Riviere, A. (2002) - El Análisis Experimental de La Conducta y El Conductismo Radical Como Filosofía

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El análisis experimental de la
conducta y el conductismo
radical como
Ángel Riviére

En el proceso de condicionamiento operante se modifica la probabili­


dad de las respuestas en función de las contingencias de refuerzo: cuando
la respuesta tiene como consecuencia un refuerzo positivo, su probabili­
dad aumenta; si se castiga o refuerza negativamente, disminuye. El estu­
dio de las relaciones funcionales entre los programas de refuerzo y las tasas
de respuesta se debe, sobre todo, a B.F. Skinner, uno de los creadores más
fecundos, polémicos e influyentes de la psicología norteamericana de los
últimos cuarenta años.
Pero parece como si el propio Skinner, con su conducta, refutase esta
ley fundamental del condicionamiento operante, porque, si pensamos, con
Watson, que el “escribir libros” constituye una clase de respuestas, y con­
sideramos una subclase de ellas el “escribir libros metaempíricos” , enton­
ces tendremos que convenir en cuán extraño resulta que, en virtud del cita­
do principio, no haya disminuido hasta cero la probabilidad de que Skinner
emita tales respuestas. Sin duda han sido duramente castigadas, rodeadas
de las contingencias más aversivas: los libros metaempíricos de Skinner
Walden dos o Más allá de la libertad y de la dignidad (y hasta otros más
empíricos, como Verbal Behavior) han provocado la réplica indignada de

1 Este texto fue publicado originalmente en la revista Investigación y Ciencia, en abril de


1977, págs. 114-118, llevando como subtítulo “ Comentarios al libro Sobre el Conduc­
tismo de B.E Skinner” (trad, de Fernando Barrera. Editorial Fontanella, Barcelona, 1975).
Reproducido con autorización.
2 El análisis experimental de la conducta y el conductismo...

parte de la comunidad científica y algunas de las polémicas más sonadas


y agrias de la historia reciente de las ciencias del comportamiento (ejem­
plo paradigmático es la recensión que hizo Chomsky, en 1959, de Verbal
Behavior). Pero las contingencias aversivas no han producido la extinción,
en el silencio, de la conducta del autor.
La aportación empírica de Skinner al estudio del aprendizaje es indiscu­
tible. El carácter polémico de su obra se debe, más que a cualquier otra
cosa, a una peculiar visión de lo que es y debe ser la ciencia, el hombre y la
sociedad, a una “ filosofía de la ciencia” que se bosqueja, a grandes pince­
ladas, en Sobre el conductismo. La obra merece, sin duda, un análisis deta­
llado: en I se resumen brevemente los aspectos esenciales del contenido del
libro, en II y III se examinan críticamente sus proposiciones básicas.

I
Ante todo, Skinner comienza por deshacer un malentendido: “el con­
ductismo —dice— no es la ciencia del comportamiento humano. Es la filo­
sofía de esa ciencia” . Y nos propone una versión muy definida de esa filo­
sofía, el denominado “ conductismo radical” , advirtiendo honestamente
que “ el lector debe saber que no todos los conductistas estarán de acuer­
do con lo que... diga” , y que su postura es “reconocidamente una versión
personal” .
A diferencia de otras versiones del conductismo, como el llamado “con­
ductismo metodológico” , el conductismo radical no niega la posibilidad
de la autoobservación o el autoconocimiento, “no decapita el organismo
de esa manera” , aunque mantiene sus reservas con respecto a la validez
científica de la introspección. La razón de las reservas reside en los graves
problemas metodológicos que presenta la observación introspectiva, pues
la comunidad carece de la información necesaria para enseñar al indivi­
duo a discriminar los estados de su propio cuerpo, que son los referentes
a la introspección.
Sin embargo, no es la falta de fiabilidad de la introspección el factor
fundamental que exige eliminar sus referentes al explicar la conducta, sino
el hecho de que tales referentes no son las auténticas causas del compor­
tamiento, aunque lo parezcan de un modo inmediato. Así, los sentimien­
tos, por ejemplo, “ son simplemente productos colaterales de las condi­
ciones responsables del comportamiento” y “el cambio en los sentimientos
y el cambio en el comportamiento tienen una causa común” . La causa
común es el conjunto de contingencias de supervivencia y de refuerzo a
que están expuestos los organismos. Por ello, puede abandonarse el segun­
do eslabón (Ciencia y conducta humana) de la cadena causal “ ambiente-
condición interna-conducta” . Dado que “nuestro conocimiento creciente
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del control ejercido por el ambiente hace posible examinar el efecto de lo


