Tema 3 Pedagogía Social
Tema 3 Pedagogía Social
Tema 3 Pedagogía Social
Deseaban un mundo nuevo, un mundo mejor y, para lograrlo adoptaron un papel preventivo,
generador de nuevos ideales, ilusiones y valores que se plasmaron en la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. Consideraron que la clave para lograr este mundo diferente era
lograr un cambio de la mente y de los corazones que diera lugar al nacimiento una nueva
conciencia ética, y esto sólo sería posible mediante la educación. El paso de una cultura bélica
a una cultura de la paz exige un cambio radical en los hábitos de comportamiento, y la
educación es la clave de esta transformación pacífica, el pilar capaz de garantizar el desarrollo
cultural y material de la sociedad y asegurar la gobernabilidad democrática. De este modo, la
educación debe ser un derecho al que todos deben tener acceso, especialmente a los más
jóvenes, a los que han de facilitárseles los medios necesarios para formarse y reflexionar. Hoy
en día, existe una desigualdad evidente entre los que no disponen de lo imprescindible y los
que se muestran indiferentes porque lo tienen casi todo sin haber soñado casi nada, y lo que no
se ha soñado no se aprecia.
Es propio de los jóvenes abrir nuevos horizontes y arriesgarse, y, en este sentido, es necesario
hacerles notar las dificultades que entraña la construcción de una sociedad más justa y solidaria,
que se mueva –como decía Havel– entre la habilidad para realizar lo posible y la ilusión para
llevar acabo lo imposible. El futuro, debemos iluminarlo con grandes ideales, inspiradores de
vida: libertad, justicia y solidaridad ética y moral. Los valores y los principios no deben situarse
a ras del suelo, sino en lo alto. La luna se refleja tanto en el mar, como en el río y en el lago
porque se sitúa en lo alto. Aunque, actualmente, la sociedad se mueve por directrices
económicas y de mercado, éstas no pueden ser nuestro referente normativo; antes bien, se debe
luchar para que los ideales y los valores ocupen este lugar.
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Los informes internacionales coinciden en señalar la importancia del papel que la educación
está llamada a desempeñar como factor de promoción, desarrollo e igualdad entre los pueblos,
pues hoy nadie duda de que la educación es el pilar fundamental para construir la paz y la
libertad de las personas, y de que sin ella no habrá desarrollo posible. Este desarrollo tiene que
ser endógeno, no se da, se gana cada día, es algo que, como la libertad, ha de ser conquistado.
La educación es uno de los conceptos más amplios y, también, uno de los que tien más
posibilidades de propiciar una convivencia armónica. En este sentido, la evaluación del Libro
Blanco de las Comunidades Europeas sitúa «la educación y la formación en el centro de un
proyecto de sociedad. Para dar cuerpo a esta perspectiva, la Comisión ha querido sensibilizar
a la población sobre la necesidad de construir la sociedad del conocimiento para que Europa
sea más competitiva y más consciente de sí misma y de sus valores intrínsecos».
La mejor manera de preparar el futuro es diseñar una educación de calidad, capaz de ofrecer a
las nuevas generaciones un mensaje espiritual atrayente. Pues ¿cómo no pensar que la
educación es la base de la democracia y del porvenir de los pueblos? Se tiende a pensar que en
las sociedades democráticas no debería existir ningún tipo de peligro para los derechos
humanos y, sin embargo, en ellas, los peligros son más
sutiles, por lo que, muchas veces, pasan desapercibidos, dado que este tipo de sociedades no
vigilan su cumplimiento. Es importante no adormecerse y, sobre todo, desarrollar una cultura
de la prevención, ya que ésta, pese a ser intangible e invisible, resulta, con diferencia, la más
efectiva y duradera, puesto que permite evitar el sufrimiento, el dolor y el enfrentamiento. Sin
embargo, la sociedad aún no está preparada para valorar la cultura de la paz y la prevención,
falta la costumbre. Si un general gana una guerra, es condecorado, si la evita, nadie se acordará
de él. Como Señala el aforismo «ojos que no ven, corazón que no siente».
3.1.1 Fundamentos.
El precisar qué se entiende por derechos humanos no es una tarea fácil. No obstante, aunque
los diccionarios no suelen proporcionarnos una definición a la que podamos adherirnos, se
puede afirmar que son algo específico del ser humano. Son inherentes a la naturaleza humana
y sin ellos no es posible vivir como seres humanos (Naciones Unidas, 2002). Es decir, son los
derechos que tiene una persona por el hecho de serlo.
