Una Hidra de Siete Cabezas Peronismo en
Una Hidra de Siete Cabezas Peronismo en
Una Hidra de Siete Cabezas Peronismo en
Vol 6, No 1 (2016)
Enero / Junio 2016
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Julieta Quirós
Una hidra de siete cabezas. Peronismo
en Córdoba, interconocimiento y voto
hacia el fin del ciclo kirchnerista
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Julieta Quirós, « Una hidra de siete cabezas. Peronismo en Córdoba, interconocimiento y voto hacia el fin del ciclo
kirchnerista », Corpus [En línea], Vol 6, No 1 | 2016, Publicado el 01 julio 2016, consultado el 02 julio 2016. URL :
http://corpusarchivos.revues.org/1595 ; DOI : 10.4000/corpusarchivos.1595
Julieta Quirós
puesta, el ruido de los bichos y un paso más la oscuridad completa. Dardo, peronista de toda
la vida y tres veces intendente de Mollar Viejo, a quien todavía le tocaba seguir de cerca los
avatares de la política local porque el actual jefe comunal era ni más ni menos que su sobrino
materno, el César, ese pibe que él había criado como a un hijo, me dijo estar desahuciado. Lo
que más “le jodía” era que su propio partido tenía una “enorme responsabilidad”: “¡Lo hicieron
estos sinvergüenzas que enfrentaron a Córdoba con Nación todos estos años!”, despotricó, “¡Y
decime para qué: si Córdoba tenía todo para ser kirchnerista! ¡Córdoba podía ser kirchnerista!”
5 Por los números que esa tarde le habían ido llegando a César por celular, nos habíamos dado
una idea de cómo venía la mano en los municipios vecinos; pero solo íbamos a tener verdadera
dimensión del fenómeno la mañana siguiente, al leer en los diarios que la fórmula presidencial
de Mauricio Macri había ganado en la provincia de Córdoba con el 71,5% de los votos, lo
que significaba que la cantidad de votos con que Macri superaba a su contrincante Scioli en
Córdoba era mayor a la suma de las ventajas que le sacaba en todos los distritos del país.
Si a nivel nacional Macri aventajaba a Scioli por la menuda cifra de casi 3 puntos (que lo
consagraba presidente), en la provincia de Córdoba esa diferencia se multiplicaba a 44 puntos:
la mayor del país. Le seguía en segundo lugar, y lejos, la ciudad de Buenos Aires (territorio
político de Macri por excelencia) con 30 puntos de ventaja. En una palabra: el aporte de la
provincia de Córdoba al resultado final había sido decisivo.
6 El día después y los que siguieron no faltó diario, radio y analista político que no hablara
del fenómeno Córdoba. El “aplastante voto cordobés” a favor del macrismo no era otra cosa,
coincidían especialistas, que el aplastante voto cordobés contra el kirchnerismo.2 “¿Entenderá
alguna vez el kirchnerismo lo que le costaron ocho años de ninguneo a esta provincia?”,
escribía un cronista en el emblemático La Voz del Interior.3 El entonces gobernador por tercer
período y líder del peronismo cordobés, José Manuel De la Sota —quien en los últimos años
se había transformado en una de las figuras más prominentes del peronismo opositor a la
presidenta Cristina F. de Kirchner— se relamía en el resultado; victorioso, vociferaba en los
medios: “Los cordobeses dijeron ‘Basta’, los cordobeses votaron en contra del maltrato del
gobierno nacional”.4
7 La situación era públicamente conocida: si hubo una promesa en la que los tres principales
candidatos a gobernador de Córdoba habían coincidido durante su campaña unos meses atrás,
fue la de que garantizarían “mejorar la relación con Nación”. Mejorar era un eufemismo: en
todo caso la relación había que rehacerla, porque estaba rota. A los fines que nos ocupan en
estas páginas, podemos decir que esa ruptura no es más que un caso ejemplar (en grado e
intensidad) de un fenómeno más amplio que podríamos llamar la tensión basal —o si se quiere,
para hacer uso de un arpegio hoy a la moda en el léxico político argentino, la grieta5— entre
un peronismo provincial de raíz conservadora (como el conducido por José Manuel De la Sota
desde 1998 bajo la coalición de centroderecha Unión por Córdoba [UPC]) y un peronismo
nacional que, como el kirchnerismo, se erigió sobre la alianza con sectores y consignas del
progresismo, tanto peronista como no peronista, agrupados, desde 2003 en adelante, en la
alianza electoral Frente para la Victoria (FPV). La “contingencia de los sucesos y recurrencia
de las estructuras”, al decir de Marshall Sahlins (1998), quiso que esa tensión estallara en el año
2008 —y no solo en Córdoba sino en otras provincias también—, con el llamado “conflicto del
campo” o conflicto de “la 125”,6 cuando Cristina F. de Kirchner cursaba su primer mandato
como presidenta y sucesora del expresidente Néstor Kirchner. En Córdoba, el escenario se
consuma como abierto enfrentamiento político en 2011, cuando J. M. De la Sota vuelve a
la gobernación en un tercer mandado, ya como inflexible opositor al kirchnerismo. Para las
elecciones legislativas de 2013, el delasotismo enarbola su propuesta partidaria con la bandera
del “cordobesismo”; lejos de ser una exaltación localista, el lema interpelaba de lleno al resto
de las provincias: “cordobesismo” era una forma de decir, Nosotros, el Interior y, por tanto,
la fórmula con que De la Sota se proyectaba como figura presidenciable de lo que muchos
compañeros ya saboreaban, para 2015, como la posteridad del peronismo sin kirchnerismo.
8 Si hubo un actor damnificado en esta historia de enfrentamiento entre Córdoba y Nación —que
no fue otra cosa que la grieta dentro del propio peronismo—, ese actor fueron los intendentes
cordobeses. Para ellos, a lo largo de por lo menos siete años, la gestión de las cuestiones
más básicas de sus localidades se vio cada vez más condicionada y distorsionada por los
traqueteos del conflicto político. Municipios como Mollar Viejo lo vivieron en carne propia:
llegó un momento en que los funcionarios de los ministerios nacionales se acostumbraron a
supeditar la concreción de convenios y obras al examen del prontuario de cada intendente:
¿Querés el CIC7? Veamos: ¿Sos compañero? Y el gobierno provincial hizo lo propio aceitando
la palanca de retraso en los pagos de la coparticipación como forma de aleccionar a los
intendentes sediciosos: ¿Necesitás cash? Veamos: ¿Firmaste la solicitada? ¿Dónde estuviste
el 23 de junio de 2013? ¿Y por Buenos Aires cómo andamos? La peor parte le tocó a los
intendentes peronistas: por las rutas del interior cordobés era vox populi que la gobernación
recibía cordialmente a los intendentes de otros partidos, mientras ninguneaba a los peronistas
que sabía o sospechaba en buenas migas con el gobierno nacional. Como me dijo una vez un
exintendente de una pequeña ciudad del norte cordobés: “Que alguien me diga cómo carajo
hacés para gobernar un municipio de estos con Provincia o con Nación jugándote en contra
y yo me saco el sombrero”.
Tabla N° 1: La grieta dentro del peronismo, desde el caso cordobés
Provincia Nación
Espacio o movimiento político delasotismo o sotismo kirchnerismo
Néstor Kirchner
Conductor José Manuel De la Sota
Cristina F. de Kirchner
Unión por Córdoba Frente para la Victoria
Sello partidario
(UPC) (FPV)
J. M. De la Sota
(precandidato para las PASO por
Candidato presidencial 2015 Daniel Scioli
el Frente Unidos por una Nueva
Argentina, UNA)
9 En este contexto, las elecciones presidenciales de 2015 eran, para todos, la esperada
oportunidad para dar una vuelta de página. Los dos candidatos entre los que terminaría
dirimiéndose el futuro del gobierno nacional supieron leer muy bien el significado y
valor político de Córdoba: en agosto Daniel Scioli la eligió como lugar de lanzamiento y
oficialización de su fórmula; una forma de decir: Soy kirchnerismo, pero voy a hacer las cosas
distinto; mientras Mauricio Macri eligió Córdoba como lugar de cierre de su campaña para las
generales de octubre; una forma de decir: Estoy acá porque soy Cambiemos.8
10 En términos generales, vale notar que esas elecciones, en su dinámica de tres series, ofrecieron
una lógica expresiva peculiar. Podríamos ponerlo así: en la primera —las PASO—, cuando se
presentaron 11 fuerzas partidarias con 15 precandidaturas,9 podías votar al partido o candidato
que más te gustara, inclusive podías tener la suerte de tener un candidato que realmente te
gustara, como también podías emitir cómodamente tu voto de protesta sufragando en blanco.
