UNIDAD 4 Infancia

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Clínica del acompañamiento terapéutico en la infancia

Cuando nos proponemos pensar la clínica de la infancia y su abordaje es necesario


detenerse en los paradigmas actuales que hacen al contexto en el que están inmersos los niños y
las lecturas que se realizan sobre ellos, teniendo en cuenta hacia dónde apuntan cada una de estas
y qué objetivos se proponen.

Es en este sentido que encontraremos en la niñez una propuesta de abordaje clínico a cada
problemática que surja en el sujeto, indistintamente el origen de la misma, pudiendo este ser un
malestar emocional, sufrimiento social, síntoma de la pareja parental, y en función de que la
problemática desaparezca, aún si ésta es la manifestación que visibiliza algunos de los
padecimientos mencionados.

La propuesta psicológica que escapa al análisis subjetivo, propone la reeducación frente a


aquellas conductas o irregularidades cognitivas presentes en el cuadro global del niño, adaptando
el comportamiento al contexto que lo solicita y generando una tara al desenvolvimiento psíquico,
creativo y lúdico en tanto no se ajusta a una dinámica grupal, sea esta familiar o escolar.

Parte de la problemática de la niñez actual surge de la búsqueda de soluciones a cualquiera


sea la problemática observada por parte del entorno del niño, sin necesariamente hablar de un
diagnóstico. Los niños se vuelven pacientes cuando aparecen problemáticas que escapan a las
lecturas clásicas, poniéndose en juego tratamientos que buscan en muchos casos reeducar al niño y
que éste se ajuste a lo “apropiado” en determinado contexto.

Tanto en pacientes con un diagnóstico, como en niños sin un cuadro observable, la infancia
se vio invadida en los últimos años por atareados itinerarios que, si bien estimulan al niño, en
exceso, pueden esconder un perjuicio del cual hay que estar advertido e intentar evitar: la falta de
tiempo libre.
Es necesario en la rutina de todo niño ubicar espacios de ocio, sin pautas o consignas
puntuales, en los que el niño se encuentre “sin hacer nada”. Y decimos esto entre comillas, pues en
realidad, el niño cuenta con la libertad de explotar en estos espacios su creatividad, su imaginación,
explorar sus intereses o descansar de otras actividades. Quizás deberíamos decir “sin nada que
hacer”.

Pareciera ser que en el afán de encontrar actividades que estimulen aspectos sociales y
cognitivos en la infancia, se perdió la posibilidad de encontrarse frente a un niño aburrido, que
encuentre en el aburrimiento el motor para poner en juego la creatividad y el aparato psíquico,
estimulando así los mecanismos que permiten a un niño elaborar y dar explicación a aquellos
eventos de la realidad que no logra entender o concebir.

La importancia del juego, como aquella actividad que introduce al niño en el universo de lo
simbólico, radica en que éste no le es propio, sino que es producto de una serie de operaciones en
donde aquella apreciación de la realidad y del lenguaje le es donada, nace como ajena, y por ende
requiere de una actividad que ponga en marcha el uso de estos recursos, y buscando anudar los
tres registros en constitución.

En este sentido, hablamos de alienación y separación, como procesos que implican un


posicionamiento del sujeto en constitución, frente a quienes operan en funciones específicas, pero
que tienen en común la donación de significantes, entendiendo estos últimos como aquello que
dará sentido a la percepción que tiene el sujeto sobre el universo. La importancia de estas
operatorias se encuentra en que, gracias a estos significantes, el niño construirá una marca singular
en su relación con los objetos, los otros, el lenguaje, y el cuerpo, que será única e irrepetible, pero
que dependerá en gran medida de cómo se posiciona este sujeto en constitución frente a
semejante ofrenda.

Desde Freud con la observación del famoso fort-da, hasta Winnicott y el objeto transicional,
aquellos autores que se han dedicado a pensar la infancia, y el proceso de construcción de la
subjetividad, se vieron intrigados por la singularidad que encontramos en el juego de los niños. Es
Winnicott quien plantea el juego como una producción, en la cual el niño vuelca aquellas vivencias
que ha experimentado, y resignificando estas escenas en el pleno uso de aquellos significantes
donados, ya que a partir de cierto punto, es el niño quién comenzará a trazar su camino propio.

Los significantes donados vienen a dar respuesta a aquellos eventos (representaciones) que
carecen de sentido y que requieren de una carga adherida para inscribir en el registro simbólico,
ingresar en el lenguaje con un significado propio a cada sujeto. Pero el desarrollo subjetivo se
acompaña del desarrollo cognitivo. El niño se desliza en una línea que lo lleva de menor a mayor en
el grado de complejidad que este sujeto presenta, y es en este punto, en el que la necesidad de
comenzar a moverse impulsado por un deseo propio se ve acompañada por la misma necesidad de
que, aquellas funciones que operaron anteriormente, den lugar a este nuevo motor subjetivo que
es el deseo.

