Tipos de Estres2-Los Síndromes de Estrés PDF

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El concepto actual de estrés

La consolidación de la teoría clásica del estrés tomó toda la primera mitad del siglo XX.
A lo largo de la segunda mitad fueron ampliándose detalles e introduciendo matices que
han llevado a algunas importantes modificaciones. En realidad, no hay una ruptura
brusca en el desarrollo del concepto científico de estrés, por lo que la división en dos
épocas, una histórica y otra actual, es relativamente artificial. Los hallazgos de la teoría
clásica siguen vigentes, aunque cualificadas en tres grandes aspectos, que se refieren a la
naturaleza del estímulo, a la homogeneidad de la respuesta y a las estructuras y procesos
que los relacionan. Además, los mecanismos neurológicos y endocrinos descubiertos por
los pioneros de manera independiente han sido ya integrados en una formulación
psicobiológica unificada, que incluye al sistema inmunitario. De la psicoendocrinología
hemos pasado a la psico-neuro-endo-crinología y de ella, ahora ya a la psico-neuro-
endocrino-inmunología.

3.1. La naturaleza del estímulo

Tanto la teoría de Selye como la de Cannon transmiten, cada una a su manera, la noción
de que el estrés requiere la presencia de un agente externo que, al menos potencialmente,
es siempre perjudicial. El propio Selye (1974) intentó corregir tardíamente esta
impresión, al diferenciar entre «eu-stress» y «dis-stress», y afirmar que cierto grado de
estrés es necesario y tiene consecuencias beneficiosas (eustrés), mientras que niveles
excesivos son desagradables y patogénicos (distrés). Seymour Levine (1993), después de
30 años estudiando la respuesta del eje hipófiso-pituitario-adrenal al estrés psicosocial, ha
demostrado que hay situaciones en las que la respuesta de estrés no sólo no es dañina,
sino que además facilita el desarrollo y el aprendizaje. La observación de situaciones
naturales lleva a la comprensión intuitiva de que los mismos estímulos pueden ser
beneficiosos a pequeñas dosis y dañinos a dosis más elevadas. Se denomina hormesis a

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este fenómeno de respuesta beneficiosa ante pequeñas dosis de condiciones normalmente
dañinas. Puede observarse en múltiples campos, desde las relaciones interpersonales
hasta el consumo de alcohol y, por supuesto, en el estrés. Abundan los ejemplos en los
que un estrés mínimo mejora la función y supervivencia del organismo, mientras que
resulta dañino por encima de cierta intensidad. Los modelos iniciales sobre los efectos
patógenos del estrés estaban basados en relaciones lineales, en las que se introdujo la
consideración de dinteles o niveles críticos, por encima de los cuales el estrés es aún más
dañino. Los nuevos modelos horméticos incluyen la posibilidad de que una baja
intensidad de estrés tenga efectos beneficiosos. Así, por ejemplo, Rattan (2004) ha
demostrado a nivel celular que el estrés calórico breve facilita la reparación de proteínas
mínimamente dañadas y acelera la eliminación de las gravemente dañadas, mejorando en
consecuencia las funciones metabólicas y aumentando la longevidad.

3.1.1. Estrés negativo

La falta de tareas en una situación laboral (“underload”) y la ausencia de estímulos y


condiciones positivas también demuestra ser estresante (Kanner, 1978). De hecho, desde
Hebb (1949) se sabe que todos los animales superiores tienen estructuras cerebrales que
requieren estimulación específica, provocándose una respuesta de estrés con la ausencia
de ese es tímulo. Este fenómeno se corresponde con lo que Levine (1993) denomina
“estrés por omisión” y con el concepto de trauma negativo:

Para el desarrollo normal de la personalidad es precisa la existencia de ciertas circunstancias


típicas, que actúen en momentos claves de ese desarrollo. La conspicua ausencia de una de tales
experiencias constituye un evento traumático, que podemos calificar de negativo, consistiendo el
trauma no en la hiperexcitación de los mecanismos propios del aparato psíquico, sino en la ausencia
o deficiente formación de canales que orienten la descarga de determinados impulsos (Rivera,
1979).

