Escuelas Del Pensamiento Economico

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Escuelas del pensamiento económico


1. Principales escuelas de pensamiento económico a través del
tiempo

Las cuestiones económicas han preocupado a muchos intelectuales a lo largo de los siglos. En
la antigua Grecia, Aristóteles y Platón disertaron sobre los problemas relativos a la riqueza, la
propiedad y el comercio. Durante la Edad Media predominaron las ideas de la Iglesia, se
impuso el Derecho Canónico, que condenaba la usura (el cobro de intereses abusivos a
cambio de efectivo) y consideraba que el comercio era una actividad inferior a la agricultura.

La economía, como ciencia moderna independiente de la filosofía y de la política, data de la


publicación de la obra Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones
(más conocida por el título abreviado de La riqueza de las naciones, 1776), del filósofo y
economista escocés Adam Smith. El mercantilismo y las especulaciones de los fisiócratas
precedieron a la economía clásica de Smith y sus seguidores del siglo XIX.

A. Mercantilismo
El desarrollo de los modernos nacionalismos a lo largo del siglo XVI desvió la atención de los
pensadores de la época hacia cómo incrementar la riqueza y el poder de los estados
nacionales. La política económica que imperaba en aquella época, el mercantilismo, fomentaba
el autoabastecimiento de las naciones. Esta doctrina económica imperó en Inglaterra y en el
resto de Europa occidental desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII. Los mercantilistas
consideraban que la riqueza de una nación dependía de la cantidad de oro y plata que tuviese.
Aparte de las minas de oro y plata descubiertas por España en el continente americano, una
nación sólo podía aumentar sus reservas de estos metales preciosos vendiendo más productos
a otros países de los que compraba. El conseguir una balanza de pagos con saldo positivo
implicaba que los demás países tenían que pagar la diferencia con oro y plata.

Los mercantilistas daban por sentado que su país estaría siempre en guerra con otros, o
preparándose para la próxima contienda. Si tenían oro y plata, los dirigentes podrían pagar a
mercenarios para combatir, como hizo el rey Jorge III de Inglaterra durante la guerra de la
Independencia estadounidense. En caso de necesidad, el monarca también podría comprar
armas, uniformes y comida para los soldados. Jean. B. Colbert (1619-1683), ministro de Luis
XIV, institucionalizó la exportación de productos franceses para crear oro y a cuyos efectos
desarrolló de forma muy importante la industria gala.

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Esta preocupación mercantilista por acumular metales preciosos también afectaba a la política
interna. Era imprescindible que los salarios fueran bajos y que la población creciese. Una
población numerosa y mal pagada produciría muchos bienes a un precio lo suficiente bajo
como para poder venderlos en el exterior. Se obligaba a la gente a trabajar jornadas largas, y
se consideraba un despilfarro el consumo de té, ginebra, tejidos de seda, entre otros.

De esta filosofía también se deducía que era positivo para la economía de un país el trabajo
infantil. Un autor mercantilista tenía un plan para los niños de los pobres: "cuando estos niños
tienen cuatro años, hay que llevarlos al asilo para pobres de la región, donde se les enseñará a
leer durante dos horas al día, y se les tendrá trabajando el resto del día en las tareas que mejor
se ajusten a su edad, fuerza y capacidad".

B. Fisiocracia
Esta doctrina económica estuvo en boga en Francia durante la segunda mitad del siglo XVIII y
surgió como una reacción ante las políticas restrictivas del mercantilismo.

El fundador de la escuela, François Quesnay, era médico de cabecera en la corte del rey Luis
XV. Su libro más conocido, Tableau Économique (1758), intentaba establecer los flujos de
ingresos en una economía, anticipándose a la contabilidad nacional, creada en el siglo XX.
Según los fisiócratas, toda la riqueza era generada por la agricultura; gracias al comercio, esta
riqueza pasaba de los agricultores al resto de la sociedad. Los fisiócratas eran partidarios del
libre comercio y del laissez-faire (doctrina que defiende que los gobiernos no deben intervenir
en la economía). También sostenían que los ingresos del Estado tenían que provenir de un
único impuesto que debía gravar a la actividad primaria, la única fuente de riqueza para ellos.
Adam Smith conoció a los principales fisiócratas y escribió sobre sus doctrinas, casi siempre de
forma positiva.

