Introducción General Esencia Del Anabuatismo
Introducción General Esencia Del Anabuatismo
Introducción General Esencia Del Anabuatismo
(Martínez, 2023)
Por sufrir persecución los anabautistas del siglo XVI estuvieron imposibilitados de
construir un sistema teológico. Lo que sí pudieron hacer fue, sobre todo los
pertenecientes a la corriente anabautista pacifista, desarrollar principios comunes,
los cuales consideraron centrales y que debían ser defendidos ante sus
perseguidores.
La Reforma radical tuvo varias expresiones, una de ellas fue el anabautismo no
violento que se desarrolló en varias partes de Europa. La vertiente más conocida es
la suiza, conformada inicialmente por los disidentes del reformador Ulrico
Zwinglio. Éste postuló al principio, más o menos a partir de 1518, que la
comunidad cristiana debía estar conformada por conversos que diesen testimonio
de su nueva condición mediante el bautismo. Zwinglio, mediante el estudio del
Nuevo Testamento realizado con un grupo de discípulos, concluyó que no había
base bíblica para bautizar infantes sino solamente creyentes conscientes de su
decisión. Cuando el Concejo de Zúrich decidió romper con la Iglesia católica
romana, el reformador consideró que no debía contravenir la enseñanza oficial
respecto a continuar bautizando niños y niñas. Ello le atrajo críticas del grupo con
el que había estado estudiando la Biblia, cuyos integrantes consideraron que
Zwinglio era más obediente a los intereses políticos que a las Escrituras.
Contra la opinión de Zwinglio y desobedeciendo la orden del Concejo de Zúrich,
referente a que los infantes todavía no bautizados debían serlo a más tardar el 21
de enero de 1525, el grupo disidente tomó la decisión de contravenir el decreto.
Fue así que en la fecha mencionada practicaron el bautismo de creyentes y se
comprometieron a solamente impartir esta forma y no el de infantes. Con su
acción se pusieron al margen de la Iglesia oficial y contra el sistema político que la
respaldaba. He dado más información sobre el acontecimiento en un artículo
publicado aquí, en Protestante Digital.
Debido a la persecución y con escaso acceso a las imprentas para dar a conocer sus
postulados, los anabautistas se vieron obligados a producir documentos breves que
daban cuenta de sus creencias. Un ejemplo es la Confesion de
Schleitheim (poblado en la frontera suizo-germana), del 24 de febrero de 1527. La
conforman siete artículos y es “la primera articulación de la Iglesia libre, la idea de
una Iglesia de creyentes independiente de la Iglesia establecida y de las
autoridades civiles” (J. Denny Weaver, Becoming Anabaptist. The Origins and
Significance of Sixteenth-Century Anabaptism, Second Edition, Scottdale,
Pennsylvania, Herald Press, 2005, p. 61).
Desde el siglo XVI a nuestros días ha permanecido un núcleo identitario en el
anabautismo. El mismo es desglosado por Palmer Becker en su libro La esencia del
anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana singular, Harrisonburg, Virginia,
Herald Press, 2017. En la obra, Becker amplía lo escrito en un opúsculo
originalmente redactado en inglés y que ha tenido amplia difusión en las filas del
anabautismo global y traducido a varios idiomas: ¿Qué es un cristiano anabautista?
En La esencia del anabautismo, Becker refiere tres valores centrales del
movimiento: 1) Jesús es el centro de nuestra fe. 2) La comunidad es el centro de
nuestras vidas. 3) La reconciliación es el centro de nuestra tarea. Partiendo de
estos principios, el autor los contrasta con los rasgos enarbolados por otras
tradiciones cristianas. El primer principio (Jesús es el centro de nuestra fe), está
desarrollado en tres apartados. Inicia con la premisa “el cristianismo es
discipulado”. Tal afirmación la hicieron los anabautistas suizos, quienes criticaron el
“solofideísmo” de Martín Lutero. Si bien concordaban con el reformador alemán
que la salvación es por gracia en Jesucristo, sostuvieron que la respuesta a esa
gracia debía ser el seguimiento de Jesús, ser discípulos y teniendo como regla de
vida lo normado por el Verbo que se hizo carne.