Que la ausencia de estímulos puede ser una experiencia estresante ha sido


dramáticamente demostrado en estudios experimentales sobre deprivación sensorial
absoluta. Sin llegar a estos extremos, Tygranyan (1976) observó, de manera un tanto
inesperada, que el reposo puede tener efectos estresantes. En un trabajo sobre el estrés
en soldados del ejército ruso en periodo de entrenamiento militar, Tygranyan dividió a
sus sujetos en dos grupos: uno que participaba de manera normal en las actividades y
otro, el grupo control, que fue mantenido en cama durante siete semanas. Curiosamente,
los sujetos del grupo control empezaron a mostrar ligeros aumentos de los niveles de
adrenalina en la segunda semana, y, a partir de la tercera, tanto la adrenalina como el
cortisol se elevaron notablemente. El grupo de soldados en entrenamiento, en cambio,
tuvo un aumento importante de las dos hormonas de estrés durante la primera semana,

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pero luego fue declinando hasta regresar a unos niveles casi basales al final del estudio.
La obvia conclusión es que, una vez satisfechas las necesidades de descanso, la
continuación forzada de un reposo absoluto constituye una situación de estrés mayor que
el ejercicio moderado. Se puede concluir que el organismo está naturalmente preparado
para funcionar de manera óptima ante un cierto grado de estimulación ambiental, y que,
cuando se encuentra ante niveles superiores o inferiores a ese grado de estimulación
idóneo, el esfuerzo extra necesario para mantener el funcionamiento adecuado de los
procesos fisiológicos constituye una situación de estrés.
Integrando las teorías de Cannon y de Selye desde la perspectiva de la
estimulación óptima, se puede formular la ley general del estrés:

Cuando la influencia del ambiente supera o no alcanza las cotas en las que el organismo
responde con máxima eficiencia, éste percibe la situación como peligrosa o desagradable,
desencadenándose una reacción de lucha-huida, y/o una reacción de estrés, con hipersecreción de
catecolaminas y de cortisol (Rivera, 1977, 1980).

3.1.2. El estímulo simbólico

Desde los estudios de Mason, es ampliamente reconocido que no es tanto la naturaleza


objetiva de una situación en sí lo que determina su valor estresante, sino la interpretación
que de esa situación hace el individuo. Una matización importante de este principio es
que su operatividad no se limita al nivel cognitivo, sino que la interpretación de la realidad
como estresante también puede ocurrir a nivel emocional, somático o social. Dicho de
otra forma, no siempre es preciso ser consciente del significado de un estímulo para que
éste ejerza su influencia. En seres dotados de memoria, un acontecimiento estresante
puede ejercer su influencia indirectamente, por asociación con otra situación anterior o
por evocación de su recuerdo. Un estímulo simbólico no es activo por sí mismo, sino en
función de aquello que representa o con lo que se asocia. En los humanos, una inmensa
mayoría de las reacciones de estrés psicológico son desencadenadas por estímulos de
este tipo. Un estímulo más o menos indiferente adquiere cualidad estresante e incluso
traumática en virtud de su similitud, proximidad o asociabilidad con otra circunstancia
naturalmente estresante o traumática. La asociación puede efectuarse por contigüidad
física, temporal o espacial, por proximidad conceptual o por evocar respuestas
emocionales similares. Una gran variedad de circunstancias ambientales, sociales e
interpersonales son susceptibles de evocar la reacción de estrés por estímulo simbólico.
Lo que ordinariamente se conoce como responsabilidad es una de tales circunstancias.
Así, el mero requerimiento para la preparación de un informe eleva el ritmo cardíaco y la
secreción de corticoides en ejecutivos, de manera análoga a lo que ha sido observado en
pilotos de guerra antes de entrar en combate. En un estudio experimental clásico, Brady
sometió a una pareja de monos a descargas eléctricas intermitentes, que podía

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interrumpir uno de ellos, apretando una palanca. Este «mono ejecutivo», responsable
único del bienestar de ambos, fue el que desarrolló mayores lesiones gástricas por estrés,
en comparación con su compañero pasivo. Por otra parte, el estrés de la responsabilidad
puede atenuarse si se acompaña de una buena información que permita un cierto grado
de control sobre las circunstancias. Weiss (1971) repitió el experimento de Brady con
ratas, introduciendo una importante modificación: la rata ejecutiva era avisada por una
señal segundos antes de la descarga eléctrica, pudiendo así llegar a evitarla a tiempo. En
estas circunstancias, los efectos nocivos del estrés resultaron ser menores en la «rata
ejecutiva» que en su compañera indefensa.

3.2. Las respuestas de estrés

La segunda implicación de la teoría clásica es que las respuestas de estrés son


estereotipadas y universales, esto es, que siempre son iguales y que se producen en todos
los individuos a los que se aplique la condición adecuada. En realidad, cada vez es más
evidente que existen diferentes pautas de respuesta ante el estrés, que dependen del tipo
de estímulo, del contexto en que se produce y de las características peculiares del sujeto.
El propio Cannon (1929) observa, en su estilo llano y casual, que no todos los animales
responden de igual manera al mismo estrés: “Cats differ widely in their emotional
reaction to being bound; some, especially young males, become furious; others,
especially elderly females, take the experience quite calmly” (los gatos se diferencian
ampliamente en su reacción emocional a ser atados; algunos, especialmente machos
jóvenes, se enfurecen; otros, especialmente hembras mayores, se toman la experiencia
con bastante calma). Como Cannon continuó sus experimentos en “vigorous young
males” (machos jóvenes vigorosos), es lógico que acabara descubriendo, gracias a ellos,
las variables fisiológicas propias de la “fight-flight response”- Reacción de lucha-huida.
Sin embargo, no investigó por qué las gatas mayores se tomaban la misma experiencia
estresante de forma pacífica y, con ello, se retrasó varios años el descubrimiento de
pautas alternativas de respuesta ante el estrés. En la actualidad se reconocen cinco tipos
diferentes de respuesta de estrés:

