Introducción General Esencia Del Anabuatismo

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 11

INTRODUCCIÓN GENERAL

En esta introducción general queremos proponer una breve contextualización


histórica sobre la esencia de los-as anabautistas, tomado del aporte que hace el
hno Carlos Martínez García.
Primera parte: Los anabautistas estuvieron de acuerdo con Lutero y otros en que
Jesús es Salvador, pero además enfatizaron el señorío de Jesús

(Martínez, 2023)

Por sufrir persecución los anabautistas del siglo XVI estuvieron imposibilitados de
construir un sistema teológico. Lo que sí pudieron hacer fue, sobre todo los
pertenecientes a la corriente anabautista pacifista, desarrollar principios comunes,
los cuales consideraron centrales y que debían ser defendidos ante sus
perseguidores.
La Reforma radical tuvo varias expresiones, una de ellas fue el anabautismo no
violento que se desarrolló en varias partes de Europa. La vertiente más conocida es
la suiza, conformada inicialmente por los disidentes del reformador Ulrico
Zwinglio. Éste postuló al principio, más o menos a partir de 1518, que la
comunidad cristiana debía estar conformada por conversos que diesen testimonio
de su nueva condición mediante el bautismo. Zwinglio, mediante el estudio del
Nuevo Testamento realizado con un grupo de discípulos, concluyó que no había
base bíblica para bautizar infantes sino solamente creyentes conscientes de su
decisión. Cuando el Concejo de Zúrich decidió romper con la Iglesia católica
romana, el reformador consideró que no debía contravenir la enseñanza oficial
respecto a continuar bautizando niños y niñas. Ello le atrajo críticas del grupo con
el que había estado estudiando la Biblia, cuyos integrantes consideraron que
Zwinglio era más obediente a los intereses políticos que a las Escrituras.
Contra la opinión de Zwinglio y desobedeciendo la orden del Concejo de Zúrich,
referente a que los infantes todavía no bautizados debían serlo a más tardar el 21
de enero de 1525, el grupo disidente tomó la decisión de contravenir el decreto.
Fue así que en la fecha mencionada practicaron el bautismo de creyentes y se
comprometieron a solamente impartir esta forma y no el de infantes. Con su
acción se pusieron al margen de la Iglesia oficial y contra el sistema político que la
respaldaba. He dado más información sobre el acontecimiento en un artículo
publicado aquí, en Protestante Digital.
Debido a la persecución y con escaso acceso a las imprentas para dar a conocer sus
postulados, los anabautistas se vieron obligados a producir documentos breves que
daban cuenta de sus creencias. Un ejemplo es la Confesion de
Schleitheim (poblado en la frontera suizo-germana), del 24 de febrero de 1527. La
conforman siete artículos y es “la primera articulación de la Iglesia libre, la idea de
una Iglesia de creyentes independiente de la Iglesia establecida y de las
autoridades civiles” (J. Denny Weaver, Becoming Anabaptist. The Origins and
Significance of Sixteenth-Century Anabaptism, Second Edition, Scottdale,
Pennsylvania, Herald Press, 2005, p. 61).
Desde el siglo XVI a nuestros días ha permanecido un núcleo identitario en el
anabautismo. El mismo es desglosado por Palmer Becker en su libro La esencia del
anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana singular, Harrisonburg, Virginia,
Herald Press, 2017. En la obra, Becker amplía lo escrito en un opúsculo
originalmente redactado en inglés y que ha tenido amplia difusión en las filas del
anabautismo global y traducido a varios idiomas: ¿Qué es un cristiano anabautista?
En La esencia del anabautismo, Becker refiere tres valores centrales del
movimiento: 1) Jesús es el centro de nuestra fe. 2) La comunidad es el centro de
nuestras vidas. 3) La reconciliación es el centro de nuestra tarea. Partiendo de
estos principios, el autor los contrasta con los rasgos enarbolados por otras
tradiciones cristianas. El primer principio (Jesús es el centro de nuestra fe), está
