Autoconocimiento Una Idea Tensa
Autoconocimiento Una Idea Tensa
Autoconocimiento Una Idea Tensa
ISSN: 0185-2450
[email protected]
Universidad Nacional Autónoma de México
México
LAZOS, EFRAÍN
Autoconocimiento: una idea tensa
Diánoia, vol. LIII, núm. 61, noviembre, 2008, pp. 169-188
Universidad Nacional Autónoma de México
Distrito Federal, México
Abstract: This essay explores self-knowledge and some related ideas (self-
consciousness, self-attribution, personal authority). Its main conjecture is
that self-knowledge is a tense idea, in so far as it contains two competing
demands, namely detachment and involvement. The former asks that we
see ourselves impartially, or at least like any other person might see us. The
latter requires that we see ourselves like no one else could. Having in view
models and authors from the modern and contemporary philosophical tradi-
tions, the essay shows various ways in which, when one demand is favored
over the other, some aspect of human subjectivity is distorted. In the final
parts of the essay, and following an idea of R. Moran (2001), the author
suggests that it is possible to do justice to both demands if we adopt a delib-
erative perspective on the authority that persons have over their own inner
lives.
Key words: self-consciousness, self-attribution, transparency, authority
2
El desprecio por los hechos es una forma de arrogancia. Cfr. Pereda 1999,
pp. 56–57.
3
Ambas demandas hacen eco de la distinción entre facticidad y libertad en
Sartre 1943, pp. 561–637, y entre el espectador y el agente en Moran 2001, pp. 51–
55, y en el Kant del prólogo a la Antropología en sentido pragmático.
importa cuán grande resulte ser un posible engaño inducido. Por más
que lo que piense pueda llegar a ser falso, si soy capaz de pensar algo
en este momento, no puedo ignorar que lo pienso.4
Si lo consideramos conveniente, podemos entonces decir que el auto-
conocimiento es, en efecto, saber hechos acerca de mí mismo, siempre
que sean éstos del tipo relevante, esto es, mental o psicológico, y siem-
pre que nuestro acceso a ellos sea inmediato. De modo que no hay
tensión alguna en la idea de autoconocimiento. Partiendo de que, en
general, cuando sé lo que pienso, lo sé sin evidencias, puedo saber cuá-
les son los hechos —que pienso tal y tal— y saber también que soy yo, y
no cualquier otra persona, quien piensa tal y tal. El conflicto, entonces,
entre desapego e involucramiento se convierte en un conflicto aparente
que se disuelve en la dialéctica de nuestro acceso a la propia mente.
Es de notarse finalmente, que bajo este modelo podría admitirse la
posibilidad del acceso evidencial a la propia mente sin tener que aban-
donar la noción clave de que el autoconocimiento es fundamentalmente
conocimiento interno. Siempre podría argüirse que sólo es posible co-
nocer indirectamente lo que uno piensa, siente o desea, en circunstan-
cias particulares, a condición de que conozca directamente mucho de
lo que uno piensa, siente o desea. En otros términos, si es posible lograr
el acceso a ésta o aquella creencia, emoción o deseo propios mediante
fuentes variadas de evidencia, eso se debe a que hay ya una masa de
nuestras creencias, emociones y deseos que conocemos sin evidencia;
con ello adquiere entonces pleno sentido la idea de que conocemos
nuestra propia mente mejor que cualquier otra cosa —en el sentido
más general del término—.
4
Es ésta una manera de entender uno de los resultados más célebres de la
segunda de las Meditaciones metafísicas de Descartes.
una melodía suave; éste es un placer que es todo lo que puede ser, dada
la conciencia con la que se tiene. Dicho de otro modo, hay conciencia de
placeres débiles, o de placeres totales, o de placeres parciales; pero no
hay una conciencia parcial de placeres. De ahí que la medida del placer
es la conciencia con la que se está teniendo. Por otro lado, el placer no
es nada sin la conciencia del placer. No hay un placer previo, que poste-
riormente asuma la conciencia como una de sus cualidades; pues el placer
inconsciente es un absurdo. Tampoco hay conciencia que subsecuentemen-
te adquiera la coloración del placer; pues una conciencia que en sí misma
no fuera conciencia de algo sería una conciencia sin sentido. Dicho de otro
modo, la conciencia del placer y el placer son una y la misma cosa, o, si se
prefiere, el placer tiene a la conciencia como modo particular de ser.12
Este pasaje sartreano nos sirve para ilustrar cómo puede entenderse el
carácter inmediato de la autoconciencia en términos no epistémicos.
Si extendemos la observación sartreana a otros estados psicológicos de
un sujeto, manteniendo las diferencias relevantes, arribamos a la idea
de que no podemos tener los sentimientos, las creencias y los deseos
que tenemos si no somos de hecho conscientes de ellos. No es como
si pudiera haber sentimientos, creencias o deseos flotando por allí en
la mente de una persona que pudieran ser captados después, por ella
misma, como los sentimientos, creencias o deseos que son. No hay
creencias ni deseos preexistentes a la conciencia, y no hay conciencia
que no sea ya conciencia de algo (psíquico). Se trata de la idea de
que el ser (e.g., un placer intenso o una firme creencia) se mide por
la conciencia (de un placer intenso, de una firme creencia). A veces
Sartre parece referirse a este rasgo de lo psicológico, o de los dados
psíquicos [données psychiques], como su ser para sí. Yo creo que esto se
podría traducir en términos de la noción de inmediatez antes esbozada;
i.e., que normalmente accedemos a nuestros propios estados subjetivos
sin recurrir a las evidencias.
