Retiro Espiritual Mayo

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Implicaciones personales y comunitarias de la opción por los

jóvenes más necesitados

Anotaciones al artículo 26 de nuestras


Constituciones: Los jóvenes a los que somos enviados

Miguel Angel García Morcuende

“A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53)
“No es nuestro lo que tenemos, sino de los pobres” (MB V, 682; Mbe V, 485)

Se habla no sólo de una época de cambios, sino de un cambio de época


o "cambio epocal", con todo lo que esto conlleva de mutaciones profundas, de
perplejidad y de inseguridad. Los últimos Capítulos Generales nos recuerdan
que debemos hacernos cargo de la dificultad y la ambigüedad del tiempo
presente, y construir paciente y humildemente nuevas instancias de reflexión
y práctica pastoral, siendo honestos con la condición juvenil de ahora y en
permanente escucha de la llamada de Dios.

La insistencia de los jóvenes por vivir y vivir dignamente es fuerte.


“Nuevas pobrezas” hemos llamado a estos desafíos. En nuestras escuelas,
Centros Juveniles, parroquias, presencias sociales percibimos su incansable
lucha por una vida más digna. El compromiso de entregar todas las energías
“especialmente a los jóvenes más pobres” que profesamos en nuestra regla de
vida (Const. 24) convierte a estos destinatarios en referentes de nuestra propia
espiritualidad personal y comunitaria. La experiencia de presencia con y entre
los muchachos de nuestras casas, especialmente los que más nos necesitan,
sigue siendo fuente de espiritualidad para estos tiempos. Los niños,
adolescentes y jóvenes llaman a nuestras puertas, quieren estar con nosotros.
O más bien, quisieran escuchar también de nosotros lo que sorprendió a
Zaqueo: “Hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19,5).

Prescindiendo de si tienen o no educación y valores, dejando a un lado


la valoración de sus conductas, aceptando si son creyentes o dicen no serlo, la
realidad de los jóvenes pobres cuestiona nuestra conciencia salesiana y nos
empuja a descubrir dimensiones más profundas de conversión personal y
comunitaria. Ellos han dejado de ser una categoría sociológica más. Cristo
sitúa la caridad en el centro de la Revelación y el amor de Dios para que todos
nos amemos (1 Jn 3,16); es más, hace al pobre destinatario primero del Reino
(Lc 4,18-19.21; 6,20; 7,21). Si es verdad que la Buena Noticia del Reino está
reservada para ellos, ¡siendo una novedad que vale la pena escuchar, y sobre
todo, encarnar y seguir ¡, los salesianos no podemos sentirnos decepcionados
ni impotentes. Son tiempos en los cuales urge afrontar dos desafíos del Reino:
Alimentar la propia esperanza y también la esperanza de los niños,
adolescentes y jóvenes a los que la vida les ha dado menos. Si nuestra pobreza
manifiesta cómo tomamos a Dios en serio, la preferencia también por estos
chicos y chicas expresa cuánto nos dejamos coger por su Reino.

Señalamos, sin más, algunas implicaciones referidas a nuestra misión y


que nacen de nuestra profesión religiosa en su opción por los más pobres:
1. Algunos elementos del paisaje cultural y social nos recuerdan el
sufrimiento y el desarraigo que traen las personas inmigrantes. Junto con una
multiplicidad de pertenencias religiosas y culturales hay situaciones de
auténtica pobreza “impuesta", no querida por ellos. No olvidemos que el
descontento y, a veces, la situación familiar desestructurada de bastantes de
los chicos y chicas que vienen a nuestros ambientes no proviene de un
designio oculto ni del deseo voluntario de aquellos que padecen este tipo de
pobreza. Sus vidas como la de otros jóvenes están llenas de silencios dolorosos
y confundidos; también, junto a estas, otras guardan silencios tramposos o
cómplices. Las muertes en forma de insatisfacciones y la permanente
situación de riesgo hacen que muchos adolescentes y jóvenes no resistan y se
quiebren. Chicos y chicas que, fruto del deterioro humano (muchas veces
afectivo) que conlleva su vida, se abandonan o recurren a salidas que les
deterioran aún más. Los psicólogos dicen que las nuevas generaciones se
sienten profundamente solos. El mejor servicio que podemos hacer a estos
jóvenes es mostrar en qué hacemos consistir nuestra riqueza, esto es,
sentirnos efectivamente satisfechos y convencidos de nuestra vida personal y
comunitaria. Aportemos nuestra talla humana, desechando la imagen que a
veces o en algún momento hemos podido mostrar de personas tristes,
situación que puede denunciar nuestra falta de renovación humana y
espiritual. “Esta riqueza” como personas será en algunos casos lo único que
puede traspasar la corteza dura de la indiferencia de la sociedad y el
testimonio creíble de la vida comunitaria.

