Biografia de Un Muerto

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BIOGRAFÍA DE UN MUERTO

Capítulo 1: El drama del desempleado…

- Después que se hubo bebido la exquisita botella de vino tinto, se quedó dormido en su
atrofiado colchón de espuma, revestido con el desteñido forro rojizo. Aquel su sitio de
reposo fue un regalo de su madre en su cumpleaños número diecisiete, luego de meses
dolorosos de dormir en las mantas que debieron arropar una cama. El color del forro se
perdió con cada lavada, siendo él recurrente invitado al lavadero, pues triste hábito era
derruir las penas de la vida forzando orgasmos encima del colchón. Por eso el extraño olor a
fructosa y fósforo que se impregnó en el forro, y que ni siquiera el cloro pudo eliminar.
Porque más fuerte que el efecto del halógeno en la tela fue la cantidad de eyaculaciones
retenidas en ella. La tela que escondía la espuma del colchón era testigo directo de los ratos
en los que él aliviaba la tensión de su abrupta vida sometiéndose a fantasías sensoriales,
trampolines a una felicidad efímera por la cual él pasaba duelos posteriores. Culminado el
acto, manchado el colchón y quemadas las calorías en su cuerpo, su alma entraba en un foso
de arrepentimiento, en principio dirigido por los residuos de cristianismo en su mente. Pero
más allá de las responsabilidades religiosas que abandonó cuando sustituyó la fe con
razonamiento, su malestar luego de cada auto-consentimiento derivaba de la frustración por
tener que recurrir a semejante acto para saciar sus penas. Tan desgraciado era él, que la
incapacidad para hablar con el sexo opuesto era superior a sus deseos carnales. Y esa no era
su única debilidad. Meses atrás no pudo retener al jíbaro que transportaba droga cerca de su
puesto de centinela. Con sus amigos no logró conducir la clásica bicicleta y con sus
hermanos no podía estar al nivel de limpieza semanal, cuando su madre requería esa ayuda.
Tanta decepción se juntaba y lo arrastraba a hacer aquello. Aunque la vergüenza privada
resultaba deprimente, aceptaba soportarla con tal de obtener un resquicio de felicidad. Al
menos unos segundos sentía que tocaba el cielo.
Así de infortunado era este hombre. Sus diecinueve años, tres meses y doce días de vida
albergaban más pesares que alegrías. El país donde nació secundaba en las listas de hampa,
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de miseria social y de desespero poblacional. Él surgió en un pequeñísimo pueblo colindante
con la despampanante capital nacional, pueblito que meses después sería tragado por el
distrito, perdiendo su identidad municipal y convirtiéndose en una localidad más de la
honorable ciudad principal. Quizá de ahí empezó el desagrado de él por la patria en la cual
tuvo que crecer. Sus padres, una capitalina servil y un campesino del oriente dedicado al
empleo mixto, consideraron de mayor importancia la función económica sobre cualquier otra
responsabilidad poseída. De ese modo se deshilachaban a diario trabajando en las fábricas de
textiles o en los talleres de mecánica automotriz para obtener los recursos necesarios y
mantenerle a él y a los hijos posteriores, venidos del deseo carnal más que del anhelo
familiar. Los nuevos hijos no percibían demasiado las ausencias paternas, de pronto porque
lograron amoldarse a la realidad que ellos les otorgaron. Con diez años, cada uno ya era
capaz de preparar un almuerzo y asear con pulcritud cada parte del hogar. Tenían las
facultades para rebuscarse el dinero que necesitasen y en las labores de sus padres podían ser
útiles. En cambio el mayor, el que creció sólo, nunca aceptó esa realidad. Desde pequeño se
negó a volverse la herramienta de sus padres, pues no veía la utilidad de dicho trato. ¿Qué
tus padres se maten semana tras semana para que comas, a cambio de que tú tengas que
matarte luego por ellos, y repetir el doloroso ciclo con tus hijos décadas después? Él rechazó
ese tratado. De esa forma, y a diferencia de sus hermanos, él disfrutaba las horas en la
escuela, pues allí podía lucirse tanto como quisiera. Sus compañeros, casi todos tan
adaptados a la realidad de sus padres, se maravillaban con la facilidad que él tenía para
memorizar los cansinos discursos de los profesores, las habilidades magnas con las que
resolvía esos enredos mentales llamados “problemas matemáticos” y la manera tan delirante
en la cual él redactaba sus propias conclusiones de x o y tarea. La escuela y el posterior
colegio fueron sus campos de trabajo, donde tuvo el esplendor que pocos logran en esas
sendas. Lamentablemente con la mayoría de edad llega el final de esta etapa, y un joven que
sólo vive por la lectura, el análisis y el estudio, es propenso a atropellarse con la cruel
realidad de los países tercermundistas.
Con la graduación, los aplausos y obsequios gubernamentales, llegó también el choque de
los sueños con las posibilidades reales. Él quería irse de su país, cruzar el mundo para
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arroparse con los ensalzados valores y la disciplina férrea en oriente. Sin embargo, su
bolsillo no tenía más que papeles llenos de esperanzas, cartas de amor que morirían sin
llegar a su destinatario y una que otra monedita hurtada a su madre cada que iba a la tienda
por encargo de ella. Con eso ni siquiera podría cruzar la frontera tan cercana a él, esa que
veía cubierta de la atmósfera rosa cada crepúsculo vespertino, recordándole lo maravillosa
que es la naturaleza y lo miserable que era su vida. Al observar el blanco deshaciéndose
entre pigmentos rojos encima del verde montañoso, su corazón evocaba las inmensas
oportunidades que la creación le ofrecía al hombre. En antítesis al órgano del pecho aparecía
el cerebro, emitiendo ideas pesimistas. El joven concluía que era un recién promovido del
bachillerato, dependiente del poco dinero que sus padres ganaban en trabajos asalariados, sin
más virtudes que la pasión por la lectura, la escritura y el pensamiento. Así surgió el interés
por dedicarse al estudio de las artes humanas, más la ansiedad de producir dinero para
independizarse de su hogar lo condujo al otro lado del problema de las dos culturas,
metiéndose de lleno al mundo de la ingeniería de sistemas. Era lógico, el joven vivía en un
país donde las humanidades son subvaloradas y en cambio el ejercicio de las ciencias
exactas es subvencionado de gran forma por el estado. Eso era lo que él necesitaba en un
principio, producir dinero de algún modo. Ya después, cuando tuviera ahorrado lo suficiente
abandonaría sus estudios computacionales y saldría del país a dedicarse en lo que de verdad
amaba. Pensamiento tan materialista es coherente en personas con vocación laboral,
dispuestas a sacrificar sus gustos con tal de reunir utilidades que luego se empleen en las
verdaderas pasiones. Pero éste joven, ya sabemos, no tenía nada de espíritu trabajador. A sus
dieciocho años había fracasado en tres empleos. Uno como auxiliar de panadero, donde su
fragilidad a la hora de moler el pan vencido lo dejaron fuera del cargo. El segundo como
pintor. El despilfarro de pintura y la necesidad de apoyo en sus hermanos, mucho más
dedicados en estas labores, descartaron que volviera a ser convocado por la casera para esta
actividad. Finalmente fue puesto en un café internet, donde debía atender la clientela,
mantener limpio el lugar y estar al tanto del negocio. Acá el joven pudo tener el placer de
renunciar. Agobiado porque no le quedaba tiempo para sus obras escritas, resolvió
abandonar el puesto, anteponiendo su arte al trabajo. Ahí él pudo entender que no había
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nacido para el trabajo convencional. Si tan sólo alguien valorara sus escritos o su capacidad
racional, y le pagara por ello, él sería feliz. Pero el ignorante no supo cómo aprovechar sus
virtudes, tan envidiadas por muchos esclavos del salario, incluidos sus padres, y resolvió
meterse a la peor contradicción de su vida: El ejército.
Once meses después de la chocante y obligada entrada a la milicia, el joven festejaba con
una sonrisa clínica la culminación de su servicio militar. El día del ingreso, él sólo buscaba
un método para pagar la compensación y así solucionar su situación mílica. Allí se dejó
llevar de unos ojos verdes, puestos en simetría con delicadas y pálidas facciones en un bien
esculpido cuerpo femenil, cubierto por los pixeles selváticos del uniforme militar. La
teniente, lejos de darle salida, lo sometió al ligero examen médico para ver si era apto para
dar un año al servicio. De haberse realizado un verdadero análisis, quizá le hubieran
impuesto la cuota monetaria para librarse de ser soldado. Pero aparte de manosearle los
genitales, ojearle los dientes y hacerle preguntas tontas sobre su pasado, el joven no recibió
más diagnóstico. El resto del día lo pasó emulando a los presos políticos que lloraban al otro
lado de la frontera, donde el socialismo quebrado cortaba y desangraba a sus pobladores.
Durante su servicio militar, aparte del riguroso incremento físico donde incluso vio fallecer a
un colega, un campesino estresado que murió por la mezcla de drogas y ejercicio; sintió las
hostilidades de Morfeo, cuando no podía siquiera pestañear por las recurrente alertas de
ataque subversivo. Y claro, vivió en carne propia el drama de sus connacionales expulsados
de la tierra de enfrente, cuando el inepto mandatario vecino buscó justificar la crisis
humanitaria que padecían. Uno de sus colegas se resolvió la vida al rescatar un pequeño
deportado de una corriente de agua voraz. El ejército le aseguró el estudio en cualquier
universidad del país, tras la negativa del héroe por continuar en la carrera militar. Mientras
su compañero bebía vino francés, codeándose con los medios de comunicación y
exhibiéndose como salvador de los pobres marginados, el joven que no quería ser soldado se
embriagaba con una caja de vino chileno, del barato, maldiciendo a Dios por su mala suerte.
Él se hallaba a unos pasos del pequeño, pero por cumplir la orden de no abandonar la orilla
del río, por la vigilancia a un posible hostigamiento guerrillero, se negó a ir por el chico.
Estas y otras experiencias más magras aún compusieron la triste tocata de la milicia en el
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joven. Por ende la felicidad y los deseos de retomar un buen camino en la vida civil eran
demasiados. En las horas de guardia se prometía con solemnidad que empelaría el dinero de
la liquidación y el certificado de prestación para conseguir un empleo digno, que le
permitiera recaudar fondos para reanudar sus estudios universitarios en el campo de las
letras, lo que más amaba. Pero él no contaba con que los mismos expulsados al otro lado de
la frontera, a lo cuales él auxiliaba durante la deportación masiva cuando era soldado, ahora
coparían las listas de espera en los puestos de empleo. Y como eran injustas víctimas del
régimen vecinal, el gobierno municipal por orden del estado decidió darles bonos y
prioridades, a fin de atender sus necesidades. Dicho de otro modo, al joven de nada le servía
el certificado de prestación, que otrora determinaba los otorgamientos de trabajos a los
exsoldados. Así las cosas, el joven tuvo que recluirse en su habitación a esperar un milagro,
aunque fuera barriendo calles, para ganarse la vida y buscarse sus estudios. Ya completaba
tres meses desde que abandonó el camuflado y el fusil, y a falta de los ataques guerrilleros,
ahora padecía la presión de su madre, quien lo instaba a buscar un trabajo informal para
ocupar su tiempo. Él se negaba, argumentando tener que darle uso al certificado por el cual
pasó un año en cantones y montes peligrosos. El joven bebía y se aliviaba con orgasmos
auto-inducidos para relajar la tormentosa pena de aguantar a su madre, mientras ansiaba una
llamada laboral.
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Capítulo 2: La presión materna

