr. Is. 53, 11)
Cristo tenía gran compasión hacia aquellos que estaban enfermos. Él
fue médico de cuerpo y alma, pues no sólo curaba a los enfermos, además
perdonaba los pecados. Se dejaba tocar por los enfermos, ya que de Él salía
una fuerza que los curaba (Cfr. Mc. 1, 41; 3, 10; 6; 56; Lc. 6, 19). Él vino a
curar al hombre entero, cuerpo y alma. Su amor por los enfermos sigue
presente, a pesar de los siglos transcurridos. Con frecuencia Jesús les pedía
a los enfermos que creyesen, lo que nuevamente nos pone de relieve la
necesidad de la fe. Así mismo se servía de diferentes signos para curar. (Cfr.
Mc. 2, 17; Mc. 5, 34-.36; Mc. 9, 23; Mc. 7, 32-36). En los sacramentos
Jesucristo sigue tocándonos para sanarnos, ya sea el cuerpo o el
espíritu. Es médico de alma y cuerpo.
Jesucristo no sólo se dejaba tocar, sino que toma como suyas las
miserias de los hombres. Tomó sobre sus hombros todos nuestros males
hasta llevarlo a la muerte de Cruz. Al morir por en la Cruz, asumiendo
sobre Él mismo todos nuestros pecados, nos libera del pecado, del cual la
enfermedad es una consecuencia. A partir de ese momento, el sufrimiento y
la enfermedad tienen un nuevo sentido, nos asemejamos más a Él y nos
hace partícipes de su Pasión. Toma un sentido redentor.
INSTITUCIÓN
Cuando Cristo invita a sus discípulos a seguirle, implica tomar su cruz,
haciéndoles partícipes de su vida, llena de humildad y de pobreza. Esto los
lleva a tomar una nueva visión sobre la enfermedad y el sufrimiento y los
hace participar en su misión de curación. En Marcos 6, 13 se nos insinúa
como los apóstoles, mientras predicaban, exhortando a hacer penitencia y
expulsaban demonios, ungían a muchos enfermos con óleo.
Sabemos que esta santa unción fue uno de los sacramentos instituidos
por Cristo. La Iglesia manifiesta que, entre los siete sacramentos, hay uno
especial para el auxilio de los enfermos, que los ayuda ante las tribulaciones
que la enfermedad trae con ella.
El Concilio Vaticano II toma como la promulgación del sacramento,
el texto de Santiago 5, 14-15, el cual nos dice que, si alguien está
gravemente enfermo, llamen al sacerdote para que ore sobre él, lo unja con
óleo en nombre del Señor. Y el Señor los salvará. En este texto nos queda
claro, que debe ser una enfermedad importante, que los debe de llevar a
cabo un presbítero, y encontramos el signo sensible compuesto de materia
y forma.
SIGNO: MATERIA Y FORMA
La unción de los enfermos se administra ungiendo al enfermo con óleo y diciendo las
palabras prescritas por la Liturgia. (Cfr. CIC. c. 998). La Constitución apostólica de Paulo
VI, “Sacram unctionem infirmorum” del 30 de noviembre de 1972, conforme al Concilio
Vaticano II, estableció el rito que en adelante se debería de seguir.
LA MATERIA REMOTA es el aceite de oliva bendecido por el Obispo el Jueves Santo.
En caso de necesidad, en los lugares donde no se pueda conseguir el aceite de oliva, se puede
utilizar cualquier otro aceite vegetal. Aunque hemos dicho que el Obispo es quien bendice el
óleo, en caso de emergencia, cualquier sacerdote puede bendecirlo, siempre y cuando sea
durante la celebración del sacramento.
LA MATERIA PRÓXIMA es la unción con el óleo, la cual debe ser en la frente y las
manos para que este sacramento sea lícito, pero si las circunstancias no lo permiten, solamente
es necesaria una sola unción en la frente o en otra parte del cuerpo para que sea válido.
LA FORMA son las palabras que pronuncia el ministro: “Por esta Santa Unción, y por su
bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de
tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad”.
Las palabras, unidas a la materia hacen que se realice el signo sacramental y se confiera la
gracia.
MINISTRO Y SUJETO

Solamente los sacerdotes o los Obispos pueden ser EL MINISTRO de este


sacramento. Esto queda claro en el texto de Santiago y los Concilios de
Florencia y de Trento lo definieron así, interpretando dicho texto. Únicamente
ellos lo pueden aplicar, utilizando el óleo bendecido por el Obispo, o en caso de
necesidad por el mismo presbítero en el momento de administrarlo.