Es en este punto que el juego aparece como actividad fundamental, ya que es a través de
éste que el niño elabora vivencias, que da sentido a aquellas experiencias que no lo tienen. Freud lo
explicaba diciendo que los niños pueden hacer activo en el juego, lo que en un primer momento
vivieron pasivamente. Y hablamos de juego simbólico, de jugar, como el acto de producción
simbólica, y cuyo producto final será el armado de una escena que adoptará un afecto, una lectura
propia, gestada en la vivencia y reelaboración, alojada en los tres registros y anudada a estos por
uno o varios significantes.

Cuando Winnicott describe el acto de jugar, encuentra en este el recurso analítico de la


asociación libre que ubicamos en pacientes adultos, adaptado a las posibilidades psíquicas del niño,
que si bien cuenta con un aparato psíquico mucho menos consolidado, esto le supone la ventaja de
no contar con todos los diques e inhibiciones que impiden esta actividad en el adulto. La palabra
reemplazará el jugar en un análisis, y será en este caso un proceso mucho más exigente, ya que la
emergencia del inconsciente no es voluntaria, y la posibilidad de liberarse de restricciones y lograr
asociar libremente requiere de un ejercicio que muchos pacientes no logran alcanzar aún con años
de recorrido analítico. Sin embargo, para los niños, en términos de un desarrollo esperable, el jugar
es una actividad natural, no es sin el juego que se construye el registro simbólico. Como el jugar es
una actividad natural, la pregunta y la observación radica en pensar qué sucede con los niños que
no juegan.

Pensemos el siguiente ejemplo: un niño va a una consulta médica, en la que se le dará una
inyección, y es el primer acercamiento a una escena de este estilo. La madre del niño le explica “es
para que seas más fuerte”, “te va a doler un segundito nada más”, “El doctor es bueno, no le tengas
miedo”, y demás enunciados que preparan al niño y buscan explicarle lo rutinario de la consulta,
valiéndose del código que comparten. No es tan simple explicar a través de la palabra qué es una
vacuna, cómo funciona, porqué hay que aplicársela, porqué la debe aplicar un médico y cuál es su
función, y aún luego de haber atravesado la experiencia, resignificar la escena no será posible, a
priori, a través únicamente de la palabra.

Es entonces que luego de la consulta, el niño incorpora a su espacio de lúdico el “jugar al


doctor”. De esta forma el niño revive esa experiencia, se encuentra nuevamente en la escena, pero
en el marco de lo imaginario, en donde se sabe resguardado de aquello que devino en traumático
inicialmente, y donde el concepto adquirido de esa experiencia se completa de sentido.

El juego lo ubica inicialmente como paciente, en el mismo rol que ocupó en ese momento,
jugando con una jeringa falsa a que la otrora madre, en ese momento “la doctora”, vuelve a dar la
inyección, imaginaria en este caso, y ya sin el dolor del pinchazo. Y la madre explica nuevamente
para qué sirve la inyección. Y una vez terminada la recreación se la resignifica, se dona el sentido a
la escena, que inicialmente se dio en lo real, y luego se recreó en lo imaginario. “Muy bien señor,
ahora se va a sentir mucho mejor” dice la madre, libidinizando no solo el cuerpo, sino también la
escena. Y a los pocos minutos el niño vuelve, para repetir el juego, porque es a través de la
repetición que se incorpora un significante, que el niño se apropia de ese sentido. La viñeta se
completa en un segundo tiempo, en que el niño, jeringa falsa en mano, aplica la inyección, esta vez,
a un muñeco que auspicia de paciente. El niño ya no es más el paciente, ni es el niño, sino que es el
adulto, el médico, quien calma al muñeco antes de la inyección, y recompensa una vez finalizada la
escena. “Con esta vacuna se va a sentir mejor”, “Muy bien señor, ya está curado”.

Es de esta forma en que el juego actúa como elaborador de vivencias para el niño,
completando un circuito que comienza con una escena en lo real, recreada en lo imaginario, y
bañada de sentido en lo simbólico, anudados estos tres registros en el universo significante del
sujeto.

El juego le permitió al niño llevar esa escena a un marco seguro, libre de riesgos, para poder
no solo apropiarse de ésta en la repetición, sino también poder alternar su rol en la misma,
permitiéndole compartir ese significante donado con la madre, y aplicarlo en la resolución de la
viñeta. La escena, ir al médico, ya no es desconocida, no esconde un sinsentido inexplicable.

El anterior ejemplo nos permite entender a qué se refirió Winnicott cuando cual espejo,
emparentó al juego en los niños con la asociación libre en los adultos.

Podríamos decir que propuso un abordaje psicoanalítico en el campo de la niñez, orientado


por lo que en un primer momento planteó Melanie Klein al decir que se podía trabajar con niños.

Sigmund Freud, creador de la teoría psicoanalítica, si bien planteó una serie de conceptos de
crucial trascendencia en cuanto a la niñez, no llegó a realizar un abordaje en esta clínica, por lo que
sus observaciones refieren a situaciones observadas de manera casual.

Pero más allá de no haber llevado a la clínica de la infancia su teoría, aportó grandes e
importantes conceptos a tener en cuenta para aquellos que se desenvuelven en la misma.

