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MARÍA LETICIA CÁCERES aci.

Santa Rafaela María del Sagrado Corazón …

¡CRAASSHH !
¡LA VIDA NO SIGUIÓ IGUAL!!!
(Una mirada detenida y cariñosa a la vida y obra de Santa Rafaela María del Sagrado Corazón,
Fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús)

La idea de escribir algo sobre la vida de nuestra santa Fundadora no estaba en mis expectativas. Se ha
escrito mucho y bien acerca de ella. Sin embargo... he aquí este folleto -que ofrezco a los lectores más
que nada jóvenes o juveniles-, atendiendo el pedido reiterativo de la Hna. Alcira Pinto, antigua Esclava a
quien me unen lazos de gran estima y fraternidad durante muchos años. No tuve corazón para negarme a
tan fervoroso deseo. Hilvané las ideas que aquí van tejidas con verdadera devoción y propósito de que
sirvan para conocer lo esencial del espíritu y de la misión de la Madre Sagrado Corazón.
Esta semblanza también está escrita para todo el que quiera de modo rápido -no hay tiempo para mucho-
conocer y amar, inevitablemente, a Santa Rafaela María, y... ¿por qué no? para todo el que quiera acoger
decididamente la voluntad de Dios en sus vidas.

María Leticia Cáceres, A.C.I.


¡¡ CRAASSHH...!!

¡LA VIDA NO SIGUIÓ IGUAL! : ¡Qué va! Imposible.


Cuando el Amor irrumpe sin pedir permiso, sin pedir
parecer a nadie,... entra en uno como un tornado, como un
terremoto implacable. Una verdadera eclosión espiritual.
Volcánica lava que abrasa, destruye y... construye. Arranca
y planta en las fibras más profundas de nuestro pobre ser.
Ante lo desconocido e inesperado, ¿qué hacer? Bajar la
cabeza humildemente y balbucir: Me pongo en tus manos,
Señor Amor. ¡Hágase tu Voluntad! Desde el abismo de
nuestra nada, los atrapados por el Amor exclamamos:
“¡Todo lo puedo en Aquel que me conforta!”

ELLA: ¡Hay tantas ellas en el mundo! pero ésta, la nuestra, se llama Rafaela María Porras y
Ayllón, mujer fuera de serie. Desde muy joven recibió la visita impactante del Amor, fuerza
arrolladora que hace ¡¡craasshh...!!! sobre todos los proyectos e ilusiones de nuestra vida...
“Tus caminos no son mis caminos” ... “irás donde Yo te lleve y harás lo que Yo te diga”.
Así es el Amor: impone y persuade al mismo tiempo.

Núcleo familiar: En Pedro Abad, pequeña villa andaluza, inundada de sol y perfume de
geranios, a media tarde del 01 de marzo de 1850, nace Rafaela María, décima hija del
hacendado y alcalde D. Ildefonso Porras y de Doña. Rafaela Ayllón. Viene al mundo dentro
de una numerosa comunidad familiar, sólidamente constituida. Crear fraternidad y unidad
entre los suyos, ligados por la sangre, y, después, en la familia espiritual de la que será
fundadora, fue una cualidad inherente al modo de ser de Rafaela María. En la convivencia
humana es muy difícil lograr esta integración coherente de vida e ideales comunes. Ella lo
sabe y anhela: “Estoy dispuesta a dar mi vida por la paz” porque... “donde no hay unión no
está Dios”.

Junto con sus hermanos recibió esmerada educación y formación cristiana. De carácter
alegre y vivaz ocurrente y bienhumorada. Clara y despejada inteligencia. Afectuosa y
caritativa con todos. Hizo vida social porque así lo requería el propio rango familiar. Asistía
a compromisos y fiestas acompañada invariablemente de su hermana Dolores, cuatro años
mayor que ella, de quien tuvo que soportar –desde aquellos lejanos días de juventud- un
carácter fuerte y temperamental. La trama de la vida de Rafaela María está signada por la
presencia de la hermana mayor, como sombra inevitable. Profunda vida de fe, humildad y
paciencia se necesitaba para sobrellevar el yugo fraterno. El tiempo demostró que Rafaela
María practicó estas virtudes en grado heroico.

Casa de Santa
Rafaela María
Pedro Abad

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Raíces y entorno: Si la herencia es un factor decisivo en la forja de la personalidad, si los
genes trasmitidos actúan en el origen de nuestras tendencias más profundas, debemos
reconocer que Rafaela María emergió de una fuente generacional magnífica: su padre, D.
Ildefonso, fue mártir de la caridad ya que murió por asistir personalmente a sus criados y
campesinos del lugar durante la epidemia del cólera que asoló Pedro Abad en 1854.

Su madre, Doña. Rafaela -corazón del tronco familiar- asumió el peso de la viudez con gran
entereza y ordenó sabiamente la educación y formación cristiana de sus hijos. Las dos niñas,
Dolores y Rafaela María, conocieron la cultura de la época a través de don Manuel Jurado,
preceptor, a la vez severo y afectuoso.

Con tan completa formación, nada común en las jóvenes de la segunda mitad del siglo XIX,
puede decirse que su suerte estaba echada para triunfar en los salones más exigentes. Poseían
belleza, talento cultivado, simpatía natural, buen nombre y riqueza heredados. Todo cuanto
el mundo estima y atesora, y, sin embargo...¡¡Craasshh!! ¡La vida no siguió igual! No, no
siguió igual porque estos halagos y realidades mundanas no mellaron el castillo interior
edificado por una profunda vivencia religiosa cultivada con esmero y fidelidad por las dos
hermanas.

