La Criminalidad Económica Como Problema Criminológico y Político Criminal

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3.

LA CRIMINALIDAD ECONÓMICA COMO PROBLEMA


CRIMINOLÓGICO Y POLÍTICO CRIMINAL

I.- INTRODUCCION

El presente trabajo discurre sobre una cuestión que ha sido


tradicionalmente relegada tanto en el campo de las disciplinas criminológicas y
político-criminales cuanto en las prácticas dinámicas de los sistemas penales
de nuestro entorno.
Esta situación se ha visto particularmente profundizada en el contexto
latinoamericano en el cual la problematización de las cuestiones vinculadas a lo
que podría denominarse la “criminalidad económica”, ha estado
primordialmente ausente en las discusiones científicas y políticas centrales en
torno a la cuestión criminal.
Y si bien progresivamente se viene perfilando –principalmente en los
países central es una reversión de esta situación en lo que atañe a la
producción normativo-penal en sede de criminalización primaria, se señala con
rotundidad el carácter meramente simbólico de tales previsiones legislativas.
Diversas son las interpretaciones que pretenden comprender el
fenómeno en los términos descriptos, y las razones que lo provocan o
favorecen en el marco de las complejas relaciones que caracterizan a las
sociedades presentes; más, a pesar de tales esfuerzos cada vez más
numerosos y calificados, no se ha logrado o alcanzado a resituar a la cuestión
en el tapete del debate contemporáneo.
En este breve ensayo, con la presencia e impronta de estas asunciones,
se procurará encarar panorámicamente los aspectos centrales de estas
problemáticas en el contexto local actual, tanto desde la óptica de la
criminología como de la política criminal.
Como aspecto previo, antecedente y necesario, se abordarán las
cuestiones epistemológicas troncales –las que resultan ampliamente discutidas
y con escasos consensos en la comunidad científica-, y que tienen que ver
sustancialmente con su intrincada conceptualización y -como consecuencia
directa- con la posibilidad de definición de un objeto más o menos preciso de
estudio.
Y aunque, el punto no se supere sino con pocas certezas y demasiadas
interrogantes, no obstante se avanzará en algunas directrices sugerentes para
procurar comprender y actuar, en el contexto de estas sociedades desiguales,
inequitativas y excluyentes, sobre ciertas aristas de un fenómeno de compleja
dimensión.
Por tanto y con las limitaciones propia de extensión del presente,
identificación más o menos difusa del problema en estudio, evaluación del
mismo en su contexto socio-político, y delimitación de algunas las estrategias
político-institucionales para su tratamiento serán los ejes centrales de las
páginas que siguen.

II.- PROBLEMAS CONCEPTUALES EN TORNO A LA CRIMINALIDAD


ECONOMICA

Resulta ya un lugar común en los estudios sobre el tema de la


“criminalidad económica” acentuar los problemas de imprecisión y
controversias que surgen al procurar establecer una conceptualización
consensuada científicamente de esta categoría (por todos, Delmas Marty,
1980; Vilades, 1983, Nelken, 1999).
Las definiciones al uso son numerosas y disímiles1, y fuera del debate
propiamente dicho, la adopción de estas diversas conceptualizaciones
repercute inmediatamente en el establecimiento de las fronteras del campo de
estudio, vale decir en la determinación de un preciso objeto de investigación.
Así, acorde con estas definiciones epistemológicas iniciales
determinadas situaciones o problemáticas quedarán dentro o fuera del campo
de estudio de la “criminalidad económica” lo que no resulta un problema menor.
Sí existe coincidencia, en señalar como estudio pionero en la materia el
de Edwin Sutherland, White Collar Crime, en 1949 adoptando la acepción
delito de cuello blanco.

1
Para ejemplificar, se utiliza criminalité de affaires en Francia, economic crime en el Reino
Unido, Wirtschattskriminalitât en Alemania.
Así, Sutherland en aquél revolucionario trabajo, al referirse a la
participación de personas de la clase socioeconómica alta en conductas
delictivas expuso que: “…El delito de cuello blanco puede definirse,
aproximadamente, como un delito cometido por una persona de respetabilidad
y status social alto en el curso de su ocupación…”. (ob. cit. pág. 65).
Se advierte, pues de tal definición, un concepto amplio definido por dos
variables iniciales: una subjetiva vinculada a la pertenencia social del infractor,
y otra objetiva, relativa a su realización en el marco de una actividad
determinada. Es así que, según su propia caracterización se excluyen: “…
muchos delitos de la clase social alta, como la mayoría de sus asesinatos,
adulterio, intoxicación, etc., ya que éstos no son generalmente parte de sus
procedimientos ocupacionales. También excluye abusos de confianza de
miembros ricos del bajo mundo, ya que no son personas de respetabilidad y
alto status social…”. (idem: cit.).-
En un trabajo previo (1940), el mismo Sutherland pudo ofrecer alguna
aclaración mínima para tratar de circunscribir el concepto al referirse a tres
grupos de comportamientos:
a) actuaciones de hombres de negocios o de empresa en el desempeño de sus
funciones;
b) actos ilícitos de profesionales, tal el caso de los médicos;
c) conductas ilícitas en el ámbito de la política
Sin embargo, no es ocioso destacar que, no obstante, el autor en sus
investigaciones puso especial hincapié en su obra en el primer grupo de
comportamientos2.
De esta propuesta se derivan otras de trayectoria y peso en el ámbito
científico.
Así las cosas, poniendo el énfasis en la primera de las características de
la definición, se ha utilizado la expresión respectable crime (Cressey, 1970;
Schur, 1969), ampliando el concepto en forma absolutamente imprecisa, a
todos los actos cometidos por personas que gocen de respetabilidad social.

