De La Familia A La Escuela Infancia Socializacion y Subjetividad - Carli 15

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De la familia a la escuela. Infancia, socialización y subjetividad.

Sandra Carli

Capítulo 1. La infancia como construcción social


La infancia se convirtió en un objeto emblemático del siglo XX fijado por los saberes de distintas disciplinas,
capturado por dispositivos institucionales, proyectado hacia el futuro por políticas de Estado y transformado en
metáforas de utopías sociales y pedadógicas.
Sin embargo, la constitución de la niñez como sujeto sólo puede analizarse a partir de lo que se ha denominado la

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construcción social de la infancia y la historia irrepetible de cada niño.
A partir de la modernidad la infancia adquirió un status propio como edad diferenciada de la adultez.
En la actualidad se está produciendo un debate acerca del alcance de la invención de la infancia moderna, cuyos
rasgos más importantes la ligaban con la escolarización pública y la privatización familiar.
Las nuevas formas de la experiencia social, en un contexto de redefinición de las políticas públicas, de las lógicas
familiares y de los sistemas educativos, están modificando de forma inédita las condiciones en las cuales se construye la

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identidad de los niños y transcurren las infancias de las nuevas generaciones.
Esra mutación de la experiencia infantil conmueve a padres y maestros, seduce al mercado.
Si bien no es posible hablar de la infancia, sino que “las” infancias refieren a tránsitos múltiples, diferentes y cada
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vez más afectados por la desigualdad, es posible, situar algunos procesos globales y comunes que la atraviesan.
Esta mutación se caracteriza por el impacto de la diferenciación de las estructuras y lógicas familiares, de las
políticas que redefinen el sentido político y social de la población infantil para los estados-naciones, de la incidencia
creciente del mercado y de los medios masivos de comunicación en la vida cotidiana infantil.
Se agudiza en las últimas décadas la impugnación de las tradiciones culturales, la pérdida de certezas y la
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imposibilidad de prever horizontes futuros.


Todo esto hace que la frontera construida históricamente bajo la regulación familiar, escolar y estatal para
establecer una distancia entre adultos y niños, y entre sus universos simbólicos, ya no resulte eficaz para separar los
territorios de la edad.
Los mass media erosionaron la línea divisoria entre la infancia y la adultez. Por lo cual algunos autores piensan
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que es el fin de la infancia o la constitución de un nuevo tipo de niño. Ortiz cree que los medios proveen un tipo de
socialización y cumplen funciones pedagógicas que antes desempeñaba la escuela.
Los cambios en la esfera mundial provocados por la expansión planetaria de los medios y las tecnologías a partir
de los años ’50 han favorecido una mayor distancia cultural entre las generaciones. En otros sectores la pobreza, la


marginación y la explotación social reúnen a las generaciones en un horizonte de exclusión social que no registra
diferencias por edad.
Los medios y el mercado que se organiza en torno a los niños como potenciales consumidores, han fundado una
“cultura infantil”, con el mismo impacto que tuvieron en la conformación de una cultura juvenil global a partir de la
segunda posguerra.
Lo que quiere afirmar la autora es que las infancias se configuran con nuevos rasgos en sociedades caracterizadas
por la incertidumbre frente al futuro, por la caducidad de nuestras representaciones sobre ellas y por el
desentendimiento de los adultos, pero también por las dificultades de dar forma a un nuevo imaginario.
Se carece no de niños, sino de un discurso adulto que les oferte sentidos para un tiempo de infancia que está
aconteciendo en nuevas condiciones históricas.

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El niño como sujeto en crecimiento
Si admitimos que la infancia es una construcción social, el tiempo de infancia es posible si hay prolongación de la
vida en el imaginario de una sociedad.
Pensar la infancia supone previamente la posibilidad de que el niño devenga un sujeto social que permanezca
vivo, que pueda imaginarse en el futuro, que llegue a tener historia.
En siglos pasados la prolongación de la vida infantil requería combatir las epidemias y desterrar las prácticas de
infanticidio; en la actualidad, a pesar de los avances científicos y del reconocimiento jurídico de los derechos del niño, su

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vida sigue estando amenazada por las políticas de ajuste y la desresponsabilización del Estado de su rol público. Afirmar
la continuidad de la vida implica además seguir valorando simbólicamente la dimensión vital del crecimiento del niño y
de su proyección hacia el futuro.
Educar en la sociedad contemporánea requiere en buena medida volver a considerar al niño como un sujeto en
crecimiento, como un sujeto que se está constituyendo.

