Los Archivos Una Constante en La Evolución Del Hombre

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Los archivos. Una constante en la evolución del hombre.

LOS ARCHIVOS
Una constante en la evolución del hombre

RAQUEL ROJO MEDINA

-Las edades clásicas

 Edad Antigua: Archivos de Palacio.


- Ebla y Mari. Ejemplo de un sistema archivístico en la antigüedad.

 Edad Media: Los tesoros de Cartas


- La Suprema Inquisición: el archivo al servicio del control y de la
represión.

 Edad Moderna: Arsenales de Autoridad.


- El Consejo de Castilla: su organización archivística.

 Edad Contemporánea: Laboratorios de la Historia.


-El incendio y destrucción del Archivo General Central.

A lo largo de la historia los archivos surgen, en primer lugar, como una manera
práctica de tener organizado toda la información necesaria para poder desempeñar de
manera efectiva sus actividades económicas y administrativas. Además los documentos
que no han llegado son auténticos y fiables porque no habían sido custodiados para
perpetuarse sino que servían para un fin concreto en ese momento histórico.
Poco a poco, se empieza a tener conciencia de que la custodia de cierta
documentación servirá para tener prestigio y poder. Su carácter secreto supondrá un
control sobre amplios sectores sociales.
Durante el siglo XVIII, la administración central empieza a ser consciente de la
necesidad de reorganizar y ordenar la gran cantidad de documentación que se ha ido
generando. Hay un intento real en crear un incipiente sistema archivístico con una base
legislativa. A partir del XIX, se intenta reconstruir el pasado histórico con criterios
científicos y se abren los archivos a la investigación.

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Los archivos. Una constante en la evolución del hombre.

 Edad Antigua: Archivos de Palacio.


- Ebla y Mari. Ejemplo de un sistema archivístico en la antigüedad.

En las mismas fechas en las que caía el Imperio Antiguo en Egipto (momento en
el que destacan la construcción de las pirámides de Giza), se estaba construyendo
Stonehegen y en la Península Ibérica estaban en los inicios de la edad de bronce, con la
Cultura de los Millares, en el norte de Siria se levantaba una importante ciudad
circundada por cinco kilómetros de murallas y coronada de templos y palacios.

El descubrimiento de Ebla fue un hito revolucionario. Durante casi dos siglos los
arqueólogos habían imaginado el Tercer Milenio a.C. dominado por dos potencias
civilizadoras, la egipcia junto al Nilo y la sumeria entre los ríos Tigris y Éufrates. Entre
ellas y la prehistoria europea sólo existían pequeñas aldeas agrícolas diseminadas por
aquí y por allá, de escasa importancia e incapaces de influir en el equilibrio político del
mundo antiguo. En este marco, el norte de Siria era considerado una tierra poco o nada
interesante, habitada únicamente por pastores nómadas hasta fechas muy tardías. El
hallazgo del archivo real de Ebla cambió por completo este panorama.
Ficha 1: Mapa de la zona

La palabra tell es muy frecuente en arqueología. Designa en árabe una colina


artificial formada por la acumulación durante siglos de los escombros de antiguas
construcciones que han quedado sepultadas por sus propios derrubios y por la
acumulación de posteriores sedimentaciones. La abundancia de ladrillos de adobe y paja
en el subsuelo convierten este tipo de terrenos en tierras muy fértiles, por lo que la
mayoría han sido utilizados durante generaciones como campos de cultivo por los
aldeanos del lugar. El aspecto exterior de un tell, por tanto, no difiere mucho del resto
de las tierras cultivadas que suelen rodearlos, salvo por estar más elevado. Sólo la
mirada experta del arqueólogo logra descubrir que bajo esa tierra arada hay enterrada
toda una ciudad.
Ficha 2: Fotografía aérea

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Los archivos. Una constante en la evolución del hombre.

Eso es Ebla, un tell de enormes dimensiones. Cincuenta y seis hectáreas de


superficie formando un gigantesco terraplén artificial, más o menos circular, de quince
metros de altura, con una colina en el centro que se eleva otros diez metros más. Bajo
esta gigantesca pila de escombros se encontró hace casi cuarenta años uno de los más
importantes centros urbanos de la antigüedad, protagonista indiscutible en la región
durante ochocientos años, en los albores mismos de la historia. Aquí se ha realizado uno
de los más grandes descubrimientos de la arqueología de este siglo. El archivo del
palacio real eblaíta es una de las mayores y más antiguas bibliotecas de la historia de la
humanidad. En su interior se encontraron diecisiete mil tablillas de textos económicos,
políticos y religiosos. Documentos de un valor incalculable que han permitido conocer
la vida, usos y costumbres del pueblo que vivió en Ebla hace cuatro mil trescientos
años.
Naram-Sin heredero del imperio acadio conquistó Ebla alrededor del año 2300
a.C. Diecisiete mil documentos de arcilla, despreciados por los soldados, quedaron
sepultados bajo los escombros a la espera de ser descubiertos cuatro mil años más tarde
y, fue precisamente el fuego, lo que preservó para la posteridad las tablillas de arcilla
cruda del archivo real. El calor del incendio las coció y las endureció protegiéndolas de
la humedad que durante siglos habría terminado deshaciéndolas por completo.
Paradójicamente, su afán destructor, fue el factor decisivo que permitiría a los
científicos, siglos más tarde, reconstruir la historia de la ciudad, dejando impreso su
nombre para siempre en los libros de historia.
En 1963 llegó a Tell Mardikh Paolo Matthiae, en aquella época un joven
profesor de arqueología de la Universidad La Sapienza de Roma, que había trasladado
su interés por el mundo antiguo desde Egipto a Oriente Medio. Visionario al estilo de
Heinrich Schliemann, exploraba aquel tell convencido de poder demostrar la existencia
de ese reino fabuloso que llegó a dominar Siria y Mesopotamia durante algunos siglos
del Tercer Milenio, para desaparecer después misteriosamente sin dejar rastro y quedar
completamente olvidado hasta nuestros días. Sus únicas pistas eran algunos antiguos
pasajes de textos acadios, hititas y egipcios que apenas daban unas escasas indicaciones,
sumidas casi más en la leyenda que en la realidad histórica.