Ese fue el momento de decir: el voto se acercó entonces al ideal cívico que Michel Offerlé
(2011) resume en la fórmula “un ciudadano, una opinión política”. En la segunda serie, las
generales de octubre, cuando se presentaron las 6 candidaturas efectivas, el acto del voto se
fue acercando a una jugada en un tablero de relaciones: la mayoría de las personas se sintió
compelida a desplazar el componente expresivo del voto de agosto en favor de algún tipo
de apuesta o cálculo relacional. En la última serie, el ballotage, la antinomia Scioli o Macri
pasó a expresar crudamente lo que estuvo en juego desde el principio: kirchnerismo o no-
kirchnerismo. Muchos eligieron por uno u otro aun teniendo que taparse la nariz con los dedos
al momento de depositar el sobre en la urna; el sistema les daba un consuelo: en agosto habían
podido votar otra cosa y ese —y no este— era su verdadero voto (i.e: “Voto a Scioli, pero en
las PASO voté al FIT [partido de izquierda]”; “Voto a Macri, pero en agosto y octubre mi voto
fue a Margarita Stolbizer [candidata socialdemócrata]”).
11 Podemos decir que el peronismo cordobés, entendido como estructura política, siguió esta
misma lógica: si en las primarias de agosto y en las generales de octubre pudo darse el lujo de
acumular capital político para un candidato propio, en el ballotage de noviembre su apuesta
fue llamar al voto anti-K. No lo hizo declaradamente —entiéndase: Macri no es peronista y el
principal socio de su coalición partidaria fue el radicalismo;10 el peronismo cordobés no podía
oficialmente llamar a votar por eso—, pero sí en los hechos. Así, en vísperas a la segunda
vuelta, en las localidades del interior pudimos ver a los representantes de Unión por Córdoba
llevar y traer boletas de Cambiemos, y no faltaron figuras de referencia, como legisladores y
presidentes del Partido Justicialista, que los días previos a la elección echaran a rodar en sus
localidades un aviso que operó como abierta invitación: “Yo voto a Macri”.
12 Debe notarse, sin embargo, que no todo el peronismo cordobés acompañó a sus conductores
en esta jugada. Mucho antes de que a Daniel Scioli le fuera mal, hubo peronistas ligados
al delasotismo que apostaron a poner un pie en ese espacio político que entre junio y
noviembre supo esbozarse, y proyectarse a nivel nacional, con el nombre de “sciolismo”.
Peronistas cordobeses que vieron allí la posibilidad de vincularse, desde 2015 en adelante, a un
gobierno nacional propiamente peronista. Y entonces el lector —el extranjero sobre todo— se
preguntará: ¿pero cómo es esto?, ¿acaso “kirchnerismo” no es “peronismo”?, ¿y “peronismo
cordobés” sería algo distinto a “peronismo”?, ¿y qué habría entonces del “sciolismo”?
13 “¿Peronismo?”, preguntó José Manuel De la Sota respondiendo a la pregunta “qué es el
peronismo para usted” que le acababa de hacer un periodista, y seguidamente agregó: “Hoy
hay muchos que se dicen peronistas; hay peronistasss (marcando la ese), pero no hay más
peronismo”. Una respuesta sobre la que acaso uno podría decir: no hay más peronismo del
mismo modo que no lo había antes, si es que alguna vez lo hubo. Hace poco un político y
polítologo argentino declaró en una entrevista periodística que el peronismo nunca había sido
un partido: “El peronismo”, dijo, “es una hidra de siete cabezas que se niegan a sí mismas pero
que pertenecen al mismo tronco”.11
14 Bien: este artículo trata de esa hidra. Con la particularidad de que propone seguirla en escala
etnográfica, por intermedio de un puñado de situaciones vividas en la escena política de un
conjunto de pueblos y pequeñas ciudades del interior cordobés. Para eso, nos valdremos de tres
estrategias analíticas que propongo explicitar, a modo de metatexto (y también de advertencia
al lector), en lo que sigue:
15 1. Las situaciones sociales que se analizan en este artículo resultan de una investigación
etnográfica, actualmente en curso, sobre procesos políticos en comunas rurales de la provincia
de Córdoba, y tienen por protagonistas a algunos de los peronistas díscolos que en las
elecciones presidenciales de 2015 migraron fugazmente del peronismo cordobés conducido
por José Manuel De la Sota a esa nueva versión del kirchnerismo que vislumbraron en
la candidatura de Daniel Scioli.12 Es importante decir que, dentro del mapa del peronismo
provincial, ese grupo de díscolos ha sido minoritario, tanto en número como en su influencia
y visibilidad políticas. Si aquí propongo seguir algunos de sus movimientos es porque, en su
condición de historias mínimas, sirven al doble objetivo que anima este artículo: a) interrogar
etnográficamente al peronismo y los peronismos en su forma contemporánea, echando luz
sobre la dinámica que adoptaron, en su seno y hacia el fin de la década kirchnerista, ciertas
relaciones de alteridad —esto es: relaciones organizadas en torno a categorizaciones del
tipo Otros/Nosotros—; b) interrogar etnográficamente la dinámica que asumen relaciones de
representación política de diverso orden: las relaciones cara a cara de la política local, y las
relaciones de representación, competencia e interdependencia entre distintos Estados y escalas
de localidad —Municipio, Provincia, Nación— que hacen a nuestro sistema político en su
funcionamiento concreto.
16 2. Este texto ha sido elaborado desde una perspectiva analítica que suelo llamar “antropología
de la política vivida”, expresión en la que el adjetivo “vivida” no comporta una pretensión
conceptual sino más bien la apuesta por enfatizar y potenciar una práctica de conocimiento
que define de manera crucial al quehacer antropológico: la posibilidad de abordar y analizar
el mundo social en su condición de proceso vivo. Sin poder entrar de lleno en el significado
e implicancias que contiene esta proposición (véase al respecto Quirós 2011, 2014a,), me
limito a explicitar que ella se traduce en una serie de disposiciones etnográficas, de las cuales
cabe aquí señalar por lo menos dos: en primer lugar, la puesta en práctica de una visión
enérgicamente antiintelectualista de eso que en antropología solemos considerar el “punto
de vista” o “perspectiva” de los actores, privilegiando, para ello, el seguimiento y análisis
etnográficos de los microprocesos de acción e interacción a través de los cuales nuestros
interlocutores de campo hacen —en el caso particular que nos ocupa— política.13 En segundo
lugar, la seria consideración analítica, como pleno dato etnográfico, de toda aquella evidencia
empírica que resulta de los múltiples sentidos cognoscitivos y formas de comunicación —
no solo verbal sino también, y de modo fundamental, no verbal— que entran en juego en el
trabajo de campo en tanto experiencia de participación del investigador en fragmentos de vida
social, con y entre las experiencias de sus interlocutores (véase Favret-Saada 1990, Ingold
2000, Goldman 2006, Wacquant 2005).