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Infancia y modernidad. ¿Se perdió algo?
Al admitir la aparente extinción de la infancia moderna, se parte de un supuesto y de la constatación de una
pérdida. Ese supuesto es el que indica que esa infancia tuvo un status histórico y que la crisis de la modernidad barrió
con ella. ¿Qué se perdió entonces?
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En los proyectos de la modernidad europea y latinoamericana la educación de la niñez fue una estrategia para la
concreción de un orden social y cultural nuevo que eliminara el atraso y la barbarie del mundo medieval y colonial. Se
significó la infancia como garantía de un horizonte de cambio social y progreso.
La autoridad del maestro del Estado se sobreimprimió a la autoridad familiar, en un proceso que marca la tensión
entre el orden privado y el orden público y que indica la gradual delegación de tareas en el Estado educador.
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La historia de la infancia está atravesada por las luchas políticas, las ideologías y los cambios económicos, como
cualquier otro objeto de interpretación historiográfica.
Los educadores coinciden en que en las sociedades modernas industriales se configura un nuevo espacio ocupado
por el niño y la familia que da lugar a una idea de infancia de larga duración y a la necesidad de una preparación especial
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del niño.
Luego de largos debates, el reconocimiento de los derechos de los menores fue el argumento que esgrimió el
liberalismo laico para imponer la obligatoriedad de la educación pública, en un contexto de fundación del Estado
Nacional.


Este debate se agudiza hoy cuando están cuestionados los límites de lo público y lo privado. La cuestión en juego
no es cómo imponer a los padres la obligación de enviar a sus hijos a la escuela, sino cómo el Estado puede seguir
siendo el garante principal de la educación pública.

La escolarización de la infancia
La construcción social de la infancia moderna se relaciona no sólo con las transformaciones de la familia, sino con
la emergencia de la escolaridad. La escuela sustituyó el aprendizaje por medio de la educación.
Michael Foucault insiste en los efectos del disciplinamiento de los cuerpos y de las conciencias, es una “Política
del cuerpo”.
La aparición de la escuela fue un instrumento constitutivo de un sentimiento hacia la infancia hasta entonces
inexistente en las familias de sectores populares.

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La escolaridad obligatoria funcionó en la Argentina como un dispositivo disciplinador de los niños en sectores
populares, pero al mismo tiempo tuvo una incidencia efectiva en la conformación del tejido social y cultural del país. La
escuela favoreció la constitución de una cultura pública que incidió generacionalmente en el quiebre de la sociedad
patriarcal, en la lucha por un horizonte de ciudadanía democrática y en la posibilidad de construir una sociedad
integrada desde el punto de vista cultural.
Al imponerse a la escuela de los menores de 6 a 14 años, esto incidió en la constitución de los niños como sujetos,
ya que comenzaron a ser interpelados por diversos tipos de discursos, que oscilan entre la protección, la represión y la
educación.

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Los niños en el siglo XX: entre la permisión y la represión
La pretensión de sujetar al niño a un orden instituido y de definir desde allí su identidad, no llega a ser total, en la
medida en que como toda identidad, la del niño es siempre precaria, relacional y abierta. Ellos nunca quedan
absolutamente capturados o fijados por las prescripciones adultas o por la lógica de las instituciones.
Las miradas a la infancia han oscilado entre proclamas de derechos del niño y mandatos represivos,

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desplazándose conflictivamente entre la libertad del niño y la autoridad del adulto.
En el siglo XX:

1) Algunos períodos se caracterizaron por ubicar al niño en el centro de la escena educativa, valorizando la
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naturaleza propia del niño, la libertad infantil.
a) El período inicial es el que corresponde a las primeras décadas del siglo, donde se reconoce al niño y se
critica a los adultos por oprimir su espontaneidad y sus intereses. Discuten el fenómeno de la autoridad escolar,
postulando la importancia del estudio del niño y de la renovación de metodologías.
b) El segundo período es de la década del ’60 y del ’70. Hay un imaginario nuevo sobre la infancia a partir de la
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divulgación de corrientes psicológicas y psicoanalíticas. La infancia es analizada por un conjunto de disciplinas frente a
una sociedad que comienza a transformarse en forma acelerada. Los niños se tornan objetos del mercado, de los
medios masivos, pero también de nuevas políticas.
2) Otros períodos se caracterizan por un borramiento del niño, mediante políticas represivas.
a) La década del ’30 cuando se produce en Europa el surgimiento del nazismo. Hay una “teoría del niño” que
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daba sentido a muchas de las medidas relacionadas con la selección racial de los elementos de la población infantil del
país nacionalsocialista. El desprecio del débil.
b) El período de los años ’70, con la presencia de dictaduras militares en América Latina. Como respuesta
regresiva, los niños fueron convertidos en botín de guerra, se sustrajeron sus identidades, los niños fueron anulados


como sujetos. Hubo múltiples medidas persecutorias tomadas en las escuelas, una política represiva de la libertad y
autonomía del niño atravesó el clima de la época.