Lo que es importante destacar es que, en términos de la descrip-
ción sartreana de la autoconciencia, el carácter de inmediatez es “más
primordial”, más “originario”, que lo que la tradición moderna deno-
mina “reflexión”. Baste aquí entender la reflexión como una forma de
consideración explícita de lo que pensamos, deseamos o sentimos, que
involucra una capacidad para preguntarse si se ha de continuar pen-
sando, creyendo, deseando, sintiendo tal y cual. En este aspecto, Sartre
se ubica en una tradición que considera prerreflexiva la autoconciencia
12
J.P. Sartre, “Conscience de soi et connaissance de soi”, citado por Frank 1997,
p. 5.
Una pregunta en primera persona del presente acerca de una creencia pro-
pia se responde haciendo referencia a (o considerando) las mismas razo-
nes que justificarían una respuesta a la pregunta correspondiente acerca
del mundo. (Moran 2001, p. 62)
6. Este diálogo ficticio ilustra los peligros que hay en el camino de satis-
facer las prerrogativas de la primera persona sin extenderlas, al mismo
tiempo, más allá o más acá de lo debido. Visto desde otro ángulo, el
peligro de distorsionar la autoridad de la primera persona aparece al
considerar las dos maneras de relacionarse uno mismo con la propia
vida mental que Moran discute en su libro —viz., las admisiones, y las
atribuciones—. Si estamos abiertos a la idea de que algunas otras perso-
nas pueden tener autoridad sobre nuestra propia vida mental, tenemos
que aceptar, creo, que las atribuciones son una vía no sólo legítima, sino
incluso valiosa, hacia el conocimiento de uno mismo. Es bien posible,
con mayor o menor seguridad de caso en caso, percatarse de ciertas
creencias propias a través de los otros, tanto por sus dichos como por
sus acciones. Ahora bien, la autoridad de (algunos) otros para atribuir-
me, con base en la observación de mi conducta y sin preguntarme nada,
determinadas creencias, deseos, sentimientos, etc., tiene su correlato,
desde luego, en la autoridad que yo tengo para atribuir, sobre el mis-
mo tipo de bases, creencias, deseos o sentimientos a (algunas) otras
personas. En esta situación, ¿qué impide ejercer tal autoridad sobre mi
propio caso, y atribuirme creencias o deseos a mí mismo? Si he acep-
tado la autoridad de otros sobre ciertos asuntos míos (si he aceptado,
por ejemplo, hablar de mis creencias, deseos, emociones), he aceptado
también que ellos pueden ser una fuente evidencial confiable. Así que,
aunque yo no disponga de evidencias, puedo permitirme usar la auto-
ridad de los otros para atribuirme creencias a mí mismo. Dicho de otro
modo, es tentador aquí suponer que nuestras creencias autoconscientes
son casos en los que, sin evidencias, nos atribuimos a nosotros mismos
determinados creencias.15
Hay que resistir esta tentación, desde luego. Quien afirmara, bajo el
modo de pensar recién delineado, que la autoconciencia es esencial-
mente autoatribución, desde nuestra perspectiva estaría entregándose
completamente a la demanda del desapego. Bien mirada, aquí la ruta
eminente hacia nuestra propia vida mental es la de la evidencia. Y si en
primera persona del presente nos atribuimos pensamientos o creencias,
es porque importamos, de la autoridad de los otros, las bases eviden-
ciales de la atribución. Pero si sólo contamos, directa o indirectamente,
con la vía de la evidencia, ¿a qué es a lo que le atribuimos esos pensa-
mientos, creencias, etc.? Además de lindezas tales como los “haces de
percepciones” o “sujetos trascendentales”, no parece haber nada que
podamos reconocer como una persona, ya no digamos como la persona
que soy.
15
Véase Moran 2001, § ss. 3.3. El énfasis de los argumentos de Moran en pasajes
clave de su texto radica en mostrar que esta conclusión es incorrecta.
BIBLIOGRAFÍA
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Cátedra, Madrid.
Cassam, Q. (comp.), 1994, Self-Knowledge, Oxford University Press, Oxford.
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Norro, Trotta, Madrid.
Moran, R., 2001, Authority and Estrangement. An Essay on Self-Knowledge, Prin-
ceton University Press, Princeton.
16
Este ensayo se ha beneficiado de las críticas que diversas personas hicieran a
versiones previas del mismo. El autor agradece a Talbot Brewer, Guillermo Hurtado,
Richard Moran y Pedro Stepanenko por sus comentarios a la primera presentación
pública de estas ideas; a Samuel Cabanchik, Eduardo Fermandois y Pablo Quin-
tanilla por sus críticas a la segunda versión del trabajo. Agradecimiento especial
merecen Martin Fricke, por sus detallados comentarios escritos, y los dictaminado-
res anónimos de Diánoia, cuyas observaciones atinadas han sido incorporadas en
la versión final.