2
Aclara Sutherland en nota al pie (ob. cit.: pág. 65, nota 7): “…El término
‘cuello blanco’ se usa aquí para referirse principalmente a empresarios y
ejecutivos en el sentido en que lo usó un presidente de la General Motors,
quien escribió Una autobiografía de un Trabajador de Cuello Blanco…”.-
Por otra parte, otra denominación usual, refiere al occupational crime o
profesional crime (Clinard, 1972), emergente de este último aspecto de la
definición de Sutherland y la vinculación entre infracción delictiva y el
desempeño de una ocupación legítima. Así, Gary Green (1996)3 lo define
como: “…todo acto punible por la ley que se comete a través de las
oportunidades creadas en el curso de una ocupación que es legal…”, dato que
se convierte central en la teoría, y que permite incluir en tal categorización a
delitos cometidos por “…cualquier persona en el ejercicio de su profesión
desde el banquero hasta el mecánico pasando por el abogado o el médico…”4.
En ese sentido, Clinard y Quinney (1967)5 distinguen entre dos tipos
básicos: “…el corporate crime, que definen como el crimen cometido en
beneficio de la corporación a la que pertenece el autor, y el occupational crime,
que abarca todos los demás crímenes cometidos en el curso de una ocupación
pero que benefician directamente al ofensor…”.-
Apartándose de los elementos reseñados, se destaca la posición de
Edelhertz (1978)6 para quien el delito de cuello blanco está constituido por “…
un acto ilegal o por una serie de actos ilegales cometidos por medios no físicos
y a través del ocultamiento o del engaño, para obtener dinero o de propiedad, o
para obtener negocios o ventajas personales…”. Esta definición evidentemente
más amplia y que permite la inclusión de un sinnúmero de actos de distinto
rango, está caracterizada por dos elementos centrales: a) su contenido
patrimonial y b) su comisión a través de medios no violentos; y al resultar
sustantivamente más flexible, importó un uso más frecuente en las agencias
del sistema policial y judicial.
Desde otro punto de vista, cercano a las corrientes que comúnmente se
denominan “criminología crítica” o “criminología radical” de corte teórico
marxiano, surge la expresión crimes of the powerful o crímenes de los
poderosos, acorde con el conocido trabajo de Pearce (1976). Según el autor,
los crímenes de los poderosos solamente, se explican, en un contexto socio-
económico determinado: la sociedad capitalista dividida en clases antagónicas,

3
Ver al respecto el desarrollo efectuado por Virgolini, (2004: 69 y ss.).-
4
Conf. Vilades, (1983 cit.:224).-
5
Citados por Virgolini (2004: 70).-
6
Virgolini (ob. cit.: pág. 77).-
y por lo tanto sólo pueden cometerlos quienes se encuentran en posición
privilegiada dentro de esa estructura de poder.
Otra opción, frente a estas divergencias, resulta asir un concepto
delimitado por patrones jurídico-normativos. En este orden, Delmas-Marty
(1980), acuña la expresión criminalité des affaire, que abarcaría “…todo
menoscabo, de una parte, del orden financiero, económico, social o de la
calidad de vida, y de otra parte de la propiedad, fe pública o integridad física de
las personas, pero sólo cuando el autor haya actuado en el marco de una
empresa, bien sea por cuenta de la misma, bien sea por cuenta propia si el
mecanismo de la infracción está relacionado con poderes de decisión
esenciales para la vida de la empresa…” (cit. en Viladés, cit: 225).-
Tiedemann (1975), a su turno prefiere adoptar la denominación
delincuencia económica, estableciendo dos acepciones. Una de corte estricto
que importaría que delito económico “es la infracción jurídico-penal que lesiona
o pone en peligro el orden económico entendido como regulación jurídica del
intervencionismo estatal en la economía de un país”; y otra de carácter amplio
que asume que es “…aquella infracción que, afectando a un bien jurídico
patrimonial individual, lesiona o pone en peligro, en segundo término, la
regulación jurídica de la producción, distribución y consumo de bienes y
servicios…”.-
A su vez, en primer lugar, razones de practicidad en las agencias del
sistema penal, fueron inclinando la balanza hacia una definición jurídica que se
sustentara en las figuras positivizadas en los distintos ordenamientos jurídicos
(Righi, 2000:94).
No obstante, lo inconsistente de la propuesta, generó la opción de
procurar alcanzar un concepto material de delito económico amparado en la
noción dogmática de bien jurídico-penal o bien jurídico protegido. Así las cosas,
se acudió a denominaciones tales como orden público económico (Aftalión,
1966), orden económico nacional (Bergalli, 1973), orden público económico
social (Cousiño, 1962), régimen económico público (Mezger, 1959), entre
otras. (ob. cit.: 95).
Pero, paulatinamente, se fue observando la cualidad de bienes jurídicos
colectivos o supra-individuales en tales figuras, excluyéndose, en principio,
aquellas figuras de contenido patrimoniales con mera afectación individual,
tales como la estafa, la apropiación indebida, el soborno, la usura, el hurto, el
daño o los delitos de quiebra, salvo que en casos excepcionales pudieran
alcanzar aquella trascendencia colectiva. (Tiedemann, 1975; Righi, 2000).-
Siguiendo esta caracterización, Baigún señala la existencia de un orden
económico constituido por la producción, distribución y consumo de bienes y
servicios más la permanente intervención del Estado como bien jurídico que
sirve como plataforma para la definición misma del delito económico y la
clasificación de las conductas que ingresan dentro de su ámbito (2005:13-32).
También se ha utilizado la expresión delitos no convencionales7 para
significar el estudio –definición por la negativa- de los ámbitos objeto de
criminalización por el Derecho Penal que no configuran el Derecho Penal
tradicional o nuclear (conf. Maier, 1994:9). Al respecto, destaca Riquert
(2007:72), que allí Daniel Pastor ensaya una aproximación al mencionar que la
literatura se refiere: “…a los hechos que de un modo más intolerable afectan la
convivencia pacífica de una sociedad, los llamados globalmente delitos
económicos, esto es, la utilización de una estructura de poder para obtener
abusivamente, es decir, más allá de lo razonable, o desviar en provecho propio,
recursos, riquezas y bienestar que son patrimonio de la comunidad … Un
catálogo informal y sin pretensiones de exhaustividad quedaría integrado, por
lo menos, con los hechos punibles siguientes: fraudes fiscales, monopolio,
oligopolio y otros fraudes a la competencia, fraudes a la banca, al crédito
público y al sistema financiero estatal, contaminación ambiental, fraudes al
consumidor y al sistema de seguridad social…”. Para concluir su análisis
Riquert señalando que “…Luego de apuntar que la moda agregaría a la lista el
‘tráfico de drogas’, indica como hilo conductor que permita la ‘contención’ del
conjunto, que se trata de hechos que afectan distintos bienes jurídicos y de
modo diverso, que tienen como ‘denominador común’ el enorme daño social,
concreto o potencial, que estas acciones acarrean para el desarrollo político,
económico, social y cultural de la población afectada…” (cit. 33).-
Por último, también debe situarse la atención a fenómenos que han
ampliado sugerentemente la acepción a ciertas formas de criminalidad
particular.