C. Escuela Clásica
Como cuerpo teórico coherente, la escuela clásica de pensamiento económico parte de los
escritos de Smith, continúa con la obra de los economistas británicos Thomas Robert Malthus y
David Ricardo, y culmina con la síntesis de John Stuart Mill, discípulo de Ricardo.

Aunque fueron frecuentes las divergencias entre los economistas desde la publicación de La
Riqueza de las Naciones (1776) de Smith hasta la de Principios de Economía Política (1848) de
Mill, los economistas pertenecientes a esta escuela coincidían en los conceptos principales.

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Todos defendían la propiedad privada, los mercados y creían, como decía Mill, que "sólo a
través del principio de la competencia tiene la economía política una pretensión de ser ciencia".
Compartían la desconfianza de Smith hacia los gobiernos, y su fe ciega en el poder del
egoísmo y su famosa "mano invisible", que hacía posible que el bienestar social se alcanzara
mediante la búsqueda individual del interés personal.

Los clásicos tomaron de Ricardo el concepto de rendimientos decrecientes, que afirma que a
medida que se aumenta la fuerza de trabajo y el capital que se utiliza para labrar la tierra,
disminuyen los rendimientos o, como decía Ricardo, "superada cierta etapa, no muy avanzada,
el progreso de la agricultura disminuye de una forma paulatina".

El alcance de la ciencia económica se amplió de manera considerable cuando Smith subrayó el


papel del consumo sobre el de la producción. Smith confiaba en que era posible aumentar el
nivel general de vida del conjunto de la comunidad. Defendía que era esencial permitir que los
individuos intentaran alcanzar su propio bienestar como medio para aumentar la prosperidad de
toda la sociedad. En el lado opuesto, Malthus, en su conocido e influyente Ensayo sobre el
Principio de la Población (1798), planteaba la nota pesimista de la Escuela Clásica, al afirmar
que las esperanzas de mayor prosperidad se escollarían contra la roca de un excesivo
crecimiento de la población. Según Malthus, los alimentos sólo aumentaban adecuándose a
una progresión aritmética (2-4-6-8-10, etc.), mientras que la población se duplicaba cada
generación (2-4-8-16-32, etc.), salvo que esta tendencia se controlara, o por la naturaleza o por
la propia prudencia de la especie. Malthus sostenía que el control natural era "positivo": "El
poder de la población es tan superior al poder de la tierra para permitir la subsistencia del
hombre, que la muerte prematura tiene que frenar hasta cierto punto el crecimiento del ser
humano". Este procedimiento de frenar el crecimiento eran las guerras, las epidemias, la peste,
las plagas, los vicios humanos y las hambrunas, que se combinaban para controlar el volumen
de la población mundial y limitarlo a la oferta de alimentos.

La única forma de escapar a este imperativo de la humanidad y de los horrores de un control


positivo de la naturaleza, era la limitación voluntaria del crecimiento de la población, no
mediante un control de natalidad, contrario a las convicciones religiosas de Malthus, sino
retrasando la edad nupcial, reduciendo así el volumen de las familias. Las doctrinas pesimistas
de este autor clásico dieron a la economía el sobrenombre de "ciencia lúgubre".

Los Principios de Economía Política de Mill constituyeron el centro de esta ciencia hasta finales
del siglo XIX. Aunque Mill aceptaba las teorías de sus predecesores clásicos, confiaba más en
la posibilidad de educar a la clase obrera para que limitase su reproducción de lo que lo hacían
Ricardo y Malthus. Además, Mill era un reformista que quería gravar con fuerza las herencias, e
incluso permitir que el gobierno asumiera un mayor protagonismo a la hora de proteger a los
niños y a los trabajadores. Fue muy crítico con las prácticas que desarrollaban las empresas y
favorecía la gestión cooperativa de las fábricas por parte de los trabajadores. Mill representó un
puente entre la economía clásica del laissez-faire y el Estado de Bienestar.

Acerca de los mercados, los economistas clásicos aceptaban la "ley de Say", formulada por el
economista francés Jean Baptiste Say. Esta ley sostiene que el riesgo de un desempleo
masivo en una economía competitiva es despreciable, porque la oferta crea su propia

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demanda, limitada por la cantidad de mano de obra y los recursos naturales disponibles para
producir. Cada aumento de la producción aumenta los salarios y los demás ingresos que se
necesitan para poder comprar esa cantidad adicional producida.