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Los derechos humanos son derechos, en cuanto tienen que ver con la justicia (dar lo justo, lo
propio, ni más ni menos) (López Calera, 2000, p. 171). Un derecho humano es, pues, algo que
el hombre determina a partir de aspectos y dimensiones de la realidad humana que valora
especialmente y que considera propio del hombre y sólo de él, y por lo que se siente
comprometido; sea a respetarlo, sea a ayudar a su realización... los derechos humanos son un
veredicto del hombre sobre el hombre, un veredicto transido de valoración positiva sobre sí
mismo (Cobo, 1993, p. 144).
Se consideran derechos aquellos bienes que constituyen una verdadera propiedad del ser
humano y le corresponden en cuanto tal. De este modo, se vincula el derecho- necesidad con
la obligación de respetar la carencia y de reconocer, en definitiva, que algo se le debe a alguien
como propio, es decir, le pertenece. Se trata, en definitiva, del reconocimiento tanto de los
derechos que se tienen, como de la obligación de respetarlos y velar por su cumplimiento.
Los derechos humanos y las libertades fundamentales nos permiten desarrollar nuestras
cualidades, nuestra inteligencia, nuestro talento y nuestra conciencia, y satisfacer nuestras
variadas necesidades, entre ellas, las espirituales. Se basan en la creciente exigencia de la
humanidad de que la dignidad y el valor inherentes a cada ser humano sean respetados y
protegidos.
La conquista de los Derechos Humanos ha supuesto un largo proceso que tiene ya una historia
bicentenaria, a lo largo del cual se ha ido trazando un camino que nos ha llevado,
progresivamente, desde el reconocimiento de los llamados derechos naturales, hasta la
universalización de estos en los derechos fundamentales, proclamados por nuestras sociedades
como derechos civiles, sociales, económicos y políticos.
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El fundamento de los derechos humanos es la dignidad de la persona humana. Por ello, toda
persona es sujeto tanto de los derechos, como de los deberes que éstos comportan. El nexo
entre derechos y deberes tiende a regular las relaciones entre los hombres y los pueblos. Hoy
en día, el respeto a los Derechos Humanos se ha convertido en el principio de moralidad
universal, dado que se toma como criterio que juzga la conducta tanto individual, como social.
Los Derechos Humanos constituyen, por tanto, un referente ético, y no sólo se aspira a lograr
su máximo desarrollo, sino que se consideran principios internacionales de comportamiento.
La inclusión del concepto de dignidad de la persona en la Carta de las Naciones Unidas de
1948 trajo consigo la internacionalización de los DerechosHumanos, lo que supuso todo un
logro en el ámbito del derecho internacional. La obligación de respetarlos constituye un deber
ineludible de los Estados, que deben responder de su observancia ante la comunidad
internacional.
Así, se producen por doquier abusos de poder que engendran sumisión, hambre y guerras, a la
vez que, en muchos lugares, masas ingentes se ven condenadas por la intolerancia, la injusticia
y la muerte. Vivimos en un mundo desigual donde el poder y la riqueza se acumulan en los
países desarrollados y, más concretamente, en algunos sectores de los mismos. El hecho de que
estas desigualdades se vayan incrementando interroga a toda la humanidad pues, en tanto no
haya una mejor distribución de la riqueza, no se podrá hablar de paz.
Esta situación debe movernos a tratar de lograr nuevas conquistas, pues la historia de los
derechos humanos es la historia de una evolución que se ha ido produciendo con cada uno de
los logros alcanzados. Este hiato entre la situación ideal y una realidad alicorta nos invita seguir
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buscando. La conquista de todos los derechos ha supuesto un gran esfuerzo y lucha constante,
y esta tarea, siempre inacabada, está orientada a «lograr el mayor bienestar para el mayor
número» de seres humanos.
No es que los gobiernos los crearan o los decretaran, sencillamente los reconocieron, y, en
consecuencia, se les instaba a tenerlos en cuenta en sus propias legislaciones. Lo importante
era reconocer que, con independencia de la ideología, se estaba de acuerdo en esos derechos.
Esa moral natural arranca de nuestra común condición, de las necesidades humanas y de los
bienes en los que hallan su cumplimiento. Esas prescripciones tienen carácter moral porque
salvaguardan la dignidad humana.
