Cristianismo y Derecho

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CRISTIANISMO Y DERECHO1

Dr. Daimar Cánovas González2

Una evaluación integral de la relación entre cristianismo y Derecho rebasa ampliamente los
marcos de éstas páginas. El tema sugiere múltiples perspectivas, y cada una de ellas
merece un análisis específico. En el presente trabajo sólo se abordan dos de éstas
cuestiones. Por una parte, en qué medida la fe cristiana ha utilizado categorías jurídicas para
expresar su contenido. Sólo posteriormente se describe sucintamente cómo esa misma fe ha
dejado su impronta en leyes e instituciones jurídicas, de forma que no pueden éstas
pensarse en la contemporaneidad sin la configuración que les aportó el cristianismo.

No se responde, con estas líneas, a un capricho o mera curiosidad académica. La mirada al


pasado en que consiste la historia siempre entraña una visión del futuro, que recree las
mejores experiencias pretéritas y que evite sus errores, que tercamente suelen repetirse,
ahora bajo otros colores o consignas. Es imposible la comprensión cabal de nuestra realidad
sin desentrañar sus orígenes mismos, que se remontan más allá de los antecedentes
hispanos o romanos, a los que casi siempre se retrotraen nuestros estudios.

1. La justicia y el Derecho en el Antiguo Testamento.

Como en todos los pueblos del Oriente, no existió distinción en Israel entre el Derecho
humano y el Derecho divino, a lo que sí llegaron los romanos al separar el Ius del Fas.3 Para
Israel existió un solo Derecho, que ordenaba no sólo las relaciones con Dios, sino
igualmente las relaciones entre los hombres. Todo es expresión, en última instancia, de la
voluntad de Dios. La Ley o Torá, cuya cabeza son los Diez Mandamientos, comienza así:
“Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo…”.4

El Derecho veterotestamentario se caracterizó por su adaptabilidad, lo que le permitió ser


reelaborado una y otra vez a medida que se modificaban las circunstancias históricas en que
debía aplicarse. Al contrario de otros textos religiosos, la Biblia se escribió en un largo
período de tiempo, por lo que sus preceptos muchas veces necesitaron de una nueva lectura
para poder ser aplicados.5 En el libro de Deuteronomio, ya se prevé la posibilidad de que una
vez conquistada la tierra prometida, los reyes tengan que copiar nuevamente el texto de la
ley, tomando como base el libro de los sacerdotes levitas.6

1
Publicado en MATILLA CORREA, Andry (coordinador), El Derecho como saber cultural – Homenaje al Dr. Delio
ra
Carreras Cuevas, 1 edición, Editorial UH –Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011, pp. 507-521.
2
Profesor Auxiliar, Facultad de Derecho, Universidad de La Habana. Presidente de la Cátedra de Estudios
Jurídicos del Instituto Superior de Tecnologías y Ciencias Aplicadas. Vicedirector Científico del Instituto de
Geografía Tropical, Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
3 ra
FERNÁNDEZ BULTÉ, Julio, CARRERAS CUEVAS, Delio y Rosa María YÁÑEZ, Manual de Derecho Romano, 1
edición, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1982, pp. 3 y ss.
4 da
Éxodo 20,1. Biblia de Jerusalén, 2 edición totalmente revisada y aumentada, Desclée de Brouwer, Bilbao,
1976.
5
Voz “Derecho” en, OBERMAYER, Heinz, ZIELER, Gerhard, SPEIDEL, Kurt y Klaus VOGT, Diccionario Bíblico
ra
Manual, 1 edición castellana, Editorial Claret, Barcelona, 1975, p. 93.
6
Deuteronomio 17, 18. De hecho, el libro del Deuteronomio adquiere su nombre precisamente por eso, en
griego vendría a significar “segunda ley”.

1
Las fórmulas que emplea el Derecho hebreo pueden ser lo mismo apodícticas que casuistas.
En el primer caso, se trata de mandatos caracterizados por su obviedad, pues de no
observarse harían imposible la vida de la comunidad. Así, se adoptan fórmulas prohibitivas
como “… No matarás. No cometerás adulterio. No robarás…”.7 En otras ocasiones, se utiliza
la casuística, reglamentando minuciosamente cada situación: “Si prestas dinero a uno de mi
pueblo, al pobre que habita contigo, no serás con él un usurero; no le exigiréis interés. Si
tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se
abriga; es el vestido de su cuerpo…”.8 Si bien la primera de las formas es propia del Derecho
cultual, y la segunda del Derecho profano, se pueden encontrar ejemplos de ambas
modalidades en uno u otro caso.

A menudo se compara la legislación penal hebrea con la de otros pueblos del Antiguo
Oriente, de los que evidentemente tomaron algunos principios. De todos es conocida la Ley
del Talión, de origen babilónico, que si bien puede repugnar la conciencia contemporánea es
una medida que trata de limitar la venganza privada, que comúnmente era todavía peor que
la ofensa.9 No obstante, se avanzó aun más en ese sentido, pues se concibió un tratamiento
diferente para el homicidio involuntario, al establecerse ciudades o lugares de asilo, donde la
venganza de sangre de la familia ofendida no podía llegar.10Las sanciones podían ir desde la
pena de muerte por lapidación hasta la exclusión del pueblo de Israel, o penas corporales
como azotes públicos. Aún así, la legislación penal israelí puede considerarse moderada, en
comparación con la de otros pueblos del Antiguo Oriente, pues el número de latigazos, por
ejemplo, estaba limitado a cuarenta para evitar lesiones más serias. 11 Las penas más
severas se reservaban para conductas que atentaran contra la religión o la moral sexual y
familiar.12

