San Tertuliano
San Tertuliano
San Tertuliano
Escritor eclesiástico de los siglos segundo y tercero. Nació probablemente hacia el 160 en Cartago.
Era hijo de un centurión en el servicio proconsular. Fue evidentemente un abogado de profesión en
las cortes, ya que demuestra un alto conocimiento de los procedimientos y conceptos del Derecho
Romano, aunque es dudoso que él sea el mismo jurista llamado Tertuliano que aparece en las
Pandectas. Sabía el griego así como el latín, escribió tratados en griego que no han llegado hasta
nosotros. Fue pagano hasta mediados de su vida, compartió los perjuicios paganos contra los
Cristianos, y se dedicó como otros a placeres vergonzosos. Su conversión tuvo lugar no más tarde
del año 197, y podría haber sido aún antes. Abrazó la fe cristiana con todo el fervor de su
naturaleza impetuosa. Se ordenó sacerdote, indudablemente de la Iglesia de Cartago. Monceaux,
seguido por D’Ales, consideran que sus primeros escritos los compuso cuando todavía era laico, y
si eso es cierto, la fecha de su ordenación puede situarse hacia el año 200. Las fechas de sus
escritos existentes van desde la “Apologética” en el 197 hasta el ataque a un obispo que
probablemente fue el Papa Calixto (después del 218). Se unió a los Montañistas después del año
206 y se separa definitivamente de la Iglesia alrededor del 211 (Harnack) o del 213 (Monceaux).
Después de haber escrito con mayor virulencia contra la Iglesia que contra los paganos y los
perseguidores, se separó de los Montañistas y fundó una secta propia. El resto de los
Tertualinistas fueron reconciliados con la Iglesia por San Agustín. Algunos de las obras de
Tertuliano tratan sobre puntos especiales de fe o disciplina. De acuerdo a San Jerónimo, Tertuliano
vivió hasta una edad muy avanzada.
Tertuliano publicó en el año 197 un discurso corto, “A los Mártires”, y sus dos grandes obras
apologéticas, “Ad Nationes” y “Apologeticus”. El primero ha sido considerado como un esquema
completo para el segundo, pero es más cierto decir que el segundo tratado tiene un propósito
diferente, a pesar de que ambos tienen muchos tópicos en común, los mismos argumentos se
presentan de la misma manera con los mismos ejemplos, y aun las mismas frases. El atractivo
para las naciones sufre debido a que ambos tratados fueron transmitidos en el mismo códice, en el
cual debemos deplorar la omisión de varias palabras y aun de algunas frases. El estilo de
Tertuliano es difícil aun sin estas causas adicionales de oscuridad. Pero, el texto de “Ad Nationes”
debió ser todavía más áspero que el de “Apologeticus”, éste es un texto más cuidado y más
perfeccionado, que contiene los mismos tópicos mejor ordenados, y es aproximadamente de la
misma extensión que aquel.
“Ad Nationes” tiene por único objeto refutar las calumniass en contra de los Cristianos. En primer
lugar, estas calumnias, resultan únicamente de odio irracional, el procedimiento de prueba es
ilógico, la ofensa no es otra cosa que el nombre de Cristiano, que debía de ser más bien un título
de honor, no se presenta prueba alguna de crímenes, sólo rumores; el primer perseguidor fue
Nerón, el peor de los emperadores. En segundo lugar, las acusaciones individuales fueron
refutadas; Tertuliano reta al lector a no creer en algo tan contrario a la naturaleza como las
acusaciones de infanticidio e incesto. Los Cristianos no son la causa de los terremotos e
inundaciones y las hambrunas, ya que éstas sucedieron mucho antes del Cristianismo. Los
paganos desprecian a sus propios dioses, los deportan, prohíben su culto, se burlan de ellos en el
teatro; los poetas narran historias horribles de ellos; ellos eran solamente hombres y hombres
malos. Vosotros decís que nosotros adoramos la cabeza de un asno, continúa, pero vosotros
adoráis a una gran variedad de animales, vuestros dioses son imágenes hechas en un marco de
cruz, de tal manera que vosotros adoráis cruces. Vosotros decís que nosotros adoramos al sol,
vosotros también lo adoráis. Un cierto judío ofrecía en venta una caricatura de una criatura que era
mitad asno y mitad cabro, como nuestro dios, pero vosotros realmente adoráis pedazos de
animales. En relación al infanticidio, vosotros exponéis a vuestros propios niños y matáis al no-
nacido. Vuestra lujuria promiscua os expone al peligro de incesto, de lo cual vosotros nos acusáis.
