Rosales Luis - La Casa Encendida
Rosales Luis - La Casa Encendida
Rosales Luis - La Casa Encendida
Rosales, Luis
Sinopsis
En Rimas se recogen los textos escritos entre 1937 y 1951 y, aunque desaparece la
unidad que caracteriza a las obras citadas antes, importa destacar —como advierte su
exégeta Raffucci de Lockwood— la pérdida de la alegría y plenitud de Abril, que se
evidenciaba especialmente en el tema amoroso: «Ahora predomina el sentimiento de
inconformidad y sufrimiento ante la condición humana. Es un examen doloroso de la
experiencia personal, la cual se compara en algunos poemas a la condición de
náufrago». En Autobiografía, por ejemplo, equipara su vida a la del náufrago,
lamentando su falta de acierto en dirigir su camino hacia lo esencial: Como el náufrago
metódico que contase las olas que le bastan para morir, / y las contase, las volviese a
contar, para evitar errores, hasta la última, / hasta aquella que tiene la estatura de un
niño y le reza, y le cubre la frente / así he vivido yo con una vaga prudencia de caballo
de cartón en el baño, / sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en aquello
sólo que quería.
Miembro de la Real Academia Española desde 1962, entre los libros escritos por
Luis Rosales sobresalen títulos fundamentales de la poesía española contemporánea,
como El contenido del corazón (1969), Segundo abril (1972), Canciones (1973), Como el
corte hace sangre (1974), Diario de una resurrección (1979), La carta entera (1980), Un
rostro en cada ola (1982), Oigo el silencio universal del miedo (1984). EnPoesía reunida
recogió textos escritos entre 1981 y 1983. También es autor de dos importantes ensayos:
Cervantes y la libertad (1960) y El sentimiento del desengaño en la poesía barroca
(1996).
A IMITACIÓN DE PRÓLOGO
SON las once de la mañana. Me encuentro solo en la cascada del parque del
Oeste. Hace un hermoso día de sol primaveral y un aire fresco y aleteante. Alguien
podría cantar, y la carne y el alma se encuentran vegetalmente en primavera; están
viviendo íntegramente lo que ven. Quizá ser hombre es lo más inmediato, es lo más
fácil. Como diría Jorge Guillen, el mundo está bien hecho. (¿Quién pudiera decir lo
mismo de la sociedad, de las costumbres y de la baratillería de la política?). Hay un
humo de tren, ¿innecesario?, que se pierde a lo lejos; hay una viejecita de madera que
duerme bajo el sol, y unas niñas que juegan como escribiéndose en el aire. Todo vive
aquí naturalmente, o, quizá, todo descansa, por un instante sólo, de vivir; todo está
restañándose, porque lo quiere Dios, en la alegría. Yo he salido para pensar unas
palabras que debo entregar escritas hoy a las cinco de la tarde. No las quiero pensar.
Quiero decir una cosa tan sólo: que creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo
siempre —delante de esta hierba, delante de estos niños—, sabiendo que la palabra con
que lo digo es sólo una impalpable y adherente traducción de ceniza. Y sé también que
lo que quede de esta hora, si es que algo queda, en la ceniza de mis palabras, será
también poesía. Vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas,
fugitivas; se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarse dentro de sí mismo y
sentir que se nos van desvaneciendo, que se nos van secando, poco a poco, aquellas
cosas que nos hacen el alma, aquellos seres que hemos amado un día y a los cuales
debemos lo que somos. Pero vivir es ver volver. Es justo y necesario conservar los
afectos como eran y los recuerdos como serán, y atar los unos y los otros, en una misma
ley de permanencia; es justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha
temblado dentro de nosotros, está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en
la vida. Y en este esfuerzo humano para recuperar el tiempo vivo, y conservar en
nuestra alma un equilibrio de esperanzas ya convertidas en recuerdos y de recuerdos ya
convertidos en esperanzas, por mantener, como se pueda, esa memoria del vivir, ese
legado que es la unidad de nuestra vida personal, la poesía, y solamente la poesía, sigue
diciendo su palabra, sigue teniendo su palabra. Y así sea.
Tarde tranquila,
Antonio Machado
María,
y, al entrar,
que todas las cosas están exactamente colocadas como estarán dentro de un año,
y después,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
humanamente solo,
y el Belén de Granada
—el Belén que fue niño cuando nosotros todavía nos dormíamos cantando—
cuando crece la nieve en una vida que quizá está siendo la mía,
Sí, ahora
este silencio
que cuando Dios lo quiere se nos cansa en el cuerpo,
se nos lleva,
y ahora es lo de siempre,
lo de nogal diario,
los cuadros que aún no he tenido tiempo de colgar y están sobre la mesa que
vistió de volantes mi hermana,
y el puñado de sueño,
y las estanterías,
sigue cayendo,
sigue cayendo,
sigue cayendo todo lo que era Europa, lo que era mío y había llegado a ser más
importante que la vida,
lo que nació de todos y era como una grieta de luz entre mi carne,
sigue cayendo,
sigue cayendo,
sigue cayendo todo lo que era humano, cierto y frágil lo mismo que una niña de
seis años que llorara durmiendo,
sigue cayendo,
a la que vieras tú cayendo hasta arañarte en la pupila con sus patas velludas
y todavía...
