El Federalismo Mexicano
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El federalismo mexicano:
Una ficción política
I. Breves antecedentes
L
a idea federal aparece una vez que concluye el movimiento de
independencia de 1810. Allí empezó a incubar un sentimiento
republicano que va a orientar a las fuerzas políticas, hacia la
construcción de un gobierno con un fuerte aroma federalista.
El federalismo hinca sus raíces por vez primera en territorio mexi-
cano en 1824. El 4 de octubre de ese año se expide una Constitución
de corte federal, con marcada influencia norteamericana. El artículo
4 de ese ordenamiento, señalaba que la nación mexicana adoptaba
para su gobierno la forma de república representativa popular fede-
ral. Otro precepto precisaba las partes (los Estados) que integraban
a la Federación, y uno más, el artículo 6, dividía al poder para su
ejercicio en Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
Con este instrumento constitucional el Congreso Constituyente,
reunido para tal efecto, pretendió sentar las bases tendentes a impe-
dir que tanto fuerzas internas como factores externos, provocaran
desajustes a la ya de por sí inestabilidad política que en ese momento
imperaba, debido al surgimiento de dos corrientes de pensamiento
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1
Cfr. Ochoa Campos, Moisés, La Revolución Mexicana. Sus causas políticas. México,
Biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana,
1970, p. 173.
2
Cfr. Cumberland, Charles, La Revolución Mexicana. Los años constitucionalistas,
trad. de Héctor Aguilar Camín, México, fce, 1975, p. 15.
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Cfr. Armenta López, Leonel Alejandro, La forma federal de Estado, México, Institu-
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4
Cfr. Lujambio, Alonso, “Adios a la excepcionalidad Régimen Presidencial y Go-
bierno dividido en México”, vv. a.a., Estrategias y propuestas para la reforma del Estado,
México, unam, 2002, p. 209.
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La lista puede seguir, pero basta con estos ejemplos para decir que
todo ello ha hecho que nuestro federalismo sea en la realidad un fe-
deralismo ficticio, ya que la conjunción de elementos que posibilitan
la existencia de un genuino Estado federalista, sólo se comprende si
a esos elementos se les vincula con el desarrollo democrático de la
nación, y no con la multiplicidad de factores que desvirtúan la arti-
culación y la ordenación de los componentes integradores, así como,
las reglas a las que el propio federalismo se debe sujetar.
El texto constitucional da cuenta de que la organización del po-
der político en México es de índole federal, pero la distribución de
competencias, que debería armonizar el equilibrio entre los compo-
nentes del Estado federal, ha sido diseñada para favorecer siempre
al gobierno central dando como resultado que más bien parezca un
estado unitario y no uno federal. No sólo eso, sino que en la práctica
la ausencia de procedimientos eficaces que delimiten la jurisdicción
de los niveles competenciales, hacen que el substratum del Estado fe-
deral propiamente no exista.
A contrario sensu, la proliferación de mecanismos centralizadores
ha provocado que el fiel de la balanza de las decisiones políticas se
incline siempre del lado del poder central, sin que la voz de las enti-
dades federativas sea digna de tomarse en cuenta, en la mayoría de
las veces. Este desapego que el gobierno federal tiene con respecto a
la participación de las entidades estatales en asuntos inherentes a la
nación, convierten al sistema federal en una organización acusada-
mente disfuncional.
Existen varias razones para afirmar que el federalismo mexicano
es, en la realidad, un centralismo, entre ellas, destacan, por ejemplo,
el hecho de que las entidades estatales no puedan llevar a cabo, con
eficacia, sus programas estatales sin la ayuda del centro y hacer valer
su autonomía, de tal modo que se les pudiera considerar como unos
verdaderos centros de decisión política. También está la supremacía
de los poderes federales que, arrogándose un ventajoso número de
atribuciones, se han constituido, desde luego según ellos, en los re-
presentantes de todo el orden nacional.5 Lo más grave es que esta
actitud, ha traído como consecuencia que muchos funcionarios fede-
rales vean a los de los Estados como simples subordinados.
5
Cfr. Concha Cantú, Hugo A., “Federalismo: Diseño y funcionalidad”, vv. a.a, Es-
trategias…, op. cit., p. 94.
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6
Ibidem.
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7
Cfr. el estudio de Jiménez de Azúa, Luis, La Constitución de la democracia española
y el problema regional. Buenos Aires, Losada, 1946, pp. 86 y ss. También es interesante
consultar: González Casanova, José Antonio, Federalismo y autonomía. Cataluña y el Esta-
do español (1868-1938), trad. cast. de Mercedes Fernández, Barcelona, Editorial Crítica,
1979.
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8
Cfr. Kelsen, Hans, Compendio de Teoría General del Estado, trad. de Luis Recaséns
Siches y Justino de Azcárate, 2ª. ed., México, Editora nacional, 1974, pp. 180-182.
9
Cfr. Burgoa, Ignacio, Derecho Constitucional Mexicano, 6ª. ed. México, Editorial Po-
rrúa, S.A., 1985. p.865.
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V. Prospectiva
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