La Iglesia Adventista y La Doctrina de La
La Iglesia Adventista y La Doctrina de La
La Iglesia Adventista y La Doctrina de La
Trinidad
Posted on junio 11, 2010 by family5ministry
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Actualmente los Adventistas creemos que: “Hay un solo Dios, que es una unidad de tres Personas
coeternas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este Dios uno y trino es inmortal, todopoderoso, omnisapiente,
superior a todos y omnipresente. Es infinito y escapa a la comprensión humana, no obstante lo cual se lo
puede conocer mediante su propia revelación que ha efectuado de sí mismo. Es eternamente digno de
reverencia, adoración y servicio por parte de toda la creación” (Creencias fundamentales de los
adventistas).
Existen numerosas teorías humanas tratando de explicar la existencia de Dios, pero la sabiduría humana
no puede penetrar el misterio de la esfera divina. Se puede conocer a Dios mediante la revelación que El
mismo ha dado a la humanidad en su Palabra. Allí encontramos la revelación que Dios mismo ha hecho
de sí mismo y los propósitos que tiene para con la raza humana.
Comprendiendo esto, no podemos colocarnos por encima de Dios y tratarlo como un objeto que debe ser
analizado y cuantificado. Debemos entonces someternos a su auto-revelación: la Biblia, que es su propio
interprete. Partiendo entonces de esta primisa queremos presentar la base teológica que sostiene la
iglesia adventista para creer en la doctrina de la Trinidad.
a) La Existencia de Dios
Existen dos grandes fuentes de evidencia que confirman la existencia de Dios: la Naturaleza y la Sagrada
Escritura. Todos podemos aprender de la revelación que hace la naturaleza acerca de la existencia de
Dios. El Salmista escribió: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus
manos” (Samos 19:1). También el Apóstol Pablo declaró: “Las cosas invisibles de Él, su eterno poder y
deidad, se hacen visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas
hechas” (Romanos 1:20).
Para los antitrinitarios no hay problema en aceptar la divinidad de Dios y reconocen la soberanía de Dios
y su poder y eterna existencia; así que aceptan sin ningún cuestionamiento las evidencias tanto en
Sagrada Escritura como la revelación de Dios en la naturaleza. El problema está en aceptar la existencia
de un Dios triuno compuesto de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo.
b) La Deidad Plena y Eterna de Jesús
El problema de negar la existencia eterna de Jesús, no es nuevo en nuestros días, ya que desde el siglo II
el obispo Arrió fue negaba la naturaleza divina de Jesús y sostenía que era una apariencia de Dios o una
emanación del espíritu de Dios y que no era Dios. Más tarde Anastasio de Alejandría tratando de
contrarrestar la doctrina arriana, sostenía que Cristo no era una apariencia de Dios, sino que era el Hijo
de Dios creado por Dios en algún momento de la eternidad.
«Dios no siempre fue Padre» – nos dice Anastasio – sino que «hubo un tiempo en que Dios estaba solo y
aún no era Padre, pero después se convirtió en Padre […] El Hijo no existió siempre”; pues, así como
todas las cosas se hicieron de la nada, y todas las criaturas y obras existentes fueron hechas, también la
Palabra de Dios misma fue «hecha de la nada» y «hubo un tiempo en que no existió» y «Él no existió
antes de su origen», sino que Él y otros «tuvo un origen de creación». Pues Dios, dice, «estaba solo, y la
Palabra aún no era, ni tampoco la Sabiduría. Entonces, al desear darnos forma, Él hizo a cierto ser y lo
llamó Palabra, Sabiduría e Hijo, para que pudiera darnos forma por medio de Él» (Atanasio de
Alejandría, Primer discurso contra los arrianos, www.Wikipedia.org)
La Sagrada Escritura da evidencia de la deidad eterna de Cristo. Los escritores del Nuevo Testamento
establecen sin ambigüedad que el Jehová del Antiguo Testamento es el Jesús del Nuevo Testamento, y
la evidencia más contundente que tenemos es el Evangelio de Juan. Juan no solamente establece que
Jesús coexistió eternamente con Dios sino que refiere también que Jesús es el Hijo de Dios. El pasaje
más citado para demostrar la deidad plena de Jesús es Juan 1:1: “El verbo era Dios” y Juan 8:58: “Jesús
les dijo: De cierto de Cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy”. En este último texto el mismo
Jesús estaba aplicando s su Persona Éxodo 3:14. El era el Dios del Éxodo.
En la Epístola a Tito capítulo 2:11-14 tenemos otra evidencia de la plena deidad de Cristo cuando el
Apóstol afirma: “La manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo”. Pablo afirma sin
ambigüedad que Cristo no solamente es nuestro Salvador sino que también nuestro Dios, confirmando
así su eterna deidad. En Romanos 9:5 el Apóstol vuelve a afirmar que Cristo vino como el “Dios sobre
todas las cosas, bendito por los siglos”.
En Colosenses 2:9 nos dice también: “Porque en El habita corporalmente toda la plenitud de la deidad”.