La internacionalización de los derechos humanos, lejos de ser una evolución natural, supone
una auténtica ruptura. Deberíamos estar bastante sorprendidos por el hecho de que los estados
hayan aceptado comprometerse a ello y asombrados de lo que se ha logrado hasta ahora, pues
los estados soberanos son los que han negociado y adoptado los textos, los que han ido tejiendo
un entramado de obligaciones cada vez más denso. Al comprometerse en la defensa de los
derechos humanos, los estados han admitido que las relaciones entre los poderes públicos y la
protección están reguladas por normas internacionales.
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Ello significa que, a pesar de que existan algunas voces discordantes, la invocación de los
derechos humanos no puede considerarse una injerencia en los asuntos internos de un estado.
Ante nuestros ojos, se está produciendo, lenta pero progresivamente, una transformación de las
estructuras y el propio concepto de las relaciones internacionales. Este progreso no impide que
se atente de forma inadmisible contra la dignidad de muchos hombres y mujeres. Si miramos
a nuestro alrededor, somos testigos de cómo a menudo, los derechos humanos son violados.
Pero estos, lejos de caer en el olvido, tienen una presencia extraordinaria. Constituyen una
aspiración irreprimible, y eso les ha conducido a ocupar un lugar privilegiado entre las
preocupaciones de los estados. No es posible ignorar los derechos humanos, ya que estos se
imponen como exigencia ética universal.
Se estimó que una paz fundada sólo en acuerdos políticos y económicos no podía ser duradera,
y que la paz debía tener su origen en la solidaridad y el fin de la incomprensión mutua, la
desconfianza y el recelo, que son las causas de las guerras. El propósito general de la UNESCO
es fundamentalmente ético, ya que se orienta a la defensa de los Derechos Humanos, la paz y
la cooperación. La Declaración de los Derechos Humanos proclama, por primera vez en la
historia, que los derechos individuales y la relación entre los gobiernos y los grupos de
individuos son una legitimación referida a la humanidad. Esta proclamación está basada en el
concepto de la existencia de derechos universales que debieran ser reconocidos y defendidos
por la comunidad mundial.
Desde la proclamación de los Derechos Humanos, hemos visto aparecer nuevas necesidades, y
nuevas amenazas y restricciones de las libertades que deben ser tenidas en cuenta. Los derechos
humanos, en su pretensión de alcanzar un horizonte de nuevas conquistas, han de hacer frente
a nuevos desafíos.
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Conviene subrayar que los derechos de la ciudadanía han sido siempre, a lo largo de la historia,
una conquista, el resultado de una lucha constante contra la jerarquía en su tradicional forma
feudal, y contra la injusticia social y la desigualdad, que, muchas veces, tenía su origen en las
propias instituciones estatales. Los derechos se han ido consiguiendo poco a poco, se ha
luchado por ellos y, una vez logrados, han de ser protegidos. En la raíz de estos procesos, se
halla el delicado equilibrio entre las fuerzas políticas y sociales.
PRIMERA GENERACIÓN
La primera generación de Derechos Humanos tiene su fundamento en la libertad y está
constituida por aquellos que nacen con una impronta individualista, como libertades
individuales y la defensa de éstas ante los poderes públicos. Los derechos políticos y civiles
hacen referencia a la «civis». En este sentido, podrían hacer mención a los derechos del
ciudadano. No obstante, desde el punto de vista etimológico, es muy difícil precisar el sentido
de los derechos civiles, dada la polisemia del término.
Las sucesivas declaraciones han reflejado fluctuaciones en la forma de concebir tanto el ser
humano, como la sociedad, y se pasado de un enfoque fundamentalmente individualista a otro
de carácter más social. El primer enfoque refleja mejor la mentalidad liberal de exaltación del
individuo y se traduce en las llamadas libertades individuales o derechos civiles.
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Estos derechos se caracterizan porque:
- Imponen un deber de abstención a los estados. Por ejemplo, respetar la libertad de
expresión, es decir, no impedirla
- El titular de estos derechos es todo ser humano en general y, en el caso de los derechos
políticos, todo ciudadano.
- Pueden ser reclamados en todo momento y lugar.
SEGUNDA GENERACIÓN
La segunda generación de Derechos Humanos tiene su fundamento en la igualdad y en ella se
incluyen los Derechos Económicos, Sociales y Culturales. La observación de los derechos
civiles no fue suficiente para garantizar una convivencia pacífica y en la que imperase la
justicia, si bien su consecución supuso un paso importante en la conquista de otros derechos.
