3 - Estado 2
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SEGUNDA PARTE
Justamente en la persistencia de ese patrón de poder reside uno de los elementos centrales de
continuidad de la dominación de Latinoamérica. El triunfo del ciclo de revoluciones
independientes de principios del siglo XIX rompió con el colonialismo, pero para nada con la
colonialidad del poder.
Las clases criollas, que terminaron por dominar esas revoluciones, mantuvieron la sociedad
colonial heredada y el eje del racismo perduro para mantener fuera de cualquier derecho
social y político a los pueblos indios, negros y mestizos que eran las mayorías populares de
nuestro continente. La colonialidad del poder se mantuvo plenamente viva como sostén de la
desigualdad social de nuestras sociedades. La dependencia no se reduce a un problema de
dominación externa de unas naciones sobre otras, sino que tiene sus bases en la estructura de
dominación y explotación interna de cada espacio nacional, constituidas históricamente desde
los tiempos de la colonia y mantenidas por las nuevas republicas independizadas. En el caso de
países como Argentina, Uruguay o Chile, una población negra más reducida, la masacre de
buena parte de su población indígena y la llegada de millones de inmigrantes europeos
posibilitaron un limitado proceso de homogeneización. De esa manera se construyo una
identidad supuestamente blanca y europea. En el caso de Perú, Bolivia, México y
Centroamérica se llevo adelante un intento de homogeneización cultural basado en la
destrucción de la cultura de indígenas, negros y mestizos. Ese intento fracaso.
En las últimas décadas del siglo XIX, la dependencia estructural y la colonialidad del poder
tuvieron una nueva reestructuración en nuestra región. El avance de la primer y segunda
revolución industrial en Europa terminaron por configurar la denominada división
internacional del trabajo. Desde las visiones eurocéntricas se postuló, a partir de la teoría de
las ventajas comparativas, que cada país debía especializarse en producir aquello que hacía
mejor y más barato para venderlo en el mercado mundial y adquirir el resto.
Un efecto del aumento de la oferta de alimentos y materias primas fue que posibilito el
incremento en los países industrializados de la población urbana y de la clase obrera. El acceso
a alimentos más baratos les permitió a los capitalistas de los países centrales el abaratamiento
de la mano de obra. El efecto de esa mayor oferta fue el de reducir el valor real de la fuerza de
trabajo en los países industriales, aumentando la captación de plusvalía para las burguesías de
los países centrales.
Las economías de nuestros países no tendrán como centro organizador sus mercados internos,
sino que el mercado mundial, estructurado por las necesidades de las potencias dominantes.
En este contexto de fines del siglo XIX se dio la consolidación definitiva de los Estados Nación
de nuestro subcontinente. Estos se formaron vinculados estructuralmente al mercado mundial
a través de todos los mecanismos que acabamos de nombrar; reforzaron las clasificaciones
raciales como eje de las divisiones de clase; sostuvieron todos los paradigmas del
eurocentrismo; surgieron henchidos de positivismo; se constituyeron como defensores
radicalmente de la propiedad privada burguesa y de la relación subordinada con Inglaterra. La
creación del Estado Nacional argentino no fue la excepción, sino que encajo plenamente en
esos parámetros.
El largo periodo de predominio de Juan Manuel de Rosas en nuestro país expresaba el peso de
los grandes propietarios de tierra bonaerenses, es decir, los ganaderos saladeristas. Estos
tenían como preocupación central asegurar la salida de sus bienes exportables y mantener el
control de los recursos aduaneros y el puerto, mucho mas que lograr una unificación nacional
definitiva, que podía obligarlos a ceder una parte de su poder. La caída de Rosas en 1852,
estuvo muy lejos de generar las condiciones para la centralización, se reedito el conflicto entre
una Buenos Aires que pretendía continuar siendo hegemónica frente a una Confederación del
resto de las provincias del interior. La discusión no era sobre el modelo país sino de sobre el
peso que tendría cada una de ellas en el estado nacional y el reclamo de los grandes
latifundistas ganaderos del litoral para que se les asegurara la libre navegación de los ríos, que
le permitiera comerciar directamente con el mercado mundial sin depender del puerto de
Buenos Aires. Ninguna de las fracciones en pugna tenían un horizonte que se centrara en el
mercado interno y en la posibilidad de un ciclo de desarrollo capitalista independiente: sus
intereses estaban fijos en el mercado mundial.