En la iglesia de los Colosenses existía un grupo de herejes que ponía en tela de juicio la deidad de Jesús
y por eso el Apóstol trata de demostrar la deidad plena y eterna de Jesús. Así que no es algo nuevo
cuando en nuestro día nos enfrentamos a hermanos que niegan la existencia eterna de Jesús y su
deidad. Tenemos otra evidencia bastante fuerte y contundente de la plena deidad de Cristo es Filipenses
2: 5-7: “Haya, pues, en vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en
forma de Dios, no estimo el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”.
Cuando Pablo habla de que Cristo como “siendo en forma de Dios” (griego Morfe) resalta con ellos todas
las características esenciales y los atributos de Dios. Cualquier forma que esta manifestación hubiera
podido tomar fue poseída por Cristo, quien de esta manera existió como uno con el Padre. Esto coloca a
Cristo en igualdad con el Padre (Véase Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 160).
Otra evidencia de la deidad plena de Jesús, la encontramos en la comparación que hace el autor de la
Epístola a los Hebreos en el capítulo 7 en relación con el sacerdocio de Melquisedec y el sacerdocio de
Cristo. El escritor ve a Melquisedec como un tipo de Cristo. La Escritura llama a este antiguo sacerdote:
“Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, rey de paz” (Hebreos 7:2). Melquisedec fue sin padre y
sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida. Por esta razón Melquisedec llega a
ser un tipo de Cristo, “sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”.
“Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios. Como hijo
del hombre, nos dio un ejemplo de obediencia; como hijo de Dios, nos imparte poder para obedecer. Fue
Cristo quien hablo a Moisés desde la zarza del monte Horeb, diciendo: Yo Soy El, Que SOY, así dirás a
los hijos de Israel” (White, El Deseado de todas las gentes, p.16)
Todas estas evidencias tanto bíblica como extra bíblica, nos muestran que Jesús no era una semideidad
como suponían en el siglo II algunos teólogos; y como tratan mucho de sostener en nuestros días. Para el
lector sincero que busca la verdad, como el siervo brama por la corriente de las aguas, debe entender que
si Jesús no hubiese sido Dios su papel en el Plan de Salvación no tuviera eficacia en la salvación del ser
humano.
En esta parte podemos concluir afirmando que: la Trinidad, comprende al Padre Eterno, un ser personal y
espiritual, omnipresente, omnisciente, infinito en sabiduría y amor; al Señor Jesucristo, (dado a conocer
en el contexto del Plan de Redención como) el Hijo del Padre Eterno, por medio del cual fueron creadas
todas las cosas y por quien se lleva a cabo la salvación de la humanidad; y al Espíritu Santo, la tercera
Persona de la Divinidad, el gran poder regenerador en la obra de la redención.
c) La personalidad y Deidad del Espíritu Santo.
Continuando con el problema que enfrentamos actualmente en nuestra iglesia, llegamos a la tercera
persona de la Trinidad: el Espíritu Santo, su deidad y personalidad. Aquí tenemos la misma dificultad con
los antitrinitario en relación a la Tercera Persona de la Trinidad. Ellos sostienen que el Espíritu Santo no
es una Persona, sino una fuerza o energía impersonal que proviene de Dios. La Biblia revela
enfáticamente que el Espíritu Santo es una Persona eterna y que forma parte de la Deidad.
“Dios el Espíritu Santo desempeñó una parte activa con el Padre y el Hijo en la creación, la encarnación y
la redención. Inspiró a los autores de las Sagradas Escrituras. Infundió poder a la vida de Cristo. Atrae y
reconviene a los seres humanos, y renueva a los que responden y los transforma a la imagen de Dios.
Enviado por el Padre y el Hijo para estar siempre con sus hijos, concede dones espirituales a la iglesia, la
capacita para dar testimonio a favor de Cristo y, en armonía con las Escrituras, la guía a toda la verdad”
(Preguntas sobre doctrina, p. 37). Esta es la posición actual de la Iglesia Adventista.
Los primeros cristianos lo consideraban como una persona: “Ha parecido bien al Espíritu Santo, y a
nosotros” (Hechos 15:28). Cristo también se refirió a El como a una persona distinta: “El me glorificará,
porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:14). El Espíritu Santo tiene personalidad:
contiende (Gen. 6:3), enseña (Luc. 12:12), convence (Juan 16:8), dirige los asuntos de la iglesia (Hech.
13:2), ayuda e intercede por los santos (Rom. 8:26). Todas estas actividades no pueden ser realizadas
por un mero poder o energía despersonalizada, como si fuera un mero atributo de Dios. Solamente una
persona puede llevarlo a cabo.
La evidencia bíblica indica firmemente que el Espíritu Santo es profundamente sensible, ayudador, y una
presencia personal todopoderosa para guiar y dirigir. Una de sus principales tarea es modelarnos para
que reflejemos el carácter divino (Whidden, La Trinidad, p. 74). El hecho de que al Espíritu se le pueda
mentir es una prueba directa de que no es una fuerza o una energía impersonal, pues solamente a las
personas se le puede mentir (Hechos 5:3-4).