desarrollado en tres apartados. Inicia con la premisa “el cristianismo es
discipulado”. Tal afirmación la hicieron los anabautistas suizos, quienes criticaron el
“solofideísmo” de Martín Lutero. Si bien concordaban con el reformador alemán
que la salvación es por gracia en Jesucristo, sostuvieron que la respuesta a esa
gracia debía ser el seguimiento de Jesús, ser discípulos y teniendo como regla de
vida lo normado por el Verbo que se hizo carne.
La segunda faceta de Jesús como centro de la fe se concreta en una herramienta
hermenéutica: “Las Escrituras se interpretan a través de Jesús”. Ya que él es la
máxima revelación de Dios, en consecuencia la historia de la salvación alcanza en
Jesús la cúspide, por lo cual el mayor valor normativo para la conducta de los
creyentes lo tiene Jesús el Cristo y todo lo anterior debe examinarse a la luz de una
hermenéutica cristocéntrica. Lo dilucida bien Hebreos 1:1-2, “Dios, que muchas
veces y de distintas maneras habló en otros tiempos a nuestros padres por medio
de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio del Hijo”. En igual
sentido va el pasaje de Colosenses 1:15-23. Jesús mismo, en el Sermón del Monte,
sentó una base hermenéutica cristocéntrica cuando hizo mención de enseñanzas
veterotestamentarias.
En palabras de Palmer Becker: “Muchos cristianos creen que toda la Escritura
posee igual valor o autoridad. Apoyan la Biblia de manera plana o llana y hacen
poca distinción entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por ejemplo, lo que
Moisés dijo en Deuteronomio está a la par de lo que dijo Jesús en el Sermón del
Monte. Esta visión representa el abordaje de la ‘Biblia plana’ a la interpretación
bíblica […] Cuando los intérpretes de la Biblia plana se enfrentan a asuntos sociales
o políticos como las guerras, la pena de muerte o el procesamiento de personas
con conductas anormales, suelen utilizar pasajes del Antiguo Testamento para
fundamentar sus creencias y acciones, aun cuando aquellos textos difieren de las
enseñanzas de Jesús en el Nuevo Testamento. Cuando se enfrentan a asuntos de
ética personal, a menudo recurren a las epístolas. Los Evangelios son omitidos” (pp.
17-18).
Si la Revelación es progresiva, y lo es, entonces nuestra hermenéutica debe ser
progresiva, es decir, diferenciar los niveles de autoridad de los distintos pasajes
bíblicos y sujetando su interpretación en clave cristocéntrica.
Durante la Reforma magisterial del siglo XVI los anabautistas estuvieron de
acuerdo con Lutero y otros en que Jesús es Salvador, pero además enfatizaron el
señorío de Jesús.
Becker, en el tercer rasgo distintivo, observa que quien confiesa a Jesús como
Salvador necesariamente, según el anabautismo, debe tenerle como Señor, lo que
resulta en vivir de acuerdo a la nueva naturaleza (2 Corintios 5:17) tanto
personalmente como comunitariamente. En esto los anabautistas continuaron la
afirmación hecha en la Iglesia primitiva: Jesús es Señor. Esta breve confesión ha
sido bien analizada por Justo L. González en un pequeño libro publicado
originalmente en 1971 y reeditado en 2011 por Ediciones Puma: Jesucristo es el
Señor. El señorío de Jesucristo en la Iglesia primitiva. El comentario de C. René
Padilla sobre la investigación de Justo L. González resume bien el contenido de la
obra y su actualidad: “Jesucristo es el Señor: esto fue punto de partida a la vez que
meta, confesión a la vez que mensaje, de la misión cristiana en tiempos
neotestamentarios. Pero fue también el fundamento sobre el cual la iglesia de los
primeros siglos erigió, mediante la reflexión teológica, una fortaleza para hacerle
frente a los desafíos representados sucesivamente por el judaísmo, el culto
imperial y la filosofía pagana. Así lo demuestra este pequeño libro”. Retomar la
confesión primitiva fue, para los anabautistas, un punto programático no para
reformar a la iglesia sino para restituirla.
Segunda parte: Su compromiso