Pero este repaso por las concepciones jurídicas del pueblo de Israel no estaría completo si
no se abordasen algunos conceptos centrales para su fe y su vida cotidiana. Uno de ellos es
el concepto de justicia. No parten las concepciones judías de una noción abstracta de la
justicia, sino de la idea de Dios Justo, que no puede permanecer indiferente ante el
sufrimiento humano, y que busca como consecuencia su salvación. Justicia, por tanto, es, en
primer lugar, el compendio de todas las perfecciones divinas, y como virtud humana, es

7
Éxodo 20, 13-15.
8
Éxodo 22, 24-26.
9
“Pero si resultare daño, darás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie,
quemadura por quemadura, herida por herida...” (Éxodo 21, 23-25).
10
Éxodo 21, 12-13. La historia posterior desarrolló esta disposición a través del privilegio de asilo con que
contaban algunos templos católicos, como el Iglesia del Espíritu Santo en la Habana Vieja, en cuyos muros
pueden leerse todavía referencias de la disposición real que le reconoce tal privilegio. Estos son los orígenes
de la institución contemporánea del derecho de asilo, como protección que brinda un Estado a extranjeros cuya
vida o libertad estén en peligro “… por actos, amenazas o persecuciones de las Autoridades de otro Estado o
incluso por personas o multitudes que hayan escapado al control de dichas Autoridades”. DÍEZ DE VELAZCO, M.,
ma
Instituciones de Derecho Internacional Público, 10 edición, Editorial Tecnos, Madrid, 1994, p. 546.
11
Deuteronomio 25, 3. La muerte por lapidación, es universalmente rechazada hoy. No obstante, es todavía
empleada en algunas legislaciones. Hoy cobra relevancia mundial la campaña para que no se ejecute esa pena
contra la iraní Sakineh Mohammadi Ashtianí, de 43 años y madre de dos hijos, condenada por un delito de
adulterio.
12
Levítico 20. 1-21.

2
aquella que inclina a hacer lo que Dios quiere, con lo que resulta mucho más abarcadora
que la concepción occidental, centrada en la justicia distributiva.

No desconoció, sin embargo, el pueblo de Israel la justicia en tanto virtud moral que inclina a
dar a cada uno lo que le corresponde, en sintonía con el precepto latino, atribuido a ULPIANO,
conforme al cual la justicia es “la voluntad constante y perpetua de dar a cada uno el
derecho que le pertenece”.13 Pero esta concepción de la justicia no es meramente pasiva,
sino que ha de ser necesariamente activa, traduciéndose en la defensa del inocente, del
humilde, del oprimido por cualquier causa. Cuando los reinos de Israel y Judá fueron
arrasados y la élite del pueblo judío fue llevada al exilio, los profetas recordaron que la
justicia no viene por el cumplimiento exacto de la ley o de rituales vacíos, sino por la justicia
que se le hace al pobre, por la solidaridad que se muestra ante su condición. En particular, el
profeta Jeremías se lamenta de aquel que ha realizado su vida de espalda a los necesitados,
pues “¡Ay del que edifica su casa sin justicia y sus pisos sin derecho!”.14

El Derecho y la Justicia son para Israel también la fuerza y la acción de Dios que viene a
salvar, a liberar, a curar. Frente a las desigualdades y al orden injusto que permite a unos
pocos aprovecharse de los recursos destinados para todos, el Derecho es el orden por-venir,
es la recta relación de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. De hecho, varias
instituciones en Israel buscaban precisamente ese orden justo. La Ley estableció una
limitación temporal del derecho de prenda para el caso del deudor humilde, obligando al
acreedor a devolverla a la puesta del sol. Asimismo se le prohibía al acreedor tomar la
prenda por sí mismo del domicilio del deudor, sino que tenía que esperar a que éste la
sacara fuera para tomar posesión de ella.15Los textos bíblicos son también testimonio de la
preocupación por las condiciones laborales de los jornaleros, sean israelitas o extranjeros,
estableciéndose la obligación de pagarle cada día su salario, pues lo necesitan para vivir. 16

Otra de las instituciones de gran relevancia por el sentido de justicia social que la inspira es
la del año sabático. Se concreta ésta en disposiciones con respecto a los productos de la
tierra, al posibilitar su explotación por seis años, con obligación de dejarla descansar en
barbecho en el año séptimo, para beneficio de los pobres del pueblo, y de los animales. El
año sabático también se proyectaba sobre las deudas, disponiéndose la condonación o
remisión de las mismas en el año séptimo, con el fin de evitar la extrema pobreza, o la
esclavitud por deudas.17De igual forma, en otro precepto que trascendió hasta bien entrado
el Medioevo, se prohíbe la usura, exigiéndose que el préstamo sea sin intereses para el
acreedor, como ya se hizo referencia supra.18

13
FERNÁNDEZ BULTÉ, Julio, Siete milenios de Estado y Derecho, tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 2008, p. 362.
14
Jeremías 22, 13.
15
Deuteronomio 24, 10-13.
16
Deuteronomio 24, 14-15.
17
Éxodo 23, 10-11; Deuteronomio 15, 1-4.
18
Vid., nota 5. Nótese la coincidencia del precepto con el artículo 380 del Código Civil vigente, a tenor del cual
“En el préstamo de dinero entre personas naturales o entre ellas y personas jurídicas, no puede pactarse
intereses, salvo lo dispuesto en la ley con respecto a los créditos estatales y bancarios”.

3
La esperanza del Mesías tuvo precisamente ese contenido, como se manifiesta en la
predicación de los profetas, en que la justicia tiene un lugar principal. De hecho, muchas de
las prescripciones legales antes referidas, no pasaron de ser una meta nunca realizada a
plenitud, pues “… no fueron siempre respetadas”.19 Mayormente, su reflexión se produce
cuando los reinos de Israel y Judá están en plena crisis, o cuando han sido invadidos por las
potencias del Oriente, sean asirios, babilonios o persas.20 Los profetas insisten una y otra
vez en la necesidad de superar el cumplimiento exacto de la ley por la justicia, pues el culto
sin la justicia no tiene ninguna validez delante de Dios.