que hay «bajo la piel», también hace posible la comprensión de una amplia
gama de expresiones mentalistas” .
En esta interpretación o “traducción a comportamiento” de los enun­
ciados mentales reside, creemos, el núcleo fundamental del conductismo
radical y la finalidad primaria del libro de Skinner, la mayor parte del cual
se dedica a recoger los resultados de la disección del afilado bisturí del
conductista radical sobre los términos mentales: de ellos, alguno —el de
instinto— puede reducirse a las contingencias de supervivencia que pro­
dujeron la evolución de las especies, otros pueden verterse al lenguaje del
condicionamiento “respóndeme” —condicionamiento clásico de Pavlov—,
pues “ el reflejo condicionado es un principio simple, de alcance limitado,
mas para explicarlo se han inventado muchos estados y actividades inter­
nas” ; los más son susceptibles de traducción al limitado vocabulario del
condicionamiento operante.
Como resultado de esta traducción, “ el conductismo pide el cambio
probablemente más drástico jamás planteado en nuestro modo de pensar
acerca del hombre” : reconocer que nuestros quereres, necesidades, dese­
os y anhelos no son más que “ términos mentalistas (que) se refieren a las
condiciones que afectan, tanto a la susceptibilidad de refuerzo, como a la
fortaleza del comportamiento ya reforzado” ; ver cómo la voluntad libre
se volatiliza, pues “la condición crítica para el ejercicio del libre albedrío
es el refuerzo positivo” , con lo cual “ la persona no es un agente genera­
dor, es un locus, un punto en el cual confluyen muchas condiciones gené­
ticas y ambientales en un efecto común”; suponer que, de la personalidad,
sólo queda “en el mejor de los casos... un repertorio de condicionamientos
proporcionado por un repertorio organizado de contingencias” (pág. 140);
asimilar que los procesos “mentales superiores” de percepción, pensa­
miento y lenguaje, deben, también, “ sacarse del interior” , reducirse a las
contingencias ambientales que la sociedad dispone para el individuo.
En definitiva, el análisis “ operante” de los términos fundamentales del
arsenal mentalista permite reconocer, junto con lá importancia del con­
trol ambiental, la inutilidad de las causas internas. La supervivencia de la
cultura y del hombre nos exige que sustituyamos nuestros vagos concep­
tos mentalistas, como “ libertad” , “ moralidad” , “ dignidad” , por un con­
trol racional del medio: hay que pasar de la difusa “concienciación” men­
talista a la precisa “contingentación” conductista.

II
Este bosquejo telegráfico sirve para poner de manifiesto la amplitud de
temas e intereses que abarca la filosofía de la ciencia de Skinner. En rea-
4 El análisis experimental de la conducta y el conductismo...