Con el pensamiento y modo de vivir del Reino, los alejó de una fe individualista y
de las estructuras eclesiásticas complejas.
La comunidad de fe, como laboratorio del Reino, debe expresar los valores de
quienes siguen a Jesús el Cristo. En la entrega anterior intenté resumir las
implicaciones cristológicas y cristocéntricas que para el anabautismo tiene que
Jesús es el centro de la
fe. Hoy me ocupo de la comunidad de creyentes como foco de la fe cristiana.
Palmer Becker, en La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana
singular, Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017, desarrolla el segundo valor
central de la fe cristiana desde una perspectiva anabautista y lo llama “la
comunidad es el centro de nuestra vida”. La iglesia, explica, está conformada por
quienes han experimentado “perdón vertical […] que proviene de Dios”. Si bien los
anabautistas coincidían con Lutero en cuanto a la justificación mediante la fe en
Jesús, por otra parte subrayaban que como resultado de esa justificación tendría
que darse un cambio de vida. Es decir, manifestar en la vida cotidiana la nueva
naturaleza de haber nacido de nuevo en Cristo. Para ellos y ellas la conversión,
nuevo nacimiento, arrepentimiento, ser nuevas criaturas mediante el sacrificio
salvífico de Jesús, implicaba necesariamente reflejar el carácter de Cristo en todo. A
la salvación necesariamente debía sucederle el seguimiento de Jesús.
Para los anabautistas, observa Becker, “Nacer de nuevo implicaba un nuevo
comienzo […] Creían que la vida vuelve a comenzar cuando una persona rechaza
viejas lealtades, abre su vida al Espíritu Santo y comienza una vida en obediencia a
Jesucristo. El apóstol Pablo dice que cuando una persona comienza una relación
con Cristo ‘todo lo viejo’ (pensamientos, actitudes, acciones y relaciones) ‘pasó’ y
todo (pensamientos, actitudes, acciones y relaciones) ‘se hizo nuevo’ (2 Corintios
5:17). Esto se aplica tanto a los individuos como a la iglesia. Todas las visiones de la
salvación incluyen la confesión y el perdón. Los cristianos anabautistas enfatizan la
transformación que sucede mediante la confesión, el perdón y las nuevas
relaciones” (p. 49).

La comunidad de perdonados debe aprender a perdonar, acción que Palmer Becker


llama “perdón horizontal”. Añade: “los creyentes que tienen una perspectiva
anabautista reconocen que el perdón vertical de Dios es esencial para la salvación y
que el perdón horizontal del prójimo es esencial para la comunidad”.
El siguiente punto abordado por el autor es que “la voluntad de Dios se discierne
en comunidad”. La de creyentes tiene que ser una comunidad hermenéutica,
donde se estudian y disciernen las enseñanzas de la Palabra en clave cristológica y
cristocéntrica con el fin de ponerlas en práctica. El de los anabautistas no era un
acercamiento académico, aunque reconocían su valor, sino que privilegiaban la
comprensión de las Escrituras para encontrar orientaciones éticas.

