El Delito de Cuello Blanco

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 29

El delito de cuello blanco

“¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”


Bertolt Brecht

Eduardo Alcaíno A.1


Resumen
El sistema de justicia chileno hace unos años que viene públicamente lidiando con
una serie de casos en los cuales se han visto envueltos ejecutivos y gerentes de
grandes empresas y, al mismo tiempo, políticos o funcionarios públicos. Esto ha
dejado en claro que en Chile no sólo se cometen delitos contra la propiedad y que
no siempre están involucradas personas pertenecientes a los estratos sociales
más bajos. Más bien, existe otro fenómeno criminal en donde personas
pertenecientes a los sectores más acomodados de nuestra sociedad comenten
delitos, particularmente ligados al ejercicio de negocios privados y públicos. Estos
delitos han sido denominados por la criminología como “delitos de cuello blanco”.
En Chile este concepto se utiliza en su noción coloquial más que el desarrollado
académicamente, principalmente porque no ha sido abordado por nuestra
doctrina. En ese sentido, no tenemos claridad –al menos desde el punto de vista
de la criminología- cuáles son las principales características de este fenómeno
criminal. En ese contexto, este trabajo busca iniciar esta discusión, describiendo
las dos principales teorías acerca de lo que debemos entender por “delitos de
cuello blanco”.
Palabras claves
Delitos económicos – cuello blanco – corrupción – delitos corporativos – delitos
empresariales

1
Abogado, Magíster en Ciencias Jurídicas, Universidad de Stanford. Profesor de la Facultad de
Derecho, UDP. Correo electrónico: [email protected]

1
White-collar crimes
Eduardo Alcaíno A.2

Abstract
During the last years, there has been an increase in the public exposure on a very
distinct criminal phenomenon in Chile. It is the case of felonies committed by
managers and executives of relevant or big corporations. These cases have shown
that the Chilean society is more than poor and marginalized persons that commit
“street crimes”. Rather, there is a phenomenon of persons who belong to upper
classes that commit crimes related to private or public business. These crimes
have been called as “white-collar crimes” by the criminology. In Chile this last
concept is used in colloquial context more than in the sense of the academic
development. The reason is because the Chilean doctrine has not discussed this
topic. In this context, this work has the goal of developing the relevant
characteristics of the white-collar crimes, explaining the two main theories
developed by the criminology.
Key words
Economic crimes - White-collar crime – corruption - corporate crime – business
crime

2
Lawyer, Master of the Science of Law, Stanford University. Professor at Diego Portales University.
Email: [email protected]

2
Introducción
Si hace más de 70 años se preguntaba qué personas son las que cometen los
delitos en una sociedad, intuitivamente la respuesta sería que son aquellas que se
encuentran más relegadas, particularmente ligadas en algún grado a una situación
de marginalidad o pobreza. Lo que a todas luces actualmente resultaría una
aseveración incorrecta, hasta los años 40’ al menos parecía una realidad
irrefutable, incluso en países notablemente más desarrollados. Lo anterior
provocaba que las agencias estatales y también el mundo académico,
especialmente la criminología, centraran el ejercicio de sus labores y estudio en
este paradigma.
Esto llevó a Edwin Sutherland, sociólogo estadounidense, a elaborar una serie de
trabajos -agrupados luego en su obra “White Collar Crimes” en 1939-, para
intentar derrotar este “dogma”, demostrando que la comisión de delitos no está
ligada necesariamente a la pobreza ni menos a las condiciones físicas o psíquicas
de las personas, sino que se puede presentarse en personas en otras posiciones
socioeconómicas y otros contextos. A partir de ello, nace la nomenclatura de los
delitos de cuello blanco (o “White Collar Crimes”) y, al mismo tiempo, el inicio de
un desarrollo de parte de la criminología para explicar en qué consiste esta
criminalidad, por qué se produce y quiénes la cometen (Sutherland, 2009, p. 305).
En Chile la noción de los delitos de cuello blanco no se conoce explícitamente y,
en general, no ha tenido la debida atención. Por una parte, el sistema penal tiene
el foco principalmente puesto en los delitos comunes, especialmente en aquella
criminalidad relacionada con los delitos contra la propiedad y aquellos violentos
(Morales, 2012). Lo mismo ha hecho la literatura académica chilena, quienes a su
vez se han aproximado a propósito del derecho penal sustantivo, careciendo de
una visión desde otros enfoques u otras disciplinas (Hernández, 2005). Es decir,
en Chile no sabemos con precisión qué son los delitos de cuello blanco, quiénes
podrían cometerlos y por qué, al menos desde la perspectiva del desarrollo
comparado.
Todo lo anterior ha ido cambiando en último tiempo, al menos en el ámbito de
nuestro sistema penal. Se han conocido una serie casos que han puesto en duda
si es que estamos preparados poder investigar este tipo de criminalidad y también
para sancionarlos. Se trata de casos en los cuales directivos, ejecutivos o
empleados de corporaciones, inclusive funcionarios públicos, habrían cometido
una serie de conductas ilícitas, muchas de ellas constitutivas de delitos
económicos, corporativos, incluso contra el patrimonio del fisco, entre otros, los
que han causado un impacto en la opinión pública muy relevante.3
Pareciera ser que en el sistema está teniendo mayor relevancia este tipo de
criminalidad, lo cual implicará una serie de desafíos y, por lo pronto, exigencias de
3
Por ejemplo, el caso “La Polar”, “Farmacias”, “ADN”, “Penta”, etc. Algunos de estos casos son
comentados en Jaime Winter, “Derecho Penal e Impunidad Empresarial en Chile”, Revista de
Estudios Judiciales, Vol. 19 (2013): 93 y ss., consultado el 21 de abril de 2016,
http://web.derecho.uchile.cl/cej/docs_2/WINTER_9.pdf

3
partes de la sociedad de encararlo eficazmente. Por lo mismo, resulta relevante
que se comience a discutir de forma más sistemática y en base a información
empírica de qué trata este fenómeno criminal, cuáles son las dificultades que
enfrenta el sistema, cuáles son las que en el futuro podrían generarse y también
de qué manera se los puede resolver o evitar. Sólo a partir de ello se podrá estar
en un escenario informado para elaborar políticas públicas para encarar esta
criminalidad.
Un primer paso para comenzar abordar este tema es conocer qué son los delitos
de cuello blanco. Este trabajo tiene ese objetivo. Mi idea es elaborar un primer
avance que permita conocer las particularidades que posee este fenómeno
criminal, específicamente, las características de las diversas conductas delictivas
que lo componen, el perfil de las personas que los cometen y las razones o
motivaciones que hay detrás de su comisión.
¿Por qué este es el primer paso? Antes de determinar las herramientas
adecuadas para lidiar con un problema, es necesario conocer a lo que se está
enfrentando. En ese sentido, conocer las características de los delitos de cuello
blanco, resulta vital para luego tener herramientas que permita identificarlo en
nuestro sistema y para conocer sus particularidades. De esa manera podremos,
por una parte, llevar a cabo investigaciones académicas de mayor calidad y, por
otra, iniciar el debate sobre políticas públicas para prevenir y perseguir este tipo de
criminalidad.
Ahora bien, la criminología ha realizado un importante desarrollo en esta materia,
por lo que existen diversas publicaciones y académicos que han dedicado
esfuerzos en ello (McGurrin, 2013). Mi intención no es realizar una explicación
detallada de toda la literatura disponible y de las diversas doctrinas que ha
surgido. Más bien, el objetivo de este trabajo es tomar dos de las principales
conceptualizaciones que se han hecho: aquella que ha conceptualizado al delito
de cuello blanco basado en las características del autor, a través de la propuesta
de Sutherland, y aquella elaborada a partir de las particularidades de las
conductas, en manos de la obra de Edelhertz. Se trata de dos teorías muy
relevantes, al tratarse de las dos primeras y de las principales tendencias que han
conceptualizado los delitos de cuello blanco en la criminología.
La idea es explicar estas dos tendencias, dando cuenta de las características que
tiene que tener una conducta para ser considerada un delito de cuello blanco,
algunos otros desarrollos a partir de éste y las críticas que se han elaborado.
Para desarrollar todo lo anterior, este trabajo se dividirá en varios apartados.
Primeramente, en un apartado explicaré en general de qué tratan esta dos
tendencia, para así entender su relevancia y sus diferencias. En segundo lugar,
explicaré brevemente el estado de la criminología previo a la aparición del
concepto de “White Collar Crime”, ya que ello permitirá entender de mejor manera
lo relevante que significó el inicio del estudio de este fenómeno. En un tercer
apartado desarrollaré la teoría de Edwin Sutherland, quien fue el creador del
concepto de los “White Collar Crimes” y centró su desarrollo en las características

4
del ofensor u autor. (Friedrichs, 2010, p.7). 4 En un cuarto apartado me centraré en
la tendencia a conceptualizar los delitos de cuello blanco a partir de las
características de la conducta, en base a la teoría elaborada por Edelhertz.
Finalizaré con unas breves reflexiones.
1. ¿Una aproximación a partir de la conducta o del autor?
KPMG es una empresa estadounidense dedicada a prestar asesoría en la
contabilidad de grandes empresas en diversos países. El año 2003 múltiples
agencias estatales en Estados Unidos comenzaron a investigarla debido a una
posible colaboración en diversos delitos, principalmente, para evadir impuestos a
través de la creación artificial de pérdidas.
Empleados de KPMG estaban dedicados a ofrecer a sus clientes diferentes
productos, entre ellos, una serie de herramientas que podrían permitir a las
empresas a pagar menos impuestos. Entre los ofrecimientos estaba la posibilidad
de lo siguiente. Las empresas que eran asesoradas creaban una pequeña
empresa que era denominada con diversas siglas (para este caso, era BLIPS).
Luego, se requería un “promotor”, que era una sociedad fundada por dos o más
empleados de KPMG (llamada Presidio Advisory Services, PAS). Esta sociedad
recibía un aporte de BLIPS, cuyo monto correspondía al impuesto que buscaba la
empresa principal evadir.
PAS, solicitaba luego un gran préstamo bajo un cierto interés, donde el Banco
tomaba poco riesgo, ya que el dinero se mantenía físicamente en sus bóvedas.
PAS no tocaba este dinero, solamente realizaba movimientos con el dinero de los
impuestos, a partir de inversiones pequeñas en algunos países de América Latina,
entre otros.
Luego de 60 días, PAS decidía ser disuelta ya que no podía pagar los intereses y
el gran préstamo solicitado. Por ende, la empresa principal, “perdía” el dinero
invertido y luego podía registrar en su contabilidad dicha pérdida. En la práctica
ese dinero volvía a la empresa principal y no era sujeto impuesto alguno.
Este caso generó un gran escándalo en Estados Unidos, donde la evasión se
calcula pudo haber llegado entre los 33 y 52 billones de dólares 5. Dentro de las
diversas curiosidades de este caso, es que en la ejecución de todo este plan
intervinieron múltiples empleados y ejecutivos de KPMG, quienes se encontraban
en una diversa escala de jerarquía en la toma de decisiones, recibían distintas
remuneraciones, pertenecían a diferentes clases sociales y algunos ejecutaron
conductas más directas que otros.

