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VERGÜENZA PROMETEICA Y OVEJAS

ELÉCTRICAS:
UN DIÁLOGO ANTROPOLÓGICO ENTRE GÜNTHER
ANDERS Y PHILIP K. DICK

VIRGINIA BALLESTEROS1

Resumen: En las siguientes líneas pretendemos llevar a cabo un ejercicio de lo que


podría denominarse filosofía-ficción. Nuestra propuesta consiste en leer ¿Sueñan los
androides con ovejas eléctricas? como una respuesta a la filosofía de Günther Anders.
Más concretamente, como una respuesta articulada en un futuro distópico, cuyo eje
central sería la concepción que el hombre tiene de sí mismo frente a la máquina. Esta
respuesta, pues, giraría en torno al concepto andersiano de ser nacido frente al ser
producido, de los artefactos y, por supuesto, de los androides. Este ejercicio, como
defenderemos, nos permitirá arrojar nueva luz a la obra de Dick, poniendo el énfasis en
estos aspectos que consideramos fundamentales.
Abstract: In the next lines we develop an excercise of what might be called philosophy
fiction. Our proposal here is to read Do androids dream of electric sheep? as an answer 1
to Günther Ander's philosophy. More precisely, as an answer articulated in a dystopian
future, whose central axis would be man's self-concept when faced with the machine.
This answer, thus, would be constructed towards the andersian concept of being born –
i.e., being born as a human – in opposition to being produced – i.e., being produced as
an artifact or and android. This exercise, as we will defend, will allow us to cast new
light into Dick's work, emphasizing these aspects, which we consider fundamental.

Palabras clave: antropología, vergüenza prometeica, cosmovisión.


Keywords: anthropology, promethean shame, cosmivision.

Hagamos un ejercicio de filosofía-ficción: leamos ¿Sueñan los androides


con ovejas eléctricas? como una respuesta al pensamiento de Günther
Anders. Los conceptos andersianos de ser nacido y ser producido nos
servirán de hilo conductor, en tanto que atraviesan la obra de Dick de
principio a fin; si bien con ciertas particularidades que cabe mencionar.
Para desarrollar este ejercicio también traeremos a colación el concepto
de vergüenza prometeica andersiano, del cual podría decirse que es el
modo en que el hombre se ve, se siente a sí mismo, en relación con la
máquina; y lo compararemos con la visión antropológica que subyace en

1Virginia Ballesteros es Licenciada en Filosofía y Máster en Pensamiento Filosófico


Contemporáneo por la Universidad de Valencia. Actualmente está cursando sus
estudios de Doctorado en dicha universidad, enfocando su investigación hacia el
pensamiento de Günther Anders.

La torre del Virrey. Revista de Estudios Culturales ISSN 1885-7353 Nº 22 2017/2


V. Ballesteros, Vergüenza prometeica y ovejas eléctricas

la obra mencionada de Dick, donde se introduce un elemento clave para


pensar la cuestión: el mercerismo, la religión que Dick inventa en su libro
y que integra como aspecto fundamental del culto el amor y el cuidado
hacia los animales. Nuestra propuesta es la siguiente: imaginemos que
Günther Anders ha acertado en algunas de sus profecías cuasi
apocalípticas e instalémonos desde ahí en el mundo que Dick crea. ¿Qué
podemos comprender sobre el hombre en este ejercicio imaginario?