lidad, deberíamos hablar no ya de una concepción de la ciencia, sino-tam­


bién del hombre y de la sociedad, indisolublemente mezclada con ella y
que se encuentra esparcida en gran parte de una obra (por ejemplo, en
Skinner: The Behavior o f Organism; Cumulative Record o Behaviorism
at fifty) a la que tendrá que acudir todo aquel que quiera esclarecer los no
pocos puntos oscuros y confusos que aparecen en Sobre el conductismo.
Pero en estas páginas nos fijaremos, sobre todo, en los aspectos más direc­
tamente relacionados con la filosofía de la ciencia propiamente dicha, y
ello por tres razones: porque es el tema explícito del libro; porque ha sido
uno de los menos analizados; y porque constituye —como veremos— la
raíz de la especulación acerca del hombre, de la sociedad y de sus males
y remedios.
Desde este punto de vista el conductismo radical se define por varias
prescripciones metodológicas y por un postulado epistemológico funda­
mental. Estos dos aspectos son, como veremos, totalmente interdepen­
dientes. En el primero de ellos, Skinner viene aconsejando a los psicólo­
gos ciertas precauciones metódicas desde la publicación de The Behavior
of Organism en 1938: la teoría psicológica debe ser objetiva, descriptiva
y positivista, formular inductivamente leyes cuantitativas, evitar la deduc­
ción formal, la fisiologización prematura, el empleo de hipótesis, las con­
cepciones de sentido común, etcétera.
En el segundo aspecto, el postulado epistemológico fundamental de
cualquier conductismo es la proposición de que existe necesariamente una
conexión lógica entre los predicados mentales y las descripciones del com­
portamiento (Fodor, Psychological Explanation). En el caso del conduc­
tismo radical, esa exigencia de conexión lógica se interpreta en el sentido
de que las adscripciones mentalistas deben ser definibles en términos de
predicados comportamentales o, parafraseando a Skinner de que “ algu­
nos (de esos términos mentales) pueden traducirse por comportamiento,
otros se pueden descartar como innecesarios o inútiles” . En este contex­
to, podemos hablar de la existencia de un “reduccionismo de contenido”
en la obra de Skinner, ya que, como señalábamos en (I), el núcleo del con­
ductismo radical consiste en la reducción fisicalista de los fenómenos men­
tales, bien que —a diferencia del Carnap de 1932—, Skinner proponga
una traducción ambiental “externa a la piel” , y no fisiológica.
El mecanismo fundamental de cualquier reduccionismo de contenido
es el empleo de supuestas relaciones analógicas entre el comportamiento
que se trata de explicar (por ejemplo, la solución de problemas) y el que
ya está explicado (por ejemplo, el condicionamiento operante). El resul­
tado es que determinados aspectos específicos o ciertas capacidades con­
cretas del sujeto se toman como dominio inicial de investigación y como
base suficiente para formular una explicación de todo el comportamien­
to; éste ha sido, como ha demostrado Rapaport, el origen de los grandes
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sistemas de psicología que se desarrollan entre las dos guerras mundiales