Ahí hallábase él, desdichado, inerme. Su maraña capilar abrazaba ya el vello facial horrendo,
que no ocultaba los granos de pus alrededor de la boca. Su frente descomunal cubierta por el
capul desalineado, y sus ojos hundidos en dos manchas violáceas. Sus labios, su nariz, sus
orejas… todo su rostro sentenciaba la decrepitud física, que no era otra cosa sino la
extensión de otra más profunda y grave. El júbilo del mes anterior lo había abandonado
apenas se oreó con la triste realidad de la ciudad. Sólo la pesadumbre lo acompañaba en su
gris habitación, repleta de papeles y tinta, dejados a un lado también por la decepción. Ya ni
siquiera esas dos sustancias inertes le inducían a salir del hoyo emocional donde se
encontraba metido. Nada ni nadie podría sacarlo de su condena lamentable. Eso creía él. A
unos metros de su habitación, en un mundo muy lejano a su dimensión sombría, una mujer
apretaba el pie de una máquina de coser algo antigua. Aunque su tez brillaba mucho más, sus
ojos estaban todavía más hundidos en cavidades más oscuras. Pero eso no anulaba el
hermoso reflejo verde que emitían éstos. Ella seguía pisando el pie de la máquina, pasando
la tela por la aguja, manipulando los hilos e hilazas, midiendo, cortando… Su talento para la
confección residía en la sagrada concentración, tal era que nada en absoluto le inmutaba
mientras ella y la máquina estuvieran juntas. Sólo un toque escandaloso en su puerta o el
timbre de su celular le ordenarían detener las labores por un breve lapso. Esta vez el aparato
móvil le inquiría detenerse. El número en la pantalla resultó extraño, por la extensión.
Contestó, y al otro lado una voz de fémina mecanizada preguntaba por su hijo. Era de parte
de una agencia de empleos. El corazón de la mujer quiso salirse por los senos de ella,
arrebatarle el teléfono, cruzar la casa, irrumpir en la habitación del joven y darle el celular
para que atendiera la llamada. La mujer, fiel y obediente a sus impulsos, rogó espera a la
operadora y traspasó en diez segundos la distancia entre ella y su hijo. Sin tocar, abrió la
puerta de su habitación. Esta vez no se afectó por el pesado olor a ropa mojada y reseca por
la calefacción natural. Su casi perfecto olfato fue sometido por la emoción. Ahí, de nuevo,
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estaban cara a cara, dos formas radicalmente opuestas de ver el mundo. De pie, la guerrera
que sobrepasó la opresión capitalina, el abuso del padrastro, y que día a día desgranaba su
vitalidad para llenar los estómagos de su familia. Ella era el sacrificio personificado. Perdió
su infancia por la separación de sus padres. Su pubertad fue absorbida por la tiranía de su
madre. Su adolescencia fue ultrajada por las ansias corporales del marido de su progenitora.
Y el resto de su vida lo ofrendaba a diario por su marido desagradecido, y sus hijos
desinteresados. Esa era la forma en la que ella vivía. Y recostado, desparramado en un
colchón de espuma ya desgastado, cuyo forro era constante víctima del cloro que purificaba
del aroma sucio del auto-placer, el fracasado artista cuya visión se distorsionó ante la cruda
situación socio-económica de la ciudad. Suena ridículo, pero así de débil era el joven,
sumergido en las legañosas miserias del pesimismo.
El joven alzó levemente la cabeza para detallar la intromisión. Al ver a su madre, retomó su
postura muerta. Su madre dio dos pasos al colchón y le extendió el teléfono.
- Es de una agencia de empleos – Indicó la mujer. Esas palabras electrificaron al joven. De
un giro quedó sentado en la espuma. Recibió de su madre el aparato y contestó, fingiendo
madurez. La operadora le preguntó en primera, si estaba desempleado. El joven afirmó con
energía. El siguiente interrogante giraba en torno a la necesidad. La energía de la respuesta
fue mayor. El joven por fin presentía el final de la agonía post-milicia. Pero lo que prosiguió
deformó el panorama. La operadora expuso la oferta laboral, para la cual era innecesario el
certificado de prestación. Se trataba de un empleo como fabricante de ladrillos, para el cual
se requería capacidad física, entereza y voluntad enorme. La energía se fue diluyendo en los
suspiros del joven, mientras continuaba hablando con la operadora, fingiendo interés. Lo
hacía por la presencia de su madre. La operadora detectó un halo de desazón en el joven y le
preguntó si en verdad le interesaba el trabajo, pues a mucha gente le sería útil. Con desidia,
el joven dijo que sí. Su madre no percibió la aburrición de su hijo, y seguía inmersa en la
feliz noticia de que su hijo hallaba al fin empleo. Se lo imaginaba madrugando, alistando sus
enseres y marchándose hacia el sitio de laburo. Luego recreaba la escena en la que él,
exhausto y amargado, volvía en el atardecer, en busca de reposo. Su hijo haría así sólo en su
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mente. Porque apenas colgó él, la operadora tachó su nombre y dispuso a pasar su hoja de
vida por el cortapapel, mientras se preparaba para llamar al siguiente candidato, para
ofrecerle el mismo tedioso empleo de fabricante de ladrillos.
El joven sin saber lo que hacía la operadora, ya daba por sentado que no trabajaría como
ladrillero. El tono de voz de la mujer con la cual acababa de hablar evidenciaba la
inapetencia, causada a su vez, por el desinflado ánimo del joven. La madre también lo notó,
y se contagió del desaliento. Forzando la alegría, esperanzada en que el rostro cabizbajo de
su hijo fuera fruto de su pavor a ser empleado, aumentado por la llamada gloriosa, preguntó
qué le habían dicho. El joven alzó su mirada muerta, penetró con ella los ojos dulces de su
madre y dijo, desganado.
- No pasa nada. No sirvo para ese empleo. Habrá que seguir esperando.
Y el corazón de la madre regresaba al punto de partida de ese horrendo ciclo donde la ilusión
y el fraude corrían por su adolorido pecho. Siempre era lo mismo. La decepción constante
hacia su hijo mayor era desplazada por algún acontecimiento externo que la instaba a creer
que el joven al fin cambiaría para bien. Se llenaba de ganas y motivación, empezando a
idealizar a su hijo. Lo creía tanto que en unos minutos lograba formar planes y estructuras
para hacerle la vida más fácil a él, ahora que sería un hombre nuevo. Y siempre, sin
excepciones, la felicidad le abandonaba, apenas su hijo se mostraba reacio al cambio.
Quedaba siempre junto a la desolación. Y lo estaría siempre que su hijo mayor estuviera a su
lado. Hasta el joven lo asimilaba así.
De aquellos ciclos de emociones contrastantes, éste fue uno de los más cortos, pues no
pasaron más de cinco minutos desde que la mujer se llenó de euforia para que volviera a la
tristeza habitual. El más largo había culminado hace unos meses, cuando su hijo recién
egresado del servicio militar le indicó que no estaba interesado en buscar empleo. Un año
atrás de tan mordaz declaración, el mismo joven partía al distrito militar buscando resolver
su situación mediante la cuota de compensación. Todo esto con el fin de poder obtener el
certificado con el cual ningún empleo le fuese negado. Ahí la madre sintió un poco de alivio,
aunque no quiso engañarse y le esperaba a medio día para el almuerzo, donde seguramente
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él le declararía su fracaso en la búsqueda del papel. Un fracaso anhelado por él, para así
excusarse en ello para no conseguir empleo, pensaba ella en ese entonces. Pero el joven de
veras que quería resolver su situación militar, no tanto por los motivos que le indicó su
madre, como por el miedo de que un día los jefes de reclutamiento forzoso lo captaran y lo
llevaran a la selva del interior para patrullar, bajo la crudeza de la naturaleza más venenosa y
las armas hambrientas de la guerrilla. Magna fue la sorpresa de la madre cuando a las tres de
la tarde de aquel caluroso día, como todos los días en la frontera, su hijo la llamaba
desesperado, indicándole que le iban a llevar a prestar servicio, no en los terribles parajes
temidos por él, sino en el cantón de la ciudad. No era tan peligroso, pero sí le truncaba los
planes a él. Con el certificado de compensación pensaba buscar cualquier empleo bien pago,
ahorrar un poco e irse del seno de su familia hacia la capital donde vivió la primera parte de
su vida. Allí buscaría suerte como escritor, ansiando vivir de su arte como muchos gloriosos
hombres a lo largo de la historia de la humanidad. La madre sintió como en carne propia las
lágrimas de su hijo y fue al distrito a consolarlo e infundirle ánimos. El calor materno disipó
el llanto del joven, que hubo de aceptar su realidad y marchar hacia el ejército, prometiendo
que al salir de allí sacaría el mejor provecho de las experiencias aprendidas y se dedicaría a
trabajar para ganarse sus propios estudios. Fueros promesas hechas en el albor del momento,
mantenidas por deber de palabra durante el año siguiente, pero que perdieron validez en el
mismo instante que el ciclo más largo de intercambio emocional de la madre culminaba.
Que la emoción dulce se haya disipado rápido no significó que su ira fuese corta. La madre
entró a su cuarto, quiso reanudar el trabajo. Pero sus manos no respondían a la voluntad de la
mujer, acaso porque dicha voluntad era un disfraz para la impotencia. La decadencia física y
anímica de su hijo le dolía más de lo que podía notarse en su demacrado rostro, y el reflejo
no era escaso. Al notar que su teléfono se había quedado con su hijo, retornó al cuarto aquel,
con el pretexto del celular, pero con intenciones muy diferentes. Su hijo se hallaba inerme,
viendo el techo, absorto en nada. Esa actitud tan indiferente revolvió más el estómago
materno, más logró mantenerse en calma aparente, y preguntó fingiendo normalidad qué
había pasado con la operadora. Su hijo le conocía muy bien. Por el tono en que hablaba
lograba enterarse de su estado real. Era precisamente el intento de ella por disimular su enojo
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lo que más lo evidenciaba. Así, el corazón el joven se embargó en temor y fastidio. Sacó su
mirada del techo, recogió su espalda y se sentó en el colchón. Clavando sus ojos en sus
rodillas, dijo que no tenía posibilidades de ser ladrillero. Alguien con tales aptitudes
mentales no podía dedicarse a fabricar bloques de cemento. Le faltaba vigor y fuerza física,
y le sobraba raciocinio y agilidad mental. Fue esta última declaración la que exasperó a la
mujer. Defraudada por la actitud engreída de su hijo, convirtió al fin su ira en palabras
crudas, punzantes para los tímpanos del joven, y cortantes para su débil corazón.
- ¡Maldita sea! ¡No sirves para nada! ¡Eres un fracasado absoluto! – Gritó con vehemencia
la adolorida mujer. El joven sintió una daga helada atravesándole el pecho.
La mujer necesitaba abrir escándalo, para expulsar de su tórax tanto dolor, tanta desazón,
tanta miseria. Pero sus ojos de esmeralda ardiente se dejaron afectar por la mirada vacía de
su hijo. No alcanzó a ser un segundo, pero esa minúscula fracción temporal fue suficiente
para que la madre, en aras de su profundo amor, decidiera guardarse sus reproches bien
sostenidos. Cerró sus ojos para retener el llanto, corrió a su taller, de nuevo se colocó frente
a la máquina y dejó fluir las penas, apretando el manto de anti-fluido que cosía. Y aunque
había elegido callar para no herir más a su hijo, la mirada que generó esa resolución fue más
lacerante en el joven. Ella se dejó llevar por los ojos muertos, careta antagónica de
represiones al rojo vivo. Entre esos ojos rodeados de tela carnosa muerta y el parietal que
besaba la almohada se gestaban terribles atentados a las establecidas ideas del joven. Todos
sus esquemas de pensamiento recibían bombardeos de la realidad percibida, muchas veces
infructuosos. Pero cuando más débiles están las emociones venidas de la trágica situación,
cuando más firme se encuentra los preceptos propios de la razón del joven, la misma y
desgraciada realidad destapa un ataque mortífero que desmembra sus articulados estadios
racionales. Esta vez la embestida fue peor, pues utilizó al ente más delicado y con mayor
influencia en el joven: su madre. Esa mirada desilusionada lo aprisionaba en nuevas
verdades que ocupaban los espacios dejados por las ideas muertas. Y presionado por esa
dicotomía de madre y situación real, en el joven surgían nuevas y urgentes necesidades.
