La Ley Del Talión
La Ley Del Talión
La Ley Del Talión
Ninguna ley resulta tan incomprendida como la famosa “Ley del Talión”. Resumida
en la fórmula “ojo por ojo y diente por diente”, se la considera una norma brutal y
sangrienta y muchas veces se la cita como ejemplo de salvajismo y venganza.
Efectivamente, el Talión es una de las leyes más viejas del mundo. Se encontraba ya en el
Código de Hammurabi, que es el cuerpo legal más antiguo que se haya descubierto
completo.
¿Quién fue Hammurabi? Un rey de Babilonia, que vivió alrededor del año 1.700 a.
C., y que ante la inestabilidad jurídica y social en la que vivían los súbditos de su reino,
decidió promulgar un código, es decir, una colección de sentencias en las cuales los jueces
pudieran inspirarse para impartir justicia. Su famoso código, que consta de 282 artículos,
grabados en una estela de piedra de 2,25 metros de alto, fue hallado por los arqueólogos
franceses en el año 1901 y, desde entonces, se encuentra expuesto en el Museo del Louvre,
París.
Quinientos años después de Hammurabi, Moisés también dio al pueblo de Israel una
serie de prescripciones y leyes. Y entre ellas incluyó la terrible y brutal Ley del Talión. Tres
veces aparece mandada en la Biblia (ver Éx 21,23-25; Lev 24,19-20; Dt 21,19). La primera,
cuando los israelitas acamparon frente al monte Sinaí. Allí ordenó: “Se cobrará vida por
vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura,
herida por herida, moretón por moretón” (Éx 21,23-25).
La tercera vez que esta ley aparece, es en las llanuras de Moab, años más tarde,
cuando los hebreos están por lanzarse a la conquista de la tierra prometida. Moisés, a punto
de morir, reúne al pueblo y le ordena: “Harás pagar vida por vida, ojo por ojo, diente por
diente, mano por mano, pie por pie” (Dt 21,19). Por eso, esta ley recibió el nombre de
“Talión”. Porque si uno había hecho “tal” cosa (en latín “talis”), se le daba “tal” castigo.
Venganzas desgarradoras
Primero: que en Antiguo Oriente existía una práctica muy extendida, casi que se
había convertido en ley sagrada: la ley de la venganza. Pero esta costumbre se cumplía de
manera tal, que las venganzas eran siempre muchos mayores que las ofensas hechas. Si,
por ejemplo, alguien le cortaba un dedo al otro, sus parientes lo buscaban y se vengaban
cortándole al ofensor un brazo. Y si uno perdía su pierna, su clan le cortaba al adversario las
dos e inclusive la cabeza.
En el caso de que una persona diera muerte a una oveja de su vecino, éste podía
llegar a matar todo el rebaño del otro. Y si se mataba a un hombre, sus familiares lo
reparaban matando al asesino con su mujer y sus hijos.
A falta de policía
Tales prácticas nos pueden parecer demasiado sanguinarias. Pero en una época en
que no existía la policía, ni una autoridad central que pusiera orden en la sociedad, el temor
a la venganza por parte del enemigo, frenaba y desalentaba los crímenes y los intentos de
violencia. Ahora bien, si es cierto que el temor a estas venganzas ponía orden en la sociedad,
por otra parte se cometían innumerables abusos, y se generaba una espiral de violencia tal,
que con frecuencia culminaba en guerras y exterminios de tribus y clanes enteros. Un simple
golpe en la mejilla, podía desencadenar una batalla campal.
La misma Biblia nos relata cómo una muchacha llamada Dina, fue raptada y violada
por Siquem. Entonces sus hermanos, para repararlo, fueron a donde vivía el violador y lo
asesinaron a él, a su padre y a todos los jóvenes varones de la ciudad (Gén 34,1-31).
Ahora sí se aclara el sentido de la Ley del Talión. Ante ese panorama, Moisés la dictó
con el fin de poner freno a estos abusos. En efecto, mandaba que si a alguien le sacaban un
ojo, para hacer justicia debía sacarle a su rival sólo un ojo, no los dos. Y si perdía un diente,
debía resarcirse sacándole a su adversario un diente, no toda la dentadura. La Ley del Talión,
pues, a pesar de su apariencia cruel, en realidad vino a establecer un principio de gran
misericordia: que la venganza jamás puede exceder a la ofensa.
El mismo libro del Deuteronomio, en sintonía con el espíritu de la Ley del Talión,
prohibirá incluir en los castigos a los parientes inocentes: “Los padres no morirán por la
culpa de sus hijos, ni los hijos por las culpas de sus padres. Cada cual pagará por su propio
pecado” (Dt 24,16).
El segundo elemento que hay que tener en cuenta, para entender mejor el sentido
de la Ley del Talión, es que no fue dictada para la gente particular, sino para los jueces, los
únicos encargados de aplicarla. Debemos recordar que los jueces de la época antigua no
eran profesionales, ni iban a la facultad, ni estudiaban de memoria gruesos libros de
derecho. Muchos de ellos ni siquiera sabían leer.
La Ley del Talión no fue pensada para resolver cuestiones personales, como a veces
la aplicamos nosotros, sino para dirimir delitos públicos en presencia de un juez.
