Autoestima

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Autoestima en el ámbito clínico

Rodríguez Naranjo, C; Caño González, A. (2012). “Autoestima en la adolescencia: análisis y


estrategias de intervención. Internacional Journal of Psychology and Psychological Therapy, vol 12,
núm 3, pp. 389-403

El autoconcepto, la autoestima y la percepción de autovalia son tres conceptos fuertemente


relacionados entre sí. El autoconcepto se define como un sistema de creencias que el individuo
considera verdaderas respecto a sí mismo, las cuales son el resultado de un proceso de análisis,
valoración e integración de la información derivada de la propia experiencia y la retroalimentación
de los otros significativos (González-Pienda, Núñez, Gonzalez-Pumariega y García, 1997).

Cuando se analiza el efecto de las contingencias de reforzamiento en la autoestima, se encuentra


que ésta fluctúa en respuesta a aquellos acontecimientos que a lo largo del desarrollo del individuo
han ido adquiriendo un valor de contingencia para su percepción de autovalía (Crocker, Luhtanen,
Cooper y Bouvrette, 2003; Crocker, Sommers y Luhtanen, 2002; Crocker y Wolfe, 2001). Así, las
contingencias de autovalía se definen como la relativa importancia que tienen los distintos
acontecimientos para la consideración que los individuos tienen de sí mismos.

Desde esta perspectiva, se considera que la autoestima rasgo (o nivel típico de autoestima)
depende principalmente de las contingencias de autovalía que experimenta el individuo y de su
tendencia a construir circunstancias que satisfagan dichas contingencias. La autoestima estado (o
experiencia momentánea de autoestima) va a fluctuar en torno a dicho nivel típico de autoestima
en respuesta a los éxitos y fracasos que experimenta el individuo en las circunstancias vitales
relevantes, es decir, en aquellas que son contingentes a su autoestima (Crocker y Wolfe, 2001).

Si bien en la infancia los niveles son similares en ambos sexos, en la adolescencia emerge un
“vacío” entre ellos, presentando los varones una autoestima más elevada que las mujeres (ver
metaanálisis de Kling, Hyde, Showers y Buswell, 1999; Robins et al., 2002). Garaigordobil, Pérez y
Mozaz (2008) encuentran que estas diferencias de género se producen en autoestima y no en
autoconcepto, y en particular en adolescentes de 16-17 años.

La autoestima es un factor crítico que afecta al ajuste psicológico y social. Así, niveles bajos en la
autoestima o autoconcepto de los jóvenes se han asociado con una serie de síntomas
psicopatológicos (para una revisión, ver Garaigordobil et al., 2008); entre otros, con reacciones de
ansiedad (Fickova, 1999; Garaigordobil, Cruz y Pérez, 2003; Newbegin y Owens, 1996), síntomas
depresivos, desesperanza y tendencias suicidas (Overholser, Adams, Lehnert y Brinkman, 1995;
Robins, Donnellan, Widaman y Conger, 2010; Rodríguez Naranjo y Caño, 2010; Whisman y Kwon,
1993). Una autoestima o autoconcepto bajos también son frecuentes en los jóvenes que tienden a
la procrastinación o demora innecesaria en la realización de tareas (Ferrari y Díaz Morales, 2007) y
en aquellos que manifiestan conductas agresivas (Garaigordobil y Durá, 2006; Robins et al., 2010),
conductas antisociales (Calvo, González y Martorell, 2001; Donnellan, Trzesniewski, Robins, Moffitt
y Caspi, 2005; Owens, 1994), violencia escolar (Cava, Musitu y Murgui, 2006; Musitu, López y
Emler, 2007; Martínez, Murgui, Musitu y Monreal, 2008) y violencia relacional (Moreno, Estévez,
Murgui y Musitu, 2009).