7
También en la obra se utiliza la expresión no tradicionales.
Así, se ha entroncado al delito de cuello blanco con el concepto de
crimen organizado8. La elaboración de este concepto tiene una precisa
certificación de origen ya que proviene de la respuesta otorgada por las
agencias federales de seguridad estadounidenses entre los años 1920 y 1933
(conf. Virgolini, 2004: 189 y ss.; Zaffaroni, 1997:251 y ss.), y para significar
formas de criminalidad “…que representaban una amenaza a los estilos de vida
dominantes de las clases medidas, por extenderse en la explotación de una
serie de actividades ilícitas o de un conjunto de servicios culturalmente
desaprobados. Así, el juego, la prostitución, la distribución de alcohol durante la
prohibición, el sistema de la protección extorsiva y otras actividades criminales
menores, hasta alcanzar con el tiempo a la distribución de estupefacientes,
constituyeron, más que simples actividades prohibidas, marcas criminales que
se dirigían a un preciso estereotipo de criminal: el del integrante de una
sociedad secreta, verticalmente jerárquica, cohesionada a través de lazos de
fidelidad personal fundados en la identidad racial y cultural, los vínculos
familiares y el empleo de la violencia…” (Virgolini, cit.: 190)9
Esta expresión fue trasvasada sin más del ámbito policial al académico,
receptada con matizaciones por autores de la talla de Donald Cressey (1969)
quien aplicó la noción de burocracia al análisis de las familias criminales,
individualizando su estructura jerárquica, su complejo de reglas formales, la
segmentación de sus funciones y los roles de centralización y de coordinación
revestidos por algunos de sus integrantes10.-
Más modernamente Stanley Cohen ha dicho que: “…hay crimen
organizado cuando se ponen en acción estructuras y modalidades articuladas,
diversificadas, capaces de conducir actividades flexibles. Una organización de

8
Un desarrollo del problema y las prácticas de criminalización en Orsi (2007).-
9
Allí se afirma que estas “…definiciones sugerían sobre todo el carácter
conspirativo de la organización, su amenidad a la forma de vida de la sociedad
estadounidense y una seria amenaza representada por su apetito de poder y
de riqueza. Una definición, que se remonta a 1967 y que se debe al trabajo de
análisis efectuado por agencias policiales estadounidenses, sostiene que el
crimen organizado se constituye como una sociedad secreta que trata de
operar fuera del control del pueblo americano y de su gobierno…” (ob. cit.:
190/191).-