D. Marxismo (considerada parte de la Escuela Clásica)


La oposición a la Escuela Clásica provino de los primeros autores socialistas, como el filósofo
social francés Claude Henri de Rouvroy conde de Saint-Simon, y el utópico británico Robert
Owen. Sin embargo, fue Karl Marx el autor de las teorías económicas socialistas más
importantes, manifiestas en su principal trabajo, El Capital (3 vols., 1867-1894).

Para la perspectiva clásica del capitalismo, el marxismo representó una seria recusación,
aunque no dejaba de ser, en algunos aspectos, una variante de la temática clásica. Por
ejemplo, Marx adoptó la teoría del valor trabajo de Ricardo. Con algunas matizaciones, Ricardo
explicó que los precios eran la consecuencia de la cantidad de trabajo que se necesitaba para
producir un bien.

Ricardo formuló esta teoría del valor para facilitar el análisis, de forma que se pudiera entender
la diversidad de precios. Para Marx, la teoría del valor trabajo representaba la clave del modo
de proceder del capitalismo, la causa de todos los abusos y de toda la explotación generada
por un sistema injusto. Exiliado de Alemania, Marx pasó muchos años en Londres, donde vivió
gracias a la ayuda de su amigo y colaborador Friedrich Engels, y a los ingresos derivados de
sus ocasionales contribuciones en la prensa. Desarrolló su extensa teoría en la biblioteca del
Museo Británico.

Los estudios históricos y los análisis económicos de Marx convencieron a Engels de que los
beneficios y los demás ingresos procedentes de una explotación sin escrúpulos de las
propiedades y las rentas son el resultado del fraude y el poder que ejercen los fuertes sobre los
débiles. Sobre esta crítica se alza la crítica económica que desemboca en la certificación
histórica de la lucha de clases. La "acumulación primitiva" en la historia económica de
Inglaterra fue posible gracias a la delimitación y al cercamiento de las tierras.

Durante los siglos XVII y XVIII los terratenientes utilizaron su poder en el Parlamento para
quitar a los agricultores los derechos que por tradición tenían sobre las tierras comunales. Al
privatizar estas tierras, empujaron a sus víctimas a las ciudades y a las fábricas. Sin tierras ni
herramientas, los hombres, las mujeres y los niños tenían que trabajar para conseguir un
salario. Así, el principal conflicto, según Marx, se producía entre la denominada clase
capitalista, que detentaba la propiedad de los medios de producción (fábricas y máquinas) y la
clase trabajadora o proletariado, que no tenía nada, salvo sus propias manos.

La explotación, eje de la doctrina de Karl Marx, se mide por la capacidad de los capitalistas

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para pagar sólo salarios de subsistencia a sus empleados, obteniendo de su trabajo un


beneficio (o plusvalía), que era la diferencia entre los salarios pagados y los precios de venta
de los bienes en los mercados. Aunque en el Manifiesto Comunista (1848) Marx y Engels
pagaban un pequeño tributo a los logros materiales del capitalismo, estaban convencidos que
estos logros eran transitorios y que las contradicciones inherentes al capitalismo y al proceso
de lucha de clases terminarían por destruirlo, al igual que en el pasado había ocurrido con el
extinto feudalismo medieval.

A este respecto, los escritos de Marx se alejan de la tradición de la economía clásica inglesa,
siguiendo la metafísica del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, el cual consideraba
que la historia de la humanidad y de la filosofía era una progresión dialéctica: tesis, antítesis y
síntesis. Por ejemplo, una tesis puede ser un conjunto de acuerdos económicos, como el
feudalismo o el capitalismo. Su contrapuesto, o antítesis, sería, por ejemplo, el socialismo,
como sistema contrario al capitalismo. La confrontación de la tesis y la antítesis daría paso a
una evolución, que sería la síntesis, en este caso, el comunismo que permite combinar la
tecnología capitalista con la propiedad pública de las fábricas y las granjas. A largo plazo, Marx
creía que el sistema capitalista desaparecería debido a que su tendencia a acumular la riqueza
en unas pocas manos provocaría crecientes crisis debidas al exceso de oferta y a un
progresivo aumento del desempleo. Para Marx, la contradicción entre los adelantos
tecnológicos, y el consiguiente aumento de la eficacia productiva y la reducción del poder
adquisitivo que impediría adquirir las cantidades adicionales de productos, sería la causa del
hundimiento del capitalismo.