Por último, es destacable que una autoestima baja durante la adolescencia es un factor de riesgo
para diversos problemas en la edad adulta. En un estudio longitudinal, Trzesniewski et al. (2006)
encuentran que los individuos con baja autoestima en la adolescencia tienen un riesgo mayor de
sufrir una peor salud física y mental en la edad adulta, una peor proyección laboral y económica, y
una mayor probabilidad de verse implicados en actuaciones criminales, en comparación con los
adultos que presentaban una elevada autoestima cuando eran adolescentes. Este conjunto de
hallazgos permite concluir que mejorar la autoestima en adolescentes puede resultar útil para
prevenir un amplio rango de problemas de conducta, emocionales y de salud tanto en la propia
adolescencia como en la vida adulta.

Son escasos, sin embargo, los estudios en los que se ponga a prueba la eficacia de estrategias
específicamente dirigidas a la mejora de la autoestima o autoconcepto en adolescentes. Entre los
estudios publicados que se centran en producir dichas mejoras en adolescentes (ver cuadro 1), se
encuentran, en primer lugar, el trabajo realizado por Mestre y Frías (1996), que revela los efectos
positivos sobre la autoestima de las estrategias dirigidas al afrontamiento de los problemas
incluyendo aprendizaje de habilidades sociales, modificación de expectativas y desarrollo de
nuevas actitudes escolares y sociales. Olmedo, del Barrio y Santed (1998) muestran la eficacia de la
auto-observación y reestructuración cognitiva, entrenamiento en habilidades sociales y solución de
problemas. Barrett, Webster y Wallis (1999) muestran la eficacia del entrenamiento en control
cognitivo, comunicación y solución de problemas. Garaigordobil (2002, 2007) muestra que resultan
efectivas para mejorar el autoconcepto en adolescentes las estrategias para la mejora de la
comunicación, las interacciones sociales, la expresión y comprensión de emociones, y la resolución
de conflictos. Esta intervención, que emplea técnicas de dinámica de grupos, produce a su vez un
incremento en las conductas pro-sociales y una disminución de la conducta antisocial.

Roa García, A. (2013). “La educación emocional, el autoconcepto, la autoestima y su importancia


en la infancia”. Edetania, 44, pp. 241-257

En el autoconcepto prima la dimensión cognitiva, mientras que en la autoestima prevalece la


valorativa y afectiva.

La estima que un individuo siente hacia su persona es importante para su desarrollo vital, su salud
psicológica y su actitud ante sí mismo y ante los demás. El concepto de sí mismo influye en la
forma de apreciar los sucesos, los objetos y las personas del entorno. El autoconcepto participa
considerablemente en la conducta y en las vivencias del individuo. La persona va desarrollando su
autoconcepto, va creando su propia autoimagen, el autoconcepto no es innato.

Cuando hablamos de autoestima, nos estamos refiriendo a una actitud hacia uno mismo. Significa
aceptar ciertas características determinadas tanto antropológicas como psicológicas, respetando
otros modelos.

Se genera como resultado de la historia de cada persona, no es innata; es el resultado de una larga
secuencia de acciones y sentimientos que se van sucediendo en el transcurso de nuestros días.

En la autoestima encontramos tres componentes interrelacionados de tal modo que una


modificación en uno de ellos lleva consigo una alternación en los otros: cognitivo, afectivo y
conductual.

• Componente cognitivo: Formado por el conjunto de conocimientos sobre uno mismo.


Representación que cada uno se forma acerca de su propia persona, y que varía con la madurez
psicológica y con la capacidad cognitiva del sujeto. Por tanto, indica ideas, opiniones, creencias,
percepción y procesamiento de la información.

• Componente afectivo: Sentimiento de valor que nos atribuimos y grado en que nos aceptamos.
Puede tener un matiz positivo o negativo según nuestra autoestima: “Hay muchas cosas de mí que
me gustan” o “no hago nada bien, soy un inútil”. Lleva consigo la valoración de nosotros mismos,
de lo que existe de positivo y de aquellas características negativas que poseemos. Implica un
sentimiento de lo favorable o desfavorable, de lo agradable o desagradable que vemos en
nosotros.

