Gazmuri-Pensar La Revolución. Tras 1776
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Susana Gazmuri
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Antonino De Francesco
Luigi Mascilli Migliorini
Raffaele Nocera
(Coordinadores)
Introducción
Giuseppe Galasso
Coordinación editorial: Fondo de Cultura Económica Chile S.A. / Nicoletta Marini d’Armenia
Imagen de portada: Impresión original de mapa antiguo, cortesía de Jonathan Potter Ltd., Londres. Novissima Totius
Terrarum Orbis Tabula. Por Nicholas Visscher. Publicado en Ámsterdam, c.1679.
Revisión de textos e índice onomástico: Valerio Giannattasio
Diseño de portada: Macarena Líbano Rojas
Diagramación: Gloria Barrios A.
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra –incluido el diseño tipográfico y de portada–, sea cual fuera el
medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores.
Referencias 545
Susana Gazmuri *
Introducción
151
entendidas como parte del proceso más amplio del fin del Antiguo Régimen e
instauración de repúblicas en Europa y América,2 las articulaciones causales que
entrelazan estas transformaciones son complejas y deben tomar en consideración
no solo su sentido general, sino también las situaciones particulares y distinti-
vas de los diversos actores involucrados.3 Entender la lucha por la independencia
hispanoamericana en el contexto de la aparición de las naciones modernas y el
colapso del Antiguo Régimen y la crisis de los imperios europeos en los siglos
xviii y xix nos permite comprender de qué manera lo que comenzó como un mo-
vimiento autonomista culminó con la desvinculación definitiva de la metrópoli y
la creación de nuevas naciones. Al mismo tiempo nos permite entender por qué,
tarde o temprano, estas naciones optarían por el sistema republicano de gobier-
no. Pero, más allá de estas cuestiones fundamentales, nos permite distinguir los
imbricados lazos que relacionan estos fenómenos. De este modo se hace patente
que la independencia formó parte sustancial de un proceso más amplio de cambio
de paradigma político en Occidente, evolución que tuvo ritmos y resultados dis-
pares, pero que estableció un horizonte político similar para América y Europa.4
A este respecto, parece inapropiado pensar en términos de inf luencias unidirec-
cionales que irían de la Revolución de las Trece Colonias a las hispanoamericanas,
pasando por la francesa, como si la causalidad pudiera basarse en la cronología.
Muchas veces establecer el ascendiente de un evento sobre otro puede ocultar las
relaciones múltiples que existen entre sucesos emparentados más por un aire de
familia que por su incidencia directa. Si bien es cierto que los revolucionarios his-
panoamericanos estaban atentos e informados sobre lo que sucedió en América del
2
Estas son, a grandes rasgos, las tesis planteadas por quienes trabajan en los modelos “Era de las re-
voluciones” y “Revoluciones atlánticas”, inaugurados por los trabajos de Robert Roswell Palmer, The Age
of the Democratic Revolution: A Political History of Europe and America, 1760-1800. Princeton: Princeton
University Press, 1959; Eric Hobsbawm, La era de la revolución, 1789-1848; La era del capital, 1848-1875;
La era del imperio, 1875-1914. Barcelona: Crítica, 2012.
3
Ver, por ejemplo, Eduardo Posada Carbó, “Revoluciones atlánticas, Revoluciones hispanoamericanas”,
en Luis Miguel Duarte, Óscar Jané, Manuel Lucena, Eduardo Posada y Juan Pablo Fusi (eds.), Revoluciones e
independencias a lo largo de la historia. Valladolid: Universidad de Valladolid, Secretariado de Publicaciones
e Intercambio Editorial, 2011, pp. 119-142; Wim Klooster, Revolutions in the Atlantic World: A Comparative
History. Nueva York: New York University Press, 2009; Jeremy Adelman, “An Age of Imperial Revolutions”,
American Historical Review, 113(2), 2008, p. 319; Jeremy Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian
Atlantic. Princeton: Princeton University Press, 2006; José María Portillo Valdés, Crisis atlántica: autonomía
e independencia en la crisis de la Monarquía hispana. Madrid: Fundación Carolina/Centro de Estudios
Hispánicos e Iberoamericanos/Marcial Pons Historia, 2006; Jack P. Greene et al., Las revoluciones en el
mundo atlántico. Madrid: Taurus, 2006. Para una crítica a la inclusión de Hispanoamérica en la “Era de
las Revoluciones Atlánticas”, ver Eric Van Young, “Was There an Age of Revolution in Spanish America?”,
en Víctor Uribe Urán, State and Society in Spanish America during the Age of Revolution. Wilmington, Del:
Scholarly Resources, 2001.