ES DEBER DE LOS PRESBÍTEROS instruir a los fieles sobre las


ventajas de recibir el sacramento y que los ayuden a prepararse para recibirlo
con las debidas disposiciones.

EL SUJETO de la Unción de los Enfermos es cualquier fiel que, habiendo


llegado al uso de razón, comienza a estar en peligro por enfermedad o vejez.
(CEC 1514).

Para poderlo recibir tienen que existir unas condiciones. El sujeto – como en
todos los sacramentos - debe de estar bautizado, tener uso de razón, pues hasta
entonces es capaz de cometer pecados personales, razón por la cual no se les
administra a niños menores de siete años.
Además, debe de tener la intención de recibirlo y manifestarla. Cuando
el enfermo ya no posee la facultad para expresarlo, pero mientras estuvo
en pleno uso de razón, lo manifestó, aunque fuera de manera implícita, si
se puede administrar. Es decir, aquél que antes de perder sus facultades
llevó una vida de práctica cristiana, se presupone que lo desea, pues no hay
nada que indique lo contrario. Sin embargo, no se debe administrar en el
caso de quien vive en un estado de pecado grave habitual, o a quienes lo
han rechazado explícitamente antes de perder la conciencia. En caso de
duda se administra “bajo condición”, su eficacia estará sujeta a las
disposiciones del sujeto.

Para administrarlo no hace falta que el peligro de muerte sea grave y


seguro, lo que si es necesario es que se deba a una enfermedad o vejez. En
ocasiones es conveniente que se reciba antes de una operación que
implique un gran riesgo para la vida de una persona.

En el supuesto de que haya duda sobre si el enfermo vive o no, se


administra el sacramento “bajo condición”, anteponiendo las palabras “Si
vives ……”
SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

NATURALEZA

La unión conyugal tiene su origen en Dios, quien al crear al hombre lo


hizo una persona que necesita abrirse a los demás, con una necesidad de
comunicarse y que necesita compañía. “No está bien que el hombre esté solo,
hagámosle una compañera semejante a él.” (Gen. 2, 18). “Dios creó al
hombre y a la mujer a imagen de Dios, hombre y mujer los creó, y los bendijo
diciéndoles: procread, y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla”. (Gen. 1,
27- 28). Desde el principio de la creación, cuando Dios crea a la primera
pareja, la unión entre ambos se convierte en una institución natural, con un
vínculo permanente y unidad total (Mt. 19,6). Por lo que no puede ser
cambiada en sus fines y en sus características, ya que de hacerlo se iría contra
la propia naturaleza del hombre. El matrimonio no es, por tanto, efecto de la
casualidad o consecuencia de instintos naturales inconscientes. El matrimonio
es una sabia institución del Creador para realizar su designio de amor en la
humanidad. Por medio de él, los esposos se perfeccionan y crecen mutuamente
y colaboran con Dios en la procreación de nuevas vidas.
El matrimonio se define como la alianza por la cual, - el hombre y la
mujer - se unen libremente para toda la vida con el fin de ayudarse
mutuamente, procrear y educar a los hijos. Esta unión - basada en el amor
– que implica un consentimiento interior y exterior, estando bendecida por
Dios, al ser sacramental hace que el vínculo conyugal sea para toda la vida.
Nadie puede romper este vínculo. (Cfr. CIC can. 1055).

En lo que se refiere a su esencia, los teólogos hacen distinción entre el


casarse y el estar casado. El casarse es el contrato matrimonial y el estar
casado es el vínculo matrimonial indisoluble.