y, en este sentido, el conductismo radical constituye un resto de la etapa
de los macrosistemas.
¿Hasta qué punto es justa la acusación de reduccionismo contra Skinner?
Debemos oír, ante todo, la defensa del autor: “se ha dicho que la ciencia del
comportamiento deshumaniza al hombre porque es reduccionista, se dice
que maneja una clase de hechos como si fuera otra clase... Pero el conduc­
tismo no pasa de un sistema dimensional a otro. No reduce los sentimien­
tos a estados corporales; simplemente dice que lo que se siente son, y siem­
pre han sido, estados corporales. No reduce a comportamiento los procesos
de pensamiento, simplemente analiza el comportamiento que antes se expli­
caba con la invención de procesos de pensamiento. No reduce la moralidad
a ciertos rasgos de ambiente, simplemente insiste en que esos rasgos siem­
pre han sido los responsables del comportamiento moral” . Ciertamente, los
términos “reducir”, “reduccionista” y “reductivo” han adquirido un matiz
peyorativo en psicología; y si el conductismo nos demuestra que los senti­
mientos son estados corporales, no tendremos derecho a formular la acu­
sación de reduccionismo, sino el deber de reconocer que, por fin, se ha encon­
trado una explicación adecuada de tan complicados fenómenos.
Pero esto es desenfocar el problema, porque lo recusable no es, en abso­
luto, el reduccionismo de contenido, sino, más bien, el modo de llegar a
él, lo que podríamos llamar “reduccionismo de método” , mecanismo por
el cual las consideraciones de estrategia científica se trastocan en enun­
ciados causales, y éstos se convierten en juicios de valor social. Tomemos,
como ejemplo, la siguiente afirmación estremecedora. “Nadie camina fuera
de la corriente causal. Nadie interviene realmente. La humanidad ha crea­
do, lenta pero erráticamente^ ambientes en los cuales las personas se com­
portan más efectivamente y, sin duda, disfrutan de los sentimientos que
acompañan al comportamiento que ha tenido éxito. Este es un proceso
continuo” . Este enunciado que nos habla de un omnipotente ambiente
absoluto, espejo cóncavo del Espíritu de Hegel, tiene su origen —aunque
parezca mentira— en humildes consideraciones de estrategia científica:
que conviene analizar las relaciones entre las variables de entrada y las de
salida, reducir al mínimo o a la nada los términos teóricos, prescindir pro­
visionalmente de la teoría del aprendizaje, mantenerse en el nivel dimen­
sional de la conducta sin saltos de nivel...
Estas consideraciones se fundamentan, a su vez, en la concepción induc-
tivista y un tanto baconiana que tiene Skinner de, la ciencia: ciencia con­
cebida como conjunto de leyes inductivas a las que se llega por una obser­
vación tenaz de los hechos, con un máximo de paciencia y un mínimo de
imaginación.
Dejemos aparte el hecho de que la filosofía de la ciencia actual levan­
ta serias objeciones contra esta concepción inductivista (Hanson, Feyera-
6 El análisis experimental de la conducta y el conductismo...

bend, Popper y Lakatos). Lo que nos importa es la cauta astringencia que


impone a la construcción del sistema psicológico. En efecto, las exalta­
ciones de la imaginación deben embridarse cuando se trata de construir
un sistema que permita predecir y controlar las manifestaciones eferentes
de los organismos (pues es éste, y no otro, el objetivo final de la psicolo­
gía): el sistema debe ser fundamentalmente descriptivo y “positivista” , y
definir los conceptos en función de observaciones inmediatas, sin darles
propiedades locales o fisiológicas. Además, “ el énfasis en la descripción
positivista se refleja en un rechazo decidido de la teoría formal y del esta­
blecimiento explícito de postulados, axiomas o hipótesis” (Verplanck,
Modern Learning Theory). Deben evitarse, tanto las variables psicológi­
cas o físicas —pues la psicología debe mantenerse en su propio nivel de
discurso, como los conceptos originados en un sentido común herido de
viejas cicatrices animistas y dualistas.
Dice Verplanck que el sistema “es, en cierto sentido, nihilista. Propone
que se abandonen todos los modos tradicionales de pensar en psicología,
sean fenomenológicos, mentalistas o fisiológicos” . Ocurre que frente al
“interiorismo de esos modos tradicionales de pensar, la concepción «nihi­
lista» de Skinner nos propone una consideración exteriorista del objeto
de la psicología como si se tratase de una «caja negra»” .
Pero este nuevo cargo también nos exige oír la defensa del autor: “obvia­
mente —nos dice— el organismo no está vacío y no se le puede tratar ade­
cuadamente como una mera caja negra” . Ante tales protestas de inocen­
cia ¿cómo podemos decir que Skinner considera al organismo como una
caja negra? Lo decimos por definición. Porque, por definición, son teorí­
as de caja negra aquellas que “ se concentran en la conducta de los siste­
mas y particularmente en sus entradas y salidas observables” (Bunge,
Teoría y Realidad). Por lo tanto, decir de una teoría que es un “modelo
de caja negra” no es acusarla de nada, sino simplemente definir la actitud
del teórico cuando, por unas razones o por otras, prescinde de los esta­
dos internos del sistema que estudia y se limita a representar los pares de
entrada y de salida del sistema y establecer las relaciones funcionales que
se dan entre dichos pares.
Las teorías de caja negra han sido de gran utilidad en la historia de la
ciencia.
Estas teorías tienen muchas ventajas, como su generalidad, su carácter
global, su precisión, sencillez y seguridad. Pueden existir, por tanto, pode­
rosas razones estratégicas para prescindir de los estados internos del sis­
tema y limitarse a las variables externas.
En la conversión reductiva de los postulados metodológicos en enun­
ciados de causación reside la rueda central del engranaje de la construc­
ción teórica de Skinner, la que permite dar el salto del análisis experimental
del comportamiento al conductismo radical: en éste se niega la eficacia
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causal de variables intervinientes o constructos hipotéticos que se expul­