3.2.1. Lucha-huida

La primera reacción de estrés descrita y la mejor estudiada, la reacción de lucha-huida,


se define desde los tiempos de Cannon como la respuesta básica del organismo ante
toda situación que considera amenazante o peligrosa, caracterizada neurológicamente
por aumento de la actividad simpática, y endocrinamente por secreción de

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catecolaminas por la médula suprarrenal.
En realidad, no es necesaria la percepción consciente de un peligro para
desencadenar la reacción de lucha-huida. Basta una alteración brusca del entorno para
que se estimule el sistema ergotrópico, con la correspondiente activación simpática e
incremento de producción de adrenalina y noradrenalina por la médula de la glándula
suprarrenal. Ésta es la fase aguda de la reacción, que se inicia en milisegundos y que
puede ser de muy corta duración, si se corrige rápidamente el disturbio o se elimina el
peligro que la desencadenó. En estados de mala sintonía vegetativa la activación
ergotrópica puede durar más de lo necesario, siendo ésta una de las causas de los efectos
patógenos del estrés.
En la actualidad se sabe que la respuesta de lucha-huida no es homogénea en sí
misma. El propósito general es el mismo, porque la eliminación del peligro o disturbio
puede hacerse mediante su destrucción activa, es decir, atacándolo, o bien mediante
evitación activa, escapando de su alcance mediante la huida. La evitación pasiva,
esconderse, quedarse quieto, desmayarse.. constituye otra respuesta, la de conservación-
inhibición, que veremos después. Los mecanismos biológicos y conductuales que se
ponen en acción en los dos casos extremos de respuesta activa son muy similares, pero
existen ciertas diferencias entre la respuesta de lucha y la de huida. Para empezar,
aunque en ambos casos aumenta la secreción total de catecolaminas, adrenalina y
noradrenalina, no lo hacen en igual proporción. La relación noradrenalina/adrenalina es
más elevada cuando la respuesta es de lucha, mientras que en la de huida predomina la
secreción de adrenalina. Incluso, en reacciones de lucha de corta duración puede haber
aumento de testosterona, que disminuye en las de muy larga duración y en las de huida.
La prolactina, la renina y los ácidos grasos aumentan en la respuesta de huida y no en la
de lucha. Neurológicamente, la activación simpática predomina en la lucha, mientras que
en la reacción de huida coexiste una ligera activación trofotrópica, que en casos extremos
puede terminar en una grave alteración de la sintonía neurovegetativa.
Si la situación de peligro dura demasiado, entra en acción el eje hipófiso-adrenal,
con producción de ACTH y cortisol. La reacción de estrés descrita por Selye se
considera hoy incluida en la respuesta de lucha-huida, como correspondiente a su estadio
crónico. Se puede considerar que la respuesta de lucha-huida tiene una fase inicial
neurovegetativa, mediada por el sistema nervioso autónomo, y una segunda fase
neuroendocrina, mediada por el sistema hormonal. Sin embargo, ambos sistemas están
en constante interacción y en la primera fase ya aumenta la síntesis y liberación de
catecolaminas (adrenalina, noradrenalina y dopamina) por las células cromafines de la
médula suprarrenal. La más importante diferencia entre la fase neurovegetativa y la
neuroendocrina está en la rapidez de su aparición en la respuesta de estrés.