• Componente conductual: Relacionado con tensión, intención y decisión de actuar, de llevar a la


práctica un proceso de manera coherente. Es la autoafirmación dirigida hacia el propio yo y en
busca de consideración y reconocimiento por parte de los demás. Constituye el esfuerzo por
alcanzar el respeto ante los demás y ante nosotros mismos.

El autoconcepto es una realidad psíquica muy compleja y dentro de lo que es autoconcepto


general se distinguen otros autoconceptos más concretos que se refieren a áreas específicas de la
experiencia y que se relacionan a continuación:

• Autoconcepto físico: La percepción que uno tiene tanto de su apariencia y presencia físicas como
de sus habilidades y competencia para cualquier tipo de actividad física.

• Autoconcepto académico: El resultado de todo el conjunto de experiencias, éxitos, fracasos y


valoraciones académicas que el alumno tiene a lo largo de los años escolares.

• Autoconcepto social: Consecuencia de las relaciones sociales del alumno, de su habilidad para
solucionar problemas sociales, de la adaptación al medio y de la aceptación de los demás.

• Autoconcepto personal: Incluye la percepción de la propia identidad y el sentido de


responsabilidad, autocontrol y autonomía personales.

• Autoconcepto emocional: Se refiere a los sentimientos de bienestar y satisfacción, al equilibrio


emocional, a la aceptación de sí mismo y a la seguridad y confianza en sus posibilidades.

La autoestima (lo que una persona siente por sí misma) está relacionada con el conocimiento
propio (lo que una persona piensa de sí misma). En un individuo puede detectarse su autoestima por
lo que hace y cómo lo hace. Existen tres buenos motores que influyen en el comportamiento del
individuo y suelen manifestarse simultáneamente:
Actuar para obtener una mayor satisfacción y creerse mejor. En este caso, dicho individuo buscaría
alabanzas eludiendo tareas en las que podría fallar y haciendo aquellas en las que está seguro.
Actuar para confirmar la imagen que los demás, y él mismo, tienen de sí. Como por ejemplo, si una
persona cree ser un buen futbolista, querrá jugar al fútbol siempre que encuentre la menor
oportunidad. Si por el contrario cree que se le da mal la jardinería, arreglará mal ciertas cosas del
jardín y dirá que es por azar cualquier mejoría que experimente en esta afición.
Actuar para ser coherente con la imagen que tiene de sí, por mucho que cambien las circunstancias.
Para el individuo es muy difícil cambiar algo de sí mismo que afecte a alguna de sus ideas básicas y
posibilite un comportamiento diferente.
Cómo mejorar el grado de vinculación en la familia:
 Dar oportunidades para que todos los componentes de la familia trabajen y jueguen juntos.
 Establecer reglas para toda la familia que mejoren el grado de vinculación de sus miembros.
 Dar oportunidades para que los componentes de la familia compartan con los demás sus
asuntos personales.
 Clarificar los papeles de los componentes de la familia.
 Fomentar las soluciones positivas de los problemas que surjan entre los miembros de la
familia.

Cómo mejorar el grado de poder dentro de la familia y reducir su conflictividad:


Los padres no deben cambiar las reglas sin discusión o sin previo aviso.
Los componentes de la familia deben participar en las decisiones importantes que les afectan.
Es necesaria la existencia de algún sistema para resolver las quejas.
Es necesario estimular a los hijos para que acepten retos más complicados y mayores
responsabilidades.
Se deben distribuir los recursos de la familia entre sus distintos componentes de una manera
equitativa.
Los padres dejarán claramente definido que ellos son los responsables de los niños y cuáles son las
decisiones que ellos pueden tomar solos.

Cómo mejorar los modelos y las pautas dentro de la familia:


Comunicarse con claridad.
Decir a los niños lo que se espera de ellos.
Planificar las actividades diarias con organización.
Mantener el orden en las tareas familiares.