Los cambios en el mundo, con la aparición de la división internacional del trabajo cambiaron
profundamente el escenario: un mercado en expansión, capitales dispuestos a invertir en la
periferia en transporte y obras de infraestructura posibilitaban grandes corrientes migratorias
que, a su vez, proporcionaban la fuerza de trabajo que demandaban las clases dominantes.
Todas esas transformaciones aceleraron la preocupación de las clases dominantes locales
respecto a la necesidad de consolidar una instancia centralizada de poder para estabilizar su
dominación y vincularse al mercado mundial. Quienes controlaron la producción de los bienes
primarios para la exportación y se aliaron con los capitales ingleses fueron los que obtuvieron
los mayores beneficios de ese esquema. De la mano de la burguesía agraria se sentaron las
bases del Estado Nacional en Argentina.
El proceso principal de esa construcción se dará durante los gobiernos de Bartolomé Mitre
(1862-1868); Domingo F. Sarmiento (1868-1874); Nicolas Avellaneda (1874-1880) y el primer
gobierno de Julio A. Roca (1880-1886). Impulsados por las transformaciones en curso,
contaron con los recursos provenientes de los prestamos financieros ingleses y con el
escenario abierto tras la victoria de la batalla de Pavón. El proyecto de la Confederación fue
derrotado y los sectores dominantes porteños se lanzaron a un intento de organización estatal
que resultaría definitivo. Para lograrlo pusieron en marcha un conjunto de mecanismos
represivos, pero también consensuales que impidieran el fracaso. Junto a la modalidad
represiva se impulsaron mecanismos cooptativos, materiales e ideológicos que permitieran la
construcción de un proyecto hegemónico.
Por medio de la modalidad represiva se consolido un ejercito nacional permanente, con una
cadena de mando profesionalizada y la mejora de su armamento. Para garantizarse esa
superioridad durante los gobiernos mencionados, el 50% del presupuesto nacional se invirtió
en el equipamiento del ejército. Las fuerzas militares sofocaron a sangre y fuego diversos
levantamientos populares en el interior liderados por caudillos locales. En paralelo libraron
una guerra internacional, aliados con Brasil y Uruguay, contra el Paraguay, único país del cono
sur que se resistía a ingresar en la naciente división internacional del trabajo. Finalmente fue el
ejercito nacional quien llevo adelante la tristemente famosa Campaña del Desierto. La
esclavitud fue restaurada en esos días. En una demostración de la pervivencia de la
colonialidad del poder, todas esas masacres fueron realizadas en nombre del progreso y de la
civilización contra la barbarie. El estado argentino se estructuro sobre la base de un genocidio
cuyos perpetradores continúan siendo festejados como héroes de la patria en la actualidad.
Las tierras resultantes de la expulsión indígena engrosaron el patrimonio de la burguesía
agraria, terminando por instaurar el dominio del latifundio. La gran concentración de tierras en
pocas manos se erigió definitivamente como el rasgo principal de la estructura agraria de la
Argentina.
Fue a través de esos pasos que el Estado consolido el monopolio legítimo de la coerción,
aspecto que termino de concretarse cuando las provincias perdieron la posibilidad legal de
convocar a sus propias Fuerzas Armadas, para pasar a ser atributo del Estado Nacional.