3.2.2. Paratélica

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En humanos, Michael Apter (1996) observó que la misma actividad podía ser estresante
o placentera, dependiendo de cómo se la tome el sujeto. Diferenció así dos modos de
funcionar, el “télico” (de telos=finalidad) y el “paratélico”, dependiendo de que la
actividad fuera realizada por la necesidad de conseguir un fin determinado o por el placer
que proporciona en sí misma. Los sujetos que responden en modo paratélico son más
relajados de base y soportan mayores niveles de estrés (medido con la escala de
molestias cotidianas de Kanner) que los que lo hacen en modo télico. De hecho, el estado
de ánimo de los sujetos paratélicos mejora inicialmente al aumentar el estrés ambiental,
hasta que llega a un punto a partir del cual la tendencia se invierte y su humor empeora
más rápidamente que en los sujetos de dominancia télica. Éstos, en cambio, son más
“serios” o tensos de base, y responden al estrés de la manera prevista por la teoría de
Cannon, con una relación lineal directa entre molestias cotidianas y perturbación del
humor. En estudios sobre reactividad al estrés en la población general, Rivera y
colaboradores (1983, 1993) han detectado un pequeño grupo de sujetos que refieren
sensaciones de entusiasmo y aumento de energía en situaciones de estrés. Esta
proporción es relativamente alta en estudiantes de medicina de segundo curso, pero
disminuye a lo largo de la carrera, hasta nivelarse en quinto curso con la población
general. Es posible que los estudiantes “entusiastas del estrés” se correspondan, hasta
cierto punto, con los sujetos paratélicos de Apter. La pérdida progresiva de la capacidad
de disfrutar del estrés académico puede explicarse por inversión del modo paratélico
(realizar la tarea por el gusto de hacerla) al télico (realizar-la por la necesidad de
conseguir resultados). El camino inverso, la transformación de un modo télico en
paratélico, puede ser uno de los mecanismos de acción de los enfoques psicoterapéuticos
que utilizan la meditación. En líneas generales, los sujetos con un modo paratélico de
respuesta tienden a presentar menores niveles de activación ergotrópica en situaciones de
estrés, pero las características precisas de este modo de respuesta no han sido muy
estudiadas hasta la fecha.

3.2.3. Vigilancia-acecho

Un elegante ejemplo de respuesta diferencial ante el estrés procede de los estudios de


Redford Williams (1986), quien describe dos pautas (“patterns”) de reactividad
cardiovascular al estrés.
La primera, “pattern 1”, se corresponde bien con la reacción de lucha-huida de
Can-non, y se caracteriza por vasodilatación muscular, vasoconstricción en la piel y tubo
digestivo y aumento del gasto cardíaco y de la presión arterial sistólica. Tanto en la
experimentación animal como en la humana, esta respuesta es típica de condiciones
aversivas, que requieren activación conductual y afrontamiento activo.
La segunda, “pattern 2”, se caracteriza por vasoconstricción muscular, aumento de

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la resistencia vascular periférica y aumento de la presión arterial diastólica. Esta respuesta
es más propia de situaciones que requieren vigilancia y afrontamiento pasivo.
Naturalmente, considerar que una situación requiere “afrontamiento activo” (lucha-huida)
o “afrontamiento pasivo” (vigilancia y estar preparado) depende mucho de la naturaleza
del individuo. En el reino animal, los ratones y presas cinegéticas en general presentan
con más facilidad la “pat-tern 1”, mientras que los depredadores al acecho son más
susceptibles de presentar la “pattern 2”. En la clínica humana, la “pattern 2” es más
frecuente en individuos con personalidad tipo A. Las dos pautas muestran también
diferente actividad endocrina, con aumento de cortisol, adrenalina, noradrenalina y
prolactina en la pattern 1, mientras que en la pat-tern 2 sólo aumenta la noradrenalina y,
curiosamente, la testosterona. Williams explica el aumento de testosterona en sus sujetos
(todos varones) considerándolo como una respuesta neuroendocrina a la activación de los
circuitos cerebrales responsables de la vigilancia. Los trabajos de Williams nos recuerdan
que, entre los mecanismos efectores de la respuesta de estrés, no hemos de olvidarnos
del sistema neuromuscular, relativamente mucho menos estudiado que los sistemas
neurovegetativo y neuroendocrino.

3.2.4. Conservación-inhibición

Descrita por Engel (1962) con el nombre de Conservation-withdrawal response, es un


mecanismo básico de supervivencia opuesto al de Lucha-Huida. Se caracteriza por
hipotonía muscular, inmovilidad, disminución de la secreción gástrica, hipotensión arterial
y bradicardia. Descrita inicialmente en psicosomática infantil, sus síntomas clínicos son
cansancio, fatiga, sensación de debilidad, hipotonía, no ganancia de peso a pesar de una
alimentación adecuada y depresión. Mientras que las respuestas emocionales que
acompañan a la reacción de lucha-huida son, predominantemente, la ira y el miedo, las
que acompañan a la reacción de conservación-inhibición son la desesperanza y el
desvalimiento (o indefensión). Se acompaña de activación neurovegetativa del sistema
parasimpático y no hay aumento significativo de la actividad de la glándula suprarrenal,
es decir, no aumenta la secreción ni de catecolaminas ni de cortisol. En casos extremos,
se ha relacionado con la muerte por estrés (Engel, 1971). En casos leves, se puede
considerar como un mecanismo protector ante amenazas en las que la defensa o el
escape son imposibles, permitiendo al organismo conservar energías en espera de
mejores tiempos (Nesse, 2000). Esta respuesta puede ser altamente adaptativa, sobre
todo cuando las posibilidades de modificar las fuentes de estrés son prácticamente nulas.
Las increíbles supervivencias de algunos náufragos y víctimas de derrumbamientos,
capaces de resistir hasta semanas esperando ser rescatados, puede atribuirse a este
fenómeno. De algunos hombres de acción, como Napoleón y el famoso estadista inglés
Churchill, se relata que eran capaces de dormir profundamente en la víspera de una

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contienda definitiva, posiblemente por este mismo mecanismo.