Según Marx, las crisis del capitalismo se reflejarían en un desplome de los beneficios, una
mayor conflictividad entre trabajadores y empresarios e importantes depresiones económicas.
El resultado de esta lucha de clases culminaría en la revolución y en el avance hacia, en primer
lugar, el socialismo, para al fin avanzar hacia la implantación gradual del comunismo. En una
primera etapa todavía sería necesario tener un Estado que eliminara la resistencia de los
capitalistas. Cada trabajador sería remunerado en función de su aportación a la sociedad.
Cuando se implantara el comunismo, el Estado, cuyo objetivo principal consiste en oprimir a las
clases sociales, desaparecería, y cada individuo percibiría, en ese porvenir utópico, en razón
de sus necesidades.

E. Escuela Neoclásica
La economía clásica partía del principio de escasez, como lo muestra la ley de rendimientos
decrecientes y la doctrina malthusiana sobre la población. A partir de la década de 1870, los
economistas neoclásicos como William Stanley Jevons en Gran Bretaña, Léon Walras en
Suiza, y Karl Menger en Austria, imprimieron un giro a la economía, abandonaron las
limitaciones de la oferta para centrarse en la interpretación de las preferencias de los
consumidores en términos psicológicos.

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Al fijarse en el estudio de la utilidad o satisfacción obtenida con la última unidad, o unidad


marginal, consumida, los neoclásicos explicaban la formación de los precios, no en función de
la cantidad de trabajo necesaria para producir los bienes, como en las teorías de Ricardo y de
Marx, sino en función de la intensidad de la preferencia de los consumidores en obtener una
unidad adicional de un determinado producto.

El economista británico Alfred Marshall, en su obra maestra, Principios de Economía (1890),


explicaba la demanda a partir del principio de utilidad marginal, y la oferta a partir del coste
marginal (coste de producir la última unidad). En los mercados competitivos, las preferencias
de los consumidores hacia los bienes más baratos y la de los productores hacia los más caros,
se ajustarían para alcanzar un nivel de equilibrio. Ese precio de equilibrio sería aquel que
hiciera coincidir la cantidad que los compradores quieren comprar con la que los productores
desean vender.

Este equilibrio también se alcanzaría en los mercados de dinero y de trabajo. En los mercados
financieros, los tipos de interés equilibrarían la cantidad de dinero que desean prestar los
ahorradores y la cantidad de dinero que desean pedir prestado los inversores.

Los prestatarios quieren utilizar los préstamos que reciben para invertir en actividades que les
permitan obtener beneficios superiores a los tipos de interés que tienen que pagar por los
préstamos. Por su parte, los ahorradores cobran un precio a cambio de ceder su dinero y
posponer la percepción de la utilidad que obtendrán al gastarlo. En el mercado de trabajo se
alcanza asimismo un equilibrio.

En los mercados de trabajo competitivos, los salarios pagados representan, por lo menos, el
valor que el empresario otorga a la producción obtenida durante las horas trabajadas, que tiene
que ser igual a la compensación que desea recibir el trabajador a cambio del cansancio y el
tedio laboral.

La doctrina neoclásica es, de forma implícita, conservadora. Los defensores de esta doctrina
prefieren que operen los mercados competitivos a que haya una intervención pública. Al menos
hasta la Gran Depresión de la década de 1930, se defendía que la mejor política era la que
reflejaba el pensamiento de Adam Smith: bajos impuestos, ahorro en el gasto público y
presupuestos equilibrados. A los neoclásicos no les preocupa la causa de la riqueza, explican
que la desigual distribución de ésta y de los ingresos se debe en gran medida a los distintos
grados de inteligencia, talento, energía y ambición de las personas.

Por lo tanto, el éxito de cada individuo depende de sus características individuales, y no de que
se beneficien de ventajas excepcionales en el sentido que hablaba Marx. En las sociedades
capitalistas, la economía neoclásica es la doctrina predominante a la hora de explicar la
formación de los precios y el origen de los ingresos. De hecho la mayor parte de la
Microeconomía que se estudia hoy en las universidades (a nivel de grado) se la debemos
principalmente a ellos.