10
Conf. Ruggiero, (1996:49), y citado en Virgolini (ob. cit.: nota 300 en pág.
191).-
ese tipo (…) debe dar respuesta a exigencias peculiares ligadas a su condición
de ilegalidad. Primera de todas la exigencia, aunque manteniéndose secreta,
de hacer valer públicamente la propia fuerza de coacción y disuasión. Un justo
equilibrio, entonces, entre publicidad y ocultamiento que solamente una
estructura compleja está en condiciones de conseguir. En segundo lugar, la
exigencia de neutralizar la intervención de la ley a través del silencio (omertá),
la corrupción, las represalias. Finalmente, la necesidad de conciliar el orden en
su propio interior, a través de formas de control y de solución de los conflictos,
con la legitimidad hacia el exterior, a través de la erogación de oportunidades
sociales y ocupacionales…”11.-
Abundantes han sido las críticas a esta pretensión categorial. Pavarini
(1995: 75 y ss.), por ejemplo, ha señalado que “…los desarrollos que para la
definición de este campo apuntan sobre los elementos organizativos despiertan
una serie de ambigüedades: la primera, que hasta un cierto punto, todo delito
económicamente motivado prevé una cierta organización y por lo tanto el delito
desorganizado no existiría como trasfondo del crimen organizado, lo que
conduciría a la desaparición de este concepto; desde el otro lado, el acento
sobre los elementos económicos tiende a disolver la misma categoría, toda vez
que existe una fuerte tendencia a la confusión entre economías legales e
ilegales y, por lo tanto el concepto alcanzaría una inabarcable e inmanejable
amplitud, abrazando la ilegalidad económica y la política tout court…” (conf.
Virgolini, cit: 205, nota: 322).-
Por eso, sostiene que: “…en realidad la categoría de crimen organizado
difícilmente se pueda desarrollar sobre terrenos ajenos a las asociaciones o
culturas mafiosas tradicionales, cuya distinción sobre otros elementos del
universo social reside sobre todo en el valor de la temibilidad o peligrosidad,
que es la que provee los materiales para la construcción –y sobre todo para la
percepción social alarmada- del fenómeno…” (ob. pag., nota, cit.).-
Zaffaroni (2001: págs. 9 y ss.) destaca su ambigüedad, pero
fundamentalmente su inutilidad como categoría jurídica y criminológica al
subrayar: “…la expresión ‘crimen organizado’ es hueca. Tiene claro origen
político partidista, es decir, fue inventada por los políticos norteamericano de
hace décadas… Responde al mito de la mafia u organizaciones secretas y
11
Conf. Ruggiero, cit.: 51, citado en Virgolini, (ob. cit.: 204).-
jerarquizadas, que eran responsables de todos los males…”, aclarando que:
“…en modo alguno quiero negar la existencia de la mafia, de la camorra, de
bandas de criminales, de organizaciones que practican defraudaciones
internacionales, que exportan sobrefacturando e importan subfacturando y que
se hacen acreedoras de sí mismas en mercados lejanísimos, o decir que no
existe la trata de personas ni de sustancias o servicios prohibidos, o que no hay
organizaciones de secuestradores. Lo que quiero significar es que no hay un
concepto que abarque todo eso y también, a veces, al terrorismo (como
algunos pretenden) y que sirva para algo…”.- En realidad, sostiene, tal
categorización oculta las contradicciones del poder planetario, genera unas
expectativas en el plano simbólico que al no satisfacerse materialmente
potencian la propia conflictividad, y corrompen a las propias agencias penales
inundándolas de prácticas atentatorias contra el Estado Constitucional de
Derecho, sin consecuencia concreta alguna (ob. cit.).-

III.- LA CRIMINALIDAD ECONOMICA COMO PROBLEMA CRIMINOLOGICO

Desde el estricto plano del estudio criminológico, la reflexión sobre el


problema de la criminalidad económica recién comienza a advertirse con el
advenimiento de una criminología de corte sociológico en desmedro de la
perspectiva biologicista que campeó en esta área de conocimiento durante el
siglo XIX en sus desarrollos europeos.
Así, pues ha sido la sociología criminal norteamericana de cuño
funcionalista la que permitido bucear en este aspecto, ausente en la reflexión
criminal previa12.
No obstante, un trabajo que sí corresponde mencionar, resulta el
enfoque de corte marxiano de Willen Bonger, del año 1916, quien distinguía
entre el crimen en las oficinas (crime in the suites) y el crimen en las calles
(crime in the street), y atribuía a ambos al desarrollo del egoísmo por sobre las
actitudes altruistas, provocado por la influencia del capitalismo que, por un

12
Virgolini (cit.: 43 y ss.) destaca alguno precedentes, pero que no anclan fundamentalmente
el tema, sino que lo abordan en forma pasajera y sin demasiada profundidad.
lado, enardecía la avaricia de los burgueses mientras que, en el otro extremo,
engendraba actitudes criminales a través de las miserables condiciones de vida
impuestas a las clases trabajadoras. (conf. Virgolini, cit.:45).-
De tal modo, pues, se destaca la relación entre delincuencia económica
y modo de producción, y se presenta la delincuencia de la <<burguesía>>
como el último eslabón de la lógica especulativa que caracteriza las relaciones
sociales en el marco de determinados sistemas13.
Pero volviendo a la sociología funcionalista, desde la noción
durkheminiana del delito como un comportamiento “normal” y “funcional” dentro
de las sociedades antes que una “patología” determinante para la conducta
individual de un portador malsano, sumada a la versión inicial de la teoría de la
anomia de cuño mertoniano, sustentada en la noción de medios ilegítimos para
alcanzar las finalidades sociales establecidas, permitieron a posteriori el
desarrollo de la teoría del delito de cuello blanco a la que se hiciera mención.
Merton sostuvo que el análisis de la criminalidad de cuello blanco constituía
sobre todo un reforzamiento de su tesis acerca de la desviación innovadora: la
clase de hombres de negocios, de la que se recluta gran parte de esta
población ampliamente desviada pero escasamente perseguida, corresponde,
en verdad, al tipo caracterizado por la propuesta innovadora, en tanto adhieren
decididamente al fin social dominante en la sociedad estadounidense (el éxito
económico) y lo personifica, sin haber interiorizado las normas institucionales a
través de las cuales se determinan las modalidades y los medios para alcanzar
los fines culturales.
En efecto, como expresa Righi (cit. 72), “…si bien la visión innovadora
que representó la teoría de la anomia, siguió vinculada a la exposición de la
criminalidad de las capas sociales inferiores, sirvió de antecedente para
ulteriores desarrollos sociológicos ya vinculados con la delincuencia
económica, como la llamada teoría de la ‘asociación diferencial’, desarrollada
por Sutherland desde 1939 en adelante, quien la utilizó para fundar su tesis de
los white collar crime, como consecuencia de investigaciones empíricas
relacionadas con infracciones al derecho de cárteles norteamericanos, luego

