Dossier Sesión 3
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DOCUMENTO 1
El destacamento que fue hacia Rayya la conquistó, y sus habitantes huyeron a lo más elevado de
los montes; marchó enseguida a unirse con el que había ido a Elvira, sitiaron y tomaron su capital
y encontraron en ella muchos judíos. Cuando tal les acontecía, en una comarca reunían todos los
judíos de la capital y dejaban con ellos un destacamento de musulmanes, continuando su marcha
el grueso de las tropas. Así lo hicieron en Granada, capital de Elvira, y no en Málaga, capital de
Rayya, porque en esta no encontraron judíos ni habitantes, aunque en los primeros momentos de
peligro allí se habían refugiado.
Fueron después a Todmir, cuyo verdadero nombre era Orihuela, y se llamaba Todmir del nombre
de su señor [Teodomiro], el cual salió al encuentro de los musulmanes con un ejército numeroso,
que combatió flojamente, siendo derrotado en un campo raso, donde los musulmanes hicieron una
matanza tal, que casi los exterminaron. Los pocos que pudieron escapar huyeron a Orihuela,
donde no tenían gente de armas ni medio de defensa; más su jefe Todmir, que era hombre experto
y de mucho ingenio, al ver que no era posible la resistencia con las pocas tropas que tenía, ordenó
que las mujeres dejasen sueltos sus cabellos, les dio cañas y las colocó sobre la muralla de tal
forma que pareciesen un ejército, hasta que él ajustase las paces. Salió enseguida a guisa de
parlamentario, pidiendo la paz que le fue otorgada (...) Después de haber puesto en noticia de
Tárik las conquistas alcanzadas y de haber dejado allí [con Teodomiro] algunas tropas (...) marchó
el grueso del destacamento hacia Toledo para reunirse con Tárik.
“Nuestros jóvenes cristianos, con su aire elegante y su verbo fácil, son ostentosos en el vestido y
en el porte, y están hambrientos del saber de los gentiles; intoxicados por la elocuencia árabe,
manejan ansiosamente, devoran vorazmente y discuten celosamente los libros de los caldeos, y
los dan a conocer alabándolos con todos los adornos de la retórica, mientras que nada saben de la
belleza de la literatura eclesiástica y miran con desprecio los caudales de la Iglesia, que manan
desde el Paraíso; ¡ay!, los cristianos son tan ignorantes de su propia ley, los latinos prestan tan
poca atención a su propio idioma, que en toda la grey cristiana apenas hay un hombre entre mil
que sepa escribir una carta interesándose por la salud de un amigo en forma inteligible, mientras
que encontraremos una chusma incontable de gente que sabe desplegar eruditamente los períodos
más elocuentes de la lengua caldea. Incluso pueden escribir poemas en que cada línea acaba con
la misma letra, que alcanzan altos vuelos de belleza y una habilidad en el manejo de la métrica
mayor incluso que la de los propios gentiles”.
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Dossier sesión 3 Curso 19-20
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Dossier sesión 3 Curso 19-20
En la era DCXXIIII, en el año tercero del imperio de Mauricio, muerto Leovigildo, fue coronado
rey su hijo Recaredo. Estaba dotado de un gran respeto a la religión y era muy distinto de su padre
en costumbres, pues el padre era irreligioso y muy inclinado a la guerra; él era piadoso por la fe
y preclaro por la paz; aquél dilataba el imperio de su nación con el empleo de las armas, éste iba
a engrandecerlo más gloriosamente con el trofeo de la fe. Desde el comienzo mismo de su reinado,
Recaredo se convirtió, en efecto, a la fe católica y llevó al culto de la verdadera fe a toda la nación
gótica, borrando así la mancha de un error enraizado. Seguidamente reunió un sínodo de obispos
de las diferentes provincias de España y de la Galia para condenar la herejía arriana. A este
concilio asistió el propio religiosísimo príncipe, y con su presencia y su suscripción confirmó sus
actas. Con todos los suyos abdicó de la perfidia que, hasta entonces, había aprendido el pueblo de
los godos de las enseñanzas de Arrio, profesando que en Dios hay unidad de tres personas, que el
Hijo ha sido engendrado consustancialmente por el Padre, que el Espíritu Santo procede
conjuntamente del Padre y del Hijo, que ambos no tienen más que un espíritu y, por consiguiente,
no son más que uno.
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En nombre del bien más grande e incomparable que es Dios. Yo Alfonso, rey de Aragón,
de Pamplona [...] pensando en mi suerte y reflexionando que la naturaleza hace mortales
a todos los hombres, me propuse, mientras tuviera vida y salud, distribuir el reino que
Dios me concedió y mis posesiones y rentas de la manera más conveniente para después
de mi existencia. Por consiguiente temiendo el juicio divino, para la salvación de mi alma
y también la de mi padre y mi madre y la de todos mis familiares, hago testamento a
Dios, a Nuestro Señor Jesucristo y a todos sus santos. Y con buen ánimo y espontánea
voluntad ofrezco a Dios, a la Virgen María de Pamplona y a San Salvador de Leyre, el
castillo de Estella con toda la villa [...], dono a Santa María de Nájera y a San Millán [...],
dono también a San Jaime de Galicia [...], dono también a San Juan de la Peña [...] y
también para después de mi muerte dejo como heredero y sucesor mío al Sepulcro del
Señor que está en Jerusalén [...] todo esto lo hago para la salvación del alma de mi
padre y de mi madre y la remisión de todos mis pecados y para merecer un lugar en la
vida eterna...
DOCUMENTO 10 (DOCUMENTO 7 CD)
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En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Sepan todos cómo el sábado día 25 de junio
del Señor 1412 (…) reunidos en una pieza del castillo de la villa de Caspe (…) certificamos
y damos fe: Que en presencia de los honrados testigos infrascritos, mandaron al
reverendo maestro Vicente Ferrer, que en nombre de los mismos señores diputados
leyese y publicase una escritura que en el mismo acto y de parte de estos le entregó el
obispo de Huesca (…).
A consecuencia de lo mandado el Reverendo Vicente Ferrer tomó, leyó y publicó en
presencia de todos la predicha escritura que dice así: Nosotros (…) los nueve diputados
que hemos sido elegidos con pleno y general poder (…) visto el poder y facultad que se
nos concedió (…) decimos y publicamos:
Que los parlamentos y los súbditos vasallos de la Corona de Aragón deben y están
obligados a prestar homenaje de fidelidad al Muy Ilustre y Muy Poderoso Príncipe y Señor
D. Fernando Infante de Castilla, y tenerle y reconocerle por su verdadero rey y Señor.
(…) Y entonces los otros señores que allí quedaron, (…) mandaron leer una carta (…)
en que acusaban al Rey de cuatro cosas: Que por la primera, merescía perder la dignidad
Real; y entonces llegó Don Alonso Castillo, arzobispo de Toledo, e le quitó la corona de
la cabeza. Por la segunda, que merescía perder la administración de la justicia; así llegó
Don Álvaro de Zíñiga, Conde de Plasencia, e le quitó el estoque que tenía delante. Por
la tercera, que merecía perder la gobernación del reino; e así llegó Don Rodrigo Pimentel,
Conde de Benavente, e le quitó el bastón que tenía en la mano. Por la cuarta, que
merescía perder el trono e asentamiento de Rey; e así llegó don Diego López de Zúñiga,
e derribó la estatua de la silla en que estaba, (…)
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Dossier sesión 3 Curso 19-20