4
La teoría de Sutherland tiende a ubicar en una etapa de desarrollo del concepto llamada etapa de
“polémica”, ya que se trató de posiciones que desafiaron la concepción que tenía la criminología en
ese momento de asociar la criminalidad a minorías, jóvenes y a conductas delictuales habituales
como homicidios, robos y hurtos.
5
Los billones en Estados Unidos no son lo mismo que para el resto del mundo. Para el primero, un
billón son mil millones de dólares; para los segundos en cambio, es un millón de millones.

5
Entonces, ¿Todos son delincuentes de cuello blanco? El operador telefónico,
quien debía llamar a sus clientes y ofrecer este servicio, ¿Lo es? El ejecutivo,
quien es miembro del directorio y estuvo de acuerdo con este tipo de servicios,
¿También lo es?
Estas preguntas –probablemente- variarán en su respuesta dependiendo de la
aproximación que tengamos sobre la criminalidad de cuello blanco. Así, si es que
se toma la concepción basada en las características del autor, y tal como
desarrollaré, el operador telefónico no lo será porque no es una persona que goce
de un estatus social alto y no posee una respetabilidad en el ejercicio de su
negocio. Pero, por otro lado, si tomamos la concepción que se centra en las
características de la conducta, probablemente lleguemos a la conclusión que sí lo
es ya que se trata de un acto ilegal que busca engañar al sistema y evitar el pago
de una determinada suma de dinero.
A partir de este caso queda en evidencia la relevancia de estas dos concepciones,
principalmente porque ser partidario de una o de la otra hacen la diferencia para
entender si estamos o no en presencia de un delito de cuello blanco o no.
2. La criminología antes de Sutherland y de los “White Collar Crimes”
Antes de la aparición de la teoría de Sutherland, existían al menos dos corrientes
en la criminología, denominada clásica y positivista. Probablemente Sutherland
apuntaba sus críticas a la segunda, ya que la clásica –proveniente del siglo XVIII
con sus máximos exponentes Bentham y Beccaria- (Valier, 2002)6 prácticamente
ya había sido dejada atrás. Más bien a Sutherland le preocupaba las teorías que
creían que el delito podía ser explicado por una serie de factores, especialmente,
biológicos o psicológicos.
En general, estas teorías buscaban incorporar criterios empíricos para explicar el
fenómeno delictual y darle una base científica a las conclusiones que arribaran.7
En ese sentido, a diferencia de la escuela clásica, no sólo buscaban disminuir la
aplicación de la sanción penal –propio del periodo post revolución francesa- sino
que la reducción o, incluso, la eliminación del crimen (Taylor, 1973, p.305). Por lo
mismo es que esta corriente supone que identificando los factores biológicos o
psicológicos se podría explicar la producción del crimen y, consecuencialmente, la
forma de evitarlo (Bottoms, 2000).

6
Esta postura fue la primera en teorizar sobre la criminalidad y el castigo penal y, a su vez, en
identificar principios de racionalidad en la deliberación de la justicia. Nace a propósito de los actos
arbitrarios y crueles de la Edad Media, quien repartían “justicia” –por supuesto- bajo la concepción
de que Dios les había delegado en reyes y reinas la facultad para hacerlo. Para esta teoría, que
nace en respuesta a esta noción de justicia, los humanos son seres libres y racionales que toman
decisiones y, en ese contexto, realizan una suerte de análisis de costo-beneficio que –en
ocasiones- los llevan a cometer delitos. En el uso de la libertad que el Estado les brinda, ejecutan
ciertas conductas que resulta delictivas y, por lo tanto, debían recibir un castigo pero con una serie
de características, entre ellas, proporcionalidad.
7
Una de las principales características del positivismo, al menos referido a la criminología, es que
introduce una lógica empírica a la hora de estudiar los fenómenos delictuales por sobre aquellas
ideas religiosas o espirituales que primaron desde incluso antes de la Edad Media.

6
1.1. Positivismo biológico:
Esta corriente supone que la criminalidad está asociada con cierta anormalidad o
defectos físicos de las personas, lo que hace a estas últimas biológicamente
inferiores y, en consecuencia, con mayores probabilidades de cometer delitos. Las
disciplinas que más se aproximaron son la frenología y la fisiología,
tempranamente en el siglo XVI con los aportes de Giambattista della Porta, quien
sostenía que los criminales tendían a tener labios largos y visión aguda (Gibson,
2002, p. 296). Estas ideas se expendieron hasta el siglo XVIII donde se comenzó
a centrar el estudio en la forma del cráneo. Según estos últimos, la forma externa
del cráneo podía indicar el tamaño, forma y naturaleza del cerebro, con lo cual
ciertas características que se identificaban podían indicar el posible
comportamiento de una persona (Newburn, 2007).
Pero probablemente la teoría más conocida proviene del conocido Cesare
Lombroso, considerado por muchos como el padre de la criminología moderna.
Lombroso basó sus principales ideas en una serie de autopsias que realizó a
cadáveres de hombres condenados por delitos comparándolos con cerca de 400
soldados italianos que no habían sido condenados y otros 90 declarados
“lunáticos”. Para este autor, los criminales estaban en un estadio de desarrollo
humano más primitivo lo que era posible de observar en ciertas características
físicas y regresiones biológicas que poseían estos.8 Ser criminal, según Lombroso,
era explicado sólo identificando estas particulares características en individuos.
Por lo mismo, los criminales nacen y no se hacen.
En ese contexto, Lombroso identificó una serie de características físicas distintivas
de personas con rasgos criminales. Solo para ejemplificar, la asimetría de la cara,
dimensiones excesivas de la mandíbula y de los huesos de las mejillas, tamaño
inusual de las orejas, ya sea porque son muy pequeñas o está posicionada hacia
fuera de la cabeza como chimpancés, entre otras (Wolfgang, 1962).
Posteriormente clasificó los diversos tipos de criminales, entre ellos, el epiléptico,
el demente y el criminal nacido, añadiendo también el ocasional (dentro de este
último, estaba el pseudo criminal, el criminaloide y el habitual).
Sin perjuicio de que estas ideas fueron perdiendo influencia con el tiempo y
actualmente podrían ser tildadas de absurdas, la obra de Lombroso jugó un papel
fundamental para el estudio de la criminología al insertar criterios científicos en la
elaboración académica (Garland, 2000).9 Lo anterior trajo, por supuesto, una serie
de trabajos ya sea para ampliar sus ideas o criticarlas (Ferri, 1917).
1.2. Positivismo psicológico
Las teorías que conforman esta corriente se enfocan principalmente en la
personalidad y en el proceso de aprendizaje de las personas, y cómo esto último
se relaciona con el delito y la conducta antisocial. Aunque algunos autores han

8
Lombroso basó parte de su teoría en ideas desarrolladas previamente por Charles Darwin sobre
el desarrollo de la especie humana.
9
De hecho Garland, para denotar su importancia, la llama como el “Proyecto de Lombroso”.

7
afirmado que esta corriente contribuyó de menor manera a la criminología 10, pero
actualmente esto es difícil de sostener ya que existen importantes contribuciones
que buscan relacionar aspectos psicológicos y sociológicos con la criminalidad
(Gadd y Jefferson, 2007).
Si bien luego de Sutherland se han elaborado una serie de teorías, al momento del
desarrollo de su obra las principales ideas giraban y derivaban en torno a la teoría
psicoanalítica de Freud.
Sigmund Freud entendía que los seres humanos son inherentemente anti sociales.
Lo que los hace sociales es más bien el control de los impulsos de placer que
poseen, principalmente porque el “superego” –que contemporáneamente sería
considerado por las teorías psicológicas como “conciencia”-, representa el
conjunto de normas que buscan neutralizar los impulsos que actúan
contrariamente a nuestra moral internalizada. Dicho lo anterior, la explicación para
la comisión del delito se relaciona con ciertas debilidades que puede poseer el
“superego” (Newburn, 2007, p. 149).
En ese contexto, las teorías psicológicas con sus particularidades y diferencias
centran su análisis en la identificación de aquellos factores o causas de la falta de
control individual en la comisión de los delitos, de manera tal que ello luego ello
permita determinar cómo limitar y modelar la conducta humana.
3. Edwin Sutherland: el “padre de los delitos de cuello blanco”
En una parte de su obra, Sutherland cita una conversación llevada a cabo en la
casa de J.P Morgan, entre A.B Stickney, presidente de una compañía de
ferrocarriles, junto a otros dieciséis presidentes de compañías del mismo rubro. En
ella, el primero les dijo: “Tengo el mayor respeto por cada uno de ustedes
caballeros, pero, como presidentes de ferrocarriles, no descuidaría ni siquiera el
reloj en presencia de ustedes” (Sutherland, 2009, p. 10).
Lo anterior lo realizó Sutherland para ilustrar cómo personas que pertenecen a
otro nivel socioeconómico ya eran reconocidas hace más de un siglo atrás como
individuos capaces de cometer una serie de delitos. Ésta era una realidad para el
autor pero no así para el sistema penal y el mundo académico, en especial la
criminología, donde existía una falta de atención relevante (Newburn, 2007, p. 6).
Por lo mismo es que la obra de Sutherland buscó derrotar este paradigma,
teniendo como tesis central que tanto las patologías sociales como personales –
que son las teorías que la criminología había elaborado en ese entonces- no
describían adecuadamente otros fenómenos criminales, específicamente, aquellos
cometidos por personas de una clase socioeconómica alta.11 Esta criminalidad que

10
Uno de ellos es Dennis Howitt, Forensic and Criminal Psychology (Tercera Edición, Harlow:
Longman, 2002) 527.
11
Cabe agregar que ya los fenómenos criminales de clases altas eran percibidos antiguamente,
por ejemplo, en la antigua Grecia.

