Creencias y Prácticas Religiosas en El Antiguo

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CREENCIAS Y PRÁCTICAS RELIGIOSAS EN EL ANTIGUO

EL TEMPLO FUNERARIO

Por Francisco Vivas


Del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto.

Intentar encontrar los orígenes de las construcciones templarias funerarias egipcias


supone una ardua labor, que nos remontaría hasta la prehistoria y protohistoria de
esta civilización. Y, además, nos obligaría a ir de la mano de las interpretaciones y
estudios que se realizan sobre el nacimiento de las creencias religiosas y su germen
en los albores de la civilización o nacimiento de la sociedad.

Difícil es por ejemplo, discernir qué restos arquitectónicos de este periodo


predinástico (generalmente piedras y zanjas son los únicos vestigios encontrados)
pueden tildarse de sagrados, y en qué medida se les puede asignar este apelativo,
y cuales no.

Lo que sí es evidente es que, desde este primer estadio, estas construcciones van a
estar relacionadas con la clase dirigente y dominante de la sociedad cultural que las
erige, ya sean sus gobernantes, o sus castas sacerdotales. Es decir, comienza de
esta forma la estrecha relación entre las partes más altas de la sociedad y los
dioses, elementos que veremos después claramente representados en los templos
del Egipto dinástico, bien como morada del propio dios, o bien como monumento
funerario para el rey divinizado.

ÉPOCA PREDINÁSTICA

Nabta Playa

Localizado a unos 100 km al oeste de abu Simbel, en el desierto del Sahara, este
complejo arquitectónico representa el primer testimonio de estructura religiosa de
África. Según sus descubridores, se trataría del más antiguo monumento dedicado
a rituales y cálculos astronómicos, de entre 6000 y 7000 años de antigüedad.

Consiste simplemente en un círculo de piedras, construcción típicamente neolítica,


que podemos encontrar repetida incluso en la parte occidental de Europa, y que
cuenta con dos pares de piedras verticales, colocadas linealmente, que parecen
identificar el curso celeste del sol en el solsticio de verano.

Además, durante esta época estival, los monzones africanos inundaban estas
tierras, incluidas algunas de las piedras de Nabta Playa, marcando no solamente el
comienzo de una nueva división temporal, como si se tratase de un calendario, sino
favoreciendo al mismo tiempo el crecimiento del pasto, arbustos y hasta la
existencia de pequeños animales, origen de la agricultura y ganadería en esta zona.
El monumento se erigía pues a la orilla de un pequeño pantano o cuenca de agua.

Independientemente de si somos capaces de extraer un hilo conector entre la


cultura que construyo este monumento, y los egipcios de época dinástica, sí que es
significativo que ya desde este momento, las construcciones de carácter religioso o
sacro comiencen a girar en torno a dos elementos primordiales, como lo son el Sol
y el agua. Ambos van a ser quienes protagonicen los relatos cosmogónicos del
Egipto faraónico, y los pilares básicos de su estructura de creencias. Ya sea a través
del Nun, de Atum, de Ra…

Además, interesante es ver como, todas estas civilizaciones que surgen al norte de
África, centran su atención en el Sol, y secundariamente en el agua, dejando un
poco de lado la divinización de la propia tierra, madre de muchas otras culturas, la
que todo lo dona. La figura de la diosa madre, que da origen a la vida, no existe en
Egipto, o cuanto menos no aparecerá hasta que las concepciones religiosas estén
mucho más evolucionadas, con figuras como Isis, madre de Horus.

Más tarde, el clima del norte de África cambiaría bruscamente, acelerando la


desertización del Sahara, y obligando a culturas como esta a desplazarse,
asentándose muchos de ellos en la cuenca del Nilo. Y, probablemente, dando origen
a una evolución religiosa a partir de estos vestigios.

Hieracómpolis

Entrando ya en el período protodinástico, encontramos los primeros restos que nos


permiten realizar los primeros paralelismos. En Hieracómpolis, el asentamiento más
importante de Egipto en torno al 3500 a. C., se han descubierto los restos del
primer ejemplo conocido de templo destinado al culto de una divinidad. No es, por
tanto, un templo de carácter funerario para ningún rey, si bien la divinidad a la que
se da culto aquí es al primitivo dios Halcón, que después será Horus, la
identificación del rey.

Si nos fijamos en su forma, descubrimos que consta de un patio que precede al


santuario, con forma elíptica (32 x 13 m). Este patio estaba flanqueado por una
valla de madera o junco y barro, y contenía en su interior un montículo de arena, y
en el otro extremo, un poste coronado por una bandera y un tótem.