Las reivindicaciones –a lo largo del siglo XIX y la primera parte del XX– tanto del movimiento
obrero, como de otros colectivos discriminados consiguieron que el estado tomara una postura
más proclive al restablecimiento de la igualdad. Éste fue el origen de los derechos de la segunda
generación: los derechos económicos, sociales y culturales. Tras un largo proceso a lo largo
del cual se sucedieron las reivindicaciones, el estado liberal de derecho se fue transformando
en estado social de derecho. Ahora corresponde a los poderes públicos el facilitar el acceso
efectivo de todos los ciudadanos a los bienes económicos, sociales y culturales. De este modo,
los individuos esperan de la sociedad la atención y las ayudas que precisen para ejercer esos
derechos, y, al mismo tiempo, la sociedad está obligada moralmente a buscar los cauces y
recursos necesarios para que los ciudadanos puedan hacerlo. Esto implica que los ciudadanos
tienen también determinados deberes con la sociedad ala que pertenecen, y que deben
cumplirlos con el fin de que los recursos dedicados a la atención de sus miembros se extiendan
al mayor número posible de estos. Al aceptar los derechos de la segunda generación, el estado
se obliga a proveer los medios materiales para la realización de los servicios públicos.
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Dentro de este grupo, se pueden enumerar:
- El derecho al trabajo.
- El derecho a percibir un salario decoroso como medio para subsistir a las necesidades
individuales y familiares.
- El derecho a la realización humana en el trabajo.
- Toda persona tiene derecho a formar sindicatos para la defensa de sus intereses.
- Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su
familia, la salud, la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los
servicios sociales necesarios.
- Toda persona tiene derecho a la salud física y mental.
- La maternidad y la infancia tienen derechos a cuidados y asistencia especiales.
- Toda persona tiene derecho a la educación en sus diversas modalidades.
- La educación primaria será gratuita.
- Los padres tienen derecho a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos.
TERCERA GENERACIÓN
La tercera generación de Derechos Humanos tiene su fundamento en la solidaridad. A estos
derechos se les denomina Derechos de los Pueblos o Derechos de Solidaridad, si bien se hallan
todavía poco definidos.
La estrategia reivindicativa de los derechos de la tercera generación se polariza actualmente en
torno a temas como el derecho a la paz, a la calidad de vida (que incluye el derecho al medio
ambiente) y a la libertad informática, que constituye una respuesta a lo que se ha dado en llamar
la contaminación de las libertades. Estos derechos hacen referencia a tres tipos de bienes que
podemos englobar en:
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- Requieren para su cumplimiento de prestaciones positivas por parte tanto del Estado,
como de la Comunidad Internacional.
- Estos derechos se involucran en el concepto de paz en su sentido más amplio. Por ello,
con frecuencia, se asocian los derechos de la tercera generación y el derecho a la paz.
En los últimos años, la paz ha adquirido un protagonismo fundamental entre las necesidades
insatisfechas de los pueblos, pues la paz –como ya indicó la UNESCO (1996, p. 1)– «debe
basarse en la solidaridad intelectual y moral de la humanidad». Hoy, los derechos deben
plantearse desde la perspectiva de la paz, el desarme y el desarrollo de una solidaridad humana
que permita vivir dignamente a todos los pueblos. Derechos humanos y paz se presentan
estrechamente vinculados. El derecho a la paz es un derecho «síntesis» de otros, es una
condición previa al ejercicio de todos los derechos. Sin paz, los demás derechos resultan vanos
y se vacían de contenido. Todo ello, a pesar de que el referido derecho a la paz es, en la política
internacional, una idea relativamente reciente.
Como señala Mayor Zaragoza, el derecho a la paz es un derecho fundamental que la comunidad
internacional debería reconocer –tal y como ya ha hecho con el derecho al desarrollo. Sin paz,
todos los derechos son letra muerta. Por otro lado, las condiciones del medio ambiente están
cobrando una importancia creciente en la existencia humana y su influencia en la vida de las
generaciones actuales y futuras justifica su inclusión en el estatuto de los derechos
fundamentales de la calidad de vida. El derecho a la paz, el derecho a la calidad de vida y el
derecho al desarrollo están íntimamente ligados y son, además, complementarios.