me ha recordado
porque ya lo sabía,
porque ya lo sabía,
Sí, es verdad,
siento de pronto,
y es un ruido pequeño,
igual que esa palabra que no has pensado aún mientras la estás diciendo,
y después se hace radiante, ávido, irrestañable,
y ahora es ya el corazón que se enciende con otro corazón que yo he tenido antes,
y con otro
un corazón reunido,
y pienso
nos vibra,
con este son, con este son que suena enloqueciendo ya la casa toda,
lo mismo que un espejo, que algunas veces, cuando lo quiere Dios, tiene unas
décimas de fiebre,
y yo estuviera siendo
y demasiado usados,
por los cuales se escucha, durante todo el día, gotear la voz de las criadas,
No puedo comprenderlo;
desde que habito en esta casa no se ha encendido nunca
no sé de dónde,
no sé de cuándo,
y resplandece;
para estar prevenido, para tener la seguridad de que había hecho cuanto era
necesario para vivir,
Y era verdad, era verdad como una calle que nos lleva la infancia,
como una calle que nos duerme, y que después de nieve, puede volver aún
y todavía,
puede hacerse real, y estar allí contigo, estar allí conmigo, tendiéndome la mano,
como el libro de música sobre el atril sigue esperando que alguien pase la hoja
que ya tiene cantada;
con aquella mirada suya, tan suave y tan honda, que parecía que iba
quemándose mientras miraba;
era como un milagro entre las mesas de oficina, y las revistas que se escribieron
como oficios que nunca han sido tramitados,
algo,
Y Juan estaba allí, como había estado aquellos años que convivimos juntos,
meciéndoles ya el sueño,
Y ahora,
después de nieve,
después de siempre,
ha venido, ha venido.
(¡Sí, tú también tendrás calle, tú siempre la tuviste, tú siempre tienes calle para
llegar a mí!)
hablaba poco,
y no podía cambiar
callábamos los dos para abrazarnos dentro de aquella parte de nuestro corazón,
y tú seguías callado,
Quizá pasaba el tiempo; quizá volvía: quizá estaba allí, con nosotros, sentado.
—¿Recuerdas a Piedad?
¿recuerdas que decías que ella no había nacido para cumplir tus mismos años?—
Y tú sigues callado,
Volvíamos de la clase
Y tú me respondiste:
estoy acostumbrándome,
una luz que era una de las cosas que tú ya estabas siendo,
y era una luz que tú podías vivir, que tú podías hablar, que tú decías,
que tú decías
con una voz tan quieta que se iba haciendo igual que un árbol,
Volvíamos de clase
no conocían su oficio
y después
se lloraban durmiendo,
Y la mañana aquella
íbamos todos juntos; ¿iríamos todos juntos?: Pilar, María Josefa, Concha, Piedad,
acaso Lola,
tenía la pena de esos niños que se han quedado solos en la cocina de la casa
tenía la pena de esos niños que nunca son «mayores» cuando llega un viaje;
la dolorosamente intransitable;
y Lola;
y Piedad, que iba en medio del grupo y nos centraba a todos en la muerte
tropezando en la risa,
como cuando los niños bajan, saltando alegremente de dos en dos, los peldaños
de una escalera.
si tú supieras, Luis, cómo sigue escondiéndose aún en los ojos que tiene,
en los ojos que son como una herida que mana sangre nuestra,
Estaba hablando para siempre, viviendo para siempre, ardiendo para siempre
yo le dije:
pero anoche
cuando la luz
y ahora
sigue cayendo,
—No lo olvides
Juan,
y yo seguí contigo,
y yo seguí callando,
la esperanza, que quizá es tan sólo la memoria filial que aún tenemos de Dios,
y este puente,
y ahora,
¿cómo albea
las mercancías que han descubierto por sí mismas que la tierra es redonda,
los malecones como alianzas que contribuyen a una seguridad que nadie tiene,
y los muelles,
y los muelles desiertos y vacíos como un beso deshabitado que nadie espera,
da intimidad al mar,
y más pequeño
—sigue lloviendo—
diciéndose y lloviendo
inútilmente,
y corro,
y voy corriendo
rompiéndome a mí mismo
económicamente...
sigue lloviendo,
y yo le digo,
ni siquiera económicamente,
y yo he llegado jadeando,
Vi que tenía un sombrero de colegiala con las cintas primaverales un poco ajadas
ya,
Seguía sentada,
como si fuera un puente que uniera las orillas de aquel cuerpo donde habitaba
ella,
trémulamente,
comenzando a escribirse,
y mientras tanto
y ella me contestó:
—«No se preocupe,
y que tenía
que se borraba entre sus labios, que se escuchaba sonar aún sobre sus labios,
Y la volví a mirar, y advertí entonces que había algo en su sonrisa que seguía
siendo la respuesta de una pregunta que alguien le hubiera hecho,
todo estaba vacío lo mismo que una máscara que se empieza a dormir,
—¿Sabes?