4
Manuel Lucena Giraldo, “Revoluciones atlánticas, Revoluciones hispanoamericanas”, en Luis Miguel
Duarte, Óscar Jané, Manuel Lucena, Eduardo Posada y Juan Pablo Fusi (eds.), Revoluciones e independencias
a lo largo de la historia, p. 100.
Norte y en Europa, y es posible establecer con certeza aceptable que leyeron las
ref lexiones de los philosophes, los revolucionarios franceses, así como los escritos
de políticos y pensadores norteamericanos, la relación con estas noticias e ideas
no fue de recepción pasiva, sino de observación, ref lexión, adaptación y crítica.5
A partir de estas premisas, este artículo propone estudiar cómo los escritores,
pensadores y políticos chilenos pensaron la “revolución” mientras la experimen-
taron. Para realizar este ejercicio es fundamental considerar que lo que llamamos
“revolución de independencia” comenzó como un movimiento juntista en apoyo
a Fernando VII, que se fue transformando en una revolución en el fragor de los
acontecimientos. El quiebre con España comenzó con la crisis de legitimidad que
siguió a la convocatoria de las Cortes de Cádiz y el intento del Consejo de Regen-
cia por imponer su autoridad en los territorios americanos. En esta etapa, todavía
el vocablo “revolución” era poco utilizado y menos en relación con una posible
ruptura con la Monarquía española. La tradición del constitucionalismo histórico
y el iusnaturalismo legitimaron el fenómeno juntista tras la prisión del rey, con
argumentos completamente tradicionales. Sin embargo, la posterior aceleración
y profundización del quiebre con la Península implicó el paso de un movimiento
juntista a uno de emancipación respecto de las autoridades peninsulares y sus
representantes en América. Este proceso se fundamentó en una concepción de la
legitimidad política cimentada en una nueva concepción de la soberanía, la au-
toridad del pueblo y los ciudadanos individuales, antes que de las corporaciones
y los cuerpos que componían la nación. Es en ese momento, alrededor de 1810,
que se comenzó a hablar abiertamente de “revolución”. En esas circunstancias, los
hispanoamericanos, que evidentemente estaban al tanto de los acontecimientos
de 1776 y 1789, analizaron la Revolución angloamericana y francesa como mo-
delos a seguir o evitar y se preguntaron qué implicaba vivir una revolución, cuáles
podían ser sus consecuencias, qué hacía que la Revolución francesa hubiera termi-
nado en el Terror y el despotismo napoleónico, mientras que la angloamericana
hubiese logrado establecer una República exitosa.
¿Revolución?
5
Respecto de la lectura de los textos franceses y su importancia relativa en relación con otras tradiciones
intelectuales para los publicistas, revolucionarios e intelectuales chilenos de 1810, ver Cristián Gazmuri,
“Libros e ideas políticas francesas en la gestación de la Independencia de Chile”, en Ricardo Krebs W. y
Cristián Gazmuri (eds.), La Revolución francesa y Chile. Santiago de Chile: Universitaria, 1990, pp. 151-178.