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Capítulo 3: El dictamen del joven
Cierto era que se avecinaban cambios drásticos en el joven. Pero se hacía menester un
análisis exhaustivo para tomar las decisiones más adecuadas. Luego del incidente por
aquella llamada, la enajenación cubrió cada partícula de su cuerpo frágil. Alejado del mundo
material, metido de nuevo allí donde había gestado la cruda batalla aún sin resolución, la
somnolencia surtía su efecto y distorsionaba pensamientos y sentimientos. Echando mano a
la imaginación, se recreaban situaciones fantásticas donde el joven solía convertirse en un
antihéroe sombrío, pasional y meditativo, cuyo trabajo consistía en aprovechar los espacios
que la sociedad daba a los delincuentes, vagabundos y recicladores, precisamente para
perjudicar el laburo de los primeros. Vestido con vaqueros negros agujerados en los muslos,
chaqueta gruesa del mismo color y material y un cabello tieso, ondulado al compás del
viento, que recordaba a las tiras cómicas japonesas de las cuales él sacaba sus fuentes de
creación mental. Una gran capa acorde a la oscuridad de sus ropas lo cubría del frío
incesante. Andaba por el solitario asfalto, apoyado por sus agudos sentidos. Sus ojos
alumbraban las sombras sospechosas, su olfato rebuscaba entre el aire gélido, sus oídos
recibían los ruidos más diminutos en aquel silencio gótico, y hasta su lengua participaba en
la labor del caminante, determinando el sabor ambiental para determinar las posibilidades de
acción. El órgano sensorial restante se activaba sólo cuando los cuatro anteriores detectaban
presencia criminal en la zona. En esas circunstancias él hacía fluir su energía especial por
cada tejido, cada célula de su cuerpo fláccido, y su velocidad aumentaba
indiscriminadamente. Lo que dura un pensamiento él se demoraba en aparecer ante sus
rivales despiadados. Eran dos sujetos de fachas indecentes, encañonando a una mujer de
líneas delgadas y rostro angelical. Al notar la presencia del joven, lanzaban improperios
contra él a fin de amedrentarlo. El joven no se inmutaba y observaba a la fémina encerrada
por los maleantes. En aquella dimensión imaginaria ella era su musa y él su salvador
inesperado. Como se sabe, toda historia de ficción tiene su base en algo real, y este caso no
es excepción a la regla. La mujer fue compañera del joven en su etapa escolar. Sólo eso,
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porque nunca hubo intercambio de palabras más allá de la academia obligada entre ellos,
aunque él sintiera una atracción hacia su persona deslumbrante.
De vuelta al ensueño ficticio, el salvador observaba gallardo a su doncella caída en garras
impunes. Los dos maldadosos dejaron las groserías y se dividieron para liquidar el nuevo
asunto. Uno sostendría con aguda fuerza a la mujer, convirtiéndose en su camisa de fuerza,
mientras el otro se lanzaría al entrometido y lo apalearía. Así concordado, uno de los tipejos
se aferró a la espalda de la mujer, sin piedad ni cuidado. Sus gritos fueron apagados por un
seco mordisco en la nuca. La escena despertaba la ira del joven, más no lo reflejaba. Sólo
emanaba de su físico cierta aura enérgica que indicaba su auténtico poder. Pero tan sonsos
eran esos criminales, que eran incapaces de percibir aquello. Confiado en sus olorosos
músculos el maleante se abalanzó a su rival con la derecha apretada, dispuesto a fulminar su
integridad. Pero fue la suya la que sufrió daños, al golpear el viento frío de la noche. El
joven evadió al son de un chasquido el puño. El sujeto besó el rocoso asfalto y ardió de
rabia. Se incorporó buscando al joven, misma labor que su compañero y la mujer cautiva
realizaban. Quien estaba aferrado a la fémina giraba su cabeza de un lado al otro,
sorprendido por la intempestiva desaparición de aquel extraño y opaco hombre. Y mientras
se daba cuenta de los quejidos de la dama, sintió un golpe liso en el cuello que fluyó por su
cabeza y le causó un estallido de dolor, cayendo inconsciente. La rigidez de sus brazos
desapareció y la mujer pudo zafarse del mugriento delincuente. Quiso ir con su rescatista
pero éste de nuevo se movía como hoja en el aire. El otro bravucón corría hacia su
compañero vencido cuando chocó con el joven salvador, quien sin dudar filtró en su
estómago un gancho derecho. El maleante perdió la respiración, y luego el sentido, cuando
la bota derecha de su rival se plasmó en su mejilla izquierda, volcándole al suelo. Los dos
vagabundos, dedicados al hampa y a romper la ley a oscuras, estaban derrotados. Y el
galante joven caminaba creído, con mirada altiva y tez alzadísima, hacia su amada. Ella,
rebosada en admiración y agradecimiento profundo, la mirada aguada y la piel crujiente,
emitía éxtasis en su bella figura, tanta que él la llegaba a conocer. Él no apresuraba el paso, a
fin de simular mayor emoción en la escena. En el momento del “cara a cara” donde él
debiera recibir su recompensa, la ensoñación se perdió. El cabello del joven dejaba de
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compaginar con la atmósfera y volvía a su rutinario enredo. Su cuerpo ya no guardaba la
energía luchadora, sino el sopor nefasto del desempleado. Y sus ropas negras y elegantes
quedaban en el armario imaginativo, mientras en la realidad, una camisa andrajosa color rojo
con estampado blanco trozado por la lavandería, y una pantaloneta azul con líneas rojas y
negras que sólo le cubría hasta medio muslo, volvían a ser su traje de vestir. Con el plato de
comida a los pies, mezclando el recuerdo de la aventura soñada con la voz de su hermano,
quien le avisaba que era hora de cenar, él sólo se repetía una frase.
- Tengo que… hacer algo…
Devoró las lentejas guisadas con arroz como si no fuese a comer jamás. Al sentirse ahogado
por el exceso de comida en su esófago salió del cuarto, caminó presuroso a la cocina y se
sirvió un vaso de refresco. Se lo bebió de un trago, para luego llevarse otro a su habitación.
Una vez terminada la cena, recogió la loza sucia y la colocó en el lavaplatos. Los trastes
escasos causaban un desastre horrendo en aquel lugar. Su madre solía quejarse del desaseo
de este y otros lugares de la casa, incoherente si se tiene en cuenta que el menor de los
miembros del hogar ya tenía quince años. Los recuerdos de su madre quejándose por ello
profundizaban las marcas dejadas por el incidente con ella misma y el imaginario reciente.
Para sacudirse de tanta represión, optó por organizar la cocina. Una vez la casa estuvo
quieta, sus padres dormidos y sus hermanos en las alcobas, él se sumergió en la labor
oficiosa. Le gustaba lavar la loza porque no requería demasiada atención. Se trataba de un
ejercicio repetitivo y simple. Tomar la esponja, llenarla de jabón y refregar con ella un enser
previamente humedecido. Cuando todo estuviese empapado de emulsión, se juagaba y listo.
Por ende, no necesitaba concentrarse en el proceso para realizarlo óptimamente, o eso creía
él. Así, entre el restregar y el paso del agua por la vajilla, él no dejaba de preparar sus
acciones futuras. De su estómago había brotado una idea para dejar sin validez la
declaración de su madre, esa de que él era un inservible. La media hora que empleó en
limpiar los trastes fue la misma en la cual el joven empezó a darle forma al pensamiento
reciente. Era algo osado, pero sustancial. Y de tener éxito, terminaría por demostrar que su
talento artístico tiene mucha más valía de la que se piensa. Aunque el pago por hacer esa
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demostración no era poco. Muy por el contrario, llevar esa idea a cabo conllevaría a
apresurar el destino que toda la humanidad y todo ser vivo comparte.
El joven se escondió en la gruesa manta de su colchón y meditó la idea nueva. Realizarla iba
a ser muy, muy complicado. Pero no era imposible. Para él, un moralista empedernido,
disminuido por la falta de trabajo y los desacuerdos hogareños, no existían imposibles. Y si
empleaba todas sus energías en ejecutar la nueva empresa, podía conseguirlo. Sin embargo,
no era sólo escoger si hacerlo o no. Las consecuencias iban a ser muy delicadas, y debía
pensarlo minuciosamente. Primero, ¿cuál de sus dos artes usaría para el propósito? ¿Su
brillante habilidad con la pluma? ¿O mejor su oculta pasión por el dibujo? Mientras en su
entorno la gente valoraba su talento al redactar, rimar y componer textos, no conocían su
vocación de dibujante. Es necesario aclarar que de hecho, su don de escritor fue descubierto
precisamente por el deseo del joven por ser artista plástico. Específicamente, historietista.
Desde pequeño admiraba las tiras cómicas de los periódicos que su padre le lanzaba para que
no molestara en el taller de mecánica, y luego se fascinó con las revistas que su madre
echaba al aseo, al comprar la prensa. En su pubertad soñó con hacer sus propias historietas, y
comenzó a hacer sus propios trazos. Lamentablemente no tenía talento para las artes
plásticas, y no le fue bien al comienzo. Tuvo que esforzarse muchísimo para hacer dibujos
decentes, y poder ser considerado “dibujante”. Y en el camino a ser historietista descubrió
algo obvio. Que a este tipo de artistas no los define únicamente el dibujar. Esos grafos
debían contener un mensaje, un significado, una historia. Eso era lo que enamoraba al lector.
Una vez le dijeron que las historietas eran 50% dibujo y 50% escritura. En base a eso decidió
reforzar su escritura. Comenzó a redactar las historias que soñaba plasmar en trazos. El
resultado: escritos de buena calidad para alguien que jamás lo había hecho. Quienes leían sus
letras lo motivaban a que se olvidara del dibujo y se dedicara a escribir novelas, o cuentos.
Pero él, terco por sus sueños, siguió aferrado a su esforzada pasión de dibujante,
considerando que su gran aptitud de letrista, y su limitado arte gráfico serían suficientes para
ser el historietista que cambiaría el mundo con sus obras. Hasta el presente, acumulaba
muchísimos más dibujos en sus estantes, aunque todo su reconocimiento se debía a los
poquísimos escritos que había publicado en las redes virtuales y en periódicos locales. Ahora
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
debía decidir qué emplearía en obra magna. ¿Se arriesgaría a combinar el dibujo poco
atractivo con su excelente escritura? ¿O lo mejor era sacrificar su sueño de historietista, y
emplear sus fuerzas en realizar el mejor libro que jamás haría?
La idea misma que tenía era un riesgo. Por ende, decidirse por dibujar no sonaba tan
descabellado. Las posibilidades de éxito no eran demasiadas, y si su trabajo final fracasaba,
daría lo mismo si se trataba de una historieta o un libro escrito. Pero él no pensaba en la
derrota. Si meditaba tanto sobre aquello, era precisamente porque invertiría todo su ser en
absoluto, en la obra por hacer. Por eso dejó de divagar en el riesgo, y aterrizó en el impacto
que su arte tendría en el mundo. Para que resultara un éxito rotundo, debía hacerlo lo mejor
posible, y bajo esa premisa, la resolución era clara: Tendría que escribir, sólo escribir. El
hecho de que jamás reconocerían su amor por el dibujo le consternaba, pero no tenía
opciones. La decepción que lo rodeaba lo ponía en semejante situación. Ya estaba cansado
de ser el inútil soñador, alienado de la realidad. Esa misma realidad, malversada por la crisis
fronteriza y el desempleo lo instaban a renunciar a su propia identidad. Pero él prefería morir
antes que hacer tal cosa. Y justo ese era el pago por llevar a cabo su enmienda nueva. Días
difíciles vendrían para su familia, pero eran necesarios. Primero, el joven entregaría todo lo
que tenía en pro de realizar el mejor libro que pudiera hacer. Su madre se volvería un volcán
en erupción intolerable, las copas de paciencia de sus hermanos se rebasarían con el trago de
la inconciencia del joven, pero todo eso no importaba. Porque luego, él les dejaría su único y
mejor escrito. Pero, él no les acompañaría en el éxito. Cuando el mundo conociera su obra,
su arte… él estaría muerto.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
Capítulo 4: La amargura familiar
Un nuevo amanecer cubría los cielos fronterizos. Los indigentes dejaban de hurtar y
retornaban a sus harapos malolientes, volviendo a ser los infortunados extranjeros que,