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Los archivos. Una constante en la evolución del hombre.

El primer reto fue identificar el nombre verdadero del lugar que estaban
excavando los arqueólogos. Numerosos indicios parecían demostrar que efectivamente
se trataba de la antigua Ebla, a la que las fuentes antiguas describían como una
importante ciudad amurallada, capital de un gran imperio comercial, situada en una
zona de confluencia de rutas entre Oriente y el Mediterráneo, y rodeada de ricas zonas
de cultivo. Pero no existía un sólo documento arqueológico que confirmara semejante
hipótesis.
Se descubrieron las paredes de ladrillos crudos finamente recubiertas de blanco y
en todas podía observarse claramente las huellas de un gran incendio. El hallazgo de la
primera tableta del archivo real fue verdaderamente emocionante, sobre todo porque se
producía en estrato, es decir, dentro del marco arqueológico que permitía demostrar su
pertenencia al Tercer Milenio a.C. Después, la razón no daba crédito a todo lo que iba
apareciendo ante los ojos. Miles de textos económicos, políticos, religiosos, jurídicos,
tratados internacionales e informes militares se agolpaban unos sobre otros, tal y como
habían caído desde sus estantes desplomados cuatro mil trescientos años atrás. Las
tablillas variaban de tamaño entre los cinco y los treinta y cinco centímetros. Muchas
aparecían perfectamente conservadas, otras estaban rotas en cientos de fragmentos que
debían ser cuidadosamente recogidos y ordenados para su posterior restauración y
traducción.

 Ficha 3 Salas del Palacio donde se encontraron los archivos

A pesar de que las conclusiones derivadas de la lectura de los archivos aún son
provisionales, las excavaciones realizadas a lo largo de todos estos años han hecho
surgir un cuadro bastante completo de la Ebla del Tercer Milenio. Una ciudad de
enormes proporciones que dominó económica y políticamente una vasta región
geográfica durante varios siglos. Su insólita estructura urbana había sido ideada para
satisfacer su función de centro de intercambio de mercancías. Cuatro largas calzadas
unían las puertas de la muralla que rodeaba la ciudad con la acrópolis, en la que una
vasta y eficiente administración cumplía con sus funciones. Una plataforma junto al
pórtico norte del Palacio Real ha sido identificada como la Corte de Audiencias, en la

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Los archivos. Una constante en la evolución del hombre.

que el rey personalmente trataba los asuntos de Estado. Hasta allí eran escoltadas las
caravanas que llegaban de todas partes para cumplir con los requisitos legales y pagar
las tasas correspondientes.
En dos ambientes en el Patio de las Audiencias, L.2712 y L.2769 había
documentos epigráficos. El primero era un pequeño almacén donde se encontraron un
millar de tablillas y se conservaban sobre baldas de madera. Era el archivo del último
período del Palacio Real. Son registros de alimentos para la familia real, para los
funcionarios y par los huéspedes extranjeros, para los agentes de negocio y para todos
los empleados en la compleja burocracia de la capital del reino. Este archivo ha
supuesto el conocimiento d la organización de su estado.
Pero el auténtico archivo estaba en la sala L:2769 con más de 15.000 tablillas
completas o fragmentarias. Su distribución era como una librería moderna con tres
anaqueles de madera sobre donde se depositaban los documentos. Había una ordenación
interna en la manera de colocar los documentos: los escribas ordenaron el material en
función de su contenido.
En la Sala L.2875, se encontraron una jarra llena de arcilla e instrumentos
propios de escriba: cálamos de hueso afilado y utensilios de piedra, seguramente para
escribir y borrar en las tablillas. Esto hace pensar a los arqueólogos que era una
habitación destinada a la redacción de documentos.

 Ficha 4. Estado del archivo cuando se excavó

En la Sala L.2752 se localizaron unas veintenas de tablillas dispuestas sobre una


o dos tablas de madera totalmente quemadas por el incendio. La hipótesis más probable
era que se tratara de la manera habitual de transportar las placas de arcillas y que se
abandonaron allí precipitadamente. Generalmente son piezas de gran tamaño, unos 30
cm y que cuando se transliteran ocupan más de 60 ó 70 folios por una cara actuales. Lo
que supone que sea una de los mayores archivos encontrados del III milenio. Suele estar
escritas por ambas caras y divididas en columnas verticales. Cada columna se divide en
un número indeterminado de líneas llamadas registros.