Diez pautas para mejorar la autoestima en nuestros hijos

 Demostrando amor incondicional (los hijos han de ser queridos por ellos mismos).
 Mostrándoles sus características y cualidades positivas.
 Enviándoles mensajes positivos (darse cuenta de lo positivo de cada hijo y decirlo).
 Dedicando a cada hijo un tiempo especial (trato individualizado).
 Reconociendo sus esfuerzos, su interés y dedicación por las cosas.
 Convirtiendo sus quejas y críticas en sugerencias y peticiones.
 Animándoles a tener iniciativa y a hacer cosas por su cuenta.
 Escuchándoles sin juzgarlos continuamente.
 Descubriendo su excelencia y apoyándonos en sus puntos fuertes.
 Exigiéndoles proporcionadamente lo que saben y pueden hacer.

Cazalla-Luna., Molero, D. (2013). Revisión teórica sobre el autoconcepto y su importancia en la


adolescencia. Revista electrónica de investigación y docencia. Vol, 10. Pp. 43-64

Este constructo se ha definido como las percepciones del individuo sobre sí mismo, las cuales se
basan en sus experiencias con los demás y en las atribuciones que él mismo hace de su propia
conducta (Shavelson, Hubner y Stanton, 1976), así como el concepto que el individuo tiene de sí
mismo como un ser físico, social y espiritual

La importancia del autoconcepto reside en su relevante aportación a la formación de la


personalidad, pues tiene que ver con la competencia social, ya que influye sobre la persona en
cómo se siente, cómo piensa, cómo aprende, cómo se valora, cómo se relaciona con los demás y,
en definitiva, cómo se comporta (Clemes y Bean, 1996; Clark, Clemes y Bean, 2000).

Góngora, V., Casullo, M. (2009). “Factores protectores de la salud mental: Un estudio comparativo
sobre valores, autoestima e inteligencia emocional en población clínica y población general”.
Interdisciplinaria, vol. 26, num. 1, pp. 183-205

“Los resultados indicaron que Autoestima y un aspecto de la inteligencia emocional, Felicidad,


fueron las variables que mejor distinguieron al grupo clínico del grupo de población general. Dos
componentes de la inteligencia emocional, Manejo de Estrésy Estado de Animo, distinguieron
claramente entre sujetos con alta y baja ansiedad. Ambas dimensiones permitieron identificar
correctamente a un 91.7% de sujetos con alta ansiedad”

la Psicología Positiva que se centra en la salud mental más que en la enfermedad. Se entiende por
salud mental no sólo la ausencia de síntomas sino también la experiencia de bienestar psicológico

La inteligencia emocionales definida como un conjunto de habilidades personales, emocionales y


sociales, que influyen en la capacidad para adaptarse y enfrentar las demandas especiales del
medio (Bar-On, 1997). En otras palabras, la inteligencia emocional se relaciona con la elección de
las estrategias de afrontamiento y con la evaluación pri maria de la significación personal de los
eventos. Esto dará lugar a conductas destinadas a la adaptación a las demandas del medio. Una
alta inteligencia emocional supone una serie de beneficios personales: satisfacción personal, bue
nas relaciones interpersonales, salud, aprendizaje y logro de objetivos (Matthews & Zeidner,
2000). La inteligencia emocional se encuentra relacionada con la satisfacción vital (Palmer,
Donaldson & Stough, 2002), un afrontamiento adecuado (Chan, 2003) y la capacidad adaptativa
(Ghorbani, Bing, Watson, Davison & Mack, 2002) en población general.

Schwartz (1992) define a los valorescomo metas motivacionales desea bles y transituacionales que
varían en importancia y que sirven como principios en la vida de una persona y considera 10 tipos
de valores motivacionales: poder, logro, hedonismo, autodirección, estimulación, uni versalismo,
benevolencia, tradición, conformidad y seguridad. Estos valores se organizan en dos dimensio nes
bipolares: apertura al cambio versus conservación y autopromoción versus autotrascendencia.