El rosario diariamente rezado en familia; las visitas de doña Rafaela y sus hijas a enfermos y
necesitados, los ratos frecuentes de oración ante el Cristo de la ermita, configuraban su vida
de piedad familiar, armónica y serena frente a los halagos del mundo. En la comunidad
comarcana, los Porras constituían el eje no sólo de la vida social de Pedro Abad sino también
una fuente de trabajo y sustento para muchos. Con la muerte de Doña, Rafaela, el 10 de
febrero de 1869, el equilibrio de la vida familiar y de la villa sufrió gran merma.

Dos claves: Rafaela María conservó escritos dos sucesos que marcan la historia de su
juventud: el voto de castidad -entrega total a Dios- a los quince años y la muerte de su
madre. En sus apuntes espirituales de 1892, consigna: “La muerte de mi madre, a quien yo
cerré los ojos por hallarme sola con ella, abrió los ojos de mi alma con un desengaño tal, que
la vida me parecía un destierro. Cogida a su mano, le prometí al Señor no poner jamás mi
afecto en criatura alguna terrena. Y nuestro Señor, al parecer cogió mi oferta, porque aquel
día me tuvo toda ocupada en pensamientos sublimísimos de la vanidad y nada que son todas
las cosas de la tierra y de lo único necesario, que era aspirar a sólo lo eterno, que casi o del
todo me desterró la pena”. En este trozo, digno de la pluma de los mejores místicos,
admiramos no sólo el estilo diáfano como las aguas de un fontanar andaluz sino también la
resolución inquebrantable de sus esplendorosos diecinueve años: pertenecer sólo al Amor y
para siempre.

A partir de la muerte de Dña. Rafaela -hito histórico- espiritual en la vida de las hermanas
Porras, comenzó para ellas una terrible lucha (así la llama Dolores) a causa del desacuerdo
con que sus tres hermanos veían el proceder de ambas: su extrema generosidad en dar
limosnas, para ellos un verdadero derroche, el negarse a participar en la vida social propia de
su clase. Este remar contra la corriente de oposición de sus hermanos y familiares duró
cuatro años (1869-1873). Apunta Dolores: “Después de esta lucha, que fue terrible, nos
resolvimos las dos a hacernos religiosas en las Carmelitas Descalzas de Córdoba”.

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El estilo de vida que llevaron las hermanas Porras, en este tiempo previo al nacimiento del
Instituto que ellas más tarde fundaron, fue muy distinto al acostumbrado en la sociedad
española de 1870. Las damas distaban mucho de desempeñar un papel protagónico en el
contexto familiar. Dolores y Rafaela María, sin pretenderlo, marcaban un paso de avanzada
en el naciente movimiento liberal de la promoción femenina al intervenir directamente en
obras de asistencia social entre los más pobres y necesitados justamente entre 1868 a 1874,
años claves de la revolución liberal española.

La ocupación diaria de estas jóvenes herederas caía de lleno en lo asistencial. Lo que los
psicólogos modernos llaman el-ser-para-otro. En la casa solariega se incrementó el ritmo de
actividades. Se levantaban al amanecer, Continuaba la oración y acción alternadamente.
Redujeron la servidumbre de la casa. Visita y atención domiciliaria a los enfermos hasta muy
entrada la noche.

En estos años de lucha contra el espíritu del mundo y de paz profunda al mismo tiempo,
Dios puso como guía espiritual de ambas hermanas al nuevo párroco de Pedro Abad, D. José
María Ibarra. Las orientó hacia la vida sacramental como ayuda inapreciable del espíritu e
invitó a la lectura asidua de la Sagrada Escritura, infrecuente en su tiempo.

La persecución familiar que se desató contra el sabio y discreto párroco llegó a tal punto que
lograron dejara la parroquia para ser nombrado ecónomo en otra. Duró dos años la ayuda
espiritual en Pedro Abad. Después, a través de la correspondencia epistolar.

1873: Año crucial en sus vidas. Deciden abrazar la vida religiosa. Se vuelven peregrinas en
pos de Cristo. Aventureras de Dios. Caminantes infatigables buscando la perla escondida
para comprarla a cualquier precio. Un tesoro de tal calibre vale la pena de ser perseguido a
toda costa. En otoño de 1873 se comunican y confían la decisión irrevocable que arde en su
corazón. El 13 de febrero de 1874, previas consultas con D. José Maria Ibarra, dejaron Pedro
Abad, la casa paterna y toda la entrañable historia familiar en ella. En carta dirigida al
arcediano de la diócesis solicitan ingresar a las Carmelitas en el Convento de Santa Ana de
Córdoba. Pero ésa no era la ruta acertada de su peregrinaje... era uno de tantos ramales del
camino real, nada más. Llegadas al lugar, se someten a todas las decisiones que sobre ellas
ordena el Obispo. La primera es que pasen una temporada recogidas en las Clarisas del
convento de Santa Cruz. Allí esperaron, cerca de un año, los designios de Dios sobre ellas.

Maestro, ¿dónde vives?: ¿Dónde las esperaba el Señor? ¿Cuál era el camino para hallarle?
Se presentaron varias rutas: que ingresaran como novicias en la Orden de la Visitación
aportando su fortuna para establecer un pensionado bajo la dirección de dicha congregación
que las aceptaba si dichas señoritas se convencían de que iban a “…ser las últimas”, no sea
que se les subiera los humos de grandeza y poderío sobre las demás por ser acaudaladas.