Como creyentes cristianos de hoy, debemos comprender la unidad y la triplicidad de Dios, la naturaleza
del Dios inmortal. “La enseñanza general de la biblia acerca del Espíritu Santo muestra que El es
completamente Dios, no una aparición de Dios o una Espíritu subordinado como un ángel o un demonio”
(Rea, El Espíritu Santo en la Biblia, p. 41). Otra evidencia de que el Espíritu Santo es una Persona y no
una influencia o fuerza emanada de Dios la encontramos en el libro del Profeta Ezequiel, 3:24-27:
“Entonces entro el Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies, y me habló, y me dijo: entra, y enciérrate
dentro de tu casa. Más cuando yo te hubiese hablado, abriré tu boca, y les dirá: Así ha dicho Jehová el
Señor; el que oye , oiga y el que no quiera oír, no oiga, porque casa rebelde son”.
Elena G White nos provee algunos comentarios sobre de la personalidad del Espíritu Santo: “El Espíritu
Santo tiene personalidad, de lo contrario no podría dar testimonio a nuestro espíritu y con nuestros
espíritus de que somos hijos de Dios. Debe ser una persona divina, además, porque en caso contrario no
podría escudriñar los secretos que están ocultos en la mente de Dios” (El Evangelismo, p. 447). Para todo
buen adventista esta cita debería zanjar el asunto en cuestión.
La objeción principal que presentan los antitrinitarios está basada en la afirmación de que los pioneros de
nuestra iglesia eran antitrinitarios, y por lo tanto, la Iglesia Adventista ha entrado en estado de apostasía
al sostener una doctrina contraria. En realidad, tanto Joseph Bates como Jaime White, según lo explica el
historiador el Dr. Knigth, eran antitrinitario. Lo mismo se puede decir de otros más. En cierta ocasión en
1846 Jaime White dijo lo siguiente refiriéndose a la doctrina de la Trinidad: “Ese viejo credo trinitario no es
bíblico”. (George R. Knigth, Nuestra Identidad, p. 129). Aunque encontramos declaraciones como esta y
otras más; E.G.W nunca expresó ninguna opinión antitrinitaria al principio del movimiento adventista ni en
los años que siguieron en la formación de la iglesia como institución.
Cabe decir, que la iglesia nunca ha creído que toda la teología que los pioneros importaron al adventista
estaba carente de error. Los antitrinitarios actuales dan la impresión de que cada palabra que los
pioneros emitieron en materia de doctrina era infalible. Nuestro credo (como lo fue el de ellos, hasta
donde pudieron comprender la verdad) lo constituye la Biblia y solo la Biblia. Cada opinión, por más
atractiva que nos parezca debe ser sometida a la veracidad de las Sagradas Escrituras, y si no resiste la
prueba, debe ser abandonada francamente. Y mientras más rápido mejor. Baste decir, que encontramos
en la Biblia y el Espíritu de Profecía evidencias claras y suficientes como para estar seguros de que la
Iglesia Adventistas, en lugar de haber apostatado (como aseguran algunos) se encuentra en terreno
solido en lo referente a la doctrina de la Trinidad. Lo mismo se puede decir de otras doctrinas cristianas. Y
esto, no puede ser objetado fácilmente si en verdad respetamos las enseñanzas bíblicas.
Siguiendo con nuestra análisis, debemos decir que después del Congreso de 1888, nuestra iglesia definió
claramente su posición en cuanto a la naturaleza divina de Cristo y definió su posición sobre la doctrina
de la Trinidad. En las asambleas Ministeriales de 1928, Le Roy E. Froom expresó lo siguiente en relación
al Espíritu Santo: “La batalla con las fuerzas del mal se hace cada vez más aguda y más siniestra. Estoy
persuadido de que hay una sola solución al problema a que hacemos frente, individual y
denominacionalmente, una sola provisión para nuestra necesidad: esa es el poder del Espíritu Santo, el
derramamiento de la lluvia tardía en nuestras vidas y en nuestro servicio” (Froom, La Venida del
Consolador, p. 11).
Bibliografía:
10. Christianini, Armando B. Radiografía del Jehovismo.Ediciones Interamericanas, 1ra Edición 1975
11. Preguntas Sobre Doctrina. Asociación Publicadora Interamericana, 2008
12. Teología, Fundamentos Bíblicos de Nuestra fe, tomo 2. Asociación Publicadora Interamericana, 2005.
13. Merlin D. Burt. Revista Ministerio. No. 6, Julio – Agosto 2009.
14. Comentario Bíblico Adventista. Asociación Casa Editora Sudamericana. 1988. Tomo 6.
15. El Evangelismo, Asociación casa Editora Sudamericana 1975.
16. Hechos de los Apóstoles, Asociación Casa Editora Sudamericana 2000.
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