hastiados de la hambruna de su país natal, aprovecharon la expulsión masiva de inmigrantes
en su tierra, para escapar de la miseria. La sobrecarga de población en el pueblo limítrofe no
sólo generaba problemas de empleo, sino de salud pública y seguridad. Las calles atestaban
diez veces más mendigos, quienes cuando la luz del día se apagaba y las de las farolas se
encendían, se transformaban en ansiosos ladronzuelos y vivarachos drogadictos. Caminar
por esta ciudad en tiempos tan duros deprimía hasta al espíritu más optimista. Incluso el de
un joven esperanzado en hallar un empleo para poder costearse sus estudios, luego de haber
superado la difícil prueba del servicio militar. El lastimado joven abría los ojos para
comenzar otra jornada de laburo. Pero no el que su madre quisiera. Ella ya llevaba una hora
cosiendo en su pequeño taller, fuente de ingresos primordial en el hogar. Pese al ruido
grotesco de la maquinaria, podía percibir cuando alguno de sus cuatro hijos abandonaba el
reposo. Sus tres hijos menores ya se habían marchado al colegio, por lo tanto el ruido
proveniente de la cocina no lo generaba nadie más sino su hijo mayor. Pensar en él le
causaba una mezcla de decepción, lástima y rabia. Hacía unos meses, cuando los pixeles del
camuflado aún cubrían su delgado cuerpo, él le prometió salir en búsqueda de un empleo
para poder costear las deudas familiares, hasta que las convocatorias universitarias se
abrieran nuevamente. Eso fue en octubre, cuando el alborozo de la culminación militar ya
estaba a días. Ahora el tiempo se ubicaba en abril, las deudas se habían triplicado por
desaciertos financieros y él, en vez de colocarse la mano en el pecho y buscar un oficio que
al menos le permitiera ocupar su tiempo, prefería levantarse, comer lo que hubiere, y
recluirse de nuevo en la oscura y apretujada habitación. La forma de vida que su hijo llevaba
la hacía llorar. Reflexionaba en qué hizo mal. Se suponía que su hijo mayor, el mejor
bachiller de su promoción, el más educado y sumiso, también sería el primero en
profesionalizarse y tomar la batuta de la familia. Ella no lo entendía, pero ignoraba detalles
del joven que daban origen a ese panorama tan gris.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
Entre tanto, el joven no dejaba de teclear en su computador, echada su espalda a la pared que
conectaba su oscura alcoba con la de su hermana. Ese portátil representaba uno de los pocos
éxitos salidos de la ilusión y convertidos en materia tangible. El alcalde de la ciudad se lo
otorgó por su prodigioso puntaje en los exámenes de aplicación universitaria que el estado le
realiza a todo aspirante a bachiller cuando va a culminar dicha etapa. Con este medio la
producción escrita del joven se proliferó, no obstante, no superó la cantidad de dibujos. De
todos modos, el acceso (aunque fuese ilegal) a la red virtual le permitía alimentarse de
información difícil de obtener por otros medios, lo cual contribuyó a mejorar su arte, tanto
gráfico como escrito. Pero sólo el último recibió halagos. Esa razón era el motivo principal
por el cual había elegido hacer un libro en vez de una historieta, para cambiar los rumbos de
su familia, y el suyo propio. Olvidado de su estado de “desempleado”, no dejaba de
presionar las teclas de su equipo. Escribía, verificaba, borraba, re-escribía, puntuaba,
revisaba ortografía, analizaba coherencia y cohesión, observaba el uso de figuras literarias,
eliminaba exceso de símiles y metáforas, añadía anáforas donde convenía y mutilaba las
hipérboles, para hacer su escrito más realista, intentando no disminuir la estilística. Sin
embargo, ahora mismo no le importaba lo bello del texto, sino que tuviera sentido. Después
podría encargarse de arreglarlo y pulirlo hasta que su obra lo conmoviera al punto de las
lágrimas. Pero ahora lo urgente era redactar, y que lo redactado tuviera el mayor orden
posible. El escrito podría ser hermosísimo, cautivar a las masas y demás… Pero si era
desordenado en sus estructuras sintácticas, si tenía errores lingüísticos, gramaticales o
argumentales, los ojos de la editorial lo despreciarían en el acto. Claro, él, amante de la
imperfección, sabía que cuando su obra estuviera en manos del revisor encontrarías algunos
yerros. Eso habría de pasarle hasta al escritor más experto, suponía. Pero si ese revisor, en
vez de hallar uno que otro error, notaba una que otra frase correcta en un mar de
equivocaciones, o aún un floral de preciosas letras mezclado con parches de maleza literaria,
descartaría la posible publicación sin meditar. Por ende, no paraba de revisar y constatar.
Para él, escribir un libro era un trabajo similar a realizar una escultura. Primero había que
preparar la arcilla, el mármol o lo que fuera el material con que se haría la obra. Aunque esa
etapa es la menos valorada por lo arcaico y aburrido del trabajo, es indispensable para la
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
parte emotiva, cuando el escultor moldea su material y lo convierte en una estatua, un busto
o un recordatorio triunfal. Análogamente, el escritor debe primero convertir sus ideas en
material manejable antes de embellecer la obra que saldrá a la luz. Dos etapas que sin duda
tomaban enorme tiempo, tanto que su familia no dejaba de escupir la rabia generada por el
“tiempo malgastado” de quien, se creía, dejaría la milicia para buscar un empleo y ahorrar
para sus estudios.
El joven estaba inmerso en su espectro artístico. Cada uno de los sentidos requeridos se
inmiscuía en la obra en construcción. Fuera de su universo letrado los sonoros golpes en la
puerta intentaban perturbar aquella armonía. Pero no lo conseguía. El cerrojo giró y la puerta
se abrió. Un hombre de contextura tosca, músculos rígidos a pesar de la edad que su rostro
reflejaba. Y no eran arrugas las que revelaban la quincuagenaria vida del señor. Se trataba de
la esclerótica amarillenta con adornos rojitos y delgaditos. Unos ojos desgastados por las
críticas imágenes de las hediondas décadas pasadas, donde el patriarca de la casona
despilfarraba la fortuna heredada mientras su alicaída mujer desgastaba sus cuerdas vocales
incitando a los transeúntes que comprasen frutas de contrabando binacional. Y los
infortunados hijos obligados a buscarse la vida para hacer menos tortuoso el vivir. El sexto
de los hijos pulía las botas del secretario de trabajo de la alcaldía, quien mientras leía el
periódico recién comprado a un adolescente parecido al que le brillaba el calzado, le decía al
mocosito que llegaría el día en que ningún joven tuviese que trabajar en empleos tan
miserables, pues la sociedad, como el hombre, estaba condenada a evolucionar. Y ese
proceso evolutivo necesitaba que todo niño se convirtiese en un empleado asalariado que
contribuyese sus aptitudes al sistema de turno. El sistema podría tener cualquier ideología,
pero no podría estar exento de esa norma. Pero el lustrabotas no escuchaba una sola letra,
sólo observaba a su padre en el restaurante de al frente, desayunando huevos pericos con
café y nata. En la mesa lo acompañaban dos hombres con traje varonil y bastón, como él, y
una mujer de ropas provocativas, parecida a las que albergaban la plaza en las noches. El
lustrabotas raspaba con fuerza el cuero del secretario, sus hermanos se llenaban de grasa en
talleres, cargaban bultos de harina en las panaderías o le hacían la servidumbre a las señoras
pudientes del pueblo, y su madre casi rogaba a los peatones para que comprasen la fruta
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
pirateada, más económica y más dulce que la local. Pero el jefe de casa disfrutaba un rico
desayuno con sus amigos y una presunta prostituta, sumando ya tres días sin asomarse por la
choza donde residía su mujer y su numerosa descendencia. Un fuerte escupitajo, lleno de
rabia y desolación cubrió el brillo de la bota izquierda del secretario. Es habitual que los
lustrabotas usen su propia saliva para culminar la labor, pero jamás en tanta proporción. El
trabajador de la alcaldía culminó su cátedra futurista, enrolló su periódico y asestó un seco
golpe al adolescente, gritándole improperios. Luego dio media vuelta y llamó a otro
lustrabotas. El adolescente no sólo perdía el centavo no pago, sino la plaza para trabajar,
pues luego del incidente con el secretario nadie aceptaría ni una cepillada de él. Debería
buscarse el dinero de otro modo, mientras su padre seguiría gozando la fortuna heredada.
Los ojos se llenaban de decepción lacrimosa e inservible, pues llorando o riendo tenía que
llevar algo de plata para su madre. Tantas lágrimas, tantas escenas crueles convirtieron sus
ojos en focos incandescentes con ramas rojas, fiel reflejo del hombre que ha sufrido una vida
de trabajo duro e inmerecido. Pero nada de eso le molestaba más como lo que observaba
ahora. Su primogénito, desperdiciando la juventud en un computador mientras la casa se caía
de mugre y su mujer cosía y cosía, albergando la desilusión ya conocida.
- ¿Qué hace el jovencito? - Preguntó el hombre de la puerta. La desganada respuesta del hijo
cortó el cable de tensión en las redes amargas del padre. Con improperios rimbombantes
sacudió el asombro del joven y lo arrebató de su universo creador. En la sala la madre lo
requería. Dejó de teclear, se levantó con una lentitud que sacaba de quicio al señor padre y le
siguió, despacio, adaptándose a la extraña luz de los focos, sólo extraña para él. Se sirvió un
vaso de refresco mientras su madre empezaba el sermón. El padre a un lado del sillón, la
madre al otro, y él de pie frente al mueble oía la reprimenda. La mujer criticaba el
desperdicio de tiempo que un hombre con certificado de prestación hacía encerrado en
cuatro paredes casi todo el día. Con argumentos sólidos en apariencia buscaba persuadir al
joven para que abandonara sus prácticas personales, así las llamaba ella, y se decidiera a
buscar un empleo, en lo que fuera, pues buena falta le hace esa entrada a la casa, dada la
difícil situación económica que atravesaba la frontera. Ese discurso, así como la inexistente
intervención de su padre, ya cabían en la memoria fotográfica del joven, de tanto que se
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
habían repetido. Así no demoró su insolente respuesta, también repetitiva. Se apoyaba en la
masiva llegada de deportados binacionales que les quitaban el empleo a los residentes
naturales en aquel pueblo, haciendo obsoleto el certificado. Luego acudía a su inhabilidad
con los empleos forzosos, esos que requieren un gasto de energía corporal considerable, así
como para los trabajos de maniobrabilidad, donde se necesita disciplina monótona para
desempeñar una labor de fábrica. Y remataba su defensa aludiendo a que esas “cosas
personales” no eran desperdicio de tiempo, y en un futuro traerían muchos beneficios a todos
en la casa. Sólo ahí cambió en algo su clásica respuesta. Pues ya no valoraba su arte por
sentido de pertenencia u obligación. Ahora sí sentía que su obra, la que sería la última,
rescataría de la mediocridad a su familia. Lastimosamente sus padres no lo vieron así, y la
mujer estalló con el último argumento de su hijo. Como nunca solía hacer, evitando herir los
sentimientos del hijo mayor, insultó sus dibujos y escritos, llamándolos “basura para
reciclar”. El joven no perdonó la grosería, y respondió de la peor forma. Derramó en la cara
de su progenitora la bebida que tomaba a sorbos mientras discutía con ella. El vaso metálico
tocó el suelo, y su sonido campanario fue secundado por el grito desolador de la mujer, que
se echó a llorar en sus propias piernas. El joven no creía lo que acababa de hacer, y menos
pensaba la tormenta familiar que acababa de desatar.
Tres horas hacía de la descabellada pelea, el joven se encontraba lacrimoso, tirado en su
descolorido colchón. Intentaba dejar atrás los puños y jalones de pelo de su padre, dolido por
la humillación a su esposa, y las soeces palabras de ambos, con las cuales declaraban sus
intenciones de que el joven abandonara la casa. No querían ver más a su hijo “perderse”. Por
lo que, con todo el dolor que un padre podía sentir, preferían que se buscase la vida lejos de
su hogar. El joven, entre tanta hiel, reía, pensando en lo crédulos que eran ellos. Ahora
mismo, lo último que haría era irse de su hogar. Ahora menos que nunca. Deberían esperar
hasta que su obra estuviese lista. Sólo ahí los dejaría para siempre.