Se deshacen estos planes de ingreso a la Visitación por la intervención de la providencia


encarnada en la persona de D. José Antonio Ortiz Urruela, predicador famoso, experto en
apologética, venido de Roma después de haber asistido al Concilio Vaticano I. El vicario
capitular, que era el mismo arcediano, consultó el asunto de las dos hermanas con D. José
Antonio. Opinó el prudente clérigo que “lo más conveniente sería una fundación dedicada a
la adoración del Santísimo sin excluir otras obras de celo...”, Rafaela María y Dolores
aceptaron gozosas caminar por esta ruta.

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A D. Ricardo Míguez, el arcediano, no le fue difícil aceptar el cambio. Que fuesen salesas o
reparadoras no importaba con tal que se atendiese a la enseñanza de las jóvenes cordobesas,
Así fue como el 1° de marzo de 1875 las hermanas iniciaron su postulantado en la Sociedad
de María Reparadora, en Córdoba. Ocuparon un inmueble de la calle San Roque propiedad
íntegra de las hermanas Porras.

Allí pasaron diecinueve meses. La capilla se preparó en el mejor aposento de la planta baja.
El 28 de marzo de ese mismo año se celebró la Eucaristía. La comunidad estaba formada por
las Reparadoras francesas, Dolores, Rafaela María y un selecto grupo de jóvenes que
iniciaban con entusiasmo y fervor la vida religiosa. Desde aquel día quedó expuesto el
Santísimo a la adoración de las religiosas y de los fieles. El 4 de junio, fiesta del Sagrado
Corazón, de ese año 1875, las dos hermanas tomaron el hábito. Cambiaron sus nombres,
según costumbre de la época. Dolores adoptó el de María del Pilar; Rafaela María, María de
Nuestro Señor del Sagrado Corazón. Años más tarde, en el Instituto de Esclavas que ella
fundó recibió el nombre de María del Sagrado Corazón.

Entre las Reparadoras dieron los primeros pasos. Sorprendido Fr. Ceferino, comenzó por
variar el ritual de la ceremonia de votos muy próxima a realizarse.

Un nuevo ¡craasshh!!: En fervoroso retiro, Rafaela


María se está preparando para emitir los primeros
votos religiosos. Aparece el fiscal del arcediano en el
convento preguntando por ella. Le dice, así de claro,
que el Sr. Obispo ha modificado el ritual de la
ceremonia y... ¡también las Reglas! ¡Las amadas
Reglas de la Compañía de Jesús que ellas quieren
vivir! La superiora se reúne con su hermana, con D.
José Antonio Ortiz Urruela, preguntan a las novicias,
en trance de profesión, ¿están todas? ¡Que vengan
todas! y se produce un diálogo histórico y vibrante. Se
plantea la situación. Discernimiento veloz.
Contestación rotunda y unánime. “Queremos las
Reglas de San Ignacio, tal como las tenemos ahora”
Se notificó al Obispo. Estaba de visita pastoral. Le escribieron. Silencio. Llegó el 2 de
febrero. No hubo ninguna ceremonia de votos en la capilla de San Roque. Horas densas de
oración y de espera... Siempre esperando la voz de Dios para ejecutarla con fiel prontitud.
Además, todas estaban dispuestas a seguir a las Fundadoras en lo que ellas, delante de Dios,
determinasen. ¡Fuerte sentido de cuerpo y de integridad del Instituto el de estas Esclavas!
¡Valientes y audaces, en búsqueda infatigable del Amor!

El ultimátum del Obispo: Sonaban las 10:30 de la mañana del lunes 5 de febrero de 1877.
Jirón de tiempo inolvidable en el que se plasma la solución definitiva. El fiscal y el provisor
de la diócesis leen solemnemente ante la comunidad en pleno las condiciones impuestas por
el señor Obispo “para seguir patrocinando e incluso aceptando la fundación”. Atentísimas,
todas ¡en ello les iba la vida! -a esta especie de sentencia de muerte de sus ideales-
comprendieron nítidamente que era imposible la conciliación entre el modo de vida
extremadamente tradicional propuesto por el prelado y la organización interna del naciente
Instituto. “Ellas comprendían que ningún prelado puede obligar a una religiosa a que profese

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una regla contraria a su vocación”. Deberán defender, contra viento y marea, el espíritu
Ignaciano y el estilo de vida elegido para hallar la voluntad de Dios. Les dieron veinticuatro
horas para determinarse y responder, pero no necesitaron tanto.

“¿Por qué no nos vamos?”: Pregunta lanzada por Dolores a D. José Antonio y a su
hermana. Pregunta que flotaba como ancla de salvación en el ambiente tenso de
incertidumbre. «¿Por qué no nos vamos?» -dijo por allá otra novicia sin saber que la
pregunta ya estaba formulada por Dolores. La joven continuó: “Estamos resueltas a todo con
tal de salvar nuestra vocación, y me envían para que se lo diga”.

Disfraces multicolores fuera de carnaval: El proyecto de rápida fuga fue aprobado por
unanimidad. Había que acelerar al máximo. El corazón, en compás de semicorcheas. La
ilusión de lo desconocido fulgurando en los ojos. La gracia y el buen humor andaluz
restallante al verse unas y otras vestidas con trajes de moda trasnochada, así vestidas al tun-
tun, las catorce novicias, organizadas en grupos, iban saliendo sigilosas a tomar el tren
correo Córdoba-Madrid de las diez de la noche. Caminaban en silencio, presurosas, todas, un
solo corazón caldeado de fervor. Llegaron a Andújar en la madrugada del 7 de febrero de
1877. Pidieron refugio en el hospital del pueblo, atendido por religiosas.