Nosotros no juramos por el genio de César, pero somos leales, ya que rezamos por él, mientras
que vosotros os rebeláis. César no quiere ser un dios, el prefiere estar vivo. Vosotros decís que es
por terquedad que nosotros despreciamos la muerte, pero antes ese desprecio de la muerte era
considerado una virtud heroica. Muchos entre vosotros retáis a la muerte por ganancia o sueldos,
pero nosotros, lo hacemos porque creemos en el juicio. Finalmente, hacednos justicia, examinad
nuestra causa, y cambiad de opinión. El libro segundo consiste enteramente en un ataque a los
dioses de los paganos, ellos son clasificados en clases de acuerdo a Varro. No fue, urge el
apologista, debido a la multitud de dioses que creció el Imperio.
De este fiero llamado y acusación surgió una obra más importante, el “Apologeticus”, dirigida a los
gobernantes del Imperio y a los administradores de justicia. La obra anterior atacaba prejuicios
populares, esta nueva es una imitación de las Apologías Griegas, y tiene por intención asegurar
mejoras en el tratamiento a los Cristianos por perturbar la ley o su administración. Tertuliano no
puede reprimir su inventiva, sin embargo desea ser conciliatorio, y se desboca a pesar de su
argumento, en lugar de ser su él mismo como lo era anteriormente. Comienza de nuevo con un
llamado a la razón. No hay testigos, urge, para probar nuestros crímenes, Trajano ordenó a Plinio
no ponernos en evidencia, pero castigarnos si nos dábamos a conocer, --- ¡qué paralogismo! El
actual procedimiento es todavía más extraño. En lugar de torturarnos hasta que confesemos,
nosotros somos torturados hasta que renegamos. Hasta este momento el “Ad Naciones” queda
simplemente desarrollado y fortalecido.
Luego, después de un sumario condensado del segundo libro sobre los dioses paganos, Tertuliano
comienza en el capítulo xvii una exposición de la creencia de los Cristianos en un solo Dios, el
Creador, invisible, infinito, de quien el alma humana, que por su naturaleza se inclina al
Cristianismo, da testimonio. Los diluvios y los incendios han sido sus mensajeros. Nosotros
tenemos un testimonio, añade, de nuestros libros sagrados, que son más antiguos que vuestros
dioses. El cumplimiento de la profecía es la prueba de que son divinos. Luego se explica y se
cuenta que Cristo es Dios, la Palabra de Dios, nacido de una virgen, sus dos venidas, sus
milagros, pasión, resurrección, y sus cuarenta días con los discípulos. Los discípulos predicaron su
doctrina por todo el mundo, Nerón la sembró con sangre en Roma. Cuando eran torturados los
Cristianos gritaban, “Nosotros adoramos a Dios por medio de Cristo”. Los demonios confiesan su
divinidad y agitan a la humanidad contra nosotros. A continuación, la lealtad al Cesar se discute
más extensamente que antes. Qué fácil sería para los Cristianos tomar venganza cuando el
populacho se rebela. “Nosotros somos de ayer, sin embargo, llenamos vuestras ciudades, islas,
fuertes, pueblos, concejos, así como los campos, tribus, decurias, el palacio, el senado, el foro,
solamente os hemos dejado vuestros templos”.Nosotros podríamos migrar y dejaros en vergüenza
y desolación. Nosotros debemos de ser al menos tolerados, porque somos un cuerpo unido por la
comunidad de religión, de disciplina y de esperanza. Nosotros nos reunimos para orar, aun por los
emperadores y las autoridades, para escuchar las lecturas de los libros sagrados y las
exhortaciones. Nosotros juzgamos y separamos a los que cometen crímenes. Tenemos ancianos
de probada virtud que nos presiden. Nuestro fondo común se reabastece por donaciones
voluntarias cada mes, y se gasta, no en glotonería, sino que en los pobres y afligidos. Estas
caridades nos las echan en cara como una desgracia, vean, se dice, cómo ellos se aman unos a
otros. Nosotros nos llamamos asociación, vosotros pertenecéis también por naturaleza a nuestra
asociación, pero sois mala compañía. Nosotros somos acusados de todas las calamidades. Sin
embargo, vivimos con vosotros, no evadimos ninguna profesión, solamente la de asesinos, magos,
y las semejantes. Vosotros perdonáis a los filósofos a pesar de que sus costumbres son menos
admirables que las nuestras. Confiesan que nuestras enseñanzas son más antiguas que las de
ellos, ya que nada es más antiguo que la verdad. La resurrección que vosotros rechazáis tiene
muchos paralelos en la naturaleza. Vosotros nos consideráis locos y nosotros nos regocijamos de
ello. Nosotros conquistamos por nuestra muerte. Preguntad por la causa de nuestra constancia.