17 3. Una de las implicancias que se desprenden de ambas disposiciones etnográficas atañe a la
tercera estrategia analítica a explicitar aquí, la cual refiere a la propuesta textual contenida
en este artículo. Ella guarda una doble apuesta: por un lado, la de propiciar y abogar, desde
la antropología, por el reconocimiento de políticas de escritura que guarden fidelidad y
adecuación epistémica con la naturaleza vívida de los medios de conocimiento implicados en
la investigación etnográfica; por otro, la apuesta de que esas políticas no queden reservadas
—como ocurre usualmente— a ámbitos intelectuales no académicos, sino que sean alojadas
también en nuestras revistas especializadas (véase Quirós 2014a, 2014b). Para ello, suelo
aclarar que interrogar la política en su dimensión vivida no equivale ni a aderezar nuestras
descripciones con notas de color, ni a lanzarnos a experimentar nuestra veta literaria; se
trata, al contrario, de entregarse al trabajoso ejercicio analítico de constituir en dato ciertos
detalles cruciales de la experiencia etnográfica, para ponerlos al servicio de una economía
lingüística específica: aquella necesaria y suficiente para relacionar contextos diversos y
reponer la atmósfera —en el sentido sociológico que Marcel Mauss da al término— en que
los procesos que estudiamos pueden ser analizados. Asimismo, interrogar la política vivida
implica modelar y modular creativamente nuestro universo conceptual en pos de producir,
como propone Mariza Peirano (2008, 2014), un encuentro genuinamente solidario y orgánico
entre descripción y explicación, y entre etnografía y teoría antropológica.
18 La estructura narrativa de las páginas que siguen, el sustrato conceptual solo por momentos
explicitado en que discurren sus preguntas y argumentos, y la licencia de dejar cabos
sueltos en una descripción analítica que busca exponer las imbricaciones entre “hecho” y
“valor” (Lenclud 2004), responden a estos criterios, y de modo general, a una práctica de
antropología a la que este texto busca contribuir, con la convicción de que usar dinámicamente
nuestros conceptos —usarlos operativamente como lentes que componen lo que Esteban Krotz
(2012) llama “una determinada visión”— no significa volver nuestra disciplina menos rigurosa
ni meramente descriptiva, sino que es, al contrario, fortalecer su agudeza comprensiva y
explicativa, y sus posibilidades de intervención en los debates de la sociedad contemporánea.
19 Dicho esto, vuelvo entonces a nuestro escenario, Mollar Viejo.
los que llevaba afincado en la provincia de Buenos Aires. Hasta donde César había tenido
noticias, Funes siempre había trabajado para el peronismo duhaldista; y ahora —se enteraba
— estaba oficiando de operador político del gobernador Daniel Scioli, quien por entonces
formaba parte de los dos o tres precandidatos presidenciales que el kirchnerismo tenía en mente
para las primarias de agosto. He aquí la razón de su llamado a César.15
30 La primera reunión fue en la casa natal de Funes, ubicada a unos pocos kilómetros de Mollar
Viejo; le siguió otra que contó con la presencia de un representante del gabinete sciolista,
venido directo desde La Plata. César salió entusiasmado y con una misión en la que vislumbró
una cuña: sumar compañeros y armar una mesa de apoyo al candidato Scioli en la región.
Luego vino la invitación a Buenos Aires a una reunión más amplia entre intendentes y el
gabinete sciolista. Pocos días antes de consumarse la candidatura de Scioli como fórmula única
del kirchnerismo para las PASO, César se dio el lujo de primerear, anticipando en un medio
de prensa local: “En las elecciones provinciales acompañaremos al candidato Schiaretti, en las
nacionales nuestro candidato es Daniel Scioli”.
31 “Un cocoliche”, ironizó Maricha al día siguiente con el diario en la mano, y su comentario
expresaba una queja bien concreta: Maricha, empleada municipal y mano derecha de César,
era la persona que tenía que lidiar todos los días con agentes del gobierno provincial y nacional
para los asuntos de gestión más ordinarios, y estos, como bien sabía, no eran inmunes a las
estrategias electorales de su jefe. “Decime, ¿ahora cómo les explico cuando me pregunten?”,
rezongaba. Ciertamente, con su declaración pública César anunciaba una jugada heterodoxa
para ese momento; el propio medio local grabó la anomalía: “Pertenece a UPC pero va con
Scioli”, tituló la nota, cosa que fue bien recibida por César porque en cierto modo era el
efecto buscado: posicionarse tempranamente, antes de que ser “sciolista” fuera una obviedad
para cualquier peronista. Las tomas de posición en tiempos de acumulación originaria son
verdaderas apuestas políticas, y como tales suelen ser debidamente retribuidas; ser sciolista
antes de que el sciolismo fuera el peronismo ganador, fue la apuesta de César en 2015.
32 Mientras tanto, por los pagos serranos, los entendidos de la política ponían a circular sus
explicaciones: “El viejo Funes vino a ponerle guita a los intendentes sotistas para que se den
vuelta”, se oía decir. Cosa que bien puede haber sido, pero para el caso debemos decir que
A. Toñánez, principal emisario de De la Sota en la región, también vino a prometerles el oro
y el moro con tal de que acompañaran al papi en las PASO. La pregunta es entonces: ¿Qué
más había en esa jugada de César —a la que, dicho sea de paso, progresivamente se sumarían
otros? ¿Por qué Scioli?
33 Recordemos algo fundamental: para el ala progresista del kircherismo —que incluye a lo
que se conoce como el kirchnerismo “duro y puro”—, la candidatura de Daniel Scioli, ese
gobernador bonaerense que venía del peronismo de otros tiempos, ese gobernador forjado
en la tradicional “estructura del PJ”, fue aceptada de mala gana y como un mal necesario:
una concesión que había que hacer para garantizar la continuidad del kirchnerismo por otros
medios (recordemos más: los militantes K se preparaban para pasar el invierno y resistir “desde
adentro” el “aluvión de derecha” que presagiaban). Por las mismas razones y con efectos
inversos, podemos decir que Scioli representaba para muchos “intendentes del PJ” una suerte
de profeta en camino a la tierra prometida. Como me dijo César una vez: “A mí me da la
sensación de que ahora, con Scioli, el kirchnerimo se va a volver más peronista”.
34 La apreciación, aunque dicha al pasar, no me pasó desapercibida. ¿Qué era un kirchnerismo
“más peronista”? El izquierdista respondería: un kirchnerismo más derechoso. Mi hipótesis
es que César respondería: un kirchnerismo más cordobés. Porque si hubo un problema entre
Córdoba y kirchnerismo (subestimado en las lecturas de los especialistas de la política), es que
el kirchnerismo-en-Córdoba ha sido demasiado cosmopolita; lo que quiere decir, demasiado
e incorregiblemente porteño: porteño en sus representantes y emisarios, en su lenguaje y sus
ceremonias, en sus modos y modales de hablar y explicitar. Así, por ejemplo, en vísperas a
la campaña de las PASO de agosto, entre intendentes y legisladores del interior cordobés no
pasaba desapercibido el hecho de que la primera candidata a diputada nacional de Córdoba
por la coalición kirchnerista del Frente para la Victoria (FPV), fuera, además de dirigente de
La Cámpora,16 una porteña afincada hacía unos pocos años en la provincia; como tampoco,
que el primer candidato de la lista de concejales para la ciudad de Córdoba fuera Javier
Barros, ese hombre de confianza de la ministra Alicia Kirchner originariamente enviado, desde
Buenos Aires, para cumplir una doble e indisociable misión: desempeñarse como Secretario
General provincial de la agrupación política Kolina17 y presidir el emblemático CDR (Centro
de Referencia) del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación con sede en Córdoba capital.
CDR y Javier Barros eran el lugar y la persona por los que debía pasar todo intendente de
Córdoba que tratara asuntos de incumbencia del Ministerio. “¿Te llevás mal con Barros?
Cagaste”, era habitual escuchar, y ¡guarda el que osara puentearlo!