Mientras tanto se armó gran revuelo en Córdoba. ¡Novicias desaparecidas! Lo que ocurría en
la casa de la calle San Roque era la comidilla del día. Por sus puertas, abiertas de par en par,
entraban y salían los familiares con perpleja curiosidad. Quedaron todavía cuatro novicias,
entre ellas, Dolores. Arreciaron las dificultades y persecuciones para este valiente grupo de
primeras Esclavas del Sagrado Corazón y sus Fundadoras. Las familias, el provisor de la
diócesis en nombre del Obispo ausente y hasta el gobernador civil, todos estaban ocupados
en averiguar el paradero de las novicias. A todas las interrogaciones, Dolores contestaba con
gran aplomo y atinadamente. En realidad, nadie tenía derecho de detenerlas ni impedir que
escogiesen su destino libremente.

En tanto, las de Andújar, no lo pasaban mejor. En la noche del 6 llegó al hospital un agente
del gobernador preguntando por catorce jóvenes fugitivas que, desde Córdoba, traían
contrabando. Por orden del alcalde, además, la guardia vigilaba el hospital. La comisión que
las visitó al día siguiente quedó bien impresionada del aspecto y dignidad de las
entrevistadas. Quedaron admirados al ver la serenidad de la joven Superiora, Rafaela María
Porras. Por el apellido reconoció el alcalde que pertenecía a una familia honorable.
Compañero de estudios en su juventud había sido Ramón, hermano de la señorita Porras,
recordaba el buen alcalde. Desde aquel día las dejaron vivir en paz y libertad. De otro lado,
el diario local ofreció a la opinión pública la versión oficial del suceso en términos tales que
quedaba establecida y aclarada la situación jurídica de la naciente Congregación religiosa.
Queridísimas por todo el mundo que las trataba, vivieron en Andújar casi mes y medio, ya
en una casa independiente.

A los padecimientos sufridos por las Fundadoras para lograr el establecimiento del Instituto,
se añadió un dolor moral aún mayor: el P. Ortiz Urruela, sabio consejero de las Fundadoras
fue suspendido de su ministerio sacerdotal por el Obispo de Córdoba, y a divinis por el
Obispo de Jaén. El sacerdote acudió al Cardenal Moreno, arzobispo de Toledo, pero ya era
tarde para rehabilitarlo. Cayó enfermo, y, abatido por la incomprensión, murió el 19 de
marzo de 1877. Quedaron ellas sin apoyo espiritual, ¿en quién confiar ahora?

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Primer jesuita en la vida del Instituto: Tal fue el P. Joaquín Cotanilla a quien el P. Ortiz
recomendó antes de morir. Aparece en la historia del Instituto en momentos de
incertidumbre ante el futuro. Una verdadera encrucijada. Pilar consulta con el P. Cotanilla
los asuntos. Después de escucharla el sacerdote opina que cuanto le ha referido es obra de
Dios. Se descarta la idea de un regreso a Córdoba a insistencia de los amigos del lugar. No
ofrecía seguridad después de los acontecimientos pasados.

Estando en esta incertidumbre, el P. Cotanilla puso a Pilar en comunicación con el Obispo de


Ciudad Real y con el auxiliar de Madrid los cuales le aconsejaron se presentase también al
cardenal- arzobispo de Toledo. El 23 de marzo de 1877, la H. Pilar Porras fue recibida por el
Cardenal Moreno de quien obtuvo la autorización para que las Hermanas se establecieran en
Madrid. La novicia-fundadora, diligente como la que más, y enfebrecida por tanta agitación
de emociones y ajetreos, salió rauda para Andújar, la noche del 25.

De nuevo otro ¡craasshh!! ¡Otra vez! ¿Hasta cuándo, Señor? “Yo me encuentro con valor
y fuerzas muy grandes, porque tengo puesta mi confianza en el Señor, en que nos ayudará
siempre, porque no deseamos más que su honra y su gloria” -dice Rafaela María en carta del
18 de febrero del 77.

Llega María del Pilar a Andújar. Convocan a las novicias nuevamente para ver si con plena
libertad de decisión optan por seguir adelante después
de examinar las perspectivas que les ofrecía el Sr.
Obispo de establecerse en Madrid lo más pronto. Todas
respondieron a una voz: “¡Madre, vámonos!”. Dos días
después, la M. Pilar, todavía enferma, salía para Madrid
en busca de casa para establecerse por primera vez con
pase libre oficial. Luz verde eclesiástica, ¡qué
maravilla! Tal permiso renovaba en ellas la paz,
confiadas y seguras, en Aquel que las seguía
persiguiendo con Amor insistente. La dirección: 2°
piso, N° 12 de la calle de la Bola en el viejo Madrid.
¡La primera Casa de las Esclavas del Sagrado Corazón!
¡Qué alegría! ¡Qué fiesta de acción de gracias al Corazón de Cristo por esta primera
manifestación de afianzamiento y estabilidad del Instituto!