Nosotros creemos que este martirio es la remisión de todas las ofensas, y que aquel quien es
condenado por vuestros tribunales es absuelto ante Dios.
Estos puntos son todos acentuados con infinito ingenio y amargura. Las culpas son obvias. El
efecto en los paganos pudo haber sido más de irritación que de convencimiento. Su brevedad
resulta en oscuridad. Pero todos los amantes de la elocuencia, y habían muchos en esos días, se
hubieran regocijado con placer epicúreo la fiesta de ingeniosa exhortación y recóndito aprendizaje.
Los ataques más virulentos son tan rápidos que nos resulta difícil comprender su peligrosidad
antes de que sean renovados frenéticamente, con algunas veces algún golpe violento para
cambiar el efecto. El estilo es compacto como el de Tácito, sin embargo, observa cuidadosamente
la métrica, al contrario de la regla de Tácito, y ese maravilloso hacedor de frases es superado por
su sucesor Cristiano con frases que son unas joyas que serán citadas mientras dure el mundo.
¿Quien no conoce el “anima naturaliter Christiana” (alma cristiana por naturaleza); el “Vide,
inquiunt, ut invicem se diligent” (Ved, ellos exclaman, como se aman los unos a los otros); y el
“Semen est sanguis Christianorum” (La sangre de los Cristianos es semilla)? Probablemente fue al
mismo tiempo que Tertuliano desarrolló, en su pequeño libro que lleva el mismo título, su tesis del
“Testimonio del Alma” para probar la existencia de un solo Dios. Con su acostumbrada elocuencia
él desarrolla la idea que el lenguaje corriente nos inspira a usar expresiones como “Regalo de
Dios” o “Si Dios quiere”, “Dios bendice”, “Dios ve”, “Qué Dios se lo pague”. El alma testifica también
de diablos, de justa venganza, y de su propia inmortalidad.
Dos o tres años más tarde (alrededor del año 200) Tertuliano asaltó nuevamente la herejía con un
tratado todavía más brillante, que, a diferencia del “Apologeticus”, no es únicamente para su propia
época sino que para todos los tiempos. Se llama “Liber de praescriptione haereticorum”.
Prescripción significa en este caso el derecho sobre algo obtenido por su uso prolongado. En el
Derecho Romano el significado es más amplio, significa el abandono de un caso rehusando oír el
argumento del contrario, a causa de una evidencia anterior que lo invalida completamente.