Los derechos de la tercera generación tienen una nueva fundamentación. Los de la primera
generación buscaban la libertad, los de la segunda la igualdad y los de la tercera
tienen como principal valor de referencia la solidaridad.
Los derechos de la tercera generación o derechos de los pueblos son, según Magendzo (1993,
p. 150):
- Derecho a la autodeterminación.
- Derecho a la independencia económica y política.
- Derecho a la identidad nacional y cultural.
- Derecho a la paz.
- Derecho a la coexistencia pacífica, el entendimiento y la confianza.
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- Derecho a la cooperación internacional y regional.
- Derecho al desarrollo.
- Derecho a la justicia social internacional.
- Derecho al uso de los avances de las ciencias y las tecnologías.
- Derecho a la solución de los problemas alimenticios, demográficos, educativos y
ecológicos.
- Derecho al medio ambiente.
- Derecho al patrimonio común de la humanidad.
- Derecho a un medio de calidad, que permita una vida digna.
A estos derechos podríamos añadir otros que están surgiendo con fuerza en la sociedad actual,
entre los que se pueden mencionar los vinculados con los nuevos modos de comunicación a
través de la red, la protección de la intimidad de personajes públicos, los
derechos de los excluidos, etc. En cualquier caso, los nuevos derechos humanos se caracterizan
por su incidencia universal en la vida de las personas y exigen una comunidad de esfuerzos y
responsabilidades a escala planetaria.
El mismo Pérez Luño manifiesta que hoy: El individuo y las colectividades resultan
insuficientes para responder a unas agresiones que, por afectar a toda la humanidad, sólo
pueden ser contrarrestadas a través de derechos, cuya titularidad corresponde solidaria y
universalmente a todos los hombres (2004, p. 10).
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de los individuos y de los pueblos que constituye una garantía para la supervivencia de toda
cultura y civilización humana.
3.1.4 Peligros
Algunos pensarán que hablar de democracia y derechos humanos es una tautología. A menudo,
se tiende a pensar que si en una democracia los derechos humanos estuvieran en peligro, la
razón no sería otra que la desnaturalización, la perversión de esa democracia. En una verdadera
democracia, los derechos humanos no pueden estar expuestos a ningún riesgo. Sin embargo, el
peligro no sólo viene de las dictaduras, sino que, en las apacibles sociedades democráticas,
pueden existir peligros más sutiles.
Es difícil darse cuenta de todas las violaciones que se comenten contra los derechos humanos
en nuestras democracias. La mayoría de las veces se producen de forma silenciosa y pasan
desapercibidas. Estas violaciones suelen afectar a los que viven al margen de nuestras ciudades
o, simplemente, a los que son diferentes. Esta situación se manifiestan en fenómenos como el
racismo, la xenofobia, etc. Por ello, como ciudadanos, debemos estar especialmente atentos a
la vulneración de estos derechos. En una democracia, la cuestión de los derechos humanos no
se plantea necesariamente en términos de lucha o resistencia al poder público, tal y como ocurre
en una dictadura, sino en términos de vigilancia y de prevención.
Tras el desencanto de estos años, no nos queda casi nada. Los sistemas religiosos y morales
que en otras épocas servían para ordenar y estructurar la sociedad han quedado circunscritos,
en la actualidad, a la esfera privada, ya que se ha producido una privatización de la religión. El
espacio público se ha convertido en algo completamente neutral. En este sentido, se ha
producido –como señala Medina (2000, p. 33)– un relevo generacional de las ideologías a nivel
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político y sociológico en lo que atañe a la configuración de las sociedades. Ya que las religiones
y las cosmovisiones no son compartidas por todos, para derivar de ellas los criterios o las
normas morales, se recurre a un elemento común (la razón moral) que asume la tarea de
fundamentar unas normas morales comunes a todos, capaces de servir de marco orientador para
el establecimiento de la norma positiva y educativa de los diferentes estados.
Como señala Camps: El culto de nuestro tiempo es el de los Derechos Humanos. Producto de
la secularización de la cultura, ocupan el lugar que en tiempos tuvo la religión; el lugar de los
mandamientos y deberes morales inspirados en la revelación divina, etc. La educación ha ido
sustituyendo la formación religiosa por una formación ética cuyo horizonte lo constituyen los
derechos fundamentales (Camps, 2003, p.134). No hay ética sin memoria, sin visión global.