“... en fuerza de deshacerse planes se realizaba el del Corazón de Jesús...”: Palabras


acertadas de la M. Pilar para definir la fundación del Instituto. Todos los proyectos y
diligencias humanas por llevarla a efecto, caían como puntales en base arenosa. Las
hermanas Porras, infatigables, acosadas por el llamamiento divino, caminaban, buscaban.
Buscaban... caminaban. Humildemente protestaba Rafaela María antes de salir de Andújar:
“Yo no tengo pretensiones de fundadora”. “Yo tampoco; pero ¿qué le vamos a hacer, si Dios
Nuestro Señor nos ha metido en estos trotes?”, contestaba Pilar. Pero en realidad, ellas, las
dos hermanas, en el dolor, la humillación, y el sacrificio total, fueron recipientes elegidos de
un nuevo vástago de la Iglesia: el Instituto de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.

Al día siguiente de su instalación en Madrid, las dos Fundadoras acudieron ante el obispo
auxiliar quien les autorizó a vestir nuevamente el hábito. Les recomendó solicitar del

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Cardenal de Toledo la licencia escrita de fundación. El buen P. Cotanilla colaboró en la
redacción de la instancia.

¿Cuál es su nombre?
Exactamente. ¿Qué nombre va a tener este Instituto?
Debe constar en el documento -inquiría con toda razón
el experto jesuita. ¡Todavía no había tenido tiempo de
pensar en ello! ¡Habían vivido con tanta prisa los
acontecimientos! Las hermanas se miraban
interrogantes. Terció el P. Cotanilla: “Pues yo
propongo que uds. lleven el nombre de “Reparadoras
del Sagrado Corazón de Jesús”. Gustosas lo aceptaron
todas y con él se entregó, el 13 de abril, la instancia que
redactaron el P. Cotanilla y las dos Fundadoras. Fue
firmado por la Superiora con el nombre de María del Sagrado Corazón de Jesús. La
respuesta del Cardenal-Arzobispo de Toledo fue veloz, La recibieron al día siguiente, 14 de
abril. Decía escuetamente: “Concedo como se pide” ¡Aleluya! ¡Jubilosa fiesta de acción de
gracias! A través de los acontecimientos, la voz de Dios clarísima. La Iglesia les otorgaba ya
una feliz muestra de aprobación a la obra que tantos afanes costaba a ese fervoroso y
valiente grupo de primeras Esclavas (¡todavía no se llamaban así!), atrapadas sin salida por
el Amor. El nombre de Reparadoras del Sagrado Corazón, pasó también. Antes de la
aprobación por la Santa Sede, adoptaron definitivamente el de Esclavas del Sagrado
Corazón. El 20 de abril de 1877, el Padre Cotanilla celebró la primera Eucaristía en aquella
Casa inaugural del Instituto.

Esta primera comunidad de Madrid fue inmensamente feliz y alegre a pesar de la extrema
pobreza en que vivían, y de una serie de percances y enfermedades. Todas a una iban
superando esta situación con fe, paciencia e ilimitada confianza en el Señor. Pero la casa
resultaba muy estrecha para desplegar las actividades requeridas por la misión del Instituto.
A pesar de ello, la Madre Sagrado Corazón puso un empeño especial en mantener el culto
eucarístico. Se trasladaron a la calle Cuatro Caminos. Permanecieron allí dos años y meses.
Las fundadoras junto con el Padre Cotanilla redactaron, en tanto, los primeros Estatutos de la
Congregación. Fueron aprobados por el Cardenal-Arzobispo el 21 de setiembre. En los
primeros días de este mes, también les concedió licencia para que la capilla permaneciera
abierta al público. El ansiado permiso para tener el Santísimo “…porque Jesús en la
Eucaristía es el centro de nuestra vida...” sólo podía darse en Roma. Lo solicitaron el día 26.
El 19 de octubre llegó de Roma la licencia (fechada el 12) para reservar el Santísimo. Antes
de estas fechas ocurrieron hechos singulares, como misteriosos, pero muy conmovedores y
bellos: al capellán, sin quererlo, se le quedaban partículas de formas (la hostia consagrada)
en la patena o entre los manteles del altar.

“¡Una, dos, tres y más veces! ¡Consuelos del Señor para aquellas hermanas deseosas de estar
con El y ponerlo a la adoración de todos los pueblos!”.

Dejarnos apisonar: Ha quedado patente que el año 1877 es crucial en la historia del
Instituto. Los cimientos han sido colocados “...y por cierto bien hondos...” Habla la M.
Sagrado Corazón. “Nuestro edificio, el Instituto, va a ser muy hermoso, y es preciso que
nosotras, todas nosotras las que hemos participado en la fundación y las que vendrán

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después, estemos dispuestas a dejamos apisonar”. ¡Dejarnos apisonar! ¡Es la clave de todo
triunfo sobrenatural! ¡Del triunfo de los planes de Dios en nosotros! ¡Es el craasshh,
ineludible, transformante de nuestra existencia! El 8 de junio las dos fundadoras emitieron
los votos temporales.

Prosperidad y expansión: A 1877 seguirán años de afianzamiento floreciente y expansivo


del Instituto. Al mismo tiempo la progresiva riqueza espiritual de la M. Sagrado Corazón es
por todos reconocida. Hacia 1880, el Instituto contaba con treinta y tres religiosas. Aparecen
nuevos focos de irradiación eucarística. Se abren escuelas gratuitas para la enseñanza de
niñas pobres. Son fruto de las nuevas fundaciones en Córdoba, Jerez, Zaragoza y Bilbao.

En noviembre de 1880 comenzaron -en proceso lento- las gestiones para obtener la
aprobación del Instituto por la Santa Sede. La Sagrada Congregación pedía informes
detallados sobre el fin del Instituto, y que seis u ocho obispos de distintas diócesis
comprobaran el buen espíritu y la estabilidad de la institución. Después de muchos afanes,
informes y cartas, tuvo lugar la aprobación el 29 de enero de 1887. Un año antes, el 24 de
enero, mediante un Decretum Laudis que recaía sobre el objeto o fin del Instituto, la Santa
Sede daba a éste el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.