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Se han encontrado ciento catorce tablillas con alfabetos arcaicos que relacionan
diferentes lenguas mesopotámicas que utilizaban los caracteres cuneiformes como
medio de expresión escrita. Uno de estos vocabularios contiene casi mil palabras
traducidas, y existen dieciocho duplicados del mismo, realizados por alumnos de las
escuelas de escribas como parte de su aprendizaje. Estos alfabetos han sido
determinantes para los trabajos de traducción de las tablillas. Esta compleja labor fue
comenzada por el profesor Giovanni Pettinato, de la Universidad de Roma,
continuándola más tarde el doctor Alfonso Archi, epigrafista oficial de la misión hasta
la fecha. La edición de los textos comenzó en 1982 y en la actualidad existen diez
volúmenes publicados que contienen varios cientos de textos completos y cerca de un
millar de fragmentos.
En los documentos contables si el escriba no usaba todos los registros las
cuentas finales se ponían al final de la tablilla. Pues de esa manera al depositarla en los
estantes del archivo en ángulo recto, las sumas finales se encontrarían y podrían
consultarse de manera más ágil. Toda la documentación está firmada por el escriba y
hay a modo de colofón anotaciones que hacen las veces del “título”. Incluso hay
estudios diplomáticos pues se ha constatado que se seguían fórmulas administrativas
diferentes en función del tipo documental. En la documentación de tipo contable, la
forma de las tablillas está directamente relacionada con las entradas y salidas en sus
balances anuales: entradas en tablillas redondeadas, las salidas con forma cuadrada.

 Ficha 9 y 10: Reconstrucción del archivo

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1. Decretos reales y cartas


2.Cría de ganado
3.Registros
4.Escritos sumerios
5.Documentos religiosos
6.Escritos sumerio-eblaico
7.Registros de entrada de metales preciosos
8.Administración de los terrenos agrícola
9.Control de entrada/salida tejidos
10. Asignaciones de registros de metales

Cronológicamente seguían dos tipos de calendarios, uno ligado a los procesos


estacionales y otro relacionado con acontecimientos administrativos o culturales.

 Organización archivística

-Documentación de carácter administrativo:


1. Entrada y salida de toneladas de oro y plata, bronces, tejidos, madera y piedras
preciosas.
2. Agricultura y cría de ganado (bovino y equino), entrega y salida de cereales
3. Documentación sobre la exportación de sus productos. Esta documentación ha
servido para reconstruir la historia política del Creciente Fertil.
4. Personal administrativo. Lista de raciones, de funcionarios y personal
dependiente del Estado.
5. Documentación relativa al culto: ofrenda de animales, cereales…hechas a los
templos o a determinadas divinidades como Isthar.

-Documentación histórica
1. Tratados, listas de ciudades sometidas a Ebla y comunicaciones oficiales de la
Corte.
2. “Documentación histórico-administrativa como ordenanzas reales, disposiciones
administrativas.
3. Documentación histórico-jurídica, disposiciones sobre propiedades inmuebles y
dotes para matrimonios de personajes reales.

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Toda esta documentación es fundamental para reconstruir el comercio internacional en


ese momento.

-Textos lexicográficos. Son documentos que definen a Ebla como un centro cultural del
III milenio.

1. Textos monolingües sumerios, con ejercicios de escuela para jóvenes escribas:


son listas académicas de palabras sumerias 8botánica, zoología, mineralogía…).
Junto con los silabarios, listas de palabras sumerias escritas logográficamente
con el añadido de la pronunciación. Tb hay textos eblaítas.

2. Vocabularios bilingües. Voces sumerias con la traducción eblaíta.

-Textos literarios y religiosos. Con mitos y epopeyas, himnos y conjuros, y rituales


complejos. Son los de más difícil traducción.

En otros entornos urbanos mesopotámicos como Uruk, Ur, Fara, Abu Salabikh, Adab y
Lagas, también se han encontrado archivos de Palacio. Lo que diferencia a Ebla de ellos,
es que mientras éstos trataban problemas locales, con un radio de extensión que no iba
más allá de 50 km, en Ebla los escribas se preocuparon de proporcionar amplias
informaciones sobre su procedimiento administrativo, y sobre otros estados
mostrándonos también su vida política y su organización interna.

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 Edad Media: Los tesoros de Cartas


- La Suprema Inquisición: el archivo al servicio del control y de la represión.

El 1 de noviembre de 1478, el Papa Sixto IV concedió a los Reyes, mediante la


Bula Exigit sincerae devotionis, la potestad perpetua para nombrar inquisidores. Dos
años después se nombraron a dos inquisidores en el reino de Castilla, mientras que La
Corona de Aragón quedó sujeta a la inquisición episcopal hasta 1481.
El archivo del Santo Oficio se convirtió pronto en un elemento fundamental en
el funcionamiento de la institución. Fue una de las claves fundamentales para el éxito en
el ejercicio de las funciones delatorias. Debido a su gran importancia desde los primeros
momentos la cúpula inquisitorial estableció diferentes normas encaminadas a
salvaguardar el secreto en su procedimiento y solicitó por ello a sus oficiales que
pusiesen especial cuidado en las arcas que custodiaban la documentación. Estas
contenían grandes volúmenes de papeles expedidos por el organismo, cuya
conservación garantizaba los privilegios y derechos adquiridos por la Inquisición.
Así en las primeras Instrucciones del inquisidor general Torquemada de 1488 ya
se establece que la documentación se guarde en arcas cerradas con una cerradura de tres
llaves, las cuales debían estar en poder de los inquisidores. Estos sólo podrían
entregárselas a los notarios, quienes eran los únicos capacitados para manejar esta
documentación. En teoría las arcas se conservaban en la sala donde se reunía el tribunal,
para de esta manera tener a mano los papeles necesarios para la tramitación de los
asuntos y a la vez se garantizaba su seguridad. El no cumplimiento de las Instrucciones
suponía un delito castigado con la privación del oficio.

En menos de una década se constituyen 27 tribunales en todo el territorio, menos


en Galicia donde había pocos problemas de conversos y Granada y Navarra que no
estaban anexionadas. Al principio todos los tribunales eran itinerantes.

