Bolivar - Carta de Jamaica
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Bolivar - Carta de Jamaica
JAMAICA
Simón Bolívar
CARTA DE JAMAICA
Contestación de un Americano Meridional a un caballero de esta isla
El reino de Chile, poblado de 800 000 almas, está lidiando contra sus
enemigos que pretenden dominarlo; pero en vano, porque los que
antes pusieron un término a sus conquistas, los indómitos y libres
araucanos, son sus vecinos y compatriotas; y su ejemplo sublime es
suficiente para probarles que el pueblo que ama su independencia
por fin la logra.
Las islas de Puerto Rico y Cuba que, entre ambas, pueden formar
una población de 700 a 800.000 almas, son las que más
tranquilamente poseen los españoles, porque están fuera del
contacto de los independientes. Mas ¿no son americanos estos
insulares? ¿No son vejados? ¿No desean su bienestar?
¡Cuán diferente era entre nosotros! Se nos vejaba con una conducta
que además de privarnos de los derechos que nos correspondían,
nos dejaba en una especie de infancia permanente con respecto a las
transacciones públicas. Si hubiésemos siquiera manejado nuestros
asuntos domésticos en nuestra administración interior,
conoceríamos el curso de los negocios públicos y su mecanismo, y
gozaríamos también de la consideración personal que impone a los
ojos del pueblo cierto respeto maquinal que es tan necesario
conservar en las revoluciones. He aquí por qué he dicho que
estábamos privados hasta de la tiranía activa, pues que no nos era
permitido ejercer sus funciones.
Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande
nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su
libertad y gloria. Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi
patria, no puedo persuadirme que el Nuevo Mundo sea por el
momento regido por una gran república; como es imposible, no me
atrevo a desearlo, y menos deseo una monarquía universal en
América, porque este proyecto, sin ser útil, es también imposible.
Los abusos que actualmente existen no se reformarían y nuestra
regeneración sería infructuosa. Los estados americanos han
menester de los cuidados de gobiernos paternales que curen las
llagas y las heridas del despotismo y la guerra. La metrópoli, por
ejemplo, sería México, que es la única que puede serlo por su poder
intrínseco, sin el cual no hay metrópoli. Supongamos que fuese el
istmo de Panamá, punto céntrico para todos los extremos de este
vasto continente, ¿no continuarían éstos en la languidez y aun en el
desorden actual? Para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga
en acción todos los resortes de la prosperidad pública, corrija, ilustre
y perfeccione al Nuevo Mundo, sería necesario que tuviese las
facultades de un Dios, y cuando menos las luces y virtudes de todos
los hombres.
El espíritu de partido que, al presente, agita a nuestros estados se
encendería entonces con mayor encono, hallándose ausente la
fuente del poder, que únicamente puede reprimirlo. Además los
magnates de las capitales no sufrirían la preponderancia de los
metropolitanos, a quienes considerarían como a otros tantos tiranos:
sus celos llegarían hasta el punto de comparar a éstos con los
odiosos españoles. En fin, una monarquía semejante sería un coloso
disforme, que su propio peso desplomaría a la menor convulsión.
Bolívar