3.2.5. Cuidar e Intimar

Descrita por Taylor et al. (2000) con el nombre de Tend and befriend response. A partir
de observaciones incidentales sobre el diferente comportamiento de hombres y mujeres
en situaciones de estrés moderado, estas investigadoras norteamericanas establecieron un
nuevo tipo de respuesta ante el estrés, que parece ser más frecuente en el sexo femenino.
Mientras que los varones muestran mayoritariamente conductas tipo lucha-huida ante el
estrés situacional, como competitividad e irritabilidad, las mujeres tienden a reunirse en
grupos y a mostrar entre ellas conductas de apoyo y afecto. La respuesta diferencial de
hombres y mujeres al estrés ya ha sido notada por otros investigadores, entre ellos
Monterrey (1991) y Bulbena (1994), pero a nadie se le había ocurrido antes que tales
diferencias pudieran llegar a constituir una respuesta integrada significativamente
diferente. Naturalmente, las mujeres no están exentas de la respuesta de Lucha-Huida, de
la misma manera que la respuesta de Cuidar e Intimar no les es exclusiva. Pero las
diferencias en frecuencia tienen sentido desde el punto de vista evolutivo.
En la evolución de la especie humana desde los tiempos primitivos, la selección
natural puede haber favorecido a hombres prestos a luchar para defender a su grupo, o
por lo menos a escapar para poder engendrar otro nuevo, de ahí que se encuentre en este
género un predominio relativo de individuos que presentan la reacción de lucha-huida
ante el estrés. Por el contrario la mujer, cuya actividad evolutiva más determinante para
la especie es su capacidad de cuidar y mantener unida a la prole, sufrió una selección
natural distinta, predominando entre ellas las que presentan respuesta de cuidar-intimar.
Después de cientos de miles de años, la tendencia a actitudes de enfrentamiento
predomina entre los hombres, mientras que las de cuidado y apoyo lo hacen entre las
mujeres.
La base neuroendocrina de la Respuesta de Cuidar-Intimar está en el aumento de
secreción de oxitocina ante el estrés, que es más marcado en la mujer que en el hombre.
La oxitocina tiene claras funciones en la promoción de las tendencias afiliativas (Carter,
1997) y reduce la respuesta del eje hipotálamo-hipófiso-adrenal, inhibiendo la secreción
de cortisol frente al estrés (Ennis, 2001), reduciendo así la tendencia a desarrollar la
reacción de lucha-huida.

3.3. La naturaleza de la relación estímulo-respuesta

La esencia de la teoría clásica es la inespecificidad de la respuesta, claramente enunciada

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por Selye de la manera siguiente: “Estrés es la respuesta inespecífica del organismo a
toda demanda hecha sobre él.”. Sin embargo, desde los experimentos de Mason,
descritos en el capítulo anterior, se acepta que el organismo no reacciona de manera tan
uniforme e inespecífica ante las exigencias externas. Cierto es que son muchas y muy
variadas las condiciones que pueden desencadenar una reacción de estrés, pero todas
ellas tienen una característica en común: la de ser consideradas como nocivas, peligrosas
o desagradables por el organismo al que afectan. Dicho de otra manera, los organismos
superiores producen una reacción emocional ante estímulos que no son favorables a su
óptimo funcionamiento, siendo la respuesta biológica de estrés específica para esta
valoración subjetiva. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que dicha valoración no
tiene que ser necesariamente consciente y que puede producirse sin la participación
directa de los procesos cognitivos. El estrés quirúrgico, producido por la incisión y
manipulación de tejidos en pacientes totalmente dormidos con anestesia general, es buena
prueba de ello. El núcleo central del aparato efector de la respuesta de estrés es, en
última instancia, el hipotálamo. Su rica red de conexiones puede ser estimulada por
múltiples vías, algunas de ellas independientes de la corteza cerebral.
Por otra parte, los defensores de la conceptualización original de Selye se apoyan
en estudios en invertebrados y en cultivos de células para defender la existencia de una
respuesta de estrés directa, sin procesamiento subjetivo intermedio (Csermely, 1998). Si
se considera el estrés como “la respuesta de una célula u organismo a cualquier exigencia
que fuerce el estado fisiológico más allá de su estado normal de reposo” y también como
“la adaptación al cambio que afecta a todos los niveles de organización, desde la célula
hasta la estructura de la población, pasando por el organismo individual” (Iwama, 1998),
es evidente que existen más modos de respuesta que los mediados por los sistemas
neurovegetativo y neuroendocrino. El sistema inmunitario, por ejemplo, es considerado
como un tercer sistema sensor de cambio y efector de respuestas de estrés (Blalock,
1984, 1994).
En el estado actual del conocimiento, más que la inespecificidad de la respuesta, la
cuestión es cómo se centralizan los procesos internos de adaptación y defensa ante las
exigencias que interfieren con la capacidad óptima de funcionamiento del organismo.
Cuatro niveles o modos de interacción entre el estímulo y la respuesta de estrés han sido
identificados hasta la fecha, a cada uno de los cuales corresponde un sistema sensor-
efector propio. Todos ellos ejercen influencias mutuas y mantienen una importante
interdependencia. Son los siguientes:

1. Celular directo.
2. Mediado por el sistema inmunitario.
3. Mediado por el sistema neurovegetativo.
4. Mediado por el sistema neuroendocrino.

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3.3.1. Estrés celular

Los microorganismos unicelulares poseen una estructura proteica compleja, denominada


“stressosoma”, que constituye el aparato efector de la respuesta de estrés celular (Chen
2003). A diferencia de otros receptores, que sólo responden a un estímulo específico
determinado, el estresosoma se activa ante cualquier cambio importante en el medio
extracelular, desde aumento de temperatura hasta radiaciones, toxinas, salinidad, etc. A
partir de ahí, se pone en marcha una cascada de procesos intracelulares que culminan en
la expresión de genes productores de proteínas que facilitan la adaptación de la célula a
las nuevas condiciones del entorno.
Todas las células, desde la bacteria más simple hasta la neurona más sofisticada,
producen en situación de estrés unas proteínas características, llamadas HSP (Heat
Shock Proteins), porque fueron inicialmente descubiertas en respuesta al estrés calórico,
aunque actualmente también se llaman “proteínas de estrés”. Además de con el calor,
también aumentan con otras alteraciones del ambiente extracelular, como la presencia de
etanol, tóxicos, radicales libres (estrés oxidativo), infecciones, traumatismo físico, etc.
Las HSP cumplen una función protectora, siendo ellas mismas muy resistentes a la
desnaturalización, potencian la respuesta inmunitaria y actúan como potenciadores
(“chaperones”) de muchas reacciones enzimáticas. Las más conocidas son la hsp60 y la
hsp70, cuyos niveles en sangre están elevados en enfermos con infarto de miocardio y en
politraumatizados (Kregel, 2002). En estos últimos, el riesgo de padecer complicaciones
pulmonares aumenta en relación directa con los niveles de hsp60 en sangre, un efecto
que parece estar relacionado con la extensión de la necrosis tisular producida por el
traumatismo (Pespeni et al., 2005).
Aparte de las respuestas generales, se han descrito fenómenos de estrés celular
específicamente responsables de distintas patologías, como el estrés oxidativo, (Kregel,
2002) y el estrés graso (Ogawa, 2008).
El estrés oxidativo se debe al exceso de radicales libres y de sustancias reactivas
con el oxígeno, cuya producción aumenta con el estrés ambiental. Este exceso puede ser
contrarrestado por sustancias antioxidantes, como el tocoferol (vitamina E) y el ácido
ascórbico (vitamina C). El estrés oxidativo pone en marcha procesos inflamatorios que
dañan las células, aceleran el envejecimiento y predisponen a la demencia degenerativa
primaria o mal de Alzheimer.
El estrés graso se debe a la excesiva acumulación de triglicéridos en los adipocitos
y suele ser secundario a un elevado consumo de grasas saturadas en la dieta. Está
relacionado con la obesidad, con la disminución de la respuesta de los tejidos a la insulina
(diabetes tipo 2) y con el síndrome metabólico. Los adipocitos sobrecargados producen
un ácido graso anormal, que atrae a macrófagos M1 que infiltran e inflaman el tejido
adiposo, produciendo citokinas, una de las cuales (la interleucina 6) aumenta la
resistencia a la insulina, entorpece el metabolismo de la glucosa por el hígado y acaba
produciendo diabetes.