35 En los últimos años, el estilo de gestión de Barros había cimentado creciente malestar entre
los intendentes, quienes se quejaban de que el CDR “bajaba” sus políticas “directamente”,
sin articular con los gobiernos municipales. Si miro de cerca la experiencia de Mollar Viejo,
difícilmente podría caracterizar las intervenciones del Ministerio en esos términos. Victoria
Mun, por ejemplo, la joven representante del CDR para todo el departamento al que pertenece
Mollar Viejo, mantenía una comunicación fluida con las áreas y empleados del municipio, y los
convocaba indeclinablemente a las reuniones de la “Mesa de Gestión Social” que coordinaba
en la localidad. Es cierto que Maricha se enfurecía cuando la chica caía de Córdoba sin previo
aviso; pero esas caídas de sopetón no eran distintas a la de otros agentes gubernamentales:
Paren todo, llegué yo, le dice cada jurisdicción territorial a la que tiene por debajo. También
es cierto que las actividades de Victoria Mun comportaban un claro afán por vincularse con las
fuerzas vivas de la comunidad: sus pasadas por Mollar Viejo incluían visitas personalizadas
a cooperativas, productores, agentes de salud y otros actores relevantes del lugar. Pero,
nuevamente, esa cuota de puenteo tampoco estaba fuera de la normalidad de las relaciones
entre Estados: en este caso, un ministerio nacional buscando realizar la aspiración de “llegar
a cada argentino”, preservando para ello sus políticas de las eventuales distorsiones a que
podrían someterlas conflictos o internas locales.
36 En todo caso, el problema era que en todas y cada una de esas vinculaciones, los
intendentes olían algo más: sabían que Victoria Mun no era solo una enviada ministerial,
sino también la pieza fina de un engranaje político llamado kirchnerismo cordobés. Esta
joven trabajadora social del Estado era también artífice del armado de una estructura política
en sus ramificaciones capilares, estructura para la cual las localidades eran un universo
virtualmente virgen y a conquistar. Dicho de otro modo: ese kirchnerismo configurado desde
las grandes ciudades y sobre la base de agrupaciones políticas —La Cámpora, Kolina, Unidos
y Organizados— necesitaba producir en los interiores de Córdoba eso que no tenía, o al menos
no en la magnitud necesaria. Los políticos lo llaman territorio.
37 Veamos.
César en barrio La Gruta convocó mucha gente o no tanta; si la fila de autos en el asado que
organizó el Gustavo (otro candidato) era grande o chica; que cuántos kilos de chorizo compró
el Gustavo para el asado y cuántos le sobraron; que cuántas vacas carneó el César para el cierre
de campaña; si fue mucha o poca gente, y si fue más gente del Bajo que del Alto, y si era toda
gente de Mollar Viejo o si el asado al final “se le llenó de gente de afuera y tendría que haber
pedido DNI en la puerta como había dicho Dante Lobos”; también: si era cierto, como andaban
diciendo, que el Marcelo Becerra, que siempre anduvo con el César, ahora “se había pasado”
con el Gustavo; o si era cierto que la prima del Gustavo, a pesar de ser prima y cercana, le
había dicho que la disculpara pero que ella el voto se lo daba al César.
40 Mientras las elecciones municipales suelen producir un involucramiento progresivamente
generalizado de la comunidad, las provinciales y nacionales transcurren con una intensidad
bastante menor; digamos que, a excepción del vecino politizado, no forman parte de los
acontecimientos que mueven las fibras libidinales del común de la gente. Con toda la furia, a
medida que se aproxima el día de la votación pueden escucharse algunos comentarios referidos
al tema, sobre todo orientados a indagar, sondear o comunicar “con quién anda” (y por tanto
“a quién llama a votar”) cada candidato, dirigente o referente local:
“César, ¿qué hay que votar el domingo?”, le pregunta un vecino al intendente en un encuentro
casual.
“El Gustavo (ex candidato a intendente, opositor a César) anda llamando a votar por uno de los
radicales”, le comenta una mamá a otra en la puerta de la escuela mientras esperan a los chicos
salir.
“Vino el César a traer el voto, le dejó varios a la mami”, le comenta una chica de unos veintipico
de años a su hermana.
41 “Llevar el voto” —es decir, la boleta de un partido— es una de las principales actividades de
campaña electoral que realizan los candidatos y “su gente”, la gente que trabaja o, como suele
decirse, “pide el voto” para ellos. El comentario de arriba, de una hermana a otra, habla de
una modalidad muy común: en una casa, los políticos dejan “varios votos” para que el jefe
o la jefa de familia los distribuya entre los suyos. La práctica de llevar el voto está asociada
a un pasado relativamente reciente, cuando la alfabetización no formaba parte de los saberes
familiares de los adultos y mayores: el voto que dejaba el candidato se guardaba bien guardado
porque era el mismo que uno iba a depositar en el sobre el día de la elección. Esta asociación
late hasta el día de hoy: “A mí no me gusta que me anden trayendo el voto, yo sé leer, che”,
se quejaba una vez mi vecina Framinia.
42 Sin embargo, llevar el voto es también una práctica esperada y considerada como algo que los
políticos tienen que hacer. “Ni el voto vino a traerme”, reclamaba otra vecina refiriéndose a
César. “¿A quién hay que votar che? ¡Ni un voto me han traído esta vuelta!”, se quejaba un
muchacho como diciendo, ¡No hacen su trabajo! Los dos comentarios refieren menos a un
problema informativo y más al tipo de interacciones implicadas en el acto de recibir el voto,
que no es otra cosa que recibir la visita del candidato, expresión del valor que esas personas
tienen para él. Al igual que en otras sociedades de interconocimiento (véase Rosato 2003,
Palmeira 1992, 1996; Heredia 1996), en Mollar Viejo los candidatos y su gente no llevan el
voto a cualquier casa: visitan a quienes conocen y con quienes tienen una relación previa. A
lo sumo pueden ir a ver a aquellos que hoy el marketing electoral denomina “indecisos”, pero
nadie lleva el voto a una casa que sabe de otro signo político o adherente a otro candidato. Y
ese saber puede estar basado tanto en una constatación política —saber, por ejemplo, que tal
familia es radical de toda la vida (“Pobrecitos, re peronistas son”, me dijo una vez una militante
radical de un pueblo vecino sobre una familia de la que le consulté por qué no visitábamos)
—, como en conjeturas basadas en las “lealtades primordiales” (Palmeira 1996, p. 46) que se
espera de las relaciones de parentesco y amistad: “No creo que don Carlos nos reciba, el yerno
está en la lista de M. (candidato del otro partido)”; o: “Mari Palacios no va a votarnos, el hijo
es muy amigo del chico Contreras, que está en la lista de M.”.
43 El acto de llevar el voto es, como lo han mostrado los estudios arriba mencionados y otros,
un momento de creación y reactualización de vínculos, como también de compromisos, los
cuales pueden asumir la forma de intercambios de ese tipo de bienes que Michel Offerlé (2011,
pp. 153 y ss) caracteriza como “particularistas y divisibles” —y que nuestra moral electoral
condena; i.e: “Yo le ayudo con el voto, usted ayúdeme con la casa”; “¿Cuántas chapas necesita
para terminar el techo?”—, como de esos que llama bienes “públicos indivisibles” —i.e: “Este
año me comprometo a traer la luz al paraje, necesito que me ayude con el voto”. Durante
la campaña municipal de Mollar Viejo, como de otras que tuve oportunidad de acompañar
en pueblos vecinos, los encuentros que semanalmente reunían a los candidatos y su entorno
consistían básicamente en socializar la información sobre a quiénes se había visto y a quiénes
falta ver:
—¿A Irineo lo fue a ver alguien? —pregunta Dante Lobos a la mesa.
—Sí, yo lo vi —responde Maricha.
—¿Le dejaste votos?
—Sí, le dejé.
—¿Y a los Cepeda ya los hablaste?
—No, esta semana me llego a la casa.
44 La sucesión de interacciones como esta guardaba una división del trabajo implícita: cada
persona va a ver a quien “tiene llegada”. Lobos le preguntaba a Maricha por la familia Cepeda
porque, como todos sabían ahí, era Maricha quien tenía relación —es decir, la mejor relación
en términos de productividad política— con esa gente. Sin embargo, a lo largo de las reuniones
el blanco principal de estas preguntas no eran los militantes, sino los candidatos:
—¿Cesar lo viste a don Sosa ahí de La Cañada?