puede calificarse de revolución. Jaime Rodríguez, por ejemplo, es uno de los his-
toriadores más tajantes en afirmar que la Independencia se vivió como una guerra
civil combatida en nombre de fundamentos iusnaturalistas y pactistas que perte-
necían aún al universo de la Monarquía, y no al lenguaje político de la Moder-
nidad, con lo que le niega su carácter revolucionario.6 Rodríguez tiene razón al
afirmar que la emancipación se luchó como una guerra civil entre los miembros
de un mismo cuerpo político en el curso de su desmembramiento, pero lo que
resultó de esa guerra fue un cambio radical no solo de la forma de gobierno, sino
también del modo como se concebía la comunidad política.7 Por otra parte, su
carácter revolucionario se cuestiona en nombre de las evidentes continuidades
sociales, económicas y culturales que existieron en la Independencia y el periodo
poscolonial. Para despejar estas cuestiones parece necesario determinar en qué
consiste una “revolución”. Sin embargo, una breve revista al trabajo de cientis-
tas sociales e historiadores nos mostrará que, de hecho, no existe una definición
incontestada del término “revolución”, ni sobre qué procesos se pueden calificar
como verdaderamente revolucionarios ni cuáles corresponden a otro tipo de even-
tos como revueltas, guerras civiles, insurrecciones, etcétera.8
En términos históricos, desde la antigüedad “revolución” implicaba un cambio
de régimen político que se inscribía en el ciclo regular de la vida de la polis, en
el que cada forma de gobierno se agotaba en la corrupción de los principios que
la animaban hasta el punto de requerir un cambio de régimen cuyo renovado
6
Jaime E. Rodríguez, The Independence of Spanish America. Cambridge, Nueva York: Cambridge
University Press, 1998, p. 274.
7
Gabriel Entin, “Quelle République Pour La Révolution?”, Nuevos Mundos Mundos Nuevos, 2008.
Entre la literatura que sostiene el carácter revolucionario del proceso de emancipación e independencia, ver
Alan Knight, “Las tradiciones democráticas y revolucionarias en América Latina”, Revolución, democracia y
populismo en América Latina. Santiago: Centro de Estudios Bicentenario, 2005. Adelman, Sovereignty and
Revolution in the Iberian Atlantic; Gabriel Entin, María Teresa Calderón y Clément Thibaud (coords.), “Las
revoluciones en el Mundo Atlántico”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2007; Juan Luis Ossa Santa Cruz,
Armies, Politics and Revolution: Chile, 1780-1826 (Tesis). Oxford University, 2011. Roberto Breña expone
el estado de la cuestión en “Los procesos emancipadores americanos y la Revolución hispánica hoy. Revi-
sionismos y debates”, 20/10: Memoria de las Revoluciones en México, 9, 2008.
8
Los intentos por definir la revolución se centran en la radicalidad del cambio de paradigma. Otro
modo de precisar qué es una revolución apunta a factores como el grado de participación del pueblo, la
importancia de establecer quiénes la lideran, si la élite o miembros de las masas populares, etcétera. Sobre
las dificultades para definir este fenómeno ver, entre otros, Jack A. Goldstone, “The Comparative and
Historical Study of Revolutions”, Annual Review of Sociology, 8, 1982, pp. 187-207; Jack A. Goldstone,
“Révolutions Dans L’Histoire Et Histoire De La Révolution”, Revue Française De Sociologie, 30(3/4), 1989,
p. 405.; Isaac Kramnick, “Ref lections on Revolution: Definition and Explanation in Recent Scholarship”,
History and Theory, 11(1), 1972, p. 26; Clifton B. Kroeber, “Theory and History of Revolution”, Journal
of World History, 7(1), 1996, p. 21; Martin E. Malia y Terence Emmons, History’s Locomotives: Revolutions
and the Making of the Modern World. New Haven, Conn, Londres: Yale University Press, 2008.
Es cierto que nuestros pueblos no tomaron todo el interés, que debían por su
libertad, desde el primer instante en que los españoles descubrieron sus miras
de conservarnos en esclavitud; pero también lo es, que fueron dóciles a la voz
enérgica de aquellos hombres ilustrados, que les hicieron conocer el mal que
les traía la dependencia de España, y el bien de su separación.12
9
Jack A. Goldstone, Révolutions Dans L’Histoire Et Histoire De La Révolution, pp. 405-409.
10
Íd., p. 420.
11
Isaac Kramnick, “Ref lections on Revolution: Definition and Explanation in Recent Scholarship”, y
Martin E. Malia y Terence Emmons, History’s Locomotives: Revolutions and the Making of the Modern World.
12
Antonio José de Irisarri, “Sobre la justicia de la Revolución americana”, Semanario Republicano, 14
de agosto-21 de agosto, 1813.