La segunda faceta de Jesús como centro de la fe se concreta en una herramienta
hermenéutica: “Las Escrituras se interpretan a través de Jesús”. Ya que él es la
máxima revelación de Dios, en consecuencia la historia de la salvación alcanza en
Jesús la cúspide, por lo cual el mayor valor normativo para la conducta de los
creyentes lo tiene Jesús el Cristo y todo lo anterior debe examinarse a la luz de una
hermenéutica cristocéntrica. Lo dilucida bien Hebreos 1:1-2, “Dios, que muchas
veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a nuestros padres por medio
de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio del Hijo”. En igual
sentido va el pasaje de Colosenses 1:15-23. Jesús mismo, en el Sermón del Monte,
sentó una base hermenéutica cristocéntrica cuando hizo mención de enseñanzas
veterotestamentarias.
En palabras de Palmer Becker: “Muchos cristianos creen que toda la Escritura
posee igual valor o autoridad. Apoyan la Biblia de manera plana o llana y hacen
poca distinción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por ejemplo, lo que
Moisés dijo en Deuteronomio está a la par de lo que dijo Jesús en el Sermón del
Monte. Esta visión representa el abordaje de la ‘Biblia plana’ a la interpretación
bíblica […] Cuando los intérpretes de la Biblia plana se enfrentan a asuntos sociales
o políticos como las guerras, la pena de muerte o el procesamiento de personas
con conductas anormales, suelen utilizar pasajes del Antiguo Testamento para
fundamentar sus creencias y acciones, aun cuando aquellos textos difieren de las
enseñanzas de Jesús en el Nuevo Testamento. Cuando se enfrentan a asuntos de
ética personal, a menudo recurren a las epístolas. Los Evangelios son omitidos” (pp.
17-18).
Si la Revelación es progresiva, y lo es, entonces nuestra hermenéutica debe ser
progresiva, es decir, diferenciar los niveles de autoridad de los distintos pasajes
bíblicos y sujetando su interpretación en clave cristocéntrica.
Durante la Reforma magisterial del siglo XVI los anabautistas estuvieron de
acuerdo con Lutero y otros en que Jesús es Salvador, pero además enfatizaron el
señorío de Jesús.
Becker, en el tercer rasgo distintivo, observa que quien confiesa a Jesús como
Salvador necesariamente, según el anabautismo, debe tenerle como Señor, lo que
resulta en vivir de acuerdo a la nueva naturaleza (2 Corintios 5:17) tanto
personalmente como comunitariamente. En esto los anabautistas continuaron la
afirmación hecha en la Iglesia primitiva: Jesús es Señor. Esta breve confesión ha
sido bien analizada por Justo L. González en un pequeño libro publicado
originalmente en 1971 y reeditado en 2011 por Ediciones Puma: Jesucristo es el
Señor. El señorío de Jesucristo en la Iglesia primitiva. El comentario de C. René
Padilla sobre la investigación de Justo L. González resume bien el contenido de la
obra y su actualidad: “Jesucristo es el Señor: esto fue punto de partida a la vez que
meta, confesión a la vez que mensaje, de la misión cristiana en tiempos
neotestamentarios. Pero fue también el fundamento sobre el cual la iglesia de los
primeros siglos erigió, mediante la reflexión teológica, una fortaleza para hacerle
frente a los desafíos representados sucesivamente por el judaísmo, el culto
imperial y la filosofía pagana. Así lo demuestra este pequeño libro”. Retomar la
confesión primitiva fue, para los anabautistas, un punto programático no para
reformar a la iglesia sino para restituirla.
Segunda parte: Su compromiso
Con el pensamiento y modo de vivir del Reino, los alejó de una fe individualista y
de las estructuras eclesiásticas complejas.
La comunidad de fe, como laboratorio del Reino, debe expresar los valores de
quienes siguen a Jesús el Cristo. En la entrega anterior intenté resumir las
implicaciones cristológicas y cristocéntricas que para el anabautismo tiene que
Jesús es el centro de la
fe. Hoy me ocupo de la comunidad de creyentes como foco de la fe cristiana.