13
Viladés (ob. cit.: 227, nota 13), atribuye estas afirmaciones al estudio de Kellens y
Lascoumes, (1977).
del proceso de concentración monopólica en los Estados Unidos, y la sanción
de su legislación antitrust…”.-
En efecto, la teoría de la asociación diferencial, que se caracteriza por
estimar que el individuo se convierte en delincuente mediante un proceso de
aprendizaje que se produce en un proceso comunicativo e interactivo llevado a
cabo por contactos diferenciales en grupos personales estrechos o íntimos, con
frecuencia, duración, prioridad e intensidad; común al aprendizaje de cualquier
tipo de comportamiento, pero que ocurre cuando las definiciones favorables a
violación de la ley –que incluyen tanto técnicas para cometer el delito como sus
móviles, aspiraciones, racionalizaciones y concepciones– prevalecen respecto
de las que las desaprueban (por todos, Baratta, Taylor-Walton-Young,
Pavarini, Bergalli), permitió el desarrollo posterior de la noción de delincuente
de cuello blanco.14
Como se ha expresado, Sutherland ha definido: “…El delito de cuello
blanco puede definirse, aproximadamente, como un delito cometido por una
persona de respetabilidad y status social alto en el curso de su ocupación…”.
(ob. cit. pág. 65).-
Esta posición resultó, en su día, altamente significativa en tanto permitió
analizar comportamientos delictivos cometidos por personas de status social
elevado cuya rectitud y honestidad eran, por principio o por definición
incuestionables. (Viladés, cit.: 227, Bergalli, 1972).
Así, destaca Viladés (ob. y pág. cit.) que “…el hecho de abordar la
problemática de referencia significaba la quiebra de una equiparación que