—No, Mario iba a verlo.
—Sí, Mario ya lo vio, pero tenés que llegarte vos.
—César ayer fui a verla a Silvina Cáceres, tenés que ir a darle una habladita vos.
45 En cada reunión César iba tomando nota de estas indicaciones; en los últimos días, con una
indisimulable sensación de agobio, porque no daba abasto con las visitas. A candidatos de
pueblos vecinos les pasaba lo mismo. La gente mayor se quejaba de que ahora los candidatos
no pasaban por las casas como antes, y esto era en buena medida cierto: los pueblos habían
crecido. Sin embargo, su temporalidad no parecía haber cambiado al mismo ritmo: era
imposible para un candidato palmear a una casa y hablar cinco minutos en la puerta. En la
costumbre serrana, llevar el voto es pasar al patio, sentarse a cruzar unas palabras. En el caso
de parajes más lejanos, las casas que tienen relación con el candidato esperan que se quede a
compartir una comida. Y sean más cortas o más largas las interacciones, todas deben respetar
una regla tácita: en el ritmo serrano nunca se va directo al grano. En cualquier conversación,
ir al punto demasiado rápido es considerado de mal gusto. Un vecino palmea a mi casa: lo
recibo, nos saludamos, seguramente pasaremos un rato por varios temas de conversación y
silencios, hasta que él trae el asunto por el que vino. En ese momento yo debo decodificar que
ese es el asunto por el que vino, pero eso seguramente no es explicitado, y para llegar a él hubo
necesariamente que pasar por otros, como una forma de reconocerse, ablandar el contexto
de la interacción, habilitar un vínculo. Vale la pena decir que las reuniones de campaña que
tuve oportunidad de acompañar seguían esta misma cadencia temporal; lejos de la celeridad
que signa el ritmo político-electoral en contextos urbanos, en las reuniones de Mollar Viejo
y pueblos vecinos cada cosa tenía su tiempo. Los encuentros en el bar de José Segundo, por
ejemplo, duraban horas, y aun cuando todos los que estaban ahí estaban atrasados con las
tareas pendientes, la reunión tenía más tiempos de los que uno consideraría “muertos” que
tiempos de los que uno consideraría provechosos: el tiempo del chiste, el tiempo del silencio
y de las anécdotas que se suceden, el tiempo de la picada y el ferné, un tiempo indeterminado
y consagrado en que las personas sencillamente se dan las unas a las otras.
46 Ese mismo tiempo, estimo, es el que muchos vecinos esperan del candidato en sus visitas.
Sin embargo, esto no es así en todas las elecciones. A diferencia de lo que ocurre en las
municipales, en las provinciales y nacionales la práctica de llevar el voto tiende a asumir una
dinámica más diligente y mediada. En primer lugar, no es necesariamente esperado que sea el
dirigente quien lleve el voto o se dé “una llegadita”, sino que bien puede hacerlo un emisario.
Esta visita puede ser más corta y limitarse literalmente a “dejar el voto”, acto que opera como
una práctica propiamente informativa del tipo “el César vota a fulano”, y cuya influencia o
efecto coercitivo —ergo, hay que votar a fulano— dependerá de la relación que cada quien
tenga con ese emisario o con el dirigente.
47 Tal vez cabe adelantarse a la visión autopercibida como republicana, que es capaz de ver en
estas prácticas un “voto cautivo” o “voto compulsivo”. Invito a ese ojo a prescindir por un
momento de esa lectura para, en su lugar, observar de cerca la naturaleza de los hechos. La
expectativa y disposición a que alguien —un político o referente político local como César, por
ejemplo— te indique “a quién votar” nos habla de una modalidad específica de funcionamiento
de la relación de representación política. Cuando de elecciones provinciales o nacionales se
trata, la relación de representación y el acto de delegación son previos a la emisión del voto:
delego en el César (o en el Gustavo) mi elección del futuro legislador, gobernador, inclusive
presidente. Delegación que puede estar tan fundada en identificaciones partidarias como en la
relación personal que se tiene con ese referente o dirigente en cuyo criterio y elección política
se delega.
48 Es muy común que esa relación asuma y se exprese en una fórmula que a los cientistas sociales
nos resulta una caja negra: el conocer al otro. “Al César lo conozco hace años”; “Con Gustavo
nos conocemos de chiquitos”. En pueblos como Mollar Viejo, “tener base política” es que te
conozcan y que vos conozcas-a (fulano, mengano, zutano, “la gente”) de algún lado, es decir,
de alguna experiencia común: de la primaria, de la secundaria, del barrio, del bar, del club de
fútbol, de la cooperativa de luz, del club de bochas, de la comisión de vecinos del paraje X, de
la cooperadora de la escuela, de la asociación de bomberos voluntarios. Es crucial notar que la
fórmula lo conozco contiene una relación siempre recíproca: lo conozco quiere decir también,
él me conoce a mí, y esto es una condición sine qua non para que un político sea seriamente
considerando o, como ha señalado Ana Rosato (2003, pp. 75 y ss), un elemento decisivo del
“capital político” de cada quien.
49 En las elecciones municipales de 2015 de un pueblo vecino a Mollar Viejo, el hijo menor de
una acomodada familia radical se erigió súbita y vertiginosamente como figura candidateable,
representando para el radicalismo local la promisoria oportunidad de recuperar la intendencia
después de cuatro gobiernos consecutivos en manos del peronismo. Una vez formalizado como
candidato, el joven inició una pujante campaña territorial, cosechando gran receptividad de
parte de la comunidad. “Es un buen muchacho pero no tiene chances, pasó casi toda su vida
en Córdoba, no conoce a nadie”, repetían sus opositores en lo que acabó convirtiéndose en
su principal caballito de batalla: el chico era del pueblo, pero los últimos quince años había
vivido en Córdoba capital. Decir que “no conocía a nadie” era desacreditarlo en dos planos
simultáneos: por un lado, exponer públicamente lo que es considerado una falta de cualidad
y condición política —y es por eso que en alguna oportunidad pude ver a ciertos militantes
del propio entorno del candidato ponerse nerviosos cuando el joven evidenciaba no conocer a
alguien que, ellos estimaban, debía conocer—; por otro lado, es exponer una falla técnicamente
categórica: no conocer a suficiente gente es no tener las redes de interconocimiento que
necesitan ser movilizadas a la hora de pedir el voto. En este sentido, decir “no conoce a nadie”
equivale a decir “no vale la pena votarlo porque no tiene posibilidades de ganar”.