Las in vestigaciones confirmaron que los valores de autotrascendencia (universalismo y


benevolencia) se asociaban con altas preocupaciones de tipo macro, altos niveles de bienestar
subjetivo y baja ansiedad, en tanto que los valores de autopromoción (hedonismo, poder y en
menor medida, logro) se vinculaban con altas preocupaciones micro, altos niveles de ansiedad y
bajo nivel de bie nestar. Estudios longitudinales y transculturales en población general confirmaron
la hipótesis de que los valores u objetivos que orientan la vida, influenciarían el nivel de bienestar
de las personas a través del rol mediacional de las preocupaciones (Boehnke, Fuss & Rupf, 2001;
Boehnke, Stromberg, Regmi, Richmond & Chandra, 1998). Investigaciones sobre valores en
población clínica son casi inexistentes.

La autoestimaes definida como la dimensión evaluativa del autoconcepto, en la que la persona se


autoevalúa en una escala que varía de lo positivo (autoafirmación) a lo negativo (auto-denigración)
(Hewit, 2002). Se considera que una alta autoestima tiene una función hedónica o de bienestar
general. Extensas investigaciones han encontrado que una alta autoestima tiene efectos
beneficiosos para las personas, en tanto se sientan bien con respecto a sí mismas, a su vida y a su
futuro.

También se asocia a un mejor desempeño laboral, resolución de problemas, extraversión,


autonomía, autenticidad y a varios tipos de fenómenos interpersonales positivos: conducta
prosocial, satisfacción en las re laciones y desempeño positivo en grupos (Kernis & Goldman, 2003;
Leary & MacDonald, 2003). Por otro lado, una baja autoestima está asociada a hipersensibilidad,
inestabilidad, timidez, falta de autoconfianza, evitación de riesgos, depresión, pesimismo, soledad
o alienación (Rosenberg & Owens, 2001).

Conforme a lo hipotetizado, se encontraron diferencias significativas entre ambas poblaciones en


los tres factores estudiados. Sin embargo, las diferencias fueron más claras para autoestima y
algunos aspectos de inteligencia emocional.

Un único valor,Autodirección, resultó significativamente más alto en el grupo de población general.


Autodirecciónse encontró vinculada a una alta autoestima en estudios previos (Góngora, 2007), en
tanto estimula la búsqueda de acciones para promover el propio valor en áreas que son de interés
y apreciación para la persona (Crocker & Park, 2004). Para algunos autores, la definición misma de
autoestima supone la vinculación con valores individualistas, como la Autodirección, en sociedades
occidentales (Hewitt, 1998). Tam bién se vincularían con aspectos de la inteligencia emocional,
particularmente con la dimensión intrapersonal como Asertividad, Autoconcepto y
Autorrealización.

Las dos variables que mejor distinguieron el grupo de pacientes con ansiedad y/o depresión del
grupo control fueron: Autoestimay Felicidad. La contribución de ambas variables fue significativa y
similar aunque Autoestima resultó levemente más relevante. En consonancia con otros estudios,
un nivel alto de autoestima se relacionaría con una población con mejor salud mental, en tanto
que niveles bajos se asociarían con una población con trastornos mentales (Mruk, 2006). La
habilidad de sentir satisfacción de la vida, de disfrutar con otros expresando emociones positivas
(Felicidad) claramente ha sido asociada a altos niveles de autoestima y a mayores niveles de salud
mental.