Con todo, se puede argumentar con David Bushnell que si bien las nuevas Re-
públicas continuaron siendo controladas por una pequeña élite de comerciantes
y terratenientes, la sociedad que surgió a partir de ese momento era relativamente
más abierta que la colonial, y que la instauración de Repúblicas representativas
expandió, a la larga, la participación de las clases medias, lo que sentó las bases
necesarias para el cambio social en el largo plazo.13 A fin de cuentas, en el curso de
las guerras de independencia los americanos adoptaron un lenguaje y un conjunto
de ideas y prácticas que exaltaban al individuo e implicaban la ampliación de la
participación política, con lo que se hacía insostenible, en definitiva, mantener la
estructura social del antiguo régimen, basada en corporaciones y castas.14 Conse-
cuentemente, decir que esta revolución fue fundamentalmente política no es afir-
mar que no haya tenido consecuencias en el ordenamiento social, especialmente a
largo plazo, o que las clases populares no hayan tenido ninguna participación en
ella. En cambio, sí implica reconocer que en Hispanoamérica las reformas polí-
ticas precedieron y fueron condición de posibilidad de los cambios en el ordena-
miento social, al menos en parte, porque la legitimidad del sistema político resul-
tante residía en un pueblo o nación que demandaría, con el tiempo, los derechos
que en teoría poseía. Al respecto cabe recordar la afirmación de François-Xavier
Guerra, según la cual aun cuando las Constituciones de los nuevos países ameri-
canos pudieran inspirarse en el modelo inglés o americano, su vocación corres-
pondió al esfuerzo proyectual de la Revolución francesa, que no trataba de per-
feccionar libertades preexistentes históricamente, sino otras nuevas.15 Al respecto,
es necesario tener en mente que la Revolución de las Trece Colonias, a la que se
admite sin problemas entre las revoluciones modernas, no solo se llevó a cabo en
nombre de las antiguas libertades garantizadas por la Monarquía, sino que sus lí-
deres eran miembros de la burguesía, y que el régimen republicano no tuvo mayor
impacto en la estructura de la sociedad en lo inmediato.16
Por lo demás, es preciso preguntarse si la Revolución francesa define por sí
misma el sentido moderno de “revolución”, y si marca un antes y un después en
la historia de la humanidad, como lo pretendía el establecimiento del calendario
13
David Bushnell, “Independence Compared: The Americas North and South”, en Anthony
McFarlane y Eduardo Posada Carbó (eds.), Independence and Revolution in Spanish America: Perspectives
and Problems. Londres: Institute of Latin American Studies, 1999, p. 75. Bushnell nos recuerda, además,
que la Revolución angloamericana se llevó a cabo en nombre de las libertades tradicionales de las colonias
inglesas y no en nombre de la República.
14
Anthony McFarlane, “Issues in the History of Spanish American Independence”, en Anthony
McFarlane y Eduardo Posada Carbó, Independence and Revolution in Spanish America: Perspectives and
Problems. p. 7.
15
François-Xavier Guerra, “La Revolución francesa y el mundo ibérico”, en Ricardo Krebs W. y
Cristián Gazmuri (eds.), La Revolución francesa y Chile. p. 352.
16
David Bushnell, “Independence Compared: The Americas North and South”, pp. 69-83.
De la lealtad a la revolución
17
Robert Roswell Palmer, The Age of the Democratic Revolution: A Political History of Europe and Ame-
rica, 1760-1800 y Eric Hobsbawm, La era de la revolución.
18
Para una perspectiva transnacional ver, por ejemplo, Matthew Brown y Gabriel Paquette, Connec-
tions After Colonialism: Europe and Latin America in the 1820s. Tuscaloosa: University of Alabama Press,
2013.
19
Jeremy Adelman, “An Age of Imperial Revolutions”, pp. 319-340.
20
Gabriel Entin, “Quelle République Pour La Révolution?”.
y qué ideas las sustentaban? En definitiva, ¿de qué maneras se piensa y se vive
la “revolución” tras 1776 y 1789? Lo cierto es que aun cuando la historiografía
se pregunte legítimamente qué es una revolución y si los procesos de emancipa-
ción e instalación de Repúblicas en Hispanoamérica se pueden considerar como
tales, para sus actores lo que estaban experimentando era sin lugar a dudas una
“revolución”.
