La Mujer Visigoda.

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LA MUJER COMO SUJETO DE DERECHO EN EL MUNDO VISIGODO

En el derecho visigodo, no todos los súbditos disfrutaban de capacidad jurídica ni


tampoco de capacidad de obrar plena. Ser sujeto de derecho era una condición que se
reservaba exclusivamente a aquellos que cumplían los requisitos necesarios para la
obtención de la capacidad jurídica, aunque cabe mencionar que esta última podría ser
limitada por causas modificativas concretas. Así mismo, la posesión de la capacidad
jurídica posibilitaba ser titular de derechos y obligaciones, pero no proporcionaba la
libre disposición de estas.
Unas de las causas más notorias para estas limitaciones, y en concreto las que nos
atañen, eran el sexo y el matrimonio. Las mujeres sí que disponían de capacidad
jurídica, por lo tanto, eran consideradas sujetos de derecho y contaban con derechos y
obligaciones bajo su titularidad. Sin embargo, su capacidad de obrar se encontraba
restringida en muchos ámbitos de su día a día y esto condicionaba especialmente la
capacidad que tenían de ejercer estos derechos.

Al igual que en la Roma clásica, las mujeres eran vedadas del ámbito público y
desempeñar un cargo público, tanto laico como eclesiástico, quedaba estrictamente
prohibido para aquellas mujeres que quisieran tomar parte en la administración y
gobierno del reino. No obstante, aun dependiendo en muchas ocasiones del control de
un varón, las mujeres visigodas disponían de bastante libertad en el ámbito privado y
contaban con la suficiencia necesaria como para administrar parte de su patrimonio y
valerse por sí mismas para defender los derechos, de los cuales eran titulares
indiscutibles. Empleando las palabras de Gallego Franco, las mujeres visigodas podían
ser titulares de grandes fortunas y estaban capacitadas para decidir sobre ellas. Esta
acumulación de patrimonio podía radicar de diferentes transacciones, como la entrega
del dote marital, obsequios y donaciones o adquisiciones por razones de herencia.
Un claro ejemplo de esta capacidad de obrar es el derecho que tenían las mujeres
casadas para defender su posición jurídica ante los tribunales. Conforme a lo regulado
en LV 2,3,6, ant.45, una mujer no podía recibir una causa por mandato, pero no se le
impedía tampoco exponer su propio pleito en el juicio. Como bien destacó Álvarez
Cora, el marido tendría la posibilidad de representar a su esposa en el juicio per
mandatum, lo que le convertiría a ella en sujeto activo del pleito. Aun sin esta licencia
expresa, la mujer podría ser representada por su marido, siempre y cuando este
mediante una cautio asegurase que su mujer no rechazaría los términos del fallo, y si
esto sucediese, que él asumiría la responsabilidad de estos hechos.
Así mismo, la interpretación del LV concluye que la esencia de la patria potestas
romana queda francamente desdibujada en esta recopilación y esto da pie a suposiciones
relativas a la participación de la esposa en la autoridad familiar. En su trabajo de
investigación, Gallego Franco presenta la autoridad paterna como una guarda o una
autoridad protectora y vigilante que se extingue con la mayoría de edad o el matrimonio
de los hijos. En cuanto a la madre se refiere, la LV siguió el camino marcado por la
legislación romana tardía, culminando esta regulación con el derecho de la madre a la
tutela de los hijos, una vez muerto el padre. Esta misma autora subraya que el legislador
visigodo entendía que tras la muerte del padre, la madre era la principal abogadora del
bien de sus hijos. Además, la importante influencia de la madre sobre la crianza de los
hijos es un hecho indiscutible gracias a los testimonios escritos de la época. Es probable
que esta noción se fortaleciese durante el siglo VII y que finalmente la autoridad
familiar sobre los hijos fuese ejercida por ambos progenitores.
Ateniéndonos a esta suposición, la ley LV 4,3,1 de Chindasvinto definió el concepto de
huérfano como aquel menor de quince años sin padre ni madre, dejando de lado la
previa concepción, que requería solo la ausencia del padre. Por ello, Gallego Franco
deduce la atribución de varios derechos de la guarda y crianza de los hijos a la madre de
estos y apunta a la autoridad compartida en el marco de la unión conyugal.

Partiendo de esta base, aun la evidente la situación de inferioridad que las mujeres
sufrían en esta época en comparación con los hombres, es necesario tener en cuenta que
este fenómeno no suprimía por completo la independencia que tenían al acometer
acciones legales. Las mujeres gozaban de varios derechos y acciones dentro de sus
limitaciones y también disfrutaban de una posición de peso dentro de la estructura
familiar. Sin embargo, estos recursos eran alterados levemente dependiendo del estado
civil y la edad de la mujer.
En otras palabras, los medios y libertades variaban dependiendo si dicha mujer era
virgen, casada o viuda. Por ello, de ahora en adelante profundizaremos especialmente en
la situación legal y social de estas últimas.

LV: Liber Iudiciorum

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