Las Pequenas Muertes de La Vida Primeras
Las Pequenas Muertes de La Vida Primeras
Las Pequenas Muertes de La Vida Primeras
I
PENSAR LA(S) MUERTE(S)
II
GALERÍA DE MUERTES FIGURADAS
III
DOLOR Y DESAFÍO
IV
SATURNO DEVORADO
A mi hermana, Adriana,
la persona que mejor conoce a todos los Luises que he sido.
Cada cual tiene una filosofía propia, de andar por casa, re-
zagada y comodona. Algunos, además, nos esforzamos por
refinarla, haciéndola menos arbitraria y caprichosa, lo que
exige ser sistemático y cargar con un complejo armazón
conceptual. Cada saber tiene sus códigos, y está bien que así
sea. Pero en esta ocasión me he alejado deliberadamente de
los rigores de la escritura académica, adentrándome en el
juego de la metáfora. Soy consciente de que resultará insa-
tisfactorio para algunos lectores. Tiene su sentido, qué pue-
do decir. El filósofo se lo toma todo en serio, y cabe exigir-
le rigor; el poeta, trabaja con sugerentes ficciones, sin
importarle su racionalidad. Unos y otros, peleados desde
tiempos de Platón, se pasean por este libro con provocativos
andares. Unos y otros tienen mucho que decir sobre las
pequeñas muertes.
Podría hacer mía la advertencia de Michel de Montaig-
ne, que hace casi quinientos años revistió el género ensayís-
tico de un pulso personal como nadie antes: «Lector, este es
un libro de buena fe. Te advierte desde el inicio que el
único fin que me he propuesto con él es doméstico y pri-
vado. […] Si hubiese sido para buscar el favor del mundo,
me habría adornado mejor, con bellezas postizas». Siguien-
do los pasos del francés, y con permiso, no disimularé mi
intención de tratar este tema de tú a tú, con la cercanía que
merece.
Te propongo, pues, que hagamos juntos el ejercicio do-
méstico de devolver a la muerte a su natural territorio, la
vida, reflexionando sobre sus símbolos y metáforas, ligadas
siempre a la pérdida. Hablemos de muertes y no de muerte,
DESVISTIENDO AL PERSONAJE
CONGOJÍSIMO VÉRTIGO
Mira que lo intenté, pero cada vez que estuve a punto de ro-
zar la idea de mi propia muerte, se evaporaba, se hacía niebla
vaga entre los árboles, una pompa de jabón estallando tras
perder su frágil envoltura. «¿Cómo es estar muerto?», me pre-
gunté tantas veces antes de que, como decía mi abuelo, me
¿MUERTE, EN SINGULAR?