En los textos de la predicación profética se pone de relieve la necesidad de que impere la


justicia y el Derecho, como expresión de la voluntad de Dios para la historia humana, pues
de lo contrario no sería posible reconciliación alguna con la divinidad. Jeremías, por ejemplo,
denuncia a los gobernantes que conducen a su pueblo sin justicia, que hacen trabajar sin
pagar un justo salario.21Incluso el profeta Amós protesta contra prácticas deshonestas en el
comercio, como alterar las pesas y medidas, o especular con las necesidades de la
población. Me permito citar en extenso sus palabras, por reveladoras: “Oigan esto, ustedes
que oprimen a los humildes y arruinan a los pobres del país, ustedes que dicen: ‘¿Cuándo
pasará la fiesta de la luna nueva para que podamos vender el trigo?¿Cuándo pasará el día
de reposo, para que vendamos el grano a precios altos y usando medidas con trampa y
pesas falsas? ¡Arruinaremos a los pobres hasta que ellos mismos se nos vendan como
esclavos para pagar sus deudas, aunque sólo deban un par de sandalias! ¡Venderemos
hasta el desecho del trigo!’. El Señor ha jurado por la gloria de Jacob: ‘Nunca olvidaré lo que
han hecho”.22

Insisten en que la práctica religiosa que no va acompañada con el esfuerzo por implantar
relaciones justas entre los hombres y mujeres es absolutamente inútil. En cierto sentido, en
ello puede resumirse todo el mensaje profético. No en vano se ha llegado a afirmar que “El
tema predilecto de los profetas es que las oraciones, las asambleas, los holocaustos, las
fiestas, las peregrinaciones, los templos grandiosos, los días de ayuno no valen nada si no
se respeta el derecho del pobre. Yahvéh se vuelve insensible a estas celebraciones y
sacrificios: sólo ve en ellos hipocresía cuando no se acompañan de justicia”. 23

En resumen, todo el Antiguo Testamento es testimonio de una categoría central en la fe de


Israel, que es la noción de Pacto o Alianza. De hecho, el vocablo testamento tiene ese
significado. La versión griega de la Biblia, llamada versión de los Setenta, utiliza la palabra
(diatheke), que puede traducirse tanto pacto como testamento, acto de última
voluntad, por lo que Antiguo Testamento viene a significar Antiguo Pacto. La historia del

19 ra
MIFSUD, Tony, Moral social – Lectura solidaria del continente, 1 edición, Consejo Episcopal Latinoamericano,
Santa Fe de Bogotá, 1994, p. 156.
20
Un texto que resume apretadamente esta historia, desde una óptica que engarza muy bien los aspectos
literarios históricos y sociales, es el de PIXLEY, Jorge, Historia sagrada, historia popular – La historia de Israel
ra
vista desde los pobres, 1 edición cubana, Editorial Caminos, La Habana, 2002.
21
Jeremías 22,13.
22 da
Amós 8, 4-7. Se sigue aquí el texto de Dios habla hoy - La Biblia con deuterocanónicos. Versión Popular, 2
edición, Sociedades Bíblicas Unidas, México D.F., 1995.
23
BIGO, P. y F. BASTOS DE ÁVILA, Fe cristiana y compromiso social, Editorial Salesiana, Santiago de Chile, 1984,
p. 190.

4
pueblo hebreo está signada por diferentes alianzas, que llevan a una profundización
sucesiva de las relaciones con Dios. El libro del Génesis se refiere a un primer pacto con
toda la humanidad, representada por Noé y sus hijos, hecho después del diluvio. En él, Dios
promete no volver a destruir la tierra, colocando en el cielo como signo del pacto al
arcoíris.24En el propio libro se relata otro pacto de Dios con Abraham, en el cual Dios
promete descendencia numerosa y una tierra por herencia donde habitar, que será llamada
la tierra prometida. Incluso se llega a celebrar un rito común en la época para asegurar el
cumplimiento de las obligaciones: Abraham sacrifica animales y los parte por mitad, pasando
luego Dios mismo en medio de ellos, en forma de antorcha encendida.25

La plenitud de la Alianza de Dios con su pueblo se da con Moisés en el Monte Sinaí, donde
en medio de una experiencia mística, Yahvéh comunica su compromiso de permanecer junto
a su pueblo, mientras que éste observe sus preceptos, que les dona en las tablas de la Ley,
y se resumen en los conocidos como Diez Mandamientos o Decálogo.26Estos se cree que
originalmente no formaban una unidad, sino que son la reunión de elementos particulares
dispersos, más antiguos.27En todo caso, son la síntesis de los compromisos de Israel ante su
Dios, que implican la protección de lo que explícitamente se convertirán posteriormente en
bienes jurídicos, como la vida, la propiedad, el honor, la familia, entre otros.

2. La justicia y el Derecho en el Nuevo Testamento.

La predicación de Jesús ciertamente se sitúa en un contexto en que la Ley era el centro de


la vida del pueblo judío. La experiencia del exilio había hecho de la religión judía más que la
religión del Templo, la religión de la Ley, rasgo que se acentuará todavía más con la
destrucción definitiva del Templo de Jerusalén por las tropas romanas de Tito Flavio
Vespasiano en el año 70 después de Cristo. Se quiso observar toda la Ley en cada una de
sus particularidades; se tomaron y comentaron, buscando su cumplimiento en el sentido
literal más estricto. La medida de la religiosidad era, pues, el cumplimento exacto de la Ley,
por lo que sólo podía ser conocida por especialistas (los escribas y doctores de la ley), con
quienes se enfrentó abiertamente Jesús.