Una manera de salvar la distancia entre las concepciones de los contemporá-
neos y la interpretación posterior de intelectuales y académicos es volver al len-
guaje y las herramientas intelectuales que esos hombres utilizaron para concebir
la experiencia de separación de la Península e instalación de gobiernos republi-
canos. Con ello se evita el impulso de evaluar si entendían correctamente o no
lo que estaban haciendo y permite transformarse en testigos de las experiencias
revolucionarias que ayudaron a cristalizar nuestro concepto contemporáneo de
“revolución”.
La palabra “revolución” y la propuesta de independizarse de España aparecen
ya en algunos escritos hispanoamericanos antes de la crisis de la Monarquía espa-
ñola y del movimiento juntista de 1810. Uno de los ejemplos mejor conocidos es
la “Carta a los Españoles-Americanos” del jesuita peruano Juan Pablo Vizcardo,
escrita en 1791, que postulaba la justicia y necesidad de independizarse de Es-
paña. Su argumento central era que el gobierno de la Monarquía española había
devenido tiránico en la administración de América, y que las medidas impuestas
en el continente buscaban el beneficio de España y no del Nuevo Mundo. Las
prácticas absolutistas y despóticas del gobierno español, así como las restricciones
impuestas al comercio, rompían las cláusulas del pacto entre los españoles-ame-
ricanos y la Corona, en tanto el gobierno debía beneficiar, en primer lugar, a los
ciudadanos de la patria y no a lo que parecía un gobierno extranjero. Para Viz-
cardo, la Corona había llevado a cabo una “revolución” de su pacto con América
al violar las antiguas libertades de los diversos cuerpos que componían la Monar-
quía.21 Esta “revolución” legitimaba la aspiración de independencia, reforzada por
el ejemplo de las Trece Colonias, que frente a los actos despóticos de la Corona
inglesa habían reclamado sus antiguas libertades.22
A comienzos del siglo xix, por lo tanto, el término “revolución” se usaba en el
sentido tradicional de “vuelta atrás”, es decir, de un cambio de régimen o forma
de gobierno en un ciclo que contemplaba solo unas cuantas alternativas posibles
“El progreso de la grande revolución que acabamos de bosquejar, y que se ha perpetuado hasta
21
nosotros en la constitución y gobierno de España, es conforme con la historia nacional. Pasemos ahora al
examen de la inf luencia que nosotros debemos esperar o temer de esta misma revolución [la realizada por la
Corona].” Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, Carta Dirigida a Los Españoles Americanos. México, D.F.: Fondo
de Cultura Económica, 2004.
22
Íd.
23
De acuerdo con el esquema propuesto por Aristóteles y recogido por Polibio, había tres formas de
gobierno: monarquía, aristocracia y democracia, que degeneraban en tiranía, oligarquía y gobierno popular,
respectivamente. Toda revolución se daba dentro de este esquema de gobiernos posibles.
24
François-Xavier Guerra, “La Revolución francesa y el mundo ibérico”, p. 348.
25
Camilo Henríquez, “Aspecto de las provincias revolucionadas de América”, Aurora de Chile, 29 y 30,
27 de agosto-3 de septiembre, 1812.
26
Así, el historiador argentino Gabriel Entin caracteriza a la Revolución hispanoamericana como una
“experiencia de ruptura del orden monárquico y de construcción de nuevas comunidades políticas”. Gabriel
Entin, María Teresa Calderón y Clément Thibaud (coords.), “Las revoluciones en el Mundo Atlántico”,
p. 407.
27
Chile, Congreso Nacional y Juan Egaña, Proyecto de una Constitución para el Estado de Chile: que por
disposición del Alto Congreso escribió el senador D. Juan Egaña en al año de 1811 y que hoy manda publicar el
Supremo Gobierno: le precede el Proyecto de Declaración de los Derechos del Pueblo de Chile, modificado según
el dictámen consultado por orden del mismo Gobierno. Santiago de Chile: Impr. del Gobierno, por D.J.C.