8
aludía Sutherland es la que denominó como “White collar Crimes” o “delitos de
cuello blanco”.
Así, a Sutherland se le da el crédito de haber introducido no sólo el concepto
(“White Collar Crimes”)12 sino que también haber sido un aporte significativo a la
criminología (Gibbons, 1979). Su obra, aparentemente inspirada por el sociólogo
Ross (Ross, 1907)13 conceptualizó los “White Collar Crimes” en un discurso dado
en 1939 en la reunión anual de la Sociedad Sociológica Estadounidense (cuyas
ideas principales se publicaron en un documento en la American Sociological
Review en 1940), aludiendo “a la criminalidad de la clase alta o de cuello blanco,
compuesta por respetados hombres de negocios y profesionales” (Sutherland,
1941).
En aquel discurso Sutherland señaló que este tipo de criminalidad formaba parte
de la tradición americana hace un largo tiempo, por lo que se encuentra en las
diversas ocupaciones, cuestión que puede constatarse, según el autor, “(…) en la
conversación casual con el representante de una ocupación, preguntándole qué
prácticas deshonestas se hallan en su ocupación” (Sutherland, 1941, p.2). Para
apoyar su tesis, brindó ejemplos de una serie de casos, los costos financieros que
implicaron y la especial vulnerabilidad de sus víctimas. Particularmente, brindó
ejemplos de médicos, quienes supuestamente son considerados muy honestos
dentro de las diversas profesionales, quienes estaban vinculados a abortos
ilegales, ventas de narcóticos ilegales, informes fraudulentos, etc. También de
políticos que venían del mundo empresarial y que ahora favorecían a sus
empresas, de empleados públicos de agencia reguladoras que ahora trabajaban
para corporaciones, entre otros (Geis, 2006).
Agregó que las estadísticas de condenas en Estados Unidos no reflejan este tipo
de casos, ya que para Sutherland este tipo de criminales ejercían influencias en la
formulación de leyes y en la persecución minimizando las posibilidades de entrar
en el sistema (Friedrichs, 2010, p. 4.)
Realizado este primer aporte, Sutherland durante gran parte de los años 40’ y
antes de su muerte (justamente en 1950) realizó un gran estudio en su libro
denominado “White Collar Crime” publicado en 1949. En esta investigación
Sutherland desarrolló dos ideas fundamentales. En primer lugar, para justificar por
qué el desarrollo de la criminología de ese entonces no permitía explicar las
conductas delictivas que acontecían en la sociedad. En segundo lugar, para
12
De todas maneras existen algunas referencias históricas a este tipo de criminalidad que vale la
pena comentar. Por ejemplo, Beccaria en 1764 que los “ricos” cometían actos que causaban un
inmenso prejuicio público y ello debía ser tomado en cuenta por la ley, Véase Gabri Forti y Arianna
Visconti, “Cesare Beccaria and white-collar crimes public harms”, en: International handbook of
White collar and corporate crime, eds., Henry Pontell y Giblert Geis (New York: Springer, 2006) 490
– 510. Ya en el siglo XIX, Karl Marx y Friedrich Engels insistían en que los poderosos y
privilegiados cometen crímenes, producto de las características del sistema económico capitalista y
el estatus privilegiado que poseen (Friedrichs, 2010, p. 2).
13
Ross promovió en su momento la noción del “criminaloide”, un hombre de negocios que ejecuta
actos de explotación, incluso algunos ilegales, con el fin de maximizar sus ganancias, conducta
oculta siempre en una fachada de respetabilidad.

9
demostrar que los delitos de cuello blanco eran un fenómeno que estaba
aconteciendo y qué tenía una explicación desde el punto de vista criminológico.
Por lo mismo, a continuación intentaré explicar estas dos ideas, ya que así se
podrá comprender el real aporte de la teoría planteada por Sutherland. Para ello,
primero señalaré las críticas al estado de la criminología en ese momento para
luego explicar su elaboración.
3.1. ¿Por qué, según Sutherland, las teorías generales sobre la conducta
delictiva son inadecuadas e inválidas?
Probablemente la principal inquietud que tuvo Sutherland para impulsar las ideas
de los delitos de cuello blanco fue su disconformidad con el estado de la
criminología tradicional. Esta última, cuestión que no es sólo opinión de
Sutherland, siempre estuvo preocupada de fenómenos criminales como los hurtos,
robos y homicidios, lo que se denominaba como “crímenes de la calle” más que de
los “crímenes de trajes” (Timmer y Eitzen, 1989) refiriéndose a la criminalidad de
cuello blanco.
Según Sutherland, la criminología tradicional elaboró sus teorías sobre la base de
estadísticas de casos los cuales reflejan una concentración importante de sus
autores en las clases socioeconómicas bajas (Sutherland, 2009, p.5). Esto llevó a
que las teorías dieran un gran énfasis a la pobreza u otras condiciones sociales y
rasgos personales como causa del delito (Sutherland, 2009, p.6). Particularmente,
suponen que la conducta delictiva puede ser explicada por patologías,
principalmente.
Respecto a las patologías sociales, la pobreza es la principal causa, pero también
la vivienda precaria, la falta de esparcimiento organizado, la carencia de
educación y las desavenencias familiares, según Sutherland. (Sutherland, 1941,
p.6).14 Respecto a las patologías personales, en un principio se relacionaron con
anormalidades biológicas para luego pasar a hipótesis como la inferioridad
intelectual y también la inestabilidad emocional (Sutherland, 2009, p.5).15
El autor critica estas teorías por dos razones. La primera, considera que asociar
los fenómenos criminales a la pobreza es una mirada muy restrictiva y limitada, ya
que no permite explicar todas las conductas delictivas que pueden presentarse.
Brinda varios ejemplos para explicar lo anterior, pero uno que destaca es el
siguiente. Según ciertas estadísticas, las cárceles de menores están conformadas
en un 85% por hombres y en un 15% por mujeres. Si la pobreza afecta a todas
las personas, entonces ¿por qué hay más hombres que mujeres privados de
libertad? Probablemente, sugiere el autor, porque hay otros factores –distintos a la
pobreza- que inciden en el delito. (Sutherland, 2009, pp.6 y 7).

14
Para una explicación más acabada sobre estas teorías, véase Nicole Raft, The Criminal Brain:
Understanding Biological Theories of Crime (New York: New York University Press, 2008).
15
Para una explicación más acabada sobre estas teorías, véase D.A. Andrews y James Bonta, The
psychology of criminal conduct (Quinta Edición, New Jersey: Routledge, 2010).

10
La segunda razón, es que los casos en que se basan las teorías tradicionales son
una muestra sesgada del total de actos delictivos cometidos en la sociedad ya que
provienen de estadísticas parciales. (Sutherland, 2009, p.7). Primero, porque las
personas de la clase socioeconómica alta tienen una serie de ventajas políticas y
financieras que les permite escapar del arresto y también, en su caso, de una
posible condena. Segundo, porque la administración de la justicia penal centra su
atención en otro tipo de delitos por lo que persigue mucho menos los cometidos
por personas de una clase social más acomodada; pero también porque incluso si
son relevantes terminan siendo resueltos en otras instancias civiles o
administrativas. (Sutherland, 2009, p.8). Por esto es que las estadísticas contienen
delitos cometidos por personas de una clase social más baja, lo cual no es un
reflejo cierto y necesario de una sociedad.
3.2. ¿Qué conducta delictiva no ha sido explicada por la criminología?: Los
delitos de cuello blanco
Desarrolladas estas críticas, Sutherland sostiene que existe un comportamiento
delictivo ejecutado por personas de la clase socioeconómica alta que es diferente
al cometido por los de la clase socioeconómica baja, denominado “delito de cuello
blanco”.
Propone que si prueba que estos delitos son frecuentes, primero, invalidará la
teoría general que sostiene que como causas del delito a la pobreza y sus
patologías asociadas, y, segundo, contribuirá a individualizar factores comunes a
ricos y pobres para elaborar una teoría general.
Revisemos cada uno de estos objetivos.
a) Respecto a lo primero, Sutherland realiza una revisión de decisiones de
parte de tribunales y comisiones administrativas en contra de las 70 mayores
empresas productoras, minera y comerciales de Estados Unidos, de manera tal de
determinar si en ellas existen las características descritas en su concepto. Estas
empresas tenían un promedio de 45 años de existencia, incluyéndose sus filiales o
subsidiarias. Abarcó casos por competencia desleal, publicidad engañosa,
derechos de autor, etc., siendo muchas de ellas faltas administrativas o civiles y
no ilícito penales (Sutherland, 2009, p.18).
Una de las primeras conclusiones de Sutherland es que los delitos cometidos por
la clase alta existen. De un total de 980 decisiones cada una de las empresas
estudiadas tiene hasta un máximo de 50 en su contra, siendo el promedio por
compañía de 14.
Específicamente, 60 corporaciones presentan decisiones en su contra por
competencia desleal, 53 por infracciones de leyes especiales, 44 por prácticas
laborales ilegales, 43 por faltas diversas, 23 por publicidad engañosa y 26 por
descuentos indebidos (Sutherland, 2009, p.24).
Sutherland señala que sólo centrándose en las sentencias penales, un 60% del
total de las empresas fueron condenadas por cometer algún delito, teniendo un