Al norte del patio, la entrada y unas pequeñas construcciones cuadrangulares,


probablemente talleres relacionados con la actividad del templo. Y al sur, se
levantaba el santuario propiamente dicho (curiosa distribución espacial, pues
parece que el eje entrada-santuario sigue una disposición norte-sur y no este-
oeste, como será típico posteriormente).

Por los restos arqueológicos sabemos que el santuario tenía cuatro postes en su
fachada, de 1’5 m. de diámetro, y de una altura de unos 12 m. El tejado dibujaba
una curiosa curva, dándole forma de, según se ha dicho, lomo de halcón, animal
agazapado, o, lo que es evidente, una disminución de su altura a medida que nos
adentramos, algo que, como hemos visto, es característico de los templos egipcios.

Buto

Buto es otro de los yacimientos predinásticos que conocemos hoy día. En esta
localización, ubicada en la zona del delta, aun no se ha realizado un hallazgo que
haya puesto de manifiesto los restos de un templo o un santuario. Sin embargo,
algunos testimonios plásticos muestran que debió de existir un santuario, de
morfología diferente al de Hieracómpolis, con dos elevados postes laterales muy
elevados, y una característica techumbre abovedada.
Ambos santuarios, el del Alto y el Bajo Egipto, serán los que nos encontremos,
posteriormente, reproducidos en los signos jeroglíficos y en muchas otras
representaciones a lo largo de la Historia faraónica. Por ejemplo, ambos estilos
aparecerán en el complejo ritual del templo de Djoser, en Saqara.

EL IMPERIO ANTIGUO

Ábido

En este yacimiento existen una serie de recintos amurallados situados a poca


distancia de las tumbas de los faraones de la I Dinastía, que representan, según se
ha estimado, estructuras funerarias con funciones sagradas relacionadas con los
dioses que recibían el nombre de shemsuher, el “séquito de Horus”, ínfimamente
relacionados con la figura del rey como representación humana del dios halcón. Es
decir, podría tratarse del primer testimonio de recinto sagrado relacionado, ritual y
mágicamente, con la figura del soberano.

En Ábido se han encontrado al menos diez de estas construcciones, pertenecientes


a las dos primeras Dinastías, o incluso a la llamada Dinastía 0. Su estilo de
construcción recuerda mucho, en la forma de sus muros, a la denominada “fachada
palaciega” que aparece en el serej, el nombre de Horus de cada rey.

Desconocemos realmente cual puede ser la relación directa del rey con este tipo de
templos, pero, si lo extrapolamos un poco más adelante en el tiempo, podríamos
llegar a la conclusión de que la función sagrada que aplicaba este recinto a la
realeza era la de albergar, probablemente, el ya existente festival Sed, una
tradición monárquica por la cual el rey tiene que regenerar su poder y demostrar
que aun es poderoso como para ostentar la corona. Es la misma función que tenía
el gran patio del recinto funerario de Saqara.

El complejo funerario, a comienzos del Imperio Antiguo, relacionado estrechamente


con la tumba piramidal, constaba de dos construcciones templarias, propiamente
dichas, comunicadas e interrelacionadas entre sí. La primea de ellas era la conocida
como Templo del Valle, que daba entrada al complejo desde el Nilo o un canal
fabricado con el mismo propósito, y, comunicado a través de una larga calzada, el
templo funerario propiamente dicho, donde se llevaban a cabo los determinados
ritos en honor del rey fallecido.

En un principio, estos complejos templarios asociados a la tumba piramidal se


orientaban con un eje norte-sur. La explicación es compleja. Estamos
acostumbrados a escuchar la explicación racional, de carácter solar, de la
disposición este-oeste de los templos y edificaciones egipcios. Incluso ya desde la
época predinástica. Pero probablemente, atendiendo a un carácter funerario
relacionado con las estrellas imperecederas a las que se asociaba también la
inmortalidad del rey, se puede encontrar lógica esta otra disposición.

A partir de la Dinastía IV, el templo funerario se empezó a situar a los pies de la


cara este de la estructura de la pirámide, con una prolongación hacia el oeste, que
será la que rija desde este momento en adelante la disposición teórica de los
templos del Antiguo Egipto. Y digo teórica porque hay que analizarla desde la
mentalidad del egipcio. En su concepción cósmica de su pequeño universo, los dos
elementos fundamentales de su vida diaria, el Sol y el Nilo, siguen dos líneas muy
bien definidas: el sol sigue un curso este-oeste, y el río, un eje perpendicular sur-
norte. De modo que, para el egipcio antiguo, situar un templo en el eje solar,
implica construirlo en perpendicular al río, aunque no coincida, con exactitud, con el
este-oeste perfecto de la orbita terrestre.