.Tertuliano aplica este principio a las herejías, no sirve de nada oír sus argumentos o refutarlos,
porque ya existen pruebas anteriores de su falsedad que no ameritan su discusión. Las herejías,
comienza Tertuliano, no deben de sorprendernos, puesto que ellas fueron profetizadas. Los
herejes utilizan el texto “Buscad y encontraréis”, sin embargo, a los Cristianos no nos dijeron esto,
nosotros tenemos una regla de fe que debe de aceptarse sin cuestionamiento. “Permitid que la
curiosidad dé lugar a la fe y la vanagloria ceda su lugar a la salvación” de esta manera Tertuliano
parodia una línea de Cicerón. Los herejes argumentan según las Escrituras, pero, primero,
nosotros tenemos prohibido relacionarnos con un hereje después de la primera censura, y
segundo, las discusiones resultan sólo en blasfemia por un lado y en indignación por el otro,
mientras que el oyente se retira más confundido que cuando llegó. La pregunta real es, ¿A quién
pertenece la fe?, ¿De quién son las Escrituras?, ¿Por quién, por medio de quién, cuándo y para
quién se ha dado la disciplina por medio de la cual nosotros somos Cristianos?, la respuesta es
sencilla. Cristo envió a sus Apóstoles, quienes fundaron Iglesias en cada ciudad, de las cuales las
otras han tomado la tradición de la fe y la semilla de la doctrina y diariamente toman para
convertirse en Iglesias, de tal manera que ellas son también Apostólicas en el sentido de que son
descendientes de Iglesias Apostólicas. Todas ellas son esa Iglesia que los Apóstoles fundaron,
siempre y cuando se observe la paz y la intercomunión [dum est illis communicatio pacis et
appellatio fraternitatis et contesseratio hospitalitatis]. Por lo tanto este es el testimonio de la verdad
“Nosotros estamos en comunidad con las Iglesias Apostólicas” Los herejes contestarán que los
Apóstoles no conocían toda la verdad. ¿Podría haber algo desconocido para Pedro, que era
llamado la roca sobre la cual la Iglesia sería construida?, o ¿para Juan, que descansó en el pecho
del Señor? Pero ellos dirán que las Iglesias se han equivocado. Algunas indudablemente se fueron
por el mal camino, y fueron corregidas por el Apóstol; y para otras no tuvo más que elogios. “Pero,
admitamos que todas se han equivocado. ¿Es creíble que todas estas grandes Iglesias se hayan
equivocado coincidiendo en la misma fe”? Admitiendo este absurdo, entonces ¡todos los
bautismos, regalos espirituales, milagros, martirios, han sido en vano hasta que Marción y
Valentino por fin aparecieron! La verdad será más joven que el error, porque estos dos herejes
pertenecen al pasado, y eran todavía católicos en Roma durante el episcopado de Eleuterio. De
toda forma, las herejías son novedades y no tienen continuidad con la enseñanza de Cristo.
Tal vez algunos herejes puedan reclamar antigüedad apostólica. Dejémosles que publiquen los
orígenes de sus Iglesias y que nos muestren el catalogo de sus obispos, desde los Apóstoles o
desde algún obispo ungido por los Apóstoles, hasta nuestros días, tal como los de Esmirna
cuentan desde Policarpo y Juan, y los Romanos desde Clemente y Pedro, dejemos que los herejes
inventen algo parecido. ¿Por qué? porque sus errores fueron denunciados por los Apóstoles hace
mucho tiempo. Finalmente,Tertuliano menciona ciertas Iglesias apostólicas, señalando
especialmente a Roma, cuyo testigo es el que está más cerca de todos, ¡Iglesia feliz, por la cual los
Apóstoles derramaron todas sus enseñanzas junto con toda su sangre, por la que Pedro sufrió una
muerte igual a la de su Maestro, por la que Pablo fue coronado con un final semejante al del
Bautista, por la que Juan fue sumergido en aceite hirviendo sin que sufriera daño! La Regla
Romana de la Fe se resume, sin duda, en el viejo Credo Romano, el mismo que nuestro actual
Símbolo de los Apóstoles, salvo por algunas pequeñas adiciones en este último, casi el mismo
resumen se da en el capítulo xiii, y se encuentra en “De virginibus velandis” (Capitulo I). Tertuliano,
evidentemente, evita mencionar las palabras exactas, que solamente se enseñaban a los
catecúmenos muy próximos al bautismo. La totalidad de estos argumentos luminosos se basan en
los primeros capítulos del tercer libro de San Ireneo, pero su vigorosa exposición es tan de
Tertuliano como su exhaustiva y convincente lógica. Nunca él se mostró menos violento y menos
oscuro. El llamado a las Iglesias apostólicas era imposible de contestar en sus días, el resto de sus
argumentos son todavía válidos.
Pertenecen también a la época católica de Tertuliano una serie de escritos cortos dirigidos a los
catecúmenos, que se sitúan entre los años 200 y 206. “De spectaculis” explica y probablemente
exagera la imposibilidad para un Cristiano de asistir a algún espectáculo perverso, aun a carreras o
espectáculos teatrales, sin ya sea ofender su fe participando en idolatría o despertar sus pasiones.