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Todo ello hizo que el procedimiento de salvaguardar la documentación en arcas


se quedara pequeño y que los tribunales tuvieran que disponer de una cámara, en donde
se depositarían todo tipo de registros, libros y documentos. Estas debían cerrarse con
tres llaves: una quedaría en poder del fiscal y las restantes serían dadas a los notarios
inquisitoriales, únicos autorizados a entrar en la cámara. De hecho, a partir de entonces
la mayoría de los tribunales inquisitoriales empezarían a contar con un edificio o casa
estable donde reunirse, donde lógicamente habría una cámara-archivo.
Hay que tener en cuenta que los tribunales únicamente procesaban a los que
estaban bautizados y que ante cualquier conflicto de competencias siempre se cedía ante
el Santo Oficio. Sus miembros poseían fuero o derecho especial que los protegía
pasando por las leyes civiles y eclesiásticas vigentes.

Esta circunstancia no se dio a lo que se refiere al Consejo de la Suprema


Inquisición (órgano rector del Santo Oficio), pues durante la primera mitad del siglo
XVI permaneció itinerante siguiendo a los monarcas.

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Detalle del sello inquisitorial. Tiene a ambos lados de la cruz, la espada que
simboliza el trato a los herejes, y el ramo de olivo, relativo a la reconciliación
con los arrepentidos. La leyenda es EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM
(Salmo 73), que en castellano quiere decir: Alzate, oh Dios a defender tu causa.

Para desempeñar adecuadamente sus funciones, los consejeros de la Suprema


debían consultar constantemente los antecedentes. Por ello, debían asegurarse en sus
desplazamientos que contaran con la documentación pertinente. Dichos traslados
siempre se realizaban con grandes fastos y mucha solemnidad pues la documentación y
las arcas representaban un símbolo de gran autoridad y poder inquisitorial.
Sin embargo, a pesar del enorme cuidado que se tenía, la ingente cantidad de
documentación hizo pronto que fuera imposible moverla. Por ello, cuando las escrituras
carecían de vigencia o de necesidad urgente, los inquisidores y notarios empezaron a
depositarlas en las casas e iglesias por donde pasaban para que allí se custodiase. Esto
provocaba, lógicamente, la dispersión de la documentación y además no se garantizaba
la seguridad y buena conservación de la documentación, y claro está, su secreto. Por
ejemplo, el monasterio de Guadalupe conservó durante el primer cuarto del siglo XVI
gran cantidad de documentos inquisitoriales, que a pesar de las peticiones del inquisidor
general Cisneros, se negaban a devolver. Debido a que su posesión les otorgaba poder y
autoridad. Cuando la Corte se estableció en Madrid, los secretarios del Consejo
depositaron los documentos menos consultados y cuyo secreto corría menor peligro en
el convento de Nuestra Señora de Atocha.
Además en este momento, no había una delimitación clara entre documentación
pública y privada. Así los secretarios del rey, como Juan Ruiz de Calcena, una vez que
se jubiló, se llevó toda la documentación expedida por él a su casa natal en Aragón.
Cuando el inquisidor general le pidió el retorno de la documentación, éste se negó en
rotundo. La intervención del rey, sólo sirvió para que se devolviera una ínfima parte con
valor meramente administrativo. Era práctica habitual que realizaran parte de sus tareas
en sus casas, y que la documentación acabara conservándose en ellas. Por ello, durante
el siglo XVI y parte del siguiente, la Suprema facilitó a los secretarios una casa segura
donde vivir y donde custodiar la documentación y los sellos. En el caso del Consejo de

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Inquisición esta situación se agravaba por no disponer de un edificio fijo para su


archivo.
También estaba prohibido que cuando fallecieran los notarios, sus herederos se
apropiaran de la documentación como sucedía con los escribanos públicos. Así se
dispuso que a la muerte de cualquier miembro que manejara documentación
inquisitorial, se debía acudir a su casa y recuperar los papeles referidos a su institución,
para que fueran dados a su sucesor en el cargo.
En general los secretarios del consejo ocupaban un cargo vitalicio e interno
dentro de la jerarquía inquisitorial, solían tener una actitud reticente en cuanto a la
entrega de la documentación, más lo eran los secretarios de cámara, que actuaban como
secretarios privados, nombrados directamente por el inquisidor general y que debían
abandonar el cargo a la muerte de su protector, sin que volvieran a tener ningún vínculo
con el Santo Oficio. Por ello la Suprema le impuso la obligación de entregar todos los
libros al dejar su puesto. Se sabe fehacientemente que dicha normativa no se cumplía.
Así se prohibió que se sacara la documentación fuera de las dependencias
inquisitoriales. Excepto a los relatores, que debían llevarlas en bolsas de terciopelo
negro para que no se supiera su contenido. Si la llevaban los criados, la bolsa debía
llevar cerradura para evitar tentaciones.

Con ello se buscaba evitar dos riesgos: uno, que se perdiera la documentación en
las casas particulares, y dos que se robara. Todo ello se volvió en transcendental para la
Inquisición. En 1498, a través de las instrucciones de Sevilla, se obliga a todos los
miembros de la Inquisición a jurar fidelidad y a guardar secreto. Además se le subió
significativamente el salario a los que manejaban directamente la documentación para
evitar que la vendieran.
Otro problema fundamental era el desorden que reinaba en los archivos. La
cantidad de documentación generada durante varias décadas provocó una
desorganización brutal. Este desorden en ocasiones era buscado porque así era más
difícil notar la falta de cierta documentación.
Buscando una solución a tantas dificultades, en 1622 el Consejo de la
Inquisición adquiere una casa en Madrid que perteneció a Rodrigo Calderón. En ella se
reuniría el Consejo de la Suprema, trabajarían los oficiales, se alojaría el inquisidor
general y se acondicionarían varias habitaciones como depósitos. La construcción está
conformada por dos alas que dan a la calle Torija y a la del Reloj, cada una de ellas con
cuatro plantas y un amplio patio interior.