11
promedio de cuatro condenas cada una (Sutherland, 2009, p.25).16 La base
estadística le permitió producir mayores comentarios, pero para Sutherland esta
última cifra resulta gravitante para probar que hay otro tipo de criminalidad y la
falacia de las teorías previas.
b) El concepto de “White Collar Crime” y la teoría de la asociación diferencial
La investigación llevada a cabo por Sutherland le permitió caracterizar cuáles eran
las conductas cometidas y las características que tienen estas personas.
Consecuencialmente, conceptualiza a los delitos de cuello blanco de la siguiente
manera: “aproximadamente, como un delito cometido por persona de
respetabilidad y estatus social alto en el curso de su ocupación”. (Sutherland,
2009, p.9). Es decir, tienes tres elementos: el primero, se trata de una persona de
respetabilidad, segundo de estatus social alto y, tercero, el delito se ejecuta en el
curso de la ocupación.
Los elementos anteriores llevaron a Sutherland a clarificar y, consecuencialmente,
excluir algunos casos para explicar de mejor manera qué entendía por “delito de
cuello blanco”. Primero, de acuerdo a este concepto, se excluyen algunos delitos
cometidos por la clase alta, como el homicidio, ya que no forma parte de
procedimientos propios del oficio. En ese sentido, por ejemplo, sería un “delito de
cuello blanco” si el director de una empresa ejecuta algún ilícito penal a partir de
alguna transacción bursátil, pero no si es que mata a su esposa. Lo anterior,
porque la transacción bursátil si es propia de su oficio, mientras el asesinato no es
una tarea habitual de un director de una empresa (Allen, 2009).
Excluye también a estafas o delitos en general cometidos por miembros ricos pero
“del bajo mundo” (como podría serlo, por ejemplo, un traficante de drogas), ya que
no se trata de persona de respetabilidad y estatus social alto. En principio, como
sostiene Aller, resulta peculiar que los haya descartado, pero en el fondo es
sensato en la medida que no cumple con uno de los requisitos, ya que la sociedad
los considera como delincuentes, a diferencia de los de elevado status o posición
social que gozan de prestigio por la comunidad (Allen, 2009).
Al mismo tiempo, como el concepto tiene envuelto el concepto de “poder”, se
aparta inmediatamente de la pobreza y patologías sociales y psicológicas ligadas
a esta última. Lo anterior lo muestra en la serie de casos que forman parte de su
investigación, donde los autores de los ilícitos están fuera de la “pobreza”. En
palabras de Sutherland: “las explicaciones tradicionales no dan respuesta
aceptable para la delincuencia económica ni para los abusos de poder, porque los
hombres de negocios no son pobres, no son débiles mentales, no les falta
recreación, no sufren patologías personales no sociales (…)” (Sutherland, 2001).
El haber conceptualizado a los delitos de cuello blanco le permitió elaborar su
propia teoría para explicar la criminalidad que denominó asociación diferencial.
Esta teoría supone que la criminalidad es aprendida por la interacción con otros en
16
Sutherland señala que en muchos estados las personas con cuatro condenas serían tratados
como delincuentes habituales.

12
un proceso de comunicación. Es decir, el comportamiento criminal se aprende a
partir de la asociación entre personas, quienes son las que generan ciertos
códigos o reglas de conductas y que generalmente tienden a violar la ley. Es decir,
según Sutherland el comportamiento criminal proviene de la frecuencia,
intensidad, duración de la asociación de las personas con la legalidad y la
criminalidad. En palabras de Sutherland: “Una persona se vuelve un delincuente
por un exceso de definiciones favorables a la violación de la ley por encima de
decisiones no favorables a la violación de la ley”.17
Sutherland apellida esta teoría como “diferencial”, ya que para él contenido del
comportamiento criminal aprendido en asociación difiere considerablemente del
comportamiento anti criminal aprendido también por asociación. En el fondo, las
personas aprendemos diversas cosas en asociación con otros, en general
conductas “legales”, pero cuando una persona que aprende un contenido criminal
es por una asociación diferente de la sociedad. De esa manera: “Cuando las
personas se convierten en criminales, lo hacen por el contacto con patrones de
comportamiento criminal y también por el aislamiento de patrones anti criminales”
(Cressey, 1960, p.2).
Sutherland sostiene que la criminalidad se produce y está en función de la
organización social, es una manifestación de ésta última. Esto, porque reemplaza
al término “desorganización social” (Thrasher, 1963)18, que supondría que la
criminalidad se produce por una alteración de cierto orden. Más bien, la asociación
diferencial asume que la criminalidad forma parte de la sociedad, es parte de su
estructura y de sus relaciones habituales. En otras palabras, para Sutherland la
organización social puede favorecer a que se produzcan conductas criminales o
más bien incentivar su erradicación, o mantener una posición ecléctica (Álvarez-
Uría, 2003).
En el caso de los delitos de cuello blanco Sutherland señala que ahí se presenta
una organización social diferencial. Particularmente, se produce al vivir en el
mundo de los negocios, donde se existe una serie de código de conductas ligadas
a la ilegalidad, que luego son enseñados a través de la interacción y aprendizaje y,
luego, reforzadas a través de ciertos métodos que intenta neutralizar su
contradicción (por ejemplo, “todo el mundo lo hace”, “el legislador no entiende el
mundo de los negocios”, entre otros.) (Téllez, 2009).
3.3. Algunas características de la noción de “delito de cuello blanco”

a) El “delito de cuello blanco” es un delito

17
Cita extraída de Donald Cressey, “The theory of differential association: An introduction”, Social
Problems Vol. 8 (1960), 2
18
Este concepto proviene de la Escuela Sociológica de Chicago, inspirada principalmente en las
investigaciones de Thrasher, sostenía que la aparición de sociedades autónomas y callejeras de
jóvenes pandilleros se producía por la falta de control social propiciada por diversos factores. En el
fondo, un grupo de personas creaba una sociedad diversa con sus propios valores, principios y
conductas, frente a una sociedad “general” con la que podían enfrentarse.

13
Una de las particularidades del concepto de Sutherland es que considera como
delito de cuello blanco a ciertas infracciones que no son constitutivas de ilícitos
penales sino que civiles o administrativos.
El autor es consciente que autores exigen que para que un acto sea delictivo un
tribunal penal debe haber determinado que la persona acusada lo ha cometido.
Pero aclara que un criminólogo no necesariamente debe apegarse a la definición
legal de delito (Sutherland, 2009, p.64), ya que su campo de actuación estaría
muy limitado e incluso sesgado, en la media que gran parte del fenómeno delictual
no se encuentra en las personas condenas o en las cárceles, sino que en la gran
masa de conductas que no llegan al sistema (Aller, 2009).
Ahora bien, Sutherland establece que un criminólogo debiera tener en cuenta dos
criterios que son los que generalmente los juristas exigen como necesarios para
definir el delito. Primero, la descripción legal de un acto que es socialmente lesivo.
Es decir, para el autor es decisivo que la conducta tenga una protección legal ya
que es expresión de que hay bienes socialmente relevantes detrás de ello
(Sutherland, 2009, p.66).
En el caso de los “delitos de cuello blanco” y específicamente para los casos “no
penales” que incluyó en su investigación, Sutherland sostiene que las leyes que
sancionan estos casos surgieron fundamentalmente en consideraciones sobre el
bienestar de la sociedad organizada. Es decir, son temas que pasaron por un
proceso muy similar al de muchos delitos, donde se resolvían como conflicto entre
privados inicialmente, pero luego el Estado consideró que detrás de ellos existían
valores relevantes que los hacían merecedoras de estar protegidos por la esfera
pública.
El segundo criterio tiene que ver con que las leyes no penales también establecen
sanciones para las conductas que estima ilegales al igual que los delitos. Para
sostener esto, analiza 4 leyes en las cuales explica de qué manera estas
sanciones se asemejan a las que se imponen en materia penal.19
En el fondo lo que Sutherland buscaba fundamentar es que existen una serie de
leyes que dicen no ser penales y lo son. Es decir, dicen no establecer delitos pero
sí los hacen. Es lo que denomina como “implementación diferencial de los delitos”,
ya que cuestiones que se consideran como criminales se las oculta y disimula con
procedimientos especiales. Lo anterior permitiría disminuir, por una parte, el
estigma del delito. En ese sentido, quien ejecute conductas contrarias a lo que
dispone la ley, sólo viola esta última pero no comete un delito. Como señala
Sutherland: “(…) el delito de cuello blanco es similar a la delincuencia juvenil. En
ambos casos, los procedimientos de la ley penal son modificados para que el
estigma del delito no se transmita a los delincuentes” (Sutherland, 2009, p.77).
Agrega que otra razón para esta “implementación diferencial” es la tendencia a
distanciarse de los métodos penales. El castigo, que fue la principal herramienta
19
Por ejemplo, la Ley Sherman Antitrust que, según Sutherland, dispone de regulaciones civiles y
penales.

14
para el control en el hogar, escuela e iglesia, ha tendido a ir desapareciendo
dejando al Estado sin respaldo cultural para que éste la ocupe. El punto que
quiere marcar Sutherland es que las sanciones penales probablemente no sean el
mejor método para definir lo que es delito actualmente, debido a la limitación
descrita (Sutherland, 2009, p.88).
b) El “delito de cuello blanco” como delito organizado
Según Sutherland, estos delitos no son violaciones discretas ni desapercibidas,
sino que son hechos deliberados y que tiene una relativa unidad y consistencia
(Sutherland, 2009, p. 333). Por lo mismo, detrás de su comisión hay una
organización (Friedrichs, 2010, p. 4).
Para el autor la organización puede ser formal o informal. La primera, da cuenta
de una serie de conductas tendientes a intentar establecer las propias reglas del
juego que les sean lo más beneficiosa posible. De esa manera, intentan influir en
el sistema formal para así lograr un terreno de negocios con menos limitaciones,
como podría ser en la dictación de leyes, de regulaciones, etc. Por su parte, la
informal, se trata de acuerdos en la práctica de los mismos actores del negocio,
quienes en la realidad misma plasman de qué manera se van a comportar y qué
están dispuestos a tolerar. En palabras de Sutherland: “No están dispuestos a
soportar el agobio de la competencia ni a permitir que el sistema económico se
autorregule según las leyes de la oferta y la demanda, sino que adoptan el método
de la planificación industrial y la manipulación”. (Sutherland, 2009, pp. 336 y 337).
El autor –tomando las palabras de Thorstein Veblen- explica las razones de la
organización detrás de la delincuencia de cuello blanco, comparándola con un
ladrón profesional. Este último, quien no es un delincuente ocasional, no se toma
las cuestiones al azar, construyendo un estilo de vida, códigos para relacionarse
en la vida social y una forma de concebirse a sí mismo (Sutherland, 2009, p. 336)
Por una parte, al igual que el ladrón profesional, la delincuencia de las
corporaciones es persistente. Es decir, un gran porcentaje de los delincuentes
reinciden (Sutherland, 2009, p. 334).20 También, la delincuencia de las
corporaciones es mucho mayor que la que muestran los registros oficiales.
Diversas formas de violar la ley se encuentran institucionalizadas y se repiten
constantemente, sin perjuicio de que no son captadas por el sistema formal. El
punto de Sutherland es que la criminalidad corporativa es masiva al igual que la
delincuencia común, como la del ladrón profesional (Sutherland, 2009, p. 334).
Sutherland explica que el hombre de negocios que viola la ley para regular los
negocios no pierde, en principio, el estatus entre sus socios. Es decir, para
Sutherland violar la ley no hace a una persona menos respetable, pero sí lo hará
vulnerar el código de negocios establecidos entre los socios, el cual muchas veces
vulnera la ley. La lealtad no se mantiene por cumplir la ley, sino que por mantener
los negocios como se establecieron (Sutherland, 2009, p. 335).
20
Según Sutherland, entre las 70 mayores corporaciones industriales y comerciales de los Estados
Unidos, el 97,1% reincidió.