“De idolatria” situado por algunos en una fecha más tardía, está indudablemente fuertemente
vinculado con el trabajo anterior. Explica que la creación de ídolos está prohibida, y similarmente la
astrología, la venta de incienso, etc. Un maestro de escuela no puede eludir la corrupción. Un
Cristiano no puede ser soldado. A la pregunta, ¿Cómo voy entonces a vivir? Tertuliano responde
que la fe no teme al hambre, que si por la fe nosotros debemos ofrendar nuestra vida ¿por qué no
nuestro modo de vivir? “De baptismo” es una instrucción sobre la necesidad del bautismo y sobre
sus efectos, está dirigida en contra de una maestra del error que pertenecía a la secta de Cayo (tal
vez el anti-montañista). En este tratado aprendemos que el bautismo era conferido normalmente
por el obispo, pero con su consentimiento podía también ser administrado por presbíteros,
diáconos y aun laicos. El tiempo apropiado para conferirlo era Pascua y Pentecostés. La
preparación se hacía ayunando, haciendo vigilias y oraciones. La Confirmación se confería
inmediatamente después por unción e imposición de manos. “De paenitentia” se mencionará más
adelante. “De oratione” contiene una exposición de La Oración del Señor, totius evangelii
breviarium. "De cultu feminarum" es una instrucción en la modestia y en la sencillez en el vestir,
Tertuliano goza describiendo en detalle y ridiculizando las extravagancias del arreglo femenino.
Además de estos tratados didácticos para los catecúmenos, Tertuliano escribió en la misma época
dos libros, “Ad uxorem” en el primero de los cuales ruega a su esposa no casarse de nuevo
después de su muerte, ya que no es apropiado para un Cristiano, mientras que en el segundo libro
él le hace prometer, por lo menos casarse con un Cristiano si ella se casa de nuevo, porque no
debe relacionarse con un pagano. Su pequeño libro sobre la paciencia es emotivo, debido a que el
autor admite que es una impertinencia de su parte disertar sobre una virtud que él tan
conspicuamente no posee. Su libro en contra de los judíos contiene una curiosa cronología, usada
para probar el cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de Daniel. La segunda mitad
del libro es casi idéntica con parte del tercer libro en contra de Marción. Parece que Tertuliano
utilizó de nuevo lo que había escrito en una versión anterior de dicha obra, que data de esta época.
"Adversus Hermogenem" es contra un cierto Hermógenes, un pintor (¿de ídolos?) que enseñó que
Dios creó el mundo de una materia pre-existente. Tertuliano reduce su argumento ad absurdum, y
establece la creación de la nada basándose en la Escritura y la razón.
En 209, apareció el pequeño libro “De pallio” Tertuliano había llamado la atención adoptando el
palio griego, la vestimenta distintiva de los filósofos, y defiende su conducta en un picaresco
panfleto. Un libro extenso, “De anima” expone la psicología de Tertuliano. El describe muy bien la
unidad del alma, enseña que es espiritual, pero no admite una inmaterialidad en toda la extensión
de su significado, para nada que exista, aun Dios es corpus. Dos de sus libros fueron escritos en
contra del docetismo de los Gnosticos, “De carne Christi” y “De resurrectione carnis”. En ellos
enfatiza la realidad del Cuerpo de Cristo y su nacimiento virginal, y enseña una resurrección
corporal. Pero aparentemente niega la virginidad de María, la Madre de Cristo, in partu, sin
embargo, la afirma ante-partum. El dirige una exhortación a un converso que era viudo
aconsejándole evitar un segundo matrimonio, que lo considera equivalente a la fornicación. Esta
obra, "De exhortatione castitatis", implica que el escritor todavía no se había separado de la Iglesia.