La práctica y el mensaje de Jesús, en cambio, se apartan de este panorama. Jesús


quebrantó la ley religiosa de su pueblo en repetidas ocasiones: tocó a leprosos, realizó
curaciones en día sábado, cuando estaba prohibida cualquier tipo de actividad, e incluso
tocó cadáveres, que eran considerados impuros.28Aún más, Jesús permitió que la
comunidad de sus discípulos violentase la ley y los defendió cuando se les reprochó esa
conducta: comían con pecadores e incrédulos, no practicaban los ayunos fijados en la ley, ni
observaban las normas relativas a la pureza.29

24
Génesis 9, 1-17.
25
Génesis 15.
26
Éxodo 20, 1-17.
27
Vid., Voz “Diez Mandamientos” en, OBERMAYER, Heinz, ZIELER, Gerhard, SPEIDEL, Kurt y Klaus VOGT, op. cit.,
p. 93.
28
Marcos 1, 4; 3, 1-5; 5, 41.
29
Marcos 2 15; 2, 18; 7, 1-23.

5
Pero el enfrentamiento de Jesús con el sistema legal de su tiempo no se hizo patente sólo
en sus actos, también en su predicación explícita. En ocasiones anuló la ley, dejándola sin
efecto, produciendo esta conducta, en vez de impureza, vida y salvación. De esa forma, en
muchas ocasiones corrigió la ley, como cuando declaró puros todos los alimentos, o anuló el
privilegio masculino de romper unilateralmente el vínculo conyugal, a través de la llamada
acta de repudio.30Su posición con relación a la ley puede resumirse en una de sus frases
más escandalosas para sus contemporáneos, pero que pone los fundamentos de lo que será
todo humanismo posterior: no es el hombre al servicio de la ley o para la ley, sino la ley al
servicio del hombre.31 Una lectura atenta de los Evangelios descubre en esta actitud el
origen de la condena de Jesús: su comportamiento lo coloca frente a la ley, con absoluta
libertad ante ella, pues ella se opone al camino de la plena realización humana. Es la
dignidad humana, pues, el único absoluto, y no cualquier norma, aun las de origen “divino”.32
El Derecho ha de cuidarse entonces de no pretender erigirse en la última instancia normativa
de la sociedad; por encima está el juicio de la propia conciencia.

Por otra parte, el centro de la predicación de Jesús está en lo que llamó el Reino de Dios o el
Reino de los Cielos. Aparentemente, nada tiene que ver con la vida social, por cuanto se ha
impuesto a lo largo de la historia una interpretación demasiado literal del concepto, bastante
alejada de su significado original. La referencia a los “cielos” no se debe a una
desvinculación de los problemas “terrenales”, sino a la costumbre judía de no pronunciar el
nombre de Dios, sustituyéndolo por alusiones más o menos veladas. El Reino de Dios es
para Jesús el proyecto que viene a inaugurar, que busca el restablecimiento de las
relaciones justas entre los hombres, y que implica una solidaridad activa con los más
necesitados. El Reino de Dios es, en la predicación de Jesús, la satisfacción de todas las
necesidades humanas y la superación de todas las alienaciones, como la opresión política y
social, la guerra, la pobreza, la enfermedad y la muerte. No significa, pues, reino fuera de
este mundo, sino reino en este mundo en que se cumplen con los designios de Dios. Los
destinatarios de ese mensaje son los excluidos por la sociedad: los pobres, los mansos, los
que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los que tienen misericordia, los
perseguidos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz. 33El Reino es en el
pensamiento cristiano la instancia crítica de toda realidad social, de forma que las
realizaciones humanas de cualquier signo tienden a él, pero nunca lo agotarán plenamente.

En todo el Nuevo Testamento son constantes las referencias a términos jurídicos, que se
encuentran en los propios Evangelios, y o en las cartas que les siguen, sobre todo en las
atribuidas al apóstol Pablo. Un lugar importante lo sigue teniendo el Pacto o Alianza, que se
califica como nuevo o último, pues completa y supera al antiguo. Este Nuevo Pacto no se
refiere exclusivamente al pueblo judío, sino que está abierto a toda la humanidad. El Pacto
se celebra no ya en la cima de un monte sino en el cenáculo, donde Jesús parte el pan y
ofrece el vino, su cuerpo y su sangre “derramada por muchos para perdón de los pecados”.34

30
Marcos 7, 19; 10, 9.
31
Literalmente afirma Jesús que “... el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el
hombre es señor también del sábado” (Marcos 2, 28).
32
CASTILLO, José María, “Jesús y la libertad” en, CASTILLO, José M. y Juan A. ESTRADA, El proyecto de Jesús,
ra
1 edición, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1985, pp. 11-31.
33
Mateo 5, 1-12.
34
Mateo 26, 26-29.

6
El universalismo es, entonces, la nota distintiva del cristianismo, que lo separará
definitivamente de la fe hebrea, y es la nota que permitirá su posterior expansión incluso
fuera del continente europeo, pues ya no había distinción entre esclavo o libre, judío o
pagano, hombre o mujer, fundando la común dignidad humana. Al menos en el pensamiento
occidental, ahí están los orígenes de la concepción que fructificó en el siglo XX en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.35

La lectura del Nuevo testamento hace que afloren continuas referencias jurídicas, no sólo en
cuanto a un cuerpo de ideas en torno al problema social, sino para explicar los contenidos
propiamente teológicos. Así, para infundir esperanza en los creyentes en la confianza de la
intercesión del Señor, la primera carta de Juan habla de Cristo, “abogado ante el
Padre”.36Pablo, por su parte, toma ininterrumpidamente ejemplos de la vida jurídica para
hacerse comprender mejor de sus oyentes: para ilustrar los deberes del cristiano para con su
fe y la recompensa que puede aguardarles, utiliza la figura del jornalero, que es el primero
con derecho a recibir parte de la cosecha.37La presencia del Espíritu Santo en el creyente se
convierte en “prenda” de la vida eterna, que asegura el cumplimiento de las promesas de
Dios, que todavía hay que esperar. Esta garantía real se convierte así en un símil adecuado
a los propósitos del apóstol.