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Tendría la siguiente estructura.


 En la planta sótano estarían las cocinas y cuartos de servicios.
 En la planta baja, estarían las dependencias del secretario de cámara en una de
las alas, y en la otra los aposentos del inquisidor general. Tenía una zona que
daba a las llamadas escaleras secretas que le permitían moverse con facilidad
por todo el edificio.

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 El primer piso era donde se reunía el Consejo de la Suprema. Tenía oratorio y


sacristía, donde se celebraba misa todos los días antes de comenzar la sesión
de trabajo. En el otro lado estaban las secretarías de Castilla y la de Aragón.
Aquí también estaban alas salas del archivo, en la zona más apartada
cumpliendo con las normas que establecían que para salvaguardar el secreto
documental, los depósitos estuvieran fuera del recorrido habitual de los
miembros. La documentación de las secretarías de Castilla y Aragón se
guardaba independientemente en habitaciones separadas.

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 El último piso concentraba los aposentos, salas, cocinas y demás habitaciones


de los criados y oficiales del Consejo, como el capellán y el portero. Aquí tb
estaban los desvanes que desde principios del siglo XVIII sirvieron de cámara
o depósito para albergar la biblioteca de libros prohibidos que se trasladó allí
al tener problemas de espacio en el archivo.

Apenas conocemos cómo se organizaba y estaba instalada la documentación en


los depósitos. Parece que estaban compuestas por armarios o estantes repletos de
cajones de madera de grandes dimensiones con capacidad para unos 20 legajos y libros.
Los cajones tenían una numeración propia y se les añadían carteles con letras bien
visibles para identificar el tipo de documentación o materia a la que hacía referencia.
Cada legajo y libro tenía su sitio concreto, cuando se sacaba se quedaba vacío hasta su
reintegración.
A pesar de las medidas tomadas, en pocos años la desorganización del archivo
era patente, porque la documentación no se reintegraba adecuadamente con lo que no se
encontraba y había que solicitarla a los tribunales de distritos con lo que los plazos de
tramitación de los pleitos aumentaba. Finalmente se adoptaron varias normas: la primera
fue el empleo de libros-registros. Hasta 1619, las series sólo se separaban por el
criterio geográfico de las Coronas de Castilla y de Aragón. Así cada secretaría tenía una
serie de correspondencia con los tribunales con los que mantenía comunicación. En
ellas, las misivas se ordenaban de manera irregular empleando diversos criterios:

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cronológico, temático o geográfico. La clasificación sería por lo tanto orgánica y dentro


de ella los documentos debían ordenarse por criterio cronológico. Dentro de las series
aparecen subseries, formada por las relaciones de fe enviadas desde los diferentes
tribunales al Consejo, las cuales eran conservadas en libros separados de las cartas.
Otra de las medidas fue la de elaborar inventarios donde se indicara la
documentación conservada. En la mayoría de los casos fueron el resultado último de las
diferentes reorganizaciones, físicas e intelectuales de los volúmenes documentales
acumulados. Sólo a partir del XVIII los intentos de reorganización fueron realmente
productivos, dando como resultado un mayor conocimiento del archivo, una más fácil
localización de los documentos y una mejor conservación de los instrumentos.
Posteriormente en este mismo lugar, Ventura Rodríguez diseñó n edificio de
corte neoclásico que se erigió en 1735. Poco a poco la institución fue entrando en una
etapa de inactividad cada vez mayor más patente a finales del XVIII aunque no fue
abolida hasta 1834.

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 Edad Moderna: Arsenales de Autoridad.


- El Consejo de Castilla: su organización archivística.

Cualquier administración sabe que no es posible tener al alcance de la mano


todos los documentos recibidos o producidos. En la Edad Media, los documentos eran
escasos y bastaba la oficina del Canciller, donde se guardaban en los libros de Registro
una copia de todos los documentos generados en la Corte.
Con la Edad Moderna, se produce la diversificación de las oficinas
administrativas, los Consejos y las Contadurías empiezan a necesitar lo que Felipe II
organizó: el Archivo de Simancas. Así se indica que los documentos tienen que
conservarse en lugares diferentes a los despachos, pero no muy lejos de ellos, porque
sería necesario hacer ciertas consultas. Y debían tener un archivero o responsable de los
mismos. El archivo debe estar ordenado y siguiendo el principio de procedencia
orgánica: “los documentos producidos por un mismo organismo, debían estar juntos y
con el mayor orden, para ser servidos”.