El mismo rigorismo excesivo aparece en "De corona", en el cual Tertuliano defiende a un soldado
que ha rehusado usar una tiara en su cabeza cuando recibió el donativo dado al ejercito en la
accesión al Imperio de Caracalla y Geta en 211. El hombre había sido degradado y hecho
prisionero. Muchos Cristianos consideraban su acción extravagante y rehusaban considerarlo
como mártir. Tertuliano declara, no solamente, que utilizar la corona hubiera sido idolatría, sino que
afirma que ningún Cristiano puede ser soldado sin comprometer su fe. La siguiente obra, en orden
cronológico, es el "Scorpiace", o antídoto para la picadura del escorpión, dirigido contra las
enseñanzas de los Valentinianos que enseñaban que Dios no aprueba el martirio, ya que Él no
quiere la muerte del hombre, ellos también permitían el acto externo de idolatría. Tertuliano
demuestra que Dios desea el coraje de los mártires y su victoria sobre la tentación, él prueba por
medio de la Escritura el deber de sufrir la muerte por la fe y las grandes promesas ofrecidas por
este heroísmo. Al año 212 pertenece la carta abierta "Ad scapulam", dirigida al pro-cónsul de África
que estaba renovando las persecuciones, que habían cesado desde el 203.
La separación formal de Tertuliano de la Iglesia de Cartago parece haber sido ya sea en 211 o al
final de 212, lo más tarde. La primera fecha la fija Harnack basándose en la estrecha relación entre
"De corona" de 211 con "De fuga", que debe, él piensa, haber seguido inmediatamente a "De
corona". Es seguro que "De fuga in persecutione" fue escrita después de la separación. Esta obra
condena la fuga en tiempos de persecución, ya que la providencia de Dios quiere el sufrimiento.
Esta doctrina intolerable no la había propuesto Tertuliano durante sus días católicos. Ahora llama a
los católicos "Psychici", en oposición a los “espirituales” Montañistas. No se menciona la causa de
su cisma. Es improbable que él haya dejado la Iglesia voluntariamente. Parece, más bien, que
cuando las profecías montañistas fueron condenadas por Roma, la Iglesia de Cartago excomulgó,
por lo menos, a los más violentos entre sus adherentes. Después de "De fuga" viene "De
monogamia" (en donde se censura aún más severamente la perversidad del segundo matrimonio)
y "De jejunio", una defensa de los ayunos de los Montañistas. Es muy importante, "Adversus
Prazean", un trabajo dogmático. Praxeas no había permitido, de acuerdo a Tertuliano, el
reconocimiento de la profecía montañista por el papa. Tertuliano le ataca tildándole de
Monarquista, y desarrolla su propia teoría de la Santísima Trinidad. (Ver Monarquistas y Praxeas).
La última obra del apasionado cismático parece ser " De pudicitia", una protesta, como se cree
generalmente, contra un Decreto del papa Calixto, en el cual el perdón de los adúlteros y
fornicadores, después de cumplir la debida penitencia, era anunciado como por la intercesión de
los mártires. Monceaux, sin embargo, todavía defiende el argumento, que antes era más
generalizado que lo es ahora, que el decreto en cuestión, fue promulgado por un obispo de
Cartago. En cualquiera de los casos, su atribución por Tertuliano a un hipotético episcopus
episcoporum y pontifex maximus meramente atestigua su carácter definitivo. La identificación de
este decreto con la más amplia relajación de la disciplina por la que Hipólito reprocha a Calixto, es
incierta.
Para entender plenamente la doctrina de Tertuliano debemos conocer su división del pecado en
tres clases: Primeramente tenemos los terribles pecados de idolatría, blasfemia, homicidio,
adulterio, fornicación, falso testimonio, fraude, (Adv. Marc., IV, ix; en "De Pud." Sustituye apostasía
por falso testimonio y añade vicios contra la naturaleza). Como Montañista, los llama
imperdonables. Entre éstos y los meros pecados veniales hay, modica o media (De Pud.., I),
pecados, menos graves, pero todavía serios, que enumera en "De Pud.", xix: " Pecados que se
cometen diariamente, a los cuales todos estamos sujetos, ¿a quien no le ocurre, disgustarse sin
causa antes que se ponga el sol, o pegarle a alguien, o insultar fácilmente a otro, o jurar en vano, o
romper un contrato, o mentir por vergüenza o por necesidad? ¡Cuántas tentaciones sufrimos en los
negocios, en los deberes, en el comercio, en la comida, la vista y el oído! Si no hubiera perdón
para estos actos, nadie se salvaría. Por consecuencia, habrá perdón para estos pecados mediante
la oración de Cristo al Padre” " (De Pud., xix).