saron de aquel por razones de método. En una palabra, la aseveración de
que “ el análisis experimental va directamente a las causas antecedentes
del ambiente se transforma en la suposición de que el comportamiento de
una persona está determinado por sus historias genética y ambiental y no
por la persona misma como agente iniciador y creativo” . Lo que comen­
zó siendo una defensa estratégica de la necesidad de un modelo de caja
negra, termina por convertirse en un ambientalismo extremo.
Esta reducción se hace, además, en aras de un causalismo extremo que
no está justiticado ni por el modesto concepto de “relación funcional” de
que parte Skinnner ni por los resultados que en función de probabilidad
se obtienen en el laboratorio de análisis experimental del comportamien­
to. En efecto, uno de los aspectos centrales del pensamiento de Skinner
—como del de Freud— es la afirmación de la absoluta determinación del
comportamiento humano: “ es fácil creer —dice— que la voluntad es libre
y que la persona es libre para escoger. El problema planteado es el deter-
minismo. La generación espontánea del comportamiento ha llegado al
mismo punto que la generación espontánea de los insectos y microorga­
nismos en tiempos de Pasteur” . Pero el verdadero problema no es el del
determinismo, sino el hecho de que Skinner restringe el concepto de deter­
minación al concepto de causación.
Al admitir una determinación lineal, unidireccional y externa del com­
portamiento, Skinner cierra toda posibilidad de explicar adecuadamente
la especial relación adaptativa que mantiene el organismo con su entor­
no, pues esta relación exige acudir a conceptos como el de “ retroacción” ,
totalmente ajenos a los horizontes mentales del conductismo radical. Bien
es verdad que, como señala el autor, el mentalismo dualista (y no todo el
mentalismo lo es) al desencarnar del mundo físico al supuesto “homún­
culo” generador del comportamiento, ha oscurecido la influencia de los
determinantes ambientales. Pero el conductismo radical limita también la
indagación, incluso en el propio campo del condicionamiento operante:
el descubrimiento de relaciones funcionales entre las contingencias ambien­
tales y la conducta de los organismos no agota los recursos explicativos
de la psicología, sino que plantea nuevas interrogantes que deberán ser
contestadas en una exploración posterior (por ejemplo, ¿por qué aumen­
ta la tasa de respuesta a medida que disminuye el intervalo de refuerzo?).
La elegante regularidad de las leyes que nos brinda el análisis experimen­
tal del comportamiento sólo puede explicarse, a su vez, recurriendo a fac­
tores internos. Los resultados diferenciales de los diversos programas de
refuerzo parecen indicar que el organismo, en definitiva, organiza; que
maximiza, en cierto modo, las consecuencias positivas de su acción sobre
el medio. Y este fenómeno sólo encuentra su razón de ser en la noción de
organización del sistema.
8 El análisis experimental de la conducta y el conductismo...