1. EL MUNDO EN QUE NOS ENCONTRAMOS. En la década de los 50 y en las


posteriores, Anders se muestra muy preocupado —y con razón— por la
ceguera moral que el hombre tiene respecto de los artefactos y técnicas
que está desarrollando a gran velocidad. La amenaza de la bomba es algo
permanente para la humanidad desde entonces, y así se refleja en la obra
de Anders. Tanto es así que el sujeto moral andersiano ya poco tiene que
ver con el sujeto moral tradicional: el hombre, en tanto que ahora posee el
poder de autoaniquilación, no puede seguir siendo pensado de la misma
manera. Con el desarrollo de la bomba, la humanidad ha realizado un
salto cualitativo y no meramente cuantitativo respecto a la producción: ya
no sólo hemos de preocuparnos de cómo sean las cosas, sino de que las
cosas sean. La famosa cuestión metafísica que se pregunta por qué el ser y
no más bien la nada puede ser leída ahora en términos morales: por qué
el ser humano debe elegir la existencia del mundo y no la nada. Estamos
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ante la posibilidad real de que se dé la nada, de que acabemos con el
planeta Tierra. Esto abre una nueva significación del nihilismo: éste ya no
es sólo una posición filosófica, teórica, sino que ahora aparece en el
mundo, en este sentido, como una posibilidad real. Se podría decir, pues,
que Anders lucha contra el nihilismo en tanto que pretende hacernos
despertar de la ceguera moral que en última instancia podría llevarnos a
la materialización de la nada.
Esta preocupación nos sirve para enlazar con el escenario que Dick
presenta en su novela: en ella, nos encontramos con un mundo que ha
sufrido una gran guerra nuclear y ha quedado cubierto de polvo
radiactivo. Esto ha llevado a la extinción a un gran número de animales,
así como al exilio de millones de seres humanos a otros planetas que
ofrecen condiciones de habitabilidad mucho más favorables que la Tierra.
Aquellos que deciden quedarse en la Tierra se exponen al polvo radiactivo
constantemente y han de tomar medidas para protegerse y no mutar. De
hecho, muchos seres humanos se han visto afectados por estas partículas
y sus facultades mentales han quedado considerablemente mermadas:
son los llamados especiales, personas que padecen algún tipo de retraso
mental por la exposición a la radiación.
Si nos instalamos en este escenario, podemos decir que Anders no
habría estado, pues, en lo cierto en cuanto a la total aniquilación de la
humanidad y la vida en nuestro planeta, pero la situación es ahora lo
suficientemente horrorosa como para que el ser humano haya perdido su
ceguera moral: nos encontramos en un mundo que casi ha sido destruido,
donde la vida es muy difícil y las consecuencias de una producción
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nuclear desbocada son patentes. Esto es lo que ha hecho que los seres
humanos hayan cambiado su visión sobre cuál es su lugar en el mundo
respecto de los otros seres y respecto de las máquinas.

2. EL LUGAR DEL HOMBRE EN EL MUNDO. Toda comunidad humana posee


una imagen de sí misma y una noción de cuál es su lugar en el mundo.
Podemos establecer dos categorías bajo las que se englobarían visiones
distintas del hombre: las antropologías teológicas y las antropologías
filosóficas. En las primeras, la concepción del hombre se establece con
respecto a la divinidad: nos movemos siempre en el juego de que, si bien
hay una distancia ontológica insalvable entre lo divino y lo humano, lo
divino siempre está actuando como horizonte de moralidad. El hombre
siempre será inferior al dios, de modo que éste actúa como ideal que
jamás llegará a realizarse pero hacia el cual hay que dirigirse. Por otro
lado, las antropologías filosóficas sitúan al hombre entre los animales,
siendo siempre superior a ellos. En las antropologías filosóficas se da una
tensión que se resuelve mediante la idea de autocreación: en comparación
con el resto de animales, el ser humano está inicialmente mal dotado de
elementos corporales que le permitan sobrevivir en el medio natural:
carece de pelaje, de garras, su llegada a la edad adulta es muy tardía... No
obstante, en lugar de que esto sea visto como algo que nos sitúa en un
plano inferior respecto a otros animales mejor dotados, se hace virtud del
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defecto: el hombre está obligado a crearse su propio mundo para poder
sobrevivir, a hacerse a sí mismo. De este modo, aparece una visión
existencialista del hombre como ser racional, hecho a sí mismo,
radicalmente libre y no determinado como el resto de animales.
Así pues, hemos pasado de ser criaturas a ser seres
autoproducidos. La idea de ser nacido no aparece en primer plano en
ninguna de las dos visiones del hombre. Ser nacido denota fragilidad y
dependencia; pero no dependencia del más allá, sino de otros seres
igualmente frágiles y dependientes en tanto que nacidos también. Por otra
parte y del mismo modo, la noción de cuerpo tampoco es relevante en
ninguna de las dos antropologías: en la visión teológica, el cuerpo es
aquello que nos impide reunirnos con Dios; en la visión filosófica, el
cuerpo es despreciado desde el primer momento en favor del intelecto.
Ahora bien, considerando que el hombre cada vez está menos en
contacto con el resto de animales y cada vez más con el mundo de las
máquinas: ¿qué tipo de antropología se construye desde este nuevo punto
de partida? Para Anders, precisamente esos elementos que no han sido
fundamentales en las antropologías anteriores lo serán ahora: el ser
nacidos y el tener el cuerpo que tenemos es lo que va a marcar nuestra
relación con las máquinas y nuestra visión de nosotros mismos. El énfasis
ya no se pondrá en la capacidad de autoproducción, sino que se destacará
el hecho de ser productos de la evolución, un proceso ciego, no guiado y
azaroso, cuyo resultado es el de un cuerpo defectuoso. Por el contrario, el
surgimiento de la máquina se debe a un proceso cuidadosamente
diseñado y dirigido, y su funcionamiento es infinitamente más preciso y
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potente que el humano. En este contexto es donde surge la vergüenza