Otra lista (De pud., vii) representa los pecados que pueden perder a una oveja, pero no matarla. “El
pecador está perdido si asiste a las carreras de carruajes, o combates de gladiadores, o al teatro
impuro, o a exhibiciones de atletas, o juegos, o fiestas en alguna celebración secular, o si se ha
ejercido algún arte que sirva a la idolatría, o se ha caído en alguna negación de la fe o en una
blasfemia”. Para estos pecados hay perdón, a pesar de que el pecador se ha extraviado del redil.
¿Cómo es obtiene el perdón? Lo aprendemos sólo incidentalmente de sus palabras. “Ese tipo de
penitencia que es consecuencia de la fe, que puede ya sea, obtener el perdón del obispo por
pecados menores, o de Dios solamente por aquellos que son imperdonables” (ib., xviii). Así,
Tertuliano admite el poder de los obispos para perdonar todos los pecados menos los
imperdonables. La absolución que él admite para pecados frecuentes no estaba obviamente
limitada a una sola vez, sino que podía ser repetida frecuentemente. Esta, no se menciona en "De
paen", que trata únicamente sobre el bautismo y la penitencia pública por los pecados más graves.
Otra vez, en "De pud.", Tertuliano repudia sus anteriores enseñanzas que las llaves las dejó Cristo
por medio de Pedro a su Iglesia (Scorpiace, x); ahora declara (De pud., xxi), que el regalo fue
personal para Pedro, y que no puede reclamarlo la Iglesia de los "Psychici". El obispo tiene el
derecho de perdonar, sin embargo el Paráclito dijo: “La Iglesia tiene el poder de perdonar los
pecados, pero Yo no lo haré, porque volverán a pecar”.
Este era el sistema de la Iglesia de Cartago en tiempos de Tertuliano. Aquellos que cometían
pecados graves se confesaban con el obispo y si él los absolvía, les imponía una penitencia que
debía ser satisfecha en privado, al menos que el caso fuera tan grave, que a su juicio fuera
obligatorio imponer una penitencia pública. Esta penitencia pública sólo se permitía una vez, se
imponía por largos períodos, algunas veces hasta la hora de la muerte, pero al final de ella, se
prometía perdón y restauración. El período se reducía por la oración de los mártires.
El canon de Tertuliano del Antiguo Testamento incluía los libros deuterocanónicos, ya que él los
cita en sus escritos. También cita el Libro de Enoc como inspirado, y piensa que aquellos que lo
rechazan están equivocados. También aparentemente reconoce el IV-Esdras y el Oráculo, sin
embargo, admite que hay muchas falsificaciones ocultas. Del Nuevo Testamento conoce los Cuatro
Evangelios, Los Hechos de los Apóstoles, las Epístolas de San Pablo, la Primera de Pedro (Ad
Ponticos), la Primera de Juan, La carta de Judas y el Apocalipsis. No conoce ni la carta de
Santiago ni la Segunda de Pedro, pero no podemos afirmar que desconozca la Segunda y Tercera
Carta de Juan. Atribuye la Carta a los Hebreos a Bernabé. Rechaza el “Pastor” de Hermas y dice
que muchos concilios de los "Psychici" también lo habían rechazado. Tertuliano era erudito, pero
descuidado en sus aseveraciones históricas. Cita a Varro y a un escritor médico, Sorano de Éfeso,
evidentemente había leído mucha literatura pagana. Cita a Ireneo, Justino, Milciades, y Próculo.
Probablemente, conocía parte de los escritos de Clemente de Alejandría. Tertuliano es el primero
de los escritores teológicos latinos. No podemos asegurar su importancia. Es el primer testigo de la
existencia de una Biblia Latina, a pesar de que frecuentemente traducía, de una Biblia en griego,
mientras escribía. Zahn niega que Tertuliano haya poseido una traducción latina de la Biblia, sin
embargo, su opinión ha sido comúnmente rechazada, ya que Santa Perpetua tenía una en Cartago
en 203.
JOHN CHAPMAN