Pero más allá de esas referencias anecdóticas, el Derecho puede decirse que está en lo
más íntimo del mensaje cristiano, en los Evangelios. Es el propio Jesús el que se manifiesta
en contra de los juramentos, confiriéndole valor a la simple palabra ofrecida, cuestión que
adquirirá relevancia posterior en el Derecho Canónico y en el moderno Derecho de
Contratos.38Consciente de la regulación tradicional sobre el tesoro como modo de adquirir la
propiedad, que le confería derechos al propietario del terreno en que se hallaba, alaba la
sagacidad del que lo encuentra, vende todo lo que tiene y compra la finca, afirmando que lo
mismo debe producirse cuando la persona se encuentre con el Reino. 39A pesar de ser
consciente de su especial relación con el Padre, que lo podría eximir del pago del impuesto
para el Templo, Jesús enseña responsabilidad social, y decide contribuir también al
sostenimiento del mismo, cumpliendo la obligación tributaria que pesaba sobre él. 40Para
graficar la misericordia de Dios, se vale de las facultades del dueño de la viña, que contrata
trabajadores por una misma cantidad de dinero al comenzar la mañana, al mediodía y al
caer la tarde, pues eso fue lo pactado y no cabe exigir más. 41Incluso, en el ámbito del
Derecho Público, y en contra de la que fue posición de los Papas en buena parte de la Edad
Media, se manifiesta partidario de la separación de Iglesia y Estado, en sintonía con los
constituciones laicas contemporáneas, cuando aconseja dar “… al César lo que es del
César, y a Dios lo que es de Dios”42, no como invitación al sometimiento pasivo a toda clase

35
Esta concepción de la dignidad humana cala tan profundamente en los primeros cristianos, que aun en
contra del ambiente de la época, consideran al esclavo no sólo como persona, sino como hermano (Filemón 1,
8-21).
36
1 Juan 2, 1.
37
Timoteo 2, 6.
38
Mateo 5, 33-37.
39
Mateo 13, 44.
40
Mateo 17, 24-27.
41
Mateo 20, 1-16.
42
Mateo 22, 15-22.

7
de autoridad, sino como obra de discernimiento, que puede llevar en unos casos a la
obediencia, y en otros a la misma violencia para destruir un orden injusto.43

3. El cristianismo y su influencia en el Derecho Romano.

Mucho se ha escrito en torno a las condiciones que propiciaron la propagación del


cristianismo en el mundo romano. Al menos su propagación entre las clases altas puede
atribuirse a los antecedentes de la filosofía estoica, pero sin duda fue el clima general de
decadencia el que abrió las puertas a un credo cuyos valores fundamentales eran la
fraternidad, la solidaridad, la caridad y el respeto por la dignidad del otro. Ciudadanos y
esclavos abrazaron la fe no por el consuelo de una vida después de la muerte, sino sobre
todo por la posibilidad concreta de mejorar la vida presente y crecer como seres humanos.

Las posibilidades de influencia cristiana en el ordenamiento jurídico no se dan súbitamente,


sino que se van desarrollando a medida que se desintegra el imperio, y empiezan las
autoridades eclesiásticas, sobre todo los Obispos, a llenar el vacío dejado por los
magistrados. La Iglesia se dedica en primera instancia a clarificar el dogma, para una vez
fortalecida, poder enfrentar las costumbres romanas que distaban en mucho de los
preceptos evangélicos. Así, la autoridad indiscutida de los Obispos en el orden doctrinal, al
superarse las grandes controversias teológicas, se ve acompañada de sus crecientes
facultades civiles, que hacen nacer una jurisdicción eclesiástica propia. Este papel se
refuerza en Occidente con la caída del imperio en el año 476 después de Cristo, pero la
síntesis más extendida entre pensamiento cristiano y Derecho Romano se dio en el Derecho
bizantino, ya en el siglo VI, con el Corpus Iuris Civilis del emperador Justiniano I (527-565).44

La influencia cristiana se hizo sentir, en primer lugar, en relación con la esclavitud. Ya en el


Nuevo Testamento los deberes aparecen reseñados de forma recíproca, tanto de esclavo
para amo, como de amo para esclavo.45Sólo con los llamados emperadores cristianos hay
una intervención sistemática en contra de los maltratos a los esclavos. 46Una constitución de
Constantino, del año 312, disponía que el amo usase de su derecho con moderación, y que
se le considerase homicida si diera muerte voluntariamente al esclavo, lo hiriese
mortalmente o lo envenenase. Es con Justiniano, sin embargo, que las medidas a favor de
los esclavos adquieren sistematicidad, al permitir las manumisiones tanto inter vivos como
mortis causa, estableciendo la igualdad entre todos los ciudadanos, incluyendo los que en
algún momento hubiesen sido esclavos.

43
La teología latinoamericana de la liberación ha profundizado más que ninguna otra en la justa rebeldía de los
pueblos oprimidos, frente a quienes ejercitan contra ellos la violencia cotidiana. El cristiano puede a veces
poner la otra mejilla (Mateo 5, 39), pero cuando se trata de la defensa de los derechos ultrajados del prójimo,
debe tomar el látigo, y echar del templo a los mercaderes de siempre (Juan 2, 13-22).
44 ra da
AA.VV., Manual de Historia General del Estado y el Derecho I, segunda parte, 1 reimpresión de la 2
edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004, pp. 5-35.
45
Colosenses 3, 22 - 4, 1.
46
Como antecedente de estas disposiciones hay que citar la llamada Ley Petronia, que prohibía a los amos
mandar a pelear a los esclavos con las bestias, pero que además de regular un aspecto muy puntual, fue poco
na
respetada. PETIT, Eugéne, Tratado Elemental de Derecho Romano, traducción de la 9 edición francesa,
Editorial Saturnino Calleja, Madrid, 1926, pp. 83-84.