Gallardo, 1813.
larga tiranía” –un gobierno ilegítimo– y “un movimiento grande y sublime hacia
la libertad” que llevará a los hispanoamericanos a las “glorias de la República”,
único sistema de gobierno donde pueden “f lorecer la virtudes sociales” que hacen
prosperar a los pueblos. La ruptura con España, por lo tanto, marca la inaugura-
ción de una nueva época, la era de la “libertad”, que traería consigo la prosperidad
material, moral y política, íntimamente entrelazadas entre sí.28
En la Proclama, Camilo Henríquez utiliza la palabra revolución en al menos
tres sentidos diferentes. El primero, refiriéndose a la posibilidad de que Napoleón
invadiese América, entiende revolución como un giro inesperado en el curso de
los eventos, “aunque se estableciese en América un conquistador por la revolución
inesperada de los sucesos”. La segunda acepción es la de cambio de forma de go-
bierno, todavía bajo el esquema predecible de la anaciclosis: “Ellos [los filósofos]
se lanzan en lo futuro, y leyendo en lo pasado la historia de lo que está por venir,
descubriendo los efectos en las causas, predicen las revoluciones y ven en los sis-
temas gubernativos el principio oculto de su ruina y aniquilación”. Por último,
revolución designa el quiebre con las autoridades españolas, que abre el camino al
autogobierno y a la posesión de la soberanía por el pueblo: “Seguramente no ha-
béis de buscarlos [a los legisladores que darán una nueva Constitución a Chile] en
los que han acreditado odio y aversión al nuevo gobierno ni en los que afectaron
una hipócrita indiferencia en nuestra memorable revolución, ni en los que han
intrigado por obtener el cargo de representantes”.29
Más tarde, en la Aurora de Chile, Camilo Henríquez utiliza el vocablo “revolu-
ción” frecuentemente. En un comienzo denota principalmente el quiebre con la
Monarquía española y la obtención de la libertad civil del pueblo chileno. Luego
señala con más fuerza el carácter irreversible del proceso iniciado en 1810, radi-
calizando el carácter épico de la empresa revolucionaria y caracterizándola como
una gesta heroica, una lucha contra la tiranía opresora que inauguraría una nueva
era de libertad, justicia y prosperidad. Si en el “Prospecto” de febrero de 1812
Henríquez había convocado a los sabios de Chile a cooperar con el gobierno civil
y el proyecto de la libertad con sus “luces, meditaciones, libros y papeles” para
regenerar y recobrar la dignidad del continente americano,30 en julio de ese año
llamará a la nación entera a empaparse del entusiasmo revolucionario, “este rapto,
esta efervescencia del espíritu”, “la resolución de los héroes, el entusiasmo de los
republicanos antiguos, que se ha desplegado gloriosamente por la gran causa de la
28
Camilo Henríquez, “Proclama del padre Camilo Henríquez que circuló en Santiago, firmado con el
anagrama de Quirino Lemachez, en enero de 1810”, Colección de historiadores i de documentos relativos
a la Independencia de Chile, 26, 1911.
29
Íd.
30
Camilo Henríquez, “Prospecto”, Aurora de Chile, 1, febrero, 1812.
31
Camilo Henríquez, “La libertad en los pueblos de América”, Aurora de Chile, 27, 13 de agosto, 1812.
32
Camilo Henríquez, “Prospecto”.
33
Camilo Henríquez, “Del entusiasmo revolucionario”, Aurora de Chile, 31, 10 de septiembre, 1812.
34
Camilo Henríquez, “El estado revolucionario”, Aurora de Chile, 33, 24 de septiembre, 1812.
35
“Hasta ahora la historia de la América ha sido bien insulsa e infeliz. La mitad del universo ofrecía
la uniformidad y la humillación de los pueblos orientales, los más abyectos del mundo. Las generaciones,
después de haber vegetado en la oscuridad, caminaban al sepulcro en un triste silencio, sin tener jamás una
parte activa en los grandes acontecimientos que trastornaban la tierra. Mudose en fin este orden uniforme y
degradante de cosas. La patria presenta un aspecto más animado, se mueve, se agita, piensa; y el blanco de
sus pensamientos y agitación es el mayor interés que puede ocupar a las naciones, es la libertad nacional. No
es pues el interés de una provincia, es la prosperidad, es la gloria de un continente inmenso y de innume-
rables islas, es la libertad de una gran parte del globo la que se pretende. (…) Es palpable que esta felicidad
no es para un día, sino para muchos siglos. (…) Si triunfamos, la musa de la historia nos contará entre los
héroes”. Camilo Henríquez, “Aspecto de las provincias revolucionadas de América”.
