Cuentos Medievales
Cuentos Medievales
Cuentos Medievales
El cuento es uno de los géneros que más difusión tuvo en la Edad Media, aunque
sólo conocemos una parte muy pequeña de toda la producción cuentística medieval
debido a que la mayor parte eran transmitidos de manera oral.
El término “cuento” como género literario no existía. Los autores se referían a estos
textos a través de términos como “exemplum” (“ejemplo de intención didáctica”),
fabliella o fábulas (términos que provienen del género clásico de la fábula o cuento
breve también de intención didáctica y protagonizados por animales).
Características formales
El cuento medieval posee unos rasgos que lo diferencian del cuento literario:
a. Generalmente es de autor anónimo.
b. Se transmite por tradición oral a lo largo del tiempo.
c. Diferentes versiones con un fondo temático común (variaciones de un mismo
tema o cuento según la cultura).
d. Desinterés por la forma.
e. Personajes – tipo: esquemáticos, que no desarrollan un carácter.
f. Estos personajes representan caracteres contrastados: buenos/malos.
g. Muchas veces, el personaje más débil resultar ser el mejor: hijos menores,
mujeres, niños…
h. Abundan las estructuras que se basan en repeticiones asociadas a números
folclóricos (el tres o el siete: por ejemplo, un rey con tres hijos).
i. Estilo breve y sencillo, sin descripciones.
j. Finalidad: entretener y, sobre todo, enseñar.
Don Juan Manuel y El Conde Lucanor
El autor de cuentos más importante de la Edad Media será don Juan Manuel, en el
siglo XIV. En esta época se producen diversos cambios sociales y la moral religiosa
pierde importancia en detrimento de la moral burguesa y ciudadana, es decir, las
normas de comportamiento políticas y sociales. Para don Juan Manuel, la forma
más natural de adquirir el conocimiento y la sabiduría era la conversación con un
hombre sabio, y esta idea se traslada a su obra, que estructura los ejemplos
siguiendo un mismo esquema:
Cuento I
Autor: Juan Manuel
-Señor -dijo Patronio-, había un rey que tenía un ministro en quien confiaba mucho.
Como a los hombres afortunados la gente siempre los envidia, así ocurrió con él,
pues los demás privados, recelosos de su influencia sobre el rey, buscaron la forma
de hacerle caer en desgracia con su señor. Lo acusaron repetidas veces ante el rey,
aunque no consiguieron que el monarca le retirara su confianza, dudara de su
lealtad o prescindiera de sus servicios. Cuando vieron la inutilidad de sus
acusaciones, dijeron al rey que aquel ministro maquinaba su muerte para que su
hijo menor subiera al trono y, cuando él tuviera la tutela del infante, se haría con
todo el poder proclamándose señor de aquellos reinos. Aunque hasta entonces no
habían conseguido levantar sospecha en el ánimo del rey, ante estas
murmuraciones el monarca empezó a recelar de él; pues en los asuntos más
importantes no es juicioso esperar que se cumplan, sino prevenirlos cuando aún
tienen remedio. Por ello, desde que el rey concibió dudas de su privado, andaba
receloso, aunque no quiso hacer nada contra él hasta estar seguro de la verdad.
»Quienes urdían la caída del privado real aconsejaron al monarca el modo de probar
sus intenciones y demostrar así que era cierto cuanto se decía de él. Para ello
expusieron al rey un medio muy ingenioso que os contaré en seguida. El rey resolvió
hacerlo y lo puso en práctica, siguiendo los consejos de los demás ministros.
»Pasados unos días, mientras conversaba con su privado, le dijo entre otras cosas
que estaba cansado de la vida de este mundo, pues le parecía que todo era vanidad.
En aquella ocasión no le dijo nada más. A los pocos días de esto, hablando otra vez
con aquel ministro, volvió el rey sobre el mismo tema, insistiendo en la vaciedad de
la vida que llevaba y de cuanto boato rodeaba su existencia. Esto se lo dijo tantas
veces y de tantas maneras que el ministro creyó que el rey estaba desengañado de
las vanidades del mundo y que no le satisfacían ni las riquezas ni los placeres en
que vivía. El rey, cuando vio que a su privado le había convencido, le dijo un día
que estaba decidido a alejarse de las glorias del mundo y quería marcharse a un
lugar recóndito donde nadie lo conociera para hacer allí penitencia por sus pecados.
Recordó al ministro que de esta forma pensaba lograr el perdón de Dios y ganar la
gloria del Paraíso.
»Cuando el privado oyó decir esto a su rey, pretendió disuadirlo con numerosos
argumentos para que no lo hiciera. Por ello, le dijo al monarca que, si se retiraba al
desierto, ofendería a Dios, pues abandonaría a cuantos vasallos y gentes vivían en
su reino, hasta ahora gobernados en paz y en justicia, y que, al ausentarse él, habría
desórdenes y guerras civiles, en las que Dios sería ofendido y la tierra destruida.