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3.3.2. Estrés mediado por el sistema inmune

Los glóbulos blancos o leucocitos, de los que existen varios tipos, constituyen la principal
barrera defensiva del organismo contra las infecciones (cuadro 3.1). Además de circular
en la sangre infiltran los tejidos, dando lugar a los fenómenos inflamatorios. El estrés
celular induce en los linfocitos K un receptor específico, cuya activación aumenta la
capacidad de defensa del organismo contra el cáncer (Pardoll, 2001). Los linfocitos son,
junto con las neuronas, las únicas células del organismo dotadas de memoria; por eso,
además de una inmunidad natural, hay una inmunidad adquirida, que se desarrolla gracias
a la exposición previa de los linfocitos a los cuerpos extraños ante los que luego elabora
defensas. Éste es el fundamento de las vacunas y, también, de las reacciones alérgicas.
Junto con el resto de los componentes del sistema inmunitario, los linfocitos detectan
cambios fisiológicos y amenazas a la integridad funcional del organismo que pasan
inadvertidos a los órganos de los sentidos. Genéricamente denominados antígenos, los
elementos principales detectados por el sistema inmunitario son microorganismos, como
los virus, y anomalías intrínsecas locales, como las neoplasias.

Cuadro 3.1. Células del sistema inmunitario

En su acción efectora, aparte de su actividad fagocitaria directa, las células del


sistema inmunitario producen inmunoglobulinas y más de 20 neuropéptidos diferentes, de
los cuales los más importantes son las citokinas o citocinas (cuadro 3.2) y, curiosamente,
una hormona idéntica al ACTH hipofisario, que es capaz de estimular la producción de
corticoides por la corteza suprarrenal. Además, en el cerebro, en la hipófisis y en la
médula y corteza suprarrenales hay receptores de citokinas, por lo que los linfocitos

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también modulan la síntesis y secreción de ACTH, de catecolaminas y de corticoides
(Blalock, 1994).

Cuadro 3.2. Citokinas

Interleucinas
TNF (Tumor Necrosis Factor)
Interferones
Quimiokinas
Hematopoyetinas
CSF (Colony Stimulating Factors)

El estrés neuroendocrino influye en el sistema inmunitario de una manera bifásica,


estimulándolo cuando es agudo e inhibiéndolo cuando es crónico (cuadro 3.3). Gran
parte de este efecto se debe a la redistribución de leucocitos por acción de la adrenalina,
que aumenta su proporción en la piel y en los ganglios linfáticos y la disminuye en la
sangre circulante. Los corticoides incrementan inicialmente la actividad inmunitaria, pero
la deprimen al cabo de cierto tiempo (Dhabhar, 2001). Por eso la resistencia general del
organismo mejora cuando es sometido a periodos de estrés de breve duración con
intervalos de descanso suficiente, aunque empeora después de unos cuantos días de
estrés persistente, aumentando la susceptibilidad a infecciones.

3.3.3. Estrés mediado por el sistema neurovegetativo

La vía neurovegetativa del estrés es la más estudiada y la mejor conocida. Su núcleo


central es el diencéfalo, donde se originan los sistemas ergotrópico y trofotrópico
descritos por Hess, con toda su rica red de conexiones hacia arriba con el sistema límbico
y la corteza cerebral, y hacia abajo con el resto del cuerpo a través del sistema nervioso
autonómico. En toda situación de esfuerzo, defensa, lucha, huida, se activa el sistema
ergotrópico, mientras que la activación del trofotrópico favorece las funciones de
descanso y reparación del organismo. La respuesta neurovegetativa de estrés se
caracteriza por aumento del tono ergotrópico. Todas las técnicas de relajación y
meditación tratan de contrarrestar el estrés activando el sistema trofotrópico (ver pág.
231).

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Cuadro 3.3. Efecto bifásico de los corticoides en la respuesta inmune

Fuente: Traducido de Dhabhar y McEwen, 2001.

El diencéfalo se conecta con la periferia corporal a través de tres grandes sistemas


nerviosos: el simpático, bajo control ergotrópico, el parasimpático, bajo control
trofotrópico, y el sistema de aferentes vegetativos, que recibe información de los órganos
viscerales. Además, los centros vegetativos mantienen conexiones a través del tálamo con
las zonas de sensibilidad periférica, sobre todo con los receptores nocioceptivos,
encargados de trasmitir la sensación de dolor, y también con los husos reguladores del
tono muscular. Tanto el dolor como la hipertonía muscular ejercen un efecto activador

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del sistema ergotrópico. La relajación muscular inhibe la excitación ergotrópica,
produciendo activación trofotrópica refleja.
Las conexiones con el sistema límbico y con la corteza cerebral transmiten la
influencia de emociones y elaboraciones cognitivas en la respuesta de estrés e,
inversamente, del estado de activación ergotrópica en las emociones, la actividad
cognitiva y el comportamiento. Sin embargo, aunque los efectos de la evaluación
subjetiva de una situación sobre la respuesta del estrés son innegables, no son
imprescindibles. Una prueba de ello es que el estrés quirúrgico se produce en pacientes
anestesiados, que no tienen ninguna consciencia de estar sufriendo ataque o peligro. Los
impulsos nocioceptivos procedentes de las zonas lesionadas por la operación estimulan el
sistema ergotrópico, en ausencia de percepción subjetiva de dolor. Bien es verdad, no
obstante, que el estado psicológico del paciente antes de la operación puede potenciar o
atenuar el estrés quirúrgico (Liu et al., 1994; Kielcolt-Glasser et al., 1998).