50 Sospecho que desde la antropología nos sigue costando dar un lugar analítico propio
a la productividad política implicada en este tipo, o más bien, en esta intensidad de
relación a la que podemos llamar de interconocimiento. Me refiero al hecho de que aun
cuando nuestra tradición disciplinar clásica y contemporánea, como también corrientes
fundamentales de la microsociología, cuentan con un rico y extenso recorrido en la materia,
nos encontramos con dificultades para instalar, en los debates actuales e interdisciplinares,
la importancia e implicancias de esta dimensión relacional en el funcionamiento efectivo de
la política contemporánea. Repárese que interconocimiento no es lo mismo que (ni implica
necesariamente un) vínculo de confianza personal: antes que referir a una relación de intimidad
o de alta intensidad afectiva, el conocer-a (alguien) en los términos que lo he presentado arriba
remite a un modo de relación que, valiéndonos de un término acuñado por la sociología de las
redes, podemos llamar “relaciones débiles”, o también, a una forma específica de “confianza”
que proviene, tal como propone G. Simmel (1986), de un conocimiento difuso, general y más
bien exterior del otro —la cual se diferencia de aquella otra forma de confianza que deriva de
un conocimiento propiamente personal del otro “en sí”. Ahora bien, en esa indeterminación
o intensidad “débil” descansa la fortaleza de esas relaciones: ser conocidos o conocerse de
alguna experiencia común remite a un nosotros no-dicho pero sabido, a una forma tácita de
comunidad que, en el caso que me ocupa, está íntimamente vinculada a los contornos de la
localidad.19
51 Hace algún tiempo, la invitación a participar de un coloquio interdisciplinario organizado por
una universidad francesa bajo el título “La supervivencia y la dominación del peronismo en
Argentina: ¿un enigma sociológico?”, me llevó a reexaminar material etnográfico proveniente
de una investigación que desarrollé entre los años 2006 y 2010 en el marco de la elaboración
de mi tesis doctoral, y en la cual analicé, entre otras experiencias, la dinámica de las relaciones
políticas entre vecinos y referentes barriales —más conocidos como “punteros”— del
peronismo en el Gran Buenos Aires. Puesta a contraluz de mis investigaciones actuales en el
interior cordobés, esa revisita me permitió identificar y dimensionar la subrepresentación que
en mi propio análisis habían tenido las relaciones de interconocimiento, y en contraposición la
sobrerrepresentación que adquirían relaciones interpersonales de mayor intensidad, sobre todo
aquellas en las que yo podía identificar un vínculo de carácter afectivo-moral y/o contractual
—intercambios y compromisos recíprocos— entre referentes y vecinos. Argumenté (Quirós
2014c) que este sesgo puede interpretarse como típico ejemplo y efecto de una práctica de
conocimiento —enraizada en nuestras teorías políticas, tanto explícitas como implícitas, del
sentido común y de las ciencias sociales— a la que llamé la “fascinación por el intercambio”
o por “la dimensión transaccional” del comportamiento político que tiene por protagonistas
a los sectores populares.20 Sin embargo, hay algo más: pues cuando de peronismo se trata,
este sesgo se torna particularmente prominente. En este sentido, la pregunta sobre el carácter
“enigmático” expresada en el título del coloquio arriba referido, nos puede servir de llave
para entrar de lleno en la cuestión, pues contiene una forma de interrogar que es también
nuestra, y que se resume en lo que algunos analistas han caracterizado elocuentemente
como el problema de “explicar el peronismo” (Neiburg 1998; Balbi 2009, 2007). Si acaso
el peronismo fuera, como propuso recientemente uno de sus filósofos, una “obstinación”
nacional (Feimann 2010), podríamos decir —recuperando la tesis de Federico Neiburg— que
la histórica obstinación intelectual por “explicarlo” es parte de las prácticas epistemológicas
y políticas que lo producen como tal. La disposición a abordar e interrogar al peronismo
como “enigma” —condensada, y acaso inaugurada, por el emblemático “¿Qué es esto?” de
Ezequiel Martínez Estrada (2005 [1956])— nos ha jugado varias malas pasadas a las ciencias
sociales. Una de ellas, señalada por Fernando Balbi (2009: 159), ha sido la repetición seriada
de lo que el autor llama “soluciones analíticas totalizadoras”, como aquellas implicadas en las
clásicas explicaciones por el “carisma” o el “populismo”. Me valgo de estos señalamientos
para proponer que la “fascinación por el intercambio” puede ser caracterizada —y mejor
interrogada y comprendida por tanto— como una versión contemporánea de este tipo de
soluciones analíticas (versión que hace sistema, vale dejar indicado, con una de las principales
lecturas) con que la ciencia social vernácula y foránea ha caracterizado las transformaciones
atravesadas por la estructura partidaria del peronismo en los últimos 25 años, a saber: su
mutación de partido históricamente organizado en torno al movimiento sindical a partido
organizado sobre la capilaridad de redes territoriales de tipo clientelar (véase especialmente
Levitsky 2005).21
52 Pondría mi argumento en estos términos: “explicar el peronismo” sigue siendo, para nativos
y forasteros, desentrañar un (o varios) “enigma”(s) —el enigma de la representación (cómo
produce votos), por ejemplo; el enigma de la movilización (cómo produce gente en la calle).
Una de las formas de cumplir este cometido consiste en desnudar algún tipo de mecánica —i.e:
la mecánica de la representación, la mecánica de la movilización. Mal que mal, el intercambio
—consagrado en las teorías del clientelismo, tanto en sus versiones “economicistas” como en
sus versiones “moralistas” y “contractuales” (cf. Vommaro y Quirós 2011)— comporta una
mecánica que nos proporciona tranquilidad explicativa: “A le da a B entonces B le da a A”.
Desde luego que nuestra tarea es explicar cómo funcionan las cosas —las relaciones políticas,
en este caso. El problema que se nos plantea, entonces, es propiamente epistemológico: ¿Por
qué el intercambio (“Cuántas chapas necesita para terminar el techo”) nos es transparente y
suficiente en términos explicativos, mientras el interconocimiento (“Lo conozco”), nos resulta
o bien una dimensión subsidiaria o bien una suerte de caja negra que virtualmente encierra
algo distinto de lo que enuncia? ¿Qué cualidades y causalidades visibles guarda para nosotros
el intercambio y qué atributos y conexiones invisibles nos representa el interconocimiento de
modo tal que el primero aparezca analíticamente sobrerrepresentado en relación al segundo?
53 Me gustaría proponer que las relaciones de interconocimiento forman parte de esos hechos
escurridizos pero decisivos de la dinámica de los procesos políticos, “hechos invisibles” —
para valernos de una expresión malinowskiana— de la política, que la etnografía como modo
de conocimiento está en condiciones de seguir e interrogar de manera privilegiada, y que una
forma inicial, acaso provisoria, de hacerlo, es dar un lugar ontológico y epistemológico al
interconocimiento en tanto tecnología política, es decir —y análogamente al intercambio— en
tanto dimensión relacional que produce, configura y condiciona disposiciones para percibir,
sentir, pensar y actuar políticamente de tal o cual manera.
54 En Mollar Viejo pude identificar esa tecnología operando en la producción de actos de
delegación política. Y esto en por lo menos dos sentidos. Por un lado, así como podemos
enunciar uno de los presupuestos rectores de la elección política a nivel local en términos
de voto a quien conozco, decimos que las elecciones de mayor escala pueden movilizar este
principio en relación transitiva: si César llama a votar por Toñánez es porque lo conoce; voto
a quien mi conocido conoce; él conoce a quien yo no conozco ni me conoce a mí. Como he
propuesto en otra parte, esta misma lógica puede explorarse para el caso de relaciones políticas
cara a cara en contextos urbanos, por ejemplo, para las relaciones entre vecinos y referentes
barriales en el Gran Buenos Aires (Quirós 2014c). Por otro lado, en estos actos de delegación
se moviliza, unas veces más explícitamente, otras más implícitamente, una idea de bien común
ligada a la comunidad y la localidad. Nociones que se integran en un supuesto compartido
que sintetiza la siguiente expresión: “Es importante votar lo que vote el César, porque eso va
a ser mejor para el pueblo”.
55 Es común que los dirigentes “pidan el voto” por tal o cual candidato provincial o nacional
invocando una pragmática del bien común delimitado por la localidad: para las provinciales
de 2015, por ejemplo, César fue a las radios locales a dar su mensaje al pueblo de Mollar
Viejo. Allí explicitó su apoyo al candidato delasotista Schiaretti y pidió a la comunidad que
lo acompañara con el voto: Mollar Viejo, explicó, tenía “importantes proyectos en puerta con
el gobierno provincial” y ese acompañamiento iba a garantizar “tener las puertas abiertas en
la gobernación” para que los mismos prosperasen.