Duro Martín, A. (2021). Revisión de terapias para la baja autoestima: Perfil clínico y mecanismos de
acción. Revista de Psicoterapia, 32(119), 143-164. https://doi.org/10.33898/rdp.v32i119.476
Se revisan seis terapias diferentes que se vienen utilizando para tratar la baja autoestima. Aunque
sus enfoques clínicos son muy diversos, todas ellas, sin embargo, acaban por mejorar la autoestima
del paciente. Para intentar responder a esta cuestión, abordamos esta revisión en dos fases
sucesivas. Primero, se extraerá y analizará el perfil clínico de cada terapia –e.g., su etiología,
supuestos, objetivos terapéuticos o técnicas de tratamiento; y, en segundo lugar, se compararán
sus específicos mecanismos de acción (MA) –su núcleo terapéutico– respecto del logro de
objetivos personales del paciente -posicionando aquellos sobre un sistema componentes de
competencia y eficacia personales. Se concluye que todas las terapias resultarían eficaces porque,
aunque cada una de ellas actúe únicamente sobre uno o dos componentes, su efecto se irradiaría
luego por el sistema desde ahí hasta la autoestima.

Nuestro objetivo de comparación responde al siguiente planteamiento: dado que la autoestima


depende del logro de objetivos, indaguemos pues sus factores condicionantes –
consiguientemente, este asunto pasará a ser el objeto primario de la segunda fase.

Efectuaremos una exposición ordenada de varios enfoques vigentes para tratar la baja autoestima,
agrupados en dos categorías: terapias clásicas y terapias de última generación. Dentro de la
primera categoría, revisaremos las terapias de rasgos, cognitivo-conductuales y conductual-
racional-emotiva; y dentro de la segunda, el enfoque mindfulness, la técnica EMDR y la terapia
metacognitiva.

A diferencia de las terapias clásicas, las terapias de nuevo cuño no se focalizan inicialmente sobre
contenidos, sean contenidos de rasgos, de constructos o contenidos de las representaciones
mentales, sino sobre procesos cognitivos tales como refocalizar la atención o consolidar recuerdos
en la memoria. En general, estas últimas terapias persiguen implantar en el paciente una nueva
perspectiva acerca de lo que vaya acaeciendo en su mente. Tal dicotomía, en realidad, supone una
simplificación, pero recurrimos a ella con intención didáctica. Efectivamente, en toda terapia
intervienen contenidos y procesos, sea en un grado u otro

Terapias de Rasgos y Constructos

Dentro de esta clase de terapias examinaremos conjuntamente las de Hall y Terrier (2003) y la
terapia de rol fijo, magníficamente expuesta por Pervin (1975), basada en los constructos de Kelly
(1955/1991). Incluimos estas terapias en el mismo grupo porque en ambos casos el tratamiento
pivota sobre el objetivo de que el paciente se identifique con una serie o estructura de atributos
personales. De hecho, en la terapia de rol fijo se esboza y entrega al paciente un modelo de
personalidad, un papel al que tiene que ajustarse. Debe constatarse que, aunque los dos primeros
autores presenten su tratamiento como terapia cognitivo-conductual, en realidad lo esencial del
mismo se concentra en torno a unos rasgos personales, como comprobaremos más adelante.
Inversamente, la terapia de rol fijo no se reduce al contenido de los constructos, sino que a partir
de ellos se genera una atmósfera de experimentación que implica, obviamente, el procesamiento
de nueva información.
Para estas terapias la etiología de la baja autoestima radica en que el paciente desconoce o no se
comporta según ciertos rasgos o constructos personales que valora positivamente – sea ello de
forma explícita o implícita. El supuesto terapéutico subyacente es que la autoestima acaece
cuando la persona es –y así se reconoce a sí misma– de una particular manera. Por consiguiente,
su objetivo terapéutico pasa por ayudar al paciente a que sea justo de esa manera –identificando y
comportándose según su perfil de rasgos deseados. Hall y Terrier (2003) postulan que, si el
paciente estuviera ya en posesión de tales rasgos, entonces su aplicación y puesta en escena
resultaría facilitada. En cambio, en la terapia de rol fijo se opta mejor por poner de manifiesto al
paciente sus propios constructos personales implícitos, que ya viene utilizando para valorar a los
otros y valorarse a sí mismo aunque sin plena conciencia de ello; y se le ofrece un modelo de
personalidad (estructura de constructos) a modo de rol para llegar a ser esa persona. En efecto, se
insta al paciente a pensar, sentir y actuar según el rol (Pervin, 1975).