social que podía acarrear la libertad, llamando la atención sobre el caso francés, a
medida que la lucha por la independencia y la sensación de ruptura con la Mo-
narquía se intensificaron, la Aurora de Chile y más tarde El Monitor Araucano y el
Semanario Republicano pondrán su foco de atención sobre el éxito de la Revolu-
ción angloamericana, sus protagonistas, pensadores y su gobierno republicano.36
En la medida en que se explicitó que la lucha con la Península era un combate por
la independencia, la libertad y el autogobierno, se comenzó a observar el tránsito
de una actitud inicial timorata a una entusiasta. Este cambio se ve ref lejado, a su
vez, en la mirada sobre las experiencias revolucionarias de 1776 y 1789. Mien-
tras que En el espíritu de imitación es dañoso a los pueblos, publicado durante el
primer trimestre de 1812, Henríquez utilizaba el caso francés para advertir sobre
los peligros de la acción revolucionaria, ya desde mediados de ese año comienza a
publicitar la considerada exitosa Revolución de las Trece Colonias.37 La alusión a
la experiencia de Estados Unidos, por ejemplo, permitía mostrar que la Revolu-
ción hispanoamericana era una convulsión necesaria para restablecer el equilibrio
de los cuerpos, como había sido la separación de Angloamérica de la metrópoli
británica, pues “las revoluciones son en el orden moral lo que son en el orden de
la naturaleza los terremotos, las tempestades”.38
La ref lexión de Camilo Henríquez respecto de la Revolución francesa y an-
gloamericana giraba en torno a las causas de sus respectivos éxitos y fracasos. Esto
parecía especialmente relevante si su propósito era guiar los posibles caminos que
aseguraran la mantención de la libertad recién adquirida en el tiempo. Para el fray
de la Buena Muerte, como para muchos políticos e intelectuales del periodo, el
éxito de la revolución dependía de la aptitud del pueblo para vivir bajo un gobier-
no republicano. Así, la decadente y católica sociedad francesa, por ejemplo, había
fracasado en su intento por adoptar el sistema republicano estadounidense porque
no alteró primero sus costumbres y sucumbió a la anarquía, la disolución social y
al gobierno arbitrario de los líderes revolucionarios. Para cada pueblo existía, por
lo tanto, una forma apropiada de gobierno, que era conforme al “genio” particu-
lar que constituía, en el fondo, su esencia. La adopción de una nueva forma de
gobierno se realizaría de manera armoniosa si coincidía con el momento en que
el pueblo había consolidado ese “genio”, como en el caso de los Estados Unidos.
Todavía era necesario verificar si Hispanoamérica alcanzaría la libertad estando
preparada para asumir los desafíos de un gobierno republicano y qué sistema
debería adoptar:
36
Camilo Henríquez, “Los hombres se habitúan a la esclavitud”, Aurora de Chile, 30 y 31, 3 de sep-
tiembre-10 de septiembre, 1812.
37
Los conf lictos internos que afectaban a Estados Unidos eran menos evidentes para los hispanoame-
ricanos en esta etapa.
38
Camilo Henríquez, “La libertad en los pueblos de América”.
Es necesario pues preparar con suavidad, y lentitud los hombres a los grandes
trastornos, e innovaciones políticas: a menos que una revolución repentina en
las opiniones los conduzca por caminos nuevos, e insólitos, como sucedió
en tiempo de Carlos V y Felipe II.39
39
Camilo Henríquez, “El espíritu de imitación es muy dañoso a los pueblos”, Aurora de Chile, 2, 20
de febrero, 1812.
40
Antonio José de Irisarri, “Sobre los gobiernos republicanos”, Semanario Republicano, 8-9, 25 de
septiembre-2 de octubre, 1813.
41
Cursivas del autor. Juan Egaña, “Breve contestación a las observaciones publicadas impugnando la
memoria sobre sistemas federativos”. Londres: Colección de Algunos Escritos Políticos, Morales, Poéticos
y Filosóficos, 1826. Juan Egaña siempre se opuso al sistema federalista, sin embargo, reconocía que esa
forma de gobierno nacía de una meditación adecuada sobre la República para las condiciones del pueblo
angloamericano.
42
Camilo Henríquez, “El espíritu de imitación es muy dañoso a los pueblos”.