Éste era el esquema simple o el Sistema de Archivos, creado por los Austrias,
que funcionó mientras la Corte estuvo en Valladolid y sus alrededores, hasta que Felipe
IV la trasladó definitivamente a Madrid, a principios del XVII.
La lejanía de Simancas, trajeron como consecuencia el extravío de muchos
papeles, que no se entregaron a Simancas hasta la llegada de un rey, Felipe V, ya de la
dinastía borbona. Entre 1718 y 1721 se remitieron a Simancas muchos documentos del
siglo XVII, con evidentes lagunas, producidas por la excesiva acumulación de los
papeles en los despachos de los escribanos.
Durante el siglo XVIII, los Borbones pensaron en crear un Archivo próximo a la
Administración Madrileña, pero ese proyecto nunca se llevó a cabo. Se crearon, eso sí,
distintos Archivos, como el de la Cámara de Castilla; el Archivo del Consejo de Castilla
en la Casa de los Consejos; los Archivos de las Secretarías de Estado y de Despacho en
el Palacio que tuvo Godoy en la actual plaza de la Marina española; el Archivo de las
Contribuciones Generales en la Casa de Aduanas (hoy Ministerio de Hacienda, c/
Alcalá, 9 y II); el Archivo del Tribunal Mayor de Cuentas; etc.
La falta de un Archivo capaz, como el de Simancas, próximo, de fácil consulta,
obligó a desarrollar un sistema de almacenamiento más parecido al que hoy tienen
nuestros actuales Ministerios: un Archivo Central para cada oficina llevado también por
escribanos-archiveros, separado de la oficina de trabajo, pero dentro del mismo edificio.

El Consejo de Castilla tenía atribuciones muy amplias pues era alto organismo
de gobierno, tribunal supremo de justicia y órgano de legislación. Esta masa documental
era el resultado de la actividad de cinco salas: Sala de Gobierno, que se desdobla en dos,
Sala de Justicia, Sala de Mil y Quinientas, Sala de Provincias y Sala de Alcaldes de

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Casa y Corte, además de los papeles emanados de la Presidencia y del Gobernador, y de


las numerosas Juntas y Comisiones creadas ad hoc.

Quien desee investigar sobre fondos de la Administración Central del Antiguo


Régimen debe consultar varias secciones del Archivo Histórico Nacional: Estado,
Inquisición, Ordenes Militares y Consejos. Mientras los fondos de las tres primeras
secciones se corresponden con una estructura orgánica lógica, la sección de Consejos,
con fondos de seis Consejos y varias Juntas, aparece a los ojos de los investigadores, y
de los archiveros, como una reproducción a escala del Archivo de Simancas, y una
macrosección difícilmente abarcable, ya que sus más de 53.000 legajos superan a los
fondos del Archivo de Indias. Esta mezcla orgánica se justifica por la forma en que esta
documentación ingresó, a finales del siglo XIX, en el Archivo Histórico Nacional, pero
la razón última hay que buscarla en el propio sistema archivístico de la Administración
Central en el Antiguo Régimen, y en las incidencias archivísticas de estos fondos a lo
largo del siglo XIX.
Desde la época de Carlos V, estaba establecido que todos los Consejos debían
remitir al Archivo Real de Simancas aquellos papeles que ya no necesitasen para el
trámite diario. Este sistema archivístico, reforzado por Felipe 11, se vio alterado en el
siglo XVII, paralelamente a las disfunciones que, para el normal funcionamiento de la
Administración, significaron las Juntas y los Validos. El descontrol de la
documentación fue tal que se llegaron a enviar funcionarios de los propios Consejos,
como en el caso de Antonio de Hoyos, para identificar y controlar cuál era la
documentación que había sido remitida por los Consejos a lo largo de los años.
El siglo XVIII representa, además del establecimiento de un doble sistema
administrativo, Consejos/Secretarias de Estado y del Despacho, un reforzamiento del
interés de la Administración por su propia documentación, por conservar los

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Los archivos. Una constante en la evolución del hombre.

antecedentes necesarios para la gestión burocrática. Esto significará un reforzamiento


del papel del Archivo Real de Simancas, por lo que, contrariamente a lo que muchos
creen, se conserva en ese archivo documentación de las Secretarías de Estado y del
Despacho.
Esta situación cambia en el siglo XIX cuando Simancas no tuvo ya capacidad
para recibir más documentación. Ante ello, cuando, en marzo de 1834, se abolen los
Consejos, se plantea la cuestión de qué hacer con la documentación que aún permanecía
en las oficinas de Madrid. La solución fue que los nuevos organismos constitucionales,
como el Consejo Real de España e Indias, el Tribunal Supremo o el mismo Ministerio
de Gracia y Justicia, tutelasen estos fondos, a veces de forma más teórica que real. La
creación del Archivo General Central en Alcalá de Henares, en 1858, supuso un alivio
para esta situación al acoger parte de esta documentación, con la que se formó la
sección histórica; pero la solución definitiva fue la creación del AHN en 1866, y más
exactamente su traslado al palacio de Bibliotecas y Museos, lo que permitió que, entre
1896-1899, ingresasen todos los fondos de los Consejos que se hallaban en Madrid en el
momento de su abolición, fondos que, en muchos casos, corresponden a los siglos XVI
y XVII.

El Tribunal Supremo, que había heredado la documentación judicial del


Antiguo Régimen, transfirió, después de varias reclamaciones, los documentos de las
escribanías de cámara de los Consejos de Castilla y Hacienda. El Consejo de Estado,
organismo que tenía su sede en el antiguo Palacio de Congresos, remitió los fondos del
Consejo de Indias y del Consejo de Hacienda, que aún permanecían en su primitivo
emplazamiento. La gran remisión de fondos al Archivo Histórico Nacional la realizó el

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Los archivos. Una constante en la evolución del hombre.