También le dijo que, aunque no dejara de cumplir su deseo por esto, debía seguir
en el trono por su mujer y por su hijo, muy pequeño, que correrían mucho peligro
tanto en sus bienes como en sus propias vidas.
»A esto respondió el rey que, antes de partir, ya había dispuesto la forma en que el
reino quedase bien gobernado y su esposa, la reina, y su hijo, el infante, a salvo de
cualquier peligro. Todo se haría de esta manera: puesto que a él lo había criado en
palacio y lo había colmado de honores, estando siempre satisfecho de su lealtad y
de sus servicios, por lo que confiaba en él más que en ninguno de sus privados y
consejeros, le encomendaría la protección de la reina y del infante y le entregaría
todos los fuertes y bastiones del reino, para que nadie pudiera levantarse contra el
heredero. De esta manera, si volvía al cabo de un tiempo, el rey estaba seguro de -
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también sabía que serviría muy bien a la reina, su esposa, y que educaría en la
justicia al príncipe, a la vez que mantendría en paz el reino hasta que su hijo tuviera
la edad de ser proclamado rey. Por todo esto, dijo al ministro, el reino quedaría en
paz y él podría hacer vida retirada.
»Al oír el privado que el rey le quería encomendar su reino y entregarle la tutela del
infante, se puso muy contento, aunque no dio muestras de ello, pues pensó que
ahora tendría en sus manos todo el poder, por lo que podría obrar como quisiere.
»Este ministro tenía en su casa, como cautivo, a un hombre muy sabio y gran
filósofo, a quien consultaba cuantos asuntos había de resolver en la corte y cuyos
consejos siempre seguía, pues eran muy profundos.
»Cuando el privado se partió del rey, se dirigió a su casa y le contó al sabio cautivo
cuanto el monarca le había dicho, entre manifestaciones de alegría y contento por
su buena suerte ya que el rey le iba a entregar todo el reino, todo el poder y la tutela
del infante heredero.
»Al escuchar el filósofo que estaba cautivo el relato de su señor, comprendió que
este había cometido un grave error, pues sin duda el rey había descubierto que el
ministro ambicionaba el poder sobre el reino y sobre el príncipe. Entonces comenzó
a reprender severamente a su señor diciéndole que su vida y hacienda corrían grave
peligro, pues cuanto el rey le había dicho no era sino para probar las acusaciones
que algunos habían levantado contra él y no por que pensara hacer vida retirada y
de penitencia. En definitiva, su rey había querido probar su lealtad y, si viera que se
alegraba de alzarse con todo el poder, su vida correría gravísimos riesgos.
»Cuando el privado del rey escuchó las razones de su cautivo, sintió gran pesar,
porque comprendió que todo había sido preparado como este decía. El sabio, que
lo vio tan acongojado, le aconsejó un medio para evitar el peligro que lo amenazaba.
»Siguiendo sus consejos, el privado, aquella misma noche, se hizo rapar la cabeza
y cortar la barba, se vistió con una túnica muy tosca y casi hecha jirones, como las
que llevan los mendigos que piden en las romerías, cogió un bordón y se calzó unos
zapatos rotos aunque bien clavados, y cosió en los pliegues de sus andrajos una
gran cantidad de doblas de oro. Antes del amanecer encaminó sus pasos a palacio
y pidió al guardia de la puerta que dijese al rey que se levantase, para que ambos
pudieran abandonar el reino antes de que la gente despertara, pues él ya lo estaba
esperando; le pidió también que todo se lo dijera sin ser oído por nadie. El guardia,
cuando así vio al privado del rey, quedó muy asombrado, pero fue a la cámara real
y dio el mensaje al rey, que también se asombró mucho e hizo pasar a su privado.
»El rey, al ver con aquellos harapos a su ministro, le preguntó por qué iba vestido
así. Contestó el privado que, puesto que el rey le había expresado su intención de
irse al desierto y como seguía dispuesto a hacerlo, él, que era su privado, no quería
olvidar cuantos favores le debía, sino que, al igual que había compartido los honores
y los bienes de su rey, así, ahora que él marchaba a otras tierras para llevar vida de
penitencia, querría él seguirlo para compartirla con su señor. Añadió el ministro que,
si al rey no le dolían ni su mujer, ni su hijo, ni su reino, ni cuantos bienes dejaba, no
había motivo para que él sintiese mayor apego, por lo cual partiría con él y le serviría
siempre, sin que nadie lo notara. Finalmente le dijo que llevaba tanto dinero cosido
a su ropa que nunca habría de faltarles nada en toda su vida y que, pues habían de
partir, sería mejor hacerlo antes de que pudiesen ser reconocidos.