15
Los autores de este tipo de delitos generalmente desprecian la ley, al gobierno y a
las instituciones estatales, así como también lo hacen los ladrones profesionales.
Sutherland considera que los hombres de negocios desean menos gobierno, salvo
–obviamente- que necesiten favoreces especiales de parte de éste (Sutherland,
2009, p. 336).
Un punto interesante, es que los hombres de negocio que infringen la ley, sobre
todo la penal, no se conciben a sí mismo como delincuentes. Para el autor existen
dos factores que tienden a ser utilizados para evaluar si una persona es o no un
“delincuente”. Primero, que sea tratado oficialmente como delincuente y, segundo,
que se asocie personalmente y de forma cercana con quienes lo consideran
delincuente. Explica Sutherland que el delincuente de cuello blanco no se
considera como tal debido a que, por una parte, el sistema no se comporta de la
misma manera con él que con los demás (básicamente, no todas sus conductas
son constitutivas de delitos, no siempre comparece ante alguna institución estatal,
las sanciones son generalmente multas, etc. A diferencia del ladrón profesional
que pasa por los procesos tradicional de ser detenido, encarcelado, llevado al
tribunal, etc.). Pero también, por otra parte, porque a propósito de su estatus de
clase no tiene asociaciones personales cercanas con aquéllos que se autodefinen
como delincuentes (Sutherland, 2009, pp. 337 y 338).
Se ven, según Sutherland, sólo como “infractores de ley”. En sus tratativas
confidenciales, hablan con orgullo de sus transgresiones y, al mismo tiempo, no
sienten vergüenza porque cuentan con el apoyo de sus pares para violar la ley. Se
suma a ello que el público no los concibe como delincuentes, ya que el hombre de
negocios no encaja con el estereotipo de delincuente habitual (Sutherland, 2009,
p. 339)
Difícilmente, sugiere además Sutherland, podría el público pensar distinto si los
delincuentes de cuello blanco procuran mantener el hecho ilícito oculto. A
diferencia del ladrón profesional, quién no busca ocultar el delito pero sí su
identidad, el hombre de negocios sí busca lo primero ya que está su estatus en
riesgo y, consecuencialmente, el de su empresa (Sutherland, 2009, p. 339)
Señala Sutherland que un síntoma de esta característica, es que el delincuente de
cuello blanco justifica su conducta para esconder el hecho delictivo. Así, brinda el
ejemplo de la publicidad engañosa, donde empresarios buscan justificar sus
conductas por la falta de entendimiento del público acerca de las palabras
utilizadas al ofertar sus productos. Al mismo tiempo, descubren elementos legales
disponibles para facilitar esta ocultación, como por ejemplo, ejecutando conductas
a través de empresas subsidiarias o de diversas personas jurídicas, entre otras
(Sutherland, 2009, pp. 340 y 341).
Agrega Sutherland que la ocultación de sus conductas ilícitas también tiene
relación con que han logrado que el sistema implemente una forma de trato
diversa a la de cualquier otro delincuente. Así, sus ilícitos son tratados de forma
distinta por lo que las consecuencias, por ejemplo de estigmatización, también son
diferentes (Sutherland, 2009, p. 341).

16
c) Responsabilidad penal, pero también de la empresa
La responsabilidad penal de las personas jurídicas era una cuestión debatida en la
época en que Sutherland publica su obra (Weissman, 2007; Sun, 2014). Sin
perjuicio de que los tribunales comenzaban a sancionar penalmente a las
empresas la tendencia era la otra, principalmente en torno a la idea de que la
corporación no tiene mente ni alma y es sólo artefacto para que las personas
naturales ejecuten los delitos (Allen, 2009).
Sutherland, a partir de su análisis de los delitos de cuello blanco, era partidario de
sancionar penalmente a las corporaciones. Entre otras cosas, Sutherland sostiene
que las personas utilizan a las corporaciones para cometer delitos ya que –en
cierta forma- difumina la responsabilidad individual. En la práctica, la
responsabilidad se divide entre ejecutivos, directores, subordinados y accionistas.
La actuación de una unidad corporativa se asemeja a la que ejercería una masa
de personas, quienes ejecutan conductas que individualmente no harían.
(Sutherland, 2009, p. 344).
Por lo mismo, la corporación sirve de herramienta para cometer delitos de forma
más sencilla y, a la vez, para aumentar las posibilidades de que no se persiga la
responsabilidad. Sutherland explica que las corporaciones seleccionan conductas
que tienen menos posibilidades de acarrearle responsabilidad, porque hay
víctimas que no están en posición de defenderse, donde es difícil conseguir o
producir la evidencia o, en caso de ser descubiertos, tienen el poder para intentar
“arreglar los casos” encontrando al eslabón débil en la cadena de personas
(Sutherland, 2009, pp. 344-346).
3.4. Las críticas a la teoría de Sutherland
Sin perjuicio de que la criminología valoró de forma considerable el aporte de
Sutherland, principalmente porque modificó el paradigma imperante, su trabajo no
estuvo exento de críticas.
El principal crítico fue Tappan21, quien en un artículo publicado en la American
Sociological Review y tomando una postura más legalista, criticó que la definición
sobre delito de cuello blanco dada por Sutherland incluyera conductas que
violaran tanto leyes penales como civiles.
Para Tappan esta inclusión permitía demasiada discreción de lo que debe
considerarse delito para los propósitos de la criminología. Por lo mismo, Tappan
siempre defendió la necesidad de estudiar los fenómenos criminales que tuvieran
relación con lo dispuesto en el código penal, porque se trataba de una decisión
tomada por representantes de los ciudadanos y, en consecuencia, son las normas
que una sociedad dispone para regularse (aunque lo haga imperfectamente)
(Tappan, 1947, pp. 98 y 99).

21
Paul Tappan, “Who is the criminal?”, American Sociological Review, Vol. 2 (1947): 96-102.

17
De otro modo, argumenta este autor, los conceptos vagos que intervienen para
definir lo que es o no un delito se transforma en una plaga que atenta contra la
“objetividad” del sistema legal y la sociología que intentan serlo. Esto puede llevar
a jueces, administradores de justicia e incluso a la sociología a considerar como
delito todo aquello que deseen concebir como tal.
Según Tappan, la sociología –si es que quiere describir la criminalidad como el
legislador- debe hacer más que declarar conductas ilícitas de forma abstracta,
evitando realizar afirmaciones basadas, por ejemplo, en la mera lesión social de la
conducta. Más bien, debe determinar qué conductas particulares son contrarias a
la ley, de qué manera se ejecutan y en qué grado se dan. Sólo de esa manera
podrá concebir como “delito” una conducta, que según Tappan, es la labor que
hace el legislador con virtudes y defectos (Tappan, 1947, p. 99). El punto central
es que observaba que una ciencia como la sociología, si es que quiere hacer
investigaciones serias, no es tolerable que haga cualquier selección de conductas.
Por eso es que debiera volver a concebir como criminales a los que el mismo
sistema estima como tal (Bazley, 2008, pp.3-5).
Otra crítica relevante que sufrió la teoría de Sutherland es respecto a una de las
características que posee el autor del delito de cuello blanco: el estatus social.
Sutherland incluyó la respetabilidad y el alto estatus social para llamar la atención
a la criminalidad de los grandes grupos empresariales, para así criticar las teorías
biológicas y psicológicas y, a su vez, a la impunidad del sistema judicial frente a
este sector de la sociedad (Benson y Simpson, 2014, p.8).
Según algunos autores, a pesar de la realidad de esto último, el estatus social y
respetabilidad crea problemas para la investigación de los fenómenos criminales.
El principal, es que el estatus no puede ser utilizado como una variante explicativa
porque no permite variar de forma independiente al crimen. Así, dos personas
pueden haber ejecutado la misma conducta en un contexto similar, pero con la
teoría de Sutherland uno de ellos no sería concebido como un delincuente de
cuello blanco (Benson y Simpson, 2014, p.8).
Por ejemplo, el caso de un alto ejecutivo quién tiene información de que su
compañía –a propósito de una reunión de directorio- realizará una emisión de
acciones, lo cual –por seguro- reportará buenas ganancias. A partir de esto,
realiza una compra de acciones a través de una sociedad a nombre de un familiar,
para así –luego de la emisión de nuevas acciones- obtener un aumento
considerable del precio de las que compró y, por consiguiente, de una buena
ganancia. Lo anterior, también fue realizado por un funcionario subalterno de la
compañía, quien es el encargado, entre otras cosas, de transcribir lo acontecido
en las reuniones de directores. Ambos son insider traiding, pero Sutherland sólo
concebiría, a propósito de su concepto, como un delincuente de cuello blanco al
alto ejecutivo porque posee el estatus social (Benson y Simpson, 2014, pp.8 y 9).
En ese contexto, autores estiman que no es posible descartar per se que ciertas
conductas puedan ser consideradas como delitos de cuello blanco, sin perjuicio de
no poseer el estatus social. Principalmente, porque uno de los aspectos relevantes