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Figura 3.1. La información captada por los sentidos llega a la corteza cerebral, al sistema límbico y al
hipotálamo. El razonamiento y la planificación se realizan en la corteza frontal. El significado emocional de la
información y su relación con la supervivencia y los afectos se lleva a cabo en el sistema límbico. Las respuestas
vegetativas de activación e inhibición somática se coordinan desde el hipotálamo.

Cuadro 3.4. Efectos de la estimulación simpática y parasimpática

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3.3.4. Estrés mediado por el sistema neuroendocrino

El organismo responde al aumento de exigencias físicas o psicológicas liberando hormona


corticotropa (ACTH) de la hipófisis anterior, glucocorticoides de la corteza de la glándula
suprarrenal, adrenalina de la médula de la misma glándula y noradrenalina de las
terminaciones simpáticas. Por eso, esas sustancias son conocidas como “hormonas de
estrés”, a las cuales puede añadirse la hormona tiroidea o tiroxina.
La respuesta neuroendocrina al estrés se inicia con la secreción por las células
neuroendocrinas, neuronas hipotalámicas especializadas, de “factores liberadores” o
neuro-hormonas, que o bien actúan sobre la hipófisis o bien se trasmiten directamente a
la circulación general. La respuesta neuroendocrina al estrés es producida a través de los
siguientes mecanismos:

a) Eje hipotálamo-adrenal. La liberación de adrenalina por las células cromafines

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de la médula de la glándula suprarrenal es influida directamente por la
inervación simpática de dicha glándula, y forma parte de la reacción de
lucha-huida descrita por Cannon.
b) Eje hipotálamo-hipófiso-adrenal. La activación ergotrópica activa la
producción del factor liberador de corticotropina (CRF) en el hipotálamo,
que es conducido a través de una red circulatoria específica, el sistema porta
hipofisario, al lóbulo anterior de la hipófisis o adenohipófisis, donde estimula
la producción de hormona corticotropa (ACTH), la cual, a su vez, alcanza la
glándula suprarrenal a través de la circulación general, en cuya corteza
estimula la producción de glucocorticoides, de los cuales el principal es el
cortisol. Éste es el mecanismo responsable de la respuesta de estrés descrita
por Selye.

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Figura 3.2. El eje hipotálamo-hipófisis-órganos endocrinos periféricos.

c) Si la situación de estrés persiste, entra en acción a más largo plazo el eje


hipófiso-tiroideo, con producción del factor liberador de tirotropina en el
hipotálamo (TRH), que estimula la secreción de hormona tirotropa en la
adenohipófisis (TSH), la cual aumenta la producción de tiroxina por la
glándula tiroides, potenciando la reacción de lucha-huida.
d) La oxitocina y la vasopresina son neuro-hormonas segregadas directamente en
el hipotálamo, que circulan a través de largos axones hasta el lóbulo
posterior de la hipófisis o neurohipófisis, de donde pasan a la circulación
general. El aumento de oxitocina se relaciona con la respuesta de cuidar-
intimar de Taylor y Klein, descrita en la página 37. Como la secreción de
oxitocina depende de la estimulación trofotrópica, la respuesta de cuidar-
intimar implica una reacción automática compensadora de los centros
neurovegetativos, con activación trofotrópica refleja e inhibición de la
actividad ergotrópica, exactamente lo contrario que ocurre en la reacción de
lucha-huida.
e) Adicionalmente, el estrés puede alterar la secreción de otras hormonas a través
de sus efectos sobre la actividad neurosecretora del hipotálamo. La hormona
del crecimiento o somatotropina, por ejemplo, aumenta con el estrés agudo
de corta duración, pero es inhibida por el estrés crónico. El retraso del
crecimiento en niños maltratados o sometidos a estrés negativo por falta de
afecto (“enanismo psicosocial”) se debe a esa razón, y se revierte cuando se
libera al niño del entorno estresante. Lo mismo ocurre con las
gonadotrofinas, hormonas hipofisarias que estimulan el ovario en la mujer y
los testículos en el varón, razón por la que el estrés produce disfunciones
sexuales y retraso de la menstruación.

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