En el siglo XVI los teólogos protestantes de distintas orientaciones doctrinales


despreciaban y minimizaban al populacho anabautista, al que consideraban una
banda de iletrados por no producir sofisticados sistemas ortodoxos. Para los
anabautistas “a través del discernimiento comunitario, las personas de fe arriban a
comprensiones corporativas de la voluntad de Dios para una situación particular. Si
bien los eruditos pueden interpretar las Escrituras en términos generales, los
anabautistas creen que las personas guiadas por el Espíritu que conocen las
situaciones de la vida y el trabajo de unos y otros pueden comprender e interpretar
mejor un pasaje de las Escrituras en una situación determinada” (p. 60).
Desde sus inicios el anabautismo debió argumentar su óptica hermenéutica y
contrastarla con la de distintas vertientes de la Reforma del siglo XVI. Fue así
que los anabautistas suizos desafiaron las enseñanzas del reformador de Zúrich,
Ulrico Zwinglio, y desobedecieron en 1525 el mandato del Concejo de la ciudad que
ordenaba el bautismo de infantes.
También confrontaron la hermenéutica de Thomas Müntzer, por un lado, y la de
Martín Lutero, por el otro, ya que ambos defendían el uso de la espada para
proteger su respectiva causa.

La comunidad que ha sido perdonada y practica el perdón, que es un cuerpo de


hombres y mujeres ejerciendo la interpretación de la Palabra, a través de la
predicación, enseñanza mutua y diálogo, de la misma manera, agrega Palmer
Becker, tiene que estar integrada por una membrecía que rinde cuentas entre sí.
Dado que se toma en serio el sacerdocio universal de los creyentes, no hay cabida
para liderazgos que exigen a los demás, pero ellos no le dan explicaciones a nadie.
Dado que para los anabautistas la iglesia necesariamente es integrada por
creyentes que voluntariamente deciden comprometerse con una comunidad de fe,
entonces su “identidad […] estaba ligada a su visión del Reino. Ellos detectaban un
marcado contraste entre el Reino de Dios y los reinos de este mundo. Su
compromiso con el pensamiento y modo de vivir del Reino los alejó de una fe
individualista y de las estructuras eclesiásticas complejas. Los ayudó a desarrollar
fuertes conceptos de la vida en comunidad donde todos deben rendirse cuentas”
(p. 73).

Los anabautistas del siglo XVI, y sus descendientes, rechazaron la simbiosis Iglesia-
Estado y objetaron a las iglesias territoriales. No compartieron la doctrina que
afirmaba la existencia de territorios cristianos, sino enarbolaron una convicción
distinta: que había cristianos viviendo en ciertos territorios. Por lo mismo las
iglesias territoriales, fruto de la unión gobierno con determinada confesión,
persiguieron con intensidad a los anabautistas que desarticulaban el modelo
religioso/político.
Recapitulando, a los tres rasgos esenciales del anabautismo consignados en la
primera parte, se suman ahora otros tres, a saber: la comunidad de los perdonados
ejerce el perdón entre sí, la comunidad es un espacio hermenéutico donde se
discierne conjuntamente, con base en la Palabra, la voluntad de Dios, y la
comunidad debe encarnar con todas sus consecuencias el principio del sacerdocio
universal de los creyentes (mujeres y hombres).

Tercera Parte: La reconciliación como esencia anabautista.

La dicotomización del Evangelio entre el énfasis en la sola regeneración espiritual y