14
Goppinger (:48) sintetiza este punto de vista del siguiente modo (cit.: 73):
a) La conducta criminal es consecuencia de un aprendizaje que se realiza en un proceso de
comunicación, en interacción con otras personas;
b) La parte principal del proceso en que se adquiere la conducta criminal se realiza en grupos
personales íntimos;
c) Dicho aprendizaje comprende tanto las técnicas para cometer el delito, como la orientación
respecto de móviles, aspiraciones, racionalizaciones y concepciones;
d) La tendencia específica de los móviles e impulsos, es reconocida por las definiciones de los
códigos como legal o ilegal;
e) Una persona se hace delincuente de acuerdo con un principio de asociación diferencial, que
consiste en aprender más modelos que favorecen la infracción de la ley que los que lo
desaprueban;
f) Los contactos diferenciales pueden variar en frecuencia, duración, prioridad o intensidad;
g) El aprendizaje de la conducta delictiva en base a la asociación con modelos culturales
criminales, es igual que cualquier otro proceso de aprendizaje;
h) Si bien la conducta criminal es una expresión de necesidades y valores, no se explica por los
mismos, ya que la conducta no criminal expresa las mismas necesidades y valores.
gozaba de gran predicamento y tradición en las ciencias penales y
criminológicas del siglo XIX, a saber: la equiparación de las clases trabajadoras
con las clases peligrosas. Estudios como los de Sutherland <<demostraban>>
que la delincuencia no es obra privativa de las clases sociales más
desfavorecidas; que las clases altas también son <<capaces>> de actuar
ilícitamente incluso en el ejercicio de su profesión, es decir también en la
obtención del beneficio…”.-
Sutherland formuló sus apreciaciones sobre una investigación empírica
que reunió más de novecientos ochenta decisiones judiciales y administrativas
sobre infracciones de diversa índole: prohibición de actividades monopólicas,
falsedades en la publicidad, patentes, derechos de autor, marcas de fábrica,
relaciones laborales, etc.; y con contundencia afirmó: “…la tesis de este libro es
que las patologías sociales y personales no son una explicación adecuada de
la conducta delictiva … muchos de los hechos sobre la conducta delictiva no
pueden explicarse por la pobreza y sus patologías relacionadas … La tesis de
este libro, planteada positivamente, es que las personas de la clase
socioeconómica alta participan en bastantes conductas delictivas; que estas
conductas delictivas difieren de las conductas delictivas de la clase
socioeconómica baja, principalmente en los procedimientos administrativos que
se utilizan en el tratamiento de los delincuentes…” (ob. cit.: 63 y ss.).-
Es decir que focalizó: “…en la cara de la sociedad contrapuesta a la
pobreza o los individuos con deficiencias mentales, o poco instruidos; su foco
de atención es la criminalidad ligada a los negocios, y por lo tanto, a la
organización del delito, o por lo menos a su planeación y ejecución en el filo de
la legalidad-ilegalidad. La astucia, la inteligencia profesional que asesora para
actuar en las lagunas de la ley, en definitiva, en esa frontera un tanto diluida
que separa lo ilegal de lo criminal…” (conf. Pegoraro, 1985: 50).-
Pero, el autor realizó otro aporte fundamental al demostrar también que
la conducta criminal se encontraba distribuida en forma más o menos
proporcional en todas las clases y sectores sociales, pero que las estadísticas
criminales resultan viciadas y sólo reflejaban la de la criminalidad baja.
Textualmente, afirmó: “…las personas de la clase socioeconómica alta son más
poderosas política y financieramente y escapan a la detención y a la condena
mucho más que las personas que carecen de ese poder, aun cuando sean
igualmente culpables de delitos. Las personas ricas pueden emplear abogados
hábiles y de otras formas influir en la administración de justicia para su propio
beneficio, con más efectividad que las personas de la clase socioeconómica
más baja…” (ob. cit.: 64); agregando: “…mucho más importante es la
parcialidad en la administración de la justicia penal en las leyes que se aplican
exclusivamente a los negocios y a las profesiones y que, por tanto,
comprenden a la clase socioeconómica alta. Las personas que violan leyes de
restricción al comercio, publicidad, alimentos y drogas no son arrestadas por
policías uniformados, no son frecuentemente juzgadas en tribunales penales ni
son sometidas a prisión; su conducta ilegal generalmente recibe la atención de
comisiones administrativas y de tribunales que funcionan bajo jurisdicciones
civiles o de equidad. Por esta razón, esas violaciones de la ley no son incluidas
en las estadísticas delictivas, ni los casos individuales llevados a la atención de
los especialistas que escriben teorías de conducta delictiva…” (idem).-
La contundencia de la explicación de la cifra negra de la criminalidad en
las estadísticas oficiales en relación al delito de cuello blanco y el trato peculiar
del sistema de justicia penal, dio lugar al desarrollo de análisis desde otra
perspectiva teórica por demás relevante para la historia y la teoría criminológica
como resultan los enfoques del etiquetamiento.
Estos enfoques que suponen que un proceso de atribución exitoso de un
rol desviado a una persona, generándose una autoimagen correspondiente con
la asignada socialmente (por todos, Mead, Lemert), verifican en estos casos la
inexistencia de visibilidad o rechazo social de tales conductas, por tanto, la falta
de identificación de tales actos como criminales y de estigmatización de sus
actores. Al respecto, es ya clásica la formulación de Howard Becker (1963),
quien expresó: “…La desviación no es una cualidad del acto que comete la
persona, sino más bien una consecuencia de la aplicación por otro de reglas y
sanciones a un <<delincuente>>. El desviado es aquel a quien esta etiqueta le
ha sido exitosamente aplicada…”.-
Ya en tal sentido, el propio Sutherland había anticipado que el hecho de
la aplicación diferencial de la ley en estos casos, se sustentaba en la
eliminación o minimización del estigma del delito, en función de tres factores: a)
el status del hombre de negocios, b) la tendencia hacia el no castigo, y c) el
resentimiento relativamente desorganizado del público hacia los delitos de
cuello blanco…” (conf. Virgolini, cit: 105).-
Lo cierto es que la reacción social frente a este tipo de criminalidad
resulta –salvo casos de extraordinaria gravedad o difusión pública-
prácticamente nula (Viladés, ob. cit.: 233), y de igual modo la inmunidad se