Capítulo 5: El editor
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
Tras cinco meses de dedicación entera, el joven consideró culminada su obra de debut, que a
la vez sería su despedida y, según sus esperanzas, su “Magnus Opus”. Eso no significaba
que su trabajo estuviese terminado. Quedaban muchos detalles por resolver, para completar
su máxima. En primer lugar, debería definir un título llamativo. En sus investigaciones
comprendió que la mayoría de las obras exitosas, fuera de la calidad de su contenido,
cargaban con un título conmovedor, aturdidor. Una frase que causara duda, impresión y
revolcón en la mente del lector. Una oración o palabra que quedase impregnada en el interior
de la gente, de modo que cuando se viera dicha palabra u oración en cualquier otro sitio, o
alguna palabra y oración similar, rápidamente la persona recordara el libro. Así, muchas
grandes obras vieron mermado algo de su éxito por no elegir un título adecuado, sobre todo
en los tratados filosóficos. Entonces ¿cómo llamaría a su obra? Se inquiría mientras su
hermano le llamaba a almorzar. Consumió el arroz atollado, un menjurje del cereal con
verduras hervidas y embutido, mientras rebuscaba en el océano de las palabras. Por cada
cucharada diez títulos pasaban por su pensamiento. Acabó su comida, el plato limpio pero la
cabeza repleta de frases. Esperaba que de alguna de ellas surgiera el nombre de su obra. Pero
ninguno le satisfacía. Al revisar el contenido del libro, sustraía oraciones emblemáticas, que
ayudaban a entenderla, ideales para ser el estandarte que buscaba. Pero resultaban complejas
y causarían cefaleas en sus lectores. También intentaba hacer acrónimos, anagramas,
metáforas o símiles, pero nada le convencía. Finalmente pensó en las características de su
escrito, el género y la escuela donde se podía ubicar, las temáticas que tocaba y la manera en
la que pensaba imbuir en los lectores. Así surgieron más ideas, listas para ser revisadas en
otro momento, pues seguía algo más importante. El joven guardó la memoria USB en su
cartera, y ésta en su bolsillo derecho, consciente de la enorme importancia que tenía. Por ese
bolsillo ahora mismo no daban un centavo, pero quizá en el futuro diesen montañas de
activos. Cerró su cuarto y apenas haciendo una seña de despedida, tocó la calle. Su destino:
“Editorial Espaciotiempo – Sucursal Fronteriza”.
Subiendo la loma donde vivía, el joven repasaba su itinerario. Caminaría medio pueblo para
llegar a “Espaciotiempo”. Allí entraría y se presentaría con un pseudónimo falso que usó
para solicitar una cita con el jefe de recepción de manuscritos y ediciones. Días atrás trabó
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
conversaciones largas con operadoras y secretarias, hasta que por la cansina insistencia
consiguió ser atendido. La voz áspera al otro lado del auricular demostraba el estrés de dicho
empleo doble. ¿Qué era mejor? ¿El desempleo por el cual había escrito con tanto esmero
todos esos meses, a costa de sus vínculos familiares, o la tranquilidad económica en
desmedro de una vida ahogada por el trabajo? La incógnita se plantaba en sus neuronas al
escucharle a él diciendo que, “Editorial Espaciotiempo” no estaba recibiendo escritos de
autores novatos por el momento, que estaban centrados en textos escolares y reedición de
obras cumbres. El joven, fingiendo osadía, declaró que su obra era cumbre, por lo cual
podían tener el honor de publicarla. El tipo rio su ironía y dio paso al fastidio, considerando
la llamada una pérdida de tiempo. El joven rogó no le colgase hasta oír su propuesta
completa, pues podría cambiar el rumbo de la propia editorial. El hombre al otro lado del
auricular, más por morbosa curiosidad que por real interés, le concedió un minuto. El joven
lo pensó mejor, y declaró que un minuto era muy poco, es más, por teléfono resultaba
inadecuado hacer semejante propuesta. Por lo tanto solicitó una cita donde le mostraría su
obra, la mejor que quizá él jamás leería. El tipo incrédulo decidió zanjar, de una vez por
todas, el asunto aquel, por lo que en efecto, le concedió una cita. El joven emocionado le
agradeció y colgó. Ahora, con su mejor traje, la memoria USB donde cargaba el archivo más
importante del mundo, en su realidad personal al menos, y el temblor característico de sí, en
situaciones como aquella, recorría la calle empinada que conducía al colegio donde se
marcaba el punto más alto del cerro, descendió hacia la redoma bordante que conectaba el
cerro con los demás caminos de la ciudad, navegó la atascada avenida hacia el
hipermercado, violando las normas del peatón sin ninguna inmutación, dobló en el macro-
negocio hacia el puente sobre el río. Ahí hizo un alto y contempló el fluido. Marrón, lento y
lúgubre. En los parches verdosos los focos de mosquitos y en los parches rocosos el choque
del agua sucia deshaciéndose y fusionándose con el resto del río. Y en la orilla pedregosa y
pastosa, increíblemente más ancha que la masa acuática, uno que otro indigente simulando
felicidad en tan pobre ambiente. El joven no creía que de semejante adefesio surgiera el
abastecimiento de todas las redes de acueducto en el pueblo. Un sitio tan desolador regaba
las gargantas de un millón de personas, limpiaba el mugre de un millón de personas y
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
refrescaba a un millón de personas, la inmensa mayoría agobiadas por el incesante calor
característico de la frontera. ¿Podría el joven emular el trabajo de ese río? Quizá. Aunque
jamás lo sabría. Conseguirlo, o fracasar… eso no podría saberlo él cuando hiciera parte del
paisaje crítico de aquel río.
Terminó de cruzar el puente sobre el río, paso por el desvencijado parque en honor a un
prócer independista, convertido en foco de indigentes (acrecentados con la deportación
masiva) y se adentró en la calzada izquierda de la Gran Avenida, arteria principal del oriente
de la ciudad. Observó el principal acopio de materiales para construcción, el gimnasio más
refinado, los restaurantes importados del primer mundo, tiendas de ropa traídas de otro
continente, hasta llegar a uno de los dos macro-centros comerciales de la ciudad. En todos
esos lugares vio jóvenes como él (algunos de menor edad), haciendo diversas operaciones:
registrando, vigilando, cargando, descargando, aseando, ordenando… Recordó a su madre
imperando porque saliera a buscar empleo. Distinguir qué ocasión pasaba por su mente era
imposible, pues tantas veces se había repetido aquella escena, antes del incidente con el vaso
de refresco. Primero sintió pena, pero luego, cuando observó a una cajera en espera de
clientes, en el puesto de comidas rápidas antes de llegar al centro comercial, pensó en el
bienestar futuro que le traería a su madre. A largo plazo, esa mujer quizá no sería el orgullo
de su progenitora, y se sacrificaba en ese puesto creyendo que le ayudaba. Y si para la madre
de ella, el insulso hecho de que ella estuviese trabajando era motivo de admiración, resultaba
superfluo, ridículo. Ese pensamiento contradictorio del joven que meses atrás añoraba un
empleo similar lo fortalecía previo al supuesto encuentro con el editor de Espaciotiempo.
Giró hacia la Calle Verde, emblema de la ciudad por su ecología, se metió al centro de la
ciudad y caminó seis calles arriba. En el trayecto aumentaban los negocios con trabajadores
de toda clase. Y también crecía el fortalecimiento emocional, pues se repetía el ciclo de pena
y dicha, con su madre y algún empleado trágico de cualquier local como protagonistas.
Caminadas las seis cuadras, giró a la derecha, recorrió tres avenidas y media, y ahí estaba, al
frente de “Editorial Espaciotiempo – Sucursal Fronteriza”. Un edificio de tres pisos, cubierto
de baldosas rojas y negras, notoriamente desgastado por el paso de los años, mostrando que
cada día era más compleja la venta de libros. Más cuando una editorial luchaba por mantener
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
la calidad literaria, en una época donde las listas de más vendidos eran cubiertas por
autobiografías de ídolos joviales, novelas que apelaban a la emoción sin profundizar
demasiado y autoayuda repetitiva. Ahí estaba el joven, dispuesto a elevar a Espaciotiempo
con una nueva obra, destinada a ser best-seller de calidad, como en los viejos tiempos. Ya
preparaba en su mente el discurso con el que convencería al editor, cuando le vio saliendo
del edificio. Observó cómo giraba y caminaba justo por donde él había llegado. Antes de
pensarlo, ya lo estaba siguiendo.
En la central de taxis y colectivos, el editor solicitó presuroso un vehículo. Cuando se estaba
montando, sorprendido vio a un joven de aspecto corriente subirse por la otra puerta. Se
adentró, sin sentarse y le indicó al joven, con algo de enojo, que él había tomado el taxi
primero. El joven le preguntó a dónde se dirigía. El editor contestó que a los conjuntos
residenciales del norte de la ciudad, seguro de que alguien como él no tenía nada que hacer
allá. Sorprendido quedó cuando el muchacho se acomodó y afirmó que iba para esos lugares,
por lo cual podían viajar juntos. El hombre no tuvo elección. Se acomodó en el asiento
trasero derecho, dejando libre el lugar del centro. El taxista emprendió carrera hacia el norte
de la ciudad, y un silencio sepulcral con olor a acondicionador y tacto frío bañó a los
navegantes. El joven, excitado por la osadía, pensaba cómo iniciar la conversación.
Observando el ágil pasar de las personas, las máquinas, los árboles y el cemento, en sentido
contrario al trayecto del taxi, intentaba hallar un comienzo adecuado para la conversación
con el hombre. Nada le resultaba. Todo le parecía inadecuado, porque cualquier cosa era
inadecuada si se trataba de entablar conversación con un desconocido. Recorrieron media
ciudad, media hora en ese carro y ni una sola palabra. Entraron al primer conjunto
residencial, el editor indicó dónde estaba su destino y el taxista preguntó al joven a dónde
iba. El joven, con tono dubitativo afirmó que muy cerca. El editor entonces se alarmó,
pensando que quizá se trataba de un delincuente, por lo que, sin llamar la atención, marcó el
número de la policía en su teléfono móvil. Se mantuvo vigilante hasta llegar a la calle donde
se bajaría. Pidió la parada, el taxista se detuvo, pero quien se bajó primero fue el joven. El
taxista no se inmutó, sólo le dijo al editor que debería pagar la carrera él. El editor no
comprendió muy bien lo que había sucedido. Pagó y se bajó del vehículo. Caminó una
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
cuadra. Llegó a una hermosa casa de rejas doradas, especies vegetales en todo el antejardín,
puerta de cedro con decorado renacentista y fachada marfil, de tres niveles. Buscaba algo en
su bolsillo, y en ese ajetreo una voz en su espalda lo detuvo.
- Ahora sí podremos hablar – Le susurró el joven.
Diez minutos después estaban ambos sentados en la preciosa sala de la casa. El joven sudaba
frío, por la impertinencia sobretodo. El editor vagaba entre el malgenio y el alivio. Le
molestaba que el joven no hubiese sido sincero desde el inicio. Pero al comprobar que no se
trataba de alguien peligroso, considero que había tenido suerte. En los últimos meses la
delincuencia pasó de ser una laguna exclusiva de zonas comerciales y barrios marginales, a
convertirse en una estruendosa ola que mojaba todas las esferas sociales, inclusive las más
altas. El joven entre tanto, seguía impactado por el puñetazo del hombre, que tras el susurro
reaccionó a la defensiva. Tirado en el suelo y con la garganta apretujada soltó toda la labia
que se había guardado hasta entonces, por pena, miedo o incomodidad. Cuando el editor
comprobó que no era más sino un joven desarmado sin aparentes intenciones malas, aceptó
recibirlo en su casa, en parte como modo de desagravio por el golpe, en parte por reconocer
el esfuerzo del joven, y en parte porque quizá, sólo quizá, en la USB que el joven cargaba en
su bolsillo, pudiese estar la salvación para la sucursal fronteriza de “Espaciotiempo”.
Sentado en el sofá grande de edredón, las piernas cruzadas y el café en la mano, el hombre
comenzó la conversación formal. Esa con la que el joven había pensado desde hacía muchos
meses. Pero su introducción jamás fue prevista por él.
- Dos factores nos impiden la publicación de autores nuevos. La primera, es que el mercado
de libros en la actualidad es un vertedero de insulsos repasos de vidas famosas, dictados
morales desgastados y pésimos intentos de hacer escritura. Y el segundo, el mayor… Es
esta maldita crisis económica… El papel y la tinta escasean y esta sucursal será cerrada
pronto – Aseguró el editor, diciendo con rabia el segundo factor. El joven oía con desilusión.