Para esto, planteó la controversial idea de que los niños gozaban de sexualidad, aún sin
haber comenzado a usar la palabra. Imaginemos lo radical de este discurso, en donde una escena
romantizada como puede ser la lactancia, podía ser leída como una escena de placer sexual para el
bebe. De más está decir que Freud se enfrentó a grandes resistencias desde el ámbito de la
medicina y desde el status quo social que ponderaba en ese momento.

Desde una lectura pragmática, diremos que los niños no gozarán de un cuerpo propio y
subjetivado, a menos que atraviesen una serie de etapas que tendrán como fin “libidinizar” ese
cuerpo, es decir, convertir aquella fuerza impulsora de la conducta, la libido, de naturaleza sexual,
en la que organizará el registro del cuerpo propio y establecerá aspectos concretos de la
personalidad y la sexualidad. Y es que por alocado que parezca, las pulsiones se encuentran
desorganizadas y es, a través de la experiencia erógena y el vínculo con los otros, que se orientan
en los que serán los centros del placer, real y simbólico. No por casualidad las zonas erógenas son
orificios, sitios donde el adentro y el afuera del cuerpo se encuentran, que deben servir de borde
que los delimita para encausar esa libido, para construir una unidad corporal con límites claros.

En esta línea, Freud habló de fases que se corresponden con conductas observables en el
niño desde el nacimiento, y que acompañan el desarrollo orgánico del niño, y que a su vez se
relacionaran con cada uno de estos orificios.

En primer lugar, Freud describe la fase oral, asociada a la boca y a la alimentación. Este
orificio es para el niño el primer foco de placer e interacción, a través del cual se alimenta, degusta
y succiona, conoce sensaciones al llevar objetos a la boca y nuevos sabores cuando se introducen
los primero alimentos.

Es a través de esta cavidad que se produce el amamantamiento, acto que no solo satisface la
necesidad de la alimentación, sino que establece un a diada entre el niño y la madre, en donde el
niño, al no tener un yo-no yo constituido, se funde con el pecho materno sin poder distinguir que
este no le es propio. La fase oral se considera que se extiende desde el nacimiento hasta los 18
meses aproximadamente, y encontramos un evento crucial que será el destete. Es aquí que el niño
se encuentra con el primer sentimiento de pérdida, ya que se pierde el constante e íntimo contacto
físico con la madre.
La importancia de esta etapa radica justamente en la satisfacción, ya que Freud describe a la
lactancia como aquella primera vivencia de satisfacción que servirá de motor para reencontrarse
con la misma. En este punto la vinculación con la madre será fundamental respecto de ciertos
rasgos de la personalidad que devienen de la posibilidad de alcanzar la satisfacción buscada según
la relación con el objeto.

La respuesta a la demanda del pecho deberá ser en la medida justa, ya que en exceso o en
escasez producirá una relación con el objeto de satisfacción que se traducirá en una personalidad
caprichosa a la hora de recurrir al objeto demandado, sin paciencia o tiempos de espera en cuanto
a la satisfacción de un anhelo o una necesidad, o una actitud pasiva, falta de iniciativa, a la hora de
buscar esa satisfacción.

La siguiente fase descrita por Freud, que se circunscribe desde los 18 meses hasta los 3 años
de edad aproximadamente, es la etapa anal. En esta etapa encontramos el foco de energía
pulsional en el tracto digestivo y el ano como zona erógena y centro del placer.

Freud describe en esta etapa un conflicto entre el Ello y la demanda de los padres, ya que el
primero demandará la satisfacción inmediata de los actos de deposición, mientras que la demanda
de los padres estará alineada con el entrenamiento y dominio del control de esfínteres.

La resolución de esta etapa Freud la asociara con dos aspectos fundamentales: El orden y la
acumulación. Él menciona que una exigencia moderada por parte de los padres, dará como
resultado un sujeto controlado en cuanto a la limpieza y el orden.

En cambio, si el acompañamiento a esta instancia es lábil, el niño puede tender a satisfacer


las exigencias del Ello, deviniendo en una personalidad desordenada e indulgente consigo mismo.
La contracara será el resultado de una exigencia excesiva por parte de los padres en que el niño
incorpore esta conducta, lo que podrá resultar en una personalidad compulsiva respecto al orden y
la pulcritud.
Otro aspecto que menciona Freud, en relación a esta etapa, tiene que ver el dinero y el uso
de los recursos, en donde se puede tender a la acumulación o el derroche, según la relación del
niño con las heces y con el placer de la satisfacción de esta zona erógena, en donde el placer se
encuentra en la evacuación (derroche) o en la estimulación de la mucosa intestinal (acumulación).

La tercera etapa que describirá Freud estará enmarcada entre los 3 y los 6 años
aproximadamente y corresponderá a la etapa fálica, donde la zona erógena asociada es la zona
genital.

Esta etapa está marcada por la exploración del cuerpo, la estimulación genital, y la
curiosidad por las diferencias entre genitales masculinos y femeninos.

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