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F. Economía Keynesiana
Los economistas siguieron defendiendo, a pesar de la experiencia contraria, que el tiempo y la
naturaleza restaurarían el crecimiento económico si los gobiernos se abstenían de intervenir en
el proceso económico. Por desgracia, los antiguos remedios no funcionaron.

En Estados Unidos, la victoria en las elecciones presidenciales de Franklin D. Roosevelt (1932)


sobre Herbert Hoover marcó el final político de las doctrinas del laissez-faire. Se necesitaban
nuevas políticas y nuevas explicaciones, que fue lo que en ese momento proporcionó Keynes.
En su ya citada Teoría general (1936), aparecía un axioma central que puede resumirse en dos
grandes afirmaciones:

las teorías existentes sobre el desempleo no tenían ningún sentido; ni un nivel de


precios elevado ni unos salarios altos podían explicar la persistente depresión
económica y el desempleo generalizado;
por el contrario, se proponía una explicación alternativa a estos fenómenos que giraba
en torno a lo que se denominaba demanda agregada, es decir, el gasto total de los
consumidores, los inversores y las instituciones públicas.

Cuando la demanda agregada es insuficiente, decía Keynes, las ventas disminuyen y se


pierden puestos de trabajo; cuando la demanda agregada es alta y crece, la economía
prospera. A partir de estas dos afirmaciones genéricas, surgió una poderosa teoría que
permitía explicar el comportamiento económico. Esta interpretación constituye la base de la
macroeconomía contemporánea. Puesto que la cantidad de bienes que puede adquirir un
consumidor está limitada por los ingresos que éste percibe, los consumidores no pueden ser
responsables de los altibajos del ciclo económico.

Por lo tanto, las fuerzas motoras de la economía son los inversores (los empresarios) y los
gobiernos. Durante una recesión, y también durante una depresión económica, hay que
fomentar la inversión privada o, en su defecto, aumentar el gasto público. Si lo que se produce
es una ligera contracción, hay que facilitar la concesión de créditos y reducir los tipos de interés
(substrato fundamental de la política monetaria), para estimular la inversión privada y
restablecer la demanda agregada, aumentándola de forma que se pueda alcanzar el pleno
empleo. Si la contracción de la economía es grande, habrá que incurrir en déficit
presupuestarios, invirtiendo en obras públicas o concediendo subvenciones a fondo perdido a
los más perjudicados.

G. Economía Analítica

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Tanto la teoría neoclásica de los precios como la teoría keynesiana de los ingresos han sido
desarrolladas de forma analítica por matemáticos, utilizando técnicas de cálculo, álgebra lineal
y otras sofisticadas técnicas de análisis cuantitativo. En la especialidad denominada
econometría se une la ciencia económica con la matemática y la estadística. Los económetras
crean modelos que vinculan cientos, a veces miles de ecuaciones, para intentar explicar el
comportamiento agregado de una economía. Los modelos econométricos son utilizados por
empresas y gobiernos como herramientas de predicción, aunque su grado de precisión no es ni
mayor ni menor que cualquier otra técnica de previsión del futuro.

El análisis operativo y el análisis input-output son dos especialidades en las que cooperan los
expertos en análisis económico y los matemáticos. El análisis operativo subraya la necesidad
de plantear los problemas de una manera sistemática. Por lo general, se trata de coordinar los
distintos departamentos y las diferentes operaciones que tienen lugar en el seno de una
corporación que dirige varias fábricas, produciendo muchos bienes, por lo que hay que utilizar
las instalaciones de forma que se puedan minimizar los costes y maximizar la eficiencia. Para
ello se acude a ingenieros, economistas, psicólogos, estadísticos y matemáticos. Según su
propio creador, el economista estadounidense de origen ruso Wassily Leontief, las tablas input-
output "describen el flujo de bienes y servicios entre todos los sectores industriales de una
economía durante determinado periodo". Aunque la construcción de esta tabla es muy
compleja, este método ha revolucionado el pensamiento económico. Hoy está muy extendido
como método de análisis, tanto en los países socialistas como en los capitalistas.

H. El debate macroeconómio actual: Nuevos Clásicos versus


Nuevos Keynesianos
Ya en las últimas décadas se han asentado dos tradiciones intelectuales en macroeconomía.
Una cree que los mercados funcionan mejor si no se interviene en ellos los monetaristas, los
nuevos clásicos; la otra cree que la intervención del gobierno puede mejorar notablemente el
funcionamiento de la economía keynesianos, nuevos keynesianos.