El matrimonio posee todos los elementos de un contrato. Los


contrayentes son el hombre y la mujer. El objeto es la donación recíproca
de los cuerpos para llevar una vida marital. El consentimiento es lo que
ambos contrayentes expresan. Los fines son la ayuda mutua, la
procreación y educación de los hijos.
INSTITUCIÓN

Hemos dicho que Dios instituyó el matrimonio desde un principio. Cristo


lo elevó a la dignidad de sacramento a esta institución natural deseada
por el Creador. No se conoce el momento preciso en que lo eleva a la
dignidad de sacramento, pero se refería a él en su predicación. Jesucristo
explica a sus discípulos el origen divino del matrimonio. “¿No habéis leído,
como Él que creó al hombre al principio, lo hizo varón y mujer? Y dijo: por
ello dejará a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne”. (Mt.
19, 4-5). Cristo en el inicio de su vida pública realiza su primer milagro –
a petición de su Madre – en las Bodas de Caná. (Cfr. Jn. 2, 1-11). Esta
presencia de Él en un matrimonio es muy significativa para la Iglesia, pues
significa el signo de que - desde ese momento - la presencia de Cristo será
eficaz en el matrimonio. Durante su predicación enseñó el sentido original de
esta institución. “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”. (Mt. 19, 6).
Para un cristiano la unión entre el matrimonio – como institución natural – y
el sacramento es total. Por lo tanto, las leyes que rigen al matrimonio no
pueden ser cambiadas arbitrariamente por los hombres.
SIGNO: MATERIA Y FORMA

El matrimonio es verdadero sacramento porque en él se encuentran los


elementos necesarios. Es decir, el signo sensible, que en este caso es el contrato, la
gracia santificante y sacramental, por último, que fue instituido por Cristo.

La Iglesia es la única que puede juzgar y determinar sobre todo lo referente al


matrimonio. Esto se debe a que es justamente un sacramento de lo que estamos
hablando. La autoridad civil sólo puede actuar en los aspectos meramente civiles
del matrimonio (Cfr. Nos. 1059 y 1672).

El signo externo de este sacramento es el contrato matrimonial, que a la vez


conforman la materia y la forma.
La materia remota: son los mismos contrayentes.
La materia próxima: es la donación recíproca de los esposos, se donan toda la
persona, todo su ser.

La forma: es el Sí que significa la aceptación recíproca de ese don personal y


total.
MINISTRO, SUJETO Y TESTIGOS

A diferencia de los otros sacramentos, donde el ministro es – normalmente


– el Obispo o el sacerdote, en este sacramento LOS MINISTROS son los
propios cónyuges. Ellos lo confieren y lo reciben al mismo tiempo (Cfr. CEC
1623). La presencia del Obispo, o sacerdote o representante de la Iglesia se
requiere como testigo para que el matrimonio sea válido. (Cfr. CIC no. 1108).
En casos muy especiales se puede celebrar el matrimonio con la sola presencia
de los testigos laicos, siempre y cuando estén autorizados. (Cfr. CIC no. 1110 -
1112).

EL SUJETO puede ser todos los bautizados, ya sean católicos o de otra


confesión cristiana: Ejemplo: un luterano, un ortodoxo, un anglicano, pero no
con un Testigo de Jehová o mormón. En el caso de que sea un matrimonio de
un católico con un bautizado en otra religión cristiana, se deberá de pedir una
dispensa eclesiástica. (Cfr. CIC no. 1124-1129). En el caso de disparidad de
culto, es decir, desear casarse con una persona no bautizada, se puede pedir una
dispensa, siempre y cuando se cumplan las condiciones mencionadas en el
Código de Derecho Canónico nos. 1125 y 1126. (CIC no. 1086 & 1- 2).
EL RITO Y LA CELEBRACIÓN

El matrimonio entre dos fieles católicos se celebra – normalmente –


dentro de la Santa Misa. En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva
Alianza, en la que Cristo se unió a su esposa, la Iglesia, por la cual se entregó.
Por ello, la Iglesia considera conveniente que los cónyuges sellen su
consentimiento - de darse el uno al otro - con la ofrenda de sus propias vidas.
De esta manera unen su ofrenda a la de Cristo por su Iglesia. La liturgia ora
y bendice a la nueva pareja, en el culmen (epíclesis) de este sacramento
los esposos reciben el Espíritu Santo. (Cfr. CEC 1621 –1624).