La aprobación del Instituto y sus Constituciones exigía establecer el gobierno según estas, es
decir, convocar a la primera Congregación General para elegir una Superiora que rigiese
todo el Instituto, y un consejo constituido por cuatro Asistentes generales. El 13 de mayo de
1887, la M. Rafaela María Porras y Ayllón fue elegida Superiora general, en acto presidido
por el obispo de Madrid-Alcalá. La votación fue unánime.

Heroica aceptación de lo divergente: Este año de 1887 es importante por hechos


fundamentales ocurridos en la vida del Instituto: aprobación del mismo y elección de la
Madre Sagrado Corazón como Superiora General. La vida espiritual de la Fundadora se
enriquece cada vez más. El paso de la gracia del Señor en ella es notable y notorio para
cuantos la tratan. Son gracias extraordinarias las que recibe de Dios. Los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio, practicados fídelísimamente año tras año la elevarán a
extraordinario nivel de santidad. Su alma ya está preparada para ser sumergida con Cristo, en
Dios durante el pasmoso período de treinta y dos años de anonadamiento y olvido.

La separación de los miembros de la primera comunidad de


Esclavas era una exigencia insoslayable de las nuevas
fundaciones que de la primera derivan, aparecen así, dentro
de sus miembros, opiniones distintas sobre asuntos de
gobierno y de la marcha del Instituto. Su hermana, la madre
Pilar, comienza, incontenible, a subordinar bajo su dominio a
la Madre Sagrado Corazón mediante continuas
observaciones y censuras acerca de su modo de gobernar. Tal
actitud crítica produjo inseguridad en el ánimo y en el actuar
de la Madre General. La M. Pilar desconfiaba del acierto en
las gestiones de gobierno de su hermana. Esta divergencia
irreconciliable de criterios es descrita certeramente por
Inmaculada Yáñez, acuciosa biógrafa de la M. Sagrado
Corazón: “…el diálogo que se desarrollaba entre las

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fundadoras estaba subiendo de tono y comenzaba a dejar huellas en ambas; en la M. Sagrado
Corazón, el dolor de la desconfianza y de cierto menosprecio sentidos en la propia carne; en
la M. Pilar, la amargura de una rebeldía insatisfecha”. (Vid. I. Yañez, Cimientos para un
edificio, C.4, Muros y cimientos nuevos, p. 227).

Último ¡Craasshh!! : Etapa del Generalato a la renuncia: 1887-1893


Años cargados de dramatismo. Tallar no en mármol sino en carne viva es doloroso. Cristo
esculpía su imagen en Rafaela María. ¿Y el Instituto? Sigue expandiéndose: Colegio
internado en La Coruña; fundación en Roma, que otorgaría al Instituto “…un carácter
universal que ahora no tiene, por más que ése sea su espíritu”, la profesión perpetua de la
Madre Fundadora y sus nueve primeras compañeras. Ella es -sin pretenderlo- la formadora
espiritual de sus hermanas. Es el corazón mismo de la Congregación naciente. A través de su
vida y epistolario ofrece a las Esclavas de todos los tiempos, ricas enseñanzas cimentadas y
forjadas en la espiritualidad ignaciana, unida ésta a su ardentísimo amor al Sagrado Corazón
de Jesús y deseo indesmayable de trabajar por la salvación de todos los hombres. A los
treinta y seis años de edad ha llegado a una espléndida madurez humana y espiritual. Ella es
fuente siempre manante de bondad, paciencia, humildad, caridad y altísima unión con la
Voluntad de Dios, camino seguro de santidad.

En este período doloroso de su generalato no escatimará esfuerzos para conservar la unión


de los corazones en el Instituto: «...que todas vayamos a una tolerándonos mucho”. Crear
fraternidad. Formar comunidad en la fe y en el amor fraterno porque esa es la Voluntad de
Dios. “Mi vida debe ser un continuo acto de amor”. De amor a Dios y al prójimo. Esa fue su
aspiración hasta la muerte. Primer mandamiento de la ley de Dios. Y así lo hizo... ¡y fue
santa...!

La postura negativa de la M, Pilar a cuanto la Madre General proyectaba o ejecutaba dio


lugar a su definitiva renuncia al generalato. Fue aceptada por la Sagrada Congregación el 13
de marzo, viernes santo, de 1893. A partir de ese momento la vemos escalar en ruta
ascendente por el empinado camino de la cruz que es el inicio para llegar con Cristo a la
resurrección, a la gloria. Todo queda atrás, ¡tan pequeño! ¡tan humano y débilmente
pequeño!

La M. Sagrado Corazón va quedándose en total soledad. Ya habían corrido antes de su


renuncia, los falsos rumores de una incapacidad mental para el gobierno. Las personas más
allegadas le fueron fallando. Bloque de hielo que cala el alma va formándose alrededor
suyo... ¡Hasta los propios amigos y consejeros de la Compañía de Jesús!

A fines de 1891 la M. Sagrado Corazón hizo los Ejercicios Espirituales. Sólo la vida de
unión con el Señor la confortaba y daba alientos para continuar en la reconstrucción de la
unidad dentro del gobierno. El 10 de enero de 1892 hizo voto perpetuo de obrar siempre en
“...perfecta observancia, en profunda humildad y en la más perfecta mortificación posible”.
Entrega total de toda la persona a la Voluntad de Dios.