No se debe olvidar que nuestra libertad ha costado muchas vidas. El futuro que anhelamos no
será posible si nos limitamos a aferrarnos a aquello de lo que estamos seguro, hemos de
buscarlo en la creación de ideales que permitan construir una sociedad mejor y en la defensa
aultranza de los mismos.
Los derechos humanos son derechos, en cuanto tienen que ver con la justicia (dar lo justo, lo
propio, ni más ni menos) (López Calera, 2000, p. 171). Un derecho humano es, pues, algo que
el hombre determina a partir de aspectos y dimensiones de la realidad humana que valora
especialmente y que considera propio del hombre y sólo de él, y por lo que se siente
comprometido; sea a respetarlo, sea a ayudar a su realización... los derechos humanos son un
veredicto del hombre sobre el hombre, un veredicto transido de valoración positiva sobre sí
mismo (Cobo, 1993, p. 144).
Se consideran derechos aquellos bienes que constituyen una verdadera propiedad del ser
humano y le corresponden en cuanto tal. De este modo, se vincula el derecho- necesidad con
la obligación de respetar la carencia y de reconocer, en definitiva, que algo se le debe a alguien
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como propio, es decir, le pertenece. Se trata, en definitiva, del reconocimiento tanto de los
derechos que se tienen, como de la obligación de respetarlos y velar por su cumplimiento.
Los derechos humanos y las libertades fundamentales nos permiten desarrollar nuestras
cualidades, nuestra inteligencia, nuestro talento y nuestra conciencia, y satisfacer nuestras
variadas necesidades, entre ellas, las espirituales. Se basan en la creciente exigencia de la
humanidad de que la dignidad y el valor inherentes a cada ser humano sean respetados y
protegidos.
Concebimos a la educación social como una prestación educativa, al servicio del cumplimiento
de los valores fundamentales de un Estado de Derecho: igualdad de todos los ciudadanos,
máximas cuotas de justicia social y el pleno desarrollo de la conciencia democrática. Por ello,
consideramos que la educación es un derecho de la ciudadanía porque así lo avalan los marcos
jurídicos internacionales, nacionales y autonómicos.
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habrá de ser generalizada; el acceso a los estudios superiores, será igual para
todos, en función de los méritos respectivos.
2. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y
el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades
fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas
las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo
de las actividades de Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz.»
3.2.1 La profesión
Proceso de búsqueda y mejora que algunas ocupaciones en un contexto geográfico
determinado, bajo condicionantes sociales, culturales, políticos y económicos específicos,
recorren para cualificarse cuantitativa y cualitativamente, dotándose de recursos que indicarían
el grado de estabilización. Siguiendo a Riera (1998), algunos de estos serían:
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- La existencia de una normativa interna para el grupo profesional que permite el
autocontrol de sus miembros por parte del colectivo profesional (colegios
profesionales).
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la Pedagogía Social y de la Educación Social. La primera como una ciencia teórico-práctica
(praxiológica) de los fenómenos socioeducativos, y la segunda como una práctica profesional
que se compromete y actúa en-con ellos. Es cierto que, en el pasado, “académicos” y
“prácticos” hemos podido caminar por separado y con una relativa independencia y, quizá,
también lo sea, que podríamos seguir así durante los próximos años. La cuestión a plantearnos
reside en cómo deseamos continuar y en todo caso, qué podemos perder o ganar con ello ambos
colectivos. O mejor aún: de qué podrá servir su acercamiento o alejamiento para mejorar la
educación y la sociedad, a la que unos y otros nos debemos.
Estas son algunas reflexiones, históricas y de futuro que, desde nuestro punto de vista, justifican
y avalan la apuesta por construir un camino compartido, que nos haga crecer no sólo en la
acción intervención socioeducativa, sino también como un campo de investigación disciplinar
y profesional donde lo científico-académico y lo laboral importan mucho, pero no lo son todo.
Lo que no admite dudas es que la Pedagogía Social y la Educación Social están integradas por
dos colectivos que compartimos el apellido “social”. Aunque con sustantivos distintos,
“Pedagogía” y “Educación”, es del todo evidente que somos una familia con parientes muy
cercanos, por abundar en la idea que Trilla (1996) utilizó para referirse al “aire de familia” de
los diferentes ámbitos, especialidades y metodologías de la Pedagogía-Educación Social.
Ambos colectivos formamos parte de un campo único, que la Historia ha hecho y continúa
haciendo confluir a través de, al menos, cuatro elementos claramente interrelacionados: la
institucionalización, la formación, la “normalización” y la investigación.