18
de la criminalidad de cuello blanco es la oportunidad que existe para ejecutarla.
Así, lo relevante de estos delitos no es la presencia de estatus social, sino que
más bien de algún factor que le brinde al autor mayores oportunidades para
cometerlos. Por lo mismo, el estatus social puede dar mayor oportunidad de
comerte delitos de cuello blanco, pero así como también el tipo de oficio o
profesión que ejerce, si se trata de un hombre o mujer, de la raza, edad, etc.
(Benson y Simpson, 2014, p.8).22
Según estos autores, el estatus social es digno de estudio para criminología. Pero
ya no para descartar inmediatamente este tipo criminalidad, sino –por ejemplo-
para estudiar cómo pueden incidir en la comisión de estos delitos. (Benson y
Simpson, 2014, p.9).
4. Herbert Edelhertz y su teoría basada en la conducta
La teoría de Sutherland marcó un antes y un después en la criminología, lo cual
claramente motivó a otros académicos a seguir desarrollando su propuesta. Los
primeros intentos –aunque no muy exitosos- de parte de Clinard (1952)23, Cressey
(1953)24, Hartung25, etc. Más actualmente, por ejemplo, Reiss y Biderman
(1980)26, un trabajo de la National White Collar Crime Center’s Research and
Training Institute (1996)27, entre otros.
Todo lo anterior, hasta que Herbert Edelhertz publicó su teoría sobre los delitos de
cuello blanco en 1970, la cual causó un importante impacto en la comunidad
académica, ya que–a diferencia de Sutherland- su propuesta se basaba en una
caracterización de la conducta más que del ofensor.
Edelhertz definió a la criminalidad de cuello blanco como “un acto ilegal o una
serie de ellos cometidos por medios no físicos y de forma oculta o con astucia,
para obtener dinero o propiedad, para evitar pagos o una pérdida de dinero o
propiedad, o para obtener una ventaja persona o en algún negocio” (Edelhertz,
1970).
Para Edelhertz la conceptualización de los delitos de cuello blanco es restrictiva,
entre otras cosas, ya que son imaginables diversos delitos pero fuera de la

22
Por ejemplo, una investigación mostró que un 16,4% de los cargos directos de las corporaciones
estaba en manos de mujeres el 2005 en Estados Unidos. Lo cual, obviamente, les da menos
oportunidades de cometer delitos de cuello blanco. Véase Catalystm, “2006 Catalyst Census:
Women Corporate Officers and Top Earners of the FP500 in Canada”, (Toronto: Catalystm, 2006)
1-7.
23
Clinard Marshall, The Black Market: A Study of White-Collar Crime (New Jersey: Patterson
Smith, 1969) 420.
24
CRESSEY, Donald R. Cressey, Other People's Money: A Study in the Social Psychology of
Embezzlement (Belmont: Wadsworth Publishing Company, 1971) 191.
25
Frank Hartung, "White-Collar Offenses in the Wholesale Meat Industry in Detroit", American
Journal of Sociology, Vol. 56 (1950): 25-34
26
Albert Reiss y Albert Biderman, Data Sources on White Collar Lawbreaking (Washington: U.S
Department of Justice, National Institute of Justice, 1980) 486.
27
National White Collar Crime, Definitional Dilemma: Can and Should There Be a Universal
Definition of White Collar Crime, (Morgantown: West Virginia University, 1996) 359.

19
ocupación de la persona. Por ejemplo, devolución fraudulenta de impuestos,
ocultamiento de bienes en una quiebra personal, etc. (Edelhertz, 1970, p. 23).De
esa manera, Edelhertz supone que la concepción de Sutherland se centró en el
infractor más que en la infracción, por lo que propuso esa definición que es más
“inclusiva” (Edelhertz, 1970, p. 4).
¿Por qué es más inclusiva? Principalmente, porque asume que la criminalidad de
cuello blanco es democrática, por lo que puede ser cometida por un cajero de un
banco como por quien lo maneja. En ese entendido, las características de este
tipo de criminalidad deben encontrarse en el modus operandi y en sus objetivos,
mas no en la naturaleza el ofensor (Edelhertz, 1970, p. 4).
Para el autor la definición que realiza es de suma importancia, pues a partir de ello
se evalúa y se elaboran las políticas públicas para disuadir, investigar, perseguir y
condenar este tipo de fenómenos criminales.
4.1. Elementos comunes en los delitos de cuello blanco
Edelhertz sostiene que para cumplir el objetivo de política pública mencionado
anteriormente es necesario conocer cómo opera la criminalidad de cuello blanco.
En ese contexto, y entendiendo la diversidad de motivos para cometer estos
delitos y las variantes en la ejecución de estos, considera que se presentan
elementos comunes y básicos (Edelhertz, 1970, p. 12).
Así, en cada delito de cuello blanco se encontrará –según Edelhertz- los
siguientes elementos:
a) Intención de cometer un acto incorrecto o de lograr un objetivo incompatible
con la ley o la política pública
Según Edelhertz se trata de un elemento notablemente evidente en la mayoría de
los casos. Así, asume esta realidad, pero advierte que existen casos en los que
podría dudarse de si realmente hay una “intención”, entre ellas, conductas donde
no se exige una intención deliberada, en casos donde se malinterpretó el consejo
de un abogado o derechamente la ley, o debido a la falta de rigurosidad de parte
de las autoridades (Edelhertz, 1970, pp. 12 y 13).
El autor si bien asume la dificultad, entiende que en estos casos la intención se
puede desprender de la decisión de ejecutar acciones en la “zona gris” de la
legalidad y por el riesgo que toman para lograr alguna ventaja. Edelhertz da varios
ejemplos, entre ellos, al ejecutivo que realiza conductas destinadas a pagar menos
impuestos, porque sabe que si es auditado el riesgo es que sólo pagará lo que
debió más un porcentaje de interés (Edelhertz, 1970, p. 13).
Por eso es que para efectos de la determinación de lo qué es un delito de cuello
blanco, para Edelhertz da lo mismo si la conducta no termina por ser perseguida
porque no hay prueba o el fiscal fue convencido de no seguir adelante, sino lo
importante es interpretar esta intención (Edelhertz, 1970, p. 13).

20
b) Simulación de un propósito o de una intención
Para Edelhertz en la mayoría de los delitos de cuello blanco existe intención, como
mencioné anteriormente, pero a su vez también existe una conducta que es
simulada. Es decir, para lograr finalmente su objetivo debe esconder o simular su
real propósito o intención (Edelhertz, 1970, p. 14).
El autor da varios ejemplos para explicar esto. Explica el caso de un acuerdo entre
un proveedor y su comprador para vender ciertos productos a un precio más
conveniente para este último. Lo que puede parecer un trato que le traerá
utilidades a ambos, puede esconder realmente un acuerdo para intentar acabar
con la competencia, ya que el proveedor sólo le puede vender al comprador con
quien hizo el acuerdo y, a su vez, está dispuesto a subsidiar esto. Otro caso, sería
el de un presidente de un sindicato quién realiza una compra de acciones de la
propia compañía; acá no solamente podría estar incumpliendo los estatutos
internos o normativa que le impide ello, sino que podría ser una comprar con
información privilegiada (Edelhertz, 1970, p. 14).
Agrega para comprender mejor este elemento que hay una diferencia entre un
delito común y uno de cuello blanco. Respecto al primero, una vez que se ha
formado la intención el autor implementa su plan, que si luego si se analiza puede
concluirse que va dirigido a cumplir su objetivo, ello sin necesidad de interpretar ya
que no hay nada –necesariamente- oculto. Pero en los delitos de cuello blanco la
simulación tiene por objetivo ocultar la real intención detrás de sus conductas, por
lo que sólo se puede llegar ella sólo intentado interpretar sus conductas
(Edelhertz, 1970, p. 15).
c) Confianza en la ignorancia y despreocupación de las víctimas
Edelhertz sostiene que en la criminalidad de cuello blanco se aprovecha de la
ignorancia de las víctimas y, además de ello, ejecuta esfuerzos por mantener esta
situación, por lo que debe ejecutar conductas tendientes a afectar el trabajo de las
agencias estatales que buscan lo contrario (Edelhertz, 1970, p. 15).
Según el autor esto es crucial para que otros elementos puedan suscitarse. Por
ejemplo, el caso de la víctima que contrata a una empresa para remodelar su
casa. Puede que la víctima no sepa del historial de incumplimientos, como
también desconozca el contenido real de los documentos que firma, el verdadero
precio que está pagando, etc. Ese desconocimiento, y al mismo tiempo
despreocupación por las consecuencias que provoca, es aprovechado por la
criminalidad de cuello blanco para ejecutar aquellos actos que simulan tener un
objetivo, pero realmente esconden otro (Edelhertz, 1970, p. 15).
También es necesario perpetuar la ignorancia, por lo que la criminalidad de cuello
blanco también dirige su conducta a las agencias estatales que se encargan de
proteger a las víctimas. Ello se logra manteniendo, a su vez, ignorantes al Estado
acerca de los comportamientos empresariales que deben prevenir a las víctimas.
Claramente una agencia estatal, como por ejemplo las que protegen los intereses