En octubre de 1892 entra nuevamente en Ejercicios porque las dificultades han llegado al
clímax. Sin apoyo alguno humano, consigna en sus Apuntes: “Debo pensar con frecuencia
que, si alguna vez Dios quiso servirse de mí para obras de apariencia, hoy, queriéndome
oculta y deshonrada a los ojos del mundo, puedo darle la misma gloria, oculta y

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desconocida, cumpliendo alegremente y exactísimamente su voluntad, que, aunque siempre
le es grato el que se le sirva en todos lo estados, por mí hoy le es muchísimo más en el
estado de abyección en que su santísima voluntad me ha colocado, donde puedo practicar las
virtudes con mayor pureza y heroísmo”.

El Capítulo general para elegir a la sucesora y su consejo tuvo lugar a fines de junio de 1893.
Fue elegida Superiora General la M. María del Pilar. A partir de ese momento la M. Rafaela
María sólo tendrá un oficio: orar sin cesar y sin apartar la vista del Señor, de esto dependerá
todo el bien de la Congregación. En sus apuntes espirituales de este mismo año, escribe:
“Haz, Jesús mío, que el conocimiento que he adquirido de lo que vale la vida crucificada
contigo no se me borre jamás, y sobre todo en las ocasiones de prueba. ¡No me desampares
en aquella hora!”

Vida de cielo en la oscuridad: A partir de 1893 a 1925 -año de su muerte- comienza la


vertiginosa ascensión de la M. Sagrado Corazón a los más altos grados de santidad y unión
con Cristo. Libre de ataduras de gobierno y de complejos torbellinos provocados por el mal
espíritu, allí, en el estado de humillación y olvido en que se encuentra, inicia ya una vida de
cielo. Todas las fibras de su alma han crujido en el ¡craasshh...!! definitivo. Toda atadura
terrena se ha roto y la M. Rafaela María ha quedado libre, ¡libre! para encontrarse con el
Amor que la atrae cada vez más con imperioso ardor. Largo olvido de las criaturas, sí,
¡treinta y dos años! pero presencia del Creador, viva e iluminadora en ellos. Ella crecía día a
día en aquel rincón, en ese cuartito de Roma del que salía presurosa con el rostro radiante de
gozo divino para adorar a su Señor expuesto en el altar.

Privada de un apostolado directo, en aparente inactividad a los cuarenta y tres años de vida,
le venían de lejos noticias del desarrollo general del Instituto y sus obras, fue un auténtico
martirio el haber muerto al apostolado activo en total anonadamiento. Apartada de todo
cargo de responsabilidad, de gobierno, de quehacer apostólico, también se vio marginada de
los oficios comunes propios de la vida doméstica conventual. En 1898, escribe: “En el no
hacer está mi mayor martirio. Dios me pide ser santa. Si logro ser santa, hago más por la
Congregación, por las Hermanas y por el prójimo que si estuviese empleada en los oficios de
mayor celo”. Tal anulación de su persona era por demás penosa y humillante para la santa.
Así un año, dos, cuatro, ocho, dieciséis… ¡treinta y dos...! ¡Cuánto cielo! ¡Cuánta gloria
acumulada en este “no ser y ser”!

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Sutil martirio: Poco a poco se acostumbraron a verla así: sin oficio ni beneficio. Del cariño
que le mostraron al principio, pasaron a familiarizarse con su figura afable, callada y
sonriente. Una sombra que no hacía sombra a nadie. Luego, cierto trato descomedido y, en
ocasiones, despreciativo. Despojada de toda señal de poder, de autoridad, la mediocridad no
halla en la Fundadora, (muchas no saben que lo es), absolutamente nada digno de reverencia
e incienso adulatorio. Surge el menosprecio... ¡No le hagamos caso!

En tanto el Instituto seguía creciendo expansiva y cuantitativamente a comienzos de siglo.


Por noticias de aquí y de allá la santa Fundadora se enteraba de este crecimiento. Estas
noticias le deparaban un profundo gozo interno. En realidad, el anonadamiento en que vivía
era la fuerza generadora y motriz del auge de la Congregación. Grano de trigo que cae en la
tierra, se deshace para dar fruto abundante e imperecedero.

“Confianza y fortaleza en Dios solo... Dios, el todopoderoso”: Estos son los sentimientos
que acompañan a la santa Fundadora en el último periodo de su vida. Se ha establecido entre
Jesús Eucaristía y ella un diálogo de amistad maravilloso: “Aquí me tienes; haz de mí lo que
sabes y quieres, porque sé que me amas, y a todas las de la Congregación, como a las niñas
de tus ojos”. Sus apuntes y la correspondencia con la M. Pilar y Las demás religiosas
antiguas constituyen un venero riquísimo de espiritualidad cristiana. “Debo vivir en este
mundo pendiente de la sola voluntad de Dios, y jamás esclavizada a ninguna criatura que se
interponga en esta independencia santa de los verdaderos hijos de Dios”. Su vida oculta se
ha convertido en sacrificio y alabanza de Dios: “Debo tener en todas mis acciones presente
que estoy en ese mundo, como en un gran templo, y que yo, como sacerdote de él, debo
ofrecerle continuo sacrificio en lo que me contrarían las criaturas, sean cuales sean, y
continua alabanza en las que me satisfagan, y siempre todo a mayor gloria de Dios, que es el
fin para que nos ha puesto en este mundo”.