Del mismo modo que se elimina la alusión a la concepción orgánica y


organizadora del objeto de la psicología, también se prescinde de la con­
cepción de los grupos sociales como sistemas que poseen leyes con cierta
autonomía. Con ello, se abre la posibilidad de una nueva reducción: la
reducción “psicologicista” de los fenómenos sociales a la conducta indi­
vidual.
El resultado de esta doble reducción ambientalista y psicologicista, que
somete al individuo a las inexorables leyes del ambiente absoluto, es que
en la cima del conductismo radical ondea una contradicción insalvable:
la de que “en esta formulación el juego dialéctico del hombre en el mundo
resulta imposible por principio” (J.L. Pinillos, ¿M ás allá del hombre
libre?).
Si en la cima del conductismo radical ondea una contradicción, en la
base navega la imprecisión: aquellos conceptos, a cuya precisión positiva
se sacrificaron tantas cosas en el análisis experimental del comportamiento,
pierden su concreción en el conductismo radical.

III
El contenido de verdad de una teoría puede ser relativamente indepen­
diente de lo adecuado del procedimiento con que se construye, pues las
razones falsas y los procedimientos de construcción espúreos pueden con­
jugarse con los enunciados verdaderos.
De forma similar, los “ saltos reductivos” descritos en el apartado ante­
rior no implican necesariamente la falsedad de las propuestas fundamen­
tales del conductismo radical, por lo que se hace necesario contrastarlas
directamente.
Señalábamos en (I) que una de las razones fundamentales que permiten
la traducción comportamental directa de los términos mentales es el carác­
ter no causal de sus referentes; “ la posición —dice Skinner— puede esta­
blecerse de esta manera: lo que se siente o se observa introspectivamente
no es un mundo de naturaleza no física de la conciencia, la mente o la vida
mental, sino el propio cuerpo del observador. Esto no quiere decir... que la
introspección sea urna clase de investigación psicológica, ni tampoco (y aquí
está el núcleo del argumento) que lo que se sienta o se observe introspec­
tivamente sea la causa del comportamiento” . Este “ núcleo del argumen­
to” flota por toda la obra. Así, se nos dice que la “susceptibilidad de refuer­
zo se debe a su valor de supervivencia y no a ningún sentimiento asociado” ,
que “los sentimientos simplemente son productos colaterales de las condi­
ciones responsables del comportamiento” , etcétera.
Estas afirmaciones nucleares del conductismo radical son extraordina­
riamente generales y de difícil comprobación. Pero, en todo caso, parece
El análisis experimental de la conducta y el conductismo... 9

que para refutarlas habría que demostrar que los estados corporales, que
se identifican con los sentimientos, sí son la causa del comportamiento y
que su valor causal se debe, no a su valor de supervivencia, sino precisa­
mente a los sentimientos asociados a ellos.
Pues bien, todo esto viene haciéndose desde hace veinte años. En 1954
Old y Milner observaron que a algunos de los animales de su laboratorio
parecía “gustarles” la estimulación eléctrica de ciertas zonas del cerebro
y que aprendían a emitir una respuesta operante con el fin de lograr tal
estimulación. Más o menos en los mismos años, Neal Miller y sus colabo­
radores descubrían que la estimulación de determinados puntos del hipo-
tálamo desempeñaba el papel de refuerzo “aversivo” en una situación de
condicionamiento operante. Desde entonces el fenómeno se ha estudiado
en detalle, corroborándose plenamente: cuando el electrodo se sitúa en las
“ áreas de placer” del sistema límbico, los animales responden regular­
mente durante largos períodos de tiempo, y la eficacia de tal estimulación
es mayor que la de cualquier reforzador natural (llegándose a obtener tasas
de hasta 5.000 operantes por hora), si bien el efecto de refuerzo del pro­
grama es aproximadamente el mismo. Además, los estudios con pacien­
tes psiquiátricos indican que éstos identifican la estimulación límbica con
sentimientos internos de placer, y llegan a desarrollar tasas de 1.100 ope­
rantes por hora para lograrla.
En una divulgación de este tipo de experiencias, publicada reciente­
mente en castellano, Campbell (Las áreas del placer) señala que “ en el
caso de la autoestimulación intracraneal, tanto las personas, como las for­
mas inferiores se comportan de un modo compulsivo y exclusivo. No dese­
an hacer otra cosa que el mínimo esfuerzo necesario para conseguir la esti­
mulación de su sistema límbico, accionando repetidamente la palanca sin
pensar para nada en el alimento, ni en la bebida ni en ninguna de las nece­
sidades de la vida” . De hecho los animales ponen literalmente en peligro
la supervivencia con tal de lograr el estado corporal identificable con el
sentimiento de placer intenso y morirían —aunque sólo fuera de inani­
ción— de no impedirlo el experimentador. Parece, por tanto, que la afir­
mación de que “la susceptibilidad de refuerzo se debe a su valor de super­
vivencia y no a ningún sentimiento asociado” no se tiene en pie, y que
tendríamos que convertirla en su contraria (“ ...se debe a algún sentimiento
asociado y no a su valor de supervivencia” ), para acercarnos algo a la rea­
lidad de los datos.
Pero, según Skinner, existirían aún otras razones importantes para pres­
cindir de los estados internos: en primer lugar, las dificultades metodoló­
gicas debidas al carácter privado de los referentes de la introspección;
luego, el hecho de que “la comunidad verbal debe tratar con sistemas ner­
viosos bastante primitivos” . Ambas razones se integran en un argumento
común, cuyo desarrollo viene a ser el siguiente: (a) el autoconocimiento
10 El análisis experimental de la conducta y el conductismo...