prometeica: sentir vergüenza por haber llegado a ser en lugar de haber
sido producido.
Pero la vergüenza prometeica no es solamente aquella que se siente
cuando se descubre que la máquina es más capaz que el ser humano, sino
que este es un fenómeno que afecta directamente a la identidad
individual: aquel trabajador que siente vergüenza cuando está trabajando
en una cinta, siente vergüenza por no poder llegar a ser un autómata
completamente. Se avergüenza, digamos, del resto de conciencia que
posee. Estamos ante una paradoja: para que el trabajador pueda seguir el
ritmo a la máquina ha de mantenerse enormemente concentrado; pero
seguirle el ritmo es precisamente ser in-corporado a la máquina. Es el
trabajador el que funciona como un órgano más de la máquina y para
poder hacerlo ha de mantener un yo que controle el proceso. Aquí aparece
la vergüenza como una imposibilidad de identificarse totalmente con la
máquina debido a esta paradoja.
El hombre, cuyo cuerpo ha sido fruto de ese proceso azaroso
evolutivo es visto ahora como una faulty construction. El hombre no se
ajusta bien a la máquina, ésta le supera en prácticamente todos sus
límites. Además, el mundo de los artefactos es indefinido en tanto que
cada día aparecen objetos nuevos y piezas de recambio nuevas para los
anteriores. El cuerpo del hombre, en cambio, es siempre el mismo, sin
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posibilidad de innovación. Anders llega a poner esta imposibilidad física
humana en términos morales y afirmar que esta ausencia de innovación
implica falta de libertad: las máquinas son las no-limitadas, mientras que
el hombre vive atrapado en su rígido cuerpo, en esa suerte de faulty
construction. Es el cuerpo aquello que va a llegar a sabotear nuestros
propios logros, impidiéndonos asimilarnos a la máquina. Así pues, nos
encontramos con que, del mismo modo que nosotros veíamos a los
animales carentes de libertad en tanto que determinados biológicamente,
ahora también nos vemos a nosotros mismos carentes de libertad por no
ser maleables biológicamente, por tener un cuerpo en muy buena medida
determinado.
En conclusión: antes podíamos mantener la diferenciación que
teníamos con respecto a los animales precisamente porque nos
centrábamos en considerarlos a ellos inferiores en tanto que
determinados. Ahora que también nos consideramos a nosotros mismos
determinados al compararnos con las máquinas, reevaluamos nuestra
posición en el reino animal y observamos que hemos perdido nuestra
superioridad y dominio. Pero la obra de Anders no explora más la relación
entre los animales y el hombre precisamente porque el mundo en que nos
encontramos es un mundo de aparatos y no un mundo animal. El
pensamiento de este autor se dirige estrictamente hacia la relación del
hombre y la máquina, poniendo el énfasis no en esa igualación con el
animal, sino en la diferenciación —en la inferioridad— del hombre
respecto del artefacto.

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Y hasta aquí el mundo andersiano. Adentrémonos ahora en la


distopía de Philip K. Dick.