Palmer Becker, en La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana
singular, Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017, desarrolla el segundo valor
central de la fe cristiana desde una perspectiva anabautista y lo llama “la
comunidad es el centro de nuestra vida”. La iglesia, explica, está conformada por
quienes han experimentado “perdón vertical […] que proviene de Dios”. Si bien los
anabautistas coincidían con Lutero en cuanto a la justificación mediante la fe en
Jesús, por otra parte subrayaban que como resultado de esa justificación tendría
que darse un cambio de vida. Es decir, manifestar en la vida cotidiana la nueva
naturaleza de haber nacido de nuevo en Cristo. Para ellos y ellas la conversión,
nuevo nacimiento, arrepentimiento, ser nuevas criaturas mediante el sacrificio
salvífico de Jesús, implicaba necesariamente reflejar el carácter de Cristo en todo. A
la salvación necesariamente debía sucederle el seguimiento de Jesús.
Para los anabautistas, observa Becker, “Nacer de nuevo implicaba un nuevo
comienzo […] Creían que la vida vuelve a comenzar cuando una persona rechaza
viejas lealtades, abre su vida al Espíritu Santo y comienza una vida en obediencia a
Jesucristo. El apóstol Pablo dice que cuando una persona comienza una relación
con Cristo ‘todo lo viejo’ (pensamientos, actitudes, acciones y relaciones) ‘pasó’ y
todo (pensamientos, actitudes, acciones y relaciones) ‘se hizo nuevo’ (2 Corintios
5:17). Esto se aplica tanto a los individuos como a la iglesia. Todas las visiones de la
salvación incluyen la confesión y el perdón. Los cristianos anabautistas enfatizan la
transformación que sucede mediante la confesión, el perdón y las nuevas
relaciones” (p. 49).
Los anabautistas del siglo XVI, y sus descendientes, rechazaron la simbiosis Iglesia-
Estado y objetaron a las iglesias territoriales. No compartieron la doctrina que
afirmaba la existencia de territorios cristianos, sino enarbolaron una convicción
distinta: que había cristianos viviendo en ciertos territorios. Por lo mismo las
iglesias territoriales, fruto de la unión gobierno con determinada confesión,
persiguieron con intensidad a los anabautistas que desarticulaban el modelo
religioso/político.
Recapitulando, a los tres rasgos esenciales del anabautismo consignados en la
primera parte, se suman ahora otros tres, a saber: la comunidad de los perdonados
ejerce el perdón entre sí, la comunidad es un espacio hermenéutico donde se
discierne conjuntamente, con base en la Palabra, la voluntad de Dios, y la
comunidad debe encarnar con todas sus consecuencias el principio del sacerdocio
universal de los creyentes (mujeres y hombres).
Conclusiones
Los anabautistas creían en la fuerza transformadora del Espíritu Santo, que les
potenciaba para hacer la obra encomendada por Jesús a quienes le siguieran.
¿Quién o qué le dio a los anabautistas del siglo XVI una nueva visión para la
iglesia? ¿Qué los movilizó a comenzar a bautizar ante la declaración de fe? ¿De
dónde recibieron el coraje y fortaleza para enfrentar la oposición y soportar la
severa persecución?
Las anteriores son preguntas con las que abre la sección de conclusiones Palmer
Becker de su libro La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana
singular (Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017).
El autor considera que en los estudios sobre los orígenes y expansión del
anabautismo se ha marginado el aspecto “más esencial del movimiento […] que fue
su énfasis en el Espíritu Santo” (p. 137).
Cita lo aseverado por J. B. Toews, líder de los Hermanos Menonitas: “La teología
correcta, aun la teología anabautista, sin el conocimiento vivencial de Cristo a
través del Espíritu Santo, deja a la iglesia impotente”.
El Espíritu Santo que Jesús prometió a sus discípulos (Juan 14:15-21) irrumpió en
Pentecostés, y los anabautistas creían en su fuerza transformadora que les
potenciaba para hacer la obra encomendada por Jesús a quienes le siguieran.