21
de los consumidores, no podrán hacerlo si es que no conoce de qué manera el
mundo corporativo está relacionándose con sus clientes.
Aclara el autor que muchas veces la ignorancia –tanto de la víctima como la
agencia- es algo inevitable por el contexto en el cual se ejecuta la conducta. Por
ejemplo, sería el caso de un gerente de una empresa quien modifica –a través de
una serie de actos que simulan ser lícitos- la contabilidad para beneficiar su
gestión, dónde al gerente general y, consecuencialmente, la agencia estatal –
ambos víctimas- les resulta difícil de haber detectado por las características del
hecho (Edelhertz, 1970, pp. 15 y 16).
Por último, agrega que hay que considerar que si bien existe ignorancia de parte
de la víctima, muchas veces las razones por cuales se encuentra en esas
situaciones se deben al descuido impulsado por la codicia, entre otras cosas
(Edelhertz, 1970, p. 16).
d) Existencia del consentimiento de parte de la victimas de lo que ella cree ser la
verdadera naturaleza y contenido de la transacción
Muchas veces el delito de cuello blanco implica que la víctima consiente de ser
victimizada. Principalmente, porque la ejecución de estos delitos requiere la
cooperación de la víctima. Como señala, Edelhertz: “la victima debe ayudar a
cavar su propia tumba” (Edelhertz, 1970, p. 16).
Es decir, para que el fraude pueda tener éxito se requiere que alguien preste su
colaboración, ya sea porque la misma víctima aceptó, por ejemplo, los términos
del contrato que facilitan el plan del autor, o porque la agencia estatal aprobó u
omitió ciertos actos que también lo favorecieron. Edelhertz da el ejemplo de la IRS
(Internal Revenue Service), institución encargada de fiscalizar el pago de
impuestos en Estados Unidos, generalmente acepta la declaración de impuestos
de sus contribuyentes, ya que rara vez los audita primero (Edelhertz, 1970, p. 16).
Por lo mismo es que Edelhertz advierte que es necesario en las políticas públicas
que se impulsen determinen cómo prevenir que las víctimas consientan, ya sea
permitiendo o no ciertos actos.28
e) Ocultación del crimen:
a. Evitando de que la víctima descubra que ha sido victimizada
b. Confiando en el hecho de que un porcentaje menor de la víctimas va a
reaccionar ante lo que ha ocurrido y a su vez tomando las medidas
restitutorias u otras para manejar a estas víctimas disgustadas
c. Creando un decepcionante panorama organizacional o una fachada
institucional que oculte la real naturaleza de lo que ha ocurrido.
Para Edelhertz cuando el sistema de justicia toma conocimiento de un delito
común, como un homicidio o una violación, generalmente la interrogante no está
centrada tanto en los hechos, sino que más bien en quién lo realizó. En cambio,

28
EDELHERTZ, p.16.

22
en la criminalidad de cuello blanco las víctimas muchas veces no saben que han
sido víctimas de un delito hasta algún hecho particular que las alerta o, incluso,
puede que nunca se enteren (Edelhertz, 1970, p. 17).
Uno de los objetivos del delincuente cuello blanco, según Edelhertz, es que la
víctima nunca se de cuenta de que ha sido víctima del delito y, al mismo tiempo,
cómo ocurrió ello. En la práctica, las víctimas tienen pocas posibilidades de
descubrir algo a partir de su propia investigación, salvo que exista un medio de
comunicación o un funcionario de alguna agencia estatal interesado en ello
(Edelhertz, 1970, p. 17).
Como no es posible, prosigue Edelhertz, que las víctimas no sean alertadas de
estos peligrosos, se toman medidas para anticipar esta situación. Por ejemplo,
indemnizar inmediatamente a las víctimas que denuncien estos hechos; hacer
sentir a la víctima que se obró de buena fe y se trató de un error para así
silenciarla (Edelhertz, 1970, pp. 17 y 18).
Adicionalmente, las corporaciones tienden a organizarse –deliberadamente- a
través de una estructura burocrática que dificulta, desalienta a las víctimas a
reclamar y, en su caso, permite persuadir a las víctimas a lograr acuerdos. Agrega
Edelhertz que la ocultación también se logra mediante la limitación de hechos
demostrables en alguna instancia judicial, lo cual hace muy difícil organizar un
caso para lograr cumplir con los estándares para aplicar sanciones penales o
civiles (Edelhertz, 1970, p. 18).
4.2. Edelhertz señala que muchas de las clasificaciones que se conocen
son muy rígidas y limitadas, ya que no permiten mostrar las motivaciones o
propósito detrás de la comisión de este tipo de delitos, así como tampoco las
características de las potenciales víctimas.
Por ello, propone que una mejor clasificación es aquella que se basa en el
contexto en que se cometen y en las motivaciones del autor. Brinda tres razones:
la primera, porque permite abrir nuevas áreas de estudio sobre las motivaciones
en la comisión de estos delitos, para ayudar la prevención y disuasión de estos. La
segunda, porque permite examinar la alteración de ciertos contextos donde se
cometen estos delitos o, en su caso, para aumentar la supervisión de estos. La
tercera, la aumentar el conocimiento sobre la motivación y el contexto en que se
cometen estos delitos, para así concentrarse en la prevención a partir de la
psicología y susceptibilidad de las víctimas (Edelhertz, 1970, p. 19).
En suma, propone cuatro categorías (Edelhertz, 1970, p. 20):
a) Delitos cometidos por personas operando individualmente, buscando
beneficios personales en un contexto ajeno a los negocios (“personal
crimes”). Por ejemplo, comer algún delito tributario.
b) Delitos cometidos en el ejercicio de la ocupación de una persona que opera
dentro de un negocio, Estado u otra institución, o en el ejercicio de
determinadas facultades, vulnerando sus deberes de lealtad y fidelidad con

23
el empleador o cliente (“abuse of trust”). Por ejemplo, apropiaciones o
malversaciones de dineros.
c) Delitos relacionados con las operaciones comerciales y con la promoción de
estos, pero con que no el núcleo central del negocio (“business crimes”).
Por ejemplo, delitos vinculados a leyes anti monopólicas.
d) Delitos de cuello blanco como un negocio o como la actividad central del
negocio (“con games”). Por ejemplo, estafas en prestación de servicios o en
el pago de estos.

4.3. Críticas a la teoría de Edelhertz


En general, las primeras críticas que fueron surgiendo provenía de sociológicos,
quienes reclamaban a Edelhertz que su propuesta menospreciaba la idea de
“abuso de poder” establecida por Sutherland y, junto a lo anterior, que ampliaba
extensivamente este tipo de criminalidad a una diversidad de comportamientos
(Geis, 1991; Braithwaite, 1985).
Pero existen algunas otras más particulares. Por una parte, Miriam Saxon criticó
que Edelhertz “extirpó” de este tipo de criminalidad a aquellas conductas
vinculadas en alguna medida con la “violencia”. En concreto, se refería a delitos
que causaran algún de afectación a la salud o vida de las personas. Según Saxon,
Edelhertz no dice nada respecto a las negligencias de parte de médico u
hospitales, afectaciones producto de errores en la producción de automóviles,
utilización de sustancias nocivas para la salud en el caso de medicamentos, etc.
(Saxon, 1980). De hecho, la Asociación Americana de Abogados adoptó el
concepto de Edelhertz para el término “delitos económicos”, pero aclaró que si
bien se caracterizaba porque sus medios no eran violentos, de todas maneras eso
no excluía que las consecuencias sí lo fueran (Geis, 1991).
Por otra parte, esta teoría puede conllevar a centrar su análisis en fenómenos que
no son necesariamente los más relevantes. Como la teoría de Edelhertz se centra
en analizar las conductas sin relevar las características del autor, puede terminar
analizando solamente en delitos menores cometidos por ciudadanos comunes,
con un perfil financiero modesto, quienes son los que el sistema judicial atrapa con
mayor frecuencia. De hecho, el sistema federal norteamericano posee una
proporción importante de criminales de cuello blanco pertenecientes a la clase
media (Wheeler, 1988). Así, podría dejar de lado aquellas personas cuyo perfil es
diferente, principalmente de una clase social más alta y con ingresos económicos
mayores (Benson y Simpson, 2014, p.12).

En ese sentido, las grandes corporaciones y ejecutivos de éstas que Sutherland


relevó en su obra podrían estar ausentes en el planteamiento de Edelhertz. Pero
no sólo por lo anterior, sino que también porque -según el concepto de este autor-
un delito de cuello blanco es un acto ilegal o ilícito. Esto es que limita a los
investigadores a centrarse solamente en aquellos actos formalmente y
oficialmente hayan sido definidos como tal. El resultado de esto es que aquellos
autores con mayor poder e influencias que evaden las sanciones por diversas

24
razones, también terminan por eludir las bases de datos que construyen los
criminólogos. Obviamente, porque no ingresan al sistema (Benson y Simpson,
2014, p.12; Daly, 1989).

4.5. Otros aporte a la teoría de Edelhertz


Otros criminólogos siguiendo la senda iniciada por Edelhertz y, a partir de ello,
elaboraron sus propios conceptos.
Tenemos el caso de Susan Shapiro (1990), quien entendía que la característica
esencial de los delitos de cuello blanco es la vulneración o abuso de confianza. Su
propuesta es que el concepto de delito de cuello blanco debía liberarse de las
características que identifican al autor frente a sus fechorías. Por lo mismo, es que
critica la postura basada en el “ofensor”, ya que opinaba que ello confundía a los
académicos para entender realmente las conductas, los problemas sociales que
creaba a las agencias de control estatales y la real naturaleza de las clases
sociales en el sistema de justicia (Shapiro, 1990)
Por otra parte, tenemos a Coleman (1989), quién define a los delitos de cuello
blanco como “una vulneración de la ley cometida por una persona o un grupo de
personas en el curso de una respetada y legitimada ocupación o actividad
financiera”. Como se puede apreciar, esta definición no toma en consideración la
respetabilidad del autor (Coleman, 2005).
En la misma línea Albanese (1995) señala que el delito de cuello blanco es “un
acto ilegal, planeado y organizado para engañar o cometer un fraude,
generalmente realizado por un individuo o una corporación (Albanese, 1995).
5. Reflexiones finales
Tanto la propuesta de Sutherland y Edelhertz forman parte de las principales
conceptualizaciones que se ha hecho acerca del delito de cuello blanco. Lo
anterior no sólo ha significado un aporte para el mundo académico, al cual hasta el
día de hoy le sigue siendo relevante lo hecho por estos autores, sino también para
el trabajo de diversas instituciones, especialmente con fines públicos y,
particularmente, en Estados Unidos.
Así, los conceptos han sido utilizados para identificar conductas en el sistema de
justicia criminal, en el contexto de la generación de estadísticas o estudios de
casos. Al mismo tiempo, para generar políticas de prevención de comisión de
estos fenómenos, no sólo a nivel penal sino que también administrativo y civil.
Sumado a ello, para las policías y fiscales también ha servido como herramienta
investigativa; la manera en que proceden y las razones detrás de ello, le permiten
ir generando pautas y directrices investigativas para así determinar de mejor
manera quién pudo haber cometido algún delito y, en su caso, por qué.
En Chile resulta necesario comenzar a realizar este ejercicio. De a poco ha ido
tomando fuerza este fenómeno, el cual si no se aborda de una buena manera,
corre el riesgo de crecer exponencialmente y sin herramientas que puedan