La vida del Instituto se sostiene, sin duda alguna, por el holocausto de la M, Sagrado
Corazón y también por el de su hermana Pilar, quien desde 1893, año de su elección como
general hasta 1903, en que es destituida del cargo, sufre la incomprensión humana; es
vapuleada por el dolor que purifica y redime. Las dos hermanas fundadoras están ya
equiparadas en el seguimiento de Jesucristo por el camino de la cruz. La M. Pilar deja Roma
y la destinan a Valladolid donde muere fervorosamente en 1916.

Laboriosa, caritativa, humilde, la M, Sagrado Corazón pasa sus días ayudando en casa.
Amaba profunda y desinteresadamente a todas las Hermanas. “Amar y más amar, el amor
todo lo vence. Pedir sin cesar el amor”. Su oración era continua. Inherente a su ser íntimo, la
unión con Dios y el amor a Jesús Sacramentado. Vivió para Él y murió en Él.

Hacia 1918 comenzó a sentir dolor en una rodilla. En 1920 sufre la primera operación. En
1921 no puede desplazarse por casa. Arrastrando la pierna enferma todavía puede llegar a la
tribuna de la iglesia. Empeora en los años siguientes. Sufre una grave erisipela. Recibe la
unción de los enfermos. Es necesario llevarla a la enfermería. Corren los días de 1924. Su
estado se agrava, Se hace necesaria otra operación para aliviar en algo los fortísimos dolores.
En tan intenso dolor físico no paliado por nada, se le oía balbucir: Jesús, Jesús. En diciembre
vuelve a recibir los últimos sacramentos. Con suma devoción y entereza renovó los votos
religiosos. Toda la comunidad, alrededor, la escuchaba. Posó la mirada -ya de cielo- en

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todas, pidió para sí la gracia de la perseverancia y añadió: “Concédeles gracia abundante
también a todas mis Hermanas”.

Poco antes de morir la M. Sagrado Corazón recibió la visita de la M. General. Con voz suave
y firme y mirándola fijamente le dijo. “M. Purísima, seamos humildes, humildes, humildes,
porque así atraeremos las bendiciones de Dios”. Última exhortación fraterna, el legado
espiritual de la M. Sagrado Corazón para todas las que tienen el oficio de servir, gobernando
en el Instituto.

A las seis de la tarde del 6 de enero de 1925, en el mismo momento de impartirse la


bendición con el Santísimo Sacramento, la Madre Fundadora entregó su espíritu al Señor. La
suave serenidad de su rostro, la atmósfera de bienaventuranza y paz que se percibía ante su
cadáver evidenciaban que acababa de morir una santa. En silencio y oscuridad terrena. Sus
funerales fueron sencillos. Uno de tantos... La M. General y su consejo, no asistieron.

Apenas una nota necrológica escueta les fue permitido publicar a las redactoras del boletín
noticioso del Instituto. Murió humillada, en el anonimato. Sin embargo, era amada y
valorada por muchas, en secreto. Las circunstancias vigentes en el Instituto así lo exigían.

Había muerto una santa. Nadie lo ponía en duda. Un santo, una santa tienen poder de
transformar el curso de la historia personal de muchos. ¡¡ Craasshh...!! ¡La vida no siguió
igual! Desde arriba la M. Sagrado Corazón repartió con su
bondad habitual muchos favores a todo el mundo. El
Instituto por ella fundado comenzó a crecer rápidamente, y,
lo mejor: rebrotó la simiente del espíritu de los primeros
tiempos... ¡Qué va! ¡La vida no siguió igual! La
Congregación de Esclavas, “fruto del Corazón de Cristo”,
revivió. En 1932, Pío XI envió un visitador apostólico al
Instituto. Dicho prelado tenía también la facultad pontificia
para aceptar la renuncia de la Madre Purísima al generalato.
Fue nombrada Vicaria la M. Cristina Estrada. En mayo de
ese mismo año, mediante un documento autógrafo, Pío XI,
la nombró Superiora General.

La M. Cristina, mujer de oración, de exquisito tacto y prudencia no común, convencida de la


extraordinaria calidad de las virtudes practicadas en grado heroico por la M. Sagrado
Corazón, inició la investigación de su vida. En 1939 se introdujo la causa de beatificación,
Pío XII la beatificó el 18 de mayo de 1952. El 23 de enero de 1977, Pablo VI la proclamó
Santa. Al rezar el Ángelus, refiriéndose a la santa del día -Rafaela María del Sagrado
Corazón- dijo: “Una santa muy humilde, dulce, fina, silenciosa, pero llena de riqueza
espiritual y de ejemplaridad edificante… Como El mismo ha dicho, Cristo se revela a los
pequeños, es decir, a los humildes, a los sencillos, a los puros de corazón, a los inocentes y a
los buenos, a los discípulos que creen y aman...”

Y así termina la fascinante aventura que vivió Rafaela María Porras y Ayllón, atrapada sin
salida por el Corazón de Cristo. Virgen fiel y sensata que conservó la lámpara encendida por
la fe y el amor para buscar “…Siempre y en toda la voluntad santísima del Señor”.

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Ahora que conocemos a la M. Sagrado Corazón un poquito más, ¿puede seguir nuestra vida
igual? No parece posible.

Digo: “Mis obras son para el Rey”


(Sal 44,2)
Obra Pastoral A.C.I.
Dávalos Lisson 154
Telf. 423-8990
Lima 1 – Perú

1a. edición: 15 de octubre de 1993


2a. edición: l de diciembre de 1993
3a. edición: marzo de 1997
Revisado y reimpreso: febrero 2017

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