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reconociera la profesión. Una tarea en la que, junto con un amplio elenco de “académicos” y
“profesionales”, desempeñaría un rol especialmente activo Juan Carlos Mato favoreciendo,
desde las responsabilidades institucionales y políticas que desempeñaba en el Ministerio de
Asuntos Sociales, la mediación entre ambos colectivos.
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en una acción socioeducativa. Por ello no tiene sentido hablar, estrictamente, de teóricos y
prácticos de la educación social.Ambos se nutren recíproca y continuamente de lo que nace en
la teoría y de lo que emerge de la práctica. La primera sin la segunda se torna especulación
vacía e inútil. La segunda sin la primera se convierte en acción cerrada, rutinaria y carente de
vida. Separadas la teoría y la práctica de la Pedagogía y la Educación Social se mueven en el
ámbito de los solipsismos: el de la teoría y el de la práctica; esto es, una cierta forma, a veces
radical, de subjetivismo según el cual sólo existe o sólo puede ser conocido lo que cada una de
ellas es o representa.
En los últimos años, el aspecto personal ha ido ganando protagonismo en la vida profesional
en general. Actualmente, las competencias personales como el compromiso, la motivación, las
actitudes y el espíritu, están mucho más solicitadas por los gestores y por los usuarios, que unos
años atrás. Aún así, para el educador o educadora social que trabaja con personas, la cuestión
del compromiso personal en el trabajo tiene otra dimensión: la relación personal con el niño,
adolescente y/o adulto a la que se añade una visión humana de la educación, una trayectoria
personal, la moral y la ética.
El aspecto personal de la profesión consiste en trabajar con rigor las relaciones con el usuario.
Este es el instrumento que crea el vínculo con el niño, adolescente y/o adulto, la
sensibilidad de este contacto, su interpretación, su proceso y su modificación. Es este contacto
el que deja huella y que hace que el educador o educadora que, de entrada, no tiene nada que
ver con el niño, adolescente y/o adulto, sea capaz de intervenir en la vida de otra persona. Sin
embargo, esta relación no es simétrica. El educador o educadora social debe ser capaz de
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relacionarse personalmente y profesionalmente con cualquier niño, adolescente, o adulto,
mientras que el usuario no está obligado a relacionarse con el educador o educadora. Esta
relación puede convertirse en destructiva si no se gestiona
de manera constructiva. Para ello, las educadoras y los educadores deben ser conscientes de su
visión fundamental del ser humano y de sus propias normas y valores.
La mayoría del trabajo educativo -a todos los niveles- se lleva a cabo en equipos
multidisciplinarios o en grupo, lo que implica que las educadoras y los educadores han de ser
capaces de colaborar y participar en un trabajo en equipo. Además, las competencias sociales
y comunicativas abarcan la capacidad de actuar en los ámbitos en los cuales no siempre habrá
armonía ni acuerdo en cuanto a objetivos, medios y métodos, tanto en relación con los colegas,
como con los niños/usuarios, padres, familiares, autoridades sociales o sistema político.
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En cuanto a los padres, familiares y, por descontado, en cuanto al usuario, el educador o
educadora debe poseer competencias de comunicación teóricas, prácticas y metodológicas para
poder intercambiar mensajes y puntos de vista con ayuda de sus códigos sociales, de su lenguaje
y de sus antecedentes, principalmente en caso de conversaciones difíciles.
Como último punto, pero no menos importante, el educador o educadora debe poder aconsejar
y guiar a los padres y familiares. Por tanto, el educador o educadora debería tener un rol especial
como counseller (aconsejador) y reconocer la relación de poder de este rol, lo que requiere
competencias comunicativas y el conocimiento y el dominio de técnicas counseling (técnicas
para aconsejar).
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- Ser capaz de analizar los problemas y situaciones complejas en función de la
experiencia y de sus conocimientos sobre diferentes problemas relacionados con la
psicología y la sociología.
- Ser capaz de guiar y aconsejar, incluyendo el conocimiento sobre el uso de varias
técnicas de counselling.
Las competencias organizativas del educador o educadora social tienen que ver con la
administración, la gestión y el desarrollo del puesto de trabajo socioeducativo y con su
funcionamiento planeado y sistematizado. El educador o educadora social debe poder
planificar y realizar actividades y procesos socioeducativos, así como documentarlos y
evaluarlos desde un punto de vista, una finalidad y unos métodos socioeducativos.