Capítulo 6: La resolución del editor y el joven


BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
El joven manipulaba su cabello, símbolo del aburrimiento que le generaba el discurso del
editor. Sabía que la crisis y el turbulento mercado de libros le afectarían, pero no suponía
que tanto. Cuando el editor terminó, el joven sacó la USB y se la entregó. Le dijo el único
archivo en ella contenía sus últimos meses de vida. Había sacrificado muchas, muchísimas
cosas por realizar esa obra, y necesitaba, para culminar su trabajo, encargarse de que fuese
publicada. El editor quiso retomar sus argumentos previos, pero el joven le pidió lo dejase
terminar. Y continuó. Le contó que desde el fin de año anterior intentó buscar un empleo
estable que le permitiera costear sus estudios y aportar a la economía familiar, pero las
conocidas condiciones de la ciudad se lo impidieron. Por ende tomó la arriesgada y debatible
decisión de someterse a un encierro voluntario, absorbiendo como parásito los recursos
necesarios para vivir y poder hacer su obra. Aparte de la vergüenza moral, el rechazo de sus
padres a esta postura perjudicaba el desarrollo de su escritura. Pero mayor era su sentido del
deber. Aferrado a la idea de que a futuro, sus actos canallas beneficiarían a sus padres y
hermanos, se convirtió en el desgraciado y ruin hijo que ninguna madre desearía tener. Un
hijo déspota, gastador y despreocupado por las dificultades y trabajos que sus progenitores
pasan por mantenerle. Un hijo capaz de desoír los gritos de su madre, de reprochar los
consejos de su padre, de llenar de cargas las espaldas de sus hermanos… todo por su fin
particular. El joven aún se preguntaba si, de conseguir el éxito en su enmienda, habrá valido
la pena. ¿Su familia lo recordaría con honra, diciendo “nuestro hijo y hermano se portó mal,
pero lo hizo por darnos un mejor mañana”? O por el contrario, ¿transformarían la
tranquilidad en un pozo de amargura el cual beberían hasta su muerte? Y eso, si lograba
cumplir su misión auto-impuesta. Cosa muy difícil aún con el panorama positivo de años
anteriores, en la ciudad y en el mercado literario. El fracaso parecía la ruta marcada para el
desesperanzado joven, quien de todos modos se aferraba a un halo de fe, soñando con
completar su último objetivo. El editor lo miró atónito, y una vez calló el joven, no supo
cómo romper el silencio de la sala. Las palabras del joven lo habían puesto de nuevo entre
sus clásicos enfrentamientos personales, donde los contrastes se volvían crudas antítesis que
instaban a elegir un bando, pues la neutralidad mataba. Esta vez, no sería la excepción.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
El editor, sin seguridad de la decisión más adecuada, recordaba la anterior ocasión en que
había estado así. El joven al frente suyo tendría unos cinco o seis años, y con certeza no
sabía nada de los libros. Apenas si sabría leer y escribir. Por esos años Editorial
Espaciotiempo – Sucursal fronteriza era una oficina localizada seis cuadras al norte de donde
se hallaba actualmente el edificio rojo. Mientras que ahora se encargaba de la recepción y
edición de libros a publicar, en ese entonces no era más que el contador de la sucursal. Él se
encargaba de llevar los cálculos monetarios y hacer balances contables, ese trajín tedioso que
gira en torno al dinero desde su invención hace muchos siglos. En la oficina solo había dos
trabajadores más. Una asistente de jefe que cumplía labores de aseo y recepción, y el jefe,
que hacia la distribución de ejemplares a las librerías locales. La sucursal fronteriza no
recibía nuevos autores, sencillamente porque existía el mito de que para un fronterizo poder
publicar un libro, debía viajar a la capital o a otras provincias más acaudaladas. La gente de
la frontera jamás leería a un autor que primero no hubiese recorrido al menos las zonas más
destacadas del país. Por eso Editorial Espaciotiempo – Sucursal Fronteriza no era más que
una distribuidora de los libros que llegaban de otros lados. Al contable eso le molestaba
sobremanera. Él pertenecía a un club de amantes de la literatura donde se dedicaban a
escribir toda clase de obras: guiones de teatro, novelas, poesía en sus muchas formas,
ensayos, crónicas, textos de ficción… en fin… Era un oasis de literatura local en una región
donde jamás había sobresalido un escritor sin antes recorrer el país, por lo menos. El
contable opinaba que si todos esos talentos se juntasen para formar su propia editorial,
autofinanciada por ellos mismos, la población podría conocerles y se iniciaría el nacimiento
de la literatura local en todo el sentido de la palabra. Ya no sería un club escondido en las
sombras de la noche colindante, sino una tendencia perdurable en la memoria del colectivo
paisano. Pero era un simple sueño. Sus propios compañeros del club descartaban esa idea.
Muchos soñaban con recorrer el mundo entero para hacerse conocidos. Tenían un interés
global en la escritura, sin preocuparse por darse a conocer primero en los medios locales. El
contable estaba sólo en su enmienda, y pensaba que poco podría hacer. Pero desconocía que
alguien más pensaba como él… Quienes menos se imaginarían, compartían su propio ideal
regional. Esa delgada y baja muchachita que hacía de limpiadora y secretaria en la sucursal,
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
y el distribuidor de Espaciotiempo en la frontera, pensaban a diario en lo mismo que el
contable. Tres cabezas con el mismo pensamiento, cercanas a metros todos los días laborales
del año, y las tres considerando su deseo un imposible, porque las tres creían que estaban
solas en dicha cuestión.
Pero como siempre sucede en la mente humana, las ideas de los tres invadieron el resto de
sus vidas. Cuando el hombre cree en una idea, sus pensamientos, memorias, sentimientos y
acciones se contagian de esa creencia. Y el hombre se convierte en reflejo de sus ideas. O al
menos eso debería pasar siempre. En este caso, los tres terminaron dándose cuenta de la
similitud entre ellos. La secretaria sabía que el contador, como ella, asistía al club de
literatos. Pero por la vergüenza inexplicable que tienen algunas personas de encontrarse a
algún conocido en un entorno diferente al que frecuenta con ese individuo, nunca permitió
que se topasen. Ella admiraba el espíritu localista de él, aunque nunca le apoyó en público.
En cuanto al jefe, sostenía una lucha dura por mantener la oficina de Espaciotiempo en la
ciudad. Así, no podía dedicarle un solo segundo a su sueño de convertir la frontera en un
árbol de obras literarias regionales. Todo cambió cuando la secretaria llevó a empujones a su
jefe a una reunión del club, justo cuando el contador expuso formalmente su deseo. Recibió
el apoyo de muy pocos asistentes, pero los necesarios para iniciar la enmienda: el director de
la sucursal editorial y la mujer que le gustaba, la que lo inspiraba a escribir poesía. Los tres
arriesgaron su talento lírico y los recursos, tanto de Espaciotiempo como propios, para crear
las primeras obras fronterizas publicadas en la frontera. Un libro que transformaba las
leyendas locales en la historia de un lejano planeta, las batallas de independencia
transformadas en poemas épicos y la novela de una pareja anónima cuyo único patrimonio
en su vida fue sacar adelante a sus hijos. Esos fueron los primeros intentos de desmitificar el
pensamiento de “para publicar un libro hay que salir del pueblo”. Y aunque prometían ser un
éxito comercial, no recibieron el aval de Espaciotiempo, que consideró una falta gravísima el
uso “indebido” de su dinero para obras no aprobadas por la presidencia del grupo editorial.
Así las cosas, el contador, su jefe y la secretaria tenían dos opciones: o desobedecer la voz
de mando, creyendo que si vendían bien les dejarían en sus puestos, o hacer caso y olvidarse
de su sueño. El jefe, quien se pensaría menos capaz de arriesgarse por su edad mediana, fue
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
el primero en volcarse a la primera opción. El contador tenía muchas dudas. Quizá
encontraría otra oportunidad en el futuro para realizar sus ideales. Pero las palabras de su
amiga y musa, la secretaria, lo convencieron de seguir al jefe. Ella le aseguró que de no
apoyarle ahora, cuando todo estaba listo para realizarse, jamás convertiría su sueño en
realidad. Por lo que los tres invirtieron sus semanas siguientes realizando centenares de
copias de las tres obras realizadas, y las llevaron a las librerías bajo el eslogan de
“Espaciotiempo: Apostando al talento fronterizo”.
Si aquella vez los tres empleados salieron ilesos de la rabia empresarial, fue por el
contundente éxito de sus libros. La comunidad literaria de la frontera renovó su pensamiento
y realizó campañas para promover la lectura de escritores locales. Espaciotiempo indultó a
sus empleados, reconociendo la importancia de su desfachatez. La pequeña sucursal de
envíos se convirtió en productora de miles de ejemplares y los trabajadores se multiplicaron
por decenas. El viejo jefe sólo saboreó tres años de su victoria. El peso del tiempo reafirmó
las intenciones de un tumor maligno en su páncreas y no soportó los medicamentos. Tras la
partida del anciano, el antiguo contador, quien ocupada el cargo de administrador, ascendió a
la gerencia editorial. Él aceptó motivado por su esposa, la otrora secretaria del difunto. Y
bajo su tutela la sucursal fronteriza de Espaciotiempo acrecentó sus ventas, disfrutó el
provechoso comercio binacional, se resintió con las peleas internacionales, tuvo ciclos de
recuperación y finalmente cayó en picada con la crisis económica. Y aunque intentó
mantener a margen la literatura banal tan solicitada en la actualidad, nada pudo hacer ante la
maquinaria multinacional. Hoy día Espaciotiempo – Sucursal Fronteriza está al borde del
cierre, y el editor se halla nuevamente en una encrucijada. Quizá el joven delante de él
podría salvar el negocio. ¿Qué le diría su mujer? Siempre que estuvo entre la espada y la
pared en una decisión, ella lo instaba a tomar la mejor decisión. Y esa siempre fue el riesgo.
Entonces, ¿Por qué no hacerlo de nuevo? Esta vez no esperaría a oírle. Le daría la
oportunidad al joven, y al menos leería su historia. De pronto y ahí encontraba la salvación
de la sucursal.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
El cielo se arropaba de negro azulado, con nubes amarillentas arruinando la oscuridad. Las
lámparas señalaban los caminos transitables, dejando pocas opciones para los ladrones. Muy
diferente se constituyen las zonas de alto estrato con las otras, pensaba el joven. Salió de la
urbanización y caminó dos largas horas hasta retornar a su casa. Entró y recibió otro sermón
de su madre. Fue un terrible calco de los anteriores: Que si la quería matar de un infarto, que
si no podía llamar, que por qué era tan irresponsable, que si no conocía los peligros que
acechaban la ciudad… En fin, un reguero de regaños, adornado con algunos improperios que
encrudecían la retahíla contada por ella. El joven asintió cínicamente y se adentró a su
cuarto. Sólo la memoria USB faltaba esa fría noche entre sus cosas. El aparatico reposaba en
los bolsillos del editor, quien revisaría el archivo con la obra del joven al día siguiente. El
corazón del joven latía como nunca. Recordaba muchísimas cosas.
Escalaba la loma, tiritaba e intentaba guardarse las lágrimas. Había tanto por qué llorar, no
obstante… En la cima visualizaba la ciudad adormecida, con una que otra luz que no fuese
de farolas encendida. Podía distinguirse las tres principales avenidas de su pueblo, todas
rodeando al moribundo río donde ansiaba reposar por siempre. O eso pensaba que anhelaba.
Comenzó el descenso por la vía más larga, la de los vehículos. A esa hora de la madrugada
casi ningún automotor navegaba por ahí. Contrario a lo que se imaginaba, no se detallaban ni
indigentes ni delincuentes por la zona… ¿Entonces qué diablos leía con tanto pavor en los
diarios? ¿Acaso la prensa hacía hipérboles de casos aislados para amedrentar a la
ciudadanía? ¿Acaso su propia vida era una exageración de lamentos y sentimientos, y estaba
obrando de forma inadecuada? Sus dudas alentaron cada paso, convirtiendo un recorrido de
cinco minutos en la travesía de media hora. Pero llegó al puente, y se detuvo en la baranda
donde tenía pensado aventarse. No sabría si su plan alcanzaría éxito, ni si sus padres
comprenderían su osada decisión. Ante tal panorama, cerró sus ojos, y se creyó lanzado a la
cochina corriente. Creyó abrir sus ojos y verse su cabeza desangrada por el golpe de una
roca, y su cuerpo inerte arrastrado por el río. Creyó observar su alma fuera del espacio y el
tiempo, detenida por siempre en la cárcel de los suicidas. Sólo creyó… Porque sus ideas, sus
predicciones, sus delirios… todo fue vencido por su cobardía innata.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
Capítulo 7: “BIOGRAFÍA DE UN MUERTO – CAPÍTULO I: CUANDO UN SINAMOR
NACE EN EL NIDO DEL AMOR”
El editor no concebía lo que leía en el bloc de notas. Cuando el joven le dijo que se trataba
de su obra magna, no pensaba que también fuese póstuma. La nota decía textualmente:
Por favor, publicar esta obra sólo si su autor fallece. La misma es un
recuento de su existencia, desde que nació en Usme, ex pueblo
absorbido por la ciudad capital, hasta su supuesto deceso en la
frontera. En conclusión, si el autor no ha muerto, su publicación
pierde sentido. Firmado:
El editor pasaba saliva mientras retenía su asombro. Sólo hace un día un joven le entregó la
memoria USB donde se hallaba el archivo que leía diciendo: “Es la salvación de la
sucursal”. Sin lugar a dudas tenía que averiguar si todo era una cruel broma, de pésimo
gusto, o si de verdad el joven había perdido la vida. Y si aún se podía evitar el deceso, habría
que hacerlo. Pero cualquier indagación quedó relegada por el morbo que aquel otro archivo,
mucho más extenso, suscitaba en el editor. “Biografía de un muerto” se titulaba el mismo.
Los músculos del señor crujieron, al punto de que titubeó dos minutos antes de oprimir el
archivo. Cuando al fin pudo, apartó la cabeza de la pantalla. No comprendía por qué se ponía
tan nervioso. Acurrucado en su asiento recordó los momentos del día anterior en los cuales
el joven se veía involucrado: El taxi, la sorpresiva aparición, el puño, el té, las explicaciones,
y las remembranzas de principios de década, cuando la Sucursal Fronteriza de
Espaciotiempo se convirtió en baluarte de libros locales. Todo cruzó su cabeza, al tiempo
que intentaba levantarla, para leer el intento de libro póstumo. Seis minutos decía el
computador que había transcurrido. Con fuerza obligada, motivada por la curiosidad sobre
todo, el editor revisó a grandes rasgos el documento. Muchísimas palabras, y ningún gráfico.
Leer tantas páginas para comprobar si el escrito era digno de publicación le causaba algo de
flojera, lo que, sumado al nerviosismo incoherente, generaron el aplazamiento de dos horas.
Luego de almorzar y tomar la siesta del día siguiente, las dos horas alargadas al fin
finalizaron. Y el editor, lleno de valor e intrigado, comenzó la lectura.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO

CAPÍTULO I: CUANDO UN SINAMOR NACE EN EL NIDO DEL AMOR

Miles de años atrás, en el mismo sitio donde en 1996 una mujer daba a luz por segunda vez
en su vida (primera vez oficial), la bellísima amante de los caciques e imponentes hombres
de la civilización dominante era raptada por un rechazado varón. Su padre encabezó
exhaustivas búsquedas a lo largo de sus terrenos, que no eran pocos. Pero las minucias
fracasaron, y la divinizada mujer jamás volvió a verse. De su destino se dice mucho: Que el
raptor era en realidad un extranjero que ansiaba desestabilizar el orden de tan bien armada
sociedad. Que un dios se enamoró de ella y se encarnó para robársela y llevarla a sus
mágicos palacios. O que todo fue una treta de los amantes para mitificar a tan deliciosa
fémina. Sea como sea, esa mujer quedó en la memoria de aquella remota civilización. Sus
amantes adoloridos, sus familiares y toda esa urbe previa a la sangrienta conquista,
convirtieron el recuerdo de ella en diosa memorable, transmitiendo su leyenda de boca en
boca, de generación en generación, y rebautizando el lugar donde la extinta sociedad habitó.
Ese sitio fue renombrado” Nido del amor”, en honor a la diosa perdida. En el nido del amor
creció su leyenda, quienes la contaron fueron asesinados por colonos de al otro lado del
océano, éstos la conservaron por admiración y la siguieron contando, mientras volvían el
nido en campamento extranjero. Del nido del amor sólo quedó el nombre y la leyenda de la
diosa perdida. Lo demás fue destruido o reconvertido por la mano de los nuevos dueños,
quienes mezclados con las poquísimas nativas que pudieron despertar el hambre sexual de
los invasores, dieron origen a los criollos de hoy. Esos criollos quisieron conservar su
independencia escudados en la leyenda de la diosa perdida, pero lamentablemente el nido del
amor poseía frondosos lagos, vitales para alimentar las redes de acueducto capitalinas. Tenía
fructíferas tierras, perfectas levantar nuevos y lujosos conglomerados comerciales donde la
gente menos pobre se distrajera de su inmundicia. Y también ostentaba vitales praderas,
ideales para la deforestación y creación de pésimas viviendas donadas por el estado a
familias venidas de todas partes del país. En ese “Nido del Amor” nació en 1996 un niño,
que dieciocho años después le preguntaría al destino por qué se inspiró en la historia de su
lugar de nacimiento para escribir la de él. Quizá el destino quiso rendirle un pequeño
homenaje a la diosa perdida, y al nido del amor, también perdido, rememorando sus
vivencias en este niño. A continuación notarán el porqué de estas declaraciones.

Eran las 3:15, o 3:15 Am del ocho de septiembre cuando se dio este nacimiento. Ambos
padres ya habían vivido escenas similares por separado. El hombre, con treinta y tres años
encima, observaba el cuarto bebé que había engendrado. De los tres anteriores se sabe que
uno no soportó las normas hogareñas de la madre de éste, y prefirió rebuscar comida entre la
grasa de los talleres mecánicos. El padre confundió esta actitud con “ganas de salir adelante”.
De los otros dos no se sabría nada hasta mucho más adelante. La progenitora se las hubo
robado cuando la relación con el padre no iba para ninguna parte. Y como ya vimos unas
ausencia.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
palabras atrás, y veremos durante todo este libro… El carácter del padre brilló por su
ausencia. Y la madre paría por segunda vez. Sin embargo, para todos los demás, inclusive su
familia, esta sería la primera de seis. A este niño lo siguió un moreno de dudosa procedencia,
dos años después; un par de mellizos hermosos, tres años después; y dos gemelas menos
agraciadas, cuatro años después. De los mellizos sigue vivo el varón, pues la niña moriría en
extrañas circunstancias nueve meses después de su nacimiento. Y de las dos gemelas, sólo
una salió al mundo con vida. Así quedó dibujada la familia de este representante del “Nido
del Amor”.

El niño, como cualquier bebé, no adquirió consciencia hasta cierta edad. Forzando los
recuerdos, más adelante se recapitula lo que podría ser el momento más añejo del que él
pudiera tener memoria. Una cuna enorme, cobijas derredor de su minúsculo cuerpo, y la
oscuridad nocturna interrumpida por reflejos lumínicos. El bebé inmerso en su planeta suave
y abullonado, no tenía ninguna responsabilidad. Y entonces se impuso la primera en su vida:
observar la esparcida negritud y las interrupciones amarillentas. Fue la primera vez que este
ser humano buscó algo por hacer. O por lo menos es la más vieja labor que recuerda el adulto
en que se transformó. Mucho después, revisando las teorías de Piaget y Vygotsky, concluiría
que quizá antes de esa oscuridad con sombras de luz hubo otros trabajos, sólo que aún él no
podía guardarlas en su memoria.