8
Otro espacio donde se hace sentir con fuerza el cristianismo en el Derecho Romano es en el
matrimonio. El matrimonio romano, a pesar de su ausencia de formalidades y su fácil
disolución, era cada vez más raro, y se habían multiplicado normas que tendían a favorecer
a los hombres casados, concediéndoles mayores derechos hereditarios o privilegios en el
acceso a las magistraturas. Ante la posición radical de sectas que prohibían las segundas
nupcias, los llamados “emperadores convertidos” defendieron el derecho a contraerlas,
guardando la mujer el plazo de diez meses conveniente por motivos morales y para mayor
seguridad en la determinación de la filiación.47Si bien no se logró imponer la concepción
cristiana en torno a la indisolubilidad del matrimonio, se reguló el acceso al divorcio a través
de causales específicas: el canon 10 del Concilio de Arlés (año 314) permitía el divorcio ante
el adulterio de la mujer, o el proxenetismo, así como cuando el marido era homicida o ejercía
la magia, sistema que, aunque con causales diversas, se ha seguido hasta hoy en buena
parte de los ordenamientos familiares. Se dispusieron incluso sanciones para el cónyuge
culpable del divorcio y contra el autor de la repudiación sin causa legítima.48

Curiosamente, la extensión del cristianismo también fue vista como una amenaza para la
sociedad romana, específicamente para una de sus instituciones típicas: la patria potestad.
El conflicto generacional suscitado por la conversión de jóvenes al cristianismo, hizo que las
potestades del padre se recrudecieran. Los emperadores intervinieron entonces para limitar
esas facultades. Constantino tomó medidas en una constitución del año 318 en la que
castigaba como parricida al padre que matara a su hijo de cualquier forma. Se le mantuvo al
padre el derecho de infligir penas moderadas y en casos graves poder ir donde el
magistrado para que se castigara al hijo por desobedecer las leyes domésticas. 49Con el
cristianismo se extingue además el derecho de exposición de los hijos que ostentaban los
padres, que llegó en el Derecho antiguo a incluir la decisión sobre la vida y la muerte del hijo.
Diocleciano adoptó una ley por la cual los hijos no podían ser transferidos por sus padres a
un tercero, ni en venta, ni en donación, ni en prenda, o en cualquier otro concepto.
Constantino estatuyó que aunque la familia estuviese en extrema pobreza, el Estado debía
suplir esta necesidad, para evitar la venta de los hijos.

La condición jurídica de la mujer también mejora sensiblemente. Si en un principio la mujer


púber estaba en una tutela perpetua, debido a una presunta ligereza de carácter e impericia
en los negocios, simples pretextos para sancionar un régimen patriarcal y discriminatorio,
con la Ley Claudia las mujeres quedaron en libertad de cualquier representante. Sólo
necesitaban representación para los juicios y para actos de comercio. Constantino abolió
todas estas leyes y le dio los mismos derechos del hombre, sin necesidad de tutela, por una
constitución del año 321, pero todavía la madre no tenía ningún poder sobre sus hijos ni sus
bienes. Es con el emperador Teodosio el Grande que en 390 la madre pudo exigir la tutela
de sus hijos, si prometía no volverse a casar. Con Justiniano se les dio la total tutela de los
hijos a la madre y a la abuela, sin que ostentasen ningún derecho sobre los bienes de éstos.

4. La cristalización del Derecho Canónico.


47
Desde la promulgación del Código de Familia en 1975, se le permite a la mujer contraer nuevas nupcias,
dentro de los 300 días siguientes de haber extinguido su matrimonio anterior, con tal que presente certificación
médica, acreditando si se encuentra o no en estado de gestación (artículo 6).
48
PETIT, Eugéne, op. cit., p. 120.
49
Ídem., p. 110.

9
La conformación y fuentes del Derecho Canónico pueden seguirse en nuestros manuales de
Historia General del Estado y el Derecho sin mayores dificultades. Basta resaltar aquí, por
tanto, la evolución posterior de este Derecho, cuyos caracteres se prolongan hasta la
modernidad, y su importancia en la configuración de las instituciones jurídicas con las que
trabajan nuestros operadores. No se trata de un Derecho que se considere revelado,
expresión directa de la voluntad de Dios, como el caso del Derecho islámico, sino que se
concibe como Derecho puramente humano, que busca regular las relaciones en la
comunidad de creyentes que constituye la Iglesia.

El Derecho Canónico surge como una necesidad de la perdurabilidad en el tiempo de la


comunidad cristiana y de su extensión hacia territorios cada vez más lejanos. Se hizo
imprescindible una regulación que abordara el ejercicio de las diferentes potestades y
autoridades, así como la vida litúrgica de lo creyentes, en especial la celebración de los
sacramentos.50Fue un Derecho sometido a sucesivas compilaciones, al tener como fuentes
formales tanto decisiones pontificias, como acuerdos de concilios ecuménicos y locales. En
el siglo XX es que se produce la codificación, cuando el 27 de mayo de 1917 por el Papa
Benedicto XV se promulga el Código de Derecho Canónico, dividido en cinco libros: normas
generales, personas, cosas, procedimientos, y penalidades. Una segunda codificación se
comenzó a preparar en el Concilio Ecuménico Vaticano II, cuando Juan XXIII estableció una
Comisión Pontificia para la revisión del Código de Derecho Canónico. No es hasta el 25 de
enero de 1983 que el Papa Juan Pablo II promulgó el nuevo Código de Derecho Canónico
para la iglesia latina, que consta de siete libros dedicados a normas generales, pueblo de
Dios, la función de enseñar en la Iglesia, la función de santificar, los bienes temporales de la
Iglesia, sanciones y procedimientos.51