Para ello la Iglesia pide una serie de requisitos previos que hay que
cumplir. Como son constatar que no exista un vínculo anterior (Cfr. CIC. c.
1066), la instrucción sobre lo que conlleva el sacramento y las
amonestaciones o proclamas matrimoniales con el fin de corroborar que no
existe ningún impedimento. Debe de celebrarse ante un sacerdote, un diácono,
o en un caso especialísimo de un laico autorizado y dos testigos. (Cfr. CIC. n.
1111 – 1112).
SACRAMENTO DEL ORDEN SACERDOTAL

NATURALEZA

El Sacramento del Orden es el que hace posible que la misión, que


Cristo le dio a sus Apóstoles, siga siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin
de los tiempos. Es el Sacramento del ministerio apostólico.

De hecho, este es el sacramento por el cual unos hombres quedan


constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter
indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios
según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza,
las funciones de enseñar, gobernar y santificar”. (CIC. c. 1008)
Todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo, lo cual los
capacita para colaborar en la misión de la Iglesia. Pero, los que reciben
el Orden quedan configurados de forma especial, quedan marcados
con carácter indeleble, que los distinguen de los demás fieles y los
capacita para ejercer funciones especiales. Por ello, se dice que el
sacerdote tiene el sacerdocio ministerial, que es distinto al
sacerdocio real o común de todos los fieles, este sacerdocio lo
confiere el Bautismo y la Confirmación. Por el Bautismo nos
hacemos partícipes del sacerdocio común de los fieles.

El sacerdote actúa en nombre y con el poder de Jesucristo. Su


consagración y misión son una identificación especial con Jesucristo,
a quien representan. El sacerdocio ministerial está al servicio del
sacerdocio común de los fieles.
El Sacramento del Orden consta de diversos grados y por ello se llama
orden. La Iglesia, tomando como fundamento la Sagrada Escritura,
llama desde los tiempos antiguos con el nombre de taxeis (en griego), de
ordines (en latín) a diferentes cuerpos constituidos en ella. En la actualidad
se designa con la palabra ordinatio al acto sacramental que incorpora al
orden de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos, que confiere en
don del Espíritu Santo que les permite ejercer un poder sagrado que sólo
viene de Cristo, por medio de su Iglesia. La “ordenación” también es
llamada consecratio.

En el Antiguo Testamento vemos como dentro del pueblo de Israel,


Dios escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico. Los
sacerdotes de la Antigua Alianza fueron consagrados con rito propio. (Cfr.
Ex. 29, 1-30). Pero, este sacerdocio de la Antigua Alianza era incapaz de
realizar la salvación, motivo por el cual tenía la necesidad de repetir una y
otra vez sacrificios en señal de adoración, de gratitud, de súplica y de
contrición.
La Liturgia de la Iglesia ve en el sacerdocio de Aarón y en el servicio de
los levitas, así como en la institución de los setenta “ancianos” (Nm. 11, 24-25),
prefiguraciones del ministerio ordenado de la Nueva Alianza. También el
sacerdocio Melquisedec es considerado como una prefiguración del sacerdocio
de Cristo, único “Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hb. 5, 10;
6, 20).

Todas estas prefiguraciones encuentran su plenitud en Cristo, “único


mediador entre Dios y los hombres” (1Tim. 2, 5). Cristo es la fuente del
ministerio de la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado la autoridad, la misión, la
orientación y la finalidad.

INSTITUCIÓN

El Concilio de Trento definió como dogma de fe que el Sacramento del


Orden es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo. Los
protestantes niegan este sacramento, para ellos no hay diferencia entre
sacerdotes y laicos
Por la Sagrada Escritura, podemos conocer como Jesús escogió de
manera muy especial a los Doce Apóstoles (Cfr. Mc. 3, 13-15; Jn. 15, 16).
Y es a ellos a quienes les otorga Sus poderes de perdonar los pecados, de
administrar los demás sacramentos, de enseñar y de renovar, de manera
incruenta, el sacrificio de la Cruz hasta el final de los tiempos. Les
concedió estos poderes con la finalidad de continuar Su misión redentora y
para ello, Cristo les dio el mandato de transmitirlos a otros. Desde un
principio así lo hicieron, imponiendo las manos a algunos elegidos,
nombrando presbíteros y obispos en las diferentes localidades para
gobernar las iglesias locales.

El Jueves Santo, en lo que se conoce como la Cena del Señor, se


conmemora la institución de este Sacramento.
LOS TRES GRADOS DEL ORDEN

Hemos mencionado que existen tres grados en el Sacramento del


Orden: el episcopado, el presbiterado, y el diaconado.