43
El tema de la educación ciudadana es prominente en la obra de intelectuales y políticos del periodo
como Camilo Henríquez, Juan Egaña, Manuel de Salas y Antonio José de Irisarri.
44
Antonio José de Irisarri, “Sobre los gobiernos republicanos”.
45
“Características de la Revolución”, El Monitor Araucano, 85-86, 26 de octubre-28 de octubre, 1813.
46
Antonio José de Irisarri, “Comentarios sobre sucesos militares en el Alto Perú y suerte de la re-
volución en América”, Semanario Republicano, tomo II, 2-3-4, 6 de noviembre-13 de noviembre-20 de
noviembre, 1813.
47
Antonio José de Irisarri, Historia del perínclito Epaminondas del Cauca, por el Bachiller Hilario de
Altagumea. Nueva York: Imprenta de Hallet, 1863, p. 242.
48
José Miguel Carrera, Diario Militar. Santiago, 1900, vol. I, p. 18.
49
Íd., p. 31.
50
Íd., p. 49.
51
Antonio José de Irisarri, Historia del perínclito Epaminondas del Cauca, por el Bachiller Hilario de
Altagumea. p. 243.
52
Manuel de Salas, Escritos de Don Manuel De Salas y documentos relativos a él y a su familia. Santiago
de Chile: Imprenta Cervantes, 1910, vol. 3, p. 86.
habían intentado establecer puentes entre los realistas acérrimos y los indepen-
dentistas a ultranza, así como entre los distintos bandos en que se dividieron los
jefes militares de la causa patriota, fustigaron la rigidez, desmesura y crueldad de
los hombres de armas, culpándolos, en el fondo, del fracaso de la revolución. Para
Manuel de Salas, esta actitud llevó a Chile a la crisis de 1814, que terminaría con
el exilio de hombres de letras como él y Juan Egaña a la isla de Juan Fernández
y el autoexilio de Camilo Henríquez a Argentina. De los testimonios de de Salas
y Egaña emerge una imagen de la revolución mucho más lúgubre que la de la
gesta heroica delineada por Camilo Henríquez. Esta imagen refiere a “pasiones
fuertes e inamovibles” que triunfan sobre el “carácter tranquilo y moderado”, a
“juntas y sociedades políticas de ciudadanos” que son “el foco de conspiraciones
y tumultos”.53 De Salas y Egaña tenían la convicción de haber sido víctimas de su
propia moderación y virtud, atributos sin embargo indispensables para el éxito de
la empresa de la libertad, porque a final de cuentas una revolución que perdía de
vista sus objetivos trascendentes se consumía en el fuego de las revueltas prosaicas,
encendido por la pasión de las facciones.
Para Juan Egaña, en su sentido trascedente, la revolución era un quiebre que
establecía una nueva realidad definitiva, pero al mismo tiempo era un estado par-
ticular de existencia, marcado por la incertidumbre y la transitoriedad. Aun cuan-
do era una etapa necesaria para preparar a los pueblos para el gobierno republica-
no, necesitaba de la guía de la virtud y la ilustración, pues, dejada en manos de la
mecánica revolucionaria, arriesgaba desembocar en la barbarie. Solo la situación
revolucionaria tenía la fuerza para
renovar las antiguas instituciones; romper los resortes del hábito y pasibilidad,
hasta llegar al estado de pura naturaleza, y una independencia salvaje, por
cuyo término es preciso pasar rápidamente, para que las pasiones exaltadas no
se conviertan en fieras.54
Así, para no ser destructivo, el ímpetu revolucionario debía ser contenido por
el dique de la virtud.55
53
Juan Egaña, Ocios filosóficos y poéticos en la Quinta de las Delicias. Londres: D.M. Calero, 1829;
Juan Egaña, El chileno consolado en los presidios o filosofía de la religión. Londres: Imprenta española de M.
Calero, 1826.
54
Juan Egaña, Cartas Pehuenches, o, correspondencia de dos indios naturales del Pire-Mapu, o sea la Cuarta
Tetrarquía en Los Andes, el uno residente en Santiago, y el otro en las cordilleras pehuenches. Santiago de Chile:
Ediciones de la Universidad de Chile/Consejo Nacional del Libro y la Lectura, 2001.
55
Íd.
Conclusión
Mediterráneo (Historia)
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