Si bien el anabautismo afirmaba como labor del Espíritu Santo la realización de
señales, prodigios y milagros como los narrados en el libro de los Hechos, con la
misma fuerza sostenían que el mismo Espíritu trabajaba en la vida de los creyentes
para transformarles con el fin de que reflejaran el carácter de Cristo.
Becker considera que “el movimiento anabautista podría llamarse con justicia el
movimiento carismático o del Espíritu Santo del siglo XVI” (p140). Es cierto, a
condición de no reducir lo carismático solamente a una expresión profundamente
emocional sino también temiendo en cuenta que los dones (carismas) son para
ejercerse en la transformación personal y comunitaria.
Así lo afirmó Menno Simons: “Es el Espíritu Santo quien nos libera del pecado, nos
da la valentía y nos hace alegres, pacíficos, piadosos y santos”.
Como en otros campos de la teología, en el tema de la pneumatología los
anabautistas no desarrollaron amplia y sistemáticamente el punto de cómo llegaba
el Espíritu Santo a las personas creyentes.
Sí enseñaban que el momento del arrepentimiento/conversión era esencial para
iniciar el camino del seguimiento de Cristo. La nueva criatura en Cristo le tenía a él
como Salvador y Señor, de lo que daba testimonio público mediante el bautismo y
el compromiso con una comunidad confesante.
En medio de la persecución los anabautistas memorizaban pasajes como los de
Mateo 28:18-20, y Hechos 2:38, éste último dice: Arrepiéntanse y bautícense todos
ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados les sean perdonados.
Entonces recibirán el don del Espíritu Santo”.
El autor afirma que desde la perspectiva anabautista “recibir al Espíritu Santo era
igual que recibir la presencia viva de Jesús en su realidad interior” (p. 142).
Por lo tanto, la manifestación del Espíritu Santo en las vidas de discípulos y
discípulas de Cristo no está tanto en las experiencias extáticas (que las hay), sino en
cómo tales experiencias son validadas por una espiritualidad integral.
Al respecto Juan Driver observa que “la espiritualidad cristiana no consiste en una
vida de contemplación en lugar de acción, ni de retiro en contraste con una plena
participación en la sociedad.
Se trata, más bien, de que todas las dimensiones de la vida estén orientadas y
animadas por el Espíritu de Jesús mismo […] Ser espirituales implica vivir todo
aspecto de la vida inspirados y orientados por el Espíritu de Cristo.
Ser carnales significa orientarse por otro espíritu […] La espiritualidad cristiana
puede definirse como el proceso de seguimiento de Cristo bajo el impulso del
Espíritu en el contexto de una convivencia radical de la fe en la comunidad
mesiánica […]
Esta espiritualidad se caracteriza por el seguimiento del Jesús histórico dentro de
nuestro propio contexto histórico. Este seguimiento es impulsado por el Espíritu de
Jesús mismo, otorgado a sus seguidores” (Convivencia radical, espiritualidad para el
siglo XXI, Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2007, pp. 14, 17, 18 y 19).
En las páginas finales, Palmer Becker recapitula lo desarrollado en su libro. Reitera
tres valores centrales del anabautismo:
1) Jesús es el centro de nuestra fe. Jesús es la clave para nuestra comprensión del
cristianismo y nuestra interpretación de las Escrituras, y es a quien respondemos
con nuestra máxima lealtad. Es la Revelación en sangre y carne, Jesús, la clave
hermenéutica para comprender la Revelación en papel y tinta.
2) La comunidad es el centro de nuestra vida. La comunidad se hace posible se
hace posible mediante el perdón horizontal, es el contexto para el discernimiento
de la voluntad de Dios y a menudo se hace más significativa en grupos pequeños.
Esto no significa que la comunidad sea un espacio cerrado y hostil hacia los de
afuera, sino donde se pone en práctica la ética del Reino de Jesús para servir
interna y exteriormente.
3) La reconciliación es el centro de nuestra tarea. La reconciliación es central para
establecer una relación con Dios, para tener relaciones personales armoniosas y
para servir como constructores de paz en un mundo lleno de conflicto. El Espíritu
de Cristo anima a sus seguidores a ser avanzada del shalom Dios.