Luego de ese espectáculo semi-luminoso, otras vivencias menos intrigantes y más


convencionales fueron recopiladas en los cajones del recuerdo. La del incauto que bebía del
inodoro y comía de la bolsa de jabón en polvo, sin el pudor suficiente para saber lo
repugnante que ello resultaba. La del perro ladrando en el techo con fuerza tremenda,
causando en él admiración, pues se trataba de un sonido poco común, mientras en su
hermano aquellos latidos engendrarían un miedo portentoso. Ese miedo portentoso surgiría
en el niño del que se habla aquí con otra experiencia: la de su madre metiendo una taza a la
alberca y sacándola con una rata gorda e inflada de agua, desencadenando un grito
fantasmagórico que asustó al infante. Pero ninguna vivencia quedaría tan marcada en la
memoria del niño como la de su cuarto cumpleaños. Ese día se supondría festejarían por
primera vez el 8 de septiembre en la casa de él, a razón de su cumpleaños, obviamente. Pero
el dinero destinado a la fiesta iría a parar a la funeraria, y las energías de celebración que el 8
de septiembre deberían cargar cada año se dirigirían al recuerdo exánime de la difunta
hermana. El niño recordaría siempre cómo se desarrolló esa lúgubre feria.

Como siempre al abrir los ojos, todo era un sin color que ya se hacía aburrido. El chico ya no
se maravillaba con las figuras brillantes, ni desgastaba su joven visión apañándose con el
oscuro. Sin embargo, algo distinto rodeaba la atmósfera de su hogar. Comprobó con sus ojos
que cada cosa estaba tal como la recordaba. Su piel seguía inmersa en los abrigos necesarios
para soportar el frío capitalino. Y el olor o sabor del ambiente tampoco tenían cambios. Y
entonces el niño escuchó las primeras palabras que quedarían grabadas en su mente:
“María Paula está muerta”.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
María Paula está muerta. Esa frase, impregnada de sollozos y maldiciones desgarradoras por
parte de su madre, cambió la perspectiva del niño. Tras los lamentos, vino la inútil esperanza,
asesinada por los dardos verídicos del médico. Y la madre del niño desapareció por dos días.
El padre, afectado igualmente, se lamentaba con sus cuñados por haberse arruinado el
abortado festejo. Y el niño, que no conocía a su hermana muertecita, ya no podría olvidarla
jamás. Aunque nunca vio su rostro, soñaría con él muy a menudo. En sus horas más tristes
evocaría su recuerdo difunto, deseando ser como ella, fantasma sagrado. En su memoria
crecería la idea de que María Paula iba a ser una mujer tan perfecta, que Dios decidió
llevársela de inmediato y convertirla en ángel de su corte. Años después la fe en ese Dios
moriría, pero no la creencia sobre la santidad de María Paula. Era la única justificación para
su tempranera muerte. Era incoherente esa tontera de que su padre se descuidó atendiendo
sus problemas pulmonares y una flema la terminó ahogando. No, eso no podía ser. Tiene que
ser que Dios se la llevó por envidia a la familia del chico. Quizá por eso el chico terminaría
negando la existencia de Dios, aunque motivos para ello sobraron, como más adelante se
verá.

De cualquier modo, ni siquiera Dios logró que un 8 de septiembre fuera ameno de ahí en
adelante. Del quinto y sexto aniversario no hay recuerdos destacables. Del séptimo se recalca
el pastel derrumbado que se volvió foco de mugre. Del octavo las incomodas vivas de los
compañeros de clase, incapaces de suplir el afecto parental. Del noveno nuevamente no hay
memorias, quién sabe por qué. Del décimo sale a la luz una sopa de letras y un uniforme
deportivo tropical y enfermizo. Y del undécimo en adelante las vivencias se negrearon, tal
como las primeras visiones del niño en la cuna. Borracheras, omisiones, inadvertencias,
muñecos viejos, horas de internet no auspiciadas, discusiones religiosas, un anillo
apretadísimo, y un decimoctavo aniversario cubierto por las desagradables y clásicas peleas
entre la hermana menor y la madre del chico. Y claro, no faltaba nunca la evocación a María
Paula. En este aspecto el chico ni se quejaba, pues él era el primero en deprimirse cada
septiembre por ella. Los nueve meses que ambos estuvieron a la vez en la tierra no
significaron nada, en absoluto. Lo que los unió para siempre fue el caprichoso designio de
que María Paula abandonara su corta humanidad y se transformara en ángel, justo cuando el
chico estaba de cumpleaños. Esa simple coincidencia marcaría la existencia de ambos, el
nuevo fantasma, y ese que quedaba en la materia. Y ese chico, aferrado a la sombra tenue de
María Paula, infundiría todo su amor a ella, no guardando nada de ese sentimiento ni siquiera
para sus familiares.

Sin sentimiento para sus familiares. Ni su madre, su padre… Ni mucho menos sus hermanos.
La pequeña silueta de su hermana vivía en el chico, alimentándose de todo el amor que le
negaba a sus seres queridos. Y este ensimismamiento sería el hincapié para problemas más
adelante. Pero en este capítulo no hace falta repasar las amarguras mayores, porque aquí se
expone la base, el origen de ellas.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
Miles de años antes los amoríos de la mujer más bella que existió en esa zona le concedió el
nombre al lugar: Nido del amor. Y ahí mismo otra mujer yació con cortísimas e
inmemorables experiencias, pero con una muerte remarcada, por lo menos para un niño,
oriundo del nido del amor. Todo el amor que el niño pudiera aflorar fluía hacia el recuerdo de
la niña fallecida. El chico recordaría a María Paula siempre, a tal punto de olvidarse de
aquellos que le rodeaban. A su madre la llamó “mamá” sólo desde los siete años, cuando la
observación hacia la sociedad así se lo dictó. A su padre con suerte lo determinaba.
Respetaba la figura infundada por las palabras de su madre, pero la poca asistencia del
hombre agudizaba la distancia entre el chico y el padre. Y copiando las pocas golpizas que su
progenitor propinaba a su mamá, el chico ajusticiaba a sus tres hermanos menores. Este
hecho ampliaba la brecha de dos años que separaba al niño de sus hermanos.

Si bien es cierto que el 8 de septiembre quedaba tatuado con el recuerdo exánime de María
Paula, también lo es que en el resto de días el chico no hacía nada por cambiar esa situación.
Él siempre se miró distante, desde la escuela hasta la casa. Nunca intentó hacer amigos, y
cuando lo obligaban a tenerlos, se encargaba de perderlos. En casa sus hermanos le ganaron
respeto, pero más como autoridad que como hermano. Y sus padres no se interesaron en
todos estos fenómenos. Como la inmensa mayoría de las personas, consideraron que eran
tonterías. Existen niños trabajando en las calles, otros rebuscando alimentos en las basuras, y
los hay quienes mueren deshidratados o por inanición. Los vínculos emocionales atrofiados
de su hijo no eran cosa de preocuparse, pensaban. Más importante dedicar todas las horas
posibles al trabajo, pues así el sustento se hace más cómodo. Que quede apenas el tiempo
justo para darles de comer, llevarlos al colegio y acostarlos a dormir. Y en el caso del padre,
todo lo anterior lo hace mi esposa, así que puedo pasar el día entero en el taller mecánico y
las noches las puedo pasar con los amigos bebiendo, si hay dinero. Si no, sólo queda ir
temprano a casa, pero de ningún modo a atender labores caseras, que les corresponden a las
mujeres, aunque en mi casa mi mujer también trabaje. En la casa el hombre se limita a
dormir. Y mientras tanto el niño callaba sus dudas, sus gustos, sus temores y sus conflictos.
Sólo el recuerdo de María Paula lo escuchaba, y ese recuerdo se aprovechaba y drenaba todo
el amor que él pudiera producir. De ese modo, el chico, nacido en el nido del amor, se
transformó en un sin amor, de esos que hoy en día, con tanta cursilería y tanto libertinaje, no
se ven.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
Capítulo 8: “BIOGRAFÍA DE UN MUERTO – CAPÍTULO II: EL TÍO, CLAUDIA Y

BIOGRAFÍA DE UN MUERTO

CAPÍTULO II: EL TÍO, CLAUDIA Y ADRIANA

“Cada persona tiene el poder para hacer grandes cosas”… “¡No eres nadie! ¡Ahora
te volveremos alguien!”…“Ven acá… Esposo mío… Hazme lo que te dije que me
hicieras”…
Cierto día el oso, gobernador del bosque, convocó a todos los animales que lo
habitaban. La razón: Un murciélago extranjero se había extraviado entre sus árboles, y
no sabía cómo proceder. El oso planeaba expulsar al pequeño forastero a menos que
alguien expusiera argumentos de peso para permitirle la estadía en el bosque. A pesar
de que marginar al murciélago del sitio era condenarlo a muerte, debido a la reciente
aparición de hienas y leones hambrientos a las orillas del bosque, casi nadie quiso alzar
la voz en pro de la criatura. Sólo tres animales expresaron motivos para dejarle vivir en
sus lares. La lechuza dijo: “Sus hábitos nocturnos pueden servirnos para vigilar el
bosque en las noches. Yo lo educaré”. El mapache dijo: “Como sabe volar, podemos
utilizarlo para realizar trabajos de transporte y recolección de frutas”. Finalmente, la
voz lejana de la anguila, procedente del lago, dijo: “No podemos dejarle ir. Lo matarán
los cazadores voraces. Que venga a los lindes entre la hierba y el lago, y yo le enseñaré
todo sobre el bosque”. El oso, como buen gobernador, tomó una decisión salomónica:
Repartió el tiempo del murciélago en cuatro. Las tres últimas horas de la noche estaría
bajo la tutela de la lechuza, así como las tres primeras de la madrugada. Las seis horas
siguientes las usaría para descansar. Luego iría con la anguila por seis horas, y
finalmente trabajaría con el mapache. Como el mamífero volador se sentía perdido y
necesitado, aceptó.

¿Qué relación guardan el anterior relato fabulesco con las frases que le abren el
apartado? La respuesta está en los tres nombres del título, como se prevé fácilmente. Si
bien el chico se volvió un “sin amor”, no dejaba de estar en la intemperie social, y por
ende, era blanco fácil de muchas influencias. La mayoría de individuos que intentaban
compaginar con él se encontraban con las gruesas barreras de la antipatía. Los que las
penetraban, solían espantarse con la lúgubre criatura dentro de ellas. Y los pocos que
lograban adaptarse a él, no tenían impedimentos para regar en el niño sus ideas. Sólo
tres pudieron realizar tal acto. El tío, Claudia, y Adriana. Ellos se amarrarían al chico, a
través de los pensamientos que le inyectarían. Curiosamente, los tres son personas
totalmente diferentes. Quizá lo único que los vincule sea este niño infausto y poco
taimado.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
ADRIANA”
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
Del corto
Luego cuento
estaba de antes,
Claudia. Ellaes evidente
fue que el pero
menos cruel, murciélago representa
más dañina que ElalTío,
chico de este
y guardan
libro. ¿Por
pocas qué un Ni
similitudes. murciélago? Quién sabe.
siquiera podemos decirEste
quetipo siempreparentesco
comparten estuvo anonadado con
con el chico,
estas criaturas
porque El Tío nonocturnas
era sinoyun misteriosas,
apodo quecomo escondíaél. Ylade ellos llegó
identidad del abastardo
tomar elaquel,
más y
espantoso
Claudia ende los hábitos,
realidad no eracomo
su tía.veremos
Creció condespués. En todo
esa idea, caso,convivir
viéndola cuando el murciélago
con los
hermanos de su madre, y la madre de ésta. Supuestamente era la menor de esanuevo
se pierde en un bosque extraño, el animal a cargo no sabe cómo lidiar con el familia,
llegado. Del mismo modo, cuando el joven era niño y comenzó a adentrarse a los mares
compuesta por dos jóvenes y dos adultos unidos quién sabe por qué. Por amor no era,
del pensamiento, sus padres no supieron lidiar con ello. Su padre era un hombre
pues hasta un niño de ocho años veía la magra relación de esa vieja desgraciada y su
invisible, y su madre en principio trataba de llevarle el ritmo al hambre de
segundo esposo.
conocimiento. Así,aparecía
Pero se puede undibujar el entorno
punto donde donde Claudia
no soportaba se desarrolló.
las dudas del chico yTalle como
su “hermana”
silenciaba conmayor, la madre
un regaño. del chico,
Entonces, fue rápidamente
sumergido en las lianas convertida en el magnánimo
del pensamiento, que
arte de servir café, lustrar la casa y cuidar sobrinitos. De ahí que el chico
contrario a lo que se cree, van mucho más allá de los textos, libros y escuelas, estando se relacionara
con ella desde
presentes edades
en cada actotempranas.
cotidiano de Durante
la vida,esos
esteaños
chico Claudia
encontrósupo cómo
lazos tatuar
para su paso
abrirse
imagen en la
entre tanto memoria
espesor. de esalospersonita,
Fueron hasta eldepunto
únicos capaces de serlasinolvidable.
atravesar gruesas capasA veces deja
de “sin
amor”
de creadas porpero
ser recordada, la ausencia parental
el tacto de su piely yelelrecuerdo
jugo de de susMaría
labiosPaula. Ellos tres
rápidamente teníanpor
reviven
algo que llamaba
cualquier mensajeladeatención del “murciélago”.
índole sexual que aparezca alrededor del joven.
Cuando la madre
El mapache vio entrabajaba en horasdelnocturnas,
las habilidades murciélago buscando aumentar
la oportunidad el erario
para casero,
facilitar sus se
tranquilizaba porque
responsabilidades. Élsus hijoslareposaban
dirigía recolección bajo la tutela
frutal de la abuela.
del bosque, por lo Aunque la
que convertir al
sinvergüenza le cobrara. Lo peor de todo era que la vieja delegaba
volador en su empleado le caía como anillo al dedo. Al murciélago no le fue nada bien. la tarea por la cual le
pagaban
Las horasa con
su hija menor. Yeran
el mapache éstahorrendas:
prácticamente Largosse desentendía
recorridos por de arboles
los tres desconocidos,
menores, y se
encaprichaba con el niño mayor,
teniendo que inmiscuirse en ramas con su “sobrino”.
peligrosas Como lafrutos
para extraer lechuza que en las veladas
inalcanzables. De esas
convertía al murciélago en su
osadías sacó sus más hondas cicatrices.única entretención, evadiendo la monotonía de la
vigilancia, Claudia manipulaba al chico, invitándolo a actuar como adulto. Y entre los
En larecreaban
dos vida del escenas
chico también hubo alguien
muy lejanas así. Alguien
para la edad de los dos.tan Un
deplorable
niño deque ochonoymerece
una
demasiadas palabras, pero injustamente indispensable para contar
jovencita de trece jugando a ser dos amantes fogosos en su luna de miel resulta algo la historia de este
joven. Un rostro
impactante ya olvidado
y estrafalario. Peroqueen se aparecía
esos años eldurante
cuerpoyhumano
despuésya derecibe
las jornadas
estímulos
sexuales, y tanto el uno como el otro terminaron encaprichados, necesitando bien
académicas, para manipular la inocente mente. Sus ideales mórbidos estaban
tapados por sonrisas
intercambiar saliva ybenevolentes.
sudor de cuerpos. El chico, casi sin compañía,
Eso deformó la mentalidadmaldel visto en su
chico deaula
forma de
clase e ignorado en su hogar, vio en “El Tío”, apodo de aquella escoria, un ente digno
gradual.
de seguir. Lamentablemente, lo que encontró a su lado fue terrible. El Tío era miembro
Si
de comparamos el cuento
una de las muchas sectasdelpro-satánicas
murciélago con quelacunden
vida del el chico,
pueblopodemos notar algo
capital. Buscaba
curioso.
cerebrosLa lechuza
enanos paratuvo suerte de que
manipularlos su especie
e inducirlos no tuviese
a sus penosasninguna
creencias, relación
llenasfilial
de con
la de su pupilo. de
derramamiento En sangre,
cambio,cultos
si de por sí el habery tenido
exacerbados dolorosascoito con la tía yaCuando
experiencias. causabaelculpa,
chico
enterarse que Claudia en realidad era fruto de la violación del
escapó de allí, ya tenía hondas marcas. La sangre le sabía bien, le gustaban las segundo marido de la
abuela hacia
cicatrices su madre,
y había fue demoledor
convertido en odio lapara el joven.
dejadez haciaAsus laspadres.
perturbaciones que trae la
De no haberse
pubertad,
mudado sumovidas
familia pora la el recuerdo
frontera, excitante
quién sabe qué y prohibido de Claudia,
hubiese pasado. Quizá se como
unió laElconexión
Tío, él
sanguínea descubierta. Ni la lechuza ni el murciélago
estaría recolectando nuevos frutos para tan asquerosos fines. pasaron por eso.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO

Nos queda Adriana. Y del cuento nos queda la extravagante anguila, que expulsó su voz
de las aguas para solicitar la tutoría del murciélago. La vida de este mamífero volador
fue llevadera gracias a los ratos con ella. Desde la media mañana, cuando lanzaba frutos
al lago avisando su llegada, hasta la media tarde, cuando el extraño ser acuático se
sumergía para no salir más, el volador sentía que de algo valía haberse perdido de su
familia y entrado al bosque. A pesar de las limitaciones físicas, se las ingeniaban para
establecer contacto. La anguila estableció un lenguaje con sus titiladas eléctricas para
cuando se cansaba de saltar o sus compañeras se aburrían de sostenerla en el reflejo del
agua, o cuando el murciélago necesitaba descansar sus alas. Así, la anguila le enseñó al
murciélago muchas cosas. El pequeño aprendió a contar los frutos que recogía durante
sus noches con el mapache. Así estableció metas de superación individual y aumentó su
rendimiento. Pudo también abrir sus canales de comunicación con las demás especies
del bosque, con las cuales existía temor mutuo. Y dibujó en su mente el mapa exacto
del bosque, con desvíos y escondrijos incluidos. Todo esto vino gracias a la anguila,
quien disfrutaba que el extraño le pusiera más cuidado que sus propios alumnos en el
agua.
El chico de igual modo, encontró en su profesora una vía de escape al desinterés
familiar, a la confusión cuasi-sexual con su “tía”, y aun más al terrible espectro del tío.
Lo que para sus compañeros era un suplicio diario, para él se convirtió en su único
pasatiempo, prácticamente. Disfrutaba los procesos matemáticos, y hacía competencias
con su yo del día anterior para aumentar sus notas altas. Se enamoró de las letras,
aunque no sabía retratarlas bien. Ni siquiera con cientos de planas supervisadas por
Adriana pudo corregir ese problema. La geografía y la política entraron en su mundo de
a poco, haciendo mella en el pequeño. Incluso asignaturas raras como el inglés o la
informática le placían. La única materia donde la pasaba mal era la educación física.
Porque aunque le gustaba el futbol, le tenía pavor al contacto humano, por los sucesos
con el tío. Sólo su familia (a medias), Claudia y Adriana podía acercársele sin causar
espasmos en él.
Adriana fue la salvadora del niño. Gracias a ella el chico supo que sus vivencias con el
Tío y Claudia estaban mal, y apenas pudo sintió la salvación. Lo que más lamentó de su
traslado a la frontera es que su primer amor, la primera mujer con la que quiso casarse,
y hasta vivir lo que vivía con Claudia, no volvería a aparecerse en su vida. Eso creía el
chico, por lo menos.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
La fábula del murciélago extraviado… Sólo falta un elemento… La moraleja. ¿Cuál es
la enseñanza que resulta de ella? Un volador desorientado es explotado y hecho juguete
la mitad de sus días, y los dos cuartos restantes los usa para dormir y… Alimentarse
dignamente. ¿Qué lección nos deja esta historia? Para algunos, ninguna. Habrán vivido
tan bien que se limitan a leer las imposibilidades de que un murciélago pueda perderse
y peor aún, no logre tomar su rumbo y sea sujetado a leyes apartadas. Pero habrá
quienes puedan identificarse con el protagonista de este corto relato, y comprendan el
mensaje del mismo.
El chico también se perdió en la jungla de asfalto que nadie quiso enseñarle. Se
confundió con las masas de saberes que atestaban el ambiente, y no hubo quién lo
orientara. Viéndose solo e indefenso, dos bestias se lanzaron sobre él y lo encaminaron
por malas sendas. El sexo indebido y los rituales negros sustituyeron a papá y mamá,
que no dejaban de trabajar para “asegurar un buen futuro a él y sus hermanos”. E
inundado en ese lodazal, apareció la mujer que supo organizar el conocimiento nuevo
en el chico, a fin de que con él se construyeran caminos propicios para escapar de las
prisiones de Claudia y el Tío. ¿Faltan razones para que Adriana fuese el primer amor de
este niñito?
No sabemos si el murciélago tuvo la suerte del niño. Quizá siguió dedicando media
vida a los maldadosos mapache y lechuza, y la otra media a la sagrada anguila y a él
mismo. El chico en cambio pudo deshacerse de sus enemigos gracias a la enfermedad
de la abuela en la frontera. Ese cambio de ciudad significa no sólo la libertad del niño
para con esos dos, ni sólo el desafortunado final del vínculo con Adriana. Muchas cosas
más sucederían en los límites del país, donde el chico crecería expuesto al mundo
abierto. Por lo menos en la capital, si bien tuvo que imaginarse su propio mundo, el
cual fue malversado por Claudia y oscurecido por El tío… Por lo menos entre esa
miseria, el niño halló la luz del saber y el conocimiento… Una luz que le dotó de
sentimientos puros por Adriana, tal como sucedió entre el murciélago y la anguila. Esa
es la moraleja de la fábula.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO
Capítulo 9: “BIOGRAFÍA DE UN MUERTO – CAPÍTULO III: LA FRONTERA:
NUEVO MUNDO, NUEVAS CADENAS.

CAPÍTULO III: LA FRONTERA: NUEVO MUNDO, NUEVAS CADENAS.


Casi dos años después de haber llegado a la frontera, el chico hallaba entre las cosas de
su padre una carátula llamativa. La contorsionista posición de la mujer quedó sellada
en su memoria. Quizá más que las obscenas actuaciones, incomprensibles en primera
instancia. Luego, el recuerdo de Claudia aparecía y el chico comprendía de qué iba ese
pedazo de cartón. Lo rebuscó y halló en él un CD. Al reproducirlo, vio por primera vez
a otras personas hacer lo que él hacía de niño con Claudia. El huracán de pensamientos
censurados se combinó con el natural proceso de la pubertad, y el chico jamás volvería
a ver a las mujeres del mismo modo. Sus compañeras de clase, ahora mucho más
risueñas y extrovertidas que las de la capital, nutrían la joven y pervertida imaginación
del niño. Pero el principal caudal de esos ríos seguiría siendo Claudia. La tía-hermana
sólo le dejó en paz por cuatro años… Después, su recuerdo revivió con la fuerza de la
pubertad.
No corrió la misma suerte el recuerdo de “El Tío”. Su podrida herencia de culto negro
se atropelló con las magnánimas auras de la iglesia. La idea de que el diablo era bueno
siempre tenía antítesis en la mente del chico, gracias a las enseñanzas de Adriana, y en
menor medida de sus padres. Ellos dos, de confesión católica, consideraban obligatorio
impartir su credo al chico y sus hermanos. Pero se limitaban a proporcionar
información sin explicaciones algunas. Adriana cayó en el mismo error. Pero las dos
situaciones eran diferentes. La profesora consideró de menor importancia educar en
valores religiosos, y fortaleció a su alumno en ciencias, lenguaje y matemáticas. Por su
parte, los padres recitaban oraciones y ejecutaban persignaciones enredadas como parte
de su deber parental. Comprendían que sus hijos, tal como ellos, aceptarían sin chistar
la fe impuesta. De esta forma, el pensamiento de “El diablo es malo”, nunca tuvo
coherencia en un niño con influencias satánicas muy profundas. Pero en la frontera,
donde tipos como “El Tío” no existían, las redes del catolicismo se extendían más
fácilmente entre la juventud. Fue así como el chico por fin halló una adecuada
explicación a eso de que “el diablo es malo”. Mientras Claudia acrecentaba su poder,
El Tío caía en el olvido, sustituido por párrocos, catedrales e historias de divinidad y
feligresía.
BIOGRAFÍA DE UN MUERTO

El primer año en la frontera fue traumático para el chico. Cosas como el tacto de los
árboles, la insolación o las caminatas sin fin eran nuevas para él. Durante ese tiempo
las malas vibras ganadas en la capital lo dejaron en paz, a causa de la terrible añoranza
hacia Adriana. Conforme pasaron los meses dicha ensoñación fue apagándose y el
chico buscó nuevas cosas en qué pensar. Incluso hubo de abrirse a sus compañeros de
clase, porque así actúa la gente en la frontera. Un carácter mucho más explosivo, alegre
y divertido. El chico estuvo lejos de eso, a diferencia de sus hermanos. Pero sea como
sea, ese primer año se mantuvo en tranquilidad sensible. Las hermanas de su padre no
veían con buenos ojos a su madre. Peleas de adultos que no tenían sentido para él, y
desembocaron en que el padre abandonara a la abuela, el motivo por el cual se
trasladaron a dicho sitio. Pero, faltos de recursos para regresar a la capital, hubieron de
seguir en el palacio de las cosas baratas. El comercio binacional era tanto, que la
carestía era poco menos que un mito. Eso fortaleció la decisión definitiva: Se
quedarían quien sabe hasta cuándo.
Pasado ese año, vinieron los problemas. El padre volvió al trabajo automotriz, esta vez
en el país vecino. Y con ello, las borracheras. La madre no soportaba la idiosincrasia
fronteriza, extrañaba el frío capitalino y ansiaba apoyo marital. Tanto conflicto interno
se tradujo en alborotadas grescas con su esposo, quien incluso cayó preso un par de
días por escándalo público. Y el chico continuó exponiéndose a la ligera forma de ser
en la frontera. El estudio que en el pasado lo rescató le sabía a poco. Prefería gastar
tiempo y dinero (el poco que su madre podía darle) en videojuegos, cromos, cartas
coleccionables y álbumes. Con sus compañeros de escuela dedicaban horas a ver
caricaturas extranjeras, jugar en consolas y, cuando estaban excitados, robar. El chico
descubrió la sencillez de tomar sin pagar en los supermercados. Comenzó con
adhesivos para sus cuadernos, siguió con galguerías, hasta llegar a robar películas de
DVD. Era lo más complejo, porque las secciones de video solían estar al lado de la
caja. Por ende, se memorizó las horas más concurridas, y en ellas asistía y tomaba
filmes. Y no para niños. En realidad, sólo hurtaba películas de un género. El que
conoció años atrás, jugando al papá y la mamá con su tía, que terminaría siendo su
hermana.
Ante tanta impiedad adquirida, el chico empezó a sentirse mal. Buscó algo que supliera
la labor de Adriana, y creyó encontrarlo, en un librito de catequismo.

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