2. La segunda implicación toca la encarnación de la fe en nuestro


tiempo. Oír intensamente el programa de las bienaventuranzas no nos puede
hacer olvidar quién las encarnó. Si somos hombres de Dios, si vivimos de
nuestra opción carismática, nada puede quedar al margen de nuestra vida,
tampoco nuestras preferencias. A los hijos de Don Bosco se impone una
nueva mirada de fe evangélica centrada en la opción por la gente sencilla (Mt.
11,25). La parábola del Buen Samaritano nos recuerda que el encuentro con
los ladrones dejó al hombre despojado y medio muerto. La figura marginal del
samaritano evoca la distinción entre el amor ineficaz, el que mira de lejos, y el
evangélico, el que se acerca y comprueba que aún hay soplo de vida. Ante
esta realidad rechacemos de nuestra vida personal la indiferencia, como la
peor de las actitudes que podemos asumir. Los jóvenes más necesitados
siempre han entrado (¡y entrarán!) en nuestras presencias como un don que
preferir y buscan todavía hoy ser recibidos de muchos modos: en nuestras
conversaciones comunitarias y sin alarmismos; en juicios misericordiosos y
valoraciones libres lo más posibles de proyectar las propias dificultades sobre
ellos; en denuncias a favor de la justicia y la solidaridad; en opciones de
misión decididas. Sin una mirada teologal de estos chicos y chicas, si no los
vemos con los ojos de Dios Padre que les ama, todos los análisis sociológicos
son inútiles porque se estrellan contra nuestras propias resistencias. La
segunda implicación va por aquí: son jóvenes de alas recortas frente a los
cuales hay otra forma de juzgarles y acogerles.

3. En tercer lugar, hagamos posible que los destinatarios den contenido


a nuestra oración personal y comunitaria. No hacen falta muchos ni muy
sofisticados elementos exteriores para que los salesianos recemos y lo
hagamos de verdad. Los jóvenes, especialmente los más necesitados, quieren
habitar en nuestra historia personal, es más, la única posibilidad de decir algo
creíble sobre ellos es haciéndoles un espacio en nuestra oración creyente.
Nuestra misión en “esa porción tan delicada del pueblo de Dios” no nos pide
sólo la generosa dedicación y celo pastoral a imitación de Cristo, supone
también hacer de esta dedicación objeto de conversación con Dios y los
hermanos. Nuestra profesión religiosa como salesianos no está expresada sólo
“para” los jóvenes, sino “con” ellos; la unión con el Maestro la hacemos
fecunda con nuestro ministerio, con nuestro servicio. Los chicos y chicas que
más nos necesitan pueden hacer el milagro de cambiar nuestra pastoral y
nuestra oración. Acojamos en nuestras peticiones e intenciones personales y
comunitarias la realidad de nuestros destinatarios. Pongamos un puesto más
en la Eucaristía comunitaria. Todo lo que no se nombra pierde poder de
influencia, deja de ser principio dinamizador de vida y termina siendo
obligado. No dejemos la oración por nuestros muchachos más necesitados en
el terreno de lo implícito, el “ya se sabe”. Es el compromiso de recolocar
nuestra misión, obligándola a ponerla ante el Señor.