tiene un origen social, “ surgió como producto de las contingencias socia­


les impuestas por la comunidad verbal” ; (b) pero presenta graves limita­
ciones, pues mientras “la comunidad puede enseñar al niño a nombrar los
colores de diversas maneras... no puede seguir la misma práctica al ense­
ñarle a describir los estados de su propio cuerpo porque carece de la infor­
mación que necesita para elogiarlo o corregirlo” ; (c) por lo demás, “lo
que se siente o se observa introspectivamente no es una parte importante
de la fisiología que llene la laguna temporal de un análisis histórico” ; (d)
ello se debe a que las “contingencias sociales dispuestas por la comuni­
dad verbal no han actuado durante suficiente tiempo para permitir la evo­
lución de un sistema nervioso apropiado” .
Aún admitiendo el ingenio (y hasta la corrección) de la argumentación
de Skinner, toda ella se basa en la muy discutible suposición de que las
dificultades metodológicas que lastran la autoobservación son razón sufi­
ciente para prescindir de los estados internos.
Del mismo modo que los instrumentos astronómicos permiten ampliar
el radio de acción del ojo, también es posible diseñar artefactos que amplí­
en el área de observación, por parte del sujeto, de sus propios estados
corporales. El método de biofeedback se basa en ellos: cuando al sujeto
se le proporcionan los medios necesarios para conocer sus respuestas
vegetativas es capaz de condicionarlas. Jacobson, por ejemplo, ha some­
tido a condicionamiento operante las respuestas miográficas de sus suje­
tos, logrando la emisión de operantes musculares. Así se ha condiciona­
do también la respuesta eléctrica del SNC, el ritmo cardíaco, la tensión
arterial, etcétera.
Y en lo que se refiere al segundo procedimiento, las alteraciones com-
portamentales pueden obligar a recurrir a los términos psicológicos como
postulados teóricos. El intento de impedir el desarrollo de tales postula­
dos es extraordinariamente restrictivo y difícil, y no existe nada en la natu­
raleza de la metodología científica que nos obligue a ello: tenemos que
recordar aquí que el propio Skinner ha atribuido, alguna vez, las “ altera­
ciones” en la curva de extinción operante de sus animales de laboratorio
a perturbaciones emocionales (es decir, a entidades teóricas).
Pero supongamos que lo inadecuado de los procedimientos de cons­
trucción, el carácter reductivo del sistema, su oposición a ciertos hechos
firmemente establecidos, etcétera, sean menudencias y que, realmente,
merezca la pena lograr la pretensión fundamental del conductismo radi­
cal: eliminar las adscripciones mentales y los términos psicológicos, sus­
tituyéndolos por un lenguaje dotado de un vocabulario limitado exclusi­
vamente a la descripción de los fenómenos externos ambientales y
comportamentales. Sellars (Empiricism and the Philosophy o f Mind) ha
ideado un precioso mito que comienza, precisamente, así: “imaginemos
un estudio de la prehistoria en que los humanos estuvieran limitados a lo
El análisis experimental de la conducta y el conductismo... 11