Como ejemplo más representativo, debemos hablar del complejo funerario de


Kefren, en el que se fija la disposición de las partes importantes de la construcción:
primeramente un vestíbulo de entrada, seguido de un amplio patio columnado, que
daba acceso a la parte más sagrada, que constaba de una serie de capillas donde
colocar diferentes estatuas del rey, cámaras de almacenamiento, y el santuario
propiamente dicho.

Como vemos, ya en estos momentos encontramos los elementos esenciales del


trazado de los templos, que se va a mantener en épocas posteriores. Aunque
muchos detalles son distintos de los explicados como canon generalizado, podemos
percibir el germen de la transición que va a sufrir el templo funerario de estas
construcciones piramidales a los denominados templos solares de la Dinastía.V

Tomando como ejemplo el del faraón Niuserre, observamos que, al igual que los
complejos piramidales de la época, se orienta en un eje este-oeste. Al fin y al cabo
no deja ser una construcción de carácter solar, que es la función de la pirámide en
sí, o, en este caso, del obelisco.

Sobre el origen y el sentido simbólico de la forma piramidal se han escrito multitud


de hipótesis. Las más aceptadas, son la que relacionan la construcción con la colina
primigenia que surge de las aguas caóticas del Nun según las distintas cosmogonías
egipcias; la que cree observar en su naturaleza una representación de la piedra
Ben-Ben adorada en Heliópolis; o, sobre todo, la que define la pirámide como
estructura base para la ascensión del alma del rey a una existencia celeste.

Sobre esta última concepción, han sido vertidas distintas conjeturas, relacionadas
bien al origen escalonado de las pirámides, como sucesión vertical de mastabas, o
como solidificación pétrea de los rayos solares, como elemento de transporte o
camino espiritual del ka del difunto rey.

A pesar de que no podemos conocer con claridad la finalidad precisa de la pirámide,


sí podemos confirmar que fueron construidas para garantizar la resurrección del
faraón y su supervivencia en la otra vida, de acuerdo a una seria de creencias
religiosas y mágicas que, atendiendo a los textos funerarios del periodo, los Textos
de las Pirámides, se articulan en torno a dos aspectos cosmológicos bien
diferenciados. De un lado, una serie de mitos solares, contemporáneos desde su
raigambre a las concepciones de vida eterna y resurrección, y por otro unas ideas
más antiguas relacionadas con la mitología estelar, es decir, de carácter nocturno.
En la primera el rey es puesto en relación con el dios solar Ra, alegando algunos
autores incluso la posibilidad de usar este rayo solar petrificado que es la pirámide
como “escalera hacia el cielo” para unirse a la divinidad (en este sentido cabe
destacar la gran cantidad de declaraciones en las que se le facilita al rey un medio
para transfigurarse en un ser divino y, según parece, “ascender al cielo”). Mientras
que la segunda se caracteriza por un camino a emprender que se dirige a las
estrellas circumpolares, aquellas que no desaparecen nunca del cielo nocturno y,
por ende, son consideradas como símbolo de eternidad. Es lógico pensar, por tanto,
en una identificación constante del rey con estas estrellas inmortales, marca
distintiva de la aspiración funeraria del rey difunto y que no es otra que la
inmutabilidad, y la eternidad, conceptos que se van a asociar directamente con el
mito solar, el proceso de momificación, de Osirificación ya desde este momento, y
sobre todo a la relación del rey con Atum o Ra, los demiurgos creadores de la vida,
y la elección de la pirámide como estructura funcional del complejo funerario.

EL IMPERIO MEDIO

El Imperio Medio es un periodo muy contradictorio, puesto que, aunque conoció un


increíble auge en la construcción de estructuras religiosas, muy pocas son las que
se conservan, ya que gran parte fueron demolidas o modificadas de forma
considerable en época posterior, añadiéndose a construcciones más modernas.
El primer ejemplo de arquitectura templaria del Imperio Medio que se debe
analizar, por ser uno de los pocos que no sufrieron remodelaciones sustanciales
después, es el complejo formado por el templo funerario y, supuestamente, la
tumba, de Montuhotep Nebhepetra, en el circo de Deir el Bahari, en Tebas. Aunque
esta última afirmación aun se sostiene, única y exclusivamente, en base a las
opiniones vertidas por los arqueólogos de principios de siglo.

Este innovador edificio construido en terrazas, con sus columnatas y su gran


estructura central, aun hoy foco de tremendas discusiones egiptológicas sobre cuan
debió ser su forma original, se convirtió posteriormente en fuente de inspiración
para varios templos funerarios de Imperio Nuevo.