Ministerio de Gracia y Justicia, ya que, a mitad de siglo, había asumido la tutela de la


mayor parte de la documentación del Antiguo Régimen. En este contexto se enmarcó la
creación del una Junta Superior de Directiva de Archivos, encargada del arreglo,
dirección y conservación de los archivos dependientes del Ministerio de Gracia y
Justicia, dentro y fuera de la Corte. Con respecto a los del Antiguo Régimen, éstos eran
los del Consejo de Castilla y su presidencia, la Cámara de Castilla, el Consejo de las
Ordenes y parte del Consejo de Indias. La existencia de esta Junta fue efímera, por lo
que, cuando se creó formalmente el Archivo General del Ministerio de Gracia y Justicia
en 1873, aún figuraban fondos de Consejos, que, finalmente, ingresaron en el Archivo
Histórico Nacional en 1897.
¿Archivísticamente, qué significa esto? Una avalancha de miles de legajos de
documentación mezclada y fragmentada, al ser varios los centros que realizan las
transferencias, y que corresponden a unas instituciones, extinguidas hacia más de
sesenta años, cuyo funcionamiento y organización en ese momento se desconocía. Y ese
desconocimiento llegaba a tal punto que se intentaron aplicar los criterios vigentes de la
separación de poderes a la documentación del Antiguo Régimen, creando una sección
de Archivos Judiciales y otra de Archivos Gubernativos. Naturalmente esta idea inicial
no se pudo llevar a cabo, y a los dos años, en 1899, ya está instaurada la sección de
Consejos.
El que exista una macrosección denominada Consejos o secciones
independientes por cada uno de ellos no tiene mayor importancia. La sección de un
archivo es un concepto artificial, de organización interna, que puede alterarse en
cualquier momento, aunque lo lógico es que responda estrictamente a un concepto
orgánico. El problema de la sección de Consejos es la estructura de sus fondos: los
documentos de los Consejos y las Juntas están mezclados, intercalados y, el problema
en esta sección estriba en que no consta a qué organismo se adscriben las series
documentales. La explicación hay que buscarla en las corrientes historiográficas
imperantes en ese momento. No olvidemos que la creación del AHN fue una propuesta
de la Real Academia de la Historia, y, por lo tanto, los archiveros que recibieron esta
documentación estaban formados en la corriente historicista, dominada por los
medievalistas, que imperaba en el siglo XIX en todas las grandes Escuelas archivísticas
europeas, en las que confluían además criterios bibliotecarios. La madrileña Escuela de
Diplomática, donde se formaron los primeros archiveros, no era una excepción. Esta
mentalidad historicista chocaba profundamente con la mentalidad del administrador,
productor de esta documentación. Este menosprecio por la estructura orgánica de la
documentación, unida a la metodología bibliotecaria, hizo que muchos archivos no se
reorganizasen, sino que se ordenasen alfabéticamente. Con esto debemos contar a la
hora de informar al investigador. La cuestión es que si una sección responde a un único
organismo, la investigación no presenta mayores problemas. Pero en la sección de
Consejos el que no se aplicase, en su momento, el principio archivístico del Respeto a la
procedencia de los fondos hizo que no se reseñase, en la mayoría de los casos, a qué
institución correspondía cada uno de los mas de 53.000 legajos. Por ello, hoy no están
identificados todos los fondos que son del Consejo de Castilla, o cuáles corresponden a
la Cámara de Castilla. Ante esta situación, cualquier investigación estará siempre
abierta, mientras no se reorganicen los fondos con otra metodología, reconstruyendo los
organismos, su organización y sus funciones, para identificar en qué documentos se
plasman.

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Los archivos. Una constante en la evolución del hombre.

 Edad Contemporánea: Laboratorios de la Historia.


-El incendio y destrucción del Archivo General Central.

 El Edificio

El Palacio medieval de los Arzobispos de Toledo constituía una de las joyas


arquitectónicas del Renacimiento español. Dotado de una importante escalera palaciega,
obra de Alonso de Covarrubias, tan famosa como la Escalera Dorada de la Catedral de
Burgos.
El Palacio fue sede de las Cortes Castellanas en las que se aprobó el
Ordenamiento General de 1348, el denominado Ordenamiento de Alcalá. En sus
dependencias también tuvo lugar la entrevista secreta entre Colón y los Reyes Católicos
en 1488, en las que el marino expuso su tesis acerca de la posibilidad de alcanzar las
Indias por la ruta Occidental.

 El Incendio

Durante la Guerra Civil, el Archivo General Central fue ocupado de forma


sucesiva por tropas republicanas y "nacionales". El edificio fue archivo, taller de
reparación de vehículos de guerra y campamento militar, algo que como reconoce el
mismo autor, supone una "convivencia culturalmente incompatible y disparatada". El
director del Archivo, Carlos Martín Bosch, reconoció en los autos posteriores para
esclarecer lo sucedido, que no tenía otra autoridad sobre el edificio que la puramente
administrativa. El comandante de la legión Joaquín de la Cruz Lacacci y su plana mayor
se habían aposentado en la planta baja de la casa del conserje del Archivo; la tropa en el
claustro alto del patio central; los talleres de mecánica estaban en pabellones de la
planta baja y sótanos, y "ocupaban casi todo el bajo del archivo", con la natural
presencia de motocicletas, vehículos movidos a gasolina, repuestos, material engrasado
envuelto en papel parafinado, cajas de embalajes impregnadas de grasa, lubricantes,
gasolina, algunas granadas de 45 mm, etc.
Una de las peores desgracias acaecidas en Alcalá de Henares aconteció a las 7 de
la tarde el 11 de agosto de 1939, cinco meses después de haber concluido la contienda
civil. En esa tarde tuvo lugar un devastador incendio, por causas poco claras, y que