Es importante destacar que a los movimientos sociales liberadores los suceden fuertes políticas represivas. Esto
está presente en la relación entre las generaciones en los procesos educativos, en la cual se expresan en algunos
conflictos escolares huellas de imaginarios históricos contrapuestos.
En la actualidad encontramos esta tensión entre represión y permisión, que es síntoma de cómo la crianza y
educación de un niño resultan hoy un prisma para observar las dificultades de la generación adulta pata construirle un
horizonte.

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Las tesis sobre el niño
La historia de la educación y de la pedagogía está vertebrada por tesis acerca del niño que permanecen en el
tiempo como residuos de concepciones sustancialistas que están en la base de muchas prácticas educativas.
La pedagogía moderna impugnó una tesis clásica, la que se refería al niño como a un “adulto en miniatura”. Hoy,
aquella tesis vuelve a adquirir significado atendiendo a las transformaciones de la experiencia social contemporánea. Y
además se reditan otras tesis relacionadas con la maldad o inocencia, y con la autonomía o heteronomía del niño.
Rousseau en el siglo XVIII planteaba el mito de la inocencia infantil. El movimiento de la Escuela Nueva recuperó
esta idea sobre la bondad infantil para cuestionar la excesiva autoridad del maestro.

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La tesis acerca de la maldad del niño remite a la criminología del siglo XIX, con la tendencia del niño al delito, se
definía su naturaleza como la del salvaje de las sociedades primitivas. Los instintos maléficos del niño deben ser
combatidos, la escuela debe llevar adelante un régimen de libertad controlada.
La bondad o maldad del niño moduló vínculos educativos de confianza o de control, fue argumento para distintas
lógicas de la enseñanza y permea aún los prejuicios sobre el niño-alumno.
Otras de las tesis acerca del niño que han atravesado la historia se refiere a su autonomía o heteronomía, tesis

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que se articula con el problema de la autoridad, con los lazos entre generaciones y con el papel de la educación frente a
un sujeto en constitución.
Se produjo un debate respecto a la autonomía en el Congreso de la Liga Internacional de Educación Nueva en
Locarno, en 1927. Se centró entonces en las distintas interpretaciones sobre la libertad del niño y en las formas de
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combinar las leyes propias de la infancia con las leyes del adulto.
Esta oposición entre libertad y autoridad, entre necesidades del niño y mandatos del adulto, sigue permeando los
debates del siglo XX.
Más que aferrarse a tesis ideológicas, una renovación de la educación infantil debe atender tanto al
debilitamiento de las tareas de transmisión cultural de los educadores como a las nuevas identidades de los niños.
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La cadena de las generaciones


El fin de siglo nos enfrenta, como educadores, a algunos desafíos, ante la presencia muchas veces salvaje de las
lógicas del mercado y ante la ausencia de un protagonismo sostenido del Estado. La población infantil ha dejado de ser
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concebida como una promesa para el futuro; los procesos de globalización económica y las políticas neoliberales han
generado un cambio sustantivo, que dio lugar a complejas combinaciones entre reconocimiento de los derechos del
niño y políticas represivas.
Se ha producido un pasaje de la búsqueda de sujeción de los niños a las instituciones a su desujeción por las crisis


de estas.
La escuela pública se ha resignificado como un espacio privilegiado para la población infantil en un contexto de
desintegración social, diversidad cultural y fuertes cambios respecto del sentido de lo público. Sin embargo, las
deterioradas condiciones de trabajo docente y el nuevo estatuto de la pedagogía, denuncian las dificultades de la
empresa decimonónica de escolarización y pedagogización de la infancia.
Ya no es la escuela la que produce las definiciones acerca de la infancia, sino que son los niños los que desafían a
redefinir las escuelas.
La cuestión que se debe profundizar radica en cómo configurar una nueva mirada pedagógica de la infancia hoy
frente a esta diversidad de problemáticas emergentes.
Por ello se necesita una mirada con dimensión histórica ya que permite restituir la cadena histórica entre las
generaciones en un contexto de desintegración de lazos sociales.

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Pero también una mirada hacia lo contemporáneo, atenta al devenir y a los registros de temporalidad de cada
generación, que favorezca la construcción de una nueva posición educadora acorde con condiciones históricas siempre
cambiantes.
Y tendría que ser una mirada constructora de futuros que potencie tanto las demandas como las autocríticas, que
permita producir nuevos pactos y abrir puertas a tiempos más justos y dignos para la población infantil.

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