56 Si miramos el proceso electoral 2015 en su conjunto, vemos que las variaciones en los
resultados de Mollar Viejo acompañan los movimientos políticos de César. En las provinciales
de julio la fórmula del peronismo delasotista arrasa en Mollar Viejo con el 63%; un mes
después, para las primarias de agosto donde se presentan 15 precandidaturas presidenciales,
el primer puesto pasa a ocuparlo el candidato kirchnerista de César, con el 46% de los
votos —tengamos en cuenta que la fuerza partidaria de ese candidato, el FPV, sacó en la
elección provincial celebrada un mes atrás solo el 13%, es decir, que ahora ascendió 33 puntos,
mientras la fuerza delasotista, esta vez encabezada por el propio De la Sota como precandidato
presidencial, decreció 41 puntos. En octubre esta relación se mantiene con una variación
significativa en favor del candidato Macri; un mes después, en el ballotage, el candidato
presidencial de César asciende 10 puntos (alcanzando el 58% de los votos), lo que significa
que en Mollar viejo Daniel Scioli ganó por 15 puntos arriba del porcentaje que obtuvo a nivel
departamental (donde perdió en favor de Macri) y 10 puntos por encima del que obtuvo en
la media nacional.
57 Números que objetivan el territorio (de César), ese preciado lugar político —propongo—
donde no solo el intercambio, sino también el interconocimiento, producen votos.22
ahí. Desde luego, no todos los nuevos vecinos somos kirchneristas de hecho (los anarco-
ecologistas se indignarían ante semejante confusión y quienes se autoproclaman kirchneristas
se horrorizarían por la injusticia y bien podrían impugnar: ¿Todos? ¡Ma’qué todos! ¡Cada
jipi macrista tenés por acá!). Sin embargo, cultural y socialmente —y este es el punto crucial
—, el grueso de los llegados forma parte de lo que recientemente un columnista del diario La
Nación llamó, desdeñosamente, esa “progresía inespecífica” que ha nutrido al kirchnerismo
como movimiento político-cultural de la Argentina reciente.23
65 En pueblos como Mollar Viejo puede encontrarse al jipi anarquista que no se presenta a votar
porque “Cristina o Macri, son todo lo mismo”, lo cual no quita que, en su vida cotidiana,
comparta con su amigo kirchnerista una amplia variedad de gustos, criterios éticos, estéticos
y políticos, frases hechas, formas de vestir, hablar y gesticular; esas cosas que decisivamente
hacen del otro parte de un nosotros. El nacido y criado puede olfatear a la legua el perfume
de esa sustancia común, como también sus implicancias políticas, y así sabiamente nos
homogeniza “todos kirchneristas” —y en este sentido cabe reparar que, análogamente a lo que
ocurrió en las esferas del Estado, en muchos rincones del interior cordobés el kirchnerismo
también ha sido demasiado porteño.
66 El sciolismo captó que estos K de la sociedad eran (también) territorio: de allí el pedido
de su inclusión a los intendentes. Desde luego, las posibilidades de concretar esa solicitud
dependieron de la configuración previa de las relaciones en cada localidad. En Mollar Viejo el
asunto fue particularmente fluido por dos razones convergentes que creo interesante mencionar
aquí: por un lado, César tenía relación cordial con los llegados, quienes lo reconocían como
un tipo accesible que había tenido, además, su fugaz pero no desdeñable “pasado K”; por
otro, y más decisivamente, a diferencia de lo que había ocurrido en otros municipios, Mollar
Viejo había podido celebrar sus elecciones municipales anticipada y separadamente de las
elecciones provinciales y nacionales. Las consecuencias de este hecho fueron cruciales en
la medida que habilitaron lo que, parafraseando a Pierre Bourdieu (2002), podríamos llamar
el “intervalo de tiempo necesario” para que pertenencias políticas contrapuestas se tornen
circunstancialmente secundarias o imperceptibles. Me explico:
67 Si César se plantó realizar sus elecciones con anterioridad a las provinciales, desobedeciendo
abiertamente en este punto la voluntad de sus jefes sotistas —quienes trataron por todos los
medios que los intendentes plegaran sus elecciones a las provinciales—, pagando, además,
el costo político de esa insubordinación —entre otras cosas no recibiría un mango de UPC
para su campaña municipal—, fue porque tenía muy claro que “provincializar” la elección
local era partir su base política (vecinalista) en mil pedazos (partidarios). Desde luego
que en Mollar Viejo este intendente era identificado con el signo de Unión por Córdoba.
Pero en el mes de mayo, en el contexto de una elección exclusivamente municipal, el sello
“UPC” significaba muy poco al lado del “César Gordillo, Intendente”. En cambio, dos meses
después, ese mismo sello estampado junto a la cara de los candidatos provinciales —Schiaretti
gobernador y Toñanez legislador departamental— se transformaba en señal exclusiva y
excluyente de delasotismo, lo que hubiera puesto en la vereda de enfrente de César no
solo a sus votantes radicales, sino también a los peronistas K. Y el vecinalismo que César
representaba tenía esa particularidad: no solo aglutinaba distintas identidades partidarias, sino
que fundamentalmente, y de modo más decisivo, era capaz de reunir a todos los peronismos
posibles.
68 Para las presidenciales de agosto de 2015 César llamó a todo ese territorio a votar por Daniel
Scioli; lo cortés, sin embargo, no quitaba lo valiente: su apuesta al sciolismo no perturbaba
los compromisos básicos con sus jefes delasotistas; así, en esas elecciones César aportaría,
como lo había hecho siempre, sus fiscales generales y de mesa para Unión por Córdoba.
En las dos primeras series de las presidenciales (que fueron las dos en las que UPC llevó
candidato propio), por tanto, este intendente dispuso dos fiscales por mesa de votación, uno
para el peronismo cordobés y otro para el peronismo kirchnerista —desde luego, no faltaron
expresiones satíricas al respecto:
69 “A ver señores, me prestan atención”, nos ordenaba a viva voz el Chango Murúa, haciendo
gestos de director de orquesta, la noche en que César nos había reunido en el bar de
José Segundo a quienes íbamos a desempeñarnos ese domingo como (sus) fiscales; “Los
kirchneristas”, siguió el Chango, “se me ponen de este lado de la mesa por favor, y los nuestros
(refiriéndose a los sotistas, entre quienes él se incluía), se me ponen de este otro lado. Ustedes
(nos dijo ahora a los kirchneristas, entre los que él me incluía) llegaron demasiado temprano,
porque los sotistas estábamos citados a las 8 y la gente de Scioli a las 9… Y bueno (agregó
en medio de las risas generalizadas, impostando ahora un tono de resignación), también
estuvieron los de Carrió (dirigente de otro partido)… Menos mal que el César los había citado
a las 7 y media y se fueron a tiempo, porque si no acá sí que se armaba…” Mirándolo a César,
remató irónico: “A vos quién te entiende…”
70 En lo que a la distribución de fiscales respecta, César dejó que cada quien siguiera sus
inclinaciones y preferencias políticas: en términos generales, los fiscales del FPV fueron
mayormente “llegados”, mientras UPC fue fiscalizado exclusivamente por “nacidos y
criados”. En ocasión del ballotage César se jugó con un acto de militancia inusual: mandó a
su gente a distribuir por las casas de Mollar Viejo una invitación al acto de cierre de campaña
“Daniel Scioli Presidente”, firmada por “César Gordillo, Intendente”. La convocatoria, que
representaba un fuerte posicionamiento y enérgico llamado al voto por el candidato, nos
encontró a todos la noche previa al inicio de la veda electoral en la casa de don Artemio
Figueras, presidente del Partido Justicialista de Mollar Viejo: nacidos y criados, jipis, sotistas,
kirchneristas, radicales y no faltaron tampoco los independientes.
71 César armaba esos cocoliches como quien porfía en pegar piezas de porcelana con plastilina.
Durante las campañas de ese 2015 pudimos verlo moverse como un malabarista en apuros,
participando —por ejemplo— de un acto K y de un acto sotista en un mismo día con diferencia
de unas pocas horas y unos pocos kilómetros. Y no es que la cosa le saliera redonda: era lanzar
las bochas al aire para atajar algunas y que otras cayeran al piso; levantarlas y probar otra vez.
72 Me pregunto si su sciolismo no guardaba la ilusión de que esto fuera todavía posible a
escala nacional: alguien que pudiera reunir, aunque más no fuera con la precariedad y
circunstancialidad de un malabarista, a todos los peronismos posibles. Algo que en Córdoba
hacía demasiado tiempo se había descocido.