El aporte de ambas tradiciones está dado por los refinamientos que vienen haciendo a las
bases de la teoría económica desarrolladas principalmente por las escuelas clásica, neoclásica
y keynesiana, bases que han dado forma al núcleo teórico hoy vigente y a partir del cual los
gobiernos fundamentan sus políticas económicas. De esta forma, en los años sesenta el
debate entre estas dos tradiciones involucraba por un lado a los monetaristas, encabezados
por Milton Friedman, y del otro a los seguidores de Keynes, entre ellos Franco Modigliani y
James Tobin. Ya en los años setenta, el debate sobre los mismos temas convirtió a los nuevos
macroeconomistas clásicos en protagonistas. Esta escuela, que ha mantenido su influencia en
los ochenta y noventa, cuenta entre sus líderes a Robert Lucas, Thomas Sargent, Robert Barro,
Edward Prescott y Neil Wallace, que comparten con Friedman muchos puntos de vista sobre
política económica.

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Para ellos, la intervención del gobierno sólo consigue empeorar las cosas. Pero si bien los
nuevos clásicos siguen teniendo una gran influencia en la macroeconomía actual, en los
ochenta surgió una nueva generación de académicos, los nuevos keynesianos, formados en la
tradición keynesiana, aunque han ido más allá de la misma. Se destacan en esta corriente
George Akerlof, Janet Yellen, Oliver Blanchard, Greg Mankiw, Larry Summers y Ben Bernanke
este último hoy mencionado como posible sucesor de Greenspan en el FED. Ellos no creen
que los mercados se vacíen siempre, sino que intentan comprender y explicar exactamente por
qué puede ser que esto no ocurra.

Otras divisiones de las Escuelas Económicas

Escuelas económicas: pueden distinguirse tres grandes divisiones:

A. LA DOCTRINA INDIVIDUALISTA tiene su más cabal exteriorización en la escuela


clásica o liberal, ya analizada, y que, en resumen, sostiene:

la existencia espontánea de las leyes naturales;


a vigencia del principio hedónico, según el cual el ser humano trata de proporcionarse
el máximo de satisfacción con el mínimo de pena;
la no-intervención del estado.

Sin embargo, entran en esta gran clasificación doctrinas que, aunque respondan a principios
diferentes a los enunciados, tienen como base común el respeto a la propiedad privada.

B. LAS ESCUELAS COLECTIVISTAS coinciden en los siguientes postulados:

con referencia a la propiedad privada, reclaman su abolición en algunos casos y su


restricción, en otros;
aspiran a que sea más igualitaria la distribución del producto social;
desean que la organización económica está basada en la coordinación social de los
factores, antes que en la competencia.

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El colectivismo comprende: El socialismo, que propugna la abolición de la propiedad privada de


los bienes de producción; el comunismo, que desea la propiedad colectiva de todos los bienes,
incluidos los de producción y los de consumo; el socialismo agrario, que propone la
colectivización de la tierra, pero no de los restantes bienes de capital; el socialismo de cátedra,
que busca solo corregir los excesos de la propiedad privada y la libre concurrencia, mediante la
acción del gobierno; el socialismo de estado, que asigna a éste la misión de expropiar o
incautar la mayoría de las empresas privadas y de controlar las restantes.

C. LAS ESCUELAS ECLÉCTICAS abarcan ciertas formas moderadas del socialismo,


entre las cuales se podría considerar el socialismo de cátedra. Además entran en este grupo:

el cooperativismo, tendencia que propone la unión de los sectores productivos y


consumidores, en procura de una repartición más equitativa de la riqueza, en que el
capital pierda su tradicional preponderancia;
la doctrina de la Iglesia, que inspiradas en las encíclicas papales, desea atemperar los
extremos del capitalismo y da a la caridad y el solidarismo un lugar preponderante en el
mejoramiento de las relaciones económicas;
otras corrientes modernas, como la promovida por la escuela sueca, la economía del
bienestar, etc.; casi todas ellas pretenden hacer una revisión del capitalismo que
excluya sus características negativas por tal motivo suelen ser designadas doctrinas
neocapitalistas.

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