constituye en un dato relevante a la hora de categorizar esta actividad (conf.
Virgolini, cit.: 105 y ss.).
Esta situación, a su vez, se ha constituido como un obstáculo relevante
para la investigación criminológica en tanto la carencia de información oficial en
las estadísticas oficiales a raíz de la enorme cifra negra, lo que conduce a la
necesidad de adoptar otras fuentes de cuestionable fiabilidad para evaluar
cuantitativamente el fenómeno, tales como entrevistas a funcionarios, y
observación de su trabajo, entrevistas con hombres de negocios,
autobiografías y memorias de los propios transgresores, testimonios de
personas implicadas en operaciones fraudulentas, etc. (Nelken, 1999:157).
En su momento, Sgubbi (1975) denunció la impunidad de las conductas
<<socialmente dañinas>>, directamente vinculadas a la apropiación privada del
beneficio, o sea ligadas a la actividad propia y característica de los grupos
sociales capaces de influir directamente en la estructura penal; Pavarini (1975)
analizó las causas legislativas (históricopolíticas, ideológicas, y técnico-
jurídicas) y de aplicación de la ley penal (inaplicación de las normas existentes
o aplicación pero sin consideración social de criminal por el condenado), que
configuran un alto índice de impunidad; y Tiedemann (1975), subrayó la
dificultad de diferenciar entre beneficios legítimos e ilegítimos a raíz de las
características propias del sistema económico de libertad de empresa, en las
transformaciones de la actividad económica cuyos protagonistas son entidades
abstractas e impersonales, en la internacionalización de las compañías
mercantiles y la consiguiente complejidad de las relaciones de dependencia
entre las mismas que hacen más difícil individualizar la responsabilidad, en los
nuevos medios de pago, etc. (conf. Vilades, cit: 237).-
Más actualmente, Ruggiero (2005 <1999>) ha adherido a la expresión
Delitos de los poderosos, indicando un vínculo entre la criminalidad de la élite
y la criminalidad callejera.
En efecto, contradiciendo a las conclusiones clásicas de la sociología
criminal, al referirse a una serie de actividades ilegítimas realizadas por una
gama de individuos y grupos sociales, poseedores de diferentes medios y
status, subraya que tanto la deficiencia como la abundancia de oportunidades
legítimas pueden auspiciar la actividad criminal, pero en función de procesos
selectivos sólo algunos de los que están involucrados en esas actividades
están también expuestos al estigma social y a la penalización institucional.-
Con especial interés, apunta que: “…Muchas veces, individuos que
participan en la misma economía criminal deben la elección de su actividad a
motivaciones opuestas. En la economía de las drogas ilícitas, como hemos
visto, los que carecen de recursos buscan una ocupación alternativa que
comúnmente está muy mal paga, mientras aquellos que sí los poseen apuntan
a conseguir un valor agregado que sus recursos pueden generar…” (cit.: 215).-
En tal aspecto, ambas formas de actividad criminal son evaluadas en el
marco de la actual situación económica, caracterizada por la libertad
empresarial y el achicamiento del mercado laboral, siendo lo último
ejemplificado con la flexibilización y la inseguridad (cit.:216).
Y tales circunstancias, Ruggiero (idem, ob. cit.), concluye: “…las
desigualdades sociales determinan grados diversos de libertad… cada nivel de
libertad ofrece una posibilidad de actuar, de elegir objetivos para el propio
comportamiento, y medios para hacer posibles las decisiones. A mayor grado
de libertad, mayor rango de opciones disponibles, de potenciales nuevas
decisiones y de posibilidades de predecir de manera realista los resultados y
las consecuencias … Esta distribución asimétrica de la libertad hace que
algunos conviertan los comportamientos de otros en medios para sus propios
objetivos (Bauman, 1990). Esto puede ser realizado a través de medios
legítimos o coercitivos, lo que garantiza a aquellos beneficiados con mayores
recursos la prerrogativa de establecer qué medios y qué fines van a ser
considerados aceptables. Hemos visto, en el análisis de los ‘delitos callejeros’,
cómo la labor criminal, o sea, la serie de acciones realizadas por individuos con
poca libertad, se traduce en medios para la concreción de los fines de otras
personas, que normalmente gozan de mayor libertad. Hemos visto también, en
el análisis de los ‘crímenes de la élite’, cómo las definiciones de lo criminal son
controversiales y altamente problemáticas, debido al alto grado de libertad
disfrutado por las élites. La capacidad de controlar los efectos de sus acciones
permite a aquellos que gozan de más libertad ocultar la naturaleza criminal de
esas acciones…”.-
Con singular agudeza, Pegoraro (2008:14) correlaciona otro fenómeno
que contextualiza en la actualidad local, al que denomina Delito Económico
Organizado (DEO) y al que sitúa en el clima cultural propio del neoliberalismo
económico y el individualismo, caracterizado por la violación de la norma
acompañada de éxito económico e impunidad social.
Así, define al delito económico organizado como “…la organización
delictiva dedicada a negocios legales-ilegales de una cierta complejidad
político-jurídica con la necesaria participación de instituciones y/o funcionarios
estatales, que producen una recompensa económica importante y que gozan
de impunidad e inmunidad social-penal…” (ob. cit.: 15).-
Y con mayor especificidad y localización, añade: “…es de señalar la
extensión y multiplicación de los lazos sociales creados por las ilegalidades
(DEO) en la vida social y su relación con los ‘poderes ocultos’ en el marco de
los cambios que se han producido en la década del 90’ en Argentina, en
especial como parte de las políticas económicas sustentadas por ideologías y
razonamientos neoliberales…” (cit.: 15); aclarando que la expresión ‘poderes
ocultos’ no está circunscripta a un grupo único y monolítico sino que resultan
‘redes’ informales y contingentes de individuos poderosos –sin estructura
orgánica fija- que utilizan sus relaciones con sectores del aparato estatal para
realizar negocios redituables económicamente a través de actividades ilegales
que resultan, por ello, impunes penalmente15.
Pero también, sostiene que los delitos económicos organizados (DEO) “…han
sido y son parte del orden social y que en la sociedad de mercado cumplen una
función que lejos de destruir o debilitar el orden social (la sociedad) lo sostiene,
lo facilita, lo fortalece… lejos de disolver la vida social funcionan también como
‘cemento social’ (Elster, 1991)” (cit.: 15 y 25).-