Pero si algo caracteriza las construcciones de esta época, son ciertos aspectos
innovadores en la evolución y diseño de los edificios funerarios. Si bien mantienen
rasgos arcaicos, de épocas anteriores, a partir de ahora vamos a encontrarnos
importantes innovaciones, como será el uso cada más frecuente de la piedra
aplicada a todo el vasto de la obra (no solamente columnas y portales), o el
aumento de la importancia significativa de la simetría de las construcciones. O, de
igual forma, el gusto por rellenar con decoración todos los resquicios que ofrece la
construcción. El mejor ejemplo de esto, o uno de los mejor conservados, podría ser
el reposadero de la barca de Sesostris I (Dinastía XII), sin duda el faraón más
prolífico en obras del Imperio Medio, en el complejo de Amón en Karnak, más
conocido hoy en día, en el museo al aire libro, como la “Capilla Blanca”.

EL IMPERIO NUEVO

La expansión del poder político y económico de Egipto durante el Imperio Nuevo dio
lugar a la construcción de gran cantidad de templos nuevos, así como a un afán de
conservación y remodelación de muchos ya existentes. Cada faraón trató de emular
o incluso superar a su antecesor, sobre todo al erigir sus propios templos
funerarios.

El máximo periodo de esplendor en cuanto a las construcciones fue durante los


reinados de Amen-Hotep III, en la Dinastía XVIII, y Ramsés II, en la XIX. Fue en
este momento cuando se fijó el trazado del llamado templo “modelo”, con la
estructura básica que podemos encontrar en cualquier manual de arte al uso.

Este prototipo de plano fue usado, no solamente para los templos de los dioses,
sino también para los templos funerarios, amalgamando aun más si cabe ahora la
distinción entre unos y otros. El motivo claro es la separación física de la tumba,
siempre relacionada al elemento piramidal, y el templo funerario, con el fin de
evitar, al máximo, el expolio de la misma. Con tal fin, los faraones de este periodo,
como es bien sabido, se entierran en los más recónditos cortes de las colinas
tebanas, en el valle de los Reyes, separados por la montaña de sus respectivos
templos funerarios.

Ahora bien, si bien esta separación natural hace que, para los templos funerarios,
se pueda emplear la misma planta que para los templos de los dioses, no haciendo
así distinciones entre la naturaleza divina del monarca fallecido y los dioses
propiamente dichos (HUT -> mansiones divinas vs. Mansiones de millones de
años), no es tan fácil ni hay que ser tan tajantes a la hora de hablar de la
desaparición de la pirámide en este complicado complejo funerario. ¿Por qué?
Sencillamente porque la maquinaria de resurrección piramidal que hemos
encontrado asociada al complejo funerario hasta la fecha, sigue vigente a través de
lo que en egiptología, se denomina “topografía sagrada”. Esto es, la visualización
de un elemento o símbolo de carácter religioso o ritual en una formación natural: el
Qurn, que corona la montaña tebana, en realidad, no es otra cosa que una pirámide
natural, a cuyos pies se abren, en la roca de la falda, las tumbas del Valle de los
Reyes, que se adentran en el interior rocoso de esta formación caprichosa de la
naturaleza.

Momentos finales

El traslado de la capital de Egipto, desde Tebas, al delta, supuso un nuevo cambio


en la naturaleza templaria funeraria. Se retomará de forma fáctica la inclusión de la
tumba real en el recinto del templo, como se observa por ejemplo en las tumbas de
Tanis, donde sus faraones localizaron sus enterramientos dentro del propio recinto
del templo, en una equina de su patio, y cuyas tumbas se han encontrado intactas,
con un gran ajuar.

Después, las potencias extranjeras dominarán Egipto, y no continuarán con la


tradición funeraria egipcia, salvo los miembros de la dinastía XXV, Kushitas, que en
un intento de emular la gloria arcaica de sus vecinos egipcios, construirán en sus
necrópolis, como la de Meroe, tumbas con forma piramidal, anexas a pequeños
templetes que no pasan de ser una pequeña capilla, con pórtico en forma de
pequeño pilono.

Bibliografía

- BEDMAN, T.: ‘El templo egipcio, ritual y mito’. BAEDE 3. Madrid, 1991. Págs. 12-
17.

- LEHNER, M.: Todo sobre las pirámides. Destino. Barcelona, 2003.

- SHAFER, B. E.: Temples of Ancient Egypt. American University in Cairo Press.


Cairo, 2005.

- WILKINSON, R. H.: Los templos del Antiguo Egipto. Destino. Barcelona, 2002.

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