Terapia Cognitivo-Conductual

Como se desprende de su propio nombre, esta terapia trabaja al mismo tiempo sobre las
cogniciones del paciente –validándolas– y sus conductas –entrenando nuevas habilidades. Ambos
momentos terapéuticos se integran en aras de mejorar su interacción con el medio ambiente. En
esta categoría, vamos a revisar las terapias aplicadas por Whelan et al. (2007), McManus et al.
(2009), Jacob et al. (2010), Waite et al. (2012), Parker et al. (2013) y Pack y Condren (2014) –casi
todas ellas impartidas en grupo. Como veremos, aun compartiendo estos autores un mismo
enfoque terapéutico, difieren luego en los detalles.

Consideran como causa de la baja autoestima, como su etiología, la aceptación por parte del
paciente de unas creencias irracionales sobre sí mismo, lo cual le depara un afloramiento de
síntomas y le lleva a una inhibición conductual e, inclusive, a la realización de conductas
compensatorias que resultan contraproducentes. Según McManus et al. (2009), estas conductas
compensatorias son gobernadas por ciertas “reglas de vida” que el paciente ha establecido para
comportarse. El supuesto terapéutico es que la autoestima sobrevendrá una vez que el paciente
sostenga unas autocreencias racionales sobre sí mismo, abriéndose a nuevas experiencias a raíz de
ello. Su MA opera consolidando estas autocreencias y propiciando nuevas conductas adaptativas –
que vendrán a reforzar el cambio (McManus et al., 2009).

Terapia Conductual-Racional-Emotiva

Aunque. en realidad, se trata de un elemento más del conjunto de terapias cognitivas, lo


analizamos por separado en atención a sus peculiaridades. Revisaremos en este lugar la terapia
que aplican Roghanchi et al. (2013) para mejorar la baja autoestima –que combinan con terapia del
arte y con el fin de incrementar también la resiliencia.

Para el presente enfoque la etiología de la baja autoestima consiste en que el paciente se eleva a sí
mismo– y al mundo en general– un conjunto de exigencias irracionales, de todo punto
inalcanzables. Véanse algunos ejemplos de ello: “Tengo que hacer las cosas bien y que las personas
que me importan aprueben lo que hago o, si no, ello significará que no soy lo suficientemente
bueno”, “Las situaciones que me rodean deben ser de tal manera que me proporcionen lo que
desee, cuando lo desee, y nunca deben proporcionarme nada que yo no desee” (Ellis, 1996). Por
tanto, el supuesto terapéutico es que, si el paciente sostuviera unas expectativas más razonables
sobre uno mismo y el mundo, entonces sentiría autoestima. Su MA funciona al cambiar unos
irracionales “deberías” del paciente por una aceptación incondicional de cómo sean las cosas en
realidad y cómo sea él mismo junto con ellas. Así se reduciría su frustración y malestar
concomitante aun cuando unas expectativas imposibles no hubieran sido cubiertas.

Terapias de Última

Generación Enfoque Mindfulness

Examinaremos en este apartado la terapia de Fennell (2004) –autor destacado en el campo de la