25
detenerlo. Por lo mismo, una primera cuestión es conocer en qué consisten estos
fenómenos, de qué manera se dan y cuáles son las razones que pueden llevar a
cometerlo. Hecho ello, es posible luego realizar un trabajo un poco más concreto
para evaluar de qué manera el sistema de justicia se puede hacer cargo de ello.
Esto es lo que he intentado realizar con este trabajo. Se trató de una primera
aproximación para conocer el desarrollo que ha habido al respecto en la literatura
comparada. De esta manera, este primer acercamiento puede permitir analizar los
casos que están suscitándose en nuestro sistema, en qué consisten y con ello
determinar de qué manera hay que abordarlos para prevenirlos y, en su caso,
sancionarlos.
Como quedó en evidencia, se trata de dos posturas que comparten elementos
pero también difieren en otros. Si bien ello se trata de una discusión académica,
para la visión de la política pública no son incompatibles. De alguna manera
pueden verse como complementarias.
El problema de ambas es que dejaban fuera de su foco un espacio importante de
conductas si es que uno aplicaba su concepto a la realidad. Así, la postura de
Sutherland dejaba de lado conductas realizadas por sujetos que no poseían un
estatus social y respetabilidad; por su parte, Edelhertz descuidaba los que sí tenía
las características anteriores. En ese sentido, una forma razonable de indagar
nuestro sistema, ya sea académicamente o por alguna iniciativa pública, es tener
en consideración una combinación de ambas. Esto último permitiría que el foco no
sólo esté en personas con un determinado estatus o poder dentro del contexto
empresaria o estatal, sino que también aquellas que se encuentran en cadenas de
mando de inferior jerarquía pero que intervienen individual o concertadamente con
la ejecución de ciertos ilícitos.
Este foco es el que probablemente permita identificar diversos fenómenos en
nuestro sistema. Luego de ello, especialmente al momento de decidir las políticas
públicas a implementar, podría determinarse con más precisión a qué
características específicas se destinarán. Lo anterior resulta muy relevante, el
delito de cuello blanco ha estado y siempre estará en las sociedades modernas, y
asumiendo que los recursos son limitados, habrá que decidir a qué criminalidad
específica se atacará. Esta última decisión es vital, porque uno de los aspectos
que permitió el desarrollo del concepto del delito de cuello blanco es que la
criminalidad no es una cuestión ligada necesariamente a la pobreza y, por tanto,
que existen personas de sectores acomodados de nuestra sociedad y que
gozando de diversos privilegios aún así cometen delitos. Planteada esta idea, es
tarea de la academia y de las instituciones estatales de definir a dónde apuntar.

Bibliografía
1. Abel Téllez Aguilera, Criminología (Madrid: Edisofer, 2009) 415-417
2. Albert Reiss y Albert Biderman, Data Sources on White Collar Lawbreaking
(Washington: U.S Department of Justice, National Institute of Justice, 1980).
26
3. Ana María Morales, “La política criminal contemporánea: Influencia en Chile del
discurso de la ley y el orden”, Revista Política Criminal, Vol. 7, nº 13 (2012): 94
– 146, consultado el 21 de abril de 2016,
http://www.politicacriminal.cl/Vol_07/n_13/Vol7N13A3.pdf.
4. Andrew Weissmann, “ New Approach to Corporate Criminal Liability”, American
Criminal Law Review, Vol. 44 (2007): 1319 – 1342.
5. Anthony Bottoms, “The relationship between theory and research in
criminology”, en: Doing Research on Crime and Justice, eds., Roy King y
Emma Wincup (Oxford: Oxford University Press, 2000) 25-27
6. John Braithwaite, “White Collar Crime, Annual Review of Sociology, Vol. 11
(1985): 1-25.
7. Catalystm, “2006 Catalyst Census: Women Corporate Officers and Top Earners
of the FP500 in Canada”, (Toronto: Catalystm, 2006) 1-7.
8. Claire Valier, Theories of crime and punishment (Harlow: Longman, 2002), 1-
232.
9. Clinard Marshall, The Black Market: A Study of White-Collar Crime (New
Jersey: Patterson Smith, 1969) 420.
10. D.A. Andrews y James Bonta, The psychology of criminal conduct (Quinta
Edición, New Jersey: Routledge, 2010).
11. Daoug Timmer y Stanley Eitzen. Crime in the Streets and in the Suites (Boston:
Allyn and Bacon, 1989).
12. David Gadd y Tony Jefferson, Psychosocial Criminology (London: Sage, 2007)
13. .David Friedrichs, Trusted criminal: White Collar Crime in Contemporary
Society (Belmont: Cengage Learning, 2010).
14. David Garland, Punishment and Modern Society. A study in social theory
(Oxford: Clarendon, 1990) 3-23.
15. Danielle McGurrin et al, “White Collar Crime Representation in the
Criminological Literature Revisited, 2001-2010”, Western Criminology Review,
Vol. 14 (2013): 3-19.
16. Don Gibbons, The criminological enterprise. Theories and perspectives (New
Jersey: Prentice Hall, Inc., 1979) 226.
17. Donald R. Cressey, Other People's Money: A Study in the Social Psychology of
Embezzlement (Belmont: Wadsworth Publishing Company, 1971) 191.
18. Donald R. Cressey, “The theory of differential association: An introduction”,
Social Problems Vol. 8 (1960).
19. Dennis Howitt, Forensic and Criminal Psychology (Tercera Edición, Harlow:
Longman, 2002).
20. Edward Ross, Sin and Society: An analysis of latter day iniquity (Boston:
Houghton Mifflin Company, 1907).
21. Edwin Sutherland, “White-collar Criminality”, American Sociological Review,
Vol. 5 (1941): 5-12.
22. Edwin Sutherland, “La delincuencia de las grandes empresas”, Nómada, N°1,
(2001).
23. Edwin Sutherland, El Delito de Cuello Blanco (Buenos Aires: Editorial B de F,
2009).
24. Enrico Ferri et al, Criminal Sociology (Boston: Little, Brown and Company,
1917) 571.
27
25. Federick Thrasher, The Gang: a study of 1,313 gangs in Chicago (Chicago:
University of Chicago Press, 1963).
26. Fernando Álvarez-Uría, “El delito de cuello blanco”, Nómadas, N°1 (2003): 1-40
27. Frank Hartung, "White-Collar Offenses in the Wholesale Meat Industry in
Detroit", American Journal of Sociology, Vol. 56 (1950): 25-34
28. Gabri Forti y Arianna Visconti, “Cesare Beccaria and white-collar crimes public
harms”, en: International handbook of White collar and corporate crime, eds.,
Henry Pontell y Giblert Geis (New York: Springer, 2006) 490 – 510.
29. Germán Allen, “White Collar Crime: Edwin Sutherland y el “Delito de Cuello
Blanco”, en: El Delito de Cuello Blanc, Edwin Sutherland (Buenos Aires:
Editorial B y F, 2009).
30. Gilbert Geis, “White Collar Crime: What it is?”, Current Issues in Criminal
Justice, Vol. 3 (1991).
31. Gilberto Geis, “El delito de cuello blanco como concepto analítico e ideológico”,
en: Derecho penal y criminología como fundamento de la política criminal:
Estudios en homenaje al profesor Alfonso Serrano Gómez, coords., Francisco
Bueno et al, (Madrid:
Dykinson, 2006).
32. Héctor Hernández, “Perspectivas del Derecho Penal Económico en Chile”,
Revista Persona y Sociedad, Vol. 29, (2005): 101-134.
33. Herbert Edelhertz, The Nature, Impact and Prosecution of White-Collar Crime
(Washington: U.S Deparment of Justice, 1970).
34. Ian Taylor et al, The new criminology: For a social theory of deviance (London:
Routledge and Kegal Paul, 1973) 325.
35. Jaime Winter, “Derecho Penal e Impunidad Empresarial en Chile”, Revista de
Estudios Judiciales, Vol. 19 (2013): 93 y ss., consultado el 21 de abril de 2016,
http://web.derecho.uchile.cl/cej/docs_2/WINTER_9.pdf.
36. Kathleen Daly, “Gender and Varieties of White Collar Crime”, American Society
of Criminology, Vol. 27 (1989): 769-794.
37. James Coleman, The criminal elite: Understanding White Collar Crime (New
York: Worth Publishers, 2005).
38. Jay Albanese White Collar Crime in America (New Jersey: Prentice Hall, 1995).
39. Marvin Wolfgang, “Pioneers in Criminology: Cesare Lombroso (1825-1909)”,
The Journal of Criminal Law, Criminology and Police Science, Vol.52 (1961),
361-391.
40. Mary Gibson, Born to crime: Cesare Lombroso and the origins of biological
criminology (New York: Praeger Press, 2002).
41. Michael Benson y Sally Simpson, White Collar Crime: An Opportunity
Perspective Criminology and Justice Studies (Segunda Edicion, New York:
Routledge, 2014).
42. Miriam Saxon, White Collar Crime: The problem and the federal response,
Report No 80-84 (Washington: Library of Congress, Congressional Research
Service, 1980) s/p.
43. National White Collar Crime, Definitional Dilemma: Can and Should There Be a
Universal Definition of White Collar Crime, (Morgantown: West Virginia
University, 1996).

28
44. Nicole Raft, The Criminal Brain: Understanding Biological Theories of Crime
(New York: New York University Press, 2008).
45. Paul Tappan, “Who is the criminal?”, American Sociological Review, Vol. 2
(1947): 96-102.
46. Sara Sun, The Development and Evolution of the U.S. Law of Corporate
Criminal Liability (Durham: Duke Law School, 2014) 32.
47. Stanton Wheeler, White Collar Crime and Criminals, American Criminal Law
Review, Vol. 25 (1988).
48. Susan Shapiro, “Collaring the crime, not the criminal: Reconsidering the
concept of white-collar crime”, American Sociological Review, Vol. 6 (1990):
346 – 365.
49. Tim Newburn, Criminology (Cullompton: Willan Publishing, 2007).
50. Tom Bazley, Investigating White Collar Crime (New Jersey: Pearson, 2008).

29

También podría gustarte