El tercer y último elemento que debemos considerar, es que la fórmula “ojo por ojo,
diente por diente” nunca fue entendida literalmente. Se trataba sólo de una manera de
expresar que ningún delito castigo debía ser superior a la ofensa recibida. Pero quedaba
librado al criterio del juez el elegir la pena justa. Los jueces judíos afirmaban, con razón, que
la aplicación literal de la Ley del Talión podía mover a injusticias, ya que se corría el riesgo
de privar a alguien de un ojo sano por un ojo enfermo o de un diente intacto por uno
cariado.
La Ley del Talión, pues, en su época, fue una norma sumamente misericordiosa,
compasiva y benigna. Significó un enorme avance contra las terribles leyes de la venganza,
y su aplicación hizo progresar enormemente a la humanidad hacia la civilización, la
convivencia y el progreso de las relaciones humanas. Pero cuando vino Jesucristo, decidió
eliminarla. Porque entendió que la venganza, por más controlada, restringida y justa que
sea, siempre genera nuevos resentimientos. Y por ello no tiene lugar en la vida cristiana, ni
en el nuevo orden que vino a instaurar el Señor.
Por eso, en el sermón de la montaña, Jesús enseñó: “Han oído que antes se decía:
ojo por ojo y diente por diente. En cambio yo les digo: no le contesten al que les hace el mal.
Al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
Al que te quiera hacer un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto. Y si alguien
te obliga a acompañarlo un kilómetro, camina dos con él…” (Mt 5,38-41).
Con estas palabras, Jesús propone una nueva ley, pero ahora de perdón y no de
venganza. Para explicar cómo funciona, él mismo da tres ejemplos sacados de la vida diaria,
pero que no deben tomarse literalmente, pues se correría el riesgo de interpretar mal su
mensaje. El primer ejemplo es el de la bofetada. Jesús aclara que se refiere a la mejilla
“derecha”. ¿Por qué?
Supongamos que una persona está parada una frente a otra y quiere darle un golpe
en su mejilla derecha. ¿Cómo lo haría? Habitualmente uno utiliza la mano derecha. Por lo
tanto hay una sola manera: con el dorso de esa mano. Ahora bien, según la ley rabínica,
pegar con el dorso de la mano era más humillante e insultante que hacerlo con la palma.
Por lo tanto, lo que quiso enseñar Jesús fue que aun cuando alguien nos dirija un
insulto grande y vergonzoso, no debemos responder con otro insulto del mismo tipo. En la
vida no recibimos con frecuencia bofetadas, pero sí agravios y ofensas a veces desmedidas,
equivalentes a un golpe con el dorso de la mano para un judío. El cristiano es el que ha
aprendido a no experimentar resentimientos ni buscar venganza alguna. El verdadero
discípulo de Jesús, es el que ha olvidado lo que significa ser injuriado. Ha aprendido de su
Maestro a no tomarse nada como un insulto personal.
La túnica y el manto
En el segundo ejemplo, dice que si alguien nos hace un juicio para quitarnos la
túnica, debemos darle también el manto. Aquí también hay mucho más de lo que aparece
superficialmente. La “túnica” era una especie de vestido largo, generalmente hecho de
algodón o lino, que se usaba sobre el cuerpo y llegaba hasta las rodillas. Aun la persona
más pobre tenía generalmente más de una túnica para cambiársela frecuentemente. En
cambio, el “manto” era una prenda rectangular, hecha de tela gruesa. Durante el día se le
usaba sobre los hombros como parte del vestido exterior, y durante la noche como “cobija”
para dormir. Por lo general se tenía un solo manto.
Ahora bien, la Ley judía establecía que a un deudor se le podía quitar en un juicio la
túnica. Pero nunca el manto, ya que podía ser pobre y tener sólo eso para abrigarse de
noche (Éx 22,25-26). De allí que al ordenar Jesús simbólicamente que un cristiano entregue
también el manto, que no podían quitarle legalmente, quiso decir que uno no debe vivir
pensando permanentemente en sus derechos, sino en sus deberes. No debe vivir
obsesionado por sus privilegios, sino por sus responsabilidades.
Esto fue lo que le ocurrió a Simón de Cirene, un día que venía del campo: fue
obligado a cargar con la cruz de Jesús, que caminaba hasta el Calvario (Mc 15,21). Lo que
quiso decir Jesús, fue que no debemos cumplir nuestras obligaciones con amargura y
rencor. Si se nos encomienda una tarea o misión que no nos gusta, no debemos asumirla
como un deber odioso, rechazando interiormente a quien nos la pidió. Ya que prestaremos
el servicio, debemos ofrecerlo con alegría. Y no lo mínimo indispensable, sino ir más allá,
tratando de cumplir con lo que realmente se nos ha querido pedir. El que hace una obra de
bien, pero resentido y mal dispuesto, no ha comprendido aún lo que significa la vida
cristiana.
Resumiendo: podemos decir que por tres etapas pasó la humanidad. En la época
primitiva, se practicaba la más cruda venganza. Con la llegada de la Ley del Talión, se pasó
a la era de la justicia. Con la venida de Jesucristo, se inauguró el tiempo del perdón.
Hay pocos pasajes del Evangelio que contengan con tanta pureza la esencia de la
ética cristiana, como el que acabamos de analizar. El mundo espera, aún, verla puesta en
práctica por los discípulos del Maestro.