73 La tarde de la derrota del candidato presidencial kirchnerista, ese 22 de noviembre de 2015,
Dante Lobos lloraba porque seguía el razonamiento político que el poblador de toda localidad
chica ha aprendido por experiencia propia: más vale llevarse bien con el que está arriba. César
había jugado por el candidato equivocado, el perdedor, que en Mollar Viejo había resultado
ganador con un caudal de votos que superaba por 10 puntos a la media nacional. Dante Lobos
tenía miedo de que ahora al César —ese pibe que él, junto al tío Dardo, a Mario Orieta, a
Maricha y al Chango Murúa, habían sabido labrar hasta convertir en político— estos números
le jugaran una mala pasada.
74 Vale notar que, dos meses más tarde, César ensayaba una lectura distinta y esperanzadora,
que desplazaba el foco desde la relación Municipio-Nación hacia la relación de representación
con la jurisdicción que mediaba en orden de jerarquía: Provincia. El nuevo gobernador de
Córdoba, Juan Schiaretti, un tipo a quien César estimaba personalmente por su “vocación
federal”, y a quien había apoyado inobjetablemente en las elecciones provinciales de julio,
iba a tener buena relación con el flamante presidente Macri. César confiaba en que los
municipios cordobeses podrían, por fin, descansar en este acuerdo de paz y beneficiarse de
sus compromisos recíprocos: Macri le debía mucho a ese delasotismo que había contribuido
irrevocablemente al “aplastante voto cordobés”; y César, a través de su acompañamiento a
Schiaretti, era también parte de ese peronismo.
75 En un mes tenía cita en Buenos Aires junto a otros intendentes por unas obras en curso con
el Ministerio del Interior. Se preparaba optimista: salvo que alguien se ocupara de mirar los
números chicos —cosa objetivamente improbable, razonaba César: decime quién va a ponerse
a escudriñar los resultados de un pueblo minúsculo como Mollar Viejo en una provincia que
aportó el mayor aluvión de votos macristas del país— las cosas tenían que andar bien. En 2016,
el acento cordobés llevaba grabado el “71%”, una credencial amarilla con todas las de ganar.
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Notas
1 A excepción de personajes de alto conocimiento público, los nombres propios de quienes protagonizan
estas páginas han sido cambiados. También se utilizan pseudónimos para los nombres de localidades
y municipios.
2 La Nación, 24/11/2015, véase http://www.lanacion.com.ar/1848335-el-aplastante-voto-cordobes-
contra-cristina
3 La Voz del Interior, 23/11/2015, véase http://www.lavoz.com.ar/politica/una-fuerte-migracion-de-
votos-con-destino-marcado-macri
4 La Voz del Interior, 22/11/2015, véase: http://www.lavoz.com.ar/politica/el-pueblo-de-cordoba-le-
dijo-basta-un-ciclo-dijo-de-la-sota; y 24/11/2015, véase http://www.lavoz.com.ar/politica/de-la-sota-
sobre-el-fallo-de-la-corte-es-una-reparacion-historica
5 Para situar al lector extranjero: “la grieta”, expresión originalmente acuñada, a modo de crítica
política, por un periodista abiertamente opositor al gobierno kirchnerista, y luego popularizada en las
arenas públicas para referir a la clave antinómica y antagónica (kirchnerismo/antikirchnerismo) que
progresivamente fueron adoptando los debates públicos y pertenencias político-sociales en la Argentina
reciente.
6 Nuevamente al lector extranjero: la escena política argentina del año 2008 giró en torno a lo que dio en
conocerse como el “conflicto del campo”, el cual enfrentó al sector agropecuario con el gobierno nacional
de C. F. de Kirchner, a raíz del sistema de retenciones impositivas dispuesto —bajo la Resolución Nro.
125/2008 del Ministerio de Economía— a la exportación de trigo, maíz y soja. El conflicto desató un
progresivo proceso de politización y movilización social que agregó y escindió a amplios y diversos
sectores de la sociedad en dos posiciones que aprendimos a designar como “el gobierno” versus “el
campo”.
7 Centro de Integración Comunitaria (CIC), una de las políticas emblemáticas del Ministerio de
Desarrollo Social de la Nación durante la administración kirchnerista.
8 Cambiemos, denominación de la coalición partidaria por la que Mauricio Macri compitió como
candidato presidencial en las elecciones de 2015.
9 Una de las principales características y funciones de las PASO, en tanto instancia eleccionaria primaria
estipulada por la ley electoral argentina, es que, al tratarse de elecciones simultáneas y obligatorias donde
se definen las candidaturas efectivas que competirán en la elección general, cada partido o coalición
partidaria puede presentar, y someter al voto general, más de una fórmula o precandidatura. De este
modo, las PASO operan en la práctica como una elección interna dentro de cada partido, pero de carácter
abierto. En esos casos —siempre que el partido haya alcanzado el piso mínimo del 1,5% de votos previsto
por la ley electoral—, la precandidatura ganadora deviene, automáticamente, candidatura oficial para la
instancia de elección general.
10 Al lector extranjero: en Argentina hablar de “radicales”, “radicalismo” o del partido Unión Cívica
Radical (UCR), es hablar de la principal identidad política opositora al peronismo, y de la segunda fuerza
del “bipartidismo” argentino a lo largo del siglo XX.
Referencia electrónica
Julieta Quirós, « Una hidra de siete cabezas. Peronismo en Córdoba, interconocimiento y voto
hacia el fin del ciclo kirchnerista », Corpus [En línea], Vol 6, No 1 | 2016, Publicado el 01 julio
2016, consultado el 02 julio 2016. URL : http://corpusarchivos.revues.org/1595 ; DOI : 10.4000/
corpusarchivos.1595
Autor
Julieta Quirós
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Instituto de Antropología de Córdoba,
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina.
Correo electrónico: [email protected]
Derechos de autor
Licencia Creative Commons: Atribución-NoComercial 2.5 Argentina (CC BY-NC 2.5 AR)
Resúmenes
En base a un análisis etnográficamente situado de procesos electorales locales, provinciales
y nacionales que signaron la Argentina de 2015, este artículo busca contribuir a comprender
el peronismo y los peronismos en su forma contemporánea, como también la naturaleza y
funcionamiento de diversas relaciones de representación y delegación que hacen a nuestro
sistema político partidario. Valiéndonos de la perspectiva de una antropología de la política
vivida, examinamos para ello una serie de experiencias y microprocesos políticos que tienen
por escenario a un conjunto de pueblos y pequeñas ciudades del interior de la provincia
de Córdoba, y por protagonistas a algunos de los peronistas díscolos que en las elecciones
presidenciales de 2015 migraron fugazmente del peronismo cordobés, conducido por el
entonces gobernador José Manuel De la Sota, hacia el kirchnerismo encolumnado tras la
candidatura presidencial de Daniel Scioli. A través de este análisis, buscamos explorar
los aportes que la antropología puede hacer a la comprensión de la dinámica de ciertas
relaciones de alteridad configuradas en el seno del peronismo hacia el final de la década
kirchnerista, como también la dinámica que asumen diversas relaciones políticas que hacen
al sistema de democracia representativa en su funcionamiento concreto: las relaciones de
interconocimiento como tecnología política del territorio; las lógicas de representación,
competencia e interdependencia que signan las relaciones entre centros e interiores, y entre
Estados —Municipio, Provincia, Nación— en sus distintas escalas de localidad.
together under the presidential candidacy of Daniel Scioli. In doing so, this article seeks
to acknowledge the contributions of Anthropology to the understanding of the dynamics of
otherness, shaped in the core of Peronism at the end of the Kirchnerist age; also, to understand
the dynamics that build up the representative democratic system in its actual functioning:
mutual knowledge relations as political technology of territory; logics of representation,
competition and interdependence that mark the relations between capital and interior, among
States—Municipality, Province, Nation—, and their different degrees of locality.