3. LA VERGÜENZA DE TENER UNA OVEJA ELÉCTRICA. La Tierra, tras la Gran


Guerra Mundial Terminus, es un lugar donde la vida escasea: barrios
enteros han quedado totalmente desiertos; numerosas especies animales
han desaparecido. El gobierno lanza incesantemente anuncios a la
población para que abandonen definitivamente el planeta y se instalen en
una colonia extraterrestre, a fin de llevar una vida más sencilla y menos
expuesta a la omnipresente radiación. Los androides son su reclamo: a
todo aquel que decida abandonar la Tierra se le proporcionará uno para
su uso personal.
Dos son las cosas que más nos llaman la atención: la primera, como
ya decíamos, el hecho de que la aniquilación total ha estado muy cerca. La
segunda, que el gobierno entregue androides —máquinas— a los colonos
para que les ayuden en sus quehaceres. A la luz de estos dos hechos ya
podemos intuir que la visión que el hombre tiene de sí mismo es diferente
respecto de la planteada por Anders. Pero hay un tercer elemento clave
que ya habíamos adelantado: el mercerismo.
La religión en esta obra de Dick integra a los animales como parte
elemental: para llegar a fusionarse con Mercer es necesario amar a los
animales. Pensemos en las antropologías teológicas: en ellas, tanto los
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animales como el hombre son creaciones, pero el mecanismo para llegar a
Dios es el de amar al prójimo, humano. De hecho, el resto de animales son
aún inferiores al hombre, puestos sobre la Tierra por Dios para su
servicio. Aquí, en cambio, la antropología descrita por Dick parece
haberse hecho cargo de la historia de la humanidad, de la historia de su
autocomprensión, para plantear una relación con los animales que no
podría haberse dado en ninguna otra época. No es posible llegar a Mercer
si no es a través del amor hacia los animales; y no precisamente en tanto
que criaturas, sino en tanto que seres nacidos.
“Primero, el hombre sintió vergüenza de su condición natural y dejó
a la Técnica tomar el control, convertirse en sujeto de la Historia. Después
vino la Gran Guerra, donde la humanidad contuvo el aliento ante la
catástrofe nuclear. Entonces despertó de su ceguera moral: sacudida ante
la amenaza materializada del nihilismo, comprendió que lo vivo no era
vergonzoso. Repensó su lugar en el mundo y supo que no quería medirse
con la máquina, sino por el amor que profesaba hacia la vida; e hizo de
ello algo sagrado: el camino hacia la divinidad pasa por el amor a todos
los seres nacidos. Tomó de nuevo las riendas de la Historia, ajustó cuentas
con la máquina y puso al androide a su servicio...” Unas líneas como estas
podrían figurar en un prólogo que enlazara la historia real de la que se
encarga Anders con la ficción en la que nos sumerge Dick. Llegados a este
punto, la vergüenza que siente el hombre no es por no poder asimilarse a
la máquina, sino por no poder tener un animal de verdad, un ser nacido, y
tener que conformarse con ser dueño únicamente de una réplica eléctrica.
Lo importante no es tener un animal, sino cuidar de él. La relación
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hombre-artefacto no puede ser más diferente de la relación hombre-


animal: mientras que los artefactos se instalan en el paradigma de la
pertenencia —bien sea porque una máquina nos pertenece o porque su
operador pertenece a ella en tanto que se halla incorporado—, las
relaciones con los animales son de cuidado y no de mera pertenencia: es
por ello que los animales domésticos tienen, de cierto modo, un estatus
inferior al de los más salvajes.
No es para nada trivial, pues, que la historia que narra Dick
comience con el imperioso deseo de su protagonista de tener un animal
vivo y no uno eléctrico. Rick Deckard tenía una oveja, una real, que murió
de tétanos al pincharse con un alambre mientras comía. Dado que su
situación económica no le permitía comprar otro animal —los precios
estaban disparados dada la escasez— tuvo que comprar rápidamente una
oveja eléctrica —mucho más barata—, idéntica a la anterior, para que sus
vecinos no se dieran cuenta de que ya no poseía animal alguno y no
perdiera así estatus social. Este animal eléctrico le permitía mantener las
apariencias, pero por idéntico que fuera al original, no podía profesarle el
mismo amor, pues sabía que esencialmente se trataba de una cosa, algo
muy distinto a él. Recordemos que la vergüenza prometeica aparece
cuando no somos capaces de identificarnos complemente con una
máquina; la vergüenza en este universo de Dick aparece cuando no
podemos identificarnos completamente con lo humano porque no
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podemos demostrar nuestro amor a los animales. En Anders veíamos que
la vergüenza siempre tiene tres polos: aquel que se avergüenza, aquello de
lo que se avergüenza y la instancia externa que hace de tribunal, sea real o
imaginario. Aplicando ese esquema en esta obra, podemos decir que
aquello de lo que se avergüenza el protagonista es de una carencia —no
ser dueño de un animal a quien cuidar— que le impide identificarse
plenamente con lo humano, siendo juzgado por el tribunal social.
Es muy importante un dato que se señala en una conversación entre
Deckard y un vecino suyo: no cuidar de los animales es visto como algo
inmoral, como una muestra de una falta total de empatía; pero esto
incluso llegó a ser un delito tras acabar la Gran Guerra Mundial
Terminus. Esa reacción desmesurada de incluir como delito el hecho de
no amar a los animales podría entenderse como una consecuencia
desproporcionada de la nueva imagen que el hombre se forja. Un cambio
en la visión que el hombre tiene de sí mismo lleva aparejado un cambio en
lo que se considera valioso, en la moralidad, cosa que incluso puede
quedar recogida en las leyes. En el momento en que se narra la historia, si
bien esto ha dejado de ser delito, el poso moral continúa vigente y la
empatía es, de hecho, un rasgo esencial para distinguir a un ser humano
de un androide. La distinción, pues, de lo que sería un nosotros y un ellos
—o ello— se hace patente en el hecho de que los androides no pueden
sentir amor por los animales, precisamente por su condición de no-
nacidos. El test Voigt-Kampff, que Deckard les realiza para medir su
respuesta emocional, incluye numerosas cuestiones relacionadas con los