4. Por tratarse de una espiritualidad unida estrechamente a la vida, no


sólo personal sino también comunitaria, la pastoral salesiana posee un fuerte
potencial liberador y una gran fuerza evangelizadora allí donde trabajemos. Los
salesianos hemos mantenido y aumentado nuestra presencia en los barrios
más populares y en zonas empobrecidas. Nadie puede dudar de las horas de
entrega a nuestras espaldas. Han llegado algunas voces que califican nuestro
trabajo en las aulas, en el tiempo libre, en los compromisos culturales o
aquellos de calado social como misiones periféricas o derivadas de nuestra
verdadera misión. Es, se dice, competencia de trabajadores sociales,
psicólogos y ONG’s. Este juicio, en ocasiones, no ha estado exento de valor.
Sin embargo, estas tareas no formalmente religiosas no implican
necesariamente marginación de la fe, fracaso en nuestra empresa
evangelizadora. En muchos casos, demuestran que el anuncio de la Palabra
en la Iglesia ha venido unido a la práctica de la caridad. El CG23 nos urgía a
formar en los jóvenes en la dimensión social de la caridad en el contexto de la
educación de la fe (cf. CG23, 209-214). Muchas sensibilidades eclesiales
conviven en la atención a la diversidad como un factor de calidad, no sólo en
el campo educativo, sino también en el evangelizador: los chicos menos
brillantes son lugar de envío y éxodo para el salesiano de Don Bosco. En
todos los lugares encontramos jóvenes de exigua o nula práctica religiosa y
vida cristiana. Sabemos que no nos falta el pan que pedimos en el
Padrenuestro, sino sobre todo el hambre. Sólo nuestra vida empujada por la
caridad pastoral hace que los jóvenes con los que nos cruzamos descubran el
hambre o, al menos, se interroguen por qué les ofrecemos el pan (de Dios). En
la vida pastoral estamos a caballo entre el diálogo y el anuncio, conscientes de
que, aún en estos casos, la propuesta pastoral salesiana no puede bajar el
listón de nuestras motivaciones más profundas y nuestras acciones más
transformadoras. Sabemos por el Evangelio que Jesús transformaba la
realidad y eso era comprobable "a corto plazo"; más aún, la misión
encomendada por Jesús a sus discípulos se caracterizaba por la urgencia, las
instrucciones para el camino les urge a no perder el tiempo. Los profesores,
educadores o animadores de nuestras comunidades educativo-pastorales más
conscientes de las exigencias del carisma salesiano y más despiertos a las
exigencias de nuestra misión nos manifiestan la importancia de no renunciar
a estos campos cuando se trate de atender a otros más alejados. El amor
educativo de Don Bosco vence, cambia el mundo de las relaciones y el tono de
nuestra propuesta. Su obra nos contagia hasta el punto de que cada uno debe
pararse cerca de los nuevos Magone. Nuestro Fundador no ahorró en medios y
estructuras cuando se trataba de la intencionalidad educativa y pastoral de
sus empresas.
5. La presencia de estas “nuevas pobrezas” en las obras está siendo esa
marea baja que nos descubre la playa desierta... de nuestro “bien estar”. Los
hijos de Don Bosco no vivimos en precariedad de condiciones materiales de
vida, de medios de subsistencia. El consumismo puede instalarse si nos
descuidamos; la acumulación de necesidades, con frecuencia innecesarias y
superfluas, puede jugarnos una mala pasada si la orientamos a la comodidad
y a la obtención de determinado "status". Los "shopping centers" y los "free-
shops" de los grandes aeropuertos podrían ser como los símbolos del
consumismo contemporáneo. Nuestro estilo de vida, nuestros pequeños o
grandes opciones personales pueden ir si nos descuidamos al traste con la
opción de fondo por los más necesitados. No entremos en esa lógica. Quizás no
sea tan importante gritar para que nos vean y entiendan lo que les decimos,
cuanto vivir a su lado, viéndonos cómo hacemos las cosas y vivimos cada día
con sencillez. Todo esto será válido en la medida en que los religiosos seamos
auténticos, es decir, en la medida en que adoptemos las actitudes vitales por
dentro y por fuera de Jesús, en la medida en que nos desprendamos de las
propias cosas “para adquirir un tesoro escondido” y deseado (Mt 6,21; 13,44-
45) sin dejarnos aplastar por los gustos y las exigencias personales. Nuestros
fallos y límites, siempre que no sean el tono de nuestra vida, no deterioran
una imagen ni invalidan un testimonio. Es la falta de coherencia la que rompe
todo signo y falsean por dentro nuestra vida religiosa, privándoles de su valor
evangélico y también, en consecuencia, de su capacidad para forjar auténticas
personalidades humanas, realizadas y maduras. Son momentos cruciales en
los cuales hay que revisar las últimas motivaciones y volver a optar.

Hoy es impensable la comunidad religiosa sin hacer referencia a los consejos


evangélicos de pobreza, castidad y obediencia. A estas alturas, tampoco es
aceptable buscar la propia identidad sin integrar la misión que da origen a
una Congregación llena de esperanza. Pidamos a Dios, como San Pablo, que
ilumine la mirada interior de nuestro corazón, para que conozcamos a qué
esperanza nos ha llamado (cf. Ef 1, 18a).

Para la reflexión personal y después para comentarlo en comunidad:

1. ¿Percibo personalmente actitudes, necesidades o manifestaciones que


reflejan falta de libertad interior, dependencias muy condicionantes en el
fondo discordantes con la profesión de pobreza? ¿Puedo hablar de
“desprendimiento del corazón” (Const. 73)?
2. ¿Aporto mis “talentos, energías y experiencias “ (Const. 76) en la comunidad
y su misión?
3. ¿Promuevo, apoyo, suscito con espíritu emprendedor alguna iniciativa a
favor de los niños, adolescentes y jóvenes más necesitados?
4. ¿Hago visible el esfuerzo por sensibilizar a los jóvenes en el conocimiento de
las pobrezas, sus raíces y su necesaria solidaridad?
5. ¿En qué grado la preocupación y atención de los destinatarios más
necesitados de nuestra casa salesiana alienta nuestra esperanza pastoral? Las
múltiples pobrezas de nuestros destinatarios ¿despiertan la atención de
nuestra misma vida comunitaria?
6. ¿Estoy convencido de que nuestra oración personal y comunitaria centrada
en las necesidades de los más necesitados pone más en juego nuestro
testimonio y nuestra fecundidad vocacional?
7. ¿Nuestra laboriosidad como comunidad, asociándonos a los pobres que
viven de su mismo esfuerzo y no al espíritu de ganancia y lucro, es testimonio
y mensaje educativo?
8. La pobreza radical de Jesús consiste en hacerse como nosotros, pero
abiertos y lleno de Dios. Comunitariamente, ¿evaluamos nuestro tenor de
vida, nuestras costumbres, nuestras opciones?

Aunque lejana en el tiempo, la carta de D. J.E. Vecchi titulada: “Sintió


compasión de ellos” (ACG 359) de 1997, sigue siendo una reflexión/meditación
actual y muy hermosa para quienes quieran volver a las fuentes de nuestro
carisma.

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