La influencia canónica se evidencia sobre todo en el Derecho matrimonial, donde aún se


sienten sus efectos en sistemas legislativos diversos. La impronta es notoria, por ejemplo, en
la forma de celebración del matrimonio. Aún cuando se han dado pasos para el
reconocimiento de efectos legales a las uniones de hecho, el matrimonio continúa siendo un
acto solemne, en el que es necesario el cumplimiento de determinadas formalidades, y cuya
celebración ha de ser realizado ante determinado funcionario. Fue el Concilio de Trento,
celebrado con interrupciones entre los años 1545 y 1564, el que prescribió la presencia
obligatoria del ministro de culto, como testigo cualificado ante el cual los contrayentes debían
prestar el consentimiento conyugal.52

Ha trascendido también la doctrina de los impedimentos, casi en su formulación original. El


Código de Familia distingue aún entre prohibiciones absolutas y relativas, según se refieran
a todas las personas o a determinados sujetos en concreto (artículo 4 y 5). La doctrina
canonista igualmente distinguió entre impedimentos dirimentes, que anulaban el matrimonio
si los cónyuges incurrían en alguno de ellos, o impedientes, si sólo tenían un efecto
50
COUGHLIN, John J., “Canon Law” en, Legal Studies Research Paper No. 07-27, 2007, Notre Dame Law
School, p. 3.
51
Ídem., pp. 6-8.
52
La legislación cubana sigue también ese principio, al requerir la Ley del Registro del Estado Civil, Ley 51 de
15 de julio de 1985, la presencia del notario público o el encargado del Registro del Estado Civil, si el
matrimonio se celebra en circunstancias ordinarias (artículo 58).

10
preventivo, pues de no observarse hacían al matrimonio ilícito, pero válido, sometiendo a los
cónyuges a una serie de sanciones. Siguiendo la legislación canónica vigente, el Código de
Familia sólo reconoce impedimentos de tipo dirimente o anulatorio, pues la falta de los
requisitos exigidos afecta la validez del acto.53

Se destaca también entre los aportes del Derecho Canónico la llamada filosofía penal
canónica, que ciertamente produjo aberraciones, pero de la cual se pudieron extraer
elementos de mucha valía. Hay que destacar en ella la reflexión en torno a la naturaleza y
las funciones de la pena que debía ser vindicativa, en tanto satisfaga el anhelo de retribución
de la víctima, y pública, para que cumpla la función educativa en relación al resto de la
sociedad, lo que desgraciadamente muchas veces se tradujo en ejecuciones
ejemplarizantes, verdaderos instrumentos de terror. La pena debía ser aflictiva, implicar un
sufrimiento en el reo, tanto corporal, como espiritual, de ahí que las formas en que se
aplicaba la pena de muerte llevasen aparejada la tortura previa.54A la Revolución francesa
cabe atribuir el mérito de aplicar la pena de muerte sin un sufrimiento adicional para el
condenado, aunque en algunos períodos pudo emular con los tribunales inquisitoriales en
cuanto al número de ejecutados.

La pena igualmente debía tener un carácter medicinal, buscando la reeducación del


sancionado o, en el lenguaje de la época, la conversión del pecador. De ahí la importancia
que cobra la sanción de privación de libertad, que llega a ser en ese período la pena por
antonomasia, como lo sigue siendo hasta hoy. La idea conforme a la cual era la sociedad la
que conducía al hombre hacia el mal estaba abonada por la concepción agustiniana sobre el
pecado original, que se transmitía a la descendencia mediante la generación, y que resultó
posteriormente reforzada por algunos pensadores ilustrados, fue lo que hizo pensar que en
situación de aislamiento habrían más posibilidades para un nuevo comienzo en la vida del
infractor.55

Del procedimiento inquisitorial igualmente se ha señalado la indefensión en que colocaba al


acusado, al ser juzgado por la misma persona que inicia el proceso con la acusación. Esta,
además, podía ser anónima, sin que el acusado pudiese identificar a la persona del
acusador. Se le reprochó además su carácter secreto y escrito, por cuanto ciertamente la
publicidad es garantía de transparencia en la función de impartir justicia.56Sin minimizar los
daños que rasgos como éstos hicieron a la función jurisdiccional, y hacen todavía donde

53
Artículo 45 del Código de Familia. Un análisis más detallado de los impedimentos matrimoniales en la
da
legislación cubana puede verse en: MESA CASTILLO, Olga, Derecho de Familia – Módulo 2, 2 reimpresión de
ra
la 1 edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004; y CÁNOVAS GONZÁLEZ, Daimar, “El régimen de ineficacia
del matrimonio en Cuba” en, Revista Cubana de Derecho, número 33, La Habana, enero-junio de 2009, pp. 46-
60.
54
AA.VV., op. cit., pp. 122-129.
55
FERNÁNDEZ BULTÉ cita ROUSSEAU, que concibe la sociedad como fuente de corrupción. FERNÁNDEZ BULTÉ,
Julio, Siete milenios de Estado y Derecho, tomo II, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, p. 112.
56
Quizás exagerando las posibilidades de la oralidad, MIRABEAU había afirmado en una sesión de la Asamblea
Constituyente francesa: “… dadme al juez que deseéis, parcial, corrompido, mi enemigo incluso; poco me
importa, siempre que no pueda hacer nada si no es frente al público”. Cit. pos., MORÓN PALOMINO, Manuel,
ra
Derecho Procesal Civil (cuestiones fundamentales), 1 edición, Marcial Pons Ediciones Jurídicas, Madrid,
1993, pp. 101-102.

11
quiera que asoman bajo otros nombres, hay que resaltar aportes de este modelo procesal a
la debida impartición de justicia.