»Cuando el rey oyó decir esto a su privado, pensó que actuaba así por su lealtad y
se lo agradeció mucho, contándole cómo lo envidiaban los otros privados, que
estuvieron a punto de engañarlo, y cómo él se decidió aprobar su fidelidad. Así fue
como el ministro estuvo a punto de ser engañado por su ambición, pero Dios quiso
protegerlo por medio del consejo que le dio aquel sabio cautivo en su casa.
»Vos, señor conde, es preciso que evitéis caer en el engaño de quien se dice amigo
vuestro, pero ciertamente lo que os propuso sólo es para probaros y no porque
piense hacerlo. Por eso os convendrá hablar con él, para que le demostréis que
sólo buscáis su honra y provecho, sin sentir ambición ni deseo de sus bienes, pues
la amistad no puede durar mucho cuando se ambicionan las riquezas de un amigo.
El conde vio que Patronio le había aconsejado muy bien, obró según sus
recomendaciones y le fue muy provechoso hacerlo así.
Y, viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e
hizo estos versos que condensan toda su moraleja:
Dijo el búho:
-Dicen que un buen hombre religioso, cuya voz oía Dios, estaba un día junto a la
ribera de un río, y pasó por allí un milano que llevaba una rata. Ésta se le cayó
delante de aquel religioso que tuvo piedad de ella, y la tomó y la envolvió en una
hoja, y la quiso llevar para su casa. Sin embargo, se temió que le sería difícil de criar
y rogó a Dios que la tornase niña. Dios la hizo niña hermosa y muy apuesta.
El buen hombre llevó a la niña para su casa, la crio muy bien, y no le dijo nada de
su origen. Ella no dudaba que era su hija.
Dijo ella:
-Quiero un tal marido que por ventura no tenga igual en valentía y en esfuerzo y en
poder.
Le contestó el religioso:
-No sé en el mundo otro tal como el sol, que es muy noble y muy poderoso, alto
más que todas las cosas del mundo; y le quiero rogar y pedirle por merced que se
case contigo.
Y lo hizo así, y se bañó e hizo su oración; después oró y dijo:
-Tú, sol, que fuiste criado por provecho y por merced de todas las gentes, te ruego
que te cases con mi hija, que me rogó que la casase con el más fuerte y con el más
noble del mundo.
Díjole el sol:
-Ya oí lo que dijiste, hombre bueno, y yo contestaré a tu ruego por la honra y por el
amor que tienes con Dios y por la mejoría que tienes entre los hombres; sin
embargo, he de enseñarte el ángel que es más fuerte que yo.
Y le replicó el religioso:
-¿Y cuál es?
Le dijo el sol:
-Es el ángel que trae las nubes, el cual con su fuerza cubre mi fuerza y no me
la deja extender por la tierra.
Se tornó el religioso al lugar donde están las nubes de la mar, y llamó a las nubes,
tal y como antes llamó al sol, y les dijo lo mismo que antes dijo al sol.
Y dijeron las nubes:
-Ya entendimos lo que dijiste y tenemos por cierto que es así, ya que nos dio Dios
más fuerza que a otras cosas muchas; mas te guiaremos a otra cosa que es más
fuerte que nosotras.
Dijo el religioso:
-¿Quién es?
Le contestaron:
-Es el viento que nos lleva a donde quiere, y nosotras no podemos defendernos de
él.
Y se fue para el viento y lo llamó así como a los otros, y le dijo la misma razón. Le
dijo el viento:
-Así es como tú dices, mas te guiaré a otro que es más fuerte que yo; pugné en
ser su igual y no lo pude ser.
Le dijo el religioso:
-¿Y quién es?
Le contestó:
-Es el monte que está cerca de ti.
Y se fue el religioso para el monte y le dijo lo mismo que a los otros. Le replicó el
monte:
-Tal soy yo como tú dices, mas te guiaré a otro que es más fuerte que yo, con cuya
gran fuerza no puedo luchar y del que no me puedo defender, por lo que me hace
cuanto daño puede.
Le dijo el religioso:
-¿Y quién es ese?
Le contestó:
-Es un mur, ya que éste me hace cuanto daño quiere, que me agujerea por todas
partes.
Y se fue el religioso al mur y lo llamó así como a los otros. Y le dijo el mur:
-Tal soy yo como tú dices en poder y en fuerza, mas ¿cómo se podría arreglar para
que yo me casase con mujer, siendo mur y morando yo en covezuela?
Dijo el religioso a la moza:
-¿Quieres ser mujer del mur, que ya sabes cómo hablé con todas las otras cosas y
no hallé más fuerte que él, y todas me guiaron a él? ¿Quieres que ruegue a Dios
que te torne en rata y que te case con él? Así morarás con él en su cueva, y yo te
visitaré, y no te dejaré del todo.
Le contestó ella:
-Padre, yo no dudo en vuestro consejo; y si vos lo tenéis por bien, yo he de hacerlo.
Y rogó a Dios que la tornase en rata, y fue así, y se casó con el mur, y entró con él
en su cueva, y se tornó a su raíz y a su natura.