la corriente de activismo por la justicia social ha extraviado la integralidad del
mensaje bíblico/evangélico.
La fe evangélica tiene alcances holísticos. Cuando escribo evangélica me refiero a la
fe que se basa en el Evangelio de Jesús el Cristo, que a su vez se describe
extensamente en los cuatro evangelios.
Es importante hacer esta salvedad, porque hoy el término evangélico se asocia con
una expresión del protestantismo que tiene un compromiso político conservador e
integrista, ya que busca acceder al poder y mediante éste hacer extensivos sus
valores particulares al conjunto de la sociedad.
Ya me he referido a dos características, o creencias centrales anabautistas, a saber
1) Jesús es el centro de la fe, 2) La comunidad es el centro de la vida, que Palmer
Becker, explica en La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana
singular (Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017). En esta sección me ocupo del
tercer rasgo: La reconciliación es el centro de la tarea, o misión, cristiana.
Becker apunta: “Mientras algunos seguidores de Cristo dicen que la evangelización
es el centro de nuestra tarea, otros dicen que construir la paz es lo más
importante. Por cierto, tanto la evangelización como la construcción de la paz son
esenciales, nuestro tercer valor central reúne estos dos aspectos de la fe cristiana
en la palabra reconciliación” (p. 89).
La dicotomización del Evangelio, por una parte el énfasis en la sola regeneración
espiritual y por otra la corriente que hace activismo en pro de la justicia social, ha
extraviado la integralidad del mensaje bíblico/evangélico.
No fue así con los anabautistas pacificadores del siglo XVI. Bajo acoso y
persecución, Menno pastoreaba las comunidades anabautistas que se reunían en
casas, en lugares previamente acordados y que se localizaban fuera del alcance de
posibles delatores.
Transmitía que la integralidad del Evangelio debía servir en cada necesidad
humana, que así como Cristo respondió compasivamente para sanar espiritual y
físicamente a personas que interactuaron con él, la fe del Evangelio tenía que
encarnarse y servir: “Porque la verdadera fe evangélica es de tal naturaleza que no
puede quedarse inactiva, sino que se manifiesta en toda justicia y obras de amor;
muere a la carne y sangre; destruye todas las pasiones y deseos prohibidos; busca,
sirve y teme a Dios; viste a los desnudos; alimenta a los hambrientos; consuela a los
afligidos; alberga a los desamparados; ayuda y consuela a los entristecidos;
devuelve bien por mal; sirve a los que le hacen daño; ora por quienes le persiguen;
enseña, aconseja y reprende con la Palabra del Señor; busca a los perdidos; venda
a los heridos; sana a los enfermos y salva a los débiles; se convierte en todas las
cosas para toda la gente. La persecución, sufrimiento y angustia que resultan por
causa de la verdad del Señor son para ella un gozo y consuelo gloriosos” (The
Complete Writings of Menno Simons c.1496-1561. Translated from the Dutch to
English by Leonard Verduin, Herald Press, Scottdale, PA, 1984, p. 307).
En el evangelicalismo conversionista se enfatiza una y otra vez la experiencia
mística o espiritual del perdón de Dios. Se hace el llamado para que las personas le
abran su corazón a Cristo, y con tal acción prácticamente se agota la
redención. Esto es un reduccionismo, una mutilación del Evangelio, porque se
relega el proceso de transformación ética personal del converso y su
involucramiento para forjar una nueva humanidad.
Un texto neotestamentario que resume el ministerio reconciliador integral de la