En primer lugar, hay que citar la presencia de un juez profesional, con los conocimientos
técnicos necesarios para enfrentar la función jurisdiccional. Este aporte ha sido asimilado por
el ordenamiento jurídico cubano que utiliza el tribunal tipo escabinado, integrado tanto por
jueces profesionales como por jueces legos, ciudadanos en los que se concreta la
participación popular en la jurisdicción.57Es necesario resaltar además la posibilidad de
iniciar el proceso de oficio, sin esperar la iniciativa privada, que dio origen a la institución del
Ministerio Público, cuya misión fundamental es el ejercicio de la acción penal. Asimismo, las
huellas del sistema inquisitorio, aunque no puro, pueden seguirse en la fase preparatoria o
primera parte del proceso penal.58Por último, pero de igual relevancia, está la forma escrita,
que si bien se encuentra hoy en franco retroceso frente a la oralidad a partir de la reforma
procesal que significó el Decreto Ley 241, de 26 de noviembre de 2006, modificativo de la
ley civil adjetiva, es presupuesto necesario de una institución procesal imprescindible en
Derecho contemporáneo como son los recursos. Estos, que posibilitan el reexamen posterior
del asunto por otro órgano juzgador, tendría dificultades insuperables para desarrollarse si la
segunda instancia tuviese que consistir en una repetición de la primera, sin la posibilidad de
aprovecharse de los actos procesales ya realizados en ésta última.

El ámbito del Derecho de Obligaciones y Contratos es igualmente campo fecundo en el que


Derecho Canónico hizo aportes fundamentales. La buena fe, como norma de conducta,
como estándar que se impone a las partes, que obliga a una conducta acorde con los
principios éticos, es uno de esos aportes. Ella amolda el contenido o los efectos del acto a
unas reglas de conducta promovidas socialmente.59La buena fe es exigida actualmente para
la producción o no de determinados efectos jurídicos. Así, por ejemplo, en la acción
revocatoria no es posible su ejercicio contra el tercero que haya adquirido el bien de buena
fe.60En cambio, es necesaria su presencia en otras instituciones del Derecho patrimonial o
familiar, como en la adquisición de un bien por prescripción en la llamada usucapión
ordinaria, o para que el matrimonio nulo produzca efectos jurídicos, en la doctrina del
matrimonio putativo. El Código Civil cubano presume la buena fe, cuando es exigida por la
ley (artículo 6).

Igualmente, el valor de la palabra dada hizo trascender el formalismo, sirviendo de base para
la definitiva consagración del principio del consensualismo, conforme al cual como quiera

57
MENDOZA, Juan, “Principios del proceso penal” en, AA. VV., Temas para el estudio del Derecho Procesal
ra ra
Penal, Primera Parte, 1 reimpresión de la 1 edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2006, p. 57.
58
Idem., p. 83.
59
OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C., “Justicia contractual: principios de la buena fe y del justo equilibrio de las
prestaciones en la contratación” en, OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C. (compiladora), Derecho de Contratos –
ra ra
Teoría General del Contrato, tomo I, 1 reimpresión de la 1 edición, Editorial Félix Varela, LA Habana, 2006,
pp. 19-56.
60
OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C., “Defensa y protección del crédito” en, OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C. y
ra
Teresa DELGADO VERGARA, Teoría general de las obligaciones: comentarios al Código Civil cubano, 1
ra
reimpresión de la 1 edición, Editorial Félix Varela, LA Habana, 2005, pp. 128-132.

12
que los sujetos quieran obligarse, pueden obligarse.61También en lo referente a las
obligaciones, la fe cristiana penetra la rigurosidad del vinculo obligatorio, tratando de
dulcificar la posición del deudor, que responde a partir de ese momento sólo con su
patrimonio, sin que pueda perder la capacidad de satisfacer sus necesidades vitales más
básicas. En relación a la responsabilidad jurídica civil, el criterio de imputación empleado en
el sistema de responsabilidad subjetiva le debe mucho a la influencia cristiana, pues aplicó
criterios morales a la exigencia de responsabilidad, a partir de los cuales no podía hacerse
responsable a un sujeto por actos no deseados y que por tanto, no podían serle imputados.
A pesar de la tendencia general a la objetivación de la responsabilidad que denota el artículo
82 del Código Civil vigente, abundan los supuestos en los que prima este criterio subjetivo,
como en la responsabilidad por hechos ajenos atribuibles a los padres o tutores (artículo 92
del mismo cuerpo legal).

5. A modo de conclusión.

Claramente, no es el espacio adecuado para agotar este tema. Un objetivo semejante


merece un tratamiento exhaustivo, que rebasa los marcos del presente trabajo. Basta
señalar cómo el cristianismo es la fuente de la concepción occidental sobre la persona, es la
cosmovisión en la que se desarrollaron las grandes concepciones filosóficas y jurídicas en
Europa, y posteriormente en América. El cristianismo conformó una identidad común, pues la
fe agrupó a pueblos diversos en una única asamblea. El Derecho Canónico permitió integrar
lo mejor de las experiencias jurídicas de los pueblos romano y germánicos, en una síntesis
que legó a los ordenamientos posteriores.62Puede afirmarse, sin temor a equívocos que “…
no hay rama del derecho moderno, público o privado, que no haya sido decisivamente
influenciada desde los primeros tiempos por el derecho de la iglesia y por los conceptos
teológicos y morales de que es portador”.63

61
OJEDA RODRÍGUEZ, Nancy de la C., “El Derecho de Obligaciones. Delimitación conceptual” en, OJEDA
RODRÍGUEZ, Nancy de la C. y Teresa DELGADO VERGARA, Teoría general de las obligaciones: comentarios al
ra ra
Código Civil cubano, 1 reimpresión de la 1 edición, Editorial Félix Varela, LA Habana, 2005, pp. 5-6.
62
GUYON, Gérard D., Le legs du christianisme dans l’Histoire du Droit européen, Pierre Téqui Editeur, Paris,
2004.
63 ra da
AA.VV., Manual de Historia General del Estado y el Derecho I, segunda parte, 1 reimpresión de la 2
edición, Editorial Félix Varela, La Habana, 2004, p. 111.

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