15
Como ejemplo paradigmático, menciona el autor: “…son los negocios ilegales
entre empresas privadas y la administración del estado que incluye entre sus
integrantes a empresarios, funcionarios públicos, políticos, abogados, asesores
financieros y administrativos y demás profesiones afines…” (cit.: 30).-
IV.- LA CRIMINALIDAD ECONÓMICA COMO PROBLEMA POLITICO
CRIMINAL

Ahora bien, la heterogeneidad del “objeto” criminalidad económica, vale


decir la pluralidad de fenómenos que quedan abarcados por tal expresión,
impone necesariamente la adopción de diversas estrategias político-criminales,
según el ámbito de relación en que se verifiquen tales problemáticas16.
No obstante, entiendo que las estrategias institucionales a llevar
adelante desde el prisma de las agencias del sistema penal, requieren
constituirse sobre una plataforma fáctica aportada por la reflexión socio-
política-económica, y en un contexto coyuntural específico.
Así, no puede aislarse en esta construcción político-institucional las
características y la lógica de mercado en una economía globalizada, y las
relaciones sociales que se desarrollan en el contexto socio-económico
latinoamericano particular.
En primer orden, es menester destacar su vínculo con una afectación a
bienes o intereses de orden socio-económico y la trascendencia plural,
colectiva o supraindividual de tal lesividad.
Luego, la gravedad de su incidencia estructural o socialmente
dimensionada, y sus vínculos más o menos evidentes con estructuras
organizadas, de orden privado, público-privado o directamente público.
En este último sentido, además puede afirmarse como otra característica
central la tradicional indemnidad de las conductas desplegadas,
fundamentalmente a partir de la inoperatividad de los procesos y agencias
estatales de criminalización secundaria, lo que permite evidenciar en no pocos
casos, aquiescencia, connivencia o directamente participación de
funcionarios estatales.
Por último, no debe dejar de dimensionarse en las estructuras y
lógicas de mercado contemporáneas, teñidas por un modelo neoliberal,
16
No es el lugar para realizar un racconto de estrategias posibles en los diversos ámbitos, al
respecto, puede verse por todos, Viladés, cit. 237 y ss.- En este aspecto, es muy útil resaltar
las apreciaciones efectuadas por Clarke (1990), “…La persecución de crímenes corporativos
como el fraude a través del procesamiento criminal, aunque apropiado para unos pocos casos,
es irrelevante y de todo punto imposible para la mayorparte de los casos. Más aún, si se
recurre al procesamiento como el único o el principal medio de control, no se logrará otra cosa
que el dispendio y la histeria por parte del público, así como el confinamiento de los
transgresores menos suertudos y competentes…”, cit. por Nelken, (1999:159).-
post-fordista, globalizado e inequitativo. En este punto, deben reseñarse, al
menos, dos aspectos de crucial relevancia.
Por un lado, la dificultad que se evidencia asiduamente en establecer o
delimitar adecuadamente las fronteras entre lo legal/ilegal,
fundamentalmente en el marco de actividades que se desarrollan en el ámbito
de estructuras organizadas y complejas de corte empresarial o institucional.
Por otro, su emparentamiento, continuidad e interrelación con otro
tipo de fenómenos de criminalidad o incivilidades callejeras o predatorias,
-frecuente y selectivamente criminalizada, y desempeñados por grupos o
individuos con pertenencia a colectivos vulnerables y estratos socio-
económicos desfavorecidos- de la cual se sirven estructuras más o menos
organizadas acreedores de los beneficios económicos más relevantes que se
obtienen de aquellos comportamientos individuales más visibles y más o
menos violentos.
No es ocioso, en este punto, acudir a algunas ejemplificaciones locales
que denotan con evidencia los vínculos de los diversas actividades ilícitas con
las lógicas, las necesidades y las formas del mercado (legal-ilegal) en la
economía contemporánea.
En este aspecto, aparece con, cada vez, mayor claridad en el horizonte
global una enorme difusión de los tráficos (estupefacientes, personas, armas,
objetos) como las actividades de las que mayor renta se obtiene.
Así, en el campo del tráfico de sustancias estupefacientes prohibidas,
resulta necesario realizar una lectura global y regional del mercado lícito e
ilícito de fármacos y otro tipo de sustancias, pero también el vínculo económico
de éstas actividades con otras de naturaleza legal encabezadas por sectores
empresariales (vgr. lavado de dinero), y las razones y caracterización de un
mercado territorialmente fraccionado –en principio más visible-, estableciendo
los complejos vínculos y niveles organizacionales en el que se desarrollan tales
economías, y los factores que desde el ámbito público estimulan, favorecen o
admiten el desarrollo de tales fenómenos. De otro modo, la consolidación de
una política de guerra contra las drogas, amparado en un discurso de
contenido bélico que redunde en la criminalización y la penalización masiva de
pequeños micro-traficantes territoriales –que resultan meras piezas
intercambiables en la lógica de una economía de mercado ilegal y precario-
resultará –cada vez- altamente costosa en términos no sólo económicos, sino
también políticos y fundamentalmente sanitarios.
En el campo del tráfico o trata de personas existe una gestión y relación
directa con organizaciones y actividades vinculadas a gestiones del turismo, el
modelaje, etc., pero que en definitiva se emparentan con el problema de la
oferta de prostitución. Tal estudio de las diversas aristas del mercado ilegal y
los espacios de indemnidad que emergen de la intervención/no intervención de
distintas agencias de seguridad estatales (externas e internas), representa el
desafío para constituir una política criminal y de persecución que incida –al
menor relativamente- en los escalones más altos de esta enorme actividad
lucrativa y no se empecine en la criminalización de pequeños regentes
territoriales.
Por caso, el tráfico de armas también requiere una incisiva política de
determinación de los fronteras de su mercado ilícito y las organizaciones
internacionales y sus anclajes locales que obtienen los beneficios más
sustanciosos de la comercialización de las mismas, con un impacto relevante
en el ámbito de la criminalidad callejera y que conlleva, por un lado, a la luz de
la delictuosidad verificada en nuestro contexto altos índices de afectaciones de
distinto orden a la vida e integridad física de las personas, y por otro, de las
prácticas de criminalización amparadas en la normativa vigente altos niveles de
encarcelamiento reclutados de los estratos socio-económicos más bajos (arts.
41 bis, 166 inciso 2°, 189 bis del Código Penal).-
Por último, en la comercialización de objetos procedentes de hechos
ilícitos verificados en el ámbito callejero –criminalidad predatoria- se destaca el
tráfico de autopartes, que a través de una esquema organizacional más o
menos flexible tiene en desarmaderos u otras actividades comerciales visibles.
Lamentablemente la normativa local ha establecido un control administrativo
(ley provincial n°13.081) en cabeza policial y conforme a un criterio
estrictamente territorial, lo que debilita severamente la pretensión de regulación
de una actividad que como ya ha sido demostrado suficientemente, se
relaciona estrechamente con el robo calificado de vehículos en la vía pública
y/o homicidios resultantes con enorme impacto en la dimensión subjetiva de la
seguridad urbana.
V.- CONCLUSIONES

Los señalamientos antedichos y las afirmaciones precedentes permiten


–sin hesitación- dimensionar la cuestión como una verdadera criminalidad de
los poderosos, en un entendimiento dialogal y complejo de las relaciones
económico-socio-políticas en nuestras sociedades17.
Por ello, la necesidad de readecuar valorativa, estratégica e
institucionalmente las políticas criminales en materia de este difuso y complejo
fenómeno que resulta la criminalidad económica.
La persecución individual de los fenómenos de criminalidad y/o
incivilidades callejeras o predatoria, redunda evidentemente en un estrategia
político-criminal económicamente costosa, institucionalmente ineficiente, ético-
valorativamente inadecuada, programáticamente estéril, tendencialmente
discriminatoria y largamente cuestionada por su permanente afectación a
derechos humanos fundamentales.
Por tanto, aparece ineludible la necesidad de delinear un estudio más
complejo de la situación que se detenga en los caracteres antes reseñados,
fundamentalmente: su enorme costo social-colectivo, su inserción en la lógica
de mercado globalizado, las dificultades para delimitar lo legal de lo ilegal, sus
estructuras más o menos organizadas y relacionadas en algún punto con el
sector público, y su vínculo con formas de criminalidad más visibles.

17
Quiero subrayar en este punto, el diferenciamiento con una tradición
marxiana de análisis que circunscribe mecánicamente y determinísticamente
estas relaciones de poder, evidentemente de enorme y mayor complejidad en
los albores del siglo XXI.-

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