Leo y Escribo
Leo y Escribo
Leo y Escribo
Las preguntas que posibilitan el curso del presente texto, son someras aproximaciones a la
contemplación e intelección de lo planteado en las líneas precedentes. Navegamos en un
mar de oscuridad y de preocupaciones cuando, preguntándonos por la esencia de algo y el
modo en el cual se da como fenómeno, emprendemos un negocio que tiene por finalidad el
esclarecimiento de la misma subjetividad. Plasmar en el papel algunas machas de tinta que,
después de ser sistematizadas, den cuenta de una realidad interior, es decir, de la
subjetividad, desemboca en un problema fundamental: la alteridad, aquel que no soy yo, va
a ser partícipe del sentir propio y de los clamores que aforan en un procesos de
introspección que, de suyo, involucra la revisión de infinidad de posibilidades para expresar
algo cuya función es aclarar una perspectiva ajena o, en el peor de los casos, abrir
interminables senderos hacia los escabroso y contradictorio. Lo subjetivo y la alteridad se
ponen frente a frente, como un mundo que se encuentra con otro; una cultura con otra. Y la
historia misma es garante de que al suceder estos encuentros o choques, una de las dos
partes domina a la otra y la somete hasta su liquidación definitiva. No obstante, el lado
perdedor sigue respirando y manifestándose en el desarrollo y configuración de la parte
victoriosa.
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Ahora bien, el objetivo fundante del presente texto consiste en la exposición y análisis de
las habilidades y falencias, atributos y defectos de la subjetividad que habla en este
momento, en relación con la lectura y la escritura. Para ello, consideraremos, en primer
lugar, una cuestión que interroga por la esencia de las cosas o los hechos, en otras palabras,
desarrollaremos la idea ¿qué escribo y qué leo?, la cual se subdivide en dos partes: ¿Qué
escribo? y, por otro lado, ¿qué leo? En segundo lugar, tomando como molde el decurso de
la primera cuestión, analizaremos la pregunta ¿Cómo leo y cómo escribo?, subdividiendo
este punto en ¿cómo leo? y ¿cómo escribo? ya no respondiendo a la esencia de algo, sino al
modo particular en el cual se presenta algo.
El encuentro con un libro, en primer lugar y el encuentro con una hoja, en segundo lugar,
son dos experiencias que determinan los motivos recónditos de una exploración imaginaria,
pero también y, de modo más relevante, implica el curso o dirección que ha de tomar una
subjetividad en su ejercicio intelectual y búsqueda insistente conocimientos. Tal es la
situación, pero solo superficialmente. La otra cara de la moneda se caracteriza por el miedo
y la angustia producidos en el mismo instante de tomar un libro, cuya naturaleza es oscura,
y comprometerse con una hoja en blanco en compañía de un bolígrafo, cuya naturaleza es
incierta.
¿Qué leo? Hace unos cuantos años gozaba de libertad al momento de adquirir un libro y
devorarlo. La elección era indistinta, pero, al mismo tiempo, en ese ejercicio deliberativo,
era capaz de asumir una alteridad (libro), sin concurso de terceros u obligaciones de índole
diverso a la lectura en su sentido puro. No puedo afirmar que leía cualquier cosa que me
saliera al paso, porque mis preferencias se inclinaban hacia temas caracterizados por el
rigor filosófico. Empero, en la actualidad, cuando me hallo cursando estudios de
licenciatura en filosofía, no gozo de la misma libertad que antaño. Leo filosofía, pero no la
que yo quiero. En mis condiciones actuales tengo que leer por ciertas obligaciones y
disposiciones ajenas a mi voluntad. Mas, en mis tiempos de ocio literario, me dirijo a mi
biblioteca personal y selecciono una obra que me genere intriga. El noventa y nueve por
ciento de mis libros tiene que ver con temas filosóficos. Por consiguiente, respondiendo a la
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pregunta arriba planteada, leo textos (ensayos o artículos) de carácter filosófico. Aunque,
de vez en cuando, me intereso por la poesía y la literatura universal.
¿Qué escribo? Hace unos siete años, aproximadamente, la temática de mis escritos no ha
variado considerablemente. Quiero partir de la siguiente premisa: el sujeto escribe de
acuerdo a los temas que son objeto de su investigación y, por ende, asidua lectura. Si.
Como ya lo mencioné, el bagaje literario que poseo está íntimamente relacionado con la
filosofía, entonces no tengo más opción que escribir sobre ello. La anterior proposición
puede ser problemática y, por eso, quiero aclararla. Quien habla es una subjetividad y se
está refiriendo a sí misma, en consecuencia, tal obligación que circunscribe a ese sujeto que
trasmite las presentes líneas, es su único destino. O al menos eso parece. Últimamente he
incursionado en la poesía y en mis momentos de serenidad intelectual, que son mínimos,
derramo, como sangre, lagrimas o perfume, mis sentimientos sobre una hoja, y el producto
final es un poema. En esos momentos de sobreelevación lírica, cuando el paroxismo
intelectual llega a su culmen, este yo experimenta la misma sensación que tuvo Dios al
crear el universo, según lo describe el Génesis. En fin, siendo sintéticos y,
responsabilizándonos de la pregunta en discusión, escribo o hago el intento de escribir
textos filosóficos y poesía.
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¿Cómo leo? el hecho de seleccionar un libro de entre los muchos que están a la mano, ya es
acción que trae consigo la problemática del cómo. No leo cualquier cosa y, por lo mismo, la
elección del libro determina, indudablemente, el gusto y la manera con las cuales va
llevarse a cabo la interacción entre una subjetividad (yo) y otra (el libro). El dialogo entre el
texto y el sujeto es la manera mediante la cual yo asumo los compromisos inherentes a la
lectura. No es un monologo, pues muchos llegarían a pensar que la lectura se reduce a la
acción activa del lector, mientras que lo leído sólo cumple una función pasiva, es decir, ser
leído y nada más. Los textos invitan a entablar una conversación entre dos modos de ver el
mundo y dos realidades que se encuentran en circunstancias totalmente distintas.
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quiero que se creen confusiones y disputas en relación con el comentario precedente, ya
que un lector acrítico y descalificado puede pensar que me estoy haciendo pasar por un
Heidegger o un Wittgenstein, pues, como se puede ver, no les llego ni a los talones. Esa no
es mi motivación. Solo quiero hacer transparente la verdad, mi verdad.
III. Conclusión.
Los oficios de leer y escribir son como la interpretación, infinitos, pues su mismo carácter y
complejidad interpelan a la subjetividad para que no sea presa del conformismo, sino que la
avidez por el conocimiento y la producción se hagan cada vez más sólidas. Podemos
asegurar, por otro lado, que leer y escribir son sinónimos de pensar, en tanto que al realizar
estas actividades es menester la intervención de la mente o la razón, sin desmeritar, en
efecto, lo corporal. De esta forma, la disposición de pensar y exteriorizar lo pensado no son
rasgos que se desliguen de la subjetividad, sino que son prolongación y extensión de la
misma.
La labor o misión que debe ser emprendida a partir de este momento es la revisión crítica
de aquello que será leído en ocasiones venideras y, también, la reestructuración de todo lo
que ha sido escrito en este texto, porque esta subjetividad puede concluir que, a pesar de tan
arduo intento de exponer los hábitos y vicios de lectura y escrita, desconoce ya no lo que
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escribe y el modo como lo expresa, sino la idea acerca de lo que debe escribir y, todavía
peor, lo que debió haber escrito e, indiscriminadamente, omitió.