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destruyó todo el Archivo General Central de Estado y que se hallaba ubicado en el ala
izquierda del Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares. Con este desgraciado hecho
desapareció una gran parte de la documentación sobre la Administración de España en
la Edad Moderna. A pesar de las advertencias ejercidas por ciertos estamentos sobre la
poca seguridad del edificio, ningún órgano militar las tuvo en cuenta y, a consecuencia
de la gran cantidad de material inflamable y el depósito de municiones y maquinaria
militar allí existente en ese momento, sólo faltaba un descuido para la catástrofe.
Ello tuvo lugar según se cree en este libro a causa de las basuras allí tiradas y los
restos de haber depositado restos con gasolina de la limpieza de material militar. Ese día
el calor fue terrible y los militares estuvieron allí trabajando…
Lo que en un principio se achacó a unos niños que jugaban en el patio, versión
dada por el estamento militar, se pone en duda ante la gran cantidad de basura proclive a
arder y la desidia de los que allí trabajaban, que pudieron arrojar una colilla de
cigarrillo. Asimismo se ha comprobado la existencia de otro incendio anterior, esta vez
en un sitio lleno de paja, y que el hortelano tuvo que sofocar, todo ello debido a la
climatología de esos días. En el Archivo General de la Administración se encuentran los
sumarios militar y civil en su "Sección Tribunal de Orden Público"
El Archivo contaba con 22 extintores de incendios y los militares disponían de
200 recién llegados de Alemania y sin desembalar. Todos se usaron sin poder contener
el incendio. No había agua corriente, pues para beber, se acudía a la noria de una huerta
cercana.
Y en el callejón había de casi todo: estiércol seco, armarios clasificadores de
piezas, hierbajos agostados y "papeles que durante el dominio rojo se arrojaban por las
ventanas en el desorden característico de los marxistas", aunque según un funcionario
del Archivo "el montón de papeles, cajones, basura que existían en el callejón no estaba
hasta que vinieron los militares... todo esto muy posterior a la salida de los rojos". El
estercolero alcanzaba una altura de 8 a 10 m, llegando hasta las ventanas.

Tras largos interrogatorios por parte del juez militar, Victoriano Vázquez de
Prada, concluyó el sumario declarando que el incendio fue sólo un "acto provocado por
el juego de los niños": Florentino había encendido con su cerilla un papel que arrojó al
estercolero y no hubo manera de sofocar el fuego.
Por si las circunstancias eran poco favorables, soplaba un intenso viento que
avivaba la combustión; Alcalá no disponía de un servicio contra incendios y los de
Madrid tardaron hora y media en llegar; los vecinos no ayudaron tras haber corrido el

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rumor de que en el Archivo-cuartel se almacenaban doce botellas de oxígeno a presión


para soldadura -lo cual era cierto- así como un polvorín en los sótanos de la crujía
principal. La población "huyó despavorida" pues estaba aún reciente la sonada
catástrofe de Peñaranda de Bracamonte en la que como consecuencia del estallido de
varios polvorines se derrumbó un millar de edificios y perdieron la vida unas cien
personas.
 Los fondos del archivo

Durante la Edad Moderna, sus salas acogieron los archivos de la diócesis;


después sirvieron para la custodia de las Escribanías Notariales y las de Rentas del
partido judicial y, a partir de la promulgación del Real Decreto de 17 de julio de 1858,
albergaron los archivos de la Administración Central Española, tras la cesión al Estado
para este fin por el Cardenal Fray Cirilo de Alameda y Brea.
La creación del Archivo General Central permitió organizar las remesas o envíos
de los fondos documentales de Ordenes Militares, Inquisición y otros fondos históricos
fundacionales del actual Archivo Histórico Nacional.

A mediados de la década de 1930 el Archivo albergaba alrededor de 150.000


legajos, que podrían organizarse en cuatro secciones.

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1. Clero, acogía la documentación producida por la Iglesia Magistral de Alcalá


entre los siglos XVI y XVIII.
2. Ministerios, estaba constituida por los fondos documentales de varios
departamentos ministeriales (Fomento, Gobernación, Guerra, Hacienda y Presidencia
del Consejo de Ministros), datados entre los siglos XVI y XIX y con información
preciosa para el estudio de todas las esferas de la vida social de nuestra Edad Moderna y
siglo XIX.
3. Los fondos documentales del Tribunal de Cuentas, esto es, los documentos
fiscalizadores de la actividad económica del Estado en todas sus dependencias
ministeriales, los cuales se podían remontar hasta el período medieval y abarcaban los
territorios peninsulares y ultramarinos de América, África y Filipinas.
4. Los Protocolos Notariales del Distrito de Alcalá de Henares anteriores a
1832, y fue ésta la de último ingreso en el Archivo, aunque de extraordinario valor
local.

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 Bibliografía

-Jesús Gaite Pastor. El sistema de archivos de la Administración Central Española. EN


Revista general de información y documentación, ISSN 1132-1873, Vol. 9, Nº 2, 1999,
págs. 127-136

-Giovanni Pettinato. Ebla, una ciudad olvidada. Madrid : Edicions de la Universitat de


Barcelona, 2000.

- María Jesús Alvarez-Coca González. La Cámara de Castilla: Secretaría de Gracia y


Justicia EN Cuadernos de historia moderna, Nº 15, 1994 , págs. 279-296

- Susana Cabezas Fontanilla. Nuevas aportaciones al estudio del archivo del Consejo de
la Suprema Inquisición. EN Documenta & Instrumenta, ISSN 1697-3798, Nº. 5, 2007,
págs. 31-49

- Manuel Romero Tallafigo. Historia de los desastres en Archivos y Bibliotecas desde


la Antigüedad hasta nuestros días. Sextas jornadas archivísticas / coord. por Remedios
Rey de las Peñas, 2003, ISBN 84-8163-317-8, págs. 7-48

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