Sin duda, esa instancia de concentración del poder era gestionada por la burguesía agraria;
pero mas que la idea de un Estado montado a imagen y semejanza de la oligarquía preferimos
la idea de un proceso constitutivo simultaneo e interdependiente entre la clase dominante y el
Estado. El Estado era a la vez creador y resultante del modelo planteado por la economía
agroexportadora. Era creado por la burguesía agraria, al mismo tiempo que, garantizándole
acceso preferencial a la tierra publica, fortalecía, constituía y configuraba a esa burguesía
agraria. Ese proceso de interrelación presente en el momento de la consolidación del Estado
generaría una lógica de la clase dominante que, por un lado, asumió un discurso liberal, pero al
mismo tiempo recurrió permanentemente a el para asegurarse jugosas ganancias. El Estado
fue concebido como refugio para cubrir las debilidades políticas y económicas de la clase
dominante. El Estado ayudo en la constitución de esa clase dominante y al mismo tiempo fue
constituido por ella.
La modalidad ideológica le permitió a la clase dominante generar los instrumentos para una
construcción hegemonía sobre la población. La escuela publica tuvo su rol primordial en la
elaboración de una currícula educativa que construyera un pasado común e incorporara un
sistema de creencias, valores y conductas afines a las perspectivas del mundo esbozadas desde
el poder económico y social. La ley 1420 de 1884, que establecía la educación pública, gratuita,
laica y obligatoria fue central para conseguir la nacionalización de los hijos de inmigrantes. De
la misma manera el servicio militar obligatorio se torno un dispositivo esencial en el
disciplinamiento de los varones jóvenes de las clases populares.
Diferente fue el caso de la constitución del movimiento obrero del país. De la mano de
inmigrantes se formaron los sindicatos por oficio. Alrededor de la huelga, la movilización y los
piquetes en puerta de fabrica se fue construyendo un nuevo repertorio de lucha de las clases
populares. La respuesta del Estado combino la represión mas brutal con la profundización de
las estrategias de nacionalización de la población. En un verdadero giro ideológico en las
primeras décadas del siglo XX se desarrolló un discurso, proveniente de la clase dominante,
que comenzó a ver en los trabajadores extranjeros un peligro para el sistema. Ese cambio se
acelero a partir del impacto mundial de la revolución rusa de 1917. La perspectiva del “peligro
rojo” y la conspiración revolucionaria llevaba a que cualquier demanda obrera se reprimiera.
En el mismo giro ideológico el gaucho paso a ser considerado como el portador de los valores
de la nación que había que mantener.
De todos modos, los limites estructurales del modelo se manifestaron cuando el comienzo de
una crisis mundial del sistema puso en evidencia su fragilidad. El derrumbe de los precios de
los alimentos y las materias primas, la detención de la llegada de capitales extranjeros, la caída
de las exportaciones primarias y los limites en la incorporación de nuevas tierras fértiles en la
Argentina provocaron el derrumbe de la economía y evidenciaron cuanto dependía de factores
externos que no controlaba. La primera respuesta de la clase dominante consistió en apoyarse
en las fuerzas armadas, inaugurando el ciclo de golpe de Estado de la historia Argentina. El
nuevo escenario internacional llevaría a la clase dominante a ensayar otros tipos de cambios
en la Argentina de la etapa 1930-1943.
Una visión que se pretenda critica de la historia debería señalar de manera contrapuesta
algunas cuestiones.
Lo mismo se puede afirmar para el tratamiento del conflicto social entre los trabajadores, el
capital y el estado. El famoso “granero del mundo” no garantizaba ni siquiera un plato de
comida diario para muchos de los que habitaban su territorio. Eso hace visible que la discusión
a dar no es solo sobre como se genera riqueza sino alrededor de como se distribuye esa
riqueza y que clases resultan realmente favorecidas en estos procesos.
Una demostración de esto que afirmamos es el desarrollo desigual del interior frente a la más
dinámica región pampeana.
Finalmente señalemos que, si todo Estado articula la dominación y genera las condiciones para
hacerla posible, al ser Argentina un país capitalista dependiente de desarrollo desigual y
combinado, eso se manifiesta e interioriza en el tipo de estructura estatal que emerge a fines
del siglo XIX. Es un tipo de Estado cuyas acciones se encuentran sobre determinadas por su
inserción dependiente en el mercado mundial y la naturaleza desigual del sistema mundo.