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animales, como por ejemplo cuál es el comportamiento correcto si a uno


le regalan una cartera de piel.
Hay suficientes elementos, pues, para sostener que en la base de
todo el planteamiento antropológico de la novela se halla la distinción
entre ser nacido y ser producido, juzgándose positivamente la primera
categoría por encima de la segunda. El papel que juega la empatía es
también muy importante: si bien socialmente la empatía hacia los
animales es algo de primera importancia, la empatía hacia los androides
es algo que se plantea como un problema moral a resolver. Recordemos
que el trabajo del protagonista consiste en retirar —eliminar— a los
androides que han huido de las colonias de Marte para venir a la Tierra en
busca de una vida en la que no sean meros esclavos. Socialmente se
entiende que ésta es una labor necesaria, en tanto que podrían suponer
una amenaza para la humanidad, aunque a lo largo de la novela surge el
dilema moral de si el hecho de que —al menos aparentemente— también
tengan sentimientos y sean capaces de sufrir e incluso de querer para sí
mismos una vida mejor, no debiera hacernos reconsiderar nuestra
posición con respecto a ellos. No obstante, esta cuestión se plantea como
un dilema, mientras que la empatía hacia los que son como nosotros, los
animales, es algo totalmente establecido.
La dificultad para reconocer a los androides como semejantes a
nosotros estriba en el hecho de que no tenemos el mismo origen; el
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nuestro es natural y el suyo artificial. El hecho de que la humanidad haya
puesto el énfasis en este aspecto se explica casi como un mecanismo de
supervivencia: ante la perspectiva de la aniquilación por la técnica, el
hombre decide desplazar todo el valor hacia lo viviente, lo natural. 2 La
tensión surge, precisamente, cuando la máquina muestra algo tan
característicamente humano como son los sentimientos, cosa que incluso
es más fácil de ver en algunos androides que en ciertos animales o en
ciertas personas. Por lo tanto, el problema que recorre la obra pasa por
volver a replantear el lugar que el hombre tiene en el mundo y las
implicaciones que ello conlleva para el resto de seres, sean nacidos o
producidos, pues en el momento en que nos preguntamos por la respuesta
moral que debemos tener ante los androides, estamos reconsiderando
también nuestra propia imagen.

2 Aún así, sí que es preciso señalar que la producción técnica compleja no se abandona,
pues se siguen fabricando androides además de otros tantos artefactos. En la novela se
atisba la problemática a la que se enfrentaría la humanidad si continúa haciendo
androides cada vez más inteligentes, pudiendo llegar a suponer esto un problema para
la supervivencia humana. Esta temática es capital en la obra de Anders y podría
entenderse como otro tipo de ceguera moral, si bien hay diferencias importantes entre
la ceguera ante la bomba que señala Anders y la ceguera ante el androide que presenta
Dick: en el universo de ficción sí que hay mecanismos de control de los androides para
que no supongan una amenaza, hay una lucha con ellos para mantenerlos en posiciones
controladas, como así demuestra precisamente la labor de Deckard dándoles caza.
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