Entre los diversos ministerios, el Ministerio de los Obispos, ocupa


un lugar preponderante, pues por medio de una sucesión apostólica, que
existe desde el principio, son los que transmiten la semilla apostólica.
Los primeros apóstoles, después de recibir al Espíritu Santo en
Pentecostés, comunicaron el don espiritual que habían recibido a sus
colaboradores, mediante la “imposición de manos”.

El Concilio Vaticano II, “enseña que por la consagración episcopal


se recibe la ‘plenitud’ del sacramento del Orden”. Se puede decir que es
la “cumbre del ministerio sagrado”. Cfr. LG 20; CEC. n. 1555).
Su poder para consagrar no excede a la de los presbíteros, pero sí
tienen otros poderes que los sacerdotes no tienen, como son:

• El poder de administrar el sacramento del Orden y de la Confirmación.


• Son los que normalmente bendicen los óleos que se utilizan en los
diferentes sacramentos.
• También poseen el poder de predicar en cualquier lugar.
• Normalmente, el Obispo tiene el gobierno de una diócesis o Iglesia
local que le ha sido confiada, siempre bajo la autoridad del Papa, pero
al mismo tiempo, “tiene colegialmente con todos sus hermanos en el
episcopado la solicitud de todas las Iglesias”. (Cfr. CEC. n. 1566).
• Es quien dicta las normas en su diócesis sobre los seminarios, la
predicación, la liturgia, la pastoral, etc.
• Además, son los Obispos los encargados de otorgar a los presbíteros el
poder de predicar la palabra de Dios y de regir sobre los fieles.
Existen Obispos con territorio, que son los que están al frente de una diócesis
y Obispos sin territorio, que son, generalmente, todos aquellos que colaboran en el
Vaticano, en una misión específica. Algunos Obispos son nombrados Cardenales, en
virtud de su entrega y su labor especial a la Iglesia. El Papa es quien los nombra y no
se necesita de una celebración especial. En cuanto al poder del sacramento, es igual
que la de los Obispos, ambos tienen la plenitud del ministerio, por ser Obispo.
Los Arzobispos son aquellos Obispos encargados de una arquidiócesis, es decir, que
dado lo extenso del territorio se ve la necesidad de dividir una diócesis, en varias
diócesis.

LOS PRESBÍTEROS - palabra que viene del griego y significa anciano – no


poseen la plenitud del Orden y están sujetos a la autoridad del Obispo del lugar para
ejercer su potestad. Sin embargo, tienen los poderes de:
• Consagrar el pan y el vino.
• Perdonar los pecados.
• Ayudar a los fieles, transmitiendo la doctrina de la Iglesia y con obras.
• Pueden administrar cualquier sacramento en el cual el ministro no sea un Obispo.
LOS SACERDOTES o PRESBÍTEROS son los que ayudan a los
Obispos en diferentes funciones. Por ello, cuando un sacerdote llega a
una diócesis tiene que presentarse ante el Obispo, y éste será quien le
otorgue los permisos necesarios.

LOS PRESBÍTEROS, a pesar de no poseer la plenitud del Orden


y dependan de los Obispos, están unidos a ellos en el honor del
sacerdocio y, en virtud del Sacramento del Orden, quedan consagrados
como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo,
sumo y eterno Sacerdote. (Cfr. Hb.5, 1-10; 7,24; 11, 28). Además, por
el Sacramento del Orden, los presbíteros participan en la universalidad
de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles.
En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos – del griego, igual a
servidor – a los que se les imponen las manos “para realizar un servicio, y no
para ejercer el sacerdocio”. A ellos les corresponde:
• Asistir al Obispo y a los presbíteros en diferentes celebraciones.
• En la distribución de la Eucaristía, llevando la comunión a los moribundos.
• Asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, cuando no haya
sacerdote.
• Proclamar el Evangelio.
• Administrar el Bautismo solemne.
• Dar la bendición con el Santísimo.

El diaconado, generalmente, se recibe un tiempo antes de ser ordenado


presbítero, pero a partir del Concilio Vaticano II, se ha restablecido el diaconado
como un grado particular dentro de la jerarquía de la Iglesia. Este diaconado
permanente, que puede ser conferido a hombres casados o solteros, ha
contribuido al enriquecimiento de la misión de la Iglesia. (Cfr. LG. N. 29).

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