Para ello, en un marco general, el educador o educadora social debe, solo o en grupo, ser
capaz de:
- Definir objetivos para planificar, estructurar y sistematizar el total de la práctica
educativa de la institución y el trabajo socioeducativo, incluyendo el marco educativo
físico y psicológico
- Definir objetivos, planificar, iniciar, estructurar, implementar, coordinar y evaluar
tareas de mayor o menor importancia de las actividades socioeducativas, de los
procesos, de los programas y de los proyectos de desarrollo orientados a individuos y a
grupos.
- Asumir la responsabilidad de sus propias acciones y decisiones y ser capaz de
justificarlas en función de la experiencia y la profesionalidad.
- Adaptar y llevar a cabo el counselling personal y colectivo, orientar a los padres,
familiares, colegas y a otros grupos profesionales.
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El usuario (niño/adolescente/adulto) y sus necesidades son la esencia del trabajo
socioeducativo y por tanto de las competencias de las educadoras y los educadores sociales.
Aún así, el trabajo socioeducativo también implica, y cada vez más, tareas administrativas y
participación en reuniones. Así pues, las educadoras y los educadores sociales también deben
conocer las tareas administrativas que comporta cualquier trabajo socioeducativo, como por
ejemplo tecnología de la información, documentación, evaluación, gestión de reuniones con
colegas, padres, familiares y otros grupos profesionales.
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- Poseer conocimientos relativos a la administración pública y privada y, basándose en
su experiencia, ser capaz de trabajar y conocer los sistemas de toma de decisiones y de
jerarquía de las mismas.
- Conocer y comprender los sistemas de organización y de administración y su gestión,
y ser capaz de dar respuesta a presentes y futuras demandas de empresas públicas y
privadas relativas a la documentación, a la evaluación y a la garantía de calidad.
- Poseer conocimientos de sistemas pertinentes de evaluación y de documentación del
trabajo socioeducativo.
- Conocer perfectamente y poder participar, como profesionales autorizados, en la
creación del diálogo y la negociación de decisiones con las autoridades locales que
constituyen el marco del trabajo socioeducativo; por ejemplo en políticas sobre
infancia, juventud, adultos, mercado laboral, familia, etc.
- Tener capacidad para actuar con relación al hecho de que la educación social – en tanto
que actividad esencialmente pública- también ofrece un gran interés y atención por
parte de la opinión pública. Así el educador o educadora social debe tomar parte en el
actual debate social sobre el trabajo socioeducativo y su impacto en la comunidad.
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Actualmente la educación social está desarrollando y construyendo su propio sistema
independiente de conceptos, aunque no está completamente enmarcada en una teoría única. El
trabajo que se está realizando busca elementos normativos y descriptivos de nuestra práctica
profesional combinados con elementos de la pedagogía, la psicología, la sociología, la
antropología, la filosofía, etc. La práctica de las educadoras y los educadores sociales implica,
pues, habilidad socioeducativa y profesionalidad, así como
conocimientos teóricos y prácticos, métodos e instrumentos.
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3.4.6.3. Competencias culturales
La profesionalidad de las educadoras y los educadores sociales incluye también competencias
culturales, es decir, conocimientos sobre la comprensión y la inclusión de puntos de vista de
diferentes culturas y valores culturales. Las educadoras y los educadores sociales deben ser
capaces de utilizar sus competencias culturales con los niños, adolescentes y adultos para
descubrir y comprender sus valores y para contribuir al desarrollo de las competencias
culturales de comunicación de valores sociales y culturales de las personas.
Así pues, las competencias culturales del educador o educadora social tienen muchas
dimensiones:
- Una relación fructífera con el usuario depende del hecho de que el educador o
educadora social sepa y asuma que los valores culturales ayudan al usuario a establecer
el marco de aproximación a los demás, y también influyen en el usuario en la manera
de relacionarse y de comportarse en la comunidad.
- El educador o educadora social sabe cómo adquirir conocimientos sobre las diferentes
culturas y sus valores y cómo comprenderlas.
- El educador o educadora social debe ser capaz de establecer relaciones con la
institución en que se desarrolla la práctica socioeducativa para poder transmitir estas
competencias al niño, adolescente y/o adulto, como parte del desarrollo socioeducativo
y de las tareas de dominio de su propia vida.
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