que yo llamaré un lenguaje ryleano (nosotros lo llamaremos «skinneria-


no», pues las diferencias entre Ryle y Skinner son despreciables al res­
pecto), un lenguaje cuyo vocabulario descriptivo fundamental hablase de
propiedades públicas, de objetos públicos localizados en el espacio y con
duración temporal” ...claro que no sería fácil de lograr un tipo de preho­
mínidos con un lenguaje tan limitado (el propio Skinner reconoce las difi­
cultades de hablar el idioma del conductismo), pero la cosa no sería impo­
sible: podrían utilizarse para conseguirlo las poderosas técnicas del
condicionamiento operante.
La cuestión que se nos plantea entonces es la siguiente (Sellars): “ ¿qué
recursos habría que añadir al lenguaje ryleano de esos animales hablantes
para que llegaran a reconocerse unos a otros como animales que piensan,
observan y tienen sentimientos y sensaciones, tal como nosotros emplea­
mos esos términos?” (podríamos reformular la pregunta de este modo:
¿qué recursos habría que añadir a este lenguaje para que sus poseedores
dejaran de ser conductistas radicales?). Sellars ha demostrado que basta­
ría, en primer lugar, con permitir que los prehomínidos ryleanos pudieran
caracterizar sus respectivas conductas verbales en términos semánticos
(decir que “tal cosa” significa “ tal otra” ) pues, en tal caso, su lenguaje
poseería una de las propiedades fundamentales con que vienen caracteri­
zándose los fenómenos físicos desde Franz Brentano: su carácter inten­
cional, su referencia a algo que no son ellos. Ahora bien, “es evidente que
el habla semántica acerca del significado o referencia de las expresiones
verbales tiene la misma estructura que el discurso mentalista acerca de la
estructura de los pensamientos” .
Pensemos, ahora, que —a pesar de sus limitaciones— esos futuros habi­
tantes de Walden Dos fueron capaces de teorizar, de construir modelos de
la realidad: sin duda, explicarían el origen de sus expresiones verbales
externas atribuyéndolo a un “ alma interna” o “pensamiento” que pose­
ería, a su vez, la propiedad de ser intencional. En otras palabras: para
lograr la pretensión fundamental del conductismo radical no bastaría con
limitar el lenguaje a un vocabulario “ ryleniano-skinneriano” , sino que
sería preciso eliminar el problema de la significación y la posibilidad de
formular teorías.
Por eso hablábamos al principio de este comentario de la interdepen­
dencia existente entre las prescripciones metodológicas del conductismo
radical (cuyo aspecto más relevante es el antiteoricismo) y su postulado
epistemológico fundamental (traducir al vocabulario comportamental los
términos mentales): en realidad son dos caras de una misma realidad.
Para el historiador de la psicología, el conductismo radical representa,
hoy, un papel muy similar al del estructuralismo de Titchener en la psi­
cología norteamericana de principios de siglo: es un intento inaceptable e
inútil de impedir que se abran las ventanas a las nuevas corrientes de pen-
12 El análisis experimental de la conducta y el conductismo...

sarmiento —como la psicología cognitiva— en virtud de un purismo meto­


dológico basado en una concepción muy restrictiva y discutible de lo que
es la ciencia.
Skinner ha pedido, con frecuencia, que se establezcan unos límites cla­
ros entre su análisis experimental de la conducta y su conductismo radi­
cal como filosofía: acceder a su petición es el mejor homenaje que pode­
mos hacerle al gran psicólogo norteamericano.

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