comunidad de creyentes es el de 2 Corintios 5:17-18. Becker lo cita para sustentar
la tarea misional de sembrar reconciliación en todos los terrenos de la vida
humana. Los versículos mencionados dicen: “Por lo tanto, si alguno está en Cristo,
es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto
proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio
el ministerio de la reconciliación” (Nueva Versión Internacional). El ministerio de la
reconciliación es integral y transformador de todas las ataduras alienantes que
maniatan la dignidad humana.
Palmer Becker comenta que la obra reconciliadora de Cristo, la salvación que por
gracia resulta del sacrificio en la cruz, debe tener consecuencias palpables en la
vida de quien dice haber tenido la experiencia de ser salvo.
Es así que para ejemplificar su afirmación cita a Jim Wallis, editor de la
revista Sojourners: “El Nuevo Testamento enfatiza la necesidad de un cambio
radical y nos invita a buscar un curso totalmente diferente en la vida. De esta
manera, la conversión es mucho más que una liberación emocional y mucho más
que una adhesión intelectual a una doctrina correcta. Es un cambio básico de
dirección en la vida”. Becker recuerda que “los anabautistas [del siglo XVI] no
creían que la justificación por la fe fuera, en sí misma, una visión adecuada de la
salvación. Creían en un trabajo de transformación del Espíritu Santo y un
compromiso de seguir a Jesús en la vida diaria” (p. 92).
La experiencia de reconciliación con Dios se objetiva en construir comunidades
reconciliadoras, que a su vez se embarcan en ser constructoras de reconciliación y
paz en su entorno histórico-social. En esta tríada agrupa el autor de la obra que
comento lo que llama el principio “La reconciliación es el centro de nuestra tarea”.
En un mundo donde se ha sacralizado la violencia, los anabautistas de entonces y
los de hoy creen que es posible hallar el camino de la paz en conflictos muy agudos.
Entonces y ahora se les ha tildado de románticos o utópicos por sostener que
construir la paz es una vía difícil pero posible.
Otro autor anabautista, James Krabill, en su ensayo “God’s Shalom Project: Why
Peace and Mission Are Inseparable” en el libro Fully Engaged: Missional Church in
an Anabaptist Voice (Herald Press, Harrisonburg, Virginia, 2015), nos recuerda
que el mensaje de Jesús es el Evangelio de paz. Uno de los títulos mesiánicos de
Jesús es el de Príncipe de Paz. En su nacimiento los ángeles anunciaron paz en la
tierra y buena voluntad para la humanidad. Efesios 2:14 menciona que él es
“nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de
separación”. Versículos más adelante, en el 17, leemos que “vino y anunció las
buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca”.
Krabill llama a la atención a que el sustantivo shalom aparece aproximadamente
235 veces en el Antiguo Testamento, y más de cien veces su traducción al griego,
eirene, en el Nuevo Testamento. Subraya que shalom era un concepto amplio para
el pueblo judío, ya que incluía “el bienestar humano en todas sus dimensiones”,
personal y social, físico y espiritual.
El tema ha sido desarrollado en la voluminosa obra de otro autor anabautista,
Willard M. Swartley, Covenant of Peace: The Missing Peace in New Testament
Theology and Ethics (Wm. B. Eerdmans Publishing Co., 2006), donde analiza muy
bien la centralidad del shalom en la obra redentora de Cristo y su relevancia en la
obra misional de las comunidades de creyentes. Seguidamente voy a intentar
condensar las conclusiones de Palmer Becker acerca de la esencia del anabautismo.