autoestima, aunque este trabajo suyo se aplica asimismo a la depresión. Según este enfoque la
etiología de la baja autoestima –e igualmente de la depresión– consiste en que el paciente cae y se
entrega a procesos desmesurados de autodevaluación, exagerando sus fracasos y defectos y
minimizando sus éxitos y cualidades. En definitiva: a la baja autoestima le subyacen procesos
reiterados de autocriticismo y autoculpación exacerbados. Su supuesto terapéutico es que, si
alguien consiguiera verse como una persona cumplidamente normal, aun cuando le sobreviniesen
pensamientos de ser alguien inadecuado, entonces percibiría autoestima. Como se comprueba por
este supuesto, el enfoque que nos ocupa persigue marcar distancias entre la persona y su propias
cogniciones, algo que no resulta extraño en absoluto dada su fundamentación metacognitiva. Su
MA ejerce su función descentrando al paciente de sus pensamientos autocríticos. Al distanciarle
así de unos esquemas mentales largo tiempo existentes –téngase presente que la baja autoestima
se origina de forma habitual en experiencias tempranas difíciles– se atenúan o neutralizan sus
consecuencias emocionales, motivacionales, físicas y conductuales. En el trabajo de Desrosiers et
al. (2013) se muestra cómo mindfulness opera conjuntamente a través de mecanismos comunes y
distintos dependiendo del contexto clínico en particular –en concreto las asociaciones entre
mindfulness y ansiedad están mediadas por la rumiación y preocupación, mientras que las
asociaciones entre mindfulness y depresión están mediadas por la rumiación y revaluación de la
experiencia negativa.

El núcleo de mindfulnessno se ocupa de rasgos, contenidos cognitivos o nuevas conductas


manifiestas. En todo caso, se podrían categorizar como nueva conducta encubierta la estrategia
mental inculcada al paciente con el fin de que ya no luche o intente deshacerse de sus cogniciones,
sino que en lugar de hacer eso, simplemente, se acostumbre a permanecer en ellas, explorándolas,
alejándose de tales procesos internos suyos en lugar de identificarse con sus contenidos. Tampoco
mindfulness conecta de modo expreso con los objetivos del paciente, aunque sí que se le insta a
construir una nueva visión de sí mismo, actuando consigo a partir de ahora desde una perspectiva
amable y de autoaceptación –lo que al final pudiera resultar en una modificación adecuada o
replanteamiento de los susodichos objetivos.

Técnica EMDR

En este apartado haremos revisión de la terapia de Wanders et al. (2008) –aunque comparan la
terapia cognitivo-conductual con la técnica EMDR, nos ceñiremos aquí única y exclusivamente a
esta segunda. Utilizan el procedimiento general de la técnica EMDR –siglas del inglés “Eye
Movement Desensitization and Reprocessing”–, si bien aplicada a las situaciones traumáticas que
originaron al paciente su perenne desestimación.
Cifran la etiología de la baja autoestima que sufre el paciente en aquellos acontecimientos
traumáticos que hubiera experimentado, mayormente pero no exclusivamente, en una edad
temprana; y cuyos recuerdos y profundo impacto personal todavía no han acabado de consolidarse
en la memoria, razón por la cual continúan aflorando fácilmente a su conciencia junto con las
emociones negativas que conllevan. El supuesto terapéutico latente es que, si se produjese el
definitivo almacenamiento del trauma, entonces sobrevendría la autoestima.

Su MA opera en dos fases consecutivas. Primero, interconectando los recuerdos “flotantes” sobre
el trauma que angustian al paciente con otros varios recuerdos, indistintamente de signo positivo o
negativo, ya consolidados previamente en su memoria –en su fase de desensibilización– Y
asignando después un significado personal más racional y benigno a la respuesta que diera el
paciente ante el trauma –en su fase de reprocesamiento. Ambos procesos de manera conjunta
atenuarán o eliminarán la frecuente reexperiencia de la situación traumática y la hiperactivación
concomitante. Con respecto a la actuación específica de esta técnica, Pagani y Carletto (2017) se
inclinan por la hipótesis denominada SWS, Slow Wave Sleep –sueño de onda lenta– para explicar la
reorganización de redes funcionales distantes, así como la reconsolidación de la nueva información
asociada. Por su parte, Maxfield (2008) y Bergmann (2010) nos ofrecen detallada información
sobre este mecanismo e incluso su revisión histórica.

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