Me llamo Luis—
Y todo se hacía joven con la tristeza ebria y humanamente bautismal del año
nuevo,
y, sin embargo,
Supongo
y abrazándote entonces,
y sin embargo
y nunca ha de volver,
y nunca acaba,
ni ahora siquiera,
mientras regreso hacia mi cuarto
dividido,
como el que busca algo, entre la borra del bolsillo, que nunca ha de encontrar.
y lo sientan
y lo disfrutan,
Y como hablo,
y como sé que la memoria del niño se fue haciendo con la voz de la madre,
y como escucho,
y como estoy aquí escuchando la misma voz que me fue haciendo la memoria,
diciéndome:
he abierto,
he comenzado a abrir la puerta de aquella habitación donde suena tu voz
se huele aún,
se vive todavía,
Las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir,
Vivía—
porque sabéis que mi vida es igual que una carta sin dirección y sin embargo
escrita para siempre;
no despertar
de ser hombre,
y vivir
tú decías:
y ella, generalmente,
íbamos a Pepona,
y si quisiera,
y si quiero besaros,
mientras me hundo
y en el aire tranquilo
a un viejecillo
Lo vivo y lo pintado;
ladeada,
y algo os unía,
Y entonces,
—¿Quiere darme
démelos de éstos.—
y entonces
ya me la esperaba yo.»—
Y entonces,
vino ella
era un don; se había acercado al puesto; sonreía; iba entre sus hermanas con la
estatura del maizal en agosto,
y era núbil,
mientras tú la mirabas
comprendiendo
donde el latido del corazón tenía las mismas letras que la palabra hermano;
y Gerardo,
ya sabéis que Gerardo quería llegar a ser como un domingo cuando fuera mayor,
de cielo indivisible
y puede ser que aquella casa siga aún creciendo sin paredes,
y Pepona llegaba hasta nosotros con aquel alborozo de negra en baño siempre
y estaba siempre
vestida con
de pañuelo de hierbas;
y vosotros sabéis
que todos los hermanos hemos vivido dentro de ella,
y vosotros sabéis que sus manos han sido las paredes de la primera casa que
tuvimos,
y el abejorro silabeante que reunía entre sus alas nuestros labios de niño,
y Enrique,
para poner sobre la mesa una jarra con lirios púlpitos y frágiles;
y tal vez se repita este instante en que al llevar la mano a la mejilla he tocado mis
huesos,
y tal vez todo cicatrice, algún día, como la herida cierra sus bordes,
que yo...
que tú lo sabes,
he vivido doliéndose,
que yo he querido seguir haciendo desde entonces, aquel viaje de la sangre que
empuja y quiere circular entre dos corazones,
y encendiéndome en él,
y me decías: —El día de hoy será tu herencia, lo que trabajes el día de hoy será tu
herencia y nada más,
y hablabas
lentamente
igual que el pino tiene madera de reacción para poder enderezar su guía cuando
el viento la quebranta o la rompe,
y eras rubio porque siempre te encontrabas en granazón,
tan generoso e irrevocable que bastaba mirarte para saber que tenías que morir
de una corazonada.
y haciéndote miguel
quizá un departamento,
en donde llevarás el inventario de las cartas que no llegaron nunca a su destino,
y mirarás el reloj, de cuando en cuando, para ajustar los hombres y los días,
y llevarás, sin que nadie lo sepa, algún negocio, tal vez algo importante
como la contaduría de las gotas de lluvia que precisa la tierra para fructificar,
que nos conduce hacia el país donde todos los hombres son iguales;
lo mismo que la palabra de Dios, su acontecer no tiene nacimiento, sino
revelación,
lo mismo que la palabra de Dios, corta los pies del rico para igualarnos en su
presencia;
siempre están contenidos por él y son igual que pájaros que vuelan sobre el mar,
Las personas que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir,
y yo quisiera recordarte, padre mío, que hace unos años he visitado Italia,
una ciudad que está en ruinas igual que una mujer está desnuda;
las rodadas que hicieron los carros sobre las losas del pavimento,
que Pompeya está quemada por el Vesubio como hay personas que están
quemadas por el placer,
y yo he sentido, desde hace mucho tiempo, que el curso de sus aguas nos
arrastra,
ahora que me he quedado huérfano como una galería donde suena un reloj que
no está allí,
en los largos paseos del verano donde suenan los pasos de los muertos junto a los
pasos de los vivos,
y en el tren,
y todo comenzase, al fin, como sube a los pechos de la madre la leche cuando la
boca la solicita,
y todo hubiese ya empezado en un lugar del mundo,
ahora,
porque ahora,
Al día siguiente
—hoy—
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