Cuarta Parte: La esencia del anabautismo

Conclusiones
Los anabautistas creían en la fuerza transformadora del Espíritu Santo, que les
potenciaba para hacer la obra encomendada por Jesús a quienes le siguieran.
¿Quién o qué le dio a los anabautistas del siglo XVI una nueva visión para la
iglesia? ¿Qué los movilizó a comenzar a bautizar ante la declaración de fe? ¿De
dónde recibieron el coraje y fortaleza para enfrentar la oposición y soportar la
severa persecución?
Las anteriores son preguntas con las que abre la sección de conclusiones Palmer
Becker de su libro La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana
singular (Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017).
El autor considera que en los estudios sobre los orígenes y expansión del
anabautismo se ha marginado el aspecto “más esencial del movimiento […] que fue
su énfasis en el Espíritu Santo” (p. 137).
Cita lo aseverado por J. B. Toews, líder de los Hermanos Menonitas: “La teología
correcta, aun la teología anabautista, sin el conocimiento vivencial de Cristo a
través del Espíritu Santo, deja a la iglesia impotente”.
El Espíritu Santo que Jesús prometió a sus discípulos (Juan 14:15-21) irrumpió en
Pentecostés, y los anabautistas creían en su fuerza transformadora que les
potenciaba para hacer la obra encomendada por Jesús a quienes le siguieran.
Si bien el anabautismo afirmaba como labor del Espíritu Santo la realización de
señales, prodigios y milagros como los narrados en el libro de los Hechos, con la
misma fuerza sostenían que el mismo Espíritu trabajaba en la vida de los creyentes
para transformarles con el fin de que reflejaran el carácter de Cristo.
Becker considera que “el movimiento anabautista podría llamarse con justicia el
movimiento carismático o del Espíritu Santo del siglo XVI” (p140). Es cierto, a
condición de no reducir lo carismático solamente a una expresión profundamente
emocional sino también temiendo en cuenta que los dones (carismas) son para
ejercerse en la transformación personal y comunitaria.
Así lo afirmó Menno Simons: “Es el Espíritu Santo quien nos libera del pecado, nos
da la valentía y nos hace alegres, pacíficos, piadosos y santos”.
Como en otros campos de la teología, en el tema de la pneumatología los
anabautistas no desarrollaron amplia y sistemáticamente el punto de cómo llegaba
el Espíritu Santo a las personas creyentes.
Sí enseñaban que el momento del arrepentimiento/conversión era esencial para
iniciar el camino del seguimiento de Cristo. La nueva criatura en Cristo le tenía a él
como Salvador y Señor, de lo que daba testimonio público mediante el bautismo y
el compromiso con una comunidad confesante.
En medio de la persecución los anabautistas memorizaban pasajes como los de
Mateo 28:18-20, y Hechos 2:38, éste último dice: Arrepiéntanse y bautícense todos
ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados les sean perdonados.
Entonces recibirán el don del Espíritu Santo”.
El autor afirma que desde la perspectiva anabautista “recibir al Espíritu Santo era
igual que recibir la presencia viva de Jesús en su realidad interior” (p. 142).
Por lo tanto, la manifestación del Espíritu Santo en las vidas de discípulos y
discípulas de Cristo no está tanto en las experiencias extáticas (que las hay), sino en
cómo tales experiencias son validadas por una espiritualidad integral.
Al respecto Juan Driver observa que “la espiritualidad cristiana no consiste en una
vida de contemplación en lugar de acción, ni de retiro en contraste con una plena
participación en la sociedad.
Se trata, más bien, de que todas las dimensiones de la vida estén orientadas y
animadas por el Espíritu de Jesús mismo […] Ser espirituales implica vivir todo
aspecto de la vida inspirados y orientados por el Espíritu de Cristo.
Ser carnales significa orientarse por otro espíritu […] La espiritualidad cristiana
puede definirse como el proceso de seguimiento de Cristo bajo el impulso del
Espíritu en el contexto de una convivencia radical de la fe en la comunidad
mesiánica […]
Esta espiritualidad se caracteriza por el seguimiento del Jesús histórico dentro de
nuestro propio contexto histórico. Este seguimiento es impulsado por el Espíritu de
Jesús mismo, otorgado a sus seguidores” (Convivencia radical, espiritualidad para el
siglo XXI, Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2007, pp. 14, 17, 18 y 19).
En las páginas finales, Palmer Becker recapitula lo desarrollado en su libro. Reitera
tres valores centrales del anabautismo:

1) Jesús es el centro de nuestra fe. Jesús es la clave para nuestra comprensión del
cristianismo y nuestra interpretación de las Escrituras, y es a quien respondemos
con nuestra máxima lealtad. Es la Revelación en sangre y carne, Jesús, la clave
hermenéutica para comprender la Revelación en papel y tinta.
2) La comunidad es el centro de nuestra vida. La comunidad se hace posible se
hace posible mediante el perdón horizontal, es el contexto para el discernimiento
de la voluntad de Dios y a menudo se hace más significativa en grupos pequeños.
Esto no significa que la comunidad sea un espacio cerrado y hostil hacia los de
afuera, sino donde se pone en práctica la ética del Reino de Jesús para servir
interna y exteriormente.
3) La reconciliación es el centro de nuestra tarea. La reconciliación es central para
establecer una relación con Dios, para tener relaciones personales armoniosas y
para servir como constructores de paz en un mundo lleno de conflicto. El Espíritu
de Cristo anima a sus seguidores a ser avanzada del shalom Dios.

También podría gustarte