¿Hombre o Mujer?
¿Hombre o Mujer?
¿Hombre o Mujer?
Lee los siguientes fragmentos y trata de deducir si el texto fue escrito por uno hombre o por una
mujer. Escribe una breve justificación acerca de tu predicción.
Texto 1
“Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de
suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo
vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver:
"Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo
amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola
durante la noche." Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre.”
Texto 2
“Javier Corzas se levantó antes que nadie y aplaudió arrebatado, seguro de que eso era lo más
estremecedor y desafiante que alguien había bailado nunca. Tras él quienes llenaban el teatro
demostraron estar de acuerdo con aquello que bien podía llamarse un desafuero y lo aplaudieron
hasta que Isabel se bajó del escenario y corrió a buscar refugio entre los brazos de doña Prudencia,
su gorda y maternal casera.
De ahí la separó el llamado de Pablo, a quien Corzas le había exigido que lo llevara junto a ella.
—¿De qué cielo caíste, mujer endiablada? —dijo el poeta—. Bailas como una diosa.
Isabel lo escuchó decir mientras le recorría el cuerpo con los ojos críticos que hasta entonces
usaba para mirar a los hombres cuando la elogiaban.
—¿Eres periodista o político? —le preguntó.
—Soy poeta y trabajo en telégrafos. Pero desde hoy me dedico a mirarte.”
Texto 3
“Más tarde, otros gitanos le confirmaron que en efecto Melquíades había sucumbido a las fiebres
en los médanos de Singapur, y su cuerpo había sido arrojado en el lugar más profundo del mar de
Java. A los niños no les interesó la noticia. Estaban obstinados en que su padre los llevara a
conocer la portentosa novedad de los sabios de Memphis, anunciada a la entrada de una tienda
que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que José Arcadio Buendía pagó
los treinta reales y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de torso peludo
y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada cadena de hierro en el tobillo,
custodiando un cofre de pirata. Al ser destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento
glacial. Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las
cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo. Desconcertado, sabiendo
que los niños esperaban una explicación inmediata, José Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:
—Es el diamante más grande del mundo.
—No —corrigió el gitano—. Es hielo.”
Texto 5
“En la casa donde me crié los primeros años, los tambores permanecían callados en la pieza que
compartía con Honoré, el otro esclavo, pero salían a pasear a menudo. Madame Delphine, mi ama
de entonces, no quería oír ruido de negros, sólo los quejidos melancólicos de su clavicordio. Lunes
y martes daba clases a muchachas de color y el resto de la semana enseñaba en las mansiones de
los grands blancs, donde las señoritas disponían de sus propios instrumentos porque no podían
usar los mismos que tocaban las mulatas. Aprendí a limpiar las teclas con jugo de limón, pero no
podía hacer música porque madame nos prohibía acercarnos a su clavicordio. Ni falta nos hacía.
Honoré podía sacarle música a una cacerola, cualquier cosa en sus manos tenía compás, melodía,
ritmo y voz; llevaba los sonidos en el cuerpo, los había traído de Dahomey. Mi juguete era una
calabaza hueca que hacíamos sonar; después me enseñó a acariciar sus tambores despacito. Y eso
desde el principio, cuando él todavía me cargaba en brazos y me llevaba a los bailes y a los
servicios vudú, donde él marcaba el ritmo con el tambor principal para que los demás lo siguieran.
Así lo recuerdo.”
Texto 6
“No nacimos juntos. Nuestro encuentro se debió a un azar ¿feliz? Es demasiado pronto aún para
afirmarlo. Coincidimos en una exposición, en una conferencia, en un cine-club; tropezamos en un
elevador; me cedió su asiento en el tranvía; un guardabosques interrumpió nuestra perpleja y
hasta entonces, paralela contemplación de la jirafa porque era hora de cerrar el zoológico.
Alguien, él o yo, es igual, hizo la pregunta idiota pero indispensable: ¿usted trabaja o estudia?
Armonía del interés y de las buenas intenciones, manifestación de propósitos “serios”. Hace un
año yo no tenía la menor idea de su existencia y ahora reposo junto a él con los muslos
entrelazados, húmedos de sudor y de semen. Podría levantarme sin despertarlo, ir descalza hasta
la regadera. ¿Purificarme? No tengo asco. Prefiero creer que lo que me une a él es algo tan fácil de
borrar como una secreción y no tan terrible como un sacramento.
Así que permanezco inmóvil, respirando rítmicamente para imitar el sosiego, puliendo mi
insomnio, la única joya de soltera que he conservado y que estoy dispuesta a conservar hasta la
muerte.”
Lo escribió… Rosario Castellanos. “Lección de cocina”. 1971